En un nuevo aniversario de la caída en combate del
Comandante el 8 de octubre, queremos recuperar su perspectiva ética del militante revolucionario. Su mirada acerca de
la construcción de la conciencia socialista. Su vida como permanente ejemplo de la praxis revolucionaria que debe guiar
la actitud y el comportamiento cotidiano para construir de manera sólida los
cimientos de una nueva sociedad sin opresión.
Del Che podemos recuperar muchos aspectos de su vida
revolucionaria. Cada uno/a podrá elegir diferentes aristas. Su capacidad
política, su visión estratégica, sus dotes militares, su internacionalismo,
etc. Cualquier proyecto político que busque reivindicar su legado puede ahondar
en variados aspectos. Desde nuestra perspectiva, es complejo recortar alguno de
ellos.
Pero más allá de sus múltiples cualidades, sin lugar
a dudas, el Che cumple una de las mayores virtudes que pueden reconocerse en
un/a dirigente revolucionario/a, que es
su coherencia y su ética en el actuar. Trataremos de ver esta dimensión de
la figura del Che, que entendemos debe ser parte de una construcción política
que pretende hacer de sus militantes una proyección de la nueva sociedad que se
desea alcanzar.
Un
hombre que actúa como piensa
El Che
actuaba como pensaba. Así lo dejó plasmado en su carta de despedida a sus
hijos e hijas donde les dice: “Su padre ha sido un hombre que actúa como piensa y, seguro ha sido leal a sus convicciones”. Durante toda su vida buscó ser coherente
entre los principios que pregonaba y su modo de vida. De hecho, su mirada
acerca de la sociedad comunista que había que construir no quedaba por fuera de
estas expectativas.
En una entrevista en el año 1963 decía: “El
socialismo económico sin moral comunista no me interesa. Luchamos contra la
miseria, pero al mismo tiempo luchamos
contra la alienación… Si el comunismo descuida los hechos de conciencia
puede ser un método de repartición, pero deja de ser una moral revolucionaria.”
En esta frase puede leerse una confrontación con
posiciones economicistas y mecanicistas que imperaban en el campo de la
izquierda y que todavía hoy suelen imperar de modo idealista, en algunas
interpretaciones del marxismo. En ellas, las revoluciones pareciera que se producen
por el solo conflicto entre el desarrollo de las fuerzas productivas y las
relaciones sociales de producción, conflicto que se expresa en la lucha de
clases. El Che entendía que una verdadera revolución no es sólo profundas
transformaciones económicas y políticas, sino que además, debe ir acompañada de una nueva moral, de una nueva subjetividad, del
desarrollo de la conciencia donde se construyen nuevos valores acordes a una sociedad basada en la cooperación y el
trabajo común.
Desde la filosofía, la ética tiene que ver con el sentido del “obrar bien”, de acuerdo a los
valores morales que se establece para una sociedad concreta en un momento
histórico determinado. No todas las sociedades tienen los mismos preceptos
morales, porque no todas desarrollan los mismos valores. En la lucha por
construir una nueva sociedad, libre de explotación y opresión, emancipada de
las taras del egoísmo, la vanidad, el individualismo, se hace necesario
construir esos valores y realizarlo en el propio proceso de destrucción de lo
viejo y construcción de lo nuevo. Aquello que Gramsci de la revolución como una
transformación, una refundación moral e
intelectual.
El
ejemplo
La lucha por el desarrollo de una conciencia que
vaya avanzando en colocar los mojones de lo nuevo necesita de ejemplos
concretos para ofrecer ese horizonte de lo posible. Y es en esa idea que la vida del Che está atravesada por la
búsqueda de la ejemplaridad permanente. Ya sea en la actitud durante sus viajes por América Latina, en la Sierra
Maestra, en su rol de funcionario, o hasta en sus últimas batallas por
expandir la revolución a otros países siendo consecuente con su
internacionalismo.
Su ejemplo
permanente es el de la humildad, la sencillez, la austeridad. Cuenta entre
sus anécdotas, que en una reunión que analizaba un informe de una empresa de
productos farmacéuticos en 1963, siendo Ministro de Industrias, había un termo con café sobre la mesa.
Y cuando se le preguntó al Che por qué no se servía debido a que se iba a
enfriar respondió: “Caballeros, tienen que aprender muchas cosas, el café no
alcanza para todos los que participan en la discusión del informe”. Esta
coherencia no era una pose, ni respondía a una vocación de sacrificio en sí
mismo. Por el contrario, esa conducta sacaba del “más allá” una ética centrada en la igualdad, en la
felicidad colectiva como objetivo de vida, en una conciencia profundamente
humana que buscaba acercarse a lo mejor de lo humano.
Una
praxis revolucionaria integral
Permanentemente buscaba ser ejemplo y conducta en cada momento. Pero también nos dejó
señales de cómo encarar ese proceso de construcción de conciencia, de ética
revolucionaria. Él mismo decía que había
tenido que batallar contra sus propias miserias, contra sus propias
contradicciones, que había tenido que “tallar” su voluntad como un artesano
para poder responder a sus propias expectativas.
El estudio
sistemático y la formación permanente forman parte esencial de esa tarea. Estudiar y formarse como modo de
problematizar los aspectos a revisar y corregir de la propia acción, individual
o colectiva. Así lo muestran las imágenes leyendo, trepado arriba de un árbol.
Pero el desarrollo de esa conciencia no era sólo estudio, como parte de la
misma praxis el Che entendía que debía orientarse el trabajo sobre la conciencia
a través del trabajo voluntario. La unidad entre acción y reflexión.
Es fundamental también en este trabajo la práctica de la crítica y la
autocrítica, sincera y rigurosa. Ese es otro rasgo del Che. No ejercía ni toleraba la adulación que es
una herramienta que envilece. Autocrítico ante todo, no buscaba halagar o
ganarse la buena predisposición de otros/as a costa de ocultar errores. Es
necesario “Conocer nuestras flaquezas para liquidarlas y adquirir más fuerza”.
Es de revolucionarios/ as asumir con honestidad los propios errores. Desprenderse de vanidades, asumir las
consecuencias de los propios actos y ofrecer la propia experiencia para
poder reflexionar colectivamente frente a los desafíos y dificultades de la
construcción política.
En su carta dirigida a Carlos Quijano, “El socialismo y el hombre en Cuba”,
puede encontrarse gran parte de su elaboración acerca de estos aspectos necesarios en la conformación del
“hombre nuevo” (humanidad nueva, diríamos hoy). Allí dice: “Para construir
el comunismo, simultáneamente con la base material hay que hacer al hombre nuevo. De allí que sea tan importante
elegir correctamente el instrumento de movilización de las masas. Este instrumento debe ser de índole moral,
fundamentalmente, sin olvidar una correcta utilización del estímulo
material, sobre todo de naturaleza social”. Es por esto que el Che insiste mucho en las cualidades morales
que deben caracterizar a los/las revolucionarios/as, la vanguardia, al partido
de la clase trabajadora.
Defenderte
de ser dios
Es por esto que el Che sigue siendo fuente de
inspiración para las nuevas generaciones que asumimos hoy, en pleno comienzo
del siglo XXI, el desafío de continuar su legado revolucionario, asumiendo las
responsabilidades que eso demanda y peleando por ponernos a la altura de las
exigencias que implican nuestras propias metas. No se trata tampoco de colocar
al Che en el lugar de la perfección, del modelo exacto sin debilidades o críticas
para hacerle. Sino tenerlo presente como faro hacia donde deseamos caminar,
incluso con sus errores, porque el Che es un compañero, un hermano mayor al que
hay que salvar de convertirlo en dios, como dijo sobre Lenin el poeta Vicente
Huidobro.
Para ser consecuentes con esto, hay que afrontar con
humildad la tarea de construir organización política, estrategia
revolucionaria, relación de fuerzas favorable a favor del pueblo, y a la par de
esto, desarrollar nuestra propia ética revolucionaria y llevarla adelante en
cada uno de nuestros actos. Ser conscientes también de que ese camino no estará
exento también para nosotros/as de errores, de contradicciones que deberemos
asumir, sin creernos infalibles. Porque el capitalismo y el imperialismo, no
sólo producen mercancías y ganancias, producen una subjetividad acordes a sus
propios valores que se expresan en el aislamiento, el individualismo, la
inestabilidad y la inconstancia, la hipocresía. Construir una ética militante, será una de las mejores armas y una
de las mejores defensas contra cualquier vacilación que el camino nos ponga por
delante.
El Análisis CAME es una metodología suplementaria a la del
Análisis DAFO, que da pautas para actuar
sobre los aspectos hallados en los diagnósticos de situación obtenidos
anteriormente a partir de la matriz DAFO. En este artículo repasaremos
brevemente el concepto de Análisis DAFO, y lo ampliaremos para continuar el
proceso con el Análisis CAME.
1. Qué es el Análisis CAME
El nombre del Análisis CAME
viene de las iniciales “Corregir, Afrontar, Mantener y Explotar” (en inglés
Correct, Adapt, Maintain, Explore). Este análisis puede ser interpretado como
una ampliación del Análisis DAFO (ver aquí detalles sobre el DAFO). De esta forma,
el Análisis DAFO sirve para hacer un
diagnóstico inicial de situación, y en Análisis CAME sirve para definir las acciones a tomar a partir
de los resultados del DAFO. Los Análisis DAFO y CAME son muy usados en todo
lo relativo a Planificación estratégica
(Planes de negocios, definición de programas y proyectos, etc).
2. Pasos para realizar un Análisis CAME
Estos son los pasos básicos
para realizar un análisis CAME:
1.Establecer
una estrategia que nos indique cuáles
son los objetivos generales que queremos alcanzar en nuestra organización.
Hacer esto es importante porque nos ayudará a priorizar las acciones a tomar en los siguientes pasos.
2.Realizar
un Análisis DAFO
para obtener un diagnóstico de situación con los aspectos a considerar.
3.
Una vez obtenidas las debilidades, amenazas, fortalezas y oportunidades,
seleccionar cuáles de ellas son más
importantes (por ejemplo, seleccionando las que más relevantes sean según su impacto y probabilidad).
4.
Ahora que hemos decidido sobre
qué aspectos vamos a actuar, realizaremos el Análisis CAME. Para ello
cogemos cada una de las debilidades, amenazas, fortalezas y oportunidades
seleccionadas previamente, y les asociamos
acciones para corregirlas, afrontarlas, mantenerlas o explotarlas, según
aplique en cada caso (ver apartado siguiente).
5.
Por último, sólo queda implantar las
acciones y realizar un seguimiento de ellas para comprobar que se
cumplen nuestros objetivos iniciales.
3. Tipos de acciones:
Corregir, Afrontar, Mantener y Explotar
Frecuentemente el Análisis
DAFO se usa para conocer la situación concreta de una empresa, organización,
ente, persona, etc. Este análisis se puede usar en casi cualquier situación, y
sirve para obtener una visión general de lo que sucede, y a partir de ahí poder
tomar decisiones. De esta forma, tras realizar la matriz DAFO, obtendremos
nuestras Debilidades, Amenazas, Fortalezas y Oportunidades.
Una vez obtenidos estos
aspectos, llega el turno de usar el Análisis CAME: Corregir, Afrontar,
Mantener y Explotar. Estas son las pautas para actuar en cada uno de los
aspectos identificados en la matriz DAFO:
Debilidades…Corregir
Amenazas….Afrontar
Fortalezas….Mantener
Oportunidades….Explotar
De forma detallada, debemos definir acciones para:
Corregir las debilidades: Hacer
que desaparezcan las debilidades. Para ello debemos tomar medidas para que dejen de existir, o para que dejen
de afectarnos negativamente.
Mantener las fortalezas: Tomar medidas para evitar perder nuestras
fortalezas. El objetivo es mantener nuestros puntos fuertes y fortalecerlos
para que sigan siendo una ventaja competitiva en el futuro.
Explorar/Explotar las
oportunidades: Crear estrategias y planificar
acciones para convertir las oportunidades en futuras fortalezas.
4. Elegir las acciones que se adapten mejor a nuestra estrategia
Los tipos de acciones
señalados anteriormente, deben ser coherentes con la estrategia de la
organización.
Estrategia A de
reorientación: corregir debilidades
Estrategia B de reorientación:
explotar oportunidades
Estrategia defensiva: afrontar
amenazas y mantener fortalezas
Estrategia de
supervivencia: corregir debilidades y afrontar amenazas
Estrategia ofensiva: mantener
fortalezas y explotar oportunidades
Normalmente las estrategias
se pueden enmarcar en uno de estos grupos:
Estrategias defensivas (A y F): Buscan evitar que empeore nuestra situación actual
(evitar perder cuota de mercado, etc). En este tipo de estrategias predominarán
las acciones enfocadas en afrontar amenazas y mantener fortalezas.
Estrategias ofensivas (F y O): Buscan mejorar nuestra situación actual (ganar
cuota de mercado, etc). En este tipo de estrategias predominarán las acciones
enfocadas a explotar las oportunidades y
mantener/reforzar las fortalezas.
Estrategias de
reorientación (D y O): Busca
trasformar situación haciendo cambios que eliminen nuestras debilidades y creen
nuevas fortalezas. En este tipo de estrategias predominarán las acciones
enfocadas a corregir debilidades y explotar oportunidades.
Estrategia de supervivencia
(D y A): Busca
eliminar los aspectos negativos que nos perjudican. En este tipo de estrategias
predominarán las acciones enfocadas a corregir las debilidades y a afrontar
amenazas.
5. Ejemplo de Análisis CAME
A continuación, os ponemos
algunos ejemplos de diferentes acciones que se pueden tomar para varios
posibles aspectos detectados previamente en la Matriz DAFO:
– Debilidad detectada:
Tenemos pocos conocimientos de idiomas extranjeros.
– Forma de corregir la debilidad: Hacer
un curso de idiomas, o contratar a un traductor.
– Amenaza detectada:
Posibilidad de que el proveedor de un producto o servicio determinado quiebre,
dejándonos sin suministro.
– Forma de afrontar la amenaza: Localizar posibles proveedores
sustitutos para poder reaccionar a tiempo.
– Fortaleza detectada: Nuestros clientes son más fieles a nuestra
empresa que los clientes de la competencia.
– Forma de mantener la fortaleza: Hacer estudios (encuestas,
feedback…) para saber por qué nuestros clientes son fieles, y
seguir trabajando en la misma línea para que lo sigan siendo en el futuro.
– Oportunidad detectada: Las aparición de nuevas tecnologías
(TIC) hace que nuestros clientes potenciales compren cada vez más a través de
Internet.
– Forma de explotar la oportunidad: Crear una página web de venta
online, admitir pedidos por email, crear perfiles en las redes sociales, etc.
De forma ideal, si
gestionamos bien cada uno de estos aspectos podremos aumentar nuestras ventajas
competitivas: Podemos convertir las debilidades en fortalezas, y las amenazas
en oportunidades.
Del mismo modo, si no
hacemos nada, nos podría ocurrir lo contrario: Podemos perder nuestras
fortalezas si no sabemos gestionarlas bien, y además las oportunidades
malgastadas podrían convertirse en debilidades si la competencia las sabe
aprovechar mejor que nosotros.
6. Conclusiones
El Análisis CAME es la continuación lógica del DAFO. Por lo general,
cuando la gente habla de hacer una matriz DAFO para tener un diagnóstico de situación, normalmente
va implícito el hecho de que se van a tomar medidas para mejorar esa situación,
actuando sobre los aspectos identificados (esto implica evitar las amenazas,
convertir las oportunidades en fortalezas, eliminar las debilidades y potenciar
las fortalezas).
Por lo tanto, el Análisis
CAME es la evolución natural al DAFO, donde se establecen las pautas lógicas
para establecer las acciones de forma coherente con nuestra estrategia.
Una de las técnicas más conocidas de análisis de situación actual es el
denominado Análisis FODA (también conocido como DAFO en español,
o SWOT en inglés). FODA (SWOT) son las iniciales de los cuatro parámetros
que caracterizan una situación, ya sea de una persona, un equipo de personas o
una organización:
Fortalezas (Strengths)
Oportunidades
(Opportunities)
Debilidades
(Weaknesses)
Amenazas (Threats)
FODA: Análisis interno: fortalezas
y debilidades + Análisis externo: oportunidades o amenazas
De ellas, dos son origen externo (las oportunidades y las
amenazas) y dos de origen interno (las fortalezas y las debilidades). Esto se representa generalmente mediante
una matriz. Una correcta interpretación de nuestro estado actual, de
nuestra realidad objetiva, nos permitirá tomar decisiones de manera mucho más
efectiva. Para facilitar la explicación, nos hemos orientado al análisis de
situación de una organización, pero puede aplicarse sólo a un grupo de
personas, una persona, o algún proceso o sistema. Es un método algo
trillado y aparentemente trivial, pero nunca está de más recordar su
importancia por su facilidad de uso y su versatilidad.
¿Qué
contempla cada parámetro?
Las fortalezas son todas aquellas virtudes, esas ventajas que nos
destacan del resto. Son las cualidades
que posee la organización que la hacen competitiva y que permiten dar un
valor agregado al producto o servicio que se entrega al cliente. Por ejemplo,
un buen servicio postventa, una cartera variada de productos, o un precio
competitivo son ejemplos de fortalezas que puede tener la organización.
Por el
contrario, las debilidades son todas aquellas falencias que posee la organización: la falta de recursos, la mala administración,
la presencia de procesos que entregan productos defectuosos, o un personal
incompetente son sólo ejemplos de debilidades. Éstas nos colocan en una
situación desfavorable frente a los competidores. Tanto las fortalezas como las debilidades no dependen del contexto, sólo tienen que ver con decisiones
internas, de la propia organización.
Pero una organización no está aislada de su contexto. No es un ente
completamente independiente. Su actividad se ve afectada, tanto positiva como
negativamente por infinidad de factores externos. Una organización es
propiamente interdependiente y no puede estar ajena a lo que sucede ‘afuera’.
Aquí aparecen los otros dos parámetros necesarios para el análisis FODA.
Por un
lado, las oportunidades son aquellas cuestiones relacionadas con lo
que sucede externamente de las cuales
podemos sacar alguna ventaja competitiva (hasta convertirla quizás en una
fortaleza). Por ejemplo, un competidor que sale de escena,
o algún cambio en el mercado o la legislación en el que nuestro
producto quede mejor posicionado. También son oportunidades las mejoras en
las condiciones impositivas, como exenciones o formas de pago. Estas nos
permiten reducir los costos.
Estos
factores externos, cuando influyen negativamente se convierten en amenazas:
un nuevo competidor, o un nuevo producto, una modificación impositiva que
recargue al precio final, etc. Todo lo relacionado a mejoras salariales también
puede verse como una amenaza porque afecta en forma directa a los costos. Las
restricciones, tanto de compra de moneda extranjera como de importación, son
una amenaza bastante habitual durante el último lustro en países como Argentina
o Venezuela. Afectan directamente al buen desempeño de las organizaciones, y lo
hacen de manera desproporcionada en función de la dependencia o no de insumos
importados para el desarrollo de la actividad. Esta dependencia podría verse
también como una debilidad ya que es una característica inherente a la empresa.
En resumen, debemos reforzar nuestras
fortalezas actuales y crear nuevas, eliminar o reducir todo lo posible
nuestras debilidades, aprovechar las oportunidades y establecer estrategias
adecuadas para afrontar las amenazas.
Si
hacemos foco en aumentar nuestras fortalezas y reducir las debilidades,
seguramente las oportunidades se convertirán en nuevas fortalezas y las
amenazas dejarán de serlo. Una correcta determinación y combinación de las
fortalezas y oportunidades pueden llevarnos a un cambio sumamente positivo y a
mejorar continuamente. La combinación entre debilidades y amenazas, mal
administrada, puede convertirse en una mezcla letal que pone en riesgo la
actividad y continuidad de la organización. La limitación al crecimiento se
encuentra aquí.
El Análisis CAME: un complemento ideal
Existe una técnica complementaria ampliamente utilizada, denominada Análisis
CAME que consiste en establecer la
estrategia correcta para atacar todos los puntos que hayan
surgido durante el Análisis FODA. Este tema será tratado en otra
publicación. Sin el análisis CAME, la realización de un FODA da una sensación
de incompletitud. De nada sirve tener tantos datos, si no se va a realizar
ninguna acción en consecuencia. La sigla CAME corresponde a las acciones que
deben tomarse para cada parámetro de FODA:
En una publicación anterior
analizamos en qué consiste el Análisis FODA (también conocido en español
como DAFO, o SWOT en inglés), una técnica ampliamente difundida que nos permite obtener una fotografía de
la situación actual, ya sea de una
organización completa como de un proceso específico, una persona o un grupo
de personas. Recordemos que FODA son las iniciales de los cuatro parámetros que
caracterizan a lo que estamos analizando:
Fortalezas (Strengths)
Oportunidades (Opportunities)
Debilidades (Weaknesses)
Amenazas (Threats)
Estos datos, tal como mencionamos, son vertidos en una matriz (la Matriz
FODA). Ahora bien, ya sabemos en dónde estamos parados. Conocemos nuestras fortalezas, pero también nuestras debilidades. Sabemos qué nos amenaza
desde el exterior, y podemos identificar qué oportunidades
existen para explotar. Pero, ¿qué hacemos con eso?.
El Análisis CAME aparece como una herramienta complementaria al Análisis
FODA. En sus propias iniciales está la explicación. Con CAME se busca:
Corregir las
debilidades
Afrontar las amenazas
Mantener las fortalezas
Explotar las
oportunidades
La aplicación de esta técnica puede ser parcial, y estar orientada a
nuestra necesidad específica.
C…corregir las debilidades D
A…afrontar las amenazas A
M…mantener las fortalezas F
E…explotar las oportunidades O
Supongamos que sólo queremos quedarnos en el lugar en donde estamos. Es
decir, continuar trabajando de igual manera.
Lo que sí precisamos es que nuestras fortalezas
se mantengan y que podamos afrontar las amenazas. Esto
sólo nos coloca en una posición defensiva, con el único objetivo de no
empeorar. Aquí no hay lugar para la mejora.
Si, en cambio, deseamos mejorar, apuntaremos a mantener las fortalezas y a explotar las oportunidades. Aumentar
nuestra presencia en el mercado a través, por ejemplo, un nuevo producto o una
versión mejorada de un producto existente. Esta posición ofensiva nos
permite avanzar hacia una mejor situación. Es probable que si logramos un
aprovechamiento exitoso de las oportunidades, nuestras fortalezas se verán
reforzadas o aumentadas.
Existen otros casos en los que deseamos trabajar en la eliminación o
mitigación de los aspectos negativos, nos dedicaremos a corregir las debilidades y afrontar las amenazas.
Estamos adoptando así una posición de supervivencia.
Si sólo buscamos trabajar sobre los aspectos internos, sobre los que
tenemos control, podemos rediseñar nuestros procesos a través de cambios
específicos. Estos cambios deben buscar la eliminación de las debilidades y su transformación en nuevas fortalezas.
En
resumen…
El Análisis CAME es una excelente manera de aprovechar los datos
valiosos que nos brinda un buen Análisis FODA. A la hora de buscar la mejora, existen infinidad de herramientas que pueden
utilizarse. Para el análisis de los aspectos negativos se pueden utilizar herramientas de resolución de problemas, para
detectar la causa raíz de los mismos. Así podemos determinar por qué tenemos
determinada debilidad o por qué nos representa una amenaza un aspecto externo
en particular.
Sobre las fortalezas con las que contamos, y las oportunidades que se
nos presentan podemos utilizar muchas técnicas de mejora. Podemos, además, convertir debilidades en fortalezas, o
amenazas en oportunidades. La versatilidad de este análisis nos permite
adaptarlo a nuestra realidad y aplicarlo de la mejor manera, a través de la
estrategia particular que consideremos adecuada.
Fue el programa martiano, organizador de este evento
el que me propuso el tema de mi intervención: El papel de la ética en las políticas de desarrollo. Se trata de un
tema de suma importancia, en especial para Cuba en un momento en el que el país
establece sus relaciones con los Estados Unidos, se abre a la inversión extranjera además de
promover cambios sustanciales en su economía.
En las primeras
páginas de la Biblia, La Génesis, se encuentra el tema de la ética, el cual
estaba en el centro del bien y del mal. Esto es un símbolo obvio de que toda la organización de la vida humana debe
planearse en torno a principios éticos.
Nacemos
para la libertad, y si somos libres tenemos siempre ante los ojos una
diversidad de opciones; podemos objetar por la opresión o
por la liberación, por la mentira o por la verdad, por la competitividad o por
la solidaridad. Cada una de esas
opciones tanto personales como sociales, se fundamentan en una raíz ética o
antiética, porque como subraya Santo Tomás de Aquino, todos sin excepción
buscamos un bien mayor e incluso cuando practicamos el mal: y el bien mayor es la felicidad.
Pero la ética nos exige una respuesta: ¿busco en mi
felicidad algo que sea a costa de la felicidad ajena? O busco la felicidad de todos aunque mi felicidad se vea coronada por
el sacrificio de mi propia vida.
