Casas y cosas de presidentes (2010)

Caverna de prostitutas y maleantes. Expendio de marihuana. Enorme urinario afrancesado, de estilo art nouveau, que sostiene un rótulo de “Se vende”. La vieja casona es hoy eso: una elegante pocilga en lo más céntrico y sórdido de San Salvador. Resulta difícil —o quizá no tanto— imaginar que allí residió Alfonso Quiñónez Molina, un ex presidente salvadoreño.

No importa si es vieja o monumental. Tampoco interesa si es símbolo de lujo y poder. No importa si fue la casa donde se crió Tomás Regalado o si fue la casa de tejas donde nació Maximiliano Hernández Martínez. Si fueron eximios corruptos o beneméritos gobernantes. Con bastante democracia, aquí las casas de los primeros ex mandatarios han llegado hasta estos días convertidas en cualquier cosa. Desde roñosos salones de baile, “puti-clubs”, funerarias, cibercafés de pueblo, tiendas de “todo a $1”, universidades que no lo son, hasta taquerías.

Algunos dirán que es cuestión kármica, otros mera casualidad. Lo cierto es que desde 1821 a la fecha, El Salvador suma al hilo más de 80 presidentes. Pero al parecer ninguno de esos más de 80 —ni uno— ha merecido que su hogar sea declarado un bien histórico. En México, la casa oaxaqueña donde en 1806 fue parido Benito Juárez ha sido pintada de fucsia y azul y le han dado mote de museo. En Chile, el tosco domicilio que fuera de Salvador Allende comparte con la isla de Pascua la etiqueta de Monumento Nacional.

El caserón de Allende es tan reverenciado como el de Rafael Calderón Guardia, un costarricense al que luego de colocársele la banda presidencial —en 1940— creó el seguro social y la universidad que jamás había tenido su país. Estados Unidos, en su papel de superpotencia, ha ido más allá. Monticello, la casa de campo de Thomas Jefferson, su tercer presidente, fue declarada patrimonio no solo de los gringos, sino de todos los seres humanos del mundo. Es la casona que aparece acuñada en las monedas de $0.05. La misma moneda que usa este país llamado El Salvador, independiente desde hace casi 200 años.

Como en la antigua China, desde 1913 a 1927 El Salvador fue gobernado por una dinastía. La de las familias Meléndez y Quiñónez. Ambas engendraron tres adinerados presidentes a quienes les tuvo sin cuidado qué era eso de nepotismo y oligarquía. Sus casas dinásticas aún parchan el mapa urbano de San Salvador.

Una de ellas se convirtió en un manchón de cenizas. Es una esquina baldía casi frente al Teatro Nacional, que sirve de improvisado retrete o parqueo. Hace solo cuatro años, antes de que el fuego la revirtiera de diamante a carbón, allí se oxidaban dos pisos de láminas y maderas europeas, era la exquisita vivienda de Carlos Meléndez. Una que luego de ser su morada, en los últimos años, fue un almacén llamado Munguía. Y más tarde, una casa seccionada en zapatería, venta de semitas y pupusería.

Carlos Meléndez la hizo ensamblar en 1910. Tres años antes de ascender como máximo jefe del país. Un cargo que no era ninguna novedad en su familia. Carlos era nieto del doctor Norberto Ramírez, presidente de El Salvador en 1840 y también de Nicaragua alrededor de 1850.

Se sabe que el gobierno de Carlos Meléndez empezó en 1913, pero no cuándo terminó. Algunas biografías se empecinan en afirmar que entregó el poder en 1918. Durante ese tiempo, y por interines, Carlos designó como vicepresidente —y dos veces como presidente— a Alfonso Quiñónez Molina. Un médico cirujano que estaba casado con Leonor Meléndez, la hermana de Carlos.

La afrancesada casa de la pareja Quiñónez-Meléndez es la que hoy es dormitorio de ladrones y prostitutas, y la que tiene un letrero de “Se vende” asido a su fachada de líneas art nouveau. Fue construida en 1918, cerquísima de la céntrica plaza Libertad. En su época fue ultramoderna, tenía un exótico garaje. Ahora, los propietarios aseguran que venden el terreno, no la estructura, “porque sale más barato botarla que restaurarla por los largos trámites de patrimonio”. Poco vale que la casa parezca histórica, como hacen suponer unas verjas forjadas que forman letras “Q” y “M”. La inmobiliaria valora que el terreno mide 1,600 varas cuadradas. El precio, negociable, es de $75 cada vara.

Entre tanto deterioro y desdén, las dos casas de Jorge Meléndez, en cambio, son una excepción. Jorge era el hermano menor de Carlos. También fue su relevo presidencial-dinástico para cubrir el período 1919-1923.

A pesar de tener por vecinos a “La casa del dáiper” y a varios prostíbulos, la centenaria casa de Jorge Meléndez parece mejor conservada. Sin embargo, su fachada, de mascarones y florituras color cemento, apenas es visible. Frente a ella se amontonan vendedores de películas pirateadas. Ahí, algunos estudiantes de la cercana Universidad Tecnológica preguntan por la última de Harry Potter, pero no por la casa a la que le sobra potencial cinematográfico. La realidad supera la ficción, dicen.

El otro domicilio de Jorge Meléndez está en Soyapango. Sobre una meseta erizada de esos gigantescos y cónicos árboles llamados araucarias. Más que una casa es un impresionante palacete ajeno a la caótica sobrepoblación de Soyapango. Parece más una postal inglesa o una de un Luxemburgo tropical. Hasta el clima se siente fresco.

Se trata de una casona de dos plantas, de cuyos techos salen escupidas tres altas torres un tanto góticas. Nadie sabe cuándo fue construida. Pero en una publicación de 1916, llamada el Libro Azul, ya aparece fotografiada. Entonces era la finca Venecia, donde humeó, por primera vez en el país, una planta de vapor para producir azúcar.

Además de la finca Venecia, Jorge tenía otra finca contigua llamada Prusia. Ambas propiedades estaban revestidas con cañaverales, una fábrica de hielo y pastos ganaderos que cuadriculaban cerros y llanos. Sobre esos extensos y antiguos dominios agrícolas hoy se desdoblan empobrecidas colonias, el aeropuerto de Ilopango, la ciudadela Don Bosco… Pero en medio de todo lo anterior, continúa la opulenta casa. Sosteniendo, en su fachada, un medallón con las iniciales de Tula Mazzini, la esposa de Jorge Meléndez.

El palacete de Tula y Jorge tuvo jardines versallescos, con maceteros marmóreos, que intentan ser restaurados. Desde hace apenas dos semanas, la finca pasó a ser una elegante funeraria: Jardines de Venecia. Un nombre ad hoc.

El lujo de este funerario palacete es solo comparable con la casa de Francisco Dueñas. Un presidente tan adinerado como vilipendiado. Desde hace más de 125 años se le acusa de reelegirse, de robar 97,000 pesos y hasta de facilitar el fusilamiento de otro ex presidente, Gerardo Barrios. Cierto o no, Dueñas gobernó cuatro veces el país, hasta que en 1871 alguien decidió que ya había sido suficiente. Lo derrocaron y lo enviaron lejos, a Estados Unidos. Sin embargo su casa quedó aquí, oculta en medio de una boscosa cuadra capitalina. Dos leones de concreto, de apariencia agresiva, custodian la entrada mientras sostienen unos escudos que dicen Villa Guadalupe.

La encalada Villa Guadalupe es una suma de escalinatas, ventanales y hierros acolochados. Un vigilante cuida el abandono en que ha caído: árboles que crecen retorcidos, telarañas y mala hierba por doquier. Hasta hace tres años era una universidad que obvió el nombre del primer dueño, Francisco Dueñas, para retomar el de Isaac Newton, el inglés que descubrió la ley de la gravedad. La universidad parece haber caído en clausura por la misma ley. Su deficiencia académica pesó mucho.

En la plaza central de San Matías, un pueblecillo al norte del departamento de La Libertad, el aire suele vagar regalando olor a tacos. El olor proviene de una vieja casa de tejas, cuyas paredes pintadas de color zapote tienen dos rótulos. Uno que dice “Casa de Maximiliano, restaurante Los Nopales”. Y otro, en hierro, que recuerda que en esta casa, y en 1882, nació Maximiliano Hernández Martínez. Un general que dictaminó su propia presidencia: un rígido martinato empezado con un golpetazo de Estado en 1931, y cercenado en 1941, cuando unos militares más jóvenes prescindieron de él.

A muchos matíanos les sabe mejor comerse “una torta mixta, de pollo y jamón, de don Maxi” —a $1.50 cada una— que ponerse a analizar si el antiguo dueño de la casa fue un tirano o no. Algo similar ocurre en El Divisadero, un villorrio del oriental departamento de Morazán. Aquí, en 1917, fue parido otro presidente militar, Fidel Sánchez Hernández. La que fue su casa es hoy un cibercafé con tejas. Pero para muchos de sus jóvenes usuarios es mejor chatear con una potencial pareja que mover el mouse para averiguar si en 1972 Sánchez Hernández hizo fraude electoral o no.

El panorama en El Divisadero no es muy distinto al de Santa Ana. En este antiguo emporio cafetalero, y hace menos de ocho años, la vivienda de Tomás Regalado fue saqueada y luego tumbada por un tractor. Uno que no aplastó su recuerdo como un intrépido militar y político, gustoso de las bebidas etílicas, y que al final de su gobierno, en 1903, y pese a ser aclamado, no quiso reelegirse. Prefirió designar como presidente a un amigo suyo, al también santaneco Pedro José Escalón.

A diferencia de Regalado, el caserón de Pedro José Escalón aún emana su aire aristocrático en una esquina del centro santaneco, rodeada de un vecindario que empieza a desmoronarse y a heder a orines. Su elegante fachada neoclásica de copones es hoy un almacén llamado “Todo a $0.99”. Ahí venden baratijas chinas y hasta ropa gringa de segunda mano exhibida entre tapices, patios solariegos, y ennegrecidos encielados de madera.

Menos vejada luce la pétrea vivienda de Francisco Menéndez, en Ahuachapán. De estilo colonial, la casa de este ex presidente —considerado impulsor de la educación y verdugo de Francisco Dueñas— es quizá una de las más antiguas en su ramo. Una familia aún la habita, usan el vestíbulo como cochera. En su fachada, de farolas, corazones labrados y barrotes, aún se leen sus iniciales, F y M, más un 1866. Esta vivienda, como otras 14, son consideradas por el actual gobierno como “históricas con valor agregado”, porque pertenecieron a uno de esos más de 80 presidentes que —por fortuna o maldición— dirigieron al país. Ninguna de ellas ha sido declarada monumental. Y por ser estructuras privadas, el Gobierno no puede manosearlas, solo puede inscribirlas en listados.

Listados que dejan fuera a muchas otras. Como el ramillete de caserones que pertenecieron a ex presidentes militares y militarescos. Todos tienen en común estar en barrios venidos a menos como el San Miguelito o el Flor Blanca, por donde ahora deambulan mujeres en minifalda, que de cerca no lo son tanto. Por ejemplo, la casa del coronel Osmín Aguirre y Salinas, frente a la cual fue asesinado en 1977, hoy está en venta.

La casona de estilo californiano del Salvador Castaneda Castro continúa viendo el tráfico de la alameda Roosevelt. Los vecinos más avejentados aseguran que Castaneda no fue tan fascista como otros ex presidentes militares, porque en 1948 terminó su mandato sin fusilamientos. Con ese antecedente, su casa es hoy una organización interesada en la niñez.

A tres cuadras de la casona de Castaneda está la de quien lo derrocó en 1948: Óscar Osorio. En esta pequeña casa él solía tener una piscina donde se chapuceaba a discreción. Hoy es una funeraria de nombre Moderna. Siempre sobre la Roosevelt, resta otro palacete de dos pisos y tejas, era el de José María Lemus, otro militar que, antes de ser elegido presidente en 1955, y para lucir más transparente, declaró ser propietario de un Chevrolet modelo 52 y tener varias propiedades hipotecadas. Quizá ese caserón sobre la Roosevelt nunca fue suyo. Hoy es un recodo de una universidad. Antes, fue un hotel de poca monta.

De vuelta al devaluado centro capitalino, hay otra casona que parece navegar rumbo al naufragio. Es la del ex presidente Rafael Zaldívar. Un médico que fue tres veces presidente, hasta que por miedo a una convulsión social y política renunció en 1885, y se fue a Europa. Desde hace más de 100 años, su casa quedó a merced de terremotos, inmobiliarias e indigentes.

Indigentes, que incluso desnudos, asoman por los balcones de la casona, para ver qué hay dentro. Pero, adentro hay poco. Solo una torre de sillas plásticas que utiliza la Asociación de Artesanos, los inquilinos del caserón desde hace más de 30 años. Uno de sus miembros más longevos, Mario Montesinos, asegura que en la casa residen ratas de proporciones gatunas, que de noche conviven con fantasmas igualmente espeluznantes. Por eso, en las tardes adecúan una enorme porción de la casa como salón de baile, donde baila una que otra prostituta para alegrar la cosa.

Montesinos mira el techo de madera. Asegura que es “antiquísimo”, pero que para modernizarlo como discoteca-galáctica le pintaron bemoles y un tosco sistema solar: Saturno y sus aros, Júpiter, Urano… Un tanto serio, Montesinos señala un acrílico cometa, asegura que es el bíblico Armagedón: “En el mero final de los tiempos va a venir a la tierra para acabar con tanto pecado, y lo primero que será destruido será esta casa”. La casa del ex presidente.

Transformación del sujeto social revolucionario: desbandes y emergencias

Transformación del sujeto social revolucionario: desbandes y emergencias

Gabriel Salazar
Universidad ARCIS

I.- El desbande de los revolucionarios

El derrocamiento militar del gobierno de Salvador Allende en 1973, la desarticulación de la Izquierda reformista y revolucionaria por la acción de la “guerra sucia” en los años siguientes, la caída del Muro de Berlín en 1989, la crisis teórica y política del marxismo vulgar a mediados de esa misma década (“crisis de los grandes relatos”), el eclipse de los grandes líderes populares y la notoria apostasía neoliberal de la actual “Izquierda Parlamentaria” en Chile, han desencadenado, en menos de 30 años, una sorprendente desarticulación social, histórica, cultural y política de las estructuras revolucionarias que habían sido características de la llamada etapa “fordista” de la acumulación capitalista mundial (1938-1973, para el caso chileno).

El gran proyecto histórico de esa etapa, dirigido a transformar la realidad capitalista, se basó sustantivamente en una alta credibilidad respecto a que esas estructuras tenían la capacidad necesaria para llevar a cabo, con éxito, las transformaciones que se esperaban. Su desarticulación, por tanto – como quiera que hayan sido los factores históricos generales y las circunstancias locales que la precipitaron– generó una profunda crisis de credibilidad respecto a la posibilidad de transformar estructuralmente la realidad capitalista.

Dado que la credibilidad se había centrado en los “sistemas estructurales” (ideología, partido político, liderazgo, bloque soviético, etc.) más bien que en los sujetos sociales de carne y hueso, la desarticulación de aquéllos provocó en éstos una virtual crisis de fe, e incluso de identidad, que terminó por desembocar en un segundo gran desbande. Esta vez, una ancha estampida de fugas individuales y grupales, que tomaron con apuro todas las rutas y derroteros del desencanto. Una retirada desordenada hacia cualquier refugio del horizonte cultural, que dispersó y disoció la masa de sujetos revolucionarios al punto de diluir casi por completo “la” gran fuerza social que se había dispuesto a luchar por los grandes cambios.

La presión ejercida por esa fuerza, amenazadora antes de 1973, se desvaneció en Chile –no una, sino dos veces– después de esa fecha. El contraataque capitalista y liberal, dirigido directamente contra su premisa articuladora (sus “estructuras”), logró un éxito mayor al que esperaba (no sólo desarticulación de la premisa, sino desbande de los sujetos). Pues, en ella (en la “fuerza” de marras), la mecánica objetiva tenía mayor peso teórico y práctico que su consistencia subjetiva, social y cultural. Que el doble éxito capitalista se haya asegurado mediante una flagrante y brutal violación de los derechos humanos, y que esa violación haya sido después denunciada y reconocida públicamente, no disminuye en nada el hecho de que, al ser derribada la premisa mecánica, se produjo, como efecto inmediato, el desbande social, cultural y político de los sujetos revolucionarios. Como si el proyecto revolucionario no hubiera estado internalizado en el ser social, cultural e histórico de esos sujetos, sino en los aparatos estructurales que los disciplinaban y dirigían. Como si esos sujetos, algo menos que sujetos, hubieran sido instrumentos de tales aparatos. Algo así como alfiles y peones “todo terreno”, movidos por la ciencia y el proyecto de los “reyes” que dirigían el ajedrez de la historia.

Porque es notable que, en Chile, muchos individuos que ayer se decían revolucionarios, hoy definen su actitud revolucionaria como una etapa superada de sus vidas. Como un mero registro de recuerdos. Como una locura “juvenil” para algunos, o una historia “equivocada” para otros, que instan ahora, en todo caso, a pedir disculpas y pronunciar mea culpas ante los ávidos micrófonos, grabadoras y cámaras de los periodistas del siglo XXI . Es cierto que la experiencia de la “derrota” ha sido más real, vívida y profunda que la experiencia de la “revolución” que nunca fue.

Pero también es cierto que las razones históricas que llevaron a muchos a militar en las estructuras revolucionarias de los años ’60 y ’70 permanecen hoy allí, las mismas de ayer, más evidentes que ayer y, por añadidura, con una enorme evidencia adicional acerca de la inhumanidad de los métodos militares, políticos y económicos que utiliza el capitalismo liberal para imponerse a los pueblos.

El desbande de los viejos cuadros revolucionarios ha sido ancho, múltiple y sostenido. Y la derrota o la apostasía han sido, en muchos, llevada hasta el último límite:

a) para algunos, por ejemplo, la derrota ha sido el pretexto para iniciar una carrera hacia la peor forma de mentalidad capitalista: la de ganar dinero por cualquier medio. Maquillando, por ejemplo, la imagen pública de personajes mediocres y ambiciosos (a fin de ganar elecciones sin verdadero liderazgo político), o de empresas que violan la ética ecológica o social de la humanidad, o valorando la imagen virtual de la “ficción” por sobre la imagen “real” de una Sociedad descuidada por el Mercado y el Estado. O filtrando, mañosamente, por pasillos oscuros e intersticios legales, los dineros del Estado (de todos) hacia bolsillos particulares;

b) para otros, la derrota significó sobreponer los afanes y tiempos del empresario (hombre de negocios), devaluando los afanes de la sensibilidad social y la conciencia de la responsabilidad comunitaria. Como si el Mercado fuera el único argumento (juego) trascendental de la historia, lo único a lo cual podría entregarse la vida entera y el talento, sacrificando en su honor la solidaridad social, la verdadera ciudadanía, e incluso, la mera posibilidad de “formar” familia. Pues, en ese juego, es necesario ser un “triunfador”. Un vencedor individual. Personal. Único;

c) para otros, en cambio, la derrota ha sido lo suficientemente humillante como para reptar y arrastrarse hasta tomar las banderas políticas del vencedor. Para colgarse de su carro de triunfo. Para reconciliar sus crímenes, hacer valer sus decretos, administrar su botín y compartirlo con los socios del mercado mundial.
A título de “democracia”, pero en calidad de mayordomo (del poder), de capataz (de los dueños de las armas y del capital), o de portero (del sistema) a cargo de bloquear la entrada del pueblo. O, peor aún: en calidad de policía que asegura la “paz ciudadana” a las grandes empresas reprimiendo la “rabia cívica” de la masa popular;

d) y están todavía aquellos que, no queriendo tomar banderas ajenas, ni pudiendo ser nuevos empresarios, prefieren “volar” –en la fuga de las nubes semióticas– hacia la palabrería infinita de la “gramática universal”. Para aprender a disparar crítica discursiva hacia el lado y hacia atrás, en la lid invertida de la realidad virtual, en la llanura arrasada, sin historia y sin aliento, del “día después”. En la idea de ser un intelectual avasallador que, como Atila, destruya todo, para que, tras de sí, “no crezca el pasto”;
e) y es preciso enumerar a aquellos que viven su condición de víctima aferrados, en el suelo, a sus descoloridos estandartes estructurales: a la vieja ideología, al viejo partido político, a los viejos íconos y las viejas consignas. Es decir: a su vieja armadura de autómata militante. A los fierros dispersos de sus despanzurrados tanques de batalla. Como si la mecánica revolucionaria fuera todo. Y el sujeto, la vida y la historia, nada;

f) ¿y deberían anotarse también aquellos que, tras la derrota sufrida, no pudieron siquiera asumirse a sí mismos, ni tomar un atajo, ni reagruparse en las sombras? ¿Que hallaron en el alcohol o en la droga, en la negación y la anomia personales, la única propuesta para sí mismos? ¿Que, por todo ello, perdieron no sólo su condición de revolucionarios sino, también, su condición de sujetos?

Son casos reales. Desbande de revolucionarios, tras la desarticulación de sus estructuras “objetivas”.

Es un proceso, sin duda, desmoralizador. Casi tan desmoralizador como el desbande de los torturadores y asesinos que desarticularon –con su brutalidad– esas estructuras; que se “exhibieron” frente a sus víctimas con valentía prepotente mientras torturaban y mataban, pero que, al momento de “demostrar” valor cívico, entereza moral y calidad humana ante la verdad de sus actos, se desbandaron, para ocultarse en las faldas de sus propias leyes, y en la máscara de sus mentiras.

Es la evaporación de los rostros cívicos.

La evasión de los ojos ciudadanos.

Porque, ni el espíritu humanizador de los revolucionarios, ni el espíritu inhumano de los que sepultaron la revolución e impusieron el neoliberalismo en Chile, muestran, hoy, rostros que den verdaderas caras y ojos que miren de frente a la ciudadanía.

¿Quién, ahora, dará la cara por la humanidad y la soberanía de los chilenos?

II.- Del nuevo sentimiento crítico.

La “reformista” generación del ’38 (Frente Popular, Frente de Acción Popular, Unidad Popular) y la “revolucionaria” generación del ’68 (Movimiento de Izquierda Revolucionaria, Movimiento de Acción Popular Unitaria, Izquierda Cristiana, Iglesia Joven) se desbandaron. Hoy constituyen algo así como un horizonte de estallidos y recuerdos apilados en un mismo crepúsculo, hundidos en una misma memoria y a lo largo de una misma historia. Al borde de agotar, ya, su tercera edad. Sobre ellos cae, lentamente, el fino pero espeso polvo del olvido. Pues para eso se han desbandado. Para olvidar. Para arropar, con ese polvo, su cansado recordar.

Está bien: han completado su ciclo natural de vida y agotado su presencia histórica.

¿Qué nos está deparando hoy, a cambio, la nueva vida y la nueva historia?

¿Quién o quiénes han retomado o están retomando el pensamiento crítico, matriz subjetiva de la actitud revolucionaria? ¿Quiénes no están aplastados por el peso de sus desbandes, sino empujados por la vivencia de la “nueva” historia? ¿Quiénes están, con respecto a “esta” historia, no en tercera, sino en primera edad? ¿Está teniendo la actitud revolucionaria un nuevo ciclo de vida?

Muchos revolucionarios del pasado se han apagado. Pero muchos del futuro se están “encendiendo”, a medida que la realidad histórica profundiza, en cada uno de ellos, las cicatrices represivas, la desoladora pisada del empleo precario, la deshumanización de los mercados. Moldeándolos, educándolos, potenciándolos. Porque los rebeldes y los revolucionarios no surgen de la nada. Ni aparecen por generación espontánea. Ni se “deducen” de los libros, de las viejas ideologías, de los caudillos muertos. Mucho menos constituyen el subproducto de sus equilibrios o desequilibrios emocionales. No aparecen por milagro, ni por conspiración, ni por patología. Todos, sin excepción, son hijos de la historia. Hijos persistentes del persistente capitalismo. Hijos que seguirán a su “padre” a lo largo y ancho del camino. Donde quiera que vaya. Como quiera que se transforme. Siempre detrás de “él”, ceñidos a todos y cada uno de sus ciclos expansivos y depresivos, transformándose con él. Pues son su propia sombra.

Es lo que está ocurriendo, desde 1980 (o de antes), con los niños y los jóvenes chilenos que han sido abusados por el modelo neoliberal, tanto por las torturas de su versión dictatorial, como por las falacias de su versión democrática. Son estos “nuevos” abusos los que están haciendo brotar en las nuevas generaciones un sesgo de “nueva” rebeldía. Y ya a fines de la década de 1970 los adolescentes y jóvenes chilenos cantaban su rebeldía de otro modo, socializaban su exclusión con otro lenguaje, y se asociaban entre sí de modo distinto . Y no fue extraño, por tanto, que durante la década de 1980, frente a una dictadura enfurecida, dejaran constancia de que su rebeldía no sólo era de nuevo tipo, sino que era también, de algún modo, producto de una marca indeleble . Que, como resultado de ello, eran menos adictos a la ideología y más naturalizados con la acción directa. ¿Y no es también distinto el actual “rock de población” del ahora viejo “canto nuevo” de los años ‘60s? ¿No son también diferentes las flexibles redes socio-culturales de los rebeldes del 2000 respecto a las rígidas organizaciones leninistas de los rebeldes del ’68 o de mediados de los ’80? .

Cabe en este punto tomar en consideración que, durante el período 1880-1930, el modo específico de acumulación capitalista vigente en Chile marcó a los jóvenes y los trabajadores de ese tiempo con una experiencia histórica también específica. Huellas naturales de esa forma acumulativa, que hicieron brotar en ellos diversas formas de rebeldía anti-oligárquica. Sin embargo, esos jóvenes y trabajadores no pudieron convertir (del todo) su experiencia histórica en un pensamiento crítico específico, porque, cuando estaban realizando esa conversión (entre 1910 y 1930), cayó sobre ellos, con no poco estrépito, la gran estructura teórica del pensamiento crítico internacional. }

El cual, desde el principio, pensó por ellos, e impuso, sobre sus experiencias específicas, las experiencias generales vividas por los rebeldes de Europa y otros países. Se produjo la declinación de la reflexión autóctona y el auge de la ideología crítica. La “crítica”, por tanto, después de 1930, no se desarrolló integrada orgánicamente a la experiencia específica del pueblo, sino acoplada a una teoría general. Divorciada, hasta cierto punto, de la cultura popular viva. De su ser social real. Sobre todo, durante el apogeo de la acumulación de tipo fordista y del marxismo de tipo estructuralista en Chile (entre 1956 y 1973, especialmente) .

Distinta es la situación de los niños y jóvenes chilenos abusados por el modelo neoliberal del período 1973-2003, en el sentido de que ellos han acumulado experiencia y cultura viva a partir de las especificidades de ese modelo, sin que, hasta ahora, haya caído sobre ellos la mole de una nueva estructura internacional de pensamiento crítico. El eclipse de esa estructura –notorio desde mediados de la década de 1980– ha forzado a los jóvenes a convertir sus experiencias reales, una por una, en gérmenes de un nuevo pensamiento crítico. A diferencia de los jóvenes y trabajadores de comienzos del siglo XX, los niños y jóvenes de comienzos del siglo XXI están en mejores condiciones que aquéllos para completar la conversión de su experiencia en pensamiento crítico.

Están obligados, por un Mercado omnipresente y un Estado semi-ausente, a autoconstruir su identidad pensándose a sí mismos. A todo lo largo del camino. Sin esperar que “una” o “la” teoría general piense por ellos. La construcción histórica de su ser social, por tanto, está desarrollándose de un modo más identitario, integrado y fluido, sin interferencias ideológicas de pretensión estratégica. De modo que, ahora, podrán integrarse con mayor organicidad la cultura brotada de la experiencia social, y el pensamiento crítico surgido de la sistematización colectiva, racional y política de aquella cultura. Lo que es, sin duda, una ventaja, pues el pensamiento crítico que se desarrolla a partir de la cultura social viva mantiene las identidades sociales, en tanto procesos de auto-construcción, sin grandes fisuras ni grietas interiores. Sin soldaduras artificiales tampoco, como son las que unen las estructuras críticas generales (o internacionales) con la experiencia histórica específica (inter-subjetiva) de lo local. De modo que el sujeto social popular (juvenil) no tiene, hoy por hoy, que construirse en torno a soldaduras quebradizas y bajo estratificaciones subjetivas que lo insten, en un momento crítico, a dividirse en dos, y a desbandar el lado yuxtapuesto (el ideológico) para salvaguardar el lado real (el “desnudo” ser social) .

El sujeto social integrado (es decir: el que une identitariamente su experiencia real, su conciencia histórica y su pensamiento crítico), no puede ser desarticulado como si fuera super-estructura, ni desbandado como si fuera organización. Pues, ni la vida social, ni la identidad social, ni la cultura social pueden ser desarticuladas o desbandadas por partes. La represión de la vida no hace sino potenciar aún más la vida de la crítica. Tornando más rebelde la cultura social que late entre los sujetos afectados. Aunque éstos, por de pronto, no se den cuenta de ello.

