De la frustración al fracaso

De la frustración al fracaso

1 diciembre, 2018

Joaquín Villalobos
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Joaquín Villalobos

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“Soy un aventurero, pero de los que exponen el pellejo para demostrar sus verdades”, este pensamiento del Che Guevara establece que la voluntad es un valor sagrado para que los revolucionarios hagan “posible lo imposible”. Sin embargo, el nombramiento del Che como presidente del Banco Nacional de Cuba fue el inicio del gran desastre que ahora es la economía cubana. Cuando el continente era gobernado mayoritariamente por dictaduras, dominaba la creencia de que los guerrilleros éramos la solución, pero en realidad solo éramos un síntoma del conflicto que generaban las propias dictaduras. El marxismo leninismo se generalizó como religión entre los insurgentes porque procuraba la ilusión de que, al tomar el poder, sería posible transformar la sociedad fácil y rápido.

Pensando en las lecciones negativas que la izquierda salvadoreña podría aportar a terceros hay, entre muchas, tres que podemos destacar: la voluntad convertida en culto a la ignorancia, el Estado tomado por militantes partidarios y, ante el problema de seguridad, la creencia de que la prevención sirve para evitar lo que ya pasó. Estos errores tienen orígenes ideológicos, pero en la vida real sus consecuencias han sido fatales. Los dos primeros condujeron a un gobierno estructuralmente ineficaz y el tercero al fortalecimiento exponencial de la delincuencia.

Ilustraciones: Patricio Betteo

La idea de que la voluntad es más importante que el conocimiento, la inteligencia y la experiencia ha sido una receta generalizada para el fracaso de la extrema izquierda en todas partes, y eso mismo ocurrió en El Salvador. Sin duda la voluntad puede ser importante, pero sin inteligencia, sin conocimiento y sin un contexto histórico que le dé viabilidad a un proyecto político, es simplemente ingenuidad. En este pensamiento extremista coindicen quienes piensan que para resolver un problema basta tener fe.

Una rebelión armada surge siempre de forma fragmentada, anárquica y con visiones fundamentalistas. En El Salvador todos los alzados pasamos por el marxismo, pero el marxismo no pasó por todos. En nuestra experiencia, hubo dos momentos en el proyecto de la izquierda. El primero fue la amplia coalición que luchó contra la dictadura militar en la cual participaron socialdemócratas y socialcristianos sin armas junto a grupos armados, que incluían desde comunistas ortodoxos hasta guerrilleros que simpatizábamos con la socialdemocracia. La coalición histórica que enfrentó a la dictadura mostró audacia y creatividad para hacer la guerra y capacidad política para transformar a El Salvador en una democracia liberal mediante una negociación pragmática que acabó con el poder político de los militares, dio poder real a la Justicia, a la Fiscalía, al Parlamento y al voto de los ciudadanos. Antes de eso lo único importante eran los cambios de posiciones de los generales y coroneles dentro de la Fuerza Armada.

Sin embargo, para los comunistas de la coalición, el acuerdo de paz había sido una derrota y un error que dejaba pendiente el desenlace revolucionario. El conflicto entre el dogmatismo marxista y el centroizquierda fue permanente durante la guerra, pero se agravó cuando ésta terminó. Los comunistas, muchos de los cuales habían sido irrelevantes en la guerra, terminaron tomando control del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) ya convertido en partido político. La hegemonía del extremismo de izquierda acabó dando preminencia a la voluntad y al fundamentalismo ideológico sobre el conocimiento y el pragmatismo. Se produjo en la izquierda una transición de la inteligencia a la incompetencia. Miles de excombatientes que aportaron creatividad y audacia en la guerra, junto a centenares de profesionales y potenciales tecnócratas que tenían capacidad de gobernar, abandonaron al frente y otros fueron expulsados. En el camino, algunos personajes de centroizquierda fueron utilizados para ganar posiciones y luego desechados, tal como tradicionalmente han hecho los partidos marxistas en muchas partes. Así, instrumentalizando a terceros que no eran del partido, el FMLN ganó la alcaldía de la capital y el primer período presidencial. Estos terceros fueron la táctica para lograr el propósito estratégico de que gobernaran los comunistas que supuestamente “habían puesto el pellejo”.

Por ese camino, Salvador Sánchez Cerén un profesor de primaria, activista sindical, sin carisma, sin capacidad de comunicar, con escasos méritos en la guerra y poseedor de una extrema pobreza intelectual se convirtió por sólo 6 mil votos en presidente de El Salvador. Como candidato lo escondieron y como presidente se escondió. Para los izquierdistas bastó su voluntad y su historia de sacrificio. Pero lo central es que este presidente fue el símbolo del asalto al Estado por parte de la militancia y activistas del FMLN. En nuestro continente todos los partidos usan el Estado para dar empleo a algunos militantes, pero solo los proyectos de extrema izquierda toman masivamente el aparato de gobierno con sus militantes y arrasan con cualquier vestigio de meritocracia. Esto ha ocurrido en Venezuela, Nicaragua y Cuba, donde la lealtad al partido es más importante que la inteligencia.

La explicación ideológica a este problema reside en que el reconocimiento a los pobres como clase acaba convertido en culto a la ignorancia y a la pobreza como valores permanentes, más que en estados de atraso que deben superarse. Se trata de una visión religiosa aparentemente inocente y compasiva, pero que le sirve perversamente a un proyecto político que requiere obediencia total. Esta obediencia es incompatible con la naturaleza crítica, por lo tanto, el talento es considerado peligroso y la superación personal un valor derechista contrario a sus ideas. El carácter religioso de esta visión puede generar adeptos incluso entre personajes educados que se subordinan a quienes representan la voluntad, el sacrificio, la lucha o el heroísmo, no importa que se trate de líderes ignorantes, fundamentalistas o intransigentes equivocados. El culto a Chávez, padre de la hambruna venezolana, sería el ejemplo más reciente y la santificación del Che Guevara el caso más clásico.

Las pandillas centroamericanas son una catástrofe social que acabó convertida en un problema criminal masivo que tiene poca o ninguna conexión con el narcotráfico, pero que domina territorios en los que extorsiona, viola mujeres, asesina sistemáticamente a quienes se les oponen, impide el libre tráfico de personas, recluta a los jóvenes bajo amenaza y mantiene aterrorizadas a millones de personas. Su fuerza es tal, que son la causa de la segunda emergencia humanitaria del continente, después de la venezolana, con las caravanas de migrantes. La explicación de este fenómeno no es la pobreza que siempre ha estado presente. Guatemala, Honduras y El Salvador reciben cada año más de 17 mil millones de dólares en remesas que son un subsidio directo a la pobreza. Lo que provoca que la gente huya es la incapacidad de los gobiernos de establecer su autoridad y brindar seguridad a los habitantes de extensos espacios urbanos y rurales en los cuales las pandillas deciden a su antojo quién vive y quién muere.

Algunos pensamos que el FMLN iba a fracasar en todo menos en la seguridad. Su pasado como fuerza guerrillera le permitía entender el carácter territorial del problema y diseñar una estrategia para recuperar el territorio y liberar a la población. Sin embargo, la ineficiencia estructural también le pasó factura en este tema. En general las derechas tienden a poner el énfasis en las víctimas y priorizan la represión, mientras que las izquierdas suelen considerar a los delincuentes como víctimas sociales y dan prioridad a la prevención. En El Salvador, cuando las pandillas eran un problema más social que delictivo, los gobiernos de derecha aplicaron planes de mano dura que contribuyeron a que los pandilleros se convirtieran en una amenaza criminal. La extorsión y la armamentización nacieron tras el encarcelamiento de miles de jóvenes sólo por pertenecer a las pandillas. La cárcel los organizó y graduó como delincuentes; antes de la “mano dura” utilizaban puñales, piedras y garrotes, después pasaron a usar pistolas, armas automáticas y hasta explosivos.

Cuando el FMLN llegó al gobierno, las pandillas ya eran un fenómeno criminal homicida de gran escala. Sin embargo, el gobierno del FMLN decidió actuar en dirección opuesta a la derecha y se propuso prevenir la matanza en medio de la matanza. Esto condujo a otro error más grave, intentaron una tregua y un acuerdo de paz que le permitió a los delincuentes presentarse como personajes con vida pública, realizar conferencias de prensa y dar largas entrevistas por televisión. El mensaje fue claro: si el Estado negociaba con pandilleros, los ciudadanos víctimas debían pagar las extorsiones, obedecer y aceptar su autoridad. La idea surgió como un intento de copiar el acuerdo de paz entre el Estado y los insurgentes. El punto de partida moral fue considerar a la pobreza como la causa principal del incremento delictivo y establecer que los delincuentes son más víctimas que victimarios. Pero hay una enorme distancia moral y política entre delincuentes e insurgentes. Con una fuerza rebelde, a pesar de las diferencias ideológicas, existen valores básicos compartidos porque su propósito es político y su enemigo es el Estado. Con los delincuentes no existen valores compartidos porque, independientemente de que se origine en la pobreza, su motivación es la codicia y su enemigo son los ciudadanos que el Estado debe proteger.

Otro argumento utilizado para justificar la tregua fue decir que Estados Unidos negociaba con los delincuentes, con lo cual confundieron negociación política con sometimiento a la justicia. Lo primero supone reconocimiento político y alguna forma de amnistía, lo segundo es una estrategia judicial para destruir organizaciones criminales. Esto supone ofrecer reducción de penas a cambio de: confesar delitos, ayudar a capturar capos y entregar información y recursos. La utilización de una narrativa pública de tregua y negociación hacia las pandillas tuvo gravísimas consecuencias porque multiplicó el poder de los delincuentes y el miedo de los ciudadanos. Lo paradójico fue que la tregua se volvió tan impopular que el gobierno del FMLN tuvo que abandonarla y viró radicalmente hacia una estrategia de confrontación con las pandillas que ha sido juzgada por algunos como política de exterminio. El resultado actual de todo esto son centenares de policías, soldados y pandilleros muertos sin haber logrado recuperar los territorios ni liberado a los ciudadanos que continúan sometidos a la autoridad de las pandillas.

La izquierda marxista del FMLN vive una severa crisis de identidad. Pensaron que harían una revolución como la cubana cuando esto ya no era posible, luego se asumieron como socialistas bolivarianos y esto tampoco fue posible. En teoría se han mantenido leales al marxismo leninismo, a Cuba y a Maduro, pero siendo comunistas trataron de volverse empresarios. Con el dinero venezolano fundaron una financiera, una línea aérea, tuvieron el 30% de la distribución de combustible, una generadora de energía y muchos otros negocios, pero en todos quebraron. Sufrieron una aparatosa derrota en las elecciones parlamentarias de este año y las encuestas recientes los mandan a tercera posición en las presidenciales del 2019. A pesar de su retórica extremista, el baño de realidad los terminó acomodando al poder porque, en sentido estricto, se puede decir que no han sido un gobierno ni de izquierda, ni de centro, ni de derecha. Hace algunos años Gerardo Le Chevalier, ex dirigente democratacristiano, me dijo que el FMLN marxista de la posguerra tenía vocación de sindicato, eran maestros de la queja y especialistas en exigirle al poder, pero sin vocación para ejercerlo. Transitaron así de la frustración ideológica al fracaso político. Con mucha soberbia se creyeron buenos en todo pero una vez gobernando, demostraron que eran unos buenos para nada.

Joaquín Villalobos
Ex jefe guerrillero salvadoreño, consultor en seguridad y resolución de conflictos. Asesor del gobierno de Colombia para el proceso de paz.

Las representaciones sociales: Ejes teóricos para su discusión

Las representaciones sociales: Ejes teóricos para su discusión (2002)
Sandra Araya Umaña

CUADERNO DE CIENCIAS SOCIALES 127
© Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO)
Sede Académica Costa Rica
Apartado 11747-1000, San José, Costa Rica
Primera edición: octubre 2002
ÍNDICE
Presentación……………………………………………9
I. ¿Qué son las representaciones sociales?……11
II. ¿Por qué estudiar las representaciones sociales?…….12
III. Los alcances conceptuales………12
3.1 La realidad social………………13
3.2 Su devenir histórico…………………………….19
3.3 Las influencias teóricas………………20
3.3.1 Los aportes de la sociología clásica durkeimiana 21
3.3.2 Lucien Lévy-Bruhl……………….22
3.3.3 La sicología genética piagetiana..23
3.3.4 El psicoanálisis freudiano……………23
3.3.5 Los aportes de Fritz Heider…………..25
3.3.6 Berger & Luckmann……..25
3.4 El concepto………26
3.4.1 El alcance de lo social……………31
3.5 Formación de las representaciones sociales……………………………………………33
3.5.1 La objetivación……………….35
3.5.2 El anclaje…….36
3.6 Funciones de las representaciones sociales…………….37
3. 7 Sus condiciones de emergencia………………….38
3.8 Sus dimensiones………………39
3.8.1 La actitud…………………..39
3.8.2 La información……..40
3.8.3 El campo de representación……………41
3.9 Conceptos afines…………………….42
3.9.1 Las ideologías………………43
3.9.2 Las creencias……………………44
3.9.3 La percepción……………………..44
3.9.4 Los estereotipos……………………..45
3.9.5 La actitud…………………….45
3.9.6 La opinión……………45
3.9.7 La imagen…………46
IV. ¿Cómo se estudian las representaciones sociales?……….47
4.1 Las escuelas……………………….47
4.2 El enfoque procesual……………………..49
4.2.1 Presupuestos epistemológicos y ontológicos…………50
4.3 El enfoque estructural………………………..51
4.3.1 Presupuestos epistemológicos y ontológicos…..53
V. Técnicas de recolección………………54
5.1 Las técnicas interrogativas……………54
5.1.1 La entrevista……………………55
5.1.2 El cuestionario..57
5.1.3 Las tablas inductoras……………57
5.1.4 Dibujos y soportes gráficos……………58
5.1.5 Técnicas etnográficas………..58
5.2 Las técnicas asociativas…………………….59
5.2.1 La asociación libre………..59
5.2.2 La carta asociativa……………….60
5.3 Métodos de identificación de la organización y de la
estructura de una representación …..62
5.3.1 Técnicas de identificación de los lazos
entre elementos de la representación ………63
5.3.1.1 Construcción de pares de palabras..63
5.3.1.2 Comparación pareada………………..63
5.3.1.3 Constitución de conjunto de los términos…..63
5.3.2 Técnicas de jerarquización de los ítemes…..64
5. 3.2.1 Los tris jerarquizados sucesivos……………….64
5. 3.2.2 Las elecciones sucesivas por bloques…………..65
5.3.3 Técnicas de control de la centralidad………66
5.3.3.1 Técnica de cuestionamiento del núcleo central……..66
5.3.3.2 Técnica de inducción por guión ambiguo (ISA)………67
5.3.3.3 Técnica de los esquemas cognitivos de base (SCB)….68
VI. Métodos y técnicas de análisis…………………69
6.1 Análisis cualitativo según la Grounded Theory..70
6.1.1 Las etapas de análisis………..71
6.2 Análisis de procedencia de la información……74
6.3 Análisis gráfico de los significantes…….76
Bibliografía………….79

Presentación

(Serge) Moscovici propuso el concepto de representación social en 1961. Desde entonces, se ha pasado de la elaboración del concepto a un desarrollo de la teoría que ha permeado las ciencias sociales porque constituye una nueva unidad de enfoque que unifica e integra lo individual y lo colectivo, lo simbólico y lo social; el pensamiento y la acción.

La teoría de las Representaciones Sociales es una valiosa herramienta dentro y fuera del ámbito de la sicología social porque ofrece un marco explicativo acerca de los comportamientos de las personas estudiadas que no se circunscribe a las circunstancias particulares de la interacción, sino que trasciende al marco cultural y a las estructuras sociales más amplias como, por ejemplo, las estructuras de poder y de subordinación.
La mayor parte de las investigaciones sobre representación social son producciones europeas. En América Latina son México, Brasil y Venezuela los países con mayor producción en este campo. Este escrito cuyo propósito es ofrecer un instrumento que sintetice los principales aportes teóricos y metodológicos que hasta la actualidad se han desarrollado, es producto de una pasantía de investigación doctoral realizada en México en el año 2000.
Sandra Araya es Trabajadora Social (Universidad de Costa Rica, UCR), con un Doctorado en Educación por la misma casa de enseñanza. Se desempeña como docente del Programa de Posgrado de Trabajo Social (UCR) e Investigadora del Instituto de Investigación para el Mejoramiento de la Educación Costarricense (IIMEC) y consultora en temas de educación, trabajo infantil y familia y pobreza para la UNICEF. Ha publicado en México y en Costa Rica acerca de temas relacionados con género y educación y género y representaciones sociales.

I. ¿Qué son las representaciones sociales?
Cuando las personas hacen referencia a los objetos sociales, los clasifican, los explican y, además, los evalúan, es porque tienen una representación social de ese objeto.
Esto significa, como bien lo señala Jodelet (1984), que representar es hacer un equivalente, pero no en el sentido de una equivalencia fotográfica sino que, un objeto se representa cuando está mediado por una figura. Y es solo en esta condición que emerge la representación y el contenido correspondiente.
Las personas conocen la realidad que les circunda mediante explicaciones que extraen de los procesos de comunicación y del pensamiento social. Las representaciones sociales (R S) sintetizan dichas explicaciones y en consecuencia, hacen referencia a un tipo específico de conocimiento que juega un papel crucial sobre cómo la gente piensa y organiza su vida cotidiana: el conocimiento del sentido común.
El sentido común es, en principio, una forma de percibir, razonar y actuar (Reid, 1998). El conocimiento del sentido común es conocimiento social porque está socialmente elaborado. Incluye contenidos cognitivos, afectivos y simbólicos que tienen una función no solo en ciertas orientaciones de las conductas de las personas en su vida cotidiana, sino también en las formas de organización y comunicación que poseen tanto en sus relaciones interindividuales como entre los grupos sociales en que se desarrollan.
Las R S, en definitiva, constituyen sistemas cognitivos en los que es posible reconocer la presencia de estereotipos, opiniones, creencias, valores y normas que suelen tener una orientación actitudinal positiva o negativa. Se constituyen, a su vez, como sistemas de códigos, valores, lógicas clasificatorias, principios interpretativos y orientadores de las prácticas, que definen la llamada conciencia colectiva, la cual se rige con fuerza normativa en tanto instituye los límites y las posibilidades de la forma en que las mujeres y los hombres actúan en el mundo.
II. ¿Por qué estudiar las representaciones sociales?
¿Por qué las personas no usan preservativo, a pesar de las evidencias de su carácter preventivo del VIH/SIDA y otras enfermedades de transmisión sexual? ¿Por qué las mujeres víctimas de violencia doméstica, esperan — algunas, dolorosamente, hasta su muerte— la conversión del agresor? ¿Cuál es la representación social de “amor”, “cuerpo” “violencia” o “sexo” que está acompañando estas prácticas?
Emprender estudios acerca de la representación de un objeto social —VIH/SIDA; relaciones entre mujeres y hombres, por ejemplo— permite reconocer los modos y procesos de constitución del pensamiento social, por medio del cual las personas construyen y son construidas por la realidad social.
Pero además, nos aproxima a la “visión de mundo” que las personas o grupos tienen, pues el conocimiento del sentido común es el que la gente utiliza para actuar o tomar posición ante los distintos objetos sociales.
El abordaje de las RS posibilita, por tanto, entender la dinámica de las interacciones sociales y aclarar los determinantes de las prácticas sociales, pues la representación, el discurso y la práctica se generan mutuamente (Abric, 1994).
De lo anterior se deriva la importancia de conocer, desentrañar y cuestionar el núcleo figurativo de una RS alrededor del cual se articulan creencias ideologizadas, pues ello constituye un paso significativo para la modificación de una representación y por ende de una práctica social. (Banchs, 1991).
III. Los alcances conceptuales
En 1961, tras diez años de investigaciones empíricas y de elaboraciones teóricas, Serge Moscovici publicó su tesis doctoral “La psychanalyse, son imàge et son public”.
Aunque el psicoanálisis era el principio organizador de la obra, el contenido de la misma no se dirigía a la comprensión del psicoanálisis, sino al entendimiento de la naturaleza del pensamiento social.
En su trabajo teórico, Moscovici introduce la noción de representación social y aunque sus planteamientos iniciales intuían la relevancia de las nociones derivadas de las teorías constructivistas, es en la obra rubricada en 1976 (traducida al castellano en 1979) cuando introduce las aportaciones teóricas de los estudios de Berger y Luckmann .
Moscovici estudió cómo las personas construyen y son construidas por la realidad social y a partir de sus elaboraciones propuso una teoría cuyo objeto de estudio es el conocimiento del sentido común enfocado desde una doble vía: desde su producción en el plano social e intelectual y como forma de construcción social de la realidad (Banchs, 1988).
En este sentido la noción de realidad social y su proceso de construcción es un elemento clave para la comprensión de esta teoría.
3.1 La realidad social
La construcción social de la realidad es una idea fundante de la sociología. Durkheim fue quien más la desarrolló y posteriormente Schutz “sociologiza” los aportes filosóficos de la fenomenología de Husserl y desarrolla su teoría de la importancia de los significados sociales (Ritzer, 1 9 9 7).
A partir de los planteamientos de Schutz, Peter Berger y Thomas Luckmann son quienes más desarrollan el concepto.
Para Berger y Luckmann (1991), la construcción social de la realidad hace referencia a la tendencia fenomenológica de las personas a considerar los procesos subjetivos como realidades objetivas. Las personas aprehenden la vida cotidiana como una realidad ordenada, es decir, las personas perciben la realidad como independiente de su propia aprehensión, apareciendo ante ellas objetivada y como algo que se les impone.
El mundo de la vida cotidiana es aquel que se da por establecido como realidad. El sentido común que lo constituye se presenta como la “realidad por excelencia”, logrando de esta manera imponerse sobre la conciencia de las personas pues se les presenta como una realidad ordenada, objetivada y ontogenizada.
¿Cómo se forma en las personas la visión de la realidad? ¿Se forma individualmente o socialmente? ¿Cómo incide esta visión en sus conductas cotidianas? Sin duda, cada persona forma su propia opinión y elabora una particular visión de la realidad sin que, de modo alguno, esto signifique que dicha elaboración constituya un proceso individual e idiosincrásico.
Las inserciones de las personas en diferentes categorías sociales y su adscripción a distintos grupos, constituyen fuentes de determinación que inciden con fuerza en la elaboración individual de la realidad social, y esto es, precisamente, lo que genera visiones compartidas de la realidad e interpretaciones similares de los acontecimientos.
La realidad de la vida cotidiana, por tanto, es una construcción intersubjetiva, un mundo compartido. Ello presupone procesos de interacción y comunicación mediante los cuales las personas comparten y experimentan a los otros y a las otras. En esta construcción, la posición social de las personas así como el lenguaje juegan un papel decisivo al posibilitar la acumulación o acopio social del conocimiento que se transmite de generación en generación.
En resumen, el medio cultural en que viven las personas, el lugar que ocupan en la estructura social, y las experiencias concretas con las que se enfrentan a diario influyen en su forma de ser, su identidad social y la forma en que perciben la realidad social.
El anterior planteamiento goza del consenso en un amplio sector de quienes realizan investigación en las ciencias sociales (Ibáñez,1988). No obstante, dicho consenso empieza a desvanecerse cuando el análisis es referido a las propiedades objetivas de la realidad.
Efectivamente, en este aspecto existen puntos de vista divergentes. Por un lado, hay quienes señalan que las propiedades objetivas pueden ser descritas por observadores objetivos y observadoras objetivas. Agregan, además, que dichas propiedades pueden ser reconstruidas de forma incompleta y sesgada por los distintos protagonistas sociales en función de sus intereses particulares, de sus posiciones sociales, de sus experiencias culturales y de sus influencias culturales. De esta forma, la realidad objetiva se convierte en las realidades personales, siguiendo un proceso de distorsión que responde, él también, a determinaciones perfectamente objetivables.
En otras palabras, quienes se adscriben a estos planteamientos admiten que la realidad varía con las personas, pero consideran que es en el proceso de tratamiento de la información proporcionada por la realidad objetiva donde radica el mecanismo responsable de la existencia de realidades plurales (Ibáñez, op.cit.).
Otra posición, por el contrario, señala que la realidad presenta una serie de propiedades que, aun y siendo “realmente” constitutivas de la misma, no dejan de ser absolutamente subjetivas. O sea, son propiedades que conforman la realidad objetiva, pero que resultan de las actividades cognitivas y, en términos más generales, de las actividades simbólicas desarrolladas por las personas. Esto implica que la realidad tal y como es está parcialmente determinada por la realidad tal y como es para las personas. Significa ello que, en cierta medida, la realidad pasa a ser el resultado —o el producto— de la construcción subjetiva que de la misma realizan las personas.
Según está posición, no es que existan diferentes realidades porque existan diferentes maneras de tratar la misma realidad objetiva, sino que existen diferentes realidades porque la propia realidad incorpora en sí misma, y como parte constitutiva de sí misma, una serie de características que provienen de la actividad desarrollada por las personas en el proceso que les lleva a formar su propia visión de la realidad. (Ibáñez, op.cit.).
El punto álgido de la discusión es entonces la existencia de diversas realidades subjetivas y en particular lo que respecta a la descripción de sus características o la lógica de su elaboración. Y son estos aspectos, precisamente, los que quieren resolver las investigaciones sobre las R S.
Efectivamente, el estudio sobre los razonamientos que hacen las personas en su vida cotidiana y sobre las categorías que utilizan espontáneamente para dar cuenta de la realidad, ha permitido la aproximación a las leyes y a la lógica del pensamiento social.
Es decir, del tipo de pensamiento que las personas utilizan como miembros de una sociedad y de una cultura, para forjar su visión de mundo (de las personas, de las cosas, de los acontecimientos y de la vida en general).
La teoría de las R S constituye tan solo una manera particular de enfocar la construcción social de la realidad. La ventaja de este enfoque, sin embargo, es que toma en consideración y conjuga por igual las dimensiones cognitivas y las dimensiones sociales de la construcción de la realidad. Ello hace que su óptica de análisis; la elección de aspectos relevantes a investigar y la interpretación de los resultados difieran en gran medida de la cognición social .
En cuanto a la óptica de análisis, la cognición social centra su interés en los mecanismos de respuesta social, mientras que en las representaciones sociales se busca entender los modos de conocimiento y los procesos simbólicos en relación con la conducta ( Gilly, cfr. Banchs, 1994: 11).
Una condición inherente en los estudios de representación social es la identificación del contexto social en el cual se insertan las personas que elaboran las R S, pues se busca detectar la ideología, las normas y los valores de personas e instituciones y los grupos de pertenencia y referencia. En los estudios de cognición se manipulan variables independientes a fin de observar sus efectos sobre los mecanismos mentales individuales independiente de los contextos sociales.
Mientras que a la sicología cognitiva le interesa identificar los mecanismos de los que se valen las personas para procesar y combinar informaciones, con las representaciones sociales lo que se busca es entender en qué medida sus contenidos reflejan los substratos culturales de una sociedad, de un momento histórico y de una posición dentro de la estructura social (Banchs, 1994).
De lo que se trata, en palabras de Moscovici, (cfr. Banchs, 1988) es de pasar de la cognición social a la representación social, lo cual implica tres pasos decisivos:
• Cambiar el foco de nuestro interés y de nuestras investigaciones del plano individual al plano colectivo, lo cual nos conduce a dar prioridad a los lazos intersubjetivos y sociales más que a los lazos sujeto-objeto.
• Acabar con la separación existente entre los procesos y los contenidos del pensamiento social y siguiendo el ejemplo de la antropología y el psicoanálisis, elucidar los mecanismos viendo el contenido que de ellos resulta y deducir los contenidos partiendo de los mecanismos.
• Revertir el rol de laboratorio y el rol de observación, es decir, emprender el estudio de las representaciones sociales en su propio contexto preocupándonos por nuestras realidades (Moscovici, cfr. Banchs, 1988: 369).
El énfasis en lo colectivo y en la comprensión de la realidad social a partir de su construcción social, son elementos centrales de la teoría de las R S. Moscovici (1991) indica que en la interacción sujeto-objeto, no existe un solo sujeto, sino que intervienen otros sujetos, a los que el autor les llama Alter (A), que además de relacionarse estrechamente entre ellos y ellas, guardan también íntima relación con el objeto social.
Con este planteamiento, Moscovici trasciende de un esquema diádico, donde sujeto (S) y objeto (O) interactúan, para pasar a un esquema triádico donde los otros sujetos también interactúan e inciden en la relación sujeto-objeto. Expresado en forma esquemática sería:
A
S O = (triangulo)
El esquema triádico de Moscovici da supremacía a la relación de sujeto – grupo (otros sujetos), porque: a) Los otros y las otras son mediadores y mediadoras del proceso de construcción del conocimiento y b) La relación de los y las otras con el objeto —físico, social, imaginario o real— es lo que posibilita la construcción de significados.
Esta concepción, a su vez, ilustra sobre la posición epistemológica en la que se inscribe quien estudia las representaciones sociales. En primer término, se parte de que el conocimiento no es solo comprensible desde la tradicional concepción que señala la existencia de un conocimiento científico y de un conocimiento cotidiano o del sentido común.
En esta concepción se comprende el conocimiento como fenómeno o fenómenos complejos que se generan en circunstancias y dinámicas de diversa índole y cuya construcción está multideterminada por relaciones sociales y culturales.
Por su parte, las personas son concebidas como seres que piensan autónomamente y que producen y comunican constantemente representaciones y no como meras receptoras pasivas, por lo que cualquier determinismo social es rechazado. En la construcción de la realidad social el papel del Alter es significativo. Las personas se relacionan entre sí y en esta relación con los otros y las otras, elaboran observaciones, críticas, comentarios y “filosofías” no oficiales que tienen una influencia decisiva sobre sus escogencias, formas de educar a sus hijos e hijas, en la elaboración de sus planes, etcétera.
Por lo anterior, la teoría de las R S hace énfasis en la importancia de los procesos inferenciales presentes en la construcción de la realidad y en la insistencia de que la realidad es “relativa” al sistema de lectura que se le aplica. De ahí que para acceder al conocimiento de las representaciones sociales se deba partir de un abordaje hermenéutico.
Al concebir a las personas como productoras de sentidos, el análisis de las R S focaliza en las producciones simbólicas, en los significados y en el lenguaje a través de los cuales las personas construyen el mundo en que viven. Por esta focalización, la teoría de las R S y la corriente hermenéutica se intersectan y presentan algunos puntos de afinidad.
No obstante, entre ambas hay diferencias.
Para la corriente hermenéutica la realidad siempre actúa a través de la interpretación de los seres sociales, de modo que no hay más realidad que la realidad tal y como es descifrada por las personas. Son los significados que se le atribuyen los que van a constituirla como la única realidad que, efectivamente, existe para las personas: La realidad tal y como la interpretamos es la única realidad que puede tener, por consiguiente, unos efectos sobre nosotros (Ibáñez, op.cit: 26).
La teoría de las R S también enfatiza la importancia de los significados; el papel de los aspectos simbólicos y de la actividad interpretativa de las personas, sin embargo, no admite que la construcción de la realidad pueda resumirse a su interpretación.
Desde la teoría de las R S, la realidad social impone a su vez las condiciones de su interpretación por los sujetos, sin que ello implique un determinismo estricto. Esto significa que las matrices socioestructurales y los entramados materiales en los que están inmersas las personas definen su lectura de la realidad social, sus claves interpretativas y reinyectan en su visión de la realidad una serie de condicionantes que reflejan sus inserciones en la trama socioeconómica y en el tejido relacional.
Así pues, si bien es cierto que gran parte de los efectos que produce la realidad social pasan por la interpretación que de ella hacemos, también es cierto que nuestra actividad hermenéutica está determinada en buena medida por factores que son independientes de cualquier interpretación (Ibáñez, 1988: 26).
3.2 Su devenir histórico
En la década del sesenta, a excepción de los trabajos de M.J. Chombart de Lauwe (1963), Rene Käes (1968) y Claudine Herzlich (1969) (cfr. en Banchs, 1990) no se presentan reacciones a las propuestas de Moscovici. Es a mediados de la década del setenta, cuando dichas proposiciones son retomadas por diversos autores y autoras, entre los que sobresalen Denise Jodelet, Robert Farr, Irwuin y Deutsh (cfr. Banchs,1986).
Este período de latencia por 10 años es explicado, fundamentalmente, por cuatro razones (Ibáñez.op.cit.):
• El predominio del conductismo: pese al declive que empezaba a experimentar el conductismo, su predominio en la década del sesenta era aún significativo. Por ello, las referencias de Moscovici a entidades de tipo mental que nacían a través de un proceso colectivo, eran inadmisibles. Su postura, desde el punto de vista epistemológico, era abiertamente crítica al conductismo y al positivismo. Aunado a ello, la metodología utilizada por Moscovici —entrevistas y análisis de contenido— no gozaban “del respeto” que tenían los experimentos de laboratorio.
• La influencia del psicologismo: una vez que el conductismo se fue debilitando era de esperar que desaparecieran las resistencias a la teoría de las R S. Sin embargo, ello no fue así. Una de las razones es el privilegio que la sicología social concede al estudio de los procesos individuales, considerando lo social como un valor añadido. Las aportaciones de Moscovici, por lo tanto, eran consideradas claramente “sociologizantes” .
• La imagen que prevalece en los Estados Unidos sobre los trabajos de procedencia europea y más concretamente los de origen francés. En efecto, se considera que estos trabajos caen fácilmente en el verbalismo, por lo que el lenguaje metafórico utilizado por Moscovici, en su primera obra, contribuyó aún más con esta imagen.
• La cuarta razón obedece a un mecanismo que es explicado precisamente por la teoría de las representaciones sociales, el mecanismo de anclaje. Según Moscovici, las innovaciones son asimiladas por el pensamiento social a través de un proceso de reducción a los esquemas que ya están establecidos en dicho pensamiento.
En este sentido, se tiende a utilizar el concepto de actitud como aproximación al concepto de RS.
3.3 Las influencias teóricas
Moscovici (1989) identifica cuatro influencias teóricas que lo indujeron a plantearse la teoría de las R S: Emile Durkheim y su concepto de representaciones colectivas; Lucien Lévy-Bruhl y su estudio sobre las funciones mentales en sociedades primitivas; Jean Piaget y sus estudios sobre la representación del mundo en los y las niñas y las teorías de Sigmund Freud sobre la sexualidad infantil.
Asimismo, Fritz Heider con sus estudios sobre sicología del sentido común y Berger y Luckmann, con su propuesta de la construcción social del conocimiento ejercieron influencia directa en la obra de Moscovici.
3.3.1 Los aportes de la sociología clásica durkeimiana
Emile Durkheim es el pionero de la noción de representación. Este autor acuñó el concepto de representaciones colectivas para designar de esta forma el fenómeno social a partir del cual se construyen las diversas representaciones individuales. Las primeras son variables y efímeras, en tanto las segundas son universales, impersonales y estables, y corresponden a entidades tales como mitos, religiones y arte, entre otras.
Para Durkheim, las representaciones colectivas son una suerte de producciones mentales sociales, una especie de “ideación colectiva” que las dota de fijación y objetividad.
Por el contrario, frente a la estabilidad de trasmisión y reproducción que caracteriza a las representaciones colectivas, las representaciones individuales serían variables e inestables o, si se prefiere, en tanto que versiones personales de la objetividad colectiva, sujetas a todas las influencias externas e internas que afectan al individuo ( Elejaba-rrieta, 1991:257).
Las representaciones colectivas, según Durkheim se imponen a las personas con una fuerza constrictiva, ya que parecen poseer ante sus ojos, la misma objetividad que las cosas naturales. Por lo tanto, los hechos sociales —por ejemplo, la religión— se consideran independientes y externos a las personas, quienes, en esta concepción, son un reflejo pasivo de la sociedad.
La influencia del positivismo es observable en los postulados de este autor y es precisamente el determinismo sociológico de Durkheim uno de los desacuerdos fundamentales de Moscovici.
Según Moscovici, la sociedad no es algo que se le impone desde fuera al individuo, los hechos sociales no determinan las representaciones como una fuerza externa (social) que hace impacto sobre los individuos que la componen. La sociedad, los individuos y las representaciones son construcciones sociales.
Resumiendo, mientras que las representaciones colectivas, de acuerdo con la concepción clásica de Durkheim, son un término explicativo que designa una clase general de conocimientos y creencias (ciencia, mitos, religión, etc.), desde nuestro punto de vista, son fenómenos ligados con una manera especial de adquirir y comunicar conocimientos, una manera que crea la realidad y el sentido común. Enfatizar esta diferencia fue mi propósito al sustituir el “colectiva” de Durkheim por “social”…
Las representaciones colectivas han cedido el lugar a las representaciones sociales. Vemos fácilmente porqué. De un lado hacía falta tomar en cuenta una diversidad de origen, tanto en los individuos como en los grupos. Del otro lado, era necesario desplazar el acento hacia la comunicación que permite converger sentimientos e individuos, de suerte que algo individual puede devenir social, o viceversa.
Al reconocer que las representaciones son al mismo tiempo generadas y adquiridas, le quitamos ese lado preestablecido, estático que ellas tenían en la visión clásica. Lo que cuenta no son los substratos sino las interacciones. De allí la observación enteramente exacta acerca de que lo que permite calificar de sociales las representaciones, es menos sus soportes individuales o grupales que el hecho de que ellas sean elaboradas en el curso del proceso de intercambios y de interacciones [el resaltado no es del original] (Moscovici, cfr. Banchs, 2000:8-9).
3 . 3 . 2 Lucien Lévy-Bruhl
Los estudios sobre los mitos o formas de pensamiento de las sociedades primitivas, provenientes de la sociología y la antropología, descubrían un tejido de supersticiones y absurdos que eran atribuidos a las limitaciones de las personas y a su incapacidad de razonar como las personas de sociedades “no primitivas”. Lévy-Bruhl revierte esta posición al considerar que no son los actos y pensamiento atomizados los que deben retener nuestra atención, sino el conjunto de creencias y de ideas que tienen una coherencia propia (cfr. Moscovici, 1989).
De esta forma, Lévy-Bruhl, abandona la oposición entre lo individual y lo colectivo e insiste sobre la oposición de mecanismos psicológicos y lógicos en dos tipos de sociedades, la primitiva y la civilizada. Según sus proposiciones teóricas, la primera se orienta hacia lo sobrenatural, la segunda se funda sobre siglos de ejercicios rigurosos de la inteligencia y la reflexión. Esta distinción, permitió a otros teóricos, entre ellos Moscovici, focalizar la atención sobre las estructuras intelectuales y afectivas de las representaciones.
Con las representaciones colectivas, Durkheim revela el elemento simbólico de la vida social. Con Lévy-Bruhl se entra en una segunda fase del estudio de la representación.
El acento se desplaza del adjetivo al sustantivo. En una palabra, la dinámica de la representación cuenta más que su carácter colectivo (Moscovici, 1989) .
3 . 3 . 3 La sicología genética piagetiana
J. Piaget también fue influenciado por Lévy-Bruhl. De la misma manera que éste no consideraba inferior el pensamiento primitivo, aquel postulaba que el pensamiento del niño era esencialmente diferente al de los adultos, pero no inferior. Su aporte, según Moscovici (1989), es que su análisis establece la especificidad de las representaciones en términos psíquicos.
La importancia del lenguaje en los procesos de construcción de la inteligencia son los aportes que en particular rescata Moscovici de la teoría piagetiana. No obstante, Piaget estudió la construcción de la representación desde su desarrollo individual – social y no desde su desarrollo social – grupal. Por esta razón, según Moscovici, sus aportes son insuficientes como criterios para analizar las situaciones sociales globales. En este sentido, algunos estudios sobre la teoría de las R S (López,1999) señalan, como hipótesis, que también los aportes de la sicología sociocultural de Vygotski influyeron en la obra de Moscovici .
3.3.4 El psicoanálisis freudiano
Sigmund Freud, en su obra “Sicología de la masas y análisis del yo” escrita en 1921, anota un aspecto que impactó a Moscovici:
La sicología individual se concreta, ciertamente, al hombre aislado e investiga los caminos por los que él mismo intenta alcanzar la satisfacción de sus instintos, pero sólo muy pocas veces y bajo determinadas condiciones excepcionales le es dado prescindir de las relaciones del individuo con sus semejantes. En la vida anímica individual aparece integrado siempre , efectivamente “el otro”, como modelo, objeto, auxiliar, o adversario, y de este modo, la sicología individual es al mismo tiempo y desde un principio sicología social, en un sentido amplio, pero plenamente justificado (Freud, cfr. López, 1999: 43).
La teoría de las R S no se ocupa del inconsciente, no es esta su preocupación. Sin embargo, el análisis de Freud del ser humano como ser social fue lo que ejerció gran influencia en las reflexiones de Moscovici. Dicha influencia se evidencia en los comentarios del psicoanálisis como objeto de conocimiento y como teoría generadora de explicaciones diversas sobre el sujeto y su mundo social:
Más allá de la figura de ese gran sabio, ciertas palabras —complejo, represión—, ciertos aspectos particulares de la existencia —la infancia, la sexualidad— o de la actividad psíquica —el sueño, los lapsus— cautivaron la imaginación de los hombres y afectaron profundamente su manera de ver. Provistas de esas palabras o apoyándose en esa manera de ver, la mayoría de las personas interpretan lo que les llega, se hacen una opinión sobre su propia conducta o la conducta de su prójimo, y actúan en consecuencia.
Entre las categorías utilizadas en la descripción de las cualidades o la explicación de las intenciones o motivos de una persona o de un grupo, las derivadas del psicoanálisis, sin duda, desempeñan un papel importante. Componen el número de esas teorías implícitas, de esas “teorías profanas” de la personalidad de la que somos portadores y que, a la luz de muchas investigaciones, determinan las impresiones que nos formamos del otro, de sus actitudes en el trato social [el entrecomillado es del original] (Moscovici, 1979: 12).
Cuando Moscovici decide integrar su concepto representación a lo social, es decir, cuando adjetiviza la representación como una representación social está remitiendo a un elemento básico de su teoría: toda representación social contribuye al proceso de formación de las conductas y de orientación de las comunicaciones sociales, elemento que, sin lugar a dudas, retomó de los aportes de Freud.
3.3.5 Los aportes de Fritz Heider
Conocida también como la sicología ingenua (Aroldo, 1987; Morales, 1995; Mugnne, 1990, Elejabarrieta, 1992 y Deutsch y Krauss, 1990; cfr. López, op.cit.), la sicología del sentido común es desarrollada por Fritz Heider.
Heider se proponía descubrir cómo los seres humanos perciben y explican el comportamiento y el de los demás en situaciones de la vida cotidiana. Consideraba importante el conocimiento ordinario— en oposición al pensamiento prevaleciente en su época (1958)— debido a su papel fundamental para comprender y explicar las conductas. Su tesis fundamental es que y construye así una sicología ingenua, muy parecida a lo que es una ciencia. Conceptos importantes derivados de la teoría de Heider son “atribución” y “equilibrio” .
La concepción “heideriana”, ejerció influencia sobre el pensamiento de Moscovici, en particular, en su planteamiento de que las representaciones sociales, implican un pensamiento social cuyo valor está fundado en la vida cotidiana de los sujetos sociales.
Asimismo, las posturas de la sicología común de Heider guardan cercanía con las posturas del interaccionismo simbólico y con los enfoques cualitativos en la investigación que, a su vez, fueron fuente de apoyo teórico en la propuesta de Moscovici.
3.3.6 Berger & Luckmann
Para la formulación de sus propuestas teóricas estos autores parten de un supuesto básico: la realidad se construye en la vida cotidiana y la sociología del conocimiento debe estudiar los procesos por medio de los cuales se genera el conocimiento.
La realidad de la vida cotidiana se me presenta además como un mundo intersubjetivo, un mundo que comparto con otros. Esta intersubjetividad establece una señalada diferencia entre la vida cotidiana y otras realidades de las que tengo conciencia. Estoy sólo en el mundo de mis sueños, pero sé que el mundo de la vida cotidiana es tan real para los otros como lo es para mí. En la realidad, no puedo existir en la vida cotidiana sin interactuar y comunicarme continuamente con otros.
Sé que mi actitud natural para con este mundo corresponde a la actitud natural de otros, que también ellos aceptan las objetivaciones por las cuales este mundo se ordena, que también ellos organizan este mundo en torno de “aquí y ahora” de su estar en él y se proponen actuar en él” [El entrecomillado es del original] ( Berger y Luckmann, 1991:40-41).
Para Elejabarrieta (op.cit.), el trabajo de Berger y Luckmann aporta tres elementos fundamentales a la propuesta teórica de Moscovici:
• El carácter generativo y constructivo que tiene el conocimiento en la vida cotidiana. Es decir, que nuestro conocimiento más que ser reproductor de algo preexistente, es producido de forma inmanente en relación con los objetos sociales que conocemos.
• Que la naturaleza de esa generación y construcción es social, esto es, que pasa por la comunicación y la interacción entre individuos, grupos e instituciones.
• La importancia del lenguaje y la comunicación como mecanismos en los que se transmite y crea la realidad, por una parte, y como marco en que la realidad adquiere sentido, por otra (Elejabarrieta, 1991: 259).
Estos aspectos contribuyeron de manera significativa en la teoría de las R S. Las aproximaciones al conocimiento cotidiano, considerando seriamente el carácter productor más que reproductor de los significados de la vida social es un elemento claramente visible en la teoría.
3.4 El concepto
Son múltiples los conceptos que tratan de definir las representaciones sociales. Ello ocurre porque las R S son fáciles de captar, pero su definición conceptual no comporta la misma facilidad debido a la complejidad de los fenómenos de los que da cuenta.
Por lo anterior se despliegan a continuación diversas propuestas que pretenden evidenciar y, a la vez, aclarar la complejidad del concepto.
Moscovici (1979) define las R S como:
(…) una modalidad particular del conocimiento, cuya función es la elaboración de los comportamientos y la comunicación entre los individuos… La representación es un corpus organizado de conocimientos y una de las actividades psíquicas gracias a las cuales los hombres hacen inteligible la realidad física y social, se integran en un grupo o en una relación cotidiana de intercambios, liberan los poderes de su imaginación (Moscovici, 1979:17-18).
Jodelet (1984), indica que el campo de representación designa al saber de sentido común, cuyos contenidos hacen manifiesta la operación de ciertos procesos generativos y funcionales con carácter social. Por lo tanto, se hace alusión a una forma de pensamiento social.
(las representaciones sociales son)… la manera en que nosotros sujetos sociales, aprehendemos los acontecimientos de la vida diaria, las características de nuestro medio ambiente, las informaciones que en él circulan, a las personas de nuestro entorno próximo o lejano. En pocas palabras el conocimiento “espontáneo”, ingenuo (…) que habitualmente se denomina conocimiento de sentido común o bien pensamiento natural por oposición al pensamiento científico. Este conocimiento se constituye a partir de nuestras experiencias, pero también de las informaciones, conocimientos y modelos de pensamiento que recibimos y transmitimos a través de la tradición, la educación y la comunicación social. De este modo, ese conocimiento es en muchos aspectos un conocimiento socialmente elaborado y compartido. Bajo sus múltiples aspectos intenta dominar esencialmente nuestro entorno, comprender y explicar los hechos e ideas que pueblan nuestro universo de vida o que surgen en él, actuar sobre y con otras personas, situarnos respecto a ellas, responder a las preguntas que nos plantea el mundo, saber lo que significan los descubrimientos de la ciencia y el devenir histórico para la conducta de nuestra vida, etc. [el resaltado en el original] (Jodelet, 1984:473).
Por su parte, Robert Farr ofrece su versión de la noción de representaciones sociales señalando que, desde una perspectiva esquemática, aparecen las representaciones sociales cuando los individuos debaten temas de interés mutuo o cuando existe el eco de los acontecimientos seleccionados como significativos o dignos de interés por quienes tienen el control de los medios de comunicación. Agrega además que las representaciones sociales tienen una doble función: “Hacer que lo extraño resulte familiar y lo invisible perceptible”, ya que lo insólito o lo desconocido son amenazantes cuando no se tiene una categoría para clasificarlos. Parafraseando a Moscovici, Farr señala que las representaciones sociales son:
Sistemas cognoscitivos con una lógica y un lenguaje propios. No representan simplemente “opiniones acerca de”, “imágenes de”, o “actitudes hacia” sino “teorías o ramas del conocimiento” con derechos propios para el descubrimiento y la organización de la realidad. Sistemas de valores, ideas y prácticas con una función doble: primero, establecer un orden que permita a los individuos orientarse en su mundo material y social y dominarlo; segundo, posibilitar la comunicación entre los miembros de una comunidad proporcionándoles un código para el intercambio social y un código para nombrar y clasificar sin ambigüedades los diversos aspectos de su mundo y de su historia individual y grupal ( Farr, 1984: 496).
María Auxiliadora Banchs las define como:
La forma de conocimiento del sentido común propio a las sociedades modernas bombardeadas constantemente de información a través de los medios de comunicación de masas (…) en sus contenidos encontramos sin dificultad la expresión de valores, actitudes, creencias y opiniones, cuya sustancia es regulada por las normas sociales de cada colectividad. Al abordarlas tal cual ellas se manifiestan en el discurso espontáneo, nos resultan de gran utilidad para comprender los significados, los símbolos y formas de interpretación que los seres humanos utilizan en el manejo de los objetos que pueblan su realidad inmediata ( Banchs, 1 9 8 6 : 3 9 ) .
Ivana Marková retoma en su definición la interdependencia entre lo individual y lo social.
La teoría de las representaciones sociales es fundamentalmente una teoría del conocimiento ingenuo. Busca describir cómo los individuos y los grupos construyen un mundo estable y predecible partiendo de una serie de fenómenos diversos y estudia cómo a partir de ahí los sujetos “van más allá” de la información dada y qué lógica utilizan en tales tareas. . .
Son parte de un entorno social simbólico en el que viven las personas. Al mismo tiempo ese entorno se re – construye a través de las actividades de los individuos, sobre todo por medio del lenguaje… Estos dos componentes de las representaciones sociales, lo social y lo individual, son mutuamente interdependientes. Además estos dos elementos son rasgos fundamentales de todos los fenómenos socioculturales institucionalizados, como por ejemplo los idiomas, los paradigmas científicos o las tradiciones.
Si no fuese por las actividades llevadas a cabo por los individuos, el entorno social simbólico no pertenecería a nadie y por consiguiente no existiría como tal [el resaltado es del original] (Marková, 1996: 163).
Es posible encontrar otras exposiciones acerca de lo que son las RS en autores como Di Giacomo (1987) quien resalta su papel práctico en la regulación de los comportamientos intra e intergrupales; y Páez et al (1987) quienes indican que las RS se refieren a:
Las estructuras cognitivo-afectivas que sirven para procesar la información del mundo social, así como para planificar las conductas sociales.
Si bien todo conocimiento es social, al ser una resultante de la socialización, las representaciones sociales, en particular, son las cogniciones o esquemas cognitivos complejos generados por colectividades que permiten la comunicación y que sirven para orientar las interacciones (Páez, et al 1987: 18) .
Doise (cfr. Díaz, 1998) acentúa la conexión entre la representación social y los factores socioestructurales, tales como los estatus socialmente definidos. Este autor resalta, por lo tanto, la relación directa que mantienen las R S con la ubicación social de las personas que las comparten.
Las representaciones sociales constituyen principios generativos de tomas de postura que están ligados a inserciones específicas en un conjunto de relaciones sociales y que organizan los procesos simbólicos implicados en esas relaciones (Doise, cfr. Díaz, 1998: 32).
Como puede observarse, existen diferentes énfasis según sea la posición del autor o la autora. Sin embargo, todas las definiciones guardan en común su referencia a las funciones que cumplen las R S. Es decir, su importancia para la comunicación, la interacción y la cohesión de los grupos sociales.
Es importante recordar, por último, la noción de construcción social de la realidad implicada en la conceptualización de las R S. En este sentido, es significativa la definición proporcionada por Tomás Ibáñez (op.cit.).
“La representación social es, a la vez, pensamiento constituido y pensamiento constituyente. En tanto que pensamiento constituido, las representaciones sociales se transforman efectivamente en productos que intervienen en la vida social como estructuras preformadas a partir de las cuales se interpreta, por ejemplo, la realidad. Estos productos reflejan en su contenido sus propias condiciones de producción, y es así como nos informan sobre los rasgos de la sociedad en las que se han formado. En tanto que pensamiento constituyente, las representaciones no solo reflejan la realidad sino que intervienen en su elaboración… La representación social constituye en parte el objeto que representa. No es el reflejo interior, es decir, situado en la cabeza de los sujetos, de una realidad exterior, sino que es un factor constitutivo de la propia realidad…La representación social es un proceso de construcción de la realidad y debemos entender esta afirmación en un doble sentido: primero , en el sentido de que las representaciones sociales forman parte de la realidad social, contribuyen pues a configurarla y, como parte sustancial de la realidad, producen en ella una serie de efectos específicos. Segundo, en el sentido de que las representaciones sociales contribuyen a construir el objeto del cual son una representación. Es porque la representación social construye en parte su objeto por lo cual este objeto es, en parte, realmente tal y como aparece a través de su representación social [El resaltado es del original] (Ibáñez, 1988: 37).
En resumen, las representaciones sociales son “filosofías” surgidas en el pensamiento social que tienen vida propia. Las personas, al nacer dentro de un entorno social simbólico lo dan por supuesto de manera semejante como lo hacen con su entorno natural y físico. Igual que las montañas y los mares, los lenguajes, las instituciones sociales y las tradiciones forman un panorama del mundo en que viven las personas, por tanto, ese entorno social simbólico existe para las personas como su realidad ontológica, o como algo que tan solo se cuestiona bajo circunstancias concretas.
Sin embargo, las personas también son agentes. Tienen maneras específicas de comprender, comunicar y actuar sobre sus realidades ontológicas. Una vez que comprometen su pensamiento, las personas ya no reproducen su entorno social simbólico de manera habitual y automática sino que lo incorporan a su esquema cognitivo. En otras palabras, no solo reproducen sus realidades ontológicas sino que se comprometen en procesos epistemológicos y como resultado de ello cambian sus realidades ontológicas al actuar sobre ellas (Marková, op.cit.).
3.4.1 El alcance de lo social
Según Moscovici (1979) para calificar de social a una representación es necesario poner el acento en la función, más que en el agente que la produce.
Así, lo social de una representación proviene de su contribución al proceso de formación de las conductas y de orientación de las comunicaciones sociales.
Las representaciones son sociales en la medida en que facilitan, a su vez, la producción de ciertos procesos claramente sociales. Las comunicaciones sociales, por ejemplo, serían difícilmente posibles si no se desenvolvieran en el contexto de una serie, suficientemente amplia, de representaciones compartidas. En la medida en que crean una visión compartida de la realidad y un marco referencial común, las representaciones sociales posibilitan, entre otros muchos procesos sociales, el proceso de las conversaciones cotidianas.
En este sentido, las conversaciones se pueden definir como el lugar donde las personas, provistas de unos esquemas interpretativos socialmente adquiridos, construyen y negocian el sentido de la interacción (Criado, 1991).
Lo colectivo impregna también un carácter social a las representaciones. Es decir, son sociales porque son compartidas por conjuntos más o menos amplios de personas. No obstante, no es porque cierta característica es compartida por diversas personas, grupos, o entidades de más amplio abasto, que una propiedad es social. Lo social es una propiedad que se imprime en determinados objetos con base en la naturaleza de la relación que se establece con ellos, y es precisamente la naturaleza de esa relación la que es definitoria de lo social.
Veámoslo con un ejemplo: el agua de los ríos, el agua bendita y el agua para beber. La segunda por la implicación simbólica que tiene para los y las actoras sociales, y la tercera por la relación vitalmente relevante que se establece con ella, pueden considerarse objeto social, mientras que el agua de los ríos —a excepción de que provoque un desastre social— puede considerarse como algo irrelevante y sin entidad social (Wagner y Elejabarrieta, 1998).
Lo social en las RS no se polariza ni hacia lo micro ni hacia lo macro: existe una determinación social central (macro) y otra, social lateral (micro) de las representaciones (Moscovoci, 1979). La primera se refiere a la cultura global de la sociedad en la que se insertan los grupos, los actores y las actoras sociales y la segunda al grupo en particular en el cual se insertan las personas.
Estas dos formas de determinación social no tienen un sentido unidireccional: las personas se constituyen y constituyen sus RS y en forma paralela también constituyen un mundo social y construyen y reconstruyen permanentemente su propia realidad social y su propia identidad social.
Todos estamos insertos en una sociedad con una historia y un fondo de conocimiento culturales, pero todos estamos insertos en una parcela de esa sociedad. Es decir, en grupos que manejan una ideología y poseen normas, valores e intereses comunes que de alguna manera los distinguen como grupos de otros sectores sociales. A su vez, esos grupos están compuestos de individuos, hombres y mujeres que en el proceso de socialización primaria y secundaria van construyendo una historia impregnada de emociones, afectos, símbolos, reminiscencias personales, procesos motivacionales, pulsiones, contenidos conscientes e inconscientes, manifiestos y latentes (Banchs, 1991: 13).
El papel, por último, que desempeñan las representaciones en la configuración de los grupos sociales, y especialmente en la conformación de su identidad, las instituyen como fenómenos sociales. Si bien no se puede afirmar que un grupo es tal por el hecho de compartir determinadas representaciones sociales, sí es evidente que, en ocasiones, la denominada cultura grupal define intensamente al grupo y está vinculada no sólo con una memoria y con un lenguaje compartidos, sino también con representaciones comunes.
En resumen, las representaciones son sociales por:
• Las condiciones de producción en que emergen (medios de comunicación, interacción cara a cara, comunicación, lenguaje).
• Las condiciones de circulación de las RS (intercambio de saberes y ubicación de las personas en grupos naturales y de los grupos sociales naturales en contextos sociales particulares dentro de una estructura social).
• Las funciones sociales: construcción social de la realidad en el intercambio social, desarrollo de una identidad personal y social, búsqueda de sentidos o construcción del conocimiento del sentido común.