Sabemos que en este mundo capitalista globo-colonizado, el desarrollo, como bien
analizó Marx, siempre ha significado
mayor acumulación de riquezas en manos privadas, nunca se ha emprendido en
función de las necesidades reales de la mayoría de la población. Se abren calles asfaltadas e iluminadas en
lotes de terrenos vacíos destinados a condominios de lujo, mientras que las
calles populosas de las periferias de las ciudades no merecen ningún tipo de
pavimentación y pasan por ellas canales de desechos humanos.
Tal vez el ejemplo más significativo de la lógica perversa que rige el desarrollo
capitalista sea el hecho extraordinario de que el ser humano haya puesto
los pies en la superficie lunar a un costo de 6 mil millones de dólares,
mientras que aún no se ha logrado poner los nutrientes esenciales en los
estómagos de millones de niños de América Latina, de Asia y de África, clamor
que el Papa Francisco tanto repite.
La razón
instrumental de la modernidad fracasó, porque cedió al pragmatismo del mercado y se distanció de los valores de la
ética. En el capitalismo todo
sistema axiológico constituye un estorbo; la ética solo existe como discurso para engañar a los ingenuos,
como los sellos verdes que marcan la propaganda de las grandes empresas que
devastan el medio ambiente como algunas compañías en Brasil que en noviembre
del año pasado debido a la ruptura de una presa ocurrió el mayor desastre
ecológico de la historia de Brasil al envenenar un río que beneficiaba 3.5
millones de personas, una de nuestras más importantes vías fluviales y ha causado daños evaluables como mínimo en
4 mil millones de dólares.
En el mundo
capitalista el desarrollo es un negocio y no un programa para el mejoramiento
de la calidad de vida de la población; una prueba es la especulación
inmobiliaria. Mientras que la tercera parte de la población de Río de Janeiro
vive en Favelas, en la franja marítima miles de apartamentos permanecen
cerrados durante todo el año y solo se abren en las vacaciones de sus
propietarios, que coinciden con el período veraniego.
En el devenir
del desarrollo capitalista hay un virus que parece imbatible que es la
corrupción. Desgraciadamente Brasil sobresale hoy por ser un país donde la
corrupción contaminó al gobierno y a nuestras mayores empresas como Petrobras.
Hay que recordar que lo mismo ocurre en numerosos países, la diferencia para
mérito de Brasil es que los gobiernos de Lula y Dilma no han movido un solo
dedo para impedir que la policía federal y el ministerio público denuncien e
investiguen a corruptos en los poderes públicos y la iniciativa privada,
incluido presidentes de grandes empresas, ministros de gobiernos y dirigentes del Partido de los Trabajadores.
Toda la historia
del desarrollo brasileño está marcada por el matrimonio de corrupción e
impunidad, por suerte el gobierno del Partido de los Trabajadores ha
promovido su divorcio, establecido la transparencia y ha favorecido prisiones y
castigos en un proceso que desgraciadamente está lejos de llegar a su fin.
Cuba vive actualmente un momento histórico de
grandes transformaciones. Su lógica revolucionaria del desarrollo centrada en
los derechos de la mayoría de la población se
abre a las asociaciones público-privadas.
La construcción del puerto del Mariel, el más
importante de todo el Caribe y quizás de todo el Océano Atlántico, inaugura
nuevas posibilidades para el desarrollo económico. El desarrollo turístico, incrementado por la excelencia de los
servicios sobre todo en el área médica y alto nivel educacional de la mano de obra y también la protección se
encamina como prometedora estrategia de captación de divisa.
Todos sabemos que el gobierno de Cuba se empeña en
resolver el problema de la doble moneda; en resumen estudia y pone a prueba una
serie de nuevas medidas para impulsar el desarrollo de este país.
Lo que tiene de
original la lógica de desarrollo de esta nación es justamente su capital
simbólico, que tiene como bases
valores espirituales como el sentimiento
de libertad e independencia, de cooperación y solidaridad que marca la
historia de este país desde la lucha de los esclavos hasta la implantación del
Estado socialista.
Muchos en el exterior apuestan a que Cuba será una mini China políticamente socialista y
económicamente capitalista.Este
peligro existiría si Cuba abandonara lo más preciado que posee, su capital
simbólico.
Este país no posee grandes recursos naturales y los
pocos que tiene han sido repartidos para garantizar a cada habitante su derecho
a la dignidad como ser humano. Pero
pocas naciones del mundo son ricas como Cuba en capital simbólico
encarnados en figuras como el padre
Félix Varela, José Martí, Ernesto Che Guevara, Raúl y Fidel Castro.
Este capital simbólico no es solo resultado de la
Revolución victoriosa de 1959, la revolución lo potenció pero es consecuencia
de siglos de resistencia del pueblo cubano de los dominadores españoles y
estadounidenses.
Pero no seamos ingenuos, la corrupción no tiene ideología, se inmiscuye en la derecha y en la
izquierda. Es un virus que penetra cuando el revolucionario
pierde su inmunidad ideológica. Y esto
ocurre cuando se despersonaliza fascinado por las funciones que ocupa en la
estructura de poder.
Entonces la corrupción
se torna más importante que la persona y esta hace cualquier cosa para no
perderla, como náufrago que se aferra al tronco en medio de la borrasca
marina.
Corrupto no es solo el que facilite el logro de
intereses que no son de la colectividad; corrupto es también quien se encierra
en su burbuja de cristal y no admite críticas y mucho menos que lo depongan de su supuesta posición de
general para asumir el puesto de simple soldado en las trincheras de la
Revolución.
El corrupto
nace de una ambición desmedida, de la vanidad exagerada, del auto
convencimiento de que es intocable e insustituible que se ampara en la certeza
de la impunidad.
Si la
revolución cubana tiene el propósito de perdurar como un sol del mundo moral,
como la expresión de Luz y Caballero, perfeccionar el socialismo es un desafío,
y la cuestión ética se torna central en los procesos de educación de este país.
Cada cubano debe preguntarse por qué Martí que vivió
casi 15 años en los Estados Unidos no
vendió su alma al imperialismo ascendente. Por qué Fidel y Raúl, hijos de
latifundistas y educados en los mejores colegios de la alta burguesía cubana, no vendieron su alma al enemigo. Por
qué Che Guevara, médico formado en Argentina, revolucionario consagrado en
Cuba, decidió abandonar todas las obras políticas y las comodidades inherentes
al ejercicio de las funciones de poder para internarse anónimamente en las selvas
del Congo y de Bolivia, donde la muerte lo encontró. He aquí la respuesta: la vida de cada uno de nosotros se define por
el sentido que le imprima. Este
sentido solo se transforma en capital simbólico cuando hay sentido de la ética.
El capitalismo con su poderosa máquina de publicidad
quiere que la humanidad solo tenga sentido a
través del tener y no del ser. Quiere
formar consumistas y no ciudadanos.
El giro posmoderno
en antropología se manifiesta fundamentalmente como crítica al realismo
etnográfico. Para los antropólogos posmodernos, el realismo etnográfico se halla vinculado al positivismo,
constituye una expresión de éste[1]. Más allá, pues, de su recusación del realismo etnográfico,
lo que el enfoque reflexivo posmoderno implica
y expresa es, como ha escrito Stephen Tyler (cit. por Reynoso 1996, pág.
44), un rechazo del programa
positivista, del paradigma científico objetivista propio del discurso
etnográfico de las tradiciones estructural funcionalista y funcionalista de la
antropología británica (Hischon 1998).
En su revuelta
antipositivista los antropólogos posmodernos han terminado por sostener
tesis que han sido objeto de merecidas críticas (véase, por ejemplo, Harris
1979 y Reynoso 1996).
Ciertamente, los excesos y las exageraciones del
relativismo radical y del deconstruccionismo
nihilista posmodernos dirigen a la antropología «hacia su disolución»
(Fernández Díaz 1998, pág. 205). Pero, a veces, la reacción contra el
posmodernismo antropológico no ha sabido captar, más allá de sus insensateces,
la importancia de las cuestiones
planteadas y la parte de razón anidada en sus planteamientos, aferrándose a
un cientificismo y a un positivismo trasnochados e insostenibles.
Un ejemplo de esto último lo tenemos en Ernest Gellner (1992), quien ha
realizado una de las críticas más enconadas, irónicas y mordaces de las
arremetidas contra el posmodernismo antropológico. Frente al relativismo
posmoderno, Gellner propugna un
fundamentalismo racionalista ilustrado atendiendo al cual llega a aseverar,
generando ambigüedades con respecto a afirmaciones vertidas en otras partes de
su obra[2],
que la ciencia es un conocimiento «que trasciende a la cultura» (pág. 96), que
está «más allá y fuera de toda cultura» (pág. 102), que «no es sólo el aspecto
cognitivo de esta o aquella cultura», sino «el conocimiento en sí» (pág. 103). Semejantes tesis son erradas y su propuesta
no parece ir más allá de un ingenuo y acrítico positivismo ignorante de lo
llovido durante los últimos decenios en filosofía y epistemología de la ciencia.
Los desarrollos
de las ciencias contemporáneas y los trabajos de Popper, Kuhn, Lakatos y
Feyerabend, entre otros, han hecho
añicos la imagen positivista de la ciencia. Los posmodernos tienen razón en su cuestionamiento del cientificismo positivista.
Pero no han sabido ofrecer una alternativa «científica» a éste. Esto se ha
debido, en parte (véase O’Meara 1989), a su estereotipada visión de «la ciencia», basada en determinados
planteamientos del empirismo lógico, y que en absoluto son representativos
de los desarrollos teóricos de la ciencia contemporánea.
Han identificado ciencia con cientificismo positivista
y, al rechazar éste, han arrojado al niño (los aspectos de la racionalidad científica
de los que todo trabajo empírico o teórico, etnográfico o etnológico, antropológico
en suma, jamás podrá prescindir)[3]
con el agua sucia, resbalando con el jabón hacia el irracionalismo, el
oscurantismo y demás desvaríos conocidos. Por su parte, los positivistas estilo
Gellner tienen razón en su insistencia en que la investigación etnográfica y el
discurso antropológico sean «científicos». Ciertamente, no caben alternativas anticientíficas al cientificismo. Pero
tampoco vale ya parapetarse en la estrecha racionalidad cientificista del
positivismo. ¿Podemos salir de este atolladero, de este dilema?
La antropología futura deberá huir «tanto del rígido y logocéntrico cientifismo
empírico-positivista (…) como del nihilista
relativismo post-moderno» (Fernández Díaz 1998, pág. 217).
Frente al rechazo posmoderno de la epistemología
(véase Rabinow 1986, pág. 321-328), la alternativa al positivismo sólo puede
ser fruto de una reflexión epistemológica sustentada en los desarrollos de las
ciencias contemporáneas, de una reflexión sobre el paradigma científico que debe
guiar el desarrollo de la labor investigadora y las explicaciones e interpretaciones
teóricas: «Los últimos avances de la filosofía
de la ciencia no dejan, pues, lugar a dudas en lo que concierne a la
importancia de los presupuestos paradigmáticos para el desarrollo de un
conocimiento científico efectivo» (Harris 1979, pág. 41).
Los desarrollos
científicos acontecidos durante el siglo XX (como la teoría de la
relatividad de Einstein, la teoría
cuántica de Plank y Heisenberg, la
termodinámica, la teoría de las estructuras disipativas de Prigogine, el principio de complementariedad de Niels Bohr) y las reflexiones
epistemológicas realizadas en torno a ellos han supuesto la emergencia de una racionalidad científica postpositivista.
A partir de una reflexión epistemológica sobre los
desarrollos de la ciencia contemporánea Morin
nos ha mostrado cómo es posible pergeñar un paradigma de la complejidad (una
racionalidad científica más rica y no reduccionista) alternativo al paradigma de simplificación asumido por el positivismo.
La puesta en
juego de los principios epistemológicos complejos podría permitirnos salir
de los callejones sin salida y de las insensateces donde nos abocan tanto los planteamientos
positivistas como los posmodernista, pues, como escribe Marc Augé: «La
complejidad de que nos hablan hoy los físicos es evidentemente el resultado de
un mejoramiento de los medios de investigación y de cálculo: es el pensamiento
lo que se hace complejo al afrontar una realidad que se sustrae a la acción de
los instrumentos demasiado simples. La complejidad que descubren las ciencias
sociales, y especialmente la antropología, no es fundamentalmente diferente»
(1994, págs. 75-76).
Es resaltable en este planteamiento que los principios
epistemológicos antirreduccionistas (pospositivistas, si se quiere) son
«científicos», no surgen de un rechazo de la ciencia, sino de una reflexión epistemológica
de y sobre las ciencias contemporáneas. Paradójicamente, los planteamientos
posmodernista vienen a apartarse radicalmente de la ciencia precisamente cuando
las ciencias han exigido y desarrollado una nueva y más rica racionalidad. La
parte de razón de las reivindicaciones posmodernistas puede ser asumida por la
teoría antropológica dentro de un marco científico, resituando así sus
reivindicaciones en un marco adecuado para su desarrollo y profundización, y salvando,
consiguientemente, sus desmanes.
Es evidente que en este breve texto no puedo mostrar
todas las posibles aplicaciones de los
principios epistemológicos del paradigma de la complejidad a las múltiples cuestiones objeto de debate entre
posmodernos y neopositivistas (puede verse al respecto Solana 2001); por lo
que seguidamente me limitaré tan sólo a bosquejar algunas cuestiones al
respecto, relacionadas con la querella
sobre la recusación posmoderna del objetivismo.
La etnografía se halla sometida a una «gran
paradoja» (Díaz 1991, pág. 13), consistente en que la «autoridad científica» viene dada por la experiencia subjetiva en el
trabajo de campo, el «certificado de
autenticidad» de la objetividad de lo descrito depende de un acto de
subjetividad. Para salir de esta paradoja y no enturbiar la «objetividad
científica», los antropólogos han utilizado
la estrategia de escindir sujeto y objeto orillando u ocultando los aspectos
personales de su trabajo, su subjetividad.
Desde Malinowski (véase Clifford 1981), los etnógrafos se hallaron sometidos al
imperativo de la observación «objetiva», imperativo que conllevaba «un
exacerbado distanciamiento» de la experiencia personal del etnógrafo con
respecto a su objeto de estudio. El «estilo realista» exigía una proyección
«unidimensional» del texto sobre la objetividad, un cierre de la obra en torno
a ésta, de manera que la subjetividad del autor quedase al margen del objeto
referido en el texto.
Los escritos que, como L’Afrique fantôme (1934) de Michael
Leiris, Return to Laughter (1954) de Eleonore Smith Bowen (seudónimo de Laura
Bohannan) o Tristes Trópicos (1955) de
Lévi-Strauss, venían a poner sobre
el tapete la subjetividad del científico fueron marginados.
Pero desde finales de la década de los cincuenta y
durante las dos décadas siguientes se produjo un cambio. Diversas publicaciones
reflexionan sobre las relaciones entre objetividad y subjetividad, obligando a
replantear la cuestión sobre cómo elaborar un texto «objetivo» (ahora entre
comillas)[4].
Además, emerge como subgénero
etnográfico la autorreflexión elaborada a partir de las notas de trabajo de
campo. Estos trabajos contribuyen al
ensanchamiento de la reflexión epistemológica.
Se cuestiona
el análisis de la cultura entendido como mera descripción a partir de datos
obtenidos mediante observación. Se desarrolla la experimentación
etnográfica. Comienza a extenderse la
narración en primera persona, uso hasta entonces considerado como impropio para
un etnógrafo. Se presta atención a lo retórico, a lo autobiográfico, a la
experiencia vivida[5].
Diversos trabajos recurren a un proceder dialogal,
transcribiendo diálogos mantenidos con los informantes y confesando las dudas
aparecidas durante la realización del trabajo de campo[6].
La problematización
posmodernista de la disyunción entre el observador (sujeto) y lo observado
(objeto) presupuesta por la etnografía realista (Strathern 1987, pág. 231) es razonable y compartible. Frente a
ella no caben respuestas tan simplonas como la de Gellner cuando escribe: «Lo
uno o lo otro: o bien hay hechos objetivos (…) o bien no los hay.» (1992,
pág. 89). Como Morin nos enseña, el modo de responder a una simplificación no
es mediante otra, sino con una respuesta compleja capaz de destilar e integrar
(si los hay, y en los casos que nos ocupan, creo que los hay), superándolos y
contrapesándolos, los elementos de verdad contenidos en la posición contraria.
Según Morin (1994, págs. 68-69; y 1995, pág. 316), el trasvase del modelo (determinista,
reduccionista y objetivista) de cientificidad clásica a las ciencias humanas y
sociales operado durante el siglo XIX
tiene como una de sus consecuencias la expulsión del sujeto. Se ha intentado
desterrar al sujeto de la psicología,
reemplazándolo por estímulos y respuestas; desalojarlo
de la historia, eliminando las decisiones y las personalidades para
considerar sólo procesos sociales deterministas; proscribirlo de la antropología y de la sociología, para ver sólo
estructuras y procesos inconscientes.
Pero, como Morin nos ha mostrado, desde finales del
siglo XIX, con la termodinámica, con los desarrollos de la microfísica y la
macrofísica relativista, con los avances de la biología (genética, etología,
ecología), con la teoría de la información (Brillouin), la teoría de sistemas y
el principio antrópico de Brandon Carter, la noción clásica de objetividad (el objeto sustancial, separado del entorno
y del observador, descomponible en elementos aislables, sustanciales y simples)
entra en crisis (se pasa del objeto
y el elemento simple al sistema y a la organización) y se reintroduce al
observador en la observación.
El propio progreso
del conocimiento científico ha terminado por requerir que el observador se
incluya en su observación, es decir, en suma, que el sujeto se introduzca
de forma autocrítica y autorreflexiva en el conocimiento de los objetos.
La objetividad
debe dejar de definirse mediante la exclusión de toda subjetividad.
Muy al contrario, es resultado de determinadas
actividades subjetivas, como las mismas operaciones de objetivación, un ethos
subjetivo de amor y pasión por la verdad, la consciencia del auto-egocentrismo
y el combate contra éste, operaciones de descentramiento e inscripción en
circuitos transubjetivos, y la auto-reflexión crítica. Sin estas actividades
«subjetivas» no hay constitución de objetividad. Por ello: «la referencia y la
apelación al sujeto, lejos de constituir una renuncia a la objetividad,
constituyen una condición para ella. Dar pleno empleo a la subjetividad es dar
pleno empleo también a las cualidades de objetivación.» (Morin 1980, pág. 347).
La objetividad exige, además (Morin 1984, pág. 16),
la comunicación intersubjetiva entre observadores o experimentadores. Para que
exista esta comunicación es necesario una comunidad científica en la que haya un
consenso sobre las reglas de juego (de observación, experimentación,
verificación), sobre los fines del saber y sobre determinados valores y
creencias. Junto a esos aspectos comunitarios de la comunidad (gemeinschaft) de científicos, es necesario que ésta funcione también como una sociedad
(geselschaft) en la que existan aspectos rivalitarios y conflictivos, enfrentamientos
entre teorías.
De este modo, la objetividad, que es el elemento primero y fundador de la verdad y de la
validez de las teorías científicas, puede ser considerada al mismo tiempo
como el último producto de un consenso
sociocultural e histórico de la comunidad/sociedad científica. Como Popper señaló, la objetividad de los
enunciados científicos reside de hecho en que pueden ser intersubjetivamente
sometidos a testación. La objetividad tiene una indefectible dimensión de
construcción intersubjetiva, por lo que no excluye al sujeto humano
socioculturalmente ubicado; no emerge mediante la supresión de la subjetividad,
disociando e incomunicando sujeto y objeto, sino que se constituye en el
circuito dialógico entre ambos.
En la
cuestión del sujeto las ciencias antroposociales han oscilado entre dos paradigmas.
De un lado, un «paradigma objetivista
que pretende fundar la cientificidad antroposociológicasobre el modelo de la ciencia física
(es decir, por la eliminación de toda idea de autonomía, de autocausalidad, de
autoorganización, de individuo y, por ello mismo, a fortiori, de sujeto)»
(Morin 1980, págs. 330). Por otro, un
paradigma subjetivista, metafísico, humanista y antropocéntrico.
Ambos
paradigmas son recusados por Morin. Con respecto al
primero (la negación y el rechazo del sujeto considerado una construcción
metafísica y acientífica), Morin suscribe las críticas a la metafísica del
sujeto y al subjetivismo, pero discierne «la realidad de la subjetividad» de
«la ilusión del subjetivismo» (1980, pág. 328). En su opinión, el sujeto es una
realidad que la ciencia debe conceptualizar y reintegrar, tanto «por arriba» (reintegración
del sujeto observador/conceptuador, entrada antroposocial de todo concepto,
subjetividad necesaria para la objetividad) como «por debajo» (reintegración
del sujeto viviente computante, que le aporta una «base objetiva» al sujeto
observador/conceptuador).
La antropología
debe tomar consciencia de que el antropólogo que estudia otra cultura es
miembro de una sociedad y una cultura que condicionan sus observaciones, por
lo que es necesario introducir la
autorreflexión, la autocrítica y la relativización del sujeto cognoscente en el
proceso de conocimiento. Así, por ejemplo, a la hora de observar o conocer una
cultura el antropólogo debe preguntarse hasta qué punto será válido juzgarla a
partir de sus criterios de racionalidad y de sus valores, ambos pertenecientes
y relativos a su sociedad de procedencia.
Pero esto no
tiene porqué conducir al relativismo ni a la pérdida de la realidad del objeto
de estudio. La asunción de la subjetividad y de la interpretación «no equivale
a la “anarquía relativista” tan execrable para los defensores del materialismo
cultural. No se trata tampoco de postular una fenomenología fuera de todo
control crítico. La relatividad que constatamos no ha de traducirse como
arbitrariedad, como una impunidad absoluta por parte del etnógrafo para contar
e interpretar inventando sobre lo que no se ha visto. Todo lo contrario.» (Díaz
1991, pág. 17). Igual que caben buenos y malos comentarios de un texto, caben
mejores y peores interpretaciones de una cultura o de un fenómeno cultural.
El meollo de
la cuestión está en saber mantener la dialógica. Algo que los antropólogos
posmodernos no han aprendido a hacer. Así, por ejemplo, Tyler (1987, pág. 291)
aboga por borrar la «separación fundamental originaria entre sujeto y objeto»
presupuesta por «la ciencia normal» y propugna, frente a esta separación, la intersubjetividad. Si esto se
plantea y desarrolla bien, puede resultar válido[7].
Pero a partir de aquí Tyler comienza una serie de deslizamientos que terminan
abocándolo a planteamientos absurdos. Pasa a entender la etnografía como
«evocación» y no como representación (mímesis) (1986, pág. 298), con lo que el objeto
es disipado y queda suspendida toda posibilidad de objetividad:
«Ningún objeto de ninguna clase precede y constriñe
a la etnografía. Ella crea sus propios objetos (…) No hay origen fuera del
texto. ¿Sólo literatura, entonces, o una especie rara de crít. lit.? Sí,
literatura (…)» (1986, pág. 312). Y no cualquier literatura, sino que
concluye proponiendo que la etnografía pudiera ser incluso una evocación
heideggeriana escrita en un inglés no lineal, como si fuese chino (Tyler 1986,
pág. 304). Una vez soslayado el blanco inmaculado del realismo ingenuo, la
paleta de colores es amplia, pero Tyler parece tener preferencia por los tonos
fosforitos cuanto más chirriantes mejor[8].
Para Tyler el problema del realismo no es «la complejidad
del así llamado objeto de observación», sino «el fracaso de toda ideología
visualista del discurso referencial» (1986, pág. 305). Pero, en mi opinión, el
problema sí que es la complejidad de la realidad,
complejidad que conlleva la imposibilidad de establecer una disyunción (que no
una distinción) entre sujeto y objeto, y la necesidad de mantener la dialógica
entre ambos. «El deslizamiento hacia el cientificismo o, del otro lado, hacia
el subjetivismo ─escribe Clifford Geertz─, no es sino signo de que la tensión [la
dialógica] ya no puede soportarse, de que se han perdido los nervios y de que
se ha optado por la supresión de, o bien de la propia humanidad, o bien de la
propia racionalidad» (1984-86, pág. 62). Que la antropología disponga de una base
epistemológica satisfactoria depende, en parte, como señala Robert Ulin (1984),
de una correcta resolución de la
dicotomía sujeto/objeto, que evite tanto el objetivismo cientificista como el
relativismo subjetivista y que sea
capaz de integrar
tanto la historicidad de los fenómenos socioculturales como la reflexividad crítica del sujeto cognoscente.
Para continuar trabajando como ciencia social, la antropología debe profundizar
en la complejidad de sus objetos (Augé 1994, pág. 75).
Por tanto, los sanos intentos «posmodernos» por
superar los planteamientos reduccionistas de algunas corrientes de la ciencia
moderna no tienen porqué huir de la ciencia (tachada, como hace Tyler 1987,
pág. 184, como «una forma arcaizante de la consciencia degradada»), pues ésta
misma se ha enriquecido y complejizado. Una estrategia de investigación
antropológica posmoderna (pospositivista) no tiene porqué ser anticientífica, porqué
huir de la ciencia, para refugiarse en
filosofías irracionalistas, en la literatura[9] o
en la estética, sino que puede articularse a partir de los principios epistemológicos
de los que puede proveernos un pensamiento complejo como el que Morin ha
desarrollado a lo largo de su feraz obra.
