If China Arms Russia, the U.S. Should Kill China’s Aircraft Industry. FP. March 2023

Beijing’s aerospace future is uniquely dependent on Western companies. U.S. and EU trade sanctions could bring its indigenous aviation sector to a halt.

As Chinese President Xi Jinping meets in Moscow with Russian President Vladimir Putin this week, the war in Ukraine will be high on the agenda. While the Chinese leader might pressure Russia to pursue a peace deal, there are also worries in Western capitals that the authoritarian allies could agree to work together more closely.

A Chinese decision to provide Russia with weapons would change the world. Only China has the stockpiles and industrial capacity to replace Russia’s ruinous equipment losses in its war against Ukraine. Worse, it would help cement a Russia–China alliance, one pitted against Western interests. U.S. President Joe Biden and other Western leaders have warned China’s leadership that providing lethal technologies to Russia, on top of the non-lethal aid already provided, would have serious consequences.

Indeed, the West does have some leverage. One option would be to bring China’s commercial aircraft industry to a halt, thereby striking a blow against Beijing’s economic, technological, and transport aspirations. It would be a major blow to Xi’s prestige, too, since he has made technological self-sufficiency a key priority for the country.

The aviation industry is not just a matter of pride; it is foundational to China’s infrastructure and an essential mode of transport for many middle-class Chinese. According to the World Bank, passenger air traffic in China grew more than tenfold between 2000 and the 2019 peak, from 62 million passengers to 660 million passengers.

The exponential growth in passenger numbers has made China a major customer for Western-made jets: based on manufacturer-reported numbers, in 2000, China took 2 percent of world jetliner production. In 2018, the peak year for imports, it took 23 percent of world jetliner production.

Orfeo y Eurídice. Michel Martin

Orfeo, hijo de Apolo y Calíope, se enamoró perdidamente de la ninfa Eurídice y la hizo su esposa.

Un día, una tragedia sacudió a Eurídice mientras huía de Aristeo, hijo de Apolo, cuando fue mordida por una serpiente. Después de esto, Eurídice murió. Orfeo no aceptó su pérdida y decidió descender a los infiernos para buscarla.

En el camino, Orfeo tuvo que sortear diferentes riesgos, incluso consiguió amansar al temible Cerbero. Finalmente, Hades y Perséfone, conmovidos, permitieron que Eurídice volviera con Orfeo. Para ello, le pusieron una condición: que Eurídice fuera detrás de él y que Orfeo no mirara para atrás hasta que no hubieran llegado al mundo de los vivos.

Orfeo fue incapaz de resistirse y volvió la cabeza para ver a su esposa. Entonces, Eurídice desapareció, pero esta vez para siempre.

Significado del mito. Este mito representa el amor más allá de la muerte. El proceso de duelo del Orfeo podría verse representado en ese descenso a los infiernos que realiza para hallar de nuevo a Eurídice. El camino de vuelta desde el inframundo atiende a la inevitabilidad de la pérdida y, en consecuencia, la aceptación de los finales.

II:

El mito de Orfeo y Eurídice.

¿A quién no le gustan las historias de amor? Pues en el post de hoy hablaremos de la que posiblemente es la historia de amor más antigua. El mito de Orfeo y Eurídice. Orfeo era un joven muy apuesto, pero no solo era conocido por eso, sino que era conocido porque con su lira era capaz de tocar las melodías más maravillosas que los humanos hubiesen escuchado. Fue así como Eurídice se enamoró de Orfeo y poco después decidieron casarse.

Pero lamentablemente Eurídice murió poco después de casarse por culpa de la picadura de una serpiente. Orfeo entro en una profunda pena, hasta que se decidió a bajar hasta el mismísimo inframundo para así poder salvar a su amada. Y así fue, bajo hasta el inframundo y una vez allí intento llevarse a Euridice. Pero Hades no permitía que Orfeo se llevara a Eurídice. Así que Orfeo se puso a cantar para Hades y Eurídice, hasta que ellos se comparecieron de él y permitieron que se llevara a Orfeo con una condición: No podía mirar a su amada hasta que estuviera totalmente bañada por la luz del sol. Así lo hicieron y cuando salieron al exterior Orfeo se giró para verla. Pero no se percató que un pie se había quedado en las sombras así que Eurídice desapareció en la oscuridad del inframundo y esta vez para siempre. Orfeo triste pereció en batalla a las pocas semanas, pero al morir e irse al inframundo, consiguió por fin estar al lado de su amada, para toda la vida.

El mito de Orfeo y Eurídice nos recuerda que el amor persiste por encima de todo, incluso de la propia muerte. Cuando alguien ama verdaderamente es capaz de ir hasta el infierno para estar en compañía de aquel a quien ama.

III:

El síndrome de Orfeo: ¿por qué siempre acabamos mirando atrás?

A veces, nos aferramos, como Orfeo, a lo que ya está perdido, a lo que no puede ser. El pasado es solo un reflejo al que no conviene volver, aunque duela dejarlo ir. Es necesario entrenar al cerebro para que se abstenga de viajar en pretérito cuando hacerlo pueda suponer un obstáculo para nuestro avance. Se denomina síndrome de Orfeo a esa necesidad tan común de llevar la mirada hacia atrás. A eso que ya está perdido, pero que nos sigue obsesionando. Amores del pasado, recuerdos de la infancia, instantes felices o momentos en los que nuestra vida era más plácida y hasta previsible… Las personas somos “adictas” a rememorar lo que ya se fue.

Es cierto, somos almas nostálgicas que evocan casi a cada minuto fragmentos del ayer. Sin embargo, nada de esto sería preocupante ni negativo si el acto de rememorar no impidiera nuestro avance. Uno puede, por ejemplo, estar progresando en nuevos y revitalizantes proyectos, pero de pronto visitar mentalmente los fracasos del ayer e impregnar con ellos el presente de inseguridad. Y, ¿si vuelve a suceder lo mismo?

Bien es cierto que solemos decirnos aquello de que hay que usar el pasado como trampolín y no como sofá. Esta frase enunciada por el ministro británico Harold Macmillan sigue usándose con frecuencia. Sin embargo, lo pretérito continúa siendo ese lugar sobre el que reposamos con frecuencia nuestra mirada y enfoque personal. Algo que, en ciertos momentos, puede ser tan fatídico como lo que le sucedió al desdichado Orfeo.

IV:

¿Cómo lo digo? ¿Cómo explico, aquí, qué tiene el mito de Orfeo y Eurídice de especial que hace que perdure hoy en día? Tal vez es porque las tragedias perduran en nuestra memoria mucho más que las comedias, pero me cuesta creer que ese es el único motivo. Tal vez es porque, como sociedad, hemos decidido que un final trágico es mucho más literario que un final feliz; ¿cuántas veces confundimos tristeza con profundidad o, peor aún, con calidad literaria? Nos hemos vuelto lo suficientemente cínicos como para rechazar los finales felices, alegando que no son realistas y, por lo tanto, menguan el talento del escritor. Como si fuera realmente difícil matar a un personaje, dañarlo o condenarlo para siempre al sufrimiento.

Supongo que, en realidad, es porque una vez que Eurídice se desvanece en el Inframundo, nosotros soltamos un suspiro, el aliento que hasta entonces habíamos estado conteniendo. Se ha realizado la catarsis: nos hemos dejado llevar por las pasiones a pesar de conocer el final de la historia de antemano, y al terminar, sentimos que se nos ha quitado un peso de encima, hemos sido purificados. A los lectores y espectadores de a pie no nos interesa tanto la perfección literaria como las emociones que nos despierta la obra. Si me preguntan por qué me obsesiona el mito de Orfeo y Eurídice, me veré obligada a reconocer que me ata a él un componente sentimental; hay algo en la historia, en los personajes, en sus acciones desmedidas que me atrae como una polilla a la luz.

La historia es la siguiente: el día de las nupcias, Eurídice es mordida por una serpiente y muere. Es Orfeo quien encuentra su cadáver e, inconsolable, empieza a tocar la lira, conmoviendo a todos los árboles, animales y ninfas a su alrededor. Guiado por el desespero, baja al Hades a buscar a su esposa y, en un último intento desesperado de rescatarla, toca una melodía acongojante para Hades y Perséfone. Perséfone, conmovida, intercede a su favor y le devuelve a Eurídice, pero con una condición: Orfeo debe guiarla hasta el mundo de los vivos, andando siempre por delante de ella, y no puede girarse a verla hasta que ambos estén sanos y salvos nuevamente sobre la superficie. Orfeo acepta, empieza su ascenso, Eurídice lo sigue. Aquí las versiones difieren: Eurídice se tropieza; Eurídice no sabe nada sobre la condición impuesta por Hades y lo llama desesperada creyendo que ya no la ama; Orfeo cree que lo han engañado; Orfeo llega a la superficie y, sin saber si Eurídice ha llegado también, se da la vuelta. Sea como fuere, el desenlace es el mismo: Orfeo se da la vuelta y Eurídice se desvanece para siempre. La historia, como todas las historias, sigue, pero lo que viene después ya no suele interesarnos tanto. Es el mito de Orfeo y Eurídice, no el mito de Orfeo después de Eurídice. La pérdida es literaria, el duelo es mundano.

Podemos reescribir el mito, ¿pero con qué pretexto salvamos a Eurídice? Su muerte es condición sine qua non para que Orfeo demuestre la potencia de su amor, su desvanecimiento termina de estremecernos. Si Orfeo consiguiera salvarla nos alegraríamos, obvio, nos enorgulleceríamos de la condición humana, diríamos: «la quiso tanto que luchó contra su naturaleza para traerla de vuelta a la vida». Pero no nos habría marcado de la misma forma.

El mito nos desgarra el corazón precisamente porque Orfeo es humano, porque mira atrás. No por egoísmo, ni por maldad, ni por debilidad. No por cobardía, como sostiene Platón, que en su cruzada contra los poetas arremete también contra Orfeo por no suicidarse tras la muerte de Eurídice. Orfeo fracasa precisamente porque ama a Eurídice: porque esta tropieza y él, en un acto reflejo, se da la vuelta para ayudarla a levantarse; Eurídice lo llama y lo llama desesperada y él, incapaz de seguir escuchando sus lamentos, se da la vuelta para calmar sus miedos; Orfeo no oye sus pasos y teme que los dioses lo hayan engañado, por lo que se da la vuelta alarmado; Orfeo llega primero a la superficie y, emocionado, se da la vuelta, olvidando que la segunda parte de la condición es que ambos deben llegar a la meta.

El mito de Orfeo y Eurídice nos revela algo de la condición humana, del material del que se construyen las relaciones humanas. Si el amor de Orfeo por Eurídice es desmedido, ¿por qué podemos medirlo por las pequeñas acciones? El amante que se da la vuelta para ayudar a Eurídice a levantarse del suelo es el mismo que baja al Hades a recuperar su cadáver. Lo mundano construye el mito. Los detalles que nos son familiares ayudan a que este eche raíces en el imaginario colectivo; todos podemos imaginar a nuestros padres y a nuestros abuelos ayudándose mutuamente al tropezar. ¿Qué hay más tangible que eso? Debo confesar que esa es mi versión favorita del mito: la cotidianidad que se filtra entre los resquicios del mito, que hace acto de presencia en el momento más inoportuno, el acto irreflexivo, la fisicalidad del momento en un espacio reservado a las almas. Orfeo, más humano que nunca, dándose la vuelta, tal vez la mano extendida hacia Eurídice. Como humanos, empatizamos completamente, nos vemos reflejados en sus actos.

Por suerte o por desgracia, el acto de Orfeo convierte esta historia de amor en eterna, trasciende el tiempo no solo porque el mito pervive gracias a la literatura, sino precisamente porque al darse la vuelta, Orfeo condena a Eurídice a la muerte permanente. Solo tras la muerte el amor puede ser eterno. El amor real, terrenal, mundano se convierte en cenizas, se deteriora con el paso del tiempo, se transforma. Al bajar al Inframundo, Orfeo prueba que su amor es sublime, pero su triunfo supondría la vuelta a un amor imperfecto y físico, mientras que la muerte permanente de Eurídice asegura un amor eterno, idealizado. Algo me dice, sin embargo, que no era amor eterno lo que buscaba Orfeo, o se habría inmolado. El amor eterno es para la muerte, pero a los humanos lo que nos interesa es la vida y Orfeo baja precisamente a buscarla para devolverla a la tierra, a la luz del sol y a las plantas que florecen en primavera, a todo lo que es rico y exuberante y abundante.

Tal vez sigo sin haber esclarecido la relevancia del mito; de hecho, es probable que haya revelado más de mí misma que de su valor literario. No puedo tener todas las respuestas, ni fingir que sé más de lo que realmente sé. A veces, simplemente, una historia nos conmueve más que otra y hacemos de todo para justificar ese sentimiento. Así es la literatura.

V:     Mito: Orfeo y Eurídice

En la época en que dioses y seres fabulosos poblaban la tierra, vivía en Grecia un joven llamado Orfeo, que solía entonar hermosísimos cantos acompañado por su lira. Su música era tan hermosa que, cuando sonaba, las fieras del bosque se acercaban a lamerle los pies y hasta las turbulentas aguas de los ríos se desviaban de su cauce para poder escuchar aquellos sones maravillosos. Un día en que Orfeo se encontraba en el corazón del bosque tañendo su lira, descubrió entre las ramas de un lejano arbusto a una joven ninfa que, medio oculta, escuchaba embelesada. Orfeo dejó a un lado su lira y se acercó a contemplar a aquel ser cuya hermosura y discreción no eran igualadas por ningún otro. – Hermosa ninfa de los bosques –dijo Orfeo-, si mi música es de tu agrado, abandona tu escondite y acércate a escuchar lo que mi humilde lira tiene que decirte.

La joven ninfa, llamada Eurídice, dudó unos segundos, pero finalmente se acercó a Orfeo y se sentó junto a él. Entonces Orfeo compuso para ella la más bella canción de amor que se había oído nunca en aquellos bosques. Y pocos días después se celebraban en aquel mismo lugar las bodas entre Orfeo y Eurídice.

La felicidad y el amor llenaron los días de la joven pareja. Pero los hados, que todo lo truecan, vinieron a cruzarse en su camino. Y una mañana en que Eurídice paseaba por un verde prado, una serpiente vino a morder el delicado talón de la ninfa depositando en él la semilla de la muerte. Así fue como Eurídice murió apenas unos meses después de haber celebrado sus bodas. Al enterarse de la muerte de su amada, Orfeo cayó presa de la desesperación. Lleno de dolor decidió descender a las profundidades infernales para suplicar que permitieran a Eurídice volver a la vida. Aunque el camino a los infiernos era largo y estaba lleno de dificultades, Orfeo consiguió llegar hasta el borde de la laguna Estigia, cuyas aguas separan el reino de la luz del reino de las tinieblas. Allí entonó un canto tan triste y tan melodioso que conmovió al mismísimo Carón, el barquero encargado de transportar las almas de los difuntos hasta la otra orilla de la laguna.

Orfeo atravesó en la barca de Carón las aguas que ningún ser vivo puede cruzar. Y una vez en el reino de las tinieblas, se presentó ante Plutón, dios de las profundidades infernales y, acompañado de su lira, pronunció estas palabras:

– ¡Oh, señor de las tinieblas! Heme aquí, en vuestros dominios, para suplicaros que resucitéis a mi esposa Eurídice y me permitáis llevarla conmigo. Yo os prometo que cuando nuestra vida termine, volveremos para siempre a este lugar. La música y las palabras de Orfeo eran tan conmovedoras que consiguieron paralizar las penas de los castigados a sufrir eternamente. Y lograron también ablandar el corazón de Plutón, quien, por un instante, sintió que sus ojos se le humedecían. – Joven Orfeo –dijo Plutón-, hasta aquí habían llegado noticias de la excelencia de tu música; pero nunca hasta tu llegada se habían escuchado en este lugar sones tan turbadores como los que se desprenden de tu lira. Por eso, te concedo el don que solicitas, aunque con una condición. – ¡Oh, poderoso Plutón! –exclamó Orfeo-. Haré cualquier cosa que me pidáis con tal de recuperar a mi amadísima esposa.

 – Pues bien –continuó Plutón-, tu adorada Eurídice seguirá tus pasos hasta que hayáis abandonado el reino de las tinieblas. Sólo entonces podrás mirarla. Si intentas verla antes de atravesar la laguna Estigia, la perderás para siempre. – Así se hará –aseguró el músico. Y Orfeo inició el camino de vuelta hacia el mundo de la luz. Durante largo tiempo Orfeo caminó por sombríos senderos y oscuros caminos habitados por la penumbra. En sus oídos retumbaba el silencio. Ni el más leve ruido delataba la proximidad de su amada.

Y en su cabeza resonaban las palabras de Plutón: “Si intentas verla antes de atravesar la laguna de Estigia, la perderás para siempre”. Por fin, Orfeo divisó la laguna. Allí estaba Carón con su barca y, al otro lado, la vida y la felicidad en compañía de Eurídice. ¿O acaso Eurídice no estaba allí y sólo se trataba de un sueño?. Orfeo dudó por un momento y, lleno de impaciencia, giró la cabeza para comprobar si Eurídice le seguía. Y en ese mismo momento vio cómo su amada se convertía en una columna de humo que él trató inútilmente de apresar entre sus brazos mientras gritaba preso de la desesperación: –

Eurídice, Eurídice… Orfeo lloró y suplicó perdón a los dioses por su falta de confianza, pero sólo el silencio respondió a sus súplicas. Y, según cuentan las leyendas, Orfeo, triste y lleno de dolor, se retiró a un monte donde pasó el resto de su vida sin más compañía que su lira y las fieras que se acercaban a escuchar los melancólicos cantos compuestos en recuerdo de su amada.

Al mirar hacia atrás, la sombra pálida de Eurídice regresa a la muerte.

Tras el canto sublime, Proserpina y Plutón, conmovidos ante tan grande amor y tantas peripecias, mandan a llamar a Eurídice para entregarla al poeta. Llega ella, todavía dolorida y sin aliento.

Pero apenas ve a su esposo, sus ojos se llenan de luz y una ancha sonrisa entreabre otra vez sus labios pálidos. Deseosa de entregarse al cantor para siempre, la ninfa extiende sus delgados brazos. Pero los soberanos infernales no le permiten el abrazo. Sólo consienten en que la pareja parta.

A último momento, Proserpina advierte al poeta: él deberá marchar siempre adelante.

Mientras esté en la región infernal no podrá volverse a contemplar el rostro de su amada. Si lo hiciera, perderá para siempre a Eurídice, que volverá al reino de las sombras.

Parten los esposos. Orfeo siempre adelante, canta durante todo el viaje. Sabe que la ninfa es feliz oyéndolo. En la orilla de Estigia, aun sin mirarse el uno al otro, los enamorados encuentran a Caronte. Contento de volver a ver a su amigo vivo, el viejo lo conduce al otro lado del río infernal.

Después vuelve y hace subir a Eurídice en la barca, para que cumpla el mismo trayecto. Ya casi en la puerta que los separa del mundo de los mortales, lejos del crepúsculo infinito, el poeta no puede contener el deseo de volver a ver el rostro de su amada. El aviso de Proserpina le resuena en los oídos. Eurídice viene detrás, y en el fondo de su alma implora a los dioses que el esposo no ceda a la tentación de mirarla. Falta tan poco para unirse nuevamente…

A último momento, olvidando las palabras de la reina infernal, Orfeo cede al imperioso deseo. Vuelve hacia atrás la mirada dolorida y sólo divisa una sombra, traslúcida llorosa, que retorna a la oscuridad. Todo está perdido.

El poeta desesperado, desanda el camino y ruega muchas veces a Caronte que traiga a Eurídice nuevamente a la orilla de los vivos. Pero el barquero sujeto únicamente al mandato de Plutón, no escucha su pedido y lleva a la sombra de la joven a su morada definitiva. Todavía el poeta canta versos intensos y apasionados. Pero los Infiernos ya no oyen. Nadie se conmueve.

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Al rechazar el amor de las Bacantes, Orfeo trataba de conservarse fiel al doloroso recuerdo de Eurídice. Solo, desolado, como si dejase en las sombras la mitad de si mismo, Orfeo vuelve a la superficie de la tierra. Ya nada podrá hacerlo sonreír. Su canto se hace triste para siempre, de una tristeza infinita, como si el poeta estuviera sólo esperando el momento de la muerte para volver a ver a su amada.

Dicen que mucho después, tras haber errado por toda Tracia para liberarse de su desesperación, y después de haber fundado su religión, Orfeo perdió la vida de manera extraña. Las Bacantes enamoradas del poeta intentaron seducirlo. Y él, negándose a ellas en nombre del recuerdo de Eurídice, trató de escapar por el bosque.

Pero las mujeres tracias lo siguieron y consiguieron atraparlo. Furiosas, le despedazaron las ropas y le rasgaron la carne. Su cabeza, sin embargo, erró por las aguas dejando todavía oír su voz, y donde se posó se erigió un santuario. Hecho pedazos el cuerpo del poeta, su alma al fin libre pudo partir a los Infiernos. Y allí unido a Eurídice, deambula por las melancólicas praderas y bosquecillos del reino de Plutón, cantando al amor, más y más grande que la muerte.

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Orfeo recibe el don del canto

Los hombres reciben de los dioses el don de la melodía, pero no saben usarlo. La flauta que Atenea (Minerva) inventara sirve sólo para alegrar las interminables fiestas de los Sátiros y de los Faunos. La lira ingeniosamente creada por Hermes (Mercurio), es privilegio de Apolo y de las musas, sus compañeras. Las manos humanas se muestran incapaces de pulsar los instrumentos para extraer de ellos armonía alguna. Y en las rudas gargantas, las voces callan.

El tiempo corre sobre el lomo del mundo como un escalofrío. Y un día, feliz, ve nacer a Orfeo. Ahora la satisfacción de los dioses es completa. Porque finalmente ha aparecido sobre la tierra un mortal capaz de desarrollar el arte de la música.

Ya en la infancia el poeta revela poseer el talento de la armonía (que significa juntura ensambladura, ajuste, proporción y también equilibrio dinámico de contrarios) con su suave canto, acompañado de armoniosos acordes de lira, apacigua los ruidos de la selva y el furioso bramido del mar. Heredero de los dioses, jura cantar hasta el fin de sus días. Cantar para hacer que viva lo que parecía muerto. Para aliviar las miserias humanas y vencer la indiferencia de las cosas. Para canalizar el impulso de las fieras y arrullar la esperanza de la libertad.

Una sonrisa constante anima la boca del poeta. En sus manos, la lira pacifica la Tierra. Lejos están los caminos del sufrimiento.

Guerra a las maras y a la corrupción: Bukele, el nudo gordiano y el huevo de Colón. David Hernández. Julio de 2023

La leyenda griega del nudo gordiano relata que existía en Frigia (Anatolia, Turquía) una ciudad donde el monarca Gordias, de la ciudad homónima, ofreció a Zeus un templo en cuyo interior ató su lanza y el yugo de sus bueyes con un complicado nudo cuyos cabos eran casi imposibles de desatar. Según el oráculo, quien lo deshiciera conquistaría el mundo. Lo intentaron por innumerables años reyes y guerreros cuyas manos fueron incapaces de deshacer el nudo. En 333 a. C., Alejandro Magno conquistó Gordias y solucionó el problema cortándolo de un tajo con su espada. Daba lo mismo cortarlo que desatarlo, pues el oráculo no fijaba reglas y fue válido hacerlo con la espada, a diferencia de quienes lo intentaron con las manos.

El huevo de Colón se refiere a una reunión de Cristóbal Colón con cleros y nobles donde le increparon su descubrimiento, el cual, conjeturaron, tarde o temprano, dada la existencia en España de sabios y cosmógrafos, se habría realizado. Colón solicitó un huevo, lo colocó encima de la mesa y los retó a que lo pusieran de pie sobre la mesa. Nadie lo logró. Entonces Colón tomó el huevo, lo golpeó suavemente contra la mesa, aplastando la curvatura de su base, y lo colocó de pie. Confundidos, comprendieron el mensaje: después de hecha y vista la hazaña, cualquiera sabe cómo hacerla.

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Ambas leyendas describen algo difícil de lograr, pero fácil de ejecutar aplicando una solución heterodoxa. Lo dijo el padre de la modernización de China, Deng Xiaoping: «No importa si el gato es blanco o negro, lo importante es que cace ratones».

Este pensamiento y praxis lateral, guardadas las distancias históricas y personales, son lo que ha sucedido en El Salvador con la abolición de la tiranía más criminal que hemos padecido en nuestra historia, la dictadura de las pandillas. Fue el nudo gordiano de la sociedad salvadoreña durante más de 30 años, en los cuales los gobiernos de Alianza Republicana Nacionalista (ARENA) y del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) intentaron resolverlo: plan Mano Dura, Super Mano Dura, treguas, pago de extorsiones del Estado a las maras. Incluso durante el último gobierno se intentó implementar una liquidación selectiva de líderes mareros. No comprendieron que erradicar este fenómeno solo es posible desde un abordaje completo de este. No solo hay que neutralizar a líderes, ranfla, palabreros y corredores, sino a toda la membresía pandilleril. Aparte de que ambos partidos estaban coludidos con la corrupción y las prácticas asesinas de las maras.

Guerra a la corrupción

Igual sucede con uno de los acusados de asesinar a los jesuitas en 1989: Alfredo Cristiani. Todos lo sabían, pero nadie actuó de oficio. El hecho de haber sido comandante en jefe del Ejército lo incrimina, de entrada. Sumado a miles de millones de dólares que se robó del erario mediante artimañas como el autopago de cheques a su nombre y «el robo del siglo» que constituyeron privatizaciones que le dejaron pingües ganancias como la comercialización del café, el azúcar, las importaciones de petróleo, y otras privatizaciones, como las de la Escuela Nacional de Agricultura (ENA) y del Instituto Tecnológico Centroamericano (ITCA), «regalados» a la Fundación Empresarial para el Desarrollo Educativo (Fepade). Para la privatización de los bancos la oligarquía los quebró en los años ochenta, al no pagarles los créditos, y luego se apropió de ellos cuando Cristiani los saneó con fondos públicos y se los vendió a precio de «quemazón»; 15 años después, los oligarcas vendieron al capital extranjero la mayoría de las acciones de sus bancos. Otras privatizaciones: el Hotel Presidente, comprado por uno de los grupos económicos más poderosos; la zona franca de San Bartolo, que pasó a ser propiedad de 18 empresarios; la empresa Cemento Maya, cuyas acciones fueron compradas por Cemento de El Salvador (Cessa), para en 2010 ser comprada por Holcim, empresa de capital suizo, etcétera, etcétera.

Nuevo tipo de praxis política

Esta guerra a las maras y la corrupción pertenece a un nuevo tipo de praxis política que se despoja de las viejas mañas del pasado y no le tiembla la mano para aplicar la justicia. Se argumentará que estas medidas cualquier político podría haberlas hecho, pero tal como en el huevo de Colón, solo uno puso de pie el huevo sobre la mesa.

Lo sorprendente del caso es que estas medidas son respaldadas por más del 90 % de la población salvadoreña, que apoya un segundo mandato del presidente Bukele, en las elecciones del próximo febrero.

