José Alberto Álvarez Febles: patriota, amigo y hermano

José Alberto Álvarez Febles: patriota, amigo y hermano
Marcia Rivera Marcia Rivera Publicado: 24 de octubre de 2017
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In memoriam

Mucho se ha hablado del destrozo de la infraestructura material que dejó a su paso el huracán María en Puerto Rico, pero poco del devastador impacto que ha tenido éste en las personas. Las cifras de muertes relacionadas al huracán están significativamente subestimadas y en su momento debemos reclamar mejor acopio de datos. Con terrible dolor debo reconocer que varios amigos y conocidos míos fueron víctimas directas de la situación, bien fuera por el tremendo impacto emocional que causaron los vientos y la destrucción física de viviendas y comunidades o por el colapso de las comunicaciones que impidieron que la ayuda urgente que necesitaban llegara a tiempo. Este es el caso de dos queridos amigos y luchadores independentistas, Salvador Rosa, que murió de un infarto al no poder ser trasladado al Hospital Cardiovascular el día después del huracán, y el del hermano que me regaló la vida, José Alberto Álvarez Febles. Ya he escrito una nota sobre Salvador y ahora me corresponde intentar volcar mi enorme dolor por la muerte José Alberto en una celebración de su vida, de sus luchas, sus pasiones y de las ilusiones compartidas desde que éramos adolescentes.

Conocí a José Alberto siendo yo estudiante de secundaria en la UHS y él alumno de San Ignacio. Muy pronto sus amigos se hicieron mis amigos – Luis Torres, Tito Tió, Rafi Ortiz Carrión, Manuel Martín, y mis amigas y amigos se incorporaron a los suyos. Como los adolescentes de la época, nos encantaba bailar con las grandes orquestas de Puerto Rico y José Alberto era un excelente bailarín. Pero, además de bailar y tener sentido de humor, tenía preocupaciones genuinas por las incongruencias que veía en un Puerto Rico que presumía de moderno y primermundista con la realidad de pobreza en que muchos vivían. Progresivamente fue afinando su rechazo al colonialismo, y yo, que venía de una familia independentista y que había comenzado a militar políticamente desde los 13 años, lo adopté de inmediato como interlocutor y amigo para siempre. El reclutamiento masivo para el ejército y la guerra de Viet Nam nos hizo a ambos conscientes del altísimo precio que Puerto Rico estaba pagando por la relación colonial con Estados Unidos y que era necesario poner fin al mismo. De ahí en adelante, nuestros proyectos y nuestras vidas siempre estuvieron entretejidas.

En 1964 ambos entramos al Recinto de Río Piedras de la UPR, al inolvidable Programa de Estudios de Honor. Varios otros de nuestro corillo de amistades comunes también entraron al Programa y muy pronto estábamos metidos de cabeza en el desafío de comprender el país para transformarlo. La excelente formación recibida en la UPR, de la mano de extraordinarios profesores y tutores como Charlie Rosario, Héctor Estades, Milton Pabón, Aristalco Calero, Carlos Albizu, Manuel Maldonado Denis, Esteban Tollinchi, entre otros, nos llevo a generar una visión interdisciplinaria, internacional y a vernos como potenciales intelectuales orgánicos, en el sentido gramsciano. Nuestra avidez de conocimiento se conjugaba con el compromiso de transformar a Puerto Rico en una sociedad libre, democrática e incluyente. A ambos, siempre nos guió ese conjuro.

En la UPR nos unimos a la lucha por la salida del ROTC del campus y por el respeto y reconocimiento de los derechos de los objetores por conciencia. Muy pronto se hizo evidente que la Universidad no era lo democrática que debía ser y que sus orientaciones curriculares estaban demasiado orientadas al liberalismo ilustrado europeo mientras era poco pertinente a las necesidades del Puerto Rico de entonces y del que soñábamos construir. Con otros compañeros, decidimos que era momento de fortalecer la lucha por la reforma de la Universidad, a la vez que se seguía con la lucha más amplia por la descolonización de Puerto Rico.

Así parimos BRECHA, una publicación estudiantil que buscó hacer un periodismo crítico universitario en momentos en que estaba prohibido circular periódicos estudiantiles en el Recinto. En varias ocasiones nos secuestraron decenas de ejemplares cuando los repartíamos gratuitamente. BRECHA abogaba por la reforma universitaria, denunciaba los horrores de la guerra de Viet Nam, promovía la historia y la literatura de Puerto Rico y buscaba acercar nuestro país a América Latina. La producción de contenido, el diseño, emplanaje, impresión y financiamiento fue todo asumido por los integrantes del colectivo, que nos repartíamos y rotábamos en las múltiples tareas que su publicación conllevaba. José Alberto fue sin duda el más dedicado al periódico, en el cual también estábamos en primera línea de trabajo Sylvia Álvarez Curbelo, Chuco Quintero, Luis Torres, Carlos Frontera y yo. Decenas de hoy importantes figuras de Puerto Rico fueron colaboradores y escritores de notas en BRECHA– Edgardo Rodríguez Julía, Fernando Martín, Marta Aponte Alsina, Emilio Rodríguez, Gilda Orlandi, Tito Tió, entre muchos otros. Nos endeudamos hasta la coronilla con la imprenta que lo producía y tras sendas negociaciones decidimos aprender a usar maquinaria de separación de colores e impresión para reducir costos imprimiéndolo nosotros mismos. Cesamos el contrato con la imprenta grande y alquilamos una pequeña los fines de semana, que no estaba en uso. De ahí en adelante solíamos entrar los viernes a las 5:00 de la tarde y trabajábamos hasta el lunes a las 8:00 de la mañana, que entregábamos la llave. Allí, además del periódico, imprimíamos recetarios, papel con membrete, tarjetas de presentación y todo lo que pudiéramos vender a familiares y amigos profesionales para pagar el alquiler y los materiales de impresión e ir abonando a la deuda con la anterior imprenta. Nuestro jangueo era el trabajo comprometido con la transformación de la Universidad y de Puerto Rico. Aprendimos a hacer magia desde la nada y que el esfuerzo propio vale la pena. Brecha, sin duda, fue un hito en nuestras vidas.

En 1966 la presión estudiantil permitió que la legislatura aprobara una ley de reforma universitaria. No era nuestro sueño; era claramente insuficiente en lo relativo a la autonomía universitaria, pero avanzaba en algunos aspectos como la autorización de elección de consejos por facultad y de un Consejo General de Estudiantes. Ello constituía un gran logro. José Alberto fue electo Presidente del CGE en 1970, mientras estudiaba una maestría en filosofía en el Recinto. El 11 de marzo de 1971 fue fulminantemente suspendido de la UPR por su defensa de los reclamos estudiantiles frente al asesinato de Antonia Martínez. Desde esos años José Alberto se consagró como un líder visionario, decidido y ejemplar.

Tras su salida de la UPR, José Alberto se fue a Nueva York para hacer una maestría; esta vez en historia. Luego inició un arduo y fructífero trabajo político con la diáspora puertorriqueña y eventualmente fue designado Secretario de la Seccional del Partido Socialista Puertorriqueño, cuyo centro de operaciones recuerdo muy bien en la calle 14 en Nueva York. Desde allí trabajó en la organización de comunidades en Chicago, Boston, Connecticut, Ohio, California y otras ciudades con fuerte presencia boricua. En1974 organizó el histórico acto de solidaridad con la independencia de Puerto Rico en el Madison Square Garden, que marcó un hito en la lucha independentista. En el mismo participaron aproximadamente 20 mil personas y había una extraordinaria representación de los diversos grupos de la izquierda norteamericana y de los puertorriqueños/as en Estados Unidos. Además de reclamar la independencia para Puerto Rico, se abogó allí por la excarcelación de los presos políticos puertorriqueños del momento, Lolita Lebrón, Oscar Collazo, Andrés Figueroa Cordero, Irvin Flores, y Rafael Cancel Miranda. En esa actividad (27 de octubre de 1974) participaron decenas de figuras del mundo de las artes, la música y el cine de Puerto Rico y Estados Unidos, incluyendo a Lucecita Benítez, Roy Brown, Danny Rivera, Jane Fonda y Harry Belafonte, entre otros/as.

Recuerdo perfectamente conversaciones con José Alberto por aquellos años en las que me contaba lo que había significado para él descubrir a ese otro puertorriqueño/a, que a pesar de no estar en la Isla, sigue siendo tan boricua como nosotros. Había vivido y verificado la marginación, el discrimen y la desigualdad hacia las comunidades puertorriqueñas en los Estados Unidos y desmontado el mito de la promesa de bienestar estadounidense para nuestro pueblo. Aquellos diálogos y el intenso trabajo comunitario que se desplegaba desde la Seccional llevaron a afirmar la conceptualización de Puerto Rico como una nación dividida. Su insistencia en que el Centro de Estudios de la Realidad Puertorriqueña (CEREP), que habíamos establecido en Puerto Rico, incorporara el análisis de esa realidad de los boricuas exiliados en Estados Unidos fue clave en nuestros trabajos. José Alberto organizó muchas giras para que visitáramos esas comunidades y conversáramos sobre los hallazgos de nuestras investigaciones y de las luchas conjuntas que debíamos seguir dando entre los de aquí y los de allá. Nunca voy a olvidar ese hermoso regalo que me hizo crecer intelectual y emocionalmente y en cada noticia que leo de la movilización de la diáspora boricua en esta coyuntura tan critica que vive Puerto Rico, veo la sonrisa de aquél José Alberto que sembró tanto para que ello ocurriera hoy.

Con José Alberto compartimos también las alegrías de formar parejas, del nacimiento de nuestros hijos, de encuentros familiares especiales, como también compartimos las dificultades que suelen aparecer y el dolor de los momentos de rupturas. Siempre nos sentimos recíprocamente acompañados en las buenas y en las malas. Recuerdo un precioso paseo en el verano de 1976 por la costa este de Estados Unidos con Digna Sánchez, su hija Belisa (que tenía entonces unos seis meses), Chuco Quintero, y mi hija Mareia, que estaba entonces cumpliendo cinco años. Lo hicimos en su RV autogestionado; una camioneta vieja habilitada por él como casa rodante y que nos permitió recorrer bellos lugares, al calor de las ricas conversaciones que teníamos entre todos.

Tras cumplir su mandato como Secretario de la Seccional, José Alberto pasó a dirigir una importante lucha por los derechos de los inquilinos en un Nueva York que se aburguesaba a pasos de gigante. El Building era una ONG que abogaba por el control de rentas y por evitar que las poblaciones pobres fueran expulsadas de la ciudad. Una lucha muy desigual contra el poder financiero/inmobiliario que compraba lo que se le antojara. Pero gracias a esa lucha muchas familias pudieron seguir viviendo en sus barrios neoyorkinos. En ese trabajo José Alberto aprendió mucho de computadoras, de creación de bases de datos y a utilizar los primeros programas y aplicaciones que salieron al mercado. Este aprendizaje fue clave para su próxima etapa de vida: su regreso a Puerto Rico.

Hacia finales de los ochenta José Alberto regresó a Puerto Rico con su nueva compañera, María Vázquez y su hijo Luis Alberto. Encontró un país más polarizado políticamente, tras la funesta huella de Carlos Romero Barceló y un segundo período de Rafael Hernández Colón marcado por el acercamiento de los intereses empresariales a la política. La burguesía criolla, se acercaba demasiado peligrosamente al capital estadounidense, desdibujándose su potencial papel en una lucha liberadora. El viejo dilema de los empresarios de Puerto Rico de definirse como actores con fuerza propia o ser intermediarios del poder extranjero estaba más vivo que nunca. José Alberto entendió rápidamente su nuevo objetivo de lucha política, pero su inserción laboral no resultó tan fácil. Los aprendizajes en el ámbito tecnológico en El Building, le permitieron crear un nicho asesorando en sistemas y computadoras a diversas organizaciones. En paralelo, María y él incursionaron en el difícil ámbito de negocios en Puerto Rico y lograron avanzar en algunos, como el establecimiento de un centro privado de casillas de correo.

José Alberto vino también con la ilusión de crear una comunidad de vivienda alternativa, donde amigos y correligionarios pudieran compartir la vida cotidiana en un marco diferente a lo que suelen ser las urbanizaciones en nuestro país. Por supuesto que fui convocada para la nueva aventura que nos tomó varios años de cuajar; un período repleto de dificultades pero también de alegrías. Fueron muchas las jornadas de ir a desmalezar, machete en mano, una finca en un monte de Trujillo Alto, con hermosa vista al Lago de Carraízo, donde habría de ubicar la comunidad Luna Llena, bautizada con ese nombre por su hija Belisa en una noche de gran luna. Este fue un proyecto lleno de esperanza, que por nuestra propia precariedad económica sólo pudimos desarrollar parcialmente, pero que hoy sigue ahí, bello, como testigo de un intento concreto por construir una patria diferente. En el proceso de delimitar los solares, planear las viviendas, marcar los accesos que debía tener el predio, aprendimos mucho de lo que era y podría ser otro ordenamiento territorial y otra calidad de vida para Puerto Rico. Un proceso realmente memorable.

Una vez asentado en suelo nativo y encaminados sus proyectos de sobrevivencia, José Alberto decidió volver a su alma mater, la UPR. Esta vez para hacer estudios en economía, convencido de que el futuro de Puerto Rico dependía de que pudiera plantearse un sólido proyecto de país con una economía diversa, centrada en empresas puertorriqueñas que pudieran producir para el mercado local e internacional. Sus profesores más admirados fueron Argeo Quiñones y Alicia Rodríguez, según recuerdo de nuestras frecuentes conversaciones. Desmenuzar el impacto negativo de las mega tiendas estadounidenses en Puerto Rico fue la obsesión de José Alberto desde entonces. Su expansión, decía con frecuencia, aniquilaba los pequeños negocios, como sucedió con las farmacias y los bazares en casi todos los pueblos, y nos acercaba peligrosamente, cada vez más, al modo de vida norteamericano. En sus últimos años José Alberto dedicó mucho tiempo a concientizar a la población sobre la importancia de frenar el crecimiento de las mega tiendas extranjeras y apuntalar con nuestras compras cotidianas a las empresas puertorriqueñas.

Nuestro amigo/hermano siempre fue crítico del sectarismo, hasta dentro del independentismo y el socialismo. Fue una figura que promovió la unidad sobre la base de principios fundamentales, como luchar contra el anexionismo y descolonizar la mentalidad de muchos en el país. Siempre estuvo escudriñando rendijas para crear un frente que frenara la estadidad, convencido de que no podíamos descartar que llegara el momento en que un sector de Puerto Rico la pidiera y el Congreso estuviera dispuesto a concederla. Recostarse en el mantra de que nunca nos darán la estadidad le ha restado vigor a la lucha independentista, nos recalcó tantas veces. Su gran frustración fue no ver que se gestaba ese gran movimiento contra la anexión en Puerto Rico, fundamentalmente porque muchos independentistas no lo consideraban necesario.

En su vocación unitaria a favor de la descolonización y la soberanía, José Alberto siempre expresó que era preciso dialogar hasta llegar a acuerdos con los sectores más abiertos y progresistas del Partido Popular Democrático (PPD). Que era posible encontrar allí aliados para gestar un proyecto de país, incluso con la burguesía de ese partido, que podrían convertirse en una burguesía nacional. Esta postura echaba por tierra la idea dominante en el independentismo de que ambas fuerzas políticas, el PPD y el Partido Nuevo Progresista (PNP), son igualitas. En identificar bien las diferencias entre unos y otros podía estar la clave de salir de la trampa en que estamos, solía decir.

Esta postura le generó detractores dentro del independentismo, sin que hasta el momento se haya podido descartar el valor de intentar esa ruta. De hecho, en esa línea de pensamiento, hace dos años en un encuentro en Montevideo José Alberto me propuso coordinar con el una campaña a favor de la eliminación de las Leyes de Cabotaje. En ese momento el tema no estaba en el radar de la mayoría de la población pero ambos pensamos que valía la pena intentar la campaña y lo hicimos. Se puso una convocatoria a firmar en Internet y el independentista Edric Vivoni se sumó aportando un afiche y mensaje diario en las redes sociales. La senadora Rossana López, del PPD, también abrazó la campaña y acudió ante el Comité de Descolonización de las Naciones Unidas reclamando que las normas federales de cabotaje “son un impedimento para el desarrollo económico de Puerto Rico y una muralla a la posibilidad de aumentar nuestro comercio internacional”. Se demostró que podíamos generar acuerdos puntuales y progresivamente ir construyendo fuerza colectiva. Hoy, la mayoría de las personas en Puerto Rico consideran que es imprescindible que Puerto Rico sea exonerado de esa restricción. Una pequeña muestra de que no hay que encerrarse en posiciones rígidas en una lucha tan compleja y particular como la nuestra.

El año pasado José Alberto pudo publicar una síntesis de su pensamiento en el libro Proyecto de país vs proyecto de estado; Puerto Rico: reflexiones sobre la ruta de la colonia a la soberanía. Como era de esperar, la publicación también generó debate y cuestionamientos. José Alberto advirtió en el libro del peligro de un triunfo del Partido Nuevo Progresista en las elecciones pasadas y expresó su preocupación de que si este partido ganaba la elección reclamaría de inmediato anexar a Puerto Rico por vía de un proceso similar al “Plan Tenesí”. Ello “podría servirle a Estados Unidos como respuesta a una petición de estadidad para darle largas al asunto poniendo de paso fin a la discusión sobre el estatus como la conocemos hoy.”

Efectivamente, al llegar al poder lo primero que hizo el actual gobierno PNP fue preparar la petición de anexión de Puerto Rico. Los eventos que han seguido –por parte del Congreso, del Tribunal Supremo de Estados Unidos y la propia Casa Blanca– han afirmado el carácter territorial colonial de Puerto Rico y han hecho esfumarse al Estado Libre Asociado como opción de futuro. La ley PROMESA y el azote de los huracanes del pasado mes complicaron mucho más el panorama. Los anexionistas no han abandonado su lucha por ver a Puerto Rico como la estrella 51 de la bandera estadounidense y están, de hecho, utilizando la coyuntura de esta crisis para afirmarlo. Mientras, la capacidad de analizar, discutir, proponer y hacer del independentismo parece aplastada ante el peso del desastre general.

Hoy, más que nunca, necesitaríamos al José Alberto lúcido, visionario y polémico pensando y discutiendo alternativas de cómo salir de este marasmo. El mejor homenaje que podemos hacerle es abrir nuevos espacios de análisis de la actual coyuntura y redoblar nuestro compromiso con la lucha por la independencia de Puerto Rico, desde una postura amplia, solidaria y sin prejuicios. A sus hijos Belisa y Luis Alberto; a sus hermanos Nelson, Rosa Ligia y Héctor; a sus compañeras a lo largo de la vida; y a los amigos y amigas que tanto lo quisieron, extiendo mi abrazo intenso repleto de una congoja que no cesa.

¡Nos haces demasiada falta querido hermano de la vida!

La planeación por escenarios

La planeación por escenarios: Revisión de conceptos y propuestas metodológicas (2010)
Juan Carlos Vergara Schmalbach, Tomás José Fontalvo Herrera, Francisco Maza Ávila
Prospect. Vol. 8, No. 2, Julio – Diciembre de 2010, págs. 21-29

Dentro de la gran variedad de herramientas que pueden ser utilizadas dentro de la planeación estratégica, la planeación por escenarios se ha convertido hoy en día en una aproximación metodológica para predecir y/o construir un futuro.
Mediante la identificación de tendencias claves, se podrá construir escenarios con el propósito de mejorar el proceso de toma de decisiones y reducir el riego en las organizaciones. Este artículo propone una revisión bibliográfica de autores prominentes e investigaciones científicas recientes sobre la planeación por escenarios, revisando las teorías que giran alrededor del término escenario y proveer al lector de información sobre las distintas metodologías existentes.
1. Introducción
Predecir el futuro o construirlo de acuerdo a unas perspectivas no es una tarea sencilla. Métodos como los pronósticos cualitativos y cuantitativos, estudios prospectivos, la simulación, modelos causales, la futurología, entre otros, proporcionan los indicios de lo que podría deparar el día de mañana con el objetivo de reducir la incertidumbre. Poder prever el futuro se convierte en un aspecto clave para establecer planes estratégicos, anticipándose a posibles obstáculos o para aprovechar las oportunidades venideras.
El presente artículo propone una revisión bibliográfica referente la planeación por escenarios, técnica asociada a los estudios prospectivos y la simulación de sistemas, en el cual se realizó un análisis de artículos en revistas indexadas, libros, tesis doctorales y demás documentos técnicos referenciados en el mundo académico-empresarial.
Se inicia con una concepción teórica sobre la definición de escenario, los métodos que existen para la construcción de los mismos, el proceso de validación y los campos de aplicación en el área empresarial.
2. Origen y Evolución
Los estudios relacionados con la visualización del futuro de algo (personas, sociedades, empresas, regiones, naciones) están encaminados a explorar eventos posibles, probables y/o preferibles . Los escenarios hacen parte de los variados métodos disponibles que existen para prever el futuro basado en una lógica racional.
La planeación por escenarios (o análisis de escenarios) tiene su origen en la concepción militar en la segunda guerra mundial en los años 40, pero se consolida como un modelo de planeación organizacional en 1950, introducido por Herman Kahn quien trabajaba para el Departamento de Defensa de los Estados Unidos .
En 1961 , Kahn funda el Hudson Institute con el propósito de enseñar acerca del futuro de una manera no convencional bajo su propio esquema de pensamiento y en 1967, en compañía de Anthony Wiener, publica “The year 2000” , libro donde establece una serie de escenarios mundiales para un periodo de proyección de 33 años.
Su extensión al área empresarial inicia en las compañías de energía – reseñando el caso exitoso de la aplicación de escenarios para evaluar sus opciones estratégicas por parte de la empresa Shell International desarrollado por Pierre Wack – que dado a la crisis del petróleo en los 70, involucró una caída del precio del barril y el auge de la OPEC, donde se empleó la técnica de escenarios para anticiparse al futuro [7], convirtiéndose en un método popular utilizado en organizaciones tanto privadas como públicas [8]. Wack cuestiona los métodos tradicionales de pronósticos de los cuales se confiaron muchas empresas y que al comienzo de los 70, ocasionaron dramáticos errores [9].
Un aspecto más académico fue dado por Jay Ogilvy, Paul Hawken and Peter Schwartz en los años 80 en su libro “Seven tomorrows” [10], donde se entablan escenarios dramáticos por un periodo de 20 años, sustentado en el uso de extensas bases de datos y recursos informáticos [11]. La construcción de escenarios no ha tenido unas raíces teóricas muy fuertes, dejando su aplicabilidad a un conjunto pequeño de expertos [12]. En los años 80 el tema de los escenarios entra en declive debido la recesión financiera y una tendencia a confundir el término con los pronósticos [13, 14].
Los modelos actuales se basan en gran medida en los aportes ofrecidos en el campo de la teorización por Dubin, Lynham y Van de Ven [15] (ver tabla 1), siendo el de mayor influencia el método propuesto por Dubin definiendo una secuencia de ocho pasos que parte de la identificación de la unidad de estudio hasta la construcción de las hipótesis y pruebas de las mismas [16].
Tabla 1. Métodos que contribuyeron en la teorización para la construcción de escenarios.
Método Autores Año
Método para el desarrollo teórico en ocho pasos Robert Dubin [17] 1969
Método General Susan A . Lynham [18] 2002
Modelo de diamante Andrew Van de Ven [19 2003
Fuente: Bubin (1969), Lynham (2002) y Van de Ven (2003).