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[1] «las
tradiciones etnográficas norteamericana y británica convergieron en la
consolidación del
realismo etnográfico como el género para la
antropología, como la “institución literaria” que servía a
los objetivos científicos positivistas» (Clifford 1986,
pág. 176).
[2] En
última instancia, no se termina de saber qué defiende: si, como a veces
sugiere, la independencia
de la ciencia con respecto a la cultura (lo que me
parece un desvarío), o bien que no todos los estilos
de pensamiento son cognitivamente iguales, que desde
una cultura es posible juzgar aspectos de
otras culturas y que unas culturas pueden aceptar
modos de conocimiento surgidos en otras (lo que es
razonable y sostenible). En la obra existe ambigüedad
al respecto. Además, donde Gellner cree, con una arrogante contundencia, que
hay deducciones, resulta no haberlas. No es cierto, por ejemplo, que
el inevitable arraigo histórico-cultural de todo
conocimiento implique ineluctablemente el nihilismo.
Del reconocimiento de la construcción cultural de los
significados no se deriva ineluctablemente,
como cree, su inconmensurabilidad y la consiguiente
igualdad de las culturas.
[3] Entre
otros (como bien señala Teresa San Román 1996, quien afirma “la posibilidad
científica de la
Antropología en el contexto y con las limitaciones de
la posibilidad de existencia de la ciencia”): la
necesidad de ser rigurosos en la operacionalidad de
los conceptos (precisión, definición operacional)
y las entidades teóricas; la exigencia de falsabilidad
de nuestras hipótesis, enfatizando la necesidad
de contrastación empírica; la exigencia de rigor y
coherencia lógica de nuestras hipótesis, enunciados
y razonamientos; el rechazo de las hipótesis ad hoc
como requisito metodológico; y la valoración de
las nuevas hipótesis propuestas, de las alternativas
teóricas, atendiendo a su poder predictivo y a si
abarcan contenido empírico excedente con respecto a
teorías alternativas vigentes.
[4] Además
de la publicación en 1967 de los diarios de Malinowski, con el impacto que
tuvieron, caben
destacarse las siguientes publicaciones: L’Afrique
ambigüe (1957) de Georges Balandier, The Savage
and
the Innocent (1965) de David Maybury-Lewis, Never in Anger (1970) de Jean
Briggs, The Headman
and I (1978) de Jean Paul Dumont y las Reflexiones
sobre un trabajo de campo en Marruecos (1977)
de Paul Rabinow.
[5] Obras
como Le Pacte autobiographique (1975) de Philippe Lejeune y Miroirs d’Encre
(1980) de
Michel Beaujour resultan significativas al respecto.
[6] Caben
citarse, en este sentido, obras como Dialogue des femmes en ethnologie (1977)
de Camille
Lacoste-Dujardin,
Tuhami: Portrait of a Maroccan (1980) de Vincent Crapanzano, Maroccan Dialogues
(1982)
de Kevin Dwyer, Nisa: The Life ands Words of a ¡Kung Woman (1981) de Marjorie
Shostak y Le
Maroc raconté par ses femmes (1984) de Fatima
Mernissi.
[7] Como
señala Robert Ulin (1984, págs. 105-106): «La pérdida de reflexividad en la
filosofía de la
ciencia positivista tiene serias consecuencias para el
observador participante en antropología. Tanto
los procedimientos metodológicos como las preguntas
hechas a los informantes tienen su sentido y su
origen dentro de la forma de vida del investigador, no
de la sociedad nativa. Si los antropólogos no
comprenden el significado de sus prácticas sociales y
reconocen que las preguntas plantean un marco
limitado de respuestas posibles, no harán más que
reproducir su mundo vital en culturas nativas. El
proceso de comprensión no implica sólo la
contemplación de un sujeto objetivado, sino la mediación
de sujeto y objeto a través de la comunicación de dos
formas de vida distintas.».
[8] Ya
había advertido Lévi-Strauss (1965, págs. 260-261) con respecto a la crítica
literaria con
pretensiones estructuralistas (la cual constituye una
de las fuentes de influencia e inspiración de los
antropólogos posmodernos: véase Reynoso 1996) que su
vicio fundamental estribaba «en el hecho de
que con demasiada frecuencia se reduce a un juego de
espejos, donde se hace imposible distinguir el
objeto de su repercusión simbólica en la conciencia
del sujeto.», encerrándose así en un relativismo
subjetivamente encantador, pero carente de «evidencia
externa» y de medios de «verificación
objetiva».
[9] La
tarea principal del seminario de Santa Fe y, consiguientemente, de los escritos
recogidos
en Retóricas de la Antropología, «fue la de introducir
una consciencia literaria en la práctica
etnográfica» (Marcus 1981, pág. 357). Cuán diferentes
podrían haber sido los resultados si la revisión
posmoderna de la cientificidad positivista se hubiese
articulado, no mediante un tratamiento literario
(recurriendo, como escribe Marcus, a una «terapia
literaria») de la etnografía, sino a partir de
una reflexión epistemológica sobre la racionalidad
compleja de la ciencia contemporánea. Pero,
precisamente, una de las características del
posmodernismo antropológico ha sido (véase Llobera
1999, págs. 104-105) su alejamiento (rayano en la
ignorancia) de los desarrollos prácticos y teóricos
Cada día aparecen
más publicaciones sobre
un tema que
parece estar de moda
y que, según se
afirma, representa un giro
con respecto a
la cosmovisión científica tradicional. En
tales publicaciones se
repiten una y
otra vez las características de
este “nuevo modo
de comprender la realidad”, la
importancia que reviste, sus
principios fundamentales, sus representantes más destacados, sus puntos de ruptura
y de continuidad
con el pensamiento epistemológico tradicional e
incluso, frecuentemente, se promulga la necesidad de abandonar ciertas
nociones “caducas” y se invita a
renunciar de inmediato
al “antiguo paradigma”
en favor de
esta “nueva revolución
científica”, representada por lo que se ha dado en llamar “el paradigma de La Complejidad”.[1]
Es necesario señalar, sin embargo, que algunos temas
“tradicionales” como lo es el religioso,
han quedado un
tanto en la
sombra. En lo
que sigue, por
tanto, me ocuparé de examinar la problemática religiosa
desde la perspectiva del “pensamiento
complejo”, enunciada por
el pensador francés
Edgar Morin.
¿Qué lugar
ocupa la religión en
la propuesta epistemológica moriniana?¿Se
mantienen desde esta posición las
críticas a los
enunciados de carácter
metafísico presentes en
gran parte de la
filosofía de la
ciencia del pasado
siglo? ¿Es
consecuente Morin con
sus presupuestos fundamentales? Estas son algunas de las preguntas a las que intentaré responder.
Para
comenzar, dos conceptos
serán de vital
utilidad para el
acercamiento al tema, a
saber, el de pensamiento
complejo y el
de epistemología compleja.
Los abordaré muy brevemente,
destacando sólo aquellas
aristas de utilidad
para el objetivo recién señalado.
Morin define
lo complejo como “
el tejido de
eventos, acciones, interacciones, retroacciones, determinaciones, azares,
que constituyen nuestro
mundo fenoménico” (Morin 2000).
Consecuentemente,
un “pensamiento
complejo” sólo puede
ser aquel que relacione, que religue
lo disjunto, que asuma la paradoja
entre lo uno y lo múltiple, que integre
y reconozca la
presencia de incertidumbres y
contradicciones en el
seno del conocimiento. Para
ello, dispone de siete
principios[2]
básicos de los
cuales abordaremos, cuando sea
pertinente, sólo aquellos
que afecten directamente
la concepción religiosa moriniana. Por
ahora veamos sólo uno.
El principio
de reintroducción del
sujeto como
observador-conceptualizador permite
comprender al conocimiento como una reconstrucción/traducción que hace la
mente/cerebro en una cultura y tiempo determinados. (Morin 1999, P. 101)
Este
principio es uno
de los fundamentales
para complejizar
la epistemología, es decir,
para conocer el conocimiento, tarea que se presenta a Morin como una de las
más importantes del proyecto complejo.
El conocimiento del conocimiento
implica una auto organización
epistemológica “ a través
del bucle de
intercambios, antagonismos, complementaciones, extrapolaciones, etc.,
de los contenidos
de las epistemologías.” (Moreno 2002, p. 125)
La epistemología compleja toma
prestadas aquellas ideas
de Nicholas Rescher[3] según las
cuales, en lugar
de partir de los enunciados
protocolares del positivismo lógico[4]habrá
que considerar un
sistema reticular cuya
estructura no sea jerárquica y
por tanto, sin
niveles más importantes
que otros. A
estas concepciones Morin añade
la idea dinámica
de “recursividad rotativa”.
La epistemología ha de
girar alrededor del problema
de la verdad
pasando de perspectiva
en perspectiva y de verdades parciales
en verdades parciales.
Por esta rotación
se podrá efectuar entonces una rearticulación/reorganización del saber:
“ La epistemología compleja tendrá una competencia
más basta que la clásica, aunque
sin disponer no
obstante de fundamento,
de puesto privilegiado,
ni de un poder
unilateral de control.(…)Se propondrá examinar
no sólo los
instrumentos del conocimiento en
sí mismo, sino
las condiciones de
producción (neurocerebrales, socioculturales) de
los instrumentos del
conocimiento. (…) el
conocimiento del conocimiento no
podrá prescindir de
los logros y problemas de
los conocimientos científicos relativos
al cerebro , la psicología
cognitiva, la inteligencia
artificial, la sociología
del conocimiento etc.,
sino que estos,
para adquirir sentido,
no podrán prescindir de
la dimensión epistemológica: el
conocimiento de los
constituyentes biológicos,
antropológicos,
psicológicos, culturales del conocimiento, no
podrá verse privado de
un conocimiento de
segundo grado referido
a ese mismo
conocimiento.” (Morin 1994, p. 32).
El conocimiento del
conocimiento implica entonces
una “meta-pan-epistemología” tanto
como una “panepistemología”. Meta-pan-epistemología porque, según Morin, supera los marcos de la
epistemología clásica sin dejar de incluirlos y se interesa no
sólo por los
conocimientos científicos sino
que se abre
a otros tipos
de saber. Además, toma en cuenta los conocimientos no racionales al mantener
abierta la problemática de la
verdad considerando toda
pretensión de conocimiento,
todo pseudoconocimiento, error, ilusión o desconocimiento.[5]
Panepistemología porque lejos de
estar suspendida por
encima de otros
conocimientos, la epistemología compleja debe integrarse
en aquellos que
tengan necesidad de
reflexionarse, reconocerse, situarse,
problematizarse[6].
La
urgencia de esta
epistemología parte del
reconocimiento de que la ciencia
actual trabaja con
reducidas parcelas de
la realidad a
través de una variedad
de lentes disciplinares desconectados
entre sí; con
métodos cuyas rígidas
fronteras artificiales producen
ceguera mientras “arrojan luz” sobre
zonas muy particulares de su
objeto de estudio;
con una cosmovisión
que rechaza las
de otras tradiciones descontándolas entre
las fuentes legítimas
de conocimiento. Tal fragmentación
es el resultado de
un largo proceso
de diferenciación que
ha ocurrido en
el campo de la Noosfera, específicamente en el
reino de las
ideas abstractas que
forman una concepción del mundo.
Génesis
noosférica: la emergencia de los dioses.
El
término noosfera[7] es retomado
por Morin para
referirse al mundo
de las ideas, dioses,
saberes, ideas-fuerza etc, que, producidas por
los seres humanos según
su cultura, adquieren vida
propia a través de las creencias y la fe, de tal modo que logran incluso dominar a sus creadores[8].
Este tipo
de autonomía que
cobran las ideas una vez
que han nacido
del espíritu humano, Morin la
encuentra en la concepción de los Números pitagóricos, en las Ideas de
Platón, en el concepto
de Sujeto autotrascendido y
autodeterminado de Hegel, en
los arquetipos que,
según Jung, reinan
en el Inconsciente
colectivo, en el Mundo 3 popperiano, en el Knowledge construct de Wojciechowski, en la
“ecología de las ideas” de
Geoffrey Vickers y
es empleada, según
él, por científicos
como Bateson, Monod, Auger, y otros.
Por su parte, Morin considerará no sólo a la
noosfera poblada de “seres
vivientes”, sino también
“la posibilidad de
una ciencia de
las ideas que sería
al mismo tiempo
una ciencia de
la vida de los “seres
del espíritu”: una noología” (Morin 1992 pp. 109-115)
La
noología partiría “del punto
de vista científico
elemental que objetiva
su objeto de conocimiento;
así, el lenguaje
para el lingüista,
la lógica para
el lógico, el mito
para el mitólogo,
en tanto que
objetos, están dotados
de una realidad
objetiva. Pero esta realidad
objetiva es muy
pobre y no
dispone ni de
autonomía ni de
poder. Hace falta un punto de vista estructural para dotar al lenguaje o
al mito de una virtud autoestructurante
(…) hace falta
un punto de
vista sistémico para
darles a estos objetos la organización compleja de
sistema”[9]
En la elaboración
de esta noología,
Morin considerará a
los productos del espíritu no sólo como entidades
objetivas, sino como suprarealidades que
emergen a partir de las actividades antroposociales. La noosfera participa
de modo recursivo[10]
en el bucle autogenerador
de la sociedad
y el individuo;
sus entidades se
reproducen a través de la educación y se propagan a través del
proselitismo.
Para
Morin, es en
la noosfera donde
los mitos, dioses
e ideas se auto trascienden gracias a
la increíble energía
psíquica que obtienen
de nuestros temores y
deseos. De este
modo, se establece
una relación de
recíproca posesión entre los
seres humanos y sus dioses: estos últimos exigen adoración a cambio de su ayuda.
También las ideas producidas por el
pensamiento racional logran adquirir poder cuando, de modo inadvertido,
se convierten en
providenciales fundando religiones terrenales.
Los mitos
que habitan la
noosfera han nacido
de la actitud
humana ante la muerte. La conciencia
de la muerte
provoca, según Morin,
tal horror que
sólo se supera con
la creación de
mitos según los
cuales el individuo sobrevive,
sea como espectro o
como doble, sea
porque renace como humano
o como animal; posteriormente se producen
las concepciones históricas
de salvación (Morin
2001,p.52)
Los
habitantes de la
noosfera, sean ideas,
imágenes, signos, símbolos, mensajes o figuraciones, permiten el contacto del ser humano con la
sociedad, con el mundo y consigo mismo. En este sentido, la noosfera tiene una entrada subjetiva, una misión transubjetiva y
resulta un constituyente objetivo de la realidad humana, además de un
medio que conduce
el conocimiento humano[11].
Es por ello
que los mitos, símbolos e
ideas se han
vuelto indispensables para
nuestra vida social:
símbolos, ideas y mitos, son los
creadores del universo en que habitan nuestros espíritus. Así, a la decadencia
de los mitos
arcaicos les siguió
la nueva noosfera
de las grandes religiones de
la antigüedad y
la de los
tiempos modernos, pues,
aunque en la modernidad
el área de
las religiones se
ha reducido, han proliferado,
en cambio, las ideologías, las ideas abstractas, el
desarrollo científico y técnico,
como el del universo imaginario de la literatura, el cine, la televisión[12] .
(Morin 1992, p.117)
Aunque
de naturaleza espiritual,
los seres de la noosfera
están materialmente enraizados:
“De
igual modo que
la información sigue
teniendo un soporte
físico/energético al mismo tiempo
que es inmaterial,
igualmente el mito, el dios,
la idea tienen
un soporte físico/energético en
los cerebros humanos
y se concretizan
a partir de la materialidad de
los intercambios químico-eléctricos del cerebro, los
sonidos de la palabra, las inscripciones. Disponen sobre
todo de un soporte biológico constituido por estos mismos
cerebros, y es
esto lo que
les va a
insuflar una vida
propia” (Morin 1992, p.119)
Morin encuentra aún otra analogía: la que se establece entre los productos de la noosfera y
los de la biosfera. Del mismo modo que esta última posee una variedad extraordinaria
(“del virus a la secoya, de la pulga al elefante”), la noosfera está poblada por muy diversas
especies: fantasmas, símbolos, mitos, ideas, figuraciones estéticas, seres
matemáticos, asociaciones poéticas, concatenaciones lógicas etc. No
obstante, la noosfera no
es tan afortunada
como la biosfera
en términos de
comprensión humana: si bien la organización nucleoproteinada permite
captar la diversidad viviente, el
estado actual del
conocimiento no permite
reconocer su unidad.
Como ya se
dijo, las disciplinas cortan el dominio noosférico fragmentándolo.
Morin distingue
dos grandes tipos
de entidades de
organización que han resultado ser
fuertes y duraderas: las
primeras son las
“entidades cosmo-bio-antropomorfas, mitos y
religiones pobladas de
seres de apariencia
animal o humana (genios, espíritus, dioses)”, mientras
que las segundas son las “entidades logomorfas, doctrinas, teorías, filosofías,
que son sistemas
de ideas”.
De
hecho, existe una
doble implicación: en el
aparente desorden y
multiplicidad de sentidos
que se dan en la proliferación onírica,
existe una lógica
subterránea un discurso
analógico/metafórico, una
lógica organizadora propia,
una filosofía subyacente
en mitos y
religiones. Del mismo modo, en la
más abstracta de las teorías puede haber mitos ocultos, poesía e imaginación. Además,
ambas entidades tienen en común
la autoorganización, disponen de
una maquinaria compleja constituida por un lenguaje y una lógica.[13]
Desde el punto de vista noosférico, las entidades
cosmo-bio-antropomorfas se autotrascienden
a partir de
la energía psíquica
que obtienen gracias
a nuestros deseos y
temores[14]
; desde el
punto de vista
psicológico son proyecciones
por los mismos motivos.
Es así como,
aun cuando son
productos culturales, retroactúan dominando a
los espíritus/cerebros rigiendo
los destinos humanos
y
ofreciendo inmortalidad a cambio
de amor y
obediencia. La vida de
los dioses depende
de la comunidad creyente
y su existencia
se encuentra dentro
de los límites
de dicha comunidad. La muerte
de los humanos
traería la muerte
de los dioses.
Los dioses llegan a poseer individualidad, identidad, psicología,
corporalidad incluso. Los dioses:
“Actúan,
intervienen, piden, escuchan.
Están realmente presentes
en las ceremonias religiosas
(…) se incardinan,
hablan, exigen (…)
reinan, ordenan sacrificios, se
regocijan. (…) están recíprocamente a nuestro servicio (…) Poseemos a los dioses que
nos poseen. Hay
pues, efectivamente, una
relación de simbiosis,
de parasitismo mutuo, de
explotación mutua (la
más de las
veces muy desigual)
entre dioses y humanos
(…) Los dioses
monoteístas, es decir
monopolistas, son terriblemente celosos,
sobre todo
de sus sosias
que quieren usurpar
su puesto: intentan asesinarse
unos a otros
y desencadenan la
masacre de los
infieles, que no son otros que los fieles de su rival.” (Morin 1992, p.123)
Morin
señala que con
el advenimiento de la
civilización laica, los dioses, los mitos
y la religión
se han infiltrado
en la razón
y en la
ciencia, convirtiéndolas en entidades
providenciales que aseguran
el progreso de la humanidad
(Morin 2001,p.242). Ante este
fenómeno “hipostático”, Morin adopta una posición clara y definida.
El
evangelio de la perdición. Hacia una religión de tercer tipo.
Morin
participa de la
idea metafísica, comúnmente
aceptada en el terreno
científico, según la cual la creación
del universo es el resultado de un accidente y no de ninguna voluntad divina[15] . Del mismo modo, la materia organizada del
universo es tan sólo una ínfima parte de la materia conocida que, a su vez, es
también una mínima parte de la realidad material del universo.
Según esta cosmovisión, las emergencias que surgen
de organizaciones entre entidades materiales (átomos, moléculas, astros, seres
vivientes), es decir, la vida, la conciencia,
la belleza, el
amor, aun cuando
tienen valor para
nosotros, son perecederas y, a
pesar de lo
fundamentales que son
para nosotros, carecen
de fundamento.[16]
El hecho de
que todo esté
destinado a morir implica, para
Morin, la no-existencia de
la Salvación en
ningún sentido: ni en
el sentido de
las religiones que prometen la inmortalidad, ni en el de
la salvación terrestre que prometiera la
religión comunista, es decir,
no existe “una
solución social donde la
vida de cada
uno y de todos será liberada de la desgracia, de la
alea, de la tragedia”. Se ha de
renunciar por tanto definitivamente a
toda salvación y,
del mismo modo,
se ha de
renunciar a las promesas
infinitas[17]. La
existencia del mundo físico, de
la existencia viviente,
y de la felicidad humana se pagan al precio de la degradación, del
desperdicio de la ruina.
Para Morin:
“No
estamos en marcha
sobre un camino
señalado, no estamos teleguiados por
la ley del
progreso, no tenemos
ni Mesías ni
salvación, caminamos entre la noche y la niebla” (Morin y Kern 1993, p.197)
A su juicio
es posible, sin
embargo, tener “ideas–faros”, valores
elegidos y estrategias que
se enriquezcan en la medida
en que se
modifican; también existen aspiraciones, voluntad, coraje. Pero a pesar de toda esperanza no existe
recompensa final;navegamos
en un océano
de desesperanza; nuestro
vagar por el
mundo está condenado al
aquí-abajo, al destino terrestre.
Sin embargo, la idea de un “más allá” no queda
excluida, pues puede buscarse un “más
allá” que no esté fuera del mundo sino en él; un más allá del hic et nunc, de la miseria, de la desgracia.
Para ello, habría que revalorizar los
momentos auténticos, extáticos,
poéticos de la
existencia. El ser
humano asumiría su ser-ahí
(dasein) sin saber por
qué; la carencia
de certeza haría
que se multiplicaran las
fuentes de angustia y
cada vez habría
más necesidad de fraternidad, participación para rechazarlas. Aquí
Morin recurre a la
propuesta cristiana que
parte del amor
como experiencia fundamentalmente positiva
del ser humano,
no obstante, el
amor serviría para “ripostar“ y
no para “responder” a esta angustia.
En
este punto Morin
anuncia su mala
noticia: estamos perdidos, irremediablemente perdidos.
Sin embargo, a
su juicio, puede
partirse de esta pésima noticia para construir la buena.
La buena noticia radica en nuestra pertenencia a una patria: el planeta en que vivimos y en el cual los seres humanos deben reconocer su casa
común; si bien no es un paraíso
terrestre es al menos el lugar donde moriremos.
Es por ello que debemos civilizar la tierra, cultivar nuestro jardín terrestre:
“El
evangelio de los
hombres perdidos y
de la tierra-patria
nos dice: seamos
humanos, no porque
seremos salvados, sino
porque estamos perdidos.
Seamos hermanos, para vivir auténticamente nuestra comunidad de destino,
de vida y muerte terrenas”[18]
Morin
afirma que la idea
de salvación surge a partir
del rechazo de la conciencia
de la perdición y, por esta razón,
toda religión que postule la vida después de la muerte lleva implícita
la idea de la irreparabilidad de la muerte. En su opinión, el “evangelio de
la perdición” sería
capaz, a partir
de esta conciencia,
de regenerar el mensaje de compasión y conmiseración que
proponía Jesús de Nazareth. Del mismo modo que el mensaje cristiano, el evangelio
moriniano es una
llamada de fraternidad “para que
todos la escuchen”.
Esta fraternización sólo puede
tener lugar luego
de vencer la repulsión ante quienes no comparten nuestras ideas, normas
o tabúes; sólo así se
podrá vencer la
hostilidad que nos provoca
el extranjero sobre
quien proyectamos nuestros miedos
de lo desconocido
y de lo
extraño. El evangelio
de la fraternidad “es a
la ética lo
que la complejidad
es al pensamiento:
esta llama a no fraccionar ni
separar más, sino a reunir,
y es intrínsecamente re-ligiosa
en el sentido literal del término.” (Morin y Kern
1993, p.205)
Con todo, el
evangelio de la perdición se define en “términos opuestos” a los de la religión
en su sentido ordinario y se distingue
de otros dos tipos de religión. Las religiones
con fe en
un dios supremo
o en dioses,
con cultos y
ritos de veneración, serían religiones de primer tipo.
Un segundo
tipo de religión, aunque se ignora como tal, prescinde de aquellas divinidades. Este
es el caso
de las religiones
terrestres segregadas por
los estados-naciones[19],
por la esfera racional, laica,
científica. Así, ejemplifica Morin, Robespierre
quería una religión
de la razón,
Augusto Comte creyó
fundar una religión
de la humanidad y Marx creó
una religión de salvación terrestre que
se proclamaba ciencia.