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La oposición y grupos de intereses oscuros han orquestado a escala internacional una encendida apología de la delincuencia y la criminalidad bajo la mampara de defensa de los derechos humanos. La Organización de las Naciones Unidas (ONU), la Organización de Estados Americanos (OEA), Human Right Watch, Cristosal, Open Society y otras ONG que apoyan esta campaña carecen de autoridad, ética, representatividad y dignidad. La mayoría, aparte de ser obsoletos artilugios de la Guerra Fría, están harto desprestigiadas a escala mundial, como es el caso de la ONU, incapaz de resolver el conflicto ruso-ucraniano, o de la OEA, cuyos miembros han creado otro organismo más representativo y justo, la Comunidad de Estados Americanos y del Caribe (Celac). Para consumo interno, en El Salvador, estos organismos proveen financieramente el «modus vivendi» y jugosas asignaciones a un grupo de vividores dizque «defensores de los derechos humanos», «periodistas incómodos» y oenegeteros profesionales en vender humo.

No puedo hablar, a diferencia de la oposición, en nombre de todos los comunicadores, pero como escritor, académico, periodista y, sobre todo, como ciudadano, estas falacias de violaciones a los derechos humanos y a la libertad de expresión no me dicen nada. No reflejan las últimas encuestas, donde el 92 % de la población apoya estas medidas en defensa de los derechos humanos de las grandes mayorías, que están funcionando idóneamente.

Son tiempos de crisis existencial para una clase política, ARENA-FMLN, que fracasó producto de su corrupción, ineficacia y mentalidad antediluviana. Aunque enarbolen la defensa de los derechos humanos de los criminales, no solo son rechazados por la población, son odiados, y la prueba será su desaparición en los comicios de 2024

Guerras culturales ponen a las empresas estadounidenses a la defensiva. AFP. Julio de 2023

Boicotear una cerveza, atacar productos que celebran a la comunidad LGBTQ y criticar a los accionistas por promover la diversidad: ante las crecientes críticas de los conservadores, las empresas estadounidenses están dando marcha atrás en sus iniciativas corporativas progresistas.

Consumidores de ideas conservadoras llamaron a un boicot contra la cerveza Bud Light después de que la compañía se asociara con una «influencer» transgénero.

Por lo general, una protesta de este tipo tiene poco impacto, pero esta vez las ventas se desplomaron. Bud Light perdió incluso en las últimas semanas su posición como la cerveza más vendida en Estados Unidos en detrimento de Modelo Especial, según Bump Williams Consulting.

Anheuser-Busch InBev, la empresa matriz de Bud Light, lanzó rápidamente una contraofensiva de marketing con un anuncio patriótico que mostraba paisajes estadounidenses, seguido por una campaña que destacaba a sus empleados.

La cadena de supermercados Target, por su parte, optó por retirar ciertos artículos comercializados para el Mes del Orgullo debido a las amenazas que recibieron sus empleados.

Y en las asambleas anuales de accionistas, el número de resoluciones que se oponen a la inclusión de criterios ambientales, sociales y de gobernanza (ESG) de las empresas -particularmente sobre diversidad- se ha más que duplicado en los últimos tres años, según el Instituto de Inversiones Sostenibles (SII).

Reacción a Trump

Si bien este tipo de resoluciones suelen obtener muy pocos votos, están teniendo repercusiones.

Larry Fink, director de la gestora de activos BlackRock, que ha promovido inversiones sostenibles en los últimos años, dijo recientemente en una conferencia en Colorado, que dejó de usar el término «ESG» porque se ha politizado demasiado.

Esta nueva vigilancia se extiende al mundo del deporte: después de que algunos jugadores expresaran su reticencia a usar los símbolos del arcoíris, la Liga Nacional de Hockey decidió que los equipos ya no deberían usar camisetas especiales que apoyen los derechos LGBTQ porque se habían convertido en una «distracción».

«La tensión de navegar entre grupos de personas que piensan muy, muy diferente siempre ha estado ahí», dijo Alison Taylor, especialista en ética corporativa de la Universidad de Nueva York.

Pero la situación ha cambiado a medida que la vida política se ha ido polarizando cada vez más, agregó.

Las corporaciones «se involucraron en cuestiones controvertidas en 2017-2018, cuando hubo mucha resistencia organizada a (Donald) Trump; esto parecía una muy buena manera de atraer a los jóvenes y generar valor para los accionistas», dijo.

Aunque la perspectiva de lograr un cambio real en temas como el aborto y el control de armas ya no parece posible en el ámbito político, los jóvenes han llegado a creer que pueden ejercer presión a través de las empresas, señala Taylor.

Política en la oficina

A diferencia de sus mayores, para quienes la implicación política se reduce a las urnas o a las donaciones a los partidos, los más jóvenes «son más proclives a llevar su política a la forma de invertir, de comprar, incluso a su oficina», afirma David Webber, especialista en activismo inversor de la Universidad de Boston.

Las reacciones a algunas iniciativas de las empresas han sido amplificadas por líderes políticos, incluido el gobernador de Florida y candidato presidencial de 2024, Ron DeSantis, quien atacó a Disney por algunas de sus posiciones progresistas.

Y DeSantis no está solo.

«Organizaciones conservadoras», financiadas en parte por empresas del sector del petróleo y el gas, «comenzaron una campaña para aprobar leyes en diferentes estados para abordar las prácticas de ESG», dijo Webber.

Hasta ahora, los resultados han sido mixtos.

«Algunas empresas pueden, al menos, alejarse de parte de la retórica sobre ESG. Pero hemos visto muy poca reasignación seria de activos», dijo.

Impulsadas por clientes, accionistas y empleados, las empresas no tienen más remedio «que involucrarse en algunos asuntos políticos», dijo a la AFP Daniel Korschun, especialista en marketing de la Universidad de Drexel.

Sin embargo, «las personas realmente comienzan a reaccionar negativamente cuando sienten que las están presionando demasiado», como fue el caso de la controversia de Bud Light, agregó.

«Hay un equilibrio muy delicado entre defender una causa y presionar demasiado», dijo.

En respuesta, «muchos directivos están retrocediendo hasta que puedan descifrar este nuevo terreno en el que se encuentran», agregó.

Postmodernidad en el mundo contemporáneo. Humberto Orozco Barba. 1975

Presentación

En esta publicación se encuentra el resultado del análisis del postmodernismo como una forma de pensamiento filosófico y de la postmodernidad como un rasgo sociológico, característico de la sociedad contemporánea.

Los trabajos que aquí se presentan fueron expuestos en el simposio «¿Postmodernidad? El pensamiento en el mundo contemporáneo», encuentro realizado en el Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Occidente ( I T E S O ) durante los días 4, 5 y 6 de noviembre de 1993.

A tal postmodernidad, como fenómeno polivalente, se le ha caracterizado en lo social como una actitud de goce superficial frente a la vida, como un punto de vista estético que vuelve irónico el mundo a partir del ornato y el pastiche. Se le ha considerado también en términos sociológicos como una etapa histórica de rompimiento o superación de la modernidad.

Sin embargo, como afirma Fernando Leal Carretero, es en el pensamiento filosófico y científico donde se han dado grandes batallas por las consideraciones sobre el postmodernismo en el mundo, el ser, la estética, la ética y el conocimiento mismo.

Justamente es en el primer ensayo donde Leal Carretero presenta una brillante puesta en escena del postmodernismo en la filosofía.

Aunque las interpretaciones históricas sobre el inicio del postmodernismo como pensamiento sobre el mundo son variadas, hay quienes creen que, como fenómeno social, la postmodernidad históricamente inicia a partir de la década de los sesenta de este siglo, con los movimientos por la libertad y la revolución sexual; otros ubican su comienzo en los años cincuenta con la aparición de la televisión, o un poco antes, con la masificación de la radio. Finalmente, algunos críticos de arte lo ubican en los ochenta.

Para clarificar el concepto de lo postmoderno. Leal Carretero se acerca primero a lo moderno y propone, para ubicar a la modernidad, regresar al siglo XVII , donde la ciencia y la filosofía moderna nacen juntas, siendo Descartes la figura decisiva.

El postmodernismo en filosofía, nace entonces, bajo los embates de la ciencia moderna, cuando comienza a haber una crítica sostenida al pensamiento cartesiano, y esto ocurre por vez primera en los Estados Unidos alrededor de 1865.

La tesis principal de Leal Carretero es que el postmodernismo en filosofía es un resultado directo de la aparición de la ciencia moderna: la de Galileo, Newton, Lavoisier y Darwin.

Es decir un fenómeno que se viene gestando desde hace siglos, que explota en el nuestro y que ha influido sin duda en la filosofía.

El postmodernismo ha anunciado el fin de la filosofía, ha anunciado otras muertes, y es que el tono del post permite pensar que estamos más allá de algo, que en el caso de la filosofía, es superación de la filosofía moderna de Descartes.

En «Entre la ironía y la autofagia», Leal Carretero ha puesto sobre la mesa de la reflexión dos conceptos que están en la raíz de lo postmoderno en filosofía: por un lado la ironía como elemento positivo, junto con la solidaridad y contingencia utilizados por Rorty, y que resumen lo mejor del pragmatismo en el postmodernismo.

Por otro lado, la autofagia hace que los postmodernos se coman a sí mismos, y al intentar acabar con la filosofía, terminen nada más autodestruyéndose.

Hay que evitar el juicio de lo postmoderno, para tratar de entender. Y para entenderlo, ubicar sus antecedentes remotos y sus antecedentes más próximos. Estos últimos suelen situarse en Friederich Nietzsche.

Sin embargo, en una novedosa visión, Leal Carretero se ubica un poco antes, para afirmar que quien preparó como Nietzsche el terreno para muchas de las actitudes de lo postmoderno fue el químico, lógico y filósofo norteamericano Charles Sanders Peirce, el creador del pragmatismo.

Leal Carretero compara a los dos filósofos, Peirce y Nietzsche. Pero no lo hace desde cualquier ángulo, elige precisamente al estilo, porque para un filósofo postmoderno, el estilo es lo más importante, ya que el contenido se deconstruye.

A pesar de las grandes diferencias en el estilo, pone a Nietzsche y a Peirce, como los abuelos del postmodernismo en filosofía. Y traza las líneas del camino bifurcadas, de Peirce a James y a Dewey por un lado y de Nietzsche a Heidegger por el otro.

Detrás de la propuesta del pragmatismo se encuentra un movimiento antiesencialista típico del postmodernismo en filosofía.

Peirce y Nietzsche coincidirán en que las ciencias dependen de la lógica y las matemáticas y que éstas dependen de la ética y la ética depende de la estética.

De ahí el concepto pragmático de la verdad: «lo verdadero es lo útil». Pensamiento contrario a las concepciones trascendentalistas que consideran que detrás de los datos científicos siempre habrá algo más allá, un dios unser trascendente, verdad sublime, divina de la cual podríamos participar al través de la filosofía. Contra esto lucha el pragmatismo, pensando de una manera más naturalista, más darwiniana, más humilde.

Es entonces lo postmoderno, por lo menos desde Nietzsche, el regreso de la tragedia, de lo dionisiaco, de la música contra la moderna razón, apolínea e ilusoria. En los términos del pensamiento filosófico: contra la construcción de la metafísica. Con Heidegger: la posibilidad de interpretar de varias maneras el texto del mundo.

El movimiento más vigoroso de este siglo, el positivismo lógico, lo llevó así mismo a la autodestrucción. Leal Carretero reconstruye la línea que va de los positivistas lógicos, a Habermas, de éste a Derridá, Foucoult, Rorty y Lyotard. Es la idea de un consenso universal, contra la imposibilidad de esa pretensión.

Quedan puestas en evidencia la diversidad de posiciones frente al postmodernismo en filosofía. Para algunos será el fin del último sueño. Es decir, que no hay fin. Para Leal Carretero:

«no hemos perdido la posibilidad de soñar, nunca antes había habido tantos sueños; la diferencia es que ya no creo que mi sueño sea el mejor. No hay E L S U E Ñ O . » Y en parte es que regresamos a hacer universidad sin universalismos impuestos, sino con pluralismos universales.

En el artículo de Alfonso Ibáñez, «Modernidad y postmodernidad en la política», se introduce lo postmoderno como un fenómeno ambiguo, como un «estado de ánimo», «agotamiento del mundo moderno», «síntoma de la profunda crisis histórica y epocal de la modernidad».

Ibáñez advierte que en la postmodernidad ya no se trata de criticar, rescatar y potenciar, sino que se renuncia a la formulación de un proyecto total de transformación social. Al aspirar tan solo a la aceptación pragmática de la coexistencia conflictiva, las repercusiones políticas pueden llevar al escepticismo y la impotencia. Lo que a juicio de Ibáñez hoy se pone en cuestión, es el Estado-nación moderno, centralista, homogenizador de las aspiraciones humanas, que anula las diferencias y aplasta la creatividad social.

Frente a esa totalidad- Estado, lo postmoderno revaloriza lo fragmentario, lo plural y el derecho a las diferencias.

Un Estado que nace de la diversidad social y étnico cultural. Se pregunta cómo suscitar la cohesión en una pluralidad de combates al interior de un proyecto de articulación que respete las diferencias específicas. En este contexto, una revolución democrática implica la constitución de una pluralidad de espacios en los cuales se desenvuelvan las luchas sociales.

Finalmente el autor afirma, que un proyecto democrático socialista y si se quiere también «postmoderno», debería plantear por definición la posibilidad de muchos socialismos diferentes, sin «modelos» predeterminados. Debería significar —dice— «la Utopía que busca la realización de todas las utopías», citando a Agnes Heller.

Jaime Sánchez Susarrey hace una reflexión sobre la política y la modernidad. En su texto titulado «¿Del colapso del socialismo real al fin de la historia?», comienza con una discusión de la tesis de Francis Fukuyama en torno al fin de la historia y continúa con un análisis de la situación de México en el proceso de modernización.

Finalmente discurre sobre el fenómeno postmoderno y su importancia en la construcción de una sociedad moderna.

Después del largo periodo de competencia entre los sistemas socialista y capitalista, y de la caída del socialismo real; Fukuyama sugería que se había llegado al final en la sucesión de acontecimientos, de una historia entendida como única, evolutiva y coherente; habríamos llegado a una forma de organización social democrática y de economía de mercado, y así estaríamos llegando al fin del proceso evolutivo propuesto por Hegel y Marx.

Sánchez Susarrey sitúa el inicio de la modernidad como lo plantea Habermas, con los pensadores de la Ilustración. Ser moderno, en contraposición a los antiguos, a través de la ciencia moderna; donde el fin de la historia no es el fin de la evolución solamente, sino de una sociedad donde el hombre se ha reconciliado consigo mismo. En este caso a formas más racionales de organización social, en concreto economías de mercado y democracias.

Sánchez Susarrey plantea un cuestionamiento sobre las perspectivas de 1989 ante el fin de la guerra fría; ¿han permitido que las sociedades que abandonaron el socialismo real, hayan podido acceder a formas de organización democráticas y de economías de mercado eficientes y que encontraran formas de convivencia más o menos civilizada? Responde que ha habido un fracaso, por lo menos en algunas regiones, en un proceso mundial eminentemente contradictorio.

Por otra parte, la desintegración de la URSS, ha permitido abatir el peligro de la confrontación nuclear con la desaparición de la especie humana. También ha posibilitado firmas de paz y nuevos entendimientos en América Latina y Medio Oriente.

Pero al mismo tiempo, en Europa han resucitado viejos fantasmas, flagelos del racismo intolerante; nacionalismo beligerante; integrismos y fundamentalismos. Por un lado tolerancia, acuerdos amistosos, por el otro intolerancia. Esto ha creado el desencantamiento de las perspectivas que ofrecía el fin de la bipolaridad en el mundo.

La democracia y la economía de mercado han sido vistas como un triunfo de los esquemas de organización que para Sánchez Susarrey no tienen más discusión.

Después de la conclusión de la guerra fría, el fin de la historia demuestra que la historia no es lineal; que el progreso es incierto.

La noción de progreso está en crisis porque existe una clara conciencia de los desastres ecológicos que no permiten pensar en un mejoramiento de los niveles de vida y bienestar del mundo en su conjunto, es la pérdida de la fe en un mundo ascendente.

Una idea de la historia es que ya no hay certidumbres y por ello es una idea de la postmodernidad. Pero la postmodernidad entendida en los términos de Agnes Heller y Férenc Fehér; no como un período histórico o tendencia cultural o política con características bien definidas, sino como el tiempo y el espacio privado colectivo, dentro del tiempo y el espacio más amplio de la modernidad, delimitada por aquellos que quieren ponerla a prueba. Los que han elegido vivir en la postmodernidad, viven no obstante entre modernos y premodernos.

La postmodernidad no es una negación de la razón, ni una negación de principios como la democracia, el individualismo o la economía de mercado. Se trata de una relativización de los mismos. Es una visión tolerante de la moral y la política, es la imposibilidad de establecer una jerarquía de las culturas en la historia; por lo tanto no plantea a la civilización occidental como la civilización rectora o paradigmática.

No admite soluciones completas y definitivas a los problemas de la justicia social, la ecología, la pobreza. Esto niega la posibilidad de que un partido político encabece la utopía única y asume que hay que mejorar, a sabiendas de que no es posible solucionar todo. Finalmente, la postmodernidad implicaría que se aceptaran las diversidades culturales y por lo tanto la tolerancia.

Llevada a su extremo, la postmodernidad como visión relativista no podría prescindir de los valores racionalistas de la modernidad, lo anterior en razón de que además de la tolerancia, aceptaría los desastres contra los derechos humanos como los de Hitler. La visión de los derechos humanos, requiere de una jerarquización de los valores de Occidente al tiempo que se ponen en cuestión.

La consecuencia política de la visión postmoderna, es el relativismo, el abandono del principio de una sociedad absolutamente libre y feliz; es la relativización del punto de vista propio y la admisión de la necesidad de que existan otros puntos de vista diferentes al propio. En suma, la tolerancia es un principio fundamental de esta visión. Signo de la postmodernidad seríatambién la secularización de las formas de organización políticay religiosa.

Arturo Chavolla, en su artículo «La mejor de las historias posibles», considera que la humanidad parece haber encontrado en el presente siglo, «un sistema económico y una organización social ideal: el capitalismo moderno».

Para este sistema y esta organización el fin del siglo significa el fin de las ideologías y el triunfo «definitivo» del liberalismo económico y político, frente al comunismo y al fascismo. Se trata del «triunfo de Occidente».

No asistimos simplemente al fin de la guerra fría, sino al fin de la historia, al punto final de la evolución ideológica de la humanidad y a la universalización de la democracia liberal occidental.

La historia universal desemboca en el liberalismo y esta es «la mejor de las historias posibles». Considera que en el mundo actual, existen países que están aún en el proceso histórico y otros que ya viven en un momento posthistórico, estos últimos están caracterizados por tener una democracia liberal, economía de mercado, renunciación a la fuerza para arreglar las diferencias entre los estados, paz interna y orden social.

Por su parte los países situados todavía en la historia, no tienen democracia liberal, carecen de una economía de mercado y consideran que la fuerza soluciona los conflictos entre los estados.

La propuesta de la democracia liberal afirma que todos los conflictos serán arbitrados y deliberados; que la libertad de empresa asegurará el equilibrio de las sociedades y de los consumidores, que razonablemente se pondrán de acuerdo. Que la convivencia entre la ciencia y el mercado relegará finalmente a la ideología y a la guerra.

Sin embargo Chavolla afirma que frente a la pobreza radical, el racismo o la desigualdad entre naciones, poco o nada se podrá hacer. Que pese a todo el triunfalismo de la democracia liberal, nada puede asegurar un capitalismo para la eternidad. Marca dos errores de esta ideología: la exageración sobre la previsibilidad de la historia y la permanencia del momento presente. «Los fuertes seguirán haciendo lo que puedan, y los débiles intentarán hacer lo que deben.»

Chavolla, finalmente, niega que el liberalismo sea el fin de la política, que asistamos al fin de la historia, que el fin de las ideologías implique el fin de la lucha de clases; que la desnacionalización y la privatización del mercado vayan a conducir a la democracia. «Lo que sí es de esperarse es que la historia misma desbaratará esta teoría del ‘fin de la historia'». «La historia no tiene un fin, antes al contrario, no termina nunca de terminar

Juan Carlos Henríquez, en «Postmodernismo y liberalismo. ¿Filialidad o parasitación?», sugiere no reducir la fenomenología y el análisis del postmodernismo al ámbito «anímico-cultural», incluso ni siquiera dejarlo en las consideraciones filosóficas o sociológicas de trazo diacrónico. Propone contemplar el corte «sincrónico» y es en este sentido que ubica lo que se ha dado en llamar neoliberalismo.

Su trabajo busca respuestas a las preguntas: ¿es el neoliberalismo una criatura, expresión del postmodernismo, o más bien el neoliberalismo es parásito del postmodernismo?; ¿es el post- modernismo un hijo o un parásito potencial del neolibcralismo?

Para Henríquez, el neoliberalismo explica el fenómeno eco- nómico y el postmodernismo el cultural. El principal indicador de lo moderno y en el que lo postmoderno basa su crítica es «la terquedad de lo uno y el imperativo de lo perfecto». El motor de lo postmoderno en cambio propone la «pluriversalidad y la modestia».

Renunciar a la pretensión de lo uno es afirmar la convivencia articulada de lo múltiple. Renunciar a la idea de lo perfecto es descargar al hombre del yugo del deber ser perfecto, del progreso, del futuro, del proyecto. Se trata de la «desprometeización» para que los hombres estén contentos con su condición humana.

Respecto del neoliberalismo, Juan Carlos Henríquez sugiere que éste tiene su propio discurso, el económico; con implicaciones subordinadas en el orden político, ideológico y social. Proyecto unitario, pragmático, de sumisión y subordinación.

«Conformación del concierto de las naciones en torno a un solo bloque hegemónico», por supuesto, el bloque del capital (Estados Unidos-Japón-Alemania). El subtexto de este macrodiscurso es el del progreso como finalidad de la historia. Un progreso puesto en la acumulación, a diferencia de un progreso puesto en la distribución del proyecto moderno socialista.

Los paradigmas del texto neoliberal para el autor son: un mundo uniforme; el sentido del progreso como acumulación de capital; la monosonoridad en lo ideológico; el imperio conceptual: de la igualdad de oportunidades como igualdad de resultados, que confiere mayor valor al concepto que a la realidad.

La síntesis es: «perfección es igual a progreso, y progreso es igual a capital». Frente a lo cual Henríquez concluye que «estamos frente a un gran proyecto económico cuyo fin es el de la modernidad y no el del postmodcrnismo».

La última parte de su trabajo Juan Carlos Henríquez la dedica a un análisis del neoliberalismo en México. En su camino para insertarse en el proyecto de acumulación de capital, México subordina las esferas política y social al terreno de lo económico, puesto que la urgencia es «recuperación y estabilidad»; es pues una estrategia de subordinación.

Identifica esta lógica, con el pragmatismo: «lo verdadero y conducente es lo útil». Describe el papel de las esferas económica, política y social en el neoliberalismo y propone los rasgos postmodernos como un malestar y un desencanto de lo moderno.

Crisis del sujeto de cambio; vacío teórico en ciencias sociales; renuncia a la aspiración transformista; caída de utopías y proyectos unitarios; dcscredibilidad en la democracia partidista y devaluación de lo numérico; pulverización de la masa y fin de la historia, del sentido como orientación al futuro y al sentido como participio, como experiencia en el presente.

En resumen, propone al postmodernismo como un caso particular de inmunidad contra la gran marcha modernizadora y liberal. Henríquez, ofrece una sutil esperanza de sobrevivencia al postmodernismo frente al fenómeno que contradice y con el que convive, el neoliberalismo.

Luis José Guerrero Anaya, en su trabajo «Religión y cultura en América Latina», enumera una serie de rasgos predominantes del pensamiento postmoderno en la religión y su relación con la cultura de América Latina: el desencanto de la razón, que ya no puede decirnos qué es la realidad; la aceptación de la pérdida de fundamento, contra el ideal moderno de la fundamentación, para abrirse a una nueva episteme que es indeterminada, discontinua y plural; el rechazo de los grandes relatos, como oposición frontal a los universalismos disciplinadores, para defender los contextos locales con sus particularidades —los relatos se mantendrán, pero desaparecerán los proyectos unitarios— y la entrega a la vivencia de la heterogeneidad en las formas de vida, con consensos locales y temporales.

El fin de la historia, como la emancipación de la multiplicación de los horizontes de sentido; la estetización general de la vida como política, esto es, el gozo y abandono al océano de la vida sin ánimo posesivo.

Para Guerrero Anaya, en la esfera de lo religioso en occidente hay un ambiente de fin del mundo. «Las grandes masas, expulsadas de los sistemas sociales funcionales y concentradas como productos de la desintegración de las sociedades rurales en las desordenadas urbes del Tercer Mundo, han perdido, quizá para siempre, la visión religiosa que los vinculaba indisolublemente a la naturaleza».

Del otro lado están lo monopolizadores del poder y el capital religioso. «Ellos creen, ante la desbandada apocalíptica y el descrédito de los dogmas, que los tornillos deben ser apretados», han reforzado los controles de la ortodoxia y tratado con rigidez las expresiones culturales y teológicas. Este control a veces ha llegado a la represión, tanto en la Iglesia católica, como en las demás iglesias, que cada vez se vuelven más integristas.

Por otra parte, la religión y la moral se vuelven cada vez más un asunto completamente privado. «Lo religioso se ha disuelto en otros campos, de tal manera que actualmente ya no se ve con precisión dónde termina el espacio sobre el cual dominan los clérigos y dónde empieza el de los psicólogos, los médicos, los sexólogos, los trabajadores sociales, que se han convertido en nuevos sacerdotes que poseen el monopolio de los bienes de la salvación

El secularismo ha avanzado más en las clases altas y también el abandono de las prácticas religiosas. El catolicismo ha respondido con una teología de la afirmación para remachar los dogmas

de siempre, el culto de siempre en su forma más tradicional. Las masas pauperizadas del continente se aferran a las sectas y esoterismos. Pero no porque crean convencidamente en ellas, sino porque es lo único que les queda ante la pérdida de la identidad social e individual más terrible de todos los tiempos.

Luis José Guerrero se pregunta: «¿Quién es un niño de la calle, quién una mujer que habita en una favela, quién un drogadicto de Bogotá al que se puede matar a mansalva y sin consecuencia alguna? tal parece que para las iglesias establecidas tampoco son nadie.»

En el artículo «El mito de la pirámide» Isaac Broid ubica al mito como el alimento de «las historias de la historia», como cimiento de nuevas eras, nuevos órdenes y esperanzas; como celebraciones del triunfo de las fuerzas creadoras sobre las destructoras. Toma como ejemplo la imagen de la pirámide de Cholula, en nuestro país. La idea de la historia como capas sucesivas tal parece que cambia a raíz de la llamada postmodernidad.

En el contexto del fin de las historias: «somos la conclusión de todas las (historias) anteriores», y como síntesis, podemos hacer uso de ellas según nuestra conveniencia. Somos la pirámide sobre la pirámide, más aún, «somos la iglesia sobre la pirámide que está sobre la pirámide que está sobre la pirámide que está sobre la pirámide», explicará Isaac Broid.

Para Broid, el postmodernismo es una fase más de un proceso que surge en el renacimiento. Es decir, el comienzo del fin de los dioses y el surgimiento del dios mayor, el hombre. Y en estos dos límites —el fin de la historia y el fin de lo divino— se mueve el postmodernismo en la arquitectura: «Se representa en el espacio, por un lado, mediante el uso indiscriminado de formas y estilos mal llamados históricos. Por otro lado, creando objetos y espacios donde el juego lúdico, el placer de crear sin ninguna otra condición es lo único que rige la creación…».

Isaac Broid, se interna en los movimientos de la arquitectura moderna y pondera las críticas de los arquitectos postmodernos.

Se apoya en la propuesta Habermasiana, «una nueva apropiación crítica del proyecto moderno», para expresar la necesidad de establecer una mediación entre las formas de la civilización moderna occidental y la cultura local, las técnicas universales y los ámbitos regionales. Sin embargo, evita satanizar al postmodernismo como un todo, «caeríamos en el mismo error de algunos historiadores del movimiento moderno».

