Del Mestizo al Mestizaje. Arqueología de un concepto

DEL MESTIZO AL MESTIZAJE: ARQUEOLOGÍA DE UN CONCEPTO
Guillermo Zermeño-Padilla

Doctor en Ciencias Sociales, Universidad de Frankfurt; Profesor/investigador, Centro de Estudios Historicos de El Colegio de Mexico.
Correo electronico: gmoz@colmex.mx
Este artículo es el producto de una estancia en la Universidad de Toulouse-Le Mirail y gracias a la Catedra Mexico (octubre2004-enero 2005), que hizo posible la elaboración de este proyecto, aunado a los apoyos académicos recibidos por El Colegio de México.

Mem.soc / Bogota(Colombia), 12 (24):79-95 / enero-junio 2008 / 7980 / Vol. 12 / No 24 / enero – junio de 2008

La cultura en México ha tendido siempre al aprendizaje de resultados, de verdades hechas, sin reproducir el proceso viviente que ha conducido a estas verdades.
Ramos 102.

Resumen

Este es un ensayo de historia conceptual e intelectual. Se procede en reversa: del presente al pasado. Su objetivo es mostrar el origen sociopolitico de algunas categorías analíticas utilizadas en las ciencias sociales y en las humanidades.

En la evolución y transformación del término mestizo hasta su consagración en el genérico mestizaje se pueden observar al menos cinco capas semánticas superpuestas. Se muestran los espacios en los que el término
mestizaje, concepto moderno, se convirtió progresivamente, a partir de fines del siglo XIX, en un término referencial clave de la identidad nacional de un país como México.

La difusión y consolidación de la noción mestizaje ocurre paradójicamente en un momento –primera parte del siglo XX– en el que la humanidad se piensa en una era global o posnacional. A partir de entonces, el uso del término aspirara a designar ya no exclusivamente la esencia de la “mexicanidad” sino a representar a la “latinoamericanidad”.

Introducción1

El objetivo de este ensayo es mostrar la invención del mestizaje como uno de los ejes conceptuales que articulan la identidad nacional en Mexico 2.
Se trata de una invención moderna que corre a lo largo de los años 1850-1950 y que se distingue fundamentalmente por el desplazamiento semántico del vocablo mestizo –utilizable por igual como adjetivo y sustantivo– al de mestizaje que nos indica su sustantivación, es decir, la transformación de un accidente connotado racialmente en la esencia de la identidad colectiva de un pueblo.

1 Durante el desarrollo de esta investigación recibí valiosos comentarios y sugerencias de Michel Bertrand, Pilar Gonzalbo, Claudia Guarisco, Alfonso Mendiola, Nati Planas; Luis Aboites y Juan Pedro Viqueira hicieron una lectura cuidadosa de la última versión que me permitió todavía corregir algunas imprecisiones y matizar algunas afirmaciones. A todos mi reconocimiento y agradecimiento. Una versión primaria de esta investigación fue publicada en el Anuario IEHS (Instituto de Estudios Histórico-Sociales) 20, de la Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires, 2005, pp. 43-62.
2 Conviene precisar que el uso del vocablo invención fácilmente podría confundirse con el de ficción. De ninguna manera es así. Se trata de invención no en el sentido de imaginación inobservable, sino del proceso de construcción social visible gracias a los testimonios y comunicaciones conservados en acervos y bibliotecas. Así, para dejar ver la fabricación conceptual del mestizaje, nos hemos servido de una bibliografía y documentación muy amplia surgida durante y después de la construcción del evento denominado invención del mestizaje.

Asimismo, la magnificación de la noción mestizaje se da en un momento –primera mitad del siglo XX– en el que la humanidad se piensa en una era global o posnacional. En efecto, el concepto mestizaje, a partir de entonces
no designara exclusivamente la esencia de la mexicanidad sino aspirara a representar a la latinoamericanidad. Como veremos, nadie mejor para ejemplificar este aserto que José Vasconcelos.

Para realizar este trabajo arqueológico procedemos del presente, a partir de la capa discursiva más superficial, aquella que nos constituye como historiadores y científicos sociales, para ir cavando y descubriendo las capas que le preceden, sobre las que indefectiblemente está montada la nocion actual del mestizaje como esencia de la nacionalidad.

Cavar en la tierra de los discursos es posible hacerlo y hasta deseable en la medida en que podremos descubrir las deudas no confesadas de cada una de las superficies sobre las que se ha edificado esta construcción discursiva.

Al realizar este trabajo, que va del presente al “pasado encubierto”, que procede en reversa, que escarba de la capa más superficial a la más profunda, sin misterios, pues la profundidad no depende de la hondura de los pensamientos sino del numero de capas superpuestas, encontraremos que la
construcción de esta identidad nacional conlleva el confinamiento de la parte más débil de esta cadena discursiva, el del mundo indígena.

Confinamiento asociado a la representación de un indígena en proceso de degradación en el marco de una teoría del progreso civilizatorio. La invención del mestizaje es un fenómeno moderno con implicaciones negativas para la ubicación y valoración del mundo indígena en el campo de
las representaciones.

Historia, ciencias sociales y mestizaje

El tema del mestizaje (Race mixture) se introduce en las ciencias sociales y en la historia en buena parte promovido por instituciones oficiales como el Instituto Panamericano de Geografía e Historia y por instituciones académicas europeas, como fue el caso del Instituto de Estudios Ibero-Americanos de Estocolmo (El mestizaje).

Es verdad que uno de sus promotores más fervientes, Magnus Morner, reconocio en su informe sobre el estado de la investigación de 1960 las contribuciones de historiadores que le habían precedido, como Richard Konetzke (1958), Angel Rosenblat (1954), George Kubler (The indian
1952) y John P. Gillin (1949).3
3 Todos referidos en el “Informe” de Magnus Mörner (9-51).

En relacion con la historiografia y antropologia mexicana sobre el mestizaje, estudiosos como Gonzalo Aguirre Beltran (1946) y Silvio Zavala (1946) habían hecho tambien importantes contribuciones. No obstante, en la relacion bibliografica tan detallada entregada por Morner destaca la ausencia de otra
clase de trabajos sobre el mestizaje que desde la decada de 1920 se habian preocupado de dotar de fundamento filosofico y antropologico al mestizaje
como principio articulador de la nacionalidad mexicana e iberoamericana.4
4 En pequeño o gran formato se trata de obras como las de José Vasconcelos (La raza cósmica, 1925), Samuel Ramos (El perfil del hombre y la cultura en México, 1934), Octavio Paz (El laberinto de la soledad, 1950), Luis Villoro (Los grandes momentos del indigenismo, 1950), Leopoldo Zea (El Occidente y la conciencia de México, 1953).

El olvido de estos trabajos “filosóficos” quizás solo se explique por el interés que había en la historiografía por asimilarse a los métodos y procedimientos de las ciencias sociales.

Así, por debajo de la capa tendida por la historia social e institucional de los años sesenta se extendía previamente otra superficie más espesa que había
establecido que el rasgo distintivo de las naciones iberoamericanas con respecto a las naciones anglosajonas era el mestizaje. Es precisamente en
ese contexto que la obra de José Vasconcelos publicada en 1925 (“El mestizaje” 13-53) adquiere y sigue teniendo relevancia, mucho menos por su rigor filosófico y científico que por su capacidad –gracias en parte a su red tejida como escritor, político y funcionario– para difundir la noción del mestizaje. El poder de persuasión de ese pequeño ensayo La raza cósmica se apoya en otras publicaciones del autor,5 pero sobre todo en el hecho de que políticamente la tierra estaba preparada para hacer germinar una noción de mestizaje que por su carga racial no podía dejar de ser una noción problemática.

5 Pienso, por ejemplo, en Indología. Una interpretación de la cultura Ibero-Americana (1926). Apoyado más en las leyes postuladas por Hugo de Vries que por Darwin, señala Vasconcelos que la segregación “está hoy fuera de las prácticas del tiempo. El porvenir es hoy de mezclas y combinaciones cada vez más acentuadas y múltiples. La población mestiza de la América latina no es más que el primer brote de una manera de mestizaje que las nuevas condiciones del mundo irán engendrando por todo el planeta” (79). El mestizaje es el futuro de la humanidad a nivel planetario; con lo cual, se pone en entredicho la selección natural de las especies o cualquier intento de segregación nacional o racial. De esa manera Vasconcelos deja la puerta abierta a la interpretación del “mestizaje” como un fenómeno también cultural, es decir, propio del reino humano en contraste con el reino animal. Una versión en inglés fue presentada en Estados Unidos con el título “The
Latin-American basis of mexican civilization” (Vasconcelos y Gamio Aspects, 3-102). Es interesante que en este texto aparezcan Vasconcelos al lado de Gamio, cada uno defensor de uno de dos términos excluyentes: el “mestizaje” presupone la desaparición de los términos que lo originan, uno de éstos es el indigenismo y el otro el criollismo. Vasconcelos y Gamio son intelectuales del régimen de la Revolución mexicana, aunque ambos comparten también su desplazamiento del gabinete del entonces presidente
Plutarco Elías Calles.

En mi opinión la gran novedad de Vasconcelos consistió en transformar el término mestizo en el genérico de mestizaje. Transformo una noción singular sociológica en un concepto universal de carácter filosofico.6

6 A diferencia de la mera descripción de los historiadores intentará, dice, formular “una teoría vasta y comprensiva”. “Ensayemos, pues, explicaciones, no con fantasía de novelista, pero sí con una intuición que se apoya en los datos de la historia y la ciencia” (La raza 15).

Obviamente se trata de una empresa intelectual gigantesca, pero lo interesante es la manera como el termino acuñado por Vasconcelos fue recogido y expandido por filósofos e historiadores de la siguiente generación, como Leopoldo Zea y Silvio Zavala.7

7 Entre los historiadores, Zea (59-101) retomará a Arnold Toynbee como autoridad para cuestionar la inferioridad racial de los americanos promulgada en el siglo XVIII por autores como Buffon.

La noción de mestizaje, procedente de la filosofía vasconceliana,
alimentara especialmente a partir de la década de 1960 la imaginación histórica, sociológica y antropologica.8
8 Véase, por ejemplo, González (“El mestizaje” 297-307); Gruzinski; Hedrick.

Sin embargo, la recepción del término en el ámbito de las ciencias sociales y
humanidades no se realizo sin atisbar su carácter problemático, como tratare de explicar.

De su carácter ambiguo, por ejemplo, advirtieron antropólogos como Juan Comas, al señalar que la antropología física tendía a utilizar el termino
enfatizando su carácter racial y biológico. En cambio, para examinar los fenómenos propios de una antropología cultural el termino mestizaje era inapropiado, haciendo preferible el uso de la noción de “aculturación”, pues la cultura no se hereda, se aprende.9
9 Juan Comas (96). De la misma opinión era el antropólogo norteamericano John P. Gillin (9): “Una cultura es un tipo de actividad humana especial. Se adquiere y aprende socialmente, se comparte socialmente y se trasmite socialmente, por un grupo de seres humanos que puede variar en tamaño, […] Por ende, la cultura difiere, por un lado, de comportamientos o tendencias innatas a comportamientos trasmitidos a través del germen plasmático y, por otro lado, de comportamientos idiosincráticos que pueden ser aprendidos o adquiridos, pero que no son compartidos socialmente”.

Estudiosos como Woodrow Borah y Sherburne F. Cook también plantearon
sus reservas durante la misma reunión de 1960 en Estocolmo en cuanto a la conveniencia de utilizar el término para analizar fenómenos culturales
asociados a la posición social o de clase de los sujetos de estudio (Borah y Cook 67). El mismo Morner, promotor de aquella reunión, fue todavía más categórico en su balance ulterior de 1990:
Claro que por razones analíticas y para evitar confusiones, los procesos paralelos pero no precisamente idénticos de la mezcla biológica y cultural deben mantenerse aparte. La anterior categoría, miscegenación o mestizaje en el sentido estricto de la palabra, eso es de muy limitado interés histórico. Como ya lo recalqué en 1967, lo importante es la aculturación o mezcla de elementos culturales y la asimilación o absorción de gente dentro de otra cultura (“Etnicidad” 29).

La llamada sociedad de castas fue simplemente el resultado de la transferencia al Nuevo Mundo de “la sociedad jerárquica, estatal y corporativa de Castilla a fines del medioevo y su imposición en “una situacion colonial multirracial´” (29). Uno de los primeros estudiosos del fenómeno del mestizaje, el historiador alemán Richard Konetzke había alertado también sobre el peligro que había en confundir las “etiquetas socioraciales de los registros eclesiásticos a fines del periodo colonial” con el estatuto sociocultural y económico de los individuos registrados. La distribución de la riqueza, privilegios y profesiones no era un asunto exclusivo ni sobredeterminado por el color y origen étnico de la población.

Anotó además que la sociedad de castas, como modelo de diferenciación del cuerpo social colonial, era más relevante en los centros urbanos que en el mundo rural (Konetzke, citado por Morner 1967, 35).

En consecuencia, podríamos preguntarnos por que, pese a su ambigüedad, se ha mantenido la noción de mestizaje como principio heurístico para entender un sinnúmero de cuestiones10 o para examinar “otras sociedades”, desaparecidas o contemporáneas. En donde se encuentra, de donde obtiene su fuerza? .Porque, pese a todas sus debilidades teóricas y científicas, se sigue recurriendo a la noción de mestizaje para dar cuenta de los intercambios culturales entre grupos y comunidades diversas? La respuesta a esta interrogación se encuentra, a mi juicio, en la presencia de un tercer sustrato ideológico-político que subyace a las dos capas discursivas anteriormente
mencionadas, la filosófica y la científico-social.
10 Véase, por ejemplo, Gruzinski. También el mestizaje alcanza hasta las tecnologías, lo cual parece ya excesivo (Florescano y Acosta).

La fiesta del 12 de octubre

El mestizaje como tema de reflexión y de estudio filosófico, histórico y sociológico tiene su sustento en la construcción ideológica del régimen de la Revolucion Mexicana. La mestizofilia –como la denomina Agustín Basave–, término que en primer lugar remite a una observación de carácter biologico, se refuerza también en eventos de carácter ritual, no meramente “ideograficos”.

Es decir, la mestizofilia se puede asociar paradójicamente también a una festividad calculada inicialmente para celebrar a la hispanidad. Una festividad que aparece por primera vez durante la celebración del IV Centenario del Descubrimiento de América en 1892 y que se traslada a México para celebrar el día del mestizaje o mezcla de la raza indígena y española. Es transportada no por el régimen porfirista, sino por el régimen de la revolución encabezada por Venustiano Carranza en 1917 (Miguel Rodriguez).

12 de octubre de 1917.

Fiesta de la raza es un pequeño libro editado para conmemorar el feliz
encuentro entre dos culturas y el surgimiento de la tercera vía o síntesis superior del antagonismo librado entre indígenas y españoles. La
celebracion fue auspiciada por el gobierno constitucionalista en el corazón de la intelectualidad, la Universidad Nacional Autónoma de México, y con invitación a representantes estudiantiles de otros países iberoamericanos.11

11 Rubén M. Campos aclara que la “Universidad Nacional invitó a la flor de nuestros intelectuales para celebrar el 425º aniversario del descubrimiento del Continente en que florece una raza joven, digna de cumplir sus destinos” (19).

Además de algunas “piezas literarias” con imágenes fotográficas, se muestran algunos de los edificios más llamativos de la ciudad de México, panorámicas de algunas ciudades coloniales así como de empresas mineras, agrícolas e industriales. Se asocia el Día de la Raza a la celebración de la modernidad
mexicana. Cabe aclarar que la noción de mestizaje solo esta implícita en el recurso a un espacio semántico que conjunta el elemento americano y el latino o español. Así se expresa Alejandro Quijano respecto del contenido de la palabra raza:
He dicho latino-americana. Y cabe aquí una aclaración no sólo de forma, sino de concepto, a las expresiones con que en los últimos tiempos viene llamándose a esta incipiente raza: indo-latina, indo-española. La raza, que no es, según el pensar de los modernos sociólogos, producto de los solos elementos anatómicos o fisiológicos, sino también y esencialmente de los
psicológicos, no tiene, en nuestro caso, ni de origen indio sólo, ni sólo abolengo latino, o hispano; somos como ya lo hemos apuntado, americanos a través del conquistado indígena, y latinos a través del dominador español. Tenemos de aquí, a más de la sangre india, el ambiente de América, y de allá,
a más de la sangre hispana, el ambiente que, viniendo del Lacio a la península […] No somos solamente hijos de Pizarro y Cuauhtémoc, de Cortés y Atahualpa, sino frutos de algo más amplio y más bello: de la unión, hecha a través de varios siglos, de la vida americana y de la vida latina (Campos 42-
3).12
12 En esos mismos años Miguel de Unamuno (591-97) ironiza sobre la solemnización de dicha fiesta en España por “real orden” y defiende más que la patria de la “raza” la patria de la “lengua”. Agradezco a Pilar Gonzalbo haber llamado mi atención sobre este
material.

Unos años después de 1917, ese espacio semántico que absorbe “lo indígena” y “lo español” será cubierto por Vasconcelos con la denominación del neologismo mestizaje. Así, dentro de la serie de celebraciones del Día de la Raza se puede ver que el termino mestizaje ha sido ya aceptado e incluso se ve como aconsejable. Un funcionario del gobierno de Lázaro Cárdenas toma la voz en la celebración de 1935 para promover el uso del “moderno y atinado concepto del mestizaje” ya que “puede y debe contribuir a desterrar odios
anacrónicos, estériles y, afianzar sobre todo, en nuestras clases populares, la convicción del destino venturoso de nuestro Continente”.

El discurso de Luis I. Rodríguez, secretario particular del presidente Cárdenas, quería dejar en claro que en un día de octubre “lejano y maravilloso, se proyecto sobre estas regiones la mirada de Europa y con ella un nuevo destino”. En aquel remoto 12 de octubre de 1492 se establecieron los cimientos… de otra humanidad, de un tronco recién aparecido que sumaba dos ramas raciales, la indígena y la española. La síntesis del mestizaje tuvo entonces su alborada y su hora primera: sobre una cultura y una civilización cortadas, y que al decir de Spengler fueron barridas como débil tallo por el violento soplo de la voluntad occidental, se comenzó a levantar un edificio diverso, que incorporaba lo autóctono y lo europeo, lo primitivo americano y lo español. Edificio y templo del que somos hoy cuerpo y esencia, aunque todavía no logra llevarse a cabo como la unidad definitiva (Luis Rodríguez 4-5).

El ritual de las celebraciones periódicas preparaba el terreno para un programa de trabajo consistente en la unión de una doble negación: la del criollismo
y la del indigenismo. En 1951, Alfonso Pruneda escribe un prologo a un libro sobre cantos indígenas en estos términos:
Quienes amamos de veras a México y consideramos que nuestra nacionalidad es el fruto de la unión de dos grupos humanos, el español y el indígena, con sus naturales defectos y sus también naturales cualidades […] En las páginas
que van a leerse se encontrarán palabras de nuestros aborígenes, llenas de emoción y, no en raros casos, aún de filosofía. […] No le hace que en alguno de los trozos que se recopilan aparezcan rasgos de mestizaje, ya que en ellos, como lo hace notar la autora de esta valiosa publicación, brilla también el alma de nuestros aborígenes. De todas maneras, nuestra auténtica
mexicanidad se basa en esos dos elementos étnicos, que han sabido fundirse sin perder sus esenciales características (Concha 7-8).

Aparece el mestizaje como mito fundador de la nación, que sobrevuela a sus mismos creadores y operadores. El caso de Vasconcelos es ejemplar al respecto. No obstante caer en desgracia política frente al grupo representado por la transición Calles-Cardenas, su creacion del mestizaje como concepto articulador de la identidad nacional sobrevive, al tiempo que continúa alimentándose del campo político.

El Mestizo: ciencia, política e ideología

Hemos identificado a Vasconcelos con la Revolución Mexicana, aun cuando haya sido devorado por la Revolución en otro momento, pero reconociendo
que el mestizaje en sentido estricto es una creación político-ideológica de la Revolución Mexicana.13

13 Sobre la devoción de José Vasconcelos a la Revolución representada por Alvaro Obregón, el mismo que lo llevó a la Secretaría de Educación Pública, antes de caer en desgracia, se puede ver su folleto dedicado “a los niños de las escuelas” (Los últimos).

Pero al recordar a Vasconcelos pensamos al mismo tiempo en una posible relación intelectual con un autor que le antecede en el tratamiento del “mestizaje”, para descubrir una cuarta capa que subyace a los estratos
ideológico, filosófico, histórico y sociológico.

Nos referimos a Andrés Molina Enríquez y su influyente trabajo de 1909 –un año antes de que estallara la Revolución maderista–. En Los grandes
problemas nacionales se muestra que no hay mestizaje sin mestizos, es decir, se debe a Molina Enriquez la construccion del mestizo como tipo ideal de la mexicanidad.14

14 Molina (Los grandes). Agustín Basave Benítez (México) ha trabajado con gran detalle este libro, un libro muy leído e influyente como lo señala Carlos Fuentes en el prólogo, centrado en la “mestizofilia”. Pese a sus indudables méritos y alcances no es la obra de
un historiador. No obstante concentrarse en la obra de Molina Enríquez, el autor pretende realizar una historia de la mestizofilia que arranca desde el mismo momento de la Conquista. La mestizofilia de Molina Enríquez le lleva a revisar sumariamente la historia del mestizaje como un proceso lineal que alcanza su culminación en la Revolución mexicana. Así lo dejan ver frases como “Con todo, en las postrimerías de la Colonia el fruto todavía estaba verde. Ni la perspectiva histórica ni el grado de avance del proceso de mezcla racial permitían aún la maduración de un auténtico pensamiento mestizófilo” (21). Aún cuando el autor intenta al final del libro plantear la necesidad de salir al encuentro de México como un país multicultural más que mestizo, queda preso de la mestizofilia
evolucionista de Molina Enríquez. Es un libro finalmente “mestizofílico”.

Nos trasladamos ahora al régimen político que precede al de la Revolución para dejar ver hasta que punto la noción filosófica desarrollada por Vasconcelos es deudora de la fabricación del mestizo como bastión de la historia nacional. Nos preguntamos entonces por las relaciones entre
el mestizaje de Vasconcelos y los mestizos de Andres Molina Enriquez. Intentamos con ello atisbar las lineas que los unen o los separan.15

15 Una empresa llevada a cabo por David Brading en un conjunto de ensayos englobados en un título del cual se esperarían mayores explicaciones para entender cómo funcionan el mito y la profecía en la historiografía moderna de México (“Darwinismo”). En principio concuerdo con Brading cuando advierte que no hay que meter en el mismo saco al “mestizaje” de Molina Enríquez y al de Vasconcelos. El primero es deudor de la economía política desarrollada por Francisco Pimentel y el segundo está inspirado en la Geografía Universal de Elisée Reclus y en la antropología de Eugène Pittard. Sin embargo, ambos están inspirados en una filosofía de la historia de corte racial, una en clave naturalista y la otra en clave espiritualista, equivalentes a las cuestionadas tesis del mestizaje racial y/o cultural. Pero, a pesar de las diferencias, en ambos casos no se modifica sustancialmente la representación degradada del “indígena” a costa de la revalorización del mestizaje como una zona semántica intermedia o de transición en espera de la filosofía del mestizaje creada por Vasconcelos. Véase también Fell (639-57).

Por lo pronto, hemos visto que propiamente de mestizaje solo se puede hablar en las ciencias sociales y la historia hasta después del Vasconcelos
de 1925. Pero al hablar de los mestizos como un sustantivo prototípico de una clase y de una identidad nacional tenemos que remontarnos al periodo anterior a la Revolución Mexicana.

Para el periodo prerrevolucionario se puede observar una triple inscripción del termino mestizo: primero, dentro de una sociología histórica interesada
en traspasar el dominio de la propiedad rural al imperio de la nación; segundo, la inscripción del mestizo en el territorio de una memoria histórica o historiográfica, y, tercero, la inscripción del mestizo como una fuerza dinámica en el imperio de la ciencia de la economía política. Se trata de tres tópicos sin los cuales, a pesar de sus diferencias de matiz, no sería pensable la filosofía de la historia desarrollada por Vasconcelos alrededor del concepto de mestizaje.

La excavacion de esta cuarta capa discursiva con Molina Enríquez es un lugar común porque en su propuesta se ciñe básicamente a los planteamientos
de algunos de sus predecesores: Justo Sierra, el homologo de Vasconcelos durante el régimen de Porfirio Diaz; Vicente Riva Palacio, el hacedor de la historia oficial de Mexico, convertida en clásico en el periodo de una generación, y, finalmente, Francisco Pimentel, el filologo y cientifico social tan admirado por Molina Enriquez.

Sierra, Riva Palacio y Pimentel aparecen como referencias explicitas en la formulación de una sociología histórica centrada en el elemento mestizo como superactor de la mexicanidad. El paso del sustantivo mestizo al genérico del mestizaje16 se puede dar porque para ambos escritores existe un hecho político-militar previo como referente básico de la fundación de la identidad nacional: la Revolución de Ayutla o el triunfo de la Reforma representada por la figura de Benito Juárez.
16 Que anularía la posible desavenencia filosófica o de mentalidad entre Molina Enríquez, como representante todavía de la filosofía positivista identificada con el régimen “sanguinario” y “despótico” de Porfirio Díaz, y el purificador de la Revolución mexicana representada por Vasconcelos.

Tanto Vasconcelos como Molina Enríquez recurren al mismo tiempo modélico, tiempo ideal a partir del cual debe ser leída e interpretada la historia
universal de México. Pero en ambos esta además la impronta biologicista de esta lectura. Al repudiar el régimen “personalizado” de Porfirio Díaz, Vasconcelos afirma: “El Gobierno de Porfirio Díaz representa en nuestra historia lo que los biólogos llaman un salto atrás de la especie, una
reaparición de los métodos barbaros de gobierno”.

Por el contrario, “Los hombres de la Reforma eran honrados y demócratas; respetaban la vida humana y los derechos ajenos; subieron al poder por la voluntad del pueblo y no por la violencia” (Los últimos 3). Quizá Molina Enríquez en su lectura debió haber sido más realista o fue mas atrevido para llamar a las cosas por su nombre. Molina Enríquez ensayó su propuesta de 1909 en un libro anterior escrito en ocasión de la celebración del centenario del natalicio de Juárez, prócer de la Reforma.17

17 Andrés Molina Enríquez (La reforma). Trabajo presentado en el Concurso Literario abierto por la Comisión Nacional del Centenario de Juárez.