En la figura 1 se puede observar el método de ocho pasos de Dubin. Pierre Wack plantea que a pesar de los avances, la planeación por escenarios es una disciplina que apenas se ha desarrollado, al no existir una interface real entre el escenario y el proceso para la toma de decisiones [20].
Figura 1. Método de Dubin [15] para el desarrollo teórico en ocho pasos.
Parte 1: el modelo teórico:
1. Unidades
2. Leyes de Interacción
3. Restricciones
4. Estado del sistema
5. Proposiciones
6. Indicadores empíricos de los términos clave (parte 2: la investigación teórica:)
7. Hipótesis
8. Pruebas

Fuente: Traducción al español realizada por los autores basado en el esquema presentado por Chermark (2005) sobre el método de Dubin.
En el año 2003, Peter Schwartz escribe su libro “Inevitable Surprises”, donde se adentra en el campo de la futurología basado en hechos como el 11 de septiembre, la guerra en Irak, el calentamiento global y el crecimiento de China, prediciendo como sería el futuro de la humanidad en los años venideros [21].
En los últimos años, la planeación por escenarios ha revivido el interés en el mundo académico y en la práctica profesional [22], surgiendo diversas metodologías para el diseño, desarrollo e implementación de los escenarios.
3. Los escenarios y la planeación por escenarios
La palabra escenario ha generado mucha confusión en el tiempo resultando en diferentes significados o conceptos, pero siempre con un mismo trasfondo de pensar en el futuro [23]. En general, las palabras que se atañen a la definición de escenario son planeación, imaginación, proyección, análisis y conocimiento [22]. La primera definición encontrada realizada por Kahn considera a los escenarios, como secuencias hipotéticas de eventos construidos con el propósito de centrar la atención en los procesos causales y la toma de decisiones [5].
Una definición simplificada considera al escenario como la descripción de un futuro potencial o posible, incluyendo el detalle de cómo llegar a ella [24, 25, 26], que explora el efecto conjunto de varios eventos [27]. Paul Nicol [28] en sus tesis doctoral (en filosofía) titulada “Scenario Planning as an Organisational Change Agent” realiza un análisis de distintos conceptos provenientes de 20 autores reconocidos en el mundo académico, concluyendo que los escenarios proveen de unos marcos o restricciones para analizar el futuro, limitando el número posible de futuros a ser considerados.
Una simplificación del concepto popularizado por Art Kleiner en su artículo “Doing Scenarios – scenarios can help predict the future” [29], define los escenarios como cuadros o pinturas imaginadas sobre futuros potenciales.
Un acuerdo común en las definiciones consideradas en este artículo es que los escenarios no son empleados para predecir el futuro con total certeza, más bien son un mecanismo que sirve para comprenderlo mejor [30, 31].
Por otro lado, la planeación por escenarios se considera como parte de la planeación estratégica, relacionada con las herramientas y tecnologías para manejar la incertidumbre sobre el futuro [31, 32, 33]. Los escenarios por si solos no son una estrategia [34].
Una apreciación ampliada sobre la planeación por escenarios la proporcionan Garry D. Peterson, Graeme S. Cumming y Stephen R. Carpenter [35] interpretándola en usar los escenarios contrastantes para explorar la incertidumbre que rodea las consecuencias futuras de una decisión.
Capturar varias imágenes del futuro que en conjunto muestren las condiciones de incertidumbre que enfrentará una organización, es uno de los aspectos importantes que buscan los desarrolladores de escenarios [36]. Los escenarios son una herramienta importante para los estudios sobre el futuro [37].
El limitado conocimiento en esta área de la planeación estratégica sugiere que su aplicación, se hace muchas veces inalcanzable para muchas organizaciones [9].
4. Metodologías aceptadas para la construcción de escenarios
Desde sus inicios, para la planeación por escenarios se han desarrollado diversas metodologías [38] catalogadas en tres grandes escuelas: la lógica e intuitiva, la prospectiva y de tendencia probabilística [39].
La primera de ellas propuesta por Herman Kahn en 1967 se caracterizaba por ser un esquema totalmente cualitativo basado más en la intuición y juicios de valor, que en un soporte científico [2]. La primera aproximación en el empleo de métodos cuantitativos está a cargo de Amara y Lipinski [12], con la introducción de algoritmos estructurales y modelos matemáticos para la definición y evaluación de cada escenario. El primero en elaborar una metodología procedimental basada en una serie de pasos bien estructurados fue Peter Wack [9], donde admite métodos cualitativos – basado en la concepción de Kahn – y de tipo cuantitativos.
Michel Porter [40] introduce el término “industry scenarios”, afirmando que construir escenarios centrados en el sector industrial (bajo un enfoque macroeconómico) equivale a prever cómo será el mundo en el futuro. En la figura 2 se puede observar el esquema del modelo propuesto por Porter. Esta afirmación es criticada por Wack al limitar los escenarios a una sola área, perdiendo dimensiones claves [9].
Las metodologías para la planeación por escenarios fueron evolucionando, integrando la toma de decisiones y estrategias para aprovechar mejor los escenarios creados [41]. Dentro la variedad de modelos se resalta el propuesto por Peter Schwartz [30], del cual dependerán otros modelos posteriores, quien define una metodología robusta de ocho pasos, como se puede observar en la figura 3 [42]. Las características de su metodología se resumen en [30]:
• Definir una pregunta común
• Reflejar en sesgos individuales y supuestos
• Participar en una investigación amplia y creativa
• Pensar críticamente acerca de los factores importantes
• Analizar las implicaciones de las decisiones en futuros múltiples
• Desarrollar un análisis compartido y un plan de acción sobre los futuros posibles
En 1992, la escuela prospectiva representada por Michael Godet, propone que los escenarios pueden servir no solo para predecir un futuro, sino como orientación para construir un futuro idealizado [13], integrándola como herramienta en los estudios prospectivos estratégicos [32].
Kees Van Der Heijden [43] populariza en 1996, su propia metodología estructurada y postula 5 criterios en el desarrollo de escenarios [2, 43]:
• Al menos dos escenarios son requeridos para reflejar la incertidumbre
• Cada escenario deber ser plausible (posible)
• Los escenarios deben ser internamente consistentes
• Los escenarios deben ser relevantes a la preocupación del cliente
• Los escenarios deben producir una nueva y original perspectiva al problema del cliente.
Figura 2. Modelo propuesto por Porter.
Variables de los escenarios
Elementos dependientes de las estructuras
Factores causales Cambios estructurales determinados Estructura futura de la industria
Elementos constantes de al estructrura
Fuente: Michael Porter (1985, pág. 458). Traducción al español realizada por los autores
Figura 3. Modelo de ocho pasos propuesto por Peter Schwartz.
1. Identificación del problema
Identificación de los factores claves
Identificación de las fuerzas motrices generales
Jerarquizar los factores y fuerzas motrices claves
Desarrollar la lógica del escenario
Desarrollar el detalle de cada escenario
Considerar las implicaciones de los escenarios
Identificar indicadores calves de alertas

Tomas J. Chermack [25] realiza un ajuste a la planeación por escenarios al modelo basado en el método de ocho pasos de Dubin, teorizando aún más el proceso de su construcción.
Recientemente, Saartje Sondeijker, Jac Geurts, Jan Rotmans y Arnold Tukker [44] proponen un modelo que permite la transición entre los escenarios y los procesos de gestión.
Un aporte interesante es la propuesta realizada por Iver B. Neumann y Erik F. Verland [45], donde afirman, que las bases para el desarrollo de los escenarios pueden provenir directamente de datos del pasado, del presente o de ambos casos (ver figura 4).
Figura 4. Modelo propuesto por Iver B. Neumann y Erik F. Verland.
Escenario1
Escenario2
Pasado Presente Escenario3
Escenario4
Escenario5
Fuente: Neumann y Verland (2004, pág. 269). Traducción al español realizada por los autores
Consultoras como The Future Group [46] y Global Business Network [47] desarrollan sus propias metodologías aplicándolas a casos prácticos empresariales. En la tabla 2 se puede observar un listado cronológico resumen de las metodologías desarrolladas para la construcción de escenarios.
Tabla 2. Recopilación de metodologías para la construcción de escenarios.
Modelo/Metodología Autores Características/Aportes Año
Future-Now Herman Kahn [5] Emplea juicios razonados y la intuición. Método cualitativo 1967
Operational Research / Management
Science (OR/MS) Amara y Lipinski [12] Involucra algoritmos estructurales y modelos matemáticos. Método cuantitativo. 1983
Procedimiento para la construcción de escenarios Peter wack [9] Soporta los escenarios bajo una estructura robusta, complementados con un análisis numérico 1985
Industry Scenarios Michael Porter [40] Parte de que el análisis de la industria permite prever cómo será el mundo en el futuro 1985
Parte de que el análisis de la industria permite prever cómo será el mundo en el futuro Millet y Randles [2] Emplea técnicas intuitivas y cuantitativas. Relaciona métodos cualitativos y cuantitativos 1986
Análisis de escenarios para la planeación estratégica. Procedimiento para la construcción de escenarios en tres fases. Jutta Brauers y Martin
Weber [48] Incluye métodos creativos cualitativos en la
fase de análisis 1988
Metodología general de ocho pasos Peter Schwartz [30] Método procedimental para desarrollar
escenarios 1991
Metodología para la construcción de
escenarios Michel Godet [12] Uso de la perspectiva para el diseño de escenarios 1992
Metodología para la construcción de escenarios en tres fases The Future Group [46] Enfatiza en centrar en los puntos críticos de la organización 1994
Metodología para la construcción de escenarios
en cuatro fases Sholom Feldblum [49] Relaciona la simulación estocástica con la prueba de escenarios 1995
Metodología para la construcción de escenarios
en nueve pasos Paul Schoemaker [27] Incluye en el paso 9 la posibilidad de reexaminar los escenarios después de realizar investigaciones posteriores 1995
Metodología para el desarrollo de escenarios Kees Van Der Heijden [43] Kees Van Der Heijden [43] 1996
Método de la doble variable John Galtung [2] Identifica las dos mayores incertidumbre y crea escenarios para estas 1998
Metodología general de siete pasos John Ratcliffe [50] Modelo adaptable para el uso en cualquier tipo de organización 2000
Teoría general para la planeación de escenarios basado en el método de ocho pasos de Dubin Thomas J. Chermack [15] Aplicación teórica para la construcción y
prueba de escenarios 2003
Metodología general de cinco pasos Diana Scearce, Katherine
Fulton,
y the Global Business Network
community [47] Incluye el seguimiento posterior de los escenarios
elaborados 2004
Desarrollo de escenarios perspectivos Iver B. Neumann y Erik F.
Verland [45] Los escenarios pueden provenir directamente
de datos del pasado, del presente o de ambos. 2004
Transition management Model Saartje Sondeijker, Jac
Geurts, Jan Rotmans y
Arnold Tukker [44] Modelo para la transición de escenarios hacia
los procesos gerenciales 2006

Fuente: Elaborado por los autores a partir del análisis de diversas referencias bibliográficas.
5. Otras Consideraciones
El uso de la planeación por escenarios tiene beneficios palpables para la planeación estratégica en dos vías: algunas de las decisiones claves pueden llevarse a un campo operacional y se reduce el riesgo al ignorar los pequeños cambios dentro de la organización [36].
Ringland advierte que no en todos los casos podrás utilizarse la planeación por escenarios, siendo eficaces en contextos donde se conoce porqué es necesaria su construcción y no deben ser empleados, cuando no sea conveniente emplear un filtro para limitar las decisiones por señales externas [51]. En la figura 5 se pueden observar los motivos que originan la construcción de escenarios [39].
Figura 5. Propósito del trabajo con escenarios.
Resolver un solo problema Continuidad/Sobrevivir/Desarrollarse
Exploración hacia afuera Hacer lo requerido Anticipar
Decisiones cerradas Desarrollar estrategias Como parendizaje adaptativo organizacional
Fuente: Bradfield, R.; Wrightb, G.; Burta, G; Cairns, G; Heijden y Van Der; K. (2005, pág. 805). Traducción al español realizada por los autores
La planeación por escenarios no se acaba cuando los escenarios son diseñados, por lo que deben establecerse indicadores que permitan detectar si un escenario se está haciendo realidad [52]. En una organización, los escenarios deben desarrollarse para [53] estudiar los factores de una situación, establecer algo que podría ocurrir e imaginar varios caminos que podrían desarrollarse y la secuencia de pasos que deben seguirse.
David Banister and Dominic Stead [54] resumen las ventajas de la utilización de la planeación de escenarios en cinco puntos:
• Proveer bases firmes para la toma de decisiones
• Identificar amenazas y oportunidades
• Sugerir una variedad de enfoques diferentes
• Ayudar a evaluar políticas y acciones alternativas
• Incrementar la creatividad y la elección en la toma de decisiones
6. Conclusión
A pesar de que la planeación por escenarios es un área de estudio reciente ligada a la planeación estratégica, existe un gran interés en explotar esta herramienta en el mundo académico y empresarial, evocado por el desarrollo de diversas metodologías que buscan teorizar, estandarizar y operacionalizar su aplicabilidad en las organizaciones.
Se marca entonces una tendencia clara en el esfuerzo por lograr una metodología descrita en pasos sencillos, que permita integrar el proceso de desarrollo de los escenarios al proceso de toma de decisiones.
Este artículo cumple con el objetivo de resumir el desarrollo de la planeación por escenarios desde sus inicios, mostrando la evolución de su significado y las aplicaciones metodológicas que se han dado a través del tiempo.
7. Referencias
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¿Qué es la teoría de juegos?

¿Qué es la teoría de juegos?
11 Mayo 2011 – Actualizado 11 Mayo 2011, 14:07
Javier Navarro

La teoría de juegos es una rama de la economía que estudia las decisiones en las que para que un individuo tenga éxito tiene que tener en cuenta las decisiones tomadas por el resto de los agentes que intervienen en la situación. La teoría de juegos como estudio matemático no se ha utilizado exclusivamente en la economía, sino en la gestión, estrategia, psicología o incluso en biología.

En teoría de juegos no tenemos que preguntarnos qué vamos a hacer, tenemos que preguntarnos qué vamos a hacer teniendo en cuenta lo que pensamos que harán los demás, ellos actuarán pensando según crean que van a ser nuestras actuaciones. La teoría de juegos ha sido utilizada en muchas decisiones empresariales, económicas, políticas o incluso para ganar jugando al póker.
Para representar gráficamente en teoría de juegos se suelen utilizar matrices (también conocidas como forma normal) y árboles de decisión como herramientas para comprender mejor los razonamientos que llevan a un punto u otro. Además los juegos se pueden resolver usando las matemáticas, aunque suelen ser bastante sofisticadas como para entrar en profundidad.
Historia
Aunque hubo trabajos anteriores la teoría de juegos empieza con un estudio de Antoine Augustin Cournot sobre un duopolio en el que se llega a una versión educida del equilibrio de Nash ya que se alcanza poco a poco el nivel de precios y producción adecuado. Más tarde se podría decir que el fundador de la teoría de juegos formalmente hablando fue el matemático John von Neuman, el mismo del proyecto Manhattan.

Desde entonces algunos economistas han sido galardonados con el Nobel de Economía por sus trabajos sobre el tema. Destaca Nash, conocido por la película “Una mente maravillosa” y porque es en el equilibrio de Nash dónde se basan muchas conclusiones que se han tomado sobre teoría de juegos aplicada a la vida real.
Equilibrio de Nash
El equilibrio de Nash se alcanza en una situación en la que ninguno de los jugadores (o agentes) de un juego en el que hay dos o más jugadores, todos conocen los equilibrios de los demás, quieren cambiar unilateralmente su decisión porque cambiarla supondría empeorar su condición. Cuando todos los jugadores han tomado una decisión y no pueden cambiarla sin empeorar su bienestar, se considera que se ha alcanzado un equilibrio de Nash.
El equilibrio de Nash puede no ser Pareto eficiente (es decir, puede haber una situación en la que todos los jugadores incrementen su bienestar sin perjudicar a los demás). No obstante, en ocasiones el equilibrio de Nash es la única alternativa dadas las reglas del juego a pesar de que exista un óptimo de Pareto.
El equilibrio de Nash se ha utilizado para regular situaciones de competencia entre empresas y diseñar subastas de adjudicaciones públicas. Una legislación que tenga en cuenta el equilibrio de Nash puede evitar oligopolios, por eso en la legislación antimonopolio se suele buscar formas de evitar que se pacten precios entre las partes implicadas.
El dilema del prisionero
El dilema del prisionero es el ejemplo más típico de teoría de juegos. Supongamos que detienen a dos personas por delitos menores que les costarían a cada una dos años de cárcel. La policía sabe que han cometido uno peor, pero necesitan pruebas, supongamos que una declaración de uno de los dos.

Si ambos delatan al otro por el delito mayor irán seis años a la cárcel. Si uno delata y el otro no, el delator irá un año por colaborar y el otro irá diez años por el delito. Teniendo en cuenta que los prisioneros no pueden comunicarse entre ellos (están en habitaciones separadas) ¿qué harán?
Supongamos que somos uno de los dos prisioneros, no sabemos qué hará el otro por lo que el mejor de los casos es delatar al otro independientemente de lo que haga, ya que en ambas situaciones minimizamos los años de pena esperados en la cárcel. Si el otro nos delata iremos seis años en vez de diez y si no nos delata iremos uno en vez de dos.
Dado que el otro es igual de inteligente que nosotros, lo más probable es que llegue a la misma decisión. Al final lo que acaba pasando es que ambos acaban perdiendo seis años entre rejas, mientras que si hubieran cooperado hubieran sido sólo dos. La situación alcanzada es un equilibrio de Nash, porque ambas partes no pueden cambiar sin empeorar. Es decir, no se haya la mejor situación para las partes.
El dilema de Monty Hall
El dilema de Monty Hall es uno en el que el presentador de un programa de televisión ofrece al concursante elegir un premio que se encuentra tras una de las tres puertas. Dos de ellas contienen cabras y una de ellas un automóvil. El jugador elige una puerta, supongamos la primera y el presentador (Monty) abre la puerta número tres enseñando una cabra. Acto seguido nos ofrece cambiar la puerta ¿qué es mejor teniendo en cuenta que el presentador sabe que hay detrás de cada puerta?
La respuesta es que es mejor cambiar de puerta. Guiándonos por la estadística el presentador al abrir una puerta cerrada ha incrementado las posibilidades que tenemos de llevarnos el premio, pasamos de jugar con 33% de posibilidades al 66% porque en realidad el presentador aumenta nuestras posibilidades al 66% si cambiamos de puerta. Si permanecemos con la elegida nuestras posibilidades se mantienen en un 66%33%. En este enlace podéis encontrar una explicación en más profundidad de las matemáticas y en este otro un simulador (en inglés)
La teoría de juegos es una de las partes de la investigación económica reciente que más atención está atrayendo en los últimos años. Además sus aplicaciones prácticas han sido utilizadas en la práctica en multitud de ámbitos, como por ejemplo el del dilema del prisionero para regular y evitar situaciones de oligopolio. En el cine hemos visto ejemplos del dilema del prisionero en situaciones como las creadas por el Joker en El Caballero Oscuro

Meet Europe’s Left Nationalists

Meet Europe’s Left Nationalists
The rise of leaders like Sahra Wagenknecht and Jean-Luc Mélenchon marks a momentous turn against free movement in Europe—at the expense of immigrants.
By David Adler
January 10, 2019

In May 2016, at a conference for Germany’s left-wing Die Linke party, Torten für Menschenfeinde (“Pies for Misanthropes”) struck again. Sneaking up the side of the conference hall, a member of the anti-fascist organization threw a piece of cake at Sahra Wagenknecht, a prominent Die Linke member in the Bundestag. It was a direct hit: Wagenknecht’s face was covered in chocolate frosting, a streak of whipped cream extending from ear to ear.

Torten für Menschenfeinde targeted Wagenknecht for her vocal position against an open-border policy for Germany. Earlier that year, she challenged Chancellor Angela Merkel’s decision to accept more than 1 million refugees, arguing that Germany should impose limits on entry and deport those who abused German “hospitality.” The cake attack—which followed a cream-pie offensive against a member of the far-right Alternative for Germany—isolated Wagenknecht in her party, which had otherwise pledged support for Merkel’s policy.

Nearly three years later, however, Wagenknecht and her views on migration have gone mainstream, in Germany and across Europe. In September 2018, Wagenknecht and her husband, Oskar Lafontaine, founded Aufstehen (“Rise Up”), a political movement combining left-wing economic policy with exclusionary social protections. The movement has garnered over 170,000 members since its official launch; according to a recent poll, more than a third of German voters “could see themselves” supporting Wagenknecht’s initiative.

“I am tired of surrendering the streets to the [anti-Islam movement] Pegida and the Alternative for Germany,” Wagenknecht said at the launch event. Onstage, she was joined by allies in Germany’s Green Party and the Social Democratic Party. “As many followers of the political left as possible should join,” several Social Democratic politicians wrote in a joint statement.

By founding Aufstehen, Wagenknecht became a member of the new vanguard of left politics in Europe. In France, Jean-Luc Mélenchon leads La France Insoumise, a left-populist movement that has been critical of mass migration. “I’ve never been in favor of freedom of arrival,” Mélenchon has said, claiming that migrants “are stealing the bread” of French workers. He is now the most popular politician on the French left, widely considered the face of the opposition to President Emmanuel Macron and a champion of the Yellow Vest movement.

In the United Kingdom, Jeremy Corbyn leads the Labour Party and offers a radical vision of socialist transformation. And yet, although he was a vocal advocate for migrant rights during his tenure at Westminster, Corbyn has expressed deep skepticism about open borders as the party’s leader. “Labour is not wedded to freedom of movement for EU citizens as a point of principle,” Corbyn said, committing Labour to a policy of “reasonable management” based on “our economic needs.”

The rise of these left-nationalist leaders marks a momentous turn against free movement in Europe, where it has long been accepted as a basic right of citizenship.
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Forget The Communist Manifesto’s refrain that “the working men have no country”; the new face of the European left takes a radically different view. Free movement is, to quote Wagenknecht, “the opposite of what is left-wing”: It encourages exploitation, erodes community, and denies popular sovereignty. To advocate open borders, in this view, is to oppose the interests of the working class.

By popularizing this argument, these new movements are not just challenging migration policy in Europe; they are redefining the boundaries of left politics in a dangerous, and inopportune, direction. Over the next few decades, global migration is set to explode: By 2100, up to 1 million migrants will be applying to enter the European Union each year.

Right-wing populists have already begun their assault on migrants: In Italy, Deputy Prime Minister Matteo Salvini has called for “mass cleaning,” while Hungarian Prime Minister Viktor Orbán has proposed that recent arrivals should be sent “back to Africa.” As left-nationalist movements charge ahead in the polls, it is not immediately clear who will challenge their pessimistic view of migration and fight for the right to free movement.

In April 1870, Karl Marx wrote a letter to two German migrants in New York City, imploring them to “pay particular attention” to what he called “the Irish question.”
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“I have come to the conclusion,” Marx wrote, “that the decisive blow against the English ruling classes cannot be delivered in England but only in Ireland.” For Marx, Ireland would play a decisive role because of its mass emigration—the Mexico of its time. “Ireland constantly sends her own surplus to the English labor market, and thus forces down wages and lowers the material and moral position of the English working class,” Marx continued. “It is the secret by which the capitalist class maintains its power.”

In the century and a half since, Marx’s letter has become a key reference point for the left critique of free movement. The passage is cited as evidence of a fundamental tension between the traditional goals of the left—equality, solidarity, working-class power—and a policy of open borders. “Karl Marx identified that fact a long time ago,” announced Len McCluskey, general secretary of Britain’s Unite the Union and a close ally of Jeremy Corbyn, in 2016.

But critics of free movement often neglect to mention Marx’s conclusions: “Given this state of affairs,” he wrote, “if the working class wishes to continue its struggle with some chance of success, the national organizations must become international.”
Borders And The Left
The Nation
There Is No Left Case for Nationalism

Atossa Araxia Abrahamian

Marx’s analysis of mass migration did not lead him to advocate harder borders. Instead, it made him support international mobilization to protect workers’ rights in a world of free movement.

After all, Marx himself was a triple émigré: He fled Prussia to Paris, faced exile from Paris to Brussels, and—after a brief incarceration by the Belgian authorities—found his way to London. And he was hardly a model immigrant: Poor, sick, and a notorious procrastinator, Marx was much more of a scrounger than a striver, leeching off the largesse of Friedrich Engels.

As such, Marx had little sympathy for the “ordinary English worker,” who “hates the Irish worker as a competitor who lowers his standards of life.” The solution to the Irish question was not to bow to these prejudices, he argued, but to dissolve the antagonism between the various camps of the working class. “A coalition of German workers with the Irish workers—and of course also with the English and American workers who are prepared to accede to it—is the greatest achievement you could bring about now,” he advised.

Following Marx, the concept of left internationalism came to be associated with support for free movement on both ethical and strategic grounds. Ethically, open borders gave equal opportunity to workers of all nationalities. More important, the movement of people across borders created new opportunities for a coordinated challenge to capitalism. Internationalists like Marx supported free movement for the same reasons they supported free trade: It hastened the pace of history and heightened capitalism’s contradictions.

“There can be no doubt that dire poverty alone compels people to abandon their native land, and that the capitalists exploit the immigrant workers in the most shameless manner,” wrote Vladimir Lenin in 1913. “But only reactionaries can shut their eyes to the progressive significance of this modern migration of nations…. Capitalism is drawing the masses of the working people of the whole world…breaking down national barriers and prejudices, uniting workers from all countries.”

Back in Lenin’s day, a very similar debate over the merits of migration was roiling through the European left. But while the pessimistic view of Wagenknecht and other left nationalists has now taken hold in many parts of the continent, Lenin’s, at the time, prevailed.
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At the 1907 Congress of the Second International in Stuttgart, Germany, leaders of the Socialist Party of America introduced a resolution to end “the willful importation of cheap foreign labor.” Morris Hillquit, a founder of the party, argued that migrants from Asia—the “yellow races,” unlike those from Europe—amounted to a “pool of unconscious strikebreakers.” The convention rejected the resolution: “The congress does not seek a remedy to the potentially impending consequences for the workers from immigration and emigration in any economic or political exclusionary rules, because these are fruitless and reactionary by nature.”

Lenin would never forget the incident. In a 1915 letter to the Socialist Propaganda League of America, he called out the American socialists for their efforts to restrict Chinese and Japanese migration. “We think that one can not be internationalist and be at the same time in favor of such restrictions,” he wrote. “Such socialists are in reality jingoes.”

By the time of Lenin’s letter, of course, Europe’s great powers had been whipped into a frenzy of nationalist violence. In the First World War, British soldiers sang “Rule, Britannia,” the Germans sang “Deutschlandlied,” and they all marched to their deaths. Even the Social Democratic Party of Germany—a key player in the Second International—voted in favor of the war. Citing the need for national self-defense, large swaths of the European left abandoned the cause of open borders.

But by the end of the next world war—which left another 80 million people dead and 60 million more displaced—support for free movement had moved from the margins of the left into the heart of the postwar political establishment. When the United Nations convened in Paris to draft its Declaration of Human Rights in November 1948, the committee considered mobility a matter of “vital importance.” “Freedom of movement was the sacred right of every human being,” commented the representative from Chile. “The world belongs to all mankind,” added the representative from Haiti.

The architects of the European Union took this view of free movement as fundamental to the project of European integration. In the 1957 Treaty of Rome, which laid the foundations for a union in Europe, diplomats and ministers included the “freedom of movement for workers” as one of the four freedoms—alongside those of goods, services, and capital—that would govern the European Economic Community. This decision sought to encourage Europe’s reconstruction by enabling workers to move where they were needed most.

Over the next three decades, this fourth freedom shifted from a provisional economic measure to a right of European citizenship. The 1985 Schengen Agreement eliminated internal borders and the customs checks that went along with them; the 1992 Maastricht Treaty established a European Union citizenship that guaranteed free movement on the basis of personhood, not participation in the labor force.

Such was the grand ambition of the Socialist French president François Mitterrand. “It is to turn the whole of Europe into one space,” he announced in a televised Bastille Day interview in 1990. “Now the barriers and the walls have collapsed. The storm is not over…but we are getting there.”

The transformation of free movement from a radical demand to a pillar of EU governance was critical to the emergence of left nationalism in Europe. Since the Maastricht Treaty—signed and celebrated by socialists like Mitterrand—the hope for the European Single Market as a force of social cohesion has largely failed. Today, the European Union looks less like a workers’ utopia and more like a neoliberal fortress: demanding, enforcing, and policing a free-market order. Banks, corporations, and investors may be free to move their capital across the continent, but national governments are not free to implement policies that address their local needs. It is out of this contradiction—and Mélenchon’s view that the EU is a “totalitarian project”—that the new left vanguard has formed.
Europe’s Most Outspoken Cosmopolitan
The Nation
Yanis Varoufakis’s Internationalist Odyssey

Atossa Araxia Abrahamian

In short, the terms of radicalism have changed. A century ago, left movements advocated international integration as the answer to “bourgeois chauvinism under the guise of patriotism,” as Lenin put it. Today, they advocate national devolution as the answer to the unfettered power of globalized capital.

Both approaches aim to challenge capitalism and advocate a fairer redistribution of resources; the latter, though, views international institutions as instruments of capitalism rather than as potential vehicles for worker power. Its goal, best expressed by the left-wing advocates of Brexit, is to take back control from those institutions: “a once-in-a-lifetime window of opportunity” for a “radical break with neoliberalism,” as Thomas Fazi and William Mitchell, authors of Reclaiming the State, wrote in their 2018 Jacobin article “Why the Left Should Embrace Brexit.” As a result, for these critics, the right to free movement is the sacrificial lamb in a radical break with the European Union.