Malraux, por su parte anunciaba la religiosidad del
siglo XXI sin ver que el siglo XX era fanáticamente religioso. Morin rechaza
también a estas religiones de segundo
tipo (providenciales y de salvación)
y propone, en
cambio, fundar una religión
de tercer tipo.
A su juicio,
para continuar el proyecto
de civilización se
precisa “ de una
fuerza comunicante y comulgante”; se precisa de un impulso
religioso que permita religar los espíritus de los seres humanos entre sí. El
evangelio de los hombres perdidos, sostiene Morin, podría dar vida a
una especie de
religión de la
perdición que rompiera
con las religiones
de salvación pero que, sin embargo colaborara con ellas sobre la base de la fraternidad que les es
común. La misión de esta religión de anti-salvación sería civilizar la tierra, lograr la unidad
humana y salvaguardar su diversidad[20].
Sería una religión, señala Morin, que asegurara y no
prohibiera el pleno empleo de un pensamiento
racional, una religión que
tomara a cargo
el pensamiento laico, problematizante y autocrítico salido
del Renacimiento europeo[21]
. Sería una religión en el sentido mínimo del término, que no fuera una reducción a lo racional sino
que, por el contrario, tuviera
algo que sobrepasara
lo racional, participaría
en eso que
nos sobrepasa: “a lo
que Pascal llamaba
claridad y que
se puede llamar
también compasión”. Sería
una religión que
comprendiera un sentimiento
místico, que tal
vez llamaría a un
ritual, una religión sin
dios que revelaría
la presencia del
misterio; una religión sin
revelación; de conmiseración
(como el budismo)
y de amor
(como el cristianismo, pero
sin salvación[22] ni inmortalidad/resurrección ni
liberación por engullimiento (engloutissement) del yo[23].
Sería
una religión de profundidades (“las comunidades
de sufrimiento y muerte”); una religión sin verdad primera ni verdad final (“no sabemos
porqué el mundo
es mundo, porqué
estamos en el
mundo, por qué desapareceremos en
él, no sabemos
quiénes somos”). Sería
una religión sin providencia ni
porvenir radiante pero
que, aun así,
nos liara unos
a otros en la aventura desconocida;
una religión sin
promesas aunque con raíces en
nuestra civilización, en la
historia planetaria, en
la especie humana,
en las estrellas
(“que forjaron los átomos
que nos constituyen,
raíces en el cosmos donde
aparecieron las partículas que
constituyen nuestros átomos”).
Sería
una religión con fe
pero que, a diferencia de otras religiones que
sustituyen la duda por el fanatismo,
reconocería en su seno y
dialogaría con la
duda. Sería una
religión que asumiera
la incertidumbre. Sería una religión
abierta sobre el
abismo, que reconociera
a la tierra-patria
como hogar común. Sería una religión terrena y no supraterrestre; una
religión de liberación, fraternidad,
salvaguarda y salvamento,
pero no de
salvación si esto
significa escapar de la
perdición. (Morin y Kern 1993)
Crítica
a la concepción religiosa del pensamiento complejo
Como se ha
visto, la noción de
Noosfera sirve a Morin para
mostrar el origen común
de entidades matemáticas,
ideas racionales(logomorfas),así como
el de dioses, mitos
etc.
(cosmo-bio-antropomorfas)…
Ambos tipos de
entidad no sólo son objetivas (existen realmente para sus
seguidores) sino que pueden adquirir
autonomía y poder.
Desde
una perspectiva psicológica,
Morin considera a los dioses
como el resultado de
proyecciones humanas a
partir de las cuales han
sido entronados y configurados en
correspondencia con la
cultura concreta e históricamente
condicionada en que tuvieron origen.
Hay que señalar
que esta concepción
que sostiene Morin
no es nueva.
Se inserta en una tradición
filosófica que puede
ubicarse en la
Grecia Antigua con
las críticas de Jenófanes, y
resurge con fuerza
en pensadores modernos
como Feuerbach, Marx, Engels,
Freud, etc.
Sin
embargo, Paul Feyerabend, ha
mostrado cuán frecuentemente se
asume que el origen y fundamento de la religión se encuentra sobre la
base de proyecciones, aun cuando los supuestos que subyacen en esta afirmación
no han sido debidamente examinados. Este
filósofo mostraba también
cómo Jenófanes, lejos
de ofrecer argumentos contra la
existencia de los dioses “configurados” por diversas culturas, se limitaba a
enumerarlos, para luego sustituirlos por un solo Dios deshumanizado[24] .
A
diferencia de Jenófanes,
Morin no pretende
ofrecer una divinidad
con características atípicas y
rasgos inhumanos; se limita
a postular el
origen de los dioses en los cerebros humanos y a negar su
existencia trascendente; pero para ello no
toma en cuenta
que de la
existencia de una divinidad
(o divinidades) trascendente(s) nada
puede decirse, aun
cuando se verifiquen
mecanismos defensivos en el campo religioso.
Naturalmente, es muy posible que los dioses hayan nacido en
la noosfera, es incluso
probable que sean el resultado
de proyecciones humanas; pero pretender
comprender la psicología
de la religión
estrictamente sobre esta base es generalizar
un mecanismo que, por otra parte, suele encontrase también en la vida psíquica
de los no creyentes.
El campo religioso es una esfera de actuación donde el
ser humano se
expresa y no
una entidad colocada
fuera de este
que supuestamente le secuestra y transforma. Esto significa que si en
ella se manifiesta la proyección, también lo hace en el campo secular[25] ;
que si el fanatismo, el dogmatismo, y
el fundamentalismo se
verifican en la
esfera religiosa[26], también
lo hacen en la esfera política.[27]
Y que, finalmente,
estas expresiones no
dicen absolutamente nada de la existencia o ausencia de divinidad
alguna, cualquiera que esta sea.[28] Hay
que señalar, no obstante, que la admisión de la autotrascendencia de los dioses
a partir de la energía psíquica que extraen de sus fieles presupone otorgarles un
lugar en el
mundo. De esta
manera Morin supera
formidablemente (y siempre consecuentemente con
lo que expone
su concepción compleja)
el paradigma tradicional de la
vulgata positivista (desde
una perspectiva incluso
pragmática), y propicia un marco
teórico que permite la convivencia pacífica
de teorías provenientes de
tradiciones diversas, a
pesar de mantenerse
en la línea de quienes
admiten la superioridad del
juego científico ante
otros juegos. Pero
al negar radicalmente
la existencia de alguna
divinidad trascendente con
independencia de la
noosfera que describe, la
racionalidad moriniana queda
muy por debajo
de las propuestas
del positivismo lógico al respecto.
Recordemos
que, desde la
esfera de reflexión
filosófica sobre la
ciencia, los positivistas lógicos no
ponían en tela
de juicio la
verdad o falsedad
de las proposiciones
metafísicas: éstas, sencillamente, carecían de sentido; Wittgenstein, por
su parte, sentenciaba en su Tractatus : “ante aquello de lo que nada puede decirse, es
mejor callarse”; luego Popper
excluiría del campo
del saber
científico a las proposiciones metafísicas y,
consecuentemente, del mismo
modo que a
los enunciados teológicos
expulsaría también a la teoría de la evolución darwiniana, a las teorías
psicoanalíticas freudianas y a la
dialéctica historicista del
marxismo (Popper 1977; 1992;
1994). Pero no es nada de esto lo que
hace Morin.
Si el
problema religioso en la filosofía de la ciencia, desde el positivismo
lógico a los programas
de investigación Lakatianos
quedaba al margen
del perímetro de lo científico (perímetro
que el mismo
Morin pone en
cuestión una y otra vez),
muy diferente es la
negación tajante de
afirmaciones sobre zonas
ajenas al campo
de lo empírico; y Morin, quien no trae los atuendos de quién ha
estado en estas zonas (si se me permite
parafrasear a Ortega
y Gasset en
su hermoso ensayo
sobre el misticismo, Cf.
su 1993 pp.
87-93), no duda
declararse implícitamente el
portador de tales verdades supra
empíricas.
En resumen: mientras en la filosofía de la ciencia
se tenía claro que
los criterios de
demarcación presuponen el
silencio ante todo
lo que quede fuera
del propio límite
que estos establecen,
Morin saca a
la luz, sin
pudor ninguno, afirmaciones
propias del carácter
dogmático de las
ideologías (religiosas o no) que él mismo critica.
Por otra parte,
si la epistemología
compleja, como declara
Morin de modo contradictorio, se propone tomar en cuenta
no importa que tipo de conocimiento para integrarlo en su
proyecto articulador, esencialmente
transdiciplinar, cabe preguntarse cuál será el criterio de selección al interior del proyecto
moriniano y , asimismo, dado el sinnúmero
de creencias y
proposiciones excluyentes en
el seno de
la miríada de tradiciones extracientíficas
existentes, cuál teoría extracientífica ha de ser rechazada y
por qué.
Para mostrar la importancia que, a mi juicio, tienen
estas preguntas intentaré ejemplificar mi punto a partir de la asunción que
Morin hace de la relativamente nueva teoría de la autoorganización[29]
en su propia propuesta epistemológica:
Aplicándola
a los marcos
del enfoque que
promulga, Morin sostiene
que las estructuras a priori del
intelecto se habrían formado
por un
juego de inter-retroacciones, modificándose
en su incesante
contacto con la
realidad. Así, si
para Kant existen unas formas a
priori de la sensibilidad y unas categorías que permiten al ser humano
organizar el caos
de impresiones que
recibe del mundo
exterior, para Morin estas
formas se habrían
conformado precisamente en
el contacto con
una realidad portadora de
las propiedades que Kant ubica
en la psiquis
humana.[30]
Pero Morin no
valora la posibilidad
de que los
dioses y mitos
hayan llegado a
la noosfera precisamente por el mismo camino que él describe: a partir
de interretroacciones con los creyentes. En
otras palabras, Morin
no sabe si
los religiosos, místicos[31], etc., interactúan
con una “realidad diferente” poblada de dioses a los cuales introyectan. A menos que
Morin ofrezca un
criterio demarcador, estas últimas
afirmaciones podrían sostenerse.
Por otra parte, pienso que cuando Morin se refiere al componente mítico de la investigación científica,
o al componente
religioso de la
verdad, incluso cuando propone que
la ciencia tome
en cuenta todo
tipo de proposiciones, sean
estas científicas o no, no está haciendo, en lo absoluto, una concesión
de tipo moral como la que desea el
filósofo norteamericano Tristram
Engelhard (con quién,
por supuesto, habría que estar de
acuerdo)[32].
Un examen desprejuiciado de la historia de la
ciencia arrojaría un sinnúmero
de ejemplos que
permitirían ver cómo
las creencias e
ideas religiosas de algunos científicos han “colaborado” en la
configuración de sus teorías.[33]
En este sentido,
el historiador y
estudioso de la ciencia
Alexander Koyré ha puesto
de manifiesto cómo
concepciones filosóficas, científicas
y religiosas están estrechamente relacionadas. De hecho, ha mostrado que la influencia del
pensamiento científico y la
visión del mundo que éste
determina, se encuentra tanto
en sistemas como los de Descartes
o Leibniz, como en el propio seno de la mística. Así, la mística de
Böhme es “rigurosamente
incomprensible” sin referencia
a la nueva
cosmología creada por Copérnico.
Esta cosmovisión Copernicana, más allá de una nueva imagen del mundo, propicia además un nuevo sentimiento del ser pues “el
paso del sol al centro del
mundo expresa el
renacimiento de la
metafísica de la luz, y eleva
a la Tierra a la categoría de los
astros”. (Koyré 1990, P- 4)
Feyerabend, por
su parte, ha
afirmado que cuando Copérnico
introdujo su visión nueva del
universo, “no consultó predecesores
científicos [sino] a un pitagórico loco
como Filolao. Adoptó sus ideas y las mantuvo en oposición a toda regla
adecuada de razonamiento científico. La mecánica
y la óptica
deben mucho a
los artesanos, la medicina,
las parteras y
brujas.
Y en nuestro
propio tiempo hemos
visto como la interferencia del Estado puede
[hacer] avanzar la ciencia: cuando
los comunistas chinos se negaron
a ser intimidados por el juicio de los expertos y ordenaron traer la medicina tradicional
de vuelta a las universidades
y hospitales, hubo
una protesta mundial (y
se dijo) que
la ciencia se
arruinaba en China.
Ocurrió justamente lo contrario: la ciencia
china avanzó y la ciencia
occidental aprendió de
ella.” (Feyerabend 2001)
También
la obra de Kepler(1571-1630), proveniente de una concepción nueva del orden cósmico, estaba “ fundada ella misma en la renovada idea de
un Dios geó-metra, y es
la unión de la teología
cristiana con el pensamiento de
Proclo lo que permite
al gran astrónomo
liberarse de la obsesión
de la circularidad que
había dominado el pensamiento
antiguo y medieval
(incluso el de
Copérnico)(…)No se comprende
verdaderamente la obra del astrónomo ni la del matemático si no se la ve imbuida del
pensamiento del filósofo
y del teólogo.
(…)”.
Por su parte,
la revolución metodológica
cartesiana “procede también
de una concepción nueva
del saber; a través
de la intuición
de la infinitud
divina, Descartes [1594-1650] llega
a su gran descubrimiento del carácter positivo de
la noción de infinito que domina su lógica y su matemática. Por último, la idea filosófica -y teológica- de lo posible, intermediaria entre el
ser y la
nada, permitirá a
Leibniz [1646-1716] hacer
caso omiso de
los escrúpulos que habían
detenido a Pascal.” (Koyré 1990, P-5)
Esto no significa,
no obstante, que
las cosmovisiones religiosas
hayan sido siempre fieles
colaboradoras de las teorías filosóficas o científicas, a las que aportaría necesariamente una
sabiduría providencial[34]. Lo
que se sugiere
es que las cosmovisiones
religiosas, filosóficas y científicas no existen independientes de la labor del
investigador, cualquiera que sea el
campo en que este se desarrolla, sino que, por el contrario, condicionan esta
práctica. De hecho, podrían señalarse también casos en que las
convicciones religiosas paralizaron
el pensamiento crítico.
Así,
Tycho Brahe contemporáneo de
Kepler no acepta
la cosmología heliocéntrica
de este último,
no sólo porque consideraba
que tal cosmología
no refutaba a
las teorías físicas
de su tiempo, anterior
a la revolución
científica del siglo
XVII, sino porque sus
convicciones religiosas le impedían contradecir a las Santas Escrituras.[35]
De
cualquier modo, la
obra kepleriana no
era “enteramente científica”
pues “está profundamente inspirada en
la idea de
la armonía, en
la idea de
que Dios ha organizado el mundo según las leyes de la
armonía matemática; esto es para Kepler
la clave de la estructura del Universo.
En cuanto a los lugares respectivos que atribuye al Sol
y a la Tierra es, por supuesto, copernicano y por la misma razón que Copérnico: el Sol para él representa a
Dios, es el Dios visible del universo, símbolo del Dios creador que se
expresa en el universo creado, y es por esto por lo que es necesario que esté
en el centro de éste.” [36]
Ya en el
siglo XIX, el
célebre astrónomo británico John
Herschel [1792-1871] señalaba en
su A Preliminary
Discourse on The Study
of Natural Philosophy
(1830) que sólo había que observar la historia de la ciencia para ver
como las especulaciones en
apariencia inútiles pueden
conducir a las
más importantes aplicaciones
prácticas.
¿Qué había más inútil en apariencia, se preguntaba Herschel,
que las especulaciones de la geometría antigua sobre las propiedades de las
secciones cónicas o los sueños de
Kepler sobre las
armonías numéricas del
universo? Sin embargo
fue en estas especulaciones que
se apoyó el sabio
polaco para llegar
al conocimiento del movimiento elíptico
de los planetas
y a la
ley de gravitación
y a sus
espléndidas consecuencias.
También las ideas
de los alquimistas
y sus prácticas
experimentales arrojaron
resultados que luego
serían tomados en
consideración por la
química y la física modernas[37].
(Saint-Sernin 2002, pp. 50-51)
En The Foundations of Newton’s
Alchemy or ‘The Hunting of
the Green Lyon’ (1975), primer estudio sistemático sobre la influencia de la alquimia en
Newton, Betty Jo Teeter
Dobbs establece que la noción
de fuerza de
atracción en la
mecánica celeste de Newton
[1642-1727] toma prestados sus principales rasgos
de los “principios activos”
de la tradición
alquímica y hermética. Newton conocía
toda la literatura alquímica
griega, árabe, medieval
y del Renacimiento. Había leído
a los rosacruces y
a los alquimistas
aristotélicos, neoplatónicos y
mecanicistas, además, conocía la
medicina alquímica. Dobbs
suscribe la tesis del Richard
S. Westfall, el biógrafo
y comentarista más
reputado de Newton, autor
de Newton and
the Hermetic Tradition, según
la cual “fue
el matrimonio de la
tradición hermética y
de la filosofía mecánica quién
dio origen a
la ciencia moderna”.
De hecho, Newton
soñaba con un sistema
dinámico de la
naturaleza que incluyera
las fuerzas cuya
existencia le había sido
revelada en su
trabajo alquímico. Esta
no es, sin
embargo, la imagen
que se tiene del
sabio británico pues
el siglo de
las luces popularizó
una imagen exclusivamente mecanicista
que sólo ve
en Newton al
más grande de
los físicos matemáticos modernos.
Recordemos que incluso el físico,
filósofo e historiador de la ciencia Pierre Duhem, quién promulgara la
idea de que la mecánica y la física de
los tiempos modernos fueron el resultado de una serie de mejoras
ininterrumpidas salidas del corazón de las escuelas medievales[38],
desconocía la existencia de los manuscritos alquímicos de Newton (Saint-Sernin
2002, pp. 40-46).
Cien
años después de
la muerte de Newton, la ciencia y
la teología todavía estaban mezcladas para muchos científicos
de la época. En su Historia de la
biología, el biólogo alemán
Ernst Mayr recuerda
que tratados científicos
de geología como
los de Sedwick, Auckland,
Murchinson o el
naturalista Agassiz, “se
presentaban como ejercicios de
teología natural. Esto también
es cierto para
los Principles of
Geology (1833) de Lyell
[1795-1875]”[39]
Podría pensarse que los ejemplos hasta aquí expuestos,
tomados de los siglos XVI al XIX,
han sido elegidos
por pertenecer a
un período dominado
aun por las cosmovisiones religiosas.
Sin embargo, el
antropólogo francés Gilbert
Durand ha puesto de
manifiesto cómo también
en la ciencia del siglo
XX, marcada por
una cosmovisión secular y positivista, y construida con un espíritu
académico en cuyo seno se moldea la ideología de los científicos, subordinándola
a los estrechos marcos de lo estrictamente
verificable, algunos sabios
han construido una
nueva concepción del mundo que encuentra analogías en el
pensamiento religioso oriental.
Así, el físico teórico danés Niels Bohr “recurre
a un modelo chino inmemorial, el del taoísmo”[40], mientras
que el físico
austriaco “Edwin Schrödinger
se refiere al Vedanta
para dar cuenta de las estructuras de la física más moderna”. El físico francés
Olivier Costa de Beauregard, por su parte, reconocía que “las mil y una
paradojas de la mecánica
cuántica, admirablemente verificadas
por la experiencia
y cuya interpretación es
generalmente imposible en el marco de una metafísica “realista a la occidental”,
lo incitaban a recurrir a “una metafísica cercana a la maya del hinduismo”.
Durand
concluye que la física de vanguardia ha encontrado esquemas directivos de su
propio pensamiento “no
en el positivismo
pedagógico de Occidente,
en su binarismo
aristotélico, en sus
“formas a priori”
newtonianas y euclidianas,
en su determinismo galileano, sino
en los mitos
fundadores llegados de
otras partes o
de antes de las
conceptualizaciones del siglo
XVII de Galileo
y de Descartes”,
como es el caso
del hermetismo,
estudiado por Françoise
Bonardel en su
Philosophie de l ́ Alchimie (Durand 2003 pp. 39-40)
Estos ejemplos muestran que cuando Morin propone
tomar en consideración el conocimiento aportado por otras tradiciones para
lograr un acercamiento a la realidad mucho
más rico, en realidad
se suma a
las múltiples voces
que han expuesto
la necesidad de despositivizar el conocimiento para hacerlo más
humano, es decir, para hacerlo más adecuado[41].
De
hecho, del mismo
modo que Paul
Feyerabend (1975;1996) y Daniel
Andler, Morin reconoce la ausencia de un criterio definitivo de ciencia[42] y se
limita a recocer
un par de
características del juego
científico: la crítica
y los tribunales de la
verificación/refutación.
Lo
cierto es que
Morin no sólo
no niega la importancia
de las proposiciones extracientíficas en el área del
conocimiento científico, sino que encuentra
convicciones religiosas y vívidos
mitos aun en
las teorías y
doctrinas más seculares
(Cf. Morin 1994, P-145).
La consideración del
sabio francés según
la cual lejos
de desaparecer en la
historia, como previeron
tantos pensadores, la
religión se ha transformado y camuflado
incluso en doctrinas
ateas, le hace
pretender aprovechar la
fuerza de las estructuras míticas del ser humano[43],
y proclamar una nueva religión, esta vez basada en el objetivo común de salvar
la tierra y con ella a sus habitantes.
Por mi parte, no creo que la religión racionalista
que propone Morin pueda ser asumida
por quien está
en una situación
de crisis existencial,
o por quien
padece de alguna terrible
y mortal enfermedad,
o
por los ancianos
al borde de
la muerte, inmersos en su soledad,
o por quién sencillamente necesita creer, tener fe y certezas (del mismo
modo que los
sobrios investigadores y los grandes
hombres de ciencia frecuentemente las tienen para
mantenerse durante años investigando sobre un tópico que en
ocasiones no arroja
resultado alguno). Tampoco
tiene lugar para
los dogmáticos, ni para
los recalcitrantes; ni
para quienes se
preocupan más por sí
mismos y por su alma que por los destinos terrestres.
Una religión no se instaura así, sin más. Ha de
poseer una tradición arraigada en el alma de los pueblos; se adopta o rechaza,
se transforma o muta, se disecciona y reaviva, pero no creo que su núcleo
esencial se instaure sobre la base de
una decisión racional. La religión
moriniana puede ser
un excelente antídoto
contra las políticas que no poseen una conciencia medioambiental, tan
necesaria por estos días, pero su intento de
retomar principios del
cristianismo, y del
budismo para crear
su nueva religión no pasa de
ser similar a los que llevaran a cabo
algunos de sus antecesores (como
Augusto Comte) y,
por tanto, no
ha de dudarse
que esté destinado
a terminar como aquellos.
Este sea tal
vez el momento
para formular al menos un
par de preguntas
a Morin respecto a
lo que considero
pudieran ser incongruencias en
su posición respecto a la
cuestión religiosa.
La primera es de carácter metafísico y se refiere al
hecho según el cual Morin enuncia
tranquilamente su ignorancia
sobre temas a
propósito de los
cuales en otro lugar
se pronuncia con
toda seguridad. Así,
en su “Ciencia
con consciencia”, el pensador
francés escribe que “hemos
dejado de creernos en
el seno de
un universo fijo y
eterno, no sabemos
de dónde procede
nuestro universo, no
sabemos a dónde va,
no sabemos por
qué nació” (Morin
1982, P-71)
Mientras que
en su Terre
Patrie, como se ha
visto, expresa con
toda certeza que
no fue Dios
quién creó al
universo.
Entonces
¿Cómo puede Morin
no saber las
causas del surgimiento
de nuestro universo y a la vez
afirmar con precisión lo que no fue tal
causa?[44]
La
segunda tiene que
ver con la afirmación
según la cual “
no estamos en marcha
sobre un camino
señalado”, pues
no existe ni
Mesías, ni Salvación:
¿Acaso Morin pretende englobar en su “no estamos…” a todos los
seres humanos de la tierra incluyendo
a aquellos que
sí creen efectivamente, a aquellos que
regulan sus vidas por un Mesías y siguen un camino
señalado por la ética que le dicta su religión? Opino que Morin, que le ha concedido vida, existencia e
influencia real a genios, espíritus y dioses
en las vidas
concretas de sus
fieles, no deba negar estas
cualidades a un Mesías con tal nivel de influencia. Su
afirmación sería mucho más coherente si hubiera sido pronunciada en primera
persona del singular.
Además,
¿no afirmaba Morin
que su epistemología
tomaría en cuenta
los conocimientos no racionales,
mantendría abierta la problemática de
la verdad y consideraría todo error, ilusión o
pseudoconocimiento (término que nunca define, otra vez en
desventaja con respecto
al positivismo lógico)?
Queda claro que
la epistemología compleja está
en abierta contradicción con
la propuesta evangélica moriniana.
No se ve cómo la supuesta posición transdisciplinar
de Morin pasa de ser una mera
intención; no se ve en
qué radica el
diálogo moriniano con
el resto de las
tradiciones (sus libros
están llenos de
citas de Von Foerster,
Maruyama, Maxwell, Popper, etc.,
mientras que brillantes
exponentes de la tradición filosófico-teológica como Bullmann,
Moltmann, Pannenberg, Küng,
Panikar, J. Hick,
Tillich, por solo mencionar algunos,
no aparecen en su bibliografía). Tampoco
se aclara en qué
consiste el tránsito
de una verdad
a otra mediante
el examen de
cada una; por el
contrario, como acaba
de verse Morin parte
de algunas muy
preciadas verdades absolutas: no
hay más allá, todo es incierto, estamos irremediablemente perdidos, no existe
salvación, etc.
