Hacia un anticapitalismo realista Entrevista a Wolfgang Streeck (Joanna Itzek)

Wolfgang Streeck cree que la izquierda debe plantear un programa anticapitalista realista antes que proyectos de reeducación moral. En esta entrevista analiza el rol de las izquierdas en el complejo panorama contemporáneo.

Los partidos de izquierda, dentro y fuera de Europa, están en crisis. ¿Hasta qué punto esta crisis difiere de la crisis general de las organizaciones políticas de masas y del desconcierto ideológico de los conservadores?

Hay puntos en común y diferencias. Uno de los puntos en común es que ya no se cree que los partidos tradicionales tengan fuerza creativa, y ni siquiera se les exige que la tengan. La diferencia es que hay otros que pueden manejar esta situación mejor que los socialdemócratas o los partidos ubicados a la izquierda de estos. Los partidos que no son de izquierda, antaño «burgueses», pueden hacer política de manera espontánea, como lo hace, por ejemplo, Angela Merkel, que logra escenificar magistralmente un oportunismo guiado por encuestas, a modo de una novela de aprendizaje personal. Todos los días sucede algo que la prensa puede revelar de inmediato. Lo que sucedió ayer ya no es de interés siquiera para los miembros de la Unión Demócrata Cristiana (CDU, por sus siglas en alemán).

Por el contrario, los partidos de izquierda tienen miembros que esperan de ellos un núcleo ideológico-programático. Sin embargo, generalmente no lo pueden consensuar, en parte porque carecen cada vez más de una perspectiva de poder real que promueva el realismo. Los votantes, muchos de los cuales toman su decisión en el último minuto dentro del cuarto oscuro, ven esto solamente como caos. Si los partidos de izquierda no logran, en medio de una opinión pública acostumbrada a consumir una multiplicidad de noticias, concitar atención y credibilidad para una voluntad transformadora que apunte a una sociedad sostenible a largo plazo, y por lo tanto tangiblemente distinta, se volverán irrelevantes. Más aún cuando sus líderes intentan imitar el oportunismo carente de conceptos del llamado «centro». Los otros dominan mejor la política posdemocrática.

Un punto neurálgico del debate político es el futuro de la Unión Europea. ¿Cómo percibe el debate actual de la izquierda sobre Europa?

Para Alemania, la Unión Europea sigue significando bonanza, tanto económica como política. En Alemania convergen los flujos de poder económico de la eurozona, mientras que los países de la región mediterránea se desangran. Aquí es donde se está gestando un conflicto intraeuropeo como no hemos tenido desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Haber impuesto una moneda única de acuerdo con la receta alemana sirve a los intereses de la industria exportadora alemana, incluidos sus trabajadores, al tiempo que arruina a países como Italia y Grecia: un ejemplo de cómo un exceso de integración lleva al conflicto.

La situación es similar en Europa del Este, aunque por otras razones, como la política de refugiados. En términos políticos, con el número creciente y la heterogeneidad de los Estados miembros de la Unión Europea, Alemania está emergiendo como la potencia hegemónica de Europa, junto con –o mejor dicho, escondida detrás de– Francia. Y esto se debe además, en no menor medida, al rearme previsto del 2% del PIB, con lo que el presupuesto alemán de «defensa» superará con creces el de Rusia. Es probable que el nuevo poder militar se use en el África poscolonial, donde Francia necesita ayuda contra los insurgentes islamistas, así como en Europa del Este y los Balcanes, donde, para mantener la amistad de sus habitantes con Europa, Rusia debe ser mantenida a raya; y quizás incluso en Oriente Medio.

¿Cuáles son las consecuencias de esta hegemonía alemana para los y las votantes en Alemania?

Ser una potencia hegemónica no es gratis; los países mediterráneos demandarán compensación económica y financiera regional, y los países balcánicos reclamarán ayuda para el desarrollo; además será necesario cerrar la brecha financiera abierta por el Brexit en la Unión Europea y contar con el armamento convencional planeado como complemento de las armas nucleares y espaciales francesas. Nada de esto se discute seriamente en la izquierda alemana. Su pasatiempo es el reaseguro, en el nivel de la Unión Europea, de los seguros nacionales de desempleo a base de crédito y el denominado «salario mínimo europeo», llamado así porque diferencia según el ingreso promedio nacional.

Hay muchos indicios de que Alemania es demasiado pequeña para estar a la altura del papel de un Estado hegemónico europeo, incluso si Francia contribuyera con los costos. Ni siquiera somos capaces de reducir las diferencias de ingresos entre Alemania Occidental y Alemania del Este 30 años después de la unión monetaria alemana, ¿cómo haríamos entonces para reducir esas diferencias entre Baviera y Sicilia? Las demandas imposibles de satisfacer de otros países, especialmente si están moralmente justificadas, pueden provocar reacciones hostiles en la política interna. Entonces la «gran europea» Merkel, para ponerse del lado de sus votantes, traería sin duda de vuelta al «ama de casa suaba» (el símbolo de la austeridad alemana) de su reserva de RRPP. Incluso ante este peligro evidente, no hay una visión alternativa en la izquierda para una Europa futura, aparte de una mayor redistribución de Norte a Sur, con fronteras abiertas en todas las direcciones: un proyecto segurísimo de autorrepliegue.

Una importancia no menor reviste el tema de la migración, que ha resultado ser tan difícil como doloroso para los partidos de izquierda. ¿Cómo debería ser para usted una posición de izquierda convincente?

Las empresas alemanas tienen hambre de mano de obra, tanto de trabajadores calificados como de aquellos que estarían satisfechos con la mitad del salario mínimo alemán, sumado al subsidio Hartz IV. Una floreciente economía regional está creciendo más rápido que la oferta laboral renovable en cada región; es necesario que pasen casi dos décadas para que esa oferta arroje ganancias para los empleadores y los organismos de seguridad social. Esto significa inmigración. Piense en el hombre de Daimler, Dieter Zetsche, quien a fines de 2015 fantaseaba con el «comienzo de un segundo milagro económico». Pero tenemos una ley de migración desde hace apenas unos meses –tal fue hasta ese entonces la resistencia tanto de la antigua CDU como de los sindicatos– y no habría sido suficiente para la utopía neoliberal de un mercado laboral abierto con oferta ilimitada de mano de obra.

Fue entonces cuando llegaron oportunamente la guerra de Siria y las guerras (también guerras civiles) en Afganistán y África: si se interpreta adecuadamente la Constitución y el derecho internacional, a los refugiados se les debe permitir ingresar sin control y sin límite, incluso a aquellos poco calificados o que no están calificados en absoluto. Incluso tampoco pudo hacer nada en contra la bancada de la CDU/CSU en el Bundestag, acosada por sus votantes pero presionada a quedarse quieta no solo por la canciller, sino también por los empleadores, aliados con las iglesias, el Partido Socialdemócrata de Alemán (SPD), Los Verdes…

Por lo tanto, la economía obtuvo por razones humanitarias lo que no podría haber obtenido con justificación económica: una oferta de trabajo adicional tanto para trabajos calificados como para el sector de bajos salarios, desde el cual se puede seleccionar lo mejor y transferir el resto a la asistencia social. Que luego «nosotros» hayamos sido elogiados como una nación «abierta al mundo» –una «nueva Alemania» que ha «aprendido de su historia»– hizo de la izquierda casi un club de admiradores de Merkel, especialmente cuando se le permitió combatir al inevitable movimiento antagónico tildándolo de «neofascista». Lo que se le escapó fue el hecho de que Merkel, a más tardar a fines de 2016, tuvo éxito en volver a cerrar las fronteras no solo de Alemania sino también de Europa, para asegurar así su supervivencia política.

¿Pero la inmigración controlada no es vista con agrado por amplios círculos de la opinión pública alemana?

Sabemos poco sobre la reacción de la población local a las oleadas inmigratorias. Sin embargo, parece que aun en los países «más abiertos al mundo» la euforia inicial, incluso el orgullo nacional por la propia voluntad de ayudar, se convierte en algún momento y súbitamente en rechazo (ver los países escandinavos), al menos cuando se extiende la impresión de que la inmigración no está bien administrada, ya sea por incapacidad del gobierno o por falta de cooperación por parte de los inmigrantes.

En los Estados de Bienestar clásicos de Europa occidental, la oposición que surge a la inmigración se debe menos probablemente a la xenofobia general que a la preocupación por el estilo de vida propio, considerado progresista y justo. Una sociedad igualitaria tolera, por ejemplo, la desigualdad solo en un grado muy limitado: a diferencia de Estambul, no se quiere ver a los refugiados en Colonia o Múnich durmiendo en las calles y en los parques. Para que tal colapso del orden público sea solo una excepción, los recién llegados deben ser rápidamente capacitados para participar en la vida social como ciudadanos de pleno derecho, incluso mediante la adquisición de habilidades laborales, de modo que puedan ganar por lo menos el salario mínimo alemán.

Esto requiere un esfuerzo social y fiscal que no puede aumentarse arbitrariamente. A menos que se logre limitar la inmigración de forma tal que los recién llegados puedan integrarse a una vida doméstica exigente, es decir, que la entrada de inmigrantes se ajuste a los recursos destinados a la integración social disponibles, inevitablemente se hará escuchar el reclamo para que se ponga fin, primero de manera temporaria y luego permanente, a la inmigración. Quien condene esto moralmente debe contar, a su vez, con que recibirá una condena moral por violar otros valores sociales.

En Alemania, los socialdemócratas han discutido en los últimos tiempos acaloradamente sobre el ejemplo de Dinamarca, donde los socialdemócratas insisten en establecer estrictas restricciones migratorias.

Del caso danés se puede aprender que un partido socialdemócrata asume un alto riesgo si permite que la cantidad de inmigrantes exceda la capacidad de la sociedad para integrarlos a su estilo de vida tradicional. Esto es en particular lo que pasa cuando el partido reacciona con una retórica «cosmopolita» destinada a reeducar a los ciudadanos en lo que consideran moralmente aconsejable. Volver a trabajar como partido desde tal posición para volver a representar a sus votantes puede requerir un tipo de política simbólica que puede parecer sucia a los observadores externos. Sin embargo, en la medida en que los defensores de la inmigración ilimitada, incluso como consumidores, tienen interés en una mayor desigualdad –para comer barato en el restaurante y limpiar sus casas de manera más barata–, esto puede señalar un conflicto real sobre qué tipo de sociedad se quiere ser, una sociedad socialdemócrata o neoliberal.

Lo que sucede con los demócratas estadounidenses parece ser bien diferente de lo que ocurre en Dinamarca. ¿Qué se puede aprender de estas comparaciones?

El Partido Demócrata de Estados Unidos nunca ha logrado ponerse de acuerdo sobre una política de inmigración creíble. Actualmente, la reacción frente a Trump es liderada por fuerzas «liberales» que se basan en dos grupos significativos de defensores de las fronteras abiertas de facto: las familias inmigrantes que ya están en el país, predominantemente latinoamericanas, y los trabajadores de bajos salarios, como los cientos de miles que cada mañana inician su viaje de varias horas en el metro para limpiar habitaciones de hotel en Manhattan y cocinar alimentos para locales y turistas; por la noche viajan otras tantas horas de regreso, porque ni siquiera pueden soñar con vivir cerca de su lugar de trabajo. El lema que ambos deben pregonar es «Legalización de la inmigración ilegal».

Se evita decir si «legalización» significa que, después de una victoria electoral democrática, toda inmigración debería ser legal, o si todavía habrá inmigración ilegal en el futuro y qué se debe hacer si alguien que no puede ingresar legalmente en ese momento lo hace ilegalmente. Cualquiera que haya tenido que pasar por los controles normales de inmigración como pasajero de una aerolínea normal después de aterrizar de manera segura en Estados Unidos debería poder imaginar que la «legalización de la inmigración», entendida como entrada gratuita al país para todos, no es un hit de campaña con el que se pueda vencer a Trump; probablemente ni siquiera se obtenga bajo ese lema una mayoría en el Partido Demócrata.

Por cierto, nadie habla de recursos para financiar la calificación profesional de los inmigrantes ni incluso de construir viviendas dignas para ellos, ni siquiera los «legalizadores»; ahí es donde se termina la generosidad aun del demócrata más generoso porque, en la vieja tradición de la sociedad rica más desigual del mundo, los inmigrantes tienen que valerse por sí mismos. No es un modelo para Europa.

Usted señala repetidamente el importante papel del Estado. ¿Realmente necesita la izquierda aclarar su relación con el Estado-nación?

Por cierto que sí, y con urgencia. El Estado-nación, especialmente el europeo, es la única entidad política de importancia que puede democratizarse. La transferencia de competencias nacionales al «mercado mundial» o a las autoridades supranacionales normalmente equivale a una desdemocratización de estas competencias, si por democracia se entiende la posibilidad que tienen los perdedores en la lotería capitalista de oportunidades de corregir, mediante la movilización del poder político, los resultados de la distribución.

La política de redistribución solo funciona en las naciones; en la sociedad mundial hay donaciones, de Bill Gates y compañía, pero no hay impuestos. La «gobernanza global» no es democrática y no puede serlo. Por encima del Estado-nación solo existe el «libre mercado internacional», que consiste en grandes empresas que son libres de hacer lo que quieran, y tecnocracias como el Fondo Monetario Internacional o la Unión Europea. En lo que respecta especialmente a esta última, se ha construido supranacionalmente desde el principio de modo tal que su democratización quede descartada o permanezca en el plano de la «consulta pública» del señor Juncker sobre la eliminación de la hora de verano. ¿Alguien realmente recuerda eso? En su lugar, ahora todos esperan que la señora Von der Leyen ponga fin al cambio climático.

Incluso si los Estados nacionales y la democracia están ligados, los Estados nacionales son históricamente responsables del exceso de violencia. ¿Acaso ser una nación no implica esto?

Es un cuento de hadas, contado muchas veces en beneficio de los Estados nacionales con ambiciones imperiales, que los Estados nacionales como tales sean agresivos hacia fuera y autoritarios hacia dentro. Curiosamente, el escepticismo con respecto al Estado desaparece como por arte de magia en los autodenominados «proeuropeos» tan pronto como el concepto se transpone al plano europeo. El superestado supranacional, que reemplazará al Estado-nación europeo al final de la «integración europea», de repente tiene que ser imaginado como pacífico y democrático.

El hecho de que los Estados nacionales pueden ser bastante diferentes se demuestra al observar Escandinavia y Suiza, pero también las seis o siete décadas de la Europa occidental de posguerra, después de que las aspiraciones de poder del Reich fueran aniquiladas junto con el propio Reich. Los imperios son agresivos hacia dentro especialmente cuando no quieren que se independicen las naciones que ellos dominan, y hacia fuera, cuando hay conflicto con otros imperios, como en la Primera Guerra Mundial; así sucede con los Estados nacionales que quieren convertirse en imperios, como Alemania y Japón en la Segunda Guerra Mundial, o Estados Unidos en Vietnam, Iraq, etc. Para formularlo de manera provocativa, una Unión Europea bajo el liderazgo francés y armada con el 2% del PIB de Europa, obviamente con fines de defensa, sería la única entidad política de Europa occidental que podría tener hoy ambiciones imperiales, por ejemplo, en África u Oriente Medio.

Volvamos nuevamente a la debilidad de la izquierda: el debate a menudo se refiere a la distribución de la atención política entre un eje de conflicto cultural y un eje de conflicto económico. ¿Cuál es el eje decisivo desde su punto de vista? ¿En qué plano hay que dar un golpe de timón de manera más urgente?

No creo que los dos ejes sean rígidamente perpendiculares entre sí, es decir, que no tengan nada que ver entre sí, en cuyo caso de hecho plantearían un dilema como el de Escila y Caribdis para la izquierda. Recuerdo que el problema surgió del desconcierto de la izquierda de la «Tercera Vía» en la década de 1990 sobre lo que aún podían ofrecer a los votantes después de su giro globalista: quedaba ya descartada la protección frente a las fuerzas del mercado y la competencia internacional. La respuesta fue la propagación de valores liberal-libertarios, llamados posmaterialistas, que eran percibidos como una tendencia.

Esto dividió a la base de la izquierda: aquellos «nuevos libertarios», que hasta entonces habían podido integrarse económicamente, ya no veían razón alguna para no pasarse inmediatamente a Los Verdes, que estaban en ascenso; por el contrario, los votantes de izquierda tradicionales se encontraron expuestos a una retórica de reeducación que exigía de ellos que adhirieran a estilos de vida que les parecían incomprensibles, siniestros o incluso inmorales. Es por ello que muchos de ellos decidieron no tener nunca más relación con la política. Otros se fueron a partidos conservadores o, en su defecto, a partidos de derecha y radicales de derecha.

¿Habría podido evitarse?

Creo que la mayoría de los alemanes tiende a adoptar una actitud de «vivir y dejar vivir» en cuestiones culturales y morales, siempre que los otros adopten la misma actitud hacia ellos. Aceptación de que cada uno haga lo que quiera mientras no me moleste; rechazo a que se imponga una cultura de «celebración de la diversidad» desde arriba hacia abajo, desde el pensamiento único antitradicionalista de la elite de los medios liberales hasta los últimos rincones del pensamiento y la vida cotidianos. No existe ninguna contradicción entre esto y que uno se lleve bien con los vecinos turcos o vietnamitas, aunque sea de una manera alemana, bastante poco social.

Creo que la política de izquierda puede contentarse con eso: no tiene que presionar por limpiar la esfera pública de actitudes y manifestaciones que no sean lo suficientemente diversas desde una perspectiva verde. Quedan exceptuadas las manifestaciones de odio nazis, para cuya represión en Alemania, afortunadamente, se cuenta con el derecho penal. La izquierda puede encomendarles los intentos de reeducación moral de las masas a Los Verdes, que tienen bastante experiencia en ello, y cuyo buen momento actual se debe probablemente al hecho de que han atenuado notoriamente su moralismo, que tanto crispa a la gente.

¿Dónde ve una razón para el optimismo? ¿Dónde están los puntos fuertes estructurales de la izquierda que podrían aprovecharse más en el futuro?

Veo una gran necesidad estructural de una política de izquierda, es decir, una política que cohesione a la sociedad multiplicando sus bienes colectivos, que benefician a todos por igual. Obviamente, otro asunto completamente distinto es si los partidos de izquierda pueden satisfacer esta necesidad tal como están conformados en la actualidad; en esto soy escéptico. La actual borrachera del espectro verde/izquierda con una política simbólica de exclusión hacia dentro, regulaciones discriminatorias en escritura y lenguaje, condena moral contra quienes cometan mínimas desviaciones, habla en contra de esto.

En mi opinión, la situación actual pide a gritos una izquierda que se preocupe con igual intensidad por los déficits dramáticamente crecientes de nuestras infraestructuras colectivas en el sentido más amplio, desde el transporte urbano hasta el sistema escolar, y por las crecientes disparidades entre las zonas centrales en ascenso y la periferia en decadencia. Esto requiere, entre otras cosas, el alivio de la deuda de los municipios, con una descentralización simultánea de decisiones, un aumento sostenido de la capacidad de la desangrada administración pública, la promoción de cooperativas y formas no convencionales de empresa con capital ligado a un lugar, inversiones costosas para la protección contra las consecuencias del irreversible cambio climático que se avecina y espera desde hace mucho tiempo, además de dejar de lado el «déficit cero» como dogma fiscal: en resumen, un anticapitalismo realista. A veces uno tiene la sensación de que algunas izquierdas están más preocupadas por la mayor difusión posible de las estrellas de género.

Banca centroamericana fuerte afrontará la tormenta Leonel Ibarra Marzo de 2018

La banca centroamericana viene de tener años bonancibles y ritmos acelerados de crecimiento en todos sus indicadores;  y el año pasado no fue la excepción. En 2017 los activos del sistema bancario regional, sin Panamá, crecieron 8.3 %, mientras que los créditos aumentaron 5.5 %, y 1.5 % en utilidades, este último indicador arrastrado por una caída en el mercado costarricense.

Pero, ante la estabilidad de los datos, hay nubes de tormenta que amenazan al sector y que podrían  impactar sobre los resultados de este año. Los analistas coinciden en que los destapes de malversación y desvío de fondos públicos, la polarización política, la inseguridad jurídica, los procesos electorales poco transparentes y la población descontenta podrían formar “una tormenta perfecta” que azotaría aun al más fuerte de los actores bancarios en la región.

Pero ¿qué tiene que ver que un funcionario vaya a la cárcel con que los bancos tengan un menor crecimiento? “En el negocio bancario siempre ha sido importante la influencia que tiene el entorno: económico, político, social; pero cada vez está influyendo más en el desempeño”, responde Rolando Martínez, director sénior y director de Instituciones Financieras Centroamericanas de Fitch Ratings.

Centroamérica tendrá un entorno económico y político que “probablemente permanecerá desafiante” y los bancos “enfrentarán algunas presiones sobre la calidad de activos y perspectivas de crecimiento limitadas, mientras que los eventos de riesgos no financieros podrían seguir poniendo a prueba los marcos regulatorios de estos países”, detalla el informe de Perspectivas 2018 realizado por esta agencia.

Dichos eventos de riesgo no financieros son a los que más atención debe poner la banca regional. Los temas de corrupción impactan al sector bancario, porque los lleva a exigirse un mayor control en sus procesos de otorgamiento de servicios, así como el monitoreo de estos con el fin de evitar servir de cómplices, explica Gary Barquero, gerente general de SC Riesgo.

“Ante todo, el sistema bancario debe tener credibilidad ante sus clientes a través del conjunto de políticas y procedimientos establecidos y en la medida que las entidades tengan un gobierno corporativo más robusto, este tema se puede mitigar”, agrega. Los elementos de inestabilidad política, el alto déficit fiscal de países como Costa Rica y El Salvador,  aunado a la incertidumbre de procesos electorales  con señalamiento de fraudes como en Honduras, generan una contracción de las inversiones y un menor otorgamiento  de créditos.

Asimismo, esa inestabilidad puede generar degradaciones de parte de las calificadoras de riesgo, incrementando los costos de fondeo internacional. Todo lo anterior llevaría como consecuencia a una posible contracción de la rentabilidad en el sector bancario si las cosas siguen iguales o empeoran.