3.5 Formación de las representaciones sociales
Las R S se construyen a partir de una serie de materiales de muy diversas procedencias:
• El fondo cultural acumulado en la sociedad a lo largo de su historia. Dicho fondo está constituido por las creencias ampliamente compartidas, los valores considerados como básicos y las referencias históricas y culturales que conforman la memoria colectiva y la identidad de la propia sociedad. Todo ello se materializa en las diversas instituciones sociales, por ejemplo en la lengua y en general en todos los objetos materiales. De acuerdo con Ibáñez (op.cit.), las fuentes de determinación de las R S se encuentran en el conjunto de condiciones económicas, sociales e históricas que caracterizan a una sociedad determinada y en el sistema de creencias y de valores que circulan en su seno.
• Los mecanismos de anclaje y objetivación. Ambos son mecanismos que provienen de la propia dinámica de las representaciones sociales. El primero de ellos concierne a la forma en que los saberes y las ideas acerca de determinados objetos entran a formar parte de las R S de dichos objetos mediante una serie de transformaciones específicas. El segundo da cuenta de cómo inciden las estructuras sociales sobre la formación de las representaciones sociales, y de cómo intervienen los esquemas ya constituidos en la elaboración de nuevas representaciones .
• El conjunto de prácticas sociales que se encuentran relacionadas con las diversas modalidades de la comunicación social. Es, en efecto, en los procesos de comunicación social donde se origina principalmente la construcción de las R S. En este sentido, los medios de comunicación de masas tienen un peso preponderante para transmitir valores, conocimientos, creencias y modelos de conductas. Tanto los medios que tienen un alcance general, la televisión o los que se dirigen a categorías sociales específicas como las revistas de divulgación científica, por ejemplo, desempeñan un papel fundamental en la conformación de la visión de la realidad que tienen las personas sometidas a su influencia. La comunicación interpersonal y en particular la de las innumerables conversaciones en las que participa toda persona durante el transcurso de un día cualquiera de su vida cotidiana, es otra modalidad de la comunicación social cuya influencia es igualmente significativa.
Es importante recordar que la inserción social o la ubicación de las personas en la estructura social, no solo interviene para la exposición selectiva de distintos contenidos conversacionales, sino que ejerce también una influencia sobre el tipo de experiencia personal que se establece con relación al objeto de la representación. Esta experiencia, variable según las distintas ubicaciones sociales, condiciona la relación con el objeto así como la naturaleza del conocimiento que se alcanza sobre él.
Todos estos elementos contribuyen a la configuración de la representación social, entrelazando sus efectos con los que provienen de las comunicaciones sociales.
3 . 5 . 1 La objetivación
El amor, la amistad, la educación, son entre otras, muchas de las cosas de las que no se tiene una realidad concreta y, sin embargo, en forma consuetudinaria las personas las incluyen en sus comentarios de manera concreta y tangible. Esta concretización de lo abstracto se lleva a cabo por el proceso de objetivación por lo que dicho proceso es fundamental en el conocimiento social.
El análisis del proceso de objetivación no es exclusivo del campo de las representaciones sociales, sino que también se ha desarrollado en la sociología del conocimiento ( Berger y Luckmann, op.cit.); en lingüística (Lakoff y Johnson, 1995) o en la cognición social (Zinder y Swann cfr. Wagner y Elejabarrieta, op.cit.).
En la teoría de las representaciones sociales, el proceso de objetivación se refiere a la transformación de conceptos abstractos extraños en experiencias o materializaciones concretas. Por medio de él lo invisible se convierte en perceptible.
Este proceso implica a su vez tres fases (Jodelet, 1984):
• La construcción selectiva: es decir, la retención selectiva de elementos que después son libremente organizados. Dicha selección se da junto a un proceso de descontextualización del discurso y se realiza en función de criterios culturales y normativos.
Se retiene solo aquello que concuerda con el sistema ambiente de valores. De ahí que las informaciones con igual contenido, sean procesadas diferencialmente por las personas.
• El esquema figurativo: el discurso se estructura y objetiviza en un esquema figurativo de pensamiento, sintético, condensado, simple, concreto, formado con imágenes vividas y claras, es decir, las ideas abstractas se convierten en formas icónicas.
Estas imágenes estructuradas es lo que Moscovici (1979, 1981,1984 a, b) ha denominado núcleo figurativo, o sea, una imagen nuclear concentrada, con forma gráfica y coherente que captura la esencia del concepto, teoría o idea que se trate de objetivar. Esta simplificación en la imagen es lo que le permite a las personas conversar y también comprender de forma más sencilla las cosas, a los demás y a ellas mismas y a través de su uso, en diferentes circunstancias, se convierte en un hecho natural.
Wagner y Elejabarrieta (op.cit.) ilustran el núcleo figurativo con la expresión bíblica: “Y Dios creo al hombre a su imagen y semejanza”. Esta expresión no es solo una explicación religiosa sobre el origen del hombre, sino también una forma que permite disponer de una imagen de Dios, materializar la entidad abstracta en una figura concreta. A ello, debo agregar que con dicha expresión el rostro femenino de Dios es de difícil representación para sus creyentes, quienes en esencia vinculan su representación con un hombre.
• La naturalización: la transformación de un concepto en una imagen pierde su carácter simbólico arbitrario y se convierte en una realidad con existencia autónoma.
La distancia que separa lo representado del objeto desaparece de modo que las imágenes sustituyen la realidad. Lo que se percibe no son ya las informaciones sobre los objetos, sino la imagen que reemplaza y extiende de forma natural lo percibido.
Sustituyendo conceptos abstractos por imágenes, se reconstruyen esos objetos, se les aplican figuras que parecen naturales para aprehenderlos, explicarlos y vivir con ellos, y son esas imágenes, las que finalmente constituyen la realidad cotidiana.
3 . 5 . 2 El anclaje
El proceso de anclaje, al igual que el proceso de objetivación, permite transformar lo que es extraño en familiar. Sin embargo, este proceso actúa en una dirección diferente al de objetivación. Si lo propio de la objetivación es reducir la incertidumbre ante los objetos operando una transformación simbólica e imaginaria sobre ellos, el proceso de anclaje permite incorporar lo extraño en lo que crea problemas, en una red de categorías y significaciones por medio de dos modalidades:
• Inserción del objeto de representación en un marco de referencia conocido y preexistente.
• Instrumentalización social del objeto representado o sea la inserción de las representaciones en la dinámica social, haciéndolas instrumentos útiles de comunicación y comprensión.
Si bien el proceso de anclaje permite afrontar las innovaciones o el contacto con objetos que no son familiares para las personas, hay que advertir que las innovaciones no son tratadas por igual por todos los grupos sociales, lo cual evidencia el enraizamiento social de las representaciones y su dependencia de las diversas inserciones sociales.
En efecto, los intereses y los valores propios de los diversos grupos actúan con fuerza sobre los mecanismos de selección de la información, abriendo más o menos los esquemas establecidos para que la innovación pueda ser integrada. Si el nuevo objeto que ha aparecido en el campo social es susceptible de favorecer los intereses del grupo, este se mostrará mucho más receptivo.
En definitiva, la integración cognitiva de las innovaciones está condicionada tanto por los esquemas de pensamiento ya constituidos como por la posición social de las personas y de los grupos.
El proceso de anclaje, a su vez, se descompone en varias modalidades que permiten comprender:
• Cómo se confiere significado al objeto representado, con relación al sentido que se le otorga a la representación.
• Cómo se utiliza la representación en tanto sistema de interpretación del mundo social y marco e instrumento de conducta. Esta modalidad permite comprender cómo los elementos de la representación no sólo expresan relaciones sociales, sino que también contribuyen a constituirlas (Jodelet, 1984:486).
• Cómo opera su integración dentro de un sistema de recepción y la conversión de los elementos de este último relacionados con la representación. Los sujetos se comportan según las representaciones; los sistemas de interpretación proporcionados por la representación guían la conducta.
Actuando conjuntamente y por su función integradora, el anclaje y la objetivación sirven para guiar los comportamientos. La representación objetivizada, naturalizada y anclada, es utilizada para interpretar, orientar y justificar los comportamientos.
3.6 Funciones de las representaciones sociales
Sandoval (1997) señala que las R S tienen cuatro funciones:
• La comprensión, función que posibilita pensar el mundo y sus relaciones.
• La valoración, que permite calificar o enjuiciar hechos.
• La comunicación, a partir de la cual las personas interactúan mediante la creación y recreación de las representaciones sociales.
• La actuación, que está condicionada por las representaciones sociales.
Los intercambios verbales de la vida cotidiana exigen algo más que la utilización de un mismo código lingüístico. Exigen que se comparta un mismo trasfondo de representaciones sociales, aunque sea para expresar posturas contrapuestas. Este trasfondo común suple el estricto rigor discursivo que es necesario para transmitir sin ambigüedades los significados adecuados, rigor que es obviamente imposible mantener en las improvisaciones espontáneas de la vida cotidiana.
Es así como a partir de las representaciones sociales, las personas producen los significados que se requieren para comprender, evaluar, comunicar y actuar en el mundo social.
3. 7 Sus condiciones de emergencia
Según Moscovici (1979), las R S emergen determinadas por las condiciones en que son pensadas y constituidas, teniendo como denominador el hecho de surgir en momentos de crisis y conflictos. De manera convergente, Tajfel (cfr. www.geocities.com 1999) propone que las representaciones sociales responden a tres necesidades: a ) clasificar y comprender acontecimientos complejos y dolorosos; b ) justificar acciones planeadas o cometidas contra otros grupos; y c ) para diferenciar un grupo respecto de los demás existentes, en momentos en que pareciera desvanecerse esa distinción. En suma, causalidad, justificación y diferenciación social.
Moscovici (1979) infiere tres condiciones de emergencia: la dispersión de la información, la focalización del sujeto individual y colectivo y la presión a la inferencia del objeto socialmente definido.
• Dispersión de la información. Según Moscovici, la información que se tiene nunca es suficiente y por lo regular está desorganizada. En este sentido, los datos de que disponen la mayor parte de las personas para responder a una pregunta, para formar una idea a propósito de un objeto preciso son, generalmente a la vez, insuficientes y superabundantes. Es decir, nunca se posee toda la información necesaria o existente acerca de un objeto social que resulte relevante.
• Focalización. Una persona o una colectividad se focalizan porque están implicadas en la interacción social como hechos que conmueven los juicios o las opiniones.
Aparecen como fenómenos a los que se debe mirar detenidamente.
Para Banchs (1988, 1990) y Herzlich (1975) la focalización es señalada en términos de implicación o atractivo social de acuerdo con los intereses particulares que se mueven dentro de la persona inscrita en los grupos de pertenencia. La focalización será diversa y casi siempre excluyente.
•Presión a la inferencia. Socialmente se da una presión que reclama opiniones, posturas y acciones acerca de los hechos que están focalizados por el interés público.
Esto significa que la vida cotidiana, las circunstancias y las relaciones sociales exigen del individuo o del grupo social que sean capaces, en todo momento, de estar en situación de responder.
Las exigencias grupales para el conocimiento de determinado evento u objeto se incrementan a medida que su relevancia crece. El propósito fundamental es entonces no quedar excluido/a del ámbito de las conversaciones, sino poder realizar inferencias rápidas, opiniones al respecto y un discurso más o menos desarrollado.
Estas tres condiciones de emergencia —dispersión de la información, grado de focalización y presión a la inferencia— constituyen la base que permite la aparición del proceso de formación de una representación social y, en mayor o menor grado, al conjugarse hacen posible la génesis del esquema de la representación.
3.8 Sus dimensiones
Las R S como forma de conocimiento aluden a un proceso y a un contenido.
En tanto proceso las R S refieren a una forma particular de adquirir y comunicar conocimientos.
Como contenido, a una forma particular de conocimiento, que constituye un universo de creencias en el que se distinguen tres dimensiones: la actitud, la información y el campo de representación (Moscovici, 1979).
3.8.1 La actitud
Consiste en una estructura particular de la orientación en la conducta de las personas, cuya función es dinamizar y regular su acción. Es la orientación global positiva o negativa, favorable o desfavorable de una representación. Su identificación en el discurso no ofrece dificultades ya que las categorías lingüísticas contienen un valor, un significado que por consenso social se reconoce como positivo o negativo, por tanto, es la más evidente de las tres dimensiones.
La actitud expresa el aspecto más afectivo de la representación, por ser la reacción emocional acerca del objeto o del hecho. Es el elemento más primitivo y resistente de las representaciones y se halla siempre presente aunque los otros elementos no estén. Es decir, una persona o un grupo puede tener una reacción emocional sin necesidad de tener mayor información sobre un hecho en particular.
La concepción unidireccional de las actitudes considera que ellas se componen básicamente de un elemento afectivo. La concepción bidimensional añade al anterior, el elemento cognoscitivo. Finalmente, un punto de vista tridimensional la complementa con una tendencia comportamental.
Es esta última visión sobre la actitud la que más se aproxima al concepto de R S. Sin embargo, el origen del término actitud es eminentemente psicológico y aunque se usa en el campo social, no ofrece la estructura dinámica que tiene el de representación. Se puede decir entonces que las R S contienen a las actitudes y no a la inversa, ya que aquellas van más allá del abordaje tradicional de las actitudes y acercan mucho más el concepto al campo social.
3.8.2 La información
Concierne a la organización de los conocimientos que tiene una persona o grupo sobre un objeto o situación social determinada. Se puede distinguir la cantidad de información que se posee y su calidad, en especial, su carácter más o menos estereotipado o prejuiciado, el cual revela la presencia de la actitud en la información. Esta dimensión conduce, necesariamente, a la riqueza de datos o explicaciones que sobre la realidad se forman las personas en sus relaciones cotidianas. Sin embargo, hay que considerar que las pertenencias grupales y las ubicaciones sociales mediatizan la cantidad y la precisión de la información disponible.
El origen de la información es, asimismo, un elemento a considerar pues la información que surge de un contacto directo con el objeto, y de las prácticas que una persona desarrolla en relación con él, tiene unas propiedades bastante diferentes de las que presenta la información recogida por medio de la comunicación social.
3.8.3 El campo de representación
Refiere a la ordenación y a la jerarquización de los elementos que configuran el contenido de la R S. Se trata concretamente del tipo de organización interna que adoptan esos elementos cuando quedan integrados en la representación.
En suma, constituye el conjunto de actitudes, opiniones, imágenes, creencias, vivencias y valores presentes en una misma representación social.
El campo de representación se organiza en torno al esquema figurativo o núcleo figurativo que es construido en el proceso de objetivación. Este esquema o núcleo no sólo constituye la parte más sólida y más estable de la representación, sino que ejerce una función organizadora para el conjunto de la representación pues es él quien confiere su peso y su significado a todos los demás elementos que están presentes en el campo de la representación.
La teoría del esquema figurativo tiene importantes implicaciones para el cambio social.
En efecto, las actuaciones tendientes a modificar una representación social no tendrán éxito si no se dirigen prioritariamente a la modificación del esquema puesto que de él depende el significado global de la representación.
En síntesis, conocer o establecer una representación social implica determinar qué se sabe (información), qué se cree, cómo se interpreta (campo de la representación) y qué se hace o cómo se actúa (actitud). Estas tres dimensiones, halladas por Moscovici, forman un conjunto que tan sólo puede escindirse para satisfacer las exigencias propias del análisis conceptual.
No cabe duda que el campo de representación constituye la dimensión más interesante y más original y quizás la más difícil de captar. Es importante, por lo tanto, tener claridad —dado que las tres dimensiones refieren al análisis de contenido de los discursos— que el campo de una representación es una dimensión que debe analizarse en función de la totalidad del discurso y no sólo en un párrafo o en una frase (Banchs,1986).
Por ejemplo, puede ser que la R S de un objeto carezca de campo, debido a que el discurso de la persona se expresa a través de elementos dispersos que carecen de organización y en los cuales se observa que la representación no está aún estructurada.
Para ilustrar lo anterior se exponen los extractos de dos entrevistas cuyo objetivo era conocer las representaciones del feminismo. Las respuestas que se consignan se produjeron ante la pregunta ¿Qué es el feminismo?
R e s p u e s t a 1: el feminismo… no sé… una mujer que tiene que estar preparada tanto para la sociedad como para el matrimonio ( ¿ Y cómo es eso?) La sociedad debe prepararse para la vida, la vida es muy difícil.
Respuesta 2: Yo pienso que el feminismo es una corriente organizada en el mundo de hoy y sus organizaciones se van extendiendo a muchos países desarrollados y no desarrollados; que tienen planteamientos muy interesantes porque reivindican el papel de la mujer en cuanto a su papel en la sociedad en los distintos niveles, pues, en el mismo nivel de igualdad que los hombres.
En la 1: Esta respuesta textual de una entrevistada comienza con una frase que refleja una idea lejana de lo que es el feminismo. Cuando la entrevistadora le pide precisar información, la sujeto se extiende en un discurso que se aleja del concepto de feminismo, para luego volver a referirse a ideas que se relacionan con la realidad de ese objeto de representación.
En este caso no existe campo o una estructura en la representación, sin embargo se habla de una representación porque la persona puede expresarse sobre el feminismo con idas y venidas en su discurso alejándose del objeto. En los casos en que las entrevistadas respondieron que el feminismo era “ser femenina” o “tiene que ver con lo afeminado”, no existe representación del objeto. En la respuesta 2, observamos el campo estructurado de la representación (Banchs, 1986: 33-34).
3.9 Conceptos afines
Las R S no son las únicas producciones mentales que tienen un origen social. Otras modalidades del pensamiento surgen también del trasfondo cultural acumulado a lo largo de la historia. Tampoco son las únicas que se forman con base en instancias sociales estructuralmente definidas y que tienen un modo de existencia social.
Las R S, por último, no tienen la exclusiva de desempeñar funciones sociales específicas.
Otras producciones mentales de tipo social cumplen también funciones pragmático-sociales, orientando la interpretación-construcción de la realidad y guiando tanto las conductas como las relaciones sociales. Las ideologías son algunas de las modalidades de pensamiento social que reúnen, al igual que las R S, estas características.
3 . 9 . 1 Las ideologías
La estrecha relación conceptual que une a las R S y a las ideologías ha hecho que algunos autores (Robert y Faugeron, cfr. Ibáñez, op.cit.) afirmen que las R S no son sino la manifestación concreta y objetivada de las ideologías que las engendran. Según este punto de vista, las R S constituyen la forma concreta en que se manifiestan las ideologías cuando éstas se encaran con un objeto social específico.
Moscovici, que coincide en este particular con Althusser, considera que las R S y las ideologías se encuentran en una relación de inclusión. Una ideología es, en esta perspectiva, el sistema constituido por un conjunto de representaciones sociales y la relación entre ambas pertenece por lo tanto al tipo de relación que une a las partes con el todo.
De acuerdo con Ibáñez, (op.cit.) en la primera versión se reconoce la importancia de las R S, pero se les sitúa en una relación de dependencia con respecto a las ideologías, lo cual minimiza el concepto de R S pues su interés sería el de facilitar el acceso a las ideologías implícitas. En la versión de Moscovici, sin embargo, se anula la utilidad del concepto de ideología, la cual se ve reducida a un concepto englobador, que se queda vacío si se le restaran las representaciones sociales.
Una perspectiva que no reduce un concepto a otro y que trata de mantener la potencia explicativa de ambos conceptos es la enunciada por Ibáñez (op.cit.). Para este autor, las R S se refieren siempre a un objeto particular y pueden ser asignadas a agentes sociales específicos. Es decir, las R S son siempre representaciones de algo y de alguien y siempre son construidas por grupos o personas, lo cual excluye la existencia de representaciones sociales genéricas y socialmente indiferenciadas en cuanto a sus portadores.
En oposición con estas características, la ideología sí tiene un carácter de generalidad que la asimila a un código interpretativo o a un dispositivo generador de juicios, percepción, actitudes, sobre objetos específicos, pero sin que el propio código esté anclado en un objeto particular sino que atraviesa todos los objetos, además de que no es atribuible a un agente particular.
No obstante, se puede afirmar que la ideología —al igual que las conversaciones, las vivencias, la ubicación de las personas en la estructura social—, es una de las condiciones de producción de las R S. Es decir, la ideología es uno de los elementos de causalidad que interviene en la génesis de las R S, pero esta relación de causalidad es de tipo circular, puesto que las R S pueden modificar a su vez los elementos ideológicos que han contribuido a su propia formación.
En definitiva las ideologías y las representaciones sociales son objetos distintos pero estrechamente vinculados entre sí por relaciones de causalidad de tipo circular.
El estudio de cada uno de estos dos fenómenos es relevante para la comprensión del otro…(y) nos informa sobre la ideología que subyace a la representación social. Es preciso estudiar las representaciones sociales para esclarecer los fenómenos ideológicos (Ibáñez, 1988: 60).
Existen otros conceptos de menos alcance que el de ideología y aunque no son formas del pensamiento social en el pleno sentido de la expresión, mantienen una proximidad con las RS, por lo que es necesario precisar sus puntos de similitud y de diferenciación.
3 . 9 . 2 Las crencias
Según Rokeach (cfr. Gallego, 1991:297) las creencias son proposiciones simples, conscientes o inconscientes, inferidas de lo que las personas dicen o hacen, capaces de ser precedidas por la frase: “Yo creo que…”
El contenido de una creencia puede: a ) describir el objeto de la creencia como verdadero o falso, correcto o incorrecto; b ) evaluarlo como bueno o malo o, c) propugnar un cierto curso de acción o un cierto estado de existencia como indeseable. Entre creencia y actuación existe una relación, pero no como causa-efecto, sino como tendencia, predisposición o prescripción, en el sentido de orientación o norma para la acción.
Si bien no es común que creencia y R S se confundan, el concepto de creencia es uno de los elementos que conforman el campo de representación, sin que ello signifique que los estudios sobre las creencias sean estudios de R S.
3 . 9 . 3 La percepción
La percepción y R S aluden a la categorización de personas u objetos por lo que ambos conceptos se tienden a confundir. Sin embargo los estudios de percepción social se centran en los mecanismos de respuestas sociales y de procesamiento de la información y los de R S en los modos de conocimiento y los procesos simbólicos en su relación con la visión de mundo y la actuación social de los seres humanos (Gilly cfr. Banchs, 1986).
3 . 9 . 4 Los estereotipos
Los estereotipos son categorías de atributos específicos a un grupo que se caracterizan por su rigidez. En este sentido son más dinámicas las R S pues éstas se modifican constantemente en la interacción diaria de las personas. Asimismo la R S se diferencia de los estereotipos por su función: los estereotipos son el primer paso en el origen de una representación; cuando se obtiene información de algo o de alguien se adscribe en el grupo o situación a las cuales ese grupo o situación pertenece, o sea los estereotipos cumplen una función de “economía psíquica” en el proceso de categorización social.
3 . 9 . 5 La actitud
Una de las principales diferencias entre el concepto de actitud y el concepto de R S estriba en que la actitud se sitúa exclusivamente en el polo de las respuestas. El concepto de actitud implica la existencia de un estímulo “ya constituido” hacia el cual se reacciona según el tipo de disposición interna que se haya construido hacia él. Por el contrario, la R S se sitúa en ambos polos o, mejor dicho, entrelaza la respuesta y el estímulo de forma indisociable (Ibáñez, op.cit.).
La respuesta que las personas dan ante un objeto determinado está prefigurada ya en la forma en que construyen ese objeto. El estímulo provoca efectivamente un cierto tipo de respuesta, pero se construye el estímulo con base en las respuestas que las personas son susceptibles de dar. Las R S actúan simultáneamente sobre el estímulo y sobre la respuesta. En otras palabras, la actitud determina, orienta la respuesta frente a cierto estímulo; la R S constituye el estímulo y la respuesta que se da.
La disposición a responder de cierta forma no se adquiere, por lo tanto, como un fenómeno separado de la elaboración del estímulo.
3 . 9 . 6 La opinión
Según Moscovici (1979), la opinión es una fórmula socialmente valorizada a la que las personas se adhieren y, por otra parte, una toma de posición acerca de un problema controvertido de la sociedad o de objetos sociales cuyo interés es compartido por el grupo.
La opinión propicia la utilización de conceptos; no obstante, ella no es el origen de tales conceptos porque los significados que los originan provienen de las R S que se confrontan en el contexto de la comunicación y la divergencia (Rodríguez, 1997). Es decir, la diferencia entre la opinión y la R S es que esta última informa del contexto, de los criterios de juicio y de los conceptos subyacentes en la opinión, mientras que la opinión solo informa sobre la reacción de las personas hacia los objetos dados desde afuera independientemente de los y las actoras sociales.
Los estudios de opinión se refieren a la toma de posición frente a cuestiones sociales de relevancia. En cambio, el estudio de las R S considera las relaciones y las interacciones sociales, pues son ellas las que generan los cambios de opinión de las personas frente a circunstancias distintas: personas, lugares, situaciones.
3 . 9 . 7 La imagen
La imagen es el concepto que más se utiliza como sinónimo de R S.
Tanto la imagen como la representación social hacen referencia a ciertos contenidos mentales fenomenológicos que se asocian con determinados objetos, supuestamente reales.
La imagen, sin embargo, es una reproducción pasiva de un exterior en un interior. Esto equivale a decir que la imagen se construye esencialmente como reproducción mental de un objeto exterior y se relaciona básicamente con los mecanismos perceptivos.
La RS, lejos de constituir una reproducción especular de cierto objeto exterior, consiste en un proceso de construcción mental de un objeto cuya existencia depende en parte del propio proceso de representación. Es decir, aunque la representación alude a imágenes y figuras, la representación es algo más que un puro reflejo del mundo exterior por el marcaje social que contiene y por la función que cumple en la interacción social (Ibáñez, op.cit.).
Reproducir y producir pertenecen a distintos ámbitos y denotan la distancia entre ambos conceptos. Si bien, al igual que ocurre con el concepto de actitud, la R S integra el concepto de imagen en su propia formulación; es necesario insistir que cuando se habla de R S se parte de que no hay un corte entre el universo exterior y el universo de las personas o de los grupos y de que, en el fondo, el sujeto y el objeto no son heterogéneos en su campo común. El objeto está inscrito en un contexto activo, móvil, puesto que, en parte, fue concebido por la persona o la colectividad como prolongación de su comportamiento y solo existe para ellas en función de los medios y los métodos que permiten conocerlo.
Los conceptos de imagen, de opinión y de actitud no tienen en cuenta esas vinculaciones, ni la apertura que las acompaña. Se considera a los grupos en forma estática, no por lo que crean y lo que comunican, sino porque utilizan una información que circula en la sociedad.
En resumen, las R S son conjuntos dinámicos, su característica es la producción de comportamientos y de relaciones con el medio, en una acción que modifica a ambos y no una reproducción de esos comportamientos, o de estas relaciones, ni una reacción a un estímulo exterior dado (Moscovici, 1979:31).
IV. ¿Cómo se estudian las representaciones sociales?
La metodología de recolección de las R S es un aspecto clave para determinar el valor de los estudios sobre representación. Es posible hacer estudios sobre opinión, actitudes o creencias, entre otros, pero éstos no constituyen estudios de representación social, aunque dichos tópicos sean constitutivos de las R S.
No es discutible que la elección de la metodología (tanto de recolección como de análisis) está (o debería estar) en estrecha vinculación con los supuestos epistemológicos y ontológicos de la investigación —y del investigador o investigadora—.
De ahí que la primera cuestión a resolver para estudiar la representación social de un objeto sea tener claridad sobre estos supuestos, recordando, no obstante, que la opción por la teoría de las R S ya contiene una posición epistemológica.
4.1 Las escuelas
De acuerdo con Pereira de Sá (1998) existen tres líneas de investigación de las R S que se han ido perfilando a través del tiempo:
• Escuela clásica: desarrollada por Denise Jodelet en estrecha cercanía con la propuesta de Serge Moscovici. El énfasis está más en el aspecto constituyente que en el aspecto constituido de las representaciones. Metodológicamente recurre, por excelencia, al uso de técnicas cualitativas, en especial las entrevistas en profundidad y el análisis de contenido.
• Escuela de Aix-en- Provence: esta escuela es desarrollada desde 1976 por Jean Claude Abric y está centrada en los procesos cognitivos. Se le conoce como el enfoque estructural de las R S. Por excelencia recurre a las técnicas experimentales.
• Escuela de Ginebra. El máximo exponente es Willen Doise. Es conocida como la escuela sociológica pues se centra en las condiciones de producción y circulación de las R S.
Las dos primeras escuelas o líneas de investigación evidencian los dos enfoques en que han sido abordadas las R S: el procesual y el estructural.
Para la comprensión de estos dos enfoques es preciso recordar que las R S son pensamiento constituyente y a la vez pensamiento constituido. Es decir, al ser parte de la realidad social, la R S contribuye a su configuración y producen en ella una serie de efectos específicos. Pero también, las R S contribuyen a construir el objeto del cual son una representación, por lo que este objeto es, en parte, realmente tal y como aparece a través de su representación social (Ibáñez, op.cit).
Aunque ambos enfoques significan una manera diferente de apropiarse de la teoría esta separación tiene una connotación heurística y de ninguna manera debe conducir a una falsa dicotomía entre ellos. Sin embargo, se puede afirmar que el aspecto constituyente del pensamiento son los procesos y el constituido son los productos o contenidos.
El enfoque que se centra en el primer aspecto es el procesual y el estructural se centra en el segundo aspecto.
El enfoque procesual descansa en postulados cualitativos y privilegia el análisis de lo social, de la cultura y de las interacciones sociales, en general. El estructural, privilegia el funcionamiento cognitivo y el del aparato psíquico y para ello recurre a los postulados que se derivan del método experimental así como a sofisticados análisis multivariados.
La discusión en torno a estos dos pensamientos es análoga a la discusión acerca de la investigación cualitativa y la cuantitativa (Spink, 1999), pues no se trata de definir qué métodos tienen más posibilidades de traducir las cosas como de hecho “son”, pues desde la metodología cualitativa como de la cuantitativa se producen versiones sobre el mundo que no son “puras”. Es decir, ninguna de las dos escapa al carácter “construido” de los conocimientos y en ninguna se está en condiciones de asegurar que el conocimiento producido es, esencialmente, producto de un contacto “exitoso” con la “realidad” (Araya, 2001).
La afiliación a un método no garantiza per se la superación de los sesgos investigativos o la incorporación del punto de vista de los y las actoras sociales. Las posibles distorsiones investigativas de las que constantemente son acusados los métodos cuantitativos (manipulación de la realidad, por ejemplo) podrían estar presentes también en la investigación cualitativa.
De igual manera, no se puede generalizar que todos los trabajos de RS autodefinidos como procesuales (de tendencia cualitativa) integran los contenidos sociales de la teoría ni todos los trabajos estructurales (de tendencia cuantitativa) ignoran lo social (Banchs, 2000).
4.2 El enfoque procesual
Para acceder al contenido de una representación, el procedimiento clásico utilizado por este enfoque es la recopilación de un material discursivo producido en forma espontánea (conversaciones), o bien, inducido por medio de entrevistas o cuestionarios. Los discursos cristalizados en obras literarias, soportes periodísticos, grabaciones de radio pueden ser también objeto de análisis. Independientemente de su modo de producción, este material discursivo es sometido a tratamiento mediante las clásicas técnicas de análisis de contenido. Este tratamiento proporciona una serie de indicadores que permiten reconstruir el contenido de la representación social.
Tiene en común con el Interaccionismo Simbólico:
• Conciencia de la reactividad, efectos experimentales, efectos del entrevistador o entrevistadora, no como artefactos metodológicos indeseables, sino como partes normales del proceso de interacción social y de la definición de la situación que entra en toda investigación.
• Un foco de análisis en unidades micro o sociopsicológicas más que sobre sociedades o instituciones.
• Una visión de la sociedad como empresa simbólica.
• Una visión de la sociedad más como proceso que como estado.
• Una concepción de los seres humanos como interactores autónomos y creativos más que como reactores pasivos abofeteados por las fuerzas externas sobre las cuales no tienen control.
• La suposición de que lo que es real y que amerita ser estudiado es lo que los miembros de una sociedad definen como real ya que es eso sobre lo que ellos actúan.
• Un compromiso con los métodos que reflejan y detectan las definiciones de los miembros más que los constructos de los científicos (Deutscher, cfr. Banchs, 2000:5).
Estas convergencias, sin embargo, no significan que el interaccionismo simbólico y el enfoque procesual sean equivalentes pues el segundo trasciende del primero hacia una postura socioconstruccionista, ciertamente originada en los postulados del interaccionismo simbólico y claramente influenciada por la literatura foucaultiana, sobre todo en términos de análisis del discurso. El énfasis está en el proceso social, en el contenido de la R S y no en los mecanismos cognitivos.
4.2.1 Presupuestos epistemológicos y ontológicos
• El acceso al conocimiento de las R S es por medio de un abordaje hermenéutico, en el que el ser humano es visualizado como un productor de sentidos.
• Focaliza en el análisis de las producciones simbólicas, de los significados, del lenguaje, a través de los cuales los seres humanos construyen el mundo en que viven.
• Privilegia dos formas de acceso al conocimiento: una, a través de métodos de recolección y análisis cualitativo de los datos. Otra, la triangulación combinando múltiples técnicas, teorías e investigaciones para garantizar una mayor profundización y ampliación del objeto de estudio.
• La naturaleza del objeto de estudio que se intenta aprehender por esta vía, alude a un conocimiento del sentido común versátil, diverso y caleidoscópico.
Este enfoque, en resumen, se distingue por ser una aproximación cualitativa, hermenéutica, centrada en la diversidad y en los aspectos significantes de la actividad representativa; por tener un uso más frecuente de referentes teóricos procedentes de la filosofía, lingüística y la sociología; por un interés focalizado sobre el objeto de estudio en sus vinculaciones sociohistóricas y culturales específicas y por una definición del objeto como instituyente más que instituido.
4.3 El enfoque estructural
Asume características cercanas a la sicología social cognitiva de la línea estadounidense.
Desde este enfoque, el análisis de una R S y la comprensión de su funcionamiento necesitan obligatoriamente una doble identificación: la de su contenido y la de su estructura. Es decir, los elementos constitutivos de una representación son jerarquizados, asignados de una ponderación y mantienen entre ellos relaciones que determinan la significación y el lugar que ocupan en el sistema representacional. Esto implica, necesariamente, una metodología específica de recolección (Abric, 1994).
Según Abric (op.cit), todos los autores después de Moscovici están de acuerdo con la definición de la representación como conjunto organizado. Sin embargo, quienes se inscriben en el enfoque estructural parten del supuesto de que toda representación tiene una estructura específica que le es propia, cuya característica central es que está organizada alrededor de un núcleo central y que éste es el que determina su organización y significación.
Y es precisamente la Teoría del Núcleo la que distingue el enfoque estructural del procesual.
Por núcleo central se entiende el elemento o conjunto de elementos que dan a la representación su coherencia y su significación global.
El núcleo tiene dos funciones: la generadora, que crea o transforma la función de los demás elementos de la representación, es decir le da sentido a la significación de esos elementos y la organizadora que organiza los elementos de la representación.
Cuenta además con dos dimensiones: normativa y funcional. En la primera se expresan dimensiones socioafectivas, sociales o ideológicas, dentro de las cuales pueden incluirse normas, estereotipos o actitudes. En la funcional se encuentran las situaciones con una finalidad operativa o aquellas que se refieren al funcionamiento del objeto (Uribe et al, 1997).
El núcleo central es el elemento que más resistirá al cambio, pues una modificación del núcleo produce la transformación completa de la representación. Está protegido, por tanto, por los sistemas periféricos, los cuales permiten, esencialmente, la adaptación de la representación a las evoluciones del contexto.
Los elementos periféricos están en relación directa con el núcleo, lo cual equivale a decir que su presencia, su ponderación, su valor y su función están determinados por el núcleo. Están jerarquizados: pueden estar muy cerca de los elementos centrales y en este caso juegan un importante papel en la concreción del significado de la representación.
Distantes de los elementos centrales, ilustran, aclaran y justifican esta significación.
Cumplen tres funciones:
• Función concreción: directamente dependientes del contexto, resultan del anclaje de la representación en la realidad permitiendo su investidura en términos concretos, comprensibles y trasmisibles de inmediato. Integran los elementos de la situación en la que la representación se produce, refieren el presente y lo vivido por las personas.
• Función regulación: por su mayor flexibilidad en relación con los elementos centrales, los elementos periféricos desempeñan un papel esencial en la adaptación de la representación a la evolución del contexto. De esta forma, cualquier información nueva o transformación del entorno se integra a la periferia. Elementos susceptibles de poner en duda fundamentos de la representación podrán ser integrados ya sea otorgándoles un estatus menor, sea reinterpretándolos o concediéndoles un carácter de condicionalidad. Frente a la estabilidad del núcleo central, constituyen el aspecto móvil y evolutivo de la representación (Abric, op.cit.).
• Función defensa: el sistema periférico cumple una función de “parachoques” al proteger al núcleo central de su eventual transformación. Si el núcleo central cambia es porque el sistema periférico es poco resistente o porque las nuevas informaciones contienen mucha fuerza. En todo caso, es el sistema periférico el que soporta las primeras transformaciones: cambios de ponderación, interpretaciones nuevas, deformaciones funcionales defensivas, integración de condicional de elementos contradictorios. Es por ello, que las contradicciones aparecen y se sostienen, en primer término, en el sistema periférico.
El polo estructural ha sido desarrollado no solo por Abric, sino también por Codol, Flament, Plon, Apfelbaum y dentro de la escuela psicosocial vasca, por Páez y colaboradores (cfr. Banchs, 2000).
4.3.1 Presupuestos epistemológicos y ontológicos
• El estudio se centra sobre los procesos y mecanismos de organización de los contenidos de la R S independientemente de su significación.
• Los estudios que hablan de procesos casi siempre son estudios cognitivos que buscan identificar estructuras representacionales.
• Las vías más utilizadas para acceder al conocimiento del objeto de estudio son técnicas correlacionales y análisis multivariados o ecuaciones estructurales.
• Desde el punto de vista ontológico, se busca aprehender tanto los mecanismos cognitivos de constitución, como las funciones, dimensiones y elementos de una estructura cognitiva.
Algunas de las técnicas utilizadas en el enfoque estructural (análisis de similitud y análisis de correspondencia, por ejemplo) han recibido críticas por no dar cuenta del valor simbólico ni del tipo de relaciones entre los elementos representacionales.
Según Ibáñez (op.cit.) la opción por estos procedimientos es producto de la reticencia que los procedimientos cualitativos —propios del enfoque procesual— generan en un sector de la comunidad de investigadores e investigadoras.
No obstante lo anterior, según mi criterio, la existencia de un doble sistema en las R S impone que ambos enfoques sean pertinentes. Debe recordarse que una de las características esenciales de la R S es que son, a la vez, estables y móviles; rígidas y flexibles. Estables y rígidas porque están determinadas por un núcleo central profundamente anclado a la memoria de un pueblo y a su sistema de creencias. Móviles y flexibles porque son alimentadas de las experiencias individuales e integran los datos de lo vivido y de la situación específica, la evolución de las relaciones y de las prácticas en que las personas están inmersas.
Así, si las R S deben ser abordadas desde un contexto histórico y social es justamente en los elementos estables del núcleo donde se podría rastrear su genealogía. Si se abordaren solo en términos constituyentes y procesuales, no se daría cuenta del carácter histórico de la R S, lo cual necesariamente nos hace perder la visión de totalidad.
Acertadamente Banchs lo sintetiza de la manera siguiente:
Lo saludable sería, independientemente del modo de aproximación que adoptemos, preguntarnos no solo qué entendemos por social cuando hablamos de representaciones sociales, sino sobre todo cómo lo abordamos, cómo lo integramos a nivel cognitivo, metodológico, empírico; con cuáles contenidos llenamos el adjetivo histórico y el adjetivo social. Se trata de que honremos el carácter histórico social de las representaciones, estudiando en su estructura no solo los mecanismos sino los contenidos en tanto que memoria social y huella cultural y analizando los procesos sociales de su construcción en la interacción cara a cara (Banch, 2000: 13).
V. Técnicas de recolección
En América Latina, las mayores producciones sobre R S se encuentran en México, Brasil y Venezuela, países en que las ideas de Moscovici se difundieron desde finales de la década del setenta. Si bien en estas investigaciones se encuentra la presencia de ambos polos, el énfasis mayor es el enfoque procesual (Banchs, 2000).
Sin embargo, es en Europa donde se concentra la producción mayor (más del 90% de las publicaciones) las cuales, en su gran mayoría, se perfilan más hacia el enfoque estructural (Ibáñez, op.cit).
Como consecuencia de lo anterior, para el abordaje de las R S, las técnicas de investigación más utilizadas en América Latina son las de naturaleza cualitativa.
5.1 Las técnicas interrogativas
El análisis de la R S privilegia el análisis de los discursos y, por tanto, la entrevista abierta junto con el cuestionario se convierten en las técnicas que mayormente se utilizan.
5.1.1 La entrevista
La entrevista en profundidad (E P) constituye una técnica de reiterados encuentros cara a cara con la investigadora/or y las/os informantes. Dichos encuentros están dirigidos hacia la comprensión de las perspectivas que tienen los y las informantes respecto de sus vidas, experiencias o situaciones, tal como se expresan con sus propias palabras. Con esta técnica, la propia investigadora o investigador es el instrumento de la investigación y no el protocolo o guión de la entrevista. El rol implica no sólo obtener respuestas, sino también aprender qué preguntas hacer y cómo hacerlas (Taylor y Bodgan, 1992).
