La red y el yo

-¿Me consideras un hombre culto y leído?
-Sin duda -replicó Zi-gong-. ¿No lo eres?
-En absoluto dijo Confucio Tan sólo he agarrado el hilo que enlaza el resto*1.

Hacia el final del segundo milenio de la era cristiana, varios acontecimientos de
trascendencia histórica han transformado el paisaje social de la vida humana. Una
revolución tecnológica, centrada en torno a las tecnologías de la información, está
modificando la base material de la sociedad a un ritmo acelerado. Las economías de
todo el mundo se han hecho interdependientes a escala global, introduciendo una
nueva forma de relación entre economía, Estado y sociedad en un sistema de
geometría variable.

El derrumbamiento del estatismo soviético y la subsiguiente desaparición del movimiento comunista internacional han minado por ahora el reto histórico al capitalismo, rescatado a la izquierda política (y a la teoría marxista) de la
atracción fatal del marxismo-leninismo, puesto fin a la guerra fría, reducido el riesgo de holocausto nuclear y alterado de modo fundamental la geopolítica global.

El mismo capitalismo ha sufrido un proceso de reestructuración profunda, caracterizado por una mayor flexibilidad en la gestión; la descentralización e interconexión de las empresas, tanto interna como en su relación con otras; un aumento de poder considerable del capital frente al trabajo, con el declive concomitante del movimiento sindical; una individualización y diversificación crecientes en las relaciones de trabajo; la incorporación masiva de la mujer al trabajo retribuido, por lo general en condiciones discriminatorias; la intervención del estado para desregular los mercados de forma selectiva y desmantelar el estado de bienestar, con intensidad y orientaciones

1* * Relatado en Sima Qian (145 a.C-89 d.C.), “Confucius”, en Hu Shi, The Development of Logical Methods in Ancient China, Shanghai, Oriental Book
Company, 1922; citado en Qian, 1985, pag. 125,

diferentes según la naturaleza de las fuerzas políticas y las instituciones de cada
sociedad; la intensificación de la competencia económica global en un contexto de
creciente diferenciación geográfica y cultural de los escenarios para la acumulación y gestión del capital.

Como consecuencia de este reacondicionamiento general del sistema capitalista, todavía en curso, hemos presenciado la integración global de los mercados financieros, el ascenso del Pacífico asiático como el nuevo centro industrial
global dominante, la ardua pero inexorable unificación económica de Europa, el
surgimiento de una economía regional norteamericana, la diversificación y luego
desintegración del antiguo Tercer Mundo, la transformación gradual de Rusia y la zona de influencia ex soviética en economías de mercado, y la incorporación de los
segmentos valiosos de las economías de todo el mundo a un sistema interdependiente que funciona como una unidad en tiempo real.

Debido a todas estas tendencias, también ha habido una acentuación del desarrollo desigual, esta vez no sólo entre Norte y Sur, sino entre los segmentos y territorios dinámicos de las sociedades y los que corren el riesgo de convertirse en irrelevantes desde la perspectiva de la lógica del sistema.

En efecto, observamos la liberación paralela de las formidables fuerzas productivas de la revolución informacional y la consolidación de los agujeros negros de miseria humana en la economía global, ya sea en Burkina Faso, South Bronx, Kamagasaki, Chiapas o La Courneuve.

De forma simultánea, las actividades delictivas y las organizaciones mafiosas del
mundo también se han hecho globales e informacionales, proporcionando los medios
para la estimulación de la hiperactividad mental y el deseo prohibido, junto con toda forma de comercio ¡lícito demandada por nuestras sociedades, del armamento
sofisticado a los cuerpos humanos. Además, un nuevo sistema de comunicación, que
cada vez habla más un lenguaje digital universal, está integrando globalmente la
producción y distribución de palabras, sonidos e imágenes de nuestra cultura y
acomodándolas a los gustos de las identidades y temperamentos de los individuos.
Las redes informáticas interactivas crecen de modo exponencial, creando nuevas
formas y canales de comunicación, y dando forma a la vida a la vez que ésta les da
forma a ellas.

