Un estado con tres Órganos de gobierno

Lunes, 25 de Abril de 2011
Un estado con tres Órganos de gobierno
Licda. Norma Guevara de Ramirios

Como expresamos antes, nueve Magistrados de la Corte Suprema de Justicia (CSJ) demandan ante la Fiscalía a cuatro Magistrados de la Sala de lo Constitucional (SC) por actos arbitrarios, desobediencia y prevaricato; otro abogado demanda como inconstitucional la elección de los Magistrados (los electos en 2009. 4 hombres y 1 mujer), lo que demuestra que estamos volviendo al mismo punto, la incomodidad política de la derecha acostumbrada a dictar su voluntad por sobre
la existencia formal de los tres órganos de gobierno, en un momento en el cual se empieza a vivir una real independencia de los órganos de gobierno.

¿Qué se pretende? Un golpe de Estado técnico, que en la manera de proceder debe darlo y al mismo tiempo dárselo a sí misma, la Asamblea Legislativa?

Fue la Asamblea la que eligió a los Magistrados, si ella aceptara pre juzgar las actuaciones y declarar que hay lugar a formación de causa, sólo lo haría para dañar la institucionalidad y lo haría una mayoría de derecha en la que de ninguna manera el FMLN sería parte, pues se tiene clara la responsabilidad de consolidar las instituciones democráticas y aprender a bregar con diferencias hasta hacer posible un país mejor.

Si el Señor Fiscal General de la República aceptara que la demanda es
procedente, tendría que dirigirse a la Asamblea Legislativa para promover un ante juicio y las cuestiones sobre las cuales actuó la Sala de lo Constitucional son de su entera competencia de acuerdo a lo que expresamente establece la Constitución en sus artículos 174 y 183. Sólo ella puede juzgar la constitucionalidad de las leyes, decretos y reglamentos en su forma y contenido de un modo general y obligatorio, eso dice expresamente nuestra Constitución. De manera que, aunque las demandas juzgadas por la Sala de lo Constitucional sean relativas a actuaciones administrativas de la Corte Suprema de Justicia, es su
competencia juzgarlas. Este no puede ser el verdadero fondo o malestar interno de la Corte Suprema de Justicia.

Un diferendo interno que coloca al país en la antesala de una crisis de
poderes en la que bastaría la derecha para resolverla con una postura de la Fiscalía y una mayoría legislativa de derecha es demasiado grave para no advertirla.

Conviene recordar que hubo intentos de remover Magistrados de una Sala a otra a lo cual intentaron empujar a los diputados de derecha en la Asamblea Legislativa a finales de Julio pasado, la postura del FMLN en aquél momento fue clave, en esa intentona se logró que una parte de esa misma derecha reconociera que la Sala de lo Constitucional debía ser respetada independientemente de cómo cada quien juzgue las bases sobre las cuales funde sus decisiones. Ahora vuelven por otro camino con los mismos propósitos. Son reiteradas intentonas de golpismo a
la hondureña, ¿A quiénes puede interesarle?

A éste tipo de riesgos contribuye un formato de comunicación que procura
denigrar a la Asamblea como institución sin analizar pormenorizadamente sus actuaciones; varios periódicos, programas radiales, formatos de presentación noticiosa y de comentarios televisivos apuntan permanentemente a generar un estado de opinión que se exprese en malestar general de la población sin distingo alguno de opiniones o actuaciones contra “diputados”. Ese malestar creado genera un colchón para que cualquier cosa pueda pasar, incluso desatar con una mayoría como las que consigue cuando se trata de proteger intereses
patrimoniales, para debilitar y prácticamente anular el ejercicio independiente del órgano judicial golpeando la capacidad resolutoria de la Sala de lo Constitucional. Ante ese riesgo estamos enfrentados como país, en ningún momento de la historia del último siglo se encontró una situación parecida; el sistema de justicia, como afirmaba nuestro Arzobispo de San Salvador, mártir y profeta, Monseñor Romero, sólo picaba al descalzo, ahora una Sala que genera “desconfianza” vuelve incierta la protección a la que estuvieron acostumbrados
siempre.

Una Asamblea con 35 diputados de izquierda, comprometidos con el cambio que el país empieza a experimentar y una Sala de lo Constitucional en la cual la independencia judicial se empieza a manifestar en resoluciones concretas, son hechos incómodos para el poder fáctico acostumbrado a someter, de manera que las intentonas de golpe de Estado por la vía de la desestabilidad de las instituciones llamadas a constituir soportes fundamentales de la democracia y del Estado Social y Democrático de Derecho acechan intentando recomponer el
alineamiento perdido el 15 de marzo de 2009. Sin esos soportes de dignidad y voluntad de cambio, el órgano ejecutivo sería un prisionero de caprichos que nada tienen que ver con la voluntad soberana del pueblo que se pronunció por iniciar un proceso de cambios en nuestra sociedad.

Se requiere que la ciudadanía activa se percate del fondo de esta forma de
confrontación, abramos los ojos, advirtamos y aprendamos a posicionarnos en un camino que aunque contenga sus propias dificultades y desencuentros, es el camino que más conviene a la mayor parte de nuestra población. Seamos impulsores del cambio, rechazando toda forma de golpismo y de debilitamiento o ruptura de las fuerzas que hemos luchado juntas por lograrlo.

Norma Guevara: En el camino, pero falta mucho por andar…

La importante líder del FMLN dice: somos antimperialistas, no antiamericanos y los modelos se refundan tanto en la izquierda como en la derecha

Por Juan José Dalton
SAN SALVADOR – El derrumbe del sistema socialista en Europa, con la Unión Soviética a la cabeza, hizo creer que el movimiento izquierdista mundial había quedado en la total orfandad y debilidad, difícil de sobrevivir y superar.

Sin embargo, tras la caída del Muro de Berlín, el triunfalismo de la corriente
neoliberal y el supuesto “fin de la Historia”, las izquierdas latinoamericanas
comienzan a andar sin mayor “tutelaje”: los comunistas habían perdido a la URSS; los guevaristas y guerrilleristas habían perdido a la Nicaragua sandinista y Cuba iniciaba una crisis de “Padre y señor mío” que aún subsiste.

El Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) fue una fuerza que sobrevivió al embate de la derrota global. Desde su fundación en 1980 lleva en su seno sectores de todo el abanico de la izquierda contemporánea: marxistas-leninistas, marxistas católicos, socialdemócratas, socialcristianos y algunos sectores de iglesias protestantes.

Esta fuerza sobrevivió al colapso del Muro de Berlín, y en la actualidad ha
iniciado un proceso de cambio y transformación en El Salvador, desde el gobierno recién conquistado, después de casi dos décadas de finalizada la guerra civil.

Norma Guevara, una de las principales dirigentas del FMLN, actualmente jefa de la fracción legislativa del partido de gobierno, explica en esta entrevista con ContraPunto cuál ha sido la trayectoria de su partido, así como el modelo que en perspectiva impulsa y defiende.

¿Cuál es su visión de la izquierda latinoamericana en la actualidad?
En los años 70 tuvo lugar en América Latina un empeño de las fuerzas
revolucionarios, de los intelectuales de la Revolución, de dejar de lado lo que podría llamarse o caracterizarse como eurocentrismo; es decir, vivir en América Latina, con poblaciones pobres, indígenas y marginación, pero pensar en construcciones políticas como que si viviéramos en Europa.

Aquello fue valedero para la democracia cristiana, la socialdemocracia y para los comunistas. Las prácticas que se dieron en el continente, por un lado, las derechas con dictaduras férreas y graves violaciones a los derechos humanos, y por otro, el desafío de la lucha de las fuerzas revolucionarias. Aquellos desafíos no eran los que tenía la sociedad europea. Nuestro desafío era contra las dictaduras.

Eso lleva a que América Latina sea en el mundo de hoy un polo del que emergen nuevas prácticas de la lucha política y social, por la justicia y la democracia. Y por lo tanto, estas nuevas prácticas permiten sistematizar los caminos y las vías de las transformaciones. Procesos que tienen una esencia transformadora, por lo tanto revolucionaria, pero que no corresponden en la actualidad a un concepto clásico de una revolución, como un acto de fuerza en un momento.

América Latina está escribiendo su propia historia de soberanía, justicia y
democracia. Y lo está haciendo en un contexto de crisis del capitalismo mundial. Ello legitima más la búsqueda de modelos propios. Es una época en la que tampoco podemos hablar de una igualdad de procesos.
¿No es una paradoja que las izquierdas latinoamericanas estén arribando al poder o estén en el poder cuando el modelo socialista sucumbió en Europa y está en crisis?

Bueno, habría que ver las dos crisis… No sería justo fijarse sólo en que hay crisis en los sistemas que emergieron en el siglo pasado como revoluciones socialistas, cuando el sistema capitalista no ha parado de tener crisis. Claro, el capitalista es un sistema más viejo, con capacidad de reponerse, eso sí.

Pero los procesos sociales se recrean o se refundan, en la derecha y en la
izquierda. Tenemos el caso de China… Cuando se afirma, por ejemplo, que la Humanidad vive ahora dentro de un solo modelo, no es cierto. La población de China es una gran porción de la población mundial; está Viet Nam, Corea del Norte, Cuba… Esto, digamos, la parte más visible, que no sucumbió en esa ola de derrotas de procesos revolucionarios.

Por otra parte, en América Latina no venimos en retroceso, sino que en medio de esa crisis, cuando las derechas creyeron que no había más y que la Historia llegaba a su fin… No creímos en eso y ahora estamos construyendo caminos y no hay final. Ni tampoco nos hemos metido en esas discusiones sobre en qué modelo inscribirse o cuál nos gusta más. En Ecuador y en Bolivia hay procesos sociales casi simultáneos en el tiempo, pero diferentes.

Lo que si se aprecia es que la lucha armada ya no es un método que tenga validez. El FMLN en eso expresó perfectamente su posición cuando en una crisis, creada por quién sabe con qué intenciones, en 2006, cuando se dieron los hechos violentos frente a la Universidad-UES (un manifestante disparó con un fusil a un pelotón de policías y asesinó a dos de ellos). Entonces dijimos que era cierto, que habíamos asumido la lucha armada, que fue necesaria (durante la lucha antidictatorial). Pero dijimos también, que ahora estamos aquí y seguimos luchando, la lucha nuestra fue la que abrió la paz y que en esta etapa estamos luchando políticamente por las mismas banderas y por los mismos programas.

No hemos arridado la bandera de la democracia ni la demanda de la defensa de los derechos humanos, con sus deudas del pasado. Ahora está vigente la demanda de la pobreza, que no sólo está vigente, sino que si nos descuidamos se agrava.

En la lucha no sólo se requiere ser luchador, sino tener motivos para luchar. Estamos en el camino, si, pero todavía estamos lejos de la realización de nuestro programa y de la justicia.

Habla de programas…
Ya en 2001, cuando todavía todos estos países latinoamericanos que han logrado esos avances y no existían esos procesos, el FMLN dijo que no saldremos adelante, con más niveles de democracia –no sólo como práctica electoral, sino como modo de vida- si no sacamos del rezago en que vive la población rural.

Mientras no superemos los niveles de vida marginal de decenas de miles de familias y llevemos el progreso económico a estas familias, no se dinamizará la economía ni se posibilitará el surgimiento de un mercado interno más alto que tendrá sus efectos en la reactivación de la industria y en el mejoramiento del nivel de vida de la población.

Con la visión que teníamos ya en 2001, después de la visión de país que trazamos en 1996, ubicamos las enormes necesidades del país: el gran déficit estructural que tiene El Salvador y que tenemos que resolver para llegar a decir que el pueblo vive dignamente, como soñamos que debe vivir, no sólo una minoría.

¿Y hoy que están en el gobierno?
Hoy que hemos ganado el gobierno, vemos subrayada aquella necesidad. Ahora con otros matices, como por ejemplo, la soberanía alimentaria y la crisis que se nos vino en este tiempo: la crisis energética y la alimentaria a nivel internacional. Vemos hoy que no basta con ordenar las ventas del centro de la ciudad. Hay que comenzar, incluso, a aprender a producir frijoles, maíz, verduras… Granos, frutas y hortalizas que antes se producían en El Salvador, han tenido que ser traídos de Honduras y hasta de Etiopía.

Hay suficientes manos para trabajar, a pesar de nuestra estrechez territorial y que no hay suficiente tierra con vocación de ser cultivada para ser un país productor, pero no vamos a salir adelante sino incrementamos los niveles de producción para poder alcanzar esa soberanía alimentaria que necesitamos.

Ahora que estamos en el gobierno, aquella visión programática, definida en 1996 y en 2001, la vemos y sentimos que tenemos un problema más agudo por los efectos de la crisis internacional, que se une a la crisis estructural que padece el país.

Estamos viendo crisis en Europa: Portugal, España, Grecia, Turquía; en países del norte de Europa, que han tenido una estabilidad, una economía que llamaron de “bienestar”, que llevó a muchos a decir que no se necesitaba pelear contra el capitalismo o que la socialdemocracia bastaba, no hay que ser anticapitalista, sino perfeccionarlo… Hoy vemos a estos países en crisis, perdiendo el modelo de bienestar que las clases trabajadoras habían alcanzado.

Pero imaginate, nosotros no llegamos a esos modelos… Entonces, ¿cómo estamos? Este es uno de los grandes desafíos de la izquierda salvadoreña.

Bien, pasemos ahora a otros puntos… ¿Me puede decir qué piensa del último congreso del Partido Comunista de Cuba? ¿Qué espera la izquierda salvadoreña de Cuba?

Creo que los pasos que está dando Cuba en la actualidad corresponden a un nuevo momento de su Revolución, que es la revolución pionera de nuestro continente. Lo importante es que el proceso en Cuba, desde sus inicios, en su defensa, al enfrentar el bloqueo criminal, se ha hecho de la mano del pueblo. Vimos que el documento que sirvió de base para el congreso tuvo una participación de 7 millones de cubanos y pudieron reunir más de tres millones de planteamientos entre aprobaciones, críticas, objeciones, sugerencias y dudas. Todo esto nos dice que la Revolución en Cuba está viva, es vital y no le da la espalda a los
problemas, sino que los reconoce y plantea un camino para resolverlos.

Eso es lo que corresponde en un proceso de transformación que es la esencia de una revolución, es decir, responder al desafío del tiempo en que estamos viviendo, con un enfoque de libertad, soberanía, el respeto al ser humano y la búsqueda de su desarrollo; que no haya aplastamiento de nuestros países.

¿Me pudiera hablar ahora de la relación que la izquierda salvadoreña ha tenido con Estados Unidos, después de haber sido enemigos? Y tal vez una precisión: ¿Es el FMLN antiamericano como dicen algunos analistas?