Por lo anterior, si bien las características externas de la persona entrevistadora —el sexo, la edad, la apariencia física y social— y otras menos aparentes —actitud o personalidad y de aptitud o conocimiento de la materia— juegan un papel importante en el éxito de la entrevista, son otros los rasgos a los que se debe poner atención. La persona entrevistadora debe poseer una personalidad flexible y ser lo suficientemente perspicaz para evaluar críticamente la información que recibe e indagar en busca de mayor claridad y exhaustividad en las respuestas.
Existen tres niveles relacionales que determinan el sentido del discurso que se genera a partir de la aplicación de la entrevista:
1 El contrato comunicativo
2 La interacción verbal
3 El universo social de referencia.
El contrato comunicativo
Hace alusión al carácter paradójico de la entrevista: por un lado, se solicita por ser una forma de producir expresiones de carácter íntimo pero, por el otro, al producirse, dejan de ser íntimos. El establecimiento de un contrato de comunicación es, entonces, fundamental para el funcionamiento del dispositivo de comunicación porque diluye o elude esta situación paradójica al remitir el uso de la información y la comunicación a un contexto exterior al propio encuentro, o sea, al informe escrito de la investigación en el cual se desbloquea y da salida a la misma situación de la entrevista (Alonso, 1998).
Lo anterior se traduce en que E P se debe someter a las reglas de la pertinencia y a la renegociación permanente de las reglas implícitas y explícitas, lo cual no significa que los y las participantes conozcan con exactitud los objetivos de la investigación, por los posibles sesgos que de esta situación se podrían derivar. Sin embargo, es un imperativo que conozcan las condiciones de la investigación, sus fines y propósitos en forma general y los usos que, una vez finalizada la investigación, se le dará.
La interacción verbal
La interacción se fundamenta en la apertura de las personas a la comunicación y la aceptación de las reglas. El mínimo marco pautado es un guión temático previo, que recoge las temáticas que interesan a la investigadora o al investigador. No obstante, tal guión no está estructurado secuencialmente, pues lo que interesa es que, durante la entrevista, la persona produzca información sobre todos los temas de la investigación, pero sin inquirir sobre cada uno ellos en un orden prefijado.
El universo social de referencia
Más que analizar la situación particular de la persona entrevistada, este nivel relacional de la E P remite a la determinación central y lateral de las R S. Esto significa que, cuando se analiza el discurso elaborado por la persona entrevistada, su situación personal es vista a la luz del entramado social y cultural en la que está inserta, por lo que dicho análisis no se orienta por las características de su situación personal, sino por los condicionamientos ideológicos de su proceso motivacional típico.
Por lo anterior, y de acuerdo con Ibáñez (1988), cuando las personas revelan sus representaciones mediante sus producciones verbales, no están efectuando la descripción de lo que está en su mente, sino que están construyendo activamente la imagen que se forman del objeto con el cual les confronta las preguntas de la investigadora o investigador.
En este sentido, la entrevista se instituye y desenvuelve a partir de su capacidad para dar cuenta de la vivencia individual de la persona entrevistada (manifiesta o latente) y del sistema de marcadores sociales que encuadran su vida social.
El discurso que se produce por medio de la entrevista es, por lo tanto, un relato en que la situación implicativa genera “una inversión de la persona” que al verse en sí misma en la realidad observa el sistema de etiquetas sociales que la enmarcan (Alonso, op.cit.).
5.1.2 El cuestionario
Consiste en un conjunto de preguntas respecto de uno o más tópicos. Puede contener preguntas cerradas o abiertas.
Las preguntas cerradas contienen categorías o alternativas de respuesta que han sido delimitadas por la investigadora o el investigador: Pueden ser dicotómicas o incluir varias alternativas de respuesta. En cambio las preguntas abiertas no delimitan de antemano las alternativas de respuesta. (Hernández et al, 1998).
Dentro de sus ventajas está la estandarización que no solo reduce los costos, sino también los riesgos que se derivan de las posturas subjetivas de las personas que entrevistan.
Sin embargo la estandarización es también una limitante pues inhibe la expresión libre de las personas al sujetarlas a las interrogantes que les son propuestas y al limitar sus propias interrogaciones.
Por lo anterior, para el estudio de las R S, el cuestionario debe ser concebido de manera que permita y valorice la actividad de la persona interrogada, por medio de la inclusión de un número mayor de preguntas abiertas y proponiendo a la persona entrevistada un amplio abanico de respuestas, es decir: ofreciéndole la posibilidad de emplear su propia gestión.
5.1.3 Las tablas inductoras
Esta técnica de recolección de las representaciones ha sido utilizada hasta el momento en estudios dirigidos a poblaciones con dificultades para apropiarse de los modos de interrogación clásicos (entrevistas o cuestionarios).
Se inspira en las aproximaciones proyectivas, pues consiste en presentar a las personas una serie de dibujos, elaborados por la investigadora o el investigador, ilustrando los temas principales procedentes de una pre – encuesta, y se les pide que se expresen libremente a partir de la tabla propuesta.
Se trata de una variante de la entrevista semidirectiva cuyas reactivaciones son constituidas no por una forma oral, sino por una estimulación gráfica.
Ha demostrado ser muy efectiva (Abric, 1994b) pues este tipo de apoyos favorece ampliamente la expresión de las personas en relación con las respuestas obtenidas por medio de entrevistas clásicas.
Requiere, no obstante, un análisis previo que limite el alcance, la selección de los temas y su formulación figurativa. Por otro lado, el análisis de las respuestas obtenidas, además de las dificultades clásicas de análisis de contenido, se torna más complejo por la necesidad de proporcionar expresión a los elementos figurativos frecuentemente caracterizados de manera deliberada por la ambigüedad (para permitir el proceso de proyección) sin que su lectura se pueda basar en normas y marcos de referencia cuya estandarización sea establecida claramente como en la práctica de los tests en que se inspiran.
Es un modo de aproximación de las R S que —en la condición de ser elaborado y relacionado cuidadosamente con otras maneras de interrogar —puede facilitar la emergencia explícita de las dimensiones implícitas además de que permite profundizar en ciertas dimensiones o categorías de apuntalamiento de la representación.
5.1.4 Dibujos y soportes gráficos
Esta técnica abarca tres fases: a) la producción de un dibujo (o de una serie de dibujos), b) la verbalización de las personas a partir de esos dibujos, c) un análisis —cuantificable— de los elementos constituyentes de la producción gráfica.
El interés de este análisis es —además de poner en evidencia elementos constitutivos de la representación— penetrar con cierta facilidad en los elementos organizadores de la producción, es decir en la significación central de la representación producida.
Efectivamente, en la mayoría de los casos, los dibujos no son, por supuesto, una yuxtaposición de elementos, sino un conjunto estructurado y organizado alrededor de elementos o significaciones centrales que permiten identificar el contenido y formular hipótesis sobre los elementos centrales de la representación.
5.1.5 Técnicas etnográficas
La aproximación monográfica es la vía más enriquecedora para el estudio de las R S.
Sin embargo es mucho más lenta y difícil de ejecutar que los métodos precedentes.
Inspirada en los métodos de la antropología, permite recoger el contenido de una representación social, referirla directamente a su contexto y estudiar sus relaciones con las prácticas sociales establecidas por el grupo. De esta manera es posible combinar las técnicas etnográficas, entre otras, con encuestas; cuestionarios y análisis históricos.
5 . 2 Las técnicas asociativas
5.2.1 La asociación libre
A partir de un término inductor (o de una serie de términos), se les pide a las personas que produzcan todos los términos, expresiones o adjetivos que se les “ocurran”.
El carácter espontáneo —por lo tanto menos controlado— y la dimensión proyectiva de esa producción deberían permitir así tener acceso, mucho más rápido y fácil que en una entrevista, a los elementos que constituyen el universo semántico del término o del objeto estudiado.
La asociación libre permite actualizar elementos implícitos o latentes que serían ahogados o enmascarados en las producciones discursivas.
Abric (op.cit) considera que la asociación libre es probablemente una técnica capital para recolectar los elementos constitutivos dcl contenido de la representación. No obstante, insiste en que la producción obtenida por asociación libre es difícil de interpretar a priori, por la dificultad de distinguir en las asociaciones producidas, las que tienen un carácter prototípico de las que son centrales y organizadoras de la representación.
En este sentido, Grize, Vergés y Silem (cfr. Abric, 1994) propusieron y validaron un procedimiento para analizar el material resultante de esta técnica. Se trata en un primer tiempo de situar y analizar el sistema de categorías utilizado por las personas que permita delimitar el contenido mismo de la representación.
Después, en un segundo tiempo, de extraer los elementos organizadores de ese contenido. Se pueden utilizar entonces tres indicadores: la frecuencia del ítem en la población, su rango de aparición en la asociación (definido por el rango medio calculado sobre el conjunto de la población), y finalmente la importancia del ítem para las personas (se obtiene pidiendo a cada persona que designe los dos términos más importantes para ella).
A partir de ahí un coeficiente significativo entre las dos clasificaciones permite confirmar o reforzar la hipótesis de que se está en presencia de elementos organizadores de la representación. La congruencia de los dos criterios (frecuencia y rango) constituye un indicador de la centralidad del elemento.
No obstante Abric (1994) insiste en que este método tampoco asegura confiabilidad, pues uno de sus postulados más fuertes señala que en una asociación de palabras los términos citados primero son más importantes que los otros y más bien pareciera que lo pertinente es enfocar el rango medio —obtenido en el conjunto de la población—.
En un artículo más reciente, Vergés (1992) propone completar este análisis verificando si los términos más frecuentes permiten crear un conjunto de categorías, organizadas en torno de esos términos, confirmando así las indicaciones sobre su papel organizador de la representación.
La riqueza del material asociativo consiste en que puede constituir la base de un análisis más profundizado, como se verá en la presentación de los métodos de análisis de la estructura de una representación.
5.2.2 La carta asociativa
Una de las dificultades de la asociación libre, que necesita precisamente de la utilización de técnicas complementarias, tiende a la dificultad de interpretación de los términos producidos por las personas. Si se sabe que el término producido es, en efecto, un elemento de la representación y su significación en cambio no aparece, es por falta de contexto semántico. La presencia de un mismo término puede tener así significaciones radicalmente diferentes.
Por ejemplo, el término “jerarquía” es asociado a la palabra inductora “Hospital” ¿Qué significa jerarquía para la persona? ¿Qué hay demasiada jerarquía? ¿Insuficiente? ¿Que la jerarquía plantea un “problema?” ¿Que es necesaria o útil?
Para mitigar, al menos parcialmente esa dificultad, los investigadores y las investigadoras del enfoque estructural han empezado a utilizar un nuevo método de asociaciones libres, inspirado en la técnica de la carta mental de H. Jaoui, que identifican con el nombre de carta asociativa.
1 . En una primera fase y a partir de un término inductor, son producidas asociaciones libres: ejemplos de cadenas asociativas con respecto al término inductor
“Función de enfermera”:
Función enfermera Tarea Repartición Delegación
Función enfermera Escucha Formación I n s u f i c i e n t e
Función enfermera Escucha Papel propio Cuidados de calidad
Función enfermera R e l a c i o n e s Cuidar de otra forma Promoción profesional
Función enfermera Cuidados Técnica Competencia profesional
2 . Después de esta clásica recolección de asociaciones se pide a la persona que produzca una segunda serie de asociaciones pero esta vez a partir de un par de palabras que contengan, por una parte, el término inductor inicial y cada uno de los términos asociados producidos por ella en la primera fase.
Si por ejemplo a partir del término inductor “función de enfermera”, la persona propone como asociaciones: “cuidados”, “relación”, “tarea”, “escucha”, se le pide entonces asociar de nuevo y sucesivamente cada uno de los pares siguientes: “función de enfermera-cuidados”, “función de enfermera-relación”, “función de enfermera tarea”, “función de enfermera-escucha”. Se obtiene entonces una segunda serie de asociaciones. Se recoge así una serie de cadenas asociativas de tres elementos.
3 . Cada una de estas cadenas asociativas es utilizada entonces para solicitar nuevas asociaciones por parte de la persona. Si por ejemplo al par “función enfermera-escucha” le son asociados los términos siguientes: “papel propio”, “disponibilidad”, “formación”, se pedirá a la persona asociar con las siguientes series: “función enfermera-escucha-papel propio”, “función enfermera-escucha-disponibilidad”, “función enfermera-escucha-formación”. Se recolectan así cadenas asociativas de cuatro elementos al explorar todos los elementos proporcionados por la persona.
El método puede ser desarrollado para obtener cadenas de cinco, incluso seis elementos, pero varias experiencias llevadas a cabo para someter a prueba este método demuestran que es difícil ir más allá de las tres fases descritas (Abric, 1994).
Este método tiene varias ventajas: necesita poco tiempo y esfuerzo por parte de la persona; permite recoger un conjunto de asociaciones más elaborado e importante que con la asociación libre y, sobre todo, identificar lazos significativos entre los elementos del corpus. Requiere, no obstante, de parte del investigador o investigadora una actitud activa de reactivación y estimulación.
Es fundamental recordar que la asociación (salvo para la palabra inicial) debe referirse siempre a los pares o tríos resultantes de la asociación. No se trata, por ejemplo, en la ilustración presentada de la segunda fase de obtener asociaciones del término “Escucha”, sino específicamente acerca de la relación asociativa “Función enfermera-escucha” que es la única pertinente en el análisis de la representación estudiada.
El análisis de una carta asociativa se puede realizar como el que se practica en la asociación libre. Sobre la primera serie de asociaciones, después sobre el conjunto, primera y segunda series, finalmente sobre el conjunto completo de las asociaciones producidas. Los índices de frecuencia y los de rango pueden ser calculados, así como su correlación. Un análisis de las categorías del corpus también puede completar ese trabajo.
5 . 3 Métodos de identificación de la organización y de la estructura de una representación
Para la escuela del enfoque estructural poner en evidencia el núcleo central de la representación es más fácilmente realizable desde las técnicas desarrolladas por este enfoque que desde las técnicas clásicas (entrevistas y cuestionarios). Tal y como se anotó en líneas precedentes, esta disyuntiva no está resuelta y por el contrario concita los intereses de quienes se dedican al estudio de la R S.
Según el enfoque estructural, todas sus técnicas se fundan en un solo principio: pedir a la persona que efectúe un trabajo cognitivo de análisis, comparación y jerarquización de su propia producción (Abric, 1994: 64).
Esto permite, según los postulados de este enfoque, reducir en gran medida la parte de interpretación o elaboración de la significación del investigador o de la investigadora y hacer así más fácil y pertinente el análisis de los resultados.
No obstante, según mi criterio y de acuerdo con lo anotado supra, esta postura está ignorando el carácter construido del conocimiento y por ende la imposibilidad de realizar investigaciones “neutrales”. De ahí que definir cuál método es mejor sea una tarea bastante riesgosa y, en todo caso, infructuosa, pues como lo señala Ortí (1998), no se trata de definir cuáles métodos son mejores que otros, pues los procesos de interacción social y del comportamiento personal implican tanto aspectos simbólicos como medibles (número de actores intervinientes, tamaño de los grupos, características o tipos objetivos, etc.).
Realizadas estas consideraciones observemos las técnicas desarrolladas por el enfoque estructural.
5.3.1 Técnicas de identificación de los lazos entre elementos de la representación
5.3.1.1 Construcción de pares de palabras
Consiste en solicitar a la persona, a partir de un corpus que ella misma ha producido (por asociaciones libres, por ejemplo), que constituya un conjunto de pares de palabras que, según su criterio, deben “ir juntas”. El análisis de cada par permite especificar el sentido de los términos utilizados por las personas (como en la carta asociativa), reduciendo la eventual polisemia.
Un término puede ser elegido varias veces y ello favorece la identificación de los vocablos polarizadores o términos bisagra asociados a múltiples elementos de la representación, que pueden ser los organizadores.
La recolección se completa, finalmente, con una entrevista y así, de esta manera, la lista de los pares revela el tipo de procedimiento utilizado por la persona, o sea, el tipo de relaciones que usó para asociar dos términos: similitud del sentido; implicación; contraste; etcétera.
5.3.1.2 Comparación pareada
La técnica de las comparaciones pareadas se inspira de un proceso muy cercano al de los pares de palabras. Consiste en proponer a la persona todos los pares posibles de un corpus de términos (si es posible, producidos por ella misma), sea n (n-I) / 2 pares, pidiéndole para cada par que lo sitúe en una escala de similitud entre los dos términos (de “muy semejante” a “muy diferente”). A partir de ahí se pueden construir matrices de similitud que permitan un tratamiento estadístico por medio de los métodos multidimensionales.
5.3.1.3 Constitución de conjunto de los términos
Esta técnica consiste en pedir a la persona que agrupe en “paquetes” los ítemes que ha producido, o que se le propongan, “poniendo juntos los términos que van bien juntos”, y después interrogarla acerca de los motivos de esa reagrupación y solicitarle que otorgue un título a cada uno de los conjuntos constituidos.
El objetivo aquí es aprehender las estructuras esquemáticas de la representación al analizar los recortes efectuados por las personas y sus fundamentos, a partir de los vínculos de similitud. Es decir, abordar los “principios de construcción” de la representación.
Se pueden extraer, por ejemplo, los eventuales ejes de articulación entre conjuntos diferentes (la misma palabra puede estar presente en varias categorías) y situar familias de términos bisagra. Se puede prestar atención también a la copresencia de los términos en cada “paquete”, y construir el grado de similitud que proporciona frecuentemente una información esencial acerca de la organización interna de la representación.
5.3.2 Técnicas de jerarquización de los ítemes
En las técnicas precedentes, el peso respectivo de los ítemes en la representación es de alguna manera identificado indirectamente por el análisis de los pares de palabras o de los reagrupamientos. A continuación se presentan dos técnicas que pretenden hacer emerger esta jerarquía incitando a la persona a producirla directamente, efectuando ella misma series sucesivas de tris.
5. 3.2.1 Los tris jerarquizados sucesivos
Debe recordarse que el análisis de la producción de asociaciones libres consistía en cruzar dos informaciones: la frecuencia de aparición de un término y su rango en la producción.
Recuérdese también la reserva de Abric (1994) concerniente a la utilización de este último índice que supone que los ítemes más importantes son citados en primer lugar cuando la persona asocia.
Para suprimir esta dificultad se propone calcular el rango (valor de un ítem) a partir de una actividad de jerarquización de elementos realizada por la persona misma. A este proceso se le denomina técnica de “los tris jerárquicos sucesivos”.
El principio de la técnica consiste en recolectar, en un primer tiempo, un conjunto de asociaciones concernientes al objeto de representación estudiado. Se dispone así para un grupo dado, un conjunto de N ítemes, entre los cuales se retendrán los más frecuentemente producidos, teniendo la atención de elegir un número importante de ítemes (en general treinta y dos) con el fin de disponer de un amplio corpus que contenga ítemes poco frecuentes.
En un segundo tiempo se propone a la persona esta lista de ítemes, en forma de treinta y dos fichas correspondientes a los treinta y dos ítemes, y se le pide que los separe en dos: un paquete con los dieciséis ítemes más característicos del objeto estudiado, y un paquete con los dieciséis ítemes menos característicos.
A partir de los dieciséis ítemes más característicos retenidos por la persona, se debe repetir la operación: elección de ocho ítemes más representativos y de otros ocho con los ítemes menos representativos, y así sucesivamente con los otros más característicos, y después con los dos ítemes seleccionados (fig.1) .
32 ítemes
Fuente Fig. 1: Abric, Jean-Claude (1994). Metodología de recolección de las representaciones sociales. En Practiques sociales et Représentations.
Se obtiene así, en una población determinada, una clasificación por orden de importancia, y para cada persona, del conjunto de los ítemes propuestos, se puede calcular el rango medio de cada ítem. Entonces se puede volver a los análisis clásicos de las asociaciones libres y considerar que la correlación positiva frecuencia-rango medio es un indicador de primera importancia para identificar los elementos centrales de la representación en el grupo estudiado.
5. 3.2.2 Las elecciones sucesivas por bloques
La técnica anterior permite un análisis de similitud tradicional pero difícilmente permite calcular los índices que pueden ser reveladores para el estudio de las representaciones, en particular el de distancia. Este índice permite estudiar a la vez las relaciones de similitud y antagonismo o exclusión y su procedimiento es el siguiente:
A partir de una lista de veinte ítemes, se pide a las personas efectuar una elección por bloques. Primero seleccionan los cuatro ítemes que les parecen más importantes y que reciben el valor +2. Luego se les pide escoger de entre los dieciséis restantes los cuatro ítemes menos representativos, asignándoles el valor -2. Seguidamente, entre los doce ítemes restantes, ellas designan sucesivamente los cuatro más importantes (valor +1) y los cuatro menos importantes (valor -1). A los cuatro ítemes restantes se les asigna el valor 0.
16-
16+
8-
8+
4-
4+
2-
2+
1-
1+
Cada ítem recibe así un valor en una escala variable de (+2) a (-2) a partir de la cual se puede calcular un índice de distancia que, como una correlación, varia de (+1) (similitud máxima) a (-1) (exclusión máxima).
Esta técnica proporciona las ventajas propias del análisis de similitud y además da pie a una aproximación cuantitativa que permite comparar en grupos diferentes la importancia relativa de ciertos elementos de la representación.
5.3.3 Técnicas de control de la centralidad
Una cantidad importante de técnicas hasta aquí presentadas permite identificar un cierto tipo de organización de la representación y, en algunos casos, poner en evidencia los elementos centrales.
La verificación es una etapa privilegiada de este enfoque y con este afán se elaboraron recientemente técnicas de validación del núcleo central, con el fin de intentar confirmar la hipótesis de la centralidad.
5.3.3.1 Técnica de cuestionamiento del núcleo central
La aplicación de esta técnica supone que los elementos constitutivos de la representación de un objeto o de una situación sean conocidos por medio de un estudio previo.
Se elabora entonces una lista de los elementos sobre los que se plantea la hipótesis de que ellos pueden constituir el núcleo central de la representación. Posteriormente se presenta a las personas un pequeño texto inductor del que se ha verificado la correspondencia con su representación del objeto estudiado.
Se puede pasar entonces a la fase de control de la centralidad, siendo necesario para ello proporcionar una nueva información a la persona o, una información que pone en “jaque” el elemento estudiado (por ejemplo, luego de describir un buen grupo, se le informa que hay un jefe; estudio del elemento «ausencia de jerarquía» que destacaba como un ítem importante).
Se pide entonces a la persona si, teniendo en cuenta esta nueva información, su representación del objeto ha cambiado o no, o sea, si sostiene su rejilla de lectura. Poniendo sucesivamente en causa los diferentes elementos estudiados, se puede distinguir entonces el o los elementos cuyo cuestionamiento ocasiona un cambio de representación:
Son los elementos del núcleo central. Y aquellos cuyo cuestionamiento no provoca cambios: los elementos periféricos.
5.3.3.2 Técnica de inducción por guión ambiguo (ISA)
Moliner (cfr. Abric, 1994) siguiendo la preocupación por la investigación acerca de los métodos y técnicas de identificación y verificación del núcleo central ha elaborado una técnica que permite detectar y controlar de manera conjunta los elementos centrales de una representación.
En su propuesta para la identificación del núcleo central, Moliner retoma el principio de que una representación es un proceso activo de construcción de la realidad y a partir de ello, presenta la técnica de inducción por guión ambiguo.
Consiste en proponer a la persona una descripción ambigua del objeto de representación en estudio. La ambigüedad del escenario propuesto resulta del hecho de que puede o no referirse al objeto de la representación y proporcionar así dos tipos diferentes de descripción. Es entonces el análisis y la comparación de esas descripciones lo que permitirá identificar los elementos centrales.
A continuación se describen las diferentes fases de esta técnica por medio del trabajo del propio Moliner acerca de la representación de la empresa en estudiantes (cfr. Abric, op.cit.):
A . En primer lugar se pide a las personas redactar un texto sobre su propia concepción de la empresa. El análisis del mismo permite advertir los ítemes que reflejan las diferentes opiniones (en este ejemplo, se levantan catorce ítemes).
B . Se construye entonces el escenario ambiguo que debe respetar dos reglas: 1) Nunca referirse explícitamente al objeto estudiado (en este caso la empresa); 2) No utilizar ninguno de los catorce ítemes que reflejan las opiniones de las personas.
C . Ese guión ambiguo se presentará entonces a las personas bajo dos modalidades diferentes, haciendo referencia al objeto de representación: se concluye en un primer caso: “Es una empresa”, y en el otro “no es una empresa” (de ahí la importancia de la ambigüedad del guión, que debe permitir esas dos formulaciones contradictorias).
D . Posteriormente se propone a las personas los catorce ítemes identificados como característicos de la representación del objeto, preguntándole si el objeto presentado en el guión posee o no esas peculiaridades.
E . El análisis de las respuestas permite entonces extraer dos tipos de ítemes:
• Los ítemes correspondientes a las características escogidas indiferentemente en las dos modalidades del guión (es una empresa o no lo es) y que no pueden por lo tanto ser considerados como específicos del objeto dc representación.
Estos son los elementos periféricos.
• Los ítemes que únicamente son escogidos en los casos en que se hace referencia explícita al objeto (la empresa) y no en la otra situación (no es una empresa). Esos ítemes aparecen entonces como específicos del objeto de representación estudiado. Constituyen el núcleo central, puesto que ellos determinan la significación de la situación.
5.3.3.3 Técnica de los esquemas cognitivos de base (SCB)
A partir de un conjunto de pares de ítemes surgidos de una asociación libre se estudiará el tipo de relación que esos términos sostienen entre sí, utilizando una lista de operadores de las relaciones, definida y formalizada, estando organizados esos operadores en familias denominadas esquemas cognitivos de base. Se puede delimitar así el tipo de relaciones que sostiene un ítem con otros elementos de la representación, estudiar el número más o menos importante de relaciones que lo unen a otros ítemes definiendo su “valencia” y considerar que esa valencia define la importancia o la centralidad del ítem.
Además de que constituye una buena representación, el método de los SCB ofrece la ventaja de permitir con cierta facilidad una comparación entre dos representaciones según los tipos de relaciones y esquemas que movilizan.
VI. Métodos y técnicas de análisis
La información recolectada por medio de las técnicas que son características del enfoque estructural recurre, para su análisis, a técnicas cuantitativas (Flament, 1986), y en particular descansa en un análisis multidimensional de tipo factorial.
Debido a que este tipo de análisis debe seguir un tipo particular de procedimiento según la herramienta estadística seleccionada, en la mayoría de las ocasiones, la investigadora o el investigador no se enfrenta al volumen de “datos” que se produce al utilizar métodos y técnicas cualitativas.
En efecto, por las técnicas que son utilizadas en la investigación cualitativa (la entrevista, la observación, las preguntas abiertas, los diarios, etc.), el tipo de dato recogido suele expresarse en cadenas verbales y no mediante valores numéricos. De ahí, que la mayor parte de los datos cualitativos poseen como una de sus características más conocidas la de ser expresados en forma de textos. Dado su carácter polisémico, su naturaleza predominantemente verbal, su irrepetibilidad y el gran volumen que suele recogerse, el análisis de datos es visto como una de las tareas de mayor dificultad en el proceso de la investigación cualitativa.
Y aunque hay autores como Abric (op.cit.) que reconocen la utilización ineludible de la entrevista, de la misma manera desmerecen su uso exclusivo en el estudio de las R S, argumentando precisamente las limitaciones que devienen del material cualitativo.
No obstante, si bien ninguna técnica, hasta ahora, permite recoger conjuntamente el contenido, la estructura interna y el núcleo central , es necesario aclarar que el material cualitativo producido por medio de entrevistas y cuestionarios puede ser sometido a rigurosos procedimientos de análisis y de esta manera reconstruir la estructura interna de las R S. A ellos me referiré en los siguientes apartados.
6.1 Análisis cualitativo según la Grounded Theory
Según Strauss y Corbin (1990) las metodologías cualitativas son, básicamente, una construcción de conocimiento que ocurre sobre la base de conceptos y son precisamente dichos conceptos los que permiten la necesaria reducción de la complejidad de la realidad social. Mediante el establecimiento de relaciones entre estos conceptos es que se genera la coherencia interna del producto científico.
El método comparativo constante (MCC) —forma en que se conoce el procedimiento de la Grounded Theory— constituye un método privilegiado para realizar el anterior proceso, justamente porque busca construir modelos teóricos acerca de las interrelaciones de los diferentes aspectos del fenómeno estudiado.
Estos autores concluyen que una teoría fundada empíricamente deberá explicar al mismo tiempo de describir, lo que hace de esta metodología una alternativa indicada para el estudio de las R S, ya que permite tanto el estudio de sus contenidos (aspecto descriptivo) como de su estructura interna (aspecto explicativo). Sus procedimientos de análisis, efectivamente, permiten reconstruir las representaciones en dos etapas: 1) análisis descriptivo y 2 ) análisis relacional.
Por medio del primero se reconstruyen inductivamente categorías generales a partir de elementos particulares, así como contenidos socialmente compartidos por medio de comparaciones de representaciones singulares. Al finalizar esta etapa se obtiene una descripción exhaustiva de los contenidos de las R S del grupo social investigado. Sin embargo, el aporte esencial de esta metodología se expresa en la segunda etapa, el análisis relacional. A través de éste se reconstruye la estructura interna de las R S, es decir las relaciones y jerarquías existentes entre sus diferentes contenidos (Krause, 1998).
6.1.1 Las etapas de análisis
Al aplicar los procedimientos de la Grounded Theory, la investigadora o el investigador debe realizar una labor inductiva, disponiendo para ello de un diseño metodológico flexible que le permita integrar información inesperada y contrastar sucesivas hipótesis (Strauss y Corbin, op.cit.).
En esta metodología se trabaja con categorías emergentes, con lo cual se maximizan las posibilidades de descubrir aspectos acerca del objeto de estudio.
La primera etapa es el análisis descriptivo, el cual consiste en construir códigos abstractos a partir de datos particulares. Para ello, el primer paso es la codificación de los datos obtenidos. La codificación incluye todas las operaciones a través de las cuales los datos son fragmentados, conceptualizados y luego articulados analíticamente de un modo nuevo. Los conceptos y códigos generados a través de la codificación tienen un carácter provisional. Este tipo de codificación se denomina codificación abierta y su objetivo principal es abrir la indagación.
Para realizar lo anterior, el material a ser analizado, es fragmentado, a fin de examinarlo línea por línea. Cada unidad de sentido es conceptualizada y nominada, es decir se le adscribe una “etiqueta verbal” que interprete el significado de la información recogida.
Los conceptos obtenidos luego se agrupan en categorías, las que se organizan jerárquicamente. El producto final de este proceso inductivo será un conjunto de conceptos relacionados entre sí, que permite dar cuenta de las cualidades del objeto de estudio.
La estrategia que se aplica a los datos codificados es la comparación permanente o constante. Los resultados que se van generando a partir de estas comparaciones se registran verbal y gráficamente y se van desarrollando e integrando a medida que progresa el análisis.
En esta etapa, así como en las sucesivas, es conveniente el uso de las notas de análisis para registrar las ideas que vayan surgiendo.
Por medio del análisis descriptivo se puede presentar todo el abanico de contenidos o significados implicados en una representación (todos los conceptos). Asimismo, este análisis permite identificar los principales componentes representacionales (las categorías principales) y organizar sus contenidos jerárquicamente.
La segunda etapa es el análisis relacional o reconstrucción del núcleo figurativo. Este análisis incluye dos pasos sucesivos: la codificación axial y la codificación selectiva.
Su objetivo es establecer relaciones o conexiones entre los diferentes contenidos que arrojan los resultados descriptivos. Para el establecimiento de estas relaciones los autores de esta escuela metodológica proponen lo que han denominado “paradigma de codificación”, el cual contiene los siguientes elementos, en función de los cuales se podrán establecer las relaciones entre los contenidos representacionales: fenómeno, contexto de aparición, antecedentes, condiciones en las que varía; estrategias de acción e interacción de los y las actoras y las principales consecuencias.
El análisis intenso al que se somete una categoría en términos de las propiedades del paradigma de codificación se denomina codificación axial o desarrollo de categorías conceptuales.
Es este el primer paso del análisis relacional y su objetivo es generar diversos modelos comprensivos sobre diferentes aspectos que se destacan en los resultados.
El segundo paso de esta etapa es la codificación selectiva por medio de la cual se construye un modelo comprensivo general, que articula los aspectos esenciales de los resultados en torno a un fenómeno central. Esto implica un mayor refinamiento analítico, el cual junto con la comparación constante, conlleva un proceso de reducción de categorías ya sea por descarte; por fusión o transformación en otras categorías de nivel conceptual superior. La identificación del fenómeno central constituye el eje significativo articulador del modelo y, aplicado a las RS, representa el núcleo central de éstas.
En resumen, el procedimiento de la Grounded Theory implica las siguientes operaciones:
1. La codificación abierta: comporta dos momentos. El primero se refiere al tratamiento de los datos brutos, los cuales se comparan constantemente. Posteriormente se les asigna un código común a los fragmentos de una entrevista que comparten una misma idea, advirtiendo que en este momento cualquier interpretación es provisional.
El segundo es el desarrollo de categorías iniciales, es decir la búsqueda sistemática de las propiedades de la categoría. Es fundamental que ambos momentos se acompañen del registro de notas teóricas, analíticas e interpretativas. Este segundo momento es el puente con la siguiente operación.
2 . La codificación axial. significa el análisis intenso de una categoría en términos de los elementos del paradigma de la codificación, el cual a su vez implica el análisis de las propiedades de la categoría (antecedentes, condiciones en las que varía, las interacciones de los y las actoras, estrategias y tácticas de estos y consecuencias).
La codificación axial permite develar las relaciones entre las categorías permitiendo, por lo tanto, avanzar hacia el paso siguiente que es la integración de categorías y sus propiedades.
3 . La codificación selectiva: implica la integración de la categoría y sus propiedades, o sea el proceso de reducción de categorías por descarte, por fusión o transformación conceptual en otras categorías de nivel superior.
El procedimiento, por último, sugiere el trazado de esquemas gráficos para facilitar no solo la descripción, sino también la explicación de los elementos que se relacionan alrededor del fenómeno que es objeto de estudio. En el plano de la teoría de las R S dichos esquemas cumplen la función de visualizar los componentes que se organizan y jerarquizan alrededor del núcleo central de una representación social.
Gráfico 1
Contexto hacia Antecedentes Fenómeno hacia Propiedad Dimensión
Fenómeno hacia Consecuencias Estrategias de acción e intervención
Condiciones en las que varía
Fuente: Krause, M. (1998) La reconstrucción de la estructura interna de las Representaciones Sociales a través de un análisis cualitativo descriptivo y relacional. En Memorias de la IV Conferencia Internacional sobre Representaciones Sociales. La era de la psicología social. México-Francia: Universidad Autónoma Metropolitana – Leps- Ehess.
6.2 Análisis de procedencia de la información
Por sí sola permite una aproximación a los aspectos procesuales de una representación. Triangulada con el MCC contribuye con la identificación del núcleo central y facilita la codificación axial (Araya, op.cit).
El objetivo de esta técnica es detectar, independientemente del contenido expresado, los diferentes tipos de fuentes de información de las cuales procede un contenido. En lugar de intentar explorar “el qué dice”, se busca responder al “de dónde obtuvo la información” de lo que dice.
Al enfocar los datos de esta perspectiva, se pone el énfasis en los fundamentos y la forma de organización de las representaciones.
Jodelet propone cuatro fuentes globales de procedencia de información extendidas en un continuum que va de lo personal a lo más impersonal:
1. Las informaciones procedentes de las experiencias vividas por las propias personas.
2. Las informaciones procedentes acerca de lo que las personas piensan, expresado en términos de roles.
3. Las informaciones obtenidas de la comunicación social y de la observación.
4. Las informaciones sacadas de conocimientos adquiridos en medios formales como los estudios, las lecturas, los medios de comunicación de masas.
Esta clasificación es elaborada por Jodelet (cfr. Banchs, 1990) a partir de un estudio que realizó sobre la representación del cuerpo.
Así la información proveniente de lo vivido resultó aquella en que las personas usaron pronombres personales (yo, mí, me, conmigo) o bien el indeterminado “uno” e igualmente por medio de algunos verbos como sentir, gozar, sufrir, etc. El sujeto de la oración es la persona misma. Por ejemplo, “a mí me gusta hacer el amor” (Banchs, 1990: 198).
La segunda categoría es producto de los papeles que las personas le atribuyeron al cuerpo como condición necesaria para la existencia y realización de sí mismas. En estos casos, el sujeto de la oración es el cuerpo. Por ejemplo, “el cuerpo es el medio a través del cual expresamos nuestra sexualidad” (Banchs, op.cit).
En la tercera categoría el sujeto de la oración son los amigos y las amigas, la familia y la gente que se observa. Asimismo agrupa los contenidos procedentes de refranes y creencias populares. Por ejemplo, “cuando arriban sobran canas, abajo faltan ganas” (Banchs, op.cit). .
En la cuarta categoría el sujeto es más abstracto, pues refiere a un concepto, una idea, una teoría, problemas de orden científico, moral, cultural, filosófico o técnico. Por ejemplo, “en nuestra cultura somos socializados bajo una represión de lo sexual”.
Es posible que un mismo contenido adquiera significados diferentes según se exprese de manera más cercana o más lejana de la persona entrevistada.
Según la experiencia de Banchs (1990) estas técnicas parecen ser más aplicables para el estudio de los objetos que refieren aspectos íntimos o personales ya que cuando respectan a entes abstractos, como por ejemplo los partidos políticos, las fuentes de información son casi siempre impersonales.
6.3 Análisis gráfico de los significantes
Esta técnica ha sido desarrollada en Brasil por Silvia Friedman (cfr. Banchs, 1990) y es aplicable a discursos, ya sea producidos por entrevistas o por materiales escritos o audiovisuales.
Tiene como limitación que es aplicable solo a un número reducido de personas, pues exige una cantidad considerable de tiempo y de “metros de papel”. Su gran ventaja es que permite no fragmentar el discurso.
Friedman utilizó esta técnica en un estudio acerca de la génesis de la tartamudez.
Con base en él se ejemplifica el procedimiento de esta técnica .
• Con las entrevistas transcritas, el primer paso consiste en enumerar las unidades de significación (en general, sujeto y predicado). Por ejemplo:
“Yo hablaba poco/ siempre que yo hablaba/yo temblaba.
• El segundo paso es dividir y enumerar las palabras, según sea su orden de aparición en el discurso. Posteriormente se identifican cuáles son las que más se repiten.( En el ejemplo anterior, “yo” tres veces y “hablaba” dos veces).
• El tercer paso consiste en reproducir gráficamente, como en un sociograma, todas las palabras y por medio de flechas se debe señalar la relación que originalmente se establecía entre ellas en el discurso.
Los anteriores pasos son mecánicos. El último requiere de sucesivos ensayos y errores ya que se trata de colocar las palabras más frecuentes en lugares céntricos (como en una estrella sociométrica) con el fin de poderlas vincular con todas las otras palabras o frases con las que fueron asociadas.
Lo que se busca es obtener la forma gráfica más ilustrativa de las relaciones entre las palabras. En el ejemplo en cuestión sería:
(Hay una gráfica: YO Poco Temblaba Siempre que…)
Conforme Friedman avanzaba en este laborioso trabajo de reproducción gráfica del discurso y a medida que los gráficos se configuraban en metros de papel, se constataron núcleos de pensamiento, los cuales son equivalentes al conjunto de significados alrededor de los cuales se estructuran las representaciones. Una vez identificados, se analizaron las relaciones entre unos y otros, observándose que se articulaban en categorías que efectivamente constituían la génesis de la tartamudez.
Es posible que las categorías surgidas en el estudio de Friedman no siempre se presenten con la misma nitidez, lo cual exigirá al investigador o investigadora una mayor organización abstracta e interpretativa de los contenidos de los núcleos en categorías.
Las anteriores técnicas constituyen formas innovadoras de realizar el análisis y de superar, en alguna medida, las limitaciones del clásico análisis de contenido (A C) .
Si bien como un conjunto de técnicas de análisis de comunicaciones, el A C puede ser utilizado para el análisis de todo lo que se escribe o se dice, no existe un acuerdo sobre su naturaleza, esencialmente, cuantitativa. En este sentido es posible distinguir diferentes líneas dentro de la perspectiva cuantitavista.
Unos sostienen que el análisis de contenido cuantitativo debe limitarse al sentido manifiesto, como lo ha hecho Berelson (1952), uno de los autores clásicos del tema; mientras que Krippendorff (1990) y Bardin (1996) representan la línea opuesta, que defiende el análisis de contenido cuantitativo, pero enfatizando en lo oculto, en el sentido latente y en la inferencia.
En cualquiera de las dos anteriores concepciones, en la utilización del A C – y, en general de otras técnicas— el investigador o la investigadora debería tener presente que la metodología de recolección es un factor que, en buena parte, contribuye con el éxito de la investigación de las representaciones sociales.
Dicho éxito estará valorado según se recolecte el contenido de la representación; se detecte la estructura y el núcleo central; se identifiquen los lazos de las relaciones y la jerarquía entre los elementos; se pongan en evidencia los elementos centrales, es decir los elementos que organizan y proporcionan su significación a la representación.
Finalmente, un estudio de R S deberá restituir la representación revelada en su contexto y captar los lazos entre la representación y el conjunto de los factores psicológicos, cognitivos y sociales que la determinaron.
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¿Quiénes son esos?