Los cambios sociales son tan espectaculares como los procesos de transformación
tecnológicos y económicos. A pesar de toda la dificultad sufrida por el proceso de
transformación de la condición de las mujeres, se ha minado el patriarcalismo, puesto
en cuestión en diversas sociedades. Así,, en buena parte del mundo, las relaciones de
género se han convertido en un dominio contestado, en vez de sor una esfera de
reproducción cultural. De ahí se deduce una redefinición fundamental de las
relaciones entre mujeres, hombres y niños y, de este modo, de la familia, la sexualidad
y la personalidad. La conciencia medioambiental ha calado las instituciones de la
sociedad y sus valores han ganado atractivo político al precio de ser falseados y
manipulados en la práctica cotidiana de las grandes empresas y las burocracias. Los
sistemas políticos están sumidos en una crisis estructural de legitimidad, hundidos de
forma periódica por escándalos, dependientes esencialmente del respaldo de los
medios de comunicación y del liderazgo personalizado, y cada vez más aislados de la
ciudadanía. Los movimientos sociales tienden a ser fragmentados, localistas,
orientados a un único tema y efímeros, ya sea reducidos a sus mundos interiores o
fulgurando sólo un instante en torno a un símbolo mediático. En un mundo como éste
de cambio incontrolado y confuso, la gente tiende a reagruparse en torno a
identidades primarias: religiosa, étnica, territorial, nacional. En estos tiempos difíciles,
el fundamentalismo religioso, cristiano, islámico, judío, hindú e incluso budista (en lo
que parece ser un contrasentido), es probablemente la fuerza más formidable de
seguridad personal y movilización colectiva. En un mundo de flujos globales de
riqueza, poder e imágenes, la búsqueda de la identidad, colectiva o individual,
atribuida o construida, se convierte en la fuente fundamental de significado social. No
es una tendencia nueva, ya que la identidad, y de modo particular la identidad
religiosa y étnica, ha estado en el origen del significado desde los albores de la
sociedad humana. No obstante, la identidad se está convirtiendo en la principal, y a
veces única, fuente de significado en un periodo histórico caracterizado por una
amplia desestructuración de las organizaciones, deslegitimación de las instituciones,
desaparición de los principales movimientos sociales y expresiones culturales
efímeras. Es cada vez más habitual que la gente no organice su significado en torno a
lo que hace, sino por lo que es o cree ser. Mientras que, por otra parte, las redes
globales de intercambios instrumentales conectan o desconectan de forma selectiva
individuos, grupos, regiones o incluso países según su importancia para cumplir las
metas procesadas en la red, en una corriente incesante de decisiones estratégicas.
De ello se sigue una división fundamental entre el instrumentalismo abstracto y
universal, y las identidades particularistas de raíces históricas. Nuestras sociedades
se estructuran cada vez más en tomo a una posición bipolar entre la red y el yo.
En esta condición de esquizofrenia estructural entre función y significado, las pautas
de comunicación social cada vez se someten a una tensión mayor. Y cuando la
comunicación se, rompe, cuando deja de existir, ni siquiera en forma de comunicación
conflictiva (como sería el caso en las luchas sociales o la oposición política), los
grupos sociales y los individuos se, alienan unos de otros y ven al otro como un
extraño, y al final como una amenaza. En este proceso la fragmentación social: se
extiende, ya que las identidades se vuelven más específicas y aumenta la dificultad de
compartirlas. La sociedad informacional, en su manifestación global, es también el
mundo de Aum Shinrikyo, de la American Militia, de las ambiciones teocráticas
islámicas/cristianas y del genocidio recíproco de hutus/tutsis.
Confundidos por la escala y el alcance del cambio histórico, la cultura y el
pensamiento de nuestro tiempo abrazan con frecuencia un nuevo milenarismo. Los
profetas de la tecnología predican una nueva era, extrapolando a las tendencias y
organizaciones sociales la lógica apenas comprendida de los ordenadores y el ADN.
La cultura y la teoría posmodernas se recrean en celebrar el fin de la historia y, en
cierta medida, el fin de -la razón, rindiendo nuestra capacidad de comprender y hallar
sentido, incluso al disparate. La asunción implícita es la aceptación de la plena
individualización de la conducta y de la impotencia de la sociedad sobre su destino.
El proyecto que informa este libro nada contra estas corrientes de destrucción y se
opone a varias formas de nihilismo intelectual, de escepticismo social y de cinismo
político. Creo en la racionalidad y en la posibilidad de apelar a la razón, sin convertirla
en diosa. Creo en las posibilidades de la acción social significativa y en la política
transformadora, sin que nos veamos necesariamente arrastrados hacia los rápidos
mortales de las utopías absolutas. Creo en el poder liberador de la identidad, sin
aceptar la necesidad de su individualización o su captura por el fundamentalismo. Y
propongo la hipótesis de que todas las tendencias de cambio que constituyen nuestro
nuevo y confuso mundo están emparentadas y que podemos sacar sentido a su
interrelación. Y, sí, creo, a pesar de una larga tradición de errores intelectuales a
veces trágicos, que observar, analizar y teorizar es un modo de ayudar a construir un
mundo diferente y mejor. No proporcionando las respuestas, que serán específicas
para cada sociedad y las encontrarán por sí mismos los actores sociales, sino
planteando algunas preguntas relevantes. Me gustaría que este libro fuese una
modesta contribución a un esfuerzo analítico, necesariamente colectivo, que ya se
está gestando desde muchos horizontes, con el propósito de comprender nuestro
nuevo mundo sobre la base de los datos disponibles y de una teoría exploratoria.
Para recorrer los pasos preliminares en esa dirección, debemos tomar en serio la
tecnología, utilizándola como punto de partida de esta indagación; hemos de situar
este proceso de cambio tecnológico revolucionario en el contexto social donde tiene
lugar y que le da forma; y debemos tener presente que la búsqueda de identidad es un
cambio tan poderoso como la transformación tecnoeconómica en el curso de la nueva
historia. Luego, tras haber enunciado el proyecto de este libro, partiremos en nuestro
viaje intelectual, por un itinerario que nos llevará a numerosos ámbitos y cruzará
diversas culturas y contextos institucionales, ya que la comprensión de una
transformación global requiere una perspectiva tan global como sea posible, dentro de
los límites obvios de la experiencia y el conocimiento de este autor.
TECNOLOGIA, SOCIEDAD Y CAMBIO HISTORICO
La revolución de la tecnología de la información, debido a su capacidad de penetración
en todo el ámbito de la actividad humana, será mi punto de entrada para analizar la
complejidad de la nueva economía, sociedad y cultura en formación. Esta elección
metodológica no implica que las nuevas formas y procesos sociales surjan como
consecuencia del cambio tecnológico. Por supuesto, la tecnología no determina la
sociedad2. Tampoco la sociedad dicta el curso del cambio tecnológico, ya que muchos
factores, incluidos la invención e iniciativas personales, intervienen en el proceso del
descubrimiento científico, la innovación tecnológica y las aplicaciones sociales, de
modo que el resultado final depende de un complejo modelo de interacción3. En
efecto, el dilema del determinismo tecnológico probablemente es un falso problema4,
puesto que tecnología es sociedad y ésta no puede ser comprendida o representada
2 Véase el interesante debate sobre el tema en Smith y Marx, 1994.
3 La tecnología no determina la sociedad: la plasma. Pero tampoco la sociedad determina la innovación tecnológica: la utiliza. Esta interacción dialéctica
entre sociedad y tecnología está presente en las obras de los mejores historiadores, como Fernand Braudel.
4 El historiador clásico de la tecnología, Melvin Kranzberg, ha aportado razones contundentes contra el falso dilema del determinismo tecnológico. Véase,
por ejemplo, su discurso de aceptación como miembro honorario de la NASTS (1992).
sin sus herramientas técnicas 5. Así, cuando en la década de 1970 se constituyó un
nuevo paradigma tecnológico organizado en torno a la tecnología de la información,
sobre todo en los Estados Unidos (véase el capítulo 1), fue un segmento específico de
su sociedad, en interacción con la economía global y la geopolítica mundial, el que
materializó un modo nuevo de producir, comunicar, gestionar y vivir, Es probable que
el hecho de que este paradigma naciera en los Estados Unidos, y en buena medida en
California y en la década de los setenta, tuviera consecuencias considerables en
cuanto a las formas y evolución de las nuevas tecnologías de la información. Por
ejemplo, a pesar del papel decisivo de la financiación y los mercados militares en el
fomento de los primeros estadios de la industria electrónica durante el periodo
comprendido entre las décadas de 1940 y 1960, cabe relacionar de algún modo el
florecimiento tecnológico que tuvo lugar a comienzos de la década de los setenta con
la cultura de la libertad, la innovación tecnológica y el espíritu emprendedor que
resultaron de la cultura de los campus estadounidenses de la década de 1960. No
tanto en cuanto a su política, ya que Silicon Valley era, y es, un sólido bastión del voto
conservador y la mayoría de los innovadores fueron metapolíticos, sino en cuanto a
los valores sociales de ruptura con las pautas de conducta establecidas, tanto en la
sociedad en general como en el mundo empresarial. El énfasis concedido a los
instrumentos personalizados, la interactividad y la interconexión, y la búsqueda
incesante de nuevos avances tecnológicos, aun cuando en apariencia no tenían
mucho sentido comercial, estaban claramente en discontinuidad con la tradición
precavida del mundo empresarial. La revolución de la tecnología de la información, de
forma medio consciente 6, difundió en la cultura material de nuestras sociedades el
5 Bijker et al., 1987.
6 Aún está por escribirse una historia social fascinante sobre los valores y opiniones personales de algunos de
los innovadores clave de la revolución de las tecnologías informáticas de la década de 1970 en Silicon Valley. Pero
unos cuantos indicios parecen señalar el hecho de que intentaron desvirtuar de forma intencionada las tecnologías
centralizadoras del mundo de las grandes empresas, tanto por convicción como por hallar su nicho de mercado.
Como prueba, recuerdo el famoso anuncio del ordenador Apple de 1984 para lanzar el Macintosh, en oposición
explícita al Gran Hermano IBM de la mitología orwelliana. En cuanto al carácter contracultural de muchos de estos
innovadores, también me referiré a la vida del genio que desarrolló el ordenador personal, Steve Wozniak: tras
abandonar Apple, aburrido por su transformación en otra empresa multinacional, gastó una fortuna durante unos
cuantos años en subvencionar a los grupos de rock que le gustaban, antes de crear otra empresa que desarrollara
tecnologías de su agrado. En un momento determinado, después de haber creado el ordenador personal, se dio
cuenta de que no poseía una educación académica en ciencias informáticas, así que se matriculó en la Universidad
espíritu libertario que floreció en los movimientos de la década de los sesenta. No
obstante, tan pronto como se difundieron las nuevas tecnologías de la información y
se las apropiaron diferentes países, distintas culturas, diversas organizaciones y
metas heterogéneas, explotaron en toda clase de aplicaciones y usos, que
retroalimentaron la innovación tecnológica, acelerando la velocidad y ampliando el
alcance del cambio tecnológico, y diversificando sus fuentes7. Un ejemplo ayudará a
comprender la importancia de las consecuencias sociales inesperadas de la
tecnología.8
Como es sabido, Internet se originó en un audaz plan ideado en la década de los
sesenta por los guerreros tecnológicos del Servicio de Proyectos de Investigación
Avanzada del Departamento de Defensa estadounidense (Advanced Research
Projects Agency, el mítico DARPA), para evitar la toma o destrucción soviética de las
comunicaciones estadounidenses en caso de guerra nuclear. En cierta medida, fue el
equivalente electrónico de las tácticas maoístas de dispersión de las fuerzas de
guerrilla en torno a un vasto territorio para oponerse al poder de un enemigo con
versatilidad y conocimiento del terreno. El resultado fue una arquitectura de red que,
como querían sus inventores, no podía ser controlada desde ningún centro,
compuesta por miles de redes informáticas autónomas que tienen modos
innumerables de conectarse, sorteando las barreras electrónicas. Arpanet, la red
establecida por el Departamento de Defensa estadounidense, acabó convirtiéndose en
la base de una red de comunicación global y horizontal de miles de redes (desde
luego, limitada a una elite informática instruida de cerca de 20 millones de usuarios a
mediados de la década de 1990, pero cuyo crecimiento es exponencial), de la que se
han apropiado individuos y grupos de todo el mundo para toda clase de propósitos,
bastante alejados de las preocupaciones de una guerra fría extinta. En efecto, fue vía
Internet como el Subcomandante Marcos, jefe de los zapatistas chiapanecos, se
comunicó con el mundo y con los medios desde las profundidades de la selva
de Berkeley. Pero, para evitar una publicidad incómoda, utilizó otro nombre.
7 Para una selección de datos sobre la variación de los modelos de difusión de la tecnología de la información en diferentes contextos sociales e
institucionales, véanse, entre otras obras, las de Guile, 1995; Landau y Rosenberg, 1986; Wang, 1994; Watanuki, 1990; Bianchi et al., 1988; Freeman et
al., 1991; Bertazzoni el al., 1984; Agence de l’Informatique, 1986; Castells et al., 1986.
8 Para una exposición informada y comedida de la relación entre sociedad y
tecnología, véase Fischer, 1985.
Lacandona durante su retirada en febrero de 1995.
No obstante, si bien la sociedad no determina la tecnología, sí puede sofocar su
desarrollo, sobre todo por medio del estado. 0, de forma alternativa y sobre todo
mediante la intervención estatal, puede embarcarse en un proceso acelerado de
modernización tecnológica, capaz de cambiar el destino de las economías, la potencia
militar y el bienestar social en unos cuantos años. En efecto, la capacidad o falta de
capacidad de las sociedades para dominar la tecnología, y en particular las que son
estratégicamente decisivas en cada periodo histórico, define en buena medida su
destino, hasta el punto de que podemos decir que aunque por sí misma no determina
la evolución histórica y el cambio social, la tecnología (o su carencia) plasma la
capacidad de las sociedades para transformarse, así como los usos a los que esas
sociedades, siempre en un proceso conflictivo, deciden dedicar su potencial
tecnológico9.
Así, hacia 1400, cuando el Renacimiento europeo estaba plantando las semillas
intelectuales del cambio tecnológico que dominaría el mundo tres siglos después,
China era la civilización tecnológica más avanzada de todas, según Mokyr10. Los
inventos clave se habían desarrollado siglos antes, incluso un milenio y medio antes,
como es el caso de los altos hornos que permitieron el fundido de hierro ya en el año
200 a.C. Además, Su Sung inventó el reloj de agua en 1086 d.C., sobrepasando la
precisión de medida de los relojes mecánicos europeos de la misma fecha. El arado
de hierro fue introducido en el siglo VI y adaptado al cultivo de los campos de arroz
encharcados dos siglos después. En textiles, el torno de hilar manual apareció al
mismo tiempo que en Occidente, en el siglo XIII, pero avanzó mucho más de prisa en
China debido a la existencia de una antigua tradición de equipos de tejer complejos:
los telares de arrastre para tejer seda ya se utilizaban en tiempos de las dinastías
Han. La adopción de la energía hidráulica fue paralela a la de Europa: en el siglo VIII
los chinos ya utilizaban martinetes de fragua hidráulicos y en 1280 existía una amplia
difusión de la rueda hidráulica vertical. El viaje oceánico fue más fácil para las
embarcaciones chinas desde una fecha anterior que para las europeas: inventaron el
9 Véase el análisis presentado en Castells, 1988b; también Webster, 1991.
10 Mi exposición de la interrupción del desarrollo tecnológico chino se basa sobre todo en un extraordinario capítulo de Joel Mokyr (1990, págs. 209-238)
y en el libro más perspicaz pero polémico de Qian, 1985.
compás en torno a 960 d.C. y sus juncos ya eran los barcos más avanzados del
mundo a finales del siglo XIV, permitiendo largos viajes marítimos. En el ámbito militar,
los chinos, además de inventar la pólvora, desarrollaron una industria química capaz
de proporcionar potentes explosivos, y sus ejércitos utilizaron la ballesta y la catapulta
siglos antes que Europa. En medicina, técnicas como la acupuntura obtenían
resultados extraordinarios que sólo recientemente han logrado un reconocimiento
universal. Y, por supuesto, la primera revolución del procesamiento de la información
fue chino: el papel y la imprenta fueron inventos suyos. El papel se introdujo en China
1.000 años antes que en Occidente y la imprenta es probable que comenzara a finales
del siglo VII. Como Ojones escribe: «China estuvo a un ápice de la industrialización en
el siglo XIV»11. Que no llegase a industrializarse cambió la historia del mundo. Cuando
en 1842 las guerras del opio condujeron a las imposiciones coloniales británicas,
China se dio cuenta demasiado tarde de que el aislamiento no podía proteger al
Imperio Medio de las consecuencias de su inferioridad tecnológica. Desde entonces
tardó más de un siglo en comenzar a recuperarse de una desviación tan catastrófica
en su trayectoria histórica.
Las explicaciones de un curso histórico tan inusitado son numerosas y polémicas. No
hay lugar en este prólogo para entrar en la complejidad del debate, pero, de acuerdo
con la investigación y el análisis de historiadores como Needham 12, Qian13, Jones14, y
Mokyr 15 , es posible sugerir una interpretación que ayude a comprender, en términos
generales, la interacción entre sociedad, historia y tecnología. En efecto, como señala
Mokyr, la mayoría de las hipótesis sobre las diferencias culturales (incluso aquellas sin
matices racistas implícitos) fracasan en explicar no las diferencias entre China y
Europa, sino entre la China de 1300 y la de 1800. ¿Por qué una cultura y un imperio
que habían sido los líderes tecnológicos del mundo durante miles de años cayeron de
repente en el estancamiento, en el momento preciso en que Europa se embarcaba en
la era de los descubrimientos y luego en la revolución industrial?
11 Jones, 1981, pág. 160, citado por Mokyr, 1990, pág. 219.
12 Needham, 1954-1988, 1969,1981.
13 Qian, 1985.
14 Jones, 1988.
15 Mokyr, 1990.
Needham ha propuesto que la cultura china estaba más inclinada que los valores
occidentales a mantener una relación armoniosa entre el hombre y la naturaleza, algo
que podía ponerse en peligro por la rápida innovación tecnológica. Además, se opone
a los criterios occidentales utilizados para medir el desarrollo tecnológico. Sin
embargo, este énfasis cultural sobre un planteamiento holístico del desarrollo no había
impedido la innovación tecnológica durante milenios, ni detenido el deterioro ecológico
como resultado de las obras de irrigación en el sur de China, cuando la producción
agrícola escalonada llevó a la agresión de la naturaleza para alimentar a una
población creciente. De hecho, Wen-yuan Qian, en su influyente libro, critica el
entusiasmo algo excesivo de Needham por las proezas de la tecnología tradicional
china, pese a su admiración por el monumental trabajo de toda una vida. Qian sugiere
una vinculación más estrecha entre el desarrollo de la ciencia china y las
características de su civilización, dominada por la dinámica del Estado. Mokyr también
considera que el Estado es el factor clave para explicar el retraso tecnológico chino en
los tiempos modernos. Cabe proponer una explicación en tres pasos: durante siglos,
la innovación tecnológica estuvo sobre todo en manos del Estado; a partir de 1400 el
Estado chino, bajo las dinastías
Ming y Qing, perdió interés en ella; y, en parte debido a su dedicación a servir al
Estado, las elites culturales y sociales se centraron en las artes, las humanidades y la
promoción personal con respecto a la burocracia imperial. De este modo, lo que
parece ser crucial es el papel del Estado y el cambio de orientación de su política.
¿Por qué un Estado que había sido el mayor ingeniero hidráulico de la historia y había
establecido un sistema de extensión agrícola para mejorar la productividad desde el
periodo Han de repente se inhibió de la innovación tecnológica e incluso prohibió la
exploración geográfica, abandonando la construcción de grandes barcos en 1430? La
respuesta obvia es que no era el mismo Estado, no sólo debido a que se trataba de
dinastías diferentes, sino porque la clase burocrática se había atrincherado en la
administración tras un periodo más largo de lo habitual de dominio incontestado.
Según Mokyr, parece que el factor determinante del conservadurismo tecnológico fue
el miedo de los gobernantes a los posibles impactos del cambio tecnológico sobre la
estabilidad social. Numerosas fuerzas se opusieron a la difusión de la tecnología en
China, como en otras sociedades, en particular los gremios urbanos. A los burócratas,
contentos con el orden establecido, les preocupaba la posibilidad de que se desataran
conflictos sociales que pudieran aglutinarse con otras fuentes de oposición latentes en
una sociedad mantenida bajo control durante varios siglos. Hasta los dos déspotas
ilustrados manchús del siglo XVIII, K’ang Chi y Ch’ien Lung, centraron sus esfuerzos
en la pacificación y el orden, en lugar de desencadenar un nuevo desarrollo. A la
inversa, la exploración y los contactos con los extranjeros más allá del comercio
controlado y la adquisición de armas, fueron considerados, en el mejor de los casos,
innecesarios y, en el peor, amenazantes, debido a la incertidumbre que implicaban.
Un Estado burocrático sin incentivo exterior y con desincentivadores internos para
aplicarse a la modernización tecnológica optó por la más prudente neutralidad, con el
resultado de detener la trayectoria tecnológica que China había venido siguiendo
durante siglos, si no milenios, precisamente bajo su guía. La exposición de los
factores subyacentes en la dinámica del Estado chino bajo las dinastías Ming y Qing
se encuentra sin duda más allá del alcance de este libro. Lo que interesa a nuestro
propósito de investigación son dos enseñanzas de esta experiencia fundamental de
desarrollo tecnológico interrumpido: por una parte, el Estado puede ser, y lo ha sido en
la historia, en China y otros lugares, una fuerza dirigente de innovación tecnológica;
por otra, precisamente debido a ello, cuando cambia su interés por el desarrollo
tecnológico, o se vuelve incapaz de llevarlo a cabo en condiciones nuevas, el modelo
estatista de innovación conduce al estancamiento debido a la esterilización de la
energía innovadora autónoma de la sociedad para crear y aplicar la tecnología. El
hecho de que años después el Estado chino pudiera construir una nueva y avanzada
base tecnológica en tecnología nuclear, misiles, lanzamiento de satélites y
electrónica16 demuestra una vez más la vacuidad de una interpretación
predominantemente cultural del desarrollo y retraso tecnológicos: la misma cultura
puede inducir trayectorias tecnológicas muy diferentes según el modelo de relación
entre Estado y sociedad. Sin embargo, la dependencia exclusiva del primero tiene un
precio, y para China fue el del retraso, la hambruna, las epidemias, el dominio colonial
y la guerra civil hasta al menos mediados del siglo XX.
Puede contarse una historia bastante similar, y se hará en este libro (véase el volumen
III), sobre la incapacidad del estatismo soviético para dominar la revolución de la
16 Wang, 1993.
tecnología de la información, con lo que ahogó su capacidad productiva y socavó su
poderío militar. No obstante, no debemos saltar a la conclusión ideológica de que toda
intervención estatal es contraproducente para el desarrollo tecnológico,
abandonándonos a una reverencia ahistórica del espíritu emprendedor individual sin
cortapisas. Japón es, por supuesto, el ejemplo contrario, tanto para la experiencia
histórica china como para la falta de capacidad del estado soviético para adaptarse a
la revolución de la tecnología de la información iniciada en los Estados Unidos.
Japón pasó un periodo de aislamiento histórico, incluso más profundo que China, bajo
el shogunado Tokugawa (establecido en 1603), entre 1636 y 1853, precisamente
durante el periodo crítico de la formación del sistema industrial en el hemisferio
occidental. Así, mientras que a comienzos del siglo XVII los mercaderes japoneses
comerciaban por todo el este y sudeste asiáticos, utilizando modernas embarcaciones
de hasta 700 toneladas, en 1635 se prohibió la construcción de barcos de más de 50
toneladas y todos los puertos japoneses excepto Nagasaki fueron cerrados a los
extranjeros, mientras que el comercio se restringía a China, Corea y Holanda17. El
aislamiento tecnológico no fue total durante estos dos siglos y la innovación endógena
permitió a Japón seguir con un cambio incremental a un ritmo más rápido que China18.
No obstante, debido a que el nivel tecnológico japonés era inferior al chino, a
mediados del siglo XIX los kurobune (barcos negros) del comodoro Perry pudieron
imponer el comercio y las relaciones diplomáticas a un país muy rezagado de la
tecnología occidental. Sin embargo, tan pronto como la Ishin Meiji (Restauración Meiji)
de 1868 creó las condiciones políticas para una modernización decisiva conducida por
el Estado19. Japón progresó en tecnología avanzada a pasos agigantados en un lapso
de tiempo muy corto20. Sólo como ejemplo significativo debido a su importancia
estratégica actual, recordemos brevemente el desarrollo extraordinario de la ingeniería
17 Chida y Davies, 1990.
18 Ito,1993.
19 18 Varios distinguidos estudiosos japoneses, y yo tiendo a coincidir con ellos, consideran que el mejor relato occidental sobre la Restauración Meiji y
los orígenes sociales de la modernización japonesa es el de Norman, 1940. Se ha traducido al japonés y su lectura está muy extendida en las universidades
niponas. Historiador brillante formado en Cambridge y Harvard, antes de unirse al cuerpo diplomático canadiense, fue denunciado como comunista por
Karl Wittfogel al Comité MeCarthy del Senado en los años cincuenta y luego sometido a una presión constante de los organismos de espionaje
occidentales. Nombrado embajador canadiense en Egipto, se suicidó en El Cairo en 1957. Sobre la contribución de este estudioso verdaderamente
excepcional a la comprensión del Estado japonés, véase Dower, 1975; para una perspectiva diferente, véase Beasley, 1990.
20 Matsumoto y Sinclair, 1994; Kamatani, 1988.
eléctrica y sus aplicaciones a la comunicación en el último cuarto del siglo XIX21. En
efecto, el primer departamento independiente de ingeniería eléctrica en el mundo se
estableció en 1873 en la recién fundada Universidad Imperial de Ingeniería de Tokio,
bajo la dirección de su decano, Henry Dyer, un ingeniero mecánico escocés. Entre
1887 y 1892, un sobresaliente académico de la ingeniería eléctrica, el profesor
británico William Ayrton. fue invitado para dar clase en la universidad y desempeñó un
papel decisivo en la diseminación del conocimiento en una nueva generación de
ingenieros japoneses, de tal modo que a finales del siglo la Oficina de Telégrafos ya
fue capaz de reemplazar a los extranjeros en todos sus departamentos técnicos. Se
buscó la transferencia de tecnología de Occidente mediante diversos mecanismos. En
1873, el taller de maquinaria de la Oficina de Telégrafos envió a un relojero japonés,
Tanaka Seisuke, a la exposición internacional de máquinas celebrada en Viena para
obtener información sobre éstas. Unos diez años más tarde, todas las máquinas de la
Oficina estaban hechas en Japón. Basándose en esta tecnología, Tanaka Daikichi
fundó en 1882 una fábrica de electricidad, Shibaura, que, tras su adquisición por
Mitsui, prosiguió hasta convertirse en Toshiba. Se enviaron ingenieros a Europa y los
Estados Unidos, y se permitió a Western Electric producir y vender en Japón en 1899,
en una empresa conjunta con industriales japoneses: el nombre de la compañía fue
NEC. Sobre esa base tecnológica, Japón entró a toda velocidad en la era de la
electricidad y las comunicaciones antes de 1914: para esa fecha, la producción de
energía total había alcanzado 1.555.000 kilovatios a la hora y 3.000 oficinas de
teléfonos transmitían mil millones de mensajes al año. Resulta en efecto simbólico que
el regalo del comodoro Perry al Shogun en 1857 fuera un juego de telégrafos
estadounidenses, hasta entonces nunca vistos en Japón: la primera línea de telégrafos
se tendió en 1869 y diez años después Japón estaba enlazado con todo el mundo
mediante una red de información transcontinental, vía Siberia, operada por la Great
Northern Telegraph Co., gestionada de forma conjunta por ingenieros occidentales y
japoneses, y que transmitía tanto en inglés como en japonés.
El relato del modo cómo Japón se convirtió en un importante actor mundial en las
industrias de las tecnologías de la información en el último cuarto del siglo XX es
ahora del conocimiento público, por lo que puede darse por supuesto en nuestra
21 Uchida, 1991.
exposición22. Lo que resulta relevante para las ideas aquí presentadas es que sucedió
al mismo tiempo que una superpotencia industrial y científica, la Unión Soviética,
fracasaba en esta transición tecnológica fundamental. Es obvio, como muestran los
recordatorios precedentes, que el desarrollo tecnológico japonés desde la década de
1960 no sucedió en un vacío histórico, sino que se basó en décadas de antigua
tradición de excelencia en ingeniería. No obstante, lo que importa para el propósito de
este análisis es resaltar qué resultados tan llamativamente diferentes tuvo la
intervención estatal (y la falta de intervención) en los casos de China y la Unión
Soviética comparados con Japón tanto en el periodo Meiji como en el posterior a la
Segunda Guerra Mundial. Las características del Estado japonés que se encuentran
en la base de ambos procesos de modernización y desarrollo son bien conocidas,
tanto en lo que se refiere a la Ishin Meiji 23 como al Estado desarrollista
contemporáneo24, y su presentación nos alejaría demasiado del núcleo de estas
reflexiones preliminares. Lo que debemos retener para la comprensión de la relación
existente entre tecnología y sociedad es que el papel del Estado, ya sea deteniendo,
desatando o dirigiendo la innovación tecnológica, es un factor decisivo en el proceso
general, ya que expresa y organiza las fuerzas sociales y culturales que dominan en
un espacio y tiempo dados. En buena medida, la tecnología expresa la capacidad de
una sociedad para propulsarse hasta el dominio tecnológico mediante las instituciones
de la sociedad, incluido el Estado. El proceso histórico mediante el cual tiene lugar ese
desarrollo de fuerzas productivas marca las características de la tecnología y su
entrelazamiento con las relaciones sociales.
Ello no es diferente en el caso de la revolución tecnológica actual. Se origino y
difundió, no por accidente, en un periodo histórico de reestructuración global del
capitalismo, para el que fue una herramienta esencial. Así, la nueva sociedad que
surge de ese proceso de cambio es tanto capitalista como informacional, aunque
presenta una variación considerable en diferentes países, según su historia, cultura,
instituciones y su relación específica con el capitalismo global y la tecnología de la
información.
22 21 Ito, 1994; Centro de Procesamiento de la información de Japón, 1994; para una perspectiva occidental, véase Forester, 1993.
23 Véase Norman, 1940 y Dower, 1975; véase también Allen, 1981a.
24 Johnson, 1995.
INFORMACIONALISMO, INDUSTRIALISMO, CAPITALISMO Y ESTATISMO: MODOS
DE DESARROLLO Y MODOS DE PRODUCCION
La revolución de la tecnología de la información ha sido útil para llevar a cabo un
proceso fundamental de reestructuración del sistema capitalista a partir de la década
de los ochenta. En el proceso, esta revolución tecnológica fue remodelada en su
desarrollo y manifestaciones por la lógica y los intereses del capitalismo avanzado, sin
que pueda reducirse a la simple expresión de tales intereses. El sistema alternativo de
organización social presente en nuestro periodo histórico, el estatismo, también trató
de redefinir los medios de lograr sus metas estructurales mientras preservaba su
esencia: ése es el significado de la reestructuración (o perestroika en ruso). No
obstante, el estatismo soviético fracasó en su intento, hasta el punto de derrumbar
todo el sistema, en buena parte debido a su incapacidad para asimilar y utilizar los
principios del informacionalismo encarnados en las nuevas tecnologías de la
información, como sostendré más adelante basándome en un análisis empírico (véase
volumen III). El estatismo chino pareció tener éxito al pasar al capitalismo dirigido por
el Estado y la integración en redes económicas globales, acercándose en realidad
más al modelo de Estado desarrollista del capitalismo asiático oriental que al
«socialismo con características chinas» de la ideología oficial25, como también trataré
de exponer en el volumen III. Sin embargo, es muy probable que el proceso de
transformación estructural en China sufra importantes conflictos políticos y cambio
estructural durante los años próximos. El derrumbamiento del estatismo (con raras
excepciones, por ejemplo, Vietnam, Corea del Norte, Cuba, que no obstante están en
proceso de enlazarse con el capitalismo global) ha establecido una estrecha relación
entre el nuevo sistema capitalista global definido por su perestroika relativamente
lograda y el surgimiento del informacionalismo como la nueva base tecnológica
material de la actividad tecnológica y la organización social. No obstante, ambos
procesos (reestructuración capitalista, surgimiento del informacionalismo) son distintos
y su interacción sólo puede comprenderse si separamos su análisis. En este punto de
m¡ presentación introductoria de las idées fortes del libro, parece necesario proponer
algunas distinciones y definiciones teóricas sobre capitalismo, estatismo,
industrialismo e informacionalismo.
25 Nolan y Furen, 1990; Hsing, 1996.
Es una tradición de mucho arraigo en las teorías del postindustrialismo y el
informacionalismo, que comenzó con las obras clásicas de Alain Touraine 26 y Daniel
Bell27, situar la distinción entre preindustrialismo, industrialismo e informacionalismo (o
postindustrialismo) en un eje diferente que el que opone capitalismo y estatismo (o
colectivismo, en términos de Bell). Mientras cabe caracterizar a las sociedades a lo
largo de los dos ejes (de tal modo que tenemos estatismo industrial, capitalismo
industrial y demás), es esencial para la comprensión de la dinámica social mantener la
distancia analítica y la interrelación empírica de los modos de producción (capitalismo,
estatismo) y los modos de desarrollo (industrialismo, informacionalismo). Para arraigar
estas distinciones en una base teórica que informará los análisis específicos
presentados en este libro, resulta inevitable introducir al lector, durante unos cuantos
párrafos, en los dominios algo arcanos de la teoría sociológica.
Este libro estudia el surgimiento de una nueva estructura social, manifestada bajo
distintas formas, según la diversidad de culturas e instituciones de todo el planeta.
Esta nueva estructura social está asociada con el surgimiento de un nuevo modo de
desarrollo, el informacionalismo, definido históricamente por la reestructuración del
modo capitalista de producción hacia finales del siglo XX.
La perspectiva teórica que sustenta este planteamiento postula que las sociedades
están organizadas en torno a proceso humanos estructurados por relaciones de
producción, experiencia y poder determinadas históricamente. La producción es la
acción de la humanidad sobre la materia (naturaleza) para apropiársela y
transformarla en su beneficio mediante la obtención de un producto, el consumo
(desigual) de parte de él y la acumulación del excedente para la inversión, según una
variedad de metas determinadas por la sociedad. La experiencia es la acción de los
sujetos humanos sobre sí mismos, determinada por la interacción de sus identidades
biológicas y culturales y en relación con su entorno social y natural. Se construye en
torno a la búsqueda infinita de la satisfacción de las necesidades y los deseos
humanos. El poder es la relación entre los sujetos humanos que, basándose en la
producción y la experiencia, impone el deseo de algunos sujetos sobre los otros
mediante el uso potencial o real de la violencia, física o simbólica. Las instituciones de
26 Touraine, 1969.
27 Bell, 1993. Todas las citas pertenecen a la edición de 1976, que incluye un prólogo nuevo y sustancioso.
la sociedad se han erigido para reforzar las relaciones de poder existentes en cada
periodo histórico, incluidos los controles, límites y contratos sociales logrados en las
luchas por el poder.
La producción se organiza en relaciones de clase que definen el proceso mediante el
cual algunos sujetos humanos, basándose en su posición en el proceso de
producción, deciden el reparto y el uso del producto en lo referente al consumo y la
inversión. La experiencia se estructura en torno a la relación de género/sexo,
organizada en la historia en torno a la familia y caracterizada hasta el momento por el
dominio de los hombres sobre las mujeres. Las relaciones familiares y la sexualidad
estructuran la personalidad y formulan la interacción simbólica.
El poder se fundamenta en el Estado y su monopolio institucionalizado de la violencia,
aunque lo que Foucault etiqueta como microfísica del poder, encarnada en
instituciones y organizaciones, se difunde por toda la sociedad, de los lugares de
trabajo a los hospitales, encerrando a los sujetos en una apretada estructura de
deberes formales y agresiones informales.
La comunicación simbólica entre los humanos, y la relación entre éstos y la naturaleza,
basándose en la producción (con su complemento, el consumo), la experiencia y el
poder, cristaliza durante la historia en territorios específicos, con lo que genera
culturas e identidades colectivas.
La producción es un proceso social complejo debido a que cada uno de sus elementos
se diferencia internamente. Así pues, la humanidad como productor colectivo incluye
tanto el trabajo como a los organizadores de la producción, y el trabajo está muy
diferenciado y estratificado según el papel de cada trabajador en el proceso de
producción. La materia incluye la naturaleza, la naturaleza modificada por los
humanos, la naturaleza producida por los humanos y la naturaleza humana misma,
forzándonos la evolución histórica a separarnos de la clásica distinción entre
humanidad y naturaleza, ya que milenios de acción humana han incorporado el
entorno natural a la sociedad y nos ha hecho, material y simbólicamente, una parte
inseparable de él. La relación entre trabajo y materia en el proceso de trabajo supone
el uso de los medios de producción para actuar sobre la materia basándose en la
energía, el conocimiento y la información. La tecnología es la forma específica de tal
relación.
El producto del proceso de producción lo utiliza la sociedad bajo dos formas: consumo
y excedente. Las estructuras sociales interactúan con los procesos de producción
mediante la determinación de las reglas para la apropiación, distribución y usos del
excedente. Estas reglas constituyen modos de producción y estos modos definen las
relaciones sociales de producción, determinando la existencia de clases sociales que
se constituyen como tales mediante su práctica histórica. El principio estructural en
virtud del cual el excedente es apropiado y controlado caracteriza un modo de
producción. En esencia, en el siglo XX hemos vivido con dos modos predominantes de
producción: capitalismo y estatismo. En el capitalismo, la separación entre productores
y sus medios de producción, la conversión del trabajo en un bien y la propiedad
privada de los medios de producción como base del control del capital (excedente
convertido en un bien) determinan el principio básico de la apropiación y distribución
del excedente por los capitalistas, aunque quién es (son) la(s) clase(s) capitalista(s) es
un tema de investigación social en cada contexto histórico y no una categoría
abstracta. En el estatismo, el control del excedente es externo a la esfera económica:
se encuentra en las manos de quienes ostentan el poder en el Estado, llamémosles
apparatchiki o ling-dao. El capitalismo se orienta hacia la maximización del beneficio,
es decir, hacia el aumento de la cantidad de excedente apropiado por el capital en
virtud del control privado de los medios de producción y circulación. El estatismo se
orienta (¿orientaba?) a la maximización del poder, es decir, hacia el aumento de la
capacidad militar e ideológica del aparato político para imponer sus metas a un
número mayor de sujetos y a niveles más profundos de su conciencia.
Las relaciones sociales de producción y, por tanto, el modo de producción, determinan
la apropiación y usos del excedente. Una cuestión distinta pero fundamental es la
cuantía de ese excedente, determinada por la productividad de un proceso de
producción específico, esto es, por la relación del valor de cada unidad de producto
(output) con el valor de cada unidad de insumo (input). Los grados de productividad
dependen de la relación entre mano de obra y materia, como una función del empleo
de los medios de producción por la aplicación de la energía y el conocimiento. Este
proceso se caracteriza por las relaciones técnicas de producción y define los modos
de desarrollo. Así pues, los modos de desarrollo son los dispositivos tecnológicos
mediante los cuales el trabajo actúa sobre la materia para generar el producto,
determinando en definitiva la cuantía y calidad del excedente. Cada modo de
desarrollo se define por el elemento que es fundamental para fomentar la
productividad en el proceso de producción. Así, en el modo de desarrollo agrario, la
fuente del aumento del excedente es el resultado del incremento cuantitativo de mano
de obra y recursos naturales (sobre todo tierra) en el proceso de producción, así como
de la dotación natural de esos recursos. En el modo de producción industrial, la
principal fuente de productividad es la introducción de nuevas fuentes de energía y la
capacidad de descentralizar su uso durante la producción y los procesos de
circulación. En el nuevo modo de desarrollo informacional, la fuente de la
productividad estriba en la tecnología de la generación del conocimiento, el
procesamiento de la información y la comunicación de símbolos. Sin duda, el
conocimiento y la información son elementos decisivos en todos los modos de
desarrollo, ya que el proceso de producción siempre se basa sobre cierto grado de
conocimiento y en el procesamiento de la información28. Sin embargo, lo que es
específico del modo de desarrollo informacional es la acción del conocimiento sobre sí
mismo como principal fuente de productividad (véase el capítulo 2). El procesamiento
de la información se centra en la superación de la tecnología de este procesamiento
como fuente de productividad, en un círculo de interacción de las fuentes del
conocimiento de la tecnología y la aplicación de ésta para mejorar la generación de
conocimiento y el procesamiento de la información: por ello, denomino informacional a
este nuevo modo de desarrollo, constituido por el surgimiento de un nuevo paradigma
tecnológico basado en la tecnología de la información (véase capítulo 1).
Cada modo de desarrollo posee asimismo un principio de actuación estructuralmente
determinado, a cuyo alrededor se organizan los procesos tecnológicos: el
28 En aras de la claridad, en este libro me pareció necesario proporcionar la definición de conocimiento e información, aun cuando este gesto
intelectualmente satisfactorio introduzca una dosis de arbitrariedad en el discurso, como los científicos sociales que han luchado con el tema saben bien.
No tengo una razón convincente para mejorar la definición de conocimiento expresada por Daniel Bell (1973, pág. 175): «Conocimiento: una serie de
afirmaciones organizadas de hechos o ideas que presentan un juicio razonado o un resultado experimental, que se transmite a los demás mediante algún
medio de comunicación en alguna forma sistemática. Por lo tanto, distingo conocimiento de noticias y entretenimiento». En cuanto a información, algunos
autores destacados del campo, como Machlup, simplemente la definen como la comunicación del conocimiento (véase Machlup, 1962, pág. 15). Sin
embargo, se debe a que su definición de conocimiento parece ser demasiado amplia, como sostiene Bell. Por ello, me reincorporaría a la definición de
información propuesta por Porat en su obra clásica (1977, pág. 2): «La información son los datos que se han organizado y comunicado».
industrialismo se orienta hacia el crecimiento económico, esto es, hacia la
maximización del producto; el informacionalismo se orienta hacia el desarrollo
tecnológico, es decir, hacia la acumulación de conocimiento y hacia grados más
elevados de complejidad en el procesamiento de la información. Si bien grados más
elevados de conocimiento suelen dar como resultado grados más elevados de
producto por unidad de insumo, la búsqueda de conocimiento e información es lo que
caracteriza a la función de la producción tecnológica en el informacionalismo.
Aunque la tecnología y las relaciones de producción técnicas se organizan en
paradigmas originados en las esferas dominantes de la sociedad (por ejemplo, el
proceso de producción, el complejo industrial militar), se difunden por todo el conjunto
de las relaciones y estructuras sociales y, de este modo, penetran en el poder y la
experiencia, y los modifican29. Así pues, los modos de desarrollo conforman todo el
ámbito de la conducta social, incluida por supuesto la comunicación simbólica. Debido
a que el informacionalismo se basa en la tecnología del conocimiento y la información,
en el modo de desarrollo informacional existe una conexión especialmente estrecha
entre cultura y fuerzas productivas, entre espíritu y materia. De ello se deduce que
debemos esperar el surgimiento histórico de nuevas formas de interacción, control y
cambio sociales.
Informacionalismo y perestroika capitalista
Pasando de las categorías teóricas al cambio histórico, lo que verdaderamente importa
de los procesos y formas sociales que constituyen el cuerpo vivo de las sociedades es
la interacción real de los modos de producción y los modos de desarrollo, establecidos
y combatidos por los actores sociales de maneras impredecibles dentro de la
estructura restrictiva de la historia pasada y las condiciones actuales de desarrollo
tecnológico y económico. Así, el mundo y las sociedades habrían sido muy diferentes
si Gorbachov hubiera logrado su propia perestroika, una meta política difícil, pero no
fuera de su alcance. 0 si el Pacífico asiático no hubiera sido capaz de mezclar la forma
29 Cuando la innovación tecnológica no se difunde en la sociedad debido a obstáculos institucionales, sigue un retraso tecnológico por la ausencia de la
retroalimentación social/cultural necesaria para las instituciones de innovación y para los mismos innovadores. Ésta es la lección fundamental que cabe
extraer de experiencias tan importantes como la China de la dinastía Qing o la Unión Soviética. Para esta última, véase el vol. 111. Para China, véase Qian,
1985 y Mokyr, 1990.
tradicional de interconexión comercial de su organización económica con las
herramientas proporcionadas por la tecnología de la información. No obstante, el
factor histórico más decisivo para acelerar, canalizar y moldear el paradigma de la
tecnología de la información e inducir sus formas sociales asociadas fue/es el proceso
de reestructuración capitalista emprendido desde la década de 1980, así que resulta
adecuado caracterizar al nuevo sistema tecnoeconómico de capitalismo informacional.
El modelo keynesiano de crecimiento capitalista que originó una prosperidad
económica y una estabilidad social sin precedentes para la mayoría de las economías
de mercado durante casi tres décadas desde la Segunda Guerra Mundial, alcanzó el
techo de sus limitaciones inherentes a comienzos de la década de 1970 y sus crisis se
manifestaron en forma de una inflación galopante30. Cuando los aumentos del precio
del petróleo de 1974 y 1979 amenazaron con situar la inflación en una espiral
ascendente incontrolada, los gobiernos y las empresas iniciaron una reestructuración
en un proceso pragmático de tanteo que aún se está gestando a mediados de la
década de 1990, poniendo un esfuerzo más decisivo en la desregulación, la
privatización y el desmantelamiento del contrato social entre el capital y la mano de
obra, en el que se basaba la estabilidad del modelo de crecimiento previo. En
resumen, una serie de reformas, tanto en las instituciones como en la gestión de las
empresas, encaminadas a conseguir cuatro metas principales: profundizar en la lógica
capitalista de búsqueda de beneficios en las relaciones capital-trabajo; intensificar la
productividad del trabajo y el capital; globalizar la producción, circulación y mercados,
aprovechando la oportunidad de condiciones más ventajosas para obtener beneficios
en todas partes; y conseguir el apoyo estatal para el aumento de la productividad y
competitividad de las economías nacionales, a menudo en detrimento de la protección
social y el interés público. La innovación tecnológica y el cambio organizativo,
centrados en la flexibilidad y la adaptabilidad, fueron absolutamente cruciales para
determinar la velocidad y la eficacia de la reestructuración. Cabe sostener que, sin la
nueva tecnología de la información, el capitalismo global hubiera sido una realidad
mucho más limitada, la gestión flexible se habría reducido a recortes de mano de obra
30 Hace años presenté mi interpretación sobre las causas de la crisis económica mundial de los años setenta, así como un pronóstico tentativo de las vías
para la reestructuración capitalista. Pese al marco teórico excesivamente rígido que yuxtapuse al análisis empírico, creo que los puntos principales que
expuse en ese libro (escrito en 1977-1978), incluida la predicción sobre la reaganomía con ese nombre, siguen siendo útiles para comprender los cambios
cualitativos operados en el capitalismo durante las dos últimas décadas (véase Castells, 1980).
y la nueva ronda de gastos en bienes de capital y nuevos productos para el
consumidor no habría sido suficiente para compensar la reducción del gasto público.
Así pues, el informacionalismo está ligado a la expansión y el rejuvenecimiento del
capitalismo, al igual que el industrialismo estuvo vinculado a su constitución como
modo de producción. Sin duda, el proceso de reestructuración tuvo diferentes
manifestaciones según las zonas y sociedades del mundo, como investigaremos
brevemente en el capítulo 2: fue desviado de su lógica fundamental por el
«keynesianismo militar» del gobierno de Reagan, creando en realidad aún más
dificultades a la economía estadounidense al final de la euforia estimulada de forma
artificial; se vio algo limitado en Europa occidental debido a la resistencia de la
sociedad al desmantelamiento del Estado de bienestar y a la flexibilidad unilateral del
mercado laboral, con el resultado del aumento del desempleo en la Unión Europea;
fue absorbido en Japón sin cambios llamativos, haciendo hincapié en la productividad
y la competitividad basadas en la tecnología y la colaboración, y no en el incremento
de la explotación, hasta que las presiones internacionales le obligaron a llevar al
exterior la producción y ampliar el papel del mercado laboral secundario desprotegido;
y sumergió en una importante recesión, en la década de los ochenta, a las economías
de África (excepto a Sudáfrica y Botswana) y de América Latina (con la excepción de
Chile y Colombia), cuando la política del Fondo Monetario Internacional recortó el
suministro de dinero y redujo salarios e importaciones para homogeneizar las
condiciones de la acumulación del capitalismo global en todo el mundo. La
reestructuración se llevó a cabo en virtud de la derrota política de los sindicatos de
trabajadores en los principales países capitalistas y de la aceptación de una disciplina
económica común para los países comprendidos en la OCDE. Tal disciplina, aunque
hecha respetar cuando era necesario por el Bundesbank, el Banco de la Reserva
Federal estadounidense y el Fondo Monetario Internacional, se inscribía de hecho en
la integración de los mercados financieros globales, que tuvo lugar a comienzos de la
década de los ochenta utilizando las nuevas tecnologías de la información. En las
condiciones de una integración financiera global, las políticas monetarias nacionales
autónomas se volvieron literalmente inviables y, de este modo, se igualaron los
parámetros económicos básicos de los procesos de reestructuración por todo el
planeta.
Aunque la reestructuración del capitalismo y la difusión del informacionalismo fueron
procesos inseparables, a escala global, las sociedades actuaron/reaccionaron de
forma diferente ante ellos, según la especificidad de su historia, cultura e instituciones.
Así pues, sería hasta cierto punto impropio referirse a una Sociedad Informacional,
que implicaría la homogeneidad de formas sociales en todas partes bajo el nuevo
sistema. Ésta es obviamente una proposición insostenible, tanto desde un punto de
vista empírico como teórico. No obstante, podríamos hablar de una Sociedad
Informacional en el mismo sentido que los sociólogos se han venido refiriendo a la
existencia de una Sociedad Industrial, caracterizada por rasgos fundamentales
comunes de sus sistemas sociotécnicos, por ejemplo, en la formulación de Raymond
Aron31. Pero con dos precisiones importantes: por una parte, las sociedades
informacionales, en su existencia actual, son capitalistas (a diferencia de las
sociedades industriales, muchas de las cuales eran estatistas); por otra parte,
debemos destacar su diversidad cultural e institucional. Así, la singularidad japonesa32,
o la diferencia española33, no van a desaparecer en un proceso de indiferenciación
cultural, marchando de nuevo hacia la modernización universal, esta vez medida por
porcentajes de difusión informática. Tampoco se van a fundir China o Brasil en el
crisol global del capitalismo informacional por continuar su camino de desarrollo actual
de alta velocidad. Pero Japón, España, China, Brasil, así como los Estados Unidos,
son, y lo serán mas en el futuro, sociedades informacionales, en el sentido de que los
procesos centrales de generación del conocimiento, la productividad económica, el
poder político/militar y los medios de comunicación ya han sido profundamente
transformados por el paradigma informacional y están enlazados con redes globales
de salud, poder y símbolos que funcionan según esa lógica. De este modo, todas las
sociedades están afectadas por el capitalismo y el informacionalismo, y muchas de
ellas (sin duda todas las principales) ya son informacionales34, aunque de tipos
31 Aron, 1963.
32 Sobre la singularidad japonesa desde una perspectiva sociológica, véase Shoji, 1990.
33 Sobre los orígenes sociales de las diferencias y similitudes españolas frente a otros países, véase Zaldívar y Castells, 1992.
34 Quisiera establecer una distinción analítica entre las nociones de «sociedad de la información» y «sociedad informacional», con implicaciones similares
para la economía de la información/informacional. El término sociedad de la información destaca el papel de esta última en la sociedad. Pero yo sostengo
que la información, en su sentido más amplio, es decir, como comunicación del conocimiento, ha sido fundamental en todas las sociedades, incluida la
Europa medieval, que estaba culturalmente estructurada y en cierta medida unificada en torno al escolasticismo, esto es, en conjunto, un marco intelectual
(véase Southern, 1995). En contraste, el término informacional indica el atributo de una forma específica de organización social en la que la generación, el
procesamiento y la transmisión de la información se convierten en las fuentes fundamentales de la productividad y el poder, debido a las nuevas
condiciones tecnológicas que surgen en este periodo histórico. Mi terminología trata de establecer un paralelo con la distinción entre industria e industrial.
diferentes, en escenarios distintos y con expresiones culturales/institucionales
específicas. Una teoría sobre la sociedad informacional, como algo diferente de una
economía global/informacional, siempre tendrá que estar atenta tanto a la
especificidad histórica/cultural como a las similitudes estructurales relacionadas con
un paradigma tecnoeconómico en buena medida compartido. En cuanto al contenido
real de esta estructura social común que podría considerarse la esencia de la nueva
sociedad informacional, me temo que soy incapaz de resumirlo en un párrafo: en
efecto, la estructura y los procesos que caracterizan a las sociedades informacionales
son el tema de que trata este libro.
EL YO EN LA SOCIEDAD INFORMACIONAL
Las nuevas tecnologías de la información están integrando al mundo en redes
globales de instrumentalidad. La comunicación a través del ordenador engendra un
vasto despliegue de comunidades virtuales. No obstante, la tendencia social y política
característica de la década de 1990 es la construcción de la acción social y la política
en torno a identidades primarias, ya estén adscritas o arraigadas en la historia y la
geografía o sean de reciente construcción en una búsqueda de significado y
espiritualidad. Los primeros pasos históricos de las sociedades informacionales
Una sociedad industrial (noción habitual en la tradición sociológica) no es sólo una sociedad en la que hay industria, sino aquella en la que las formas
sociales y tecnológicas de la organización industrial impregnan todas las esferas de la actividad, comenzando con las dominantes y alcanzando los objetos
y hábitos de la vida cotidiana. La utilización que hago de los términos sociedad informacional y economía informacional intenta caracterizar de modo más
preciso las transformaciones actuales más allá de la observación de sentido común de que la información y el conocimiento son importantes para nuestras
sociedades. Sin embargo, el contenido real de «sociedad informacional» ha de determinarse mediante la observación y el análisis. Éste es precisamente el
objetivo de este libro. Por ejemplo, uno de los rasgos clave de la sociedad informacional es la lógica de interconexión de su estructura básica, que explica
el uso del concepto de «sociedad red», definido y especificado en la conclusión de este volumen. No obstante, otros componentes de la «sociedad
informacional», como los movimientos sociales o el Estado, presentan rasgos que van más allá de la lógica de la interconexión, aunque están muy
influidos por ella al ser característica de la nueva estructura social. Así pues, «la sociedad red» no agota todo el significado de la «sociedad informacional».
Por último, ¿por qué, tras todas estas precisiones, he mantenido La era de la información como título general del libro, sin incluir a Europa medieval en mi
indagación? Los títulos son mecanismos de comunicación. Deben resultar agradables para el usuario, ser lo bastante claros como para que el lector
suponga el tema real del libro y estar enunciados de modo que no se alejen demasiado del marco semántico de referencia. Por ello, en un mundo
construido en tomo a las tecnologías de la información, la sociedad de la información, la información, las autopistas de la información y demás (todas estas
terminologías se originaron en Japón a mediados de los años sesenta Johoka Shaka¡ en japonés y fueron transmitidas a Occidente en 1978 por Simon
Nora y Alain Minc, cediendo al exotismo), un título como La era de la información señala directamente las preguntas que se suscitarán sin prejuzgar las
respuestas.
parecen caracterizarse por la preeminencia de la identidad como principio
organizativo. Entiendo por identidad el proceso mediante el cual un actor social se
reconoce a sí mismo y construye el significado en virtud sobre todo de un atributo o
conjunto de atributos culturales determinados, con la exclusión de una referencia más
amplia a otras estructuras sociales. La afirmación de la identidad no significa
necesariamente incapacidad para relacionarse con otras identidades (por ejemplo, las
mujeres siguen relacionándose con los hombres) o abarcar toda la sociedad en esa
identidad (por ejemplo, el fundamentalismo religioso aspira a convertir a todo el
mundo). Pero las relaciones sociales se definen frente a los otros en virtud de aquellos
atributos culturales que especifican la identidad. Por ejemplo, Yoshino, en su estudio
sobre la nihonjiron (ideas de la singularidad japonesa), define significativamente el
nacionalismo cultural como el objetivo de regenerar la comunidad nacional mediante la
creación, la conservación o el fortalecimiento de la identidad cultural de un pueblo
cuando se cree que va faltando o está amenazada. El nacionalismo cultural considera
a la nación el producto de su historia y cultura únicas y una solidaridad colectiva
dotada de atributos únicos35.
Calhoun, si bien rechaza la novedad histórica del fenómeno, resalta asimismo el papel
decisivo de la identidad para la definición de la política en la sociedad estadounidense
contemporánea, sobre todo en el movimiento de las mujeres, en el gay y en el de los
derechos civiles de los Estados Unidos, movimientos todos que «no sólo buscan
diversas metas instrumentales, sino la afirmación de identidades excluidas como
públicamente buenas y políticamente sobresalientes»36. Alain Touraine va más lejos al
sostener que, «en una sociedad postindustrial, en la que los servicios culturales han
reemplazado los bienes materiales en el núcleo de la producción, la defensa del
sujeto, en su personalidad y su cultura, contra la lógica de los aparatos y los
mercados, es la que reemplaza la idea de la lucha de clases»37. Luego el tema clave,
como afirman Calderón y Laserna, en un mundo caracterizado por la globalización y
fragmentación simultáneas, consiste en «cómo combinar las nuevas tecnologías y la
memoria colectiva, la ciencia universal y las culturas comunitarias, la pasión y la
35 Yoshino, 1992, pág. 1.
36 Calhoun, 1994, pág. 4.
37 Touraine, 1994, pág. 168; la traducción es mía, pero las cursivas son del autor.
razón»38. Cómo, en efecto. Y por qué observamos la tendencia opuesta en todo el
mundo, a saber, la distancia creciente entre globalización e identidad, entre la red y el
yo.
Raymond Barglow, en su ensayo sobre este tema, desde una perspectiva
sociopsicoanalítica, señala la paradoja de que aunque los sistemas de información y la
interconexión aumentan los poderes humanos de organización e integración, de forma
simultánea subvierten el tradicional concepto occidental de sujeto separado e
independiente.
El paso histórico de las tecnologías mecánicas a las de la información ayuda a
subvertir las nociones de soberanía y autosuficiencia que han proporcionado un
anclaje ideológico a la identidad individual desde que los filósofos griegos elaboraron
el concepto hace más de dos milenios. En pocas palabras, la tecnología está
ayudando a desmantelar la misma visión del mundo que en el pasado alentó39.
Después prosigue presentando una fascinante comparación entre los sueños clásicos
recogidos en los escritos de Freud y los de sus propios pacientes en el entorno de alta
tecnología de San Francisco en la década de los noventa: «La imagen de una
cabeza… y detrás de ella hay suspendido un teclado de ordenador… ¡Yo soy esa
cabeza programada!»40 . Este sentimiento de soledad absoluta es nuevo si se
compara con la clásica representación freudiana: «los que sueñan [ …] expresan un
sentimiento de soledad experimentada como existencial e ineludible, incorporada a la
estructura del mundo [ … ] Totalmente aislado, el yo parece irrecuperablemente
perdido para sí mismo»41. De ahí, la búsqueda de una nueva capacidad de conectar
en torno a una identidad compartida, reconstruida.
A pesar de su perspicacia, esta hipótesis sólo puede ser parte de la explicación. Por
un lado, implicaría una crisis del yo limitada a la concepción individualista occidental,
sacudida por una capacidad de conexión incontrolable. No obstante, la búsqueda de
38 Calderón y Laserna, 1994, pág. 40; la traducción es mía.
39 Barglow, 1994, pág. 6.
40 Ibid., pág. 53.
41 Ibid., pág. 185.
una nueva identidad y una nueva espiritualidad también está en marcha en el Oriente,
pese al sentimiento de identidad colectiva más fuerte y la subordinación tradicional y
cultural del individuo a la familia. La resonancia de Aum Shinrikyo en Japón en
1995-1996, sobre todo entre las generaciones jóvenes con educación superior, puede
considerarse un síntoma de la crisis que padecen los modelos de identidad
establecidos, emparejado con la desesperada necesidad de construir un nuevo yo
colectivo, mezclando de forma significativa espiritualidad, tecnología avanzada
(química, biología, láser), conexiones empresariales globales y la cultura de la
fatalidad milenarista42.
Por otro lado, también deben hallarse los elementos de un marco interpretativo más
amplio que explique el poder ascendente de la identidad en relación con los
macroprocesos de cambio institucional, ligados en buena medida con el surgimiento
de un nuevo sistema global. Así, como Alain Touraine43 y Michel Wieviorka44 han
sugerido, cabe relacionar las corrientes extendidas de racismo y xenofobia en Europa
occidental con una crisis de identidad por convertirse en una abstracción (europeas),
al mismo tiempo que las sociedades europeas, mientras veían difuminarse su
identidad nacional, descubrieron dentro de ellas mismas la existencia duradera de
minorías étnicas (hecho demográfico al menos desde la década de 1960). O, también,
en Rusia y la ex Unión Soviética, el fuerte desarrollo del nacionalismo en el periodo
postcomunista puede relacionarse, como sostendré más adelante (volumen III), con el
vacío cultural creado por setenta años de imposición de una identidad ideológica
excluyente, emparejado con el regreso a la identidad histórica primaria (rusa,
georgiana) como la única fuente de significado tras el desmoronamiento del
históricamente frágil sovetskii narod (pueblo soviético).
El surgimiento del fundamentalismo religioso parece asimismo estar ligado tanto a una
tendencia global como a una crisis institucional45. Sabemos por la historia que siempre
hay en reserva ideas y creencias de todas clases esperando germinar en las
42 Para las nuevas formas de revuelta vinculadas a la identidad en oposición explícita a la globalización, véase el análisis exploratorio emprendido en
Castells, Yazawa y Kiselyova, 1996b.
43 Touraine, 1991.
44 Wieviorka, 1993.
45 Véase, por ejemplo, Kepel, 1993; Colas, 1992.
circunstancias adecuadas. Resulta significativo que el fundamentalismo, ya sea
islámico o cristiano, se haya extendido, y lo seguirá haciendo, por todo el mundo en el
momento histórico en que las redes globales de riqueza y poder enlazan puntos
nodales e individuos valiosos por todo el planeta, mientras que desconectan y
excluyen grandes segmentos de sociedades y regiones, e incluso países enteros.
¿Por qué Argelia, una de las sociedades musulmanas más modernizadas, se volvió de
repente hacia sus salvadores fundamentalistas, que se convirtieron en terroristas (al
igual que sus predecesores anticolonialistas) cuando se les negó la victoria electoral
en las elecciones democráticas? ¿Por qué las enseñanzas tradicionalistas de Juan
Pablo II encuentran un eco indiscutible entre las masas empobrecidas del Tercer
Mundo, de modo que el Vaticano puede permitirse prescindir de las protestas de una
minoría de feministas de unos cuantos países avanzados, donde precisamente el
progreso de los derechos sobre la reproducción contribuyen a menguar las almas por
salvar? Parece existir una lógica de excluir a los exclusores, de redefinir los criterios
de valor y significado en un mundo donde disminuye el espacio para los analfabetos
informáticos, para los grupos que no consumen y para los territorios infracomunicados.
Cuando la Red desconecta al Yo, el Yo, individual o colectivo, construye su significado
sin la referencia instrumental global: el proceso de desconexión se vuelve recíproco,
tras la negación por parte de los excluidos de la lógica unilateral del dominio
estructural y la exclusión social.
Éste es el terreno que debe explorarse, no sólo enunciarse. Las pocas ideas
adelantadas aquí sobre la manifestación paradójica del yo en la sociedad
informacional sólo pretenden trazar la trayectoria de mi investigación para información
de los lectores, no sacar conclusiones de antemano.
UNAS PALABRAS SOBRE EL MÉTODO
Éste no es un libro sobre libros. Aunque se basa en datos de diversos tipos y en
análisis y relatos de múltiples fuentes, no pretende exponer las teorías existentes
sobre el postindustrialismo o la sociedad informacional. Se dispone de varias
presentaciones completas y equilibradas de estas teorías46, así como de diversas
46 Lyon (1988) presenta una útil visión general de las teorías sociológicas sobre el postindustrialismo y el informacionalismo. Para los orígenes
intelectuales y terminológicos de las nociones de la «sociedad de la información», véase Ito, 1991a, y Nora y Minc, 1978. Véase también Beniger, 1986;
críticas47 46, incluida la mía48 47 . De forma similar, no contribuiré, excepto cuando sea
necesario en virtud del argumento, a la industria creada en la década de los ochenta
en torno a la teoría postmoderna49 48, satisfecho por mi parte como estoy con la
excelente crítica elaborada por David Harvey sobre las bases sociales e ideológicas
de la «posmodernidad»50, así como con la disección sociológica de las teorías
posmodernas realizada por Scott Lash51. Sin duda debo muchos pensamientos a
muchos autores y en particular a los antepasados del informacionalismo, Alain
Touraine y Daniel Bell, así como al único teórico marxista que intuyó los nuevos e
importantes temas justo antes de su muerte en 1979, Nicos Poulantzas52. Y reconozco
debidamente los conceptos que tomo de otros cuando llega el caso de utilizarlos como
herramientas en mis análisis específicos. No obstante, he intentado construir un
discurso lo más autónomo y menos redundante posible, integrando materiales y
observaciones de varias fuentes, sin someter al lector a la penosa visita de la jungla
bibliográfica donde he vivido (afortunadamente, entre otras actividades) durante los
pasados doce años.
En una vena similar, pese a utilizar una cantidad considerable de fuentes estadísticas
y estudios empíricos, he intentado minimizar el procesamiento de datos para
simplificar un libro ya excesivamente pesado. Por consiguiente, tiendo a utilizar
fuentes de datos que encuentran un amplio y resignado consenso entre los científicos
sociales (por ejemplo, OCDE, Naciones Unidas, Banco Mundial y estadísticas oficiales
de los gobiernos, monografías de investigación autorizadas, fuentes académicas o
empresariales generalmente fiables), excepto cuando tales fuentes parecen ser
erróneas (por ejemplo, las estadísticas soviéticas sobre el PNB o el informe del Banco
Mundial sobre las políticas de ajuste en África). Soy consciente de las limitaciones de
prestar credibilidad a una información que puede no siempre ser precisa, pero el lector
se dará cuenta de que se toman numerosas precauciones en este texto, así que por lo
Katz, 1988; Salvaggio, 1989; Williams, 1988.
47 Para unas perspectivas críticas sobre el postindustrialismo, véanse entre otros, Lyon, 1988; Touraine, 1992; Shoji, 1990; Woodward, 1980; Roszak,
1986. Para una crítica cultural del énfasis que nuestra sociedad otorga a la tecnología de la información, véase Postman, 1992.
48 Para mi crítica del postindustrialismo, véase Castells, 1994, 1995, 1996.
49 Véase Lyon, 1993; también Seidman y Wagner, 1992.
50 Harvey, 1990.
51 Lash, 1990.
52 Poulantzas, 1978, sobre todo págs. 160-169.
general se llega a conclusiones sopesando las tendencias convergentes de varias
fuentes, según una metodología de triangulación que cuenta con una prestigiosa
tradición de éxito entre los historiadores, policías y periodistas de investigación.
Además, los datos, observaciones y referencias presentados en este libro no
pretenden realmente demostrar hipótesis, sino sugerirlas, mientras se constriñen las
ideas en un corpus de observación, seleccionado, he de admitirlo, teniendo en mente
las preguntas de mi investigación, pero de ningún modo organizado en torno a
respuestas preconcebidas. La metodología seguida en este libro, cuyas implicaciones
específicas se expondrán en cada capítulo, está al servicio del propósito de este
empeño intelectual: proponer algunos elementos de una teoría transcultural y
exploratoria sobre la economía y la sociedad en la era de la información, que hace
referencia específica al surgimiento de una nueva estructura social. El amplio alcance
de mi análisis lo requiere la misma amplitud de su objeto (el informacionalismo) en
todos los dominios sociales y las expresiones culturales. Pero de ningún modo
pretendo tratar la gama completa de temas y asuntos de las sociedades
contemporáneas, ya que escribir enciclopedias no es mi oficio.
El libro se divide en tres partes que la editorial ha transformado sabiamente en tres
volúmenes. Aunque están interrelacionados analíticamente, se han organizado para
hacer su lectura independiente. La única excepción a esta regla es la conclusión
general, que aparece en el volumen III pero que corresponde a todo el libro y presenta
una interpretación sintética de sus datos e ideas.
La división en tres volúmenes, aunque hace al libro publicable y legible, suscita
algunos problemas para comunicar mi teoría general. En efecto, algunos temas
esenciales que trascienden a todos los tratados en este libro se presentan en el
segundo volumen. Tal es el caso en particular del análisis de la condición de la mujer y
el patriarcado y de las relaciones de poder y el Estado. Advierto al lector de que no
comparto la opinión tradicional de una sociedad edificada por niveles superpuestos,
cuyo sótano son la tecnología y la economía, el entresuelo es el poder, y la cultura, el
ático. No obstante, en aras de la claridad, me veo forzado a una presentación
sistemática y algo lineal de temas que, aunque están relacionados entre sí, no pueden
integrar plenamente todos los elementos hasta que se hayan expuesto con cierta
profundidad a lo largo del viaje intelectual al que se invita al lector en este libro. El
primer volumen, que tiene en las manos, trata sobre todo de la lógica de lo que
denomino la red, mientras que el segundo (El poder de la identidad) analiza la
formación del yo y la interacción de la red y el yo en la crisis de dos instituciones
centrales de la sociedad: la familia patriarcal y el Estado nacional. El tercer volumen
(Fin de milenio) intenta una interpretación de las transformaciones históricas actuales,
como resultado de la dinámica de los procesos estudiados en los dos primeros
volúmenes. Hasta el tercer volumen no se propondrá una integración general entre
teoría y observación que vincule los análisis correspondientes a los distintos ámbitos,
aunque cada volumen concluye con un esfuerzo de sintetizar los principales hallazgos
e ideas presentados en él. Aunque el volumen III se ocupa de forma más directa de los
procesos específicos del cambio histórico en diversos contextos, a lo largo de todo el
libro he hecho cuanto he podido por cumplir dos metas: basar el análisis en la
observación, sin reducir la teorización al comentario; diversificar culturalmente mis
fuentes de observación y de ideas al máximo, utilizando la ayuda de colegas y
colaboradores para abarcar las que están en lenguas que desconozco. Este
planteamiento proviene de mi convicción de que hemos entrado en un mundo
verdaderamente multicultural e interdependiente que sólo puede comprenderse y
cambiarse desde una perspectiva plural que articule identidad cultural, interconexión
global y política multidimensional.