Por esto, porque las nuevas generaciones juveniles están convirtiendo en pensamiento crítico su propio ser social, es que no se desbandarán de la crítica que llevan encarnada en ellas mismas. Su pensamiento no es sino su propio ser crítico. Equivalente a su identidad y su vida reales. Si han encarnado en sí mismos, hasta hoy, 30 años de liberalismo total ¿quién borrará esa “carne” de su memoria y de su ser? ¿Quién, durante esas décadas, ha podido “rehabilitar” esta “dañada” juventud? Es decir: ¿quién ha podido transformar la “carne” de su victimización en el discurso “abstracto” de su victimario?

¿Quién ha logrado detener –a nombre de la gobernabilidad liberal– el avance epidémico del hip-hop, del rock rebelde, de los grupos de esquina, de los centros y “cordones” culturales, de los colectivos universitarios, de las barras bravas, de los grupos delictivos? ¿Quién eliminará el empleo precario que los margina, la educación mercantil que los filtra, la mascarada política que los apesta, la represión que los irrita? Es decir: ¿quién detendrá la historia que los “hace”?

La “primera edad” del nuevo pensamiento crítico, por tanto, está allí, completándose. Como producto cultural “disfuncional”, pero real, de los últimos 30 años de la historia neoliberal chilena. Por de pronto, aparentando ser la nueva cultura “bárbara”, que ha invadido el espacio público del nuevo imperio universal. Las temibles tribus “anarquistas” de siempre. Las bases subrepticias del nuevo terrorismo. Los herejes del nuevo fundamentalismo religioso. O sea: lo que se quiera ver en ellos, para explicar de algún modo el mismo antiguo temor. Ese viejo miedo capitalista a la aparición de los sujetos revolucionarios. Si éstos están allí, apareciendo bajo la primera edad de un nuevo pensamiento crítico, está también allí la tercera edad del miedo capitalista a la posibilidad de la revolución. Si están allí, ya, ambos, es que el proceso histórico camina en esa dirección.

Es tiempo, pues, de reflexionar en los procesos de transformación interna (no sólo de desbande, sino también de reagrupación) de los sujetos revolucionarios.

III.- Cultura crítica emergente y marxismo

La principal tarea de los sujetos revolucionarios emergentes es convertir su experiencia histórica en un pensamiento crítico que guíe con certeza sus pasos hacia la revolución.

La principal tarea de los sujetos revolucionarios en desbande es transmitir su pensamiento crítico, ajustado por la historia de sus luchas y derrotas, a los sujetos revolucionarios emergentes.

Considerando el caso chileno, lo dicho puede formularse también del siguiente modo: ¿qué aspectos de la teoría crítica adoptada por las generaciones en desbande pueden ser de utilidad para los sujetos revolucionarios emergentes, tomando en cuenta que éstos no sólo están forzados a auto-construir su identidad, sino también obligados a pensarse a sí mismos? O, lo que es lo mismo: ¿qué podría decirles el filósofo y revolucionario Karl Marx a los jóvenes chilenos de hoy? ¿Y qué podrían éstos coger de ese pensador para convertir sus identidades actuales en un pensamiento crítico revolucionario, sin renunciar a la especificidad de su experiencia histórica?

Sin duda, el marxismo surgió como una sistematización de la experiencia histórica específica de la clase trabajadora de la época del capitalismo industrial competitivo (época victoriana); se desarrolló luego como una ideología proletaria de validez internacional con el triunfo de la revolución bolchevique en 1917; se consolidó más tarde como una gran teoría del cambio estructural durante la época de la acumulación fordista (1945-1982), y se debilitó, por último, cuando el capitalismo post-fordista desmanteló, a partir de la crisis de 1982, las grandes estructuras de capital fijo –propias del capitalismo industrial y de su culminación fordista– reemplazándolas por una difusa pero veloz circulación del capital financiero (lo que obligó a la Unión Soviética, desde 1989, a desmantelar sus propias estructuras fordistas).

No hay duda que el capitalismo mundial está en permanente transformación, siguiendo la presión de sus revoluciones tecnológicas internas y la presión (también interna) de los sujetos revolucionarios que engendra. De este modo, a lo largo de dos siglos y medio, ha cambiado varias veces la marca opresiva que imprime en la experiencia de los sujetos sociales que victimiza, forzando así la adecuación y renovación constantes del pensamiento crítico. Pues es “la existencia (capitalista) la que determina la conciencia (revolucionaria) y no ésta, por sí misma (en tanto que mera ideología) a la existencia” .

El problema histórico de Karl Marx ha sido que su sistematización, realizada sobre la experiencia histórica correspondiente a una de las fases de la transformación capitalista, fue convertida en una teoría general por la revolución bolchevique (exitosa durante 70 años) y por el estructuralismo totalizado del modo industrial de acumulación fordista (exitoso durante 50 años), por lo cual perdió su capacidad para adecuarse a las transformaciones históricas de la realidad y para sistematizar cada una de las fases y localizaciones de la transformación capitalista. Con el agregado que su conversión en teoría general hizo perder a los sujetos revolucionarios –de esas otras fases y de las otras localizaciones– gran parte de su propia capacidad para convertir su experiencia histórica concreta en un específico, histórico y eficiente pensamiento crítico revolucionario. La crisis teórica del marxismo actual es, sobre todo, la crisis de su transformación en teoría general, o en dogma de validez universal . Esto no significa de ningún modo que el capitalismo actual (globalizado por el circulante capital financiero) haya logrado vencer la enfermedad que genera en sus propias entrañas, de la cual brotan, dialécticamente, el pensamiento crítico y las nuevas generaciones de sujetos revolucionarios. Pero sí significa que, aparte de echar mano de su experiencia histórica actual, los nuevos sujetos revolucionarios pueden aprender del modo con el que Marx “convirtió” la experiencia histórica de los proletarios de su tiempo en un pensamiento crítico de carácter científico, sin que esos sujetos revolucionarios se sientan obligados a tomar en cuenta, con reverencia militante, el rango de “teoría general” del pensamiento de Marx (que fue “asignado” unilateralmente por las generaciones bolcheviques y fordistas de 1920 y 1950, respectivamente).

El pensamiento crítico, en perspectiva histórica, no nace y renace por la dogmatización universal del marxismo, sino por la capacidad reflexiva que logran desarrollar, local e históricamente, las nuevas víctimas de la transformación capitalista. Con todo, si se quiere llamar o denominar “marxismo” a la capacidad de esas víctimas para pensar dialécticamente las nuevas fases y localizaciones del capitalismo y para construir históricamente la nueva sociedad que conciben, no hay problema, en el entendido que se trata sólo de un nombre, que bautiza de ese modo la continuidad, la creatividad y la potencialidad dialéctica de los procesos históricos. Siempre y cuando no se libere a los sujetos sociales (que viven en carne propia las nuevas fases y localizaciones del capitalismo) de la obligación de convertir la carne de su identidad en un históricamente ajustado pensamiento crítico, y, también, de convertir este pensamiento en un efectivo proceso de transformación de la realidad. Y siempre y cuando se asuma que los sujetos sociales no sólo tienen capacidad reflexiva y poder histórico constructivo por el hecho de ser abusados por alguna de las fases del capitalismo, sino también, y sobre todo, por su calidad de seres humanos, que, en función de su identidad genérica, pueden y deben concebir una sociedad socializada y humanizada. El capitalismo no es el único ni el más importante demiurgo de la historia terrenal. Más importante que él, sin duda, es la humanidad en tanto que tal.

Es significativo que la producción científica de Marx haya recorrido desde la reflexión sobre la soberanía y los derechos del “sujeto social”, pasando por los aspectos históricos y políticos de la “lucha de clases”, hacia la economía política del “modo de producción” capitalista. Es significativo que en su “juventud” (primera edad) se haya concentrado en la teoría revolucionaria del sujeto social, y que en su “madurez” (tercera edad) lo haya hecho en la teoría de las estructuras capitalistas . ¿Es necesario buscar y encontrar la esencia inmóvil del pensamiento de Marx? ¿Es de verdad necesario convertir ese pensamiento en un sistema teórico cerrado, centrado en una misma esencia o derivado de una misma premisa mayor? Ese pensamiento, en tanto proceso cognitivo y reflexivo realizado en un tiempo histórico dado ¿puede o debe ser reducido a un catecismo teórico y político intemporal? Si la conversión de la experiencia histórica en pensamiento crítico no puede ser sino “otro” proceso histórico socialmente necesario ¿tiene sentido real reconvertir el pensamiento crítico resultante en un modelo teórico abstracto y en un discurso coherente, unívoco, pletórico de verdades “definitivas”? En consecuencia ¿ha sido realmente útil convertir el proceso reflexivo recorrido personalmente por Marx en un “marxismo” intemporal?

Lo que, eventualmente, puede interesar a los revolucionarios emergentes de hoy es el recorrido reflexivo de Marx, más que la “universalidad” de la teoría marxista. Puede que, por ejemplo, interese examinar su reflexión sobre cómo los sujetos sociales pueden convertirse en sujetos revolucionarios. Porque, hoy, el problema “teórico” no se refiere sólo a la necesidad de sistematizar las recientes transformaciones del capitalismo mundial (su globalización post-fordista), sino, con mayor urgencia, a la necesidad de desarrollar social, científica, educativa y políticamente la experiencia y la memoria anidadas en los niños, jóvenes y trabajadores que están siendo victimizados, desde hace 30 años, por el modelo neoliberal.

Lo primero lo exige la necesidad de trazar una cartografía global para orientar estratégicamente la acción social, cultural, histórica y política de esos niños, jóvenes y trabajadores. Lo segundo lo exige, en cambio, simplemente, la dignidad de un sujeto social (la de esos mismos actores) cuya identidad y soberanía están siendo pisoteadas por el Mercado y las continuas razzias militares, y que, por ello, necesita recuperarse a sí misma .

IV.- El joven Marx, el “hombre esencial” y la “sublevación”.

Es evidente, en el pensamiento del joven Marx, que su concepción de sujeto social (o “ser humano” propiamente tal) se funda en la unión dialéctica de tres momentos claves de su existencia terrenal:

a) en la posibilidad histórica de un sujeto social que viva en condiciones existenciales óptimas, en concordancia con su naturaleza humana esencial;

b) en el hecho histórico de haber perdido (ante la dominación del capitalismo mundial) esas condiciones existenciales óptimas, con alienación grave de su naturaleza humana esencial, y

c) en el imperativo humano de crear las condiciones sociales, culturales e históricas necesarias para subvertir la alienación y recuperar el control y la integración de la naturaleza humana esencial.

a) La naturaleza humana esencial y su enajenación burguesa.

Indudablemente, este “momento” (el de la naturaleza esencial del hombre) opera en el pensamiento del joven Marx como la premisa mayor que permite unir dialéctica e históricamente los otros dos momentos definitorios del sujeto social. Se trata de una definición esencial del hombre genérico, que permite detectar, en su pensamiento, la apuesta por un “humanismo” que opera como premisa mayor de toda su reflexión teórica. No se trata, con todo, de una esencia de carácter metafísico, extraterrenal o religiosa, sino netamente terrenal, social e histórica:

“El fundamento de toda crítica religiosa es que el hombre hace la religión y no la religión al hombre. Y la religión es la autoconciencia y el autosentimiento del hombre que aún no se ha encontrado a sí mismo o ha vuelto a perderse. Pero el hombre no es un ser abstracto, agazapado fuera del mundo. El hombre es el ‘mundo de los hombres’, es el Estado, la sociedad… La religión es la ‘realización fantástica’ de la esencia humana, porque, para ella, la esencia humana carece de verdadera realidad… La religión es el suspiro de la criatura agobiada, el estado de alma de un mundo desalmado, porque es el espíritu de los estados de alma carentes de espíritu. La religión es el ‘opio’ del pueblo” .

La opción por centrar el pensamiento crítico en el carácter existencial del “mundo de los hombres”, obviando cualquier apuesta (“fantástica”) por una naturaleza humana situada fuera del mundo, obligó a Marx a definir el contenido esencial de la naturaleza humana de ese mundo. Es decir: sacó la “esencialidad” de su alojamiento en la trascendencia metafísica y la instaló en la inmanencia de lo histórico. Es en este sentido que se mueve su concepto del “hombre genérico”. Entiende por esto el hecho de que el género humano actúa y trabaja tanto para realizar funciones propias del reino animal (comer, beber, procrear, etc.) como para realizar los trabajos que requiere “su naturaleza inorgánica espiritual… los medios de vida espiritual que el hombre tiene que aderezar para disfrutarlos y digerirlos”. Escribió:

“El hombre es un ser genérico, no sólo en cuanto que, tanto práctica como teóricamente, convierte el género en objeto suyo… por cuanto se comporta hacia sí como hacia un ser ‘universal’ y, por tanto, libre… La vida genérica… consiste físicamente, de una parte, en que el hombre (como el animal) viva de la naturaleza inorgánica… Del mismo modo que las plantas, los animales, las piedras, el aire, la luz, etc., forman teóricamente parte de la conciencia humana, ya en cuanto objetos de la ciencia natural, ya en cuanto objetos del arte” .

Es claro que la “universalidad” (lo “genérico” del hombre) radica en la capacidad de su conciencia para convertir su existencia histórica en “un objeto suyo”; es decir: en un proceso de auto-construcción, a cuyo efecto echa mano, tanto de la naturaleza material que lo rodea, como de su propia naturaleza espiritual. La universalidad es aquí entendida como “auto-determinación histórica” (principio básico de su ser “libre”). El permanente y libre ejercicio de esa capacidad universalizadora es lo que permitiría al hombre llevar a cabo, constantemente, la “apropiación de sí mismo, de su esencia y de su vida humanas”. La apropiación de sí mismo a través de su despliegue en el mundo es así más importante que la mera apropiación de medios materiales de vida (de aquí la necesidad de superar la “propiedad privada”). La apropiación de sí mismo, como “vida genérica” es un movimiento perpetuo hacia la plena realización del hombre como “hombre total”.

“La superación positiva de la propiedad privada, es decir: la apropiación ‘sensible’ de la esencia y la vida humanas, del hombre objetivo, de las ‘obras’ humanas para y por el hombre, no debe concebirse simplemente en el sentido del disfrute ‘inmediato’ y unilateral, no simplemente en el sentido del ‘poseer’ o del ‘tener’. El hombre se apropia su esencial omnilateral de un modo omnilateral, es decir: como un hombre total” .

El hombre “genérico” es, pues, aquel que es capaz de desarrollar por sí mismo una “vida genérica”, esto es: que puede realizar su esencia humana construyéndose a sí mismo, constantemente, en este mundo, como un “hombre total”. Puede entenderse esto como la posibilidad “esencial” que tiene el hombre para construirse a sí mismo realizando un proyecto histórico de sí mismo.

Con todo, la vida genérica, como proyecto histórico “omnilateral”, es una posibilidad, dentro de diversas situaciones históricas que pueden dar curso a otras posibilidades, incluso aquellas que niegan la primera. Es una posibilidad que, por lo mismo, constituye un “trabajo”. Un desafío. Una meta que debe y puede ser “producida”. Sin embargo, para trabajar exitosamente en esta dirección, deben darse ciertas condiciones existenciales mínimas: un hombre genérico, no en estado esencial, sino en estado (variable) existencial. Un hombre genérico existencial que, al haber vivido ciertas condiciones de “omnilateralidad”, pueda recordarlas lo suficiente como para intentar reapropiarse a sí mismo conforme a esas condiciones mínimas. Este hombre genérico existencial es lo que Marx define como el “ser social”.

El ser social es un hombre que vive en comunidad. Es la naturaleza social de su ser lo que constituye la comunidad, y es ésta, a su vez, la que le permite desplegarse como un ser de proyección genérica esencial:

“Ahora bien, la comunidad de que se halla aislado el obrero es una comunidad política. Esta comunidad, de la que le separa su propio trabajo, es la ‘vida misma’, la vida física y espiritual, la moral humana, el goce humano, la esencia humana. La ‘esencia humana es la verdadera comunidad de los hombres’” .

Es al parecer claro que, para Marx, la “esencia humana” (como concepto genérico) y la “comunidad humana” (como concepto social existencial) mantienen entre sí una correspondencia de importancia histórica estratégica. Pues la realización de la primera depende del estado situacional de la segunda. Por ello, la ruptura o desintegración de la “comunidad de los hombres” trae consigo, por correspondencia esencial, la alienación de la naturaleza genérica de los hombres. Lo que viene a ser una amenaza letal para el hombre en sí, que configura una situación abominable y, a la vez, repulsiva. Ante la cual todo hombre con suficiente conciencia de sí reacciona o debería reaccionar tratando de “subvertir” la situación que aliena su propia esencia.

La evolución de la historia mundial (sobre todo en tanto que liderada por el modo de producción capitalista) ha producido la desintegración de las comunidades humanas (y por tanto, de la “sociedad civil”), reemplazándolas por masas de individuos aislados, cuyo aislamiento (y por tanto, su alienación o negación) ha sido reforzado por el “orden burgués”, que ha construido en torno a ellos un sistema de “derechos individuales” (no de la comunidad), un tipo de política y un tipo de Estado “generales” o “abstractos” (separados, al margen y por encima del verdadero ser social) y, en definitiva, un modo de producción y un sistema político que explotan y enajenan a los hombres, impidiendo su realización genérica. El peor de los males que ha traído el capitalismo y el Estado burgués al “mundo de los hombres” es haber separado a los hombres de sus comunidades, transformándolos en individuos aislados, enajenados de su propia naturaleza esencial.

“La revolución política (burguesa) ‘suprimió’, con ello, el carácter político de la sociedad civil. Escindió la sociedad civil en sus partes integrantes más simples; de una parte, los ‘individuos’, y de otra, los elementos materiales y espirituales que forman el contenido de la vida, la situación civil de los individuos… La incumbencia pública como tal se convertía ahora en la incumbencia general de todo individuo, y la función política pasaba a ser su función general…La ‘constitución del Estado político’ y la disolución de la sociedad civil en ‘individuos’ independientes… se llevó a cabo en un solo acto…Finalmente, el hombre, en tanto que miembro de la sociedad burguesa, es considerado como el verdadero hombre, como el ‘homme’, a diferencia del ‘citoyen’, por ser el hombre visto en su ‘inmediata’ existencia sensible e individual, mientras que el hombre político es solamente el hombre abstracto y artificial…” .

El capitalismo, que trajo consigo la revolución burguesa, disolvió las comunidades en el sentido de extraer de ellas su “carácter político” (soberanía). A partir de esta operación quirúrgica construyó, por un lado, un Estado general (abstracto), al que transfirió la soberanía y “la” política, y por otro, una masa de individuos aislados los unos de los otros, a quienes confirió un conjunto de “derechos individuales”. De este modo, cuando presentó el derecho como Derechos del Hombre (“homme”), no hizo sino presentar los derechos del individuo; o sea: del “hombre burgués”. Con ello disolvió al hombre en tanto que ser social (en comunidad); es decir: en tanto que verdadero ciudadano (“citoyen”) . Esta pérdida –que es equivalente a la pérdida de la esencia humana– implicó e implica una forma de esclavitud:

“Se ha demostrado cómo el reconocimiento de los ‘derechos humanos’ por el Estado moderno tiene el mismo sentido que el reconocimiento de la ‘esclavitud’ por el Estado antiguo. En efecto, así como el Estado antiguo tenía como fundamento natural la esclavitud, el Estado moderno tiene como base natural la sociedad burguesa y el hombre de la sociedad burguesa, es decir, el hombre independiente, entrelazado con el hombre solamente por el vínculo del interés privado y de la necesidad natural ‘inconsciente’, el esclavo del trabajo lucrativo y de la necesidad ‘egoísta’, tanto la propia como la ajena… Creando la lucha general del hombre contra el hombre, del individuo contra el individuo, así la sociedad burguesa es, en su totalidad, esta guerra de todos los individuos, los unos contra los otros…La antítesis entre el Estado representativo ‘democrático’ y la ‘sociedad burguesa’ es la culminación de la antítesis clásica entre la ‘comunidad’ pública y la esclavitud. Precisamente la esclavitud de la sociedad burguesa es, en apariencia, la más grande libertad, por ser la independencia aparentemente perfecta del individuo” .

El individuo (“egoísta”) de la sociedad burguesa puede, “en su representación insensible y en su abstracción sin vida, inflarse hasta convertirse en ‘átomo’, es decir, en un ente bienaventurado carente de relaciones y de necesidades, que se basta a sí mismo y está dotado de absoluta plenitud” . El hombre de la sociedad burguesa (el “átomo”), por pleno que parezca, no denota otra cosa que “el desgarramiento, el envilecimiento y esclavitud de la sociedad civil” . Si el trabajador se enajena en el producto de su trabajo, el ciudadano se enajena en el “individuo” que genera y consolida la sociedad burguesa, produciéndose así una doble enajenación. Este doble proceso

“convierte el ‘ser genérico del hombre’, tanto la naturaleza como su capacidad espiritual genérica, en un ser ‘ajeno’ a él, en un ‘medio’ para su existencia individual. Enajena del hombre su propio cuerpo… y su ser espiritual como ser humano… Se enajena ‘del hombre’” .

La dominación que el capital industrial y el Estado burgués establecieron sobre las sociedades humanas condujo a una situación en que el “hombre genérico” (esencial) se encuentra en una envilecida situación “existencial” (histórica) de enajenación económica, social y política. Que es la negación del hombre mismo. ¿Puede y debe el hombre genérico soportar esta situación?

b) La subversión del orden burgués y la recuperación del sujeto social (genérico)

“El hombre hace de su actividad vital el objeto de su voluntad y de su conciencia. Despliega una actividad vital consciente… Y es eso, solamente eso, lo que hace de él un ser genérico. O, dicho de otro modo… su propia vida es para él objeto, cabalmente por que es un ser genérico. Sólo por eso es su actividad una actividad libre. El trabajo enajenado invierte esa relación, haciendo que el hombre convierta su actividad vital, su ‘esencia’, simplemente, en un medio para su ‘existencia’” .

La naturaleza esencial del hombre –su “conciencia y su voluntad”– es su estado natural. Es su identidad verdadera. La enajenación de esa esencia, por tanto, no es un estado esencial, sino existencial, histórico y accidental. De donde se sigue que es la propia naturaleza esencial del hombre enajenado la que lo insta a recuperar su estado natural y esencial, pues nunca la enajenación, por destructora que sea, puede anonadar esa naturaleza esencial. Este proceso de recuperación de sí mismo –por obra y gracia de su conciencia y su voluntad–, que es un movimiento subjetivo e interior de la naturaleza del ser humano, se expresa social e históricamente como una subversión de la enajenación en sí mismo y en el estado de cosas que enajena a los hombres. Es el imperativo subjetivo y social de consumar la emancipación de la esencia humana y de llevar a cabo la revolución de la economía, la sociedad y la política burguesas.

Tal recuperación o emancipación, que es una realización de signo político, no se realiza, sin embargo, en el Estado y/o por el Estado, dado que éste es una estructura “general” (abstracta) formada por la soberanía (o “carácter político”) que se escamoteó y despojó al “hombre genérico” (en comunidad). Por eso, escribió Marx, “en el Estado, donde el hombre es considerado como un ser genérico, es miembro imaginario de una ‘imaginaria soberanía’, se halla despojado de su vida real como sujeto y dotado de una generalidad irreal” . El proceso de recuperación y emancipación, que es una cuestión de conciencia y voluntad de los sujetos sociales en tanto que tales, se realiza y se debe realizar, por tanto, al margen del Estado y en subversión contra “ese” Estado.

“Toda emancipación es la ‘reducción’ del mundo humano, del mundo de las relaciones sociales, al ‘hombre mismo’…Sólo cuando el individuo real recobra dentro de sí al ciudadano abstracto y se convierte, como hombre individual, en ‘ser genérico’, en su trabajo individual y en sus relaciones individuales; sólo cuando el hombre ha sabido reconocer y organizar sus ‘forces propres’ como fuerzas ‘sociales’ y cuando, por tanto, no desgaja ya de sí mismo la fuerza social bajo la forma de fuerza ‘política’, podemos decir que se lleva a cabo la emancipación humana” .

Este texto es, sin duda, fundamental. Pues implica que la “revolución” no consiste sólo en la abolición de la propiedad privada y la socialización de los medios de producción (como parecería desprenderse de los textos económicos del “viejo” Marx), sino, sobre todo, consistiría en la recuperación del ser “social y esencial” (“genérico”) del hombre mismo, superando la individuación egoísta y la guerra de individuos a que lo sometió el modo de producción capitalista y la sociedad burguesa. Eso implica la recuperación de la “comunidad”.

“¿Acaso todas las insurrecciones sin excepción no estallan en el ‘irremediable aislamiento del hombre con respecto a la comunidad’? ¿Acaso toda insurrección no presupone necesariamente el aislamiento? ¿Habría podido producirse la revolución de 1789 sin el irremediable aislamiento de los ciudadanos franceses con respecto a la comunidad?… La superación de este aislamiento –incluso una reacción parcial ante él– constituye una ‘sublevación’ en contra de él mucho más infinita, lo mismo que el ‘hombre’ es más infinito que el ‘ciudadano’ y la ‘vida humana’ más infinita que la vida ‘política’” .

Por esto, escribió Marx, “una revolución ‘social’ se sitúa en el punto de vista del todo porque… entraña una protesta del hombre contra la vida deshumanizada… porque la ‘comunidad’ contra cuya separación reacciona el individuo real es la verdadera comunidad del hombre, la ‘esencia humana’” . Y agregó:

“La ‘revolución’ en general –el derrocamiento del poder existente y la disolución de las viejas relaciones– es un ‘acto político’. Y sin revolución no puede realizarse el ‘socialismo’. Éste necesita de dicho acto político, en cuanto necesita de la destrucción y la disolución. Pero, allí donde comienza su ‘actividad organizadora’, allí donde se manifiesta su ‘fin en sí’, su ‘alma’, el socialismo se despoja de su envoltura ‘política’” .

El sentido humano de la “sublevación” y de la “revolución” es, pues, esencialmente social, porque es la recuperación de “lo social” (la comunidad perdida) de un ser social. De ahí que el objetivo último sea el “socialismo”, para quien, por tanto, la política no está en el Estado Burgués o Liberal (cuya soberanía fue escamoteada a la comunidad ciudadana), sino en el ser social del hombre, en su comunidad ciudadana y en la proyección histórica y libre de su ser genérico. La política, en tanto definida por el Estado burgués, es una “envoltura” prescindible y, además –como maquinaria destructiva–, transitoria. La sublevación y la revolución, en consecuencia, no llevan a exaltar la política y el Estado, sino a consolidar la sociedad civil, que es donde radican todas las relaciones humanas, todos los intercambios y la solidaridad comunitaria que permite realizar la esencia genérica del hombre.

“La forma de intercambio condicionada por las fuerzas de la producción existentes en todas las fases históricas y que, a su vez, las condiciona, es la ‘sociedad civil’, que… tiene como premisa y fundamento la familia simple y la familia compuesta –lo que suele llamarse tribu– y cuya naturaleza queda precisada en páginas anteriores. Ya ello revela que esta sociedad civil es el verdadero ‘hogar y escenario de toda la historia’ y cuán absurda resulta la concepción histórica que, haciendo caso omiso de las relaciones reales, sólo mira a las acciones resonantes de los jefes y del Estado” .

En este sentido, si la “sociedad civil” es reconstituida por la sublevación social y la revolución política en términos de recuperación del ser social y de la comunidad, entonces cabe denominarla, propiamente, como sociedad “socialista” o “comunista”. En este sentido, Marx es taxativo: el comunismo es aquella sociedad donde se ha logrado “la reintegración del hombre, o retorno del hombre a sí mismo, como superación de la autoenajenación humana”. Implica, por eso, la

“real ‘apropiación’ de la esencia ‘humana’ por y para el hombre; por consiguiente, como total retorno del hombre a sí mismo, como hombre social; es decir: humano. Retorno total, consciente, llevado a cabo dentro de toda la riqueza lograda por el desarrollo anterior. Este comunismo es, como naturalismo consumado = humanismo, y como humanismo consumado = naturalismo… la verdadera solución del conflicto entre esencia y existencia, entre objetivación y propia manifestación, entre libertad y necesidad, entre individuo y género” .

Sublevación y revolución (es decir: la reapropiación de la esencia humana por los propios humanos) es un proceso que surge y debe surgir espontáneamente, como reacción natural del mismo “hombre genérico” (dotado de conciencia y voluntad). Lo que es posible y necesario, precisamente, porque la “esencia” de ese hombre no es ni puede ser nunca aniquilada por sus condiciones de “existencia”. La existencia, aquí, no hace más que estimular su conciencia y su voluntad, movilizando así las fuerzas sociales e históricas de su esencia. La tarea del “pensamiento crítico”, por tanto, no es crear o imponer la sublevación, sino acompañarla, potenciando su desenvolvimiento natural. Nunca sustituyéndola. Esto determina que los pensadores críticos no pueden ser ni dogmáticos, ni autoritarios.