Por su parte, Jesús Rábago, en «El doble juego de la post modernidad en la arquitectura», califica como válidas las preocupaciones de la postmodernidad, pero afirma que sus pro- puestas van más a expresar «caprichos absurdos, que proyectos pertinentes.»

Y es que la postmodernidad se ha contentado con mostrar las insuficiencias de la modernidad, sin ofrecer alternativas. En eso consiste su doble juego. Para Rábago, la referencia común y constante de algunos de estos arquitectos, es el Kitsch,

«objetos con formas banales, bonitas, cursis, dulces, postizas, y sin lugar a dudas exitosas entre una buena parte de la población.»

Con Bruno Zevi habla del pastiche de la arquitectura historicista, con Habermas la llama postmoderna, con Milán Kundera la llama Kitsch y con Charles Jencks, cursi. Rábago advierte que existe una cierta tendencia sumamente grave, a identificar cualquier posición crítica hacia la modernidad como postmoderna.

Desde el punto de vista de los usuarios, la preocupación más importante para los arquitectos postmodernos, es llenar de significación los edificios que proyectan. «Parten del supuesto

de que el movimiento moderno produce lugares vacíos, o en cualquier caso pobres de significado para los usuarios». El resultado, son fachadas Kitsch, notablemente incongruentes con los espacios interiores y con nuestras propias experiencias de vida cotidiana.

La arquitectura postmoderna hará énfasis en la primacía de la imaginación, la intuición y el deseo, contra la razón moderna, que parece demasiado inhibidora, «ellos quieren ir más allá de la razón, pero en realidad no la desarrollan, sino la contradicen…es una antimodernidad», asienta el autor.

Finalmente, para los modernos «el proceso para definir la forma de los espacios parte de la función hacia la fantasía», por lo que los arquitectos modernos muestran las plantas de sus edificios, en cambio la arquitectura postmoderna trata de invertir el proceso y centra su atención en fachadas desbordantes de sentimentalismo.

El artículo termina con una referencia a la técnica de construcción y con la discusión sobre si las formas se desarrollan junto con las características de los materiales y no independientemente de ellas; sobre si se ha de experimentar con los materiales contemporáneos, pese a los riesgos, como lo ha hecho la arquitectura moderna.

Sin embargo, para el autor, «la arquitectura postmoderna trata de no arriesgar en el uso de nuevos materiales y técnicas de construcción, y aprovecha el desarrollo industrial consolidado para manipularlo de acuerdo a sus propios fines».

En el último artículo, titulado «¿Es posible un humanismo en sentido postmoderno?», Humberto Orozco Barba plantea desde la filosofía la relación entre el humanismo y el postmodernismo. Aborda el problema del sentido de la historia, la postmodernidad y su inextrincable relación con la modernidad.

Hace hincapié en el papel de la comunicación en la era postmoderna e insiste en las condiciones de posibilidad para la convivencia entre un humanismo—abierto, de tolerancia y de pluralidad heterotópica— con el postmodernismo. Finalmente hace un recuento de las esperanzas y las críticas posibles de un humanismo postmoderno.

Este libro no hubiera sido posible sin el concurso de muchas personas que acompañaron con entusiasmo su largo proceso de gestación. Todo comenzó con la iniciativa de un diálogo universitario que con el tiempo se transformó en un simposio y, poco después, en memoria de papel, en texto escrito.

Como siempre, detrás de estas empresas hay mucha gente.

Primero, en la organización de la discusión académica que aunque tardía, puesto que el debate sobre la postmodernidad se había iniciado ya en los ochenta, era necesaria; segundo, en la conformación del texto y sus contenidos. Encabezando estos ministerios estuvieron Carlos Corona Caraveo, quien impulsó el desarrollo del encuentro desde la dirección de la División de Ciencias del Hombre y del Hábitat del I T E S O , y Cecilia Herrera, responsable de publicaciones del Departamento de Extensión Universitaria de la misma universidad.

En otros planos participaron los coordinadores de las mesas de discusión, los coordinadores y diseñadores de los espacios arquitectónicos, los relatores, moderadores, coordinadores de arte, artistas y todo el equipo humano que trabajó en las transmisiones de televisión que llegaron a todo el país, al sur de los Estados Unidos y Centroamérica. A todos ellos, muchas gracias.

La guerra contra las mujeres. Introducción. Rita Laura Segato. 2016

Tema uno: la centralidad de la cuestión de género

Es en franco estado de asombro que redacto la presentación para el volumen de Traficantes de Sueños que reúne textos y conferencias de la última década (2006-2016).

A pesar de lo que afirmo en ellos, no puede dejar de sorprenderme que las maniobras recientes del poder en las Américas, con su retorno conservador al discurso moral como puntal de sus políticas antidemocráticas —2016: Macri en Argentina, Temer en Brasil, el «No» uribista y corporativo en Colombia, el desmonte del poder ciudadano en México y Trump en los Estados Unidos—, acaben por demostrar de forma irrefutable, por la relevancia de la embestida familista y patriarcal en sus respectivas estrategias, la apuesta interpretativa que recorre y confiere unidad al argumento construido a lo largo de estas páginas.

En efecto, la presión desatada en todo el continente por demonizar y tornar punible lo que acuerdan en representar como «la ideología de género»  y el énfasis en la defensa del ideal de la familia como sujeto de derechos a cualquier costo transforma a los voceros del proyecto histórico del capital en fuentes de prueba de lo que he venido afirmando: que, lejos de ser residual, minoritaria y marginal, la cuestión de género es la piedra angular  y eje de gravedad del edificio de todos los poderes.

Brasil es el país en el que la relevancia del discurso moral de la política de los dueños se vuelve más transparente, ya que la destitución —impeachment— de la presidenta electa se realizó en el Congreso Nacional con una mayoría de votos proclamados públicamente «en nombre de Dios» o «Jesús» y por el «bien de la familia».

Son precisamente nuestros antagonistas en la historia quienes acabaron demostrando la tesis central de estas páginas, al instalar la demonización de la «ideología de género» como punta de lanza de su discurso.

Hablo aquí de un «retorno conservador al discurso moral» porque se verifica un repliegue con relación al discurso burgués del periodo post-guerra fría, caracterizado por un «multiculturalismo anodino» que, como he defendido en otra parte, sustituyó el discurso antisistémico de la era política anterior por el discurso inclusivo de los Derechos Humanos del periodo de la construcción de las «democracias» latinoamericanas post-dictatoriales (Segato 2007 a).

La pregunta que se impone en este momento es: por qué razón y a partir de qué evidencias los think-tanks del Norte geopolítico parecen haber concluido que la fase actual demanda mudar el rumbo de la década anterior, en la que endosaron un multiculturalismo destinado a originar élites minoritarias —de negros, de mujeres, de hispánicos, de LGBTs, etc.— sin modificar los procesos de generación de riqueza, ni los patrones de acumulación / concentración y, por consiguiente, sin alterar el creciente abismo entre pobres y ricos en el mundo.

En otras palabras, si la década benigna de la «democracia multicultural» no afectaba la máquina capitalista, sino que producía nuevas élites y nuevos consumidores, ¿por qué ahora se hace necesario abolirla y decretar un nuevo tiempo de moralismo cristiano familista, sospechosamente afín a los belicismos plantados por los fundamentalismos monoteístas de otras regiones del  mundo?

Probablemente porque si bien el multiculturalismo no erosionó las bases de la acumulación capitalista, sí amenazó con corroer el fundamento de las relaciones de género, y nuestros antagonistas de proyecto histórico descubrieron, inclusive antes que muchos de nosotros, que el pilar, cimiento y pedagogía de todo poder, por la profundidad histórica que lo torna fundacional y por la actualización constante de su estructura, es el patriarcado.

En mi condición de antropóloga, con la escucha etnográfica como mi caja de herramientas, estas páginas componen una etnografía del poder en su forma fundacional y permanente, el patriarcado. Aflora aquí el mandato de masculinidad como primera y permanente pedagogía de expropiación de valor y consiguiente dominación.

Pero ¿cómo etnografiar el poder, con su estrategia clásica del pacto de silencio sellado entre pares, raramente falible en cualquiera de sus escenas —patriarcal, racial, imperial, metropolitana—?

Solo podemos conocerlo por la regularidad de algunos de sus efectos, que no permiten orientarnos hacia el desciframiento de adónde se dirige su proyecto histórico (Segato 2015a).

La violencia patriarcal, es decir, la violencia misógina y homofóbica de esta plena modernidad tardía —nuestra era de los derechos humanos y de la ONU— se revela precisamente como síntoma, al expandirse sin freno a pesar de las grandes victorias obtenidas en el campo de la letra, porque en ella se expresa de manera perfecta, con grafía impecable y claramente legible el arbitrio creciente de un mundo marcado por la «dueñidad», una nueva forma de señorío resultante de la aceleración de la concentración y de la expansión de una esfera de control de la vida que describo sin dudarlo como paraestatal, por las razones que explico especialmente en el segundo ensayo de este volumen.

En esos crímenes, el capital, en su forma contemporánea, expresa la existencia de un orden regido por el arbitrio, exhibiendo el espectáculo de la posibilidad de una existencia sin gramática institucional o, en otras palabras, de falencia institucional inevitable ante niveles de concentración de riqueza sin precedentes.

Al constatar el ritmo en que ocurre en esta fase del capital la concentración de riqueza, sugiero en el tercer ensayo, que se ha vuelto insuficiente hablar de «desigualdad», como lo hacíamos en el discurso militante del período antisistémico de la guerra fría, porque el problema hoy es de «dueñidad» o señorío.

Y no está resultando fácil, después de un periodo de eslóganes multiculturales que parecían potentes, entender por qué al proyecto histórico de los dueños le resulta tan caro y, al parecer, indispensable, predicar y reinstalar en la sociedad un fanatismo patriarcal militante que parecía haberse ausentado para siempre.

En América Latina ha aparecido recientemente la expresión «ideología de género» como categoría de acusación. Inclusive con un proyecto de ley federal en Brasil llamado «Ley de la Escuela Sin Partido» a la espera de votación en el Congreso Nacional, aunque ya en vigencia en algunos estados como ley estadual (en el estado de Alagoas, por ejemplo).

En esa ley, el parágrafo único del primer artículo establece la prohibición en la educación de «la aplicación de los postulados de la teoría o ideología de género» y de «cualquier práctica que pueda comprometer, precipitar o orientar la maduración y el desarrollo en armonía con la respectiva identidad biológica de sexo».

El extraordinario empeño en el campo del «género» por parte de la nueva derecha, representada por las facciones más conservadoras de todas las iglesias, a su vez representantes del empresariado extractivista recalcitrante actuando en el agro-negocio y en las mineras, es, por lo menos, enigmático. ¿Qué se intenta al vigilar de esa forma la obediencia a la moral conservadora de género? ¿Hacia dónde apunta esta estrategia?

Repentinamente, después de un episodio en que vi agredida y amenazada mi propia presencia como conferencista en la Pontificia Universidad Católica de Minas Gerais por un sector de la ultraderecha católica con sede en España,  percibí con susto que el estilo truculento y el espíritu de los argumentos se aproximaba a algo que ya conocía, porque evocaba, con relación a la posición de las mujeres, el patrullismo y la avidez persecutoria del funda- mentalismo islámico, que he considerado, en otra parte, como la versión más occidentalizada del Islam, por su naturaleza reactiva y, por lo tanto, derivativa con respecto a Occidente en su emulación del esencialismo identitario y racializador de la modernidad occidental (Segato 2008).

Pasé a preguntarme entonces si no estaríamos testimoniando el intento de plantar y hacer cundir entre nosotros el embrión de una guerra religiosa semejante a la que viene destruyendo Oriente Medio, justamente en tiempos en que, como sugiero en el segundo ensayo, la decadencia política y económica del imperio le deja la guerra como único terreno de superioridad incontestable.

Tema dos: pedagogía patriarcal, crueldad y la guerra hoy

En el presente volumen, permanecen mis formulaciones iniciales sobre género y violencia (Segato 2003): 1) la expresión «violencia sexual» confunde, pues aunque la agresión se ejecute por medios sexuales, la finalidad de la misma no es del orden de lo sexual sino del orden del poder; 2) no se trata de agresiones originadas en la pulsión libidinal traducida en deseo de satisfacción sexual, sino que la libido se orienta aquí al poder y a un mandato de pares o cofrades masculinos que exige una prueba de pertenencia al grupo; 3) lo que refrenda la pertenencia al grupo es un tributo que, mediante exacción, fluye de la posición femenina a la masculina, construyéndola como resultado de ese proceso; 4) la estructura funcional jerárquicamente dispuesta que el mandato de masculinidad origina es análoga al orden mafioso; 5) mediante este tipo de violencia el poder se expresa, se exhibe y se consolida de forma truculenta ante la mirada pública, por lo tanto representando un tipo de violencia expresiva y no instrumental.

Permanece aquí, también y a pesar de todo el debate reciente sobre este tema, mi convicción de que el patriarcado, o relación de género basada en la desigualdad, es la estructura política más arcaica y permanente de la humanidad.

Esta estructura, que moldea la relación entre posiciones en toda configuración de diferencial de prestigio y de poder, aunque capturada, radicalmente agravada y transmutada en un orden de alta letalidad por el proceso de conquista y colonización, precede sin embargo, como simple jerarquía y en un patriarcado de baja intensidad o bajo impacto, a la era colonial-moderna.

La expresión patriarcal-colonial-modernidad describe adecuadamente la prioridad del patriarcado como apropiador del cuerpo de las mujeres y de éste como primera colonia.

La conquista misma hubiera sido una empresa imposible sin la preexistencia de ese patriarcado de baja intensidad, que torna a los hombres dóciles al mandato de masculinidad y, por lo tanto, vulnerables a la ejemplaridad de la masculinidad victoriosa; los hombres de los pueblos vencidos irán así a funcionar como pieza bisagra entre dos mundos, divididos entre dos lealtades: a su gente, por un lado, y al mandato de masculinidad, por el otro.

El género es, en este análisis, la forma o configuración histórica elemental de todo poder en la especie y, por lo tanto, de toda violencia, ya que todo poder es resultado de una expropiación inevitablemente violenta.

Desmontar esa estructura será, por eso mismo, la condición de posibilidad de todo y cualquier proceso capaz de reorientar la historia en el sentido demandado por una ética de la insatisfacción (Segato 2006).

He descrito en otra parte este cristal arcaico, de tiempo lentísimo, a pesar de plenamente histórico, con la expresión pre-historia patriarcal de la humanidad (Segato 2003).

Sustenta mi afirmación de su precedencia y universalidad la constatación de la existencia de una fórmula mítica de dispersión planetaria que relata un momento, ciertamente histórico —ya que si no fuera histórico no aparecería hoy en la forma de narrativa— en que la mujer es vencida, dominada y disciplinada, es decir, colocada en una posición de subordinación y obediencia.

No solo el relato bíblico del Génesis, sino una cantidad inmensa de mitos origen de distintos pueblos cuentan también la misma y reconocible historia. En el caso de Adán y Eva, el acto de comerse la manzana retira a ambos de su playground edénico de placeres irrestrictos y hermandad incestuosa, y castiga a ambos… conyugalizándolos.

Mitos dispersos en todos los continentes, Xerente, Ona, Baruya, Masai, etc., incluyendo el enunciado lacaniano de un falo que es femenino pero que el hombre «tiene», leído aquí en clave de mito, nos hablan de un evento fundacional, temprano, porque común (Segato ibídem).

Podría tratarse de la transición a la humanidad, en el momento en que ésta emerge todavía una, antes de la dispersión de sus linajes y de la proliferación de sus pueblos, durante la era en que la prominencia muscular de los machos se transformaba en la prominencia política de los hombres, en la larga transición de un programa natural a un programa civilizatorio, es decir, histórico. La hondura temporal ha compactado lo que podría ser un relato histórico en una síntesis mítica.

Eso lleva a pensar que mientras no desmontemos el cimiento patriarcal que funda todas las desigualdades y expropiaciones de valor que construyen el edificio de todos los poderes —económico, político, intelectual, artístico, etc.—, mientras no causemos una grieta definitiva en el cristal duro que ha estabilizado desde el principio de los tiempos la prehistoria patriarcal de la humanidad, ningún cambio relevante en la estructura de la sociedad parece ser posiblejustamente porque no ha sido posible—.

Por eso, la relación de género, su estructura, que no es otra hasta hoy que el orden patriarcal fundado en el principio de la historia, muestra ahora como nunca su drama y su urgencia, a pesar de todos los esfuerzos en el campo jurídico-institucional moderno. Esto nos lleva al tema de la mutación colonial de esta estructura y, hacia el presente, a la cuestión de la colonialidad permanente de los Estados criollo-republicanos en nuestro continente.

Con el proceso de conquista y colonización, un viraje o vuelta de tuerca exacerba el patrón jerárquico originario. Abordo ese proceso especialmente en el cuarto capítulo de este volumen. El hombre con minúscula, de sus tareas y espacio particulares en el mundo tribal, se transforma en el Hombre con mayúscula, sinónimo y paradigma de Humanidad, de la esfera pública colonial-moderna.

Adopto la expresión «moderno», precedido por el término «colonial», para expresar, siguiendo el giro decolonial con que Aníbal Quijano ha inflexionado la conciencia histórica y sociológica, la necesidad del evento «americano» como condición de posibilidad de la modernidad, así como también del capitalismo (Segato 2015 b).

A partir de esa mutación histórica de la estructura de género, al mismo tiempo que el sujeto masculino se torna modelo de lo humano y sujeto de enunciación paradigmático de la esfera pública, es decir, de todo cuanto sea dotado de politicidad, interés general y valor universal, el espacio de las mujeres, todo lo relacionado con la escena doméstica, se vacía de su politicidad y vínculos corporados de que gozaba en la vida comunal y se transforma en margen y resto de la política.

El espacio doméstico adquiere así los predicados de íntimo y privado, que antes no tenía, y es a partir de esa mutación que la vida de las mujeres asume la fragilidad que le conocemos, su vulnerabilidad y letalidad se establecen y pasan a incrementarse hasta el presente.

Visto a través de ese prisma, el Estado muestra su ADN masculino, pues resulta de la transformación de un espacio particular de los hombres y su tarea específica —la política en el ámbito comunitario, intercomunitario y, más tarde, ante el frente colonial y el Estado nacional— en una esfera englobante de toda la realidad y secuestradora de todo lo que se pretende dotado de politicidad.

La genealogía de esa esfera englobante «universal y pública» proviene de aquel espacio particular de los hombres transformado a través del proceso de instalación y expansión de la colonial-modernidad. La matriz dual y reglada por la reciprocidad muta en la matriz binaria moderna, en la cual toda alteridad es una función del Uno y todo Otro tendrá que ser digerido a través de la grilla de un referente universal.

Este proceso de mutación de la relación masculino-femenino de jerárquica a englobante es acompañada por una transformación en el campo y significado de la sexualidad, como he argumentado anteriormente (Segato 2015 c) y como revisito en el tercer capítulo de este volumen. El acceso sexual se ve contaminado por el universo del daño y la crueldad —no solo apropiación de los cuerpos, su anexión qua territorios, sino su damnación—.

Conquista, rapiña y violación como damnificación se asocian y así permanecen como ideas correlativas atravesando el periodo de la instalación de las repúblicas y hasta el presente. La pedagogía masculina y su mandato se transforman en pedagogía de la crueldad, funcional a la codicia expropiadora, porque la repetición de la escena violenta produce un efecto de normalización de un pasaje de crueldad y, con esto, promueve en la gente los bajos umbrales de empatía indispensables para la empresa predadora —como Andy Warhol alguna vez dijo en una de sus célebres citas: the more you look at the same exact thing, the more the meaning goes away, and the better and emptier you feel—.

La crueldad habitual es directamente proporcional al aislamiento de los ciudadanos mediante su desensitización.

Como afirmo en ese mismo capítulo, en la actual fase apocalíptica del capital, la aceleración concentradora hace caer por tierra la ficción institucional, que antes ofrecía una gramática estable para la vida social.

Más que «desigualdad» es la idea de un señorío, en una refeudalización de territorios gigantescos, lo que lanza su garra sobre los últimos espacios comunes del planeta. Y es precisamente la sombra de la sexualidad como daño que ofrecerá su lenguaje para los pactos de lucro escondidos en lo que llamo, en el segundo ensayo del volumen, segunda realidad.

Porque el pacto y el mandato de masculinidad, si no legitima, definitivamente ampara y encubre todas las otras formas de dominación y abuso, que en su caldo se cultivan y de allí proliferan. Lo que dije sobre Ciudad Juárez es también aplicable a la lógica de la trata y la reducción a la esclavitud sexual: en su espacio sombrío y dañino se sellan todos los secretos mafiosos que hoy pavimentan el camino de la acumulación.

La trata con fines de esclavitud sexual de nuestro tiempo —distinta en diversos aspectos, como sostengo en la entrevista incluida como Anexo, de la que asoló los países de inmigración en las primera décadas del siglo XX— ilustra esta idea, pues su rendimiento no reside meramente en la contabilidad del lucro material que de ella se extrae, sino en lo que ella cobija, en términos de los pactos de silencio y complicidad que a su sombra se consolidan.

Economías simbólica y material entreveradas, como argumento en el primer ensayo, en las que el cuerpo de las mujeres hace de puente entre lucro en peculio y capacidad de dominio jurisdiccional expresado en un orden moral en el que el acceso sexual cimienta el mancomunamiento de los dueños al garantizarles la capacidad da dañar impunemente.

Los dos primeros ensayos del volumen sugieren que en la trata y en los feminicidios propios del orden bélico mafioso y de la esfera paraestatal que se expande en el continente no es únicamente la materialidad del cuerpo de la mujer lo que se domina y comercia, sino su funcionalidad en el sostenimiento del pacto del poder. Será por eso, posiblemente, que no se puede abolir ese comercio, material y simbólico, a pesar de todos los esfuerzos.

Sin duda esto tiene su papel en las guerras informales contemporáneas, y en su «feminización» y carácter profanador apuntados como metodología de las nuevas formas de la guerra por diversos autores que cito. He constatado, en el peritaje antropológico de género que realicé para el Caso Sepur Zarco de sometimiento a esclavitud sexual y doméstica de un grupo de mujeres maya q’eqchi’es de Guatemala, cómo ese «método» de destrucción del cuerpo social a través de la profanación del cuerpo femenino tuvo un papel importante en la guerra genocida del Estado autoritario en los años ochenta (Segato 2016).

Una estrategia «de manual de guerra», que nada tuvo que ver con el orden jerárquico de un patriarcado de baja intensidad propio de los hogares campesino-indígenas. La potencia expresiva de la letalidad moral de la guerra sobre el cuerpo de las mujeres y su carácter deliberado, programado por los estrategas en sus laboratorios y ejecutado quirúrgicamente por una secuencia de mandos, fue evidente y revela ese papel de la posición femenina en las guerras mafiosas o represivas, que expanden la esfera de control para-estatal sobre las poblaciones.

Por otro lado, en tiempos de crueldad funcional y pedagógica, es en el cuerpo de la mujer —o del niño— que la crueldad se especializa como mensaje, porque en un imaginario arcaico no representan la posición del antagonista bélico sino del tercero «inocente» de la tareas de guerra. Es por eso que en ellos, como víctimas sacrificiales, se sella el pacto de complicidad en el poder y se espectaculariza su arbitrio exhibicionista. Por el carácter público de este tipo de violencia feminicida, que no puede ser referido a agresiones de fundamento vincular, propongo el término femigenocidio, en el quinto texto del volumen.

Agrego aquí, sin embargo, que por las intersecciones que resultan entre las distintas formas de opresión y discriminación existentes, podríamos combinar la categoría amefricanidade de la gran pensadora negra brasileña prematuramente fallecida, Lélia Gonzalez, y hablar de amefricafemigenocidio; y también la categoría juvenicidio, utilizada por Rossana Reguillo y otros autores mexicanos (Valenzuela 2015; Reguillo 2015), para montar amefricajuvenifemigenocidio, que designa la ejecución cruel y sacrificial no utilitaria sino expresiva de soberanía, acto en que el poder exhibe su discrecionalidad y soberanía jurisdiccional.

En suma, los crímenes del patriarcado expresan las formas contemporáneas del poder, el arbitrio sobre la vida de los dueños, así como una conquistualidad violadora y expropiadora permanente, como prefiero decir en el tercer capítulo por resultar un término más verdadero que colonialidad, especialmente después de concluir, a partir de situaciones como la guerra represiva guatemalteca, la situación de la Costa Pacífica de Colombia o el martirio del pueblo Guaraní Kaiowa en Mato Grosso, entre otros espacios del continente, que es falso pensar que el proceso de la Conquista un día concluyó.

A la pregunta sobre cómo se detiene la guerra, referida al escenario bélico informal contemporáneo que se expande en América Latina, he respondido: desmontando, con la colaboración de los hombres, el mandato de masculinidad, es decir, desmontando el patriarcado, pues es la pedagogía de la masculinidad lo que hace posible la guerra y sin una paz de género no podrá haber ninguna paz verdadera.

Tema tres: lo que enmascara la centralidad del patriarcado como pilar del edificio de todos los poderes

Lo que enmascara la centralidad de las relaciones de género en la historia es precisamente el carácter binario de la estructura que torna la Esfera Pública englobante, totalizante, por encima de su otro residual: el dominio privado, personal; es decir, la relación entre vida política y vida extra-política.

Ese binarismo determina la existencia de un universo cuyas verdades son dotadas de valor universal e interés general y cuya enunciación es imaginada como emanando de la figura masculina, y sus otros, concebidos como dotados de importancia particular, marginal, minoritaria. El hiato inconmensurable entre lo universalizado y central, por un lado, y lo residual minorizado, por el otro, configura una estructura binaria opresiva y, por lo tanto, inherentemente violenta de una forma en que otros órdenes jerárquicos no lo son.

Justamente por esta mecánica de minorización en la estructura binaria de la modernidad, afirmo en el quinto ensayo del volumen, que los crímenes contra las mujeres y la posición femenina en el imaginario patriarcal colonial-moderno no acaban de encontrar su justo lugar en el Derecho, ni alcanzan su pleno carácter público jamás.

En ese sentido, inclusive, podríamos arriesgar la idea, a ser desarrollada en otra parte, de que la quema de brujas en el medioevo europeo no equivale a los feminicidios contemporáneos, pues aquella representaba una pena pública de género, mientras los feminicidios contemporáneos, aunque sean realizados en medio del fragor, espectáculo y ajustes de cuentas de las guerras para-estatales, nunca alcanzan a emerger de su captura privada en el imaginario de los jueces, procuradores, editores de medios y la opinión pública en general.

Por eso podemos afirmar que la modernidad es una gran máquina de producir anomalías de todo tipo, que luego tendrán que ser tamizadas, en el sentido de procesadas por la grilla del referente universal y, en clave multicultural, reducidas, tipificadas y clasificadas en términos de identidades políticas iconizadas, para solamente en ese formato ser reintroducidas como sujetos posibles de la esfera pública (Segato 2007).

Todo lo que no se adapte a ese ejercicio de travestismo adaptativo a la matriz existente —que opera como una gran digestión— permanecerá como anomalía sin lugar y sufrirá la expulsión y el destierro de la política. Es de esa forma que la modernidad, con su Estado oriundo de la genealogía patriarcal, ofrece un remedio para los males que ella misma ha producido, devuelve con una mano y de forma decaída lo que ya ha retirado con la otra y, al mismo tiempo, substrae lo que parece ofrecer.