Fazi and Mitchell, for example, don’t mention migration once in their 3,000-word brief for embracing Brexit. In their framework, the priority is first and foremost to build a socialist economy, which they claim is impossible within the constraints of the single market. Migrants, then, are collateral damage.

Most left nationalists in Europe don’t stop there, however; they view the demise of free movement as a worthy end in itself. These critiques can be broadly divided into three types: economic, cultural, and political. And all of them aim to justify the introduction of new border controls.

The most prominent of these critiques, building on Marx’s 1870 letter, rejects free movement on the basis of worker exploitation. “The state has a duty to protect men and women from foreign workers who take their jobs away for lower pay,” said Oskar Lafontaine, co-founder of Aufstehen, in a defense of border controls in 2005. Likewise, in a Guardian op-ed supporting Jean-Luc Mélenchon’s 2017 presidential bid, Cambridge lecturer Olivier Tonneau asserted that the “noble principle of freedom of movement” had been “perverted into forced economic migration, which undercut wages and stirred tension between peoples.”

Jeremy Corbyn makes a similar argument. After the Brexit referendum, Corbyn laid out his opposition to free movement in the European Union. “If freedom of movement means the freedom to exploit cheap labor in a race to the bottom, it will never be accepted in any future relationship with Europe,” he wrote.

The problem is that there is virtually no evidence to support the claim that foreign workers depress wages and discourage the employment of native workers. In a landmark report in September 2018, the United Kingdom’s Migration Advisory Committee found that “migrants have no or little impact on the overall employment and unemployment outcomes of the UK-born workforce.” In fact, it added, “there is some evidence to suggest that skilled migrants have a positive impact on the quantity of training available to the UK-born workforce.” The findings in Britain echoed those of the Organization for Economic Cooperation and Development, which found in 2014 that migration “contributes to spur innovation and economic growth” and that migrants give more in taxes than they take in benefits.

“Crudely,” wrote economist Jonathan Portes in a recent article summarizing two decades of his research, “immigrants are not taking our jobs.”

The real threat to labor standards is not freedom of movement, but rather its restriction. And as countries like the United States have learned time and time again, harsh border controls are not effective deterrents to migration: According to a 2007 study in the journal Regulation & Governance, border enforcement has had “remarkably little influence on the propensity [of people] to migrate illegally to the USA.”

Upon their arrival, unauthorized migrants are vulnerable to exploitation, undermining the entire labor market—exactly the problem that the restrictionists identify. Unauthorized labor is largely off the books, and without legal protections, the people performing it lack bargaining power against their employers. One wide-ranging study found that 37 percent of unauthorized migrants in the United States suffered minimum-wage violations, compared with 21 percent of authorized migrants, while 85 percent of unauthorized migrants were not paid overtime, compared with 67 percent of their documented counterparts.

On a more conceptual level, the economic critique fails to hold together. In making the case for managed migration, many people distinguish between two classes of migrants: economic migrants in search of work, and asylum seekers in need of refuge. The latter pose a humanitarian concern, which many left nationalists are (for good reason) happy to accommodate, while the former threaten the labor market and therefore merit tighter regulation. “When we are talking about economic migration,” Labour MP and UK shadow secretary for international trade Barry Gardiner told the BBC, “the economy has to work in favor of the British people and the British public.”

Under closer examination, this distinction falls apart. Every day, scores of young men arrive in Southern Europe after harrowing journeys from their homes. But the European Union draws a hard line between those worthy of asylum and those migrating for economic opportunity. Boys from Syria—who are recognized as refugees of war—tend to receive asylum swiftly, while boys from Pakistan have little hope of it, despite the fact that many have fled similar levels of violence. “Migration is something that people do to try to survive,” Jeremy Corbyn once told the House of Commons. “Every case is a human story.”

The cultural critique doesn’t bother with this distinction. Rather, it takes aim at all migration on the basis that it erodes, dilutes, or otherwise undermines national culture. Free movement is “not also a principle of socialism,” wrote the left-wing British journalist Paul Mason in 2017. “It says to people with strong cultural traditions, a strong sense of place and community (sometimes all they have left from the industrial era) that ‘your past does not matter.’” By calling their heritage into question, then, migration threatens to incite even stronger xenophobia among working-class communities.

Yet there is very little empirical basis for these claims, either. In case after case—from the Brexit vote to Germany’s general election last year—areas with the fewest migrants have expressed the strongest cultural grievances. And research suggests that contact between different communities—gay and straight, black and white, Shia and Sunni—is actually a route to more solidarity, not less. A meta-analysis of 713 independent samples from 515 studies concluded that contact “typically reduces intergroup prejudice.” In other words, if the goal is to reduce xenophobia, borders are not the solution; interaction is.

The very fact of anti-immigrant attitudes in Europe often leads to a political critique: European citizens never had a full say on the rules that would govern their union, whether on immigration or environmental regulation. The principle of free movement is meaningless in the absence of democratic support for it, this argument goes. And, once again, we find a rationale for exiting the European Union: Only then will voters be able to shape their own political future.

But while some people advocate exit as a pretext to curb migration, others, like Costas Lapavitsas, a former member of the Greek Parliament for Syriza and author of The Left Case Against the EU, view it as a way to reconstitute a fairer, more global kind of free movement. The freedom to move within the EU is, in fact, premised on restricting free movement into it—a system known as “Fortress Europe.” Rather than reforming the EU from the inside and defending and extending the principle of free movement, these critics believe that exit is the best route to a more humane immigration policy. In other words, they want to destroy free movement in order to save it.

Such critics often consider themselves to be internationalists, tweeting support for sister parties and crisscrossing the continent to speak on their panels. But make no mistake: This isn’t your grandfather’s internationalism. It has little in common with Lenin’s optimistic view of migration “uniting workers from all countries.” It hinges on a decidedly nationalist desire to claw back national sovereignty, to undo the excesses of liberalization, and to reclaim the borders of the nation-state.

Mélenchon, for his part, has stopped playing the “Internationale” at his public rallies. He prefers to fly the Tricolore and sing “La Marseillaise” instead.

The new left-nationalist vision emerging in Europe is not shared worldwide. Over the last decade, pundits and politicians have frequently pointed out the similar trajectories in Europe and the United States. The 2008 financial crisis exposed the deep interconnections between their banking systems, while the populist earthquake of 2016 revealed the shared fault lines in their democracies.

But one of the most striking patterns in the migration debate is the divergence in attitudes on the two sides of the Atlantic. While the left vanguard in Europe backtracks on its support for immigration, support on the American left is surging. In 2006, 37 percent of Democrats believed that immigration to the United States should decrease, while 20 percent believed that it should increase. In 2018, only 16 percent of Democrats believed that immigration should decrease, while a whopping 40 supported its increase. Compare that with Britain, where 49 percent of Labour voters think that immigration is too high, and a microscopic 5 percent think it’s too low.

The rapid rise in support for immigration on the American left marks a historic role reversal. Recall the 1907 Congress of the Second International, where the Socialist Party of America’s motion to restrict immigration was dismissed by its European counterparts.

Today, there is virtually no Democratic politician who offers a tough line on immigration. Within the Democratic Party’s progressive wing, in particular, we find a vigorous defense of migrant rights and a call to abolish immigration-enforcement agencies altogether—a far cry from the criticism of free movement flourishing in Europe. As Labour MP and shadow home secretary Diane Abbott stressed in her remarks at the Labour Party’s conference in September: “Real border security…that is what Labour stands for.”

What explains this sudden divergence in transatlantic attitudes? And what can it tell us about the left-nationalist case against free movement?

One plausible driver is demographics. Much has been made of the United States’ transition from a predominantly white country to a majority-minority one within the next three decades. Meanwhile, the fast-growing Latino community is also the most active in its pro-immigration movement. It is possible, therefore, that public opinion is simply shifting with the tides of American demography.

But the demographic story is insufficient to explain this transatlantic divergence. After all, the percentage of foreign-born residents in the United States is almost exactly the same as that in Germany or France—13.1 percent, 12.8 percent, and 11.7 percent, respectively. A country’s demographic profile, therefore, does not necessarily dictate its attitudes toward immigration. In any case, it is difficult to see how these long-term trends could produce such a sudden shift in attitudes.

Instead, the key factor is the electoral system around which these demographics change. In the United States, a polarizing two-party system has laid the groundwork for a full-throated defense of immigration from the left. As Republicans vow to “build the wall,” Democrats advocate breaking it down. As President Trump radicalizes the Immigration and Customs Enforcement agency, senators like Elizabeth Warren and Kirsten Gillibrand call for its abolition. As a Republican administration detains migrant children, the Democratic Party demands amnesty for them. In short, the politics of immigration is a politics of opposition.
Deportation = Death
The Nation
Washington Trained Guatemala’s Mass Murderers—and the Border Patrol Played a Role

Greg Grandin and Elizabeth Oglesby

“America’s views on immigration have changed more over this short period than at any time in any other country in history,” says political scientist Rob Ford of the University of Manchester. “It would suggest, paradoxically, that harsh migration policies create the conditions for a radical turn in a pro-immigration direction.”

Ford’s comments should provide a measure of cold solace to immigration advocates in Europe. As far-right parties come to power across the continent—creating an anti-immigrant “axis” from Berlin to Vienna to Rome, as Austrian Chancellor Sebastian Kurz eerily described it—so the terms of left opposition may once again tilt in favor of free movement. In their own way, by seeking to destroy the right to freedom of movement, the European alt-right may end up saving it.

But the extent of the divergence between the European and American cases raises fundamental questions about how we define the left today. What does it mean that Democrats associate the European economic critique of free movement with their Republican enemies, or that they associate the European cultural critique of free movement with the emergent alt-right marching through cities like Charlottesville, Virginia?

On International Human Rights day in 2017, Jeremy Corbyn delivered a speech at the United Nations’ Geneva headquarters in which he laid out his vision for a new global system based on “cooperation, solidarity, and collective action.” The present migration crisis, he argued, has been fueled by a mix of economic inequality, war, and climate destruction, and its solution lies in addressing those underlying causes.

“European countries can, and must, do more as the death rate of migrants and refugees crossing the Mediterranean continues to rise,” Corbyn said. “But let us be clear: The long-term answer is genuine international cooperation based on human rights, which confronts the root causes of conflict, persecution, and inequality.”

Yet even in this vision, freedom of movement still appears suspect. At best, it distracts us from the true solution—a Band-Aid under which the real problems of the world continue to fester. At worst, it numbs us to injustice by celebrating migration instead of condemning the conditions that force people to migrate. “People do not leave for pleasure,” Jean-Luc Mélenchon said in 2017. “Exile is suffering.”

Mélenchon is certainly correct, as is Corbyn in his insistence that we must tackle the root causes of the crisis. The big problem here is that no amount of international coordination will significantly reduce migration in our lifetime. Before the end of this century, up to 2 billion people could be forced to migrate on account of rising sea levels alone. Even if Europe’s entire left vanguard were to come to power and make good on its promises, families around the world would continue in their relentless pursuit of a safer or better life abroad.

Sahra Wagenknecht has described the policy of free movement as “naïve.” But the evidence suggests that hard borders threaten international solidarity, not strengthen it; fortify inequality, not decrease it; and inflame xenophobia, not reduce it. Europe’s new left nationalists may not grasp the likely results of their attempts to curtail free movement: scores of deaths on the sea, an explosion of slums at the borderlands, the continued economic exploitation of desperate migrants, and an increasingly militarized system of passport apartheid.

This is Corbyn’s formulation flipped on its head. In the short term, migration controls might win some votes and throw some sand in the gears of international capitalism. But over the long term, such controls can become their own root causes of conflict, persecution, and inequality.

For now, activists—not political parties—are shouting the loudest in support of open borders. At the Labour conference in September, the Labour Campaign for Free Movement passed out thousands of flyers to attendees. In Berlin, demonstrators marched against the far right under the banner of “Global Freedom of Movement.” For their part, the pie throwers have called for a Tortaler Krieg—total cake warfare—until Germany’s leaders heed their call. “No activist wants to throw a pie at a politician,” they insist. “But a cream pie is a last resort…. The pie throw is the last measure at the border of humanity.”

El análisis de coyuntura como metodología de análisis político

EL ANÁLISIS DE COYUNTURA COMO METODOLOGIA DE ANALISIS POLÍTICO.
Manuel Ramírez Casillas.
Universidad Iberoamericana
UAEM, núm. 3, Junio 1993, pp. 47- 57
1. INTRODUCCION
En este trabajo presentamos algunas ideas en torno al Análisis de Coyuntura (AC) como metodología de análisis político (MAP) a partir de la cual podemos realizar un análisis del presente, desde una perspectiva histórico/política; así como también se desarrollan algunos de los supuestos que dan cuerpo a este instrumento analítico, para concluir con el tema del AC frente a otras metodologías y sus perspectivas y posibilidades como tal.
Se esbozan algunas propuestas de interpretación en torno a la crisis del marxismo y su refuncionalización, en la medida en que es desde esta situación, donde se están gestando las posibilidades de recuperación del AC como tal.
2. ANÁLISIS DE COYUNTURA COMO UN ANALISIS DEL PRESENTE
Analizar la realidad significa tener una preocupación por transformarla o por incidir en ella. El análisis de coyuntura (AC) es un análisis del presente y como tal nos plantea toda una serie de problemáticas para su construcción. Este tipo de análisis significa desarrollar un tipo de conocimiento histórico político (1).
Este conocimiento histórico político es el que nos interesa, es decir, aquel que tiene como punto de partida al sujeto y sus prácticas sociopolíticas.
En este sentido el análisis de coyuntura es ante todo parte de un tipo de conocimiento que persigue un interés: incidir o transformar la realidad.
Se trata entonces de un análisis de los sujetos en su praxis, es decir en cómo construyen su historia, en términos de estrategias y proyectos. En este sentido
podríamos retomar la idea de que la historia es entonces una serie de coyunturas que significan los momentos de inserción de las prácticas proyectos de los diferentes sujetos sociales (2).
Retornemos de aquí entonces, los elementos indispensables para entender el carácter de lo político: los sujetos, como tales desean darle una direccionalidad a la realidad de acuerdo a sus proyectos e intereses, se trata de una intervención intencional, de corte estratégico articulada a una lógica ético/política.
En este sentido, lo político es la historia real, la posibilidad concretizada en base de proyectos que se disputan entre diversos sujetos para imprimirle una orientación a la misma. La propuesta de Zemelman es interesante, en la medida en que nos observa que la posibilidad de esta acción política, solamente es factible como potencialidad, como algo que se construye y que no está determinada de antemano.
En este sentido, el análisis de coyuntura, como análisis de lo político, significa un esfuerzo por captar la concreción histórico/estructural de una correlación de fuerzas, que si bien se manifiesta en el presente, hunde sus raíces en relaciones de poder profundas, las cuales sin embargo pueden ser detectadas en un momento coyuntural. De ahí que, analizar el momento del presente es diagnosticar los mecanismos a través de los cuales se está gestando esta intervención política o en otras palabras, ubicar, al interior de un complejo de relaciones de poder, los mecanismos, sus variaciones y matices, que posibilitan determinada sujeción y/o confrontación entre los sujetos.
Por ello se ubica a lo político como plano de análisis que reconoce como su núcleo básico la conjugación entre sujeto y proyecto, lo que se expresa materialmente en el juego de tácticas y estrategias que encuadran la dinámica de los sujetos al interior de las estructuras políticas (3). Además de estas últimas, es sin duda que en los conflictos de corto plazo también tienen que ver con esta dinámica.
Desde esta perspectiva se trata de reconocer las posibilidades reales que se tiene como sujetos sociales para incidir. Es un análisis concreto de las situaciones concretas (4). Se trata de medir la relación de fuerzas (5).
3. SUPUESTOS QUE DAN SUSTENTO AL AC COMO METODO DE ANALISIS POLITICO (MAP)
3.1 El método del Análisis de Coyuntura y la perspectiva metodológica.
Como reconstrucción de las relaciones y como análisis del presente es una opción analítica que puede ayudamos a discernir entre lo que es viable y deseable, ya que son los sujetos, algunos con mayores posibilidades que otros, los que generan, bajo determinadas condiciones histórico políticas, proyectos y estrategias de intervención. Para logar esto es indispensable partir de un concepto de realidad acorde a las características señaladas.
Desde la propuesta de Zemelman, la realidad puede verse en tres perspectivas: la del movimiento, la de la articulación de procesos y la de la direccionalidad.
En la primera se nos habla de dos dinamismos, el estructural y el coyuntural. La diferencia entre uno y otro está en que ubica al primero como un producto independiente de la praxis de los sujetos, mientras que al segundo lo entiende como producto de la voluntad y de la acción directa, histórico/ política de los mismos sujetos. En esta perspectiva, la coyuntura pertenece más a momento de la política o sea al de la intervención de los sujetos.
En la articulación de procesos nos manifiesta que la realidad está comprendida por diferentes niveles y la necesidad de relacionarlos. Esto significa ubicar la temporalidad y por lo tanto la dinámica que adquiere y tiene cada uno de éstos.
Por último, la direccionalidad la entiende como “las tendencias objetivamente posibles”, esto quiere decir que el sujeto, frente a una realidad estructurada, define y elabora proyectos de acción e intervención, de este juego se producen opciones reales en términos de tendencias.
De acuerdo a lo expuesto anteriormente, el AC tiene como objeto de análisis y reflexión, uno de los dinamismos de la realidad, es decir aquellos procesos políticos, ejercicio del poder y las relaciones de poder, que se manifiestan en estrategias y tácticas, en correlaciones de fuerzas o sea con la praxis sociopolítica de los sujetos en el presente.
A partir de aquí se inicia una reconstrucción de las articulaciones de los diferentes procesos que comprenden a los fenómenos coyunturales, es decir de los acontecimientos que generan estos sujetos en la búsqueda de construir una estrategia de dominación. En esta línea es que el AC puede ayudamos a discernir entre lo viable y lo deseable, en la medida en que logre una reconstrucción de lo “potencialmente posible” y de las estrategias que buscan aprovechar estas condiciones para convertirse en dominantes.
En esta perspectiva el AC nos ofrece, entonces, un conocimiento del presente en la medida en que se inscribe en una concepción acerca de la realidad que supone que ésta está en movimiento, que la entiende también como una articulación de procesos y que en ella se puede identificar cierta direccionalidad.
Estos elementos son claves para el AC como MAP.
3.2. A nivel epistemológico.
Se plantea una cuestión primordial en el AC: ¿Cómo medir la correlación de fuerzas? es decir, ¿cómo observar empíricamente las relaciones de poder y las estrategias de los sujetos? ¿Cómo descubrir las tendencias objetivamente posibles?
Desde el AC se piensa que esto es factible, ya que se puede realizar una construcción o sea una operacionalización de estos conceptos y encontrar los datos suficientes que puedan mostramos estas relaciones.
El punto de partida es que se trata de una construcción que requiere de una investigación empírica que posibilite el conocimiento de lo concreto, sin perder su articulación con los aspectos teóricos.
Esta situación debe cuidar, en palabras de Zemelman: “la apertura del pensamiento hacia lo real objetivo; el control de los condicionamientos teóricos, experienciales y/o ideológicos e impulsar la búsqueda del contenido específico de los elementos reales” (6).
Esto quiere decir que el manejo de información empírica debe orientarse por la reconstrucción de los acontecimientos que nos permitan visualizar las
relaciones de fuerza, sin que esta construcción obstaculice nuestra teoría, experiencias o ideología. Sin duda alguna se trata de una tarea de gran dificultad, en la medida en que estamos tratando de encontrar las manifestaciones de las relaciones de poder en un momento concreto es decir en una coyuntura.
Esta situación es de gran importancia en cuanto que el AC se articula a una teoría social que promueve la interpretación de la realidad desde tesis y conceptos definidos. Al articularse a las propuestas anteriores puede manejar con mayor flexibilidad los conceptos centrales desde los cuales se está dando la posibilidad de interpretación.
Así, el concepto de sujeto se reconstruye en la medida en que ya no se habla de dos clases protagonistas, sino más bien se recupera la presencia de los sujetos y se intenta descubrir sus perspectivas como tales, es decir se debe mantener una apertura hacia la realidad controlando nuestros planteamientos teóricos e intentando descubrir si existen realmente estos elementos que llamamos sujetos.
En este sentido, el AC, al ubicarse como una herramienta analítica que puede proporcionar datos concretos sobre la constitución social y política de los sujetos en determinadas situaciones, contribuye a la reconstrucción del concepto de sujeto en la misma teoría social marxista. Sin duda alguna que es un aporte, ya que por otro lado el análisis de tipo histórico/estructural complementa esta actividad de reformulación conceptual por la que atraviesa actualmente la teoría social marxista.
3.3 El concepto de historia y sujeto en el AC.
Como ya lo señalamos en párrafos anteriores, historia y sujeto son dos conceptos que en la teoría social marxista están en crisis y refundamentación.
Respecto al primero, en el marxismo, se concibe a la misma bajo una idea de cierta finalidad o sea que existe un fin predeterminado, la realización de una sociedad más justa y humana que recibe por nombre el de socialismo o comunismo.
Como parte de este concepción, se ubicó que el sujeto protagonista de esta historia sería el proletariado, dado su papel revolucionario que le viene dado por su posición en el sistema capitalista, de acuerdo a determinadas relaciones de producción. Así el agente histórico de una historia escrita de antemano tenía ya definido su papel, sólo bastaba el desarrollo de los acontecimientos.
En esta lógica, para el marxismo clásico, se ubica al AC como una metodología que se utilizó para descubrir los momentos coyunturales en los cuales un sujeto histórico podría acumular fuerzas para derrocar al sistema capitalista. Esta posición requiere de ser matizada. Si bien no se puede dejar de lado la perspectiva del sujeto, ni de la historicidad del mismo, tampoco se puede sostener la idea de que sea el proletariado el agente histórico de cambio.
De aquí que se tenga que pensar en otro punto de partida, es decir repensar la historia y a los sujetos en proceso de construcción, es en cierta forma una descentralización, ya que no se tiene la certeza de que exista un sujeto histórico ni una finalidad histórica; sin embargo no se puede dejar de lado la idea de que hay una participación de los sujetos en la historia ni mucho menos que no exista una preocupación ética, utópica y por lo tanto una perspectiva de una sociedad diferente.
Estos supuestos nos pueden permitir un ejercicio de análisis de la coyuntura más flexible, ya que no lo articularíamos de principio con una concepción cerrada y delimitada de la historia y del sujeto histórico.
Así a través del AC buscaríamos detectar la conformación específica y concreta de esos sujetos a través de sus proyectos y estrategias. Desde la otra propuesta, estaríamos tratando de comprobar lo que ya estaba definido de antemano.
Descubrir el carácter de las acciones políticas y su capacidad para elaborar estrategias y tácticas frente al ejercicio de determinado poder o para constituir un sistema de dominación es penetrar en las posibilidades reales que tienen para convertirse en sujetos.
Es entonces el carácter de lo político lo que nos permite entender la formación de un sujeto determinado, ya que no basta el papel que juega en determinadas
relaciones de producción, se trata de encontrar sus posibilidades políticas y por lo tanto sus perspectivas de acción y participación, resistencia, oposición o colaboración / reproducción de un sistema de dominación determinado.
La primacía de lo político es entonces el nexo entre historia y sujeto. En este sentido el AC nos ofrece una posibilidad para entender específicamente como se está presentando en el presente esta relación.
3.4. El concepto de política que sustenta al AC
También en este apartado se presenta un cambio. Se requiere pasar de un concepto restringido de la político para incluir uno que podría denominarse como ampliado.
Para la teoría social marxista concebir la política era manejar un concepto de poder que se encontraba en un lugar determinado, fundamentalmente el Estado. Complementa esta concepción la propuesta de que es el partido político quien asumiría el papel de conductor de este proceso de toma del poder.
En el momento actual no se puede sostener esta interpretación. Se requiere de asumir una concepción ampliada de la política, es decir pasar de la idea de poder a la de relaciones de poder.
Para Foucault se trata de “que el conjunto de las relaciones de fuerza existentes en una sociedad dada constituye el dominio de la política y que una política es una estrategia más o menos global que intenta coordinar y darles un sentido a estas relaciones de fuerza…(ya que éstas) implican en todo momento una relación de poder que en cierto modo su forma momentánea y cada relación de poder reenvía, como a su efecto, pero también como a su condición de posibilidad a un campo político del que forma parte” (7).
En la propuesta de este autor, ejercicio del poder y relaciones de poder son cosas distintas, ya que el primero se refiere a: “un modo de acción de algunos sobre otros…el poder sólo existe en acto aunque, desde luego, se inscribe en un campo de posibilidades dispersas, apoyándose sobre estructuras permanentes” (8).
Respecto a las segundas, las entiende como una articulación en donde existen: “dos elementos, ambos indispensables para ser justamente una relación de poder: que el otro (aquel sobre el cual ésta se ejerce) sea totalmente reconocido y que se le mantenga hasta el final como un sujeto de acción y que se abra, frente a la relación de poder, todo un campo de respuestas, reacciones, efectos y posibles invenciones” (9).
A partir de aquí se asume la propuesta de una descentralización de la política del concepto de poder o sea de su racionalidad materializada en una instancia denominada Estado o en el enfrentamiento de dos clase protagónicas: burguesía y proletariado, junto con la omnipresencia de un partido político como mediador indispensable para la toma de este poder.
En términos de Buci-Glucksman se trata de que la política sufra una transformación en base a su:
a) Deslocalización exclusiva, en donde cada relación de poder que pone en juego una hegemonía es política. Desde que hay relación entre gobernantes y gobernados (entre clases, sexos, mayoría y minoría, enseñantes y enseñados, etc) hay política;
b) Su desformalización implícita, pensando siempre la política en un solo modo positivo de la dominación coerción o de la legitimación de una dominación de acuerdo con las dos modalidades del centauro de Maquiavelo (fuerza y consentimiento) se permanece prisionero en un cierto modelo de orden que ha regido la ciencia política clásica;
c) Su deskeynestización impuesta y por consecuencia el relanzamiento de una política a distancia del Estado” (10).
Así tenemos que repensar la política y partir, además del ejercicio del poder, de las relaciones de poder, ya que en gran medida estas permean todo el tejido social. En otras palabras se trata de observar cómo se constituye la dominación a partir de las relaciones de fuerza. En lo que se refiere al primero, encontramos que hay una gran limitación, en las segundas se encuentra un juego de resistencia y oposición.
Se presenta así, una articulación entre relaciones de poder y estrategias, que en palabras de Foucault significa que: “toda estrategia de enfrentamiento sueña con convertirse en relación de poder, y toda relación de poder se inclina a convertirse en una estrategia victoriosa, tanto si sigue su propia línea de desarrollo como si choca con resistencia frontales” (11) .
Así, el concepto de política ampliado significa una recuperación de relaciones sociales que habían sido excluidas y que no habían sido tomadas en cuenta, en gran medida por que se operaba con un concepto de política restringido.
De aquí que recuperar propuestas como las de ejercicio de poder, relaciones de poder y estrategias nos permiten una visión diferente de la política y por lo tanto de su análisis.
El AC como tal, debe articularse a una concepción ampliada de la política, ya que a partir de ésta, puede lograr una reconstrucción de las relaciones de fuerza y de poder con mayor precisión, ya que se trata de reconstruir una articulación entre resistencia y dominación, pues como lo indica Foucault: “no hay una relación de poder sin resistencia, sin escapatoria o huida, sin un eventual riesgo. Toda relación de poder implica, pues por lo menos, virtualmente, una estrategia de lucha” (12).
A final de cuentas el AC busca la medición de la correlación de fuerzas, la debilidad o fortaleza de determinados sujetos para actuar e intervenir en la realidad o sea para la construcción de una estrategia dominante.
Para realizar esto requiere de un concepto de poder descentralizado que posibilite la visualización de la complejidad de las relaciones sociales en la sociedad actual, para que desde ahí se pueda precisar su reconstrucción. Es factible que un concepto ampliado de poder posibilite esta apreciación y reelaboración del concepto de política al interior de una teoría social marxista que está en reestructuración.
4. Perspectivas del AC frente a otras metodologías de análisis político.
4.1 Frente a otras metodologías.
Respecto a otras metodologías como son la teoría de escenarios y la de los juegos, el AC tiene cosas en común y diferencias marcadas que nos permiten una interpretación diferente del fenómeno del poder.
Dos cosas tienen en común estas metodologías:
a) Ser parte de un esfuerzo racional por intervenir en la realidad; b) son herramientas que se utilizan para la toma de decisiones en el corto y mediano plazo. Se trata de abordar la realidad desde una perspectiva racional, es decir se trata de que en la teoría de escenarios, en la de juegos y AC la construcción sea en base a una acción racional de los sujetos que llevan a cabo este análisis, para así tomar decisiones y por lo tanto determinadas acciones.
La toma de decisiones se convierte en un acto más racional, depurando otros elementos de carácter no racional en la construcción de las estrategias de acción.
De las diferencias entre estas metodologías, se pueden señalar, entre teoría de escenarios y de juegos frente al AC que:
a) En las primeras se trabaja con mayor asepsia política, ya que no se trata precisamente de elaborar un diagnóstico de las relaciones de poder o del ejercicio del mismo;
b) Las primeras se inscriben en la propuesta teórica del individualismo metodológico, lo que significa que la construcción metodológica depende de la capacidad racional individual;
c) Así, en ambas, la base de la elección está dada por el carácter racional de los individuos esto significa que existe, en estas propuestas, una interpretación de que su objeto de estudio está ordenado racionalmente y de que quien lo analiza es parte de esta racionalidad; en teoría de juegos, la probabilidad de elección de determinadas estrategias está dada por el carácter racional o sea la capacidad de elección que tengan los individuos para discernir frente a diferentes opciones, se presenta esta propuesta de tal forma que sólo es una acción de elección y no de poder.
d) En la teoría de escenarios encontramos una mayor preocupación por la
construcción racional de un futuro que por las opciones reales y potencialmente posibles del mismo. En esta perspectiva se pierde mucho de la diferencia entre lo viable y lo deseable; las posibilidades de la prospectiva, son factibles sólo en la medida en que se basen en tendencias reales y sobre todo cuando se tanga la capacidad para separar los deseos de los acontecimientos reales.
e) La mayoría de los escenarios que se construyen tienen serias deficiencias en cuanto se construyen bajo la suposición de la evolución de determinadas variables, objetivas o subjetivas. Logran una mayor aproximación cuando se refieren a las primeras como es el caso de los precios de determinados productos.
El problema es cuando se intenta definir el comportamiento de un actor político o social en el mediano y largo plazo, sobre todo cuando estamos hablando de un sistema de dominación como el nuestro en donde el comportamiento racional de los actores rompe con esta perspectiva.
Frente a estas metodologías, el AC puede retomar elementos que pueden ayudar a una reflexión analítica propia y específica. Se puede realizar una conjugación de estas propuestas de tal manera que sin caer en un eclecticismo, se revitalice el AC como propuesta metodológica. El AC puede incorporar la preocupación de la teoría de escenarios por la prospectiva, sin perder de vista que ésta puede construirse a partir del análisis permanente de las coyunturas.
Pensar en una prospectiva desde el análisis concreto de las situaciones concretas y no en base a especulaciones que muy probablemente no se va a realizar.
El AC puede retomar la propuesta de la teoría de juegos en cuanto a la dinámica racional que desarrollan los individuos para elegir de entre determinadas opciones sin que se desarticule de una preocupación ética-política.
4.2 Perspectivas del AC
De acuerdo a lo que hemos expuesto, las perspectivas del AC están dadas por la refundamentación de la teoría marxista en diferentes niveles: metodológico, epistemológico, político y teórico.
De esta situación depende su utilidad como herramienta de análisis histórico político, es decir como instrumento analítico del ejercicio del poder y de las relaciones de poder que se manifiestan y presentan en las coyunturas.
El AC se mantiene como una propuesta que posibilita la construcción de estrategias de intervención y participación de los sujetos en el presente, es decir da los elementos para una mejor comprensión de lo potencialmente posible y por lo tanto de lo viable frente a los deseos de quien intenta participar.
Esta perspectiva es la más valiosa del AC, la de ayudarnos a discernir entre nuestros deseos y la realidad o la posibilidad de su realización. Si logramos mantenernos en esta línea de trabajo con un sentido de apertura a los cambios del presente, las herramientas que utilizamos para su compresión, inexorablemente tienen que cambiar, así el presente y futuro del AC como MAP será el de la trasformación y alteración y por lo tanto el de su revitalización.
NOTAS:
1. Zemelman Hugo: Uso crítico de la teoría: en torno a las funciones analíticas de la totalidad; pp. 15; Colmex/UNU; México 1987.
2. Idem, pp. 27
3. Zemelman, Hugo: Cultura y poder; SXXI/UNU, México, 1990; pp.167
4. Lenin: Cartas desde lejos; OE en 12 tomos.
5. Gramsci Antonio. Notas sobre Maquiavelo, sobre política y sobre el estado moderno; Juan Pablos, México, 1975 pp. 71.
6. Zemelman, Hugo. Conocimiento y sujetos sociales; COLMEX, México 1987; pp.33
7. Foucault, Michel. Microfísica del poder, pp 158/159
8. Foucault, Michel. El sujeto y el poder, pp.14
9. Idem; pp. 14
10. Buci- Glucksmán Christine: forma de la crisis y del poder y concepción marxista de la política, pp. 89/90.
11. Foucault, M. El sujeto y…, op.cit. pp.20
12. Idem; pp. 19
BIBLIOGRAFIA: – Buci-Glucksmann Christine: Forma de la crisis y del poder y concepción marxista de la política en Los nuevos procesos sociales y la teoría política contemporánea. IIS/UNAM-SXXI; México, 1986. – Delich Francisco: Para el análisis de los fenómenos socio políticos coyunturales. Premisas y perspectivas; en Revista Mexicana de Sociología, Año XLI, No. 1, enero/marzo 1979; IIS/UNAM, México. – Elster Jon: Tuercas y tornillos: una introducción a los conceptos básicos de las ciencias sociales. Gedisa, Barcelona, 1991. – Foucault Michel. El sujeto y el Poder en Revista Mexicana de Sociología, IIS/UNAM; Jul/Sept 1988; No. 3. – Foucault Michel. Microfisica del poder. La Piqueta; Madrid, 1979. – Gallardo Helio: Fundamentos de Formación Política. Análisis de Coyuntura DEI, Sn José Costa Rica, 1988. – Gramsci Antonio. Notas sobre Maquiavelo, sobre política y sobre el estado moderno. Juan Pablos, México 1975. – Jiménez Edgar; Comentarios en torno a la teoría de los escenarios; CIIPDE, México. – Lenin: Cartas desde lejos, Obras Escogidas, Progreso, Moscú, XII tomos. – López Sinesio: El análisis de coyuntura en el pensamiento socialista clásico
en Revista mexicana de Sociología, año XLI, No. 1, enero-marzo 1979,
IIS/UNAM, México. – Osorio Jaime. El análisis de coyuntura, Cidamo, México, 1987. – Ruiz Eliseo y Sánchez Irena: Elementos para el análisis y Seguimiento de una coyuntura en Cuadernos de Educación Popular, No. 6, Centro de Estudios Ecuménicos, México 1988. – Ruiz Sahagun Carlos: Análisis de Coyuntura (1) Mimeo, México 1984. – Souza Herbert José de: Cómo se hace análisis de coyuntura, IBASE/ORPC, México, s/f. – Zemelman Hugo. De la historia a la política. Siglo XXI/UNU, México, 1990. – Zemelman Hugo. Uso crítico de la teoría: en torno a las funciones analíticas de la totalidad. Colmex/ UNU, México 1987 – Zemelman Hugo. Conocimiento y sujetos sociales. COLMEX, México
1987