En dicho libro Molina planteo que ni el elemento indígena ni el español solos,
por separado, hubieran podido alcanzar en América el grado de desarrollo o ingreso evolutivo a la civilización. “Fue necesaria la concurrencia activa de los dos elementos para que hubiera podido existir la España colonial, y para que de ella pudieran derivarse las nacionalidades hispanoamericanas”.

Para tal fin fue necesaria la obra de la dominación española. En su diagnóstico
la presencia extranjera era todavía dominante durante la primera mitad del siglo XIX, representada por el elemento criollo sustituto del peninsular
o español. Esta supremacía “extranjera” terminó, afirma, con la Revolución de Ayutla.

De tal modo que, entonces, en 1854 comienza propiamente la historia de México. La Revolución de Ayutla o rebelión contra Antonio López de Santa Ana aparece en consecuencia como el acontecimiento político militar que funda a la nación.

Así, Molina ofrece una lectura de la historia universal de México en clave mestizo-evolutiva apoyada en un evento político-militar, no exclusivamente “científico” (La reforma 1-19).18

18 Este enunciado de 1906 sobrevive a la Revolución y la trasciende, por así decirlo, al ser retomado por miembros de la “generación revolucionaria”, como Vasconcelos y Daniel Cosío Villegas. Frente al camino desviado que, según Cosío, ha tomado la Revolución, Cosío clama en su investigación sobre la historia moderna por un regreso al momento originario de la Historia de México, que encuentra, al igual que Molina Enríquez, en la Reforma (Zermeño 209-11).

La fusión del análisis político y racial se puntualiza cuando Molina señala que el edificio construido bajo la dominación española y el edificio de la
dominación mexicano-nacional tienen en común que se realizan sobre una composición racial heterogénea.

Ambos se han levantado sobre el principio de la diferenciación racial. Pero leído el proceso en clave organicista, y no en términos de historia salvífico-agustiniana, Molina observa que esa diferencia racial se cimentaba a su vez en
diferentes orígenes y diferentes grados de evolución.

Por un lado, los españoles, situados en una fase más avanzada en el momento de la conquista y, por el otro, los indígenas, en una fase más
atrasada. Este desfase “produjo la superposicion de la una sobre la otra, de la conquistadora sobre la conquistada”, quedando la ultima en un grado de esclavitud (21). Dicho desfase y superposición solo puede ser resuelto “teóricamente” por la introducción del mestizo como el elemento de
integración y superación de la disgregación.

El problema “teórico” que enfrentan los “hombres de la Reforma” o surgidos a la sombra de la Revolución de Ayutla es el de la integración del país en un todo homogéneo. Y este elemento integrador de la heterogeneidad social, racial, política y cultural lo va a conformar la figura del mestizo.

El mestizo, como una figura o icono, apropiada más por sus “cualidades” que por su fisonomía, vista mas como la representación ideal de los valores
de la modernidad: un ser dinámico, versátil, emprendedor, alegre, jovial y atrevido, deseoso de ascenso y abierto a toda clase de deseos, precisamente
por su falta de raigambre, por representar más que ningún otro, a la estirpe de los desheredados o sin-raíces. Estas cualidades no las posee ni el indígena sumido en su abatimiento atávico ni el criollo tradicional preocupado por la conservación de sus privilegios. El mestizo, por el contrario, representa el surgimiento de un nuevo espíritu empresarial, dinámico tanto en lo rural como en lo fabril. Así, mestizo es igual a mexicano, ni indio ni español, sino una nueva raza, la raza cósmica de Vasconcelos.

Ahora bien, como hemos visto, esta teoría del mestizaje está sustentada simultáneamente en una doble verdad: la político-militar y la científica.
Molina Enríquez señala, por ejemplo, que el elemento mestizo fue el protagonista de las guerras de Reforma. Con ello se sugiere que mientras los viejos criollos y los indios tendían a desaparecer, a la desintegración, los mestizos eran los portadores del futuro de la nación. Así como los españoles criollos habían sucedido a los “gachupines” o españoles peninsulares, ahora los mestizos estaban llamados a suceder al binomio conformado por criollos e indígenas. El elemento mestizo en la visión de Molina Enríquez tendía de manera natural, tras la victoria militar, a absorber a ambos.

El desplazamiento de la dualidad contenida en los dos pilares de la dominación española presupone así al mestizo como principio articulador
de la nueva identidad mexicana. La integración conseguida por medios coercitivos durante el régimen premoderno es sustituida ahora por la
descentralización federalista del poder, al tiempo que favorece la lucha entre las diversas etnias.

Dentro de esta lucha al mestizo se le atribuyen mayores dotes, más energías, para el triunfo (38-9). La argumentación de Molina Enríquez lo conduce hasta el punto de consagrar las dos figuras que para el representan esta evolución: la del pasado, Benito Juárez, y la del presente, Porfirio Díaz, el gran mestizo.

Molina Enriquez elabora su teoria a partir de los estudios de Justo Sierra sobre la Evolución social de México. Justo Sierra desarrolla su discurso
historiografico siendo ministro de Instrucción Pública de Porfirio Díaz para celebrar el advenimiento del siglo XX.19

19 Entre 1900-1902, Ballesca publica México: su evolución social, obra colectiva dirigida por Justo Sierra, que contribuyó con dos monografías: “Historia política” y “La era actual”, reunidas en un tomo con prólogo de Alfonso Reyes y editadas por el Colegio de México en 1940 con el título: Evolución política del pueblo mexicano. México es concebido como un cuerpo vivo, un organismo sometido a la ley universal de la evolución.

Justo Sierra se inspira en buena parte en la historia general dirigida por el general Vicente Riva Palacio, México a través de los siglos (1884-1889) en la que participan un conjunto heterogéneo de personalidades de la guerra, la política y la cultura. Justo Sierra no es ningún ingenuo ni un improvisado al establecer en el titulo el término Evolución. El vocablo se inscribe en una filosofía de la historia, filosofía en boga que subordina a la sociología a la episteme de las ciencias naturales, pero el termino evolución incluye también una connotación política dentro de un discurso histórico que enfatiza el paso de la Revolucion de Ayutla a un régimen de dominación impuesto durante el periodo de Benito Juárez, proseguido y estabilizado por Porfirio Díaz.

Así, gracias a don Porfirio, México ha podido realizar un “salto cualitativo”, tomando en cuenta la teoría de la evolución, en “un paso de un estado inferior a uno superior” (Sierra, “Al lector” 6).

Por lo menos en el artículo de Agustín Aragón, incluido en la sección de territorio y población de México y su evolución social, aparecen los mestizos
como un “elemento importante de la nacionalidad mexicana”, uno de los más abundantes, al lado de los criollos e indígenas. Sin embargo, me parece que el punto decisivo que une el pensamiento de Sierra con el de Aragón está en la
consideración propia de la “embriología social” que permite descubrir los orígenes del presente en el siglo XVI, “porque el estado anterior determina
el presente”. La fusión “de los elementos europeo y americano sobrevino y el predominio tenía que decidirse por parte del más activo, del más fuerte”.

“La fusión de los civilizaciones española y mexicana fue de tal trascendencia, que señalo desde entonces los destinos de México” (“El territorio” 25-6). No otra cosa dice Sierra al cerrar el primer capítulo sobre los “primitivos”
mexicanos: “Los mexicanos somos los hijos de los dos pueblos y de las dos razas; nacimos de la conquista; nuestras raíces están en la tierra que habitaron los pueblos aborígenes y en el suelo español. Este hecho domina nuestra historia; a el debemos nuestra alma” (“Las civilizaciones” 71). Sin embargo, la originalidad de Sierra no radica en esta afirmación, que retoma de Riva Palacio.

Riva Palacio a partir del mismo modelo evolutivo compartido con Sierra y Aragón estableció que desde el Virreinato los mestizos –esa “clase
intermedia entre españoles e indios”– se destacaron por ser luchadores eminentes por la justicia y la igualdad, por ascender en la escala social, hasta
llegar a ser los protagonistas de la independencia.

Así Riva Palacio ofrece a sus continuadores el repertorio de los mestizos conformados como una clase social embrionaria, prototipica de lo que será México en el futuro (“El virreinato” IX).20

20 Riva Palacio escribe en una página anterior: “Con tan extraños elementos formose en el siglo XVI el embrión de un pueblo que con el transcurso de los años debía ser una República independiente. Laboriosa y difícil evolución tenía que consumar aquel informe
agrupamiento de familias, de pueblos y de razas, unidos repentinamente y al azar por un cataclismo social y político, para organizarse, cohonestando sus tendencias y sus esfuerzos, y constituir la sociedad de donde debía surgir un pueblo que ni era el conquistado ni el conquistador, pero que de ambos heredaba virtudes y vicios, glorias y tradiciones, caracteres y tos…” (VIII).

La originalidad de Sierra radica más bien en hacer coincidir el termino mestizo con una filosofía de la evolución que gravita sobre la idea de selección natural y la lógica del más fuerte, en la cual la raza blanca, y no la mestiza, tiende a sobresalir.

Justo Sierra esbozo su idea de Evolución social mexicana en 1889, año en que aparecía el último tomo de la obra dirigida por Riva Palacio. En su escrito de 1889 se revela a Sierra lector de Riva Palacio,21 pero también del filosofo francés Gustave Le Bon. Se observa particularmente como Sierra les da vuelta a los planteamientos etnocentristas de Le Bon para construir otra especie de etnocentrismo a la mexicana. Mientras el sabio francés defendía la tesis de que los mestizos jamás habían “hecho progresar una sociedad”, antes bien tendían a degradar la savia original de la raza, ejemplificándolo con las poblaciones hispanoamericanas, Sierra defendía exactamente la tesis contraria, basado en “inferencias” históricas.

Siguiendo el mismo método de Le Bon, Sierra apoyaba su argumentación en hechos supuestamente incontestables de la historia nacional. Sierra basaba finalmente su tesis en el triunfo político militar de los liberales “reformistas”, periodo del cual el mismo formaba parte, destacable por los últimos doce años de progreso y estabilidad, que comenzaba en 1877 cuando Porfirio Díaz ascendió al poder.

Cierto, no hemos logrado aclimatar aquí la libertad política por completo, aunque gozamos de gran libertad social, por el contrario de los norteamericanos; pero ¿lo habían logrado hasta hace veinte años los franceses? La conciliación de la libertad y el orden, no es el gran problema político de nuestro tiempo? […] Si se estudiase nuestra historia, se vería que su explicación no consiste solo en el carácter de las mayorías mestizas, sino en nuestra educación colonial. Si se estudiase nuestra historia se vería que la Independencia y la Reforma no son más que actos de inmensa energía de la “raza bastarda” de México. El hombre más enérgico que haya aparecido en nuestros breves y trágicos anales, es José María Morelos, el gran mestizo.22

21 Su reseña de Riva Palacio publicada en 1989 ha sido recogida en Sierra (Obras IX 181-90).
22 Sierra (Apuntes 8-9), también editado en Obras (125-69). Para el establecimiento de la continuidad del héroe de la Reforma Benito Juárez y el “prócer” Porfirio Díaz, del paso sustantivo dado en la evolución representado por Díaz, véase Sierra (Juárez). Sobre las
“esperanzas mexicanas” de Sierra depositadas en el mestizo, figura degenerada en la teoría de Le Bon, véase Rozat (Los orígenes 457-63).

La épica “mestiza” dibujada en estas declaraciones es parte integral de un discurso histórico teleológico similar en el encuadre al utilizado por Molina Enríquez, el cual toma como eje divisorio a los hechos de la Reforma. A partir de este trazo originario se va a dar lectura a la condición del mestizo, antes y después de la Reforma. Ahora bien, llama la atención que la Reforma presupone el proceso de desamortización de los bienes eclesiásticos y la afectación de bienes comunales indígenas. La Reforma es el periodo en que se inicia el proceso de apropiación por parte del Estado del suelo y subsuelo del territorio nacional.

La Reforma es también el marco en el que Francisco Pimentel, otro “científico social” y polígrafo, va a trazar los parámetros en los que se inscribe la invención del mestizo como el portador del futuro y esencia de la nacionalidad. Esta invención se relaciona directamente con los dos términos subyacentes desplazados: el del criollo y el del indígena. Estos dos términos tendrían que haber desaparecido al ser presuntamente absorbidos por el de mestizaje. Sin embargo, al parecer no fue así del todo. Este problema fue advertido por Pimentel, en particular al tratar la cuestión indígena.

Antes de sumergirnos en la siguiente capa tratemos de recapitular lo visto hasta ahora. Con Molina Enríquez hemos visto que la contraposición criollo-indígena ha quedado saldada a favor del mestizo incubado antes en Riva Palacio y Sierra. La dualidad étnica ha sido resuelta en los términos impuestos por una narrativa historicista. Lo que no queda tan claro es si la parte más débil de esta cadena discursiva –el indígena– ha quedado redimida.

Tendrá que llegar la Revolución de 1910, al convertirse la nación en el gran propietario del suelo y subsuelo y proseguir la obra de la Reforma para hacer justicia parcial al indígena con el programa de la reforma agraria. Una reforma que implica para el Estado jugar el papel de gran patrón que administra los bienes comunitarios expropiados a las comunidades indígenas, convertidos sus integrantes en “ejidatarios” o “comuneros”.23

23 Véase el interesante estudio crítico de las aseveraciones de Molina Enríquez luego asumidas como ciertas por La Revolución en Kourí (“Interpreting” 69-117). Agradezco a Juan Pedro Viqueira haber llamado mi atención sobre este artículo.

La visión mestiza asociada a la cuestión agraria de Molina Enríquez adquiere por eso una relevancia especial durante la Revolución, en comparación
con la visión historiográfica desarrollada por Sierra y Riva Palacio. Sin embargo, en los tres autores mencionados la representación del indígena como sinónimo de atraso y resistencia al progreso se mantendrá y tendera a profundizarse.

Es decir, conforme la ideología del mestizaje avanzaba y se desarrollaba en el ámbito de la opinión publica y de los rituales cívicos, la mirada al mundo indígena tendía a endurecerse o folclorizarse. La representación de la degradación del mundo indígena era solo el correlato de la esperanza depositada en el ensalzamiento del ideograma del mestizaje.

Molina Enríquez se había inspirado en la obra de Riva Palacio, pero, como veremos, ambos habían asumido algunos de los planteamientos de Francisco
Pimentel. A partir de Pimentel se puede ver como el termino mestizo no aparece todavía connotado con los atributos positivos de Riva Palacio o Molina Enríquez (como un individuo emprendedor, rebelde, inquieto, levadura de la futura sociedad),24 ni tampoco el indígena atisbado por Sierra es sujeto de educación y civilización.
24 Dicha imagen del “mestizo”, contrastada con la del “aborigen (indio)” ya se encuentra en un visitante y negociante alemán de la mitad del siglo XIX, Carl Christian Sartorius (México 137-89).

Mestizos e indios bajo la lupa de una nueva economía política

Existen dos escritos de Francisco Pimentel (1832-1893) en los que se puede rastrear lo dicho anteriormente. Pimentel es un liberal convencido, es decir, su economía política no es la de un socialista.

Por eso para comprender la denominación moderna del mestizaje se requiere tener a la vista el medio intelectual en el que aparece como un correlato de la contraposicion criollo/indio, república de indios/república de españoles. El
mestizaje se plantea como la solución a la búsqueda de la singularidad de las nuevas naciones frente a la raza blanca europea y norteamericana, pero también como la superación de la contraposicion clásica de la dualidad tradición-modernidad.

La disolución de las viejas instituciones coloniales presupone su reelaboración a partir de instrumentos conceptuales proporcionados por la economía política liberal y el énfasis dado a una teoría de la evolución con bases raciales. Una
teoría de la evolución que tendrá gran relevancia a partir de autores como Comte, pero sobre todo Spencer y Gabriel Le Bon.

El libro de Francisco Pimentel La economía política aplicada a la propiedad territorial en México (1866) se relaciona con la Memoria sobre las causas que han originado la situación actual de la raza indígena de México y medios para remediarla (1864). A partir de la ciencia de la economía política Pimentel realiza su diagnostico de la “raza indígena” describiéndola como una raza en proceso de degradación. Sus causas se encuentran en la antigua civilización de los indios, en el maltrato que recibieron por los españoles durante la colonia, en la falta de una religión ilustrada y en los “defectos del Código de Indias” (Memoria 183). Al igual que en Sierra, el diagnostico de Pimentel tiene su anclaje presuntamente en la
historia. Pero si se mira más de cerca tiene sus raíces en el lenguaje político y jurídico surgido durante las Cortes de Cádiz, en el lenguaje de las
primeras constituciones del periodo de la independencia de los antiguos dominios americanos de la monarquía espanola.25

Al respecto cabria pensar además en el lenguaje de personajes de la insurgencia, como Bolívar y Morelos, y en los miembros de la siguiente generación, como Lucas Aleman.26
25 Véase Guarisco (125-92).
26 Véase el ensayo de Michel Bertrand en este mismo libro.

En ese sentido, pienso que la invención del mestizaje como concepto articulador de la identidad nacional es producto tanto de conservadores
como de liberales, en cuanto que forma parte de un proceso que trasciende a ambos: la formulación de una teoría de la identidad nacional que presupone la distancia creciente entre el pasado y el futuro. El pasado funciona como la imagen negativa de un presente que se mira a sí mismo como distinto. Dentro de esta concepción de la temporalidad la economía política de Pimentel se encuentra con la cuestión de qué hacer con los antiguos pobladores forjados en relaciones de vasallaje que por definición frenan las aspiraciones de una sociedad liberal-individualista y empresarial.27
27 Véase cita de Humboldt en Pimentel (Memoria 184-5).

Así pensamos que la emergencia conceptual del mestizaje se presenta en el marco de la emergencia de formas económicas y políticas que conocemos hoy en día. Excluido el indio del sistema binario tradicional, quedan el blanco y el
mestizo frente a frente como posibles palancas del progreso. Los indios, después de la independencia, afirma Pimentel, “solo por la fuerza, por la
leva, entran en el ejercito; se baten sin saber por que, y con la misma facilidad pelean hoy por un partido y mañana por otro, sin participar de las
opiniones que discuten los blancos y mestizos”.28

28 “Los indios después de la independencia, su estado actual” (Pimentel, Memoria 195).

Así la apuesta de autores como Pimentel está del lado de la promoción del mestizaje entre indios y blancos. Hay un medio, dice, “con el cual no se destruye una raza sino que solo se modifica, y ese medio es la transformación: para conseguir la transformación de los indios lo lograremos con la inmigración europea”. Pero Pimentel concibe a esta “raza mixta” como una “raza de transición; después de poco tiempo todos llegarían a ser blancos. Además, los europeos desde luego se mezclarían no solo con los indios sino con los mestizos que ya existen, y forman la mayor parte de la población” (234).

El nexo entre mestizaje, como categoría sociológica, y discurso jurídico-político se puede advertir tempranamente si se entienden las implicaciones
del establecimiento de un punto cero formulado en términos constitucionales. Este “punto cero constitucional” ayuda a imaginar nuevas posibilidades
futuras, señala un corte entre lo que fue y lo que puede ser, y puede prestarse, en fin, al delirio o a la imaginación política creativa, todo cabe en la medida en que los temas se posesionen en el ámbito de la opinión pública, sostenida no solo por movimientos intelectuales sino también sociales.

Por ejemplo, Simón Bolívar: “No somos europeos, no somos indios sino una especie media entre los aborígenes y los espanoles”.29
29 Bolívar en Angostura, 15 de febrero de 1819. Citado por Mörner, 1961, p. 11.

O Morelos: “Por el presente y a nombre de S.E., hago público y notorio a todos los moradores de esta América y establecimientos, del nuevo gobierno, por el cual, a excepción de los europeos, todos los demás habitantes no se nombraran en calidad de indios, mulatos, ni otras castas, sino todos generalmente americanos”.30
30 Bando de Morelos, 17 de noviembre de 1810 (La independencia 111). 1961, p. 11.

También Morelos, sobre la Malinche, intercesora-traductora entre el español y el indio:
La historia de la conquista de estos reynos echa un borrón al sexo nacional: es indubitable que en ella tuvieron gran parte las damas mexicanas: una sirvió de intérprete y prodigó inmensos cuidados al decantado héroe español, y las demás se dexaron llevar de pasiones amorosas, o acaso de estudiados disimulos, hijos del miedo que les supo imponer la barbarie; pero es cierto que comenzaron a entregarles su fidelidad, personas y caudales, haciendo causa propia, consiguieron por sus importantes influxos y servicios que se afirmara la dominación europea.31

Finalmente, Morelos decreta y anuncia:
Que quede abolida la hermosísima jerigonza de calidades
indio, mulato o mestizo, tente en el aire, etcétera, y sólo se
distinga la regional, nombrándolos todos generalmente americanos,
con cuyo epíteto nos distinguimos del inglés, francés,
o más bien del europeo que nos perjudica, del africano y del
asiático que ocupan las otras partes del mundo. En consecuencia,
nadie más deberá pagar tributos y los “naturales” serán
dueños de sus rentas y de sus tierras.32

Los jefes de la Insurgencia decretan en ese sentido la necesidad de abandonar el imaginario colonial centrado en las castas. Ellos no pueden prescindir de ese encuadre como criollos, mestizos, etcetera. Pero si pueden imaginar, a la luz de los eventos politicos y sociales en los que participan,
otras posibilidades, sin saber exactamente como quedaran encuadrados en el futuro. No disponen en ese sentido de la economía política o de la sociología
que será desarrollada por una generación posterior, por los hijos y nietos de la independencia.
30 Bando de Morelos, 17 de noviembre de 1810 (La independencia 111).
31 Morelos, “A las damas de México”, 22 y 29 de noviembre de 1812,
Semanario Patriótico Americano, p. 404 (La independencia): “15º
Que la esclavitud se proscriba para siempre y lo mismo la distinción de castas, quedando todos iguales y sólo distinguirá a un americano de otro el vicio y la virtud”. Sentimientos de la Nación, Chilpancingo, 14 de sept. 1813 (Morelos, Independencia Nacional 91).
32 Morelos, Oaxaca, 29 de enero de 1813 (La independencia 76).

Y esto se refleja en el hecho de que mestizo o mestizaje no aparecen propiamente en las primeras Constituciones; el mestizaje no emerge
como un elemento necesario de legislación precisamente porque su vieja acepción tiende a desaparecer desde ese instante. No encuentra un
lugar propio en la legislación, pero si en los encuadres que historiadores, funcionarios, políticos, planificadores, sociólogos, filósofos le van a otorgar
después.

Llegados a este punto me parece que es necesario marcar la línea que separa el uso del término mestizaje durante la modernidad nacionalista del uso prestado durante el periodo virreinal.

El mestizaje como una zona de frontera

En la recuperación del sentido del vocablo mestizo/mestizaje para el periodo virreinal es invaluable el trabajo historiográfico hecho desde 1930. Ahí están trabajos como los de Konetzke, Kubler, Rosenblat, O‘Gorman y, más recientemente, de carácter antropológico, los de Claudio Esteva Fabregat. A diferencia del reduccionismo modernista que entiende el mestizaje como fusión integral de horizontes, que impide ver la singularidad de cada una de las partes; a diferencia del reduccionismo político y científico, durante el periodo premoderno la dimensión mestiza se comprende más como una zona de frontera, móvil, constantemente inestable que no pertenece a ninguna de las dos partes que le dan origen –indios/españoles– y que tiende a desaparecer en la medida de su asimilación a alguna de sus partes.

Así, más que hablar de un melting polt, el espacio del mestizaje durante ese periodo nos refiere a una situación de invisibilidad que da lugar a la estratificación social colonial centrada alrededor de cuestiones de “cultura” más que “raciales”. “Cultura”, en el sentido de que la religión y la moral funcionan como medios simbólicos que influyen en la selección social de la inclusión-exclusión.

Los criterios de fama y estima social tienen un mayor peso en los procesos de integración dominantes que los propiamente raciales.

La noción pureza de sangre es solo una metáfora para asegurar –no hay manera de medir los porcentajes de tipo de sangre– que los individuos posean los rasgos de calidad y de linaje necesarios para ocupar el lugar que les pertenece en la sociedad, una sociedad estratificada de acuerdo con criterios mucho más sutiles que los actuales, en la medida en que la riqueza o la economía política han dispuesto la medida de las cosas. En aquella sociedad la religión, basada en criterios teológico-jurídicos, tiene un mayor peso para establecer las medidas de la “pureza de sangre”.

Edmundo O’Gorman da a entender los móviles sutiles de un sistema de segregación basado en un doble principio militar y religioso, de cruz y espada. El primero se refiere a una política de seguridad de sí mismos como españoles y conquistadores y el segundo es de orden religioso, para asegurar el proceso de evangelización o incorporación al occidente cristiano de la población conquistada o indios. Al plasmar la traza urbana de las poblaciones, el conquistador y evangelizador, el guerrero y el colono piensan en sí mismos, en su seguridad frente a la amenaza latente de la población subyugada y, simultáneamente, piensan en el otro para asegurar su incorporación a su cosmovisión. Una franja tenue, un límite frágil, separa esta doble operación, que se hace visible precisamente por la mezcla de razas inevitable y por el intercambio de bienes y servicios.

El tercer elemento se hace presente en los registros legales como amenaza latente en contra del edificio construido sobre la base de las dos ciudades agustinianas, la del bien contra la del mal. De esta consideración moral no están exentos los mismos españoles, ni tampoco la amenaza que representan los pardos o los negros. Es en esa zona intermedia donde quedan registradas las castas o población fluctuante, producto de la interacción racial de las dos ciudades. De los mestizos, negros… preocupa no tanto su color de piel –se está acostumbrado en la empresa de la reconquista y de la colonia al contacto entre culturas, lenguas y razas diversas–, sino el riesgo de la desintegración social sostenida en valores más relacionados con cuestiones culturales de calidad, categoría social, curriculum vitae, de que familia, de que padre y madre, de que parroquia, valores sostenidos en la fama pública, que propiamente del color de la piel. De pronto puede suceder que este equilibrio dinámico tienda a romperse –como el motín de la ciudad de México de 1692-33– al percatarse del grado de “fusión intima que ya existía entre españoles e indios”.