Otro factor que incidirá son las políticas públicas que tome Estados Unidos y que podrían incidir en el flujo de remesas. Un análisis  publicado recientemente por S&P Global dice que estas medidas podrían afectar las relaciones comerciales regionales y obstaculizar la inversión. Martínez, de Fitch, explica que para el caso de El Salvador, los depósitos se mantuvieron estables durante un buen período del año y luego empezaron a subir también impulsado por las remesas de los salvadoreños en Estados Unidos.

“El tema del TPS es algo que va hasta el segundo semestre de 2019, entonces no está claro cómo va a ser el comportamiento de las remesas”, dice el analista. En el escenario de que las remesas disminuyan su dinamismo: ¿Qué pasaría con los depósitos de la banca? Posiblemente su crecimiento también tendería a reducirse, pero eso no significa que la liquidez de la banca se vaya ajustar, pues los bancos se han mantenido por bastantes años con niveles de liquidez y capital bastante buenos, coinciden los analistas.

Además, para los sistemas bancarios con exposición elevada a moneda extranjera (como Guatemala, Honduras y Costa Rica) el fortalecimiento del dólar “podría afectar los indicadores de calidad de activos, dañando la rentabilidad”, advierte S&P.

Más transparencia

De todos es sabido que la  región centroamericana se ha caracterizado  por su inestabilidad política y poca transparencia en finanzas públicas. Entonces ¿por qué ahora la banca se ve más afectada por este entorno?  Los expertos coinciden en que la diferencia es que hoy en día hay más mecanismos de control a través de los cuales se han detectado temas de corrupción así como de lavado de dinero que pasa a través de los bancos.

Pero, en todo caso, para Oscar Jasaui, presidente de la agencia Pacific Credit Rating (PCR), el aspecto político más influyente continúa siendo el desempeño fiscal y de balanza de pagos, y la forma en que los indicadores de deuda impactan en las economías. “Asimismo, deben sumarse otros efectos relacionados con la capacidad de los países de la región para mantener un adecuado ritmo de crecimiento económico que, ante una mayor demanda agregada y mejores indicadores de inversión, derive en un crecimiento de la participación de los servicios que ofrece el sector bancario”, afirma Jasaui.

Aunque es aventurado prever si estos escándalos de corrupción seguirán sucediendo, lo que sí está claro es que la banca ha tomado conciencia y está más preparada. “Nosotros esperamos, debido a esto, que en 2018 haya bastante estabilidad en la región, con un desempeño bancario similar al de 2017, con excepción de Honduras y Costa Rica, donde esperamos que algunos indicadores financieros se deterioren, sin que esto ponga en riesgo la solvencia o liquidez de la banca”, manifiesta el director sénior y director de Instituciones Financieras Centroamericanas de Fitch Ratings.

Otro buen año

Como dice el dicho: “Al mal tiempo, buena cara” y por los resultados financieros obtenidos en 2017, se puede concluir que la banca regional ha enfrentado con bastante éxito las condiciones adversas.   El sector bancario centroamericano (sin tomar en cuenta Panamá) registró un crecimiento promedio de activos del 8.3 % en 2017. Este porcentaje representó un aumento de $10,000 millones, destacando las plazas guatemalteca, costarricense y nicaragüense. La cartera crediticia de la región creció en promedio un 4.3 %, liderado por Nicaragua con 7.9 % y Costa Rica un 5.07 %. “Nicaragua es uno de los países que tiene mayores perspectivas de crecimiento económico en Latinoamérica, esto lo vemos reflejado en los crecimiento del sector bancario del país (…) impulsado por el comercio, vivienda e industria”, dice Barquero, gerente general de SC Riesgo.

El crecimiento de las utilidades del sector en el istmo (sin Panamá) estuvo en línea con el aumento en los depósitos, destacando el caso guatemalteco que obtuvo un incremento de 15.3 %. Sin embargo, las cifras de la región se deterioraron (creciendo solo un 1.5 %) arrastrado por las pérdidas en el sistema costarricense (-18.9 %) por el ajuste cambiario y el aumento de la morosidad.

Esto es menor al 3.5 % en beneficios que reportó la región a finales de 2016. En el caso de Panamá,  se espera que el crédito local cierre el año con crecimiento del 8 %,  había crecido 6 % hasta octubre pasado “lo cual es un dinamismo normal y bastante sano”, aseguró Recinos. Además, luego de dos años de mantener una perspectiva negativa, Fitch Rating la modificó a estable, ya que se estima que el sistema bancario panameño ya se ha adaptado al entorno de crecimiento menor y su desempeño financiero va a ser bastante similar al de 2017.

Por otra parte, para este año no se proyectan mayores compras o adquisiciones en el sector. La última la realizó en octubre el hondureño  Banco Atlántida (el segundo banco más grande de su país y número 19 de la región) que adquirió a ProCredit en El Salvador. Procredit Nicaragua también cambió de manos en agosto de 2017 cuando fue adquirido por la Corporación Financiera de Inversiones, S.A. de Grupo Pellas.

“Todavía hay espacio para que bancos que son relevantes en su país de origen inicien operaciones en otros países, pero el escenario más probable es que esas operaciones se realicen en una escala pequeña o empezando operaciones desde cero. Donde más espacio vemos es en Panamá, donde se puede iniciar un proceso de consolidación”, prevé Martínez, de Fitch. Es decir que los bancos más grandes adquieran a otros más pequeños.  

Honduras entra con fuerza

En el ranking bancario centroamericano 2017 elaborado por El Economista desde hace 10 años, que incluye a los 25 mayores bancos por activos, Banco General de Panamá se sigue posicionando como líder de la región,  con $15,867.5 millones, un incremento del 5.8 % comparado a noviembre del año anterior. Le sigue Banco Nacional de Costa Rica, con $12,340.9 millones (un 10.4 % más); el guatemalteco Banco Industrial está en la posición número tres  con $11,772.1 millones de activos, rompiendo la hegemonía panameña en los primeros cinco lugares. El podio de los primeros ocho bancos se mantiene igual que el año pasado, pero en esta ocasión  Honduras sumó cuatro instituciones en el top 25.

Bac Honduras y Banco de Occidente son de nuevo ingreso. Los activos de las 25 mayores instituciones bancarias suman  $161,764.5 millones, $6,085 millones más que en 2016. El 47 % de los activos del top 25 pertenecen a bancos panameños, 21 % a instituciones guatemaltecas, 20 % a bancos costarricenses, 9 % a hondureños y un 3 % a los salvadoreños.•

Leonel Ibarra-Centroamérica (El Economista)

27 de Marzo de 2018

Debatiendo a Salarrué en el siglo XXI Álvaro Rivera Larios

Una semana después de que Rafael Lara Martínez publicara en este periódico un artículo sobre la obra de Salarrué («Cuentos de barro sin la censura del siglo XXI»), el escritor y ensayista salvadoreño Álvaro Rivera Larios, residente en Madrid, España, responde con estas palabras:

Álvaro Rivera Larios

Miércoles, 12 de Junio de 2013

Como buen clásico que es, el autor de los «Cuentos de barro» ha sobrevivido a las viejas interpretaciones de su obra y lo más probable es que también sobreviva a las actuales. Entre las interpretaciones actuales de Salarrué destaca, por su carácter polémico, la de Rafael Lara Martínez.

Lara Martínez sacude el avispero de ciertas omisiones y carencias en el abordaje de los Cuentos de barro y las interpreta como un ocultamiento. La suya es la típica hermenéutica de la sospecha que siguiendo la estela del «neo-historicismo» sitúa las lecturas del texto dentro de la historia social y la historia del pensamiento. Los silencios y las limitaciones de nuestra filología siempre serían, según él, parte de las estrategias discursivas de poder.

Qué duda cabe de que hay ciertos datos de la biografía política de Salarrué y de la utilización ideológica de su obra que hemos preferido ignorar para que no lastimasen su imagen de gran padre bonachón de la auténtica literatura salvadoreña. Puede que algunos hayan participado en la creación deliberada del mito (esos que, a sabiendas, ocultaron los hechos incómodos); puede que otros, sin mentir intencionadamente, hayamos preferido el plácido engaño al conocimiento que impugnaría las inocentes lecturas de nuestra infancia. Lo que sugiero es que no siempre quien participa de forma pasiva o activa en un ocultamiento ideológico es cómplice intencionado de una maquinación.

La hipótesis de la censura, llevada hasta el extremo, también puede distorsionar la realidad. Gracias al profesor sabemos que Salvador Salazar Arrué omitió trece textos de la versión final de los «Cuentos de barro». Ahora bien, ese dato hay que explicarlo. La auto-censura y la censura aclaran algunas exclusiones, pero no todas. A veces, un escritor suprime textos de su obra final porque los considera mediocres desde el punto de vista literario.

Con ciertas tesis que Lara defiende, y que pertenecen al acerbo metodológico de la filología moderna (hay que trabajar con los datos del archivo, hay que definir los usos originales del texto y el marco inicial de su recepción), no hay más remedio que estar de acuerdo. Otra cosa es cómo se interpreten los datos del archivo y cómo se reconstruyan las lecturas iniciales de una obra.

Entre las fuentes primarias de los Cuentos de barro están las revistas en que inicialmente fueron publicados a partir de la segunda mitad de los años veinte del siglo pasado. La revista Excélsior (en 1928) y la revista Prisma (en 1931), que anticiparon algunos cuentos de barro, no pueden ser etiquetadas como revistas del martinato por la sencilla razón de que el martinato por esas fechas no existía. Esta última precisión tiene importancia a la hora de señalar que la recepción original de los primeros cuentos de barro incluye un período del tiempo social y político en el cual Martínez y su régimen no gobernaban la interpretación de esos textos.

Desde el punto de vista creativo sería un error creer que el Salarrué posterior a 1932 ya estaba presente –con los criterios estético-políticos del martinato– en el Salarrué de 1925. Solo una visión teleológica simplista podría sugerir que los primeros cuentos de barro ya legitimaban la política cultural de una dictadura populista del futuro cercano.

Las primeras fechas de publicación (de los Cuentos de barro) también nos indican que el regionalismo como expresión estética e ideología cultural es anterior al régimen del general Martínez. El regionalismo, como política, ya tenía también un ejemplo poderoso antes de la aparición del martinato y ese ejemplo era el régimen nacido de la revolución mexicana.

Martínez y su corte de intelectuales lo que hicieron fue institucionalizar una sensibilidad estética y unas ideas que ya recorrían América Latina en las primeras décadas del siglo XX. Martínez y su corte de intelectuales pusieron en práctica, imponiéndoles una determinada orientación, planteamientos que habían prendido en la agitada vida social salvadoreña de los años veinte. Por esa época domina en círculos intelectuales y políticos un protonacionalismo cuyos padres eran José Martí, Rodó, Vasconcelos, Masferrer, etcétera.

Los primeros usos e interpretaciones de los Cuentos de barro hay que hacerlos retroceder hasta esa época, teniendo el cuidado de no confundirlos con el uso peculiar que Martínez le dio a la estética regionalista con fecha posterior a 1932. Martínez utiliza unos antecedentes, no los crea, por eso es un error vincular genéticamente al regionalismo con la política del martinato.

El protonacionalismo popular latinoamericano era lo suficientemente ambiguo, en sus expresiones artísticas y políticas, como para albergar en su seno posturas pequeño-burguesas, fascistoides y marxistas. Por eso hubo una época en la cual Farabundo Martí colaboró con Sandino y Diego Rivera con José Vasconcelos. Éste último, con el paso del tiempo, y de modo semejante al general Martínez, llegó a simpatizar con Hitler.

Una pregunta que debemos hacer es si las recensiones críticas de los Cuentos de barro aparecidas en «las revistas del martinato» representan todas las lecturas que se hicieron de dicha obra literaria antes de Martínez y durante su dictadura. Es bastante probable que Agustín Farabundo Martí leyese los primeros Cuentos de barro. Sería bueno saber cómo interpretaron inicialmente esos cuentos los lectores e intelectuales que fueron derrotados en el año 32 ¿Qué rastros quedan de esas lecturas en las fuentes primarias que nos ofrece el profesor?

El diálogo entre Farabundo Martí y Salarrué demuestra que el escritor admiraba la integridad ética del político y que el político quizás admiraba la estética del escritor. Quizás. Esto es algo que debería investigarse pero cuya sola posibilidad nos pone en la pista de que las lecturas institucionalizadas de los Cuentos de barro que se impusieron a partir del 32 no agotan el universo ni el contexto original de su primera recepción.

Hay algo en el planteamiento de Lara Martínez que recuerda al uso mecanicista, y no dialéctico, de la tesis de la ideología dominante. Dicho enfoque deja sin voz y sin resistencia interpretativa a quienes se hallan bajo el dominio simbólico de una élite. Esas voces y esas lecturas difícilmente llegan a las redacciones de los periódicos y las revistas después de una matanza como la que inauguró la dictadura del general Martínez.

Pero sería un error ver a Martínez solo como a un hombre severo dotado de un cuchillo. Martínez asumió un proyecto (se rodeó de intelectuales) y poseía habilidad retórica (también era un hombre al que le gustaban la pluma y el micrófono). El General y sus secuaces presentaron la matanza como una pacificación y a los rebeldes como a unos agresores bestiales y sanguinarios. Indígenas y comunistas fueron derrotados en el teatro de la guerra y en el terreno de la propaganda (de ahí que la interpretación martinista de los Cuentos de barro pueda presentarse como «la primera»).

Sin lugar a dudas, tienen muchísima importancia las fuentes primarias, pero también hay que saber interpretarlas. Demasiado poder le concede a esas fuentes quien opina que los artículos aparecidos en una revista son capaces de determinar el uso social de unos cuentos. Tal uso puede estar influido por «la crítica» pero no se configura únicamente en el ámbito textual como sabe perfectamente cualquier sociólogo de la literatura.

Es cierto que las lecturas actuales de una obra no pueden ignorar el contexto original de su recepción. Pero también es verdad que la historia inicial del texto no puede ser la única pauta que rija sus lecturas actuales y futuras. La historia ilumina siempre que no sea un historicismo. El conocimiento del pasado es liberador siempre que no imponga una nueva camisa de fuerza.

Una historia social que ignore la historia del pensamiento está mal, pero está mal también una historia del pensamiento que ignore la entidad de lo literario. Es cierto que puede existir un nexo entre la recepción de un texto y las dimensiones simbólicas de la política, pero ésta conciencia crítica debe evitar los peligros de subsumir de forma mecanicista la complejidad de la obra literaria en los juegos crudos del poder.

Aceptemos que toda valoración de un poema o un relato que ignore los profundos vínculos de la palabra con el marco social e histórico en que es producida e interpretada corre el peligro de vaciarla hasta cierto punto de sus sentidos originales. Aceptemos que las posiciones políticas que adoptó Salarrué después de 1932 pudieron influir en la forma en que fueron leídos los Cuentos de barro. Aceptemos que las declaraciones explícitas de Salarrué sobre su forma de entender la literatura pudieron afectar el modo en que la suya fue leída. Pero ningún autor, más allá de cuál sea su idea del arte y de la función social inmediata que le asigna, controla por entero los contenidos latentes de su trabajo creativo y, por supuesto, aunque cuente con el respaldo estatal, tampoco rige de modo absoluto los marcos sociales presentes y futuros en los que su obra es y será interpretada.

Cuando se dice que toda obra literaria es abierta se asume que entra al juego y al conflicto de las interpretaciones. Dentro de esa lógica se comprende que Roque Dalton le disputase los Cuentos de barro a la cultura oficial. Y se los pudo disputar porque la estética de los Cuentos de barro más que deberse a la cultura del martinato se debía a la época del protonacionalismo popular latinoamericano. Ahora bien, un crítico actual les puede disputar el sentido de los cuentos a sus intérpretes oficiales del pasado y al mismo Dalton. Si algo nos dicen las obras de imaginación es que el pasado condiciona pero no determina fatalmente las lecturas del ahora.

Podemos incorporar la historia del texto a nuestra forma de leerlo, pero tal historia –como rastro de los conflictos sociales y hermenéuticos de poder– tampoco puede sustituir las encrucijadas intelectuales, literarias y políticas que condicionan el presente de nuestra lectura.

Tan importante como rescatar los datos silenciados del archivo es saber interpretarlos con rigor teórico en el marco de un debate plural. La censura, los tópicos y los silenciamientos prosperan ahí donde los datos no se revelan o se introducen sin cautela en el diálogo interpretativo.

A resposta à questão do poder: por um governo de esquerda Valerio Arcary

1-A crise da esquerda remete a uma questão: qual deve ser a estratégia? A estratégia deve responder à questão das questões: qual é o caminho do poder? Como abrir o caminho para um governo de esquerda e, para fazer o quê? Três desafios se colocam. A tática, o projeto e o programa. É a discussão das diferenças de programa e de projeto que ilumina as diferenças sobre a tática para derrotar Bolsonaro, e não o contrário.

2-O primeiro passo é a escolha da melhor tática para derrotar Bolsonaro. Não é simples. Há, neste momento, três táticas em disputa na oposição. A tática quietista, a tática da ofensiva e a tática da frente única da esquerda. A tática quietista defende aguardar o calendário eleitoral, se preparar para a eleição das Prefeituras de 2020, e esperar 2022. A tática da ofensiva defende partir, agora e já, para ações semi-insurrecionais, como a greve geral pelo Fora Bolsonaro. A tática da frente única de esquerda defende construir a resistência de massas, acumular forças e preparar as condições para derrubar Bolsonaro nas ruas ou, se não for possível, derrotá-lo nas eleições.

3-A tática quietista faz a aposta que o terreno mais seguro de disputa será eleitoral. É abraçada por aqueles que consideram que o eixo do projeto deve ser a defesa do regime democrático-liberal da Constituição de 1988, e só uma Frente de centro-esquerda poderá vencer as eleições em 2020 e em 2022. Ela responde ao cálculo de que a tática de derrubar Bolsonaro coloca em risco o regime. Alguns abraçam a tática quietista, de ficar quieto e esperar, porque temem a situação que poderá se abrir pela radicalização de mobilizações permanentes para interromper o mandato de Bolsonaro. Outros porque temem a possível reação violenta de Bolsonaro, e de setores das Forças Armadas, se descobrirem que estão encurralados. Ou seja, alguns têm medo do que virá se explodir um novo “Junho de 2013”, só que agora contra Bolsonaro.

Outros têm medo de um giro bonapartista autoritário de Bolsonaro, um autogolpe, com marchas verde-amarelas nas ruas como em março/abril de 2015/16. Mas todos estão firmes contra o projeto de um governo de esquerda como resposta aos desastres provocados por Bolsonaro. Trata-se da defesa de um governo de centro-esquerda unindo, finalmente, setores do PSDB dissidentes de Doria e setores republicanos socialdemocratas do PT, que considerem as aspirações de Ciro Gomes. Eles reuniram-se no Tuca em São Paulo na segunda feira dia 2 de setembro. Por tudo isso é que não se ouviu Lula Livre no Tuca. Porque defendem o regime, e não as liberdades democráticas. Não há democracia pela metade. Não se pode falar sobre liberdades democráticas no Brasil sem defender Lula Livre. Por isso o PSOL não esteve presente.

4-A tática da ofensiva permanente só tem coerência intelectual para aqueles que ignoram o terrível impacto das derrotas acumuladas pelos trabalhadores. Não foi somente a direção do PT que foi derrotada com o impeachment de Dilma Rousseff, a prisão de Lula e a eleição de Bolsonaro contra Haddad. Essa é a dimensão superestrutural do processo. Infelizmente, abriu-se uma situação reacionária. A classe trabalhadora sentiu, também, duramente, o peso das derrotas. E numa relação social e política de forças ainda tão desfavorável a tática da ofensiva, na forma da defesa permanente da convocação da greve geral, ignora que o dia de greve geral em junho foi muito parcial. Responsabilizar, exclusivamente, as direções sindicais burocratizadas pela fragilidade do dia nacional de greve é um balanço descolado da realidade, e pouco honesto, como sabem todos os militantes sérios que estiveram engajados na sua construção.

5-A tática da frente única de esquerda deve ter como projeto a luta por um governo de esquerda A esquerda deve abraçar como premissa a mobilização dos trabalhadores e dos seus aliados oprimidos para construir nas ruas uma muralha contra o governo Bolsonaro, e preparar as condições para um movimento como foram as Diretas Já contra Figueiredo. Mas seria desastroso a esquerda construir as mobilizações de oposição a Bolsonaro nas ruas para abrir o caminho para a centro-esquerda nas eleições. A esquerda não pode perder a sua independência política. Portanto, precisamos discutir o projeto. Repetir a experiência dos governos Lula ou Dilma? Procurar inspiração no Uruguai, na Bolívia ou na Venezuela? Ou nosso projeto deve ser a revolução brasileira?

6-As dificuldades são imensas em função da fragmentação, dispersão e confusão política. Um bom ponto de partida é reconhecer que estamos diante de uma desorientação estratégica. A reorganização da esquerda vai exigir uma superação do quadro atual. Alguns milhares abraçam a causa feminista. Outros a causa do movimento negro, ou a LGBT, ou a ambiental. Há aqueles que lutam nos sindicatos pela defesa dos direitos ameaçados, aqueles que resistem às privatizações. Há o movimento dos estudantes, a causa da defesa da universidade pública, ou da saúde pública. Há os militantes das mídias alternativas, e os organizadores das marchas pela legalização da maconha. Estamos diante de uma hemorrágica pulverização. Mas são poucos os que militam em partidos e organizações políticas. Por quê? Porque a velha estratégia foi derrotada.

7-A estratégia conhecida como projeto democrático e popular se esgotou. Quando formulada, originalmente, ela consistia em chegar ao poder com Lula através de eleições apoiado em mobilização dos trabalhadores e do povo. Se seria respeitando ou não os limites institucionais do regime político que surgiu da Constituição de 1988, para iniciar um processo de reformas progressivas, era algo indefinido. Quando, como e por que o PT no governo rompeu ou não com a estratégia do V Encontro de 1987 é um tema polêmico interessante, mas que hoje deve ser considerado um debate de tipo histórico. Imaginar que se pode reeditar a velha estratégia unindo o Lula Livre com a fórmula Lula 2022 é uma ingenuidade. A história demonstrou, cruel e irrefutavelmente, que não é possível com “paz e amor” transformar o Brasil. A classe dominante se dobrou diante de Bolsonaro.