¿Quiénes son esos?
Sergio Ramírez
Jueves, 29 de Noviembre de 2018

1138

La escritora nigeriana Chimamanda Ngozi Adichie pronunció en la Feria del Libro de Frankfurt de este año un espléndido discurso en el que se refiere a los temas claves del mundo contemporáneo: identidad, diversidad, y también a la emigración, que vemos repetirse por distintas geografías de manera masiva, un viaje desde los páramos oscuros de la miseria y el desencanto hacia la gran vitrina iluminada de la riqueza y la prosperidad, resguardada por muros de concreto y cercos de alambre de púas.

Un sueño, un delirio, una ilusión persistente. El vuelo rasante de un dron sobre el puente que cruza el río Suchiate, y que une Tecún Umán en el territorio de Guatemala, con Ciudad Hidalgo en México, nos muestra miles de cabezas apiñadas, juntas, compactas, indefinibles. Una masa ansiosa de llegar hasta la frontera mexicana con Estados Unidos, una caravana que ha salido desde Honduras y que marcha a largos trechos a pie, dispuesta a recorrer miles de kilómetros para llegar a su ansiado destino sin importar ni las penurias ni los obstáculos.

Otro dron vuela encima del puente sobre el río Táchira que conecta el poblado de San Antonio del Táchira, del lado de Venezuela, con Villa del Rosario, del lado de Colombia. Venezolanos expulsados de su propio país porque han perdido todas las oportunidades y todas las esperanzas, y se quedarán en Colombia, o seguirán hacia Ecuador, hacia Perú, hacia Chile. El éxodo se vuelve brutal, despiadado, como es la naturaleza del poder que los expulsa.

Pero lo que reclama Chimamanda, la novelista, ella misma una emigrante que ahora vive en los Estados Unidos, es no olvidar que no se trata de cifras, sino de personas. Hay que transformar en nuestras mentes los números en seres humanos. Verlos en su individualidad desamparada: “es el momento de analizar el tema de la inmigración, de ser sinceros respecto a ella. De preguntar si la cuestión es la inmigración o la inmigración de tipos concretos de personas: musulmanes, negros, morenos”, dice. “Es el momento de replantearnos cómo pensamos los relatos”. Los relatos de esas vidas, los relatos íntimos. Historias para penetrar en ellas.

La filósofa española Adela Cortina, en su lúcido libro Aparofobia, el rechazo al pobre, demuestra algo que por obvio solemos olvidar: los emigrantes que llegan a Europa desde medio oriente parecerían ser rechazados porque provienen de culturas extrañas, pero eso no es lo fundamental: no se les admite porque son pobres. Eso quiere decir aparofobia: la fobia a los pobres. “Lo que nos molesta”, dice, “es la pobreza, no la inmigración”.

“Lo mismo sucede con los pobres del propio país o incluso con los parientes pobres”, dice también. Es una tendencia que se origina en el cerebro humano, rechazar lo que nos desagrada, molesta o incomoda. No se rechaza a los turistas que llegan a un país a gastar su dinero, más bien se les acoge. “Se habla mucho de xenofobia, de islamofobia, y es verdad que existen. Pero en todos esos casos si traen dinero o algo que parece beneficioso se les acoge sin remilgos”.

No obstante, es una tendencia que es posible contrarrestar si logramos oponerle “la compasión, la capacidad de sufrir con otros en la alegría y en la tristeza y de comprometernos con ellos”. Son tendencias benéficas, que también están arraigadas en nosotros, y que podemos hacer despertar.

Es allí donde los números, miles de refugiados, una oleada incesante, molesta, incómoda, se transforman en gente, en personas con rostros, y entonces surgen las historias individuales capaces de hacernos entender que el prójimo es el próximo. Esas demostraciones de solidaridad las vemos repetirse en México con la caravana de emigrantes que se adentra en el territorio en su viaje hacia el norte, sin ceder en su terquedad, a pesar del muro, decretos, razias, y a riesgo de maltratos, secuestros, extorsiones, humillaciones. En los poblados por donde van pasando la gente organiza albergues, comedores. Hay instituciones de apoyo a los emigrantes, tanto religiosas como laicas, pero también son los pobres ayudando a los pobres, dándoles lo que pueden, cama, comida, ropa, medicinas. Cariño.

Y también hay rechazo, como el que se ha dado en Tijuana, ya al final del viaje, promovido por las propias autoridades municipales, y al que se ha sumado gente sensible al discurso xenofóbico, y que hace uso de la manipulación para exacerbar el rechazo. Bastó un video colocado de manera artera en las redes sociales, donde una emigrante hondureña se queja del plato de frijoles recibido en un albergue para que la reacción hostil estalle: “aquí somos pobres, comemos frijoles”, repiten las voces indignadas de unas 200 personas que se han juntado en manifestación de repudio a la caravana.

Hay que entrar en las historias individuales, como pide Chimamanda. El tramado del tejido es denso, y cada hilo hay que verlo a contraluz. La mujer se llama Miriam Zelaya y se sumó al éxodo en busca de que en Estados Unidos operaran a su hija de 11 años, que es sordomuda. Viaja, como los demás, en busca de un milagro. El suyo es que la niña llegue a hablar y oír. “Hemos caminado por todo México y hemos recibido mucha ayuda”, dice llorando. Tengo todo que agradecerles. Yo he criado a mis hijos con muchos esfuerzos y dándoles frijoles y tortillas”. Ahora está sola. Se ha tenido que marchar del albergue ante el repudio de sus propios compatriotas.

Pero Miriam está a punto de llegar. A lo mejor recibe asilo al otro lado de la frontera tan celosamente guardada. A lo mejor operan a su hija sordomuda. A lo mejor valieron la pena para ella el desprecio de los suyos, el rechazo de que ha sido víctima en Tijuana por quejarse de unos frijoles. El desarraigo, las penurias del viaje, el miedo, el peligro, la zozobra, la angustia, la esperanza, hacen que deje de ser un simple número en una suma, una cabeza entre miles que fotografía un dron.

Guadalajara, noviembre, 2018

La extraña agonía del FMLN

La extraña agonía del FMLN

Por Manuel Hinds

Dic 06, 2018- 06:56

La gráfica 1 muestra los cambios en las preferencias partidarias medidas por las encuestas de LPG Datos desde la primera vuelta de la última elección presidencial hasta el momento. Como puede verse, ARENA no se movió, de modo que el crecimiento de GANA más Nuevas Ideas (25% de los encuestados) se alimentó de una caída del FMLN de 16.0% y de Otros e Inciertos (los que no saben por quién van a votar, o si van a hacerlo, etc.), que cayeron 9.5%.

Pero, como se ve en la gráfica 2, ese 9.5% el FMLN ya lo había perdido al grupo de Otros e Inciertos entre 2009 (el momento máximo del FMLN) y el 2014. De este modo, la coalición de GANA + NI se ha alimentado casi exclusivamente de quitarle los votos que el FMLN había ganado de 2006 a 2009. Esto lo hizo en dos etapas: agarrando votos (9.5%) que el FMLN ya había perdido al grupo de Otros e Inciertos en 2014, y luego quitándole directamente 16% al FMLN en los últimos meses. Así, pues, GANA + NI le está robando el mandado al FMLN y, si tiene éxito, lo estaría reduciendo al 15% de los encuestados, un tamaño mucho más pequeño que GANA + NI y ARENA (cada uno con cerca de 26% de los encuestados). GANA + NI se convertiría en uno de los dos partidos principales y el FMLN se convertiría en un partido menor.

FUENTE: LPG Datos, encuesta publicada el 29 de noviembre de 2018 en las redes. Los datos de 2018 corresponden a noviembre de ese año.

De este modo las dos gráficas muestran una historia muy coherente: la migración de las bases de un partido a otro, efectuada en dos etapas—primero a través de un grupo grande de previos votantes del FMLN que prefiere no votar que votar por el FMLN, y luego un grupo de votantes más duros que se unen a los anteriores para votar por un nuevo partido.

FUENTE: LPG Datos, encuesta publicada el 29 de noviembre de 2018 en las redes. Los datos de 2018 corresponden a noviembre de ese año.

La estrategia de GANA + IN para extraerle los votantes al FMLN es muy clara. Busca convencer a éstos de que GANA + NI es el único que pueden ganarle a ARENA, de tal forma que los que voten por el FMLN están desperdiciando su voto. La cuchilla escondida debajo de este argumento es que mientras más gente se mueva en estas elecciones del FMLN a GANA + NI más se acercaría el FMLN al punto de no regreso—un nivel de votos tan pequeño que lo haría perder no solo una cantidad irrecuperable de los subsidios que da el gobierno a los partidos por voto obtenido sino también su credibilidad como factor de poder.

El poder de un partido y de sus partidarios y de sus cúpulas depende de que la gente crea que tienen poder. Eso es lo que atrae a nuevos partidarios y lo que hace que lo otros partidos y el país entero lo tomen en cuenta. Como toda reputación, es más fácil obtener la credibilidad del poder que recuperarla. Una vez que se ha tenido y se ha perdido, no se puede recuperar, ya que la imagen de decadencia permea todas las percepciones. Por esta razón, el FMLN no puede pensar que puede permitirle a GANA + IN que le quite sus votos pero que después los va a recuperar, sea que GANA + NI gane o pierda las elecciones.

El FMLN, que las encuestas dicen no llegará ni al 10% de los votos, pasaría a segunda categoría como partido. No sólo eso. Los votantes mismos, las estructuras y la base dura del FMLN que se pasen a GANA + NI se convertirían en ciudadanos de segunda clase en un partido que ya no sería de ellos.

Que esto esté pasando es bien extraño porque la cúpula y las estructuras del FMLN no están haciendo nada para detener el sangramiento excepto manejar una campaña presidencial que parece de entrada una aceptación de una derrota. Esto equivale a un abandono de sus propias bases, que no terminan de entender la diferencia entre perder unas elecciones y cometer un suicidio como partido. Es más extraño todavía porque ni siquiera hay convergencia ideológica entre el FMLN y GANA + NI, que si existiera podría pensarse que justificaría la negligencia con la que la cúpula del FMLN está dejando abandonado su partido. La transfusión de votantes se está dando de un partido que se definió como de izquierda hacia uno que nunca ha tenido el más mínimo trazo de una ideología y ha sido oportunista sin ambages desde que nació.

La única manera en la que el FMLN puede sobrevivir es mostrando una votación respetable, que indique que lo que está sufriendo no es un colapso total sino una fluctuación de un poder que se mantiene. Si saca sustancialmente menos que el 20% de los votos, el FMLN pasará a segunda categoría, asesinado no por otros partidos políticos, sino por la deserción de sus propios votantes. Quizás algunos se lamenten después de cómo se suicidaron políticamente.

Los neopentecostales y su incidencia política

Los neopentecostales y su incidencia política

Por Mario Vega

Dic 06, 2018- 20:53

El crecimiento de las iglesias evangélicas en Latinoamérica es un fenómeno de suyo conocido, pero existe una transformación al interior de ellas que es menos perceptible. Se trata de un giro que muchas iglesias han venido adoptando en las últimas décadas hacia el neopentecostalismo. Pero ¿qué es el neopentecostalismo?

Es un movimiento evangélico, aunque también con expresiones católicas, que hace fuerte énfasis en el tema del Espíritu Santo. Éste es concebido como un agente cuya misión principal es la de otorgar muchas experiencias sensoriales a los creyentes. Se trata de sentir, experimentar, vibrar, caer, saltar, danzar, etc.

El culto gira en torno a una persona que suele ser un pastor que asume el protagonismo de la liturgia y el monopolio de la revelación divina. Es un hombre-espectáculo, las luces se enfocan en él y los creyentes son solo espectadores. Su enseñanza bíblica es superficial, no poseen formación teológica y mucho menos contextual. Poseen un énfasis en que el ganar dinero y tener éxito en los negocios es prueba del favor de Dios y lo sintetizan en lo que llaman “Teología de la Prosperidad”, la cual no es ninguna teología y tampoco produce prosperidad, excepto para los referidos pastores estrella. Esto les lleva a agudas contradicciones entre el modelo de Jesús de renuncia y humildad y sus estilos de vida suntuarios. También les conduce a chocantes contradicciones éticas como el actual caso de un conocido líder neopentecostal guatemalteco.

Pero, además, los neopentecostales poseen la capacidad de incidir electoralmente de manera decisiva en los países. No es para menos, de acuerdo con el Centro Estratégico Latinoamericano de Geopolítica (CELAG), hay en el continente más de 19,000 iglesias neopentecostales que organizan a unos 100 millones de creyentes. Su superficialidad bíblica y contextual los lleva a endosar apoyos a candidatos sin más mérito que el ser miembros de una iglesia o el enarbolar banderas de interés evangélico que, normalmente, son asumidas de manera bastante acrítica. Ese endoso poco reflexivo fue el que casi convierte en presidente de Costa Rica a Fabricio Alvarado, un cantante de música evangélica. También contribuyó al gane de Jair Bolsonaro en Brasil, un miembro de la Iglesia Universal del Reino de Dios.

En El Salvador, afortunadamente, son muy pocas las iglesias neopentecostales, por razones que merecen otro espacio para ser expuestas. Las iglesias evangélicas salvadoreñas poseen otro tipo de liturgia, doctrina y liderazgos. También otro tipo de visión de la historia y los problemas sociales. Eso explica el porqué, existiendo un candidato explícitamente evangélico como Josué Alvarado, las iglesias no muestran mayor entusiasmo con su candidatura. La participación electoral de los evangélicos salvadoreños se rige por pasiones similares a las del resto de la población. No están interesados en llevar a la Presidencia a un evangélico como sí lo están en llevar a alguien que de respuesta a sus necesidades económicas y de seguridad. Los evangélicos no votan en bloque como sector social sino de acuerdo con sus criterios electorales personales. Este es un elemento a tener en cuenta por los candidatos para no ser estafados por vivos que les ofertan adhesiones que no son posibles en el caso salvadoreño. La verdadera apuesta debe ser convencer con argumentos de que son la mejor opción. Eso es lo que los evangélicos deseamos conocer.

Pastor General de la Misión Cristiana Elim

Theories of Globalization

Theories of Globalization
William I. Robinson
THEORY AND THE RISE OF GLOBALIZATION STUDIES

Globalization is reshaping how we have traditionally gone about studying the social world and human culture and a field of globalization studies is now emerging across the disciplines (Appelbaum and Robinson, 2005). These globalization studies arose around several sets of phenomena that drew researchers’ attention from the 1970s onwards.

