Nicolás Krassó: Respuesta a Ernest Mandel

La respuesta de Ernest Mandel a mi crítica del marxismo de Trotsky exige algunos comentarios. Quizás lo más conveniente sea considerar las tres cuestiones fundamentales que él plantea y centrar en ellas la discusión. La mayoría de los detalles que se discuten se resolverán al hacerlo. El objetivo general de mi análisis era examinar y reconstruir la unidad del pensamiento y la práctica de Trotsky como marxista, su singular carácter y coherencia. La respuesta de Mandel renuncia a toda tentativa de buscar tal unidad. Cronológicamente, separa al Trotsky de 1904 del de 1905 y al Trotsky de 1912 del de 1917. El Trotsky de 1926 es disociado del de 1922.

Estructuralmente el pensamiento de Trotsky está divorciado de su práctica como político. Mi propósito era demostrar que las differentia specifica de la actividad de Trotsky considerada como un todo no puede ser meramente identificada con principios abstractos. Mandel no hace virtualmente referencia alguna, a través de todo su artículo, al estilo de liderazgo de Trotsky dentro del partido, a su papel como comandante militar o a su actuación como administrador estatal.

Así, es importante destacar desde el comienzo que Mandel ha proporcionado críticas selectivas de las tesis del ensayo original, pero no ha elaborado una contra-teoría del marxismo de Trotsky. Al optar por este procedimiento, ha corrido el riesgo del empirismo. Consecuencia de esto es la reiterada tendencia de Mandel a volver a la tradicional comparación Trotsky-Stalin, mientras que uno de los propósitos de mi ensayo era librar al debate de la insuperable dificultad que entraña.

La lucha entre Stalin y Trotsky en los años veinte es considerada a menudo como una lucha de principios. Sin embargo, la polarización Trotsky-Stalin fue un desastre, tal como Lenin lo había vaticinado en su testamento. Actualmente, el punto de partida necesario para examinar a Trotsky y a Stalin, es Lenin. Este es el axioma que rigió todo el desarrollo de la argumentación. Al dividir el pensamiento de Trotsky en episodios aislados, separándolo de la práctica, y relacionándolo con una antípoda abstracta, Mandel ha omitido situar correctamente a Trotsky dentro de la historia del marxismo.

1. Trotsky y el partido

Mandel niega que Trotsky demostrara un sociologismo consecuente y una constante subestimación del papel autónomo de las instituciones políticas. El período inicial de la carrera de Trotsky (1902-1917) es crucial aquí. La argumentación de Mandel es doble. Niega que el modelo de Trotsky del partido revolucionario derivara del PSD alemán, es decir de la idea de un partido coextensivo con la clase trabajadora, a diferencia del modelo propuesto por Lenin en ¿Qué hacer? Sin embargo la única ocasión en la cual él escribió sobre el partido como tal fue en su virulento ataque a Lenin en 1904 (Nuestras tareas políticas).

Deutscher comenta explícitamente: “A esta concepción del partido que actuaba como un locum tenens del proletariado (es decir, la caricatura que Trotsky hiciera de la concepción de Lenin-NK.), él oponía el plan de Axelrod de un ”partido con base amplia” concebido según el modelo de los partidos socialdemócratas europeos”.[1]

El mismo folleto abundaba en elogios de las dirigentes mencheviques, principales protagonistas de un modelo semejante para Rusia. Dos años después, al escribir Balance y perspectivas, Trotsky expresó una gran desconfianza hacia los partidos social-demócratas occidentales, pero esto no le llevó a revisar su concepto del partido revolucionario, sino a olvidarlo. El resultado fue la confianza inmediata en la fuerza de las masas, el “fatalismo social-revolucionario”, algo que él mismo confesó más tarde.[2]  

Mandel sostiene, sin embargo, que fue Lenin y no Trotsky quien se inspiró en gran medida en los teóricos de la social-democracia alemana y austríaca para su teoría de la organización del partido. Tal afirmación es sorprendente, si se tiene en cuenta que todo el énfasis de la teoría de Lenin estaba puesto en la creación de un partido de revolucionarios profesionales dedicados a hacer la revolución, noción que era un anatema para Kautsky y Adler.

¿Sobre qué otra cosa se basó la histórica ruptura con los mencheviques? No es accidental que Trotsky fuera incapaz de comprender la significación de ésto en aquel momento. No hay pruebas de que en ninguna etapa posterior Trotsky aprendiera verdaderamente la lección de la teoría del partido de Lenin. En 1917, se unió decididamente a los bolcheviques y desempeñó un papel predominante durante la Revolución de Octubre.

Pero Mandel mismo demuestra involuntariamente la constante limitación de su pensamiento político cuando dice que: ”Trotsky comprendió que la unidad con los mencheviques era imposible cuando la política conciliadora (la bastardilla es suya) de los mencheviques en la revolución de 1917 se tornó evidente para él”.

Precisamente, Trotsky se unió a Lenin, no a causa de su teoría organizativa del partido, que era la necesaria formulación histórica de su ruptura con los mencheviques, sino a causa de su política insurreccional de 1917. Nadie debe subestimar la importancia de esta conversión. Pero fue precisamente la diferencia entre los dos lo que originó la persistente desconfianza hacia Trotsky dentro del Partido Bolchevique después de la Revolución de Octubre.

Toda la historia posterior de la lucha interna del partido resulta bastante incomprensible a menos que se acepte este hecho fundamental. Mandel no examina la cuestión en ningún momento. La única referencia que hace a ella es una cita de Lenin en el sentido de que después de 1917  “no hubo mejor bolchevique que Trotsky”. Sucede, sin embargo, que esta “cita” es un mero rumor, según aclara Deutscher (a quien Mandel cita como su fuente).[3]

No existen pruebas contundentes de que Lenin hiciera jamás semejante afirmación en el transcurso de una conversación. Existen, por el contrario, pruebas negativas: el hecho es que en todos sus voluminosos escritos posteriores a 1917, Lenin no comentó nunca el marxismo de Trotsky o el carácter de su conversión al bolchevismo. Este silencio de Lenin, que tuvo tantas oportunidades de ser explícito, es sin duda curioso. Su lacónico comentario sobre Trotsky en su testamento es el único juicio seguro que poseemos.

Por supuesto, durante los años treinta, Trotsky puso un enorme énfasis en el papel del partido en el desarrollo de la historia. Pero, como ya he señalado, este énfasis, que tomó la forma de una tentativa de iniciar una cuarta internacional, sólo reflejó su incapacidad de lograr una verdadera comprensión de la teoría de Lenin. Pero la conciencia de los errores pasados tendió a producir errores nuevos. Trotsky nunca estudió o experimentó profundamente la teoría de Lenin del partido o su relación con la sociedad. Cuando trató de reproducirla, en los arios treinta, la caricaturizó, dándole un giro voluntarista e idealista, en concordancia con el carácter anterior de su marxismo pero totalmente alejado del de Lenin.

Tanto es así que, en la misma frase citada por Mandel, Trotsky afirma que: ”La crisis histórica de la humanidad se reduce a la crisis de la dirección revolucionaria”. Los colosales obstáculos sociales, económicos y políticos de los años treinta se reducen a una cuestión de  “dirección”. Semejante formulación idealista es sin duda incompatible con el pensamiento de Lenin; su subjetivismo y su monismo son evidentes.

Como corolario de la noción de dirección surge, en el pensamiento posterior de Trotsky, la fetichización del programa. Éste se convierte así en la instancia suprema de la eficacia revolucionaria, lo cual está fundamentalmente disociado de la estructura del partido, que era el soporte del pensamiento de Lenin. El programa así concebido se convierte en una virtud idealista acerca de la política, mientras que, por el contrario, la insistencia de Lenin sobre la organización, lo vinculaba constantemente con la estructura social y las contradicciones objetivas que actúan dentro de ella. De aquí entonces las enormes diferencias en los resultados prácticos de las dos experiencias de “construcción del partido”. Una de ellas estaba ligada al más profundo movimiento interno de la sociedad rusa de su época. La otra no alcanzó jamás logro alguno en Occidente. Hacia el final de su vida, Trotsky recordó al Lenin que había ignorado al comienzo. Pero nunca logró seguir sus pasos.

2. La lucha en la década de los años veinte

El curso concreto de la lucha interna del partido sólo es inteligible a la luz del pasado no leninista de Trotsky. Porque fue esto lo que no sólo le aisló de la Vieja Guardia sino que le condujo también a numerosos errores tácticos dentro del partido. Los resultados objetivos y subjetivos de su larga ausencia de la vida interna del partido fueron en este sentido decisivos.

Mandel arguye que es contradictorio afirmar que Trotsky cometiera un error tras otro en su lucha contra Stalin y que organizativamente Stalin era ya el amo del partido en 1923. “¿Pero acaso es seguro que estas dos líneas de pensamiento sean mutuamente excluyentes? En el primer caso, la victoria de Stalin sería el resultado de los errores de su oponente. En el segundo caso, era inevitable”.

De hecho, el argumento era que organizativamente Stalin era el amo del partido en 1923, pero que la unidad política de la Vieja Guardia contra él era la única fuerza que podría haberlo derrotado. El amo organizativo del partido no era ya el gobernante absoluto del país. Stalin, presentándose como el representante del liderazgo colectivo, podría haber sido desafiado con éxito por un conductor colectivo genuino. Porque es indudable que, en 1923, una alianza de Bujarin, Trotsky, Zinóviev y Kámenev hubiera triunfado.[4]

Esta formulación dialéctica define la cuestión central ¿por qué esa unidad política no se produjo nunca? Mandel admite implícitamente que es ésta la pregunta que hay que formular pero él mismo la propone de manera desesperada y agnóstica: “Lo trágico fue que los otros conductores del Partido Bolchevique no vieron a tiempo el peligro de la burocracia y de que Stalin se encaramara en el poder absoluto como representante de la burocracia soviética. Todos terminaron por ver el peligro, en un momento o en otro, pero no lo vieron al mismo tiempo ni lo suficientemente pronto. Esta es la explicación básica para la aparente facilidad con que Stalin conquistó el poder”.

Es esta formulación la que no proporciona explicación alguna para el hecho que admite. Una vez aceptado que se trata meramente de que los otros conductores bolcheviques  “no vieron a tiempo” el peligro del ascenso de Stalin al poder, los únicos factores causales posibles son el accidente o la aberración. Mi explicación, por el contrario, torna inmediatamente explicable la división de la Vieja Guardia. Trotsky no era considerado por los otros dirigentes bolcheviques como un aliado sino como la principal amenaza, a causa de su pasado no leninista, de su supremacía militar, de su papel autoritario durante el comunismo de guerra y de su concepción militarista en los debates sobre los sindicatos.

El bonapartismo no fue, como Mandel parece sugerir, una categoría marxista redescubierta por Trotsky durante la década del treinta: fue, por el contrario, el peligro que  

Trotsky nunca comprendió esta idea. El resultado fue una serie de torpezas políticas – documentadas en mi ensayo – que aseguraron la victoria de Stalin. Bujarin, Zinóviev y los otros vieron en Trotsky. Al mismo tiempo, la carencia misma de experiencia partidaria que provocó estas sospechas hacia Trotsky fue lo que impidió que él las comprendiera y superase. Estaba completamente inmerso en un combate de facción que él tendió siempre a interpretar como la expresión ideológica de los conflictos sociológicos dentro de la sociedad considerada como un todo. De allí entonces que viera a Zinóviev primero y a Bujarín después como a sus enemigos, porque ellos eran los “ideólogos” de la coalición dominante en diferentes momentos: ello fue un error simétrico. Trotsky se convirtió durante largo tiempo en el líder principal de una oposición que no se dio cuenta de que su principal enemigo era Stalin. El resultado fue que, en realidad, tendió a unificar al partido en su contra. El miedo a un tigre de papel hizo que los funcionarios del partido alimentaran a un tigre real; pero lo advirtieron diez años después. Durante la década de los años veinte, Trotsky, como centro negativo, aceleró las tendencias autoritarias y burocráticas del partido. La “primitiva acumulación” del poder de Stalin nació de la autodefensa de la Vieja Guardia contra Trotsky. Para Trotsky, la Vieja Guardia estaba cediendo tímidamente a la presión social de la Rusia retrógrada. Para los funcionarios del partido Trotsky era un peligroso aventurero. De allí entonces que la tendencia de Trotsky a dividir al partido según “principios” puros, creara, irónicamente, una alianza “ sin principios” contra él. Stalin ganó adhesiones por su realismo, porque la maquinaria del partido era muy consciente de que estaba aislada de las masas. Stalin nunca fue un derechista ni un izquierdista, y los hombres del aparato del partido adivinaban instintivamente que tampoco era un centrista. Para ellos, Stalin representaba una idea unilateral y elemental que tenía un tremendo atractivo: el poder debía conservarse. La necesidad relativa para Stalin era la vis inertiae de la situación. Esa era la vía que ofrecía menor resistencia para conservar el poder y para desarrollarse de manera no capitalista, Stalin llegó así a identificarse con la esencia del poder, aun para sus oponentes. Bujarin decía a Kamenev en 1928: “ ¿Acaso nuestra situación no es desesperada? Si el país es aplastado, nosotros (es decir el partido) seremos aplastados con él; y si logra recuperarse y Stalin cambia el rumbo con el tiempo, también así seremos aplastados”.[5]

La crucial importancia del problema de la Vieja Guardia fue un producto del contexto socio-político de Rusia en aquel momento. Porque, después de la Guerra Civil, la institución política del partido se desenvolvía dentro de un virtual vacío social. Esto es lo que importa para el carácter decisivo de los errores de Trotsky dentro del partido, que fueron la expresión natural de su general subestimación de la autonomía de las instituciones políticas.

El sociologismo es siempre un error teórico, pero fue especialmente desastroso en la Rusia de la década de los años veinte. Porque la dialéctica de la fuerza social de las masas había quedado temporariamente anulada en la Guerra Civil. La desintegración de la clase trabajadora prácticamente excluyó a ésta como protagonista del proceso político.

Después de Krondstadt nadie se atrevió a pensar en apelar a las masas (tal como haría Mao en China durante la década de los años sesenta, en una situación histórica muy diferente) . Así, el destino del socialismo fue súbitamente trasladado a la cúpula de la revolución, mientras su base se desgastaba. La errónea comprensión básica que Trotsky tuvo de esta situación puede verse en la contradictoria explicación que da Mandel de su perspectiva general durante la década de los años veinte. Por una parte, Mandel dice que el programa político de Trotsky era “irreal” porque ” las condiciones subjetivas (la bastardilla es suya) para su implementación no existían. El proletariado soviético permanecía pasivo y atomizado.

Contemplaba el programa de la  Oposición de Izquierda con simpatía pero, dado su agotamiento, carecía de la necesaria militancia para luchar por él. Contrariamente a lo que Krassó parece pensar, Trotsky no alimentó en ningún momento la más leve ilusión acerca de ésto”. Pero a continuación Mandel afirma lo contrario. La lucha de Trotsky no fue sólo una cuestión de honor para “salvar el programa”, con lúcida conciencia de que la derrota era inevitable porque ”la clase trabajadora soviética era pasiva pero su pasividad no estaba mecánicamente predeterminada para un largo período. Cualquier surgimiento de la revolución internacional, cualquier cambio en la relación soviética interna de las fuerzas sociales podría haber ocasionado su despertar. El instrumento inmediato para estos cambios sólo podía ser la Comintern y el Partido Comunista de la Unión Soviética”.

Estas dos afirmaciones son irreconciliables. Indican meramente la dificultad de cualquier justificación ex post facto de la trayectoria de Trotsky. La verdad es que Trotsky no creía que su programa fuera “irreal”. Su disputa con Rakovski en 1928 lo pone absolutamente en evidencia, porque Rakovski sí lo creía. Su Carta a Valentinov destaca tal vez como el más clarividente análisis social de la década y Trotsky lo rechazó enfáticamente. La razón de que lo hiciera fue, por supuesto, que él creía en la inmediata capacidad combativa del proletariado soviético; y esta creencia explica por supuesto, toda su conducta en la lucha interna del partido. Lo que él subestimó de forma crucial fue el grado de desintegración de la clase trabajadora después de la Guerra Civil. Lenin, por el contrario, fue, una vez más, extremadamente consciente de éste hecho. Su formulación del problema fue característicamente radical: ”¿Dónde está vuestra industria en gran escala? ¿Qué clase de proletariado es éste? ¿Dónde está vuestra industria? ¿Por qué está ociosa?” se preguntaba en 1921. Esta era la raíz del problema: no la “pasividad” del proletariado (frase de Mandel), es decir, un estado subjetivo y coyuntural, sino su desintegración y dispersión, o sea una situación objetiva y estructural. Su número se había reducido en dos tercios y su composición se había transformado, con los mejores militantes muertos o transferidos a funciones partidarias. Este es el fondo sociológico de la lucha interna del partido, que Lenin al comienzo de la década y Rakovski al final, percibieron. Trotsky, creyendo en el predominio inmediato de las fuerzas sociales, no lo advirtió.

¿Acaso significa ésto que el PCUS era un ente político completamente divorciado de la estructura social objetiva de la Rusia soviética? Por supuesto que no. El pensamiento de Marx fundó tanto la autonomía de la instancia política dentro de la compleja totalidad social como su determinación a largo plazo por medio de la economía. El error opuesto al de Trotsky consiste en creer en el papel todopoderoso de las instituciones políticas como tales, abstraídas de la formación socio-económica dentro de la cual se articulan necesariamente.[6]

Mandel proporciona una excelente definición de las consecuencias de tal creencia, cuando escribe: ”La pura política del poder degrada a sus actores precisamente hasta el punto de hacerles perder todo control sobre sus actos. Los vínculos entre el propósito consciente y las consecuencias objetivas de sus actos se desvanecen. Los marxistas, por el contrario, otorgan gran valor a la acción consciente; y conciencia implica conciencia del papel decisivo de las fuerzas sociales y de las limitaciones que este papel impone inevitablemente a toda acción individual… La creencia de Stalin en las posibilidades autónomas de la “política del poder” se convirtió en su “nemesis” porque lo transformó en un instrumento inconsciente de fuerzas sociales, cuya existencia no pareció advertir hasta el fin de su vida”.

Aquí está el germen de una explicación nueva y científica del papel histórico de Stalin, libre de la personalización que tanto sus discípulos como sus enemigos han ejercido hasta ahora.[7] Tal explicación debiera establecer una relación significativa entre su fácil victoria dentro del partido en la década de los años veinte y las furiosas purgas de la década de los años treinta. Porque Stalin temía, por cierto, la consolidación de un nuevo grupo social dentro del aparato del partido y del Estado, y no vaciló en diezmar a sus propios seguidores cuando advirtió el peligro (poco antes de su muerte) .

Como ya lo señalé, fue como si en la década de los años treinta hubiera tomado con absoluta seriedad las advertencias de Trotsky sobre una “restauración burocrática”.[8]

Lo que importa enfatizar aquí es que el problema de la burocracia fue – como lo expresa Mandel – una preocupación central para Lenin durante sus últimos años. En los años veinte la estabilización temporal del capitalismo se había convertido en un hecho. Lenin repitió constantemente, cada vez con más énfasis, que la política revolucionaria debía unir una intransigencia respecto a los principios unido a la capacidad de llegar a compromisos.

Ya en 1918 Lenin habló en su artículo Sobre el infantilismo de “izquierda” y el espíritu pequeño-burgués de la debilidad rusa que hace que ”(en nuestro país) no exista un alto nivel cultural ni la costumbre de los compromisos”.[9]

Es evidente que mientras menos dispuesto esté un político a comprometerse con la realidad de una situación, menos capaz será de contribuir a su solución. Es difícil aceptar que sea una mera coincidencia el hecho de que varios de los militantes de la Oposición Obrera, menos comprometidos, y los de pensamiento más unilateral en su rechazo a la burocracia, llegaran más tarde a convertirse en funcionarios de la administración de Stalin y hasta lograron librarse de las purgas. Sus principios eran tan elevados que no había posibilidad de vivir de acuerdo con ellos (una situación humana que llegó a interesar mucho a Dostoievski). De allí entonces que, más tarde, nada les viniera bien. Fue realista la oposición de Lenin al estatismo, a la organización burocrática y administrativa del Estado, representada al comienzo principalmente por Trotsky. Pero estos representantes de la Oposición Obrera, una vez que advirtieron que sus objetivos eran irreales, encontraron mucho más fácil que otros aceptar la versión del realismo de Stalin.

Esto tiene una gran importancia para lo que Mandel llama ”la principal preocupación y la batalla final de Lenin durante el último período de su vida”: la lucha contra la burocracia.  

Porque precisamente Lenin nunca planteó el problema de modo idealista a tenor del romanticismo político de “o bien… o”. Para Lenin, no se trataba de una cuestión de burocracia o no. Lenin era agudamente consciente de las insuperables contradicciones que dominaban tanto la política interna como la externa y creía que la única manera de abordarlas era desarrollar una política de experimentación deliberada. Las tendencias burocráticas y autoritarias debían ser combatidas, pero los compromisos eran inevitables a lo largo de esta lucha. El objetivo de Lenin no era el triunfo completo sobre la burocratización, un objetivo imposible, sino que consistía más bien en buscar correctivos para tal fin. Este fue el significado del papel crucial que desempeñó en los debates sobre los sindicatos, cuando se opuso resueltamente a la política de Bujarin y Trotsky e insistió en que los sindicalistas debían estar en situación de defender a los trabajadores contra el Estado Soviético real: “El camarada Trotsky habla del Estado de los trabajadores. Permitidme decir que esto es una abstracción… Nuestro Estado actual es tal que el proletariado organizado incluso debe defenderse y debe utilizar estas organizaciones de los trabajadores para la defensa de los trabajadores contra el Estado y para la defensa de nuestro Estado a favor de los trabajadores”.

Lenin jamás idealizó a este Estado. En 1921 escribió que: “El Estado de los trabajadores es una abstracción. En realidad, tenemos un Estado de los trabajadores con los siguientes rasgos característicos: 1. Son los campesinos y no los obreros quienes predominan en la población; 2. Se trata de un Estado de los trabajadores con deformaciones burocráticas”. Se puede advertir que Lenin encontró necesario calificar la noción de “Estado de los trabajadores” indicando sus deformaciones burocráticas. Era muy consciente de la necesidad de captar la especificidad de la situación rusa. La “burocracia” tout court era una noción tan abstracta como la de un ”Estado de los trabajadores”. Pero el marxismo vulgar dominaba el pensamiento de los cuadros dirigentes del partido. Ninguna situación histórica nueva puede ser correctamente captada por medio del marxismo vulgar; pero difícilmente habría habido otra circunstancia para la cual fuese tan inadecuado como la circunstancia de Rusia en la década de los años veinte. Desde el punto de vista del marxista vulgar no había solución: el partido debiera haber desistido. Bujarin y muchos otros buscaron refugio en zig-zags entre posiciones de extrema derecha y de extrema izquierda, mientras prevalecía como fondo una especie de desesperación. Bujarin lloró en 1918 cuando el partido resolvió aceptar alimentos de los americanos, y dijo a Trotsky: ”Están convirtiendo al partido en un estercolero”.[10]

Trotsky y Stalin reaccionaron de manera diferente frente a esta situación, según el carácter de sus respectivos marxismos. En comparación con los otros dirigentes su irresistible voluntarismo les otorgaba una ventaja. Pero este voluntarismo tomaba formas opuestas. Lo único que importa destacar aquí es que el marxismo de Trotsky no puede ser definido como el reverso positivo del de Stalin. La comparación mecánica de los dos no contribuye necesariamente a nuestra comprensión de ambos. Había una némesis en el marxismo de Stalin pero ello no modifica ni disminuye la némesis de Trotsky. Tanto el “sociologismo” como la “política del poder” son desviaciones fundamentales del leninismo.  

3. Rusia y la revolución mundial

El debate  “socialismo en un país versus revolución permanente” forma el núcleo de los comentarios finales de Mandel sobre mi ensayo. Estos comentarios proporcionan una oportunidad para aclarar algunos reiterados errores acerca de la historia del movimiento revolucionario internacional desde la década de los años veinte. Mandel sostiene que Trotsky tenía una política interna y una política internacional coherentes, basadas en las tesis fundamentales de la “revolución permanente”.

Por otra parte, no objeta explícitamente mi análisis de las confluencias sobre las cuales fue construida la noción de revolución permanente. Siendo así, puede suponerse que el análisis se sostiene. Lo que sí discute Mandel es que las polémicas de Trotsky contra el socialismo en un solo país implicaran la creencia de que la Unión Soviética se derrumbaría a causa de la “subversión” del mercado mundial o de la agresión militar. También sostiene que la política económica de industrialización acelerada propiciada por Trotsky iba acompañada de una línea política para las diferentes clases sociales en la URSS, es decir, por un correcto “manejo de las contradicciones del pueblo”.

Pero en ambas cuestiones la evidencia es abrumadora. En su folleto La revolución permanente Trotsky dice:  “Las crisis de la economía soviética no son meramente enfermedades propias del crecimiento, es decir, una especie de dolencia infantil, sino algo mucho más significativo: las rígidas restricciones del mercado mundial”.[11]

En este punto, toda su argumentación da por supuesto que el mercado mundial capitalista es el sistema económico que hace imposible el socialismo en un solo país , aunque nunca explica por qué ni cómo. Lo mismo puede decirse de su discurso sobre la intervención militar desde el exterior. Trotsky escribe: “O el proletariado llega al poder o la burguesía, por medio de una serie de demoledores golpes, debilita la presión revolucionaria a fin de recobrar su libertad de acción, sobre todo en la cuestión de la guerra y la paz. Sólo un reformista puede imaginar la presión del proletariado sobre el Estado burgués como un factor permanentemente creciente y como una garantía contra la intervención”.[12]

Se desprende del texto de este folleto que Trotsky pensaba en un colapso económico o militar de la URSS, tal como lo demuestra la condición curiosamente jruschevista que agregó: ”El ejemplo de un país atrasado, que en el transcurso de varios Planes Quinquenales fue capaz de construir con sus propias fuerzas una poderosa sociedad socialista, significa en sí un golpe mortal para el capitalismo mundial y reduciría al mínimo, si no a cero, los riesgos de la revolución proletaria mundial”. Stalin, por supuesto, no sostuvo jamás algo semejante.[13] Una vez más, la idea de que el Estado soviético aislado no era viable a largo plazo es la única que da sentido a esta afirmación.

Aceptado esto, es bastante lógico que la política de Trotsky con respecto a la industrialización interna haya sido tan vaga: se trataba de una suerte de medida de emergencia hasta que el advenimiento de la revolución internacional salvara la situación. Mandel mismo lo prueba al citar la alternativa propuesta por la Oposición de Izquierda ante el desastre masivo que supuso la industrialización de Stalin: ”un impuesto especial sólo para los campesinos ricos y una reducción radical de los gastos administrativos, economizando un billón de rublos de oro  anuales”.

El carácter académico, si no demagógico, de tal proposición, es evidente. Financiar la acumulación reduciendo los gastos del Estado es un sueño utópico para todo país atrasado. Resulta difícil creer que el mismo Trotsky tomara en serio tal propuesta. Por cierto que ello no tenía relación alguna con la desesperada situación económica de 1928, que fue de bloqueo virtual de las ciudades por parte de los kulaks, tal como E. H. Carr ha destacado recientemente en estas páginas (Revolution from Above, NLR, N9 46).

El programa de industrialización de Trotsky, a pesar de toda su trascendencia económica, no contiene solución política alguna para el problema del campesinado. De allí que éste estuviera siempre expuesto a la confiscación por Stalin y a comprometerse en una guerra contra los kulaks. Prueba de ello es el rápido realineamiento de Preobrazhenski y Piatakov en 1929; si hubiera habido una fórmula política, aceptada de común acuerdo para el programa de industrialización de la oposición, este desplazamiento no habría ocurrido.

La perspectiva internacional de la “revolución permanente” era un razonamiento fundamental para esta incompletada política interna. Debemos considerar ahora la interpretación que hace Mandel de esta idea. Rechaza la idea de que este concepto pueda esencialmente identificarse con la creencia en la inminencia y la ubicuidad de la insurrección. Por el contrario, afirma que lo único que sostiene es que la época histórica es una época de frecuentes réplicas de situaciones revolucionarias, ninguna de las cuales debe necesariamente producir una toma exitosa del poder. Los límites geográficos de este concepto permanecen indefinidos, pero presumiblemente se extienden a todo el globo. Ahora bien: si es ésta la interpretación que ha de darse al concepto de “revolución permanente”, entonces este concepto deja de ser erróneo para convertirse meramente en banal. Porque ¿quién en la Comintern hubiera negado nunca que la época histórica se caracterizaba por el surgimiento periódico de situaciones revolucionarias? Ninguna afirmación podía ser más segura o menos discutible. Una “época” comprende muchos años, se cuenta por décadas. Dentro de tal lapso, las erupciones pueden ser muy espaciadas sin dejar de ser “periódicas”. Diluir la idea de la revolución permanente equivale a tornarla banal.

La explicación que Mandel da del concepto incluye, sin embargo, un corolario polémico. Mandel afirma que dado que hubo numerosas situaciones revolucionarias en Europa después de 1919 y dado que ninguna produjo una revolución socialista, la responsabilidad de estos fracasos debía ser atribuida fundamentalmente, a la Comintern y al Partido soviético que la controlaba. ”La principal responsabilidad de las derrotas de la clase trabajadora en los años veinte, en los treinta y en los comienzos de la década del cuarenta puede ser lisa y llanamente imputada a una conducción inadecuada”.

La revolución permanente se convierte aquí en la explicación racional para una denuncia histórica de la política exterior soviética. No hay duda de que ésta es una interpretación correcta de la visión de Trotsky durante la década del treinta. Pero ¿es también una interpretación correcta de la historia? Mandel critica muy bien las explicaciones psicológicas de la política de Stalin, y reclama explicaciones sociológicas. Pero no advierte que, al tratar de atribuir todas las importantes derrotas revolucionarias acaecidas desde 1922 a la política de la URSS, está simplemente repitiendo el mismo error, a otro nivel.

Este fue precisamente el error de Trotsky, y este error derivó de su constante sobrestimación de la importancia de la nación como institución política.[14]

Porque el hecho es que, en última  instancia, la Comintern no determinó el destino de los movimientos revolucionarios de todos los países del mundo. Esto debiera ser obvio para todo marxista. Creer otra cosa sería exagerar desproporcionadamente la importancia y la influencia del naciente Estado soviético sobre los asuntos mundiales. La convicción anticomunista vulgar de que el “Kremlin” era responsable de todas las explosiones de descontento social o de revolución en todas partes del mundo encuentra aquí su contraparte marxista vulgar: el Kremlin se torna responsable de toda represión de descontento social y de todas las victorias de la contrarrevolución. Esta idea es incompatible con cualquier apreciación racional de la historia mundial y está precisamente basada en el monismo sociológico por el cual yo critiqué a Trotsky y que consiste en dar por sentada la existencia de “una estructura social universal que planea sobre sus manifestaciones en cualquier sistema internacional concreto”. La consecuencia voluntarista de tal suposición consiste en atribuir a la URSS una omnipotencia maléfica. Así, Mandel no vacila en escribir que “los cincuenta millones de víctimas de la Segunda Guerra Mundial” fueron el ”resultado” de la política de la Comintern. El idealismo de esta línea de pensamiento, y su distancia del marxismo, son evidentes.

Una vez que la dominación contrarrevolucionaria ha sido internacionalmente atribuida a Stalin, no existe ya restricción objetiva alguna para la ubicación de las “situaciones revolucionarias” cuyo triunfo se pretende que la Unión Soviética ha evitado. Los cuasi-fracasos se multiplican en el texto de Mandel: nada menos que cuatro para Alemania, tres para España, tres para Francia y hasta uno, quizás, para Gran Bretaña. Y a todos ellos se les llama “situaciones revolucionarias”.

Basta arrojar una mirada a la lista para advertir cuán alejada de la historia está tal afirmación. La huelga general inglesa fue saludada por Trotsky, en aquel momento, como la señal de un levantamiento general revolucionario. Sin embargo, la organizada clase trabajadora inglesa no pudo mostrar un “impulso instintivo para tomar en sus manos el destino de la sociedad”, sino que luchó por objetivos estrictamente limitados y se resignó a no alcanzarlos. (El Partido Comunista inglés demostró una correcta apreciación de la coyuntura, lo cual contrasta con el error de Trotsky).

La situación de 1945 en Francia y en Italia hacían muy problemática una tentativa armada de tomar el poder por parte de los partidos comunistas nacionales. El destino de Grecia lo prueba. Allí, la izquierda era mucho más fuerte que en Francia o en Italia, y el país era mucho menos vital para el imperialismo que cualesquiera de estas dos naciones. No obstante, la revolución griega fue brutalmente aplastada por la invasión anglo-americana. Thorez y Togliatti tenían muchas menos posibilidades que el KKE.

La Guerra Civil española es otro ejemplo. Mandel sugiere que los comunistas españoles podrían haber hecho una revolución exitosa dentro de la República en guerra en 1936-37 y haber intentado después una victoria militar sobre Franco. Pero eran sólo una pequeña minoría dentro de las fuerzas republicanas, y éstas a su vez tenían pocas posibilidades de ganar la guerra una vez que la correlación de fuerzas miñitares cristalizara en  1936.

Las posibilidades de una revolución socialista en Alemania también eran remotas. El KPD no tuvo en ningún momento algo semejante a las fuerzas necesarias para enfrentarse a la Wehrmacht, armada y equipada por los socialdemócratas con el deliberado propósito de sostener la contrarrevolución en 1918, y constantemente incrementada desde entonces. Esta situación estratégica era previa a cualquier consideración sobre el nazismo. Un control exitoso del nazismo era una cosa, y una revolución proletaria, otra bastante diferente.

Por supuesto, la política de Stalin fue errónea en Francia, en Italia y – sobre todo – en Alemania. Yo enfaticé en mi ensayo las sucesivas torpezas de la Tercera Internacional. Además, la crítica de Trotsky a la política de la Comintern en Alemania fue excelente (quizás sea significativo destacar, a este respecto, que sus mejores polémicas de estos años fueron escritas desde una posición “derechista”, paralela a la de Brandler, y no desde la posición ”izquierdista” que adoptó en la etapa de los Frentes Populares).

Pero en todos estos casos la política internacional de Stalin era, en última instancia, un factor secundario dentro de una lucha sostenida y decidida a nivel nacional. La unidad primaria de la lucha de clases era la nación; la promulgación de la política de la Comintern en Moscú no hizo nada para alterar este hecho. La política internacional de Stalin se tornó decisiva sólo cuando la nación fue abolida como tal, es decir, en la guerra. Fue entonces, precisamente, con la eliminación de las fronteras nacionales y la disolución temporal de las estructuras sociales que encerraban que el papel de las acciones soviéticas se tornó fundamental. El Ejército Rojo en Europa Oriental, al crear un cordon sanitaire a manera de contraste, logró lo que ninguna directiva de la Comintern tuvo jamás posibilidad de lograr.

El error fundamental que Trotsky cometió al subestimar la autonomía de la institución política del Estado-nación se hace evidente en su idea general de que, a causa de la ”política incorrecta de la Comintern”, no era posible revolución alguna dentro de las filas de los partidos leales a la Tercera Internacional. Sin embargo, fue precisamente esta creencia la que se vio refutada espectacularmente, confirmando así – por el contrario – cuán secundaria era la influencia de esta política sobre la lucha revolucionaria dentro de cualquier país dado. El monumental levantamiento de la Revolución China – para no hablar de otras victorias en Vietnam, Yugoeslavia y Albania – lo demostraron definitivamente. La Revolución China, giro fundamental de la historia mundial de las últimas décadas, concentra todos los principales errores que acosaban al pensamiento de Trotsky. Fue una revolución victoriosa conducida por un partido que nunca desafió abiertamente a la Comintern o a Stalin. Esto era algo que a Trotsky le parecía imposible: de allí su decisión de crear una nueva Internacional. Dicha revolución estaba basada en el campo y su fuerza principal fue el campesinado, a pesar de lo cual nunca abandonó su programa o su ideología socialista. Trotsky condenó explícitamente a Mao y al partido chino por retirarse a la China rural después de 1927, y predijo que degenerarían en un mero movimiento campesino. Imposible concebir prueba más evidente del sociologismo de Trotsky.[15]

Este fue su juicio acerca del fenómeno político más decisivo de la época, y revela con la mayor claridad su constante tendencia a trasladar inmediatamente las instituciones políticas a las fuerzas sociales, como así también los enormes errores a que tal desviación teórica conduce. (Puede agregarse que los escritos de Trotsky sobre China demuestran su incomprensión de la potencia revolucionaria de la guerra de guerrillas, a la que él había sabido someter como Comandante del Ejército Rojo. En este punto, tanto Lenin como Mao fueron – en diferentes momentos – superiores a él.) Así, Trotsky no tuvo nunca una plena conciencia de las formidables victorias de la Larga Marcha y de la guerra antijaponesa. Las categorías de su marxismo le impedían comprender la importancia de estos acontecimientos. De allí en adelante, la experiencia china, que llegaría a ser el vértice de la revolución mundial hacia la mitad del siglo, se le escapó.  

También se le escapó a Stalin, por supuesto. Pero de eso precisamente se trata. La política de Stalin no era frenética, con poder de vida y muerte sobre el movimiento revolucionario mundial. Fueron los movimientos cautelosos y conservadores del Estado soviético los que necesariamente tendrían sólo una influencia limitada sobre los acontecimientos que se producían en otros lugares, excepto cuando ese Estado sobrepasó sus fronteras nacionales, como en 1944-45.

La política de Stalin no fue más responsable del fracaso de la revolución en Occidente que lo fue del éxito de la revolución en Oriente. Aquellos partidos con suficiente vitalidad como para ignorar las directivas de la Comintern fueron los que tuvieron suficiente poder combativo como para ganar la revolución; aquellos que se sometieron dócilmente a las erróneas directrices de la Comintern no fueron los más aptos para derrotar a la burguesía. El hecho de que Stalin se equivocara con tanta frecuencia en esos años no significa, por el contrario, que Trotsky estuviera siempre en lo cierto. El leninismo había desaparecido con su autor, y las acusaciones mutuas hechas en estas décadas resonaban en el abismo de su ausencia.

Resumen

Para resumir: la indiferencia de Trotsky hacia las instituciones políticas lo alejó de Lenin antes de la Revolución de Octubre y lo excluyó del partido bolchevique. Su teoría y su práctica anteriores lo aislaron luego dentro del partido, en la década de los años veinte y aseguraron finalmente su derrota. En los años treinta su internacionalismo abstracto le impidió comprender la compleja dinámica intra-nacional que regía al desarrollo fundamental de los diferentes desprendimientos del movimiento revolucionario mundial.

El sociologismo de Trotsky forma una unidad coherente. Resulta innecesario decir que una crítica a su práctica teórica y política no disminuye, de ninguna manera, sus extraordinarios logros durante la Revolución de Octubre y la Guerra Civil. Por el contrario, como mi ensayo destaca, ambas estaban orgánicamente unidas: Trotsky tenía todas las virtudes de sus vicios.

Esto se aplica también al último período de su vida. Expresé en mi ensayo que estos años estuvieron  “dominados por su simbólica relación con el gran drama de la década anterior, que para él se había convertido en un trágico destino. Sus actividades se tornaron sumamente insignificantes”.

Pero esta insignificancia no era la de los gestos teatrales y las adaptaciones tácticas de la década de los años veinte. No se trataba ya de una falta de perspectiva. En su nuevo impasse, Trotsky alcanzó cierta grandeza. La escisión entre el “deber” y el “ser” tuvo una base histórica objetiva en la década de los años treinta. El “deber” de Trotsky fue sin embargo válido por cuanto la unión del socialismo con el nacionalismo y con un sistema autocrático es un absurdo. Pero por entonces no había posibilidad de que él lograra una existencia histórica definida.

Trotsky se convirtió en un mito identificándose con su “deber”. Fue Engels quien escribió que, mientras los socialistas utópicos estaban errados en un sentido económico, representaban una verdad en un sentido último, vinculado a la historia universal. Algo similar puede decirse de Trotsky. Mandel afirma que él representaba los “principios de  la democracia soviética y del internacionalismo revolucionario”.

Sin embargo, la realidad no es nunca una mera cuestión de principios. El precio que Trotsky debió pagar por su estatura fue tornarse irreal, convertirse en un mito romántico y en un símbolo. Era revolucionario en una escala clásica. Su tragedia consistió en sobrevivir en una época y en un campo de batalla post-clásicos. Está bien restaurar esta categoría fundamental. Porque el marxismo no es un optimismo beatífico es la comprensión de una época intolerable y la acción para transformarla.

1 No puedo examinar, dentro de la extensión de este artículo, hasta dónde las proposiciones de Trotsky de 1923-24 para la introducción de un plan central en 1925-27 para la industrialización correspondían a las posibilidades reales existentes en eI momento en que fueron formuladas. Uno de los mitos del trotskismo vulgar es que la implementación por parte de Stalin después de 1928,de planes de mucho mayor alcance que los que habían sido propuestos por la oposición prueba per se que estos últimos eran correctos. Según escribe Maurice Dobb, ”no se deduce que lo que puede haber sido practicable en 1928-29 fuera necesariamente practicable en una fecha anterior, cuando tanto la industria como la agricultura eran más débiles” (M. Dobb, Soviet Economic Development since 1917, London, 1948, pp. 206-207). Véase también R. W. Daves. ”The Inadequacies of Russian Trotskysm”, en Labour Review (London) July-August 1957. Sin embargo, yo aceptaría el argumento de que si el partido hubiera tenido en cuenta antes las advertencias de la oposición contra el peligroso crecimiento del poder de los kulaks en el campo, el proceso de colectivización de 1929-30 podría haber sido menos violento.

2 Carta de Trotsky al Plenarium del CC del PCR. enero 15 de 1925. En J. Murphy (ed.) Errors of Trotskysm (London, 1925), p. 374.


[1] El profeta armado, p. 14.

[2] La revolución permanente, p. 49 de la edic. inglesa.

[3] El profeta armado, p. 243.

[4] En mi primer ensayo, destaqué la complementariedad objetiva de las políticas de la izquierda y de la derecha, y ello constituye una tesis central que Mandel ignora. El problema que enfrentaba al partido era la forma que adquiriera la síntesis. De hecho, la unidad de izquierda-derecha que los derechistas y los izquierdistas no lograron fue fomentada por Stalin de tres maneras. Primero, por la elemental amalgama de derechismo e izquierdismo de la zigzagueante política oficial soviética. Segundo, dando origen al mito de que tal bloque antipartidario existía realmente. Y tercero, llevando a cabo la unidad de izquierdistas y derechistas en las prisiones.

[5] El profeta desarmado. p. 411. [Por error en el original inglés figura El profeta armado. N. del E].

[6] Es extraño que se me acuse de reducir todo a una lucha por el poder dentro del marco de la organización. No admiro la política del poder. Aun la política en un sentido más amplio, mientras tenga una relativa autonomía estructural es algo más que mera política para los revolucionarios socialistas, aquellos que lo son conscientemente.

[7] Es incorrecto que Mandel sugiera que Stalin era una persona mediocre comparada con Napoleón III. Tampoco era un “gigante entre enanos”. Sus características personales fueron, por supuesto, una condición necesaria de su papel histórico, pero fue el contexto político lo que determinó su impacto. Es posible que las características negativas de Trotsky fueran más significativas que las características positivas de Stalin – el momento übergreifendes – en la génesis del ascenso de Stalin.

[8] Es evidente que en la década de los años treinta, la forma en que la colectivización fue conducida como campaña hizo que muchos de los funcionarios de Stalin dudaran de su dirigente. Fue entonces cuando Stalin eliminó a aquellos de los cuales él era una creación, y los sustituyó por los que eran una creación suya. De esta manera puede decirse que él llevó a cabo parte del programa de Trotsky. Los jóvenes, la mayoría de ellos provenientes de la clase obrera, ocuparon los puestos de la Vieja Guardia. (Más tarde se convirtieron en dirigentes del país: Jruschev, Malenkov y otros). La abrumadora mayoría en el Congreso de 1934, el Congreso de los Triunfadores, fue víctima de las purgas. Sociológicamente éste fue el principal cambio, camuflado de hecho por los procesos espectaculares de la anterior oposición de izquierda y de derecha, es decir por el proceso a los que se habían transformado en políticamente insignificantes. Con Stalin, los funcionarios del partido y del Estado no tuvieron nunca la oportunidad de convertirse en un grupo social permanente y estable.