Gramsci y el análisis de coyuntura

Gramsci y el análisis de coyuntura (algunas notas)
Juan Carlos Portantiero

Buscando una definición tendiente a especificar el carácter de su aporte fundamental al marxismo, se ha llamado a Gramsci “teórico de las superestructuras“. [i] Más aun: el propio Althusser, crítico tenaz del presunto “historicismo” gramsciano, expresa en uno de sus textos mejores (impensable, por otra parte, sin el estímulo directo de las ideas de Gramsci) que no conoce a otro autor sino a este capaz de haber producido (luego de Mao y Lenin) un discurso teórico referido al tema clave de “la eficacia especifica de las superestructuras” y de haber generado, además de “visiones absolutamente originales” sobre el problema, conceptos nuevos como el de hegemonía, “notable ejemplo de un esbozo de solución teórica a los problemas de la interpretación de lo económico y lo político“.[ii]

“Teórico de las superestructuras“; productor, en un nivel eminente, de un esbozo sistemático acerca de la eficacia especifica con que las determinaciones surgidas de la superestructura condicionan la determinación “en última instancia” de la economía, para lo cual ha elaborado no solo “imágenes” empíricas sino también el primer desarrollo de una batería de conceptos pertinentes, ¿porqué no llamar a Gramsci, si se quiere calificar su aporte, como principal “teórico de la coyuntura“?

Pero seguramente no estamos frente a un problema de condecoraciones. Al fin, el tema de la oposición entre estructura y acontecimiento marca todo el debate sustantivo de las ciencias sociales y ha sido como señala Granger “la fuente principal de los problemas epistemológicos” en ese terreno.

Nominalismo, Realismo, Empirismo, Formalismo, Historicismo-Especulativo: ¿qué tiene que decir el marxismo frente a esa querella secular? El marxismo, en efecto, que ha autodefinido su voluntad de conocimiento como “el análisis concreto de una situación concreta“. Hay en ese sentido una línea de textos, de elaboraciones parciales, de preguntas abiertas a la posibilidad de construir conceptos que tornen aprehensible “el episodio” por un pensamiento estructural.

Desde ese apunte genial de Marx –La Introducción de 1857- siguiendo por los textos de Lenin sobre la dialéctica redactados en 1914, verdadera matriz teórica de la práctica revolucionaria de 1917[iii], y el corpus filosófico-político de Mao[iv], hasta toda la obra fragmentaria, dispersa, pero absolutamente coherente de Gramsci redactada antes de la prisión y durante la década de martirios carcelarios.
He aquí, ciertamente, las líneas esenciales de un discurso epistemológico rico aunque no sistemático. A su lado, conviven otros fragmentos, trozos apretados donde se entrecruza la historia del pensamiento con la historia de las prácticas revolucionarias: reflexiones polémicas volcadas en la correspondencia de Marx y Engels; estudios históricos donde la complejidad del análisis de coyuntura alcanza a ser descripta pero no teorizada ( El 18 Brumario, como ejemplo clásico); por fin, el proceso mismo de las grandes revoluciones en las que la realimentación de teoría y práctica da lugar a lecciones “abiertas” que pueden ser codificadas.
Es en el interior de este desarrollo donde revelaremos a Gramsci, par­ que toda su reflexión no lleva sino al intento de colocar las bases gnoseológicas y también sustantivas- para el estudio y la resolución de las coyunturas a través del diseño de un “canon metodológico” (la expresión aparece reiteradamente en los Cuadernos de la Cárcel) que permita relacionar las estructuras con la actualidad.
El análisis de una coyuntura no es otra cosa, en Gramsci, que el examen de un haz de relaciones contradictorias (relaciones de fuerza), en cuya combinación particular un nivel de ellas las “económicas“ opera como límite de variación, “o sea, permite controlar el grado de realismo y de posibilidades de realización de las diversas ideologías que nacieron (…) en el terreno de las contradicciones que generó durante su desarrollo“.
Encuentro de temporalidades específicas que desembocan en un “acontecimiento“, la coyuntura implica el conocimiento del desarrollo desigual de las relaciones de fuerza en cada uno de los niveles que, articuladamente componen lo social como objeto real y como concepto. Lo social, entonces como síntesis de muchas determinaciones, en la línea de la Introducción de 1857: “unidad de lo múltiple“.
Pero estas determinaciones, que son otra cosa que relaciones sociales, expresan el ritmo de sus historias propias, irreductibles. Ese es el sentido que adquiere para Gramsci su definición del materialismo histórico como “historicismo integral“, más allá de los equívocos a que pueda dar lugar la expresión poco feliz entre “estructura” y “acontecimiento“, la historia no es una invitada: es la condición de posibilidad para reconstruir el modo particular de articulación de las determinaciones; la herramienta que permite leer tanto al “acontecimiento” como a la “estructura“, en su forma “coyuntural“, esto es, como “momento actual” de las contradicciones sociales, como “dialéctica de la totalidad concreta“, en la expresión de Kosik.[v]
El estudio de la coyuntura puede dejar de ser antropología ingenua, descripción de casos o, inversamente, extrapolación de un nivel (la economía como “factor“) al que se “dinamiza” en la política. Cabe aquí una reflexión (pronunciada desde el marxismo y desde su oficio de historiador) por Pierre Vilar: “Confesemos que nos falta la teoría de la articulación entre el funcionamiento global de las sociedades y la incubación de los acontecimientos“.[vi] Tratar de precisar lo que Gramsci aporta como contribución al problema no implica la creencia ingenua en resolverlo. Queda dicho que no se trata de un dilema exclusivo del marxismo sino que está en el núcleo de la discusión en las ciencias sociales contemporáneas: “todo debe ser construido iba a decir inventado en lo que concierne a la coyuntura“, ha opinado Braudel.
Dentro de esta limitación nos interesara ver:
1) las líneas generales del aparato conceptual gramsciano en lo que hace a articulación entre “base” y “superestructuras”;
2) su posibilidad de instrumentalización para la construcción de la ciencia política.
II
En el análisis de los elementos que conforman la aportación gramsciana a la problemática en cuestión es posible aislar tres “temas” centrales:

1) la preocupación, en el campo del análisis de una situación, por las condiciones suficientes que la producen, más allá de la “determinación en última instancia” que la contiene;
2) la aprehensión de cada sociedad como un concreto histórico, como un producto complejo que se condensa como sistema hegemónico y no meramente como “modo de producción” o como “formación social” entendida esta como “entrelazamiento de varios modos de producción“;
3) por fin, como nota metodológica, la insistencia en lo que “weberianamente” podríamos calificar como el desplazamiento de una problemática que busca “deducir” los acontecimientos particulares de leyes generales hacia otra que pretende capturar “conexiones causales concretas“, que remiten a leyes generales pero entendidas como límites de variación posible de los fenómenos en consideración.
En el desarrollo de estos “temas” la producción de Gramsci a través de un hilo que arranca desde sus escritos de juventud hasta sus cuadernos de la cárcel irá tentando la elaboración de una batería de conceptos pertinentes, aunque a menudo el grado de maduración de los mismos sea insuficiente para articularse en un sistema de proposiciones y solo queden como indicaciones para la investigación, como reglas heurísticas.
Si Gramsci puede ser calificado como “teórico de la coyuntura“, el título lo deriva no tanto de sus trabajos puntuales sobre episodios históricos (aunque en su obra haya ejemplos notables como los textos sobre ll Risorgimento o sobre la cuestión meridional) sino porque en el núcleo de su discurso instala el problema de las relaciones orgánicas y también analíticas entre “estructura” y “superestructura“. En una de las notas críticas sobre el “Manual” de Bujarin, escribe: “No está tratado este punto fundamental: cómo nace el movimiento histórico sobre la base de la estructura (…) Este es, en definitiva, el punto crucial de todos los problemas en torno a la filosofía de la praxis.[vii]
Y en efecto, alrededor de este “punto crucial” Gramsci anuda toda su reflexión, cuyo sentido último es la crítica al reduccionismo economicista “no solo en la teoría de la historiografía sino también y especialmente en la teoría y en la práctica política” (Mach. 59). Toda la obra gramsciana, como teórico y como dirigente político no puede ser leída sino como critica al economicismo y como fundamentación de la “primacía de la política” en el análisis de las coyunturas. Metodológicamente ello implica una redefinición de las relaciones entre estructura y superestructura. “Es el problema de las relaciones entre estructura y superestructuras el que es necesario plantear exactamente y resolver para llegar a un análisis justo de las fuerzas que operan en la historia en un período determinado y define su relación” (Mach. 67).
El análisis de las coyunturas en su lenguaje, el análisis de “las situaciones” (Mach. 65) como cruce de temporalidades específicas, como resultado del desigual grado de desarrollo de las distintas “relaciones de fuerzas” es el análisis, en el interior del “acontecimiento“, de los límites puestos por los datos de la “estructura” combinadas con la eficacia específica con que actúa como aceleración o como bloqueo la articulación compleja de las “superestructuras“.
Frente a una lectura posible del Prefacio de Marx a la Contribución a la crítica de la economía política (lectura socialdemócrata o stalinista) en que la estructura es presentada como “anatomía de la sociedad civil” y las superestructuras como “apariencia“, Gramsci propone alternativamente, utilizando una expresión de Sorel, el concepto de bloque histórico para dar cuenta de la relación orgánica que se da entre esas dos áreas de relaciones como clave para la dialéctica social.
Hay un rechazo expreso de algunas “metáforas” marxianas vertidas en el citado prefacio que han sido la base metodológica del reduccionismo, incapaz de superar la causalidad mecánica, o su retoque inadecuado: la causalidad funcionalista de la “acción recíproca“. Dice Gramsci: “La expresión tradicional de que la ‘anatomía’ de la sociedad está constituida por la ‘economía’ es una simple metáfora tomada de las discusiones habidas en torno a las ciencias naturales y a la clasificación de las especies animales, clasificaciones que entraron en su fase ‘científica’ cuando se comenzó a partir de la anatomía y no de caracteres secundarios y accidentales. La metáfora estaba justificada también por su ‘popularidad’, puesto que ofrecía a un público no refinado intelectualmente un esquema de fácil comprensión (…) Las ciencias experimentales y naturales han sido, en cierta época, un ‘modelo’, un ‘tipo’ y puesto que las ciencias sociales (la política y la historiografía) buscaban un fundamento objetivo y científicamente adaptado a lograr para sí mismas la seguridad y energía de las ciencias naturales, es fácil comprender que hayan recurrido a estas para crearse un lenguaje” (M.S. 77).
Y en otra nota de los cuadernos, amplia sobre los efectos negativos de esta “metáfora” aunque sin referirse esta vez explícitamente a ella: “La ley de causalidad, la búsqueda de la regularidad, normalidad, uniformidad, sustituyen a la dialéctica histórica. Pero ¿cómo de este modo de concebir puede deducirse la superación, la ‘subversión’ de la praxis? El efecto, mecánicamente, no puede jamás superar la causa o el sistema de causas; de allí que no puede tener otro desarrollo que el chato y vulgar evolucionismo” (M.S. 138).
La observación gramsciana coloca a su pensamiento ante la posibilidad que no despliega explícitamente de redefinir de manera total una problemática teórica que en el interior del marxismo (menos por las limitaciones de Marx que por las de sus discípulos) ha sido motivo permanente de equívocos: desde la postulación de un pleno economicismo, hasta los intentos confusos del viejo Engels por “dialectizar” el larvado sustancialismo que preside la metáfora arquitectónica (“tópica”, en la expresión de Althusser de la “base” y las “superestructuras“, presentes en sus cartas a Bloch, Schmidt y Borgius (Starkenburg).
La propuesta de Gramsci mucho más un programa que un desarrollo se inserta en cambio lógicamente en las notas metodológicas de la Introducción de 1857 a la Contribución a la crítica de la economía política (texto marxiano que sin embargo no cita en los Cuadernos) en el que la metáfora “espacial” no aparece y la realidad social es vista como una “totalidad orgánica” cuyo conocimiento implica una elaboración en espiral hacia círculos cada vez más “concretos“, esto es más complejos de determinaciones múltiples. Es allí donde Marx -que acaba de releer la Lógica de Hegel– plantea a propósito de la relación entre las diversas relaciones económicas, de manera más clara su concepción acerca de la articulación entre los distintos niveles de lo real.
Dice Marx: “El resultado al que llegamos no es que la producción, la distribución, el intercambio y el consumo sean idénticos, sino que constituyen las articulaciones de una totalidad, diferenciaciones dentro de una unidad. La producción trasciende tanto más allá de sí misma en la determinación opuesta de la producción, como más allá de los otros momentos. A partir de ella, el proceso recomienza nuevamente. Se comprende que el cambio y el consumo no pueden ser lo trascendente. Y lo mismo puede decirse de la distribución en tanto que distribución de los productos. Pero como distribución de los agentes de la producción constituye un momento de la producción. Una producción determinada, por lo tanto, determina un consumo, una distribución, un intercambio determinados y relaciones recíprocas determinadas de estos diferentes momentos. A decir verdad, también la producción, bajo su forma unilateral, está a su vez determinada por los otros momentos. Por ejemplo cuando el mercado o sea la esfera del cambio, se extiende, la producción amplía su ámbito y se subdivide más en profundidad. Al darse transformaciones de la distribución se dan cambios en la producción del caso, por ejemplo, de la concentración del capital. O de una distinta distribución de la población en la ciudad y en el campo, etcétera. Finalmente, las necesidades del consumo determinan la producción. Entre los diferentes momentos tiene lugar una acción recíproca. Esto ocurre siempre en los conjuntos orgánicos”.[viii]
La tematización gramsciana de las relaciones entre “base” y “superestructura” se instala en ese espacio. “La estructura y las superestructuras forman un bloque histórico, o sea que el conjunto complejo, contradictorio y discorde de las superestructuras es el reflejo del conjunto de las relaciones sociales de producción” (M.S. 48). Ambas constituyen una “unidad orgánica” (“unidad de los contrarios y de los distintos“) que solo puede ser abstraída metodológicamente. El concepto de “bloque histórico” aprehende plenamente esta unidad “en cuanto las fuerzas materiales son el contenido y las ideologías la forma, siendo esta distinción de contenido y forma puramente didascálica, puesto que las fuerzas materiales no serían concebidas históricamente sin forma y las ideologías se dan caprichos individuales sin la fuerza material” (M.S. 58).

Si en tanto concepto, el bloque histórico implica la unidad (como desarrollo “interrelativo y recíproco“, M.S. 228) entre estructura y superestructura, cuando alude a la realidad histórica que recorta en el tiempo, un “bloque histórico” es el resultado de un juego de relaciones de fuerzas sociales, articulado sistemáticamente a través de la hegemonía que un grupo social ejerce sobre el conjunto.
Un bloque histórico no es, pues, un agregado mecánico de “hechos materiales” y de “hechos de conciencia“, sino un “sistema hegemónico“. Dentro de él, ¿qué rol juega la estructura? Es cierto que no se hallan en sus textos desarrollos abundantes sobre el problema. Por un lado, aparece ligada a la noción de límite que contiene a los actas políticos: como “el elemento menos variable del desarrollo histórico” (M.S. 165); como conjunto de fuerzas sociales “objetiva, independiente de la voluntad de los hombres, que puede ser medida con los sistemas de las ciencias exactas o físicas” (Mach. 71); como indicador de si existen en la sociedad condiciones para su transformación; en fin, como patrón para controlar el grado de realismo o de utopía de las superestructuras. Retomando la afirmación de Marx en el Prefacio a la Contribución a la crítica de la economía política, la estructura marcaría dos restricciones al movimiento social:
1. ninguna sociedad se propone tareas para cuya solución no existan ya las condiciones necesarias y suficientes o no estén, al menos, en vías de aparición y desarrollo;
2. ninguna sociedad desaparece y puede ser sustituida si antes no desarrolla todas las formas de vida que están implícitas en sus relaciones” (Mach. 67).
Pero esta definición como elemento duradero, mensurable, determinador de límites, no parece agotar la presentación que Gramsci hace del concepto. La estructura, en la concepción marxista, no es como cree Croce un “dios oculto“, un “noumeno” (Mach. 34). Y en otra nota, agrega: “Si el concepto de estructura es concebido especulativamente, se convierte por cierto en un ‘dios oculto’; pero la verdad es que no debe ser concebido especulativamente sino históricamente, como el conjunto de las relaciones sociales en las cuales se mueven y obran los hombres reales, como un conjunto de condiciones objetivas que pueden y deben ser estudiadas con los métodos de la ‘filología’ y no de la ‘especulación’”, (M.S. 190). La estructura no es “algo inmóvil y absoluto” sino “la realidad misma en movimiento” (M.S. 229). Y en el mismo párrafo añade: “La afirmación de las Tesis sobre Feuerbach sobre el ‘educador que debe ser educado’, ¿no concibe una relación necesaria de reacción activa del hombre sobre la estructura, afirmando la unidad del proceso real?“
La estructura, como conjunto de condiciones materiales es expresión de una relación social y, por lo tanto, de un determinado periodo histórico. Como “cristalización de toda la historia pasada y base de la historia presente y futura” (es) “un documento y al mismo tiempo una fuerza activa actual de propulsión“, pero no en el sentido “físico o metafísico” de causa (M.S. 165). Si las “condiciones materiales” deben ser consideradas “como el pasado, la tradición, concretamente entendidos, objetivamente comprobables y mensurables“(M.S. 220), “condición del presente y del porvenir”‘ ello no les otorga carácter de absoluto: su eficacia histórica no puede estudiarse al margen de su articulación con las superestructuras.
En este esquema, la proposición marxiana respecto de que los hombres toman conciencia de los conflictos de la estructura en el terreno de las superestructuras “debe ser considerada como afirmación de valor gnoseológico y no puramente psicológico y moral” (M.S. 48). ¿Qué significa esto?
Definir para la superestructura un status de “realidad” y no de “apariencia“. “Para la filosofía de la praxis, las superestructuras son una realidad (o se tornan realidad cuando no son puras lucubraciones individuales) objetiva y operante; ella afirma explícitamente que los hombres toman conciencia de su posición social y, por tanto, de sus objetivos, en el terreno de las ideologías, lo que no es una pequeña afirmación de realidad; la misma filosofía de la praxis es una superestructura, es el terreno en que determinados grupos sociales toman conciencia de su propio ser social, de sus fuerzas, de sus objetivos, de su devenir” (M.S. 235).