La reacción fue volver al principio de separación de origen en el sentido espacial y temporal, para remediar la crisis. Pero O’Gorman demuestra que era un recurso inviable en la medida en que la fusión racial era un hecho que contradecía al principio de separación.

De ahí que, para comprender el fenómeno de la interacción social, el elemento racial sea el menos relevante frente al fenómeno de la interacción entre culturas diversas. Después de 1692 la cuestión de seguridad interna o de policía cobrara todavía una mayor relevancia junto con la necesidad de profundizar la labor de conversión de los indios hacia la civilización cristiano-occidental.

Y dentro de esta perspectiva están incluidos en principio los indios, pero también los mestizos, mulatos, negros y españoles. “Fue –nos dice O’Gorman– una ilusión creer que una simple línea mas imaginaria que real, fuera suficiente para evitar la unión de dos pueblos vecinos de una misma ciudad, sobre todo, cuando a la vez se intentaba, por todos los medios, […] asimilarlos y colocarlos bajo el signo de una misma cultura” (29-30).34

Quizás el reconocimiento de la imposibilidad de regular el mestizaje dio pie al surgimiento de la pintura de castas en el siglo XVIII. Una producción más orientada por el interés en satisfacer el gusto de un público ávido de folclor y pintoresquismo.35 El éxito de estas colecciones puede ser equiparable al éxito editorial de las Cartas Edificantes y Curiosas de los jesuitas que comenzaron a circular entre los mismos ilustrados de la época, entre ellos el primer viajero total de la América española, Alejandro de Humboldt. En la visión de Humboldt aparece una sociedad abigarrada cargada de color y de secretos por descifrar, mezcla de Oriente y de Occidente, de sofisticación, pero también de simplicidad, sinónimo de atraso, una sociedad englobada en la necesidad de
abrirse al progreso y la civilidad.

33 Para profundizar en el evento, Silva (“Estrategias” 5-63).
34 Para un estudio detallado sobre la mezcla racial durante la Colonia
a partir de libros parroquiales, véase Gonzalbo (Familia II y III; “La vida” 201-17).
35 Una muestra de la atracción que siguen teniendo esta clase de
pinturas es la reciente publicación de Ilona Katsew La pintura de
castas, México, Conaculta/Turner, 2004.

Y en este cuadro diagnostico científico aparecerán ya los gérmenes de una nueva valoración de la imagen del indio. Incluso se ve que el indio aparece por primera vez denominado también como indígena. Esta desde luego en la visión de Humboldt el peso de consideraciones sobre territorio, geografía, botánica, historia, aunadas a la de población, enmarcadas por una filosofía del progreso secularizada, sin referencia religiosa, es decir, científica (Ensayo).

Menciono a Humboldt por el peso intelectual que tendrá en la construcción de la representación de la nación después de la Independencia. Su obra se reproduce, se difunde, se lee y se completa por lo menos hasta que emerge la necesidad de los neomexicanos –como los denomina Sierra, ni indios ni españoles, aunque si criollos y mestizos– de formular por cuenta propia una nueva economía política, como lo realizo Guillermo Prieto y Francisco Pimentel.36

Y aquí me parece que la emergencia de la ideología del mestizaje, o mestizofilia que denomina Basave, presupone la degradación de las denominaciones sobre las que se sostenía el edificio hispánico virreinal:
los españoles identificados parcialmente con los criollos de la Independencia, del tipo Lucas Alaman, y los indios progresivamente caracterizados como indígenas, término que profundizaba la depreciación de su representación realmente activa en el presente.37

Al mismo tiempo que su imagen tendía a degradarse a partir de las medidas
impuestas por una filosofía del progreso, se construía una representación idealizada de la antigüedad india.

Esta doble visión del indio-indígena tenía lugar cuando se asentaba el régimen liberal. A fines del siglo XIX se hace la distinción entre un país en el que legalmente a nadie se le puede impedir su piel, y las “leyes científicas” que supuestamente demuestran que hay razas más inteligentes, activas
y civilizadas, en suma, más “progresistas”, y razas más atrasadas, como las de los aborígenes australianos. Se habla de “diferencias naturales”.

36 Ignacio Ramírez: “La nación mexicana no puede organizarse con los elementos de la antigua ciencia política, porque ellos son la expresión de la esclavitud y de preocupaciones; necesita una Constitución que le organice el progreso, que ponga en orden el movimiento” (García 7).
37 En el contexto de la política de atracción de una clase especial de inmigración y propiedad de las tierras, existen algunos testimonios sobre la idea de lastre adjudicado al indígena o de “razas aborígenes”, vistas como obstáculo para la industrialización o civilización (González “México” 150-53, 177, 208).

De tal modo, como se recoge un testimonio durante el régimen porfirista, que “las leyes por muy liberales y demócratas que sean, no pueden destruir, como nunca una ley escrita podrá destruir una ley científica de la gravedad o de la atracción universal”.38

Esta visión “liberal” quedo plasmada en el discurso del “conservador” Francisco Pimentel, temeroso de las asechanzas socialistas de entonces. El término sustitutivo de la dualidad indio-español fue la invención del mestizaje como prototipo de la mexicanidad nacionalista englobada en una filosofía
racial del progreso humano.

Así, la modernidad mexicana nacionalista heredó la terminología del antiguo régimen colonial, pero realizó solamente una inversión de términos. La
situación del límite que dividía a indios de españoles pasó a ser el centro de una edificación cimentada en una noción organicista y racial de lo social. Se obligo así a tener que explicar los nexos que podría haber entre lo racial y lo cultural dentro de una teoría general de la evolución. La culminación de este proceso político-ideológico con repercusiones en la esfera económica y cultural es la celebración del 12 de octubre como Día de la Raza.

Poco después llegaran los estudiosos en su búsqueda de dotar de fundamento filosófico a esta fabricación identitaria, para dejar abierto el campo poco después a los estudiosos de la historia en su afán de captar la dimensión social.

A manera de conclusión

Regresamos al presente desde donde han surgido estas reflexiones buscando rastrear la emergencia de la palabra mestizo y mestizaje hasta verla convertida en un concepto estructurante de la identidad nacional moderna. Se ha podido trazar una linea que deja ver la transformación del vocablo mestizo del periodo colonial en el concepto mestizaje del periodo nacional.
38 Argumento en contra de la inmigración de la raza negra. Testimonio de 1889 recogido por González Navarro, op. cit. (“México”) y “El mestizaje” (173).

Una línea trazada por políticos y funcionarios como José María Luis Mora o Justo Sierra, escritores e historiadores como el general Vicente Riva Palacio
o Molina Enríquez y polígrafos y empresarios como Francisco Pimentel, que culmina en la celebración del Día de la Raza en 1917, año en el que se consuma también el triunfo de la facción carrancista durante la Revolución Mexicana.

La emergencia del mestizaje como esencia de la mexicanidad se construyo en México durante la segunda mitad del siglo XIX e implico hacerlo a costa de la desvalorización y reclusión de las poblaciones indígenas. Al tiempo que se magnificó la imagen del mestizo como metáfora de la nación, se produjo la fabricación de una imagen del indio “realmente existente” como una etnia o
raza en proceso de desvalorización.

La línea divisoria trazada entre el uso del vocablo mestizo en la sociedad colonial y su conceptualización moderna es esencialmente de índole filosófica, es decir, su transformación semántica ocurre en el pensamiento filosófico y teológico, por un lado, y en la aparición de una nueva forma de entender el razonamiento económico-político y en la apreciación del mundo social y natural. La transformación del mestizo en la noción de mestizaje desarrollada por Vasconcelos se inscribe en la narración del progreso civilizatorio.

Es una noción envuelta en una concepción biologicista de la evolución humana. Es decir, sin el factor Darwin, Gustave Le Bon, Herbert Spencer, la emergencia del mestizaje como idea reguladora de la comprensión de las naciones iberoamericanas no hubiera sido posible. La importancia de este factor fue apuntada por David Brading (“Darwinismo”; Vargas 159-78), pero sus implicaciones socioculturales solo han sido sugeridas en México, hasta
donde se, por Guy Rozat.39

La invención del mestizaje como signo distintivo de la nación tuvo lugar entre 1850 y 1950. Su sostén se encuentra en un conjunto de discursos que le dan origen y lo reciclan.

39 “El presente estudio pretende ayudar a esclarecer cómo en el siglo XIX la identidad nacional, al no poder integrar al indio, porque esa figura colonial pertenecía al paradigma de una historia prohispana, salvífica, apoyada en la teología cristiana, se fue poco a poco constituyendo al margen de esa antigua figura, para llegar finalmente a la elaboración de la figura del `mestizo´, construida según el nuevo paradigma de la historiografía científica y nacional”
(Rozat 15 y ss).

En cambio, el discurso indigenista encontró además un soporte institucional en la formación del Instituto Indigenista Interamericano a raíz del Primer Congreso Indigenista Interamericano de 1940 (Jimenez IX, LXIII).40

El mestizaje, a su vez, es un concepto transdisciplinario relacionado con diversos campos disciplinarios, incluido el artístico; en cambio, el discurso indigenista/indigenismo quedo encapsulado en un ámbito institucional
enmarcado por una política social asistencialista.

Curiosamente, es dentro del ámbito institucional indigenista en donde también va a aparecer el tema del mestizaje. Un ejemplo es la publicación, coordinada por Alfonso Caso, Métodos y resultados de la política indigenista en México (176-7).

Así, antes de que se inicie la investigación filosófica y sociohistorica sobre el mestizaje, este tema ya se ha conformado en México como ideología oficial del régimen de la Revolución Mexicana, de tal manera que la observación científica, histórica y filosófica solo vino a ampliar o enriquecer dicha ideología. Con tal fuerza que, además de servir para establecer la morfología social de Molina Enríquez con base en la propiedad, servirá durante el largo periodo ideológico-cultural de la Revolución Mexicana para examinar los fenómenos culturales e incluso artísticos. Sin embargo, esta forma de observar los fenómenos culturales y sus relaciones con lo étnico actualmente se ha vuelto cuestionable a la luz del desarrollo de la ciencia biológica y de la antropología critica del siglo XX.41

40 El Instituto Nacional Indigenista mexicano comenzó a funcionar en febrero de 1949.
41 Para un análisis acerca del desfase de los métodos del historiador para examinar el pasado en relación con la evolución de la ciencia en general, se puede consultar a John L. Gaddis. Para la cuestión biológica, a Carlos López Beltrán, en particular, “La palabra raza y sus fantasmas” (190-202). En la antropología, a James Clifford. Aragon, Agustin. “El territorio de Mexico y sus
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Fecha de recepción: febrero 12 de 2008.
Fecha de aprobación: junio 11 de 2008.

Mestizaje y ladinización. El proyecto de Estado de los siglos XIX y XX

Mestizaje y ladinización. El proyecto de Estado de los siglos XIX y XX

La discusión relativa a las categorías antropológicas de mestizo y ladino es comúnmente un tema complejo de descifrar: ¿cuáles son los significados, diferencias y similitudes que estas categorías han tenido en el transcurso del tiempo y espacio de la sociedad salvadoreña?
José Heriberto Erquicia Cruz Universidad Tecnológica de El Salvador
Academia Salvadoreña de la Historia.

Probablemente, los primeros mestizos culturales en ocupar el suelo salvadoreño fueron los indígenas que acompañaron a las tropas españolas, lo cual significaba ya un primer mestizaje; muestra de ello, son los pictogramas del “Lienzo de Quauhquechollan”, donde ellos se bosquejan como “gente de piel blanca”, mientras que los “otros” indígenas, los conquistados, se les encarna de piel oscura.
Existen estudios de poblaciones indígenas del Suramérica, en donde los hombres indígenas al salir de su comunidad a vender productos a un mercado de un pueblo de ladinos, los suyos (los indígenas), de inmediato los reconocen como ladinos, aunque sigan siendo indígenas, lo que muestra lo frágil que pueden ser las identidades y categorías étnicas en determinadas sociedades.

Hacia finales del siglo XVI, el actual territorio salvadoreño era una sociedad multiétnica y jerarquizada, en la cual interactuaban indios, negros, españoles y como resultado de las interrelaciones el grupo híbrido de mestizos; cada uno de ellos tenía obligaciones y derechos diferentes dentro de la sociedad colonial. Las relaciones de poder se enmarcaban en que unos, por ser indios, tributaban por medio de sus bienes, producto del trabajo en la tierra; otros, los negros, eran la mano de obra esclavizada y el poder de estas relaciones estaba centrado en el grupo de los españoles. La legislación de Indias daba un marco jurídico y las reglas de poder.

El término ladino, como categoría étnica y luego social, ha tenido en El Salvador una serie de acepciones y alcances que han cambiado a través de los siglos, hasta asumirse lo ladino como sinónimo de mestizo. Probablemente, durante el período colonial, el término ladino era utilizado mucho más que el de mestizo al referirse a los hijos de españoles e indias, al juzgar por las descripciones del arzobispo Pedro Cortés y Larraz, hacia finales del siglo XVIII.

Pero la complejidad de los términos no termina allí; ya que, muchas veces las categorías de ladino y mestizo se incluyeron dentro del grupo de mulatos, como lo demuestra la “Relación geográfica de la provincia de San Salvador” del alcalde mayor Manuel de Gálvez Corral de 1740.

Por su parte, la categoría mestizo pertenecía a un sistema de clasificación acuñada en el territorio de las colonias españolas entre los siglos XVI y XIX. Este término se refería a la impureza de sangre surgida de las personas nacidas de padre español y madre indígena; en esta denominación, destacaba una situación de inferioridad.
A partir de las últimas tres décadas del siglo XIX, la clase política salvadoreña fue construyendo la idea de nación, basada en un imaginario de lo mestizo, al cual concibió como sinónimo de lo civilizado y lo moderno y; al mismo tiempo, invisibilizó, negó y hasta soterró lo indígena y lo mulato, que fue concebido como símbolo del atraso y solamente reflejando a los situados en estas categorías apenas en sus aspectos pintorescos o folklóricos.

Como parte del proyecto liberal decimonónico, aparece el mestizaje como discurso del nacionalismo salvadoreño. La pérdida paulatina de los rasgos culturales indígenas más distintivos, como la indumentaria tradicional y su lengua, fueron argumentos suficientes para reafirmar el mestizaje de los pueblos indígenas de El Salvador.

El proyecto del mestizaje planteaba una ideología de “homogenización étnica” o de “mezcla racial”, la cual excluía a los que se consideraban no mezclados y adoptaba el “blanqueamiento cultural”, como la manera de volverse más urbano, cristiano, civilizado, menos rural, indígena y negro.

En México, los intelectuales plantearon alternativas de una nueva raza mestiza, adaptativa y mexicana, “La raza cósmica” de José Vasconcelos, una quinta raza mestiza e hispanoamericana, y que en el caso salvadoreño tuvo un gran eco. De esta manera, los nacionalistas en Centroamérica tomaron el mestizaje como integrante del mito que planteaba que la mezcla de razas era parte de la formación de la nación civilizada, que no produce degeneración y atraso, sino un enriquecimiento. Y esto, a su vez, se convirtió en un proceso de “desindianización”.

El mestizaje permitió a los intelectuales de la década de 1920 desempeñar un papel importante en la formación de la nación, inventando y creando insignias e imágenes simbólicas de la nación mestiza, que permitió la inclusión de grupos subalternos (campesinos, proletarios y pequeños comerciantes) en menoscabo de un racismo que eliminó las categorías étnicas, homogenizando la diversidad étnica-cultural. La visión fundamental era que, para modernizarse y “avanzar”, había que dejar de ser indio, y pasar a ser mestizo.

La ideología del mestizaje aceptaba e idealizaba al “indio” a nivel de discurso, pero en la práctica se lo integraba a las milicias y luego al ejército, también como mano de obra barata para las actividades del campo y la ciudad. Se le excluyó del proyecto de la formación de la nación; sin embargo, se les apropiaba su historia antigua.

De todo ello, surgió en la década de 1920, una “intelligentsia” nacionalista, que pretendía encontrar una identidad salvadoreña en los orígenes indígenas de Cuscatlán. Ese imaginario de lo salvadoreño, como mestizo (de ascendencia indígena y española, además obviando la ascendencia africana entre otras identidades étnicas), se reforzó con lo indígena, como el alma ancestral del mito de origen. Muestra de ello fue la invención y legitimación del mito de Atlacatl.

Al final, el proyecto de la “nación moderna” se vería fortalecido por el papel de las instituciones claves que servirían para transformar, legitimar y vigorizar la identidad nacional salvadoreña. Estas instituciones serían la Escuela —educación pública o nacional–, el museo, el mapa, el censo y el periódico —revistas y semanarios–, entre otros elementos.

Aunque el discurso del Estado salvadoreño se ha transformado paulatinamente en contraposición con el discurso liberal de finales del siglo XIX y principios del siglo XX, en la práctica, se sigue pensando en una identidad homogénea y no en una más heterogénea, más plural, que admita una diversidad de identidades étnicas dentro de una misma nación.

Geografías poscoloniales y translocalizaciones narrativas de “lo latinoamericano” 1998

Geografías poscoloniales y translocalizaciones narrativas de “lo latinoamericano” Santiago Castro-Gómez Caracas 1998

La crítica al colonialismo en tiempos de la globalización
En: FOLLARI, Roberto y LANZ Rigoberto (comp.): Enfoques sobre Posmodernidad en América Latina. Editorial Sentido, Caracas, 1998. pp. 155-182.

Cuando Jürgen Habermas propuso en 1981 su concepto de «colonización del mundo de la vida», estaba señalando, a mi juicio, un hecho fundamental: las prácticas coloniales e imperialistas no desaparecieron una vez concluidos la Segunda Guerra Mundial y los procesos emancipatorios del «Tercer Mundo». Estas prácticas tan sólo cambiaron su naturaleza, su carácter, su modus operandi. Para Habermas, la colonización tardomoderna no es algo que tenga su locus en los intereses imperialistas del Estado-nación, en la ocupación militar y en el control del territorio de una nación por parte de otra.

Son medios deslingüizados (el dinero y el poder) y sistemas autorregulados de carácter transnacional los que desterritorializan la cultura, haciendo que las acciones humanas queden coordinadas sin tener que apoyarse en un mundo de la vida compartido.1 Esto conduce, en opinión de Habermas, a una deshidratación de la cultura, a una mercantilización de las relaciones humanas que amenaza por reducir la comunicación a objetivos de disciplina, producción y vigilancia.

Con su énfasis en los mecanismos de colonización interna y transnacional, Habermas señala un problema que ha sido recientemente abordado, desde otras perspectivas, por teóricos como Edward Said, Homi Bhabha y Gayatri Spivak: el colonialismo no es algo que afecta únicamente a ciertos países, grupos sociales o individuos del «Tercer Mundo», sino una experiencia global compartida, que concierne tanto a los antiguos colonizadores como a los antiguos (o nuevos) colonizados.

El colonialismo territorial y nacionalista de la modernidad ha desembocado en un colonialismo posmoderno, global y desterritorializado. Este trabajo pretende articular una reflexión sobre las características centrales de la globalización de la cultura y sobre la forma en que la crítica al colonialismo queda redefinida en este contexto, especialmente en las nuevas teorías poscoloniales de «lo latinoamericano». La tesis central es la siguiente: a diferencia de las teorías anticolonialistas de los años setenta, con sus discursos histórico-teleológicos y sus narrativas esencialistas, la crítica al colonialismo de los noventa toma un carácter decididamente posrepresentacional y des(re)territorializado.

Esto debido a que los saberes teóricos sobre América Latina pierden su vinculación epistémica con localidades particularistas y son reubicados en contextos globales y, a la vez, específicos. Su locus enuntiationis ya no es el territorio simbólico demarcado por lo nacional-popular, sino topografías globalizadas desde donde se piensan y se combaten los legados coloniales.

1 J. Habermas: Teoría de la acción comunicativa, Edit. Taurus, tomo II, Madrid, 1988, pp.469 ss.
1. GLOBALIZACIONES LOCALIZADAS Y LOCALIZACIONES GLOBALIZADAS

Asistimos, hacia finales del siglo XX, a un proceso sui generis de globalización que afecta todos los ámbitos de la vida en todos los lugares del planeta. Ya autores como Anthony Giddens en Europa y Enrique Dussel en América Latina observaron con razón que la modernidad fue siempre, desde la conquista de América en el siglo XVI, un fenómeno orientado hacia la globalización.2 Quizás podría decirse incluso que otros fenómenos migratorios de carácter imperialista, como las conquistas de Alejandro Magno y Gengis Kan, la formación de los imperios romano y azteca, o las cruzadas medievales, constituyeron ejemplos tempranos de globalización.

Pero si partimos de la base de que fueron determinados desarrollos tecnológicos los que posibilitaron el alcance de estos movimientos, entonces no resulta difícil entender por qué hablo de una globalización sui generis hacia finales del siglo XX.3 Ya en el siglo XIX el colonialismo europeo había creado redes mundiales de comunicación que permitían un flujo internacional de mercancías, informaciones y personas.

Nuevas tecnologías como el ferrocarril, la navegación a vapor y el telégrafo posibilitaron entonces un acercamiento (asimétrico) de las culturas, una movilización de objetos y sujetos en los marcos definidos por la revolución industrial y por los intereses económico-políticos del Estado-nación. Pero las tecnologías que impulsan hoy en día los procesos globalizantes poseen un carácter diferente. La actual circulación de dinero, trabajo y bienes simbólicos desborda con mucho los paradigmas jurídico-políticos del Estado-nación y se sustenta en una materialidad cualitativamente distinta a la del capitalismo industrial.4 El flujo de símbolos ya no se vincula a la producción electrónica, química o metalúrgica, fundada en la maquinaria política y burocrática del Estado, sino a medios tecnológicos descentralizados como la microelectrónica y la telecomunicación.

Estas tecnologías han logrado romper con la primacía del espacio geográfico para la definición de la cultura, relativizando la distinción entre lo próximo y lo lejano. Las formas tradicionales y modernas de generar, recibir o transmitir conocimientos, ligadas todavía a una sensibilidad regional o nacional, palidecen frente al avance incontenible de una cultura massmediatizada y transnacional sin puntos rígidos de orientación.
2 Cf. A. Giddens: Konsequenzen der Moderne, Frankfort, Suhrkamp, 1990, pp.84 ss.; E. Dussel: “The World-System: Europa als Center and its Periphery”, manuscrito, 1994.
3 Cf. R. Ortiz: “La mundialización de la cultura”, en N. García Canclini (et. al.): De lo local a lo global. Perspectivas desde la antropología, Universidad Autónoma Metropolitana, México, 1994, pp.165-181.
4 Cf. S. Lash y J. Urry: The End of Organized Capitalism, Polity Press, Cambridge, 1987.

Desde este punto de vista, la construcción social del tiempo y el espacio, así como su legitimación teórica por parte de las ciencias sociales y la filosofía, se transforma sustancialmente con respecto a los modelos generados por la modernidad. Anteriormente dominaba una epistemología de carácter histórico, en donde todos los fenómenos sociales giraban alrededor de un eje temporal y quedaban ordenados allí según criterios secuenciales y evolutivos. La superación paulatina de la irracionalidad, la humanización de la humanidad, la fe en que las estructuras mundovitales podían ser transformadas por la voluntad autónoma del sujeto y quedar sometidas al dictado de la razón; todas éstas fueron creencias inherentes a la «imaginación histórica» de la modernidad.

Pero este tipo de codificaciones ignoraban que la acción humana se encuentra siempre localizada, configurada topológicamente, delineada por relaciones de poder que se despliegan en territorialidades específicas. Y es precisamente esta dimensión espacial la que viene siendo redescubierta por la teoría social de los últimos años.5 No se trata, sin embargo, de un repliegue conservador en lo particular, en los juegos irreflexivos de lenguaje, en las certezas tradicionales de la propia cultura. Las localidades de las que hablo son localidades globales, destradicionalizadas (Giddens), conectadas simbióticamente con las redes mundiales de comunicación que atraviesan el planeta.

Como lo ha señalado Daniel Mato, la globalización no es un agente social, por lo cual no puede hablarse de procesos de globalización fuera de un espacio social específico, como si se tratara de flujos desterritorializados sin sujeto.6 Los procesos de globalización son generados por actores sociales específicos, vinculados a territorialidades concretas: empresas transnacionales, gobiernos, universidades, partidos políticos, sindicatos, organizaciones de base, fundaciones culturales, consumidores de todo tipo. Pero estos actores ya no se definen a sí mismos a partir de su anclaje cultural en lo local, sino desde sus interacciones locales con lo global, a partir de la forma en que interactúan con otros actores lejanos, utilizando los circuitos mundiales de comunicación, y sin tener que transitar los espacios dibujados por el Estado-nación.

5 De la ya extensa bibliografía me permito seleccionar los siguientes títulos: A. Giddens: The Constitution of Society, Polity Press, Cambridge, 1984; M. Featherstone (ed.): Global Culture. Nationalism, Globalization and Modernity, Sage, Londres, 1992; D. Harvey: The Condition of Postmodernity, Oxford, Blackwell, 1989; F. W. Soja: Postmodern Geographies. The Reassertion of Space in Critical Social Theory, Verso, Londres, 1989; H. Lefebvre: The Production of Space, Oxford, Blackwell, 1991; S. Lash: Sociology of Postmodernism, Routledge, Londres, 1990; S. Lash, J. Urry: Economies of Signs and Space, Sage, Londres, 1994; U. Beck, A . Giddens, S. Lash: Reflexive Modernisierung. Eine Kontroverse, Francfort, Suhrkamp, 1996; E. Mendieta: “When and where was Modernity / Posmodernity”, en E. Mendieta, P. Lange-Churión (eds.): Latin America and Postmodernity. A Reader, Humanities Press, Nueva Jersey, 1997.
6 Cf. D. Mato: “Procesos culturales y transformaciones sociopolíticas en América Latina en tiempos de globalización”, en D. Mato, M. Montero, E. Amodio (eds.): América Latina en tiempos de globalización: procesos culturales y transformaciones sociopolíticas, UNESCO, Caracas, 1996, p.18

Estamos, pues, frente a una dinámica en donde el «mundo», la totalidad de lo real, dejó de ser algo abstracto y exterior a las particularidades locales, para convertirse en algo que afecta de manera inmediata aun las facetas más prosaicas de nuestra vida cotidiana.7No es ya la presencialidad del referente lo que determina que algo sea un problema para alguien, sino la instantaneidad con que los circuitos de información hacen que un evento remoto se torne próximo y nos afecte directamente, aquí y ahora.
Claro está volviendo ahora a mi reflexión inicial en torno a Habermas, las interacciones globales son asimétricas, pues vienen definidas por la manera en que los actores se posicionan al interior de campos sociales de poder. Muchas veces esos actores globales pueden ser organizaciones político-burocráticas de carácter transnacional, como por ejemplo la Comunidad Económica Europea, que procuran construir identidades homogeneizantes basadas en un tipo de racionalidad técnicoinstrumental.

