Entrevista a Massimo Modonesi: progresismo y hegemonía en América Latina. 2019

Para empezar por un debate muy actual y que interesa mucho en Argentina y en Latinoamérica. Vos planteaste en un artículo junto a Maristella Svampa, que había que pensar el “posprogresismo”. En este contexto con López Obrador en México, que ganó las elecciones, y el proceso político en Brasil que terminó con Bolsonaro como presidente, ¿cómo estás viendo el movimiento político en el continente?

M. Es un momento difícil. En realidad, esa idea de pensar en un “posprogresismo” era un poco para auspiciar una recomposición de fuerzas, que estuviera a la altura de las circunstancias y que rebasara los límites que el progresismo dejó muy instalados.

En ese sentido también es un horizonte de deseo, no es obvio instalar una correlación de fuerzas que permita tener ese proceso de acumulación. Hay que asumir que, lamentablemente, para empezar tenemos muchas fuerzas que se van aglutinando alrededor de la idea de que el progresismo fue algo positivo y que puede ser un polo. Cuando veo los carteles de “Ella le gana” me sorprende que se piense eso y que sea un horizonte político viable.

Bueno, ahora le pusieron un sujeto, porque el año pasado era “Hay 2019”, que era todavía más abstracto como consigna.

Como creer que existe un futuro más allá de este presente terrible que estamos viviendo. Yo creo que hay que situarnos en un contexto de dificultad. Yo no soy particularmente optimista, lo cual no quiere decir que no haya que seguir pensando en ese horizonte. Hay que tener un balance muy claro y muy crítico de lo que fue el progresismo en la región.

Paradójicamente, yo vengo de México y ahora se está destapando la experiencia que llamé en un artículo en la revista Nueva Sociedad “progresismo tardío”, un poco diciendo que en lo tardío también había una carga más conservadora, un momento del ciclo que no era favorable. En ese sentido creo que no hay que albergar esperanzas ni en los remanentes del progresismo del ciclo anterior y tampoco en lo que aflora con esas características. Y no solo por una cuestión de moderación, sino porque es un formato que mostró sus límites, incluso en términos de capacidad de contención de la derecha. Creo que eso es algo que hay que analizar muy finamente.

Yo creo que el progresismo le abre la puerta a las derechas, construye el terreno del retorno de la derecha. Entonces [existe] esa idea de que hay una discontinuidad fuerte, de una restauración liberal, cuando en realidad le pavimentaron el camino en términos culturales, políticos, incluso en términos de políticas sociales y económicas, en particular en el momento en que se cierra el ciclo de ventajas, de excedentes y la capacidad redistributiva.

En el momento de las restricciones adoptan un perfil, que entonces uno se pregunta por qué las clases dominantes tenían que optar por el progresismo si podían apostar a tener referentes más directos y “apretar la tuerca”. Yo siento que ese pasaje es un pasaje importante de analizar políticamente; en algún momento se analizará históricamente porque tarde o temprano pasa el tiempo y habrá que tener una mirada retrospectiva e ir situando, periodizando y ubicar bien qué ocurrió.

Por eso, el “pospogresismo” era un poco una provocación como diciendo “volteemos la página” y sobre todo, no tengamos expectativas y asumamos radicalmente, críticamente, que el alcance, que incluso el empuje progresivo de los progresistas terminó y lo que quedó es lo regresivo, o sea lo que instalaron de regresivo en el escenario.

En Argentina se mira mucho Brasil porque es un gran socio que vive al lado, pero México es un país estratégico para el continente. ¿Qué mirada tenés sobre estos primeros días del gobierno de López Obrador? ¿Cómo podés analizar el impacto que pueden tener las expectativas que creó en fenómenos nuevos que están surgiendo en México como las luchas obreras en las maquilas del norte?

Creo que el progresismo mexicano tiene una especificidad. En primer lugar, no es un progresismo que brota de un ciclo ascendente de luchas, entonces no es algo que va a expropiar el impulso al movimiento desde abajo. Qué quiere decir, que estaba estancado en buena medida el conflicto; se tenía una acumulación de agravios y una situación incluso de relativa ingobernabilidad por parte de las derechas.

En un momento yo decía que los progresismos latinoamericanos venían a cumplir un rol de “revoluciones pasivas”, que tendría que desactivar una amenaza y una acumulación desde abajo y por lo tanto opera una transformación en clave pasivizadora y desmovilizadora, subalternizadora. Esta no es la situación mexicana, porque no existe ese empuje desde abajo.

El progresismo viene a ofrecer una situación de gobernabilidad, alternativa a la gobernabilidad neoliberal, pero desde un lugar conservador y sin un empuje desde abajo. Entonces, lo que puede suceder, la paradoja es que el empuje desde abajo se desate en ese contexto, porque no es previo, entonces no opera en clave de desmovilización inmediatamente; tendrá que jugar en términos de contención y ofrecer un esquema de gobernabilidad.

¿Por qué digo esto? Porque sí desata fenómenos positivos, no porque su programa los contenga, no porque la coalición sea portadora de eso; es una formación política conservadora, con un liderazgo carismático, en el mejor de los casos bonapartista, de un cesarismo que habría que ver de qué signo es.

O sea, ahí no habría mucho progresismo, pero lo que sucede es que abre un poco la caja de Pandora de las expectativas y dinamiza una situación muy estancada a nivel social y político. Paradójicamente, casi involuntariamente, sí se abre un escenario que yo no forzosamente diría que va a ser de signo positivo, pero un escenario de una dinámica sociopolítica que sí es trastocada en sentido positivo. Porque además, el tema de un cierto bloqueo en México de la dinámica de gobiernos neoliberales y un antineoliberalismo, una lógica nacional popular siempre en la oposición, también impedía desdoblar en la oposición posiciones más radicales y tener un debate ahí.

Fundamentalmente esa lógica del frente antineoliberal estaba instalada en esa inercia histórico-política de la cual no se lograba salir, mientras que eso modifica ese escenario y abre la posibilidad incluso del surgimiento de un polo más radical, más anticapitalista, que estaba negada por los equilibrios de fuerza que se daban.

Y la dinámica de las expectativas, que es muy peligrosa, porque efectivamente puede desatar grandes frustraciones, que no forzosamente se capitalicen políticamente, que instalen dinámicas de concientización, no está dicho. La frustración de las expectativas puede desbordarse en claves muy espontáneas, y al mismo tiempo ser difícilmente canalizables y capitalizables políticamente. Pero sacude un universo social y cultural que también estaba hundido en el pesimismo, en la supervivencia diaria, que no podía ni siquiera instalar una dinámica de reivindicaciones con el Estado, porque no había quién te escuchara, no había a quién hacerle la petición.

Entonces la lógica peticionaria, reivindicativa, en la clase obrera está muy claro, algo sucede. Mueven el salario mínimo muy poco, algo ridículo y al mismo tiempo desatan un fenómeno de reivindicaciones salariales, que no se veía en México, podría decir desde los años 1930 aunque en los años 1970 hubo algo.

Pero México no es un país donde una lógica de reivindicación obrera y salarial esté al orden del día por el control sindical. En el sindicalismo se dice “vamos a democratizar el universo sindical”, no se dice bien cómo y se trata de convivir con las viejas lógicas charras, las burocracias sindicales, y al mismo tiempo darle vuelo a ciertas dinámicas de liberalización, que eso se va a abrir y va a ser, como dicen en Argentina, un quilombo, no sé cómo lo van a gobernar.

No saben bien cómo lo van a gobernar, pero lo que están abriendo es una dinámica que propicia el surgimiento de un sindicalismo más combativo, más a la izquierda de la lógica del sindicalismo, de la burocracia instalada y de las burocracias disidentes, que están buscando sustituir a las anteriores. En términos mexicanos, se llaman charrismo y neocharrismo, pero también hay una dinámica que va a rebasar esos universos preexistentes, creo. Salvo que el escenario se desvíe, que no se resuelva el problema de la violencia, llamémosle “guerra al narco”, porque también cualquier tipo de fenómeno es difícil sostenerse social y políticamente.

En la Argentina hubo un debate sobre cuál es la fisonomía de las derechas que emergen. Particularmente, en los últimos dos o tres años se discutió, si el macrismo es una nueva derecha, distintas a las derechas históricas que habían apelado a golpes militares o que estaban todavía marcadas por la impronta de una relación de fuerzas que también había marcado a los gobiernos progresistas. ¿Cómo ves a esas derechas emergentes?

Confieso que todavía no tengo un diagnostico claro, me nutro más bien de las reflexiones de aquellos que las están observando más de cerca, que viven en su propia piel esa emergencia. Me pregunto, según una categoría gramsciana, de esas de adaptaciones, qué tanto hay de fondo de transformación o es más de forma. Lo que noto es un transformismo de derecha, una reconfiguración de apariencia.

En el fondo ¿cuál sería la diferencia sustancial? ¿Hay una composición de clases realmente distintas y hay políticas realmente distintas o simplemente es el empaquetamiento del producto político, de las dinámicas y las formas de hacer política? Me hago esa pregunta y no sé si se puede responder inmediatamente o habrá que responder en el mediano plazo. Si son nuevas derechas realmente, quiere decir que van a tener consistencia. Lo nuevo no es solo algo que produce un efecto a corto plazo, es algo que se instala como novedad histórico- política. Entonces, me pregunto si están teniendo la eficacia suficiente para instalarse de esa forma, una cosa es que sirvieron como dispositivo para descolocar al ciclo progresista y otra es que estén en condiciones de abrir un nuevo ciclo e instalar una nueva forma de la derecha.

En Argentina era nueva hegemonía de la derecha más abiertamente, con la amplitud que tiene es concepto en sus usos y abusos…

Pero la hegemonía como palabra fuerte, o sea ¿Es capaz de tener una hegemonía cultural de mediano alcance o es una hegemonía política, una capacidad de tener un caudal de votos y de retener el control de los aparatos? Porque decir hegemonía como palabra, sería decir una nueva derecha que instala un nuevo ciclo donde es capaz de volver a instalar ideas, formas de ver el mundo y hacer retroceder, por ejemplo, lo nacional y popular que en diez o quince años de gobiernos progresistas en muchos países trastocaron cierta forma de pensar la relación estado –sociedad– mercado.

Me da la sensación respecto al caso Macri o Bolsonaro son fenómenos que resisten porque la inercia del rechazo al progresismo los sostiene, de forma negativa. En positivo, ¿son capaces de cumplir las expectativas en sus propios parámetros y términos?. Es decir, Menem, Salinas, etc. cumplian las espectativas de cierto orden macroeconomico.

Me parece que esta nueva derecha no está cumpliendo con sus propios propósitos programáticos. Cuando se dicen nuevas derechas, quiere decir que estamos hablando de un fenómeno importante, que es novedoso en tanto se instale. Me da la sensación que son más transicionales. Si permanecen y se afianzan, valdrá la pena ponerle nombre, adjetivos y caracterizarlos como fenómenos políticos.

Conocés Francia, estudiás y reflexionás sobre los movimientos sociales o de lucha. Qué opinión tenés sobre el movimiento los chalecos amarillos y sobre esta suerte de debate que hay, si existe alguna posibilidad de un salto de traducción política de ese fenómeno callejero…

Los mismos franceses se sorprendieron con este fenómeno. Creo que la dificultad es pensar las contradicciones. Tenemos un antecedente latinoamericano, con menor duración, que fue el movimiento del 2013 del junio brasileño. Son movimientos difícilmente traducibles a lo político porque tienen contradicciones internas casi irresolubles en términos de perfiles ideológicos más que de perfiles de clase.

Creo que, los perfiles de clase se pueden ajustar a una cierta orientacion ideologica. Aquí, el problema es que existen ámbitos ya politizados, de una politización, no organizada, pero que no son  conciliables unos con otros. Entonces, me parece que eso es difícil de traducir, salvo acrobacias, por ejemplo: hablando del caso italiano, dentro del Movimento 5 Stelle se resuelve en una ambigüedad y sí se traduce políticamente.

No debería poder hacerse, pero resulta que existen fenómenos de esta naturaleza, si me preguntan, es derecha o es de izquierda diría, seguramente no es de izquierda, porque uno entiende la izquierda de otra manera. Pero, respecto de esa tensión progresivo/regresivo de connotaciones conservadoras en 5 Stelle convivieron distintas almas, había sensibilidades que venían de distintas historia, parece que existe. No debería poder hacerse porque se desdibujan los perfiles de clase, se desdibujan los perfiles ideológicos pero existen fenómenos de esa naturaleza.

Entonces, mirando el escenario italiano eso podría ser. Ahora, mirando al escenario francés diría que no, porque tiene tradiciones políticas muy instaladas y esa gimnasia de la protesta podrá tener ahora esa característica pero, es propia de ciertas tradiciones, de ciertos sectores. En última instancia se van a decantar luchas obreras, luchas estudiantiles que difícilmente pueden ser arrastradas en una lógica populista, ambigua, con connotaciones nacionalistas o reaccionarias como albergan los chalecos amarillos.

Decías antes que habías analizado los progresismos latinoamericanos a partir del concepto de revolución pasiva. ¿Cuáles son los límites que encontraste en esos progresismos?

Pues yo diría muchos, pero sobre todo, el que me parece más importante, sobre todo en términos históricos, procesual, de dinámica, y hablo así de la propia lucha de clases pensada como ámbito de constitución de sujetos.

Es esa idea de lo pasivo. Porque la noción de revolución pasiva tiene la característica de que permite conjuntar la lectura tanto de la dinámica, llamemos así, estructural, de qué tanto se dan transformaciones y operan políticas públicas. A lo mejor concederle la palabra revolución sería mucho a esas transformaciones que en algunos países no llegaron muy lejos. Pero Gramsci la usaba como una idea, digamos, liviana de revolución, no la idea de revolución social, revolución anticapitalista. Hay un proceso que se autodefine como revolucionario y que marca cierta discontinuidad en la transformación, de la forma, no tanto del estado, sino propiamente de la intervención estatal en la economía.

Ese proceso de transformación que son políticas públicas, redistribución e intervención del estado, no están dados así en la nada. Están dados en un contexto de dinámicas conflictuales y de lucha de clases. Es decir, es un intercambio a costa de la pasivización y la desmovilización, que es el objetivo político de fondo.

Entonces aquí son fuerzas progresistas que no emergen con el simple, abstracto, proyecto de ofrecer un conjunto de paquetes que responden a ciertas demandas, sino que las colocan en la mesa, en una mesa de negociación con las clases dominantes también que incorporan en clave de neutralizar una acumulación de fuerzas que venía desde abajo.

Entonces la finalidad última es la desactivación, no contrainsurgente porque tampoco la insurgencia estaba (en algunos países estaba más instalada que otra), pero es una lógica de desactivación. Y entonces esa idea de lo pasivo me parece que es crucial y permite analizar, además, como todos esos procesos, en el orden estrictamente político del régimen, en realidad consolidan cierta jerarquía, cierto lugar del estado, de los liderazgos, ciertos formatos partidarios. Es toda una estructura de disciplinamiento.

Reafirma el poder de las clases dominantes…

Absolutamente, y las formas del poder de las clases dominantes, formas estatales, formas gubernamentales. Están intocadas. Si se trastoca algo se trastoca casi por inercia, es porque, efectivamente, un cambio de gobierno modifica ciertos patrones discursivos. Hay transformaciones. Es una forma de decir, no negar las transformaciones que existen, pero reconocer un principio de continuidad, incluso un principio de afirmación de un orden social y de un orden jerárquico.

Entonces me parece que la noción de revolución pasiva permite jugar sobre distintos planos y reconocer contradicciones, pero señala con meridiana claridad que se trata de un proceso que juega a la desmovilización y a la pasivización. Yo digo en clave gramsciana subalternización o sea reconducir a la subalternidad, aquellos actores que, vía antagonismo, vía autonomía (como constitución de independencia, subjetiva, de clase), habían empezado a acumular, incluso en un trayecto breve, porque las luchas antineoliberales no es el ciclo del siglo XX que son décadas de acumulación de fuerzas.

Aquí había que interrumpir muy tempranamente una reactivación de lucha que duraba 15 años. Entonces la operación había que hacerla rápida y contundente. Ahí la pregunta sería: ¿eso es voluntario, es un proyecto…? Creo que hay sectores que lo conciben claramente, con lucidez, de esa manera. Por otro lado, son fenómenos histórico-políticos. Pero al mismo tiempo es la mesa de negociación, es lo que pone en la mesa el progresismo a las clases dominantes “nosotros somos la garantía de que se interrumpe ese ciclo de la lucha de clases”.

Se interrumpe su intensidad, la lucha de clases sigue, pero hay momentos de intensificación y eso es lo que estaba en juego y eso es lo que había que interrumpir. Creo que la lucidez está en las clases dominantes y en aquellas fracciones que supieron perfectamente leer que esa era la salida y que había que esperar otro momento para retomar el control directo en el aparato del estado, como ha ocurrido en el fin del ciclo.

Y en el fin de ciclo, no casualmente, no hay capacidad de reacción desde abajo. Si uno va leyendo a la luz de eso, uno diría que las respuestas a la caída del PT, no están a la altura de un proceso acumulativo. Es evidente que hubo desacumulación. La prueba de fuego es que el momento, llamémoslo así, restaurador (si es que podemos llamarlo así porque hay más continuidad que discontinuidad) no hay una reacción, porque operó de forma muy eficaz esa lógica de revolución pasiva. La pasivización es el saldo político del ciclo. Más allá del saldo de las transformaciones. Después podemos decir extractivismo, no extractivismo, redistribución, no redistribución.

Sí, cuánto de continuidad neoliberal o de la globalización hubo…

Claro, pero ahora es discutible país por país, pero en general no estaría satisfecho con la discontinuidad, pero el tema de la pasivización vale en todos los casos, incluso en Venezuela. Para reactivar ciertas luchas sociales, ya me meto en un terreno muy delicado. También ahí hay un quiebre, respecto a la capacidad de movilización desde abajo.

El protagonismo desde abajo no es la característica de los gobiernos progresistas, ni siquiera de ese momento venezolano donde hubo comunas y todo. Ni siquiera ahí se dejó, no digo rienda suelta, porque tampoco se trata de aventar a las masas a que se apoderen de la política, pero no hay ese empoderamiento prolongado, sustentado como proyecto, sin contradicciones, o sea, las comunas las instala el Partido Unificado.

En Venezuela hubo más bien una regimentación incluso de las organizaciones del movimiento obrero…

Absolutamente, en paralelo e inmediatamente en el momento que se abre, se cierra. O sea es como una forma de contener el fenómeno. Entonces se abre como desburocratizando, pero al mismo tiempo se instala una lógica de centralización como para ponerle un tapón encima.

Durante el ciclo anterior, Ernesto Laclau puso de moda el concepto de populismo, que es un concepto muy elástico que ya no se sabe muy bien qué define ¿cómo lo analizás? ¿Le ves alguna utilidad? ¿Lo ves para algún fenómeno en particular? No sé si tiene que ver con Laclau, sino con cómo se analizaron los procesos de los llamados progresismos…

El concepto de populismo es un concepto que siento que un poco depende de quien lo enuncie… qué se puede hacer con él. Personalmente siento que sí es útil. Pero es útil históricamente, es útil en un debate latinoamericano, en un debate marxista latinoamericano que se instaló desde los años 1950, 1960, 1970.

Entonces creo que es un concepto importante, pero que tiene cierto grado de ambigüedad, incluso en aquellos debates y definiciones marxistas. Pero tiendo a pensar que sirve. Ahora el problema es que Laclau lo instala en un lugar que descoloca ese debate. Entonces de repente me sale la duda si ya estando la definición de Laclau tan laxa en el escenario, habiendo esa cosa del populismo de izquierda, el populismo de derecha…

De repente tengo la tentación de decir, mejor lo abandonamos y utilizamos otro arsenal conceptual, además, en el marxismo, tenemos la suerte que tenemos herramientas conceptuales, no nos hacen tanta falta, entonces quién sabe si vale la pena incursionar en un debate que se ha desplazado hacia otro lugar. Entonces yo oscilo entre esas dos posiciones.

De repente reivindico una idea de una crítica al populismo, entendido como fenómenos nacional-populares, pero atravesados por contradicciones, entonces en clave marxista, meterle la cuna. Pero de repente uno se topa con esa definición laclausiana y con fenómenos populistas etiquetados, tan diversos, sobre todo en Europa, que uno dice mejor le dejamos su concepto y nos quedamos con los nuestros.

No sé, habrá que tomar una decisión, porque uno no puede andar oscilando. Siento que populismo serviría, si por populismo entendemos esos fenómenos contradictorios de clase. Si regresamos un poco a analizar partiendo de esos paradigmas peronistas, Vargas, Cárdenas, si regresamos un poco a ese debate y tratamos de ver qué tanto lo contemporáneo responde a ciertas coordenadas que no fueron tan diferentes.

Creo que hay fenómenos progresistas latinoamericanos que pueden ser leídos utilizando esas similitudes sin querer encasillar todo en un modelo preexistente. Yo creo que ese ejercicio a nivel Latinoamericano, dejando afuera a Laclau, funciona. También es importante darle sentido a los conceptos que usa la gente, que entendemos. Entonces, el populismo está puesto ahí: significaba algo más preciso antes de lo que significa hoy. Y uno diría que habría que apuntalar palabras que son del léxico de lo político y que la gente se interroga sobre ellas. Hasta el umbral donde la batalla ya está perdida.

Estuviste entre los que firmaron la declaración discutiendo con la serie Trotsky: el rostro de una revolución, que hizo el canal estatal ruso. ¿Qué sentiste cuándo la viste?

Hice un esfuerzo muy grande para verla toda. Realmente, es una serie que genera malestar constante. Es un fenómeno preocupante. Uno diría, bueno es la Rusia de Putin y quien sabe ahí cómo lo conciben. Pero da cuenta de cómo se puede mitificar la historia. Con qué facilidad en un programa de gran difusión se hacen giros que parecen inconcebibles. Cuando las cosas adquieren el formato de una serie, el formato que está dirigido al gran público, que tiene ciertos sellos abajo, que dice que tiene cierta investigación, es muy preocupante. Es una falsificación de la historia frente a la cual siempre hay que estar alerta. Es muy indignante. Además de temas privados que están puestos allí. La falsificación se juega en los dos registros: en el registro de la historia política y también de una historia privada. Es realmente lamentable. Vulnera un plano en donde la defensa no es sólo de la verdad histórica. La defensa es también de la dignidad de las personas que estuvieron ahí. Personas que son mujeres además. Esa parte de la vida sexual de Trotsky y del papel que cumplen las mujeres en su vida es todo un tema que se cuece aparte y que tiene también un alto grado de gravedad.

Firmó mucha gente, rebasó el perímetro de los simpatizantes de Trotsky. Eso fue muy importante porque no se volvió una defensa trotskista de Trotsky. Es una defensa de la verdad histórica en torno a una figura de alcance universal, transmarxista, que es Trotsky. Que no es propiedad de una sola corriente. Es patrimonio compartido de muchas tradiciones trotskistas, no de todas.

México fue la última residencia de Trotsky. ¿Qué peso tiene en la política, en la cultura política, en el pensamiento?

Hay esa parte de dimensión histórica: la presencia de Trotsky en México deja una huella. Hay algo que liga a Trotsky a México. Hay cierta presencia también de una tradición política, por lo tanto una tradición de lucha. Hay corrientes trotskistas: el PRT en algún momento fue un partido significativo a finales de los ‘70, en los años ‘80.

Es decir, hay algo. Lo que no hay es un polo importante, significativo, de congregación de las corrientes socialistas revolucionarias o marxistas. Entonces, quedamos en una dispersión de pequeños grupos y corrientes donde los trotskismos algunos son más dinámicos que otros, más capaces de renovarse, rejuvenecer, instalarse en luchas, pero no hay un cruce, un lugar, que serviría para que la figura de Trotsky ocupara un espacio. A lo mejor, no podía ser un polo de agregación de trotskistas. Podría ser un polo socialista revolucionario donde Trotsky sin dudas tendría un lugar muy importante, porque además es de las pocas figuras que quedan de pie. Tiene un lugar, pero pienso que no tiene la importancia que podría tener, que debería tener.

Y eso depende, no tanto de su figura, depende de la recepción política y del lugar político que ocupe en latinoamérica. Entonces hay publicaciones. Hay grupos que lo reivindican. Tenemos el Museo Trotsky: ahí se hacen eventos, yo comúnmente asisto.

La coyuntura actual pudiera permitir reconstruir una de acumular y recuperar la presencia de un socialismo revolucionario importante. Y que el marxismo mismo salga un poco de la academia y esté instalado en dinámicas políticas, en agrupaciones políticas. Porque es cierto que las que existen no están a la altura de los desafíos y circunstancias que estamos viviendo, pero la coyuntura pudiera favorecer eso. Espero que eso suceda. Espero que la figura de Trotsky, de Gramsci, de figuras icónicas y que no son sólo íconos del pasado, sino son referentes para el presente, para pensar la actualidad, adquieran vuelo y presencia.

Cronobiología del sueño. Josep María Montserrat

El sueño, un ritmo circadiano

No fue hasta la década de los 80 cuando un médico y cronobiólogo alemán, Jurgen Aschoff, investigador del Instituto Max Planck de Heidelberg, consiguió demostrar inequívocamente que el sueño humano era la manifestación de un ritmo circadiano (categoría de ritmos biológicos con períodos de aproximadamente 24 h).

Para ello aisló a voluntarios durante semanas en ausencia de cualquier tipo de información temporal externa (sin relojes, ni señales de luz u oscuridad natural), y pudo demostrar que el ritmo de sueño se mantenía con períodos ligeramente superiores a 24 h.

Cuando se permitió a los voluntarios acceder al exterior del laboratorio sus ritmos circadianos se sincronizaron progresivamente al ciclo ambiental de 24 h. Estos experimentos demostraron que el ritmo de sueño es de carácter endógeno (su momento y duración son dependientes de nuestro tiempo interno) y que puede ser sincronizado por señales de tiempo externas.

El conjunto de estructuras que generan el tiempo interno y lo sincronizan con el ciclo ambiental se denomina sistema circadiano. Este funciona como una enorme orquesta, donde cada ritmo está producido por un conjunto de músicos, con capacidad para tocar de forma autónoma, si bien el momento en que cada uno entra en la sinfonía es marcado por un director de orquesta.

En nuestro cuerpo, el director de orquesta son los núcleos supraquiasmáticos (NSQ), localizados en el hipotálamo[1]. Los músicos son las células, tejidos y órganos como el hígado, riñón, corazón o músculo esquelético. El director de la orquesta envía señales humorales como cortisol y melatonina, señales físicas como cambios de temperatura y señales nerviosas a través de vías selectivas del sistema nervioso autónomo a los músicos, responsables últimos de la generación de cuantos ritmos podemos registrar en el organismo.

Tanto los NSQ como los osciladores periféricos son relojes que se desajustan ligeramente con respecto a las 24 h, por lo que continuamente han de sincronizar su fase mediante señales rítmicas externas, denominadas sincronizadores o zeitgebers.

Entre estas señales, el ciclo de luz-oscuridad es, sin lugar a dudas, el más importante. Sin embargo, sus efectos se ven potenciados por el resto de sincronizadores como son los horarios regulares de actividad física, de comidas y contactos sociales[2].

Aunque el reloj biológico es muy importante, las características de duración y horarios de sueño no solamente dependen de un marcapasos circadiano. En los años 80 del siglo pasado Alexander Bórbely y Serge Daan formularon el modelo de dos componentes para explicar la regulación del sueño y la vigilia en humanos.

Según este modelo, aún ampliamente aceptado, uno de los componentes, denominado homeostático, actúa como si generase un “hambre de sueño”, de modo que la presión del sueño crece cuanto más tiempo permanecemos despiertos. Pero para evitar que durmamos demasiado pronto durante el día entra en acción el segundo componente, el circadiano.

El NSQ genera señales de alerta que en principio contrarrestan la presión homeostática del sueño, que aumenta progresivamente a lo largo del día. Al comienzo de la noche estas señales se van debilitando, permitiendo que el sueño venza a la vigilia y que podamos pasar toda la noche sin despertar.

Sin lugar a duda, la duración del día y la noche ha sido el ciclo ambiental más preciso que ha conocido la vida desde su aparición en la Tierra. Este marco rítmico tan estable favoreció que fuese seleccionado por los organismos como el principal sincronizador para poner en hora sus relojes biológicos.

Sin embargo, la invención y el abuso de la luz eléctrica a escala planetaria están reduciendo la oscuridad y la noche a su mínima expresión. La luz utiliza una vía visual, independiente de la visión consciente, para la sincronización del sistema circadiano. Esta vía se inicia en las células ganglionares intrínsecamente fotosensibles de la retina (ipRGC) cuyo pigmento, la melanopsina, es especialmente sensible a la luz azul, y alcanza el NSQ a través del tracto retinohipotalámico.

Cuando llega la noche, el NSQ activa la glándula pineal y se sintetiza la melatonina, que viaja hasta las últimas células del organismo, difundiendo su mensaje de “oscuridad química”.

Además del tiempo interno generado por el reloj circadiano y el tiempo ambiental dependiente del ciclo luz-oscuridad, existe un tercer tiempo, el social, que está impuesto por el horario oficial y los horarios de trabajo y de ocio.

Si bien este tiempo no ha sido una invención reciente, hasta hace poco no había planteado ningún conflicto con los otros dos tiempos. Fundamentalmente porque los horarios de trabajo se adaptaban al tiempo interno y este, a su vez, al tiempo ambiental. Sin embargo, a finales del siglo XVII, con la invención de la máquina de vapor y el advenimiento de la revolución industrial en Inglaterra, los trabajadores se vieron obligados a cubrir mediante turnos de trabajo las 24 h del día.

A partir de este momento la hora oficial y el tiempo social de origen laboral cobran toda su importancia y devienen en un nuevo tiempo potencialmente disruptor.

La cronodisrupción, un desajuste entre los tres tiempos

En la actualidad la mayoría de las alteraciones cronobiológicas, no secundarias a enfermedades o al envejecimiento, se explican por un desajuste entre los tiempos interno, ambiental y social.

Cada vez más estudios epidemiológicos asocian la cronodisrupción con un aumento de la incidencia y una aceleración en la progresión de numerosas patologías, entre las que se encuentran: deterioro cognitivo, enfermedad cardiovascular, algunos tipos de cáncer, envejecimiento acelerado, trastornos metabólicos como la diabetes, alteraciones de sueño, depresión, inmunodepresión e infertilidad 5.