“No compareceremos, pues, ante el mundo, en actitud doctrinaria, con un nuevo principio: ¡he aquí la verdad, postraos de hinojos ante ella! Desarrollaremos ante el mundo, a base de los principios ‘del’ mundo, nuevos principios. No le diremos: ‘desiste de tus luchas, que son una cosa necia; nosotros nos encargaremos de gritarte la verdadera consigna de la lucha’. Nos limitaremos a mostrarle por qué lucha, en verdad, y la conciencia es algo que tendrá necesariamente que asimilarse, aunque no quiera. La reforma de la conciencia sólo consiste en hacer que el mundo cobre conciencia de sí mismo, en despertarlo del sueño acerca de sí, en ‘explicarle’ sus propias acciones. La finalidad de nosotros no puede ser otra que presentar las cuestiones políticas y religiosas bajo una forma humana consciente de sí misma. Nuestro lema deberá ser, por tanto: la reforma de la conciencia, no por medio de dogmas, sino mediante el análisis de la conciencia oscura ante sí misma” .

La “reforma de la conciencia” no es sino la inevitable toma de conciencia de las condiciones existenciales que el capitalismo y la sociedad burguesa han impuesto al sujeto “genérico”. Son esas condiciones existenciales las que hacen brotar en él determinados principios de acción, formas y consignas de lucha. La dicha “reforma” se inicia, así, como producto de la misma historia. Lo que puede hacer el “pensamiento crítico” es, tan sólo, perfeccionar y promover el desarrollo de ese proceso espontáneo. De ahí la necesidad de erradicar toda forma de “idealismo” puro, de “dogmatismo” y de “actitudes doctrinarias”. Lo mismo que toda enajenación humana en supuestos mundos metafísicos trascendentes.

“La crítica… desengaña al hombre para moverlo a pensar, a obrar y a organizar su sociedad como hombre desengañado que ha entrado en razón, para que sepa girar en torno a sí mismo y a su yo real…La ‘misión de la Historia’ consiste, según esto, en descubrir la ‘verdad del más acá’, una vez que ha hecho desaparecer el más allá de la verdad. Y, ante todo, la ‘misión de la Filosofía’, puesta al servicio de la Historia, después de desenmascarar la ‘forma de santidad’ de la autoenajenación del hombre, está en desenmascarar la autonenajenación bajo sus ‘formas profanas’. La crítica del cielo se trueca, de este modo, en la crítica de la tierra, la crítica de la religión, en la crítica del derecho, la crítica de la teología, en la ‘crítica de la política’” .

En tanto se liga a la “reforma de la conciencia social”, el pensamiento crítico es y debe ser, por ello, una actividad esencialmente social. No sólo el objeto de estudio y el lenguaje –escribió Marx– son de procedencia social “sino que mi propio pensamiento es también una actividad social”. Por eso dijo: “mi conciencia general es solamente la forma ‘teórica’ de aquello de que la comunidad real, la esencia social, es la forma ‘viva’, mientras que hoy en día la conciencia ‘general’ es una abstracción de la vida real y, como tal se enfrenta a ella” . El pensamiento crítico es el reflejo “teórico”, por tanto, de la situación histórica en que se encuentra viviendo la comunidad real. El pensamiento crítico, a diferencia del pensamiento burgués, no puede habitarse a sí mismo, separado de su conexión vital y social con esa comunidad. No puede ser, por tanto, ni mera generalidad, ni mera abstracción. Por tanto,

“Debe evitarse, sobre todo, volver a plasmar la ‘sociedad’ como una abstracción frente al individuo. El individuo ‘es’ el ente ‘social’. Su manifestación de vida –aunque no aparezca bajo la forma directa de una manifestación de vida ‘común’, realizada conjuntamente con otros– es, por tanto, una manifestación de la ‘vida social’” .

La sublevación del ente enajenado es, desde su inicio, “vida social”. El pensamiento crítico que deberá acompañarlo no podrá, en consecuencia, nunca, perder su carácter viviente y social. El pensamiento crítico debe “captar la actividad humana sensorial como práctica, de modo subjetivo”. La “reforma de la conciencia” es, como se dijo, un proceso subjetivo, que se expresa en acciones prácticas, asociadas a otros sujetos, y el pensamiento crítico, en tanto acompañante y estimulante de ese proceso de “reforma”, opera dentro de la actividad humana “sensorial”, en el ámbito subjetivo donde se decide la práctica.

“Es en la práctica donde el hombre debe mostrar la verdad, es decir, la realidad y el poder, la terrenalidad de su pensamiento. La disputa en torno a la realidad o irrealidad del pensamiento –aislado de la práctica– es un problema puramente escolástico… El educador necesita, a su vez, ser educado” .

La tarea del “pensamiento crítico” –junto con la del hombre enajenado que necesita desenajenarse por sí mismo– consiste en “organizar el mundo empírico de tal modo que el hombre experimente y se asimile en él lo verdaderamente humano, que se experimente a sí mismo en cuanto hombre”. Pero eso debe hacerse de tal modo que se dé “a cada cual el margen social necesario para ‘exteriorizar de un modo esencial’ su vida” . Cada hombre enajenado conoce en carne propia la naturaleza de su enajenación, de manera que el modo con que él mismo inicie la “reforma de su conciencia”, la forma en que exprese inicialmente su sublevación, no sólo es legítima, sino que tiene, a la vez, la validez de un conocimiento concreto, existencial y a la vez esencial, que necesita ser respetado, asumido como tal y desarrollado. El pensamiento crítico debe trabajar con él, nunca sobre él, o contra él.

“La nueva literatura en prosa y en verso que surge de las clases bajas del pueblo en Inglaterra y en Francia demuestra que las clases bajas del pueblo saben elevarse espiritualmente sin necesidad de que sobre ellas se ‘proyecte’ directamente el Espíritu Santo de la ‘Crítica crítica’” .

El pensamiento crítico, por tanto, debe surgir, en primer lugar, de las propias “clases bajas”, y desarrollarse a partir de sí mismo. Los pensadores críticos profesionales no pueden ni deben sustituir ese proceso, ni intentar controlarlo. Su tarea es acompañarlo y potenciarlo desde sí mismo. De no ser así, devendría en el espíritu santo de la vanidosa y hueca “Crítica crítica”.

V.- Epílogo

No hay duda que la dictadura militar del período 1973-1990 destruyó aun más lo poco que quedaba del sentido de “comunidad” de los chilenos (la república autoritaria del siglo XIX había desarticulado los “pueblos comunales” heredados de la colonia; la república “democrática” del siglo XX, por su parte, había reagrupado los restos de esos pueblos en “masas sociales”, pero no en “comunidades”), imponiendo sobre todos los individuos resultantes un Estado “general y abstracto”, y un Mercado “global y ajeno”.

Muchos de los viejos revolucionarios (los mecánicos discípulos de la “Crítica crítica”), ante eso, se desbandaron. Su frágil sentido de comunidad democrática y su ausente conciencia de citoyen (creían en las “masas” de individuos) claudicaron frente a las decisiones dictatoriales, y optaron por administrar los procesos de individuación que aquéllas establecieron, por proteger los derechos individuales, estimular los apetitos del hombre “egoísta”, y dar vía libre al ensanche de la propiedad privada (nacional y extranjera). Y no pocos intelectuales chilenos, siguiendo ese impulso, se han deleitado en predicar el “discurso” (evangélico) de la fragmentación de los movimientos sociales, de la pulverización de las formas asociativas, de la subjetivación infinita del conflicto social y de la hegemonía definitiva Mercado-Mundo. Con el agregado que, casi todos, han renunciado no sólo a la “Crítica crítica” que alguna vez practicaron, sino también a la práctica de pensar críticamente la historia (sólo piensan en la realidad “virtual”). Hoy, por sus bocas habla más y mejor la nueva y triunfante sociedad burguesa. Y sólo ella.

Probablemente, en Chile, la individuación ha tocado los fondos abisales de la sociedad. Y lo mismo ha ocurrido con la enajenación. Justo cuando no sólo la “Crítica crítica”, sino también un posible nuevo pensamiento crítico académico, no se hacen presente.

Con todo, en los niños, en los jóvenes y en algunos otros actores sociales, el impulso a “reformar la conciencia” y a poner de manifiesto “otras” formas de rebeldía y sublevación, han dado lugar al desarrollo de una nueva cultura (“en prosa y verso”), en música y canto, en baile y protesta, que ponen en evidencia la supervivencia de lo que Marx llamó la “esencia humana”. La que, como rescoldo, chisporrotea con vida propia, pese a sus nuevas y enajenantes condiciones de existencia. Los procesos infantiles y juveniles de auto-construcción de identidad incluyen dosis crecientes de esfuerzo por recuperar lo humano de lo humano. Es la imperativa, legítima y espontánea “apropiación de la esencia”. Es el “hombre genérico”, apareciendo de nuevo entre las ruinas de las comunidades rotas. Desde la intimidad misma del hombre (aparentemente) enajenado hasta su última fibra.

En los términos de Marx, el tiempo de la “revolución” (política, contra el sistema) aún no parece haber llegado al Chile del siglo XXI. Pero el tiempo de la “sublevación” dentro de los sujetos enajenados, sí. Y es un proceso que lleva, ya, por lo menos, dos décadas de desarrollo.

Por esto, revolucionarios del mundo: ¡alegraos!.

Ese artefacto llamado futuro

Ese artefacto llamado futuro

28 enero, 2010 § 1 comentario

En la larga evolución del pensamiento humano, el futuro parece situarse dentro de un registro colateral, secundario y subalterno, del que solo el siglo XX parece haber sabido sacarlo.

CUANDO EL FUTURO TODAVÍA NO ERA FUTURO

Las sociedades mas antiguas de la humanidad (chinos, persas, sumerios, egipcios…) pensaron el futuro y lo incorporaron a su acervo cultural asociándolo con una serie de expresiones astrológicas, adivinatorias y predictivas, que nada tenían que ver con la tentativa moderna y postmoderna de construir modelos de futuro, tal como lo hace hoy la Prospectiva, mediante el recurso metodológico de los escenarios, tendencias profundas, hechos portadores de futuro y otras técnicas científicas.

Hay una tendencia desde el pasado en la evolución de la problemática del futuro, que va desde la astrología, la adivinación y la predicción (en la antiguedad y edad media), pasando por la utopía (en los siglos XV, XVI y XVII), y que desemboca hacia la previsión y la prospectiva en los siglos XIX y XX, respectivamente.

La razón humana se ha aproximado históricamente al futuro desde distintas perspectivas: en la Antiguedad, culturalmente dominada por mitos, tradiciones y leyendas, el futuro estaba estrechamente asociado a un destino ineluctable, a una verdad revelada y pre-escrita en los arcanos insondables de la divinidad, único detentor del porvenir individual y colectivo y hasta portador de la historia y de sus significados.

En la larga edad media, el futuro pasó gradualmente desde los astrólogos, adivinadores y sacerdotes a manos de los utopistas y otros intelectuales soñadores (Campanella, Moro) que se orientaron a la predicción, que pasaron por el fatalismo milenarista y que dejaron atado el porvenir a entidades sobrenaturales inalcanzables para los ordinarios mortales.

FUTURO Y MODERNIDAD

La modernidad en cambio, con su cortejo de realismo, de ilustración y de inclinación por la razón científica (Bacon, Descartes…), trajo de vuelta al futuro como objeto de reflexión y lo abordaron desde la filosofía, desde la política y la economía, a través de los grandes proyectos ideológicos del idealismo, del liberalismo, del marxismo y el socialismo (Kant, Hegel, Montesquieu Rousseau, Marx, Smith…), intentando salvarlo junto al ser humano de las llamas de los infiernos religiosos y de los apocalipsis finales. La utopía fue una forma de aproximación al futuro desde la crítica social, de la denuncia de los males del presente en código imaginario y de la construcción intelectual de una esperanza en un porvenir mejor.

Los grandes proyectos político-ideológicos de la modernidad y que se manifestaron entre los siglos xviii y xix son en esencia, constructos intelectuales totalizadores que estipulan un modo determinado de alcanzar y construir el futuro de toda la sociedad, conforme a un repertorio propio de dispositivos sociales, culturales y políticos que comprometen a grandes universos sociales. Pero el siglo xix se tradujo también en una mirada innovadora hacia el futuro: en aquella época el porvenir fue imaginado con el lenguaje de la ciencia ficción, tentativa de traducir el presente bajo una forma futura aceptable y positiva.

Y es en la modernidad donde el futuro aparece por primera vez como un instrumento con valor de uso (y hasta con valor de cambio), como un aparato conceptual utilitario, al tiempo que la reflexión futurista adquiere su estatuto epistemológico actual.

EL FUTURO COMO HERRAMIENTA DE LA RAZON

En efecto, afirmamos que el futuro es también y sobre todo, un constructo intelectual, un dispositivo de poder y del poder y una dimensión de la razón, que intenta aprehender los futuros posibles para asociarlos al presente.

El futuro es un constructo intelectual (o sea, es una operación a la vez consciente e inconsciente de la razón socialmente determinada) en la medida en que social y culturalmente nacemos y vivimos determinados por determinadas concepciones del futuro y del tiempo. Nacemos y nos desarrollamos en una sociedad y en una cultura que integra en sus propios patrones culturales de referencia una determinada manera de leer, escudriñar y aproximarnos al porvenir, tanto en el plano individual como social y colectivo. Ese patron cultural de tiempo futuro, es el que hace posible que veamos el mañana con una mirada optimista o pesimista, que nos proyectemos en una lógica positiva o negativa y que nos permite leer los acontecimientos pasados u ocurridos a la luz de ese proyecto personal, grupal o social.

En la realidad de nuestras vidas y de los procesos sociales en que estamos inmersos, sin embargo, el futuro no es ni implica una ruptura total con el pasado ni siquiera con el presente. “Las soluciones posibles de nuestros futuros en perspectiva, se encuentran también en nuestras historias probables” (MCh), de donde se desprende que el futuro opera entre nosotros como un complejo juego interdependiente de probabilidades, como un abanico casi infinito de “salidas y entradas” posibles, que vienen ofrecidas desde nuestro pasado ahora leído desde el presente pero que se escriben en nuestra realidad a partir de las diferentes opciones que tomamos (choix), de las alternativas por las que optamos y de las encrucijadas que enfrentamos y en las que tomamos un camino … o un atajo…

El poder hace uso constante del futuro, como herramienta de planificación, de diseño organizacional y de sometimiento y encuadramiento de las vidas de las personas, los grupos, las instituciones y las entidades corporativas, en la medida en que todo el ejercicio de la gestión (política, social, jurídica, económica y cultural) de la sociedad y del Estado, se realiza sobre la base de una determinada predicción o pronóstico de los escenarios futuros más posibles. El futuro es una de las más poderosas y silenciosas herramientas de poder para el poder.

¿Y SI OCURRIERA QUE EL FUTURO NO EXISTE HOY?

En la actitud prospectiva entendemos que el futuro no está predeterminado ni pre-escrito (como en la lógica fatalista del destino), que no es algo inevitable, sino que, por el contrario, no existe un solo futuro posible sino que hemos de estr abiertos y despiertos a la perspectiva de que siempre existen varios futuros posibles y que ellos son el resultado del esfuerzo y de la voluntad humana. A toda actitud prospectiva, le acompaña una voluntad prospectiva.

El futuro no existe, hay que construirlo.

Al mismo tiempo, el futuro opera como una máquina demoledora del tiempo, una maquinaria nebulosa que trae imagenes de tiempos que aun no llegan y de la cual con frecuencia los seres humanos huyen.

El tiempo es uno de los artefactos más decisivos en la razón futurista. Y aquí resulta crucial entender que la cultura occidental, heredera de la tradición judeo-cristiana, funciona sobre una lógica temporal lineal que supone un continuidad “pasado – presente – futuro”, es decir, un tiempo que opera como una línea contínua de sucesos. Frente a esta lógica (que se nos impuso culturalmente), la mayor parte de ls culturas orientales y de los pueblos originarios en el mundo (y no solo en América), funcionaron y funcionan aun sobre una lógica temporal circular (o elíptica), que supone la existencia de sucesivos ciclos vitales, de espirales circulares que giran, que van y vuelven sin encontrarse en el mismo punto.

Si asumimos que el tiempo, es aquella poderosa metáfora cronológica que delimita, ordena y estructura social y culturalmente nuestras vidas, reconoceremos que el futuro es una construcción social y racional basada en un concepto histórica y socialmente determinado de tiempo, pero que el tiempo, objeto propio y exclusivo de la razón humana, puede escapar de los límites del futuro, cuando nuestra imaginación nos lleva al pasado, cuando destemporalizamos el pensamiento y cuando nos negamos a darle futuro a una realidad presente que deseamos cambiar.

No olvidamos sin embargo, que la mente humana (ambivalente ante su doble “vertiente pasado-futuro”) siente una fatal atracción/temor por el porvenir, como el atractivo mortal de los precipicios: deseamos saber por una permanente curiosidad, lo que se podría venir, pero también deseamos no saber, por miedo al vacío.

Manuel Luis Rodríguez U.

Una “guerra” que fue mal anticipada – Aproximaciones al pensamiento estratégico

Una “guerra” que fue mal anticipada – Aproximaciones al pensamiento estratégico
Manuel Luis Rodríguez U.

7 marzo, 2010
Una de las grandes falencias (¿o ventajas) de la cultura latinoamericana, es la carencia casi dramática de pensamiento estratégico y de reflexión prospectiva. Podríamos recorrer páginas completas de la literatura científica latinoamericana y encontraríamos contados autores de tópicos de futuro.

PROSPECTIVA Y CORTO PLAZO

Los latinoamericanos y los chilenos entre ellos nos orientamos por el corto plazo, por la mirada inmediata del presente y por una visión miope y nebulosa respecto del futuro. Desde el punto de vista politológico, llamémosle imprevisión estratégica, una forma de ausencia de previsión respecto del mediano y el largo plazo, producto de factores culturales y socio-políticos de larga data.

Ciertamente que la Previsión y la Prospectiva modernas, como disciplinas orientadas a la anticipación de futuros posibles y plausibles, no están sometidas a las veleidades de la magia o de la adivinación esotérica, sino que responden a técnicas y métodos cuya finalidad última es proporcionar a “quienes toman las decisiones” información suficiente y de calidad, respecto de los distintos escenarios susceptibles de manifestarse en determinados horizontes de tiempo.

Sin embargo, algo hay en la cultura chilena y latinoamericana que nos vuelve ciegos, sordos y mudos frente al futuro. Resultamos incapaces de pensar o de proyectarnos el largo plazo: 20 años es demasiado… treinta años es muy lejano …cuarenta años resulta imposible… Pero eso, es tópico de reflexión para antropólogos…

El demasiado reciente sismo ocurrido en Chile, no solo derrumbó las fachadas de la irresponsabilidad del mercado desregulado frente a diseños y estructuras pensadas para algunos años, sino que dejo al descubierto fallas notorias y profundas en la estructura de mando estratégico del Estado.

Lo primero que se pierde en una guerra no son solamente las vidas y las estructuras destruidas, sino la capacidad estratégica de anticipación y de comunicación.

COMO SI HUBIESE SIDO UNA GUERRA

Una Presidencia de la República incomunicada con su propio gabinete de ministros, un alto mando castrense y naval incapaz de anticipar o de dar cuenta de una emergencia de maremoto, una organización de emergencia que fue colapsada en pocas horas por la magnitud del desastre. El Estado Mayor Conjunto resultó una frase en el papel, a la hora de poner en movimiento los recursos del Estado, y dejó en evidencia que la Defensa Civil es incapaz de defender civilmente a la ciudadanía y la ONEMI resultó una oficina que entrega datos (incluso equívocos).

El caso nos trae a la memoria como ejemplo comparativo demasiado flagrante los atentados contra el World Trade Center y el Pentágono en Estados Unidos, en que el presidente Georges Bush tuvo 15 minutos de vacilación, pero el sistema estatal de emergencia se puso en movimiento automáticamente, se ordenó bajar a los más de 300 aviones comerciales que sobrevolaban el país y se conjuró un desastre mayor.

¿Será por eso que las guerras modernas se ganan por superioridad aérea primero, y que en Chile, la Presidenta no pudo movilizarse a la zona del epicentro sino 5 horas mas tarde…porque el piloto del helicóptero llegó tarde al aeropuerto?
El famoso y conocido C3I (comando, control, comunicaciones e inteligencia) ya ha quedado obsoleto al igual que el C4I. Ahora, en el segundo decenio del siglo xxi, estamos en la etapa del C4ISR (es decir, comando, control, comunicaciones, computación, inteligencia, vigilancia y reconocimiento).

Pues bien, se nos aparece que estas 7 funciones estratégicas del mando (político, militar y/o estratégico) simplemente no funcionaron o fallaron operacionalmente en la emergencia chilena. 1 ¿Comando?: la autoridad política estaba inicialmente incomunicada y sin información adecuada, actualizada y suficiente. 2. ¿Control?: sin comunicaciones ni inteligencia, no hay control posible. 3. ¿Comunicaciones?: fallaron en proporcionar información crítica al “mando”. 4. ¿Computación?: sin información suficiente y actualizada, solo sirve para almacenar datos, pero no para prever. 5. ¿Inteligencia?: se basa en información de calidad y actualizada entregada oportunamente para la toma de decisiones. 6. ¿Vigilancia?: mientras los sensores extranjeros avisaban de alerta de tsunamis, los “observadores visuales” (madrugada y en la penumbra) no veían lo que estaba sucediendo en realidad en la costa. 7. ¿Reconocimiento?: tardío e insuficiente en su despliegue como para dar cuenta e informar de la magnitud de la emergencia sobreviniente.
EL PROBLEMA ESTRATEGICO DE LA SEGURIDAD TERRITORIAL
¿Dónde está el sistema satelital autónomo del Estado de Chile (¿no tenemos acaso un satélite chileno sobre nuestras cabezas?…) que permitiría activar un sistema de alerta temprana en el mar, en el fondo marino y en el borde costero?
¿Qué compañía privada de comunicaciones es la que garantiza hoy las comunicaciones de la Presidencia de la República: Claro…Movistar…Entel…?
¿En qué servicio público, poder del Estado, mando estratégico o institución de la Defensa existe una unidad de análisis prospectivo, capaz de elaborar escenarios futuros, que vayan más allá de las consabidas hipotesis de conflicto que tanto satisfacen a los uniformados? Eso se llama Planificación Estratégica del Estado y esa frase al parecer es desconocida hasta en los manuales de las escuelas castrenses de oficiales.
En las condiciones conocidas de un país cuya sismicidad atraviesa la casi totalidad del territorio continental, insular y oceánico, la problemática de la seguridad y la capacidad de respuesta a las emergencias, debiera ser un tópico central de la planificación estratégica del Estado y no solo de las fuerzas armadas como aparato militar disuasivo.
Si el corazón territorial de Chile (lo que los estrategas y teóricos llaman el glacis de un pais) hubiese sido bombardeado masivamente por fuerzas aéreas y navales enemigas (¿y acaso no fue ése el terrible resultado del sismo + maremoto?), Chile hubiese perdido la guerra en menos de 24 horas, colapsado por la gigantesca magnitud de los daños, por la gigantesca incomunicación y descoordinación estratégica y por la sensación de vacío de poder que ocasionan ciertos mega desastres.
Para el desarrollo conceptual de esta dimensión de la planificación estratégica del Estado, vamos a acuñar el concepto de la seguridad territorial, definida como el conjunto de condiciones materiales, ambientales, sociales e institucionales que garantizan el normal funcionamiento de la sociedad y la economía en los espacios territoriales de su implantación, de manera que la población involucrada dispone de los recursos y medios suficientes y necesarios que le permiten su desarrollo.
La seguridad territorial es una condición estratégica del Estado, y de la nación, en tanto en cuanto asegura que el resto de las funciones sociales, económicas, políticas, institucionales y tecnológicas operen dentro de rangos y estándares de normalidad suficiente.
Se trata de generar, constituir e instalar dispositivos institucionales que permitan una prevención situacional, es decir, una seguridad de los espacios, las personas, los bienes y las infraestructuras. Y en que las intervenciones apunten a tres modalidades concatenadas: intervención proactiva (prever, diagnosticar, prevenir), intervención reactiva (organizar, salvar, distribuir, socorrer) e intervención reconstructiva (evaluar, contabilizar, reparar, renovar).
En este sentido, la seguridad territorial vendría a ser un sinónimo de sostenibilidad de las relaciones entre dinámica de la naturaleza y dinámica de las comunidades en ese territorio en particular: un atributo de doble vía, que debe beneficiar tanto a la naturaleza como a las comunidades humanas.
En la actualidad, el concepto de “seguridad territorial”, podría describirse también, más que definirse, como la capacidad de un territorio para ofrecerles a sus habitantes determinadas condiciones de “estabilidad”, que impiden que amenazas de distinto origen (naturales, socio-naturales, antrópicas) procedentes del propio territorio o del exterior, puedan convertirse en desastres. Seguridad territorial es la que evita que fenómenos o procesos, como por ejemplo, un terremoto, un huracán, un cambio de gobierno a nivel nacional o internacional, o la suscripción de un tratado de libre comercio, puedan convertirse en desastres para los habitantes presentes y futuros de ese mismo
territorio.
Se trata de un función crítica del Estado, de sus órganos políticos ejecutivos e institucionales superiores y de estructuras de coordinación eficientes y céleres para responder a las coyunturas críticas, mediante un despliegue territorial acorde con la magnitud de la amenaza y la emergencia.
Manuel Luis Rodríguez U.

Apuestas perdidas (octubre de 2013)

Apuestas perdidas
Héctor Dada Hirezi
El Faro / Publicado el 24 de Octubre de 2013

La sociedad salvadoreña vive una crisis global, que afecta a todos los aspectos de la vida en común de los ciudadanos. Para decir un lugar común, pero no menos cierto, las crisis son problemas y oportunidades; o más bien, siguiendo el razonamiento del pensador italiano Antonio Gramsci, ese tipo de crisis se da en un proceso que lleva a una situación en la que lo viejo se niega a morir y lo nuevo no termina de nacer. Nuestra sociedad ha pasado por una serie de transformaciones fundamentales por más de medio siglo, que se han acelerado en los últimos tiempos sin que las dirigencias sociales y políticas asuman su responsabilidad de actuar sobre el país real, y no sobre los países imaginarios en el que muchos pretenden vivir.

Sin entrar en un análisis detallado – teniendo en cuenta el carácter de este escrito – basta recordar la naturaleza de procesos que tienen los fenómenos sociales, y la necesidad de tener presente la dinámica que heredan del pasado, las condiciones reales de la situación presente y las perspectivas posibles de transformación que permite esa realidad, con la conciencia de que no actuamos sobre un ente social estático sino transformado y en dinámico proceso de transformación.

En 1989, cuando Arena asumió las riendas del país, las condiciones eran marcadamente diferentes a las actuales. No sólo había una situación de guerra interna que exigía su finalización, sino la dinámica social y las consecuencias de las reformas contrainsurgentes en medio de un conflicto armado (que fueron realizadas por la convicción de los Estados Unidos de que eran condición necesaria para tener espacios para ganar la guerra) requerían una definición de reconstrucción no sólo del aparato del Estado sino del mismo tejido social. La decisión del partido de derecha fue abrazar las obsesiones neoliberales y dejar que el mercado fuera el instrumento privilegiado de la reestructuración social, considerando al Estado como “parte del problema y no parte de la solución”. Eso sí, cuidando de tener la capacidad de utilizar patrimonialmente al Estado para reconstruir la cúspide del poder económico a través de la reprivatización de activos expropiados por las reformas contrainsurgentes.

Durante veinte años el país tuvo gobiernos del mismo signo. Tuvieron el tiempo y el espacio para construir un país próspero, aunque fuera con los criterios tan discutibles y tan poco equitativos como los del neoliberalismo. Además, con gobiernos de un partido de empresarios, por empresarios y para empresarios, la confianza de los inversionistas parecería garantizada. Pero los resultados no han correspondido a las apuestas y a las promesas de desarrollo planteadas.

El plan de gobierno 1989-1994, elaborado por FUSADES y asumido como propio por el candidato de ARENA Alfredo Cristiani, suponía – dicho muy sintéticamente – que la apertura comercial y la liberación de la acción del mercado produciría una dinámica económica basada en las exportaciones; la privatización de los sectores estatales, comenzando por la banca, sería elemento básico de un modelo centrado en los esfuerzos privados. La acumulación privilegiada permitiría tasas de ahorro que a través de la inversión producirían trabajo y derramarían el desarrollo que el mercado garantizaba. Al final de su gobierno, en vez de ser exportador neto, El Salvador fue crecientemente deficitario en su balanza comercial y, paradójicamente, los años de crecimiento dependieron de la satisfacción de la demanda pospuesta por la situación de guerra y por la acción de reconstrucción hecha desde el Estado, con recursos propios y de la comunidad internacional.