[9] Fue en este mismo artículo de 1918 que Lenin escribió en contra de aquellos que creían que era un error haber tomado el poder: “Así argumentan… (quienes) olvidan que jamás se dará la “correspondencia”, que no lo puede haber en el desarrollo de la naturaleza ni de la sociedad, y que solamente por medio de una serie de tentativas – cada una de ellas, tomada por separado, será unilateral y adolecerá de cierta falta de correspondencia – se creará el socialismo integral, producto de la colaboración revolucionaria de los proletarios de todos los países”.

[10] Lunatcharski comentó cierta vez, acerca de la personalidad de Trotsky: “Trotsky atesora su papel revolucionario y probablemente estaría dispuesto a hacer cualquier sacrificio personal, sin excluir el mayor sacrificio, el de su vida, a fin de perdurar en la memoria de los hombres provisto de la aureola de un genuino líder revolucionario”. Algo de verdad hay en ello. Trotsky era dado a las actitudes y a las afirmaciones  “dramáticas”, que, para criterios más mesurados, no siempre estaban justificados. Podría decirse que su tragedia fue una tragedia de tipo schilleriano, a diferencia de la tragedia de los últimos años de Lenin. Se recordará que Marx y Engels criticaron el drama Sickingen de Lasalle, calificándolo de schilleriano en comparación con el drama shakesperiano.

[11] La revolución permanente, p. 30 de la edic. inglesa.

[12] Ibid., p. 143 de la edic. inglesa.

[13] Ibid., p. 26. Dije en mi primer ensayo que la perspectiva de Stalin en esta cuestión fue superior a la de Trotsky. El aislamiento de Rusia era un hecho. Pero eso no fue el objeto de la cuestión. Durante la discusión del Comité Central acerca del Tratado de Paz con Alemania en enero de 1918, Stalin dijo que en lo que concernía a los movimientos revolucionarios occidentales, no había hechos sino sólo posibilidades, y que las posibilidades no podían ser tenidas en cuenta. “¿No pueden ser tenidas en cuenta?” preguntó Lenin. Esto fue una diferencia decisiva entre los dos, entonces y después. Lenin nunca ignoró los hechos, pero siempre tuvo en cuenta las posibilidades.

[14] Hay aquí un significativo contraste entre Trotsky y Lenin. Puede verse un buen ejemplo de ello en sus actitudes hacia Noruega y Serbia respectivamente en las dos guerras mundiales. En 1940, cuando los alemanes habían invadido Noruega, Trotsky escribió: “Dos gobiernos luchan en Noruega: el gobierno de los nazis europeos, apoyado por las tropas alemanas en el sur, y el antiguo gobierno socialdemócrata con su rey en el norte. Lo que se da en Noruega es el enfrentamiento directo e inmediato entre dos campos imperialistas, en cuyas manos los gobiernos noruegos en guerra son sólo instrumentos auxiliares. En el escenario mundial, no apoyamos ni el campo de los aliados ni al de Alemania. En consecuencia no tenemos la menor razón ni justificación para apoyar a ninguno de sus instrumentos temporales dentro de Noruega”. In defence of marxism. pp. 171-172 [hay versión en esp.]. En otras palabras, Trotsky se negó a reconocer la relativa justicia de la causa nacional noruega contra los alemanes. Repitió mecánica y abstractamente las posiciones revolucionarias clásicas de la Primera Guerra Mundial a pesar de las evidentes diferencias entre ellas. En 1914 Lenin por el contrario basó toda su política en una absoluta condena de la Guerra Mundial como una lucha interimperialista, pero dijo que había una relativa justicia en la lucha nacional serbia contra los imperios austro-húngaro y alemán. Habló de su expedición expoliadora contra Serbia. Su marxismo fue siempre dialéctico: integró tanto las contradicciones principales como las secundarias.

[15] El desconocimiento de Trotsky de la Revolución China contrasta de manera reveladora con la importancia que asignó a intelectuales americanos insignificantes y a los pequeños grupos políticos que ellos representaban. El sociologismo que lo indujo a desdeñar al partido chino como un fenómeno campesino lo indujo también a creer que la clase obrera americana – por representar al proletariado del país capitalista más avanzado – era una fuerza histórica decisiva en la década de los años treinta y, por lo tanto, las disputas ideológicas acerca de ella tenían una enorme importancia. De allí lo oprobioso de sus debates con Burnham. Schachtman y otros (agravados por la conciencia que Trotsky tenía de su nulidad ).

Ernest Mandel: Crítica de una Crítica

La crítica de Nicolás Krassó al pensamiento y las actividades políticas de Trotsky nos ofrece una buena ocasión para debatir algunas concepciones erróneas y algunos prejuicios que siguen preocupando a buen número de intelectuales de izquierda no alineados. Las raíces de estas concepciones falsas son fáciles de descubrir. La revelación y denuncia públicas de los peores crímenes de Stalin por parte de los dirigentes soviéticos actuales no se ven acompañadas en absoluto por la adopción de la política por la que Trotsky luchó durante los últimos quince años de su vida. Ni en la organización interna de los países “socialistas” ni en su política internacional (excepción hecha de Cuba) han vuelto los dirigentes de esos países a los principios de la democracia soviética y del internacionalismo proletario defendidos por Trotsky.

Sin embargo, históricamente, el hecho de que Stalin haya sido derribado de su pedestal y de que muchas de las acusaciones lanzadas contra él por Trotsky se reconozcan como ciertas constituye una formidable rehabilitación histórica para quien fuera asesinado por un agente de Stalin, el 20 de agosto de 1940, en Coyoacán.

Todos aquellos que permanecen fuera de la lucha por hacer triunfar finalmente el programa de Trotsky – por su completa rehabilitación política – tratarán, por consiguiente, de justificar su abstención en base a los fallos, errores y debilidades de este programa. Para ello, no irán a repetir las burdas exageraciones y falsificaciones forjadas por los estalinistas en los años treinta, cuarenta y cincuenta, según las cuales Trotsky fue un contrarrevolucionario y un agente del imperialismo, y deseó, o, al menos favoreció objetivamente la restauración del capitalismo en la URSS.

Tendrán que decantarse, pues, por los argumentos propuestos por los adversarios más refinados e inteligentes, que reprochaban a Trotsky, durante los años veinte, de no ser en realidad un bolchevique, sino un socialdemócrata de izquierda que no había comprendido en absoluto las particularidades de Rusia, ni las sutilezas de la teoría leninista de la organización ni la dialéctica compleja de la lucha proletaria tanto de Occidente como de Oriente. Esto es precisamente lo que está haciendo Krassó.

1. Clases, partidos y autonomía de las instituciones políticas

La tesis central de Krassó es sencilla: el pecado capital de Trotsky era su falta de comprensión del papel de un partido revolucionario; creía que las fuerzas sociales podían, directa e inmediatamente, modelar la historia, que eran transportables, tal cual, en organizaciones políticas. Esto, según parece, le impidió llegar nunca a comprender la teoría leninista de la organización, y le condujo a un sociologismo vulgar y al voluntarismo.

Su salida del bolchevismo en 1904, su papel en la revolución de octubre, su creación del Ejército rojo, su derrota en las luchas internas del partido en 1923-27, su concepción de la historia, su  “vano intento” de edificar la IV Internacional, todo ello está condicionado por el sociologismo y el voluntarismo. El marxismo de Trotsky, según Krassó, “forma una unidad coherente y característica desde la primera juventud hasta la vejez”.

Nadie discutirá que, antes de 1917, Trotsky rechazó lo esencial de la teoría de la organización de Lenin[1]. No discutiremos que el partido, la ideología y la psicología de las clases sociales pueden adquirir un determinado grado de autonomía en el proceso histórico, ni que el marxismo, por citar a Krassó (y no sólo el marxismo-leninismo, sino todas las demás interpretaciones fieles a la doctrina de Marx), “queda, en verdad, definido por la noción de una  totalidad compleja en la que todos los niveles – el económico, el social, el político y el ideológico – son siempre operacionales y se relevan como foco principal de las contradicciones”.

Pero ésta es una base muy pobre para justificar la tesis de Krassó. Si tratamos de analizar el verdadero pensamiento de Trotsky y su desarrollo a lo largo de casi cuarenta años, tropezaremos, a cada paso, con la insuficiencia y la infidelidad del cuadro esbozado por Krassó.

Ante todo, es falso que Trotsky, al rechazar la teoría leninista de la organización, tomara su propio modelo del partido socialdemócrata alemán en tanto que  “partido que englobaba a la clase obrera en su conjunto”. Históricamente, sería mucho más exacto sostener lo contrario, y poner de relieve que la teoría leninista de la organización fue tomada en gran medida de los teóricos de la socialdemocracia alemana y austríaca, Kautsky y Adler[2].

La oposición injustificada de Trotsky a la teoría de Lenin se basaba en su desconfianza frente al aparato social-demócrata occidental, considerado como esencialmente conservador. El propio Krassó admite, unas páginas más adelante, que Trotsky, ya en 1905, tenía una actitud más crítica que Lenin respecto a la socialdemocracia occidental. ¿Cómo hubiera podido calcar su idea del partido sobre esa socialdemocracia[3]?

En segundo lugar, es totalmente falsa la insinuación de que Trotsky siguió haciendo caso omiso o rechazando la teoría leninista de la organización tras haber reconocido, en 1917, que, finalmente, Lenin había tenido razón. Esta hipótesis carece de fundamento; el propio Lenin declaró – tras haber comprendido Trotsky que la unión con los mencheviques era imposible[4] – que “no había mejor bolchevique que Trotsky”[5].

Todos los escritos de Trotsky posteriores a 1917 insisten en el papel decisivo, en nuestra época, del partido revolucionario. En todos los puntos de inflexión de su carrera: en 1923, con Lecciones de octubre y Nuevo curso; en 1926, con la Plataforma de la oposición de izquierda; en su crítica a la desastrosa política de la Comintern en China, en Alemania, en España y en Francia; en el curso de los años treinta, en su Historia de la revolución rusa y en sus testamentos políticos, el Programa de transición de la IV Internacional y el Manifiesto de la conferencia extraordinaria de la IV Internacional (mayo de 1940), subrayó, incansablemente, que la cuestión de la construcción de los partidos revolucionarios era el problema clave de esta época:

“La crisis histórica de la humanidad se resume en la crisis de la dirección revolucionaria.” [6] Extraño modo, en verdad, de “olvidar” el papel de la vanguardia y de creer que las fuerzas sociales pueden modelar directa e inmediatamente la historia…

Es cierto que, para Trotsky, una vanguardia revolucionaria no era simplemente una máquina política hábilmente construida y bien engrasada. Semejante concepción – que, como se sabe, tiene su origen en la política burguesa americana, a menudo difícil de distinguir del gangsterismo – era totalmente extraña a Lenin, al bolchevismo y a todo el movimiento obrero internacional, hasta el día en que Stalin la introdujo y la puso en práctica en la Comintern.

Para Trotsky, así como para Lenin y para toda tendencia marxista, un partido revolucionario de vanguardia debe juzgarse objetivamente, ante todo, a la luz de su programa explícito y de su política real. En todos los casos en que el partido, por bien que funcione, por fuerte que sea, se pone a actuar contra los intereses de la revolución y de la clase obrera, hay que desarrollar una lucha para enderezarlo.

Cuando sus acciones se convierten en contrarias, de modo no episódico y durante todo un período, a los intereses del proletariado, no puede de ningún modo ser considerado como un partido revolucionario de vanguardia, y entonces se impone inmediatamente la tarea de construir uno nuevo.[7]

Naturalmente, ni Lenin ni Trotsky identificaron nunca un partido revolucionario con un programa correcto. Lenin declaró explícitamente que una política correcta no podía demostrar su justeza, durante un largo período, más que por su capacidad para ganarse a una parte importante de la clase obrera, o, de hecho, a su mayoría.[8]

Pero ambos elementos son los complementos indispensables para la construcción de un partido revolucionario de vanguardia. En ausencia de un programa y una política correcta, un partido puede convertirse objetivamente en contrarrevolucionario, sea cual sea la amplitud de su influencia en la clase obrera. Si no adquieren, a la larga, una influencia de masas en el seno de la clase obrera, los revolucionarios armados con el mejor de los programas degenerarán en una secta estéril.

Vemos, pues, en tercer lugar, que, lejos de resolver el problema con la afirmación de “la autonomía de las instituciones políticas”, que, según se nos dice, Trotsky no comprendió, Krassó plantea sencillamente una pregunta sin aportar ninguna respuesta. Ya que el problema consiste precisamente en comprender a la vez la autonomía de las instituciones políticas y el carácter relativo de esta autonomía. Después de todo, fueron Marx y Engels, y no Trotsky, los que dijeron que toda historia es, en último análisis, la historia de la lucha de clases.[9]

Las instituciones políticas son organismos funcionales. Si se separan de las fuerzas sociales a las que supuestamente sirven, pierden muy rápidamente su eficacia y su poder, a menos que otras fuerzas sociales las utilicen.[10]Esto fue precisamente lo que ocurrió con Stalin y su fracción en el seno del Partido bolchevique.

La  “pura” política de poder que tanto parece admirar Krassó degrada a sus protagonistas hasta el punto de que pierden todo control sobre sus propias acciones. El vínculo entre los fines conscientes y las consecuencias objetivas de estas acciones se difumina y finalmente desaparece. Los marxistas, por el contrario, conceden la mayor importancia a la acción consciente; y tal conciencia implica reconocer el papel decisivo de las fuerzas sociales y de los límites que este papel impone inevitablemente a la acción de todo individuo. La incomprensión por parte de Krassó de esta relación dialéctica entre partido y clase, su desconocimiento del problema, están en el origen de la debilidad fundamental de su ensayo.

La clase obrera no puede triunfar sin partido de vanguardia. Pero el partido de vanguardia es, a su vez, producto de la clase obrera, aunque no tan sólo de ella. No puede desempeñar su papel más que si cuenta con el apoyo de la parte más activa, de esta clase.[11]

Por otra parte, en ausencia de condiciones favorables, la clase obrera no puede producir ese partido de vanguardia, ni el partido de vanguardia puede conducir a la clase obrera a la victoria. Por último, a falta de una clara comprensión de estos problemas, no surgirá ningún partido de vanguardia, aun cuando las condiciones sean favorables, y se perderán irrevocablemente, por largo tiempo, las oportunidades de victoria de la revolución.

Desde 1916, Trotsky comprendió perfectamente esta relación dialéctica y la aplicó a distintas situaciones concretas de un modo tan magistral que es absurdo afirmar, como hace Krassó, que  “no supo discernir el poder autónomo de las instituciones políticas”. El propio Krassó define los ensayos de Trotsky sobre el fascismo alemán como  “los únicos escritos marxistas de aquella época, en los que se prevén las catastróficas consecuencias del nazismo y de la política demente que la Comintern, en su Tercer Período, practicó al respecto”. Pero, ¿cómo pudo Trotsky alcanzar un análisis tan correcto de la evolución de la sociedad alemana entre 1929 y 1933 sin un examen detallado y sin una comprensión no sólo de las clases sociales y de las fracciones de clase, sino también de sus partidos? ¿No demuestran esos brillantes escritos su capacidad de apreciar correctamente la importancia de los partidos, sobre todo de aquellos que ejercen influencia sobre la clase obrera? ¿No quedan resumidas sus advertencias en este grito de Casandra: ”O bien el partido comunista y la socialdemocracia combatirán juntos a Hitler, o bien Hitler aplastará a la clase obrera alemana por un largo período”? ¿No se basaba este llamamiento, precisamente, en la comprensión por parte de Trotsky de la incapacidad de la clase obrera para enfrentarse a la amenaza fascista sin la unión de los partidos obreros? ¿No iba emparejado todo este análisis con un estudio, igualmente minucioso, de la evolución de las instituciones políticas burguesas, análisis que permitió a Trotsky descubrir el valor universal, en nuestra época, de la categoría marxista del bonapartismo? A la luz de todos estos hechos, ¿qué queda de la tesis de Krassó según la cual Trotsky ”subestimó el poder autónomo de las instituciones políticas” hasta el fin de sus días?

2. La lucha por el poder y los conflictos sociales en la Unión Soviética (1923-1927)

Al estudiar la ”lucha por el poder” en el seno del partido comunista soviético entre 1923 y 1927, Krassó se divide en dos líneas de pensamiento contradictorias. Por un lado, pretende que Trotsky cometió error tras error por subestimar la autonomía de las instituciones políticas. No quiso aliarse con la derecha de Stalin y, con ello, le proporcionó a Stalin la victoria, ya que el único medio de impedir tal victoria era el de unir contra Stalin a todos los viejos bolcheviques.

Por otro lado, sostiene que Trotsky no tenía ninguna posibilidad de victoria, dada la actitud de toda la vieja guardia bolchevique, virtualmente unida contra él en 1923: ”En efecto, Stalin era ya dueño de la organización del partido en 1923.” Estas dos líneas de pensamiento son contradictorias. En el primer caso, la victoria de Stalin es consecuencia de los errores de su adversario; en el segundo, esta victoria es inevitable.

La debilidad del análisis de Krassó se evidencia claramente por el hecho de que ninguna de las dos versiones aporta ninguna explicación; los hechos – o, mejor dicho, la interpretación parcialmente falsa que Krassó da de ellos –, sencillamente, se presuponen. Según la primera versión, y quién sabe por qué razón, no sólo Trotsky, sino también todos los viejos bolcheviques desatendieron las advertencias de Lenin sobre el poder de Stalin, y se unieron a éste contra Trotsky en vez de unirse a Trotsky en su lucha contra Stalin. Según la segunda versión, sin que se sepa tampoco por qué, Stalin se adueña repentinamente del partido ya en 1923, estando aún en vida Lenin. ¿Obedeció ello tan sólo a su habilidad para maniobrar en el seno del partido, a su “capacidad de persuadir a los individuos y a los grupos para que aceptaran la política que preconizaba”, o, incluso, a su “gran paciencia”? Pero si así fue, eso quiere decir que Stalin surgió como un gigante entre enanos, y que incluso Lenin se dejó manipular por el astuto secretario general…

En este caso, la historia se hace completamente incomprensible para la ciencia social, y se reduce, en un vacío social, a un escenario por la “conquista del poder”. Los millones de víctimas de la colectivización forzosa y de la Yejovchtchina; la conquista del poder por Hitler; la derrota de los republicanos españoles y los cincuenta millones de víctimas de la segunda guerra mundial, todo ello parece deberse al accidente genético de la concepción de José Djugashvili.

Vemos aquí el resultado final de la insistencia en una autonomía absoluta de las instituciones políticas, separadas de las fuerzas sociales, y de la negativa a considerar las luchas políticas como reflejo, en último análisis, de los intereses contradictorios de las fuerzas sociales. Marx, en su prefacio a la segunda edición de El 18 de Brumario de Luis Bonaparte, señala que Víctor Hugo, al considerar la toma del poder por Luis Bonaparte como golpe de fuerza de un individuo, “lo engrandecía en vez de disminuirlo, atribuyéndole un poder de iniciativa personal sin precedente en la historia”.[12] Y las consecuencias de la toma del poder por Luis Bonaparte parecen minúsculas en comparación a las que tuvo la toma del poder por Stalin.

El método correcto para comprender y explicar lo que ocurrió en Rusia entre 1923 y 1927, o, más bien, entre 1920 y 1936, consiste en exponer, tal como sugiere Marx en el prefacio antes mencionado, “cómo la lucha de clases ha podido crear unas circunstancias y una situación en que un personaje mediocre” pudo convertirse en héroe y dictador.

En este contexto, lo importante, según el método no marxista de Krassó, no es únicamente el que considere las luchas internas del partido “focalizadas en el ejercicio del poder como tal”, es decir, en cierta medida, separadas incluso de las cuestiones políticas que suscitaron. Lo importante es, sobre todo, el negarse a vincular, directa o indirectamente, las contradicciones sociales con la lucha política tal como se expresa, especialmente, cuando entran en juego  ideas o programas divergentes. Aquí, la idea de autonomía de las instituciones políticas es llevada hasta un punto en que se hace incompatible con el materialismo histórico.

De hecho, cuando Krassó echa en cara a Trotsky el haber escrito que “incluso divergencias episódicas y matices de opinión pueden expresar la presión oculta de intereses sociales distintos” (subrayado nuestro), ¡lo que le echa en cara es ser marxista! Ya que esta frase en concreto no plantea, como parece suponer Krassó, ninguna ”identidad” eventual entre los partidos y las clases, sino sencillamente el hecho de que los partidos, en último análisis, representan intereses sociales, y no pueden ser entendidos históricamente más que como portavoces de distintos intereses sociales. Esto es, a fin de cuentas, lo que Marx expuso detalladamnte en La lucha de clases en Francia, 1848-1850, y en El 18 de Brumario de Luis Bonaparte, por no citar más que las obras más conocidas.

Nada tiene de sorprendente que, en estas condiciones, Krassó no mencione ni siquiera una sola vez a la capa social que convierte en inteligible, en términos sociohistóricos, toda la historia rusa de los años veinte: la burocracia. No debe considerarse como una idiosincrasia personal la reiterada insistencia de Trotsky sobre el papel de la burocracia como fuerza social con intereses separados[13] de los del proletariado. Ya en 1871, Marx y Engels, en sus escritos sobre la Comuna de París, llamaron la atención sobre el peligro de que una burocracia pudiera dominar un Estado proletario, y enumeraron una serie de normas sencillas para eludir este peligro[14]. Kautsky, en el mejor período de su madurez, cuando Lenin se consideraba su discípulo, señaló este peligro, en 1898, de modo profético.[15] Lenin, en El Estado y la revolución y en el primer programa bolchevique tras la revolución de octubre, subraya la gravedad de este problema.[16]

Hubiera podido esperarse que un escritor como Krassó, que se considera un gran admirador de Lenin, prestara, al menos, alguna atención a aquello que se convirtió en el principal combate final de Lenin, en la preocupación obsesiva de la última parte de su vida: la lucha contra la burocracia. Ya en 1921, se negaba a definir a la Unión Soviética como Estado obrero, declarando, en cambio, que Rusia era un “Estado proletario con deformaciones burocráticas”. Su aprensión y su inquietud fueron creciendo mes a mes. Puede seguirse esta evolución de artículo en artículo en todos sus últimos escritos, hasta llegar a las sombrías profecías de su último ensayo y de su Testamento.[17]  

Lenin comprendió, sin la menor duda, la interacción concreta entre el proceso socialpasividad política creciente de la clase obrera y poder creciente de la burocracia en el aparato del partido y en la sociedad, junto a una creciente burocratización del aparato del partido – y las luchas internas en el partido. Trotsky, empleando el mismo método, comprendió, indudablemente – al cabo de cierto tiempo –, esta interacción, y actuó en consecuencia.[18]

Lo trágico fue que los demás miembros del Partido bolchevique no vieron a tiempo el peligro de la burocracia y de la ascensión de Stalin como representante de la burocracia soviética. Todos acabaron por ver el peligro, en un momento u otro, pero no lo hicieron ni a la vez ni lo bastante pronto. Esta es la razón fundamental de la aparente facilidad con que Stalin conquistó el poder.

Está fuera de toda duda de que Trotsky cometiera errores tácticos en la lucha, errores particularmente evidentes hoy para autores como Krassó, dotados de esa fuente única de inteligencia política que es la perspicacia retrospectiva.[19] Pero también Lenin cometió errores. Después de todo, fue Lenin el que creó el aparato del partido que ahora empezaba a degenerar.

Fue Lenin el que no se opuso a la elección de Stalin para el cargo de secretario general. Fue Lenin el que avaló con su autoridad personal una serie de medidas institucionales y administrativas que favorecieron poderosamente la victoria de la burocracia, y que hoy sabemos – también por perspicacia retrospectiva – que hubieran podido evitarse sin destruir la revolución: la norma de la autoridad única del director de fábrica; la excesiva importancia concedida a los estímulos materiales; la exagerada identificación entre el partido y el Estado; la supresión de los vestigios de partidos o agrupamientos soviéticos que no fueran el Partido bolchevique cuando ya la guerra civil había terminado (y cuando esos mismos agrupamientos habían sido tolerados, durante la guerra civil, a condición de no pactar con la contrarrevolución); la supresión del derecho tradicional de los miembros del Partido bolchevique a formar fracciones.[20]

Puede decirse, de forma mucho más general, que, después de la guerra civil y al comienzo de la NEP, Lenin exageró el peligro inmediato que podía resultar del relajamiento de la disciplina en el partido, y que subestimó el peligro de que la supresión de las libertades civiles (de las que hasta entonces gozaban las tendencias no bolcheviques) y la reducción de la democracia interna del partido aceleraran el proceso de burocratización que tan justificadamente temía.

El origen de este error reside, precisamente, en una identificación demasiado estrecha entre el partido y el proletariado, y en la creencia de que el partido defendía de modo autónomo las conquistas del proletariado. Algunos años más tarde, Lenin comprendió hasta qué punto se había equivocado; pero era ya tarde para eliminar el germen del peligro de burocratización del aparato del partido.

Krassó se equivoca por completo cuando opina que Trotsky subestimó la autonomía del poder de las instituciones políticas durante su dramática lucha en el seno del partido entre 1923 y 1927. Lo cierto es todo lo contrario. Su estrategia política, en el curso de aquel período, sólo puede entenderse a la luz de cómo entendió la relación dialéctica particular entre las condiciones objetivas de la sociedad soviética, rodeada de Estados capitalistas hostiles, la fuerza correspondiente de los agrupamientos sociales en la sociedad soviética y el papel autónomo del Partido bolchevique en ese período particular y en esas condiciones concretas.

Debido a que Krassó no comprende esta estrategia, y que desea, evidentemente, explicar las posiciones de Trotsky a través de su supuesto pecado original de éste, se sorprende y denuncia su total incoherencia. “Trotsky, nos dice, nunca abordó de modo concreto el problema de la puesta en práctica de su política económica en el curso de los años veinte.” Esta política económica, según Krassó, no era más que el resultado del “talento administrativo” de Trotsky, y no el de una elaboración política correcta que tomara en cuenta las diferentes fuerzas sociales de la URSS.

Además, esta política no provenía de su teoría de la revolución permanente, que implicaba que ”no es viable el socialismo en un solo país” ya que sucumbiría bajo los efectos de la ”subversión” que desencadenara el mercado mundial y de la agresión imperialista extranjera… Ante tantas deformaciones de la historia, nos preguntamos si acaso las incoherencias que Krassó imputa a Trotsky no existirán tan sólo en la mente de Krassó.

Resulta incoherente, en efecto, contraponer el programa económico de urgencia de Trotsky a su concepto de “revolución permanente”.[21] ¿Cómo podía un marxista, que, según Krassó, les daba a las ideas tanta preponderancia y las vinculaba de forma tan ”inmediata” a las fuerzas sociales, luchar por un crecimiento económico acelerado de la Unión Soviética y, al mismo tiempo, sostener que todo dependía de una revolución internacional inminente sin la cual la Unión Soviética se hundiría? ¿Acaso la segunda afirmación no convierte en ilusoria la lucha económica? He aquí una contradicción implícita de la versión falsificada de la teoría de la revolución permanente, que ni los críticos estalinistas de ayer y de hoy ni algunos estúpidos seudodiscípulos de extrema izquierda han sido nunca capaces de resolver. El misterio es de fácil elucidación cuando se plantea el problema en unos términos correctos: todo lo que afirmó Trotsky en su tercera “ley de la revolución permanente” fue que una sociedad socialista acabada, es decir, una sociedad sin clases, sin comercio, sin moneda y sin Estado, nunca podrá ser realizada dentro de las fronteras de un solo Estado (entonces más atrasado que la mayoría de los Estados capitalistas avanzados de la época.[22] Ni por un solo instante negó la necesidad de empezar a edificar el socialismo o de lograr, con este objeto, un crecimiento económico acelerado que debería proseguirse durante todo el tiempo en que la revolución sólo se hubiera realizado en un único país. Al fin y al cabo, él fue el primero en proponer concretamente una política de aceleración de la industrialización.

Si todo el debate se redujera al problema teórico abstracto de la terminación del socialismo (distinto del comunismo, que se caracteriza por la desaparición total de la división social del trabajo), cabría entonces preguntarse: ¿por qué fue la discusión tan encarnizada? ¿No cometería Trotsky un grave error táctico al entrar personalmente en un combate tan difícilmente comprensible para la gran mayoría de los miembros del partido?

Lo cierto es que no fue ni mucho menos Trotsky el que levantó el problema, sino Stalin y su fracción. Se trató, sin duda, de un “hábil” movimiento táctico orientado a separar a Trotsky y sus partidarios de los más pragmáticos de los cuadros bolcheviques. Sin embargo, la mayoría de la vieja guardia, incluyendo a la viuda de Lenin, se alineó con la oposición de izquierda unida; Zinoviev y Kamenev, en particular, se lanzaron a la batalla. La oposición de Trotsky a la teoría del  “socialismo en un solo país” se convirtió, de este modo, en el terreno de su más estrecha colaboración con la vieja guardia después de la guerra civil.

Ni los malabarismos ideológicos de Stalin ni la resistencia que les opuso la vieja guardia fueron accidentales. En la teoría del  “socialismo en un solo país”, la burocracia expresaba la conciencia naciente de su poder, y volvía arrogantemente la espalda a los principios elementales del marxismo-leninismo. Se  “emancipaba” no sólo de la revolución mundial, sino también de toda la herencia teórica de Lenin, e incidentemente pensaba tener otras cosas por hacer que contar con la acción consciente de la clase obrera soviética y mundial. Al oponerse a este rechazo de la más elemental teoría marxista, la vieja guardia demostraba sus cualidades fundamentales.

Estaba dispuesta a seguir a Stalin para  “preservar la unidad del partido”, para “no comprometer la dictadura del proletariado”; pero se resistía a llegar hasta el abandono de los principios básicos de la teoría de Lenin. Tal como antes hemos dicho, la tragedia de los años veinte fue, de hecho, la tragedia de esta vieja guardia, es decir, del partido de Lenin sin Lenin. Pero Stalin le rindió el supremo homenaje de un total exterminio físico, revelando con ello su convicción de que la vieja guardia era, por naturaleza, “irrecuperable” para la siniestra dictadura burocrática de los años treinta y cuarenta.

Allí donde Krassó fragmenta el pensamiento de Trotsky, en el curso de los años veinte, en otros tantos pedazos dispersos e incoherentes, lo que hay en realidad es unidad dialéctica y coherencia. Trotsky estaba convencido de que la sociedad soviética, que estaba pasando del capitalismo al socialismo, no podría, en el marco de la NEP, resolver gradualmente sus problemas.

Rechazaba la idea de la coexistencia pacífica entre una pequeña producción mercantil y una industria socialista, anverso ya conocido de lo que era la “coexistencia pacífica” del capitalismo y el Estado obrero en el escenario mundial. Estaba convencido de que, tarde o temprano, las fuerzas sociales antagónicas se enfrentarían en los planos nacional e internacional. Su política puede resumirse de este modo: favorecer toda tendencia que, en el  plano nacional o en el internacional, fortalezca al proletariado, su poder numérico y cualitativo, su confianza en sí mismo y su dirección revolucionaria; debilitar todas las tendencias que, en el plano nacional o en el internacional, tiendan a dividir a la clase obrera o a disminuir su capacidad y su voluntad de autodefensa.

Desde esta óptica, todo se vuelve coherente y desaparece todo misterio. Trotsky es partidario de la industrialización porque es indispensable para el fortalecimiento del proletariado en el seno de la sociedad soviética. Es partidario de la colectivización gradual del campo para atenuar la presión de los campesinos ricos sobre el Estado proletario y el chantaje que pueden llegar a ejercer sobre las ciudades con la amenaza de cortar las entregas de grano. Es partidario de combinar la industrialización acelerada con la colectivización gradual de la tierra porque es preciso crear la infraestructura técnica de las granjas colectivas (tractores y maquinaria agrícola[23]), sin la cual la colectivización podría llegar a provocar el hambre en las ciudades.

Es partidario de una ampliación de la democracia de los soviets con objeto de estimular la actividad y la conciencia políticas de la clase obrera. Es partidario de eliminar el paro y de aumentar los salarios reales porque la industrialización, si va acompañada de un descenso del nivel de vida de los obreros, hace bajar la actividad política autónoma del proletariado en vez de aumentarla.[24] Es partidario de una línea de la Comintern que saque provecho de todas las condiciones favorables para la victoria proletaria en otros países, porque ello mejoraría la relación internacional de fuerzas a favor del proletariado. La combinación de estas medidas no hubiera evitado una primera prueba de fuerza con el enemigo; pero hubiera tenido lugar en unas condiciones mucho más favorables que en 1928-32, en el interior, y en 1941-45 en el exterior.

¿Era ””irreal” este programa? No, ya que existían las condiciones objetivas para su realización. Ningún historiador sin prejuicios puede hoy dudar de que si se hubiera seguido esa otra línea, el proletariado y el pueblo soviéticos se hubieran ahorrado innumerables sacrificios y sufrimientos, y que la humanidad se hubiera evitado, sino una guerra, sí al menos el azote del fascismo victorioso extendido por Europa, con sus decenas de millones de muertos. Pero este programa sí era irreal en el sentido de que las condiciones subjetivas para su realización eran inexistentes. El proletariado soviético estaba pasivo y fragmentado. Veía con simpatía el programa de la oposición de izquierda, pero no tenía la suficiente energía militante para luchar por él. En contra de lo que parece pensar Krassó, Trotsky no se hizo jamás la menor ilusión al respecto.

Abandonar de inmediato el Partido bolchevique, fundar un nuevo partido (ilegal), significaba contar demasiado exclusivamente con una clase obrera cada vez más pasiva. Contar con el ejército, organizar un golpe de Estado, significaba, de hecho, sustituir un aparato burocrático por otro y condenarse a convertirse en prisionero de la burocracia. Aquellos que echan en cara a Trotsky el no haber adoptado una de estas dos vías no comprenden la situación en términos de fuerzas sociales y políticas fundamentales. La tarea de un revolucionario proletario no consiste en “hacerse con el poder” empleando los medios que sean y en las condiciones que sean, sino en tomar el poder para poner en marcha un programa socialista.

Si el poder no puede obtenerse más que en unas condiciones que nos alejan de los objetivos de tal programa en vez de acercarnos a ellos, es preferible mil veces permanecer en la oposición. Los admiradores no marxistas del poder en abstracto, desvinculado de la realidad social, ven ahí una “debilidad”. Cualquier marxista convencido verá en ello, por el contrario, la mayor fuerza de Trotsky y su aportación a la historia, y no la grieta de su coraza.

¿Fue acaso la lucha de Trotsky durante los años veinte tan sólo una “pose” que adoptó ante la historia, con objeto de ”salvar el programa”? Dicho sea de paso, aunque así hubiera sido, Trotsky quedaría, históricamente, totalmente justificado. Hoy, debería resultar evidente que la reapropiación del auténtico marxismo por parte de la nueva vanguardia revolucionaria mundial se ve enormemente facilitada por el hecho de que Trotsky, casi solo, salvara la herencia y la continuidad del marxismo durante los ”oscuros años treinta”.   

En realidad, sin embargo, la lucha de Trotsky tuvo un objetivo más concreto. La clase obrera soviética estaba pasiva, pero no estaba predeterminada su pasividad durante un largo período. Cualquier impulso de la revolución internacional, cualquier modificación en la relación entre las fuerzas sociales en el interior podía determinar un renacimiento. Los instrumentos inmediatos para emprender estos cambios no podían ser otros que la Comintern y el Partido comunista de la Unión Soviética. Trotsky luchó para que el partido detuviera el proceso de degeneración burocrática, cosa que Lenin le había encomendado.

La historia ha revelado, a posteriori, que el aparato del partido se había burocratizado ya hasta el punto de actuar como motor y no como freno en el proceso de expropiación política del proletariado. A priori, el resultado de esta lucha dependía de las opciones políticas concretas de la dirección del PCUS, de los viejos bolcheviques. Un giro hacia la orientación correcta, en el momento oportuno, hubiera podido invertir el proceso; no hasta el punto de eliminar por completo a la burocracia (lo cual era imposible en un país subdesarrollado y amenazado por el capitalismo), pero sí hasta el de disminuir su nefasta influencia y reinfundir confianza en sí mismo al proletariado.

El ”fracaso” de Trotsky fue también el de la vieja guardia, que comprendió demasiado tarde la verdadera naturaleza del monstruoso parásito que la revolución había engendrado. Pero este mismo “fracaso” evidencia que Trotsky había comprendido las relaciones complejas entre fuerzas sociales, instituciones políticas e ideas durante los años veinte.

3. ¿Era imposible una extensión internacional de la revolución entre 1919 y 1949?

Llegamos ahora al tercer panel de la crítica de Krassó, el más importante, pero también el más débil: su reproche a Trotsky de haber esperado y previsto revoluciones extranjeras después de 1923.

Toda esta parte del ensayo de Krassó está dominada por una curiosa paradoja. Krassó empieza por acusar a Trotsky de haber subestimado el papel del partido. Ahora, sin embargo, Krassó declara que la esperanza de Trotsky en revoluciones victoriosas en Europa occidental se basaba en su incapacidad  “para comprender las diferencias fundamentales entre las estructuras sociales rusas y las de Europa occidental”.

En otros términos, las condiciones objetivas hacían imposible una revolución mundial, al menos entre las dos guerras. Por oposición al “voluntarismo” que le echa en cara a Trotsky, Krassó defiende en este punto un burdo determinismo económico y social: puesto que las revoluciones no han triunfado (hasta el momento) en Occidente, esto quiere decir que no podían vencer; y si no podían vencer, ello se debe a unas ”estructuras sociales específicas” de Occidente.

El papel del partido, de la vanguardia, de la  dirección, la “autonomía de las instituciones políticas”, todo ello es ahora borrado del mapa; y por el propio Krassó, polemizando contra Trotsky. Una curiosa inversión de términos, la verdad…

Pero, ¿y Lenin? ¿Cómo explica Krassó que Lenin, el cual, por citar a Krassó, ”estableció la teoría de la relación necesaria entre partido y sociedad”, estuviera tan apasionadamente convencido como Trotsky de la necesidad de fundar partidos comunistas y una Internacional Comunista? ¿Considera Krassó esta posición de Lenin como un “vano voluntarismo”? ¿Cómo explica que, años después de Brest-Litovsk (en este punto, Krassó deforma la historia, insinuando lo contrario), Lenin siguiera pensando que era inevitable una extensión internacional de la revolución hacia Occidente y hacia Oriente? [25]

Krassó es incapaz de establecer una diferencia entre la posición de Lenin y la de Trotsky en lo que se refiere a la relación dialéctica entre la Revolución de octubre y la revolución internacional como no sea atribuyendo a Trotsky tres ideas mecanicistas e infantiles: la de que era ”inminente” que hubiera revoluciones en Europa; la de que en todos los países capitalistas (o al menos en los de Europa) se cumplían las condiciones para una revolución; y la de que era ”indudable” la victoria de estas revoluciones. No hace falta decir que Krassó no podría apuntalar ni una sola de estas alegaciones. Es fácil encontrar pruebas abrumadoras de lo contrario.

Ya en el tercer congreso de la Comintern (1921), Trotsky y Lenin (ambos estaban en el “ala derecha” de ese congreso) declaraban, con razón, que, tras la primera oleada revolucionaria de la posguerra, el capitalismo había logrado un respiro en Europa. No era la ”revolución inmediata” la que estaba a la orden del día, sino la preparación de los partidos comunistas para la revolución futura, es decir, la elaboración de una política justa destinada a conquistar la mayoría de la clase obrera y a crear unos cuadros y una dirección capaces de conducir a esos partidos a la victoria cuando se presentaran nuevas situaciones revolucionarias.[26]

Criticando el Proyecto de programa de la Internacional Comunista de Bujarin y Stalin, Trotsky declaró explícitamente, en 1928: “El carácter revolucionario de la época no consiste en que permita, en todo momento, realizar la revolución, es decir, tomar el poder. Este carácter revolucionario viene dado por unas oscilaciones profundas y bruscas, por unos cambios frecuentes y brutales: se pasa de una situación francamente revolucionaria, en que el partido comunista puede aspirar a arrebatar el poder, a la victoria de la contrarrevolución fascista o semifascista, y de esta última al régimen provisional de justo medio (‘bloque de izquierda’, entrada de la socialdemocracia en la coalición, acceso al poder del partido de MacDonald, etc.), que hace que luego las contradicciones se afilen como una navaja de afeitar y plantea claramente el problema del poder).” [27]

En sus últimos escritos, describe una y otra vez nuestra época como una rápida sucesión de revoluciones, de contrarrevoluciones y de ”estabilizaciones temporales”, sucesión que crea, precisamente, las condiciones objetivas para la edificación de un partido revolucionario de vanguardia de tipo leninista.

Ahí está, naturalmente, el nudo de la cuestión, que Krassó no ha planteado siquiera; he aquí por qué no podía, evidentemente, darle respuesta. ¿Cuál es la hipótesis de base sobre la que se fundamenta el concepto de la organización de Lenin? Como con tanta exactitud dijo Georg Lukacs, es la hipótesis de la actualidad de la revolución[28], es decir, la disposición consciente y deliberada del proletariado para tomar el poder cuando se presenten condiciones revolucionarias, y la convicción profunda, basada en las leyes objetivas de la evolución de la sociedad rusa, de que tales situaciones tienen que presentarse tarde o temprano.

Lenin, cuando escribió su libro sobre el Imperialismo, influenciado por el Finanzkapital de Hilferding[29], y cuando hizo un inventario de la primera guerra mundial, extendió, justamente, esta noción de la actualidad de la revolución al conjunto del sistema del mundo imperialista; los eslabones más débiles serán los primeros en romperse, y toda la cadena iría rompiéndose progresivamente.[30] Ésta era la justificación de su llamamiento para la formación de la III Internacional. Tal era el programa de la naciente Comintern.

Ahora bien, ésta es una concepción central con la que no se puede jugar. O bien es teóricamente exacta y está confirmada por la historia, y, en este caso, no sólo es exacta la “tercera ley de la revolución permanente”, sino que las derrotas de la clase obrera entre 1920 y 1943 deben imputarse resueltamente a las insuficiencias de la dirección revolucionaria; o bien aquello que fue la concepción fundamental de Lenin después del 4 de agosto de 1914 era erróneo, viniendo la experiencia a demostrar que no estaban maduras las condiciones objetivas para la aparición periódica de situaciones revolucionarias en el resto de Europa, y, en este caso, no es tan sólo la “tercera ley de la revolución permanente” la que, según dice Krassó, es un ”error teórico”, sino que también todos los esfuerzos de Lenin para edificar partidos comunistas y organizarlos con objeto de conducir al proletariado a la conquista del poder tendría que condenarse entonces como una criminal actividad escisionista.

Después de todo, ¿no es acaso esto lo que los socialdemócratas han sostenido desde hace más de cincuenta años, empleando el mismo argumento de que las ”condiciones político-sociales” en Occidente no estaban ”maduras” para la revolución, y de que Lenin era incapaz de comprender las diferencias fundamentales entre las estructuras sociales de Rusia y las de Europa occidental?

Puede hacerse un inventario muy rápidamente, al menos en lo que se refiere a las experiencias históricas. Si dejamos de lado a las pequeñas naciones, hubo situaciones revolucionarias, en Alemania, en 1918-19, en 1920 y 1923, y grandes oportunidades para que una defensa victoriosa contra la amenaza nazi derivara en una nueva situación revolucionaria a comienzos de los años 30; en España, hubo situaciones revolucionarias en 1931, 1934, 1936 y 1937; hubo situaciones revolucionarias en Italia en 1920, en 1945 y en 1948 (en el momento del atentado contra Togliatti); hubo situaciones revolucionarias en Francia en 1936 y en 1944 y 1947.