En ese medio, la diferencia radical, no tipificable ni funcional al pacto colonial-moderno-capitalista, no puede ser negociada, como sí puede y es constantemente negociada en el medio comunitario propio de los pueblos amefricanos del continente.

La modernidad, con su precondición colonial y su esfera pública patriarcal, es una máquina productora de anomalías y ejecutora de expurgos: positiviza la norma, contabiliza la pena, cataloga las dolencias, patrimonializa la cultura, archiva la experiencia, monumentaliza la memoria, fundamentaliza las identidades, cosifica la vida, mercantiliza la tierra, ecualiza las temporalidades (ver un conjunto de críticas afines en el volumen organizado por Frida Gorbach y Mario Rufer, 2016)

El camino, por lo tanto, no es otro que desenmascarar el binarismo de esta matriz colonial-moderna, replicada en múltiplos otros binarismos, de los cuales el más citado es el de género, y hacerlo desmoronar, abdicando de la fe en un Estado del que no se puede esperar que pueda desvencijarse de su constitución destinada a secuestrar la política de su pluralidad de cauces y estilos.

Esto es especialmente verdadero para el medio latinoamericano en el que los estados republicanos fundados por las élites criollas no representaron tanto un quiebre con relación al periodo de la administración colonial, como la narrativa mítico histórica nos ha hecho creer, sino una continuidad en la que el gobierno, ahora situado geográficamente próximo, se estableció para heredar los territorios, bienes y poblaciones antes en poder de la administración ultramarina.

Las así llamadas independencias no fueron otra cosa que el repase de esos bienes de allá para acá, pero un aspecto fundamental permaneció: el carácter o sentimiento siempre exterior de los administradores con relación a lo administrado.

Esta exterioridad inherente a la relación colonial agudiza la exterioridad y distancia de la esfera pública y del Estado con relación a las gentes, y lo gobernado se vuelve inexorablemente marginal y remoto, agravando el hiato del que hablo y la vulnerabilidad de la gestión como un todo.

Nuestros estados fueron arquitectados para que la riqueza repasada pudiera ser apropiada por las élites fundadoras; hasta hoy la vulnerabilidad a la apropiación es la característica de su estructura, de forma que, cuando alguien no perteneciente a esas élites ingresa al ámbito estatal, se transforma en élite como efecto inexorable de formar parte de ese ámbito de gestión siempre exterior y sobrepuesto.

La crisis de la fe cívica se vuelve inevitable. De hecho, el sujeto fundador de las repúblicas de nuestro continente, es decir, el «criollo», no es tal paladín de la democracia y la soberanía como la historia publicita, sino el sujeto de cuatro características que refrendan su exterioridad con relación a la vida: es racista, misógino, homofóbico y especista.

Así como del argumento desarrollado en el cuarto ensayo del volumen surge una inversión para la célebre fórmula inclusiva de los Derechos Humanos «diferentes pero iguales» y, con base en la estructura explícitamente jerárquica de los mundos comunitarios, formula la alternativa: «desiguales pero diferentes».

Aquí sugeriré también un viraje en la comprensión de la consigna feminista de los años setenta «lo privado es político». El camino que propongo en el capítulo tercero no es una traducción de lo doméstico a los términos públicos, su digestión por la gramática pública para alcanzar algún grado de politicidad, sino el camino opuesto: «domesticar la política», desburocratizarla, humanizarla en clave doméstica, de una domesticidad repolitizada.

Los constantes fracasos de la estrategia de tomar el Estado, por fuerza o por elecciones, para reconducir la historia indican que ese podría no ser el camino: jamás se ha conseguido llegar a destino mediante la toma del Estado, pues la arquitectura estatal es la que acaba por imponer sobre sus operadores su razón de ser como sede de una élite administradora que, en nuestro caso es, además, colonial.

Que sea reconocida y reaprovechada la pluralidad de espacios y politicidades de diferente estilo que la vida comunal ofrece, al contemplar la diferencia entre la tarea política de los hombres —en la aldea, entre aldeas y frente al frente colonial—.

Mientras tanto, el camino es anfibio, dentro y fuera del campo estatal, con políticas intra y extra-estatales, de la propia gente organizada, reatando vínculos, reconstruyendo comunidades agredidas y desmembradas por el proceso de la intervención colonial estatal llamado «modernización».

Lo que debemos recuperar, al desmontar el binarismo público-privado, son las tecnologías de sociabilidad y una politicidad que rescate la clave perdida de la política doméstica, de las oiconomías (Segato 2007b), así como los estilos de negociación, representación y gestión desarrollados y acumulados como experiencia de las mujeres a lo largo de su historia, en su condición de grupo diferenciado de la especie, a partir de la división social del trabajo.

Hubo derrotas, sin duda. Pero mayor es la derrota contemporánea de los dueños en el camino hacia la catástrofe a que su enemistad con la vida los condujo. No se trata de esencialismo y sí de una idea de historias en plural, de una pluralidad histórica, en la que sociedades de distinto tipo y estructura han construido sus proyectos, dentro de los cuales también las metas de felicidad y bienestar y formas de acción en clave femenina y masculina se han diferenciado.

Las mujeres podemos recuperar esa politicidad en clave femenina, y los hombres pueden sumarse y aprender a pensar la política de otra forma. Podría ser el principio de una nueva era, la cual, en realidad, ya está dando señales; la puesta en marcha de un nuevo paradigma de la política, quizás el principio del fin de lo que he llamado en otra parte «pre-historia patriarcal de la humanidad» (Segato 2003)

Al final, las feministas nos hemos esforzado a lo largo de la historia de nuestro movimiento por recrear sororidades, en el sentido de blindajes de los espacios nuestros, olvidando o quizás desconociendo que esos blindajes siempre han existido en el mundo comunal, hasta ser desalojados por la captura de toda asociación, representación y tarea de gestión en una esfera que ha totalizado la política y que se encuentra modelada «a imagen y semejanza» de las instituciones del mundo de los hombres.

La historia de los hombres es audible, la historia de las mujeres ha sido cancelada, censurada y perdida en la transición del mundo-aldea a la colonial-modernidad.

La idea de un totalitarismo de la esfera pública, para usar la forma en que lo expreso en el cuarto capítulo, y la crisis de la fe estatal resultante, conduce aquí a una breve mención de un problema vinculado al fatal equívoco de la fe estatal. Me refiero a lo que opto por describir como autoritarismo de la utopía, aun a sabiendas de que toco sensibilidades muy consolidadas a lo largo de la historia del monoteísmo cristiano y de las convicciones socialistas (no olvidemos que «de buenas intenciones está pavimentado el camino al infierno»).

Concepciones de una sociedad futura perfecta, a la que una eficaz apropiación del Estado y control administrativo deberían conducirnos triunfalmente, nunca han dejado de tornarse autoritarias.

La utopía no puede evitar un efecto autoritario, por eso, como ya sugerí anteriormente (Segato 2007), lo mejor es retirar los ojos de la abstracción utópica, evolucionista y eurocéntrica proyectada en un futuro cuya real indeterminación e incerteza se presume pasible de control, para dirigirlos a las experiencias concretas que los pueblos de organización comunitaria y colectiva todavía hoy, y entre nosotros, ponen en práctica para limitar la acumulación descontrolada y cohibir la grieta de desigualdad entre sus miembros.

La única inspiración posible, porque no está basada en una ilusión de futuro diseñada a priori por la neurosis de control característica de la civilización europea, es la experiencia histórica concreta de aquellos que, aun después de 500 años de genocidio constante, deliberaron y enigmáticamente eligieron persistir en su proyecto histórico de continuar siendo pueblos, a pesar de habitar en un continente de desertores como el nuestro —desertores de sus linajes no blancos y de su pertenencia a un paisaje humano e histórico amefricano— (ver Sahlins 1972, sobre sociedades que decidieron no almacenar excedente y no dar lugar a la emergencia de las clases ociosas, y Clastres 1974, sobre las sociedades que decidieron contra la emergencia del Estado como estructura de control).

Aun en medio de las grandes metrópolis latinoamericanas, vemos las lecciones de los que persisten tejiendo comunidad.

Tema cuatro: hacia una política en clave femenina

Buscar inspiración en la experiencia comunitaria, es decir, no repetir el reiterado error estratégico de pensar la historia como un proyecto a ser ejecutado por el Estado, se presenta como la alternativa a todos los experimentos que han venido fracasando a lo largo de la historia. Retejer comunidad a partir de los fragmentos existentes sería entonces la consigna.

Eso significa, también, recuperar un tipo de politicidad cancelada a partir del secuestro de la enunciación política por la esfera pública, y la consecuente minorización y transformación en resto o margen de la política de todos aquellos grupos de interés que no se ajusten a la imagen y semejanza del sujeto de la esfera pública, a cuya genealogía y constitución me referí más arriba y especialmente en el capítulo cuarto.

Ese estilo de hacer política que no forma parte de la historia de la gestación de la burocracia y el racionalismo moderno tiene su punto de partida en la razón doméstica, con sus tecnologías propias de sociabilidad y de gestión.

La experiencia histórica masculina se caracteriza por los trayectos a distancia exigidos por las excursiones de caza, de parlamentación y de guerra entre aldeas, y más tarde con el frente colonial. La historia de las mujeres pone su acento en el arraigo y en relaciones de cercanía.

Lo que debemos recuperar es su estilo de hacer política en ese espacio vincular, de contacto corporal estrecho y menos protocolar, arrinconado y abandonado cuando se impone el imperio de la esfera pública.

Se trata definitivamente de otra manera de hacer política, una política de los vínculos, una gestión vincular, de cercanías, y no de distancias protocolares y de abstracción burocrática.

Necesitamos restaurar no solamente los hilos de memoria a que la apreciación de nuestra corporalidad racializada en el espejo nos remite, deshaciendo mestizajes, como argumenté anteriormente (Segato 2015d), sino también rescatar el valor y reatar la memoria de la proscrita y desvalorizada forma de hacer política de las mujeres, bloqueada por la abrupta pérdida de prestigio y autonomía del espacio doméstico en la transición a la modernidad.

Pero sin caer en el voluntarismo, ya que no todo colectivo de dimensiones pequeñas y relaciones cara a cara es una comunidad. Es ese el error de los ejercicios de economía solidaria y de justicia restaurativa, pues cuando un colectivo se organiza con un fin instrumental como, por ejemplo, suplir carencias en momentos de escasez o resolver conflictos, se disuelve apenas el problema que vino a solucionar se ve resuelto, como se ha visto para el caso de Argentina después de la crisis del 2001.

Una comunidad, para serlo, necesita de dos condiciones: densidad simbólica, que generalmente es provista por un cosmos propio o sistema religioso; y una autopercepción por parte de sus miembros de que vienen de una historia común, no desprovista de conflictos internos sino al contrario, y que se dirigen a un futuro en común.

Es decir, una comunidad es tal porque comparte una historia. En efecto, el referente de una comunidad o un pueblo no es un patrimonio de costumbres enyesadas, sino el proyecto de darle continuidad a la existencia en común como sujeto colectivo (Segato 2015d y 2015e).

El deseo de un estar en conjunción, en interlocución, es lo que hace a una comunidad, además de la permanente obligación de reciprocidad que hace fluir diferentes tipos de recursos entre sus miembros. Es posible pensar que las iglesias neo-pentecostales y evangélicas literalistas, cuyas gerencias controlan la voluntad de números crecientes de poblaciones latinoamericanas, han sabido precisamente hacer la mímesis de las tecnologías comunitarias de sociabilidad y sustituir los antiguos y deshechos conjuntos por otros nuevos y vaciados de su sentido de arraigo e historia (Segato, 2007b).

Retejer comunidad significa alistarse en un proyecto histórico que se dirige a metas divergentes con relación al proyecto histórico del capital. Aquí la religión o lo que he llamado «cosmos propio» juega un papel considerable. Lo comprendí enseñando en un barco-universidad llamado SS Universe administrado por la Universidad de Pittsburgh, en el que universitarios norteamericanos de familias ricas y destinados muchos de ellos a ocupar cargos públicos en el futuro se matriculan para realizar un semester at sea en el que obtienen los créditos de diversas materias mientras dan la vuelta al mundo.

En el año 1991, debido a los peligros de la Guerra del Golfo, el transatlántico fue obligado a cambiar su curso y fui contratada como docente entre los puertos de Caracas y Salvador, Bahía. Mi rol allí fue enseñar a los jóvenes que harían puerto en Salvador justo el primer día de Carnaval sobre lo que había sido el tema de mi tesis doctoral en los años ochenta: las religiones afro-brasileñas (Segato, 1995).

Durante una de mis clases, un señor que se encontraba asistiendo me pidió la palabra. Se la concedí y, dándome la espalda, asumió la autoridad de profesor y, dirigiéndose a los estudiantes, les dijo: «es por este tipo de religiones que yo les digo que estos países no podrán progresar, porque ellas son disfuncionales al desarrollo». Inmensa fue mi conmoción al escucharlo.

Incalculable la lección, que, naturalmente, en mi caso, tomó inmediatamente la dirección contraria a la que el respetable señor se había propuesto. Salí de la clase preguntando por la identidad de esa enigmática persona que tanto había celado por la buena formación de los alumnos ante una peligrosa lección de religión africana en el Brasil.

Supe así que se trataba de un político que había sido tres veces gobernador del Estado de Colorado y ahora dirigía el Instituto de Políticas Públicas de la Universidad de su estado —izquierda al Norte, derecha al Sur—. Para siempre entendí que ciertos «cosmos» y espiritualidades, muy lejos de ser «el opio de los pueblos», constituyen, ciertamente, vallas disfuncionales al capital.

De forma algo esquemática, es posible tipificar lo funcional y lo disfuncional al capital en el mundo hoy en términos de dos proyectos históricos divergentes: el proyecto histórico de las cosas y el proyecto histórico de los vínculos, dirigidos a metas de satisfacción distintas, en tensión y en última instancia incompatibles.

Para tornar más gráfica esta idea usaré como referencia las imágenes documentales y los relatos que circulan en el dominio público sobre la peregrinación de los migrantes latinoamericanos al país del Norte, atravesando México en el tren La Bestia. Llaman intensamente la atención los testimonios, accesibles en ese material documental pero también, en mi caso, oídos en presencia de sus protagonistas a lo largo de por lo menos tres eventos internacionales dedicados al tema.

El relato tiene una estructura recurrente: los migrantes suben al tren, algunos caen y se lastiman, un número de ellos quedan amputados de algún miembro, las mujeres son todas inescapablemente violadas como en el cumplimiento de una cláusula pétrea, numerosos migrantes son capturados, esclavizados y obligados a trabajar en fincas o para la trata, a uno y otro lado de la Gran Frontera, muchas veces durante años.

Al final de esta odisea con sus probaciones extremas, que incluyen también el pago de altas cifras a los coyotes o atravesadores, los migrantes resultan frecuentemente capturados y devueltos a su lugar de origen. Y ¿qué hacen en números considerables? Pues vuelven a empezar la travesía otra vez…

El abordaje habitual es la explicación por la expulsión de sus lugares de origen debido a la carencia material y a las guerras mafiosas. En mi caso, después de ver durante días imágenes de lo que aquí describo, he pensado de otra forma y lo arriesgo como una apuesta para la compresión de este raro y compulsivo fenómeno de nuestro tiempo y de nuestro continente, ya que no me refiero a los pueblos expulsados de sus países de origen por las guerras en Oriente Medio.

Me aventuro a enfatizar el factor de atracción por encima del factor de expulsión, pero no sin revisar las ideas de abundancia, falta e investimento libidinal como construcciones de una época histórica y de una fase apocalíptica del capital con características particulares, ya apuntadas por Deleuze en su crítica spinoziana al freudismo.

Porque es la abundancia que produce la falta, demoliendo lo que anteriormente satisfacía y colmaba la vida. En el lugar de partida se encuentra la intemperie resultante de las relaciones de confianza y reciprocidad en proceso de desgaste, desprestigio y ruptura por el efecto interventor de la modernización y las presiones del mercado supra-regional.

Rotos los vínculos, impuesta una carencia que no es meramente material sino una intemperie social, la pulsión se desvía y es chupada por lo que elijo llamar «el mundo de las cosas», la región «donde las cosas están». Un nuevo tipo de culto de cargo se impone como mística: la mística de un paraíso exuberante de mercancías y su estética.

Es el fetiche del Norte o, mejor dicho, el fetichismo del Norte como reino de las mercancías, que va interviniendo y forzando su entrada en la pluralidad de cosmos del planeta. Lo que captura al continente hacia el Norte es el magnetismo de una fantasía de abundancia, de un fetichismo de la región de la abundancia, aplicado sobre psiquismos que fluctúan en un vacío de ser, en un espacio que se ha tornado desprovisto de su magnetismo propio, antes garantizado por los placeres y obligaciones de la reciprocidad.

Psiquismos chupados por el mundo de las cosas a partir de la falencia múltiple de sus lazos de arraigo. Y para coronar este gráfico, viene a la memoria la fantástica escena de la película Purgatorio: un viaje al corazón de la frontera, dirigida por Rodrigo Reyes, en la que vemos tres migrantes adheridos como por una electricidad a la cerca de barrotes metálicos que divide los dos mundos, y percibimos que los zombis de la filmografía reciente los replican adecuadamente: ellos son también ahora seres desgajados, solos, sin sangre propia, que se alimentan de la vitalidad imaginada de los habitantes del mundo de las cosas.

Este flujo pulsional hacia el mundo de las cosas de sujetos desgajados de territorios en que los vínculos perdieron su oferta y magnetismo exhibe la forma en que el deseo es producido por un exceso que se presenta como fetiche, es decir, mistificado y potente. Es así que el deseo de las cosas produce individuos, mientras el deseo del arraigo relacional produce comunidad.

Este último es disfuncional al proyecto histórico del capital, pues el investimento en los vínculos como forma de felicidad blinda los lazos de reciprocidad y el arraigo comunal y torna a los sujetos menos vulnerables al magnetismo de las cosas.

Solo con sujetos desgajados y vulnerables, el mundo de las cosas se impone: las lecciones de las cosas, la naturaleza cosa, el cuerpo cosa, las personas cosas, y su pedagogía de la crueldad que va imponiendo la estructura psicopática, de pulsión no vincular sino instrumental, como personalidad modal de nuestro tiempo.

Por eso sugiero que el camino de la historia será el de retejer y afirmar la comunidad y su arraigo vincular. Y por eso creo que la política tendrá que ser a partir de ahora femenina.

Tendremos que ir a buscar sus estrategias y estilo remontando el hilo de la memoria y los fragmentos de tecnologías de sociabilidad que están entre nosotros hasta recuperar el tiempo en que el espacio doméstico y sus formas de contacto interpersonal e inter-corporal no habían sido desplazados y clausurados por la emergencia de la esfera pública, de genealogía masculina, que impuso y universalizó su estilo burocrático y gestión distanciada con el advenimiento de la colonial-modernidad.

Este formato de la política y su razón de estado es por naturaleza monopólico e impide el mundo en plural. Impone la coherencia del uno a la política y digiere todo otro mediante la grilla de un referente universal. Mientras tanto, la práctica política femenina no es utópica sino tópica y cotidiana, del proceso y no del producto.

Un mundo en plural es un mundo probablemente no republicano, pero sí más democrático. Necesitamos recuperar lo que restó y existe en nuestros paisajes después del gran naufragio y reconstruir la vida. Al hacerlo, tendremos que ir componiéndole su retórica también, las palabras que nombran este proyecto femenino y comunitario por su historia y por sus tecnologías de sociabilidad, pues solo esa inscripción podrá defendernos de una retórica tan poderosa como es la del valor de los bienes y la cosificación de la vida.

Olinda, Pernambuco, 21 de noviembre de 2016.

Bibliografía

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The Beginning of the End for Putin? Prigozhin’s Rebellion Ended Quickly, but It Spells Trouble for the Kremlin. June 2023

Russia’s war against Ukraine has destroyed the mystique of Russian President Vladimir Putin as an untouchable autocrat.

Before February 24, 2022, Putin may have looked unscrupulous and aggressive, but through his military moves in Syria, Crimea, and beyond, he could seem like a capable strategist.

Then, in one stroke, he showed his ineptitude by invading a country that posed no threat to Russia and by failing again and again in his military enterprise—the latest example of which is the short-lived armed rebellion the mercenary leader Yevgeny Prigozhin carried out this weekend, which has just undermined Putin’s autocrat mystique.

Putin abetted the rise of Prigozhin and ignored the warning signs about Wagner, Prigozhin’s out-of-control private military company. As the Russian military struggled in Ukraine, Prigozhin’s star rose, reaching a high point when Wagner took the city of Bakhmut for Russia in May.

Prigozhin exploited the last remaining uncensored political space in Russia—the social media app Telegram—to address the Russian public. For months, he had been openly plotting a coup: carrying out public spats with the leadership of Russia’s military forces, offering populist critiques of the war effort, and casting doubt on Putin’s official justifications for the war that Putin himself has articulated.

And yet Moscow was nevertheless taken by surprise when Prigozhin asked his soldiers to rise up and join a rebellion against the Russian Ministry of Defense.

Putin’s hubris and indecisiveness have been the story of the war. They are now the story of domestic Russian politics. Whatever Prigozhin’s motives and intentions may be, his rebellion has exposed an acute vulnerability of Putin’s regime: its contempt for the common man.

Putin was too clever to let the war affect Moscow and St. Petersburg or to let it adversely affect the elite populations of these cities. Yet his very cleverness imposed a war of choice on the country’s nonelite populations. They have been dragged into a horrific colonial struggle, and when Moscow has not been reckless with their lives, it has often been callous.

Many soldiers still have no idea what they are fighting and dying for. Prigozhin came to speak for these men. He has no political movement behind him and no discernible ideology.

But by directly contradicting government propaganda, he highlighted the miserable situation at the front and the visible aloofness of an out-of-touch Putin, who enjoys hearing from the Ministry of Defense about Russian military glory.

If Putin’s contempt and the anger of Russian soldiers converge and come to symbolize the country Putin rules, the Kremlin is in real trouble even without a coup in the works. Prigozhin’s mutiny may be the first major challenge to the Putin regime, but it will not be the last.

His rebellion is likely to be followed by heightened repression in Russia. A nervous leader who inelegantly survived a domestic coup is more dangerous than a wartime autocrat who believes himself to be secure at home.

 

For the West, there is little to do apart from letting this political drama—which has some of the trappings of a farce—play out in Russia. The West has no interest in preserving the Putinist status quo, but neither should it seek a sudden toppling of the Putin regime.

For the West, upheaval in Russia may matter mostly for what it signifies in Ukraine, where the potential for instability in Russia may open fresh military options. Apart from exploiting these options in tandem with Kyiv, the West can do little more than start bracing itself for instability within and beyond Russia’s borders.

A HOUSE OF CARDS?

The irony of the Prigozhin insurgency is that it originated in Putin’s efforts to “coup proof” his regime. The foundation for Putin’s power has been a pro-Putin—or at least quiescent—Russian population.

On top of this solid foundation, there have always been rival factions among the elites and security services, which Putin played off against each other.

To keep this structure together, Putin has had to forestall popular discontent and keep the political elite in line. He preferred to work with men he had known from his KGB days in the 1980s and his days in the St. Petersburg government in the 1990s, which served as the launching point for his political career.

These men were loyal because they could enjoy wealth and power only with Putin at the helm. A greater risk to Putin were those who had gained access to the security services and the military yet were not longtime Putin cronies.

They had to be supervised and controlled through machinations so constant that they became routine. Other countries have a stock market that goes up and down. The Kremlin has an internal stock market, in which the political fortunes of the mighty rise and fall.

At first, the war continued this routine. Military leaders were shuffled in and out of positions in part because the war was not going well and in part because Putin had to make sure that no Napoleon could emerge from among the generals and challenge him.

Putin pitted Wagner and the Russian Ministry of Defense against one another, seeing which could achieve better results in Ukraine and seeking to check the power of the army and the minister of defense. Prigozhin counterbalanced the military high command, and he did what he was asked to do—taking the Ukrainian city of Bakhmut, for example, which to date remains Russia’s biggest battlefield success in the last year.

Prigozhin’s efficiency put pressure on the highly inefficient Russian military.

Putin could stand above it all as he had for years, the chess master expertly moving pieces. Or so it seemed, until someone came along and threw over the chessboard.

WATCH THE THRONE, WATCH YOUR BACK

The events of the past three days portend a dark future for Russia. In a few short hours, Prigozhin’s armed rebellion generated enormous chaos. The war has stretched Russian state capacity thin, and the revolt has stretched it still further, presenting Moscow with a new domestic challenge.

For years, the Kremlin has devised ways to head off a liberal, urban revolution. But it turned out the greater threat was an illiberal revolution: a highly militarized populist uprising driven not by cosmopolitan reformers but by Russian nationalists.

The top-down nationalism cultivated in the war could cut against the Putin regime, and Prigozhin may not be the last of his kind.

Prigozhin has proven that the fortress of Putinism can be assaulted. During this very brief rebellion, elites’ expressions of loyalty to Putin were near uniform, but they were remarkably flat. Other, cannier actors might learn from Prigozhin, melding his populism with a political program that has some purchase beyond mutinous mercenaries and that might attract a cadre within the Russian elite.

The elites in question would not be among the intelligentsia or the business world. They would be connected to the security services. Their motivations might be the spoils of power, a perception of Putin’s weakness, or a fear of a coming purge.

If Putin seems destined to be toppled, then there is an incentive to be the one who topples him—or at least to be close to that person. There is a comparable disincentive to wait, especially if Putin is bent on exacting revenge. Were a Night of the Long Knives to play out among Russian elites, it could consolidate powerful figures behind a plan to oust Putin.

 

Prigozhin’s rapid advance on Moscow could inspire other potential warlords or a string of disruptive political entrepreneurs seeking local advantage, none strong enough to unseat the tsar in Moscow but each eager to chip away at the power and prestige of the state.

The consequences could paralyze the government and weaken Russia’s military position in Ukraine. Over time, Prigozhin went from criticism of the war’s execution to criticism of the war’s purpose. What has now been said in the open—that a botched war may be an existential threat to Russia’s pride but not to Russia itself—cannot be unsaid.

PREPARE FOR THE WORST

Putin and his cronies might try to pin Prigozhin’s rebellion on outsiders. But even for a regime that has mastered the art of blaming the West, this would be a stretch. Washington has next to no leverage in domestic Russian politics, and it is not 1991, when President George H. W. Bush traveled to Ukraine and in his famed “chicken Kyiv” speech recommended that the revolution go slow.

Instability within Russia is not something that the United States can turn on or turn off. It can, however, be used to good effect on the battlefields of Ukraine.

What will follow this rebellion is an interlude of distraction, recrimination, and uncertainty, as Putin deals not only with the logistics of getting things back to normal but also with the humiliation he has just been dealt and the revenge he is likely to pursue. None of this will pass quickly.

Although Ukraine launched a long-awaited counteroffensive in recent weeks, it has not had a major military advance since November 2022.

In many places, Russian soldiers are dug in, and the counteroffensive has so far been slow going. Poised to attack Russian positions, Ukraine has high morale, an array of committed backers, and a clear strategic course. Without political instability, Russia’s military position in Ukraine is intrinsically precarious. With political instability, it might collapse.

Putin’s near-death experience amounts to a paradox for the United States and its allies. His regime represents an immense security problem for Europe, and his exit from the international stage, whenever it comes, will not be mourned. Yet a post-Putin Russia, which could come much sooner than had commonly been expected just a week ago, would call for great caution and careful planning.

Instability in Russia is unlikely to stay within Russia.