Luego se pasó a la apuesta de hacer del país una sola zona franca, que en poco tiempo – como expresó uno de sus impulsores – permitiría absorber a los seiscientos mil trabajadores del campo, en un país que suponían que había perdido su vocación agrícola. Esto implicaba una “simplificación impositiva” que dejaría al IVA el papel de casi única fuente fiscal, con la eliminación de muchos de los tributos existentes, así como centrarse en la competencia internacional de los bajos salarios. Estos esfuerzos del segundo gobierno de ARENA tampoco tuvieron éxito, y las reformas planteadas parecieron quedarse truncadas por la falta de respaldo de los poderes fácticos del país. Sin embargo, sus efectos negativos sobre el agro fueron notorios.

En ese mismo gobierno se tomó una decisión que sigue golpeando a las finanzas públicas: el esquema de privatización del sistema de pensiones. Pese a la franca crítica de expertos reconocidos internacionalmente, indicando que la forma – no la privatización en sí – estaba condenada a generar problemas fiscales casi insuperables, la reforma se aprobó tal cual la proponía el Órgano Ejecutivo con su mayoría automática en la Asamblea Legislativa. Las consecuencias que ahora tiene no es necesario señalarlas por obvias, pese a la posterior aprobación de un fideicomiso para ocultar el problema.

El gobierno del Presidente Francisco Flores hizo dos apuestas centrales: llevar a la práctica el sueño de dolarizar al país que no pudo realizar el Presidente Armando Calderón, y firmar un tratado de libre comercio con los Estados Unidos. La primera se volvió ley a finales del año 2000, y el 1 de enero del 2001 comenzó a implementarse con la mentira del bimoterarismo pese a la prohibición de emitir colones que contenía la ley. Esto, según sus corifeos, convertiría a El Salvador en un centro financiero competidor con el que desde hace años funciona en Panamá, además de dar estabilidad económica y ventajas crediticias que, a la vez que favorecerían a los consumidores, atraerían la inversión nacional y extranjera. Los hechos han mostrado que algunas ventajas son innegables, pero a un costo muy alto para el país, y que lejos de haber convertido a El Salvador en una centro financiero, el sector bancario nacional no soportó la competencia internacional en su esfuerzo de regionalizarse y ahora casi todo el sistema bancario está en manos de extranjeros, con sucursales que actúan localmente y que no pasan de ser agencias de muy bajo nivel de las grandes instituciones financieras internacionales. Y la inversión permanece básicamente en los niveles ya excesivamente bajos que históricamente ha tenido el país.

El CAFTA fue como el paroxismo de esta línea de pensamiento. El Ministerio de Economía ofrecía al país la creación de 400.000 empleos en los dos primeros años de su vigencia, y eso debido a que seríamos un gran atractivo para las inversiones destinadas a satisfacer la demanda del país del norte. Si a eso uníamos los efectos del tratado de libre comercio con Chile y con México, la cifra crecía apreciablemente. Los hechos son tozudos, y de nuevo hubo una apuesta que no se ganó. Como dijo hace poco un dirigente empresarial, “no perdimos, porque al menos salvaguardamos los empleos de la maquila que el trato de la Iniciativa del Caribe nos había permitido tener”.

Los logros que se atribuyen al “modelo” aplicado se basan fundamentalmente en la disminución de la pobreza. Se habla de cerca del 20% de la población que entre 1989 y 2004 dejó de ser pobre. No discutimos la cifra, que es muy probable que sea real; lo que como economistas nos extraña es que casi corresponde al volumen de migrantes que se supone han salido hacia el norte, y que dada esta realidad y el monto de remesas que el país ha recibido (una política social privada de pobres a pobres) es sorprendente que se continúe con cifras de pobreza tan altas, salvo que el funcionamiento de la economía interna tuviera una tendencia a producir pobres que fuera superada por los efectos de la migración y las remesas. Lo que sí es constatable es que el objetivo de concentrar riqueza se logró, aunque éste no se transformó en un coeficiente de inversión más elevado como decía el supuesto.

Si las apuestas se perdieron, si no se tuvo éxito en los objetivos estratégicos de las políticas, lo que es real es la creación de condiciones y realidades estructurales coherentes con esos objetivos perdidos y que no es fácil revertir, que ha supuesto una limitación de la capacidad de acción del Estado y problemas para lograr productividad. No discuto que el Gobierno de Mauricio Funes teóricamente pudo haber avanzado más en y revertir algunas realidades centrales heredadas que dificultan el desarrollo; eso nos introduciría al análisis de las posibilidades reales, que rebasa estas líneas. Lo que es cierto es que recibió una situación en la que no tiene mayor espacio de acción a partir de la utilización de instrumentos de política monetaria o comercial, con una situación fiscal deplorable, y tampoco ha asentado un poder social y político que le de más espacio. El peso de las apuestas perdidas durante veinte años sigue – y seguirá por algún tiempo – limitando las posibilidades de crecimiento del país, así tengamos algunos respiros momentáneos como en el pasado. Y ninguno de los aspirantes a conducir el país – a partir de sus respectivos discursos – parece enfrentar esta realidad.

El marxismo de los años treinta

El marxismo de los años treinta

José Maria Laso Prieto

Cuando, en 1970, tuve la oportunidad de leer la Historia Social de la Ciencia, del profesor John D. Bernal, me produjo una gran impresión que reforzó la imagen muy favorable que tenía de los marxistas británicos de la década del 30, que ya me había forjado, a través de la lectura de algunas de las obras de los profesores Haldane, Conrforth, Dobb, etc. Por ello considero un gran acierto de los organizadores de este Congreso de Historia Social de la Ciencia, de la Técnica y de la Industrialización, el dedicarlo como un homenaje al profesor John D. Bernal, y por extensión a sus compañeros de generación, que abordaron los temas económicos y sociales desde una perspectiva marxista.

Más tarde, leí la obra La libertad de la necesidad, también de John D. Bernal, en cuya nota previa a la edición en español, precisa muy bien Daniel Lacalle: “La libertad de la necesidad, se compone de una serie de artículos en revistas especializadas y de divulgación, conferencias, charlas radiofónicas y contribuciones a simposios, escritos por el profesor John Desmond Bernal entre 1929 y 1947, si bien la mayoría corresponden a la época 1939-1947. Es decir, cubren la omnicomprensiva labor de investigación, divulgación y militancia que van desde la preparación de La función social de la ciencia (primera edición en 1939), probablemente el más importante estudio global del tema, no solamente cuando apareció, que supuso un giro copernicano en el enfoque de las relaciones entre la ciencia y la sociedad, incluso hoy en día, en 1975, hasta el comienzo de sus estudios sobre la historia de la ciencia, que culminaron con la monumental e inigualada Historia social de la ciencia.

En este aspecto, La libertad de la necesidad, cuidadosamente seleccionada, preparada y corregida por el propio profesor Bernal para su publicación, marca perfectamente la génesis de las dos obras citadas, así como la transición de una a otra y, por lo tanto, aparece como una pieza fundamental para la comprensión de las interacciones ciencia-técnica-sociedad a lo largo de la historia” .

Generalmente, se puede distinguir entre el marxismo de los clásicos, que elaboraron los fundamentos de la teoría la teoría –Marx y Engels– y el marxismo de los discípulos o epígonos. En un trabajo, titulado Marxismo contemporáneo, que fue publicado por la Editorial ANTHROPOS en 1988, precisaba yo que si, como puntualizó oportunamente Georgy Lukács, la única ortodoxia que cabe aceptar en el marxismo es la que se deriva de su método propio el inherente al materialismo histórico, que es lógico efectuar una distinción entre marxismo clásico y marxismo contemporáneo.

Y más, sobre todo, si se tiene en cuenta la posición de Gramsci en el sentido en que lo sostenía en la década del 30 de que el marxismo, como teoría, estaba todavía por desarrollar y que esta tarea les correspondía a los discípulos, ya que los fundadores de la teoría, por las dificultades diversas que debieron afrontar, no habían podido pasar de elaborar los cánones de su teoría (el método del materialismo histórico) y que debía de desarrollarse éste como “filosofía de la praxis“. Y es que, aun considerando como fundamental la aportación de Marx y Engels, nadie puede sostener racionalmente que el marxismo se agote en sus clásicos.

Si consideramos válida la distinción entre marxismo clásico y marxismo contemporáneo, se debe calificar de marxismo contemporáneo al elaborado por los discípulos de Marx y Engels siguiendo su inspiración y método. En siglo y medio de desarrollo del marxismo, se han acumulado muy diversos trabajos de muy desigual calidad de quienes se adscriben al marxismo, como concepción filosófica, política y económica, y aceptan su metodología. Sin embargo, como bien matiza el historiador Hobsbawn, el marxismo no es sólo la corriente teórica que en el mundo moderno ha tenido mayor influencia práctica y más profundas raíces prácticas sino que es también un método para interpretar el mundo y para transformarlo. Por ello, su conocimiento no puede ser sólo teórico sino que tiene que abarcar también necesariamente a su praxis histórica. En consecuencia, el desarrollo del marxismo – bien sea global o parcial – no puede limitarse a lo que los marxistas han pensado, escrito y discutido, sino que debe abarcar también la historia que analice los movimientos inspirados en las ideas de Marx. Lógicamente, esa historia comprende tanto al sector del movimiento obrero internacional vinculado al marxismo, incluyendo a las organizaciones meramente reformistas, como a las revoluciones en que los marxistas han intervenido y a las tentativas de construir sociedades socialistas realizadas por los marxistas que se han encontrado en una posición que permitía tales intentos. Por consiguiente, como el campo teórico de los análisis marxistas, y la influencia práctica del marxismo, han afectado a casi todos los campos del pensamiento y de la actividad humana, el alcance del conocimiento del marxismo contemporáneo tiene que ser forzosamente muy amplio.

Además, el marxismo debe conocerse, tanto en su desarrollo histórico, como en su expansión geográfica. De hecho, ambos desarrollos son simultáneos ya que, habiendo nacido el marxismo en Europa, se fue extendiendo territorialmente en la medida en que se desarrollaba históricamente. Por otra parte, la historia del marxismo no puede considerarse concluida, porque el marxismo es una estructura del pensamiento todavía viva y porque su continuidad ha sido sustancialmente ininterrumpida desde los tiempos de Marx y Engels. Con este multifacético desarrollo del marxismo, se introdujeron en el mismo diversos condicionamientos económicos, sociales y culturales que lo diversificaron ampliamente. Se suscitaron así varios problemas de ortodoxia y heterodoxia que dieron lugar a vivas polémicas teóricas y a mutuas exclusiones. Por ello, para la finalidad de esta exposición, no nos vamos a plantear la existencia de un único marxismo específico, de un verdadero marxismo contrapuesto a otros marxismos falsos o desviacionistas. De hecho, el marxismo posee una unicidad que le confieren tanto el coherente cuerpo teórico elaborado por Marx y los problemas prácticos que esperaban resolver por medio de tal corpus por ejemplo, los de la revolución y la transición a la sociedad socialista, como los de la continuidad histórica de los principales grupos de marxistas, todos los cuales pueden situarse en un árbol genealógico cuyo tronco estaría representado por las organizaciones socialdemócratas de los últimos años de la vida de Federico Engels. Empero se trata de “una unidad en la diversidad“, que no se basa en un acuerdo teórico y político, sino en objetivos comunes – como el socialismo- y, sobre todo, en la adhesión común, en la línea de principio, a un cuerpo doctrinal, derivado de los escritos de Marx y Engels, con independencia de los añadidos o modificaciones aportadas a los mismos.

Tras la muerte de Marx, en 1883, se extiende, hasta 1914, un período que ha sido calificado como el del marxismo desarrollado. Es la etapa caracterizada por la hegemonía de los teóricos y partidos socialdemócratas encuadrados en la II Internacional. Es también la etapa predominantemente germánica del marxismo. Alemania fue uno de los primeros países europeos en que se desarrolló el marxismo, aunque siempre en amalgama con otras concepciones nacionalistas, democrático burguesas, etc- más antiguas y arraigadas en las masas populares. Ferdinand Lassalle, fundador de la primera gran asociación obrera alemana, tipifica bien esa amalgama. A su vez, Wilhelm Liebnecht y Augusto Bebel, mucho más influidos por el marxismo, compitieron primero con Lassalle para acabar fusionándose con sus seguidores en el Congreso de Gotha (1875). Como para incrementar su influencia política, hicieron amplias concesiones teóricas, fueron duramente criticados por Marx y Engels. Después de que, con la caída de Bismarck, fueron abolidas las leyes de excepción contra la socialdemocracia, ésta se desarrolló rápidamente en el movimiento obrero. Su teórico indiscutible fue Karl Kaustky (1854-1938). Desde una posición centrista, polemizó con el revisionismo de Berstein y contribuyó a la divulgación popular del marxismo. Aunque alcanzó cierta altura teórica, en trabajos como La cuestión agraria, se sumergió en un positivismo estrecho que acabó reduciendo su marxismo a un mero mecanicismo. El énfasis que puso en la inevitabilidad del socialismo – derivada del simple desarrollo de las fuerzas productivas- le sirvió para justificar el inmovilismo político de la socialdemocracia. De ahí su tacticismo que acabó deslizándose hacia posiciones oportunistas marcadamente contrarrevolucionarias.

En la actualidad, conserva mejor el interés teórico el denominado austro-marxismo. Sus principales representantes fueron Max Adler, Rudolf Hilferding, Karl Renner y Otto Bauer. La riqueza cultural y teórica del austro-marxismo se derivan de la intensa vida cultural que caracterizaban a la Viena de la época, en un medio intensamente agitado por conflictos de clase y de nacionalidades -y donde florecían las especulaciones filosóficas y de teoría económica -, el marxismo no podía limitarse a recetas mecanicistas. De ahí los trabajos de Max Adler, para desarrollar una ética marxista; los de Hilferding, en su intento de analizar las consecuencias económicas de la nueva etapa del capitalismo constituida por el imperialismo; y los de Karl Renner y Otto Bauer, por proporcionar un fundamento marxista a los problemas nacionales.

En los países latinos, la introducción del marxismo revistió otras particularidades. No se puede omitir que en Francia había habido un gran desarrollo de las doctrinas socialistas y comunistas antes de aparecer el marxismo. Aunque enmarcables, en su gran mayoría, en el denominado socialismo utópico, sus representantes –Saint Simon, Fourier, Cabet, Babeuf, Blanqui, Proudhon, etc.- influyeron claramente en el movimiento obrero. De ahí las dificultades que se oponían a la introducción del marxismo en Francia, no obstante haber asumido la tarea propagandista entusiastas del temple de Jules Guesde, Paul Lafargue y Gabriel Deville. A pesar de haber conseguido finalmente una sólida implantación del marxismo en Francia, éste no alcanzó un gran nivel teórico. Deville y Lafargue simplificaron el marxismo. Del materialismo histórico retuvieron sólo la primacía de los factores económicos e hicieron de la dialéctica una dinámica elemental. Otros fueron los resultados obtenidos en Italia, gracias a Antonio Labriola (1843-1908). Como primer pensador marxista de su país, Labriola se esforzó por combatir el economicismo imperante en el movimiento obrero. Habiendo superado su idealismo hegeliano inicial, para situarse en una firme perspectiva marxista. En sus ensayos sobre la concepción materialista de la historia, Labriola consideraba que el célebre Manifiesto Comunista de Marx y Engels, constituía una revolución de las ciencias sociales que situaba en su verdadera perspectiva la relación estructura-superestructura de la sociedad. Coherentemente, a la vez que señalaba el carácter derivado de la superestructura, rechazaba el determinismo económico al considerar que el elemento económico, sólo en última instancia, determina la orientación del pensamiento.

Con la fase inicial del marxismo, coinciden también los primeros intentos de revisarlo. Incluso ya entonces como ahora se hablaba de una crisis del marxismo. El fenómeno estuvo determinado por causas económicas y sociales así como por el factor subjetivo que constituye el grado de conciencia socialista: auge del capital financiero, surgimiento de los monopolios y desarrollo del imperialismo, aristocracia obrera, intentos de complementar el marxismo con el kantismo, etc.

Las principales figuras de este revisionismo fueron Berstein, Jaurés, Sorel, de Man y Croce. Eduard Berstein (18501932) sometió a revisión los principios básicos del marxismo en filosofia, economía política y teoría del socialismo científico. Con el pretexto de despojar al marxismo de sus “vestigios de pensamiento utópico“, Berstein pretendió eliminar los principios básicos del marxismo y sustituirlos por el kantismo, el neoliberalismo, etc.; Jaurés pretendió que el marxismo fuese revisado en un sentido humanista y parlamentario, mientras que Sorel trataba de acercarlo a las posiciones anarco-sindicalistas. Benedetto Croce evolucionó rápidamente desde una posición revisionista a otra declaradamente antimarxista e incluso llegó, en 1937, a pronunciar su oración fúnebre del marxismo en su Materialismo storico ed economía marxística. Según Gramsci, realizó un viraje opuesto al de Marx. Es decir, que hizo el viraje del marxismo para “resucitar el idealismo hegeliano… y mejor fundar el idealismo crociano“.

El mérito de la introducción del marxismo en Rusia, lo atribuye Lenin a Georgi Plejánov (1856-1918). En un intento de situarle con perspectiva histórica, el Instituto Marx-Engels de la Academia de Ciencias de la URSS sostuvo que Plejánov fue un revolucionario y pensador, fundador del movimiento socialdemócrata en Rusia, eminente teórico del marxismo y publicista. Su concepción del mundo y su actuación política experimentaron una compleja evolución; en un principio Plejánov fue un dirigente de la organización Populista Tierra y Libertad (más tarde Reparto Negro); luego, en la emigración (desde 1880), estudió los trabajos de Marx y Engels, estableció contacto con el movimiento socialdemócrata de Europa Occidental, rompió con el populismo y se convirtió en un decidido partidario del marxismo, en un apasionado propagandista de las ideas marxistas en Rusia. El grupo Emancipación del Trabajo (1883), fundado por él en Suiza, desempeñó un gran papel en la difusión del marxismo en el movimiento ruso de liberación.

Plejánov mismo contribuyó en gran medida al desarrollo de la teoría marxista luchando contra la ideología del populismo, del marxismo legal, del revisionismo y de la filosofia burguesa. Sin embargo, después de 1903, no supo comprender la peculiaridad de la nueva época, se apartó del marxismo revolucionario y adoptó una posición conservadora y luego se hizo menchevique. Durante la primera guerra mundial estuvo en el campo de los socialchauvinistas. Adoptó una posición negativa frente a la Revolución Soviética. No obstante, aun participando en la lucha fraccional contra los bolcheviques, Plejánov hasta el final de su vida se mantuvo fiel al marxismo, a la causa de la clase obrera. Por este motivo, al señalar que la táctica menchevique de Plejánov constituía “el colmo de la vulgaridad y de la bajeza”, Lenin sostenía simultáneamente que, “en filosofía, defiende la causa justa“. En las obras de Plejánov Ensayo sobre el desarrollo de la concepción monista de la Historia (1895), Ensayo sobre la historia del materialismo (1896), El papel del individualismo en la historia (1898) y en muchas otras, se hace una brillantísima exposición de la teoría marxista. Plejánov estimaba al marxismo como una etapa de la filosofa, mostraba la diferencia cualitativa entre el marxismo y todas las teorías filosóficas y sociológicas precedentes. Desarrolló la teoría de la concepción materialista de la historia, poniendo de relieve la complejidad de las relaciones entre el ser social y la conciencia social; subrayó el papel de la psicología social en la lucha de las ideas, que es expresión de la lucha de las clases opuestas de una sociedad dada; es uno de los fundadores de la estética y de la crítica marxistas; desarrolló la teoría marxista sobre el origen del arte, sobre el arte como forma especial de reflejo de la vida colectiva, respecto al realismo como esencia del arte; Plejánov inició la historia marxista del pensamiento social ruso, pese a que en sus juicios acerca de la historia social rusa, existen tesis discutibles.

Puso de relieve la importancia de los demócratas revolucionarios rusos como antecesores del marxismo en Rusia. Pertenecen a Plejánov varias tesis valiosas acerca del origen y desarrollo de la religión en la vida de la sociedad, respecto al lugar de aquella entre las demás formas de la conciencia social, sobre la actitud del partido marxista acerca de la religión. En las cuestiones filosóficas, incurrió Plejánov en varios errores: subestimó la importancia del factor subjetivo en el desarrollo histórico, hizo concesiones a la teoría de los jeroglíficos, estableció formulaciones imprecisas en el sentido del materialismo geográfico, en el de “reducir el marxismo al spinozismo“, etc. Pero en el sentido global de las concepciones filosóficas de Plejánov, que luchó toda su vida por el materialismo dialéctico e histórico, sus errores aparecen como un cuerpo extraño. La riqueza y la fuerza convincente de los trabajos filosóficos de Plejánov, el carácter popular y atractivo de su exposición, los hacen todavía actualmente muy valiosos para el estudio de la filosofía marxista.

Frente al objetivismo economicista con el que Plejánov y sus colegas social demócratas occidentales, basándose en una concepción dogmática del marxismo, trataban de utópica la praxis revolucionaria del proletariado, elaboró Vladimir Ilich Lenin (1870-1924) una alternativa revolucionaria. Sobrepasando a una generación condicionada por el positivismo, Lenin se remitió de nuevo a Marx. Marx y Engels siempre previnieron frente a una concepción estrechamente determinista del desarrollo histórico. Ante todo, Marx centró el núcleo de sus reflexiones en la noción de praxis. Es decir, la unidad dialéctica de la actividad teórica y de la actividad práctica. Ninguna teoría del conocimiento de la realidad puede evitar su reconocimiento en la acción. Precisamente, fue a la dialéctica y a la praxis a las que Lenin dio nuevo vigor. Ante el rígido dogmatismo de los ortodoxos, Lenin respondió con las virtudes convergentes de una vocación política revolucionaria y de un método de la acción revolucionaria. Es difícil sintetizar la aportación de Lenin al desarrollo del marxismo. Muy esquemáticamente, podría resumirse en: 1) Su polémica con los populistas sobre el desarrollo del capitalismo en Rusia fue decisiva para formular una estrategia revolucionaria adaptada a las condiciones específicas de Rusia; 2) Su polémica con los idealistas científicos y filosóficos, en defensa del materialismo. Su contribución en Materialismo y empiriocriticismo -matizada en los Cuadernos Filosóficos– logró mantener la hegemonía de la filosofa marxista; 3) Polémica con los mencheviques, conciliadores, etc., sobre las formas de organización y de trabajo en el partido. Con ello se impuso su concepción del Partido de Nuevo Tipo que se mostró tan eficaz en la lucha clandestina; 4) Polémica contra los mencheviques, los socialrevolucionarios, etc., sobre la estrategia y la táctica de la revolución rusa. Con sus Tesis de Abril, se impuso definitivamente hasta culminar en la Revolución de Octubre; 5) Teoría del imperialismo, como última fase del capitalismo, y sobre las posibilidades de ruptura del eslabón más débil de la cadena imperialista; 6) Teoría de las condiciones de la Revolución en Europa, Oriente, etc., y sobre las condiciones para la edificación del socialismo en la URSS; 7) Crítica sistemática del revisionismo socialdemócrata de la II Internacional y elaboración de los principios en que debía basarse la III Internacional. Incluye también la crítica del socialchovinismo que, en la II Internacional, se manifestó al desencadenarse la I Primera Guerra Mundial; 8) Desarrollo de la teoría marxista de las nacionalidades y su fundamentación en el derecho de las naciones a la autodeterminación. Incluye también la crítica al chovinismo de las grandes naciones, bien sea en el plano teórico, frente a Rosa Luxemburgo, o, en su aplicación concreta, frente a Stalin, etc; 9) Crítica rigurosa del izquierdismo, como enfermedad infantil del comunismo, así como crítica también del economicismo, del tradeunionismo, etc.

En estas aportaciones de Lenin, pretendió fundamentar Stalin su tesis de la existencia de una teoría marxista-leninista, ya que, a su juicio. “El leninismo es el marxismo de la época del imperialismo y las revoluciones proletarias“. Es cierto que la distinción entre capitalismo premonopolista y capitalismo monopolista en la que se basa la teoría del imperialismo sigue siendo operativa. Sin embargo, el capitalismo monopolista –aunque se desarrolle según leyes específicas propias permanece como capitalismo y le son aplicables las leyes generales del desarrollo capitalista enunciadas por Marx. Coherentemente, si esa permanencia de la esencia del capitalismo, se da en la base del sistema, también debe darse en la superestructura. Los principios, y el método, que Marx y Engels elaboraron, siguen vigentes, no obstante su desarrollo posterior por Lenin. En consecuencia, sería admisible una utilización del concepto de marxismo leninismo si, mediante tal par de términos, se expresase una subordinación del segundo al primero. Por el contrario, no lo sería si, mediante tal formulación, se pretendiese una relación de igualdad entre ambos términos. Y, mucho menos, si se intentasen ulteriores adjetivaciones, con el añadido de términos como stalinismo, maoísmo, etc., que como tales, resultaron muy efímeros. En todo caso, parafraseando una célebre frase de Engels, podría sostenerse que, al igual que el mundo, el marxismo no necesita ningún aditamento o adjetivación.

Aunque Stalin utilizó su formulación de marxismo-leninismo como instrumento en su polémica contra Trotsky socialismo en un sólo país versus revolución permanente el debate no careció de interés. Aunque en las concepciones marxistas de Trotsky se observaban tendencias positivistas, éstas se equilibran por su fuerte subjetivismo revolucionario. Ambas tendencias se observan en la Teoría de la revolución permanente, elaborada en 1905 por Trotsky y Parvus. Esta teoría, que Baruch-Knei-Paz describió como propia de la “revolución del atraso“, fue criticada por Lenin, tanto por su carácter híbrido, como por lo que suponía como subestimación del campesinado. Empero esta polémica no se dilucidó tanto en el campo teórico como en el de los hechos históricos. Su definitiva victoria política convirtió a Stalin en la autoridad teórica del marxismo oficial soviético. Por el contrario, Trotsky se convirtió en el exilio en una figura crecientemente marginal. En cierto sentido, aunque por razones distintas, ése fue también el sino de Rosa Luxemburgo (1871-1919), no obstante sus interesantes elaboraciones sobre la acumulación del capital, el problema nacional y la elaboración de la estrategia revolucionaria.

En 1938, Stalin publicó su trabajo Sobre el materialismo dialéctico y el materialismo histórico. Se trataba de un trabajo muy didáctico, por su claridad expositiva, de las bases filosóficas y sociológicas del marxismo. A pesar de su fuerte esquematismo, lindante con el reduccionismo, resultó útil como trabajo de divulgación. Sin embargo, en las condiciones, ya muy agudas, del denominado culto a la personalidad, fue glorificado como “una obra maestra” y constituyó el motor de todo un período de dogmatismo posterior. Con el XX Congreso del PCUS (1956) se inició en la URSS la desmitificación de Stalin como teórico marxista, siendo sometido a fuertes críticas su subjetivismo frente a las leyes económicas, su eliminación del campo del materialismo histórico del concepto de modo de producción asiático y, en el plano de la dialéctica, la supresión de la ley de la negación de la negación, etc. En los últimos años, entre los dirigentes comunistas, sólo Enver Hoxa y Mao-Tsé-Tung continuaron valorando a Stalin como teórico marxista. Mao-Tsé-Tung (1893-1976) es, sin duda, el más importante teórico marxista oriental. Destacado difusor del marxismo en China, introdujo a su vez en la teoría marxista los fuertes condicionamientos culturales de su país. Además del célebre Libro Rojo de Mao constituido por breves citas de sus principales textos, adquirieron una gran difusión sus Cuatro tesis filosóficas, es decir, las tituladas Acerca de la práctica, Sobre la contradicción, Sobre el tratamiento correcto de las contradicciones en el seno del pueblo, y ¿De dónde provienen las ideas justas? En la primera, Mao plantea el problema de la relación entre el conocimiento y la práctica, entre el saber y la acción. Los dos trabajos de Mao sobre las contradicciones están separados por veinte años y responden a las respectivas problemáticas que se planteaban en la política china. En ellas, era esencial distinguir entre contradicciones fundamentales y contradicciones secundarias, así como los aspectos equivalentes en una misma contradicción: su identidad y su lucha. También se trataba de distinguir entre contradicciones antagónicas y contradicciones no antagónicas.