A mi modo de ver las cosas, estamos aquí frente a una nueva forma de imperialismo sociocultural, de una colonización del mundo de la vida ejercitada esta vez sobre los propios europeos por parte de un sistema que dejó ya de ser «europeo» para convertirse en global. Como bien lo ve Habermas, los imperativos burocráticos, cuyo «espacio materno» fueron los estados europeos vinculados a una cultura protestante (Max Weber), se desacoplan del mundo de la vida, pero sólo para volver a territorializarse, patológicamente, en localidades de carácter global.

Otro tanto ocurre con los mensajes de entretenimiento generados por los medios electrónicos. No puede ocultarse el hecho de que gran parte de los mensajes e imágenes transmitidos por cine y televisión vienen producidos desde una territorialidad específica: la industria cultural en los Estados Unidos. Los mecanismos de procesamiento, escenificación y distribución de imágenes en ese país se sustentan de una hegemonía política, técnica y económica, lo cual permite que determinadas representaciones y valores, originalmente propios de esa sociedad, queden ahora reterritorializados en localidades diferentes. En sus nuevos territorios, los símbolos culturales dejan de ser «americanos» y pasan a ser consumidos por agentes sociales de otras procedencias.

7 Véanse las reflexiones de Anthony Giddens en su artículo “Leben in einer posttraditionalen Gesellschaft”, en U. Beck, A. Giddens, S. Lash (eds.): Reflexive Modernisierung, ob. cit., pp.114 ss.

En gran parte de los casos se trata de símbolos que identifican la libertad individual con un ejercicio indiscriminado de violencia, la cual genera efectos patológicos en el orden mundovital en contextos dominados por una cultura patriarcal y autoritaria, con débiles tradiciones democráticas, como es el caso de las sociedades latinoamericanas. Piénsese por ejemplo en el fenómeno del sicariato en Colombia y su vinculación con figuras globales como Rambo, Indiana Jones o Terminator. No obstante para continuar pensando con Habermas, la «racionalización del mundo de la vida» (léase: globalización de las localidades) no genera necesariamente efectos patológicos.

Esto significa, como lo han venido demostrando Anthony Giddens, Ulrich Beck y Scott Lash, que la globalización es un proceso reflexivo, capaz de generar un distanciamiento de los sujetos frente a imperativos de orden sistémico. En este sentido, podemos hablar de una reflexibidad estética cuando los actores sociales se apropian de ciertos bienes simbólicos para reconfigurar su identidad personal según criterios de gusto. El consumo no es una imposición vertical de valores clasistas, como pensaba gran parte de nuestra intelectualidad en los años setenta, sino que, a menudo, sirve para moldear lúdicamente la propia existencia, siguiendo los imperativos efímeros del deseo.8

Bienes que desde el imaginario de ciertos actores sociales y a través de una cierta racionalidad económica pudieron ser destinados a la uniformización de los comportamientos, son aprovechados por otros sujetos y en otras localidades para imaginarse a sí mismos como sujetos diferentes. No es (únicamente) la lógica de las clases, del valor de uso y del control social lo que se esconde detrás del consumo, sino la gratificación psicológica, la fuerza de lo nuevo y el placer de la seducción.9

La globalización produce, en segundo lugar, una reflexividad de tipo hermenéutico. Aquí me refiero a la reinterpretación de la propia cultura que realizan una serie de sujetos colectivos con base en imaginarios globalizados. Néstor García Canclini ha mostrado cómo las redes de interacción entre lo local y lo global están modificando profundamente el mapa de las autorrepresentaciones culturales y de las identidades colectivas en América Latina. Los bienes simbólicos creados por la economía capitalista –y escenificados en los medios electrónicos- no han destruido la memoria de aquellas comunidades y sectores populares excluidos por la modernidad, sino que han sido un motivo para su reinterpretación creativa.

8 Para el caso latinoamericano, véanse los estudios sobre el consumo cultural llevados a cabo por Néstor García Canclini y su equipo de colaboradores en: N. García Canclini (ed.): El consumo cultural en México, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, México, 1993. Véase también: G. Lipovetsky: El imperio de lo efímero. La moda y su destino en las sociedades modernas, Edit. Anagrama, Barcelona, 1990; G. Schulze: Die Erlebnisgesellschaft. Kultursoziologie der Gegenwart, Campus Verlag, Francfort, Nueva York, 1995.
9 Véase el ya clásico estudio de Jean Baudrillard: Crítica de la economía política del signo, Edit. Siglo XXI, Madrid, 1972.

El espacio tradicional de las formas de producción cultural es reinterpretado mediante interfaces estratégicos con lo global, o, como el mismo García Canclini lo expresa, mediante «entradas y salidas» de la modernidad.10
Del mismo modo, valores pluralistas y democráticos, impulsados por agentes globales y transnacionales (organizaciones de derechos humanos, grupos internacionales de solidaridad, consorcios económicos, etc.), están sirviendo para que amplios sectores de la población reinterpreten sus propias tradiciones políticas, que en América Latina se vinculan generalmente a sistemas legales de exclusión racial, sexual e ideológica.

Quisiera detenerme en un tercer tipo de reflexividad, ya no de carácter estético ni hermenéutico, sino cognitivo, para enfocar desde aquí el problema de los saberes teóricos sobre «Latinoamérica» en tiempos de la globalización. En contextos tradicionales, no globalizados, la organización de la vida social viene sancionada por un saber- que se transmite generacionalmente y frente al cual los actores no pueden posicionarse de manera crítica. Habermas habla en este sentido de un acervo de saber que provee a los actores de convicciones aproblemáticas y transparentes, inmunes frente a toda revisión interpretativa.11 Pero en un mundo de la vida racionalizado, como el de las sociedades modernas o semi-modernas, la coordinación de las acciones sociales no es posible sin un saber que necesita de continua revisión.12

Sobre todo las prácticas económicas y políticas están sustentadas en un conjunto muy complejo de informaciones, administradas por expertos, que se renuevan constantemente. Es en este sentido que hablamos de una reflexividad cognitiva, cuyos sujetos primarios son los intelectuales y la comunidad científica. Esto no significa que sólo estas personas son sujetos de reflexividad cognitiva. Pues en localidades globales, donde se dan procesos continuos de interacción entre lo próximo y lo lejano, el saber de los expertos se encuentra reciclado a través de instituciones (como la escuela, los centros de asistencia médica o psicológica, las universidades, etc.) o masificado por los medios electrónicos, lo cual permite una utilización práctica de este saber por un gran número de agentes en diferentes localidades.

Ahora bien, lo que me interesa señalar es lo siguiente: la globalización que vivimos hoy día pone en crisis la función social que la modernidad había entregado a los expertos.
10 N. García Canclini: Las culturas híbridas. Estrategias para entrar y salir de la modernidad, Edit. Grijalbo, México, 1989.
11 J. Habermas: Teoría de la acción comunicativa, ob. cit., pp.69 ss.
12 Cf. A. Giddens, Konsequenzen der Moderne, ob. cit., pp.52 ss.

Desde el siglo XVIII, la misión de intelectuales y científicos había sido la de transmitir un saber que pudiese liberar al hombre de la ignorancia y las supersticiones para conducirlo a la «mayoría de edad», a un estado racional de dominio sobre las contingencias de la vida. Los ilustrados y sus seguidores partieron de la premisa de que un aumento progresivo del saber conduciría necesariamente a un aumento de nuestra capacidad para construir activamente la historia y colocarla bajo nuestro control. Pero a finales del siglo XX, esta pretensión se ha revelado como ilusoria.

Mientras más estrechamente nos interconectamos con el mundo, más débil es nuestro poder de controlar las consecuencias de nuestros actos. Una acción realizada conscientemente en una localidad específica puede repercutir negativamente, sin que lo queramos o sepamos, en otra localidad alejada. La organización transnacional de la economía hace que la creación de empleo en México y Brasil por parte de una multinacional alemana como la Volkswagen, genere tasas inmensas de desempleo en Alemania. El consumo de flores colombianas en París o Nueva York refuerza la explotación infame que sufren algunas mujeres trabajadoras en los alrededores de Bogotá. De otro lado, el incremento del saber científico y tecnológico, que los intelectuales decimonónicos celebraron como encarnación del progreso, ha conducido a la destrucción, quizás irreversible, del entorno ecológico.

La complejísima red de causas y efectos en los que están envueltas todas nuestras prácticas deja mal parada la idea de una humanización por el saber, así como el papel vanguardista y representativo de los intelectuales. Querámoslo o no, la globalización nos ha lanzado en un experimento gigantesco cuyos resultados no podemos calcular. Utilizando la expresión de Ulrich Beck, vivimos en una sociedad planetaria del riesgo, en una Risikogesellschaft.13

¿Qué consecuencias tiene todo esto para los intelectuales que elaboran teorías sobre América Latina? Desde el siglo XIX hasta mediados del XX, la producción de saberes sobre «lo latinoamericano» tuvo como espacio originario los territorios demarcados por el Estado-nación. A través de un repertorio de imágenes y saberes, las élites intelectuales construyeron identidades simbólicas tendientes a fomentar el autorreconocimiento de los ciudadanos como parte integral de la nación.14 Tales narrativas deberían ser capaces de movilizar a la población, otorgarle un sentido de continuidad con su pasado, inculcarle una «memoria» con relación a ciertos eventos y personajes heroicos, descubrirle los caminos de su destino común y de su misión histórica. En muchas ocasiones, los mitos, valores y símbolos creados por la intelectualidad tuvieron el propósito de asegurar la dignidad colectiva, de inspirar la superación de la pobreza y la lucha frente a las agresiones del imperialismo. 13 Cf. U. Beck: Risikogesellschaft. Auf dem Weg in eine andere Moderne, Suhrkamp, Francfort, 1986.
14 De este problema me ocupo ampliamente en mi libro Crítica de la razón latinoamericana, Puvill Libros, Barcelona, 1996.
Pero durante las últimas dos décadas del siglo XX, el saber teórico sobre «lo latinoamericano» empezó a desterritorializarse, a perder su carácter representativo, a separarse de su espacio materno para quedar vinculado a nuevas geografías y territorialidades.
Mi tesis es que las denominadas teorías poscoloniales, especialmente las que practican una translocalización narrativa de «lo latinoamericano», se articulan en un lenguaje muy diferente al de la dialéctica Próspero-Calibán, utilizado por las teorías anticolonialistas de los años setenta. No se trata ya de saberes locales tendientes a una descolonización global, sino, todo lo contrario, de saberes globales, desterritorializados, que se insertan en otras geografías para combatir situaciones coloniales de orden local. Lo que se busca no es «descolonizar la totalidad», pues se entiende que la globalización conlleva la opacidad del pensamiento y la acción, sino de elaborar resistencias locales frente a la colonización del mundo de la vida, frente a la territorialización de una racionalidad cosificante cuya lógica escapa definitivamente a nuestro control.
2. OUTSIDE IN THE TEACHING MACHINE: LA TEORlZACIÓN POSCOLONIAL SOBRE «LATINOAMÉRICA» EN LOS ESTADOS UNIDOS
Decía al comienzo que, por sus propias características, los movimientos migratorios de carácter imperialista conllevan una tendencia hacia la globalización. El más importante de ellos, la expansión europea iniciada en 1492, supuso la interconexión de todos los pueblos de la tierra, no sólo desde el punto de vista económico, sino también político, social y cultural. Aquello que llamamos la «modernidad» fue resultado de un proceso dialéctico de carácter global y no, como quiere Habermas, el despliegue de una localidad única (Europa) en contacto consigo misma, con las fuentes greco-cristianas de su propio «espíritu».15 Pero, ¿qué ocurre cuando el colonialismo territorial de la modernidad llega a su fin? ¿Qué transformaciones se producen cuando, a partir de 1945, no son los colonizadores quienes emigran masivamente hacia los territorios colonizados, sino cuando ocurre exactamente lo contrario ?
En efecto, fue a partir de 1945, una vez terminada la Segunda Guerra Mundial, cuando el centro de poder geopolítico se desplazó hacia los Estados Unidos, poniendo fin al largo período de dominio colonial europeo.
15 Cf. E. Dussell: “The World-System: Europe als Center and its Periphery”, ob. cit., pp.1-7; consúltese también a M. Bernal: Black Atenía: The Afroasiactic Roots of Classical Civilization, Rutgers University Press, New Brunswick, 1981.
Todavía en 1914 Europa controlaba 85% de la superficie total del planeta con base en sus colonias, protectorados y dominios. Pero luego de la Primera Guerra, cuando Gran Bretaña se vio precisada a aceptar la emancipación de algunos pueblos del Oriente Medio, comenzó un proceso de descolonización que se reanudaría con fuerza después de 1945. Lo que había empezado en Oriente prosigue su marcha con la independencia de India y Paquistán en 1945, Birmania y Ceilán en 1948, Indonesia en 1949, Cambodia y Vietnam a mediados de los años cincuenta. Solamente en 1960 proclamaron su independencia 17 naciones africanas. Así fue desmembrándose, poco a poco, en los años inmediatos a la Segunda Guerra Mundial, el imperio más grande que haya existido jamás sobre la tierra.
Pero la marea descolonizadora se produjo en un ambiente infectado por la guerra fría, por la correspondiente repartición de influencias geopolíticas y por la desestabilización económica y política de las jóvenes naciones. En este contexto de reordenamiento global de la posguerra se produjo un movimiento migratorio con características muy especiales. No se trató solamente de una migración de la periferia hacia el centro, como tantas otras, sino ante todo, de una migración al interior de contextos mundializados, que produjo nuevas localidades globales. Las ventajas ofrecidas por los medios de comunicación y transporte hizo que estos migrantes o, mejor dicho, transmigrantes, pudieran ir y venir constantemente, estableciendo vínculos desterritorializados con sus países de origen y con sus nuevos países de asentamiento.16 Es el caso de la comunidad de emigrantes latinoamericanos en los Estados Unidos, los llamados «hispanos», cuyo asentamiento sirvió de base para la apertura de florecientes mercados en ese país y para la producción de una vasta gama de mercancías destinada específicamente a su consumo. No sólo esto, sino que los hispanos crearon redes electrónicas, con transmisiones internacionales en castellano, por las que circulan bienes culturales originados tanto en América Latina, como en los Estados Unidos.17 Los hispanos se han convertido en verdaderos agentes globales, en la medida en que han logrado generar localidades culturales de alcance transnacional.
Lo dicho no vale solamente para el caso de las prácticas políticas y económicas, sino también para la producción de saberes teóricos por parte de los sujetos transmigrados. ¿Qué ocurre cuando inmigrantes o hijos de inmigrantes empiezan a ganar posiciones de influencia en localidades globales como la universidad norteamericana? O, para ponerlo
16 Cr. D. Mato: “Procesos culturales y transformaciones sociopolíticas en América Latina en tiempos de globalización”, ob. cit., pp.28-29.
17 Ídem.
más específicamente, ¿qué cambios sufren las teorías sobre «América Latina» cuando los sujetos de la reflexión cognitiva son intelectuales transmigrados? La tesis que quisiera probar es que con estos saberes ocurre lo mismo que con los demás bienes culturales en un contexto de globalización: son desterritorializados, sacados de su espacio materno, para ser luego reterritorializados en otros espacios y utilizados allí para alcanzar fines inéditos. En sus nuevas geografías, estos saberes experimentan lo que, parafraseando a Rama, pudiéramos llamar una «translocalización narrativa»: no sólo dejan de ser producidos en América Latina y para América Latina, sino que asumen funciones para las que no fueron pensados originalmente. La lucha hermenéutica por la descolonización de los signos queda integrada en topografías globales específicas, en lo que Spivak llamase la «teaching machine», el sistema académico de los Estados Unidos, y pierden por ello el carácter de «discursos de identidad» con el que se presentaron las narrativas anticolonialistas de los años setenta (sociología de la dependencia, filosofía y teología de la liberación, pedagogía del oprimido, etc.)18 Esto exactamente es lo que ocurre con el proyecto del «Grupo Latinoamericano de Estudios Subalternos» en los Estados Unidos, tal y como éste se expresa en las ideas de dos de sus miembros regulares, John Beverley y Walter Mignolo. Los estudios poscoloniales de Beverley y Mignolo fueron influenciados en gran parte por los trabajos de un grupo de intelectuales indios, agrupados alrededor del historiador Ranajid Guha, quienes a partir de1978 empezaron a publicar una serie de artículos compilados luego bajo la denominación Subalternal Studies.19 En estos estudios se tomaba posición crítica frente al discurso nacionalista y anticolonialista de la clase política india y frente a la historiografía oficial del proceso independentista. Tales narrativas eran vistas por Ranajid Guha, Partha Chatterjee, Dipesh Chakrabarty y otros autores como un imaginario colonialista proyectado sobre el pueblo indio por los historiadores y por las élites políticas. La independencia india frente al dominio británico era presentada allí como un proceso anclado en una «ética universal», traicionada por los colonizadores, pero recuperada eficazmente por Ghandi, Nehru y otros líderes nacionalistas. En opinión de los críticos poscoloniales, el recurso a una supuesta «exterioridad moral» frente a Occidente conllevaba una retórica cristiana de la victimización, en la que las masas, por el simple hecho de ser oprimidas, aparecían dotadas de una superioridad moral frente al colonizador. El proceso independentista indio era narrado de este modo como la realización del proyecto cristiano-humanista de redención universal, es decir, utilizando las mismas figuras discursivas que sirvieron para legitimar el colonialismo europeo en ultramar.20

18 Cr. S. Castro-Gómez: “Populismo y filosofía. Los discursos de identidad en la filosofía latinoamericana del siglo XX”, en Crítica de la razón latinoamericana, ob. cit., pp.67-97.
19 Para una recopilación de algunos de estos artículos, véase: R. Guha, G. Spivak (eds.): Selected Subaltern Studies, Oxford University Press, Nueva York, 1988.
Esta desmitologización del nacionalismo anticolonialista suponía una fuerte crítica a la retórica imperial del marxismo inglés, que para legitimarse políticamente en la metrópoli necesitaba recurrir a los ejemplos distantes de las luchas antimperialistas en el «Tercer Mundo». Guha y sus colegas atisban de este modo lo que otros teóricos poscoloniales como Bhabha y Spivak mostrarían posteriormente: el expansionismo europeo necesitó siempre de la generación discursiva de un «otro», de una exterioridad moral que le sirviera para legitimar a contraluz su propia empresa colonizadora. Por esta razón, la crítica poscolonial al esencialismo de los discursos nacionalistas rompe decididamente con las narrativas anticolonialistas de la izquierda de los años setenta, que se consolidaron precisamente sobre la base de un tercermundismo romántico. La nostalgia por la bondad exótica y por un ethos no contaminado todavía por la «maldad» del capitalismo occidental, el ansia por lo «totalmente otro» de Occidente, jugaron allí como narrativas esencialistas, sujetas todavía a las epistemologías coloniales, que ocultaban las hibridaciones culturales, los espacios mixtos y las identidades transversas. Los trabajos del grupo indio de estudios subalternos encontraron eco a comienzos de los años noventa en algunos círculos de latinoamericanistas en los Estados Unidos. Algunos de éstos eran intelectuales exiliados que escapaban de las dictaduras militares, otros eran académicos anglosajones que tuvieron la oportunidad de enseñar o vivir en Latinoamérica, otros eran hispanos, hijos de emigrantes latinoamericanos nacidos en los Estados Unidos. Todos ellos compartían la experiencia de haber aprendido a vivir entre dos mundos, de hablar en dos idiomas, de tener que desplazarse al interior de dos códigos sociales diferentes. La mayoría de ellos trabajaban en departamentos de literatura, pero también había politólogos, historiadores y semiólogos. José Rabasa, Ileana Rodríguez, John Beverley, Robert Carr, María Milagros López, Michael Clark, Javier Sanjinés, Patricia Seed, Norma Alarcón y Walter Mignolo: un grupo amplio y heterogéneo de autores que comienzan a reunirse en 1992 en la George Mason University, pero que se presentan oficialmente como grupo apenas en 1994, con motivo de la conferencia organizada por la Asociación de Estudios Latinoamericanos (LASA) en Atlanta, Georgia.21
Ya en 1993 el grupo había adoptado un nombre, «The Latin American Subaltern Studies Group», y presentado sus ideales en un «Founding Statement», publicado por la revista Boundary.