While hoping for the best, which would be an end to the war in Ukraine and a less authoritarian Russia, it makes sense to plan for the worst: a Russian leader more radical than Putin and more overtly right-wing and reactionary, someone perhaps with more military experience than Putin ever had, someone who has been shaped by the brutality of war.

In February 2022, Putin opted for a criminal war. It would be poetic justice for him to be the political victim of this war, but his successor cannot help but be the child of this war, and wars produce troubled children.

The United States and its allies will have to manage and mitigate the consequences of instability in Russia. In all scenarios, the West will need to seek transparency about the control of Russian nuclear weapons and the potential proliferation of weapons of mass destruction, signaling that it has no intention and no desire to threaten the existence of the Russian state. At the same time, the West must send a strong message of deterrence, focusing on the protection of NATO and its partners. Instability in Russia is unlikely to stay in Russia. It could spread across the region, from Armenia to Belarus.

Prigozhin’s mutiny has already inspired a spate of historical analogies. Perhaps this is Russia in 1905, the small revolution before the big one. Or perhaps it is Russia in February 1917, under political duress because of a war, as Putin himself alluded to.

Maybe it is the Soviet Union in 1991, making Putin into a version of Gorbachev, someone destined to lose an empire.

A better analogy places Prigozhin in the role of Stenka Razin, a rebel against tsarist power who mustered an army of peasants and attempted to march on Moscow from southern Russia in 1670–71.

Razin was eventually apprehended and quartered on Red Square. But he became a fixture of Russian political folklore. He had revealed weakness in the tsarist government of his time, and in the centuries to come, others took inspiration from his story. For Russia’s autocrats, it holds a clear lesson: even an unsuccessful rebellion plants the seed for future attempts.

El mundo en 2023: diez temas que marcarán la agenda internacional. CIDOB. Diciembre de 2022

2023 es el año que pondrá a prueba los límites individuales y colectivos: inflación, seguridad alimentaria, crisis energética, más presiones en la cadena de suministro y en la competición geopolítica global, la descomposición de los sistemas de seguridad y gobernanza internacional, y la capacidad colectiva para responder a todo ello.

Los impactos de esta permacrisis inciden directamente en el empeoramiento de las condiciones de vida de los hogares, y eso se traduce en un aumento del malestar social y las protestas ciudadanas, que irán a más. Se aceleran y profundizan las fracturas: geopolíticas, sociales y de acceso a los bienes básicos.

La guerra de Ucrania ha dejado al descubierto que, cuanto mayores son los riesgos que acompañan la confrontación geoestratégica, más obsoletos parecen los marcos de seguridad colectiva edificados para hacerles frente. Se agrava el desajuste entre medios, desafíos e instrumentos disuasorios.

Si la invasión rusa de Ucrania fue el escenario inesperado en 2022, que acabó determinando la aceleración del proceso de erosión del orden post-1945, es a partir de ahora que el mundo empezará a notar el verdadero alcance y profundidad del impacto global de la guerra.

No estamos solo ante una crisis de dimensiones ingentes, sino ante un nuevo proceso de cambio estructural que no sabemos aún dónde termina.

Como en una mesa de billar americano, la guerra en Ucrania es la bola blanca que ha impactado sobre las distintas transformaciones y crisis en curso que, proyectadas por la fuerza centrífuga que supone el nuevo escenario bélico, se mueven sobre el tablero, colisionando las unas con las otras, aumentado así la sensación de desorden y aceleración global, de incertidumbre geopolítica y de agitación social.

¿En qué momento se detendrá cada una de estas bolas que ahora están bajo el impacto de la confrontación armada en Ucrania? ¿Qué grado de desorden imperará en ese preciso momento? ¿Cuál podría ser­­, entre tanta crisis­, la bola negra que, si cae por la tronera antes de tiempo, derive en una nueva amenaza existencial?

Y, sobre todo, en este escenario continuado de vulnerabilidad e incertidumbre que se configura como la nueva normalidad, ¿qué respuestas colectivas están en construcción?

Como en un diagrama de Venn, todos estos cambios acelerados por la guerra en Ucrania se superponen o entrelazan, a veces forzados por la necesidad; otras, fruto de nuevas lógicas geopolíticas. Estamos ante conflictos que se entrecruzan y transiciones que parecían ir de la mano hacia la construcción de un mundo más sostenible y que ahora entran, momentáneamente, en colisión.

Es por eso que, en 2023, la permacrisis –elegida palabra del año 2022– abarca desde la desorientación estratégica de las potencias occidentales hasta la vulnerabilidad que siente buena parte de la población del planeta por el encarecimiento de los productos básicos y la incapacidad de proteger bienes comunes como los alimentos, la energía o el clima. La fragilidad impregna desde la seguridad colectiva a la supervivencia individual.

Todavía está por ver si 2023 será el año de la escalada –ya sea intencionada o accidental– o el momento de cimentar pequeñas desescaladas que rebajen la tensión geopolítica y su impacto económico. Pero el espejo de 2022 nos ha mostrado que cuanto mayores son los riesgos, más obsoletos están los marcos reguladores y los sistemas de protección que deben resguardarnos de tanta volatilidad.

1.    Aceleración de la competición estratégica

La guerra de Ucrania ha acelerado el cisma y la confrontación entre los grandes poderes globales. La tensión armamentística se ha añadido a la competencia comercial, tecnológica, económica y geoestratégica que ya definía las relaciones entre Estados Unidos y China y que se intensificará en 2023.

A pesar de ello, no estamos ante un mundo dividido en dos bloques estancos, sino en plena reconfiguración de alianzas, que obliga al resto de actores a resituarse ante las nuevas dinámicas de competición estratégica y a buscar espacios propios en una transformación que es global, pero que en 2023 seguirá teniendo su epicentro en Europa.

El concepto de rivalidad ha dejado de ser un tabú. Se asume como el nuevo estado de relación entre las grandes potencias. Sin embargo, ante esta bipolaridad entre China y Estados Unidos, muchos gobiernos preferirían no tener que elegir bandos y poder mantener relaciones fluidas en diferentes elementos o dimensiones del orden internacional liberal para aprovechar las oportunidades que emerjan de dicha competición en función de sus intereses nacionales.

Por eso, 2023 será también el año de los otros; el año en el que veremos con más claridad una aceleración en la competición estratégica de otras potencias que aspiran a ganar protagonismo manteniendo espacios de cooperación abiertos, tanto con Estados Unidos como con China o Rusia.

Será un año para seguir de cerca las estrategias de India o Turquía, la evolución de Arabia Saudí, o los cambios que puedan venir desde el Brasil de Lula da Silva y del último ciclo electoral en América Latina, un continente donde China ha ganado con creces la puja internacional por afianzar su peso e influencia.

En 2023 India presidirá el G-20 y la Organización de Cooperación de Shanghái. Narendra Modi estará a la cabeza de dos espacios de alianzas con objetivos divergentes, con una política exterior asertiva y en un año preelectoral, ya que en 2024 buscará revalidar su tercer mandato en las elecciones generales.

Las sanciones internacionales contra Rusia por la guerra en Ucrania han servido a Modi para convertirse en un agradecido importador del petróleo ruso. Y, a pesar de ello, el primer ministro indio no ha dudado en reprender a Vladimir Putin durante la cumbre de Samarkanda por la invasión de su país vecino, mientras se dejaba cortejar por algunas potencias occidentales en búsqueda de nuevos espacios de influencia en el Indopacífico.

La Turquía de Recep Tayyip Erdogan, que entrará en un complicado año electoral en 2023, es el ejemplo más claro de potencia regional ­que, siendo miembro de la OTAN, mantiene a la vez una proximidad con Rusia, con la que aspira a jugar un papel de mediador en el conflicto ucraniano.

Por su parte, Arabia Saudí ha empezado hace tiempo un replanteamiento profundo de su política exterior que, en 2023, conducirá a dos caminos distintos: por un lado, se especula con la posibilidad de que, tras la normalización de relaciones entre Riad y Tel Aviv, el país del Golfo pudiera plantearse, como siguiente paso, su adscripción a los acuerdos de Abraham; por el otro, el acercamiento de Arabia Saudí a los BRICS (Brasil, India, Rusia, China y Sudáfrica), que en su próxima cumbre en Sudáfrica prevén abordar una posible ampliación del grupo a nuevos miembros, daría al reino saudí una presencia reforzada en el Sur Global.

De momento, Irán, Argentina o Argelia son algunos de los aspirantes a esta adhesión a los BRICS y cuentan con el apoyo de Rusia. El régimen iraní también solicitó, el año pasado, su membresía a la Organización de Cooperación de Shanghái, que debería formalizarse en abril de 2023.

En este escenario de agitación geoestratégica de los otros, uno de los dilemas que pesará sobre la Unión Europea (UE) es si estará dispuesta a ocupar el vacío que deje una posible reducción del apoyo estadounidense a Ucrania. En los próximos meses, China y Estados Unidos empezarán a interrogarse por los costes, la duración y el grado de apoyo que están dispuestos a mantener en esta guerra.

La administración Biden es consciente de que la nueva mayoría republicana en la Cámara de Representantes, pero también un cierto cansancio en la opinión pública norteamericana, empiezan a sembrar dudas sobre la continuidad del nivel de ayuda que Estados Unidos ha ofrecido hasta ahora al gobierno de Kíev.

Por su parte, la capacidad de China para actuar en el exterior dependerá también de su capacidad para mantener la estabilidad en casa, alterada a finales de 2022 por las protestas contra la política de covid cero de Xi Jinping. A pesar de la «amistad sin límites» que Beijing y Moscú se declararon al empezar 2022 y el «apoyo mutuo para la protección de sus intereses fundamentales, la soberanía estatal y la integridad territorial», los cimientos de la alianza entre China y Rusia vendrán definidos, sobre todo, por los intereses estratégicos del gigante asiático.

Más allá de las nuevas alianzas, las urgencias energéticas también están acelerando cambios geopolíticos. La posición de la comunidad internacional frente a Irán y Venezuela, ambos productores de petróleo y gas, podría cambiar. Turquía, Francia y la propia Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) han expresado la necesidad de revisar las sanciones a ambos regímenes para aliviar la crisis del mercado energético.

A finales de noviembre de 2022, Estados Unidos levantó parte de las sanciones en el sector energético a Venezuela, en teoría, como respuesta al gesto de Nicolás Maduro de reanudar el diálogo con la oposición, pero también con la intención de añadir un jugador más al mercado energético. Irán, en cambio, va en sentido inverso. De la voluntad de cerrar, de nuevo, un acuerdo nuclear se ha pasado a la confrontación y la congelación de la vía diplomática, después de la represión de las protestas ciudadanas por parte del régimen y, sobre todo, por la venta de drones a Rusia.

Además, esta aceleración de la competición estratégica ha llegado también a nuevos espacios y fronteras, de los cuales solo ahora empezamos a ser conscientes, a través de la lucha por dimensiones físicamente inexistentes, como el mundo digital, o inalcanzables, como el espacio exterior y su satelización.

La salida de Rusia de la estación internacional espacial, prevista para 2024, refleja el fin de unas relaciones cooperativas en el espacio. Además, la construcción paralela de una estación espacial rusa supone la fragmentación del orden global, también en el espacio. No se trata de un escenario nuevo ni aislado, sino de la aceleración de unos movimientos discretos iniciados hace años, que habían llevado a Moscú a abrir nuevas vías de colaboración espacial, por ejemplo, en América Latina.

En 2021, Rusia concluyó un acuerdo en materia espacial con México, que se sumaba así al Sistema Global de Navegación por Satélite (Glonass, acrónimo en ruso de esta versión propia del GPS estadounidense o el Galileo europeo) y que ya estaba instalado en Nicaragua desde 2017. China, por su parte, también lleva casi una década en Argentina construyendo su «Estación del Espacio Lejano», que levantó recelos en Estados Unidos por el uso dual de la instalación con fines civiles y militares.

2.    Inoperatividad de los marcos globales de seguridad colectiva

La guerra de Ucrania ha dejado al descubierto que, cuanto mayores son los riesgos que genera la confrontación geoestratégica, más obsoletos parecen los marcos de seguridad colectiva. Desde el 24 de febrero de 2022, los paradigmas de la arquitectura de seguridad, tanto global como europea, han cambiado drásticamente.

Por un lado, hemos asistido a una revitalización del papel de la OTAN; mientras que, por el otro, las imágenes de la invasión militar rusa aceleraban la percepción de descomposición del sistema de seguridad internacional, aumentando la sensación de vulnerabilidad y desorientación estratégica que acompaña los cambios estructurales actuales.

Asistimos a una involución en el camino del desarme nuclear. Los miembros permanentes del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas con armamento nuclear —China, Francia, Rusia, Reino Unido y Estados Unidos— siguen ampliando o modernizando sus arsenales nucleares y parecen estar elevando la importancia de estas armas en sus estrategias militares. Al mismo tiempo, los avances tecnológicos, que se han convertido en un factor y un espacio de confrontación determinante, siguen sin un marco internacional que regule las relaciones geopolíticas en el ciberespacio. 

Asimismo, la invasión rusa de Ucrania ha traído un nuevo desacomplejamiento en el recurso a la amenaza nuclear, aunque por ahora sea a modo retórico y, con ello, también un nuevo debate sobre el concepto de disuasión. La reducción de los arsenales nucleares que ha caracterizado la posguerra fría se ha visto interrumpida de golpe y entramos en una nueva década de rearme.

China se encuentra en medio de una importante expansión nuclear que incluiría, según el Anuario del SIPRI, la construcción de más de 300 nuevos silos de misiles. El instituto de investigación sueco calcula también que Corea del Norte ha ensamblado hasta 20 ojivas, pero que probablemente posea suficiente material fisionable como para disponer de entre 45 y 55 artefactos nucleares. Por su parte, la Agencia Internacional de Energía Atómica (OIEA) asegura que Irán está planeando una expansión masiva de su capacidad de enriquecimiento de uranio.

Se agrava, de este modo, el desajuste entre medios, desafíos e instrumentos disuasorios. Occidente se ha refugiado en sus viejos marcos de seguridad. La invasión rusa de Ucrania ha conseguido revitalizar el vínculo transatlántico.

El retorno de una guerra clásica en los límites del flanco este de la OTAN y la materialización, de nuevo, de Rusia como amenaza securitaria han actuado como acelerantes del fortalecimiento del músculo militar aliado –con más inversión armamentística y mayor despliegue sobre el terreno– y de su músculo político –con la adhesión de Suecia y Finlandia, pendiente de la posición de Hungría y Turquía en 2023–. Sin embargo, con los equilibrios geoestratégicos globales en plena mutación, las contradicciones internas de la OTAN seguirán expuestas a la desorientación estratégica.

Más allá del marco transatlántico, hay un impacto regional directo de esta inoperatividad de los instrumentos de seguridad colectiva, con resultados distintos según los conflictos: desde nuevos vacíos de poder o la profundización de la inestabilidad y la violencia, hasta el fortalecimiento de un minilateralismo que busca tejer espacios alternativos de seguridad compartida ante desafíos geoestratégicos.

La inestabilidad política y la violencia que azota el Sahel, por ejemplo, ilustra este fracaso de los marcos de seguridad regional y del cambio de hegemonías en el Sur Global. En los últimos tiempos, la región ha vivido sucesivos golpes de estado en países como Mali o Burkina Faso y la expansión del yihadismo hacia el Golfo de Guinea, todo ello sumado a los efectos humanitarios y securitarios de una profunda crisis climática.

Coincidiendo con el final del despliegue francés a través de la Operación Barkhane, en noviembre de 2022, y la consolidación sobre el terreno de la presencia del grupo Wagner –la compañía de seguridad privada rusa con estrechos lazos con el Kremlin–, la región se enfrenta a un cambio profundo en el despliegue de fuerzas internacionales: por un lado, la Misión Multidimensional Integrada de Estabilización de las Naciones Unidas en Mali (MINUSMA) se replantea su futuro tras el anuncio de retirada de tropas por parte de Reino Unido, Alemania, Costa de Marfil (en 2022), y de Benín y Suecia (prevista para antes de finales de 2023); por el otro, la cumbre Rusia-África, prevista para febrero, podría implicar el incremento de convenios de colaboración con Moscú, que se ofrece como aliado securitario y como suministrador de grano en plena crisis alimentaria.

Este grado de inestabilidad en el Sahel es un fracaso colectivo, tanto de Francia y de potencias regionales como Nigeria, como de los instrumentos multilaterales de pacificación, en especial de Naciones Unidas.

Como en el Sahel, múltiples actores esperan explotar los vacíos en los liderazgos regionales y aprovechar las oportunidades existentes para avanzar en sus intereses nacionales en otros escenarios de crisis. Los distintos conflictos congelados –en los que rara vez hay un acuerdo de paz, sino que el cese de las hostilidades se construye en base a un statu quo de facto– pueden reactivarse a conveniencia, por lo que se pueden crear nuevos focos en 2023, en particular en el vecindario ruso y otras zonas donde llega la influencia del Kremlin. Algunas chispas han empezado a prender ya en 2022. El pasado verano, las hostilidades entre Armenia y Azerbaiyán volvieron a resurgir, a la vez que viejos actores con intereses renovados en la región, como la UE – en busca del gas natural de Azerbaiyán– han aprovechado el vacío ruso para abrir nuevos espacios de cooperación.

En septiembre, un enfrentamiento entre guardias kirguís y tayikos durante varios días dejó un centenar de muertos, y las tensiones continúan aumentando, con ambos países acusándose de acopio de fuerzas en la frontera.

Igualmente, en la región del Indopacífico, donde la competición sistémica entre China y Estados Unidos es más acentuada, han emergido acuerdos minilaterales centrados en intereses de seguridad compartidos, más allá de la dimensión geográfica que había caracterizado a este tipo de agrupaciones.

En algunos casos, el minilateralismo se ve como la posible respuesta a la inefectividad de las plataformas multilaterales actuales, rehenes de la competición geoestratégica entre grandes potencias.

En 2022, se ha acelerado la cooperación en el Diálogo de Seguridad Cuadrilateral (conocido como el Quad) –el acuerdo de seguridad entre Estados Unidos, Japón, la India y Australia–, mientras que el primer año del Aukus (acrónimo con el que se designa el pacto establecido entre Australia, Reino Unido y Estados Unidos) ha dejado unos progresos muy limitados.

En 2023, veremos si esta tendencia se consolida con la expansión de estas iniciativas minilaterales, como mostraría la inclusión de Corea del Sur en el «Quad-plus», y hasta qué punto la aparición de otras propuestas profundiza la erosión de los pilares multilaterales y regionales de cooperación existentes.  

Además, el desgaste del multilateralismo y de los espacios de gobernanza de los desafíos globales, no solo afecta a los marcos de seguridad colectiva, sino también a los mecanismos para propiciar y garantizar la paz: desde la flagrante ausencia de Naciones Unidas en la guerra de Ucrania a la inoperatividad de la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE).

Repensar la seguridad global significa también dotarse de instrumentos de paz, y la agresión rusa en Ucrania ha profundizado este fracaso. 2023 será el momento de plantear cómo acaba esta guerra, aunque la situación militar en el frente de Ucrania y la situación política en Rusia no propicien, todavía, un escenario de negociación.

Cuanto más tiempo pase, peor será para Vladimir Putin, dada la redistribución del poder político en marcha dentro del Kremlin, muy difícil de dilucidar desde el exterior. Pero la base del putinismo se está agrietando.

Una negociación sobre Ucrania necesitará un marco o instrumento que funcione y, por ahora, los espacios existentes –los acuerdos de Minsk y la intermediación de la OSCE– han fracasado. En este contexto, en 2023 la división europea sobre el futuro de la relación de la UE con Rusia resurgirá con más fuerza; y no es descartable –como reconoce el alto representante de la Unión para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, Josep Borrell– que se instaure el escenario de un conflicto congelado, cronificado, en el este de Ucrania.

Así, aunque 2023 no sea el año en que vayamos a ver nacer nuevas estructuras de paz, sí que ha llegado el momento de empezar a pensar en cómo crearlas.

3.    Transiciones en colisión

Las transiciones verde y digital, que parecían ir de la mano hacia la construcción de un mundo más sostenible, han entrado en colisión. La guerra en Ucrania y el impacto de las sanciones a Rusia han alterado mercados, dependencias, compromisos climáticos e incluso los tiempos previstos para afianzar la apuesta por energías alternativas. ¿Ha sido esta crisis un acelerador o un sabotaje para la transición energética?

En octubre de 2022, la Agencia Internacional de Energía declaró que la guerra de Ucrania había supuesto un punto de inflexión para un cambio de políticas y de los mercados energéticos «no sólo por el momento, sino para las próximas décadas».

Sin embargo, a corto plazo, el miedo a una falta de suministros durante el invierno ha impulsado la demanda de carbón. Según las tendencias económicas y del mercado actuales, se prevé que el consumo mundial de carbón haya aumentado un 0,7% en 2022 y lo haga más en 2023, hasta alcanzar así un nuevo máximo histórico.

La construcción de nuevas infraestructuras de combustibles fósiles –tanto en Europa como en China–, el retraso en los planes para cerrar las centrales de energía que utilizan el carbón, la reapertura de plantas ya cerradas, o el aumento de los límites de sus horas de funcionamiento pueden llegar a erosionar las ambiciones climáticas necesarias para revertir un escenario que, a pesar de los indicios de cambio, sigue encaminado hacia un aumento de las temperaturas de 2,5ºC para 2100, según la Convención Marco  de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (UNFCCC, por sus siglas en inglés).

Además, la energía nuclear también se refuerza – con nuevas construcciones de centrales nucleares en Francia y Reino Unido o el aplazamiento del cierre de reactores en Alemania y Bélgica hasta 2023 y 2032, respectivamente. En 2023 entrará en vigor la polémica introducción del gas y la energía nuclear como energías verdes dentro de la taxonomía de la Unión Europea.

Y, sin embargo, el miedo a un invierno de escasez de suministros y crisis energética en la industria y los hogares ha acelerado una profundización en el mercado único de la energía en la UE. Europa ha consensuado un aumento de la compra de gas natural licuado –un incremento del 70% según Bruegel–, la reducción de la demanda de gas natural, así como nuevos acuerdos de compra de gas con otros actores como Noruega, Azerbaiyán o Argelia.

2023 será un año que requerirá esfuerzos más robustos frente a la incertidumbre de un futuro sin importaciones de gas ruso (que suponían el 17,2% de las importaciones de gas natural de la UE en septiembre de 2022 y han permitido garantizar las reservas de grandes consumidores como Alemania); así como la posible reactivación de la demanda china de importación de gas natural licuado y otras fuentes de energía resultante del fin su política de covid cero.

Tras el invierno, el mundo deberá buscar nuevos proveedores de energía más allá de Rusia, lo que abrirá una nueva competición global que mantendrá los precios al alza. Según la Agencia Internacional de la Energía (IEA, por sus siglas en ingles), Europa puede enfrentarse a una falta de 30 bcm (miles de millones de metros cúbicos) de gas para rellenar sus reservas gasísticas en verano de 2023.

África se presenta como la región codiciada por múltiples actores interesados en invertir en su sector energético, especialmente en países productores como Argelia, Nigeria o Tanzania, y ello podría hacer descarrilar el interés para desarrollar alternativas más limpias en el continente. Será importante evaluar la voluntad de la UE de mantener sus ambiciones de una transición justa con África durante 2023, con el inicio de la implementación del «Paquete de Inversión África-Europa del Global Gateway» presentado a principios de 2022.

La otra gran apuesta en la carrera por la diversificación energética ha sido el incremento del uso de energías renovables –con la energía solar como alternativa principal debido a su precio y a su construcción e instalación relativamente rápidos–.

En Estados Unidos, el resultado de las midterm salva, de momento, la Inflation Reduction Act, que prevé la inversión de 369.000 millones de dólares en seguridad energética y lucha contra el cambio climático en la próxima década.

También las grandes economías de Asia buscan aumentar sus objetivos en energías limpias (China, India y Corea del Sur) y completar rápidamente una transición verde (como Japón con el programa Green Transformation).

Y, en Europa, la adopción del plan REPowerEUo la «Estrategia de energía solar de la UE» tienen como objetivo incrementar hasta 320 gigavatios la energía solar para el año 2025. Sin embargo, para conseguir dichos objetivos, Europa mira crecientemente hacia China: desde el inicio de 2022, se ha incrementado un 121% la importación de placas solares producidas en China, según la consultoría taiwanesa especializada en renovables InfoLink.

En esta transición, la competición por las tierras raras ganará centralidad y, en 2023, veremos a la UE presentar su Ley Europea de Materias Primas Fundamentales, con el objetivo de evitar una nueva dependencia hacia China, que representa el 60% de la producción global de estos minerales y componentes necesarios para producir placas solares, pero también baterías eléctricas o componentes tecnológicos necesarios para las «transiciones gemelas»: climática y tecnológica.

Algunos estudios alertan de que un número muy concreto de elementos indispensables para la revolución verde y digital –mucho más escasos en pureza concentrada que los conocidos litio, cobalto, silicio o tungsteno– podrían empezar a escasear ya en 2025.

Aunque las energías renovables siguen siendo más asequibles que las energías fósiles, las tensiones del mercado por la inflación, las disrupciones en las cadenas de suministros y el incremento de precios de metales y tierras raras han llevado, durante el 2022, a un aumento del 7% del coste de construcción de granjas eólicas, a doblar el precio de los paneles solares o a un incremento del 8% en el de las baterías para el almacenamiento de la energía, y podrían seguir subiendo el próximo año a nivel global.

Es en este capítulo, precisamente, donde se acelera la colisión entre las dos transiciones. La digitalización es vista como una condición indispensable para avanzar en la descarbonización o en el desarrollo de nuevos modelos de economía circular. Sus beneficios son claros: según el Foro Económico Mundial, las tecnologías digitales podrían reducir hasta un 15% los gases de efecto invernadero.

Las nuevas tecnologías –como el 5G, el Internet de las cosas, o la inteligencia artificial– han sido presentadas como herramientas para mejorar la eficiencia energética y material, reducir el consumo energético o predecir y monitorear el clima para elaborar unas políticas más adecuadas para hacer frente a la emergencia climática.

Y, sin embargo, a medida que la digitalización –con la transformación tecnológica que implica– se acelera y se extiende, también lo hace su impacto en el medio ambiente y el cambio climático.

Internet es responsable de un 3,8% de las emisiones globales de CO2 y representa un 7% del consumo global de electricidad. La cifra real es mucho mayor porque este porcentaje no incluye la extracción de metales y tierras raras necesarias para su hardware, el transporte de dichos materiales, así como el impacto de los desechos electrónicos.

La tendencia hacia nuevas tecnologías como las criptomonedas, el uso de la nube, la inteligencia artificial, el metaverso o el Internet de las cosas, implicará que la demanda energética continue creciendo.

Paralelamente, la producción de las infraestructuras físicas de lo digital conlleva procesos de extracción altamente contaminantes. La corta vida útil de algunos de estos productos y la necesidad de renovar y actualizar los equipos para las innovaciones tecnológicas también representa un aumento en los desechos electrónicos, de los cuales sólo se recicla el 17,3%.

Ello implica que más del 80% acabe en vertederos o en la naturaleza, contaminando las tierras y las aguas subterráneas y afectando a los sistemas alimentarios y acuíferos, especialmente en países en desarrollo.

Son justamente los países del Sur Global los que se encuentran en una situación de desventaja debido a la brecha digital, así como a la falta de inversión y de acceso a tecnologías verdes. El último informe del Panel Intergubernamental sobre el cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés) publicado en abril de 2022 señalaba explícitamente esta tensión: «las tecnologías digitales tienen un gran potencial para contribuir a la descarbonización (…) Pero, si se deja sin gestionar, la transformación digital probablemente llevará a un aumento de la demanda energética, incrementará las desigualdades y la concentración de poder, dejando atrás a las economías emergentes con un menor acceso a las tecnologías digitales». África presenta una brecha de 2,8 billones de dólares en financiación climática y el sureste asiático, según el Asian Development Bank, de 3,1 billones.