La interacción entre estos tres tiempos puede explicar la mayoría de las patologías de sueño de origen circadiano como son el avance y retraso de fase (desajuste tiempo interno-ambiental), el ritmo en curso libre (ausencia de tiempo ambiental y social), el patrón arrítmico (pérdida o atenuación de los tres tiempos), el trastorno debido a trabajo a turnos (desajuste entre tiempo social-interno), el jet-lag (desajuste tiempo ambiental-interno).

La interacción entre estos tiempos puede ser cuantificada mediante el test de los tres tiempos, disponible en https://www.um.es/cronobiologia/taller-del-relojero/autoevaluacion/test-tres-tiempos/,

desarrollado por el Laboratorio de Cronobiología de la Universidad de Murcia.

BIBLIOGRAFÍA:

1. Aschoff J. Circadian rhythms in man. Arzneimittelforschung 1978;28:1820-7.

2. Aschoff J. On the relationship between motor activity and the sleep-wake cycle in humans during temporal isolation. J Biol Rhythms 1993;8:33-46.

3. Moore RY, Eichler VB. Loss of a circadian adrenal corticosterone rhythm following suprachiasmatic lesions in the rat. Brain Res 1972;42:201-6.

4. Madrid JA. Los relojes de la vida. Una introducción a la Cronobiología. En: Cronobiología Básica y Clínica. Editec@Red, Madrid, 2006.

5. Garaulet M, Madrid JA. Chronobiology, genetics and metabolic syndrome. Curr Opin Lipidol 2009;20:127-34.


[1]

[2]

¿Estudios culturales latinoamericanos? Reflexiones a partir de algunas antologías. Regina Crespo.2017

¿Qué decir sobre los “Estudios Culturales Latinoamericanos (ECL)”? ¿Es pertinente pensar que los ECL constituyen una corriente académica de análisis e interpretación y conforman una escuela? ¿Qué especificidades tendrían? ¿Qué debilidades?

¿Qué hace que un estudioso del pensamiento, la cultura, la literatura, la producción simbólica latinoamericana ubique su producción en el campo de los ECL? ¿Qué relaciones podríamos encontrar entre los Estudios Culturales nacidos en dos de los centros intelectuales hegemónicos (Inglaterra y Estados Unidos) y aquellos definidos geográfica y políticamente al sur de América?

La recepción de los Estudios Culturales en los países de la región ha sido sobresaliente, aunque siempre ha estado acompañada de una serie de cuestionamientos, relacionados con las especificidades continentales y las características de sus respectivas realidades nacionales.

Asimismo, entre los latinoamericanos -y latinoamericanistas- nunca se ha perdido de vista que, mucho antes de la adopción de una terminología que definiera un campo de estudios específicamente como “Estudios Culturales Latinoamericanos”, ya existía en la región una nutrida tradición ensayística marcada por la discusión de temas asociados a la identidad nacional y étnica, al papel de los intelectuales en la sociedad, a la relación entre política y cultura, además de cuestiones asociadas a las oposiciones nacional versus continental, rural versus urbano, tradición versus modernidad, entre otras.

Se podría decir que en América Latina ya se hacían Estudios Culturales antes de que surgiera el campo como tal y antes de que la academia metropolitana hegemónica tratara de encasillar tal producción en sus nuevos cánones y parámetros.[1]

Asimismo, la pregunta obligada es: ¿hasta qué punto una “adjetivación”, como menciona Restrepo,[2] es realmente pertinente para definir los Estudios Culturales que se hacen desde y sobre América Latina, como “Estudios Culturales Latinoamericanos”? La discusión ha sido larga y evidentemente dista de cualquier tipo de consenso.

No es nuestro propósito en este breve espacio hacer una retrospectiva conceptual de los Estudios Culturales de origen británico o de los realizados en la academia estadounidense, enmarcados en la tradición previa de sus llamados estudios de área, para buscar identidades y divergencias entre ellos y lo que algunos definen como ECL.

Nuestro objetivo es mucho más modesto. Entre 1998 y 2003 se editaron algunos libros colectivos en los que se observa la preocupación por discutir, analizar, establecer rumbos y plantear agendas de reflexión y acción entre los investigadores preocupados por pensar la cultura desde la perspectiva del poder, con un punto de vista construido a partir de un pensamiento crítico latinoamericano.

Nos centraremos en el contexto que les dio origen, los autores que participaron en tales antologías, las temáticas que abordaron y algunos de los debates teóricos que generaron. Este bosquejo dará pautas sobre su mirada en torno a los ECL como campo de producción de conocimiento, su postura respecto a la relación entre cultura y política en el contexto de la globalización neoliberal y su reflexión sobre el papel de las y los intelectuales y académicos latinoamericanos frente a la producción académica hegemónica, principalmente estadounidense.

A partir de este breve mapeo se pueden vislumbrar ciertas tendencias y caminos de la época, reconocer o no la existencia de un diálogo entre dichas vertientes y autores, e identificar las condiciones de producción y circulación académica que lo permitieron o, bien, limitaron.

La antología que abre el camino

La antología que, por decirlo de alguna manera, “inauguró” la perspectiva de una discusión más sistemática sobre el lugar del pensamiento latinoamericano ante el fenómeno de la globalización fue Teorías sin disciplina. Latinoamericanismo, poscolonialidad y globalización en debate, coordinada por Santiago Castro-Gómez y Eduardo Mendieta en 1998.[3]

Este trabajo transdisciplinario tuvo su origen en un largo debate sobre la relación entre globalización, poscolonialidad y latinoamericanidad, surgido en los años 1990 en medio del auge neoliberal. El libro se enmarca también en un cuestionamiento sobre el modo desigual y asimétrico de producción y circulación de las ideas en el nivel global, y en una crítica a los espacios institucionales que contaban con los recursos materiales para legitimarse como centros de producción académica e intelectual autorizados para hablar sobre América Latina.

Y es que, en Estados Unidos, el campo denominado Cultural Studies producía una gran cantidad de investigaciones sobre la región mediante categorías de análisis propias del llamado primer mundo. En su versión latinoamericana, los Estudios Culturales llegaron a consolidarse en los años 1990 como un campo novedoso en el estudio de la cultura, pero a su vez cuestionado por la adopción acrítica o descontextualizada de dichas categorías de análisis. En ese contexto, no deja de llamar la atención el hecho de que, de los once ensayos que componen esta antología, ocho provienen de autores latinoamericanos adscritos a universidades estadounidenses.[4]

Se podría pensar que tales autores entran a la discusión desde un “lugar de enunciación” en cierto sentido privilegiado, al formar parte del mainstream teórico y al mismo tiempo provenir y ocuparse de una región “periférica”. Además, no se puede perder de vista la existencia de vínculos personales e identidades teóricas entre los autores reunidos en el volumen. Cuando se analizan los libros colectivos, también es necesario considerar las llamadas relaciones de sociabilidad, tan caras a la construcción de las redes intelectuales.

De acuerdo con lo que los coordinadores comentan en la introducción al volumen,[5] las respuestas a las inquietudes que movían el debate se habían formulado inicial y paulatinamente desde dos frentes de discusión: aquel que releía a América Latina utilizando las teorías y conceptos de las instituciones centrales, y aquél que las rechazaba en pos de teorías y conceptos propios, acordes con los procesos histórico-políticos de la región.

Una segunda vuelta al debate, cuyas principales conclusiones quedarían plasmadas en el volumen, surgió en 1997, durante el Congreso de la Latin American Studies Association (LASA) ocurrido en Guadalajara, donde los Estudios Culturales Latinoamericanos se afirmaron “como nuevo paradigma de teorización de lo latinoamericano a finales del siglo XX”.[6]

No obstante, aun con el consenso de un campo de estudios legitimado y con precursores claramente identificables –Néstor García Canclini y Jesús Martín-Barbero, principalmente- éstos no protagonizan la discusión en la antología. De igual forma, si bien el texto introductorio enfatiza en las implicaciones del proceso de la globalización con elementos de análisis propios de los ECL, como el papel de las industrias culturales, los cruces entre cultura popular y cultura de masas, los procesos de homogeneización y desterritorialización cultural, tales conceptos y discusiones son poco significativos en el corpus de la antología.

Como ya dijimos, la mayor parte de los textos tuvo su origen en instituciones estadounidenses con autores hispanoamericanos pertenecientes a la filosofía, la literatura y los estudios subalternos. Su énfasis está principalmente en el problema de la poscolonialidad y sus consecuencias sobre lo latinoamericano. Se percibe una influencia notoria de la perspectiva decolonial en el uso de conceptos como transmodernidad, posoccidentalismo y subalternidad, como categorías alternativas al eurocentrismo y colonialismo existentes en las ciencias sociales.

La búsqueda de nuevas vetas de reflexión es evidente, sin embargo, a lo largo del volumen, y como los mismos coordinadores reconocen, las posturas de los colaboradores decantan su optimismo y se vuelven más críticas respecto al potencial del poscolonialismo como teorización descolonizadora.

Las antologías de Clacso: la reflexión desde las ciencias sociales y el Grupo de Trabajo sobre cultura y poder

En continuidad con el debate iniciado por los coordinadores de la antología anterior, aunque manteniendo una perspectiva más ceñida a las ciencias sociales tradicionales, Edgardo Lander coordinó en el año 2000 la famosa antología La colonialidad del saber: eurocentrismo y ciencias sociales. Perspectivas latinoamericanas, editada por el Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (Clacso).[7]

Este libro fue el resultado de dos años de trabajo, posteriores a la realización del Simposio “Alternativas al eurocentrismo y colonialismo en el pensamiento social latinoamericano contemporáneo”, que se llevó a cabo en 1998 durante el Congreso Mundial de Sociología en Montreal, convocado por Immanuel Wallerstein.

Con el patrocinio de la Unidad Regional de Ciencias Sociales y Humanas para América Latina y el Caribe de la UNESCO, en el libro participan nueve reconocidos autores en el ámbito de las ciencias sociales latinoamericanas, entre los cuales se encuentran Enrique Dussel y Aníbal Quijano.[8] En este trabajo vuelven a aparecer Walter Mignolo, con un artículo sobre colonialidad y modernidad, y el propio Santiago Castro-Gómez, con una reflexión sobre violencia epistémica.

En la presentación del volumen, Edgardo Lander explica que la implantación del neoliberalismo como pensamiento único dificultaba vislumbrar y formular alternativas epistemológicas y de intervención intelectual.[9]

De esta manera, el libro apuesta a rastrear la genealogía de este pensamiento, identificando el uso de categorías eurocéntricas, coloniales y modernas dentro de las ciencias sociales latinoamericanas. Pretende afianzar un diálogo epistemológico en el sur del mundo, visibilizando y a la vez nutriéndose de las múltiples luchas sociales e identidades que conforman América Latina.

Una revisión sucinta del contenido muestra cómo esta exploración epistemológica prima respecto a una propuesta multidisciplinaria que colocara dichas preocupaciones en las relaciones intersubjetivas y las esferas de la vida cotidiana que, desde los ECL, se reconocían trastocadas a raíz de los procesos de globalización.

La influencia de la perspectiva sistémica de Wallerstein se hace presente al opacar el uso del concepto globalización -pensado como un fenómeno inherente a la evolución del capitalismo global y no necesariamente novedoso- por categorías como eurocentrismo, modernidad y colonialidad del poder.

No obstante la diferencia, el trabajo coordinado por Lander es sintomático de una preocupación que cruza todas las antologías del periodo: la intención de poder contar con un trazado de largo aliento, que encontrara la génesis de nuestra dependencia epistemológica, para así formular un pensamiento propio latinoamericano libre de la razón occidental y sus métodos de acercamiento a la realidad.

De forma consonante pero a la vez divergente a la iniciativa coordinada por Lander, Daniel Mato encabezó un extenso y ambicioso trabajo desde la Universidad Central de Venezuela, que puso sobre la mesa la relación entre cultura y política, centrando su crítica en el uso de la noción de Estudios Culturales Latinoamericanos como campo de conocimiento.

En 1999 y 2000, el Grupo de Trabajo “Cultura y transformaciones sociales en tiempos de globalización” tuvo sus dos primeras reuniones en Caracas, con la participación de más de veinte autores. Como resultado, en el año 2001 fue publicada la antología Estudios latinoamericanos sobre cultura y transformaciones sociales en tiempos de globalización, en dos volúmenes,[10] que contaron con la participación de autores de países latinoamericanos, incluyendo a Brasil, oriundos, en su gran mayoría, de instituciones o universidades de América Latina.

Daniel Mato jugó un rol notorio como organizador de un esfuerzo que pretendió integrar a los principales actores del campo en función de reformular temas, avivar discusiones e intentar asentar las principales preocupaciones de los estudios culturales de la época.[11]

 No obstante, su crítica hacia el uso del concepto de Estudios Culturales Latinoamericanos, Mato convocó a los “padres fundadores” Martín Barbero y García Canclini para poner a discusión la pertinencia del término y de ellos mismos como sus protagonistas. Mato también invitó a diversos autores que posteriormente se volvieron referentes y organizadores de nuevos trabajos y líneas de investigación como Alejandro Grimson, Elizabeth Jelin y Martín Hopenhayn.

En su análisis, Mato señalaba que los procesos de globalización traían consigo mecanismos de exclusión, inequidad y asimetrías que se reproducían en el mundo intelectual y académico en un nivel global.[12]

Por ello, llamaba a atender los cruces existentes entre lo cultural y lo político para pensar el impacto de la institucionalización de los Cultural Studies en América Latina.

La preocupación de Mato por incluir prácticas intelectuales diversas y rastrear históricamente lo que constituía a América Latina como lugar de enunciación, lo llevó a proponer que en lugar de Estudios Culturales Latinoamericanos, éstos fueran denominados como Estudios Latinoamericanos sobre Cultura y Poder.[13]

Con esto, puso acento en dos reflexiones -no exactamente nuevas- que desarrolló y puso en práctica a posteriori: el papel político del intelectual o académico latinoamericano y la necesidad de incorporar los análisis y teorizaciones provenientes de los movimientos sociales, activistas, pueblos indígenas, etc.[14]

Sin embargo, a pesar de reivindicar un espacio de reflexión para voces no académicas, en ambos volúmenes es mayoritaria la contribución de académicos formados en universidades, principalmente en las áreas de antropología, sociología y literatura.

Para refrendar su crítica al “uso descontextualizado y descontextualizante”[15] de la noción de los ECL, Mato impulsó el cambio de nombre del Grupo de Trabajo a “Cultura y Poder”, después de su tercera reunión en Caracas en noviembre de 2001, reunión de la cual se derivó una tercera y amplia antología de 32 ensayos, publicada en 2002 y titulada Estudios y otras prácticas intelectuales latinoamericanas en cultura y poder. Con la colaboración de algunos militantes y activistas, este trabajo integra un mosaico rico en temas y, por lo mismo, difícil de asir. Se pueden encontrar análisis sobre memoria y lucha política, diversidad étnica, feminismo, formulación de políticas culturales, culturas afroamericanas, identidades reformuladas por el trastocamiento de las fronteras, entre otros.[16]

Para Mato, los ECL ocultarían la reproducción de relaciones de poder en el nivel mundial, al establecerse como un espacio donde, según sus palabras, “las voces que tienen mayor poder para establecer qué es y qué no es este campo, el sistema de inclusiones y exclusiones (de temas, enfoques, autores, etc.) son las que se expresan mediante publicaciones en inglés”.[17] Por ello, vale la pena insistir, buscó reunir textos en castellano y portugués con participación mayoritaria de autores de universidades latinoamericanas.

Lo que resalta de este volumen es el considerable número de textos que abordan las trayectorias y debates intelectuales de autores como García Canclini, Martín-Barbero, Aníbal Quijano y Jesús García. Dos capítulos incluso revisan los aportes intelectuales del propio Mato al campo de estudio. Si bien el autor reconoce que sus antologías son sesgadas y no representativas, en cuanto a autores y temas se refiere, es notable la visibilidad de un grupo de investigadores consolidados como referentes, sujetos a revisión y relecturas.

Hay que reconocer que, a pesar de los buenos propósitos del compilador, la presencia de autores que escriben no sólo sobre, sino desde movimientos como el indígena, chicano, feminista, teatral y de derechos humanos -esas “otras prácticas intelectuales” continuó siendo moderada. Al parecer, la justificación de Mato para este hecho estaría en las dificultades que la militancia siempre ha tenido para poder teorizar sobre su práctica y en la disociación del intelectual con la sociedad, como resultado de la modernización neoliberal e institucionalización de las universidades en América Latina.[18]

En tal contexto, Mato insistiría en una intervención ético-política del intelectual y académico en un contexto que veía el surgimiento de nuevos movimientos sociales con sus respectivas apuestas de transformación cultural y política.[19]

La vertiente de Pittsburgh: arte y literatura

En el año 2000, Mabel Moraña coordinó la antología Nuevas perspectivas desde/sobre América Latina: el desafío de los estudios culturales. El volumen se compone de las discusiones vertidas en el Simposio Internacional de la Universidad de Pittsburgh ocurrido en 1998,[20] en el que, según Moraña, se reunieron investigadores y estudiosos de la cultura latinoamericana para una reflexión colectiva en torno a muchos de los temas […] que se refieren a las relaciones entre globalidad y regionalización, redefinición de la esfera pública y del lugar del intelectual en los procesos de institucionalización y recentralización cultural, multiculturalismo y ubicación de los “saberes locales” con respecto a los modelos de conocimiento gestados en espacios “centrales”, regionales o internacionales.[21]

A decir de la autora, en este volumen se plasmaron “los aportes más representativos de los Estudios Culturales producidos en la actualidad desde/sobre América Latina”.[22]

Como línea distintiva en relación con las antologías anteriores, 29 de los 36 ensayos incluidos provienen de autores formados en el área de lenguas y literatura. Es necesario observar que 25 artículos pertenecen a autores latinoamericanos adscritos a universidades estadounidenses, cinco a autores adscritos a instituciones europeas y sólo nueve son de autoría de intelectuales pertenecientes a universidades latinoamericanas. Entre estos últimos aparecen los referentes Jesús Martín Barbero, Néstor García Canclini, Renato Ortiz, Nelly Richard y Beatriz Sarlo.[23]

En su introducción, Mabel Moraña muestra la preocupación, cercana a la de Mato, de traer a la mesa el lugar de lo político y lo ideológico en las discusiones de los Cultural Studies que, considera, se habían constituido como bloque de poder teórico, interpretativo y representacional.[24]

En ese contexto, y en consonancia con la antología dirigida por Castro-Gómez y Mendieta, le parecía necesario discutir el lugar de América Latina y reformular el latinoamericanismo internacional en busca de una independencia epistemológica.

Situándose en el marco de los debates sobre la modernidad, Moraña reconoce los peligros que entraña la visión de los Cultural Studies al tratar a América Latina como otredad excluyente, pero también señala el uso culturalista de los discursos antihegemónicos que, mediante análisis a un nivel micro, pretenden detentar el uso legítimo de la epistemología del subalterno.

Por ello, si bien hay una intención reivindicativa de las propuestas teórico-epistemológicas latinoamericanas respecto a los discursos centrales, también hay un reconocimiento de los Estudios Culturales como campo y de su contribución “a liberarnos de pesados esquemas que son insuficientes para explicar hoy día el complejo trasiego de problemas y niveles del análisis cultural”.[25]

Este reconocimiento marca un rasgo distintivo de la reticente postura de Daniel Mato a adoptar el nombre de ECL como campo de estudio. De manera consecuente, la mitad de las secciones de la antología están abocadas a la reflexión sobre los estudios culturales, el culturalismo, la crítica y el papel de los intelectuales latinoamericanos. Se coloca en primer plano el lugar de lo político-ideológico desde una perspectiva primordialmente literaria. Los pocos aportes que se realizan desde la antropología, la filosofía y la sociología serán el marco introductorio sobre las implicaciones de la globalización en la multiculturalidad, a cargo de Martín-Barbero, García Canclini y Ortiz.

Los demás bloques temáticos abordan discusiones sobre la memoria y la territorialidad, fronteras, ciudadanía y género, así como la formulación de políticas culturales en la esfera pública. La última sección incluye debates sobre movimientos sociales, subjetividades y saberes locales. Sin embargo, a diferencia de las antologías coordinadas por Mato, estas reflexiones, a cargo de autores latinoamericanos de universidades estadounidenses en el campo literario, se harán exclusivamente sobre dichos movimientos y no desde los mismos.

Una radiografía sucinta del texto introductorio y la estructura del libro revela que, a pesar de que los autores provienen de universidades estadounidenses, hay una lucha interna por el reconocimiento de temáticas y autores excluidos del debate de los Estudios Culturales en la academia anglosajona. La impronta ideológica neoliberal que se instala en el quehacer académico toca también a esta porción de académicos e intelectuales y por ello Moraña pretende que, con esta antología, otros temas y voces puedan abrirse camino en los circuitos internacionales de producción de conocimiento. Aunque reconoce que los debates no se agotan en dichos textos, que configuran apenas aproximaciones, la autora sí aspira a que el libro se vuelva un referente alterno a unos estudios culturales que, considera, han tratado a la cultura latinoamericana de manera reducida y estereotipada.26

Como continuidad a este trabajo, Moraña editó junto con Hermann Herlinghaus el volumen Fronteras de la Modernidad en América Latina. La publicación del año 2003 derivó del Tercer Congreso Internacional de Estudios Culturales Latinoamericanos acontecido en la Universidad de Pittsburgh, en marzo de 2002. El eje articulador de este trabajo fue discutir el lugar de los ECL en la modernidad. En un contexto marcado tanto por asimetrías históricas como por nuevos fenómenos culturales, los autores vieron la necesidad de abordar las formas en que se pensaba y hacía lo moderno en América Latina.27

La discusión se percibe fuertemente influida por los debates poscoloniales que significaban para ambos “una radical reformulación de los problemas de nacionalidad, transnacionalidad, multiculturalismo y globalización”.28 Sin embargo, lo poscolonial no se asume como un adecuado piso epistemológico, sino que apunta hacia la necesidad de un pensamiento descolonizador desde las ciencias sociales “de los márgenes”, capaz de dar cuenta de una “hermenéutica de la heterogeneidad” propia de los descentramientos y tensiones post-1989.29

A diferencia de la antología anterior, este libro se encuentra más diversificado en cuanto al origen disciplinario de los autores, así como más parejo en lo que se refiere a sus adscripciones académicas. De los 23 ensayos, diez provienen de América Latina, mientras diez vienen de Estados Unidos. Europa sigue minoritaria, con tres contribuciones.30 De nueva cuenta, Jesús Martín-Barbero surge como referente para comprender las transformaciones en las dinámicas culturales y comunicacionales en la modernidad. Aunque Moraña y Herlinghaus ven como central el papel de la comunicación en el debate sobre la identidad y la cultura misma, llama la atención que los análisis desde la comunicología no tienen un lugar predominante en este libro, como tampoco lo tienen en las antologías previamente analizadas.

De esta manera, el trabajo se centra en la discusión sobre las fronteras y territorios en el marco de la globalización y transnacionalización, la configuración de nuevos y viejos espacios simbólicos e identitarios, las interacciones y zonas de contacto existentes entre numerosos conjuntos socioculturales, las redefiniciones sobre lo moderno en el nuevo escenario global y los desafíos del multiculturalismo en América Latina.31

La anterior reflexión sobre el carácter de los Estudios Culturales, la crítica literaria y los movimientos sociales se ve sustituida por un abordaje teórico diverso que analiza lo nacional, el género, la interculturalidad, lo posmoderno, lo transmoderno, las identidades y, de manera escueta, las políticas culturales, la violencia y la democracia.

El resultado de esta composición heterogénea de enfoques y temáticas hace que los editores vean en este libro otro aporte imprescindible del pensamiento crítico en el campo de los ECL. Esta vez, son más entusiastas respecto al alcance de dichos textos, pues ven en ellos

[…] propuestas que desarticulan los imaginarios teóricos disciplinarios y hasta sus propias bases epistemológicas, reivindicando la especificidad de la experiencia latinoamericana al tiempo que logran articularla a contextos mayores, sin fáciles abstracciones ni universalismos casuales, sino desde las bases experimentales de un pensamiento crítico rebelde e inquisitivo.32

¿Qué ocurrió después de 2004?

A partir de 2004, la notoriedad gozada por los ECL y la discusión sobre sus características y validez, su lugar en el espacio de producción teórica en América Latina, fueron disminuyendo. Por una parte, sucedieron importantes relevos en algunos de los nombres de quienes organizaban la discusión y, por otra, empezaron a ocurrir transformaciones discursivas y usos conceptuales diferenciados. Una breve revisión de lo que se produjo posteriormente muestra la relevancia que adquirió el discurso decolonial y la primacía de otros itinerarios intelectuales, relativos a los nuevos movimientos sociales, las migraciones, los estudios sobre juventud, entre otros. Ello da muestra de transformaciones en los espacios y modos de producción de conocimiento desde y sobre América Latina, a su vez indicativos de un trabajo interinstitucional latinoamericano en diálogo con la producción académica global, que parece agotar ciertos temas y hegemonizar otros.

Después de Teorías sin disciplina…, Santiago Castro-Gómez -quien aparece en las antologías mencionadas excepto aquellas coordinadas por Daniel Mato- se confirmaría como un referente del Grupo Modernidad/colonialidad, colocando al Instituto de Estudios Sociales y Culturales (Pensar) de la Universidad Javeriana de Colombia como un fructífero centro de producción teórica sobre los estudios poscoloniales. Esto lo llevó a publicar, en 2007, junto con Ramón Grosfoguel, el libro titulado El giro decolonial: reflexiones para una diversidad epistémica más allá del capitalismo global.33 Posteriormente, en 2010, colaboró en un trabajo editado por Ileana Rodríguez y Josebe Martínez titulado Estudios transatlánticos postcoloniales: narrativas comando-sistema mundo.34

Para Clacso, la producción teórica posterior también sufrió cambios interesantes que -sólo en parte- pueden ser explicados por las propias trayectorias que los investigadores eligieron. Pese a la importancia que tuvo su antología La colonialidad del saber…, Edgardo Lander ya no volvería a fungir como editor. Como autor, participó en la antología Hegemonías y emancipaciones en el siglo XXI, coordinado por la mexicana Ana Esther Ceceña en 2004.35 El sociólogo venezolano pasó a concentrar su actividad académica en el think tank Transnational Institute (TNI), y siguió fungiendo como un intelectual de peso en los movimientos sociales venezolanos y en las articulaciones contrahegemónicas en un nivel regional como el Foro Social Mundial.

Por su parte, el Grupo de Trabajo Cultura y Poder, que hasta el año 2002 había sido coordinado por Daniel Mato, retomó sus actividades bajo la conducción del argentino Alejandro Grimson. De su cuarta reunión, en 2003, surgió el libro La cultura en las crisis latinoamericanas,36 donde aún se percibe una impronta de los temas de discusión que atañían a Daniel Mato, así como de los autores referenciales (Jesús Martín-Barbero, Gustavo Lins Ribeiro, Elizabeth Jelin y Néstor García Canclini). Sin embargo, la publicación decantaría en el abordaje de las transformaciones en los imaginarios nacionales y comunitarios, así como de las identidades étnicas y políticas ante las crisis de los estados latinoamericanos. En la introducción, Grimson hace una interesante retrospectiva de la dinámica adoptada en las reuniones de trabajo y presenta una importante reflexión sobre los dos ejes en los que se organizó el volumen: la presencia de “lo nacional” en el análisis cultural y la múltiple definición de “crisis”.37 El libro trae algunos estudios de caso (específicamente sobre Venezuela, Ecuador, Argentina, Colombia, Perú y Brasil) y algunos trabajos de carácter teórico.

Respeta la diversidad regional del continente, pues considera a autores de varios países y publica artículos en español y portugués.

Grimson volvería a coordinar la quinta reunión del grupo en Porto Alegre, en 2004. Sin embargo, no será él sino Mato quien, en 2005, reeditará 21 de los ensayos incluidos en las pasadas antologías en el libro Cultura, política y sociedad. Perspectivas latinoamericanas.38 La publicación puede considerarse la despedida de Mato como organizador del campo, coincidente con el fin de su ciclo en la Universidad Central de Venezuela (UCV).

En una biografía intelectual de Daniel Mato, Alejandro Maldonado relata que, tras haber impulsado por 18 años el Programa de Estudios sobre Globalización, Cultura y Transformaciones Sociales en el Centro de Investigaciones Posdoctorales de la Facultad de Ciencias Económicas de la UCV, el programa no enraizó en la institución como el académico argentino hubiera querido, así como tampoco proliferó el reconocimiento intelectual que él deseaba.39 De esta forma, Mato acabó por jubilarse de la UCV en 2002 y, a partir de 2005, pasó a desempeñarse como asesor académico del IESALC-UNESCO, para volver finalmente a su natal Argentina en 2010. A partir de entonces, su producción intelectual se concentró en el estudio de los think tanks y la comunicación intercultural.

Las consecuencias de la ausencia de Mato en Clacso fueron patentes. Entre 2005 y 2008 el Grupo de Trabajo sobre Cultura y Poder no se reunió. Apenas en 2007, Grimson compilaría el libro Cultura y neoliberalismo, en el que Mato participó como autor, junto con Pablo Semán entre otros nombres que no estuvieron presentes en las antologías anteriores.40 Semán coordinaría el Grupo de Trabajo en su reaparición en 2009. Sin embargo, aunque el grupo había conservado el mismo nombre, en los registros de Clacso la reunión de 2009 apareció como “primera”. Es de resaltar que ni de esta reunión, ni de la que se realizó en 2010 se publicaron antologías.

En 2010, Nelly Richard -figura central que encontramos en las antologías coordinadas por Mato- lanzaría el libro En torno a los estudios culturales. Localidades, trayectorias y disputas.41 La publicación fue resultado de la primera reunión de la Red de Estudios y Políticas Culturales, dirigida por Alejandro Grimson y creada por iniciativa del Centro de Altos Estudios Universitarios de la Organización de Estados Iberoamericanos y de Clacso, que se realizó en Buenos Aires en abril de 2009. El volumen ofrece a los lectores una reflexión sobre el carácter de los ECL, con las figuras que su editora considera primordiales en el debate. No sorprende, evidentemente, la presencia de Jesús Martín-Barbero y Néstor García Canclini como fuentes del trazado genealógico del campo. También reaparecen autores como Alejandro Grimson, Catherine Walsh y Eduardo Restrepo, para entonces nombres reconocidos en lo que a Estudios Culturales se refiere.42 Richard anuncia en la Introducción a la obra que a los autores les había parecido

    […] valioso articular un conjunto de reflexiones elaboradas principalmente desde América Latina por quienes se dedican a la práctica académica de los Estudios Culturales en distintas latitudes geográficas y contextos universitarios (Argentina, Colombia, Chile, Ecuador, México, Perú, Puerto Rico), para contribuir así a corregir ciertas asimetrías de la producción editorial del mercado académico internacional que suele privilegiar los nombres y textos “en inglés”.43

El tema del dominio del conocimiento producido por los centros hegemónicos -y su paradigmática difusión en inglés- se mantuvo como un eje aglutinador de esfuerzos para iniciativas como la de la Red de Estudios y Políticas Culturales, que seguiría reuniéndose hasta 2014. En cuanto al Grupo de Trabajo Cultura y Poder, hay que observar que volvió a desaparecer durante dos años, momento en que se consolidaron otros grupos de trabajo sobre temas como género, migración, movimientos sociales, juventud y cambio climático, entre otros. Ello da cuenta de desplazamientos teórico-conceptuales que parecen disminuir sensiblemente el interés por el tema de los Estudios Culturales.