A
propósito, las opiniones
de Morin sobre
la Salvación merecen
un breve examen. Considero
que el hecho
de que todo
esté destinado a morir, de
que haya muerte terrena,
no implica necesariamente la
no-existencia de la
Salvación. Las premisas de Morin
no apoyan sus conclusiones.
De
hecho, Mircea Eliade (a quién Morin cita cuando de mitos se
trata) plantea esta cuestión de una manera diferente[45].
Después de haber mostrado un gran número de
casos donde se
constata cierta autonomía
del ser humano
respecto a las
leyes físicas y biológicas
(incombustibilidad,
levitación, etc…) El
mitólogo se pregunta
si la argumentación positivista
(y en este punto Morin se muestra abiertamente positivista) merece más
crédito que la
hipótesis de la
supervivencia del alma.
Si bien los positivistas niegan
generalmente la
posibilidad de la
supervivencia del alma apoyándose sobre leyes de la vida
orgánica (relación cerebro-conciencia, etc…), estas leyes podrían
ser ocasionalmente abrogadas:
“La correlación cerebro-conciencia puede ser perfectamente válida
en el caso de las condiciones humanas, pero nadie ha demostrado que no pueda
quedar abolida en el momento de la muerte” (Eliade 2005,p.44)
Asimismo, sostiene Eliade, nada impide pensar que la
dificultad para conocer la realidad
de la muerte
hoy día se
deba a la
evolución mental de
la humanidad; las creencias
folklóricas tienen una
base experimental y,
por tanto, los
documentos folklóricos sobre la
muerte pueden servir
con la misma seguridad que
los geológicos para comprender
fenómenos que no pueden ser sometidos a control experimental en la actual
condición humana. A
diferencia de la
cuestión de la
supervivencia de la conciencia
(“las condiciones reales
en que se encuentra la
conciencia después de la muerte”), la inmortalidad
del alma es un problema
metafísico que cada
cual debe responder según su
propia inteligencia y capacidad metafísica.[46]
Nuevamente puede verse que Morin no se plantea estas
cuestiones y prefiere generalizar
afirmaciones que están fuera del marco de lo verificable.
Diferente sería, sin
embargo, negar la
Salvación sobre la
base de su
incoherencia al interior
de una religión específica
(la proclamación de un Dios-Padre amoroso
y omnipotente que condiciona a sus hijos para luego
castigarlos eternamente, etc…) pero nótese que en este caso las
objeciones serían de tipo coherencial y no de
correspondencia.
Pero vemos a Morin inspirado y proclamando con aire profético una religión sin dios que
revele la presencia
del misterio, sin
tener en cuenta
que el misterio ha
sido uno de los
alimentos preferidos por
la religión, especialmente
por la cristiana, a lo
largo de
toda su historia;
una religión de
profundidades sin referencia
a seres trascendentes que
no toma en
cuenta que ella misma
tiene como fundamento intrincadas elaboraciones
abstractas, inaccesibles a quienes
quedan fuera de la vulgata intelectual, es
decir, inaccesible precisamente a
las comunidades de sufrimiento y muerte que tiene por
sujeto; una religión sin verdad primera ni final, como no sea
la de ese
punto inamovible que
es la incertidumbre
acerca del futuro;
una religión que constituyera
una aventura, pero
sólo para aquellos
que disponen de suficiente
ánimo y energía,
es decir, para
quienes tienen todas
sus necesidades cubiertas y
deciden dedicarse a la humilde labor de salvar al mundo; una religión que dialogue con
la duda, excepto
con aquella referida a
una salvación que, indubitablemente, no
existe; una religión
que reconozca a la
tierra-patria como hogar común, sobre todo para los que no tienen
casa; una religión de liberación, aunque no se sepa exactamente de qué. En fin, Morin proclama una religión
burguesa.
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[1] Desde el
inicio conviene aclarar
que lo que
se ha dado en llamar
popularmente “La
Complejidad”, no es un
todo homogéneo. A
grandes rasgos se identifican
tres caminos de pensamiento en el proceso de configuración de la complejidad como una forma de
racionalidad que articula lo
que el filósofo
colombiano Carlos E.
Maldonado denomina la
lógica de la complejidad: La complejidad como
cosmovisión, formulada por
Bateson y continuada
por Capra (1996), La complejidad como
ciencia, orientada hacia
los sistemas complejos
(no-lineales) y ,
finalmente, La complejidad
como método, que
constituye la propuesta
de Edgar Morin (Maldonado
1999, pp.13-25)
[3] La
posición de este filósofo norteamericano
en el marco de las teorías de la complejidad puede encontrarse en Maldonado
1999, p.10. Para su concepción de la verdad véase Hynes 2003.
[4] Véase
Hempel 1997, p. 485; Schlick 1967, p.
267
[5] La
epistemología compleja encuentra
aquí un punto de
contacto con el
anarquismo epistemológico de Paul Feyerabend. Véase Feyerabend 1975.
[6] “(…)
en la crisis
de los fundamentos
y ante el
desafío de la
complejidad de lo
real, todo conocimiento necesita
hoy reflexionarse, reconocerse,
situarse, problematizarse. La
necesidad legítima de todo aquel que conoce, en adelante, dondequiera
que esté y quienquiera que sea, debiera
ser: no hay conocimiento sin conocimiento del conocimiento” (Morin 1994, p-34)
[7] Morin
toma este término del teólogo y paleontólogo francés Teilhard de Chardin
(1881-1955), quién consideraba a la noosfera (del
griego noos, inteligencia) como
la tercera fase
de desarrollo evolutivo, después
de la geosfera y de la biosfera Cf. Teilhard 1963, p.220. El término fue
introducido por el minerólogo y geoquímico
ruso Vladimir Ivanovich Vernadsky (1863-1945).
[8] “Tenemos que
admirar la concretización, más
formidable aún que
una materialización, de estos seres
de espíritu que, tan pronto como son
formados a partir de proyecciones colectivas, se imponen a los humanos con toda
evidencia y plena potencia (…)”. (Morin 1992, p-121).
[10] El
principio del bucle recursivo sustituye
la noción de regulación por la de autoproducción y autoorganización. Aquí los
productos y efectos son a la vez causantes y productores de lo que los produce.
Según este principio,
la sociedad, producida
por individuos y
sus interacciones, produce a su
vez a los individuos en tanto les aporta
la cultura, el lenguaje, etcétera. Cf. nota 2
[11] Sin embargo
la noosfera “no es únicamente
el medio conductor/mensajero del
conocimiento humano, tienen el
efecto de una
bruma, una pantalla
entre el mundo
cultural que avanza rodeado de sus nubes, y el mundo de la
vida. De este modo, nos encontramos con
una paradoja capital con la que ya nos enfrentamos: lo que hace que nos
comuniquemos es al mismo tiempo lo que lo impide.” (Morin 1992, p.118)
[12] “El espíritu humano puede hacer morir a
los dioses que ha creado. Pero, ¿puede
suprimir a los sucesores abstractos
de los dioses,
que se ocultan
tras filosofías e
ideologías aparentemente laicas?” (Morin 1992, p.123)
[14] Treinta años
antes de la
publicación de la
obra donde aparecen
estas ideas, Morin
había escrito: “(…) la
visión antropo-cosmológica nos
obliga a considerar
no sólo al
hombre del éxtasis, sino al
hombre del culto, del rito, al hombre
pastor del ser, al hombre leal y adorador de Dios (quedando
claro que los
cultos y las
religiones no tienen
como explicación principal
el temor, la ignorancia, etc.) (Morin 1969, pp.330-331)
[15] De
manera general el pensamiento científico-filosófico
contemporáneo no asume la idea de una
causa divina que
crea al universo,
a modo de
plan. Como dice
Merleau-Ponty “ Para
Descartes, las verdades
eternas tenían que
haber sido creadas.
Para la cosmología
moderna, las leyes de la naturaleza tienen que existir en y por el universo” (Merleau-Ponty
1971, p.536)
[16] “Nada tiene
fundamento absoluto, todo
proviene en última
o primera instancia
de lo sin-nombre,
de lo sin-forma.
Todo nace en
la circunstancia y
todo lo que
nace está destinado
a morir”. (Morin y Kern 1993, p.195)
[17]
“El humanismo occidental
nos destinaba a
la conquista de
la naturaleza, del
infinito. La ley del
progreso nos decía
que este continuaría
hasta el fin.
No había límites
al crecimiento económico ni a la
inteligencia humana, ni a la razón. El hombre había llegado por sí mismo a su
propio
infinito. Podemos hoy
rechazar este falso
infinito y tomar
conciencia de nuestra irremediable finitud .” (ibidem, P-196)
[19] “La mitología
macro-patriótica promueve una
verdadera religión del
Estado-Nación que conlleva ceremonias
de exaltación, objetos
sagrados (bandera, monumentos
a los muertos), culto de adoración
a la Madre-patria,
cultos personalizados a
héroes y mártires.
Como toda religión se nutre del
amor que, a su vez, es capaz de inspirar fanatismo y odio. (…) El mito no es
una superestructura de la nación: es lo que genera la solidaridad y la comunidad; es el cimiento
que toda
sociedad necesita, es
el único antídoto
para la atomización
individual y para
el derrumbe destructor de los conflictos.” (Morin 1999 a, p.72)
[20] La religión
moriniana propone una
ética planetaria cuyos
Nueve Mandamientos pueden encontrarse en Morin 2006 pp. 181-182.
[21] Para una
radical crítica a la propuesta
moriniana, especialmente a su falta
de autocrítica, véase Reynoso
2007
[22] Ahora
bien, si salvación “ significa evitar lo peor, encontrar lo mejor posible,
entonces nuestra salvación personal está
en la conciencia,
en el amor
y en la
fraternidad, nuestra salvación colectiva es
evitar el desastre
de una muerte
prematura de la
humanidad y hacer
de la tierra, perdida en el cosmos, nuestro
“refugio de salvación” (havre de
salut)” (Morin y Kern 1993, pp.
205-208).
[23] “¿No se
podría deshelar la
inmensa cantidad de
amor petrificada en
religiones y abstracciones para
consagrarla a lo mortal en vez de a lo inmortal?” (Morin y Kern 1993, p.197)
“ El dios «verdadero» se describe, por
contraste, como sigue: Un solo dios, entre dioses y hombres más grande que
nadie, ni en cuerpo igual a mortales ni en cuanto a pensar se refiere. Siempre
en lo mismo quedando y sin mudarse en nada, ni le conviene afanarse andando de
un lado a otro. Todo él ve, y todo él piensa, y todo él oye; mas sin esfuerzo
el querer de su mente todo lo mueve.”
Timón de Fliunte, discípulo de Pirrón, se burlaba de
Jenófanes del siguiente modo: “ Jenófanes, medio modesto, el engaño de Homero
abatió; a un dios inventó sin nada humano y en todo igual inmóvil, sin pena,
más listo aún que la misma listeza” Citados por Feyerabend 2005.
[25] Aplicado a
sus estudios sobre
los niños, Anna
Freud definió la
proyección en “El
yo y los mecanismos de
defensa’’, como recursos
psicológicos típicos por
los cuales el
organismo psíquico, buscando preservar
su sentimiento placentero
de seguridad, se
resguarda contra las angustias de los conflictos internos y el
miedo a las asechanzas del mundo
exterior. (Freud, A. 1949, p-151) En esta obra
la autora no menciona ni una sola vez la cuestión religiosa.
[26] A
propósito véase el excelente y equilibrado “Tratado de la Tolerancia” de
Voltaire (1984). El miedo y las
patologías verificadas en
el campo religioso
han sido estudiados
por Delumeau 1983.
[27] Fromm encuentra
mecanismos proyectores en
ambas esferas. De
la parte religiosa
escribe: “Cuanto más perfecto se hace Dios más imperfecto se hace el hombre. Este proyecta en Dios lo
mejor que tiene
y de este
modo se empobrece.
Entonces Dios tiene
todo el amor,
toda la sabiduría, toda la
justicia, y el hombre está privado de estas cualidades, está vacío y pobre. Ha
comenzado con un
sentimiento de pequeñez,
pero ahora esta
completamente inerme, sin fuerzas. Todas sus potencias han sido
proyectadas en Dios. Este mecanismo de proyección es el mismo
(…) que hace
que la gente
dote a los
líderes de los
sistemas más inhumanos
con cualidades de sabiduría y bondad’’ (Fromm 1956 P-72). Sus críticas a
la enajenación en ambas esferas se hallan
en su Fromm
1958, pp. 72-106.
También Sigmund Freud
encuentra a la proyección, junto a otros mecanismos, en
ambos ámbitos. Véase especialmente su 1995. Para sus críticas más explícitas a
la religión véanse sus 1995 a, 1995 b,
1995 c.
[28] En
palabras de C. G. Jung: «La existencia de Dios no depende de nuestras
demostraciones». (Jung 2003, P-81)
[29] No
ha de olvidarse que, aunque de modo especulativo, esta
idea se encuentra también en Kant. (Cf. Capra 1996, pp. 21-22)
[30] Recordemos que
esto le permite
a Morin introducir
la posibilidad de
la verdad como correspondencia entre
una organización cognitiva
y una organización
fenoménica, es decir,
el ser humano construye su
realidad a partir de traducciones y modelizaciones de la realidad. Todo
conocimiento sería entonces conocimiento
aproximado.
[31] Para
una crítica a la condición inverificable intersubjetivamente de los místicos
véase Russell 1949, así como Ortega y Gasset (1993), especialmente pp.
87-93.
[32] Engelhard
le reprochaba a Apel su propuesta de una comunidad general donde prevaleciera
la razón
argumentativa para evitar
el error: dado
que no vivimos
en la comunidad
ideal que sugiere Apel
donde los “hechos”
tienen autoridad, sino
en una comunidad
real donde viven personas con
perspectivas y creencias
diferentes a las
científicas ¿qué habrá
que hacer con estas personas? En la perspectiva de
Engelhard no puede exigirse una racionalidad de acuerdo con las
normas realistas; a
su juicio es
mucho más importante
el respeto por
la autonomía de los
sujetos.
Así,
imponer en nombre
de la ciencia
la enseñanza de
la teoría neodarwiniana
a quienes prefieren el creacionismo sería una violación de esta
autonomía, del mismo modo que sucedería
si los creacionistas
impusieran su doctrina
a los científicos.
Cuando hay
que elegir entre la
autoridad de los
hechos y la
autoridad de las
personas, Engelhard prefiere
la de las personas. (Cf. Fagot-Largueault 2002 pp. 203-204)
[33] En general
este tipo de
demanda puede ubicarse
en lo que
se conoce como Transdiciplinariedad, es
decir, la demanda de
un conocimiento que
integre los saberes provenientes de otras tradiciones
como el mito, la religión, la poesía, el arte, la literatura, etc. La
noción fue utilizada inicialmente (1970) en un sentido diferente por Piaget y,
posteriormente por B. Nicolescu.
[34] Un minucioso
examen de la
resistencia del poder
eclesiástico a los
avances de la ciencia
puede encontrarse en White 1959.
[37] En las
décadas de 1950,
1960 y 1970
salieron a la
luz numerosos estudios
sobre las influencias de
tradiciones “no-científicas” en la obra de Newton. “La publicación de
manuscritos devendría una tarea
fundamental, encabezada principalmente por
Herbert McLachlan con su
selección y edición
(…)de algunos manuscritos
teológicos en su
Sir Isaac Newton:
Theological Manuscripts
(1950); I. Bernard
Cohen con su
publicación de los
Isaac Newton’s Papers
& Letters on Natural
Philosophy (1958) y
(…) junto con
Alexandre Koyré, de
los Philosophiæ Naturalis Principia
Mathematica (2 vols.
1972), acompañada de una biografía
de los Principia intitulada Introduction to Newton’s Principia (1971); A.
R. Hall y Marie Boas Hall publicarían los Unpublished Scientific
Papers (1962), edición
en la que
recogerían, principalmente, algunos manuscritos conectados
con los Principia,
en los que
se hacían evidentes
las influencias químico/alquímicas y
teológicas en la
redacción del opus
magnum; (…) el artículo
de J. E. McGuire
y P. M.
Rattansi “Newton and
the ‘Pipes of Pan’
” (1966) revelaría
el compromiso de Newton con una sabiduría
física-teológica-moral revelada por Dios
a los antiguos y corrompida por los griegos, los mecanicistas modernos y los
cristianos que fundaron la herejía trinitarista.” (Orozco 2007)
[38] Cf
Duhem, P. Les origines de la statique, vol 1, Harvard University Press, P-38
[39] Mayr,
Ernst. Histoire de la biologie [1982] Fayard, T-I P-505. Citado por
Saint-Sernin 2002, P-66.
[40] Niels Bohr
enunció, en 1923,
el principio de
la correspondencia, al
que añadió, en
1928, el principio de la
complementariedad (un principio físico según el cual los fotones y los
electrones se comportan en
ciertas ocasiones como
ondas y en
otras como partículas)
A causa de su
impresión por el principio chino de complementariedad Bohr diseñó para sí mismo
un escudo de armas con el símbolo del
Ying Yang y con el lema Contraria Sunt
Complementa (los opuestos se
complementan, postulado central
del taoísmo). De
hecho, el físico
austriaco Fritjof Capra, (quien, además de la obra citada más
arriba, es autor de “El Tao de la física”) ha afirmado que Bohr era lo más
próximo a un místico que
pueda ser un
científico. Véase El
nuevo Paradigma científico, entrevista
realizada por Guitta
Pessis a Fritjof
Capra En Revista
Alcione, Disponible en
http://www.alcione.cl/nuevo/index.php?object_id=156
[41] En este
sentido no pueden
olvidarse los esfuerzos
conjuntos iniciados desde
1933, con una perspectiva multidisciplinar, en el
Círculo de Eranos, en cuyo seno se ubican pensadores como Rudolf Otto, C. G.
Jung, Henry Corbin, Gilbert Durand, Mircea Eliade, Joseph Campbell, Hayao
Kawai, Karl Kerényi, Laurens van der Post, Gershom Scholem, D. T. Suzuki,
Víctor Zuckerkandl, Heinrich Zimmer, Louis Massignon etc.
[42]
En L ́ordre humain
el matemático y
filósofo Daniel Andler apunta
“No olvidamos, en
efecto, que no disponemos
de ninguna definición
satisfactoria de “ciencia”;
sólo podemos designar ejemplos de
ciencias” (Andler 2002
P-689). En La
laïcité en education
Morin afirma: “No
hay fronteras entre lo
que es científico
y lo que
no lo es.
(…) un fenómeno
establecido como no científico puede devenir científico.
Ningún criterio intrínseco a una teoría puede hacer que esta sea científica.”
(Morin 1985). A
propósito del concepto
de ciencia, el
físico teórico y
Premio Nobel en 1965 Richard
Feynman escribía “(…)La ciencia no es
lo que han dicho los filósofos y, con
toda seguridad, tampoco
lo que dicen
las
guías del profesor(…)Durante toda
mi vida he hecho ciencia y sé lo que es, pero me
siento incapaz de decirlo” (Feynman 2001)
[43] La
perennidad de las estructuras míticas del ser humano ha sido estudiadas desde
el campo secular por Jung, Eliade, Durand entre otros. Pero el positivismo, que
parece ser también un tipo de
religión muy arraigada,
se ha hecho
hegemónico de tal
manera que podemos
encontrarlo incluso en el centro de las teorías que lo atacan.
[44] Así, desde
la perspectiva compleja,
Stuart Kauffman, quien
no es un
pensador religioso, pareciera
apoyar a los creacionistas cuando afirma que
“No es obvio (…) que el universo deba ser complejo. Cabe imaginar
universos rígidos por la relatividad
general que, tras surgir en un big bang, colapsen en una fracción de segundo o
en un siglo. O universos también gobernados por
dicha ley, que
desde su nacimiento
se expanden para
siempre, sin que
exista más complejidad que la del
hidrógeno y el helio y las partículas subatómicas en la era oscura y fría
inmensidad siempre creciente” (Kauffman
2003, P-329)
[45] A propósito,
véase su artículo
El Folklore como
instrumento de conocimiento
pp.29-46, En Eliade 2005.
En torno a
cómo justifica Edgar Morin la necesidad de un pensamiento complejo y el papel que juega la incertidumbre en la
teoría de la complejidad y como
define en Morín su desafío, gira la exploración analítica de este texto.
La necesidad de un pensamiento complejo, afirma
Morín, se impondrá en tanto vayan
apareciendo los límites, las insuficiencias y las carencias de un
pensamiento simplificante y, en esa medida estar a la altura de su desafío. Se hace necesario, reitera Morín, crear un método, una manera de pensar, un
pensamiento que dialogue con lo real. En Morín la complejidad no es una
reducción o deslinde de la simplicidad.
Al contrario, el pensamiento complejo íntegra las
formas simplificadora de pensar. El pensamiento
complejo se concibe como un pensamiento total, completo, multidimensional lo
define Morín, pero se reconoce en un
principio de incompletud y de incertidumbre. Se reconoce como pensamiento no parcelado, dividido, no
reduccionista pero reconoce lo inacabado e incompleto del pensamiento.
La crítica
que Morín hace del pensamiento simplificante lo problematiza porque
considera que este pensamiento no
concibe la conjunción de lo uno y lo múltiple, unifica en abstracto y anula la
diversidad y por este camino se llega a la “inteligencia ciega”. Sin
embargo, considera que la simplificación es necesaria pero debe ser
relativizada.
Morín
define la complejidad como un tejido. Un tejido de eventos, acciones, interacciones,
retroacciones, determinaciones, azares de conforman el mundo de lo fenoménico,
y sus rasgos son los de ordenar lo inextricable, el desorden, la ambigüedad y
la incertidumbre, estrategias para lograr la inteligibilidad. En Morín la complejidad es un fenómeno
cuantitativo, una cantidad de
interacciones e interferencias entre un número de unidades y también
determinaciones, incertidumbres, y fenómenos aleatorios. La complejidad es la incertidumbre en los
sistemas organizados, esto es, que la complejidad está permeada por una
mezcla de orden y desorden y en esa dirección está relacionado con el azar.
Ahora bien, Morín tiene un ejemplo para explicarnos
el fenómeno simplificador. Es sobre el hombre. El hombre, afirma Morin, es un ser biológico pero también es un ser
cultural metabiológico, en tanto
vive inmerso en un universo de lenguaje, ideas y conciencia.
El paradigma del pensamiento simplificador nos lleva
a desunir el estudio del hombre, a hacerlo menos complejo, estudiándolo por
partes, es decir, biológico, anatómico, psicológico, culturalmente, por
separado, olvidando que el hombre es una totalidad que no existe lo uno sin lo
otro.
En
Morín hay tres principios que nos ayuda a pensar la complejidad.
El principio diálogico, la recursividad y el principio hologramático.
El pensamiento complejo íntegra la incertidumbre y concibe la organización que contextualiza, globaliza, pero también
reconoce lo singular y lo concreto.
La complejidad requiere que rompamos con nuestros
tradicionales esquemas mentales en » reforma del pensamiento » que no
nos ha habituado a concebir la diálogica de lo simple y lo complejo, de lo
separable y no separable, del orden y del desorden. El paradigma del pensamiento complejo, reitera Morín, tendrá su origen
en los nuevos conceptos, visiones,
descubrimientos y reflexiones que puedan reunirse en una tarea cultural
histórica y en ese sentido allí está su desafío.
La nueva
posibilidad del pensamiento tiene que estar en la búsqueda de trascender las
incertidumbres y las contradicciones y en esa dirección la complejidad es la unión de los procesos de
simplificación que conllevan selección, jerarquizacion, separación, reducción.
Un punto intermedio entre el pensamiento reductor, que no observa más que los
elementos y el pensamiento global, que no observa más que la totalidad, o el
todo, es decir, que se haya en la relación de los simple y lo complejo. El método tradicional separaba para conocer y
el pensamiento complejo contextualiza, globaliza y relaciona lo que está
separado. En ese orden, se hace
necesario reaprender a ver, a concebir, a pensar y a actuar.
Una nueva
epistemología y una nueva ética nos propone Morín en la estrategia de su
pensamiento de la complejidad y en ese sentido es » pertinente »
para nuestra realidad latinoamericana
en tanto que es originario de una nueva mirada o perspectiva sobre nuestra
realidad social, política, cultural, económica desde su singularidad y su
totalidad que nos conduce necesariamente al campo de la complejidad.
Ahora bien, la teoría
de la información es una herramienta que permite en Morín tratar la
incertidumbre, lo inesperado, la sorpresa. La información es de alguna
manera organizadora. La cibernética es
la teoría de las máquinas autónomas y la teoría de los sistemas sustenta las
bases de un pensamiento de la organización. A estas tres teorías, dice Morín, hay que agregar la teoría de la
autoorganización y a su vez agregar los tres principios: el diálogico, el de
recursión y el hologramático.