8-A questão do programa, portanto, é central para que a estratégia de um governo de esquerda seja, historicamente, possível. Ela nos remete ao tema da ruptura. Não há perspectiva de um governo de esquerda se não nos prepararmos para ela. A luta por reformas exigirá disposição revolucionária.

Cuentos de barro sin la censura del siglo XXI Rafael Lara Martínez*

El Doctor en Lingüística y Premio Nacional de Cultura 2011 Rafael Lara Martínez denuncia la censura oficial sobre el legado de Salvador Salazar Arrué, Salarrué, y habla sobre una serie de 13 cuentos que fueron extirpados de las ediciones nacionales de Cuentos de Barro. Esta discusión se abre en torno al Día Mundial de los Archivos y a la incorporación de la obra de Salarrué al Registro Nacional de la Memoria del Mundo de El Salvador.

Miércoles, 5 de Junio de 2013 (EL Faro)

…[La historia] de un recordar sin recuerdos.

Salarrué

I.

A ochenta años de la publicación de Cuentos de barro (1933; viñetas de José Mejía Vides) de Salarrué, me pregunto por qué razón no existe una edición íntegra de la obra.  En el 2013 un doble acuerdo orienta casi todo comentario. Cuentos de barro se considera uno de los textos fundadores —de los libros más clásicosde la literatura salvadoreña.  Empero, se considera apropiado ocultar las revistas literarias que publican los relatos individuales, antes y después de la edición príncipe. 

Nadie ha fechado las publicaciones individuales de los cuentos en revistas como Excelsior (1928-1930), Repertorio Americano (1928-1937), Boletín de la Biblioteca Nacional (1932-1937), Cypactly (1930-1940),  Prisma.  Revista Internacional de Filosofía y Arte (1931), Revista El Salvador.  Órgano Oficial de la Junta Nacional de Turismo (1935-1939), El lector cuzcatleco (1941-1943) y otras tantas revistas jamás citadas del martinato.

Como intelectual de prestigio, el nombre de Salarrué aparece al lado de Arturo Ambrogi, Alberto Guerra Trigueros, Maximiliano Hernández Martínez, Alberto Masferrer, etc., en Semblanzas salvadoreñas (1930) de José Gómez Campos.  Todos los “grandes hombres” —sin mujeres, por supuesto— figuran en el mismo canon literario nacional hacia el despegue de los treinta.

En los círculos artísticos de esa década, la edición de 1933 no resulta una sorpresa. Al menos desde 1928, los cuentos aparecen en las revistas más afamadas del país y del istmo.  Estas publicaciones dispersas se prolongan hacia mediados del decenio.

El contexto político inicial lo especifica la revista Excelsior: “realizar en la Exposición Iberoamericana de Sevilla en 1929 una obra de sabor regional” para promover “el comercio, la agricultura y la industria nacional” en el extranjero.

A mediado plazo, en 1932, lo aclara la revista Cypactly: quienes deciden “lanzarse a desatentadas rebeldías obedeciendo azuzamientos subversivos [de los comunistas] sólo les dejan saldos de miseria y muerte”. Durante el despegue del segundo mandato del general Maximiliano Martínez (1935-1939), la función social de los cuentos la especifican la prensa costarricense y el Diario Oficial: “Delegado Oficial a la Primera Exposición de Artes Plásticas de Centro América” por “Decreto Ejecutivo”.

Ninguna de las citas anteriores aparece en los trabajos críticos de Salarrué en el siglo XXI, como si esas fuentes primarias no existiesen.  La práctica de la historia artística presupone la supresión de los archivos nacionales incómodos. 

Aun así, toda represión se archiva. En 1932, la función del intelectual consiste en lograr un entendimiento entre las autoridades universitarias, los artistas y el gobierno durante “estas horas de zozobra, de dolor y perplejidad” (Torneos universitarios, 1932).  Una “política del espíritu” —una “política de la cultura”— redimiría a una nación enemistada en la lucha fratricida.  Sólo un “alma solitaria y complicada” —“similar a Goethe [que tiene su Atlántida]”— expresaría el “espíritu sabio” del martinato y la reconciliación nacional (Torneos y Exposición de libros en la Biblioteca Nacional, 1933).

II. 

Las narraciones regionalistas no sólo se unifican bajo el mismo título de “cuentos de barro”. A la vez se reúnen en un proyecto conjunto de arte y literatura. El calificativo “cuentos de barro” se forja cinco años antes de la edición príncipe y se emplea en otros cuentos olvidados años después.  No sólo la obra príncipe es una antología de relatos anteriores.  También se prolonga hacia el futuro como un trabajo sin límite.

Además, las narraciones regionalistas se unifican en el diálogo que establecen entre la palabra y la imagen. Traducido a un lenguaje carente de arte visual, Cuentos de barro ofrece un vacío flagrante que reproducen todas las ediciones actuales al eliminar los diseños de los relatos. La mayoría de las narraciones originales se acompaña de ilustraciones que demuestran el contexto inmediato de su recepción entre los círculos artísticos salvadoreños y centroamericanos.

Las viñetas originarias y posteriores a la edición príncipe, no las diseña José Mejía Vides. Las esbozan pintores reconocidos como Luis Alfredo Cáceres Madrid, el costarricense Max Jiménez, así como ilustradores sin renombre que el siglo XXI anhela olvidar.

Para esta recepción inmediata, la “matanza” de 1932, significa una afrenta a los ideales pacifistas, cristianos y teosóficos, los cuales promueven el verdadero “comunismo”.  “Matan a sangre fría […] los peores asesinos.  Por eso merecen condena eterna todos los hechos sangrientos hace algunos meses ejecutados por forajidos […] es una dolorosa equivocación creer que el comunismo se practica segando vidas y arrasando propiedades. Esas doctrinas que tuvieron origen en el Sermón de la montaña, no son de destrucción sino de conservación […] Esto lo han ignorado […] nuestros campesinos por eso han delinquido […] y se dejaron llevar al sacrificio de su vida” (Eugenio Cuéllar cuyo cuento lo ilustra Pedro García V., quien diseña varios “cuentos de barro”.  Cypactly, No. 17, 22 de junio de 1932).

Si aún existieran dudas al respecto de los círculos intelectuales teosóficos, hay que recordar el apoyo de la Iglesia Católica al régimen del general Martínez y al ejército. Al atrio de la Catedral Metropolitana se redobla la legitimación de la “matanza”, que se juzga un acto de justicia.  [En el] portón de Catedral [se celebró] solemne misa de campaña por el alivio y descanso de los muertos por la patria en las pasadas revueltas comunistas y para bendecir al Gobierno, Cuerpo del Ejército, Guardia Nacional, Guardia Cívica y Cuerpo de Policía General, por su noble y patriótica actitud en defensa de la sociedad salvadoreña, de las instituciones patrias y de la autonomía nacional (El día, 25 de febrero de 1932 y Diario Latino, 29 de febrero de 1932).

III.

En el 2013 el mejor homenaje a Salarrué no consiste en ignorar adrede las fuentes primarias de sus publicaciones. Nuestras lecturas actuales no reemplazan la recepción original de la obra. El autor no pinta para ciegos, ni escribe para analfabetas. Su narrativa debe restaurarse de manera íntegra, en el contexto original de recepción: pictórico y crítico literario.

Hay al menos trece “cuentos de barro” que no están incluidos en Cuentos de barro, al igual que hay más de veinte viñetas que originalmente los ilustran.  Los “cuentos de barro” tachados hasta el 2013 se intitulan: “Auto tragicomedia en dos cuadros”  (1928), “Cuentos de barro.  El beso enjuncado” (1928, “El beso”), “Cuentos de barro.  El Sembrador” (1928 y 1929), “Cuentos de barro. El velorio” (1929), “Cuentos de barro.  El peretete” (1929 y 1936), “Cuentos de barro.  La tísica” (1929), “Cuentos de barro.  Los gringos” (1929), “Cuentos de barro.  El casorio” (1929), “Cuentos de barro.  El patrón” (1929), “Cuentos de barro.  El beso “(1929), “Cuentos de barro.  El soldado de chankaka” (1929), “Cuentos de barro.  El entierro del juneral” (1930), “Cuento de barro, “Cuentos de barro.  Benjasmín” (1931), “Cuentos de barro.  El damo” (1932), “Cuentos de barro.  El Cheje” (1932), “Cuentos de barro.  Balsamera” (1935), “Una tarde gris” (s/f).

Hay más obra de Salarrué oculta que debe desenterrarse. Hay más de cincuenta comentarios críticos de la obra, escritos entre 1928-1940. La restitución de esta memoria —tachada intencionalmente en el 2013— guía una serie de ensayos de próxima aparición en la Fundación AccesArte.

La quema sistemática de los archivos nacionales —un “recordar sin recuerdos”— no me parece la manera más adecuada de honrar la memoria de Salarrué. Tampoco me parece que encubrir las fuentes primarias sea la manera más pertinente de escribir la historia. Solicito una mínima honestidad intelectual con la historia salvadoreña. Exijo un respeto de la historiografía nacional y de sus fuentes primarias.

IV.

Por el olvido intencional, en el 2013 no existe una edición completa de Cuentos barro. Ignoro la fecha en la cual el acuerdo del siglo XXI levante su censura documental y publique una edición íntegra de la obra más clásica de la literatura salvadoreña. La denuncia anterior —la supresión de archivos— no la dirijo a personas en particular. La dirijo a las prácticas institucionales del siglo XXI que enmarcan a todo sujeto profesional y lo constituyen como tal. 

Los estudios culturales teorizan la literatura sin rigor historiográfico. La historia social excluye la historia intelectual y habla de hechos sin su representación inmediata en la conciencia artística del período en cuestión. La crítica literaria se ejerce sin documentación primaria de la época bajo su mirada, etc. Ochenta años sin Cuentos de barro demuestran que “un siglo es un momento” de una historia nacional. De una historia que se niega documentar su propia conciencia pretérita de los hechos. En su simulacro del pasado, la práctica de las ciencias sociales adapta el pasado a su deseo presente por la supresión de los archivos originales indeseados.  La “consignación de un archivo” al olvido forma parte esencial de la memoria histórica del 2013.

Desde Comala siempre…

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Iconoclastas: Rafael Lara Martínez

Entrevista: «Todos los salvadoreños tenemos al verdadero Hernández Martínez tatuado en el alma»

* Premio Nacional de Cultura 2011. Es investigador, escritor, lingüista, antropólogo y crítico literario, e imparte cátedra en Tecnológico de Nuevo México, Estados Unidos.

Salarrué: cuando la identidad se moldea en barro (1985) Luis Borja

Introducción

En la siguiente comunicación pretendo abordar los Cuentos de Barro de Salarrué y observar cómo se representa la cultura popular en sus textos, esto como parte de una política cultural durante el gobierno del general Hernández Martínez. Se sigue el planteamiento de Gilberto Giménez para el análisis de la cultura popular.

1. Literatura e identidad en El Salvador

En la década de 1920 una efervescencia cultural se desarrolla en El Salvador; esto se da luego del fracaso del ideal morazánico de una República Tripartita. Y es acá donde los dirigentes salvadoreños asumieron que El Salvador debía esforzarse por fortalecer la identidad nacional, para que definiera claramente el carácter y la idiosincrasia del ser salvadoreño. Este esfuerzo se inició entre algunos escritores a finales del segundo decenio del siglo XX y alcanzó su mayor desarrollohacia 1926 (López Bernal, 2007: 53).

Contrario a lo que se había hecho en la época de los liberales, donde la incorporación del indio a la literatura era únicamente a través de la leyenda o tomado como parte de un vestigio cultural que se intenta dejar atrás, en la década de 1920, un grupo de intelectuales[1] da un cambio a la idea de nación liberal, y sus trabajos tienen como común denominador la revalorización del pasado indígena, de la vida del campo y de los atributos culturales que podrían definir al salvadoreño (López Bernal, 2005).

Baldovinos (2005) sostiene que existen unas estrategias de apropiación de la cultura popular desde el discurso literario en el proceso de escritura de la nación en su momento fundacional, en el cual se busca construir la identidad a partir de un ejercicio de memoria que usurpa las historias particulares de sujeción y despojo de los grupos subalternos para transformarlas en memoria “nacional”. Se refiere al período que abarca más o menos el medio siglo comprendido entre las décadas de 1880 y 1930.

Baldovinos (2001:70) expone que en esta época se da un cambio de paradigmas en la concepción del papel de la praxis artística en la vida social. Este cambio se da junto con nuevas concepciones de política, donde se concibe un Estado que interviene activamente en la sociedad, y se ve al arte como un factor de socialidad armónica y reconciliador.

Este cambio de paradigma, de modernista a vanguardista, trasciende la textura de las obras literarias. Las nuevas ideas afectan la percepción de la realidad de los salvadoreños cultos.

Estas modificaciones, sustenta el autor, se dan por tres factores que afectan sensiblemente la esfera cultural. En primer lugar, la ampliación de los sectores medios, que se da debido al crecimiento del aparato estatal y al incremento de actividades agrícolas derivadas de la exportación. En segundo lugar, el relevo generacional, en donde se nota cada vez más la presencia de escritores provenientes de los sectores medios; y en tercer lugar, el amplio fortalecimiento del periodismo, que con publicaciones periódicas[2] abre espacios nuevos para escritores, ante la ausencia de una industria editorial.

Al estar El Salvador en una nueva etapa de su historia, en busca de una reorganización social, no se extraña que la cultura, en su articulación con lo político, ocupe las preocupaciones de los intelectuales de la época. La cultura debe permitir (1) que la raza disgregada vuelva al cauce que traía desde tiempo precolombino, (2) que existan nuevas formas de convivencia, igualitarias, humanas y solidarias, (3) que el ideal de la vida esté en la sociedad tradicional campesina e indígena[3], sentando así las bases doctrinarias de legitimación de proyecto nacional, con un vocabulario populista (sic) que se auxiliaba de nuevas concepciones de cultura y nación (Baldovinos, 2001:81-93).

Cabe añadir que el entorno económico, en donde existe una visión de mundo fundamentalmente agraria, marca la cultura centroamericana, y los símbolos visibles y oficiales de nacionalidad son representados por elementos agrarios. Surge la exploración del mundo campesino en la literatura (Huezo Mixco, 1999).

Estas ideas de revalorización del pasado indígena, llegan a concretarse, al parecer con propuestas como la de Juan Ramón Uriarte en su libro Cuzcatlanología (1926) en el que busca “recoger ese copioso material diseminado de nuestro folklore” para sentarle esa nacionalización, personalidad y fisonomía, y enseñar los caracteres distintos y auténticos del alma nacional salvadoreña (Ver anexo 1).

Paralelo a dichas ideas, otro grupo de intelectuales liderado por Masferrer, comenzaba a reflexionar sobre la problemática social salvadoreña, a la vez que incursionaba en los terrenos del espiritismo y la teosofía (López Bernal: 2005).

En resumen, es evidente la disposición que existe por parte de los escritores para que sus trabajos lleven como denominador la valorización de lo indígena-campesino y del campo, con el afán de concretar el ideal de nación por medio de la literatura.

2. La concepción simbólica de la cultura

En este estudio utilizaremos el concepto de cultura formulado por Giménez (2005: 85), quien entiende la cultura como la organización social de significados, interiorizados de modo relativamente estable por los sujetos en forma de esquemas o de representaciones compartidas, y objetivados en formas simbólicas, todo ello en contextos históricamente específicos y socialmente estructurados.

Cabe añadir que, al concebir la cultura como un proceso simbólico[4], esta deberá entenderse en primera instancia como el conjunto de luchas simbólicas presentes en una sociedad o como la organización social del sentido: como pautas de significado históricamente transmitidas y encarnadas en forma simbólica, en virtud de las cuales los individuos se comunican entre sí y comparten sus experiencias, concepciones y creencias. Pero estos procesos simbólicos deben referirse siempre a contextos “históricamente específicos y socialmente estructurados” (Giménez, 2005: 67).

Es en esta concepción simbólica de la cultura donde debe entenderse lo simbólicocomo el mundo de representaciones sociales materializadas en formas sensibles, llamadas“formas simbólicas”, y que puedenser expresiones, artefactos, acciones, acontecimientos y cualquier cualidad o relación.

Es decir, todo puede servir como soporte simbólico de significado cultural: la cadena fónica y de escritura; los modos de comportamiento, prácticas sociales, usos y costumbres; vestido, alimentación, vivienda, objetos y artefactos; la organización del espacio y del tiempo en ciclos festivos, etc. (Giménez, 2005: 68). En ese sentido, lo simbólico incluye un vasto conjunto de procesos sociales de significación y comunicación, mostrando así su carácter ubicuo o totalizador (Giménez, 2005:68).

En consecuencia, la concepción simbólica de la cultura demostrará su eficacia y operatividad cuando cumpla con cuatro funciones: la función cognitiva: en cuanto sea un esquema de percepción de la realidad; la función identificadora: si crea una atmósfera de la comunicación intersubjetiva y es cantera de la identidad social; la función orientadora: si es guía orientadora de la acción, comportamiento y prácticas; la función justificadora: si es fuente de legitimación de la cultura (Giménez, 2005:86).

2.1. Las categorías culturales

Entendiendo la cultura en su concepción simbólica, se puede documentar dicha cultura registrando ciertos hechos o fenómenos en cierta época y ciertos estratos sociales, y ordenarlos según diversos criterios de agrupamiento (Cirese, citado por Giménez 2005: 149).

Giménez (2005) propone un esquema para el análisis de las culturas indígenas y de las culturas campesinas tradicionales, en torno a un núcleo central constituido por la lengua y la religión, que funcionan como clave y principio ordenador de todo el sistema. Dicha configuración cultural puede desglosarse en dos grandes categorías: la cultura de la vida cotidiana y la cultura festiva o ceremonial.

Estas macrocategorías tienden a organizarse entre sí, constituyendo el núcleo o el principio nutriente de toda la simbología cultural: la lengua y la religión. La semiótica soviética de la cultura, dice el autor citando a Lotman, define a estas como “sistemas modelizantes” primarios y secundarios, respectivamente, en el sentido de que proponen, “modelos del mundo” y programan los comportamientos humanos en función de estos (Giménez, 2005: 150).

La configuración resultante de la articulación de estas cuatro macrocategorías estaría sustentada por las instituciones locales (parroquia, municipio, sistema de cargos) y por las redes de sociabilidad (familias, compadrazgo, mercados, vecindarios, barrios, vida de plaza) que construirían, conjuntamente, la base y el principio de estructuración de todo el sistema. Giménez (2005:150) propone que dicha configuración podría graficarse del siguiente modo:

Religión (círculo interno) NUCLEO Cultura festiva o ceremonial
Redes de sociabilidad NUCLEO Instituciones locales
Cultura de la vida cotidiana NUCLEO Lengua, dialecto, sociolecto,etc.  (círculo interno)

Para Giménez (2005: 150), el papel nucleante y modelizador de la lengua y la religión en las culturas populares tradicionales queda simbolizado por la figura de un núcleo constituido por dos círculos concéntricos.

Los sectores correspondientes a la vida cotidiana y la cultura festiva vienen representados por dos semicírculos abiertos sobre el núcleo central, para simbolizar que buena parte de las representaciones, valores, reglas y normas de comportamiento allí vigentes provienen de la religión y del discurso social común. La institucionalidad y las redes de sociabilidad que subyacen a esta configuración están representadas por un eje.

2.2. Identidad y cultura

Como se ha observado anteriormente, las representaciones sociales se relacionan con la identidad, puesto que implican la representación de sí mismo y de los grupos de pertenencia que definen la dimensión social de la identidad, marcando así una serie de distinciones, oposiciones y diferencias. Es aquí donde se observa que la “diferenciación” es una de las funciones básicas de la cultura y con ella se clasifica, cataloga, categoriza, denomina, nombra, distribuye y ordena la realidad desde el punto de vista de un “nosotros” que se contrapone a “los otros” (Giménez, 2005: 89).

Pero ¿qué es la identidad?, se pregunta Giménez (2005: 90). Para responder a esto, nos dice que podemos definirla provisoriamente como la (auto y hetero) percepción colectiva de un nosotros relativamente homogéneo y estabilizado en el tiempo, por oposición a los otros, en función del (auto y hetero) reconocimiento de caracteres, marcas, y rasgos compartidos, que funcionan como signos o emblemas, así como de una memoria colectiva común.

Dichos caracteres, marcas y rasgos derivan de la interiorización selectiva y distintiva de determinados repertorios culturales por parte de los actores sociales. Por lo que puede decirse que la identidad es uno de los parámetros obligados de los actores sociales y representa en cierta forma el lado subjetivo de la cultura (Giménez, 2005: 90).

Si se entiende la identidad de esa forma, se observa que constituye un hecho simbólico construido en, y por, el discurso social común, porque sólo puede ser efecto de representaciones y creencias, social e históricamente condicionadas, y supone un percibirse y un ser percibido, en virtud del reconocimiento de los otros.

Esto implica conocerse y reconocerse como un tal, y simultáneamente darse a conocer y hacerse reconocer como un tal, mediante estrategias de manifestación. Así, la identidad no sólo es efecto, sino también objeto de representaciones y, en cuanto tal, requiere, por una parte, de nominaciones: toponimias, patronimias, onomástica; y por otra, de símbolos, emblemas, blasones y otras formas de vicariedad simbólica (Giménez, 2005: 90).

En este sentido, nos dice Giménez (2005: 90), toda identidad requiere apoyarse en rasgos, marcas o criterios distintivos que permitan afirmar la diferencia y acentuar los contrastes. Los más decisivos son los que se vinculan con la problemática de los orígenes: mito fundador, lazos de sangre, antepasados comunes, gestas libertarias, “madre patria”, suelo natal, tradición o pasado común, etc.