4.    ¿Recesión económica global?

Las consecuencias de la guerra de Ucrania en la energía, las persistentes disrupciones en la cadena mundial de suministros, así como las políticas monetarias adoptadas frente a una inflación creciente han llevado al pesimismo para el futuro económico de 2023.

Según el Fondo Monetario Internacional (FMI), 2022 cerrará con un crecimiento económico mundial alrededor del 3,2%; no obstante, en sus previsiones para el año próximo, esta cifra caería hasta el 2,7% –la más baja desde 2001 con la excepción de 2020 por el impacto de la pandemia–. El Banco Central Europeo (BCE) alerta de que la eurozona podría entrar pronto en una leve recesión técnica o estancamiento. Un escenario sombrío para un mundo que aún trata de revertir los estragos sociales y económicos de la pandemia y, de nuevo, se ve abocado a la volatilidad.

La inflación, que ya señalábamos el año pasado como uno de los elementos principales de desestabilización, ha seguido al alza, aunque se ha contenido a finales de 2022. Las causas son múltiples: estrangulamientos en la oferta, aumento del coste de la energía, estímulos fiscales, etc. El FMI estima que en 2022 se alcanzará el pico de la inflación, con una media global anual del 8,8% y que descenderá al 6,5% en 2023, y al 4,1% en 2024.

No obstante, mientras el Banco Mundial alerta de que las políticas actuales podrían no ser suficientes para reducir la inflación, algunos expertos advierten del peligro de sobrerreacción que podría llevar a agravar los efectos de esta alza de precios. Las medidas monetarias del BCE para frenar la inflación se mantendrán en los próximos meses y se espera que la Reserva Federal estadounidense, por su parte, continuará aumentando las tasas de interés durante 2023.

En algunas regiones del planeta, el riesgo económico, monetario y social dibujará un 2023 altamente inflamable. En Oriente Medio y el Mediterráneo oriental, la inflación ha llegado a máximos históricos, con el Líbano, Turquía e Irán registrando unos incrementos de precios del 162%, el 85% (el dato más alto desde junio de 1998) y el 41%, respectivamente, que dificultan aún más el acceso a los alimentos para una parte significativa de la población.

Siria y Yemen también han visto un aumento del precio de la cesta básica alrededor del 97% y el 81% respectivamente. En Turquía, con unas elecciones presidenciales previstas para junio de 2023, Recep Tayyip Erdogan se encuentra en el punto de mira por unas políticas que han perjudicado la lira turca, fomentando una crisis monetaria en el país.

La caída de la lira en un 44% en 2021 y en un 29% este 2022 ha sido la principal razón del aumento de la inflación, además del incremento de los precios de la energía. Asimismo, el peso argentino ha perdido el 41% de su valor frente al dólar en los mercados informales y financiero, lo que hará que Argentina acabe 2022 con una subida de precios alrededor del 97% y las previsiones para 2023 apuntan a una del 95,9% (frente al 60% proyectado por el Gobierno en el presupuesto nacional).

La tercera economía más grande de América Latina sufre, desde hace años, una elevada inflación, agravada desde marzo por los efectos de la guerra en Ucrania. Argentina se comprometió ante el FMI a alcanzar el equilibrio fiscal en 2024, una meta que parece cada vez más lejana. La elevada deuda pública argentina pesa como una losa sobre la economía del país y las próximas elecciones presidenciales, previstas para octubre de 2023

El riesgo de que una crisis de deuda se amplíe en las economías emergentes durante 2023 está aumentando. Sri Lanka ha sido la primera alarma. En mayo de 2022, el país se declaraba incapaz de pagar los intereses de su deuda internacional por primera vez, y anunciaba que no tenía dólares para importar productos básicos.

También habrá que seguir la evolución de El Salvador. Durante 2022, el Gobierno ha implementado una política monetaria incoherente, marcada por un déficit comercial, pocas reservas y la vinculación de su moneda al bitcoin, afectada por el desplome de la criptomoneda en noviembre. A principios de 2023, el país centroamericano deberá hacer frente a un pago de 800 millones de dólares, pero, de momento, el presidente salvadoreño Nayib Bukele ha optado por recomprar su propia deuda antes de su vencimiento.

Según The Economist, 53 países emergentes están al borde de no poder hacer frente a los pagos de sus deudas debido al aumento de precios, a la desaceleración de la economía mundial. Algunos de los países que en 2023 presentarán una situación más delicada son Pakistán, Egipto o el Líbano, ya que difícilmente podrán hacer frente a los pagos de su deuda externa.

También será relevante observar las políticas económicas de los nuevos gobiernos de la izquierda latinoamericana, que se verán obligados a respetar una política austera que ponga en riesgo sus promesas de mejora social o, por el contrario, a incrementar el gasto público.

Por su parte, la Unión Europea debe empezar a negociar en 2023 los ajustes necesarios al pacto de estabilidad y crecimiento. La Comisión Europea presentó, a principios de noviembre, una propuesta de reforma que suaviza la rigidez fiscal para cumplir con el corsé de la deuda (60% del PIB) y el déficit (3% del PIB), suspendido desde el inicio de la pandemia.

En este sentido, la Comisión ofrece caminos de ajuste específicos para cada país, en lugar de un traje único para todos; a cambio, los países deberán aceptar sanciones si no cumplen con las reglas establecidas. La reforma del marco de gobernanza económica requerirá la aprobación de los 27 y está por ver cómo reaccionarán los países tradicionalmente defensores de la disciplina fiscal, como Alemania, los Países Bajos, Austria, Dinamarca o Finlandia. Los debates definitivos podrían llegar en el segundo semestre de 2023, durante la presidencia española de la UE.

El escenario de turbulencias económicas también ha llegado a las grandes corporaciones tecnológicas globales. En noviembre de 2022, Meta, Twitter y la plataforma de gestión de clientes Salesforce despidieron a 24.000 personas solo en Estados Unidos, y Amazon puso en marcha el recorte de plantilla de más envergadura en números absolutos de la historia de la compañía, que afecta a unos 10.000 trabajadores.

En China, algunos de los gigantes tecnológicos como Baidu, Didi y Alibaba han despedido alrededor del 20% de sus plantillas según el sector y, en noviembre, Tencent, también anunció que prescindiría de 7.000 trabajadores. Fortalecidos por la aceleración digital vivida durante la pandemia y unas posiciones dominantes de mercado, los gigantes tecnológicos han acabado expuestos a un doble test de estrés que les obliga a evaluar la sostenibilidad de su modelo de negocio.

Si bien, por un lado, las grandes corporaciones digitales deben lidiar con altos tipos de interés y con los cambios en los patrones de consumo provocados por el encarecimiento del coste de la vida; por el otro, también se abre el interrogante sobre el futuro del sector por la dependencia de la tecnología en unas tierras raras que son ya objeto de confrontación por los recursos.

Si a esto le añadimos el abrupto aterrizaje de Elon Musk en Twitter y su primer encontronazo con la Unión Europea y los planes de Bruselas para limitar el poder monopolístico de estas grandes plataformas y reforzar la política de moderación de contenidos, el poder transnacional de estos gigantes ha topado con una nueva voluntad de regulación.

El paquete legislativo aprobado en 2022 por la UE en materia de servicios y mercados digitales (la DSA y la DMA, por sus siglas en inglés) que debe aplicarse en toda la Unión, como muy tarde, el 1 de enero de 2024.

5.    Crisis de acceso y garantías a los bienes básicos

La guerra en Ucrania ha agravado las dificultades de acceso a la energía, a los alimentos y al agua potable. La provisión de bienes públicos globales, que es un requisito previo para el desarrollo y es vital para la reducción de la pobreza y la desigualdad entre países, sufre hoy los estragos de la rivalidad geopolítica, de una nueva confrontación por los recursos naturales, así como de los efectos de un debilitamiento de la gobernanza global y de la cooperación internacional.

El impacto de la invasión rusa de Ucrania en las exportaciones mundiales de productos agrícolas, semillas y fertilizantes ha agravado la crisis alimentaria mundial ya existente por la convergencia de los shocks climáticos, los conflictos y las presiones económicas. Causas interconectadas que, después de años de progreso, han llevado al número de personas que padecen hambre extrema a batir los peores récords. El mundo se enfrenta a una crisis alimentaria sin precedentes y sin final aparente. Según Naciones Unidas, en 2022, hay unos 345 millones de personas de 82 países en situación de inseguridad alimentaria aguda o de alto riesgo, unos 200 millones más que antes de la pandemia.

En Oriente Próximo y el Norte de África, dos regiones ya golpeadas por la inflación y que importan más del 50% del trigo que consumen desde Rusia y Ucrania, el aumento del costo de vida y la falta de disponibilidad de bienes básicos han desencadenado protestas masivas. El Programa Mundial de Alimentos (PMA) advierte que 2023 podría ser aún peor.

Si la crisis alimentaria de este año se debe principalmente a una interrupción logística por el bloqueo de las exportaciones –tanto de cereales como de fertilizantes–, en 2023 el suministro de alimentos podría estar en peligro por el efecto de estas disrupciones sobre los cultivos, así como por la posibilidad de episodios climáticos extremos. La escasez de alimentos afecta incluso a las organizaciones internacionales de ayuda humanitaria, que ven menguados también sus recursos para hacer frente a unas cifras de hambruna en alza.

En Ucrania, al menos 15,7 millones de personas necesitan ayuda humanitaria urgente y seis millones carecen de suministro de agua. En Afganistán, ocho millones de personas están en riesgo de sufrir hambruna y, en el sur de Etiopía, una sequía muy fuerte sumada a la crisis política con enfrentamientos armados entre el Gobierno central y el Frente de Liberación del Pueblo de Tigray han provocado ya cuatro millones de desplazados, y dos millones de personas están en peligro de padecer hambruna. Las situaciones de emergencia se repiten en Sudán del Sur y en Yemen.

La violación de un derecho básico como el del acceso a la alimentación incide, además, de manera directa sobre otros derechos humanos, como la salud, el agua y un nivel de vida adecuado y libre de violencia. Además, estas crisis interrelacionadas, instigadas y agravadas por las guerras, tienen un impacto devastador sobre mujeres y niñas en todo el mundo. Naciones Unidas ha denunciado los aumentos alarmantes de la violencia de género y del sexo transaccional para la alimentación y la supervivencia, que ponen aún más en peligro la salud física y mental de las mujeres.

También los altos precios de la energía influirán en el retroceso de los índices globales de desarrollo. Es probable que unos 75 millones de personas que recientemente obtuvieron acceso a la electricidad pierdan la capacidad de pagarla, lo que significa que, por primera vez desde que la IEA aporta datos, el número total de personas en el mundo sin acceso a la electricidad vuelva a crecer, y casi 100 millones de personas vuelvan a depender de la leña para cocinar, en lugar de optar por soluciones más limpias y saludables.

Países en desarrollo están siendo víctimas de apagones y protestas debido a la crisis energética y a la imposibilidad de obtener energía a precios asequibles. Durante 2022, en Indonesia ha habido más de 400 manifestaciones por el precio de la gasolina, y en Ecuador se contabilizaron más de 1.000 protestas, solo en el mes de junio, por el precio del combustible. Mientras, los países productores de petróleo y gas, como Qatar, se están enriqueciendo aún más.

A nivel europeo, el invierno de 2023 será un momento de poner a prueba los límites de la solidaridad entre los países de la UE. Si bien se han negociado múltiples medidas conjuntas para aliviar las presiones económicas en los mercados y los hogares (desde las compras conjuntas de gas hasta la revisión a largo plazo del mercado europeo de la electricidad a favor de las energías renovables en la producción energética de la Unión, incluyendo la reducción voluntaria del 10% del consumo bruto de la electricidad), dichas medidas chocan con las respuestas fiscales nacionales de ciertos estados miembros, lo que ha causado fricciones internas entre gobiernos que evidencian, una vez más, la capacidad desigual entre los países europeos.

Alemania, por ejemplo, ha asignado fondos cercanos al 8% de su PIB, valorados en 264.000 millones de euros desde 2021 –casi más del doble que las medidas fiscales acumuladas introducidas por los siguientes dos estados que más han gastado en valores absolutos: Francia (71.600 millones de euros) e Italia (62.200 millones de euros)–.

Por otro lado, en 2023 se conmemorará el 75 aniversario de la Declaración Universal de los Derechos Humanos y los 30 años de la adopción de la Declaración y Programa de Acción de Viena sobre derechos humanos.

En este contexto, Naciones Unidas sigue insistiendo en la necesidad de un nuevo consenso sobre los bienes públicos globales, entre ellos la vacunación universal, el ejemplo más contundente de la desigualdad que rige el acceso a los bienes básicos. Según Oxfam Intermón, unos 5,6 millones de personas mueren cada año por falta de acceso a servicios de salud en las regiones con menos recursos. 

La desigualdad que se evidenció con los procesos de vacunación contra la pandemia de la COVID-19, particularmente en las regiones de África y el Mediterráneo oriental, continuará siendo problemática en 2023, especialmente en los países más endeudados, tanto del Norte como del Sur Global. El objetivo de la Organización Mundial de la Salud (OMS) de llegar para 2022 al 70% de la población mundial vacunada, quedará por debajo de ese umbral en gran parte del continente africano, pero también en algunos países de Europa, América Latina y Oceanía.

Por su parte, el Gobierno de Estados Unidos ha admitido que, a inicios del 2023, se quedará sin fondos para comprar y distribuir vacunas y tratamientos contra la COVID-19, por lo que dejaran de estar subvencionadas por la administración. Las proyecciones marcan, además, que las reservas de dosis de refuerzo que se han comprado hasta ahora se agotarán a principios de año. Esto implica que la lucha contra la pandemia pasará a manos del mercado privado en un país donde el 41% de los adultos afirma tener problemas para pagar las facturas médicas y que debe endeudarse.

6.    Inestabilidad y descontento social

Los impactos de la permacrisis tienen una incidencia directa en el empeoramiento de las condiciones de vida de los hogares, lo que se traduce en un aumento del malestar social y las protestas ciudadanas como expresión del descontento. En 2022, más de 90 países han registrado movilizaciones por la falta del acceso a los bienes públicos.

En América Latina, los altos precios de los combustibles han generado protestas en Perú, Ecuador y Panamá a lo largo del año, así como en Argentina, donde los manifestantes han extendido las demandas para reclamar más empleos y ayudas frente a las altas tasas de inflación. Un malestar social que impactará de lleno en el camino a las urnas para Ecuador y Argentina, que tienen elecciones previstas, respectivamente, para febrero y octubre de 2023.

El invierno del descontento en Europa –que ya ha visto movilizaciones de miles de personas en Grecia, Reino Unido, Austria, Alemania, o la República Checa– podría intensificarse en 2023, cuando las consecuencias de la crisis energética sean más visibles. La encuesta de eupinions revela que un 49% de la población de la UE señala el aumento del coste de vida como su principal preocupación.

Y los sacrificios a nivel económico frente a la crisis energética han reducido levemente el apoyo hacia una independencia energética de la Unión cueste lo que cueste: si en marzo el apoyo era de un 74%, en septiembre –antes de la llegada del frío– era del 67%. Teniendo en cuenta que los precios seguirán altos, las protestas no desaparecerán, sino que pueden ir a más en 2023.

Por su parte, Oriente Medio y el norte de África podrían ser, de nuevo, el epicentro de una nueva ola de protestas masivas tras el fin de los progresos democráticos, iniciados hace una década, y la vuelta de Túnez al autoritarismo. Con la inflación cada vez más cercana a los niveles de 2011, cuando el descontento social y la frustración desencadenaron el inicio de las «primaveras árabes», Líbano, Túnez, Egipto y Argelia podrían ser de nuevo escenario de protestas en contra de los regímenes actuales. Irán será también otro de los países a seguir.

La represión de las protestas iniciadas tras la muerte de la joven kurda Mahsa Amini ha dejado hasta ahora 488 víctimas mortales, algunas menores de edad, según Amnistía Internacional, y miles de detenidos. La capacidad de resiliencia mostrada, sobre todo por los jóvenes que se movilizaron a lo largo y ancho del país, mantendrá viva la protesta en 2023, con la posibilidad de una mayor movilización si otros agravios confluyen, como la delicada situación económica del país y las tensiones internacionales y regionales, con los ataques de Irán a la región kurda de Irak.

En China, las espontáneas e inauditas protestas contra la política de la covid cero de finales de 2022, con expresiones de disidencia frente al Gobierno tras el incendio en Urumqi –la capital de la región del Xinjiang–, emergieron como una mirilla a la frustración de amplias capas de la población y pueden reemerger en cualquier momento. En Tailandia, el resultado de las elecciones previstas para 2023, en las que el primer ministro Prayuth Chan-o-cha busca la reelección después de llegar al poder con un golpe de estado en 2014 y haber cumplido el límite de ocho años en el poder, podría volver a levantar protestas multitudinarias a favor de la democracia.

Las movilizaciones por la justicia – social, climática y de género – también volverán a la calle, con la pandemia casi olvidada. El anuncio de la celebración de la próxima COP28 en los Emiratos Árabes Unidos ha sido como un jarro de agua fría para los activistas climáticos –ya descontentos por el esquivo phase out de los combustibles fósiles y el carbón consensuado en las últimas dos ediciones–.

La celebración de una cumbre tan importante en un país productor de petróleo y gas parece confinar la esperanza por el clima hasta la COP29, que podría celebrarse en Australia, junto a las Islas del Pacífico. Sin embargo, la movilización por el clima volverá a la calle en 2023. Extinction Rebellion ha llamado ya a más de 100.000 activistas a rodear el parlamento británico a principios de abril de 2023, ante las dificultades que se prevén para la movilización de la sociedad civil durante la próxima COP en el país árabe.

También estará presente en la calle la movilización por los derechos sexuales y reproductivos, como demostraron las midterm en Estados Unidos, donde el derecho al aborto fue uno de los factores de peso para promover la participación electoral. La anulación el pasado junio de la sentencia «Roe contra Wade», que garantizaba el derecho al aborto de las mujeres en el país, llevará a más de la mitad de los estados a prohibir o limitar los supuestos para abortar.

A medida que estas medidas sean adoptadas en 2023, las activistas a favor de los derechos sexuales y reproductivos tomaran las calles en signo de oposición –además de lanzar acciones para paralizar parte de las restricciones o mejorar el acceso a los anticonceptivos a nivel estatal–.

Ahora bien, ¿serán escuchadas todas estas protestas? Según el Mass Mobilization Project de Harvard, las protestas no violentas han aumentado en los últimos años alrededor del mundo, pero la mayoría no han conseguido la efectividad suficiente para lograr cambios. Según este estudio, si en la década pasada solo el 42,4% de las protestas tuvieron éxito en sus reivindicaciones, en 2020 y 2021 solo lo han conseguido un 8%. Mientras que las movilizaciones esporádicas nacen en muchos casos gracias a las redes sociales, la horizontalidad parece haber desbancado la organización activista y estratégica que había ayudado al éxito de las protestas en décadas anteriores. 

El incremento de la protesta pacífica ha coincidido también con la normalización de la violencia como herramienta política, tanto por parte de los aparatos de represión de los estados como entre sectores de la sociedad especialmente reaccionarios, como se mostró en la extendida violencia en Brasil durante la campaña electoral y tras la victoria de Lula da Silva; o en las estrategias de algunos grupos de extrema derecha en Europa.

En 2022, el relator especial de Naciones Unidas para el derecho de asamblea y asociación pacífica, Clément N. Voule, ha denunciado la tendencia global hacia un enfoque militarista de la gestión de la protesta pacífica, a través de la militarización de la respuesta y la persecución de los manifestantes. Según la base de datos ACLED, que estudia las protestas y la violencia política alrededor del mundo, en 2022 ha habido más casos de violencia contra civiles que el año anterior, aunque menos letales. Estas cifras confirman una tendencia creciente de la violencia política desde 2016, con alrededor de 28.000 casos de violencia política en el mundo, 12.000 de ellos en América Latina.

En África, el calendario electoral de 2023 presenta fechas importantes alrededor de las cuales se esperan movilizaciones contra los actuales líderes, como en Zimbabwe o Sierra Leona, y de un incremento de la violencia política, como el caso de Nigeria que cierra 2022 con miles de víctimas por actos violentos que amenazan la campaña electoral para las presidenciales de finales de febrero de 2023.

Sin embargo, el caso más paradigmático es el de Estados Unidos, donde una parte creciente de la población acepta, desde los últimos años, el uso de la violencia política. Según un informe de UC Davis  publicado el verano de 2022, un 20,5% de los estadounidenses consideran que la violencia política es justificable en general, y un 2% –alrededor de cinco millones de estadounidenses– estarían dispuestos a matar a alguien por un objetivo político.

En este contexto altamente polarizado, ha habido un incremento de actos violentos y tiroteos masivos bajo discursos incendiarios, por ejemplo, en torno a cuestiones como el racismo o los derechos de la población LGBTI+. Esta tendencia, junto a la dificultad de adoptar una legislación de control de armas, alimenta la posibilidad de un estallido de violencia que desestabilice al país en el camino hacia las presidenciales de 2024.

7.    Fracturas y atomización de los movimientos y sus reivindicaciones

Emmanuel Macron lo describió como «el fin de la abundancia», y algunos economistas teorizan sobre el «fin de lo barato» (sea el dinero o los costes de producción). Vivimos con una sensación de agotamiento: se acaba el tiempo para revertir el cambio climático; escasea la solidaridad; perdemos capacidad adquisitiva para hacer frente a nuestras necesidades más básicas; el estrés hídrico gana terreno y nos sobra, sobre todo, sensación de fragilidad.

La permacrisis retrata, según el diccionario Collins, un «período prolongado de inestabilidad e inseguridad» provocado por una concatenación de sucesos que han ido impactando sobre nuestra realidad. Llevamos años de desigualdades crecientes, pero ahora el modelo parece haber quebrado y, ante un cambio estructural tan profundo, los miedos y ansiedad se acumulan.

La protesta gana terreno –tanto en democracias como en dictaduras– pero, cada vez más, lo hace en sociedades fracturadas, polarizadas. La «erosión de la cohesión social» es el riesgo que más ha empeorado a nivel mundial desde el inicio de la crisis de la COVID-19, según el Global Risk Report 2022, y ello se percibe como una amenaza crítica para el mundo, tanto a corto como a medio y largo plazo.

En un informe publicado por el Pew Research Center en noviembre de 2022, Corea del Sur (90%), Estados Unidos (88%), Israel (83%), Francia (74%) y Hungría (71%) son los cinco países analizados con un mayor porcentaje de población que cree que existe una división y una tensión política relevante en su país. La polarización está al alza. En 2022, Países Bajos (61%), Canadá (66%), Reino Unido (68%), Alemania (68%) y España (68%) han registrado un aumento de más de 10 puntos de percepción ciudadana sobre la existencia de conflicto político entre simpatizantes de diferentes partidos, respecto al año anterior.

Es en este contexto que la megatendencia a la fragmentación global ha llegado incluso a los movimientos de protesta y a sus reivindicaciones. La polarización y la ruptura presente en las sociedades del Norte y el Sur Global se reproduce también en los movimientos sociales, incluso entre aquellas corrientes emancipadoras que buscan avanzar en el reconocimiento de los derechos de gran parte de la población.

En los últimos años, el movimiento feminista, por ejemplo, se ha visto sumido en una fractura en torno a grandes debates sobre temas como el trabajo sexual, la definición del sujeto del feminismo, la misma conceptualización del género o la inclusión de las personas trans.

Las distintas posiciones han llegado a provocar tensión y polémica entre sectores del movimiento con opiniones opuestas, a fomentar la desinformación y a reabrir debates en el seno del colectivo que se creían superados desde hacía décadas. En estos espacios, la duda y la fractura han llegado a congelar o aguar avances progresistas debido a las contradicciones en las prioridades de las diferentes facciones.

A su vez, la fractura ha abierto espacios para que algunos sectores sociales, políticos y religiosos conservadores hayan podido articular una movilización a la contra de lo que consideran una «ideología de género» bajo posiciones falsamente definidas como feministas. Esta involución no hace más que amenazar derechos y libertades básicas, así como alimentar discursos violentos contra las mujeres y otros colectivos como el LGBTI+, o grupos migrantes.

La fractura también se ha producido al interior de la movilización ecologista y contra la crisis climática, con protestas que han ido evolucionando en los últimos años hacia estrategias distintas. A finales de 2022, han irrumpido nuevas formas de denuncia: acciones sensacionalistas –como pegarse a un cuadro o rociarlo de sopa de tomate– han acaparado la atención mediática para devolver la acción climática al debate público. ¿Su objetivo?

Tratar de romper la ilusión de que «todo está bien» mediante acciones que afecten y saboteen el día a día, ya sean en el trayecto al trabajo, durante un partido de futbol o en una visita a un museo. Sin embargo, algunos de estos actos vandálicos no solo han acabado desviando la atención sobre la emergencia climática, sino que pueden producir un rechazo social que puede llegar a ser contraproducente para los objetivos que se persiguen. La cultura también es un bien común.

En general, todos estos cambios reflejan el desencanto de muchos de estos movimientos – especialmente entre los jóvenes– frente a la inacción y continuismo de los gobiernos a las crisis que nos acechan. En 2023, este activismo disruptivo estará aún más presente, con llamamientos específicos a la desobediencia civil.

8.    Autoritarismo bajo presión

El 70% de la población mundial –más de 5.000 millones de personas– vive bajo dictaduras. La involución democrática gana terreno. El informe sobre el estado de la democracia en el mundo del instituto V-Dem advierte que el nivel de democracia del que ha gozado la ciudadanía global en 2022 «ha bajado a los niveles de 1989».

Los últimos 30 años de avances democráticos han quedado borrados del mapa. Sin embargo, no solo la democracia está bajo presión, sino que las autocracias electorales también tienen un año con muchos interrogantes por delante. En 2023 veremos como algunos de estos liderazgos autoritarios están cada vez más cuestionados, ya sea por divisiones internas dentro del propio sistema o por la fuerza de movimientos opositores.

El reciente anuncio del régimen iraní de disolver la llamada policía de la moral, después de más de dos meses de protestas por la muerte de la joven Mahsa Amini, durante su arresto por presuntamente no observar el código de vestimenta islámico, demuestra la presión interna que divide a las élites del poder en Irán.

La tensión entre el aparato de seguridad y el religioso, así como con los líderes del sector más reformista en arresto domiciliario o en el exilio, augura un 2023 complicado para el régimen de Teherán.

Lo mismo ocurre con el principal socio comercial de Irán, China. A finales de octubre, Xi Jinping se aseguró un tercer mandato como el líder más poderoso de China en décadas, pero solo un mes más tarde debía hacer frente a las protestas más significativas desde Tiananmén en 1989.

Es la suma del malestar por tres años de confinamientos forzosos interminables a causa de la COVID-19, de la cólera por la gestión injusta de la política covid cero de algunos gobiernos locales, pero también de las protestas laborales, como la que ha estallado en la fábrica de iPhones de Zhengzhou.

Quizás, por separado, podrían ser sólo episodios de contestación local, que periódicamente emergen en un país enorme, pero juntos reflejan el malestar social de los jóvenes universitarios, de los trabajadores migrantes y de una clase media que es quien más nota el cambio de vida impuesto por el cierre de fronteras y la ralentización económica.