La unidad orgánica entre estructura y superestructuras, el reconocimiento de sus dos “realidades” como una articulación que se expresa en un “bloque histórico“, encontrara en el concepto de hegemonía su clave teórica. “El rasgo esencial de la más moderna filosofía de la praxis consiste precisamente en el concepto historico-politico de hegemonía“. Es alrededor de este concepto que puede centrarse el desarrollo de los aportes de Gramsci como principal protagonista, en el campo de la ciencia política, “de aquella maduración del socialismo que ya se había realizado en el campo de la ciencia económica gracias a los estudios de Marx, Lenin, Rosa Luxemburgo, Bujarin“.[ix]
III
Lo que interesa ahora es tratar de ver de qué modo el discurso propedéutico sobre el “bloque histórico“, que permite plantear como unidad a lo que suele ser un reiterado dualismo (que desemboca en “economicismo” o “ideologismo“, según cuál extremo se enfatice), se expresa en conceptos más operacionales para la ciencia política y para la práctica política.[x]
El punto de arranque lógico es su conocida definición del Estado, como combinación de coerción y consenso, como articulación entre Sociedad Civil y Sociedad Política. El Estado no es sólo el aparato de gobierno, el conjunto de instituciones públicas encargadas de dictar las leyes y hacerlas cumplir. El Estado bajo el capitalismo (y solo allí es lícito hablar de Estado para referirse al poder político) es un Estado Hegemónico, el producto de determinadas relaciones de fuerzas sociales, “el complejo de actividades prácticas y teóricas con las cuales la clase dirigente no solo justifica y mantiene su dominio sino también logra obtener el consenso activo de los gobernados” (Mach. 108).
Criticando a Croce, señalará que la característica del marxismo “consiste en la reivindicación del momento de la hegemonía como esencial en su concepción estatal y en la valorización del hecho cultural (…) como necesario junto a los meramente económicos y políticos” (M.S. 189).

En ese sentido, integran el Estado capitalista, como “trincheras” que lo protegen de la irrupción del elemento económico inmediato, el conjunto de instituciones llamadas “privadas“, agrupadas en el concepto de Sociedad Civil y que corresponden a la función de hegemonía que el grupo dominante ejerce en la sociedad. Familia, iglesias, escuelas, sindicatos, partidos, medios masivos de comunicación, son algunos de estos organismos definidos como espacio en el que se estructura la hegemonía de una clase, pero también en donde se expresa el conflicto social. Son las instituciones de la Sociedad Civil; el escenario de la lucha política de clases.
El razonamiento gramsciano se implanta sobre la primada de la política, no como “esencia” sino como momento superior de la totalidad de las relaciones de fuerzas sociales. Si para analizar las condiciones de funcionamiento de un sistema hegemónico debe considerarse a la economía como su “determinación en última instancia“, para operar su desestructuración el camino es inverso: lo dominante son los conflictos en el plano de la política.
La definición amplia de Estado virtualmente identifica a este con el concepto de superestructura. Explícitamente Gramsci señala que “el sistema de las superestructuras debe ser concebido como distinciones de la política” (Mach. 34). El papel de la ciencia política en la construcción de una ciencia social global pasa así a ser decisivo: “Es evidente que todas las cuestiones esenciales de la sociología no son más que cuestiones de la ciencia política” (Mach. 108). Por fin, “es en la fase de la lucha por la hegemonía (que) se desarrolla la ciencia política” (M.S. 98).
La vinculación de la función de hegemonía con el concepto estatal de Sociedad Civil redimensiona los rasgos de la primera. La hegemonía aparece como la potencialidad de un grupo social para dirigir (ideológica y culturalmente) a otros grupos sociales aliados, pero a través de su organización en aparatos de naturaleza predominantemente política.
Esta concepción “institucionalista” de la hegemonía aleja los esquemas gramscianos de otros modelos de legitimidad erigidos exclusivamente sobre el consenso ideológico. La hegemonía se expresa como existencia “real“, histórica, a partir de aparatos hegemónicos (las instituciones de la Sociedad Civil) que en conjunto articulan, como particularidad, a cada sociedad y a cada una de sus etapas como “sistema hegemónico“. Ninguna situación puede ser analizada fuera de las relaciones de fuerza al interior de las instituciones.
El concepto de hegemonía tiene como espacio de constitución al campo de las relaciones políticas: grupo hegemónico es aquel que representa los intereses políticos del conjunto de grupos que dirige. En ese sentido el concepto se deslinda tanto del nivel económico como del nivel ideológico, entendido este como meramente simbólico.
Como unidad de análisis para la teoría y la práctica políticas, una sociedad histórica no es ni un “modo de producción” ni una “formación social” (como articulación de modos de producción); es un sistema hegemónico, vale decir una totalidad concreta cuyos elementos constituyentes están ordenados en una combinación particular cuyo factor de cohesión es el poder político (estatal en sentido amplio). Se trata, pues, de un modo particular (irrepetible) de articulación entre estructura y superestructuras. Pero el análisis de una coyuntura en el interior del sistema hegemónico supone un paso más: determinar el nivel específico de desarrollo (desigual) de las relaciones de fuerza en los distintos niveles que componen la totalidad social.
“Un estudio sobre la forma en que es preciso analizar las ‘situaciones’, o sea la forma en que es preciso establecer los diversos grados de relaciones de fuerza, puede prestarse a una exposición elemental de ciencia y arte político, entendida como un conjunto de cánones prácticos de investigación y de observaciones particulares, útiles para subrayar el interés por la realidad efectiva y suscitar intuiciones políticas más rigurosas y vigorosas” (Mach. 65). Esta frase precede a los conocidos apuntes de Gramsci sobre “Análisis de las situaciones”. Es allí donde aparece la distinción entre los diversos momentos o grados de las mismas:
1) relación de fuerzas sociales (remitidas al concepto de estructura : relaciones de producción ; grupos sociales) ;
2) relación de fuerzas políticas (homogeneidad y organización de los grupos), que puede ser dividida en niveles: económico-corporativo, económico-social y político.

Marcando este último “el neto pasaje de la estructura a la esfera de las superestructuras complejas“, el momento de la hegemonía.
Estos momentos se influyen recíprocamente y se articulan a través de una doble combinación: “horizontal” (según clases) y “vertical” (según regiones); “cada una de estas combinaciones puede ser representada por su propia expresión organizada, económica y política” (Mach. 72). Por fin, estas relaciones internas al Estado-Nación se combinan con las relaciones de fuerza internacionales en un modelo aún más complejo porque a menudo se trata de la articulación entre secciones territoriales de Estados diferentes.
Pero es a partir de las relaciones sociales nacionales que debe emprenderse el análisis. “En realidad, la relación ‘nacional’ es el resultado de una combinación original, única (en cierto sentido) y que debe ser concebida en esa originalidad y unicidad si se desea dominarla y dirigirla. (…) La clase dirigente merece ese nombre sólo en cuanto interpreta exactamente esa combinación, de la que ella misma es un componente (…). El concepto de hegemonía es aquel en el que se anudan las exigencias de carácter nacional…” (Mach. 148 y 149).
Articulación compleja de relaciones sociales diversas y con temporalidades propias, una coyuntura en el interior de un sistema hegemónico contiene, dialécticamente, los elementos de su desestructuración. El reverso de la teoría gramsciana de la sociedad como sistema hegemónico, es su teoría de la crisis como lucha contrahegemónica. ¿Cuándo puede decirse que un sistema ha entrado en crisis? Solo cuando esa crisis es social, política, “orgánica“. Solo, en fin, cuando se presenta una crisis de hegemonía, “crisis del Estado en su conjunto” (Mach. 77).
Estas pueden o no tener como estímulo a una crisis económica; más aun, en caso que ella se presente “solo puede crear un terreno más favorable a la difusión de ciertas maneras de pensar, de plantear y resolver las cuestiones que hacen a todo el desarrollo ulterior de la vida estatal” (…) “En todo caso, la ruptura del equilibrio de fuerzas no ocurre por causas mecánicas inmediatas de empobrecimiento del grupo social que tiene interés en romper el equilibrio y de hecho lo rompe; ocurre por el contrario, en el cuadro de conflictos superiores al mundo económico inmediato, vinculados al ‘prestigio’ de la clase (intereses económicos futuros), a una exasperación del sentimiento de independencia, de autonomía y de poder. La cuestión particular del malestar o bienestar económico como causa de nuevas realidades históricas es un aspecto parcial de la cuestión de las relaciones de fuerza en sus diversos grados” (Mach. 74 y 75).
Incluso aunque la crisis sea de hegemonía, orgánica, su irrupción no garantiza una salida revolucionaria: ello depende de las características de la relación política de fuerzas. “Si falta este proceso de desarrollo que permite pasar de un momento a otro (…) la situación permanece sin cambios y pueden darse conclusiones contradictorias” (…) “El elemento decisivo de toda situación es la fuerza permanentemente organizada y predispuesta desde hace largo tiempo, que se puede hacer avanzar cuando se juzga que una situación es favorable (y es favorable solo en la medida en que una tal fuerza existe y este impregnada de ardor combativo)” (Mach. 75 y 76).
En la medida en que el análisis de una coyuntura como predicción política implica el estudio específico de un haz de determinaciones complejas que configuran una situación en cierto sentido irrepetible, para cuya definición “lo económico” es solo un límite objetivo y las relaciones entre los grupos sociales implican grados de desarrollo distinto en niveles de actividad diversos (las relaciones objetivas sociales, las relaciones de fuerza política o “sistemas hegemónicos en el interior del Estado“, las relaciones políticas inmediatas o “potencialmente militares“, ¿no implica esa perspectiva de análisis reales riesgos de “historicismo“?
La consideración de este tema nos lleva a un punto central de la polémica gramsciana contra la unilateralidad economicista: el de su actitud frente al problema de la previsión en política y en general frente a la categoría de ley en ciencias sociales.
“Es cierto que prever significa solamente ver bien el presente y el pasado en cuanto movimiento; ver bien, es decir, identificar con exactitud los elementos fundamentales y permanentes del proceso. Pero es absurdo pensar en una previsión puramente ‘objetiva’” (Mach. 63). Prever implica “actuar” sobre la realidad con un programa y es este aspecto “subjetivo” de la previsión el que la hace fuerte.
Una determinada concepción del mundo (y esto vale también para el materialismo histórico) puede identificar mejor que otra los elementos fundamentales de la coyuntura en análisis, pero “no contiene en sí misma un poder superior de capacidad de previsión“. “En realidad, se puede prever ‘cientificamente’ la lucha pero no sus momentos concretos, los cuales solo pueden ser el resultado de fuerzas contrastantes, en continuo movimiento, jamás reductibles a cantidades fijas, puesto que en ellas la cantidad deviene calidad” (M.S. 139).
Y agrega: “Realmente se prevé en la medida en que se obra, en que se aplica un esfuerzo voluntario y, por tanto, se contribuye concretamente a crear el resultado ‘previsto’ “. “Esto va contra la manera habitual de considerar la cuestión. Generalmente se piensa que todo acto de previsión presupone la determinación de leyes de regularidad del tipo de las leyes de las ciencias naturales. Pero como esas leyes no existen en el sentido absoluto o mecánico, no se tiene en cuenta la voluntad de los demás y no se ‘prevé’ su aplicación. Se construye por lo tanto sobre una hipótesis arbitraria y no sobre la realidad” (Mach. 64).
Pero esta intuición, que se acerca al concepto moderno de ley en ciencias sociales,[xi] no implica “historicismo“‘ en tanto este postule la imposibilidad de descubrir regularidades en los hechos sociales. “Ciertamente, la filosofía de la praxis se realiza en el estudio concreto de la historia pasada y en la actual actividad de creación de nueva historia. Pero se puede hacer la teoría de la historia y de la política, puesto que si los hechos son siempre individuales y mudables en el flujo del movimiento histórico, los conceptos pueden ser teorizados. De otra manera no se podrá saber siquiera que es el movimiento o la dialéctica y se caería en una nueva forma de nominalismo” (M.S. 129).
Se trata, nuevamente, del problema de la unidad orgánica de lo real y de las distinciones analíticas en el pensamiento. “La indagación de una serie de hechos para hallar sus relaciones presupone un concepto que permita distinguir dicha serie de hechos de otras“, señala (M.S. 160). Pero esta necesidad de fijar conceptos “sin los cuales la realidad no podría ser comprendida“, no deja de hacer imprescindible el recordar que “realidad en movimiento y concepto de la realidad, si lógicamente pueden ser separados, históricamente deben ser concebidos como unidad inseparable” (M.S. 214).
Un análisis de coyuntura, en Gramsci, equivale a la posibilidad de formular una “previsión”. Si es posible presentar un canon metodológico para internarse en el mismo (y Gramsci lo hace) es a condición de considerar las situaciones como una relación entre fuerzas, como un producto de actores sociales que se oponen y articulan entre si y poseen distinto grado de organización y coherencia. La complejidad de los lazos que integran una coyuntura no puede ser reducida a “expresión inmediata de la estructura“: “la política es, de hecho, en cada ocasión el reflejo de las tendencias de desarrollo de la estructura, tendencias que no tienen por qué realizarse necesariamente” (M.S. 102). Sobre el proceso en acto, solo pueden trazarse hipótesis, pero no prever la “necesariedad” de un desenlace determinado.
En este sentido, la apreciación de los hechos jamás puede ser “exacta“. Ciertamente el analista debe ser capaz de distinguir, de la totalidad de los movimientos políticos e ideológicos de los grupos que actúan en la escena social, aquellos que son “orgánicos” de aquellos que son “ocasionales“. El no poder encontrar la relación justa es fuente de error: sea este “un exceso de economicismo o doctrinarismo pedante” o, a la inversa, “un exceso de ideologismo“.
“En un caso se sobreestiman las causas mecánicas; en el otro se exalta el elemento voluntarista e individual” (Mach.68). Para esta dilucidación no existen “reglas” específicas en la obra gramsciana, aunque aparezcan ejemplos notables de puesta en práctica de la distinción en su trabajo de 1926 sobre “la cuestión meridional“, verdadero modelo de análisis marxista de una “situación“.
La necesidad de discriminar entre “orgánico” y “ocasional” en el estudio de los comportamientos de las fuerzas queda, sobre todo, como una advertencia para el analista: “El nexo dialectico entre los dos órdenes de movimiento y, en consecuencia, de investigación, es difícilmente establecido con exactitud; y si el error es grave en la historiografía, es aún más grave en el arte político, cuando no se trata de reconstruir la historia pasada sino de construir la presente y la futura” (Mach, 68).

En la coyuntura intervienen también elementos aleatorios; acciones que no pueden ser imputadas como “racionales” en términos de intereses objetivos; pueden ser el resultado de un “error de cálculo por parte de los dirigentes de las clases dominantes” (M.S. 102). Este “error” no es adjudicable a la clase sino a su élite política circunstancial: a través de crisis internas que llevan al reemplazo de la élite fracasada, el mismo es (o puede ser) corregido y superado.
Simultáneamente, otro elemento que interviene en la configuración de las coyunturas políticas es la necesidad interna, organizativa, de los grupos sociales. La “racionalidad” de sus actos, en esos casos, no se liga directamente con las relaciones sociales objetivas, sino con sus necesidades políticas de consolidación y coherencia. Esta, como la anterior restricción al carácter “orgánico” de los comportamientos políticos, queda también en Gramsci como mera indicación heurística, sobre la que pueden fundarse hipótesis durante la marcha del proceso, pero cuya validez solo puede comprobarse ex post.
Lo que Gramsci propone, en fin, es un marco teórico para rescatar las relaciones entre “base” y “superestructuras” como momentos articulados de una “totalidad orgánica“, por lo que una coyuntura aparece como un producto complejo de múltiples determinaciones de origen diverso, en el que las relaciones sociales objetivas adquieren, como punto de partida, un peso mayor pero no el carácter de determinación inmediata.
No existe necesariedad aprioristica para el desenlace de una coyuntura, fuera de la praxis histórica. “La observación más importante a plantear a propósito de todo análisis concreto de las relaciones de fuerzas es la siguiente: que tales análisis no pueden y no deben convertirse en fines en sí mismos (a menos que se escriba un capítulo de historia del pasado) y que adquieren un significado solo en cuanto sirven para justificar una acción práctica, una iniciativa de voluntad. Ellos muestran cuales son los puntos de menor resistencia donde la fuerza de la voluntad puede ser aplicada de manera más fructífera” (Mach. 75).

NOTAS
[i]La expresión es de Jacques Texier.
[ii]”Contradicción y sobredeterminación”, en La Revolución Teórica de Marx, Siglo XXI, 1971, p. 94.
[iii]Sobre el tema, ver el excelente artículo de Michael Lowy, “De la Gran Lógica de Hegel a la estación finlandesa de Petrogrado”, en Dialéctica y Revolución, Siglo XXI, 1975, pp. 117-136.
[iv]Me refiero a los dos trabajos, “Acerca de la Práctica” y “Acerca de la Contradicción”.
[v]Karel Kosik, Dialéctica de lo concreto, Grijalbo, 1976, especialmente capítulos 1 y 2.
[vi]”Histora marxista, historia en construcción”, en WAA, Perspectivas de la historiografia contemporánea, SEP-SETENTAS, Mexico, 1976. p. 156.
[vii]El materialismo histórico y la filosofía de Benedetto Croce, Lautaro, 1958, p. 133. A partir de ahora citaré las referencias a dicho libro en el texto como M.S., seguido del número de página. Similar criterio adoptare para las referencias al otro libro utilizado en estas notas, Notas sobre Maquiavelo, sobre Política y sobre el Estado Moderno, Lautaro, 1962, a las que citare como Mach.
[viii]Karl Marx, Introducción general a la Crítica de la Economía Política, Cuadernos de Pasado y Presente No. 1, 1974, p. 56.
[ix]Umberto Cerroni, Teoría Política y Socialismo, Era, 1976, p. 149
[x]El desarrollo siguiente utiliza de manera abundante un texto que me pertenece, Los usos de Gramsci, Cuadernos de Pasado y Presente, Mexico, 1977
[xi]Sobre el tema, un excelente desarrollo en Luciano Gallino, “Gramsci y las ciencias sociales”, en VVAA, Gramsci y las ciencias sociales, Cuadernos de Pasado y Presente No. 19, 1974, especialmente pp. 7 a 10.

El análisis coyuntural de lo político: cómo pensarlo

El análisis coyuntural de lo político: cómo pensarlo
Gallegos Elías, Carlos
V Encuentro Latinoamericano de Metodología de las Ciencias Sociales
(16 al 18 de noviembre de 2016 Mendoza, Argentina. Métodos, metodologías y nuevas epistemologías en las ciencias sociales: desafíos para el conocimiento profundo de Nuestra América. En Memoria Académica. Disponible en: http://www.memoria.fahce.unlp.edu.ar/trab_eventos/ev.8443/ev.8443.pdf Información adicional en www.memoria.fahce.unlp.edu.ar )

A lo largo del siglo XX, se construyó una lógica política asimétrica en la que emergieron y despuntaron sujetos y grupos hegemónicos que hicieron uso del conocimiento científico-tecnológico, para desarrollar prácticamente sin límite, la necesidad de consumir los bienes que producían.

El viejo Estado-nación soberano y benefactor cedió el paso a un proceso de globalización creciente cuyos fundamentos están en el desarrollo y uso intensivo de ese nuevo conocimiento, que cambió los ejes de la articulación del poder económico y político, redefinió las prioridades políticas desde las lógicas hegemónicas y dio paso a una nueva configuración del orden mundial que obligó a la redefinición del carácter de la soberanía nacional de los Estados.

Proceso que se tradujo en una crisis explicativa de las ciencias sociales, crisis de los paradigmas, que hasta 1970 habían servido para interpretar la realidad social, pero que dejaron de servir para explicar lo que ocurrió desde entonces, con lo cual la pretensión de neutralidad, universalidad y objetividad devino más bien, en un alegato insostenible de carácter aleatorio, que solo puede sostenerse si recuperamos al sujeto y su historicidad.