Pero al lado de estos, desempeñan un papel importante otros rasgos distintivos estables, como el lenguaje, el sociolecto, la religión, el estilo de vida, los modelos de comportamiento, la división de trabajo entre los sexos, una lucha o reivindicación común, etc. Es válido también incluir otros rasgos que propone Max Weber (1944: 317) a propósito de los grupos étnicos: el vestido, el modo de alimentarse y hasta el arreglo de la barba y el peinado.

En consecuencia, no importa tanto si son criterios objetivos o subjetivos, sino su representación o realidad. Según Bourdieu (1980, citado por Giménez, 2005: 92), se comprende mejor la realidad de las identidades sociales si se aborda desde la perspectiva de la distinción entre identidades establecidas o instituidas, que funcionan como estructuras ya cristalizadas, y la relación práctica de estas estructuras en el presente, incluyendo la pretensión de modificarlas, de explorarlas en beneficio propio o de sustituirlas por nuevas formas de identidad.

Esto, visto de esta manera, dice el autor, nos lleva a observar que las identidades sociales sólo cobran sentidos dentro de un contexto de luchas pasadas o presentes; se trata de un caso especial de lucha simbólica por las clasificaciones sociales, ya sea a nivel de vida cotidiana, en el discurso social común, o en el nivel colectivo y en forma organizada, como ocurre en los movimientos de reivindicación regional, étnica, de clase o de grupo (Bourdieu, 1980, citado por Giménez, 2005: 92).

Esta lucha incesante da lugar a equilibrios temporales que se manifiestan en forma de correlaciones de fuerzas simbólicas, en las que existen posiciones dominantes y dominadas, donde los dominantes pugnan por imponer su definición de la identidad social, que se presenta como la única identidad legítima, o como la forma legítima de la clasificación social.

Los dominados, por su parte, o aceptan la definición dominante de su identidad, frecuentemente unida a la búsqueda de la asimilación a la identidad legítima, o subvierten la relación de fuerza simbólica, no tanto para negar los rasgos estigmatizados o descalificados, sino para invertir la escala de valores en la que la lucha no es tanto reconquistar una identidad negada o sofocada, sino reapropiarse del poder de construir y evaluar autónomamente la identidad (Giménez, 2005: 92).

Cabe resaltar un aspecto importante de esta lucha simbólica: la calificación valorativa, positiva o negativa, de los rasgos que presuntamente la definen. La identidad se presenta como fuente de valores y se halla ligada a sentimientos de amor propio, honor y dignidad, dice Weber (1944: 317), ya que los grupos comprometen en su lucha por la identidad sus intereses más vitales, como la percepción del valor de la persona, es decir, la idea que se tiene de sí mismo.

En esta calificación, las identidades dominantes tienden a exagerar la excelencia de sus propias cualidades y costumbres y a denigrar las ajenas. En algunas ocasiones se estigmatiza las otras identidades causando la discriminación, el aristocratismo, el elitismo clasista o la conciencia de la superioridad imperial (Giménez, 2005: 94).

Además los dominados pueden llegar a interiorizar las estigmatización, reconociéndose inferiores, inhábiles o ignorantes, pudiendo convertirse esta estigmatización en valor.

Por esta vía emergen los valores de la sumisión como la resignación, la aceptación gozosa del sufrimiento, la obediencia, la frugalidad, la resistencia a la fatiga, etc. (Giménez, 2005: 90).

Por otra parte, dado el debate teórico sobre el significado, la identidad, la representación, los Estudios Culturales se han familiarizado con el carácter problemático de la identidad y los múltiples modos en que la identidad se forma, experimenta y transmite. Y mucho de esto se desarrolla tomando como principal fuente la literatura (Culler, 2004: 61).

En consecuencia la reciente explosión en el campo de los estudios literarios de teorías de la raza, el género y la sexualidad, obedecen al hecho de que la literatura proporciona materiales valiosos para la problematización de las explicaciones políticas y sociológicas del papel que desempeñan esos factores en la construcción de la identidad.

Si el sujeto se construye o es algo dado, eso es ampliamente representado en la literatura, de hecho las obras literarias representan la identidad de un individuo pero también la de un grupo (Culler, 2004: 133).

Efectivamente, para Aínsa (2005: 6), no parece exagerado afirmar que buena parte de lo que se entiende hoy como identidad cultural de América Latina, se ha definido gracias a la narrativa. El cuento y la novela, continúa el autor, son el “género de emancipación”.

En otras palabras, dice Aínsa, es en la ficción literaria donde se condensan y cristalizan los arquetipos, símbolos e indicios de la especifidad del continente, con una variedad y polisemia mayores que la de otros discursos.

Es más, concluye el autor, los signos que definen a América salen de un discurso literario, que aglomera y expresa la realidad de grupos oprimidos o marginados. Esto es gracias a la condensación imaginativa que propicia la ficción; algunas novelas pueden llegar a presentarse como la esencia de una cultura, definiendo lo individual, local, regional, nacional o continental.

3. Política cultural del martinato

La política cultural se refiere a los apoyos institucionales al quehacer cultural, a la producción y a la memoria estética. Los gobiernos, los sindicatos comerciales, las universidades, los movimientos sociales, los grupos comunitarios, las fundaciones, las obras de caridad, las iglesias y las empresas asisten, financian, controlan, promueven, educan y evalúan la cultura.[5] La política cultural acorta la distancia entre el arte y la vida cotidiana (Miller, 2012).

En síntesis, la política cultural puede entenderse como el conjunto de aquellas acciones o intenciones por parte del Estado, la comunidad o instituciones civiles tendientes a orientar el desarrollo simbólico, satisfacer las necesidades culturales de una sociedad y obtener consenso para la transformación social o el establecimiento de un nuevo tipo de orden entre las personas. Tiene como meta la socialización de los productos y la democratización de sus resultados para que toda la población tenga acceso al patrimonio generado por la sociedad. Esto conduce al quehacer cultural a relacionarse con el sello distintivo de un país, con la identidad de ese país, que lo caracteriza y a la vez lo diferencia de otras naciones (Chavolla, 2008).

Al parecer, esto es lo que empezó a conformar al general Hernández Martínez, incluso antes de su mandato, por medio de actividades filosóficas/religiosas como la teosofía, con grupos de intelectuales aglomerados en el Ateneo de El Salvador.

Y es que precisamente la teosofía parece ser lo que le da cohesión a todo este movimiento de intelectuales. La teosofía comprende la política, la literatura, la historia y la ciencia, dice Lara Martínez (2011: 93). El autor concluye esto luego de realizar un extenso trabajo sobre una de las revistas culturales de mayor importancia de la época: Ateneo de El Salvador.

El autor rastrea la producción cultural de dicha revista, durante la década de los veinte (1923-1933) y observa cómo estas corrientes de pensamiento se hallan muy cercanas también al anti-imperialismo, al indigenismo y, más parcamente, al sandinismo, convirtiéndose en baluartes del nacionalismo salvadoreño. Algo de lo que puede aprovecharse el General Hernández Martínez[6] para, años después, bajo su mandato, ocasionar el despegue manifiesto de una “política de la cultura” durante sus gobiernos (1931-1934, 1935-1939, 1939-1944).

Efectivamente, desde su ascenso al poder ejecutivo, luego del golpe de Estado en diciembre de 1931, el general Hernández Martínez se dedicó, junto con un selecto grupo de asesores, a trazar diversas líneas que, a la larga, llegarían a constituir verdaderas y efectivas políticas culturales dentro de su gobierno, aunque sin llegar a formar una entidad gubernamental o estatal centralizada que se encargara directamente de dichos asuntos (Cañas Dinarte, 2006).

Luego de la matanza de 1932, una de esas políticas culturales se centró en la masificación de espectáculos teatrales, que recorrieron extensas zonas del centro, norte y occidente del país, con el fin de presentar obras como Pero también los indios tienen corazón o Pájaros sin nido, como una manera de representar los hechos recién ocurridos (Cañas Dinarte, 2006).

Dentro del contexto político del régimen martinista, se produce además el diseño y la ejecución de cánones nacionales en pintura y literatura, impulsados por el Ministerio de Instrucción Pública, como herramientas ideológicas que promuevan e inculquen una idea particular de nación, basada en sentimientos y afectos hacia la patria nacional, en lealtades alrededor de un sentimiento del terruño y de sus posibles defensores, entre los que se encontrarían desde el propio mandatario hasta los artistas plásticos y literarios (Cañas Dinarte, 2006).

En ese sentido, argumenta Cañas Dinarte (2006), literatura y artes plásticas son aspectos complementarios de una misma ideología, que se centra y concentra en un sentido formativo y pedagógico de corte nacionalista y estatal. En esa identificación de El Salvador como Cuzcatlán y viceversa, el martinato es presentado y visto como un proyecto presidencial, soberano y absoluto, dentro de cuya esfera de acción queda absorbida cualquier expresión cultural, cualquier parte del capital histórico y simbólico del pueblo salvadoreño, incluidos el género y la etnicidad.

Cañas Dinarte (2006) indica que esa política cultural se observa desde el control de los espectáculos a través de sus censores de prensa[7], la construcción de dos grandes aparatos de prensa escrita[8], el control de las proyecciones cinematográficas[9] y la creación de un Departamento de Cine dentro del Ministerio de Instrucción Pública, para que llevara filmes de corte educativo a las escuelas y cuarteles.

Lara Martínez observa directamente este despegue cultural en el Boletín de la Biblioteca Nacional, dirigido por Julio César Escobar, quien en noviembre de 1933, en el discurso leído en la inauguración de la exposición de libros de dicha biblioteca, deja entrever:

“que por sugerencias que tienden a levantar el nivel intelectual de (los) pueblos…y entre nosotros van teniendo amorosa acogida… es así como por primera vez, tiene lugar la exposición de libros, auspiciada por el señor presidente… General Max. H. Martínez y a iniciativa del Ateneo de El Salvador…es una señal, un germen, un atisbo de un nuevo florecer en estas

tierras vírgenes… Salarrué, el hombre llamado a recoger el estandarte de los intelectuales salvadoreños, indicó la conveniencia de llevar a cabo un concurso como el que hoy celebramos… por eso esta exposición no será una cosa efímera. Es cosa viva y será el arranque o el cimiento de una nueva costumbre…quizá viene una amanecida más jocunda, con una aurora esplendente. Sí, estamos frente a una política nueva. La política de la cultura[10].” (Julio César Escobar, Boletín de la biblioteca Nacional, Nª11, Noviembre de 1933) (Ver anexo 4).

Para Lara Martínez (2011: 101), este evento no sólo revela la participación activa de prensa, revistas literarias, gobierno y “espíritus dilectos [como] Salarrué”, sino también manifiesta una conciencia explícita de la magnitud del despliegue literario. Se trata de una abierta “política de la cultura” que concretiza sugerencias del máximo escritor nacional.

Se establece una acción concertada entre la sociedad civil y la política gubernamental en la cual también participan “el Grupo Masferrer”[11],  “la Sociedad de Geografía e Historia” y un “Certamen Pictórico Infantil”, que cuenta con la “capacidad orientadora y técnica de los jóvenes pintores don José Mejía Vides y don Luis Alfredo Cáceres”.

La reseña oficial del evento al cual asiste un “numeroso público amante de la cultura espiritual”, la realiza la misma publicación oficial: La República. La noticia reconfirma el vínculo entre el mandatario, los intelectuales y los grupos masferrerianos que impulsan la participación activa de la mujer (Lara Martínez, 2011: 105).

Para finales de 1933, dice Lara Martínez, existe evidencia suficiente para asegurar que el General Hernández Martínez recibe el apoyo incondicional del Grupo Masferrer y de la mayoría de intelectuales y artistas salvadoreños, en busca de un proyecto de nación que valore la herencia indígena por medio de la plástica, literatura y danzas autóctonas.

Relacionados a estos puntos culturales, van los puntos sociales, que se concretan en la planificación de una reforma agraria, de vivienda barata para “proletarios”, la promoción del turismo, al igual que la educación “popular” y “de la tropa”, la amplia “reforma educativa” —la cual se concentra en la lecto-escritura, alfabetización, bibliotecas populares, escuelas rurales de carácter práctico—, cursos de extensión cultural, pláticas informativas para “proletarios” o “clase laborante”, uso de la radio para fines pedagógicos y culturales, mejoramiento de escuelas normales (Lara Martínez, 2011:106).

Luego de deponer la presidencia en agosto de 1934[12] y retomarla en marzo de 1935, el general Hernández Martínez sigue con la construcción de una política cultural. En diciembre de 1934, el suplemento del Diario Oficial La República ofrece una entrevista a María Mendoza de Baratta, que realiza Miguel Ángel Espino, titulada “Evolución de la música indígena en Centro América” (Lara Martínez, 2011:114).

En 1935, en la Primera Exposición Centroamericana de Artes Plásticas, el general Hernández Martínez queda ungido como mecenas de la plástica indigenista en el istmo y, el modelo de plástica salvadoreña sirve de ejemplo a la renovación cultural de toda una región que desdeña su cultura popular. En dicha difusión de la plástica, el gobierno financia la relación de intelectuales de renombre con sus colegas latinoamericanos, “para que se dé a conocer por los conductos debidos a las instituciones científicas” nacionales.

Así, en San José, Costa Rica, José Mejía Vides obtiene el primer premio en la Primera Exposición Centroamericana de Artes Plásticas, a la cual acude Salarrué como delegado oficial, quien también es oficializado por la

Biblioteca Nacional hacia 1936, y su prestigio “secunda con inteligencia y denuedo los propósitos culturales del gobierno que preside el señor Hernández Martínez” (Lara Martínez, 2011: 116-118).

En 1937, Julio Enrique Ávila asiste a Guatemala como enviado del gobierno salvadoreño, a la Gran Exposición Centroamericana, que mezcla industria, artes y comercio, para presentar la cultura salvadoreña en todos sus ramos materiales y creativos. Se elogia la plástica indigenista de Pedro Ángel Espinoza, José Mejía Vides, Miguel Ortiz Villacorta y “los estilizados motivos mayas de gran valor decorativo” de Salarrué (Lara Martínez,2011:119).

En 1938, Saúl Flores presenta su libro Lecturas Nacionales de El Salvador, el cual es avalado por la comisión bibliográfica del Ministerio de Instrucción Pública[13], que considera que el libro es una cuidadosa selección de autores nacionales, que en conjunto hacen una atinada presentación del medio ambiente geográfico, político y espiritual del país. El contenido de las composiciones ayudará eficazmente al ideal patriótico de extender y divulgar los principios de la moral (Flores: 1938).

En los años siguientes (1939-1940), dice Lara Martínez (2011: 194), se prosiguen contactos regulares —aún por documentar— durante varias conferencias indigenistas interamericanas: México (1937), Perú (1938) y Bolivia (1939). Estos encuentros políticos y profesionales culminan en Pátzcuaro, Michoacán, México, en abril de 1940. En ese año se promueve la fundación del Instituto Indigenista Interamericano con sede en la capital Mexicana.

En dicho congreso se presentan obras como “Hacia la reivindicación del indio cuscatleco”, por el profesor José Andrés Orantes; “Escarceos etnológicos indígenas como contribución al estudio autoctonista de América”, del señor Tomás Fidias Jiménez, y “El pipil de los Itzalcos”, por el señor don Próspero Arauz, que forman parte del Informe Presentado al Gobierno de El Salvador por la Delegación Salvadoreña al Primer Congreso Interamericano de Indigenistas, celebrado en Pátzcuaro, Estado de Michoacán, República de México, del 14 al 24 de abril de 1940, sobre los actos, trabajos y resoluciones del mencionado Congreso.

Y es que el movimiento cultural que se realizaba en el país, se hacía sentir en todos los sectores sociales con la participación de todos los elementos capacitados de la nación: maestros de escuelas, músicos, poetas, periodistas, escritores nacionales y extranjeros, en íntima colaboración con las autoridades, se empeñaban en esa labor, haciendo que el pueblo viviera una amplia cruzada de cultura sin precedentes (La República, 29 de abril de 1941, año IX).

Por otra parte, la tendencia de la escuela era conseguir la valorización efectiva de lo salvadoreño, en busca de despertar amor en el pueblo por “las cosas nuestras”. Hubo una manifiesta tendencia a difundir la cultura por doquier, se abrieron escuelas hasta “en el último caserío de la República”, se dieron conferencias científicas y literarias, se publicaron libros valiosos “de nuestros más distinguidos representativos (sic) intelectuales”, se auspiciaron exposiciones de pintura y dibujo, y se dio aliento a toda iniciativa cultural (La República, 11 de junio de 1941).

La prensa también colaboró con el gobierno en difundir la cultura en armonía con los cánones oficiales, fue el vocero fiel de lo que es el país y “la tribuna de las aspiraciones del pueblo”, orientando unas veces a las masas y otras sugiriendo a las autoridades planes de trabajo; esto habría generado un buen entendimiento entre el Gobierno y el Cuarto Poder (La República, 22 de abril de 1941, año IX).

Lara Martínez concluye que el General Hernández Martínez figura desde 1927 en la nómina de personas que defienden la soberanía nacional centroamericana contra toda intervención extranjera, estadounidense primero y comunista luego, tal cual lo certifican obras eclesiásticas y misas de campaña en San Salvador, Guatemala y Panamá en 1932.

En esta sólida alianza entre teosofía, anti-imperialismo, armas y letras, redes intelectuales y familiares, iglesia, etc., se vislumbra que la intelectualidad salvadoreña elogia la participación del general Hernández Martínez en las redes literarias nacionales. Quienes viven la década de 1920 lo estiman como uno de sus miembros más encarecidos. Ni el golpe de Estado (diciembre/ 1931) ni el etnocidio (enero/1932) provocan rupturas serias ni oposición a su ascenso al poder constitucional.

Hacia 1933, mientras el etnocidio se mantiene en el silencio, el régimen forja una “política de la cultura” en complacencia con los intelectuales de mayor prestigio nacional. Todo ideal que los escritores clásicos y contemporáneos recomendaran, el General Hernández Martínez lo hacía suyo (Lara Martínez, 2011:124-125). Y es que el gobierno compenetrado en la trascendencia de una política nacionalista, lleva a ocupar puestos de responsabilidad a salvadoreños distinguidos, a hombres virtuosos y de talento. De allí que haya tenido muchos aciertos (La República, 11 de junio de 1941).

4. Aspectos biográficos de Salarrué

Luis Salvador Efraín Salazar Arrué[14] conocido como Salarrué, inició su vida literaria publicando prosas en El diario del Salvador, en el año de 1909. Incursionó también en la música, el dibujo y la pintura. En 1915, recibió conocimientos básicos de dibujo y pintura, con Spiro Rossolino (Cañas Dinarte, 2002).

En 1916, recibió una beca para Estados Unidos, de parte del presidente Carlos Meléndez, para proseguir su aprendizaje artístico en Washington. En 1918, presentó su primera exposición individual en la Hisada’s Gallery; en 1926, ingresó como miembro de la Asociación de Periodistas de El Salvador. Ese mismo año publicó El Cristo Negro (Cañas Dinarte, 2002).

En 1927 ganó el primer premio del Certamen Nacional de Novela, con El Señor de La Burbuja. En 1928 fue Jefe de redacción en Patria, periódico dirigido por Alberto Masferrer, y años después por Alberto Guerra Trigueros.

En ese periódico, publicó varios artículos, algunos Cuentos de Cipotes y la primera edición de O-Yarkandal. Desde el 15 de septiembre de 1929, en la Escuela Nacional de Bellas Artes, se desempeñó como profesor de mitología

y arte decorativo indígena. Luego de publicar varios de sus Cuentos de Barro, en distintas revistas y periódicos, en 1933, los publica en formato de libro con Ediciones La Montaña[15].

En 1933, es visto como “el hombre llamado a recoger el estandarte de los intelectuales salvadoreños” en la inauguración de la Exposición de Libros en la Biblioteca Nacional, evento en el que se acuñó el término de “política de la cultura” (Escobar, noviembre de 1933)

Su formación teosófica lo llevó a relacionarse estrechamente con el General Hernández Martínez; en 1934 ambos, junto a otros artistas, formaron un Comité para que Krishnamurti visitara El Salvador (Lara Martínez, 2011 b: 13). En 1938, ambos personajes pertenecen a la Logia Teotl, la cual La República. Suplemento del Diario Oficial postula como seguidora del hindú C. Janarijadasa (1875-1953). La presencia del presidente de la Sociedad Teosófica se haría palpable en el país hacia ese año. (Lara Martínez, documento en prensa).

Fue colaborador de diversos periódicos y revistas a lo largo de toda su vida. Entre las revistas se encuentran: Cypactly, Para todos, Espiral, Germinal, Excelsior, Cactus, Alma (Santa Ana), El amigo del Pueblo, Brújula, Síntesis, Cultura, Vida Universitaria, Amatl (Revista que fundó en 1939). En los periódicos: El Salvadoreño, Queremos, Diario Latino, Diario de Ahuachapán, El Diario de Hoy y La Prensa Gráfica (Cañas Dinarte, 2002).

En 1935, bajo el mandato del General Hernández Martínez, es enviado como representante cultural a la Exposición Centroamericana de Costa Rica (Lara-Martínez, 2011). Además es miembro de la Comisión de Cooperación Intelectual de El Salvador (junio de 1937). Participante en la Conferencia Internacional de Educación en la Universidad de Michigan (Mayo de 1941) y Secretario del Comité de Investigaciones del Folklore Nacional y de Arte Típico (Mayo de 1942) (Cañas Dinarte, 2002).

5. Cuentos de Barro y su recepción en la vida literaria de El Salvador

Cuentos de Barro divulga la visión que Salarrué tiene de El Salvador, tanto así que se ha constituido en uno de los libros más reeditados y estimulados por el sistema escolar salvadoreño. Esto lo llevó a formar parte, en 1960, de diez volúmenes de la colección Festival del libro centroamericano, que contó con la selección y colaboración de Miguel Ángel Asturias, y con tirajes de quinientos mil ejemplares distribuidos por todo el continente americano (Cañas Dinarte, 2002: 399-403).