No obstante, en 2013 el grupo vuelve a la escena, esta vez con una reunión en Bogotá que, aunque no trasciende en una publicación, indica un cambio significativo en el espacio de enunciación de la discusión grupal.44 En 2015, la coordinación del grupo se trasladará al Instituto Pensar de la Universidad Javeriana de Colombia a cargo de Eduardo Restrepo. La presencia del antropólogo colombiano es relevante, ya que en los últimos cinco años ha articulado diversas discusiones sobre los Estudios Culturales poniendo el acento en su carácter decolonial, lo cual le da un matiz distinto al grupo entonces constituido por Mato.

En cuanto a Mabel Moraña, se notará también un interés por el análisis poscolonial en América Latina. En este tenor, publicará en 2008, junto con Enrique Dussel y Carlos A. Jáuregui, el libro Coloniality at Large: Latin American and the Postcolonial Debate.45 El texto, publicado en inglés, discute la pertinencia de la teoría poscolonial en la realidad latinoamericana y la occidentalización. Para ello, cuenta con la participación de nuestros viejos conocidos Santiago Castro-Gómez, Fernando Coronil, Walter Mignolo, Eduardo Mendieta, Aníbal Quijano y Catherine Walsh, además de otros autores consagrados como Mary Louise Pratt, Peter Hume y Román de la Campa. Posteriormente, sus publicaciones muestran cierta continuidad de los temas previamente trabajados, como el papel de los intelectuales latinoamericanos o la modernidad.46 Sin embargo, desaparece la reflexión sobre el carácter de los ECL, tan presente en la primera antología que Moraña elaboró.47

Cabe mencionar que, en 2005, después de diez años de trabajar en la Universidad de Pittsburgh, espacio de gran relevancia para la gestación de las antologías analizadas, Moraña se trasladó a la Universidad de Washington en St. Louis, donde, hasta la fecha, pasó a fungir como profesora y directora del Departamento de Estudios Latinoamericanos. Al analizar la cantidad e importancia de las publicaciones que Mabel Moraña ha coordinado o editado, no podemos dejar de reconocer su capacidad de convocatoria, su talento para dialogar con distintas vertientes intelectuales y el papel fundamental que ha desempeñado en el debate intelectual y la producción de conocimiento desde y sobre América Latina. Una reflexión más sistemática sobre el tenor de las antologías que coordinó aún está por hacerse.

Una última palabra

Los ires y venires en la discusión sobre la relevancia y pertinencia teórica de los ECL han caracterizado el debate entre distintos grupos de intelectuales latinoamericanos, que cuestionaban su lugar en los circuitos académicos internacionales y su producción teórica en relación a un contexto sociopolítico determinado que los interpelaba. El análisis realizado sobre las antologías aquí propuestas, muestra que no es posible negar la importancia del “lugar de enunciación” para la proyección y mantenimiento de determinadas visiones teórico-epistemológicas. Esto es particularmente significativo cuando América Latina es el lugar desde y sobre el que se enuncia. La diferencia entre hablar desde y hablar sobre representa la adopción de una postura no sólo académica, sino también político-ideológica. Decidir entre ambas opciones ha hecho que la discusión sobre los ECL se organice en grupos con grados de influencia variables, definidos por condiciones materiales (sobre todo de financiamiento) y geográficas específicas.

Las antologías han fungido como un espacio fundamental para entender las discusiones teóricas, los interrogantes y debates -no siempre armónicos- que surgen para responder a un desafío epistemológico en un momento histórico específico. La forma en la que las antologías aquí mencionadas organizaron y han orientado los debates, las elecciones sobre quiénes fueron y se han mantenido como las voces autorizadas para abordar ciertos temas, la manera en la que se han propuesto y se siguen proponiendo los ejes temáticos, entre otros aspectos, dan cuenta de los distintos modos de construcción de conocimiento por parte de las y los intelectuales latinoamericanos que están en constante tensión con los centros hegemónicos de producción de conocimiento, pero también entre ellos mismos. En el caso de los ECL estos distintos modos también reflejan relaciones de poder, jerarquías y “modas” teóricas que pueden dialogar o bien oponerse de manera evidente.

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26Ibid., p. 15.

27Mabel Moraña y Hermann Herlinghaus [eds.], “Introducción”, en Fronteras de la modernidad en América Latina, Pittsburgh, Instituto Internacional de Literatura Iberoamericana/University of Pittsburgh, 2003, pp. 11-20.

28Ibid., p. 13.

29No obstante el distanciamiento, en el libro participan Santiago Castro-Gómez y Enrique Dussel con reflexiones filosóficas decoloniales acerca de las dinámicas transfronterizas en el ámbito universitario e identitario, respectivamente.

30Algunos de los colaboradores de la antología anterior vuelven a aparecer. Asimismo, entre los autores de esta antología adscritos a universidades latinoamericanas, se encuentran Enrique Dussel, Bolívar Echeverría, Ernesto Laclau y Carlos Pereda, los cuatro dedicados a la filosofía, al lado del especialista en Estudios Culturales José Manuel Valenzuela, del historiador de las ideas Nicolás Casullo y del escritor y ensayista Carlos Monsiváis. Entre los radicados en universidades estadounidenses, destacan el historiador Tulio Halperin-Donghi y la escritora y crítica Sylvia Molloy.

31Moraña y Herlinghaus, op. cit., p. 17.

32Ibid., p. 20.

33Santiago Castro-Gómez y Ramón Grosfoguel [eds.], El giro decolonial: reflexiones para una diversidad epistémica más allá del capitalismo global, Bogotá, Universidad Central/IESCO/Pontificia Universidad Javeriana, Instituto Pensar/ Siglo del Hombre Editor, 2007.

34Ileana Rodríguez y Josebe Martínez [eds.], Estudios transatlánticos postcoloniales: narrativas comando-sistema mundo, México, Anthropos/UAM-Iztapalapa, 2010.

35Ana Esther Ceceña [comp.], Hegemonías y emancipaciones en el siglo XXI, Buenos Aires, Clacso, 2004. En http://biblioteca.clacso.edu.ar/clacso/gt/20101018121053/cecena2.pdf.

36Alejandro Grimson [comp.], La cultura en las crisis latinoamericanas, Buenos Aires, Clacso, 2004, pp. 7-15. En http://biblioteca.clacso.edu.ar/clacso/gt/20100918083912/grimson.pdf.

37Alejandro Grimson, “Introducción”, en Ibid., pp. 7-15.

38Daniel Mato [coord.], Cultura, política y sociedad. Perspectivas latinoamericanas, Buenos Aires, Clacso, 2005. En http://www.culturarecreacionydeporte.gov.co/sites/default/files/cultura_politica_y_sociedad._perspectivas_latino-americanas.pdf.

39Alejandro Maldonado, “Daniel Mato: una vida de interculturalidad”, en Revista Nómadas, núm. 34, Bogotá, Universidad Central Colombia, 2011.

40Alejandro Grimson [comp.], Cultura y neoliberalismo, Buenos Aires, Clacso, 2007.

41Nelly Richard [ed.], En torno a los estudios culturales: localidades, trayectorias y disputas, Santiago de Chile, Universidad ARCIS, 2010.

42Catherine Walsh, quien había participado en el Grupo de Trabajo con Daniel Mato, coordinó la antología Estudios culturales latinoamericanos: retos desde y sobre la región andina, Quito, Universidad Andina Simón Bolívar/Abya-Yala, 2003. En el apartado “Estudios culturales latinoamericanos: perspectivas críticas” aparecen sólo tres textos, significativamente, de autoría de Mato, Mignolo y Castro-Gómez. En el apartado “(Des)identificaciones disciplinarias y luchas del cononimiento” aparece un artículo de Moraña, redactado desde el punto de vista de la formación disciplinaria de la autora, titulado “Literatura, subjetividad y estudios culturales”.

43Richard, op. cit., p. 9.

44Aunque el trabajo no se enmarca claramente en el quehacer del Grupo de Trabajo, Grimson publicará, durante ese mismo año, junto con Karina Bidaseca, el libro Hegemonía cultural y políticas de la diferencia, Buenos Aires, Clacso, 2013. En el libro nuevamente aparecen como colaboradores Nelly Richard y Eduardo Restrepo, poniendo acento en el papel de los estados y las tecnologías en la inclusión/exclusión de las diferencias.

45Mabel Moraña, Enrique Dussel y Carlos Jáuregui [eds.], Coloniality at large: Latin American and the postcolonial Debate, Duke University, 2008.

46Véase Mabel Moraña y Bret Gustafson [eds.], Rethinking intellectuals in Latin America, Frankfurt am Main/Iberoamericana/Vervuert, 2010; y Mabel Moraña [ed.], Para una crítica de la modernidad capitalista: dominación y resistencia en Bolívar Echeverría, Quito, Universidad Andina Simón Bolívar, 2014.

47En una entrevista realizada en 2007, Moraña critica el hecho de que los estudios culturales habían utilizado demasiado tiempo en hablar de sí mismos, cuando lo primordial era un análisis que pensara, desde lo político, el lugar de lo nacional-popular en la globalización. Mabel Moraña, “Los estudios latinoamericanos en la encrucijada. Entrevista a Mabel Moraña”, en Revista Itinerarios, núm. 5, 2007, pp. 9-31. En http://itinerarios.uw.edu.pl/wp-content/uploads/2014/12/01_entrevista_Morana.pdf.


[1] Es conocida la serie de entrevistas que, entre 1996 y 1997, la revista británica Journal of Latin American Cultural Studies realizó a intelectuales latinoamericanos dedicados, en términos generales, a los Estudios Culturales. Llama la atención el énfasis de autores como Néstor García Canclini en separarse de lo que propugnaba la academia estadounidense (“me involucré en los estudios culturales antes de saber cómo se llamaban”). Apud Mónica Szurmuk & Robert Mckee Irwin, “Presentación”, en Diccionario de Estudios Culturales Latinoamericanos, México, Siglo XXI/Instituto Mora, 2009, pp. 17 y 18

[2] Eduardo Restrepo, “Estudios culturales en América Latina”, en Revista de Estudos Culturais, núm. 1, São Paulo, USP, 2014, p. 7. En http://www.each.usp.br/revistaec/sites/default/files/artigos-em-pdf/03_ed1_ESTUDIOS%20CULTURALES%20EN%20AME%CC%81RICA%20LATINA.pdf (fecha de consulta: 19 de abril, 2016).

[3] Santiago Castro-Gómez y Eduardo Mendieta, Teorías sin disciplina. Latinoamericanismo, poscolonialidad y globalización en debate, México, Porrúa/University of San Francisco, 1998.

[4] Ocupa un espacio interesante en este conjunto de artículos el “Manifiesto inaugural” del Grupo Latinoamericano de Estudios Subalternos, publicado originariamente en inglés, primero en la revista Boundary, y después en un volumen colectivo editado por Duke University Press. Resaltan en el libro las participaciones de Walter Mignolo y Alberto Moreiras, de la Universidad de Duke. También destacan las apariciones de Mabel Moraña, de la Universidad de Pittsburgh, quien, como veremos más adelante, dirigió una de las vertientes de reflexión sobre los ECL, y la franco-chilena Nelly Richard, que hará lo propio en 2010, desde Chile. Los demás autores entonces adscritos a universidades estadounidenses son tres: Ileana Rodríguez, Fernando Coronil y el mismo coorganizador Eduardo Mendieta. Afiliados a universidades hispanoamericanas, tenemos solamente a Hugo Achúgar, Santiago Castro-Gómez y Erna von der Walde, de la Universidad de los Andes, quien se encontraba entonces como profesora visitante en la Universidad de Duke.

[5] Santiago Castro-Gómez y Eduardo Mendieta, “Introducción: la translocación discursiva de ‘Latinoamérica’ en tiempos de globalización”. Castro-Gómez y Mendieta, op. cit., pp. 5-30.

[6] Ibid., p. 22.

[7] Edgardo Lander [ed.], La colonialidad del saber: eurocentrismo y ciencias sociales, perspectivas latinoamericanas, Buenos Aires, Clacso, 2000.

[8] La lista de autores es la siguiente: Santiago Castro-Gómez, Fernando Coronil, Enrique Dussel, Arturo Escobar, Edgardo Lander, Francisco López Segrera, Walter D. Mignolo, Alejandro Moreno y Aníbal Quijano. A pesar de ser una figura de peso en su crítica al colonialismo de las ciencias sociales, resulta significativo que Quijano no reaparezca en ninguna de las demás antologías producidas durante esos años. No deja de ser significativa también la ausencia absoluta de mujeres en este libro.

[9] Lander, op. cit., p. 3.

[10] Daniel Mato [coord.], Estudios latinoamericanos sobre cultura y transformaciones sociales en tiempos de globalización, vols. I y II, Buenos Aires, Clacso, 2001. En el primer volumen, además de Daniel Mato, colaboraron Lourdes Arizpe, Néstor García Canclini, Martin Hopenhayn, Jesús “Chucho” García, Elisabeth Jelin, Jesús Martín Barbero, Ana María Ochoa Gautier, Gustavo Lins Ribeiro, Nelly Richard y Yolanda Salas. En el segundo, participaron Daniel Mato, Gustavo Lins Ribeiro, Lourdes Arizpe, Guiomar Alonso, Isidro H. Cisneros, Gioconda Espina, Jesús “Chucho” García, Alejandro Grimson, Mireya Lozada, Fabio López la Roche, Luz Adriana Maya Restrepo, Carlos Ossa, Ángel G. Quintero Rivera, Nelly Richard, Yolanda Salas y Ana Wortman. Ambos volúmenes están disponibles en PDF, en http://biblioteca.clacso.edu.ar/clacso/gt/20100912034428/estudios.pdf y http://biblioteca.clacso.edu.ar/ clacso/gt/20100914030954/estudios2.pdf.

[11] Asimismo, es destacable el papel del argentino para conseguir la participación de diversos actores, sobre todo venezolanos, para financiar los encuentros y publicaciones del Grupo de Trabajo. Además de Clacso y la Agencia Sueca de Desarrollo Internacional (ASDI), participaron el Centro de Estudios de Posgrado de la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad Central de Venezuela, el Instituto Internacional de la UNESCO para la Educación Superior en América Latina y el Caribe (IESALC-UNESCO), el Consejo Venezolano de Investigaciones Científicas y Tecnológicas (CONICIT), el Fondo Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación, el Instituto de Cultura Brasil-Venezuela y la Corporación Andina de Fomento (CAF).

[12] Daniel Mato, “Introducción: cultura y transformaciones sociales en tiempos de globalización”, en Estudios Latinoamericanos sobre cultura y transformaciones sociales en tiempos de globalización, vol. I…, pp. 12-29.

[13] Ibid., p. 21.

[14] Sobre este punto, llama la atención la reiterada presencia de Jesús “Chucho” García, prácticamente el único autor que no pertenece a una institución académica tradicional y que es conocido por su activismo y reflexiones desde las comunidades afroamericanas, especialmente venezolanas. García no sólo participó en los dos volúmenes de la primera antología editada por Mato, sino que también colaboró en la antología que Mato publicaría en 2002, donde hizo precisamente una revisión crítica acerca de las visiones académicas e intelectuales sobre la africanía.

[15] Daniel Mato, “Parte I. Estudio Introductorio”, en Daniel Mato [coord.], Estudios y otras prácticas intelectuales latinoamericanas en cultura y poder, Caracas, Clacso/ASDI/CONICIT/UCV/IESALC-UNESCO/CAF/FONACIT/Instituto Cultural Brasil-Venezuela, 2002, p. 15. En https://www.academia.edu/3462517/Estudios_y_otras_pr%C3%A1cticas_intelectuales_latinoamericanas_en_cultura_y_poder.

[16] Algunos de los colaboradores de los dos volúmenes anteriores, como Nelly Richard, permanecieron, y otros nombres se incorporaron.

[17] Mato, op. cit., p. 23. La presencia, por ejemplo, de George Yúdice, con el artículo “Contrapunteo estadounidense/latinoamericano de los estudios culturales”, es interesante para entender la preocupación de Daniel Mato por avanzar en la discusión del tema.

[18] Ibid., p. 2.

[19] Ibid., pp. 15-49

[20] El simposio fue patrocinado por el Departament of Hispanic Language and Literatures, el Roggiando Fund, el Center for Latin American Studies, el University Center for International Studies, el Brazilian Studies Program y el Program for Cultural Studies, todos de la Universidad de Pittsburgh. No obstante, la publicación resultante fue editada por el Instituto Internacional de Literatura Iberoamericana, impresa en Chile, con textos en español y uno en portugués.

[21] Mabel Moraña [ed.], “Introducción”, en Nuevas perspectivas desde/sobre América Latina: el desafío de los estudios culturales, Pittsburgh, Instituto Internacional de Literatura Iberoamericana /Universidad de Pittsburgh, 2002, p. 11.

[22] Loc. cit.

[23] En este grupo están también el uruguayo Hugo Achúgar, de la Universidad de la República, el argentino Raúl Antelo, catedrático de la Universidad Federal de Santa Catarina, en Florianópolis, Ricardo Kaliman, de la Universidad de Tucumán, y José Teixeira Coelho, de la Universidad de São Paulo.

[24] Moraña, op. cit., p. 12.

[25] Ibid., p. 14.

La fuerza y la argucia: de Gramsci a Poulantzas. Pierre Jean

Aunque muy a menudo nos preguntamos por qué y cómo rebelarnos y subvertir el capitalismo, podríamos en cambio preguntarnos por qué se acepta y se percibe como legítima la extorsión centralizada que practica el Estado. El paradigma que guía a Gramsci y a Poulantzas es la «hegemonía blindada con coerción», en términos diferentes pero a la vez convergentes.    

¿Por qué no se rebelan las masas? La pregunta nos permite cuestionar las categorías establecidas por el Estado para mantener el consentimiento de las clases subalternas: opacidad de la conciencia de clase, inversión de la dialéctica coerción-consentimiento e invisibilización de las categorías de dominación se articulan para producir la norma, esa subjetividad que ha interiorizado las prácticas del poder dominante. La reproducción ampliada del capital conlleva la reproducción de la fuerza de trabajo por medios como la coerción y la represión espacial y temporal de los trabajadores y sus representantes.

Sólo que la represión no es sino una de las facetas de un conjunto más amplio, el de una “hegemonía blindada con coerción”[[1]] que, por medio del compromiso social y de las estrategias de inculcación de las normas del poder, constituye el arte de gobernar, lo que Maquiavelo llama, en los albores del Estado moderno, fuerza y argucia, las dos mitades del cuerpo del centauro. ¿Cuál de las dos, el zorro astuto o el león fiero, precede a la otra?

Comentaré textos seleccionados de Cuadernos de la cárcel, de Antonio Gramsci, y de Estado, poder y socialismo, de Nicos Poulantzas, y, al hacerlo, resaltaré las relaciones fundacionales y las relaciones dialécticas entre ambos términos del poder.

En el capítulo XVIII de El Príncipe, la fuerza y la argucia son dos aspectos de una táctica o intervención estratégica en la coyuntura de que se trate, por medio de los cuales se autoproduce la soberanía que ejerce el Estado sobre la “multitud”[2]].

Gramsci, siguiendo al florentino, muestra que tanto el Estado como el bloque histórico en que aquel se apoya recurren a la violencia material cuando la violencia simbólica o ideológica ha agotado sus propios límites: Gramsci, al igual que Poulantzas, otorga primacía a la violencia real o a las técnicas de “contención” de la multitud, es decir, a la represión física.

El consentimiento es resultado de la subsunción de la violencia real y simbólica. La violencia real, la coerción de los cuerpos, es una faceta que queda subsumida en el yugo de la explotación, al igual que la violencia simbólica. Poulantzas lo hace explícito al recorrer todo el trayecto que lo lleva a la categoría de explotación en su intento por rastrear el origen de la violencia.

Pero ¿qué entendemos por la noción de Estado? A modo de observaciones preliminares, es menester que nos ocupemos ahora de tres enfoques diferentes del Estado.

Para Max Weber, el Estado es el monopolio de la violencia legítima en un sentido mínimo. Para Poulantzas, es una instancia relativamente autónoma de la economía, pero que interviene en las contradicciones de la estructura económica para modificar los procesos de esa estructura sin conseguir superar sus contradicciones. Para Gramsci, el Estado desempeña un papel “primordial”: reúne lo que “tiende a vivir separado” en el estado de naturaleza. Existe una homología de estructura entre Estado y partido. Ambos organizan y ponen en marcha un “bloque histórico”, una coalición de fuerzas, más o menos autónoma de otras fuerzas políticas. Esa coalición, con la cual a veces se entremezclan facciones de las clases dominantes con facciones de las clases dominadas, tiene por objetivo la toma del poder[[3]].

¿Por qué damos nuestro consentimiento? ¿O, incluso, por qué no nos rebelamos? ¿Contra qué? Luc Boltanski se ha planteado la misma pregunta[[4]], pero se interesa sobre todo por las líneas teóricas que conducen a una oposición entre el mundo vivido, el de los hábitos, el del texto social cotidiano, y los acontecimientos que desgarran esa textura. Intentaremos comprender aquí las causas del establecimiento y de la aceptación de esa cotidianidad.

¿Guarda relación la rebelión con la explotación o con la extracción de plusvalía a lomos del trabajo? La pregunta sería demasiado simple: la explotación no muestra su rostro a plena luz del día. Avanza enmascarada bajo las prácticas y los discursos del consentimiento. Habría que preguntarse, en cambio, ¿en nombre de qué consentimos en realizar un gran número de gestos, en legitimar más o legitimar menos, con palabras y actos, el trabajo asalariado? Explotación y participación son las dos caras del capital. A mi juicio, los conceptos de hegemonía, de Estado, de sociedad civil y de reproducción de la estructura social se articulan en Gramsci y Poulantzas para producir una teoría del consentimiento, una teoría dialéctica.

Reversibilidad de la dialéctica del consentimiento: Cuadernos de la cárcel (Gramsci)

Quizás la mejor prueba de la existencia de una teoría dialéctica del consentimiento se encuentre en su reversibilidad, tal como la concibe Gramsci:

“El ejercicio ‘normal’ de la hegemonía en el terreno ya clásico del régimen parlamentario se caracteriza por la combinación de la fuerza y el consentimiento, que se equilibran recíprocamente, sin que la fuerza predomine excesivamente sobre el consentimiento. Por el contrario, se intenta siempre que la fuerza parezca basarse en el consentimiento de la mayoría[[5]].”

A ese respecto cabe destacar dos cosas. Comencemos por el final para establecer la secuencia de la argumentación. Podría decirse que es como si del término “consentimiento” emergiera un sentido incongruente: el de un falso consentimiento, o el de un consentimiento vuelto de revés en su relación con la fuerza.

Es la fuerza la que, gracias a los órganos de la opinión pública y de la sociedad civil —o al conjunto de los dispositivos orgánicamente ligados al poder— parece apoyarse en el consentimiento y no a la inversa. Esa ilusión constituye la base misma del recurso a la fuerza en los discursos del bloque histórico dominante. Trátese de la intervención de los tanques soviéticos en Praga por el “bien del pueblo socialista” en su conjunto, o de la expresión que se ha vuelto banal de “secuestradores” para referirse a los huelguistas en Francia, cualquier recurso a la fuerza se hace en nombre del consentimiento de una mayoría y que hoy se expresa a través del prisma de las encuestas, los medios de comunicación de masas o la alusión a la legitimidad del voto. La inversión de los términos de la dialéctica o la inversión de la perspectiva entre fuerza y argucia están en la base de la mistificación de los regímenes parlamentarios cuando estos desean recurrir a la fuerza.

Lo segundo que cabe destacar en la secuencia que proponemos —el primer razonamiento en el orden del texto— es que el consentimiento desempeña una función central en los regímenes parlamentarios. Se produce entonces una forma de reificación de la conciencia del proletariado: si el problema político deja de plantearse en forma directa, si no se impone violentamente en la conciencia de las masas, incurriremos entonces en el fetichismo de una sociedad civil en la que, en el plano político, todos se imaginan libres e iguales en derechos, y, en el plano económico y social, lo que se ha de deconstruir son los hábitos de consumo, la rutina, lo cotidiano, dejando de lado los aparatos ideológicos del Estado y todo lo que concierne a la representación política de las clases dominantes y subalternas para concentrarse en la alienación en el trabajo.

La consecuencia estratégica de todo ello se nos revela entonces con toda claridad: o bien un corporativismo reformista que busca mejorar la situación de la estructura económica por medio de tácticas gradualistas, cuando no de una nivelación de los derechos políticos en caso de desigualdad flagrante, en conjugación con una labor de educación popular que se proponga liberar al proletariado de sus oropeles fetichistas y poner “por delante lo humano”, o bien el desdén más absoluto por las actuales formas de democracia burguesa que se articule con una revuelta radical, permanente y “voluntariamente” marginal en contra del sistema de producción.

Gramsci apresa en una misma fórmula tres “equivocaciones” o formas de opacidad de la conciencia de clase y les tuerce el cuello a tres de sus interpretaciones más simples. La primera de esas equivocaciones concierne al proletario de derechas, o que se aviene con las tesis del bloque en el poder, y que no se percata de que el consentimiento se basa en la fuerza y no al revés. La segunda remite al proletario reformista, quien acepta los logros del régimen parlamentario como esencias ideales e iguales entre sí y, mediante una estrategia gradualista, busca deshacer a través de las corporaciones las condiciones de producción de la sociedad capitalista. La tercera es la del proletario que se rebela, pero que no se da cuenta de que las conquistas de la legalidad burguesa han tenido como impulso la lucha de clases.

La primera de esas equivocaciones resulta particularmente esclarecedora a la hora de comprender la ideología burguesa o las formas de legitimación discursiva que preparan el recurso a la coerción. Se interviene en los suburbios en nombre de la República y, más allá, en nombre del pueblo. Se trata de una forma de invisibilización de las categorías de la economía política real, a saber, de su categoría fundamental: la explotación o la violencia física, la verdad fisiológica del capital.

La segunda olvida que el sistema capitalista constituye, precisamente, un sistema, una totalidad que, aunque plagada de contradicciones, es fundamentalmente desigual y asimétrica. No se la puede combatir sino en cuanto totalidad. La tercera olvida que la construcción de la hegemonía de una clase requiere alianzas entre intereses diversos y a veces, a largo plazo, hasta opuestos.

Sin embargo, esta última “equivocación”, según el espíritu de Cuadernos de la cárcel, es la menos grave de todas. En efecto, hay que hacer todo lo posible para atraer a las clases subalternas hacia la autonomía, es decir, hacia la toma de conciencia de sus propios intereses, aunque dicha toma de conciencia se conciba según transiciones, mediaciones y etapas cualitativas y cuantitativas.

Este somero análisis de un pasaje en que Gramsci describe el uso de la fuerza en los regímenes democráticos basta para mostrar que la fuerza puede aparecer como el segundo momento de la dialéctica, el momento no fundacional de el-en-sí sino concreto del para-sí. En realidad, son la fuerza o la violencia constitutiva de toda comunidad la que funda el consentimiento, como indica este otro pasaje de Cuadernos de la cárcel:

Otro aspecto que es preciso establecer y elaborar es el de la ‘doble perspectiva’ en la acción política y en la vida del Estado. Esa doble perspectiva puede manifestarse en grados diferentes, desde los más elementales hasta los más complejos, pero pueden reducirse teóricamente a dos grados fundamentales, que corresponden a la doble naturaleza, la propia de la bestia y la humana, del centauro maquiaveliano: la fuerza y el consentimiento, la dominación y la hegemonía (…): en otras palabras, todo puede ocurrir del mismo modo en que lo hace en la vida humana, en la que cuanto más forzado se ve un individuo a defender su existencia física inmediata, tanto más se apoya y se sitúa en el punto de vista de todos los valores más complejos y más elevados de la civilización y de la humanidad[6]].

No hay ni inmediatez ni concatenación mecánica entre coerción y consentimiento.

Por el contrario, existe lo que Gramsci llama una “doble perspectiva”, es decir, dos puntos de vista, dos modos complementarios de la hegemonía que se suceden necesaria pero no inmediatamente. En un primer momento, es efectivamente la banda de hombres armados la que se impone, a través de la metáfora de la defensa inmediata y elemental de su existencia física. Pero esa existencia tiene sentido sólo si está habitada por representaciones, imágenes, categorías de percepción. Gramsci habla entonces de distanciación dialéctica entre los dos términos de la hegemonía.

Dе ello se deduce que el primer término, la fuerza, funda al otro, pero que el segundo término, el consentimiento, desarrolla, despliega, hace que se manifieste la esencia del fundamento. Sin coerción no hay consentimiento, pero sin consentimiento la coerción seguiría siendo una abstracción pura, la defensa elemental de la vida del Estado, del grupo o del individuo, que no podría sostenerse por mucho tiempo, que no superaría ninguna crisis, ni siquiera coyuntural.

Por consiguiente, el rastro fundamental, el ser mismo de la hegemonía se desvanece en provecho de su estar ahí, de su desplegarse, al menos en los regímenes parlamentarios, mediante la inversión de la dialéctica fuerza-consentimiento.

Si retomamos nuestra pregunta original (¿por qué no se rebelan las clases subalternas?), desde ese momento tendremos a cada instante y en varios puntos un elemento de respuesta. Por un lado, la hegemonía ejercida por el grupo o los grupos dominantes aliados garantizan la existencia de ciertos intereses materiales.

Por otro, en un régimen democrático, legitiman el recurso a la fuerza, constitutivo de su poder y de su propia existencia, recurriendo a su vez al falso fundamento del consentimiento. Es ese el significado de la expresión “hegemonía blindada con coerción”.

Ese consentimiento no se logra sólo a través del Estado, sino a través del conjunto de sus aparatos anexos, más o menos orgánicamente vinculados con el Estado o con el movimiento obrero. Esa adhesión se sitúa en una alternativa no excluyente que organiza y pone en circulación las categorías de la dominación, intervención intrínsecamente ligada a la reproducción del proceso de producción, en su sentido más restringido o más amplio.