One was the emergence of a globalized economy involving new systems of production, finance and consumption and worldwide economic integration. A second was new transnational or global cultural patterns, practices and flows, and the idea of ‘global culture(s)’. A third was global political processes, the rise of new transnational institutions, and concomitantly, the spread of global governance and authority structures of diverse sorts. A fourth was the unprecedented multidirectional movement of peoples around the world involving new patterns of transnational migration, identities and communities. Yet a fifth was new social hierarchies, forms of inequality, and relations of domination around the world and in the global system as a whole.
The scholarly literature on these phenomena has proliferated, as have specific studies of the impacts of globalization on particular countries and regions and on gender and ethnicity, not to mention much pop treatment of the subject. Recent research agendas have branched out into an enormous variety of topics, from transnational sexualities, to global tourism, changes in the state, the restructuring of work, transnational care-giving, globalization and crime, the global media, and so on. This explosion of research points to the ubiquity of the effects of globalization.
All disciplines and specializations in the academy, it seems, have become implicated in globalization studies, from ethnic, area and women’s studies, to literature, the arts, language and cultural studies, the social sciences, history, law, business administration, and even the natural and applied sciences.
The proliferating literature on globalization reflects the intellectual enormity of the task of researching and theorizing the breadth, depth and pace of changes underway in human society in the early twenty-first century. We find two broad categories of research: (1) those studying specific problems or issues as they relate to globalization; (2) those studying the concept of globalization itself – theorizing the very nature of the process.
In a time when social relations and institutions are everywhere subject to rapid and dramatic change, and to the extent that this change is linked to globalization, theories of globalization are without doubt of major import to the contemporary world. How do we theorize this phenomenon which we will call globalization? What types of theories have been developed to explain twenty-first century social change? Are our existing theories adequate to capture this change, or do we need new theoretical models?
If it is true that globalization is one of the key concepts of the twenty-first century, it is also true that it is one of the most hotly debated and contested. There is no consensus on what has been going on in the world denoted by the term ‘globalization’; competing definitions will give us distinct interpretations of social reality.
Hence the very notion of globalization is problematic given the multitude of partial, divergent and often contradictory claims surrounding the concept. Considering the political implications of these claims it is clear that, at the least, globalization has become what we refer to as an essentially contested concept. The contending battleground of such concepts is a leading edge of political conflict since the meanings of such concepts are closely related to the problems they seek to discuss and what kind of social action people will engage in.
Knowledge claims are not neutral. They are grounded in situated social and historical contexts, often in competing social interests. Nowhere is this clearer than with globalization theories. We cannot here, given space constraints, take up the political and the normative dimensions of the globalization debate and the relationship of distinct theoretical discourses on globalization to these debates. Nonetheless, it would be impossible to speak of globalization without reference to the highly conflictive nature of the process.
Diverse actors have associated globalization with expanding worldwide inequalities, new modes of exploitation and domination, displacement, marginalization, ecological holocaust and anti-globalization.
Others have trumpeted the process as creating newfound prosperity, freedom, emancipation and democracy. These normative issues, whether or not they are foregrounded, will loom large in any survey of theories of globalization. How we define the process will very much depend on what theoretical perspectives we bring to bear on the definition. At the same time, our theories cannot but both shape and reflect normative and political signposts.
THE GLOBALIZATION DEBATE AND THEORETICAL DISCOURSES
While there is much disagreement among scholars on the meaning of globalization and on the theoretical tools that are best to understand it, we can identify a number of points with which, it is safe to say, most would agree.
First, the pace of social change and transformation worldwide seems to have quickened dramatically in the latter decades of the twentieth century, with implications for many dimensions of social life and human culture.
Second, this social change is related to increasing connectivity among peoples and countries worldwide, an objective dimension, together with an increased awareness worldwide of these interconnections, a subjective dimension. As well, most would agree that the effects of globalization – of those economic, social, political, cultural and ideological processes to which the term would allegedly refer – are ubiquitous, and that different dimensions of globalization (economic, political, cultural, etc.) are interrelated, ergo, that globalization is multidimensional.
At this point agreement ends and debates heat up. How different theoretical approaches address a set of basic assumptions – what we will call ‘domain questions’ – will tend to reveal the domain of each theory and the boundaries among distinct and often competing theories.
Theories consist of particular ontological assumptions and epistemological principles, both of which are of concern in examining globalization theories.
Perhaps the most important ‘domain question’, and one that cuts to the underlying ontological issue in globalization studies, is ‘when does globalization begin?’
The rise of globalization studies has served to reassert the centrality of historical analysis and the ongoing reconfiguration of time and space to any understanding of human affairs. How we view the temporal dimension will shape – even determine – what we understand when we speak of globalization.
Among globalization theories there are three broad approaches. In the first, it is a process that has been going on since the dawn of history, hence a 5,000–10,000 year time frame. In the second, it is a process coterminous with the spread and development of capitalism and modernity, hence a 500 year frame. In the third, it is a recent phenomenon associated with such processes of post-industrialization, postmodernization or the restructuring of capitalism, hence a 20–30 year frame.
A second ‘domain question’ is that of causal determination(s) in globalization.
Is the core of the process economic, political or cultural? Is there an underlying material or an ideational determinacy? Are there multiple determinations, and how would they be ordered? Whether distinct globalization theories choose to give a causal priority or empirical emphasis to the material or the ideational will depend on the larger metatheoretical and even philosophical underpinnings of particular theories, but as well on normative and political considerations.
Other major domain questions are:
• Does globalization refer to a process (as I have been assuming here) or to a condition? Most theories would see it as a process of transformation, and some theorists therefore refer to globalization as a process and globality as a
condition.
• How do modernity and postmodernity relate to globalization?
• What is the relationship between globalization and the nation-state? Is the nation-state being undermined? Has it retained its primacy? Or is it becoming transformed in new ways? Does globalization involve internationalization, seen as an increased intensity of exchanges among nation-states, or transnationalization, involving emerging structures, processes and phenomena that transcend the nation-state system?
• Relatedly, to what extent is the relationship between social structure and territoriality being redefined by globalization? Is there a deterritorialization of social relations under globalization? What is the relationship between the local and the global? How are space and time being reconfigured?
How different theories approach these ‘domain questions’ will reveal something of the core ontological and epistemological claims of each theory. Recall that there is not a single ‘theory of globalization’ but many theoretical discourses. These tend to be grounded in broader theoretical traditions and perspectives, such as Marxism, Weberianism, functionalism, postmodernism, critical and feminist theory, and involve a number of distinct approaches to social inquiry, such as cultural studies, international relations, post-colonial studies, literature and so on.
However, most theories draw on the distinctive contributions and traditions of multiple disciplines.
Indeed, one of the most refreshing hallmarks of globalization studies is its interdisciplinary – nay, transdisciplinary – character; a renewed holistic approach to the study of social structure and change. The traditional borders between disciplines have become blurred in both theories and empirical studies on globalization.
Rather than propose a classification of globalization theories I identify here a variety of theoretical discourses that typically serve as heuristic tools in concrete globalization studies. The focus is on key theories and theorists that have already – or are likely to – become markers across social sciences disciplines and humanities for the field of globalization studies. What follows is not a comprehensive review of extant theories, which would be impossible here, but a limited selection intended to provide a view of the range of theoretical discourse on which scholars researching globalization are likely to draw.
A SAMPLING OF THEORIES OF GLOBALIZATION
World-system theory
Some see the world-system paradigm as a ‘precursor’ to globalization theories, and indeed, as Arrighi has observed, ‘world-systems analysis as a distinctive sociological paradigm emerged at least 15 years before the use of globalization as a signifier that blazed across the headlines and exploded as a subject of academic research and publication’ (Arrighi 2005: 33). Yet what is distinctive to world-systems theory is not that it has been around longer than more recent globalization theories.
Rather, this paradigm – and certainly its principal progenitor, Immanuel Wallerstein – tends to view globalization not as a recent phenomenon but as virtually synonymous with the birth and spread of world capitalism, c. 1500.
World-systems theory shares with several other approaches to globalization a critique of capitalism as an expansionary system that has come to encompass the entire world over the past 500 years. As elaborated by Wallerstein, it is constituted on the proposition that the appropriate unit of analysis for macrosocial inquiry in the modern world is neither class, nor state/society, or country, but the larger historical system, in which these categories are located.
The capitalist world-economy that emerged c. 1500 in Europe and expanded outward over the next several centuries, absorbing in the process all existing minisystems and world-empires, establishing market and production networks that eventually brought all peoples around the world into its logic and into a single worldwide structure. Hence, by the late nineteenth century there was but one historical system that had come to encompass the entire planet, the capitalist worldsystem, a truly ‘global enterprise’ (1974). It is in this sense that world-system theory can be seen as a theory of globalization even if its principal adherents reject the term globalization (see below).
A key structure of the capitalist world-system is the division of the world into three great regions, or geographically based and hierarchically organized tiers. The first is the core, or the powerful and developed centres of the system, originally comprised of Western Europe and later expanded to include North America and Japan. The second is the periphery, those regions that have been forcibly subordinated to the core through colonialism or other means, and in the formative years of the capitalist world-system would include Latin America, Africa, Asia, the Middle East and Eastern Europe. Third is the semi-periphery, comprised of those states and regions that were previously in the core and are moving down in this hierarchy, or those that were previously in the periphery and are moving up. Values flow from the periphery to the semi-periphery, and then to the core, as each region plays a functionally specific role within an international division of labour that reproduces this basic structure of exploitation and inequality.
Another key feature of this world-system is the centrality and immanence of the inter-state system and inter-state rivalry to the maintenance and reproduction of the world-system. The world-system paradigm does not see any transcendence of the nation-state system or the centrality of nation-states as the principal component units of a larger global system. Other structural constants in the world-system are cyclical rhythms of growth and crisis, several secular trends such as outward expansion, increasing industrialization and commodification, struggles among core powers for hegemony over the whole system, and the oppositional struggles of ‘antisystemic forces’.
Some would consider the world-system approach not a theory of globalization but an alternative theory of world society. This, however, would depend on how we define the contested concept of globalization. If a bare-bones definition is intensified interconnections and interdependencies on a planetary scale and consciousness of them, then certainly world-system theory is a cohesive theory of globalization, organized around a 500 year time scale corresponding to the rise of a capitalist world-economy in Europe and its spread around the world, and must be included in any survey of globalization theories.
On the other hand, however, it is not self-identified as a theory of globalization, is not a theory of the worldwide social changes of the late twentieth and early twenty-first centuries, and there is no specific concept of the global in world-system literature. Wallerstein has himself been dismissive of the concept of globalization.
‘The processes that are usually meant when we speak of globalization are not in fact new at all. They have existed for some 500 years’ (2000: 250). Wallerstein has put forward an explanation of late twentieth/early twenty-first century change from the logic of world-system theory as a moment of transition in the system. In an essay titled ‘Globalization or the Age of Transition?’ (2000), he analyzes the late twentieth and early twenty-first century world conjuncture as a ‘moment of transformation’ in the world-system, a ‘transition in which the entire capitalist world-system will be transformed into something else’ (2000: 250).
In this analysis, the system has entered into a terminal crisis and will give way to some new, as of yet undetermined historical system by the year 2050. Wallerstein’s thesis on the terminal crisis of the system can be said to provide an explanation for social change in the age of globalization consistent with his own world-system theory.
Theories of global capitalism
Another set of theories, what I catalogue here as a global capitalism school, shares with the world-systems paradigm the critique of capitalism, an emphasis on the long-term and large-scale nature of the processes that have culminated in globalization, and the centrality of global economic structures. Yet this group of theories differs from the world-system paradigm in several essential respects. In particular, these theories tend to see globalization as a novel stage in the evolving system of world capitalism (hence these theorists tend to speak of capitalist globalization), one with its own, qualitatively new features that distinguish it from earlier epochs.
They focus on a new global production and financial system that is seen to supersede earlier national forms of capitalism, and emphasize the rise of processes that cannot be framed within the nation-state/inter-state system that informs world-system theory – and indeed, much traditional macrosocial theory.
Sklair (2000, 2002) has put forward a ‘theory of the global system’, at the core of which are ‘transnational practices’ (TNPs) as operational categories for the analysis of transnational phenomena. These TNPs originate with non-state actors and cross-state borders. The model involves TNPs at three levels: the economic, whose agent is transnational capital; the political, whose agent is a transnational capitalist class (TCC); and the cultural-ideological, whose agent is cultural elites.
Each practice, in turn, is primarily identified with a major institution. The transnational corporation is the most important institution for economic TNPs; the TCC for political TNPs; and the culture-ideology of consumerism for transnational cultural-ideological processes. Locating these practices in the field of a transnational global system, Sklair thus sets about to explain the dynamics of capitalist globalization from outside the logic of the nation-state system and critiques the ‘state-centrism’ of much extant theorizing. His theory involves the idea of the TCC as a new class that brings together several social groups who see their own interests in an expanding global capitalist system: the executives of transnational corporations; ‘globalizing bureaucrats, politicians, and professionals’, and ‘consumerist elites’ in the media and the commercial sector (Sklair 2000).
Robinson (2003, 2004) has advanced a related theory of global capitalism involving three planks: transnational production, transnational capitalists and a transnational state. An ‘epochal shift’ has taken place with the transition from a world economy to a global economy. In earlier epochs, each country developed a national economy that was linked to others through trade and finances in an integrated international market. The new transnational stage of world capitalism involves the globalization of the production process itself, which breaks down and functionally integrates what were previously national circuits into new global circuits of production and accumulation.
Transnational class formation takes place around these globalized circuits. Like Sklair, Robinson analyzes the rise of a TCC as the class group that manages these globalized circuits. Transnationally oriented fractions achieved hegemony over local and national fractions of capital in the 1980s and 1990s in most countries of the world, capturing a majority of national state apparatuses, and advancing their project of capitalist globalization.
Globalization creates new forms of transnational class relations across borders and new forms of class cleavages globally and within countries, regions, cities and local communities, in ways quite distinct from the old national class structures and international class conflicts and alliances.
However, in distinction to Sklair, for whom state structures play no role in the global system, Robinson theorizes an emergent transnational state (TNS) apparatus.
A number of globalization theories see the rise of such supranational political and planning agencies as the Trilateral Commission, the World Economic Forum, the Group of Seven and the World Trade Organization, as signs of an incipient transnational or global governance structure (see, inter alia, Held et al. 1999). Robinson, however, wants to get beyond what he sees as a national-global duality in these approaches.
This TNS is a loose network comprised of supranational political and economic institutions together with national state apparatuses that have been penetrated and transformed by transnational forces. National states as components of a larger TNS structure now tend to serve the interests of global over national accumulation processes. The supranational organizations are staffed by transnational functionaries who find their counterparts in transnational functionaries who staff transformed national states. These ‘transnational state cadres’ act as midwives of capitalist globalization.
The nature of state practices in the emergent global system ‘resides in the exercise of transnational economic and political authority through the TNS apparatus to reproduce the class relations embedded in the global valorization and accumulation of capital’.
Hardt and Negri’s twin studies, Empire (2000) and Multitude (2004), have been referred to by some as a postmodern theory of globalization that combines Marx with Foucault. They take the global capitalism thesis a step further, proposing an empire of global capitalism that is fundamentally different from the imperialism of European domination and capitalist expansion of previous eras. This is a normalized and decentred empire – a new universal order that accepts no boundaries and limits, not only in the geographic, economic and political sense, but in terms of its penetration into the most remote recesses of social and cultural life, and indeed, even into the psyche and biology of the individual.
While for Sklair and Robinson the TCC is the key agent of capitalist globalization, for Hardt and Negri there is no such identifiable agent. In more Foucaultian fashion, an amorphous empire seems to be a ubiquitous but faceless power structure that is everywhere yet centred nowhere in particular and squares off against ‘the multitude’, or collective agencies from below.
Other variants of the global capitalism thesis have been taken up by McMichael (2000), Ross and Trachte (1990), and Went (2002), among others. There is as well a considerable amount of theoretical work on globalization among international relations (IR) scholars, a subdiscipline that has come under special challenge by globalization given that it is centrally concerned – by definition – with the state system and the interstate system.
Here there is a tension between those theories that retain a national/international approach and view the system of nation-states as an immutable structural feature of the larger world or inter-state system, and those that take transnational or global approaches that focus on how the system of nationstates and national economies are becoming transcended by transnational social forces and institutions grounded in a global system rather than the interstate system.
Notable here is the ‘neo-Gramscian school’ in IR, so-called because these scholars have applied the ideas of Antonio Gramsci to attempt to explain changes in world power structures and processes from a global capitalism perspective. Scholars from the neo-Gramscian school have been closely identified with the works of Cox (see,esp., 1987), and have explored the rise of new global social forces and sets of transnational class relations, and internationalization of the state, and transnational hegemony and counter-hegemony in global society.
THE NETWORK SOCIETY
Manuel Castells’ groundbreaking trilogy, The Rise of the Network Society (1996, 1997, 1998), exemplifies a ‘technologistic’ approach to globalization. While his theory shares with world-system and global capitalism approaches an analysis of the capitalist system and its dynamics, it is not the logic of capitalist development but that of technological change that is seen to exercise underlying causal determination in the myriad of processes referred to as globalization.
Castells’ approach has been closely associated with the notion of globalization as representing a new ‘age of information’. In his construct, two analytically separate processes came together in the latter decades of the twentieth century to result in the rise of the network society. One was the development of new information technology (IT), in particular, computers and the Internet, representing a new technological paradigm and leading to a new ‘mode of development’ that Castells terms ‘informationalism’.
The other was capitalist retooling using the power of this technology and ushering in a new system of ‘information capitalism’, what Castells and others have alternatively referred to as the ‘new economy’.
This new economy is: (1) informational, knowledge-based; (2) global, in that production is organized on a global scale; and (3) networked, in that productivity is generated through global networks of interaction. Castells’ definition of the global economy is an ‘economy with the capacity to work as a unit in real time, or to choose time, on a planetary scale’, and involving global financial markets, the globalization of trade, the spread of international production networks, and the selective globalization of science and technology.
A key institution of this new economy is the ‘networked enterprise’, which Castells sees as the vanguard of a more general form of social organization, the network society itself. This involves a new organizational logic based on the network structure in interaction with the new technological paradigm. The network form of social organization is manifested in different forms in various cultural and institutional contexts.
Here Castells, along with global capitalism approaches, that of Harvey (see below), Lash and Urry (1987), Cox (1987), and others, draw on a number of strands of late twentieth-century political economy scholarship, especially that of post-Fordism and flexible accumulation, involving a breakdown of the old rigid, vertical corporate structures and the rise of new horizontal and flexible structures.
In Castells’ view, ‘the networked enterprise makes material the culture of the informational, global economy: it transforms signals into commodities by processing knowledge’ (1996: 188). Castells goes on to argue that the image of giant transnational corporations (TNCs) as centralized structures driving the global economy is ‘outdated’ and ‘should be replaced by the emergence of international networks of firms and of subunits of firms, as the basic organizational form of the informal, global economy’ (1996: 206–7).
Castells sees a close linkage between culture and productive forces in this informational mode of development due to the centrality of the symbolic order, of sign production, and of consumption to IT. Indeed, Castells’ approach can be seen as much a cultural as an economic theory of globalization.
Human society has moved from a verbal order in pre-literate societies to an alphabetic order and later an audiovisual system of symbols and perceptions. In the globalized age this gives way to the integration of various modes of communication into an interactive network involving the formation of hypertext and a meta-language integrating into a single system the written, oral and audiovisual (or text, image and sound) modalities of human communication.
This interaction takes place along multiple points in a global network, fundamentally changing the character of communications. In turn, ‘communication decisively shapes culture because we do not see . . . reality as it “is” but as our languages are’. He adds, ‘we are not living in a global village, but in customized cottages, globally produced and locally distributed’ (1996: 370).
The Internet, in this regard, constructs a new symbolic environment, global in its reach, which makes ‘virtuality a reality’. One of Castells’ core concepts that capture this image is the space of flows and timeless time. As a space of flows substitutes for the space of places, time becomes erased in the new communications systems, ‘when past present and future can be programmed to interact with each other in the same message’. The space of flows and timeless time become ‘the material foundations of a new culture’ (1996: 406).
While the normative structure of world-system and global capitalism approaches is decidedly critical of what those theories conceive of as globalization, Castells is more upbeat on the possibilities opened up by the global network society. Nonetheless, a central theme is the division of the world into those areas and segments of population switched on to the new technological system and those switched off or marginalized, giving rise to the oft-cited digital divide.
THEORIES OF SPACE, PLACE AND GLOBALIZATION
This notion of ongoing and novel reconfigurations of time and social space is central to a number of globalization theories. It in turn points to the larger theoretical issue of the relationship of social structure to space, the notion of space as the material basis for social practices, and the changing relationship under globalization between territoriality/geography, institutions, and social structures.
For Anthony Giddens, the conceptual essence of globalization is ‘time-space distanciation’. Echoing a common denominator in much, if not all, globalization theories, Giddens defines time-space distanciation as ‘the intensification of worldwide social relations which link distant localities in such a way that local happenings are shaped by events occurring many miles away and viceversa’ – social relations are ‘lifted out’ from local contexts of interaction and restructured across time and space (1990: 64).
In a distinct variant of this spatio-temporal motif, David Harvey, in his now classic 1990 study The Condition of Postmodernity, argues that globalization represents a new burst of ‘time-space compression’ produced by the very dynamics of capitalist development. While Harvey’s concept is similar to that of Giddens, the former’s involves a normative critique of the global capitalist order and its restructuring whereas the latter would seem to be almost celebratory. What Harvey means by time-space compression is the process whereby time is reorganized in such a way as to reduce the constraints of space, and vice-versa.
Here Harvey is close to the global capitalism thesis (although he does not refer specifically to a new epoch in the history of world capitalism), and as well to worldsystem theory, in that a key causal determinant in the new burst of time-space compression that started in the late twentieth century was the cyclical crises of capitalism. In particular, the world economic crisis that began in the early 1970s led to the breakdown of the old Fordist-Keynesian model and the development of flexible accumulation models.
Drawing on Marx’s analysis of accumulation crises, Harvey shows how each major crisis in the historical development of capitalism has been resolved, in part, with new forms of social organization of capitalism made possible by new technologies and predicated on successive waves of time-space compression. And Harvey also makes reference to Marx’s characterization of capitalist expansion as the ‘annihilation of time through space’.
The matter of a transformation in the spatial dynamics of accumulation and in the institutional arrangements through which it takes place is taken up by Saskia Sassen, whose works have generated new imageries of a restructuring of space and place under globalization. Sassen’s modern classic The Global City (1991) has had an exceptionally broad impact across the disciplines and left an indelible mark on the emergent field of globalization studies.
Sassen’s study is grounded in a larger body of literature on ‘world cities’ that view world-class cities as sites of major production, finances or coordinating of the world economy within an international division of labour, and more recent research on ‘globalizing cities’ (see, e.g., Marcuse and van Kempen 2000).
Sassen proposes that a new spatial order is emerging under globalization based on a network of global cities and led by New York, London and Tokyo.
These global cities are sites of specialized services for transnationally mobile capital that is so central to the global economy. This global economy has involved the global decentralization of production simultaneous to the centralization of command and control of the global production system within global cities. Here Sassen draws on the basic insight from the sociology of organization that any increase in the complexity of social activity must involve a concomitant increase in the mechanisms of coordination.
Global cities linked to one another become ‘command posts’ of an increasingly complex and globally fragmented production system. It is in these cities that the myriad of inputs, services and amenities are to be found that make possible centralized coordination. In Sassen’s words, ‘the combination of spatial dispersal and global integration has created a new strategic role for major cities’ (1991: 3).
Sassen identifies four key functions of the global city: (1) they are highly concentrated command posts in the organization of the world economy; (2) they are key locations for finances and for specialized service firms providing ‘producer services’, which are professional and corporate services inputs for the leading global firms such as finances, insurance, real estate, accounting, advertising, engineering and architectural design; (3) they are sites for the production and innovation of these producer services and also headquarters for producer-service firms; (4) they are markets for the products and innovations produced and in these cities. Sassen documents how New York, London and Tokyo as the quintessential global cities have restructured from manufacturing centres to producer service centres, and how producer service activities become ‘networked’ across global cities.
The social order of the global city shatters the illusions of the affluent service economy proposed by such commentators as Bell (1976) and Toffler (1980). Producer service jobs are global economy jobs, yet they involve a new class and spatial polarization, involving new high-income sectors involved in professional work such as investment management, research and development, administration and personnel, and so on, and enjoying affluent lifestyles made possible by the global economy.
On the other side are low income groups providing low-skilled services such as clerical, janitorial, security and personal services. These low-income groups are largely constituted by transnational migrants drawn from Third World zones. In these global cities we see a concentration of new gendered and racialized transnational labour pools increasingly facing the casualization and informalization of work.
What this all represents is ‘a redeployment of growth poles’ in the global economy. Global cities are new surplus extracting mechanisms vis-à-vis transnational hinterlands. ‘The spatial and social reorganization of production associated with dispersion makes possible access to peripheralized labor markets, whether abroad or at home, without undermining that peripheral condition’ (Sassen 1991: 31). This new transnational structure creates new forms of articulation between different geographic regions and transforms their roles in the global economy. It involves as well a global hierarchy of cities. The stock markets of New York, London and Tokyo, for example, are linked to those of a large number of countries, among them Hong Kong, Mexico City, Sao Paolo and Johannesburg.
Global cities draw our attention to another leading motif in globalization theory, how to conceive of the local and the global. Roland Robertson’s concept of glocalization suggests that the global is only manifest in the local. By glocalization, Robertson means that ideas about home, locality and community have been extensively spread around the world in recent years, so that the local has been globalized, and the stress upon the significance of the local or the communal can be viewed as one ingredient of the overall globalization process (Robertson 1995).
For Appadurai, locality is less a physical than ‘a phenomenological property of social life’ (1990: 182) and involves in the age of globalization new translocalities, by which he means local communities located in particular nation-states but culturally and phenomenologically existing beyond the local and national context (such as tourist localities). For others, the local-global link means identifying how global processes have penetrated and restructured localities in new ways, organically linking local realities to global processes.
Burawoy and his students have called for a global ethnography. Their diverse locally situated studies show how ‘ethnography’s concern with concrete, lived experience can sharpen the abstractions of globalization theories into more precise and meaningful conceptual tools’ (Burawoy et al. 2000: xiv).
THEORIES OF TRANSNATIONALITY AND TRANSNATIONALISM
Although limited in the questions it can answer, the study of global cities gives us a glimpse of how transnationalized populations reorganize their spatial relations on a global scale, a topic taken up as well, and with quite a different perspective, by theories of transnationality and transnationalism. The former refers to the rise of new communities and the formation of new social identities and relations that cannot be defined through the traditional reference point of nation-states. } The latter, closely associated, denotes a range of social, cultural and political practices and states brought about by the sheer increase in social connectivity across borders.
Transnationalism is referred to more generally in the globalization literature as an umbrella concept encompassing a wide variety of transformative processes, practices and developments that take place simultaneously at a local and global level. Transnational processes and practices are defined broadly as the multiple ties and interactions – economic, political, social and cultural – that link people, communities and institutions across the borders of nation-states.
Within the field of immigration studies, transnationalism came to refer to the activities of immigrants to forge and sustain multi-stranded social relations that link their societies of origin and settlement as a single unified field of social action (Basch et al. 1994: 7). Innovations in transportation and communications have made possible a density and intensity of links not previously possible between the country of origin and of settlement. This, in turn, has allowed for these communities to live simultaneously in two or more worlds or to create and live in ‘transnational spaces’ to a degree not previously known. Recognizing this new reality, the scholarly literature undertook a paradigm shift from international migration to transnational migration, and began to refer to these communities as transnational communities.
Such communities come in different varieties, including those formed by new immigrant groups migrating to First World countries, as well as those older diasporic populations whose status and attitude is continuously influenced by the accelerating pace of economic, cultural and institutional globalization.
Scholars such as Levitt (2001), Smith and Guarnizo (1998), and Portes and his colleagues (1999) point to the novel character of transnational links in the era of globalization. Transnational ties among recent immigrants are more intense than those of their historical counterparts due to the speed and relatively inexpensive character of travel and communications and that the impact of these ties is increased by the global and national context in which they occur (Levitt 2001, Portes 1995; Portes et al. 1999).
Transnational migration theorists have in this regard questioned seemingly dichotomous and mutually exclusive categories, such as external vs internal, national vs international, sending vs receiving countries, sojourner vs settler, citizen vs non-citizen, and to look for continuities and overlaps between and among them. Scholars working within the framework of transnationalism generally see transnational links, activities and spaces as both an effect of globalization and as a force that helps to shape, strengthen and fuel it. The immigrants and nonimmigrants who create these links and spaces are seen not only as objects upon which globalization acts but also as subjects who help to shape its course.
Another set of questions these theories take up is the extent to which, and in what ways, transnational practices increase the autonomy and power of the migrants and nonmigrants engaged in them; to what extent transnational ties or spaces are liberating or to what extent they reinforce or challenge existing power structures.
The concepts of transnationality and transnationalism have increasingly been given a broader interpretation beyond immigration studies. In acknowledgment of the broad and expanding range of experiences that are truly transnational, scholars have argued that the transnational experience should be conceived as involving several layers and that transnationality should be understood as a form of experience that cannot be restricted to immigrant groups (Roudometof 2005).
The experience involves, for instance, the transnational mobility of more affluent sectors, such as professional and managerial groups. Transnationality must be seen as constructed through class and racial boundaries and as a gendered process. Transnational social spaces can extend into other spaces, including spaces of transnational sexuality, musical and youth subcultures, journalism, as well as a multitude of other identities, ranging from those based on gender to those based on race, religion or ethnicity. They also involve communities constructed by members of professional and non-governmental associations (Kennedy and Roudometof 2002).
Members of cultural communities who live in different countries but remain connected to each other through their cultural taste or pastimes may also construct transnational communities. Transnational social spaces, hence, are constructed through the accelerated pace of transnational practices of actors worldwide. These practices become routine to social life and may involve transient as well as more structured and permanent interactions and practices that connect people and institutions from different countries across the globe.
Transnationalism/ality has also been central to theories of ethnic group formation and racialization in global society. These theories have focused on transnational immigrant labour pools and new axes of inequality based on citizenship and noncitizenship (see, e.g., Espiritu 2003). A popular motif in post-colonial theory is a view of globalization as a new phase in post-colonial relations (Wai 2002).
Similarly, studies of transnationalism have emphasized the gendered nature of transnational communities, changing gender patterns in transnational migration, and the impact of globalization and transnationalism on the family. There has been an explosion of research and theoretical reflection on women, gender and globalization. Predicated on the recognition that the varied processes associated with globalization are highly gendered and affect women and men differently, research has taken up such themes as young women workers in export-processing enclaves, the feminization of poverty, and the rise of transnational feminisms.
Notable here is Parreñas’s (2001) theory of the ‘international division of reproductive labor’. Women from poor countries are relocating across nation-states in response to the high demand for low-wage domestic work in richer nations. A global South to global North flow of domestic workers has emerged, producing a global economy of care-giving work and a ‘new world domestic order’ in which reproductive activities themselves become transnationalized within extended and transnationally organized households, in broader transnational labour markets, and in the global economy itself.
MODERNITY, POSTMODERNITY AND GLOBALIZATION
Another set of theoretical approaches to globalization refers to the process in terms of modernities and postmodernities. Some theories concluded we are living now in a postmodern world while others argue that globalization has simply radicalized or culminated the project of modernity. Robertson, Giddens, and Meyer and his colleagues take this latter view. For Robertson, an early pioneer in globalization theory, the process represents the universalization of modernity.
In his 1992 study, Globalization: Social Theory and Global Culture, Robertson provided perhaps the most widely accepted definition of globalization among scholars: ‘Globalization as a concept refers both to the compression of the world and the intensification of consciousness of the world as a whole . . . both concrete global interdependence and consciousness of the global whole in the twentieth century’ (Robertson 1992: 8).
In what appears as a clear application of the Parsonian social system to the globe as a whole, the ‘global field’ is constituted by cultural, social and phenomenological linkages between the individual, each national society, the international system of societies and humankind in general, in such a way that the institutions of modernity become universal. But Robertson’s particular theory is also centrally concerned with the subjective, cultural and phenomenological dimensions of globalization, to which I will return below.
For Giddens, who advances a similar construct, this universalization of modernity is central to the very concept of globalization. This process involves the universalization of the nation-state as the political form, the universalization of the capitalist system of commodity production, a Foucaultian surveillance by the modern state, and the centralization of control of the means of violence within an industrialized military order. Here Giddens views globalization, defined earlier as ‘time-space distanciation’, as the outcome of the completion of modernization – he terms it ‘late modernity’ – on the basis of the nation-state as the universal political form organized along the four axes of capitalism, industrialism, surveillance and military power. Hence the title of his noted 1990 publication, [globalization constitutes] The Consequences of Modernity.
Meyer and his colleagues put forward an institutional and network analysis to globalization that can be viewed as a cultural as well as an institutional theory of globalization, and they have alternatively referred to their approach in terms of ‘world polity’ and of ‘world society’, as distinct from global society (for a synthesis, see Lechner and Boli 2005). Globalization is seen as the spread and ultimate universalization of sets of modern values, practices and institutions through ‘isomorphic’ processes that operate on a global scale.
The growth of supranational institutional networks and of universal modern norms of organization bring about what they refer to as ‘world society’ (Boli and Thomas, 1999; Meyer et al. 1997). Educational institutions are singled out as central to the isomorphic transmission of culture and values that become global in scope.
For Albrow, in contrast, the transition from modern to postmodern society is the defining feature of globalization. A new ‘global age’ has come to supersede the age of modernity (Albrow 1997). Albrow argues that globalization signals the end of the ‘modern age’ and the dawn of a new historic epoch, the ‘global age’. In Albrow’s Weberian construct, the quintessence of the modern age was the nation-state, which was the primary source of authority, the centralized means of violence, and of identity among individuals, and hence the locus of social action. However, the contradictions of the modern age has resulted in the decentring of the nation-state, so that under globalization both individuals and institutional actors such as corporations relate directly to the globe, rendering the nation-state largely redundant.
As the nation-state is replaced by the globe, the logic of the modern age becomes replaced by a new logic in which the globe becomes the primary source of identity and arena for social action.
Much of the literature on modernity, postmodernity and globalization exhibits certain continuity with an earlier generation of modernization theories associated with development sociology, so that globalization is insinuated to be a continuation at the global level of the processes of modernization that were formally studied and theorized at the nation-state level.
Indeed, from this genealogical perspective, we could say that if mainstream modernization theory has metamorphized into theories of global modernity and postmodernity, early radical theories of development have metamorphized into theories of the world-system, global capitalism, time-space compression, global cities, and so on. Nonetheless, another striking feature of the set of theories associating globalization with modernity and postmodernity is the continued centrality accorded to the nation-state and the inter-state system, in contrast to propositions on the transcendence of the nation-state that constitute a core motif of competing theories.
THEORIES OF GLOBAL CULTURE
Finally, a number of theories are centrally, if not primarily, concerned with the subjective dimension of globalization and tend to emphasize globalizing cultural forms and flows, belief systems and ideologies over the economic and/or the political. Such approaches distinctively problematize the existence of a ‘global culture’ and ‘making the world a single place’ – whether as a reality, a possibility or a fantasy. They emphasize the rapid growth of the mass media and resultant global cultural flows and images in recent decades, evoking the image famously put forth by Marshall McLuhan of ‘the global village’.
Cultural theories of globalization have focused on such phenomena as globalization and religion, nations and ethnicity, global consumerism, global communications and the globalization of tourism.
For Robertson (1992), the rise of global or planetary consciousness, meaning that individual phenomenologies will take as their reference point the entire world rather than local or national communities, is part of a very conceptual definition of globalization. Such a global consciousness means that the domain of reflexivity becomes the world as a whole. Hence ‘the world has moved from being merely “in itself” to being “for itself” ’ (1992: 55).
In Robertson’s account, the gradual emergence of a global consciousness, an awareness of the world as a single place, signals a Durkheimian collective conscience that becomes now a global consciousness.
Cultural theories of globalization tend to line up along one of three positions (Tomlinson 1999; Nederveen Pieterse 2004). Homogenization theories see a global cultural convergence and would tend to highlight the rise of world beat, world cuisines, world tourism, uniform consumption patterns and cosmopolitanism. Heterogeneity approaches see continued cultural difference and highlight local cultural autonomy, cultural resistance to homogenization, cultural clashes and polarization, and distinct subjective experiences of globalization.
Here we could also highlight the insights of post-colonial theories. Hybridization stresses new and constantly evolving cultural forms and identities produced by manifold transnational processes and the fusion of distinct cultural processes. These three theses certainly capture different dimensions of cultural globalization but there are very distinct ways of interpreting the process even within each thesis.
Ritzer (1993, 2002) coined the now popularized term ‘McDonaldization’ to describe the sociocultural processes by which the principles of the fast-food restaurant came to dominate more and more sectors of US and later world society. Ritzer, in this particular homogenization approach, suggests that Weber’s process of rationalization became epitomized in the late twentieth century in the organization of McDonald’s restaurants along seemingly efficient, predictable and standardized lines – an instrumental rationality (the most efficient means to a given end) – yet results in an ever deeper substantive irrationality, such as alienation, waste, low nutritional value and the risk of health problems, and so forth.
This commodification and rationalization of social organization spreads throughout the gamut of social and cultural processes, giving us ‘McJobs’, ‘McInformation’, ‘McUniversities’, ‘McCitizens’ and so forth (Ritzer 2002; Gottdiener 2000). As McDonaldization spreads throughout the institutions of global society cultural diversity is undermined as uniform standards eclipse human creativity and dehumanize social relations.
Ritzer’s McDonaldization thesis is part of a broader motif in critical approaches to the cultural homogenization thesis that emphasize ‘coca colonization’, hyperconsumerism and a world of increasingly Westernized cultural uniformity (indeed, ‘McWorld’). Ritzer has himself more recently extended the McDonaldization thesis with the notion of the ‘globalization of nothing’ (2004), by which he means culturally meaningful institutions, sites and practices locally controlled and rich in indigenous content – ‘something’ – are being replaced by (corporate driven) uniform social forms devoid of distinctive substance – ‘nothing’.
Another recurrent theme among cultural theories of globalization is universalism and particularism. While some approaches see particularisms as being wiped out others see cultural resistance, fundamentalism and so on, a rejection of uniformity or universalism. A key problematic in these theories becomes identity representation in the new global age.
Appadurai’s thesis on the ‘global cultural economy’ refers to what he sees as the ‘central problem of today’s global interactions’, the tension between cultural homogenization and cultural heterogenization (1990: 296). To illustrate this tension he identifies ‘global cultural flows’ that ‘move in isomorphic paths’. These flows generate distinct images – sets of symbols, meanings, representations and values – that he refers to as ‘scapes’, or globalized mental pictures of the social world, perceived from the flows of cultural objects. These ‘scapes’ illustrate for Appadurai what he refers to as a disjunctive order, or a disjuncture between economy, culture and politics in the globalization age.
Ethnoscapes and produced by the flows of people (immigrants, tourists, refugees, guest workers, etc.). Technoscapes are produced from the flows of technologies, machinery and plant flows produced by TNCs and government agencies. Financescapes are produced by the rapid flows of capital, money in currency markets and stock exchanges. Mediascapes are produced by the flow of information and are repertoires of images, flows produced and distributed by newspapers, magazines, television and film.
Finally, ideoscapes involve the distribution of political ideas and values linked to flows of images associated with state or counter-state movements, ideologies of freedom, welfare, right, and so on. These different flows, in Appadurai’s view, create genuinely transnational cultural spaces and practices not linked to any national society and may be novel or syncretic; hence a disjuncture between culture and the economy and culture and politics.
A CONCLUDING COMMENT
As noted earlier, there are many theories I am unable to include in the preceding survey, intended only as a sample of the range of theoretical discourse on which scholars researching globalization may draw. These and other theories have informed empirical research into global processes, helped recast varied current social science agendas in light of globalization, and provided paradigmatic points of reference for studying social change in the twenty-first century.
If we contemplate more broadly the monumental changes sweeping the planet in the new century we can truly appreciate the real and potential contribution of globalization theory. Clearly, future theoretical work into globalization would do well to theorize more systematically changes in the nature of social action and power relations in the globalization age, and how globalization may extend the ‘limits of the possible’. Such urgent problems – indeed crises – as global terrorism, militarism, authoritarianism, ecological degradation and escalating social polarization make imperative the theoretical enterprise that has been the object of this chapter.
Acknowledgment
I would like to thank Christopher J. Kollmeyer and George Ritzer for their critical comments on an earlier draft of this chapter.
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Sobre aquellos diálogos para evitar la guerra…

Sobre aquellos diálogos para evitar la guerra…, recuerdos cuatro décadas después (I)

Por Alberto Arene
29 de Noviembre de 2018 – 00:00 HS
Alberto Arene / Economista/analista

Alberto Arene / Economista/analista

Hace una década, en el conocido “Blog de Neto Rivas”, publiqué estos “recuerdos” con una década menos en el título al que hoy le agrego una más, con algunos recortes por razones de espacio para poder compartirla con mis lectores en dos entregas.

Cinco años después del fraude electoral de 1972 que llevó a la Presidencia al coronel Arturo Armando Molina, el ejército salvadoreño y su Partido de Conciliación Nacional organizaron un masivo fraude electoral en marzo de 1977 que llevó a la Presidencia al general Carlos Humberto Romero. El régimen político salvadoreño, para entonces la dictadura militar más antigua del mundo, entró en un progresivo aislamiento nacional e internacional y en una crisis política que condujo al golpe de Estado del 15 de octubre de 1979 y a la 1.ª Junta de Gobierno, tres meses después del triunfo de la revolución sandinista en Nicaragua.

Un año antes del golpe, se sostuvieron varias e interesantes reuniones de diálogo entre grupos de ciudadanos diversos que preocupados por la crisis nacional decidimos explorar caminos para la paz y la democracia en El Salvador. Estos son algunos de mis recuerdos…

Con varios fraudes electorales, el exilio y la persecución de los principales líderes de la oposición, y la represión cada vez más generalizada a lo largo de la década del setenta, el Partido Demócrata Cristiano, principal fuerza en la Unión Nacional Opositora (UNO), se debilitaba cada vez más mientras las organizaciones político-militares y sus frentes de masas se fortalecían. Su consigna “Electoreros al Basurero…” ganaba terreno y legitimidad.

A finales de 1977/principios de 1978, en ausencia de los líderes históricos del PDC, un grupo de jóvenes llegamos a formar parte de la dirección del partido: Marianella García Villas, Francisco Paniagua, Eduardo Colindres, Francisco Díaz, Óscar Menjívar y yo, Alberto Arene, el menor con solo 23 años. Le propusimos al Partido que impulsáramos un diálogo nacional que contribuyera a despolarizar al país y encontrar una salida democrática que evitara la guerra. Luego Óscar y yo visitamos a Fidel Chávez Mena en su oficina del último piso de la Torre Roble donde trabajaba con el grupo Poma. Fidel asumió el reto y habló con Neto Rivas y sus amigos del sector privado. Así celebramos varias reuniones en la linda oficina de Neto de su compañía naviera enfrente de la Cámara de Comercio, con la participación de don Chico de Sola, Roberto Palomo y Francisco Calleja, entonces presidente de ANEP. Este grupo fue conocido después como “la lotería grande”. Luego hubo reuniones con otros dos grupos más jóvenes del sector privado: Roberto Murray Meza, Rafael Castellanos y otros a quienes les llamaron “la lotería media”, y con Ricardo Boet, Alex Dutriz y Guillermo González llamados “la lotería chica”.

Un tiempo después, Fidel, Óscar y yo fuimos al encuentro de Monseñor Romero, monseñor Ricardo Urioste y monseñor Jesús Delgado quienes aceptaron reunirse conjuntamente con nosotros y el sector privado en la oficina de Neto. Más allá de algunas diferencias naturales, las coincidencias sobre la necesidad de buscar una salida pacífica democrática a la crisis ganaron espacio y fuerza. Recuerdo particularmente a Monseñor Romero, tan sencillo y profundo a la vez, tan firme en su denuncia pero tan esperanzado que estos diálogos pudieran eventualmente conducir a una salida que evitara el baño de sangre. Esta mesa de tres fue conocida como la mesa 1, particularmente la del PDC y los grandes del sector privado.

La mesa 2 fue conformada por los partidos políticos de la oposición, los sindicatos y otras organizaciones sociales. Guillermo Ungo, líder del Movimiento Nacional Revolucionario (MNR), jugó un rol de importancia en esta mesa de diálogo. En ella participaron activamente Mario Aguiñada Carranza y Norma Guevara, del UDN, brazo electoral del Partido Comunista de El Salvador. La activa participación de Memo en esta mesa, su liderazgo en el MNR y su amistad con Román Mayorga Quiroz a quien la juventud militar buscó para liderar la Junta días antes del Golpe del 15 de octubre de 1979, contribuyeron a su integración a la misma, junto con Mario Andino como interlocutor de la empresa privada, siendo los tres civiles que integraron la Primera Junta Cívico-Militar.

Chico Díaz y yo también nos reunimos algunas veces con Joaquín Villalobos (Atilio) por un lado, y con Eduardo Sancho (Fermán) por el otro, ambos en la clandestinidad. Cada quien tenía sus “preferidos”, con Chico coincidíamos más con Fermán (RN), a Marianella le gustaban más los “felipes” (FPL) mientras que a Mario Zamora Rivas le hacíamos bromas con el PC y con Schafik que como principal dirigente del PC seguía de cerca, con especial interés, los diferentes diálogos.

Algunos políticos y analistas sostienen que dichos diálogos, y particularmente aquellos con el gran capital, contribuyeron a debilitar al régimen militar e indirectamente al golpe de Estado mismo. Pero los jóvenes militares que lideraron el golpe perdieron progresivamente el poder frente a los coroneles y generales vinculados a los otros dos golpes que estaban en camino, uno de ellos apoyado por la estrategia del gobierno de los Estados Unidos que terminó imponiéndose.

Así se recompusieron las relaciones de poder en el liderazgo militar, abortándose el proyecto político original de la Juventud Militar recogida en su proclama, lo que a su vez condujo a una mayor represión y a la renuncia, primero de la Primera Junta de Gobierno los primeros días de enero de 1980, y de la Segunda Junta dos meses después. La Democracia Cristiana se dividió, una parte de los jóvenes líderes renunciamos del gobierno y del partido para integrarnos a la revolución primero y a la búsqueda de una solución político-democrática después, mientras el sector liderado por Napoleón Duarte impulsó con apoyo norteamericano y venezolano las reformas y la guerra contrainsurgente con elecciones para “impulsar la democracia”. Algunos de los prominentes empresarios de “las tres loterías” apoyarían primero el surgimiento de ARENA y de su líder histórico, y diez años después la negociación de la paz con Alfredo Cristiani de presidente.

Con Neto Rivas volvimos a coincidir por tercera vez en la vida unos años después del golpe de Estado, él como embajador en Estados Unidos del gobierno de Magaña primero y de Napoleón Duarte después. Él, adversado por una parte de la derecha y de sus antiguos amigos del gran capital, pero muy apreciado por la administración Reagan y por el liderazgo en el Congreso. Yo, junto con Francisco Altschul, como embajadores –sin cartera– del FDR-FMLN intentando abrir espacios en el establecimiento político de Washington para una futura solución política negociada del conflicto.

En esta nueva etapa de la vida democrática del país hemos vuelto a encontrarnos con Neto al igual que con varios participantes de aquellas mesas de diálogo. Nuestras lecturas de dichos diálogos y acontecimientos pueden ser más o menos diferentes o coincidentes, pero estoy seguro de que la mayor parte concluirá conmigo que más allá de la buena voluntad y de los esfuerzos realizados para encontrar una salida pacífica democrática que evitara la guerra, el país estaba perfectamente maduro y programado para desatar la guerra civil que nos dividiría y ensangrentaría durante los 12 años siguientes. Cuatro décadas de dictadura con la última de fraudes electorales y represión crecientes, con limitada cultura y organización democrática, en un nuevo contexto regional e internacional de exacerbación de la guerra fría, habrían hecho de El Salvador el diseño perfecto para la guerra civil que padeceríamos.

Muchos reconocen en el golpe de Estado de octubre de 1979, en la proclama de la Juventud Militar y en el gobierno de la Primera Junta, la última oportunidad que nos quedaba a los salvadoreños de realizar los cambios necesarios para evitar la guerra y enrumbar al país por nuevos caminos. Pero esta tesis contrasta con las realidades de la visión del país y del mundo de los liderazgos más importantes del sector privado, de los principales medios de comunicación social, de las organizaciones guerrilleras en ascenso y de la política de los Estados Unidos en Centroamérica. La historia de El Salvador, particularmente en la década del setenta, es la dramática crónica de una guerra anunciada.

Estos son algunos de mis recuerdos… Ojalá otros participantes de estos diálogos compartan los suyos.

La resistencia a la injusticia: una ética feminista del cuidado

La resistencia a la injusticia: una ética feminista del cuidado
Carol Gilligan

Con In a different voice, también yo me salí del marco. Al principio, parecía muy sencillo.
A la pregunta «¿Cómo te describirías si tuvieras que presentarte a ti misma?», una estudiante de medicina respondía:
“Esto suena un poco raro, pero creo que de un modo maternal, con todas sus connotaciones. Yo me veo en un papel de cuidadora y educadora, quizá no ahora, pero en el futuro, como médica, como madre… Me cuesta pensar en mí misma sin pensar en otras personas a mi alrededor a quienes aportar algo.”
Esta mujer no carecía de un sentido de su propia persona, pero le sonaba «raro» describirse a sí misma como una persona conectada a otras, en vez de separada de las demás. Con esto nos ponía sobre aviso de una cultura en la que se supone que el Yo es una entidad separada, así como de la diferencia entre su voz y la de otra entrevistada que responde a la misma pregunta diciendo: «Me describiría como una persona entusiasta, apasionada y ligeramente arrogante. Soy una persona con preocupaciones, comprometida, pero ahora mismo estoy muy cansada porque anoche no dormí lo suficiente»3.
Dos voces distintas: una habla de relaciones cuando se describe a sí misma; la otra, no.

Al final resultó que no era tan fácil salirse del marco. El esquema de referencia regresaba una y otra vez como un ordenador que se reinicia: los hombres son autónomos y las mujeres viven en relaciones; los hombres son racionales, y las mujeres, sentimentales; los hombres son heroicos, y las mujeres, ángeles de la guarda; los hombres son justos, y las mujeres, bondadosas. ¿De dónde venía este marco? ¿Qué lo sujetaba?