Estos tres principios nos demuestran que el
pensamiento de la complejidad trata de incorporar
lo concreto de las partes a la totalidad. Articula los principios de orden
y desorden, de separación y de unión, de autonomía y dependencias. Su discurso descansa en la
transdiciplinariedad, la reconstrucción y centralidad del sujeto. Morín
considera que estamos en la barbarie de las ideas, en la prehistoria del
espíritu humano y solo el pensamiento complejo podrá civilizar nuestro
conocimiento.
Edgar
Morin y la Educación
En Los siete
saberes necesarios a la educación del futuro, publicado por la Organización
de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura, 1999, Edgar Morin propone siete saberes
“fundamentales” que la educación del futuro (diríamos que el futuro debe
ser hoy) debería tratar en cualquier sociedad y en cualquier cultura, según sus
propias palabras.
1. La ceguera
del conocimiento, el error y la ilusión: Es necesario tener un conocimiento del conocimiento, examinar su naturaleza para no caer en
el error y la ilusión. La mente humana debe prepararse para el ejercicio de la
lucidez. En la educación se debe introducir
el estudio de las características cerebrales, mentales y culturales del
conocimiento humano.
2. Los principios
de un conocimiento pertinente: Se requiere de un conocimiento capaz de abordar los problemas globales y
fundamentales para inscribir allí los conocimientos parciales y locales. Se
requiere de un conocimiento capaz de aprehender
los objetos en sus contextos, sus complejidades y conjuntos en tanto que el
pensamiento fragmentado según las disciplinas
impide operar el vínculo entre las partes y las totalidades.
3. Enseñar la
condición humana: Se hace necesario examinar
la naturaleza humana que desarticulada de la educación a través de
disciplinas de conocimiento imposibilitan saber lo que es ser humano. La condición humana debe ser objeto esencial
de cualquier educación.
4. Enseñar la identidad
terrenal: El destino planetario del género humano debe ser objeto de la
educación en tanto que el desarrollo del conocimiento va a incrementarse en
el siglo XXI. Morin considera pertinente
enseñar la historia de la era planetaria que comienza con la comunicación de
todos los continentes en el siglo XVI y registrar como la incomunicación de
la comunicación hizo insolidarias todas las partes del mundo sin que se oculten opresiones y
dominaciones que aún no han desaparecido.
5. Enfrentar
las incertidumbres: La ciencia ha
creado muchas certezas pero también muchas incertidumbres. La educación
deberá comprender las incertidumbres que han aparecido en las ciencias físicas,
biológicas e históricas. Hay que crear
principios para enfrentar estratégicamente los riesgos, lo inesperado, lo
incierto. Se requiere navegar entre
las incertidumbres para anclar en las certezas. La mente humana debe estar preparada para afrontar lo inesperado.
6. Enseñar la
comprensión: El desarrollo de la comprensión requiere de una reforma de las
mentalidades. El planeta necesita comprensiones mutuas en todos los
sentidos y debe ser a un mismo tiempo medio y fin de la comunicación humana
para salir del estado bárbaro de incomprensión. Se requiere estudiar las
modalidades y efectos de la incomprensión, estudiar las causas y síntomas de los racismos, xenofobias y desprecios. Una
base segura para una educación por la paz.
7. La ética
del género humano: La educación debe dirigirse a una “antropoética”
teniendo en cuenta la trilogía de la condición humana, individuo-sociedad-especie. La ética individuo-especie necesita un
control mutuo del individuo por la sociedad y de la sociedad por el individuo.
La ética no podría enseñarse con lecciones de moral sino que debe formarse en
la mente a partir de la conciencia de que el ser humano es al mismo tiempo
individuo parte de una sociedad y de una especie.
Allí establece
Morin las dos grandes finalidades ética-políticas del nuevo milenio. El
control individuo-sociedad y sociedad-individuo por medio de la democracia, concibiendo la humanidad como comunidad
planetaria, contribuyendo la educación a una toma de conciencia de nuestra
Tierra Patria en la creación de una ciudadanía
terrenal.
Bibliografia
El pensamiento complejo en Edgar Morin, Editorial
Gedisa, España 1998.
Los siete saberes necesarios a la educación del
futuro, ONU, 1991.
Comment
définir le concept d’intersectionnalité et quel peut être son apport à la
théorie marxiste ? C’est le thème de cet article de Sharon Smith, membre
de la direction de l’International
Socialist Organization des Etats-Unis et auteure, notamment, du livre «Women and Socialism : Class, Race and
Capital», publié en 2015 chez Haymarket.
De nombreuxses militantes qui ont entendu débattre à
gauche du terme d’«intersectionnalité » le trouvent difficile à définir – pour
une raison très compréhensible : les définitions varient selon qui utilise ce
concept et les discussions qui l’entourent tournent souvent au dialogue de
sourdes.
Pour cette raison – outre le fait qu’il s’agisse
d’un mot de sept syllabes –,
l’intersectionnalité peut apparaître comme une abstraction n’ayant qu’un lien
vague avec la réalité matérielle. Il serait pourtant erroné de rejeter ce concept catégoriquement.
Il existe en fait deux interprétations clairement distinctes de l’intersectionnalité :
une développée par les afroféministes et l’autre par l’aile «
poststructuraliste » du postmodernisme. Je souhaite ici essayer de clarifier ces différences
et expliquer pourquoi la tradition
afroféministe renforce le projet de construction d’un mouvement unifié pour
combattre toutes les formes d’oppression, ce qui constitue un enjeu central
pour le projet socialiste, alors que le
poststructuralisme ne le fait pas.
Un concept et non une théorie
Je veux
commencer par mettre plusieurs choses au clair. Premièrement, l’intersectionnalité est un concept et non
une théorie. C’est une description
de la façon dont les différentes formes d’oppression (racisme, sexisme,
l’oppression contre les LGBTIQ+ et toute autre forme d’oppression) interagissent et fusionnent en une seule
expérience.
Les femmes noires, par exemple, ne sont pas
« doublement opprimées » – ce qui signifierait qu’elles ressentiraient deux
oppressions séparées : le racisme, qui
affecte aussi les hommes noirs, et le sexisme, qui affecte également les autres
femmes. Le racisme affecte la façon dont les femmes sont
opprimées en tant que femmes mais aussi en tant que personnes de couleur.
L’intersectionnalité
est une autre façon de décrire « la simultanéité de l’oppression », « la
superposition des oppressions », « des oppressions imbriquées », ou
de nombreuses autres expressions que les afroféministes utilisent pour décrire
l’intersection de la race, de la classe et du genre. En tant qu’afroféministe
et universitaire, Barbara Smith écrivait en 1983, dans Home Girls : A Black Feminist Anthology : « le concept de la
simultanéité de l’oppression constitue
encore le cœur de la compréhension afroféministe de la réalité politique
et, à mon avis, une des contributions idéologiques les plus significatives de
la pensée afroféministe. »
Parce que l’intersectionnalité est un concept (la description d’une expérience de multiples
oppressions, sans expliquer leur cause)plutôt qu’une théorie (qui, elle, essaie d’expliquer les racines de
l’oppression), elle peut être appliquée au sein de différentes théories de
l’oppression – issues du marxisme ou du postmodernisme, mais aussi d’autres
perspectives théoriques.
Et parce que le marxisme
et le postmodernisme sont souvent antithétiques, leurs usages du concept
d’intersectionnalité peuvent être fort différents et prendre des significations
différentes voire contradictoires. Le marxisme
explique que toutes les formes d’oppression ont leurs racines dans la société
de classe, tandis que les théories
provenant du postmodernisme rejettent cette idée comme « essentialiste » et «
réductrice ». C’est pourquoi nombre de marxistes se sont montrés dédaigneux
voire hostiles envers le concept d’intersectionnalité, sans distinguer ses origines théoriques conflictuelles :
l’afroféminisme et le postmodernisme/poststructuralisme.
La
tradition du féminisme noir
Il est important de saisir que le concept d’intersectionnalité a été d’abord développé par les
féministes noires, et non par les postmodernistes. Le féminisme noir a une
histoire longue et complexe, basée sur la reconnaissance du fait que le système
de l’esclavage et, depuis, le racisme moderne et la ségrégation raciale ont conduit les femmes noires à souffrir
dans des circonstances qui ne sont jamais expérimentées par les femmes blanches.
En 1851, Sojourner Truth prononça son
fameux discours « Ain’t I a Woman !
» (Ne suis-je pas une femme ?) à la convention des femmes d’Akron, Ohio. Ce
discours visait à montrer aux
suffragettes blanches de classe moyenne que l’oppression de Truth en tant
qu’ancienne esclave noire n’avait rien de commun avec celle qu’elles-mêmes
vivaient. Truth leur a opposé sa propre oppression en tant que femme noire,
subissant des brutalités et des humiliations physiques, des heures
interminables de travail forcé non payé, et donnant naissance à des bébés
seulement pour les voir eux aussi réduits à l’esclavage.
Plus d’un siècle
avant que la féministe et universitaire
Kimberlé Williams Crenshaw invente le terme d’intersectionnalité, en 1989,
le même concept était souvent décrit à travers des expressions comme « oppressions imbriquées », « oppressions
simultanées » ou d’autres expressions similaires.
L’afroféminisme porte aussi une grande attention aux
différences de classe qui existent entre femmes, parce que la vaste majorité de
la population noire aux Etats-Unis a toujours
fait partie de la classe ouvrière et vécu dans la pauvreté, à cause des
conséquences économiques du racisme.
L’essai de Crenshaw paru 1989, Démarginaliser
l’intersection de la race et du sexe : une critique féministe noire de la
doctrine antidiscriminatoire, de la théorie féministe et des politiques
antiracistes, qui a introduit le terme
d’intersectionnalité, rend hommage au discours de Sojourner Truth.
« Quand Sojourner Truth se leva pour prendre la
parole », écrit Crenshaw, « plusieurs femmes blanches exhortèrent à la faire
taire, craignant qu’elle puisse détourner l’attention du suffrage féminin [au
profit de l’abolition de l’esclavage]. » Crenshaw poursuit, à propos du
contexte actuel : « quand la théorie et les politiques féministes qui affirment
refléter l’expérience et les aspirations des femmes n’incluent ou ne parlent
pas aux femmes noires, les femmes noires doivent demander ‘‘Ne sommes-nous pas
des femmes ?’’ »
Le
féminisme noir de gauche
Il est également important de reconnaître que le
féminisme noir a toujours inclus des analyses de gauche, avec y compris des
recoupements entre certaines féministes
noires et le parti communiste au milieu et à la fin du XX° siècle. Les
dirigeantes du parti communiste Claudia
Jones et Angela Davis ont ainsi défini toutes deux le concept de
l’oppression des femmes noires comme une expérience
imbriquée de race, de genre et de classe.
En 1949, Claudia Jones a écrit un essai
révolutionnaire intitulé Mettre fin au désintérêt envers les problèmes de la
femme noire !, dans lequel elle argumente : « les femmes noires – en tant que
travailleuses, en tant que noires, en tant que femmes – constituent la couche la plus opprimée de toute la population. »
Dans cet essai, Jones met en lumière le fait que les agressions sexuelles
constituent un enjeu racial pour les femmes noires.
Aucun cas n’a incarné de façon aussi dramatique le
statut opprimé des femmes noires que celui de Rosa Lee Ingram, veuve, mère de
quatorze enfants, dont deux décédés, qui fit face à l’emprisonnement à vie dans
l’Etat de Géorgie pour le « crime » de
s’être défendue face aux avances indécentes d’un suprématiste blanc. Ce cas
a exposé au grand jour l’alibi hypocrite des lyncheurs d’hommes noirs, qui se
sont historiquement cachés derrière les robes des femmes blanches en essayant
de couvrir leurs crimes sauvages sous les traits de la « galanterie » et de la
« défense des femmes blanches ».
Ce thème – le fait que les agressions sexuelles ne constituent pas seulement un enjeu féminin,
mais aussi un enjeu racial dans la société étatsunienne – a été ensuite
repris et creusé par Angela Davis, dont l’engagement de longue durée pour combattre toutes les formes d’exploitation
et d’oppression, notamment le système judiciaire raciste, est bien connu.
En 1981, Davis écrit, dans Femmes, race et classe, que le viol « possède une composante
raciale toxique aux Etats-Unis depuis les temps de l’esclavage, en tant
qu’arme-clé dans le maintien du système de la suprématie blanche ». Elle décrit
le viol comme « une arme de domination, une arme de répression, dont le but caché est d’éteindre la volonté de
résister des femmes esclaves et, dans le même temps, de démoraliser leurs
hommes. »
Le viol institutionnalisé des femmes noires a
survécu à l’abolition de l’esclavage et pris une forme moderne, selon Davis : «
les viols collectifs, commis par le Ku Klux Klan et d’autres organisations
terroristes durant la période qui suivit la guerre de Sécession, devinrent une arme ouvertement politique
pour entraver le mouvement de l’égalité des droits civils. »
La caricature
de l’homme noir, prédateur sexuel au désir insatiable de violer les belles
blanches vertueuses du Sud, possède une « associée inséparable », écrit
Davis : « l’image de la femme noire qui de façon invétérée serait légère (…)
Vues comme des ‘‘filles faciles’’ et des putes, les cris au viol des femmes
noires manqueront nécessairement de légitimité. »
Pourtant, dans
les années 1970, de nombreuses féministes blanches – dont la plus connue est
peut-être Susan Brownmiller, avec
son livre Against Our Will : Men, Women
and Rape (Contre notre volonté : hommes, femmes et viol) – ont décrit le
viol exclusivement comme un combat entre les femmes et les hommes.
Le climat
politique conduisit Brownmiller à tirer des conclusions ouvertement racistes
dans son récit du lynchage en 1955 de Emmet Till, un garçon de 14 ans en visite
dans sa famille dans le Mississippi au temps des lois Jim Crow [lois ségrégationnistes, NdR], enlevé, torturé et tué
pour le « crime » d’avoir prétendument sifflé une femme mariée blanche. Malgré
ce lynchage, Brownmiller décrit Till et ses tueurs comme partageant un pouvoir
sur « la femme blanche », en usant de stéréotypes que Davis décrit comme « la résurrection du vieux mythe raciste du Noir
violeur. »
Il
y a nombre d’autres manières par lesquelles l’expérience de l’oppression des
femmes diffère entre les femmes de différentes classes et races.
Le mouvement féministe dominant des années 1960 et 1970 demandait l’avortement sur la base du droit des
femmes de mettre fin aux grossesses non désirées. C’est évidemment un droit
crucial pour toutes les femmes, sans lequel elles ne peuvent pas espérer
l’égalité avec les hommes. En même temps, néanmoins, le mouvement dominant
s’est focalisé presque exclusivement sur l’avortement, quand l’histoire des droits reproductifs rendait cet enjeu bien plus
compliqué pour les femmes noires et les autres femmes de couleur, qui ont
été historiquement la cible d’une stérilisation forcée raciste.
Le
collectif Combahee River
La leçon cruciale de ces exemples est qu’il n’existe
pas quelque chose qui serait une simple « question femme » dans un système
capitaliste qui s’est fondé sur l’esclavage des Africain-e-s et où le racisme
reste intégré dans ses bases et toutes ses institutions. Presque tous les
enjeux liés aux femmes ont une composante raciale.
Au
long des années 1960 et 1970, il y a eu un fort mouvement parmi les femmes
noires de gauche – dont la meilleure illustration est le
collectif Combahee River, un groupe de
féministes lesbiennes noires basé à Boston. Elles s’identifiaient comme «
marxistes », ainsi qu’elles l’affirmèrent dans leur déclaration de 1977 : «
nous sommes socialistes parce que nous croyons que le travail doit être
organisé pour le bien collectif de ceux et celles qui travaillent et créent les
produits, et non pour le profit des patrons. Les ressources matérielles doivent
être distribuées équitablement parmi ceux et celles qui les créent. Nous ne
sommes pour autant pas convaincues que la révolution socialiste, qui n’est pas
non plus une révolution féministe et antiraciste, garantira notre libération
(…) Bien que nous soyons essentiellement d’accord avec la théorie de Marx
appliquée aux relations économiques qu’elle analyse, nous savons que cette analyse doit être élargie pour
comprendre notre situation spécifique en tant que femmes noires. »
C’est un point de vue fort rationnel, qui peut
apparaître aujourd’hui évident à la plupart des gens de gauche. Le collectif
Combahee River ne défendait par le séparatisme, comme certain-e-s marxistes le
pensaient de façon erronée. Dans
une interview en 1984 pour le livre The
Bridge Called My Back, Barbara Smith, une des membres fondatrices du
collectif, défendait une stratégie de « construction de coalition » plutôt
qu’un « séparatisme racial ». Elle affirmait que « toute forme de séparatisme
est une voie sans issue (…) Il n’y a aucune chance qu’un groupe opprimé
renverse le système tout seul. La formation de coalitions de
principe autour d’enjeux spécifiques est très importante. »
Il faut remettre en question l’idée soutenue par de
nombreux critiques, dont certains marxistes, que le concept afroféministe d’intersectionnalité concernerait juste
l’expérience du racisme, du sexisme et d’autres formes d’oppression à un niveau
individuel. La tradition
afroféministe a toujours été liée à des luttes collectives contre l’oppression
: contre l’esclavage, la ségrégation, le racisme, les brutalités policières, la
pauvreté, la stérilisation forcée, le viol systématique de femmes noires et le
lynchage systématique d’hommes noirs.
La leçon la plus importante à retenir du collectif
Combahee River est peut-être que lorsque
nous construirons le prochain mouvement de masse pour la libération des femmes,
bientôt espérons-le, il devra être basé sur les besoins non des moins
opprimées, mais de celles qui sont les plus opprimées ; c’est ce que signifie
véritablement la solidarité.
Mais l’intersectionnalité reste un concept servant à
comprendre l’oppression, non l’exploitation. De nombreuses
afroféministes reconnaissent les racines structurelles du racisme et du sexisme
mais donnent moins d’importance que les marxistes à la connexion entre le
système d’exploitation et l’oppression.
Le marxisme est nécessaire parce qu’il fournit
un cadre pour comprendre les relations entre l’oppression et l’exploitation
et parce qu’il identifie le sujet qui peut créer les conditions sociales et
matérielles rendant possible la fin de l’oppression comme de l’exploitation : la classe ouvrière.
Les travailleurs et travailleuses n’ont pas
seulement le pouvoir de mettre fin à ce système, mais aussi celui de le
remplacer par une société socialiste basée sur la propriété collective des
moyens de production. Bien que d’autres groupes souffrent de l’oppression dans
la société, seule la classe ouvrière
possède une puissance collective.
Le concept d’intersectionnalité a donc besoin de la
théorie marxiste pour réaliser le type de mouvement unifié qui sera capable de
mettre fin à toutes les formes d’oppression. Dans le même temps, le marxisme ne
peut que bénéficier de l’intégration de l’afroféminisme dans ses propres
politiques et pratiques.
Le
rejet postmoderne de la « totalité »
Jusqu’ici, j’ai
essayé de montrer comment le concept d’intersectionnalité, ou d’oppressions
imbriquées, est enraciné depuis longtemps dans la tradition afroféministe, et
que ce concept est aussi compatible avec le marxisme.
Je voudrais maintenant traiter du postmodernisme, en
confrontant son interprétation de l’intersectionnalité au concept afroféministe
plus ancien. Soyons clair : il est
évident que le postmodernisme a fait avancer la lutte contre toutes les formes
d’oppression, y compris l’oppression subie par les personnes trans, celles qui souffrent
de handicaps ou subissent des discriminations d’âge, et beaucoup d’autres
formes qui ont été négligées avant que
les théories postmodernes commencent à fleurir dans les années 1980 et 1990.
Le théoricien de la littérature britannique Terry Eagleton situe « l’accomplissement le plus abouti » du
postmodernisme dans « le fait qu’il a aidé
à placer les questions de sexualité, de genre et d’ethnicité si fermement dans
l’agenda politique qu’il est désormais impossible d’imaginer les effacer sans
de très grandes luttes. »
Dans le même temps, néanmoins, le postmodernisme a aussi suscité un rejet en bloc de toute
généralisation politique ainsi que des catégories de structures sociales et de
réalités matérielles, comprises comme des « vérités », des « totalités » et des
« universalités »,ceci au nom d’un
« anti-essentialisme ». Notons, soit dit en passant, qu’un tel rejet à
l’aveugle de toute généralisation politique constitue lui-même une
généralisation politique, ce qui est une contradiction inhérente à la pensée
postmoderniste !
Les postmodernistes
donnent une importance cruciale au caractère limité, partiel et subjectif des
expériences individuelles, en rejetant
la stratégie de lutte collective contre les institutions d’oppression et
d’exploitation et en se focalisant
en revanche sur les relations individuelles et culturelles comme centres de la
lutte. Ce n’est pas un hasard si le postmodernisme a prospéré dans le monde académique au moment du déclin des mouvements
sociaux et de classe des années 1960 et 1970, ainsi que de la montée en
puissance de l’offensive néolibérale de la classe dominante.
Certains
universitaires impliqués dans la montée du postmodernisme étaient d’anciens
radicaux des années 1960qui avaient perdu espoir dans la possibilité de la révolution. Ils
ont été rejoints par une nouvelle génération de penseurs radicaux, trop jeunes
pour avoir connu le tumulte des années 1960, mais influencés par le pessimisme de la période. Dans ce contexte, le marxisme fut largement décrié comme «
réducteur » et « essentialiste » par des universitaires s’affirmant postmodernistes, poststructuralistes et
postmarxistes.
Dans le cadre de la vaste catégorie théorique de
postmodernisme, le post-marxisme a
fourni à partir des années 1980 un nouveau cadre théorique. Deux théoriciens postmarxistes, Ernesto Laclau
et Chantal Mouffe, ont publié en 1985 le livre Hégémonie et stratégie socialiste : vers une politique démocratique
radicale.
Laclau et Mouffe décrivent leur théorie comme une
négation de la « totalité » socialiste : « Il n’y a pas, par exemple, forcément
de liens entre l’anti-sexisme et l’anticapitalisme, et une unité entre les deux
ne peut être que le résultat d’une articulation hégémonique. Il s’ensuit qu’il est seulement possible de
construire cette articulation sur la base de luttes séparées (…) Ceci requiert l’autonomisation des sphères de
lutte. » C’est en fait un argument
pour la séparation des luttes. Des combats « flottant librement » devraient
donc être situés entièrement dans ce que les marxistes décrivent comme la superstructure
de la société, sans aucune relation avec sa base économique.
Plus encore,
le concept de Laclau et Mouffe d’« autonomisation des sphères de lutte » stipule
non seulement que chaque lutte se limite
à combattre une forme particulière de subordination au sein d’un champ social
particulier, mais qu’elle n’a même pas besoin d’impliquer d’autres
personnes que vous-même. Ils l’affirment explicitement : « plusieurs de ces
formes de résistance deviennent manifestes non pas en tant que luttes
collectives, mais à travers un individualisme de mieux en mieux armé. »
Ces passages montrent clairement comment l’accent cesse
d’être mis sur la solidarité entre mouvements et passe des luttes collectives
aux luttes individuelles et interpersonnelles. De cette façon, les relations interpersonnelles deviennent
les lieux-clé de la lutte, basée sur des perceptions subjectives de quel individu est en position de «
domination » et quel autre est en position de « subordination » dans chaque
situation particulière.
En 1985, le théoricien
queer Jeffrey Escoffier résuma : « les politiques
de l’identité doivent aussi être des politiques de la différence (…) Les
politiques de la différence affirment leur état limité et partiel. » Les poststructuralistes se sont en fait appropriés
de termes comme ceux de « politiques de l’identité » et de « différence »,
qui ont leur origine dans l’afroféminisme des années 1970.
Quand le collectif Combahee River se référait au
besoin de politiques de l’identité, il décrivait l’identité de groupe des
femmes noires ; quand il soulignait l’importance de reconnaitre les «
différences » entre les femmes, il se référait à l’invisibilité collective des
femmes noires au sein du féminisme de l’époque, principalement blanc et de
classe moyenne.
Mais il existe
un monde de différence entre l’identité sociale, en tant que membre d’un groupe
social, et l’identité individuelle. La
conception poststructuraliste d’« identité » est basée sur les individus,
tandis que la « différence » peut se référer ici à n’importe quelle
caractéristique qui sépare les individus les uns des autres, qu’elle soit liée
à l’oppression ou simplement à une non-normativité.