Donald y la política

Cuando este libro apareció en Chile, hacia poco más de un año que la Unidad Popular había asumido el gobierno. En todos los sectores de la sociedad comenzaba a evidenciarse más o menos dramáticamente que el intento de transformar una realidad pone en tensión al
conjunto de la estructura existente.

Todos los elementos que constituyen el aparato social se reordenan y en este reacomodo surgen conflictos específicos aún en las zonas cuyas formas de existencia parecieran trascender a los proyectos de cambios sociales.

Se volvía a comprobar que la relación estructura / superestructura mantiene un vinculo bastante más estrecho que el vulgarizado por un pensamiento que, aunque se quiere revolucionario, repite
los gestos de un positivismo rigurosamente mecanicista.

En la llamada estructura se subsume, en realidad, la totalidad de las relacione» sociales. Es uno solo, por lo tanto, el momento de cambio, aunque las distintas formas de la organización social sean regidas por legalidades particulares que evocan desiguales tiempos de evolución.

La ilusión de que las transformaciones infraestructurales (económicas) determinan por si los cambios en la cotidianeidad se revierten en su contrario: las viejas formas de vida, características de la sociedad burguesa, suelen consolidarse hasta el punto de neutralizar -cuando no de liquidarlas nuevas estructuras conquistadas.

El caso chileno posee la singularidad de ofrecerse como un confuso campo de contradicciones en el que oficialmente se anuncia el comienzo de un proceso socialista, en los marcos de un orden de raíces estrictamente burguesas, mientras en la realidad actuante el enfrenamiento de clases (cualquiera sea la forma que adquiera en el futuro) sé evidencia en
una creciente conciencia de los polos participantes.

En ese contexto, la aparición de un estudio sobre el pato Donald y la línea de personajes producidos por Disney, viene a perturbar una región postulada como indiscutible; algo así como querer analizar críticamente la belleza de un atardecer. No es extraño, pues, que el libro tuviera una
repercusión aparentemente desmesurada.

Los diarios de la derecha chilena lo leyeron inteligentemente: sus comentarios abandonaron la sección bibliográfica y ocuparon un lugar
en la política. La Asociated Press difundió un alarmado cable entre sus abonados del Mundo y el sacrilegio de hablar contra las creaturas de la empresa Disney fue noticia en diversos puntos del planeta. De simplificación en simplificación, France Soir, el diario de mayor tiraje
en Francia, tituló en primera plana: “El pato Donald contra Allende”, mientras en Chile el diario derechista El Mercurio no demostraba ningún humor para hablar del tema.

Y he aquí un hecho paradojal. La indignada reacción de la derecha contra este texto tiene un punto de partida: las publicaciones de la línea Disney son universalmente aceptadas como entretenimiento, valor lúdico que corresponde a pautas permanentes de naturaleza humana y
que, por lo tanto, se sobrepone a las contradicciones sociales. Sin embargo, mientras afirmaba este enunciado doctrinario, su irritada protesta no hacía más que mostrar la falacia del argumento pro-ecuménico.

Para la burguesía, el pato Donald es inatacable: lo ha impuesto como modele dé “sano esparcimiento para los niños”. De ahí la trascendencia otorgada a éste trabajo. Lo indiscutible se pone en duda: desde el derecho a la propiedad privada de los medios de producción, hasta el derecho a mostrar como pensamiento natural la ideología que justifica
el mundo creado alrededor de la propiedad privada.

El cuestionar los pilares de un ordenamiento que reclama puntos de apoyo inamovibles (ahistóricos, permanentemente verdaderos) compromete su estabilidad. La defensa airada de una manera de entretener señala, por contrapartida, la negativa a aceptar otras, su conformidad con la existente. El problema deja de ser marginal y se vuelve político, muestra su gravedad.

La frivolidad deviene cuestión de estado. No es lo mismo el mundo con el pato Donald que sin él. Mattelart y Dorfman lo dicen en una figura cuya lectura literal confundió a la A. P.:”Mientras su cara risueña deambule inocentemente por las calles de nuestro país, mientras Donald sea poder y
representación colectiva, el imperialismo y la burguesía podrán dormir tranquilos”.

Hablar del pato Donald es hablar del mundo cotidiano el del deseo, el hambre, la alegría, las pasiones, la tristeza, el amor en que se resuelve la vida concreta de los hombres.

Y es esa vida concreta la manera de estar en el mundo la que debe cambiar un proceso revolucionario. Solo la construcción de otra cultura otorga sentido a la imprescindible destrucción del ordenamiento capitalista, porque al fin y al cabo como repetía Ernesto Guevara la revolución no se justifica simplemente por distribuir más alimento a más gente.

Llevado al límite (y si se descartan esquemas feo— ideológicos) bien podría preguntarse para que luchar por dar de comer a los hombres si no es para lanzarlos a imaginar un mundo de infinitas potencias.

En ese mundo de lo cotidiano (que tiene como eje la diaria presencia en la fábrica) el obrero produce plusvalía como condición necesaria para que se reproduzca el sistema capitalista y, en el mismo movimiento, produce la ideología que perpetúa su relación como sociedad. Allí, en su diálogo cotidiano con la máquina (diálogo cuyo esquema simbólico repetirá en su hogar o sus sueños) debe instalarse la subversión si se quiere que el cambio de propiedad de los instrumentos de producción no aparezca como un acontecimiento divorciado de su existencia real.

La ideología, pues, no se ofrece como un terreno epifenoménico donde
“también” (pero más tarde) debe librarse una batalla, según lo afirma una izquierda mostrenca y desanimada. La revolución debe concebirse como un proyecto total aunque la propiedad de una empresa pueda cambiar de manos bruscamente y lo imaginario colectivo
requiera un largo proceso de transformación.

Si desde el primer acto el poder no se postula como cambio ideológico, las buenas intenciones de hacer la revolución concluirán inevitablemente en una farsa.
En ese mundo de lo cotidiano se verifica, igualmente; el papel del andamiaje jurídico institucional reproductor de la ideología dominante, uno de cuyos instrumentos más eficaces lo constituyen los medios de comunicación de masa. En la frecuentación permanente con las
ideas de la clase hegemónica de la sociedad la que posee materialmente los medios e impone el sentido de los mensajes que emite los hombres elaboran su manera de actuar, de observar la realidad.

Es preciso, por lo tanto, escapar de ese orden y descodificarlo desde otra visión del mundo, es necesario re-comprender la realidad para lograr modificarla. Si esto no se entiende, si la “lucha ideológica” no adquiere primordial importancia, se castra la función del proceso revolucionario que tiende, básicamente a reordenar el sentido de los actos concretos.

Sólo desde otra manera de concebir el mundo puede asignarse un valor al cambio de las estructuras. A la inversa, la aceptación aerifica de las pautas culturales establecidas, significa la consagración del mundo heredado. Aún cuando, es preciso repetirlo, haya cambiado de manos la propiedad de los medios de producción.

Lo que interesa es el funcionamiento de la estructura y no sus presuntos contenidos: que el patrón sea uno u otro, que el administrador sea funcionario de una empresa privada o del estado, no modifica, sin
más, la relación que los obreros establecen con la producción. El salto cualitativo se refiere a las características que asume esta relación, a la cultura que se generó a partir de las formas concretas de una existencia que tienda a la creciente participación de todos en todo.

Esto que resulta comprensible para el plano de las relaciones económicas, no lo es tanto cuando se habla de productos del pensamiento. La ideología que privilegia esta región de la producción suele mantenerse sin modificaciones aun en las sociedades, que han transformada su estructura económica, y muestra el grado de permanencia de una formación
inconsciente, a la vez que delata las carencias de la elaboración materialista en este terreno.

La idea burguesa del trabajo intelectual como no productivo insiste por un lado en mantener la dicotomía consagrada por la división social del trabajo y, par otro, en marginarla de los conflictos en que necesariamente participa la producción de bienes materiales.
Aparentemente hay territorios de lo “humano” donde la lucha de clases no se verifica. Por ejemplo en los atributos asignados a la niñez: pureza, ingenuidad. Para leer al pato Donald muestra lo contrario: nada escapa a la ideología. Nada, por, lo tanto, escapa a la lucha de clases. Para leer al pato Donald tiende a develar los mecanismos específicos por les que la
ideología burguesa se reproduce a través de los personajes de Disney.

La lectura que se ofrece trasciende la opacidad de la denotación para indagar en la estructura de las historietas, para mostrar el universo de connotaciones que desencadena y que se instala en un nivel superior de significación ocupando el lugar fundamental en la comprensión del
mensaje.

¿Es preciso añadir que no se trata de tomar el caso Donald como si fuera el único enemigo? Donald es la metáfora del pensamiento burgués que penetra insensiblemente en los niños a través de todos los canales de formación de su estructura mental. Es la manifestación simbólica de una cultura que vertebra sus significaciones alrededor del oro y que lo inocente al despegarlo de su función social.

Si el capital es tal en tanto constituye una relación social, el oro acumulado por un avaro como Tío Rico no tiene ninguna responsabilidad. Es neutro. El dinero no aparece como un elemento de relación entre un capitalista y la sociedad, por lo tanto pasible de injusticias. El afán de dinero de Tío Rico (expresión máxima de una
constante de los personajes) es apenas una perversión individual: la del avaro que se fascina en la contemplación de su fortuna, pero no la utiliza.

El dinero pierde la propiedad fetichizante del poder, para convertirse en objeto de una psicología individual más o menos patológica. En la misma línea, todos los personajes emergen como erupciones psicológicas y
no como productos de relaciones sociales. Al lado del “avaro” existe “el inventor”, “los niños malos”, “los niños buenos”. Son conductas abstractas las que se interrelacionan y no funciones concretas de un ordenamiento social.

Si esta reiteración de psicologías recortadas y unilineales se ofrece en todas las historietas infantiles, en el caso de los personajes de Disney la significación es paradigmática dado que sus actores aparecen ligados estrechamente al mundo del niño. Superman no almuerza con el pequeño lector, pero las travesuras de los sobrinos de Donald son las de sus
compañeros de escuela.

El mundo lineal, el mundo de psicologías actuantes, es su mundo
cotidiano. El modela de la revista pasa a ser el modelo de sus relaciones inmediatas. Batmandesencadena las fantasías superpoderosas que repiten los más antiguos mitos. Los personajes de Disney, en cambio, no son míticos. Son axiológicos: en este mundo se actúa por interés, en
este mundo se engaña, en este, el de todas los días, se establecen las diferencias entre los hombres.

Ya estamos lejos de la anécdota Disney. Estamos en el campo en que la inteligencia de la derecha chilena y la histeria de las agencias norteamericanas ubicaron el libro: el de la política. Menos sagaz, o más ganada por la ideología burguesa que ha segmentado las áreas
del conocimiento, alguna izquierda no supo ver la importancia del combate empeñado y reclamó, en Chile, otras prioridades. No se supo otorgar a este libro su valor de anécdota ejemplar.

No se comprendió que la lucha por un mundo distinto no admite
compartimentaciones y debe entablarse contra todas las formas de la propiedad privada que anidan en las estructuras culturales vigentes y que ofrecen como naturales, oposiciones que son producto de las relaciones sociales existentes en la sociedad clasista: maestro vs. alumno,
administrador vs. obrero, periodista vs. consumidor de noticias, hombre vs. mujer, humor vs. trascendencia, entretenimiento vs. política.

Al no aceptar la necesaria ruptura que la revolución debe efectuar con el mundo anterior, las maneras de la conducta humana propias de la sociedad burguesa son imaginadas como convenientes a un hombre abstracto que permanece constante a través de los tiempos, se insiste en una moral adecuada a los intereses de los explotadores para erigirla en valor que sólo requiere perfeccionamiento a través de una historia única.

Desde la circunstancia chilena donde surgió, Para leer al pato Donald se define como un instrumento claramente político que denuncia la colonización cultural común a todos los países latinoamericanos. De allí su tono parcial y polémico, la discusión apasionada que recorre sus páginas, su declarada vocación de ser útil que le hace prescindir de preciosismos eruditos. Evocando un pasaje ya citado en estas líneas, un comentario periodístico sostenía que si el enemigo de Allende es el pato Donald, el actual presidente chileno podía sentirse tranquilo.

A su vez, podríamos seguir parafraseando y afirmar que si el combate contra el modo de vida burgués se reduce a libros como éste, las revistas de la línea Disney tienen por el momento su venta asegurada y Para leer al pato Donald habrá perdido la batalla: el pato Donald seguirá siendo poder y representación colectiva. Su éxito, en cambio, estará logrado
cuando, negándose a si mismo como objeto, pueda ayudar a una práctica social que lo borre, reescribiéndolo en una estructura distinta que ofrezca al hombre otra concepción de su relación con el mundo.

Entonces no serán necesarios estos libros: la gente no comprará las
revistas de Disney. Mientras tanto, sirve de alarmado toque de atención. La apuesta por el socialismo es definitiva y para conquistarlo es preciso cortar una a una las siete cabezas de un dragón que sabe regenerarlas en formas insospechadas. Es estimulante saber, con todo,
que se trata de un dragón de papel.

CTOR SCHMUCLER

PRO-LOGO, PARA PATÓLOGOS

El lector que abre este libro seguramente se sentirá desconcertado. Tal vez no tanto porque observa uno de sus ídolos desnudado, sino más bien porque el tipo de lenguaje que aquí se utiliza intenta quebrar la falsa solemnidad con que la ciencia por lo general encierra su
propio quehacer. Para acceder al conocimiento, que es una forma del poder, no podemos seguir suscribiendo con la vista y la lengua vendadas, los rituales dé iniciación con que las sacerdotisas de la “espiritualidad” protegen y legitimizan sus derechos, exclusivos, a pensar y
a opinar.

De esta manera, aun cuando se trata de denunciar las falacias vigentes, los investigadores tienden a reproducir en su propio lenguaje la misma dominación que ellos desean destruir. Este miedo a la locura de las palabras, al futuro como imaginación, al contacto permanente con el lector, este temor a hacer el ridículo y perder su “prestigió” al
aparecer desnudo frente a su particular reducto público, traduce su aversión a la vida y, en definitiva, a la realidad total. El científico quiere estudiar la lluvia y salé con un paraguas.

Desde luego, no se trata de negar aquí la racionalidad científica, o su ser específico, ni de establecer un burdo populismo; pero sí de hacer la comunicación más eficaz, y reconciliar el goce con el conocimiento.

Toda labor verdaderamente crítica significa tanto un análisis de la realidad como una autocrítica del modo en que se piensa comunicar sus resultados. El problema no es mayor o menor complejidad, más o menos enrevesado, sino una actitud que incluye a la misma ciencia como uno de los términos analizados.

Este experimento, que los lectores tendrán que juzgar, no como consumidores, sino como productores, se facilitó al reunir a dos investigadores que hasta ahora han permanecido en áreas prefijadas por la división del trabajo intelectual, ciencias sociales y ciencias humanas,
que forzó a cada uno a entrar en otro tipo de acercamiento a la realidad y a la forma de conocerla y comunicarla.

Algunos, mal acostumbrados por el individualismo, rastrearán frase
por frase, capítulo por capítulo, recortando, buscando lo que a cada cual le pertenece, tal vez con la intención de restaurar esta división social del trabajo que los deja tan cómodamente instalados en su sillón, en su cátedra. Este libro, a menos de usar una computadora histérica
que separe letra por letra, es un esfuerzo de concepción y redacción conjuntas.

La próxima labor que nos proponemos es hacer una amplia divulgación, aún más masiva, de las ideas básicas que recorren este libro, que desafortunadamente no pueden ser comprendidas, debido al nivel educacional de nuestros pueblos, por todos los lectores a los cuales quisiéramos llegar. El ritmo de penetración masiva de estas críticas no puede obedecer a la misma norma populachera con que la burguesía vulgariza sus propios valores.

Agradecemos a los compañeros estudiantes del CEREN (U. Católica) y del seminario sobre “subliteratura y modo de combatirla” (Depto. de Español, U. de Chile) por sus constantes aportes individuales y colectivos a esta temática.

Ariel Dorfman, miembro de la División de Publicaciones Infantiles y Educativas de Quimantú, pudo participar en la terminación de este libro gracias a la comisión de servicios que le otorgó el Depto. de Español de la U. de Chile, y Armand Mattelart, jefe de la sección de Investigación y Evaluación en Comunicaciones de Masas de Quimantú y profesor investigador del Centro de Estudios de la Realidad Nacional, gracias a una medida parecida.

4 DE SEPTIEMBRE, 1971.

INTRODUCCIÓN: INSTRUCCIONES PARA LLEGAR A GENERAL
DEL CLUB DISNÉYLANDIA

“Mi perro llega a ser un salvavidas famoso y mis sobrinos serán brigadieres-generales. ¿A qué mayor honor puede aspirar un hombre?”.
Pato Donald, en Disneylandia, Nº 422.

“Ranitas bebés, algún día serán Uds. ranas grandes que se venderán muy caras en el mercado. Voy a preparar un alimento especial para apresurar su desarrollo”.
Pato Donald, en Disnéylandia, No. 451.

Sería falso afirmar que Walt Disney es un mero comerciante. No se trata de negar la industrialización masiva de sus productos: películas, relojes, paraguas, discos, jabones, mecedoras, corbatas, lámparas, etc., inundan el mercado. Historietas en cinco mil diarios, traducciones en más de treinta idiomas, leído en cien países. Sólo en Chile, según el propio auto-bombo de la revista, estas emisiones culturales reclutan y satisfacen cada semana más de un millón de lectores y, ahora convertida fantásticamente en la Empresa Editoría Pincel (Publicaciones Infantiles Sociedad Editora Ltda.), Zig-Zag abastece todo el continente latinoamericano con las publicaciones del sello Walt Disney.

En esta base de operación nacional, donde tanto se vocifera acerca del atropello (y sus sinónimos: amedrentar, coartar, reprimir, amenazar, pisotear, etc.) de la libertad de prensa, este grupo económico, en manos de
financistas y filántropos del régimen anterior (1964-1970), hace menos de un mes se ha dado el lujo de elevar varios de sus productos quincenales al rango de semanarios.

Más allá de la cotización bursátil, sus creaciones y símbolos se han transformado en una reserva incuestionable del acervo cultural del hombre contemporáneo: los personajes han sido incorporados a cada hogar, se cuelgan en cada pared, se abrazan en los plásticos y las
almohadas, y a su vez ellos han retribuido invitando a los seres humanos a pertenecer a la gran familia universal Disney, más allá de las fronteras y las ideologías, más acá de los odios y
las diferencias y los dialectos.

Con este pasaporte se omiten las nacionalidades, y los personajes pasan a constituirse en el puente supranacional por medio del cual se comunican
entre sí los seres humanos. Y entre tanto entusiasmo y dulzura nos nubla su marca de fábrica registrada.

Disney, entonces, es parte — al parecer inmortalmente— de nuestra habitual representación colectiva. En más de un país se ha averiguado que el Ratón Mickey supera en popularidad al héroe nacional de turno. En Centroamérica, las películas programadas por la AID para introducir los anticonceptivos son protagonizadas por los monos del “Mago de la
Fantasía”. En nuestro país, a raíz del sismo de julio (1971), los niños de San Bernardo mandaron revistas disneylandia y caramelos a sus amiguitos terremoteados de San Antonio*.

Y un magazine femenino chileno proponía, el año pasado, que se le otorgara a Disney el premio Nobel de la Paz. No debe extrañar, por lo tanto, que cualquiera insinuación sobre el mundo de Disney sea
recibida como una afrenta a la moralidad y a la civilización toda. Siquiera susurrar en contra de Walt es socavar el alegre e inocente mundo de la niñez de cuyo palacio él es guardián y guía.