Parece ser que esta misma aceptación lo ha llevado a obtener numerosos comentarios a lo largo de toda la historia literaria del país.

Gómez- Campos (1930) ve en Cuentos de Barro, obras regionales de un colorido y animación insuperable. Quino Caso (1932:12-14) dirá que estos cuentos son objetivos y subjetivos, con una temática criolla, en donde el paisaje y “los tipos” están perfectamente acabados; considera a Salarrué un legítimo director de conciencias.

Amparo Casamalhuapa (1934:21) le dará otro sentido a la obra al observar que es una “jarra embellecida (sic) que contiene la linfa espiritual del proletariado[16] salvadoreño” donde se copian en trazos inimitables la vida de “nuestra gente más inculta y sencilla”, en donde muchas cosas de apariencias malas se han convertido en una costumbre.

En este libro de Salarué, dice la escritora, vive “nuestra costumbre de apretar una contra otra las palabras”, quitándoles el “barniz castellano” para darles el dorado de “nuestro barro indio” (Ver anexo 8).

Por otra parte Baratta, (1951: 9-10) ve al “Artista” que señala los derroteros de avanzada a toda una generación de espíritus alentadores de inquietudes vernáculas, quien crea sus cuentos de una manera exquisita y sincera.

Landarech (1959: 18-28) observa a ese “intérprete del ambiente, con un lenguaje puro y escrito al natural arrancado de los labios de sus interlocutores. Auténtico con fina penetración de “nuestra gente”. Es un profundo psicólogo del pueblo a quien retrata con excepcional habilidad.

Sabe captar el “alma de su tierra”, dirá Arguello (1956). Esa misma línea “psicologista” observa López Vallecillos (1980), porque, además de destacar su realismo mágico (mucho antes que Márquez y Asturias, dirá el autor), lo alaba la “captación psico-social de los hombres de El Salvador”.

La Revista Hispania (1964) menciona que Salarrué se ha fijado en el paisaje de indios salvadoreños, estudiando una gran variedad de situaciones que fácilmente se encuentran entre la gente campesina del país. Lo más notable es ver “el realismo y la interpenetración entre los seres vivos y las cosas inánimes, también entre los hombres y todos los aspectos de su ambiente”.

Orantes (1964) cree que Salarrué traduce a lo literario no sólo la vida, sino la gracia, el color, la alegría, el vigor y la pena de las personas; ofrece el drama, pasión, idiosincrasia y peculiaridades anímicas de sus protagonistas, con sus vicios, virtudes, flaquezas y magnificencias.

Retrata al campesino o nativo apasionado, terco y sentimental, rencoroso, vengativo, lleno de orgullo y dignidad, bueno y simple, desconfiado y receloso siempre.

Gallegos Valdés (1996) considera que esta obra es la que le da renombre a Salarrué en toda América; ésta aporta a la literatura hispanoamericana fantasía, espontaneidad, ternura, observación aguda y penetrante de una realidad que arranca a la tierra salvadoreña, dándole relieve a las pequeñas y humildes cosas, a las mujeres y a los hombres humildes. Saca a flote lo que yacía en lo hondo “de nuestro suelo”.

Sergio Ramírez (1977) concluye que en Cuentos de Barro Salarrué logra representar etnológica y socialmente, a un grupo de los “Izalcos”, así como también logra ser el punto máximo de desarrollo de la literatura costumbrista.

Y es que el autor nicaragüense ve en Salarrué al representante del agotado intento de conseguir un realismo costumbrista centroamericano, que luego se definiría en regionalismo; asimismo ve lo vernáculo y lo cosmopolita-teosófico, como líneas de trabajo en su producción literaria, pero es en el aspecto vernáculo donde funda una literatura narrativa para Centroamérica, por su capacidad de concretar artísticamente un mundo de raíces populares a través de la exaltación del lenguaje.

Por otra parte, Baldovinos (s.f.) considera que esta obra representa la sociedad campesina, sin soslayar la miseria y la violencia que la asedian, con una densidad lírica y economía narrativa en la que busca proponer “una utopía de redención nacional a través del reencantamiento de la prosa de la vida moderna por obra de un pasado indígena reinventado artísticamente”.

Esta nueva sensibilidad se convirtió en una suerte de política cultural oficial, que no se tradujo en el reconocimiento de los sectores excluidos, sino en todo lo contrario. No obstante, Salarrué se convirtió en el ícono de una imaginería nacionalista.

Lara-Martínez (2011b) considera que Salarrué en este libro desciende del paraíso inmaculado hacia lo campesino. Inaugura una nacionalidad que rompe las oposiciones partidarias hasta congeniarlas en un terreno artístico neutro. Reconcilia sus diferencias, gracias a un proyecto único de nación. La redención estética del indígena se extiende como un territorio nacional de mediación política entre los extremos. El libro representa el mejor acto de fundación imaginaria de la nacionalidad salvadoreña.

6. Cuentos de Barro y las características culturales de sus personajes

La mayoría de comentarios que se emite sobre Cuentos de Barro parecen coincidir en algo: “representan lo nuestro”. Esta conjetura resulta de una de las obras que representa, según Baldovinos (2001:149), la vertiente vernácula que explora las raíces de la nacionalidad salvadoreña. Efectivamente, son treinta y tres cuentos en los que se pueden observar con mínimo esfuerzo algunas de las características culturales que propone Giménez (2005) para definir las culturas campesina/indígenas.

Los cuentos describen algunas de las actividades laborales de los personajes (La Botija, La pesca, Bruma, De caza), migración a la ciudad y añoranza del campo (Semos malos, En la línea, Serrín de cedro, La brasa), la situación social de la mujer (La honra, La brusquita, El contagio, La petaca, La repunta, La tinaja), la religiosidad y creencias (La casa embrujada, El Sacristán, Noche Buena, Virgen de Ludres, La Estrellemar, El Padre, La respuesta, El mistiricuco, El Brujo, La Siguanaba) y otras actividades, como el contrabando de licor (Bajo la luna, La Chichera). Así pues, algunas de las características culturales que se pueden observar en los Cuentos de Barro, para definir o representar al sujeto literario salvadoreño, son las siguientes.

Lengua: Salarrué acuña con sus personajes un habla característica de un grupo; la mayoría de los críticos antes mencionados percibe en la obra el habla campesina de los salvadoreños. Así pues, se encontrarán palabras que representan la fonética de los hablantes, tales como: diayer, dioro, entriabrido, friyo, amonós, qués, necesario, ¡Agüen!, feyo, en veras, comolóis, ductor, nuai, nortiando, lagua, pepenar, chingastes, lonra, encontrado, maginaba, shuca, siás, brán, juma, yelo, semos, ispiando, embruecadiza, dijunta, aloye, jediondo, egoishto, mesmo, carculado, jlores, almágana, aflegida, umbligo, ayéveme, etc.

Religión y magia: en Cuentos de Barro, sigue la existencia de La Siguanaba en ríos o lagos.

Además se cree que el brujo puede arreglar los problemas del amor por medio de la oración del puro y muñecos con alfileres.

Asimismo creen que “cuando el tecolote canta el indio muere” o que quien encuentre una “estrellemar, no le entrará el corvo”.

Las casas abandonadas están “embrujadas”, porque salen los espíritus de los que murieron en ella (por “lumonia” o tubercolosis) o en ella han “dejado adentro a la Noche amarrada con una pita e matate”.

Por otra parte, en el aspecto religioso, se observa la devoción a santos a quienes se venera en el templo (Santo Domingo en El Sacristán), o en “la gruta” (Virgen de Ludres). Se les pide desde la intercesión por la falta de lluvia en la “rogación” (San Isidro en La Respuesta) y a que ayuden a salir de la pobreza.

La figura del cura es la que libra de malos espíritus la “casa embrujada”. De igual forma, también es el “hombre, con un afán y vago deseo de ser padre” porque los “niños despiertan en el alma una dulce quietud”[17] (El Padre). Sin embargo, les niega juguetes a los hijos de una campesina, a quien se le dificulta llevarlos a “doctrina” por ser del valle y no del pueblo (Noche Buena).

Vida. cotidiana:.la vida cotidiana se desarrolla en la finca o hacienda, cerca de lagos, ranchos, caminos o iglesias. Los niños ayudan a sus padres en la tareas del campo (Pedrón y su hijo aran la tierra juntos, en Hasta el cacho) y las niñas a su madres en las tareas domésticas (la “peche María” servía para buscar huevos, lavar trastes… en La petaca; “Santíos” trae agua para la casa en La repunta; La Chana lava trastos y da de comer a las gallinas en El Padre). Así, también esperan juguetes para Noche Buena o buscan la manera de poder observar las novedades que lleva el circo al pueblo (en El circo).

Los niños y las niñas juegan a la tienda en las piladeras, con caragües vestidos de tuzas, “pulicia” con olotes, con pelotas de morro”.

Por otra parte, la figura del compadrazgo se puede observar en el cuento Esencia de Azar, “Ña Gabriela” es madrina de “La Toya”.

Con respecto al trabajo, los personajes de los cuentos se ocupan de actividades agrícolas, pesca, caza, construcción y elaboración de carbón, incluso en el contrabando de licor (La botija, De pesca, De caza, Hasta el cacho, La brasa, La chichera). Las herramientas de trabajo son la yunta, el arado, escopetas y botes.

En lo concerniente a formas de solidaridad e interrelación, la mayoría de veces se observa a la iglesia como elemento cohesionador; así, la mayoría de personas asiste a misa o a actividades similares como la rogación a santos. Así también se observan otras actividades de sociabilidad masculina como la pesca y la caza. El entierro de una persona hace también que todo el pueblo se involucre en dicho evento (El entierro).

En lo tocante a autoridades locales, la policía es el ente regidor que castiga las actividades ilícitas (La chichera, Bajo la luna). Además se da un papel preponderante al cura en actividades del pueblo (La casa embrujada, Noche buena).

Cultura festiva o ceremonial: el noviazgo de las personas y, dentro de esto, el embarazo, se da a temprana edad y es visto con normalidad o como un “contagio” (“Güeno, después de todo, arrecuérdese, Nayo, de nosotros como hicimos…Decís bien, es el contagio”, en El contagio). El matrimonio, es una institución de respeto (“irte de mi lado, engrato que me bis arruinado… ¿nues casado, pue?”) y la infidelidad lleva a la muerte, como en el cuento Hasta el cacho, al enterarse Pedrón que Crispín no es su hijo, sino de Juan José.

En cuanto al tema de la muerte y la sepultura, el cuento El entierro relata cómo las personas se involucran en el “velorio” y se les asignan roles, por ejemplo: la persona tenedora de sombreros durante el camino al panteón, las “viejas” que llevan la candelas, los cuatro cargantes, el credo que acompaña el entierro; se visten con ropa blanca y acompañan con faroles.

En relación a lo que se conoce como “El ciclo del año”, que comprende: la fiesta patronal, festividades anuales y la fiesta-peregrinación, se pueden observar en el texto de Salarrué dos cuentos que pueden arrojar algunos indicios de estos eventos: Noche Buena y La respuesta.

En el primero, se relata la celebración de la noche buena, que se inicia con la “misa del gallo” y el regalo de juguetes después del sermón; los cohetes “puyan la carpa del cielo”, “los tambores y pitos”, las ramas de coco, “pitas empapelada de colores” y las ventas alegran la celebración que huele a “jumo, guaro y cuete”.

En el segundo, se describe el llamado del tambor para el inicio de la rogación, que se da por el camino conocido como “El Pedregal”, cruza la calle “rial” y atraviesa un potrero; la rogación va llena de colores y cantan “salmos tristes y llorones”. Delante va el santo (San Isidro) envuelto en mantos verdes y con flores en las manos.

En lo concerniente a la música, se observa que tambores y guitarras acompañan las procesiones y otras festividades. No obstante, en el cuento El Negro se observa como se introduce la flauta de bambú, “dulce y tristosa al gusto del sentir del campesino”. Lo curioso de este cuento es que el personaje es un afrodescendiente de nacionalidad desconocida, “una mezcla de Honduras o Belice, Chiquimula y Blufiles de la Costelnorte”, quien toca la flauta de una manera que llama la atención a todo el pueblo; al ser interrogado por su secreto, contesta: “la flauta no tiene nada: soy yo mesmo, mi tristura… la color”.

Instituciones locales y redes de sociabilidad:.la Iglesia es una de las instituciones con mayor relevancia dentro de la comunidad.

Los santuarios se ubican en el templo y en grutas de la comunidad. Por otra parte, la autoridad es impuesta por la policía, que anda en busca del contrabando de “chicha”.

En lo que se refiere a vías de comunicación, se ubican caminos y “veredas” establecidos por la comunidad. Los medios de transporte está representada por el uso de caballo en la comunidad y el tren en la ciudad. El telégrafo y el teléfono son otros medios de comunicación; sin embargo, estos sólo se encuentran en la estación del tren.

Conclusión

Como se ha visto anteriormente, la obra de Salarrué es una de las más valoradas en lo concerniente a la identidad salvadoreña. Por otra parte, la mayoría de los críticos (sobre todo Sergio Ramírez) ubican al grupo de los Izalco como personajes de sus cuentos. Sin embargo, hasta el momento no se encuentra evidencia que compruebe dicha afirmación.

A pesar de que Salarrué busca más el uso de un lenguaje poético que contextualice a sus personajes, les crea una fonética propia de un grupo, el autor sigue conservando esa línea de crear literatura. Se recupera por medio de Salarrué una fonética del hablar campesino. En ese sentido, los personajes son creados o vistos con cierta “nostalgia”, que podría ser un punto que haya calado en la mayoría de lectores. No obstante, eso no deja de lado las temáticas o situaciones de violencia para esos personajes.

Así las cosas, en el corpus estudiado se pueden descubrir dos ejes temáticos: a) la visibilización del campo, b) el uso de un habla campesina.

La visibilización del campo se presenta como representación del paisaje. Los personajes de Salarrué se encuentran en un campo que, según Ramírez (1977), es el de los Izalcos. Es decir, el campo es el espacio que los escritores toman como motivo para describir las acciones de sus personajes.

Luego, acerca del uso de un habla campesina, sobre todo su representación fonética, es uno de los ejes temáticos que Salarrué retoma para simbolizar los sectores sociales más apartados de la preparación académica, entre los que se puede mencionar: campesinos, peones y obreros, grupos sociales que se destacan por su pronunciación.

Lipski (2006) concluye que la representación fonética del habla de estos grupos es una de las características de la literatura de esta época.

Acerca de los sujetos literarios, además de ser representados en su habla y sus vivencias, también son descritos con numerosas características culturales.

En consecuencia, encontramos como características constantes de estos personajes: a) el tema religioso o las prácticas religiosas: aquí hallamos remanentes de una religión pasada, cristalizada en leyendas o en supersticiones (Sihuanaba, Cipitio); también encontramos ritos a seres divinos en grutas o cuevas, rogaciones en Semana Santa, “día de finados” y navidad, y el brujo quien maneja plantas para curaciones o menesteres del amor.            b) La utilización de un dialecto que representa al sector indígena-campesino: la representación fonética es la principal herramienta para marcar dicha variante de estratos sociales bajos, esto desde el punto de vista sociolingüístico.

c) La vida cotidiana: los personajes viven en un ambiente rural, lo cual les facilita las actividades agrarias, la cuales en su mayoría las desarrolla el hombre auxiliado por sus hijos. En el aspecto comercial, la mujer tiene un papel importante, puesto que es la encomendada de asistir al mercado a comerciar los productos, además de serle confiados también los quehaceres del hogar, auxiliada por sus hijas.

Por otra parte, Giménez (2005: 90-94) llama “estigmatización de identidades” al proceso en el cual el individuo llega a reconocerse como inferior o superior, llegando a convertir dicho estigma en un valor, emergiendo así, dice el autor, valores como la sumisión, la resignación, la aceptación gozosa del sufrimiento, la obediencia o la resistencia a la fatiga. Al parecer, los autores estudiados, además de retratar al sujeto salvadoreño también lo estigmatizan, como se observa en algunas ocasiones, en donde el campesino/indígena es “bruto” e “ignorante”, pero, junto a estas características, en otros relatos también lo describen como un sujeto fuerte, orgulloso y trabajador. Quizá esa sea una de las estigmatizaciones interiorizadas en el imaginario común de la actualidad, al escuchar frases como “el salvadoreño es trabajador”, “indio, pero orgulloso”, etc.

Todo esto se desarrolla dentro del movimiento Costumbrista. Esta corriente literaria, dada en nuestro país a inicios de la segunda década del siglo XX, tuvo como referentes a Arturo Ambrogi, Miguel Ángel Espino y Salarrué. No obstante, según Landarech, con la incorporación de Manuel Quijano Hernández, Salvador Carazo, Francisco Herrera Velado, Ramón Gonzales Montalvo, José Leiva, Hugo Lindo, Edgardo Salgado, y Alberto Rivas Bonilla, se amplía el caudal de autores costumbristas.

Al parecer esta corriente inicia en las primeras dos décadas del siglo pasado y toma mayor realce con Miguel Ángel Espino y la publicación de su Mitología de Cuscatlán, por el “manifiesto” que hace en la introducción de su libro. Sin embargo, en 1926, esto toma más fuerza, con la publicación de Cuzcatlanología (1926), de Juan Ramón Uriarte. El autor propone que se sistematice y recopile “el folklore salvadoreño, es decir el saber de nuestro pueblo” con “la colaboración intelectual de todos los patriotas salvadoreños”, estimulando también a los profesores a realizar esta tarea.

Juan Ramón Uriarte propone para ello cuatro categorías: a) ciencia, b) creencias y costumbres, c) literatura y d) música. Con la recopilación de estos elementos incluídos en lo que el llama Cuzcatlanología, se “nos enseñará cuales son los caracteres distintivos y auténticos del alma nacional salvadoreña”.

Estos planteamientos los hizo el 4 de julio de 1926, en el Teatro Colón, Es probable que varios de los escritores estudiados acá, impregnados de esos ideales, se hayan dispuesto a escribir de esa manera.

Además observamos que, sobre la base de la política cultural, Giménez (2005:36-38) la ubica en la fase de institucionalización de la cultura en sentido político-administrativo (1900-1960). En dicha fase interviene el Estado y surge el concepto de política cultural como instrumento de tutelaje político sobre el conjunto de las actividades culturales; se institucionalizan y se refinan los diferentes sistemas de censura ideológica cultural. Las intervenciones de las instituciones estatales y los autores estudiados se enmarcarían en esta fase.

En El Salvador, quien acuñó un término similar fue Julio César Escobar, director de la Biblioteca Nacional, en el discurso de inauguración de la Exposición de Libros (propuesta por Salarrué y apoyada por El

Ateneo de El Salvador), en noviembre de 1933, en el cual manifestó que dicha actividad era el origen de un sinnúmero de eventos en busca de una educación firme y útil, como parte de la “política de la cultura”. En consecuencia se esperaba la multiplicación de universidades, escuelas y bibliotecas públicas, grupos para difundir ideas artísticas y literarias, y ciclos de conferencia al aire libre y la participación de todos los intelectuales de la época.

Sobre dicha participación, Salarrué fue enviado por el Estado como su representante a diversas actividades culturales, y estuvo muy cercano a las actividades culturales del gobierno.

No obstante no existe hasta la fecha un “documento oficial” que confirme dicho hecho.

No obstante la obra de muchos autores fue difundida en el Boletín de la Biblioteca Nacional, el cual era repartido a todas las bibliotecas escolares del país. Otra publicación en la cual se difundían actividades culturales era el suplemento cultural del Diario Oficial: La República, el cual constaba de una producción gigantesca: 14,000 ejemplares.

No se podría asegurar completamente que el gobierno del general Hernández Martínez planificó todo este desarrollo cultural, o si lo que hubo fue una apropiación estatal de una corriente literaria iniciada una década atrás, la cual institucionalizó con sus constantes apoyos. Sin embargo, esto con el tiempo llegaría a tener su efecto con la incorporación de la mayoría de escritores de esa época al canon literario nacional y, actualmente, a la Biblioteca Básica de Literatura de la Dirección de Publicaciones e Impresos, los elementos culturales que a través de las constantes lecturas que hacen de estos autores en los centros de estudio y lectores salvadoreños, siguen configurando la identidad del salvadoreño.

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[1] López Bernal (2005) ubica en este grupo a M.A. Espino, M. Barata, J.R. Uriarte, Jorge Lardé, Arturo Ambrogi, Salarrué, A. Espino y otros.

[2] Véase por ejemplo el trabajo editorial de la Revista Excélsior, que se publica semanalmente en San Salvador. Por otra parte, Baldovinos (2001:73) comenta que la mayoría de las publicaciones (semanarios, revistas, boletines, etc.) trae a consecuencia dos cosas: la profesionalización o creación de periodistas y la cohesión y movilización de públicos lectores que rebasan a los miembros de la élite.

[3] Baldovinos (2001:92) sintetiza así, las ideas de Miguel Ángel Espino, Alberto Masferrer y Salarrué respectivamente

[4] Para llegar a esta etapa de concepción simbólica de la cultura (la cual inició con la publicación de Clifford Geertz: La interpretación de las culturas (1992), en donde la cultura se define como “estructuras de significación socialmente establecidas”), existieron fases anteriores. En primer lugar se ubica la fase concreta, en la que la cultura tiende a definirse como el conjunto de costumbres, es decir, de las formas o modos de vida que caracterizan e identifican a un pueblo, apegándose a la definición de Tylor.

En la segunda fase, conocida como la fase abstracta, se desplaza el elemento de las “costumbres” al de los “modelos de comportamiento», y el concepto de cultura se restringe, circunscribiéndose a los sistemas de valores y a los modelos normativos que regulan los comportamientos de las personas pertenecientes a un mismo grupo social. Es decir: la cultura se define, en esta fase, en términos de modelos, pautas, parámetros o esquemas de comportamiento.

