Dogmatismo en la izquierda nica

Dogmatismo en la izquierda nica
Onofre Guevara López

Si la influencia internacional estimuló el desarrollo ideológico de la izquierda nicaragüense, también al Partido Socialista le produjo la inconveniencia de haber adoptado una visión dogmática del socialismo. Esto fue convirtiéndose en un lastre en las tareas políticas del PSN.

Voy a poner algunos ejemplos: durante la guerra gringa contra Corea, la Unión Soviética le dio gran impulso a la lucha por la paz mundial, y la izquierda nicaragüense se sumó a esta lucha, justa por demás. Pero sucedió que hubo momentos en los que la lucha por la paz en el mundo fue priorizada en detrimento de la lucha por la justicia social inmediata. En una ocasión, el PSN efectuó un mitin en la zona cafetalera de Carazo con los contadores de café… ¡pero se les habló más de la necesidad de la lucha por la paz mundial que de la necesidad de la lucha por sus salarios! Quizás los cortadores captaran la importancia de conservar la paz en el mundo, pero teniendo ellos aquí una guerra contra el hambre, también les pudo haber resultado indiferente.

El otro caso tiene que ver con el concepto de “proletariado”. Los términos “clase obrera” y “proletariado” son propios del léxico de la izquierda mundial y de los textos marxistas clásicos y modernos, pero eso es lógico allá en donde sí existe clase obrera o proletariado, porque el desarrollo técnico industrial del capitalismo había creado y desarrollado a esta clase social, no así en nuestro país, donde entonces, peor que ahora, el capitalismo dependiente ni siquiera había adquirido un mediano desarrollo. Aquí sólo ha creado a un proletariado muy reducido en áreas productivas muy específicas. Pero entre el movimiento de izquierda —partidos y sindicatos— los términos de clase obrera y proletariado eran los de mayor uso, lo cual no concordaba con la realidad social.

Es hasta hoy, con la invasión de la industria maquilera, que ha surgido un nuevo proletariado. Este nuevo núcleo de la clase obrera aún no ha podido desarrollar una conciencia propia, por ser de reciente formación y porque los gobiernos de derecha contribuyeron con la clase patronal a sabotear su organización sindical. En las zonas francas, en donde se ubican las maquilas, las condiciones de trabajo y de salarios son malas, casi como las que hubo durante la infancia del sistema capitalista europeo y norteamericano. La represión y los constantes despidos no las han dejado estabilizarse y desarrollarse cabalmente como clase.

Un último ejemplo: entre los años treinta y cuarenta del siglo XX, decenios en los que nacieron el Partido Trabajador y el Partido Socialista, respectivamente, fueron pocos los nicaragüenses de izquierda que tuvieron oportunidad de leer marxismo. Fue a partir de 1944 cuando la importación de literatura marxista y de izquierda comenzó a hacerse a través de diferentes vías, sorteando la censura y la represión somocista. Una vía fue la de México, de donde el PSN traía libros, novelas y revistas y literatura clásica marxista —editadas en la URSS y México—, que luego vendía en Managua su Librería “Manuel Vivas Garay”; otra vía era la venta de libros que Francisco Miranda Noguera tenía anexa a su tienda en el centro de Managua; y la vía del correo ordinario, por donde entraban libros y revistas enviados desde Costa Rica y Cuba por los partidos Vanguardia Popular y el Partido Socialista Popular, respectivamente, pero casi nunca llegaba a sus destinatarios, sin embargo se obtenía por medio de empleados de correos amigos, quienes la capeaban de las llamas inquisidoras adonde la mandaba la dictadura.

Esta relación de cómo la izquierda se abastecía de literatura marxista puede parecer anecdótica; y lo es, pero ayudará a comprender cómo estas dificultades para su obtención tuvo efectos en la formación de algunos socialistas. Las dificultades para obtener una obra marxista le imprimió al acto de leerla cierto heroísmo de catacumbas, y se le dio a cada libro o revista un valor extra, de forma que no sólo le llegaban al lector con su intrínseco valor literario, científico o ideológico, sino que también se le rodeaba, instintivamente, de un cierto misticismo. El resultado fue anti didáctico, pues a la par que se leía para ayudarse a estudiar la propia realidad con un método de interpretación científica, se le imprimía un sentido dogmático a la lectura; todo aparecía ante el lector menos avisado como verdades absolutas, como fórmulas posibles de aplicarse al pie de la letra.

Además, pronto se fueron haciendo más accesibles los manuales o libros resumidos de los clásicos, en especial de Marx, Engels y Lenin. Esto reforzó la dependencia del análisis preelaborado, que llevó a tener una actitud pasiva ante el contenido de esta literatura, pues no se leía para estimular el espíritu investigador, sino que se aceptaban como verdades incontrastables, lo cual adormeció los esfuerzos por confrontar sus planteamientos teóricos con la realidad nacional para sacar conclusiones propias y apropiadas.

En resumen, casi se recitaba el marxismo interpretado en los centros editoriales de Moscú y otros lugares del mundo, lo cual divorció un poco a los socialistas de los problemas concretos del país y, con eso, se debilitó el desarrollo de la izquierda. No obstante, esta debilidad ideológica no logró paralizar su actividad, sólo distorsionó en algunos momentos la visión de la lucha social conducida por el Partido Socialista a través de los sindicatos afines.

Un inconveniente adicional fue que entre los recitadores de manuales dogmatizados se creó la predisposición al desviacionismo, a las concesiones ideológicas y fueron presas de las comodidades materiales adquiridas de forma parasitaria, primero dentro del propio partido, y después de sus nuevos aliados. Luego, pasaron a fortalecer el aparato ideológico de la derecha, y a prestar sus servicios de manera eficiente. No es porque la derecha carezca de ideólogos, sino porque los conversos acumularon más experiencia en el trabajo político ideológico.

Fue durante el período más crítico de la inercia ideológica de la izquierda tradicional que emergió el Frente Sandinista de Liberación Nacional (1961), el cual, entusiasmado como todo el mundo con la victoria de la revolución en Cuba, efectuó audaces acciones revolucionarias que pronto le hicieron ganar simpatías entre la juventud en general y los organismos juveniles de izquierda en particular. En poco tiempo, el FSLN tomó la posición de vanguardia de toda la izquierda; sin embargo, no fue gran portador de ideas creadoras de la teoría marxista, como lo fue en iniciativas para la acción revolucionaria. El Frente, en lo ideológico, se había entrenado haciendo críticas mordaces a la izquierda tradicional, en especial el PSN, pese a que, al mismo tiempo que adversario ideológico, fue siempre su aliado más cercano.

El tema central de las contradicciones del Frente con el PSN fue el de la acción armada como la única efectiva vía para el derrocamiento de la dictadura. Esta posición de izquierdismo radical del Frente en aquellas condiciones era más fruto del entusiasmo que el triunfo de la revolución cubana había provocado en la juventud que nacida de sus posibilidades reales. No obstante, así como Sandino en su día ayudó a definir la frontera entre la izquierda espontánea y la izquierda consciente, Carlos Fonseca inauguró con el FSLN la etapa de la acción revolucionaria para la izquierda nicaragüense.

Biografía de Domingo Sanchez

El Señor Domingo Sánchez Salgado , conocido como “Chaguitillo” , Nace en Chagüitillo, Departamento de Matagalpa, el 20 de Diciembre de 1915, de donde por metonimia asume ese nombre de combate que lo distinguirá por el resto de su vida, en su lucha sindical, antisomocista y por la causa del Socialismo. Desde su temprana juventud se involucra en la lucha contra la dictadura somocista como activista del Partido Conservador de Nicaragua.

En agosto de 1944 se vincula con dirigentes sindicales y socialistas del recién fundado Partido Socialista Nicaragüense, obteniendo su militancia el 2 de abril de 1945 en la ciudad de Matagalpa. Su destacada actuación lo lleva a sufrir toda clase de vejámenes y torturas, dejando para la historia de Nicaragua el nada envidiable “record” de más de 100 “carceleadas” en diferentes prisiones del país, incluyendo varios “pisa y corre”, típico método de represión somocista que consistía en capturar de manera inmediata al prisionero recién liberado.

“Chagüitillo”, con su dilatada y valiosísima militancia en el Partido Socialista Nicaragüense se ha ganado con creces el derecho de ser condecorado con la Orden “Héroe del Socialismo” del PSN. Su larga, incansable y fructífera trayectoria como defensor de los intereses de los trabajadores nicaragüenses y como militante indoblegable y rectilíneo del PSN, como connotado luchador contra la dictadura somocista incorporado en la Unión Democrática de Liberación UDEL, donde representando al PSN, establece una Alianza revolucionaria con el Mártir de las Libertades Públicas, Dr. Pedro Joaquín Chamorro Cardenal, todo ello lo hizo más que merecedor del homenaje que le otorgó el PSN y mucho más.

Domingo Sánchez salgado “Chagüitillo” ingresa al Partido Socialista el 2 de abril de 1945, pocos meses después de fundado el Partido y de inmediato inicia su actuación como dirigente sindical, su tenaz lucha antisomocista y la difusión del Socialismo en la ciudad de Matagalpa. Posteriormente, llega a Managua en Enero de 1950 como exiliado revolucionario, ya que había sido declarado “non grato” por la Guardia Nacional de Matagalpa, por su incesante lucha social revolucionaria.

A pesar de las persecuciones y de la represión sistemática y constante sufrida por Domingo Sánchez y demás Miembros de la Dirección Política del Partido Socialista , éste no dejó de funcionar en ningún momento y bajo ninguna circunstancia. Aún en las condiciones más adversas y aunque fuese solamente a través de pequeños y aislados grupos de militantes Socialistas, camuflados bajo la cobertura de organizaciones sindicales o sociales, el PSN siempre mantuvo su presencia, prestigio y arraigo en la clase trabajadora.

En su confrontación cotidiana frente a las injusticias del somocismo y como dirigente socialista “ Chagüitillo” promueve y lucha enérgicamente por la Justicia Social , uno de los pilares fundamentales de nuestro socialismo. Los vejámenes y prisiones sufridas por Domingo, su honestidad a toda prueba y su transparencia intachable, siempre presentes en toda su actuación, enaltecen su personalidad indiscutible de Socialista, ejemplo de generaciones.

En 1948 sufrió ocho meses de cárcel conjuntamente con todo el Comité Central del Partido Socialista, regresando a Matagalpa para reorganizar el Partido y a los sindicatos de la ciudad y del campo. Domingo supo combinar la lucha política antisomocista con la lucha sindical y por el socialismo, y logra aglutinar valiosos cuadros de la calidad de Carlos Fonseca Amador y Bernardino Díaz Ochoa, ambos asesinados por la Guardia Nacional.

En 1950 cuando fue expulsado de Matagalpa por la Guardia Nacional que lo había declarado Non grato, viene a Managua como exiliado político. En Managua desarrolló sus actividades pero en escala nacional, por su dinamismo y capacidad hizo del sindicato de carpinteros, albañiles y similares, un verdadero destacamento sindical y bajo su dirección se conquistaron importantes leyes sociales en Nicaragua.

Domingo fue factor importante en la lucha antisomocista en alianza con el Dr. Pedro Joaquín Chamorro Cardenal participando también en esa lucha el Dr. Edmundo Jarquín, actual dirigente de la Alianza MRS, organizando por medio de UDEL y el FAO, al pueblo nicaragüense en la lucha que encabezada por el FSLN acabó por derribar la dinastía somocista.

En 1980, fue representante de la CGT independiente en el Consejo de Estado, en 1985 fue candidato a la Presidencia de la República, quedando como diputado de la Asamblea Nacional. En 1990 fue electo diputado por el FSLN, terminando su cargo el 10 de Enero de 1997 cuando la Dra. Myriam Arguello era la Presidente de la Asamblea Nacional. Domingo fue segundo secretario, también fue compañero de Asamblea con el Dr. Wilfredo Navarro, en la Asamblea Constituyente en 1986. Por su destacada labor en la Campaña por la Constitucionalización del 6% para las universidades, fue condecorado por la C.N.U. El Ministerio del Trabajo en el 2003 le otorgó un diploma reconociendo su ejemplo sindical, igual que la Colonia 14 de Septiembre.

En Villa Chagüitillo, lo nombraron “Hijo Dilecto” de dicha localidad, la UPONIC, Universidad Popular de Nicaragua, le otorgó el Título de Doctor Honoris Causa, y la Universidad Politécnica de Nicaragua UPOLI, le otorgó el titulo de “Héroe Civil”, y la Orden de la Paz, “ Martín Luther King”.

Los Diputados de la Alianza MRS en la Asamblea Nacional, solicitan se gestione que también se le tribute un merecido homenaje, por su ejemplar trayectoria como dirigente político sindical, por todos conocidas, otorgándole una Pensión de Gracia, para que se ayude en su mantenimiento como “Héroe del Socialismo” ya jubilado y afectado por quebrantamientos de salud propios de su avanzada edad

Nicaragua:estructuras partidarias de la izquierda

Estructuras partidarias de la izquierda
Onofre Guevara López

Prevenidos de que no existe un título de izquierda para personas ni partidos ni se es de izquierda para siempre, veamos la situación del movimiento actual de izquierda según sus expresiones orgánicas. Tengamos en cuenta también que existen diversos tipos de izquierdistas, con sus particulares formas de sostener una posición como tal, fuera de las estructuras partidarias, especialmente entre intelectuales.

Hay personas con pensamiento de izquierda que no toman al pie de la letra la idea de Marx acerca de que el individuo piensa conforme vive; segura de que esta idea no es un dogma ni está pensada para una persona concreta, sino para la persona en general, parte de un conglomerado social. Conozco hombres ricos por su origen familiar que tienen un pensamiento progresista de izquierda, con lo cual contradicen de forma consciente su origen de clase, y conozco a trabajadores pobres de toda su vida y por su origen, que tienen concepciones y prácticas conservadoras y hasta reaccionarias.

Luego que ya tratamos de perfilar por qué y cómo se es de izquierda, creo que ha quedado explícitamente respondida la pregunta de que sí existe la izquierda en Nicaragua. La izquierda existe, pero con unas particularidades nicaragüenses que la relativizan en relación a la izquierda de otros países que, a su vez, tienen las suyas. Una persona de izquierda en Nicaragua quizás no se le considere como tal en otro país, y viceversa, o aquí mismo según las circunstancias.

Sólo falta hacer consideraciones acerca de cuáles partidos o grupos políticos forman la izquierda ahora, en qué condiciones lo son y cuáles son sus características y tendencias. Lo haré en el orden histórico en que estos movimientos han aparecido en el escenario político nacional. Es obvio que el primer lugar le corresponde al Partido Socialista Nicaragüense (1944), pero también tendremos que ver las diferentes ramificaciones desprendidas de esta raíz de la izquierda orgánica. De este partido ya he hablado, y sólo me restaría decir que, debido a las varias divisiones, ha sufrido algunas variaciones por las cuales ya no se conserva con la estructura original.

Después del PSN, surgió el Frente Sandinista de Liberación Nacional (1961), cuyas características ya quedaron expuestas a grandes rasgos. Algunos de sus principales cuadros forjadores o sus primeros dirigentes (Carlos Fonseca, Tomás Borge, Rodolfo Romero, Noel Guerrero Santiago y otros) pertenecieron al Partido Socialista, y antes de la formación del FSLN, trabajaron como Frente Unido Nicaragüense (en el exterior), Frente Revolucionario Sandino, Movimiento Nueva Nicaragua (MNN) y Frente de Liberación Nacional (FLN). La organización del FSLN abrió en nuestro país la época de las discrepancias y contracciones entre la izquierda fundadas en las concepciones opuestas respecto a la vía hacia la toma del poder político. Después de la superación de sus contradicciones internas, el FSLN hizo efectiva su tesis original de la toma del poder por medio de las armas en 1979. Actualmente, como ya quedó expresado, el Frente se debate en la contradicción de tener un colectivo aún revolucionario y una dirigencia tendiendo hacia la derecha.

Aunque la experiencia del FSLN de nuevo en el poder requiere de un análisis aparte, sabemos que su práctica autoritaria es vista desde la derecha como una expresión de izquierda radical; sin embargo, se trata de un proyecto personalista y grupal para cuya consolidación necesitan de las alteraciones antidemocráticas del orden institucional. Tal es el caso de los llamados Consejos del Poder Ciudadano, los cuales parecen ser similares a los organismos del poder popular y comunitarios de Cuba y Venezuela, pero en realidad son formados con la militancia del FSLN, con el fin de controlar el poder en manos del matrimonio Ortega-Murillo. Por esta vez, dejémoslo ahí.

Y continuemos. La primera división que el Partido Socialista Nicaragüense tuvo en 1967 fue causada por una contradicción política en torno a los sucesos del 22 de enero; pero, en el fondo, lo fue por la cuestión de la lucha armada; y como ha sido usual en toda división partidaria, se mezcló con rivalidades personales. De esta ruptura surgió el Partido Obrero Socialista Nicaragüense, el que tuvo una vida efímera de sólo tres años, pues en 1970 se transformó en el Partido Comunista de Nicaragua. Este partido, después de su alianza con la derecha en la UNO para las elecciones del 90, no se le conoce actividad.

En 1976 surgió una segunda división en el Partido Socialista, casi por el mismo motivo de la lucha armada y también mezclada con cuestiones de orden personal. Desde esa fecha hasta 1980 funcionaron dos partidos con el mismo nombre: uno conocido como “el Partido Socialista de los Sánchez” y el otro como “el Partido Socialista de Álvaro Ramírez”. Este último se disolvió en 1980, cuando la mayoría de sus dirigentes y membresía se integró al FSLN (un sector quedó fuera), en las estructuras del Ejército, de la Policía y la CST. El otro Partido Socialista, el “de los Sánchez”, se transformó en el actual Partido Socialista Nicaragüense, y está integrado en la Alianza MRS.

El Movimiento de Acción Popular Partido Marxista Leninista (MAP-ML), surgido en los años 70, así como otros grupos identificados como partidos revolucionarios forman parte de la izquierda. Algunos de los dirigentes del MAP-ML fueron miembros del PSN, y en el presente tienen poca actividad.