Ojalá que se mantenga la potencia de estos procesos propios que se están dando en América Latina; tenemos la filosofía de pensar con cabeza propia, con pie en tierra… Estados Unidos debe respetar nuestras identidades. Hoy existe suficiente madurez de los procesos latinoamericanos para un lograr entendimientos. Nadie niega el papel de Estados Unidos en la economía, pero tampoco desconocemos la
esencia imperialista de ciertas prácticas como al que está pasando actualmente con la intervención en Libia.

En una relación de respeto, de amistad y soberanía, tenemos que tener la
libertad de decir cómo miramos los procesos que se dan en el mundo y ellos no debe interferir en la posibilidad de construir relaciones de respeto con Estados Unidos. Este enfoque sobre Estados Unidos, desde la firma de los Acuerdos de Paz, Shafick (Shafick Handal, el fallecido miembro de la Comandancia General del FMLN) lo dejó establecido y lo ha repetido Salvador Sánchez Cerén posteriormente, quizás con más profundidad. En las reuniones con Bernard Aronson (subsecretario de Estado de Estados Unidos), antes de firmarse el acuerdo paz, se dijo y lo dijo Aronson: “se acabó la guerra”. El FMLN recoge esas palabras: esta mano con la que hemos luchado es la misma mano que extendemos para transformar a nuestro país.

¿Antiamericanos?
No, nunca hemos sido antiamericanos ni antinorteamericanos, hemos sido antimperialistas. Ello porque las conductas imperiales de gastarse más de dos millones de dólares diarios para que el ejército local matara gente, eso no lo podíamos aplaudir. Lo valoramos y lo señalamos como una conducta imperialistas e intervencionista; lo condenamos en su tiempo. Por otra parte, valoramos lo que muchos estadounidenses hicieron hasta en los momentos más álgidos de la guerra nuestra, como es el caso del congresista Joe Moakley, que tuvo una posición de
venir y observar, de controlar la ayuda que el gobierno de Ronald Reagan estaba dando al ejército salvadoreño, pese a que se violaban grandemente los derechos humanos.

¿Cómo aprecia las críticas que hacen algunos sectores de izquierda, incluso, algunas bases del FMLN, que dicen que el FMLN ya no es un partido de izquierda; que es ahora neoliberal, de derecha y cuanto más, reformista?

No se cuántos miembros del FMLN sostienen eso. De los que están fuera del FMLN, no lo dudo, aunque hayan estado antes. Pero lo cierto es que debemos hablar de un proceso, que tiene dirección y períodos, a través de lo cual se avanza. Cuando se negoció la paz muchos dijeron que ese era un enfoque equivocado. Cuando nos hicimos partido político, muchos dijeron que ese era un enfoque que caminaba hacia la derecha. Cuando muchos se fueron de nuestras filas fue porque “éramos muy de izquierda” y decían que había que acercarse más a la derecha… O sea, el cuestionamiento al FMLN, no a la dirección (porque las direcciones han
cambiado y hemos tenido cinco secretarios generales), siempre han existido.

Existe el criterio propio y la libertad de pensar. Lo que hay que preguntarse es que: ¿Si hubiera ganado Rodrigo Ávila (de ARENA) la Presidencia de la República, las familias pobres de 100 municipios tendrían transferencias monetarias condicionadas o Bonos para Salud y Educación? ¿Si
hubiera ganado Ávila los ancianos de 32 municipios pobres estarían recibiendo pensiones? ¿Si hubiera ganado Ávila las cuotas obligatorias para tener acceso a un hospital nacional o a una unidad de salud se habrían suprimido? ¿Si hubiera ganado Ávila el enfoque anticrisis que busca proteger a los más débiles hubiera garantizado la estabilidad de niños y niñas en las escuelas, en las que ahora se
da alimento, útiles y calzado?

Por este camino de preguntas te podría llevar a muchas respuestas. ¿Estarían ya abiertos los caminos de Verapaz después que bajaron aquellos ríos de piedras en la tormenta de 2009? ¿Si hubiera ganado Ávila estaría procesado judicialmente el ex ministro de Salud por falsedades materiales e ideológicas, y negociaciones ilícitas o corrupción? ¿Si hubiera ganado ARENA se habría elegido a magistrados de la Corte Suprema de Justicia (CSJ) capaces de decir que la difamación de los medios es igual a un delito?

Los cambios no son quizá en la cantidad y calidad que el país necesita.
Recordemos que venimos con rezagos estructurales, déficit y una herencia pesada, además, en medio de una grave crisis internacional. Pero no me cabe ninguna duda, que todas estas cosas que he mencionado, responden a un segmento de población que inspira una lucha transformadora y que dan un carácter revolucionario y de izquierda. Ello no fuesen posibles si hubiera ganado la derecha.

Yo no tengo porqué luchar sólo por la autoproclamación de que se me reconozca como “izquierda”; nuestro camino es de izquierda y vamos realizando los cambios gradualmente, en la medida de las condiciones que tenemos; las transformaciones, repito, son insuficientes todavía. Pero tenemos un horizonte y un rumbo. Y es bueno aclarar que estas transformaciones tienen un sentido: no se está trabajando para oligarquías, se está haciendo para las mayorías.

Antes y durante la guerra había una diferencia entre el revolucionario y el
demócrata. Pero en la actualidad, ¿Qué es ser revolucionario?
Bueno, te cuento que en las organizaciones que conformamos el FMLN había muchos matices con eso de democracia y revolución. Yo, que vengo del Partido Comunista, recuerdo que un día que estábamos pegando un afiche y que la policía por poco me detiene, el slogan decía: hay tres motivos para luchar unidos: derrotar la dictadura, derrotar el fascismo y construir un gobierno democrático.

El programa de gobierno del FMLN era el del gobierno democrático revolucionario. En el FMLN, en cada una de sus organizaciones, tenía un enfoque que da motivo a esa diferenciación: el que es militante revolucionario tiene que ser más exigente y sacrificado que un demócrata a secas. Entonces, en eso radica que el revolucionario era capaz de dar la vida en la lucha contra de la dictadura. En cambio, a un demócrata le pedís que se pronuncie contra la dictadura, que se apoye a un sindicato. No es que se maltratara, sino que queríamos tener un nivel superior.

Hoy resulta que alguien que se cree “el revolucionario más grande” es el que pide la elección por personas y el abandono de los programas y de los proyectos colectivos. Tienen derecho a pensar así, no nos podemos oponer a esos pensamientos, pero nadie nos puede imponer que despreciemos nuestra historia y nuestro ser actual de preferir el espíritu de instancias colegiadas y colectivas, en las que somos capaces de unir y poner cada uno su talento, no el personalísimo talento, en función de una colectividad para servir mejor a los propósitos superiores, de país y de transformación.

Aquí, en el legislativo, por ejemplo, tenemos una fracción en la que procuramos que no vaya a faltar un médico, más de algún ingeniero, un abogado, que haya alguien que sepa de educación. Pero si nos tocaría por la vía individual, pudiéramos llegar a tener una Asamblea Legislativa integrada sólo por abogados.

Pero la realidad nos lleva a la necesidad de tener herramientas que son
motivadas por conocimientos profundos. El individualismo es una corriente posmoderna que pretende negar el valor de las ideologías, de las militancias, de los colectivos, de los partidos, de las visiones programáticas, para poner por delante un tema, una persona, una noticia y un dinero. Existen, pero no nos pueden imponer ese criterio a quienes queremos ser de otro modo.

A party of socialism in the 21st century: what it looks like, what it says, and what it does

“When we let freedom ring, when we let it ring from every village and every hamlet, from every state and every city, we will be able to speed up that day when all of God’s children, black men and white men, Jews and Gentiles, Protestants and Catholics, will be able to join hands and sing in the words of the old Negro spiritual, “Free at last! Free at last! Thank God Almighty, we are free at last!” — Martin Luther King Jr.

“Your Honor, years ago I recognized my kinship with all living beings, and I made up my mind that I was not one bit better than the meanest on earth. I said then, and I say now, that while there is a lower class, I am in it, and while there is a criminal element I am of it, and while there is a soul in prison, I am not free.

“I am opposing a social order in which it is possible for one man who does absolutely nothing that is useful to amass a fortune of hundreds of millions of dollars, while millions of men and women who work all the days of their lives secure barely enough for a wretched existence.” — Eugene Debs

“The moment we begin to fear the opinions of others and hesitate to tell the truth that is in us, and from motives of policy are silent when we should speak, the divine floods of light and life no longer flow into our souls.” — Elizabeth Cady Stanton

“The time of surprise attacks, of revolutions carried through by small conscious minorities at the head of unconscious masses, is past. Where it is a question of the complete transformation of the social organization, the masses themselves must also be in it, must themselves already have grasped what is at stake, what they are going for, body and soul. But … long, persistent work is required.

“In France, whose soil has for more than a hundred years absorbed revolution upon revolution … and where the conditions for an insurrectional coup de main are far more favorable than in Germany – even in France socialists increasingly understand that no lasting victory is possible for them, without first winning over the great majority of the people … The long work of propaganda and parliamentary activity are also recognized here as the first task of the party.” — Frederick Engels

Introduction

These are trying and changing times. No one knows what the morrow will bring. What will it take for the Communist Party and the left in general to become more effective fighters for social justice and socialism?

Before attempting to answer that question, an autobiographical note is in order. I write from the standpoint of someone who has been a part of the communist movement for four decades. During that time, I felt very comfortable politically and ideologically. I didn’t have “big differences.” For most of that time, I was in one or another leadership position. I took sides in an internal struggle in 1991, although I see that experience differently now.

So a dissident I wasn’t. But when the Berlin Wall came crashing down in 1989 and the first land of socialism went belly up two years later, it raised some doubts and questions in my mind – enough to take a fresh look our conventional wisdom and practice.

I re-read Marx, Engels (especially his introduction to Class Struggles in France and his last letters), Lenin (especially Two Tactics of Social Democracy, Left Wing Communism, Tax in Kind, his speeches to the Communist International, and his final articles), Italian Communist Antonio Gramsci (I was reading Gramsci’s Prison Notebooks for the first time), Georgi Dimitrov (United Front against War and Fascism), Rosa Luxemburg, Palmiro Togliatti, and others. Meanwhile, I was reading many more contemporary authors (too numerous to mention) writing mainly, but not exclusively, in the Marxist tradition.

In doing so, I began to see our theory, methodology, politics, practice, history, and future in new hues and colors.

If I were asked to sum up what conclusions I reached it would be this: our theoretical structure – Marxism-Leninism – was too rigid and formulaic, our analysis too loaded with questionable assumptions, our methodology too undialectical, our structure too centralized, and our politics drifting from political realities.

Not for a minute did I lose sight of the wonderful comrades who graced our party at one time or another, nor the many, sometimes singular, contributions to theory and practice that communists have left in the footprint of the 20th century.

The Scottsboro Boys, the Great Sit-Down Strike, the Little Steel strike, the formation of the CIO, the Lincoln Brigade, the fight against Hitler fascism, the resistance to McCarthyism, the civil rights movement, the anti-war movement in the 1960s, and the fight against right-wing extremism, stretching from Reagan’s election in 1980 to the present – in all these and other struggles communists made contributions, sometimes history-making.

No other organization on the left can claim the same consistency of outlook and effort, accomplished in many instances in the face of fierce repression and irrational anti-communism, to borrow a phrase from Martin Luther King.

But I also realized that the future of our party isn’t in the past, but in the world of the 21st century, which presents its own unique challenges to humankind’s future.

Thus, standing still wasn’t a viable option. And to our credit, a decade ago we chose change. In the article that follows I continue this process of inquiry and adjustment.

Much of I write is exploratory. In other words, this is a work in progress, an unfinished manuscript. Readers will surely note inconsistencies, contradictions, silences and unfinished ideas.

These limitations might discourage me from publishing this paper, but I am mindful of two things that mitigate my hesitations. First, no one has a full answer to the daunting challenges of the present and future. Second, each of us has something to contribute to the renewal of the left of which the Communist Party is an integral part.

It is against this background that I offer my thoughts.

1. A party of socialism in the 21st century elaborates its theory and practice in a world defined by the following:

• a social system in which the reproduction of the conditions for exploitation of labor and nature appears to be reaching its limits;

• a hegemonic shift in power in a crowded and highly competitive world, albeit in its early stages, that could easily throw the world into fierce inter-state rivalries, generalized war, and chaos;

• a series of processes (global warming, nuclear proliferation and war, global poverty, pandemic diseases, population pressures, and the exhaustion of natural resources) are unfolding that could have catastrophic consequences, threatening the existence of most living species;

• the irruption and diffusion of new (communication especially) technologies that are reshaping the economic, occupational, class, racial, and gender structures, production methods, consumption habits, class and democratic politics, forms of social interaction and leisure time, the power of instruments of mass destruction and the nature of war, and conceptions of time and space.

Realistically speaking, a resolution of these challenges must begin well before the arrival of socialism on a global level. If we wait till then, both socialism and humanity are doomed. There is a “fierce urgency of now” that can be ignored only at a perilous price.

But here is the paradox: the “fierce urgency of now” is not yet matched by popular movements at the state and global level that possess the vision and capacity to resolve these daunting and interconnected challenges.

2. A party of socialism in the 21st century embraces Marxism, understood as a broad theoretical tradition that reaches beyond the communist movement. At the same time, it critically assimilates the American radical/democratic inheritance and the insights of other intellectual and political traditions.

As for “Marxism-Leninism,” the term should be retired in favor of simply “Marxism.” For one thing, it has a negative connotation among ordinary Americans, even in left and progressive circles. Depending on whom you ask, it either sounds foreign or dogmatic or undemocratic or all of these together.

For another thing, Marxism-Leninism isn’t identical to classical Marxism. The ideas of Marx, Engels, Lenin, and other earlier Marxists retain incredible analytical power, if studied and creatively applied to current realities.

But the same cannot be said about Marxism-Leninism. It took formal shape during the Stalin period during which Soviet scholars, under Stalin’s guidance, systematized and simplified earlier Marxist writings – not to mention adapted ideology to the needs of the Soviet state and party.

This simplification of Marxism, coupled with the enshrinement of a single party to the status of “official interpreter” of Marxism, came with a price tag. Theoretically and practically, it hemmed in and negatively impacted our party’s work.

To what extent will be debated for years to come. But one thing is clear: Marxism, if it is going to be a robust theory of socialist transformation, has to be historical, ecological, dialectical, comprehensive and independently elaborated – without shortcuts, simplifications or official boundaries. It can’t be the sole franchise of one party or school or tradition.