[5] Miller(2012) argumenta que esto es lo que ocurre cuando las cortes protegen la danza exótica como libertad de expresión; cuando los currículos exigen a los alumnos estudiar ciertos textos arguyendo que son edificantes; cuando las comisiones fílmicas patrocinan guiones que reflejan la identidad nacional; cuando las ciudades trabajan de la mano de compañías para valorizar sus zonas céntricas; y cuando las fundaciones financian a las minorías con el ánimo de complementar las normas dominantes. Estos criterios se derivan de la doctrina legal, la educación cívica, las metas del turismo, la planeación urbana o los deseos filantrópicos.

[6] Según Lara Martínez (2001:82-83), el general Hernández Martínez ocupa un sitio de prestigio en los círculos intelectuales de la capital; su nombre aparece en la nómina de miembros del Ateneo desde 1924, junto a Juan Felipe Toruño, Calixto Velado, Alfonso Espino y Julio Enrique Ávila, quien introduce la vanguardia poética y forja el nombre literario del país, «Pulgarcito de América», pese a que la actualidad se lo atribuya sin prueba documental a la chilena Gabriela Mistral.

[7] Actividad encomendada a Arturo Ambrogi y Gilberto González y Contreras. Dentro de ese esquema de control de las publicaciones periódicas, resulta curioso que dicha actividad de censura no se centró en las publicaciones de corte teosófico, por lo que revistas como Brahma, Cipactly y Proa. Templo del espíritu permanecieron fuera de las tijeras del régimen martinista (Cañas Dinarte, 2006).

[8] Se crea el Diario Nuevo, fundado en 1933 y dirigido por el pedagogo y periodista Francisco Espinosa; asimismo se crea La República, suplemento del Diario oficial (Cañas-Dinarte, 2006).

[9] Se buscó que diversos intelectuales y periodistas escribieran comentarios sobre cine en los periódicos y revistas nacionales (Cañas Dinarte, 2006).

[10] «Discurso del Director de la Biblioteca Nacional leído el 12 de noviembre en el acto inaugural de la exposición de libros», Boletín de la Biblioteca Nacional (No. 11, noviembre/1933: 1 y 3).

[11] Entre sus miembros se cuentan varios renombrados escritores clásicos quienes hacen efectivo el llamado por la unidad nacional en la creación de una cultura propia: Sarbelio Navarrete, María de Baratta, Mercedes Viuda Rochac, Amparo Casamalhuapa, Marta Alegría, Emma Posada, los hermanos Andino, Serafín Quiteño, Quino Caso, Adolfo Pérez M., Francisco Morán, Miguel Ángel Espino (Lara Martínez, 2011:105).

[12] Según Lara Martínez (2011:112), estos meses fueron de «campaña» que tenían como tema central el «Mejoramiento Social» y comprendían una diversidad de rubros. La inicia una reforma agraria que reserva pequeñas parcelas inalienables por un período de treinta y siete años, de 1932 hasta 1959. Además, se asegura «la institución del «Bien de Familia», el «Huerto Familiar Campesino», la «Quinina del Estado», el «Patronato Médico Escolar», el «Botiquín Ambulante», «El Médico del Pueblo», el acrecentamiento de la “Escuela Rural»», etc.

[13] El libro lleva una carta de informe avalada por Salarrué y Salvador Calderón Ramírez, miembros de la comisión, que lo aprueba por unanimidad.

[14] Nace en Sonsonate el 22 de octubre de 1899 y muere el 27 de noviembre de 1975 en villa «Monserrat» ubicada en los Planes de Renderos, San Salvador. Sus padres fueron Joaquín Salazar Angulo y María Teresa Arrué.

[15] Cuentos de Barro, era una sección de la Revista Excélsior, donde aparecían publicados la mayoría de sus cuentos, hay algunos que no aparecieron en la versión de 1933 (Lara Martínez & Borja. En el despegue literario del martinato. Cuentos de barro sin censura. En prensa).

[16] El realce es nuestro, para hacer notar el uso de palabras que en la actualidad sólo la «izquierda» utilizaría.

[17] Esta es la respuesta que da El Padre ante el obispo, luego que se le haya encontrado «sentado en un sillón y la Chana sentada en él».

El criollismo salvadoreño en los años 20: Salarrué (1998) Carmen de Mora

Salarrué pertenece en la literatura salvadoreña a la Generación de 1920, un grupo de autores que empieza a publicar sus obras a partir de ese año. En la vertiente criollista es sabido que su obra representa la culminación de una línea costumbrista que había florecido en El Salvador a fines del siglo XIX.

Esta tendencia, a pesar del propósito moralizante y didáctico y de la subordinación de lo narrativo a lo descriptivo, echó las bases para el desarrollo literario posterior en la búsqueda de lo autóctono:

«Es el primer balbuceo de una expresión propia. Son los pasos iniciales en el camino de lo nuestro —reconoce Hugo Lindo—. Es el planteamiento tanto de que necesitamos indagar las características de nuestro pueblo, su sicología, sus inclinaciones, su lenguaje, sus convicciones, sus dolores y sus esperanzas»[1]

Pero el verdadero introductor de la literatura vernácula en El Salvador fue Arturo Ambrogi, quien en El libro del trópico, su obra más reconocida, supo ahondar en la idiosincracia del campesino y describir minuciosamente el paisaje rural salvadoreño. El Libro del trópico se caracteriza por las descripciones realistas y detalladas del campo, de los pueblos y de la sociedad rural, y por el uso extensivo del lenguaje rústico en el diálogo.

Además de las lecturas francesas no es descartable la huella de Azorín en su prosa. En una de las escenas de «La Semana Santa en el Pueblo», titulada «El regreso», después de la procesión, el narrador describe su viaje en tren acompañado de tres libros de Azorín, «el menudo filósofo de las pequeñeces de la vida»: Castilla, La Ruta de Don Quijote y Los Pueblos[2]

Hay que añadir también los nombres de José María Peralta Lagos, que combina el costumbrismo con buenas dosis de humor en Burla burlando (1923), Brochazos (1925) y Doctor Gonorreitigorrea (1926); y Francisco Herrera Velado, autor de tradiciones en verso (Mentiras y verdades, 1923) y en prosa (Agua de coco, 1926). De todos ellos es Ambrogi el más cercano a Salarrué en el interés por el ámbito rural algunos de cuyos motivos y cuadros sobre la vida sencilla y pueblerina le han servido de inspiración; si bien, practica una prolijidad en las descripciones que dista mucho de la condensación metáforica del autor de Cuentos de barro.[3]

Otro escritor por el que Salarrué manifestó admiración es el uruguayo Yamandú Rodríguez; en más de una ocasión le confesó a Hugo Lindo sentirse deudor de Bichitos de luz. Sergio Ramírez se ha referido también al parentesco con los hai-kais del guatemalteco Flavio Herrera -contemporáneo de Salarrué—-por la dimensión poética:

“El tono nostálgico del hai-kai, la permanente alusión al paisaje, la sugestión por medio de la brevedad y el lirismo, la totalización mínima de los temas a manera de metáforas, la evidencia del trópico manifestada a través de los sentidos, la captación fugaz de situaciones y coloraciones del medio, la imagen exabrupta y la plasmación esquemática del paisaje, la tesitura poética del lenguaje gracias a un impulso emotivo, y en fin, esa ebullición del tumulto de metáforas que son características del hai-kai, integran línea a línea la concepción artística de Cuentos de barro”.[4]

Cabe preguntarse si los rasgos que Ramírez emparenta con el poema japonés no son los característicos del fondo mito-poético y de la tradición cultural perteneciente a la comunidad indígena que protagoniza estos cuentos.

Para comprender los estímulos que activaron el interés de Salarrué por el mundo rural no basta con la tradición literaria salvadoreña, pues en los años veinte se produjeron una serie de transformaciones sociales, económicas y culturales a las que él no se mantuvo ajeno y que llegarían a repercutir en su escritura.

En un agudo ensayo que presenta con carácter provisional, Ricardo Roque Baldovinos se propone explicar el cambio de paradigma que experimentaron los grupos intelectuales salvadoreños en los años veinte, en el periodo de transición del modernismo al vanguardismo.[5]

La primera observación que hace concierne a la precariedad de la situación social del literato, pues «el camino al reconocimiento, a la consagración oficial debía pasar muchas veces por el de la servidumbre». Ante la ausencia de mercado editorial si el escritor no disponía de una fortuna personal pasaba a depender de un mecenas para poder publicar su obra o de una camarilla para disfrutar de un cargo público. Una situación que prolongaba en El Salvador la que habían conocido en otros países hispanoamericanos los escritores finiseculares.

En la etapa modernista, el arte representaba un refugio para el artista y una manera de expresar su descontento y su ruptura con una sociedad en proceso de modernización y de transformación socio-económica de acuerdo con el modelo europeo y estadounidense.

Por el contrario, a partir del primer tercio de siglo, en la etapa vanguardista, bajo el estímulo de nuevas tendencias políticas, los artistas e intelectuales se sienten llamados a participar en la construcción de la joven nación. Roque Baldovinos destaca sobre todo tres factores influyentes en el cambio: la ampliación de los sectores medios urbanos, las peculiares condiciones del relevo generacional y el desarrollo y fortalecimiento del periodismo. A ellos añade dos actitudes: antimodernismo y panamericanismo.

El segundo de esos factores está directamente relacionado con el primero, pues se refiere a la condición social de los escritores. Si en la generación modernista el artista pertenecía casi siempre a una élite social, los escritores de la generación vanguardista provienen más bien de los sectores medios. Sea cual fuere la situación de los artistas en éste y en otros países latinoamericanos lo que se constata es el desajuste entre la situación de subdesarrollo en lo económico y la necesidad que, sin embargo, sienten los intelectuales de superar el atraso poniéndose al día sobre las corrientes culturales del momento:

“el atraso de las estructuras de producción no tiene por qué corresponderse con un atraso intelectual. Tenemos razones para suponer que los intelectuales literatos salvadoreños de la década de los veinte permanecían al tanto de los debates que tenían lugar en los centros de cultura de occidente. Sabemos también que muchas de esas discusiones llegaban a través de otras capitales latinoamericanas con mayor acumulación cultural, especialmente México y, en menor medida, Buenos Aires”.[6]

Es en este contexto en el que debe entenderse la producción literaria criollista en Salarrué. Utilizo la expresión criollista siguiendo la definición de José Juan Arrom para la literatura de los siglos XIX y XX: «Criollo, en sentido traslaticio, significa lo nacional, lo autóctono, lo propio y distintivo de cada uno de nuestros países» [7]

Y reconoce que esta vertiente de lo criollo se da con más facilidad en los campos y pequeñas poblaciones en que la cultura tradicional ha perdurado más que en las grandes ciudades: «De ahí que la literatura criollista sea, en gran parte, una literatura de carácter rural en la que predomina el paisajismo y la descripción de ambientes y tipos locales» (25).

La mirada de Salarrué hacia Cuscatlán, la tierra y la raza, no surgió por generación espontánea; venía precedida por una actitud intelectual que ya habían defendido otros escritores. Me refiero a Miguel Ángel Espino, quien en su Mitología de Cuscatlán (1919) había postulado en términos contundentes la misión que destinaba a su obra: «Levantar al pueblo vigorizando el sentimiento nacional; poner en sus manos y ante sus ojos la omnipotencia de su energía» Y para ello defendía una literatura «que llene el alma de autoctonismo, con un sabor a cosas americanas y un fermento de los viejos panales indígenas.”

Invitaba a los escritores salvadoreños a incorporar la mitología indígena en su literatura. Pero el retorno de Espino a las fuentes indígenas nada tiene que ver con el presente sino que va acompañado de un sentimiento de nostalgia por la grandeza original de los grandes imperios precolombinos y por el afán de liquidar el legado colonial hispánico.

No sucede así en el caso de Salarrué, quien en su carta «Mi respuesta a los patriotas» [8] reivindica la vida campesina y la visión del mundo propia de los indios salvadoreños con un propósito muy diferente. El escrito a que me refiero tiene su origen en la petición que le hicieron unos amigos de que se pronunciara sobre los problemas de la patria. La respuesta fue un encendido rechazo del término patria y una identificación con la tierra y con la raza:

«Yo no tengo patria. Yo no sé qué es patria. ¿A qué llamáis patria vosotros los hombres entendidos por prácticos? Sé que entendéis por patria un conjunto de leyes, una maquinaria de administración, un parche en un mapa de colores chillones. Vosotros los prácticos llamáis a eso patria. Yo el iluso no tengo patria, no tengo patria pero tengo terruño (de tierra, cosa palpable). No tengo El Salvador (catorce secciones en un trozo de papel satinado); tengo Cuscatlán, una región del mundo y no una nación (cosa vaga). Yo amo a Cuscatlán. Mientras vosotros habláis de la Constitución, yo canto a la tierra y a la raza: La tierra que se esponja y fructifica, la raza de soñadores creadores que sin discutir labran el suelo, modelan la tinaja, tejen el perraje y abren el camino. Raza de artistas como yo, artista quiere decir hacedor, creador, modelador de formas (cosa práctica) y también comprendedor».

En su propósito de manifestar el abismo que lo separa de quienes se consideran a sí mismos los verdaderos patriotas, critica por igual a capitalistas y comunistas, los dos bandos que se disputan la política nacional, cuyos intereses giran alrededor de una sola cosa: el dinero. Por contra, él reclama la autenticidad del indio que «vive la tierra, es la tierra y no habla nunca de patriotismo».

Para Salarrué la patria tal como la entienden los políticos es sinónimo de odio, cobardía, ambición e incomprensión, y se lamenta de encontrarse solo «con el indio contemplativo y la mujer soñadora», pues ya sus compañeros de ruta habían abandonado: Miranda Ruano, Ambrogi, Castellanos Rivas, Guerra Trigueros, Julio Ávila, Llerena, Gómez Campos, Paco Gamboa, Salvador Cañas, Masferrer, Chacón, Rochac, Villacorta, Vicente Rosales y Espino.

En la carta citada se ve a sí mismo tesorero de una riqueza que escapa a los ambiciosos de uno y otro bando; frente a una sociedad que entiende el progreso y la prosperidad exclusivamente en términos de posesión, de acumulación de bienes, el escritor opta por refugiarse en la única realidad aceptable para él, la de la tierra, la vida en contacto íntimo con lo natural propia de las comunidades campesinas tradicionales, por ser también la más próxima al espíritu de un creador o artista.

En esa búsqueda idealista de unir el arte con la vida Roque Baldovinos encuentra “el genuino anarquismo radical de la vanguardia estética en retroceso luego de su fallido intento de conciliar arte y vida, desarraigada del mundo moderno, en perenne búsqueda de nuevos puertos, en la persecución de algo que la historia todavía no le puede entregar.”[9]

Si se contrastan las ideas del escritor salvadoreño con su creación narrativa vernácula se aprecia una línea de continuidad y de coherencia que invita a pensar de otro modo su práctica criollista. En su caso, en efecto, el criollismo no obedece al mimetismo de una moda continental sino a una filosofía de la realidad fundada en la defensa de todos los valores asociados a la naturaleza.

A su entender, el labrador que modela la tierra y el poeta que la canta pertenecen a la misma raza de artistas; lo que no significa que ofrezca una visión idílica e idealizada del campesinado indígena. Abundan, sí, las descripciones de la naturaleza con ciertos rasgos de primitivismo, de sencillez elemental, y campo recién labrado. Pero sus personajes son reales; el autor se ha acercado a ellos tratando de comprender, desde perspectivas distintas, el modo de vida y los problemas que les afectan, sus sentimientos y reacciones. Con distancia y humor, sin dramatismo, ocultando sagazmente la identificación con el mundo descrito, no ofrece pintorescas escenas al estilo de los costumbristas decimonónicos, sino más bien la difícil supervivencia en un mundo amenazado por diversos frentes.[10]

Al tratar de comprender adecuadamente la obra de Salarrué, mientras no dispongamos de una edición completa de todas sus producciones, incluidas las poesías, los ensayos y los escritos inéditos, siempre se correrá el riesgo de distorsionar el alcance de su producción. Y sin tener en cuenta tales circunstancias, basta con pensar en el reduccionismo al que se ha visto sometida su obra, muy poco conocida —a excepción de los Cuentos de barro, y. en menor grado, Trasmallo y Cuentos de cipotes.

Hasta ahora ha sido difícil acercarse a la obra de Salarrué sin tener en cuenta el esquema clasificatorio propuesto por Hugo Lindo, quien distingue dos grandes vertientes, la folklórica y la universalista. En la primera se sitúa la trilogía citada supra; en la segunda O-Yarkandal y Remontando el Uluán, junto con algún otro relato. Entre las dos, aunque más próximos a la segunda por su contenido filosófico estarían El Cristo negro, Eso y más, algunos relatos de La Espada y otras narraciones.

Sergio Ramírez, situando Cuentos de barro y O-Yarkandal en el centro de cada uno de los dos hemisferios enfatiza el carácter antitético que presentan:

Entre estos dos hemisferios, Salarrué no deja ninguna porosidad, y ajenos, se cierran uno contra el otro, sin posibilidad de trasiego de las ideas que los alimentan; como en el yin y yan, se coloca entre el cielo y la tierra, la nubosidad aérea de sus creencias esotéricas arriba, y la presencia del volcán con sus caseríos, caminos, ranchos, indios, músicas tonales el lenguaje, abajo.”[11]

En cambio, Roque Baldovinos ha intentado superar tal barrera dicotómica sin renunciar al reconocimiento de la dualidad pero estableciendo vasos comunicantes entre dos vertientes que están presididas, a su juicio, por una misma búsqueda:

“Creo que no es aventurado proponer —y sobre esto no me interesa reclamar absoluta originalidad— que el recurso tanto al misticismo orientalista como a la cultura popular tradicional responden a una misma inquietud. En Salanué ambas atracciones derivan de un rechazo simultáneo al proceso de modernización de la sociedad salvadoreña, en el momento más inmediato, y a la modernidad occidental, en el ámbito más fundamental.”[12]

En el primer caso, Salarrué habría seguido una ruta interna buscando en el alma humana las vías para la redención y recurriendo a las religiones alternativas y a la teosofía, todavía muy seguida por aquellos años;

“en el segundo, sigue la búsqueda de modos de relación humana liberados del interés y de la voluntad de dominio, modos de comunidad donde prevalezcan el reconocimiento al otro, la plenitud de sentido. Salarrué encuentra eso principalmente en los sectores humildes y en el mundo todavía no desacralizado de la infancia.”[13]

Este enfoque unitario no desdice, pues, la dualidad, pero donde antes se veía antítesis ahora se vislumbra complemento, lo que parece más adecuado al tomar como referencia las propias ideas del autor. Este, desengañado por unas luchas intestinas en la vida política salvadoreña que habían alcanzado sus

máximas cotas de absurdo, buscó en otras creencias y en otros sectores sociales un sentido de la vida ajeno al exclusivamente utilitario que dominaba a la clase política salvadoreña y a la cultura oficial. ¿Significa el criollismo filosófico de Salarrué entonces un retroceso? No lo creo. Con esa actitud mental y literaria estaba llamando la atención sobre su discrepancia con la forma en que se estaban adoptando en su país los modelos de desarrollo occidentales y norteamericanos sin tener en cuenta la realidad nacional.

Sin propósito de establecer comparaciones, a lo largo del siglo XX han surgido varias corrientes intelectuales que rechazaban esos mismos modelos asociados a valores puramente mercantiles; viene al caso recordar el movimiento de mayo del 68 y el pensamiento de Marcuse, uno de sus principales ideólogos, quien en El hombre unidimensional (1964) proponía entre otras soluciones el regreso a una era patriarcal y a la vida sencilla.

No creo exagerado considerar al escritor salvadoreño uno de los primeros exponentes de los escritores transculturadores en el sentido utilizado por Angel Rama: aquéllos que recuperan asuntos, formas discursivas y sistemas peculiares de una determinada región cultural americana sin renunciar a las aportaciones modernizadoras de las nuevas corrientes y experimentaciones estéticas a partir del vanguardismo.[14]

 Es cierto que Salarrué no es un innovador en el manejo de los recursos técnicos ni practicó la experimentación narrativa que se impuso más tarde con la nueva novela latinoamericana de los años 60. Sin embargo, su prosacriollista es un espacio de encuentro y colisión entre dos prácticas culturales diferentes, una que se traduce en una escritura literaria y retórica, y otra de registro oral que corresponde al lenguaje popular salvadoreño.

Y lo curioso es que se produce una contaminación de la segunda en la primera que va más allá de la simple incorporación de un léxico poco familiar para lectores no salvadoreños. Esa apropiación ficcional de la oralidad popular que en autores como Rulfo se convertirá en uno de sus máximos logros narrativos.

II

Hasta ahora es un hecho que las obras costumbristas o criollistas de Salarrué son las que le han dado un lugar preferente en la historia de la literatura hispanoamericana: Cuentos de barro (1933), Cuentos de Cipotes (1946-61), Trasmallo (1954) y Mundo Nomasito (1975), junto a algunas narraciones recogidas en otros volúmenes; es posible que esta situación se modifique en parte cuando el resto de su obra se conozca mejor y se entienda toda la producción del escritor salvadoreño como una totalidad —según propone Roque Baldovinos.

De acuerdo con el enfoque que vengo aplicando, en el que considero importante tener en cuenta la posición de rebeldía adoptada por Salarrué en su «Respuesta a los patriotas» y la identificación con el campesino indígena, no me parece inadecuado incluir El Cristo Negro, uno de sus escritos más importantes, entre las obras criollistas, o al menos, en un punto de intersección entre éstas y la vertiente universal marcada por un misticismo orientalista. Y no lo digo por el estilo, que es muy diferente, sino por el conflicto cultural que deja traslucir la leyenda ambientada en el siglo XVI del mestizo Fray Uraco de la Selva, hijo de un noble español y de una india.

La leyenda original es otra. A finales del siglo XVI, en el lugar donde más tarde se construyó la Basílica de Esquipulas, en Guatemala, un nativo creyó ver entre los destellos de una puesta de sol la imagen de un Cristo crucificado. A raíz de la visión las autoridades eclesiásticas de Guatemala le encargaron al escultor Quino Castaño una imagen del Crucificado tallada en madera. En ese Cristo, muy popular en Centroamérica, cuyo color oscuro ha sido atribuido a diversas causas, se ha querido ver un símbolo de la dominación social sobre el indígena.