Incluso en Gran Bretaña hubo una huelga general, en 1926… Numerosos escritos, incluso de no comunistas y no revolucionarios, atestiguan que, en todas las situaciones, la negativa de las masas a seguir soportando el sistema capitalista y su deseo instintivo de tomar en sus manos el destino de la sociedad coincidían con la confusión, la división, por no decir la parálisis, de las clases dirigentes, lo cual, según Lenin, es la definición misma de una situación revolucionaria clásica.

Si aplicamos el esquema al resto del mundo, para poder incluir en él a la revolución china de los años veinte, la insurrección vietnamita de comienzos de los años treinta, y la onda expansiva de una y otra, al final de la segunda guerra mundial, en dos revoluciones poderosas que estimularon el movimiento revolucionario en todos los  países coloniales, entonces la definición de ese medio siglo como la ”era de la revolución permanente” – título elegido por Isaac Deutscher y George Novack para una antología de textos de Trotsky[31] – da cuenta perfectamente de este balance histórico.

Vayamos ahora a la afirmación más extravagante de Krassó: los fracasos de la revolución europea en los años veinte, treinta y comienzos de los cuarenta demuestran, según parece, que  “es innegable la superioridad de la óptica de Stalin respecto a la de Trotsky”. Y ello debido a que Trotsky preveía revoluciones victoriosas, mientras que Stalin “no hacía demasiado caso de las posibilidades de victoria de las revoluciones en Europa”.

Pero, ¿la situación no era a la inversa? Trotsky no creía en absoluto en revoluciones automáticamente victoriosas, ni en Europa ni en ningún sitio. Nunca dejó de luchar por una política correcta del movimiento comunista, que, a fin de cuentas, hubiera hecho posible – si no en la primera ocasión, sí al menos en la segunda o la tercera – la transformación de situaciones revolucionarias en victorias revolucionarias. Stalin, al sostener una política incorrecta, contribuyó enormemente al fracaso de esas revoluciones.

Prescribió a los comunistas chinos la confianza en Chang Kai-chek y, en un discurso público, en la misma víspera de la matanza de los trabajadores de Shangai, ordenada por Chang Kai-chek, expresó su entera confianza en su verdugo, calificándolo de ”aliado fiel”.[32] Decretó que la socialdemocracia era el peor enemigo de los comunistas alemanes, y que Hitler o bien sería incapaz de conquistar el poder, o bien de conservarlo, no sería sino por unos pocos meses: pronto los comunistas serían los auténticos vencedores. Aconsejó a los comunistas españoles que detuvieran su revolución y que se “ganara antes la guerra” mediante una alianza con la burguesía ”liberal”. Aconsejó a los comunistas franceses e italianos que edificaran una ”nueva democracia” que no sería ya totalmente burguesa por cuanto habría algunos ministros comunistas y algunas nacionalizaciones.

Esta política se saldó en todas partes con desastres. Sin embargo, Krassó, incluso cuando hace balance de las catástrofes, concluye que la visión de Stalin era innegablemente superior a la de Trotsky, ¡porque Stalin  “no hacía demasiado caso de las posibilidades de victoria de las revoluciones en Europa”! Tal vez la dirección por parte de Stalin de la III Internacional, la transformación de la Comintern, originariamente instrumento de la revolución mundial, en herramienta diplomática del gobierno soviético, y la teoría del socialismo en un solo país tuvieron algo que ver con el fracaso de las revoluciones en Europa, ¿no es cierto? ¿O acaso Krassó podría llegar a decir que Stalin organizó deliberadamente estas derrotas para  “demostrar” la ”superioridad” de sus puntos de vista respecto a los de Trotsky?

Como marxistas, hemos de plantear una última pregunta. No se pueden explicar los “errores” cometidos por Stalin en la dirección de la Internacional Comunista diciendo que fueron resultados accidentales de su ”falta de comprensión” o de su “provincialismo ruso”, como tampoco pueden explicarse los desastrosos resultados de su política interior por la fórmula esencialmente no marxista del ”culto de la personalidad”.[33]

Nunca coincidieron sus “errores” tácticos con los intereses del proletariado soviético o internacional. Costaron millones de vidas que hubieran podido salvarse, años de sacrificios inútiles, y horribles sufrimientos bajo la opresión fascista. ¿Cómo puede explicarse que, durante treinta años y en todas partes, excepto en la zona de influencia del ejército rojo, Stalin se opusiera sistemáticamente a todas las tentativas de los partidos comunistas de adueñarse del poder, o las saboteara?[34]

Existe, indudablemente, una explicación social de este curioso hecho. Una política tan sistemática no puede explicarse más que como expresión de los intereses particulares de un grupo social determinado en el seno de la sociedad soviética: la burocracia.

Este grupo no es una nueva clase. No desempeña ningún papel particular ni objetivamente necesario en el proceso de producción. Es una casta privilegiada del proletariado, nacida después de la conquista del poder, en unas condiciones objetivamente desfavorables para el florecimiento de la democracia socialista. Igual que el proletariado, está fundamentalmente apegado a la propiedad colectiva de los medios de producción y en oposición al capitalismo: por esto Stalin acabó por aplastar a los kulaks y se levantó contra la invasión nazi. La burocracia no ha destruido las conquistas socioeconómicas fundamentales de la Revolución de octubre sino que, por el contrario, las ha conservado, aun cuando lo haya hecho por medios cada vez más opuestos a los objetivos fundamentales del socialismo.

El modo de producción socializado nacido de la Revolución de octubre ha resistido con éxito todos los asaltos del exterior y todos los sabotajes del interior. Ha demostrado su superioridad ante cientos de millones de hombres. Es este hecho histórico fundamental el que también explica por qué la revolución mundial, en lugar de retrasarse por varios decenios – como afirman los pesimistas –, pudo resurgir con tanta facilidad y lograr victorias importantes después de la Segunda Guerra mundial.

Pero a diferencia del proletariado, la burocracia es esencialmente conservadora y le tiene miedo a cualquier nuevo impulso de la revolución mundial, que, al estimular la combatividad obrera en el interior, podría amenazar su poder y sus privilegios. La teoría y la práctica del  “socialismo en un solo país”, y luego la teoría y la práctica de la ”coexistencia pacífica”, reflejan perfectamente la naturaleza, socialmente contradictoria, de esta burocracia. Se defiende resueltamente cuando se ve amenazada de exterminio por el imperialismo; intenta extender su zona de influencia cuando con ello no pone en peligro el equilibrio social de fuerzas a escala mundial. Pero está fundamentalmente apegada al statu quo. Los estadistas americanos han terminado por darse cuenta de ello. Krassó debería, por lo menos, dar cuenta de esta continuidad de la política exterior soviética después de la muerte de Lenin, y tratar de darle una explicación social. No encontrará otra que la formulada por Trotsky.

La burocracia y sus defensores pueden, indudablemente, tratar de racionalizar esta política y sostener que sólo perseguía la defensa de la Unión Soviética contra la amenaza de todos los países capitalistas, que se hubieran coligado contra ella si se hubieran sentido ”provocados” en uno u otro sitio por revoluciones. De igual modo los socialdemócratas han ido sosteniendo que sólo se oponían a las revoluciones para defender las organizaciones y conquistas de las clase obrera, que se verían aplastadas por la reacción si la burguesía se sintiera “provocada”  por un activismo revolucionario.

Pero Marx nos ha enseñado precisamente a no juzgar a los partidos y grupos sociales por lo que dicen de sí mismos ni por sus intenciones, sino por su papel objetivo en el seno de la sociedad y por los resultados objetivos de sus acciones. También la verdadera naturaleza social de la burocracia queda reflejada en la suma de sus acciones; y de igual modo, según Lenin, la verdadera naturaleza social de la burocracia sindical y de los cuadros superiores pequeñoburgueses de la socialdemocracia en los países imperialistas explica su oposición lógica a la revolución socialista.

Y hemos vuelto ahora a nuestro punto de partida. Los marxistas comprenden la autonomía relativa de las instituciones políticas, pero esta comprensión implica una análisis constante de la raigambre social de estas instituciones y de los intereses sociales a los que sirven en último análisis: Esto implica que cuanto más se elevan estas instituciones por encima de las clases sociales a las que supuestamente sirven en un principio, más tienden a la autodefensa y a la autoconservación y más fácilmente entran en conflicto con los intereses históricos de la clase de la que han surgido.

Así fue como entendieron el problema Marx y Lenin. En este sentido, cuando Krassó acusa a Trotsky de haber ”subestimado” la posibilidad de autonomía de los ”partidos” y las ”naciones”, le acusa, en definitiva, de haber sido marxista y leninista, Estamos convencidos de que Trotsky hubiera aceptado sin quejarse esta acusación.  


[1]

[2] El programa de Hainfeld de la socialdemocracia austríaca, de 1889, afirma claramente que la “conciencia socialista es, por consiguiente, algo que debe introducirse desde el exterior a la lucha de clase proletaria”. Kautsky dedicó un artículo en Die Neue Zeit del 17 de abril de 1901 (“Akademiker und Proletarier”) al problema de la relación entre intelectuales y obreros revolucionarios, en el que formuló la mayor parte de los conceptos de la organización leninista. Es indudable, dada su fecha de publicación, que este artículo (uno de una serie de dos) inspiró directamente el ¿Qué hacer? de Lenin.

[3] Habría que añadir que la desconfianza instintiva de Trotsky hacia los intelectuales dilettantes que entran en un partido obrero, desconfianza que heredaba de Marx, se veía totalmente compartida por Lenin, punto que Krasso olvida hábilmente. Cf. Marx-Engels, carta circular a Bebel, Liebknecht, Bracke, etc., del 17-18 de septiembre de 1879 (Marx-Engels, Ausgewählte Schriffen, vol. II, pp. 45556, Ediciones en Lenguas Extranjeras, Moscú, 1950), así como V. I. Lenin, Un paso adelante, dos pasos atrás, donde estigmatiza a ”los intelectuales burgueses que temen la disciplina y la organización del proletariado”. Krasso ve una  “ironía suprema” en el hecho de que Trotsky, al final de su vida, tuviera que discutir con ”intelectuales de salón”, a los que siempre había detestado, como Burnham y Shachtman; se olvida de que Engels tuvo que discutir con Dühring, y Lenin con Bulgakov, que, ciertamente, no eran superiores a Burnham o Shachtman. Es Krasso el que no entiende la función que tienen estas polémicas educativas en la construcción del partido, función que ha sido bien comprendida por todos los maestros del marxismo.

[4] Tal como evidencia claramente el texto de Trotsky citado por Krasso, Trotsky comprendió que “la unión con los mencheviques era imposible” a partir del momento en que tomó conciencia de la política conciliadora de los mencheviques durante la revolución de 1917.

[5] Isaac Deutscher, El profeta armado, Ed. Era, México.

[6] The Founding Conference of the Fourth International, publicado por el Socialist Workers Party, New York, 1939, p. 16.

[7] Ya el 7 de noviembre de 1914, Lenin escribía : ”La II Internacional ha muerto, vencida por el oportunismo… La III Internacional tiene el deber de organizar las fuerzas del proletariado con vistas al asalto revolucionario contra los gobiernos capitalistas.” (Lenin-Zinoviev, Gegen den Strom, p. 6, Verlag der Kommunistischen Internationale, 1912.)

[8] Ya en 1908, Lenin escribe: ”La condición previa fundamental para este éxito es, naturalmente, que la clase obrera, cuya élite ha creado la socialdemocracia, se distinga de todas las demás clases de la sociedad capitalista, por razones económicas objetivas, por su capacidad para organizarse. Sin esta condición previa, la organización de los revolucionarios profesionales no sería otra cosa que un juego, una aventura…” El folleto ¿Qué hacer? subraya constantemente que la organización de los revolucionarios profesionales que en él se preconiza no tiene sentido más que en relación con  “la clase realmente revolucionaria que surge de modo elemental para la lucha”.

[9] “Fue precisamente Marx el primero en descubrir la ley según la cual todas las luchas históricas, ya se libren en el plano político, religioso, filosófico o en cualquier otro terreno ideológico, no son, de hecho, más que expresión más o menos clara de la pugna entre clases sociales : ley en virtud de la cual la existencia de esas clases y, consiguientemente, también sus enfrentamientos, están, a su vez, condicionados por el grado de desarrollo de su situación económica, por su modo de producción y de cambio…” (Engels, prefacio a la 3a. edición alemana de El 18 de brumario de Luis Bonaparte.)

[10] Uno de los documentos más patéticos de los años veinte es precisamente el folleto de Stalin Preguntas y respuestas, escrito en 1925, en el que declara que la degeneración del partido y del Estado son posibles, ”si es que” la política exterior del gobierno soviético abandona el internacionalismo proletario, reparte, junto con el imperialismo, el mundo en esferas de influencia, o disuelve la Comintern; eventualidades que, por supuesto, descartaba completamente, pero que él mismo realizaría al cabo de dieciocho años.

[11] En El izquierdismo, enfermedad infantil del comunismo, Lenin insiste en la necesidad, para la vanguardia comunista, de conquistar el apoyo de “la clase trabajadora entera”, de las  “más amplias masas”, antes de poder conquistar victoriosamente el poder.

[12] Marx-Engels,  Selected Works, vol. I, p. 244, Ed. en Lenguas Extranjeras, Moscú, 1958.

[13] No totalmente separados, sin embargo, como tampoco la burocracia fascista puede llegar a separarse por entero del capitalismo monopolista. Sin embargo, en ambos casos, la defensa de los intereses históricos de clase (propiedad colectiva en el primer caso, propiedad privada en el segundo) se combina con una profunda expropiación política de la clase, e incluso con grandes sufrimientos individuales de muchos de sus miembros.

[14] Marx-Engels, La guerra civil en Francia, introducción de Engels a la edición alemana de 1891.

[15] Kautsky, Der Ursprung des Christentums, 13.a edición, Dietz Verlag, Stuttgart, 1923, p. 499

[16] En su discurso sobre el programa del partido, antes del VIII congreso del Partido comunista de la Unión Soviética (19 de marzo de 1919), Lenin recuerda varias veces el problema de la burocracia: ”La carencia de cultura de Rusia… corrompe el poder soviético y recrea la burocracia… la burocracia se camufla en comunistas… combatir el burocratismo hasta el fin, hasta la victoria total, es imposible si el pueblo entero no participa en la administración del país…”

[17] Ejemplos: ”Vemos surgir el mal ante nosotros (el burocratismo) de un modo más claro, más preciso y más amenazador” (21 de abril de 1921); ”el recurso de la huelga en un Estado en que el poder político pertenece al proletariado no puede explicarse ni justificarse más que por las deformaciones burocráticas del Estado proletario…” (17 de enero de 1922); ”sin embargo, si consideramos Moscú – 4.700 responsables comunistas –, y si consideramos esta máquina burocrática, esta montaña, ¿quién gobierna y quién es gobernado? Dudo mucho que pueda decirse que los comunistas gobiernan esta montaña. En realidad, no gobiernan, sino que son gobernados” (2 de marzo de 1923). En el tercer codicilo añadido a su Testamento, redactado el 26 de diciembre de 1922, Lenin propone que entren en el Comité central varias decenas de trabajadores, y que no se elijan entre aquellos que han trabajado ya en el aparato soviético, ya que estarían ya infectados por el virus burocrático.

[18] Es inexacto que, como dice Krasso, Lenin, en su Testamento, “no le concediera una especial confianza” (a Trotsky). El Testamento presenta a Trotsky como el miembro más capaz del Comité central. Subraya, eso es cierto, lo que según Lenin constituyen sus debilidades, pero también pronostica un agudo conflicto entre Trotsky y Stalin, y propone eliminar a Stalin de su posición central en la organización.

[19] La enumeración de estos errores es inexacta en muchos aspectos. Krasso atribuye falsamente a Trotsky la idea de la “militarización de la mano de obra”, que fue, en realidad, una decisión colectiva del partido, adoptada en el IX congreso del PCUS. Alega que Trotsky no luchó por la publicación del Testamento de Lenin; en realidad, en este punto, Trotsky fue derrotado por la dirección del partido, y no quiso quebrantar la disciplina por razones que veremos más adelante. Trotsky, afirma Krasso, “fue totalmente incapaz de ver que Stalin estaba decidido a separarlo del partido”. Puede que esto fuera cierto en 1923, pero entonces nadie se daba cuenta de ello, ni, probablemente, siquiera Stalin debía pensar en recurrir a esta medida extrema. En cambio, Trotsky se dio cuenta antes que ningún otro dirigente bolchevique de la gravedad de la situación en el partido y en el Estado, situación que, dado el carácter de Stalin, tenía que conducir a expulsiones, y luego a represiones sangrientas. Krasso escribe que Trotsky no le prestó atención alguna a la ruptura de la troika Stalin-Kamenev-Zinoviev. Se olvida de añadir que fue de esta ruptura de donde nació la oposición conjunta de la izquierda entre Trotsky, por un lado, y Zinoviev y Kamenev por otro, y que este frente unido no fue roto, en 1927-28, por Trotsky y sus amigos, sino por los partidarios de Zinoviev.

[20] Para hacer justicia a Lenin, hay que añadir que, al mismo tiempo que cometía estos errores, trataba de introducir una serie de medidas cautelares destinadas a frenar el proceso de burocratización del Estado y del partido. El sistema de la troika limitó realmente la autoridad de los directores en las fábricas. Los derechos de los sindicatos fueron aumentados (en este punto, Lenin criticó justificadamente las propuestas de Trotsky referentes a los sindicatos). Se mantuvo el principio de “salario máximo” para los cuadros del partido. Al mismo tiempo que se suprimían las fracciones, se consolidó el derecho a formar tendencias, y Chliapnikov recibió la promesa de que sus ideas opositoras se imprimirían en cientos de miles de ejemplares. Pero la historia ha demostrado que cuanto más pasivo se hace el proletariado tanto más se extiende el poder de la burocracia, y tanto más fácil le resulta a ésta abolir estas medidas cautelares mediante algunos ataques-relámpago; cosa que hizo entre 1927 y comienzos de los años treinta.

[21] Krasso dice que la fórmula de “revolución permanente” es ”impropia e indica una falta de precisión científica incluso en sus más profundas intuiciones”. Parece ignorar que esta fórmula la inventó el propio Marx.

[22] En uno de los capítulos de su crítica del Proyecto de programa de la Comintern, Trotsky expone muy detalladamente el hecho de que Stalin y sus aliados han confundido deliberadamente el problema de la posibilidad de una victoria de la revolución socialista en un solo país – que implica la necesidad de un inicio de organización socialista y de construcción socialista de la economía – con el problema de la victoria final del socialismo, es decir, el establecimiento de una sociedad socialista plenamente desarrollada (Cf. La Internacional Comunista después de Lenin; ed. de PUF, París, 1969, pp. 94-129). Resulta interesante observar que, aún en 1924, en la primera edición rusa de Lenin y el leninismo, el propio Stalin escribía: “Para la victoria final del socialismo, para la organización de la producción socialista, son insuficientes los esfuerzos de un solo país, en especial de un país campesino como Rusia.” Las razones económicas expuestas por Trotsky sobre la imposibilidad del “socialismo en un solo país”, confusas en Krasso, se hacen perfectamente inteligibles si se las considera desde el punto de vista de la ”victoria final” y no del ”comienzo de la edificación”. Evidentemente, una economía socialista llegada a la madurez debe poseer una productividad del trabajo mayor que las economías capitalistas más avanzadas; en este punto, incluso Stalin y Bujarin estuvieron de acuerdo. Trotsky sostenía, sencillamente, que, en una economía esencialmente autárquica, sería imposible alcanzar un nivel de productividad superior al que los países imperialistas alcanzan gracias a su división internacional del trabajo. En ningún momento pretende que esto deba conducir a una inevitable  “subversión” de la economía planificada de la Unión Soviética. Declara, sencillamente, que esto podría convertirse en una fuente de conflictos violentos y de contradicciones que no permitirían a la Unión Soviética la realización de una sociedad sin clases. La historia ha confirmado plenamente este diagnóstico.

[23] Este no es más que un ejemplo del hecho de que Stalin no adoptó el programa de Trotsky, sino tan sólo partes de tal programa, sin consideración a su lógica interna. A partir de 1923, la oposición luchó por la construcción de una fábrica de tractores en Tsaritsyn. El proyecto fue aceptado. Pero la fábrica no se construyó hasta 1928. Si se hubieran producido tractores desde 1924-25, y los koljoses se hubieran desarrollado gradualmente, atrayendo a los campesinos pobres, en base a la voluntariedad, gracias a la más elevada productividad del trabajo y a los ingresos más altos en el sector cooperativo, la combinación de la industrialización y de la colectivización de la agricultura hubiera llevado a una situación totalmente distinta de la trágica situación de los años 1928-32, de la que la Unión Soviética sigue hoy sufriendo los efectos.

[24] La oposición propuso, como otras fuentes de acumulación, que, en vez del inexorable descenso del nivel de vida de los obreros y de los campesinos ordenado por Stalin, se gravara con un impuesto especial tan sólo a los campesinos ricos, y que se decidiera una reducción radical de los gastos administrativos, todo ello hubiera supuesto un ahorro de mil millones de rublos-oro anuales. Si los objetivos del primer plan quinquenal se hubieran extendido a ocho o diez años a partir de 1923-24, en vez dé a cinco años, hubieran impuesto unas restricciones mucho menos pesadas para las masas populares.

[25] Dos citas tan sólo: “la primera revolución bolchevique liberó al primer centenar de millones de hombres de la opresión de la guerra imperialista, de la opresión del mundo imperialista. Las futuras revoluciones liberarán a la humanidad entera de la opresión de esas guerras y de ese mundo” (14 de octubre de 1921). ”Tenéis que aprender de un modo especial a entender realmente la organización, la construcción, el método y el contenido del trabajo revolucionario. Si lo conseguís, entonces estoy convencido de que la revolución mundial no sólo será buena, sino excelente” (15 de noviembre de 1922). (Cit. según Oeuvres, Moscú-París, t. 33, pp. 50 y 444).

[26] He aquí un ejemplo típico de “subestimación de la autonomía de las instituciones políticas”, sin duda…

[27] Trotsky, La Internacional Comunista después de Lenin, cit., p. 179.

[28] Georg Lukacs, Lenin. Cit. según la ed. de EDI, París, 1965, pp. 28-29.

[29] Rudolf Hilferding, Das Finanzkapital, Wiener Volksbuchhandlung, Viena. En pág. 447 de esta edición, Hilferding concluye con un párrafo sobre las finanzas como dictadura perfecta de las grandes empresas, y predice “una formidable colisión de intereses [sociales] antagónicos” que, finalmente, transformará la dictadura de las grandes empresas en dictadura del proletariado.

[30] El panfleto El hundimiento de la Segunda Internacional, escrito por Lenin en 1915, está centrado en la idea de que se desarrolla en Europa una situación revolucionaria, y que los socialistas deben actuar con objeto de estimular los sentimientos y las acciones revolucionarias de las masas. Sus declaraciones a los dos primeros congresos de la Internacional Comunista extienden este análisis a todos los países bajo régimen colonial o semicolonial.

[31] Ed. Laurel, Dell Publishing Company, New York, 1964.

[32] La dirección maoísta del Partido comunista chino, deformando deliberadamente la verdad histórica, sigue presentando a Chen Du-siu, jefe del Partido comunista chino en el período 1925-27, como responsable de estos ”errores”; omite decir que actuaba bajo las indicaciones directas y apremiantes de la Internacional Comunista y, ante todo, bajo las del propio Stalin.

[33] Muchos se preguntan (como Krasso) si la política de Stalin no queda justificada por la victoria de la URSS en la Segunda Guerra mundial. Ver así las cosas significa presentar un cuadro falseado de la realidad y pasar completamente por alto el precio espantoso que se tuvo que pagar por esta victoria, las innumerables víctimas innecesarias, las innumerables derrotas (incluyendo las derrotas militares: en la Unión Soviética ha surgido toda una literatura sobre este tema). Un hombre que vive en un quinto piso no quiere ni tomar el ascensor ni apretar el botón de la escalera para tener luz. Tropieza, tal como era de esperar, pero, gracias a su robusta constitución, no se rompe el cráneo, sino tan sólo los brazos y las piernas, y, al cabo de cuatro años, puede ya andar con muletas. Esto demuestra, evidentemente, una fuerte constitución; pero, ¿sirve de argumento para no usar los ascensores?

[34] Ahora sabemos que Stalin también intentó influenciar a los comunistas yugoslavos y chinos, desaconsejándoles la toma del poder. Dio instrucciones al partido comunista vietnamita para que permaneciera en el seno del imperio colonial francés, rebautizado con el nombre de  “Unión francesa”. El partido cubano, educado por él, rehusó obstinadamente, durante años, comprometerse con Fidel Castro con vistas a una revolución socialista victoriosa en Cuba. ¿Necesitan estos hechos una explicación sociológica, o tan sólo sicológica?

Changing world balance of forces in new stage of globalization August 15, John Bachtell

Capitalism is a crisis-ridden system. A crisis anywhere in the global capitalist system can become a world contagion. It is only a matter of time before a new one occurs, perhaps even more destructive than the 2007 financial crisis.

Neoliberalism is the current set of economic policies defining globalization. The extreme right originated these policies to undo the New Deal and Great Society gains and reverse the falling rate of profit.

Domestically the result was deregulation, privatization, and austerity. Globally the result was a race to the bottom for the working class and the widening gap between the North and South, between developed capitalist and developing economies. Everywhere it resulted in extreme wealth concentration, industry oligopolies, and attacks on democracy and national sovereignty.

The scientific, technological, and mass communications revolutions have facilitated globalization and the creation of far-flung production chains. Financial and economic crises originating in one place can quickly spread globally.

The mass communications revolution has also elevated the battle of ideas. Cyberwarfare and mass disinformation, including “deep fakes,” are seemingly impossible to stop and can bring down governments, affect politics, and alter election outcomes.

Cyberwarfare is also aimed at a nation’s infrastructure, military installations, and critical industries, geared to disrupt and disable the natural functioning of the economy, government, media, and social media. They present new challenges to democracy and national sovereignty.

The world is a smaller, more complex, and interconnected place.

A new global order on the horizon

After WWII, a new global order with the U.S. as the dominant capitalist power was established. Alliances, institutions, and rules comprise what is called the “liberal international order.” Both the Democratic and Republican Party establishments have generally supported this order.

However, the world is changing rapidly, and the old global order is increasingly battered by crisis and contradiction. Has the current phase of neoliberal globalization exhausted itself? Is a new global balance of forces and new stage emerging, perhaps one that is not capitalist but not yet socialist-oriented?

U.S. imperialism is a descending superpower in today’s world. The ability of the U.S. and other capitalist powers to define globalization and dominate the global order has weakened. Globalization is increasingly shaped by the rise of China, emerging economies, and alternative global institutions and blocs.

Other factors include:

1. The inclusion of China, Russia, the Eastern European, and newly emerging economies in the global capitalist market system. China and Russia are increasingly challenging the current global order.

2. Growing trade between China and emerging economies and between emerging economies themselves, and the creation of new alliances and trade blocs (BRICS).

3. Greater integration and sharpening competition between capitalist powers, and Russia, also a global capitalist power.

4. Growing resistance to U.S. foreign policy in response to the history of regime change, military aggression, and occupation in the Korean peninsula, Vietnam, Iraq, and Afghanistan.

How will U.S. capitalism respond to this new reality, shifts in the world balance of forces, and growing infeasibility of the post-World War II global order? Will U.S. ruling circles adjust or seek to regain a dominant status by military force, as happened in the invasion and occupation of Iraq?

Trump foreign policy

Trump’s foreign policy is shaped first and foremost by Wall Street and U.S. capitalist corporations, primarily the banks, fossil fuel, and military corporations.

Its goal is to restore the unchallenged dominant status of U.S. imperialism. However, the Trump foreign policy has specific new features producing instability, turmoil, chaos, and an elevated war danger.

The policy is shaped by extreme right sections of capital, administration officials rife with contradictions and competing interests, and Trump family members and their circle of cronies who unabashedly seek to expand their business empire.

The State Department and national security apparatus are run by extreme right officials with lineage to Joe McCarthy, Barry Goldwater, and Dick Cheney, including John Bolton and the war criminal Eliot Abrams.

These forces include individuals with links to Tea Party right-wing evangelicalism (Pompeo, Pence) who seek to impose their religious views on policy and economic nationalists like Steve Bannon.

What unites these forces with Trump and economic advisor Peter Navarro is “America First” nationalism. This foreign policy despises global institutions. It favors military might and regime change over diplomacy, nuclear supremacy, the “preventative war doctrine” based on self-defense, and the notion that accommodation is surrender.

It embraces free-market capitalism and the elimination of socialism.

Bolton, Pompeo, and some sections of U.S. capital, in alliance with the right-wing governments in Israel, Saudi Arabia, and the UAE, are obsessed with carrying out regime change in Iran. The provocations toward Iran could quickly spiral out of control, escalating into a regional conflict and possibly nuclear war.

The refusal by Israel to recognize the right of Palestinian people to national self-determination, the occupation of Palestine, and its annexation through an expansion of settlements has created an explosive situation. The right-wing extremist alliance of the Trump administration, Netanyahu government, and the Middle East feudal monarchies have created new dangers of war without end.

Solving this crisis begins with the ouster of both Trump and Netanyahu, the extreme right forces backing them, and the Middle East feudal monarchies. Then a two-state solution, still supported by majorities in Israeli and Palestine, the UN, and the U.S. Jewish community, may be possible.

In the end, it will be up to the Israeli people, both Jews, and Arabs, to change their government and its policies, win equal rights for Israeli Arabs, and end the occupation of Palestinian territories.

U.S. foreign policy and ruling class splits

Finance capital, energy, and military corporations dominate the U.S. foreign policy establishment, spanning both Democratic and Republican Parties. However, “conflicts of interest” and splits in the ruling class play out in the foreign policies promoted by these parties. Unilateralism over multilateralism, military force over diplomacy, and addressing climate change over denying it are some critical policy differences.

Trump’s “America First” demagogy is geared to mobilize his base of supporters. Racism and white supremacy, anti-immigrant hate, Islamophobia, anti-Semitism, anti-communism, and nationalism infuse this demagogy.

Immigration, foreign policy, and militarization intersect at the U.S.-Mexico border. The goal of Trump and the extreme right is to slow down, halt, and reverse changing racial demographics. Trump is trampling on U.S. and international law on migration, refugees, asylum, and religious freedom.

The Trump administration sees China as the chief strategic and competitive rival and is building a global front against China through the military encirclement and the trade war. Although it differs in significant ways, some aspects of Trump’s policy echo Obama’s approach to isolate China by the “Pivot to Asia” and now-defunct Trans-Pacific Partnership (TPP). Undermining China’s socialist orientation, its ability to compete scientifically and technologically, and increasing profits for key US corporations is Trump’s goal.

The U.S. seeks to restore its single dominant power status in the Western hemisphere, through regime change in Venezuela, Cuba, and Nicaragua, the defeat of anti-imperialist center-left governments and reverse increasing economic, diplomatic, and cultural ties and cooperation with Russia and China.

The global fight for peace

But the rest of the world is not going along with Trump. He finds little support for his efforts to foster regime change in Iran and Venezuela, and nearly every country continues to support the Paris Climate Accords.

Building a broad global democratic alliance for peace, sustainable development, and a new democratic global order is the only way to counter U.S. and global imperialism, and especially the extreme right, and fascist circles connected to the Trump administration.

This alliance includes every force possible to isolate the global extreme right, including global public opinion, non-militarized states, socialist-oriented, and independent developing nations and blocs.

Global working-class unity and solidarity of all peace, environmental, and democratic forces are critical.

Unity of communist, socialist, and revolutionary left democratic forces, and currents are also critical.

Employing splits in the U.S. and global ruling circles, isolating the most reactionary sectors and regimes, is crucial.

A people’s foreign policy and 2020 elections

The purpose of the Communist Party USA is to help build broad working-class unity and international solidarity with every democratic and social movement; to challenge U.S. ruling class ideological seepage of great-power chauvinism and other ideological poisons into the U.S. working class.

Moreover, to win support for a new pro-people, demilitarized foreign policy linked to an advanced pro-people, pro-working-class domestic policy.

The CPUSA and other democratic movements need to challenge the embrace of increased military spending and the dominant pro-corporate foreign policy by these forces in the Democratic Party.

Nevertheless, if Trump and the GOP are successfully ousted in 2020 and a broad center-left governing alliance elected in their place, the terrain will be altered. A victory will be possible only through the vehicle of the Democratic Party and those in its orbit. And with the working class and democratic forces and movements independent of the Democratic Party itself working in more or less close alliance. The working class, its allies, and mass democratic movements can then gain leverage to shape a new peaceful foreign policy.

The mass democratic upsurge and the fight for unity August 7, John Bachtell

The mass democratic and social movements have grown over the past ten years and are now a significant factor in U.S. politics. These movements, including an openly socialist current, have mobilized and educated the grassroots and helped shift public opinion, in some cases dramatically.

The #MeToo movement helped transform the national conversation on institutionalized sexism and sexual and domestic abuse.

The Black Lives Matters movement helped transform the national conversation on institutionalized racism and white supremacy, criminal justice reform, and police brutality and murder.

Alaska Marine Highway System workers strike with the Inlandboatmen’s Union of the Pacific after failing to reach agreement on a contract with the state of Alaska, July 24, 2019, in Ketchikan, Alaska. | Dustin Safranek / Ketchikan Daily News via AP

The Dreamers and immigrant rights movement helped transform the national conversation on immigration, bringing the undocumented out of the shadows and demanding a path to citizenship.

Transformative campaigns to win a $15 minimum wage helped shift public opinion and won victories in states and municipalities across the country.

Teachers walkouts and strikes transformed the national conversation from demonizing teachers to raising wages and challenging right-wing austerity policies.

Government workers, TSA agents, and airline flight attendants put an end to the 35-day Trump government shutdown when they threatened to shut down the air traffic system nationwide.

Taxing the rich is now taking hold on the state and municipal levels.

The Sunrise and climate justice movements helped transform the national conversation on the climate crisis with the Green New Deal.

Students, parents, and victims of gun violence and their families have helped shift public opinion on gun control and put the NRA is on the defensive.

The Medicare for All movement has helped transform the national conversation on healthcare, which is now seen as a universal right.

The democratic upsurge exploded with the election of Trump. In particular, it was the socially transformative mass movements against sexism and misogyny led by women which intersected with movements against racism and for worker’s rights and other movements.

These movements converged in the 2018 elections, which recorded the highest voter turnout in a midterm election in 50 years as well as the most racially diverse turnout ever. Latino voter turnout doubled, and youth turnout increased by 16%.

A record number of activists, women, people of color, trade unionists, LGBTQ activists, socialists, and now communists, were elected. These newly elected officials are helping transform public opinion and legislative bodies.

Class unity and “identity politics”—no worker left behind

The ruling class understands that the growing unity of organized labor, the nationally and racially oppressed, and women create a powerful foe, capable of radically transforming society.

People of color and women are also fighters, organizers, and unifiers; they bridge the main sectors of the people’s movement.

Trump and the extreme right are aiming their sites directly at this growing unity. They are using anti-immigrant hysteria, Islamophobia, racism, sexism, anti-communism, anti-Semitism, anti-socialism, massive lies, and disinformation in a desperate attempt to drive a wedge in our multi-racial working class and people.

The criminalization of reproductive rights and voting rights and outlawing collective bargaining go hand in hand.

Abortion has been effectively outlawed in 89% of counties. These are many of the same places that have passed voter suppression laws and adopted “surgically gerrymandered” maps and the same states that have passed right to work laws.

Trump and his allies are cynically betting that they can win enough white working-class and male voters and suppress enough people of color, particularly African-American and Latinx voters, and young voters to win key battleground states.

A debate has roiled progressive and democratic movements over the best way to win in 2020. Some say to defeat Trump the democratic movements must focus on economic issues to reach white workers who they view as the key constituency to be won over.

Others argue white male workers are a declining share of the electorate and Democrats should focus on so-called identity politics by focusing on people of color (who will soon constitute the majority and are the most loyal Democratic constituencies), women, LGBTQ voters, and millennials.

It is true that people of color, particularly the African-American and Latinx working-class communities, and women of color, are the most consistent voters and activists for Democratic candidates. African-American women are a decisive voter block and were critical to electing Doug Jones in Alabama.

It is also true that to advance the working class and people as a whole, our entire multi-racial working class and people must be united and mobilized as one.

Therefore, identity politics shouldn’t be countered to working-class issues. These are not mutually exclusive. Instead, the interests of our multi-racial working class and core allies in people of color communities, women, and youth, are inseparable. The interconnection and interrelationship between class, race, and gender must be stressed.

When one speaks of ignoring identity politics, this is code for ignoring special oppression and the solutions necessary to achieve full equality. As Stacey Abrams so eloquently said, “Identity politics is America.”

And yet, jobs and living wages, universal health care, free education, criminal justice reform, and reproductive rights are issues that impact communities of color and women and can unite the entire working class and people.

This was the experience of Abrams’ campaign for governor in Georgia. Abrams made an appeal to the particular issues facing African-American, Latino, and Asian voters, but she also spoke to the urgent problems confronting all voters and campaigned in white working-class communities. By talking to every voter on the issues, turnout overall increased, including white voter turnout for Democrats.

Youth fighting gun violence—including mass shootings at high schools, on campuses, and in communities—had a similar experience. Students at Marjory Stoneman High school in Parkland, Fla., united with African-American youth from Chicago to build a multi-racial movement for gun control, including a national march on Washington, D.C.

In a fight against great odds, “cowboys” and “Indians” (ranchers and Native Americans) united to block the Keystone XL pipeline.

The U.S. working class and people have always been multi-racial, multi-cultural, and multi-lingual, including long before European settlers arrived. We are becoming more so. But the legacies of slavery, the genocide against Native Americans, and the theft of lands from Mexico course through every aspect of society. Inequality and special oppression based on race, nationality, gender, and sexual orientation and identity are interwoven in the capitalist system and have existed throughout U.S. history.

The fight for the unity of our multi-racial, multi-national, multi-gender, multi-generational U.S. working class and advancing equality has also been a common thread in our history. When issues of class, race, and gender are brought together, our working class and people have made their most significant advances. This includes during the Civil War and Reconstruction; the 1930s fights for workers’ rights; the 1960s Civil Rights and women’s equality movements and fight for the Great Society, and the 2008 election of President Barack Obama.

The working class can only play its historical role in bringing about a classless society if it is united. And to achieve unity, the ideologies and practices of racism and sexism must be acknowledged, fought, and addressed with special measures that overcome historic inequality, with the dismantlement of institutionalized racism and sexism.

Elevating the fight for equality; against racism and sexism

Our working class and its unity are under unprecedented and daily ideological assault by the extreme right and its corporate backers.

Racism causes working-class whites to ally with capitalists over their fellow workers of color. Xenophobia causes workers to ally with capitalists over their working-class brothers and sisters from other countries, and misogyny causes working-class men to ally with capitalists over working-class women.

A section of the U.S. working-class, consisting primarily of white workers, have been influenced by right-wing ideology. Forty percent of trade union families voted for Trump in 2016, voting against their own self-interests.

Our working class can never concede one section of workers to the extreme right and its corporate backers who are influenced by racism, sexism, xenophobia, anti-Semitism, or Islamophobia because it is immoral and divides and weakens the entire working class.

Organized labor is the most significant organization bringing together our diverse working class. Unions are often the leading mobilizer, unifier, and political educator.

In many areas, de-industrialization severely weakened industrial unions and their influence on members and their ties to social movements and community allies in key Midwest states. The Democratic Party, under the sway of its Wall Street wing, essentially abandoned many congressional districts and states.

The vacuum was too often filled by the right wing—including Fox News, the NRA, Tea Party, and right-wing Christian Evangelicalism—which then took over state governments and carried out a large-scale attack on fundamental rights.

The only way to counter this is to rebuild a mass organized labor movement allied with the African-American, Latinx, and other communities of color and democratic and social movements. The battle of ideas must be re-engaged.

Rebuilding organized labor and its multi-racial unity—and the unity of industrial unions, service unions, and the building trades—is a strategic imperative to advance a working-class and democratic agenda. And in fact, this is what is happening.

Teachers in “red” states, including many who voted for Trump, have shown how grassroots movements for better wages, working conditions, and education funding can unite diverse constituencies and affect state politics and elect teachers to office. These movements are challenging right-wing policies of underfunding education, regressive taxation, and attacks on public workers.

In many instances, these coalitions are also taking over the Democratic Party apparatus at the local level. These kinds of movements can and must be built in 3,000 counties, across all 50 states.

Our multi-racial working class and democratic movements must win a decisive majority among white workers, therefore advancing the fight against racism is essential. Anti-racist white workers have a special responsibility to engage other white workers.

The same is true for advancing the fight against sexism. Winning a decisive majority among working-class men is essential. Anti-sexist men have a special responsibility to engage other men.

This means engaging white workers who voted for Trump. But it’s also about activating large numbers of white voters who are anti-racist but don’t vote because they have lost confidence in the political system.

People are complicated and have many minds on many issues. A section of people are unmovable racists and misogynists, but a more significant share can be influenced by movements and events.

One example was the so-called “Obama-Trump” voters. Many voted for Democratic candidates in 2018 after experiencing two years of Trump and GOP misrule.

The fight against racism and sexism and for full equality go hand-in-hand. An essential element of class consciousness is the recognition of special oppression and the need to fight ruling class ideas and practices of racism, sexism, all forms of prejudice, and national chauvinism.

An injury to one is an injury to all. The working class and people either stand together, fight together, and rise together for a shared future—or they perish divided.

As Rev. Martin Luther King, Jr. once said the US working class and people were “caught in an inescapable network of mutuality, tied in a single garment of destiny.”

Defeating the extreme right – An opening for transformative change July 30, John Bachtell

An essential feature of the Communist Party’s work is our strategic policy. A strategic policy allows us to identify the most important political goal at this moment that, when achieved, will advance the whole working class and democratic struggle, and then to help organize and unite every force possible to make it happen.

The extreme right and the most reactionary section of the capitalist class backing it are concentrated in and around the Republican Party. Defeating this monster is the most critical thing the working class and people must do at this moment. It affects everything else, including the ability to win any social advances; this is the front line of the class struggle today.

The most decisive arena to accomplish this strategic task is the 2020 election. The aim is to oust Trump from the presidency, the GOP majority from the U.S. Senate, defend the Democratic majority in the House, and break GOP domination of governorships and state legislatures.

A majority of voters oppose Trump and Republican policies. An unprecedented voter registration, grassroots mobilization, education, and turnout, is required—and every vote must be counted.

The working-class led movement, its critical allies, all social movements, and the broad anti-right alliance are gearing up for this battle. The U.S. labor movement will no doubt play a crucial role in providing resources, mobilizing millions, and creating alliances with core groupings.

Maximum unity, or a popular front, is needed of our multi-racial, LGBTQ, multi-generational, native and foreign-born working class in alliance with all other democratic and core forces including communities of color, women, youth, immigrants, and every social movement, and left and center political currents.

The strategic policy also requires taking advantage of what Lenin called “conflicts of interest” and “the use of any, even the smallest, rift between the enemies, any conflict of interests among the bourgeoisie of the various countries and among the various groups or types of the bourgeoisie within the various countries.”

This is a necessary tactic at this moment, wrote Lenin, “even though this ally is temporary, vacillating, unstable, unreliable, and conditional,” to advance the interests of the working class.

Relationship to more advanced stages of struggle

Defeating the extreme right is the first stage of a more protracted fight for achieving full economic and political democracy and a government led by the multi-racial working class and its democratic allies and social movements—those who make up the vast majority of the people.

When the extreme right domination of government is broken, a new balance of forces and political situation will occur. A new strategic policy will be called for.

The objective of the current stage to defeat the domination of the extreme right dialectically intertwines with the next stage—confronting the entire monopoly section of the capitalist class. There are no clear lines of demarcation between these stages.