Its point of departure is the real needs, struggles and interests of the working class and people – the real movement. Its focus is on social (especially class) processes, relations, contradictions, dislocations, negations, and ruptures, not neat definitions and tidy formulas.

Marxism never confuses slogans and militancy (both of which are needed) for analysis. It employs principles, generalities and abstractions (the state is nothing but the political instrument of the ruling class, the two main parties are parties of capitalism, etc.), but it also insists on a concrete presentation of every question. And it is understandably wary of the inevitable (socialism), the uninterrupted (constant radicalization of the working class and intensification of crises), and the irreversible (the world revolutionary process).

Marxism is revolutionary in theory and practice, but it doesn’t consider “gradual” and “reform” to be dirty words nor does it believe that every political moment at the level of concrete reality is actually or potentially radical and revolutionary. The status quo is a stubborn and reoccurring phenomenon that too needs explanation. Nor does it buy the notion that social change rests solely on political will (“any fortress can be stormed”) or adheres to someone’s timetable.

In short, Marxism is a scientifically grounded mode of analysis, compass of struggle, and legitimate (and necessary) current within the working class and people’s movement.

If I had to grade our party’s analytical efforts over the decades, I would say that our critical eye was at times constricted. Some matters were off limits (Soviet foreign policy and development); there were blank spaces (gender and sexual relations), too many simplifications (trajectory of the economy – “boomless era of decline and contraction”), broad claims based on anecdotal evidence (progressive radicalization of working class and a party of hundreds of thousands around the corner). And dismissive attitudes toward other Marxist, radical and social democratic currents were too frequent in our discussions.

But to leave matters here would be one-sided and wrong. Our analysis of the national question of the African American and Mexican American (Chicano) peoples, the fight against racism and the special role of white workers, African American history, monopoly capitalism and the role of the state, the imperialist nature of war, capitalist economics, “fresh winds” in the labor movement, the role of the working class and its strategic alliances, the role of democracy and democratic struggle, the growth of right-wing extremism, Marxist ecology, the possibility of a peaceful transition, Bill of Rights socialism, and so forth – all this was notable.

3. The feet of a party of socialism in the 21st century are planted on the soil of the economic crisis – and for the long term.

The world economy and the triad of the U.S., Western Europe and Japan have yet to find a developmental path and structure of economic governance that brings sustainable economic growth and near full employment.

This is not to say that the economy is entering a “stationary state.” It is far more likely that the economy will oscillate around low levels of growth and high levels of unemployment for the foreseeable future.

As corporate profits climb to record levels, there is no commensurate increase in growth and employment rates. In fact, what we observe is a decoupling of corporate profits from economic growth and especially employment.

In the short term, there is little reason to be optimistic. And in the longer term the economic and ecological barriers impeding the process of capital accumulation, economic growth and job growth are formidable. Short of a new New Green Deal on a global level, it is hard to see where the dynamism for a sustained upswing, let alone a long boom, is going to come from.

The still unfolding crisis isn’t simply a crisis of regulation and the neoliberal model. But there is little doubt that the breakdown of regulation, together with neoliberal policies, greased the skids for the rise of finance three decades ago, the growth of unprecedented inequality, the explosion of debt, the bursting of bubbles, the over-accumulation of capital (too much capital and too few investible sinks) and, alas, the generalized crisis two years ago with still no end in sight.

Not to see this, not to take note of financialization, not to give adequate weight to the role of neoliberalism, to be content to characterize the current crisis as a crisis of overproduction, is to miss something profoundly important about the concrete dynamics and movement of the U.S. and global economy over the past three decades.

For now the capitalist class, and especially its top tiers, are sitting on massive amounts of surplus capital.

Moreover, it is in no rush to do anything different. Its main push is to create the best conditions to exploit labor economically and crush it politically.

4. A party of socialism in the 21st century fights for the interests of the entire nation. Since the 1980s, we have seen the deterioration of infrastructure, the destruction of the social safety net, the undermining of the public school system, the decay of urban and rural communities, the privatization of public assets, the growth of poverty and inequality, the hollowing out of manufacturing and cities, the lowering of workers’ wages, and a faltering – now stagnant – domestic economy.

In a real sense, big sections of the transnational corporate class have pulled the plug on the American people, economy, and state.

Their operational strategy is worldwide in scope. It goes far beyond our borders. The evolution, dynamics and profit imperatives of the capitalism in recent decades have turned the world economy into the main unit of analysis for the U.S. transnational corporate class.

Markets, supplies of exploitable labor, and investment strategies of U.S. transnational corporations are worldwide in scope now. Their production sites stretch across regions and time zones, thanks to new technologies and available labor.

That doesn’t mean that domestic production sites, consumption markets and workforces are of no consequence, the transnational masters of the world headquartered in the U.S. are less and less tethered to the national economy. This being so, the commitment of major sections of the transnational elite to a people-friendly public sector, a vibrant domestic economy and a modern society has waned. In fact, this elite is turning the state into its personal ATM machine and a military juggernaut to enforce its will at home and abroad. It’s not an exaggeration to say that this social grouping has become a parasite sucking the life out of our government, economy and society, while living in bubbles of luxury, racial exclusion and class privilege.

This new reality has ominous implications for the future of the American people. It doesn’t alter the strategic necessity of defeating right-wing extremists, whose plan is to regain complete control of the federal government in 2012 and shove this new reality down people’s throats.

What it does do is extend the ground for broadening and deepening a people’s fightback for the country’s future.

5. A party of socialism in the 21st century elaborates a strategic policy at each stage of struggle. After all, there is no direct or inevitable path to socialism. Nor is the working class going to simply “rise up” at some appointed time and fight for a society of justice. The struggle for socialism goes through phases and stages, probably more than we allow for in our current writings and program.

A strategic policy rests on an estimate of the alignment of political and social forces at each stage of struggle along the road to socialism. On this basis, a specific strategic and tactical policy emerges that brings into bold relief the contending array of class and social forces, the main democratic and class tasks at any given moment, and the political coalition that has to be assembled if the balance of forces is to shift in a progressive direction.

The historical landscape of our country is marked by periods during which such transformations occurred: 1765-1790, 1840-1876, 1890-1915, 1932-1948, 1954-1965.

In each period the contending forces and the nature of the struggle were different in content. But in each instance, the boundaries of democracy were qualitatively enlarged, a new alignment of forces took shape, and new democratic tasks came to the fore.

The election victory in 2008 cracked opened the door for another “burst of freedom.”

But the realization of this possibility has been blocked so far by right wing extremism – the political grouping that dominates the Republican Party and does the bidding for the most reactionary sections of the transnational capitalist class. It is not simply an, or the only obstacle to social change and transformation.

It is the main obstacle to social progress at this stage of struggle. And only broad people’s unity has the wherewithal to decisively defeat the deeply entrenched power of right-wing extremism, which would, in turn, weaken the corporate class and its allied bloc as a whole.

It makes little sense to take on the entire capitalist class when it is not necessary. Similarly, it is boneheaded to artificially “hurry” the political process along when pursuing such an option would likely result in defeat.

6. A party of socialism understands that in any broad coalition of social change, competing views are inevitable. The role of the left is to express its views candidly, but in a way that strengthens rather than fractures broad unity, which is a prerequisite for social progress.

The main social forces in this coalition, as we see it, are the working class, people of color, women, youth and seniors. And the overarching challenge is to transform these social forces (a category of analysis whose interests are conditioned by the place they occupy in a social structure) into social movements (a category of struggle), distinguished by their differing degrees of unity, organizational capacity, mobilization, alliance relationships, and not least, depth and consistency of political outlook.

The most dramatic illustration of this transformation of social forces into social movements was evidenced in the 2008 election campaign. Unfortunately, the “movement” of these broad social forces was not sustained in the post-election period.

7. A party of socialism in the 21st century takes as its point of departure the issues that masses (relative term) are ready to fight for.

This seems like a no-brainer. And yet, the pressures to make left demands, or anti-reform reforms (the new buzz word) the point of broad unity are constant. Too many on the left still think that the role of the left is to up the ante, to double the bet, to set its demands against the demands of the broader movement.

No one doubts that left demands have a place in class and people’s struggles; only a fool would suggest otherwise. But they are neither the takeoff point for united action nor the singular thing that the left brings to mass struggles.

More important is a strategic approach, capacity building skills, an alternative analysis, vision and values, and a sustained commitment to uniting a broad people’s movement.

8. A party of socialism in the 21st century steers clear of false oppositions between partial and more advanced demands, between gradual and radical change, between electoral forms of action and direct action, between mass action and nonviolent civil disobedience, between patriotism and anti-imperialism, between struggle against the state and struggle within the state, between anti-capitalism and sensitivity to rifts in the capitalist class, and between general (say jobs) and particular demands (say affirmative action).

I could go on, but I think my point is clear: a party of socialism in the 21st century has to appreciate that seeming opposites interpenetrate and where properly utilized, enhance class and democratic struggles.

9. A party of socialism in the 21st century doesn’t turn – liberals, advocates of identity politics, single issue movements, centrist and progressive leaders of major social organizations, social democrats, community based non-profits, NGOs, unreliable allies, and the “people” (according to some, a classless category concealing class, racial, and gender oppression) – into enemies.

Nor does it withdraw from participation in capitalist democratic institutions. Rather than participating reluctantly and intermittently and rather than seeing such participation as a lower order task, a party of socialism will elevate electoral and legislative struggle to a primary arena of struggle; it will see such participation as absolutely essential at every phase of struggle.

Struggle within the state is no less important than struggle against the state. The two are dialectically connected, but at various moments, one side of the dialectic may take priority over the other.

10. A party of socialism in the 21st century is steeped in concepts of class and class struggle. Our overriding aim is a society in which class divisions disappear over time. Class divisions, after all, are at the core of capitalism and its production relations, politics, and culture.

This material reality explains why the capitalist class and its far-flung ideological apparatus attempt to hide class divisions. We hear of, and of course, there exist other divisions that to one degree or another shape and reshape capitalism’s political economy, politics, and culture. But you have to look long and hard for any mention of class divisions and, heaven forbid, class antagonisms and class struggle.

Furthermore, the erasure of class and class struggle in popular discourse receives an assist from some left, progressive, and academic circles that are busy cutting the class question down to size. It is done in the name of resisting class reductionism and economic determinism on the one hand, and allowing for multiple determinations on the other.

While we should avoid class reductionism, economic determinism, and simplified explanations of the historical process, we get no closer to the truth by back benching historical materialism and the analytical and struggle categories of class and class struggle.

In fact, as the working class in the course of struggle comes forward as a leader of the broader movement (which is now happening), and as the questions of power come to the fore more sharply, don’t be surprised to see a movement back to class concepts and historical materialism – not to mention a new interest in the theoretical contributions and political biography of Lenin. No one in this or the last century can match his body of work on questions of class, democracy, alliance policy, nationality, power, and socialist revolution.

More to the point, any thought of achieving socialism USA, is pure fantasy if it doesn’t include as a cornerstone an active, united, class conscious, and numerically large majority of the working class in the leadership of a larger people’s coalition.

Therefore a primary task of a party of socialism in the 21st century is to focus on the working class and the issues it confronts in daily life. Not since the 1930s has the working class faced such dire circumstances and felt such profound insecurity. Stalled wages, massive job losses, collapsing health care and pensions, job competition on a hitherto unheard of scale, and other factors are putting great downward pressure on living standards and working conditions. Were it not for two wage-earner households, overtime, second and even third jobs, and astronomical consumer debt, the working class would be in even worse straights.

In the bull’s-eye of our working class focus is the organized sector of the working class – the labor movement. This sector, with its political understanding, experience, organization, know-how, tactical acumen, and resources is at the core of any revitalized working class and people’s coalition.

But here is a problem: the working class’ associational power (the power that comes from organizing into trade unions and political parties) has declined significantly; roughly 12 percent of the working class is organized into trade unions. At the same time (and connected) labor’s structural power (the strategic power that comes from labor’s location at the core of the strategic sectors of the economy) that it leverages in its own interests has also been greatly weakened with the precipitous decline of mass 20th century production industries.

How to change this, how to strengthen labor’s bargaining power in the workplace and its social power in the community and state, how to build up its political and organizational capacity are compelling challenges. As long as the number of organized workers is near single digits, labor’s impact no matter how good its initiatives will be limited.

Thus, an overriding strategic task of labor, and every democratic-minded organization and person for that matter, is to enlarge the organized section of the working class. The country’s future depends on it.

Two things would greatly facilitate this: first, the defeat of right-wing extremism, thereby creating the possibility of a more labor-friendly organizing environment, and second, the continued evolution of labor into a social movement, that is, an acknowledged champion and tribune of the broader people’s movement.

11. A party of socialism in the 21st century attaches overriding importance to democratic (reform) struggles (right to a job, health care, housing, equality, education, clean air, immigrants rights, peace, vote, speech, etc.) They are a core element in the struggle for class advance, social progress and socialism.

Anyone who demeans the struggle for democracy goes directly against the grain and experience of the great democratic reform movements and leaders (Tom Paine, Frederick Douglass, Susan B. Anthony, Eugene Debs, W.E.B. Du Bois, Fanny Lou Hamer, Martin Luther King, Cesar Chavez) who fought for the expansion of rights/reforms and every inch – no matter how small – of democratic space.

That these struggles unfolded in a capitalist democratic shell doesn’t negate their significance. In fact, in each instance the protagonist took advantage of the existing space and rights available to organize for his or her cause.

A party of socialism in the 21st century should do likewise.

Indeed, the struggle for democracy/reforms is every bit as important in the 21st century as it was earlier. It is both a means and an end. It empowers people and people empower democracy. It not only brings relief from capitalist exploitation and oppression, it is also the main road to radical change.

In fact, it is hard to imagine how the necessary forces can be assembled and unified at each stage of struggle, including the socialist stage, if the working class and people’s movements are not fully engaged in democratic/reform struggles – first and foremost the right to a job at a living wage and other economic rights.

In saying this, it could be argued that I’m privileging the democratic struggle over the class struggle? Not in the least, changes in the balance of class power can and do either open up new vistas for democratic and socialist transformation or narrow them down, depending upon which class and its allies have the upper hand politically and ideologically at any given moment.

What I’m challenging is the notion that everything is subordinate to class and class struggle no matter what the circumstances.

Analytically and practically, I would strongly argue that the relationship between the two – class and democracy – is dialectical. Each interpenetrates and influences the other. Neither one can be fully realized apart from the other. And both interact in the context of a social process of capital accummulation.