Gramsci-Poulantzas: la violencia física sobredetermina siempre los procedimientos disciplinarios e ideológicos

Poulantzas somete a critica, en primer lugar, el término “consentimiento”, así como el paradigma deleuziano según el cual la pacificación de las sociedades se lograría mediante la interiorización de la violencia. Según esa teoría, la violencia psicológica y simbólica primaría sobre la violencia material y haría desaparecer ante nuestros ojos la violencia resultante de la explotación. De esa lectura de los pensadores críticos se desprendería la categoría de alienación, de pérdida de sí, de pérdida del propio deseo en el deseo de un otro, dominante.

Una vez concluida esa labor de reforma conceptual, tres instancias nos parecen pertinentes para comprender lo que Poulantzas entiende por “consentimiento”. Las examinaremos en el mismo orden en que aparecen en el texto:

Si tiene que haber violencia física organizada es por la misma razón por la que tiene que haber consentimiento:. es porque ante todo hay siempre luchas cuya raíz es la explotación[7]

A primera vista, este pasaje hace las veces de manifiesto más que de enunciado científico o crítico. Para que pueda orientarnos es necesario retrotraerlo a su contexto teórico. Poulantzas establece un vínculo radical entre violencia y consentimiento. Esa raíz vital es la lucha contra la explotación.

El Estado, fuerza primaria y centralizada del poder, interviene en la estructura social para reprimir físicamente las luchas contra el capital y garantizar la reproducción de la estructura económica. El consentimiento es una de las facetas de la represión: tesis tomada directamente de Gramsci. Consentir en un poder, estatal o no, es someterse a un orden basado en la violencia. La explotación sería entonces el en sí de la relación fuerza-argucia y, en consecuencia, la fuerza y el consentimiento serían los dos momentos del despliegue de esa raíz del poder:

 La violencia física monopolizada por el Estado sirve de sustento permanentemente de las técnicas del poder y de los mecanismos del consentimiento, está inscrita en el tejido de los dispositivos disciplinarios e ideológicos y da forma a la materialidad del cuerpo social sobre el que actúa la dominación, incluso cuando esa violencia no se ejerce de manera directa[[8]].

Este segundo enunciado, más cerca de Foucault y de Vigilar y castigar, es el momento reversible de la dialéctica del centauro, de la fuerza y la argucia, que hace tangible el hecho de que ambas se basan en la explotación. Es entonces posible describir un nuevo nivel de jerarquía: es lo real o la violencia real o física lo que sirve de base “permanentemente” de las técnicas y los discursos del consentimiento.

Así, la violencia física existe incluso en forma pura y simplemente ominosa, “psicológica”, espectral y latente en la materialidad de las instituciones estatales y sociales. La alusión a Kafka —explícita en Estado, poder y socialismo— es obvia en este caso. A lo largo del proceso, K. soporta la tortura psicológica de no saber quién lo condena, ni por qué razón… pero nada impedirá que al final de la novela sea la muerte lo que lo aguarde:

Toda su acción (la del Estado), ya sea la violencia represiva, la inculcación ideológica, la normalización disciplinaria, la organización del espacio y del tiempo o la creación del consentimiento, guarda relación con esas funciones económicas[[9]].

Es decir, Poulantzas enlaza y sintetiza así las tesis presentes en sus diferentes enunciados: la dialéctica de la fuerza y de la argucia o la violencia física y el consentimiento están al servicio de una intervención contradictoria del Estado en el proceso de reproducción de la estructura económica.

Conclusión

La explotación es la violencia fundadora de un proceso de reificación que impregna las trincheras y las fortificaciones de la estructura social y a través de ellas circula y se despliega con el fin de reproducir la estructura económica.

Si bien Gramsci y Poulantzas no conciben de la misma manera el poder, para ambos la dialéctica de la fuerza y de la argucia se articula en torno al concepto de violencia en relación con los explotados, de modo que podemos ya esbozar algunas conclusiones estratégicas en cuanto al problema de la violencia de clase.

Es necesario dar un vuelco a la falsa dialéctica del consentimiento y de la fuerza en los regímenes parlamentarios occidentales. Si el fascismo actúa directamente en nombre de la fuerza, las democracias occidentales, pensadas en su especificidad, disciplinan y reprimen a través de una serie de mediacionesdisciplinarias, ideológicas, subjetivas y jurídicas— inscritas en la materialidad misma de sus instituciones y determinadas en última instancia por la violencia física, raíz del poder. El Estado es, por tanto, en un sentido amplio y parlamentario, el monopolio de las mediaciones de la violencia.

El monopolio de la violencia no se podrá impugnar sino mediante la puesta en circulación de categorías de pensamiento y análisis subalternos, es decir, de la mayor autonomía posible frente al Estado, capaces de subvertir los mecanismos de dominación y deconstruir los procesos de opacificación de la conciencia de clase y de invisibilización de las categorías propias de la lucha de los grupos subalternos (clase, raza, género).

Para dar ese vuelco no basta solamente emprender una labor de educación popular, sino que será también necesario forjar alianzas de clase, formar un partido o una coalición que luche en el terreno de la representación política, sin descartar jamás la posibilidad de un enfrentamiento físico. De lo que se trata es de crear una organización que estructure la correlación de fuerzas de modo que revele la violencia sobre la que se funda el poder establecido, por medio de manifestaciones, a veces locales y asimétricas, a veces nacionales o mundiales y simétricas.

El siguiente texto se extrajo de la intervención del autor en el coloquio « Penser l’émancipation » [Pensar la emancipación], celebrado en Nanterre en febrero de 2014. Forma parte del dossier “Il faut lire (ou relire) Gramsci” [Hay que leer (o releer) a Gramsci] publicado en Contretemps. Revue de critique communiste, donde apareció el 19 de mayo de 2014 con el título “La force et la ruse : l’État, le consentement et la coercition, à partir de Gramsci et Poulantzas” . El título con que se publica ahora en español y la traducción de todas las citas son del traductor, quien ha añadido en las notas del autor—corregidas, actualizadas y ampliadas— hiperenlaces y, entre corchetes, referencias bibliográficas en español para el lector que desee consultar otras fuentes.


[1] Antonio Gramsci, Guerre de mouvement et guerre de position (Textos seleccionados y presentados por Razmig Keucheyan), París, La Fabrique, 2012, p. 161. [Otra traducción al uso de esta conocida fórmula gramsciana —en italiano,egemonia corazzata di coercizione (véase Quaderni del carcere (Edizione critica dell’Istituto Gramsci. A cura di Valentino Gerratana), Turín, Einaudi, 1975, pp. 763-764,)—  es la de “hegemonía acorazada de [o por la] coerción” (el subrayado es de Gramsci). Véase, por ejemplo, Cuadernos de la cárcel (Edición crítica del Instituto Gramsci. A cargo de Valentino Gerratana) (trad. Ana María Palos; revisada por José Luis González), México, D. F., Ediciones Era, 1985 (primera reimpresión), p. 617 – Nota del T

[2] Maquiavelo es un pensador de la coyuntura: trata de producir una práctica política que esté en sintonía con los problemas teóricos y prácticos de su tiempo. El Príncipe, o cúspide del Estado, se distingue por su virtù, es decir, por su capacidad para hacer que el Estado persevere en el tiempo y en el espacio a pesar de los caprichos de la fortuna. Autonomía de lo político y carácter universal del interés del Estado son los dos fundamentos de la práctica política moderna y siguen determinantes hoy en día. Para que la dominación ideológica sea eficaz, debe presuponer un régimen de “lealtad” o de creencia, o de consentimiento de la multitud en relación con el Príncipe y hacer que ese régimen se base en la apariencia virtuosa del Príncipe y que esa apariencia pueda transformarse, de hecho, en su contrario.

[3] Existe una diferencia notable entre Gramsci y Poulantzas en lo que respecta a la concepción del Estado, en cuanto para Poulantzas el Estado es aquello que divide en mónadas particulares, lo que separa, segmenta, distingue entre sí a los individuos y a los grupos para reunirlos bajo la unidad abstracta de la universalidad: “La existencia de un Estado relativamente autónomo es una forma de contrarrestar esa tendencia de la burguesía a cometer errores.” (L’Etat, le pouvoir, le socialisme, París, Les Prairies ordinaires-Éditions Amsterdam (Colección “Essais”), 2013, que incluye un prefacio de Razmig Keucheyan y un epílogo de Bob Jessop, p. 16 [Estado, poder y socialismo (trad. Fernando Claudín), México, D. F., Siglo XXI, 1979].  “El Estado (centralizado, burocratizado, etc.) instaura esa atomización y representa (el Estado representativo) la unidad de ese cuerpo (pueblo-nación) escindido en mónadas formalmente equivalentes (soberanía nacional, voluntad popular).” (Ibídem, p. 106).

[4] Luc Boltanski, « Pourquoi ne se révolte-t-on pas ? Pourquoi se révolte-t-on? » [¿Por qué no nos rebelamos? ¿Por qué nos rebelamos?], Contretemps, núm. 15, 2012.

[5] Gramsci, Guerre de mouvement et guerre de position, ed. cit., pp. 233-34.

[6] Ibídem, p. 184.

[7] Poulantzas, L’État, le pouvoir, le socialisme, ed. cit., p. 127.

[8] Ibídem, p. 129.

[9] Ibídem, p. 235.

Una invitación para forjar nuevos cimientos para la revolución en el siglo XXI.

Comité por el Reagrupamiento Internacional Revolucionario (CRIR) 24 de abril de 2023

La actual crisis mundial ecológica, económica y política está dando lugar a una intensificación de la lucha de clases. Esto puede verse en conflictos étnicos, la diseminación del despotismo, la militarización y movimientos fascistas, crecientes huelgas de trabajadores y ataques de la derecha a los derechos democráticos básicos, especialmente los de las mujeres, indígenas y negros. Sin embargo, al mismo tiempo que la clase capitalista intenta retener el control con represión, la resistencia crece.

En el plano internacional, los Estados Unidos, la principal potencia estabilizadora e imperialista desde la Segunda Guerra Mundial, ya no disfruta de su antiguo liderazgo absoluto e incondicional. Al mismo tiempo, el capitalismo anglo-europeo se mantiene incapaz de levantarse de la recesión iniciada en 2008. La crisis bancaria de marzo de este año lo ha demostrado.

En consecuencia, estos poderes tienen cada vez menos capacidad de ganar “las mentes y los corazones” de los pueblos del mundo, la turbia frase de George W. Bush . cuando invadió Irak en 2003. Aunque esa situación abre un campo fértil para la izquierda revolucionaria, la crítica más sonora al capitalismo aún es en esencia reformista bajo la forma del populismo de izquierda.

No es difícil anticipar cómo terminará esta situación si la izquierda revolucionaria continúa con el curso sectario que mantiene desde la caída de la Unión Soviética en 1991. A menos que ocurra un amplio reagrupamiento de comunistas para agitar las flamas de la lucha y desarrolle estrategias para la revolución internacional, parece inevitable que los fascistas lleguen al poder global, pues el capitalismo no tiene otra respuesta para la actual crisis. Si esto sucede, el planeta degenerará hacia la guerra mundial en una escala inconcebible en el pasado.

En esta situación, la lucha por la vida en el planeta depende de los radicales de esta y futuras generaciones. El CRIR se toma en serio la responsabilidad de transmitir el conocimiento y las mejores tradiciones de Marx, Engels, Lenin, Trotsky, Rosa Luxemburgo y otros grandes líderes y pensadores revolucionarios de los siglos XIX y XX. Reconocemos la necesidad de esforzarnos para superar el sectarismo de izquierda y unir fuerzas con revolucionarios afines para construir nuevos y mejores cimientos para hacer realidad un siglo XXI de transformación socialista. El tiempo se agota para lograrlo, por lo que hacemos un llamado urgente a aquellos que estén de acuerdo con las ideas esenciales expresadas aquí para que nos contacten a los correos electrónicos de abajo para discutir cómo podemos trabajar juntos.

1. La vida en peligro

Es importante que tanto viejos como nuevos luchadores sean claros en los desafíos que enfrentamos y el terreno en que la lucha de clases se está desarrollando hoy en día.

El capitalismo ya ha causado un daño irreparable a la vida del planeta. Ya no se trata de revertir el daño sino qué tan grande será el daño. El Acuerdo de París de 2015 estableció limitar el calentamiento global a 2°C, pero idealmente a 1.5°C. Sin embargo, el reporte de 2021 del Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente ha señalado que para mantenernos debajo del límite ideal de 1.5°C habría que reducir los gases de invernadero… ¡a la mitad antes de 2030! Un sueño imposible bajo el capitalismo.

El mismo reporte observa: “Sólo una urgente transformación sistémica puede lograr los enormes recortes necesarios para limitar las emisiones de gases de invernadero”. Entre sus hallazgos está la aseveración de que si los planes de los países que firmaron el Acuerdo de París fueran cumplidos al 100%, aun así son insuficientes y para el año 2100 el calentamiento global habrá acumulado 2.8°C por encima de la temperatura del planeta antes de la industrialización. Donald Trump sacó a Estados Unidos del relativamente débil Acuerdo de París, y aunque Biden lo ha regresado, está muy claro que las grandes corporaciones prefieren proteger sus ganancias en un mundo en destrucción antes que imaginar la reducción de los gases de invernadero.

De permanecer intacto, el capitalismo desfigurará el planeta de forma irreversible. ¿Cómo sería ese mundo? Las películas de ciencia ficción ya nos dan una idea. Por lo pronto, entre 1970 y 2018 la población de vida animal salvaje se ha reducido en un 70%. El presente ya es una catástrofe en tiempo real.

2. Recesión, pandemia y guerra

Luego de la pandemia, la lucha de clases en el mundo ha ido retomando dinamismo al tiempo que se intensifican los retos sistémicos de la explotación capitalista y del imperialismo.

El multimillonario Warren Buffet alguna vez dijo que “cuando baja la marea se ve quién iba desnudo”. Esto aplica no sólo a inversionistas, sino a la clase obrera internacional. Como efecto de la crisis financiera de 2008, el PIB por habitante cayó -3.39% en 2009. Una década después, la pandemia de Covid-19 que estalló en 2019 provocó que en 2020 el PIB por habitante se desplomara -4.33%, desatando protestas obreras alrededor del mundo.

Mientras Estados Unidos experimentó esa contracción, China creció 8.89% en 2009 y 2.12% en 2020. Es evidente que la pandemia ha acelerado procesos que ya venían desde antes de 2019 y que estos procesos están cambiando los rasgos principales del capitalismo contemporáneo.

El crecimiento económico internacional ya no es lo que era antes, pero lo es todavía menos en la potencia #1 del mundo, Estados Unidos. Dueño de la que sigue siendo la más peligrosa y formidable fuerza militar, los EE. UU. están mostrando signos de envejecimiento y su antiguo papel de árbitro y líder indiscutido ya no es la regla.

La actual guerra en Ucrania es reveladora en este sentido. Ni los Estados Unidos ni ninguna potencia europea ha enviado sus ejércitos a ese país, como era la antigua costumbre. Por otro lado, Rusia ya no es aquel Estado obediente que surgió del colapso de la Unión Soviética. La invasión rusa a Ucrania es una expresión del espacio creciente que están ocupando potencias competidoras, cada una con un peso importante a nivel regional. En Medio Oriente, Irán es un buen ejemplo. En el sureste asiático, el ascenso de China es indiscutible. En América Latina, ocasionalmente Brasil ha jugado ese papel en el Cono Sur y México ya lo juega en América Central, aunque como lacayo de Estados Unidos contra los migrantes.

Al mismo tiempo, ningún otro Estado puede aún sustituir o desplazar a la principal potencia militar y económica. Aunque el imperialismo occidental no ha enviado tropas, su apoyo logístico al ejército ucraniano está ocasionando un serio revés a Rusia, que ahora está reprimiendo salvajemente toda resistencia interna a la guerra al mismo tiempo que recluta forzosamente a miles de jóvenes y convictos al ejército.

3. Optimismo revolucionario

El imperialismo estadounidense y las potencias secundarias que intentan rivalizarle dependen del crecimiento económico. Unos, para mantener su primacía; otros, para incrementar su influencia. Pero el planeta es ya incapaz de soportar la destrucción necesaria para mantener un crecimiento permanente. La única salida es acabar con el capitalismo descarriado e instalar una planeación socialista a escala internacional.

En su estancamiento actual, el capitalismo ya es sólo capaz de brindar satisfacciones a los ricos. Hoy carece del vigor que tuvo en los treinta años posteriores a la Segunda Guerra Mundial. En ese tiempo, el capitalismo fue capaz de crear lo que se conoció como “estado de bienestar”, bajo el cual las clases trabajadoras lograron asegurar un conjunto de reformas benéficas que en su mayoría fueron desmanteladas después.

La mesa está servida para que una crítica revolucionaria al capitalismo gane espacio en la esfera pública. Sin embargo, este espacio aún está ocupado por una izquierda muy tímida conocida como “progresismo” en América Latina y en el ala de Bernie Sanders en el Partido Demócrata de EE. UU. Ella no se propone detener ni superar al capitalismo sino apenas reformarlo un poco y aun así esto último tampoco lo logra. La agenda progresista es tan limitada que cuando ha llegado al poder –por ejemplo, con Lula en Brasil, los Kirchner en Argentina o AMLO en México– su principal preocupación ha sido reimpulsar el capitalismo local con una agenda neoliberal que empeora la situación de la clase trabajadora.

La cobardía de este tipo de reformismo le ha hecho un gran favor a la derecha, que promete reformar radicalmente al capitalismo para “limpiarlo de todo mal” y restaurar el crecimiento. La mayoría de las veces, el mal es representado con rostro de migrantes extranjeros, negros e indígenas, feministas y sindicalistas inconformes y trabajadores públicos. Son las luchas de estos sectores, que no se han detenido a pesar de una pandemia muy adversa que incluyó prohibiciones a las movilizaciones y represión policiaca. Estos trabajadores plantaron cara a la represión de sus patrones y sus gobiernos y al hacerlo han abierto un campo fértil al optimismo, un optimismo que la izquierda debe nutrir y cuidar.

4. Nuevos y mejores cimientos

El internacionalismo proletario es mucho más que un eslogan. Requiere acciones concretas. Con excepción del estalinismo, cuyos partidos apoyan los regímenes reformistas, las tradiciones de izquierda radical representan el reservorio más efectivo para enfrentar al capital.

No es un secreto que cuando colapsó la Unión Soviética tres décadas atrás, muchos sueños socialistas también se evaporaron. El imperialismo se regodeó en la supuesta “muerte del comunismo” y lo que sus ideólogos llamaron el “fin de la historia”. Por supuesto, sus amos al mismo tiempo se regocijaban anticipando la riqueza que les llovería con la restauración del capitalismo en la antigua Unión Soviética. Frente a este bombardeo, muchos de nuestros camaradas perdieron confianza en la capacidad de la clase obrera para hacer el socialismo y se unieron a partidos reformistas.

En esas circunstancias, los grupos revolucionarios sufrieron rupturas y/o un éxodo de militantes y fueron orillados a volver a empezar desde el principio. Aquellos que sobrevivieron y ganaron terreno en este tiempo llevaron a cabo un verdadero milagro. Una de estas organizaciones es el CRIR, el cual se compone de partidos que han capeado el temporal.

La crisis de la izquierda es mirada frecuentemente con pesimismo y resignación, pero esa es sólo una opción. En realidad, la actual situación internacional presenta una oportunidad preciosa para fortalecer las fuerzas revolucionarias colocando los esfuerzos por un mundo comunista sobre cimientos más sólidos.

Empezando por anclar incondicionalmente la lucha del feminismo proletario contra el patriarcado en el lugar que le corresponde: en el primer plano de toda lucha por la igualdad, la libertad y el poder obrero, incluyéndola en el centro de toda movilización contra la opresión nacional, el prejuicio racial y étnico y el supremacismo blanco.

La batalla por el socialismo es la expresión de un deseo ancestral de emancipar las relaciones al interior de nuestra especie. Ahora, sin embargo, además es necesario impedir que nuestra especie acabe con todas las otras formas de vida. Debemos abordar la urgencia de la crisis ecológica. La destrucción de la naturaleza existe hoy en formas nunca imaginadas por Marx, Engels, Lenin, Trotsky o muchos otros líderes revolucionarios. Organizándonos para salvar al planeta, nos salvamos a nosotros mismos.

Para hacer concreto el internacionalismo proletario, el CRIR tiene dos prioridades. Primero, buscamos forjar un reagrupamiento internacional revolucionario para enfrentar los sucesos clave en la arena internacional. Segundo, trabajamos por construir frentes únicos para superar el sectarismo y defender nuestra clase contra el creciente autoritarismo y fascismo. Reconociendo que las tácticas pueden variar de país a país, el CRIR se compromete a fomentar una forma de colaboración que promueva el entendimiento y respeto mutuo.

Los partidos del CRIR comparten experiencias con varias internacionales trotskistas. Nuestro análisis es que cada una de ellas funciona como un cuerpo aislado, operando más como una iglesia poseedora de la verdad en busca de seguidores que como una vibrante organización revolucionaria en búsqueda permanente de ser una fuente de pensamiento, debate y acción estratégicos dirigida a la emancipación de la humanidad de las cadenas del capitalismo. El CRIR no es ni pretende ser ese tipo de internacional grandilocuente. No estamos buscando seguidores sino camaradas con los que podamos trabajar para aprovechar las oportunidades que se vienen ampliando para la acción revolucionaria. Nuestra esperanza es que podamos generar un modelo de colaboración que promueva las condiciones para el surgimiento de una nueva y vibrante internacional en un punto en el futuro.

Invitamos a todos aquellos que estén interesados en este trabajo a que contacten al CRIR, no para que les digamos qué hacer, sino para colaborar. El CRIR tiene puntos de unidad que hemos adoptado desde 2013 y que pueden ser consultados clique aquí. Queremos saber qué piensan de ellos. Y los animamos a que nos contacten directamente acercándose a cualquiera de los representantes de los actuales partidos del CRIR que enlistamos a continuación. O pueden escribirnos directamente a: cririnter@gmail.com.

Comité por el Reagrupamiento Internacional Revolucionario (CRIR)
Partido Socialismo y Libertad – Argentina
Movimento Revolucionário Socialista – Brasil
Freedom Socialist Party – Estados Unidos y Australia
Partido Obrero Socialista – México

Guillermo Escalón: «I.3 La Zona Intertidal» (entrevista)

Un cortometraje salvadoreño de ficción que rompió esquemas: un mensaje de denuncia por la represión contra los maestros contado con imágenes poéticas.

JA: ¿Cómo se desarrolla la idea y comienzan a filmar La zona intertidal (El taller de los vagos, 1970). No deja de ser increíble que haya aparecido esa película…

GE: En el departamento de biología hubo el asesinato de un catedrático. Era un biólogo marino; apareció  muerto. Yo ya había hecho muchos viajes de estudio a la zona litoral, para ver la fauna de ahí, con profesores. Entonces a mí se me ocurrió hacer una cosa sobre la muerte de este profesor. Aparte de que en ANDES 21 de junio, el sindicato de maestros, había sido muy golpeado por la represión y habían sufrido un montón de asesinatos de sus miembros. De estas realidades surgió la idea de filmar en el mar el momento en que tiran el cuerpo de un profesor.

Hicimos la película con Manuel Sorto, que era un compañero de teatro. Prácticamente dos personas, uno detrás de cámara y otro delante. Una cosa minimalista totalmente. “Hagámos esa película, hacé vos de actor, yo filmo, y que nos ayude Marie-Noëlle Fontan (que era mi mujer), que nos ayude Lynn Geary (que era la mujer de Manuel) en producción y llevar cosas”. Nos fuimos a la playa de la Leona, en El Palmarcito; en ese momento era muy salvaje, y ahí surge esa idea… Son flashbacks, al tipo ya lo tiraron, y él se está acordando por qué lo habrán ido a tirar ahí, cuál fue la razón…

JA: La historia toma lugar mientras el personaje está muriendo.

GE: Se está muriendo. Y está en esa zona, en la que todavía no estás ni vivo ni muerto. Por eso puse el término, algo pedante, pero un término de las clases de biología, oceanográfico, de “zona intertidal”: zona entre mareas, la zona que barre la marea y que es muy particular, porque tiene su propia fauna y sus propias características. Entonces es “La zona intertidal”, entre la vida y la muerte, entre la marea baja y la marea alta.

Y era como filmar de uno a uno. No es que hacíamos un montón de rushes sino que lo que se filmaba se ponía. Es chistoso, porque hubo una manifestación de secundaria y le dije a Manuel: “¡Puta, este es el momento en que vos aparecés con los estudiantes, que se están manifestando!”. Creo que se llamaba el MERS: Movimiento de Estudiantes Revolucionarios de Secundaria. Mi dirección a Manuel fue: “Vos les estás echando rollo, y de ahí (los agentes secretos) ya se empezaron a dar cuenta quién sos”.

Y entonces aparece la pancarta, aparece todo lo que se ve en una manifestación, y se oyen unos balazos, y mi actor sale como a cien por hora… jajaja… Y dijo: “Me voy para México”. O sea, la carrera que pegó ese día lo llevó hasta a México. ¡Por un tiro que se oyó vos…!

JA: Esas escenas las filmaste con un estilo documental, quizás con cierta urgencia. Se nota incluso la calidad diferente del resto de la película, se ve como que está muy expuesta, por el demasiado sol.

GE: No fue a propósito, pero es bueno, incluso, esa distancia…

JA: Porque esa distancia se siente como un flashback, como una vista al pasado.

GE: Cabal… Sí. Actuó muy bien Manuel. Yo admiro mucho su talento, y también dio muchas ideas, no es que todo lo sacaba yo…

JA: Pero las escenas que filmaste, eso tuvo que haber sido consciente. Hay mucho close-up, mucho acercamiento extremo con un lente macro, de la vida que se está moviendo alrededor del cuerpo del maestro cuando está muriendo. ¿Cómo llegaste a la decisión del Canegüe, por ejemplo…? ¡El Canegüe es un gran actor! Hasta en cómo se detiene en el momento justo y se queda mirando al maestro…

GE: ¡Ah, sí! La mirada del Canegüe… Hay campo-contracampo entre la mirada del Canegüe y el que está muriendo ahí… Cómo ve al otro, cómo lo vería el Canegüe: bueno, vería un ojo gigantesco…

JA: Pero todas esas decisiones, de usar el macro, por ejemplo… ¿Cómo llegaste a todas esas decisiones?

GE: Por la biología. Porque yo filmaba y grababa…

JA: ¿Y tenías lentes especiales para esas tomas?

GE: Tenía, sí, las lentillas de aproximación. Tenía una Angênieux 12-120, y le agregaba dioptrías, le agregás una, dos, tres dioptrías y entonces hacés un macro. Suficiente pues para tener la mirada del Canegüe.

JA: Es que es impresionante, es impresionante ver ese momento en la película.

GE: El Canegüe es lo último que él ve y hay una pequeña sugerencia de sonrisa, porque el ojo medio hace así y sentís que hay un together entre el animal y el maestro. A mí me encanta esa parte.

JA: También hay una edición fabulosa. ¿Cómo llegaron a esa edición tan intuitiva?

GE: Físicamente se editó en México, pero el pensamiento y las conversaciones con Manuel y todo eso, estaba pre-planificado el corte final, obviamente. Sin embargo, el aporte de Manuel en la edición, ya en la edición física, en México, fue fundamental. Y otro aporte de Manuel fue contactar al grupo Viento para un Nuevo Día, que hizo la música. La música a mí me parece perfecta para la película.

JA: Es bellísima. ¿Es música original?

GE: Sí. Es improvisación contra imagen. ¡Imaginate! Fuimos a un estudio, se tira la película y ellos empiezan a fluir. No en la primera toma. Primero ven la película completa, luego empiezan a hacer apuntes y después ya tienen algunas ideas y luego se graba contra imagen. Sincrónica.

Ruth Grégori: Entontes, ¿hicieron guión o guión técnico? ¿Cómo fue la planificación?

GE: Guión no existe.

JA: Pero sí existía lo que vos decías, la previsión…

GE: La previsión sí… Y al final, la muerte es “noticia”. ¿Cómo hacemos para que la muerte sea noticia? Un niño encuentra el cadáver, y ahí cambia todo. O sea, todo este mundo ha pasado hasta que un niño llega y ve. “Un muerto”, dice, y corre. Eso ya es el final.

JA: La edición de La zona intertidal es de notar… Cuando yo pasaba esta película en Nueva York, ante estudiantes de universidades, estudiantes de cine, todos se maravillaban en eso de la relación con el Canegüe, que es como un elemento de realismo mágico. Todo el mundo notaba, además, y los que eran estudiantes de cine, en particular, siempre se fijaban en un corte donde Manuel está en la hamaca, le da vuelta a una página, y aparece una ola. Ese corte es fabuloso.

GE: Sí, la misma mano hace así y queda sobre la playa. Y luego el movimiento, fuera de campo / dentro de campo, en la hamaca. Lo filmo leyendo en la hamaca pero la hamaca permite que entre y salga, entre y salga. Eso me encanta.

JA: Hay un libro que escribió un alemán, Peter B. Schumman, Historia del cine latinoamericano (Buenos Aires, 1986), y aunque se publica en alemán en 1982 y en español a mediados de esa década, él ya hablaba de La zona intertidal , y ya la consideraba una gema del cine corto en Latinoamérica, una película única. En primer lugar, no había en ese momento otra película como esa, que fuera sobre un tema candente —la guerra y la represión en Latinoamérica—, y al mismo tiempo fuera tan poética en su estilo.

GE: Un colombiano escribió un artículo hermoso y él decía: “Lo lindo de esa película es que no denuncia el irrespeto por la vida humana, sino por toda vida”. Porque los animales están incluidos…

JA: Hay un planteamiento que hacen críticos como John Hess, que escribía en la revista Jump Cut de los Estados Unidos, y describe a La zona intertidal más o menos en estos términos, parafraseo: “Esta es una película que habla sobre la represión, pero está filmada de tal manera que si la hubieran visto en un laboratorio en El Salvador nadie hubiera pensado que era una película sobre la represión, porque está llena de imágenes de la naturaleza, y nadie hubiera podido armar la película en su mente a partir de esas tomas. Quien ve los rushes ve belleza en la película, ve imágenes de un hombre en una hamaca, ve la playa. Es decir, El Taller de los Vagos hizo la película sobre la represión que se podía filmar en El Salvador, porque su estética oculta su verdadero tema, que sólo se cristaliza si ves toda la película.” Esto es impresionante.