Las nuevas necesidades impusieron renovadas dinámicas de organización del trabajo científico y académico e hicieron cada vez más evidente la urgencia de explicar los nuevos objetos desde otros ángulos de mirada, lo cual se tradujo en la exigencia de comprender la realidad desde otras ópticas, desde las cuales, comprender el tiempo es el eje indispensable para entender lo que ocurre, lo cual se traduce en la necesidad de recuperar la historia y con ello, el regreso del sujeto, como eje indispensable para reconocer las posibilidades de acción, para construir los futuros posibles.
Estas exigencias condujeron a cambios en los planos epistémico, teóricos y metodológicos de la ciencia en busca de una nueva racionalidad del uso de las herramientas tradicionales de los métodos y las técnicas de investigación, de la ciencia. Ahora el reto es cómo dar respuestas complejas, comprehensivas de la complejidad y el carácter multifactorial de los nuevos objetos.
En el marco de las nuevas necesidades que impusieron distintas dinámicas políticas, algunos grupos subalternos vivieron el fracaso de una utopía política e ideológica que paralizó la capacidad explicativa del conocimiento social, lo cual planteó la exigencia de pensar la validez y la vigencia de las epistemes dominantes, y a preguntarse sobre las posturas políticas posibles, sobre las conductas éticas que podían darse desde el exilio, la prisión o el aislamiento intelectual, desde un cubículo universitario o desde la clandestinidad.
Como Hugo Zemelman plantea, es necesario buscar respuestas a una pregunta central: ¿cómo un sujeto establece la relación de conocimiento con la realidad si quiere influir sobre ella? Enfatiza principalmente en la necesidad de hacer un gran esfuerzo epistémico para trabajar desde una perspectiva que él llama reconstrucción articulada de la realidad, una opción explicativa donde pensemos la realidad como una totalidad, un acercamiento marcado por la apertura hacia nuevos epistemes, la complejidad y las múltiples dimensiones del análisis, donde nuevos acercamientos a la realidad nos permitan recuperar y resignificar la reflexión social, teórica y metodológica para trascender las inercias inscritas en el pensamiento y en la acción, para superarlas y traducirlas en futuros posibles, quizá como él diría: “para potenciar los futuros presentes, para pensar la realidad en movimiento, apropiarse de su dinamismo e incorporar la exigencia de elegir entre los futuros probables el que queremos construir”. Es decir: el análisis coyuntural de lo político.
Genealogía del análisis de coyuntura
Toda sociedad está situada en el tiempo, así que el conocimiento de la historia de los procesos sociales es condición necesaria para conocerlos y sólo si se comprenden se puede actuar sobre ellos. Como dice Martín Retamozo al presentar El Ángel de la Historia: “como un alegato a la esperanza de reposicionar al sujeto autónomo y su pensamiento”. Palabras que remiten a Pierre Vilar, también:
“Comprender el pasado es dedicarse a definir los factores sociales, descubrir sus interacciones, sus relaciones de fuerza, y a descubrir, tras los textos los impulsos (conscientes, inconscientes) que dictan los actos. Conocer el presente equivale, mediante la aplicación de los mismos métodos de observación, de análisis y crítica que exige la historia a someter a reflexión la información deformante que nos llega a través de los media. “Comprender” es imposible sin “conocer”. (Vilar:1980).”
Comprensión que abre la posibilidad de una previsión inteligente de los hechos a partir de un análisis correcto de sus factores. (Vilar:1980)
Por el contrario, si conocemos de forma incorrecta o inadecuada esos procesos, inevitablemente tendremos una visión incompleta o parcial de su historia y no podremos explicar su presente porque la visión incompleta seguramente devendrá en equivocada, lo cual hará imposible una visión de futuro.
Conocer para comprender y explicar un proceso y pensar los futuros posibles supone conocer los hechos tal como acontecieron, nunca supone saber y mucho menos creer.
Es necesario estar vigilantes y atentos al reconocimiento de los hechos, su identificación, y a contrastar una y otra vez la información que fluye desde diversas fuentes.
La memoria construye, no registra, podemos interrogarla para conocer los
testimonios de los protagonistas, datos indispensables para la comprensión de un proceso social o de un hecho político, donde lo nuevo no es un dato menor: es necesario contrastar la memoria con los hechos, con los acontecimientos, con las intenciones, con las aspiraciones y proyectos en cada acción que llevan a cabo cada uno de los agentes políticos que actúan en un campo de lucha, que no es otra cosa que el ámbito de tensiones y conflictos que pueden conducir al cambio del presente.
Es indispensable una actitud vigilante, crítica, sobre lo que nos dicen las fuentes frente a lo que creemos, sabemos y conocemos sobre la información que arrojan.
Como en todas las ciencias sociales, nuestro objeto de estudio es la dinámica de las sociedades humanas que para entenderla y explicarla, hay diversas técnicas; una de ellas el análisis coyuntural, para ver a través de todos los aspectos relacionadas con la lógica de esos procesos y de sus combinaciones sucesivas. (Vilar:1974)
Técnica que puede tener un contenido económico, social, político, o bien, algo que las empresas, sobre todos las financieras hacen todos los días: el análisis de las condiciones de mercado para operar, el análisis de lo contingente para la toma de decisiones.
La dinámica de los procesos sociales que significa movimiento y por tanto: contradicciones y tensiones, des-estructuraciones y reestructuraciones que en esos procesos cuya comprensión son las claves del análisis de coyuntura.
Momentos en el devenir de los grupos sociales y de los individuos que debemos identificar, reconocer, comprender y explicar para imaginar el rumbo de las direcciones posibles del cambio social.
En estricto rigor, la historia es una sucesión de coyunturas. Por lo tanto es necesario explicar qué es coyuntura, que entendemos como “el conjunto de las condiciones articuladas entre sí que caracterizan un momento en el movimiento global de la materia histórica (Vilar: 1980)”, un momento en la historia de los grupos sociales o de los individuos en la historia.
De este modo si toda sociedad está situada en un tiempo y si la historia es una sucesión de coyunturas, entonces es claro que la categoría analítica más amplia y comprehensiva para explicar lo que nos interesa es la noción del tiempo:
“…el flujo incesante de sucesos, un continuo fusionado a un cambio perpetuo. Los sucesos pueden adquirir las más diversas formas, incluso pueden aparecer como tramas temporales eternas o inamovibles. Pero aún estas últimas deben ser consideradas en el marco de la duración, del movimiento, pues sólo con respecto a la mutación es posible hablar de lo que aparece como inmutable o como sempiterno. Dicho de otra manera: sólo en su fluir temporal, en la calidad de sus ritmos, fundan su existencia los mundos conocidos e imaginados: el tiempo cósmico del universo, el tiempo mítico del pensamiento arcaico, el tiempo ritual de las sociedades, y todos los otros tiempos que de manera individual y colectiva concebimos y experimentamos. (Valencia: 2002)”.
Historia, cambio y movimiento dan cuenta de la sucesión de momentos, de temporalidades y de la complejidad del tiempo cuya concreción se expresa necesariamente en el presente.
Complejidad analítica que Marx y posteriormente Gramsci, enfrentaron al hacer el análisis de coyuntura de las realidades próximas a ellos, de su entorno. Marx por ejemplo, en el 18 Brumario de Louis Bonaparte, explica un fenómeno histórico con ayuda de la construcción teórica y metodológica, donde recupera los distintos tiempos y espacios de cada uno de los sujetos sociales que actúan en la realidad que analiza. Desagrega cada acontecimiento y cada sujeto e identifica los acontecimientos que marcan los movimientos coyunturales de cada uno. Condensa en el tiempo la historicidad de cada acontecimiento y de cada sujeto, para dar lugar a la comprensión de la historia del proceso
Comprender la historicidad supone en primer lugar reconocer el lugar del sujeto, reconocer el presente y dentro de él, las posibilidades de futuro, las posibilidades de actuar; es esa justamente la esencia del 18 Brumario de Louis Bonaparte: todos y cada uno de los sujetos que actúan bajo circunstancias que no eligieron y buscan en el presente, el momento de la acción política, que los lleve a realizar su proyecto.
Lo que Marx hace es claramente un análisis coyuntural de lo político, pero no reflexiona sobre la coyuntura. No hace una propuesta teórica ni metodológica.
Explica un proceso desde la historia de cada uno de los sujetos que ahí actúan. Identifica los distintos tiempos en el tiempo del proceso y los usa magistralmente como la clave de su explicación, pero no se le puede considerar como un teórico de la coyuntura.
Gramsci en cambio, puede ser llamado con toda justicia, un teórico de la coyuntura, porque tal como propone Portantiero, es el quién se pregunta por un canon metodológico que permita relacionar el tiempo orgánico con la actualidad, por la articulación entre la estructura con la sobre-estructura (o supra-estructura) que nos sirva para explicar cómo se produce el encuentro de las distintas temporalidades propias de cada una de las fuerzas sociales, económicas y políticas que concurren en un proceso para producir un acontecimiento. Se pregunta por cómo reconocer el momento de inflexión que abre el camino a un proceso distinto: el inicio o el cierre de una coyuntura, fuerzas en tensión que confluyen y ese momento en que se abre la posibilidad de divergencia.
Ese momento, nos dice Portantiero, en su conocido Maquiavelo. Sociología y ciencia política, es el de la política, donde se activan los procesos para construir un futuro deseado. Es el momento de la primacía de la política, porque en rigor “lo que hay de realmente importante en la sociología no es otra cosa que ciencia política”. (Portantiero:1977)
Y recordemos cómo Gramsci en el Análisis de situaciones y correlaciones de fuerza propone cómo plantear y resolver: Un análisis acertado de las fuerzas que operan en la historia de un cierto periodo y para determinar su correlación. Hay que moverse en el ámbito de dos principios: 1) el de que ninguna sociedad se plantea tareas para cuya solución no existan ya las condiciones necesarias o suficientes, o no estén al menos, en vías de aparición y desarrollo; 2) el de que ninguna sociedad se disuelve ni puede ser sustituida si primero no ha desarrollado todas las formas de vida implícita en sus relaciones.
Idea que recupera la propuesta de Marx en la Introducción a la crítica de la economía política.
La comprensión de los fenómenos de coyuntura debe tener presentes estos dos principios metodológicos, porque su conjunción nos permitirá reconocer cuándo estamos frente a un movimiento orgánico o un fenómeno de coyuntura.
Al recuperar la genealogía del análisis de coyuntura, debemos recordar a otro autor fundamental: Walter Benjamin, quien en sus Tesis sobre la historia –en la Tesis XIV– nos recuerda que la historia es objeto de una construcción cuyo marco no es el tiempo homogéneo o vacío sino lleno del “tiempo-ahora” o Jetzteit…el kairós; ese tiempo histórico lleno, en el cual cada instante contiene una posibilidad única, una constelación singular entre lo relativo y lo absoluto (Adorno, en carta a Horkheimer:1941), tiempo histórico que conecta el pasado, el presente y el futuro.
De esta forma, en Benjamin cobrará importancia central el sujeto que escribe la historia, es decir aquel que toma decisiones en el ahora.
En esta dirección es pertinente recuperar al filósofo alemán Ernst Bloch, quien ve en el hombre o en el sujeto tanto a la historia como un determinado tipo de conciencia anticipadora. Desde estos dos elementos es posible comprender a grandes rasgos su idea sobre: lo-todavía-no-llegado-a-ser.
La relación que Bloch establece para la construcción de la historia se proyecta hacia el futuro, atravesado por la idea de la utopía posible, donde la realidad y el mundo encierra en sí mismo la posibilidad de lo nuevo (novum): el mundo es posibilidad, nada está decidido aún, todo es todavía, incluido el fracaso.
Más cerca de nosotros, es necesario revisar con la mayor atención la obra de Braudel, Vilar, Kosik, Wright Mills. Todos ellos se esfuerzan en pensar cómo ordenar la observación de los objetos sociales, porque lo cognoscible posee una organización y el primer requisito de toda ciencia es esforzarse por conocer las lógicas de articulación de la realidad. Ni lo social es un azar, ni lo conocemos por azar, como lo señala Sergio Bagú. (Bagú:1970)
Hugo Zemelman se nutre de esas fuentes, enriquece esta línea de pensamiento y propone entender la historia como una secuencia de coyunturas; lo cual metodológicamente, requiere que todo fenómeno social tenga que abordarse como escenario de sujetos, de muchos y diferentes sujetos, en el momento en el que construyen el presente. (Zemelman: 2013)
Propone dos exigencias metodológicas:
1. El pensamiento tiene que seguir a la historia en el sentido de adecuarse creativamente a los cambios de los procesos históricos. Esto supone asumir muchas cuestiones, por lo menos dos que son básicas: una, que los fenómenos históricos no son fenómenos lineales, homogéneos, simétricos, ni están sometidos a la mecánica celeste de nadie; son fenómenos complejos en su dinamismo, en el sentido en que se desenvuelven en varios planos de la realidad, no solamente en uno y son a la vez macro y microsociales. Esto supone, por ejemplo, que tenemos que estudiar esos fenómenos históricos en varios recortes de la realidad y no solamente en uno. Esa es una primera exigencia. (Zemelman:2005)
2. La segunda involucra al problema del tiempo. Las temporalidades de los fenómenos son muy variables, los tiempos son múltiples, no hay un solo tiempo que fije el fenómeno, sino muchos tiempos y eso, evidentemente, es uno de los grandes desafíos para el conocimiento. Existe una tendencia a lo factorial, a reducir el fenómeno complejo a un factor o conjunto de factores, y analizar éstos en términos de la lógica de determinación causa y efecto.
El problema es que eso no siempre ocurre en los fenómenos sociales, pues puede haber múltiples factores aplicables o existentes en distintos niveles de la realidad. Los fenómenos históricos no ocurren de manera plana, longitudinal, sino tienen lugar a través de coyunturas, las cuales forman parte de los procesos, de las tendencias a largo plazo, y eso tenemos que tomarlo en cuenta. Y por último, los procesos socio-históricos no son solamente económicos, políticos, sociales, institucionales, etcétera, sino que conforman una constelación, están relacionados entre sí, son parte de una matriz de relaciones complejas, que los lleva a que se determinen recíprocamente lo económico con lo político, lo político con lo cultural, y así sucesivamente. (Zemelman: 2005)
El pensar epistémico constituye el pensar capaz de percibir que la realidad siempre está en movimiento, más allá de las certezas teóricas. Dos son las categorías que revelamos desde esta postura, sin menoscabo de otras, porque representan el perfil básico del análisis de coyuntura: la articulación y la potenciación.
La articulación alude a la idea de que la realidad es una compleja red de relaciones en situaciones sociales determinadas […] obliga a pensar en niveles de realidad y en relación entre niveles, lo que supone pensar en tiempos y espacios diferentes, en la medida que la articulación de un nivel con otro nivel en un tiempo uno puede ser diferente en un tiempo dos; es lo que hemos definido como momento y secuencia.
¿Cómo definir el criterio de inclusión de diferentes niveles de realidad en un mismo momento histórico? ¿Qué elementos de determinados niveles tienen la capacidad para incluir realidades con un mayor margen en comparación con otro?
El primer paso es saber leer el momento desde un elemento articulador, ya que contiene determinadas posibilidades para reconocer realidades. El factor que puede cumplir la función de elemento articulador, valga como ejemplo, puede ser la presencia de un proyecto.
La segunda categoría es la de potencia (que supone) saber reconocer en la articulación los puntos de mayor potencialidad, que son los nudos donde actúan o pueden actuar los sujetos, que, por lo mismo, son los que deben reconocer el análisis[…]¿en qué nudo de articulación entre lo económico, lo político, lo cultural y lo institucional se puede reconocer la mayor capacidad de intervención de los sujetos, y, en qué medida esa intervención puede permitir construir realidades en tanto son nudos potenciables con mayores efectos de potencialidad que otros nudos?[…]
Nos abrimos a márgenes que pueden reconocer distintas concreciones históricas, según sea la capacidad de construcción del o de los sujetos…a partir de la potenciación del sistema de necesidades de los individuos (Zemelman, 2013).
Estas ideas se pueden sintetizar en varias exigencias metodológicas:
1. En primer lugar, la realidad social exige ser concebida como espacio de posibilidades, no como objeto ni como conjunto de objetos. Espacios de posibilidades que se dan en contextos determinados;
2. Requiere pensar la realidad como construcción de sujetos y no como simple externalidad, o conjunto de estructuras en que se ubican los objetos;
3. Lo anterior supone pensar la realidad desde la potenciación antes que desde la causa. Por lo tanto, obliga a pensar la relación causa-efecto como parte de una situación que contiene un complejo de relaciones que configura espacios de potenciaciones posibles;
4. Para dar a lo que decimos una forma operativa, tenemos que pensar la realidad en situaciones que reflejen a este complejo de relaciones, tanto en el plano micro como macro social; de ahí que las situaciones tengan que ser incluyentes de posibilidades.
En suma: el análisis de coyuntura permite que los juegos tácticos no pierdan la perspectiva histórica en su papel de construir fuerzas y correlaciones de fuerza (Zemelman, 2013).
Pierre Bourdieu, un autor olvidado por Zemelman, lo resume muy bien: es en la relación dialéctica entre las disposiciones y el acontecimiento donde se constituye la coyuntura capaz de transformar en acción colectiva (es decir política) las prácticas objetivas. (Bourdieu:1972). Aquí radica justamente nuestra tarea esencial: contribuir en la transformación de la acción colectiva en una práctica concreta.
Ahora bien, como lograr creativamente seguir un proceso histórico y responder a las exigencias metodológicas que impone construir una mirada comprehensiva que pueda dar cuenta de cómo concurren distintos tiempos y temporalidades en un solo tiempo, de cómo confluyen distintas perspectivas explicativas posibles para un solo objeto. Definida la propia colocación y consciente de que una explicación desde una sola perspectiva disciplinaria nunca es suficiente, la pregunta fundante es

  • ¿Cuál es la historia?, cuya respuesta nos llevará a preguntarnos * ¿Cuál es el campo problemático? cuya comprensión permitirá identificar * ¿Cuál es el problema?, que nos llevará a las preguntas básicas *¿Qué? ¿Dónde? ¿Cuándo?? ¿Quién? ¿Quiénes? ¿Cómo? ¿Por qué?

Respuestas que nos llevarán a construir en el pensamiento nuestro objeto de investigación, su ubicación en el tiempo, a construir su línea principal del tiempo, donde podamos identificar cómo y cuándo concurren los distintos tiempos de los sujetos colectivos e individuales presentes en la configuración de nuestro objeto, tiempos que están en movimiento, que están dados, pero al mismo tiempo están dándose y por lo tanto, es indispensable tener presente cuáles son sus potencialidades, cuáles son los futuros posibles, cuál es el sentido del movimiento de cada uno, distinguir lo meramente contingente de lo que permanece, porque lo permanente es el verdadero eje del proceso en el cual podemos entender el hecho que nos interesa comprender.
Permanencia en el tiempo que es difícil ver, una suerte de última instancia no fácilmente asible.
Es necesario distinguir lo fenoménico de lo esencial, lo aparente de lo real, lo ausente en lo inmediato, ver lo que no se ve, porque sólo así será posible identificar y desagregar el eje del acontecimiento o del proceso, el verdadero eje para esclarecer las causas y los objetivos de las distintas acciones de los sujetos.
Respecto a los sujetos colectivos e individuales es indispensable conocer su historia para trazar las líneas del tiempo de cada uno, qué les es propio y qué no lo es, qué representan cuantitativa y cualitativamente, qué los identifica, cuál es su origen y su base social, cuáles son sus características, cuáles sus fortalezas y sobre todo, cuáles son sus debilidades. Desde otra lógica, cuáles son sus alianzas, cuáles son sus antagonistas, cuál es su proyecto y cuál es su objetivo o sus objetivos para entender cuál es el lugar de cada uno en la correlación de fuerzas y tener siempre presente que toda configuración está en constante mutación, donde al mismo tiempo está dada y está dándose.
Entender el proyecto de cada sujeto nos permitirá comprender cómo se mueve y cómo se relaciona con la estructura pero sobre todo: leer y desagregar lo contingente de lo permanente. Por supuesto hay muchas preguntas por resolver:
¿Cuáles son los elementos objetivos y subjetivos constituyentes de cada sujeto? ¿Cuántos tipos de sujetos podemos considerar y reconocer? ¿Qué dinámicas los mueven? ¿Cuál es el conflicto constituyente de cada sujeto? ¿Cuál es el momento histórico en que actúan? ¿Cuál es el momento histórico que sucederá? ¿Cuál es y cuál será la nueva configuración posible? ¿Cuál es y cuáles serán las configuraciones probables? ¿Cuál es la configuración catastrófica para cada sujeto?
Como vemos, nos queda como tarea resolver el carácter de la pregunta porque al desentrañarla, al reflexionar sobre ella, podremos construir una estrategia de investigación que nos permita una visión comprehensiva del presente y de los futuros posibles.
Fuentes consultadas:
Bagú, Sergio. Tiempo, Realidad Social y Conocimiento, Siglo XXI Editores, México, 1970.
Benjamin, Walter. Tesis sobre la historia y otros fragmentos. Introducción y traducción de Bolívar Echeverría. ITACA/UACM. México. 2008.
Bourdieu, Pierre. Esquisse d’une théorie de la pratique. Genève-Paris, 1972.
Gramsci, Antonio. en Antología, selección, traducción y notas de Manuel Sacristán, Siglo XXI Editores, México. 1970.
Löwy, Michael. Walter Benjamin. Aviso de incendio. FCE. México. 2002.
Marx, Carl. Elementos fundamentales para la crítica de la economía política 1857 – 1858, T. I, Siglo XXI Editores, México, 1971,
Retamozo, Martín. El Método como postura. Apuntes sobre la conformación de la subjetividad epistémica y notas metodológicas sobre la construcción de un objeto de estudio. Cuaderno de trabajo 9. Facultad de Ciencias Políticas y Sociales-PAPIME EN 308004, México, 2006.
Valencia, Guadalupe. Pensar el tiempo desde las ciencias sociales. Cuaderno de trabajo 12, Universidad Veracruzana, México, 2002.p.3
Valencia Lomelí, Enrique. Metodología del análisis de coyuntura, Tesis de Maestría en Sociología, Universidad Iberoamericana, Plantel Santa Fe, Edición de autor, México, 1989.
Vilar, Pierre. Historia marxista, historia en construcción. Ensayo de diálogo con Althusser… Anagrama. Barcelona. 1974
Iniciación al vocabulario del análisis histórico. Crítica. Barcelona. 1980.
Zemelman, Hugo. “La totalidad como perspectiva de descubrimiento” en Revista Mexicana de Sociología, Año XLIX, Núm. 1. Enero-marzo-México, 1987.
Los horizontes de la razón. Uso crítico de la teoría. El Colegio de México. Anthropos. Barcelona. . 1992
Voluntad de conocer. El sujeto y su pensamiento en el paradigma crítico. Anthropos/UNACH/IPECAL-Barcelona, 2005.
El ángel de la historia: determinación y autonomía de la condición humana. Anthropos/UNAM-FCPYS/IPECAL. PAPIME EN308004. Barcelona.
2007.
“Hacia una estrategia de análisis coyuntural”, en Seoane, José coord.: Movimientos sociales y conflictos en América Latina. CLACSO, Buenos Aires, Argentina. Disponible en: http://bibliotecavirtual.clacso.org.ar/ar/libros/osal/seoane/zemelman.rtf
El análisis de coyuntura como desafío del pensar político. Inédito. México. 2013.

Las mil y una inquietudes de la obra de Foucault (2013)

Las mil y una inquietudes de la obra de Foucault (2013)
Raimundo Cuesta
Con-Ciencia Social, nº 17 (2013), pp. 79-92
“Que le travail de la pensée foucaudienne nécessite d´être repensé à partir de notre présent, c´est bien le principe implicite sur lequel repose toute notre analyse”. Luca Paltrinieri (2012)
“Heredar a Foucault, recoger su herencia, no es repetir lo que él dijo, ni siquiera preguntarse por las mismas preguntas. Estas son tareas de eruditos devoradores de cadáveres”. Jesús Ibáñez. “Esas ideas ya no estremecerán al mundo”. El País, 27-6-1984
El mito de la unidad del autor y su obra. O lo tomas o lo dejas: la leyenda de la totalidad