Hasta que no vi a los niños entrar en el marco y me di cuenta de lo que estaba en juego no empecé a atisbar el contorno de una nueva estructura de referencia. Entonces, comencé a plantearme otras preguntas y a centrarme en la relación entre psicología y cultura, en la interacción entre nuestros dos mundos, el interior y el exterior. Me llamaron la atención la capacidad de los niños de ofrecer resistencia a una autoridad falsa y también los indicios de una disociación —nuestra capacidad para sacar del estado consciente fragmentos de nuestra experiencia de modo que podamos conocer y también desconocer lo que realmente sabemos.
En esta conferencia voy a plantear tres cuestiones:
1. Teniendo en cuenta el valor que representa el cuidado y el precio que supone la ausencia del mismo, ¿por qué sigue amenazada la ética del cuidado?
2. ¿Qué se discute realmente en el debate académico entre justicia y cuidado?
3. ¿Qué relación tiene todo esto con las mujeres y, de manera más general, con la vida de la gente? ¿Siguen siendo tan importantes las voces de las mujeres a la hora de llamar la atención sobre este tema?
La ética del cuidado apremia ahora incluso más que hace treinta años, cuando escribí por primera vez sobre este tema. Vivimos en un mundo cada vez más consciente de la realidad de la interdependencia y del precio que acarrea el aislamiento. Sabemos que la autonomía es ilusoria —las vidas de la gente están interrelacionadas. Como dijo Martin Luther King, «Estamos atrapados en una red ineludible de reciprocidad, ligados en el tejido único del destino. Cuando algo afecta a una persona de forma directa, afecta indirectamente a todas»4.
Conocemos mejor el trauma y cómo puede alterar nuestra neurobiología y afectar a nuestra psicología hasta el punto de causar una pérdida de la voz y de la memoria y, por tanto, de la capacidad de narrar nuestra propia historia verazmente.
En el cuento El traje del emperador, es un niño pequeño quien revela la desnudez del emperador. En la novela de Hawthorne La letra escarlata, Perla, a sus siete años, ve lo que las matronas y los puritanos no son capaces de discernir: la conexión entre su madre y el clérigo. En mi investigación, fue una niña de once años quien respondió a mi afirmación de «esta entrevista queda sólo entre tú y yo» añadiendo «y tu grabadora». Cuando le expliqué que la cinta sólo la escucharían otros miembros del equipo de investigación, me preguntó: «Entonces, ¿por qué no entran todos en la habitación?».
Las preguntas eran problemáticas. Necesitaba que aceptara sin más lo que le estaba diciendo para poder continuar con mi trabajo, y de hecho se sometió a mis condiciones y eligió el seudónimo que quería que usáramos en el estudio.
Pero a partir de entonces empezó a sonar deprimida. El precio de mantener la relación conmigo era callar —no decir lo que veía— y simular —actuar como si lo que le había dicho tuviera sentido.
No podía seguir trabajando así. Al ceñirme a las convenciones existentes en el campo de la investigación psicológica, estaba pidiendo a niños que simularan no saber lo que en realidad sabían y estaba ignorando yo misma la evidencia.
En una clase de quinto curso de primaria, durante las fiestas de Halloween, observé que las niñas de diez años fijaban la vista en las ventanas o en el techo mientras su profesora les leía un cuento detrás de otro en que se estrangulaba o se maltrataba de algún otro modo a una mujer. Le tenían cariño a la maestra y sabían que no quería que se dieran cuenta de ese detalle. La resistencia que me llamó la atención era la resistencia a la disociación.
Al transformarse en mujeres, las chicas eran conscientes de las presiones que existían para que se ajustaran a maneras de ver y de hablar que exigían descartar sus propias percepciones y desconfiar de su propia experiencia, pero también las resistían. Al explorar la resistencia de estas chicas, vi que suponía un desafío a un proceso de iniciación sancionado por la cultura e impuesto por la sociedad. Desde muchos puntos de vista, admirar el traje del emperador y no ver que el clérigo de la novela de Hawthorne, quien profesaba amar la verdad, «vivía una mentira», como él mismo reconocía, era una medida adaptativa que podría considerarse incluso indispensable.
No me había dado cuenta de que la palabra «patriarcado» aparecía en repetidas ocasiones a lo largo de La letra escarlata. Había leído la novela como tragedia de amor y como parábola sobre las consecuencias del pecado. Pero ahí estaba el patriarcado, impreso en la página: «privilegio patriarcal», «figura patriarcal», «cuerpo patriarcal», junto con la confesión:
“Yo solía observar y estudiar su figura patriarcal (el padre de la Aduana), con más curiosidad que la de cualquier forma humana que hubiese visto nunca. Era, en verdad, un raro fenómeno, tan perfecto desde cierto punto de vista, tan superficial, tan contradictorio, tan impalpable y de una nulidad tan absoluta desde todos los demás.”
Hasta entonces, había asociado el patriarcado con la antropología y el estudio de tribus antiguas, además de con un tipo de feminismo que veía a los hombres como monstruos. Sin embargo, al escribir con mi hijo una obra de teatro inspirada en La letra escarlata y al convertir el guión en un libreto para una ópera titulada Perla, a ambos nos sorprendió la clarividencia de Hawthorne sobre lo que se suele pasar por alto acerca del dilema americano: la tensión entre la visión radical protestante de unas relaciones sin mediación alguna con Dios, a quien se puede rendir culto cualquiera y en cualquier lugar —en casa, en el bosque o en la iglesia—, y la perpetuación de una jerarquía clerical exclusivamente masculina; entre la visión de una sociedad democrática, la «ciudad resplandeciente» de la colina, y la continuación del privilegio y el poder patriarcal. En un aria de la ópera, nos preguntábamos: «Si Dios es amor, ¿cómo puede ser pecado amar?».
El patriarcado es la antítesis de la democracia, pero también se encuentra en tensión con el amor. Al final de su novela, a todos los que acudían en busca de consejo o consuelo, Hester Prynne confesaba su firme convicción de que «en alguna época mejor en que el mundo llegase a su madurez y en que el reino de los cielos imperase, se revelaría una nueva verdad, para establecer un nuevo vínculo entre el hombre y la mujer sobre una base más firme de felicidad mutua».
En su primera aparición ante el Congreso, el presidente Obama habló de dejadez —y de sus consecuencias en la sanidad, la educación, la economía y el planeta— y de la necesidad de sustituir la actual ética del beneficio propio por una ética del cuidado y de la responsabilidad colectiva. Durante la campaña, pronunció un discurso conmovedor en el que instaba a los americanos a comprender y luego a dejar atrás diálogos tan antiguos como amargos sobre la raza. Pero este alegato no estuvo acompañado por otro a favor de un nuevo diálogo sobre el género. ¿Por qué? ¿Por qué sigue amenazada la ética del cuidado? ¿De qué va realmente el debate entre justicia y cuidado? ¿Qué relación tiene todo esto con las mujeres y, de manera más general, con la vida de la gente?
Los estudios sobre el desarrollo de las chicas, junto con un estudio realizado con niños y una investigación nueva sobre la infancia, han arrojado luz sobre las facultades relacionales del ser humano. Los niños pequeños escudriñan el mundo humano que los rodea, experimentan emociones y pensamientos, tanto propios como ajenos, y los interpretan.
Los hallazgos empíricos sobre el desarrollo convergen con nuevos descubrimientos en los campos de la neurobiología y la antropología evolutiva en la demostración de que, en ausencia de trauma o lesión cerebral, nuestros sistemas nerviosos conectan las emociones con el pensamiento, y que la facultad de comprensión mutua —de empatía, telepatía y cooperación— forma parte de nuestra historia evolutiva y es fundamental para la supervivencia de la especie. Como observó recientemente Alison Gopnik:
Creíamos que los bebés y los niños pequeños eran irracionales, egocéntricos y amorales; que su pensamiento y experiencia eran concretos, inmediatos y limitados. Sin embargo, los psicólogos y los neurocientíficos han descubierto que los bebés no sólo aprenden más, sino que imaginan más, cuidan más y experimentan más de lo que creeríamos posible. En cierto modo, los niños pequeños son más listos, imaginativos, bondadosos e incluso conscientes que los adultos5.
Al parecer, la historia que habíamos estado contando sobre nosotros mismos era falsa.
En El nacimiento del placer, me planteaba esta pregunta: ¿cómo llegamos a perder el conocimiento de lo que sabemos? ¿Por qué nos atraen las historias de amores trágicos? Las voces de las adolescentes en entornos contemporáneos—de las chicas que participaron en mis estudios— recordaban a las voces de las jóvenes de las novelas y las obras de teatro escritas en épocas y culturas muy distintas.
Antígona e Ifigenia, la Viola de Noche de Reyes y la Miranda de La tempestad. Son todas chicas con voces sinceras y valientes, que contestan al padre, que cuestionan la voz de la autoridad. Antígona desafía la decisión de Creonte de dejar el cuerpo de su hermano sin sepultura; Ifigenia acusa a Agamenón de locura por pensar en sacrificarla y cuestiona una cultura que da más valor al honor que a la vida; Viola enseña a amar a Orsino, y Miranda pregunta a Próspero: «¿Tu motivo para desatar esta tempestad?» y «¿No tenía yo cuatro o cinco mujeres atendiéndome?» ¿Por qué tanto sufrimiento? ¿Y dónde están las mujeres?
En el pasaje bíblico sobre la expulsión del Paraíso, Eva come del fruto prohibido y se lo ofrece a Adán, el fruto del árbol de la ciencia, del bien y del mal. Se trata de una historia sobre el saber moral. Dios expulsa a Adán y a Eva del Paraíso. Desde entonces, se ganarán el pan con el sudor de la frente. Pero Dios también ata el deseo de Eva al de Adán, de modo que, a partir de entonces, sólo querrá lo que él quiera y sólo sabrá lo que él sepa: «desearás a tu marido y él te dominará”.
Dios está por encima de Adán; Adán, a su vez, por encima de Eva, y la serpiente se encuentra abajo del todo. La palabra «patriarcado» significa jerarquía, el gobierno de los sacerdotes, donde el hieros, el sacerdote, es un pater, un padre: la voz de la autoridad moral.
Con El nacimiento del placer, situé mis estudios del desarrollo en un marco histórico y cultural más amplio. Lo que se había calificado de desarrollo —la separación del Yo y las relaciones, de la mente y el cuerpo, del pensamiento y la emoción— era un proceso de iniciación que exigía la disociación.
Al escuchar a las chicas narrar sus experiencias en el paso a la edad adulta, me enteré de sus dilemas entre saber y no saber. ¿Podían decir lo que veían, escuchar lo que oían, ser conscientes de lo que sabían y vivir en relación con otros? Si no decían lo que sentían y pensaban, entonces no se encontraban en una relación con otros.
En un estudio con hombres y mujeres que habían llegado a un punto muerto en su relación de pareja, descubrí que era posible abrir camino entre la maleza escuchando en las mujeres la voz sincera y valiente de la niña de once años y, en los hombres, la voz franca y emocionalmente inteligente del niño de cuatro años. Escribí El nacimiento del placer para demostrar que poseemos un mapa de resistencia en forma de una narrativa muy antigua.
El mito de Psique y Cupido cuenta una historia de amor destinada a la tragedia que se convierte en otra que acaba en un matrimonio justo y equitativo y en el nacimiento de una hija llamada Placer. La semilla de la transformación se encuentra entre nosotros.
El modelo binario y jerárquico del género es el ADN del patriarcado, la base sobre la que se erige el orden patriarcal. Ser hombre significa no ser mujer, ni parecerlo, y estar encima. En The Deepening Darkness6, observé, junto a David Richards, que lo que excluye el patriarcado es el amor entre iguales, por lo que hace imposible la democracia, que se funda en dicho amor y en la libertad de expresión que fomenta.
Me incorporé al debate en torno a las mujeres y la moralidad en los años setenta, en el momento más álgido del movimiento feminista. Entrevisté a mujeres embarazadas que se planteaban la posibilidad de abortar justo después de que el Tribunal Supremo de Estados Unidos diera una voz decisiva a las mujeres en el caso de Roe contra Wade, y las escuché calificar lo que querían hacer (ya fuera tener el niño o abortar) de «egoísta», mientras que consideraban bueno hacer lo que los otros querían que hicieran. Recuerdo a Nina diciéndome que iba a abortar porque su novio quería terminar la carrera de derecho y dependía del apoyo que ella le daba.
Cuando le pregunté qué quería hacer ella, me miró con cara de sorpresa: «¿Qué tiene de malo hacer algo por alguien a quien quieres?». «Nada», le contesté, y repetí mi pregunta. Después de varias iteraciones de esta misma conversación, con la palabra «egoísta» resonándome en los oídos, empecé a preguntar a las mujeres: «Si es bueno sentir empatía hacia los otros y responder a sus deseos y preocupaciones, ¿por qué es egoísta responder a ti misma?».
Y en ese momento histórico, una mujer tras otra respondía: «Buena pregunta».
Las mujeres estaban sometiendo a escrutinio la moralidad que les había ordenado volverse «abnegadas» en nombre de la bondad, teniendo en cuenta que esa abnegación implicaba la abdicación de la voz y la elusión de la responsabilidad y la relación. No era sólo algo problemático desde el punto de vista moral, sino también incoherente desde una perspectiva psicológica: estar en una relación significa estar presente, no ausente. El sacrificio de la voz era un sacrificio de la relación.
Después de escuchar a estas mujeres, establecí una distinción crucial para comprender la ética del cuidado. En un contexto patriarcal, el cuidado es una ética femenina. Cuidar es lo que hacen las mujeres buenas, y las personas que cuidan realizan una labor femenina; están consagradas al prójimo, pendientes de sus deseos y necesidades, atentas a sus preocupaciones; son abnegadas.
En un contexto democrático, el cuidado es una ética humana. Cuidar es lo que hacen los seres humanos; cuidar de uno mismo y de los demás es una capacidad humana natural. La diferencia no estaba entre el cuidado y la justicia, entre las mujeres y los hombres, sino entre la democracia y el patriarcado. Cuando escribí In a different voice, describí el desarrollo moral de las mujeres en forma de progresión de un interés por el Yo a una preocupación por el prójimo y de ahí a una ética del cuidado que abarcaba al Yo y al prójimo.
En el marco conceptual dentro del cual trabajaba, el desarrollo moral se veía como el paso del pensamiento pre-convencional al convencional, y del convencional al post-convencional. Para las mujeres, suponía la transición de la maldad (egoísmo) a la bondad (abnegación), y de ahí a la verdad, a raíz del reconocimiento de que tanto el egoísmo como la abnegación son retiradas de las relaciones y suponen restricciones al cuidado.
La escolar de once años Amy, la única niña tratada con detenimiento en el libro, fue la primera que me llevó a cuestionar este marco. La oposición entre egoísmo y abnegación no condicionaba la noción que tenía de sí misma ni su manera de pensar en temas de moralidad. No era capaz de trazar una línea que conectara la voz de Amy con la de las mujeres del libro. El problema con el que estaban lidiando simplemente no era un problema para Amy. Amy estaba fuera del marco.
La comprensión mutua —una estructura horizontal— es intrínsecamente democrática. Para convertir lo horizontal en vertical, con superiores e inferiores, resulta imprescindible que se produzcan varias escisiones. Si la facultad de comprensión mutua —empatía, telepatía y cooperación— es innata, como confirman ahora los hallazgos en los campos de la psicología del desarrollo, la neurobiología y la antropología evolutiva, esta capacidad se debe romper o, como mínimo, relegarse a la periferia.
Este es el objetivo del proceso de iniciación al patriarcado que, de tener éxito, instala en la psique elementos ajenos a la naturaleza humana.
Los niños y las niñas dotados de una mayor resiliencia lograrán resistir a las presiones a las que se les somete para que separen la mente del cuerpo, el pensamiento de las emociones, la noción de sí mismos de las relaciones. Son presiones que piden enterrar la voz honesta, una voz que supuestamente no existe en nuestra cultura posmoderna.
En este contexto, a la gente le resulta difícil saber lo que el cuerpo y las emociones conocen sin sentirse perdidos. Y decir lo que saben puede causar problemas tanto a otros como a sí mismos.
Anna, una alumna de catorce años, escribió dos redacciones sobre la leyenda del héroe: «una es una leyenda cursilona, y la otra, la que en realidad quería escribir». Entregó las dos redacciones junto con una nota en la que explicaba a la profesora sus motivos. «Me puso sobresaliente en la normal. Le entregué la otra porque tenía que escribirla. Estoy un poco cabreada».
Siendo testigo de cómo su padre y su hermano recurrían a la fuerza bruta en momentos de frustración, Anna se había dado cuenta de que la necesidad de parecer heroicos podía llevar a los hombres a ocultar su vulnerabilidad con la violencia. Desde esta perspectiva, la leyenda del héroe le parecía comprensible, pero peligrosa.
Al optar por discrepar abiertamente con su profesora y por no vender su mente ni «cometer adulterio cerebral»7, como diría Virginia Woolf, Anna se volvía insumisa. Su profesora le parecía «estrecha de miras» por ceñirse rígidamente al concepto de héroe de Joseph Campbell como alguien «que fue y salvó a toda la humanidad». Al contemplar a este héroe desde otra perspectiva, Anna dijo que tenía que escribir la redacción: «Tenía que escribirla para explicárselo, ¿entiendes? Para que comprendiera».
Anna, de familia obrera, veía el marco en que se encuadraban los mundos que habitaba. Con gran dolor, se había dado cuenta de las contradicciones que había en la postura de su colegio privado en cuanto a las diferencias económicas —dónde había dinero y dónde no—, de los límites de la meritocracia a la que se adhería. Al darse cuenta de las contradicciones, se obsesionó con la diferencia entre la realidad de las cosas y el nombre que recibían, y jugaba con la provocación de tomárselo todo al pie de la letra en su esfuerzo por llamar las cosas por su nombre.
Un año más tarde, a los quince, Anna empezó a plantear preguntas literales sobre el orden que no se cuestionaba en el mundo que la rodeaba: preguntas sobre la religión y sobre la violencia. «En el arca de Noé tendría que haber habido un montón de pienso para los animales, ¿no?». Era consciente de que sus preguntas no eran del agrado de muchas de sus compañeras y de que sus opiniones provocaban a menudo un gran silencio. En medio de una discusión muy acalorada en clase, se dio cuenta de toda la gente que no hablaba:
«Había un montón de gente que no hacía más que escuchar, sin moverse».
La relación de Anna con su madre parecía fundamental para su resiliencia. La intimidad con su madre y la franqueza de sus conversaciones eran en ocasiones dolorosas. Anna sentía que los sentimientos de su madre la «corroían», y a veces le resultaba difícil saber lo que sentía u opinaba. Se daba cuenta de que el punto de vista de su madre no era más que uno, y no sabía hasta qué punto exageraba. Aún así, veía que gran parte de lo que decía era verdad.8
En uno de los hallazgos más concluyentes en el campo de la psicología, los estudios sobre niños y niñas resilientes han demostrado una y otra vez que la mejor protección frente a una situación de estrés consiste en contar con una relación de confianza; es decir, una relación en la que el menor pueda decir lo que piensa y lo que siente. Además de a su madre, Anna tenía unas cuantas amigas con las que podía hablar y que la entendían, aunque no eran muchas.
Anna era la directora del periódico del colegio, una alumna de sobresaliente que cantaba en un coro y que consiguió una beca para ir a la prestigiosa universidad de su elección. Anna ilustra la posibilidad de ejercer una resistencia sana que se trata, además, de una resistencia política. Esta chica encontró un canal eficaz que le permitía expresar lo que sabía, denunciar la verdad ante el poder y moverse por los mundos de su colegio y su familia, no sin conflicto, pero de un modo que no ponía en peligro su futuro.
Respondemos entonces a la primera pregunta: la ética feminista del cuidado está amenazada porque el feminismo está amenazado. Las guerras culturales de Estados Unidos han hecho aflorar las continuas tensiones que existen en el seno de la sociedad americana entre el compromiso con las instituciones y los valores democráticos y el mantenimiento del privilegio y del poder patriarcales.
Las tensiones entre una ética feminista y una ética femenina del cuidado se han manifestado en los recientes debates sobre la asistencia sanitaria. Como bien observó mi amigo y politólogo Stephen Holmes, la asistencia sanitaria, propia del género femenino, se consideraba demasiado cara y no responsabilidad del Estado (carga que, presumiblemente, asumirían las mujeres y aquellos que realizan labores femeninas), mientras que el gasto militar y Wall Street (propios del género masculino) recibían una vía relativamente libre.
Diversos movimientos cuestionaron estas construcciones patriarcales de la masculinidad y la feminidad en los años sesenta: el antibélico, el feminista y el de liberación gay. Ser hombre no significaba necesariamente hacerse soldado ni prepararse para la guerra; ser mujer no exigía ser madre ni prepararse para tener hijos y cuidarlos. Las sexualidades y las familias podían adoptar formas muy diversas. Pero mientras que el aborto, el matrimonio homosexual y la guerra se convertían en temas candentes de la política americana, quedó claro que estos avances se enfrentaban a otros esfuerzos encaminados a restituir las estructuras patriarcales y a imponer la ley del padre. George W. Bush lo expresó con estas palabras: «Yo soy quien decide».
Con esto llegamos a la llamada «polémica Kohlberg-Gilligan». Quisiera reiterar un punto fundamental: el cuidado y la asistencia no son asuntos de mujeres; son intereses humanos. Para ver este debate tal y como es, no hay más que mirar a través de la óptica del género: la justicia se coloca junto a la razón, la mente y el Yo —los atributos del «hombre racional»—, y el cuidado, junto a las emociones, el cuerpo y las relaciones —las cualidades que, como las mujeres, se idealizan a la vez que se menosprecian en el patriarcado.
Aunque no se suele reconocer el encuadre patriarcal de este debate, el modelo binario y jerárquico del género llama la atención de quien escucha. Con esta división de la moralidad por razón de género, la masculinidad ofrece fácilmente un pasaporte al descuido y la desatención, defendidos en nombre de los derechos y la libertad, mientras que la femineidad puede implicar una disposición a renunciar a derechos a fin de preservar las relaciones y mantener la paz. Pero es absurdo sostener que los hombres no se interesan en los demás y que las mujeres no tienen sentido de la justicia.
Identifiqué una voz diferente no a través del género, sino del tema. La diferencia refleja la unión de lo que el patriarcado fragmenta: el pensamiento y la emoción, la mente y el cuerpo, el Yo y las relaciones, los hombres y las mujeres. Al deshacer las rupturas y las jerarquías patriarcales, la voz democrática expresa normas y valores democráticos: la importancia de que todos tengamos una voz y que esa voz sea escuchada, por derecho propio y en sus propios términos, y atendida con integridad y respeto. Las voces diferentes, en lugar de poner en peligro la igualdad, son imprescindibles para la vitalidad de una sociedad democrática.
La asociación entre una voz atenta y las mujeres de mi investigación fue una observación empírica que admitía excepciones (no todas las mujeres son atentas y cuidadosas) y en absoluto limitada a las mujeres (el cuidado es una facultad humana).
Sin embargo, por razones que pasaré a exponer en breve, las mujeres están mejor preparadas para resistirse a la separación entre la noción de sí mismas y la experiencia de las relaciones y para integrar el sentimiento con el pensamiento.
Cuando se considera buena a la mujer relacional, y agente moral de principios al hombre autónomo, la moralidad sanciona y refuerza los códigos del género de un orden patriarcal. En la cultura del patriarcado, tanto manifiesta como encubierta, la voz diferente suena femenina. Cuando se escucha por derecho propio y en sus propios términos, no es más que una voz humana.
Como ética relacional, el cuidado aborda tanto los problemas de la opresión como los del abandono. Cuando escuchamos a niños y niñas, oímos sus gritos: «No es justo»; «No te importo». Teniendo en cuenta que los niños son más débiles que los adultos y dependen de su cuidado para la supervivencia, el interés por la justicia y el cuidado forma parte integral del ciclo vital humano. Los problemas psicológicos surgen cuando la gente no puede decir lo que siente en lo más profundo de su ser, o expresar lo que le parece más real y verdadero.
A sus diecisiete años, Gail reflexiona: «Tiendo a guardarme lo que pienso, lo que me preocupa y todo lo que se interpone ante mi idea de lo que debería ser; me lo meto dentro, como una esponja que lo absorbe todo». El proceso de iniciación al patriarcado se guía por el género y se impone con las armas de la deshonra y la exclusión. Los signos delatores son una pérdida de la voz y de la memoria que pone en peligro nuestra capacidad de vivir en relación con nosotros mismos y con los demás. Así pues, la iniciación de menores al orden patriarcal deja un legado de pérdida y algunas de las cicatrices que asociamos al trauma.
Becka, de doce años, una de las chicas que aparece en Meeting at the Crossroads, un libro sobre la psicología de las mujeres y el desarrollo de las niñas que escribí junto con Lyn Mikel Brown, habla de perder su noción de sí misma:
No estaba contenta, ni estaba segura de mí misma… No estaba… conmigo, ni estaba pensando en mí misma. Sólo quería tener este grupo de amigos… Estaba perdiendo la confianza, perdiéndome de vista, ya no me reconocía a mí misma9.
Al final del bachillerato, los chicos de los estudios de Way hablaban de perder a los amigos íntimos, aquellos con los que compartían los secretos. Nick, un alumno del último año, decía: «Ahora no tengo intimidad con nadie».
No es de extrañar que estos momentos en el desarrollo en los cuales las chicas hablan de no reconocerse a sí mismas, y los chicos de volverse estoicos e independientes en el terreno emocional, se caractericen por muestras de sufrimiento psicológico.
Son momentos en que los chicos y las chicas sienten una gran presión para interiorizar el modelo binario y jerárquico del género con la idea de convertirse en una mujer buena («lo que debería ser») o de hacerse hombre. Pero esta inducción a los códigos y los guiones del género patriarcal sucede a una edad más temprana en la vida de los niños, alrededor de los cuatro o cinco años.
En su próximo libro, When Boys Become Boys, Judy Chu describe el grado de atención, locuacidad, autenticidad y franqueza de los niños de cuatro y cinco años en sus relaciones con ella y entre unos y otros. Pero a medida que sigue el paso de los niños desde el preescolar hasta el primer año de primaria, asiste a su transformación gradual en niños más desatentos, menos expresivos, más falsos e indirectos entre sí y con ella. Se convierten en «chicos»10.
Las chicas disponen de más margen para cruzar el modelo binario del género, hasta llegada la adolescencia. Entonces es cuando se enfrentan a la división entre niñas buenas y malas, y también a un modelo de la realidad construido desde hace siglos principalmente por hombres, en el que la experiencia humana y la condición humana se interpretan en gran medida desde un punto de vista masculino. Tienen que hacer frente a una crisis de conexión, de vínculo: ¿cómo mantener el contacto consigo mismas, ser conscientes de su propia experiencia y respetar sus ideas, y a la vez mantener el contacto con el mundo que las rodea?
En Deep Secrets, Niobe Way describe una crisis parecida entre los chicos en los últimos años de bachillerato. En la primera adolescencia, con el despertar de la subjetividad y el renacimiento del deseo de intimidad emocional, los chicos describen amistades estrechas con otros chicos —amistades en las que comparten secretos. Justin, un chico de quince años, dice de su mejor amigo:
[Mi amigo y yo] nos queremos… no hay más… porque es algo muy hondo que tienes dentro y no se puede explicar. Es como si supieras que esa persona es esa persona… Creo que en la vida, a veces dos personas se entienden muy bien y se tienen confianza, respeto y cariño. Es una cosa que simplemente pasa, es parte del ser humano.
Pero hay otra cosa que «simplemente pasa» y que Justin describe dos años más tarde, en su último curso de bachillerato. Como la mayoría de los chicos de los estudios de Way, ya no tiene ningún amigo íntimo. A la pregunta de cómo han cambiado sus amistades, contesta:
No sé, quizá no mucho, pero creo que el que era tu mejor amigo pasa a ser un colega, y luego los colegas son amigos sin más, y luego los amigos sin más acaban siendo conocidos… Si hay distancia, si es normal o lo que sea…, pues yo qué sé, pero pasa, quieras o no11.
Lo que pasa, como demuestra Way, es que los chicos han interiorizado un modelo binario del género, junto con la homofobia que socava la confianza de los chicos en sus compañeros y que convierte el deseo de cercanía emocional y de amistades íntimas en algo propio de chicas u homosexuales. La historia falsa es la que se escribe después de que esto sucede —una historia narrada, por así decirlo, después de la caída. La disociación ya se ha producido y la historia se reescribe. Cuando esto sucede, las mujeres se olvidan de la voz sincera y valiente de la niña de once años que dice, «Mi casa está empapelada de mentiras», o lo oyen como una estupidez o una grosería.
Los hombres no recuerdan la franqueza y la inteligencia emocional del niño de cuatro años que pregunta a su madre, «Mama, ¿por qué sonríes si estás triste?», o del de cinco años que dice a su padre, «Te da miedo de que si me pegas, cuando sea mayor yo también voy a pegar a mis niños», o del de quince que dice que, sin un amigo del alma, alguien a quien le puedes contar los secretos, «Te vuelves loco».
Desde este punto de vista, resulta más fácil comprender la tenacidad de los códigos y las costumbres patriarcales, incluso en sociedades comprometidas con las instituciones y los valores democráticos. Las estructuras de dominación se vuelven invisibles porque han sido interiorizadas. Una vez incorporadas en la psique, no parecen manifestaciones de la cultura sino parte de la naturaleza, de nosotros mismos.
Entre los cinco y los siete años, aproximadamente, en la época en que se produce la iniciación de los niños y su transformación en un «machote» o un «chico como Dios manda», el momento en que los niños cruzan las fronteras del género y se les llama niñas o mariquitas o cobardes o niños de mamá, abundan los casos de trastornos del habla y del aprendizaje, de problemas de atención y diversas formas de desconexión o de comportamiento descontrolado.
Los niños muestran más signos de depresión que las niñas hasta la adolescencia, momento en que comienza la iniciación de éstas, junto a prácticas a menudo viciosas de inclusión y exclusión. Durante la adolescencia es cuando la resiliencia de las chicas se encuentra bajo una mayor amenaza y se produce repentinamente una incidencia elevada entre las niñas de depresión, trastornos de la alimentación, autolesión u otros comportamientos destructivos. En los últimos años de bachillerato, cuando Nick decía, «Ahora no tengo intimidad con nadie», la tasa de suicidios aumenta rápidamente entre los chicos, lo mismo que la tasa de homicidios.
Con esto llegamos a la última de las preguntas que planteaba: ¿por qué las mujeres? ¿Siguen siendo las voces de las mujeres cruciales a la hora de llamar la atención sobre estos temas? No es una cuestión de esencialismo. Las mujeres no son esencialmente diferentes de los hombres en cuanto a sensibilidad o inteligencia emocional; ni son todas las mujeres iguales.
Como tampoco se trata de un problema en sí mismo de socialización. Más bien es la edad más tardía de iniciación de las niñas a la vida bajo las leyes del padre, con su modelo binario y jerárquico del género. Las mayores capacidades cognitivas en la adolescencia, junto con una mayor variedad de experiencia, implican que las chicas son más propensas a ver el desfase entre la realidad de las cosas y la versión que se da de las mismas.
Por tanto, las mujeres son más proclives a reconocer la falsedad de la narrativa patriarcal, en la que además tienen un menor interés. Sarah Blaffer Hrdy, reflexiona así sobre sus descubrimientos en el campo de la antropología evolutiva: «Las ideologías patriarcales que se centraban en la castidad de las mujeres y en la perpetuación y el aumento del linaje masculino debilitan la tradición de dar prioridad al bienestar de los menores».
Observa que la familia nuclear no es ni tradicional ni original desde el punto de vista evolutivo; hemos evolucionado como «criadores colectivos»; ni la familia nuclear ni el cuidado exclusivo de la madre se encuentran en nuestra codificación genética, pero sí lo están las familias extendidas y la comprensión mutua, que son fundamentales para la supervivencia de la especie humana. Teniendo en cuenta los avances médicos y las distintas condiciones sociales, a Hrdy le preocupa que…
Si la empatía y la comprensión se desarrollan únicamente bajo determinadas condiciones de crianza, y si una proporción cada vez mayor de la especie no se encuentra con estas condiciones, pero aun así sobrevive y se reproduce, poco importará lo valiosas que fueran las bases para la cooperación en el pasado. La compasión y la cuestión del vínculo emocional desaparecerán lo mismo que la vista en los peces de las cavernas12.
Hrdy cita estudios que muestran que las condiciones óptimas para criar hijos y fomentar sus capacidades de empatía y comprensión son aquellas en que éstos disponen de al menos tres relaciones próximas y seguras (del sexo que sean), lo que implica tres relaciones que transmiten claramente el mensaje:
«Te vamos a cuidar, pase lo que pase». Sandra Laugier, filósofa moral que ha escrito sobre la ética del cuidado, observa que «las teorías del cuidado, como muchas de las teorías feministas radicales, padecen de falta de reconocimiento… porque a diferencia de los enfoques generales de “género”, una ética del cuidado auténtica no puede existir sin una transformación social»13.
En la transformación que imagina, la ética del cuidado se desprende de su posición subordinada dentro de un esquema basado en la justicia. Al dejar de considerarse una cuestión de obligaciones especiales o de relaciones interpersonales, se reconoce como lo que es: fundamental para la supervivencia humana.
En The Testament of Mary, el novelista irlandés Colm Tóibín se imagina a la Virgen María de anciana, viviendo sola en la ciudad de Éfeso, muchos años después de la crucifixión de su hijo y aún empeñada en comprender los sucesos que se convirtieron en la narrativa del Nuevo Testamento y de la fundación del Cristianismo. Los autores del Evangelio son sus guardianes, le procuran refugio y alimento y la visitan a menudo con la intención de que su historia se ajuste a la de ellos. María no acepta que su hijo sea el Hijo de Dios, ni que el «grupo de inadaptados que congregó a su alrededor, hombres que no mirarían a una mujer a los ojos», fueran sus santos discípulos. Se condena sin piedad por abandonar a su hijo para salvar su vida propia, en vez de permanecer a los pies de la Cruz hasta su muerte. Al final de la novela, dice: «Yo estuve allí». Y luego oímos su veredicto:
Huí antes de que acabara, pero si quieres testigos, yo soy uno, y te digo ahora que, cuando dices que salvó al mundo, yo te diré que no merecía la pena. No merecía la pena14.
En un artículo escrito para The New York Times, «Our Lady of the Fragile Humanity», Tóibín reflexionaba sobre su proyecto. «Quería darle una voz, dejarla hablar… Quería crear una mujer mortal, alguien que ha vivido en el mundo. Su sufrimiento tenía que ser real; su memoria, exacta; su tono, urgente». Tenía que imaginar la vida de María —la casa donde vivía, el tono de su voz. Las fuentes —los cuatro evangelios— «no solían ser de gran ayuda. Tenía que crear su versión de la historia. Tenía que encontrar su voz y seguirla, respetarla, pero también blandirla y moldearla».
Esta gran proeza de la imaginación adoptó primero la forma de obra de teatro, interpretada en una producción de taller en el Festival de Teatro de Dublín. Tóibín recordaba: «Jamás olvidaré el silencio del teatro cuando el público se dio cuenta de que Mullen, la figura sobre el escenario, era la Virgen María en toda su humanidad».
Más tarde reescribió el texto, lo amplió y lo publicó en forma de novela. Para la producción de esta primavera en Broadway, retomó la obra de teatro original y la reescribió, «con unas imágenes más austeras, una voz más urgente y cargada de dolor humano»15. El estreno tuvo lugar a mediados de abril y, después de diecisiete representaciones, la obra se clausuró.
Asistí a la última función y recuerdo el silencio que reinaba en la sala cuando cayó el telón. Las últimas palabras de la obra —«No merecía la pena»— permanecían en ese silencio. Son las palabras más radicales que jamás haya oído pronunciar sobre un escenario.
¿Qué sucedería si las madres de los hombres, entre las que me incluyo, concluyeran que el sacrificio de sus hijos por salvar al mundo, o por vivir una u otra versión de la leyenda del héroe, no merece la pena? En la novela de Tóibín, los escritores del Evangelio se marchan, y en los últimos párrafos, María reflexiona así:
Se marcharon esa noche en una caravana, camino de las islas, y en la manera y el tono advertí un nuevo distanciamiento, algo parecido al miedo, aunque quizá más próximo a la pura exasperación. Pero me dejaron dinero y provisiones y con la sensación de que seguía bajo su protección. Me fue fácil mostrarme amable. No son tontos. Me parece admirable su determinación, la precisión de sus planes, su dedicación… Les irá bien, triunfarán, y yo moriré… El mundo se ha aflojado, como una mujer que se prepara para irse a la cama y deja que el pelo le caiga sobre los hombros. Y yo susurro las palabras, porque sé que las palabras son importantes, y sonrío mientras las pronuncio ante las sombras de los dioses de este lugar, que permanecen en el aire para guardarme y escucharme16.
Comencé a trabajar en la ética del cuidado con el objetivo de descifrar las voces de las mujeres cuando sus conceptos del Yo y de la moralidad no encajaban en los cajones mentales dominantes. Quería demostrar que lo que se había calificado de debilidad propia de mujeres o se había percibido como una limitación a su desarrollo, se podía interpretar en cambio como virtud humana. Ahora reconocemos el valor de la inteligencia emocional, una inteligencia que une el sentimiento con el pensamiento, que procura estar todo lo despierta que puede, al tanto de cuanto sucede, consciente de donde pisa, receptiva y responsable, que cuida de uno mismo y de los demás.
Los dilemas éticos se han enmarcado «así como problemas de matemáticas con humanos» —en palabras de Jake, un niño de once años. Respondiendo a la pregunta de Kohlberg —¿Debería un hombre, cuya mujer se está muriendo de cáncer, robar un medicamento demasiado caro para salvarle la vida?—, explosiva. Jake aísla las exigencias morales, sopesa el valor de la vida frente al valor de la propiedad y la ley, y concluye que Heinz debería robar la medicina porque la propiedad es reemplazable y la vida no y, además, «la ley se puede equivocar».
A sus quince años, todavía puede hacer el cálculo, pero cuando dice «Tienes que preguntarte cómo se sentiría un hombre al que se le está muriendo la mujer y que tiene que enfrentarse a eso, que su mujer se está muriendo», el problema de matemáticas se ha convertido en una historia humana.
Las voces de las mujeres y las niñas siguen abriendo debates éticos que, de lo contrario, podrían guardarse en silencio. Las mujeres son quienes primero hablaron del abuso sexual y la violación, permitiendo así a los hombres denunciar también sus propias experiencias de violación. Por eso conocemos la magnitud de las violaciones sexuales de niños por parte de sacerdotes, entrenadores y jefes scout.
Las mujeres son quienes sacaron a la luz los abusos sexuales que proliferan en el ejército estadounidense, quienes han renovado el llamamiento a favor del cambio en la estructura del mercado laboral para permitir a la gente trabajar pero también cuidar de sus familias. Las mujeres han puesto en marcha muchísimos proyectos a fin de salvar vidas y transformar la sociedad. En Estados Unidos, madres contra la conducción bajo los efectos del alcohol y madres contra la contaminación ambiental son dos de tantos.
Another Mother for Peace es otro grupo que movilizó a las mujeres americanas para unirse a los hombres contra la guerra de Vietnam, una protesta que se originó dentro del propio ejército y que se ha convertido en un movimiento internacional para acabar con la violencia contra las mujeres al que se han sumado muchos hombres. En la introducción a In a different voice, aplacé la explicación de las diferencias que encontré entre las voces de hombres y mujeres: «No se sostiene pretensión alguna sobre los orígenes de las diferencias descritas ni de su distribución en una población más amplia, en distintas culturas o a lo largo del tiempo». Me di cuenta de la interacción entre estas voces dentro de las mujeres y de los hombres y observé que «su convergencia marca momentos de crisis y cambio»17.
La investigación con chicas preadolescentes y con niños de cuatro y cinco años proporcionó un marco para explicar lo que había visto y oído. Las diferencias de género en la voz moral no son producto de la naturaleza o de la crianza en sí, sino del modelo binario y jerárquico fundamental para el establecimiento y la conservación de un orden patriarcal.
Los requisitos de amor y ciudadanía en una sociedad democrática son una misma cosa: tanto la voz como el deseo de vivir en relaciones inherente a la naturaleza humana, junto a la facultad de detectar una autoridad falsa. Los psicólogos que estudiaron a los hombres y generalizaron sus hallazgos a todos los humanos, o que enmarcaron sus teorías desde una perspectiva masculina, confundieron el patriarcado con la naturaleza.
¿Quieres saber lo que pienso o quieres saber lo que pienso de verdad?, me preguntó una mujer al principio de la investigación. Le había pedido que respondiera a uno de los dilemas hipotéticos que los psicólogos usan para evaluar el desarrollo moral. Su pregunta implicaba que había aprendido a pensar en temas de moralidad de un modo que difería de su verdadera forma de pensar, pero albergaba ambas voces en su interior.
El silenciamiento de las mujeres se convirtió en causa célebre del movimiento feminista, símbolo de la opresión de las mujeres. Los silencios de los hombres, en su mayoría, pasaron desapercibidos. En Violence: Reflections on a National Epidemic, mi marido, James Gilligan, identificó la vergüenza como la causa necesaria, aunque no suficiente, de la violencia.
Dentro de los códigos de honor de la masculinidad patriarcal, la violencia es un modo de borrar la vergüenza y restaurar el honor; es una forma de establecer o restaurar la hombría18.
Liberar a los hombres de las restricciones de un modelo binario e inflexible del género y de la violencia asociada a la hombría patriarcal supone un empeño voluble, ya que en la transición de la hombría patriarcal a las masculinidades democráticas, los hombres se exponen a la vergüenza. La hombría se pone en evidencia. Y cuando la hombría se ve amenazada, la violencia es inmanente, como ha demostrado la historia una y otra vez, desde la guerra de Troya hasta la guerra de Irak que siguió a los atentados del 11 de septiembre, pasando por el ascenso de Hitler. En algún nivel de la conciencia, las mujeres lo saben y, cuando detectan la vulnerabilidad de los hombres, pueden retirarse como medida de autoprotección o para mantener la olla tapada en una situación explosiva.
En las elecciones presidenciales de 2004 que siguieron a los atentados del 11 de septiembre, la diferencia de género en la votación desapareció por primera vez en más de veinte años. Las mujeres se sumaron a los hombres para reelegir a George Bush. Pero la pausa fue temporal. En 2008, la brecha volvió a aparecer y, en 2012, alcanzó un máximo histórico con un 70% de las mujeres solteras votando a favor de la reelección de Barack Obama. Sólo las mujeres casadas y los hombres blancos dieron a Romney la mayoría; las mujeres, por un margen muy pequeño.
Necesitamos un debate nuevo sobre el género y otro también nuevo sobre la ética. Desde el Holocausto, las teorías del desarrollo moral se han visto cuestionadas a raíz del reconocimiento de que los marcadores habituales del desarrollo —la inteligencia, la educación y la clase social— no constituyen barreras contra la atrocidad.
Sin embargo, incluso en las sociedades totalitarias que apuntan a la psique en su ataque, siempre hay gente a quien no engañan las mentiras y que denuncia la verdad ante el poder. Escuchamos a mujeres que asumieron grandes riesgos durante el régimen nazi —Magda Trocme, la mujer del pastor de Le Chambon-sur-Lignon que respondía a los judíos que llamaban a su puerta con un «Adelante»; o Antonina Zabinska, la mujer del guarda del zoológico de Varsovia que escondió a más de trescientos judíos en pleno centro de la ciudad ocupada— quienes, cuando les preguntaban cómo obraron de aquella manera, respondían que eran humanas.
Hicieron lo que cualquier otro habría hecho en su lugar. Sabían el riesgo que asumían, pero no cuidar de estas personas les parecía un riesgo aún mayor. Y no estaban solas. André Trocme, el pastor, rescató a niños judíos; Jan Zabinski, el guarda del zoológico, sacó a judíos del gueto vigilado por los nazis. Durante la entrevista que le hizo la prensa israelí cuando el matrimonio recibió el título de Justos entre las Naciones en Yad Vashem, Jan explicó: «No fue un acto de heroísmo, sino una simple obligación humana»19.
Ahora sabemos que el patriarcado deforma la naturaleza tanto de las mujeres como de los hombres, aunque de maneras distintas. También sabemos cuándo, cómo y por qué lo hace. Pero, al igual que un cuerpo sano combate la infección, una psique sana se resiste a elementos ajenos a la naturaleza humana. Los hallazgos empíricos en los distintos campos de las ciencias humanas convergen en un mismo punto convincente: somos, por naturaleza, homo empathicus en vez de homo lupus.
La cooperación está programada en nuestros sistemas nerviosos; nuestros cerebros dan más luz cuando optamos por estrategias cooperativas en vez de competitivas —la misma región cerebral que se ilumina con el chocolate20.
Los descubrimientos en neurobiología y antropología evolutiva se suman a los de la psicología del desarrollo para transformar el paradigma cambiando la pregunta. En vez de plantearnos cómo adquirimos la capacidad de cuidar, nos preguntamos: ¿Cómo perdemos nuestra humanidad?
Notas
1. Gilligan, C. La moral y la teoría. Psicología del desarrollo femenino. México: Fondo de Cultura Económica, 1985.
2. Lindqvist, S. Exterminate All the Brutes. Nueva York: The New Press, 1996, citado en Gilligan, C. El nacimiento del placer. Una nueva geografía del amor. Barcelona: Paidós Ibérica, 2003.
3. Gilligan, C. Op. cit.
4. Luther King, M. «Carta desde la cárcel de Birmingham», 16 de abril de 1963. (Citado por Salil Shetty en «Los derechos humanos no conocen
fronteras», prol. a AA.VV. Informe 2013: el estado de los derechos humanos en el mundo, Madrid: Ed. Amnistía Internacional, 2013, p. 11.)
5. Gopnik, A. El filósofo entre pañales. Revelaciones sorprendentes sobre la mente de los niños y cómo se enfrentan a la vida. Madrid: Temas de Hoy, 2010.
6. Gilligan, C. y Richards, D. A. J. The Deepening Darkness: Patriarchy, Resistance, and Democracy’s Future. Nueva York: Cambridge University Press, 2009. p. 19.
7. Woolf, V. Una habitación propia. Barcelona: Seix Barral, 2001.
8. Para un análisis más amplio de Anna, véase «Identifying the Resistance», cap. 4, Gilligan, C. Joining the Resistance. Cambridge, Reino Unido: Poli- 2002). ty Press, 2011 y Brown, L. M. y Gilligan, C. Meeting at the Crossroads: Women’s Psychology and Girls’ Development. Cambridge, Massachusetts: Harvard University Press, 1992, pp. 185-195.
9. Brown, L. M. y Gilligan, C. Meeting at the Crossroads: Women’s Psychology and Girls’ Development. Cambridge, Massachusetts: Harvard University Press, 1992.
10. Chu, J. When Boys Become Boys: Development, Relationships, and Masculinity. Nueva York: New York University Press (en prensa).
11. Way, N. Deep Secrets: Boys’ Friendships and the Crisis of Connection. Cambridge, Massachusetts: Harvard University Press, 2011, pp. 1, 19.
12. Blaffer Hrdy, S. Mothers and Others: The Evolutionary Origins of Mutual Understanding. Cambridge, Massachusetts: Harvard University Press, 2009, pp. 287, 293.
13. Laugier, S. «Care et Perception: L’éthique comme attention au particulier», en Laugier, S. y Papperman, P. (Eds.), Le souci des autres: Étique et politique du care. París, Éditions de l’École des hautes études en sciences sociales, col. «Raisons pratiques», 2005.
14. Tóibín, C. The Testament of Mary. Nueva York: Scribner, 2012, p. 80.
15. Tóibín, C. «Our Lady of the Fragile Humanity». The New York Times (4 de abril de 2013).
16. Tóibín, C. The Gospel of Mary, p. 81.
17. Gilligan, C. La moral y la teoría. Psicología del desarrollo femenino. México: Fondo de Cultura Económica, 1985.
18. Gilligan, J. Violence: Reflections on a National Epidemic. Nueva York: Vintage, 1997. 19. Hallie, P. P. Lest Innocent Blood be Shed: The Story of the Village of Le Chambon and How Goodness Happened There. Nueva York: Harper and Row, 1979; Ackerman, D. La casa de la buena estrella. Barcelona: Ediciones B, 2008; Aviva Lori. «Code Name: Fox». Ha’Aretz (22 de febrero de 2008).