GE: Además no hay sangre, no hay ningún muerto, ni heridos…

JA: Pero, ¿no es acaso un mito la noción de que estaban tratando de ocultar el tema al filmarla de la manera en que lo hicieron?

GE: Hubo una discusión, creo que con Manuel o con Paul Leduc, porque a Paul Leduc en México le fascinó también la película, y es que había ese miedo de hacer la estética de la muerte una cosa demasiado bonita, porque la represión era un tema tan terrible. Y yo creo que de ahí surgió esa idea de poner al final esa frase: “Dedicada a los maestros asesinados en El Salvador”. Entonces eso cierra cualquier idea de que estamos disimulando. No, La zona intertidal aclara que está dedicada a los maestros asesinados.

RG: ¿Cuál fue la reacción de la dirigencia de las organizaciones de la guerrilla al ver La zona intertidal?

GE: Ya estábamos vinculados al colectivo Cero a la izquierda pues, y a las organizaciones de la guerrilla. Y cuando la veían ellos, decían: “¡Puta! ¡No! ¡Qué enmarihuanada! ¿Cómo puede haber sido?”

JA y RG: ¡Jajajaja!

GE: “¡Ese tipo de cine no!” Es curioso, ¿verdád? Es como una mini situación del cine ruso cuando criticaban las experiencias de Eisenstein. ¡No les gustaba! ¡Era muy artística! ¡No!: “Hay que hacer propaganda!”

Violento Desalojo de una Toma Pacífica (1980)

JA: Violento Desalojo lo hacen ya bajo el nombre del colectivo Cero a la Izquierda pero, ¿son siempre el mismo equipo, vos y Manuel?

GE: Sí. El trabajo con el ERP (Ejército Revolucionario del Pueblo) era más una cosa mía que de él. Yo lo integro a él como editor, y nos ponemos ese nombre de “Colectivo Cero a la izquierda”, incluso para no estar directamente ligados a la organización.

JA: Es increíble que para entonces ustedes no supieran de lo que estaba pasando en el cine del resto de Latinoamérica porque, al verla, yo diría: “¡Ah!, este es alguien que ha visto a Santiago Álvarez”.

GE: ¡Qué va!

JA: Porque Santiago Álvarez ya mezclaba formatos de cine y diversas fuentes para sus imágenes… ya era un cine posmoderno.

GE: Incluso a mí ni me parecía buena, me parecía que era una película fallida.

JA: Pero impactó mucho. En Nueva York, que era como el centro del cine independiente de Estados Unidos, la gente la ve y dice: “¡Jesús!, ¿y esto se hizo en qué año? ¡Qué increíble!”. El crítico John Hess, que escribía sobre cine para la revista Jump Cut, vio esta película y manifestó que esta película representaba el nacimiento del “cine sincrético”, así lo llamó él…

GE: ¡Jajaja…!

JA: Escribió un artículo sobre ese tema. Ahora es común el eclecticismo en el cine: uno ve a Quentin Tarantino mezclando formatos de cine, y con animación, pero en ese tiempo no se hacía. El documentalista generalmente era una persona que filmaba con una cámara y trabajaba una estética más o menos pura.

GE: Cierto.

JA: Pero con Violento desalojo tenemos una estética sucia. Aquí no había tiempo, así que se combina fotografías de la situación de represión en El Salvador con noticiero filmado de la televisión…

GE: Sí, se filmó de un monitor, sí…

JA: Pero en ocho minutos se trata un suceso de urgencia, en detalle, pero nunca hay una narración, nunca hay títulos tampoco.

GE: No, tampoco.

JA: Entonces, con este collage representan todo lo que había sucedido en una masacre en la sede del PDC… Era una toma pacífica de estudiantes, entró la Guardia y masacraron a todos. Es, sí, un cine de urgencia. Entonces, al final, ¿se pasó esta película en alguna parte? ¿Dónde la hicieron, la editaron en El Salvador también?

GE: Allá en México, casi todo se editaba en México.

JA: ¿Y se presentó en México ante un público?

GE: Se pasó en México, en algunos ciclos de cine sobre El Salvador, en la Cinemateca Nacional y todo eso. Se pasaba, a veces, con Morazán, porque eran cortos los dos.

JA: Violento desalojo es todavía un cine de denuncia, como La zona intertidal, pero marca, creo, el final del cine antes de la guerra. Morazán, al contrario, es la partida de nacimiento del cine guerrillero en El Salvador.

Hacia una epistemología foucaultiana de resistencia: Contra-memoria, fricción epistémica, y pluralismo guerrillero.  José Medina. 2011

Donde hay poder, hay resistencia, y a la vez, o consecuentemente, esta resistencia nunca esta en una posición de exterioridad con respecto al poder. (Existe) una multiplicidad de puntos de resistencia:  estos juegan el papel de adversario, objetivo, apoyo, o manejo en las relaciones de poder. Estos puntos de resistencia están presentes en todos los puntos de las redes de poder.

Por lo que no existe un lugar único de la gran Negativa, no existe un alma de todas las  rebeliones,  o la ley pura del revolucionario. En cambio, lo que existe es una pluralidad de resistencias, cada una de ellas con un caso especial.[1]

Para comprender la diversidad y heterogeneidad de las formas de resistencia, necesitamos comprender la posicionalidad y relacionalidad de los agentes sociales en las redes de las relaciones de poder. Foucault insiste que, la resistencia nunca esta en una situación de exterioridad con respecto al poder, y que para poder comprender como la resistencia funciona, necesitamos comprender, el carácter estrictamente relacional de las relaciones de poder.[2]

Aunque esto es frecuentemente oscurecido por la ampliamente asumida oposición entre poder y resistencia, el análisis foucaultiano del poder y la resistencia nos clarifica que estos son términos internamente vinculados, y que la resistencia no es algo que se ejerce fuera del poder sino desde su interior.

Uno de los grandes méritos de Foucault es su crítica de las tradicionales concepciones del poder como represivas, verticalistas, homogéneas, monolíticas. Por el contrario, Foucault clarifica que existen irreducibles, múltiples y heterogéneas formas de poder que fluyen en cualquier dirección dentro de la fábrica social, y ofrecen múltiples puntos de resistencia.

La resistencia es un fenómeno complicado y heterogéneo que desafía la unificación y explicación de acuerdo a principios de subversión abstractos y rígidos.

Nuestras formas de pensar, sentir y actuar se empoderan y desempoderan en aspectos específicos, en la medida que se  forman y se mantienen inscritos dentro de las diferentes redes de relaciones de poder y de las formas diferentes de resistencia que moldean nuestras vidas en varias ( y no siempre coherentes) vías.

Las luchas de resistencia deben de ser estudiadas en su especificidad, pero tampoco sin renunciar a la investigación de sus conexiones, intersecciones y puntos de convergencia y divergencia. En este estudio planteó abordar el problema de que tiene que ofrecer una epistemología crítica que coloca los cuerpos del conocimiento y la ignorancia -especialmente el conocimiento y la ignorancia histórica- en el contexto de las redes de poder y las luchas de resistencia.

El objetivo central de este estudio es mostrar el potencial emancipatorio del marco epistemológico que subyace en el trabajo de Foucault.  Más específicamente, tratare de mostrar que el enfoque de Foucault coloca las prácticas de la memoria y del olvido en el contexto de las relaciones de poder en forma tal que las posibilidades de resistencia y subversión se colocan al frente.

Cuando nuestras prácticas culturales de memoria y olvido son interrogadas desde los loci donde convergen múltiples relaciones de poder así como luchas de poder, lo primero que resalta es la heterogeneidad de perspectivas diferentemente situadas y la multiplicidad de trayectorias que convergen en las negociaciones epistémicas en las cuales las memorias son formadas o de-formadas, mantenidas vivas o asesinadas.

Las practicas discursivas mediante las cuales se forman las memorias y los olvidos no son uniformes y armoniosas, sino heterogéneas y llenas de conflictos y tensiones.

Foucault nos invita a prestarle atención a las batallas epistémicas pasadas y presentes entre los marcos en competencia de poder /conocimiento que tratan de controlar un campo dado. Diferentes campos, -o dominios de interacción discursiva- poseen regímenes discursivos particulares con sus particulares formas de producir conocimiento. 

En la batalla entre los marcos de poder/conocimiento, algunos se colocan en lo alto y se convierten en dominantes mientras otros son desplazados y subyugados. La metodología de Foucault nos ofrece una forma de explotar esta vibrante pluralidad de perspectivas epistémicas que siempre contienen algunos cuerpos de experiencias y memorias que han sido borrados o escondidos en los marcos establecidos que alcanzaron la hegemonía luego de prevalecer en las batallas epistémicas sostenidas. Lo que Foucault califica como conocimientos subyugados[3]son formas de experimentar y recordar que son empujados a los márgenes y consideradas como descalificadas  y carentes de respeto epistémico por los discursos hegemónicos predominantes.

Los conocimientos subyugados se mantienen invisibles a las perspectivas establecidas; ellos poseen una existencia subterránea precaria que los vuelve imperceptibles para la mayoría de la gente e imposible de detectar para aquellos cuya perspectiva ya ha internalizado ciertas exclusiones epistémicas. Y con la invisibilidad de los conocimientos subyugados, iertas posibilidades de resistencia y subversión son ignoradas.

El potencial crítico y emancipatorio de la genealogía de Foucault radica en el desafío de las prácticas establecidas de memoria y olvido al excavar en los cuerpos de experiencias y memorias subyugadas, sacando a la superficie las perspectivas que las prácticas culturales hegemónicas habían silenciado. La tarea crítica del académico y del activista consiste en resucitar los conocimientos subyugados – esto, el de revivir cuerpos olvidados o escondidos de experiencias y memorias- y ayudar a producir insurrecciones de conocimientos subyugados.[4]

Para poder ser críticos y lograr efectos transformadores, las investigaciones genealógicas deben dirigirse hacia estas insurrecciones, las cuales son intervenciones críticas que alteran e interrogan a  las hegemonías epistémicas y a las perspectivas establecidas (v.g. historias oficiales, interpretaciones establecidas, significados excluyentes osificados, etc.) tales insurrecciones comprenden la  difícil labor de movilizar dispersos y marginados públicos, y de incidir en el potencial crítico de sus experiencias y memorias rechazadas.

Una insurrección epistémica requiere una relación de colaboración entre académicos y activistas d ela genealogía, y los sujetos cuyas experiencias y memorias hayan sido subyugadas:estos sujetos por si mismo puedan no ser capaces de desestabilizar el status quo epistémico hasta lograr contar con una voz en la mesa epistémica (v.g. en la producción de conocimiento) esto es, hasta lograr un especio para que sus perspectivas marginalizadas  ejerzan resistencia, hasta que batallas epistémicas pasadas sean reabiertas, y sean establecidos marcos para la impugnación.

Por otra parte, los académicos y activistas que se propongan realizar intervenciones insurreccionales no podrán alejar su actividad crítica de la realidad si no se fundamentan en las disputas pasadas y presentes, y en las experiencias de vida y memorias de aquellos cuyas vidas marginalizadas se han convertido  en las cicatrices silenciosas de olvidades luchas.

Como tratare de demostrar en detalle en lo que sigue, lo que hace que el enfoque geneológico de Foucault sea específicamente crítico es su capacidad para facilitar las insurrecciones de  conocimientos subyugados. En la sección 1, explicare como exactamente las genealogías críticas contribuyen a desenyugar los conocimientos históricos, a liberarlos,[5]en la medida que las luchas insurreccionales contra los cierres epistémicos coercivos son revividos. Las genealogías críticas contribuyen a la producción de contra-historias que se centran alrededor de aquellas experiencias y memorias que no han sido escuchadas e integradas en las historias oficiales.

Las contra-historias sque las  genealogías críticas pueden producir son posibles porque existe gente que las recuerda en contra d elo establecido., gente cuyas memorias no encajan en las narrativas históricas existentes. Las contra-historias alimentan tales contra-memorias y al mismo tiempo las transforman, revitalizando las prácticas de las contra-memorias y ofreciéndoles nuevos recursos discursivos en los que basarse. El objetivo xcrítico de la genealogía es el de energizar un vibrante y combativo pluralismo que permita a las luchas insurreccionales entre marcos de poder/conocimiento en competencia mantenerse siempre vivos, en acción e impugnando.

En la sección 2, elucido el tipo específico de pluralismo epistémico que subyace a las genealogías críticas foucaultianas. Argumento que este no se trata de cualquier tipo de pluralismo epistémico sino de uno particularmente radical y dinámico: lo que denomino como pluralismo de guerrilla. Alego que este compromiso con un pluralismo de guerrilla es lo que guía el rol de académicos y activistas como facilitadores de insurrecciones, y contrato este tipo particular de pluralismo combativo con otros enfoques  de pluralismo epistemológico sobre la memoria y el conocimiento del pasado que han prevalecido en la filosofía estadounidense.

Finalmente, en la sección 3, desgloso lo que la genealogía foucaultiana y  el pluralismo de guerrilla ofrecen a las epistemologías de su ignorancia tanto de la teoría crítica de la raza  como de la teoría del punto de vista. Aunque el enfoque foucaultiana ha sido visto frecuentemente como antitético al punto de vista epistemológico (dado que desestabiliza y cuestiona los puntos d evisto como artefactos culturales problemáticos) mostrare que existe una interesante y rica convergencia entre la crítica genealógica foucaultiana de puntos de vista y la autointerrogación de puntos de vista desarrollados recientemente tanto en la teoría crítica de la raza como en la teoría feminista.

1. Recordando contra lo establecido y resistiendo al olvido: la insurrección de los conocimientos subyugados

En sus conferencias de 1975-76 tituladas “La sociedad debe ser defendida” Foucault elabora un contraste entre “la genealogía de los conocimientos” y cualesquiera tipo de historia intelectual linear tales como la historia de las ciencias: donde lo último se localiza en el eje cognición-verdad , la genealogía del conocimiento se localiza sobre un eje diferente, llamado el eje del discurso-poder o, si lo desean, la practica discursiva, el choque del eje del poder.[6]

La genealogía traza el desarrollo de las formaciones discursivas que originan ciertas formas de relaciones de poder y conocimiento. Lo hace mediante sus actividades generadoras de significado, mediante una gramática de significados que hace a ciertas cosas inteligibles, encuestables, y objetos propios de investigación y conocimientos ( y otras ininteligibles, inencuestables y epistemológicamente opacas), las prácticas discursivas poseen tanto ( y simultáneamente) efectos epistémicos y de poder.  Y seguramente es crucial que consideremos el poder y el conocimiento no solo como íntimamente relacionados sino también como inseparables, por lo cual Foucault y los foucaultianos usan la incomoda expresión de poder/conocimiento.

Uno podría ingenuamente pensar que lo opuesto de poder/conocimiento sería impotencia/ignorancia , por lo que aquellos excluidos o marginalizados en las prácticas discursivas que producen ciertos efectos epistémicos y de poder serían sujetos in ningún tipo de conocimientos y ningún poder, casi no agentes. Pero el enfoque pluralista genealógico que Foucault despliega va completamente en contra de estas opiniones que describen a los oprimidos como meramente importantes e ignorantes.

De hecho, este enfoque desenmascara como una importante idea equivocada la opinión que los oprimidos carecen simplemente de poder y conocimientos como resultado de las formas de exclusión y marginalización que sufren. Esa caracterización distorsionada beneficia a las ideologías dominantes y les concede mucho a ellas: digamos que les concede la misma definición deque puede ser considerado como poder legítimo y conocimiento legitimo.

Por el contrario, una caracterización de mayor agudeza sería aquella que describiera a los grupos oprimidos como aquellos cuyos poderes han sido degradados y obstruidos. Es por eso que luego de trazar el contraste entre genealogía y historia del conocimiento, Foucault nos dice que la tarea crítica con la que nos confronta la genealogía es la de una inmensa y múltiple batalla, pero no una entre el conocimiento y la ignorancia, sino una inmensa y múltiple batalla entre  los conocimientos en plural -conocimientos que están en conflicto a causa de su propia morfología, porque ellos están en posesión de enemigos, y porque ellos tienen efectos de poder intrínsecos.[7]

Cómo luchamos contra el poder desde esta visión? No tratando de escapar ( como si la liberación consistiera en colocarse fuera del poder por completo) sino girando el poder contra si mismo (ellos) o movilizando algunas formas de poder contra otras. De manera similar, como luchamos contra las formas establecidas y oficiales de conocimiento cuando ellas son opresivas?  No tratando de escapar del conocimiento por completo, sino por girar el conocimiento contra si mismo (ellos) o movilizando algunas formas de conocimiento contra otras. La batalla crítica contra la monopolización de las prácticas productoras de conocimiento incluye lo que Foucault llama , una insurrección de conocimientos subyugados.  Cuando se trata de conocimiento del pasado y del poder asociado a este, esta batalla incluye resistir las “omisiones” y distorsiones de las historias oficiales, volviendo  a las voces perdidas y alas experiencias olvidadas, vinculándose al pasado desde la perspectiva del presente de una manera alternativa ( fuera de lo establecido).

Y esto es precisamente lo que las nociones foucaltianas de “contra-historia” y contra-memoria” ofrecen.

Las historias oficiales son producidas mediante la monopolización de prácticas productoras de conocimientos con respecto a un pasado compartido. Las historias oficiales crean y mantienen la unidad y continuidad de un cuerpo político al imponer una interpretación de un pasado compartido y al mismo tiempo, al silenciar interpretaciones alternativas de experiencias históricas.

Las contra-historias tratan de deshacer esos silencios y de socavar la unidad y continuidad que las historias oficiales producen. Foucault ilustra esto con lo que él llama el discurso de la guerra de razas, que surgió en la modernidad inicial como un discurso de resistencia parala liberación de una raza contra la opresión de otra ,v.g. de los sajones bajo el yugo de los Normandos.

Foucault argumenta que en Europa -y especialmente en Inglaterra- este discursos de la guerra de razas funcionó como una “contra-historia” [8]hasta finales del siglo XIX, fecha en la cual se convirtió en un discurso racista ( orientado no a la liberación de una raza oprimida, sino  a la supremacía de una raza alegadamente superior que percibía  alas demás como una amenaza existencial.

En la conferencia IV de “Sociedad debe defenderse” Foucault se centra en analizar la función contra-histórica del discurso de la guerra de razas en la modernidad inicial[9]. Parte de lo que el discurso de la guerra de razas hizo fue el de recuperar la historia no contada de un pueblo, la cual podría ser utilizada como un arma contra la historia oficial que legitimaba tal opresión.

Esta contra-historia conecta con el poder subversivo de una experiencia histórica silenciada y reactiva el pasado para crear efectos distintivos de poder/conocimiento: nuevos significados y actitudes normativas fueron movilizados, en forma tal que lo presentado oficialmente como victorias gloriosas que legitimaban a monarcas y a señores feudales como los propietarios legales de las tierras de las cuales se exigían impuestos, ahora aparecían como derrotas injustas a manos de conquistadores abusivos que se convirtieron en opresores y tenían que ser derrocados.

En su análisis del discurso de la guerra de razas, Foucault identifica dos papel diferentes que la contra-historia desempeña. En primer lugar, al establecerse en oposición a una historia oficial, una contra-historia refleja y produce discordia. Una contra-historia bloquea la función unificadora de la historia oficial al sacar a la luz las oposiciones y divisiones en el cuerpo político. Esto es lo que Foucault califica como el principio de heterogeneidad, que guía la contra-historia y tiene los siguientes efectos:

La historia de algunos no es la historia de otros. Se descubrirá,  o al menos  se alegara, que la historia de los sajones luego de su derrota en la batalla de Hastings no es la misma que la historia de los Normandos quienes fueron los ganadores en la misma batalla. Se aprenderá que la victoria de unos es la derrota de otros.”[10]

Lo que se considera como correcto, legal, obligatorio desde el punto de vista del poder se juzga como abuso de poder, violencia y extorsión cuando es visto desde la óptica del nuevo discurso.

Los efectos divisorios de una contra-historia tienen el potencial para desestabilizar un orden normativo al introducir una contra-perspectiva que resiste e invalida las expectativas normativas de la ideología dominante impuesta. Como Foucault lo señala , esta contra-historia rompe la unidad de la soberanía de la ley que impone obligaciones.[11]

Mediante la contra-historia, la legitimidad de las obligaciones impuestas sobre un pueblo sometido, quedan rotas, y la legalidad viene a ser vista como una realidad con rostro de Jano: el triunfo de algunos significa la derrota de otros.[12]

En segundo lugar, al romper con continuidades históricas establecidas, una contra-historia refleja y produce momentos de discontinuidad en el pasado de la gente, brechas que habían sido pasadas en silencio, intersticios en la fábrica histórica de una comunidad que no había recibido atención. Es por esto que podemos llamarlo, en simetría con los puntos anteriores, el principio de discontinuidad. Foucault lo describe de la siguiente manera:

“Esta contra-historia “también rompe la continuidad de la gloria.” Revela que la luz -el famoso efecto deslumbrante del poder- no es algo que petrifica, solidifica, e inmoviliza el cuerpo social entero, y por lo tanto lo mantiene en orden, es de hecho una luz divisiva que ilumina  a una parte del cuerpo social pero deja el otro lado en las sombras o la hunde en la oscuridad.”[13]

Una contra-historia es la historia oscura de aquellos pueblos que han sido mantenidos en las sombras, una historia que habla, desde dentro de las sombras, el discurso de aquellos que no tienen gloria, o de aquellos que la han perdido y quienes ahora se encuentran, quizás por un tiempo, pero probablemente por un largo tiempo, en la oscuridad y el silencio.[14]

Una contra-historia no es la historia de las victorias, sino la historia de las derrotas. Como Foucault enfatiza, esta vinculada con aquellas formas épicas, religiosas o míticas, las cuales formulan las desgracias de los antepasados, exiliados y servidumbre; se encuentra mucho más cercano al discurso mítico-religioso de los judíos que a la historia político-legendaria de los romanos.[15]

Mientras una historia oficial mantiene a grupos enteros de pueblos y sus vidas y experiencias, en la oscuridad y el silencio, una contra-historia nos enseña precisamente a como escuchar a aquellos momentos silenciosos y oscuros. Pero como aprendemos a escuchar al silencio? En un ensayo previo, Qué es un autor?[16] Foucault nos ofrece útiles concejos sobre como luchar contra las “omisiones” y los olvidos activos producidos por las prácticas discursivas, esto es, como escuchar las voces perdidas que han sido silenciadas o cooptadas en tal forma que ciertos significados han sido perdidos o nunca escuchados.

Foucault esta interesado particularmente en aquellas formas de silencio producidas por una práctica discursiva que lejos de  ser accidental, es de hecho fundacional y constitutiva. Estos son silencios constitutivos, ya que las practicas discursivas proceden de manera tal que adquieren su estructura normativa distintiva por medio de las exclusiones que produce, por medio de aquellas voces silenciadas y significados ocluidos que permiten que las voces y los significados oficiales dominen el espacio discursivo.

Las omisiones y los silencios son fundacionales, son una parte constitutiva, el origen, o la iniciación, de una practica discursiva. Por esta razón, las luchas contra estas exclusiones requiere un regreso a los orígenes:

“Si regresamos es debido a una omisión básica y constructiva que no es el resultado de un accidente o incomprensión. Esta omisión no accidental  debe ser regulada por operaciones precisas que puedan ser situadas, analizadas, y reducidas en un regreso al acto de inicio.”[17]

Foucault distingue Este crítico “regreso a los orígenes” de los meros “redescubrimientos” o meras “reactivaciones”: un redescubrimiento promueve, la percepción de figuras olvidadas u oscurecidas[18], y una reactivación incluye, la inserción del discurso en totalmente nuevos dominios de generalización, prácticas y transformación[19].

En sentido contrario, un esfuerzo profundo por transformar una practica discursiva desde su  interior por medio de resistir sus silencios y omisiones requiere un “regreso a los orígenes.” Este regreso crítico incluye el revisitar los textos que han venido a ser considerados fundacionales, los puntos principales de referencia de la práctica, y desarrollar una nueva forma de lectura, para entrenar a nuestros ojo y oídos para nuevos significados y voces: les prestamos particular interés a  aquellas cosas registradas en los intersticios del texto, a sus vacíos y ausencias. Regresamos a aquellos espacios vacíos que han sido enmascarados por omisiones u ocultados en una falsa y engañosa plenitud.[20]

Foucault enfatiza que las modificaciones introducidas por este regreso crítico a los orígenes no son meramente un suplemento histórico que vendría a arreglar la discursividad primaria y redoblarlo en forma de ornamento el cual, después de todo, no es esencial. Es mas, es un medio necesario y efectivo para transformar la practica discursiva.[21]

Si los redescubrimientos y reactivaciones del pasado son cruciales para extender las prácticas discursivas, un “regreso a los orígenes” que devele omisiones y silencios es lo que se requiere para una transformación profunda  de nuestras capacidades de construir significados dentro de estas practicas. La habilidad para identificar omisiones , escuchar a los silencios, jugar con los vacíos discursivos y los intersticios textuales es una parte crucial de nuestra agencia crítica para resistir los marcos de poder/conocimiento.

El carecer de esa habilidad es una fuerte indicación de la habilidad de cada quién para resistir el sometimiento epistémico y socio-político, de las limitaciones en su agencia y posicionalidad dentro de las practicas discursivas. Y la habilidad para críticamente habitar practicas discursivas que vamos desarrollando al volvernos sensibles a las exclusiones-por medio de escuchar a los silencios- lo que nos permite no quedarnos atrapados en practicas discursivas, esto es, el permitirnos la habilidad para desarrollar contra-discursos. Por lo tanto, tener la capacidad para negociar narrativas históricas y para resistir interpretaciones impuestas de nuestro pasado significa ser capaces de desarrollar contra-historias.

El volvernos sensibles a las exclusiones discursivas y entrenarnos para escuchar los silencios es lo que vuelve posible la insurrección de conocimiento subyugados: nos permite aprovechar el potencial crítico de formas de poder/conocimientos degradadas y obstruidas, por medio de ponerle atención a las vidas, experiencias y prácticas discursivas de aquellas gentes que han vivido sus vidas en la oscuridad y el silencio.

 Foucault inicio sus conferencias de 1976  “La Sociedad debe ser defendida” con una discusión de la insurrección de los conocimientos subyugados.[22]  En esta discusión él subrayó dos diferentes aspectos de los conocimientos subyugados que son cruciales para entender su potencial crítico, o sea, el tipo de insurrección para los que ellos pueden ser movilizados para producirla.

En primer lugar, Foucaultl enfatiza que los conocimiento subyugados son, contenidos históricos que han sido enterrados o enmascarados en coherencias formales o sistematizaciones formales y que han sido desenterrados por nuevas formas de escolaridad.[23]

Al resucitar estos bloques de conocimiento histórico que han sido enterrados o enmascarados, al crítica de instituciones, discursos, e historias hegemónicas se vuelve posible. Por ejemplo, Foucault enfatiza que lo que le permitió desarrollar una critica efectiva del asilo o de la prisión fue la recuperación mediante los instrumentos de la escolaridad, de bloques de conocimientos históricos, presentes pero enterrados o enmascarados en conjuntos funcionales y sistemáticos.[24]

Estos bloques de conocimientos históricos vuelven la crítica posible debido a que nos permiten ver las líneas divisorias en la confrontación y luchas que los arreglos funcionales o las organizaciones sistemáticas están diseñadas para enmascarar.[25]

La dimensión histórica de los conocimientos subyugados es crucial porque nos permite ver, diacrónicamente, diferentes sustratos o depósitos de sometimientos epistémicos en curso llamando la atención a las luchas sociales y conflictos que han sido parte de la producción  de instituciones y discursos, que han sido enterrados en sus intersticios.

En segundo lugar, Foucaulti también subraya otro aspecto crucial de los conocimientos subyugados: ellos son “conocimientos desde abajo”, conocimientos  no calificados o incluso descalificados.[26] La falta de sanción o pedigree, su marginalización y estigmatización, es una parte crucial de la subordinación o exclusión epistemológica que los convierte en conocimientos subyugados: ellos son conocimientos que han sido descalificados como conocimiento son conceptuales, como conocimientos insuficientemente elaborados, conocimientos ingenuos, conocimientos jerárquicamente inferiores, conocimientos que estan bajo el nivel requerido de erudición o cientificidad[27].

Pero Foucault se adelanta para señalar que estos conocimientos descalificados o no calificados no deben ser identificados con el llamado “conocimiento común o sentido común” el cual es excluido del campo de la ciencia y la erudición, pero posee una gran presencia en los mercados epistémicos establecidos. Por contraste, un conocimiento subyugado sufre un mayor nivel de estigmatización y exclusión social, un conocimiento que es local, regional o diferencial, incapaz de unanimidad y el cual deriva su poder exclusivamente del hecho que es diferente de todos los conocimientos que lo rodean.[28]

Estos son conocimientos que no están articulados o expresados en forma adecuada, conocimientos sin credenciales aceptadas, en síntesis, conocimientos sin aceptación social debido a la historia de exclusiones epistemológicas y marginalizaciones que los han mantenido fuera de los mercados oficiales para sus transacciones epistémicas.

Este segundo aspecto de los conocimientos subyugados es también lo que hace posible que la crítica social cuestione los conocimientos oficiales y hegemónicos y se interrogue sobre las exclusiones en las que se fundamentan. Por lo tanto, refiriéndose a sus propias críticas genealógicas de instituciones como el asilo o el hospital y de los discursos tales como la psiquiatría o la medicina, Foucault enfatiza que , es la reaparición de los que la gente conoce  a nivel local, de estos conocimientos descalificados, lo que hace la crítica posible.[29]

Una ilustración perfecta de estos dos aspectos de los conocimientos subyugados y su potencial crítico puede ser encontrado en el uso de Ladelle McWhorter de los bloques locales y olvidados de conocimientos históricos con los cuales ella develó em su genealogía del racismo en Estados Unidos. En su investigación del movimiento eugenésico McWhorter descubrió que entre 1927 y 1972, la gente pobre en Virginia fueron reunidos por miles y llevados a Lynchburg y Staunton para ser esterilizados [30]                         ( McWhorter  nos revela que cerca de 8,5000 fueron esterilizados a la fuerza) :

“En Virginia, y en diversas partes, la memorias están todavía presentes, -dispersas, en piezas, diseminadas en la vergüenza y el dolor de este individuo o de esta familia, pero siguen presentes.  El conocimiento de lo que le fue hecho a dos generaciones de pobres de Virginia, su discapacidad, su  inconformidad, su inadaptación, es un conocimiento local compartido por la gente común. Este es un conocimiento que por décadas no fue reconocido como cualquier tipo de conocimiento y que incluso ahora es apenas reconocido.”[31]

McWhorter señala que en los últimos veinte años, un pequeño contingente de investigadores ha desenterrado un lote de evidencia que fue enterrada, para corroborar el ignorado, pero no olvidado conocimiento histórico deesa campaña oficial contra la gente  discapacitada y vulnerable.[32]

En este oculto pero a la vez recordado conocimiento histórico desde  abajo nosotros podemos apreciar los dos aspectos de los conocimientos subyugados que, de acuerdo a Foucault, contribuyen  a hacer la crítica posible:  los enterrados pero documentables conocimientos históricos y las localmente dispersas memorias a las que nunca se les permitió llegar más que a experiencias no calificadas y descartables.