12. A party of socialism in the 21st century doesn’t irrevocably lock social forces, organizations and political personalities into tightly enclosed social categories that allow no space for these same forces, organizations, and personalities to change under the impact of issues, events and changing correlations of power.

As one keen observer, for example, wrote,

“Given how things have turned out so far, it’s comfortable for some on the left to pass off the Obama phenomenon as all myth and illusion from the very beginning. The ‘neo-liberal’ label is pinned on him, he’s ‘always been a conservative’, ‘he’s really pro Wall Street’. Such stereotyping and assignment of an individual to a closed political box runs counter to much historical experience. Movements and the flow of events can change how individuals see things and how they act. All things considered, there can be little doubt that Obama views himself as on the side of struggling Americans – nor is there any doubt that defeating him and ‘taking back the country’ is the prime objective of the neo-fascist mob.”

This is mature advice.

13. A party of socialism in the 21st century extends a welcoming hand to intellectuals; it should tease out of its political culture any anti-intellectual biases. A party that has transformative aspirations in a very complex world requires a growing group of Marxist intellectuals.

By the same token, Marxist intellectuals found on university campuses would gain greatly from connections to labor and other social movements. In too many instances, they come up empty in a strategic and tactical sense.

14. A party of socialism in the 21st century searches for rifts and fissures within the ruling class and other social forces and shows no hesitation to take advantage of these differences. A successful struggle against a united ruling class is tough sledding.

15. A party of socialism squeezes every possible concession from its opponents, but it doesn’t blink an eye to compromise when the balance of forces dictates that course of action; the compromise may only make an inch of difference, but it is likely a lot of people live on that inch.

For sure, small-bore victories can dull the urgency of change and create illusions, but they can also raise hopes and expectations, deepen understanding and unity, and set the stage for struggle on higher ground. A people’s victory, even a minimal one, can teach more lessons than the most eloquent speeches by the best of us.

16. A party of socialism in the 21st century believes that majoritarian political movements are the midwives of reforms, radical and otherwise, and eco-socialist transformations. Militant minorities comprised of progressive and left forces make a big difference, but they can’t and shouldn’t try to substitute for broader masses of people. The cause may be righteous and the agitation compelling, but only when righteousness rhetoric is joined by a material force does change happen.

17. The task of a party of socialism in the 21st century is to give leadership to the movement as a whole, to be a force for broad working class and people’s unity, to interconnect the particular and general demands of a multilayered social movement, to articulate a socialist vision and values – a challenge to be sure.

We have no illusions that we can meet this challenge through our efforts alone nor do we think any other organization or social movement on the left can either. The highway to radical democracy and socialism hinges on a far bigger, broad-based, and mature left than presently exists.

At the same time, we strongly believe the Communist Party, USA fills a uniquely necessary space on the continuum of the radical movement.

Our experience, our broad and flexible strategic and tactical concepts of struggle, our keen appreciation of the imperative of broad unity, our working-class outlook and roots, our internationalist and dialectical approaches, our willingness to embrace new forms of organization, communication, and united action, and our vision allow us to make a vital contribution to the project of the left and to the struggle for human emancipation.

18. A party of 21st century socialism will give special importance to the struggle for racial and gender equality.

In recent decades vast political, economic, social and demographic transformations have occurred. Nevertheless, the fight for full racial and gender equality retains its overarching importance in its own and strategic terms.

Anyone who devalues the struggle for racial and gender equality (which are better understood as internal and organic to one another rather than intersecting; much the same could be said about class and its connection to race and gender) limits the sweep of any victory at best; at worst, it provides an opening to the most backward sections of our ruling class and their constituency to gain ascendancy ideologically and politically. Indeed, for three decades racist, misogynistic and homophobic appeals were the grease that smoothed the passage to power of the extreme right.

And no ebbing of this filth has happened since the election of Barack Obama two years ago. Actually, a ramped up right-wing-driven ideological counteroffensive has occurred.

A firm rebuff to this counteroffensive is imperative, and a special responsibility falls on the shoulders of white people and workers in this regard. Neither racism nor sexism is a special product of the working-class movement, as some suggest.

Saying this doesn’t imply that the working class has no hand at all in reproducing either form of inequality and oppression. To think so would be naïve.

But it would be more naïve to think that white and male workers have no interest in the fight for racial and gender equality and against racism and male supremacy. They do, and it is moral as well as material. Racism and sexism spiritually dehumanize as well as materially impoverish the entire working class.

Despite the deep embedding of unequal relations in the structures and political economy of capitalism, and the unceasing propagation by right wing extremism especially, the struggle against racism and sexism is winnable – but only on the basis a broad, united, multiracial, class-based movement. Anything less in today’s conditions will not stand a ghost’s chance of success, and, will, in turn, forestall progressive and socialist advance.

19. A party of socialism in the 21st century will vigorously combat nativism and xenophobia.

Immigrants bring to our country their cultures, labor power, and their traditions of struggle.

No one who has been involved in struggles on the contemporary scene can help but note the role of immigrant workers in fighting for democracy, workers’ rights, quality education, community empowerment, cultural heritage, and immigration laws that are humane and just. Their spirit is militant and anti-capitalist.

No wonder that the right wing demonizes them. Immigrant-bashing and denial of rights combines with racism and other backward ideologies and practices to divide the developing people’s movement. A party of socialism in the 21st century will elevate this struggle and combat this assault on the immigrant community across the country.

20. A party of socialism in the 21st century will give proper political importance to the struggle for gay, lesbian, bisexual and transgendered rights – something that it didn’t do in the past.

Socialist society should not privilege one sexual orientation over another; instead it should celebrate sex, diverse sexual orientations, and marriage arrangements. Sexual longing is a deeply individual matter and love and marital partners shouldn’t be a matter of state concern.

More immediately, the movement for gay, lesbian, bisexual and transgendered rights has emerged over the past four decades into a powerful and broad social movement that occupies an important position in the people’s movement. Through its efforts victories have been won and sensibilities of society changed.

Nevertheless, right-wing extremism continues to contest this movement’s legitimacy and aims. It continues to paint gay people as despised and immoral. Homophobia remains for this backward political grouping a wedge issue to be employed to mobilize its constituency. However, right-wing extremism isn’t winning this struggle, and while much still needs to be done, there is no reason to think that this will change.

21. A party of socialism in the 21st century will place a high priority on independent political action and the formation of a party independent of corporate capital.

Two contradictory trends are observable. On the one hand, millions are registering to vote as independents; still more feel alienated from the political process; and new independent parties and forms are cropping up at the local level.

On the other hand, the main social forces and organizations of political independence and the necessary base of an independent political party continue to work within the Democratic Party.

But with this twist: they operate independently of the organizational structures of that party. And that is likely to continue; in fact, as their dissatisfaction grows they will attempt to enlarge their voice and power.

In other words, the main and necessary forces of an independent political party will likely exhaust all or nearly all of the possibilities to reform the Democratic Party, including attempts to take it over, before looking for an exit. Our tactics should take this into account.

One final observation: we say too definitively that the independent forces stand no chance whatsoever of taking over the Democratic Party. That still may be the case, but it is a mistake to rule it out completely at this point.

22. A party of socialism in the 21st century is internationalist in outlook and practice. And well it should be.

Though we are barely a decade into the 21st century we have a good glimpse of what the lay of the land will look like decades ahead.

What is most striking is the growing imperative to address and resolve global problems in a timely way – global warming and environmental degradation, nuclear weapons buildup and proliferation, unceasing wars, resource conflicts, immense poverty, uneven development, health epidemics, etc.

What is the upshot of all this? These trends unless arrested could make the world unlivable.

In this dark cloud there is a silver lining however: hundreds of millions worldwide are becoming aware of the fraught situation and conscious of the need to take action. Self-interest and internationalism are merging, but is it fast enough?

Standing in the way is U.S. imperialism, which remains the main obstacle to a peaceful, livable, and sustainable planet. Both wings of the ruling class are determined to maintain U.S. primacy in the global system, notwithstanding employing different methods of rule – one by force and the other with a mix of diplomacy, multilateralism, soft power and force, but employed more judiciously.

While the differences between one and the other method of rule are important and should not be ignored, the overarching desire for top dog status worldwide remains regardless of who is in command of U.S. foreign policy.

Thus only a popular movement at home and abroad will compel U.S. imperialism to make a strategic retreat in every region of the world beginning with Central Asia and the Middle East, to end the occupation of Afghanistan, to complete the withdrawal of U.S. military presence from Iraq, to settle the long-standing conflict between the Palestinians and the Israeli government, to lift sanction regimes against Iran and other states and end the blockade on Cuba, to reduce and eliminate nuclear weapons, to close up military bases around the world and dissolve NATO, and so forth.

A big challenge for sure, and crucial to winning the American people to engage in such a movement, is re-envisioning our role in the world community. The point isn’t for the U.S. government to simply to crawl into a national shell, but to reinsert itself into world affairs on the basis of cooperation, peace, equality, and mutual benefits. But as long as the notion of Manifest Destiny, of an “indispensable nation” lingers, the fight for a new democratic foreign policy will be immensely difficult.

It follows that the role of a party of socialism in the 21st century is to assist this process, to fight for international unity and peace, and against its own imperialism, and to articulate an alternative vision of the place of the U.S. in the world community.

23. A party of socialism in the 21st century will note and draw lessons from the enormous achievements of socialist societies. Social problems (such as unemployment and the burden and inadequacy of child care, for instance) that persist in capitalist societies were, if not solved, greatly alleviated in many of the countries of socialism. Nor can we forget the solidarity that the Soviet Union and other socialist countries provided to countries fighting to break out of the web of colonialism and neocolonialism, nor the decisive role of the Red Army in crushing Nazi Germany, nor the Soviet Union’s sustained opposition to nuclear war.

That said, a party of socialism should make an unequivocal break with Stalin and his associates, not to please the enemies or critics of socialism, but to acknowledge to millions that the forced and violent collectivization of agriculture, the purges and executions of hundreds of thousands of communists and other patriots, the labor camps that incarcerated, exploited and sent untold numbers of Soviet people to early deaths, and the removal of whole peoples from their homelands can’t be justified on the grounds of historical necessity or in the name of defending socialism. They were crimes against humanity.

To describe these atrocities as a mistake is a mistake – criminal: yes, a horror: yes, a terrible stain on the values and ideals of socialism: definitely.

To make matters worse, the practices of the Stalin regime set in place theoretical notions, structures and relations of governance, laws of socialist economy, justifications for concentrated power, and a great-leader syndrome that in the end weakened socialism in the USSR and other socialist countries.

I can’t speak for other parties, and have no desire to, but our party should be unequivocal in its condemnation of the Stalin regime.

24. A party of socialism in the 21st century is well aware that the transition to socialism is complex and contingent on many factors, both intended and unintended, foreseen and unforeseen, on conscious actions of contending forces and on factors largely beyond its control (imperialist wars, economic crises, global warming, resource wars, natural disasters, terrorist actions, etc.).

There are pauses as well as surges; incremental changes give way to ruptural tears in the social fabric; positions are won in the state, economy and civil society, but setbacks and shifts in momentum are part of the package too. Dress rehearsals happen more than once.

Changes in the realm of thinking interface with changes in the realm of action. Far more than social transformations of the past, socialist transformation rests on a deep-going change in values and thinking; the working people are fully into it, mind as well as soul.

Contrary to our customary understanding that one ruptural – insurrectionary – event defines the transition process, a series of turning points, as I see it, map the transition over a protracted period of time. In other words, more than one constitutive moment defines the transition period to socialism, and in their totality creates the conditions for a flourishing socialist society.

As crucial as control over and the democratization of the state is, it is still only a piece, albeit a necessary facilitating piece, of a larger transitional and interactive process that decentralizes and diffuses people’s power throughout society.

The state in other words is one, but not the only institution to be transformed by forces within and outside of it.

Which comes first – the transforming of the state or civil society – is a question that bears little analytical fruit. The relationship between the two is dialectical and thus the two interact constantly and in complicated ways.

All this is premised on deepening and broadening of socialist consciousness, on building up the political and organizational capacity of the working class and its allies, on sustained mobilization on a scale never before seen, and on an ability to resist and block attempts to illegally and unconstitutionally reverse democratic gains.

It also rests on an organized, flexible, strategically insightful, united, and tested leadership (of parties and movements) that fights for breadth of alliances, takes advantage of the slightest differences among its adversaries, and above all, fights for broad unity and sustained mass action.

In recent years, radical social transformations have occurred in relatively peaceful (peaceful is not passive) circumstances in Latin America. There an active, organized, and overwhelming majority of the working people led by left coalitions (in which communists are a part) and its allies have democratically won political positions in state structures and then utilized them to isolate elites, dislodge neoliberal governments, and clear the ground for democratic, social, socialist transformations.

A party of socialism in the 21st century should study this experience closely. Broadly speaking, the transition to socialism in the U.S., I suspect, will follow a similar path, differences notwithstanding.

The traditional imagery of the revolutionary process – economic breakdown, insurrection, dual power, violence and bloody clashes, smash the state, and the quick rollout of socialism – provides few insights. In fact, I would argue that it is an analytical deadweight; it favors simplicity over complexity; it dulls and dumbs down the socialist imagination; and it’s disabling strategically and tactically.

Underlying much of the above is that the state isn’t simply the instrument of the ruling class – a monolithic and tightly integrated class bloc and weapon. While the capitalist class is dominant, the state is filled with internal contradictions and is a site of class and democratic struggles – not just any site though, but a crucial and decisive site.

Thus the nature of the struggle isn’t simply the people against the state, but the people winning positions and influence in the state and then utilizing them to make changes (within and outside of the state) in a highly contested political environment – an environment of sharp clashes, uncertain outcomes, and an engaged people.

Now some will say that this is highly unlikely, even utopian. But one has to ask: is the seizure of power and the quick dismantlement of the existing state in favor of a new “out of the ashes” socialist state any less utopian? The latter model has been ascendant for nearly a century and still socialism is only a wish among communists in the advanced capitalist world.

Of course, the reasons for this are many, but I don’t believe the insurrectionary model of revolution makes the road any easier or is any more realistic as a reading of the future.

25. For a party of socialism in the 21st century, its vision of socialism is a work in progress.

It will have distinctive features and characteristics, springing from our own history and experience. It will complete the unfinished democratic tasks left over from capitalism, while preserving and deepening existing democratic freedoms and civil liberties. It will breathe new life into representative democracy and uphold the rule of law. It will recognize the people as sovereign as well as register support for a multi-party system of governance and alternations of parties in power if the people so decide.

Our socialism will bring an end to exploitation of wage labor, not in one fell swoop, but over time. It will expand collective/democratic rights, while at the same time giving pride of place to human fulfillment and creativity. Bureaucratic collectivism and a command economy that reduce people to cogs, social relations into things, and culture to a dull gray will be resisted by a 21st century party of socialism.