La obra de Michel Foucault ha estado presente a lo largo de mi propia formación e historia intelectual: desde aquellos estudiantiles comienzos de los setenta en que trabé conocimiento de Historia de la locura en la época clásica (1961), El nacimiento de la clínica (1963) o Las palabras y las cosas (1966), libros vertidos al español en ediciones latinoamericanas que todavía hoy, cual hojas otoñales, amarillean en el rincón más vetusto y venerable de mi biblioteca.
Desde pronto me había atraído gratamente la lectura de la primigenia incursión foucaultiana en los secretos de la historia de los saberes que individualizan y separan la razón de la sinrazón, la normalidad de la locura. Por el contrario, siempre había sufrido cierta desazón con los otros dos textos, que empezaban prometiendo mucho (la mirada médica y la disección del sujeto humano como objeto de conocimiento) y terminaban agotando la paciencia (la impaciencia) de un lector estudiantil ávido de una prosa más directa y políticamente contundente.
Por lo demás, el Prefacio de Las palabras y las cosas empezaba aludiendo a que “Este libro nació de un texto de Borges”, de una imposible taxonomía de animales de una supuesta enciclopedia china. Este guiño de complicidad literaria hacia el lector, en aquella época probablemente cautivado por las paradojas borgesianas, servía para señalar, a modo de ejemplo, los límites de lo pensable, la imposibilidad de pensar lo imposible en cada época. Si además, como es fama, el capítulo primero era dedicado, a mayor gloria de Dios, al cuadro de Las meninas como expresión de un nuevo espacio de representación de su época (la representación como pura representación de la que el sujeto mismo quedaba suprimido), los excesos interpretativos de la pintura velazqueña no quitaban ni un ápice de brillantez a una prosa cuajada de ocurrencias y giros geniales.
No obstante, este pulido arte de la escritura se enredaba y quedaba sepultado en los capítulos siguientes por una abstrusa selva epistémica, que, a cada poco, obligaba al lector estudiantil a recuperar el resuello. En mi experiencia y memoria de lector quedaba registrada, pues, una ambivalente consideración de la primera etapa creativa, esa que se suele llamar “arqueológica”, del pensador francés, al que, por otra parte, siempre he regresado.
En ese ejercicio personal de autoevaluar la influencia foucaultiana en mi trabajo tenía la seguridad de que mis lecturas en los noventa, más de veinte años posteriores a las primeras aproximaciones estudiantiles, habían sido las más profundas y las que habían afectado más intensa y decididamente, hasta el día de hoy, a mi propia producción intelectual.
Y en esta singladura de madurez hubo tres obras que me marcaron de manera indeleble: Nietzsche, la genealogía, la historia (1971), La verdad y las formas jurídicas (1973) y Vigilar y castigar (1975). En todas ellas, vecinas de una común inquietud política heredera del sesentayocho, palpitaba la chispa crítica de la genealogía del poder, esa segunda etapa que, al decir de los estudiosos, sigue a la inicial fase arqueológica.
La perspectiva genealógica ha empapado mi trabajo intelectual en los últimos veinte años, aunque tampoco he renunciado a conocer y usar parcialmente algunas de las aportaciones del giro hacia el sujeto que se inicia con La voluntad de saber. Historia de la sexualidad 1 (1976), y se continúa en los dos siguientes volúmenes de la historia de la sexualidad y en los cursos impartidos en el Colegio de Francia, por ejemplo, en La hermenéutica del sujeto (1982).
En una palabra, estaba en esas elucubraciones sobre la huella foucaultiana en mis inquietudes intelectuales, cuando cayó en mis manos y di en leer el libro de José Luis Moreno Pestaña, Foucault y la política (2011). Ya en 2006 el mismo autor había realizado una primera incursión en su Convirtiéndose en Foucault. Sociogénesis de un filósofo, valiéndose del orbe categorial de Bourdieu cuando éste estudia los campos académicos.
Con ello se propone vincular trayectoria social, posición política y producción filosófica con el fin de dar cuenta de sus virajes políticos (comunista normalienne después de la guerra, filogaullista en los años cincuenta y sesenta, ultraizquiedista después del 68 y anticomunista y neoliberal desde la segunda mitad de los setenta).
Más allá de los aciertos y precisiones sobre el compromiso político de Foucault, a veces tan desprovisto de matices que nos obliga a acudir a otros relatos biográficos mucho más detallados como los de Didier Eribon (1992 y 1995) o David Macey (1993), interesa subrayar la tesis central del libro, que a modo de resumen muy esquemático podría concretarse en el lema: “lo último es lo mejor”.
En fin, en esta narrativa sobre la vida y obra de Foucault, el aparato tecnológico de raíz bourdieuana, conduce a convertir al pensador francés en alguien que, al final, después de mucho equivocarse, descubrió la libertad y comprobó que las instituciones, como el propio Estado, que acumulan poder, pueden y deben convertirse en espacios para el ejercicio de la libertad y el cuidado de sí mismo.
En suma, lo último sería lo mejor y, por fin, Foucault encontró su camino. Lo cierto y verdad es que cada apuesta política es hija de su tiempo como igualmente lo son las distintas obras pergeñadas en diversos momentos de una trayectoria individual. La unidad de la obra de autor es un mito, pero también es falsa aquella concepción de un autor y su obra que se dedica a verla como un camino de perfección que va desde el error hasta alcanzar la verdad. Este planteamiento es asociológico, ahistórico y teleológico. Cualquier tiempo pasado no siempre fue peor, y los libros (o las teorías), como decía Schopenhauer, no son como los huevos que cuanto más frescos, mejor. Como mucho, tal como proponen algunos de sus comentaristas (Castro, 2011, p. 175) podría comprenderse la totalidad de la obra como un conjunto de desplazamientos que tendría una matriz unitaria en el tema de la subjetivación. El mismo Foucault convino alguna vez en ello, pero también en considerar la analítica del poder como el centro gravitatorio de su pensar. Lo cierto es que una obra acaba “hablando” por encima de lo que crea o juzgue su autor.
No hay un “verdadero” Foucault. Es más, ni hay unidad en la obra ni existe unidad del sujeto que la produce, pues ambos son tan distintos en tiempos diferentes como lo son las propias circunstancias en las que inscribieron su experiencia creativa. Ya el propio Foucault, al teorizar sobre el método arqueológico, decía: “No me pregunten quién soy, ni me pidan que permanezca invariable: es una moral de estado la que rige nuestra documentación. Que nos dejen en paz cuando se trata de escribir” (Foucault, 2009, p. 30).
Él mismo había insistido una y otra vez en la expulsión del sujeto humano del discurso y había acuñado aquello de “función-autor” en su célebre Qu´est-ce qu´un auteur? de 1969 (Foucault, 1999, p. 338), para referirse a quienes consideraba meras extensiones del discurso que pronuncian o escriben, en la medida en que las reglas constitutivas de las formaciones discursivas y de la episteme son inconscientes y se encarnan, hablan, a través del que representa la tarea eventual de autor.
Claro que el propio Foucault, para eludir la poco atractiva idea de que la historia del pensamiento fuera una monótona y gris repetición de reglas ajenas a los sujetos acuñó, quizás pensando en sí mismo, el término “creadores de discursividad” para dar cuenta de cortes, de excepciones geniales que de vez en cuando emergían en esa cansina noria de normas y gramáticas inconscientes y extrahumanas. Esa paradoja persiguió al pensador francés hasta sus últimos días, pues la total expulsión del sujeto humano del discurso en sus primeras obras acabó desembocando en una reivindicación axial de la subjetividad a través de las tecnologías del yo y la ética en sus últimas obras.
Desde luego las pretensiones foucaultianas de expulsar al sujeto de la circulación discursiva comporta problemas incluso para aquellos que, como Didier Eribon (1995; el original data de 1989), se han enfrentado brillantemente a la ardua tarea de construir la biografía de alguien que abominó, en cierto momento, del sujeto individual. En efecto, su mejor biógrafo francés, pese al juicio precipitado de Tony Judt (2008), que califica a Eribon poco menos que de gacetillero reverencioso y ditirámbico, como indica en la introducción biográfica, tuvo que soportar las pullas de los foucaultianos de estricta observancia, que consideraban, como buenos detractores del humanismo, poco menos que un disparate “meter la vida del autor” en los textos generados por el maître à penser.
Pero lo cierto es que una biografía siempre comporta una “invención” del personaje y su obra, y la de Eribon también contribuyó a crear a Foucault como un ser unitario y a su obra como un trayecto relativamente coherente. Otros, como el famoso panfleto americano de James Miller (The Passion of Michel Foucault, 1993; hay edición española, Santiago de Chile, 1995), con peor intención y muy mala entraña edificaron una contraleyenda interpretando la obra del pensador en función de sus obsesiones y gustos acerca de las experiencias límites, reduciéndola, en suma, a una alegoría autobiográfica de sus pulsiones sadomasoquistas y su fascinación por la muerte (Eribon, 1995).
En suma, tal “lectura” de su obra se enmarcaba dentro de una operación de descalificación dentro de la “guerra fría” emprendida por la revolución conservadora americana, que dirigió parte de su munición más repugnante contra la influencia de lo francés y de los teóricos de la llamada por François Cusset (2005) French Theory. Así se gestó el arquetipo del Foucault “degenerado” de una cierta derecha, que, como Juan Pedro Quiñonero (2011), evocaba desde el ABC su figura como “gurú de un gineceo de jóvenes discípulos y amantes, homosexuales y drogatas”.
Solo faltaba que Louis Althusser, muy respetado por Foucault, estrangulara a su compañera o que se conocieran las no pequeñas debilidades y miserias de Jean Paul Sartre para que se promocionara una literatura contra la catadura moral de los pensadores progresistas y acerca de las debilidades de su obra. Desde luego, Tony Judt tomó buena nota de ello en algunos de sus libros. Por nuestra parte, desde Fedicaria, en el editorial del número 16 de esta revista (“De giros, idas y vueltas. Las tradiciones críticas, los intelectuales y el regreso a lo social”) dejábamos apuntadas algunas causas explicativas de la ofensiva lanzada contra la figura del intelectual crítico.
Como bien señala Eribon (1995, p. 19), el mejor remedio contra la artificial proclividad a incurrir en una postiza unidad del sujeto y de su obra radica en la investigación histórica. Cierto. Aunque todo proyecto biográfico no pueda eludir el artificio de contemplar al objeto-sujeto de la biografía en un mismo ser con identidad perdurable. Por lo demás, la ilusión unitaria radica también en las múltiples declaraciones del propio autor que, en numerosas entrevistas y relatos personales, se “muestra” y se aclara a sí mismo y a su obra, de mil y una maneras según soplan los vientos de cada coyuntura.
Al respecto, podemos recordar los “arrepentimientos” y rectificaciones del propio Foucault. A ello hay que añadir los estudiosos académicos que buscan los precedentes, las influencias y las etapas del autor. Por ejemplo, hoy ya posee consagración canónica la división tripartita de su obra en etapas sucesivas: la arqueológica, la genealógica y las tecnologías del yo.
Así pues, escolásticamente hablando, Foucault se divide en tres, lo que muy frecuentemente para sus seguidores más fervientes no es producto de la paradoja o la contradicción, sino más bien resultado de un proceso de sutil afinamiento del análisis de la realidad. En todo caso, su pensamiento comparece y se nos presenta como obra unitaria de uno de los grandes clásicos del pensamiento. Sus textos han ascendido al olimpo de la cultura legítima. La bomba Foucault ha sido desactivada por los artificieros de la buena conciencia.
Ahora bien, desde una perspectiva crítica, lícitamente nos podríamos interrogar acerca de las operaciones que comporta esta consagración (o su contrario, el vituperio total) y esta suerte de mitificación unitaria del autor y su obra. Ya la historia conceptual en los años sesenta y el correlativo giro contextual habían puesto en cuestión la historia tradicional del pensamiento y de la filosofía (de raíz kantiana), que hasta entonces consistía en la selección canónica de unos autores y unos textos y en la redundante reinterpretación de los mismos.
En esa historia existía como una línea recta sobre la que se desplegaba la vida y obra de unos elegidos que iban componiendo la sustancia, siempre renovada y progresiva, del devenir del pensamiento occidental hacia su perfección en el presente. El léxico de ese pensamiento recogería las esencias de valores universales desplegados y concretados en figuras humanas, conceptos y obras literarias. Precisamente en Foucault se aloja la llama, desde sus tiempos más tempranos, de un impulso crítico dirigido a impugnar, siguiendo los pasos de maestros como G. Canguilhem, su siempre cercano protector, y G. Bachellard, los moldes continuistas (atentos a la cadena de sucesos evolutivos más que a las discontinuidades y rupturas) de la historiografía de las ideas, la filosofía y la ciencia.
Y, como ha demostrado recientemente Luca Paltrinieri (2012), también en ella habita, siguiendo la estela canguilhemiana, la historicidad sustancial de los conceptos y su vinculación a la experiencia subjetiva (el pensar como experiencia que maneja y produce conceptos).
También la sociología de la filosofía, como nos recuerda F. Vázquez Díaz (2009, p. 12), ha contribuido a desmantelar algunos mitos y temas recurrentes al intentar objetivar el despliegue histórico de la subjetividad de los pensadores, evitando la tentación de convertir a los autores y textos clásicos en objetos sagrados ajenos al contexto social donde ocurre su existencia real. Por lo demás, la canonización y lectura ritual es muy propia de la tradición de la historia de la literatura (por ejemplo, de H. Bloom) y de una cierta hermenéutica atenta a regresar una y otra vez, cual plegaria ritualizada, hacia la tradición.
Los trabajos de P. Bourdieu, de cuya muerte se cumplen ahora diez años, y sus discípulos sobre los campos de producción artística y académica abrieron perspectivas insólitas al entender el espacio cultural como un lugar de luchas, donde se concitan redes, ejes, nódulos y polos de saber-poder y donde el habitus del homo academicus compite dentro de un sistema de distribución de capitales de distinta naturaleza (cultural, económica o social), tal como puede apreciarse en las interesantes indagaciones de Vázquez García (2009) sobre la filosofía española.
Por su parte, la propia obra de M. Foucault, ya en su primeriza época de arqueología del saber cómo en su posterior genealogía del poder, venía a romper con los supuestos idealistas y triunfalistas de la historia tradicional de las ideas. De ahí su cercanía a los filósofos e historiadores de la ciencia que, como los citados Canguilhem o Bachellard, habían puesto el acento en las discontinuidades y rupturas epistemológicas. De lo que se infiere que el autor y su obra son figuras efímeras y en continuo devenir de igual manera que lo son las miradas que recrean su existencia.
No obstante, los intérpretes de Foucault incurren a menudo en lo que Quentin Skinner (2007, p. 78) denomina, referido a la historia de la filosofía moral y política, el mito de la coherencia. Otorgar sistematicidad a un autor constituye casi una obligación para alguien que quiera difundir una obra, tal como se aprecia en el siguiente ejemplo a cargo de uno de los mejores estudiosos y divulgadores del pensador francés en España.
“Esta articulación rigurosa en tres campos de problemas mutuamente conectados [arqueología: la conversión del sujeto humano en dominio de conocimiento; genealogía: las técnicas y disciplinas externas al sujeto que lo constituyen; y las tecnologías del yo que modelan desde dentro al sujeto], revela la unidad del proyecto, la sistematicidad del pensamiento de Foucault, más allá de su apariencia dispersa y multicolor. No es, propiamente hablando, la coherencia interna de una teoría, entre sus principios y sus consecuencias; se trata más bien de la cohesión ofrecida a posteriori en sus resultados, por un trabajo empírico siempre inconcluso” (Vázquez García, 1991, p. 39).
Sin duda, a posteriori, porque las consecuencias de una obra siempre son “invenciones sociales” después de su realización. Pero tan legítimo y discutible es postular, como hace el autor supracitado o M. Morey (1999), que la sistematicidad de Foucault reside en una permanente preocupación por el sujeto, visto desde diversas posiciones (como objeto del conocer, como víctima del poder o como resultado de técnicas de cuidado de sí mismo), como afirmar que el hilo subterráneo foucaultiano se refiere al poder entendido como una compleja relación de fuerzas.
O también cabe defender que la obra del autor carece de sistematicidad, lo que no empece que contenga fuertes y redundantes anclajes temáticos, pero siempre, a su vez, amarrados a las mil inquietudes del autor y de las múltiples escaramuzas que vivieron sus días, no en vano el universo conceptual no es ajeno al mundo de la experiencia. De modo que sería un sano ejercicio enfrentarse a su obra mediante lecturas en espiral, serpenteantes y retráctiles.
En cualquier caso, la mitología de la coherencia suele venir adherida a otra falacia: la teleológica. En efecto, a menudo se comprende la obra de un autor como la encarnación de un organismo vivo que posee una necesidad de realización hacia una meta, una suerte de programa prediseñado que cumple su fin como máxima realización del genio del autor. Y a esa meta final se la rodea de antecedentes y consecuentes, de influencias y otras bagatelas por el estilo.
Pero, a decir verdad, ningún autor es plenamente coherente en el curso de su historia ni ninguna obra posee un telos predeterminado hacia la perfección. De lo que se infiere que el autor y su obra son figuras quebradizas de igual manera que lo es el tiempo que les tocó vivir. Los relatos de beatificación son operaciones ex post facto, de las que a veces participan los autores con la complicidad de sus devotos secuaces. Por lo demás, el propio Foucault no tuvo reparos en relacionar su obra con su atormentada vida más incluso que con preocupaciones epistemológicas o sociales de diversa estirpe y entidad: “Siempre me interesó que cada uno de mis libros sea, en un sentido, una reunión de fragmentos de autobiografía. Mis libros siempre han sido mis problemas personales con la locura, la prisión, la sexualidad” (Eribon, 1995, p. 73).
Y, en otra entrevista de 1981, añadía: “cada vez que he intentado hacer un trabajo teórico, ha sido a partir de elementos de mi propia experiencia” (Potte-Bonneville, 2007, p. 251). Todo lo cual se aviene mal con la intención metodológica de arqueólogo del saber de expulsar al sujeto humano del escenario de las formaciones discursivas. Foucault en sus cientos de textos y entrevistas comparece una y otra vez como y bajo la figura de “creador” de discursos, no como mero altavoz de marcos discursivos preestablecidos y sí como intelectual que piensa a partir de su propia y descarnada peripecia vital.
Ahí sí existe sistematicidad, aunque en modo alguno la obra deba reducirse a la biografía de un autor. En el fondo, esta cuestión estratégica en la teoría social de las relaciones entre sujetos y discursos se resume en la concepción que defendamos del lenguaje humano, o bien como una norma supra subjetiva que habla a través de los individuos, o bien como una práctica construida por la acción humana. El lenguaje nos habla y nosotros hablamos con el lenguaje.
Es además, como gustaba decir R. Williams (1980, p. 51), “literalmente un medio de producción… una forma específica de conciencia práctica que resulta inseparable de toda actividad material social”. Muy lejos de este horizonte dialéctico se encontraba el “arqueológico” Foucault de los años sesenta, que, por el contrario, practicaba un casi inevitable coqueteo con el estructuralismo de la década prodigiosa (el de Lévi-Strauss, Dumézil, Barthes, etc.), lo que dejó una profunda huella en la tildada como fase “arqueológica” de su pensamiento y un pozo profundo antihumanista, que nada beneficia o añade a una revisión crítica y reactualizadora de su obra aquí y ahora.
De ahí que podamos afirmar que, conforme venimos exponiendo, la naturaleza mítica de la concepción de su obra como totalidad coherente y unitaria, y del autor como operador integral y único, nos obliga a rechazar la habitual aceptación de su legado intelectual como un “lo tomas o lo dejas” y, por la misma razón, nos repele la idea de tener que guardar una fidelidad perruna a una supuesta ortodoxia asentada por los sumos sacerdotes del ramo, a riesgo de incurrir en delito de lesa majestad. Y estas consideraciones nos llevan, como sin quererlo, al papel que debiera tener la teoría en la investigación social.
Invitación al bricolage conceptual
Con motivo del veinte aniversario de su muerte, el grupo colombiano de Olga Lucía Zuluaga, de fuerte inspiración foucaultiana, que ha acreditado ya una larga trayectoria investigadora sobre los saberes y prácticas escolares, afirmaba: “cuando apelamos al nombre de Foucault, nos referimos a un modo de escribir, interrogar, de percibir, de pensar. Foucault es, pues, una perspectiva, una manera de mirar, es el nombre que se da a una caja de herramientas” (Zuluaga, 2005, p. 7).
Por su parte, sostiene Francisco Vázquez (2010, pp. 8-9) que coexisten dos especies de usuarios de nuestro filósofo, a saber, “foucaultistas”, sacerdotes descifradores del misterio de la obra (que no son moco de pavo), y “foucaultianos”, investigadores que buscan en la caja de herramientas fundamentos para el conocimiento crítico del presente.
Por su lado, más recientemente Luca Paltrinieri (2012) abunda en la idea distinguiendo entre commentateurs (los académicos que hacen exégesis de sus textos en relación con otros de la historia del pensamiento) y la de los usagers (los que utilizan su obra como boîte à outils para analizar problemas de nuestro mundo, pero añadiendo que la “caja de herramientas” puede devenir en malhereuse métaphore si se ignora la historicidad del mundo conceptual foucaultiano y su pertenencia a un sistema intelectual de referencia). Teniendo en cuenta tales precauciones a fin de no incurrir en un saqueo indigno de obra ajena, preferimos incluirnos entre los “utilizadores”, aunque tendríamos muchas dificultades a la hora de declararnos, sin rubor, “foucaultianos” o cualquier otra cosa. Se atribuye a L. Wittgenstein la invención (en su Investigaciones filosóficas, 1930) de la imagen de “caja de herramientas” para referirse a la actividad lingüística y el mismo Foucault a veces extendía la metáfora a la totalidad de su obra y, por ende, a su carga teórica. Así lo afirmaba en 1973 en una entrevista en Libération:
“Todos mis libros, ya sea la Historia de la locura o Vigilar y castigar, son, si quiere, como pequeñas cajas de herramientas. Si las personas quieren abrirlas, servirse de una frase, de una idea, de un análisis como si se tratara de un destornillador o unos alicates para cortocircuitar, descalificar, romper los sistemas de poder, y eventualmente los mismos sistemas de los que han salido mis libros, tanto mejor” (Foucault, 1991, p. 88).
Nuestra coincidencia con estas apreciaciones es total e irrestricta. Pero no sólo ha de extenderse este uso interesado y “oportunista” (oportuno) a la obra del filósofo motivo de nuestro escrito, sino también conviene llevar la metáfora de la “caja de herramientas” a toda clase de teorías cuyo objeto sea la vida humana en sociedad, porque, como dejamos dicho en otra parte (Cuesta, Mainer y Mateos, 2009, p. 21), las construcciones teóricas son artefactos, es decir, obras humanas que disponen y dibujan aparatos conceptuales más o menos complejos mediante los cuales pretendemos cartografiar, de manera artificial pero no arbitraria, la realidad objeto de indagación.
Estas representaciones mentales y reducciones conceptuales se generan y resultan de la interacción del sujeto-objeto en el mismo proceso de investigación. Cuando el artefacto se convierte en una maquinaria autoexplicativa, que, elaborada férrea y previamente, hace de apisonadora del objeto investigado, su esterilidad se torna manifiesta, como ocurre con la gran teoría en las ciencias sociales, que al abusar de los aspectos formales “está ebria de sintaxis y ciega para la semántica” (Mills, 1993, p. 52), que oculta el significado bajo una sistematicidad artificiosa.
De ese peligro no queda exenta una lectura totalizadora y autoexplicativa del entramado foucaultiano, lo que a menudo evitaba el pensador invitando a la investigación empírica del detalle. Pero, por otra parte, cuando se acude a la investigación vestido con la desnudez teórica del empirismo, los hechos proliferan como un tumulto de sucesos caprichosos imposibles de ser comprendidos y explicados.
Frente al exceso de equipaje formal y abstracto y su contrario, el déficit teórico, la investigación con pretensiones de validez científica ha de entenderse como un régimen de verdad que, sometido a unas determinadas relaciones de saber-poder, aspira a un conocimiento modesto, siempre tentativo, provisional y hasta cierto punto paradójico. Una suerte de ensamblaje o bricolage intelectual perfectamente consciente de su alcance.
Claude Lévi-Strauss, uno de las grandes figuras del estructuralismo francés, coetáneo de Foucault, publica La pensée sauvage en 1962 y allí, frente a la oposición clásica entre magia y ciencia, reivindica la autonomía del pensamiento salvaje como tipo de conocimiento y señala al bricolage como el modo de proceder de este pensamiento (Lévi-Strauss, 1972, pp. 35-37).
Por extensión y con las debidas distancias, la obra de Foucault invita a una suerte de bricolage conceptual, o sea, a considerar sus productos intelectuales no como una totalidad preestablecida y acabada, sino como una realidad incompleta de la que hay que tomar fragmentos, sobras, trozos, etc., un poco a la manera que sigue el arte del montaje y la composición intelectual de los escritos de Walter Benjamin. Como hace, para seguir con el rastro benjaminiano, la figura contraheroica del trapero que va cogiendo de aquí y de allá lo que pueda haber de útil.
La modestia, pues, ha de ser la divisa que imprima carácter a la lectura de Foucault. Además, la imagen de la caja de herramientas, que, entre otros muchos, igualmente defiende V. Galván (2010) o J. Pastor y A. Ovejero (2007), bien pudiera completarse con la del cedazo que filtra y separa la recepción de sus aportaciones. Como es bien sabido, una obra no consta solo de un repertorio de enunciados y conceptos listos para su empleo. Es también un abanico de oportunidades de uso dentro de contextos muy diferentes. Sabemos por las especulaciones de los teóricos de la recepción, que toda lectura supone una reconstrucción, de modo que los textos tienen tantas vidas diferentes como miradas de quien los lee en determinadas circunstancias.
Y de la obra que nos ocupa hubo y hay muchas miradas en función de la heterogeneidad de los sujetos y contextos de acogida. Desde luego una de las más importantes, contradictorias y curiosas de esas reconstrucciones ha sido la trasmutación, hasta lo irreconocible, merced al recibimiento apoteósico de la llamada French Theory por los departamentos de literatura de algunas universidades de Estados Unidos.
Ciertos universitarios de izquierdas de ese país tiraron de la caja de herramientas foucaultiana, derridiana y deleuziana, entre otras, para ofrecer una resistencia teórica a las secuelas de la revolución conservadora dejadas por la era Reagan, que se había mostrado irreductiblemente defensora de los valores eternos de la tradición americana.
Y así, Foucault, como otros pensadores franceses, se puso al servicio de todo un vasto universo de estudios culturales postmodernos de tipología muy variada y dispersa, que a veces rozaba el esperpento intelectual, como relató y caricaturizó François Cusset (2005), y como, en parte, también puso de relieve el affaire Sokal (este físico publicó en 1996 un artículo-trampa en Social Text, negando, con argumentos peregrinos, la gravedad y la teoría cuántica como “construcciones” sociales).
El escándalo Sokal trajo cola y demostró el trasfondo político que habita detrás del descrédito del relativismo cultural y de lo políticamente correcto (Otero, 1999). La caricatura del relativismo cultural es una cara de la moneda, la otra, como alternativa, es el regreso al esencialismo de las identidades nacionales, religiosas o de otro tipo.
En todo caso, este contexto posmodernista americano contribuyó a producir un nuevo Foucault que, cosas de la vida, se reexportó a Latinoamérica y, lo que es más sorprendente, a Europa. Rodeado de un éxito espectacular, las eventuales estancias de nuestro filósofo, al final de sus años, en el corazón del imperio, le produjeron un gran bienestar personal y él siempre recordaba el buen sabor de boca que le infundía el aire de libertad de costumbres reinante en el mundo de los campus americanos.
Por lo demás, a partir de ese fulgurante éxito se convirtió en un intelectual global y de fama mundial, con todas las servidumbres que ello comporta. Esta internacionalización de Foucault convierte su obra en un espejo donde se mira una inmensa galaxia de sujetos e intereses, que, como no podía ser menos, nos devuelven y refractan figuras multiformes, a menudo distorsionadas como en el callejón del Gato.
Se diría que Foucault ha sido triturado por su extraordinaria acogida y fama mundial, y, finalmente reducido a despojos de sí mismo, como Damiens, el condenado y torturado en 1757, con cuyo estremecedor relato se abre Vigilar y castigar. Es el destino inexorable de los intelectuales llamados a ejercer influencia sobre un radio de acción gigantesco.
“Finalmente se le descuartizó… Esta última operación fue muy larga, porque los caballos que se utilizaron no estaban muy acostumbrados a tirar; de suerte que en lugar de cuatro hubo de poner seis, y no bastando aún esto, fue forzoso para desmembrar los muslos del desdichado, cortarle los nervios y romperle a hachazos las coyunturas…” (Foucault, 1984, p. 11).
Sobre el inmenso, oceánico, escenario de conceptos e hipótesis foucaultianas es preciso navegar con tiento, quitar toda veneración fetichista hacia la obra y su autor, y, como dijimos, realizar un uso “oportunista”, pero creativo de sus aportaciones, tal como sugirió su colega, y a pesar de todo amigo, P. Bourdieu en 1996 (¿Qué es hacer hablar a un autor? A propósito de Michel Foucault).
“Foucault dijo que había leído a este o aquel autor no para obtener conocimiento, sino para sacar de allí reglas para construir su propio objeto. Hay que distinguir entre los lectores, los comentadores, que leen para hablar en seguida de lo que han leído; y los que leen para hacer alguna cosa, para hacer avanzar el conocimiento, los auctores. ¿Cómo hacer una lectura de auctor, que quizás sea infiel a la letra de Foucault, pero fiel al espíritu foucaultiano?” (Bourdieu, 2005, p. 13).
El propio Foucault, a diferencia de sus herederos que hoy se aprovechan crematísticamente de los derechos de autor, se mostró partidario de un uso libérrimo de su obra y manifestó una voluntad de acceso abierto e interpretación sin restricciones de su pensamiento, tal como él había hecho con sus maestros más queridos. Así lo reflejaba en una entrevista de 1975 en Libération:
“Yo a las gentes que amo las utilizo. La única manera de reconocimiento que se puede testimoniar a un pensamiento como el de Nietzsche es precisamente utilizarlo deformarlo, hacerlo chirriar, gritar. Mientras tanto, los comentaristas se dedican a decir si es o no es fiel, cosa que no tiene gran interés” (Foucault, 1992, p. 101).
En verdad, como indica Germán Cano (2012, p. 15) en la presentación española de un reciente Diccionario Nietzsche (Niemeyer, 2012), quizás sea preciso dar un paso más y “pensar con Nietzsche contra Nietzsche”, lo que bien pudiera valer como método de aproximación al propio Foucault. Sea como fuere, la apropiación foucaultiana de Nietzsche resulta muy intermitente, fuertemente situada y clamorosamente brillante. Pasa el cedazo a la Genealogía de la moral y a otros textos del filósofo alemán y trasmuta todo ese acervo nietzscheano en un arte de crítica del poder, la genealogía, adaptada a las necesidades de su tiempo.
Por otra parte, convertirse en despojo y sombra de sí misma es el destino irreversible de toda obra que se deslocaliza y rebasa su tiempo y el lugar de su nacimiento. Precisamente el ejemplo de la recepción de su obra en España es muy ilustrativo de los mil y un Foucaults que son susceptibles de ser albergados y cobijados en los pliegues de las páginas de sus libros.
Valentín Galván (2010) ha trazado admirablemente los vectores y protagonistas que son responsables de la acogida en tierras hispanas del trabajo intelectual de nuestro autor entre 1967 y 1986, esto es, entre la década inicial de su producción intelectual y los dos años siguientes a su muerte en 1984. En ese lapso, que coincide con el tardofranquismo, la transición y las primera fase de la gobernación socialista, existieron “muchos Foucaults… tantas recepciones de su pensamiento como batallas político-filosóficas, depende del espejo en que lo miremos y leamos” (Galván, 2010, p. 281).
La primera penetración de la obra de Foucault no fue temprana ni espectacular. A pesar de la entonces cercanía de la lengua y cultura francesas a la intelectualidad española (que a la sazón aún no miraba como ahora hacia el mundo anglosajón), hasta los años setenta Foucault es casi un desconocido. La primera traducción al español de Historia de la locura en la época clásica data de 1967 en la editorial FCE de México, y a 1968 se remonta, también en México, la primera edición en lengua española de Las palabras y las cosas (Siglo XXI).
En 1970 se vierte en Siglo XXI la primitiva edición en castellano de La arqueología del saber, sólo un año después de su publicación francesa. Ese mismo año se asiste a su consagración académica con su ingreso en el Colegio de Francia, donde pronunció la lección inaugural titulada El orden del discurso, una célebre conferencia (editada en Tusquets, Barcelona, 1973) que generalmente se considera marca la frontera entre la arqueología y la genealogía. Es en los años setenta, en mitad de la resaca post-68 y en plena Transición política española cuando su figura se agranda y cobra una presencia más intensa, primero como pensador de los márgenes y luego, cada vez más, como autor absorbido por el interés académico.
En torno a la segunda mitad de los setenta, coincidiendo con la primera traducción de Vigilar y castigar en 1976, un año después de su aparición en Francia, y en medio de la eclosión cultural y política que ciñe los tiempos de la transición, Foucault se hace un todoterreno al servicio de muy variadas causas, muy especialmente aquellas que hunden sus raíces en espacios de combates sociales no convencionales: la antipsiquiatría, las luchas de los presos organizados en la COPEL, el movimiento de liberación homosexual, los centros y revistas culturales de inspiración libertaria o de extrema izquierda, etc.
Había un Foucault para todas las necesidades, pero su principal manantial de ideas fluía de la teoría y la práctica de luchas contra el poder establecido, en tanto que “intelectual específico” (concepto foucaultiano que marcaba fuertes distancias con el intelectual universal), con las que se había comprometido al menos después de 1968. Ese influjo del Foucault “izquierdista” traspasa temporalmente hablando los años ochenta, sobreviviendo como equipaje conceptual disponible y al servicio de diversos proyectos de emancipación social. Pero nunca más lo hace con la vitalidad crítico-emancipadora de los años setenta, ya que a poco de quedar implantada su omnipresencia se ocasionó un proceso algo más tardío de apropiación académica de su legado.
En efecto, ya algunos de los mejores estudiosos hispanos, como los sociólogos Julia Varela o Fernando Álvarez-Uría conocen directa y relativamente pronto su obra en París, convirtiéndose en tempranos investigadores universitarios y en eficaces trasmisores del conjunto de su quehacer teórico en España. En 1978 inauguran la colección Genealogía del Poder dentro de Ediciones La Piqueta (el esfuerzo más duradero y eficaz de difusión hispana de la dimensión crítica foucaultiana), con una excelente compilación agrupada bajo el título de Microfísica del poder.
Poco antes, a la altura de 1976 cuando M. A. Quintanilla dirige y publica su Diccionario de Filosofía contemporánea, Foucault figura ya en una entrada que se ciñe casi en exclusiva al comentario de Las palabras y las cosas, una obra escrita diez años antes, y allí queda caracterizado como pensador estructuralista. Este tipo de normalización clasificatoria, aunque, como puede verse, poco actualizada, va a ser seguida por una progresiva penetración en los mundos oficiales de la investigación de distintas disciplinas. Pronto se suceden las indagaciones académicas desde diversos campos, por ejemplo desde la historia de la Medicina con las aportaciones de José Luis Peset o Rafael Huertas, desde la psiquiatría con Guillermo Rendueles, desde la Filosofía con Miguel Morey (que factura la primera tesis hispana en 1979) o, algo más tarde, con Francisco Vázquez García.
En una palabra, Foucault pierde fuerza en los movimientos sociales de la calle mientras lo gana como objeto de interés universitario, de modo que ya en los años ochenta se da un salto ideológico “del político de la caja de herramientas al de su construcción académica y su próxima conversión en un clásico de la Filosofía” (Galván, 2010, p. 250). Este ascenso de la calle a los palacios de la ciencia y las cumbres de la fama conlleva, en nuestra opinión, una progresiva y notable erosión de su dimensión crítica.
Hoy, por consiguiente, en España Foucault es contemplado como un clásico cuyo arsenal de conceptos (saber, episteme, formaciones discursivas, disciplinas, dispositivos, gubernamentalidad, biopolítica, poder pastoral, cuidado de sí, etc., etc.) se utilizan acá y acullá, ya sea sin demasiada precisión sobre el alcance de su significado, ya sea con excesiva y ortodoxa rigidez.
Por lo demás, “habría que hacer una revisión de la historia de las ideas que reposa en la hipótesis de que los textos son leídos, y de que, siendo leídos, son comprendidos, etc. En general, lo que circula son los títulos como Vigilar y castigar. Ha habido desde entonces, muchos títulos con infinitivos” (Bourdieu, 2005, p. 17). El mismo Bourdieu tiene razón al referirse a que se da una cierta resistencia a leer a Foucault (aunque no a simular que se ha leído), o al fenómeno indudable de que el patrimonio intelectual de su obra tiende a interpretarse hoy con las lentes postmodernistas que tallaron los académicos norteamericanos.
Y eso por no referirse al desprecio hacia su figura de muchos intelectuales arrepentidos de su pasado progresista, fenómeno extendido por todo occidente tras la crisis finisecular del comunismo, que tienden a ridiculizar sus antiguas devociones ideológicas y a entronizar nuevos dioses más prosaicos y benefactores (el dinero y la influencia). A ello se añade el coro de las plañideras que, no habiendo renunciado del todo a una cierta visión avanzada del mundo, se han erigido en defensores del patrimonio de la cultura occidental entendida como un canon imperecedero heredado del mundo grecorromano. La cofradía de los intelectuales humanistas, donde a menudo la derecha y una cierta izquierda se dan la mano, tienden a abominar de las consecuencias de la huella foucaultiana leída en clave yankee.
Aunque tempranamente, en 1977, Jean Braudillard escribió un libro titulado Olvidar Foucault, su recomendación fue totalmente ignorada dentro y fuera de Francia. Si nos fijamos en España, su muerte en 1984 fue ampliamente reseñada en toda la prensa nacional como un acontecimiento. Así en los matutinos del 27 de junio de ese luctuoso año comparecieron las firmas acreditadas de los periodistas y conocedores de su labor (los Jesús Ibáñez, Fernando Savater, Juan Pedro Quiñonero, Josep Ramoneda, Miguel Morey, etc.). En ese mismo año se rinde homenaje a su vida y obra en Madrid y en un número de la revista Liberación (1984, 3, pp. 3-31).
A partir de ese tiempo se publican varios libros colectivos. Esos años muestran que la ola de consagración foucaultiana quedaba afirmada y su legado fosilizado y anclado, fenómeno que ejemplifica perfectamente el titular de El País del 26 de junio de 1984: “Un líder del espíritu de Mayo del 68. Murió Foucault, uno de los principales protagonistas de la corriente estructuralista del pensamiento francés”.
El proceso de normalización y neutralización empezaba a ser un hecho. Pero a la altura del veinte aniversario de su muerte, las cosas habían cambiado sustancialmente y en el año 2006, cuando la retirada del pensamiento progresista era una realidad evidente y triunfaba el regreso a los valores de siempre, Félix de Azúa (2006), un precioso ejemplar de disfórico “intelectual melancólico”, escribía un artículo en El País, donde ponía de chupa de dómine a las nefastas consecuencias del relativismo foucaultiano acusando al pensador de Poitiers de haberse negado a aceptar el SIDA y ser responsable de prácticas de riesgo con sus compañeros de intercambio sexual.
Todo ello sazonado y mezclado con la “barbarie stalinista” o el “totalitarismo de Castro”. En suma, la muerte por SIDA de Foucault le convertiría en víctima necesaria de sus propias doctrinas de descreído. Otra vez sonaban en esas notas los ecos de la despreciable melodía del libro de James Miller (La pasión de Michel Foucault, 1993), o la resaca de la caricatura del escándalo Sokal. En fin, como señaló Fernando Álvarez-Uría (2006) en su artículo de respuesta a Félix de Azúa, “más vale que la sátira, la ironía y la maledicencia las reserven (…) para la prensa amarilla o las crónicas marcianas”.
Pero este tono entre inquisitorial, amarillista y chismoso se convertirá en un locus recurrente del pensamiento conservador a la hora de tratar la figura de Foucault, que, a pesar de los pesares, nunca pudo ser derribado del pedestal intelectual al que se le había subido. En cambio, una versión liberal más inteligente tiende a perdonarle sus muchos pecados (al fin y al cabo, ¡qué importa el sexo!) e intenta rescatar su último pensamiento como un aval legitimador de los despropósitos del imperante neoliberalismo de nuestro tiempo. Es decir, o se lanza al pecador Foucault a los infiernos, o se le deja vivir una dulce existencia post mortem en el elíseo fluir de los mercados.
Sírvase usted mismo: reinventar el Foucault crítico
Por lo tanto, el presente descrédito de la faceta más crítica de Foucault y su neutralización política e hibernación académica posee concomitancias con un fenómeno mucho más amplio, ocurrido desde los años ochenta en los países del capitalismo tardío, cual es la crisis de los movimientos sociales alternativos, del pensamiento crítico y del tipo de intelectual correspondiente.
Foucault convivió con la generación que le precedió (la de Sartre), la del intelectual tradicional gestado a finales del siglo XIX, que comparecía en el espacio público como conciencia viva de la comunidad y como guía moral universal de sus conciudadanos. Sin embargo, Foucault negaba esa universalidad y proponía la figura del “intelectual específico”, aquel que se comprometía en las luchas sociales concretas dentro del terreno en el que sus conocimientos eran más apropiados para proponer resistencias contra el poder dominante y, en su caso, formular prácticas alternativas (siempre en plural).
Hoy todavía es posible reclamar esta función dentro de espacios de poder contrahegemónicos, porque, además, “hay que seguir reinventando a Foucault” (Galván, 2010, p. 21). Es decir, todavía sus escritos nos permiten elegir entre una multiplicidad de herramientas. Algún fedicariano entiende tal reinvención como una apuesta a favor de una lectura pragmática que sirviera para “incluir su caja de herramientas o sus cócteles molotov en forma de libros en el debate social y comprobar así su eficacia política para el cambio social tangible y no meramente como una materia especulativa” (Pérez Guerrero, 2012, p. 6).
Y, de todas las maneras imaginables, es preciso tomar partido. En mi caso, la elección busca, sin fidelidades preestablecidas, la reinvención de Foucault mediante su lectura con las lentes de las tradiciones de la teoría social crítica que precede y sigue a su obra. A tal fin, Julia Varela y Fernando Alvarez-Uría constituyen, sin duda, un buen ejemplo de cómo es posible insertar la obra foucaultiana en lo mejor de la teoría social rescatando toda la historia de su quehacer intelectual como un continuum crítico.
La arqueología del saber y la genealogía del poder constituyen campos de intervención susceptible de fundar una sociología de las prácticas científicas y una sociología del control social. Hay, sin embargo, en la última etapa de la obra de Foucault una nueva dimensión que consideramos fundamental para sustentar un proyecto de sociología crítica: el investigador ha de asumir en su existencia su compromiso intelectual. Propone como proyecto ético la correspondencia entre conocimientos y comportamientos (Varela y Álvarez-Uría, 1991, p. 26).
Ahora bien, la tal correspondencia no se da ni en Foucault ni en el Lucero del alba. Incluso hay, como demuestra la deriva reformista de la obra de Roger Castel (2005), muchas y muy diversas maneras de entender hoy, a partir de categorías foucaultianas, la resistencia contra el capitalismo. Pero, como decíamos, no es fácil ni necesario, ni quizás conveniente, tal como proponen J. Varela y F. Álvarez-Uría, considerar la obra del pensador francés como un todo, como una unidad orgánica investida de un sistema coherente y autosuficiente.
Tampoco, a despecho de forzar la historia y adoptar una suerte de papel de “cómplice militante” (Pérez Guerrero, 2012), puede sostenerse la tesis de una inequívoca, inmaculada e inalterable entrega izquierdista de Foucault. Seguramente sería más adecuado, aquí y ahora, rastrear lo que invitaban a buscar en su obra con motivo de la segunda edición española de La voluntad de saber: el “hilo rojo anticapitalista” (Varela y Álvarez-Uría, 2005, p. XII).
Y para seguir el hilo es preciso, en nuestra opinión, tirar de muchos, y a veces opuestos, ovillos foucaultianos, desprendiéndonos quizás de una conceptualización del poder inespecífica por omnipresente y una idea de control social, como señala R. Huertas (2012), quizás demasiado mecánica. En cualquier caso, existe un punto de convergencia hacia un mismo tema insoslayable: una analítica del poder que muestra cómo se fragua la subjetividad en distintas fases del desarrollo capitalista conforme a tecnologías de dominación y autosometimiento cada vez más refinadas e individualizadas: desde el poder disciplinario hasta la gubernamentalidad y la biopolítica.
A tal efecto, la genealogía en tanto que método de problematización del presente y de indagación del pasado no ha de considerarse sólo ni principalmente una etapa de su obra, sino que constituye el núcleo central crítico del discurso foucaultiano, siendo así que el énfasis postrero en el cuidado de sí y en la ética comparecen como derivaciones, a veces divagaciones, de la cuestión central para nosotros: cómo el conocimiento y las prácticas discursivas imponen formas disimétricas de poder, dominación y sometimiento de los agentes individuales en el decurso de la vida social.
Bien es cierto que la inmensa obra de Foucault ha deparado otras muchas aportaciones en muy diversos campos específicos (desde la psiquiatría al derecho), pero su actualización crítica en nuestro tiempo nos lleva una vez más a reivindicar su nada ortodoxa e incompleta teoría del poder, sólo esbozada pero más rica y complementaria que la proveniente de la tradición marxista, y su metodología del conocimiento, la genealogía, como mejores y valiosos útiles para una crítica del presente.
El mismo Foucault se preguntaba en El uso de los placeres: ¿qué es la Filosofía hoy, si no el trabajo crítico del pensamiento sobre sí mismo? Y añadía la necesidad de sospechar de lo que ya se sabe y emprender la tarea de imaginar cómo y hasta dónde sería posible penser autrement (Foucault, 2009, p. 7). Las mil y una inquietudes de su obra, y su vigencia hoy, se compendia en su ambición desmedida por traspasar las fronteras del pensamiento establecido. Muchas de sus preocupaciones siguen siendo las nuestras, también algunas de sus muchas contradicciones.
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Conmemoraron en 1984 en Morazán 54 aniversario de Partido Comunista de El Salvador, PCS