Por último surgió el Movimiento Renovador Sandinista en 1994 en el seno del Frente Sandinista, ahora integrado a la Alianza del Movimiento Renovador Sandinista. De esta alianza forma parte el Movimiento Rescate del Sandinismo; muchos de sus integrantes fueron miembros de la dirección histórica y de otras estructuras del FSLN. Su proyecto democratizador desde posiciones revolucionarias convierte a la Alianza MRS en un movimiento político de izquierda democrática. Viéndolo en términos nicaragüenses, podría considerarse expresión de una izquierda socialdemócrata avanzada, y hay en sus filas marxistas, sandinistas, socialistas y de otras corrientes de izquierda.

Quizás no sea éste un estudio exhaustivo, pero es lo más completo que he podido recopilar en los últimos cinco artículos, incluido el presente, sobre este fenómeno político conocido como izquierda, según los límites, las condiciones y la historia de Nicaragua.

Recuerdos de Eduardo Mora Valverde

Recuerdos de Eduardo Mora Valverde
De su libro “70 años de Militancia Comunista”
Editorial Juricentro

La Columna Liniera
Regresé a la Zona Bananera del Pacífico Sur a continuar las tareas del Partido. El ambiente político nacional era muy tenso, especialmente en la capital. Se sentía ya la cercanía de muy duras y peligrosas jornadas. La oposición al Gobierno de Picado se armaba; se producían atentados terroristas. Realizando mi trabajo en esas apartadas regiones, se produjo, en el mes de julio, de 1947 la “Huelga de Brazos Caídos”, o sea el boicot económico de la más poderosa burguesía; en agosto, el desfile de damas enlutadas. Para el 12 de octubre la Rerum Novarum, del Reverendo Benjamín Núñez, convocó, a una “gran manifestación” en las calles de San José; contaba con el respaldo financiero de las cámaras patronales.
En setiembre regresé a San José, en labores partidarias. Debido a una gira que realicé hasta Panamá, ida y vuelta a pie, a ratos debajo de la lluvia y a ratos bajo el inclemente sol tropical, durmiendo mal y comiendo peor, adquirí un resfriado, con aguda y persistente tos. Como ya lo había hecho otra vez, mi mamá me metió bajo las cobijas, junto con una palangana de agua hirviendo en la que introdujo unas hojas, y me puso a respirar fuerte. A la mañana siguiente me encontraba perfectamente. Mamá llamaba a ese tratamiento “sahumerio”.
Al mediodia me reuní con Calufa y con don Paco Calderón Guardia; discutimos la posible ruta que debería seguir una columna de obreros bananeros y campesinos pobres de las regiones del Pacífico Sur, para participar en una movilización nacional, el mismo 12 de octubre, en respuesta a la convocada por el Padre Núñez.
Previmos algunas medidas de seguridad así como la ruta y los itinerarios. Primero recogeríamos a los trabajadores de las fincas de González Víquez, en la frontera con Panamá, y de último a los de Quepos y Parrita, que llegarían a Dominical. La entrada a San Isidro de El General y Cartago la haríamos juntos.
La entrada a San José, se calculó hacerla exactamente a las 10 de la manana del 12 de octubre. Me fui rápido a Puerto Cortés, esperé la llegada de Calufa, y comenzamos los preparativos, llenos de entusiasmo y preocupados por el cumplimiento de los plazos y por las dificultades económicas.
La Confederación General de Trabajadores de Costa Rica, CTCR, convocaba a la manifestación nacional, careciendo de los necesarios recursos económicos, e incluso no pudiendo contratar, en muchos casos, líneas de transporte de pasajeros; sus propietarios las habían puesto al servicio exclusivo de la Rerum Novarum.
Era emocionante ver la actitud de los obreros bananeros. Al pasar la cabeza de la columna por las fincas de la United Fruit Co., algunos tal vez indecisos hasta ese momento, tiraban a un lado las mangueras de riego del caldo bordelés o las herramientas de trabajo, y se metían en sus filas. Vi a muchos campesinos salir del rancho, amarrándose apresuradamente los pantalones, e incorporándose a la manifestación.
Larga era la columna integrada por mil hombres dispuestos al mayor sacrificio. Pocos sobreviven hoy. Muchos murieron en la Guerra Civil. Otros por la edad. Los demás siguen de pie. Cuando me encontraba preso en Honduras, en 1951, como lo narrare después, me encontré al más joven de todos, a “Catracho”, sirviendo en la cárcel de Nacaóme. Llegó a mi celda, me abrazó como hermano y me sirvió, arriesgando su trabajo y tal vez algo más.
Recuerdo una madrugada cuando subíamos la cuesta de Tinamaste. Vimos salir de unos potreros a dos o tres obreros de la columna con varios tragos entre pecho y espalda. ¿Cómo encontraron al abastecedor en aquellas desconocidas montañas? Fue algo inexplicable sólo atribuible al simple instinto u olfato de los compañeros bananeros, tan brutalmente explotados, sin diversiones y acostumbrados a tomarse sus tragos el día de descanso.
La subida de la cuesta, antes de llegar a San Isidro de El General, fue espantosa. Algunos trabajadores se desplomaban, rendidos. Yo estaba joven, y además tenía alguna experiencia en esas caminatas, y cargué en los hombros a unos de ellos. Fallas era 14 años mayor que yo e iba bien agotado; pero no se daba por rendido. Cerca de San Isidro nos esperaba un pick-up manejado por Rafael Angel Aymerich, mi ex-compañero en la organización juvenil, quien luego moriría en la Guerra Civil; consideró conveniente ir a encontrarnos por si necesitábamos llevar algún enfermo o herido al Hospital.
En la plaza de San Isidro nos concentramos todos; nos esperaba el Jefe Político don José Mora, primera víctima durante la Guerra Civil en la toma de esa plaza, el 12 de marzo de 1948. Doña María de Salas, años después suegra de Manuel, llevó a su casa a Calufa para darle una fricción recuperadora de sus energías. Yo lo acompañé. Al día siguiente reanudamos la marcha.
Cerca de Cartago nos esperaba en la carretera el Comandante de esa provincia, coronel Vaglio, para informarnos, previo a nuestra entrada a la ciudad, sobre la peligrosa situación que nos amenazaba. Las autoridades no se encontraban preparadas para evitar una agresión violenta contra la Columna, de parte de fuerzas contrarias bien pertrechadas. Nos aconsejo seguir un camino hacia Tres Ríos, que se iniciaba en esa bifurcación en que nos había esperado, para evitar un choque sangriento en Cartago.
Calufa, a la cabeza de la Columna, espero a que yo llegara con los últimos linieros. Delante del Coronel Vaglio nos informó de su propuesta y sin ninguna discusión resolvimos no variar la ruta. Los mil obreros y campesinos de la Columna gritaron llenos de entusiasmo, tal el espíritu combativo. Y seguimos adelante.
Acabábamos de pasar por El Tejar cuando fuimos víctimas de un pequeño ataque, sin consecuencias. Al fin entramos a Cartago. La calle principal estaba llena de gente. Distinguimos al Dr. Vesalio Guzmán, adversario vehemente y uno de los principales dirigentes en esa ciudad. Pero ni él ni nadie observó una actitud agresiva. Al contrario, las muchachas, a quienes veíamos como reinas de belleza, se nos acercaban, nos saludaban, y algunas nos abrazaban y besaban, a pesar de nuestra suciedad.
Siendo en la Administración de don Daniel Oduber diputado con doña María Luis Portuguez (luego Gobernadora de Cartago), ésta me contó que una de esas muchachas era ella.
El 12 de octubre de 1947 al fin entramos, por la Avenida Segunda, al Parque Central, en donde estaba concentrado el pueblo convocado por la Confederación de Trabajadores de Costa Rica (CTCR). Cuando asomamos frente a la tribuna principal, al primero que vi en ella, a la par de Manuel y Guzmán, fue al gran poeta y educador Carlos Luis Sáenz. Los linieros, emocionados al verse recibidos por el pueblo, levantaban en alto las rulas. La prensa reaccionaria sacó al día siguiente sus fotografías y en ellas se veían con caras endurecidas por el trabajo, el sol y las hambres, y vistiendo andrajos, debido a la dura jornada. Presentaba esa prensa a la columna como una banda de asesinos, o poco menos. ¡Qué honor el haber sido yo uno de esos “peligrosos malhechores”!
Mi regreso lo coordiné con Calufa. Me fui, con los trabajadores que habían salido de Quepos y Parrita, en una lancha. En Puntarenas dormimos y al día siguiente llegamos a Quepos. Después de chequear la reincorporación de los compañeros a sus respectivas fincas, mi viejo camarada y amigo, Victor Mora Calderón, me llevó a descansar a un modesto y tranquilo hotelito.
Regresé a la capital y participé en una de las discusiones del Buró Político sobre la delicada situación. Estábamos en plenas elecciones en todo el país a fin de elegir Presidente de la República, Diputados y Munícipes. Irresponsablemente, y sin consultar a sus aliados, don Teodoro había entregado el mecanismo electoral a la oposición. (Nadie entendería después en el exterior por qué el Gobierno y las fuerzas populares que lo apoyaban hablaban de fraude en su contra).
Antes de regresar a las regiones bananeras del Pacífico Sur, me fui con el “Cabo” Isaías Marchena a la costa atlántica para participar en mítines de apoyo a la candidatura del diputado Federico Picado. En la provincia de Limón el partido oficial, junto con el partido económicamente poderoso, de la oposición, y el comunista, se disputaban la mayoría de votos y el único diputado. Marchena, Federico y yo hablamos en Matina y Batán.
(Esa elección la ganó, a pesar de todo, nuestro Partido. Pero Federico no pudo llegar a la Asamblea Legislativa. El 19 de diciembre de 1948 lo sacaron de la cárcel de Limón a las 3 de la tarde, junto con Tobías Vaglio, Lucio Ibarra, Octavio Sáenz, Narciso Sotomayor y Alonso Aguilar, y a las nueve de la noche, a la altura de la milla 41, después de pasar Siquirres, en un recodo del Río Reventazón, conocido como el “Codo del Diablo”, fue brutalmente asesinado junto con sus compañeros. Hasta el día de hoy los responsables de ese asesinato permanecen en la impunidad).
En la oficina del Partido en Puerto Cortés, en una de las paredes teníamos el Padrón Electoral enviado a nuestro Partido por el Tribunal de Elecciones. Por él pasaban decenas y decenas de obreros bananeros y otros a comprobar su inscripción y su derecho legal a votar. Cuando no aparecían hacíamos el reclamo correspondiente. Todo marchaba normalmente.
El triunfo electoral lo teníamos asegurado y eso no era de extrañar en una región proletaria, explotada por una odiada empresa imperialista y con hondas tradiciones de lucha. Uno de los últimos en llegar a chequear su inclusión correcta en el Padrón fue el compañero Avendaño, de las fincas bananeras de Puerto González Víquez. (Pocas semanas después nos volvimos a encontrar en La Sierra, combatiendo; murió tres días después, en la batalla de El Tejar).
El día de las elecciones, el Lic. Marco Aurelio Salazar, Alcalde de Puerto Cortés, hermano del leal aliado de nuestro Partido y fundador del periódico “Libertad”, profesor Ovidio Salazar, nos entregó el Padrón Electoral definitivo. Cumplía así una formalidad. Tomamos el padrón nuevo y sin tiempo de hacer comparaciones, lo pusimos sobre el viejo. Pero media hora después de abrirse las mesas de votación comenzaron a llegar furiosos varios militantes y amigos del centro de Puerto Cortés, pues no se encontraban en las listas recibidas por los fiscales de las respectivas urnas de votación. Unos habían sido trasladados a Guanacaste, otros a la Meseta Central, otros al Atlántico, etc. Reventaban furiosos; pero en ese momento ya nada podíamos hacer. Sólo viajando cada uno al lugar donde lo habían fraudulentamente trasladado, podían no perder el voto. Y eso era imposible por la falta de medios de transporte ese mismo día. Conforme pasaba el tiempo, más personas llegaban ya no sólo del centro de Puerto Cortés sino de toda la región.
Me fui a la plaza frente a la Escuela a calmar los ánimos; la violencia estaba a punto de estallar, promovida por los frustrados votantes. Cuando me encontraba calmando los ánimos, llegó el Coronel Toribio Mora cargando varios tarros de gasolina para incendiar las mesas de votación. Lógicamente eso significaría incendiar la Escuela. Por supuesto, lo impedimos.
Al día siguiente, como lo había convenido con Carlos Luis Fallas, que se encontraba dirigiendo el trabajo electoral en el centro de Puntarenas, tomé sitio en una avioneta de servicio comercial, nos encontramos en el Aeropuerto de Chacarita, y ambos nos fuimos en ese mismo avión hasta el Aeropuerto de La Sabana, en San José.
Las calles de la capital las encontramos llenas de gente protestando por el fraude. “Queremos votar” era el grito de una manifestación a la que Fallas y yo nos unimos. Los dos regresábamos furiosos después de haber palpado el fraude.
Con Antonio Barrantes fui a realizar luego, por encargo del Partido, una misión por los alrededores de La Uruca. Barrantes conducía un viejo automóvil, de color negro y de techo alto. Desde un potrero nos dispararon y una bala penetró por una de las ventanas abiertas. De inmediato sentí un pequeño rasguño en la nuca, e instintivamente me llevé la mano a la cabeza y cogí con los dedos un plomo enredado en el pelo. Un proyectil había entrado al vehículo, había rebotado en las paredes como una bola de billar, y había terminado sin fuerza en mi cabeza.
En otra oportunidad, realizando una tarea en las inmediaciones del Hospital San Juan de Dios, por la calle 14, una bala me llegó en dirección al ombligo; pero por casualidad tenía la ametralladora entre mis manos, sobre mi estómago, y la bala lo que hizo fue destrozar el magazine.
(“Te voy a decir una cosa, puej”, me dijo un día el nica Juan Ramón Leiva, el temerario, con el que había trabajado en el Pacífico Sur en el Partido y con el que estuve después en Ecos del 56. “Son babosadas, pero para morirse hay que tener mucha suerte. Siempre las balas van palotro lado”).
Al ponerse muy grave la situación, la Dirección del Partido resolvió que yo no volviera al Pacífico Sur y me encargó la responsabilidad de proteger con otros compañeros la Estación Ecos del 56. Esta jugaba un papel sumamente importante en la propaganda y agitación, y debíamos protegerla mucho. Por unos días me convertí en el bisoño “comandante” de esa guarnición.
En dos oportunidades me fui a la Finca La Caja, en La Uruca, a recibir alguna instrucción militar con el Mayor Brenes (“Perro Negro”).
Inmediatamente comencé a preparar un plan de defensa de la Estación, y lo discutí con los muchachos. Hicimos una zanja en los costados Este y Sur, en ángulo recto. En caso de un ataque nos iríamos tirando a la zanja, rodearíamos la Estación y la defenderíamos atrincherados en ella.
Un día se encontraba Manuel haciendo una intervención política, sentado por supuesto frente al micrófono, con la vista hacia el norte, hacia la carretera a San Pedro. Desde un lote vacío situado exactamente a la par de la casa donde hoy vive, atrás de la estación, le dispararon con un máuser. Los tiros pasaron cerca de su nuca; por suerte el tirador falló. Los muchachos de inmediato salieron por la puerta lateral, se lanzaron a la zanja, conforme al plan de defensa, previamente elaborado, y formaron una línea de combate alrededor de la Estación. Después de tomar medidas de protección a Manuel y al equipo que atendía en esos momentos la radiodifusora, salimos a la calle para enfrentar directamente al agresor. En ese grupo iba yo, y a la par mía Antonio Barrantes, con un mosquetón en la mano. Casi al solo salir, se le escaparon dos o tres tiros que me aturdieron pues me pasaron muy cerca del oído izquierdo.
El segundo mío en la “comandancia militar” de Ecos del 56, ya he hablado antes, era Juan Ramón Leiva, exmiembro de la Guardia Nacional de Nicaragua; se había venido a trabajar a las bananeras como obrero agrícola. Lo conocí en la finca Puntarenas, en donde llego a ser el responsable de la célula. Mediano de estatura, era vivo, inteligente, activo. Antes de regresar yo de las bananeras, el Partido había promovido una emulación; el premio, un radiorreceptor, lo ganó la finca Puntarenas, de Esquinas, por su magnífico trabajo. Juan Ramón Leiva vino a San José a llevarse el premio; la candente situación política lo envolvió. Ofreció sus servicios de militar conocedor y valiente, que tanta falta nos hacía, y fue enviado a Ecos del 56 para colaborar conmigo.
En calzoncillos y tirados en el suelo dormíamos una noche, cuando llegó el Secretario General acompañado de Manuel Moscoa a indagar preocupado sobre un tiroteo en las inmediaciones de la Estación. Nosotros, quizá por cansancio, no habíamos escuchado nada especial. Como quien estaba comandando en esos momentos la guardia era Leiva, lo llamé para oír sus informes, pero no se encontraba.
Cuando se marchó Manuel sin ninguna información, quedé muy inconforme y molesto. Comencé a ir de un lado para el otro y al rato, encabezados por Leiva, comenzaron a llegar los muchachos que supuestamente deberían haber estado cuidando la Estación, mientras el resto descansábamos.
Según Leiva, había salido precisamente a “rechazar” una agresión y por eso había dejado la guarnición desprotegida y con nosotros adentro, ignorantes de todo.
Me violenté mucho y consideré necesario castigarlo por el mal ejemplo dado, sobre todo el, un militar de formación. Le ordené se metiera a la sala de enfermería, de un área aproximada de dos varas y media por seis, muy incómoda, y se me ocurrió fijar tres días de castigo.
Leiva acató de inmediato la orden, pero cuando el c. Luis Carballo se enteró, dicen que exclamó, y con razón: “Qué sabe Lalo de cuestiones militares”. Y desde el Estado Mayor llegaron a recogerlo. De inmediato lo enviaron a dirigir, o a participar, en un enfrentamiento con fuerzas encabezadas por don Francisco Orlich, más tarde Presidente de la República.
(A Leiva lo volví a ver, en San José, pero después del frustrado intento de liberar a San Isidro de El General, cuando ya nos preparábamos para ir a atacar Cartago. Leiva había llegado con Calufa a la Confederación General de Trabajadores. Traía el ojo derecho inflamado; una esquirla se le había introducido, al hacer un intento para tomar una determinada posición. Al creer que había perdido el ojo se volvió más temerario y siguió atacando con furia. La última vez que hablé con el fue al terminar la Guerra Civil. Me lo encontré en la vieja Casa Presidencial, ya desocupada, intentando encontrar al Presidente para hablarle. Le acompañaba Abelardo Cuadra. El Presidente había abandonado el país y todo era desorden en esa residencia).