Según Perry Anderson, existe contemporáneamente un marxismo occidental, basado en una tradición común. Figura descollante del mismo fue Antonio Gramsci (1891-1937). Toda la obra de Gramsci quedó estructurada por la finalidad de determinar un renacimiento del marxismo y de elevar esta concepción filosófica que, por necesidades de la vida práctica se había venido vulgarizando, a la altura necesaria para solucionar las complejas tareas que imponía el desarrollo histórico. Según el profesor Manuel Sacristán, “Gramsci cumplirá esta tarea de acuerdo a la inspiración básica de Marx, no eliminando del marxismo el concepto central de práctica, sino proporcionando la más profunda concepción de ésta que se ha alcanzado en la literatura marxista“. Posteriormente, en función del pensamiento de Gramsci -aunque también reaccionando frente a la línea Labriola–Gramsci– descuellan filosóficamente en el marxismo italiano Della Volpe y Colleti.

No obstante su nacimiento en Budapest, también se puede considerar a Georgy Lukács como un marxista occidental. En su fecunda vida intelectual y a través de muy diversas vicisitudes, Lukács conservó siempre su lucidez y rigor filosófico. En la última fase de su vida, Lukács puso en la base de su filosofa el principio marxista, según el cual existe una sola ciencia unitaria de la historia que va de la astronomía a la sociología. Esta ciencia única es una ontología, porque se plantea la tarea de indagar el ente en relación con su ser y encontrar en su interior los distintos grados y las diversas conexiones. En torno a este último Lukács, algunos de sus discípulos constituyeron la denominada Escuela de Budapest, en la que ha destacado Agnes Heller. En un sentido lato, también se puede considerar marxista a la Escuela de Frankfurt aglutinada en torno al Instituto de Investigación Social de esa ciudad. Su contribución crítico-cultural, se expresa a través de las obras de Horkheimer, Adorno, Marcuse y Habermas. Más bien formando parte del marxismo de las décadas del veinte y del treinta, es también importante la figura de Karl Korsch. Según Eric J. Hobsbawn, “G. Lukács, K. Korsch y E. Bloch son presentados a veces como pensadores que constituyen una corriente unitaria. Sin embargo, la imagen es demasiado sumaria y simplista, creada por una marxología superficial después de la Segunda Guerra Mundial, tras su descubrimiento. Hay quien los ha caracterizado también como representantes del marxismo occidental (Merleau -Ponty) o del marxismo europeo (en oposición al marxismo soviético), o como corriente neohegeliana en el marxismo. No se puede negar la existencia de rasgos comunes en los primeros trabajos marxistas de Lukács y de Korsch, pero existen también diferencias sustanciales, aparentemente anuladas por la inmediata reacción polémica, que habrá que subrayar. En cuanto a Bloch, el único elemento que lo une a Lukács y a Korsch consiste en la posición positiva respecto a Hegel y la filosofía clásica alemana en general, pero a diferencia de éstos no desempeña un papel activo en el movimiento revolucionario y sus trabajos filosóficos no se refieren nunca directamente a cuestiones políticas”.

En Francia, el desarrollo del marxismo contemporáneo ha estado condicionado por la fuerza de las tradiciones premarxistas nativas (proudhonismo, blanquismo y anarco-sindicalismo) y por el sostenido vigor del radicalismo burgués jacobino. Los intelectuales que atrajo eran en su mayoría personalidades literarias, con una relación más sentimental que científica con las ideas marxistas. Sólo en 1928 se incorporó el primer grupo de intelectuales con verdadero interés por las ideas marxistas: Nizam, Lefebvre, Politzer, Guterman y Friedman. Después seguiría Sartre, en una relación peculiar con el marxismo, y los muy discutidos Merleau-Ponty, Garaudy, Althusser, Bettelheim y Poulantzas. Asimismo el discípulo de Lukács, Lucien Goldman y diversos estructuralistas franceses.

La peculiaridad del desarrollo del movimiento obrero en los países anglosajones, no ha favorecido el desarrollo de una cultura intelectual marxista. No obstante, se han producido individualidades destacadas, como las de los científicos John D. Bernal y J. Haldane, economistas del relieve de Sweezy, Dobb, Huberman y Baran, así como historiadores de la talla de Hill y Hobsbawn. El economista polaco Oscar Lange también puede por su trabajo ser incluido en el ámbito marxista anglosajón. El filósofo marxista alemán Karl Korsch aparece, por el contrario, más ligado a la cultura centroeuropea y a la izquierda radical de la década de los veinte. Como hemos podido comprobar, generalmente se puede distinguir entre el marxismo de los clásicos que elaboraron los fundamentos de la teoría –Marx y Engels– y el marxismo de los discípulos o epígonos. También se puede hablar del marxismo de determinadas décadas de los siglos XIX y XX. Así, en algunas publicaciones, se ha utilizado la expresión “El marxismo de la década del 30“. En este último caso, se ha pretendido aludir a determinados ámbitos nacionales, geográficos o lingüísticos: marxistas británicos, marxistas anglosajones, marxistas occidentales, marxismo oriental, etc. En todo caso, se puede considerar que no es inapropiado aludir a un marxismo de la década del 30 del siglo XX. Desde luego, por plantearse, muchas veces, el tema de la función social de la ciencia, resulta una taxonomía muy apropiada para el tema de este Congreso. No obstante, nuestra exposición no se restringe a tal década, sino que abarca al conjunto del marxismo contemporáneo para así tener en cuenta el contexto en que se generó tal marxismo de una década determinada.

Nuestra exposición resultaría incompleta si no abordásemos el tema de España. En ese sentido resulta interesante el planteamiento de Perry Anderson en sus Consideraciones sobre el marxismo occidental: “El caso español sigue siendo un importante enigma histórico. ¿Por qué España no dio nunca un Labriola o un Gramsci, pese a la extraordinaria combatividad de su proletariado, y campesinado, aún mayor que la de Italia, y a una herencia cultural del siglo XIX, que, si bien ciertamente menor que la de Italia, estaba lejos de ser despreciable?“. Anderson emite la hipótesis de que a ello pudo contribuir no haber contado España con un Benedetto Croce. Mientras que el compromiso temporal de Croce, con el materialismo histórico, iba a tener profundas consecuencias para el desarrollo del marxismo en Italia, el de Unamuno no dejó huellas en España. Ajuicio de Anderson, “El enciclopedismo del italiano, tan en contraste con el ensayismo del español, fue sin duda una de las razones de la diferencia en el resultado“. Sin desconocer la meritoria aportación de Jaime Vera apreciable en su momento se ha dicho que el profesor Manuel Sacristán tuvo que afrontar esa tarea más de medio siglo después pero con renovada eficacia. Se ha dicho también que, en ese sentido, Sacristán no fue sólo la excepción a la regla de que la clase obrera española no ha producido sus propios intelectuales orgánicos sino que fue un intelectual orgánico de la izquierda, aunque “muy sui géneris“. No obstante es obvio que su magisterio ha creado Escuela y que, a través de ella, se adscriben, de una u otra forma, al marxismo nuevos pensadores españoles. Con independencia de la misma -y, a veces, polemizando con ella – al profesor Gustavo Bueno puede situársele también en el campo del marxismo español. De una forma bastante original y con posiciones filosóficas propias, tal y como fueron expuestas en sus Ensayos materialistas. Además, en torno al profesor Gustavo Bueno se ha nucleado la denominada Escuela de Oviedo, con su relevante aportación al campo de su materialismo filosófico.

Marxismos: continuidad y discontinuidad en el cambio de siglo

Marxismos: continuidad y discontinuidad en el cambio de siglo
Francisco Fernández Buey
I

La caída del muro de Berlín y la desaparición de la Unión Soviética, acontecimientos decisivos en la historia del mundo del siglo XX, han suscitado indudablemente algunos cambios de nota en la orientación de los marxismos durante la última década. Sin embargo, estos cambios parecen haber afectado más al estado de ánimo de los militantes de las organizaciones socialistas y comunistas que a los temas que se abordan desde un punto de vista marxista.

Dicho con otras palabras: la relativa continuidad de los asuntos preferentemente tratados por autores que han seguido declarándose marxistas después de la desaparición del “socialismo real” guarda poca relación con el declive, evidente, de la perspectiva revolucionaria que durante más de un siglo inspiró a la mayoría de las organizaciones social-comunistas. El número de personas que desde 1990 votan opciones social-comunistas de inspiración marxista, sobre todo en Europa, ha descendido de forma tan notable como el número de intelectuales que en los últimos quince años siguen declarándose marxistas. A pesar de lo cual, un repaso detallado de la literatura marxista aparecida en revistas y editoriales durante esta fase muestra que apenas hay discontinuidad respecto de los temas que prioritariamente empezaron a abordarse ya al final de la década de los setenta del siglo XX.

En este ensayo me propongo: 1º documentar la observación, que puede parecer paradójica, hecha en el párrafo anterior; 2º ofrecer una explicación argumentada de por qué, a pesar de la dimensión y la influencia mundial de los acontecimientos mencionados, hay más continuidad que discontinuidad entre los marxismos del cambio de siglo y los marxismos de la década de los setenta; y 3º apuntar, al hilo de esa argumentación, algunos de los temas, rasgos o características nuevas de los marxismos en el momento actual.

Una vía posible para documentar la observación de la que he arrancado es comparar los resultados electorales de los partidos comunistas y poscomunistas entre 1990 y 2004, en los países de Europa en que dichos partidos habían alcanzado antes una implantación importante (Italia, Francia, Grecia, España, Alemania, Portugal, etc.), con los temas de los que, en el mismo período, se han ocupado algunas de las revistas teórico-políticas que se suele considerar representativas del área social-comunista: New Left Review, Marxism Today, Monthly Review, Rethinking Marxism, Historical materialism, Democracy and Socialism en el área anglosajona; Il Manifesto, Critica marxista, Liberazione, Rinascita, en Italia; Actuel Marx, La pensée, Critique communiste, Contretemps, en Francia; Das Argument, en Alemania; mientras tanto, El viejo topo, Utopías-Nuestra bandera, Viento Sur, en España, etc (1).

Los resultados electorales de los partidos políticos que siguen llamándose a sí mismos comunistas o que, al menos, no han renunciado a la inspiración marxista y socialmente transformadora son, obviamente, cada vez peores en casi toda Europa. Con algunos matices que no hay que despreciar (en ese periodo IU, por ejemplo, obtuvo algunos de sus mejores resultados, PCF y otros grupos de izquierda marxistas consiguieron juntos un buen porcentaje de votos en alguna elección, RC y PCP han tenido a veces resultados aceptables), la tendencia al declive es evidente: lo que habitualmente se denominaba social-comunismo, que había llegado a ser en algunos países europeos la segunda fuerza socio-política, ya no es hoy ni siquiera la tercera, desplazada en la mayoría de los países en los que tuvo mayor potencial por los partidos verdes, por los nacionalismos o por fuerzas populistas conservadoras.

Desde 1990, y en mayor medida durante esta última década, el principal segmento social que sostuvo a los partidos comunistas de Europa durante décadas, la clase obrera, ha ido abandonando el espacio social-comunista para situarse o en el espacio social-liberal, que es el espacio que ha venido a ocupar lo que tradicionalmente representaba la socialdemocracia, o directamente en el espacio neo-liberal y populista conservador (como se ve, sobre todo en Francia y en Italia), o bien en el ámbito, más complejo y oscilante, de la abstención política.

Aunque no es el único factor explicativo (sin duda ya había otros: la pérdida de peso del proletariado industrial frente a categorías emergentes de asalariados; la fragmentación acelerada de las clases trabajadoras en las últimas décadas; el paso de la organización fordista del trabajo de fábrica a una organización posfordista o toyotista, etc.) la derrota del socialismo autodenominado “real”, el hundimiento de la Unión Soviética y la desaparición de lo que se llamó el mundo socialista son motivos que han acabado teniendo una influencia decisiva en la inflexión antedicha. Pues, independientemente de lo que muchos de los trabajadores pensaran antes de la caída del muro de Berlín acerca de cómo llamar a lo que desde 1917 se estaba construyendo en la Unión Soviética, ese otro mundo (se llamara socialismo, protosocialismo, capitalismo de estado o socialismo burocráticamente degenerado) era, por lo general, percibido como algo distinto del capitalismo realmente existente y, en última instancia, como un contrapoder al imperio del capital, de cuya mera existencia, por su simple estar-ahí, se podía esperar, por la reacción que provocaba entre los capitalistas, un tipo de mejoras socio-económicas que ya algunos de los ideólogos de la década de los sesenta empezaron a llamar “estado del bienestar”.

Para aclarar mejor la situación que se ha ido creado entre los marxistas desde 1990 hay que distinguir dos cuestiones que, estando interrelacionadas, no conviene identificar apresuradamente. La primera de ellas viene de muy lejos, casi de los orígenes mismos de lo que empezó a denominarse marxismo en el último tercio del siglo XIX. Y es que ya desde entonces, pero aún más señaladamente desde 1914-1917, ha habido varios marxismos, es decir, varias interpretaciones consolidadas de los escritos filosóficos, económicos y político-sociales de Karl Marx.

La idea, explícitamente formulada por Lukács, de que en cuestiones de marxismo la ortodoxia está en el método no debe llamar a engaño. Pues método, ya en el marxismo de Marx, es una palabra que connota muchas más cosas de lo que la palabra denota para un científico: alude no sólo a la forma en que hay que proceder para captar y exponer datos empíricos, sino también a un estilo de pensamiento, a un programa de investigación, a tesis varias sobre la relación entre el ser humano y la naturaleza y a la intención de cambiar el mundo en un sentido revolucionario. Como suele ocurrir con las grandes cosmovisiones que en el mundo han sido, de las distintas maneras de interpretar todas esas cosas han salido y se han ido perfilando, también en este caso, marxismos diferentes en la forma de abordar temas básicos de la antropología filosófica, relativos al metabolismo entre seres humanos y la naturaleza entorno, pero también, y sobre todo, muy diferentes en la forma de abordar el mundo socio-político. Las distinciones históricas, primero entre un marxismo revolucionario y un marxismo académico, luego entre un marxismo reformista y un marxismo revolucionario, más tarde entre marxismo ruso-soviético y marxismo occidental y, por último, entre marxismo economicista y marxismo de la subjetividad o entre marxismo humanista y marxismo estructuralista, dan cuenta de ese equívoco acerca de la ortodoxia.

Esto permite explicar que desde el primer momento haya habido versiones tan diferentes y tan contrapuestas de lo que significó la revolución rusa de octubre de 1917 y de lo que se llamó construcción del socialismo. Mientras que un marxista como Lenin podía argüir que lo iniciado en 1917 era precisamente la realización de la perspectiva metodológica y revolucionaria de Marx, un marxista como Kautsky podía declarar, en términos peyorativos, que eso mismo era la negación de la perspectiva que Marx había abierto en El capital, y un marxista como Gramsci acoger positivamente (ateniéndose a la subjetividad, a la voluntad de los actores) aquella revolución que consideraba, sin embargo, como una revolución contra El capital de Marx. Así pues, desde la observación de que, a lo largo del siglo XX, lo que ha habido han sido varios marxismos, y no un sólo marxismo, se entiende mejor que los propios marxistas de 1990 hayan vivido e interpretado de formas tan diferentes la caída del muro de Berlín y la desaparición de la Unión Soviética. A lo que habría que añadir todavía otra diferencia, la espacial: el desarrollo de los acontecimientos no se vio igual en la Europa rica que en los países empobrecidos del mundo.

Podría decirse que para todos los marxistas lo ocurrido entre 1986 y 1990 fue un acontecimiento inesperado y sorprendente. No conozco ninguna prognosis o anticipación marxista anterior a la primera de esas fechas que contemplara la posibilidad del derribo del muro, la disolución del Pacto de Varsovia, la desintegración de la Unión Soviética y la autodisolución del Estado y del partido. Pero, dicho esto, hay que añadir enseguida que mientras unos marxistas valoraron los hechos como si tratara de una gran desgracia, o sea, como el final de un mundo en el que habían puesto grandes esperanzas, otros (entre los que sin duda se encontraba la mayoría de los marxistas de la Europa occidental) vieron estos acontecimientos como una oportunidad histórica positiva para volver a empezar, transitando, por fin, el camino hacia el socialismo que al propio Marx le hubiera gustado recorrer. Se comprende que los hechos no hayan sido vividos ni interpretados de la misma manera por marxistas trotskistas (que desde los años treinta del siglo XX venían denunciando la degeneración burocrática del estalinismo en la URSS), por marxistas libertarios (que desde tiempo atrás consideraron que lo existente en la Unión Soviética no era sino capitalismo de estado), por marxistas maoístas (que calificaban aquella formación social de nueva potencia imperial) o por marxistas eurocomunistas que entre 1969 y 1979 habían dejado de soportar la ideología del “socialismo real”.

Atender a estas diferencias ideológicas previas, o sea, a la existencia previa de diferentes marxismos, tiene importancia para explicar por qué ha resultado ser un contrafáctico la afirmación recurrente de la ideología dominante en el sentido de que 1989 representa no sólo el fin del comunismo sino también el final del marxismo. Pues, de hecho, una buena parte de los marxistas de orientación trotskista, libertaria o eurocomunista, y no sólo ellos, sobre todo en Europa, tendieron a ver los acontecimientos de entonces no como una nueva derrota sino más bien como la confirmación de anteriores previsiones o deseos (por genéricas o genéricos que previsiones y deseos hubieran sido) y, en todo caso como una nueva oportunidad histórica de volver a fundir socialismo y democracia.

Aunque desde 1990 los grandes medios de comunicación de masas (la televisión en primer lugar, pero también los principales medios de difusión escritos) dejaron de ocuparse del marxismo y los marxistas, a no ser para dedicarles algunos sarcasmos o necrológicas, y aunque desde entonces editoriales y librerías de la mayoría de las provincias del Imperio han tendido a tratar al marxismo como a perro muerto (2), lo cierto es que, al menos en el plano de la producción teórica, el marxismo seguía ahí, y no precisamente deprimido. Esto se puede comprobar, por ejemplo, siguiendo la revolución de las revistas arriba mencionadas.

Es más: si se hace un estudio pormenorizado de los temas abordados entre 1990 y 2000 por la mayoría de estas revistas (en particular por las más influyentes: New Left Review, Marxism Today, Montly Review, Il Manifesto, Actuel Marx) se verá que no sólo predomina en ellas la continuidad, sino que, por lo general, el análisis de lo ocurrido desde la perestroika soviética hasta la desaparición de la URSS, pasando por la caída del muro de Berlín, ha sido hecho con relativa tranquilidad de espíritu y, desde luego, no ha sido vivido como un trauma. La explicación de esto es sencilla y enlaza precisamente con la decantación de los marxismos ya en las décadas anteriores: casi todos los fundadores y colaboradores habituales de estas revistas (Perry Anderson, Robin Blackburn, Eric J. Hobsbawm, Paul Sweezy, Rossana Rosanda, Luigi Pintor, Lucio Magri, Jacques Texier, Jacques Bidet, Georges Labica, Daniel Bensaïd, Michael Löwy) habían roto desde tiempo atrás con el tipo de marxismo canonizado en la Unión Soviética y criticado, con mayor o menor rotundidad, el mundo que entonces se vino abajo.

No se puede decir que en los ensayos y números monográficos publicados por estas revistas (o en los libros y recopilaciones que han propiciado en las casas editoras a ellas vinculadas) desde 1990 hasta el final de siglo haya habido coincidencia de análisis sobre las consecuencias de los principales acontecimientos; y, desde luego, los tonos y talantes con que han sido abordados los problemas contemporáneos (la globalización, la crisis ecológica., los embates contra el estado asistencial, la guerra de los Balcanes, el nuevo papel de China en la economía mundial, la norteamericanización del mundo, etc.) son bastante distintos (3). Pero parece haber habido en esos años al menos un acuerdo bastante generalizado en que la crisis del socialismo llamado “real”, al desideologizar definitivamente la bipolaridad de la guerra fría, acabaría por suscitar también la crisis y, tal vez, el derrumbe del neoliberalismo. Sintomático en este sentido es, por ejemplo, el contenido del número especial que Marxism Today publicó a finales de 1998; y lo es desde su título mismo: The dead of Neoliberalism.

Esos eran también el tono y el talante de la mayoría de las comunicaciones presentadas durante la conmemoración en París, en 1998, del 150 aniversario de la publicación de El manifiesto comunista, a la que asistieron o se adhirieron varios centenares de intelectuales relevantes de los cinco continentes (4). En esa oportunidad, reconociendo ya sin subterfugios la pluralidad de corrientes surgidas de la lectura y la interpretación de Marx, o sea, que para hablar con propiedad en estos tiempos, debe hablarse de marxismos (en plural) y después de poner en solfa la idea de ortodoxia, los marxistas del final del siglo XX demostraban que el viejo “método”, del que Marx dijo que iba a ser “el horror de la burguesía”, seguía siendo operativo al menos en un ámbito muy querido del propio Marx: el de la historia y la historiografía.

(1) La lista de revistas no pretende ser exhaustiva. En los últimos años han aparecido otras, algunas de ellas exclusivamente electrónicas, que publican habitualmente ensayos marxistas: Alternative (Italia), Herramienta (Argentina), Memoria y Bajo el volcán (México), Gramsci e o Brasil (Brasil), Rebelión y La Insignia(España).

(2) Dos excepciones: el espacio dedicado a la aparición de Espectros de Marx, de Derrida, en 1993, y el tratamiento que Le monde diplomatique, en sus distintas ediciones (francesa, italiana e iberoamericana), suele dar a libros y ensayos de orientación marxista. Sobre el impacto de la obra de Derrida puede verse: M. Spinker (ed.), En torno a Espectros de Marx, de Jacques Derrida, Akal, Madrid, 2002.

(3) Estas diferencias de análisis tienen que ver también con anteriores decantaciones ideológicas de los autores mencionados, muy patentes desde finales de la década de los sesenta, y con obra apreciada ya entonces: Anderson, Blackburn, Bensaid, Löwy proceden de diversas corrientes trotskystas; los demás, en conflictivo diálogo con los partidos comunistas de sus respectivos países (Inglaterra, EE.UU, Italia o Francia).

(4) Véase AA.VV. Le Manifeste communiste aujourd´hui, Les Editions de L´Atelier, París, 1998 (con intervenciones de, entre otros: Samir Amin, Daniel Bensaïd, Jean-Yvez Calvez, Francisco Fdez Buey, Eric J. Hobsbawm, Liêm Hoan´Ngoc, Boris Kagarlitsky, Georges Labica, Michael Löwy, Ellen Meiksins Wood, Jacques Texier y André Tosel).
II

Todavía hoy en día suele haber un acuerdo bastante generalizado, incluso en los ambientes académicos, sobre la bondad teórica de una al menos de las aproximaciones marxistas finiseculares a lo que ha sido la historia del siglo XX, la de Eric J. Hobsbawm sobre “la edad de los extremos” (1). Y, efectivamente, mucho de lo mejor que, en el plano teórico, han producido los marxismos durante la última década ha estado dedicado a encontrar explicaciones plausibles de lo ocurrido entre 1917 y 1990, es decir, a la investigación de las causas y motivos por los que un mundo que pudo ser no fue. Esto incluye una nueva forma de abordar y valorar el papel desempeñado por corrientes y autores que en otros tiempos fueron tratados con la óptica simplificadora de la ortodoxia y el revisionismo. E incluye también un número considerable de investigaciones dedicadas al estudio y revalorización de algunas de las utopías históricas en la línea que abrieron en su momento (y desde lo que entonces se consideraba heterodoxia) Ernst Bloch y Walter Benjamin.

Más allá, pues, de la interpretación lúcida de lo que ha sido el siglo XX, de lo que pudo ser y no fue, los marxistas de estos últimos años, dentro y fuera de las universidades, están escribiendo un importante capítulo de la historia de las ideas que incluye la reconsideración documentada, sensible y renovadora de la obra de personajes clave del siglo XX como Antonio Gramsci, Rosa Luxemburgo, Georg Lukács, Walter Benjamin, Bertolt Brecht, Palmiro Togliatti o Ernesto Che Guevara (2). Este es el ámbito en que resulta más patente la continuidad entre los marxismos anteriores y posteriores a la caída del muro de Berlin, tal vez porque, como escribió hace años Pierre Vilar, los historiadores han sido, por lo general, los investigadores menos afectados por la campaña mundial de ruido y furia contra el marxismo.

Las novedades, relativas, en este ámbito de la historiografía en general y de la historia de la ideas y de las ideologías en particular son básicamente tres; y las tres tienen que ver con la hibridación que, mientras tanto, se ha producido entre el materialismo histórico y la crítica de la cultura o la forma de tratar la historia de las ideas desde la tradición hermenéutica o desde las filosofías de la alteridad.

La primera de esas novedades, ya consolidada académicamente en la última década, son los estudios culturales, en los que la influencia del marxismo, o, por mejor decir, de algunos autores marxistas (Antonio Gramsci, la Escuela de Frankfurt, Raymond Williams) es innegable, sobre todo en las corrientes que se inspiran en la obra del palestino- norteamericano, recientemente fallecido, Edward Said (3). La segunda novedad es lo que viene llamándose en inglés subaltern studies, una corriente historiográfica nacida en la India, en parte por inspiración gramsciana, en relación con los denominados estudios poscoloniales y con la pretensión explícita de superar los restos de eurocentrismo que había en los escritos de Marx sobre la colonización británica en la India y que ha seguido habiendo en los marxismos tradicionales; una novedad, de cuyo interés da cuenta la obra de Ranahit Guha (4), y cuya orientación ha ido cuajando también durante los últimos años en América Latina, donde la inspiración gramsciana se junta con la renovación reciente del indigenismo y con la influencia de la obra de Mariátegui, uno de los marxistas más originales de aquel continente.

Y la tercera novedad es lo que podríamos denominar ampliación del análisis crítico de la cultura (tanto en el sentido amplio de la palabra cultura como en su acepción más restringida). En este campo resulta apreciable, una vez más, la hibridación del marxismo con otras corrientes filosóficas o con enfoques propios de la crítica artística, como se puede apreciar, por ejemplo, en obras de orientación tan distinta (pero igualmente sugerentes) como lo son las publicadas en estos últimos años por el poeta, guionista, narrador y crítico de origen británico John Berger, por el pensador norteamericano Fredric Jameson y por el filósofo esloveno Slavoj Zizek, los tres formados en el marxismo pero con un concepto lo suficientemente amplio y libre del mismo como para articularlo o entrecruzar ideas centrales del mismo con las ideas de Lacan (en el caso de Zizek), del posmodernismo y la filosofía de la deconstrucción (en el caso de Jameson) o con clásicos de otras tradiciones, como Leopardi (en el caso de Berger).

Se podría objetar, no obstante, que la comprensión histórica ha sido siempre la parte menos problemática de los marxismos y que ya en otro cambio de siglo Benedetto Croce se mostró dispuesto a admitir que, estando todavía vivo en el campo de la historiografía, el marxismo estaba muerto en todo lo demás. O, ampliando esa afirmación a nuestra época, añadir que después de 1990 el marxismo aún muestra su capacidad de comprensión de la historia pasada, incluyendo la revisión de la historia de sus propias ideas en ese pasado; pero que, en cambio, nada o muy poco tiene que decir acerca de los dos asuntos que más ocuparon a Marx: la interpretación del modo de producir, consumir y vivir en el capitalismo (en un capitalismo que, obviamente, ha cambiado muchísimo desde 1883) y la organización de los sujetos y las voluntades dispuestas a cambiar el mundo del base, o sea, en lo que hace a la teoría del cambio social revolucionario.

Esta objeción nos lleva a la segunda cuestión, que querría diferenciar de la primera.

Pues podría ocurrir, efectivamente, que los marxismos aún tengan argumentos, y argumentos plausibles, para explicar por qué la historia se fue por el lado menos pensado y por qué el socialismo ha sido derrotado en el siglo XX (y aún para recuperar ciertos cabos sueltos de la historia y mostrar que lo que la ideología dominante llama utopía con desprecio no era en su momento una idea descabellada ni lo es en el momento actual), no obstante lo cual hubiera que reconocer, sin embargo, que tanto el análisis socio-económico del capitalismo inaugurado por Marx como sus previsiones acerca de una sociedad regulada y de iguales no dan más de sí.

No hay duda ninguna de que la mayoría de la gente, al menos en la parte del planeta en la que escribo, piensa hoy que las cosas son realmente así: que eso a lo que hemos llamado marxismo y que ahora preferimos llamar marxismos (en plural) aún puede tener cosas que decir sobre la historia en general y sobre la historia de las ideas en particular, pero que se ha convertido en un trasto inútil a la hora de tratar de entender el mundo en que vivimos y de transformarlo. Y ¿qué mejor comprobación de que las cosas son así que la observación, diariamente repetida, según la cual desde 1990 el poder del capital se impone, se amplía, se generaliza y se globaliza mientras el presunto sujeto de la transformación revolucionaria a la que Marx y los marxistas de las siguientes generaciones aspiraban se aburguesa, reniega incluso de lo que se hizo en su nombre (y no sólo de las barbaridades, que las hubo), se convierte en accionista y, en última instancia, prefiere convivir con los propietarios de los medios de producción y ofertantes de créditos bancarios a escuchar, votar o unirse a los marxistas del nuevo siglo que todavía siguen diciendo querer cambiar el mundo de base?