McWhorter lo señaló de esta forma:

“Al dar a conocer los materiales históricos que las historias hegemónicas y las políticas oficiales han devaluado o descartado, ellos ( los investigadores genealógicos) han creado un reporte erudito de racismo científico y eugenesia, y al hacerlo ellos han cuestionados las ideas prevalecientes y criticado algunos aspectos de las epistemologías que las han respaldado.[33]

Foucault lo conceptualizaba diciendo que es el acoplamiento de los conocimientos académicos enterrados y de los conocimientos que fueron descalificados por las jerarquías de la erudición y de las ciencias que consolidaron la crítica genealógica.[34] Lo que estas ambas formas de conocimientos subyugados revelaron fue el conocimiento histórico de las luchas, la memoria de los combates, la misma memoria que hasta ahora había estado confinada a los márgenes.[35]  

Y en esto consiste exactamente el trabajo crítico y transformativo de las investigaciones genealógicas que, de acuerdo a Foucault, enlaza conjuntamente la erudición académica y las memorias locales, proveyendo las investigaciones genealógicas, un redescubrimiento meticuloso de las luchas y de la memoria en bruto de las peleas, y esta acoplamiento “nos permite constituir un conocimiento histórico de las luchas y de hacer uso de ese conocimiento en las tácticas contemporáneas.[36]

Las investigaciones genealógicas pueden sacar a  la luz del presente múltiples vías para conocer luchas pasadas enterradas u olvidadas, y por lo tanto ellas pueden promover una conciencia crítica que las cosas son como son debido a que existe una historia de luchas pasadas que han sido ocultadas a la vista, y las cuales pueden tener un gran impacto sobre como confrontar nuestras luchas en el presente.

Como las investigaciones genealógicas de McWhorther lo señalan tan bien, una consecuencia de esa conciencia es el reconocimiento que el actual status quo estaba lejos de ser inevitable y no necesita que persista en el mañana.[37] Las genealogías son insurrecciones contra los efectos hegemónicos del poder/conocimiento de las prácticas discursivas. Por lo tanto, en el ejemplo de McWhorter, su relato genealógico del racismo es un asalto intelectual sobre los efectos del poder institucionalizado, atrincherado, y dado por sentado por los discursos académicos, clínicos, morales y religiosos  acerca del racismo[38]

Y es importante anotar que las oportunidades que se abren a la crítica al desenterrar luchas pasadas marginalizadas beneficia no solo a aquellos cuyas experiencias y vidas se han mantenido en la oscuridad, sino a todo el cuerpo social, el cual puede ahora devenir conscientemente crítico de la heterogeneidad de las historias y experiencias que son parte de la fábrica social. Es por esto que la genealogía del racismo de  McWhorter convierte a la opresión racial en relevante em la novela y en modalidades inesperadas para una amplia variedad de grupos y públicos que pueden ahora relacionarse a viejas luchas en nuevas formas.[39]

Como Foucault lo refiere, las genealogías pueden describirse como intentos de desenyugar conocimientos históricos, de liberarlos, o en otras palabras de permitirles que se pongan y luchen contra la coerción de un discurso teórico científico unitario, formalista.[40]

Pero, como él enfatiza, las genealogías no simplemente rechazan el conocimiento, o invocan o celebran alguna experiencia inmediata que tiene que ser ya capturada por el conocimiento. No es esto su significado. Su significado radica en su capacidad para insurreccionar los conocimientos.[41]

Las investigaciones genealógicas proceden mediante  el uso de conocimientos locales, discontinuos, descalificados, o no legitimados frente a la instancia teórica unitaria que los filtra o los absorbe y los coloca en su lugar adecuado dentro de una jerarquía. Las genealogías son insurrecciones de conocimiento subyugados. Y los plurales son aquí cruciales, para la pluralidad de insurrecciones y de conocimientos subyugados  que tienen que mantenerse vivos para poder resistir nuevas unificaciones hegemónicas y jerarquizaciones de conocimientos.

El peligro que el trabajo crítico de las genealogías pueda ser reabsorbido por los poderes y conocimientos hegemónicos es brillantemente descrito por Foucault:

“una vez que hayamos excavado nuestros fragmentos genealógicos, una vez que iniciemos a explotarlos y a  ponerlos en circulación estos elementos de conocimientos que hemos escarbado de la arena, no existe acaso le peligro que ellos sean recodificados, recolonizados por estos discursos unitarios , los cuales, habiéndolos inicialmente descalificado, y habiéndolos ignorado, cuando ellos han reaparecido,  pueden estar ahora listos para reanexarlos e incluirlos en sus propios discursos y en su propio poder/conocimiento? Y si nosotros tratamos de proteger los conocimientos que hemos sacado a luz, no corremos el riesgo de construir, cjn nuestras propias manos, un discurso unitario?[42]

Las insurrecciones de conocimientos (des)subyugados y su resistencia crítica pueden ser cooptados por las producción de nuevas formas de sometimiento y exclusión ( nuevas hegemonías) o por el reforzamiento de formas viejas. La única manera de resistir este peligro es por medio de garantizar la constante fricción epistémica de conocimientos desde abajo, las cuales- como lo he argumentado en otro lugar[43]-significa garantizar que las voces y perspectivas excéntricas sean escuchadas y puedan interactuar con las establecidas, que las experiencias y preocupaciones de aquellos que viven en la oscuridad y el silencio no permanezcan perdidos y desatendidos, sino que se les permite ejercer fricción. Las genealogías tienen que ser siempre plurales,  para que las investigaciones genealógicas puedan desenterrar un numero indefinido de vías desde luchas pasadas olvidadas a las luchas de nuestro presente.

Y las insurrecciones de conocimientos subyugados producen también la necesidad de mantenerse plurales  si  ellas van a retener su poder de crítica, esto es, su capacidad de empoderar a la gente para resistir efectos opresivos de poder/conocimiento. En la próxima sección colocare este pluralismo foucaultiano en conversación con otros enfoques pluralistas epistemológicos sobre memoria y conocimiento del pasado.

2. Fricción epistémica, pluralismo guerrillero, y contra-memoria.   

Lo que necesitamos para mantener siempre abiertas las posibilidades de resistencia son las fricciones epistémicas. Wittgenstein lo explica así: “Deseamos caminar, entonces necesitamos fricción. Regresar al suelo duro de la realidad!”[44]

Deseo definir la fricción epistémica de la siguiente manera: la fricción epistémica consiste en la contestación mutua de conocimientos estructurados normativamente diferentes los cuales interrogan exclusiones epistémicas, descalificaciones, y hegemonías. La frricción epistémica es reconocida y celebrada en ópticas pluralistas de nuestras negociaciones epistémicas y de nuestras vidas cognitivas, pero no  todo tipo de pluralismo epistémico  permite la fricción epistémica de la  misma manera.

En esta sección I deseo explorar las implicaciones de unas concienzudas notas sobre pluralismo epistémico en las investigaciones genealógicas. Con este propósito, comparare y contrastare el pluralismo de Foucault con dos diferentes tipos de pluralismo epistémico   que pueden ser encontrados en la filosofía estadounidense, argumentando que el pluralismo foucaultiano ofrece una noción distintiva de fricción epistémica que posee un atrmenda fuerza física.

Diferentes puntos de vista experienciales y agenciales pueden realizar diferentes contribuciones a las investigaciones genealógicas e incluso ofrecer historias genealógicas alternativas. Dadas las adecuadas condiciones socio-políticas, la reconstrucción crítica y la reevaluación de nuestras creencias puede ( y debe) ser reiniciada y resumida cuando nuevos puntos de vista aparezcan en la escena, pero también cuando descubramos que nuevas voces o perspectivas nunca fueron consideradas o no les concedió igual peso. Por lo cual no es sorprendente que las poblaciones se sientan  particularmente inclinadas a reabrir la conversación acerca de su pasado cuando las condiciones socio-políticas cambian en forma tal que las voces y perspectivas que han sido previamente ignoradas o no tomadas plenamente en consideración puedan ahora participar diferentemente en la reconstrucción de su pasado debido a que pueden disfrutar de un nuevo tipo de agencia.

Por ejemplo, esto a estado sucediendo periódicamente en diferentes formas y en diferentes frentes en los debates públicos acerca de regímenes dictatoriales  que han tenido lugar en países como                Argentina, Chile, o España.[45]

En estos países diferentes organizaciones han demandado un esfuerzo sostenido para revisar críticamente la reconstrucción de un pasado compartido a la luz de la evidencia, testimonio, y articulaciones o interpretaciones de hechos que desafían las creencias establecidas o que simplemente no han sido integradas en la memoria colectiva y en la historia oficial en circulación.

Existe una pluralidad de pasados vividos y de conocimientos acerca del pasado  que resisten la unificación y crean fricción. Pero que vamos a hacer de esta resistencia y esta fricción? Opiniones pluralistas de la verdad y del conocimiento hacen uso productivo de estas formas de fricción epistémica y resistencia, donde las opiniones monísticas consideran a la diversidad epistémica siempre como un problema.

Me voy a limitar aquí a las opiniones pluralistas, pero deseo enfatizar que diferentes tipos de pluralismo epistémico significan  diferentes actitudes normativas con respecto a la diversidad epistémica y al tipo de fricciones epistémicas y resistencias que las perspectivas heterogéneas pueden ejercer.

Deseo distinguir tres actitudes muy diferentes con respecto a las diferencias epistémicas y a la pluralidad de perspectivas heterogéneas que podemos encontrar en los relatos de la verdad y el conocimiento. En primer  lugar, en pragmatistas clásicos tales como C.S. Pierce y G.H Mead ( al menos bajo alguna interpretación)[46] podemos encontrar un enfoque a las prácticas discursivas que coloca el énfasis en la pluralidad de perspectivas experimentales, pero a la misma vez, preserva un compromiso con la unificación, que permita que todos los distintos enfoques puedan ser subsumidos bajo una sola perspectiva -por ejemplo, si fuéramos a encontrar un objetivo hipotético de investigación, o si fuéramos a impulsar nuestro proceso comunicativo lo suficiente hasta que todas las perspectivas fueran escuchadas e  integradas. Esto es lo que consideramos como pluralismo convergente.

Para los pluralismos convergentes, la diversidad y heterogeneidad de perspectivas conflictivas son meramente contingentes y en principio aspectos transitorios de nuestras practicas epistémicas a las cuales debemos aspirar a eliminar o al menos a minimizar.

En contraste, en una más concienzuda opinión pluralista como la de William James, la diversidad y la heterogeneidad son aspectos inseparables de nuestras vidas epistémicas que solo pueden ser ocultadas mediante la violencia y exclusiones, pero que nunca pueden ser plenamente borradas. 

Pero en el pluralismo Jamesiano, aunque mucho más radical, las posibilidades para la fricción epistémica y la resistencia se cualifican y se limitan por el logro, no del consenso y la unificación, sino la coordinación y cooperación. Esto es lo que califico como un pluralismo meliorístico.

Como he argumentado en otra parte[47]de acuerdo a James y en contraste con las teorías de la verdad y el conocimiento[48] el falibilismo radical y el pluralismo, la apertura a la contestación y reinterpretación de nuestras creencias,  nunca nos abandona, sino que constituye la verdadera raíz de nuestras vidas epistémicas.

Esta apertura llama nuestra atención sobre el tipo de responsabilidad y de respuesta hacia otros requerida por nuestra agencia epistémica. No obstante esto, aunque en esta opinión pluralista lasa diferencias y los conflictos epistémicos no son borrados, ellos son puestos al servicio de de un mejoramiento mutuo.

 En esata visión meliorística, las contestaciones y negociaciones epistémicas se dirigen hacia mejorar la objetividad de los diferentes puntos de vista existentes, hacia la corrección de sus sesgos y errores, y hacia el mantenimiento de su verdad viva, o sea, dinámica, adaptable e integrada en las vidas de aquellos que sostienen estas perspectivas experienciales.

Aunque no existe aquí la aspiración a combinar y unificar a todas las perspectivas en una sola, existe la expectativa normativa que las interacciones entre perspectivas divergentes resultaran en un incremento de la objetividad y en un mejoramiento  de las articulaciones y justificaciones de creencias y valoraciones epistémicas.

A este respecto, las fricciones epistémicas entre las perspectivas es siempre una oportunidad para aprender de cada uno y corregir a cada uno. En contraste, el pluralismo epistémico radical que encontramos en Foucault no es meliorístico en este sentido. En este pluralismo más radical, la friccción epistémica no constituyen instrumentos para el aprendizaje sino que son instrumentos para el desaprendizaje ( para terminar con el poder/conocimiento- v.g. para rehacer formas de recordar y olvidar, vinculadas al conocimiento del pasado). 

A este respecto, las fricciones epistémicas no son meramente instrumentales o transicionales, esto es, instrumentos para , o pasos hacia la armonía o la resolución de conflictos. Las fricciones epistémicas se buscan por si mismas, por las formas de resistencia que constituyen. Es por esto que llamare a este más radical pluralismo epistémico que puede ser encontrado en Foucault como pluralismo de guerrillas. No es un pluralismo que pretende resolver conflictos, y superar luchas, sino que trata de provocarlas y de reenergizarlas. Es un pluralismo que no pretende la mejoración de  las vidas éticas y cognitivas de todos, sino que la contrario, pretende la resistencia (epistémica y socio-política) de algunos contra la opresión de otros.

Este es un pluralismo que se enfoca en los vacíos, discontinuidades, tensiones y choques entre perspectivas y practicas discursivas. Con respecto a los conocimientos del pasado, las investigaciones genealógicas foucaultianas no simplemente reviven memorias alternativas sino que pueden actuar como correctivas de cada una de ellas y cooperar sin perder su especificidad, como sería realizado por el pluralismo meliorístico jamesiano.

Por el contrario, las investigaciones genealógicas foucaultianas resucitan las contra-memorias , no solo a efectos de una cooperación conjunta, sino con el interés de reactivar luchas y energizar formas de resistencia. En esta visión, las memorias alternativas no son simplemente las materias primas para ser coordinadas en una ( no obstante compartida) memoria colectiva heterogénea, sino, ellas se mantienen como contra-memorias  que permiten una multitud disponible de pasados para diferentemente constituidos y posicionados públicos y sus prácticas discursivas.

No obstante diferencias en profundidad y radicalidad, los enfoques pluralistas de James y Foucault poseen aspectos comunes superpuestos y ambos son parte de un enfoque genealógico a la verdad, o más agudamente, a las formas de establecer, articular, y trasmitir verdades dentro de las diferentes economías[49] de las prácticas discursivas.

Losa enfoques pluralistas y genealógicos sobre la verdad, defendidos tanto por James como Foucault, ofrecen un enfoque gradual que no se encuentra en el campo de identificar que es lo que hace que nuestras verdades sean verdades.[50]

Por contraste, el enfoque gradual de la genealogía pluralista se fundamenta en examinar, caso por caso, las diversas formas en las cuales las verdades particulares son definidas, desafiadas, negociadas, evaluadas y reevaluadas en contextos particulares.

Tanto James como Foucault llaman la atención a nuestra propensión a olvidarnos de como las verdades han sido establecidas, para bloquear las memorias de las múltiples experiencias y luchas que han formado parte de la construcción de esas verdades heredadas. Tanto para James como para Foucault las verdades se construyen, no vienen dadas, ellas son realizadas mediante nuestras prácticas, experiencias y valoraciones. Pero nosotros somos propensos a olvidarnos de su génesis.  Esto es lo que he llamado amnesia genésica.[51]

Hasta el momento, en su esfuerzo de romper con esta amnesia, las genealogías jamesinas y Foucaultianas se fundamentan tanto en el olvidar como en el recordar, esto es, ellas se refieren al olvido desde diferentes ángulos y perspectivas y con diferentes propósitos. No obstante esto, en esta anulación del olvido, James tiende a enfocarse en las experiencias positivas que marcan la creación de las verdasdes establecidas, mientras que las genealogías de Foucault sacan a la luz las luchas olvidadas, las voces silenciadas y las exclusiones violentas.

Voy a delinear brevemente como le enfoque genealógico aparece en en el pragmatismo Jamesiano para luego pasar a la radicalización del enfoque genealógico por Foucault, esperando alcanzar un mejor enfoque entre el pluralismo de guerrilla y el meliorismo.

La amnesia genésica con respecto a las verdades circuladas en nuestras prácticas discursivas es problemática ya que nos fuerza a aceptar verdades heredadas independientemente de las experiencias de vida de las cuales han surgido. Jame nos advierte contra el peligro de basarnos de manera no crítica en verdades fijadas, porque e3sto significaría basarse en las experiencias y valoraciones de otros o de nuestro mismo pasado, que habrían podido perder sus fuerzas y  oportunidades en nuestros actuales contextos experimentales.

La fijeza es una propiedad que las verdades humanas no pueden poseer. Esas verdades recalcitrantes que toman la apariencia de ser permanentes y fijas simplemente esconden sus valoraciones osificadas y sus creencias rígidas. Nuestro cuerpo de verdades siempre tiene que swer r4evisitado criticamente a la luz d enuevas experiencias. En la opinión d eJames, las verdades no pueden ser simplemente tomadas por ciertas, pporque entonces se convertirpian en verdades inertes o muertas.V.g. verdades que han sido removidas del flujo de la vida y son presentandas en completa independencia de contextos experimentales particulares y sujetos particulares experimentales.[52]

Las verdades deben estar vinculadas a los sujetos en cuyas vidas ellas hna hecho una diferencia, a sus experiencia sy valoraciones. De acuerdo a james, cuando las verdasdes son separadas de las experiencias de vioda que les diweron origen, ellas pierden su fuerza vital y se convierten en rígidas, osificadas, muertas.

Las verdades no pueden ser simplemente encontradas, ellas  deben ser creadas o recreadas para estar vivas. Las verdades vivas son aquellas de nuestra propia creación. Naturalmente, las verdades vivas que hacemos hoy serán las verdades muertas del mañana. Nuestras verdades pierden su valor de guías en la acción y productividad cuando ellas se alejan de las experiencias de vida concretas, volviéndose osificadas por su uso habitual.

Pero esto no significa que no podamos basarnos en aquellas creencias que han sido previamente aceptadas como verdades. Nuestras actividades epistemicas necesitan basarse en una reserva de verdades que han sido previamente establecidas en nuestras transacciones con el mundo( el nuestro así como el de los otros).

Pero las viejas verdades sobre las cuales nos hemos basado no pueden ser simplemente aceptadas, ellas deben de ser sometidas a una examinación crítica epistémica que las regrese a sus fuentes experimentales. Esta es la razón por la cual james alega que, en veza de ser run método, el pragmatismo es una teoría genética de lo que entendemos por verdad.[53]

Nosotros debemos de develar como las verdades fueron construidas. Necesitamos recuperar, el sendero de la serpiente humana que es dejado, sobre todo[54] y es muchas veces borrada u olvidada.

Es en este sentido que el enfoque Jamesiano a la verdad es esencialmente genealogico.[55]  En opinión de James el análisis epistémico de nuestras creencias requiere la genealogía de esas ideas y pensamientos que se han convertido en verdades en nuestras prácticas. Pero naturalmente las genealogías están impulsadas por las preocupaciones e intereses presentes y por lo tanto, simultáneamente tienen una mirada hacia atrás y una mirada hacia adelante. Las genealogías Jamesianas trazan las tryectorias vitales de nuestras verdades dentro de nuestras prácticas, presentándolas en el cruce entre las experiencias de vida y acciones del pasado y aquellas del presente y del futuro.

La tarea crítica, para James, es la de trazar las trayectorias prácticas a lo largo de las cuales las vidas de aquellas verdades han seguido su curso, tratando de determinar si todavía existe alguna vida en ellas y que caminos podrán tomar su vida presente y futura.

Pero nótese que el foco exclusivo de las genealogías Jamesianas radica en las continuidades y convergencias en trayectorias aléticas dentro de nuestras prácticas. La genealogía jamesiana trata de develar lo que  nuestras verdades han hecho hasta ahora y que necesitan todavía hacer hacia futuro.

Una genealogía Foucaultiana va mucho más allá y su atención sobre las diferencias epistémicas es más radical. Una genealogía Foucaultiana trata de  develar lo que nuestras verdades nunca han hecho para (algunos de ) nosotros y nunca lo harán; y trata de conectar las verdades generadas dentro de una determinada practica con la son-verdades que también son generadas de manera paralela, excavando en todo tipo de fricciones y luchas epistémicas que revelan las verdades competitivas y alternativas que pueden residir en los intersticios de una  practica discursiva o en un contra-discurso.

Por lo tanto, como lo señalábamos antes, en Foucault encontramos un pluralismo epistémico, de naturaleza radical y sin compromisos, un pluralismo de guerrilla. Basado en este pluralismo, las investigaciones genealogias foucaultianas tienen como su foco principal las discontinuidades y divergencias en las trayectorias aleticas que puedan interrogar las continuidades y convergencias que damos por sentado, y por esta vía producir, una “insurrección d ellos conocimientos subyugados.”

La genealogía foucaultiana no solo es una forma de refrescar nuestro pasado a la luz de nuestro presente, sino también el más radical intento de hacer de nuestro pasado y presente ajeno a nosotros, de ver las trayectorias históricas con ojos frescos, con ojos diferentes, para que ellos parezcan como artefactos extraños. Y este proceso de auto-extrañamiento en el cual swe fundamenta la genealogía foucaultiana implica el rescate de las diferencias radicales que existen entre nuestras prácticas y entre nosotros mismos, pero que han sido silenciadas, marginalizadas, estigmatizadas, excluidas u olvidadas.

Una genealogía animada no solo por un pluralismo meliorístico, sino por un pluralismo de guerrilla, requiere más que meramente revisitar el pasado para ver como y porque las cosas fueron definidas en la forma en que lo fueron. Requiere interrogar y responder a cualquier arreglo, hacer que el pasado vaya deshaciéndose en las costuras, para que pierda su unidad, continuidad y naturalidad, para que no aparezca de nuevo como un único pasado que ya ha sido hecho, sino por el contrario, como una matriz heterogénea de luchas que convergen  y divergen y que todavía se mantienen y solo tienen la apariencia de haber sido resueltas.

Cuando las divisiones y luchas sociales se conviertan en el foco de atención, las genealogías conducirán a la ruptura en astillas del presente y del pasado y se convertirán en presentes y pasados irreductiblemente heterogéneos que resisten la unificación y contienen múltiples encrucijadas plenas de fricción.

Las genealogías insurreccionales explotan al apertura de nuestros (indefinidamente múltiples) pasados. Como G.H. Mead lo sugirió en la Filosofía del Presente (1949) , el pasado esta tan abierto como el futuro[56] y ambos están igualmente dependientes del presente. Como lo expreso Mead “la novedad de cada futuro demanda un pasado novel.”[57]

El pasado se renueva mediante y a través de nuestras prácticas interpretativas, esta representado en nuestras vidas mediante la interpretaciones que son siempre el resultado de re-descripciones y negociaciones desde el punto de ventaja del presente informado por nuestra actual visión del futuro.[58]

Por esta razón, nuestro pasado es incesantemente novel, lo hacemos y rehacemos incesantemente, in cada presente.[59]

Pero aquí surge una importante preocupación: la preocupación por la instrumentalización. Nosotros podemos dañar a sujetos del pasado al instrumentalizar sus luchas, al cooptar sus voces y experiencias y usarlas para nuestros propios propósitos. Si le olvidar o ignorar sujetos del pasado y sus luchas puede ser injusto, nosotros también cometemos injusticias a través de la expoliación epistémica de vidas pasadas.

Tenemos obligaciones con respecto a los sujetos del pasado, quienes tenían sus propios intereses y valores. Por ejemplo, aquellos que han vivido bajo la esclavitud, las victimas de Auschwitz, aquellos torturados y asesinados por regímenes dictatoriales, los miles que mueren cada año en los Estados Unidos sin atención medica a sus necesidades básicas, y muchos otros deben ser recordados no simplemente porque lo encontramos útil para nuestros intereses, sino porque sus vidas y muertes merecen una atención crítica y ser puestos en relación a lo nuestro.

Siguiendo a Mead y a otros teóricos críticos tales como Jurgen Habermas y Walter Benjamin, James Bohman (2009) y Max Pensky (2009) han argumentado contra la instrumentalización del pasado y por la necesidad de dar un reconocimiento moral a sujetos del pasado y el peso moral a sus experiencias y perspectivas.

Bohman lo plantea de esta forma, nosotros no solo debemos deliberar acerca del pasado sino con el pasado.[60]

Desde una perspectiva foucaultiana, el peligro de instrumentalización es aplacado no mediante el apoyo moral a los sujetos del pasado como socios en la deliberación, sino más bien mediante el reconocimiento de su agencia, y poder/conocimientos , sean que estos puedan o no ser reclutados para nuestros procesos deliberativos en la forma que nos gustaría. 

En la minuciosa concepción pluralista de agencia epistémica que encontramos en el marco de Foucault, existe una irreducible pluralidad de centros de experiencia y agencias que funcionan como centros de resistencia  y respuesta. Subjetividades discursivas diferentemente situadas ( o públicos) tienen capacidades diferenciadas para responder y resistir las verdades/no verdades y los conocimientos/ignorancias que circundan sus vidas discursivas.

Y en tanto como nuestros predecesores han sido tratados como subjetos y no como meros objetos para ser manipulados a voluntad, necesitamos tomar en cuenta sus perspectivas. Las genealogías insurreccionales deben tomar en cuenta las experiencias y valoraciones de temas del pasado, en los cuales podemos encontrar desafíos, subversiones y resistencias de todo tipo.

Es de ahí de donde las investigaciones genealógicas extraen su fuerza crítica. Es en la fricción entre las vidas olvidades y silenciadas y las vidas del presente donde las insurrecciones comienzan a suceder.

Animado por un pluralismo guerrillero, las genealogías foucaultianas, lejos de contribuir a la instrumentalización y subyugación del pasado, son de hecho instrumentos para la resistencia; su poder crítico reside precisamente en resistir las perspectivas unificadoras y totalizantes.

Las investigaciones genealógicas se informan de procesos múltiples de interpelación, con le trafico yendo en todas las direcciones. En particular, existen dos formas muy diferentes de interpelación en juego: los genealogistas interpelan a los sujetos del pasado, pero ellos son a la vez interpelados por los sujetos del pasado. Y esta interpelación doble es algo muy diferente de meramente tratar a los sujetos del pasado como socios en la deliberación.  Comprende interrelaciones comunicativas y normativas mucho más variadas y complejas. Comprende un proceso mutuo de extrañamiento: convertimos a las vidas pasadas en extrañas a la vez que ellos también convierten a nuestras propias vidas extrañamente no familiares.

Por lo tanto, en las genealogías insurreccionales, lejos de hacernos libres para olvidar o recordar en la forma que nos parezca más conveniente, nos volvemos vulnerables al pasado al abrir nuestras memorias a los desafíos y controversias de varios temas -los temas en nuestro presente y en nuestro futuro así como en nuestro pasado- con quienes comparamos y contrastamos nuestras perspectivas discursivas. 

En las investigaciones genealógicas de este tipo, el compromiso con subjetividades del pasado es mutuamente transformativo: nos abrimos a ser interrogados por voces y perspectivas ocultas en nuestro pasado, mientras al mismo tiempo podemos verlas en una nueva luz que no poseíamos antes del encuentro genealógico.

A través de estas transformaciones  críticas, nuevas conexiones surgen a  la luz,  nuevas posibilidades de resistencia son activadas  y nuevas formas de solidaridad se vuelven posibles.

Sin perder la visión de la especificidad de las luchas locales, sin subsumirlas bajo los grandes movimientos de liberación, las investigaciones genealógicas nos ayudan  a ver las inter conexiones entre formas históricamente situadas de sometimiento o subyugación. Mediante las genealogías insurreccionales podemos volvernos parte de múltiples comunidades de resistencia -pasadas, presentes y futuras- las cuales, sin estar unificadas, se intersectan y cruzan en formas complejas, creando friccciones de todo tipo.

Partiendo de la frricción epistémica entre multiples fuentes de agencia y multiples genealogía sinsurrecionales de poder/conocimientos axctivamso contra-memorioas que permiten multiplicidad de pasados para subjetividades diferentemente constituidas y posicionadas, haciendo posible el formar formas plurales y heterogéneas de solidaridad con el pasado, y abrindo nuevas posibilidades para la lucha social.

3. Genealogías insurreccionales y Epistemologías de la ignorancia

En esta breve sección conclusiva deseo conectar las posibilidades críticas y transformadoras subrayadas por el pluralismo guerrillero de Foucault con la actual discusión sobre las epistemologías de la ignorancia.

Es muy sorprende como Foucault no es ampliamente citado y discutido en las epistemologías de la ignorancia desarrolladas en la Teoría dñle Punto de vista Feminista y en la Teoría Crítica de la raza.

Quizás esto sea un efecto residual de la vieja oposición entre cualquier teoría que privilegie puntos de vista y opiniones social constructivistas que interrogan estas opiniones como artefactos culturales. Pero reciente desarrollos de la teoría feminista y de la teoría crítica de la raza son altamente performativos y constructivistas, con el foco desplazándose de las nociones fijas de género y raza hacia una dinámica de procesos socialmente situados de género y racialización que son profundamente interrogadas.

Sorprendentemente, no obstante, Foucault esta también usado esporádicamente por esta nueva generación de teóricas raciales y feministas.

Lorraine Code es una notable excepción aquí. En “El Poder la Ignorancia” ella reconoce y hace explicito su uso del enfoque Foucaultiano:

Sigo a Michel Foucault en el reconocimiento de los impedimentos para conocer lo que no esta “dentro de la verdad” (1972,224) por lo tanto dentro de lo conocible, dentro del marco conceptual sostenido en su lugar por un discurso hegemónico intransigente, un imaginario social instituido.[61]

Este perspectiva de Foucault que Code asume contiene dos perspectivas cruciales para la epistemología de la ignorancia. La primer perspectiva crucial se refiere a la idea que un marco discursivo produce espacios simultáneos de conocimiento y desconocimiento, en el que habrán cosas que radican dentro de lo verdadero (dans le vrai[62]) así como cosas fuera para agentes que operan dentro de ese marco. En otras palabras, la agencia epistémica que los sujetos tienen dentro de una practica discursiva es tal que su conocimiento e ignorancias están co-constituidos: su lucidez epistémica y su ceguera  epistémica van mano a mano, mutuamente apoyándose.