A partir de ella inventó Salarrué la historia de Fray Uraco de la Selva-luego, San Uraco, en la ficción-, franciscano que llega a cometer diversos pecados y delitos sólo para evitar que pecaran los demás. En una ocasión en que se encontraba en Jutiapa cuidando a una prostituta que se fingía enferma, irrumpió en la casa un grupo de malhechores capitaneados por Gargo, hermano de la mujer Y habiéndoles oido decir que invadirían y saquearían la ermita y harían pedazos la imagen del crucificado, para sustituirla por Cuculcán, se ofreció él mismo a destronar la imagen, lo que llevó a cabo con ayuda de un hacha. Cuando se supo la noticia del sacrilegio el pueblo reclamó venganza y el clero determinó que sufriera los mismos padecimientos que Cristo y muriera crucificado. Al verlo agonizante, Quino Cataño se inspira en él para tallar la imagen que le había sido encargada. De ese modo la efigie de Fray Uraco llegó a ser venerada por el pueblo e identificada con Cristo, porque el escultor a nadie le confesó su secreto.

En este texto Salarrué propugna una teología histórica según la cual la luz existe por la presencia de la sombra [15], la imperfección y la maldad hacen posible la perfección y la santidad [16] El Cristo negro de Kirio Cataño no quería parecerse al Hijo de Dios Crucificado sino a la imagen del hombre que sufre víctima de la injusticia. Es posible que Salarrué decidiera escribir sobre esta leyenda porque vio en Kirio Cataño, el escultor que se rebela contra la tradición y esculpe un Cristo negro, una especie de alter ego suyo. En su versión de la leyenda, el único personaje que llega a sentir amor y compasión por Fray Uraco es precisamente el escultor; el único capaz de comprenderlo hasta inmortalizarlo en una escultura. La lectura que hace Salarrué de la leyenda no se escamotea al lector, el color negro de la imagen se debía a que Uraco tenía sangre india y no a un propósito verista de representar el color del cuerpo de Cristo tras los golpes recibidos.

Si las leyendas han sido con frecuencia objeto de curiosidad arqueológica en la tradición literaria romántica y costumbrista, aquí la motivación es más profunda.

La apropiación del máximo símbolo de la tradición cristiana con el propósito de subvertirlo me recuerda al Crucificado que talla Gaspar Mora en Hijo  de hombre a su imagen y semejanza, otro símbolo de resistencia y rebeldía.

La manera peculiar con que Salarrué se apropia de la leyenda del Cristo

Negro y la transforma puede ser útil para introducir la evolución que experimenta el costumbrismo tradicional en sus cuentos; un cambio que se percibe en el tratamiento de los personajes y en la incorporación del lenguaje popular a una prosa literaria templada con fina visión poética y sentido del humor

Los personajes

En Cuentos de barro y Trasmallo recurre el autor a un lenguaje sencillo, muy poético, donde los elementos descriptivos se reducen al mínimo y los personajes a aquellos rasgos imprescindibles para comprender la anécdota nuclear del cuento: la pereza de José Pachaca en «La botija», la sensualidad de Juanita en «La honra», la tristeza de la jorobadita en «La petaca» o la soledad del carbonero en «La brasa». En ellos se refieren situaciones que dejan mostrar los sentimientos más profundos de los personajes; en unas ocasiones, éstos se enfrentan a una naturaleza ominosa; y, en otras, se contrapone la visión indígena y la ladina.

En «La botija» José Pashaca es un indio muy haragán que un día, sin embargo, empieza a trabajar incansablemente porque el anciano Bashuto

-probablemente con la intención de obligarlo a ganarse la vida- le había contado que en las aradas solían encontrarse botijas llenas de oro. Así llegó a convertirse en el colono más laborioso del lugar. De soslayo aparece en el cuento la figura del patrón, dueño de las tierras que araba José Pashaca; la explotación del indio apenas está sugerida; lo que destaca es su desinterés por el dinero y la obsesión por encontrar la botija. La reacción final del personaje, cuando está a punto de morir agotado por el esfuerzo y sin haber hallado lo que buscaba, consiste en enterrar un cántaro viejo con su huaca para que la tradición evocada por el anciano Bashuto se cumpliera una vez más.

Existe una fábula de La Fontaine, «Le laboureur et ses enfants», cuya moraleja enseña que el trabajo es el mejor tesoro; efectivamente, la asociación de ambos conceptos es un tópico en la literatura didáctica, pero la novedad que introduce Salarrué es que el trabajo no es valorado en un sentido utilitario sino mito-poético que se hunde en las raíces más profundas de la cosmovisión indígena.[17]

A. veces la aproximación mágica o analógica a la realidad tiene su origen en una mente infantil, como en «La honra», historia inspirada en una de las escenas de «Aspectos de la siesta» de El libro del Trópico. Compararlas es un ejercicio útil para entender la distancia que separa a estos dos escritores.

En Ambrogi se trata de una estampa pintoresca. A la hora de la siesta una muchacha acude con su cántaro al «ojo de agua» que es el lugar de citas para los enamorados de la vecindad. Mientras ella se dispone a llenar el cántaro un mozo salta de un zarzal y se le acerca: «Se adelanta, sonriente, a la muchacha, que, tranquila ya, le espera sonriente también, y coquetuela (…) En seguida los dos, emparejados, se pierden por un senderito que va hasta un mangal» [18]

Salarrué toma el «ojo de agua» y la presencia de la muchacha coqueta en un paraje solitario, pero le da un giro radicalmente distinto a la historia. Ahora se trata de una muchacha indígena que resulta violada por un joven que llega a caballo al lugar, probablemente el hijo de un patrón. La reacción violenta del padre de la muchacha («¡Habís perdido lonra, que era lúnico que tráibas al mundo!») y el consiguiente castigo hacen que Tacho, el hermano pequeño, se fuera a buscar la honra perdida al lugar indicado por el padre. Allí encontró un objeto brillante que creyó ser lo que buscaba:

“-¡Tata! —gritó el cipote jadeante—: ¡Ei ido al ojo diagua y ei encontrado lonra e la Juana; ya no le pegue, tome!…

Y puso en la mano del tata asombrado, un fino puñal con mango de concha.

El indio cogió el puñal, despachó a Tacho con un gesto y se quedó mirando la hoja puntuda, con cara de vengador -Pues es cierto… —murmuró”. (pág. 53)

En los dos cuentos aludidos la solución del conflicto (el trabajo para José Pashaca, la honra para Juanita) viene dada a través de una vía oblicua y metafórica [19].

La presencia de una naturaleza hostil que pone en peligro la vida de los personajes o los destruye es un motivo que Salarrué retoma en varios cuentos. En «Sernos malos» los bandidos encarnan la maldad surgida de la dificultad de sobrevivir en una zona fronteriza muy abrupta y salvaje, al margen de la ley, la cadena montañosa situada entre El Salvador y Honduras. El hecho de que los bandidos sean capaces de reconocer su maldad («Semos malos») le resta dramatismo a la historia e introduce un nota de ambigüedad que llama la atención sobre las difíciles condiciones sociales y económicas en que se mueven los personajes A veces la maldad no está tan justificada, como la actuación despiadada del cura en «Noche Buena» o la dureza de la madre en «La repunta».

En «De pesca», escena típicamente costumbrista, dos pescadores indios son destrozados por los tiburones mientras faenaban; en «El viento», el autor convierte a un perro que ha perdido a su amo en medio del vendaval en la imagen misma del desamparo y el dolor[20]

El contraste de visiones o ámbitos diferentes entre los personajes se da en varios cuentos. En «La brusquita» se contraponen el mundo rural de Polo, ingenuo, generoso y auténtico, y el urbano de la mujer, engañoso y deshumanizado.

En «El negro» se retrata a un personaje bonachón y humilde, con una habilidad extraordinaria para conmover a los demás con su flauta, que encarna el sentir de quienes viven humillados por la pobreza o los rasgos étnicos.

En «El mistiricuco», basado en una creencia indígena, también se contraponen dos tipos de actitudes; la de Luciano Pereira, práctica y racionalista, y la de Moncho, mágica y poética, en comunión con la naturaleza.

En «El cuete» se confrontan las diferencias generacionales dentro del propio mundo indígena. Tules, el indio viejo, mantiene una actitud llena de prejuicios, resignada y pasiva ante la pobreza; Lino, por contra, más próximo a la visión práctica del ladino, es un indio joven con ganas de divertirse y disfrutar que lucha con optimismo por conseguir lo que desea.

En otras historias, Salarrué se propuso objetivar la visión primera y desprejuiciada de las cosas. En «El mar», las reacciones de asombro de dos indios hondureños que nunca lo habían visto; en «Esencia de azar», una niña es testigo de una muerte sin tomar conciencia de ello («La ña Gabriela taba quejándose, y se jue callando, y se jue callando, y se jue callando… hasta que se calló); en »La escuelita», relato claramente inspirado en la picaresca, para imitar a su maestro, Moncho se bebe el aguardiente y los chacalines destinados a aquél y experimenta su primera borrachera:

«Aquel remedio amargo y hediondo curaba de ya el frío del cuerpo y daba risa. Moncho peló bien los ojos, porque le pareció que el morro del patio estaba tirando patadas. Miró al otro lado y vio que los horcones se meniaban como si temblara. No pudo contener la risa. La cuca se le iba de lado primero, y luego corcovió hasta dejarlo en el suelo contra la paré. Queda poner la botella paradita en el suelo y el suelo no se dejaba, porque encojía el lomo como los gatos perezosos. Al fin la botella se fue rodando y el contenido se virtió en la tierra sedienta» (pág. 97).

En un lugar aparte hay que situar «El espantajo», texto que hace referencia a la dura represión del ejército contra la población campesina —sobre todo contra los jóvenes— durante el levantamiento de los izalcos. Lalo Chután, un muchacho retrasado, consigue engañar a los soldados y escapar a una muerte segura metiéndose dentro de un espantapájaros que, simbólicamente, se convierte para los habitantes del rancho en la cruz del Calvario. Esa imagen crística remite a una subversión de la tradición religiosa similar a la de El Cristo Negro.

Una naturaleza sígnica

Las descripciones de la naturaleza en Salarrué no suelen ser objetivas, lo que era frecuente, en cambio, en el costumbrismo; el paisaje resulta casi siempre un personaje animado, representado en términos antropomórficos, alternando los rasgos expresionistas con los impresionistas. Su función más común es servir de introducción a la anécdota y acumular indicios para crear una tensión que prepare el ánimo del lector ante lo que sucederá más tarde.

Salarrué, excelente conocedor del cuento breve, aprovecha la descripción del paisaje para introducir cuidadosamente las señales, como si todo cuanto pudiera suceder en medio de la naturaleza fuera presentido por el viento, los árboles, las nubes, o por los seres animados que la habitan.

En «La honra» el juego del viento con la muchacha es una anticipación o prolepsis metafórica de la escena de la violación:

«HABÍA AMANECIDO nortiando; la Juanita limpia; lagua helada; el viento llevaba zopes y olores. Atravesé el llano. La nagua se le amelcochaba y se le hacía calzones. El pelo le hacía alacranes negros en la cara. La Juana iba bien contenta, chapudita y apagándole los ojos al viento.

Los árboles venían corriendo. En medio del llano la cogió un tumbo de norte. La Juanita llenó el frasco de su alegría y lo tapó con un grito; luego salió corriendo y enredándose en su risa. La chucha iba ladrando a su lado, queriendo alcanzar las hojas secas que pajareaban» (pág. 52).

En «Semos malos», cuando el padre y el hijo van llegando a la montaña, al Chamelecón salvaje, la culebra carretía, el lodo, los zancudos culuazul, enormes arañas, el frío y el miedo presagian lo que les sucederá más tarde en el silencio de la montaña bárbara y cruel. En «De pesca», la calma de la playa iluminada por la luna llena se ve enturbiada por la isla, al otro lado del agua, que «se alargaba como una nube negra que flotan en aquel cielo diáfano», anuncio del tiburón que interrumpirá brutalmente la pesca de los dos indios; otro indicio: «Un cordón de aves blancas pasó, silencioso y ondulante como una culebra de luna»; y ya adentrados en el agua los ramazales emergían de ella «como inmensas aranas negras».

En «La repunta» es, en cambio, la misma naturaleza la que protege a la niña salvándola de la violenta riada. El carácter sagrado que tiene el «mistiricuco» para Moncho, en el cuento del mismo nombre, está previsto en la barroca analogía entre el árbol y una catedral: «Cada arruga del tronco era como un nervio de montaña. En los nudos hechos por los siglos, había cabezas de monstruos terroríficos: pensativas gárgolas, no extrañas en aquella catedral de pájaros, románica en el tronco y bizantina en la copa. En el ábside roñoso tenía una ventana oscura, ojival, a la cual ponía vitral de verdes y brillantes hojas, una parásita prendida guindo abajo» (pág. 78).

En «El espantajo», la imagen de «la brisa despeinando la milpa con sus manos de expulgadora, con ágiles dedos buscando el piojo de la piedra; apartando las madejas sonoras sin encontrarla» es una réplica de la llegada de los soldados buscando cuidadosamente a los indios escondidos para matarlos:

«Los indios se doblaban cortados por la hoja acerada, como gavillas de arroz o como milpas secas. La guardia batía inmisericorde los cantones y escondrijos montañeros» (pág. 91). Y «Escudriñaban todo rincón; levantaban las camas, los tablones, subían al tabanco, tiraban el máiz de la troje para ver quien se escondía en ella» (pág. 93).

La naturaleza en Salarrué desempeña, pues, fundamentalmente dos funciones: a) es un espacio presentado de forma subjetiva, mediante procesos metafóricos, que remite a las situaciones que padecen los personajes o a los sentimientos y a la manera de entender el mundo; b) es un elemento estructural que cumple en la narración una finalidad proléptica o de anticipación metafórica. En ambos casos contribuye a crear la tensión del cuento.

Un caso distinto es «Don Federico» porque las descripciones no se refieren a la naturaleza sino al violinista, sus objetos y su cuarto, y absorben casi toda la historia. El elemento puramente narrativo y actancial apenas se produce, sólo al final, cuando es víctima de un robo, incluido el violín, cuya pérdida le produce la muerte. Sin embargo, la técnica es similar a la empleada en las descripciones de la naturaleza, se establece una relación metafórica y metonímica entre la habitación y los objetos, de un lado, y la personalidad singular de Don Federico, de otro.

El humor y el lenguaje

Afirmar que el microcosmos de Salarrué corresponde a una visión idealizada del mundo indígena es no tener en cuenta los múltiples matices que intervienen en sus narraciones. La idealización se produce —según se ha visto— en la relación íntima que une a los izalcos con el medio natural o en la forma de entender el mundo tan opuesta al racionalismo utilitario; pero también existe crueldad, abusos y violencia entre los propios indios. Esa ambigiiedad ajena a la idealización romántica constituye un logro; el lirismo del estilo no está reñido con la dureza de algunas escenas.

Uno de los textos más crueles de Salarrué es «La petaca». A través de un personaje desgraciado por su joroba, la peche María, se va desvelando la conducta abusiva de quienes la rodean agravada por la ignorancia y la superstición.

Maria es entregada por su propio padre en manos de un sobador (persona que ajusta los huesos dislocados) que, a sabiendas de su incapacidad para curar a la muchacha, se aprovecha de la situación y la deja embarazada. El motivo de la curación es un tópico en las narraciones y crónicas que tienen por tema el indio. Son frecuentes en las Crónicas de Indias las intervenciones de hechiceros que casi siempre son comparados con el diablo y fracasan en sus curaciones.

La historia, a pesar del dramatismo y de la simpatía que el narrador demuestra por el personaje, está contada en clave de humor, un modo casi constante en los textos criollistas de Salarrué. «La petaca» se aproxima mucho al humor negro analizado por Freud y consagrado más tarde por Bréton, en su vertiente grotesca:

«Tenían en el rancho un espejito ñublado del tamaño de un colón y ella no se pudo ver nunca la joroba, pero sentía que algo le pesaba en las espaldas, un cuenterete que le hacía poner cabeza de tortuga y que le encaramaba los brazos: la petaca (67).

El sobador, viendo que Tules se la llevaba, le dijo que por qué no la dejaba otro tiempito, para más seguridá; pero Tules no quiso, porque la peche le hacía falta en el rancho. Mientras el papa esperaba en la tranquera del camino, el sobador le dio la última sobada a la niña.

Seis meses después, una cosa rara se fue manifestando en la peche María. La joroba se le estaba bajando a la barriga. Le fue creciendo día a día de un modo escandaloso, pero parecía como si la de la espalda no bajara gran cosa (68).

—Pobre; tan guena quera; ¡ni se sentía la indiezuela, de mansita!

—¡una santa! Si hasta, mirá, es meramente una cruz! Más que cruz, hacia una equis, con la línea de su cuerpo y la de las petacas» (pág. 69).

En «La botija» el efecto humorístico se consigue a partir de una caracterización incongruente o distorsionada del personaje, destinada a resaltar su pereza, mediante las figuras retóricas más eficaces para el caso: la concatenación y la sinécdoque:

«José PASHACA era un cuerpo tirado en un cuero; el cuero era un cuero tirado en un rancho; el rancho era un rancho tirado en una ladera. Petrona Pulunto era la nana de aquella boca:

— ¡Hijo: abrí los ojos, ya hasta la color de que los tenés se me olvidó! José Pashaca pujaba, y a lo mucho encogía la pata.

— ¿Qué quiere mama?

—¡Qués nicesario que tioficiés en algo, yastás indio entero!

—¡Agúén!…

Algo se regeneró el holgazán: de dormir pasó a estar triste, bostezando» (pág. 49>.

En «Don Federico» el violinista llega a identificarse tanto con su instrumento que al perderlo no es capaz de resistirlo y muere. En el fragmento final será la asociación metafórica entre los dos el vehículo para provocar el humor:

«Por fin, la muerte templó todas sus cuerdas y lo colocó cuidadosamente en un estuche de pino forrado de negro, que tenía rosetas de metal plateado y unas iniciales en uno de los extremos: F.M.» (pág. 85).

Pero es en los diálogos donde el humor de Salarrué actúa con insistencia y naturalidad; los giros verbales de los personajes, el habla popular y las deformaciones del español normativo introducen a veces un efecto cómico en la narración.[21]

En «El mar» la reacción de los personajes cuando se enfrentan por vez primera a la visión marina es cómica y tierna a la vez:

«Se oiba un ruido de aguacero. Sin embargo, el cielo taba bien chulo. Los dos indios iban llegando al mar. Depronto, desembocaron frente a la tumbarán. Rafáil se paró en seco y dejó quér el cacaste con cl alma. Chente pasó.

—¡Deguelvase, mano degúelvase; viene una tempestá por el suelo!

—¡Santo Dios, santo juerte! ¡Huygamos, quesesto!…

Los dos viejos indios se treparon al mismo palo.

—¡Viene un aguazal con espumarajos!

¡Luey visto, mano; esera el ruido!

—¡Dios nos valga, tamos perdidos!» (pág. 90).

Este humor verbal, por así decirlo, no implica ridiculización de los personajes; prueba de ello es que el narrador, letrado, se apropia de los pensamientos de los personajes y de sus voces dejándose contaminar, como se ve al comienzo del fragmento citado. Así el lenguaje culto y literario propio de la escritura se ve invadido por términos pertenecientes a la lengua popular salvadoreña o por expresiones y frases completas. En ambos casos las palabras suelen ir destacadas en cursiva, lo que no sucede cuando es el indio quien habla:

«José Pashaca se puso malo. No quiso que naide lo cuidara. «Dende

que bía finado la Petrona, vivía íngrimo en su rancho». Una noche, haciendo juerzas de tripas, salió sigiloso llevando en un cántaro viejo su huaca» (pág. 51).

El criollisrno de Salarrué es, en suma, fruto de una tradición cultural muy arraigada en El Salvador y también de una búsqueda de identidad que rebasa los límites de lo nacional y ahonda en lo espiritual humano. De ahí su esfuerzo por comprender en profundidad el mundo indígena al que culturalmente no pertenecía.


[1] Prólogo a Obras escogidas de Salanué, Editorial Universitaria de El Salvador, 1969, pág. XXXIII.

[2] El Libro del Trópico, pág. 207.

[3] Para un desarrollo más detallado de esta cuestión véanse los comentarios que le dedica Hugo Lindo en el excelente prólogo a Obras escogidas, ed. cit., págs. XXXVI-XXXVII. Entre los escasos trabajos realizados en España sobre el cuento salvadoreño figura «Tres aproximaciones al cuento salvadoreño contemporáneo» de Juana Martínez Gómez (Anales de Literatura Hispanoamericana, 1992, 21, págs. 203-214).

[4] Prólogo a El ángel del espejo de Salarrué, Caracas, Ayacucho, 1985, 2.~ cd., pág. XV. En lo sucesivo, para las referencias a los textos de Salarrué citaré por esta edición.

[5] Reinventando la nación: cultura estética y política en los albores del 32», Cultura, 77, sept.-dic. 1966, 3 1-52. Agradezco al profesor Roque Baldovinos su amistad y generosidad al enviarme sus trabajos así como otros materiales valiosos sobre el escritor salvadoreño.

[6] Roque Baldovinos, art. cit., pág. 38.

[7] «Criollo: definición y matices de un concepto» en Certidumbre de América, Madrid, Oredos, SA., pág. 25.

[8] Publicada en Costa Rica, en Repertorio Americano, 575, sábado 27 de febrero de 1932.

[9] art. cit., pág. 50.

[10] Jorge Enrique Adoum ha sido de los primeros en captar que los indios de Salarrué nada tienen que ver con esos personajes planos que decoraron las obras supuestamente realistas, incrustrados en el paisaje como elemento inanimado: «El gamonalismo le había robado toda a los campesinos: el realismo les escamoteó el alma, En la literatura de entonces América Latina aparecía como un territorio esquemático en el que cada indio es El Indio, como si después de haberlo dejado sin nada de lo que tuvo se quisiera compensarlo otorgándole lo que no pidió nunca ni le sirve de nada: una condición de símbolo» (pág. 206).