Aquella objeción y la pregunta impertinente con que concluye, aunque no necesariamente formulada en los términos cortantes en que aquí se hace, están en el trasfondo de una serie de debates y controversias en el seno de los marxismos actuales. Estos debates y controversias versan sobre si, hablando en general pero con propiedad, hay sujeto histórico de transformación (es decir, si la historia de la humanidad tiene sujeto), si puede seguir diciéndose con verdad que durante décadas y décadas de los siglos XIX y XX ese sujeto ha sido el proletariado industrial y si, aún admitiendo que la historia tenga algún sujeto y el proletariado lo haya sido conscientemente, se puede hallar hoy en día algo equivalente a ese sujeto consciente en el mundo del capital ya globalizado. Pietro Ingrao, Rossana Rossanda, Marco Revelli, Luigi Pintor, Pietro Barcellona, Fausto Bertinotti, y en general toda una serie de autores marxistas que suelen publicar en Il Manifesto, Liberazione, Alternative y otras revistas de la izquierda social-comunista italiana han dedicado páginas interesantes e intensas a esta cuestión y a otra directamente conectada con ella: la prospección de los nuevos sujetos históricos de la transformación social.

Es precisamente en este punto, el de la respuesta sobre el papel actual de la clase obrera y su relación con lo que parecen ser otros sujetos emergentes de la transformación social, donde los marxismos actuales están más enfrentados. Lo cual es comprensible por las implicaciones políticas inmediatas que tiene la respuesta que se dé a la objeción y a la pregunta. Una de las paradojas del momento, que afectaba ya a los marxismos finiseculares, se produce precisamente en este punto. Y se podría formular como sigue.

Los autores más próximos a los sindicatos institucionalizados (al menos en Europa) tienden a reafirmar el papel de sujeto transformador de los trabajadores industriales, aceptando en esto la vieja tesis marxista sobre la centralidad de la oposición entre trabajo y capital; pero puesto que la transformación que se prevé (y que defienden por lo general los sindicatos) no va más allá de la consecución de ciertas mejoras o reformas garantistas en el interior del sistema capitalista, y como esto es un caso que entra en conflicto con otro postulado central de la teoría (“la clase obrera o es revolucionaria o no es nada”, decía Marx drásticamente), la salida habitual suele ser olvidarse del marxismo, al tratar los problemas del presente, precisamente para evitar el conflicto entre teoría y empiria. De hecho, en los sindicatos mayoritarios y en sus proximidades pocas veces se habla ya de marxismo, salvo en actos conmemorativos del pasado.

En cambio, aquellos otros autores que vienen argumentando que la vieja oposición entre el capital y el trabajo ha perdido en nuestros días la centralidad que tuvo en otros tiempos, y que aducen como prueba de ello precisamente la actitud mayoritaria en los sindicatos, por lo que, ateniéndose a ese lado de la observación empírica, postulan que hay que pensar en nuevos sujetos para la transformación deseable de un mundo dominado por la desigualdad (o sea, en aquellos grupos, organizaciones, colectivos, “muchedumbres” o “multitudes” que realmente se mueven en favor de esa transformación), estos otros autores, digo, suelen afirmarse o reafirmarse luego como marxistas, aunque formalmente lo hagan forzando la interpretación de Marx o a sabiendas de que entran en conflicto con una tesis central de la teoría y que, por consiguiente, la nueva contribución a la crítica de la economía política del Imperio está en gran parte por hacer (5).

Es de consideraciones de este tipo (más que del análisis de la historia del socialismo “real”) de donde suelen arrancar las más interesantes controversias que se han producido entre marxistas en lo que llevamos de nuevo siglo. Y tiene el valor de un síntoma, que ratifica lo dicho en el primer punto de este papel, el hecho de que, por ejemplo, el debate sobre la rectificación o renovación no se produjera en la New Left Review en 1990, inmediatamente después de la desaparición de la Unión Soviética y lo que se llamó “caída del comunismo”, sino casi diez años después, al hilo de los nuevos sucesos internacionales (sobre todo el desarrollo de la guerra en los Balcanes), de la estimación de lo que estaba representando la extensión del norteamericanismo en el mundo, y en polémica, precisamente, con las ilusiones de Marxism Today acerca de la “muerte del neoliberalismo”.

(1) Eric J. Hobsbawm, Historia del siglo XX. Crítica, Barcelona, 1995. Tres libros posteriores, de carácter autobiográfico o dialógico, completan la visión de Hobsbawm: Años interesantes (Crítica, Barcelona, 2003), El optimismo de la voluntad (Paidós, Barcelona, 2004) y Entrevista sobre el siglo XXI (Crítica, Barcelona, 2004).

(2) Aportaciones de mucho interés en el ámbito de la historia de las ideas y las ideologías han hecho en estos últimos diez años, desde perspectivas marxistas diferentes, autores poco (o nada) traducidos en España: Wolfgang Haug (en Alemania), Michael Löwy, Jacques Texier y André Tosel (en Francia), Domenico Losurdo, Antonio A. Santucci, Guido Liguori, Giuseppe Vacca, Alberto Burgio (en Italia), Marshall Berman, Joseph Buttigieg, Frank Rosengarten (en EE.UU), Carlos Nelson Coutinho, Luiz Sérgio Henriques, Marco Aurelio Nogueira (en Brasil).

(3) Véase B. Ashcroft y P. Ahluwalia, Edward Said: la paradoja de la identidad. Edicions Bellaterrra, Barcelona, 2000.

(4) Ranahit Guha, Las voces de la historia y otros estudios subalternos (Crítica, Barcelona, 2002); Selected Subaltern Studies (Oxford University Press, 2003); La historia en el término de la historia universal (Crítica, Barcelona, 2003).

(5) Esta es la conclusión de Toni Negri en sus escritos más recientes, relacionados con la polémica que suscitó la publicación de Imperio (traducción castellana: Paidós, Barcelona, 2001). Y para un replanteamiento tan provocador como sugerente de la cuestión véase S. Zizek: “Los cibertrabajadores: ¿por qué no un Lenin ciberespacial?, Memoria, 185, julio de 2004.
III

En un interesante artículo de 1999, titulado “Renovaciones”, Perry Anderson, uno de los fundadores de la revista, anunciaba la apertura de una nueva serie de la NLF y, después de una somera historia de cinco décadas, argumentaba las razones para el cambio. Pero entre esas razones sólo se alude muy de pasada a lo ocurrido en la Europa de Este en la década de los ochenta. La principal razón para la renovación, según Anderson, no hay que buscarla ahí, ni siquiera en la constatación de que, a diferencia de lo que ocurría cuando la revista se fundó, “el marxismo ya no predomina en la cultura de la izquierda”. Pues esto último no es nuevo, a pesar de lo cual la revista había logrado salir de la crisis sin desdoro.

El núcleo fuerte de la argumentación de Perry Anderson en favor de la renovación no será, pues, la derrota del socialismo en la Europa del Este sino más bien la observación crítica de dos actitudes muy características de los últimos tiempos: de un lado, la acomodación (o resignación) de la izquierda ante el triunfo generalizado del capitalismo, no sólo en Europa sino en todo el mundo; de otro lado, la tendencia a la auto-consolación, sobrestimando o hinchando los procesos que parecen ir en una dirección contraria a la generalización del neoliberalismo y, consiguientemente, a “alimentar ilusiones acerca de fuerzas de oposición imaginarias”. Anderson constata que la clase obrera lleva veinte años aletargada, que los trabajadores siguen estando a la defensiva en todas partes y que, por primea vez en las últimas décadas, ni el pensamiento occidental ni tampoco el pensamiento a escala mundial tienen perspectivas que se opongan de forma sistemática al sistema existente.

Podría afirmarse, por tanto y éste sería el motivo central de la necesidad de la renovación que la tradición emancipatoria o liberadora se ha roto definitivamente y que hay que partir de la aceptación de una discontinuidad radical en la cultura de la izquierda. Anderson lo dice así: “Todo el horizonte referencial en que se formó la generación de la década de 1960 prácticamente ha sido barrido del mapa, lo mismo el socialismo reformista que el socialismo revolucionario. A la mayoría de los estudiantes de hoy la lista de nombres que va de Bebel a Gramsci pasando por Bernstein, Luxemburg, Kautsky, Jaurès, Lenin y Trotsky les resulta tan remota como una lista de obispos arrianos […] La mayor parte del marxismo occidental ha quedado fuera de circulación”.

Aún así, Anderson todavía salva de la debacle unos cuantos libros marxistas, publicados en la última década, con los que se podría enlazar en esta nueva fase de renovación para establecer un nuevo diálogo intergeneracional: la ya mencionada Age of Extrems, de Hobsbawm, el ensayo de Robert Brenner sobre el desarrollo capitalista desde la segunda guerra mundial, el trabajo de Giovanni Arrighi sobre la evolución y perspectivas del capitalismo, el ensayo de Jameson sobre posmodernidad, el trabajo de Regis Debray sobre los medios de comunicación, la reconstrucción de la geografía que ha estado haciendo David Harvey y algunas cosas de Eagleton y T.J. Clark sobre literatura y artes visuales, respectivamente.

Pero, en realidad y si bien se mira, más allá del reconocimiento de dos obviedades –la acomodación de la izquierda y el aletargamiento de la clase obrera- y a pesar de la afirmación de que en estos años se ha producido una discontinuidad radical, la renovación que ha propuesto Anderson se queda, en su parte propositiva, en una declaración de principios tan generales que recuerdan a los de la vieja izquierda cuando era nueva, aunque ahora haya cambiado, eso sí, el objeto de la crítica y de la polémica. Helos aquí: realismo intransigente (lo que quiere decir, en palabras de Anderson, negarse a cualquier componenda con el sistema, pero también denunciar los eufemismos que subvaloran el poder de ese mismo sistema) y preferencia por el espíritu de la ilustración (frente al de los evangelios). El resto apunta, sobre todo, a aquellas corrientes de pensamiento con las que el marxismo renovado podría dialogar en el cambio de siglo o con las que le conviene mezclarse.

Esto último, lo del diálogo y la hibridación del marxismo con otras corrientes de liberación, es mucho más importante de lo que pueda parecer a simple vista. Pues, una vez que se ha admitido que el marxismo ya no predomina en la cultura de la izquierda – y después de preguntarnos qué se entiende hoy por izquierda, y de contestar a esta pregunta, cosa que Anderson no hace-, lo que se impone es concretar con qué otras corrientes de liberación hay que dialogar e hibridarse y si tal tendencia se va a quedar en un nuevo eclecticismo o está apuntando hacia una nueva teoría unificada, en la que, por así decirlo, se rompe definitivamente el tipo de relación que el marxismo clásico estableció entre base económica y sobrestructuras.

Terminaré con una breve reflexión sobre esto, que afecta a lo que los marxismos han producido durante los últimos cuatro años en el ámbito, sobre todo, de la teoría y de la filosofía política.

La progresiva aproximación a otras tradiciones que históricamente han tenido que ver con la idea de emancipación o liberación de los humanos, o incluso la integración con ellas, es, sin duda, un rasgo diferenciador de las investigaciones marxistas más renovadoras del nuevo siglo. Y no sólo en el ámbito de la historia de las ideas, de los estudios culturales o de la crítica de la cultura, como se ha apuntado antes, sino también, y más en general, en los ámbitos del análisis socio-económico y de la filosofía moral y política. Podría decirse que hasta el año 2000 la aproximación de los marxistas a otras tradiciones y corrientes ha tendido a priorizar el diálogo (a veces crítico, pero casi siempre productivo) con filósofos o pensadores ilustrados como John Rawls, Jürgen Habermas o Amartya Sen, cercanos, por lo demás, en lo político a la tradición liberalsocialista o social-demócrata. Y, efectivamente, esta aproximación había producido ya algunos trabajos de valor como los publicados por Van Parjis sobre las nociones de justicia y renta básica, por Jacques Bidet sobre justicia y modernidad, por Etienne Balibar sobre democracia, racismo y civilización o por Alex Callinicos sobre igualdad. Pero esa situación, a la que había contribuido en buena parte la corriente que en la década de los ochenta se llamó “marxismo analítico” (Gerry A. Cohen, John E.Roemer, E.O. Wright, Van Parijs, el propio Callinicos), ha empezado a cambiar después del año 2000, lo que complica sin duda el proyecto de renovación de Anderson y la NLR.

Me explico. Perry Anderson estaba haciendo su propuesta de renovación inmediatamente antes de que saltara a la palestra el movimiento alterglobalizador, o movimiento de movimientos, circunstancia (no prevista) que obliga a revisar ahora las críticas a los eufemismos piadosos que supuestamente engordan, como él decía, por autoconsolación, los procesos contrarios al poder neoliberal: el poder mismo ha reconocido por escrito que lo que viene ocurriendo desde Seattle y Génova es algo más que un incordio para la universalización de las políticas neoliberales. Pero, siendo esto así, y reconociendo la pluralidad, e incluso la heterogeneidad, de las fuerzas ideales de liberación que componen el movimiento de movimientos (además del papel que en ello hayan tenido algunos de los marxismos renovados), parece lógico concluir que es más bien con esas otras corrientes con las que el marxismo del nuevo siglo tendrá que dialogar e hibridarse. Y que para esto la declaración de principios acerca de la prioridad del espíritu de la ilustración sobre el espíritu de los evangelios es más que insuficiente. De ahí que, fuera ya de las instituciones académicas, y sin despreciar el espíritu de la ilustración ni las aportaciones de Callinicos, van Parjis, Balibar y tantos otros, las corrientes marxistas más activas en el movimiento alterglobalizador prefieran ahora dialogar entre ellas e hibridarse con la filosofía latinoamericana de la liberación (Hinkelhammert, Dusel, Fornet-Betancourt, Gutiérrez, Boff, Frei Betto), con el neozapatismo (Marcos), con las distintas corrientes libertarias (en particular con la corriente que representa Noam Chomsky), con el autonomismo leninista-spinozista (Toni Negri), con el ecologismo social (Boochkin, Commoner) o con la tradición de la desobediencia civil, que con Habermas, Rawls o Pettit, señaladamente a la hora de plantear en la práctica qué pueda ser hoy la justicia global en un mundo ecológicamente sostenible.
IV

De esta nueva orientación han salido ya durante estos últimos años algunas aportaciones notables, a las que a veces se denomina, por inercia, neomarxistas o poscomunistas pero que, si bien se mira, enlazan más con el marxismo de la subjetividad y de inspiración holista o sistémica que con lo que fue el neomarxismo del teorema y del análisis de microfundamentos. Es este el marxismo, o para cumplir con la palabra dicha el conjunto plural de marxismos, que mayormente está pasando ahora de la forma libro o de la forma revista a la red de Internet (en la que, obviamente, también hay tanta basura al menos como en las librerías).

He usado antes la expresión dialogar entre ellas al referirme a las distintas corrientes marxistas activas en el movimiento de movimientos o movimiento alterglobalizador. Esto exige una aclaración, sobre todo para los más jóvenes, pues en principio suena raro que el diálogo, precisamente entre corrientes marxistas, pueda presentarse ahora como una novedad. Pero así es. Pues desde la década de los sesenta, y señaladamente desde 1968, lo característico de la relación entre las diferentes corrientes marxistas existentes fue el enfrentamiento constante y la intolerancia en la afirmación de lo que cada cual consideraba ortodoxia. Como no querría demorarme en esto y para evitar consultas a hemerotecas que en la mayoría de los casos resultarían penosas recomiendo la lectura de algunos de los poemas sarcásticos de Erich Fried, correspondientes a esa época, en los que se parodia con inteligencia y agudeza una situación habitual en la que “mi Marx tira de la barba a tu Marx”, etc. (1). Desde 1990 se produjo en esto una inflexión; una inflexión hacia el reconocimiento recíproco que, poco a poco, y no sin dificultades, se ha ido acentuando en los últimos años. Esto se ve bien en los encuentros que convoca anualmente en París la revista Actuel Marx.

Ocurre, pues, como si los marxistas de las distintas corrientes post-sesentayochistas (maoístas, pro-soviéticos, trotskistas, eurocomunistas, marcusianos, libertarios) que han sobrevivido a la caída del muro de Berlín, a la imposición de las políticas neoliberales y a la disolución de la mayoría de las organizaciones en que militaron hubieran ido llegando a la conclusión de que los principales motivos del antiguo enfrentamiento han caducado, que hay que volver, por tanto, al análisis concreto de la situación concreta contemporánea y que, en la perplejidad que suscita el final de aquel mundo bipolar, conviene empezar escuchando las razones de los otros, de los (en principio) más próximos ideológicamente pero que las circunstancias, cuando no la intolerancia y el dogmatismo, habían convertido en adversarios o en enemigos. Una de las condiciones de posibilidad de este diálogo es el hecho de que hoy en día, a diferencia de lo que ocurría en décadas pasadas, son pocos ya los intelectuales que se declaran marxistas en los ambientes académicos que no tengan al mismo tiempo un vínculo estrecho con las organizaciones o movimientos que se proponen cambiar el mundo de base. Y el que este diálogo entre las corrientes marxistas sea productivo depende sobre todo de la prioridad que se dé al análisis concreto de la situación concreta y a las propuestas constructivas alternativas. Lo que no implica olvidar u ocultar un pasado de controversias, a veces dolorosas, sino volver a estudiar esa historia, ahora en común, para captar qué hilos hay en ella que como diría Walter Benjamin aún pueden contribuir a formar el ovillo de nuestra contemporoneidad.

Dicho con otras palabras y para acabar de aclarar la cosa: en este diálogo entre corrientes marxistas tiene sentido polemizar y discutir acerca de si propuestas como la aplicación de la tasa Tobin, el denominado socialismo de bonos, las diferentes variantes del eco-socialismo, el ingreso universal garantizado, la soberanía alimentaria, la sostenibilidad económico-ecológica, la democracia participativa, la desobediencia civil, la campaña hambre cero propuesta por Lula y Frei Betto en Brasil o las “misiones” propiciadas por la revolución bolivariana representan realmente una ruptura con las políticas neoliberales o son sólo medidas paliadoras para cambiar fachadas manteniendo lo esencial de la dominación social. Menos sentido, o ninguno, tiene, en cambio, obcecarse en ver hoy en cada una de esas propuestas a veces atendiendo sólo al pasado, a la historia de quienes las hacen persistencias, restos o nuevas manifestaciones de estalinismos, trotskismos o reformismos socialdemócratas. En este punto Perry Anderson lleva razón: no es esperable que la renovación de los marxismos venga de la reproposición de antiguas actitudes hiperideológicas cristalizadas en rótulos que nada dicen a los más jóvenes.

La lista de autores que en los últimos años han publicado siguiendo esta dirección, o sea, en contacto y diálogo con los movimientos sociales alternativos y, sobre todo, con el movimiento de movimientos, sería larga, y el análisis particularizado de las aportaciones que de ahí han salido no cabe ya aquí, pero querría al menos mencionar por abreviar, ilustrar y terminar- los trabajos más recientes de Samir Amin (sobre lo que él llama “el capitalismo senil”), de I.Wallerstein (sobre el carácter de los movimientos antisistémicos y la utopía), de James Petras (sobre la evolución del hegemonismo norteamericano), de Tariq Ali (sobre los nuevos fundamentalismos), de E.O. Wright (sobre la desigualdad, el socialismo del futuro y la utopía concreta), de Toni Negri (sobre imperio, biopolítica, general intellect, poder constituyente y multitud), de Luca Casarini (sobre desobediencia), de John Holloway (sobre antipoder y contrapoder), de Boaventura da Sousa Santos (sobre democracia participativa), del Consejo Latino- Americano de Ciencias Sociales (sobre aspectos centrales de la filosofía política contemporánea) (2).

El carácter heterogéneo de estos trabajos salta a la vista, tanto en lo que hace al análisis y diagnóstico de lo que están representado la globalización, el papel de los Estados Unidos de América y de Europa en la nueva fase o la estructura del Imperio, como en lo que se refiere a la prognosis, a las expectativas, a la evaluación de la correlación de fuerzas en presencia o a las alternativas que se proponen.

Así, por ejemplo, la mayoría de los autores que acabo de mencionar no estaría dispuesta a aceptar la drástica caracterización de Samir Amin, según la cual el capitalismo ha entrado en su fase senil; la tesis de Negri sobre la existencia de un Imperio sin base de operaciones precisamente localizada y sin imperialismo, en el que, por otra parte, la multitud pasa a ocupar el lugar que en otros tiempos ocupó la clase obrera o el proletariado industrial ha sido criticada, y explícitamente rechazada, por James Petras desde Estados Unidos y por Atilio Boron, presidente del Consejo Latino-americano de Ciencias Sociales, desde Argentina; la idea de John Holloway sobre la posibilidad de cambiar este mundo globalizado de las políticas neoliberales sin tomar el poder, es decir, profundizando simplemente los antipoderes embrionarios que han ido surgiendo durante los últimos años, ha dado origen a una sonada polémica que desde América Latina (México y Argentina, sobre todo) se ha traslado a Europa; la propuesta de democracia participativa de Sousa Santos, que se inspira en las experiencias de Porto Alegre y de Kerala, pero que no deja de subrayar la tensión existente entre fuerzas políticas institucionales y espontaneidad socio-política de la ciudadanía de a pie, entra en conflicto tanto con el tipo de socialismo que postula E.O. Wright como con la idea genérica de multitud o muchedumbre y poder constituyente; y las propuestas de Luca Casarini sobre desobediencia y violencia virtual o simbólica, que se inspiran mayormente en la experiencia de los tute bianche durante las manifestaciones del movimiento alterglobalizador contra las instituciones internacionales o, parcialmente, en el neozapatismo, están siendo igualmente discutidas por otros marxistas italianos que intervienen de manera activa en el movimiento de movimientos.

Todo esto, pluralidad, heterogeneidad, críticas y contra-críticas, a veces acompañadas todavía de acusaciones sobre abandonos del marxismo, revisión de sus tesis centrales o de sospechas sobre pasos inadvertidos al campo teórico del adversario, crea cierta confusión. Dentro y fuera del conjunto de movimientos socio-políticos y socioculturales que componen el movimiento de movimientos. Y en ocasiones la confusión es utilizada para abonar la idea muy recurrente entre aquellas personas que prestan más atención a las polémicas y a las controversias que a los textos que las han originado de que la izquierda marxista ha entrado en declive porque no tiene teoría. Pero esto último, en mi opinión, es una conclusión falsa, un equívoco muy vinculado todavía a la idea, también falsa históricamente, de que hubo un tiempo en que se contaba con una teoría aseadilla y cerrada acerca de la evolución en curso del capitalismo y con una teoría no menos aseadilla y cerrada acerca de la revolución o de los procesos revolucionarios alternativos al sistema existente. Quien se haya acercado con atención a la historia de los marxismos desde los tiempos de la I Internacional tiene que saber que esa idea de la teoría unitaria, aseadilla y cerrada, tanto en lo que hace al análisis económico-social como en lo que hace a las previsiones sobre la revolución, fue siempre una ilusión; una ilusión, como decía Gramsci, de gentes que pretenden encajonar la historia haciendo abstracción de la voluntad, los deseos y la imaginación de la humanidad que sufre.

Pero hay más: aún suponiendo que in illo tempore haya habido algo así como una teoría marxista compartida de lo que estaba siendo la evolución del capitalismo (lo cual ya es mucho suponer), como entre teoría y decisión de cambiar el mundo hay muchas mediaciones y como la decisión de actuar no se deriva sin más del convencimiento teórico, es natural y comprensible que haya habido simultáneamente varias teorías marxistas (o varias ideas candidatas a serlo) del cambio social y de la transformación revolucionaria. Bastará con recordar a este respecto lo que el principal candidato a teórico de la revolución en esa historia, V.I. Lenin, escribió en un momento decisivorecordando en esto a Napoleón-: “primero se pone uno en marcha y luego se verá”. Y aun suponiendo todavía que lo que éste escribió después del se verá haya sido, a su vez, algo así como una teoría para los revolucionarios de la época, tampoco se puede olvidar que él mismo advirtió, en 1922, ya al borde de la muerte, de los peligros de la generalización de la teoría, basada en lo que se vio en Rusia, a la Europa central y occidental. Si Gramsci, el otro candidato a teórico de la revolución en Occidente, fue grande es, primero, porque supo ver que no es posible encajonar la historia en teorías y, luego, porque supo escuchar el mensaje final del hombre aquel del primero se pone uno en marcha y luego se verá.

Complicación adicional para marxistas del siglo XXI: si esto que estoy diciendo ya era así in illo tempore, o sea, cuando el mundo que contaba era mayormente esa parte del mundo a la que llamamos Europa, ¿que decir de la teoría económico-social o sociopolítica del mundo-mundo, o sea, de un mundo globalizado e interrelacionado en el que se hablan muchas más lenguas de las que pueden caber en nuestras filosofías y se mezcla un montón de culturas de las que el mejor marxista de los buenos tiempos apenas sabía decir otra cosa que eran culturas de “países sin historia”? Y ¿qué decir de la teoría del cambio social, de la revolución, del cambiar el mundo de base o, simplemente, de la inversión del signo social de la dominación, en un mundo así, en un mundo-mundo, en el que, hablando con propiedad, ni siquiera somos contemporáneos los unos de los otros y en el que tampoco puede darse por supuesto que los intereses de los de abajo coincidan siempre con sus creencias, deseos e ilusiones? Lo más sensato en un mundo así, y sabiendo lo que sabemos, es proponerse humildemente rebajar las ínfulas de la teoría económico-social acerca del capitalismo (senil o no), y aún más las pretensiones de teoría única o unificada del cambio social (revolucionario o no).

Así vistas las cosas, resulta que ya es mucho, cuando, efectivamente, todo lo sólido se disuelve, cuando los ideólogos de la otra parte propician las guerras de civilizaciones y de religiones y cuando los mandamases y mandamenos del Imperio fomentan entre las gentes fundamentalismos varios, el que, en la pluralidad de aproximaciones teóricas construidas por los marxistas del siglo que empieza, tanto para el diagnóstico como para el cambio, y desde lugares tan distintos del planeta, haya más coincidencias que disidencias y se discuta en revistas o en la Red con la calma y la paciencia que permiten ese mundo intolerable acerca de qué candidata a teoría explicativa es mejor.

A este respecto, y entrando en algunas de las polémicas marxistas actuales, aún se podría sugerir algunas cosas más para facilitar el diálogo antes dicho. Por ejemplo: que no es lo mismo observar el comportamiento del Imperio desde Duke o Padua que desde Bagdad, Dakar, Buenos Aires o Caracas; que la idea de un Imperio sin imperialismo ofende al sentido común (revolucionario o no); que entre clase obrera (con conciencia o sin conciencia de clase) y multitud hay en el mundo otras configuraciones sociales y socio-culturales intermedias dignas de ser tenidas en cuenta en el análisis; que, una vez hecha la observación de que el poder (todo poder) corrompe, queda aún mucho por decir sobre las articulaciones posibles de antipoderes y contrapoderes en nuestras sociedades, como muestran casos tan diferentes como el de Venezuela y el de Brasil; que lo que navega actualmente con el nombre de desobediencia civil es, desde el punto de vista de la teoría, un híbrido novedoso en el que se dan cita desde Thoreau y Gandhi hasta Marx y Marcos y que tal hibridación no es despreciable; y que, por eso mismo, y por lo que hay en él de reflexión acerca de los movimientos alternativos que en el mundo han sido, en el movimiento que se autodenomina actualmente alterglobalizador tienen cabida el marxismo (en sus diferentes corrientes), el libertarismo (en sus distintas acepciones) y otras tradiciones de liberación de los humanos. El marxista de los inicios del siglo XXI tiene que aceptar, no sólo por lo que ha sido la historia de las revoluciones desde 1870 hasta 1968, sino por lo que es el presente de los movimientos de liberación, que el marxismo es una de las ideologías en presencia pero no la única.

El problema de la izquierda de verdad, marxista o no, no es de teoría. No era ya de teoría in illo tempore (pongamos por caso, en los días de la Comuna de París). Era y sigue siendo un problema práctico: la fuerza, la potencia (económica, militar, política, ideológica) del adversario, en el plano estatal y en el ámbito mundial. Lo que cambia es la forma de articulación de esa fuerza: el modo de producir mercancías, el modo de producir ideología, el modo de producir cultura, el modo de producir información, el modo de manejar los medios de comunicación.

(1) Erich Fried, Cien poemas apátridas; Anagrama, Barcelona, 1978.