La Guerra Civil de 1948
El c. Arnoldo Ferreto, en un “Informe sobre la situación política nacional; antecedentes y perspectivas”, presentado al VII Congreso del Partido, (página 12), afirmó que “Un cierto espíritu aventurerista se apoderó de los dirigentes de nuestro Partido. Todos querían ser militares: Fallas, Lobo, Villalobos, Alvaro Montero y Eduardo Mora se fueron al frente; Rodríguez se hizo carga de la guarnición Ecos del 56…”
Ese criterio del c. Ferreto es respetable pero creo que el aventurerismo existió no cuando él lo señala, sino cuando subestimamos la acción absurda del Presidente de Guatemala Juan José Arévalo, del escritor nicaragüense Edelberto Torres, del periodista dominicano Juan Bosch, del médico nicaragüense Rosendo Argüello, del entonces socialista utópico costarricense José Figueres, y de muchos otros que, como explicábamos antes, pretendían tumbar al Gobierno democrático de Teodoro Picado, no para terminar con las conquistas sociales sino para convertir a Costa Rica en una base de operaciones para una lucha contra las dictaduras del Caribe, que remataría en una República “Socialista”. No sólo no nos esforzamos por convencerlos de su aventura, en la que los estaba metiendo el imperialismo norteamericano, sino que incluso no aprovechamos bien contactos y contradicciones.
El aventurerismo consistió en valorar solamente la magnitud del fraude electoral y limitarnos a repudiar la actitud del Presidente Picado que cometió el acto inexplicable de entregar íntegro el aparato electoral a las fuerzas adversarias e impidió casi a un 30% de nuestros partidarios, votar en las urnas previamente señaladas en los padrones.
También en que cuando el Presidente electo, don Otilio Ulate, se mostró dispuesto a llegar a un arreglo con nosotros, con prepotencia lo rechazamos.
Al declararse la Guerra Civil, el Partido envió a militantes y simpatizantes a combatir, como simples milicianos, bajo la dirección de no pocos oficiales incapaces, deshonestos y cobardes; como si fuera poco, también muchos de ellos enemigos ideológicos o cuando menos personas sin identificación con nosotros.
No afirmo lo anterior para salvar mi responsabilidad personal; precisamente soy uno de los responsables de la anulación de las elecciones de 1948. En el mismo avión, Carlos Luis Fallas y yo regresamos a San José, profundamente indignados por el escandaloso fraude electoral de que fuimos testigos ambos, dos días antes, en la provincia de Puntarenas. Nos bajamos de la nave y nos incorporamos a un acto callejero gritando “queremos votar”. No valoramos objetivamente los factores políticos externos, y las debilidades de nuestros aliados, y nos mantuvimos reclamando hasta el final el desconocimiento de las elecciones. Sólo Manuel Mora yJaime Lobo, de la Dirección, no cayeron en ese error.
Desde principios de marzo me encontraba al frente de un grupo de compañeros, con unos viejos rifles, y unos pocos revólveres, defendiendo la guarnición “Ecos del 56”.
“Lalo, te llaman al teléfono”, me gritó el locutor en ese momento, de la radiodifusora, Arturo Montero Vega, hoy abogado y hermano de Alvaro. Cuando alcé el auricular oí una voz profundamente emocionada. “Eduardo, Figueres acaba de tomar Villa Mills. En estos momentos está abandonando la Casa Presidencial el Embajador de los Estados Unidos; llegó a exigirle al Presidente el envío de la Unidad Móvil a fin de recuperar ese lugar pues Villa Mills es un campamento de la “Public Road Administration”, de los Estados Unidos; dijo que de lo contrario, las gentes de Figueres serían expulsadas por el Ejército Estadounidense”. Y en tono de consejo me agrego: “Suspendan los programas comerciales, pongan el Himno Nacional e informen a los costarricenses que acaba de iniciarse la Guerra Civil”. Quien me hablaba de esa manera era don Francisco Calderón Guardia.
Su desbordada emoción era explicable; suponía que la interferencia del Gobierno de los Estados Unidos no obstante su grosería, demostraba, si no respaldo, al menos neutralidad de éste con el Gobierno de don Teodoro Picado, a pesar de su alianza con los comunistas.
La presión de uno y la debilidad y consecuente complicidad del otro, nos precipitaron en una trama fatal, de la cual no nos dejarían salir: peleamos en donde el adversario deseaba y necesitaba que peleáramos. Es decir, perdimos la batalla estratégica, la fundamental en una guerra.
Figueres había preparado con anticipación un “Territorio Libre”; lo conocía como a la palma de su mano; se extendía desde La Sierra, iba por el Cerro de Tarbaca, seguía sobre la carretera de San Ignacio de Acosta, pasaba por San Cristóbal Sur, Frailes y Santa Elena, y cubría un territorio montañoso en donde se encontraba San Pablo, San Marcos, Santa María de Dota y San Isidro de El General; cobijaba la Carretera Interamericana, de El Tejar hasta San Isidro, comprendiendo todo el Cerro de La Muerte. (Un territorio lleno de latifundios, con una población políticamente atrasada. Muy alta y quebrada, con un clima excesivamente frío. A el tuvieron que ir a combatir nuestros camaradas en su mayoría obreros y campesinos de nuestras calurosas costas).
La Misión Militar Norteamericana terminó de dar el empujón al Gobierno: su Escuela Militar envió al coronel Rigoberto Pacheco Tinoco y al mayor Carlos Brenes (quien me había dado rápida instrucción en la Finca La Caja, en La Uruca),a “comprobar” personalmente, y de hecho desarmados, la veracidad del levantamiento. Según me lo confió quien era personaje importante en esta maniobra, el momento de la salida y la ruta fueron comunicados a uno de los jefes de las fuerzas situadas en la Interamericana, por lo que necesariamente cayeron en una fatal emboscada, propósito evidente de la Misión Militar.
La muerte de Pacheco y Brenes indignó al calderonismo y así se precipitó el envio de la Unidad Móvil, al “Territorio Libre”
Las noticias llegadas a San José, indicaban que la muerte de los dos militares obedeció no a un enfrentamiento de emboscados contra emboscadores, sino a un asesinato. Pacheco y Brenes quisieron burlar el cerco pero al verse rodeados alzaron las manos y entregaron sus armas. A sangre fría liquidaron primero a Pacheco y luego a Brenes, a pesar de ofrecer éste diez mil colones si no le quitaban la vida. Esto sucedi0 el 12 de marzo.
Hasta “Ecos del 56” nos llegaban reclamos de compañeros de la Juventud, o cercanos a ella, que pedían un rifle y un puesto de lucha en los campos de batalla.
En un camión que llevó Franklin Rivero se me encargó recoger, enlistar en la CTCR y llevar por la Interamericana hasta la línea de fuego (Rivero me dijo que a Villa Mills) a ese grupo de jóvenes. Un oficial los recibiría y les daría instrucciones para el manejo de las armas, y otras cuestiones elementales.
Entre los primeros, recogí a Miguel Angel Aymerich. Vivía en un pasaje en calle 6, cerca de La Castellana. “Espérame un momento para llevarme unos calzoncillos”, me dijo tal vez en broma. Salió con el paquetico en la mano y detrás una señora gruesa; lo abrazaba y lo besaba. Presentía que no volvería a ver a su hijo. El último a quien recogí fue a Varelita. Su padre, un artesano de zapatería del Barrio La Constructora, lo despidió con optimismo. (Estando con Fallas y Leiva en los días de la preparación del ataque a Cartago, llegó llorando a informarnos de la muerte de su hijo).
Al salvadoreño Dueñas, encargado de la oficina de registro, dí los nombres de los muchachos voluntarios y salí rápidamente hacia la Interamericana. Pasé antes por “Ecos del 56” pues unos y otros deseaban abrazarse y despedirse.
Varios de los compañeros de la guarnición se subieron “ilegalmente” al camión, “abandonando” sus responsabilidades. No lo pude impedir, básicamente por razones sentimentales. Al pasar por el cruce de Curridabat, y disminuir mucho la velocidad, un muchacho de apellido Zúñiga, de San Pedro, preguntó a los jóvenes que iban parados en el cajón del camión, el motivo del viaje, y se encaramó. ¿Espíritu aventurerista? Pienso que fue la inexperiencia, la falta de formación política, el abundante fervor juvenil, el entusiasmo fresco y comunista. No nos encontrábamos en aquel momento, en aquellas circunstancias, preparados para encauzar debidamente los impulsos de esa muchachada que pasará a la historia del movimiento revolucionario de Costa Rica y ocupará un sitio de honor.
Siendo un muchacho, de unos 14 ó 15 anos, me había internado en el Cerro de La Muerte con Antonio Barrantes y Manuel Vaglio, el hijo de uno de los Mártires de Codo del Diablo. Entonces no había Carretera Interamericana que lo atravesara; los trillos se perdían frecuentemente entre la maleza; varios días anduvimos perdidos. Segun me lo informaron después, Manuel pidió ayuda a la policía para que nos encontraran; la casualidad nos llevó a topar con el TI-3, un monomotor que se había perdido hacía mucho. Lo encontramos clavado verticalmente a una orilla del Río Brujo; cerca había un trillo; avisamos a campesinos, éstos a San José y finalmente logramos llegar a la cumbre del Cerro. Bajamos al día siguiente a Las Vueltas y entramos en la tarde a San Isidro de El General. Esa “aventura” la habíamos iniciado Barrantes, Vaglio y yo a partir de Copey, situado al pie del Cerro, por Dota. De manera que mis conocimientos de la Zona eran muy incompletos. Cuando a mí me mandaron a la Sierra y a Villa Mills a dejar a dichos voluntarios de la Juventud, no sabía absolutamente nada de esos lugares, como no fuera el conocimiento teórico de que existían. Ni siquiera tenía un mapa para formarme alguna idea. Ibamos atenidos a que la Interamericana en construcción nos llevaría por sí sola a ellos y sería cosa de ir preguntando hasta llegar a la “línea de fuego”.
Pocos minutos después de pasar La Lucha, nos vimos cobijados por una lluvia de balas. Un militar del Gobierno, muerto de miedo, nos dijo que huyéramos con él; nos agregó que nos encontrábamos en El Empalme. Afligido, y mientras se zafaba, nos señaló una loma de donde provenían los tiros del enemigo, comandado éste por un militar norteamericano de apellido Marshall. (El oficial gobiernista, que casi no sabía lo que decía, se refería sin duda alguna a Frank Marshall).
Le pedí a mis compañeros protegerse en un paredón que estaba a la izquierda de la carretera, y formé dos grupos. A uno lo dejé al pie de la loma; me puse al frente del otro para subir y expulsar a los adversarios. No todos los compañeros dejados al pie del pequeño cerro tenían armas, ni en ese momento crítico y de precipitación era posible adquirirlas. Las instrucciones que di, un poco vagas desde el punto de vista militar, eran que nos garantizaran apoyo.
Inicié la marcha cerro arriba, gateando, con un “Mosquetón” en la mano derecha; atrás los demás. De pronto sentí un fuerte golpe en la encía superior. Un muchacho apodado “patas de hule” o “piernas de hule”, que ya se encontraba en el sitio de la balacera cuando llegamos, me sobrepasó y sin quererlo, con la culata de su rifle me golpeó fuertemente, arrancándome casi un diente y aflojandome al otro e inflamándome por varios días la boca. Los adversarios al fin se desplazaron hacia el sur.
Urgido por la necesidad de reincorporarme a la guarnición de Ecos del 56, y por hacerme examinar de un dentista, formalice mi regreso a la capital, no sin remordimiento de conciencia (y éstas son las cuestiones que tal vez no valora bien el c. Ferreto), sobre todo porque los compañeros pedían mi permanencia.
“Oye chico, ¿por qué no le haces caso a Manuel? Te ha andado buscando y tú no lo vas a ver”, llegó a decirme Adolfo Braña en momentos en que me encontraba en “Ecos del 56” haciendo un plan táctico para defender a San José de un ataque sorpresivo. Me lo habían mandado a pedir, con el “Chino” Rodríguez. (Por casualidad lo conservo en un roto y amarillento papel, pues nunca lo entregué, ni hubiera servido para nada debido a mi ignorancia en esa materia).
Con el mismo viejo Braña me fui a explicarle a Manuel que yo no había recibido ningún recado suyo. Pero éste se limitó a obsequiarme personalmente una pistola 45, la cual me acompaño durante toda la Guerra Civil. (Era mi orgullo; luego la presté para siempre a los compañeros nicaragüenses en los días de su lucha contra Somoza).
Manuel me informó que me habían llamado para enviarme al Pacífico Sur, a las regiones bananeras en donde yo había trabajado los años 1946 y 1947, para reclutar obreros de la United, y campesinos pobres, a fin de integrar una columna que dirigiría el general Sandinista Tijerino, para tomar San Isidro de El General. Pero Carlos Luis Fallas, el gran líder de toda esa gente, se fue a cumplir esa misión y las condiciones le hicieron comprender que no podía desligarse de esos camaradas y que debía convertirse en su líder “militar”, junto con Tijerino.
El doctor Fischel, en su consultorio esquina opuesta al Correo, comenzó a tratarme los dientes. Pero debí suspender el tratamiento y salir, por orden de la Dirección del Partido, hacia La Sierra. A Fernando Chaves Molina, a Alvaro Montero Vega y a mí, nos encargaron una tarea políticamente muy delicada: proteger la vida del Jefe de la Iglesia Costarricense, Arzobispo Monsenor Víctor Manuel Sanabria, la del Lic. Ernesto Martén Carranza y la del Dr. Fernando Pinto. Debíamos llevarlos a La Sierra, esperarlos el tiempo necesario mientras en El Empalme, (después supimos que habían llegado hasta Santa María de Dota) conversaban con don Pepe Figueres y ponerlos de regreso en las puertas del Palacio Arzobispal.
Monseñor, buscando la paz, y de pleno acuerdo con don Otilio Ulate, iba a proponer un armisticio bajo la siguiente fórmula: entregar la Presidencia de la República al doctor Julio César Ovares, integrar un Gabinete con representación igual de las dos partes en lucha y decretar una amnistía general. Monseñor le dijo a Manuel: “Ustedes tienen una sola palabra. Ustedes hasta con los adversarios respetan las reglas de la lealtad. Sólo si ustedes garantizan mi seguridad, yo voy hasta donde Figueres”.
Fernando Chaves se fue a preparar un cargamento de medicinas y de equipo médico a fin de llevarles a los combatientes enemigos para atender a los heridos. Surgieron muchas críticas. Se decía, especialmente entre nuestros aliados calderonistas, que eso significaba ni más ni menos darle armas a los adversarios. Pero Chaves llenó un camión, el cual fue “misteriosamente” saqueado en la noche y a la carrera, casi en los momentos mismos de salir con Monseñor, se preparó otro cargamento de medicinas. Fui a Ecos del 56 y le pedí a un compañero hondureño de apellido Anduray, locutor de la Estación, pero conocedor del manejo de armas, nos acompañara en unjeep con Chaves, con Montero y conmigo, cargando él una ametralladora grande, con trípode. Iríamos exactamente detrás de Monseñor, de Martén y de Pinto.
Delante del jeep de Monseñor iba el camión con las medicinas que tanto nos costó preparar. Lo conducía un militante del Partido. Pero la caravana era más grande; nos seguían otros vehículos con altos militares del Gobierno, como López Mazegosa, López Roig, el “gordo Quintales”…
Como a una hora antes de llegar a La Sierra, en una bifurcación del camino, detuvo el jeep Monseñor y se bajó indignado junto con sus acompañantes. “Mire Eduardo, mejor me devuelvo. Oficiales del Gobierno se llevaron el camión con las medicinas”, me dijo Monseñor señalándome el camino por donde lo habían introducido
Le contesté que nosotros no podíamos abandonarlo por ninguna razón pues debíamos protegerlo a él. Pero después de un intercambio de opiniones Chaves ofreció ir solo, en nuestro jeep, para investigar el paradero del vehículo Al rato regresó con las medicinas.
Al desembocar en La Sierra vimos las tiendas de campaña en donde pasaban la noche, muertos de frío, nuestros camaradas combatientes. Sobre cada tienda una bandera roja, la de nuestro Partido. En La Sierra, como en el resto del país, nuestros militantes y simpatizantes peleaban bajo la dirección de militares, algunos valientes y honrados, pero otros cobardes, anticomunistas, inescrupulosos. Cuando aparecíamos dirigentes del Partido, como en esa ocasión, los milicianos reclamaban nuestra presencia permanente, no porque supiéramos algo sobre cuestiones militares, sino porque al menos acatarían la autoridad de un cuadro político. Incluso un dirigente del Partido, combatiendo, se constituía en un factor de estímulo, de confianza y de seguridad.
Los coroneles Caballero y Zamora, junto con otros oficiales, nos recibieron evidentemente enterados de la misión de Monseñor. Con gran rapidez dieron todas las facilidades para la continuación de su viaje. Por sugerencia del Jefe de la Iglesia el camión de las medicinas fue cubierto con una gran bandera del Vaticano; el doctor Pinto tomó el volante, Monseñor se sentó a la par suya y don Ernesto Martén en el mismo asiento, al lado de la puerta.
Estaban a punto de salir hacia la “tierra de nadie” cuando llegó apresurado el c. Castillo, ingeniero agrónomo que al terminar la Guerra Civil se fue a Venezuela y aún permanece en ese país. Nos informó que el pequeño aparato de inteligencia del Partido había detectado un atentado contra la vida de Monseñor. Oficiales del Gobierno habían escogido dos cerros no muy altos, a la orilla de la carretera entre La Sierra y El Empalme, y desde allí dispararían con armas pesadas sobre el camión.
Nos apresuramos a llegar hasta don Monseñor, y sus acompañantes, y les explicamos la necesidad de darnos tiempo para desbaratar ese criminal propósito. Ya Castillo estaba llamando a todos los combatientes a una concentración. Resultaba extraña tal disposición, tomada por tres dirigentes comunistas sin consultar para nada al comandante Caballero ni a ninguno de sus oficiales. Todo era el producto de relaciones contradictorias dentro de un ejército improvisado en el cual quienes combatían eran comunistas, y quienes dirigían las acciones militares, los aliados de los comunistas. Por esa razón los camaradas no pusieron en duda que era la disciplina del Partido la que se debía acatar.
De inmediato nos vimos rodeados de dos o tres mil personas, entre ellas los oficiales de la Unidad Móvil, o sea de la Escuela Militar, así como los oficiales que venían con nosotros desde San José. También Monseñor Sanabria, don Ernesto Martén y el doctor Pinto.