El daño moral y la ética del cuidado

EL DAÑO MORAL Y LA ETICA DEL CUIDADO
Carol Gilligan

PRESENTACIÓN

Con la invención de la ética del cuidado, Carol Gilligan ha conseguido dar un giro al marco conceptual del patriarcado y diseñar un nuevo paradigma que ensancha el horizonte de la ética y de la democracia. Un paradigma destinado a eliminar el modelo jerárquico y binario del género, que durante siglos ha venido definiendo el sentido y las funciones de la masculinidad y la feminidad.

En el libro In a Different Voice, salió al paso de la teoría de Kohlberg sobre la evolución moral de la persona, para poner de manifiesto que el patriarcado había preparado el terreno concienzudamente para no escuchar la voz de las mujeres y establecer unos parámetros que silenciaban lo que brotaba de lo más profundo del ser de las personas, sólo porque no se correspondía con «lo que había que decir».

A través del estudio y el análisis directo del sentir y el razonar de las niñas, Gilligan descubrió el valor del cuidado, un valor —afirmó en el libro mencionado— que debiera ser tan importante como la justicia, pero no lo era porque se desarrollaba sólo en la vida privada y doméstica protagonizada por las mujeres.
Como ocurre con los pensadores que idean un vocablo que hace fortuna, porque explica algún aspecto de la realidad que había permanecido oculto, Gilligan no ha podido hacer nada más que profundizar sobre el concepto de cuidado desde que lo dio a la luz pública. Las dos conferencias que pronunció en Barcelona, en el marco de las “Conferencias Josep Egozcue”, y que se publican a continuación, tratan respectivamente de la ética del cuidado relacionada con lo que Gilligan denomina «daño moral» y con «la resistencia a la injusticia».

En ambas se pone un énfasis especial en la necesidad de cambiar de paradigma o de marco conceptual pues, de no ser así, se perderá una dimensión tan importante para el bienestar del individuo y de la sociedad como la capacidad de amar y de generar confianza entre unos y otros. La democracia se basa en la igualdad, pero el modelo patriarcal excluyó el amor entre iguales y las relaciones interpersonales se hicieron ásperas, hostiles e hipócritas.

Si hoy sigue amenazada la ética del cuidado es porque el patriarcalismo se resiste a abandonar su posición de poder: la sociedad quiere seguir siendo patriarcal.
Insiste Gilligan en la necesidad de universalizar las obligaciones del cuidado. Su perspectiva no es esencialista —las mujeres tienen unos roles derivados de su biología, y los hombres otros derivados de la suya—, no lo ha sido nunca, pero tiene que seguir subrayándolo porque la malinterpretación es fácil. El cuidado y la asistencia no son asuntos de mujeres, sino intereses humanos.
De hecho, puesto que somos mente y cuerpo, razón y emoción, la empatía de los humanos con sus congéneres debe darse por supuesta. Efectivamente, pero, no obstante tal suposición, constatamos que la capacidad de empatía se pierde fácilmente. ¿Por qué?
Gilligan llega a dicha pregunta a partir de la voluntad de escuchar la «voz diferente» de las mujeres, generalmente más capaces que los hombres de compaginar la razón y la emoción. Hay que rechazar el esencialismo y la clasificación simple y absurda según la cual el hombre es autónomo y la mujer relacional, o el hombre es racional y la mujer sentimental.
La diferencia entre los géneros no tiene nada que ver con las esencias ni con la biología, sino con la menor dificultad de las mujeres interrogadas de transgredir el marco conceptual al uso y salirse del esquema impuesto por el patriarcado. Con la naturalización del patriarcado, se ofuscó el ansia de tener una voz propia. Recuperar esa voz, expresarla públicamente, es una liberación y un esfuerzo por mantener la integridad moral.
Como psicóloga, Gilligan ha analizado a fondo por qué el niño —o la niña— esconden lo que realmente sienten o piensan para limitarse a decir «lo que se supone que hay que decir». Al actuar así, disimulan la empatía en aras de otros valores socialmente más reconocidos y, lo que es más decisivo, atribuidos al ejercicio auténtico de la masculinidad o la feminidad.
En toda su obra, empírica y teórica, Gilligan ha luchado por desvelar los mecanismos que ocultan el sentir más íntimo de las personas y las abocan a una actuación hipócrita. Sacar a la luz el valor del cuidado y de la empatía es «la liberación más radical de la historia de la humanidad».
Liberación moral y psíquica pues también los problemas psicológicos surgen cuando la gente no puede decir lo que siente. En esa liberación son cruciales las voces de las mujeres porque son ellas las que pueden llamar la atención sobre el cambio de modelo que necesitamos. Es lo que ha venido haciendo el feminismo hasta hoy.
Por la dominación secular sufrida, las mujeres son más proclives a reconocer la falsedad de la narrativa patriarcal. No hay mal que por bien no venga. No debe parecernos raro que, en un mundo repleto de fallos y defectos, éstos caigan sobre las espaldas de los hombres y que la cultura femenina pueda aportar algo positivo e ignorado hasta ahora por culpa de la interesada perspectiva patriarcal.
El daño moral consiste en la destrucción de la confianza y la pérdida de la capacidad de amar. Uno deja de ser resistente ante la injusticia cuando pierde la capacidad de empatía. Por ello es preciso que el cuidado complemente a la justicia. Para entenderlo, hay que tener en cuenta que la diferencia no está entre la justicia y el cuidado, sino entre la democracia y el patriarcado. Justicia y cuidado son igualmente importantes y universalizables, pero a democracia (y con ella el anhelo de justicia) está amenazada si pervive el patriarcado.
Gilligan lo afirma con rotundidad en este párrafo memorable:
«En un contexto patriarcal, el cuidado es una ética femenina; en un contexto democrático, el cuidado es una ética humana». Así lo entendieron también los cuatro ponentes que completaron las “Conferencias Josep Egozcue” con sendas intervenciones referidas a distintos aspectos del cuidado.
El valor y la importancia del concepto se ponen de manifiesto al comprobar el amplio significado social que ha ido adquiriendo. El cuidado está presente en la familia, en la relación clínica y en la vida cotidiana. Lluís Flaquer, Teresa Torns, Germán Diestre y Eulalia Juvé se encargaron de analizar con perspicacia y rigor las varias dimensiones del cuidado. Sus respectivas colaboraciones han sido recogidas también en esta publicación.
Victoria Camps
Presidenta

El daño moral y la ética del cuidado (2013)
Carol Gilligan
Han transcurrido cuarenta años desde que John Berger escribiera «nunca más se volverá a contar una sola historia como si fuera la única»; treinta desde que La moral y la teoría. Psicología del desarrollo femenino replanteara el debate en torno al Yo y a la moralidad como una conversación sobre la voz y las relaciones; quince desde que Arundhati Roy acuñara en su novela El dios de las pequeñas cosas la frase «las leyes del amor», que dictaban «a quién debía quererse, y cómo, y cuánto» y resultaban no ser tan poca cosa .
Mientras tanto, un cambio de paradigma se ha ido extendiendo gradualmente por las ciencias humanas. Los hallazgos empíricos que continúan acumulándose en los campos de la psicología del desarrollo, la neurobiología y la antropología evolutiva han llevado a contemplar bajo un nuevo prisma los que hasta ahora se consideraban momentos clave del desarrollo. La separación entre el Yo y las relaciones y la escisión entre pensamiento y emociones, lejos de representar formas sanas de maduración, son indicativas de un daño o reacciones a un trauma .
En su obra La edad de la empatía, publicada en 2009, el primatólogo Frans de Waal insta a «una revisión completa de los postulados sobre la naturaleza humana», al observar que «la empatía forma parte de nuestra historia evolutiva; no es una capacidad reciente, sino muy antigua». En Mothers and Others, la antropóloga evolutiva Sarah Blaffer Hardy advierte que la capacidad de «empatía, telepatía y cooperación» era, y puede seguir siendo, fundamental para la supervivencia de nuestra especie.
En El error de Descartes, el neurobiólogo António Damásio explica que nuestros sistemas nerviosos están configurados de modo que conectan pensamientos y emociones. En su libro posterior, La sensación de lo que ocurre. Cuerpo y emoción en la construcción de la conciencia, observa que, en el cuerpo y en las emociones, lo que captamos es la música, o la «sensación de lo que ocurre», la cual se reproduce luego en la mente y en los pensamientos.
Si separamos la mente del cuerpo y el pensamiento de las emociones, podemos razonar de forma deductiva y resolver problemas lógicos, pero perdemos la habilidad de darnos cuenta de nuestra experiencia y de movernos por la esfera social del ser humano .
Desde principios de la década de 1980, los investigadores comenzaron a observar a lactantes no ya solos, sino en compañía de las personas que los cuidaban, y descubrieron a un niño que no habían imaginado, un niño que, de forma activa, buscaba y participaba en relaciones receptivas. Desde una edad muy temprana, prácticamente desde el nacimiento, el bebé humano escudriña los rostros, establece contacto visual y capta la atención de otros.
Se da cuenta de la diferencia entre la experiencia de la relación —estar en contacto con otra persona— y la apariencia de la relación —cuando alguien que aparenta mantener una relación no está realmente en contacto . Estas observaciones obligan a invertir los interrogantes en torno al desarrollo humano.
En vez de preguntarnos cómo adquirimos la capacidad de cuidar de otros, cómo aprendemos a adoptar el punto de vista del otro y cómo superamos la búsqueda del interés propio, nos vemos impelidos a cuestionarnos cómo perdemos la capacidad de cuidar de otros, qué inhibe nuestra facultad de empatía y nuestra sensibilidad hacia el clima emocional de nuestro entorno, por qué somos incapaces de percibir la diferencia entre estar o no estar en contacto y, lo que resulta aún más doloroso, cómo perdemos la capacidad de amar.
Estos cambios en la forma de ver la naturaleza y el desarrollo humanos surgieron en un principio a raíz de la escucha de mujeres. Esta «voz diferente» tenía un sonido distinto y se identificaba como «femenina» porque compaginaba razón y emoción, individuo y relaciones, porque era personal en vez de impersonal y estaba inserta en un contexto espacial y temporal.
Escribí In a different voice con la intención, en parte, de demostrar que los problemas que los psicólogos identifican en mujeres lo eran únicamente en el marco de su interpretación. Las que se consideraban limitaciones en el desarrollo de las mujeres (la preocupación por los sentimientos y las relaciones, una inteligencia emocional además de racional) son en realidad ventajas humanas.
Al nombrar la voz en la teoría psicológica y moral y al cambiarla, In a different voice provocó un desplazamiento en el modelo cognitivo, a raíz del cual la voz «diferente» de la mujer dejó de percibirse como tal para reconocerse simplemente como voz humana. Sabiendo entonces que, como humanos, somos por naturaleza seres receptivos y relacionales, nacidos con una voz —la capacidad de comunicarnos— y con el deseo de vivir en el seno de relaciones.
¿Cómo hablamos de ética? Disponemos en nuestro interior de los requisitos tanto para el amor como para la ciudadanía en una sociedad democrática. ¿Qué se interpone en el camino? Las guerras culturales que se han desatado en Estados Unidos responden a los progresos alcanzados en las décadas de 1960 y 1970 para una realización más plena de los ideales y valores democráticos.
Durante su campaña por la reelección, el presidente Barack Obama declaró: «Estos comicios ofrecen al pueblo americano la posibilidad de elegir entre dos visiones muy diferentes para nuestro futuro» . «¿Estáis solos?», preguntó, «¿o estamos todos juntos? ¿Estáis solos o todos dependemos los unos de los otros? Lo cierto es que estamos todos juntos porque, como el poeta W. H. Auden nos recuerda,
y nadie existe en soledad; el hambre no deja opción al ciudadano ni a la policía; debemos amar al prójimo o morir» .
Comenzaré con el daño moral —la destrucción de la confianza que amenaza nuestra capacidad de amar. Luego procederé a describir tres estudios que muestran cuándo, cómo y por qué las capacidades básicas humanas se encuentran amenazadas y ponen de manifiesto a su vez la existencia de una facultad de resistencia.
Por último, trataré las leyes del amor como algo que no tiene nada de pequeño y en absoluto de privado. Como demuestran las batallas sobre las leyes del amor, las guerras culturales representan la lucha entre la democracia y el patriarcado.
Las leyes del amor son uno de los pilares del patriarcado. La ética del cuidado y su interés en la voz y las relaciones es la ética del amor y de la ciudadanía democrática. También es la ética de la resistencia al daño moral.
I. El daño moral
En Achilles in Vietnam, el psiquiatra Jonathan Shay escribe sobre el daño moral . Durante su trabajo con veteranos de la guerra de Vietnam, Shay identificó en sus trastornos de estrés postraumático una pérdida de la confianza. Sucedía tras la traición a «lo que está bien» en una situación donde había mucho en juego, estando dicha traición sancionada por las autoridades.
Shay observa que la superación del trauma depende de la «comunalización del trauma —poder contar la historia a alguien que escucha con la seguridad de que puedes confiar en que vuelva a relatarla fielmente a otros en la comunidad». La recuperación comienza, pues, con la escucha, por lo que, continúa Shay, «antes de analizar, antes de clasificar, antes de pensar, antes de intentar hacer nada, deberíamos escuchar» .
No es fácil escuchar a un veterano de guerra. En uno de los ejemplos que relata Shay, el excombatiente era miembro de una patrulla de reconocimiento de largo alcance que, por un error de inteligencia, perpetró una matanza de civiles inocentes («muchos niños y pescadores»). El veterano lo relata así:
Lo que nos dejó con la cabeza hecha un puto lío es que, en ese momento te vuelves al equipo y les dices: «No pasa nada. Todo va del carajo». Porque eso que lo que te llega de arriba. El hijoputa del coronel dice: «No pasa nada. Ya nos ocupamos nosotros». ¿Sabes lo que te digo?, «¡Tenemos el número de bajas!» «¡Tenemos el número de bajas!». Y empiezas a darle vueltas a la cabeza.
En el fondo sabes que está mal, pero en ese momento tus superiores te están diciendo que no pasa nada. Así que, pues no pasa nada, ¿no? Así es la guerra, ¿no?… Nos querían dar una puta mención honoraria, los mierdas esos. Repartieron un montón de medallas. A los tenientes les dieron medallas y sé que el coronel se llevó su puta medalla. Y con sus ceremonias de entrega y todo, ¿sabes? Y yo allí de pie como un gilipollas mientras repartían las putas medallas por matar a civiles .
«¡Escúchame!», insisten los veteranos de guerra cuando cuentan a los profesionales de salud mental lo que necesitan saber para trabajar con ellos, con lo que quieren decir «escucha la historia antes de intentar entenderla». Porque, en realidad, las historias no tienen sentido; son historias sobre sentirse «confuso», en las que la confusión empieza a «darte vueltas en la cabeza», porque «en el fondo sabes que está mal», pero tus superiores te están diciendo que «no pasa nada». Y no sólo no pasa nada, sino que se premia con medallas de honor. En palabras de uno de los veteranos, estas historias son «sagradas» .
Muy a menudo, afirma Shay, «nuestra forma de escuchar degenera en una clasificación intelectual en la que el profesional se dedica a cazar las palabras del veterano y a meterlas en cajones mentales». Damos por hecho que sabemos lo que estamos escuchando, que en realidad no tenemos que escuchar, que ya lo hemos oído antes. Somos «como los visitantes de museos que limitan su experiencia a decir mentalmente ‘¡Eso es cubista…! ¡Eso es un Greco!’ pero nunca ven nada de lo que están mirando». Shay observa que «esta manera de escuchar destruye la confianza» .
Me impresionaron las observaciones de Shay en torno a la forma de escuchar, ya que tienen una gran similitud con el método adoptado en mi investigación. Para oír una voz «diferente» —es decir, una voz carente de sentido según las categorías interpretativas predominantes— fue imprescindible emplear una forma de escuchar que generase confianza. Esa forma de escuchar resultó tan esencial para el proceso de descubrimiento que, junto a mis alumnos de doctorado, elaboramos una «guía de escucha» en la que establecíamos nuestro método para que lo siguieran otros investigadores .
Pero me sorprendieron las resonancias que encontré en la descripción que Shay hizo del daño moral. En el estudio del desarrollo, un contexto radicalmente distinto, los compañeros y yo habíamos oído algo parecido al daño moral —la destrucción de la confianza tras producirse una traición a «lo que está bien» en una situación donde hay mucho en juego, estando dicha traición sancionada por las autoridades. También nosotros habíamos observado la presencia de confusión junto a señales de angustia —no de la magnitud descrita por Shay, pero que, aun así, se ajustaban a la descripción.
Cuando quiso transmitir lo que observaba, Shay se dio cuenta de que Ni una sola palabra inglesa abarca toda la magnitud del concepto de lo que está bien y lo que está mal en una cultura; usamos términos como: orden moral, costumbre, expectativas normativas, ética y valores sociales generalmente aceptados. La palabra del griego clásico que Homero usaba, themis, comprende todos estos significados .
«Lo que está bien» es la expresión que usa Shay como equivalente de la themis. Capta mejor que otros términos, como «orden moral» o «ética», la idea de que tenemos una brújula interior que nos avisa cuando hemos perdido el rumbo —cuando estamos haciendo algo que en el fondo sabemos que está mal.
El estudio sobre el desarrollo en chicas que siguió a In a different voice se centró en la adolescencia como momento en que las niñas llegan a una encrucijada en la que su brújula interior apunta en una dirección y la autopista señala la opuesta. Las chicas tienen que desprenderse de sus brújulas o ignorarlas para seguir la ruta marcada con decisión. En su reticencia a hacerlo, mi equipo de investigación y yo vimos una resistencia asociada a indicios de resiliencia y fortaleza psicológica.
Pero la encrucijada se caracteriza por la confusión, ya que en este momento del desarrollo, el buen camino no es el buen camino. La tensión entre desarrollo psicológico y adaptación cultural se puso de manifiesto en la forma de una crisis de conexión. Iris, alumna del último año de bachillerato, reflexiona así: «Si dijera lo que siento y pienso, nadie querría tener nada que ver conmigo, mi voz sonaría demasiado fuerte», y añadía a modo de explicación: «pero tienes que relacionarte con la gente».
Le digo que estoy de acuerdo y luego le pregunto: «Pero si no dices lo que piensas ni lo que sientes, ¿dónde estás tú en esas relaciones?». Iris se da cuenta de la paradoja que representa su afirmación: ha silenciando su propia voz para poder relacionarse con otra gente. Se trata de una medida adaptativa que se recompensa socialmente; Iris es la alumna más aventajada de su clase y ha sido admitida en la prestigiosa universidad de su elección. Cuenta con el aprecio de profesores y compañeros. Sin embargo, lo que describe es incoherente desde el punto de vista psicológico.
Judy, una chica de trece años, describe las presiones a las que se siente sometida para no hacer caso de lo que le dicta la mente. Se señala la tripa y explica que la mente «está conectada con el corazón y el alma y con los sentimientos internos y verdaderos».
Se enfrenta al dilema de cómo mantener el contacto con ese saber interno y con lo que se considera sabiduría, pero concibe una solución muy ocurrente. Judy no separa la mente del cuerpo, sino del cerebro, el cual sitúa en la cabeza y con el que relaciona la astucia, la inteligencia, la educación.
Dice que la gente puede controlar lo que te está enseñando y decirte: «Esto está bien y esto está mal». Es un control como del cerebro. Pero el sentimiento es sólo tuyo. El sentimiento no lo puede cambiar alguien que quiere que sea de una manera. No se puede cambiar diciendo: «No, eso está mal; esto está bien, esto está mal».
Al término de la entrevista, Judy expone su teoría del desarrollo. Los niños muy pequeños, dice, tienen más mente que otra cosa porque «no tienen mucho cerebro». Pero luego el cerebro «empieza a desarrollarse y eso es como la forma en que te han criado… Y creo que, pasado un tiempo, como que te olvidas de la mente, porque te han estado llenando el cerebro con montones de cosas» .
A sus trece años, Judy es una alumna de secundaria reflexiva que se debate con la disociación y se esfuerza por aferrarse a lo que sabe. Se enfrenta a una voz investida de autoridad moral, una voz que percibe como intrusa y controladora. Puede que no hagas caso de lo que te dice la mente, expone, pero la «forma más profunda de saber», la sabiduría que asocia a su corazón y a su alma y a sus pensamientos y sentimientos verdaderos, no los puede cambiar nadie diciendo: «No, esto está mal; esto está bien».
Por muy intenso que sea el proceso de iniciación, aunque se relacione con la astucia, la inteligencia y la educación y todo lo que implican, el «sentimiento es sólo tuyo», una sabiduría que se encuentra en las entrañas, enterrada quizás, pero no perdida.
El estudio sobre el desarrollo da un enfoque ligeramente distinto a la obra de Shay sobre el daño moral. Retoma algo que dijo el excombatiente: en el fondo sabía que estaba mal. Existen postulados de lo que está bien y lo que está mal, de lo que es loable y lo que es condenable, firmemente arraigados no ya en la cultura, sino en la humanidad.
Reflexionando sobre el título de su libro Achilles in Vietnam, Shay observa que… El contenido específico de la themis de los guerreros homéricos era a menudo muy distinto al de los soldados americanos en Vietnam, pero lo que no han cambiado en tres milenios son la ira violenta y el aislamiento social que surgen cuando se violan postulados muy arraigados sobre «lo que está bien» .
Vivimos en cuerpos y en culturas, pero también contamos con una psique —una voz y una facultad de resistencia. A lo largo del tiempo y en las distintas culturas, la respuesta de la psique a la traición a lo que está bien ha sido ira y aislamiento social, y también, como describe Shay, volverse loco, perder la cabeza, porque algo ha ocurrido que, psicológicamente, carece de sentido.
II. Un tríptico sobre el desarrollo
La palabra «traición» aparece en repetidas ocasiones en el libro de Niobe Way titulado Deep Secrets. La emplean los chicos adolescentes entrevistados en sus estudios para explicar por qué han dejado de tener un amigo íntimo, por qué ya no le cuentan sus secretos a nadie. La traición en sí no se acaba de especificar nunca. Justin la describe como algo que «simplemente pasa»; no sabe si es «normal o lo que sea». Pero la destrucción de la confianza es inconfundible. Como apunta Joseph, «Hoy en día no te puedes fiar de nadie» .
Algo había sucedido. Justin y Joseph se encontraban entre la mayoría de los chicos de los estudios de Way —chicos de diversas extracciones culturales (hispana, portorriqueña, dominicana, china, afroamericana, inglesa, musulmana, rusa, etc.)—, quienes «hablaban de contar con amistades íntimas con otros chicos y de querer estas relaciones y luego de ir perdiéndolas poco a poco, a la vez que iban dejando de confiar en los compañeros».
Durante el primer y el segundo año de secundaria, Mohammed dijo que le contaba todos sus secretos a su mejor amigo; cuando se le entrevistó en el tercer año, dijo: «No sé. Últimamente… He cambiado un poco, ¿sabes lo que te digo? No mucho, pero ahora creo que no necesito soltarlo… Puedo guardármelo [lo que siento]. He madurado lo suficiente». Fernando dio la misma explicación. A la pregunta de cómo creía que era el amigo ideal, respondió: «Tienes que ser gracioso, sincero, me tengo que divertir contigo, tú sabes», pero luego añadió, más vacilante y en forma de pregunta: «Esto… tengo que poder… ¿contar contigo? No sé… No quiero empasonar demasiado como mariquita… Creo que he madurado en algunas cosas… He aprendido a ser más hombre» .
En los primeros años de instituto, los chicos se resisten a la construcción binaria del género que convierte la confianza en otra persona y el deseo de poder contar con alguien en algo «como mariquita». Pero al final del bachillerato, como informa Way, la intimidad emocional y la vulnerabilidad tienen un sexo (femenino) y una sexualidad (homosexual). Ser un hombre significa estoicidad e independencia.
Vemos, por tanto, las consecuencias de una cultura organizada en torno a un modelo binario y jerárquico basado en el género —la cultura del patriarcado en la que ser hombre significa no ser mujer ni parecer mujer, además de encontrarse en la cumbre. Lo que antes resultaba cotidiano —«la confianza, el respeto y el amor» que se encuentran «tan dentro que son parte de ti… son parte del ser humano», como afirma Justin a sus quince años— se ha convertido en algo complicado. Justin no sabe si la distancia que siente ahora es «normal o lo que sea», pero lo que sabe es que «pasa, quieras o no» .
Los chicos de los estudios de Ways saben perfectamente lo que vale un amigo íntimo. George dice que sin un buen amigo a quien confiarle tus secretos, te volverías «majareta». Chen dice que sin un amigo íntimo, «te vuelves loco». Otros chicos describen la ira que se les acumula dentro cuando no tienen un buen amigo con quién hablar. Los hay que hablan de tristeza, de soledad y de depresión.
La investigación con chicas ocupa la hoja central del tríptico ya que las niñas que se expresan bien son capaces de narrar su experiencia de iniciación dejando claro qué sucede, cómo y por qué. Los estudios con chicas arrojan luz sobre un proceso de iniciación que se había tomado erróneamente por desarrollo. Las separaciones y pérdidas que se calificaban de naturales o inevitables resultaron estar impuestas por la cultura y sancionadas por la sociedad.
Del mismo modo que un cuerpo sano ofrece resistencia a la infección, una psique sana se resiste al daño moral. La investigación con chicas aclaró tanto la existencia de una facultad de resistencia como el mecanismo de la traición. La cabeza se separa del corazón; la mente, del cuerpo; y la voz personificada, la voz que transmite «el sentimiento de lo que sucede» se escinde de las relaciones y se acalla.
Tanya reflexiona a sus dieciséis años: «La voz que defiende mis creencias está enterrada muy dentro de mi». Tanya no ha perdido la voz de la integridad, pero su silencio ensombrece sus relaciones y mermará sus facultades para ejercer de ciudadana en una sociedad democrática .
Las chicas que saben expresarse, como Tanya y Judy, describen sus estrategias de resistencia —separar la mente de la educación, guardar la voz verdadera dentro. «No sé», dicen las chicas; «Me da igual», proclaman los chicos de los estudios de Ways. Sin embargo, las chicas sí saben, y a los chicos no les da igual, aunque puede que se vean obligados a mostrarse ignorantes o indolentes.
La interiorización de este modelo binario del género que menoscaba la capacidad de saber en las chicas y la capacidad de preocuparse por los otros en los chicos señala el momento de iniciación de la psique para entrar en un orden patriarcal.
Siempre que nos encontramos ante una construcción binaria del género —ser hombre significa no ser mujer ni parecerlo (y viceversa)— y una jerarquía de género que privilegia «lo masculino» (la razón, la mente y el Yo) sobre «lo femenino» (las emociones, el cuerpo y las relaciones), sabemos que se trata de un patriarcado, se llame como se llame.
Como orden vital basado en la edad y el sexo, donde la autoridad y el poder emanan de un padre o unos padres en la cumbre, el patriarcado es incompatible con la democracia, la cual se sustenta en la igualdad de la voz y en una presunción de equidad. Pero también se encuentra en conflicto con la misma naturaleza humana.
En el patriarcado, al bifurcarse las cualidades humanas en «masculinas» o «femeninas», se producen cismas en la psique, pues se separa a todos los individuos de partes de sí mismos y se socavan sus capacidades humanas básicas. El proceso de iniciación a las normas y los valores del patriarcado prepara el terreno para la traición de «lo que está bien» .
Para entender qué se pierde y por qué, no tenemos más que escuchar a las niñas antes de que comience el proceso de iniciación. Mientras conversamos sobre si hay ocasiones en que mentir está bien, Elise, una alumna de once años que cursa sexto en un colegio público urbano, dice: «Mi casa está empasonar pelada de mentiras». Cuando voy a su casa a recoger una autorización firmada, entiendo lo que quiere decir y veo que me observa mientras me voy dando cuenta. Tengo delante un cuadro de paz doméstica que encubre un triángulo sexual explosivo.
La voz de Elise es la voz del sinfín de chicas preadolescentes de las novelas y las obras de teatro escritas a lo largo del tiempo y en culturas muy distintas. Al principio de Jane Eyre, Jane, que tiene diez años, le dice a su tía Reed: «Dices que soy una mentirosa. No lo soy. Si lo fuera te habría dicho que te quiero, y no lo he dicho… La gente te cree muy buena, pero en verdad eres mala y tienes el corazón de piedra. Le voy a contar a todo el mundo lo que has hecho».
También es la voz de Ifigenia en la tragedia de Eurípides, de Scout en Matar a un ruiseñor, de Frankie en Frankie y la boda, de Rahel en El dios de las pequeñas cosas, de Claudia en Ojos azules, de Tambú en la obra de Tsitsi Dangaremba Condiciones nerviosas, y de Annie John en la novela del mismo nombre… La lista es infinita.
Conocemos esta voz y, sin embargo, cuesta no escucharla como las propias niñas acabarán describiéndola, de «maleducada» o de «tonta» o, en palabras de Ana Frank, de «desagradable» e «insufrible». La voz presenta modulaciones culturales, pero sigue siendo igual de reconocible.
Una chica en el umbral de la edad adulta que ve a lo que se enfrenta y dice lo que ve. «A los niños hay que corregirlos», dice la tía Reed a Jane en la novela de Charlotte Brontë, a lo que responde la sobrina: «La falsedad no es uno de mis defectos». Precisamente esa es la cuestión: esta voz se debe corregir; de lo contrario, las mentiras quedan al descubierto. Una vez que la corrección ha tenido lugar, son muy pocos los que preguntan: «¿Dónde se encuentra la voz honesta?».
Millones de lectores devoran el diario de Ana Frank sin tener la menor idea de que lo que están leyendo no es su diario, sino una versión del mismo editada por la misma Ana. La cadena radiofónica Radio Free Orange, que emitía a los Países Bajos desde Londres, anunció que el Gobierno holandés en el exilio tenía pensado crear un museo después de la guerra y que estaba interesado en diarios, cartas y colecciones de sermones que retrataran la vida cotidiana de los holandeses bajo las duras condiciones del conflicto.
Ana quería ser una escritora famosa y aprovechó la oportunidad escribiendo de nuevo más de trescientas páginas de su diario entre mayo y agosto de 1944. Sus versiones editadas son las que leemos la mayoría, sin darnos cuenta de lo que Ana había omitido: el placer en su propio cuerpo, con los cambios que iba experimentando y sus «dulces secretos»; el placer con su madre y su hermana —«Mami, Margot y yo volvemos a ser inseparables»—, y su conocimiento de que la mayoría de las historias que los adultos cuentan a los niños sobre la pureza y el matrimonio «no son más que cuentos». Ana sabía lo que hacía y por qué lo hacía: quería que eligieran su diario .
La genialidad de la disociación como respuesta al trauma es lo que se disocia, lo que se separa de la conciencia y se mantiene oculto, no se pierde. Como escribe Eavan Boland en su poema: «Lo que perdimos está aquí en esta habitación/ En esta tarde velada» .
Cuando la disociación da paso a la asociación —el monólogo interior, el roce de una relación— tenemos la sensación de encontrarnos con algo que nos resulta familiar a la vez que nos sorprende. Algo que conocíamos aún sin saberlo.
En When Boys Become Boys, Judy Chu estudia a niños de cuatro y cinco años desde la perspectiva de las ciencias naturales . Al observarlos durante su paso del preescolar al primer curso de primaria, los vio convertirse en «chicos». Los niños de preescolar que se expresaban tan bien y eran tan atentos, tan directos y tan auténticos en sus relaciones con los compañeros y con ella se convirtieron poco a poco en chicos que se expresaban con dificultad, poco atentos, forzados e indirectos en estas mismas relaciones.
Chu observa la resistencia de los niños a este proceso de iniciación, el «disimulo estratégico de su capacidad de empatía, su inteligencia emocional y su deseo de intimidad». Las facultades relacionales de los niños se pierden. «La socialización de los chicos conforme a construcciones culturales de masculinidad definidas como contrapuestas a la feminidad parece reforzar principalmente la división entre lo que los niños saben (sobre sí mismos, sobre sus relaciones o sobre el mundo, por ejemplo) y lo que muestran».
Una vez que se gana la confianza de los chicos, Chu se entera de la existencia del “Club de los Brutos” —un grupo para niños creado por los niños con el objetivo manifiesto de «enfrentarse a las niñas». El Club de los Brutos ha establecido una masculinidad que se define como opuesta y contraria a una feminidad asociada con portarse bien y ser simpáticos. Por tanto, la actividad principal del Club de los Brutos consiste en «molestar a la gente».
Chu ve lo irónico de la situación de los chicos: las mismas capacidades relacionales, la empatía y la sensibilidad emocional que aprenden a ocultar en su deseo de ser uno más entre los chicos se encuentran entre las habilidades necesarias para hacer realidad la intimidad que ahora buscan en otros chicos. Al embrutecer u ocultar estas capacidades, hacen que sea imposible alcanzar esa intimidad.
En el epílogo de Thirteen Ways of Looking at a Man, el psicoanalista Donald Moss narra su propia experiencia durante el primer curso de primaria. Los niños aprendían todas las semanas una canción nueva y les dijeron que al final del año cada uno podría elegir su favorita y cantarla acompañado por el resto de la clase, pero tenían que guardarla en secreto. Moss sabía perfectamente cuál iba a elegir: «La única canción que me encantaba era una nana de la ópera Hansel y Gretel». Todas las noches la cantaba en su cuarto. Como en la nana, un coro de ángeles acudía a salvarlo de sus terrores nocturnos y Moss se quedaba dormido. «Era la canción más bonita que jamás había escuchado y siempre lo será» .
Se aprendieron la nana a principios de otoño y, a finales de primavera, cuando a Moss le tocó elegir canción, se puso de pie delante de toda la clase. La maestra le preguntó qué canción había elegido. Moss recuerda la escena: Empecé a decirle «es la nana… » Pero, inmediatamente, vi por el rabillo del ojo la reacción de los chicos de la primera hilera de pupitres. Las caras expresaban su asombro…
Supe, al instante, con completa claridad y certeza, que lo que iba a hacer, la canción que iba a elegir, la declaración que estaba a punto de realizar era un error enorme e irrevocable… Lo que los chicos me estaban enseñando, lo que debía haber sabido entonces y siempre, es que una nana no podía ser mi canción favorita, que era inaceptable, que lo que pegaba era otra cosa. En un abrir y cerrar de ojos, en señal de agradecimiento, no a mis ángeles sino a mis compañeros, cambié de elección. Sonreí a la maestra, le dije que era broma y anuncié que iba a cantar con toda la clase el himno de los marines, From the Halls of Moctezuma to the shores of Tripoli…
Moss dice de su libro que se «puede entender como un intento ampliado de descubrir ese momento delante de la clase e, indirectamente, de pedir perdón a mis ángeles por traicionarlos». Les había sido «infiel», los había «repudiado en público y seguiría haciéndolo durante muchos años». Lo que le quedó fue una melancolía asociada al conocimiento del niño de que… lo que hizo «realmente» con esa fatídica apertura al exterior era a la vez conservar y traicionar su amor original hacia los ángeles, afirmando y renegando de su nuevo amor por los otros chicos; al fin y al cabo, ahora estaban juntos en la búsqueda en otras partes de los ángeles que en su día todos podrían haber tenido .
Sin embargo, a pesar de su traición, los ángeles «siguen allí».
Moss recuerda así el proceso de iniciación observado por Chu. El himno de los marines bien podría ser la canción del Club de los Brutos. Lo que Moss nos muestra con una precisión asombrosa es cómo esta iniciación en los chicos les lleva a reinventar su historia: «lo que debía haber sabido entonces y siempre es que una nana no podía ser mi canción favorita». Y, sin embargo, lo era y «siempre lo será».
III. Las leyes del amor
En un pasaje que a menudo se pasa por alto hacia la mitad de Ana Karenina, oímos la voz callada de Karenin, que se lamentaba de «no haber conocido su propio corazón antes del día en que había visto a su mujer moribunda» .
Como La letra escarlata, de Hawthorne, la novela de Tolstói nos traslada al territorio de las leyes del amor. La palabra «patriarcado» se repite en varias ocasiones en La letra escarlata —«privilegio patriarcal», «figura patriarcal», «cuerpo patriarcal»—, junto a una descripción de «el padre de la Aduana, el patriarca», quien «no tenía ni alma, ni corazón, ni mente» . Se parece a Karenin, también funcionario del gobierno.
Los personajes principales, Ana Karenina y Hester Prynne, son tan deslumbrantes, están tan vivos que acaparan nuestra atención. Destacan entre las demás mujeres —las matronas—, que son grises e imperceptibles comparadas con las protagonistas. Ana y Hester son mujeres que infringen las leyes del amor, arrastradas por una «pasión ilícita». Queremos saber qué les sucede. Pero en cierto modo hacen las veces de señuelos que nos distraen de lo que Tolstói y Hawthorne revelan en cuanto al precio que los hombres pagan por vivir en un patriarcado.
Los nombres de los protagonistas masculinos de Hawthorne —Dimmesdale y Chillingworth— nos dan una idea. La A escarlata de Hester llama tanto la atención que puede que pasemos por alto otros interrogantes que se derivan de la situación: ¿Cómo se convierte Chillingworth, un hombre de bien —worth— en un témpano de hielo —chilling—?; ¿Cómo se convierte Dimmesdale, un hombre de la naturaleza, del valle —dale—, en un ser obtuso —dim—?
Tolstói es quien llega hasta el fondo de la cuestión. Ana está a punto de dar a luz a una hija fruto de la relación con su amante, Vronsky. Enferma de gravedad, envía un telegrama a su marido, suplicándole que acuda a su lado y la perdone, para morir en paz. Karenin da por hecho que se trata de una treta y no siente más que desdén; pero le preocupa que, si no va y su mujer muere, «esto sería no sólo cruel, sino imprudente, y daría motivo para que me juzgasen con severidad» .
De modo que va. Los lectores suelen olvidar, o no acaban de comprender, que en este momento crítico en la novela, Karenin ofrece a Ana tanto su libertad como a su hijo. Consiente en divorciarse de ella y en asumir él mismo la deshonra, con lo que haría posible la readmisión de Ana en sociedad y la custodia de Sergio. Al final, Ana no acepta la propuesta. Su decisión no se explica. En una novela donde se nos cuenta lo que piensa hasta el perro, el rechazo de Ana al divorcio, que confirma su ruina, se narra enigmáticamente en un párrafo muy breve: «Un mes más tarde, Ana y Vronsky marchaban al
extranjero. Karenin quedó solo en su casa con su hijo. Había renunciado al divorcio para siempre» .
Sin embargo, se nos cuenta con todo detalle qué le sucede a Karenin cuando, junto al lecho de su esposa, «se entregó por primera vez en su vida al sentímiento de humillada compasión que despertaban siempre en él los sufrimientos ajenos y del que se avergonzaba como de una perjudicial debilidad». De repente, siente… no sólo terminado su sufrimiento, sino, además, una tranquilidad de espíritu nunca experimentada antes. Notaba que, de repente, lo que había sido origen de sus dolores se convertía en origen de la alegría de su alma. Lo que pareciera insoluble cuando condenaba, reprochaba y odiaba, le resultaba sencillo ahora que perdonaba y amaba .
Ana no se muere. Karenin perdona a Vronsky y le dice: Puede usted pisotearme en el barro, hacerme objeto de irrisión ante el mundo; pero no abandonaré a Ana y no le dirigiré jamás a usted una palabra de reproche. Mi obligación se me aparece ahora con claridad: debo permanecer al lado de mi esposa y permaneceré. Si ella desea verle, le avisaré .
Karenin se instala en la casa y comienza a observar a la gente a su alrededor: la nodriza, la institutriz, su hijo. Se arrepiente de no haber prestado más atención al niño y «acarició la cabeza de su hijo». Hacia la niña recién nacida experimenta «un sentimiento especial, mezcla de piedad y ternura». Y luego: «sin darse cuenta, empezó a querer a la pequeña». La cuida temeroso de que vaya a morir: «Muchas veces al día entraba en el cuarto de los niños y allí permanecía sentado largo rato», observándola con atención.
«En ocasiones pasaba hasta media hora mirando la carita rojiza como el azafrán, fofa y aún arrugada, de la pequeña» y se «sentía más sereno que nunca en aquellos momentos; estaba en paz consigo mismo; no veía nada de extraordinario en su situación ni creía que tuviera que cambiarla para nada» .
Pero… a medida que pasaba el tiempo, iba reconociendo con claridad que, por muy natural que a él pudiera parecerle tal estado de cosas, los demás no permitirían que quedasen así. Además de la bondadosa fuerza moral que guiaba su alma, había otra tan fuerte, sino más, que pacífica y humilde que deseaba. Advertía que todos le miraban con interrogativa sorpresa sin comprenderle, como esperando algo de él35.
A lo largo de quince páginas, Tolstói repite las frases «fuerza incontrastable», «fuerza misteriosa», como si quisiera asegurarse de que los lectores las vayamos a retener, como la dentadura blanca y poderosa de Vronsky. Frente a esta fuerza, Karenin se siente impotente. «Sabía de antemano que todos estaban contra él y que no le permitirían hacer lo que ahora le parecía tan favorable y natural. Adivinaba que iban a forzarle a hacer lo que, siendo peor, a los demás les parecía necesario».
Lo que a Karenin le parecía «favorable y natural», a juicio del resto del mundo, era malo e impropio. La fuerza incontrastable y misteriosa que «contrapesando su estado de ánimo, guiaba su vida obligándole a ejecutar su voluntad», que llevaba a Karenin a avergonzarse de ese «sentimiento de humillada compasión que despertaban siempre en él los sufrimientos ajenos» y a tildarlo de «perjudicial debilidad», es el patriarcado.
Ana había violado las leyes del amor. Pero al hacerlo, liberó el amor, el suyo propio y, al final, también el de Karenin. Nos enteramos de que Karenin tuvo una infancia triste de huérfano. Teniendo en cuenta este dato, su obsesión por el rango y el honor se entienden como un intento de llenar un vacío interno. Era un hombre temeroso del sentimiento, marginado del amor, avergonzado de su humanidad. Hasta que, de repente —frase que también repite en este pasaje—, su corazón se abre ante la llamada de Ana y de la recién nacida; una apertura que vive como una experiencia clara, sencilla, natural y buena.
Escribe a Ana: «Dígame usted misma qué es lo que puede procurarle la dicha y la paz del espíritu». E invirtiendo el orden de la jerarquía patriarcal, dice: «Me entrego a su voluntad y a su sentimiento de justicia» .
En este momento, ambos personajes se muestran sencillamente humanos: él, con sentimientos de ternura y compasión; ella, con voluntad y sentido de la justicia. Pero el mundo que habitan se rige por una fuerza cruel. Karenin sacrifica su amor; Ana, su voluntad y su deseo de libertad. Y con estos sacrificios, la tragedia resulta inevitable. Cuando Ana se marcha sin obtener el divorcio y renuncia a la libertad que deseaba y que habría hecho posible su vida con Vronsky, al permitir a ambos ser recibidos en sociedad y no separarla de su hijo, todo lleva directamente a su muerte en las vías del tren.
El amor es la fuerza con el poder de desequilibrar el orden patriarcal. Al traspasar las fronteras —en la novela de Roy, un hombre intocable toca a una mujer tocable— se desmantelan las jerarquías de raza, clase, casta, sexualidad y género. Por tanto, el amor se debe traicionar o acabar en tragedia para que el patriarcado continúe. De ahí que existan las leyes del amor, la asociación del patriarcado con el trauma y el daño moral, porque como muestra Tolstói en el personaje de Karenin, la traición al amor es la traición a lo que está bien.
La posición privilegiada de los hombres en el patriarcado puede impedir que veamos lo que nos muestran estos novelistas. La resistencia ferviente que procede de dentro en vez de alguien que se encuentra al margen de la cultura es la resistencia de Vronsky, quien declina en repetidas ocasiones la oportunidad de reincorporarse a su regimiento y ascender en la jerarquía y opta en su lugar por quedarse con Ana. En este sentido, es como el Antonio de Shakespeare, quien dice de Egipto y Cleopatra: «¡Deja que Roma en el Tíber se disuelva (…)! ¡Aquí está mi lugar»!
Dimmesdale, amante de Hester y padre de Perla, también es insumiso por naturaleza: «Por su manera de ser, amaba la verdad y odiaba la mentira como pocos». Viviendo como vivía una mentira, «odiaba a su desdichado ser» . Chillingworth, que se compara con el diablo y lo personifica al martirizar a Dimmesdale, también es la persona que, al final, deja su fortuna —que según nos cuentan es cuantiosa—, a Perla, que no es su hija.
Tolstói y Hawthorne narran una historia dominante. Nos enseñan el precio que supone liberar el amor en un orden patriarcal, pero también lo que se paga por su contención. En las voces calladas de los hombres, observamos indicios de un daño moral cuando se les obliga a traicionar lo que está bien en una situación donde hay mucho en juego, contando con la sanción del mundo como lo propio y lo correcto. El amor, escribe Hawthorne, «cuando acaba de nacer o cuando surge de un letargo parecido a la muerte, debe producir siempre una luz que llena el corazón de fulgores, a tal punto que desbordan sobre el mundo exterior» . También observa: «Ningún hombre, durante un periodo considerable de tiempo, puede tener una cara para sí mismo y otra para la multitud, sin confundirse al final respecto a la verdadera» .
IV. La ética del cuidado
En la edad de la posmodernidad resulta complicado hablar de una voz honesta o de una cara auténtica. El respeto hacia las diferencias culturales complica aún más la búsqueda de una verdad moral. ¿Podemos defender los valores de la libertad individual y de culto sin traicionar nuestro compromiso con los derechos humanos? En estos debates, la situación de las mujeres ocupa una y otra vez un primer plano. ¿Puede una sociedad democrática sancionar o hacer la vista gorda a la subordinación de las mujeres en el patriarcado? ¿Ofrece la ética del cuidado un camino a través de este embrollo? ¿Nos puede servir de guía para impedir la traición a lo que está bien?
Paula Gunn Allen, poeta y erudita de la tribu Pueblo de Laguna, escribe, «la raíz de la opresión se encuentra en la pérdida de la memoria» . Las actividades propias del cuidado —escuchar, prestar atención, responder con integridad y respeto— son actividades relacionales. La memoria y la relación son las que quedan destruidas por el trauma. La traición a lo que está bien puede llevar a la ira violenta y al aislamiento social, pero también puede acallar la voz honesta, la voz de la integridad.
Con el cambio de paradigma producido en las ciencias humanas, resulta más fácil reconocer que hemos confundido el patriarcado con la naturaleza mediante la naturalización de su modelo binario y jerárquico del género, el refuerzo de sus leyes del amor y la vigilancia de sus fronteras.
Sin embargo, como la primavera árabe demostró de un modo tan visceral, el ansia de tener una voz y de vivir en democracia es un deseo humano. La presencia de mujeres en la plaza de Tahrir, en El Cairo, era impresionante; se encontraban entre los líderes de la resistencia. Una vez que los Hermanos Musulmanes asumieron el protagonismo de la revuelta, las mujeres desaparecieron de la vida pública. Las mujeres son un faro, la veleta en la lucha entre democracia y patriarcado. La situación de las mujeres marca la dirección en que sopla el viento.
Sarah Hardy demuestra que la familia patriarcal no es ni tradicional ni original desde el punto de vista evolutivo. «Las ideologías patriarcales que se centran en la castidad de las mujeres y en la perpetuación y el aumento del linaje masculino debilitan la tradición de dar prioridad al bienestar de los menores» .
Arundhati Roy tiene razón. Desde una perspectiva evolutiva y desde el respeto de los derechos humanos, las leyes del amor no tienen nada de pequeño y se deben impugnar. Relegar a las mujeres a la esfera privada donde la igualdad es incierta y donde los derechos no tienen vigencia es ignorar la realidad de que precisamente en la esfera privada es donde las mujeres corren mayor riesgo.
La ética del cuidado no es una ética femenina, sino feminista, y el feminismo guiado por una ética del cuidado podría considerarse el movimiento de liberación más radical —en el sentido de que llega a la raíz— de la historia de la humanidad. Al desprenderse del modelo binario y jerárquico del género, el feminismo no es un asunto de mujeres, ni una batalla entre mujeres y hombres, sino el movimiento que liberará a la democracia del patriarcado.
In a different voice identificó la reivindicación de una voz libre como un punto de inflexión en el desarrollo moral de las mujeres, al liberar a las mujeres de las garras de una moralidad femenina que hacía de trampa. En el nombre de la bondad, las mujeres habían silenciado su voz. Para muchas de las mujeres a las que entrevisté, la liberación de una voz honesta sucedía tras el reconocimiento de que la abnegación, a menudo considerada máxima expresión de la bondad femenina, en realidad, moralmente resulta problemática, al implicar la renuncia a la voz y la evasión de las responsabilidades y las relaciones.
Conviene insistir en el papel que la sociedad y la cultura pueden desempeñar en permitir o impedir que la gente exprese o que sea consciente de lo que sabe. Mi estudio con embarazadas que se planteaban la posibilidad de abortar se llevó a cabo inmediatamente después de la decisión del Tribunal Supremo de Estados Unidos en el caso de Roe contra Wade. Al otorgarles una voz firme, la máxima instancia judicial del país animó a las mujeres a preguntarse qué implicaba el sacrificio de una voz en aras de la bondad.
Janet, una de las entrevistadas, expresa el cambio en su manera de pensar producido cuando a su preocupación por el tema de la bondad se sumó una preocupación por la verdad. Tienes que saber lo que estás haciendo, dice, tienes que ser «sincera, no ocultar nada, sacar todo lo que sientes», antes de saber si lo que estás haciendo es «una decisión honesta además de buena; una verdadera decisión» .
Un momento decisivo parecido en el desarrollo de los hombres se produce cuando un hombre se da cuenta de que ha estado viviendo una vida falsa y escudriña su traición al amor en nombre del honor y la masculinidad. Donald Moss, al reflexionar sobre su deslealtad a sus ángeles nocturnos, dice que «renegó de ellos en público y que siguió haciéndolo durante años». Pero también había sido infiel a sí mismo porque, en realidad, la nana era su canción favorita.
En el libro Are You Not a Man of God?, Tova Hartman y Charlie Buckholtz describen la resistencia que surge dentro de la tradición —en parte debido a una devoción a la misma tradición . La crítica social no tiene por qué venir de fuera. Centrándose en historias de gente que mantiene relaciones con personas en puestos de autoridad, adoptan el punto de vista de estos personajes secundarios, desde el cual interpretan narraciones tradicionales. Observan que la misma tradición mantiene estas voces insumisas, aunque a menudo se silencian o se encubren y se relegan a los márgenes. Los personajes secundarios… discuten con sus padres, con sus maridos, con su madres, con sus hermanos, con sus amigos. Se encuentran con gente con la que mantienen relaciones íntimas —normalmente con personas de autoridad que personifican los valores culturales más elevados— en el acto de trasgresión de estos mismos valores.
En un pasaje que recuerda a Shay, Hartman y Buckholtz observan que las reacciones de los personajes secundarios «al trauma de estas transgresiones desconcertantes suelen ser intensas y viscerales».
La súbita toma forzosa de conciencia de la existencia de profundas grietas morales en sus amigos, en sus familiares y en sus redes culturales de referencia se presenta a menudo como una contradicción discordante de sus convicciones más arraigadas —unos valores que se han asimilado hasta tal punto que son apenas distinguibles del Yo.
Estas «explosiones destructoras de la identidad detonadas en los márgenes de las narrativas tradicionales» llevan a los personajes secundarios a ofrecer resistencia frente a las personas de autoridad, aunque mantengan lealmente su relación con las mismas. A Hartman y Buckholtz les parece curioso que «los transmisores de la cultura, los moldeadores del canon, consideren esto como un tipo de resistencia —resistencia, podríamos llamar, a través de la relación— que merece la pena mantener».
Las traiciones escandalosas son las del amor. Agamenón sacrifica a su hija Ifigenia para recuperar el honor griego; Abraham se dispone a inmolar a Isaac para mostrar su lealtad a Dios. Sus actos cuentan con la sanción de la cultura y se recompensan con honor. En la tragedia de Eurípides, Ifigenia acusa a su padre de locura y desafía la cultura que pone el honor por encima de la vida.
En la Biblia, Isaac no tiene voz, pero los autores del canon midrásico de los comentarios bíblicos—preguntándose, al parecer, dónde está— le dan una. Mientras que a la vez acepta y rechaza la decisión de su padre, Isaac dice: «Pero lloro por mi madre». Lo desconcertante de estas traiciones no resulta únicamente de su violación de la themis de la cultura, sino de su ruptura con la experiencia.
La experiencia que Ifigenia e Isaac tenían de sus padres se enmarcaba en su relación con ellos. En la obra de Eurípides, Ifigenia recuerda a Agamenón las palabras que le habían dirigido, el amor que le había profesado y la intimidad que compartían. Pero de repente, es como si estas palabras y estas acciones no tuvieran ningún significado. La traición viola postulados muy arraigados de lo que está bien; es espeluznante porque socava los mismos cimientos de la experiencia y destruye nuestra capacidad de confiar en lo que sabemos. Una vez que perdemos la confianza en la voz de la experiencia, somos prisioneros de la voz de la autoridad.
La ética del cuidado nos guía para actuar con cuidado en el mundo humano y recalca el precio que supone la falta de cuidado: no prestar atención, no escuchar, estar ausente en vez de presente, no responder con integridad y respeto. En el documental The Gatekeepers, se entrevista a seis antiguos jefes de Shin Bet, la agencia de seguridad interior israelí, sobre el conflicto entre Israel y Palestina. Al final, estos hombres aguerridos y recalcitrantes sólo ven una solución: hablar con los enemigos. «Yo hablaría con cualquiera», dice el mayor de todos, «hasta con Ahmadineyad». No está hablando de negociar la paz, sino de algo más elemental. Se refiere a revelar la humanidad propia de cada uno .
He contado muchas historias, enlazando voces tan diversas como las de veteranos de guerra, niñas y mujeres, niños y hombres, Jane Eyre y Karenin. Las tensiones interculturales se expresan dentro de las culturas y también dentro de nosotros mismos. Parafraseando a John Berger, nunca más se volverá a escuchar una sola voz como si fuera la única.
En los debates sobre ética podríamos preguntarnos: ¿cómo consigo escuchar una voz que se guarda en silencio, una voz sometida a coacción, ya sea de índole política, religiosa o psicológica? ¿Cómo consigo escuchar en una mujer la voz honesta de la niña de once años, o en un hombre la facultad perceptiva del niño de cuatro años emocionalmente inteligente? ¿Qué asociaciones devuelven las experiencias disociadas al terreno de la conciencia?
Del mismo modo que el amor, el arte es capaz de traspasar fronteras y abrir puertas que parecían selladas. ¿Qué sucede cuando sustituimos el juicio crítico por la curiosidad? En vez de ponernos en el lugar del otro, mejor nos vendría ponernos en nuestro propio lugar y dirigirnos al otro para que nos enseñe el suyo.
Concluyo con Jonathan Shay: «Si queremos vivir entre iguales con fuerza y franqueza, entre gente con “ojos libres y generosos”, como dice Eurípides, la comprensión del trauma puede erigirse en una base firme sobre la que construir una ciencia de los derechos humanos». Como dice este mismo autor: «Esta visión de una vida buena para un ser humano es una elección ética y no se puede coaccionar. Sólo puede surgir del diálogo, la educación y la atracción intrínseca»
Notas
1. Berger, John. G. Madrid: Alfaguara, 1994, 2012. (1ª ed. inglesa publicada en 1972); Gilligan, Carol. La moral y la teoría. Psicología del desarrollo femenino. México: Fondo de Cultura Económica, 1985. (1ª ed. Inglesa publicada en 1982 con el título In a different voice); Roy, Arundhati. El dios de las pequeñas cosas. Barcelona: Anagrama, 2000 (1ª ed. Inglesa publicada en 1997).
2. Para un análisis más amplio de la confusión entre desarrollo y trauma, véase Gilligan, C. El nacimiento del placer. Una nueva geografía del amor. Barcelona: Paidós Ibérica, 2003; Gilligan, C. Joining the Resistance. Cambridge, Reino Unido: Polity Press, 2011.
3. De Waal, F. La edad de la empatía. Barcelona: Tusquets, 2011; Blaffer Hrdy, S. Mothers and Others: The Evolutionary Origins of Mutual Understanding. Cambridge: Massachusetts, Harvard University Press, 2009; Damasio, A. R., El error de Descartes. La emoción, la razón y el cerebro humano. Barcelona: Destino, 2011; Damasio, A. R., La sensación de lo que ocurre. Cuerpo y emoción en la construcción de la conciencia. Madrid: Debate, 2001.
4. Véase al respecto Murray, L.; Trevarthan, C. «Emotional Regulation of Interaction between Two-Month-Olds and Their Mothers», en Social Perception in Infants. T. M. Fields y N. A. Fox (Eds.). Norwood, Nueva Jersey: Ablex, 1985; Murray, L.; Trevarthan, C. «The Infants Role in mother-infant communication», Journal of Child Language 13 (1986); Hardy, S. Mothers and Others; Tronick, E. «Emotions and Emotional Communication in Infants», American Psychologist 44, nº 2 (1989); Stern, D. El mundo interpersonal del infante. Buenos Aires: Paidós Ibérica, 1991; Gopnik, A. El filósofo entre pañales. Revelaciones sorprendentes sobre la mente de los niños y cómo se enfrentan a la vida. Madrid: Temas de Hoy, 2010.
5. Obama, B. Discurso de aceptación del 6 de septiembre de 2012 en la Convención Nacional Demócrata.
6. Auden, W. H. «1 de septiembre de 1939», en Canción de cuna y otros poemas. Barcelona: Lumen, 2006.
7. Shay, Jonathan. Achilles in Vietnam: Combat Trauma and the Undoing of Character. Nueva York: Scribner, 1994.
8. Shay, J. Op. cit., p. 4.
9. Ibid. pp. 3-4.
10. Ibid. p. 5
11. Ibid. p. 5
12. Para una descripción del método de la guía de escucha, véase Gilligan. C, Spencer, R., Weinberger, K. y Bertsch, T. «On the Listening Guide: A Voice-Centered, Relational Method», en Camic, P., Rhodes, J. E. y Yardley, L. (Eds.). Qualitative Research in Psychology: Expanding Perspectives in Methodology and Design. Washington DF: American Psychological Association Press, 2003. 13. Shay, J. Op. cit., p. 5
14. Véase Brown, L. M. y Gilligan, C. Meeting at the Crossroads: Women’s Psychology and Girls’ Development. Cambridge, Massachusetts: Harvard University Press, 1992; Gilligan, C., Rogers, A. G. y Tolman D. (Eds.). Women, Girls, and Psychotherapy: Reframing Resistance. Nueva York:
Hayworth Press, 1991; McLean Taylor, J., Gilligan C. y Sullivan, A. Between Voice and Silence: Women and Girls, Race and Relationship. Cambridge, Massachusetts: Harvard University Press, 1995. Gilligan, C., Lyons, N. P. y Hanmer, T. J. (Eds.). Making Connections: The Relational Worlds of Girls at Emma Willard School. Cambridge, Massachusetts: Harvard University Press, 1990. 15. Para un análisis más amplio de Judy, véase Brown L. M. y Gilligan, C. Meeting at the Crossroads, «Losing Your Mind», véase también Gilligan, C. Joining the Resistance, cap. 2, «Where Have We Come From and Where are We Going?»
16. Shay, J. Op. cit., p. 5.
17. Way, N. Deep Secrets: Boys’ Friendships and The Crisis of Connection. Cambridge, Massachusetts: Harvard University Press, 2011.
18. Ibid., p. 242.
19. Ibid., pp. 1, 19.
20. Los estudios sobre el desarrollo en chicas se prolongaron más de diez años y comprendieron a chicas de una variedad de extracciones éticas y sociales, de colegios públicos y privados, mixtos y sólo de niñas. La investigación se realizó dentro del Proyecto Harvard sobre psicología de las mujeres y desarrollo en niñas y se publicó en un gran número de artículos y libros, entre los que cabe citar: Gilligan, C. «Joining the Resistance: Psychology, Politics, Girls and Women», Michigan Quarterly Review 24, 4, 1990; Brown y Gilligan, Meeting at the Crossroads; Gilligan, C., Rogers, A. G. y Tolman, D. (Eds.). Women, Girls, and Psychotherapy Reframing Resistance. Binghamton, Nueva York: Hayworth Press, 1991; McLean Taylor, J, Gilligan, C. y Sullivan, A. Between Voice and Silence, Op. cit., n. 14.
21. Para un análisis más amplio de las tensiones entre democracia y patriarcado, véase Gilligan, C. El nacimiento del placer; Gilligan, C. y Richards, D. The Deepening Darkness: Patriarchy, Resistance, and Democracy’s Future. Nueva York: Cambridge University Press, 2009 y Gilligan, C. Joining the Resistance.
22. Para un análisis más amplio de la edición de Ana Frank de su diario, véase Gilligan, C. El nacimiento del placer, segunda parte, «Regiones de luz».
23. Boland, E. «What We Lost» de Outside History. Nueva York: W.W. Norton& Co., 1990.
24. Chu, J. When Boys Become Boys: Development, Relationships, and Masculinity. Nueva York, New York University Press (en prensa).
25. Moss, D. Thirteen Ways of Looking at a Man: Psychoanalysis and Masculinity. Nueva York: Routledge, 2012, p. 137. 26. Moss, D. Ibid, p. 140.
27. Ibid. p.141.
28. Tolstói, L. Ana Karenina. Editorial Medí, 2010.
29. Hawthorne, N. La letra escarlata. Santiago de Chile: Andrés Bello, 1996.
30. Tolstói, L. Op. cit.
31. Ibid.
32. Ibid.
33. Ibid.
34. Ibid.
35. Ibid.
36. Ibid.
37. Hawthorne, N. Op. cit.
38. Hawthorne, N. Op. cit.
39. Ibid.
40. Gunn Allen, P. «Who is your Mother? Red Roots of White Feminism», en Simonson, R. y Walker, S. (Eds.). The Graywolf Annual Five: Multicultural Literacy. St. Pual, Graywolf Press, 1988, p. 18.
41. Hrdy, S. Mothers and Others, p. 287.
42. Gilligan, C. La moral y la teoría. Psicología del desarrollo femenino. México: Fondo de Cultura Económica, 1985.
43. Hartman, T. y Buckholtz, C. Are You Not a Man of God: Devotion, Betrayal, and Social Criticism in Jewish Tradition. Nueva York: Oxford University Press (próxima publicación).
44. The Gatekeepers, 2012. Documental dirigido por Dror Moreh. 45. Jonathan Shay, Op. cit., p. 209.