Il faut noter que l’afroféministe Kimberlé Williams
Crenshaw, dans un écrit des années 1990, s’est emparée de cet enjeu en
dénonçant la « version d’anti¬-essentialisme, incarnant ce qui pourrait être
nommé la thèse de la construction sociale vulgarisée, [qui] est que puisque
toutes les catégories sont construites socialement, il n’existe pas de choses
telles que « noire » ou « femmes » et il n’y a donc aucun sens à continuer à
reproduire ces catégories en s’organisant en fonction d’elles. »
Au contraire, elle défendait qu’« un début d’une
réponse à ces questions requiert que nous commencions par reconnaitre que les groupes
organisés autour d’une identité au sein desquels nous nous situons sont en fait
des coalitions, ou du moins de potentielles coalitions attendant d’être
formées. » Et concluait : « à ce stade du développement historique, un point
fort peut être d’affirmer que la stratégie de résistance la plus cruciale pour
des groupes privés de pouvoir est d’occuper et défendre les politiques de leur
identification sociale plutôt que de l’abandonner et de la détruire. »
Identité
« individuelle » contre identité « sociale »
C’est ainsi que le concept d’intersectionnalité,
développé initialement au sein de la tradition afroféministe, a émergé bien
plus récemment dans le contexte du postmodernisme. Bien que l’afroféminisme et
certains courants de la théorie postmoderne partagent des considérations
communes et un langage commun, ces aspects sont éclipsés par des
différences-clé qui en font deux approches clairement distinctes pour combattre
l’oppression.
Le
concept d’intersectionnalité possède ainsi deux fondements politiques
différents, l’un constitué d’abord par l’afroféminisme et l’autre par le
postmodernisme.
L’évolution plus récente de l’approche
poststructuraliste par rapport aux politiques de l’identité et à
l’intersectionnalité, qui exerce une forte influence sur la génération
militante actuelle, donne une énorme importance au changement du comportement individuel, en en faisant le moyen le
plus efficace pour combattre l’oppression.
Ceci a fait
germer l’idée d’individus dénonçant des actes interpersonnels d’oppression
perçue, cette indignation devenant une forme d’action politique cruciale. Plus
généralement, l’intersectionnalité a fini par se traduire en termes
postmodernes, même parmi ceux qui n’ont aucune idée de ce qu’est le
postmodernisme.
Comme l’universitaire marxiste Kevin Anderson l’a
récemment énoncé : « A la fin du XX° siècle, un discours théorique de l’intersectionnalité est devenu presque
hégémonique dans de nombreux secteurs de la vie intellectuelle critique.
Dans ce discours, qui concernait des enjeux sociaux et des mouvements autour de
la race, du genre, de la classe, de la sexualité et d’autres formes
d’oppression, il a souvent été dit que
nous devrions éviter toute forme de réductionnisme de classe ou d’essentialisme,
dans lequel le genre et la race sont
subordonnés à la catégorie de classe. Tout au plus, disait-on, les
mouvements autour de la race, du genre, de la sexualité ou de la classe pouvaient se croiser les uns les autres,
mais ne pouvaient pas coaguler facilement en un seul mouvement contre la
structure du pouvoir et le système capitaliste qui, selon le marxisme, se tient
derrière elle. Ainsi, la véritable intersectionnalité de ces mouvements sociaux
– en opposition à leur séparation – était généralement perçue comme assez
limitée, aussi bien en termes de réalité que de possibilité. Dire le contraire
faisait courir le risque de tomber dans les abysses du réductionnisme et de
l’essentialisme. »
Je partage ce qu’Anderson dit sur ce point, mais
pense aussi qu’il est clair qu’il critique ici l’approche postmoderne de
l’intersectionnalité, et non le féminisme noir. Je crois que ce serait une
erreur pour les marxistes que de perdre de vue la valeur de la tradition
afroféministe, y compris le concept d’intersectionnalité, tant pour sa
contribution au combat contre l’oppression des femmes de couleur et des femmes
de la classe ouvrière, que pour les manières dont il peut aider à faire
progresser la théorie et la pratique marxistes.
Les marxistes
apprécient les contributions de nationalistes noirs de gauche tels que Malcolm
X et Franz Fanon, de même que le
socialisme du parti des Black Panthers, et ils ont essayé d’intégrer des
aspects de leurs contributions au sein de leur propre tradition politique. Les
exemples ci-dessus apportent des preuves évidentes de la nécessité d’intégrer
de la même façon les leçons que les féministes noires peuvent offrir au
marxisme.
La ségrégation raciale aux Etats-Unis a efficacement
empêché le développement d’un mouvement unifié des femmes, à cause d’une
incapacité à reconnaitre les implications multiples de la division raciale
historique. Aucun mouvement ne peut prétendre parler pour toutes les femmes
s’il ne parle pas pour les femmes qui sont également confrontées aux
conséquences du racisme, qui fait que les femmes de couleur se situent de
manière écrasante dans les rangs de la classe ouvrière et des pauvres.
Race et classe doivent être centrales au sein du
projet de libération des femmes, non seulement en théorie mais aussi en
pratique, si ce projet veut avoir un sens pour les femmes qui sont les plus
opprimées par le système.
Publication originale le 1er août 2017 sur le site
de l’ISO. Nous avons repris la traduction de l’Anticapitaliste, revue mensuelle
du NPA, dans son numéro 91 d’octobre 2017
La crise du capitalisme a ouvert une
période de questionnement et de mouvements de masse tout autour du globe. Des
Indignados espagnols aux manifestations de la place Syntagma en Grèce, en
passant par les Nuits Debout en France, la jeunesse
se lève et remet en cause le système capitaliste.
Nous avons également vu, au cours des dernières
années, de nombreux mouvements de masse contre les multiples formes
d’oppression que les différentes couches de la classe ouvrière subissent sous
le capitalisme. Des mouvements inspirants comme Idle No More, Black Lives
Matter, les manifestations contre la violence envers les femmes ayant eu lieu à
travers le monde le 8mars, et certains éléments du mouvement anti-Trump ne sont
que quelques exemples du désir grandissant chez les jeunes, les travailleuses
et les travailleurs de lutter contre l’oppression et la discrimination.
Un des points de vue dominants parmi la direction de
plusieurs de ces mouvements– souvent inspirés par la gauche universitaire– est
celui de «l’intersectionnalité ».
Ainsi, il n’est pas surprenant qu’une couche de jeunes et d’étudiants qui se
politisent avec ces mouvements en vienne
à voir l’oppression à travers ce prisme. Mais que signifie l’intersectionnalité? Est-elle utile
pour lutter contre l’oppression? Est-elle compatible avec le marxisme?
L’intersectionnalité est un terme généralement utilisé pour décrire l’existence de multiples formes
d’oppression qui se superposent et s’entrecroisent pour former différentes
configurations pour chaque individu, ce qui crée des expériences et des
barrières sociales uniques. Le «besoin d’être intersectionnel» est une phrase
courante au sein du mouvement, qui veut dire que toute lutte doit être inclusive et représentative des individus qui
subissent différentes oppressions superposées, par opposition à l’idée de
se concentrer simplement sur un groupe ou une forme d’oppression.
Les marxistes
reconnaissent que les personnes et
groupes peuvent subir plusieurs formes d’oppression superposées de façon
simultanée, et que chaque configuration d’oppressions donne lieu à un ensemble
particulier de barrières sociales. D’un point de vue marxiste, aucune forme
d’oppression ne peut être comprise ou vaincue de manière isolée, et la lutte contre l’oppression et
l’exploitation doit réunir et inclure toutes les couches d’opprimés.
Les marxistes
s’opposent aussi fermement à toute attitude ou tout comportement
discriminatoire; nous soutenons que ceux-ci ne peuvent que nous diviser et nous
empêchent d’atteindre l’unité de la
classe ouvrière, nécessaire pour atteindre l’émancipation.
À
première vue, il semble que le marxisme et l’intersectionnalité soient
complémentaires. Cependant, si l’on regarde sous la
surface et que l’on plonge dans la théorie sur laquelle s’appuie
l’intersectionnalité, nous constatons
que sa compréhension de l’oppression et de la manière de lutter contre elle
diffère énormément du marxisme.
L’intersectionnalité, malgré les bonnes intentions
de beaucoup de ses adeptes, ne peut pas
expliquer adéquatement les origines des diverses formes d’oppression, et donc
offrir de solution.
On ne saurait trop insister sur le fait que les
marxistes luttent contre toutes les formes d’oppression. Critiquer une façon
différente de comprendre l’oppression dans le mouvement n’équivaut pas à
négliger la réalité des multiples formes d’oppression; au contraire, puisque
notre but ultime est de mettre fin à toutes les formes d’oppression et
d’exploitation une fois pour toutes, il
est de notre devoir de défendre les idées et les méthodes dont la classe
ouvrière et la jeunesse ont besoin pour atteindre l’émancipation. Voiler
nos différences n’aide en rien à faire avancer le mouvement.
«
L’intersectionnalité » mise en contexte
Afin de
comprendre les limites de l’intersectionnalité d’un point de vue marxiste,
nous devons bien sûr prendre en compte
les principaux préceptes de l’intersectionnalité même, ainsi que le contexte historique dans lequel cette
théorie a émergé.
La montée de
l’intersectionnalité a coïncidé avec la défaite des vagues révolutionnaires des
années60 et 70, suivie de la période
de réaction des années80 qui a culminé avec la chute de l’Union soviétique.
Lors du reflux de la lutte des classes qui en résulta, les politiques «identitaires» gagnèrent en popularité.
Les politiques identitaires, s’étant développées
dans cette période particulière, consistent
à définir les gens en se fondant sur leurs caractéristiques personnelles
(par exemple l’origine ethnique ou le sexe)
plutôt que sur leur classe ou leur opinion politique.
Elles ont été instrumentalisées par la classe
dirigeante afin de promouvoir
l’avancement d’éléments petits-bourgeois et carriéristes pouvant facilement
être incorporés au système capitaliste. Les politiques identitaires sont utilisées par la bureaucratie du mouvement
ouvrier et par la classe dirigeante contre ceux adoptant des positions de
gauche et de lutte des classes au sein du mouvement.
Cette orientation accrue vers des axes d’identité et d’oppression séparés
est le résultat de l’échec des directions syndicales, sociales-démocrates et
staliniennes à mener la classe ouvrière au renversement du capitalisme, ce qui
aurait éradiqué la base sociale et économique des diverses formes d’oppression.
Le stalinisme, en particulier, a joué un rôle
pernicieux. Tandis que la révolution russe de 1917 menée par les bolcheviks sous Lénine et Trotsky avait permis des
avancées majeures pour les femmes, les gais et lesbiennes et les nationalités
opprimées, la dégénérescence de l’Union soviétique sous Staline a mené à
des reculs importants.
L’isolement et l’arriération de l’Union soviétique
ont perpétué la pénurie, et les staliniens
se sont servis de toutes les vieilles divisions et formes d’oppression pour
maintenir leur pouvoir et freiner la révolution prolétarienne internationale.
Les pratiques discriminatoires adoptées par les partis communistes staliniens
partout dans le monde reflétaient les politiques staliniennes adoptées en URSS, comme la recriminalisation de
l’homosexualité.
Sans surprise, cela a détourné de la lutte pour le
socialisme beaucoup de jeunes et travailleurs vivant sous le poids de
l’oppression. De telles politiques n’ont rien à voir avec le marxisme
authentique et ont contribué à la
division du mouvement en axes de lutte séparés, tandis que le marxisme
authentique, lui, lutte contre toutes
les formes d’oppression et en appelle à l’unité de classe.
L’intersectionnalité,
branche du féminisme, était en fait une réaction contre les politiques
identitaires traditionnelles qui tendaient à
diviser le mouvement en différentes luttes séparées. Les femmes noires en
particulier faisaient remarquer depuis des décennies que le mouvement des femmes était largement dominé par des femmes blanches
de classe supérieure qui ignoraient la réalité et les besoins des femmes
noires de la classe ouvrière, et que le mouvement
antiraciste était dominé par des hommes noirs qui, bien souvent,
banalisaient l’oppression des femmes– ce qui n’est pas une critique sans
importance.
Cependant, les
fondements idéologiques de l’intersectionnalité reposent sur des théories
post-marxistes comme le postmodernisme et le poststructuralisme. Ces
théories ont gagné en popularité dans les cercles universitaires précisément dans une période de réaction capitaliste et
d’effondrement du stalinisme, une période au cours de laquelle la direction
syndicale et de la gauche en général a abandonné toute prétention à lutter pour
le socialisme, et s’est ouvertement
prononcée en faveur d’un capitalisme plus «humain».
Tandis que l’accent était mis sur une transformation
sociale et économique radicale lors de la période précédente, le monde des idées, de la pensée et du
langage est devenu l’objet à analyser et à transformer lors du recul de la
lutte des classes qui a suivi. Ayant perdu toute confiance dans la capacité de
la classe ouvrière à transformer radicalement les fondements sociaux et
économiques de la société, la gauche
universitaire s’est repliée sur l’idée de changer la façon de penser des
individus.
Issue
de cette tendance idéologique, l’intersectionnalité met l’accent sur l’expérience subjective et la
pensée, le langage et le comportement individuels, et considère que c’est à
travers ce prisme que l’on peut comprendre et surmonter l’oppression.
Il
s’agit d’une approche profondément idéaliste qui se fonde sur l’idée que pour
changer la société, il faut changer le point de vue des gens d’abord
– ou, pire encore, qu’en changeant le
«discours», on peut transformer la réalité.
La vérité est que l’idéologie dominante, dans une
société de classe, est l’idéologie de la classe dominante. C’est dans la lutte même pour transformer la société que les gens (en
grand nombre) se transforment et que leurs opinions changent (sur une vaste
échelle). Marx l’explique très bien dans L’idéologie allemande:
«Une transformation massive des hommes s’avère
nécessaire pour la création en masse de cette conscience communiste, comme
aussi pour mener la chose elle-même à bien; or, une telle transformation ne peut s’opérer que par un mouvement
pratique, par une révolution; cette révolution n’est donc pas seulement
rendue nécessaire parce qu’elle est le seul moyen de renverser la classe
dominante, elle l’est également parce que seule une révolution permettra à la
classe qui renverse l’autre de balayer toute la pourriture du vieux système qui
lui colle après et de devenir apte à fonder la société sur des bases
nouvelles.»
C’est à la professeure
de droit afro-américaine Kimberlé Crenshaw que l’on attribue l’invention du
terme «intersectionnalité» en 1989,
utilisé spécifiquement pour décrire comment le système pénal américain échouait
à prendre en compte la discrimination fondée sur des motifs multiples dont
les femmes noires souffrent sur leurs lieux de travail.
Dans son article
«Demarginalizing the Intersection of
Race and Sex: A Black Feminist Critique of Antidiscrimination Doctrine,
Feminist Theory and Antiracist Politic», Crenshaw cite plusieurs procès au
cours desquels le tribunal avait examiné soit les allégations de discrimination
basée sur le sexe, soit les allégations de discrimination raciale sur le lieu
de travail, refusant d’admettre que les
femmes noires subissent une discrimination fondée sur des motifs multiples, non
pas seulement en tant que femmes ou en tant que Noires, mais en tant que femmes
noires. Par
exemple, dans le cas de DeGraffenreid vs General Motors, le tribunal a rejeté
la plainte pour discrimination sexuelle et raciale de la plaignante parce que
General Motors avait engagé des femmes blanches et des hommes noirs au cours de
la période précédente.
Il est incontestable que les femmes noires et
d’autres groupes qui vivent de la discrimination fondée sur des motifs
multiples sont laissés pour compte dans le système juridique capitaliste. Ces
lacunes structurelles créent des obstacles importants à l’égalité des droits
pour les couches opprimées de la classe ouvrière. Les marxistes soutiennent les
réformes juridiques qui permettent d’augmenter la capacité des travailleurs et
des couches opprimées de notre classe de lutter pour leurs droits et
d’améliorer leurs conditions de vie. Mais nous
devons également expliquer que le racisme et le sexisme tirent leurs racines de
la société de classe et des besoins du capitalisme, et que le système
judiciaire existe avant tout pour maintenir ce système.
Tant que le système judiciaire évolue dans un
contexte capitaliste, il est impossible de se débarrasser de sa nature bourgeoise
à coup de réformes. Crenshaw revendique
la création d’une nouvelle catégorie de minorité protégée pour les femmes
noires au sein du système judiciaire. Nous devons toutefois souligner que
cela ne changerait pas fondamentalement les conditions matérielles et sociales qui engendrent la discrimination multiple
vécue par ces femmes dans leur lieu de travail et dans la société en général et
que Crenshaw décrit avec tant de précision.
Bien que les écrits de certaines féministes
intersectionnelles contiennent des observations intéressantes sur la façon dont
la discrimination multiple est vécue et sur les obstacles auxquels ses victimes
sont confrontées, les marxistes expliquent qu’il faut dépasser la simple
observation. Un nombre infini de catégories pourraient être créées au sein du
système judiciaire afin de refléter toutes les intersections d’oppressions
possibles, mais, en tant que marxistes, nous devons nous poser la question: pourquoi l’oppression existe-t-elle, et
comment pouvons-nous l’éradiquer?
La
pensée et la réalité sociale
En 2016, lors d’une conférence intitulée «L’urgence
de l’intersectionnalité», Crenshaw affirmait que le système judiciaire
n’arrivait pas à prendre en compte la double discrimination au travail dont
souffrent les femmes noires en raison d’un «problème de cadrage». Autrement
dit, si les juges ou les décideurs politiques avaient un meilleur cadre pour
comprendre l’oppression et la nature de la discrimination multiple, les
individus où les groupes qui vivent des oppressions superposées ne seraient pas
laissés pour compte.
Les attitudes discriminatoires des juges influencent
leurs décisions, ce qui a certainement des répercussions sur la vie des groupes
opprimés et perpétue leur marginalisation. Tandis que les hommes et femmes noirs
sont davantage la cible de brutalité policière et de meurtre, les policiers
assassins jouissent de l’impunité et les juges aux Etats-Unis et au Canada
laissent souvent des agresseurs sexuels blancs en liberté. Il est on ne peut
plus clair que les juges agissent conformément à leurs dégoûtantes attitudes
discriminatoires, et que cela permet de perpétuer l’oppression et la
subjugation des groupes opprimés de la société. Mais d’où viennent ces mentalités, et comment
pouvons-nous les éliminer?
Les attitudes discriminatoires toxiques des
juges et des décideurs politiques reflètent les besoins du système capitaliste.
L’État capitaliste et son système judiciaire existent afin de maintenir la
domination et les profits de la classe capitaliste. Sous ce système, où les
juges ne sont pas élus, les promesses électorales sont brisées aussitôt que les
politiciens arrivent au pouvoir et sans qu’on ait la possibilité de les
révoquer, et beaucoup de décisions importantes sont prises derrière des portes
closes par des responsables non élus (c’est-à-dire des banquiers et dirigeants
d’entreprises).
Il n’y a pas d’authentique démocratie ni de
possibilité de demander des comptes. Il est aussi très difficile de faire
condamner nos employeurs pour leurs pratiques discriminatoires, étant donné
qu’ils contrôlent nos moyens de subsistance et que nous n’avons pas de contrôle
démocratique sur nos lieux de travail dans le cadre d’une production
capitaliste. Bien qu’il arrive que des poursuites pour discrimination soient
gagnées au terme d’une rude bataille, il faut souvent passer des années devant
les tribunaux et dépenser des sommes astronomiques, et surmonter beaucoup
d’autres obstacles qui rendent cette voie impossible à suivre pour beaucoup de
travailleurs opprimés.
Sans compter que l’employeur peut toujours se doter
d’une meilleure équipe de juristes et que le système est déjà biaisé à son
avantage. Lorsque les patrons sont effectivement punis, c’est souvent à coup
d’amendes dérisoires, alors que la vie des plaignants et des plaignantes a été
traînée dans la boue. Donc, bien que les mentalités jouent un rôle pernicieux
dans le maintien de l’oppression, c’est le fondement économique et social sur
lequel se basent ces institutions qui représente le véritable obstacle à
surmonter pour éliminer l’oppression.
Autrement dit, c’est
la nature capitaliste des institutions qui est à la source du problème, et non
seulement la mentalité des représentants qui y sont en poste.
Donc, pour
les marxistes, le problème fondamental n’est pas le «cadre» ou la manière dont
les gens considèrent l’oppression. L’idée
que la pensée et le langage sont les forces dominantes qui structurent la
réalité sociale découle de l’idéalisme philosophique, tandis que les
marxistes approchent l’histoire d’un point de vue matérialiste et expliquent que c’est la réalité sociale qui structure
la pensée.
Nous ne venons
pas au monde avec des conceptions du monde toutes faites, et celles que nous
développons ne tombent pas du ciel. Ce que nous apprenons
et la manière dont nous concevons le monde sont influencés par les conditions
matérielles et sociales de l’époque historique dans laquelle nous nous
trouvons, et par le mode de production qui jette les bases de l’organisation de
la société. Cela ne signifie pas que chacune de nos pensées ou chaque élément
de la culture est un produit direct de la base économique de la société, mais
plutôt que la base économique jette les bases générales des points de vue
dominants d’une époque donnée, et impose certaines limites à notre pensée.
Bien sûr, il n’y a pas que les individus en position
de pouvoir qui véhiculent des idées discriminatoires qui servent leurs intérêts
bornés. Les travailleurs et les pauvres sont aussi socialisés de manière à
adopter ces mentalités. Les idées
dominantes de la société sont les idées de la classe dominante, qui sous le
capitalisme est la bourgeoisie. La
classe capitaliste s’appuie sur les attitudes discriminatoires afin que la
classe ouvrière se divise selon l’ethnie, la langue, le sexe et le genre, la
religion et autres caractéristiques. Ces divisions ont plusieurs fonctions,
comme le fait de créer une pression à la baisse sur les salaires et un
nivellement vers le bas entre les travailleurs et les nations en compétition
les uns avec les autres, ce qui empêche la majorité des exploités et des
opprimés de s’unir contre leur oppresseur commun, la bourgeoisie.
La bourgeoisie
possède et contrôle les principaux moyens de diffusion des idées, comme les
grands médias et les outils de diffusion de la culture. Les idées de la
classe dominante sont aussi reproduites à travers l’Église, le système
d’éducation et la famille. Le contenu de notre pensée est façonné par ces
institutions, qui sont le reflet de la société capitaliste.
Le capitalisme oblige les travailleurs à se faire
concurrence de manière féroce et déshumanisante, ce qui déforme la façon dont
nous percevons nous-mêmes et les autres. Les gens ne naissent pas cupides et intolérants, mais sont éduqués dans
une société individualiste qui nous monte les uns contre les autres et
utilise de puissants moyens pour nous diviser et nous empêcher de nous unir. S’attaquer à la manière dont on pense sans changer les
conditions matérielles et sociales qui engendrent les comportements
discriminatoires est donc insuffisant pour lutter contre l’oppression. Se
concentrer sur la pensée et les idées sans les lier à leur origine sociale et
matérielle entraîne inévitablement une compréhension individualiste subjective
de l’oppression, faisant dévier notre attention de ses racines économiques
structurelles, et risquant de diviser le mouvement.
En dernière analyse, la base matérielle de toute
division sociale est la pénurie, le manque. Une société capable de donner un
bon emploi, un logement et de l’éducation à tous ses citoyens ne va pas avoir
besoin de blâmer «l’autre» pour le manque de logement, d’emplois ou le faible
accès à l’éducation. Inversement, une société en crise vivra une montée de ces
mentalités. Marx le comprenait lorsqu’il expliquait que «l’indigence
généralisée fait ressusciter le vieux fatras». Ces mentalités ne peuvent pas
être complètement éradiquées tant que persiste la pénurie. Sous le capitalisme,
la pénurie est entièrement artificielle. En effet, nos moyens de production
sont si avancés que nous avons déjà suffisamment de richesses et de ressources
pour que tous puissent jouir d’un bon niveau de vie. Le problème sous le
système actuel est qu’une minuscule minorité accapare la majorité de la
richesse alors que le reste d’entre nous est forcé de lutter pour les miettes. Voilà
pourquoi les marxistes appellent à l’expropriation de la classe capitaliste,
afin de mettre toute cette richesse au service de la majorité et d’éradiquer
les racines matérielles de la division et de l’oppression.
Les racines de l’oppression: subjectives ou
objectives?
Dans les écrits des féministes intersectionnelles,
nous trouvons souvent des références à l’oppression «structurelle», mais c’est
expliqué d’un point de vue idéaliste plutôt que d’un point de vue marxiste,
c’est-à-dire matérialiste. Par exemple, en
ce qui concerne les formes d’oppression multiples et entrecroisées, Bell Hooks
affirme: «Pour moi, c’est comme une maison, elles partagent la fondation, mais la fondation, ce sont les croyances
idéologiques autour desquelles la domination se construit.»
Dans le même
ordre d’idées, d’après Patricia Hill
Collins, «l’autonomisation implique de rejeter les aspects de la
connaissance, qu’ils soient personnels, culturels ou institutionnels, qui
perpétuent l’objectivation et la déshumanisation». Ainsi,
elles considèrent que les racines de
l’oppression se trouvent dans le système de croyances de la société, selon
lequel certains groupes sont supérieurs ou inférieurs aux autres; la fin de l’oppression suppose de rejeter
ces croyances. La limite principale de cette approche est qu’elle
n’explique pas pourquoi de telles croyances existent, et ne peut donc pas
expliquer comment se débarrasser de ces croyances sur une vaste échelle.