Entre los autores que logran superar esa visión determinista y consiguen humanizar al campesino se encuentra Salarrué:

«Cuando, algún tiempo después, el arte regresa al campo, encuentra que su poblador puede ser tierno o bárbaro, sobrio o carnavalesco, violento o aguantón: humano al fin. Con lo cual salieron ganando la literatura (Salarrué, Guimaráes, Rulfo> y el cine (Nelson Pereira, Oduber Rocha) (…)»

(pág. 207).

(«El realismo de la otra realidad», en América Latina en su literatura, coordinación e introducción por César Fernández Moreno, México, Siglo Veintiuno editores, 1980, 7< ed., págs. 204-216).

[11] Prólogo a Salarrué, El ángel del espejo, Caracas, Ayacucho, 1985, págs. IX-X.

[12] Cito por un manuscrito titulado «La actualidad de Salarrué» que su autor me envió cuando todavía era inédito, folio 6.

[13] Ibídem, folio 7.

[14] Cfr. Angel Rama, Transculturación narrativa en América Latina, México. Siglo XXI, 1985, 25ed.

[15] Esta idea ya estaba presente en la filosofá ocultista del modernismo desde Marti.

[16] Sobre la religiosidad de Salarrué escribe Roque Baldovinos:

«se suele pasar por alto que la religiosidad de Salarrué no sólo tiene el componente de las doctrinas orientalistas u ocultas que frecuentó sino la profesión religiosa de la actividad artística. No sería arriesgado proponer que para Salarrué la verdadera religión es el arte o, mejor dicho, que el arte tiene para él un sentido profundamente religioso. De esto abundan referencias en su ensayo «Esquema sobre el desatollo intuicional del Arte (Presente, Honduras, n< 21, agosto de 1978)». («La actualidad de Salarrué», págs. 8-9).

[17] García Márquez en «Un día después del sábado» presenta a un personaje que creo está inspirado en José Pachaca; es el muchacho que pierde el tren, que se había pasado la vida tirado en el chinchorro sin trabajar hasta cumplir los veinte años y vivía solo con su madre, como el personaje de Salarrué.

[18] El libro del Trópico, El Salvador, Ministerio de Cultura, t955, pág. 56.

[19] Yo diría que «La honra» pudo inspirarle a Rulfo «Es que somos muy pobres». La asociación del agua y de la pobreza con la pérdida de la honra está en ambos; la protagonista del cuento de Rulfo se llama Tacha, como el hermano de Juanita; la sensualidad está sugerida en las dos muchachas a través de la agitación de los pechos; y, en ambos casos, es el hermano pequeño el que sufre por la situación que atraviesa la hermana.

[20] Ambrogi, en El libro del Trópico, a través de dos historias muy distintas a las de Salarrue, «La pesca bajo el sol» y «La muerte del perro» describe respectivamente una pintoresca escena de pesca, sin final trágico, y otra en que el eje es el sufrimiento de un perro, más tremendista que la de Salarrué.

[21] Recordemos que por aquellos años también Nicolás Guillén recurría a este tipo de humor en su poesía negra.

Familia Ortega-Murillo, nuevos actores de megacapitales Eduardo Estrada

Cuando en 2007 el economista Francisco Mayorga publicó su libro Megacapitales en Nicaragua, no logró predecir que un nuevo actor, voraz y políticamente agresivo, vendría hacer competencia al selecto grupo de megacapitales, la familia Ortega-Murillo y sus allegados, en una combinación peligrosa de megacpitales y dictadura.

La competencia de este grupo, desde posiciones de poder, vendría a reacomodar las relaciones políticas y económicas, de tal manera que la actual crisis política que vive Nicaragua, está ligada a las contradicciones de los grupos megacapitalistas, pues al parecer los grupos de mayor poder han empezado a invadir las áreas tradicionalmente reservadas para ellos.

En la actual crisis de Nicaragua, no solo debe sorprender la rebelión de los estudiantes, sino como el COSEP –que aglutina los principales actores de megacapitales—ha tomado una actitud beligerante en la lucha política contra el gobierno de Ortega, a tal grado de exigir la democratización del país. No es ninguna novedad saber, que con el tiempo, especialmente cuando los grupos en el poder se vuelven voraces, salen a relucir los grandes intereses de los grupos económicos, como sucedió entre Somoza y los grupos económicos de la época.

Mayorga incluso minimizó el poder económico de los nuevos actores, cuando dijo que “tras la desaparición del Interbank –un banco ligado al empresarios sandinistas–perdió presencia en el sistema financiero y solo tenía unas doce empresas dispersas, pero quedan completamente por fuera de ser considerados megacapitales”.

Megacpitales y dictadura

Pero entre 2007 y 2014, el gobierno de Daniel Ortega registró un total de 3 mil 432 millones de dólares en cooperación estatal venezolana, cooperación que ha sido  desviados a través de canales privados sin ninguna clase de control o escrutinio público, de tal forma que la familia Ortega-Murillo y sus allegados, han superado con creces el límite de los megacapitales descrito por Mayorga, actualmente representante del gobierno nicaragüense ante el BID.

Uno de las empresas intermediarias de este flujo de capitales, ha sido Caja Rural Nacional (CARUNA), nacida en 1993 con un patrimonio de apenas 23 mil 560 córdobas –menos de mil dólares en la época actual–. Durante los últimos años se estima que esa cooperativa llegó a administrar, de acuerdo con cifras del Banco Central de Nicaragua, casi 600 millones de dólares en el período 2007–2009.

Así que el mapa de los megacapitales, se ha dividido y reacomodado, con un actor políticamente agresivo y económicamente voraz que no tiene respeto por la ley ni por las reglas de una economía de mercado.

Grupo Ortega-Murillo y allegados

La familia Ortega Murillo comenzó desde 2007 con un amplio menú de nuevos negocios, gracias a la cooperación estatal venezolana. Sus inversiones se centran en el área del petróleo, combustible, energía, televisión, radioemisoras, sector agropecuario y turismo. Sus críticos los señalan como un grupo que aprovecha las ventajas políticas de estar en el poder para expandir sus negocios, incluso por encima de los ya establecidos.

El flujo millonario de la cooperación venezolana es controlado por Alba de Nicaragua SA (Albanisa), dirigida por los Ortega Murillo, y genera de 400 a 500 millones de dólares anuales, según investigaciones independientes. Albanisa tiene el monopolio en Ia importación de petróleo que vende mediante una firma que creó para distribuidor sus derivados.

PDV Caribe, subsidiaria de Petróleos de Venezuela SA, es dueña del 51% de Albanisa, y Petróleos de Nicaragua (Petronic) posee el 49%, según registros oficiales. Con las ganancias de ventas de combustibles y derivados a precios de mercado, la familia Ortega-Murillo ha incursionado en numerosas actividades empresariales privadas.

Un ejemplo de esta voracidad de este nuevo grupo de megacapitales fue la compra de Canal 2 en 2009 por un monto de diez millones de dólares, además de controlar los canales 4, 9 y 13, y el Canal 6. La familia Ortega mantiene bajo su dominio la Nueva Radio Ya, Radio Nicaragua y Radio Sandino, además del portal 19digital, voz oficial del Ejecutivo, sólo para ilustrar la expansión de este grupo.

El Grupo Pellas

El Grupo Pellas es el grupo más grande de Nicaragua y el grupo nicaragüense más importante en Centroamérica.

El Grupo Pellas es un grupo con sed monopólicas, pues en donde ver oportunidades de comprar a medianas o pequeñas empresas para alcanzar sus objetivos estratégicos, no escatima esfuerzo en lograrlo, en especial en un país, donde las leyes antimonopolio son débiles y las instituciones sobornales.

Al igual que con las pequeñas empresas de cable en todo el país  –que posteriormente vendió–, el Grupo Pellas fue adquiriendo las licoreras menores para garantizarse una posición de monopolio a nivel nacional.

El líder visible del Grupo es Carlos Pellas, quien como explicamos antes, ha sido un actor que se ha movido en Washington para cabildear a favor del gobierno de Ortega y no se apruebe el Nica-Act.

Este grupo cuentan con el ingenio San Antonio, Frutales del San Juan, Casa Pellas, Compañía Licorera de Nicaragua, Cem Comunicaciones, el Hospital Metropolitano Vivian Pellas y el famoso hotel Guacalito, entre múltiples negocios, como lo atestigua el sitio web del Grupo Pellas.

El Grupo Uno

Es el segundo a escala a nivel regional, aunque es probablemente el cuarto a nivel nacional, presidido por el doctor Ernesto Fernández Holmann, quien desarrolló una red financiera que iba desde Miami hasta el Perú con operaciones importantes. Desarrolló la tarjeta Aval, banca de inversión y aseguradora. El Banco Uno fue recientemente vendido al Citigroup en una mega transacción y las operaciones de sus tarjetas han desaparecido del mercado nacional. Este grupo contaba con acciones en Industrial Comercial San Martín, el Ingenio Montelimar, Holcim y Tipitapa Power, pero desde entonces ha modificados sus operaciones desde que …(poner los negocios sucios en Centroamérica).

Hace varios años, las as autoridades de Guatemala realizaron juicio a varios funcionarios acusados de corrupción, ligados al Citi Bank y del desaparecido Banco UNO. Esos bancos son especialistas en la emisión y manejo de las tarjetas de créditos sin descuidar otras actividades y servicios financieros. El Citi Bank dejó de operar en Nicaragua hace varios años

Los nombres circulados por las autoridades eran los nicaragüenses Ernesto Fernández Hollman, René Morales Carazo, Sergio Raskosky y Adolfo Argüello Lacayo. Hay poca información sobre las actividades actuales de este grupo.

El Grupo Promérica

El Grupo Promérica están identificados con uno de los bancos más grandes del país, como es BAPRO: Es el grupo financiero con más activos en Nicaragua, y “se logra ranquear después de la operación de los Cenis, porque este grupo se tragó trescientos millones de dólares en esos títulos valores”, dice Mayorga.

Los Cenis son Certificados de Inversión emitidos por el Banco Central de Nicaragua para influir en la liquidez de la economía, pero fueron usado para compensar las grandes pérdidas millonarias por la quiebra bancaria que sufrió el país en…

Banpro cuenta con un almacén de depósitos, operaciones de bancas de inversión y Banpro Visa, procesadora de tarjetas de crédito.  Este grupo está presidido por su preside, Ramiro Ortiz Gurdián, grupo que inició sus operaciones mediante el Saint Georges Bank con la isla caribeña de Monserrat. Tenían por entonces participación en Aceitera Real, Payles Shoes, Hotel El Convento, PriceMart, Zona Franca Saratoga y Rappaccioli McGregor.

El Grupo LAFISE

El Grupo LAFISE-Bancentro: Es uno de los grupos financieros más visibles en Nicaragua. El Grupo LAFISE en Nicaragua era un grupo económico mediano, pero dieron un salto importante también con la operación de los Cenis. Bancentro, el banco del grupo, tiene también una empresa de seguros, un almacén de depósitos, operaciones de banca de inversión y una arrendadora, entre múltiples negocios ligados al sector agropecuario.

Igual que otros bancos, LAFISE aprovechó las ventajas de comprar muchas propiedades estales, entre ellas el centro Financiero conocido antes como BANIC, con Bonos de Indemnización –denominados BPI, títulos valores que fueron emitidos por compensar a los confiscados en la época de la revolución sandinista y que fueron considerado al inicio de los años 90 como “bonos basuras”, pues de vendían entre 0.2 y 0.4 centavos.

Pero la ventaja que ofrecía estos bonos era que estipulaba que se podían comprar con su valor nominal activos de las empresas estatales, de tal manera que los bonos basuras fueron usados como bonos a la par para comprar millones de dólares en activos, no solo de empresas, sino también de los bancos estatales que fueron destruidos premeditadamente por grupos económicos interesados en enriquecerse en el corto plazo y fortalecer sus incipientes instituciones bancarias, como BANCENTRO y BANPRO.

El grupo CALSA

El Grupo Calsa (representante de una de las tantas familia Lacayo): Tienen participación en Plywood de Nicaragua, Enimosa, Autonica, Excel Automotriz de Nicaragua, Hertz de Nicaragua, Inmobiliaria, Unión Fenosa, La Cava del Vino, Importadora y Distribuidora Ocal, Tiendas Zonas Libre, Agencia Aduanera y Hospital Metropolitano.

Esta ha sido una revisión mínima de los megacapitales de Nicaragua, pero de seguro el país ha sufrido una reconfiguración en los grupos de poder. Debido a que la información fiscal es nula y que las declaraciones de impuestos son secretas, no se pueden dar mayores detalles del comportamiento de los diferentes grupos, pero salta a la vista, que en Nicaragua ni los empresarios ni el gobierno respetan la dinámica de una economía de mercado ni mucho menos la legislación económica vigente.

La nueva configuración se caracteriza por una mezcla de megacpitales y dictadura, de tal forma que la crisis actual de Nicaragua, es un reflejo de como la corrupción entre un gran sector de los grandes empresarios y el gobierno dictatorial de Daniel Ortega.

Leer la realidad y aprender de los hechos Jorge Gómez Barata 9 de septiembre de 2019

La debacle en los países del socialismo real y en la Unión Soviética no son pasado ni historia, sino eventos en desarrollo que pueden afectar no solo a los países sobrevivientes (China, Vietnam y Cuba), sino a los proyectos inspirados en los valores socialistas.

Aunque se admite que hubo algunas influencias externas. Lo cierto es que la rebelión de las masas en Polonia y otros países ex socialistas de Europa Oriental y la errática actuación de las élites soviéticas, incluidos el partido, los sindicatos y los altos mandos de las fuerzas armadas y la seguridad, se debió a fenómenos internos.

Tampoco se trató de hechos repentinos, sino de procesos que se gestaron durante décadas. Desde los años treinta cuando se produjo la expulsión de Trotski y hasta los cincuenta cuando murió, Stalin aludió constantes conspiraciones, traiciones y mediante dudosos procesos judiciales, purgas, ejecuciones, encierros en los gulags y destierros, castigaba por miles no a enemigos, sino a connotados militantes, dirigentes, jefes militares y altos funcionarios.

El sistema no contó con mecanismo reguladores capaces de auto preservarse y protegerse de sí mismo. La legalidad no funcionó, los jefes eran inmunes a la crítica y estaban por encima de la ley y la administración de justicia era irregular. Las instituciones, principalmente los parlamentos no eran idóneos, y el diseño de las estructuras políticas fue claramente inadecuado.

En una tardía respuesta, en 1956, durante su XX Congreso, el Partido Comunista de la Unión Soviética dio un paso que parecía decisivo cuando, mediante un “Informe secreto” que las bases del partido y el pueblo soviético no conocieron sino muchos años después y que algunos partidos “hermanos” nunca publicaron, se realizó una profunda crítica a los desmanes de Stalin.

Aquel partido que había sido silenciado durante 30 larguísimos años en los cuales, en su nombre se cometieron crímenes atroces que condujeron a la defenestración “post morten” de Stalin, aceptó que aquel desastre político y jurídico fuera cubierto con el eufemismo de “errores de culto a la personalidad” que parecería una falta menor. Tampoco estuvo en condiciones de exigir a Kruzchov y más tarde a Brezhnev una rectificación profunda que salvara al socialismo.

Aunque Mijaíl Gorbachov intentó hacer las cosas de otro modo y realizó  la rectificación como un proceso transparente, cubierto por la glasnov y apegado a las normas del partido y del estado cuyos órganos de dirección (Buro Político, Comité Central, Soviet Supremo y Consejo de Ministros), participaron de las decisiones, la perestroika (rectificación) también fue un proceso esencialmente palaciego, realizado sin participación de las bases del partido y las masas, que terminó de la peor forma posible, mediante un golpe de estado, destituciones y tanques en las calles.

Los comunistas soviéticos, que extraordinariamente disciplinados acataban la disciplina basada en el “centralismo democrático” y estaban preparados y dispuestos para actuar cuando algún militante le fallaba al partido, no supieron qué hacer cuando el partido les falló a los militantes. Educados para obedecer las órdenes de arriba, lo hicieron también cuando de un plumazo Boris Yeltsin disolvió un partido de 20 millones de militantes, 2 500 000 cuadros y 400 000 organizaciones de base e intermedias que durante 70 años gobernó una sexta parte de la Tierra.

Los sindicatos con 100 millones de afiliados no emitieron un comunicado ni levantaron un cartel y los más de mil generales, mariscales y almirantes que habían jurado defender al socialismo miraron para otro lado.

La idea de que en la Unión Soviética y los países socialistas de Europa Oriental las masas perdieron la fe en el socialismo, se volvieran indiferentes e incluso refractarias a los mensajes políticos emanados de las cúpulas gobernantes, fueran inmunes a su pedagogía política y se sumaron a la oposición, no se debió predominantemente a la actividad enemiga ni a los efectos de mensajes ideológicos hostiles, sino a problemas estructurales, métodos de dirección erróneos y a grandes déficits de democracia, legalidad y derechos humanos.

Tengo la sensación de que, a pesar de la audacia de Gorbachov y lo profundo de su crítica, las estructuras políticas, es decir el partido, el parlamento, y el gobierno soviético, fueron excesivamente considerados con ellos mismos y, al confiar en sus métodos burocráticos, alejarse del pueblo y creer en que podían realizar la rectificación exclusivamente desde arriba y reformar el sistema sin cambiar sus estructuras, una vez más, se equivocaron.

Comparto la visión de Raúl Castro primer secretario del Partido Comunista y del presidente Díaz-Canel de realizar la rectificación, no mediante retórica ni ejercicios formales, sino con transformaciones reales que, aunque todavía adolecen de falta de integralidad y avanzan a ritmos excesivamente lentos, con la resuelta aplicación de lo acordado en los congresos y conferencias del partido y de la Constitución adoptada, a pesar del bloqueo y la hostilidad de los Estados Unidos, pueden perfeccionarse el socialismo.

El sistema soviético tuvo suficientes alertas tempranas de que las cosas andaban mal y diversas oportunidades que sus instituciones y sus liderazgos no supieron aprovechar, y al final no tuvieron a quien culpar, excepto a ellos mismos. Los hechos y las experiencias están a la vista para todos los que quieran aprender de ellos. Allá nos vemos.

La Habana, 9 de septiembre de 2019

El hondureño Cuscatlán ocupara segunda posición de la banca salvadoreña Roberto Pineda 10 de septiembre de 2019

El panorama financiero salvadoreño atraviesa este año por serias transformaciones. En primer lugar, abandonan la cancha local los canadienses del Scotiabank; el hondureño Grupo Terra se posiciona en el segundo lugar desplazando a la tercera y cuarta posición a los colombianos Davivienda y Banco de América Central; el nicaragüense Promerica pasa a ocupar quinta posición del ranking y el salvadoreño-árabe Grupo Salume compra las acciones del mexicano Banco Azteca y crea el Abank. Examinemos cada una de estos movimientos y su significado.

Se van los canadienses, se fortalecen los hondureños  y los colombianos siguen hegemonizando

Con esta compra el hondureño banco Cuscatlán será el segundo banco más grande del país, solo superado por el colombiano Banco Agrícola. Como resultado de esta fusión el Banco Cuscatlán tendrá activos superiores a los $3,500 millones y otros $2,400 millones en préstamos y depósitos. 

En el caso del primer lugar, el colombiano Banco Agrícola posee activos al 30 de junio de este año, en el orden de los 4,693.2 millones de dólares.[1] En el caso de los colombianos Davivienda y de América Central pasan a ocupar respectivamente los lugares tercero y cuarto, lo que permite ingresar  a la quinta posición al nicaragüense Promerica. 

Los primeros cinco lugares del ranking quedan establecidos de la siguiente manera: Colombia, Honduras, Colombia, Colombia y Nicaragua. Los grandes bancos internacionales de la primera venta de hace una década se han ya retirado: el inglés HSBC, el estadounidense CITI,  el canadiense ScotiaBank,  y el mexicano Banco Azteca.

El Scotiabank en busca de nuevos horizontes

En el caso de ScotiaBank, decidieron a  finales del año pasado replegarse de la región centroamericana y buscar nuevos horizontes, ya que  también vendió sus operaciones en nueve países del Caribe así como sus negocios de seguros de vida en Jamaica y Trinidad y Tobago en 2018.

El ScotiaBank inició operaciones en El Salvador en octubre de 1997 y ocupaba unas sólida posición  del ranking bancario  hasta que la familia Nasser, dueña del Grupo Terra y principal accionista del ahora hondureño  Banco Cuscatlán S.A y de Seguros e Inversiones S.A – SISA, comprara en junio de este año el 100% de las acciones de este banco. El presidente de Banco Cuscatlán y de SISA en el país es el banquero, anteriormente vinculado al salvadoreño Banco Agrícola Comercial, Eduardo Montenegro Palomo.[2]

Fue en diciembre de 2015, que el hondureño Grupo Terra anunció la compra de la banca comercial del estadounidense Citi y sus acciones en SISA, lo que constituyó su incursión en el mundo financiero salvadoreño, rebautizándolo como Cuscatlán, asimismo son dueños en el país de las gasolineras Uno, antes propiedad del consorcio Shell.

Un nuevo chico en la ciudad: el Abank

El último movimiento en el tablado bancario salvadoreño es el realizado en agosto pasado, por el empresario salvadoreño de origen árabe, y a la vez dirigente del partido Democracia Salvadoreña (DS), Adolfo Salume Artiñano,  al comprar las acciones del Banco Azteca y establecer el Abank.  El Abank viene a sumarse al también salvadoreño Banco Azul, propiedad de Carlos Enrique Araujo Eserski, ex directivo del entonces salvadoreño Banco Agrícola Comercial. El banco Azul ocupa el lugar doce del ranking, mientras el Abank vendrá a ocupar el 14, o último lugar.  Ambos son los únicos bancos salvadoreños privados del ranking.


[1] https://abansa.net/storage/reports/August2019/asIxpEAV7yIJkBhPL495.pdf

[2] Ver Pineda, Roberto. La banca transnacional “salvadoreña” diez años después. https://www.alainet.org/es/articulo/183584