20 Véase la lectura que hace Patricia Seed de los estudios subalternos indios en su artículo “Subaltern Studies in the Post-Colonial Americas”, en Dispositio, nº 46, 1996, pp.217-228.
21 Cf. J. Rabasa y J. Sanjinés: “The Politics of Subaltern Studies”, en Dispositio, nº 46, 1996, pp.V-XI.
Tal como lo explica John Beverley, el proyecto teórico del grupo fue concebido como una intervención estratégica de carácter político, tendiente a subvertir los códigos definidos por los programas académicos de las universidades norteamericanas.22 La pregunta central que anima a todos sus participantes es la siguiente: después de la muerte de los «grandes relatos» emancipatorios de la modernidad y una vez consolidado el fracaso histórico del socialismo, ¿qué papel le queda por cumplir al intelectual en un contexto dominado por la globalización de la cultura? Y sobre todo: ¿cuál es la responsabilidad de un intelectual que se ocupa de América Latina en y desde el aparato académico de un país imperialista como los Estados Unidos? Todo esto teniendo en cuenta que el significante «Latinoamérica» se halla dotado de una connotación política al interior de los Estados Unidos, país que a comienzos del siglo XXI se convertirá en la tercera nación de habla hispana más grande del mundo, después de México y Argentina. ¿En qué consiste esta «intervención política» de la que nos habla Beverley? Ya vimos como el grupo indio de estudios subalternos desmitificó el imaginario colonialista europeo al mostrar que los discursos sobre el «otro» (heterologías) integran al sujeto colonizado en el espacio continuista, homogéneo y temporalizado de las representaciones europeas. El «otro» no es «des-cubierto» sino creado discursivamente (othering) como exterioridad unitaria, susceptible de ser observada panópticamente. De manera análoga, el Grupo Latinoamericano de Estudios Subalternos deconstruye este tipo de representaciones esencialistas, acentuando la heteroglosia, la ambigüedad y la dicotomía de los sujetos marginalizados en América Latina. Pues justamente por medio de este tipo de prácticas mixtas, desautorizadas por las narrativas heroicas de los intelectuales criollos, es que los sujetos subalternos articularon representaciones de sí mismos y proyectos alternativos de resistencia y liberación. No se trata, como lo señala Spivak, de representar (vertreten) al subalterno, asignándole narrativamente una identidad e instrumentalizándolo como «figura crítica» en los conflictos ideológicos de la intelectualidad metropolitana. Por el contrario, se trata de mostrar que, por causa de su heterogeneidad radical, las prácticas de los sujetos subalternos se resisten a ser representadas por las conceptualizaciones humanísticas de la ciencia occidental (Derrida, Spivak), inscritas históricamente en la racionalidad político-burocrática de las universidades.23
22 J. Beverley: “Writing in Reverse: On the Project of the Latin American Subaltern Studies Group”, en Dispositio, nº 46, 1996, p.275. Véase también: “¿Posliteratura? Sujeto subalterno e impasse de las humanidades”, en B. González Stephan (ed.): Cultura y Tercer Mundo, tomo I: “Cambios en el saber académico”, Edit. Nueva Sociedad, Caracas, pp.137-138.
23 Cf. G. Spivak: “Can the Subaltern Speak?”, en P. Williams, L. Chrisman (ed.): Colonial Discourse and Postcolonial Theory. A Reader, Columbia University Press, Nueva York, 1994, pp.66-111. Desde esta perspectiva, John Beverley critica la idea, muy popular en amplios círculos universitarios, de que la literatura es el discurso formador de la identidad latinoamericana.24
Los académicos que trabajan todavía con esta idea ignoran dos aspectos intrínsecamente concatenados:
1. que es el aparato académico mismo el que, desde una posición hegemónica, ofrece a los profesores y alumnos un material ya reificado de estudio, «empaquetado», por así decirlo, en rígidos esquemas canónicos que definen de antemano lo que es y lo que no es «literatura»;
2. que la figura del letrado como «autoconciencia de lo propio», tal como es presentada por la historiografía literaria y agregaría yo por la filosofía latinoamericana de la historia en el siglo XX (J. Gaos, L. Zea, A. Roig), es un elemento constitutivo de la formación y reproducción de estructuras de dominio colonial.
En concordancia con Guha, Viswanathan y otros autores indios, Beverley afirma que la literatura fue una práctica de formación humanística de aquellas élites que impulsaron el proyecto neocolonialista de «construcción de la nación». El nacionalismo (y el populismo) vinieron animados en Latinoamérica por una lógica disciplinaria que «subalternizó» a una serie de sujetos sociales: mujeres, locos, indios, negros, homosexuales, campesinos, etc. La literatura y todos los demás saberes humanísticos, incluyendo también a la filosofía, aparecían inscritos estructuralmente en sistemas hegemónicos de carácter excluyente. Intelectuales humanistas como Bilbao, Sarmiento y Martí, para mencionar tan sólo tres ejemplos del siglo XIX, actuaban desde una posición hegemónica, asegurada por la literatura, el derecho y las humanidades, que les autorizaba a practicar lo que podríamos llamar una «política de la representación». Las humanidades se convierten así en el espacio desde el cual se «produce» discursivamente al subalterno, se representan sus intereses, se le asigna un «lugar» en el devenir temporal de la historia y se le ilustra respecto al sendero «correcto» por el que deben encaminarse sus reivindicaciones políticas.
Lo que busca John Beverley es romper con esta visión humanista del papel de los intelectuales y avanzar hacia nuevas formas de teorización que sobrepasen las políticas de vanguardia. Y le parece que el camino para lograrlo pasa necesariamente por una deconstrucción de las prácticas ideológicas vigentes en la universidad norteamericana.
24 J. Beverley: “Posliteratura? Sujeto subalterno e impasse de las humanidades”, ob. cit., pp.145-148.
En su libro Against Literature, Beverley presenta a la universidad como una institución por la que pasan casi todas las luchas hegemónicas y contrahegemónicas de la sociedad. Es en la universidad donde se forman los cuadros dirigentes de la hegemonía social, pero es también allí donde se tematizan las exclusiones vinculadas a esa hegemonía. Por esta razón, la lucha teórico-política al interior de la universidad adquiere un carácter fundamental, en la medida en que ella podría aunque no necesariamente debería tener efectos en otras instancias de la vida social.25 Tal lucha inmanente consiste en una deconstrucción de las prácticas humanistas en que se ha formado el sujeto patriarcal y burgués de la modernidad, con el fin de señalar otro tipo de prácticas extra-académicas, no letradas, que se resisten a ser representadas por el «discurso crítico» de los intelectuales. Voces diferenciales capaces de representarse a sí mismas, como es el caso de Rigoberta Menchú y el Ejército Zapatista de Liberación, sin precisar de la ilustración de nadie. Beverley entiende incluso su actividad deconstructiva como una «terapia liberadora», como un psicoanálisis al estilo de Freud y Lacan. La deconstrucción del humanismo académico debería concientizar al intelectual de la «violencia epistémica» (Spivak) que conllevan sus fantasías heroicas. Liberado así de su «voluntad de representación», el intelectual podrá ser capaz de actuar eficazmente en los marcos de lo que Michel de Certau llamara una micropolítica de la cotidianidad, allí donde los conflictos sociales afectan más de cerca su propia vida: en el ámbito del mundo universitario. También Walter Mignolo quiere articular una crítica de la autoridad del canon que define cuáles son los territorios de la verdad del conocimiento sobre «Latinoamérica» en las universidades norteamericanas. Pero, a diferencia de otros miembros del Grupo Latinoamericano de Estudios Subalternos, que asumen más o menos acríticamente el modelo indio de teorización poscolonial y lo utilizan luego para el estudio de situaciones coloniales en América Latina, Mignolo piensa que este modelo corresponde a un locus muy específico, anclado en las herencias coloniales británicas de la India. Por ello, en lugar de convertir las teorías poscoloniales indias en modelo exportable a otras zonas periféricas, incurriendo de este modo en un «colonialismo tercermundista», de lo que se trata es de investigar qué tipo de sensibilidades locales hicieron posible el surgimiento de teorías poscoloniales en América Latina. La pregunta que desea responder es si, análogamente a lo realizado por los poscoloniales indios, también en Latinoamérica han existido teorías que subvierten las reglas del discurso colonial desde las herencias coloniales hispánicas.26
25 La universidad es una especie de panacea en donde aparecen reflejados todos los conflictos de la sociedad. Por eso Beverley puede afirmar que la intervención política del intelectual ya no necesita de un “afuera” de la universidad:
Modifying Derrida’s famous slogan, I would risk saying, in fact, that there is no “outside-the-university”, in the sense that all contemporary practices of hegemony (including those of groups whose subalternity is constituted in part by their lack of access to schools and universities) pass through it or are favorably or adversely in some way by its operations. [Cf. Against Literature, University of Minnesota Press, Minneapolis, 1993, p.X]
Ahora bien, cuando Mignolo habla de «teorías poscoloniales» se refiere en primer lugar, y de manera análoga a lo planteado por Beverley, a una insubordinación de los signos del discurso colonial, tal como éste es reproducido por la academia norteamericana. La relevancia política de estas teorías al interior de la teaching machine radica en que contribuyen a deslegitimar aquellos paradigmas universalizantes definidos por la modernidad, en donde las prácticas colonialistas europeas aparecían como elementos «exteriores» y, por ello mismo, irrelevantes a los procesos modernos de constitución del saber. Esta forma de pensar se encuentra particularmente anclada en la distribución ideológica del conocimiento en ciencias sociales y humanidades, que va unida a la repartición geopolítica del planeta en tres «mundos» después de la Segunda Guerra Mundial.27 Adoptando la teoría de la división geopolítica del trabajo intelectual desarrollada por Carl Pletsch, Mignolo piensa que entre 1950 y 1975, es decir cuando se inicia la «tercera fase de expansión del capitalismo», la enunciación y producción de los discursos teóricos se encontraba localizada en el «Primer Mundo», en los países tecnológica y económicamente desarrollados, mientras que Ios países del «Tercer Mundo» eran vistos únicamente como receptores del saber científico.
Pero, ¿qué ocurre una vez que se quebranta definitivamente el antiguo régimen colonial y tambalea el equilibrio del orden mundial establecido durante la guerra fría? Es el momento, nos dice Mignolo, en el que surgen las teorías posmodernas y poscoloniales: aquellos discursos contramodernos, provenientes de diferentes loci de enunciación, que procuran dar cuenta de las herencias coloniales de la modernidad.28 Las teorías posmodernas encuentran su locus de enunciación en sujetos del «Primer Mundo» marginalizados por la dinámica capitalista de la modernidad. Las teorías poscoloniales, en cambio, se vinculan a sujetos del «Tercer Mundo» que viven o provienen de sociedades con fuertes herencias coloniales.29
26 W. Mignolo: “Are Subalternal Studies posmodern or Poscolonial? The politics and Sensibilities of Geo-Cultural Locations”, en Dispositio, nº 46, 1996, pp.45-73.
27 W. Mignolo: “Herencias coloniales y teorías poscoloniales”, en B. González Stephan (ed.): Cultura y Tercer Mundo, ob. cit., pp.113-114.
28 Al respecto escribe Mignolo: Me gustaría insistir en el hecho de que el “post” en “postcolonial” es notablemente diferente de los otros post de la crítica cultural contemporánea. Iré aún más allá al sugerir que cuando se compara con la razón postmoderna, nos encontramos con dos maneras fundamentales para criticar la modernidad: una, la postcolonial, desde las historias y herencias coloniales, la otra, la postmoderna desde los límites de la narrativa hegemónica de la historia universal. [Ibídem, pp.101-102.] En muchos casos, los sujetos de la teorización poscolonial son intelectuales nacidos en regiones subalternizadas por la modernidad europea que trabajan ahora en academias o universidades de países ex o neocolonialistas. Su actitud crítica frente a la modernidad es, en este sentido, diferente a la de los intelectuales posmodernos del «centro», pues se funda en una determinada «sensibilidad geocultural», en los vínculos afectivos que mantienen con su región de origen, en un sentido de territorialidad ligado, sobre todo, a la práctica del idioma materno.30
Para Mignolo, el principal logro político de estos intelectuales es haber mostrado que la razón moderna no echa su fundamento en el desarrollo intrínseco de las humanidades y la filosofía en Europa, es decir en las herencias espirituales del Renacimiento y la Ilustración, sino en las prácticas coloniales establecidas por Europa en ultramar. De este modo, justo en el corazón mismo del imperio, los intelectuales poscoloniales consiguen subvertir los cánones académicos que reservan al «Primer Mundo» la confección de saberes teóricamente relevantes.31

Pero las ventajas políticas de las teorías poscoloniales vienen necesariamente unidas a las ventajas hermenéuticas. Mignolo se refiere específicamente a las nuevas perspectivas de lectura de la historia colonial latinoamericana, proyecto que él mismo realiza en su magnífico libro The Darker Side of the Renaissance.32 A partir del giro epistemológico de la «razón poscolonial» podemos leer de otro modo los procesos de resistencia teórico-práctica en colonias de «asentamiento profundo» como América Latina. Podemos mirar hacia atrás y descubrir que las preocupaciones y los temas que la academia estadounidense identifica hoy en día como «poscoloniales», se encontraban ya presentes en casi todos los países latinoamericanos a partir de 1917, es decir, una vez consolidada la revolución bolchevique. Mignolo piensa en teóricos como José Carlos Mariátegui, Leopoldo Zea, Rodolfo Kusch, Enrique Dussel, Raúl Prebisch, Darcy Ribeiro y Roberto Fernández Retamar, quienes, en su opinión, habrían conseguido deslegitimar epistemológicamente el discurso hegemónico y colonialista de la modernidad. Los saberes teóricos de estos autores Son poscoloniales avant la lettre, porque subvierten las reglas del discurso colonial en la medida en que desplazan el locus de enunciación del «primero» hacia el «Tercer Mundo». Según Mignolo, la producción de discursos teóricos para América Latina, sobre América Latina y desde América Latina, consigue romper con el eurocentrismo epistemológico que coadyuvó a legitimar el proyecto colonial de la modernidad.33
29 Ibídem, p.113
30 W. Mignolo: “Are Subalternal Studies Postmodern or Poscolonial? The Politics and Sensibilities of Geo-cultural Locations”, ob. cit., pp.50-54
31 W. Mignolo: “Herencias coloniales y teorías poscoloniales”, ob. cit., pp.118
32 W. Mignolo: The darker Side of the Renaissance. Literacy, Territoriality and Colonization, The University of Michigan Press, 1995.

Mucho antes de que Guha fundara el grupo indio de estudios subalternos y de que en los Estados Unidos se empezara a hablar de poscolonialismo y posmodernidad, en América Latina se habían producido ya teorías que, ipso facto, rompían con el privilegio epistemológico del discurso colonial. Tenemos, entonces, dos ejemplos de lo que significa la construcción discursiva de «Latinoamérica» en la teoría poscolonial norteamericana a finales del siglo XX.

Hemos visto que tanto John Beverley como Walter Mignolo entienden su actividad teórica como una estrategia política tendiente a subvertir la imagen de América Latina que reproducen las instituciones académicas en los Estados Unidos. Su abordaje teórico del colonialismo no reviste por ello el carácter de un «discurso de identidad» tendiente a representar los intereses de los colonizados. Por el contrario, los dos latinoamericanistas buscan combatir a nombre propio la colonización del mundo de la vida que se produce en aquellas localidades globales donde viven y laboran: en el aparato académico los Estados Unidos.
3. REFLEXIONES FINALES: RECONVERSIÓN DE ARIEL y MUERTE DE CALIBÁN
En el capítulo primero de Against Literature, John Beverley propone una relectura del concepto de Calibán, tal como éste es interpretado por Roberto Fernández Retamar.34 Como se sabe, el escritor cubano recurrió a la simbología shakespereana de La Tempestad en los años setenta para leerla de la siguiente forma: Ariel simboliza al intelectual latinoamericano que, en el mismo lenguaje del colonizador, se enfrenta discursivamente a la tiranía de Próspero, representante del imperialismo occidental. Calibán, el tercer personaje, en la metáfora del pueblo mestizo y oprimido, que sufre día a día los atropellos del analfabetismo, la miseria y el subdesarroIlo.35 Fernández Retamar explica que la utilización de Calibán como símbolo del pueblo oprimido es en realidad una estrategia discursiva de Ariel, el «intelectual crítico» de América Latina. Colocándose del lado de Calibán y defendiendo sus intereses, Ariel adopta conscientemente el lenguaje de Próspero para maldecirle; utiliza los mismos instrumentos conceptuales del discurso occidental para rebatir la tesis de que la cultura latinoamericana es producto de la barbarie. En nombre de la igualdad, la fraternidad y la libertad, esto es, canibalizando los valores modernos que legitimaron el dominio de Próspero en América Latina, Ariel impugna el proyecto europeo de dominación colonial.
33 Ibídem, p.110
34 J. Berverley: Against Literature, ob. cit., p.4.
35 R. Fernández Retamar: Calibán. Apuntes sobre la cultura de nuestra América, Edit. La Pléyade, Buenos Aires, 1984, p.53

Y lo hace apropiándose con honor del nombre utilizado por el colonialismo para negar la originalidad cultural de los pueblos sometidos: Caribe, Caníbal, Calibán. Ningún otro nombre podría describir mejor la identidad de un pueblo que, a causa del mestizaje, ha sido capaz de antrofogizar el lenguaje de sus colonizadores. Calibán es, entonces, el símbolo de Latinoamérica, lo cual requiere, en opinión de Fernández Retamar, avanzar hacia una revisión completa de la historia del subcontinente, centrada hasta el momento en la figura colonizadora de Próspero.

«Asumir nuestra condición de Calibán escribe implica repensar nuestra historia desde el otro lado, desde el otro protagonista».36
Pues bien, lo que Beverley afirma es que el anagrama Calibán, tomado de la palabra «caníbal», debe ser reemplazado por el anagrama by Lacan, derivado a su vez de «Calibán».37 No se trata de un simple juego de palabras: si Calibán fue visto en los setenta como símbolo de la liberación latinoamericana, expresado en el orden discursivo por los saberes humanistas de los letrados, a finales de los noventa las cosas parecen muy distintas.38 Para ser libres, la gente ya no requiere de una reflexión primordialmente cognitiva llevada a cabo por Ariel, el «intelectual orgánico», pues ellos mismos son ahora sujetos reflexivos en el orden hermenéutico y, sobre todo, en el orden estético. By Lacan es el nombre que simboliza precisamente al sujeto deseante que se coloca en la base de la reflexión estética. No son ya la literatura, la sociología y la educación aquello que moviliza creativamente a las masas, sino el consumo de bienes simbólicos mediatizado por las tecnologías de la información. Desde un punto de vista hermenéutico-político, estos sujetos no actúan en función del interés superior de una «totalidad colectiva» (a la cual los intelectuales pretenden tener acceso mediante el saber), sino que sus movilizaciones poseen objetivos concretos, posibles a corto plazo, orientados hacia la satisfacción personal de necesidades básicas. En una palabra: el concepto de by Lacan sugerido por Beverley rompe con la idea de una «razón latinoamericana» configurada por el saber humanista de los intelectuales y simbolizada por la mítica figura de Calibán.39
36 Ibídem, p.52
37 J. Beverley: Against Literature, ob. cit., p.5
38 “Caníbal / Caliban / by Lacan: the séquense of names configures the stages and the historical subjects of, respectively, the colonization, decolonization, and postcoloniality of Latin America”. (Ibídem, p.4)
39 Desde este punto de vista no deja de sorprender el hecho de que autores como Said, Jameson y el mismo Mignolo vean en Calibán el símbolo de una «inserción epistemológica» y en Retamar a uno de los precursores latinoamericanos de la teoría poscolonial. En un universo discursivo como el de Retamar, atravesado de un lado a otro por compartimientos ideológicos (burguesía/ proletariado, opresores/ oprimidos, capitalismo/ socialismo), resulta difícil ver de qué manera podrían los sujetos marginales –que son siempre sujetos híbridos- articular sus “pequeñas historias”. Colonizadores y colonizados son presentados allí como entidades homogéneas, con intereses antagónicos. La Tempestad de Shakespeare –así como las historia latinoamericana- es vista por Fernández Retamar como el escenario mítico en donde se enfrentan dos personajes (Próspero/Calibán) y dos visiones contrapuestas del mundo: la de “nuestra América”, enunciada por intelectuales orgánicos como José Martí, y la de “Occidente”, representada por intelectuales “lacayos del imperialismo” como Borges, Sarduy, Fuentes y Rodríguez Monegar. (Cf. R. Fernández Retamar, ob. cit., pp.89 ss.)

Pero la muerte de Calibán implica necesariamente una reconversión de Ariel, un distanciamiento crítico de los intelectuales frente al lenguaje de Próspero. Ya lo mencioné más arriba, vivimos en un mundo que nada tiene que ver con el imaginado por la intelectualidad de los siglos XVIII y XIX. El saber no nos ha permitido configurar voluntariamente la historia y colocarla bajo el dominio de la razón, sino que ha puesto en marcha una dinámica generadora de contingencias que coloca nuestra vida frente a una serie de posibles «escenarios» sin saber cuál de ellos logrará realizarse. Tal impredictibilidad no es un fenómeno nuevo, pero riñe ciertamente con las pretensiones de belleza, bondad y verdad elevadas por el lenguaje de Próspero. Esto no significa, como lo anunciaron algunos posmodernos, que todos los esfuerzos humanos por hacer del mundo un lugar más justo y agradable hayan fracasado para siempre. Tampoco quiere decir que la reflexión cognitiva se haya resecado y resulte imposible denunciar críticamente las herencias del colonialismo y del imperialismo. La reconversión de Ariel no significa en ningún momento resignación, abandono de la función crítica del pensamiento, pero sí conlleva un aumento de sensibilidad frente a la localización de la razón en territorios contingentes, globales, atravesados por una serie infinita de causas y efectos que desbordan su control. La conciencia de los riesgos y sus peligros, la denuncia de situaciones coloniales y tecnologías de exclusión, continúan siendo la función más importante de Ariel, pero despojada ya del lenguaje salvacionista, totalizante y heroico de la modernidad. Pienso que las teorías poscoloniales son un ejemplo de la nueva conciencia de la inteligentsia respecto a sus propios límites. En tanto sujetos transmigrantes, los intelectuales poscoloniales obran como agentes globales sin pertenencias fijas. Sus pretensiones no se dirigen, por ello, hacia la construcción discursiva de identidades homogéneas y, mucho menos, hacia la representación de los subalternos. Lo que buscan es crear espacios de resistencia frente a la colonización mundovital en sus propias localidades. Su crítica al colonialismo adquiere un carácter teórico-práctico, en la medida en que participan activamente en la lucha por el control de los significados al interior de la teaching machine. Como las narrativas anticolonialistas de las décadas anteriores, procuran identificar la vinculación local, europea, de los discursos modernos sobre el «otro», como medio para desvirtuar sus pretensiones de universalidad.
Pero a diferencia de ellas, lo hacen sabiendo que su propia localización es un impedimento para acceder a la «totalidad». Hablan desde localidades globalizadas, desde espacios interconectados virtualmente con el mundo, en donde la modernidad fue desbordada por su propia dialéctica, por los mecanismos colocados en marcha por ella misma.40
40 Cf. U. Beck: Die Erfindung des Politischen. Zu einer Theorie reflexiver Modernisierung, Suhrkamp, Francfort, 1993, pp.35 ss.

“El discurso posmoderno pasa, el marxismo queda”

“El discurso posmoderno pasa, el marxismo queda”: Terry Eagleton
13/07/2016 Deja un comentario Go to comments

Terry EagletonLas teorías van y vienen; lo que persiste es la injusticia. Y mientras esto sea así, habrá siempre alguna forma de respuesta intelectual y artística a ello. Indudablemente, el marxismo no ha desaparecido, como sí ha ocurrido con el posestructuralismo (de manera bastante misteriosa), e incluso quizá con el posmodernismo. Ello se debe en gran medida a que el marxismo es mucho más que un método crítico; es una práctica política, explica el crítico literario y escritor marxista Terry Eagleton.

Eagleton es un destacado teórico marxista, crítico literario, escritor y Profesor Distinguido de Literatura Inglesa en el Departamento de Literatura Inglesa y Escritura Creativa de la Universidad de Lancaster, Inglaterra. Nacido en una familia de clase obrera irlandesa de tradición católica y republicana, y formado teóricamente con Raymond Williams, es en la actualidad uno de los más destacados críticos literarios. Su perspectiva marxista le ha valido una importante influencia en el panorama de debate ideológico y político marxista, así como enconados ataques de conservadores y liberales, entre ellos el mismo Príncipe Carlos, quien ha recomendado evitar al “terrible Terry Eagleton”. Ha publicado diversos artículos en la New Left Review desde la década de 1970 hasta la actualidad.

Entre sus más de cuatro decenas de libros escritos sobre teoría marxista, crítica y teoría literaria, y abundantes polémicas (es conocido por sus irónicos y fundamentados argumentos en el debate ideológico), algunos publicados en español son Walter Benjamin o hacia una crítica revolucionaria, Las ilusiones del posmodernismo, La estética como ideología, Después de la teoría, Por qué Marx tenía razón, Introducción a la teoría literaria, y el reciente El marxismo y la crítica literaria. Ha publicado sus memorias con el título de El portero.

Eagleton concedió la siguiente entrevista exclusiva a las periodistas Alejandra Ríos y Ariane Díaz, sobre uno de sus últimos libros, The event of literature. Además de exponer algunas de las ideas centrales de este libro, el autor remite a conceptos tratados ya en otros trabajos publicados en español, como La estética como ideología, Después de la teoría o Por qué Marx tenía razón.

Su libro The event of literature plantea que la teoría literaria ha estado en declinación durante los últimos 20 años, y que históricamente existe una relación entre las vicisitudes de la teoría y determinados momentos de conflictividad social. ¿Por qué cree que la teoría se desarrolla y alcanza sus picos más altos en períodos en que la conflictividad social es mayor?

En nuestra época, la teoría literaria alcanzó su punto más álgido, a grandes rasgos, en un momento en el cual la izquierda política se encontraba en ascenso. Hubo un auge de dicha teoría en el período que abarca, aproximadamente, desde 1965 hasta mediados o finales de la década de 1970, lo que coincide más o menos con el momento en el que la izquierda era mucho más militante, y tenía mayor confianza en sí misma, que en la actualidad. De 1980 en adelante, con el endurecido control del capitalismo postindustrial avanzado, estas producciones teóricas empezaron a ceder lugar al posmodernismo, que entre otras cosas es –como lo ha señalado Fredric Jameson– la ideología del capitalismo tardío.

La teoría radical no se ha desvanecido, es cierto, pero fue empujada hacia los márgenes, y gradualmente se fue volviendo menos popular entre los estudiantes. Las grandes excepciones a esto fueron el feminismo, que continuó atrayendo una gran cantidad de interés, y el poscolonialismo, que se convirtió en algo así como una industria en crecimiento, y aún sigue siéndolo. Uno no debería concluir, de esto, que la teoría es inherentemente radicalizada. Hay muchas formas de teoría literaria y cultural que no son radicales.

Pero la teoría como tal plantea algunas cuestiones fundamentales –más fundamentales que la crítica literaria de rutina–. Donde la crítica se pregunta “¿Qué significa la novela?”, la teoría se pregunta “¿Qué es una novela?”. Hace que la pregunta retroceda a un paso previo. La teoría es también una reflexión sistemática sobre las suposiciones, procedimientos y convenciones que gobiernan una práctica social o intelectual. Es, para decirlo de algún modo, el punto en el cual la práctica es empujada a una nueva forma de autorreflexividad, tomándose a sí misma como objeto de su propia indagación. Esto no tiene necesariamente efectos subversivos, pero puede significar que la práctica esté obligada a transformarse, habiendo examinado algunas de sus consideraciones subyacentes, en una nueva forma crítica.

En el mismo libro comenta que el concepto de “literatura” es relativamente reciente, surgido durante un período de turbulencias sociales, y que reemplazó a la religión como refugio de valores estables. Pero también señala que la literatura puede ser vista como una actividad capaz de desmitificar las ideas dominantes. En La estética como ideología, planteaba también que la estética ha sido tanto una forma de interiorización de valores sociales –y en este sentido un elemento de disciplinamiento social–, así como también un vehículo de utopías y cuestionamientos a la sociedad capitalista. ¿Sigue cumpliendo el arte ese papel doble y contradictorio?

Desde un punto de vista político, tanto el concepto de literatura como la idea de la estética son, sin duda, conceptos de doble filo. Hay sentidos en los que se ajustan a los poderes dominantes, y otras formas en las cuales los desafían –una ambigüedad que es también verdad para muchas obras artísticas individuales–. El concepto de literatura data de un período en el cual había una sentida necesidad de proteger ciertos valores creativos e imaginativos de una sociedad que era cada vez más filistea y mecánica. Está relativamente hermanada con la llegada del capitalismo industrial. Esto luego permitió que esos valores actúen como una crítica poderosa a dicho orden social, pero al mismo tiempo los distanció de la vida social cotidiana y algunas veces ofreció una compensación imaginaria por ello. Lo que quiere decir que se ha comportado de una manera ideológica. La estética encontró un destino similar.

Por un lado, la así llamada autonomía del artefacto estético brindó una imagen de autodeterminación y libertad en una forma autocrática, a la vez que desafió su racionalidad abstracta con su naturaleza sensorial. En este sentido puede ser utópica. Al mismo tiempo, sin embargo, esa autodeterminación era, entre otras cosas, una imagen de un sujeto de clase media, que no obedecía a la ley sino a sí mismo.

Creo que esas ambigüedades permanecen en la actualidad. En las sociedades capitalistas avanzadas, donde la idea misma de las Humanidades está bajo amenaza, es vital promover actividades como el estudio de las artes y la cultura precisamente porque las mismas no tienen ningún propósito pragmático inmediato, y en este punto cuestionan la racionalidad utilitaria e instrumentalista de tales regímenes. Esta es la razón por la cual el capitalismo en realidad no tiene tiempo para ellas, y por la cual las universidades, actualmente, quieren desterrarlas. Por otra parte, todo socialista tiene claro que el arte y la cultura no son, en última instancia, los escenarios de lucha más importantes. Tienen su importancia, en particular porque la cultura, en el sentido cotidiano de la palabra, es el lugar donde el poder se sedimenta y reposa. Sin esto, es muy difícil y abstracto ganar la lealtad popular. Sin embargo, el culturalismo posmoderno está equivocado en creer que la cultura es lo básico en los asuntos humanos. Los seres humanos son en primer lugar naturales, animales materiales. Son el tipo de animal que necesita de la cultura (en el sentido amplio del término) para sobrevivir; pero eso se debe a su naturaleza material como especie –lo que Marx llama “ser genérico”–.

En el libro propone la noción del trabajo literario como “estrategia”, esto es, una estructuración determinada por una funcionalidad, propuesta como un especial tipo de “respuesta” a una pregunta planteada en la realidad social. ¿Cómo se lleva esta definición con la idea de autonomía de la obra, en tanto un fenómeno autorregulado?

No creo que exista necesariamente una contradicción entre estrategia y autonomía. Una estrategia puede en sí misma ser autónoma, en el sentido que es una pieza distintiva de una actividad cuyas reglas y procedimientos son peculiares e internos a sí misma. La paradoja de la obra artística, al respecto, es que de hecho va a trabajar en algo que está fuera de sí misma, concretamente, problemas en la realidad social, pero esto lo hace “autónomamente”, en el sentido de que “reprocesa” o “retraduce” estos problemas en sus propios y sumamente peculiares términos. En este sentido, lo que empieza como algo externo o heterónomo a la obra, termina como algo interno a la misma. Una obra realista debe respetar la lógica heterónoma de su material (no puede decidir que Nueva York esté en el Ártico, como una obra modernista o posmodernista podría), pero al hacerlo simultáneamente arrastra este hecho a su propia estructura autorregulada.