Our socialism will be anything but drab. It will have a modern and dynamic feel to it. It will dance to the beat of our people, our cultural diversity, and our many rhythms. It will celebrate the best traditions of our nation and give “love of country” a new democratic content.

Our socialism will embrace a new humanist ethos and value system as we overcome divisions of class, gender and race. A community of caring, kindness, equality, and solidarity will become the dominant realities of daily life.

Our socialism will encourage mass participation in every sphere of life. To do so, the workday and workweek will be reduced and a social wage will be legislated. But these measures alone are inadequate for at least half the population. The workload for women has increased in recent decades as women have entered the workplace and as the modern requirements of daily life (longer life expectancy for the elderly, for example) have fallen disproportionately on them.

Thus new social arrangements to care for the very young (free quality child care for all) and the very old as well as collective alternatives to what is still “women’s work” – cooking, cleaning, and laundry – are necessary. Women combine paid work and unpaid household labor into a pre-dawn to post-dusk workday.

Our socialism will insist on the separation of church and state, but it will also assume that people of faith will be active participants in society.

During the transition period, at socialism’s dawn in our country as in others, and then long into the day, I expect that a mixed economy, operating in a regulated socialist market and combining different forms of socialist, cooperative and private property, will prevail, albeit with tensions, contradictions and dangers.

What the exact mix is, how it changes, and the particular forms of democratic control will change as conditions – objective and subjective – change. Such ownership relations and market mechanisms do not preclude economic planning or a national investment strategy.

In fact, given that the longer term task of a socialist state and society is to shift the logic of production from wealth for the few, militarism and limitless growth to production for human need and economic sustainability, it is hard to imagine how such an enormous transformation can be successfully tackled without planning and a society-wide investment strategy, albeit based on broad consultation with and democratic control by working people and their representatives.

Unlike capitalist apologists who say that private ownership by the few is the material basis of freedom and economic security, proponents of socialism will rebut such a claim with the propaganda of the deed: they will show in practice that socialist forms of property and economic organization are the ground on which freedom can flower.

The charge of socialism’s builders is to bring the social and democratic into the main sites of socialization – the state, economy, media, and culture; socialism in this century should be every mindful of the difficult, yet necessary task of subordinating the state to social power.

In other words, the state in socialist society shouldn’t hover above and control every aspect of society. Such socialism becomes distant, alien and bureaucratic. Instead, the builders of socialism should put into place a dense network of worker and community organizations that are politically and financially empowered to govern in various institutional settings.

Contrary to some opinion on the left, socialism’s essence isn’t reducible to property/ownership relations and class power in the abstract. Although both are structural foundations of socialist society, they don’t by themselves constitute socialism.

What they do is create the possibility for a socialist society, but socialism becomes real, becomes socialism only to the degree that working people exchange alienation and powerlessness for engagement, empowerment and full democratic participation, only to the degree that power, decision-making and planning are diffused to the wider community. Otherwise, they become mystifying shells that conceal unsocialist structures and practices.

Working-class initiative and a sense of real ownership of social property are the sinew and ligaments, of socialism, while legal relations, public ownership and structures of class power are facilitating mechanisms.

In short, a party of socialism in the 21st century will measure the degree of socialist development by real relations, not formal ones.

Socialism gives priority to sustainability and sufficiency, not growth without limits, not endless consumption. Socialist production can’t be narrowly focused on inputs and outputs, nor employ purely and narrowly constructed quantitative criteria to measure efficiency and determine economic goals. Nor can status and the fulfillment of human needs be reduced to the constant expansion of consumer goods. Socialism isn’t simply a “provision and rights society.”

That said, we cannot wait for socialism to address the dangers of climate change and environmental degradation. That must be done now. We are approaching tipping points which if reached will give global warming a momentum that human actions will have little or no control over.

Finally, in order for a socialist society to flourish, the process of change has to occur on several levels almost simultaneously. Just as the emergence of capitalism rested on the coincidence of several processes interacting together, the same is the case with a socialist society.

26. A party of socialism in the 21st century will construct its own organizational model in line with its own material conditions and needs. It shouldn’t be hatched out of thin air or imported from another country. The size of the membership, the concentration and location of members, the breadth of leadership, the scope and intensity of the class struggle, and its aims are the main determinants of the organizational character of a 21st century party – its structures, forms and rules of organization.

The structures, forms and rules also depend on the organizational and cultural traditions of our country.

Organizing club meetings every two weeks, insisting that every member belong to a club and pay monthly dues, agitating clubs to focus on a shop or neighborhood, and expecting every member to support the entire party program, circulate the press, and abide by the decisions of the majority is one way to structure a communist party. But it is not the only way. We need much more flexibility as far as structures of organization and membership expectations are concerned.

We are a small party with a committed but thin layer of leaders that hopes to become a much bigger party in a non-revolutionary situation, in a far-flung country, and in the age of the Internet.

In this era defined in many ways by the internet, we shouldn’t attempt to replicate in every, or even most, details the old model of communist organization. A party with a high degree of discipline and centralized structure of organization doesn’t fit the present status of our party or the zeitgeist of our times. This isn’t 1917 – our society is exceedingly complex, the mentality of the Cold War is receding, people are busy as hell, a good number of boomers are tired, and young party members are juggling careers, debt, and activism.

These realities require new forms of interaction, communication, education , decision-making, organization and messaging. And, not least, they require new standards for party membership and a new style of leadership that politically engages the membership and leads by force of argument.

So where does this leave democratic centralism? I’m for dropping the term. Now don’t get me wrong. I’m for collective discussion, broad interaction, democratic decisions, testing decisions in life, and the struggle for unity in action.

But the rule that every member is obligated to carry out party decisions no longer fits our circumstances. The truth is that we never enforced it. If someone chose not to carry out a decision, nothing was done in most instances. If we can’t win members and leaders to a position politically then administrative action is unlikely to help.

The main way to mobilize and unite the party is through political discussions, education, transparency of decisions, persuasion, and sound political decisions.

For similar reasons I suggest we drop the term “unity of will.” Among other reasons, it’s a term, or really a concept, that can easily be abused, and it has in our past.

27. A party of the 21st century must be Internet-based. To believe otherwise is to turn one’s back on recent experience, especially President Obama’s 2008 campaign. The argument that Internet work is at war with on-ground organizing should be retired.

The Internet gives us a tool to organize people far beyond our organized spaces; it allows us to grow faster in old and new places; it provides a menu of programs and services that any member or club can easily access; it allows us to compensate for our thinness of leadership; it makes possible a new division of labor; it gives us the ability to communicate regularly with the whole membership in a timely way; it makes it possible for the People’s World and Political Affairs to reach an infinitely bigger audience; it makes it possible for us to organize meetings in cyber space across thousands of miles, and to expand our visibility and presence.

So far our experience has been positive, but we have only scratched the surface of the Internet’s potential.

28. A party of socialism in the 21st century should open the door to new members. Joining should be no more difficult than joining other social organizations; going through political hoops and close vetting aren’t necessary. That is for White House appointees, not people who take a liking to us.

What is needed is not more stringent standards, but a range of ways that new members can become familiar with our program, policies and activities. The Internet is critical in this regard, but I would also add that we need an on-the-ground team to travel into organized and unorganized areas to meet and greet new members, to acquaint them with our party and its positions, and to hear what they are thinking.

29. A party of socialism in the 21st century will examine its history with a critical eye. To do otherwise is to sever today’s party from our history. No party or social movement on the left can claim as rich a history as we can. But that treasure-trove becomes valuable only to the degree that we see it in all of its complexity.

Sometimes we act as if the only mistake we made was our failure to rein in Earl Browder; other times we mechanically transport forms of organization and struggle from one era to another as if nothing has happened in the meantime.

At still other times we resist shedding old ideas, schemes, dogmas, symbols and practices that time has passed by or cast a negative judgment on.

No party, including ours, is mistake-free; we make mistakes and we make them in the present as well as the past. Politics is complex and fluid, and mistakes in theory, assessments and practices are inevitable.

We do no favors to past or future generations of communists when we keep the lid on our mistakes. If we could conjure up our deceased comrades, I’m sure that they would insist that we look at our past with a critical and mature eye; they would tell us not to worry about their feelings or legacy, which I would add stands on its own quite well.

A party of the 21st century takes inspiration from our past but shouldn’t be imprisoned by it. The past should only be a general guide to the future, but no a blueprint for the future.

As mentioned at the outset of this article the effective forces and coalitions to meet the challenges of the 21st century are not yet gathered together. But we are quietly confident that they will be as we go deeper into the 21st century. We are also confident that the Communist Party will meet history’s challenge as well, that is, we will change, grow, and provide leadership to people searching for a better life and more just society.

Assessing the Obama Administration

President Obama is variously described as a Wall Street politician, a centrist, a Clintonian, a liberal, a progressive, and a “small d” democrat. He probably fits each category depending on circumstances, but I don’t think he consistently and completely embraces any of them.

Enclosing him in a narrowly defined, tightly sealed political category – as many on the left and right do – is a mistake. His personal and political formation suggests that any political category that isn’t contradictory and elastic will be of limited value.

It also goes in the direction of pitting the president against the working class and people. That the right does it is no surprise, but when left and progressive people do it, it is wrong strategically and extremely harmful politically.

To say that we support the president when he takes good positions and oppose him when he takes bad positions is sound advice as far as it goes.

But our attitude to the administration has to be more nuanced. It has to take into account that the success of this presidency is of great importance to racial and class relations, to the country’s future.

Let’s be blunt: there is no progressive alternative. If the president loses in 2012, we will lose too, and the country will once again be in the hands of rightwing extremism. There is no option to the left of President Obama.

Furthermore, this administration isn’t the main obstacle to social progress. It’s the right wing and the corporate class and their political representatives who either attempt to block reforms of any kind or contain them within acceptable limits to capital.

In my view, the president will change with changing circumstances, much like Lincoln, Roosevelt, and Johnson.

When the rightwing AFL-CIO president announced the first Solidarity Day in 1981, we didn’t say, “About time, you bum.” To the contrary, we enthusiastically welcomed Kirkland’s announcement and mobilized broadly. Our approach to the president should be much the same.

Where we have differences with President Obama, we should state them (and we have) in a clear, constructive and unifying way. We shouldn’t do it to score points or show off our left credentials.

The main organizations of the working class and people do much the same. They don’t treat the president (or Democratic Party leaders) as an intransigent enemy. In fact, they consider him a friend and are mindful of the unrelenting attack rightwing extremists are conducting against our nation’s first African American president as well as the broader opposition – corporate, military, judicial, etc. – to his agenda.

The left has something to learn from their approach. To simply say, as some on the left do, that our main task is to bring pressure and non-negotiable demands on this administration sounds good and certainly has a militant ring. But it is simplistic and undialectical in the sense that it is blind to the mix of conflicting forces that have a hand in determining the political direction of the country.

In my view, President Obama is a reformer – not a socialist reformer, not a radical reformer, and not even a consistent anti-corporate reformer – but a reformer nonetheless, whose agenda creates space for the broader people’s movement to deepen and extend the reform process in a non-revolutionary period.

Unfortunately, the broad coalition supporting reform is not yet of sufficient size, strength and understanding to guarantee passage of his reform agenda – let alone impress its political will on the nation’s politics and stretch the president’s agenda in a radical direction.

For this reason alone, it is premature to say what the president’s political limits are, or to put it differently, to smugly dismiss him as a “Clintonian” Democrat, as simply another Democratic Party centrist.

When our movement is on the level of the popular upsurge of the 1930s and 1960s, we will be in a better position to say if his views are elastic enough to accommodate more deep-going change, as Roosevelt and Johnson did.

There will be differences and tensions with the White House as we go forward. In some cases, the differences will surface over the pace and depth of reform; in other instances, they will be more fundamental. How we navigate these differences while maintaining strategic unity is the needle that the broader movement and the left must skillfully thread.

Hurling abuse at the president or the Democrats in Congress is easy, but it doesn’t solve a very complicated problem – the further building of a broad labor-led, multiclass movement that has the capacity to decisively defeat the right and resolve the hard-edged crisis faced by the working class, people of color, women, youth, seniors, small and medium business people, sections of industrial capital, and others.

A reform-minded president – and certainly one who has transformative ambitions – is only successful to the degree that a mass and militant insurgency is part of the political mix.

Notas sobre la izquierda salvadoreña…

Notas sobre la izquierda salvadoreña…

Al iniciar la segunda década de este siglo XXI el panorama de la izquierda salvadoreña luce abigarrado y sorpresivamente diverso, lo cual es muy positivo. Y es un fenómeno que también afecta a la derecha: que va desde el PDC, pasando por el PCN, por GANA hasta llegar a ARENA. Terminaron los tiempos del monolitismo ideológico.

En la izquierda hay seis embarcaciones ideológicas y políticas principales que navegan dentro de los cauces de ese río: la izquierda socialdemócrata con presencia en el gobierno y en el parlamento: el Centro Democrático, CD y el Partido Social Demócrata, PSD; la izquierda institucional, con fuerte arraigo de masas, representada por el FMLN, el partido que derrotó a ARENA y se transformó en partido de gobierno; la izquierda movimentista representada por la Tendencia Revolucionaria, TR y el recién creado Movimiento por la Democracia Representativa, MDP; la izquierda comunista que milita en el Movimiento de Unidad Revolucionaria, MUR y el hace seis años refundado Partido Comunista, PCS; la izquierda trotskista del Bloque Popular Juvenil, BPJ y del Partido Socialista Centro Americano, PSOCA; y finalmente, la izquierda anarquista, representada en la Coordinadora Anarquista, CA.

Cada una de estas fuerzas, independientemente de su origen, trayectoria e impacto nacional, que es en algunas de estas formaciones modesto y en otras extenso e imponente, influye en diverso grado sobre el movimiento popular y social. Sus valoraciones y conductas impactan la vida del conglomerado de ONGs, y del movimiento obrero, sindical, campesino, cooperativista, estudiantil, indígena, de mujeres, jóvenes, iglesias, profesionales, e incluso de la diáspora progresista.

Y existen marcadas diferencias, especialmente sobre la actitud hacia el Gobierno Funes y sobre los teatros de lucha. Particularmente sobre la lucha parlamentaria. En el Parlamento es claro, deben estar algunos, algunos de los mejores cuadros políticos de la izquierda, pero no todos o la mayoría de los cuadros políticos porque se distorsionan la función del Partido y se descuidan peligrosamente o se abandonan otras áreas vitales del trabajo revolucionario, como son el fortalecimiento orgánico, teórico, ideológico y la conducción del movimiento popular y social, entre otros.