Conmemoraron en 1984 en Morazán 54 aniversario de Partido Comunista de El Salvador, PCS
SAN SALVADOR, 15 de enero de 2019 (SIEP) El 28 de marzo de 1984 fue celebrado en el departamento de Morazán, en un lugar conocido como El Zapotal, al norte de Cacaopera, el 54 aniversario de lucha del Partido Comunista de El Salvador, así como el 4to. Aniversario del nacimiento de su brazo militar las Fuerzas Armadas de Liberación, FAL.
En esta foto histórica aparecen de izquierda a derecha: Héctor Acevedo, Oktavio; David Pereira, (Pedro); Raúl Granillo, (Marcelo); Dagoberto Sosa, (Lucio); Julio Cesar Castro (Alejandro); Domingo Santacruz (Eduardo); Adán Chicas (Ch…); Schafik (Simón). Invitados: Francisco Jovel (Roberto Roca); José Mario López (Venancio Salvatierra); Miguel Alvarado (José Juan) y Miguel, los 4 son del Partido Revolucionario de los Trabajadores Centroamericanos, PRTC.
Información y fotografía proporcionada por Domingo Santacruz, presente en esta conmemoración y actual Embajador de El Salvador en la Republica Bolivariana de Venezuela.

¿Cómo hacer un análisis de coyuntura?

¿CÓMO HACER UN ANÁLISIS DE COYUNTURA?
Herbert José de Souza
Introducción
En un momento en el que toda la sociedad acompaña activamente el desarrollo de los acontecimientos políticos, es evidente que no basta con la lectura de los diarios al día para entender lo que está ocurriendo. Dentro del volumen de informaciones que circula todos los días es necesario identificar los ingredientes, los actores, los intereses en juego. Hacer esto es hacer un análisis de coyuntura.
En todo momento y en relación a las más variadas situaciones, hacemos “análisis” de coyuntura, conscientes o no, queriendo o no: cuando decidimos salir de nuestra casa, salir del trabajo, entrar en un partido político, participar en una lucha política, casarnos, enviar a un hijo al colegio, evitar o buscar una brisa, descansar o estar atento, en todas estas situaciones tomamos decisiones basados en una evaluación de la situación vista bajo la óptica de nuestros intereses o necesidades. En estas decisiones tomamos en cuenta las informaciones que tenemos, buscamos mayor información, evaluamos las posibilidades, hacemos hipótesis sobre el desarrollo de los hechos, de las reacciones posibles de las personas o de los grupos, medimos la “fuerza” o el peligro de nuestros eventuales “enemigos”, o de los “peligros” y, a partir de ese conjunto de conocimientos, informaciones y evaluaciones tomamos nuestras decisiones.
El análisis de coyuntura es una mezcla de conocimientos y descubrimientos, es una lectura especial de la realidad y que se hace siempre en función de alguna necesidad o interés. En este sentido no hay análisis de coyuntura neutro, desinteresado: puede ser objetivo pero estará siempre relacionado con una determinada visión del sentido y del rumbo de los acontecimientos.
El análisis de la coyuntura no solo es parte del arte de la política, es en sí mismo un acto político. El que hace política, hace análisis político, aún sin saberlo.
Pero el análisis de la coyuntura es una tarea compleja, difícil y que exige no solamente un conocimiento detallado de todos los elementos importantes y disponibles de una situación determinada, sino que exige también un tipo de capacidad para percibir, comprender, descubrir sentidos, relaciones, tendencias, a partir de los datos y las informaciones.
No deja de ser sorprendente que para una actividad tan importante como es el analizar y acompañar el desarrollo de la situación política y económica de un país falte la elaboración de teorías y métodos específicos. El siguiente texto intenta ofrecer algunos elementos metodológicos para el análisis de la realidad política y percibir más claramente la coyuntura.
1. Algunas categorías para el análisis de coyuntura
Para hacer un análisis de coyuntura son necesarias algunas herramientas apropiadas para eso. Son las categorías con que se trabaja:
a) acontecimientos
b) escenarios
c) actores
d) relación de fuerzas
e) articulación (relación entre “estructura” y “coyuntura”).
Cada una de estas categorías merece un tratamiento por separado, pero en conjunto ellas podrían ser estudiadas como elementos de la “representación de la vida” o una obra de teatro. Estas categorías por ejemplo, fueron utilizadas por Marx en su estudio de la revolución francesa en el “18 Brumario”, que constituye uno de los más brillantes estudios de una situación política (una coyuntura ya realizada).
Intentemos ver un poco más el sentido de cada una de las categorías.
a) Acontecimientos
Debemos distinguir un hecho de un acontecimiento. En la vida real ocurren millares de hechos todos los días en todas partes pero solamente algunos de esos hechos son “considerados” como acontecimientos: aquellos que adquieren un sentido especial para un país, una clase social, un grupo social o una persona.
Alguien puede caerse de un caballo y eso constituir un hecho sin importancia, pero si el que se cayó del caballo es el presidente esto será un acontecimiento para ese país. El nacimiento del hijo de un trabajador es un acontecimiento para la familia. Un beso puede ser un hecho común pero el beso de Judas fue un acontecimiento.
Existen hechos que se constituyen en “acontecimientos”, tales como huelgas generales, elecciones presidenciales, golpes militares, catástrofes, descubrimientos científicos de gran alcance. Estos hechos, por su dimensión afectan al destino y a la vida de millones de personas de la sociedad en su conjunto.
En el análisis de coyuntura, lo importante es analizar los acontecimientos sabiendo distinguir primero los hechos de los acontecimientos y después distinguir los acontecimientos según su importancia. Esa importancia y peso son siempre relativos y dependen de la óptica de quien analiza la coyuntura, porque una coyuntura, puede ser buena para alguien y pésima para otros. Un ladrón que llega a un lugar muy vigilado por la policía va a verificar que la coyuntura es mala para él ese día, la madre que llega a la plaza con su hijo va a pensar lo contrario.
La importancia del análisis a partir de los acontecimientos es que ellos indican siempre ciertos “sentidos” y revelan también la percepción de una sociedad o grupo social, o clase, tienen la realidad y de sí mismo.
Identificar los principales acontecimientos en un determinado momento o periodo de tiempo, es un paso fundamental para caracterizar y analizar una coyuntura.
b) Escenarios
Las acciones de la trama social y política se desenvuelven en determinados espacios que pueden ser considerados como escenarios. Siempre oímos hablar de los escenarios de la guerra, de los escenarios de la lucha. El escenario de un conflicto puede trasladarse de acuerdo con el desarrollo de la lucha: pasar de las calles y plazas al parlamento, de allí a los gabinetes municipales y de allí hacia atrás de los bastidores. Cada escenario presenta particularidades que influencian en el desarrollo de la lucha y muchas veces el simple hecho de cambiar de escenario es ya una indicación importante de una variación en el proceso.
La capacidad de definir los escenarios donde se van a dar las luchas es un factor de ventaja importante. Cuando un gobierno consigue trasladar la lucha de las plazas hacia los gabinetes ya está, de alguna forma, trasladando las fuerzas en conflicto hacia un campo donde su poder es mayor. De allí la importancia de identificar los escenarios dónde las luchas se desarrollan y las particularidades de los diferentes escenarios.
En una dictadura militar los escenarios del poder y de la lucha contra ese poder serán necesariamente diferentes de los escenarios en una sociedad democrática. En la primera, tal vez el cuartel, en la segunda el parlamento, las calles y las plazas.
c) Actores
El actor es alguien que representa, que encarna un papel dentro de una trama de realizaciones. Un determinado individuo es un actor social cuando él representa algo para la sociedad (para el grupo, la clase, el país), encarna una idea, una reivindicación, un proyecto, una promesa, una denuncia.
Una clase social, una categoría social, un grupo pueden ser actores sociales.
Pero la idea de “actor” no se limita solamente a personas o grupos sociales, las instituciones también pueden ser actores sociales, un sindicato, partidos políticos, periódicos, radios, emisoras de TV, Iglesias.
d) Relación de fuerzas
Las clases sociales, los grupos, los diferentes actores locales están en relación unos con otros. Esas relaciones pueden ser de enfrentamiento, de coexistencia, de cooperación y estarán siempre revelando una relación de fuerza, de dominio, de igualdad o de subordinación. Encontrar formas de verificar la relación de fuerzas, tener una idea más clara de esa relación es decisivo si se quiere extraer consecuencias prácticas del análisis de la coyuntura. Algunas veces esa relación de fuerzas se revela a través de indicadores cuantitativos, como es el caso de una elección: el número de votos indicará la relación de fuerzas entre partidos, grupos, clases sociales. Otras veces debemos buscar formas de verificación menos “visibles”.
¿Cuál es la fuerza de un movimiento social o político emergente? ¿Cómo medir lo nuevo, aquello que no tiene registros cuantitativos?
Otra idea importante es la de que la relación de fuerzas no es un dato inmutable, instalado de una vez para siempre: la relación de fuerzas sufre cambios permanentes y es por eso que la política está ten llena de sorpresas: un candidato, un empresario, un partido político pueden pensar que mantienen una relación de superioridad y cuando son llamados a demostrar su “fuerza” perciben que la relación cambió y que deben dedicarse a explicar la derrota o la victoria.
e) Análisis de acontecimientos (Eventos que tienen como telón de fondo las “estructuras”. Articulación entre estructura y coyuntura).
La cuestión aquí es que los acontecimientos, la acción desarrollada por los actores sociales, generando una situación, definiendo una coyuntura, no se dan en el vacío: ellos tienen relación con la historia, con el pasado, con relaciones sociales, económicas y políticas establecidas a lo largo de un proceso más prolongado. Una huelga general marca una coyuntura, es un acontecimiento nuevo que puede provocar modificaciones más profundas pero ella no cae del cielo; ella es el resultado de un proceso más largo y está situada en una determinada estructura industrial que define sus características básicas, sus alcances o límites. Un cuadro de desocupación puede marcar una coyuntura productiva que, de alguna manera interfiere en la forma en que la desocupación afecta a la población a quienes afecta y cómo.
A eso llamamos relacionar la coyuntura (los datos, los acontecimientos, los actores) con la estructura.
Es fundamental percibir el conjunto de fuerzas y problemas que se encuentran detrás de los acontecimientos. Tan importante como aprender el sentido de un acontecimiento es percibir cuáles son las fuerzas, los movimientos, las contradicciones, las condiciones que los generan. Si bien el acontecimiento aparece directamente delante de nuestra percepción, el telón de fondo que lo produce no siempre está claro. Un esfuerzo y un cuidado mayor debe, entonces, emplearse para situar los acontecimientos y extraer de ellos sus posibles sentidos.
Esforzarse por ver también las señales de nacimiento de lo “nuevo” lo no ocurrido, lo inédito. Tan importante como entender lo que ya está ocurriendo es estar atento a las señales de los fenómenos nuevos que comienzan a manifestarse.
Buscar, ver el hilo conductor de los acontecimientos. No se puede afirmar a priori que todos los acontecimientos “ocurren” dentro de una lógica determinada, siguiendo una trama predeterminada. En la realidad los procesos están subordinados a determinaciones lógicas. Esto sin embargo, no nos impide buscar, investigar el encadenamiento, la lógica, las articulaciones, el sentido común de los acontecimientos. Cuando somos capaces de percibir la lógica interna de una determinada política económica es más fácil entender el sentido de los decretos, de las acciones e incluso de las visitas de los ministros de economía.
Existen dos lecturas posibles de los acontecimientos, o dos modos de leer coyuntura: – A partir de la situación y del punto de vista del poder dominante (lógica del poder). – A partir de la situación, del punto de vista del movimiento popular, de las clases subordinadas, de la oposición al poder dominante.
En general los análisis de coyuntura son conservadores: su finalidad es reordenar los elementos de la realidad, de la situación dominante, para mantener el funcionamiento del sistema, del régimen. Un análisis realizado tendiendo como presupuesto una corrección de ruta, pero no de la dirección fundamental.
Este tipo de análisis parte del punto de vista del poder dominante y, de cierta manera, determinará no solamente la selección de los acontecimientos y actores a ser analizados, sino que atribuirá a esos acontecimientos un sentido armonizado con los intereses de las clases dominantes. Todo acontecimiento es una realidad con un sentido atribuido, no es meramente un hecho, es un hecho leído y visto por intereses específicos.
Partir del punto de vista del movimiento popular no es obviamente, inventar situaciones, acontecimientos y correlaciones de fuerzas que benefician al campo popular al nivel de la fantasía y de la imaginación de los analistas interesados. Es partir de los acontecimientos social e históricamente determinados, existentes, concretos, pero percibirlos, analizarlos bajo la óptica de los intereses de las clases subordinadas, dado que todo análisis de coyuntura solo adquiere sentido cuando es usado como elemento de transformación de la realidad.
El análisis de coyuntura debe tomar en cuenta las articulaciones y dimensiones locales, regionales, nacionales e internacionales de los fenómenos, de los acontecimientos, de los actores, de las fuerzas sociales.
La importancia de los elementos en el análisis de la coyuntura depende de cada situación, de su relación o de su posición en un contexto más amplio y más permanente.
El análisis de coyuntura de un modo general, es un análisis interesado en producir un tipo de intervención en la política, es un elemento fundamental en la organización de la política, en la definición de las estrategias y tácticas de las diversas fuerzas sociales en lucha.
Una cuestión clave en el análisis de coyuntura es la percepción de la complejidad y de la dificultad en determinar relaciones de causalidad de tipo unilateral, simples. Existe un ejemplo constante de imprevisibilidad en relación a la acción política: su existencia, sus efectos, sus causas. La acción política es en sí misma un elemento de la realidad política: es la base de la posibilidad de transformaciones, de cambios, de surgimiento de lo nuevo.
Hablar de una lógica de la acción es hablar también de su imprevisibilidad.
Las categorías “estrategia” y “táctica” son también instrumentos útiles para el análisis de la acción de los diferentes actores sociales.
Es posible buscar identificar las líneas generales de acción, las estrategias empleadas por ciertos actores sociales para conseguir realizar sus objetivos. Podríamos definir la estrategia como la articulación, la definición de un conjunto de medios, de fuerzas, de elementos tendiendo en cuenta la realización de objetivos generales o “proyectos” más globales que responden a intereses y objetivos sociales, económicos y políticos de determinadas fuerzas o clases sociales.
Si en la estrategia encontramos los objetivos y líneas de acción más generales, en la táctica encontramos los medios y formas particulares concretas, de acción, teniendo en cuenta la realización de estrategias determinadas. No siempre, sin embargo, un acontecimiento o un conjunto de acciones aparentemente articuladas entre sí constituyen una táctica o forman parte de una estrategia. En la sociedad, en un proceso social, lo que acontece no tiene que ver, necesariamente, con una lógica o un plan establecido. Solo las teorías conspirativas o “estructuralistas” de la historia creen eso, de ahí que los análisis de coyuntura deban estar siempre abiertos al descubrimiento de varias posibilidades y alternativas.