También Vladimir Putin tiene un altísimo grado de presión, prácticamente en todos los frentes. El descontento social interno en Rusia, aunque ausente y censurado –hasta ahora– en los espacios públicos, busca otras vías de protesta, sobre todo a través de las redes sociales. El apoyo popular a la invasión rusa de Ucrania ha caído drásticamente en los últimos meses y cuanto más se alargue la guerra más evidente se hará.

La otra presión la ejercen las divisiones en la cúspide del putinismo, difíciles de identificar en la sombra de la personalización del poder que ejerce el presidente ruso. Sin embargo, los pilares del régimen, como los siloviki (el círculo de confianza del presidente), el Servicio Federal de Seguridad (FSB), los oligarcas –con figuras que han ganado visibilidad y poder en el Kremlin, como el jefe de Wagner, Yevgeny Prigozhin–, el partido Rusia Unida o la Guardia Nacional, también están bajo la presión de lo que ocurra en el frente militar. Las especulaciones sobre el futuro político de Vladimir Putin o de una Rusia sin él ganarán fuerza en los próximos meses.

Los «hombres fuertes» parecen haber entrado en crisis. Jair Bolsonaro ha perdido las elecciones en Brasil, y las midterm en Estados Unidos acotaron la ola trumpista. Al expresidente estadounidense le ha salido un rival conservador –Ron DeSantis, figura ascendente del Partido Republicano– con quien medir fuerzas de cara a las presidenciales de 2024. Un aviso claro para navegantes, como para el presidente turco Recep Tayyip Erdogan y sus aspiraciones de reelección ante una oposición que se presenta más unida y más fuerte que nunca.

Asimismo, es importante observar qué pasará en Venezuela con Nicolás Maduro. La crisis energética ha propiciado nuevos espacios de apertura, justo en la antesala de unas elecciones presidenciales, previstas para 2024, que podrían presentarse como una oportunidad. De momento, la oposición venezolana quiere organizar unas primarias en 2023 para elegir el candidato que se enfrente al oficialismo.

9.    Fragmentación regulatoria, desglobalización sectorial

No estamos ante un mundo de dos –marcado por la confrontación bipolar entre Estados Unidos y China–, sino ante dos mundos que se van configurando en paralelo, pero con espacios de interrelación.

La aceleración de la competición estratégica ha ido de la mano de una amplificación de las vulnerabilidades inherentes a la hiperconectividad. Y China está en el centro de los dos procesos. La política de covid cero, que hasta finales de 2022 ha seguido bloqueando grandes puertos internacionales chinos e impactando en las cadenas de suministros globales, ha precipitado la transformación del modelo de globalización, aún en proceso de redefinición.

Cada nueva crisis aumenta la presión de los gobiernos por limitar riesgos. El impacto global de la pandemia y de la guerra de Ucrania sobre la cadena de suministros y el acceso a bienes globales parece haber propiciado un retorno a la regionalización geoestratégica, incluso en la propia China.

Oficialmente, el Gobierno de Beijing habla de la «era de la doble circulación», un período en el que el dominio de unas cadenas de valor monocéntricas en torno a la potencia exportadora de China convivirá con la política de localización de sus propias cadenas de suministro y manufactura. Los vehículos de fabricación china ya dominan el mercado mexicano, por ejemplo, y seguirán haciéndolo en 2023. Tesla fabrica la mitad de sus automóviles en Shanghái, y SEAT ha anunciado que el primer SUV 100% eléctrico de la compañía saldrá, a finales de 2023, de la nueva fábrica del Grupo Volkswagen en Hefei (China).

Por su parte, Estados Unidos ha impulsado su industria verde a través de la Ley de Reducción de la Inflación, aunque ésta contenga elementos discriminatorios que pueden perjudicar a la Unión Europea. Ante las limitaciones del Consejo de Comercio y Tecnología establecido entre Estados Unidos y la UE, y de la Organización Mundial de Comercio, cuyo Órgano de Apelación permanece bloqueado, la UE debatirá en 2023 sobre el uso de la política de la competencia, el marco de ayudas de estado y su política comercial para evitar estar en desventaja competitiva ante otros actores globales.

Las dificultades en Europa para canalizar las inversiones, ejemplificado en el lento despliegue de los fondos Next Generation EU, y la pérdida de competitividad europea por el incremento de los costes energéticos han avivado la necesidad este debate.

Por tanto, estamos ante una reglobalización o regionalización de geometría variable; ante un desacoplamiento selectivo, de doble circulación. La integración seguirá, especialmente en aquellos sectores donde la conectividad o la necesidad mutua es vital para el desarrollo de los actores, y el desacoplamiento sucederá en sectores estratégicos de la confrontación geopolítica, como la tecnología, la seguridad y la defensa. Este reset acelerado de la globalización, provocado tanto por la pandemia como por la guerra de Ucrania, no afecta solo a los centros de producción y a las cadenas de distribución. Estamos ante un replanteamiento –incluso ante un cuestionamiento, por parte de algunos actores– de las estructuras de gobernanza internacional y del entramado institucional de Bretton Woods.

El poder comercial de China ha sido su principal instrumento de influencia global, y su peso económico, el acicate para reclamar más poder dentro de las instituciones financieras internacionales (FMI y Banco Mundial). Pero, con el debate sobre la reglobalización ganando adeptos, China también ha acelerado su propio entramado de organizaciones y mecanismos de influencia geopolítica. En enero de 2022, Beijing lanzó la Asociación Económica Integral Regional (RCEP, por sus siglas en inglés), una nueva y amplia área de libre comercio en Asia-Pacífico que incluye a China y varios aliados estratégicos de Estados Unidos, como Japón y Australia.

La Organización de Cooperación de Shanghái (OCS) o la constitución del Banco Asiático de Inversión de Infraestructuras (BAII) son también instrumentos clave que, ya en los últimos meses y durante 2023, se configurarán como espacios importantes de esta transformación geopolítica. Además, un posible fortalecimiento de los BRICS en 2023 también puede reforzar el papel del Nuevo Banco de Desarrollo (NBD).

Asimismo, el próximo año se debería celebrar el tercer Foro de la Franja y la Ruta para la Cooperación Internacional (Belt and Road Forum), tratando de dar un nuevo empuje a la iniciativa insignia de la política exterior china bajo Xi Jinping, con el objetivo de promover la conectividad de infraestructuras en una nueva fase de la globalización.

No obstante, la imagen del proyecto ha sido contestada en los últimos años debido a la pausa en la generación de propuestas por falta de financiación e, incluso, por la bancarrota de Sri Lanka.

La respuesta de Beijing ha sido la adopción de nuevos proyectos, como la Iniciativa Global de Seguridad de Datos (2020), la Iniciativa Global de Desarrollo (2021) o la Iniciativa Global de Seguridad (2022) que, buscando solventar algunas de las debilidades de la Franja y la Ruta, cogerán fuerza en 2023 como nuevo marco para la política exterior china, que pivotará sus prioridades hacia el Sur Global y consolidará la influencia de Beijing en los países en desarrollo. 

Ante esta nueva realidad, los otros actores del juego geopolítico también han desplegado sus propias estrategias. Washington ha endurecido las restricciones sobre los intercambios tecnológicos con Beijing y ha incrementado sus muestras de apoyo a Taiwán; mientras, la UE ha reforzado su músculo económico con mecanismos como el instrumento contra la coerción –todavía en fase de negociación–, que plantea un paquete armonizado de contramedidas frente a posibles amenazas comerciales por parte de terceros países y que se sumará al ya existente reglamento para el control de las inversiones extranjeras directas (Reglamento (UE) 2019/452), que limita las inversiones que potencialmente puedan afectar a la seguridad o el orden público de la UE.

Pero, además, en los últimos tiempos se han presentado el Global Investment and Infrastructure Partnership del G-7 (2022), el Build Back Better World de Joe Biden (2021), o el Global Gateway de la Unión Europea (2021), para competir por estos espacios de influencia y desarrollo a nivel global.

Ante esta proliferación de instrumentos distintos, que giran en torno a dos núcleos de poder confrontados, el FMI advierte del riesgo de «fragmentación geoeconómica». Una fragmentación del mundo en «distintos bloques económicos con distintas ideologías, sistemas políticos, estándares tecnológicos, sistemas comerciales y de pago transfronterizos, y monedas de reserva» que aumentaría también los riesgos de desprotección y los problemas de acceso a los bienes públicos globales.

Este choque de modelos no viene solo definido por la confrontación entre Washington y Beijing. China y Rusia también tienen estrategias distintas, dentro de una visión global compartida de cuestionamiento del orden internacional liberal.

Mientras que Vladimir Putin usa la fuerza militar para tratar de cambiar el equilibrio de poder en Europa, en Beijing, por el contrario, existe un fuerte sentimiento de que el tiempo y la historia están de su lado. Rusia es hoy un país bajo los efectos de las restricciones jurídicas, comerciales, financieras y tecnológicas impuestas en 2022 por 38 gobiernos de América del Norte, Europa y Asia, como respuesta a la invasión de Ucrania. En cambio, su principal aliado estratégico, Beijing, expande su modelo alternativo desde una posición bien integrada en el sistema. Por ejemplo, el bloqueo bancario a Rusia para utilizar el sistema internacional de pagos SWIFT, ha reforzado en 2022 la internacionalización del yuan chino en los mercados como moneda refugio y de transacciones comerciales.

10. Testando límites

Si 2023 es el año que pondrá a prueba los límites individuales y colectivos, la bola negra de nuestra mesa de billar es todo aquello –acontecimiento o efecto inesperado– que, como los últimos años han demostrado, es capaz de hacer saltar por los aires las previsiones, los tiempos y las estrategias de la política internacional. En la lista de amenazas que pudieran propiciar una escalada en los riesgos existentes, el peligro de un ataque o accidente nuclear ha subido enteros después de la subida de tono de la retórica rusa de los últimos meses y los bombardeos en las inmediaciones de centrales como la de Zaporiyia en el sureste de Ucrania.

De las 12.705 armas nucleares que hay en el mundo, unas 2.000 –prácticamente todas pertenecientes a Rusia o Estados Unidos– están en estado de alerta operativa alta. Además, en 2022, Corea del Norte ha lanzado ocho misiles intercontinentales y ha llevado a cabo pruebas de más de 60 misiles, con más de 23 misiles lanzados en un solo día. Desde Corea del Sur advierten que la cuestión no es si habrá un nuevo test nuclear, sino cuándo será. Paralelamente, la modificación de la doctrina militar nuclear norcoreana por parte de Kim Jong-un ha llevado a Seúl y Washington a anunciar nuevas sanciones.

No cabe duda de que en 2023 también habrá que seguir de cerca los límites de la onda expansiva de la invasión rusa de Ucrania. La entrada de los tanques rusos en su país vecino llevó a muchos a especular si Taiwán podría ser el próximo escenario de confrontación global, especialmente con el auge de las tensiones el pasado verano tras la visita de Nancy Pelosi a la isla y la respuesta militar desde Beijing.

Aunque ambos casos son extremadamente diferentes, un conflicto en el estrecho no puede ser descartado por completo. No obstante, la invasión y reunificación por la fuerza de la isla sería un choque sin precedentes para la economía mundial y acarrearía unas consecuencias geopolíticas imprevisibles y unos altos costes económicos, políticos y diplomáticos para China.

El comercio marítimo y el espacio aéreo del Mar Meridional de China, por donde pasa alrededor de un tercio del comercio global, quedaría interrumpido de forma indefinida, afectando a gran parte de las cadenas globales de valor. Según RAND, un año de conflicto en la zona reduciría entre el 25% y el 35% del PIB de China y entre un 5% y un 10% el de Estados Unidos. La economía taiwanesa quedaría totalmente destruida y aislada del comercio internacional, con lo que ello implicaría para las cadenas de suministros de semiconductores y para la infraestructura de la empresa TSCM, que produce cerca del 54% del total de los semiconductores más avanzados a nivel mundial y de los cuales dependen grandes firmas como Apple o Nvidia.

Otro foco de posible desestabilización se localiza en el vecindario de Rusia. Tras la invasión de Ucrania, la imagen de Vladimir Putin no solo se ha debilitado internamente, sino también como actor estabilizador y de seguridad en el antiguo espacio postsoviético.

Los combates registrados recientemente entre Armenia y Azerbaiyán, así como los más recientes enfrentamientos en la frontera entre Kirguistán y Tayikistán son un síntoma de esta marea geopolítica de fondo. Desde la Unión Europea, además, se sigue muy de cerca la situación en Moldova, ante el temor de que pueda ser la próxima pieza del dominó: con una parte de su territorio –Transnistria– controlada por tropas rusas desde hace décadas, y dependiente al 100% del gas ruso, su vulnerabilidad es extrema.

Asimismo, no hay que olvidar la creciente agresividad de los fenómenos meteorológicos que, en 2023, también podrían poner a prueba las insuficientes respuestas globales frente la urgencia de la crisis climática, especialmente ante la aparición de nuevos riesgos vinculados como los llamados Natech, los accidentes tecnológicos desencadenados por eventos de origen natural.

El último informe del IPCC concluye que los efectos del cambio climático han causado ya daños irreversibles al medio ambiente y al bienestar de las personas. Las inundaciones de 2022 en Pakistán o en Nigeria, las olas de calor en la India o la persistente sequía en el Cuerno de África son ejemplos claros de la imprevisibilidad e impacto de estos eventos, que llevan a un aumento de los desplazados forzosos como resultado de la destrucción del medio ambiente y perjudican los medios de subsistencia para millones de personas alrededor del mundo.

Las temperaturas en África y, en concreto, en el Sahel están aumentando 1,5 veces más rápido que la media mundial. Sin embargo, los riesgos climáticos no son la única crisis que podría afectar al continente. El aumento de las tensiones, la cronificación de los conflictos regionales, la contestación electoral y la inestabilidad vinculada a los movimientos yihadistas en el Sahel, así como su posible expansión hacia el golfo de Guinea, podrían empeorar la situación de seguridad en la región.

A ello se añade la inconclusa recuperación pospandemia y los efectos de múltiples crisis energéticas, de bienes públicos y de deuda, los cuales, junto con el actual descontento social, podrían desembocar en una crisis en cascada en todo el continente durante 2023. Sus consecuencias, nefastas para el desarrollo de la región y el bienestar de su población, tendrían también un impacto importante para los actores involucrados en la estabilidad regional, lo que añadiría una nueva crisis mundial a la larga lista actual.

Sin embargo, la amenaza de esta hipotética bola negra –por el momento, indefinida– unida a la continua inestabilidad de la permacrisis no deben interrumpir la necesidad de actuar, ni de repensar los nuevos marcos efectivos de cooperación para hacer frente a las crisis globales y a la incertidumbre permanente.

Calendario CIDOB 2023: 75 fechas para marcar en el calendario

1 de enero – Renovación del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Ecuador, Japón, Malta, Mozambique y Suiza entrarán a formar parte del Consejo de Seguridad de la ONU como miembros no permanentes en sustitución de India, Irlanda, Kenia, México y Noruega, que finalizan membresía.

9 – 10 de enero – Cumbre de Líderes de América del Norte. México será el país anfitrión de la cumbre conocida como la de los Three Amigos (México, Canadá y Estados Unidos), donde se abordarán temas como la pobreza extrema, las migraciones, la seguridad, la energía, la gobernanza regional o el comercio.

16 – 20 de enero – Foro de Davos. Cita anual que reúne a los principales líderes políticos, altos ejecutivos de las compañías más importantes del mundo, líderes de organizaciones internacionales y ONGs, así como personalidades culturales y sociales destacadas. En esta edición, que tiene como lema «Cooperación en un mundo fragmentado», se abordarán algunos de los principales desafíos globales compartidos y la necesidad de resolverlos conjuntamente en un momento geopolítico cada vez más complejo. La guerra en Ucrania ocupará un papel central en la discusión.

27 de enero – 50 aniversario de los Acuerdos de Paz de París. La firma de estos acuerdos por la República Democrática de Vietnam, el Gobierno de Vietnam del Sur, Estados Unidos y el Frente Nacional de Liberación de Vietnam marcó el principio del fin de la guerra de Vietnam. El 2 de julio de 1976, tres años más tarde, Vietnam sería reunificado bajo el nombre de República Socialista de Vietnam.

31 de enero – 5 de febrero – Visita del Papa Francisco a la República Democrática del Congo y Sudán del Sur. Es la primera visita del pontífice al extranjero prevista para 2023. Se prevé que trate algunas de las problemáticas comunes en ambos países, relacionadas con cuestiones humanitarias, las tensiones sociales y la pobreza.

Febrero – Cumbre de la Unión Africana. Senegal, quien ostenta la presidencia de la UA, será la organizadora de la cumbre. Se examinarán algunos de los numerosos frentes abiertos en el continente como, el impacto de la inseguridad alimentaria mundial agravada por la guerra en Ucrania y los desastres naturales en África; los abusos de gobernabilidad y el retroceso democrático en el continente –con cuatro países miembros (Burkina Faso, Guinea Conakry, Mali y Sudán) suspendidos en la cumbre–; el aumento del extremismo violento en el Sahel o en Mozambique; las tensiones entre Argelia y Marruecos; o los marcos de relación de la UA con China, Estados Unidos, la Unión Europea y Rusia.

5 de febrero – Elecciones regionales y locales en Ecuador. La actual crisis de seguridad que ha comportado periódicas declaraciones de estado de excepción y de emergencia, elevando la tensión social y política en el país, marcará estas elecciones, en las que se elegirán a los principales cargos intermedios del país.

5 de febrero – Elecciones presidenciales en Chipre. El aumento de las tensiones con Turquía en el norte de Chipre marcará las elecciones en un año en el que se celebran comicios clave en los principales países enzarzados en el conflicto. Con un número récord de candidatos, en caso de que ninguno consiga la mayoría en la primera ronda, las elecciones se decidirán en una segunda vuelta el 12 de febrero.

17 – 19 de febrero – 59ª Conferencia de Seguridad de Múnich. Con carácter anual, es el mayor foro independiente sobre políticas de seguridad internacional que reúne a figuras de alto nivel de más de setenta países. La guerra en Ucrania, las relaciones de seguridad transatlánticas, la guerra tecnológica entre China y Estados Unidos, y la inclusión de perspectivas sobre seguridad desde el Sur Global, serán los principales focos de debate y discusión.

25 de febrero – Elecciones generales en Nigeria. Dos candidatos, Asiwaju Bola Tinubu, del partido gobernante Congreso de Todos los Progresistas (APC), y el exvicepresidente Atiku Abubakar, líder del opositor Partido Democrático de los Pueblos (PDP), se disputarán la victoria electoral, sustituyendo así a Muhammadu Buhari, quien dejará el cargo después de dos mandatos. A los retos habituales de reducción de la pobreza, problemas de inseguridad o el liderazgo de Nigeria en la región, se sumará la creciente tensión social interna, que amenaza con generar mayor inestabilidad y presión sobre la democracia nigeriana.

26 de febrero – 20 aniversario de la guerra del Darfur. En 2003, el gobierno del entonces presidente Omar al Bashir inició un operativo militar contra grupos insurgentes rebeldes en la región de Darfur, provocando una de las mayores crisis humanitarias de África Septentrional, causando millones de desplazados forzados y la muerte de más de 300.000 personas. Sobre Al Bashir, caído en 2019 tras un golpe de estado, pesan dos órdenes de arresto del Tribunal Penal Internacional (TPI) por genocidio, crímenes contra la humanidad y crímenes de guerra relacionados con el Darfur.

27 de febrero – 2 de marzo – Mobile World Congress. Barcelona acoge el mayor evento móvil del mundo, que reúne a las principales empresas tecnológicas y de comunicación internacionales. Esta edición estará dedicada a la velocidad (Velocity) y girará en torno a la tecnología 5G, con cinco temas principales: la aceleración 5G; las tecnologías inmersivas y la movilidad de próxima generación; la aceleración de la banca móvil; la evolución de las monedas digitales y su papel en las transacciones en la economía digital a nivel mundial; y la expansión de las tecnologías digitales.

28 de febrero – 25 aniversario del inicio de la guerra en Kosovo. El último conflicto armado en la antigua Yugoslavia se produjo entre el separatista Ejército de Liberación de Kosovo y las fuerzas armadas de la República Federal de Yugoslavia, entonces conformada por Serbia y Montenegro. Acabó con la intervención militar de la OTAN y la firma del Tratado de Kumanovo. En 2008 Kosovo proclamó su independencia de Serbia, siendo reconocida hasta la fecha por más de 110 países.

8 de marzo – Día internacional de la mujer.  Se ha convertido en una fecha clave en la agenda política y social de muchos países con movilizaciones masivas, que han tomado impulso en los últimos años especialmente en América Latina, Estados Unidos y Europa con un objetivo en común: la lucha por los derechos de la mujer y la igualdad de género en todo el mundo.

20 de marzo – 20 aniversario de la invasión de Iraq. Supuso la caída del gobierno de Saddam Husein, tras una intervención militar ilegal liderada por Estados Unidos y Reino Unido, con el apoyo de otros países como Portugal o España, bajo el pretexto de que el gobierno iraquí tenía acceso a armas de destrucción masiva. El gobierno iraquí fue sustituido por la Autoridad Provisional de la Coalición durante poco más de un año hasta la configuración de un gobierno iraquí interino.

20 – 21 de marzo – Segundo Foro Humanitario Europeo. Este foro impulsado por la Unión Europea, uno de los principales donantes humanitarios del mundo, reunirá a responsables políticos, organizaciones humanitarias y otros socios, en un momento de especial relevancia internacional en materia de seguridad humana, marcado por el impacto de la guerra en Ucrania, el aumento global de los precios de los alimentos y los desastres naturales en entornos frágiles.

22 – 24 de marzo – Conferencia del Agua de Naciones Unidas. Nueva York acogerá una de las citas medioambientales clave en este año. Reunirá a gobiernos, participantes del sector privado y de la sociedad civil para avanzar en la consecución del ODS 6 ‘Agua y Saneamiento’ de la Agenda 2030, en un momento de fuerte tensión hídrica en grandes extensiones del mundo. Esta edición versará sobre cinco grandes ejes: agua para la salud; agua para el desarrollo; agua para el clima, la resiliencia y el medio ambiente; agua para la cooperación; y acción para el agua.

Primer Trimestre – Cumbre de defensa entre Francia y Reino Unido. Macron anunció la celebración de esta cumbre con el objetivo de establecer prioridades estratégicas para ambos países, en respuesta a las tensiones geopolíticas mundiales y en pleno debate sobre la necesidad de aumentar la autonomía estratégica militar europea. Tendrán especial relevancia la invasión de Ucrania, las tensiones crecientes con China, y la inseguridad en el Sahel.

2 de abril – Elecciones generales en Finlandia. Sanna Marin, la actual primera ministra, buscará la reelección en unas elecciones que se enmarcan en un contexto geopolítico convulso para Finlandia tras el inicio de la guerra en Ucrania. Marin ha liderado un giro histórico en política exterior y defensa con la solicitud de entrada de Finlandia en la OTAN, todavía inconclusa por las reticencias de dos países miembros de la Alianza, Hungría y Turquía.

2 de abril – Décimo aniversario del Tratado sobre el Comercio de Armas (TCA). Se celebra el décimo aniversario del mayor tratado multilateral que regula el comercio internacional de armas convencionales. Más de 110 países, entre ellos 6 de los 10 principales productores de armas del mundo (China, Reino Unido, Italia, España, Francia y Alemania), han ratificado o se han adherido al TCA.

10 de abril – 25 aniversario del Acuerdo de Viernes Santo. Sentó las bases para poner fin a tres décadas de conflicto entre católicos y protestantes en Irlanda del Norte. Su aprobación significó el fin de la violencia y la reinstauración del autogobierno de Irlanda del Norte.

23 de abril – Elecciones legislativas en Guinea Bissau. Estas elecciones vienen marcadas por el intento de golpe de estado en febrero de 2022; la disolución del Parlamento en el mes de mayo, por parte del presidente Umaro Sissoco Embaló; y el retraso en la convocatoria de estos comicios, que ha elevado la tensión política y social en el país.

26 – 28 de abril – Primera Cumbre de Ciudades de las Américas. Denver acogerá esta primera edición, que tiene como objetivo impulsar la cooperación regional entre las principales ciudades del continente americano, en ámbitos de salud pública, medio ambiente, tecnología digital y seguridad. Se trata de una iniciativa surgida tras la Cumbre de las Américas celebrada en junio de 2022.

30 de abril – Elecciones generales en Paraguay. Los paraguayos elegirán en estos comicios al presidente y vicepresidente, la totalidad de representantes del Senado y el Congreso, 17 gobernadores y juntas departamentales, así como los miembros del Parlamento del Mercosur. Los actuales presidentes y vicepresidentes no pueden optar a la reelección. La convocatoria se produce en un ambiente político y social enrarecido, con acusaciones de corrupción, narcogobierno y un aumento de la presencia del crimen organizado transnacional en el país.

4 de mayo – Elecciones locales en Reino Unido. Primer termómetro electoral para medir los apoyos de los principales partidos políticos del país tras las crisis políticas generadas por las dimisiones de los primeros ministros conservadores Boris Johnson y Liz Truss, y el ascenso de Rishi Sunak como nuevo inquilino de Downing Street.

6 de mayo – Coronación del rey Carlos III y la reina Consorte Camila. La Abadía de Westminster acogerá la ceremonia de coronación del rey Carlos III y la reina consorte Camila, tras el fallecimiento de la reina Isabel II el pasado 8 de septiembre, después de más de 70 años de reinado.

7 de mayo – Elecciones generales en Tailandia. El actual primer ministro Prayut Chan-o-cha optará a la reelección en unos comicios donde la oposición espera alzarse con la victoria tras varios años de sucesivas crisis políticas y sociales: desde el golpe de estado de 2014, que aupó a Prayut en el poder, con el establecimiento de una dictadura militar, hasta las irregularidades electorales en 2019 y las múltiples protestas populares desde 2020 contra el gobierno.

19 – 21 de mayo – 48ª Cumbre G7 en Japón. Hiroshima acogerá una nueva edición del G7 con el impacto de la crisis ucraniana en la geopolítica y la economía internacional como prioridad en la agenda.

25 de mayo – 50 años de la fundación de la Organización para la Unidad Africana. La OUA fue la organización predecesora de la actual Unión Africana, creada en 2002. Su fundación impulsó una mirada panafricanista del continente y de las relaciones internacionales, gracias al activismo político de líderes africanos como Haile Selassie I, Kwame Nkrumah, Gamal Abdel Nasser o Julius Nyerere.

28 de mayo – Elecciones regionales y locales en España. El país abre un nuevo ciclo electoral con la elección de los gobiernos locales y una parte importante de los gobiernos regionales, a pocos meses de la celebración también de elecciones generales. Un ambiente de creciente tensión política y social, con el impacto de la pandemia todavía presente, el reparto de los fondos europeos Next Generation y la guerra en Ucrania.

5 de junio – Décimo aniversario del caso Snowden. Se cumplen 10 años de la filtración de cientos de documentos clasificados a varios medios de comunicación, que comprometían a los servicios de inteligencia de Estados Unidos, y cuestionaban el papel de las principales compañías tecnológicas mundiales.

18 de junio – Elecciones generales en Turquía. El actual presidente del país, Recep Tayyp Erdogan, se volverá a presentar a la reelección, en unas elecciones donde la oposición aspira a alzarse con la victoria. Para ello, seis formaciones opositoras han creado una alianza política, esperando capitalizar el descontento generalizado de la población por la crítica situación económica del país.