Orígenes de la actual izquierda

El Centro Democrático, creado en el 2005, es una acumulación histórica y sus orígenes se remontan a tres vertientes: el Movimiento Popular Social Cristiano, MPSC, surgido en febrero de 1980 como una escisión del Partido Demócrata Cristiano, PDC. Su figura principal fue el Dr. Ruben Zamora. La segunda vertiente es el partido Movimiento Nacional Revolucionario, MNR, de naturaleza socialdemócrata, surgido en 1968. Su figura principal fue el Dr. Guillermo Manuel Ungo (1931-1991). Y la tercera vertiente fue el partido Unión Democrática Nacionalista, UDN, bajo la dirección de Mario Aguiñada, y que estuvo vinculado al PCS. El MPSC y el MNR formaban parte desde abril de 1980 del Frente Democrático Revolucionario, FDR, que mantenía una alianza con el FMLN. Estos tres partidos junto con el Partido Social Demócrata, PSD de Reni Roldan, forman en 1988 la Convergencia Democrática. En 1999 Convergencia Democrática adopta el nombre de Centro Democrático Unido, CDU. Del CDU surge el CD.

El actual Partido Social Demócrata, PSD, dirigido por Jorge Meléndez, tiene sus orígenes en el Ejercito Revolucionario del Pueblo, ERP; una de las cinco fuerzas fundadoras del FMLN. Su antecedente inmediato se encuentra en el Partido Demócrata, surgido en 1994 y de corta vida. Desde 2007 viene luchando por su legalización.

El FMLN es en estos momentos la principal organización de izquierda, con presencia territorial nacional. Surge en octubre de 1980 como resultado de una alianza de fuerzas político-militares, surgidas en la década de 1970. Estas son el PCS, dirigido desde 1970 por Schafik Jorge Handal (1930-2006), las FPL, fundada por Salvador Cayetano Carpio y dirigida desde 1983 por Salvador Sánchez Ceren, el ERP, dirigido durante la guerra por Joaquín Villalobos; la RN, dirigida por Eduardo Sancho y el PRTC, conducido por Francisco Jovel. Básicamente el FMLN es una acumulación histórica de 40 años. E incluso uno de sus integrantes, el PCS; nace en 1930. Estos cinco partidos que dieron origen al FMLN conservan sus estructuras durante toda la guerra y se disuelven hasta 1995, luego de los Acuerdos de Paz. La actual conducción del FMLN es fundamentalmente una alianza entre sectores del PCS y de las FPL, con algunas expresiones simbólicas de las otras tres fuerzas.

La Tendencia Revolucionaria es una organización que surge en 1994-1995 como una tendencia al interior del FMLN y que en noviembre del 2001 decide separarse para constituirse en parte “del nuevo sujeto en construcción, de la revolución.” Su principal dirigente es Dagoberto Gutiérrez. Últimamente han impulsado la creación del Movimiento por una Democracia Participativa, MDP. Priorizan el desarrollo de un movimiento social independiente que luche por un nuevo estado. Publican el periódico Nuevo Rumbo.

El Partido Comunista de El Salvador fue refundado en el 2005, luego de diez años de haber sido disuelto, por un acuerdo tomado al interior del FMLN. Su actual secretario general es Juan Antonio González. Su antecedente se encuentra en un grupo de comunistas que se aglutinaron en el Movimiento de Unidad Revolucionaria, MUR, en enero del año 2000, como una reacción ante la “derechización” del FMLN de esa época, que era conducido por Facundo Guardado. El MUR publica un boletín mensual llamado Revolución.

El Bloque Popular Juvenil surge en el 2001-2002 al calor de las luchas contra la privatización de la salud, de sectores ligados a la lucha social de la juventud del FMLN, vinculados al Bloque Popular Social, BPS. Dirigen en la UES el Frente de Acción Universitaria (FAU) y a nivel de bachillerato la Fuerza de Estudiantes Revolucionarios de Secundaria (FERS-20). En el 2008 deciden afiliarse a la trotskista Corriente Marxista Internacional, CMI.
El Partido Socialista Centro Americano surge en 2009 con expresiones en los cinco países centroamericanos. El antecedente en El Salvador es el Partido Revolucionario de los Trabajadores, PRT, surgido en el año 2000. Combina una visión de lucha regional desde una perspectiva trotskista. Publican El Socialista Centroamericano. Su lema es: Por la reunificación socialista de la Patria centroamericana.
La Coordinadora Anarquista surge en 2008 al unificarse las agrupaciones KASA, KRL, AD, KAL, CRAS y Movimiento Universitario Revolucionario de Estudiantes. Mártires del 32 (MURE 32) y participar en la marcha del 1 de mayo. En la marcha del 1 de mayo del 2010 algunos anarquistas fueron capturados por la PNC.
Ellos denunciaron el hecho diciendo que “el autoritarismo demostrado por el FMLN solo demuestra la enfermedad que este sistema esta forjando marginando y repudiando así a los que nos son o piensan como ellos…mientras celebraban que Funes se sentó en la cilla (sic) presidencial, cómodamente lanzaron sus perros represivos a la caza de los verdaderos revolucionarios, a las compañeras y compañeros anarquistas. (Contra toda forma de gobierno, contra toda autoridad, punksluchando.blogspot.com)

Todas estas formaciones de la izquierda, a excepción claro de los anarquistas, aplaudieron la llegada del periodista Mauricio Funes a la presidencia. También hubo una lejana voz trotskista desde la Argentina se alzó para alertar sobre la defensa de la independencia de clase. Para el FMLN con Mauricio Funes “nace la esperanza, viene el cambio.”Era su candidato ganador y se adelantaron a lanzarlo a la palestra pública. Y su apoyo fue creciendo como espuma. Hasta lograr la histórica victoria del 15 de marzo de 2009.

Roberto Pineda
San Salvador, 9 de abril de 2011

La crisis historica del régimen

Lunes, 11 de Abril de 2011 / 11:24 h
La crisis historica del regimen

Dagoberto Gutiérrez
El régimen político de El Salvador sufre un momento de quiebres en distintos órdenes, que se corresponden con importante armonía con actuales acontecimientos planetarios. Ocurre que las clases dominantes de El Salvador se han caracterizado por su entreguismo a fuerzas externas, por su falta de patriotismo y su vulnerabilidad ante los factores internacionales. De aquí se desprende el primer quiebre que tiene que ver con el agotamiento del dominio imperial del mercado sobre los Estados.

Recientemente, el Presidente del Fondo Monetario Internacional afirmó que el llamada Consenso de Washington, una especie de biblia para los oligarcas salvadoreños, es cosa de la historia pasada, y afirmó que el Estado debe pasar a regular al mercado; esto equivale a un quiebre teórico que deja a los sectores oligárquicos sin filosofía y sin base teórica que fundamente su política. Al mismo tiempo, resulta notorio el fenómeno de la transnacionalización de la riqueza en virtud de la cual, la riqueza producida en el país ha pasado bajo control de empresas transnacionales y de poderosos inversionistas planetarios, dejando a la cúpula empresarial local sin poder económico considerable y como factores minoritarios carentes de importancia y peso económico. Mientras que algunos nombres y personajes locales son inversionistas en el extranjero, y, en todo caso, sin ser de los más poderosos.

El histórico quiebre del poder de los cafetaleros y del café como producto de exportación, abrió el camino para este proceso al que nos estamos refiriendo. Tradicionalmente, los sectores dominantes usaron a otros sectores como fuerzas gobernantes; por ejemplo a la fuerza armada desde 1932. Y los militares usaron a los partidos políticos como sus instrumentos para el trabajo ideológico de control del pueblo y para ejecutar los procesos electorales, así aparecieron los partidos del Pro Patria, con Maximiliano Hernández Martínez; el PRUD (Partido Revolucionario de Unificación Democrática), con Oscar Osorio; por los años 50´s del siglo pasado. Y el PCN, por los años 60 también del siglo pasado.
El partido ARENA nace en otro contexto, como organización de sectores agrarios y como fuerza anticomunista en momentos de crisis política. Pero es hasta 1983, en plena guerra civil, cuando la Constitución Política de ese año convierte a los partidos políticos, en su artículo 85, en un monopolio de la “representación del pueblo dentro del gobierno”.

A partir de este momento, todas las instancias del aparato estatal pasan a ser controlados por partidos políticos, y no existe ninguna esquina ni rincón institucional que escape al control partidario, y, por supuesto que se trata de un control autorizado por la Constitución. Pues bien, la transnacionalización de la riqueza y la crisis del Estado, al convertirse en siervo del mercado, han arrastrado a los partidos políticos al mismo foso y a enfrentarse al mismo péndulo. Los partidos políticos, y sobre todo los más grandes, FMLN y ARENA, carecen de todo prestigio político e intelectual, de toda confianza orientadora; y al pasar de ser partido político a ser partidos que renuncian a hacer política, operan más bien, como empresas mercantiles y sus cúpulas pasan a actuar como empresarios pero gozando de la ventaja que da el control del aparato estatal.

Tenemos, entonces, una ecuación que ofrece, por un lado, a las cúpulas empresariales, venidas de menos, y a las cúpulas partidarias convertidas en empresariales.

Y los partidos políticos, que eran antiguamente instrumentos políticos de la fuerza armada y de los oligarcas, dejan de ser instrumentos y pasan a ser fines en sí mismo, al mismo tiempo que dejan de representar los intereses de sectores sociales, pasan a representar los intereses de sus respectivas cúpulas, y en cierto modo, a competir con las cúpulas empresariales que, al igual que el pueblo, no parecen, ni aparecen representadas por partido político alguno.

Importantes empresarios están opinando que “tenemos que evitar que los partidos políticos mantengan secuestrado el poder”.

Se trata del agotamiento del monopolio partidario, establecido en 1983, de la derrota del modelo neoliberal, de una enfermedad terminal del mercado total y del predominio de las transnacionales sobre las oligarquías locales. Todo este entramado constituye una crisis histórica del régimen político.

Para el caso, la Corte Suprema de Justicia, que es un ente partidario como todos, tiene hoy una Sala de lo Constitucional que no aparece encadenada a dictados partidarios. Porque al erosionar ese control partidario, las instituciones pueden retomar las funciones que la Constitución les establece. Esto es, precisamente, lo que ocurre con la Sala de lo Constitucional, y este es el rostro verdadero de la independencia de los poderes.

En la coyuntura que comentamos, la cúpula del partido FMLN es la que por encima de todos los partidos ha aprovechado muy bien el momento para parecer como una cúpula conservadora, derechista y decidida a impedir que el pueblo se libere de las coyundas partidarias que tanto impiden la democratización de la democracia. Por supuesto que esta cúpula presenta esta coyuntura como una conspiración de la derecha o del Presidente Funes contra ese partido para amenazar sus intereses electorales y hasta la gobernabilidad.

El argumento de la conspiración que evita la reflexión sobre la realidad es un conocido argumento de las derechas, pero sirve a esta cúpula para asustar a parte de su membresía, y para darle alguna justificación a su política. En realidad se trata de un magnífico momento de quiebre de los fundamentos del régimen político y de oportunidad para una salida popular a la crisis.

El Salvador: momento de definiciones

A medida que se avanza hacia el 1 de junio, que será el segundo aniversario del gobierno de centro-izquierda, conducido por Mauricio Funes y el FMLN, surge la necesidad apremiante de definir el rumbo del barco y el puerto de destino. ¿Hacia donde navega este gobierno? ¿Hacia el desmontaje real del modelo neo-liberal o hacia la continuidad del modelo con un tímido barniz izquierdista? ¿Hacia su estancamiento o radicalización?

La respuesta a estas interrogantes esta determinada por la correlación de fuerzas políticas y sociales existente, por el entorno internacional, por el estado de animo de los sectores populares, y su reacción ante el agravamiento de la crisis socio-económica. La gente esta pasando del descontento a la protesta. Y este aspecto de la lucha social hoy manejable, puede crecer y convertirse en determinante. Esa es nuestra apuesta como movimiento popular.

La lucha de clases se ha agudizado y ha tomado caminos insospechados, que reflejan las fortalezas y debilidades de las fuerzas que aspiran a cambios estructurales y que hoy se enfrentan a las estrategias de la oligarquía transnacionalizada, así como a la diplomacia “inteligente” del imperio conducido por Barack Obama.

Es por lo tanto crucial identificar los intereses de clase que explican los virajes de las diversas fuerzas en contienda y sus posiciones publicas, como es el caso de la ANEP, la cabeza de la oligarquía, que últimamente aparece calzando comunicados al lado de organizaciones de la sociedad civil, algunas de pasado progresista. Preguntémonos: ¿ha cambiado la ANEP? ¡Claro que no! ¿Han cambiado estas organizaciones? No sabemos.

Lo que si podemos asegurar es que la ANEP si esta clara de sus intereses de clase y contra quien debe dirigir sus baterías. ¿Es la ANEP partidaria de la democracia? La ANEP es partidaria de cualquier régimen que defienda su sistema de explotación capitalista, sea del color que sea. Ayer apoyó a la dictadura militar, a los gobiernos areneros, hoy apoyará a quienes sirvan a sus intereses. En esto no podemos perdernos o fingir amnesia. Dime con quien firmas comunicados, y te diré quien eres.

Es evidente el esfuerzo de la oligarquía transnacionalizada, mediante la ANEP, de posicionarse y bajo el disfraz de “sociedad civil” atacar al FMLN y sus avances, neutralizar a sectores del movimiento social y atraer hacia sus posiciones al Gobierno Funes. El esfuerzo de la derecha por separar al FMLN del presidente Funes lleva ya casi dos años, pero da la impresión de ser un matrimonio con muchas peleas y diferencias, pero sólidamente unido en la defensa de su hogar. No han logrado separarlos y esto habla positivamente de la madurez de ambos cónyuges.

Para ubicarnos en esta vorágine de acontecimientos y posiciones es preciso recurrir a la brújula probada del análisis de clase, y observar la realidad bajo el prisma de los intereses de los sectores populares. Cada una de las piezas de este rompecabezas esta unida por múltiples hilos y nudos, los cuales debemos de ir desatando. Usáremos el método del análisis de sus contradicciones.

La contradicción principal de nuestro país

La contradicción principal es la existente entre los intereses de la oligarquía transnacionalizada y el imperio y los intereses de los sectores populares. Alrededor de esta contradicción principal se ubican los enfrentamientos de las diferentes clases y sus instrumentos políticos, ideológicos y gremiales. Estos enfrentamientos se desarrollan en cuatro grandes escenarios: el de la gestión gubernamental, el de los partidos políticos, el de la derecha empresarial y el de los sectores populares.