Me dirigí a los miles de milicianos comunistas y simpatizantes: “En nombre del partido les exigimos que contribuyan, con todos los medios a su alcance, a proteger la vida del Jefe de la Iglesia del pueblo costarricense, Monseñor Sanabria, y de sus acompañantes. Ellos deben ir a conversar con José Figueres para presentarle una propuesta de armisticio, y deben regresar vivos. Si tuvieran ustedes que disparar contra los oficiales, deben disparar. Es orden de la Dirección del Partido”.
Los soldados se fueron a ocupar sus puestos. Los oficiales guardaron silencio y se dispersaron. Después se le dijo a Monseñor que podía continuar su marcha, si lo consideraba pertinente. Llenos de confianza salieron en el camión cubierto con la Bandera de la Iglesia Católica llevando las medicinas a los soldados de Figueres, las tres ilustres personalidades.
(En 1952, encontrándonos en la clandestinidad, asistí una noche a una reunión del Partido en Grecia. El portero de la Escuela era militante y creó las condiciones preparándonos una de las aulas. Cuando por casualidad se mencionó ese incidente oí una voz que venía del final del salón; en la semi oscuridad no podía precisar de quien era. “Vos sabés, Lalo, quien dirigía al grupo que iba a matar a Monseñor? Era yo. No militaba todavía en el Partido, pero a partir de ese momento comprendí que ahí estaba mi lugar. Por eso estoy aquí”. Después se acercó. Era Mario Segura, de Santo Domingo de Heredia).
Esa noche dormimos en La Sierra “Peor que perros”, como me decía Fernando Chaves Molina. Tirados en el suelo, sin cobijas, pegados lo más posible unos a otros para sentir algo de calor. El c. Avendaño, el mismo que el día de las elecciones llegó a decirme en Puerto Cortés, indignado, que lo habían trasladado a votar a Limón, sin haberlo solicitado, anulándole así su voto, me pidió que me quedara combatiendo en La Sierra. “Ya sé que vos no sabés de estas babosadas, pero venite”.
Al despedirme al día siguiente le prometí a él y a otros excompañeros de la Zona Bananera y de la Juventud volver a La Sierra. El regreso a la capital lo hicimos más o menos siguiendo el mismo orden. Detrás del de Monseñor, iba el jeep nuestro. No sabíamos del fracaso de la gestión de paz, pero regresábamos contentos de haber cumplido exitosamente la tarea encargada por la Dirección del Partido.
La “Public Roads” no había terminado de construir la carretera. Si el serpenteo y el declive hoy son muy peligrosos, en aquél tiempo eran mucho mayores, y la bajada la íbamos haciendo con cuidado. No habíamos recorrido la mitad cuando pasaron en sentido contrario dos vehículos; el primero, una camioneta Willis nueva; en ella el Jefe de la Policía del Gobierno, el coronel de nacionalidad cubana Juan José Tavío, furibundo anticomunista, perteneciente al FBI. Después de la Guerra Civil regresó a su patria y se convirtió en uno de los torturadores de Batista. La Revolución Cubana lo ajustició al triunfar.
Cuando lo vimos pasar comenzamos a especular sobre si no sería él quien como jefe de la policía había planeado el crimen del Jefe de la Iglesia, para frustrar un arreglo político a base del Dr. Ovares, fundador de la Liga Cívica y un hombre antiimperialista, y a la vez para culparnos a los comunistas del crimen. Supusimos que se dirigía a La Sierra a investigar personalmente los entretelones del frustrado asesinato y, de ser posible, ejecutarlo mediante otro plan.
Al poco rato Anduray nos avisó la cercanía de Tavío detrás de nuestro jeep. Evidentemente el agente del FBI al ver pasar en sentido contrario a Monseñor Sanabria resolvió regresar. Aumentando la velocidad sobrepasó a los vehículos de la cola y sólo le faltaba adelantar al nuestro, cuando Anduray lo descubrió. Chaves Molina conducía nuestro jeep y comenzó a zigzaguear para no dejarlo pasar. Teníamos no sólo el temor sino el convencimiento de que Tavío y sus gentes, al situarse a la zaga del vehículo de Monseñor, procederían de inmediato a liquidarlo, talvez empujándolo a un precipicio en una de las numerosas vueltas.
Le pedimos a Anduray que la mira de su ametralladora la pusiera sobre la cara de Tavío y ante el primer intento de sobrepasarnos, disparara sin vacilación.
Al evadir Chaves un hueco, la Willis de Tavío pasó como un rayo, sin darle tiempo a Anduray de actuar, y se situó detrás de su objetivo. Por suerte en ese momento llegábamos al Tejar; Monseñor debió darse cuenta de esa situación extraña al ver el vehículo de Tavío al lado suyo, y no el nuestro; entonces en vez de seguir hacia Cartago entró a la población y se detuvo frente a la Iglesia del lugar. Con más rapidez que Tavío y sus subalternos, nosotros nos tiramos del jeep y corrimos hacia donde Monseñor Sanabria. Pero de inmediato Tavío se nos acercó y nos dio la mano a todos.
Con facilidad organizamos la protección del Jefe de la Iglesia y sus acompañantes hasta San José. En la puerta del Palacio Arzobispal nos despedimos de ellos.
Después de los hechos narrados, la Dirección del Partido no me envió a combatir a La Sierra; sería faltar a la verdad afirmarlo; no actué correctamente al permitir que mis compromisos morales determinaran mi incorporación a las filas de combatientes de la Interamericana. Alguna vez Manuel, pasados varios años de los acontecimientos, en tono burlón me dijo: “Usted no pidió perniso para irse”, y yo le contesté: “Ustedes tampoco pidieron que no lo hiciera”. Mi incorporación a ese ejército popular, sin preparación, sin confianza política, y sin dirección y orientación diaria, permanente, directa, del Partido, no puede interpretarse como una decisión aventurerista. Tampoco la de Fallas, ni la de Montero, ni la de Payín Rodríguez, ni la de otros cuadros dirigentes. En el caso mío acepto que fue equivocado mi proceder; me llevó a él no sólo la presión de algunos de mis compañeros de la Juventud y de las bananeras, sino la experiencia misma de la lucha, producto de mi contacto directo con la realidad viva en los frentes de combate. Era necesaria la presencia permanente de cuadros del Partido, a la par de los militantes y simpatizantes dispuestos a toda clase de sacrificios, a dar sus vidas, aunque inconformes con decisiones y procedimientos de jefes militares, ideológica y hasta políticamente extraños, cuando menos desconocidos e incluso hasta temerosos de ellos. Nunca hablé con Fallas al respecto, pero reconociendo a Calufa como lo conocí, estoy absolutamente seguro de que su decisión de seguir con sus compañeros bananeros hasta San Isidro de El General, después de reclutarlos, fue consecuencia de su conciencia política y de su responsabilidad, aunque procediera sin previa autorización. La Dirección del Partido nunca mostró celo por evitar la incorporación directa de él, como de otros de sus dirigentes, a la lucha armada. Es más, al regresar de una operación éramos enviados a otra.
Con la pistola 45 y un mosquetón salí para La Sierra junto con otros compañeros. Antes de llegar a Casa Mata vimos a varios hombres armados en la Interamericana. Distinguí a Antonio Valerín, el padre de Menchita y suegro de Payín, y a Adolfo García Barberena, a quien llamábamos el “Nica Garcillón”, y al que mucho queríamos por su valentía y lealtad. (Murió combatiendo en Nueva Guinea, Nicaragua, en la lucha del FSLN. Antes de salir a su última batalla estuvimos en las oficinas del Partido conversando sobre la situación militar contra Somoza y oyendo unos cassettes sobre una operación militar reciente, que dirigió).
Salí de la CTCR y no lo hice a escondidas sino como la cosa más natural del mundo. Repito, reconozco no haber recibido una orden, pero de hecho la Dirección aceptó mi traslado; prueba de ello fue el nombramiento como comandante de la guarnición Ecos del 56, en sustitución mía, de Efraín Rodríguez.
Una madrugada, tan fría o más que las anteriores, me encontraba en un punto avanzado de la Interamericana, tendido sobre la carretera, con una ametralladora de trípode mirando hacia las posiciones enemigas, listo a disparar en cualquier momento, cuando oí el motor de un camión que se avecinaba por detrás, como a una distancia tal vez de doscientos metros. A la par mía se encontraba tirado Fredy, un negrito de Limón, sencillo y generoso, con quien había hecho mucha relación amistosa. Varias veces sacó de su inseparable mochila un pedazo de “dulce de tapa”, y después de morderlo y dejarlo babeado, me lo pasaba para que yo mordiera y recuperara energías. Le grité: “Fredy, ve quién viene”.
Poco después se encontraba casi a mis pies el Presidente don Teodoro Picado, acompañado de Claudio Mora Molina, ex campeón nacional de boxeo, militar del Gobierno, comandante en las primeras batallas que se dieron en el Tejar y luego muerto en 1955 en La Cruz, cuando se produjo la condenable invasión a Costa Rica, desde Nicaragua.
No me levanté a saludar al Presidente pues suponía que las reglas militares me lo impedían. Sin embargo me quité del cuello la cobija y sin levantarme me volví a conversar con don Teodoro, con Mora Molina y otra u otras personas de la protección del Presidente. Al despedirse, don Teodoro me obsequió un máuser frances, diferente a los demás, pues al bajársele un seguro podía descargar completa la cejilla de cinco tiros, como si se tratara de una ametralladora.
Al día siguiente, entre los compañeros combatientes, ese máuser se convirtió en centro de atención. Cuando se salía de inspección, o a alguna acción bélica, siempre alguien me lo pedía para llevarlo. Con él se quedó posteriormente Alvaro Montero cuando llegó con Guillermo Fernández, munícipe del Partido electo en 1932, a decirme que la Dirección me pedía regresar de inmediato a fin de cumplir una tarea muy delicada. Le dije a Alvaro que era inconveniente mi retiro de La Sierra si no se nombraba un sustituto. “Andate vos y yo me quedo”, me dijo Alvaro. Le dejé el máuser de don Teodoro y salí hacia San José con el Ñato Fernández.
Cuando llegué a San José en la C.T.C.R. Manuel me dijo que se me había llamado para que fuera a reclutar bananeros, unos 200, a fin de ir a San Isidro de El General a respaldar a Fallas y a Tijerino los cuales se encontraban en difícil situación. Nos reportamos en la CTCR y me fui a reunir con mi familia, y a comer. En la noche regresé pero los planes de lucha habían cambiado y, por supuesto, también las tareas que uno debía realizar.
Manuel y Ferreto, según me informo el c. José Merino y Coronado, a cargo de labores de inteligencia, había salido en un jeep a hacer un recorrido hasta San Cristóbal. Después me enteré, por boca del mismo Manuel, que el propósito de esa arriesgada gira consistió en comprobar si las autoridades militares del Gobierno habían tomado medidas para impedir el ingreso a Cartago de las fuerzas adversarias. Pero habíamos sido traicionados. Figueres entró con su gente en la madrugada del día siguiente, sin disparar un solo tiro.
Don Francisco Calderón Guardia le había confiado privadamente a Manuel que el Gobierno de los Estados Unidos y el de Somoza se habían puesto dc acuerdo para manipular, en la medida de lo posible, al Presidente Picado y a otros funcionarios, a fin de facilitar la llegada de Figueres sin contratiempos a Cartago. El Gobierno, a partir de entonces, debería abandonar la capital y trasladarse a Liberia para que los comunistas quedáramos con la responsabilidad de defender solos la ciudad capital; así se produciría el enfrentamiento armado entre nosotros las fuerzas de Figueres y se justificaría internacionalmente una invasión de Somoza a Costa Rica. Don Paco le dijo a Manuel que el Gobierno de los Estados Unidos y Somoza “sabían” que Figueres no estaba actuando en Costa Rica para defender la elección de don Otilio Ulate, sino para establecer una base militar, bajo la dirección del mismo Figueres, y posteriormente organizar el derrocamiento de los Somoza y de los gobiernos dictatoriales de Honduras, El Salvador, y otros, e integrar una República Socialista en el Caribe.
La entrega de Cartago a las fuerzas de Figueres debió en efecto ser el producto de esa intriga internacional y de la complicidad del Presidente Picado, pues se dieron estos otros hechos: Teodoro no quiso atender el informe de una elevadísima personalidad costarricense que confiadamente le detalló cómo y en qué día las gentes de Figueres avanzarían sobre Cartago, incluso indicando detalles como trillos por donde marcharían. Poco antes del “ataque” a Cartago, René Picado, Ministro de Seguridad y hermano de don Teodoro, retiró la Unidad Móvil de la Interamericana (dato muy curioso pues don René Picado se encontraba en los Estados Unidos y regresó apresuradamente a dar esa y otras órdenes aparentemente dirigidas a lograr el objetivo denunciado por don Paco). En una carta privada, más tarde dada a la publicidad, don Teodoro le hablaba a Manuel y al doctor Calderón de “fuerzas incontrastables” (refiriéndose al gobierno de los Estados Unidos) que ejecutarían un “vejamen” contra Costa Rica (se refería a la invasión de Somoza) si él se mantenía en el Poder.
Por esos días, en efecto, nuestro país se quedó sin Gobierno y los comunistas, organizados y mal armados, quedamos dueños de hecho de la situación. Recuerdo la siguiente anécdota: estando yo un día en el Anexo del Hotel Costa Rica, fue anunciada la llegada del comandante Vega, de Puntarenas; necesitaba urgentemente hablar con Manuel. Se había venido del Puerto en un tren expreso y al ser recibido, se paró frente a Manuel, irguió el pecho, y lo saludó militarmente llamándolo “comandante”, cosa muy cómica para nosotros, por nuestra formación.
Fallas y Leiva regresaron a San José, en vista de que Figueres ya se encontraba en Cartago y las acciones contra San Isidro habían perdido sentido. Estuvimos conversando en el local de la CTCR. Leiva llegaba con un ojo muy inflamado. Una esquirla se le había incrustado cuando atacaba una posición enemiga. Me contaron que él creyó haber perdido el ojo y entonces se volvió más temerario de lo acostumbrado. Fallás fue nombrado miembro del nuevo Estado Mayor, como jefe, y al coronel nicaragüense Abelardo Cuadra, como principal consejero militar.
“Abelardo quiere hablar con vos”, me llegó a decir Calufa una tarde mientras conversaba con Antonio Barrantes, “Ameba”. Salí entonces de la oficina en que nos encontrábamos e inmediatamente me tomó Cuadra por un brazo y me invitó a salir en la madrugada del día siguiente hacia Rancho Redondo, en Guadalupe, a impedir, según él, que las fuerzas de Figueres, muy bien armadas, entraran a San José.
En la Plaza de Guadalupe un militar de apellido Serrano, de la Escuela Militar, entregó a Abelardo un croquis señalando el camino a seguir hasta el beneficio de café del Conde Tatembach; verbalmente le explicó características del lugar.
Cuando marchábamos en dirección a Rancho Redondo observamos una ambulancia de la Cruz Roja, siguiéndonos permanentemente. Eso nos disgustó mucho pues nos parecía ya sospechosa la publicidad dada a la operación. Se le pidió retirarse.
Al recibir los primeros tiros, Abelardo resolvió dejar en ese mismo lugar una “línea de retaguardia” al mando de Martínez, conocido como “Pico de oro” y escogió a unos 12 combatientes, incluyéndome a mí, e incluyéndose él, para romper la línea de fuego y penetrar la infraestructura industrial en donde al parecer estaba concentrado, según suposiciones o informes, el adversario.
Le pregunté a Cuadra la razón por la cual dejaba una retaguardia tan numerosa. Me contestó que el grueso del enemigo nos pensaba atacar por detrás. “Andan cerca y debemos tomar medidas”, afirmó. (Después supimos que iban comandadas por Marcial Aguiluz).
Comenzamos a saltar zanjas y obstáculos, escapando al fuego de las ametralladoras, con Cuadra a la cabeza. Nos separamos tanto de la retaguardia, dentro de una concepción táctica concebida por Cuadra, que en determinado momento nos sentimos rodeados de fuego de ametralladoras. Pero la retaguardia no daba señales de vida. En un bajo, cerca de donde estábamos, divisamos una hermosa y salvadora residencia. Los tiros nos silbaban cerca cuando a la carrera bajamos hasta la casa. Estaba por supuesto desalojada. Me impresionó encontrar en el jardín un papel con el nombre de un ex-condiscípulo del Liceo, de quien hablé antes, hijo de Zeledón Castro. ¿Estaríamos en una propiedad del terrateniente de Vuelta de Jorco?
El coronel Cuadra se encontraba muy molesto con Martínez, a cargo de la línea de retaguardia. Resultaba totalmente inexplicable que habiendo pasado tantas horas no diera señales de vida.
Avanzaba la tarde, y las perspectivas no eran halagüeñas. Yo tenía entonces fama de poseer un gran sentido de orientación. Cuadra me pidió buscar una salida de aquel encierro. Arrastrándome a ratos, en otras caminando agachado, y cuando era posible trepándome a algún árbol, para formarme una mejor idea de los alrededores y de las salidas menos peligrosas, volví donde Cuadra. Por supuesto no podía dar seguridad absoluta ni mucho menos, pues el enemigo era superior a nosotros, debido a la ausencia de Martínez.
Cuadra se encontraba sentado en la cima de una loma; a su alrededor picaban los tiros de las ametralladoras y de los rifles. Posiblemente el suyo era un arranque de temeridad, o una forma de sugerirnos la ausencia del peligro inminente. En vez de bajar para enterarse de mis investigaciones y discutirlas y ajustarlas, me llamó a la cima; yo le indicaba que llegara hasta donde estaba yo para ponernos de acuerdo; pero insistía en llevarme a su lado; no quise demostrar temor, y con precaución fui subiendo. Cuando estuve a la par suya se quitó de la muñeca de su brazo izquierdo una pulsera y me la obsequio; era una brújula, (Cuando después de la Guerra Civil llegué a México, se la enseñé a Manuel y a Carmen Lyra, con satisfacción, y así la conservé hasta que se me extravió; o mejor dicho hasta que un camarada se la dejó como recuerdo).
Nos disponíamos a salir del cerco, pasara lo que pasara, con la complicidad de la oscuridad, cuando comenzamos a oír intercambio de tiros; gracias al olfato o a la experiencia de Cuadra, y también a que nuestros socorristas traían datos muy aproximados del lugar, entramos en contacto con dos columnas enviadas desde San José en nuestro auxilio, precisamente por donde le había sugerido a Cuadra.