Varias veces en este libro señala que las teorías posmodernas y posestructuralistas terminan en un fundamentalismo antiesencialista simétrico a aquellos “fundamentalismos” que se pretendían minar. ¿Siguen siendo estas definiciones posmodernas las dominantes en la discusión cultural e ideológica, o la nueva situación de crisis capitalista y cierto reemerger de la lucha de clases han dado pie a nuevos intentos teóricos que no sean teórica y socialmente escépticos?

El posmodernismo es, supuestamente, antifundamentalista, pero se podría afirmar que simplemente sustituye ciertos fundamentos tradicionales por uno nuevo: concretamente, la cultura. Para el posmodernismo, la cultura es la base más allá de la cual no se puede excavar, dado que para ello se necesitaría recurrir a la cultura (concepto, métodos y demás). En este punto, cabría sostener entonces que este antifundamentalismo es bastante falaz. En cualquier caso, todo depende de lo que se considere por “fundamento”. No todos los fundamentos necesitan ser metafísicos. Existe, por ejemplo, la posibilidad de un fundamento pragmático, como podemos encontrar, pienso, en el último Wittgenstein.

Respecto de la cuestión de si el discurso posmoderno sigue siendo dominante o no en nuestros días, me inclino a pensar que mucho menos. Desde el 11/9 hemos presenciado el despliegue de una nueva –y bastante alarmante– gran narrativa, justo en el momento en el que se decía con complacencia que las grandes narrativas habían terminado. Una gran narrativa –la de la Guerra Fría– se había de hecho acabado; pero, por razones relacionadas sutilmente a la victoria de Occidente en dicha lucha, ni bien terminó esa narrativa, se desató otra. El posmodernismo, que juzgaba la historia como posmetafísica, posideológica, incluso en un sentido poshistórica, fue tomado por sorpresa. Y no creo que se haya recuperado realmente.

A lo largo del libro repasa, en lo que considera sus aportes y debilidades, diversas teorías literarias desarrolladas en del siglo XX y más contemporáneamente. La perspectiva marxista parece haber tenido en esta historia un importante peso. ¿Cuáles son en la actualidad los nuevos aportes que se ubican desde esta perspectiva? ¿Sigue siendo fructífera hoy esta tradición en este terreno como lo es en otros, según plantea por ejemplo en Por qué Marx tenía razón?

La respuesta breve a la pregunta sobre cuáles son las nuevas contribuciones marxistas críticas es: son casi inexistentes. Simplemente, el contexto histórico no es el adecuado para este tipo de desarrollos. La obra de quien, desde mi punto de vista, es el crítico más eminente del mundo –Fredric Jameson– sigue en curso. Produce un libro brillante tras otro en una época en la que muchos críticos muy reconocidos han caído en el silencio. Pero no hay un nuevo cuerpo de crítica marxista, y dado que no se dan las circunstancias históricas propicias, uno casi no esperaría que lo haya.

Al mismo tiempo, indudablemente el marxismo no ha desaparecido, como sí ha ocurrido con el posestructuralismo (de manera bastante misteriosa), e incluso quizá con el posmodernismo. Ello se debe en gran medida a que el marxismo es mucho más que un método crítico. Es una práctica política, y si lo que tenemos es una grave crisis del capitalismo, es inevitable que de algún modo éste se encuentre en el aire. Lo mismo puede afirmarse del feminismo, cuyo momento culminante está unas décadas atrás, pero que ha sobrevivido de manera modificada, porque las cuestiones políticas que plantea son vitales. Las teorías van y vienen; lo que persiste es la injusticia. Y mientras esto sea así, habrá siempre alguna forma de respuesta intelectual y artística a ello.

Entrevista realizada por Alejandra Ríos y Ariane Díaz.

Fuente: Lobo Suelto!

Seis familias acaparan las donaciones al partido Arena

Seis familias acaparan las donaciones al partido Arena

Publicado el 4 de Julio de 2016 (El Faro)
Gabriel Labrador

Tras cuatro meses de batallas legales, el partido Arena accedió a revelar la lista de sus financistas desde febrero de 2015: entre 470 donantes, la máxima aportadora es la familia Poma. Aparecen luego los apellidos Dueñas, Regalado, Súster, Simán y Cristiani, que junto a Poma suman el 40 % de los aportes en 16 meses. La organización Acción Ciudadana ahora espera que el FMLN también transparente su financiamiento.
En los casi 16 meses transcurridos entre el 7 de febrero de 2015 y mayo de 2016, el partido de derechas Arena recibió de donantes privados un total de 2 millones 992 mil dólares, de los cuales un 40 % provino de seis familias tradicionalmente vinculadas a la organización nacida en 1981 y que gobernó El Salvador entre 1989 y 2009.
En un informe sin precedentes, firmado por Luis Carlos Tenorio, como jefe de la unidad de acceso a la información del principal partido de oposición, Arena entregó una lista de alrededor de 470 financistas privados, entre personas naturales y jurídicas. El documento fue elaborado y entregado a la organización Acción Ciudadana el pasado miércoles 29 de junio, después de meses de batalla legal en el marco de la Ley de Acceso a la Información Pública y de la Ley de Partidos Políticos, que incluso se ha librado en la Corte Suprema de Justicia.

Las seis familias que más aportes hicieron durante el período mencionado son Poma, Suster, Dueñas, Regalado, Simán y Cristiani. Las donaciones de las 10 empresas de las que estas familias son propietarias, más los aportes de siete personas naturales con alguno de esos apellidos que aparecen en la lista de donantes, hacen un monto de 1 millón 197 mil dólares, es decir, el 40 % de todo el ingreso en concepto de donativos en esos casi 16 meses.

Entre personas naturales y jurídicas, son las jurídicas las que han hecho el grueso de los aportes. A la cabeza se sitúan las de la familia Poma, con 450 mil dólares entre las marcas Metrocentro y Autofácil. Las otras ocho corporaciones pertenecientes a las restantes cinco familias con mayores aportes son Omnisport S.A. de C.V., vinculada a la familia Súster; Roberto Dueñas Limitada y Dueñas Hermanos Limitada, vinculadas a la familia con ese apellido; la Compañía Azucarera Salvadoreña y Almacenadora Del Pacífico S.A. de C.V., relacionadas a la familia Regalado; Credisiman y Desarrollos Inmobiliarios Comerciales S.A. de C.V., con vínculos a la familia Simán; y Droguería Santa Lucia, propiedad del expresidente de la República Alfredo Cristiani.

En la lista de donantes hay 13 que aportaron más de 145 mil dólares, otros 38 hicieron donaciones entre los 10 mil y los 145 mil dólares, y el 89 % de los financistas restante (419) dieron menos de 10 mil dólares cada uno.
La familia Poma es, de lejos, la que más dinero aportó al partido, al menos desde febrero de 2015. Metrocentro y Autofácil entregaron, respectivamente, 375 mil dólares y 75 mil en estos 16 meses, lo que significa que de cada 100 dólares que el partido recibió, 15 los puso este grupo empresarial.

Ricardo Poma, el patriarca del Grupo Poma, ha estado ligado al partido desde hace al menos 15 años. Se estrenó como dirigente arenero allá por 2002 junto a un selecto grupo de millonarios que entraron ese año a conducir el partido, y desde ahí influyó en muchas decisiones políticas de la Asamblea Legislativa. Cuando en febrero de 2013 el expresidente de la República y empresario Alfredo Cristiani dejó la presidencia del partido, lo sucedió mediante un nombramiento secreto Jorge Velado, un gerente del área automotriz del grupo Poma que hasta entonces era el segundo al mando en Arena. Más recientemente, Poma volvió a figurar cuando lideró el rescate de la candidatura presidencial de Norman Quijano en un momento en que esta se venía a pique en las encuestas que, a falta de ocho meses para la elección presidencial, lo ponían muy por debajo del ahora presidente Salvador Sánchez Cerén.

La empresa Omnisport, de Saúl Suster, es la segunda mayor financista de la lista entregada a Acción Ciudadana. La compañía donó 153 mil 156 dólares a Arena. Súster es un amigo del expresidente Cristiani y durante el gobierno de este fue presidente de la Administración Nacional de Telecomunicaciones (Antel). Cristiani fue presidente de Arena por segunda vez entre 2009 y 2013, y desde febrero de ese año se convirtió en coordinador de otra instancia dirigencial de Arena, la Comisión Política.

Cristiani, propietario de la Droguería Santa Lucía, y su grupo familiar aportan la sexta mayor cantidad de entre todos los donantes: 139 mil 446 dólares salieron de la Droguería Santa Lucía y de los aportes personales suyos y de familiares como el empresario Félix Guillermo Cristiani, o Marcos Llach, hijo del cuñado del expresidente Cristiani, Roberto Llach, quienes aparecen como pequeños donantes del partido. Si se suman los aportes del grupo familiar Cristiani con el de Súster, el monto es de 295 mil 599 dólares.

La lista de financistas aclara el ala derecha de un panorama hasta ahora oscuro en los dos principales partidos políticos, pero el partido en el gobierno, el FMLN, sigue negándose a revelar quiénes son sus donantes. En el caso de Arena, desde el sector de profesionales ha habido quejas recurrentes de que quienes mayor aporte económico tienen son los que toman decisiones tan importantes como las candidaturas a cargos de elección popular, y según algunos este fue el caso de la familia Poma respecto de la candidatura presidencial de Quijano para los comicios de 2014.
Cristiani sigue siendo un hombre poderoso en Arena: la Comisión Política que él dirige es la encargada de redactar muchos de los reglamentos, como por ejemplo, el que normará las próximas elecciones internas del partido. La Comisión Política surgió para que el poder no se concentrara en el Coena presidido por Jorge Velado.

El expresidente de la República Alfredo Cristiani (segundo de izquierda a derecha) fue, durante 16 meses entre febrero de 2015 y mayo de 2016 el sexto mayor financista del partido Arena, según información proporcionada por el partido a la organización Acción Ciudadana. Foto: Archivo / El Faro
Si a este 40% que aportaron estas seis familias se suman las donaciones de otros grupos familiares como Calleja (Super Selectos), Quirós (Grupo Q), Miguel (Mike-Mike), e Imberton (Comercializadora Imberton), y se añaden además los aportes de empresas de magnates como Roberto Murray Meza (Prodinsa S.A. de C.V.) y de familias como Borgonovo y Borja, el porcentaje del financiamiento que ellos representan llega al 50 % del total.

Entre las empresas multimillonarias que apadrinan a Arena están las empresas de la familia Dueñas, que intenta recuperar la finca El Espino, en Antiguo Cuscatlán, a costa de unas 70 familias que tendrían que ser expulsadas de la comunidad donde viven. La comunidad y los Dueñas tienen un litigio en un juzgado de la localidad. Una de las empresas es la propietaria del centro Comercial La Gran Vía, en Antiguo Cuscatlán. Esta empresa se llama Roberto Dueñas Limitada y donó a Arena 65 mil dólares. Sus hijos, Roberto Miguel y Miguel Arturo Dueñas Herrera son socios de Dueñas Hermanos Limitada, dedicada a la construcción de apartamentos, casas y complejos habitacionales como Portal del Casco y Puerta de Gran Canaria, que son los vecinos del Espino. Donaron al partido tricolor 86 mil dólares.
También hay empresas menos tradicionales que figuran como donantes de Arena, entre ellas Desarrollos Veranda S.A. de C.V. y Henríquez S.A. de C.V., que financiaron a Arena con 150 mil dólares y 133 mil dólares, respectivamente.

La información de los donantes de los partidos políticos se ha manejado siempre en secreto y por años las organizaciones no tenían la obligación de declarar al público quiénes eran los que les daban el dinero, ni cuánto. Pero en febrero de 2013 se aprobó la Ley de Partidos Políticos que traía un componente para regular este tema, pero fue declarada inconstitucional en agosto de 2014 por considerar que no cumplía con parámetros de verdadera transparencia y rendición de cuentas. Los diputados reformaron la ley en octubre de ese mismo año, incluyeron un mecanismo para que los ciudadanos pidieran información a los partidos, pero al mismo tiempo establecieron candados para que los partidos pudieran entregar información incompleta. A raíz de eso, la Sala de lo Constitucional de la Corte Suprema de Justicia resolvió, el 6 de febrero de 2015, que los partidos debían aprobar nuevas modificaciones que, de una vez por todas, garantizaran verdadera transparencia en el financiamiento. Así dejó sin efecto legal los candados que impedían la entrega de la información a los ciudadanos.
Valiéndose de esta sentencia de febrero de 2015, Acción Ciudadana solicitó en febrero de 2016 las cuentas de los partidos políticos. Después de cuatro meses de litigios ante el Tribunal Supremo Electoral (TSE), los partidos comenzaron a soltar información relacionada a sus donantes. Gana, PDC y PCN fueron los únicos que mostraron algunos nombres de sus financistas pero admitieron que no entregarían la lista completa ni las cantidades que aportaron, mientras que el FMLN y Arena se mantuvieron renuentes . El TSE, tras audiencias con todos los partidos, sentenció que estos debían entregar la información sobre la identidad de sus donantes así como el detalle de los montos aportados después del 6 de febrero de 2015, esto debido a la resolución de la Sala. El TSE añadió que los partidos tenían la opción de entregar información de sus donantes de antes del 6 de febrero de 2015, siempre y cuando tuvieran la autorización de ellos.
Arena se había negado a entregar la información sobre sus financistas alegando que la Ley de Partidos Políticos aún no se ha reformado, como lo ordena la Sala, y que por tanto pueden obviar entregar la información. Esta interpretación riñe con el mandato judicial establecido en la sentencia de la Sala que dejó inaplicable la parte de la ley en la que se exige a los partidos pedir autorización a sus donantes para compartir la información. Aun así, Arena apeló la primera resolución del TSE en la que le ordenaba a entregar a Acción Ciudadana la información, pero finalmente, el 30 de mayo, el TSE concluyó que los datos debían ser públicos. Entre notificaciones y plazos legales, Arena entregó, por primera vez en casi 35 años de historia, una lista de financistas el miércoles 29 de junio pasado.
El FMLN, mientras tanto, calla y alega que entregar la información de donantes sería violar la Ley de Partidos Políticos, el cual era el mismo argumento que utilizó Arena para escudarse. El Frente es el único partido que por ahora sigue sin dar ningún dato de sus donantes.
Además de los empresarios tradicionales en Arena, hay donantes vinculados a personajes prominentes de otros partidos políticos como es el caso de la compañía Henríquez S.A. de C.V. (Ferretería MC) que tiene entre sus actuales directivos al exdiputado del Partido de Conciliación Nacional (PCN) Dagoberto Marroquín. Henríquez S.A. de C.V. donó 133 mil dólares en los últimos 16 meses.
Hay más financistas relacionados a otros partidos políticos como el caso de Andrea Susana Mendoza Parker, quien donó 500 dólares a Arena cuando ella también aparece como fundadora del Partido de la Esperanza (Pes) ahora PDC, y además, como donante pecenista.
La lista no precisa los momentos en que los 470 financistas hicieron sus aportes. El período posterior al 6 de febrero de 2015 incluye la etapa final de la campaña para alcaldes y diputados del año pasado.
La Ley de Partidos Políticos prohíbe que gobiernos o agencias extranjeras donen a los partidos, pero nada dice sobre las empresas domiciliadas en el extranjero. Por eso es que la empresa Hencorp Becston Capital, con sede en Miami, Estados Unidos, pudo donar 10 mil dólares al partido tricolor. Esta fue la misma compañía que el expresidente salvadoreño Mauricio Funes dice que entregó un préstamo a la empresa del expresentador de noticias de la Telecorporación Salvadoreña (TCS) Jorge Hernández, Multimedia S.A. de C.V., para que esta a su vez le entregara 16 mensualidades de 15 mil dólares entre 2014 y 2015. Funes está procesado por enriquecimiento ilícito y tiene sus carros y cuentas congeladas.
El documento, fechado 28 de junio de 2016, muestra al expresidente de la Asociación Nacional de la Empresa Privada (ANEP), Jorge Daboub, con una donación de 2 mil 340 dólares.
En la lista de donantes hay un rubro denominado “Aportes Empledos” que suma 20 mil 492 dólares, que representa el 0.68% de los ingresos totales recibidos desde 2015. Arena comenzó a pedirle a sus empleados que contribuyeran al partido desde mayo de 2015 como una forma para diversificar la fuente de ingresos. “Lo veo como un mecanismo que permite cierta independencia económica en el sentido de no ser dependientes de un determinado cooperante”, decía al respecto Hugo Barrera, exvicepresidente de Arena quien actualmente busca la presidencia del partido.
Ya antes han existido llamados a que el partido deje de depender de los grandes financistas. El más reciente ocurrió en los días en los que Arena asimilaba la segunda derrota presidencial consecutiva, con su candidato Norman Quijano. Fundadores y algunos miembros de sectores del partido mencionaron que era un riesgo para Arena que las grandes decisiones estuvieran sujetas a la voluntad de los grandes financistas. “Arena tiene que romper con los grupos de poder económico, así como los hay en el FMLN”, decía Eduardo Larrave, uno de los fundadores más críticos que tenía el partido por aquellos días.
Larrave tal vez aludía a grupos económicos vinculados a rubros específicos de la industria salvadoreña. Entre los donantes de Arena, por ejemplo, el gremio azucarero representa buena parte de los ingresos: 5.8 % del total, es decir 173 mil dólares en 15 meses. A este grupo pertenecen tradicionales financistas del partido como Tomás Regalado Dueñas, Juan Tennant Wright quienes aparecen como donantes, al igual que sus empresas, Compañía Azucarera Salvadoreña e Ingenio El Ángel, respectivamente. En la lista también aparece el Ingenio Jiboa.
Hay otras empresas de donantes vinculados al quehacer político del país. Grupo Centroamericano de Telecomunicaciones, cuyo representante legal es hijo* del magistrado de la Sala de lo Constitucional Belarmino Jaime, aparece como financista con 3 mil 500 dólares. Casi cuatro veces esa cantidad la aportó la empresa D’Casa, propiedad de Carlos Araujo Eserski, expresidente de la Asociación Nacional de la Empresa Privada (ANEP) y presidente del Banco Azul.
También aparecen empresas cuyos propietarios han sido vinculados al Cártel de Texis, una estructura del narcotráfico que opera en El Salvador y que ha sido reconocida por las Naciones Unidas: Agroindustrias Gumarsal. Los propietarios de Salazar Romero han sido señalados por informes de inteligencia del Estado como colaboradores del cártel.
Entre los donantes también se pueden hacer viajes al pasado. Por ejemplo, aparece el expresidente del Banco Cuscatlán y que fue una pieza clave en la lavandería utilizada por el partido para ocultar el origen de 10 millones de dólares donados por Taiwán para diversos programas de gobierno durante la presidencia de Francisco Flores (1999-2004) y que fueron desviados al partido para usarse en la campaña electoral que llevó a Antonio Saca a la presidencia de la República. Mauricio Felipe Samayoa Rivas, que falleció en junio de 2015, aparece como donante de 3 mil dólares. La empresa que él dirigió, Corporación Montelena, también otorgó al partido 25 mil dólares. Corporación Montelena se dedica a los negocios funerarios, y fue ahí donde fue cremado el expresidente Flores quien fue el personaje central de la inconclusa investigación por la donación de Taiwán.
Arena ha criticado fervientemente el supuesto financiamiento que hace el grupo Alba Petróleos al gobierno y al partido del FMLN, y sostienen que ahora eso es ilegal, según la Ley de Partidos Políticos. Arena, sin embargo, no ha explicado exactamente cómo se planificó aquel financiamiento que involucró al gobierno taiwanés. Uno de los que podrían ayudar a explicar el entramado es Eduardo Berdugo Muñoz, un contador del partido que sigue laborando para la institución. Berdugo, que trabaja para la empresa Golán, aparece también como un donante del partido con 720 dólares.
*Fe de errata: en una versión original de este texto se mencionaba que el magistrado de la Sala de lo Constitucional era el representante legal de Grupo Centroamericano de Telecomunicaciones, cuando lo correcto es que es su hijo quien desempeña ese cargo. Cambio efectuado a las 8:50 am del lunes 4 de julio de 2016.

Los disparos del 5 de julio que cambiaron el país

Los disparos del 5 de julio que cambiaron el país

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Un atentado perpetrado por un militante del FMLN desencadenó un proceso que, irónicamente, abrió el camino para que este partido llegara al poder.

El atentado

El 5 de julio de 2006, un militante del FMLN abatió a balazos a dos policías. El grave incidente se produjo luego que una unidad antimotines trató de disolver una manifestación antigubernamental, convocada por organizaciones de choque cercanas al FMLN, en las cercanías de la Universidad de El Salvador. Cuando el pelotón policial orilló a los manifestantes contra las instalaciones de la Universidad, un sujeto de nombre Mario Belloso, antiguo concejal de una alcaldía del FMLN, sacó de una caja un fusil de guerra M-16, se apostó y comenzó a disparar contra los policías, secundado por dos de sus compañeros. Dos policías murieron de inmediato y cinco más fueron heridos. Belloso, tras entregar el fusil a uno de sus compañeros, huyó hacia el interior de la Universidad. Mario Belloso era líder de la “Brigada El Limón”, presuntamente financiada por el FMLN y usada por la alcaldía de Mejicanos, gobernada por este partido, para golpear e intimidar a trabajadores municipales en huelga o protestas.

En minutos el lugar se convirtió en un polvorín. Varios jefes policiales indignados querían penetrar por su propia cuenta al campus de la UES, mientras helicópteros de guerra sobrevolaban rasantes las aulas universitarias, que a esas horas estaban llenas de aterrorizados estudiantes. Tal escena no se había repetido desde los años Setenta y Ochenta durante la guerra que terminó el 16 de enero de 1992.

La reunión en Capres

El mismo día tuvo lugar una reunión en Casa Presidencial, convocada de urgencia por el entonces presidente Elías Antonio Saca. El invitado especial: José Luis Merino (Comandante “Ramiro”, de las “Fuerzas Armadas de Liberación (FAL)”, del Partido Comunista Salvadoreño), el hombre fuerte del FMLN tras la muerte del líder histórico de los comunistas salvadoreños, Schafik Handal, en enero de ese mismo año.

De acuerdo con un alto miembro del gabinete de Saca, que declinó identificarse pero que estuvo presente en la reunión, ambas partes el FMLN representado por Merino y otros antiguos comandantes, y el gobierno, representado por el presidente Saca, su ministro de Seguridad, René Figueroa, y su secretario privado, Élmer Charlaix llegaron a un acuerdo: El gobierno no iba a intervenir policialmente dentro de la Universidad y manejaría con prudencia la crisis, y el FMLN se comprometió a disolver la “Brigada El Limón” y deslegitimar en público el ataque contra la Policía. Ambos compromisos se cumplieron. La Policía no incursionó la Universidad, no hubo más muertos, y el FMLN se abstuvo de proteger a Mario Belloso, quien luego fue capturado y condenado a 35 años de prisión, que luego fueron aumentados por la Corte Suprema a 56 años. Belloso está cumpliendo su condena en el Penal de Máxima Seguridad de Zacatecoluca.

Al final esta reunión, por iniciativa de Merino, derivó a otros temas y se tomaron acuerdos que nunca fueron revelados. Nadie sabe a ciencia cierta qué se habló y acordó en esta reunión privada. Pero los resultados se hicieron palpables en el transcurso de los siguientes meses y años: a partir de esta reunión, José Luis Merino y Tony Saca se cubrieron mutuamente las espaldas. Merino se encargó de que el FMLN dejara de acusar a Saca, quien ya para ese entonces era acusado de corrupto por poderosos empresarios que lo habían patrocinado durante su campaña electoral. Y Saca protegió a Merino, cuando el presidente Uribe lo acusó de cómplice y proveedor de armas de las FARC.

Además, colaboradores de Saca indican que el FMLN pidió al presidente dos favores: otorgar vía exprés todos los permisos que se requerían para montar las plantas refinadoras de la nueva empresa petrolera Alba Petróleos, una empresa mixta formada entre las alcaldías gobernadas por el FMLN y la venezolana PDVSA. Los permisos normalmente implican un proceso bastante engorroso en El Salvador. El segundo acuerdo que nació a partir de esta reunión entre Merino y Saca, según las mismas fuentes, era que el presidente no obstaculizara la victoria del FMLN en las elecciones presidenciales de 2009.

Esta misma tarde nacieron las bases de un entendimiento que tres años después llevaría al FMLN al poder y que durante años le ha garantizado impunidad a Saca –hasta que, en 2015, la Corte Suprema de Justicia decidiera reactivar su Sección de Probidad y abrir una investigación de enriquecimiento ilícito contra el expresidente.

Regresando a la reunión histórica del 5 de julio 2006 en Casa Presidencial: No se sabe si la respuesta de Saca se produjo de inmediato, porque todos los asistentes a la reunión, excepto Saca, Charlaix y Merino, fueron invitados a salir por unos momentos del “Salón Diálogo” de la Casa Presidencial. Lo cierto es que los permisos de los ministerios de Economía y Medio Ambiente fueron expedidos en pocas semanas a Alba Petróleos.

Es como en el caso de un amorío: Nadie fue testigo del acto amoroso, pero el embarazo se hizo visible.

El legado de Saca

La relación entre Elías Antonio Saca y un grupo de poderosas familias, que tradicionalmente han apoyado financieramente al partido ARENA, se había venido deteriorando de manera acelerada, desde que Saca rompió con el proyecto original del partido ARENA de establecer una economía completamente abierta, al estilo de los llamados Tigres del Pacífico.

Saca se inclinó por priorizar de manera populista “políticas sociales”, con el argumento de arrebatar banderas a la izquierda. Mientras tanto, los escándalos de corrupción, concretamente en el Ministerio de Obras Públicas y la Comisión Ejecutiva Hidroeléctrica del Río Lempa (CEL), eran un secreto a voces.