Defeating the extreme right will take multiple election cycles, mobilizing a stable majority in the electoral arena, in the streets and legislative chambers. A more significant, broader, deeper, and more united and conscious mass democratic upsurge is needed than exists now—one capable of extending its reach among alienated and non-voters.

Defeating the extreme right is strategic because it weakens the most reactionary section of capital and all its allies. The election of a left-center governing alliance creates new possibilities for radical reforms, new space to expand the organization and participation of the working class, every social movement, the left, socialists, and communists. It’s all part of the revolutionary process.

No advanced democratic reforms—including Medicare for All, free university education, criminal justice and electoral reform, reproductive rights, or the Green New Deal—can be won without a decisive victory in the 2020 elections.

The Communist Party’s role in 2020 elections

Our role in the 2020 elections is to assist the working class-led democratic upsurge to impact the entire process and outcome, to build this movement in unity, breadth, and grassroots depth, deepen consciousness, and expand the field of battle.

The overriding concern of the anti-extreme right alliance is to defeat Trump and the GOP. These forces are not united behind a single Democratic candidate in the primaries. Therefore, our role is to help build unity on the issues—not around personalities. In many cases, there is broad consensus on the goals, but differences on how to achieve them.

Our role is to build support for unity around defending the democratic gains already which are now being eroded by Trump and the extreme right. Also, as circumstances and conditions permit, we must fight for more advanced positions, working to build majority mass support, and, even better, overwhelming support as the struggle intensifies. This includes among independent and Republican voters.

Our role is to help find the intersection between issues and movements, to build maximum multi-racial working-class unity, and to build solidarity between the working class with other democratic allies and between left and center political currents.

Our role is to help heighten the level of class, and anti-racist, anti-sexist consciousness in the course of the struggle.

Our role is to assist in drawing more people into the political process. We should be among the most energetic volunteers to register voters, expand the field of battle into so-called “red states and districts,” and activate those on the sidelines.

Our role is to help strengthen the political independence of the working class, the core forces, and democratic allies. This includes helping build structures of political independence which at this moment often take place both through the Democratic Party and autonomous of it, and running candidates from their ranks, including Communists.

These independent structures will one day form the basis of a political party led by the multi-racial working class, its allies, and social and environmental justice movements.

People wait in line to cast their vote at a polling place during the U.S. midterm election, Nov. 6, 2018, in Silver Spring, Md. | Jose Luis Magana / AP

Our strategic policy is applied under unique circumstances of the two-party, winner takes all, electoral system. The history of political parties in the U.S. is a history of alliances. The GOP and Democratic Party are both dominated by capital, but they also represent different alliances of class and social forces.

The present electoral alliance within and alongside the Democratic Party includes critical organizations of the U.S. working class, first and foremost organized labor, communities of color, women, youth, and democratic and social movements, and a section of the capitalist class. Each force sees the Democratic Party as a vehicle to advance its interests at the present moment.

Naturally, there exist class contradictions and struggles within this alliance over direction and policies. Our challenge is to help the working class and mass democratic and social movements make this necessary alliance work in their interests, impact its policies, and assist it in emerging as the leader of the fight to defeat the right and win a revolutionary transformation of society.

Given our strategic policy, we do not see center political forces, including corporate and so-called establishment forces in the Democratic Party, as the main enemy. The center forces, including candidates they back, and the more extensive moderate set of voters in the country, are not static. They are shifting and adjusting to the issues in response to events.

We will never compromise on principles and ultimate goals. But here again, Lenin pointed out the need for momentary compromise on issues with “temporary and unstable” allies, given the current balance of forces, that still advance the working-class struggle. We will never hesitate to criticize these forces when they are wrong, but we will always do it in a way that does not break the temporary alliance brought together by the overriding goal of defeating the extreme right.

Political and constitutional crisis: The extreme-right threat to democracy July 26, 2019 John Bachtell

Compounding the ecological and climate crises, militarization, nuclear war danger, and the crisis of wealth extremes is Trump, the GOP, the extreme right-wing, and their corporate backers—and the threat they pose to capitalist democracy. We face an unprecedented political and constitutional crisis.

The extreme right danger and political crises are global, especially where extreme right-wing, nationalist forces threaten to take power or already have.

The extreme right and fascist movements are fueled by anti-immigrant hate, racism, misogyny, anti-Semitism, and Islamophobia. Communities of color, immigrants, Muslims, and Jews are being scapegoated to maintain power and divert anger away from the corporate ruling class for wealth concentration, profound changes in the economy and society, and declining standards of living.

And without breaking the domination of the extreme right on U.S. politics, the working class and people cannot address the threats to our existence posed by the climate crisis, militarism, and wealth inequality, the outbreak of a new economic crisis, and the oncoming disruption by robotics and AI.

New features of the extreme right danger

The limited democratic, social, and civil rights won by the working class and people under capitalism are always threatened. Now they are under assault in unprecedented ways.

With the extreme right takeover of the GOP and the election of Ronald Reagan as president in 1980, the CPUSA recognized the emergence of a new kind of danger. Gus Hall, who was general secretary of the party then, described it as a “whiff of fascism.”

The right’s aim was, and remains, dismantlement of the New Deal-era reforms of the 1930s, the Great Society reforms of the 1960s, and the gutting of every worker and civil right protection. We were among the first organizations to sound the alarm and call for the formation of an all-people’s coalition to defeat the extreme right.

This threat has evolved and gotten more dangerous with the extreme concentration of wealth, the Koch-funded ALEC takeover of the GOP and state governments, and the right-wing takeover of the Supreme Court.

To one degree or another, the extreme right will always pose a danger to democracy, so long as its capitalist support base exists.

The GOP is in crisis because traditional conservatism is a dying ideology. The party is dominated by those forces responsible for unprecedented threats facing nature and society. It is without solutions, and its only objective is to maintain power by any means necessary.

With a declining base of voters, it maintains power with vile appeals to hate and division, obstruction of progressive legislation, voter suppression, gerrymandering, authoritarianism, and the institutionalization of its power and policies through stacking the courts.

The GOP crisis created an ideological vacuum which allowed the insurgent Tea Party extreme-right and Trump to take over its apparatus.

The extreme right and its support base include sections of finance capital, fossil fuel industries, the military-industrial complex and state security apparatus, gun manufacturers, and parts of finance capital. It aggressively builds its base among disaffected members of the working class, neo-conservatives, social conservatives, religious conservatives, Christian Evangelicals, white supremacists, and anti-immigrant hate groups.

The ascendance of Trump represents a qualitative advance for right-wing extremism, a radical departure from mainline conservatism, and an increased danger to democracy, peace, and the planet.

The Trump administration is characterized by authoritarianism, lawlessness, daily attacks on democracy, breaching of constitutional norms, and the erosion of the separation of powers and the system of checks and balances.

The Trump administration has open links to white supremacist, male supremacist, and fascist groups and networks. They and their ideas have been brought from the political and internet fringes into the White House. The activity of fascist terrorist networks and hate crimes has grown since 2016.

Trump’s hateful ideology is a concoction of anti-Black and anti-Mexican racism, anti-immigrant hatred and national chauvinism, misogyny, Islamophobia, homophobia, and anti-Semitism.

Trump draws directly from the “alt-right,” or rebranded fascist, playbook: exploit people’s fears and insecurities by conjuring up dire external threats of immigrants taking jobs, Muslim terrorists, and the “Jewish global conspiracy,” and internal threats like the “deep state conspiracy,” criminal immigrants, terrorists, socialists, and communists.

A crucial part of Trump’s base and administration are right-wing religious fundamentalists and nationalists, including Secretary of State Mike Pompeo and Vice President Mike Pence. They put their stamp on every policy and judicial appointment.

The Trump administration is the most corrupt in history, and he is a gangster masquerading as president. When the full Mueller report is finally released without redactions, it may actually only begin the work of uncovering Trump’s vast network of money laundering, bribery, obstruction of justice, connections with global criminal syndicates, and other criminal behavior.

The criminality of Trump and his cohorts underlies the collusion with foreign powers including Russia, Saudi Arabia, the UAE, and Israel, to influence the outcome of the 2016 election and the subsequent obstruction and coverup.

Foreign election interference undermines national sovereignty and democracy. It is wrong when the U.S. violates the national sovereignty of other countries, and it is wrong when it is done to the U.S. and affects our working class and people.

Trump belongs in prison. We support beginning an impeachment inquiry in the House, which is the most effective way to expose Trump’s corruption and lawlessness. However, this is not possible without a shift in public opinion and unity of the House Democratic Caucus. Convicting Trump of his crimes in the U.S. Senate is even harder. None of it should divert us from total focus on the 2020 elections.

Right-wing propaganda eco-system

Another new danger to democracy is the unprecedented daily assault on truth. It is revealed through endless attacks on the press and the development of a vast right-wing media and propaganda eco-system. Fox News, Infowars, Breitbart, and other media outlets are propaganda arms and policy shops for the Trump White House and GOP.

This right-wing media propaganda eco-system is showering tens of millions of people with massive disinformation, conspiracies, racism, paranoia, and vile hate.

The existence of social media has allowed progressive, Marxist, and socialist ideas to be disseminated widely and is a powerful organizing tool. But it has also been corrupted by the greed of the social media corporations who look the other way when disinformation is used.

Foreign powers exploited social media networks in the 2016 election and continue to do so. Social media is being used by the extreme right, neo-fascists, and global right-wing to organize and spread hate, confusion, and disinformation.

The fascist danger

A group from the white supremacist Proud Boys organization confronts anti-Trump protesters during a rally, June 18, 2019, in Orlando, Fla. Trump has repeatedly given the ideas of such groups a greater public hearing by using the tribune of the presidency. | Chris O’Meara / AP

The Republican Party has become the cult of Trump. The threat of the emergence of a full-fledged fascist party with a mass base of support and propaganda machine cannot be discounted. Fascism never comes into existence full-blown but morphs in a step-by-step process and must be fought at every turn.

Fascist ideology spreads by the dehumanization of whole groups of people—which is happening already through Trump’s vile racist rhetoric; the criminalization of reproductive rights, Islam, the LGBTQ community, and immigrants and asylum seekers; the terrorization of immigrant communities; and the attack on “globalists,” a traditional anti-Semitic trope.

It’s no surprise that male supremacist groups that advocate online the subjugation of women are identified as the “gateway” to right-wing extremism and white supremacist groups.

They promote the idea of “victimhood”—that whites are the real victims of racism, and men are the real victims of sexism.

The extreme right, white supremacist, fascist, and so-called “alt-right” elements have a more sinister goal: to slow down, stop, and reverse historic demographic shifts. The U.S. will be a majority people of color country by 2050, and birthrates among whites are historically low.

These forces believe their hold on power rests on winning a substantial majority of whites to white supremacy and passing laws that suppress the rights of people of color, particularly voter suppression, ending immigration and asylum, and carrying out mass deportations, while at the same time breaking the power of the organized labor movement.

Fighting for unity in rapidly changing times

The U.S. and the world have undergone rapid, tumultuous, and profound economic, political, social, and demographic changes since the end of the Cold War. But even these changes are small compared to the storm bearing down on humanity and nature.

It’s not just changes, but their scale, scope, and speed that are overtaking us now. People’s lives, livelihoods, and communities are being upended overnight. They are profoundly unsettling, confusing, and involve seemingly distant and powerful global forces. They have left millions of working-class people fearful, anxious, and insecure.

U.S. society has also witnessed tremendous positive social and cultural changes as a result of transformative social movements, however. These include blows to white supremacist and male supremacist ideas, advances for equality, including the election of the nation’s first African-American president, the passage of marriage equality, and the nomination of the first woman to run for president of a major party.

Our country’s population, with its multiple languages and cultures, is becoming more diverse than ever, continuing the historical process of creating a uniquely American working-class culture. These demographic and cultural changes have heightened understanding of racial equality, multi-cultural awareness, and appreciation for the rich and growing diversity of our working class and people.

But it has also left many people, particularly many whites, feeling fearful, insecure, and threatened. The idea of a loss of status and perceived advantages have left many whites vulnerable to appeals to racism and “white identity.”

The advances of women and the militant upsurge of the #MeToo movement raised awareness of gender equity; freed millions of men from male supremacist ideas; challenged them to become better partners, fathers, and friends; and changed social relations for the better.

But it has also left many men feeling insecure and threatened. The idea of lost status has left millions of men vulnerable to appeals to sexism.

The advances for the LGBTQ community represent a victory against homophobia and for democracy, inclusivity, and new understandings of sexual identity, gender, and gender fluidity.

But it has also left many heterosexuals feeling insecure and threatened, radically challenging traditional norms, including that of the family.

The fascist chant, “We will not be replaced,” shouted at the Charlottesville neo-Nazi torchlight march in 2017 was meant to tap into these fears.

Throughout our nation’s history, every time our multi-racial working class and people win social advances, reactionary corporate forces attempt to turn back the clock, as happened post-Reconstruction, during the McCarthy period, and in the post-Civil Rights era. And the rise of Trump can be understood in no small measure as a reaction to change, including the election of President Obama, and advances for people of color, women, labor, and the LGBTQ community.

Powerful capitalist forces feared these advances, particularly the election of the nation’s first Black president. But the one thing they fear most: the power of a united working class and people.

Consequently, the Koch brothers and other right-wing billionaires created the Tea Party movement. Trump rode to fame on the racist “birther” lie against President Obama, attacking Mexican immigrants as rapists and murderers, and promising to turn back the clock and “Make America Great Again.”

While the soil has been tilled by decades of right-wing and racist ideological assault on the American people, and white working people in particular, the ruling class and extreme right have been working feverously to divide and turn a section of white workers against their class interests.

Class oppression, racism and white supremacy, and male supremacy have been fused throughout U.S. history, most notably the legacy of slavery and inequality. Voter suppression, criminalization of reproductive rights, and union-busting are attempts to divide and weaken the movement, reassert domination, and restore oppression based on class, race, and gender.

Trump and the extreme right aimed their sights directly at the growing class and people’s unity. Anti-immigrant hysteria, Islamophobia, racism, sexism, anti-Semitism, anti-communism, and anti-socialism and massively spreading lies and disinformation are desperate attempts to divide and hold power.

People’s economic insecurities and anxieties over social changes are manipulated by conjuring up dire threats from internal and external enemies.

Economic nationalism is aimed at exploiting fears and insecurities and turn the U.S. working class and people against the working class and peoples of other nations and whip up Trump’s base.

As Jamelle Bouie writes, “Never mind the jobs or economic growth, what ‘Make America Great Again’ looks like in practice is the imposition of social control on groups that threaten a regressive, hierarchical vision of the country. MAGA is the Muslim ban; MAGA is child separation; MAGA is a woman in handcuffs for thinking she had the right to her own body.”

Cartografía neocolonial del poder minero en América Latina/Abya Yala: La planadora territorial (2018) Cristian Abad Restrepo

Toda cartografía es constitutivamente intencional, es decir, es producida con fines de apropiación y control sobre el espacio. Sabemos que detrás de la cartografía, cualquiera que sea, siempre hay sujetos y/o colectivos que desean imponer su orden. En definitiva, toda representación sobre el espacio es territorial. De esta forma, todo mapa es político, y no nos referimos precisamente al mapa de los Estados modernos que dividen los continentes, sino al contenido y a sus atributos, con el cual se anima y se invita a ejercer el poder.

Podemos decir, entonces, que toda cartografía es producida para controlar las relaciones espaciales. Si esto es así, todo actor con ansias de poder tiene que producir mapas, porque este es ejercido mediante el instrumento cartográfico que lo haga viable territorialmente.

No es gratuito que Yves Lacoste (1990), un personaje clásico en el estudio de la geografía, haya sentenciado que esta “sirve para hacer la guerra” puesto que es un conocimiento estratégico. Por eso es que los mapas son el instrumento de control territorial más eficaz para producir un tipo de realidad, que no es más que la realidad de quien o quienes lo han producido.

Dicho de otra forma, la cartografía es una “planadora territorial”, porque borra las diversas relaciones e interacciones que se dan en los espacios, al imponer una visión de mundo. Parafraseando a Massey (2005) toda representación cartografica es “a-espacial”, esto es, congelan las relaciones que están circulando y hacen posible la diversidad de territorios.

Hablamos especialmente de ciertos mapas con los cuales se legitima el poder institucional con fuerza de ley, como es el caso de los mapas metalogenéticos que tienen como función saber orientar el desarrollo económico de los territorios y articular a los diversos pueblos a los circuitos del mercado mineral global, pero en condiciones de inferioridad y de fuerza de trabajo casi servil.

Una vez son identificadas las franjas mineras, o sea, la localización de los minerales, se impone el discurso del desarrollo minero, el de la mineria responsable y ambientalmente sostenible. En fin, se impone una visión de mundo moderno/colonial de expropiación/extractiva. A nuestro entender, los mapas mineros sirven para “barrer” las diversas expresiones espaciales de la cultura, históricamente se ha hecho así y se continuará haciendo en toda Abya Yala. Ahora bien, miremos el contenido y el horizonte desde el cual la cartografia minera o mapas geológicos hacen tabula rasa.

Mapas y franjas metalogenéticas: instrumentos para la circulación del capital

Los grandes descubrimientos como la Ley Mineral definida como el grado de concentración de los minerales en las rocas y/o material mineralizado de un yacimiento[1], es el responsable de la extracción de la abundancia mineralizada, molecularizada, que posterior a un proceso de amalgamiento es convertida en lingotes de plata, oro, platino y cobre.

Tales minerales están diseminados en grandes superficies terrestres y subterráneas, de allí que sea necesario diagnosticar en porcentajes (%), partes por millón (ppm) o gramos por tonelada (gt) los yacimientos mineros. Por eso es que la megamineria o minería a gran escala implica la extracción de grandes volúmenes de tierra que contienen minerales de baja ley, es decir, minerales de concentración que por su grado de diseminación necesita de grandes plantas o establecimientos para su extracción. Entre más grande sea la mina, puede que los depósitos de minerales sean de más baja ley y/o concentración, proceso que determina el tamaño del tajo minero y el empleo de cantidades exorbitantes de agua, energía y remoción de tierra.

De acuerdo con lo anterior, los países de la región están divididos, no por el mapa político de los Estados, sino por regiones metalogenéticas, es decir, por la distribución espacial (franjas) de los recursos minerales metálicos y no metálicos, donde se determinan los yacimientos de carácter mundial, estratégicos y prioritarios a nivel nacional. Esta forma de comprender la “abundancia mineral”, tiene consecuencias políticas e incluso epistemológicas tanto en la reconfiguración geopolítica de los territorios como de la implantación de estructuras de conocimiento, donde el concepto técnico-geológico valida las pretensiones desarrollistas sobre aquellos espacios hacer objetos de explotación.

En el Mapa Metalogenético de Colombia de 2016 identificó “447 depósitos minerales de interés económico nacional, 3111 ocurrencias o manifestaciones minerales que evidencian el potencial en exploración, 26 distritos mineros aluviales los cuales muestran indicios de concentraciones de oro, platino y titanio, 79 distritos mineros “in situ” que incluyen depósitos y ocurrencias de interés económico y 16 cinturones metalogenéticos, incluidos en 6 grupos principales para oro, esmeraldas, cromo, níquel, cobre y molibdeno”[2] (Mapa Metalogenético de Colombia 2016).

Otro caso es México que a través de su Servicio Geológico Nacional delimitó 12 provincias metalogenéticas y caracterizó 33 yacimientos minerales a los que llama de clase mundial, es decir, que por su tamaño y factibilidad económica son de relevancia mundial” (Servicio Geológico Mexicano 2016, 105).

Un último caso por ejemplificar, es el Perú que cuenta con 23 franjas mineralizadas sobre las cuales están concesionadas 18.364.015 millones de hectáreas sea para la explotación, exploración y aun sin explorar. Cabe resaltar que todas las franjas están localizadas en áreas de montaña, que para el caso de Colombia y Perú [3] corresponde a la cordillera de los Andes, dada la variedad de suelos y tipos de roca que han favorecido a la mineralización de depósitos minerales por siglos, que de no ser por la ciencia moderna de los minerales y/o ingenierías no sería posible identificar estos espacios.

Los tres casos presentados tienen en común, además del concepto técnico de identificar las franjas mineras, la orientación económica de las regiones en términos de producir enclaves mineros (Machado 2015), desde el cual se proyecta un futuro a extraer. Dicho de otra forma, existe una visión de mundo que hemos subjetivado asociado a la idea de que donde hay minerales se les tiene que extraer, porque de resto es una pérdida de tiempo y de dinero.

Desde nuestro criterio, estos mapas están regidos por la concepción colonial de orientar la energía y la materia hacia el Norte global, proceso originario que comenzó en 1492 con el colonialismo externo y que sigue siendo gestionado por los Estados coloniales impuestos. En ese sentido, las cartografías mineras tienen como intención identificar y localizar los espacios por donde pueda circular el capital y la modernidad, estableciendo jerarquías políticas y epistémicas, como es el caso de la instalación de enclaves que tiene como funcionalidad conectar el capital transnacional y los depósitos mineros locales, pero desde una visión explotativa (Quijano 2013). En definitiva, sobre estas áreas mineras la modernidad materializa su sentido originario que es “exportar el suelo de los Otros”, al imponer diversas jerarquías que Aníbal Quijano (2000) llamó colonialidad del poder.

Desde hace 527 años los europeos y ahora los norteamericanos han estudiado los cuerpos, los territorios, la cultura y la organización social, en conjunto con el suelo y el subsuelo del Abya Yala, porque de esta manera pueden intervenir geopolíticamente los espacios para asegurar la exportación de la Naturaleza, que son las fuentes de vida de múltiples pueblos. Para lograr esto necesitan proyectar sus deseos sobre las áreas y tierras abyayalense, produciendo “silencios epistémicos” desde su marco de referencia o, como diría Bautista (2018), desde sus marcos categoriales y modelos ideales con los cuales entienden e interpretan el mundo. La cartografía minera es una expresión de esta proyección sobre lo desconocido, una nueva aventura por conquistar que se abre con cada mapa colonial minero.

El poder de la cartografía minera y los silencios epistémicos

Dice Boaventura de Sousa (1991) que “la principal característica estructural de los mapas reside en que, para desempeñarse adecuadamente en sus funciones, tienen inevitablemente que distorsionar la realidad”. Pues bien, los mapas mineros cuando se los ve desde sus convenciones, silencia la diversidad de los territorios. La distorsión de la realidad consiste en excluir todo, lo que permite concluir que no hay nada, solo hay minerales. Si tomamos como ejemplo una franja metalogenética, seguramente vamos a ver símbolos como Au (oro), Cu (cobre), Mo (Molibdeno), Ag (plata) entre otros.

El resultado de esto son paisajes uniformes, generalizados y un empobrecimiento del espacio como sucede en la actualidad con el extractivismo-minero en toda la cordillera de los Andes y del Amazonas. Un paisaje extremadamente diverso que está siendo disciplinado/destruido por la megamineria moderna. Harley (2005) dice que:

[…] la falta de diferenciaciones cualitativas en los mapas estructurados por la episteme cultura (moderna) sirven para deshumanizar el paisaje. Estos mapas transmiten un conocimiento que mantiene al sujeto al margen… si los lugares se les ven parecidos se les puede tratar de forma parecida. El espacio se volvió un producto socialmente vacío, un paisaje geométricamente de hechos fríos, no humanos (Harley 2005,  131).

La “deshumanización del paisaje” tiene que ver con la creación de una realidad u orden que se inclina hacia el progreso y la modernización, obviamente manipulada por parte de los poderosos de la sociedad (Ídem). Podemos decir con este autor mencionado, que la cartografía minera está cargada de valor, porque los mapas no son “registros inertes o reflexiones pasivas sobre el mundo”, son la manifestación de una racionalidad que guía formas de producir espacios, por tanto, maneras de producir discursos sobre las áreas representadas.

Ya el simple hecho de localizar y nombrar los minerales tiene un significado político, porque sobre estos gobiernan determinados códigos, racionalidades, un modo de producción, un uso social de la tierra, el ordenamiento territorial entre otros aspectos. Desde nuestra perspectiva, todo mapa le precede una intencionalidad y tiene un efecto político, por tanto, una creación de determinada verdad al distorsionar la realidad, es decir, una realidad invertida (Bautista 2018).

“La modernidad no sería posible sin los mapas”, puesto todo mapa es colonial. Por eso decimos que cuando el Estado moderno tiene más ambición por el control de su soberanía, esto es, recursos y población, mayor es su apetito de mapas (Harley 2005). De allí, la existencia de los mapas geológicos que penetran el subsuelo para saber sus potencialidades económicas y orientar su desarrollo. Es decir, es necesario tener conocimientos de los recursos que posee un Estado para ejercer sobre estos un poder.

Una vez identificados los recursos minerales, el Estado desarrolla dispositivos de legitimación, es decir, lleva las narrativas del desarrollo minero al instaurar un “régimen de verdad” que permita la extracción, esto es, implanta una realidad minera donde anteriormente no existía, encontrando en la cartografía una herramienta extremadamente poderosa donde se funde la dimensión política y las dinámicas de los territorios en una imagen que permita su saqueo. Cabe recordar que se necesita de esto, porque como dijo Ratzel (1988) “el Estado vive del suelo”, necesita extraer del suelo su vitalidad. Si esto es así, podemos decir que, las realidades mineras son falacias burguesas impuestas.

De acuerdo con lo anterior, los mapas de las áreas de abundancia mineral son espacios homogéneos, con pocas o nulas referencias a los pueblos que las ocupan, donde con un simple plumazo (Harley 2006) son afectados los ecosistemas y determinar el destino de muchas personas. La función de identificar las regiones, providencias, cinturones mineros y/o franjas tiene los mismos propósitos, como dice J. Harley, que “las armas de fuego y los barcos de guerra, pues han sido armas del imperialismo” (2006, 84) y del colonialismo en todas sus manifestaciones.

En la actualidad aún permanece intacta esta estructura de concebir lo desconocido para luego apropiárselo como sucede con la ciencia y sus modos de georreferenciar los recursos. En definitiva, “las líneas silenciosas de los mapas sobre el paisaje de papel, fomentan la idea de un espacio socialmente vacío” (Ibíd., 88). Ese es el poder de la cartografía eurominera.

Contrato neocolonial-minero para el control territorial

Ahora bien, la cartografía no es solamente un trazo que delimita áreas mineras, es producto también de un acuerdo que funciona como forma de pago entre Estados, empresas extractivas y bancos multilaterales. A esto le llamamos “contrato neocolonial minero” que negocia los espacios de las comunidades y pueblos, sin que estas estén enteradas de las concesiones otorgadas a las empresas extractivas por parte del Estado, sin consulta y consentimiento de las comunidades que tienen sus propias economías agroalimentarias y turísticas. Es de esta forma que las elites clásicas rentistas-mestizas latinoamericanas han sabido hacer sus negocios mineros mediante enclaves mediante conexiones internacionales directas pero subordinadas y dependientes.

Este contrato neocolonial consiste en que el Estado financia los estudios geológicos en su jurisdicción. Generalmente estos estudios se hacen con mucha precisión y detalle, porque no se puede dejar escapar ninguna franja minera. Posterior a estos estudios, el Estado oferta su potencial minero en el mercado mundial, llamando al sector extractivo global para que localice sus inversiones y establezca sus enclaves. También funciona como forma de pago de deuda externa, hace las veces de reserva mineras para futuros emprendimientos energivoros y/o responder a las políticas neoliberales sobre la Naturaleza. También sirve para inventariar los minerales a nivel planetario.

En la década de los años 90, el Banco Mundial en el marco de las políticas de liberalización de los minerales, asesoró y construyó la arquitectura política regional extractiva, para que todos los Estados latinoamericanos se disputasen el primer puesto en inversión minera. Por eso es que hace más de 30 años esta banca ha patrocinado el cambio de políticas y leyes con el fin de aumentar la inversión privada (Banco Mundial 2013).

De hecho, entre los años de 1988 a 2012, esta institución destino 1.400 millones de dólares en reformas al interior de los “Estados en desarrollo” dentro del marco de los ajustes estructurales. Esta década es determinante en Suramérica porque consolidaron una “mentalidad bruta de exportación”, al reeditar la colonialidad minera y la profundización de la elite dependiente nacional del sur con las metropolitanas del norte.

Dentro de estas reformas, iniciadas a fines del siglo XX y profundizadas en la actualidad, está el reconocimiento y el uso estratégico de los datos geológicos para entender mejor la disponibilidad de «minerales estratégicos» (Banco Mundial 2019). Es decir, el “contrato neocolonial minero” consiste en que el control territorial es ejercido por agentes globales, con fines de consolidar un “mapa minero planetario”, empezando por América Latina y el Caribe, que le permita a las potencias localizar sus inversiones. Es de esta forma que el capital puede circular por el espacio terrestre.

Asistimos a nueva fase de cartografiar la tierra toda para extraerla, someterla y consumirla, apoyándose en los Estados Nacionales. La cartografia como herramienta geo-estrategica y política permite el acceso controlado al territorio (Sack 1986) nacional. De acuerdo con lo anterior, pordemos concluir que los dueños del mapa se traduce en dueños del mundo de la tierra y de los minerales (Harley 2005), como en los tiempos de conquista y colonización (Dussel 1994).

Los mapas metalogenéticos es una herramienta de guerra contra los pueblos en Abya Yala. Por eso es que la megamineria entra a los territorios minando a los pueblos, es decir, los catea y luego los divide (Machado 2013), porque no se puede impedir el desarrollo del capital (Bautista 2014) y mucho menos de la modernidad. Por eso decimos que la modernidad es una aplanadora territorial. Absolutamente todo lo destruye, esa es su homogeneidad.

Referencias bibliográficas

Banco Mundial. 2013. Minería: Resultados del sector. Obtenido de http://www.bancomundial.org/es/results/2013/04/14/mining-results-profile

Banco Mundial. 2019. Nuevo fondo del Banco Mundial para respaldar la minería climáticamente inteligente para la transición energética. Obtenido de http://www.bancomundial.org/es/news/press-release/2019/05/01/new-world-bank-fund-to-support-climate-smart-mining-for-energy-transition

Bautista, Juan José.  2014. ¿Qué significa pensar desde América Latina? Hacia una racionalidad transmoderna y postoccidental. Madrid: Ediciones Akal, S.A.

Bautista, Juan José. 2018. “De la sociedad moderna a la comunidad transmoderna. Hacia una descolonización del marxismo contemporáneo”. En Pensar Distinto, Pensar Descolonial, compilado por José Romero, 1-9. Argentina: Fundación Pensar Distinto. Obtenido de http://otrasvoceseneducacion.org/archivos/279122

Bautista, Juan José. 2018. Dialéctica del fetichismo de la modernidad. Hacia una teoría crítica del fetichismo de la racionalidad moderna. La Paz, Bolivia: Yo soy si tu eres ediciones.

DRMSG. 2016. Mapa Metalogénico de Colombia Versión 2016. Obtenido de https://www2.sgc.gov.co/sgc/mapas/Documents/PDF%20DESCRIPCION/MAPA_METALOGENICO_DE_COLOMBIA_VERSION_2016_GEOPORTAL.pdf

Dussel, Enrique. 1994. 1492 : el encubrimiento del otro: hacia el origen del mito de la modernidad. La Paz: UMSA. Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación.

Harley, John Brian. 2005. La nueva naturaleza de los mapas. Ensayos sobre la historia de la cartografía. México: Fondo de Cultura Económica.

Lacoste, Yves. 1990. La geografia: una arma para la guerra. Barcelona: Anagrama.

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* Doctor en Geografía. Universidad Federal de Paraná, Brasil. Profesor de Historia de América Latina y educación ambiental y procesos comunitarios. Correo: cabadrestrepo@gmail.com.

El marxismo de Trotsky

Por Nicolas Krassó

Durante muchos años, Trotsky constituía un anatema que un marxista no podía abordar. La lucha que tuvo lugar dentro del Partido Bolchevique en la década de los años veinte produjo una polarización tan violenta de su imagen dentro del movimiento obrero internacional que cesó toda discusión racional acerca de su persona y de sus obras. El anatema pronunciado contra él por Stalin convirtió a su nombre en sinónimo de traición para millones de militantes de todo el mundo.

Pero al mismo tiempo una minoría consagrada y selecta veneraba su memoria y creía que su pensamiento era el “leninismo de nuestro tiempo”. Y aún hoy, treinta años después de su muerte y una década después de la muerte de Stalin, pesa todavía un tabú sobre toda discusión acerca de Trotsky dentro del movimiento comunista. Aún persisten las actitudes mágicas hacia su figura, lo cual constituye un sorprendente anacronismo en el mundo actual.

La única excepción a esta regla es, por supuesto, la biografía en tres tomos de Isaac Deutscher, que es sólo una parte de un corpus mayor. Pero, paradójicamente, la grandeza del logro de Deutscher parece haber abrumado a los otros participantes potenciales de un debate – dentro del ámbito del marxismo – acerca del verdadero papel histórico de Trotsky.

Resulta sin duda significativo que no se haya hecho nunca una apreciación marxista de la obra de Deutscher que esté a la altura de la obra misma. El estudio de Deutscher se adelantó tanto a las actitudes contemporáneas que todavía no ha sido correctamente asimilado y, por lo tanto, debatido. Sin embargo, sus implicaciones sólo serán asimiladas por medio de una permanente discusión que examine diferentes aspectos de la historia soviética y en la cual se sostengan puntos de vista divergentes. Sería un error no referirse a problemas específicos por temor a no poder enfrentarse con toda la epopeya revolucionaria o con su historiador.

Este ensayo se propone abordar el siguiente problema: ¿Cómo debemos juzgar a Trotsky como marxista? Esto significa compararlo con Lenin (más bien que con Stalin) y tratar de descubrir cuál es la unidad específica que existe entre sus escritos teóricos y su actuación política. Con este propósito, la vida de Trotsky se divide en cuatro fases diferentes: 1879-1917, 1917-21, 1921-29, 1929-40. La tesis de este ensayo será que los cuatro períodos se entienden mejor dentro del marco de un solo problema: la relación de Trotsky con el partido como organización revolucionaria, y sus subyacentes fundamentos teóricos latentes. Se tratará también de demostrar que este enfoque ilumina todas las características básicas (los vicios y las virtudes) del pensamiento de Trotsky como marxista, y explica las vicisitudes de su carrera política.

1879-1917

De “Garrote de Lenin” a miembro fundador del menchevismo

Antes de la Revolución de Octubre, Trotsky no fue miembro disciplinado de ninguna facción del Partido Socialdemócrata Ruso, bolchevique o menchevique. Este hecho puede explicarse en parte por los desacuerdos políticos producidos, en diferentes coyunturas, con los bolcheviques y los mencheviques; pero es indudable que reflejó también una opción teórica más profunda, que rigió sus actos en este período.

Según Deutscher, uno de sus primeros escritos conocidos fue un ensayo sobre la organización del partido, escrito en Siberia. En este trabajo, Trotsky abogaba por un despiadado control disciplinario, ejercido por un fuerte Comité Central: “El Comité Central suspenderá sus relaciones con la organización indisciplinada y por consiguiente aislará a esa organización del resto del mundo revolucionario”.[1]

Consecuente con este criterio, Trotsky, al dejar Rusia en 1902, habría abogado inicialmente por un sistema disciplinario férreo, en la disputa suscitada entre Iskra y los economistas en el Tercer Congreso del POSDR, realizado en Bruselas en julio de 1903. Los estatutos del partido, sostenía Trotsky, deben expresar  “la desconfianza organizada de la dirección” hacia los miembros, desconfianza ejercida por medio de un control vigilante y vertical sobre el partido.

El espíritu de esta formulación es visiblemente diferente de lo que puede encontrarse en ¿Qué hacer? En esta etapa, Trotsky, recién salido de su exilio y nuevo para el movimiento revolucionario nacional, era conocido como ”el garrote de Lenin”; pero si comparamos los escritos de ambos en este periodo, se hace evidente – como veremos – que la etapa ”proto-bolchevique” de Trotsky se limitó a reproducir los aspectos exteriores y formales de la teoría de la organización del partido de Lenin, sin su contenido sociológico, caricaturizándola, por lo tanto, como una jerarquía de mando militarizada, concepción ésta totalmente ajena al pensamiento de Lenin.

Dado que no se basaba en una teoría orgánica del partido revolucionario, nada hay de sorprendente en el hecho de que Trotsky, en el mismo Congreso, se deslizara súbitamente hacia el extremo opuesto, llegando a denunciar a Lenin como “desorganizador del partido” y arquitecto de un plan para convertir al POSDR en una cuadrilla de conspiradores más que en el partido de la clase obrera rusa.

               Así, hacia fines de 1903, “el garrote de Lenin” se convirtió en miembro fundador del menchevismo. En abril de 1904, Trotsky publicó en Ginebra Nuestras tareas políticas, ensayo dedicado al menchevique Axelrod. En este trabajo, rechazaba frontalmente toda la teoría de Lenin acerca del partido revolucionario, negando explícitamente la tesis fundamental de Lenin: que el socialismo como teoría debía ser llevado a la clase obrera desde el exterior, a través de un partido que incluyera a la intelectualidad revolucionaria.

Trotsky atacó esta teoría llamándola ”sustitutismo” y la denunció enérgicamente: ”Los métodos de Lenin conducen a esto: la organización del partido sustituye al partido en general; a continuación el Comité Central sustituye a la organización ; y finalmente un solo ”dictador” sustituye al Comité Central”. Llegó también a denunciar a Lenin por su “suspicacia maliciosa y moralmente repugnante”[2].

Partido y clase

Su propio modelo del Partido Socialdemócrata fue tomado del partido alemán e implicaba un partido coexistente con la clase obrera. La crítica que – desde una perspectiva marxista – resulta obvio hacer a semejante formulación, es que los verdaderos problemas de la teoría revolucionaria y las relaciones entre partido y clase no pueden ser examinados científicamente con el concepto de “sustitución” y su opuesto implícito, “identidad”.

Partido y clase pertenecen a diferentes niveles de la estructura social y la relación entre ellos es siempre de articulación. No es posible entre ellos cambio alguno (”sustitución”), de la misma manera que tampoco es posible una identidad, porque partido y clase son necesariamente instancias diferentes de un conjunto social estratificado y no expresiones comparables o equivalentes de un nivel dado del mismo.

Los conceptos especulativos de “sustitución” o “identidad” impiden, ab initio, toda comprensión correcta de la naturaleza específica de la acción del partido revolucionario sobre la clase obrera (y dentro de ella), tal como lo teorizó Lenin. Estos conceptos implican una radical imposibilidad de comprender el papel inevitablemente autónomo de las instituciones políticas en general y del partido revolucionario en particular, autónomo en relación a las fuerzas de las masas dentro de una formación social que está determinada, en última instancia, desde luego, por la economía. [3]

Su fracaso en captar la especificidad de las organizaciones políticas y el papel del partido revolucionario – en otras palabras, la carencia de una teoría del partido – explica los súbitos y arbitrarios cambios de actitud de Trotsky hacia la organización del partido en aquellos años. Estos cambios tenían un significado meramente psicológico, eran expresiones de una ambivalencia entre las actitudes  “autoritarias” y las  “libertarias” (reproducidas más tarde en los súbitos cambios desde sus actitudes hacia el comunismo de guerra hasta el papel que desempeñó en el ataque a la ”burocracia”) cuya oposición abstracta indicaba un problema pre-marxista. No expresaban una verdadera posición teórica y, además, revelaban una ausencia, una zona vacía en el pensamiento de Trotsky.

No obstante, esta ausencia estaba unida a una intuición particularmente intensa de las fuerzas sociales de las masas como tales.

Hacia fines de 1904, Trotsky se separó de la facción menchevique y se asoció intelectualmente con Parvus, un emigrado ruso perteneciente al partido socialdemócrata alemán. Ello confirmó rápidamente la extrema inestabilidad de sus vinculaciones con toda agrupación organizativa.

Fue sin embargo esta posición inestable la que, paradójicamente, posibilitó su meteórico ascenso en la Revolución de 1905, erupción espontánea sobre la cual ninguna organización revolucionaria tuvo tiempo de lograr un control efectivo antes de que perdiera su oportunidad y fuera derrotada. La Revolución tomó por sorpresa tanto a los bolcheviques como a los mencheviques, y sus dirigentes llegaron a Rusia con cierto retraso.

Trotsky, que estaba en San Petersburgo desde el comienzo, se adaptó mucho más rápidamente a la insurrección popular de octubre – que no había sido estructurada según la orientación política de partido alguno – y no tardó en asumir la dirección del Soviet de San Petersburgo.

Deutscher señala, con razón, que precisamente con este éxito ”él encarnó la inmadurez del movimiento”. Por supuesto, esta falta de madurez produjo, cinco meses después, la rápida y decisiva derrota de la revolución, que fue, por así decirlo, el funeral de la espontaneidad en la historia del movimiento de la clase obrera rusa.

Balance y perspectivas

Sin embargo, esta experiencia sirvió de base a Trotsky para redactar el primero y más importante de todos sus trabajos: Balance y perspectivas, escrito en 1906, en la cárcel. Este trabajo contiene todos los elementos de los puntos de vista que él expondrá más tarde en un folleto polémico de 1928, La revolución permanente, pero es también mucho más que eso. Se trata, indiscutiblemente, de una brillante prefiguración de las principales características clasistas de la Revolución de Octubre de 1917. “En un país económicamente atrasado, el proletariado puede tomar el poder antes que en un país donde el capitalismo está desarrollado… La Revolución Rusa produce condiciones en las que el poder puede… pasar a las manos del proletariado antes de que los políticos del liberalismo burgués tengan la oportunidad de mostrar plenamente su genio de estadistas… El proletariado en el poder aparecerá ante el campesinado como su “libertador”.[4]

La revolución permanente

Trotsky predijo – correctamente – que la atomización del campesinado y la debilidad de la burguesía en Rusia harían posible la toma del poder por parte de la clase obrera, a pesar de que ésta era todavía una minoría en la nación. Una vez en el poder, tendría que ganar a toda costa el apoyo del campesinado y se vería obligada a pasar sin transición de las medidas”democráticas” a las ”socialistas”.

Trotsky llamó a este proceso “revolución permanente”, designación inapropiada que indica la falta de precisión científica de que adolecían aún sus   ideas más profundas. Al evocar la idea de una conflagración continua en todo tiempo y lugar – una suerte de carnaval metafísico de la insurrección – el término se prestaba a ser distorsionado en la polémica, tanto por los opositores de Trotsky como por sus partidarios. Aun en aquel momento, el carácter romántico-idealista de la fórmula generaba inevitablemente errores críticos en los propios pensamientos de Trotsky.

Sobre todo, esta fórmula confundía los dos problemas, completamente diferentes, del carácter de clase de la inminente revolución rusa (progresión ininterrumpida de las demandas democráticas a las socialistas) por una parte, y de la capacidad de esa revolución para mantenerse internacionalmente, por la otra. Porque en este ensayo Trotsky proclamaba, reiteradamente, la imposibilidad de que la revolución rusa pudiera resistir el asalto contrarrevolucionario sin la ayuda de revoluciones simultáneas en Europa occidental.

La ”lógica” de esta suposición derivaba del confuso verbalismo de la ”revolución permanente”, fórmula que permitió a Trotsky pasar del carácter nacional de la revolución en Rusia a las condiciones internacionales de su supervivencia, como si se tratara de otros tantos peldaños en una escalera que ascendiera ”permanentemente”. La naturaleza ilegítima de este procedimiento es demasiado evidente, y vició las tesis fundamentales de Trotsky. Ello no disminuye la magnitud de su acierto al predecir correctamente la naturaleza básica de la Revolución de Octubre once años antes de que ocurriera, cuando ningún otro dirigente ruso había rechazado las predicciones clásicas de Plejanov: simplemente, lo sitúa dentro de las coordenadas específicas del marxismo de Trotsky.

La ausencia del partido

Balance y perspectivas es un extraordinario ensayo por su análisis de las fuerzas sociales, pero no lo es menos por su falta de todo análisis del papel de la organización política en la lucha socialista. Una vez más, el partido está ausente del escenario construido por Trotsky para la revolución rusa. Cuando analiza los requisitos previos del socialismo (producción planificada, predominio de las fábricas en gran escala y dictadura del proletariado) no menciona en absoluto al partido o al papel que éste debe desempeñar. Ataca a los blanquistas y a los anarquistas, pero se limita a expresar: ”Los socialdemócratas hablan de la conquista del poder como la acción consciente de la clase revolucionaria”.[5] Su vanguardia ha sido olvidada.