Mientras tanto Pico de Oro había llegado a San José con todos los integrantes de la línea de retaguardia; Manuel les preguntó por los 12 que faltábamos. Según Martínez, su línea de retaguardia había abandonado el lugar, por orden suya, pues evidentemente los 12 habíamos perecido. Manuel no quedó satisfecho, ni mucho menos, y fue así cómo organizó las dos columnas de voluntarios, muy ágiles, muy valientes, muy astutos y muy solidarios.
Cuando regresamos a San José, ya el Estado Mayor nuestro había elaborado en lo fundamental el plan de ataque a Cartago y sólo esperaba el regreso de Cuadra para completarlo. En esencia consistía en lo siguiente: una columna de unos 300 hombres, yo entre ellos, bajo la dirección de Fallas y Cuadra, entraríamos a la vieja capital a las 4 de la mañana y haríamos contacto, en el Cuartel, con el valiente coronel Roberto Tinoco. Otra atacaría desde Tres Ríos. Los jefes de esta última serían Salamanca, el discreto y capaz militar que tomo Buenos Aires, y Leiva, el impetuoso, el que adelantó el ataque a San Isidro, poniendo en un aprieto a Tijerino. La tercera la integrarían los compañeros de la Interamericana y atacarían por El Tejar. En total seríamos unos 3 ó 4.000 hombres contra 700 de Figueres.
La columna nuestra se integraba, repito, por unos 300 combatientes. Yo iba adelante, al mando de unos 50. Muchos de ellos de la Juventud. Recuerdo a Guillermo y a Noe Carvajal Cabezas; (uno salió herido en el codo del brazo izquierdo y el otro murió) a Edgar Campos, que después fue funcionario de un organismo internacional; al hijo de don Víctor Lorz y a otros cuyos apellidos se me escapan de la memoria.
Al entrar a la falda del monte situado frente al Cristo, en el Alto de Ochomogo, a pesar de que la operación la creíamos secreta (un miembro del Estado Mayor del Gobierno al parecer era un agente yanqui), fuimos atacados por sorpresa desde el costado sur, es decir desde la carretera.
Volví a ver hacia el Cristo y noté que bajo su protección se escondía un ametralladorista, logrando abarcar así, con mayor amplitud, el potrero en que nos encontrábamos. Saqué mi pistola 45 e hice un primer intento de apagar el fuego de esa máquina, apuntando a la cabeza del ametralladorista. Por inmadurez comencé a avanzar en esa direcci6n, sin protegerme. A Campos lo veía haciendo gestos retadores. Un hijo de Fallas, corneta, daba clarinasos envalentonadores. Detrás mío, desde la pendiente, vi bajar corriendo al teniente Quintanilla con una pesada ametralladora, y a su ayudante, Pablo Chaves, hoy gerente de la “Coope-Sierra Cantillo”, del Pacífico Sur.
De pronto caí al suelo y comencé a sangrar por el lado derecho del cuello. Mis compañeros se asustaron mucho. Fallas llegó corriendo y al ver un simple rasponazo me dijo: “Guevón, me asustase; ¿vos sabés lo que hubiera sido llevarte con las patas “padelante” donde Manuel?”.
Cuadra ordenó a Quintanilla que con su poderosa ametralladora protegiera la continuación de nuestra marcha hacia Cartago. Así llegamos a una casona e hicimos una breve parada; matamos un buey utilizando bayonetas propias o prestadas, lo asamos en pedazos individuales y lo comimos sin sal.
El c. Pablo Chaves se me acercó y me contó que era originario de Cachí de Cartago; sus padres desgraciadamente adversarios políticos suyos; su padre combatiente de Figueres. Cuando tenía 11 ó 12 años se impresionó con la firmeza y combatividad de nuestro Partido y con las grandes movilizaciones promovidas para conseguir y consolidar las conquistas sociales, y razonó de esta manera: “Soy hijo de papá, pero no estoy obligado a pensar como él”, Y se fue a las bananeras del Pacífico Sur a ganarse la vida trabajando como obrero agrícola Cuando comenzó la Guerra Civil trabajaba en Finca 16; buscó a Santiago Flores, dirigente del Partido, y se incorporó a las milicias. Peleó en Dominical, llegó a San José y se alistó supuestamente para ir a tomar Limón, pues así se lo dio a entender Abelardo Cuadra. En esa marcha hacia Llano Grande para atacar Cartago fue que lo conocí.
Estando en la casona divisamos dos mujeres. ¿Qué hacían en ese momento y en ese lugar? ¿Andarían en labor de espionaje?
Cuadra dispuso que Pablo y otro compañero fueran tras ellas hasta sus casas, situadas a unos 400 metros del lugar, y las observaran bien a fin de comprobar si en efecto eran maestras.
(Años después me contó Chaves que efectivamente lo eran. Una de ellas se llamaba Carmen Naranjo, la cual llegaría a convertirse en una distinguida escritora. También me contó que cuando llegó de regreso a la casona, nosotros ya habíamos partido. Como oían fuego de fusilería y ametralladoras en Cartago, dieron por hecho que nuestra columna había penetrado en esa ciudad y decidieron contactar. De pronto se vieron en el centro de un cerco cada vez más reducido y no encontraron escapatoria. El comandante adversario, con acento extranjero, los interrogó. Pablo se puso insolente y la respuesta fue una trompada que lo tiró al suelo. El comandante era Marcial Aguiluz, uno de los hombres a quienes posteriormente más llegó a querer nuestro Partido por su hidalguía, por su lealtad, por su devoción a la lucha contra las injusticias.
Pablo Chaves fue a parar a la cárcel acusado de haber asaltado una Iglesia. Pero el papá, activo “figuerista”, puso de lado las discrepancias y actuó. A partir de entonces al jefe de detectives, patrón de Pablo cuando éste era un niño, “extrañamente” se le perdió la tarjeta de “delincuencia”. Luego Pablo se escapó de la cárcel porque el guarda que era su tío, se descuidó inexplicablemente.
Antes de llegar a Llano Grande, a esperar las 4 de la mañana para entrar a Cartago, capturamos a dos combatientes enemigos en una lechería. Los llevamos con nosotros. En un galerón lleno de papas nos reunimos Fallas, Cuadra y yo con los presos, en procura de obtener información sobre las posiciones del adversario.
“Fusilalos si se niegan a hablar”, me dijo Fallas con fingido matonismo y con el propósito de atemorizarlos. Dichosamente no tuve necesidad de continuar el simulacro; ellos nos enteraron de nuestra situación en la batalla del Tejar.
Poco antes de abandonar Llano Grande y comenzar el ataque a Cartago se recibió por radio, desde la Estación Ecos del 56, la orden de regresar a San José. Toda la noche caminamos, habiendosenos prohibido hablar y fumar. Marchábamos en fila india y las órdenes de detenernos o continuar nos llegaban en voz baja, desde atrás.
Entrada la noche, antes de llegar a Tres Ríos, terriblemente empapados debido a un aguacero que duró hasta la madrugada, resolvimos dormir y descansar. En un potrero buscamos un declive, a fin de que la lluvia no se estancara debajo de nuestros cuerpos, y dormimos profundamente. Tan profundamente que los dos presos aprovecharon la oportunidad para escaparse.
En las puertas de Tres Ríos formamos dos columnas, una encabezada por Fallas y otra por mí; en el centro, el hijo de Calufa haciendo sonar su corneta; en las calles nos recibieron calurosamente. (Por casualidad, al mismo tiempo entraban a Tres Ríos compañeros participantes de la batalla de El Tejar; entre ellos distinguí a Emllio Braña, el hijo del querido “viejo” Braña).
Fallas y yo continuamos hacia San José y nos fuimos directamente al anexo del Hotel Costa Rica, en donde estaba reunido el Buró Político el Partido.
A poco de regresar de Llano Grande comencé a enterarme de gestiones de paz realizadas a iniciativa de la Embajada de México, por el Cuerpo Diplomático. Manuel intervenía en nombre del Partido.
Me encontraba realizando, dentro de ese paréntesis de combate directo, algunas tareas de seguridad. Por eso acompañé a Manuel, con su equipo de protección, a una de esas históricas sesiones.
El Embajador Davis de los Estados Unidos, llevó al Presidente Teodoro Picado un mensaje del Secretario de Estado Norteamericano Marshall, despachado desde América del Sur. En efecto, en una conferencia en Colombia se encontraba ese alto funcionario estadounidense; en nombre de su gobierno amenazaba con una invasión de marines yanquis si no renunciaba Teodoro.
El Gobierno de México, enterado de esas presiones (coincidentes con el denunciado plan de don Paco Calderón Guardia) ordenó a su Embajador intervenir ante el Cuerpo Diplomático para evitar esa nueva desvergüenza en la historia de América Latina.
No sé si los representantes de México cometieron algún error, difíciles por lo demás de evadir en aquellas complejas circunstancias. En todo caso, lo cierto es que hicieron lo posible por evitar un agravio a nuestro país y llegar a un acuerdo de paz.
En las reuniones organizadas en la sede de la representación por el Embajador Ojeda, el de los Estados Unidos, señor Davis, cuando supo que la Guardia Nacional de Nicaragua se encontraba en nuestro territorio, anuncio el retiro de ésta pero sólo previa garantía de que el “comunismo internacional” no sería una amenaza en Costa Rica para la seguridad del Canal de Panamá y del Caribe. Manuel consideró necesario alcanzar un entendimiento patriótico para enfrentar la intervención extranjera y en nombre del Partido llegó hasta la línea final, aparentemente, en esas gestiones de dignidad nacional: ofrecer a Figueres un entendimiento inmediato orientado a lograr la unidad de todas las fuerzas en ese momento en pugna para enfrentar la agresión promovida por los Estados Unidos.
Para quienes formábamos la guardia de protección del Secretario General ese día, y estoy convencido que para todos los muchachos que empuñábamos las armas, eso era anímicamente muy difícil. Pero por respeto y absoluta confianza en el Partido, quienes supimos de esa gestión la aceptamos, y se llegó al llamado Pacto de Ochomogo.
¿Cometimos errores? Eso no debe ni preguntarse. Seguramente se cometieron. En ellos no incurren sólo quienes están al margen de la lucha. Pero recibimos una lección: para los comunistas, el patriotismo no es un concepto hueco, formal, integrado por la celebración de fechas conmemorativas. El patriotismo es parte de nuestra vida. Es un elemento esencial de nuestra lucha. Los ciudadanos pueden o no cometer errores, y corresponde a ellos mismos tolerarlos o enmendarlos, así como buscar las formas para hacerlo. Concretamente, en abril de 1948 éramos los costarricenses quienes teníamos que resolver, mal o bien, la suerte de nuestra Patria; aunque cometiéramos errores; lo fundamental era salvar la dignidad del pueblo costarricense.
El Acuerdo de Ochomogo garantizó las conquistas sociales y económicas y garantizó el respeto a la CTCR, a nuestro Partido y a todos los demás partidos revolucionarios y democráticos que se llegaran a formar en el futuro.
El Padre Benjamín Núñez y el periodista Guillermo Villegas Hoffmeister, para crear seguramente mayores motivos de roces en la izquierda, han afirmado que no hubo tales promesas de Figueres a Manuel Mora en Ochomogo, ni mucho menos fueron las que éste nos informó, en la Comisión Política. Por supuesto, según ellos no hubo ningún documento escrito al respecto.
Sin embargo el Padre Núñez y el periodista Villegas cometen un error en el libro que le atribuyen a Figueres. En la página 273 de “El Espíritu del 48”, don José Figueres dice textualmente: “En realidad, el documento no venía a ser otra cosa que la expresión escrita del espíritu y la letra de la Segunda Proclama de Santa María de Dota, que la opinión pública conocía. Era la reiteración de la conversación que yo sostuve con Manuel Mora en Ochomogo”.
Y a continuación reproducen textualmente la carta, enviada el 19 de abril de 1948, por el Presbítero Benjamín Núñez, como Delegado del Ejército de Liberación Nacional, a nuestro Partido. La carta es un compromiso, que no fue cumplido íntegramente, de respeto a todas las conquistas democráticas, incluso a las alcanzadas durante los gobiernos del doctor Calderón Guardia y del Lic. don Teodoro Picado. En el punto 7 de la larga carta, o Pacto de Ochomogo, sin dejar lugar a dudas aclara lo que el Padre Núñez y el periodista Villegas pusieron en duda ante un compañero: el respeto a la legalidad del Partido de los comunistas; en el artículo tres el respeto a la CTCR. Etc.
En fin, el acuerdo de Ochomogo garantizó las conquistas sociales y económicas ya alcanzadas, por las que tanto luchó nuestro pueblo encabezado por nuestro Partido, y la legalidad de los comunistas y sindicalistas.
El 27 de abril, en el Parque España, frente al viejo local de la CTCR, y como parte de los compromisos alcanzados, nos reunimos los combatientes. Simbólicamente deberíamos entregar las armas al Lic. Miguel Brenes Gutiérrez encargado de la Fuerza Pública para ese efecto. La Presidencia de la República la había asumido ya el tercer designado, don San tos León Herrera.
En una breve y emotiva intervención Manuel informó sobre los compromisos y el acuerdo de paz alcanzado. De pronto los excombatientes apuntaron sus armas hacia el cielo y dispararon, una, dos, tres veces. Caras enérgicas, cansadas, llorosas algunas, llenas de emoción y de esperanza.
Previamente se había organizado un pequeño aparato para ayudar económicamente al regreso de los combatientes a sus casas. La mayoría era de las costas; otros del interior del país pero de lugares lejanos; otros del Valle Central; algunos, no pocos, de la capital.
Una vez terminada la entrega, en un jeep conducido por Antonio Barrantes, nos fuimos Rodolfo Guzmán, Manuel y yo, los últimos en permanecer en la Plaza España, (cuando ya se oían descargas de los adversarios que posiblemente comenzaban a entrar a la capital), a los refugios señalados previamente. Como la casa de Carmen Lyra, en donde ella se encontraba enferma, estaba a unas pocas cuadras del lugar, fui el primero en bajar. Tenía la tarea de protegerla con mi ametralladora y la pistola 45, y funcionar como una especie de enlace entre la Dirección y los compañeros que irían llegando “perdidos”, o militantes no excombatientes que necesitaban orientación para desarrollar su trabajo en la clandestinidad. A pocas cuadras de la casa de Chabela vivía doña Rosita Quirós, gran amiga del Partido y estrechamente vinculada a dirigentes militares adversarios; allí se quedaría Manuel, junto con Ferreto y Carlos Luis Sáenz, radicados de previo en esa residencia. Barrantes al final iría a dejar a Guzmán. Y también esta tarea fue cumplida valiente y disciplinadamente por Barrantes, aunque como me decía años más tarde Guzmán, gozando de lo lindo, antes se tomaron unos tragos de despedida.
En la prensa internacional se llegó a decir, durante el desarrollo del conflicto, que Carmen Lyra se paseaba durante la Guerra Civil con dos pistolas al cinto, presumiblemente cometiendo crímenes. Teníamos temor sobre la veracidad de los rumores de que las fuerzas de Frank Marshall pensaran sacarla de la casa, del pelo, para asesinarla como castigo.
Me acomodé en la sala y en presencia de Chabela tomé la ametralladora, me fui al patio, separado de la acera por una tapia, y sobre ella, entre unas matas, coloqué el arma. Me dejé la 43.
Dormía profundamente, quizás en la madrugada, y oí la débil voz de Chabela: “Eduardo, Eduardo se cayó la ametralladora”. Extrañado me levanté, corrí a la tapia, me subí y la encontré en donde la había dejado. Eran alucinaciones de nuestra dulce y bondadosa Chabela, la más grande escritora de Costa Rica, que amaba profundamente a su patria, a su casa, a la tapia, a las guarias de su patio… y que luego fue expulsada y obligada a vivir enferma y a morir en el exilio.
En la mañana de ese día llegó Adán Guevara. Lo había visto la última vez, tirado en una butaca, fatigado, en Tres Ríos, después de un combate. Llegó por orientaciones y le pedí su regreso rápido, pero cuidadoso. Luego supimos de su detención y del intento en Liberia de ahorcarlo. Colgando de un árbol, con un lazo en su fuerte cuello, fue encontrado con vida por un campesino, el cual de un machetazo cortó el mecate y le permitió a Adán huir y refugiarse.
Una noche llegó a la casa de Chabela el abogado Fernando Castro, yerno de don Ramón Madrigal. Llevaba el vehículo lujoso de su rico y anticomunista suegro. Bajo esa protección me trasladó a una casa cerca del Parque Central en donde seguí cumpliendo mis tareas en relación con los camaradas aún no orientados en su trabajo. Ya Carmen Lyra había sido llevada a la Embajada de México
En mi nuevo escondite recibí instrucciones de atender a varios compañeros. El último fue Abraham Marenco, ex-coronel de Sandino. Lo había conocido en Esquinas, en la finca Alajuela, en donde trabajaba como peón bananero. Era el encargado del periódico en ese conjunto de fincas conocidas con los nombres de las provincias de Costa Rica. Con él estuve en La Sierra. Durante la batalla de El Tejar fue herido en la espalda; en una cama del Seguro Social se encontraba, con la cara tapada y un cuello ortopédico, cuando llegaron a buscarlo para darle “el castigo que merece”. Un funcionario lo llevó a una sala contigua, dándole tiempo a Marenco para su escape. Este se quitó el aparato ortopédico y se puso los pantalones; al fin un compañero lo puso en contacto conmigo. Le di 125 colones, pues ya no tenía más y un revólver desarmable en dos partes, con los cinco tiros. Salió así hacia Nicaragua, para hacer contactos en la frontera e ingresar ilegalmente a su patria. Al despedirnos calurosamente, me dio su última broma: “Lalo, me alegré pues decían que te habían metido un tiro en la frente”.
Ciertamente circulaba el rumor de mi muerte y lo llevaron a conocimiento de mi famllia, por dicha al terminar la Guerra, cuando ya me sabían vivo.
Fallas y yo teníamos una amiga llamada Aurea Alvarado, nicaragüense; vivía muy cerca del Partido, por el Teatro Moderno. Preocupada llevó a mi casa esa “información”, recibida de militares “figueristas”, agregando que el coronel Elías Vicente (mi excondiscípulo del Liceo de Costa Rica) me había dado un tiro en la frente, con su ametralladora. Según Aurea, Elías era el ametralladorista del Cristo, en Ochomogo.
En esa misma semana se me avisó del viaje a México, a terminar mis estudios universitarios. Me enviaron el tiquete y el pasaporte. El sábado llegó Dueñas, el salvadoreño a quien ya me referí, todavía con una pequeña molestia en una nalga, debido al tiro recibido en la Interamericana cuando combatíamos. El tenía contactos en el Aeropuerto de La Sabana, y pasamos sin dificultad.