A raíz de la aparición de la primera revista infantil de la Editorial del Estado, de inmediato salieron á la palestra los defensores. Una muestra (del tabloide La Segunda*, 20 de julio, 1971)

1:“La voz de un periodista golpeó hondo en un micrófono de una emisora capitalina. En medio del asombro de sus auditores anunció que Walt Disney sería proscrito de Chile. Señaló que los expertos en concientización habían llegado a la conclusión de que los niños chilenos
no podían pensar, ni sentir, ni amar, ni sufrir a través de los animales”.

“Por consiguiente, en reemplazo del Tío Mc Pato, de Donald y de sus sobrinos, de Tribilín y el Ratón Mickey, los grandes y pequeños tendremos, en lo sucesivo, que habituarnos a leer y seguir las historietas que describan nuestra realidad nacional, la que de ser como la pintan los escritores y panegiristas de la época que estamos viviendo, es ruda, es
amarga, es cruel, es odiosa. La magia de Walt Disney, consistió; precisamente, en mostrar en sus creaciones el lado alegre de la vida. Siempre hay, entre los seres humanos, personajes que se parecen o asemejan a aquellos de las historietas de Disney”.

“Rico Mc Pato es el millonario avaro de cualquier país del mundo que atesora dinero y se infarta cada vez que alguien intenta pellizcarle un centavo; pero quien a pesar de todo suele mostrar rasgos de humanidad que lo redimen ante sus sobrinos-nietos.”

“Donald es el eterno enemigo del trabajo y vive en función del familiar poderoso. Tribilín no es más que el inocente y poco avisado hombre común que es siempre victima de sus propias torpezas que a nadie dañan, pero que hacen reír.”

“Lobo y Lóbito es una obra maestra para enseñar a los niños a diferenciar el bien del mal, con simpatía, sin odio. Porque el mismo Lobo Feroz, llegada la oportunidad de engullir a los tres chanchitos, tiene cargos de conciencia que le impiden consumar sus tropelías.”

“El Ratón Mickey, por último, es el personaje por antonomasia de Disney. ¿Quién que no se considere ser humano no ha sentido calar hondo en su corazón durante los últimos cuarenta años con la sola presencia de Mickey? No le vimos hasta una vez de “aprendiz de brujo” en una inolvidable cinta qué hizo delicias de chicos y grandes, sin que se perdiera una nota de la magistral música de Prokofiev (NOTA: se refiere sin duda al músico Paul Dukas).

Y qué decir de Fantasía, aquella prodigiosa lección de arte llevada al celuloide por Disney, movidos los artistas, las orquestas, los decorados, las flores, y, todos los seres animados por la batuta de Leopoldo Stokowski. Y conste que allí, para darle mayor realce y realismo a una de
las escenas, correspondió a los elefantes nada menos que ejecutar, de graciosísima manera, “La danza de las libélulas” (NOTA: se refiere sin duda a “La danza de las horas”).

“¿Cómo puede decirse que no es posible enseñar a los niños haciendo hablar a los animales? ¿No se les ha visto a ellos entablar tiernos diálogos con sus perros y gatos regatones, mientras éstos se adaptan a sus amos, y demuestran, en un movimiento de sus orejas, en un ronroneo, qué entienden y asimilan los mensajes y órdenes que se les dan?

¿Acaso las fábulas no están repletas de enseñanzas valiosas en donde son los animales los que nos enseñan cómo debemos de hacer y comportarnos ante las más variadas circunstancias?”

“Hay una, por ejemplo, de Tomás de Iriarte que nos pone en guardia frente al peligro que se corre cuando se adoptan actitudes rectoras y de obligatoriedad para quien trabaja para el público. No siempre la masa acepta a fardo cerrado que le den lo que le ofrezcan”.

El que dictaminó estas palabras es el dócil vocero de alguna de las ideas prevalecientes acerca de la niñez y la literatura infantil que transitan por nuestro medio. Ante todo, se implica que en el terreno de la entretención no debe penetrar la política, y menos aún tratándose de tiernos. Los juegos infantiles asumen sus propias reglas y código: es una esfera autónoma y extrasocial (como la familia disneylandia), que se edifica de acuerdo, con las necesidades
1 La Segunda, Santiago, 20 de julio de 1971, p. 3.

psicológicas del ser humano que ostenta esa edad privilegiada. En vista de que el niño, dulce, manso, marginado de las maldades de la existencia y los odios y rencores de los votantes, es apolítico y escapa de los resentimientos ideológicos de sus mayores, todo intento por politizar
ese espacio sagrado terminará por introducir la perversidad donde ahora reinan la felicidad y la fantasía. Como los animales tampoco toleran las vicisitudes de la historia y no pertenecen ni a derecha ni a izquierda, están pintados para representar ese mundo sin la polución de los
esquemas socioeconómicos.

Los personajes son tipos humanos cotidianos, que se encuentran
en todas las clases, países y épocas. Por eso, es posible un trasfondo moral: el niño aprende el camino ético y estético adecuado. Es cruel e innecesario arrancarlo de su recinto mágico, porque éste corresponde a las leyes de la madre naturaleza: los niños son así, los dibujantes y
guionistas interpretan experta y sabiamente las normas de comportamiento y las ansias de armonía que el ser humano posee a esa edad por razones biológicas.

Es evidente, por ende, que todo ataque a Disney significa repudiar la concepción del niño qué se ha recibido como válida, elevada a ley en nombre de la condición humana eterna y sin barreras. Hay anticuerpos automágicos que enmarcan negativamente a todo agresor en función de
las vivencias que la sociedad ha encarnado en la gente, en sus gustos, reflejos y opiniones, reproducidos cotidianamente en todos los niveles de la experiencia, y que Disney no hace sino llevar a su culminación comercial.

De antemano el posible ofensor es condenado por lo que se ha dado en llamar la “opinión pública”, un público que opina y da su consenso según las enseñanzas implícitas en el mundo de Disney y que ya ha organizado su vida social y familiar de acuerdo a ellas.

Es probable que el día después de que este libro salga a la venta, se publicará uno que otro artículo estigmatizando a los autores. Para facilitar la tarea a nuestros contrincantes, y para uniformizar sus criterios (en la gran familia de los diarios de la burguesía criolla), se
sugiere la siguiente pauta, que se ha realizado tomando en cuenta el apego de los señores periodistas a la filosofía de esas revistas:

INSTRUCCIONES PARA SER EXPULSADO DEL CLUB DISNEYLANDIA

Los responsables del libro serán definidos como soeces: e inmorales (mientras que el mundo de Walt Disney es puro), como archicomplicados y enredadísimos en la sofisticación y refinamiento (mientras que Walt es franco, abierto y leal), miembros de una élite avergonzada (mientras que Disney es el más popular de todos), como agitadores políticos (mientras que el mundo de W. Disney es inocente y reúne armoniosamente a todos en torno a planteamientos que nada tienen que ver con los intereses partidistas), como calculadores y amargados (mientras que Walt D. es espontáneo y emotivo, hace reír, y ríe), como subvertidores de la paz
del hogar y de la juventud (mientras que W. D. enseña a respetar la autoridad superior del padre, amar a sus semejantes y proteger a los más débiles), como antipatrióticos (porque siendo internacional, el Sr. Disney representa lo mejor de nuestras más caras tradiciones autóctonas) y por último, como cultivadores del “marxismo-ficción”, teoría importada desde tierras extrañas por “facinerosos forasteros”2 y reñidas con el espíritu nacional (porque el Tío Walt está en contra de la explotación del hombre por el hombre y adelanta la sociedad sin clases del futuro).

2 Palabras textuales de Lobito Feroz en Disneylandia Nº 510.

PERO MÁS QUE NADA, PARA EXPULSAR A ALGUIEN DEL CLUB
DISNEYLANDIA, ACUSARLO (REITERADAMENTE) DE QUERER LAVAR EL CEREBRO DE LOS NIÑOS CON LA DOCTRINA DEL GRIS REALISMO SOCIALISTA, IMPUESTA POR COMISARIOS.

Y por fin, con esto, encalamos en la peor de las transgresiones: atreverse a poner en duda lo imaginario infantil, es decir, ¡horror!, cuestionar el derecho de los niños a consumir una literatura suya, que los interpreta tan bien, fundada y cultivada para ellos.

No cabe duda que la literatura infantil es un género como cualquier otro, acaparada por subsectores especializados dentro de la división del trabajo “cultural”. Otros se dedican a las novelas de cowboy, a las revistas eróticas, a las de misterio, etc. Pero por lo menos estas últimas se dirigen a un público diversificado y sin rostro, que compra anárquicamente. En el caso del género infantil, por el contrario, el público ha sido adscrito de antemano, especificado biológicamente.

Esta narrativa; por lo tanto, es ejecutada por adultos, que justifican sus motivos; estructura y estilo en virtud de los que ellos piensan que debe ser un niño. Llegan incluso a citar fuentes científicas o tradiciones arcaicas (“es la sabiduría popular e inmemorial”) para establecer cuáles son las exigencias del destinatario. El adulto difícilmente podría proponer
para su descendencia una ficción que pusiera en jaque el porvenir que él desea que ese pequeño construya y herede.

Ante todo, el niño —para estas publicaciones— suele ser un adulto en miniatura. Por medio de estos textos, los mayores proyectan una imagen ideal de la dorada infancia, que en efecto no es otra cosa que su propia necesidad de fundar un espacio mágico alejado de las asperezas y conflictos diarios.

Arquitecturan su propia salvación, presuponiendo una primera
etapa vital dentro de cada existencia, al margen de las contradicciones que quisieran borrar por medio de la imaginación evasiva. La literatura infantil, la inmaculada espontaneidad, la bondad natural, la ausencia del sexo y la violencia, la uterina tierra de Jauja, garantizan su propia redención adulta: mientras haya niños habrá pretextos y medios para autosatisfacerse con el espectáculo de sus autosueños.

En los textos destinados a los hijos, se teatraliza y se repite hasta la saciedad un refugio interior supuestamente sin problemas. Al regalarse su
propia leyenda, caen en la tautología: Se miran a sí mismos en un espejo creyendo que es una ventana. Ese niño que juega ahí abajo en el jardín es el adulto que lo está mirando, que se está purificando. Así, el grande produce la literatura infantil, el niño la consume. La participación del
aparente actor, rey de este mundo no-contaminado, es ser público o marioneta de su padre ventrílocuo. Este último le quita la voz a su progenie, se arroga el derecho, como en toda sociedad autoritaria, a erigirse en su único intérprete.

La forma en que el chiquitito colabora es prestándole al adulto su representatividad. ¡Pero, un momento, señores! ¿Los niños acaso no son así? En efecto, los mayores muestran a los más jóvenes como una prueba de que esa literatura es esencial, corresponde a lo que el mismo niño pide, lo que reclama gustoso. Sin embargo, se trata de un circuito cerrado: los niños han sido gestados por esta literatura y por las representaciones colectivas que la permiten y fabrican, y ellos para integrarse a la
sociedad, recibir recompensa y cariño, ser aceptados, crecer rectamente, deben reproducir a diario todas las características que la literatura infantil jura que ellos poseen. El castigo y la gratificación sostienen este mundo. Detrás del azucarado Disney, el látigo. Y como no se les
presenta otra alternativa (que en el mundo de los adultos sí existe, pero que por definición no es materia para los pequeños), ellos mismos presienten la naturalidad de su comportamiento…

El neoanarquismo

Barcelona, 21 de mayo de 2005. Nuestra época no es la del fin de las ideologías, sino del renacimiento de aquellas que encuentran eco en la experiencia presente. Tal es el caso del anarquismo, dado por muerto y enterrado por sus numerosos sepultureros y que, bajo nuevas formas y expresiones, parece gozar de excelente salud en los movimientos sociales que brotan por doquier desde las profundidades de la resistencia a un desorden global cada vez mas destructivo. Basta con seguir los debates, presenciales o por internet, en el movimiento contra la globalización capitalista para constatar la presencia dominante de los temas anarquistas de autoorganización y de oposición a cualquier forma de Estado (“¡que se vayan todos!”).

Y aunque los intelectuales de la vieja izquierda, sobre todo en América Latina, aún se encaraman al podio de las arengas mediáticas del movimiento, las simpatías mayoritarias van hacia formas apenas organizadas y generalmente autogestionadas de la movilización y del debate, como era evidente en el último Foro Social Mundial en Porto Alegre. También en el ámbito teórico-político, las tesis autonomistas, cercanas de la matriz histórica anarquista, articuladas por ejemplo por Michael Hardt y Toni Negri, y por el grupo de la revista Multitudes, heredera directa del mayo del 68 francés, están alcanzando hoy día una amplia difusión (el ultimo libro de Hardt y Negri, titulado precisamente Multitudes, incluso tiene un rango muy alto en la lista de ventas de Amazon.com).

Y aunque los anarquistas organizados no son muchos (por ejemplo, en España el periódico CNT tiene unos 6.000 suscriptores y el sindicato CGT, al que yo sitúo en la tradición libertaria, cuenta con unos 100.000 afiliados), las ideas antiestatistas, de internacionalismo solidario y la afirmación de la libertad individual y de la libre asociación son temas comunes a movimientos muy dispares (de los okupas de Barcelona a Los Forajidos de Ecuador, los piqueteros argentinos o los autónomos italianos), pero que coinciden en la afirmación de su autoemancipación sin delegación de poder a intermediarios políticos profesionales. ¿De dónde surge esta nueva vitalidad del anarquismo, que aparece como ideología del siglo XXI al tiempo que el marxismo parece quedar confinado a un siglo XX ya concluido?
En realidad, la fuerza de las ideologías (cuyos mitos son atemporales) depende de su contexto histórico. Y mi hipótesis es que el anarquismo, en contra de la creencia general, se adelantó a su tiempo.

Ideología dominante de los orígenes del movimiento obrero (la Primera Internacional), desde Andalucía y Catalunya hasta la Rusia zarista, a la Charte d´Amiens francesa y al Chicago que originó el 1 de mayo, el anarquismo no sobrevivió como práctica organizada a la represión sufrida a la vez bajo el capitalismo y bajo el comunismo.

Pero su vulnerabilidad provino sobre todo de haber designado como enemigo principal al Estado nación en el preciso momento histórico del desarrollo de dicho Estado como centro y principio de la organización social: el siglo XX fue el siglo del Estado nación. El anarquismo clásico se expresó en una amplia gama ideológica, desde el individualismo irreductible de Stirner hasta el cooperativismo social de Proudhon, pasando por el comunismo libertario de Bakunin y Kropotkin, inspirando luchas sociales en contextos tan distintos como la revolución campesina de Makhno en Rusia, los movimientos sociales urbanos mexicanos de los años 20 o los embriones de revolución social que intentaron los anarquistas catalanes y españoles en la primera fase de la Guerra Civil.
Y claro que el sindicalismo de la CNT no era lo mismo que el activismo político de la FAI. Pero a través de esa amplia corriente ideológica en la que creyeron y por la que lucharon millones de personas, latía una idea central: la liberación definitiva de la fuente última de la opresión, el Estado.
Precisamente en el momento en que se armaban las máquinas de guerra nazi-fascistas, estalinistas y liberal-democráticas para exterminarse los unos a los otros y asegurar, a través del Estado, el control de cuanto más mundo pudieran.

Y miren por dónde, el triunfo de los estados, de uno y otro signo, condujo a su crisis medio siglo después. El comunismo no fue capaz de digerir precisamente aquello para lo que Marx lo había inventado: el desarrollo de las fuerzas productivas.

Porque la revolución tecnológica informacional no podía asumirse sin una sociedad informada, o sea, autónoma del Estado. Y el capitalismo, en su dinámica expansiva, se globalizó, socavando las bases del Estado nación sobre el que se asentaba políticamente. La economía se hizo global, el Estado siguió siendo nacional y entre los dos la sociedad, huérfana del Estado y a merced de los vientos globales, se atrincheró cada vez más en lo local.

O se transformó en colección de individuos, cada uno con sus propias ansieda-des y proyectos. Mucha gente, sobre todo jóvenes con su página ideológica aún por escribir, dejaron de creer en los políticos, aunque no en la política, en otra política. De modo que mientras los grandes poderes se definen en una compleja relación entre la globalización y los estados nación, la supervivencia y la resistencia a lo que no va surge desde lo individual y lo local. O sea, los materiales con los que se construyó la ideología anarquista.

Ahora bien, la gran dificultad para el anarquismos siempre fue cómo conciliar la autonomía personal y local con la complejidad de una organización productiva y de la vida cotidiana en un mundo industrializado y en un planeta interdependiente. Y es aquí donde la tecnología resultó ser una aliada del anarquismo más que del marxismo.

En lugar de grandes fábricas y gigantescas burocracias (base material del socialismo), la economía funciona cada vez más a partir de redes (base material de la autonomía organizativa). Y en lugar de estados nación controlando el territorio, tenemos ciudades Estado gestionando los intercambios entre territorios.

Todo ello a partir de internet, móviles, satélites y redes informáticas que permiten la comunicación y el transporte local-global a escala planetaria. Esto no es mi interpretación de los hechos, sino el discurso explícito que se da en los debates de los movimientos sociales, tal como ha sido documentado en el espléndido libro reciente de Jeffrey Juris sobre el tema. O sea, la disolución del Estado y la construcción de una organización social autónoma a partir de personas y grupos afines, debatiendo, votando y gestionando mediante la red interactiva de comunicación.

¿Utopía? No, ideología. Acuérdese de la distinción: la utopía prefigura el mundo deseado. La ideología configura la práctica. Con la utopía se sueña. Con la ideología se lucha. El anarquismo es ideología. Y el neoanarquismo es un instrumento de lucha que parece adaptado a las condiciones de la revuelta social del siglo XXI. Bueno, uno de los dos instrumentos. Porque mientras el anarquismo clama, como hizo siempre, “ni Dios, ni Señor”, su principal competidor en la resistencia al capitalismo global se funda en el reconocimiento de “Dios como mi único Señor”.

Frente a un capitalismo global fuera de control, y mientras el socialismo se instala en la jubilación, la resistencia surge de la oposición contradictoria entre fundamentalismo y neoanarquismo.

[fuente]
http://www.lavanguardia.es/web/20050521/51185273593.html

La Catedral y el Bazar

Linux es subversivo. ¿Quién hubiera pensado hace apenas cinco años que un sistema operativo de talla mundial surgiría, como por arte de magia, gracias a la actividad hacker desplegada en ratos libres por varios miles de programadores diseminados en todo el planeta, conectados solamente por los tenues hilos de la Internet?

Lo que si es seguro es que yo no. Cuando Linux apareció en mi camino, a principios de 1993, yo tenía invertidos en UNIX y el desarrollo de software libre alrededor de diez años. Fui uno de los primeros en contribuir con GNU a mediados de los ochentas y he estado aportando una buena cantidad de software libre a la red, desarrollando o colaborando en varios programas (NetHack, los modos VC y GUD de Emacs, xlife y otros) que todavía son ampliamente usados. Creí que sabía cómo debían hacerse las cosas.

Linux vino a trastocar buena parte de lo que pensaba que sabía. Había estado predicando durante años el evangelio UNIX de las herramientas pequeñas, de la creación rápida de prototipos y de la programación evolutiva. Pero también creía que existía una determinada complejidad crítica, por encima de la cual se requería un enfoque más planeado y centralizado. Yo pensaba que el software de mayor envergadura (sistemas operativos y herramientas realmente grandes, tales como Emacs) requería construirse como las catedrales, es decir, que debía ser cuidadosamente elaborado por genios o pequeñas bandas de magos trabajando encerrados a piedra y lodo, sin liberar versiones beta antes de tiempo.

El estilo de desarrollo de Linus Torvalds (“libere rápido y a menudo, delegue todo lo que pueda, sea abierto hasta el punto de la promiscuidad”) me cayó de sorpresa. No se trataba de ninguna forma reverente de construir la catedral. Al contrario, la comunidad Linux se asemejaba más a un bullicioso bazar de Babel, colmado de individuos con propósitos y enfoques dispares (fielmente representados por los repositorios de archivos de Linux, que pueden aceptar aportaciones de quien sea), de donde surgiría un sistema estable y coherente únicamente a partir de una serie de artilugios.

El hecho de que este estilo de bazar parecía funcionar, y funcionar bien, realmente me dejó sorprendido. A medida que iba aprendiendo a moverme en ese medio, no sólo trabajé arduamente en proyectos individuales, sino en tratar de comprender por qué el mundo Linux no naufragaba en el mar de la confusión, sino que se fortalecía con una rapidez inimaginable para los constructores de catedrales.

Creí empezar a comprender a mediados de 1996. El destino me dio un medio perfecto para demostrar mi teoría, en la forma de un proyecto de software libre que trataría de realizar siguiendo el estilo del bazar de manera consciente. Así lo hice y resultó un éxito digno de consideración.

En el resto de este artículo relataré la historia de este proyecto, y la usaré para proponer algunos aforismos sobre el desarrollo real del software libre. No todas estas cosas fueron aprendidas del mundo Linux, pero veremos como fue que les vino otorgar un sentido particular. Si estoy en lo cierto, le servirán para comprender mejor qué es lo que hace a la comunidad linuxera tan buena fuente de software; y le ayudarán a ser más productivo.

2 El correo tenía que llegar
Desde 1993 he estado encargado de la parte técnica de un pequeño ISP de acceso gratuito llamado Chester County InterLink (CCIL), en West Chester, Pennsylvania (fui uno de los fundadores de CCIL y escribí su original software BBS multiusuario, el cual puede verse entrando a telnet://locke.ccil.org . Actualmente soporta más de tres mil usuarios en 19 líneas). Este empleo me permitió tener acceso a la red las 24 horas del día a través de la línea de 56K de CCIL, ¡de hecho, prácticamente él me lo demandaba!.

Para ese entonces ya me habí habituado al correo electrónico. Por diversas razones fue difícil obtener SLIP para enlazar mi máquina en casa (snark.thyrsus.com) y CCIL. Cuando finalmente pude lograrlo, encontré que era particularmente molesto tener que entrar por telnet a locke cada rato para revisar mi correo. Lo que quería era que fuera reenviado a snark para que biff(1) me notificase cuando llegara.

Un simple redireccionamiento con sendmail no iba a funcionar debido a que snark no siempre está en línea y no tiene una dirección IP estática. Lo que necesitaba era un programa que saliera por mi conexión SLIP y trajera el correo hasta mi máquina. Yo sabía que tales programas ya existían, y que la mayoría usaba un protocolo simple llamado POP (Post Office Protocol, Protocolo de Oficina de Correos), de tal manera que me cercioré que el servidor POP3 estuviera en el sistema operativo BSD/OS de locke.

Necesitaba un cliente POP3; de tal manera que lo busqué en la red y encontré uno. En realidad hallé tres o cuatro. Usé pop-perl durante un tiempo, pero le faltaba una característica a todas luces evidente: la capacidad de identificar las direcciones de los correos recuperados para que las respuestas pudieran darse correctamente.

El problema era este: supongamos que un tal monty en locke me envia un correo. Si yo lo jalaba desde snark y luego intentaba responder, entonces mi programa de correos dirigía la respuesta a un monty inexistente en snark. La edición manual de las direcciones de respuesta para pegarles el ‘@ccil.org’, muy pronto se volvió algo muy molesto.

Era evidente que la computadora tenía que hacer esto por mí. (De hecho, de acuerdo con RFC1123, sección 5.2.18, sendmail debería de estarlo haciendo.) ¡Sin embargo, ninguno de los clientes POP lo hacía realmente! Esto nos lleva a la primera lección:

1. Todo buen trabajo de software comienza a partir de las necesidades personales del programador. (Todo buen trabajo empieza cuando uno tiene que rascarse su propia comezón)

Esto podría sonar muy obvio: el viejo proverbio dice que “la necesidad es la madre de todos los inventos”. Empero, hay muchos programadores de software que gastan sus días, a cambio de un salario, en programas que ni necesitan ni quieren. No ocurre lo mismo en el mundo Linux; lo que sirve para explicar por qué se da una calidad promedio de software tan alta en esa comunidad.

Por todo esto, ¿pensaran que me lancé inmediatamente a la vorágine de escribir, a partir de cero, el programa de un nuevo cliente POP3 que compitiese con los existentes? ¡Nunca en la vida! Revisé cuidadosamente las herramientas POP que tenía al alcance, preguntándome “¿cuál se aproxima más a lo que yo necesito?”, porque

2. Los buenos programadores saben qué escribir. Los mejores, que reescribir (y reutilizar).

Aunque no presumo ser un extraordinario programador, he tratado siempre de imitar a uno de ellos. Una importante característica de los grandes programadores es la meticulosidad con la que construyen. Saben que les pondrán diez no por el esfuerzo, sino por los resultados; y que casi siempre será más fácil partir de una buena solución parcial que de cero.

Linus, por ejemplo, no intentó escribir Linux partiendo de cero. En vez de eso, comenzó por reutilizar el código y las ideas de Minix, un pequeño sistema operativo (OS) tipo UNIX hecho para máquinas 386. Eventualmente terminó desechando o reescribiendo todo el código del Minix, pero mientras contó con él le sirvió como una importante plataforma de lanzamiento del proyecto en gestación que posteriormente se convertiría en Linux.

Con ese espíritu, comencé a buscar una herramienta POP que estuviese razonablemente escrita para ser usada como plataforma inicial para mi desarrollo.

La tradición del mundo UNIX de compartir las fuentes siempre se ha prestado a la reutilización del código (ésta es la razón por la que el proyecto GNU escogió a UNIX como su OS base, pese a las serias reservas que se tenían). El mundo Linux ha asumido esta tradición hasta llevarla muy cerca de su límite tecnológico; posee terabytes de código fuente que estámn generalmente disponibles.Así que es más probable que la búsqueda de algo bueno tenga mayores probabilidades de éxito en el mundo Linux que en ningúotro lado.

Así sucedió en mi caso. Además de los que había encontrado antes, en mi segunda búsqueda conseguí un total de nueve candidatos: fetchpop, PopTart, get-mail, gwpop, pimp, pop-perl, popc, popmail y upop. El primero que elegí fue el ‘fetchpop’, un programa de Seung-Hong Oh. Le agregue mi código par que tuviera la capacidad de reescribir los encabezados y varias mejoras más, las cuales fueron incorporadas por el propio autor en la versión 1.9.

Sin embargo, unas semanas después me topé con el código fuente de ‘popclient’, escrito por Carl Harris, y descubrí que tenía un problema. Pese a que fetchpop poseía algunas ideas originales (tal como su modo demonio), sólo podía manejar POP3, y estaba escrito a la manera de un aficionado (Seung-Hong era un brillante programador, pero no tenía experiencia, y ambas características eran palpables). El código de Carl era mejor, bastante profesional y robusto, pero su programa carecía de varias de las características importantes del fetchpop que eran difíciles de implementar (incluyendo las que yo mismo había agregado).

¿Seguía o cambiaba? Cambiar significaba desechar el código que había añadido a cambio de una mejor base de desarrollo.

Un motivo práctico para cambiar fue la necesidad de contar con soporte de múltiples protocolos. POP3 es el protocolo de servidor de correos que más se utiliza, pero no es el único. Fetchpop y otros no manejaban POP2, RPOP ó APOP, y yo tenía ya la idea vaga de añadir IMAP (Protocolo de Acceso a Mensajes por Internet, el protocolo de correos más poderoso y reciente) sólo por entretenimiento.

Pero había una razón más teórica para pensar que el cambio podía ser una buena idea, algo que aprendí mucho antes de Linux:

3. “Contemple desecharlo; de todos modos tendrá que hacerlo.” (Fred Brooks, The Mythical Man-Month, Capítulo 11)

Diciéndolo de otro modo: no se entiende cabalmente un problema hasta que se implementa la primera solución. La siguiente vez quizáas uno ya sepa lo suficiente para solucionarlo. Así que si quieres resolverlo, disponte a empezar de nuevo al menos una vez.

Bien, me dije, los cambios a fetchpop fueron un primer intento, así que cambio.

Después de enviarle mi primera serie de mejoras a Carl Harris, el 25 de junio de 1996, me entere que él había perdido el interés por popclient desde hacía rato. El programa estaba un poco abandonado, polvoriento y con algunas pulgas menores colgando. Como se le tenían que hacer varias correcciones, pronto acordamos que lo más lógico era que yo asumiera el control del proyecto.

Sin darme cuenta, el proyecto había alcanzado otras dimensiones. Ya no estaba intentando hacerle unos cuantos cambios menores a un cliente POP, sino que me había hecho responsable de uno; y las ideas que bullían en mi cabeza me conducirían probablemente a cambios mayores.

En una cultura del software que estimula el compartir el código fuente, ésta era la forma natural de que el proyecto evolucionara. Yo actuaba de acuerdo con lo siguiente:

4. Si tienes la actitud adecuada, encontrarás problemas interesantes.

Pero la actitud de Carl Harris fue aún más importante. Él entendió que

5. Cuando se pierde el interés en un programa, el último deber es heredarlo a un sucesor competente.

Sin siquiera discutirlo, Carl y yo sabíamos que el objetivo común era obtener la mejor solución. La única duda entre nosostros era si yo podía probar que el proyecto iba a quedar en buenas manos. Una vez que lo hice, él actuó de buena gana y con diligencia. Espero comportarme igual cuando llegue mi turno.

3 La importancia de contar con usuarios
Así fue como heredé popclient. Además, recibí su base de usuarios, lo cual fue tan o más importante. Tener usuarios es maravilloso. No sólo porque prueban que uno está satisfaciendo una necesidad, que ha hecho algo bien, sino porque, cultivados adecuadamente, pueden convertirse en magníficos asistentes.

Otro aspecto importante de la tradición UNIX, que Linux, de nuevo, lleva al límite, es que muchos de los usuarios son también hackers, y, al estar disponible el código fuente, se vuelven hackers muy efectivos. Esto puede resultar tremendamente útil para reducir el tiempo de depuración de los programas. Copn un buen estímulo, los usuarios diagnosticarán problemas, sugerirán correcciones y ayudarán a mejor los programas mucho más rápido de lo que uno lo haría sin ayuda.

6. Tratar a los usuarios como colaboradores es la forma más apropiada de mejorar el código, y la más efectiva de depurarlo.

Suele ser fácil subestimar el poder de este efecto. De hecho, es posible que todos continuásemos desestimando la capacidad multiplicadora que adquiriría con el número de usuarios y en contra de la complejidad de los sistemas, hasta que así nos lo vino a demostrar Linus.

En realidad, considero que la genialidad de Linus no eradica en la construcción misma del kernel de Linux, sino en la invención del modelo de desarrollo de Linux. Cuando en una ocasión expresé esta opinión delante de él, sonrió y repitió quedito una frase que ha dicho muchas veces: “Básicamente soy una persona muy floja que le gusta obtener el crédito por lo que, realmente, hacen” los demás. Flojo como una zorra. O, como diría Robert Heinlein, demasiado flojo para fallar.

En retrospectiva, un precedente de los métodos y el éxito que tiene Linux podría encontrarse en el desarrollo de las bibliotecas del Emacs GNU, así como los archivos del código de Lisp. En contraste con el estilo de construcción catedral del núcleo del Emacs escrito en C, y de muchas otras herramientas de la FSF, la evolución del código de Lisp fue bastante fluida y, en general, dirigida por los propios usuarios. Las ideas y los prototipos de los modos se rescribían tres o cuatro veces antes de alcanzar su forma estable final. Mientras que las frecuentes colaboraciones informales se hacían posibles gracias a la Internet, al estilo Linux.