La única discusión acerca de los partidos en todo el ensayo – de cien páginas – es una perspicaz crítica de los partidos socialdemócratas de occidente, que fue un acertado comentario sobre estas organizaciones pero cuya aplicación general implicaba una completa hostilidad a la existencia misma de un partido revolucionario. En realidad, cuando Trotsky escribe acerca de la lucha política en Rusia, no se refiere nunca al papel de las organizaciones revolucionarias: sólo habla de fuerzas sociales.

Es necesario hacer aún otro comentario sobre este trabajo premonitorio. Hay en él un evidente desconocimiento del problema del partido en sí. Por el contrario, Trotsky demuestra poseer una gran conciencia del Estado como aparato burocrático y militar.

Trotsky incluye una extensa y gráfica relación del papel histórico del Estado ruso en la formación de la sociedad rusa moderna. Trotsky tomó gran parte de este análisis del historiador liberal Miliukov, y de su socio Parvus. Pero la elocuencia de esta digresión contrasta agudamente con su paralelo silencio sobre el partido. Esta polaridad no era accidental y resurgió en un contexto práctico crucial, en una fase posterior.  

Sin embargo, las consecuencias inmediatas de esta crítica ausencia en el pensamiento de Trotsky se evidenciaron concretamente después de su salida de la cárcel. Entre 1907 y 1914, la actuación política de Trotsky consistió en una serie de esfuerzos intermitentes e infructuosos  por unificar las facciones socialdemócratas opuestas y con ese propósito formó el efímero Bloque de Agosto, agrupación carente de principios. Tampoco desempeñó papel alguno en la decisiva tarea de construir el Partido Bolchevique, que Lenin emprendiera por aquellos años. Por lo tanto, no adquirió experiencia de la vida de partido, a diferencia de sus contemporáneos Stalin, Zinoviev y Bujarin, que sí acumularon esa experiencia durante este período formativo. Deutscher comenta, acertadamente: ”Los años de 1907 a 1914 constituyen en su vida un capítulo singularmente exento de logros políticos … Sus escritos… consistieron en brillantes trabajos periodísticos y de crítica literaria, sin incluir un solo texto significativo de teoría política … En esos años, sin embargo, Lenin, con la ayuda de sus seguidores forjaba su partido, y hombres como Zinóviev, Kámenev, Bujarin y más tarde Stalin iban alcanzando una estatura que les permitió desempeñar papeles destacados en el Partido en 1917. A la estatura que Trotsky había alcanzado en 1904-6, el presente período añadió poco o nada”.

La intelectualidad y el socialismo

Sería un error, sin embargo, pensar que Trotsky no produjo escritos importantes en este largo intervalo. Escribió un ensayo decisivo, que expresa con singular claridad la médula de su pensamiento político. Se trata de La intelectualidad y el socialismo, escrito en 1910.

En este trabajo Trotsky demuestra una amarga hostilidad hacia los intelectuales, dentro y fuera del movimiento socialista. Esta hostilidad era una expresión de sus ideas acerca de la intelectualidad. Es evidente, a través de sus escritos, que Trotsky veía a los intelectuales de una manera totalmente preleninista, como individuos de origen burgués, preocupados por las ”ideas” o la ”literatura” y esencialmente divorciados del proletariado y la lucha política.

En su obra, la imagen básica del intelectual es siempre la del literato de salón. Ahora bien, esta imagen es precisamente la que fue cultivada por la burguesía misma, que había separado el ”arte” y el ”pensamiento” de las actividades ”mundanas” (tales como la economía y la política) difundiendo el ideal del intelectual como un individuo consagrado a la vaga y esotérica búsqueda de ese arte y de ese pensamiento.

Además, el anti-intelectualismo vulgar de una clase obrera laborista u obrerista es un mero reflejo de esta concepción burguesa: el término ”intelectual” se convierte en una categoría peyorativa, que designa a los dilettantes, parásitos o renegados.

Desde luego, esta serie de concepciones nada tiene que ver con el marxismo, pero explica por qué fue tan formal y externa la aparente aproximación de Trotsky a la posición de Lenin sobre la organización del partido en 1903. Porque la teoría de Lenin sobre la organización del partido en ¿Qué hacer? era inseparable de su teoría sobre la función y naturaleza de los intelectuales en un partido revolucionario.

La esencia de ésto era que: I) los intelectuales de origen burgués son indispensables para la constitución de un partido revolucionario, porque sólo ellos capacitan a la clase obrera para dominar el socialismo científico; II) el trabajo del partido revolucionario elimina la distinción entre ”intelectuales” y ”trabajadores” dentro de sus filas.

Naturalmente, Gramsci desarrolló la teoría de Lenin en su famoso análisis del partido revolucionario como el ”moderno Príncipe”, cuyos miembros se convierten en intelectuales de un tipo nuevo.

Esta compleja concepción contrasta con la aceptación de Trotsky de las categorías tradicionales y los prejuicios que las acompañaban. Al escribir sobre los intelectuales, él pensaba en los esotéricos círculos literarios de Moscú a los cuales atacaría más tarde en  Literatura y Revolución y no en los nuevos intelectuales forjados en y por el Partido bolchevique, del cual eran miembros.

En una palabra, Trotsky carecía de una teoría marxista sobre los intelectuales y su relación con el movimiento revolucionario, y por ello se quedó meramente en las actitudes. En su ensayo de 1910, afirma lisa y llanamente que, a medida que el movimiento socialista crece en Europa, son cada vez menos los intelectuales que se le unen. Esta ley es aplicable también a los estudiantes: ”A lo largo de su historia… los estudiantes de Europa han sido meramente el barómetro sensible de las clases burguesas”.[6]

El meollo de su análisis de la relación entre los intelectuales y la clase obrera es una abrumadora negación de lo anterior, lo cual demostró el alcance de su incapacidad de asimilar ¿Qué hacer? [7]

Al respecto, escribe: ”Si la verdadera conquista del aparato de la sociedad dependiera del advenimiento previo de la intelectualidad al partido del proletariado europeo, las perspectivas del colectivismo serían por cierto bien miserables”. Dado este punto de vista general, resulta evidente el por qué su breve ”centralismo” de 1903 fue mecánico y deleznable. Fue una parodia del leninismo, una imitación militarizada de su disciplina, sin su significado interno: la transformación de ”obreros” e ”intelectuales” en revolucionarios por medio de una acción política unificada. El único papel político que Trotsky otorgó a los intelectuales fue el de ”sustitutismo”, en un ensayo dedicado específicamente a la intelectualidad rusa.[8]

Los decembristas, narodnikis y marxistas fueron condenados indiscriminadamente como grupos que reemplazaban a las clases sociales que afirmaban representar, en lo que Deutscher llama una ”sombría revisión” de la historia rusa. Una vez más, la falta de una teoría de las instancias o niveles diferenciados de la estructura social conduce a la idea de un intercambio horizontal entre ”intelectuales” y ”clases”, en el cual se hace posible una sustitución de unos por otros.

Así, la única posibilidad de los intelectuales para ingresar a la política es, necesariamente, una usurpación, dado que sólo puede realizarse a expensas del proletariado. Falta, una vez más, la idea del partido como estructura autónoma que combina y transforma dos fenómenos diferentes: la intelectualidad y la clase obrera. Dentro de esta concepción, no tiene sentido hablar de ”sustituir” un elemento por otro, ya que no son conmensurables para ser intercambiables. Son modificables, en una nueva acción política o sea, en un partido revolucionario.

Por lo tanto, la historia de Trotsky antes de 1917 puede asumirse de la siguiente manera: fue siempre un francotirador, fuera de las filas organizadas del movimiento de la clase obrera. Demostró poseer una singular comprensión intuitiva del carácter de clase de las fuerzas que estaban agrupándose para la Revolución Rusa. Pero ello iba acompañado de una profunda y consecuente falta de comprensión de la naturaleza y el papel de un partido revolucionario, falta ésta vinculada a su concepción pre-marxista de la teoría relativa a las organizaciones.

Aún en 1915, sus escritos evidencian la creencia de que el partido era un epifenómeno arbitrario en la lucha de clases: ”Entre la posición de un partido y los intereses del estrato social en que se apoya puede haber una cierta falta de armonía, que más tarde puede convertirse en una profunda contradicción. La conducta de un partido puede cambiar bajo la influencia o el temperamento de las masas. Esto es indiscutible. Tanto mayor es, por ende, nuestra razón, en nuestros cálculos, para dejar de depender de elementos menos estables y menos dignos de confianza, tales como las consignas y las tácticas de un partido.  Y para  recurrir a factores históricos más estables: la estructura social de la nación, la relación de las fuerzas de clase y las tendencias de desarrollo.” [9]

Esta incomprensión del papel del partido leninista explica que Trotsky se abstuviera de toda participación en la crucial formación del Partido Bolchevique de 1907 en adelante. Él mismo caracterizó más tarde su actitud durante esta etapa, con gran honradez y exactitud: ”Nunca me esforcé por crear un grupo sobre la base de las ideas de la revolución permanente. Mi postura interpartidista era conciliatoria, y cuando en ciertos momentos me esforcé por la formación de grupos, fue precisamente sobre esta base. Mi espíritu conciliador surgió de una especie de fatalismo socialrevolucionario. Yo creía que la lógica de la lucha de clases obligaría a ambas facciones a seguir la misma línea revolucionaria. La gran significación histórica de la política de Lenin era todavía confusa para mí en aquel entonces, su política de demarcación ideológica irreconciliable, y de división, cuando fuese necesario, con el propósito de unificar y templar el corazón del partido revolucionario, verdaderamente revolucionario… En todos los casos más importantes, cuando me puse en contradicción con Lenin, táctica y organizativamente, la razón estaba de su parte”.[10]

Ahora es posible ubicar la desviación teórica específica que está latente en el pensamiento de Trotsky. Tradicionalmente, el marxismo ha estado constantemente sujeto a la deformación llamada economicismo. Ello consiste en reducir todos los otros niveles de una formación social al movimiento de la economía, que se convierte así en una ”esencia” idealista, de la cual los grupos sociales, las instituciones políticas y los productos culturales son meras ”manifestaciones”.

Esta desviación, con todas sus consecuencias políticas prácticas, se difundió en la Segunda Internacional. Fue característica de la derecha, que predominaba en la Internacional. Lo que se ha advertido menos es que la izquierda de la Internacional exhibía a menudo una desviación análoga. Podemos llamar a ésto, por razones de conveniencia, sociologismo. No es la economía, sino las clases sociales las que son separadas de la compleja totalidad histórica e hipostasiadas, de manera idealista, como los demiurgos de cualquier situación política dada.

La lucha de clases se convierte en la “verdad” interna e inmediata de todo acontecimiento político y las fuerzas de las masas en los únicos agentes históricos. El economicismo conduce naturalmente a la pasividad y al taoísmo ; el sociologismo, por el contrario, tiende a conducir hacia el voluntarismo. Rosa Luxemburgo representa la lógica extrema de esta tendencia dentro de la Segunda Internacional, donde asume la forma de una explícita exaltación de la espontaneidad.

Trotsky representa una variante diferente de esta corriente, pero el principio rector es semejante. Sus escritos presentan a las fuerzas de las masas dominando constantemente a la sociedad, sin organizaciones políticas o instituciones que intervengan como niveles permanentes y necesarios de la formación social. El marxismo de Lenin, por el contrario, se define por la noción de una totalidad compleja, en la cual todos los niveles – económico, social, político e ideológico – son siempre operativos y hay entre ellos un intercambio del eje principal de las contradicciones. La extrapolación que hizo Trotsky de la fuerza de las masas, al aislarlas de esta compleja serie de niveles, constituyó el origen definitivo de sus errores teóricos, tanto antes como después de la Revolución.[11]

1917-21

Estadista

El estallido de la Revolución de febrero transformó las relaciones políticas dentro del movimiento socialdemócrata ruso. La nueva situación liberó súbitamente a Trotsky de su pasado. Al cabo de pocos meses, había abandonado a sus asociados mencheviques y se había alineado en las filas del bolchevismo. Surgía ahora como un gran revolucionario. Esta fue la etapa heroica de su vida, cuando cautivó la imaginación mundial como arquitecto de la insurrección de octubre y jefe militar de la Guerra Civil.

Más aún: se convirtió en el orador supremo de la revolución. Encarnaba tanto a Danton como a Carnot, era el gran tribuno del pueblo y el gran dirigente militar de la Revolución Rusa. Como tal, Trotsky era exactamente la clase de hombre que los observadores del exterior, benévolos u hostiles, creían que un revolucionario debía ser. Parecía la encarnación de la continuidad entre las revoluciones francesa y rusa.

Lenin, el cambio, era un hombre aparentemente prosaico, totalmente diferente a los declamatorios héroes de 1789. Representaba un nuevo tipo de revolucionario. La diferencia entre los dos hombres era fundamental y se advierte a lo largo de todo el período en que ambos trabajaron juntos. Trotsky nunca se aclimató totalmente dentro del Partido bolchevique.

En julio de 1917 descendió como en paracaídas sobre la cumbre de la organización bolchevique, el Comité Central, sin experiencia alguna de actuación o de vida partidista. Por eso, se le veía de manera muy diferente dentro de las filas del partido que fuera del mismo. Su imagen internacional no coincidió nunca con la que el partido tenía de él; en alguna medida, siempre se sospechó de él como advenedizo e intruso. Resulta significativo que en 1928, en medio de la lucha interna del partido, su colega y aliado Preobrazhenski pudiera hablar de ”nosotros, los viejos bolcheviques”, para distinguir su posición de la de Trotsky. Sin duda, los viejos bolcheviques no le aceptaron nunca como unos de los suyos. Ésta marginación se evidenció durante la Revolución y hasta en la Guerra Civil. Trotsky fue el dinamizador del Estado bolchevique militarizado en pie de guerra. Por aquellos años, no era un hombre de partido ni tenía responsabilidad alguna en el funcionamiento y movilización de la organización del partido. Fue criticado por muchos bolcheviques a causa de ciertas acti-tudes, tomadas dentro del ejército, que fueron verdaderamente hostiles al partido como tal. Así, Trotsky se decidió a fortalecer el poder de los oficiales de carrera con pasado zarista dentro del Ejército Rojo y se opuso a que fueran controlados por comisarios políticos desig-nados por el partido. La disputa acerca de esta cuestión – en la cual Trotsky chocaba ya con Stalin y Voroshilov – constituyó una importante controversia en el VIII Congreso del Partido, celebrado en 1919. Lenin apoyó a Trotsky, pero el resentimiento del partido contra éste se hizo evidente en las instrucciones secretas pasadas al Congreso. La exclamación de Mikoyan en el VII Congreso refleja fielmente la imagen que tenían de él los miembros permanentes de la dirección del partido: ”1 Trotsky es un hombre de Estado, no de Partido!”.12

El talento oratorio de Trotsky complementaba su talento como jefe militar, y ninguna de estas dos cualidades se vinculaba a una actuación específicamente partidista. El organizador de un partido político debe persuadir a individuos o a grupos de que acepten los planes de acción que propone así como su autoridad para llevarlos a cabo. Ello requiere gran paciencia y habilidad para maniobrar inteligentemente dentro de una compleja lucha política, en la cual los actores están igualmente equiparados para discutir como para actuar. Esta capacidad es totalmente diferente de la de un orador de masas. Trotsky estaba extraordinariamente dotado para la comunicación con las multitudes. Pero la índole de su atractivo era necesariamente 9

emocional, se basaba en una gran transmisión de urgencia y de militancia. Como orador, sin embargo, disfrutaba de una relación completamente unilateral con las multitudes: las arengaba para conducirlas hacia determinados fines, para movilizarlas en la lucha contra la contrarrevo-lución. Su don militar tenía características similares. No era un organizador de partido, no tenía experiencia en cuanto al verdadero funcionamiento de un partido, y tampoco parecía interesarse especialmente en esas cuestiones. Sin embargo, realizó la hazaña de crear un Ejército Rojo de cinco millones de hombres en dos años, sacándolos prácticamente de la nada, y de llevarlo a la victoria contra los ejércitos blancos y sus aliados extranjeros. Por lo tanto, su capacidad organizativa era de carácter esencialmente voluntarista. Tuvo autoridad ab initio para organizar el ejército; como Comisario del Pueblo para la Guerra contó con el respaldode todo el prestigio de Lenin y del Estado soviético. No tuvo que ganarse esta autoridad en el terreno político, convenciendo a sus iguales de que lo aceptaran. Era el jefe del comando militar y tenía autoridad para imponer estricta obediencia. Así, la afinidad entre el jefe militar y el tribuno popular se explican completamente. En ambos casos, el papel de Trotsky fue implícitamente voluntarista. Como orador público tenía que apelar a llamamientos emocionales para movilizar a las masas con propósitos definidos; como pilar del Estado soviético, tenia que dar órdenes a sus subordinados, también con propósitos definidos. En ambas tareas su función consistía en asegurar los medios para un fin previamente determinado. Esta tarea difiere de la de lograr que un nuevo fin prevalezca entre varias opiniones competitivas en una organización política. El voluntarista está en su elemento cuando se trata de arengar a multitudes o de mandar a la tropa, pero estas funciones no deben confundirse con la capacidad para dirigir un partido revolucionario.

De los problemas militares a los económicos

En 1921, la Guerra Civil había sido ganada. Con la victoria, el Partido bolchevique tuvo que desviar toda su preocupación, de los problemas militares a los económicos. La reconstrucción y reorganización de la economía soviética constituía ahora su principal objetivo estratégico. La adaptación de Trotsky a la nueva situación reveló cuán consecuente había sido toda su actuación política durante esta etapa. Simplemente, propuso la adopción de soluciones militares para los problemas económicos, reclamando un comunismo de guerra intensificado y la introducción del trabajo obligatorio. Este extraordinario episodio no fue sólo un paréntesis o una aberración en su carrera, sino que tenía profundas raíces teóricas y prácticas en su pasado. Su función de Comisario de guerra lo predisponía hacia una política económica concebida como una movilización estrictamente militar y, al defenderla, Trotsky estaba simplemente prolongando su actuación anterior. Al mismo tiempo, su propensión a una solución ”de mando” reflejaba su incomprensión del papel específico del partido y su consecuente tendencia a buscar soluciones políticas a nivel del Estado. Su consigna en el debate sindical de 1921 propugnaba, explícitamente, la ”nacionalización” de los sindicatos. Trotsky abogó también por una burocracia competente y permanente, con ciertos privilegios materiales; a causa de ello, Stalin le llamaría más tarde ”corifeo de los burócratas”.

Además Trotsky no justificó el trabajo obligatorio como una lamentable necesidad impuesta por la coyuntura política, como el resultado temporal de una emergencia. Trató, por el contrario, de legitimarlo sub specie aeternitatis, explicando que en todas las sociedades el trabajo era obligatorio, y que lo único que variaba era la forma en que se ejercía la compulsión. Combinaba esta abierta defensa de la coerción con una exaltada mística de la abnegación social, incitando a las brigadas de trabajo a entonar himnos socialistas mientras trabajaban. ”Desplegad una incansable energía en vuestro trabajo, como si estuviérais en marcha o en combate… Un desertor del trabajo es tan despreciable y tan indigno como un 10

13 El profeta armado, p. 413. Esta imagen recuerda al jesuita del Paraguay. Trotsky escribiría luego que la razón por la cual los filisteos burgueses detestaban tanto a los jesuitas residía en que éstos eran los soldados de la Iglesia, mientras que la mayoría de los presbíteros eran sus mercaderes. Lo cierto es, desde luego, que no existe razón alguna para hacer una discriminación entre ambos. Trotsky, sin embargo, parece haber preferido a los jesuitas. Es evidente que en un período revolucionario un militante socialista .ha de estar más cerca de un soldado que de un mercader, en sus puntos de vista. Pero ¿debe ese estado temporario de cosas hacer que un socialista olvide que la concepción militar es un producto de la sociedad de clases tanto como la mercantil?

desertor del campo de batalla. ¡ Severo castigo para ambos !.. . Comenzad y completad vuestro trabajo, dondequiera que sea posible, al son de himnos y canciones socialistas. Vuestro trabajo no es trabajo de esclavos, sino un elevado servicio a la Patria socialista”.13

Esta contradictoria amalgama era posible, por supuesto, gracias al idéntico voluntarismo de ambas nociones: la economía como imposición coercitiva o como servicio místico.

Al comienzo, Trotsky pudo ganar el apoyo de Lenin para sus planes de militarización del trabajo. Pero después del gran debate de los sindicatos en 1921 y al finalizar la guerra polaca, su propuesta de purgar en gran escala a los representantes electos en los sindicatos fue ásperamente repudiada por Lenin. El Comité Central del Partido denunció públicamente las formas de trabajo ”militarizadas y burocráticas”. Así, los planes de acción de Trotsky fueron rechazados por los bolcheviques, en medio de una reacción general en su contra, como ideólogo del comunismo de guerra. El resultado del debate económico evidenció la diferencia entre la idea de Lenin de un partido altamente disciplinado y la defensa de Trotsky de un estado militarmente organizado.

1921-29

Oposicionista

La lucha interna del partido durante los años veinte fue, evidentemente, la fase central de la vida de Trotsky. Durante algunos años, se produjeron hechos que fueron decisivos para la historia mundial en las décadas siguientes. Las decisiones fueron tomadas por muy pocas personas. No es frecuente que tales decisiones obtengan significación universal. ¿ Cuál fue el papel de Trotsky en el funesto drama de los años veinte?

La lucha por la supremacía dentro del Partido bolchevique debe ser separada, en alguna medida, de las cuestiones políticas que la provocaron. Durante la mayor parte del tiempo, el conflicto suscitado dentro del partido se concentró en el ejercicio del poder como tal, dentro del contexto, naturalmente, de las disputas ideológicas de los grupos antagónicos. Se advertirá, en efecto, que uno de los más graves errores teóricos y políticos de Trotsky fue una interpretación excesivamente ideológica de la situación interna del partido. Será conveniente, por lo tanto, considerar la cuestión de la década de los años veinte a dos niveles: el de la lucha político-táctica propiamente dicha y el del debate ideológico y estratégico sobre el destino de la Revolución.

La lucha político-táctica

A partir de 1921, Trotsky fue aislado en la cúpula del Partido bolchevique. Importa enfatizar aquí que la lucha contra Trotsky fue inicialmente una resistencia llevada a cabo virtualmente por toda la vieja guardia bolchevique contra la posibilidad de que Trotsky sucediera a Lenin. Esto explica la unanimidad con que todos los demás dirigentes del Politburó – Zinoviev, Kamenev, Stalin. Kalinin y Tomski – se opusieron a él aún en vida de Lenin. Trotsky parecía ser el dirigente revolucionario más destacado después de Lenin. Sin embargo, no era un miembro histórico del partido, dentro del cual se desconfiaba mucho de él. Su Preponderancia 11

14 Véase El profeta desarmado, p. 404.

militar y su papel en los debates sindicales parecía arrojar una sombra de bonapartismo potencial a través del panorama político. Fue esta situación la que permitió a Stalin en 1923. último año de la vida de Lenin, apoderarse del control del aparato del partido y, con ello, de todo el poder político de la URSS.

Evidentemente, Trotsky no advertía lo que esteba sucediendo en aquellos años. Creía que Zinoviev y Kamenev era más importantes que Stalin y no comprendió la significación del nuevo papel del Secretario General. Esta extraordinaria falta de lucidez puede ser comparada con la aguda conciencia que tuvo Lenin, aún enfermo, del curso de los acontecimientos. En diciembre de 1922 Lenin redactó sus notas sobre la cuestión de las nacionalidades. en las cuales denunciaba. con una violencia sin precedentes, a Stalin y Dzerzhinski por la represión que habían realizado en Georgia. Lenin dirigió estas notas a Trotsky con instrucciones específicas de forzar al Comité Central a tomar una resolución decisiva sobre la cuestión. Trotsky ignoró este pedido: creyó que Lenin había exagerado extremadamente el asunto. Un mes después Lenin redactó su famoso ”testamento”, en el cual se advierte claramente que él comprendía la significación del ascenso de Stalin y preveía que el partido podría dividirse entre los ”dos miembros de más talento” del Comité Central: Trotsky y Stalin. En aquel momento, Trotsky no advirtió nada de todo ésto. No luchó por la publicación del testamento cuando Lenin murió, un año después. No se sabe con certeza cuáles fueron sus razones para asumir esta actitud. No obstante, el testamento no era un documento muy halagador para ninguno de los dirigentes bolcheviques. Criticaba ásperamente a Stalin y trataba con muy poca ceremonia a Trotsky, (métodos administrativos) y también a Bujarin (falta de comprensión de la dialéctica). Nadie en el Politbur6 tenía un motivo poderoso para publicar este sombrío documento, con su virtual advertencia de desastres futuros. Lenin, arquitecto y líder del Partido bolchevique, demostró así tener plena conciencia de lo que estaba sucediendo dentro de él, demostró – un año antes de morir – que denunciaba en profundidad su situación interna. Para Trotsky, que tenía poca experiencia en la vida de partido y que nunca había reflexionado acerca de la naturaleza o el papel específico del partido, esta situación le pasó inadvertida.

Después de la muerte de Lenin, Trotsky se encontró solo en el Politburó. De allí en adelante, cometió un error tras otro. Desde 1923 hasta 1925 concentró su ataque sobre Zinoviev y Kamenev y. valiéndose del papel desempeñado por éstos en 1917, ayudó a Stalin a aislarlos más tarde. Pensaba entonces que Bujarin era su peor enemigo y dedicó todas sus energías a combatirlo. En 1927, Trotsky todavía consideraba la posibilidad de una alianza con Stalin contra Bujarin. No advirtió que Stalin estaba decidido a expulsarlo del partido y que la única manera de evitarlo consistía en crear una alianza de la izquierda y la derecha contra el centro. Bujarin se dio cuenta de ello en 1927, y dijo a Kamenev: ”es mucho más lo que nos separa de Stalin que lo que nos separa mutuamente”.14 En efecto, en 1923, organizativamente considerado, Stalin era ya el amo del partido. De allí entonces que gran parte de la lucha interna en el partido fuese como pelear con su propia sombra. Lo único que podría haber derrotado a Stalin era la unidad política de los otros viejos bolcheviques contra él. Zinoviev, Kamenev y Bujarin lo advirtieron demasiado tarde. Pero Trotsky, a causa del carácter teórico de su marxismo, no llegó a comprender jamás la verdadera situación. En este punto, su constante subestimación del poder autónomo de las instituciones políticas y su tendencia a subordinarlas a las fuerzas de las masas, que eran su presunta ”base social”, fueron su némesis. Porque a lo largo de toda la lucha interna del partido, interpretó siempre las 12

15 El nuevo curso. El subrayado me pertenece.

posiciones políticas adoptadas por los diversos participantes como meros signos visibles de tendencias sociológicas ocultas dentro de la sociedad soviética. Así, la derecha, el centro y la izquierda del partido se convirtieron, en los escritos de Trotsky, en categorías básicamente idealistas, divorciadas de la política como tal, es decir, alejadas del verdadero campo del poder y las instituciones. De este modo, a pesar de las advertencias de Lenin acerca de la importancia de Stalin y del alarmante poder organizativo que estaba acumulando, Trotsky siguió viendo en Kamenev y Zinóviev como la principal amenaza que existía contra él dentro del partido, dado que ellos eran los ideólogos del triunvirato que hablaban en el lenguaje convencional de las ideas. Esta constante correlación entre las ideas y las fuerzas sociales – con su falta de una teoría intermedia acerca del nivel político – condujo a Trotsky a cometer desastrosos errores en la prosecución de su propia lucha.

La publicación de la serie de artículos que forman El nuevo curso constituye un ejemplo especialmente claro de este hecho. En esos artículos (1923) declara explícitamente: ”Las diferentes necesidades de la clase obrera, del campesinado, del aparato estatal y sus miembros, actúan sobre nuestro partido, a través del cual tratan de encontrar una expresión política. Las dificultades y contradicciones inherentes a nuestra época, la discrepancia temporal de intereses en las diferentes capas del proletariado o del proletariado en su conjunto y el campesinado, actúan sobre el partido mediante las células obreras y campesinas, el aparato estatal y la juventud estudiantil. Incluso las diferencias episódicas de criterio y matices de opinión pueden expresar la remota presión de distintos intereses sociales…”.15

Se hace evidente aquí el anverso de la idea del ”sustitucionismo”, es decir, la hipótesis de una posible ”identidad” entre partidos y clases. El uso de este binomio oscurecía el hecho evidente de que las relaciones entre estos dos términos no pueden nunca simplificarse a uno solo de estos polos. En cierto sentido, un partido es siempre un ”sustituto” de una clase, en el sentido de que no coincide con ella – si coincidiera, no habría necesidad de un partido – y sin embargo actúa en su nombre. En otro sentido, nunca la ”sustituye” porque no puede abolir la naturaleza objetiva del proletariado y la relación global de las fuerzas de clase, que no cesan de existir ni siquiera cuando el proletariado está disperso y debilitado, como después de la Guerra Civil, o actúa en contra de los intereses inmediatos de la clase obrera como lo hizo durante la Nueva Política Económica. Las relaciones entre partido y clase forman un espectro de cambiantes y complejas posibilidades, que no son intercambiables con estas descripciones bipolares. Se pudo advertir, entonces, que la noción de ”sustitucionismo” no sirvió para esclarecer la conducta de Trotsky en la lucha interna del partido, precisamente en una etapa en la que la importancia de los aparatos políticos – el partido – había aumentado enormemente con relación al de la fuerza social de las masas (aunque sin abolirlas). Él fue el último en advertir lo que estaba sucediendo, a pesar de su percepción polémica. En efecto, dado que su opuesto implícito – la ”identidad” – era para él una noción reguladora, cometió gravísimos errores políticos toda vez que trató de determinar las relaciones entre partido y clase en esta etapa. El mismo Nuevo curso representa un ejemplo particularmente claro de este hecho. El credo del sociologismo citado anteriormente estuvo acompañado de una altisonante petición de proletarización en la composición del partido y de rejuvenecimiento por medio de la afluencia de la juventud. Esta confianza en las categorías sociológicas, idealísticamente concebidas, tuvo una consecuencia irónica. La política misma que Trotsky defendió para la renovación del partido y su desburocratización fue implantada por Stalin con resultados diametralmente opuestos. El reclutamiento realizado por Lenin en 1924 afirmó decisivamente 13

16 El mismo Trotsky habló con frecuencia de ”optimismo revolucionario” en los años posteriores. Optimismo y pesimismo son, por supuesto, actitudes emocionales que poco tienen que ver con el marxismo. La ideología burguesa (Weltanschauung) se ha empantanado tradicionalmente en tales categorías. El adjetivo ”revolucionario” no hace del ”optimismo” una categoría más profunda que la que el adjetivo ”heroico” hizo del ”pesimismo”.

el control de Stalin sobre el partido, al empantanar los viejos cuadros bolcheviques con una enorme masa de obreros manejables y carentes de formación política. Nació así la composi-ción proletaria del partido. El error de creer que las fuerzas sociales son inmediatamente ”transportables” a las organizaciones políticas era, por supuesto, inconcebible dentro de la teoría leninista del partido. No obstante, Trotsky nunca lo abandonó en estos años. En 1925, cuando la troika se escindió, él se mantuvo apartado, considerando a la lucha entre Stalin y Zinoviev como una vulgar disputa, en la cual no estaba en juego ningún principio. Cuando Zinoviev y Stalin se atacaban políticamente por medio de las respectivas organizaciones del partido de Leningrado y de Moscú, Trotsky escribió sarcásticamente a Kamenev: ” ¿Cuál es la base social de dos organizaciones obreras que se injurian mutuamente?”. Naturalmente, el abstencionismo en esta posición fue suicida. En cierto sentido, Trotsky nunca luchó en el plano político, a diferencia de Zinoviev, por ejemplo. Su preparación teórica no lo capacitaba para hacerlo. Su conducta en la lucha interna del partido fluctuó entre una truculencia agresiva (un gran dake, en el sentido judío del término), y una profunda pasividad (la única salvación de Rusia era la posibilidad de las revoluciones en el extranjero).16 Por ello, su conducta no adquirió nunca coherencia política táctica. El resultado fue que estuvo constantemente en manos de Stalin. Al presentar una amenaza sin fundamento sólido alguno, institucional o político, sólido, y con gran despligue de actitudes públicas, Trotsky proporcionó precisamente lo que el gobierno y Stalin, como su más destacado representante, necesitaban para convertir al partido en una máquina burocrática y autoritaria. Casi se podría decir que si Trotsky no hubiera existido, Stalin hubiera tenido que inventarlo (y, en cierto sentido, lo inventó).

La lucha ideológica y estratégica

Hasta aquí, hemos expuesto la lucha político-táctica dentro del Partido bolchevique. Es necesario considerar ahora en qué medida las grandes disputas ideológicas – acerca de las opciones estratégicas de la Revolución – reflejaron la misma constelación teórica en el pensamiento de Trotsky. Se advertirá que el paralelismo es, en realidad, muy próximo. Esto se evidencia en las dos controversias más importantes de estos años.

El socialismo en un sólo país contra la revolución permanente

La disputa sobre esta cuestión dominó los debates ideológicos de la década de los años veinte. Lenin había establecido una posición que, indudablemente, era correcta en la época de Brest-Litovsk. Él afirmaba que los bolcheviques debían pensar siempre en posibilidades variables y no en falsas certezas. Era ingenuo especular acerca de si se producirían o no revoluciones en occidente. La estrategia bolchevique no debía estar basada en la presunción de que se produjeran revoluciones en Europa, pero tampoco debía descartarse dicha posibilidad. Sin embargo, después de la muerte de Lenin esta posición dialéctica se desintegró en posiciones opuestas, polarizadas dentro del partido. Stalin descartó efectivamente la posibilidad de las revoluciones internacionales e hizo de la construcción del socialismo en un solo país la tarea exclusiva – necesaria y posible – del Partido bolchevique. Trotsky declaró que la Revolución de Octubre estaba condenada, a menos que las revoluciones internacionales vinieran en su ayuda, y predijo que estas revoluciones ocurrirían sin duda. La tergiversación de la posición de Lenin es evidente en ambos casos. 14

17 En un pasaje extraordinario. Trotsky dice realmente que si el socialismo fuera posible en Rusia, la revolución mundial sería innecesaria, porque Rusia era tan grande que el éxito de la construcción del socialismo en la URSS sería equivalente a la victoria internacional del proletariado mundial. El ejemplo de un país atrasado, que en el curso de varios planes quinquenales fuese capaz de construir una poderosa sociedad socialista con sus propias fuerzas, significaría un golpe mortal para el capitalismo mundial y reduciría al mínimo, si no a cero, los costos de la revolución proletaria mundial. Claro está que éste es precisamente el criterio defendido por Jruschov a principios de la década del sesenta. Su utilización en este caso demuestra cuán débil era la argumentación de Trotsky en La revolución permanente. Lo que argumentaba Trotsky contra el socialismo en un solo país no era que un socialismo auténtico fuese imposible en una sociedad con un nivel tan bajo de fuerzas productivas y acumulación cultural, sino que la Unión Soviética no podía sobrevivir a un ataque externo, tanto económica como militarmente. La calidad del socialismo soviético no era lo que interesaba en este caso. La cita demuestra que Trotsky aceptaba en el debate una ecuación sumaria entre el socialismo y el desarrollo económico soviético.

Puede argüirse que Stalin, al descartar la posibilidad de revoluciones europeas exitosas, contribuyó efectivamente a su eventual derrota, acusación ésta que se le ha hecho a menudo, a propósito de su política hacia Alemania y España. Había, por cierto un elemento de satisfacción de las propias necesidades en la predicción del socialismo en un solo país. Sin embargo, dado este juicio crítico – que es precisamente que la política de Stalin representó una falsificación de la estrategia de Lenin – la superioridad de la perspectiva de Stalin sobre la de Trotsky es innegable. Ella forma todo el contexto histórico-práctico dentro del cual se desarrolló la lucha por el poder descrita más arriba. Por fuerte que hubiese sido la posición de Stalin dentro del aparato estatal, ello le habría servido de poco si su línea estratégica básica hubiese sido invalidada por el curso de los acontecimientos políticos. Pero esa línea estratégica fue, por el contrario, confirmada por la historia. En ello radicó la definitiva e inconmovible fortaleza de Stalin en la década de los años veinte.

La concepción de Trotsky

¿Cuál fue, en cambio, la concepción estratégica de Trotsky? ¿Qué quería decir con ”revolución permanente”? En su folleto de 1928, así titulado, incluía tres nociones totalmente separadas dentro de la misma fórmula: la continuidad inmediata entre las etapas democrática y socialista de la revolución en cualquier país ; la transformación permanente de la revolución socialista misma, una vez victoriosa y la inevitable vinculación del destino de la revolución en cualquier país con el de la revolución mundial en todas partes. La primera habría de implicar una generalización de su punto de vista sobre la Revolución de Octubre, que ya hemos analizado y que ahora se proclama como una ley en todos los países coloniales. La segunda era trivial e indiscutible: a nadie se le ocurría negar que el Estado soviético sufriría cambios incesantemente. La idea decisiva era la tercera: que la supervivencia de la revolución soviética dependía de la victoria de las revoluciones en el extranjero .Los argumentos de Trotsky para esta afirmación, base sobre la cual descansaba toda su posición política, eran asombrosamente débiles. Propone, en efecto, sólo dos razones por las cuales el socialismo en un solo país no era practicable. Ambas son extremadamente vagas: parecen afirmar que la inserción de Rusia en la economía mundial la tornaría inevitablemente vulnerable al bloqueo económico y a la subversión capitalista. Las ”rígidas restricciones del mercado mundial” son invocadas sin tener absolutamente en cuenta cuál sería el impacto preciso que tendrían sobre el naciente Estado soviético.17 En segundo lugar, Trotsky parece sostener que la URSS era militarmente indefensa y se derrumbaría ante una invasión externa, a menos que las revoluciones europeas acudieran en su ayuda. Es evidente que ninguno de estos argumentos se justificaba en su momento y que ambos fueron desmentidos por los hechos. El comercio exterior soviético fue el motor del desarrollo económico ; no un factor de regresión y capitulación sino un factor de progreso en la rápida acumulación de las décadas de los años veinte y treinta. Tampoco la 15

18 Trotsky sostuvo siempre que puesto que la contradicción entre capitalismo y socialismo era más fundamental que la existente entre los paises burgueses, éstos estaban llamados a unirse en un ataque contra la Unión Soviética. Este es un ejemplo clásico de la confusión central entre la contradicción determinante en última instancia y la contradicción dominante en una coyuntura determinada.

19 Gramsci comentaba sagazmente el internacionalismo de Trotsky, algunos años después : ”Es necesario ver si la famosa teoría de Trotsky sobre la permanencia del movimiento no es el reflejo político de la teoría de la guerra de maniobra … en última instancia, el reflejo de las condiciones generales económico-cultural-sociales de un país en el que los cuadros de la vida nacional son embrionarios y desligados y no pueden transformarse en ”trinchera y fortaleza”. En este caso se podría decir que Trotsky, que aparece como un ”occidentalista”, era en cambio un cosmopolita, es decir superficialmente nacional y superficialmente occidentalista o europeo. En cambio Lenin era profundamente nacional y profundamente europeo”. Notas sobre Maquiavelo. Lautaro, Buenos Aires, 1962, p. 95.

No había, por lo tanto, fundamentos válidos para la tesis trotskista de que el socialismo en un solo país estaba condenado al aniquilamiento. burguesía mundial se arrojó al unísono sobre la Unión Soviética ni envió ejércitos supranacionales sobre Moscú. Por el contrario, las contradicciones intercapitalistas fueron tales que retardaron el ataque imperialista a la URSS durante veinte años después de la guerra civil. Cuando Alemania invadió eventualmente a Rusia, el Estado soviético, industrializado y armado bajo el régimen de Stalin y ayudado por sus aliados burgueses, fue capaz de rechazar triunfalmente a los agresores.18

El error teórico

Lo que es importante aislar es el error teórico básico que subyacía bajo toda la idea de la revolución permanente. Trotsky partió, una vez más, desde un esquema de la fuerza social de las masas (hipostasiadas) – la burguesía contra el proletariado en alianza con el campesinado pobre – en un solo país, hacia una universalización de esta ecuación a través de su transposición directa en escala mundial, donde la burguesía ”internacional” se enfrenta al proletariado ”internacional”. La simple fórmula ”revolución permanente” efectuaba este enorme salto. Lo único que se omitía era la institución política de la nación, es decir, toda la estructura formal de las relaciones internacionales y el sistema que las mismas constituyen. Una ”mera” institución política – burguesa en este caso – se esfumaba como tantas otras fosforecencias ante la descomunal confrontación de clases dictada inexorablemente por las leyes sociológicas. El negarse a respetar la autonomía del nivel político, que había producido previamente un idealismo de acción de clase ajeno a toda organización partidista, producía ahora una coordinación (Gleichsaltung) global: ”una estructura social universal, que se cierne por encima de sus manifestaciones en cualquier sistema internacional concreto”. El nivel intermedio – partido o nación – simplemente se omite en ambos casos.

Este idealismo no tiene nada que ver con el marxismo. La idea de ”revolución permanente” no tenía un contenido auténtico. Era un concepto ideológico destinado a unificar problemas disimilares dentro de un mismo ámbito, al margen de una apreciación correcta de cada uno de ellos. La esperanza de que las revoluciones triunfantes fueran inminentes en Europa fue la consecuencia voluntarista de este monismo. Trotsky no fue capaz de comprender las diferencias fundamentales entre las estructuras sociales rusas y las de Europa occidental. Para él, el capitalismo era uno e indivisible y la agenda de la revolución era también una e indivisible, a ambos lados del Vístula. Este internacionalismo formal (que recuerda al de Rosa Luxemburgo) abolía de hecho las diferencias internacionales concretas entre los diversos países europeos.19 La instintiva desconfianza de Stalin hacia el proletariado de Europa occidental y su confianza en la individualidad rusa demostraban que tenía una conciencia más aguda – aunque estrecha y acrítica – de la naturaleza fragmentaria de Europa en los años veinte. Los hechos justificaron su creencia en la importancia permanente de la nación como 16

20 Lucio Magri comenta esto en ”Valori e lirniti delle esperienze frontiste”, Critica marxista, mayo-junio de 1965. Debe señalarse que la concepción posterior de Stalin acerca de la guerra fría como simple ”lucha de clases a nivel internacional”, igualando efectivamente a los Estados con las clases, representó un error opuesto pero idéntico al de Trotsky de los años veinte.

unidad que demarcara una estructura social de otra.20 Las agendas políticas no eran intercambiables a través de las fronteras geográficas en la Europa de Versalles. La historia señalaba momentos diferentes en París, Roma, Londres y Moscú.

Colectivización e industrialización

El segundo tema – subordinado al primero – que dominaba los debates ideológicos de la década de los años veinte era la política económica de la propia Rusia. Lo esencial de la disputa era la política agraria. Lenin había trazado una línea estratégica general para el sector agrario de la Unión Soviética. Él consideraba la colectivización como una política necesaria a largo plazo, que sólo tenía sentido, sin embargo, si iba acompañada por la producción de maquinaria agrícola moderna y por una revolución cultural en el campesinado. Pensaba que la competencia económica entre los sectores colectivo y privado era necesaria, no sólo para evitar el antagonismo del campesinado, sino también para asegurar que la labranza colectiva fuese eficiente. Defendía la experimentación con diferentes formas de agricultura colectiva. Estos proyectos piloto eran, por supuesto, la antitesis de la colectivización stalinista, en la cual se establecían plazos para la colectivización de determinadas provincias y la ”emulación socialista” estaba distribuida entre las organizaciones del partido de las diferentes zonas, para alcanzar sus metas antes que sus vecinos. Con la muerte de Lenin, sin embargo, se desintegró su estrategia dialéctica, para polarizarse en extremos opuestos. Bujarin abogaba por una polí-tica ultraderechista, de enriquecimiento privado de los campesinos, a expensas de las ciudades: ”Iremos hacia adelante con pasos lentos, muy lentos, empujando a nuestra zaga el gran carro de los campesinos”. Preobrazhenski urgía la explotación del campesinado (en el sentido económico técnico) a fin de acumular un excedente con miras a la industrialización rápida.