Como otra epistemológista de la ignorancia, Shannon Sullivan, lo coloca, en vez de oponerse al conocimiento, la ignorancia es formada por este y viceversa.[63] Por esta razón, Sullivan sugiere que hablemos de ignorancia/conocimiento en vez de hablar acerca de ignorancia y conocimiento separadamente, para así evitar ilusiones epistémicas  tales como el supuesto auto-dominio y auto transparencia del conocimiento, como que si nada pudiera escapar de sus dominios.[64] 

La segunda idea crucial que deriva del enfoque de  Foucault es que no existe la inocencia epistémica, porque siempre operamos desde un espacio de cognoscibilidad e incognocibilidad simultáneamente, desde un marco de conocimiento/ignorancia. 

Y esto problematiza la noción de ignorancia culpable. Por un lado, como lo señala Code, no existe una posición inocente desde la cual “nosotros” podríamos cargar niveles de culpabilidad.[65]

Por lo tanto, como Code insiste, al tratar sobre un aspecto particular de formas de opresión, debemos de ser cuidadosos en no consentir en la acusación naive de culpabilidad epistemica, de “ellos debieron de haberlo sabido mejor”, porque muy frecuentemente los sujetos no podían saberlo de otra forma y por lo tanto, la acusación de culpabilidad esta vacía.

Por otra parte, no obstante, los intersticios dentro de las prácticas discursivas así como las alternativas prácticas están a  menudo obtenibles: y esto presenta oportunidades para la resistencia epistemica, y para desafiar las estructuras de conocimiento/ignorancia.

Las investigaciones genealógicas pueden ser utilizadas para enfatizar acerca de como estos conocimientos subyugados podrían haber sudo utilizados, como la gente podría haber sabido de otra manera basándose en ellos, como podrían haber sido utilizado para romper con exclusiones y estigmatizaciones.

 He aquí el poder insurreccional de los conocimiento subyugados a los cuales las investigaciones genealógicas tratan de movilizar. Como lo plantea Sullivan, haciendo eco de Foucault:

“La creación de ignorancia/conocimiento a través de relaciones de fuerza muchas veces no esta balanceado y es desigual, como en el caso de las tierras colonizadas. Pero coo en la dinámica de un proceso relacional, comprend ela participación activa de todas las “partes” e incluye la posibilidad de resistir y trasformar las formas de ignorancia/conocimiento producidas.[66]

El pluralismo guerrillero de Foucault nos permite ver como diferentes posibilidades de resistencia aparecen para sujetos situados y constituidos diferentemente en la medida que desarrollan diferentes formas de agencia con respecto al poder/conocimiento, o a su vez, al poder/conocimiento/ignorancia.

Permitaseme brevemente, ya para concluir, como este pluralismo genealógica insurreccionario puede ser usado contra ideologías de opresión racial y las formas de ignorancia blanca que ellas producen.

Al aplicar el enfoque de Foucault a la ignorancia blanca, podemos apreciar dos puntos subrayados por Code y Foucault en sus concepciones  en el contexto de la epistemología de la raza; la relación coconstitutiva entre el conocimiento racial y la ignorancia racial, y la indisponibilidad de puntos de vista racialmente inocentes.

Lo que una epistemología racial de poder/conocimiento Foucaultiana subraya son las constantes luchas epistemicas que tienen lugar en los campos sociales racializados, llamando al atención alas posibilidades de resistencia y respuesta. En loq eu sifgue voy a comparar y a contrastar la tesis del pluralismo guerrillero de Foucault aplicada al conocimiento/ignorancia racial con uno d ellos más influyentes relatos en la teoría racial: ósea, la epistemología racial de ignorancia de Charles Mill.

En su ahora clásico El Contrtato racial , Charles Mill (1997)[67] coloca  ala ignorancia blanca en la agenda de la teoría crítica de la raza. Siguiendo una larga tradición en la filosofía afro-americana, Mill argumento que los sujetos privilegiados blancos han sido incapaces de comprender el mundo que ellos mismos han creado, y él llama la atención a las disfunciones cognitivas y patologías inscritas en el mundo blanco, no meramente como efectos residuales, sino como aspectos constitutivos de la economía epistémica blanca, que gira acerca de las exclusiones epistémicas y una cuidadosamente cultivada ceguera racial.  

Como Mills lo sugiere, la ignorancia blanca es una forma de auto ignorancia, pero esta auto ignorancia racial también produce ceguera con respecto a otros raciales y sus experiencias. Como Code lo señala, la mirada epistémica blanca produce una permanente ignorancia de su propia posicionalidad con respecto a la gente variada de la Otredad.[68]

Mills en su residente obra desarrolla una epistemología crítica de la ignorancia la cual -deseo sugerir- sobrepasa las genealogías insurreccionales foucaultianas en interesantes formas. En Ignorancia Blanca (2007) Mills enfatiza sobre el papel que las historias oficiales y las formas hegemónicas de memoria colectiva han jugado en sustanciar la ignorancia blanca  y también el papel crucial que la contra-memoria necesita jugar para resistir y subvertir la opresión sistémica que condena la vida de la gente marginalizada en el silencio o el olvido. 

Como Mills lo coloca, un elemento crucial en la ignorancia blanca es, “la administración de la memoria” la cual comprende, proceso socialmente orquestado de exclusión, tanto del recuerdo como del olvido; ya que si necesitamos comprender la memoria colectiva, necesitamos también comprender la amnesia colectiva.[69]

Mills enfatiza acerca de la intima relación entre la identidad blanca, la memoria blanca, y la amnesia blanca, especialmente con respecto a víctimas no blancas.[70]

Pero felizmente, poseemos ,tanto la oficial como la contra-memoria, juicios conflictivos acerca de que es lo más importante en el pasado y lo que no es importante, que fue lo que pasó y si esto es relevante; que fue lo que pasó y lo que no pasó, y lo que no pasó del todo.[71]

Mills argumenta que la reconciliación nacional blanca post-bellum fue hecha posible y fue subsecuentemente mantenida gracias al repudio de una memoria negra alternativa.[72]

Han existido todo tipo de mecanismos en las prácticas epistémicas blancas que han contribuido a mantener este repudio en su lugar: bloquear a las subjetividades negras de dar testimonios, mantener el testimonio negro -cuando esta fue dado-fuera de circulación,[73] ejerciendo una asunción epistémica contra su credibilidad, etc.

En múltiples lugares de la interacción epistémica en el mundo blanco, desde las calles de los suburbios blancos hasta los salones de lectura de las academias, las voces negras han sido tradicionalmente minimizadas y fuertemente obligadas in su habilidad para hablare acerca de sus propias experiencias[74]y cuando a ellas se les ha permitido hablar del todo (pienso, por ejemplo, de como los testigos de los linchamientos fueron aterrorizados para mantenerlos en silencio hasta hace muy poco), los contra-testimonios negros contra la mitología blanca siempre han existido pero habían sido lesionados por la falta de inversiones de capital cultural y material disponible para su producción.[75]

Las contra-memorias negras que Mills describe y que fueron sistemáticamente descalificadas y borradas ciertamente cuentan como conocimiento subyugados en un sentido Foucaultiano. Y las investigaciones foucaultianas que tratan sobre esos conocimientos subyugados producen el tipo de subversión e insurrección que Mills califica como:

“…la Ignorancia blanca ha sido capaz de florecer por todos estos años debido a la epistemología blanca de la ignorancia que la ha salvaguardado contra los peligros de una iluminadora negritud o rojidez, que ha protegido a aquellos que por razones “raciales” no han necesitado conocer.

Solo mediante la ruptura de estas reglas  y meta-reglas podríamos iniciar el largo proceso  que nos llevaría a la eventual superación de esta blanca oscuridad y el alcance de una ilustración que sea genuinamente multirracial.[76]

Pero como podría una epistemología blanca de la ignorancia ser desestabilizad ay resistida?

No existe un punto de vista inmaculado de absoluta inocencia epistémica desde el cual la ignorancia blanca y su compañeros principios epistemológicos de interacción cognitiva pueden ser subvertidas. Pero siempre hay múltiples puntos de resistencia, múltiples luchas posibles para iniciar o continuar desde pubtos d evita interesados o  sesgados con us propias formas de lucidez racial y ceguera racial basados en sus propias estructuras de poder/conocimiento/ignorancia.

Lo que el pluralismo guerrillero del método genealógico de Foucault puede ayudarnos a producir no es una liberación epistémica completa (como Mills y otros epistemologistas de raza a veces parecen querer), pero en vez, únicamente apuntar a incursiones e intervenciones en economías epistémicas, o lo que es, insurrecciones epistemicas que tienen que ser constantemente renovadas y mantenerse siempre vigente para poder así producir fricción epitémica.

Las genealogías insurreccionales, comprendidas en la forma que yo ha trazado en este ensayo como basado en el pluralismo guerrillero, son valiosos instrumentos críticos para denunciar las exclusiones y estigmatizaciones epistémicas que sostienen tanto el privilegio blanco como la ignorancia blanca.

En estre sentido, las genealogías Foucaultianas califican como el tipo de teoría crítica que Linda Alcoff opina que se necesita en la actual epistemología de la ignorancia.

En Epistemologías d ela Ignorancia (2007), siguiendo a Max Horkheimer, Alcoff  caracteriza a la ignorancia blanca como una “perdida de racionalidad crítica”caracterizada ñpor la habilidad atrofiada para resistir o criticar.[77]

Si, el proyecto de teoría crítica es, como lo señala Alcoff, para concientizarnos acerca de el vínculo entre la producción social de conocimiento y la producción social de la sociedad,[78]Foucault puede ciertamente ser reclutado para participar en ese proyecto yu ampliarlo para cubrir la producción social de ignorancia y sus efectos de poder/conocimiento.

Pero Foucault tiene algo más radical que ofrecer que Horkheimer y Mills: una insurrección epistemológica. Una epistemología crítica de la ignorancia informada por un pluralismo guerrillero foucaultiano que va más allá de una mera inversión de la ignorancia blanca, y se orienta más hacia una epistemología  de las víctimas.

Mills aregumenta que dado que la ignornaic ablanca ha producido una epistemología invertida que la proteje( v.b. una epistemología blanca) la tarea de la crítica consiste en invertir la epistemología invertida de los privilegiados en una epistemología de los oprimidos.

Pero es esto suficiente? Alison Bailey (2007) ha argumentado que las estrategias de re-inversión no funcionan porque ellos reinscriben  la lógica de la pureza, fallando en aceptar las duplicidades, multiplicidades, y, en síntesis, las complejidades de nuestras vidas epistémicas. Como ella lo coloca:

“Las estrategias de reinversión son las únicas soluciones que la pureza tiene para ofrecer. No obstante esto, no pienso que mediante la reinversión de las epistemologías invertidas tenga efectos de largo plazo. Bajo la pureza, las epistemologías invertidas pueden ser solo revertidas pero no destrozadas.[79]

Con base en María Lugones(2003) [80]Bailey nos exhorta a que abandonemos la lógica de la pureza  y nos desplacemos hacia una lógica mixta que pueda acomodarse a las diferencias radicales y a las naturalezas múltiples de nuestras subjetividades. Este tipo de lógica mixta nos presenta la ignorancia y la opresión sistémica bajo una nueva luz,  y nos abre nuevas posibilidades de resistencia y de crítica, como una lectura mixta de la ignorancia, nos ofrece una comprensión más relacional de la ignorancia al revelarnos las formas mediante las cuales la gente de color se han enfrentado con la ignorancia de la gente blanca en modalidades que ha sido ventajosas.[81]

Bailey lo explica diciendo que los temas mixtos en resistencia son aquellos que, se apoderan del doble significado de sus acciones,[82] y navegan en un mundo donde tanto las lógicas dominantes y en resistencia se encuentra presentes.[83]

Lo mixto es una forma de mantener vivas las duplicidades y multiplicidades de nuestras prácticas,  y de nosotros mismos., encontrando oportunidades para la resistencia dentro de ellas. Lo mixto conjuga con el pluralismo guerrillero que ya he mencionado cuando describi la necesidad de animar las genealogías insurreccionales.

Las formas d ela resistencia epistemológica que las genealogías insurreccionales pueden ofrecer van más allá de una mera reinversión de las relaciones epistémicas.

Pero esto debe ser tomado como una extensión -o simplemente como una enmienda amigable- del proycto crítico d ela epistemología de la ignorancia que Mills nos ha formulado. Bailey misma reconoce esto al expresar lo siguiente: Si examinamos la epistemología de las víctimas de Mills a través de los lentos mixtos podremos entonces ver que se trata de una epistemología de la resistencia.[84]

Y como lo hw argumentado, Foucault ofrece los recursos teóricos para una epistemología de la resistencia que van más allá de una reinversión de las relaciones de subordinación epistémica y tiene la capacidad de producir más complejas subversiones epistémicas -quizas incluso el destrozo de las economías epistémicas- mediante las insurrecciones de los conocimiento subyugados. Este epistemología insurreccional de resistencia y le pluralismo guerrillero en el que se fundamenta con las contribuciones centrales que Foucault  y su genealogía hacen a las actuales epistemologías de la ignorancia.[85]

José Medina

Department of Philosophy

Vanderbilt University

111 Furman Hall

Nashville, TN 37240

USA


[1] Michel Foucault, History of Sexuality Vol. 1, An Introduction (New York: Vintage, 1990) 95-6; my

emphasis.

[2] Ibid., 95.

[3] See esp. Michel Foucault, ‚Society Must Be Defended” (New York: Picador, 2003), 7-9.

[4] See Foucault, ‚Society Must be Defended,” 9, where he introduces and explains the notion of ‚the

insurrection of subjugated knowledges‛ that genealogical investigations should aim at. In sec-

tion 1 I explain the relationship between critical genealogy and ‚the insurrection of subjugated

knowledges.‛

[5] Ibid., 10

[6] Ibid., 178.

[7] Ibid., 179; my emphasis.

[8] Ibid., 66

[9] Ibid., 66ff.

[10] Ibid., 69-70.

[11] Ibid., 70.

[12] Ibid

[13] Ibid.

[14] Ibid.; my emphasis.

[15] Ibid., 71.

[16] Originally published in French in 1969, but translated and published in English in 1977.

[17] Michel Foucault, ‚What is an Author?,‛ in Language, Counter-Memory, Practice (Ithaca: Cornell

University Press, 1977), 135

[18] Foucault gives as an example Chomsky’s ‚rediscovery‛ of Cartesian grammar by reviving the

tradition of grammatical investigation from Cordemoy to Humboldt.

[19] Foucault, ‚What is an Author?,‛ 134.

[20] Ibid., 135.

[21] Ibid.; my emphasis.

[22] See esp. Foucault, ‚Society Must be Defended,‛ 7-10.

[23] Ibid., 7.

[24] Ibid

[25] Ibid

[26] Ibid

[27] Ibid

[28] Ibid., 8.

[29] Ibid.

[30] Ladelle McWhorter, Racism and Sexual Oppression in Anglo-America: A Genealogy (Bloomington:

Indiana University Press 2009), 296.

[31] Ibid., 296-97.

[32] Ibid., 297.

[33] Ibid

[34] Foucault, ‚Society Must be Defended,” 8.

[35] Ibid

[36] Ibid

[37] McWhorter, Racism and Sexual Oppression in Anglo-America, 29

[38] Ibid

[39] As McWhorter describes it, what her genealogy tries to accomplish is ‚to resurrect old ques-

tions and formulate a few new ones, to mess up tidy categories and definitions, to make the

questions of what racism is, where it comes from, and what it allies itself with too complex and

too persistent and too frightening to put down.‛ (Ibid.)

[40] Foucault, ‚Society Must be Defended,” 10.

[41] Ibid., 9; my emphasis.

[42] Ibid., 11; my emphasis.

[43] José Medina, Speaking from Elsewhere: A New Contextualist Perspective on Meaning, Identity, and

Discursive Agency (Albany: SUNY Press, 2006).

[44] Ludwig Wittgenstein, Philosophical Investigations (Oxford: Blackwell, 1958), §107.

[45] In Spain multifaceted debates about how to remember and talk about the civil war and Franco’s  dictatorship have raised wide-ranging questions about objectivity and justice, covering many diverse issues from reparations and restitutions, to modifying the historical narratives available so as to include other voices and perspectives, and to changing all kinds of elements in public life that echo past events and past subjects in particular ways through street names, the display of symbols, public art, etc. All of these issues are addressed by the new legislation (the so-called ‚Ley de Memoria Histórica‛) proposed by the socialist government in Spain, which passed in Ju- ly of 2006.

[46] Alternative—and more interesting—interpretations of Peirce and Mead can be found in Vincent Colapietro, Peirce’s Approach to the Self: A Semiotic Perspective on Human Subjectivity (Albany: SUNY Press, 1989) and David M. Aboulafia, The Cosmopolitan Self: George Herbert Mead and Continental Philosophy (University of Illinois Press, 2006).

[47] See José Medina, ‚James on Truth and Solidarity: The Epistemology of Diversity and the Politics of Specificity,‛ in John Stuhr (ed.), 100 Years of Pragmatism: William James’s Revolutionary Philosophy (Bloomington: Indiana University Press, 2010), 124-143; and José Medina, ‚Hacia una Epistemología de la Resistencia: Memoria, Objetividad, y Justicia,‛ La Balsa de la Medusa 4 (2011), 47-74.

[48] According to Jamesian pluralism, however deep or shallow our epistemic differences turn out to be, they cannot be erased, overcome, or subsumed under some (more abstract) unity of a higher order. It is for this reason that James’s pluralistic approach cannot support a consensus theory of truth, whether relativistic or universalistic. For when the harmonization of epistemic differences takes the form of a mandatory consensus, differences become something purely transitory that must be eliminated for epistemic success. On the Jamesian view, truth is not identified with agreement at all: neither with the current agreement of particular communities à la Rorty, nor with the ideal agreement of a universal community à la Habermas.

[49] And it is worth mentioning that both Foucault and James make explicit use of economic metaphors to elucidate the normative structures and dynamics of discursive practices or ‚discursive regimes.‛ In his discussions of the pragmatic value of truth as ‚what is expedient‛ in our thought and action, James talks about ‚the cash-value of truth‛ and of cashing out the value of truths by elucidating their roles in our practices and experiences: see William James, Pragmatism: A New Name for Some Old Ways of Thinking (Cambridge: Harvard University Press, 1975), 110.

[50] Substantive theories of truth are defined by their attempt to identify such a general truth-maker. Consensus theories of truth, for example, find it in agreement (whether local or universal). See José Medina and David Wood, Truth: Engagements Across Philosophical Traditions (Oxford: Blackwell, 2005).

[51] José Medina, ‚Wittgenstein and Nonsense: Kantianism, Psychologism, and the Habitus,‛ International Journal of Philosophical Studies, Vol. 11 (2003), 293-318.

[52] As James puts it in a brilliant passage: ‚Truth independent; truth that we find merely; truth no longer malleable to human need; truth incorrigible, in a word; such truth exists indeed super-abundantly *<+; but then it means only the dead heart of the living tree, and its being there means only that truth also has its paleontology and its ‘prescription,’ and may grow stiff with years of veteran service and petrified in men’s regard by sheer antiquity.‛ (William James, Prag-matism, 37)

[53] Ibid., 37.

[54] Ibid.

[55] James tells us that we should keep in mind that even the most ancient truths ‚also once were plastic. They also were called true for human reasons. They also mediated between still earlier truths and what in those days were novel observations.‛ (Ibid., 36-7); Truth has ‚its paleontology.‛ (Ibid., 37)

[56] I have argued, however, that there are serious problems with this claim if taken literally and that some qualifications are required. See José Medina, ‚Hacia una Epistemología de la Resistencia: Memoria, Objetividad, y Justicia.‛

[57] George Herbert Mead, Philosophy of the Present (Indianapolis: Hackett, 1949), 33.

[58] Max Pensky has argued that ‚the key terms‛ for the reconstruction of the past ‚are ‘re-description’ and ‘negotiation’: the past is negotiated, and re-negotiated, across a spectrum of differing players, all of whom may have differing (even internally inconsistent) motives for the construction of a preferred version of a shared past.‛ (Max Pensky, ‚Pragmatism and Solidarity with the Past‛, in Chad Kautzer and Eduardo Mendieta (eds.), Pragmatism, Nation, and Race: Community in the Age of Empire (Indianapolis: Indiana University Press, 2009), 77)

[59] As Pensky remarks, ‚both Mead’s and Benjamin’s thoughts on the nature of historical experience and the relation between present and past converge in a vision of a shared past that is incessantly novel insofar as the past is the ongoing production or performance of interpretive practices.‛ (Ibid., 81)

[60] James Bohman, ‚Deliberating about the Past: Decentering Deliberative Democracy,‛ in Chad Kautzer and Eduardo Mendieta (eds.), Pragmatism, Nation, and Race: Community in the Age of Empire, 123; my emphasis.

[61] Lorraine Code, ‚The Power of Ignorance,‛ in Shannon Sullivan and Nancy Tuana (eds.), Race and Epistemologies of Ignorance (New York: State University of New York Press, 2007), 226.

[62] As Foucault puts it: ‚Mendel spoke the truth, but he was not within the true (dans le vrai) of contemporary biological discourse.‛ (Michel Foucault, “The Discourse on Language,‛ in Rupert Swyer (trans.), The Archeology of Knowledge (New York: Pantheon Books, 1972), 224)

[63] Shannon Sullivan and Nancy Tuana (eds.), Race and Epistemologies of Ignorance, 154.

[64] Ibid.

[65] Lorraine Code, ‚The Power of Ignorance,‛ 226.

[66] Shannon Sullivan, ‚White Ignorance and Colonial Oppression,‛ in Shannon Sullivan and Nancy Tuana (eds.), Race and Epistemologies of Ignorance, 155

[67] Charles Mills, The Radical Contract (Ithaca: Cornell University Press, 1997).

[68] Lorraine Code, ‚The Power of Ignorance,‛ 219.

[69] Charles Mills, ‚White Ignorance,‛ in Shannon Sullivan and Nancy Tuana (eds.), Race and Epistemologies of Ignorance, 28-9.

[70] Ibid., 29.

[71] Ibid.

[72] Ibid., 30.

[73] As Mills puts it, ‚the ‘testimony’ of the black perspective and its distinctive conceptual and theoretical insights will tend to be whited out. Whites will cite other whites in a closed circuit of epistemic authority that reproduces white delusions.‛ (Ibid., 34)

[74] As Mills points out, ‚slave narratives often had to have white authenticators, for example, white abolitionists.‛ (Ibid., 32)

[75] Ibid., 33

[76] Ibid., 35.

[77] Linda Alcoff, ‚Epistemologies of Ignorance,‛ in Shannon Sullivan and Nancy Tuana (eds.), Race and Epistemologies of Ignorance, 53.

[78] Ibid., 54

[79] Alison Bailey, ‚Strategic Ignorance,‛ in Shannon Sullivan and Nancy Tuana (eds.), Race and Epistemologies of Ignorance, 87.

[80] María Lugones, Pilgrimages/Peregrinajes: Theorizing Coalition Against Multiple Oppressions (Lanham: Rowman & Littlefield, 2003).

[81] Bailey, ‚Strategic Ignorance,‛ 84.

[82] Ibid., 89.

[83] Ibid., 90.

[84] Ibid., 87; my emphasis.

[85]

The Myth of Multipolarity. American Power’s Staying Power. Stephen G. Brooks. April 2023.Foreign Affairs

In the 1990s and the early years of this century, the United States’ global dominance could scarcely be questioned. No matter which metric of power one looked at, it showed a dramatic American lead.

Never since the birth of the modern state system in the mid-seventeenth century had any country been so far ahead in the military, economic, and technological realms simultaneously.

Allied with the United States, meanwhile, were the vast majority of the world’s richest countries, and they were tied together by a set of international institutions that Washington had played the lead role in constructing.

The United States could conduct its foreign policy under fewer external constraints than any leading state in modern history. And as dissatisfied as China, Russia, and other aspiring powers were with their status in the system, they realized they could do nothing to overturn it.

That was then. Now, American power seems much diminished. In the intervening two decades, the United States has suffered costly, failed interventions in Afghanistan and Iraq, a devastating financial crisis, deepening political polarization, and, in Donald Trump, four years of a president with isolationist impulses.

All the while, China continued its remarkable economic ascent and grew more assertive than ever. To many, Russia’s 2022 invasion of Ukraine sounded the death knell for U.S. primacy, a sign that the United States could no longer hold back the forces of revisionism and enforce the international order it had built.

According to most observers, the unipolar moment has come to a definitive end. Pointing to the size of China’s economy, many analysts have declared the world bipolar. But most go even further, arguing that the world is on the verge of transitioning to multipolarity or has already done so.

China, Iran, and Russia all endorse this view, one in which they, the leading anti-American revisionists, finally have the power to shape the system to their liking. India and many other countries in the global South have reached the same conclusion, contending that after decades of superpower dominance, they are at last free to chart their own course.

Even many Americans take it for granted that the world is now multipolar. Successive reports from the U.S. National Intelligence Council have proclaimed as much, as have figures on the left and right who favor a more modest U.S. foreign policy. There is perhaps no more widely accepted truth about the world today than the idea that it is no longer unipolar.

But this view is wrong. The world is neither bipolar nor multipolar, and it is not about to become either. Yes, the United States has become less dominant over the past 20 years, but it remains at the top of the global power hierarchy—safely above China and far, far above every other country.

No longer can one pick any metric to see this reality, but it becomes clear when the right ones are used. And the persistence of unipolarity becomes even more evident when one considers that the world is still largely devoid of a force that shaped great-power politics in times of multipolarity and bipolarity, from the beginning of the modern state system through the Cold War: balancing. Other countries simply cannot match the power of the United States by joining alliances or building up their militaries.

American power still casts a large shadow across the globe, but it is admittedly smaller than before. Yet this development should be put in perspective. What is at issue is only the nature of unipolarity—not its existence.

MINOR THIRD

During the Cold War, the world was undeniably bipolar, defined above all by the competition between the United States and the Soviet Union. After the collapse of the Soviet Union, the world turned unipolar, with the United States clearly standing alone at the top.

Many who proclaim multipolarity seem to think of power as influence—that is, the ability to get others to do what you want. Since the United States could not pacify Afghanistan or Iraq and cannot solve many other global problems, the argument runs, the world must be multipolar. But polarity centers on a different meaning of power, one that is measurable: power as resources, especially military might and economic heft.

And indeed, at the root of most multipolarity talk these days is the idea that scholarly pioneers of the concept had in mind: that international politics works differently depending on how resources are distributed among the biggest states.

For the system to be multipolar, however, its workings must be shaped largely by the three or more roughly matched states at the top. The United States and China are undoubtedly the two most powerful countries, but at least one more country must be roughly in their league for multipolarity to exist. This is where claims of multipolarity fall apart.

Every country that could plausibly rank third—France, Germany, India, Japan, Russia, the United Kingdom—is in no way a rough peer of the United States or China.

That is true no matter which metric one uses. Polarity is often still measured using the indicators fashionable in the mid-twentieth century, chiefly military outlays and economic output. Even by those crude measures, however, the system is not multipolar, and it is a sure bet that it won’t be for many decades.

A simple tabulation makes this clear: barring an outright collapse of either the United States or China, the gap between those countries and any of the also-rans will not close anytime soon. All but India are too small in population to ever be in the same league, while India is too poor; it cannot possibly attain this status until much later in this century.

These stark differences between today’s material realities and a reasonable understanding of multipolarity point to another problem with any talk of its return: the equally stark contrast between today’s international politics and the workings of the multipolar systems in centuries past.

Before 1945, multipolarity was the norm. International politics featured constantly shifting alliances among roughly matched great powers. The alliance game was played mainly among the great powers, not between them and lesser states. Coalition arithmetic was the lodestar of statecraft: shifts in alliances could upset the balance of power overnight, as the gain or loss of a great power in an alliance dwarfed what any one state could do internally to augment its own power in the short run.

In 1801, for example, the Russian emperor Paul I seriously contemplated allying with rather than against Napoleon, heightening fears in the United Kingdom about the prospect of French hegemony in Europe—worries that may have, according to some historians, led the British to play a role in Paul’s assassination that same year.

Today, almost all the world’s real alliances (the ones that entail security guarantees) bind smaller states to Washington, and the main dynamic is the expansion of that alliance system. Because the United States still has the most material power and so many allies, unless it abrogates its own alliances wholesale, the fate of great-power politics does not hinge on any country’s choice of partners.

In multipolar eras, the relatively equal distribution of capabilities meant that states were often surpassing one another in power, leading to long periods of transition in which many powers claimed to be number one, and it wasn’t clear which deserved the title.

Immediately before World War I, for example, the United Kingdom could claim to be number one on the basis of its global navy and massive colonial holdings, yet its economy and army were smaller than those of Germany, which itself had a smaller army than Russia—and all three countries’ economies were dwarfed by that of the United States.

The easily replicable nature of technology, meanwhile, made it possible for one great power to quickly close the gap with a superior rival by imitating its advantages. Thus, in the early twentieth century, when Germany’s leaders sought to take the United Kingdom down a peg, they had little trouble rapidly building a fleet that was technologically competitive with the Royal Navy.

The situation today is very different. For one thing, there is one clear leader and one clear aspirant. For another, the nature of military technology and the structure of the global economy slow the process of the aspirant overtaking the leader. The most powerful weapons today are formidably complex, and the United States and its allies control many of the technologies needed to produce them.

The multipolar world was an ugly world. Great-power wars broke out constantly—more than once a decade from 1500 to 1945. With frightening regularity, all or most of the strongest states would fight one another in horrific, all-consuming conflicts: the Thirty Years’ War, the Wars of Louis XIV, the Seven Years’ War, the Napoleonic Wars, World War I, and World War II.

The shifting, hugely consequential, and decidedly uncertain alliance politics of multipolarity contributed to these conflicts. So did the system’s frequent power transitions and the fleeting nature of leading states’ grasp on their status. Fraught though the current international environment may be compared with the halcyon days of the 1990s, it lacks these inducements to conflict and so bears no meaningful resemblance to the age of multipolarity.