El escándalo más comentado giraba en torno a la construcción del llamado bulevar Diego de Holguín. De las irregularidades en torno al millonario proyecto se comenzaba a hablar en círculos empresariales y todas las miradas apuntaban al entonces ministro David Gutiérrez, hombre de confianza y amigo personal de Saca. Unos años después otro ministro de Saca, Hugo Barrera, aseguró frente a las cámaras de televisión que Gutiérrez le había confesado que él había transferido $40 millones del MOP a Casa Presidencial, por órdenes directas de Saca.

Entre tanto CEL se convirtió en caja chica de Casa Presidencial. La autónoma era manejada por Nicolás Salume, hijo del empresario que jugaría un importantísimo papel en la estrategia para que el FMLN accediera al poder en 2009. Otra práctica de Saca, revelada años después por El Diario de Hoy, fueron las sistemáticas transferencias de todos los ministerios al fondo discrecional de Casa Presidencial. Al final se contabilizaron $219 millones, de los cuales Saca nunca rindió cuentas.

El surgimiento de Alba Petróleos

El acuerdo de constitución de Alba Petróleos se había suscrito, en marzo de 2006, en el Palacio de Miraflores en presencia del entonces presidente de Venezuela, Hugo Chávez, quien pronunció un discurso antiestadounidense y se comprometió a enviar 100 mil barriles de diésel iniciales, con un periodo de crédito de 90 días para pagar el 60 por ciento de ese valor y el resto podría ser un plazo de 23 años al uno por ciento anual en forma variable”.

De acuerdo con el periódico digital El Faro de enero 2014, Alba Petróleos de El Salvador ya había movido unos 800 millones de dólares, contaba con la cadena de estaciones de gasolina más grande del país y es propietaria además de otras 64 compañías en El Salvador, que incluyen negocios de granos básicos, financieras, fertilizantes e incluso una línea área. Este consorcio lo controla José Luis Merino.

La elección de Mauricio Funes

Para garantizar la victoria del FMLN en las elecciones de 2009, el FMLN escogió a Mauricio Funes. Saca, quien además de Presidente de la República era presidente de ARENA, usó su control del partido para imponer, ya en 2008, como candidato presidencial al director de la PNC, Rodrigo Ávila, cuya popularidad estaba muy por debajo de otros líderes de ARENA, como la entonces vicepresidenta de la República y actual diputada Ana Vilma de Escobar.

De hecho de Escobar y otros dirigentes del partido denunciaron que el proceso interno para escoger al candidato presidencial estuvo viciado y manejado por el operador político del presidente, su primo Herbert Saca. Muchos miembros de ARENA y empresarios cercanos al partido temían que con Ávila de candidato y con Saca controlando al partido y la campaña podían perder las elecciones.

El pacto de transición

Y de hecho ARENA las perdió. Una vez que Mauricio Funes ganó las elecciones presidenciales, Merino y Saca inmediatamente negociaron un nuevo pacto: la redistribución de las instituciones. Saca necesitaba control de la Fiscalía General, para evitar investigaciones sobre el manejo de las finanzas públicas. El FMLN quería tomar control de la Corte Suprema de Justicia. Y así fue acordado: Saca comprometió los votos de ARENA para los magistrados propuestos por el FMLN; y el FMLN sus votos para un fiscal que protegía a Saca. Todo negociado en Casa Presidencial, ya con participación del presidente electo Mauricio Funes.

La ruptura de ARENA con SACA

En ARENA se encendieron sirenas de alarma. Un grupo de dirigentes decidió que la única manera de evitar este atropello a la institucionalidad era expulsar a Tony Saca del partido y romper el pacto ya negociado con el FMLN y Funes. En consecuencia de esto, Tony Saca dio luz verde al plan B: dividir a ARENA, crear GANA y construir una nueva mayoría entre el nuevo partido y el FMLN.

La casa del empresario Nicolás Salume padre, fallecido en 2014, fue uno de los lugares en donde se coordinó la derrota de ARENA y el traspaso del poder de Saca a Funes, sin mayores sobresaltos para el presidente saliente. El mismo Nicolás Salume prestó una de sus lujosas mansiones a Mauricio Funes para que residiera allí durante la campaña y los primeros meses de su presidencia. Además financió la campaña de Funes con 3 millones de dólares, declarados como préstamo personal, pero nunca cancelados, ni por el FMLN ni por Funes.

En retribución, Mauricio Funes nombró a Nicolás Salume padre como Primer Designado a la Presidencia, y a su hijo Nicolás, presidente de la CEL nombrado por Saca, lo mantuvo contra todas las críticas en este cargo clave. Mauricio Funes, quien antes de ser presidente tenía fuertes deudas no canceladas, en la actualidad vive como millonario, sin tener ingresos identificables por negocios y empleo.

Para continuar el proyecto político-empresarial de Alba El Salvador, más allá de lo que ocurra en Venezuela, cuya economía se hunde a raíz de los bajos precios del petróleo y el mal gobierno de Nicolás Maduro, es vital para el FMLN que ARENA no regrese al poder. Y ambos expresidentes Saca y Funes para evitar posibles acciones judiciales por corrupción, coincidieron con este objetivo.

La elección de Salvador Sánchez Cerén

También en la siguiente elección presidencial, en febrero y marzo de 2014, el expresidente Saca y el grupo Alba fueron instrumentales para asegurar un segundo período presidencial del FMLN. Saca fundó una coalición llamada UNIDAD, para correr como tercer candidato y así dividir el voto de la derecha. Luego de ser derrotado en primera vuelta, su partido GANA apoyó al candidato del FMLN.

Por su parte, la empresa Alba Petróleos financió la campaña del FMLN e hizo su propia campaña paralela, igual que la Casa Presidencial de Funes, que pautó miles de anuncios televisivos hasta el mismo día de la elección. En medio de serias dudas sobre el escrutinio final, Salvador Sánchez Cerén fue declarado presidente electo en segunda vuelta, con solo 6 mil votos de diferencia sobre Norman Quijano.

Los disparos de un activista del FMLN, que mataron a dos policías, cambiaron el rumbo del país. Mario Belloso, el protagonista de esta tragedia, sigue pagando su condena en Zacatraz, tratando de entender esta historia…

Heteroglosia, una forma distinta de mirar el discurso pedagógico

Heteroglosia, una forma distinta de mirar el discurso pedagógico
agosto 13, 2014 / fondecyt1130684

El término heteroglosia es un concepto acuñado por el pensador Ruso Mijaíl Bajtín (1895-1975) y puede ser un gran aporte para las prácticas pedagógicas en el aula, sin embargo, antes de definir el concepto propiamente tal, habrá que realizar una breve reseña teórica para contextualizarlo.

Bajtín participa en algunas controversias de las ciencias del lenguaje durante los años veinte entre dos posiciones enfrentadas: una es la crítica estilística, interesada en la expresión individual, y la otra, la lingüística estructural centrada en el lenguaje. Bajtín reacciona frente a estas perspectivas y considera el enunciado humano como el producto de la interacción de la lengua y el contexto, proponiendo así, un modelo en donde la estructura literaria no sólo existe, sino que es generada en relación a otra estructura.

Este autor plantea que se debe estudiar la relación mutua entre lenguaje individual y lenguaje social, teniendo en cuenta que el lenguaje está siempre condicionado por el sometimiento a sus reglas básicas como código que garantiza su comunicabilidad y por la situación espacio-temporal e histórico-social en la que se encuentra.

Entonces el uso del lenguaje posee tres elementos: el individual, el discursivo y el ideológico que establecen un complejo diálogo a través de diferentes niveles de abstracción que Bajtín llama HETEROGLOSIA.

La heteroglosia entonces es la apertura a la participación de dos o más voces en el discurso, la existencia de diversas perspectivas en el enunciado. Esto se contrapone al concepto de monglosia, el cual consiste en enunciados categóricos, que expresan una única opción o perspectiva. Aquí es posible apreciar los aspectos individuales, discursivos e ideológicos, los cuales se expresan en nuestros discursos cotidianos como profesores. Por ejemplo, al enfrentarnos a un texto escolar que plantea un discurso ideológico determinado que se transmite de forma monoglósica a los estudiantes, puede decir “Arturo Prat fue un valiente soldado” el cual conlleva su ideología particular, cerrando las voces que participan culturalmente, como lo es por ejemplo, una perspectiva diferente al de “valiente”. En este enunciado que doy como ejemplo, el profesor puede abrir el discurso monoglósico, y transformarlo en heteroglósico al permitir más voces participantes, “algunas perspectivas plantean que Arturo Prat fue un valiente soldado” esto expresa que existen otras visiones, o discursos sobre el mismo tema.

Como docentes debemos tomar conciencia respecto a los discursos que utilizamos y manipulamos constantemente en clases ¿Cuántas opciones de voces ofrecemos en una clase? Una perspectiva dialógica, en donde se expresa un discurso heteroglósico expresa variadas posiciones y voces alternativas, lo cual lejos de anquilosarnos en una sola visión hegemónica, permite abrir nuevos horizontes de aprendizajes, y por sobre todo, nuevos horizontes de encuentro social a través de la visualización y comprensión de los diversos discursos en una cultura.

Yo le creo a Egly, yo le creo a todas

Yo le creo a Egly, yo le creo a todas

Laura Aguirre

Hace unos días La Prensa Gráfica publicó un reportaje sobre los abusos sexuales en el teatro salvadoreño. En el artículo aparecen consignados los testimonios de varias mujeres. Uno de ellos fue el de la actriz, Egly Larreynaga. Ella contó cómo fue violada hace más de una década por el director de teatro Fernando Umaña. El crimen ocurrió durante un viaje en el que la actriz compartió habitación con Umaña –en aquella época su director y mentor- porque ella no tenía para pagar un cuarto de hotel. Por la noche, y aprovechándose de la confianza que surge en la relación entre un maestro y su aprendiz, Umaña se acercó a Egly porque le dieron ganas de sexo, y sin importar que ella le repitiera que NO, él lo consiguió. Fernando Umaña reaccionó desvinculándose totalmente de los hechos y diciendo que todo se debe a un afán de desprestigiar su trabajo y carrera profesional. Como pasa en muchos de estos casos las palabras de la víctima se ponen en duda, no se considera información sólida, y se monta en el escenario una lucha entre la palabra de ella contra la de él.

La violación sexual es privar a alguien de la soberanía sobre su cuerpo. Es lograr acceso a ese cuerpo, sin consentimiento de la otra parte, haciendo uso de alguna forma de poder (fuerza física, confianza por parentesco, jerarquía laboral, etc.). Las acciones, el daño y el trauma que conlleva no tiene género. Hombres y mujeres pueden ser víctimas y victimarios. Sin embargo, las estadísticas hasta hoy siguen confirmando que mayoritariamente son las mujeres y niñas las víctimas de los perpetradores.

Esta realidad, entre otras causas, tiene como un potente trasfondo cultural la manera en que le damos significado a la sexualidad de la mujer y el hombre. En el imaginario común, la primera es pasiva y a la espera de…, la segunda es activa y en busca de…; la tarea de la primera es guardar y cuidar su cuerpo como bien más preciado para el hombre de su vida, para el segundo es poner a trabajar ese cuerpo penetrando la mayor cantidad posible de mujeres. En esta dinámica, los hombres aparecen como seres que “por naturaleza” son agresivos y con una sexualidad incontenible y las mujeres como el medio que “por naturaleza” los satisface.

Sé que estas figuras de hombre y mujer son estereotipos, sé que han sido ampliamente criticados, sé que muchos no las aceptamos y llevamos la vida luchando contra ellas. Sin embargo, siguen siendo los modelos, quizá no hablados, pero tácitos que gran parte de la sociedad sigue. Esto no es una exageración. Recordemos las distintas instrucciones de comportamiento que fuimos aprendiendo desde pequeños o las que le hemos dado, o esperamos darle, a nuestros hijos e hijas. La sexualidad como forma de desigualdad se va labrando desde entonces.

Las mujeres desde pequeñas aprendemos que la posibilidad de una violación sexual es permanente. Por eso desde que tenemos conciencia nos enseñan a tener miedo de los hombres, a estar siempre alertas, a nunca hablar con extraños, mucho menos confiar en ellos; a nunca dejarnos tocar, a caminar rápido y nunca solas, a no estar en lugares peligrosos. En fin, a no hacer nada, absolutamente nada que pueda darle a entender a un hombre que tiene “entrada libre” a nuestro cuerpo y termine violándonos.

En cambio, en la socialización masculina una de las instrucciones principales sigue siendo la de conquistar mujeres. En este juego, la misión de ellos es avanzar con paso firme, venciendo las pruebas y obstáculos. Porque las mujeres siempre nos daremos a desear. Es decir que al principio, diremos NO, pero ese “no” será en realidad una invitación a seguir la intentona, porque al final casi invariablemente habrá un SÍ, aunque vaya disfrazado de una negativa. En esta lógica se asume que algunos hechos serán permisos explícitos o señales inequívocas de que la mujer ha sido conquistada: cuando es muy coqueta, cuando se deja tocar, cuando se emborracha, cuando está en el mismo cuarto o cama, cuando no dice “no” con gritos y puños.

Aunque en la sociedad salvadoreña, violar a una mujer es un acto que se condena públicamente y penalmente, sigue siendo uno de los crímenes que más padecemos. Una mirada rápida a las cifras demuestra que nacer niña trae implícita una gran probabilidad de ser violada sexualmente que si se nace niño. Entre los años 2006 y 2014, el Instituto de Medicina Legal reportó la violación sexual de 10,546 niñas y 1,221 niños. Los datos de ORMUSA para el mismo período reportaron 16,964 víctimas, 93% mujeres y 7% hombres. En ambos reportes la gran mayoría de los agresores eran de sexo masculino, conocidos o en relación de parentesco con las víctimas.

Lo más grave es que cuando una mujer se distancia de ese juego perverso de conquista, y niega haber dado su consentimiento y denuncia haber sido violada, entonces se convierte en sujeto de sospecha, en alguien no confiable ni creíble. Esto se hace particularmente evidente cuando los involucrados no se apegan a las figuras socialmente aceptadas de víctima/victimario.

El ejemplo típico es el del violador extraño. No nos cuesta mucho imaginar a un desconocido, generalmente de clase baja y muchas veces delincuente, como pandillero o ladrón, que encuentra y asalta a mujeres inocentes y desvalidas en la calle o que las acecha cerca de los lugares que frecuentan. Este violador ejerce su poder físico, golpea, inmoviliza, embiste salvajemente. También está el del padre de familia, enfermo mental y pederasta, al que maldecimos por aprovecharse del poder que le da su posición de criador y cuidador para abusar de su hija. Pero cuando el perpetrador y la mujer violada son adultos y existe algún tipo de relación previa conocidos, amigos, jefe/subalterna, director/actriz la violencia suele relativizarse. Cuesta mucho más trabajo creerle a ella. No, mejor dicho, cuesta creer que un conocido, un amigo, un jefe, un respetado director de teatro haya tenido relaciones sexuales sin que la mujer haya consentido de alguna u otra manera. Ellas terminan dibujadas como seres irresponsables e hipócritas de las que abusaron por su propia culpa, por no cuidarse lo suficiente, por no hablar a tiempo, por haber enviado pistas confusas, por actuar como una “calienta huevos” y no como una mujer respetable. Del consentimiento ya nadie habla. Del poder nadie se acuerda. Porque toda violación es un ejercicio de poder en el que el consentimiento sale sobrando. porque el perpetrador cree tener derecho para acceder al cuerpo que está violando.

Fernando Umaña creyó tener ese derecho y se valió de su posición de poder para hacerlo valer. Egly dice él “me violó”. Yo le creo. A ella, y a todas las demás que denunciaron a sus perpetradores, sin ninguna duda, les creo.

*Laura Aguirre es estudiante de doctorado en sociología en el Instituto de Estudios Latinoamericanos de la Universidad Libre de Berlín. Su tesis, enmarcada dentro de perspectivas feministas críticas, está enfocada en las mujeres migrantes que trabajan en el comercio sexual de la frontera sur de México. Su trabajo también abarca la sexualidad, el cuerpo, la raza, la identidad y la desigualdad social.

Comentarios Sobre Imperio, de Michael Hardt y Antonio Negri

Comentarios Sobre Imperio, de Michael Hardt y Antonio Negri
http://www.librevista.com/imperio-negri.htm
La tesis central de Imperio es la génesis, al fin del siglo XX y a partir de la guerra del Golfo (1991), de un Imperio global cuyas fronteras son las del planeta, que sustituye a las rivalidades interimperialistas, y pone cotas decisivas al poder de los estados nación. Frente al Imperio, vive la multitud –gentes explotadas, pobres, “la clase de los operarios (obreros) del trabajo inmaterial” – que con su potencia enfrenta directamente al Imperio, sin mediación.
El libro da un ordenamiento teórico a una cantidad de fenómenos que interesan, como el fundamentalismo (islámico y otros) y sus respuestas, la desaparición como sujeto social y político determinante de la clase obrera organizada, la aparición de una policía mundial legitimada por morales, la reaparición del concepto de “guerra justa”, o la intervención justificable para prevenir agresiones o bajo preceptos morales humanitarios, una visión de la “globalización” caracterizando al imperio como un fenómeno global sin exterioridades.
Escrito desde la filosofía política, apto para diversos lectores, con intenciones prácticas, el libro puede leerse por partes. El rescate de la filosofía para la izquierda es otro vértice muy saludable del libro. Y allí se encuentra todo un debate con la dialéctica y los modelos de pensamiento al uso en la izquierda desde hace ciento cincuenta años.
Discute la competencia de la dialéctica en la situación imperial asentándose en Spinoza, Maquiavelo, Marx y sobre los desarrollos filosóficos deconstructivos. En particular, da varias vueltas de tuerca respecto a las teorías clásicas del imperialismo, fundadas desde fines del siglo XIX y comienzos del XX (Hilferding, Lenin) y sus particulares continuaciones más hacia 1960 con André Gunder Frank, Paul Baran, Harry Magdoff, Imanuell Wallerstein y más acá Samir Amin, entre otros.
Es novedoso respecto a lo que manejamos en los sesenta y setenta, en particular revisa lo que podemos denominar las teorías dependentistas, si la nación es determinante para acumular fuerzas contra el imperialismo, si la contradicción imperialismo-nación es la principal o determinante para encaminar nuestras vidas, como afirma generalmente la izquierda más apegada a su pasado. A la vez, recorre enfoques y gestos que es imposible separar de aquellos que recorrieron Marx y Engels en el Manifiesto Comunista, o de algunas páginas de Bakunin.
La originalidad mayor, y la clave de su interés es la que formula un crítico liberal: acude al problema – la interpelación- del anquilosamiento teórico de la izquierda en su fórmula tercera vía, y yo agrego, socialista democrática, capitalismo nueva potencia de estado chino o vía cubana.
Tal vez sólo podía formularse el Imperio desde los países centrales, desde donde se ve mejor el poder en red y el dominio, la partida de ejércitos moralmente legitimados, las respuestas islámicas, los movimientos migratorios, la extensión hasta las fronteras del globo, sin exterioridades.
Esta perspectiva no es fácilmente adquirible desde naciones agredidas, intervenidas, deudoras, más circunscritas, como las de América Latina.
Interesa el texto a la vista de la derrota o la necesidad de cambios estratégicos en las naciones deudoras al borde del “default”, luego de haber pasado por las guerras antiimperialistas, la opción guerrerista socialismo o fascismo en América Latina, por los frentes nacionales con la burguesía o el pueblo al frente.
No es posible ya lograr la autodeterminación nacional ni siquiera en el ámbito capitalista, cuando menos en el democrático avanzado o socialista. Declarar guerra y acumular fuerzas nacionales parece tener un destino, por lo que se deduce que reivindicar la vida, el derecho al trabajo y ocio, la equidad, en los marcos del estado nación, en la situación actual, conduce más tarde o más temprano a un estado nación dictatorial o autoritario.
Los ejemplos de Cuba, Irán, Irak, Siria, Corea del Norte, díscolos frente a la policía mundial, son también ejemplos de regímenes opresivos, por lo que tomarlos como punta de lanza o ejemplos a defender no puede sostenerse. Sólo en caso de invasión imperial, puede reivindicarse su derecho a no ser invadido pero rechazando su política interna, en ejercicio de pensamiento multilateral. La intervención de tropas cubanas en África apoyando guerrillas amigas pudo hacerse en el marco de la guerra fría, bajo y por la sombrilla soviética. Pero, la guerra fría ya fue.
Un agradecido reencuentro con la filosofía
Una de las bases filosóficas de Imperio es el retorno a Baruch de Espinosa (Spinoza en la denominación usual) En particular, Toni Negri critica la dialéctica hegeliana, llegando a denominarla una “teodicea” idealista trascendental “una justificación de la acción divina de la historia por la cual en el negativo viene contenido el positivo. Y, desde este punto de vista… no se puede hacer el Mal pensando que luego va a estar Bien” (en Contrapoder, del Colectivo Situaciones) Se implica en esta visión al materialismo dialéctico, inversor de aquélla, o, más precisamente, al modelo, al movimiento del espíritu que Hegel le sirve en bandeja histórica al lector atento que era Marx y éste asimila aplicándolo a la lucha de clases y Engels induce, en páginas que mejor es olvidar, imponiendo el movimiento contradictorio a la naturaleza y la ciencia.
No puede sostenerse en general la dialéctica hegeliana en la naturaleza o en las ciencias duras. Puede visualizarse en contextos abstractos tal vez, o limitados, en que partículas positivas existen y partículas negativas también e interactúan, en lo finito como resultado de operaciones con infinitos en el cálculo, pero no se ve el devenir hegeliano. De lo que se trata aquí es acerca de cómo concebimos la naturaleza y el pensamiento. En elección práctica, me afilio a distinguir el ser del pensar, sin considerarlos sustancialmente diferentes (el viejo problema de si hay dicotomía entre materia e idea).
En la física contemporánea se sabe desde hace varias décadas que la ciencia construye/manipula la estadística para hablar de un estado de la materia. La termodinámica y la mecánica cuántica hablan sin certeza, la probabilidad es su aproximación a la materia que estudian, el investigador interviene en el fenómeno, la metáfora poética sustituye al axioma y la definición. Hay extenso convencimiento empírico para avalar la distinción de la materia en estudio del modelo de pensamiento que la ataca, la modifica y se va modificando. Es recordada la burla de Hegel respecto a la prevención kantiana sobre el conocimiento: “no quería tirarse al agua antes de saber nadar”.
La filosofía analítica del discurso al afirmar que todas las prácticas son discursivas, no rompe la dicotomía ser-pensar, ni avanza más que otras visiones hacia esa materia que el pensamiento-actividad humana intenta atrapar, ni dilucida necesariamente mejor la práctica humana. Disuelve la distinción, permite la formulación de sistemas de categorías expansivas que promueven un punto de partida analítico. Postula sus consideraciones: todas las prácticas son discursivas. Tal vez la deshumanice o quite por definición la posibilidad del pensador de ser participante, de involucrarse en el cambio. Es seguro que evita “la justa ira del pensamiento” (expresión de Héctor Massa). Establece un nuevo marco, un juego de lenguaje, una teoría configurada en un “campo de la discursividad”, campo de batalla social investigado por un sujeto analítico- el analista privilegiado (Ver Laclau-Mouffe, Hegemonía y estrategia socialista).
En el afán analítico puede perderse de vista que los participantes de una práctica discursiva se relacionan, hablan, midiéndose, siendo el poder “verdadero regente de lo que los hombres hablan entre sí”. Para el profesor Héctor Massa, quien escribió esto poco antes de su muerte, “los comportamientos desdeñados por el poder son los únicos que podrían hacernos ver el mundo como el trasfondo ultracontractual de todo acuerdo”, de todo juego de lenguaje, de lo que “los hombres hablan entre sí”.
A esa lucha inmemorial de la filosofía por atacar la materia podemos aquí recordarla desde Descartes asimilando la cosa a su idea, con Kant cuando establece sus modelos para pensar y sus limitaciones ante lo existente, la reacción hegeliana en el pensamiento, modelo sin límites cuyo autor exige continuar hasta lo absoluto, mediando el en sí y el para sí para la aprehensión de la naturaleza ajena al pensamiento; contemporáneamente, la “deconstrucción” del racionalismo, discutiendo la capacidad del concepto para esa aprehensión y la imposibilidad de la representación y sentido, más acá la filosofía del sujeto analítico que prescribe la ausencia de sujetos y la centralidad del lenguaje, y en otras vetas la postulación del plano de inmanencia del pensamiento positivo. Esto dicho sin pretensiones exhaustivas.
El ser y el no ser carecen de dinámica conjunta general en la naturaleza. En cambio, la dialéctica hegeliana o la negatividad (no ser) funciona y cómo en los carriles del pensamiento, o en un campo discursivo que expresa e incluye cierta práctica humana y objetos materiales. El discurso puede ser denominado “material”, pero es un apodo de su autor. Otros serían “real” o “ideal”. Es un modelo para pensar y, redundante esto, una práctica humana material. En particular, la advertencia de Marx de que el ser social determina la conciencia de los seres humanos abre el camino a la consideración materialista de la práctica humana bajo un modelo dialéctico de tipo hegeliano.
Pero, la alarma de Negri –fuera de Imperio- de que en una acción mala puede estar contenido el bien, invalida el modelo dialéctico general en el campo moral y práctico- podría así justificarse la tortura del enemigo capitalista. Sin embargo, fue el camino trazado muchas veces desde el materialismo histórico, por Marx aprobando el bien del desarrollo capitalista de la India a través del mal de la explotación y destrucción de las formas autóctonas de producción. Y por algún adepto al Diamat (Materialismo Dialéctico soviético) Habría que trazar límites al mal moral e incursionar en la ética, sin considerarla instrumento de dominio (¿es posible?). Ese capítulo no está incluido en Imperio, ni fue tema clave para Marx, focalizados en los movimientos de la multitud y las clases sociales, respectivamente.
La representación del partido
En la línea de pensamiento dialéctica, el proletariado que visualizó Marx en la Comuna de París y en las revoluciones europeas de mitad del siglo XIX, fue señalado como el verdugo de la burguesía, su polo dialéctico contrario cuya contradicción desarrollaba y terminaba con el capitalismo, con una mediación socialista, generando luego otra cosa que parecía final, el comunismo, aunque Mao tuvo la sensatez de afirmar que venía otra contradicción, luego.
Al comienzo del siglo XXI, no mantienen los trabajadores manuales e intelectuales ese papel tan decisivo, combativo en la política, aunque pueda discutirse todavía la validez o no de la teoría marxista del valor, aquella que indicaba al trabajo necesario para producir las mercancías y servicios como determinante de su valor de cambio en el mercado, punto de partida para redefinir hoy la explotación del hombre por el hombre.
En la política del siglo XX, desde la sociedad han aparecido diversos sujetos políticos – o sujetos indeterminados – fuera de la relaciones productivas directas, aunque explotados- más contundentes que el proletariado social organizado, que se ha contentado o visto limitado a sobrevivir en el capitalismo y marcarle ciertos límites reivindicativos, aún éstos con gran dolor y pérdida.
A la altura de la historia de Lenin, líder de una fracción pequeña del partido socialdemócrata, de un país en guerra, con el estado zarista distraído por lo mismo, con un palacio de Invierno al alcance de un golpe de mano de tácticos originales y determinados como Trotsky , luego de un timorato interludio producido por la revolución de febrero, con la imprescindible- siempre- audacia, una visión correcta y decisión para salir de la guerra imperialista, el reducido grupo bolchevique hecho partido a nivel de las Rusias, forma, consolida, dirige con lucidez táctica los espontáneos comités-soviets de obreros y soldados y toma riendas del estado.
Luego, el novel partido, que recoge amplias simpatías entre los explotados del mundo, al mando del disciplinario ejército rojo que debe enfrentar los ejércitos coligados invasores y los derrota, se siente legítimo representante del proletariado, los campesinos y todos los explotados, aunque había faltado la revolución en Alemania. Pero, cuando un partido se ha creído la representación del proletariado y el pueblo, termina por asumir la representación de sí mismo.
Cansado tal vez de darse contra el muro, en la cárcel (aparentemente hasta octubre del 2003) desprovisto de su inmunidad parlamentaria con votos del partido comunista italiano, recolocando nuevas y viejas tesis así se desarrolla el pensamiento Negri mira más bien al futuro, jerarquizando al militante comunista de la primera hora, proyectándolo.
Spinoza y Hegel
La multitud, para Negri, es un sujeto (o mejor, multiplicidad de sujetos irreducibles a uno ) “positivo”, se desarrolla por ella y en ella, en su plano propio de acción, en forma inmanente, sin objetivos ni visiones trascendentales, es mujer. Es aquí donde talla la influencia de la ética de Spinoza, recolocado por Negri, incitando a pensar y ser por nosotros mismos, debiendo resignificarse aquello de “el amor de Dios hacia los hombres y el amor intelectual del alma hacia Dios son una sola y misma cosa”. Esa identificación de dios, naturaleza y alma humana puede ambientarse contemporáneamente al asumirse que la naturaleza es Dios y que en ella está la determinación de sí misma, sin titiriteros.
Ni Dios, ni el imperio son titiriteros de los países y la multitud. Ni Dios ni el Estado. Porque no hay títeres, todos son actores en el Imperio. No hay causas externas a la naturaleza, son las causas eficientes internas, su ser mismo que contiene su vida y su futuro. Spinoza piensa que ello está determinado, no habría libertad fuera de esa determinación, pero incita, se ha dicho más que ningún otro filósofo, a la actividad intelectual, al ejercicio de la libertad del intelecto como la más alta actividad humana.