Es más, uno de mis programas con mayor exito, antes de fetchmail, fue probablemente el modo VC para Emacs, una colaboración tipo Linux, que realice por correo electrónico conjuntamente con otras tres personas, de las cuales solamente he conocido a una (Richard Stallman) hasta la fecha. VC era una front-end para SCCS, RCS y posteriormente CVS, que ofrecía controles de tipo “al toque” para operaciones de control de versiones desde Emacs. Era el desarrollaba de un pequeño y, hasta cierto punto, rudimentario modo sccs.el que alguien había escrito. El desarrollo de VC tuvo éxito porque, a diferencia del Emacs mismo, el código de Emacs en Lisp podía pasar por el ciclo de publicar, probar y depurar, muy rápidamente.

(Uno de los efectos colaterales de la política de la FSF de atar legalmente el código a la GPL, fue que se volvió más difícil para la FSF usar el modo bazar, debido a su idea de que se debín de asignar derechos de autor por cada contribución individual de más de veinte líneas, a fin de inmunizar al código protegido por la GPL de cualquier problema legal surgido de ley de derechos de autor. Los usuarios de las licencias BSD y del MIT X Consortium no tienen este problema, debido a que no intentan reservarse derechos que cualquiera intente poner en duda.)

4 Libere rápido y a menudo
Las publicaciones rápidas y frecuentes del código constituyen una parte crítica del modelo Linux de desarrollo. La mayoría de los programadores, en los que me incluyo, creía antes que era una mala política involucrarse en proyectos más grandes triviales, debido a que las primeras versiones, casi por definición, salen plagadas de errores, y a nadie le gusta agotar la paciencia de los usuarios.

Esta idea reafirmaba la preferencia de los programadores por el estilo catedral de desarrollo. Si el objetivo principal era que los usuarios vieran la menor cantidad de errores, entonces sólo habí que liberar una vez cada seis meses (o aún con menos frecuencia) y trabajar como burro en la depuración en el ínterin de las versiones que se saquen a la luz. El núcleo del Emacs escrito en C se desarrolló de esta forma. No así la biblioteca de Lisp, ya que los repositorios de los archivos de Lisp, donde se podían conseguir versiones nuevas y en desarrollo del código, independientemente del ciclo de desarrollo del Emacs, estaban fuera del control de la FSF.

El más importante de estos archivos fue el elisp de la Universidad Estatal de Ohio, el cual se anticipó al espíritu y a muchas de las características de los grandes archivos actuales de Linux. Pero solamente algunos de nosotros reflexionamos realmente acerca de lo que estábamos haciendo, o de lo que la simple existencia del archivo sugería sobre los problemas implícitos en el modelo de desarrollo estilo catedral de la FSF. Yo realicé un intento serio, alrededor de 1992, de unir formalmente buena parte del código de Ohio con la biblioteca Lisp oficial del Emacs. Me metí en broncas políticas muy serias y no tuve éxito.

Pero un año después, a medida que Linux se agigantaba, quedo claro que estaba pasando algo distinto y mucho más sano. La política abierta de desarrollo de Linus era lo más opuesto a la construcción estilo catedral. Los repositorios de archivos en sunsite y tsx-11 mostraban una intensa actividad y muchas distribuciones de Linux circulaban. Y todo esto se manejaba con una frecuencia en la publicación de programas que no tenía precedentes.

Linus estaba tratando a sus usuarios como colaboradores de la forma más efectiva posible:

7. Libere rápido y a menudo, y escuche a sus clientes.

La innovación de Linus no consistió tanto en esto (algo parecido había venido sucediendo en la tradición del mundo UNIX desde hacía tiempo), sino en llevarlo a un nivel de intensidad que estaba acorde con la complejidad de lo que estaba desarrollando. ¡En ese entonces no era raro que liberara una nueva versión del kernel más de una vez al día! Y, debido a que cultivó su base de desarrolladores asistentes y buscó colaboración en la Internet más intensamaente que ningún otro, funcionó.

¿Pero cómo fue que funcionó? ¿Era algo que yo podía emular, o se debía a la genialidad única de Linus?

No lo considero así. Está bien, Linus es un hacker endiabladamente astuto (¿cuántos de nosotros podrían diseñar un kernel de alta calidad?). Pero Linux en sí no representa ningún salto conceptual sorprendente hacia delante. Linus no es (al menos, no hasta ahora) un genio innovador del diseño como lo son Richard Stallman o James Gosling. En realidad, para mi Linus es un genio de la ingeniería; tiene un sexto sentido para evitar los callejones sin salida en el desarrollo y la depuración, y es tipo muy sagaz para encontrar el camino con el mínimo esfuerzo desde el punto A hasta el punto B. De hecho, todo el diseño de Linux transpira esta calidad, y refleja un Linus conservador que simplifica el enfoque en el diseño.

Por lo tanto, si las publicaciones frecuentes del código y la búsqueda de asistencia dentro de la Internet no son accidentes, sino partes integrales del ingenio de Linus para ver la ruta crítica del mínimo esfuerzo, ¿qué era lo que estaba maximizando? ¿Qué era lo que estaba exprimiendo de la maquinaria?

Planteada de esta forma, las pregunta se responde por sí sola. Linus estaba manteniendo a sus usuarios-hackers-asistentes constantemente estimulados y recompensados por la perspectiva de tomar parte en la acción y satisfacer su ego, premiado con la exhibición y mejora constante, casi diaria, de su trabajo.

Linus apostaba claramente a maximizar el número de horas-hombre invertidas en la depuración y el desarrollo, a pesar del riesgo que corría de volver inestable el código y agotar a la base de usuarios, si un error serio resultaba insondable. Linus se portaba como si creyera en algo como esto:

8. Dada una base suficiente de desarrolladores asistentes y beta-testers, casi cualquier problema puede ser caracterizado rápidamente, y su solución ser obvia al menos para alguien.

O, dicho de manera menos formal, “con muchas miradas, todos los errores saltarán a la vista”. A esto lo he bautizado como la Ley de Linus.

Mi formulación original rezaba que todo problema deberá ser transparente para alguien. Linus descubrió que la personas que entendían y la que resolvían un problema no eran necesariamente las mismas, ni siquiera en la mayoría de los casos. Decía que “alguien encuentra el problema y otro lo resuelve”. Pero el punto está en que ambas cosas suelen suceder con gran rapidez.

Aquí, pienso, subyace una diferencia esencial entre el estilo del bazar y el de la catedral. En el enfoque estilo catedral de la programación, los errores y problemas de desarrollo son fenómenos truculentos, insidiosos y profundos. Generalmente toma meses de revisión exhaustiva para unos cuantos el alcanzar la seguridad de que han sido eliminados del todo. Por eso se dan los intervalos tan largos entre cada versión que se libera, y la inevitable desmoralización cuando estas versiones, largamente esperadas, no resultan perfectas.

En el enfoque de programación estilo bazar, por otro lado, se asume que los errores son fenómenos relativamente evidentes o, por lo menos, que pueden volverse relativamente evidentes cuando se exhiben a miles de entusiastas desarrolladores asistentes que colaboran al parejo sobre cada una de las versiones. En consecuencia, se libera con frecuencia para poder obtener una mayor cantidad de correcciones, logrando como efecto colateral benéfico el perder menos cuando un eventual obstáculo se atraviesa.

Y eso es todo. Con eso basta. Si la Ley de Linus fuera falsa, entonces cualquier sistema suficientemente complejo como el kernel de Linux, que está siendo manipulado por tantos, debería haberse colapsado en un punto bajo el peso de ciertas interacciones imprevistas y errores “muy profundos” inadvertidos. Pero si es cierta, bastaría para explicar la relativa ausencia de errores en el código de Linux.

Despu&aecute;s de todo, esto no debí parecernos tan sorpresivo. Hace algunos años los sociólogos descubrieron que la opinión promedio de un numero grande de observadores igualmente expertos (o igualmente ignorantes) es más confiable de predecir que la de uno de los observadores seleccionado al azar. A esto se le conoce como el efecto Delphi. Al parecer, lo que Linus ha demostrado es que esto también es valedero en el ámbito de la depuración de un sistema operativo: que el efecto Delphi puede abatir la complejidad implícita en el desarrollo, incluso al nivel de la involucrada en el desarrollo del núcleo de un OS.

Estoy en deuda con Jeff Dutky dutky@wam.umd.edu, quien me sugirió que la Ley de Linus puede replantearse diciendo que “la depuración puede hacerse en paralelo”. Jeff señala que a pesar de que la depuración requiere que los participantes se comuniquen con un programador que coordina el trabajo, no demana ninguna coordinación significativa entre ellos. Por lo tanto, no cae víctima de la asombrosa complejidad cuadr&acaute;tica y los costos de maniobra que ocasionan que la incorporación de desarrolladores resulte problemática.

En la práctica, la pérdida teórica de eficiencia debido a la duplicación del trabajo por parte de los programadores casi nunca es un tema que revista importancia en el mundo Linux. Un efecto de la “política de liberar rápido y a menudo” es que esta clase de duplicidades se minimizan al propagarse las correcciones rápidamente.

Brooks hizo una observación relacionada con la de Jeff: “El costo total del mantenimiento de un programa muy usado es típicamente alrededor del 40 por ciento o más del costo del desarrollo. Sorpresivamente, este costo está fuertemente influenciado por el número de usuarios. Más usuarios detectan una mayor cantidad de errores.” (El subrayado es mío).

Una mayor cantidad de usuarios detecta más errores debido a que tienen diferentes maneras de evaluar el programa. Este efecto se incrementa cuando los usuarios son desarrolladores asaitentes. Cada uno enfoca la tarea de la caracterización de los errores con un bagaje conceptual e instrumentos analíticos distintos, desde un ángulo diferente. El efecto Delphi parece funcionar precisamente debido a estas diferencias. En el contexto específico de la depuración, dichas diferencias también tienden a reducir la duplicación del trabajo.

Por lo tanto, el agregar más beta-testers podría no contribuir a reducir la complejidad del “más profundo” de los errores actuales, desde el punto de vista del desarrollador, pero aumenta la probabilidad de que la caja de herramientas de alguno de ellos se equipare al problema, de tal suerte que esa persona vea claramente el error.

Linus también dobla sus apuestas. En el caso de que realmente existan errores serios, las versiones del kernel de Linux son enumeradas de tal manera que los usuarios potenciales puedan escoger la última versión considerada como “estable” o ponerse al filo de la navaja y arriesgarse a los errores con tal de aprovechar las nuevas características. Esta táctica no ha sido formalmente imitada por la mayoría de los hackers de Linux, pero quizá debían hacerlo. El hecho de contar con ambas opciones, lo vuelve aún más atractivo.

5 ¿Cuándo una Rosa no es Rosa?
Después de estudiar la forma en que actuó Linus y haber formulado una teoría del por qué tuvo éxito, tomé la decisión consciente de probarla en mi nuevo proyecto (el cual, debo admitirlo, es mucho menos complejo y ambicioso).

Lo primero que hice fue reorganizar y simplificar popclient. El trabajo de Carl Harris era muy bueno, pero exhibía una complejidad innecesaria, típica de muchos de los programadores en C. Él trataba el código como la parte central y las estructuras de datos como un apoyo para éste. Como resultado, el código resultó muy elegante, pero el diseño de las estructuras de datos salió ad hoc y feo (por lo menos con respecto a los estándares exigentes de este viejo hacker de Lisp).

Sin embargo, tenía otro motivo para reescribir, además de mejorar el diseño de la estructura de datos y el código: El proyecto debía evolucionar en algo que yo entendiera cabalmente. No es nada divertido ser el responsable de corregir los errores en un programa que no se entiende.

Por lo tanto, durante el primer mes, o algo así, simplemente fui siguiendo los pormenores del diseño básico de Carl. El primer cambio serio que realicé fue agregar el soporte de IMAP. Lo hice reorganizando los administradores de protocolos en un administrador genérico con tres tablas de métodos (para POP2, POP3 e IMAP). Éste y algunos cambios anteriores muestran un principio general que es bueno que los programadores tengan en mente, especialmente los que programan en lenguajes tipo C y no hacen manejo de datos dinámicamente:

9. Las estructuras de datos inteligentes y el código burdo funcionan mucho mejor que en el caso inverso.

De nuevo, Fred Brooks, Capítulo 11: “Muéstreme su código y esconda sus estructuras de datos, y continuaré intrigado. Muéstreme sus estructuras de datos y generalmente no necesitaré ver su código; resultará evidente.’’

En realidad, él hablaba de “diagramas de flujo” y “tablas”. Pero, con treinta años de cambios terminológicos y culturales, resulta prácticamente la misma idea.

En este momento (a principios de septiembre de 1996, aproximadamente seis semanas después de haber comenzado) empecé a pensar que un cambio de nombre podría ser apropiado. Después de todo, ya no se trataba de un simple cliente POP. Pero todavía vacilé, debido a que no había nada nuevo y genuinamente mío en el diseño. Mi versión del popclient tenía aún que desarrollar una identidad propia.

Esto cambio radicalmente cuando fetchmail aprendió a remitir el correo recibido al puerto SMTP. Volveré a este punto en un momento. Primero quiero decir lo siguiente: yo afirmé anteriormente que decidí utilizar este proyecto para probar mi teoría sobre la correción del estilo Linus Torvalds. ¿Cómo lo hice? (podrían ustedes preguntar muy bien). Fue de la siguiente manera:

1. Liberaba rápido y a menudo (casi nunca dejé de hacerlo en menos de diez días; durante los períodos de desarrollo intenso, una vez diaria).

2. Ampliaba mi lista de analistas de versiones beta, incorporando a todo el que me contactara para saber sobre fetchmail.

3. Efectuaba anuncios espectaculares a esta lista cada vez que liberaba una nueva versión, estimulando a la gente a participar.

4. Y escuchaba a mis analistas asistentes, consultándolos decisiones referentes al diseño y tomándolos en cuenta cuando me mandaban sus mejoras y la consecuente retroalimentación.

La recompensa por estas simples medidas fue inmediata. Desde el principio del proyecto obtuve reportes de errores de calidad, frecuentemente con buenas soluciones anexas, que envidiarían la mayoría de los desarrolladores. Obtuve crítica constructiva, mensajes de admiradores e inteligentes sugerencias. Lo que lleva a la siguiente lección:

10. Si usted trata a sus analistas (beta-testers) como si fueran su recurso más valioso, ellos le responderán convirtiéndose en su recurso más valioso.

Una medida interesante del éxito de fetchmail fue el tamaño de la lista de analistas beta del proyecto, los amigos de fetchmail. Cuando escribí esto, tenía 249 miembros, y se sumaban entre dos y tres semanalmente.

Revisandola hoy, finales de mayo de 1997, la lista ha comenzando a perder miembros debido a una razón sumamente interesante. ¡Varias personas me han pedido que los dé de baja debido a que el fetchmail les está funcionando tan bien que ya no necesitan ver todo el tráfico de de la lista! A lo mejor esto es parte del ciclo vital normal de un proyecto maduro realizado por el método de construcción estilo bazar.

6 Popclient se convierte en Fetchmail
El momento crucial para el proyecto fue cuando Harry Hochheiser me mandó su código fuente para incorporar la remisión del correo recibido a la máquina cliente a través del puerto SMTP. Comprendí casi inmediatamente que una implementación adecuada de esta característica iba a dejar a todos los demás métodos a un paso de ser obsoletos.

Durante muchas semanas habí estado perfeccionando fetchmail, agregándole características, a pesar de que sentía que el diseño de la interfaz era útil pero algo burdo, poco elegante y con demasiadas opciones insignificantes colgando fuera de lugar. La facilidad de vaciar el correo recibido a un archivo-buzón de correos o la salida estándar me incomodaba de cierta manera, pero no alcanzaba a comprender por qué.

Lo que advertí cuando me puse a pensar sobre la expedición del correo por el SMTP fue que el popclient estaba intentando hacer demasiadas cosas juntas. Había sido diseñado para funcionar al mismo tiempo como un agente de transporte (MTA) y un agente de entrega (MDA). Con la remisión del correo por el SMTP podría abandonar la función de MDA y centrarme solamente en la de MTA, mandando el correo a otros programas para su entrega local, justo como lo hace sendmail.

¿Por qué sufrir con toda la complejidad que encierra ya sea configurar el agente de entrega o realizar un bloqueo y luego un añadido al final del archivo-buzón de correos, cuando el puerto 25 está casi garantizado casi en toda plataforma con soporte TCP/IP? Especialmente cuando esto significa que el correo obtenido de esta manera tiene garantizado verse como un correo que ha sido transferido de manera normal, por el SMTP, que es lo que realmente queremos.

De aquí se extraen varias lecciones. Primero, la idea de enviar por el puerto SMTP fue la mayor recompensa individual que obtuve al tratar de emular conscientemente los métodos de Linus. Un usuario me proporcionó una fabulosa idea, y lo único que restaba era comprender sus implicaciones.

11. Lo más grande, después de tener buenas ideas, es reconocer las buenas ideas de sus usuarios. Esto último es a veces lo mejor.

Lo que resulta muy interesante es que usted rápidamente encontrará que cuando esta absolutamente convencido y seguro de lo que le debe a los demás, entonces el mundo lo tratará como si usted hubiera realizado cada parte de la invención por si mismo, y esto le hará apreciar con modestia su ingenio natural. ¡Todos podemos ver lo bien que funcionó esto para el propio Linus!

(Cuando leía este documento en la Conferencia de Perl de agosto de 1997, Larry Wall estaba en la fila del frente. Cuando llegué a lo que acabo de decir, Larry dijo con voz alta: “¡Anda, di eso, díselos, hermano!” Todos los presentes rieron porque sabían que eso también le había funcionado muy bien al inventor de Perl)

Y a unas cuantas semanas de haber echado a andar el proyecto con el mismo espíritu, comencé a recibir adulaciones similares, no sólo de parte de mis usuarios, sino de otra gente que se había enterado por terceras personas. He puesto a buen recaudo parte de ese correo. Lo volveréa a leer en alguna ocasión, si es que me llego a preguntar si mi vida ha valido la pena :-).

Pero hay otras dos lecciones más fundamentales, que no tienen que ver con las políticas, que son generales para todos los tipos de diseño:

12. Frecuentemente, las soluciones más innovadoras y espectaculares provienen de comprender que la concepción del problema era errónea.

Había estado intentando resolver el problema equivocado al continuar desarrollando el popclient como un agente de entrega y de transporte combinados, con toda clase de modos medio raros de entrega local. El diseño de fetchmail requería ser repensado de arriba abajo como un agente de transporte puro, como eslabón, si se habla de SMTP, de la ruta normal que sigue el correo en Internet.

Cuando usted se topa con un muro durante el desarrollo cuando la encuentra difícil como para pensar mas allá de la corrección que sigue es, a menudo, la hora de preguntarse no si usted realmente tiene la respuesta correcta, sino si se está planteando la pregunta correcta. Quizás el problema requiere ser replanteado.

Bien, yo ya había replanteado mi problema. Evidentemente, lo que tenía que hacer ahora era (1) programar el soporte de envío por SMTP en el controlador genérico, (2) hacerlo el modo por omisión, y (3) eliminar eventualmente todas las demás modalidades de entrega, especialmente las de envío a un archivo-buzón y la de vaciado a la salida estándar.

Estuve, durante algún tiempo, titubeando en dar el paso 3; temiendo trastornar a los viejos usuarios de poclient, quienes dependían de estos mecanismos alternativos de entrega. En teoría, ellos podían cambiar inmediatamente a archivos .forward, o sus equivalentes en otro esuema que no fuera sendmail, para obtener los mismos resultados. Pero, en la práctica, la transición podría complicarse demasiado.

Cuando por fin lo hice, empero, los beneficios fueron inmensos. Las partes más intrincadas del código del controlador desaparecieron. La configuración se volvió radicalmente más simple: al no tratar con el MDA del sistema y con el archivo-buzón del usuario, ya no había que preocuparse de que el sistema operativo soportara bloqueo de archivos.

Asimismo, el único riesgo de extraviar correo también se había desvanecido. Antes, si usted especificaba el envío a un archivo-buzón y el disco estaba lleno, entonces el correo se perdía irremediablemente. Esto no pasa con el envío vía SMTP debido a que el SMTP del receptor no devolverá un OK mientras el mensaje no haya sido entregado con éxito, o al menos haya sido mandado a la cola para su entrega ulterior.

Además, el desempeño mejoró mucho (aunque uno no lo notaráa en la primera corrida). Otro beneficio nada despreciable fue la simplificación de la página del manual.

Más adelante hubo que agregar la entrega a un agente local especificado por el usuario con el fin de manejar algunas situaciones oscuras involucradas con la asignación dinámica de direcciones en SLIP. Sin embargo, encontré una forma mucho más simple de hacerlo.

¿Cuál era la moraleja? No hay que vacilar en desechar alguna característica superflua si puede hacerlo sin pérdida de efectividad. Antôine de Saint-Exupery (un aviador y diseñador de aviones, cuando no se dedicaba a escribir libros clásicos para niños) afirmó que

13. “La perfección (en diseño) se alcanza no cuando ya no hay nada que agregar, sino cuando ya no hay algo que quitar.”

Cuando el código va mejorando y se va simplificando, es cuando sabe que está en lo correcto. Así, en este proceso, el diseño de fetchmail adquirió una identidad propia, diferente de su ancestro, el popclient.

Había llegado la hora de cambiar de nombre. El nuevo diseño parecía más un doble del Sendmail que el viejo popclient; ambos eran MTAs, agentes de transporte, pero mientras que el Sendmail empuja y luego entreg, el nuevo popclient jala y después entrega. Así que, después de dos arduos meses, lo bautice de nuevo con el nombre de fetchmail.

7 El crecimiento de Fetchmail
Allí me encontraba con un bonito e innovador diseño, un programa que sabía funcionaba bien porque lo utilizaba diariamente, y me enteraba por la lista beta, que era muy activa. Esta gradualmente me hizo ver que ya no estaba involucrado en un hackeado personal trivial, que podía resultar útil para unas cuantas personas más. Tenía en mis manos un programa que cualquier hacker con una caja UNIX y una conexión SLIP/PPP realmente necesita.

Con el método de expedición por SMTP se puso adelante de la competencia, lo suficiente como para poder convertirse en un “matón profesional”, uno de esos programas clásicos que ocupa tan bien su lugar que las otras alternativas no sólo son descartadas, sino olvidadas.

Pienso que uno realmente no podría imaginar o planear un resultado como éste. Usted tiene que meterse a manejar conceptos de diseño tan poderosos que posteriormente los resultados parezcan inevitables, naturales, o incluso predestinados. La única manera de hacerse de estas ideas es jugar con un montón de ideas; o tener una visión de la ingeniería suficiente para poder llevar las buenas ideas de otras personas más allá de lo que sus propios autores originales pensaban que podían llegar.

Andrew Tanenbaum tuvo una buena idea original, con la construcción de un UNIX nativo simple para 386, que sirviera como herramienta de enseñanza. Linus Torvalds llevó el concepto de Minix más allá de lo que Andrew imagino que pudiera llegar, y se transformó en algo maravilloso. De la misma manera (aunque en una escala menor), tomé algunas ideas de Carl Harris y Harry Hochheiser y las impulsé fuertemente. Ninguno de nosotros era “original” en el sentido romántico de la idea que la gente tiene de un genio. Pero, la mayor parte del desarrollo de la ciencia, la ingeniería y el software no se debe a un genio original, sino a la mitología del hacker por el contrario.

Los resultados fueron siempre un tanto complicados: de hecho, ¡justo el tipo de reto para el que vive un hacker! Y esto implicaba que tenía que fijar aún más alto mis propios estándares. Para hacer que el fetchmail fuese tan bueno como ahora veía que podía ser, tenía que escribir no sólo para satisfacer mis propias necesidades, sino también incluir y dar el soporte a otros que estuvieran fuera de mi órbita. Y esto lo tenía que hacer manteniendo el programa sencillo y robusto.

La primera característica más importante y contundente que escribí después de hacer eso fue el soporte para recabado múltiple, esto es, la capacidad de recoger el correo de los buzones que habían acumulado todo el correo de un grupo de usuarios, y luego trasladar cada mensaje al recipiente individual del respectivo destinatario.

Decidí agregarle el soporte de recabado múltiple debido en parte a que algunos usuarios lo reclamaban, pero sobre todo porque evidenciaría los errores de un código de recabado individual, al forzarme a abordar el direccionamiento con generalidad. Tal como ocurrió. Poner el RFC822 a que funcionara correctamente me tomó bastante tiempo, no sólo porque cada uno de las partes que lo componen son difíciles, sino porque involucraban un montón de detalles confusos e interdependientes entre sí.

Así, pues, el direccionamiento del recabado múltiple se volvió una excelente decisión de diseño. De esta forma supe que:

14 Toda herramienta es útil empleándose de la forma prevista, pero una gran herramienta es la que se presta a ser utilizada de la manera menos esperada.

El uso inesperado del recabado múltiple del fetchmail fue el trabajar listas de correo con la lista guardada, y realizar la expansión del alias en el lado del cliente de la conexión SLIP/PPP. Esto significa que alguien que cuenta con una computadora y una cuenta de ISP puede manejar una lista de correos sin que tenga que continuar entrando a los archivos del alias del ISP.

Otro cambio importante reclamado por mis auxiliares beta era el soporte para la operación MIME de 8 bits. Esto se podía obtener fácilmente, ya que había tenido cuidado de mantener el código de 8 bits limpio. No es que yo me hubiera anticipado a la exigencia de esta característica, sino que obedecía a otra regla:

15. Cuándo se escribe software para una puerta de enlace de cualquier tipo, hay que tomar la precaución de alterar el flujo de datos lo menos posible, y ¡*nunca* eliminar información a menos que los receptores obliguen a hacerlo!

Si no hubiera obedecido esta regla, entonces el soporte MIME de 8 bits habría resultado difícil y lleno de errores. Así las cosas, todo lo que tuve que hacer fue leer el RFC 1652 y agregar algo de lógica trivial en la generación de encabezados.

Algunos usuarios europeos me presionaron para que introdujera una opción que limitase el número de mensajes acarreados por sesión (de manera tal que pudieran controlar los costos de sus redes telefónicas caras). Me opuse a dicho cambio durante mucho tiempo, y aun no estoy totalmente conforme con él. Pero si usted escribe para el mundo, debe escuchar a sus clientes: esto no debe cambiar en nada tan sólo porque no le están dando dinero.

8 Algunas lecciones mas extraídas de Fetchmail
Antes de volver a los temas generales de ingeniería de software, hay que ponderar otras dos lecciones específicas sacadas de la experiencia de fetchmail.

La sintaxis de los archivos rc incluyen palabras clave opcionales “de ruido” que son ignoradas totalmente por el analizador de sintaxis. La sintaxis tipo inglés que estas permiten es considerablemente más legible que la secuencia de pares palabra clave-valor tradicionales que usted obtiene cuando quita esas palabras clave opcionales.

Estas comenzaron como un experimento de madrugada, cuando noté que muchas de las declaraciones de los archivos rc se asemejaban un poco a un minilenguaje imperativo. (Esta también fue la razón por la cual cambié la palabra clave original del popclient de “servidor” a “poll”).

Me parecía en ese entonces que el convertir ese minilenguaje imperativo más tipo inglés lo podía hacer más fácil de usar. Ahora, a pesar de que soy un partidario convencido de la escuela de diseño “hágalo un lenguaje”, ejemplificada en Emacs, HTML y muchas bases de datos, no soy normalmente un fanático de la sintaxis estilo inglés.

Los programadores han tendido a favorecer tradicionalmente la sintaxis de control, debido a que es muy precisa, compacta y no tienen redundancia alguna. Esto es una herencia cultural de la época en que los recursos de cómputo eran muy caros, por lo que la etapa de análisis tenía que ser la más sencilla y económica posible. El inglés, con un 50% de redundancia, parecía ser un modelo muy inapropiado en ese entonces.

Este no es la razón por la cual yo dudo de la sintaxis tipo inglés; y sólo lo menciono aquí para demolerlo. Con los ciclos baratos, la fluidez no debe ser un fin por sí misma. Ahora es más importante para un lenguaje el ser conveniente para los humanos que ser económico en términos de recursos computacionales.

Sin embargo, hay razones suficientes para andar con cuidado. Una es el costo de la complejidad de la etapa de análisis: nadie quiere incrementarlo a un punto tal que se vuelva una fuente importante de errores y confusión para el usuario. Otra radica en que al hacer una sintaxis del lenguaje tipo inglés se exige frecuentemente que se deforme considerablemente el “inglés” que habla, por lo que la semejanza superficial con un lenguaje natural es tan confusa como podría haberlo sido la sintaxis tradicional. (Usted puede ver mucho de esto en los 4GLs y en los lenguajes de búsqueda en bancos de datos comerciales).

La sintaxis de control de fetchmail parece esquivar estos problemas debido a que el dominio de su lenguaje es extremadamente restringido. Está muy lejos de ser un lenguaje de amplio uso; las cosas que dice no son muy complicadas, por lo que hay pocas posibilidades de una confusión, al moverse de un reducido subconjunto del inglés y el lenguaje de control real. Creo que se puede extraer una lección más general de esto:

16. Cuando su lenguaje está lejos de un Turing completo, entonces el azúcar sintáctico puede ser su amigo.

Otra lección trata de la seguridad por obscuridad. Algunos usuarios de fetchmail me solicitaron cambiar el software para poder guardar las claves de acceso encriptadas en su archivo rc, de manera tal que los crackers no pudieran verlos por pura casualidad.

No lo hice debido a que esto prácticamente no proporcionaría ninguna protección adicional. Cualquiera que adquiera los permisos necesarios para leer el archivo rc respectivo sería de todos modos capaz de correr el fetchmail; y si por su password fuera, podría sacar el decodificador necesario del mismo código del fetchmail para obtenerlo.

Todo lo que la encriptación de passwords en el archivo .fetchmailrc podría haber conseguido era una falso sensación de seguridad para la gente que no está muy metida en este medio. La regla general es la siguiente:

17. Un sistema de seguridad es tan seguro como secreto. Cuídese de los secretos a medias.

9 Condiciones necesarias para el Estilo del Bazar
Los primeros que leyeron este documento, así como sus primeras versiones inacabadas que se hicieron públicas, preguntaban constantemente sobre los requisitos necesarios para un desarrollo exitoso dentro del modelo del bazar, incluyendo tanto la calificación del líder del proyecto como la del estado del código cuando uno va a hacerlo público y a comenzar a construir una comunidad de co-desarrolladores.

Esta claro que uno no puede partir de cero en el estilo bazar. Con él, uno puede probar, buscar errores, poner a punto y mejorar algo, pero sería muy difícil originar un proyecto en un modo semejante al bazar. Linus no lo intentó de esta manera. Yo tampoco lo hice así. Nuestra naciente comunidad de desarrolladores necesita algo que ya corra para jugar.

Cuando uno comienza la construcción del edificio comunal, lo que debe ser capaz de hacer es presentar una promesa plausible. El programa no necesita ser particularmente bueno. Puede ser burdo, tener muchos errores, estar incompleto y pobremente documentado. Pero en lo que no se puede fallar es en convencer a los co-desarrolladores potenciales de que el programa puede evolucionar hacia algo elegante en el futuro.

Linux y fetchmail se hicieron públicos con diseños básicos fuertes y atractivos. Mucha gente piensa que el modelo del bazar tal como lo he presentado, ha considerado correctamente esto como crítico, y luego ha saltado de aquí a la conclusión de que es indispensable que el líder del proyecto tenga un mayor nivel de intuición para el diseño y mucha capacidad.