(2) Me refiero sobre todo a: Samir Amin, Más allá del capitalismo senil, El viejo topo, Barcelona, 2003; I.Wallerstein, Utopística. Las opciones históricas del siglo XXI. Siglo XXI, México, 1999 (y, en catalán, Universitat de València, 2003); J. Petras, Las estrategias del Imperio: los EE.UU y América Latina, Hiru, Hondarribia, 2000; Tariq Ali, El choque de los fundamentalismos, Alianza, Madrid, 2002; E.O. Wright, “Propuestas utópicas reales para reducir la desigualdad de ingresos”, en R. Gargarella y F. Ovejero (eds.), Razones para el socialismo, Paidós, Barcelona, 2001; A. Negri, La fábrica de la estrategia: 33 lecciones sobre Lenin, Akal, Madrid, 2003; A. Negri y M. Hardt, Multitude, war and democracy in the age of empire, Penguin Press, 2004; L. Casarini, “Disobbedire e disertare”, en http://www.sherwood.it; B. da Sousa Santos, Democracia y participación, El viejo topo, Barcelona, 2003; J. Holloway, Cambiar el mundo sin tomar el poder, El viejo topo, Barcelona, 2003; A. Boron, Imperio, imperialismo, Viejo Topo, Barcelona, 2003.

El concepto de revolución en el marxismo

El concepto de revolución en el marxismo
Manuel Ballestero

El concepto de revolución parece haberse borrado en una sociedad integrada y compleja. El movimiento social parece desarrollarse sin posible ruptura, de manera sólo evolutiva.

Algo de esto es verdad y corresponde a las condiciones políticas y sociales de estas sociedades; pero la dialéctica social sigue abierta, incluso en estas sociedades; no hablemos de las de la periferia del sistema; los problemas están ahí: paro crónico y de masas, dificultades de formación profesional, de alojamiento, de vida urbana, diferencias sociales cada día más hondas, la democracia reducida a una farsa.

Esas dialécticas – en torno a la longitud de la jornada de trabajo, en torno al nivel de salarios o de protección social de los ciudadanos- desajustan el falso equilibrio de estas democracias capitalistas y exigen soluciones.

El problema no es hoy el dilema entre reforma o revolución, sino articular un proceso y un movimiento de reformas que tiendan a superar el sistema del capital.

Nuestros adversarios (neo-liberales y social-liberales) confunden el necesario, obligado, proceso de avanzar por medio de reformas con la no modificación del sistema capitalista.

Nuestra estrategia, obligada por las condiciones sociales actuales, es una lucha por arrancarle a las clases dirigentes reformas que transformen los equilibrios sociales, que atenúen –hasta acabar con ella- la explotación del trabajo y de la sociedad por el capital.

Puede preguntarse: ¿es marxista esa perspectiva de reformas transformadoras?, o, ¿rompe con la teoría marxista clásica?

No es posible aquí abordar el problema en toda su extensión, es una cuestión muy ancha y profunda. Reflexionaré a partir de unas cuantas ideas de nuestros clásicos.

Arranco de un texto de la «Introducción a la contribución a la crítica de la economía política», de K. Marx, 1857 (lo citaré en la conferencia, no lo tengo a mano) (ver al final).

Dos observaciones: movimiento incesante, lento o rápido, en las fuerzas productivas: ese movimiento es la base del proceso histórico, de sus cambios y de sus rupturas. Por esa acumulación permanente de cambios en dichas fuerzas no hay detención en la historia; el proceso de expansión de las fuerzas productivas no se detiene, constituye la base móvil. Ahora bien, ese movimiento choca en un momento dado con la estructura de las relaciones de producción; esa contradicción provoca desajustes, desequilibrios en la estructura social, provoca sobresaltos sociales. Esto es la revolución.

En el texto de Marx hay la convergencia de estos dos elementos: el movimiento de las fuerzas productivas y la estructura de las relaciones de producción; el choque de una base móvil y de una estructura fijada. Desde el principio en la concepción de Marx la noción de revolución es dialéctica; no es una concepción simplista ni simplificada del proceso revolucionario.

La revolución, en ese texto, aparece colocada en un largo período, el de la acumulación de las transformaciones en las fuerzas productivas que, de manera continuada y prolongada, engendra tensiones respecto a las relaciones de producción. Estas tensiones emergen en formas diversas:

a) Como crisis en los procesos productivos y sociales, que pueden conducir, aunque no necesariamente, a un estancamiento prolongado de tales procesos productivos y reproductivos. O a un avance en el desarrollo de dichas fuerzas productivas con repercusiones destructoras respecto de la fuerza productiva principal, la fuerza de trabajo, la reproducción armoniosa de la vida social a este proceso asistimos hoy en los países capitalistas.

b) O a una explosión revolucionaria radical

c) O a una inquietud social que no desemboca inmediatamente en crisis revolucionaria, pero que se prosigue en medio de luchas sociales, intermitentes, más o menos profundas, pero que no encuentran el camino político para destruir el sistema.

De todos modos, la revolución en el texto de Marx aparece como un punto en una larga línea de transformaciones, de desequilibrios, de choques, contradicciones y luchas.

Hago un inciso. La crisis que se engendra en el desajuste entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción no tiene por que expresarse sólo en forma de crisis económica, como la del 29. Esto lo olvidan algunos que se dicen marxistas y que se encuentran obnubilados por las hazañas del sistema capitalista, olvidando sus lacras presentes. La crisis, en el pensamiento de Marx, puede manifestarse en formas no económicas, sino sociales: destrucción del tejido social, de los valores más elementales de la vida social y humana (valores de solidaridad y confianza entre los hombres), embrutecimiento social, fomentado desde el poder, desde los poderes, en teorías de darwinismo social, semejantes a las nazi-fascistas: ganan los mejor adaptados, pierden irremediablemente los más débiles. Ese naufragio de todos los valores es crisis; la vida del hombre incluye valores, no sólo mercancías. Esto debe estar claro en la mente de los comunistas; basta con volver a leer a Lenin.

Dicho esto, cierro el paréntesis. En el pensamiento de Marx el salto, el cambio revolucionario, en tanto que momento político de la toma del poder por una nueva clase, se instala en el largo curso, en el tiempo largo de la acumulación de las fuerzas productivas. En ese sentido, el cambio cualitativo, revolucionario está cogido y determinado por la acumulación de cambios cuantitativos en las fuerzas productivas, y en la vida social.

La revolución no comienza ni termina en el instante o en el momento de la revolución; tanto antes como después, el salto revolucionario se apoya y se encuadra en un largo proceso histórico-material-social.

Por todo esto, los clásicos del marxismo Marx, Engels, Lenin, Gramsci han utilizado para su teoría de la revolución social las categorías dialécticas de cambio cuantitativo-cualitativo. Y aquí, contra todos los análisis de los estalinistas, hay que decir que fue en la dialéctica idealista donde sólo de manera filosófica y alienada, no de modo histórico-social-material, se teorizó la cuestión del cambio revolucionario. Esto quiere decir que los marxistas y los comunistas tienen que estudiar la dialéctica materialista en el horizonte teórico de la filosofía clásica alemana; como hizo Lenin en sus « Cuadernos filosóficos », como hizo Marx en sus escritos de juventud «La Sagrada familia», los «Manuscritos del 44» y otros. Por eso Lenin le dio tanta importancia al factor cultural en la formación del partido comunista. Los comunistas tienen que aprender y heredar las conquistas de la inteligencia humana, toda, a lo largo de la historia. Los comunistas no pueden ser sólo buenos ejecutantes, tienen que procurar elevarse a un nivel de comprensión teórica, cada uno como puede, según sus posibilidades.

Resumo: en los clásicos la ruptura revolucionaria del curso social se da dentro del curso social mismo. En este sentido, ruptura y continuidad se interpenetran. Dialécticamente se conexionan, no se excluyen. Y aquí quiero insistir en el entramado dialéctico de la concepción marxista y en que dialéctica significa un modo de pensar que, pensando la realidad en todas sus dimensiones, excluye la unilateralidad y el formalismo, los esquemas.

Dialéctica es ante todo crítica de cualquier abstracción, es decir, unilateralidad, es pensamiento de lo real en su totalidad, en la totalidad de sus elementos y relaciones internas. Por eso dialécticamente es necesario saber pensar la conexión ruptura-continuidad.

La conexión del tiempo largo de los cambios cuantitativos y del corto de los cualitativos. Afirmar uno no quiere decir negar el contrario.

Puede decirse con M. Kossok, especialista alemán de los problemas de la revolución burguesa, «la revolución francesa de 1789 inaugura el final», es decir, empieza el final de todo un enorme y largo proceso de transición del feudalismo al capitalismo.

La noción marxista de «transición» abre otro campo conceptual: que el inicio revolucionario, precedido por la acumulación de los cambios cuantitativos en las fuerzas productivas y, más lentamente, en lo ideológico, tampoco termina en sí mismo; el salto revolucionario no es tan sólo de un instante, de un momento histórico, sino que con el comienza un período de transición y largo de paso de un sistema a otro.

El nuevo sistema no está contenido ni cumplido en el primer paso; el salto revolucionario no hace más que abrir un nuevo y acelerado proceso de adecuación de las fuerzas productivas a las nuevas relaciones. Es decir, el simple cambio de clase en el poder, la modificación del aspecto jurídico de las relaciones de producción, que son mucho más amplias que las simples formas de propiedad, tampoco culmina el proceso revolucionario. También, en este sentido, la revolución está cogida, más allá de sí misma, en un largo proceso.

Sobre estos problemas se ha publicado un libro que no está traducido en castellano, el de J. Legrand, «Le Socialisme Dans l’histoire». El autor insiste en todo lo que acabo de decir, pero llama la atención sobre un aspecto esencial y que el estalinismo silenció o deformó: que el paso al socialismo y la lucha por el socialismo representa la culminación de toda una enorme serie de esfuerzos emancipadores que todavía no tenían forma socialista; se liga a ellos dialécticamente y los realiza. Marx ha escrito que «la humanidad tiene un sueño y basta que tome conciencia de el para realizarlo». En esto, dos elementos: 1) Lo anterior emancipador, incluso en formas mistificadas religión, filosofía, arte son modos en que plasma ese sueño que el socialismo tiene que realizar. Lenin, por eso, decía que el comunismo es el compendio de todo lo que la humanidad ha producido de elevado en su curso civilizador. 2) En ese «basta que tome conciencia» de Marx se alude a la necesidad del momento consciente, teórico del proceso revolucionario.

En el pensamiento marxista de la revolución no hay la idea de cortes ni de comienzos radicales y asoladores, ni tampoco la idea de cambios puramente objetivistas, sin intervención, consciente y voluntaria de los hombres.

El sujeto social tiene que asumir la problemática del cambio social, debe producirla desde su posibilidad material, posibilidad que los cambios materiales y los de la conciencia social han preparado.

La concepción marxista de la revolución es dialéctica, es decir, la revolución es entendida como proceso histórico dentro de la historia, dentro del proceso histórico general que la prepara y que ella misma, la revolución, lleva a cabo con la vista puesta en los valores que debe alumbrar y que deben recoger y profundizar lo que la humanidad ha ido alumbrado en su devenir histórico.

Por eso es necesario retener en el centro de la concepción la noción dialéctica de Aufhebung: sobrepasamiento dialéctico: lo nuevo suprime lo anterior en la medida en que lo preserva, es decir, en que cumple las promesas que han quedado incumplidas y en la medida en que profundiza en lo que se ha cumplido.

El socialismo retiene en su interior las conquistas emancipadoras de la historia. La democracia, en su sentido recto-poder del pueblo, autodeterminación popular del contenido de la vida social y del proceso social de producción. En ese sentido, la democracia se retiene transformándola, convirtiéndola en real democracia. En el número 4 de la revista «Contrarios» hemos publicado unos textos de Marx sobre este tema.

¿Cómo entender esto de preservar lo que se supera? Como integración en nuevas estructuras sociales de los elementos racionales de las anteriores, dentro de las nuevas y en la medida en que esos elementos de racionalidad se pliegan a una nueva lógica histórico-social.

Esta nueva lógica social no está acuñada con el simple salto revolucionario. La nueva lógica tiene que abrirse a través de un largo período de transición.

Esto nos lleva a otra cosa. La teoría de Marx acerca de la revolución socialista contaba con que ésta se produciría en un país capitalista desarrollado y como resultado del desarrollo de las contradicciones del capitalismo desarrollado. Esto significaba que el capitalismo habría preparado la base material para una nueva sociedad; en tanto que sociedad, el capitalismo tiene un cometido desarrollar al máximo las fuerzas productivas para comprimir el valor de la fuerza de trabajo y aumentar la tasa de plusvalía y de explotación.

La naturaleza desigual del desarrollo y los fenómenos imperialistas motivaron la emergencia revolucionaria en países de la periferia, en la Rusiaatrasada. Por eso el proceso de transición tenía que ser más largo y difícil, no acelerado como en cierto modo impusieron las necesidades históricas de defensa de la república soviética. La radicalización estalinista impidió un desarrollo más equilibrado también las amenazas del fascismo desde 1933. Pero también hay que señalar que el estalinismo no sólo aceleró los ritmos, sino que cambió la orientación leninista.

Lenin, como explica muy bien G. Lukacs en «Socialismo y democratización», le prestó mucha más importancia a los aspectos cualitativos de la nueva sociedad los soviets como órganos de poder del nuevo Estado que a los puramente cuantitativos: crecimiento de la producción y-perspectiva de alcanzar a los países capitalistas, en lugar de desarrollar una nueva lógica social y política, nuevos modos de gestión obrera, intervención popular en los asuntos del Estado, y otros.

A la luz de lo dicho, resumo: la revolución aparece cogida en largos procesos acumulativos; los procesos de las luchas sociales por reformas forman parte dialécticamente de1 proceso revolucionario.

El sistema del capital mantiene todas sus contradicciones, en nuevas formas y nuevos modos de gestionarlas, pero, por ello, ese sistema tiene que ser superado, sobrepasado. En situaciones históricas en que parece que el horizonte está cerrado hay que pensar en el tiempo largo que no significa adaptación, sino lucha tenaz, consecuente.

Marxismos, Neo-marxismos y post-marxismos

MARXISMOS, NEO-MARXISMOS Y POST-MARXISMOS

André Tosel

PARA UN ESTADO DE SITUACIÓN: DEL LADO “MARXISTA”

El modo de existencia del pensamiento de quienes hoy se reivindican más o menos en pro de Marx y se dicen marxistas, es muy problemático. El fin del marxismo-leninismo soviético, que fue el pensamiento oficial de los partidos comunistas de la Tercera Internacional, coincidió con el agotamiento de los efectos producidos por las últimas grandes elaboraciones de los heréticos del marxismo que fueron, a títulos diversos, A. Gramsci, G. Lukács, M. Horkheimer, T. W. Adorno, H. Lefebvre y L. Althusser. Todos estos auténticos pensadores del siglo XX no han logrado reformar la ortodoxia, de la misma manera en que sus proposiciones teóricas y estratégicas no han sido asimiladas en profundidad por sus destinatarios efectivos, los partidos comunistas. La implosión del comunismo de tipo soviético, o bien ha conducido a un alineamiento tendencial sobre los partidos socio-demócratas, cada vez más convertidos en liberal-demócratas, o bien ha desembocado en la existencia de partidos comunistas “refundados“, pero desprovistos de una actitud política efectiva. Y sobre todo, ha sido roto irremisiblemente el vínculo que unía la teoría marxista y el movimiento obrero organizado, ese substrato de los marxismos ortodoxos y heréticos. La referencia a Marx, por lo tanto, no ha desaparecido, y, en esta situación inédita, han surgido numerosas tentativas de efectuar un balance del pensamiento marxiano, exentas de toda reverencia y atentas a la complejidad real de ese pensamiento.

Así han emergido neo-marxismos y post-marxismos sin que este florecimiento pueda alinearse como tal en la investigación académica: si bien todas esas elaboraciones tratan a Marx como un clásico del pensamiento que debe ser estudiado como Hegel o Aristóteles, todas lo tratan como un crítico esencial de la modernidad y buscan, en él y contra él, elementos y aún una problemática para la elaboración de un pensamiento realmente crítico respecto del capitalismo que devino mundial. Todas son “políticas“, lo que no perdona la filosofía universitaria. Esta supervivencia explosiva y diseminada de Marx, desprovista de vínculos organizativos, puede reservar sorpresas, pero en el momento actual lleva una existencia marginal. La amplitud de las revisiones de que han sido objeto la obra de Marx y de los grandes heréticos del siglo, impide la ocurrencia de un efecto de sugestión sobre las grandes corrientes de la filosofía contemporánea. Sería útil estudiar esos neo-post-marxismos para medir el estado de pulverización extrema en que se halla, de aquí en más, el corpus marxiano, del que, por otra parte, se comienza a percibir que es como tal una inmensa acumulación de fragmentos, no un sistema.

Se podría ver que en el seno de esos neo y post-marxismos no hay ni una sola tesis de Marx que no sea discutida, reformulada, o incluso abandonada. Un sencillo relevamiento bastará. La teoría de la historia es, o bien denunciada como versión materialista de la filosofía progresista de la historia, o bien reelaborada como teoría de posibles abiertos. Estos posibles, a su vez, son, ya interpretados como tendencias que contienen sustancialmente las razones objetivas y los motivos subjetivos de su actualización, o ya reelaborados como elementos de una concepción aleatoria del cambio. La teoría crucial de la explotación, que durante mucho tiempo íúe considerada como el meollo de la crítica de la economía política capitalista, no goza de mejor estado. Su fundamento, la teoría de la plusvalía absoluta y relativa, reposa sobre la teoría del valor trabajo que, desde fines del siglo XIX, ha sido objeto de recusaciones constantes (a partir de la dificultad de hacer posible una teoría de los precios de mercado). Así, ella puede ser, o bien aceptada por su capacidad de dar cuenta de las formas sucesivas de la sumisión real del trabajo al capital, abstracción hecha de sus propias aporías, o bien completamente reformulada sobre la base de una crítica del sustancialismo metafísico inmanente a la idea misma del valor trabajo; y esta reformulación puede tomar a su vez diversas formas, de las cuales, la de la dotación desigual en capital (se dicen explotados los individuos que estarían en mejor posición si se retiraran de su lugar en las relaciones sociales). Las mismas observaciones podrían hacerse sobre la teoría de la caída tendencial de la tasa de ganancias y de las crisis: a la tesis de la necesidad de una resolución más o menos catastrófica de esta ley en una crisis final, ha sucedido una interpretación probabilística que hace reserva de los derechos de la contingencia histórica y de la iniciativa humana. Más aún, ciertas lecturas hacen de la crisis misma el mecanismo de la reproducción indefinida del capitalismo….

A la vez, se plantea la polémica concerniente al derecho, la moral y la política, la justicia según Marx, polémica que se ha nutrido durante estos años en el seno del marxismo llamado analítico: la teoría funcionalista de la explotación ¿autoriza una teoría normativa, o conduce, en razón de la inseparabilidad entre el ser y el deber ser, a no ver en la reivindicación de justicia sino una dicción necesaria y contradictoria de los derechos según la posición de clase? Este interrogante sobre el lugar y la función de la ética, y aún de la moral, en el pensamiento marxiano, relanza con la cuestión del derecho la cuestión aún pendiente de la política, la de la lucha de clases en su relación con el Estado, con la democracia representativa y directa: a los que reivindican a Marx, teórico de la institución republicana, se oponen los que hacen aparecer la irreductibilidad de la crítica de la representación en Marx y subrayan la persistencia de la temática de la democracia directa y de los consejos. El asunto no termina ahí, se vuelve a plantear al interrogarse sobre la relación de Marx con la tradición política del liberalismo, el contractualismo liberal-social: a los que proponen, siguiendo a Rawls y Habermas, reconstruir la teoría de Marx a partir de las categorías del contrato central e interindividual, y del principio de asociatividad, se enfrentan quienes sostienen una lectura neo-maquiaveliana o spinoziana en términos de relaciones de poder.

No es sorprendente, desde luego, que la estructura del saber marxiano sea objeto de disputas tan radicales. La interpretación dialéctica de la Kritik es contestada, no solamente por lecturas estructurales que eliminan la herencia teórica de la referencia hegeliana, siempre diabolizada en Francia, sino que esas lecturas mismas se dividen según que rectifiquen el presunto funcionalismo epistemológico, considerado teleológico, de Marx en el sentido del individualismo metodológico, o que entiendan conservar algo de la tradición organicista en la que se supone se inscribe Marx. Todas estas revisiones se desarrollan, por fin, sobre el trasfondo que constituye el descubrimiento de faltas y lagunas graves en el pensamiento marxiano: es ya antigua la comprobación de la insuficiencia de las teorizaciones marxianas acerca de lo político, lo jurídico, lo religioso, demasiado marcadas por el economismo y la reducción de las relaciones hegemónicas de sentido a relaciones mecánicas de fuerzas; a ello se agregan cuestionamientos más graves que se refieren a la hipóstasis de la producción y del trabajo, a la acción mal entendida como acción en primera persona, al olvido de las estructuras simbólicas, a la oculta ocultación de la perspectiva hermenéutica en beneficio de la sola dimensión de la crítica.

Todo ocurre como si el campo de los neo y post-marxismos estuviese organizado en dos polos contradictorios, el analítico y el utópico.

Por una parte, el polo de lo que se denomina el marxismo anglosajón o analítico ha emprendido la deconstruccción del corpus marxiano de manera interna cotejando sus argumentos desde el punto de vista del individualismo metodológico, es decir haciendo del método micro-fundador y de la teoría de las opciones racionales los medios de una reconstrucción, más coherente, de la teoría de los fenómenos económicos y sociales. Esta reconstrucción debe poder ser sometida a la discusión argumentada de una comunidad científica cuya primera preocupación es el rigor. Ella pone a prueba la coherencia de la teoría marxiana, individualiza sus modos de razonamiento, sus obscuridades, su plenitud. Ella recusa toda opción ideológica a priori que se refiera a una elección de posición de clase o de partido, retraduce a un lenguaje ordinario pero epistemológicamente controlado lo que en Marx se enuncia en un lenguaje especulativo y dialéctico. Ella trata de esclarecer los conceptos de base para llegar a definiciones claras que permitan una confrontación constante con las ciencias sociales. No vacila en corregir ciertos análisis, abandonar sin retorno ciertas teorías, recusar ciertas perspectivas consideradas confusas, inconstructibles y utópicas. Mantiene así la doble necesidad del mercado y del Estado, liquida como inútil la teoría del valor. Separa lo que es válido en Marx de lo que no está verificado empíricamente o que es lógicamente incoherente. Añade las piezas teóricas consideradas faltantes, como la teoría normativa de la ética y del derecho. De todas maneras, esta deconstrucción analítica asegura un distanciamiento respecto del corpus marxiano y marxista.

Por otra parte, el polo utópico, e incluso escatológico y apocalíptico, trata de situarse a un nivel no susceptible de ser demostrado como falso, inaccesible a la deconstrucción analítica. Ésta deja intacta la dimensión de esperanza inscripta en los gritos de los vencidos y de los explotados, no conoce más que el comportamiento racional modelado sobre los teoremas del utilitarismo, es ciega a la cuestión históricomundial de la dominación. No puede encarar otro horizonte que no sea el de la racionalización aceptada como un dato evidente, no problematizable. Excluye en general la dimensión de la posibilidad, y en particular la ruptura de la linealidad del tiempo. Marx supo unir saber (incluso si ese saber exige su rectificación) y memoria viva del sacrificio de los vencidos. Este vínculo apocalíptico -que acaba de subrayar J. Derrida después de W. Benjamín– halla su pertenencia en la época de la mundialización capitalista. La epistemología tiene por efecto ocultar el espíritu de un pensamiento que ha estado y está todavía a la altura del desafío de la modernidad en la medida en que no oculta el precio cada vez más intolerable con que se paga la constitución de la economía-mundo. Como se ve, los neo y post-marxismos no se desarrollan en el sentido de una iracundia sin fronteras. La nueva libertad de que goza la búsqueda no acaba en un unísono, sino más bien en una cacofonía. Aquí el estado de situación debería ser evaluación o balance, pero dejaremos esta tarea en suspenso.

En este punto de máximo alejamiento de la compactación de las diversas ortodoxias marxistas, se plantea un interrogante: ¿qué significa hoy llamarse todavía “marxista“? ¿qué unidad conceptual mantiene juntas esas voces discordantes? ¿por dónde pasa para cada elaboración la línea de demarcación entre lo que es válido en el pensamiento de Marx y sigue siendo fecundo, y lo que debe ser descartado? ¿se pueden formular, en el seno de los desacuerdos comprobados, proposiciones con un consenso mínimo asegurado? Podemos intentar una respuesta distinguiendo dos tesis que pueden ser la base que permita todavía hablar de neo o de post-marxismo o de marxismo a secas.

Primera tesis: es del orden del saber. Afirma la posibilidad y la urgencia de una crítica del capitalismo histórico devenido mundial y de sus formas, articulada con la teoría de la sumisión real del trabajo al capital. Esta tesis tiene por horizonte llevar a cabo un juzgamiento crítico respecto de la persistencia injustificable material y espiritualmente de formas antiguas y nuevas de inhumanidad histórica.

Segunda tesis: es del orden de la finalidad práctica y de la esperanza razonada. Plantea las esperanzas de una posibilidad de eliminación de ese elemento inhumano (llámese alienación, dominación, explotación, sometimiento, exclusión). Esta tesis tiene por horizonte la liberación del poder de la multitud y la construcción efectiva de formas sociales determinadas que institucionalicen este poder.

DEL LADO DE LA FILOSOFÍA

Fuerza es reconocer sin embargo que esas investigaciones no atraen la atención de las corrientes filosóficas actualmente dominantes, si se exceptúa el marxismo analítico que ha logrado ser parte activa del debate concerniente a la justicia o ciertas lecturas estéticas y estetizantes del marxismo utópico-apocalíptico. Están muy lejos los años en que las orientaciones esenciales de la filosofía no podían sustraerse a la interrogación concerniente a su propio sentido emanado de los diversos marxismos. Si se observa lo ocurrido en Francia, la situación es de desinterés de la filosofía por Marx y los mil marxismos actuales. Al anti-marxismo virulento de los años 1975-1990, ha seguido un a-marxismo educado. La última intervención “marxista” en filosofía que logró ser tomada en cuenta por la filosofía “pura” fue la de Althusser y su grupo. Pero esta intervención ha conocido una parábola singular: partiendo de una proposición de reestructuración del pensamiento de Marx como ciencia estructural del continente historia (después del corte epistemológico), ha terminado en aporética generalizada y se ha acercado tendencialmente a los emprendimientos post-metafísicos y postheideggerianos de deconstrucción del racionalismo occidental. Su vigor y su capacidad de plantear bien los problemas han inspirado investigaciones originales, pero dentro del elemento inevitable de la escisión y la dispersión de “la escuela“. Marx es bien reconocido hoy como un clásico, pero ninguna corriente de pensamiento integra de manera orgánica la Kritik para definirse y desarrollarse. El reconocimiento del pensador crítico de la modernidad económica mundializada no da lugar a una confrontación recíprocamente productiva. El interrogadorde la filosofía que había obligado a Merleau-Ponty, Sartre, R. Aron o Eric Weil, y, en menor grado, a Foucault y Deleuze a situarse en relación a él, ya no es interrogado. Queda librado al estudio dividido de sus intérpretes.

En efecto, la escena filosófica francesa es dominada tendencialmente por la confrontación y la interpenetración de la fenomenología y la hermenéutica, las que de aquí en adelante deben, cada vez más, confrontarse y combinarse con la filosofía analítica en plena emergencia.

La fenomenología da una gran importancia a la intersubjetividad y a su modo de ser en el lenguaje, pero jamás se eleva a un análisis de las relaciones sociales fundamentales. El interés por el propio cuerpo, la sensibilidad y la estética en general concierne a un cuerpo que no trabaja ni actúa como ciudadano, un cuerpo esencial sin otra actividad que las del ejercicio de los sentidos en el seno de una relación indeterminada con las cosas mismas. La fenomenología del vínculo social, formulada por Schutz, interesa más a los sociólogos pragmáticos de la acción que a los fenomenólogos que reemplazan a menudo la temática de la constitución por aquella, teológica, de la donación. El libro importante de Michel Henry (Marx, I. Unephilosophie de la réalité. II. Une philosophie de l ‘économie. 1976) no ha tenido continuación.

La hermenéutica, por su parte, es de hoy en más la koiné filosófica que valida en el ecumenismo del círculo del precomprender y del comprender, la totalidad de los discursos convertidos en textos objetos de una reverencia igual. El perturbador planteo del cuestionamiento heideggeriano o nietzcheano sobre la metafísica moderna es así amortiguado en beneficio de un relativismo bien pensante. El retroceso del motivo de la crítica ante el de la hermenéutica da una primacía de hecho a la toma en consideración de las tradiciones de lenguaje y de los prejuicios como estructura del sentido común. La idea misma de una articulación de la filosofía y la crítica de la economía política ya no es encarada, precisamente en el momento en que la mundialización capitalista da a esta tarea una urgencia nueva.