A mi padre, el latín lo condujo al humanismo…

A mi padre, el latín lo condujo al humanismo…

Entrevista con Luís Sarbelio Navarrete

SAN SALVADOR, 6 de diciembre de 2007 (SIEP) “A mi padre, Sarbelio Navarrete, el latín lo condujo al humanismo…”explicó el Dr. Luís Sarbelio Navarrete, de 78 años, en entrevista realizada esta tarde en su residencia, en la Colonia Flor Blanca.

Sarbelio Navarrete, nacido en 1879 y fallecido en 1952 fue uno de los principales humanistas salvadoreños del siglo pasado. Su tesis doctoral trató sobre El Estado centroamericano. Su obra principal se titula En los Jardines de Academo y fue publicada en 1942.

“Mi abuelo alquilaba bestias, esa era su ocupación. Era muy trabajador. En aquel tiempo, estamos hablando de la mitad del siglo XIX, las mulas y los caballos se utilizaban para trasladarse de un lugar a otro, no había carreteras y se usaban los caminos vecinales. Tenía también una posada, donde descansaban las personas que se dirigían al oriente del país o a la capital. Mi abuelo se llamaba Venancio Navarrete y mi abuela Enriqueta García.”

“Mi abuelo era originario y trabajaba en San Esteban Catarina, mi abuela nació allí pero su familia venía de Tecoluca. Tuvieron doce hijos, diez hombres y 2 mujeres. Mi abuelo era un campesino de esa época, muy cristiano. Mi papa fue el segundo hijo que tuvieron. Y nació en ese ambiente rural…allí pasó su infancia.”

“Pero tenía una inteligencia natural, era bastante despierto y entonces el abuelo Venancio decide enviarlo a estudiar a San Vicente, a una escuela católica. Le tocaba entonces caminar, bajar desde San Esteban Catarina hasta San Vicente. Es de esta época que surge su amistad con el Dr. Juan Crisóstomo Segovia, que también estudiaba en la misma escuela. Ambos eran muy religiosos. Incluso se disputaban como monaguillos ayudar en la misa. Segovia posteriormente como médico destacó como investigador, llegando a descubrir el tripanosoma crues, que origina el mal de Chagas.”

“Cuando mi padre llegó a San Vicente a estudiar primer grado ya él sabía leer y escribir, así como contar…y esto les llamó la atención a sus maestros. Era un niño dotado. Y le gustaba mucho ayudar en la misa. Y fueron estos maestros los que le recomendaron a mi abuelo Venancio para que enviara a mi padre Sarbelio a estudiar a San Salvador. Incluso le recomendaron donde ingresarlo. Entonces lo envió con un trabajador de confianza llamado Chepe. La misión era dejarlo interno en el Colegio Divino Salvador. Y Chepe cumplió. El Colegio Divino Salvador se encontraba en esa época a la par de la Iglesia de San José, en pleno centro de la capital…el siglo XIX estaba finalizando.”

“El arreglo en el colegio fue que Sarbelio pagaría con su trabajo el estudio. Era un alumno trabajador. Y entonces el escuchaba las clases desde fuera del salón mientras se dedicaba a barrer los corredores. Pero esto no lo desanimaba sino que fortalecía aún más su voluntad de aprender. Y la materia que más le interesó fue la de latín. Y esto intrigó a sus maestros. Y sobresalió en su aprendizaje del latín de tal manera que fue incluso enviado a Catedral para participar en un curso impartido por el mismo Obispo de esa época, Monseñor Pérez y Aguilar, quine fuera el primer arzobispo de la capital.”

“El obispo al conocerlo pensó en una carrera eclesial para el aventajado estudiante y mi padre Sarbelio aceptó el reto. E ingresó al seminario. Y su principal interés volvió a ser el latín, devoraba cualquier obra en latín que encontrara en la biblioteca. Y continuó recibiendo clases de latín en la Catedral. Y era el mejor alumno. Pero en determinado momento descubrió que el sacerdocio no era su vocación. Y abandonó el noviciado…pero fue el latín aprendido en Catedral el que le motivó su amor por las humanidades.”

“Y entonces se matriculó en el Instituto Francisco Menéndez para cursar el bachillerato. Y luego en la Universidad, que estaba situada en el costado poniente de Catedral. Como anécdota el me contaba que una vez a la entrada de la Universidad se encontró con un joven uniformado de militar que lo saludo y empezaron a platicar. Le preguntó el joven: ¿qué estudias? –derecho, respondió mi padre. Y el joven le dijo: y por qué no una carrera militar? Mi padre respondió: -porque voy a dedicarme a la política… El joven este sería después presidente por trece años del país: el general Maximiliano Hernández Martínez. Se hicieron amigos. Ambos venían de fuera de fuera de la capital, el uno de san Vicente y el otro de San Matías.”

“En la Universidad mi padre acostumbraba llevar dos cursos seguidos en vez de uno como se acostumbraba. El empezó a estudiar ya mayor, ya que se graduó como doctor en Jurisprudencia y Ciencias Sociales a los 33 años. Aunque Don Alberto Masferrer era mayor que mi padre mantuvieron una amistad. Incluso mi padre escribió para un periódico dirigido por Masferrer, el diario Patria. Una vez sostuvieron un debate sobre la Toma de la Bastilla en la Revolución Francesa, de la cual mi padre era ferviente admirador.

Mi padre tuvo cuatro hijos del matrimonio en 1920, con mi madre, que se llamaba Mercedes Barrera. Yo soy el último, nací en 1929. Tengo tres hermanas, la primera se llama Graciela nació en 1922 y se casó con Pedro Abelardo Delgado, que fue presidente del BCR; la segunda Mercedes, como mi mamá, nació en 1924 y su esposo fue Armando Colorado, y por ultimo Alicia, nació en 1926 y vive en los Estados Unidos. Pero mi papá tenía tres hijos de una relación anterior. Que se llaman Concepción, que vive en Ciudad Delgado, Gabriel, y Guillermo.

El estalinismo es la negación del socialismo

EL ESTALINISMO ES LA NEGACIÓN DEL SOCIALISMO

“……la tarea fundamental de nuestra época no ha cambiado, por la simple razón de que no se ha resuelto…..Los marxistas no tienen el menor derecho (si la desilusión y la fatiga no se consideran “derechos”) a extraer la conclusión de que el proletariado ha desaprovechado todas sus posibilidades revolucionarias y debe renunciar a todas sus aspiraciones…… Veinticinco años en la balanza de la historia, cuando se trata de los cambios más profundos en los sistemas económicos y culturales, pesan menos que una hora en la vida de un hombre. ¿De qué sirve el individuo, que a causa de los reveses sufridos en una hora o un día, renuncia a un propósito que se ha fijado sobre la base de toda la experiencia de su vida?”

El odio de la burocracia o “castas” de los partidos estalinistas contra los movimientos de izquierda revolucionaria que toman como fundamento teórico de su lucha al marxismo-leninismo, es de sobra conocido. En el terreno teórico, político, programático y metodológico, el estalinismo llegó a constituirse obcecadamente en la esencia de la negación del marxismo.

El estalinismo es anticientífico, rígidamente verticalista, intolerante a la crítica, ciego y esquizofrénicamente dogmático; también, fue la causa más determinante para la destrucción del socialismo en la antigua Unión de las Repúblicas Socialistas Soviéticas.

Stalin estableció la “teoría del socialismo en un solo país”, según la cuál el socialismo podía construirse autárquicamente en la Unión Soviética, independientemente de la lucha de clases a nivel mundial y el curso de la economía mundial capitalista.

Desde esa perspectiva, la principal tarea del movimiento comunista era supuestamente colaborar con la “construcción socialista” en la URSS, pasando a convertirse los partidos comunistas del mundo en sucursales secundarias de la poderosa burocracia del Kremlin. De esa manera, Stalin prostituyó un principio esencial del marxismo: el internacionalismo del proletariado. A tal extremo llegó esa concepción que, a raíz de los acuerdos de Yalta y Postdam en el marco del fin de la Segunda Guerra Mundial y como gesto de buena voluntad ante las potencias imperialistas aliadas, Stalin se comprometió a disolver la Tercera Internacional que habían fundado los bolcheviques.

La Internacional Comunista era un estorbo para la burocracia del Kremlin, quien la liquida sin pena ni gloria para desarrollar a fondo su política de “coexistencia pacífica” con la alianza imperialista, que militarmente se había fortalecido con la derrota de la Alemania nazi.

Trotsky representa una proyección de la lucha y del cambio diametralmente opuesta a la del estalinismo. Fundamentado en los principios científicos del marxismo y de la teoría de la Revolución Permanente, denuncia la utopía reaccionaria del “socialismo en un solo país”, y pronostica que si bien puede mantenerse el estado soviético durante cierto tiempo por la vastedad de sus recursos, tarde o temprano será sojuzgado por la fuerzas del mercado internacional, mientras continúe dominando la economía mundial el capitalismo, como a la larga se demostró con la caída del muro de Berlín; por lo que sigue vigente la tarea fundamental de extender la revolución a nivel mundial para construir el socialismo.

Trotsky plantea además el retorno al régimen de la democracia obrera, combatiendo y derrocando el régimen totalitario de la burocracia, así también plantea la necesidad de mantener una absoluta independencia frente a los burgueses de todo pelaje, combatiendo la política de “colaboración de clases” que promueve el estalinismo y que conduce a los comunistas al reformismo.

Stalin, renegando de la experiencia de la propia Revolución Rusa, llama a los comunistas a hacer alianza con la burguesía nacional o “progresista”, para supuestamente luchar por la democracia y contra la dominación imperialista en los países del llamado Tercer Mundo, porque presuntamente en esos países la revolución debía pasar primero por una etapa democrática y de liberación nacional antes que plantearse la revolución socialista. Stalin reedita así la concepción etapista de los mencheviques que justamente atacaron y se opusieron a Lenin y a los bolcheviques por proponerse derribar el sistema capitalista en un país atrasado como Rusia.

Asimismo en el marco de la Segunda Guerra Mundial, el estalinismo promueve la adaptación al “imperialismo democrático” en contra del fascismo, y así sucesivamente, siempre utilizando su influencia en el movimiento obrero internacional para sujetarlo a las faldas de este o aquel sector burgués, según su conveniencia. Esta orientación la llevaron al colmo de la aberración todos los Partidos Comunistas en innumerables oportunidades, consumando traiciones y derrotas en todo el planeta.

A manera de ejemplo, recordemos la política que tuvo el Partido Comunista de Costa Rica encabezado por Manuel Mora que en la década de los cuarenta, gozando de una considerable influencia dentro de las masas, “hipotecó” su independencia en aras de reformas pactadas con un ala de la oligarquía representada por el ex-presidente Calderón Guardia.

Roque Dalton (Compañero “Ernesto”), un pensador marxista-leninista, se refería al Partido Comunista Salvadoreño de la siguiente manera:  los PC latinoamericanos nacieron como seccionales de la Internacional Comunista que dirigía Stalin, lo que dificultó su conversión en partidos nacionales; y que, más bien, se sumaran al planteamiento soviético de construcción del socialismo en un sólo país. Carentes, pues, de un horizonte analítico arraigado en las realidades concretas de sus países, estos partidos fueron víctimas del dogma y la ortodoxia. En cambio, los vietnamitas sí discreparon de la línea oficial de la Internacional Comunista, al reclamar el derecho a partir de las realidades del propio país para hacer la revolución. En conclusión, el asunto no es liquidar a los PC existentes por el simple prurito de hacerlo. Ninguna posición maniquera antiguerrilla o antipartido es viable. Nosotros creemos que necesitamos nuevos partidos comunistas, nuevas vanguardias marxistas-leninistas. El caso es que, en buena parte de la dirección política de los PC no tienen en este momento histórico ni voluntad, ni condiciones de asumir la tarea de la lucha revolucionaria. El lastre del estalinismo pesa aún demasiado.

En 1968, el entonces Secretario General del Partido Comunista Salvadoreño, Compañero Salvador Cayetano Carpio (Comandante “Marcial”), se sumó a la lucha ideológica, que, “Ernesto” (Roque Dalton), debatía abiertamente con la burocracia del Partido Comunista, se volvió un férreo crítico de las posiciones revisionistas de la aristocrática derecha que controlaba al Comité Central. “Marcial” debatía abiertamente la lucha ideológica y acusaba al PCS de haberse divorciado del pueblo. Sin embargo, el punto de inflexión y de ruptura interna de las estructuras del partido se volvió irreconciliable en 1969.

La crisis interna estalló posterior al llamado de Schafik Handal para que el pueblo se incorporara al Ejército (FAES) en la guerra contra Honduras y se sumaran al Frente de Unidad Nacional (FUN). Handal en ese entonces, ya había sustituido a Salvador Cayetano Carpio en el cargo de Secretario General del PCS. El compañero Carpio enfatizaba que el problema con Honduras era una lucha de mercado entre las burguesías criollas de ambos países y que a los pueblos de Honduras y El Salvador solamente se le estaba instrumentalizando en una guerra de “capitales”, ya que la burguesía salvadoreña estaba mejor posicionada en el control del Mercado Común Centroamericano.

Como consecuencia de estas contradicciones, definidos sectores marxistas-leninistas del PCS y de la Juventud Comunista (JC), abandonaron inmediatamente al partido y otros fueron expulsados; y respectivamente, el 1º y 7 de abril de 1970, los marxistas emergen organizados desde la clandestinidad como nuevas expresiones de lucha revolucionaria: las Fuerzas Populares de Liberación (FPL-“Farabundo Martí”) y el Ejército Revolucionario del Pueblo (PRS-ERP).

Los estalinistas ante el surgimiento de estas expresiones revolucionarias pusieron el grito en el cielo, los acusaron que eran “grupos” manipulados por la CIA, “cabezas calientes”, de ultra-izquierdistas y que su único propósito era destruir al PCS, y que ponían en riesgo su alianza con los “patriotas de la Juventud Militar” y afectarían a su partido electorero denominado UDN (Unión Democrática Nacionalista). Además, argumentaron que la guerra de guerrillas era una locura implementarla, ya que en el país la lucha armada era imposible desarrollarla por la falta de “impenetrables” montañas.

Durante los 22 años que duró el conflicto armado salvadoreño, los estalinistas siempre jugaron a doble cara. En la década de los 70´s, participaron en las elecciones, se aliaron a los militares para generar golpes de estado y hasta denunciaron públicamente a los cuadros guerrilleros en sus editoriales “Nuestra polémica contra los ultraizquierdistas”; en los 80´s, los estalinistas entraron a la guerra bajo amenazas de ser considerados “objetivos militares”. El Comandante “Marcial” impidió que algunos sectores marxistas-leninistas de la guerrilla concretaran su “visión estratégica” de estructurar Tribunales Revolucionarios para juzgar y ajusticiar a toda la cúpula estalinista, a la que ellos acusaban de traidores.

“Marcial” aprovechó el “desencanto” y la desesperación de los estalinistas cuando perdieron el control y espacios dentro de la Junta Militar que había depuesto de la Presidencia al genocida del Gral. Romero. Bajo estas condicionantes y crisis de seguridad para el PCS, Schafik Handal a nombre del PCS, en el mes de diciembre de 1979 aceptó incorporarse a la guerra y se transformó en el Comandante “Simón” de una reducida agrupación que se denominó Fuerzas Armadas de Liberación (PCS-FAL).

Sin embargo, la cara visible del PCS (UDN), siempre se mantuvo participando en las elecciones de manera “desafiante” a la guerrilla del FMLN-FDR que consideraba que los procesos electorales eran un engaño y que solo validaban al sistema, por eso las consideraron blanco de ataques militares. En América Latina un trágico ejemplo electoral fue la experiencia del Gobierno de la Unidad Popular de Salvador Allende en Chile, donde el PC-estalinista, junto a otros partidos de “izquierda” y socialdemócratas, ilusionaron y engañaron a las masas con lo que denominaron la “vía pacífica al socialismo” y confiaron ciegamente en la institucionalidad de la “democracia burguesa”, hasta que Pinochet impuso el golpe militar en septiembre de 1973 que dejó decenas de miles de muertos y torturados e instauró una de las más crueles dictaduras contra el pueblo.

La “vía pacífica al socialismo” a través de un proceso electoral se convirtió en una experiencia amarga y dolorosa para el pueblo Chileno, pues, la historia ampliamente ha demostrado que al socialismo se puede llegar, únicamente, mediante la lucha revolucionaria acompañada de una generalizada insurrección popular y con la ruptura total del sistema capitalista. El Dr. Salvador Allende, un prestigiado teórico marxista, tardíamente comprendió el error de haber confiado en los estalinistas y en la “Institucionalidad de la Democracia Burguesa”. Allende murió en el “Palacio de la Moneda” de una ráfaga de ametralladora dentro de su garganta, tiros que salieron del cañón que los militares fascistas forzadamente le introdujeron en la boca.