Sin embargo, Linus obtuvo su diseño a partir de UNIX. Yo inicialmente conseguí el mío del antiguo popmail (a pesar de que cambiaría mucho posteriormente, mucho más, guardando las proporciones, de lo que lo ha hecho Linux). Entonces, ¿tiene que poseer realmente un talento extraordinario el líder-coordinador en el modelo del bazar, o la puede ir pasando con tan sólo coordinar el talento de otros para el diseño?

Creo que no es crítico que el coordinador sea capaz de originar diseños de calidad excepcional, pero lo que sí es absolutamente esencial es que él (o ella) sea capaz de reconocer las buenas ideas sobre diseño de los demás.

Tanto el proyecto de Linux como el de fetchmail dan evidencias de esto. A pesar de que Linus no es un diseñador original espectacular (como lo discutimos anteriormente), ha mostrado tener una poderosa habilidad para reconocer un buen diseño e integrarlo al kernel de Linux. Ya he descrito cómo la idea de diseño de mayor envergadura para el fetchmail (reenvío por SMTP) provino de otro.

Los primeros lectores de este artículo me halagaron al sugerir que soy propenso a subestimar la originalidad en el diseño en los proyectos del bazar, debido a que la tengo en buena medida, y por lo tanto, la tomo por sentada. Puede ser verdad en parte; el diseño es ciertamente mi fuerte (comparado con la programación o la depuración).

Pero el problema de ser listo y original en el diseño de software se tiende a convertir en hábito: uno hace las cosas como por reflejo, de manera tal que parezcan elegantes y complicadas, cuando debería mantenerlas simples y robustas. Ya he sufrido tropiezos en proyectos debido a esta equivocación, pero me las ingenié para no sucediera lo mismo con fetchmail.

Así, pues, considero que el proyecto del fetchmail tuvo éxito en parte debido a que contuve mi propensión a ser astuto; este es un argumento que va (por lo menos) contra la originalidad en el diseño como algo esencial para que los proyectos del bazar sean exitosos. Consideremos de nuevo Linux. Supóngase que Linus Torvalds hubiera estado tratando de desechar innovaciones fundamentales en el diseño del sistema operativo durante la etapa de desarrollo; ¿podría acaso ser tan estable y exitoso como el kernel que tenemos hoy en realidad?

Por supuesto, se necesita un cierto nivel mínimo de habilidad para el diseño y la escritura de programas, pero es de esperar que cualquiera que quiera seriamente lanzar un esfuerzo al estilo del bazar ya esté por encima de este nivel. El mercado interno de la comunidad del software libre, por reputación, ejerce una presión sutil sobre la gente para que no inicie esfuerzos de desarrollo que no sea capaz de mantener. Hasta ahora, esto parece estar funcionando bastante bien.

Existe otro tipo de habilidad que no esta asociada normalmente con el desarrollo del software, la cual yo considero que es igual de importante para los proyectos del bazar, y a veces hasta más, como el ingenio en el diseño. Un coordinador o líder de proyecto estilo bazar debe tener don de gentes y una buena capacidad de comunicación.

Esto podría parecer obvio. Para poder construir una comunidad de desarrollo se necesita atraer gente, interesarla en lo que se está haciendo y mantenerla a gusto con el trabajo que se está desarrollando. El entusiasmo técnico constituye una buena parte para poder lograr esto, pero está muy lejos de ser definitivo. Además, es importante la personalidad que uno proyecta.

No es una coincidencia que Linus sea un tipo que hace que la gente lo aprecie y desee ayudarle. Tampoco es una coincidencia que yo sea un extrovertido incansable que disfruta de trabajar con una muchedumbre, y tenga un poco de porte e instintos de cómico improvisado. Para hacer que el modelo bazar funcione, ayuda mucho tener al menos un poco de capacidad para las relaciones sociales.

10 El contexto social del software libre
Bien se ha dicho: las mejores hackeadas comienzan como soluciones personales a los problemas cotidianos del autor, y se se vuelven populares debido a que el problema común para un buen grupo de usuarios. Esto nos hace regresar al tema de la regla 1, que quizá puede replantearse de una manera más útil:

18. Para resolver un problema interesante, comience por encontrar un problema que le resulte interesante.

Así ocurrió con Carl Harris y el antiguo popclient, y así sucede conmigo y fetchmail. Esto, sin embargo, se ha entendido desde hace mucho. El punto interesante, el punto que las historias de Linux y fetchmail nos piden enfocar, está en la siguiente etapa, en la de la evolución del software en presencia de una amplia y activa comunidad de usuarios y co-desarrolladores.

En The Mythical Man-Month, Fred Brooks observó que el tiempo del programador no es fungible; que el agregar desarrolladores a un proyecto maduro de software lo vuelve tardío. Expuso que la complejidad y los costos de comunicación de un proyecto aumentan como el cuadrado del número de desarrolladores, mientras que el trabajo crece sólo linealmente. A este planteamiento se le conoce como la Ley de Brooks, y es generalmente aceptado como algo cierto. Pero si la Ley de Brooks fuese general, entonces Linux sería imposible.

Unos años después, el clásico de Gerald Weinberg La Psicología de la Programación de Computadoras plantea, visto en retrospectiva, una corrección esencial a Brooks. En su discusión de la “programación sin ego”, Weinberg señala que en los lugares donde los desarrolladores no tienen propiedad sobre su código, y estimulan a otras personas a buscar errores y posibles mejoras, son los lugares donde el avance es dramáticamente más rápido que en cualquier otro lado.

La terminología empleada por Weinberg ha evitado quizá que su análisis gane la aceptación que merece: uno tiene que sonreír al oír que los hackers de Internet no tienen ego. Creo, no obstante, que su argumentación parece más valida ahora que nunca.

La historia de UNIX debió habernos preparado para lo que hemos aprendido de Linux (y lo que he verificado experimentalmente en una escala más reducida al copiar deliberadamente los métodos de Linus). Esto es, mientras que la creación de programas sigue siendo esencialmente una actividad solitaria, los desarrollos realmente grandes surgen de la atención y la capacidad de pensamiento de comunidades enteras. El desarrollador que usa solamente su cerebro sobre un proyecto cerrado está quedando detrás del que sabe como crear en un contexto abierto y evolutivo en el que la búsqueda de errores y las mejoras son realizadas por cientos de personas.

Pero el mundo tradicional de UNIX no pudo llevar este enfoque hasta sus últimas consecuencias debido a varios factores. Uno era las limitaciones legales producidas por varias licencias, secretos e intereses comerciales. Otra (en retrospectiva) era que la Internet no estaba todavía madura para lograrlo.

Antes de que Internet fuera tan accesible, había comunidades geográficamente compactas en las cuales la cultura estimulaba la “programación sin ego” de Weinberg, y el desarrollador podía atraer fácilmente a muchos desarrolladores y usuarios capacitados. El Bell Labs, el MIT AI Lab, la Universidad de California en Berkeley son lugares donde se originaron innovaciones que son legendarias y aún poderosas.

Linux fue el primer proyecto de un esfuerzo consciente y exitoso de usar el mundo entero como un nido de talento. No creo que sea coincidencia que el período de gestación de Linux haya coincidido con el nacimiento de la World Wide Web, y que Linux haya dejado su infancia durante el mismo período, en 1993-1994, en que se vio el despegue de la industria ISP y la explosión del interés masivo por la Internet. Linus fue el primero que aprendió a jugar con las nuevas reglas que esa Internet penetrante hace posibles.

A pesar de que la Internet barata es una condición necesaria para que evolucionara el modelo de Linux, no creo que sea en sí misma una condición suficiente. Otros factores vitales fueron el desarrollo de un estilo de liderazgo y el arraigo de hábitos cooperativos, que permiten a los programadores atraer más co-desarrolladores y obtener el máximo provecho del medio.

Pero, ¿qué es el estilo de liderazgo y qué estos hábitos? No pueden estar basados en relaciones de poder, y aunque lo fueran, el liderazgo por coerción no produciría los resultados que estamos viendo. Weinberg cita un pasaje de la autobiografía del anarquista ruso del siglo XIX Kropotkin Memorias de un Revolucionario, que está muy acorde con este tema:

“Habiendo sido criado en una familia que tenía siervos, me incorporé a la vida activa, como todos los jóvenes de mi época, con una gran confianza en la necesidad de mandar, ordenar, regañar, castigar y cosas semejantes. Pero cuando, en una etapa temprana, tuve que manejar empresas serias y tratar con hombres libres, y cuando cada error podría acarrear serias consecuencias, yo comencé a apreciar la diferencia entre actuar con base en el principio de orden y disciplina y actuar con base en el principio del entendimiento. El primero funciona admirablemente en un desfile militar, pero no sirve cuando está involucrada la vida real y el objetivo sólo puede lograrse mediante el esfuerzo serio de muchas voluntades convergentes.”

El “esfuerzo serio de muchas voluntades convergentes” es precisamente lo que todo proyecto estilo Linux requiere; mientras que el “principio de orden y disciplina” es efectivamente imposible de aplicar a los voluntarios del paraíso anarquista que llamamos Internet. Para poder trabajar y competir de manera efectiva, los hackers que quieran encabezar proyectos de colaboración deben aprender a reclutar y entusiasmar a las comunidades de interés de un modo vagamente sugerido por el “principio de entendimiento” de Kropotkin. Deben aprender a usar la Ley de Linus.

Anteriormente me referí al efecto Delphi como una posible explicación de la Ley de Linus. Pero existen analogías más fuertes con sistemas adaptivos en biología y economía que se sugieren irresistiblemente. El mundo de Linux se comporta en muchos aspectos como el libre mercado o un sistema ecológico, donde un grupo de agentes individualistas buscan maximizar la utilidad en la que los procesos generan un orden espontáneo autocorrectivo más desarrollado y eficiente que lo que podría lograr cualquier tipo de planeación centralizada. Aquí, entonces, es el lugar para ver el “principio del entendimiento”.

La “función utilidad” que los hackers de Linux están maximizando no es económica en el sentido clásico, sino algo intangible como la satisfacción de su ego y su reputación entre otros hackers. (Uno podría hablar de su “motivación altruista”, pero ignoraríamos el hecho de que el altruismo en sí mismo es una forma de satisfacción del ego para el altruista). Los grupos voluntarios que funcionan de esta manera no son escasos realmente; uno en el que he participado es el de los aficionados a la ciencia ficción, que a diferencia del mundo de los hackers, reconoce explícitamente el “egoboo” (el realce de la reputación de uno entre los demás) como la motivación básica que está detrás de la actividad de los voluntarios.

Linus, al ponerse exitosamente como vigía de un proyecto en el que el desarrollo es realizado por otros, y al alimentar el interés en él hasta que se hizo autosustentable, ha mostrado el largo alcance del “principio de entendimiento mutuo” de Kropotkin. Este enfoque cuasieconómico del mundo de Linux nos permite ver cual es la función de tal entendimiento.

Podemos ver al método de Linus como la forma de crear un mercado eficiente en el “egoboo”, que liga, lo más firme posible, el egoísmo de los hackers individuales a objetivos difíciles que sólo se pueden lograr con la cooperación sostenida. Con el proyecto de fetchmail he demostrado (en una escala mucho menor, claro) que sus métodos pueden copiarse con buenos resultados. Posiblemente, lo mío fue realizado de una forma un poco más consciente y sistemática que la de él.

Muchas personas (especialmente aquellas que desconfían políticamente del libre mercado) podrían esperar que una cultura de individuos egoístas que se dirigen solos sea fragmentaria, territorial, clandestina y hostil. Pero esta idea es claramente refutada, por (por poner un ejemplo) la asombrosa variedad, calidad y profundidad de la documentación de Linux. Se da por un hecho que los programadores odian la documentación: ¿cómo entonces los hackers de Linux generan tanta? Evidentemente, el libre mercado en egoboo de Linux funciona mejor para producir tal virtuosismo, que los departamentos de edición, masivamente subsidiados, de los productores comerciales de software.

Tanto el proyecto de fetchmail como el del kernel de Linux han demostrado que con el estimulo apropiado al ego de otros hackers, un desarrollador/coordinador fuerte puede usar la Internet para aprovechar los beneficios de contar con un gran número de co-desarrolladores, sin que se corra el peligro de desbocar el proyecto en un auténtico relajo. Por lo tanto, a la Ley de Brooks yo le contrapongo lo siguiente:

19. Si el coordinador de desarrollo tiene un medio al menos tan bueno como lo es Internet, y sabe dirigir sin coerción, muchas cabezas serán, inevitablemente, mejor que una.

Pienso que el futuro del software libre será cada vez más de la gente que sabe como jugar el juego de Linus, la gente que deja atrás la catedral y abraza el bazar. Esto no quiere decir que la visión y la brillantez individuales ya no importen; al contrario, creo que en la vanguardia del software libre estarán quienes comiencen con visión y brillantez individual, y luego las enriquezcan construyendo positivamente comunidades voluntarias de interés.

A lo mejor éste no sólo es el futuro del software libre. Ningún desarrollador comercial sería capaz de reunir el talento que la comunidad de Linux es capaz de invertir en un problema. ¡Muy pocos podrían pagar tan solo la contratación de las más de doscientas personas que han contribuido al fetchmail!

Es posible que a largo plazo triunfe la cultura del software libre, no porque la cooperación es moralmente correcta o porque la “apropiación” del software es moralmente incorrecta (suponiendo que se crea realmente en esto último, lo cual no es cierto ni para Linus ni para mí), sino simplemente por que el mundo comercial no puede ganar una carrera de armamentos evolutiva a las comunidades de software libre, que pueden poner mayores órdenes de magnitud de tiempo calificado en un problema que cualquier compañía.

11 Reconocimientos
Este artículo fue mejorado gracias a las conversaciones con un gran número de personas que me ayudaron a encontrar los errores. En especial, agradezco a Jeff Dutky dutky@wam.umd.edu, quien sugirió el planteamiento de que “la búsqueda de errores pude hacerse en paralelo” y ayudó a ampliar el análisis respectivo. También agradezco a Nancy Lebovitz nancyl@universe.digex.net por su sugerencia de emular a Weinberg al imitar a Kropotkin. También recibí críticas perspicaces de Joan Eslinger wombat@kilimanjaro.engr.sgi.com y de Marty Franz marty@net-link.net de la lista de Técnicos Generales. Paul Egger eggert@twinsun.com me hizo ver el conflicto entre el GPL y el modelo de bazar. Estoy agradecido con los integrantes de PLUG, el Grupo de Usuarios de Linux de Filadelfia, por convertirse en el primer público para la primera versión de este artículo. Finalmente, los comentarios de Linus Torvalds fueron de mucha ayuda, y su apoyo inicial fue muy estimulante.

12 Otras Lecturas
He citado varias partes del clásico de Frederick P. Brooks The Mythical Man-Month debido a que en muchos aspectos, todavía se tienen que mejorar sus puntos de vista. Yo recomiendo con cariño la edición del 25 aniversario de la Addison-Wesley (ISBN 0-201-83595-9), que viene junto a su artículo titulado Ninguna Bala de Plata.

La nueva edición trae una invaluable retrospectiva de veinte años, en la que Brooks admite francamente ciertas críticas al texto original que no pudieron mantenerse con el tiempo. Leí por primera vez la retrospectiva después de que estaba esencialmente terminado este artículo, y ¡me sorprendí al encontrar que Brooks le atribuye a Microsoft prácticas semejantes a las del bazar!

La Psicología de la Programación de Computadoras de Gerald P. Wienberg (Nueva York, Van Nostrand Reinhold, 1971) introdujo el concepto infortunadamente denotado de “programación sin ego”. A pesar de que él estaba muy lejos de ser la primera persona en comprender la futilidad del “principio de orden” fue probablemente el primero en reconocer y argumentar el tema en relación con el desarrollo del software.

Richard P. Gabriel, al analizar la cultura de UNIX anterior a la era de Linux, planteaba la superioridad de un primitivo modelo estilo bazar en un artículo de 1989: Lisp: Buenas Noticias, Malas Noticias y Cómo Ganar en Grande. Pese a estar atrasado en algunos aspectos, este ensayo es considerado correcto en algo por los admiradores de Lisp (entre quienes me incluyo). Uno de ellos me recordó que la sección titulada Lo Peor es Mejor predice con gran exactitud a Linux. Este artículo está disponible en la WWW en http://alpha-bits.ai.mit.edu/articles/good-news/good-news.html.

El trabajo de De Marco y Lister, Peopleware: Productive Projects and Teams (Nueva York; Dorset House, 1987; ISBN 0-932633-05-6) es una joya que ha sido subestimada; fue citada, para mi fortuna, por Fred Brooks en su retrospectiva. A pesar de que poco de lo que dicen los autores es directamente aplicable a las comunidades de software libre o de Linux, su visión sobre las condiciones necesarias para un trabajo creativo es aguda y muy recomendable para quien intente llevar algunas de las virtudes del modelo bazar a un contexto más comercial. Este documento esta disponible en http://www.agorics.com/agorpapers.html

13 Epílogo: Netscape Adopta el Bazar!
Es un extrañ sentimiento el que se percibe cuando uno comprende que está ayudando a escribir historia…

El 22 de Enero de 1998, aproximadamente siete meses después de que publiqué este artículo, Netscape Communications, Inc. anunció planes para liberar la fuente del Netscape Communicator. No tení idea alguna de que esto iba a suceder antes de la fecha de anuncio.

Eric Hahn, Vicepresidente Ejecutivo y Director en Jefe de Tecnología en Netscape, me mandó un correo electrónico poco despu&es del anuncio, que dice textualmente: «De parte de todos los que integran Netscape, quiero agradecerle por habernos ayudado a llegar hasta este punto, en primer lugar. Su pensamiento y sus escritos fueron inspiraciones fundamentales en nuestra decisión.’’

La siguiente semana, realicé un viaje en avión a Silicon Valley como parte de la invitación para realizar una conferencia de todo un día acerca de estrategia (el 4 de febrero de 1998) con algunos de sus técnicos y ejecutivos de mayor nivel. Juntos, diseñamos la estrategia de publicación de la fuente de Netscape y la licencia, y realizamos algunos otros planes que esperamos que eventualmente tengan implicaciones positivas de largo alcance sobre la comunidad de software gratuito. En el momento que estoy escribiendo, es demasiado pronto para ser más específico, pero se van a ir publicando los detalles en las semanas por venir.

Netscape está a punto de proporcionarnos con una prueba a gran escala, en el mundo real, del modelo del bazar dentro del ámbito empresarial. La cultura del software gratuito ahora enfrenta un peligro; si no funcionan las acciones de Netscape, entonces el concepto de software gratuito puede llegar a desacreditarse de tal manera que el mundo empresarial no lo abordará nuevamente sino hasta en una década.

Por otro lado, esto es también una oportunidad espectacular. La reacción inicial hacia este movimiento en Wall Street y en otros lados fue cautelosamente positiva. Nos están proporcionando una oportunidad de demostrar que nosotros podemos hacerlo. Si Netscape recupera una parte significativa del mercado mediante este movimiento, puede desencadenar una revolución ya muy retrasada en la industria del software.

El siguiente año deberá demostrar ser un período muy interesante y de intenso aprendizaje.

14 Versión y actualizaciones:
$Id: cathedral-bazaar.sgml,v 1.39 1998/07/28 05:04:58 esr Exp $

Expuse 1.17 en el Linux Kongress, realizado el 21 de Mayo de 1997.

Agregue la bibliografía el 7 de Julio de 1997.

Puse la anécdota de la Conferencia de Perl el 18 de Noviembre de 1997.

Sustituí el término de «software gratuito’’ por el de «fuente abierta’’ el día 9 de Febrero de 1998 en la versión 1.29.

Agregué la sección «Epílogo: Netscape Adopta el Bazar!’’ el día 10 de Febrero de 1998 en la versión 1.31.

Eliminé la gráfica de Paul Eggert sobre GPL vs. Bazar como respuesta a argumentos reiterados por parte de RMS el día 28 de Julio de 1998.

En otras revisiones he incorporado cambios editoriales menores y corregido algunos detalles.

El 16 de diciembre celebraremos los 30 años de la LIT-CI en Centroamérica

En el marco de la inscripción electoral del Partido de los Trabajadores, realizaremos un acto de conmemoración de la historia de nuestra corriente Internacional el próximo 16 de diciembre en San José, contaremos con la presencia de camaradas del PST Hondureño, la UST Salvadoreña, la LTS Panameña y el PSTU de Brasil.

El pasado 11 de enero se cumplieron 30 años de la fundación de la Liga Internacional de los Trabajadores – Cuarta Internacional (LIT-CI).

Tres décadas pasaron de aquella Conferencia Internacional que se realizó la ciudad de Bogotá, Colombia, con la participación de delegados de unos 18 países. La mayoría de estos delegados provenían de la exFracción Bolchevique (FB), corriente internacional cuyo principal dirigente era el trotskista argentino Nahuel Moreno, nuestro maestro y fundador del cual hace poco recordamos los 25 años de su partida física. A estos dirigentes morenistas se sumaron el venezolano Alberto Franceschi y el peruano Ricardo Napurí, otros dos importantes dirigentes que habían roto con el lambertismo debido a diferencias irreconciliables en el terreno de los principios y la moral revolucionarias.

De esa Conferencia de 1982 surge la LIT-CI, una organización internacional que, desde su inicio, ancló sus bases en el programa trotskista ortodoxo y funcionó internamente sustentado en el régimen leninista del centralista democrático.

Reivindicamos a la actual LIT-CI como una continuidad de la batalla permanente por mantener vivo el programa revolucionario, que varios revolucionarios dieron a lo largo de la historia del movimiento obrero, frente a los embates del imperialismo y de las direcciones burocráticas y traidoras que actúan dentro del movimiento obrero y social.

La LIT-CI nació defendiendo una teoría, la teoría de la revolución permanente; un programa, el programa de transición; un tipo organización, la internacional, el partido mundial de la revolución socialista basado en el centralismo democrático.

La defensa de este programa y principios organizativos fue fundamental hace 30 años y lo es mucho más en nuestros días, cuando la inmensa mayoría de la izquierda mundial –incluidas muchas organizaciones que se reclaman trotskistas – sucumbieron al vendaval oportunista que cobró fuerza en la década de los noventa y han abandonado completamente la lucha por el poder de la clase obrera –la dictadura revolucionaria del proletariado- y batalla por la construcción de una dirección revolucionaria a escala mundial que tenga por objetivo primero la destrucción del imperialismo y la edificación del socialismo, primer paso hacia la sociedad comunista.

La LIT-CI es producto de duras batallas que nuestra corriente internacional al igual que en su momento lo hicieron Marx y Engels, Lenin y Trotsky tuvo que librar en defensa de los principios, el programa, la política, el método y la moral revolucionaria en contra de todo tipo de corrientes revisionistas, dentro y fuera del propio movimiento trotskista internacional.

En este sentido, se impone destacar el papel de Nahuel Moreno. La causa de la construcción del partido mundial para hacer la revolución socialista fue una causa a la que Moreno dedicó sus mejores esfuerzos desde 1948. Esa lucha pasó por varias fases: en la IV Internacional unificada hasta 1953; en el Comité Internacional hasta 1963; en el Secretariado Unificado desde ese año hasta 1979 y en la construcción, en 1979, de la Fracción Bolchevique y, finalmente, con la LIT-CI, desde 1982. La construcción del Partido Mundial, es posible constatar, fue una obsesión de Moreno durante toda su vida. Era, como él mismo lo dijera: “la prioridad número uno del movimiento obrero”, es decir, no existía tarea más importante. Y, en esta comprensión tan fundamental en el marxismo, construyó varios partidos y educó a centenares de militantes y luchadores obreros, populares, campesinos y estudiantiles.

Esta, que es una necesidad histórica, se agudiza al máximo en nuestros días, donde, por un lado, el sistema capitalista-imperialista vive una de sus peores crisis económicas, sociales y políticas y, por el otro, las masas comienzan a resistir los ataques capitalistas en diferentes puntos de planeta, siendo picos de esa lucha el continente europeo y el impresionante proceso de revoluciones en el norte de África y Medio Oriente.

Centroamérica juega un rol fundamental en la reconstrucción de la Internacional

La historia de la corriente Morenista en centroamérica es muy rica, comienza a finales de la década de 1970 cuando la entonces Fracción Bolchevique (FB) y el Partido Socialista de los Trabajadores de Colombia (PST-C) impulsan la formación de la Brigada Simón Bolívar para ir a combatir a Nicaragua contra la dictadura de Anastasio Somoza, junto al Frente Sandinista (FSLN).

Después de la caída de Somoza, los choques con la política del gobierno sandinista (que estaba reconstruyendo el Estado burgués) llevan a que éste expulse de Nicaragua a la Brigada. El vergonzoso apoyo que el Secretariado Unificado (SU) de la Cuarta Internacional dio a esta medida del gobierno sandinista fue el elemento central que llevó a la ruptura de la FB con el SU, y a su conformación como organización internacional independiente. Pocos años después, en 1982, se fundaría la LIT-CI.

Actualmente es la corriente trotskista más dinámica de la región centroamericana, con varias organizaciones jóvenes y en crecimiento, como el Partido de los Trabajadores (PT) de Costa Rica, la Unidad Socialista de los Trabajadores (UST) de El Salvador, el Partido Socialista de los Trabajadores (PST) de Honduras, que volvió a la LIT en su último Congreso Internacional (2011), y una organización simpatizante en Panamá, la Liga de Trabajadores Hacia el Socialismo (LTS).

Construcciones teóricas para descolonizar

1. Bases conceptuales para la descolonización de la colonialidad de saber y la construcción de interculturalidad crítica
Descripción de las temáticas de investigación desarrolladas sobre la descolonización del conocimiento y otorgar, un panorama sobre algunos de los ejes fundamentales que constituyen esta línea de investigación.
1.1. La tesis de la ‘hybris del punto cero’ de Santiago Castro-Gómez

Es uno de los investigadores que trabajó la temática de la colonialidad y es a partir de sus investigaciones que plantea la siguiente tesis:

Debe partir diciendo que esta hybris del punto cero es un modelo epistémico generado en Occidente caracterizado por el interés occidental de imitar a los dioses y, por ello, situarse fuera del mundo (el punto cero) para pretender –aunque sin capacidad de hacerlo– construir un punto de vista sobre todos los demás puntos de vista (los pensamientos y saberes otros), pero sin dejar, a su vez, que se tenga un punto de vista.

La mirada colonial sobre el mundo obedece a un modelo epistémico desplegado por la modernidad occidental, que denominaré “la hybris del punto cero, en el pensamiento como en sus estructuras y la universidad se inscribe en lo que quisiera llamar la estructura triangular de la colonialidad: la colonialidaddel saber, la colonialidad del poder y la colonialidad del ser.

Esta tesis parece indicar la necesidad de descolonizar la universidad, emprender, en su interior, un proceso de desmarque de las lógicas propias de la colonialidad del saber que ha impedido –por no decir ocultado– la existencia de múltiples formas de producción de conocimiento.

Neil Lazarus, ed., The Cambridge Companion to Postcolonial Literary Studies

Dans les années 1970, l’appellation « sociétés postcoloniales » désignait la période qui succéda à la décolonisation : elle ne renvoyait pas à une spécialisation du savoir dans le champ universitaire. Aujourd’hui, la « postcolonialité » est un concept idéologique lié à un moment historique dans lequel s’inscrivent des auteurs qui se définissent en termes de communauté d’origine, d’identité ou d’identification. En 1990, le « postcolonial » a cessé d’être une catégorie historique. Il n’est plus un projet, ni une politique, mais une représentation sociale de soi comme « Autre », fondée sur une critique idéologique du discours de la modernité européenne en tant que champ académique spécialisé (à « déconstruire ») au sein des universités principalement occidentales.

Le vaste champ de connaissances et de démarches hétérogènes que constituent les études postcoloniales renvoie à une myriade de travaux et de recherches dont la production éditoriale abonde. Sous la pression de ce type d’études, on a vu s’effacer les ­frontières disciplinaires et se croiser la littérature, l’anthropologie, la sociologie et l’histoire dans le champ universitaire anglophone au cours des deux ou trois dernières décennies. Malgré la diversité des approches et des méthodes, l’intention commune était d’éclairer une tâche aveugle dans l’étude des sociétés, celle de la colonisation. Le paradoxe temporel est patent : c’est au moment où les empires et les colonies ont perdu de leur légitimité internationale et cessé d’être une forme d’organisation politique viable que les études postcoloniales se sont développées dans les universités, et épanouies bien au-delà des institutions éducatives. La chouette de Minerve, on le sait, ne prend son envol qu’au crépuscule…

Mais c’est au maître livre d’Edward Said, intitulé Orientalism et paru en 19781, qu’on doit la réouverture en fanfare postmoderne de la question coloniale aux États-Unis. Inspiré des travaux de Michel Foucault sur la productivité matérielle et sociale du discours et des rapports entre savoirs et pouvoirs, cet ouvrage talentueux a provo­qué une polémique virulente en soutenant que l’Orient n’existait pas et qu’il n’était qu’une fiction élaborée par les Occidentaux au xixe siècle. L’affirmation qu’il n’y a pas d’« essence » orientale, ni d’« Orient éternel », est devenue à la fois le credo épistémologique et le fer de lance des études postcoloniales. En dépit de simplifications et nombre d’amalgames – outre la propension de Said à traiter l’Occident comme une essence ! –, cette intervention a revigoré un champ de recherche qui était apparemment déserté ou en passe de disparaître. L’ouvrage fit en tout cas prendre conscience à beaucoup que la colonisation n’était pas cantonnée à l’espace exotique et que son impact continuait de produire des effets délétères au cœur des sociétés et des cultures européennes et non européennes, y compris en situations postcoloniales. La colonie n’est pas extérieure à la métropole, mais un espace qui affecte idées, représentations, mouvements sociaux et politiques, et vice-versa. L’expérience histo­rique de l’empire est commune au colonisateur et au colonisé – une espèce de joint-venture.

2 London-New York, Routledge, 1989.

4On date fréquemment l’avènement de l’ère des études postcoloniales de 1989 avec la publication de The Empire Writes Back : Theory and Practice in Post-Colonial Literatures de Bill Ashcroft, Gareth Griffiths & Helen Tiffin2. C’est au début des années 1990, dans le monde anglophone, que les départements universitaires de littérature – écrite en anglais ou étudiée en traductions anglaises – se sont arrogés la littérature mondiale sous l’appellation de World Fiction. Le gommage de la spécificité des cultures d’origine, autrement dit la diversité des langues vernaculaires, fut le plus souvent radical.

3 Bill Ashcroft, Gareth Griffiths & Helen Tiffin, eds, The Empire Writes Back : Theory and Practi(…)
4 Ranajit Guha & Gayatri Chakravorty Spivak, eds, Selected Subaltern Studies, New York, Oxford Un(…)

5On soulignera aussi que la chute du commu­nisme dans les pays de l’Est a coïncidé avec la théorisation du « fait post- colonial » par une trinité d’intellectuels anglophones nés sujets britanniques : Homi K. Bhabha et Gayatri Chakravorty Spivak (tous deux originaires de l’Inde) et bien sûr Edward Said (né au Caire dans une famille palestinienne chrétienne). Tous sont issus de grandes familles et ont fait carrière dans les universités réputées de Grande-Bretagne et des États-Unis, où leur pensée s’est épanouie dans le climat dit « poststructuraliste » des années 1970-1980. Leurs travaux furent stimulés par la French Theory, un label dont la pléiade a pour noms Jean-François Lyotard, Jacques Derrida, Michel Foucault, Jean Baudrillard, Gilles Deleuze, Félix Guattari et quelques autres. L’institutionnalisation progressive de cette vaste configuration du savoir soit ébranla, soit renouvela sur le plan épistémologique l’histoire, la sociologie, l’anthropologie (et l’art). La production éditoriale s’amplifia grâce à de nouveaux entrants dans le milieu universitaire dont une majorité se recruta chez les émigrants ou au sein des diasporas de l’Afrique, de l’Asie, de l’Amérique du Sud, mais également d’Australie – pensons notamment à ces deux pionniers prestigieux que furent Bill Ashcroft (1989)3 et Ranajit Guha (1985)4. Cette entreprise de conquête intellectuelle s’est largement diffusée dans l’ensemble des savoirs universitaires et bien au-delà. L’objectif était de renouveler le questionnaire et les thématiques avec la volonté de traverser les frontières disciplinaires ou de les croiser autrement pour forger d’éventuelles nouvelles disciplines.