Estas fórmulas violentamente contradictorias ocultaban una complementación necesaria, que los planes de Lenin proyectaban precisamente proteger. Porque mientras más pobre fuese el campesinado, tanto menor sería el excedente para su propio consumo y tanto menos ”explotable” sería para la industrialización. La conciliación de Bujarin del campesinado con el proletariado y la contraposición de Preobrazhenski entre ambos eran, por igual, distorsiones de la política de Lenin, que pensaba colectivizar al campesinado pero no aplastarlo, no declararle la guerra. Ambos profesaban un marxismo vulgar que era endémico en muchos de los bolcheviques de la vieja guardia. Preobrazhenski insistía en que la acumulación originaria socialista era una férrea e inevitable ”ley” de la sociedad soviética. Acusaba a Bujarin de lukacsismo cuando proclamaba que la política económica de la Unión Soviética estaba sujeta a la elaboración de decisiones políticas. Bujarin, por su parte, escribió por entonces en su Manual de materialismo histórico que el marxismo era comparable a las ciencias naturales porque era potencialmente capaz de predecir acontecimientos futuros con la precisión de la física. La enorme distancia que existe entre formulaciones de esta índole y el marxismo es evidente. (Por supuesto, Lenin era el único dirigente bolchevique que había estudiado, desde el punto de vista de El capital, a Hegel, Feuerbach y al joven Marx, en Suiza durante la guerra).

Dada esta desintegración del leninismo no hay duda, sin embargo, de que – tal como en la controversia acerca del socialismo en un solo país – un criterio era superior al otro. En este 17

caso fueron, por supuesto, Preobrazhenski y Trotsky los que tuvieron razón al enfatizar la necesidad de contrarrestar la diferenciación social en el país y poner el excedente agrícola bajo control soviético. Preobrazhenski y Trotsky vieron la urgente necesidad de una industrialización rápida mucho antes y con más claridad que ningún otro miembro del partido. Ello constituyó su gran mérito histórico de aquellos años. Trotsky propuso la industrialización planificada y la acumulación socialista originaria ya en el XII Congreso del Partido, celebrado en 1923. La audaz previsión de su actitud contrasta con la adaptación de Bujarin a tendencias económicas retrógradas y con las vacilaciones de Stalin por aquellos años. La historia posterior de la Unión Soviética confirmó la relativa justicia de las medidas que él defendió entonces. ¿Cuál es la relación que existe entre sus méritos en el debate económico y sus errores en el debate acerca del socialismo en un solo país? ¿Se trata sólo de una relación contingente? La respuesta parece ser que mientras el debate sobre el socialismo en un solo país tenía que ver con las coyunturas políticas internacionales de la revolución, el debate económico se vinculaba a las opciones administrativas del Estado soviético. En esta ocasión Trotsky demostró sus dotes de administrador, que Lenin ya había advertido, y su especial sensibilidad hacia el Estado, que ha sido analizada anteriormente. Su lucidez en el debate económico estaba, entonces, en consonancia con el alcance general de su marxismo: tuvo plena conciencia de la aptitud económica del Estado Soviético, en un momento en que los otros bolcheviques se encontraban meramente preocupados con los problemas cotidianos de la Nueva Política Económica. No obstante, una estrategia económica para la URSS exigía algo más que una decisión administrativa por parte del Estado soviético. Su ejecución requería un adecuado plan de acción político del partido hacia las diferentes clases sociales: lo que después Mao llamaría, sugestivamente, ”manejo de las contradicciones en el seno del pueblo”.

Trotsky no pudo ofrecer en este caso un punto de vista coherente. Su falta de comprensión de los problemas del partido hizo que ello fuera prácticamente inevitable. El resultado fue que la ejecución efectiva de sus planes fue dispuesta – y desnaturalizada – por Stalin. Después de derrotar a Trotsky y a la izquierda, Stalin se volvió contra la derecha y puso en práctica la política económica de la oposición. Pero lo hizo con tal torpeza y violencia que precipitó una crisis agraria permanente, a pesar de los enormes logros de los Planes Quinquenales. Trotsky no se había enfrentado nunca concretamente al problema de la implementación política de sus planes económicos. Stalin resolvió el problema dándole una respuesta política concreta: la catástrofe de la colectivización forzosa. Trotsky, por supuesto, retrocedió horrorizado ante las campañas de colectivización y denunció a Stalin por llevar a cabo sus planes de manera totalmente opuesta a la concepción que él tenía de los mismos. Sin embargo, la semejanza era innegable. Esta relación se repitió en varias ocasiones. El reclutamiento leninista, ya citado, fue una de ellas. Más tarde, según comenta Deutscher, Stalin parece haber tenido muy seriamente en cuenta las constantes advertencias de Trotsky acerca del peligro de una restauración burguesa basada en el campesinado o de un golpe militar burocrático. Las medidas que adoptó para combatir estos peligros fueron campañas de asesinatos. Parecía en aquel momento que Stalin hiciera frente a Trotsky como Smerdiakov a Iván Karamazov, no precisamente en el sentido de que desnaturalizase la inspiración original al ponerla en práctica, sino en que la propia inspiración tenía fallas originales que hacían ésto posible. Ya hemos visto cuáles eran estas fallas. El hecho es que, en la década de los años veinte, el leninismo desapareció con Lenin. De allí en adelante el Partido bolchevique fue constantemente arrastrado de un extremo a otro por la lógica de los hechos, de suerte que, para manejarla, ningún líder o grupo tuvo la comprensión teórica necesaria. Una vez desintegrada la estrategia dialéctica de Lenin, las líneas políticas de la izquierda y de la 18

derecha se separaron de ella pero siguieron combinándose constantemente por las necesidades de la historia misma. Así, el socialismo en un solo país fue llevado a cabo, finalmente, con el programa económico de la oposición de izquierdas. Pero como éste no era más que una combinación de los planes de la izquierda y la derecha, y no una unidad dialéctica de estrategia, el resultado fue el crudo pragmatismo ad hoc de Stalin y los innumerables y costosos zig-zags de su política interior y exterior. La historia de la Comintern está particularmente colmada de estos cambios violentos, en los cuales las nuevas torpezas se agregaban simplemente a las torpezas anteriores, en un esfuerzo por superarlas. El partido se abrió paso a través de estos años valiéndose del elemental pragmatismo político de Stalin y de su habilidad para adaptarse y desviarse cuando las circunstancias cambiaban, o algo después. El hecho de que este pragmatismo triunfase no hace más que destacar cuán violenta fue la caída del marxismo bolchevique después de la desaparición de Lenin.

La tragedia de esta decadencia radicó en sus consecuencias históricas. Después de la revolución rusa, hubo una situación en la cual la comprensión teórica de un reducido grupo de dirigentes podría haber significado una inconmensurable diferencia para todo el futuro de la humanidad. Ahora, cuatro décadas después, podemos percibir en parte los frutos del proceso que tuvo lugar entonces, pero las últimas consecuencias están aún por verse.

1927-40

El mito

Trotsky había comenzado su vida política como francotirador, fuera de los destacamentos organizados del movimiento revolucionario. Durante la revolución, surgió como el gran tribuno popular y organizador militar. En la década de los años veinte fue el dirigente fracasado de la oposición en Rusia. Después de su derrota y su exilio, se convirtió en un mito. El último período de su vida estuvo dominado por su simbólica relación con el gran drama de la década anterior, que para él se había convertido en un trágico destino. Sus actividades se tornaron sumamente insignificantes. Era completamente ineficaz: dirigente de un imaginario movimiento político, indefenso mientras sus allegados eran exterminados por Stalin, detenido en dondequiera que se encontrase. Su principal función objetiva durante estos lamentables años consistió en proporcionar el centro negativo imaginario que Stalin necesitaba en Rusia. Cuando ya no existía oposición alguna en el seno del Partido bolchevique, después de las purgas de Stalin. Trotsky continuaba publicando su Boletín de la Oposición. Fue el principal acusado en los procesos de Moscú. Stalin instaló su férrea dictadura movilizando el aparato del partido contra la amenaza ”trotskista”. El mito de su nombre era tal que las burguesías de Europa occidental estaban constantemente temerosas de él. En agosto de 1939, el embajador francés Coulondre dijo a Hitler que en el caso de producirse una guerra europea, Trotsky podría ser el vencedor definitivo, a lo cual Hitler replicó que esa era una razón por la cual Francia y Gran Bretaña no debían declararle la guerra.

Esta etapa de la vida de Trotsky puede ser discutida a dos niveles. Sus esfuerzos por forjar organizaciones políticas – una Cuarta Internacional – estaban destinados al fracaso. Su desconocimiento de las estructuras socio-políticas de Occidente – ya evidente en el debate sobre la revolución permanente – . lo llevaron a creer que la experiencia rusa de la primera década del siglo veinte podría ser reproducida en Europa occidental y en los Estados Unidos en la década del treinta. Este error estaba vinculado, desde luego, a su paralela falta de comprensión de la naturaleza de un partido revolucionario. En su vejez, Trotsky llegó a pensar que su gran error había sido subestimar la importancia del partido, que Lenin había advertido. Pero él no había aprendido de Lenin. Una vez más, su tentativa de reproducir la construcción 19

21 Véase Historia de la Revolución Rusa, Tilcara, Buenos Aires, 1962

22 En La revolución traicionada [hay edic. en esp.].

del partido de Lenin condujo meramente a una caricatura de éste. Fue una imitación externa de sus formas organizativas, sin comprensión alguna de su naturaleza intrínseca. Inseguro acerca del carácter de las nuevas sociedades en que se encontró, y desconocedor de la relación necesaria entre partido y sociedad, según teorizó Lenin, sus aventuras organizativas cayeron en un voluntarismo fútil. Por una suprema ironía, al final de su vida se encontró con frecuencia precisamente entre aquellos intelectuales de salón, antítesis del revolucionario leninista, que siempre había detestado y despreciado. Porque muchos de ellos fueron reclutas de su causa, especialmente en los Estados Unidos: los Burnham, Schachtman y otros. Fue verdaderamente patético que Trotsky haya entrado en debates serios con seres como Burnham. Hasta su vinculación con ellos constituía una evidencia palpable de hasta qué punto se encontraba perdido y desorientado dentro del contexto extraño de Occidente.

Los escritos de Trotsky en el exilio tienen naturalmente más importancia que sus desafortunadas aventuras. No agregan nada fundamental a la constelación teórica ya descrita, pero confirman la estatura de Trotsky como pensador revolucionario clásico, atascado en una insuperable dificultad histórica. Su característica intuición de la fuerza social de las masas es la que – a pesar de su vaguedad – da mérito a sus últimos escritos. Tal como se ha señalado con frecuencia, La Historia de la Revolución Rusa es sobre todo un brillante estudio de la psicología de las masas y su opuesto complementario, el bosquejo individual. No es tanto una explicación del papel del Partido bolchevique en la revolución como una epopeya de las multitudes que dicho partido condujo a la victoria. El sociologismo de Trotsky encuentra aquí su más auténtica y poderosa expresión. El idealismo que necesariamente entraña produce una visión de la revolución que rechaza explícitamente la permanente importancia de las variables políticas o económicas. La psicología de la clase, combinación perfecta de los dos miembros del permanente binomio – fuerzas sociales e ideas – se convierte en la instancia determinante de la revolución:

”En una sociedad sacudida por la revolución, las clases están en conflicto. Está, perfectamente claro, sin embargo, que los cambios introducidos entre el principio y el fin de una revolución en las bases económicas de la sociedad y su sustrato social clasista, no son suficientes para explicar el curso de la propia revolución, que en un corto intervalo puede derribar viejas instituciones, crear otras nuevas y derribarlas nuevamente también. La dinámica de los acontecimientos revolucionarios está directamente determinada por los rápidos, intensos y apasionados cambios en la psicología de las clases, formadas ya antes de la revolución”.21

Los ensayos de Trotsky sobre el fascismo alemán son una verdadera patología de la naturaleza de clase de la pequeña burguesía desposeída y sus paranoias. Estos ensayos, con su tremendo presagio, se destacan como los únicos escritos marxistas de estos años que predicen las consecuencias catastróficas del nazismo y lo desatinado de las medidas políticas tomadas en el Tercer Período de la Comintern. La obra posterior de Trotsky sobre la Unión Soviética fue más seria que lo que el demagógico título bajo el cual se la publicó parecía indicar.22 En ella, el sociologismo sustentado durante toda su vida constituyó un acierto.

En la lucha política práctica, antes y después de la Revolución, su subestimación de la eficacia específica de las instituciones políticas le llevaría de error en error. Pero cuando finalmente trató de enfrentar el problema de la naturaleza de la sociedad soviética bajo el régimen de Stalin, esta subestimación lo salvó del escollo de juzgar a Rusia según los cánones de lo que después se convertiría en ”kremlinologia”. Cuando muchos de sus partidarios fabricaban a su 20

antojo nuevas ”clases dominantes” y ”restauraciones capitalistas” en la Unión Soviética, Trotsky recalcó, por el contrario, en su análisis del Estado soviético y el aparato del partido que éste no era una clase social.

Tal fue el marxismo de Trotsky. El constituye una unidad característica y consecuente, desde su juventud hasta su vejez. En la actualidad, Trotsky debiera ser estudiado junto con Plejanov, Kautsky, Luxemburgo, Bujarin y Stalin, porque la historia del marxismo no ha sido reconstruida nunca en occidente. Sólo entonces será asequible la estatura de Lenin, el único gran marxista de aquella época. 21

23 Para ser justos con Trotsky, conviene añadir que, antes de 1917, también Lenin había rechazado la necesidad de adoptar como objetivo estratégico de la revolución rusa que se avecinaba el establecimiento de la dictadura del proletariado. La victoria de la Revolución de octubre fue el resultado de una combinación histórica de la teoría y de la práctica leninistas del partido de la vanguardia revolucionaria con la teoría y la práctica trotskistas de la revolución permanente.


[1] Véase Isaac Deutscher, El profeta armado, Era, México, 1966, pp. 54-55. 

[2] Ibid., p. 94 y 95.

[3] Balance y perspectivas. [Véase Deutscher, op. cit., p. 149 y 150].

[4] Ibid.

[5] El profeta armado, p. 169.

[6] La intelectualidad y el socialismo. [Véase Deutscher, op. cit., p. 179].

[7] La teoría de Lenin sobre el partido revolucionario no estaba completamente desarrollada en ¿Qué hacer? La madurez de su teoría cristalizó poco después de la Revolución de 1905, en la práctica de la construcción del partido.

[8] Véase El profeta armado, p. 181.

[9] La lucha por el poder (el subrayado me pertenece). La actitud de Trotsky hacia el partido durante aquellos años puede ser comparada con la de Rosa Luxemburgo. Ésta fue consciente del revisionismo del partido alemán mucho antes que Lenin, pero no pudo dividir al partido socialdemócrata y retrasó con ello la tarea de construir un partido revolucionario. Las consecuencias fueron fatales: la derrota de la insurrección espartaquista en 1918. Tanto Trotsky como Luxemburgo confiaban en el entusiasmo de las masas y por ello dejaron de considerar el problema de su movilización desde una organización revolucionaria.

[10] La revolución permanente [hay varias edic. en esp.].

[11] El profeta desarmado, Era, México, 1968, p. 43.

El Jus Cogens Laboral: los derechos humanos laborales recogidos en normas imperativas del derecho internacional general Miguel F. Canessa Montejo

Introducción

Uno de los grandes logros jurídicos en el pasado siglo XX fue el reconocimiento de que la persona humana con independencia de su nacionalidad, género, raza, color, idioma, religión o convicción, origen étnico o social, edad, situación económica, patrimonio, estado civil, opinión política o cualquier otra condición es titular de un conjunto de derechos básicos que deben ser respetados, protegidos y cumplidos por los Estados y por la comunidad internacional en su conjunto. Así, los derechos humanos se convirtieron en una referencia esencial en los ordenamientos jurídicos.

Los derechos laborales contribuyeron de manera importante a este logro jurídico. En el plano nacional, la Constitución mexicana (1917) y la Constitución de Weimar (1919) fueron los primeros textos constitucionales que elevaron los derechos laborales a la cúspide del ordenamiento interno. Luego fueron seguidos por la casi totalidad de las constituciones nacionales del siglo XX. Simultáneamente en el tiempo, en el plano internacional, se constituyó la Organización Internacional del Trabajo (1919) por medio del Tratado de Versalles, que también recogió una serie de principios fundamentales para el mundo del trabajo.

Posteriormente, casi al final de la Segunda Guerra Mundial, los Estados Miembros de la OIT elaboraron la Declaración de Filadelfia (1944), donde ampliaron las funciones del organismo internacional y especialmente señalaron la importancia del respeto de los derechos laborales básicos en las sociedades contemporáneas.

Por eso no fue una sorpresa que un grupo selecto de derechos laborales fuese incluido en la Declaración Universal de Derechos Humanos (1948). Se entendió que el mundo del trabajo en el que se desenvuelven los seres humanos tenía que ser protegido por un conjunto de derechos laborales básicos que asegurase el respeto de la dignidad humana. Su inclusión se reafirmó en posteriores instrumentos internacionales de derechos humanos, tales como los Pactos Internacionales de 1966, la Declaración Americana de los Derechos del Hombre (1948), la Convención Americana de Derechos Humanos (1969), el Protocolo de San Salvador (1988), el Convenio Europeo para la protección de los Derechos Humanos y de las Libertades Fundamentales (1950), las Cartas Sociales Europeas (1961 y 1988), la Carta Africana de los Derechos Humanos y de los Pueblos(1981).

Este selecto grupo de derechos laborales recogidos en instrumentos internacionales de derechos humanos son: la libertad de trabajo, la prohibición de la esclavitud y de la servidumbre, la prohibición del trabajo forzoso u obligatorio, el derecho al trabajo, la protección contra el desempleo, la protección contra el despido, la prohibición de la discriminación en materia de empleo y ocupación, la igualdad de remuneración por un trabajo de igual valor, la prohibición de la discriminación de personas con responsabilidades familiares, la seguridad e higiene en el trabajo, el derecho a condiciones justas, equitativas y satisfactorias del trabajo (la jornada máxima de trabajo, el descanso semanal remunerado, el descanso remunerado en feriado y las vacaciones periódicas pagadas), el derecho a una remuneración mínima, el derecho a la promoción en el empleo, el derecho a la formación profesional, el derecho a la información y a la consulta en el seno de la empresa, el derecho a la información y a la consulta en los procedimientos de despido colectivo, el derecho a la tutela de los créditos en caso de insolvencia de sus empleadores, la libertad sindical, el derecho a la protección de los representantes de los trabajadores y facilidades para el ejercicio de sus funciones, la negociación colectiva, el derecho a la huelga, el derecho a la seguridad social (la asistencia médica, las prestaciones monetarias o seguros de desempleo, enfermedad, invalidez, viudez, vejez y otros casos, las prestaciones por accidentes de trabajo y enfermedades profesionales, las prestaciones de maternidad, etc.), la protección especial a los menores de edad, a las mujeres trabajadoras, a los trabajadores migrantes y a los minusválidos.

Hay que considerar que estos derechos laborales básicos se encuentran recogidos en diferentes instrumentos internacionales de derechos humanos, con lo que están sujetos al tipo de obligaciones jurídicas dispuesto por el instrumento internacional.

Ante la disparidad de términos que se usan para identificar a este importante grupo de derechos, he seleccionado el término derechos humanos laborales como el más apropiado, en razón de que no se trata de una denominación nueva o reciente en el Derecho Internacional. Su uso es continuo por las organizaciones internacionales y los organismos privados. A su vez, es un término que se usa indistintamente en los idiomas como equivalentes (derechos humanos laborales‟ en castellano; labour human rights‟ en inglés;droits humains de travail‟ en francés). De esta manera, se facilita su comprensión y se reducen eventuales confusiones. Asimismo, se debe resaltar que se trata de una expresión recogida por la jurisprudencia internacional para referirse precisamente a los derechos laborales señalados en los instrumentos internacionales de derechos humanos.

Además, es un término funcional que permite incluir el listado completo de los derechos laborales básicos, sin rechazar que la técnica jurídica formule categorías, distingos o jerarquías dentro de sus componentes. Así se supera en flexibilidad a otros términos afines.

Finalmente, es un término que expresa con claridad la titularidad universal de la persona sobre esos derechos. Así entiendo que los derechos humanos laborales son todos aquellos derechos en materia laboral consagrados en instrumentos internacionales de derechos humanos que reconocen universalmente como titular a la persona, respetando la dignidad humana y satisfaciendo las necesidades básicas en el mundo del trabajo.

El presente Estudio pretende establecer si los derechos humanos laborales se encuentran recogidos en normas imperativas del Derecho Internacional general, dando forma a una categoría jurídica con particulares consecuencias jurídicas: el jus cogens laboral.

Esto conduce a abordar tres interrogantes que estructuran la investigación. En primer lugar, ¿qué son las normas imperativas (jus cogens) del Derecho Internacional general? En segundo lugar, ¿cuál es el contenido de un eventual jus cogens laboral? En tercer lugar, ¿cuáles son los efectos jurídicos del jus cogens laboral sobre los ordenamientos nacionales?

En términos metodológicos se han fijado tres criterios delimitadores en la presente investigación. En primer lugar, la investigación se enfoca en las normas imperativas del Derecho Internacional general y no en las normas imperativas de los ordenamientos nacionales, aunque ambas tengan como raíz común el Derecho Romano y compartan la indisponibilidad de su regulación. Como veremos posteriormente, el jus cogens se constituye sobre la aceptación y el reconocimiento de la práctica de la comunidad internacional, mientras las normas imperativas nacionales vienen establecidas por sus propios ordenamientos, mayormente fijadas por las Constituciones nacionales.

Esto explica porque determinados derechos puedan ubicarse dentro de las normas imperativas de los ordenamientos nacionales y, sin embargo, la práctica de la comunidad internacional no los haya considerado dentro del jus cogens del Derecho Internacional general.

De este modo, no podemos implementar una lectura que traslade mecánicamente el listado de derechos laborales establecidos en normas imperativas de los ordenamientos nacionales hacia el jus cogens del Derecho Internacional general, esto lo desnaturalizaría. En segundo lugar, esta diferencia de contenido de las normas imperativas entre ambos ordenamientos –internacional y nacional- no supone un cuestionamiento o socavamiento a su naturaleza imperativa.

Si la Constitución o el bloque de constitucionalidad resultan dispares respecto al listado del jus cogens internacional, esto no le resta un ápice el carácter obligatorio de estos derechos dentro de los ordenamientos nacionales. En tercer lugar, los derechos laborales recogidos en instrumentos internacionales de derechos humanos son el campo de intersección entre el Derecho Internacional de los Derechos Humanos y el Derecho Internacional del Trabajo, por lo que un correcto análisis no puede agotarse en las categorías del Derecho Laboral.

1. El Jus Cogens en el Derecho Internacional general

Las normas imperativas o de jus cogens en el Derecho Internacional general es uno de los temas más estudiados por la doctrina jurídica, por lo que no pretendo analizarlo en profundidad sino apoyarme en autores que ya lo han hecho, presentándolo de una manera breve y donde se resalten sus aspectos más sustanciales, especialmente en referencia a los derechos humanos.

La definición formal de una norma de jus cogens se encuentra en el artículo 53 de la Convención de Viena sobre el Derecho de los Tratados (1969): “Es nulo todo tratado que, en el momento de su celebración, esté en oposición con una norma imperativa de derecho internacional general. Para los efectos de la presente Convención una norma imperativa de derecho internacional general es una norma aceptada y reconocida por la comunidad internacional de los Estados en su conjunto como una norma que no admite acuerdo en contrario y que sólo puede ser modificada por una norma ulterior de derecho internacional general que tenga el mismo carácter”[1].

El artículo 53 es el resultado de un largo proceso de discusión, primero dentro de la Comisión de Derecho Internacional (en adelante, CDI) y posteriormente en la Conferencia de Estados en Viena donde se aprobó la redacción de la Convención (1969)[2]. La CDI elaboró el artículo dentro de una definición formal con la finalidad que fuese la propia práctica de los Estados y la jurisprudencia de la Corte Internacional de Justicia quienes estableciesen su contenido material (CDI 1963: párrafo 231)[3].

A partir de la lectura del artículo 53 se desprende, en mi opinión, tres elementos de las normas de jus cogens.

En primer lugar, son normas imperativas del Derecho Internacional general. Esto significa que en caso de conflicto tienen preponderancia sobre cualquier norma convencional, declarando la nulidad de ésta por su contradicción con la norma de jus cogens. La justificación de su imperatividad reside en que son normas que consagran valores fundamentales de la Comunidad Internacional y por ende deben recibir especial protección[4].

Así, las normas imperativas pueden ser identificadas como uno de los pilares del orden público internacional[5].

En segundo lugar, son normas aceptadas y reconocidas por la Comunidad Internacional en su conjunto. Lo que no debe interpretarse que se requiere la unanimidad de sus Miembros para aceptarla y reconocerla[6]. Como afirmó el propio Presidente del Comité de redacción de la Convención de Viena (1969), el reconocimiento por la comunidad internacional en su conjunto, no significa necesariamente el reconocimiento por parte de todos y cada uno de los Miembros de la comunidad internacional para otorgar el carácter de jus cogens a una norma, lo que se requiere es una amplia mayoría que refleje los “componentes esenciales” de la comunidad internacional.

Como consecuencia, un Estado aislado o un número pequeño de Estados no pueden impedir que una norma general del derecho internacional adquiera carácter imperativo (citado por SIMMA 1994: 290-291). Con lo que se rechazaría la eficacia jurídica de cualquier objeción persistente sobre una norma de jus cogens, en tanto representaría poner en tela de juicio su carácter imperativo[7].

En tercer lugar, son normas inderogables que sólo pueden ser sustituidas por otra norma imperativa. En la traducción al castellano de las Convenciones se utiliza el término “una norma que no admite acuerdo en contrario”, que debe interpretarse como la inderogabilidad de la norma[8].

La inderogabilidad de una norma de jus cogens no tiene un carácter absoluto porque puede ser sustituida o reemplazada sólo por otra norma imperativa posterior. Lo sustancial es que la norma de jus cogens no puede ser derogada ni modificada por una simple norma convencional o consuetudinaria, o por un acto unilateral de los Estados.

En mi opinión, estas tres características tienen que ser concurrentes para identificar una norma de jus cogens, no basta que se manifieste una sola característica para calificarla como tal.

Existe la polémica si las normas imperativas del Derecho Internacional general se aplican sólo para los Estados que han ratificado o se han adherido a la Convención de Viena, o si también se extiende a la generalidad de los Estados. En mi opinión, la norma imperativa o de jus cogens es obligatoria para todos los Estados al ser reconocida y aceptada por la comunidad internacional en su conjunto. Por lo que no debe confundirse la regulación que cumple la Convención de Viena sobre la materia y el reconocimiento de la existencia de las normas imperativas que es obligatoria para todos los Estados[9].

El siguiente paso es tratar de identificar cuáles son las normas de jus cogens aceptadas y reconocidas por la comunidad internacional en su conjunto. Como se ha señalado, queda en manos de la práctica de los

Estados y la jurisprudencia de la Corte Internacional de Justicia establecer cuáles son las normas de jus cogens. Si seguimos los pronunciamientos de la Corte Internacional de Justicia (en adelante, CIJ), que goza de la legitimación internacional en identificar las normas imperativas del Derecho Internacional general, tanto antes como después de la elaboración de la Convención de Viena (1969), podemos concretizar un listado de normas de jus cogens.

El período previo a la Convención de Viena sobre el Derecho de los Tratados (1969), la Corte Internacional de Justicia se concentró en formular la existencia de principios del Derecho Internacional asentados en la humanidad que resultan obligatorios para los Estados, pero sin precisar ejemplos claros sobre cuál es el contenido de esos principios.

El primer pronunciamiento relevante proviene de la sentencia del caso “Canal de Corfú” (9 de abril de 1949), en donde la Corte señala que existen obligaciones internacionales que están basadas en «determinado principio general y bien reconocido, a saber: consideraciones elementales de humanidad, hasta más exigibles en tiempos de paz que en la guerra» (CIJ 1949: 22)[10].

Luego, en la opinión consultiva sobre las “Reservas a la Convención para la prevención y sanción contra del delito de genocidio” (28 de mayo de 1951), la Corte resalta que existen principios fundamentales de la Convención que son reconocidos por las naciones civilizadas como vinculantes para los Estados (CIJ 1951: 23).

Después de la redacción de la Convención, la CIJ inicia una mayor concretización sobre las normas de jus cogens. En el caso “Barcelona

Traction” (5 de febrero de 1970), que se convierte en la sentencia paradigmática sobre el tema. La Corte resalta que «debe establecerse una distinción esencial entre las obligaciones de los Estados respecto a la comunidad internacional en su conjunto y las que nacen respecto a otro Estado dentro del marco de la protección diplomática. Por su naturaleza misma, las primeras conciernen a todos los Estados. Dada la importancia de los derechos en cuestión, todos los Estados pueden ser considerados como poseedores de un interés jurídico en que tales derechos sean protegidos, las obligaciones de que se trata son obligaciones erga omnes. Estas obligaciones derivan, por ejemplo, en el Derecho Internacional contemporáneo, de la puesta fuera de la ley de los actos de agresión y de genocidio, pero asimismo los principios y normas concernientes a los derechos fundamentales de la persona humana, incluida la protección contra la práctica de la esclavitud y la discriminación racial» (CIJ 1970: 33-34).

La sentencia es coincidente con lo expresado en el artículo 53 de la Convención de Viena (1969) respecto a que existen “obligaciones” hacia la comunidad internacional en su conjunto, aunque en el tratado se alude a “normas imperativas” que son aceptadas y reconocidas por la comunidad internacional en su conjunto. Un importante sector de la doctrina lo ha interpretado como una alusión indirecta a las normas de jus cogens[11].

Con su Opinión Consultiva sobre las “Consecuencias jurídicas para los Estados de la continuada presencia de Sudáfrica en Namibia” (21 de junio de 1971), la CIJ resaltó que el régimen de apartheid dentro de Namibia supone no respetar los derechos humanos y las libertades fundamentales sin distinción de raza (CIJ 1971: párrafos 129-131).

En la sentencia sobre el caso del “Personal diplomático y consular de Estados Unidos en Teherán” (24 de mayo de 1980), la CIJ señala dos puntos importantes sobre esta materia. Por un lado, el reconocimiento del carácter fundamental del principio de inviolabilidad, estableciendo que hasta en el caso de un conflicto armado o en el caso de una violación de las relaciones diplomáticas, esas normas requieren que tanto la inviolabilidad de los miembros de la misión diplomática como de los locales, propiedades y archivos de la misión deban ser respetados por el Estado receptor (CIJ 1980: párrafo 86).

Por otro lado, que la privación abusiva de la libertad a los seres humanos y someterlos a condiciones penosas son en sí mismas manifiestamente incompatibles con los principios de la Carta de las Naciones Unidas, así como con los principios fundamentales enunciados en la Declaración Universal de Derechos Humanos (CIJ 1980: párrafo 91).

Posteriormente, con la sentencia sobre el caso “Asunto de las actividades militares y paramilitares en y contra Nicaragua” (27 de junio de 1986), la CIJ resalta que en los diversos trabajos de la Comisión de Derecho Internacional se reconoce como una norma de jus cogens la prohibición del uso o amenaza de la fuerza (CIJ 1986: párrafo 190)[12].

Igualmente, la sentencia sobre el caso “Timor Oriental” (30 de junio de 1995) resulta muy ilustrativo porque la CIJ subraya que el derecho de autodeterminación de los pueblos es una norma imperativa: «En opinión de la Corte, la afirmación de Portugal que el derecho de autodeterminación de los pueblos, como está desarrollado desde la Carta y desde la práctica de Naciones Unidas, tienen un carácter erga omnes, es irreprochable. El principio de autodeterminación de los pueblos ha sido reconocido por la Carta de las Naciones Unidas y en la jurisprudencia de la Corte; este es uno de los principios esenciales del derecho internacional contemporáneo» (CIJ 1995: párrafo 29)[13].

En la Opinión Consultiva sobre la “Legalidad de la amenaza o uso de armas nucleares” (8 de julio de 1996), la Corte recuerda su pronunciamiento sobre el caso “Canal de Corfú”, resaltando que las normas del derecho internacional humanitario son tan fundamentales para el respeto de la persona humana y las consideraciones elementales de la humanidad. Agregando que «estas normas fundamentales son para ser respetadas por todos los Estados hayan o no ratificado las convenciones que los contienen, porque ellos constituyen principios intrasgredibles del derecho internacional consuetudinario» (CIJ 1996: párrafo 79)[14].

Asimismo, en la sentencia sobre el caso “Actividades militares en el territorio del Congo” (3 de febrero de 2006), la Corte vuelve a reafirmar que «”los principios subyacentes de la Convención [del Genocidio] son principios que son reconocidos por las naciones civilizadas como vinculantes para los Estados, aún sin obligación convencional” y que una consecuencia de esa concepción es “el carácter universal tanto de la condena del genocidio y la cooperación requerida para liberar a la  humanidad de un flagelo tan odioso‟ (Preámbulo de la Convención)”.

De esto se sigue que “los derechos y obligaciones amparados por la Convención son derechos y obligaciones erga omnes» (CIJ 2006: párrafo 64). Este criterio se confirma nuevamente en la sentencia sobre el caso “Aplicación de la Convención para la prevención y sanción del delito de Genocidio” (26 de febrero de 2007), cuando la CIJ señala que la prohibición del genocidio se encuentra en una norma imperativa del Derecho Internacional (jus cogens) (CIJ 2007: párrafo 161).

Finalmente, merecen mencionarse las recientes sentencias de la Corte Internacional de Justicia donde vuelve a pronunciarse sobre las normas imperativas del Derecho Internacional general. En el caso “Inmunidades jurisdiccionales de los Estados” (3 de febrero de 2012), la sentencia subraya que: «el asesinato de civiles en territorios ocupados, la deportación de los habitantes civiles como mano de obra esclava y la deportación de los prisioneros de guerra para el trabajo esclavo son normas de jus cogens» (CIJ 2012a: párrafo 93). En el caso “Cuestiones relacionadas a las obligaciones para perseguir o extraditar (20 de julio de 2012), la sentencia enfatiza que: «la prohibición de la tortura es parte de la costumbre internacional y se ha convertido en una norma imperativa (jus cogens) » (CIJ 2012b: párrafo 99).

A estos pronunciamientos de la Corte Internacional de Justicia quiero agregar también los señalados por los tribunales y los órganos de control de derechos humanos, así como los desarrollados por la Comisión de Derecho Internacional, quien por su propia labor tiene la responsabilidad de analizar en profundidad esta materia.

En el caso de los tribunales regionales de derechos humanos, destaca la Opinión Consultiva de la Corte Interamericana de Derechos Humanos sobre la “Condición Jurídica y Derecho de los Migrantes Indocumentados”, en donde: «Este Tribunal considera que el principio de igualdad ante la ley, igual protección ante la ley y no discriminación, pertenecen al jus cogens, puesto que sobre él descansa todo el andamiaje jurídico del orden público nacional e internacional y es un principio fundamental que permea todo ordenamiento jurídico. Hoy día no se admite ningún acto jurídico que entre en conflicto con dicho principio fundamental, no se admiten tratos discriminatorios en perjuicio de ninguna persona, por motivos de género, raza, color, idioma, religión o convicción, opinión política o de otra índole, origen nacional, étnico o social, nacionalidad, edad, situación económica, patrimonio, estado civil, nacimiento o cualquier otra condición.

Este principio (igualdad y no discriminación) forma parte del derecho general. En la actual etapa de evolución del derecho internacional, el principio fundamental de igualdad y no discriminación ha ingresado en el dominio del jus cogens» (Corte IDH 2003: párrafo 101).

Respecto a los tribunales penales espaciales, el Tribunal Penal Internacional para la antigua Yugoslavia (en adelante, TPIY) afirma que: «La expresa prohibición de la esclavitud en el Protocolo Adicional II de 1977, el cual comprende a los conflictos armados internos, confirma la conclusión que la esclavitud está prohibida por el derecho consuetudinario humanitario internacional más allá del contexto de un crimen contra la humanidad. La Sala considera que la prohibición de la esclavitud en situaciones de conflicto armado es inalienable, inderogable y un derecho fundamental, uno de las normas del núcleo de la costumbre general y del derecho internacional convencional» (TPIY 2002a: párrafo 353).

De igual forma, el Tribunal Especial Independiente para Sierra Leona (en adelante, TEISL) sostiene que:

«La prohibición de la esclavitud es una norma consuetudinaria del derecho internacional y el establecimiento de esclavizar como un crimen contra la humanidad está firmemente consolidado. Así, la esclavitud con la finalidad del abuso sexual es una prohibición jus cogens de la misma manera como la esclavitud con la finalidad del trabajo físico» (TEISL 2007: párrafo 705).

El Comité de Derechos Humanos al abordar el tema de las reservas al PIDCP, señaló que «las disposiciones del Pacto que son de derecho internacional consuetudinario (y a fortiori cuando tienen el carácter de normas perentorias) no pueden ser objeto de reservas. Así pues, un Estado no puede reservarse el derecho de practicar la esclavitud, de torturar, de someter a personas a tratos o castigos crueles, inhumanos o degradantes, de privar arbitrariamente a las personas de la vida, de detener y encarcelar arbitrariamente a las personas, de denegar la libertad de pensamiento, conciencia y religión, de presumir que una persona es culpable hasta que demuestre su inocencia, de ejecutar a mujeres embarazadas o a niños, de permitir el fomento del odio nacional, racial o religioso, de denegar a las personas en edad núbil el derecho a contraer matrimonio o el de denegar a las minorías el derecho a gozar de su propia cultura, profesar su propia religión o utilizar su propio idioma. Y, aunque las reservas a cláusulas concretas del artículo 14 puedan ser aceptables, no lo sería una reserva general al derecho a un juicio con las debidas garantías» (Comité DDHH 1994: párrafo 8).

En el caso de la Comisión de Derecho Internacional, hay una serie de comentarios sobre las normas imperativas en sus diversos documentos de trabajo. He seleccionado dos temas abordados por la Comisión donde se concentran esos comentarios: la propia elaboración del proyecto de la Convención de Viena (1969) y el proyecto de la “Responsabilidad del Estado por hechos internacionalmente ilícitos” (2001)[15].

En cuanto a los trabajos preparatorios de la Convención de Viena (1969), los diferentes Relatores responsables del tema dentro de la CDI fueron elaborando distintas propuestas que terminaron materializándose en el proyecto presentado a la Conferencia de Estados. Merece atención el proyecto del Relator Waldock, en la que se propone expresamente como causal de nulidad por violación de una norma imperativa: el uso o amenaza de la fuerza en contravención de la Carta de las Naciones Unidas; cualquier acto u omisión calificado por el derecho internacional de delito internacional; o cualquier acto u omisión a cuya eliminación o sanción deba contribuir todo Estado por exigirlo así el derecho internacional (citado por GÓMEZ ROBLEDO 1982: 40). Dicha propuesta fue suprimida dentro de las discusiones al interior de la CDI por considerar que era preferible no establecer un listado de casos de jus cogens.

Respecto al proyecto de la “Responsabilidad del Estado por hechos internacionalmente ilícitos”[16], se debe destacar especialmente los artículos 26 (Cumplimiento de normas imperativas)[17] y 40 (Aplicación del presente capítulo a las violaciones graves de obligaciones emanadas de normas imperativas de derecho internacional general)[18], en donde la CDI considera que la violación grave de las normas imperativas generan una responsabilidad de los Estados[19]. En sus Comentarios al artículo 26 del proyecto, la CDI señala que «los criterios para identificar las normas imperativas de derecho internacional general son exigentes.

El artículo 53 de la Convención de Viena no sólo requiere que la norma reúna todos los criterios necesarios para ser reconocida como de derecho internacional general, vinculante como tal, sino que haya sido reconocida como de carácter imperativo por la comunidad internacional de los Estados en su conjunto. Hasta la fecha, son relativamente pocas las normas imperativas reconocidas como tales.

Sin embargo, diversos tribunales, tanto nacionales como internacionales, han afirmado la idea de las normas imperativas en contextos que no se limitan a la validez de los tratados. Esas normas imperativas que son claramente aceptadas y reconocidas comprenden las prohibiciones de agresión, genocidio, esclavitud, discriminación racial, delitos contra la humanidad y tortura, y el derecho a la libre determinación» (CDI 2001: 216-217).

Igualmente, la CDI reitera que es inconveniente establecer ejemplos sobre las normas imperativas dentro del propio articulado del proyecto[20]. Por eso los ejemplos son plantearlos dentro de los comentarios a los artículos.

Así, sobre el artículo 40 señala: «Se conviene generalmente que, entre esas prohibiciones, la prohibición de la agresión ha de considerarse imperativa. Esto lo corroboran, por ejemplo, el comentario de la Comisión a lo que luego fue el artículo 53, las declaraciones no contradichas de los Gobiernos durante la Conferencia de Viena, las exposiciones de ambas partes en el asunto

relativo a las Actividades militares y paramilitares y la posición de la propia Corte en ese asunto. También parece haber un amplio acuerdo respecto de otros ejemplos citados en el comentario de la Comisión al artículo 53: por ejemplo, la prohibición de la esclavitud y la trata de esclavos, el genocidio y la discriminación racial y el apartheid. Esas prácticas han sido prohibidas en tratados y convenciones internacionales que han gozado de amplia ratificación y que no admiten excepciones. En la Conferencia de Viena hubo acuerdo general entre los Gobiernos en cuanto al carácter imperativo de esas prohibiciones. En lo que se refiere al carácter imperativo de la prohibición del genocidio, está apoyado por diversas decisiones de tribunales nacionales e internacionales.

Aunque no se menciona específicamente en el comentario de la Comisión al artículo 53 de la Convención de Viena, también parece ser aceptado generalmente el carácter imperativo de ciertas otras normas. Esto se aplica a la prohibición de la tortura tal como se define en el artículo 1 de la Convención contra la Tortura y Otros Tratos o Penas Crueles, Inhumanos o Degradantes, de 16 de diciembre de 1984. El carácter imperativo de esta prohibición ha sido confirmado por las decisiones de órganos internacionales y nacionales.

Teniendo presente que la Corte Internacional ha definido como “inconculcables” las normas básicas de derecho humanitario internacional aplicables en los conflictos armados, parecería estar justificado que se considerasen también imperativas. Por último, merece ser mencionada la obligación de respetar el derecho a la libre determinación. Como lo señaló la Corte Internacional en el asunto relativo a Timor Oriental, “el principio de libre determinación… es uno de los principios fundamentales del derecho internacional contemporáneo”, que da lugar a la obligación de la comunidad internacional en su conjunto de permitir y respetar su ejercicio» (CDI 2001: 305-307).

Con todos estos pronunciamientos podemos establecer un listado de normas de jus cogens, que en algunos casos consagran principios del Derecho Internacional y en otros recogen derechos humanos y derechos humanitarios: la prohibición del genocidio, el principio de inviolabilidad de los diplomáticos y de sus locales, la prohibición de los actos de agresión, uso o amenaza de la fuerza, la prohibición de la esclavitud, el principio de igualdad de las personas ante la ley, la prohibición de la discriminación, la privación abusiva de la libertad, la prohibición de la tortura, el derecho a la autodeterminación de los pueblos, los principios del Derecho Internacional Humanitario[21].

No se trata de una lista cerrada porque la propia práctica de la comunidad internacional puede introducir nuevas materias dentro de ella.

Merece destacarse que sólo un grupo de derechos humanos recogidos en los instrumentos internacionales se ubican en las normas de jus cogens. Por tanto, no se puede afirmar –en la actual etapa del Derecho Internacional- que todos los derechos humanos son recogidos en normas de jus cogens[22].