A este respecto, basta observar la manera reduccionista en que se comprende en Francia la obra de J. Habermas. La larga confrontación con Marx y él marxismo occidental es aceptada sin discusión, basta con registrar su resultado, el de una eutanasia suave propuesta a Marx en la lógica de la acción comunicacional. Se descuida la dimensión crítica, modesta, pero sostenida aún por Habermas en sus análisis de la colonización del mundo vivido por esos medios impersonales que son la economía de mercado y la administración política. A ello se prefiere emprender la fundación de una ética del discurso separada de sus justificaciones histórico-mundiales. La filosofía analítica se consagra al análisis técnico del lenguaje y de los saberes.

Se fecunda con las ciencias cognitivas, desarrolla una epistemología internalista de las ciencias. Pero olvida ostentosamente las aproximaciones de la epistemología histórica francesa (Cavalliés, Bachelard, Canguilhem, Desanti, Dagognet) que ha sabido siempre analizar la dialéctica del conocimiento en términos de práctica histórica, sin ignorar la inscripción de la verdad en una problemática teórica que se inscribe simultáneamente en una situación socialmente determinada e indisolublemente unida a la ideológica.

Sería importante interrogar a la figura mayor de la filosofía francesa, Paul Ricoeur, y compararla con Habermas, para hacer aparecer la virtualización de la referencia marxiana en el pensamiento filosófico francés. El intento, impresionante por su amplitud y su saber, de reconciliar fenomenología y hermenéutica, crítica y comprehensión, se pretende considerar a-marxista. Aún cuando los conceptos de ideología y de utopía hayan sido tomados en cuenta por el filósofo, su tematización sigue siendo general y como desconectada de la interrogación marxiana sobre la impureza del simbolismo propiamente capitalista. La filosofía política de P. Ricoeur representa un retorno a Kant; más acá de los análisis penetrantes de Hegel mismo o de Eric Weil. El precio por pagar es por lo menos pesado, en la medida en que permanezcan filosóficamente impensadas las estructuras efectivas de nuestro mundo social y de su ontología de hecho. El muy notable Temps et récit moviliza con penetración los recursos de la narrativa, la historiografía, pero nunca las historias o exposiciones así tematizados al plano de la historia mundial que se hace, so pretexto de peligro de un retorno al totalitarismo inmanente de las grandes exposiciones de las filosofías de la historia.

Es menester ir más lejos. La obra de Ricoeur, aún sin ser seguida por los filósofos mismos, devino la referencia dominante en Francia para las ciencias humanas e históricas. El paradigma del actor intérprete privilegiado de £us actos, aquel de la acción como texto, tendiente a reemplazar la perspectiva crítica de un P. Bourdieu, quien paga las consecuencias de haberse mantenido siempre ligado a la problemática de Marx, procediendo a la generalización de la noción de capital y elaborando la teoría de las prácticas como campos diferenciados de relaciones de dominación y de legitimación. Pero los filósofos franceses, en su gran mayoría, ignoran con soberbia el trabajo de P. Bourdieu a quien no perdonan el haber objetivado la filosofía como práctica inscripta en los dispositivos sociales.

Este rápido panorama sería, por cierto, incompleto si no se observara que, siguiendo la estela de una lectura epocal de Heidegger, o incluso de Nietzche, algunos pensadores, marginales y originales, solicitan a Marx para interrogar la modernidad como crisis de la producción ilimitada, siendo ésta la figura actual de la subjetividad en lugar de dominación, y para replantear la cuestión de la filosofía en su relación con una política de dominio (G. Granel, J.-L. Nancy y, desde otro punto de vista, J. Derrida). Pero, como se ha visto, la exposición de lo que sucede del lado de la filosofía considerada en su relación con Marx y con los marxismos manifiesta, sobre todo, la marginalidad de la referencia marxiana.

Sin embargo, las cosas no son tan simples: este estado de situación, en efecto, muestra simultáneamente que al margen, pero de manera sintomática, el mantenimiento de un punto de vista marxiano-marxista minimal renueva de manera inesperada la posibilidad de interrogar de nuevo a la filosofía en su ejercicio actual, con la condición de que la interrogación marxiana-marxista sepa cruzarse con las corrientes de la filosofía contemporánea que han afrontado la cuestión histórico-mundial del destino del pensamiento como búsqueda desenfrenada de la supremacía. La interrogación marxiana de la filosofía y de su crítica vuelve a surgir así subterráneamente desde el corazón de las aporías marxistas.

Filosofía, ideología, constitución del mundo, en la época de la mundialización capitalista.

La filosofía contemporánea se rehusa, en efecto, estructuralmente, no tanto a pensar su historicidad en términos de misión (el servicio “tradicional” de la libertad, del derecho, de la comunicación, de la ciencia, del ser, enumeración no exhaustiva) como a asumir su pertenencia a un mundo histórico-social, a tornar problemática su propia vinculación con las relaciones sociales fundamentales de este mundo, con las prácticas efectivas así conducidas. Ella difiere la prueba que consiste en medirse con ese otro, con la alteridad de la no filosofía, que es el proceso histórico en su condicionalidad específica, con sus espacios de experiencia y sus horizontes de espera para tomar prestados de R. Koselleck sus útiles conceptos. El pensamiento de Marx y de los marxistas que realmente han trabajado, ha resurgido cuando ha logrado reformarse y reformar teniendo en cuenta los desmentidos y los fracasos históricos, reconfigurándose en función de las reconfiguraciones indefinidas de las coyunturas en que se había inscripto él mismo como actor pensante, cuando ha podido analizar en el curso viviente del cambio histórico los cambios de ese mundo y los cambios del modo de cambio mismo, cuando, en fin, se ha transformado sin renegar de sí mismo. Es el modo actual de cambio del cambio que importa pensar, con el fracaso de la primera tentativa de revolución comunista y con el devenir-mundo de un capitalismo también transformado. Con raras excepciones, la filosofía considera indigno de sí misma pensar esas transformaciones de las transformaciones, cuya tarea delega a las ciencias humanas sin comprometer de manera general con estas últimas la indispensable confrontación. Todas las temáticas impuras desarrolladas en torno a “Marx y la filosofía” no han llegado jamás a definir “una filosofía marxista”, pero han asegurado incansablemente el retorno de la historia y de las relaciones sociales en la filosofía, tomando sus formas más diversas y relativamente heterogéneas dentro de la unidad de la cuestión: dialéctica materialista, materialismo(s) dialéctico(s), teoría crítica, filosofía de la praxis, ontología del ser social, ontología del aún no ser, etc. Marx continúa planteando a la práctica de la filosofía la cuestión de su incurable impureza. Esta cuestión no toma sólo la forma “salvaje” de la ideología, pues ésta es reversible, y los marxismos han funcionado largamente como legitimación del Estado-Partido para reivindicar una ingenuidad perdida.

Para recuperar su pertinencia, la cuestión de la función ideológica de la filosofía, sin embargo, puede y debe comenzar por reformularse en términos de constitución del mundo. La dependencia de la filosofía respecto de las relaciones sociales de producción obliga, en efecto, a pensar positivamente la heteronomia de la filosofía, su pertenencia a un mundo histórico-social que ella puede relativamente constituir. La cuestión “marxista” dirigida a la filosofía es la de la efectividad de su práctica teórica, ella reenvía la práctica filosófica a su verdad inmanente, a la prueba del asimiento conceptual, de la concepción de su mundo, la hace constreñirse a los límites de ese mundo que son siempre los límites (parcialmente desplazables) del pensamiento mismo. La cuestión planteada por el marxismo éste se la plantea infinitamente a sí mismo, concierne a su propia capacidad de pensar los límites de ese mundo. No se trata de la cuestión clásica de la historicidad ni la de la reflexividad, magistralmente planteada y absolutizada por Hegel y asimismo magistralmente retomada por M. Weber, sino la de la historicidad y la reflexividad determinadas, propias de nuestro mundo actual, de su reflexión específica en su proceso de vida y de muerte, del borde, del margen mismo de la posibilidad radical que define nuestra historicidad, la de su derrumbe como mundo humano histórico.

La fuerza de Marx ha sido y sigue siendo la de dar un contenido a esa historicidad. Ella remite al modo de producción capitalista y a las relaciones sociales que lo definen, las del capital como poder de sumisión real del trabajo y de todas las actividades humanas. Ella implica la permanencia de la resistencia a esta sumisión, y por lo tanto la de la figura de esta resistencia, la lucha de clases que no es solamente lucha contra la servidumbre, sino contra su forma especular, la dominación. La universalización a nivel planetario de la relación social capitalista es ciertamente la materia no filosófica (y el nombre no filosófico) que convoca y cita a la orden del día a la filosofía, y la aparta de los sueños de su imposible autonomía, de su vana pureza. La especificidad de nuestra historicidad fin del comunismo histórico, devenir mundo de la economía y devenir economía del mundo radica en que ya no es posible traducir esta universalización capitalista en anticipación y condición de posibilidad (así sea en vano) de superarla. Nada garantiza que el progreso de las fuerzas productivas sea el de la libertad, una vez liberadas éstas de las trabas de la relación capitalista. La universalización ya no es el sinónimo social de la libertad, de la racionalización, de la humanización o de la eticización. Ella se presenta como un mundo totalmente nuevo (“brave new new world” que espera con sus tempestades su nuevo Shakespeare) en el cual, a las antiguas escisiones y contradicciones identificadas por Marx y los grandes heréticos marxistas del siglo, se agregan, desplazándolas, nuevas escisiones y contradicciones, sean sexuales, ecológicas, etno-nacionalistas o intelectuales. Es éste sin duda el punto filosóficamente decisivo que concierne a la pertinencia y los límites del racionalismo progresista en el que Marx y los marxistas están inscriptos.

La hegemonía actualmente no limitada de la producción por la producción, de su infinitud, es la de la subjetividad perdida en su delirio de dominación. Ella designa nuestra coyuntura y muestra a la vez los límites y la impotencia del comunismo histórico, obsesionado por lo infinito de la producción y al mismo tiempo incapaz de rivalizar con el capitalismo en su propio terreno. Ella hace aparecer los límites de la crítica marxiana demasiado ligada a la exaltación moderna de la producción por la producción y a su racionalidad, demasiado confiada en el poder de la ciencia, considerada en cuanto se halla incorporada al capital mientras se mantiene susceptible de ser separada y liberada de él. Es en este punto que la aprehensión de la historicidad de nuestro tiempo, el tiempo de la caída del comunismo histórico y de las devastaciones de la producción capitalista, desemboca en la necesaria reconsideración de la racionalidad moderna y de la presión que ella ejerce sobre Marx y los marxistas. Es en este punto que se convoca a la filosofía, y es en este punto que aparece la pertinencia de una confrontación de Marx y los marxistas, no sólo con la tradición de la economía política, del social-liberalismo, o del pensamiento racionalista, dialéctico o no, sino con los filósofos de la historia del ser como historia del nihilismo. Así, Vico, Rousseau, Nietzche, Heidegger, y, más cerca de nosotros, M. Weber, son a su manera los testigos y los pensadores del devenir nihilista de la historia, de la modernidad económica y política. Nuestra época es la del desencadenamiento del capital, vencedor de sus adversarios históricos, liquidados o reabsorbidos en su hegemonía, pero siempre en guerra civil y en todos lo? frentes contra las resistencias que perduran pese a todo porque es él quien las reproduce. Ciertamente, la proposición de la historia del ser como historia del devenir nihilista de la producción por la producción está llena de equívocos, e incluso es portadora de mitologías criminales (como lo atestigua la ambigüedad política de Heidegger). Pero tiene el mérito de precisar la doble e idéntica cuestión que la configuración “Marx” plantea a la filosofía y se plantea a sí misma: es una cuestión histórico-mundial. La participación de los neo-marxismos y de los post-marxismos (que hasta aquí hemos dejado sin dilucidar) puede operarse de aquí en más.

Los post-marxismos se distinguen, en efecto, de los neo-marxismos por la resolución de trabajar con Marx, sobre él y contra él, a partir de un punto de vista crítico sobre los racionalismos de la subjetividad absoluta en la medida en que éstos se ilusionan sobre su propia supremacía y sobre la de la producción-destrucción. Podrá parecer excesiva esta proposición, pero la producción es por cierto la figura historial de nuestra relación con el mundo y el ser, de nuestra pertenencia al ser y al mundo. Su dominación que no es potencia se revierte cada vez más en impotencia, es decir en fuerza de deshumanización creciente, al separar a la multitud de su propia potencia. El reino del capital-mundo es el de la subjetividad-dueño que, en su inmanencia y su finitud proclamada, se absolutiza, se infinitiza en una producción de riquezas que es simultáneamente destrucción. Esta reversibilidad de la producción y de la destrucción es el propió nihilismo (como lo han visto G. Granel, Etudes, 1995, y J.-L. Nancy, Etre singulier pluriel, 1996). La cuestión que la configuración “Marx” plantea a la filosofía al dar una concreción histórico-social, la del capital como relación social imperialista, a las especulaciones pánicas de los deconstructores sobre el fin de la metafísica, es por cierto la del porvenir de la producción y de su razón. El post-marxismo plantea la cuestión, no deplorando el devenir mundial del nihilismo capitalista, sino intentando explorar las vías de un nihilismo gozoso en que la tecnología social será reexaminada no solamente en sus impasses sino también en su limitación y su reconfiguración posible, a construir en la resistencia. Desde este punto de vista, pierde toda pertinencia la problemática de una refundación, de un recomenzar, de una revisión de la obra de Marx, fundada sobre un balance que establezca lo que en ella está vivo o muerto.

No se trata ya de reducir a piezas el rompecabezas de la crítica de la economía política para repetir esta última en el lenguaje depurado del individualismo metodológico dejando sin considerar el vínculo entre este último y el individualismo posesivo. No se trata ya ante todo de suplir las carencias añadiendo a Marx y a los marxismos una teoría de la política fundada sobre el contractualismo social-liberal, una teoría de lo simbólico tomada del psicoanálisis o de la antropología, una teoría de la acción salida de un cruzamiento entre Weber y Habermas, entre Gadamer y Ricoeur. Como si la suma improbable de estos agregados pudiera ocupar el lugar de una rectificación coherente y darnos al fin el buen sistema. Se trata de interrogar a la filosofía contemporánea y a las ciencias sociales, haciéndola pragmática antes o después, sobre su pertenencia a la relación social de la economía mundo, sin olvidar que esta relación es la figura presente de nuestra relación con el mundo y el ser, sin pasar a pérdidas y ganancias la masa de destrucciones y de inhumanidad, que se ha hecho injustificable, producida por la producción desencadenada. Se trata de establecer otra relación, a la vez filosófica y no filosófica, con la producción, la racionalidad, de fundar esta relación sobre el rechazo del fantasma de la dominación, sobre la liberación de las potencias de actuar y de disfrutar en común, sobre la acción que se hace de la multitud.

Solamente la aprehensión por la filosofía de su pertenencia al mundo de la producción destructora, esta figura historial de la manifestación del ser, puede permitir a la filosofía la conquista de una posición crítica a la altura de la época. La distancia tomada en relación al racionalismo de la dominación, que abre la provocación surgida de los grandes pensamientos del nihilismo, puede hacer posible otra relación con las tradiciones del racionalismo y distanciar a su vez el catastrofismo del nihilismo, al relativizar su pretensión de hacer el proceso global, sin distinciones, del racionalismo y de la técnica confundida con el capital. El cuestionamiento marxiano-marxista de la filosofía puede así trabajar en su propia reconfiguración por la rectificación de sus figuras anteriores y por el descubrimiento de una nueva tierra más allá de los racionalismos y de la deconstrucción nihilista.

Ese cuestionamiento autoriza in fine, después de esta vuelta por el examen de las relaciones entre filosofía y constitución del mundo, a volver a la cuestión de las relaciones entre filosofía e ideología. “La ideología es para la filosofía el nombre materialista de su propia finitud“, dijo E. Balibar en La philosophie de Marx (1993). La cuestión de Marx y de los marxistas es por cierto la de la verdad, pero de una verdad que se juega sobre la crítica de las ficciones unlversalizantes y de su función (atrevámonos a usar la palabra, a pesar de la nueva interdicción del marxismo analítico) en la instalación de la producción destructora y del nihilismo. Esta verdad se forma en la conjunción de lo lógico y lo político, asume su génesis en las formas pasadas y presentes del agón de la historia, desarrolla su constitución lógico-política.

La lucha contra la explotación del capitalismo mundo no puede ser entonces una simple lucha política que habría que articular a las otras luchas contra otras formas de contradicción. Tiene una dimensión historial en tanto se trata de lucha contra y en el nihilismo de la producción convertida en destrucción. Apuesta a la construcción en la finitud histórica de otra relación con el mundo, otra figura de nuestro mundo históricosocial. Replantea como cuestión última y primera la cuestión de la comunidad, más allá del comunitarismo, más allá del vínculo social impuesto por la sociedad mercantil, la cuestión de nuestra relación con el ser como ser-en-común. Replantea como cuestión ontológica la cuestión de otro modo del cambio, la cuestión de la revolución (pensable) después de la revolución (errada), después de su aniquilamiento en la producción por la producción. Esta cuestión se abre paso en numerosos estudios, surgidos en verdad de las ciencias sociales más que de la filosofía. La crisis del neoliber(al)ismo queda abierta de aquí en adelante, y se debe reconocimiento a P. Bourdieu por haberla formulado (con otros, neo y post-marxistas incluidos) dándole una bella virulencia que le ha valido el odio feroz del establishment liberal-social. Buenos espíritus en filosofía apelan incluso a desarrollar sus capacidades de análisis y de crítica (así, J. Bouveresse o F. Dagognet) para arrojar nuevos Iluminismos esclarecidos sobre su parte de sombra y sobre sus límites. Del interior de las problemáticas aquí evocadas podrán salir cambios de perspectivas. La filosofía ha estado quizás demasiado marcada por los excesos del siglo para no apartarse de una desconfianza justificada respecto de la cuestión “Marx“. Pero la gran mundialización de una ruina de lo humano, que es la cuestión propia de la época, acabará por hacerse reconocer en sus términos exactos por la filosofía misma. Una noche inédita cae, demasiado oscura, sobre nuestro mundo, para que levante vuelo el pájaro de Minerva.

Atilio Montalvo: “El FMLN ha evolucionado porque llegó al Gobierno”

El asesor del FMLN, exmilitante de las Fuerzas Populares de Liberación, prevé en el partido de Gobierno la necesidad de “adaptar” el pensamiento socialista a la realidad nacional e internacional. Según él, sería un modelo en donde el Estado media entre el “capitalismo salvaje” y las personas, a la luz de la Constitución de la República, en la cual identifica “preceptos socialistas”. Explica que el “Buen Vivir” promulgado por el presidente Salvador Sánchez Cerén, promueve la inclusión de todos. “Se necesita la concurrencia de ambos (Estado y empresa privada) para un socialismo adaptado a la realidad”, expresa.

¿Se puede moderar el socialismo? Roberto Cañas dice: O es socialismo o no es.

Lo que pasa es que, en este momento, en el mundo, no existe. En América Latina no existe el socialismo. Lo único que existe es el socialismo que se desarrolló en Cuba, que es un modelo del siglo pasado que ha sufrido su reajuste en la economía cubana.

¿Tampoco es socialismo puro?

Está en una transición hacia una economía de mercado que favorece a los pequeños, pero hay una apertura. Venezuela no es socialista. Venezuela es una economía de mercado, lo que han hecho es una revolución democrática… han consolidado la democracia y rescatado la identidad latinoamericana. Pero no se puede hablar de que haya socialismo.

Pero Venezuela tiene varios medios de producción nacionalizados…

Pero sigue siendo eminentemente petrolero, insertado en el mercado mundial. La economía que funciona al interior de Venezuela es de mercado.

atilio-montalvo

DEM

¿No es capitalismo de Estado?

No hay mucha diferencia, antes estaba concentrado el petróleo en particulares, transnacionales, y ahora está concentrado en otras personas, porque no podríamos hablar del Estado, PDVSA (Petróleos de Venezuela S.A.) es otra cosa, es una empresa diferente…

¿Qué es socialismo del siglo XXI?

Teóricamente no existe. Existen las ideas socialistas. Ubicándonos en nuestro país, Schafik Hándal planteó que si ganaba la Presidencia su plan iba a respetar la Constitución, como esta es una Constitución avanzada, quedaron varios preceptos socialmente avanzados, uno es que la razón de ser de la sociedad es la persona humana. Analizado de manera ortodoxa, decís: ese puede ser un precepto socialista… Las libertades democráticas, el derecho a la asociación, a elegir y ser electo, a la expresión, los rescata el FMLN.

¿Y la propiedad?

La propiedad en función social.

¿El respeto a la propiedad privada?

Está el respeto a la propiedad privada.

El FMLN habla de moderar el socialismo. ¿Qué significa?

En los estatutos se habla de una revolución democrática y de un pensamiento revolucionario socialista, es lo que hay que refrescar; más que refrescar, adaptar a las realidades no solo del país sino internacionales… Lo otro que se puede rescatar son los preceptos socialistas que parten de los principios humanistas que han dado resultados en países socialistas o democráticamente avanzados. Cuando el profesor (Salvador) Sánchez Cerén habla, la otra corriente, del “Buen Vivir”. El pensamiento de Schafik era rescatar los preceptos socialistas desde el punto de vista legal y Sánchez Cerén habla del Buen Vivir, que no abarca legal, plantea elementos filosóficos de otro tipo que ya no son ni siquiera socialistas, que podrían ser base para un socialismo en El Salvador, que habla de inclusión, de que toda la gente tiene derecho al bienestar, que en esta sociedad podemos convivir todos, que no importa si estás haciendo dinero o venís de las clases populares, que tanto derecho al empleo tiene la gente que no tiene nada, como el derecho de la gente que hace riqueza, ese es el Buen Vivir que plantea Sánchez Cerén.

¿Ese modelo (del Presidente) convive más con el mercado?

Es una utopía, porque el socialismo hasta hoy en el Frente es una utopía. Si vamos a la realidad estamos empujando a una revolución democrática de corte socialista, que es a lo mucho que llega. Una revolución democrática es más por la vía que el Estado tiene que jugar un papel intermediador entre lo que era el capitalismo salvaje, del neoliberalismo, a una democracia fuerte y consolidada en función de la persona, de los derechos sociales. De socialismo del siglo XXI no hay referencias, más que revoluciones democráticas, la referencia que tenemos es que estamos gobernando hace seis años. La electrificación, los buenos caminos, el acceso a la información, vivienda, educación y salud son otros derechos que podrían ser socialistas. Si tienes eso, tienes ciudadanos dignos. Si le agregás el empleo, pero el Gobierno no es generador de riqueza porque la riqueza lo genera la empresa privada, entonces, el acuerdo de nación en donde los empresarios cumplan la responsabilidad social y que cumpla el Estado, todo eso es a lo que están llamando socialismo, a mi entender.

¿Es la convivencia de la empresa privada con el Estado, hacia fines sociales?

Exacto, porque en ningún momento se trata de afectar a la empresa privada, es más, se ha venido incentivando. Otra cosa es que quieran todo regalado y no se puede. En la doctrina de la economía social de mercado en Europa es pagar los impuestos y cumplir con la responsabilidad social empresarial. Aquí se necesita de la concurrencia de ambos para que pueda haber un socialismo adaptado a la realidad nacional.

atilio-montalvo-entrevista

DEM

¿No modifica la propiedad de los medios de producción?

No. Lo que hace es que tiene un Estado más fuerte para que el mercado no se imponga a violentar derechos ciudadanos. Si vamos a hablar del concepto teórico, el socialismo no dice que las clases desaparezcan. Marx planteaba que las clases siguen viviendo, la propiedad privada sigue existiendo, lo único que refuerzan al Estado. ¿En qué se ve el ajuste? Como que no se hace necesaria una dictadura, como la que planteaba Lenin, sino un Estado fuerte para regular y arbitrar. Como decía (Juan Jacobo) Rousseau, él sustituye la ley de la selva por el contrato social.

ANEP dice que estamos en la tercera fase del socialismo del siglo XXI. Básicamente plantea que por la vía democrática el Gobierno tratará de instalarse permanentemente y restringir las libertades de la empresa privada y de los medios de comunicación.

Habría que ver cuánto tiempo se necesita para poder ejercer los derechos plenamente. Aunque no se justifica, pero ellos también han tenido su oportunidad. Ahora es la oportunidad del FMLN. Yo más que socialista, le llamaría políticas sociales o a lo más una revolución democrática de corte socialista.

¿Cómo lo ven las bases del FMLN?

Está en los estatutos. Si lo que van a tratar de adaptar es qué es revolución democrática y socialismo es más fortalecer el papel del Estado para regular y mediar entre el mercado y los derechos civiles, y el Frente hace más énfasis en un Estado que asegure los derechos civiles. Prácticamente hacia eso se va. Que si eso se llama socialismo, son políticas sociales socialistas. Es una revolución democrática pacífica en donde el contrato social principal es la Constitución y se trata de reforzar esa Constitución con políticas sociales. Si hay alguna gente del Frente que se plantee utopías socialistas, por supuesto. Porque en la parte económica, el FMLN entiende cuál es el papel del Estado, cuál es el papel del mercado y qué es lo que tiene que hacer con los derechos ciudadanos. Porque los estatutos están muy… como veníamos de un conflicto, estábamos bien enfrentados. Ahora, que esos estatutos que sirvieron para fundar el FMLN como partido político se traten de refrescar y adaptar después de 20 años.

¿El Frente ha evolucionado?, ¿por qué?

Claro, ha evolucionado porque llegó al Gobierno, porque llegó a tener una oposición fuerte en la Asamblea Legislativa, porque alcanzó cuotas de poder político. Al gobernar te das cuenta que tenés que gobernar para todos, es una realidad del día a día en donde te topás que llega a Casa Presidencial una comunidad como también una gremial empresarial, tenés que lidiar con todo eso. Eso hace evolucionar también nuestra democracia. El hecho de que ARENA sea oposición realmente es una lección para ellos. Lo que sí va siendo estrictamente necesario son nuevos acuerdos de país, más que todo en materia económica… Los estatutos de fundación (del FMLN) probablemente ya no obedezcan a la realidad y a cómo ha evolucionado el mundo.

¿Cómo enfrentarán a militantes que creen en el socialismo y comunismo?, es un FMLN prácticamente adaptado al mercado, con fines sociales y respeto a la propiedad privada.

Sí. La discusión va a ser fuerte. La discusión incluye al movimiento social, en donde hay movimiento bastante radicalizado, el caso de los sindicatos, en donde hay gente que se salió del FMLN. En cuanto a los comunistas, son comunistas de vocación y de visión, no tanto que impidan aplicar política realista en cuanto al país. Yo no he medido las posiciones radicales, se va a hacer un estudio de la realidad, se le ha encomendado el estudio a un consultor que vaya a explicar cómo está compuesta la sociedad salvadoreña, para no equivocarnos.

¿Cómo quedan las intenciones por nacionalizar la banca, pensiones, telecomunicaciones?

En cuanto a eso, el Frente más lo que está proponiendo es ampliar las oportunidades de mercado, más que nacionalizar, democratizar el espacio radioeléctrico. En cuanto a la banca, lo que están tratando es atraer inversión extranjera. El Banrural, el Atlántida, Bancolombia. Lo demás puede ser campaña pero la realidad es otra. Yo lo veo más por la vía de fomentar la competencia y respetar los derechos del consumidor. Eso no estaba reflejado en la filosofía original que tenía el FMLN.

¿Por qué cree que el Frente no ha insistido en la demanda contra el Tratado de Libre Comercio (TLC) con Estados Unidos?

En cuanto a la política de relaciones comerciales e internacionales, el FMLN tiene más la mira puesta a diversificarla en el mundo que a depender solo de una vía. El 60 % de las relaciones comerciales es con Estados Unidos, el FMLN lo que está diciendo es ‘Para prever lo que pasó con EE.UU. en 2008 lo que tenemos que hacer es diversificarnos. Hacer ensayitos con China, con algunos países europeos y con los asiáticos, o ver más al Sur, con todo el mundo’, lo cual te habla de que para el FMLN ya no es un mito mezclar la parte ideológica con los negocios o con el mercado. En eso ha avanzado y, en cambio, la empresa privada sigue ideologizando los preceptos del mercado y, mientras siga así, se va a retrasar. Si China ya nos está tocando las puertas. Cuba será una potencia en políticas sociales pero no tanto económica. Entonces, por eso el FMLN ya no insiste tanto en lo del TLC.

¿Por qué si el FMLN ha evolucionado no logra acuerdos con ARENA?

Estamos entre una izquierda liberal y una derecha ortodoxa que no ha avanzado. Avanzar significa que se den cuenta que tienen que destetarse, el empresariado, del Estado, para hacer negocios.

¿Sin incentivos a las inversiones?

Cómo no, si los tienen. Toda la infraestructura que se está desarrollando no es para las bicicletas. Tienen que aprender a vivir con las reglas del mercado.