En faisant de notre façon de concevoir la réalité la
cible principale du changement, on
suppose que l’oppression est principalement perpétuée à l’échelle individuelle
ou interpersonnelle. De ce point de vue, quiconque ne vit pas une
oppression particulière contribue à la perpétuer et en tire profit. Puisqu’il y
a un nombre infini de configurations d’oppressions qui s’entrecroisent, la
théorie intersectionnelle postule que nous évoluons tous dans une toile
d’oppression sans fin dans laquelle chacun opprime et est opprimé. La classe
ouvrière devient l’ennemi, plutôt que la classe dominante capitaliste.
Bien qu’il soit évident que les attitudes et les
comportements discriminatoires et oppressifs sont véhiculés par les individus
et au sein de dynamiques interpersonnelles (et ils doivent être condamnés et
combattus par les révolutionnaires), ils
ont une origine sociale et historique, et s’enracinent dans les structures de
la société de classe. De la même façon, les caractéristiques dominantes favorisées systématiquement dans une
société donnée ont aussi connu une évolution historique.
Le suprémacisme
blanc et le racisme, qui sont des phénomènes intrinsèquement sociaux et
structurels, furent développés par les
classes dominantes des nations coloniales européennes afin de justifier leurs
conquêtes coloniales et l’esclavage, sur lesquels le capitalisme a été
bâti. L’oppression des femmes n’a pas
toujours existé, mais a émergé avec la division de la société en classes et l’instauration du mariage comme
institution de contrôle de la sexualité des femmesayant pour but d’établir la paternité avec certitude de façon à
garantir le legs de la propriété du père à ses enfants. Les attitudes
racistes et sexistes reflètent ces processus matériels et sociaux.
Bien que ce soient les individus qui ont des
attitudes discriminatoires, et que les comportements qui en découlent peuvent
être très nuisibles, ces gestes et mentalités ne profitent en fin de compte
qu’à la classe dirigeante exploiteuse. Cependant, le concept de «privilège» est souvent évoqué au sein du mouvement par
les adeptes de l’intersectionnalité. Il suggère que
ceux qui ne sont pas victimes d’une certaine forme d’oppression ont un intérêt
à maintenir cette oppression, ou y contribuent activement en profitant
d’avantages personnels indus.
Les marxistes s’accordent pour dire que les gens qui
vivent plusieurs oppressions superposées se heurtent à des barrières sociales
plus importantes et à de la discrimination
fondée sur des motifs multiples. Cependant, ce qui est décrit parfois comme
des privilèges devrait, selon nous, être considéré comme des droits de la
personne dont tous devraient pouvoir profiter de manière égale. Nous devons abolir le système qui stratifie la
classe ouvrière et prive les couches opprimées de ces droits, contribuant à
notre division en nous forçant à lutter pour les miettes tombées de la table
des banquiers et des patrons. Nous disons: «La solution n’est pas de niveler
vers le bas et d’être égaux dans notre pauvreté. Nivelons vers le haut, et
prenons ce dont nous avons besoin de la classe exploiteuse et oppressive!»
L’oppression d’un groupe contribue à maintenir le
système capitaliste qui nous exploite et nous opprime tous et toutes de
différentes façons. Il n’est
dans l’intérêt d’aucun travailleur de maintenir la domination ou l’oppression
d’un autre groupe. À première vue, il semble que certains travailleurs
reçoivent des avantages au détriment des autres et donc profitent de
l’oppression des autres. Par exemple, c’est un fait reconnu que les hommes sont mieux rémunérés que les
femmes pour un travail égal, et ce partout dans le monde. Cependant, les
hommes ne sont pas mieux pas payés parce que les femmes le sont moins, ou vice
versa.
Il y a plus qu’assez de richesses pour que tout le
monde profite d’une hausse de salaire, mais la majorité de la richesse produite
par la classe ouvrière est appropriée par la classe dirigeante minoritaire. La
classe capitaliste a avantage à sous-payer ou discriminer les travailleuses,
les immigrants et les minorités raciales ou de genre, puisque comme nous
l’avons déjà expliqué, cela exerce une pression à la baisse sur tous les
salaires et force certaines couches de la classe ouvrière à être plus
«flexibles» et disponibles pour du travail précaire, à temps partiel.
Les marxistes s’opposent activement à toutes
les formes d’oppression. Mais c’est principalement à travers l’expérience concrète de la lutte
que les individus vont se transformer, leurs idées se transformant en
conséquence. Un travailleur soi-disant «privilégié» qui perpétue des
attitudes discriminatoires contribue dans les faits à diminuer son propre
salaire de par la compétition des salaires bas des travailleurs opprimés; cela
entretient les profits des patrons et le système capitaliste qui nous exploite
et nous opprime tous et toutes.
Les travailleurs
qui ne vivent pas d’oppressions multiples ont beaucoup plus à perdre à
perpétuer l’oppression des autres, puisque cela ne fait que perpétuer leur
propre exploitation. Tous les travailleurs ont un monde à gagner en s’unissant
dans la lutte pour le socialisme, qui permettrait d’augmenter massivement les
conditions de vie de tous.
Plutôt que la
solidarité de classe, l’intersectionnalité
met de l’avant le concept «d’alliés», qui laisse entendre que les différents
secteurs de la classe ouvrière et des opprimés ont des intérêts différents et
devraient chacun avoir leur organisation séparée. Les marxistes plaident
pour une lutte commune fondée sur nos intérêts communs, organisée à travers les partis ouvriers de masse et les syndicats;
une lutte contre toutes les oppressions infligées aux travailleurs et aux
travailleuses, et contre l’exploitation de classe– autrement dit, une lutte
contre le système capitaliste et tout ce qu’il engendre.
Le danger de la «politique axée sur les privilèges»
est qu’elle amène les militants à tenter de convaincre certains secteurs de la
classe ouvrière qu’ils ont avantage à opprimer les autres couches de
travailleurs, et qu’ils ont donc des intérêts divergents, plutôt que
d’expliquer en quoi nous avons tous intérêt à nous unir contre la classe
capitaliste. Cela ne peut que favoriser les capitalistes, qui instrumentalisent
le racisme, le sexisme et toutes les autres formes d’oppression et de
discrimination. Quand les travailleurs «privilégiés» et les opprimés s’unissent
contre les patrons et demandent des salaires égaux et de meilleures conditions
de travail, la puissance de cette unité permet à tous les secteurs de soutirer
davantage à la classe exploiteuse.
Les couches opprimées et discriminées de la classe
ouvrière servent également de boucs émissaires à la classe dirigeante. Lorsque
le capitalisme est en crise, la classe dirigeante et ses représentants au sein
de l’Etat jettent le blâme pour l’impasse sur tel ou tel groupe opprimé ou
marginalisé, tentant de nous monter les uns contre les autres. Lorsque les gens luttent pour survivre et qu’aucune
solution à gauche n’est offerte, ces idées peuvent s’implanter.
Nous l’avons
clairement vu lors des récentes élections américaines: lorsque Bernie Sanders a
capitulé et soutenu Clinton, Donald Trump a été en mesure de se hisser au
pouvoir en attisant les sentiments
racistes, misogynes et xénophobes dans une couche de la classe ouvrière qui
voyait en Hillary Clinton une représentante du statu quo (ce qu’elle est).
Cependant, des sondages indiquaient qu’une part importante de cette couche
pourrait être gagnée à une plate-forme de gauche qui s’attaquerait à la «classe
des milliardaires» au lieu de cibler les groupes opprimés comme boucs
émissaires.
Il s’agit d’un exemple concret de la façon dont les
attitudes discriminatoires s’enracinent dans la société de classe et sont
renforcées par la pénurie, la pauvreté et la frustration envers le système
capitaliste, particulièrement lorsque la gauche n’offre pas d’alternative
crédible.
On peut facilement imaginer à quel point ces idées
discriminatoires auraient peu d’attrait si tout le monde pouvait profiter d’un
haut niveau de vie avec un accès universel à la formation et à l’éducation
supérieure, aux garderies, aux soins de santé, au transport, au logement, aux
loisirs, à la culture, etc. Il serait difficile de blâmer un groupe en
particulier pour les souffrances d’un autre groupe si tout le monde avait un
accès égal aux ressources et aux possibilités qui mènent vers un haut niveau de
vie. Cependant, cela n’est pas possible sous le capitalisme, qui se base sur la
production pour le profit plutôt que les besoins humains. Une lutte de classe
unifiée est nécessaire pour unir toutes les couches d’opprimés dans la lutte
contre le système capitaliste qui nous exploite et nous opprime tous.
Lalutte de classe et la lutte contre
l’oppression
Les marxistes s’opposent
à la division des gens fondée sur des axes d’oppression distincts et insistent
sur la nécessité de l’unité. La lutte d’un groupe opprimé en particulier ne
peut être comprise séparément des autres formes d’oppression et du système
capitaliste qui les engendre. Bien que les adeptes de l’intersectionnalité
s’opposent à l’isolement des gens par axe d’oppression unique, le résultat de leur approche subjectiviste
est d’isoler les gens selon un nombre infini de configurations d’oppressions
multiples et de privilèges, sans dénominateur commun global.
C’est ce que laisse entendre la théoricienne
féministe intersectionnelle et professeure Patricia
Hill Collins, dans son ouvrage La
pensée féministe noire: savoir, conscience et politique de l’empowerment (publié
en anglais en 1990), lorsqu’elle affirme que «la matrice de domination générale
abrite de multiples groupes, chacun faisant l’objet de pénalités et de
privilèges différents donnant lieu à des points de vue partiels correspondants…
Aucun groupe n’a un angle de vue clair. Aucun groupe ne possède la théorie ou
la méthodologie qui lui permet de découvrir la “vérité” absolue.»
Cette perspective est plutôt pessimiste, nous laissant à nous-mêmes avec nos réalités
partielles et subjectives, et rien qui permette d’expliquer les origines des
oppressions ou de savoir comment les surmonter une fois pour toutes. C’est
un point de vue qui nous mène à l’individualisme et à la simple contemplation
plutôt que vers la lutte collective pour transformer la réalité. Le monde
existe concrètement, en dehors de nos pensées et de nos sentiments.
Notre compréhension du monde est nécessairement
partielle et individuelle, mais elle demeure un reflet d’une réalité objective
et nos idées sur cette réalité sont constamment mises à l’épreuve dans la
pratique. Les relations économiques et sociales qui forment le capitalisme
existent objectivement. Si vous n’y croyez pas, cessez de travailler et de
payer votre loyer, et voyez ce qui arrivera! Puisque la majorité d’entre nous
vit sous le capitalisme et est exploitée par lui, l’analyse de classe
représente le meilleur «angle de vue» et le meilleur outil théorique permettant
de nous unir et de nous émanciper.
Tandis que l’intersectionnalité considère toutes les
formes d’oppressions comme étant également fondamentales, les marxistes soulignent que la classe est la ligne de démarcation
fondamentale dans la société capitaliste. Le mode de production capitaliste
est basé essentiellement sur l’extraction de la plus-value sur le dos des
travailleurs par les propriétaires des moyens de production, les capitalistes.
Cela ne veut pas dire que l’exploitation de classe est la pire forme
d’oppression sur le plan des souffrances, ou que la classe ouvrière est en
quelque sorte supérieure à d’autres groupes opprimés.
Cela veut dire que tant que nous vivrons dans une
société où une classe dirigeante parasitaire exploite et opprime la majorité,
aucun groupe opprimé ne pourra être véritablement émancipé, puisqu’une
inégalité systémique existera toujours. Un représentant de la classe dirigeante
minoritaire, quel que soit son genre, sa race ou son orientation sexuelle, va finir par servir les intérêts de sa
classe, une classe qui s’appuie sur la division et l’oppression de la majorité
d’entre nous.
Les profits massifs accumulés par la classe
capitaliste représentent le travail non payé de la classe ouvrière, qui n’est
pas rémunérée pour la pleine valeur de son travail. C’est ce que les marxistes
entendent lorsqu’ils parlent de l’exploitation
de classe — à ne pas confondre avec le «classisme», qui fait référence à la
discrimination des pauvres perçus comme faisant partie d’une classe inférieure,
plutôt qu’à un rapport économique. Tandis que les marxistes reconnaissent le
rôle important de la discrimination et de l’oppression dans le maintien du
système capitaliste, la réalité économique de l’exploitation met les
travailleurs dans une position unique leur permettant de renverser le système,
puisqu’ils sont ceux qui produisent toute la richesse de la société.
De plus, bien que ce ne soient pas tous les
travailleurs qui vivent des oppressions superposées, la vaste majorité des opprimés sont exploités en tant que travailleurs ou
bien déclassés, au chômage ou soumis à l’esclavage moderne. Cela fait de
l’exploitation de classe le facteur d’unité de tous les opprimés. La classe
ouvrière englobe la vaste majorité des couches opprimées de la société et c’est
précisément la lutte de classe qui peut unir toutes les couches d’opprimés
contre notre ennemi commun, la classe exploiteuse, et, dans ce processus,
détruire les attitudes discriminatoires.
Malheureusement, la plupart des dirigeants des
mouvements étudiant et ouvrier ont échoué à organiser une lutte de classe
militante pouvant unir tous les opprimés. En même temps, ces mêmes bureaucraties ont souvent
adopté le langage intersectionnel
pour masquer le fait qu’ils ne luttent aucunement pour des réformes sérieuses
pour améliorer la vie des étudiants et des travailleurs.
Les politiques
symboliques comme la parité hommes-femmes et autres quotas fondés sur
l’identité sont appliqués sans considération pour le point de vue de classe ou
les orientations politiques des individus. En réalité, ces politiques n’ont
pour résultat que de remettre quelques positions avantageuses à une poignée de
bureaucrates qui refusent de s’engager dans la mobilisation en vue d’une lutte
pour des conditions qui permettraient d’atténuer l’oppression et l’exploitation
pour la majorité de la société.
La classe
dirigeante utilise des méthodes semblables pour tenter d’apaiser les opprimés
tout en laissant son système d’exploitation entièrement intact. Pour
s’en convaincre, il n’y a qu’à regarder les sites web des grandes banques, où
elles se vantent de la diversité de leurs employés. La représentation des
groupes opprimés au sein des banques et des grandes entreprises ne change pas
la réalité de la majorité des couches opprimées de la classe ouvrière; si l’on
ne change pas les conditions matérielles qui engendrent l’oppression, une
meilleure représentation des groupes opprimés dans nos syndicats étudiants et
ouvriers, seule, n’entraînera pas de changement non plus.
L’idée derrière la «représentation» est que si
seulement davantage d’individus opprimés occupaient des postes de direction (en
tant que représentants au sein des organisations étudiantes et ouvrières, en
politique électorale, en tant que PDG ou administrateurs de sociétés dans le
secteur privé), cela aiderait à éradiquer ou à atténuer leur oppression. Or il
est important de comprendre que les groupes opprimés ne sont pas opprimés parce
qu’ils sont sous-représentés; ils sont sous-représentés en raison d’une
oppression systémique qui crée des obstacles à leur participation dans la vie
publique et dans la politique.
La meilleure façon d’atteindre une représentation
véritable des groupes opprimés au sein du mouvement est de construire des
organisations combatives qui peuvent effectivement commencer à éliminer ces
obstacles à travers la lutte pour mettre fin à ces oppressions. Cela
permettrait d’enthousiasmer de larges couches de groupes historiquement
marginalisés et opprimés, et cela les inciterait à s’unir et à chercher à
surmonter les obstacles systémiques qui ont miné leur participation. Une telle
lutte encouragera le développement d’une authentique direction venue d’en bas,
plutôt que des mesures symboliques venues du haut. Le socialisme vise
précisément à entraîner toutes les couches d’exploités et d’opprimés dans la
lutte pour un monde meilleur. Nos
représentants doivent être élus pour leurs idées politiques et leur capacité à
mener une véritable lutte.
L’élection de
femmes comme Margaret Thatcher, Angela Merkel, Theresa May ou Hillary Clinton
aux plus hautes fonctions politiques n’a
pas fait avancer la cause de l’émancipation des femmes, et les
révolutionnaires ont activement fait campagne contre elles, et continuent de le
faire. La
même chose peut être observée avec la directrice du FMI, Christine Lagarde, un
exemple parmi tant d’autres.
De
la même manière, les conditions de vie des Américains noirs ont continué à
décliner sous Obama. En tant que révolutionnaires, nous appuierions un politicien de gauche
contre toutes ces personnes, indépendamment de leur orientation sexuelle, leur
genre, leur race ou leur origine ethnique. La représentation est un outil
puissant dans les mains de la classe dirigeante, qui l’utilise pour encourager
les gens à soutenir des dirigeants qui représentent les intérêts du capitalisme
simplement en raison de leur race, orientation sexuelle, genre, etc., plutôt
que de leurs intérêts de classe.
Les membres
de la classe dirigeante comme Hillary Clinton ont même adopté le langage de
l’intersectionnalité pour obtenir des appuis. Crenshaw et d’autres adeptes
de l’intersectionnalité ont condamné cet opportunisme, ce qui est à leur
honneur, et ont souligné qu’étant donné que la catégorie «femme» n’est pas
homogène, Hillary ne représente pas les intérêts de toutes les femmes, à cause
de ses politiques impérialistes. Cependant, le fait que l’intersectionnalité ne
s’attaque pas à la racine de l’oppression signifie qu’en fin de compte, elle ne constitue pas une menace pour la classe
capitaliste et ses alliés réformistes, et c’est pourquoi ils peuvent si
facilement adopter son langage afin de se donner une image progressiste.
Souligner
le fait qu’il y a différentes formes d’oppression qui s’entrecoupent ne menace
pas la classe dirigeante, tant que l’on évite la question
de savoir pourquoi et dans l’intérêt de qui ces oppressions existent. Il y a
bien une raison pour laquelle les Hillary Clinton de ce monde n’adoptent pas un
discours marxiste soulignant la nécessité pour les couches opprimées de s’unir
dans la lutte de classe et de renverser le capitalisme!
Réforme
ou révolution?
Cela veut-il dire que les marxistes affirment que
les individus ou les groupes qui subissent de multiples couches d’oppression
devraient mettre leurs luttes en veilleuse au nom de la lutte de classe, et que
rien ne peut être fait pour combattre ou atténuer l’oppression d’ici
l’avènement de la révolution socialiste? Non, pas du tout. Les marxistes s’opposent fermement à toutes les
formes d’oppression et de discrimination ici et maintenant, et se battent
bec et ongles contre les attitudes discriminatoires et qui sèment la division
au sein du mouvement, puisqu’elles ne peuvent que profiter à la classe
capitaliste. Les marxistes vont plus loin et soulignent que nous ne pouvons pas
changer les idées à une échelle massive sans éliminer leur base matérielle,
c’est-à-dire la pénurie et la compétition. C’est pourquoi– entre autres
raisons– les marxistes participent à la lutte quotidienne pour les réformes et
lient cette lutte à la nécessité du socialisme.
Puisque les réformes ne sont jamais données de plein
gré et sans lutte par la classe dirigeante, la meilleure façon de gagner des
réformes est à travers l’action de masse militante venue du bas qui inspire la
peur de la révolution aux patrons et aux politiciens. La lutte contre
l’oppression et pour toute réforme qui permet de l’atténuer ne devrait pas
reposer seulement sur les épaules du groupe qui vit telles oppression ou
discrimination particulière, mais doit impliquer l’ensemble de la classe
ouvrière et tous les groupes opprimés.
Les hommes et
les travailleurs hétérosexuels ont un intérêt direct à défendre les droits des
femmes et des personnes LGBTQ, les travailleurs blancs doivent se joindre à
la lutte contre le racisme, et ainsi de suite. Notre force réside dans notre
unité, et une victoire pour une couche de la classe ouvrière est une victoire
pour toute la classe et pour tous les opprimés.
C’est à travers la lutte de classe unie que les
masses commencent à constater leur force et à voir les limites de ce que le
capitalisme peut leur offrir en améliorations de leurs conditions de vie. Si
nous regardons autour du monde aujourd’hui, il est clair que les nouvelles
réformes ne constituent pas la norme. Au contraire, les travailleurs et les
opprimés doivent partout se battre pour conserver les droits de la personne et
avantages sociaux très élémentaires gagnés lors de la période précédente. Donc,
tandis que nous luttons pour des réformes qui atténueraient l’oppression et
amélioreraient les conditions de vie et de travail de la classe ouvrière, nous
expliquons qu’aucune réforme ne peut être consolidée sous le capitalisme en
crise. Afin de gagner des améliorations permanentes, nous devons les combiner à
une lutte pour la transformation socialiste de la société.
Lorsque les profits sont menacés et que le
capitalisme entre en crise, les patrons, les banquiers et leurs amis au sein de
l’Etat n’hésitent pas à reprendre ce que nous avons autrefois gagné par la
lutte. Cela tend aussi à mener à une montée du racisme et d’autres formes de
préjugés, les populistes de droite et une section des médias pointant du doigt
certains groupes opprimés et leur faisant porter le blâme pour les coupes et
des mesures d’austérité. La seule façon de défendre les conquêtes du passé, de
lutter contre les attitudes oppressives aujourd’hui et d’avancer vers une
société véritablement égalitaire est de mettre fin à la production pour le
profit afin que les vastes richesses et ressources qui existent puissent être
utilisées démocratiquement dans l’intérêt de la majorité.
La
transformation révolutionnaire de la société
Cela
ne signifie pas que les attitudes discriminatoires vont disparaître du jour au
lendemain suite à une révolution socialiste. L’oppression
sous toutes ses formes existe depuis des générations et dans certains cas
depuis des milliers d’années, laissant
une profonde marque sur la conscience humaine. Cependant, les mouvements de
masse ont un impact profond sur la conscience. Les gens qui y participent
commencent à voir les points communs qui les unissent les uns aux autres,
plutôt que de voir ce qui les divise et de se considérer comme des concurrents.
Il est beaucoup plus difficile de garder ses attitudes discriminatoires envers
les femmes, les immigrés ou les individus LGBTQ lorsque ceux-ci sont dans les
rues en train de se battre pour la même chose que soi. Lors de grèves, il
devient clair pour les travailleurs qu’ils n’ont aucun intérêt à se discriminer
entre eux, puisque cela ne peut que nuire à la grève. Lors d’un mouvement de
masse, les participants en arrivent à cette prise de conscience à une échelle
massive.
Un récent et puissant exemple est celui de la révolution égyptienne de 2011 qui a
renversé Hosni Moubarak. Alors que les femmes
d’Égypte ont historiquement été victimes de hauts taux de discrimination et de
violence et que musulmans et catholiques sont pris dans un violent conflit
depuis des décennies, des hommes et des
femmes de toutes les religions sont descendus à la Place Tahrir. Les
mentalités discriminatoires et fondées sur des stéréotypes à l’égard des
groupes opprimés se sont effondrées à travers la lutte contre l’oppresseur
commun. Bien que la révolution égyptienne n’ait pas encore renversé le
capitalisme, il s’agit d’un aperçu de ce qui peut se généraliser à une grande
échelle à travers une révolution socialiste et un effort collectif pour
construire une nouvelle société.
En transformant radicalement les fondations sociales
et économiques de la société sur des lignes socialistes, les racines
structurelles et économiques de l’oppression seraient éradiquées. Sans une
classe exploiteuse minoritaire produisant pour le profit, il n’existerait pas
de motif social ou matériel à la division et la stratification de la majorité
selon le sexe, le genre, l’orientation sexuelle, les compétences, la race, la
langue, la religion ou toute autre catégorie. Lorsque nous ne serons plus
forcés de rivaliser pour des emplois, l’éducation, les places en garderie, la
nourriture, l’eau et les logements abordables, les rapports sociaux changeront
de manière fondamentale.
Des dirigeants démocratiquement élus et redevables
sur nos lieux de travail, en plus d’un contrôle démocratique sur le processus
d’embauche, peuvent prévenir les pratiques discriminatoires sur les lieux de
travail. La propriété et le contrôle démocratiques des médias et des institutions
d’éducation contribueront grandement à combattre les mentalités
discriminatoires dans la société et assureront que la magnifique diversité chez
l’être humain soit à la fois enseignée et célébrée. Un changement des
fondements socio-économiques de la société permettrait une profonde
transformation de la vision du monde et des mentalités des masses.
Les marxistes sont souvent accusés d’avoir une
solution toute faite, de haut en bas, qui convient pour tous. En réalité, la révolution socialiste, c’est
le fait pour les masses ordinaires de prendre leur destinée en mains et de
construire pour elles-mêmes une nouvelle société. Les marxistes veulent
orienter les masses vers le renversement du capitalisme et l’établissement
d’une société socialiste, créant ainsi les fondements économiques et sociaux où
l’inégalité, l’oppression et l’exploitation n’auront plus de base matérielle. Sur cette base, les groupes historiquement opprimés
auront les occasions et les ressources nécessaires pour répondre à leurs
besoins uniques issus de générations d’oppression et de discrimination. Sur la
base d’une authentique égalité sociale, les gens peuvent commencer à entrer en
relation les uns avec les autres sur une base authentiquement humaine à travers
la construction d’une nouvelle société, une nouvelle conscience collective sera
rendue possible.