Por supuesto, esto no impide que conforme evolucione el Derecho Internacional se reconozca a la totalidad del listado de los derechos humanos dentro de esta categoría de la dogmática jurídica.

En resumen, las normas de jus cogens del Derecho Internacional general son las normas imperativas aceptadas y reconocidas por la comunidad internacional en su conjunto, que siendo inderogables establecen la nulidad de las normas internacionales que están en contradicción con ellas. Quedando su identificación a la práctica de los Estados y a la jurisprudencia internacional.

2. El Jus Cogens Laboral

En el listado de normas imperativas destacan claramente para el ámbito laboral dos derechos humanos: la prohibición de la esclavitud y la prohibición de la discriminación racial. Entendiendo que estos dos derechos humanos laborales están recogidos en normas imperativas del Derecho Internacional. No obstante esto, se trataría de una interpretación restrictiva ante la propia evolución de la práctica internacional, en especial en los últimos años.

a) La prohibición de la esclavitud y de la servidumbre

Como se ha señalado, la prohibición de la esclavitud es identificada por la Corte Internacional de Justicia en el caso Barcelona Traction como una de las obligaciones erga omnes. Por lo que es indiscutible que se trata de un derecho humano recogido en una norma imperativa del Derecho Internacional[23].

El punto que merece analizarse es si la prohibición de la esclavitud se extiende también a la prohibición de la servidumbre, tomando en cuenta que ambas prohibiciones suelen ser consagradas conjuntamente en los instrumentos internacionales[24].

En primer lugar, ambos conceptos de esclavitud y de servidumbre pueden ubicarse dentro de las más graves violaciones de la libertad de trabajo. Para la OIT la esclavitud y la servidumbre son dos modalidades del trabajo forzoso u obligatorio[25].

Sin embargo, existen diferencias entre ambas figuras jurídicas por la distinta formulación legal de las prohibiciones. Por un lado, la esclavitud y la servidumbre se refieren a los sujetos que sufren esa condición, mientras que las prohibiciones del trabajo forzoso se refieren al tipo de relación existente entre el trabajador y su empleador[26].

Criterio que fue asumido por el Relator Especial de la CDI en su Quinto Reporte.

En segundo lugar, el concepto de esclavitud lo encontramos en el artículo 1 de la Convención sobre la Esclavitud (1926) cuando señala:

“La esclavitud es el estado o condición de un individuo sobre el cual se ejercitan los atributos del derecho de propiedad o algunos de ellos”. Esto se complementa con el Estatuto de Roma (1998): “Por «esclavitud» se entenderá el ejercicio de los atributos del derecho de propiedad sobre una persona, o de algunos de ellos, incluidos el ejercicio de esos atributos en el tráfico de personas, en particular mujeres y niños” (Artículo 7, 2, c). En el caso del concepto servidumbre lo podemos ubicar en la Convención suplementaria sobre la esclavitud (1956) bajo el artículo 1:

 “a) La servidumbre por deudas, o sea, el estado o la condición que resulta del hecho de que un deudor se haya comprometido a prestar sus servicios personales, o los de alguien sobre quien ejerce autoridad, como garantía de una deuda, si los servicios prestados, equitativamente valorados, no se aplican al pago de la deuda, o si no se limita su duración ni se define la naturaleza de dichos servicios; b) La servidumbre de la gleba, o sea, la condición de la persona que está obligada por la ley, por la costumbre o por un acuerdo a vivir y a trabajar sobre una tierra que pertenece a otra persona y a prestar a ésta, mediante remuneración o gratuitamente, determinados servicios, sin libertad para cambiar su condición”.

Al comparar ambos conceptos existe una raíz común que es la ausencia de libertad en la persona que ejercita el trabajo. En ambos conceptos la persona se convierte en un objeto que está a disposición de un tercero, ya sea como el ejercicio de atributos del derecho de propiedad o como el estado en que se ejerce autoridad sobre él.

En mi opinión, podría interpretarse que la mención de la prohibición de la esclavitud señalada por la Corte Internacional de Justicia incluye también a la prohibición de la servidumbre, en razón que los instrumentos internacionales los equiparan conjuntamente dentro de sus textos y porque comparten una raíz común en sus definiciones.

Refuerza este argumento el tratamiento jurídico simultáneo que le dispensan los instrumentos internacionales de derechos humanos. En efecto, el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos en su artículo 4 párrafo 2, el Convenio Europeo de Derechos Humanos en su artículo 15, y la Convención Americana sobre Derechos Humanos en su artículo 27 párrafo 2, al regular la eventual suspensión de la aplicación de los derechos humanos ante una situación de emergencia nacional, expresamente señalan que la prohibición de la esclavitud y la prohibición de la servidumbre se encuentran excluidas de este supuesto.

En resumen, postularía que tanto la prohibición de la esclavitud y la prohibición de la servidumbre se encuentran recogidas en una norma imperativa del Derecho Internacional general.

b) La prohibición del trabajo forzoso u obligatorio

Un tema colindante es la relación entre la prohibición de la esclavitud y la prohibición del trabajo forzoso, especialmente si ambas son figuras jurídicas equiparables o si son sustancialmente diferentes. Esto es más relevante desde que la Comisión de Derecho Internacional se pronunció en sus comentarios a su proyecto de Código de Crímenes en contra de la paz y de la humanidad (1996). Conforme a su artículo 18: Enslavement[27] es un crimen de lesa humanidad[28] y «Enslavement significa el establecer o mantener sobre personas una condición de esclavitud, servidumbre o trabajo forzoso contrario a las bien establecidas y ampliamente reconocidas normas del derecho internacional» (CDI 1996: 105).

Siguiendo a la CDI podríamos entender que enslavement agrupa a las tres figuras jurídicas, aunque siendo distintas cada una de ellas. Con posterioridad al comentario de la Comisión, el TPIY, apoyándose en el referido comentario, considera: «[que las] formas contemporáneas de esclavitud forman parte de enslavement como un crimen en contra de la humanidad bajo el derecho consuetudinario internacional» (la cursiva es mía) (TPIY 2002b: párrafo 117). De este modo, la jurisprudencia internacional considera que el trabajo forzoso está subsumido dentro de la prohibición de la esclavitud (enslavement) como un crimen contra la humanidad y forma parte dentro del listado de prohibiciones recogidas en normas imperativas del Derecho Internacional general.

Lo que se ha producido en realidad es que durante los últimos años hay un proceso de ampliación simultánea del contenido jurídico de la prohibición de la esclavitud (enslavement) y de la prohibición del trabajo forzoso, provocando una yuxtaposición entre ambas prohibiciones, aunque sin coincidir plenamente su contenido jurídico.

En el caso de la prohibición de la esclavitud, la Relatoría Especial de Naciones Unidas sobre las Formas Contemporáneas de la Esclavitud señala como sus modalidades: a) la servidumbre por deudas; b) la servidumbre; c) el trabajo forzoso; d) la esclavitud infantil; e) la esclavitud sexual; f) el matrimonio forzado; y g) la venta de esposas.

En el caso de la prohibición del trabajo forzoso u obligatorio, el Estudio General “Erradicar el trabajo forzoso” (2007) de la Comisión de Expertos de la OIT señala como sus modalidades: a) la esclavitud, prácticas análogas a la esclavitud y otras formas ilícitas de trabajo obligatorio[29]; b) la trata de personas con fines de explotación[30]; c) el trabajo forzado u obligatorio impuesto por el Estado con fines de producción o servicios; d) la privatización de la cárceles y trabajo penitenciario; e) la pena de prestación de trabajo de utilidad pública; f) el trabajo obligatorio como condición para preservar prestaciones de desempleo; y, g) la obligación a realizar horas extraordinarias bajo amenaza de una pena. Esto podría explicar porque la jurisprudencia penal internacional alude de manera indistinta en sus pronunciamientos tanto a la prohibición de la esclavitud como a la prohibición del trabajo forzoso[31].

Si bien no existe un pronunciamiento judicial estableciendo que la prohibición general del trabajo forzoso u obligatorio se encuentra recogida en una norma imperativa o de jus cogens, la jurisprudencia de los tribunales penales internacionales resalta que la violación de la prohibición del trabajo forzoso configura un crimen contra la humanidad[32].

En sentido estricto, la jurisprudencia internacional apunta que algunas determinadas modalidades de la prohibición del trabajo forzoso se encuentran recogidas por normas imperativas. Así, las ya mencionadas sentencias de la Corte Internacional de Justicia en materia de prohibición de la esclavitud. Asimismo, la sentencia de la Sala de Apelaciones del TPIY señala que en el momento pertinente a los presuntos delitos, las formas contemporáneas de la esclavitud (enslavement) formaban parte de la esclavitud como crimen de lesa humanidad bajo la costumbre internacional (TPIY 2002b: párrafo 117).

En el caso “Krnojelac”, el TPIY afirma: «la esclavitud constituye una violación del derecho internacional humanitario. La esclavitud es expresamente prohibida por el Protocolo adicional II, artículo 4 («garantías fundamentales»), (…). Además, los delitos de esclavitud o servidumbre se identifican como un crimen contra la humanidad en virtud de la Carta de Núremberg y el Estatuto de Tokio (la traducción es mía)» (TPIY 2002a: párrafo 352).

Así, como la mencionada sentencia del caso “Brima, Kanara y Kanu” ante el Tribunal Especial Independiente para Sierra Leona, donde expresamente el Tribunal afirma que la prohibición de la esclavitud sexual se encuentra recogida en una norma de jus cogens (TEISL 2007: párrafo 705).

En resumen, algunas modalidades de la prohibición del trabajo forzoso u obligatorio, conforme al listado de la Comisión de Expertos de la OIT, se encuentran recogidas en normas de jus cogens, tales como: la esclavitud, prácticas análogas a la esclavitud y otras formas ilícitas de trabajo obligatorio; y, la trata de personas con fines de explotación. En otras palabras, la intersección entre la prohibición de la esclavitud y de la servidumbre con la prohibición del trabajo forzoso sería el contenido protegido por las normas de jus cogens.

c) La prohibición de las peores formas de trabajo infantil

En una situación similar al caso de la prohibición del trabajo forzoso u obligatorio se encuentra la prohibición de las peores formas de trabajo infantil, conforme a la jurisprudencia internacional.

El artículo 3 del Convenio Nº. 182 de la OIT sobre las peores formas de trabajo infantil establece como sus modalidades:

“(a) todas las formas de esclavitud o las prácticas análogas a la esclavitud, como la venta y la trata de niños, la servidumbre por deudas y la condición de siervo, y el trabajo forzoso u obligatorio, incluido el reclutamiento forzoso u obligatorio de niños para utilizarlos en conflictos armados;

(b) la utilización, el reclutamiento o la oferta de niños para la prostitución, la producción de pornografía o actuaciones pornográficas;

(c) la utilización, el reclutamiento o la oferta de niños para la realización de actividades ilícitas, en particular la producción y el tráfico de estupefacientes, tal como se definen en los tratados internacionales pertinentes, y

(d) el trabajo que, por su naturaleza o por las condiciones en que se lleva a cabo, es probable que dañe la salud, la seguridad o la moralidad de los niños”.

El Estatuto de la Corte Penal Internacional establece que son crímenes de guerra: la esclavitud sexual (artículo 8, 2, b, xxii)[33] y reclutar o alistar a niños menores de 15 años en las fuerzas armadas nacionales o utilizarlos para participar activamente en las hostilidades (artículo 8, 2, b, xxvi). Estos dos crímenes internacionales coinciden con modalidades prohibidas de las peores formas de trabajo infantil[34].

Para el caso de la esclavitud sexual se ha mencionado anteriormente que la jurisprudencia internacional fue precisa en considerar que su prohibición se encuentra recogida por una norma imperativa del Derecho Internacional general. Para el caso del reclutamiento infantil, el Tribunal para Sierra Leona señaló que, con anterioridad a noviembre de 1996, el delito cristalizó en la costumbre internacional, independientemente de si comete en un conflicto armado interno o en un conflicto armado internacional (TEISL 2004: párrafo 17)[35].  Su configuración como un crimen internacional lo ubica dentro del orden público internacional.

De este modo, estas dos modalidades de las peores formas de trabajo infantil están recogidas en normas imperativas o de jus cogens, recibiendo sus perpetradores la condena de los tribunales penales internacionales. La tendencia de la jurisprudencia internacional sería incluir las restantes modalidades prohibidas de las peores formas de trabajo infantil señaladas por el Convenio Nº. 182 de la OIT.

d) La prohibición de la discriminación en materia de empleo y ocupación

Respecto a la prohibición de la discriminación, igualmente la Corte Internacional de Justicia lo señala como una de las obligaciones erga omnes, pero refiriéndose específicamente a la prohibición de la discriminación racial. Lo que fundamenta la prohibición de la discriminación es asegurar que las personas no sufran ningún tipo de humillación en su dignidad humana motivadas por diferencias o distingos peyorativos. Sin duda, la discriminación racial ha sido la modalidad que más se ha presentado en la civilización hasta extremos como el apartheid. Por eso, no es extraño que la CIJ se haya pronunciado precisamente sobre ella. Pero no debemos interpretar que las demás modalidades discriminatorias son excluidas del ámbito de las normas imperativas.

El pronunciamiento de la Corte Interamericana de Derechos Humanos respalda esta interpretación, al establecer el tribunal regional que la prohibición de la discriminación en sus diferentes modalidades es recogida por las normas de jus cogens del Derecho Internacional general. Así, señala que «no se admiten tratos discriminatorios en perjuicio de ninguna persona, por motivos de género, raza, color, idioma, religión o convicción, opinión política o de otra índole, origen nacional, étnico o social, nacionalidad, edad, situación económica, patrimonio, estado civil, nacimiento o cualquier otra condición» (Corte IDH 2003: párrafo 101).

Apoyándome en el pronunciamiento de la CIJ y de la Corte Interamericana se puede afirmar que la prohibición de la discriminación en sus diferentes modalidades se encuentra recogida en una norma imperativa del Derecho Internacional general.

En conclusión, la prohibición de la esclavitud y de la servidumbre, algunas modalidades de la prohibición del trabajo forzoso y de la prohibición de las peores formas de trabajo infantil, así como la prohibición de la discriminación en el ámbito laboral, constituyen en la etapa actual del Derecho Internacional general los derechos humanos laborales recogidos en normas imperativas o de jus cogens.

3. La eficacia jurídica del jus cogens laboral en los ordenamientos nacionales

La conformación de un jus cogens laboral significaría que cualquier tratado internacional que esté en oposición a estos derechos humanos laborales sería nulo, conforme al artículo 53 de la Convención de Viena. Aunque resulta difícil pensar que los Estados celebren un tratado que establezca la esclavitud o la servidumbre en sus territorios[36], con lo que en apariencia carecería de un efecto real sobre la normativa internacional.

Sin embargo, en la doctrina jurídica se discute si las normas imperativas también pueden declarar la nulidad sobre los actos unilaterales de los Estados que estén en oposición a ellas[37]. Esto resulta importante, porque es concebible una legislación interna o una sentencia judicial que estén en conflicto con una norma imperativa del Derecho Internacional general en vez de un tratado internacional.

En principio, un Estado está sometido a las normas de jus cogens, incluyendo las que recogen derechos humanos, por lo que está obligado a respetarlas tanto en el ordenamiento internacional como en el nacional. Esta obligación de respetar las normas imperativas del Derecho internacional en el ordenamiento nacional supone que los actos unilaterales del Estado también se encuentran sometidos a ellas.

Los internacionalistas que postulan la imperatividad de las normas de jus cogens sobre los actos unilaterales de los Estados lo justifican en diversos argumentos. En primer lugar, se señala que la violación de una obligación internacional impuesta por una norma imperativa puede darse por medio de un tratado o un acto unilateral y no se podría justificar que la violación desaparece por la validez del acto unilateral del Estado[38]. En segundo lugar, los Estados no serían inmunes por su jurisdicción nacional para contravenir una norma imperativa a través de un acto unilateral[39]. Aunque existe una práctica contradictoria sobre la materia[40]. En tercer lugar, las normas imperativas al imponer obligaciones erga omnes los hace prevalecer sobre la normativa nacional y su incumplimiento supondría una responsabilidad internacional del Estado infractor[41]. En cuarto lugar, las normas imperativas constituyen el orden público internacional y no cabe que sus efectos se vean restringidos por actos unilaterales de los Estados[42].

La jurisprudencia internacional también ha considerado que las normas imperativas se aplican sobre los actos unilaterales de los Estados. La Corte Interamericana de Derechos Humanos sostiene:

«En su evolución y por su propia definición, el jus cogens no se ha limitado al derecho de los tratados. El dominio del jus cogens se ha ampliado, alcanzando también el derecho internacional general, y abarcando todos los actos jurídicos. El jus cogens se ha manifestado, así, también en el derecho de la responsabilidad internacional de los Estados, y ha incidido, en última instancia, en los propios fundamentos del orden jurídico internacional» (Corte IDH 2003b: párrafo 99).

El TPIY en el caso Furundzija analizando la naturaleza de jus cogens en la prohibición de la tortura postula que tiene efectos interestatales:

«En el nivel interestatal, sirve para deslegitimar internacionalmente todo acto legislativo, administrativo o judicial que autorice la tortura. Carecería de sentido argumentar, por un lado, que debido al valor de jus cogens de la prohibición de la tortura, las normas consuetudinarias o convencionales que permitan la tortura serían nulas y sin efectos jurídicos ab initio y, posteriormente, hacer caso omiso de un Estado que, por decir, adoptase medidas nacionales autorizando o condenando la tortura o absolviera a sus autores a través de una ley de amnistía. Si tal situación llegase a ocurrir, las medidas nacionales, en violación del principio general y de toda disposición convencional relevante, produciría los efectos jurídicos mencionados anteriormente y, además, no se le concedería reconocimiento jurídico internacional.

Se podrían iniciar procedimientos judiciales por las víctimas potenciales si ellas tuvieran locus standi ante un órgano judicial o internacional competente para pedirle que declare que la medida nacional es ilegal internacionalmente; o la víctima podría plantear una reclamación civil por daños ante un tribunal extranjero, al que por tanto se le pediría inter alia que ignorase el valor jurídico de un acto nacional que la autorizó. Más importante aún es que los autores de la tortura que actuasen por cuenta de o beneficiándose de esas medidas nacionales pueden sin embargo ser declarados responsables penales de tortura, ya sea en un Estado extranjero o en su propio Estado bajo un régimen posterior. Expuesto más brevemente, a pesar de una eventual autorización nacional de un órgano legislativo o judicial en violación del principio que prohíbe la tortura, los individuos siguen obligados a cumplir ese principio» (TPIY 1998: párrafo 155)[43].

Los efectos que le reconoce el Tribunal a la prohibición de la tortura por su carácter de jus cogens pueden extenderse a todas las normas imperativas que recogen derechos humanos.

De igual modo, se ha interpretado desde la Comisión de Derecho Internacional cuando afirma: «Hasta la fecha, son relativamente pocas las normas imperativas reconocidas como tales. Sin embargo, diversos tribunales, tanto nacionales como internacionales, han afirmado la idea de las normas imperativas en contextos que no se limitan a la validez de los tratados» (CDI 2001: 216)[44].

Si cabía alguna duda sobre la aplicación de las normas imperativas sobre los actos unilaterales de los Estados, esto desaparece con la jurisprudencia internacional reseñada y los comentarios de la Comisión de Derecho Internacional. En otras palabras, cualquier tratado internacional o acto unilateral de los Estados sería nulo si está en conflicto con los derechos humanos laborales recogidos en las normas imperativas del Derecho Internacional general.

Así, el jus cogens laboral gozaría de un carácter imperativo sobre el ordenamiento internacional como sobre los nacionales.

Si un tratado internacional o un acto unilateral de un Estado –una ley, una sentencia, una norma administrativa, etc.,- está en oposición con una norma imperativa del Derecho Internacional general sería declarado nulo.

Reflexión final

La inclusión de los derechos laborales en los instrumentos internacionales de los derechos humanos supuso colocar a este selecto grupo de derechos en la cúspide del ordenamiento internacional, con obligaciones vinculantes para los Estados y sometidos a procedimientos de control internacional.

En mi opinión, hay que resaltar la existencia de un jus cogens laboral.

En ese listado de normas imperativas del Derecho Internacional general establecido por la jurisprudencia internacional y la práctica de los Estados, se ubican: la prohibición de la esclavitud, la prohibición de la servidumbre, algunas modalidades de la prohibición del trabajo forzoso u obligatorio y de las peores formas de trabajo infantil, y la prohibición de la discriminación en materia de empleo y ocupación.

La importancia del jus cogens laboral reside en que cualquier tratado internacional o acto unilateral de los Estados sería nulo si está en conflicto con los derechos humanos laborales recogidos en las normas imperativas del Derecho Internacional general. Así, el jus cogens laboral gozaría de un carácter imperativo sobre el ordenamiento internacional y los ordenamientos nacionales, respectivamente.

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1980 Caso “Personal diplomático y consular de Estados Unidos en Teherán” (Estados Unidos vs. Irán) La Haya, Sentencia de 24 de mayo de 1980.

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2012a Caso “Inmunidades jurisdiccionales de los Estados” (Alemania vs. Italia) La Haya, Sentencia de 3 de febrero de 2012.

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Tribunal Especial Independiente para Sierra Leona (TEISL)

2004 Caso “Norman” Freetown, Decisión preliminar de 31 de mayo de 2004 (Cámara de Apelaciones).

2007 Caso “Brima, Kamara y Kanu” La Haya, Sentencia de 20 de junio de 2007.                                                                                                                     Tribunal Penal Internacional para la Antigua Yugoslavia (TPIY)                    1998 Caso “Furundzija” La Haya, Sentencia de 10 de diciembre de 1998.        2001 Caso “Kunarac, Kovac y Vukovic” La Haya, Sentencia de 22 de febrero de 2001                                                                                                                       2002a Caso “Krnojelac” La Haya, Sentencia de 15 de marzo de 2002                    2002b Caso “Kunarac, Kovac y Vukovic” La Haya, Sentencia de 12 de junio de 2002 (Cámara de Apelación)                                                                                   2003 Caso “Krnojelac” La Haya, Sentencia de 17 de setiembre de 2003 (Cámara de Apelación)


[1] A su vez, el artículo 64 de la Convención de Viena formula la definición formal del jus cogens superveniens: “Si surge una nueva norma imperativa de derecho internacional general, todo tratado existente que esté en oposición con esa norma se convertirá en nulo y terminará”.

[2] Una excelente investigación histórica sobre el proceso de elaboración de la Convención de Viena (1969) se encuentra en “El Ius Cogens Internacional (Estudio histórico-crítico)” de Antonio Gómez Robledo. México DF., UNAM, 1982.

[3] «Efectivamente, la Comisión de Derecho Internacional cuando preparó el proyecto de artículos que sirvió de base a los trabajos de la Conferencia, decidió no incluir ni siquiera ejemplos de normas de jus cogens, dejando su determinación a la práctica y a la jurisprudencia internacional» (PASTOR RIDRUEJO 2002: 43). Ver también (LI 2001: 510).

[4] «La razón porque determinadas normas poseen tal cualidad imperativa es por ser vistos en el reconocimiento universal de que esas normas consagran valores, las cuales no pueden estar a disposición de los Estados de manera individual. Esa es ciertamente el caso con las normas de derechos humanos fundamentales. Por tanto, el patrón de la formación de las normas de jus cogens es realmente difícil» (la traducción es mía) (SIMMA 1994: 292). Véase también (GÓMEZ ROBLEDO 1982: 113).

[5] «Puede afirmarse que, consideradas en su conjunto, expresan, se integran o constituyen el desarrollo de la práctica del núcleo esencial positivo de los principios constitucionales o fundamentales del orden jurídico internacional» (MARIÑO 2005: 81). Véase también (TOMUSCHAT 1993: 307).

[6] «Así, de acuerdo a la Convención, una norma imperativa necesariamente opera conforme para todos los Estados, y esto sobre la base de que la norma habiendo sido “aceptada y reconocida” como imperativa por “la comunidad internacional de los Estados en su conjunto”. Hay un acuerdo general entre los intérpretes que la ausencia de aceptación o hasta la oposición por parte de uno o varios Estados no es obstáculo para que la norma llegue a ser imperativa» (la traducción es mía) (GAJA 1981: 283). Véase también (MARIÑO 2005: 371) y (ORAKHELASHVILI 2012: 29).

[7] «El verdadero concepto de jus cogens hace razonable argumentar que las normas imperativas no admiten ninguna objeción persistente. Si la finalidad de la norma imperativa es permitir que el interés de los Estados prevalezca sobre el interés conflictivo de un singular Estado o un pequeño grupo de Estados, esta finalidad se frustraría si un Estado o un pequeño número de Estados les fuera permitido escapar de la aplicación de la norma imperativa sobre la base de la objeción persistente» (la traducción es mía) (RAGAZZI 1997: 67). Véase también (BYERS 1997:217).

[8] Tanto el texto en inglés (“as a norm from which no derogation is permitted”) y en francés (“en tant que norme à laquelle aucune dérogation n‟est permise”) se refieren expresamente a una norma inderogable.

[9]«Una norma de jus cogens cual ha sido reconocida y aceptada por la comunidad internacional en su conjunto conforme con el artículo 53 de la Convención de Viena y desde el cual ninguna derogación es permitida sería una norma del Derecho Internacional universal. Ningún Estado, incluyendo los que no son parte de la Convención, puede rechazar su fuerza obligatoria sobre ellos por medio de cualquier declaración u objeción. Esto es el resultado natural del inherente carácter en una norma de jus cogens. Por tanto, esta forma sería una excepción para la norma de que un tratado no puede imponer una obligación a un tercer Estado. Más específicamente, porque de su importancia, una norma de jus cogens requiere que cada Estado se compromete con la comunidad internacional en su conjunto sobre la obligación absoluta de cumplirla, y no sólo se compromete con la obligación relativa de cumplirla entre los Estados partes. Por tanto, esto sería obligatorio para todas las naciones» (la traducción es mía) (LI 2001: 514).

[10]Para GÓMEZ ROBLEDO, el término utilizado por la sentencia tiene que ser visto como un sinónimo de ius cogens (GÓMEZ ROBLEDO 1982: 195).

[11] «La sentencia de fondo del Tribunal Internacional de Justicia en el caso Barcelona Traction, dictada el día 5 de febrero de 1970, contiene un dictum en el que se habla “de las obligaciones de los Estados hacia la comunidad internacional en su conjunto” para caracterizar determinado tipo de obligaciones que denomina erga omnes, y que como ha dicho el maestro Miaja de la Muela, son en realidad las derivadas de normas de ius cogens» (PASTOR RIDRUEJO 1979: 581). Véase también (BYERS 1997: 230).

[12] Esto es reiterado por la CIJ en su Opinión Consultiva sobre “Conformidad con el Derecho Internacional de la Declaración unilateral de independencia relativa a Kosovo” (22 de julio de 2010), donde resalta que el uso ilegal de la fuerza es una grave violación del Derecho Internacional general.

[13] En la Opinión Consultiva sobre “Consecuencias jurídicas de la construcción de un muro en el territorio palestino ocupado” (30 de septiembre de 2004), la CIJ reitera el carácter erga omnes del derecho de autodeterminación de los pueblos: «La Corte hizo claro que el derecho de autodeterminación de los pueblos es un derecho erga omnes» (CIJ 2004: párrafo 88) y que Israel ha violado determinadas obligaciones erga omnes: «Las obligaciones erga omnes violadas por Israel son la obligación de respetar el derecho del pueblo Palestino a la autodeterminación y determinadas obligaciones bajo el Derecho Internacional Humanitario» (CIJ 2004: párrafo 155).

[14] Posteriormente, la Corte reitera el carácter erga omnes de estos postulados: «En opinión de la Corte, estas normas incorporan obligaciones las cuales son esencialmente de un carácter de erga omnes» (CIJ 2004: párrafo 157).

[15] También hay material muy valioso en los documentos de la CDI sobre el proyecto de las “Reservas a los tratados”. Véase (CDI 2002: párrafos 59-100)

[16] El proyecto fue aprobado por la Comisión de Derecho Internacional en sus sesiones 2702º a 2709º celebradas del 6 a 9 de agosto de 2001, remitiéndolo a la Asamblea General de Naciones Unidas, que lo aprobó bajo la Resolución 56/82 (12 de diciembre de 2001), en la que toma nota de los artículos presentados por la CDI.

[17] El artículo 26 establece: “Ninguna disposición del presente capítulo excluirá la ilicitud de cualquier hecho de un Estado que no esté de conformidad con una obligación que emana de una norma imperativa de derecho internacional general”.

[18] El artículo 40 establece: “1. El presente capítulo se aplicará a la responsabilidad internacional generada por una violación grave por el Estado de una obligación que emane de una norma imperativa del derecho internacional general. 2. La violación de tal obligación es grave si implica el incumplimiento flagrante o sistemático de la obligación por el Estado responsable”.

[19] «Como parte de ese entendimiento, las referencias anteriores a violaciones graves de obligaciones debidas a la comunidad internacional en su conjunto y esenciales para la protección de sus intereses fundamentales, que en su mayoría se referían a la cuestión de la invocación tal como fue expresada por la Corte Internacional de Justicia en el asunto de la Barcelona Traction, se sustituirían por la categoría de las normas imperativas. Era preferible utilizar esta categoría, ya que se refería al alcance de las obligaciones secundarias y no a su invocación. Otra ventaja del método era que el concepto de normas imperativas estaba ya bien establecido en la Convención de Viena sobre el derecho de los tratados» (CDI 2001: párrafo 49).

[20] «No es apropiado dar ejemplos de las normas imperativas a que se hace referencia en el texto del propio artículo 40, como tampoco se hizo en el texto del artículo 53 de la Convención de Viena.

Las obligaciones a que se refiere el artículo 40 dimanan de aquellas normas sustantivas de comportamiento que prohíben lo que ha llegado a considerarse intolerable porque representa una amenaza para la supervivencia de los Estados y sus pueblos y para los valores humanos más fundamentales» (CDI 2001: 305).

[21] También la doctrina se ha pronunciado sobre ejemplos de normas de jus cogens que en general coinciden con las mencionadas. Véase a manera de ejemplos: (ALEXIDZE 1981: 262-263); (CASSESE 1993: 77, 241); (GÓMEZ ROBLEDO 1982: 102, 155, 185); (MARIÑO 2005: 83-87); (MERON 2003: 418); (RAGAZZI 1997: 49-50); (VILLÁN DURÁN 2002: 100,111).

[22] «Dudaríamos ciertamente en pretender la naturaleza imperativa del cuerpo entero de los derechos humanos y humanitarios de hoy íntegramente» (la traducción es mía) (SIMMA y ALSTON 1992: 103). Ver también (VILLÁN DURÁN 227-228). Aunque para el Instituto de Derecho Internacional en su resolución del Congreso de Santiago de Compostela en 1989, se sostiene que los derechos humanos en general gozan de ser obligaciones erga omnes (citado por RAGAZZI 1997: 141-142).

[23] Se ha interpretado que la sentencia Barcelona Traction de la CIJ al señalar la prohibición de la esclavitud se extiende también a la prohibición del comercio de esclavos (RAGAZZI 1997: 106).

[24] El artículo 4 de la Declaración Universal de Derechos Humanos; el artículo 8 párrafos 1 y 2 del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos; el artículo 4.1 del Convenio Europeo de Protección de los Derechos Humanos y las Libertades Fundamentales; el artículo 6.1 de la Convenio Americano sobre Derechos Humanos; el artículo 5 de la Carta Africana de los Derechos Humanos y de los Pueblos. Al lado de estos instrumentos internacionales mencionados, específicamente se han elaborado tratados universales sobre la materia. La Convención sobre la Esclavitud (25 de septiembre de 1926), el Convenio para la represión de la trata de personas y de la explotación de la prostitución ajena (2 de diciembre de 1949), el Protocolo para modificar la Convención sobre la Esclavitud (23 de octubre de 1953) y la Convención suplementaria sobre la abolición de la esclavitud, la trata de esclavos y las instituciones y prácticas análogas a la esclavitud (7 de septiembre de 1956). Mención aparte es el Estatuto de Roma de la Corte Penal Internacional (17 de julio de 1998) que dentro de sus artículos ubica a la esclavitud y otros actos inhumanos de carácter similar como crímenes de lesa humanidad (artículo 7, 1, c y k).

[25] Tanto en los Informes Globales de 2001, 2005 y 2009 sobre el trabajo forzoso, se consideran a la esclavitud y la servidumbre por deudas como formas tradicionales del trabajo forzoso (OIT 2001: párrafo 1; OIT 2005: párrafos 26 y 27; OIT 2009: párrafo 19 y 39).

[26] «Naturalmente, algunas manifestaciones de la esclavitud (por ejemplo, la servidumbre) a menudo se yuxtaponen con el trabajo forzoso, pero ellos deberían ser tomados separadamente debido a las diferencias esenciales en sus formulaciones legales de sus prohibiciones» (la traducción es mía) (DRZEWICKI 2001: 229). Ver también (OIT 2005: párrafo 16).

[27] Enslavement ha sido traducido oficialmente al castellano como “esclavitud”, aunque en sentido estricto no existe una traducción para dicha palabra en nuestro idioma. Más aún cuando existe el término en inglés slavery al que le correspondería dicha traducción. Sin embargo, el Derecho Penal Internacional interpreta que ambos términos son similares, conforme lo ha expresado en sus sentencias el Tribunal Penal Internacional para la Ex Yugoslavia (TPIY 2001: párrafo 523) y (TPIY 2002a: 356) y el Tribunal Especial Independiente para Sierra Leona (TEISL 2007: párrafo 743).

[28] El Estatuto de Roma de la Corte Penal Internacional lo recogió en su artículo 7,1,c). De igual modo, fue recogido en los Estatutos de los Tribunales Penales Internacionales: el artículo 5,c del Tribunal Penal Internacional para la Ex Yugoslavia; el artículo 3,c del Tribunal Penal Internacional para Ruanda; y, el artículo 2,c del Tribunal Especial Independiente para Sierra Leona.

[29] La Comisión de Expertos ubica dentro de esta modalidad a las servidumbres por deudas (OIT 2007: párrafo 71). Véase también (OIT 2009: párrafo 40).

[30] La Comisión de Expertos ubica dentro de esta modalidad a la explotación sexual y la prostitución forzosa (OIT 2007: párrafo 78).

[31] El Tribunal Penal Internacional para la Ex Yugoslavia en el caso “Kunarac, Kovac y Vukovic” señala precisamente refiriéndose a la esclavitud (enslavement) que: «Esta definición puede ser más amplia que la tradicional y, a veces definiciones aparentemente distintas de la esclavitud, la trata de esclavos y la servidumbre, o trabajo obligatorio o forzados se encontrasen en otras áreas del derecho internacional. Esto se evidencia en particular por los distintos casos de la Segunda Guerra Mundial (…), que han incluido el trabajo forzoso u obligatorio en virtud de la esclavitud como crimen contra la humanidad. En las labores de la Conferencia Internacional del Trabajo, se discutió esto anteriormente, apoyando esta conclusión (la traducción es mía)» (TPIY 2001: párrafo 541). Véase también (TPIY 2002b: párrafo 117).

[32] Véase las sentencias (TPIY 2001: párrafos 539-543), (TPIY 2002a: párrafos 349-360), (TPIY 2002b: párrafos 116-124), (TPIY 2003: párrafos 191-203), (TEISL 2007: párrafos 739-749) y (TEISL 2008: párrafos 170-174).

[33] También es considerada la esclavitud sexual como un crimen contra la humanidad por el Estatuto de la Corte Penal Internacional (artículo 7, 1, g) y, como también se ha resaltado en la jurisprudencia internacional analizada en el presente Estudio.

[34] También se encuentran recogidas en el Estatuto del Tribunal Penal Internacional para Ruanda (artículo 4, e) y en el Tribunal Especial Independiente de Sierra Leona (artículos 2, g, y 4, c,respectivamente).

[35] Véase también (TEISL 2007: párrafo 728).

[36] «De hecho, los Estados no concluyen acuerdos para cometer torturas o genocidios o esclavizar pueblos. Algunos ejemplos comunes de jus cogens citados en la literatura legal son en realidad hypothéses de école. Por otra parte, los Estados no están inclinados a contestar la absoluta ilegalidad de los actos prohibidos por el principio de jus cogens. Cuando dichos actos ocurren, los Estados lo niegan de hecho o justifican las violaciones de una manera sutil o con argumentos ingeniosos. Así, mientras el principio de jus cogens tiene un valor moral y potencial, su importancia práctica inmediata para la validez de los acuerdos es limitada. Sin embargo, cuando viene a balancear un derecho humano que ha asumido el status de jus cogens contra otro derecho humano que no ha ganado tan elevado status, el concepto puede ser relevante» (la traducción es mía) (MERON 1986: 190-191). Ver también (PASTOR RIDRUEJO 1979: 582); (GAJA 1981: 279).

[37] «Los comentarios de la Comisión de Derecho Internacional sobre el artículo 50 (artículo 53), establecieron que la no derogación de una norma de jus cogens está permitido “incluso” por acuerdos entre Estados, así sugiriendo que alcanza más allá del derecho de los tratados fue contemplado. La aplicación de la doctrina del jus cogens para actos unilaterales es ampliamente, pero no unánimemente aceptado» (la traducción es mía) (MERON 2003: 421).

[38] «La necesidad por trasladar la causa de una posible violación de una obligación impuesta por una norma imperativa parece ser aplicable de la misma forma para los tratados y los actos unilaterales (…). Observando más allá de la Convención de Viena, parece razonable que si un acuerdo o un acto unilateral es nulo porque éste intenta justificar la violación de una obligación impuesta por una norma imperativa, la misma violación no puede ser justificada» (la traducción es mía) (GAJA 1981: 295).

[39] «Además, las normas imperativas pueden chocar con la inmunidad estatal de la jurisdicción de los Estados extranjeros, en que ellas pueden eliminar tal inmunidad. El juez Wald, un miembro de la Corte Federal de Apelaciones norteamericana, argumentó convincentemente en su Opinión Disidente en Princz vs. la República Federal de Alemania que “un Estado nunca es titular para una inmunidad de cualquier acto que contravenga a una norma de jus cogens, sin importar dónde o en contra de quien que actos fueron perpetrados”. También como el Tribunal Penal Internacional para la Ex Yugoslavia señaló en Furundzija, las normas imperativas pueden producir efectos legales “en el nivel del derecho local”: ellas deslegitiman cualquier acto legislativo o administrativo autorizando la conducta prohibida. Consecuentemente, medidas nacionales (incluyendo leyes nacionales otorgando amnistía a los autores de conductas prohibidas) no pueden ser acordes con el reconocimiento legal internacional o cualquier razón son no oponibles para los otros Estados (…). Es interesante resaltar que los tribunales españolas también han tomado recientemente esta posición conforme a las normas de amnistía, la cual ellos han señalado inaplicables por estar en contra del ius cogens (Casos Scilingo y Pinochet)» (la traducción es mía) (CASSESE 2005: 208).

[40] Véase la sentencia de la Corte Europea de Derechos Humanos en el Caso Al Adsani vs. Reino Unido.

[41] «Una norma de ius cogens internacional general también exige, en abstracto, ser hecha prevalecer sobre cualquier norma de Derecho interno contraria a ella, incluso si pertenece a la Constitución estatal. Si no fuera hecha prevalecer por un Estado en un determinado conflicto entre normas, aquel incurriría en la correspondiente responsabilidad internacional que sería invocable por los procedimientos regidos por el propio Derecho internacional. Así, puesto que todos y cada una de esas normas imperativas imponen obligaciones erga omnes, es decir obligaciones frente a la Comunidad internacional cuyo cumplimiento puede ser exigido por todos los sujetos de su ordenamiento y en particular por todos los Estados, también todos estos pueden invocar tal responsabilidad internacional y, en el supuesto de haber sido “lesionados”, exigir una reparación plena» (MARIÑO 2005b: 827). Ver también (CANÇADO 2003: párrafo 70).

[42] «Del ámbito de la ley internacional está no solamente excluida la conclusión de tratados contrarios a estos principios, sino que todo otro acto o acción cuyo objeto o fin no guarde conformidad con estos principios debe igualmente considerarse como desprovisto de todo efecto… Si existe un ius cogens internacional, debe, en efecto, tener necesariamente por efecto el de producir la nulidad de todo acto jurídico y de toda acción de los Estados por causa ilícita. Si un acuerdo no conforme a las normas de ius cogens se tiene por nulo, es porque sus efectos son contrarios al orden público internacional. ¿Cómo podría entonces concebirse que este efecto no se extienda a todo acto o a toda acción jerárquicamente inferior a los tratados? (SUY, citado por GÓMEZ ROBLEDO 1982: 211-212). Ver también (CANÇADO 2003: párrafo 68).

[43] He tomado la traducción de (BOU FRANCH 290-291).

[44] Ver también (SIMMA 1994: 288).

América Latina: La izquierda y la derecha en la coyuntura actual. Claudio Katz. Mayo de 2019

Webber: Estoy acá en Buenos Aires, 5 de mayo de 2019, con Claudio Katz. Para empezar: ¿podrías describir brevemente los aspectos más importantes de tu formación política y tu formación intelectual?

Katz: Bueno, yo soy un típico exponente de la generación del 70 en América Latina. Comencé a militar en la izquierda cuando tenía 16 años, atravesé la dictadura militando en un partido de izquierda, en una actividad semiclandestina, pero también profesional. Fui periodista, después volví a la universidad y ya en la universidad desarrollé mi actividad en los últimos años, en las últimas décadas.

Y después hubo un nuevo momento, que fue la rebelión del 2001 que volvió a modificar mi acción política y creamos una red de economistas de izquierda, estuvimos bastante involucrados en ese proceso de las asambleas del 2001 y del 2002. Y después con el cambio en América Latina hice muchos viajes a Venezuela, Cuba, Brasil, a los distintos países de América Latina, participé bastantes en las distintas iniciativas que hubo en este periodo. Y bueno, todo lo que yo escribo está, como es usual actualmente, en mi página web, como todo el mundo.

Webber: Para contextualizar la historia de la ola de las nuevas izquierdas en la región, en el principio del siglo 21, ¿podrías explicar las causas principales de la insurgencia de los movimientos populares en muchos países en el fin de la década de los noventa y el principio de los años 2000?

Katz: Hubo varias oleadas de resistencia popular que estuvieron, en mi opinión, todas muy determinadas por los grandes cambios estructurales que se registraron en América Latina en los últimos 40 años.

Las resistencias fueron reacciones contra los grandes cambios. En primer lugar, la primarización, el extractivismo, que modificó la estructura social de la región, muy complementario fue el retroceso de la industria en Sudamérica y la reorganización de la industria en Centroamérica. Y el papel, siempre, de la deuda que por momentos se dieron situaciones de alivio, pero se recrea como pesadilla en la región, por esos cambios subyacentes en la estructura productiva, por esa regresión en la estructura productiva de la región.

Y esto ha generado crisis muy profundas, que son más graves que las crisis tradicionales de la región. En dos planos: en el plano externo por el déficit externo por las debilidades financieras; y por la fuerte contracción del poder adquisitivo de la población.

Estos dos hechos han creado situaciones de crisis social muy grande y muy novedosa en América Latina. Es tradicionalmente la región más desigual del mundo, es una región subdesarrollada, pero lo nuevo es el cambio en el mundo campesino, en el mundo agrario, por un proceso de capitalización agraria del agro-business en las tierras se ha producido una modificación de toda la estructura social del agro, un empobrecimiento, una migración a las ciudades y esta migración a las ciudades, sin empleo, ha generado la precarización que en América Latina es distinta, es mucho más seria, que la precarización neoliberal general del mundo y la evidencia, el dato, de esto es el nivel de marginalidad, criminalidad que tiene índices fuera de serie en toda la región.

Entonces, yo creo que este cambio en la estructura generó que se retomarán las tradiciones de lucha, que han sido muy profundas durante la segunda mitad del siglo 20. Y entonces, en la década del 90 tuvimos 4 grandes rebeliones populares: Bolivia, Ecuador, Venezuela y Argentina, que tuvieron varias novedades, sobre todo en los sujetos sociales.