De la generación al género. 40 años después

De la generación al género. 40 años después
Recuerdo, recordemos Esta es nuestra manera de ayudar a que amanezca Sobre tantas conciencias mancilladas, Sobre un texto iracundo, sobre una reja abierta, Sobre el rostro amparado tras la máscara. Recuerdo, recordemos Hasta que la justicia se siente entre nosotros. Rosario Castellanos, Memorial de Tlatelolco

40 años después a 68 revoluciones por minuto es como me he sentido las últimas semanas. Nunca antes había experimentado esta agridulce experiencia de la memoria.
Abro el periódico y miro en la misma página artículos actuales sobre el 68 y fotografías del 68. Prendo el radio y escucho música y voces del pasado. Enciendo la tele y veo imágenes de amigos, compañeras y personajes de otro tiempo y de ahora. Hablan en el presente de su pasado, del mío, del nuestro.
Una y otra vez irrumpen los contornos y los sonidos de la masacre.
Qué agria palabra me sabe a hiel y a desamparo. Siento rabia.

Veo a los presos jovencísimos tras las rejas cuando 4 revoluciones antes presidían mítines en libertad, empoderadísimos con el pueblo de México, el personaje más inasible y efímero del 68. Sin ruptura vea a las mujeres y los hombres 4 décadas más curtidos movilizados en defensa del petróleo, denunciar la represión contra movimientos magisteriales y populares, manifestar frente a la inseguridad y en defensa de los derechos humanos.
Estamos ahí frente a Rectoría y en los auditorios, en la Escuela Nacional de Antropología en Chapultepéc, en la Facultad de Economía o de Filosofía en la UNAM, en asambleas finitas o permanentes, en las guardias, en las brigadas volanteando y en manifestaciones festivas o luctuosas de centenas de miles. En el Zócalo. Es otra ciudad en blanco y negro, y es la misma. Éramos menos millones. Es otro país, pero cómo se parece.
Con 40 años más, cada quien se esfuerza por sacar de sus entrañas sus recuerdos, sus razones, su visión de lo ocurrido. Toda conmovida ante sí, frente a la cámara y el micrófono, la mente se torna translúcida, la emoción envuelve, contiene y da cuerpo al sentido. La voz de cada quien es verdadera para contarnos. Porque los sesentayocheros somos cuenteros. Lo vivido sabe más si al evocar el recuerdo se vuelve palabra e imagen y alguien escucha y mira y, como entonces, la empatía crea sentido, vínculo, camino.
Escucho sobre todo a hombres dirigentes enunciar sus experiencias como si hubiesen estado solos. Solos de nosotras. Miro las imágenes y en las asambleas
¿qué extraño? hay mujeres, veo las marchas y ahí van también mujeres, muchas mujeres. Y la mayoría del los hombres del 68 no hablan de las mujeres, casi no nos mencionan. Se les llena la voz de liberación sexual. ¿Con quiénes la vivieron?
Ya no me asombro. En el transcurrir de los últimos cuarenta años, infinidad de sesentayocheras nos dimos cuenta que no bastaba estar ahí, nuestra presencia no era suficiente para dar cuenta de nosotras mismas. Esa conciencia, la de género, feminista, despertó en muchas de nosotras al ser sólo juveniles, sólo estudiantes, sesentay…sí, al ser sólo generación.
Nosotras nos encontramos cómodas y magníficas en las aulas, las asambleas y las brigadas, en las calles y los mítines. Experimentamos una densa crisis cultural de recreación identitaria.
El 68 juvenil y estudiantil fue entretejido por hilos finos de coincidencias antiautoritarias públicas y privadas. Al evocar hoy la rebelión y el discurso por las libertades democráticas levantado frente al gobierno, su partido único y la sociedad corporativizada con sus instituciones autoritarias y patriarcales, las hacemos visibles.
Justicieros como entonces, hoy relatamos, evocamos para que no se olvide, para no repetir. Entonces creíamos que la limpidez estaba a la vuelta de la esquina. Construimos este piso de presente 40 años después como lo hicimos treinta, veinte, diez años después, en los entresijos de enfrentar la impunidad de entonces. Y la de ahora y seguir en lo que andamos.
Pero hubo otra convulsión: La revuelta invisible e inaudible del 68 que cada quien enfrentó fuera de los espacios de la algarabía politizada y empoderada, fuera de los rituales colectivos entre pares. Fue la rebelión doméstica, familiar, de pareja, que cada 68era y 68ero libró en su casa, frente a su padre y su madre, sus hermanos y hermanas, y toda la parentela, en el barrio y entre sus amistades, al defender las profundas convicciones con argumentos digeridos apenas ayer en las asambleas, las fiestas, las lecturas y los círculos de estudio.
Esas jóvenas y esos jóvenes éramos una condensación ilustrada y científica, formada en la filosofía y en el marxismo, impactada por la crítica de la modernidad impulsada en diversas latitudes, y por una cultura juvenil desplegada en el mundo. El compromiso político asumido implicó la recreación cultural cuya incidencia deseamos alcanzar ahora. Vivimos, entonces, un enorme desencuentro con la cultura conservadora, anacrónica y retrógrada y con las maneras acartonadas y miserables de vivir que nos estaban asignadas como destino. Mirando a los ojos a sus poderosos defensores hicimos la crítica ideológica, práctica y tangible al orden político, cerrado, hostil y corrupto.
Nos enfrentamos, cada quien como pudo, a la doble moral de las buenas familias y al qué dirán. Despotricamos de las parejas respetables siempre disparejas y huérfanas de amor. Rechazamos el trabajo que burocratiza anhelos. No queríamos esa vida para el futuro y menos para el presente. Existencialistas y revolucionarios por vocación ética, nos emancipamos.
Hicimos la más prodigiosa desconstrucción en acto –a la usanza postmoderna. Inventamos el compañerismo entre algunas y algunos, pero no dio para el 50%-50, que hoy, nosotras, alcanzamos a formular hasta en porcentaje.
Inauguramos el amor apetecible entre pares, abjuramos de virginidades y dogmatismos.
Algunas fuimos pioneras en el uso de la píldora y otras no. Cuántas criaturas se gestaron entre transgresiones sin condón y sin píldora. Pastillita que hace tornasolados el deseo y sus goces y sabe a libertad. No había SIDA, era suficiente liberarse de unos cuantos tabúes y prejuicios.
No todos continuamos demoliendo los recovecos patriarcales. La mayoría de los hombres han recreado en esos 40 años mucho más de lo que podrían aceptar del personaje patriarcal al que se enfrentaron. La mayoría defiende la Ley del Padre. Muchas mujeres de entonces no han tenido espacio para seguir el hilo del descubrimiento feminista. Porque el feminismo actual se gestó entonces.
A diferencia del movimiento estudiantil popular que probó el consenso, las feministas hemos vivido 40 años sin grandes masas, sin el pueblo de México y sin los titulares. Hemos vivido 40 años de pequeños encuentros (aún los latinoamericanos o las conferencias mundiales) entre mujeres emancipadas en un mundo que cambió mucho menos que nosotras y al que, a pesar de todo, hemos hecho cambiar. Han sido años de luchas, de búsquedas ilustradas, de activismo, de estudios, de movimientos y redes con mujeres afines de aquí y de otras tierras. Hemos experimentado entre nosotras algo inédito antes del 68: sintonías más profundas, abarcadoras y justas que las compartidas con los hombres transformadores.
Para nosotras han sido 40 años de descubrir la complejidad personal de las mujeres, de aprender unas de otras y de fascinarnos, reivindicarnos y sumar. 40 escasos años de aprender a vivir a dos aguas y caminar a ritmo sincopado, de mantener el propio paso a la manera feminista y aguantar el paso de hombres, instituciones, colegas y compañeras con quienes nos entendemos a medias, con quienes desentonamos. Hemos aprendido a ser bilingües, disidentes de las disidencias y coincidentes radicales.
Hemos vivido 40 años de un bilingüismo cultural discordante para descubrir, unas antes y otras a su tiempo, que no basta la democracia si no es enunciada desde nosotras y por nosotras. En lengua feminista hemos llevado a nuestras conciencias y a la cultura política la trama feminista: maternidad libre y voluntaria, derechos sexuales y reproductivos, despenalización y legalización del aborte libre, equidad política, libre opción sexual, acciones afirmativas, perspectiva de género, ley de las mujeres…
Varios deseos feministas hoy son leyes que acuñan la igualdad entre mujeres y hombres y el derecho de todas y cada una a vivir libres de violencia. Esas leyes son una marca jurídica feminista en el Estado, producto de diversos movimientos y de la estancia de algunas de ellas en la política. Falta el reclamo social para su cumplimiento.
Hoy las defeñas tenemos el derecho a casarnos entre nosotras aunque sea camufladas, gracias a un trato de convivencia anclado en un código mercantil y es un derecho de las coahuilenses sin camuflaje. Tras una ardua y emblemática lucha logramos el derecho de las defeñas a la interrupción del embarazo hasta las 12 semanas de gestación, por fin ha sido probado con éxito por varios miles de ellas. Todo ello además en ejercicio práctico del laicismo.
En estos 40 años el rostro y el cuerpo de la sociedad civil se han tornado femeninos. Desde el 68 fueron mujeres quienes sustentaron las organizaciones para la liberación de los presos y más tarde para la aparición de los desaparecidos.
En el 85 las mujeres salieron de los escombros a rehacer sus casas, nuestra ciudad y a reanimar la vida cotidiana como reconstruyen tras cada desastre “natural” viviendas, escuelas, barrios y comunidades. La mayoría de las cuidadoras de casillas electorales y de derechos civiles y políticos, las hacedoras prácticas de los referéndums y defensoras del voto hemos sido mayoritariamente mujeres en ejercicio de una novedosa ciudadanía que en lo electoral ha cumplido su medio siglo.
En la Ciudad de México, en el 95, las mujeres emitimos más de la mitad de los votos para dar fin al priismo despótico y autoritario, con el anhelo de hacer de ésta una ciudad para su gente.
Qué sería de la incipiente cultura de los derechos humanos sin el esfuerzo pedagógico y oenegéico de centenas de miles de mujeres al reeducar y reeducarnos en este paradigma de convivencia comprometida, y sin las luchadoras políticas por los derechos humanos de todas las personas.
Qué sería de la cultura en México sin el aliento, desde otro lugar, de las escritoras, videoastas, pintoras, fotógrafas, directoras de cine, escultoras, novelistas, poetisas, escenógrafas y dramaturgas, investigadoras, profesoras, comunicadoras, cantautoras, teatristas, bailarinas, coreógrafas y performanceras diversas.
Qué sería de los derechos sociales sin el toque de las mujeres que representan en minoría, dirigen en minoría y gobiernan en minoría.
Para tocar el dolor diré que las lunas de Acteal, eclipsadas, fueron en su mayoría mujeres en oración frente al horror de la persecución, el acorralamiento y la muerte.
Hasta en la insurgencia las mujeres deben vindicar cada día una cultura y una convivencia que considere la igualdad entre mujeres y hombres.
Cómo podemos imaginar que la vida continúa a pesar de ser atropellada por crisis, errores, atropellos y exclusiones, sin reconocer y valorar a millones de mujeres sacar a sus hijos adelante cada día, a sus familias adelante y hasta a sus aguerridos machos, adelante. La experiencia cotidiana antiheróica de las mujeres, casi en silencio, pero imprescindible, ha consistido en cambiar de costumbres y aguantar doblesjornadas y trabajos informales en su mayoría, sostener la vida e inventar convivencias, entre avances y retrocesos del mundo de las sombras al de una incierta ciudadanía bajo discriminación y en desigualdad.
Lo que algunas olvidaron entre tantos afanes y quehaceres y otras han descubierto en estos años, algunas lo sabíamos desde el 68 y lo reafirmamos hoy. La sociedad y la cultura siguen en crisis, ahora tal vez, más compleja y devastadora.
Nosotras estamos convencidas que un mundo de monopolio masculino de recursos y poderes, con mujeres sometidas a dominación por el hecho de ser mujeres, se asemeja demasiado al que quisimos trascender en el 68. Las alternativas que no vislumbran cambios de género radicales, aunque sean construidas por gentes democráticas, engendran exclusión y oprobio. En el 2008 urge una visible y prioritaria crítica política al patriarcalismo, si de veras queremos salir de los estertores. Urge también articular las alternativas feministas a la “agenda” política.
De no hacerlo, quienquiera que asuma liderazgos, gobiernos y hegemonías lo hará con la rigidez excluyente, autoritaria y machista, patriarcal. A pesar de beneficiarse de la actuación de mujeres y de magníficas mujeres, la política sigue siendo una danza ritual y macabra entre hombres. La mayoría de los intelectuales, los académicos y los políticos mexicanos son analfabetas enm feminismo a pesar de que el feminismo ha sido dimensión fundante del 68 y del 78, del 88, el 98 y el 2008.
Pero la necesidad del feminismo no proviene de una urgencia filosófica solamente.
El feminismo es imprescindible para hacer vivible nuestro mundo.
Hoy la violencia de género, la violencia masculina, el feminicidio y la impunidad en los atentados contra las mujeres y las niñas identifican a México. A pesar de las leyes, no hay voluntad política para enfrentar la violencia de género ni para garantizar la justicia de género. La educación masiva escolarizada televisiva o hertziana es estrictamente patriarcal violenta y empobrecedora.
Es un obstáculo para el desarrollo de una cultura en que se valoren y respeten la integridad y la libertad de las mujeres, así como la posibilidad de una vía no violenta de vida para los hombres.
Las mujeres más modernas somos más exigidas, doble y triplemente. Hoy hacemos mucho más, trabajamos más, participamos más, y muchas lo hacemos sin conciencia feminista y sin derechos de género. Vivimos situaciones de competencia con hombres como si estuviéramos en igualdad. Ni siquiera somos dueñas de nuestros cuerpos, de nuestro tiempo, de nuestra conciencia y nuestros deseos.
Entre los hombres más democráticos aún hay reyezuelos cuyos feudos son sus casas, y todavía no saben en qué puede consistir la igualdad en la pareja o cómo ser equitativos, ni el significado del amor más allá de sus falos y no han descubierto a las mujeres con quienes conviven. Quienes se atreven a cambiar y cada día desmontan sus poderes y privilegios patriarcales en la sociedad y en su forma de ser hombres, son los menos. Los hombres entrañables llevan en la mirada la osadía de intentarlo con quienes comparten la vida, el trabajo y la política. Son necesarios más y más hombres dispuestos a la igualdad.
El laicismo no se ha instalado en la sexualidad. Cada mujer es criminalmente disminuida al ser confrontada con hombres sobre humanizados y fetos humanizados, defendidos a ultranza contra las mujeres por instituciones pías y por fundamentalistas aborígenes de proceder enfebrecido y peligroso.
La tergiversación de la liberación sexual, es decir su reinterpretación patriarcal, ha estimulado la violencia de género contra las mujeres y ha favorecido la impunidad masculina, el machismo, la misoginia, la lesbofobia y la homofobia, que se engarzan con el racismo y todo tipo de sectarismo prevalecientes. Las mujeres no somos sujetas de derechos humanos, aunque tengamos pequeños espacios muy acotados para valorar nuestras identidades.
A 40 años del 68 y en la primera decena del segundo milenio reitero la urgencia de que el feminismo arraigue, se extienda y de sentido al mundo. Pretender la democracia desprovista de feminismo será un fracaso. El autoritarismo, la voluntad excluyente, el pacto corrupto y la impunidad, así como la violencia como método vital del supremacismo, son esencialmente configuraciones patriarcales.
Hasta donde me alcanza el entendimiento, el antídoto más eficaz para desmontar el patriarcalismo ha sido y es el feminismo. Y, hasta donde he experimentado, el feminismo contiene la propuesta más radical de todas: hacer vivible y compatible para mujeres y hombres al mismo tiempo, sin unanimidad pero con equidad, derechos claros y precisos, pluralidad y como decimos sesentaiocheramente, con imaginación y placer. Con libertad.
Finalizo mi remembranza de 40 años. Sigo el recoveco de mis recuerdos y encuentro en lo más profundo del 68 un país innombrado. Toco ese placer tan conocido y descubro la emoción de entonces, de ser parte de quienes imaginamos otro mundo posible y compartimos sentires y pesares, una ética y una filosofía revolucionaria y libertaria. En ese camino avanzamos lo que pudimos.
Qué dicha. Me envuelve y me hace vibrar. Sigo adelante desde esos ayeres y reconozco el luminoso matiz actual de ese placer. Pertenezco a una república feminista que se habla, canta y escribe en francés, inglés, portugués, alemán, en muchas lenguas y, desde luego, en español, maya, náhuatl, tzotzil y otras lenguas de por acá. Es una república feminista de mujeres diversas y algunos hombres, personas creativas y amorosas.
Más allá de los intentos de arrancarnos con masacres la certeza de que la razón prevalecería y prevalecerá, más allá de la impotencia y el horror, cultivo en mí la fascinación por el encuentro apasionado entre personas libertarias. Cómplices tejedoras de la vida.