6En deux ou trois décennies, l’écriture postcoloniale a eu un double impact sur les humanités et les sciences sociales. Le premier est d’avoir radicalisé la critique du récit linéaire d’un « progrès » qui se diffuserait depuis un centre (supposé) européen jusqu’aux multiples « périphéries » ou « semi- périphéries », pour emprunter le vocabulaire d’Immanuel Wallerstein. Le second est d’avoir mis en relief la diversité des centres de diffusion des savoirs et des « manières de faire » en soulignant l’amplitude et la variété des circulations mais aussi le type de pratiques qu’elles génèrent, outre la créativité des acculturations et la prégnance des appropriations qui accompagnent les formes de résilience ou de lutte armée, voire les modes contrastés de l’esquive ou de l’indifférence.

7Après des années de croissance, beaucoup s’accordent cependant à penser que les études postcoloniales n’ont pas toujours su éviter la routinisation et le discours réitératif, fussent-ils justifiés par l’intertextualité ; quand elles n’invitent pas à l’ironie – catégorie dont se réclament pourtant les penseurs postmodernes. En s’installant dans l’« esthétique de la différence », les études coloniales ont privilégié la pensée binaire et multiplié les antinomies en gravitant sans relâche autour de l’« identité politique ». Certes, leurs praticiens pistent les traces et les indices des « absents de l’histoire » et traquent obstinément les « sans voix » ; mais, la plupart du temps, c’est à seule fin d’idéaliser les « subalternes » ou les « communautés » en vantant leur « capacité d’action » ou de réaction toujours assimilée à une forme de « résistance » – ladite « arme du faible », selon l’expression de James Scott. Certes, ces recherches expérimentent une histoire orale et sans documents, assez audacieuse parce que soucieuse des traces et à l’écoute des silences. Mais ce type d’historiographie risque de verser dans le « présentisme » en reconstruisant ex post la période précoloniale – entre nostalgie coloniale et « mélancolie postcoloniale », pour reprendre la formule de Paul Gilroy.

5 L’ouvrage de Neil Lazarus a été publié en français sous le titre, Penser le postcolonial : une intr(…)

8Compte tenu du retard de la réception des nouveaux savoirs et des courants inédits qui caractérise la France, on ne peut donc que se réjouir de voir traduit et mis à disposition des esprits curieux un ouvrage récent en forme d’état des lieux à la fois introductif et analytique, mais aussi lucide et critique sur les études postcoloniales5. Ce manuel, conçu et introduit par le britannique Neil Lazarus, offre une présentation des concepts clés et des méthodes, des théories et des débats contemporains propres à un champ dont les problématiques et les frontières sont vivement disputées au sein de cette communauté de recherche disparate. Outre l’étude de l’histoire (Neil Lazarus) et de l’institutionnalisation (Benita Parry) de cette nébuleuse intellectuelle qui reste dominée par les études littéraires (John Marx), l’ouvrage passe en revue le nationalisme et le colonialisme (Tamara Sivanandan, Laura Chrisman), la décolonisation (Fernando Coronil) et les migrations (Andrew Smith), le féminisme (Deepika Bahri), enfin les rapports à la « globalisation » (Timothy Brenanan), au post-structuralisme (Simon Gigandi), à la temporalité (Keya Ganguly), au « subalternisme » (Priamvada Gopal). Apparemment borgésien mais en réalité clairement raisonné, cet inventaire a pour intérêt principal de mettre l’accent sur les conditions sociologiques et idéologiques qui ont informé et encadré ces savoirs universitaires aussi bien qu’artistiques depuis les années 1970.
Notes
1 New York, Vintage Books, 1978.
2 London-New York, Routledge, 1989.
3 Bill Ashcroft, Gareth Griffiths & Helen Tiffin, eds, The Empire Writes Back : Theory and Practice in Postcolonial Literatures, New York, Routledge, 1989.
4 Ranajit Guha & Gayatri Chakravorty Spivak, eds, Selected Subaltern Studies, New York, Oxford University Press, 1988.
5 L’ouvrage de Neil Lazarus a été publié en français sous le titre, Penser le postcolonial : une introduction critique, Paris, Amsterdam, 2006.

Class struggle under ‘Empire’: in defence of Marx and Engels

While no one can predict with certainty how the recent conflict between India and Pakistan will be resolved, the tensions there reveal what many who came of political age in the post Second World War détente had thought unlikely—the real possibility of nuclear war, with all its horrors. The fact is that since the end of the Cold War the world we live in is more unstable and prone to war than it has been since the onset of the 20th century. This was true long before the events of 11 September 2001.

The wars in the Persian Gulf and the former Yugoslavia foreshadowed this grim reality. Since then this tendency has gained more momentum. The 1 June 2002 speech of President George Bush at West Point in which he revived the policy of ‘pre-emptive strikes’ for Washington may have qualitatively added to that instability. For the potential victims of imperial aggressiveness, the increasingly urgent question is whether there exists an alternative to this scenario.

This is the context in which I’d like to interrogate and offer what I intend to be a friendly critique of Michael Hardt and Antonio Negri’s much heralded Empire. I should first acknowledge the positive side of the volume—the reason for a ‘friendly’ critique. Throughout the book the authors are optimistic about the ability of what they call the ‘multitude’ to resist. In the milieu in which they largely operate—progressive intellectuals—such optimism is welcome. For too long has this social layer wallowed in pessimism about the ability of the oppressed to take their destinies into their own hands. The multitude has been seen mainly as capitalism’s victims. When such intellectuals did recognise ‘agency’ in the ‘subalterns’, they did so, as Hardt and Negri correctly criticise, by glorifying ‘everyday resistance’ or the ‘localisation of struggles’ as almost an end in itself. The most glaring characteristic of today’s producers—their global interconnectedness—was all but ignored in quest of some mythical primordiality of the local.1 As today’s reality makes increasingly clear, the oppressed will either rise or fall together.

What in my opinion is most problematic about the book is related to its claim that post-industrial capitalism and the ‘new economy’ have rendered the traditional notion of class struggle obsolete. This new reality, in addition, has also supposedly rendered obsolete the forms of resistance that characterised the earlier stage of capitalism, especially those associated with Marx’s project, and requires new forms and methods. The basic argument here is that Hardt and Negri have an uninformed view of that project, and have failed to advance a more efficacious alternative. In today’s most dangerous world the need for an alternative to capitalism’s world disorder is indisputably a matter of life and death. If the answer Marx and Engels proposed is to be rejected, let it at least be done on an informed basis. The intent here is to present the real Marx and Engels. Contrary to what Hardt and Negri contend, I argue for the continuing relevancy of their project in the age of ‘postmodernity’.
Beyond Marx and Engels?

The central claim of Hardt and Negri is that a new world order has emerged, which they call ‘Empire’, that is unlike any earlier forms of imperial rule. It is deterritorialised, without location but everywhere. Empire, as was true with earlier forms of ruling class dominance, is fundamentally a response to the democratic yearnings of the oppressed, the ‘multitude’. Unlike its predecessors Empire is truly global without any spaces ‘outside’ its domain. Much of Hardt and Negri’s tome is a description and explanation of the genealogy of Empire. They see their project as standing on the shoulders not only of Marx and Engels but Lenin as well. Most importantly, they agree with Marx’s long term forecast about the fate of the world’s producers. The invasion of the capitalist mode of production into every nook and cranny of the world means that ‘all forms of labour tend to proletarianised. In each society and across the entire world the proletariat is the ever more general figure of social labour’.2 But on this point they begin to part company with Marx and Engels, with the claim that the ‘hegemonic position of the industrial working class’ has now ‘disappeared’. Later in their exposition it becomes clearer what informs this claim. There has been, according to them, a dramatic shift in contemporary capitalism away from the production of material goods to that of services, especially information and communications. In this ‘new economy’, ‘private property…becomes increasingly nonsensical’, and it is more difficult if not impossible to calculate the amount of socially necessary labour that goes into production. In modern capitalism, based primarily on industrial production, such a determination was possible, and thus the reason for the hegemony of industrial workers. In postmodern capitalism or Empire, on the other hand, private ownership of the means of production and the labour theory of value that Marx perfected are no longer applicable.3

The scenario that Hardt and Negri posit, and the reasons for it, have major implications for their understanding of the class struggle today. If the industrial proletariat had once been the revolutionary ‘multitude’ of modern capitalism, today it is another kind of proletariat that no longer has a base in industrial production. It is a multitude that is more unrooted and more amorphous than the former. It knows, as Marx and Engels foresaw in The Communist Manifesto, no national boundaries. These characteristics, according to Hardt and Negri, are exactly what give power to today’s multitude. The changed nature and context of the proletariat today explains, therefore, why what they understand to be the methods of organising that Marx, Engels and Lenin advocated are no longer applicable.

One of the more interesting aspects to their analysis is the attention given to US political history—not unrelated to the centrality of its ruling elite in the ontology of Empire. Hardt and Negri insist, though, that the latter cannot be reduced to the former. Empire has its roots in both the working class and countercultural movements of the 1960s and 1970s, which they argue were much more powerful in the US than elsewhere. Washington, therefore, was forced to react sooner than its imperial rivals in constructing a new form of dominance that foreshadowed Empire. As part of this argument, Hardt and Negri make the unorthodox claim that the working class movement in the US is stronger than its counterparts in other advanced capitalist countries because of its low levels of organisation in unions and lack of its own political party. These two deficits allowed the power of the rank and file to flower in a way that didn’t occur on the other side of the Atlantic. Though never mentioned, Hardt and Negri no doubt have in mind the failure of the French working class to join effectively with the student movement in 1968 to overthrow not just the de Gaulle government but capital itself. The dead weight of the Stalinist and social democratic parties not only there but elsewhere tied the hands of the working class—the problem, in their view, of working class organisation.

The other interesting reference to US working class politics is their proposal that proletarian resistance to Empire should look to the Industrial Workers of the World (IWW) for inspiration and as a model. What made them effective, according to Hardt and Negri, was that they didn’t establish ‘fixed and stable structures of rule’. The combination of a lack of a ‘centre’, ‘organisational mobility’, and ‘ethnic-linguistic hybridity’—that is, a willingness to organise all workers regardless of race and ethnicity—should be emulated by today’s multitude.

Given their overall analysis, it’s not surprising that at the end of their tome, when they address ‘what is to be done’, Hardt and Negri have little to offer in the way of anticipating what the struggles of the multitude will look like, or concrete suggestions about how to advance that agenda. About all they can say is that they are ‘still awaiting…the construction, or rather the insurgence, of a powerful organisation… We do not have any models to offer for this event. Only the multitude through its practical experimentation will offer the models and determine when and how the possible becomes real.’ Yet they advise individuals to look to the IWW ‘militant’ as a model, and not ‘the sad, ascetic agent of the Third International’, nor anyone ‘who acts on the basis of duty and discipline, who pretends his or her actions are deduced from an ideal plan’. Though they can’t be more concrete, Hardt and Negri are optimistic that ‘postmodernity’ will bring forth a new kind of militant, a ‘communist militant’.4

At this point I want to begin interrogating and criticising Hardt and Negri at a more general level without going into much detail. In the next section I will put forward the perspective of Marx and Engels as an alternative and in the process take up more specific criticisms.

Early in their book, Hardt and Negri state that the ‘Marx-Engels manifesto traces a linear and necessary causality’, whereas in their manifesto there isn’t ‘any determinism’. Theirs is ‘rather a radical counterpower, ontologically grounded not on any vide pour le futur but on the actual activity of the multitude, its creation, production and power—a materialist teleology’.5 The age-old determinist charge is thus the basis for their justification for going beyond Marx and Engels. Though old, the allegation still lacks merit, and can be easily rebutted on the basis of very accessible facts about Marx and Engels. If their method was so deterministic, how does one explain why they spent most of their political lives trying to shape the revolutionary process? Unless one is willing to argue that they operated on two separate and distinct planes of reality and therefore failed to see the apparent contradiction, then this charge falls flat. There is no evidence that they saw their politics and day to day activism as separate from their theoretical perspectives. I realise of course that it is exactly because their activism is largely ignored—what the next section hopes to rectify—that the charge persists. And herein lies the problem with Hardt and Negri’s reading of Marx and Engels, as is true with so many others who make this false charge—either a lack of knowledge or a desire not to know their politics. I’m convinced in their case that it’s the former reason.

Hardt and Negri say their method is based ‘on the actual activity of the multitude’. The same can be said of that of Marx and Engels. But for the latter that was only the beginning of wisdom. They sought to try to understand the determinants of that ‘activity’ in order to anticipate the future of the ‘multitude’ as well as know its past—the alleged ‘determinism’ of their method. Whereas I argue Hardt and Negri tend to operate at the level of appearances, while Marx and Engels seek out essences. It is their discomfort with such an approach that explains in large part Hardt and Negri’s decision to dismiss the law of value and the related labour theory of value of Marx, or to deny their relevance in ‘postmodernity’. This in turn explains why they have so little to say about the long term worldwide capitalist crisis of the mid-1970s. It wasn’t, contrary to what they argue, just the defeat in Vietnam and the social movements of the 1960s and 1970s that explain US capital’s need to restructure. First and foremost it was the long term crisis and the profit crunch that came with it that were decisive. To acknowledge as they do that the crisis was one of overproduction is fine and well. But without the law of value and the labour theory of value capitalist crises cannot be explained. It would appear from a reading of Hardt and Negri that such crises are a thing of the past, or that the law of value is irrelevant in explaining future downturns. If so, they need to make a real case to be convincing, since this is too important an issue. They are right to see the need for a political explanation for long term changes in capitalism. It’s just that what they supply is inadequate. For Marx and Engels long term crises were crucial in explaining the ‘actual activity of the multitude’, and this is why they spent so much of their time trying to make sense of them.

The law of value, I would argue, was reaffirmed with the recent crash of the Nasdaq, the market that specialises in the trade of stocks in the information-communications industry. Contrary, again, to what Hardt and Negri contend, the ‘new economy’, or what I call the Anna Kournikova economy, is subject to the same law of value as the ‘old economy’, and its day of reckoning finally arrived. Although the market value of the tennis star, who has seldom if ever won a major tournament, can continue to rise, capital, which once found the ‘new economy’ also as attractive, eventually demanded a victory on the court of return on investments—just what the ‘new economy’ couldn’t supply. Capital can indeed operate in the postmodern world of ‘virtual’ profits for a while—at the level of appearances—but the law of value exists just to bring social production back to the material prerequisites of society. The unforgiving logic of the ‘old economy of bricks and mortar’—that is, the production of material goods, has asserted itself once again. It may indeed be difficult to measure socially necessary labour in a service-informational economy—again, the level of appearances—but it doesn’t mean that such a determination has ceased to be necessary. The history of the capitalist mode of production—and market economies in general—teaches that in the long run prices tend to reflect value or the amount of socially necessary labour in the production of goods and services. To argue otherwise, Hardt and Negri would, again, have to make a more compelling case.

They make another claim which I will only treat briefly, because it flies even more in the face of reality. To say that in today’s world ‘private property is increasingly nonsensical’ is itself without sense. Even in the world of the ‘new economy’, try telling that to the owners of the record companies who successfully put Napster out of business and are threatening its future wannabes with similar suits. More than three decades ago the Marxist economist Ernest Mandel correctly predicted the trajectory of the communications industry—its transformation from a public to a private good.6 Yes, the imposition of rules of private property over services, information, and communications may be harder to accomplish as current debates around piracy demonstrate (the level of appearances), but as with the law of value that doesn’t mean it is less important. In the larger world of Empire, also try telling landlords who carry out violence against activists in the landless movement in Brazil or in struggles elsewhere for land or a place to live that private property is ‘nonsensical’. Hardt and Negri’s facile dismissal of private property reflects another fundamental problem with their analysis. It is true that in a world where social production is the norm at the global level, private ownership of the means of production is ‘nonsensical’, in that it is incompatible with humanity’s ability to make rational decisions about such production. But at no time should partisans of the multitude confuse what should be with what is, nor conflate a historical tendency with current reality. To do so can be fatal, as history has unfortunately demonstrated all too often.

What is, again, admirable about Hardt and Negri is their optimism about the ability of the oppressed to resist. But their approach implicitly assumes that this can proceed inevitably toward success. Even more problematic, it assumes that resistance translates automatically into the construction of an alternative project. Their thesis of the ‘accumulation of struggles’—that as a result of multiple sites of struggle the multitude is able to advance its collective interests—assumes that consciousness about this process is not needed. The multitude, hence, can do its thing without organisation, leadership or discipline. But history has shown repeatedly that revolutionary mobilisation is a process, and a very uneven one at that. Not everyone and every social layer radicalises at the same rate. Some forces go into motion sooner than others. The task becomes, then, how to give direction to this unevenness in order to concentrate its strength. Also, the multitude radicalises usually around immediate issues. The challenge for any social movement is to connect specific struggles with one another, to generalise beyond their own situation, to understand the less visible structural issues at stake, and to forge an alternative project. This is exactly what Marx and Engels, as I hope to show in the next section, addressed in order for the revolutionary party, the communist core, to be prepared to provide leadership when the proverbial shit hits the fan. Hardt and Negri correctly recognise the problem about the lack of communication between struggles—the need, in other words, to make the connections—but fail to offer a solution. If anything, they seem to applaud this by making virtue out of necessity—again, the problem of operating at the level of appearances.

To claim, for example, that US workers are stronger than their counterparts in other advanced capitalist countries because they have lower rates of unionisation and lack a labour party, that is, their own political party—is absurd. To do so is to ignore such realities as longer working weeks (including the common phenomenon of working ‘off the clock’ á la Wal-Mart), higher accident rates, less holiday time, and less social wages such as unemployment and health benefits for the US working class as a whole. This is an odd oversight for an analysis that is supposedly sensitive to what it calls ‘biopolitical power’. The indisputable fact is that US capital has been more successful than its cohorts elsewhere in the world in squeezing more sweat and blood—surplus value—out of its working class. Hardt and Negri’s argument, therefore, that the unstructured, unorganised and novel character of the social movements of the 1960s—that is, the counterculture—was a boon to the working class is misleading. Their related claim that the success of the movement required capital to shift from a regime of discipline to one of control is also untenable. What exactly is the death penalty if not a regime of discipline of the working class? That the US ruling class was able to revive the use of this class weapon in 1976 speaks volumes about the limitations of the 1960s social movements.

There should be no illusions about the politics and organising of the 1960s and 1970s, especially the counterculture. It was a radicalisation in the context of affluence that occurred before the onset of the long term economic crisis of the mid-1970s. And it involved a mode of functioning that may have been appropriate to that era but is not the case today. One of the obligations for anyone from those years who does political work with radicalising youth today is to disabuse them of any glorification of that era’s modus operandi. Such methods and styles were in many ways a reaction to the bureaucratic non-democratic practices of Stalinism (more about this shortly), and to edify them in any way, as Hardt and Negri tend to do, is a serious political error. All of us who came into politics in that period should be honest and say that we did the best we could under the circumstances, but we make no virtue out of necessity. Today’s political reality, in the context of the long term downturn that continues unabated since the mid-1970s, requires just the kind of organisational consciousness and discipline that workers had to muster in previous capitalist crises—wholly contrary, in other words, to what Hardt and Negri contend.

Toward the end of their manifesto Hardt and Negri declare, ‘We are not anarchists but communists who have seen how much repression and destruction of humanity have been wrought by liberal and social big governments.’ Their protests notwithstanding, it is however the politics of anarchism that inform their project. Their praise of the counterculture movements of the 1960s and 1970s, a multitude that acts without programme, lacks an organisational centre and a disciplined vanguard—in other words, a leadership—and their proffering of the individual militant of the IWW, an anarcho-syndicalist organisation, as a model leave little doubt about their political proclivities. Most importantly, this explains their fundamental disagreement with the kind of theoretical orientation of Marx and Engels, which they describe as determinist—the same complaint lodged by the latter’s erstwhile anarchist arch-enemy Mikhail Bakunin more than a century ago.

Hardt and Negri have every right of course to be anarchists. They can be faulted, however, for not owning up to their true political identity. Under the cover of communist identity they can therefore absolve themselves from having to draw a historical balance sheet on the anarchist alternative. This is apparently why they feel no need, for example, to explain why the IWW went out of political business 80 years ago, but yet can express rightful indignation—which borders on self righteousness—about ‘socialist big governments’.

As ‘communist militants’ they are certainly obliged to criticise what was done in the name of Marx and Engels, including both the practice of social democracy and the outcome in the Soviet Union. But again, what they supply is far from adequate. To suggest as they do that Lenin’s ‘Taylorism’ planted the seeds of the counter-revolution that unfolded in the Soviet Union is misplaced. It’s still the case that the best explanation, and one that’s also grounded in Marx’s method, is Trotsky’s thesis on Stalinism. Though they appear to cite it approvingly—but only in passing—it’s clear that either they don’t understand it or that they disagree with it. Not only does Trotsky make a convincing case for explaining what he calls the ‘betrayal’ of the Russian Revolution, but also why working class movements under Stalinist tutelage in other settings—both the so called Third World and advanced capitalist formations like France in 1968—failed either to take power or made, if they did so, a mockery of communist revolutions. Had Hardt and Negri really grasped Trotsky’s argument they would also know why what once had been a real instrument for making connections between various struggles—the Communist International—ceased by about 1928 to play such a role. The Stalinisation of the international communist movement, which helped to breed the ‘sad, ascetic agent of the Third International’, goes far in explaining what they call the ‘paradox of incommunicability’ between social struggles in diverse settings. Most importantly, they would know why the demise of Stalinist hegemony on a global basis, in and around 1989, has been the most propitious development for advancing the interests of the multitude than perhaps any event since the Bolshevik triumph in 1917—the real basis for revolutionary optimism today.

Like Marx and Engels, Hardt and Negri begin with the world as their unit of analysis. They are right to criticise the fetishism of the ‘localisation of struggles’, but in so doing they commit the opposite fallacy. For them it tends to be all global or nothing and, therefore, they miss or fail to see the link between the local and global. All struggles begin locally. The task of communists is to get local participants to understand how their struggles are part and parcel of something global, how to link up with struggles elsewhere—how to help the oppressed to generalise. Marx and Engels understood this well, as will be seen later. It may indeed be Hardt and Negri’s anti-determinist stance that explains why they have little or nothing to say about how to make such links. To be prepared to convince activists in local struggles how what they do connects to larger structural issues is no doubt what they find objectionable in Marx and Engels’s methodology. For Marx and Engels, again, the ‘activity of the multitude’, while crucial, is only the beginning of wisdom, whereas for Hardt and Negri it is both beginning and end.

Nevertheless, Hardt and Negri bring their own preconceptions to the table. Their claim that all local struggles are global allows them to impute to national liberation struggles a teleology that is often absent in the self understandings of their participants. To claim, for example, that ‘proletarian internationalism was anti-nationalist’ is not exactly, as will be seen later, what Marx and Engels thought—Lenin as well.7 All three defended in the name of ‘proletarian internationalism’ the nationalism of the oppressed, as in the case of the Irish and Polish struggles. To further argue that there are no longer any weak links in the chain of imperialism, since in the age of Empire all is equally global, also ignores reality. Can it really be denied at this moment that Venezuela and Argentina, for example, are more unstable and vulnerable to collapse than Washington’s other hemispheric allies? There is indeed at the global level a growing convergence of local struggles, but this should not be confused with a completed process as Hardt and Negri do—another example of their wont for conflating tendencies with reality which, again, can be fatal in politics.

The world in which we live is increasingly fraught with danger for its producers and demands more than what Hardt and Negri have put forward as a manifesto for the multitude. Given what they pretend to be, ‘communist militants’, and, again, given current reality, they have an elementary revolutionary duty to offer more than just a hope. If it’s true, as they claim, that Marx and Engels’s programme is outdated, then they must provide something that is qualitatively superior to what the two both proposed and acted on. To end as they do—’We are still awaiting…the construction, or rather the insurgence, of a powerful organisation’—is politically irresponsible. In the absence of a credible alternative, I want to argue that there is still not only more but much more to be learned from Marx and Engels, in spite of their not having lived long enough to witness Hardt and Negri’s ‘postmodernity’.
Real communist politics: Marx and Engels in action

What follows here pretends in no way to be even an overview of Marx and Engels’s politics. The five decades, from 1846 to 1895, that they spent organising politically together is far too complex to lend itself to such a treatment in the confines of this article.8 Neither is there space here to draw a balance sheet on the political activities of those who continued their work, such as Lenin and Trotsky. I will focus on a few key moments in their political careers that address some of the claims in Hardt and Negri about the supposed shortcomings and irrelevancy of their project for the world of Empire.
‘What is to be done?’

The alleged determinism of Marx and Engels’s method is what they themselves called their ‘scientific communism’, or their ‘materialist conception of history’. But even before its formulation they had concluded that the study of the multitude’s age-old democratic quest, ‘the real movement of history’, pointed the way forward to ‘human emancipation’. That history, especially that of the French Revolution, revealed that ‘ideas cannot carry out anything at all. In order to carry out ideas men are needed who can exert practical force.’ As immortalised in Marx’s Theses on Feuerbach (1845), revolutionary practice was the means by which not only the oppressed were educated but also by which the ‘educator…must be educated’. The ‘educator’, in other words, had to engage in the same revolutionary activities as the proletariat and other oppressed layers and for the same reasons. To not do so would mean to ‘divide society into two parts, one of which is superior to society’—Marx’s answer, then, to the oft-made charge that their politics inherently assume an enlightened elite vis-à-vis ‘dumb masses’. Hal Draper writes, ‘The third thesis is the philosophic formulation by Marx of the basis of the principle of self emancipation [of the proletariat]. It represents perhaps the first time in socialist thought that theory turns around to take a hard look at the theoretician’.9 Marx and Engels’s lifelong tendency to prioritise political over what they called ‘scientific work’, whenever there was real motion, was the realisation of the thesis for themselves. The third thesis, along with the more famous eleventh—’The philosophers have only interpreted the world in various ways; the point is to change it’—would forever inform their politics. But for revolutionary practice to be efficacious, revolutionary theory was required.

They recognised quite early that if they were to have an impact on the proletariat—the class they determined to have both the interest and capacity in leading the fight for ‘human emancipation’—Marx would have to, as Engels kept urging, produce a ‘fat book’. As Marx began that task, Engels took up public speaking in order to ‘exert influence’ on the proletariat: ‘Standing up in front of real, live people and holding forth to them directly and straightforwardly, so that they see and hear you, is something quite different from engaging in this devilishly abstract quill-pushing with an abstract audience in one’s “mind’s eye”.’10 Hence, while publications were crucial, they were not sufficient. Directly engaging workers in discussions and participating in public debates were also necessary.

Their first ‘fat book’, The German Ideology (1846), laid out their ‘materialist conception of history’, the theory needed to inform their practice. Though never published in their lifetime, its ideas immediately informed their subsequent writings. Armed with their new perspective, Marx and Engels sought immediately to link up with Europe’s proletariat. Owing to the strengths of their arguments and active efforts to make their case, they were eventually successful. This meant having to best in debates other socialist or communist currents also seeking the ear of the proletariat. Forty years later Engels explained how this was done: ‘We influenced the theoretical views of the most important leaders…by word of mouth, by letter and through the press. For this purpose we also made use of various lithographed circulars, which we dispatched to our friends and correspondents throughout the world’.11 Impressed with their ‘scientific communism’, the most politically advanced of these workers invited them in 1847 to lead their organisation—renamed at their urging the League of Communists—and to write a programme for it, The Communist Manifesto. Published on the eve of the 1848 revolutions, it sought to persuade communists who had generally functioned in a conspiratorial fashion to end their sectarian stance toward the working class and to see themselves as the most conscious layer of the proletariat.

It can’t be stressed enough that the original connection between Marxists—the ‘educators’—and workers came at the initiative of the latter, given the oft-made charge that the former seek to be a new elite to lord over the working class—an implicit criticism in Hardt and Negri. In 1847 Engels addressed the charge of an opponent (Karl Heinzen) that ‘communist writers are only using the communist workers… [They act as] prophets, priests or teachers who possess a secret wisdom of their own but deny it to the uneducated in order to keep them on leading strings’.12 Precisely because of the way in which the Marx-Engels team came to be part of the workers’ movement earlier that year, Engels could confidently dismiss the charge. Regarding such ‘insinuations, we do not take issue with them. We leave it to the communist workers to pass judgement on them themselves.’ That is, only the working class had the right to decide if it was being duped by the Marxists. This was good advice not only in 1847 but ever since whenever this charge has been raised.

Two decades later at a congress of the International Working Men’s Association (more about this later) Marx was defended by leaders of the English trade union movement, testimony to the esteem in which he was held by the workers’ movement and the prescience of his earlier work. The specific issue was whether or not ‘mental workers’, ie intellectuals, should be permitted to attend the congresses. In successfully opposing the view that they should not, one of the English delegates replied that men like Marx—he was absent—’who devote themselves to the cause of the proletaires are too rare to make it expedient that they should be “snubbed”. The middle class only triumphed when it allied itself with men of science and it is the pretended science of middle class political economy which gives it prestige and, through that prestige, ministers to its power. Let those who have studied political economy from a working class standpoint come, by all means, to our congresses, there to shiver the fallacies of middle class political economy’.13 As far as the leaders of what was then the most advanced working class were concerned, there was indeed a clear distinction between ideas that accurately represented social reality—science—and those that didn’t (what Marx and Engels understood ideology to be), and they had no doubt that the programme of Marx belonged to the former.

Thus the assumption underlying Marx and Engels’s politics was that the successful struggle of the multitude depended on a programme that accurately represented social reality—ie constituted, as they understood it, a science. Such a perspective no doubt smacks of determinism for Hardt and Negri. Learning from and participating in the ‘real movement of history’ was the means for constructing a science of society. This is the point that Engels was getting at in a polemic, written about the same time, about the communist project: ‘Communism is not a doctrine but a movement. It proceeds not from principles but from facts… In so far as it is a theory, [it] is the theoretical expression of the proletariat in this struggle and the theoretical summation of the conditions for the liberation of the proletariat’.14 Or, as it was stated in the Manifesto, ‘The theoretical conclusions of the communists are in no way based on ideas or principles that have been invented or discovered by this or that would-be universal reformer. They merely express, in general terms, actual relations springing from an existing class struggle, from a historical movement going on under our very eyes’.15

And from Poverty of Philosophy, also written in the same period:

But in the measure that history moves forward, and with it the struggle of the proletariat assumes clearer outlines, they no longer need to seek science in their minds. They have only to take note of what is happening before their eyes and to become its mouthpiece. So long as they look for science and merely make systems, so long as they are at the beginning of the struggle, they see in poverty nothing but poverty, without seeing in it the revolutionary subversive side, which will overthrow the old society. From the moment they see this side, science, which is produced by the historical movement and associating itself consciously with it, has ceased to be doctrinaire and has become revolutionary.16

Clearly for Marx and Engels the efficacious struggle of the multitude depended on the production of scientific ideas, namely propositions based on the real movement—the distillation of the lessons of the class struggle.