Si bien estuvo la clase obrera presente, no estuvo de la manera tradicional o con el protagonismo clásico que tenía en el pasado, en países como Bolivia, en países como Argentina, en países como Brasil. Nuevos sujetos populares, jóvenes precarizados informales, también parte de la clase media pauperizada. Entonces, se generaron nuevas alianzas populares con nuevos sujetos populares que le dieron, también, a estas rebeliones un clima de radicalidad y de convulsión muy profunda.

Yo creo, igualmente… yo utilicé el término en este momento de «rebelión popular», para distinguirlo de lo que fueron las clásicas revoluciones en América Latina. Nosotros tuvimos cuatro grandes revoluciones en México, en Bolivia, en Cuba y en Nicaragua y, a diferencia de esas revoluciones sociales, estas rebeliones no incluyeron un desafío frontal al Estado, no incluyeron la construcción de un poder popular autónomo y no tuvieron un desenlace militar.

En ese sentido, la revolución está aquí, la rebelión está aquí, es un proceso muy profundo pero comparado con tradiciones más… con lo que fue la experiencia revolucionaria de América Latina no llegaron a ese punto. Y así surgió el ciclo progresista. El ciclo progresista es el resultado de estos dos grandes procesos: la transformación económica social de América Latina y la reaparición de un tipo de insurgencia, clásico en el sentido de las tradiciones, novedoso en el tipo de sujetos y en el tipo de movilización.

Yo creo que el ciclo progresista, claramente, fue el efecto de esta irrupción popular y yo creo que su principal consecuencia fue modificar las relaciones sociales de fuerza en toda la región. No en toda la región, en Sudamérica, siempre es un vicio que tenemos acá… nosotros acá tendemos a ver a Centroamérica como si fuera lo mismo y es muy distinto.

Te lo digo una sola vez, siempre voy a hablar de Sudamérica. Voy a hacer alguna mención, pero todo este periodo pasado está muy centrado en Sudamérica. Al contrario, Centroamérica estuvo viviendo un proceso distinto. Lo que pasa es que fue tan fuerte el ciclo progresista, que impactó sobre Centroamérica y tiñó a toda la región.

Bueno, yo creo que cambiaron las relaciones de fuerza, los proyectos neoliberales originales quedaron muy shoqueados, perdieron el timón, perdieron sus gobiernos más directos y la combinación de esto con un escenario económico internacional favorable a América Latina, por la apreciación de las materias primas, generó un contexto de alivio económico y social muy importante.

Y además, sorprendente para lo que pasaba en el resto del mundo. Eso fue, quizá, lo que tornó a Sudamérica en un foco de atracción tan importante para el progresismo internacional. Que es que mientras los ajustes, el ciclo de ajustes estaba a pleno en Estados Unidos, en Europa, en Oriente, en Sudamérica se vivió como un pequeño oasis que llamó la atención, pero que fue efectivo, un desahogo no sólo económico y social, es decir, no sólo que la mejor oferta internacional permitió en este contexto recomponer ingresos populares, sino que el otro dato importante del ciclo progresista fueron, lo que yo diría, lo que son las conquistas democráticas, tanto en el plano inmediato de la calle, de las relaciones de fuerzas, del retroceso de los aparatos represivos, la época previa fue muy represiva, el ciclo progresista fue un período de alivio en el plano democrático.

Y, también, importantes conquistas legislativas y constitucionales. Hasta hechos simbólicos como que un presidente de origen indio en Bolivia, modificación de la tradición racista de la región, constituciones muy, muy avanzadas en Venezuela, en Bolivia.

Bueno, yo creo que todo esto fue el efecto del ciclo progresista, pero retomó tradiciones previas, tradiciones políticas ideológicas populares previas de América Latina. Yo creo que hubo como un reencuentro con la Revolución Cubana y un reencuentro con la tradición antiimperialista previa. Y aquí también hay una originalidad de América Latina, el hecho que la revolución cubana haya persistido, en situaciones de una adversidad y un aislamiento inédito, en vez de haber sufrido el declive de Europa del este o las modificaciones de Vietnam o China, que es otra historia, el hecho de que haya persistido, al recrearse esto, se reconectó. Y Cuba fue… participó, reingreso en la región y las tradiciones de la Revolución Cubana se reencontraron.

Entonces, en síntesis, yo creo que hubo un periodo de un ciclo progresista, parece mentira que lo diga, pero ahora hay gente que piensa que no hubo, que no existió, que fue una fantasía, no… no fue una fantasía, existió fue un ciclo, fue un cambio, fue el resultado de un proceso político. Yo no estoy de acuerdo con el concepto del «consenso de commodities», en el sentido de la idea de que no… de que en el fondo fue todo igual, porque como todos los países continuaron dependiendo de la exportación de productos básicos.

Hay intelectuales que piensan que, bueno, que como Venezuela vende petróleo y Colombia vende combustibles y cualquier país vende bananas, la derecha es igual que la izquierda, pero esa es una mirada economicista, es una mirada reductiva. Si un país como Bolivia vende gas, y un país como Colombia vende gas, no son iguales porque vendan gas, si uno tiene un gobierno reaccionario y el otro un gobierno progresista, no importa que vendan gas… no se puede nivelar a los países por lo que están vendiendo.

Entonces, sí hubo un ciclo progresista, sí hubo cambios importantes. El ciclo progresista justamente se ve por contraste a los gobiernos que se mantuvieron de derecha, es decir hubo un ciclo progresista y hubo un ciclo anti o no progresista en Colombia, en Chile, Perú, en México antes… en lo previo… es decir, todo un segmento que se mantuvo ajeno y hostil, pero esa hostilidad confirma lo que ocurrió aquí, confirma que Piñera no es lo mismo que Chávez.

Pero yo te añadiría que fue un ciclo progresista, pero no fue un ciclo pos-liberal. Yo no concuerdo con el término pos-liberal. Pero no concordé en ese momento, tampoco ahora, porque pos-liberal implica que las transformaciones son lo suficientemente importantes como para dejar definitivamente atrás una etapa. Yo creo que fueron transformaciones importantes, pero que no dejaron atrás esa etapa. Entonces, fue un ciclo progresista, pero no fue pos-liberal. Esa sería mi visión de qué consistió ese cambio.

Webber: ¿Cómo caracterizas las debilidades, al lado de estas fortalezas de estos gobiernos y cuáles fueron los casos en los cuales los cambios populares fueron más sólidos, más avanzados?

Katz: Yo distingo… la entrevista es el tema de dos libros míos ¿No? En este libro, Neoliberalismo, neodesarrollismo, socialismo, del 2016, yo ahí distinguí, dentro del ciclo progresista entre los gobiernos digamos de centro izquierda y los gobiernos más radicales. Entre Kirchner, Lula y Chávez, Evo Morales ¿no?

A mí me parece que no son los mismos, hubo como dos peritos subclasificaciones distintas. Los gobiernos de centro izquierda ampliaron derechos, pero mantuvieron sin cambios el sistema político, sin ningún cambio relevante del sistema político. Y además, fueron gobiernos que se asustaron cada vez que apareció una movilización popular importante. Entonces eran gobiernos que aceptaban cambios y mejoras, pero siempre con un gran temor a la acción popular.

En Argentina con Kirchner se vio cuando hubo marchas, y en Brasil es muy nítido por la actitud que tuvo el gobierno frente a las marchas del 2013, que fueron las que cambiaron el escenario brasileño, a partir de esas marchas el PT no quiso saber nada de eso y por eso la derecha aprovechó.

En el plano económico, estos gobiernos fueron los que yo llamo gobiernos neodesarrollistas, en el sentido que intentaron una recomposición de la industria, una restauración de la regulación estatal, pero sin modificar lo que había cambiado el neoliberalismo. El neoliberalismo reorientó las economías, puso en el centro el agronegocio y la exportación de productos básicos como eje.

Y el neodesarrollismo intentó limitar eso pero sin buscar una modificación sustancial de eso. En Argentina eso fue muy visible con el peso del agronegocio y en Brasil con el sistema financiero. Es decir, los dos grandes cambios que había que hacer en estos dos países: acá en Argentina manejar el comercio exterior y en Brasil manejar el sistema financiero, ni el kirchnerismo, ni Lula quisieron avanzar en ese sentido.

Entonces, lo que hubo fue, en ambos casos, una mejora en el consumo. Pero una mejora muy frágil en el consumo, porque si vos mejoras el consumo sin ningún cambio en la estructura productiva, cuando cambia al escenario eso es muy vulnerable, ¿no?

Y el efecto de eso, yo creo que ha sido… el efecto de esas limitaciones, de esos gobiernos de centro izquierda ha sido lo que vino después. Yo creo que en el caso de Brasil el PT tiene mucha responsabilidad en la llegada de Bolsonaro, responsabilidad en el sentido que, especialmente en el último período, en el período de Dilma defraudó por completo a los sectores que lo seguían. Por eso perdió peso en la clase media, perdió peso en la clase obrera y sólo mantuvo autoridad de los estados del norte. Temer fue el vicepresidente de Dilma, el ministro de economía era un neoliberal extremo. Y, entonces, me parece que generó una desmoralización, una defraudación que se coronó cuando Dilma abandonó el gobierno sin lucha, aceptó el golpe de estado y eso permitió la llegada de la derecha.

Argentina es distinto, Argentina es muy distinto. Porque si bien en Argentina hubo también un proceso de defraudación, un proceso de malestar, Cristina se retiró con una amplísima simpatía popular, enorme, y además de eso durante todos estos años las diferencias han sido enormes entre Brasil y Argentina, es como negro y blanco.

Allí hubo desmovilización popular, aquí hubo movilización popular, allí hubo retorno de los militares, aquí es imposible al retorno de los militares. Allí hubo una desmoronamiento del sistema político, acá hay una recomposición o mantenimiento del sistema político. Aquí hubo nuevas formas de acción popular, como por ejemplo las marchas de las mujeres por el aborto, millones de personas, un mantenimiento del peso de los sindicatos…

Argentina es un país que ha tenido 40 huelgas generales desde el principio de los ochenta y cuatro huelgas generales con Macri y cuando acá hay huelga general, hay huelga general. Pasaba en Europa en los años 80 y 70… Entonces, la tradición de la Argentina como un país convulsionado y de Brasil como un país del orden se mantuvo.

Entonces, esto es quizás interesante porque un mismo tipo de gobierno da un resultado diferente en el plano político, aunque no en el plano económico, en el plano económico los dos se enfrentaron con los mismos límites, pero una cosa lo que pasa ahí y otra cosa es lo que pasa acá.

Quizás hay un tercer caso que es muy interesante, que es el de Ecuador y es muy interesante porque Correa, sin ser… más o menos uno le podría situar como Lula, como Kirchner en ese mismo espectro, aunque con algunos rasgos mucho más autoritarios de los que vimos acá y en Brasil. De choque con el movimiento social, muchísimo más fuerte que lo que vivimos en Brasil o en Argentina.

Ese nivel de irritación que generó Correa en muchos movimientos populares no se dio ni acá, ni en Brasil. Pero lo interesante, a mí me parece de Ecuador, es que allí Lenin Moreno, el que terminó ganando las elecciones era un hombre de Correa. Ganó las elecciones con una bandera contra la derecha y generó el gobierno más derechista de América Latina, un gobierno que es igual que Macri, en la política con el Fondo Monetario Internacional, es decir el hombre que acaba de permitir la entrega de Julian Assange, le ha quitado la posibilidad de defenderse algo escandaloso.

Lo importante es que su nombre del propio proceso, o sea qué es lo que nos está diciendo, que tanto en Brasil como en Argentina también dentro del proceso, dentro del propio proceso, había elementos de plena derecha, puro de la derecha, que no llegaron… Temer sería como la expresión de Lenin Moreno en Brasil.

Aquí no llegó a notarse. Pero también es otro elemento bastante ilustrativo de los límites de estos procesos.

El otro tipo de gobiernos, yo los denominó radicales, pero para usar un término. Que es la línea: Venezuela, Bolivia en parte de Cuba. El punto complejo ahí es el chavismo, probablemente el fenómeno más relevante de toda la historia contemporánea de América Latina. El chavismo no tiene parangón con el kirchnerismo, con Lula, yo creo que ni siquiera con Evo Morales en Bolivia.

En primer plano porque el nivel empoderamiento popular que generó el chavismo no se vio, quizás en Bolivia, pero seguro no en Brasil y Argentina. El nivel de intervención, la red de organizaciones populares, la creación… El despertar político.

Probablemente es tan llamativo porque Venezuela no tuvo, a diferencia de Argentina, de Brasil y de Bolivia, o de Ecuador, procesos previos, no existió peronismo, no existió el MNR, no tuvo esa historia… Al no tener esa historia, con ciertas décadas es como que concentró lo que ya muchos países habían hecho previamente. Entonces eso lo hizo más revulsivo todavía y, sobre todo, generó una reacción de las clases dominantes venezolanas que no hubo en otra región.

Porque la clase dominante en la Argentina conoce al peronismo desde hace 70 años, en Brasil antes de Lula ya hubo una experiencia con Prestes, ni que hablar con la experiencia que hay en Bolivia con la sucesión de procesos políticos. Bueno, como Venezuela no tuvo nada de eso es como que la clase dominante reaccionó como si estuviera en los años 30 o 40, como si descubriera por primera vez que existe el pueblo. Entonces eso lo hizo un proceso tan crítico.

A esto se suma la radicalidad política de Chávez. Chávez fue un personaje muy especial, fue una combinación de la trayectoria antiimperialista de América Latina, pero con una enorme absorción de la revolución cubana y este es un rasgo que tampoco estuvo presente… es casi el ideario de la Revolución Cubana estuvo presente como organizador del ideario de Chávez. Y sumale a eso que Venezuela es el país que tiene el petróleo y que por lo tanto tiene para Estados Unidos un papel que no tiene ningún otro país.

Entonces Venezuela se terminó convirtiendo en el punto de explosión de la región, por esta combinación; pero incluso si no hubiera existido nada de lo que yo te cuento sólo el hecho de que Venezuela tenga las mayores reservas petroleras del mundo, hace con que los Estados Unidos la vea como Irak o Libia, algo que no ocurre con el resto de los países. Ninguno tiene esa relevancia estratégica… el hecho que CITGO, la empresa venezolana de petróleo actúe en los Estados Unidos con una subsidiaria e incide tan determinantemente en el precio del petróleo interno de los Estados Unidos te da la pauta de lo estratégico que es ese país.

Bueno, esto transformó al chavismo en el gran proceso que lo ubican dentro del ciclo progresista, pero al mismo tiempo como algo cualitativamente diferente al ciclo progresista, ejerció relativamente un liderazgo sobre el ciclo progresista, pero fue un ensayo de otra cosa. De algo muchísimo más radical que el ciclo progresista. Eso se verificó, también, en el plano de la economía porque hubo una redistribución de la renta petrolera, mucho más importante que la distribución de ingresos que hubo en Argentina, Ecuador o en Brasil, pero paradójicamente sobre una economía terriblemente más frágil, más dependiente de un solo producto y por lo tanto sujeta a tensiones muchas mayores.

Bueno, por ese combo, Venezuela sigue siendo el centro de la conflictividad latinoamericana, una vez que el ciclo progresista ya no está más. Es tan relevante lo que pasó ahí, que con ciclo progresista, sin ciclo progresista, con esta reacción derechista, con lo que quieras Venezuela… si bien la muerte de Chávez cambió muchas cosas y si bien el procesos sufrió cambios muy grandes, y sobre todo la guerra económica generó prácticamente una degradación del país, la crisis económica de Venezuela sólo es comparable con la del 30 en Estados Unidos, el mismo porcentaje de caída del producto bruto, emigración masiva de la población, colapso económico. Un escenario que combina la guerra económica, la hostilidad de las clases dominantes, con un nivel de improvisación, irresponsabilidad y corrupción dentro del gobierno venezolano, que ha creado una situación completamente explosiva.

Ahora, yo creo que así como el ciclo progresista no está, pero Venezuela está, Venezuela define lo que va a pasar en el futuro en América Latina y qué es lo que finalmente puede terminar ocurriendo con el ciclo progresista. Si Venezuela ya hubiera desaparecido, bueno estaríamos en una conversación de balance del ciclo progresista y nada más que eso… por qué pasó, qué no pasó… Pero Venezuela es tan relevante que hace que todo lo que pasó no está terminado, porque queda pendiente un eje de lo anterior y el eje más radical de lo anterior y el problema más irresoluble de lo anterior.

Yo creo que, por estas razones, lo que pase en Venezuela va a definir el futuro. Bueno, ahora hay un nuevo intento de golpe de estado, de nuevo hay casi un discurso enfermizo de los medios de comunicación por el grado de doble vara… digamos Venezuela es una tragedia humanitaria, pero Colombia que tiene 6 millones de desplazados o la masa de centroamericanos que se va a Estados Unidos no es crisis humanitaria. Es una tragedia para la prensa pero en México asesinaron a 100 periodistas, en Colombia desde los acuerdos de paz creo que hay, ya no sé si 100 o 200 líderes sociales asesinados, en Venezuela no hay ni uno solo. Resulta un poco complicado discutir Venezuela porque la propaganda enceguece el debate, no la pasión, o sea la pasión es lógica… pero no se puede hablar de los datos, porque la realidad está anulada.

Entonces, yo creo que hay un tema clave de cómo se va a resolver la cuestión venezolana, es una lucha en dos frentes, es una lucha contra el golpe, es una lucha contra Estados Unidos y es una lucha dentro del chavismo para ver si hay una recuperación o no del chavismo.

Efectivamente, yo comparto todas las críticas del sector crítico del chavismo, en todos los terrenos. Me parece que los errores, para llamarlos en forma suave, que se han cometido en el terreno económico son completamente inadmisibles. Pero, al mismo tiempo, hay un nivel de resistencia popular que es completamente sorprendente. Ningún otro país podría resistir lo que le están haciendo y, en parte, eso se explica por una construcción tan fuerte desde abajo. Quienes hemos vivido otros procesos, y acá en Argentina, sabemos lo que son las conquistas populares, es algo que no se borra, dura décadas…

Es algo que queda en la conciencia popular. Entonces, quien ha vivido, quien conoce la Argentina, puede entender por qué el venezolano se agarra, sostiene con tanta fuerza… sino es inexplicable que no caiga Maduro, el proceso allí. Así que, veremos… Es difícil hablar de la coyuntura, pero en dos meses fracasó la autoproclamación de Guaidó, fracasó el intento de la crisis humanitaria de ingresar camiones, fracasaron dos o tres intentos de golpe de Estado, fracasó la guerra eléctrica… o sea, es llamativo, ¿no?

Y bueno, entonces es interesante en contraste con Bolivia. Porque sería casi un tema para indagar con mucha serenidad. Porque la radicalidad discursiva e ideológica es muy semejante. Evo Morales, los discursos de Evo Morales son parecidos a los de Chávez. Y sin embargo, ha logrado una estabilidad macroeconómica, una mejora, una recomposición del nivel de ingresos, hasta suscita la envidia de los gobiernos derechistas lo que ha logrado Bolivia con la renta petrolera. Esto habla, me atrevo a decir, de un dato objetivo y de una conducción. El dato objetivo, para mí, es que Bolivia no es una amenaza, entonces hay una tendencia cuando un país no es una amenaza a ignorarlo.

Nadie en el Departamento de Estado mira a Bolivia, si le va mal le va mal, si le va bien le va bien. Eso le ha dado un margen que no tiene Venezuela. Parte de un piso de subdesarrollo mucho mayor que cualquier otro país, entonces cualquier mejora es más significativa.

Y después, finalmente, han sabido gestionar, con probablemente… la tradición campesina, localista, cerrada, de altiplano de Evo Morales lo haya llevado a ser tan conservador, es la antítesis de la exuberancia caribeña de Chávez, que se lanzaba a grandes proyectos.

Al mismo tiempo, Bolivia nunca fue una referencia para toda América Latina, mientras Venezuela sí. Entonces, bueno, son destinos históricos diferenciados.

Y bueno Cuba es un caso aparte. Pero lo interesante de Cuba es que Cuba tiene algo como de Bolivia estabilizada, en el sentido que por esos milagros que no puede entender la gente de derecha, un país que no tiene absolutamente nada, nada de nada de nada, que es una isla… que solo tiene turismo, algún mineral, nada… tiene los niveles de escolaridad y los niveles de alimentación y sobre todo de salud más admirados de la región.

Y, sobre todo, un dato que llama muchísimo la atención: un nivel de delincuencia irrelevante, que es algo impensable en el resto de América Latina. O sea un país al que llega un millón de turistas al año y que ese turismo no contamina… ese mismo turismo en Puerto Rico, en el Caribe mexicano o en Belice produce desastres y ahí no. Entonces, ahí se ve el efecto de la construcción de largo plazo, en la conciencia de la población, los valores de una sociedad, lo cual también es muy llamativo, es un ejemplo bastante interesante para toda América Latina. Pero igual sería… es como otro tema, no…

Por lo tanto… te cierro con esto… el escenario del ciclo progresista ahora se concentra en lo que pasa en Venezuela y según lo que pase en Venezuela seguirá de distinta forma el futuro.

Webber: En términos económicos y geopolíticos: ¿por qué no ha habido una ruptura con la dependencia del capitalismo extractivo más fuerte y la inserción subordinada de la región en el mercado mundial?

Katz: Mirá, ese es el tema de este segundo libro, La teoría de la dependencia, cincuenta años después. Vos sabés que este libro salió a fin del año pasado, hicimos varias presentaciones, acá, pero también en Brasil, y hay un resurgimiento del debate sobre la teoría de la dependencia, para responder a estos problemas. La teoría de la dependencia fue como la teoría latinoamericana más original, más interesante, de los años de gloria de los años 70 y ¿por qué hay tanto interés ahora? Porque, más o menos, existe la percepción que los problemas de esa época son los problemas de ahora.

O sea que los problemas de un ciclo de reproducción dependiente, de exportaciones básicas, una industria muy dependiente y contraída, la novedad de una dependencia financiera mayor que en el pasado, de una dependencia tecnológica mayor que en el pasado. Hace que todos los países latinoamericanos sean más vulnerables que en los años 70. Y esto es importante porque lo que ha pasado con América Latina, es que ha quedado muy afectada por la globalización neoliberal. O sea, es de las regiones más perdedoras de todas las transformaciones de los últimos cuarenta años.

Porque la globalización generó situaciones muy distintas: desindustrializó Detroit, pero impulsó el Sylicon Valley. En cada lugar hizo fenómenos muy contradictorios. Pero en América Latina fue un desplazamiento de un bloque hacia atrás, en bloque… prácticamente sin excepción. Y esto tiene que ver con que, en la división global del trabajo actual, América Latina quedó como la gran proveedora de productos básicos y perdió la industrialización que se fue a Asia.

Entonces, mientras Corea del Sur en los años 60 era un país que estaba muy por debajo de la Argentina, ahora está muy por arriba de Argentina o de Brasil. El Sudeste asiático subió, a la par que América Latina caía. Porque el modelo con el cual se industrializó América Latina, de sustitución de importaciones, perdió gravitación en la globalización. Y América Latina no tiene la fuerza de trabajo barata de China… tiene materias primas. Entonces el lugar que le tocó a la región en el capitalismo mundial es totalmente adverso y por esa razón se agravaron todos los problemas. Todos los viejos problemas de América Latina se agravaron.

Por eso en el ciclo progresista hubo tanto debate de alternativas y, por primera vez, se plantearon alternativas a escala regional. Ese fue el gran cambio respecto del pasado. Argentina no discutió Argentina, Brasil… sino que hubo un gran consenso, primero en el Mercosur, después Unasur, y tratar de estructurar y avanzar en la integración latinoamericana. Yo creo que ese fue el gran cambio y, al mismo tiempo, fue la gran percepción que es la única vía que tienen América Latina en la globalización actual. O sea, la captación que una región que ha quedado desplazada así, solamente actuando en bloque puede negociar a escala mundial e intentar un proceso de reindustrialización que ya no puede hacerse a nivel de cada mercado local.

Lo que pasa es que en el ciclo progresista, todo el intento por esa vía falló. Falló por completo, falló el Banco del Sur, falló Unasur, falló el intento de un manejo común de las reservas monetarias, todos los proyectos de integración, coordinar los tipos de cambio… todo eso tuvo la limitación del ciclo progresista. Hubo un intento más radical, que tampoco prosperó que fue el ALBA. El ALBA tiene importancia más política, porque el ALBA fue el gran intento de un proyecto radical a escala latinoamericana y con ideas ya muy consistentes de cómo forjar la soberanía monetaria, la soberanía alimenticia, la soberanía energética.

El ALBA no era un proyecto comercial como el Mercosur, era un intento de un plan de desarrollo integrado. Bueno, por el devenir de los procesos políticos no prosperó, pero a mí me parece que de la misma manera que Venezuela se mantiene, el ALBA persiste como una vía, como una idea, como un proyecto de cual es, a mi juicio el único camino, el único, no ese… por ese lado, el único camino para que América Latina pueda ponerse en pie, de otra manera es completamente imposible.

Webber: Desde tu perspectiva ¿cuándo y por qué empezó el fin del llamado fin de ciclo?

Katz: Mirá, con la restauración conservadora. Uno puede decir, eso terminó a medida que se impuso la restauración conservadora y los momentos centrales han sido el golpe de Estado en Brasil, y después Bolsonaro, y el triunfo de Macri en Argentina. En realidad, la restauración conservadora es una mezcla de elecciones y golpes. El gran cambio que se está produciendo es en el sistema político latinoamericano.

Todas las formas de constitucionalismo están perdiendo peso frente a las formas más autoritarias. Y, a pasos muy acelerados, está ganando peso la estructura de poder. Y las elecciones son como un elemento secundario. Por eso en los países donde está más firmemente está asentada la derecha: Colombia, Perú, Chile, las elecciones son irrelevantes. El nivel de participación popular es bajísimo, se habla mucho en contra de Venezuela, pero en Venezuela el número de votantes en cualquiera de las elecciones es infinitamente superior al de Colombia, Perú o Chile.

La restauración conservadora gobierna sobre la base de la anulación de la política, el disciplinamiento social más extremo. Entonces, el problema acá es hasta qué punto la restauración conservadora se ha estabilizado. Nosotros podemos decir que el ciclo progresista, tal como lo conocimos, ya está… Pero ¿hay una restauración conservadora o es frágil? Yo creo que es muy frágil. Yo creo que es muy frágil… genera símbolos importantes, por ejemplo anulan Unasur e intentan crear el Prosur, forjan la cumbre de Lima para hacer un golpe de Estado en Venezuela. Pero son proyectos, muy, muy, muy inconsistentes. Por ejemplo, han perdido uno de sus pilares clave que es México, con el triunfo de López Obrador.

Pero la base por la cual yo pienso que son frágiles, es que el proyecto económico neoliberal clásico de los años 90, de los años 2000, en América Latina ahora choca con el escenario internacional cambiado. Entonces los neoliberales están desconcertados, desubicados, no saben qué hacer. Y eso erosiona mucho el proyecto político de la restauración conservadora… o sea, hay un gran problema, porque el neoliberalismo es privatización, apertura comercial, pero ¿cómo vas a hacer apertura comercial en medio de las guerras comerciales que estamos viendo en el mundo? ¿Qué sentido tiene decir yo soy neoliberal frente a Trump?

El más aliado sería China, pero ahí hay una contradicción bastante evidente, el neoliberalismo es una doctrina americanista, proyanqui, con la impronta de Estados Unidos… no puede decir que su ídolo va a ser el libre comercio de China. Entonces, sumado a que las principales inversiones son de China, eso hace que a diferencia de los 90, de los 2000, a diferencia de los neoliberales anteriores, acá hay un neoliberalismo sin norte, sin estrategia. Entonces sus expresiones políticas son muy frágiles. Porque no se sabe muy bien qué es lo que querrían, cuál sería su proyecto.

Por lo tanto, yo te diría que acá estamos como en una restauración conservadora con un neoliberalismo zombi y, entonces, está muy abierto, el resultado está muy abierto. Está muy abierto por esta combinación de circunstancias y por el choque… el ciclo progresista tenía un proyecto latinoamericano que no caminó, pero acá no hay un proyecto neoliberal, más allá de hacerle un golpe de Estado a Venezuela, pero eso no es un proyecto. Incluso cuando ellos dicen «anulamos Unasur y creamos otra cosa»… crearon otra cosa para hacer un golpe de Estado no porque «tenemos tal estrategia». Entonces, yo creo que no podemos todavía hablar de un ciclo de restauración conservadora nítido.

Webber: Y esto explica la debilidad de, por ejemplo, Bolsonaro y Macri en la coyuntura actual.

Katz: Sí. Yo creo que el gran test de la derecha es Bolsonaro. La pregunta de qué son los regímenes derechistas en América Latina, Bolsonaro nos va a dar la respuesta. Lo que pase con Bolsonaro nos dice qué ocurre con la nueva derecha en América Latina .

Porque Bolsonaro es la representación pura de la nueva derecha, muy familiar a todo lo que estamos viendo en Europa, es la representación latinoamericana de ese discurso derechista extremo, muy provocador, contra las conquistas democráticas, alineamiento directo con los Estados Unidos, política económica neoliberal, y lo que hemos estado discutiendo el año pasado: hasta qué punto Bolsonaro es fascista o no es fascista.

Yo creo que uno puede decir que Bolsonaro tiene ingredientes, elementos fascistas pero el fascismo es un proceso y lo que sería el proceso de fascistización de Brasil es una incógnita. Bolsonaro sería sólo el punto de partida.

Para que haya un régimen fascista en Brasil tendría que asentarse la represión y tener un liderazgo derechista muy nítido. Hay dos antecedentes de lo que sería el fascismo, la primera es Pinochet. Bolsonaro tendría que alcanzar primero el nivel de Pinochet, ese nivel de represión y ese nivel de autoridad contrarrevolucionaria en la clase media, ante el peligro… como reacción frente a Salvador Allende, tener eso. Y esa ideología anticomunista asentada y esa solidez de un régimen y tendría que alcanzar las bases sociales que tiene Uribe en Colombia. No sólo una estructura de paramilitares, sino también un voto de un sector de clase media derechizada en la tradición de la oligarquía colombiana. Bueno, Bolsonaro está muy lejos de empezar alcanzar esas dos cosas.

Y el problema es que el gobierno de Bolsonaro, los tres meses o dos meses de Bolsonaro son una payasada, son una risa, es un récord de tonterías. Hasta en el carnaval de Brasil hubo comparsas riéndose de Bolsonaro, porque parece un programa cómico, es un delirio, lo que él dice, pero es un delirio sobre un gobierno que está en plena inacción, porque podría ser delirante como Trump , pero Bolsonaro no es Trump, es un gobierno que no hace nada. La burguesía brasileña está descontenta con Bolsonaro.

Ni siquiera el plan básico, que es la reforma previsional, ni siquiera eso lo han puesto en marcha. Y es un desgobierno, o sea no sabe el ABC de como manejar la gestión pública. Incluso las aventuras internacionales: ir a Jerusalén, ir a Israel, provoca problemas porque Brasil depende mucho de China y depende incluso de ventas al exterior a los Países Árabes

Entonces, Bolsonaro está jugando con las exportaciones brasileñas, la clase dominante no se lo va a permitir. Por esa razón el gobierno de Brasil está en el ejército, el ejército es el…y si sigue esto así, el ejército va a terminar reemplazándolo a Bolsonaro, el vicepresidente va a terminar ejercicio de las funciones. Por lo tanto si la derecha, la nueva derecha en América Latina es Bolsonaro, no hay nueva derecha. Si es eso no hay nueva derecha… veremos, igual son tres meses todavía es prematuro.

Pero el otro dato interesante es que no hay otros Bolsonaros en América Latina, hay derecha reaccionaria como Uribe, tradicional, pero Bolsonaros… incluso es interesante que en México ganó López Obrador, es decir hay un giro importante en el otro país importante de la región, una crisis muy grande de la vieja derecha mexicana y yo te diría que, además, de las elecciones de Colombia y de Chile hay un crecimiento importante de la centroizquierda. O sea en los dos, otros dos países que serían el bastión, más bien lo que está creciendo es Petro en Colombia y las nuevas formaciones de centroizquierda en Chile, entonces muy abierto el tema de la derecha.

Webber: ¿Cuál ha sido el papel del imperialismo dentro de todo eso y ha sido reducible a los Estados Unidos o cuál es el papel de China en todo eso, también?

Katz: Es evidente que Trump es un intento de recuperar la hegemonía estadounidense frente el desafío de China en el mundo. En eso consiste Trump. El problema que en esa estrategia de recuperar peso frente a China, América Latina es una pieza clave. Es una pieza clave porque para Estados Unidos, América Latina es su patio trasero, o sea, es propia. Y el desafío de China no es en el mundo, es en América Latina, o sea para Estados Unidos el problema de China no solo es el problema de China en el mundo, es el problema de China en su dominio.

Por eso la actitud de Trump en América Latina es la de recuperar dominio en forma muy burda, en forma muy tosca. Volver a lo que se llamaba la política del garrote, yo domino y todos se me subordinan. Por eso Trump insulta a los mexicanos, construye el muro, insulta a los caribeños, desprecia a América Latina, no tiene una política para intentar forjar un bloque, sino que los considera como los vasallos que se someten. Trump está jugando con fuego en esto, porque tiene gobiernos conservadores que lo siguen, pero hay algo un poco complejo en lo que está haciendo Trump. Porque Trump trata a América Latina como si fueran sus colonias, pero no puede, no está en condiciones de actuar como una potencia militar frente a sus colonias.

Entonces, Trump dice, pero no hace. Entonces, hay un contraste… fijate el golpe de Estado de Venezuela, es la típica de Estados Unidos: Abrams, Spence, Bolton, Rubio, Pompeo, actúan como en la época de Roosevelt, del primer Roosevelt, de Theodore Roosevelt, se consideran directamente los dueños para hacer lo que quieren. Pero, sin embargo, hasta ahora no hay una invasión, como fue Granada en 1983, Panamá en 1989… incluso el golpe de Zelaya en el 2009.

O sea, hay un divorcio entre lo que Estados Unidos dice y lo que Estados Unidos puede hacer efectivamente. Estados Unidos es muy improbable que pueda repetir en Venezuela lo que hizo en Libia, o lo que hizo en Irak. Entonces, es una política bastante aventurera la de Trump, y que hasta ahora, es muy temprano para hacer un balance, hasta ahora no tiene un resultado nítido.

Yo creo que un hecho importante es que, lo único que logró Trump, es la renegociación del NAFTA. Y eso sí es un dato importante, porque eso es lo que buscan los Estados Unidos. Trump no quiere irse de la globalización, lo que Trump quiere es renegociar acuerdos multilaterales, transfromándolos en bilaterales. Y al hacerlos bilaterales, hacer que los servicios de los Estados Unidos tengan más peso, que se cobre el copyright, que haya mayor favoritismo para las empresas estadounidenses y eso lo logró en el NAFTA. Entonces, es contradictorio, porque no puede usar la fuerza militar, pero el único tratado en el mundo que logró rearmar es, justamente, el de México. Por eso, curiosamente tiene una actitud cauta hacia López Obrador. Por lo tanto, yo te diría que en este terreno hay que separar mucho lo que se dice, de lo que se hace.

Me parece que la prioridad económica de los Estados Unidos, renegociar tratados, aumentar exportaciones, limitar la presencia China y competir con China, eso es lo que ellos están buscando. Y para lograr eso, ellos necesitarían cambiar el gobierno de Venezuela. Venezuela es importante para Estados Unidos, no sólo porque está el petróleo, sino porque sería el mensaje de que China y Rusia, en este caso, no ingresan acá. Por eso lo que pase ahí define todo, Venezuela es como… ahí se concentra todo, todo, todo, todo.

Es decir, si Estados Unidos no lo logra, si el chavismo se mantiene, va a ser como en Siria, donde Rusia va a afianzar su rol militar, tiene militares en Venezuela y si, Estados Unidos no modifica esa situación Rusia se afianzó como una potencia que llega a América Latina.

Y si no logra cambiar esa situación, este ingreso de China así, de a poquito, tampoco se va a revertir. Entonces, hasta ahora estamos ahí, viendo lo que ocurre, pero el dato estructural es que China penetra y Estados Unidos retrocede y Estados Unidos quiere recuperar.

El gran problema que tiene Estados Unidos es que su aliado para eso que serían los gobiernos derechistas de América Latina, son gobiernos cuyas clases dominantes tienen relaciones ya muy estrechas con China y Estados Unidos no le ofrece nada a cambio. La Argentina y Brasil le venden soja a China, pero Estados Unidos no es que no le va a comprar soja… Estados Unidos vende soja, o sea es competidor…

Entonces qué puede ganar el agrobussines de Argentina o de Brasil haciendo un acuerdo con su competidor, que es Estados Unidos, y no con su cliente que es China. Entonces, lo que está intentando hacer Estados Unidos es muy difícil. Y al mismo tiempo, cada clase dominante de América Latina buscar mantener sus negocios, mantener sus negocios en un equilibrio que es muy inestable porque no tiene estrategia. O sea, Bolsonaro va a reconocer a Israel, pero hay que venderle a China y ahí hay un conflicto; Macri apoya el golpe, pero aquí Argentina no sólo le vende a China, las reservas del Banco Central dependen de un préstamo de China, entonces ¿cómo manejarse?

Yo veo que es una situación muy crítica, que te insisto, cuya definición así drástica la da Venezuela. O sea, si pasa algo en un sentido o en el otro, ordena que el que va ganando es este o el que va ganando es el otro.

Así que, para mí China es la gran novedad. Y en ese sentido América Latina se parece bastante a África, pero es distinto a África. Se parece al África porque ha sido los dos lugares donde China ha concentrado sus inversiones en materias primas y depende de las materias primas. Y las dos regiones donde China está invirtiendo en infraestructura. El problema es que América Latina tiene un desarrollo mayor y una experiencia política muy superior al África y América Latina es el patio trasero de los Estados Unidos, el África fue el patio trasero de Europa. O sea, es distinto…

Yo creo que acá hay un problema… en el ciclo progresista de la década pasada, hubo cierta conciencia que hay que negociar con China de otra manera, porque hasta ahora el gran perdedor de la relación América Latina/China es América Latina. En el sentido que América Latina vende bienes primarios, China vende manufacturas, hay un déficit comercial enorme y la región está recreando la dependencia. Hubo una conciencia, pero no una acción, por ejemplo, hubo muchas ideas de que había que negociar con China en bloque, pero nunca se llevó a la práctica. Y nunca se llevó a la práctica, porque negociar en bloque implica reducir la autonomía de cada grupo nacional, de cada burguesía nacional. Si negociamos en bloque somos Unasur con China y, en ese caso, no es que el grupo exportador argentino va ahí y vende a China. Y como las clases dominantes son tan fuertes frente a los Estados, no se logró armar eso. Pero esa es la única vía de un desarrollo para América Latina, la única.

Yo no creo que China sea igual a Estados Unidos para América Latina, me parece que es una simplificación. Es una idea fuera de la política, una idea del mundo intelectual, imperialismo 1, imperialismo 2, estoy mirando el mundo de afuera. Yo estoy en el América Latina, si yo quiero un proceso progresista de desarrollo de nuestra región, no es lo mismo. Uno es el opresor tradicional, el otro es una posibilidad de contrapeso que dependerá de cómo la región actúa. Entonces América Latina podría tener un socio en China, en un proyecto de emancipación. Hasta ahora es una idea, pero es importante tomar el registro para no hacer, me parece a mí, la simplificación de que pasamos de una dependencia a otra. Yo creo que no, que es más complejo el tema.

Webber: En la coyuntura actual en América Latina, ¿cuáles son las perspectivas por la izquierda en términos de capacidad de lucha social y en términos electorales?

Bueno, mirá, lo primero es la lucha, la lucha popular. En estos momentos la derecha tiene la iniciativa, pero América Latina sigue siendo una de las regiones de mayor movilización popular del mundo, no como en el ciclo progresista, pero sigue siendo una región con niveles de acción política mayores al resto del mundo.

Yo creo que hay que tener cuidado, hay que tener cuidado con dos errores: es un error pensar que no cambió nada y que ahora estamos igual que la década pasada, no.

Los efectos de esas cuatro rebeliones que generaron el ciclo progresista se agotaron y no apareció una nueva oleada como esa. Tenemos resistencias, pero no hubo 4 rebeliones como las de ese período. Entonces, hay un cambio pero al mismo tiempo no está sepultado lo anterior, no se ha vivido un proceso como se vivió por ejemplo en los años 70, con el golpe de Pinochet, con el golpe de Videla, o sea procesos de contrarrevolución, no habido nada así.

Entonces, como no ha habido una contrarrevolución hay un proceso de avance de la derecha, pero de resistencia popular. Y creo que tenemos que situarnos en ese plano, la lucha está en ese terreno y donde hay una nueva generación, que es interesante, hay una nueva generación, o sea los que están en la lucha ahora ya no son los del ciclo anterior. Y los que están en la lucha ahora han procesado la experiencia del ciclo progresista.

Veremos cómo se traduce políticamente, no sabemos… pero al ciclo anterior la generación llegó sin experiencia, llegó desde el neoliberalismo puro, ahora la nueva generación llega de este proceso. Entonces, veremos… veremos qué resultado tiene esto en el futuro. Es una incógnita, por el momento es una incógnita.

El otro plano es el electoral… con el otro plano hay un sólo país que importa, Argentina. Lo que pase acá es definitorio, así como Venezuela determina todo el escenario geopolítico y social. El resultado de la elección en la Argentina, en octubre, es lo determinante. Es la elección clave. Y es tan importante, en un momento en el cual Macri está en un declive total, Trump sigue apostando todas sus cartas a que Macri pueda ser reelecto. Por eso el Fondo Monetario está haciendo estos préstamos insólitos, donde a un país que va a la cesación de pagos, un país que no va a poder pagar la deuda, le otorga préstamos que amenazan el propio equilibrio financiero del Fondo Monetario. O sea, esto va a pasar a la historia como la aventura del Fondo Monetario para salvar a Macri.

Mi impresión es que no lo va a lograr. Vos estuviste acá y habrás notado que es muy improbable que Macri logre… muy improbable, no descartable. Y entonces, el cambio de ciclo en la Argentina, la llegada de un gobierno distinto y, ni que hablar, si la que llega es Cristina, bueno, va a modificar todos los datos de la región.

Cristina tiene una actitud muy conservadora, muy conservadora, trata de… pero la llegada de ella… no importa lo que ella diga o lo que ella vaya a ser, su llegada implicaría un cambio muy, muy, significativo. Así que los próximos meses de la Argentina son claves, por el escenario electoral y porque la Argentina muy probablemente va a una crisis económica, a un default de la deuda o algo parecido muy grande que va a impactar sobre toda la región. En un país donde los niveles de movilización social son menores que lo que uno está acostumbrado aquí, pero muy mayores a lo que es común en cualquier parte. Entonces, en los próximos meses la Argentina está en el centro.

Y bueno, y después finalmente habrá que ver qué ocurre en el plano ideológico, en el plano de la construcción de alternativas. Que, bueno, también ahí hay un periodo difícil, pero todas las construcciones de la izquierda latinoamericana de la última década están en pie. Y veremos cuál es su traducción… está en pie el ALBA, está en pie el MST (Movimiento de los sin tierra) de Brasil, están en pie todas las redes intelectuales de la izquierda latinoamericana, está vivo el marxismo latinoamericano… yo creo que quizás, en el terreno teórico es donde ha habido… ha sido una década muy provechosa, muy provechosa. Hay muchos intelectuales latinoamericanos que han escrito cosas muy interesantes, muy originales y, por lo tanto, reflejando el contexto revulsivo de América Latina. Así que, en el plano intelectual creo que también podemos ser optimistas por lo que se está haciendo.

Jeffery R. Webber es profesor de economía política en Goldsmiths, Universidad de Londres y coautor de Los gobiernos progresistas latinoamericanos del siglo XXI. Ensayos de interpretación histórica, con Franck Gaudichaud y Massimo Modonesi (UNAM, 2019).