En cada uno de estos escenarios los diferentes actores, a partir de sus intereses, impulsan su agenda política para impactar a la sociedad y determinarla. En cada uno de estos sectores existen contradicciones de diversa naturaleza. Y no obstante, estar conectados, por razones didácticas, los separamos para el análisis.

En el escenario de la gestión gubernamental existe la contradicción entre el presidente Funes y el FMLN; entre el presidente Funes y la derecha; entre el FMLN y la derecha; entre el presidente Funes y los sectores populares, y otras. Y los diversos hechos políticos más relevantes de las últimas semanas han sido en este escenario y están determinados por estas contradicciones.

Podemos señalar siete hechos políticos relevantes: la distribución por segundo año consecutivo de útiles, uniformes y zapatos a los niños y niñas del país; la focalización del subsidio del gas licuado; la salida del transporte publico del Centro Histórico; la convocatoria para un consejo consultivo de expresidentes; la visita del presidente estadounidense Barack Obama; la inauguración en Lourdes de Ciudad Mujer; y la captura por corrupción de un exministro de Salud.

Cada uno de estos hechos políticos ha permitido el avance del proyecto del Gobierno Funes, beneficiando – o en algunos casos dañando- tanto al mismo presidente como al partido de gobierno, el FMLN. Son hechos que en general, han perjudicado a la derecha y han beneficiado a los sectores populares.

¿Cuáles son los intereses en juego?

¿Qué persigue el presidente Funes? La agenda del presidente Funes consiste en que su barco navegue en aguas tranquilas, bajo la protección de un acorazado estadounidense, y que llegue a puerto seguro, evitando las peligrosas tormentas sociales. Es una visión socialdemócrata que aspira a desarrollar el país por medio de lograr la conciliación de clases con el apoyo de EE.UU. Lamentablemente es una receta que ya fracasó muchas veces. Y desde hace cincuenta años, con la Alianza para el Progreso. Es más de lo mismo.

¿Qué persigue el FMLN? La agenda del FMLN consiste en ir acumulando gradual y pacientemente poder institucional (Ejecutivo, Legislativo, CSJ, Fiscalía, Corte de Cuentas, TSE, Alcaldías) a la vez que fortalece su aparato político electoral, que le permite mantenerse como primera fuerza política, hasta alcanzar el control del Ejecutivo. Ya llegó cerca.

¿Qué persigue el gobierno USA? La agenda de la Administración Obama consiste en evitar que el Gobierno Funes estreche vínculos con el gobierno de Venezuela y se afilie al ALBA, y lograr que se mantenga como fiel aliado internacional. Y para lograr esto fortalecerán sus niveles de cooperación. Ya lo están haciendo.

¿Que persigue la oligarquía transnacionalizada? Recuperar el control del Ejecutivo para ponerlo de nuevo al servicio de sus intereses económicos. O lograr que este Gobierno Funes sirva para estos mismos propósitos. Para avanzar en este objetivo, puede hacer uso de ARENA o incluso de candidaturas independientes en el 2012. La marca no les interesa, sino los resultados. Y cuentan con muchos recursos para actuar.

¿Qué persigue el movimiento popular y social? Acumular poder popular mediante la organización, concientización y movilización de las comunidades rurales y urbanas en lucha por sus reivindicaciones inmediatas así como de los sectores populares mediante una plataforma de lucha. Convertirse en la reserva estratégica para la lucha por el socialismo.

El presidente Funes y el FMLN

El presidente Funes necesita evitar una victoria aplastante del FMLN sobre la derecha en el 2012, ya que tal victoria aumentaría significativamente los niveles de influencia del FMLN en su gobierno y le daría al FMLN la pauta para definir el candidato de la alianza para el 2014. En esto coinciden el presidente Funes, la Embajada USA y la misma Oligarquía. El presidente Funes aspira a mantener el equilibrio actual de fuerzas, que le permite maniobrar con la derecha. Estos son sus deseos.

Pero todo indica que la tendencia inevitable del 2012 es a una victoria contundente del FMLN, dada la situación como partido de gobierno, la división de la derecha política (ARENA y GANA) y la torpeza de Cristiani. El presidente Funes sueña con un FMLN debilitado, y plegable a sus intereses, con una derecha domesticada y obediente, y con un movimiento social silencioso y silenciado. Pero todavía le falta aprender mucho de la terca realidad.

El problema de las listas electorales

El aspecto principal de la contradicción entre el presidente Funes y el FMLN se revela en primer lugar, alrededor del problema de las listas electorales y las candidaturas independientes. Lo que esta en disputa de fondo son cuotas de poder. El origen de esta disputa se remonta al 29 de julio de 2010, cuando cuatro magistrados de la sala de la Constitucional de la Corte Suprema de Justicia decidieron reconocer las candidaturas independientes así como los listados abiertos y no por las banderas de los partidos, de los candidatos a diputados. Este histórico fallo judicial vino a modificar el sistema establecido de votación y generó un áspero debate en el que los partidos políticos se presentaron de manera unánime en defensa del antiguo sistema, incluyendo al FMLN. Fue un triste papel.

Debe señalarse que esta decisión de la CSJ, en términos generales, es un paso de avance en el predominio de la sociedad civil sobre el sistema de partidos políticos y sobre el diseño heredado de la Constitución de 1983, que fue parte del proyecto de contrainsurgencia de esa época, que pretendía legitimar a los partidos políticos sobre la entonces fuerza guerrillera que era el FMLN.

El problema radica que esta decisión judicial, hoy, para estas elecciones del 2012, en esta coyuntura en que el FMLN es el partido de gobierno, el debilitar el sistema de partidos políticos equivale también a debilitar al FMLN. Le trae problemas, le dificulta seguir acumulando fuerza electoral y esto claramente fortalece a la derecha.

Es un dardo envenenado, claramente enfilado a golpear a la dirección del FMLN, la cual, no obstante errores y debilidades –como las extrañas posiciones publicas ante las lucha sindicales, las mismas candidaturas independientes y la visita de Obama- es la conducción política que forjó la alianza que derrotó a ARENA, ha unificado al partido y ha logrado mantener por dos años esta alianza con Funes, lo cual no ha sido fácil.

Y en este afán unifican fuerzas y esfuerzos de manera coyuntural la derecha, la Embajada USA, sectores de la sociedad civil y el presidente Funes. El presidente Funes al no tener estructura partidaria, lo que le interesa es aumentar su “popularidad.” La derecha, ni lenta ni perezosa, rápidamente rectificó su oposición inicial a las candidaturas independientes y se lanzaron a apoyar esta medida. La Embajada USA pesca en río revuelto. Saben que el perjudicado será el FMLN.

Es interesante como en esta “santa cruzada” en defensa de la “institucionalidad del país” se han unido en apoyo al presidente Funes las “fuerzas sociales” del CES, integradas por la poderosa ANEP; por el MPC, FSNP “oficial” y el MUSYGES. Asimismo el partido ARENA e incluso la Iglesia Católica.

Incluso para complicar la situación, hace dos semanas 9 magistrados de la CSJ decidieron denunciar ante la Fiscalía General de la Republica a los cuatro magistrados que fallaron sobre las candidaturas independientes, acusándolos de “prevaricato y desobediencia.” Y entonces en contra de esta denuncia y en apoyo a estos 4 magistrados vuelve a surgir una poderosa campaña de organizaciones de la sociedad civil, de profesionales y la ya infaltable ANEP.

Lamentablemente esta es una batalla que el FMLN libra casi en solitario, o lo que es peor, acompañado de sospechosas nuevas amistades, como son los partidos de derecha GANA, PCN y PDC. El FMLN esta en desventaja y cosecha los frutos de abandonar al movimiento popular y social. Y esto permite que un esfuerzo por revertir este fallo originado en la Asamblea legislativa encuentre el rechazo del presidente Funes, y que este veto presidencial reciba una gran aceptación general.

La derecha confía que este nuevo diseño de votación, le permitirá mediante una bien orquestada ofensiva mediática, anular o descartar las candidaturas de cuadros de la dirección del FMLN y con esto golpearlo estratégicamente, y lograr la elección de personajes “manejables” y de esta forma superar la amenaza del 2012, obligar al FMLN a un cambio de estrategia electoral, y recuperar fuerzas con vistas al 2014.

En respuesta al veto del presidente Funes del 25 de marzo, en una audaz y enérgica acción legislativa, el FMLN junto con el partido GANA, el 31 de marzo, modificaron el sistema electoral. El FMLN se atribuyó mayores cuotas de poder administrativo a través del presidente del TSE y GANA logró insertarse en los diversos mecanismos de vigilancia del proceso electoral. El sacrificado fue el PDC que empezó a chillar lastimeramente: este es un fraude electoral. Y lo dice un partido que legalmente no debiera de existir, pero que fue “resucitado” por obra y gracia de la derecha de este país.

Donde GANA no apoyó al FMLN sino que se alineó obedientemente junto con ARENA, el PCN y el PDC fue en lo relativo a la decisión legislativa de eliminar de la declaración patrimonial lo relativo “a cuantas bancarias y otros objetos de valor” quedando únicamente sus propiedades inmobiliarias.

Una medida que puede afectar la popularidad del presidente Funes

La decisión del presidente Funes de focalizar el subsidio al gas líquido es una papa caliente que ya quemó las manos del Ministro de Economía y puede quemar la popularidad del presidente Funes. Es una medida complicada administrativamente, y que según algunos académicos responde a las exigencias del Fondo Monetario Internacional.

Pero lo más grave es que esta perjudicando a miles de micros y pequeños empresarios y ha generado ya peligrosos procesos de aumento del costo de la vida. Al final la medicina puede resultar más desastrosa que la enfermedad. El presidente Funes debe de bajar del soberbio caballo en que se ha subido y rectificar, o exponerse a que los costos de esta medida le manchen su impecable traje de estadista.

Y es que el aumento del precio de las tortillas es tan poderoso por su cotidianidad, que logra que el impacto de la captura de un alto funcionario arenero, como es el exministro de salud, acusado justamente de corrupción, pase casi desapercibida, aunque es una medida muy positiva. Distancia a Funes de la derecha y lo acerca al movimiento popular. Pero la gente esta siendo golpeada en su alimentación y seguramente devolverá el golpe en marzo del 2012. Ya ayer hubo una protesta popular en la Asamblea legislativa. Y seguramente afectará a los pretendientes al trono.

Las luchas populares

En este panorama en que las luchas entre partidos y la gestión de Funes ocupan las primeras planas de los periódicos, es silenciada la heroica resistencia impulsada por las 19 comunidades que viven a la entrada del “Relleno sanitario” de Nejapa desde hace 12 días. Estas comunidades han bloqueado la entrada porque exigen la construcción de una carretera para evitar la polvazón que enferma a sus niños y ancianos.

Y se han enfrentado por doce días a la UMO de la PNC y a la millonaria empresa MIDES que pretende burlarse de sus compromisos previos. Incluso alcaldes del FMLN se han prestado para apoyar esta pretensión de los empresarios de la basura y han declarado “emergencia ambiental.” Esta es una lucha justa que merece nuestro apoyo. Estas comunidades mantienen la llama de la rebelión popular encendida.

Finalmente, como Comunidades de Fe y Vida, COFEVI, participaremos junto con COMPHAS, el FSNP y la CSTS en la ya tradicional marcha del próximo 1 de mayo, en la cual estaremos demostrando nuestra solidaridad con los pueblos que luchan contra la intervención imperial como lo son el pueblo de Libia, Irak, Afganistán, Cuba y Venezuela.

Asimismo levantando las banderas rojas de nuestro derecho a una vida y vivienda digna, a un empleo seguro, a nuestra soberanía alimentaria. Y rindiendo homenaje a los mártires de Chicago, que fueron los que iniciaron allá por 1886 este camino que seguimos transitando hacia el socialismo…

Roberto Pineda

San Salvador, 15 de abril de 2011

Veto y opción política

Veto y opción política

Licenciada Norma Guevara de Ramirio
El Presidente de la República, vetó el Decreto Legislativo 635 que contiene reformas al Código Electoral mediante las cuales se cambia el sistema de listas bloqueadas y cerradas como mecanismo de elección de diputados y diputadas a la Asamblea Legislativa, y abre opciones a la ciudadanía para votar por la propuesta de un partido, por una de las personas propuestas por partido o por un candidato no partidario. El Presidente tiene la facultad constitucional de sancionar, observar o vetar cualquier decreto, la Constitución le otorga esa facultad entendida como la posibilidad de corregir o evitar una ley. Pero cuando la razón alegada, es inconstitucionalidad, el Presidente está en el deber de sustentar la relación incongruente entre lo aprobado por la Asamblea Legislativa con los artículos de la Constitución que supuestamente se han vulnerado. Esta parte no se demuestra en el veto al D.L. 635, por eso, esa actuación se inscribe en opción política.

Alega que inscribir planillas incompletas es inconstitucional; eso no lo podría probar. Se cuestiona la forma de realizar el escrutinio final por dar valor a los votos que la ciudadanía emita a favor de un partido, con lo que descalifica la libertad de la ciudadanía de votar, si quiere, por una propuesta de partido. Alega sin probar, que el resultado será el mismo que cuando se utilizaron las listas cerradas y bloqueadas, tampoco puede probarlo; insinúa, como reclamo, el que se mantenga el sistema de cocientes y residuos, derivado del art. 79 que establece que para “la elección de diputados se adoptará el sistema de representación proporcional”. Es admisible que el decreto no le guste, que lo considere inconveniente, pero sería difícil probar en qué radica su inconstitucionalidad.

Lo que sí es claro, es que la Constitución establece un rol fundamental a los partidos políticos. En los derechos de ciudadanía se establece el de asociarse para constituir partidos o incorporarse a los existentes (art. 72); el derecho de vigilancia del Registro Electoral (art. 79), el de ir a una segunda vuelta cuando en una elección presidencial se gana el primero o segundo lugar sin alcanzar la mayoría absoluta (art. 80); el de estar afiliado a un partido político para optar a la Presidencia de la República (art. 151); el de ser la expresión del pluralismo político como característica del sistema político y el único medio para el ejercicio de la representación del pueblo en el gobierno (art. 85); el de proponer candidatos al Tribunal Supremo Electoral cuando se obtiene un respaldo equivalente al primero, segundo y tercer lugar en las elecciones presidenciales (art. 208); el de proponer ciudadanos a los organismos electorales (art. 209) y el de recibir la deuda política en las elecciones para mantener libertad e independencia (art. 210).