Their orientation was the basis for Marx and Engels’s famous polemic in 1847 against the aforementioned opponent and newly converted republican, Karl Heinzen, who epitomised all that was wrong with revolutionaries who operated without a scientific programme. On the heels of his overnight conversion to the democratic cause Heinzen, like many an ultra-left who would follow in his stead, issued a call for ‘immediate insurrection’. They wrote:

He has leaflets printed to this effect and attempts to distribute them in Germany. We would ask whether blindly lashing out with such senseless propaganda is not injurious in the highest degree to the interests of German democracy. We would ask whether experience has not proved how useless it is… We would ask whether any person who is in his right mind at all can imagine that the people will pay any attention whatever to political sermonising and exhortations of this kind… We would ask whether it is not positively ridiculous to trumpet calls for revolution out into the world this way, without sense or understanding, without knowledge or consideration of circumstances.17

Their ‘materialist conception of history’, they argued, would assist in ‘understanding [the] circumstances’ under which revolutionary propaganda would get a serious hearing from the oppressed—in understanding the determinants of what Hardt and Negri claim to base their practice, ‘the actual activity of the multitude’.

If Heinzen’s tactics were disastrous, then, Engels asked, ‘What is the task of a party press? To debate, first and foremost, to explain, to expound, to defend the party’s demands, to rebut and refute the claims and assertions of the opposing party.’ The specific tasks of the press of the ‘democratic party’ in Germany, of which the communists, as Marx and Engels frequently pointed out, were simply the most extreme wing, was to ‘demonstrate the necessity for democracy by the worthlessness of the present government’.

Engels went on to describe another task which was crucial to their strategy, and which is virtually ignored or denied by friend and foe alike:

Its task is to reveal the oppression of the proletarians, small peasants and urban petty bourgeoisie, for in Germany these constitute the ‘people’, by the bureaucracy, the nobility and the bourgeoisie, how not only political but above all social oppression has come about, and by what means it can be eliminated. Its task is to show that the conquest of political power by the proletarians, small peasants and urban petty bourgeoisie is the first condition for the application of these means. Its task is to further to examine the extent to which a rapid realisation of democracy may be expected…and what other parties it must ally itself with as long as it is too weak to act alone.18

Engels’s advice anticipated by more than half a century Lenin’s call in What Is To Be Done? for ‘social democracy’ and its press to become the ‘tribune of the people’—the multitude. The importance of this alliance of the ‘people’ for Marx and Engels’s strategy cannot be overstated. Until the very end they defended the ‘people’s alliance’, especially in countries such as Germany where the proletariat was still in formation.

On the eve of the 1848 revolutions Marx and Engels expanded the concept of the people’s alliance to include other allies of the proletariat, specifically the nationally oppressed. The Irish and Polish struggles for national self determination, in particular, were seen as necessary steps in the liberation of the proletariat in England and Germany respectively. As Engels explained at a banquet in 1847 in solidarity with the Polish struggle, ‘We German democrats have a special interest in the liberation of Poland… A nation cannot become free and at the same time continue to oppress other nations’.19 Such advice was also meant for democrats of other oppressor nations. On no issue were they clearer about this than the Irish case. Thus they applauded and reported to democrats in other countries whenever the Chartists opposed British rule in Ireland and reached out to Irish workers. Engels asked the readers of the French republican daily La Réforme to consider the significance of an ‘alliance between the peoples of the two islands. British democracy will advance much more quickly when its ranks are swelled by 2 million brave and ardent Irish, and poverty-stricken Ireland will at last have taken an important step towards her liberation’.20 Whereas Hardt and Negri tend to counterpose the proletarian struggle to the national liberation struggle, for Marx and Engels they were intertwined or, as Marx stated at the same banquet, ‘the victory of the proletariat over the bourgeoisie is at the same time the signal of liberation for all oppressed nations’.21

One of the things that clearly distinguished them from other self styled socialists and communists within the workers’ movement was their view that the fight for communism was intimately linked with the fight for political democracy. Responding in 1892 to the charge—one that still continues until today—that he and Marx ignored democratic forms of governance, Engels countered, ‘Marx and I, for 40 years, repeated ad nauseam that for us the democratic republic is the only political form in which the struggle between the working class and the capitalist class can first be universalised and then culminate in the decisive victory of the proletariat’.22 For many a 20th century would-be Marxist this advice was either unavailable or ignored, with all the tragic consequences.

Contrary to the usual portraits of them as just theorists, Marx and Engels were active organisers—consistent with Marx’s Theses. While workers were the revolutionary class they had to be won to a communist programme which required conscious and active leadership. On the basis of the experience of the League of Communists, earlier organising efforts, and their baptism of fire in the revolutions of 1848-1849, they formulated organisational views that remained with them to the end, many of which became part of Lenin’s arsenal.

Towards the end of the summer of 1850 Marx and Engels concluded, based on Marx’s research on developments in the world capitalist economy, that the revolutionary wave that began in 1848 had come to an end, and that the socialist revolution was not on the immediate agenda anywhere in Europe. A major upturn in Western European economies was under way, which meant that the grievances of Europe’s working masses which fed the 1848 upsurge were likely to diminish. Such a conclusion required organisational as well as political adjustments. Thus, beginning in the autumn of the same year, they began to reorient their party activities to this new reality.

What the league confronted is perhaps the most difficult challenge for a revolutionary organisation—knowing when a revolutionary moment has opened and when it has closed, ‘What is to be done?’ If such moments were determinate, as Marx and Engels held, then it was possible and necessary to make adjustments in the political work. A significant minority of the league disagreed that the era had come to an end, and even questioned whether it was possible to make such a determination. They argued that, regardless of what Marx and Engels’s research showed, revolution was still on the agenda in Germany and they would act accordingly-continuing to issue, therefore, calls for revolution. In the debate Marx sharply criticised this view: ‘A German national standpoint was substituted for the universal outlook of the Manifesto, and the national feelings of the German artisans were pandered to. The materialist standpoint of the Manifesto has given away to idealism. The revolution is not seen as the product of realities of the situation but as the result of an effort of will… The actual revolutionary process would have to be replaced by revolutionary catchwords’.23 Reminiscent of their critique of Heinzen three years earlier, Marx and Engels concluded that such a line would not get a hearing among Germany’s producers. Events soon proved them to have been correct.

In addition to the German emigres, petty bourgeois democrats from Europe’s failed revolutions also gathered in London. There they formed in June 1850 the Central Committee for European Democracy, which eventually attracted the minority wing of the League of Communists, to direct an expected new revolutionary upsurge. On the basis of their new findings, Marx and Engels criticised their July ‘Manifesto’ as an ‘appeal to mindlessness’, because it denied the class struggle, discounted revolutionary theory and sought to reduce the revolutionary process to simply an organisational problem. Within two years the body folded, as they had predicted. It would be more than a decade before Europe would experience another revolutionary moment.

If it is difficult to determine when a revolutionary era has ended, it is no less easy to determine when one has begun. For at least a decade Marx and Engels had to grapple with this problem. The lull in the class struggle offered their tendency the opportunity to carry out the requisite research—what they called ‘swotting’ (from the verb ‘to sweat’)—in order to make such a determination. One of the newer recruits to the party in the early 1850s in London, Wilhelm Liebknecht, was impressed by the seriousness with which Marx took research not only for himself but for other members. As he recalled many years later:

Marx went [to the British Museum] daily and urged us to go too. Study! Study! That was the categoric injunction that we heard often enough from him and that he gave us by his example and the continual work of his mighty brain.
While the other emigrants were daily planning a world revolution and day after day, night after night intoxicating themselves with the opium-like motto: ‘Tomorrow it will begin!’, we the ‘brimstone band’, the ‘bandits’, the ‘dregs of mankind’ [some of the epithets hurled at the Marx party by opponents] spent our time in the British Museum and tried to educate ourselves and prepare arms and ammunition for the future fight…
Marx was a stern teacher—he not only urged us to study, he made sure that we did so.24

Swotting, in fact, distinguished the Marx party from other revolutionary currents—as Engels explained in his review in 1859 of Marx’s A Contribution to the Critique of Political Economy, the first instalment of the long-awaited political economy project:

Our party was propelled onto the political stage by the February Revolution [Paris, 1848] and was thus prevented from pursuing purely scientific aims. The basic [‘materialist’] outlook, nevertheless, runs like an unbroken thread through all literary productions of the party…
After the defeat of the revolution of 1848-1849, at a time when it became increasingly impossible to exert any influence on Germany from abroad, our party relinquished the field of emigrant squabble…to the vulgar democrats… [Meanwhile] our party was glad to have peace once more for study. It had the great advantage that its theoretical foundation was a new scientific outlook the elaboration of which kept it busy enough. For this reason alone it could never become so demoralised as the ‘great men’ of the exile.
The book under consideration is the first result of these studies.25

A few months before the book’s publication, Marx left no doubt, as he explained to another comrade, as to its purpose: ‘I hope to win a scientific victory for our party’.26 In a comment to another party member about the next book in the project—which eventually would be Capital—Marx said that it would ‘take a somewhat different form, more popular to some degree…because [it] has an expressly revolutionary function’.27 Marx and Engels’s greatest fear during this period was that they would not have the scientific ‘ammunition’ in place ‘for the future fight’—again, the importance of the scientific work for the political struggle.

While convinced that the ups and downs of capitalist business cycles were crucial, especially when the downs were unusually deep, they learned that no political repercussions necessarily flowed from such crises, such as the one in 1857—at least not immediately. In England, where Marx and Engels had pinned their hopes on a modern industrial proletarian movement, the situation appeared no brighter—especially as it became clear by the end of 1858 that the economic crisis had ebbed. Yet Marx was convinced by then that a new revolutionary wave was in the making.

In this context Marx raised, in a comment to Engels, a most intriguing question that has been ignored since by friend and foe alike. Although they were convinced that the capitalist mode of production had outworn its welcome, was it really in 1858 fated for extinction given that it had certainly by now created a ‘world market, at least in outline, and production…based on that market’?

For us the difficult question is this: on the continent, revolution is imminent and will, moreover, instantly assume a socialist character. Will it not necessarily be crushed in this little corner of the earth, since the movement of bourgeois society is still in the ascendant over a far greater area?28

It would only be in hindsight, four decades later, that Engels would be able to provide the answer to this question. The problem, of course, as he later wrote, was that the premise was faulty—capitalism had not expended its potential by any means in 1858, and neither was socialist revolution anywhere on the agenda, as they had concluded in the balance sheets they drew on the 1848 events: ‘History had proved us, and all who thought like us wrong. It has made clear that the state of economic development on the continent at that time was not, by a long way, ripe for the elimination of capitalist production’.29 That the era of socialist revolution had opened with the defeat of the 1848 revolutions did not in the least imply that such revolutions were imminent. This is the importance of not doing what Hardt and Negri tend to—conflating historical tendencies with current reality.

When, as Marx and Engels correctly anticipated, a new revolutionary era opened in the early 1860s Marx saw this as the opportunity to implement the lessons of 1848. Under his leadership, the International Working Men’s Association (IWMA), founded in 1864—organisationally very different from the League of Communists—made independent working class political action a reality for the first time in European politics. Critical of trade unions for having ‘kept too much aloof from the general social and political movements’ (what Lenin would later call in his What Is To Be Done in 1902 the problem of ‘economism’) he led the fight, through the organisation, to convince unions to ‘learn to act deliberately as organising centres of the working class in the broad interests of its complete emancipation’—in other words, to think socially and act politically. Marx’s efforts, with Engels’s crucial assistance, and against the opposition of currents in the workers’ movement that dismissed political action like the anarchists, laid the basis for what would eventually be the mass workers’ parties of Europe—for example, the present-day Socialists and Social Democrats respectively in France and Germany.
Were Marx and Engels Eurocentrists?

The failure of the 1848 revolutions allowed Marx and Engels to give more detailed attention to developments beyond Europe. Three settings are instructive for purposes here—Algeria, India and Mexico. Regarding the first, a month before the Manifesto was published Engels applauded the French conquest of Algeria and defeat of the uprising led by the religious leader Abd-el Kader, saying that it was ‘an important and fortunate fact for the progress of civilisation’.30 Nine years later in 1857 he had completely reversed his stance, and now severely denounced French colonial rule and expressed sympathy for religious-led Arab resistance to the imperial power.31 Their historical materialist perspective explains Engels’s initial position. However, the real movement of history, especially the lessons of 1848, had taught that however progressive French imperialism may have been prior to then, it had outworn its usefulness—the opposition of the colonial subjects was now the movement to be supported. Shortly before his death in 1883 Marx visited Algeria in the hope that its climate would improve his health. A comment to his daughter Laura about the situation of the colonised reveals that his identification with them as fellow fighters had not waned: ‘They will go to rack and ruin without a revolutionary movement’.32

Marx’s first sustained writing on India strikes a similar tone to that sounded by Engels about Algeria in 1848. He described in 1853 Britain’s undermining of local industries and social structures as ‘causing a social revolution’, however ‘sickening…it must be to human feeling to witness’ the effects of such policies.33 But by the time of the Sepoy Mutiny against British rule in 1857-1859, Marx and Engels’s sympathy for the anti-colonial struggle was unquestionable. As Marx told his partner: ‘In view of the drain of men and bullion which she will cost the English, India is now our best ally’.34 For both of them, therefore, the uprisings in these countries were exactly what Marx had forecast at the end of 1848 about the global interdependency of the revolutionary movement. Later in 1871, the International Working Men’s Association, which Marx effectively headed, reported that a request had come to it from Calcutta to establish a branch of the body in the city. The secretary for the organisation’s executive committee in London, the General Council, ‘was instructed…to urge the necessity of enrolling natives in the association’, thus making clear that the new affiliate was not to be an exclusively expatriate branch.35

Finally, there is the case of Mexico. For Engels in 1849 the US conquest of northern Mexico was ‘waged wholly and solely in the interest of civilisation’, particularly because the ‘energetic Yankees’—unlike the ‘lazy Mexicans’—would bring about the ‘rapid exploitation of the California goldmines’, and hence for the ‘third time in history give world trade a new direction’.36 Subsequent history and research forced them to qualify this assessment. With the American Civil War looming, Marx wrote in 1861 that in ‘the foreign, as in domestic, policy of the United States, the interests of the slaveholders served as the guiding star’. The seizure of northern Mexico had in fact made it possible to ‘impose slavery and with it the rule of the slaveholders’ not only in Texas but later in what are now New Mexico and Arizona.37 The benefits that came with California were compromised by the ‘barbarity’ of slavery’s extension.

Hardt and Negri’s failure to acknowledge Marx’s embrace of the Sepoy mutineers allows them to point to his earlier position in 1853 on India as symptomatic of his ‘Eurocentrism’. According to them, ‘Marx can conceive of history outside of Europe only as moving strictly along the path already travelled by Europe itself’.38 If the suggestion is that Marx intended his description of the emergence of capitalism in Western Europe to be a model for elsewhere, they should know better. In his well known letter to Russian revolutionaries in 1877 Marx rejected just such a spin on his analysis made by a critic who ‘insists on transforming my historical sketch of the genesis of capitalism in Western Europe into an historico-philosophic theory of the general path of development prescribed by fate to all nations, whatever the historical circumstances in which they find themselves’. He then stressed the importance of treating social formations as concrete entities with ‘different historical surroundings’. The comparison of these formations can yield key insights but, as Marx warned, ‘one will never arrive there by using as one’s master key a general historico-philosophical theory, the supreme virtue of which consists in being supra-historical’.39 Marx’s point, therefore, constitutes another rejoinder to Hardt and Negri’s ‘deterministic’ Marx.

If implicit in their criticism is the frequently made charge that Marx and Engels prioritised developments in Europe over the rest of the world, then again they are wrong. Though Hegel’s philosophy of world history no doubt prepared Marx and Engels to think globally, it was when they became conscious communists and formed their revolutionary partnership in 1844 that they concretised their own position. In The German Ideology they argued that only with the ‘universal development of productive forces’ would it be possible for ‘a universal intercourse between men [to be] established…making each nation dependent on the revolution of others, and finally [putting] world-historical, empirically universal individuals in place of local ones’. Thus ‘communism…can only have a “world-historical” existence’.40 Shortly afterwards, this and other fundamental premises of their new perspective would find their way into the Manifesto. The draft from which Marx worked, Engels’s catechised Principles of Communism, was more explicit. To the question, ‘Will it be possible for this revolution to take place in one country alone?’ the reply is: ‘No… It is a worldwide revolution and will therefore be worldwide in scope’.41 Written on the eve of the 1848 revolutions, Marx and Engels clearly understood that only the ‘real movement’ could provide the actual answer to the question. Nevertheless, the global orientation with which they entered those upheavals served as their frame of reference in making political assessments along the way.

As early as the end of 1848 Marx and Engels concluded that the outcome of the German revolution was as inextricably linked to struggles ‘waged in Canada as in Italy, in East Indies as in Prussia, in Africa as on the Danube’. In the relative calm of London and the British Museum in 1849-1850 they undertook research that allowed them to strengthen this judgment. Their findings made clear that the world’s economic centre had by then shifted from Western Europe to the United States:

The most important thing to have occurred [in America], more important even than the February Revolution [France, 1848], is the discovery of the California goldmines… [As a result the] centre of gravity of world commerce…is now the southern half of the North American peninsula… The Pacific Ocean will have the same role as the Atlantic has now and the Mediterranean had in antiquity.42

This assessment, apparently the first ever made,43 would, they predicted, have revolutionary implications for the peoples of Asia, especially the Chinese. News of the Taiping Rebellion in 1850, the result in part of British commercial penetration into coastal areas, suggested that ‘the oldest and least perturbable kingdom on earth [was on] the eve of a social upheaval, which, in any event, is bound to have the most significant results for civilisation’.44 The possibility of a bourgeois democratic revolution in China and it having world shaking repercussions was an outcome about which they could barely conceal their joy. If Western Europe had once been at the centre of Marx and Engels’s world view, this was certainly no longer true after 1850. Their newly acquired global perspective allowed them in 1858 to see beyond ‘this little corner of the earth’ without a hint of nostalgia. It explains why they could accurately predict in 1882 that Russia, an overwhelmingly peasant country that had only one foot in Europe and not the Europe that the Eurocentric charge refers to—its most developed western flank—formed ‘the vanguard of revolutionary action in Europe’.45
Conclusion

The world we live in today is, again, more unstable than it has been since the end of the Cold War. That the world’s producers, the multitude itself, have not gone into battle to oppose this is no excuse for those who pretend to have more insight. To even suggest order, which is what Hardt and Negri’s central thesis about Empire does, is to disarm the potential vanguard fighters of the multitude. Though Marx and Engels put forward their perspective more than 150 years ago, it has more currency now than then. Nothing offered since then, including Empire’s ‘manifesto’, has superior explanatory and political power. Exactly because Marx and Engels were not inevitabilists, as a determinist reading of them would suggest, they understood all too well the choices that confront humanity now more than ever—between socialism or barbarism. Not only the frightful imbroglio in South Asia, but the elections in Europe in which fascist forces have come forward in a way not seen since the decades that preceded the Second World War, offer striking confirmation of these fateful choices. Those who understand what’s at stake have an obligation to take steps now to forge an alternative. Hardt and Negri’s advice to wait is exactly what is not needed. To think that Empire will be successfully contested by a viable alternative without consciousness, organisation and disciplined action—that is, a revolutionary party—is absurd. Lenin, who understood the revolutionary process better than anyone, long ago recognised that to try to forge a revolutionary leadership in the heat of the battle would be fatal. The fate of Rosa Luxemburg, for whom Hardt and Negri express greater sympathy, offers tragic evidence of what happens when sincere revolutionaries try to do just that. Unless that leadership is already in place to provide direction—something that the masses, in the final analysis, will decide on—it is already too late.

History has repeatedly shown that the masses will indeed go into action—Hardt and Negri would endorse this. History has also shown that unless that energy is channelled in the most effective way, then such opportunities can be lost for decades, with horrible consequences. History has yet to show any more effective way for achieving this other than with a conscious, organised and disciplined leadership—a revolutionary party. One need only ponder the current reality in Venezuela and Argentina, two situations crying out for revolutionary leadership, to realise the truth of this claim. To discard prematurely the lessons of history and the method that Marx and Engels used to distil them without an effective replacement, as do Hardt and Negri, is again politically irresponsible—especially for those calling themselves ‘communist militants’.

There is no suggestion here that Marx and Engels cannot be improved on. Exactly because they were materialists they understood the communist project to be the quintessential work in progress. But to do so requires what they had—direct involvement with or an organic link to the living struggles of the multitude, the proletariat, the laboratory of the class struggle. There is nothing in what Hardt and Negri have presented so far to indicate that they are so connected.

Notes

M Hardt and A Negri, Empire (Cambridge, Mass, 2000), pp44-46.

Ibid, p256.

Ibid, pp302, 354-359.

Ibid, pp411-413.

Ibid, pp64, 66.

E Mandel, Late Capitalism (New York, 1972), pp402, 406.

Ibid, p49.

A Nimtz, Marx and Engels: Their Contribution to the Democratic Breakthrough (Albany, 2000) does present such an overview and analysis.

H Draper, Karl Marx’s Theory of Revolution, vol 1 (New York, 1977), p234.

K Marx and F Engels, Collected Works, vol 38 (London, 1975), p23. Hereafter, citations from the Collected Works will be designated by MECW.

MECW, vol 26, pp319-320.

MECW, vol 6, p303.

Marx-Engels Gesamtausgabe (new edition, Berlin, 1975) Bd 20, 1, pp706-707.

MECW, vol 6, pp303-304.

Ibid, p498.

Ibid, pp177-178.

Ibid, p294.

Ibid.

Ibid, p389.

Ibid. At this time Marx and Engels looked for the initiative to come from the English proletariat for Ireland’s independence. They later reversed that view. In a letter to Engels in 1869 Marx explained, ‘For a long time I believed it would be possible to overthrow the Irish regime by English working class ascendancy… Deeper study has convinced me of the opposite. The English working class will never accomplish anything before it has got rid of Ireland. The lever must be applied in Ireland’ (MECW, vol 43, p398).

MECW, vol 6, p388.

MECW, vol 27, p271.

MECW, vol 10, pp626-627.

Marx and Engels Through the Eyes of Their Contemporaries (Moscow, 1978), p71. One of the best examples of how Marx encouraged party members in scientific work was his relationship with Johann Eccarius, a tailor, who with Marx’s assistance became a proletarian intellectual. For the details on their relationship, which is also a powerful refutation of Avineri’s claim that Eccarius came in for ‘unearned contempt’ from Marx, see ‘Two Adventures in Sophisticated Marxology’, in H Draper, op cit, vol 2, pp644-653.

MECW, vol 16, pp470-471. The ‘great men of the exile’ comes from the title of the manuscript by the same name that Marx and Engels wrote in 1852 that exposes in satirical form the reformist émigré would-be revolutionaries.

MECW, vol 40, p377.

MECW, vol 41, p193.

Ibid, p347.

MECW, vol 27, p512.

MECW, vol 6, p471.

MECW, vol 18, pp67-69.

MECW, vol 46, p242. Though the visit was only for recuperative purposes, it’s instructive to note that Marx couldn’t help but take an interest in learning about’communal ownership among the Arabs’ (MECW, vol 46, pp210-211). Lastly, about a half year before his death in 1883, Marx reported favourably on anti-imperialist activities in France against British moves in Egypt (ibid, p298).

MECW, vol 12, p132.

MECW, vol 40, p249.

General Council of the First International, vol 2 (Moscow, 1963-1968), p258.

MECW, vol 8, p365.

MECW, vol 19, pp36-37.

M Hardt and A Negri, op cit, p120.

K Marx and F Engels, Selected Correspondence (Moscow 1975), pp293-294; MECW, vol 24, pp200-201. Leon Trotsky addressed this issue many years ago: ‘“The country that is more developed industrially,” Marx wrote in the preface to the first edition of his Capital, “only shows to the less developed the image of its own future.” Under no circumstances can this thought be taken literally. The growth of productive forces and the deepening of social inconsistencies is undoubtedly the lot of every country that has set out on the road of bourgeois development. However, the disproportion of tempos and standards, which goes through all of mankind’s development, not only became especially acute under capitalism, but gave rise to the complex interdependence of subordination, exploitation, and oppression between countries of different economic type’. L Trotsky, The Living Thoughts of Karl Marx (London, 1946), pp40-41.

MECW, vol 5, p49.

MECW, vol 6, pp351-352.

MECW, vol 10, p265.

In a subsequent issue of their NRZ Revue Marx and Engels wrote, ‘We have already pointed out, before any other European periodical, the importance of the discovery and the consequences it is bound to have for the whole world trade.’ Ibid, p504.

Ibid, p267.

MECW, vol 24, p426

La ONG-ización de la política

Sería fácil tergiversar lo que estoy a punto de decir como una acusación a todas las ONG. Esa sería una falsedad. En las aguas turbias de falsas ONG (Organizaciones No Gubernamentales) organizadas para desviar donaciones o para evadir impuestos (en los estados indios como Bihar, se las da como dote), por supuesto hay ONG que están haciendo un trabajo valioso. Pero es importante considerar el fenómeno de las ONG en un contexto político más amplio.

En India, por ejemplo, la explosión de ONG que recibían fondos comenzó a finales de los 1980 y en los 1990. Coincidió con la apertura de los mercados de India al neo-liberalismo. En ese tiempo, el Estado indio, para obedecer los dictados de los ajustes estructurales, estuvo retirando fondos del desarrollo rural, la agricultura, la energía, el transporte y la salud pública. Como el Estado renunció a su rol tradicional, las ONG se movieron a trabajar en estas áreas. La diferencia, por supuesto, es que los fondos disponibles para ellas son una fracción minúscula del recorte actual en gasto público.

La mayoría de las grandes ONG que reciben fondos son financiadas y patrocinadas por agencias de ayuda y desarrollo, que a su vez reciben fondos de gobiernos de occidente, del Banco Mundial, de la ONU y de algunas corporaciones multinacionales. Aunque puede que no sean lo mismo que estas agencias, son ciertamente parte de la misma formación política amorfa que supervisa el proyecto neo-liberal y demanda el recorte drástico en los gastos del gobierno en primer lugar.

¿Por qué deberían dar fondos estas agencias a las ONG? ¿Podría ser el viejo entusiasmo misionero? ¿Sentimiento de culpa? Es un poco más que eso. Las ONG dan la impresión de que están llenando el vacío creado por un Estado ausente. Y lo están, pero en una forma materialmente inconsecuente. Su contribución concreta es calmar la furia política y distribuir como ayuda o benevolencia lo que la gente debería tener por derecho.

Alteran la psique pública. Transforman a la gente en víctimas dependientes y amellan el filo de la resistencia política. Las ONG forman una especie de amortiguador entre el sarkar (el gobierno) y el público. Entre el Imperio y sus súbditos. Se han vuelto los árbitros, los intérpretes, los facilitadores.

De fondo, las ONG son responsables ante quienes las financiaron, no ante el pueblo entre el que trabajan. Son lo que los botánicos llamarían una especie indicadora. Es casi como si mientras más grande la catástrofe causada por el neo-liberalismo, más grande el florecimiento de las ONG. Nada ilustra esto de forma más vívida que el fenómeno de los Estados Unidos que prepara la invasión de un país y que simultáneamente prepara a las ONG para ir y limpiar el desastre.

Para asegurar que sus fondos no sean puestos en peligro y que los gobiernos de los países donde trabajan las dejen funcionar, las ONG tienen que presentar su trabajo en un marco superficial más o menos desprovisto de un contexto político o histórico. En todo caso, de un contexto político o histórico inconveniente.

Los informes apolíticos (y por tanto, de hecho, extremadamente políticos) acerca de la necesidad de ayuda en los países pobres y zonas de guerra con el paso del tiempo hacen que la gente (oscura) de esos países (oscuros) se vean como víctimas patológicas. Otro indio desnutrido, otro etíope muerto de hambre, otro campo de refugiados afgano, otro sudanés mutilado… necesitados de la ayuda del hombre blanco. Inconscientemente refuerzan los estereotipos racistas y reafirman los logros, las comodidades y la compasión (el amor duro) de la civilización occidental. Son los misioneros seculares del mundo moderno.

Finalmente, en una escala más pequeña pero más insidiosa, los dineros disponibles para las ONG juegan el mismo rol en política alternativa que el capital especulativo que sale y entra de las economías de los países pobres. Comienza a imponer la agenda. Convierte confrontación en negociación. Despolitiza la resistencia. Interfiere con los movimientos populares que han sido tradicionalmente autosuficientes.

Las ONG tienen fondos que pueden darle empleo a personas locales que en otra situación pueden ser activistas en movimientos de resistencia, pero que ahora pueden sentir que están haciendo algo bueno inmediato, creativo (y que se ganan la vida mientras lo hacen). La auténtica resistencia política no ofrece esos atajos.

150 years after India’s mutiny against Britain

MAY 10 marked the 150th anniversary of the massive Indian revolt against British rule, a historic day for the anti-colonial struggle in South Asia and for rebellions against occupation everywhere. The Indian government is trying to hijack the celebration of the revolt in order to rewrite history, but we socialists have our own proud tradition of celebrating it.

In 1857, the revolt (often called “the Indian Mutiny”) began with an Indian soldiers’ mutiny from the Bengal Army at Meerut. Soon after, they—and the civilians who joined them—entered Delhi, declared the end of the British Raj, and placed on the throne an unwilling Bahadur Shah II, the nominal heir of the old Mughal Empire

Until April 1859, when the last guerrillas were crushed or driven away, the pattern of mutiny-rebellion was reproduced around the country, claiming the allegiance of more than 50 percent of the army, and the support of peasant masses and ruling elites across caste, religious and regional lines.

Despite the tremendous solidarity of the rebels, the revolt ultimately suffered from great weaknesses: the failure of soldiers in the Bombay and Madras armies to mutiny, the inferiority of arms, the lack of military leadership (most officers in the Indian army were British), the absence of a clear political agenda and the breakup of fragile cross-class and cross-communal alliances.

Nevertheless, the impact of the revolt was far-reaching, both in terms of British repression and Indian resistance.

On the one hand, it was after the revolt that the British government officially took over from the East India Company. All sorts of changes were accelerated, like the building of an India-wide railway system to facilitate the rapid deployment of troops.

On the other hand, despite the fact that many elites like the early Bengali nationalists among the intelligentsia saw the revolt as “backward,” it remained—and has remained—as an example of collective heroism.

The revolt has many lessons for us today, including how we view the anti-imperialist violence of oppressed groups, like those resisting Israeli occupation in Palestine and U.S. occupation in Iraq.

The racist and jingoistic press in Britain justified every single act of brutality during the British counter-insurgency in light of the ferocious rebel offensives. Against this, a reporter named Karl Marx, the London correspondent for the New York Daily Tribune, showed what an internationalist defense of anti-imperialist struggle really means.

In an article called “The Indian Revolt” in September 1857, Marx argued: “However infamous the conduct of the sepoys, it is only the reflection, in a concentrated form, of England’s own conduct in India…There is something in human history like retribution; and it is a rule of historical retribution that its instrument be forged not only by the offended, but by the offender himself.”

In another article investigating how the British used torture as policy, Marx concludes: “We have here given but a brief and mildly-colored chapter from the real history of British rule in India. In view of such facts, dispassionate and thoughtful men may perhaps be led to ask whether a people are not justified in attempting to expel the foreign conquerors who have so abused their subjects.

“And if the English could do these things in cold blood, is it surprising that the insurgent Hindus should be guilty, in the fury of revolt and conflict, of the crimes and cruelties alleged them?”
Pranav Jani, Columbus, Ohio