La tragedia chilena y la guerra de exterminio que implementaron todas las dictaduras latinoamericanas en la década de los 70´s, se enmarcaron dentro de la estrategia del imperialismo denominada Operación Cóndor, cuyo cuartel de operaciones hemisféricas se encontraba en la Escuela de las Américas en Panamá. A partir de 1980, el imperio diseñó una estrategia para 30 años (Declaración de Santa Fe I, II, III y VI), en donde a través de la guerra de baja intensidad se propusieron derrotar sutilmente a la guerrilla salvadoreña en el siguiente orden de importancia: 1) Ideológica, para convencer a la “cabeza” que su lucha ya estaba agotada; b) Política, obligarlos a pactar acuerdos de coexistencia pacífica, y c) Militar, obligarlos a deponer y entregar sus pertrechos militares.

La estrategia de baja intensidad propuesta en Santa Fe comenzó con amenazas reales: En la década de los ochenta para evitar que Cuba y Nicaragua fueran invadidas por las tropas del imperio bajo la administración de Ronald Reagan. En Centroamérica, el estalinismo por intermediación de Fidel Castro, “convencieron” a los sandinistas y a la “élite” que comandaban a la otrora poderosa guerrilla del FMLN y de la guatemalteca URNG, de “renunciar” a la toma del poder mediante la derrota militar del enemigo, había que cambiar de estrategia y que se buscara concretar una alianza con la burguesía “patriótica” para impulsar el camino de la “negociación” y lograr acuerdos políticos para detener el enfrentamiento militar. Esta estrategia se inició con Contadora y la consolidaron con Esquipulas II.

A finales de 1982 en La Habana-Cuba, la comandancia del FMLN firmó el Protocolo conocido como “El libro verde”, renunció al socialismo y aceptó como bandera de lucha la tesis socialdemócrata de la “Revolución Democrática”. A partir de este momento, la estrategia de lucha ya no era para derrotar militarmente al enemigo, pues, todo el esfuerzo militar era únicamente para obligar a la dictadura a pactar una solución “negociada” del conflicto salvadoreño.

Salvador Cayetano Carpio (“Marcial”), actuando en calidad de “Primer Responsable” de las FPL, fue el único que se opuso a este viraje y replicó que tal decisión era una traición al socialismo y exigió que quedara en Acta las razones de su oposición al contenido del “Libro Verde”.

Desafortunadamente para el proceso revolucionario salvadoreño, a comienzos del mes de abril de 1983, en Managua ocurre una enorme tragedia ejecutada por agentes infiltrados de la “guerra sucia”: la Comandante “Ana María” (Dra. Mélida Anaya Montes), es cobarde y cruelmente asesinada. La causa primera de muerte fue por asfixia y degüello; posteriormente, su cadáver fue perforado con 81 punzadas de “picahielo”.

Al principio se acusó a la CIA de tan monstruoso asesinato; sin embargo, el plan de los conspiradores era apartar al Comandante “Marcial”. El compañero “Marcial”, fue injustamente acusado de tan alevoso asesinato y le exigían que revelara a la Seguridad del Estado Sandinista la identidad y ubicación de sus redes de poyo; sin embargo, a pesar que “Marcial” alegó inocencia de lo cargos acusatorios optó por el “suicidio obligado”.

Con la depuración del proceso judicial, “Marcial” fue “post-mortem” exonerado de los cargos y, los tribunales Nicaragüenses, no tuvieron otra opción más que acusar y condenar del asesinato de “Ana María” al jefe de operaciones y “Tercer Responsable del Comando Central” de las FPL, Comandante “Marcelo” (Rogelio Bazzaglia).

En el ex frente guerrillero salvadoreño y posterior al descabezamiento de la conducción de las marxistas FPL-“Farabundo Martí” (12 de abril de 1983), la tesis de la “Revolución Democrática”, fue dogmáticamente impuesta por la hegemónica alianza entre los minoritarios grupos estalinistas con las “pragmáticas” tendencias socialdemócratas, que a partir de 1971 se alzaron en armas contra la oprobiosa dictadura militar de aquel entonces.

Este episodio de la guerra sucia fue extremadamente doloroso, cientos de revolucionarios y cuadros marxistas-leninistas, fueron físicamente “purgados” al ser acusados de formar parte de las supuestas “redes enemigas” que apoyaban la “Marcialista” Guerra Popular Prolongada (GPP): en la parte urbana se “purgó” la disidencia conocida como Frente Metropolitano “Clara Elizabeth Ramírez” y en la zona rural al Frente “José Roberto Sibrián” (Comandante “Celso”).

Los anteriores ejemplos son solo una pequeña muestra de la escuela de traiciones y derrotas que durante décadas han consumado los infiltrados espurios cuando tienen influencia decisiva en el movimiento obrero y popular. Farabundo Martí, Salvador Allende, León Trotsky, Ernesto “Ché” Guevara, Dímas Alas, Roque Dalton, Armando Arteaga, José Roberto Sibrián, Doroteo Arias y Salvador Cayetano Carpio, son ejemplos de verdaderos revolucionarios marxistas-leninistas que ofrendaron la vida por la causa proletaria y la justicia social, por la revolución y por el socialismo. También, en muchas momentos de su lucha fueron considerados por los estalinistas como “aventureros ultraizquierdistas” y de “agentes” al servicio del imperialismo.

Sin embargo, todos ellos, fueron líderes genuinos que lucharon por la justicia social con temple de acero, nunca claudicaron a sus principios revolucionarios, ni tampoco fueron como los contemporáneos líderes de “barro” que se construyen en base a la traición y la mentira.

Contemporáneamente, la lucha ideológica todavía se mantiene vigente. Los sectores marxistas que estructuraron a la ex guerrilla, después de los Acuerdos de Paz, fueron marginados y acosados por el estalinismo que se posicionó en la conducción del ahora partido político. A los excombatientes se les acusó de “derecha” con vulgares estigmas de ser “agentes” infiltrados del OIE y que su finalidad es destruir al partido; también, volvieron al viejo estribillo de acusarlos con la hipócrita falacia de ser un “grupo” de ultraizquierdistas que pretenden desestabilizar sus aspiraciones electoreras del 2009.

¿Qué ganamos como pueblo el conocer nuestra Memoria Histórica?

El conocer la Memoria Histórica nos abona a no repetir los errores del pasado, no podemos construir un país diferente y con justicia social, cuando las heridas causadas por la injusticia todavía son sangrantes. Para que exista la verdadera democracia, la paz y reconciliación social, necesitamos conocer la verdad, esta por más dura que sea y hasta pueda afectarnos a nosotros mismos hay que contarla. La Memoria Histórica no es sinónimo de amnesia social. Las heridas del pasado no se curan con la impunidad de los asesinos, ni tampoco con una cobarde y sínica Ley de Amnistía.

La falta de Memoria Histórica, permite que las perversas acciones que hicieron nuestra reciente historia se repitan. Durante el conflicto armado, se criticaba y se consideraron “objetivos militares” a los procesos electorales, ya que estos solo servían para validar al sistema de explotación capitalista y para potenciar a “nuevos millonarios” que sus fortunas nacen del saqueo de las arcas del Estado. Los traidores se disfrazan de “revolucionarios” para torcer los procesos de lucha genuina y los fascistas creen que la democracia es solo el momento de votar.

Por ejemplo, los del “Grupo de Miami” en nombre de la libertad y del “anticomunismo”, decidieron, ordenaron y financiaron el asesinato del mártir Monseñor Arnulfo Romero; la dictadura militar asesinó en los 22 años de guerra a 85 mil inocentes; y los descendientes de los “criollos y ladinos” (Partido ARENA), inician sus campañas electoreras en Izalco para blasfemar la sangre y mancillar la memoria de más de 30 mil campesinos indígenas que fueron masacrados por reclamar sus tierras ejidales en 1932, la cuales les habían sido robadas por la xenofóbica y emergente oligarquía cafetalera de ese entonces.

Ahora, nos encontramos “sometidos” dentro de una estrategia electoral para cambios de Alcaldes, Diputados y Presidente, se nos promete hacer de El Salvador un verdadero “paraíso terrenal”, los serviles y los fascistas nos amenazan que los “gringos” no aceptan a otro partido que no sea el de ARENA y los estalinistas se vuelven más recalcitrantes e intolerantes con la izquierda pensante, ponderan la mordaza y califican a la lucha ideológica como un “acto de traición” para su partido electoral. En este contexto de desesperanza y confusión, surge la figura del comunicador social Mauricio Fúnes, que, sin lugar a dudas, es una persona que emerge como el símbolo y la esperanza de un pueblo que ha perdido la confianza en los partidos y en los políticos tradicionales. Los desposeídos con justa razón ven a Mauricio Fúnes como el futuro “Presidente del Pueblo”.

Evidentemente, las prevalecientes condiciones políticas, económicas y sociales que configuran el país, son variables que abonan al posible triunfo de Mauricio Fúnes para el 2009; sin embargo, los que “ciegamente” creen en las Elecciones, nunca deberán olvidar que la administración del Gobierno históricamente la han controlado las fuerzas más oscuras de la derecha salvadoreña, estos tienen el control neurálgico del Tribunal Supremo Electoral, carecen de sensibilidad social, cuentan con cuerpos represivos, disponen de leyes draconianas y creen que en la “democracia salvadoreña” no pueden existir espacios para la Alternancia del Poder.

La experiencia Chilena con el Dr. Salvador Allende, nos ha demostrado que no se puede confiar en la “Institucionalidad de la Democracia Burguesa” y hacer de las alianzas una “merienda” de corruptos oportunistas. El proyecto del Socialismo como resultado de la expresión madura del capitalismo, es una falacia y una irresponsabilidad histórica, jamás el capitalismo ni el poder económico real, permitirán que exista un cambio pacífico del sistema capitalista. Únicamente, aceptarán las “reformas” cosméticas que no afecten sus intereses mezquinos, pero, jamás aceptarán al Sistema Socialista como la alternativa real de la justicia y solución de las necesidades insatisfechas que han sumergido en la miseria a toda nuestra clase trabajadora y pueblo en general.

¡NO AL TERRORISMO DE ESTADO!
¡EL PUEBLO UNIDO JAMAS SERÁ VENCIDO!
¡A MÁS REPRESIÓN… MÁS ORGANIZACIÓN Y LUCHA COMBATIVA!

¡VIVA EL HEROICO PUEBLO SALVADOREÑO!
¡SIN PERDON Y SIN OLVIDO DE NUESTROS MARTIRES REVOLUCIONARIOS!
¡VIVA EL MOVIMIENTO DE VETERANOS DEL END!

Documento Ideológico,
El Salvador, 29 de noviembre de 2007

Puerto Rico:represion en la colonia

Puerto Rico
Represion en la colonia
Hector L. Pesquera Sevillano
Co-presidente del Movimiento Independentista Nacional Hostosiano
El pasado fin de semana se celebro en Ponce un interesante Foro titulado “La Represion contra el Movimiento de Liberación puertorrique/no”. En el mismo planteamos que la represion en la colonia se extiende mas alla del movimiento independentista y golpea, en mayor o menor grado, a todos los puertorrique/nos y puertorrique/nas.
Las embestidas que antes las fuerzas represivas concentraban contra el movimiento independentista, hoy se han visto en la necesidad de diversificarlas hacia sectores en lucha que le son incluso mas amenazantes que el mismo movimiento independentista.
Me refiero a la represion contra las fuerzas sociales que hoy luchan en la defensa de nuestro ambiente y recursos naturales; los trabajadores en los sindicatos; los lideres en las comunidades que se organizan y reclaman sus derechos; los estudiantes que reclaman democratizacion de las estructuras universitarias. Esas son las fuerzas que, junto al movimiento patriotico, cuestionan hoy las bases del colonialismo y del capitalismo salvaje. Eso le complica las cosas al aparato represivo. Ahora tienen que atender muchos frentes.
En la medida en que el independentismo vaya vinculando esas luchas sociales con la necesidad de la independencia y la justicia social, en esa misma medida es predecible que se acentuara la represion contra nuestro movimiento. Intentaran reprimirnos a todos y a todas, porque en esa dialectica que genera la lucha de masas no sabran distinguir entre unos y otros.
Como parte de esa campa/na represiva lo primero que hacen es intentar confundir a nuestro pueblo para aislarlo de sus sectores mas claros y combativos, de su vanguardia. Así, comienzan a tildar a los ambientalistas de “terroristas” y personas contrarias al progreso y al “desarrollo”. Se/nalan contradicciones inexistentes entre los reclamos de los sindicatos y los intereses de las comunidades; y a los estudiantes que luchan contra las arbitrariedades del sistema los catalogan de “ideologicamente motivados”.
La modalidad mas reciente de represion en la colonia es la federalización de la vida cotidiana de nuestro pueblo. He ahí la expresion mas burda de esa agresion colonial indiscriminada. La injerencia de las agencias del gobierno de Estados Unidos en Puerto Rico en el funcionamiento del pais es apabullante.
Desde el resultado de las pasadas elecciones coloniales, que se decidieron finalmente en Boston, hasta la determinacion del precio de la leche, las medicinas que podemos o no consumir, la titularidad y el control de nuestros rios y acuiferos, la potestad de adue/narse de nuestros yacimientos arqueologicos, profanar los cementerios de nuestros antepasados y llevarse a su pais osamentas y artefactos indígenas; la falta de respeto a nuestras instituciones que regulan, por ejemplo, la otorgacion de Certificados de Necesidad y Conveniencia para Farmacias; las Leyes de Cabotaje vigentes desde el 1917, que no son otra cosa que un impuesto imperial a la navegacion; la insistencia en imponer la pena de muerte expresamente prohibida en nuestra Carta de Derechos; nos dictan con quienes podemos relacionarnos en el mundo, por mencionar solo algunas de esas medidas represivas contra nuestro pueblo.
La federalizacion de nuestras vidas es la anexion de facto. Son medidas represivas impuestas por las agencias federales que afectan directamente a toda la poblacion. A nuestro juicio es deber del independentismo participar con el pueblo en la defensa de esos peque/nos espacios de autogestion que le pertenecen al pueblo y que junto a este debemos hacer valer y defender.
Pero no hay mayor grado de represion, brutal y descarada, que la de impedir el pleno desarrollo de un pueblo, de toda una nacionalidad, durante mas de cien a/nos. Pretender someter a un pueblo a la dependencia a perpetuidad, enajenar a una nacion de su entorno natural y caribe/no, es un acto subversivo de dimensiones genocidas. Y a los que luchan contra esa agenda imperialista nos llaman “separatistas”, cuando los verdaderos separatistas son los que pretenden aislarnos de nuestros vecinos.
Para finalizar quiero enfatizar que el mejor antídoto contra la represión es la masificacion de las luchas, sin relegar que como independentistas tenemos la responsabilidad de ejercer nuestra funcion de vanguardia de esas luchas populares. Mas nuestras posturas o acciones no deben distanciarse de la comprension de las masas porque de ser asi perderiamos efectividad y nos convertiriamos en tropa perdida, presa facil de la embestida represiva.
Ante la magnitud de la represion desatada contra nuestro pueblo, mas alla de la ejercida contra el movimiento independentista, no debemos subestimar la importancia de vincularnos a sus luchas y de asumir, de nuestra parte, la responsabilidad de desarrollar una intensa campa/na de educacion política dirigida al ciudadano comun y corriente. Pienso que el maltratado y abusado pueblo de Puerto Rico esta receptivo a escuchar nuestros planteamientos sobre los orígenes de la desarticulacion de nuestra sociedad, de la desigualdad social y de la debacle economica en que nos encontramos.
En el proceso nos iremos vinculando con el pueblo, con sus luchas, sus preocupaciones; aprenderemos de nuestro pueblo los mecanismos que este ha desarrollado por su natural instinto de conservacion, y en el proceso nos ganaremos su confianza para juntos enfrentar victoriosos la represion, y erradicar para siempre el colonialismo de nuestras vidas y asi emprender el nuevo camino de la plenitud, que nos ofrece la libertad y la lucha por la justicia social.
Hoy adquiere mayor relevancia que nunca antes el reclamo del fin de la colonia y la exigencia de la salida inmediata de todas las instituciones federales de Puerto Rico. Por eso los invitamos a todos y todas a conmemorar este proximo aniversario de nuestra bandera de forma combativa. El sabado 22 de diciembre, despues de izar la ense/na nacional al medio día en el Ateneo Puertorrique/no, saldremos marchando desde alli hasta el Tribunal Federal en el Viejo San Juan, en un masivo reclamo a ponerle punto final de la colonia y por la salida del FBI, de la Corte Federal y de todas las instituciones del imperio en Puerto Rico. Alli nos vemos.

Carajo!

¡Carajo! / Enrique Gil Ibarra

Sin duda, con menos del 30% de la población a favor, no puede pretenderse avanzar pacíficamente hacia el socialismo. Lamentablemente, esa racionalidad que exhibió anoche, le faltó en los meses pasados cuando descuidó ordenar a sus militantes una imprescindible labor de concientización masiva sobre los alcances de la reforma constitucional y las ventajas que ésta tenía para los venezolanos menos favorecidos. Tampoco hubo la paciencia necesaria para comprender que la posibilidad de reelección permanente era una cuestión de importancia terciaria: si se ganaba en el plebiscito, si se legitimaban constitucionalmente las milicias populares, si se revocaba la independencia del Banco Central de Venezuela, la reelección presidencial podría discutirse en un par de años, con un elevado grado de poder popular detrás. Hoy, lo que se discutirá es el grado de retroceso del proyecto socialista. Y Chavez deberá dejar muy posiblemente la presidencia dentro de 5 años.

¿Y porqué sigo afirmando que los pueblos no se equivocan? Las pruebas están a la vista: Un triunfo del SI representaba y el pueblo mayoritariamente lo entendió así un conflicto gravísimo en puerta, que no iba a poder ser solventado con el grado de organización y movilización actual del chavismo.

Decía también el otro día: “…un enorme sector de nuestros pueblos se niega a ‘pensar en lo impensable’. Prefieren creer que es posible confiar en que la justa distribución de la riqueza, de la que hablábamos más arriba, puede llegar gracias al paternalismo de los gobernantes. Creen en la falacia de los “derechos inalienables”, cuando la realidad nos indica desde el comienzo de los tiempos que los derechos se conquistan y se mantienen con sangre, sudor y lágrimas.
No nos confundamos: las democracias son un bien conquistado, pero si no se las defiende, se caen como hojas en otoño, sin pena ni gloria.