DON’T BET ON BIPOLARITY

Using GDP and military spending, some analysts might make a plausible case for an emergent bipolarity. But that argument dissolves when one uses metrics that properly account for the profound changes in the sources of state power wrought by multiple technological revolutions. More accurate measures suggest that the United States and China remain in fundamentally different categories and will stay there for a long time, especially in the military and technological realms.

No metric is invoked more frequently by the heralds of a polarity shift than GDP, but analysts in and outside China have long questioned the country’s official economic data. Using satellite-collected data about the intensity of lights at night—electricity use correlates with economic activity—the economist Luis Martinez has estimated that Chinese GDP growth in recent decades has been about one-third lower than the officially reported statistics.

According to leaked U.S. diplomatic cables, in 2007, Li Keqiang, a provincial official who would go on to become China’s premier, told the U.S. ambassador to China that he himself did not trust his country’s “man-made” GDP figures. Instead, he relied on proxies, such as electricity use. Since Xi took power, reliable data on the Chinese economy has gotten even harder to come by because the Chinese government has ceased publishing tens of thousands of economic statistics that were once used to estimate China’s true GDP.

But some indicators cannot be faked. To evaluate China’s economic capacity, for example, consider the proportion of worldwide profits in a given industry that one country’s firms account for. Building on the work of the political economist Sean Starrs, research by one of us (Brooks) has found that of the top 2,000 corporations in the world, U.S. firms are ranked first in global profit shares in 74 percent of sectors, whereas Chinese firms are ranked first in just 11 percent of sectors. The data on high-tech sectors is even more telling: U.S. firms now have a 53 percent profit share in these crucial industries, and every other country with a significant high-tech sector has a profit share in the single digits. (Japan comes in second at seven percent, China comes in third at six percent, and Taiwan comes in fourth at five percent.)

The best way to measure technological capacity is to look at payments for the use of intellectual property—technology so valuable that others are willing to spend money on it. This data shows that China’s extensive R & D investments over the past decade are bearing fruit, with Chinese patent royalties having grown from less than $1 billion in 2014 to almost $12 billion in 2021. But even now, China still receives less than a tenth of what the United States does each year ($125 billion), and it even lags far behind Germany ($59 billion) and Japan ($47 billion).

Militarily, meanwhile, most analysts still see China as far from being a global peer of the United States, despite the rapid modernization of Chinese forces. How significant and lasting is the U.S. advantage?

Consider the capabilities that give the United States what the political scientist Barry Posen has called “command of the commons”—that is, control over the air, the open sea, and space. Command of the commons is what makes the United States a true global military power.

Until China can contest the United States’ dominance in this domain, it will remain merely a regional military power. We have counted 13 categories of systems as underlying this ability—everything from nuclear submarines to satellites to aircraft carriers to heavy transport planes—and China is below 20 percent of the U.S. level in all but five of these capabilities, and in only two areas (cruisers and destroyers; military satellites) does China have more than a third of the U.S. capability.

The United States remains so far ahead because it has devoted immense resources to developing these systems over many decades; closing these gaps would also require decades of effort. The disparity becomes even greater when one moves beyond a raw count and factors in quality. The United States’ 68 nuclear submarines, for example, are too quiet for China to track, whereas China’s 12 nuclear submarines remain noisy enough for the U.S. Navy’s advanced antisubmarine warfare sensors to track them in deep water.

A comparison with the Soviet Union is instructive. The Red Army was a real peer of the U.S. military during the Cold War in a way that the Chinese military is not. The Soviets enjoyed three advantages that China lacks. First was favorable geography: with the conquest of Eastern Europe in World War II, the Soviets could base massive military force in the heart of Europe, a region that comprised a huge chunk of the world’s economic output. Second was a large commitment to guns over butter in a command economy geared toward the production of military power: the percentage of GDP that Moscow devoted to defense remained in the double digits throughout the Cold War, an unprecedented share for a modern great power in peacetime.

Third was the relatively uncomplicated nature of military technology: for most of the Cold War, the Soviets could command their comparatively weak economy to swiftly match the United States’ nuclear and missile capability and arguably outmatch its conventional forces.

Only in the last decade of the Cold War did the Soviets run into the same problem that China faces today: how to produce complex weapons that are competitive with those emerging from a technologically dynamic America with a huge military R & D budget (now $140 billion a year).

Bipolarity arose from unusual circumstances. World War II left the Soviet Union in a position to dominate Eurasia, and with all the other major powers save the United States battered from World War II, only Washington had the wherewithal to assemble a balancing coalition to contain Moscow.

Hence the intense rivalry of the Cold War: the arms race, the ceaseless competition in the Third World, the periodic superpower crises around the globe from Berlin to Cuba. Compared with multipolarity, it was a simpler system, with only one pair of states at the top and so only one potential power transition worth worrying about.

With the demise of the Soviet Union and the shift from bipolarity to unipolarity, the system transformed from one historically unprecedented situation to another. Now, there is one dominant power and one dominant alliance system, not two.

Unlike the Soviet Union, China has not already conquered key territory crucial to the global balance. Nor has Xi shown the same willingness as Soviet leaders to trade butter for guns (with China long devoting a steady two percent of GDP to military spending). Nor can he command his economy to match U.S. military power in a matter of years, given the complexity of modern weaponry.

PARTIALLY UNIPOLAR

To argue that today’s system is not multipolar or bipolar is not to deny that power relations have changed. China has risen, especially in the economic realm, and great-power competition has returned after a post–Cold War lull. Gone are the days when the United States’ across-the-board primacy was unambiguous. But the world’s largest-ever power gap will take a long time to close, and not all elements of this gap will narrow at the same rate. China has indeed done a lot to shrink the gap in the economic realm, but it has done far less when it comes to military capacity and especially technology.

As a result, the distribution of power today remains closer to unipolarity than to either bipolarity or multipolarity. Because the world has never experienced unipolarity before the current spell, no terminology exists to describe changes to such a world, which is perhaps why many have inappropriately latched on to the concept of multipolarity to convey their sense of a smaller American lead.

Narrowed though it is, that lead is still substantial, which is why the distribution of power today is best described as “partial unipolarity,” as compared with the “total unipolarity” that existed after the Cold War.

The end of total unipolarity explains why Beijing, Moscow, and other dissatisfied powers are now more willing to act on their dissatisfaction, accepting some risk of attracting the focused enmity of the United States. But their efforts show that the world remains sufficiently unipolar that the prospect of being balanced against is a far stiffer constraint on the United States’ rivals than it is on the United States itself.

Ukraine is a case in point. In going to war, Russia showed a willingness to test its revisionist potential. But the very fact that Russian President Vladimir Putin felt the need to invade is itself a sign of weakness.

In the 1990s, if you had told his predecessor, Boris Yeltsin, that in 2023, Russia would be fighting a war to sustain its sphere of influence over Ukraine, which Russian officials back then assumed would end up as a reliable ally, he would scarcely have believed that Moscow could sink so low.

It is ironic that now, when unipolarity’s end is so frequently declared, Russia is struggling to try to get something it thought it already had when U.S. primacy was at its peak. And if you had told Yeltsin that Russia would not be winning that war against a country with an economy one-tenth the size of Russia’s, he would have been all the more incredulous. The misadventure in Ukraine, moreover, has greatly undermined Russia’s long-term economic prospects, thanks to the massive wave of sanctions the West has unleashed.

But even if Russia had swiftly captured Kyiv and installed a pro-Russian government, as Putin expected, that would have had little bearing on the global distribution of power. There is no denying that the outcome of the war in Ukraine matters greatly for the future of that country’s sovereignty and the strength of the global norm against forceful land grabs.

But in the narrow, cold-hearted calculus of global material power, Ukraine’s small economy—about the same size as that of Kansas—means that it ultimately matters little whether Ukraine is aligned with NATO, Russia, or neither side.

Further, Ukraine is not in fact a U.S. ally. Russia would be very unlikely to dare attack one of those. Given how the United States has reacted when Russia attacked a country that is not a U.S. ally—funneling arms, aid, and intelligence to the Ukrainians and imposing stiff sanctions—the Kremlin surely knows that the Americans would do much more to protect an actual ally.

China’s revisionism is backed up by much more overall capability, but as with Russia, its successes are astonishingly modest in the broad sweep of history. So far, China has altered the territorial status quo only in the South China Sea, where it has built some artificial islands. But these small and exposed possessions could easily be rendered inoperative in wartime by the U.S. military.

And even if China could secure all the contested portions of the South China Sea for itself, the overall economic significance of the resources there—mainly fish—is tiny. Most of the oil and gas resources in the South China Sea lie in uncontested areas close to various countries’ shorelines.

Unless the U.S. Navy withdraws from Asia, China’s revisionist ambitions can currently extend no farther than the first island chain—the string of Pacific archipelagoes that includes Japan, the Philippines, and Taiwan. That cannot change anytime soon: it would take decades, not years, for China to develop the full range of capabilities needed to contest the U.S. military’s command of the commons.

Also, China may not even bother to seek such a capacity. However aggravating Chinese policymakers find their rival’s behavior, U.S. foreign policy is unlikely to engender the level of fear that motivated the costly development of Washington’s global power-projection capability during the Cold War.

For now, there is effectively only one place where China could scratch its revisionist itch: in Taiwan. China’s interest in the island is clearly growing, with Xi having declared in 2022 that “the complete reunification of the motherland must be achieved.” The prospect of a Chinese attack on Taiwan is indeed a real change from the heyday of total unipolarity, when China was too weak for anyone to worry about this scenario.

But it is important to keep in mind that Beijing’s yearnings for Taiwan are a far cry from revisionist challenges of the past, such as those mounted by Japan and Germany in the first half of the twentieth century or the Soviet Union in the second; each of those countries conquered and occupied vast territory across great distances.

And if China did manage to put Taiwan in its column, even the strongest proponents of the island’s strategic significance do not see it as so valuable that changing its alignment would generate a dramatic swing in the distribution of power of the kind that made multipolarity so dangerous.

What about the flourishing partnership between China and Russia? It definitely matters; it creates problems for Washington and its allies. But it holds no promise of a systemic power shift. When the aim is to balance against a superpower whose leadership and extensive alliances are deeply embedded in the status quo, the counteralliance needs to be similarly significant.

On that score, Chinese-Russian relations fail the test. There is a reason the two parties do not call it a formal alliance. Apart from purchasing oil, China did little to help Russia in Ukraine during the first year of the conflict. A truly consequential partnership would involve sustained cooperation across a wide variety of areas, not shallow cooperation largely born of convenience. And even if China and Russia upgraded their relations, each is still merely a regional military power. Putting together two powers capable of regional balancing does not equate to global balancing. Achieving that would require military capabilities that Russia and China individually and collectively do not have—and cannot have anytime soon.

ROUGH TIMES FOR REVISIONISM

All this might seem cold comfort, given that even the limited revisionist quests of China and Russia could still spark a great-power war, with its frightening potential to go nuclear. But it is important to put the system’s stability in historical perspective.

During the Cold War, each superpower feared that if all of Germany fell to the other, the global balance of power would shift decisively. (And with good reason: in 1970, West Germany’s economy was about one-quarter the size of the United States’ and two-thirds the size of the Soviet Union’s.) Because each superpower was so close to such an economically valuable object, and because the prize was literally split between them, the result was an intense security competition in which each based hundreds of thousands of troops in their half of Germany. The prospect of brinkmanship crises over Germany’s fate loomed in the background and occasionally came to the foreground, as in the 1961 crisis over the status of Berlin.

Or compare the present situation to the multipolar 1930s, when, in less than a decade, Germany went from being a disarmed, constrained power to nearly conquering all of Eurasia. But Germany was able to do so thanks to two advantages that do not exist today.

First, a great power could build up substantial military projection power in only a few years back then, since the weapons systems of the day were relatively uncomplicated. Second, Germany had a geographically and economically viable option to augment its power by conquering neighboring countries.

In 1939, the Nazis first added the economic resources of Czechoslovakia (around ten percent the size of Germany’s) and then Poland (17 percent). They used these victories as a springboard for more conquests in 1940, including Belgium (11 percent), the Netherlands (ten percent), and France (51 percent). China doesn’t have anything like the same opportunity.

For one thing, Taiwan’s GDP is less than five percent of China’s. For another, the island is separated from the mainland by a formidable expanse of water. As the MIT research scientist Owen Cote has underscored, because China lacks command of the sea surface, it simply “cannot safeguard a properly sized, seaborne invasion force and the follow-on shipping necessary to support it during multiple transits across the 100-plus mile-wide Taiwan Straits.” Consider that the English Channel was a fifth of the width but still enough of a barrier to stop the Nazis from conquering the United Kingdom.

Japan and South Korea are the only other large economic prizes nearby, but Beijing is in no position to take a run at them militarily, either. And because Japan, South Korea, and Taiwan have economies that are knowledge-based and highly integrated with the global economy, their wealth cannot be effectively extracted through conquest.

The Nazis could, for example, commandeer the Czech arms manufacturer Skoda Works to enhance the German war machine, but China could not so easily exploit the Taiwan Semiconductor Manufacturing Company. Its operation depends on employees with specialized knowledge who could flee in the event of an invasion and on a pipeline of inputs from around the globe that war would cut off.

If America came home from Europe or Asia, a more dangerous, unstable world would emerge.

Today’s revisionists face another obstacle: while they are confined to regional balancing, the United States can hit back globally. For instance, the United States is not meeting Russia directly on the battlefield but is instead using its global position to punish the country through a set of devastating economic sanctions and a massive flow of conventional weaponry, intelligence, and other forms of military assistance to Kyiv.

The United States could likewise “go global” if China tried to take Taiwan, imposing a comprehensive naval blockade far from China’s shores to curtail its access to the global economy. Such a blockade would ravage the country’s economy (which relies greatly on technological imports and largely plays an assembly role in global production chains) while harming the U.S. economy far less.

Because the United States has so much influence in the global economy, it can use economic levers to punish other countries without worrying much about what they might do in response. If China tried to conquer Taiwan, and the United States imposed a distant blockade on China, Beijing would certainly try to retaliate economically. But the strongest economic arrow in its quiver wouldn’t do much damage. China could, as many have feared, sell some or all of its massive holdings of U.S. Treasury securities in an attempt to raise borrowing costs in the United States. Yet the U.S. Federal Reserve could just purchase all the securities. As the economist Brad Setser has put it, “The U.S. ultimately holds the high cards here: the Fed is the one actor in the world that can buy more than China can ever sell.”

Today’s international norms also hinder revisionists. That is no accident, since many of these standards of behavior were created by the United States and its allies after World War II. For example, Washington promulgated the proscription against the use of force to alter international boundaries not only to prevent major conflicts but also to lock in place the postwar status quo from which it benefited. Russia has experienced such strong pushback for invading Ukraine in part because it has so blatantly violated this norm. In norms as in other areas, the global landscape is favorable terrain for the United States and rough for revisionists.

AMERICA’S CHOICE

The political scientist Kenneth Waltz distinguished between the truly systemic feature of the distribution of capabilities, on the one hand, and the alliances that states form, on the other.

Although countries could not choose how much power they had, he argued, they could pick their team. The U.S.-centric alliance system that defines so much of international politics, now entering its eighth decade, has attained something of a structural character, but Waltz’s distinction still holds. The current international order emerged not from power alone but also from choices made by the United States and its allies—to cooperate deeply in the economic and security realms, first to contain the Soviet Union and then to advance a global order that made it easier to trade and cooperate. Their choices still matter. If they make the right ones, then bipolarity or multipolarity will remain a distant eventuality, and the partial unipolar system of today will last for decades to come.

Most consequentially, the United States should not step back from its alliances and security commitments in Europe or Asia. The United States derives significant benefits from its security leadership in these regions. If America came home, a more dangerous, unstable world would emerge. There would also be less cooperation on the global economy and other important issues that Washington cannot solve on its own.

Indeed, in the era of partial unipolarity, alliances are all the more valuable. Revisionism demands punishment, and with fewer unilateral options on the table, there is a greater need for the United States to respond in concert with its allies. Yet Washington still has substantial power to shape such cooperation. Cooperation among self-interested states can emerge without leadership, but it is more likely to do so when Washington guides the process. And American proposals frequently become the focal point around which its partners rally.

Keeping U.S. alliances in Asia and Europe intact hardly means that Washington should sign a blank check: its friends can and should do more to properly defend themselves. Not only will they need to spend more; they will need to spend more wisely, too. U.S. allies in Europe should increase their capacity for territorial defense in areas where the United States can do less while not trying to duplicate areas of U.S. strength. In practice, this means focusing on the simple task of fielding more ground troops.

In Asia, U.S. allies would be wise to prioritize defensive systems and strategies, especially with respect to Taiwan. Fortunately, after more than a decade of ignoring calls to prioritize a defensive strategy for securing the island—turning it into a difficult-to-swallow “porcupine”—Taipei appears to have finally awakened to this need, thanks to Ukraine.

In economic policy, Washington should resist the temptation to always drive the hardest bargain with its allies. The best leaders have willing followers, not ones that must be coaxed or coerced. At the heart of today’s international order is an implicit pledge that has served the United States well: although the country gains certain unique benefits from its dominance of the system, it doesn’t abuse its position to extract undue returns from its allies.

Maintaining this arrangement requires policies that are less protectionist than the ones pursued by either the Trump or the Biden administration. When it comes to trade, instead of thinking just about what it wants, Washington should also consider what its allies want. For most, the answer is simple: access to the U.S. market.

Accordingly, the United States should put real trade deals on the table for its partners in Asia and Europe that would lower trade barriers. Done properly, market access can be improved in ways that not only please U.S. allies but also create enough benefits for Americans that politicians can overcome political constraints.

The United States must also resist the temptation to use its military to change the status quo. The 20-year nation-building exercise in Afghanistan and the invasion of Iraq were self-inflicted wounds. The lesson should be easy enough to remember: no occupations ever again. Any proposal to use U.S. military force outside Asia and Europe should be deeply interrogated, and the default response should be “no.” Preventing China and Russia from changing the status quo in Asia and Europe was once relatively easy, but now it is a full-time job. That is where the U.S. military’s focus should lie.

Ultimately, the world in the age of partial unipolarity retains many of the characteristics it exhibited in the age of total unipolarity, just in modified form. International norms and institutions still constrain revisionists, but these states are more willing to challenge them. The United States still has command of the commons and a unique capacity to project military power across the globe, but China has created a fiercely contested zone near its shores.

The United States still possesses vast economic leverage, but it has a greater need to act in concert with its allies to make sanctions effective. It still has a unique leadership capacity for promoting cooperation, but its scope for unilateral action is reduced. Yes, America faces limits it did not face right after the Soviet Union’s collapse. But the myth of multipolarity obscures just how much power it still has.

Ucrania y argumentos repetidos. Rolando Astarita. Marzo de 2023

Ante la guerra que se está desarrollando en Ucrania, la mayor parte de la izquierda argentina se ha colocado del lado de Rusia. En varios casos, de manera tácita. Son los partidos y referentes que condenan la invasión, pero niegan el derecho de los ucranianos a recibir armas de la OTAN para defenderse. Como si al ejército ruso se lo pudiera enfrentar con palos y piedras.

Por otro lado, están los que se alinean explícitamente detrás de Putin y los suyos. En este respecto, el argumento más extendido gira en torno al anti-imperialismo. Según este enfoque, los agresores son EEUU, la UE y la OTAN. Estos buscarían imponer una relación neocolonial con Ucrania y otros países que estuvieron bajo la órbita soviética y, por sobre todas las cosas, debilitar o someter a Rusia a su dominio.

De manera que al invadir y arrasar a Ucrania los rusos se estarían defendiendo del ataque imperialista. Con el agregado de que, como explicó Putin en su debido momento, el régimen de Zelensky es “fascista” (o “nazi”). Otro motivo para considerar liberadoras a las tropas rusas. 

¿Y el derecho de Ucrania a la autodeterminación, a su existencia como nación? Respuesta: es de importancia secundaria frente al ataque del imperialismo americano y europeo. Es cierto que Rusia es imperialista, pero se opone al “enemigo principal”, la OTAN, Washington y el gobierno pro nazi de Ucrania, y esto es lo que pesa. En cambio, defender el derecho a la autodeterminación de los ucranianos equivale a colocarse del lado de la derecha. ¿Y la destrucción de Ucrania? Pues es el costo de luchar contra la agresión de los imperialismos occidentales. 

Argumentos de larga data

Cuando leo estos argumentos no puedo no recordar que los compartí en mi juventud. Es que entre 1968 y principios de 1969 fui militante de la Federación Juvenil Comunista, y como tal defendí la invasión de la URSS y otros países del Pacto de Varsovia a Checoslovaquia. En aquellos tiempos el relato era que el verdadero agresor de Checoslovaquia no era la URSS, sino los imperialismos yanqui y alemán que fomentaban la contrarrevolución.

Por estos días he vuelto sobre aquellas justificaciones a partir de la lectura de “La intervención soviética en Checoslovaquia y el debate en el comunismo argentino”, de Juan Manuel Cisilino (Ponencia en las X Jornadas de Sociología de la UNLP, 2018; está en la web). Es llamativo cómo los argumentos se repiten casi intactos.

Efectivamente, según el PCA 1968, los contrarrevolucionarios y sus agentes, aprovechándose de errores de la dirección checoslovaca, habían logrado contraponer las organizaciones de masas al Partido y enfrentar a la juventud con los mayores.  Además, la contrarrevolución había infiltrado agentes –disfrazados de turistas- portando armas, dinero e instrucciones para llevar adelante un golpe contrarrevolucionario.

Por eso, la intervención militar de los países del Pacto de Varsovia en Checoslovaquia era en defensa de la clase obrera y para “salvaguardar al régimen socialista amenazado por el revanchismo germano-occidental”. Más precisamente, la OTAN quería “reeditar la marcha hacia el este de Hitler, provocando la invasión lisa y llana a los países socialistas hasta llegar a la URSS”.

En este marco, el derecho a la autodeterminación del pueblo checoslovaco era una cuestión muy secundaria. Algo similar ocurría con las libertades de opinión, prensa, organización, desplazamiento y similares. Eran derechos burgueses que en aquellas circunstancias solo servían al ataque contrarrevolucionario.

Como es conocido, no fue solo Checoslovaquia. A pesar de haber sido una de las principales consignas del programa bolchevique en 1917, el derecho a la autodeterminación fue avasallado una y otra vez. Para mencionar solo casos notorios: Georgia (1920); Finlandia (1939); Alemania Oriental (1953); Polonia (1939, 1956, 1981); Hungría (1956); Afganistán (1980).

Por entonces el justificativo era “defender las conquistas socialistas”. Hoy vale el “hay que detener al imperialismo”. Pero permanece lo sustancial: las libertades democráticas (y la autodeterminación es un derecho democrático burgués) pueden ser arrasadas, contra la voluntad de las masas, en nombre “del objetivo superior”.   

Una grieta insalvable en la izquierda

En notas anteriores he presentado argumentos contrarios a estas posiciones. En particular, destaqué la importancia de defender las libertades democráticas y su relación con el proyecto socialista (véase por ejemplo aquí y aquí). Los defensores, o justificadores, de las posiciones “a lo Putin”, responden con el tradicional “agente de la OTAN”, “funcional a la derecha”, y similares. Pero al margen de los calificativos, lo relevante es que estamos ante diferencias ideológicas profundas, que se mantienen a lo largo de las décadas. Ejemplificando la situación, en una nota en 2016 escribí:

“El señor A, en nombre del socialismo, aplaude la invasión de la URSS a Checoslovaquia; se niega a condenar a la dictadura argentina de Videla; apoya activamente a Mengistu (y los bombardeos al Frente de Liberación de Eritrea); elogia el régimen de los Kim en Corea; y apoya a Al Assad. El señor B, también en nombre del socialismo, toma exactamente las posturas opuestas: critica la invasión soviética a Checoslovaquia; pide la condena de Videla en los foros internacionales; critica al régimen de Corea del Norte; se opone a Mengistu (y a las masacres de eritreos) y apoya las rebeliones contra el régimen de Al Assad” (aquí). Agregaba que las diferencias no se debían a falta de información, sino a concepciones fundamentales y distintas en base a las cuales se procesa la información.

Pues bien, hoy las posturas siguen tan opuestas como siempre. Así, el señor A apoya la invasión rusa a Ucrania –política de tierra arrasada incluida- y dice que la autodeterminación nacional de Ucrania es irrelevante (o, peor, funcional al imperialismo). Y el señor B rechaza la invasión rusa, defiende la independencia nacional de Ucrania y el derecho de los ucranianos a defenderse armas en mano. Es la “grieta” -¿la más profunda?- al interior de la izquierda de conjunto. De Checoslovaquia 1968 (y antes, por supuesto) a Ucrania 2023. Por ningún lado hay visos de que esta división se vaya a superar en los próximos años, o décadas.

La nueva edad de la fe.Sergio Ramírez. Abril de 2023

En Opresión y resistencia, sus escritos contra el totalitarismo, George Orwell previene contra las distopias que se incuban en el mundo moderno, entre ellas lo que llama “la edad de la fe”, que sobreviene cuando se pretende el control moral de las expresiones libres, la primera de ellas la creación literaria. Para que la edad de la fe se establezca no hace falta vivir en un país totalitario; es suficiente que “bastas esferas de la imaginación se ven afectadas por las creencias oficiales”, o que estas sean decretadas por sectores de la sociedad capaces de ejercer control intelectual.

Orwell previno contra el pensamiento único basado en premisas políticas, pero no alcanzó a adivinar que en el siglo veintiuno “la edad de la fe” estaría determinada por el puritanismo, que en Estados Unidos rige la conducta social, y vigila celosamente la ortodoxia de las expresiones culturales.

Esto ha sido así a lo largo de su historia, desde la llegada de los pilgrims a las costas de Nueva Inglaterra, como nos lo enseña Nathaniel Hawthorne en La letra escarlata; pero hoy el puritanismo vive un periodo de resurrección, y guía la nueva edad de la fe, bajo la amenaza de volverse global. Y va desde la censura y la supresión, hasta la prohibición y la cancelación. Una renovada fe, intransigente y cerrada, que alcanza tanto a la derecha como a la izquierda.

Si Orwell prevenía de que el orden totalitario pretende la reescritura del pasado, en esta nueva edad de la fe se pretende la reescritura tanto de la realidad, como de la imaginación. Y como hay que rescribir los libros que ofenden determinadas sensibilidades, no importa la antigüedad de su publicación, esto implica también reescribir el pasado. Es lo que la filósofa Rosa María Rodríguez Magda llama “la blanda sensibilidad indignada…: no se pretende modificar la realidad, sino inventarla, corregirla también retrospectivamente, y forzar el asentimiento público y legal de esa depuración: la nueva normalidad como psicosis colectiva de la corrección política”.

Desde hace muchos años se ejerce en el llamado cinturón bíblico en Estados Unidos un férreo control de la lectura en las bibliotecas públicas y escolares, con una conspicua lista de libros prohibidos que incluye a William Faulkner y a Toni Morrison, entre otros, y donde no puede leerse nada que desafíe la tesis creacionista, con lo que Darwin viene a ser un engendro del demonio. En el estado de Florida las juntas escolares asumen la potestad de vigilar que no entre en las aulas ningún libro “de naturaleza explícita que enseñe a los niños sobre orientación sexual y la identidad de género”.

Algunos de los libros censurados recientemente en Estados Unidos a partir de la Ley de los derechos de los padres en la educación durante una conferencia de prensa del líder demócrata Hakeem Jeffries (D-NY), quien el pasado 24 de marzo se pronunció en contra de la medida. Foto: AFP / Kevin Dietsch.

Pero la pureza moral viene a ser abonada desde el otro lado del espectro, con el surgimiento de la cultura woke, que forma parte también de la edad de la fe. Desde esta perspectiva se demanda la modificación de las obras literarias para que sean adaptadas a “las sensibilidades políticamente correctas”: las tijeras y el lápiz rojo nada menos que en manos de las casas editoriales para adaptar lo que autores ya muertos hace tiempo dejaron escrito, y evitar así “ofender a comunidades o colectivos”. Ni Roald Dahl, ni Agatha Christie ni Ian Fleming, escritores muy populares, con los que se ha empezado, pueden alegar nada en contra de la implacable censura de sus obras desde el silencio de sus tumbas. Para esta tarea las editoriales se asesoran de un “comité de lectores sensibles”; o sea, un santo tribunal de la inquisición.

Toda referencia, palabra o frase que evoque el colonialismo, el racismo, el machismo, la misoginia, debe ser suprimida, alterada o cambiada por expresiones neutras o benévolas. La escritura sin mancha, lavada con detergente y bien aplanchada, que es lo contrario de la verdadera literatura, fruto de la suciedad y de la contaminación, porque no hace sino reflejar al mundo tal como es, un mundo de seres humanos culpables e imperfectos; y, sobre todo, un mundo de personajes donde las conductas se contradicen y entrecruzan, y al despojarlos de sus palabras se les despoja de sus pasiones, de sus defectos y de sus virtudes, y la corrección impuesta por el censor los volverá inútiles, y por tanto falsos, y aburridos.

Está bien, se dirá, son autores que no encarnan la verdadera literatura, autores de consumo masivo, James Bond, el intrascendente inspector Poirot. ¿Qué más da? Pues ojo que en un colegio de secundaria en Manhattan fue cancelada no hace mucho una puesta de El mercader de Venecia, representada por estudiantes de séptimo curso, “debido al carácter antisemita” de la obra, según el juicio de los padres de familia. De un lado Shakespeare por antisemita en Manhattan; del otro Dickens, en el sur profundo, porque sus novelas resultan “perturbadoras” por su descarnada exposición del delito incubado en la miseria.

Si ya se empezó con sacar del escenario El mercader de Venecia, pronto llegaremos a ver Macbeth y El rey Lear depuradas por los comités de corrección puritana para librarlas de toda alusión capaz de indignar a las blandas sensibilidades. Y corregir a Shakespeare será corregir el pasado, hacer potable la época isabelina para tranquilidad de las buenas conciencias.

Y detrás vendrá Rabelais para convertir a Gargantúa y Pantagruel en personajes comedidos, alejados de toda vulgaridad y de la gula y la concupiscencia. Y no se librará tampoco Cervantes. El lápiz rojo caerá implacable sobre la escena en que don Quijote queda haciendo penitencia cabeza abajo, con las nalgas al aire, que no está bien enseñar las partes pudendas del cuerpo; y las tantas veces que Sancho dice hideputa, borradas también, y condenado el mismo Sancho por antisemita, ¿pues, no dice: “y cuando otra cosa no tuviese sino el creer, como siempre creo, firme y verdaderamente en Dios y en todo aquello que tiene y cree la santa Iglesia Católica Romana, y el ser enemigo mortal, como lo soy, de los judíos, debían los historiadores tener misericordia de mí y tratarme bien en sus escritos?”.