Es obvia la existencia de un movimiento orientado a socavar el papel de los partidos políticos, movimiento que tiene derecho a sostener sus propias ideas sobre la manera de hacer política. Ese movimiento debiera pedir abiertamente el cambio de sistema político y sus consecuentes reformas constitucionales, como lo hizo el FMLN antes de ser partido y lograr importantes transformaciones institucionales encaminadas a democratizar el Estado y darle valor a la ciudadanía como sujeto fundamental de la democracia.

Cuando el predominio de la derecha en el Estado era total, el movimiento popular y cualquier partido de izquierda carecían de espacio. El FMLN, se plantó en franca disputa para representar al pueblo en distintas instancias de gobierno hasta hacer posible, que con esas reglas viciadas e imperfectas se alcanzara en las urnas la victoria presidencial el 15 de marzo de 2009. La derecha cuestionó siempre al FMLN, su organización interna, sus dirigentes, sus procedimientos de decidir sobre candidaturas. Lo nuevo ahora, es que gran parte de la derecha, especialmente la empresarial y de medios, es parte de ese movimiento anti partidos. Pareciera que lo que motiva el cambio es darse cuenta que Arena les sirve poco, se dividió, no levanta. Así como tienen apoderados de empresas, necesitan apoderados políticos operando a su favor en instancias de Estado, es su nueva forma de hacer política.

Hay que percatarse que el cambio que buscan dejar fuera, novedades ocurridas en sociedades que sacudieron a los viejos partidos políticos como Venezuela, Bolivia o Ecuador; pasar de la democracia representativa a formas de democracia participativa, reformas constitucionales que incluyen el referéndum, Registros Civiles estrictos que limitan fraudes de identidad para traficar, eludir y evadir. Ese movimiento jamás acompañará el establecimiento de cuotas para asegurar la participación política de las mujeres y de los jóvenes.

Si para algo sirve el veto, es para saber situar aspiraciones de cambio de sistema político; analicémoslas, sin deteriorar facultades constitucionales que encubren nuevas formas golpistas.

Obama, Monseñor Romero y el futuro del país

La visita del presidente Obama a la tumba de Monseñor Óscar Romero, es un acto de gran valor emblemático. Solamente entre 1979 y 1981, más de 30.000 civiles fueron asesinados por militares y escuadrones de la muerte, cuando aún no había una guerra y los rebeldes éramos sólo unos pocos jóvenes con más indignación que armas y capacidad militar. Cuando las protestas se convirtieron en guerra, los militares, apoyados por EE UU, no bombardearon en un país con tres habitantes por kilómetro cuadrado como es el caso de Libia, sino en el más densamente poblado del continente, con 230 habitantes por kilómetro cuadrado en 1980. Extensas zonas del territorio fueron desoladas y millones emigraron, la mayoría hacia EE UU.

La extrema derecha salvadoreña consideraba “comunista” al entonces presidente estadounidense James Carter por su defensa de los derechos humanos. En 1980, cuando Ronald Reagan se perfilaba electoralmente como el candidato ganador frente a Carter, se sintieron autorizados para asesinar al arzobispo Romero, un hombre inteligente, sensible y con una extraordinaria oratoria, al que consideraban tan peligroso como el Ayatolá Jomeini, pese a que inicialmente era conservador, contrario a la Teología de la Liberación y amigo de familias acaudaladas. La derecha lo consideró un traidor, no le perdonó, y aún no le perdona que les exigiera parar la matanza. El 9 marzo de 1980 fue encontrada una bomba en un altar donde oficiaría misa, y el 24 de marzo de ese mismo año un francotirador le disparó cuando alzaba sus brazos para oficiar la eucaristía.

Ese magnicidio detonó la guerra civil, si habían asesinado al arzobispo, todos los opositores debían darse por muertos. Miles de salvadoreños, incluidos oficiales del ejército, no tuvieron más opción que unirse a la rebelión armada. El asesinato de Romero fue una gran injusticia y una enorme estupidez desde el propio interés de la derecha, pues, sin ese crimen, la insurgencia no hubiera cobrado fuerza. Sin embargo, celebraron colectivamente el asesinato; se han negado a aceptar la culpa y siguen reconociendo como héroe a quien cometió el crimen. Es cierto que desde la insurgencia hubo actos de violencia injustificados, pero la violencia causal del conflicto vino del Estado. Los opositores fueron siempre mayoritariamente demócratas o humanistas indignados como Romero. Los terroristas eran los gobiernos, los rebeldes no éramos ni el problema ni la solución, simplemente fuimos una consecuencia de la dictadura.

Que seamos uno de los países más violentos del mundo tiene relación con nuestro pasado autoritario. Cuando el Estado mata, enseña a los ciudadanos a matar, convirtiendo la violencia en cultura. En nuestro país se formaron cuerpos paramilitares con más de cien mil miembros que sirvieron para preservar el poder durante décadas. Esta violencia vertical se convirtió en una violencia horizontal entre los salvadoreños que los escuadrones de la muerte se encargaron de consolidar. Fueron éstos los primeros en descuartizar y exhibir cadáveres. Las maras resultaron así del cruce cultural de las pandillas estadounidenses con la violencia extrema que los salvadoreños aprendieron del Estado. El Salvador vive ahora una descomposición social que produce delincuentes a escala industrial. Pero ese infierno de muerte atormenta sólo a los más pobres. Los barrios ricos viven la irrealidad de un falso progreso en unos pocos kilómetros cuadrados. El país enfrenta así la paradoja de que para que funcionen las escuelas y trabajen los maestros, necesita más cárceles y policías. Urge más Estado y mejores ciudadanos, lo primero implica más impuestos y lo segundo más educación cívica.

Durante los gobiernos de ARENA los salvadoreños se convirtieron en el principal producto de exportación. Las remesas son el pilar de la economía y los coyotes su sector más dinámico. La desarticulación de familias y comunidades producto de la emigración agrava la descomposición social, abriendo una conexión entre violencia y economía. A mayor emigración más remesas, a más remesas menos productividad de los trabajadores y menos inversión de los productores, a menos productividad e inversión menos empleo, a menos empleo más violencia y por lo tanto más emigración. El progreso aparente viene de las remesas, por lo tanto de la violencia. Los grandes ricos tienen mucho dinero y pocas ideas productivas, son, en términos estrictos, decadentes, dejaron de invertir durante los gobiernos de ARENA. El país necesita una refundación de los sectores productivos que detenga la emigración y un Estado que genere un mínimo de paz para que se reactive al menos la microeconomía que está severamente afectada por la inseguridad.

El Salvador ha sido gobernado ininterrumpidamente por una derecha que asesinó, exilió, derrocó y saboteó a todos los líderes opositores moderados en el país durante el último siglo. Doctor Manuel Enrique Araujo asesinado en 1913, ingeniero Arturo Araujo derrocado en 1931, Profesor Alberto Masferrer exiliado en 1931, general Alfonso Marroquín fusilado junto a otros militares y civiles en 1944, doctor Arturo Romero herido a machetazos y exiliado en 1944, Roberto Edmundo Canessa muerto a causa de una golpiza policial en 1961, ingeniero Napoleón Duarte y doctor Guillermo Ungo exiliados en 1972, coronel Benjamín Mejía asesinado en 1981, Enrique Álvarez Córdoba asesinado en 1980, coronel Adolfo Majano exiliado en 1981, arzobispo Romero asesinado en 1980, Ignacio Ellacuría y otros cinco sacerdotes jesuitas asesinados en 1989. Durante el gobierno de Napoleón Duarte, en plena guerra civil organizaron paros empresariales, cuando sin los recursos de EEUU que su gobierno canalizó, los insurgentes hubiéramos ganado fácilmente la guerra. Los personajes mencionados no eran extremistas. Esta historia de intolerancia y arrogancia conduce a preguntarse si el actual gobierno es una oportunidad o es la misma amenaza que inventaron siempre.

Muchos tuvimos fuertes dudas sobre el actual gobierno y más sobre el FMLN, particularmente porque, pasada la guerra, con su retórica y práctica radical, retrasó el proceso de maduración política del país. Sin embargo el Frente, queriendo o sin querer, está dando señales de moderación. Este proceso de cambio aunque ahora imperfecto, es por contexto inevitable y nada le haría más bien a El Salvador que la conversión de la izquierda en una élite económica, política, intelectual y social con interés en la estabilidad nacional. Ni la libertad de expresión, ni la propiedad privada están en peligro; no hay proclamas oficiales antiimperialistas y el gobierno está buscando financiarse con impuestos en vez de pedir dinero a Chávez. Los debates son apasionados, pero normales sobre políticas sociales, inversión, transporte, corrupción y seguridad. Se han reprimido huelgas y tomas con el inédito respaldo del FMLN. Terminada la guerra la derecha dejó de matar, aprendió a respetar las elecciones y entregó el gobierno a la izquierda. Sin embargo es evidente la tentación de continuar con la polarización cuando hay ahora una oportunidad para competir en positivo. Mientras haya polarización nada se resolverá. La visita del presidente Obama fue, en ese sentido, un sólido respaldo a la búsqueda de la madurez política, al centrismo y a la moderación, y esto, vale mucho más que amnistías migratorias, préstamos y ayudas económicas. Sólo la madurez le dará al país la capacidad de usar todo su potencial, para que pueda resolver por si mismo los graves problemas que padece.

Nota: El Diario de Hoy, se negó a publicar este artículo.

El Veto, crisis histórica y los partidos políticos

Tanto uno como otra son decisiones políticas, en una coyuntura de quiebres clasistas, económicos y políticos.
El escenario del país nos ofrece una situación en donde encontramos una transnacionalización de la riqueza y unos sectores económicos sin el poder económico tradicional: sin banca, sin industria, sin ciencia ni tecnología, sin inversiones extranjeras, y en donde los inversionistas nacionales no invierten en el país. Todo el control decisivo parece estar en las manos de las grandes empresas extranjeras. Y los antiguos señores aparecen como sus empleados o como grandes inversionistas en otras regiones. Así las cosas, resultan afectadas las antiguas relaciones con sus antiguos instrumentos partidarios, porque el control del aparato estatal también aparece en manos de grandes intereses foráneos, y de todos modos, el descrédito total de los partidos políticos vuelve demasiado caro y poco rentable el uso de estos instrumentos que huelen a negocios y a empresas que pueden hasta competir en el mercado de la política con sus antiguos amos o dueños. Resulta hasta probable que los mismos sectores empresariales necesiten pasar ellos mismos y de manera directa, a realizar el trabajo partidario como gobernantes.

El Presidente sancionó el anterior decreto que regulaba las candidaturas independientes porque políticamente le convenía y no porque jurídicamente fuera constitucional. Pero no sancionó el decreto electoral que regulaba, ya electoralmente, hasta las papeletas el día de las elecciones.

Pensando jurídicamente, el Presidente debió vetar el primer decreto para ser consecuente con este último veto; pero ocurre que toda la maniobra partidaria para impedir la irrupción del pueblo, independiente y libre del control de los partidos en las elecciones, se encuentra amenazada. Ahora todo parece danzar en un aceite hirviendo cuya temperatura controla la Sala de lo Constitucional de la Corte Suprema de Justicia.

Resulta que el primer decreto sancionado apareció con casi todo el respaldo partidario. Pero el segundo apareció con una poderosa influencia del partido FMLN y su sanción fortalecería las posibilidades electorales de este partido. Hay que recordar, en este punto, que la visita del Presidente Obama fue dedicada a la relación Obama-Funes y benefició exclusivamente al Presidente; en tanto que debilitó al FMLN por su actitud zalamera, por su falta de dignidad histórica, por su desmemoria y por su oportunismo ante Obama, que de todas maneras ignoró a este partido, así como ignoró también a las cúpulas empresariales y al resto de partidos políticos. Esto quiere decir que no estando Funes interesado en fortalecer al FMLN, y teniendo un momento de abundante ventaja coyuntural e internacional, no iba a dejar pasar la oportunidad de golpear políticamente a este partido que tan molesta compañía le resulta, pese a que el FMLN resulta también zalamero con el gobierno Funes, y es incapaz de deslindarse de su gobierno, aun cuando no decide ni el pensar ni el hacer gubernamental.

El veto que comentamos pone en claro ante las mismas cabezas de la cúpula del FMLN que no es ni partido de gobierno ni partido en el gobierno, y es, apenas, partido gubernamental, como los otros partidos. El veto de Funes está diciendo esto precisamente. Y, en este sentido, parece tender un puente a la cúpula empresarial que también vive un momento de deslinde de su antigua relación con instrumentos partidarios.

El veto es un fuerte golpe político al partido FMLN y ha llevado confusión y angustia a una cúpula que no alcanza a entender y sopesar lo que les está ocurriendo. En un reciente comunicado, esta cúpula destila toda su increíble ignorancia de la coyuntura, y sobre todo, su incapacidad de diálogo con el mismo Presidente, al que promocionaron ilusamente como su candidato y su Presidente. En este comunicado, la cúpula partidaria ignora el aislamiento que sufren los partidos políticos ante la sociedad, el desprestigio, la desconfianza, la falta de autoridad de la que adolecen todos los partidos, incluido el FMLN, en la coyuntura. Ignorar, como lo hace esta cúpula, que su conducta política es vista por el pueblo como propia de los partidos tradicionales de derecha, que su incapacidad de reflexión es hasta tema de humor político, que el desprecio con que son tratados por el Presidente de la República es tema de todos los días, y pretender elevarse por encima de los otros partidos, de los que, en la práctica, y en el día a día, no se diferencian en nada, resulta ser el drama más patético de esta coyuntura.

De todas maneras, si decidieran superar el veto, sería la Sala de lo Constitucional, la que de nuevo tendría en sus manos la solución del diferendo, y esto no parece ser una salida favorable para las empresas partidarias.

Como puede verse, la figura del veto, que nació en la antigua Roma como un recurso dado a los tribunos de la plebe para prohibir eso significa la palabra latina veto, las decisiones del senado, controlado por los patricios, tiene en la actualidad un significado no popular y es, más bien, un recurso político en las manos políticas del Presidente. Y en este caso, el recurso resulta bien usado para los intereses políticos de quienes deciden vetar y mal usado para la cúpula del FMLN que, una vez más, deberá someterse a la voluntad y decisión de su Presidente.

Funes parece no necesitar al FMLN, en tanto que este partido parece y aparece necesitando y hasta dependiendo de la voluntad presidencial. Aquí tenemos un drama histórico que representa la agonía del régimen de partidos políticos, aquel que en 1983 fuera santificado en el artículo 85 de la Constitución de ese año. Esos plenos poderes entregados a los partidos resultaron perjudiciales para estos mismos y para el pueblo.