Que yo sepa, la única nación latinoamericana que está organizando a su pueblo para una potencial defensa de la democracia, es Venezuela. Esperemos que esa organización llegue a tiempo”.

Bueno, pues en el primer examen salimos mal. La organización no llegó a tiempo, y fue el pueblo venezolano, intuitivamente, quien priorizó “salvar la democracia”, aunque eso significara resignar parte del camino transitado. Tengo claro que a muchos este análisis les resultará erróneo, “basista”. No me preocupa demasiado. Me preocuparía si hubiera ganado el SI por esa diferencia. Me preocuparía también si hubiera ganado el NO por 20% de diferencia y sin abstención. Con los resultados a la vista, es clarísimo que una gran cantidad de partidarios de Chávez, íntimamente, se preguntaron “¿y si ganamos que pasa después?”; “¿podemos sostener el socialismo solos?”; “¿la oposición soportará pacíficamente una derrota?”; “¿Y Estados Unidos?”. En resumen, la misma pregunta de siempre: “qué pasa después”. Una pregunta a la que muchas veces los dirigentes y los intelectuales no prestan atención, pero que los pueblos tienen siempre presente, por un simple motivo: los pueblos no pueden exilarse cuando las papas queman.

Creo, a pesar de todo, que ésta ha sido una lección importante, y no sólo para Chávez, sino para todos nosotros. Nos ha recordado que no basta con la voluntad para cambiar un sistema. No basta con un único conductor para elaborar políticas triunfantes. Y por último: cuando se toman medidas que pueden llevar a un enfrentamiento militar y sin duda el triunfo del SI podía traer aparejado un riesgo en ese sentido, es necesario, no solamente estar personal y absolutamente seguro de que se derrotará al enemigo, sino también que tu ejército –en este caso el pueblo venezolano- también esté convencido de ello. De lo contrario se replegará, y esperará un mejor momento.

¿Sólo la organización vence al tiempo? Si, definitivamente. Y no sólo al tiempo.

El dilema de los pueblos

El dilema de los pueblos

Por Enrique Gil Ibarra
Sudamérica está ingresando a la etapa más conflictiva desde la recuperación de las democracias.

Como era obvio, luego de las dictaduras que sufrimos en nuestros países, hubo un período que podríamos denominar “impasse”, durante el que nuestros diferentes pueblos aprendieron nuevamente a disfrutar por lo menos de la libertad de opiniones, a despecho de las otras “limitaciones” de las democracias formales obtenidas en algunos casos por resistencia popular, en otros por errores de los dictadores, y en otros por “graciosa” concesión del Imperio que, logrado ya su objetivo económico globalizador, entendió que le resultaba más rentable permitir que los gobiernos “democráticos” asumieran los costos políticos de su propia dependencia.

Pero, indefectiblemente, luego de ello los pueblos volvieron a pensar que nuestras democracias –si bien formales no por eso menos bienvenidas- demoraban irrazonablemente la inclusión de ese contenido “real” que debería existir anexo a las libertades “intelectuales” que tanto valora el progresismo liberal.

Sin lugar a dudas, los derechos a comer, a estudiar, a vestirse, a tener salud, todos ellos dependientes de la justicia distributiva en el ingreso, resultante de una imprescindible independencia económica, que a su vez deviene de un grado creciente de soberanía política, comenzaron a echarse en falta.

Los procesos iniciados en Bolivia y Venezuela fueron tal vez los disparadores del retorno, comenzando el nuevo siglo, de las concepciones revalorizadoras del nacionalismo de liberación, y del internacionalismo latinoamericano.

Concepciones peligrosas, por supuesto, en un contexto de mundo globalizado de norte a sur (en ese orden), asemejando un globo/planeta inflado a costa de nuestras producciones primarias y mantenido “cabeza arriba” en base al poder de fuego de los países centrales.

Lamentablemente, llevados tal vez por un ingenuo “progresismo libertario”, casi todos los pueblos de sudamérica (excepto tal vez el venezolano) confían en que para modificar las condiciones de dependencia basta con la voluntad.

Hoy el Imperio nos pone nuevamente de cara al dilema fundamental: ¿puede algún gobierno que se denomina “democrático” añadir a su sistema el calificativo “popular” –y sostenerlo en la práctica- impunemente?

En Venezuela, más allá de todas las declamaciones de los partidarios de Chavez, la oposición se fortifica, alentada por los ingentes subsidios financieros de las agencias norteamericanas y la labor de los medios “republicanos y democráticos”.

Los acontecimientos bolivianos también parecen indicar que no. En Bolivia, “la convocatoria a una Asamblea Constituyente fue llevada a cabo por el gobierno del presidente Evo Morales luego de que los movimientos sociales durante más de una década la solicitaran por distintos medios. Una vez constituida, la tarea básica de los asambleístas era dotar al país de una nueva Constitución. Durante varios meses en la Asamblea se buscó llegar a acuerdos para lograr su cometido, pero consecutivamente la derecha utilizó artimañas para retrasar su trabajo e impedir el parto de una nueva carta magna.

La estrategia más eficiente fue introducir la demanda de Sucre como capital “plena” de Bolivia, reviviendo el conflicto histórico de hace más de un siglo a través del cual se trasladó la sede de gobierno a La Paz luego de una guerra civil.

El gobierno ofreció una serie de concesiones a las instituciones sucrenses que fueron caprichosamente rechazadas con una lógica en el puro cálculo político. En una de las actitudes más antidemocráticas, grupos irregulares de Sucre, donde sesiona la Asamblea, impidieron sistemáticamente la reunión de los constituyentes.

Luego de varios meses de acción ilegal de estos grupos, la Asamblea tuvo que efectuarse en un recinto militar, con cordones de ciudadanos de todo el país y protección policial para cumplir su mandato. A pesar de la adversidad, los asambleístas lograron aprobar una Constitución que refleja las características multiculturales y pluriétnicas del país, incluyendo las demandas de autonomías departamentales e indígenas.

La derecha oriental se ha empeñado en desconocer la nueva Constitución en una táctica política que pretende desestabilizar al gobierno. Para ello ha realizado acciones completamente ilegales y secesioncitas, poniendo en riesgo la integridad de la nación. Claramente detrás del discurso autonómico está una oligarquía terrateniente que se juega la vida y su futuro”. (Hugo José Suárez – UNAM – México)

Seis de los nueve departamentos (provincias) bolivianas están en huelga general, manifestandose violentamente contra una reforma que paradójicamente favorece a sus habitantes. Las regiones rebeldes suman el 80% de la economía del país, casi dos tercios del territorio y el 58% de los casi diez millones de bolivianos.

¿Suena natural? ¿Parece lógico? Pues sí. Tiene la total y definitiva lógica de la dominación cultural, económica y mediática, que históricamente ha logrado manipular a importantes sectores populares, en todos nuestros países, para operar contra nuestros propios intereses.

Posiblemente, dentro de pocas semanas comenzaremos a ver en Ecuador una reacción similar, con el objetivo de impedir que la Asamblea Constituyente ecuatoriana elabore una Carta magna que profundice el proceso de reformas iniciado el 15 de enero último, con la asunción al poder de Correa, y que avance hacia la construcción de un “socialismo del siglo XXI”.

En Venezuela, descontando la propaganda tendenciosa de los medios “republicanos y democráticos” (incluyendo la CNN), lo cierto es que –mal que nos pese- no está tan claro el resultado del plebiscito. El error de Chavez fue, sin duda, incluir en la reforma constitucional la reelección indefinida, que proporcionó a la oposición conservadora un elemento precioso para influir en los sectores “independientes”, ya temerosos de la iniciativa del “Poder Popular”.

El corte de relaciones con Colombia, sugerido ayer por Hugo Chavez, es, creo, otra ingenuidad que ha proporcionado una nueva arma a Estados Unidos: Si Chavez sabía (y no podía ignorarlo), que Uribe es un “lacayo” de los yanquis, su propuesta mediación con las FARC estaba, desde el vamos, condenada al fracaso. En ese marco, cabía esperar que Colombia sacara los pies del plato en alguna instancia, generando una nueva fractura que justificara la tensión fronteriza existente hoy, que posiblemente de lugar a pequeños enfrentamientos locales, y que añadirá una excusa más para que Bush pueda calificar a Venezuela de “pais agresor” y elaborar la forma indirecta de intervenir para “mantener la paz en la región”. (El que dude de esta posiblidad, no tiene más que recordar las tensiones entre Nicaragua y El Salvador cuando se afirmaba la revolución Sandinista, y las “bases” de los contras financiados por EE.UU. en territorio salvadoreño).

Por nuestra parte, la profundización de las tensiones con Uruguay, aunque sea impensable cualquier tipo de agresión entre nuestro país y la nación hermana, colaboran sin duda al debilitamiento del Mercosur (obvio objetivo norteamericano), y añaden un nuevo frente de incerteza e inestabilidad a la posibilidad de la unidad latinoamericana. Ya hay opiniones de algunos periodistas “politólogos” que recomiendan sanciones comerciales a Uruguay, sin tomar en cuenta que dichas “sanciones” argentinas (y su repercusión internacional) lograrán solamente fortificar la balanza comercial de Brasil, país que tiene una política internacional coherente a través de los años, que desea liderar América del Sur, y que sabe que para ello hay dos condiciones sine qua non dentro del sistema: mantener alianza fuerte con Estados Unidos, y limitar el crecimiento argentino y venezolano.

¿Paranoia? Es posible. Sin embargo, como diría mi abuelita, “esta película ya la vi”. Y lo peor es que, cuando mi abuelita la vió, la película terminaba igual: mal.
Terminaba mal porque un enorme sector de nuestros pueblos se niega a “pensar en lo impensable”. Prefieren creer que es posible confiar en que la justa distribución de la riqueza, de la que hablábamos más arriba, puede llegar gracias al paternalismo de los gobernantes. Creen en la falacia de los “derechos inalienables”, cuando la realidad nos indica desde el comienzo de los tiempos que los derechos se conquistan y se mantienen con sangre, sudor y lágrimas.

No nos confundamos: las democracias son un bien conquistado, pero si no se las defiende, se caen como hojas en otoño, sin pena ni gloria.

Que yo sepa, la única nación latinoamericana que está organizando a su pueblo para una potencial defensa de la democracia, es Venezuela. Esperemos que esa organización llegue a tiempo.

Con respecto a nosotros, no estamos en riesgo aún. Pero si el gobierno decide profundizar su relación estratégica con las organizaciones libres del pueblo (sea por voluntad política propia o por exigencias y crecimiento de esas organizaciones) y eso lo conduce a una consiguiente consolidación de la democracia “real”, sin duda lo estaremos.

La “clase práctica” de realidad que estamos recibiendo de las otras naciones latinoamericanas, debería inducirnos a poner cuanto antes las barbas en remojo.
Cualquier otra actitud de indolencia y negación es una necedad. El dilema es claro: o nos conformamos con una democracia “formal”, o nos decidimos a construir un país.

En cualquiera de ambos casos, nos costará caro. Lo que debemos decidir es el precio que estamos dispuestos a pagar.

Enrique Gil Ibarra, 29 de noviembre de 2007

Razones de una derrota electoral

De triunfos y fracasos están hechas las revoluciones. No obedecen a un trazo lineal, su desarrollo está sometido a toda suerte de impredecibles acontecimientos y peripecias de la historia. Muchas de ellas, en la ya larga trayectoria de la humanidad, se han quedado en el camino. Pero, no por ello los hombres hemos dejado de ir, una y otra vez, a examinar tanto las razones de nuestros éxitos, como de nuestros fracasos. Los matices que hacen posible el discernimiento de ambos resultados son indispensables, o bien para identificar los factores que potencian una revolución, o bien para evaluar aquellos que impiden el avance de un proceso revolucionario en una situación determinada y concreta.
Nos ocupa hoy la búsqueda de las razones por las cuales no fue aprobada la propuesta de reforma constitucional presentada por el Presidente de Venezuela, Hugo Chávez Frías, y la explicación del significado a futuro de esta derrota a los efectos de la revolución venezolana.
Con respecto a los primero, aun cuando puede parecer prematuro adelantar algunos criterios en tal sentido y, cuando también pareciera más sensato esperar por datos más directos de los resultados electorales y políticos, nos parece pertinente señalar los siguientes, al menos, para que queden como puntos de agenda para la discusión.
1.- Una de las razones principales de la derrota ha sido la inexistencia de una dirección política, llámese partido, si se quiere esa acepción, que condujera en su conjunto a los movimientos sociales que han sido el soporte básico para explicar los cambios políticos que hasta ahora ha producido la era Chávez. Hemos dicho en varias oportunidades que si bien el liderazgo del Presidente ha sido eje fundamental para aglutinar al pueblo y a los revolucionarios en los avances que hemos tenido, los cuales son incuestionables y constituyen una gran fortaleza; también, hemos indicado que, a su vez, constituía a la larga una gran debilidad, ello en razón de que los procesos colectivos reclaman soluciones colectivas que emanen de su seno, más allá de las buenas intenciones de los liderazgos particulares, cualesquiera sean.
Claro está que ese vacío, nos referimos a la existencia de una dirección colectiva más allá de su liderazgo, no es imputable a Chávez en sentido estricto. Factores históricos determinados han imposibilitado la construcción de esa herramienta política y prueba de ello es que él decidió disolver en diciembre pasado a su partido y principal partido de gobierno, es decir, un reconocimiento tácito de la escasa calidad revolucionaria del mismo para una conducción estratégica de la revolución. Recuérdese que el MVR se constituyó inicialmente como una plataforma electoral y hay que aceptar que cumplió su cometido: llevarnos a posiciones de gobierno. Cuando Chávez asimila que dicha organización era insuficiente para el cometido de la transformación revolucionaria de la sociedad asumió la sabia decisión de su disolución. En este trance nos encontró el proceso de reformas planteadas por el propio Presidente Chávez, es decir, sin partido revolucionario que intermediara entre nuestras naturales bases de apoyo y su liderazgo. He aquí, en nuestra modesta opinión, una de las causas de esta derrota electoral.
2.- En segundo lugar, hay que decir que tanto la definición de los siete ejes estratégicos de la revolución, como de la formulación de la política de los “Cinco Motores”, no fueron resultados de una amplia consulta popular, es decir, fueron decisiones no labradas al calor de un debate entre las bases, sino presentada a esta como una política a seguir. Esto trajo como consecuencia que el “pueblo chavista” no pudiese interiorizar a cabalidad el sentido estratégico de las propuestas. Si a eso agregamos lo anterior, es decir, la inexistencia en los hechos de una organización dirigente, tendremos, al menos en la lógica simple de los hechos, una explicación inclusive aritmética de la merma electoral en más de tres millones de votos.
3.- En tercer lugar debemos asimilar que la confrontación fue de carácter internacional, algo así como “el mundo contra Chávez”. Los sofisticados mecanismos de la dictadura mediática mundial y de las formas de intervención de la CIA, donde la Operación Tenaza apenas era la punta del iceberg, con definición clara de objetivos y blancos estratégicos donde golpear la propuesta de reforma, se convirtieron en el centro del discurso opositor, en la madeja de acciones que empujaron a nuevos actores, como es el caso de los grupos de estudiantes inflados en su actuación sedicientemente “democrática” y, a viejos y reconocidos sujetos antidemocráticos y golpistas que se dieron a la cita para impedir y bloquear la revolución. Temas como el “fantasma del comunismo”, “reelección indefinida”, “confiscación de la propiedad privada”, “pérdida de la descentralización” y la “cubanización de Venezuela”, se convirtieron en matriz cotidiana de la oligarquía criolla y sus operadores políticos, tanto en los medios, como en la calle. La sumatoria de todos estos elementos, sujetos a un palan sistemático hicieron mella en las bases del “chavismo” y en buena parte de su dirigencia. Hasta el punto de llevar el abstencionismo, principal adversario electoral de la propuesta, hasta un nivel del 50% del electorado.
4.- En cuarto lugar, y en atención a lo anterior, debemos también resaltar que las posiciones asumidas por el General Baduel, el partido político PODEMOS, la ex esposa de Chávez y otras escisiones y desprendimientos del “chavismo”, se hicieron sentir en la medida que crearon una atmosfera de crispación y división entre los simpatizantes del bloque del SÍ. Esto, por supuesto, formó parte del plan opositor y fue sabiamente explotado por los grandes difusores de la oposición a la reforma. Podemos agregar, que encajo perfectamente en las lógicas a futuro que pueda trazarse la oposición criolla y el imperio.
5.- El imperio no se imagina permitir que una sociedad pueda labrar su destino en forma autónoma e independiente. En su larga historia de injerencias en los asuntos internos de nuestros países, esta es una más, sólo que ha desplegado mecanismos tecnológicos de la política que le permiten invisibilizar sus acciones, pero, con calculada y fría omnipresencia en los resortes sociales y políticos de nuestras naciones. Al menos para este referéndum la “tenaza” les funcionó. Sus acólitos criollos cumplieron su papel y postergaron las posibilidades de ampliación de la democracia en Venezuela. El imperio no se puede permitir el desarrollo de una experiencia como la venezolana porque les “contaminaría” el resto de América Latina.
En cuanto a lo atinente al futuro de la revolución, si bien reconocemos que este ha sido un serio traspiés, también aceptamos, como lo indicamos al comienzo de este breve artículo, con del 2 de diciembre no se acaba el mundo, no se terminan las posibilidades de retomar en buena lid los senderos de la recomposición de nuestras fuerzas y de nuestra potencia revolucionaria. Pasamos en estos días a los momentos de la reflexión y la autocrítica, no hacerlo significaría abrirle definitivamente el camino a la contrarrevolución. Como lo dijo el Presidente Chávez, a la hora de reconocer los resultados, “Por ahora, no hemos podido”. Los caminos de la revolución son largos y en ellos andamos, en la medida que los hemos transitado, tanto el pueblo como nosotros, asimilamos y acumulamos dos valiosos tesoros, la experiencia y la esperanza. La suma de ambas puede resarcirnos de tanta inquina contra Venezuela y el Presidente Chávez.