Hegel es también un incitador al desarrollo del pensamiento, “nada se pensará demasiado grande de la magnitud y el poder de la inteligencia”, la elevación del concepto, del saber, desplegándose, negándose, desarrollándose hacia el saber absoluto es el camino que señala. También dentro de su método dialéctico jerarquiza las contradicciones propias, pertenecientes a su plano de desarrollo, del pensamiento con sus opuestos. Así lo hace también cierta línea del materialismo histórico descendiente de Hegel, cuando afirma la determinación de las contradicciones internas de un campo determinado, de un país por ejemplo, sobre las otras.

Pero ¿en qué se apartan Hegel y Spinoza?

Ambos son sistemáticos, más el primero, incitadores a la aventura de pensar, hablan del amor por el conocimiento, ambos prestan atención al desarrollo propio del sujeto. Se apartan cuando tratan los fines y métodos.
Trascendencia y elevación del pensamiento hacia dios del alemán, la unidad de dios-naturaleza y el sujeto pensante en el holandés. El sujeto en su particular movimiento dialéctico por un lado y la potencia subjetiva que construye por el otro. Hay un camino metodológico- la dialéctica de los contrarios en Hegel, se registra el método axiomático-racionalista-matemático en Spinoza, mientras en su contexto dice que sólo Dios o la naturaleza es libre. El judío expulsado de la sinagoga, el incitador al amor intelectual por la naturaleza-dios es predeterminado, más ambiguo que el profesor de Berlín, pero se libra del Estado y lo absoluto trascendente.
Dialéctica hegeliana y dialéctica de dos
¿En qué entronca Spinoza con la situación del materialismo histórico al comienzo del siglo XXI? En que es difícil sostener el desarrollo dialéctico a la Hegel, por ejemplo entre proletariado y burguesía, entre imperialismo y nación, en el sentido de que se estuviera produciendo una nueva síntesis y una nueva contradicción, si nos atenemos a los hechos testarudos.
Es una de las claves del interés por Imperio. La burguesía no se ve jaqueada por su supuesto antagonista, ni los Estados militares centrales ven otra cosa que connivencia y coexistencia, sin peligrosas derrotas militares, si bien con tránsitos destructivos y dolorosos y ascensos de dictaduras soberanas de nuevo tipo. La burguesía enfrenta nuevas amenazas en campos civiles. Lo que sí puede sostenerse es la existencia de contrarios, oposiciones, disputas, competencias, negaciones, guerras, muerte, pero cuesta ver el desarrollo a lo Hegel en estos movimientos históricos.
Estudiando a Marx, el filósofo italiano Della Volpe y antes Croce, habían ya introducido la distinción entre oposiciones reales y dialéctica, inspirándose en Kant. Sin embargo, Marx fue hegeliano, aún en El Capital, pero esto no es novedad, ni me interesa en este momento discutirlo. Lo que sí me importa es la confusión entre dialéctica y negación que exhiben sostenedores de la dialéctica materialista.

¿Por qué el retorno a Spinoza?

Con la “positividad de las luchas” spinoziana, Negri hace una elección filosófica tal vez rindiendo tributo a tentaciones sistemáticas y anclajes filosóficos. Spinoza con su unidad dios-naturaleza-alma humana sustancial abre el camino a pensar el Imperio, que engloba todo, sin exterioridades. La multitud, en su avance propio, “positivo” se enfrenta, según Negri, directamente al Imperio, sin mediaciones “evaporando la dialéctica”.
Sin embargo, la “multitud” y en particular los militantes por su sola existencia niegan el imperio- el contraimperio- y afirma su reivindicación de ciudadanía global al mismo tiempo. Si esa negación y afirmación pudieran ser aisladas en un proceso dialéctico, ello pertenecería al campo de la metafísica hegeliana.

Y sería con malas consecuencias prácticas el señalamiento de la “contradicción principal” imperio-multitud, concluyendo que todo lo que ataca al imperio, sea mullah islámico, partido baathista, Bin Laden y su red, los intereses franceses en Iraq, los díscolos sionistas o el régimen cubano, deben ser apoyados o mirados benévolamente. No corre aquello de que el enemigo de mi enemigo es amigo (no-no-sí).

En La anomalía salvaje, estudio entusiasta y erudito sobre Spinoza que Negri realiza en diversas cárceles italianas, es trazada la línea Spinoza-Maquiavelo-Marx en el mapa filosófico, considerándola una línea materialista, societalista, inmanente, de enfrentamiento de la potencia social (multitud) contra el poder. Hay en estos tres autores indudables puntos de contacto, particularmente por el acento en la emancipación humana como
obra de humanos, bienvenida en estos momentos en que el Estado es tan visualizado como autónomo de la sociedad “civil”, hablándose de las instituciones como de otra cosa, preparándolas, sobredeterminándolas para el dominio.
Debe señalarse además, como los libertarios suelen hacer, que el poder actúa en la potencia de la multitud, en su diversidad, y no sólo enfrente. Pero, ¿puede pensarse a Marx sin Hegel? ¿puede pensarse Marx sin una lucha de clases contradictorias? En las ambigüedades del gran militante se estrelló Althusser. No hay por qué elegir sólo una cara entre las múltiples de un pensamiento denso, plegado y estimulante, si deseamos una filosofía concreta.
La contradicción principal
Una política puede ser negativa de otra, sin entrar en el camino marcado por Hegel, de tesis, antítesis, mediación y síntesis. Como trasluce Adorno, la negación de la negación no es necesariamente una afirmación. Es simplificador y generalmente separado de la práctica humana- praxis-, el aislar metafísicamente una contradicción, aunque pueda hacerse a efectos analíticos. No estamos en el campo de la lógica formal o de sistemas sugerentes tipo Ciencia de la Lógica, que son, simple y complejamente, modelos para pensar, caminos para el desarrollo del pensamiento en la matemática, la lógica o el discurrir filosófico.
Un ejemplo de aislamiento metafísico es señalar a una contradicción como “principal que determina todas las demás contradicciones” al decir de Mao, los manuales materialistas dialécticos y sus otrora influyentes seguidores. Así, en el Uruguay de 1973 se elevó a principal la contradicción “oligarquía-pueblo” y, al aparecer gente armada estatal con alguna inclinación “antioligárquica” debieron ser apoyados coherente y “críticamente” invitándolos a ser pueblo, mientras ellos barrían con los rebeldes y la democracia vigente. Hubiera sido más provechoso plantear un conjunto de negaciones, ordenadas, y afirmaciones, ordenadas, a los poderes con iniciativas antioligárquicas y antidemocráticas.
La positividad y el sentido de las luchas
Contra Adorno, Horkheimer, Benjamin, Derrida, la “fase deconstructiva de pensamiento crítico”: “… lo que está claro en todos estos casos, es la incomprensión del marxismo y la indisponibilidad a la lucha…..ellos no saben concebir que existe la positividad de la acción, de las luchas, de los movimientos proletarios que construyen la historia, y que representan la génesis continua de la producción del mundo” Negri en Contrapoder.

“Después de Auschwitz, la sensibilidad no puede menos de ver en toda afirmación de la positividad de la existencia una charlatanería, una injusticia para con las víctimas, y tiene que rebelarse contra la extracción de un sentido, por abstracto que sea, de aquel destino trágico”. Theodor Adorno, Dialéctica Negativa.

Lo de “indisponibilidad a la lucha” e “incomprensión” vamos a dejarlo, Negri.
La cólera y la rebeldía son humanas, la definición o significación de sentidos es también humana. Sentidos abstractos, abstrusos, correctos, elegidos por sus creadores y portadores, por ejemplo, proletariado y burguesía alemanes, conducidos por el partido nacional-socialista, personas corrientes que participaron o hicieron la vista gorda con Auschwitz. ¿fue positiva o negativa esa actitud? ¿importa contestar a esta pregunta? Sí, apuntemos a la filosofía concreta, aunque debamos antes atravesar “la helada inmensidad de la abstracción” (Benjamin).

Si “positivo” tiene connotación “buena”, esos alemanes se construyeron un mundo, decidieron expandirlo, y, para ellos fue bueno, tenía un sentido. La existencia no es positiva en general, es positiva o negativa en particular, como no es buena o mala en general. Se tiene o no sentido también en particular. Es extraño que tanto Adorno como Negri, impulsores de filosofías concretas, más nominalistas el segundo, negativas constructivas y enemigo de las abstracciones conceptuales el primero, caigan en este tipo de sentido abstracto.
Si “positivo” es poner proa a un telos, hacia un objetivo de la vida, Negri se estaría contradiciendo, va contra el desarrollo inmanente, sin objetivos trascendentes, de la “multitud”. Esa positividad inmanente parecería arrastrar el objetivo comunista, en Imperio.

Si “positivo” es construir el mundo, bueno, hay muchos mundos en construcción y alguno de ellos debería ser ladeado. Si “positivo” es vivir y morir, se vive y se muere en y contra el capitalismo, se vivió y murió a favor y contra del nazismo. No veo a la “multitud”, múltiples sujetos, construyendo o destruyendo en un solo sentido.

El lenguaje es inapropiado o insuficiente, y la geometría puede enseñar metafóricamente que hay sentido positivo y negativo en cada dirección, pero hay infinitas direcciones. No ayuda en este problema el considerar como inmanente al plano del pensamiento.
El sistema filosófico
Un sistema es válido por sí mismo, también es “real”, o, como cómicamente se afirma, puede ser “material”, pero aquí estamos hablando de filosofía de la práctica, de la vida humana, de su experiencia, de su futuro, no de fundar la biblioteca. La dialéctica hegeliana y otras ofrecen método de análisis, vía al pensamiento; el materialismo dialéctico ofrece concepciones hegelianas,
materialistas siglo XIX para interpretar el mundo humano y naturaleza.

Los filósofos nunca comienzan de cero, distinguen, discuten, apropian conceptos anteriores, recolocan conceptos y, los mejores crean conceptos, más abiertos, más cerrados. Otros se cuidan de la abstracción concentrándose en las individualidades concretas.

Algunos se someten a la “tiranía del concepto” y a la obligación del sistema, creando sistemas de pensamiento totalizantes, de los que previno Adorno en su Dialéctica Negativa, instando a la filosofía concreta.

En Imperio, se aguarda alguna nueva Comuna de París, no hay un trazado y prospección de las luchas. Es un llamado, es muy bueno que lo sea.

Si un pensamiento es científico, en el sentido que rebatible con experimentos, nuevas observaciones, levantamiento de incongruencias, no es relevante. No importa extender discurso acerca del carácter científico o ideológico de tal o cual texto de Marx, como se entretuvo Althusser investigando su “ruptura epistemológica” hacia la ciencia, al leer El Capital o inspirando a Harnecker manuales estructuralistas de la “ciencia del materialismo histórico”.
Todo el pensamiento debería ser rebatible, salvo los sistemas cerrados, o las religiones; mejor, debería ser colocado frente a su contexto, relacionado a los problemas que trata. El pensamiento en filosofía de la práctica es resolución de problemas, es resolverlos para lograr mundos habitables, amables. Y aquí deberíamos pensar para refundar la rebeldía, el ejercicio de la libertad, el combate a la explotación, la sensatez ambiental (“positivas”). Simultáneamente, el problema que nos ocupa es cómo retomar la senda anticapitalista, negando el dominio del ser humano sobre la naturaleza, el fin de la historia y el fin de la filosofía (“negativas”).

Deleuze y Guattari dicen que no son los sistemas los que han caído, sino un concepto de sistema. Adorno plantea el antisistema. Los tres autores señalan con insistencia al movimiento del pensamiento. Imperio nos ayuda en esto.

El sujeto revolucionario
Toni Negri ata estas nuevas realidades con el movimiento, el despliegue desordenado y descentrado de los pobres, estructurales de la multitud, enfrentados al capitalismo presente (¿qué significa tardío?) con toda su potencia propia, sin caminos trascendentes y prefijados, con objetivos como el de la ciudadanía global, un ingreso social, la reapropiación de los medios de producción.

En esta concepción hay problemas que tienen que ver con la abstracta “multitud”, sólo significable en Imperio como el conjunto de los “pobres”, más precisada por Negri en Del Retorno señalándola como “la clase de los obreros del trabajo inmaterial”.

Parece ser que los autores no desean considerar a la multitud de pobres como un sujeto, pero la significan como la causa primera descentrada, por su vivir, y su voluntad, del desarrollo. Es una abstracción de difícil manejo práctico y una visión posmoderna acerca del sujeto. No existe un sujeto demarcable (Laclau trabaja en este sentido también) y es un síntoma del paso de la modernidad.
Para aquellos que hemos gastado tiempo en buscar los sujetos alternativos al grupo armado, pasando por el partido político marxista, la clase obrera organizada, el conjunto de movimientos contemporáneos, de género, ecologistas, por la tierra, etcétera. No son los partidos políticos, ni el proletariado, ni los grupos armados de vanguardia ni los nuevos/viejos movimientos y son todos ellos y se cooptan en la notoriedad y el radicalismo. Según Imperio, la potencialidad está en los pobres, cuando están en esos encuadres, entrando y saliendo. Están, pero no están representados. De esta manera, parece que la multitud no sería un nuevo sujeto, sino una potencia en movimiento irrepresentable, irreducible a la unidad.
El Imperio y su exterior
La repostulación de la visión inclusiva de Spinoza y algunas constataciones contemporáneas en el ámbito de las comunicaciones, la producción de mercancías, de cultura, de valores confluyen a considerar al Imperio como sin exterioridad, siendo su futuro determinado por las luchas interiores, es decir, las de la “multitud” contra el “poder”. Esto parece ser una extrapolación de agudas observaciones concretas, pero es una postulación abstracta que merece la verificación permanente.

Sin duda es de la mayor importancia práctica considerar a una comunidad determinada dentro o fuera del Imperio. Sus estrategias serán diferentes en uno u otro caso.
El medio ambiente
No parece que los autores se dejen llevar por la mistificación del desarrollo de las fuerzas productivas, sin ataduras. Sin embargo, no mencionan los efectos ambientales del desarrollo capitalista, ni sus riesgos. Aparentemente sostienen una visión de desarrollo “progresista” a cargo de la multitud y los militantes.
Esta temática ambiental puede ser vista como que es exterior al Imperio, hay muchos militantes ambientalistas que se postulan como exteriores al Imperio, modus vivendi del capitalismo. Si bien este capítulo falta en la obra, podría inducirse que las reivindicaciones ecológicas son funcionales al Imperio, así como las ONGs humanitarias.
Dos críticas
Interesa comentar Imperio a través de dos críticos que actúan desde dos diferentes bibliotecas: el socialista liberal Mitchell Cohen y el antiimperialista Atilio Borón.

Una
La caracterización del arribo a una época “posmoderna”, mientras Hardt y Negri se esfuerzan por señalar la ideología posmodernista como funcional a la situación imperial, apta para la hibridación y la diferenciación, no le importa a Cohen, quien a veces da la impresión de no haber leído con detención. Tampoco se detiene en la observación de los autores de que el islamismo enfrenta al imperio, que no se desliza en aprobación, salvo aplicando la máxima del tercero excluido: el enemigo de mi enemigo es amigo.
Cohen insiste en que los islámicos están en la misma barricada de los autores de Imperio. O que Chiapas, el fundamentalismo y la plaza Tiananmen están juntos por estar “en contra de”. Pero no parece ser así, o al menos no debería, si se abandona el pensamiento totalitario, ese que enuncia al “fenómeno” islámico y al “fenómeno” imperial como uno y único y deben ser evaluados como una totalidad cada uno para pronunciarse desde las propias categorías. Sería un error epistemológico –es común- con graves consecuencias prácticas. Será bueno escuchar más a los autores de Imperio en sus opiniones sobre situaciones particulares. Se corre el mismo riesgo al afirmarse en la multitud, un supuesto ente inaprensible, salvo en su caracterización teológica de “pobres”.

Es discutible la postulación por parte de Imperio de los fundamentalismos como fenómenos posmodernos, nuevos – Cohen rechaza su novedad. Pueden sí ser considerados como respuestas a la modernidad agresiva, puede suponerse que es un síntoma atrapado por el sistema imperial, a beneficio del mismo.

Acierta Cohen cuando señala contradicción entre el camino inmanente de la multitud hacia la ciudadanía global, que no es voluntariamente trascendental para los autores y la visión de Agustín de Hipona que piensa en términos de fines trascendentales en la búsqueda de la Ciudad de Dios, (se reconoce esta diferencia en el texto). No es un buen ejemplo, parece, salvo que se considere la acepción de Dios como naturaleza, tan cara a Spinoza. Pero ese no es el Dios de Agustín.

Creo que la observación mayor de este crítico es el franco reconocimiento del fracaso de la “tercera vía”, que “sólo consistió en una manera de ajuste, la aceptación del ‘fin de la historia’ dejando un espacio vacío en la izquierda”, que dice intenta cubrir Imperio.
Dos
Desde una postura reivindicativa del enfrentamiento desde el estado nación contra el imperialismo, no definido claramente en su libro, suponemos en el sentido clásico de Hilferding y Lenin, y la nación como ámbito defensivo, espacio para las anchas alianzas del pueblo y burguesías nacionales en contra de las “oligarquías y el imperialismo”, Atilio Borón sostiene la vigencia de tales marcos y postula la concentración de poder en contados países del mundo, en expansión, en disputa por territorios inconquistados.

Con afán esquemático y didáctico, en 1913 Lenin sostuvo que las tres fuentes del marxismo eran la filosofía clásica alemana, la economía política inglesa y el socialismo utópico francés. Podríamos decir que Borón tiene también tres nutrientes, la filosofía marxista norteamericana de los años sesenta, la economía política del dependentismo y el socialismo posrevolucionario a la cubana, más una subida devoción por los clásicos que creo, Marx no deseaba para sí.
Afirma con soltura, por ejemplo, que el inspirador del topo comunista supo abstraerse de la determinación eurocéntrica. Se queja, en tono sistemáticamente cerrado, de las citas de autores “tan ajenos al materialismo histórico” que aparecen en Imperio. No soporta comprobaciones evidentes como que se asiste a la extensión de valores universales, el intento de legitimación de policías universales.
Menciona como legados de la modernidad “el advenimiento del socialismo, pese a la frustración ocasionada por algunas (sic) de sus experiencias concretas como la soviética”. Por lo menos, benévolo, Borón (como también Hardt y Negri en este punto).

No hay que escandalizarse si alguien afirma “la incomunicabilidad de las luchas”. Sin ir a Niklas Luhmann, pondremos uno o dos ejemplos: seguramente la liberación nacional de América Latina debió incomunicarse de la particular revolución cubana, la experiencia guerrillera argentina no pudo intercomunicarse con la guerrilla uruguaya, la toma del palacio de invierno resultó un ejemplo único, así como la final de Maracaná.

Como el crítico anterior, parece no haber leído algunos capítulos
de Imperio. “Los estados nación siguen siendo actores cruciales en la economía mundial y las economías nacionales siguen existiendo” Es tan obvio su existencia, pero no es ésta la cuestión. Lo que importa discutir, si deseamos cambiar, es la dinámica de los estados nación periféricos. Discutir la dinámica actual, si hay nuevas situaciones, no si entra o no dentro de mi biblioteca. En su momento, fue ir a la guerra para conquistar el poder estatal en un país, creyendo que existía el paraguas soviético, como lo tuvo Cuba en 1958, junto con la antipatía generada por Batista.
Hoy es ganar elecciones, pero ¿cómo actuar? ¿se debe actuar sin frenos nacionales, ni pretender repetición? ¿completar el proceso de modernidad incompleta? Imperio, con sensatez y respeto por el desarrollo inmanente de las luchas, deja el asunto a una nueva comuna de París, a una práctica que señale caminos.

Finalmente, cuesta creer que Borón apele a un juicio economicista soberbio del socialdemócrata John Kenneth Galbraith, cuando éste afirma que “..la globalización no es un concepto serio. Nosotros, los norteamericanos lo inventamos para ocultar nuestra política de penetración económica en el exterior”.
Bibliografía, por el momento
Imperio, Michael Hardt y Antonio Negri, Paidós, Buenos Aires 2002
La anomalía salvaje, Antonio Negri, Anthropos, Barcelona, 1993
Del Retorno, abecedario biopolítico, Toni Negri, Debate. Buenos Aires, 2003.
Dialéctica Negativa, Theodor Adorno, Taurus, Madrid, 1975
Ciencia de la Lógica, G.W.F. Hegel, Folio, Navarra, 1999
Contrapoder, Ediciones de mano en mano, Buenos Aires, 2001
Etica demostrada según el orden geométrico, Baruch Spinoza, Orbis, Barcelona, 1984
Hegemonía y Estrategia Socialista, Ernesto Laclau y Chantal Mouffe, Siglo XXI, Madrid, 1987
Dissent Magazine (ed. Michael Walzer) Mitchell Cohen, An Empire of Cant, www.dissentmagazine.org, verano 2002
Imperio & Imperialismo, Atilio Borón, CLACSO, Buenos Aires, 2002
¿Qué es la filosofía?, Gilles Deleuze y Félix Guattari, Anagrama, Barcelona, 1994
Introducción a la Dialéctica de la naturaleza, Federico Engels, Eds. en lenguas extranjeras, Moscú, 1954
Tres fuentes y tres partes integrantes del marxismo, V.I. Lenin , Ediciones en Lenguas Extranjeras, Moscú, 1960
Sobre la contradicción, Mao Tsé Tung, Ediciones en Lenguas Extranjeras, Pekín, 1967
Certidumbres, incertidumbres, caos, Roberto Markarian y Rodolfo Gambini (eds), Trilce, Montevideo, 1997
Las grandes corrientes del pensamiento matemático, François Le Lionnais (comp.), Eudeba, Buenos Aires, 1962
El mundo es lo que los hombres hablan entre sí, Héctor Massa, Librevista Nº 17, Montevideo, 1997
Un caos ortodoxo, Juan Rocablanca, Librevista Nº 6, Montevideo, 1988
La técnica del golpe de estado- Curzio Malaparte. Zig-zag, Santiago de Chile, 1934

El Triste

Que triste fue decirnos adios
Cuando nos adorabamos más…
Hasta la golondria emigro…
Presagiando el final…

Que triste luce todo sin ti,
Lo mares de las playas se van
Se tiñen los colores de gris
Hoy todo es soledad.

No sé, si vuelva a verte después,
No sé que de mi vida será
Sin el lucero azul de tu ser,
Que no me alumbra ya,
Hoy quiero saborear mi dolor…
Nooo, pido compasión y piedad
La historia de este amor se escribio para la eternidad

Que triste, todos dicen que soy
Que siempre estoy hablando de ti
No saben que pensando en tu amor, en tu amor
He podido ayudarme a vivir, he podido ayudarme a vivir.

Hoy quiero saborear mi dolor, no, pido compasión y piedad
La historia de este amor se escribio para la eternidad,
Que triste todos dicen que soy, que siempre estoy hablando de ti
No saben que pensando en tu amor en tu amor,
He podido ayudarme a vivir, he podido ayudarme a vivir, he podido ayudarme a vivir.