20 de junio – Día Mundial del Refugiado. El número de personas desplazadas forzadas en 2023 alcanzará de nuevo cifras récord –tanto de desplazados internos como de refugiados–, alimentada este último año por la guerra en Ucrania y la agresividad de fenómenos meteorológicos en África y Asia Meridional. Durante esa semana de junio se dará a conocer el informe anual de ACNUR de tendencias de desplazamientos forzados en todo el mundo.

24 de junio – Elecciones presidenciales, parlamentarias y locales en Sierra Leona. El actual presidente, Julius Maada Bio, optará a la reelección en medio de una fuerte crisis económica y energética, que ha incrementado los precios de alimentos, luz y combustibles. La elevada tensión social ha llevado a importantes manifestaciones y protestas en las principales ciudades del país.

25 de junio – Elecciones generales en Guatemala.  Guatemala afronta unas elecciones en las que se elegirá presidencia y vicepresidencia del país, todos los diputados del Congreso, más de 300 alcaldes y los diputados del Parlamento Centroamericano. La seguridad, la corrupción, las políticas migratorias, el impacto de la pandemia y la guerra de Ucrania en la economía del país, y los efectos del cambio climático –con énfasis en el sector agropecuario– serán los principales ejes de la campaña electoral.

Julio – Elecciones generales en Grecia. A la espera de un posible avance electoral, el partido actualmente en el poder, Nueva Democracia, y el principal partido opositor, Syriza, junto a las alianzas que puedan generarse con terceros partidos, se disputarán la victoria en unos comicios marcados por la economía y por el impacto de la guerra en Ucrania. Tanto el actual primer ministro, Kyriakos Mitsotakis, como el anterior, Alexis Tsipras, han anunciado su intención de liderar las candidaturas de sus respectivos partidos.

Julio – Elecciones generales en Zimbabue. El actual presidente del país, Emmerson Mnangagwa, optará a la reelección liderando la candidatura del Zanu-PF. Enfrente tendrá a la principal candidatura opositora, encabezada por Nelson Chamisa, de la Alianza del Movimiento por el Cambio Democrático. Además de la presidencia, se elige también a los miembros del parlamento y gobiernos locales. Emmerson Mnangagwa llegó al poder en 2017 después de derrocar al dictador Robert Mugabe en un golpe de estado que fue respaldado por el ejército.

Julio – Cumbre Rusia-África. San Petersburgo acogerá la segunda edición de este formato que reunirá a Vladimir Putin con los principales líderes africanos. El interés de Rusia por el continente africano ha sido creciente en los últimos años, con varios acuerdos firmados en materia de seguridad, defensa, recursos naturales, industria o comercio.

Julio – Elecciones generales en Sudán del Sur. A pesar del acuerdo de paz alcanzado en 2018, y de los compromisos a los que se llegó en 2020 entre el presidente Salva Kiir y su adjunto Riek Machar para la celebración elecciones generales en 2023, la inestabilidad política que arrastra el país desde hace años sigue dificultando que se pongan las bases para la convocatoria electoral con las suficientes garantías.

1 de julio – Inicio presidencia española de la UE. España asumirá la presidencia semestral de la UE, sustituyendo a Suecia. Esta presidencia pondrá el foco no sólo en los impactos de la guerra en Ucrania en materia energética, geopolítica, alimentaria y migratoria, sino también en el impulso de las políticas europeas en materia de transición ecológica, transformación digital y agenda social.

3 de julio – Décimo aniversario golpe de estado en Egipto. Se cumplen 10 años del golpe de estado del entonces jefe del ejército egipcio y actual presidente, el general Abdel Fattah al-Sisi, que destituyó el gobierno democrático de Mohamed Morsi, dejando en suspenso la constitución aprobada en 2012.

10 – 19 de julio – Foro Político de Alto Nivel sobre Desarrollo Sostenible. Se celebrará en Nueva York con el lema «Acelerar la recuperación de la enfermedad por coronavirus (COVID-19) y la plena implementación de la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible en todos los niveles».

11 – 12 de julio – Cumbre de la OTAN. Lituania acogerá una nueva cumbre de la mayor organización militar del mundo. Buen momento para analizar los primeros meses de la adopción del Concepto Estratégico de la OTAN aprobado en la Cumbre de Madrid, y las solicitudes de adhesión de Suecia y Finlandia.

17 de julio – 25 aniversario del Estatuto de Roma, texto fundacional de la Corte Penal Internacional (CPI). Nacida bajo el paraguas de Naciones Unidas, permite enjuiciar a personas por genocidio, crímenes de lesa humanidad, crímenes de guerra y crimen de agresión. No ha contado con el aval de Estados Unidos, Rusia, China, India e Israel; tampoco de muchos gobiernos africanos, que han denunciado un sesgo excesivo hacia delitos cometidos en África.

23 de julio – Elecciones generales en Camboya. Hun Sen, en el poder desde 1985, primero como presidente de la República Popular de Kampuchea y, posteriormente, como primer ministro de la República de Camboya, aspira a revalidar mandato. La oposición ha sido incapaz de presentar una candidatura unitaria que pudiera tener opciones a alzarse con la victoria. La disolución del principal partido opositor en 2017 llevó al gobernante Partido Popular de Camboya a obtener todos los escaños de la Asamblea General en las elecciones de 2018, convirtiendo al país en un estado de partido único.

Septiembre – Elecciones parlamentarias en Polonia. El partido Ley y Justicia (PiS), que gobierna Polonia desde el otoño de 2015, aspira a revalidar la victoria, con la incógnita de si el actual primer ministro, Mateusz Morawiecki, se presentará a la reelección. La oposición dividida aspira a desbancar el PiS. El principal candidato opositor es el antiguo primer ministro polaco y expresidente del Consejo de la Unión Europa, Donald Tusk, líder de Plataforma Cívica. La larga campaña electoral estará centrada en la crisis económica y energética que azota el país, la guerra en Ucrania y las tensiones con la UE.

Septiembre – Cumbre de la Organización para la Cooperación de Shanghai. India, quien ostenta la presidencia anual de esta organización acogerá una nueva edición del principal foro regional de Asia Central en materia de seguridad, economía y política compuesto por China, India, Kazajstán, Kirguistán, Pakistán, Rusia, Tayikistán, Uzbekistán y la posible adhesión de Irán. Los 6 ejes de la presidencia india estarán enfocados a cuestiones de seguridad, desarrollo económico, conectividad y desarrollo digital, protección del medio ambiente, unidad regional y defensa de la soberanía.

Septiembre – Cumbre de ministros de economía de la UE – América Latina. Santiago de Compostela (España) acogerá la primera reunión de ministros de la UE y América Latina, bajo el paraguas de la CELAC, que tiene como objetivo avanzar en una estrategia de relaciones comerciales y de agenda de desarrollo comunes.

9-10 de septiembre – 18ª Cumbre del G20. «Una tierra, una familia, un futuro» será el lema de la decimoctava cumbre de los líderes del G20 que se celebrará en la India. La presidencia india espera avanzar en asuntos internacionales clave como la lucha contra el terrorismo y la unidad para enfrentar los desafíos globales, la desaceleración económica, la crisis climática y la brecha digital.

11 de septiembre – 50 aniversario del golpe de estado en Chile. Se cumplen 50 años del golpe de estado que supuso la caída del gobierno de Salvador Allende y el inicio de la dictadura militar de Augusto Pinochet, que duró hasta 1990.

25 – 30 de septiembre – 78ª Sesión de la Asamblea General de Naciones Unidas. Una cita anual que reúne a todos los líderes mundiales para evaluar el actual estado de sus políticas nacionales y su visión del mundo.

Octubre – Elecciones generales en Pakistán. La crisis política que vive el país tras la destitución del primer ministro, Imran Khan, en el mes de abril, y la elección de Shehbaz Sharif como primer ministro, ha elevado la tensión a pocos meses de unas elecciones en las que el ejército puede jugar un papel relevante. El partido Pakistan Tehreek-e-Insaf (PTI) de Khan lleva meses tensionando las calles con frecuentes protestas y manifestaciones.

Octubre – Elecciones parlamentarias en Ucrania. Previstas para el mes de octubre, renovaría los escaños de la Rada Suprema. La guerra podría aplazar estos comicios hasta 2024, para celebrar elecciones conjuntas con las presidenciales, previstas para ese año.

Octubre – Elecciones regionales en Alemania. Se celebran elecciones regionales en los Estados de Baviera y Hesse. Servirán como termómetro de los apoyos que tienen los partidos políticos que sustentan actualmente el gobierno federal –SPD, Liberales y Verdes–, así como para medir el grado de apoyo al partido de ultraderecha, Alternativa por Alemania (AfD).

10 de octubre – Elecciones generales en Liberia. Se elige al presidente y a los diputados de la Cámara de Representantes. El actual titular, George Weah, ha anunciado su intención de optar a la reelección. Su figura ha sido cuestionada por Estados Unidos, con acusaciones de corrupción, secundadas por la oposición y por grupos de derechos humanos, lo que puede comprometer su candidatura y los apoyos internos que reciba.

21 de octubre – 30 aniversario de la guerra civil en Burundi. Las primeras elecciones multipartidistas celebradas en 1993 dieron la victoria a Melchior Ndadaye, convirtiéndose en el primer hutu en ser presidente del país. Un golpe de estado, pocos meses más tarde, acabó con la vida de Ndadaye y dio inicio a un conflicto civil que duró hasta 2005 y que provocó, como mínimo, la muerte de 300.000 personas.

29 de octubre – Elecciones presidenciales y legislativas en Argentina. El malestar social por el encarecimiento de los precios y la elevada deuda pública argentina, que lastra la economía del país, pueden pasar factura al oficialista Frente de Todos, que por ahora se hunde en las encuestas. Aunque los principales partidos aún no han definido candidato, la polarización social que se vive entorno a Cristina Kirchner marca ya la precampaña.

29 de octubre – Centenario de la República de Turquía. Se cumplen 100 años de la proclamación de la República de Turquía por parte de Mustafá Kemal Ataturk, según se estableció en el Tratado de Lausana tras el fin de la Primera Guerra Mundial, definiendo las fronteras de la Turquía Moderna, así como de Grecia y Bulgaria.

29 de octubre – Elecciones regionales y locales en Colombia. Se elige a los gobernadores de los 32 departamentos colombianos, diputados de las Asambleas Departamentales, alcaldes y concejales municipales y ediles de las Juntas Administradoras Locales. Primera prueba de fuego para medir el apoyo popular al gobierno nacional de Gustavo Petro tras su victoria en 2022.

Noviembre – Cumbre de la APEC. Estados Unidos acogerá una nueva edición del principal foro económico y geoestratégico de la región Asia-Pacífico, que reúne a 21 países y que se celebrará bajo el lema «Crear un futuro resistente y sostenible para todos». 

30 de noviembre – 12 de diciembre – Cumbre del Cambio Climático COP28. Dubái acogerá una nueva edición de la mayor cumbre mundial sobre cambio climático, que recogerá el testigo de la COP27 celebrada en Egipto, cuyo mayor logro ha sido la aprobación de un fondo especial para cubrir los daños en países vulnerables al cambio climático.

21 de noviembre – Décimo aniversario del Euromaidan. La decisión del gobierno ucraniano de no firmar el Acuerdo de Asociación UE-Ucrania aprobado por el Parlamento ucraniano desató una serie de manifestaciones y disturbios por todo el país que provocó la renuncia del presidente Víktor Yanukovich y del gobierno de Mikola Azárov.

Diciembre – Elecciones generales España. El actual presidente, el socialista, Pedro Sánchez aspira a revalidar gobierno en unas elecciones marcadas por la polarización política y social, y por el impacto de la pandemia y la guerra en Ucrania en la economía del país. El principal partido opositor, el Partido Popular, aspira a alzarse con la victoria con la incógnita de los apoyos externos que pudiera necesitar, principalmente del partido de extrema derecha VOX.

Diciembre – Elecciones presidenciales en Madagascar. El actual presidente Andry Rajoelina, quien acumula dos mandatos presidenciales, aspira a la reelección. En la oposición, el mejor posicionado es el expresidente Marc Ravalomanana. El país ha afrontado en los últimos meses fuertes tensiones sociales, causadas por una crisis alimentaria y climática en el sur de la isla.

Diciembre – Elecciones generales en Bangladesh. El gobierno de la Liga Awami, dirigido por la primera ministra Sheikh Hasina, aspira a revalidar el poder tras tres mandatos consecutivos. El principal partido opositor, el Partido Nacionalista de Bangladesh (BNP) liderado por Amanullah Aman, tiene opciones de conseguir una victoria en unas elecciones que se prevén conflictivas, tal y como han anunciado organismos internacionales de derechos humanos, preocupados por el aumento de la represión política por parte del gobierno de Hasina.

Diciembre – Elecciones presidenciales, parlamentarias y locales en Gabón. Desde 1967, la familia Bongo ha ocupado la presidencia del país, primero con el presidente Omar Bango hasta su fallecimiento en 2009 y con su hijo Ali Bongo al mando del Gabón hasta la fecha. La oposición afronta dividida estas elecciones, aunque está en negociaciones abiertas para concurrir conjuntamente y poder ser una alternativa creíble para desbancar a la candidatura de Bongo.

Pendiente – Cumbre bilateral de la ASEAN y Japón. Tokio será la sede de una cumbre política que agrupará al principal organismo regional del sudeste asiático con una de las principales potencias regionales, en conmemoración del 50 aniversario de su relación. Se producirá además en un momento de gran complejidad en la región por la agresiva diplomacia del otro gran actor regional, China, en materia comercial, tecnológica, y de seguridad y defensa.

Pendiente – Elecciones generales en Birmania. Existen muchas dudas de que el anuncio de elecciones para 2023 por parte del general Min Aung Hlaing pueda materializarse, dada la profunda crisis política y social que hay en el país. Una junta militar gobierna Myanmar desde el golpe de estado que perpetró el Ejército en febrero de 2021 contra el gobierno democrático liderado por Aung San Suu Kyi.

Pendiente – Elecciones regionales en Iraq. El parlamento de la región autónoma del Kurdistán del norte de Irak, quien extendió un año más su mandato, votará su renovación en un contexto de fuerte tensión política y militar en la región, y de parálisis política, especialmente en el gobierno y parlamento iraquí.

Pendiente – Foro Líderes de las Islas del Pacífico. Es el principal foro de discusión panregional de Oceanía que agrupa los intereses de 18 estados y territorios en materia de cambio climático, uso sostenible de los recursos marítimos, seguridad y cooperación regional. Un espacio geográfico de creciente interés por parte de China y Estados Unidos, que han iniciado una carrera diplomática para atraer a sus esferas de influencia a algunos de estos países y territorios.

Pendiente – Cumbre de la ASEAN. Indonesia acogerá una nueva edición de este organismo regional que agrupa a 10 países del sudeste asiático, bajo el lema «Asuntos de la ASEAN: epicentro del crecimiento».

Pendiente – Cumbre UE-CELAC. La última cumbre de alto nivel entre la Unión Europea y la Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe (CELAC) tuvo lugar en 2015. El Alto Representante de Política Exterior de la UE, Josep Borrell, ha anunciado su intención de celebrar un nuevo encuentro, bajo el paraguas de la presidencia española del Consejo de la UE. Se busca relanzar y estrechar las relaciones comerciales, económicas, energéticas, alimentarias, de transición digital, y en materia de medio ambiente entre ambos bloques.

Pendiente – XV Cumbre de los BRICS. Sudáfrica acogerá una nueva edición de los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) con la salida a la crisis económica provocada por la pandemia y los impactos de la guerra en Ucrania como ejes centrales de la cumbre. Se prevé abordar la ampliación formal de este grupo a terceros países que han anunciado su intención de iniciar el proceso de adhesión.

Pendiente – XXXII Cumbre de la Liga Árabe. Arabia Saudita acogerá una nueva edición de la principal organización política que agrupa países de Oriente Medio y el Norte de África. Las crecientes tensiones entre algunos de sus miembros, el conflicto palestino-israelí, cuestiones de seguridad alimentaria y energética, y los impactos regionales por la guerra en Ucrania, serán algunos de los temas principales de discusión y debate entre los líderes de sus 22 países miembros.

Pendiente – III Foro de la Franja y la Ruta para la Cooperación Internacional. China ha propuesto la celebración de la tercera cumbre de su proyecto Belt and Road, tras cuatro años de parón debido a la COVID-19. Este evento conmemorará la primera década de la Iniciativa de la Franja y la Ruta, y tiene como objetivo dar un mayor ímpetu al desarrollo de la región de Asia Pacífico tras la pandemia. En ediciones previas, el evento llegó a reunir delegaciones y representantes de más de 200 países.

La posmodernidad como “estado de la cultura” en América latina. Santiago Castro-Gómez. 1996

Quizá la mejor forma de comenzar a responder estas críticas sea mostrando que lo que se ha dado en llamar «posmodernidad» no es un fenómeno puramente ideológico, es decir, que no se trata de un juego conceptual elaborado por intelectuales deprimidos y nihilistas del «primer mundo», sino, ante todo, de un cambio de sensibilidad al nivel del mundo de la vida que se produce no sólo en las regiones «centrales» de Occidente, sino también en las periféricas durante las últimas décadas del siglo XX.

Las elaboraciones puramente conceptuales a nivel de la sociología, la arquitectura, la filosofía y la teoría literaria serían, entonces, momentos «reflexivos» que se asientan sobre este cambio de sensibilidad.

Me propongo mostrar, entonces, que la posmodernidad, no es una simple «trampa» en la que caen ciertos intelectuales que se empeñan en mirar nuestra realidad con los modelos ideológicos de una realidad ajena, sino que es un estado generalizado de la cultura presente también en América Latina.[1]

Para llevar adelante este propósito me apoyaré en algunos de los más recientes estudios realizados por diferentes ensayistas y científicos sociales latinoamericanos, entre cuyos nombres podría mencionar a José Joaquín Brunner, Néstor García Canclini, Jesús Martín-Barbero, Roberto Follari, Norbert Lechner, Nelly Richard, Beatriz Sarlo y Daniel García Delgado, entre otros muchos.

Estos nuevos enfoques superan lo que podríamos llamar el «síndrome de las venas abiertas», en tanto que el escrito ya no se coloca en investigar las causas estructurales del subdesarrollo a nivel de las relaciones económicas internacionales, es decir privilegiando los factores exógenos, sino que la atención se dirige hacia la forma como los procesos de modernización han sido asimilados y transformados en los «patios interiores» de la cultura[2].

Quisiera comenzar respondiendo a la pregunta por la necesidad y la pertinencia de una discusión sobre la posmodernidad en América Latina.

Casi todos los autores discutidos anteriormente coinciden en señalar  que un debate latinoamericano sobre la posmodernidad, u obedece a un interés extranjerizante por parte de élites alienadas que buscan estar «a la moda” de la discusión internacional, o es la expresión ideológica del «capitalismo tardío» en su actual fase de expansión planetaria.

En los dos casos, la crítica se basa en una misma presuposición: el desnivel económico-social entre las sociedades donde reina el hiperconsumo de bienes, y las sociedades latinoamericanas, marcadas por la pobreza, el analfabetismo y la violencia, haría imposible o sospechosa una transferencia de los contenidos teórico-críticos de la discusión[3].

La filósofa chilena Nelly Richard ha señalado, sin embargo, que este argumento se mantiene dentro de un esquema ilustrado que subordina los procesos culturales a los desarrollos económico-sociales. Si partimos, en cambio, de un esquema de análisis en el que los ámbitos de la cultura y la sociedad se relacionan asimétricamente, en una dialéctica no resuelta de contradicción y desfase, tendremos entonces que el cumplimiento estructural de las sociedades primer -mundistas no tendría que reproducirse en América Latina para que en ella aparezcan los registros culturales de la posmodernidad.

Estos habrían entrado en la escena latinoamericana por razones y circunstancias muy diferentes a las observadas en los países del «centro», pues se remiten a una experiencia periférica de la modernidad.[4]

Por ello, tomar el modelo de desarrollo económico-social del primer mundo como garante referencial a partir del cual tendría o no sentido una discusión sobre la posmodernidad en América Latina, significa continuar atrapados en el eurocentrismo conceptual del cual pretenden librarse muchos de los autores arriba mencionados.

Pues de lo que se trata no es de imitar o transcribir un debate sobre la crisis de la modernidad en las sociedades europeas, sino de reflexionar sobre la manera como América Latina se ha apropiado de esa modernidad (y de esa crisis), viviéndolas de una manera diferente[5].

Nelly Richard resalta dos factores que, a su juicio. explicarían la reticencia de una parte de la intelectualidad latinoamericana al debate posmoderno. El primero es el trauma de la marca colonizadora, que hace que muchos intelectuales miren con desconfianza todo lo que viene de «afuera», estableciendo una línea divisoria entre lo importado y lo «propio», entre lo extranjero y lo nacional. El segundo factor tiene que ver con la crítica implícita del discurso posmoderno a los ideales heroicos de aquella generación que proclamó su fe latinoamericanista en la revolución y en el «hombre nuevo»[6].

No es extraño, entonces, que en lugar de sacar provecho de la crítica posmoderna al sistema dominante de la modernidad centrada, reintensionalizando  su significado desde una perspectiva  latinoamericana, buena parte de nuestros intelectuales hayan optado por mirar esta crítica como una nueva «ideología imperialista».

Por fortuna, no son pocos los autores que han argumentado a favor de un interés latinoamericano en el debate posmoderno, a sabiendas de que allí se están tratando problemas de gran interés para un diagnóstico de la ambigüedad con que América Latina vivió siempre la modernidad.

Examinemos primero el diagnóstico del politólogo argentino Daniel García Delgado , para quien América Latina experimenta un tránsito de la “cultura holista” -vigente entre los años 40 y los 80- hacia la «cultura individualista” de los años 90[7].

La cultura holista era aquella que  definía “identidades amplias” basadas en la pertenencia a colectivos y solidaridades de «clase», en el seno de una comunidad política en donde se destacaba la función integradora de la nación, el papel revolucionario de la cultura popular y la clase trabajadora, así como el papel de la justicia distributiva asegurada por el Estado.

La cultura neoindividualista, por el contrario, se caracteriza por una tendencia global a la formación de “identidades restringidas», en donde se valora lo micro-grupal y lo privado. La identificación con lo «nacional», que antes actuaba como elemento aglutinador y de reconocimiento, se disuelve frente al impulso de una cultura transnacional jalonada por los medios de comunicación. Esta pérdida de las certezas tradicionales obliga al individuo a replegarse en lo pequeño, en el ámbito donde puede controlar la formación de su propia identidad.

García Delgado nos dice que esta pérdida de las certezas tradicionales no se produce solamente debido a la quiebra del Estado nacional frente al «imperialismo económico» de los poderes transnacionales, sino que obedece, entre otras cosas, a la disolución de los antagonismos ideológicos vigentes durante todo el siglo XIX y parte del XX a raíz de las guerras civiles, y que fueron reforzados posteriormente con la guerra fría.

Si los anteriores procesos de integración posicionaban a los individuos y colectivos frente a «enemigos» tales como los conservadores, los liberales, la oligarquía, el imperialismo o el comunismo, que aglutinaban y daban sentido a la política de masas, esta modalidad pierde fuerza en la medida en que, desaparecidos los bloques ideológicos, la lógica del poder se vuelve cada vez más compleja y difusa.

Las «ideologías pesadas» dejan ya de funcionar como elementos de integración, abriendo paso a una cultura escéptica frente a los «grandes relatos». La integración social se desplaza al  ámbito de las «ideologías livianas», que ofrecen al individuo la oportunidad de ejercer protagonismo sobre su propia vida.

El culto del cuerpo mediante la práctica del deporte, el disfrute intenso de momentos y sensaciones a través de la música «Rock» o del consumo de, drogas, la cultura ecológica, la religiosidad privada de las sectas evangélicas, serían algunas de estas micro-prácticas.

Buscando las causas de este cambio de sensibilidad en América Latina, el sociólogo argentino Roberto Follari señala dos factores principales: en primer lugar, la brutalidad inusitada con que las dictaduras en el cono sur eliminaron las organizaciones políticas o las debilitaron, sembrando una huella inevitable de temor[8].

Esto ha hecho que se propague una fuerte descreencia en las posibilidades de un cambio estructural de la sociedad, pues de antemano se conoce el altísimo coste social que implicaría la intentona. El «ablandamiento» de las opiniones políticas resulta inevitable desde esta perspectiva, lo mismo que la adherencia a cualquier proyecto de «liberación integral». El segundo factor mencionado por Follari es la falta de alternativas sociales[9].

La miseria de amplias capas de la población, la creciente restricción de los ingresos en los sectores medios, la corrupción de la clase política, todos estos factores desembocan en una cultura de la inmediatez en donde lo importante es aprender a sobrevivir hoy, que mañana ya veremos lo que ocurre.

Amplios sectores de la población se han visto obligados en los últimos años a sobrevivir mediante la economía informal, quedando de este modo sin protección ni representación social, librados enteramente a su suerte. El presente se convierte así en el horizonte único de significación, por falta de un proyecto futuro.

En estas condiciones no resulta extraño que se haya propagado en América Latina una sensibilidad pesimista que, a diferencia de lo que piensan algunos, no nos viene desde «afuera», a la manera de un producto importado por las élites intelectuales, sino que surge desde adentro como resultado de una larga decantación histórica: la experiencia de haber convivido durante 500 años con el retraso socio-económico, con el autoritarismo y con la desigualdad en todos los niveles de la vida cotidiana, sin que ningún proyecto político haya sido hasta el momento capaz de evitarlo.

Las promesas de reforma económica y de justicia social, que desde los días de la independencia han enarbolado todos los partidos políticos, han fracasado rotundamente en América Latina; y este fracaso hace parte ya de la memoria colectiva, de tal manera que a la gran mayoría de la población le es indiferente cualquier oferta política de hacer realidad el orden prometido.

Vivimos, entonces, una creciente pérdida de confianza en las instituciones políticas y en la efectividad de la participación en el espacio público, lo cual, como dijimos, conduce a la búsqueda de la realización personal en el ámbito de lo privado.

Un ejemplo de este desencanto es la fuerte oposición al mesianismo de los movimientos revolucionarios en las décadas anteriores. Si la izquierda revolucionaria se orientaba a identificar la utopía de la igualdad con elfuturo posible, la tendencia en este momento, como bien lo muestra el sociólogo chileno Norbert Lechner, es «descargar» la política de todo elemento redencionista, despojándola de cualquier motivación ético-religiosa[10].

Es decir, frente a una visión heroica de la política y un enfoque mesiánico del futuro, se replantea ahora la política como «arte de lo posible”. El resultado es, entonces, un desencanto político, en el sentido de que se reacciona contra una serie de ilusiones creadas por la llamada “inflación ideológica» de los años sesenta. Lo importante ahora no es «romper con el sistema» sino reformarlo desde adentro, y ello mediante el restablecimiento de la política como espacio de negociación.

Esta des-heroización implica también que la política ya no se entiende más como una actividad orientada por ideales racionales, sino que se ha convertido en un espectáculo montado por los mass media. El factor  decisivo para que un candidato o un partido accedan al poder ya no es la racionalidad de sus ideales políticos, sino la habilidad para crear una realidad ficticia, haciéndola pasar por verdadera.

El estilo, la gesticulación, el tono de la voz, en una palabra: el «carisma» de un candidato presidencial, es «producido» según criterios estético-publicitarios, de tal manera que pueda ser «vendido» con éxito en el mercado de imágenes. La argentina Beatriz Sarlo menciona el caso de las elecciones presidenciales en el Perú, en donde tanto Fujimori como Vargas Llosa se presentaron ante el público utilizando imágenes cuidadosamente diseñadas[11].

Fujimori aparece vestido de karateca, con un kimono blanco ajustado a la cintura, en el acto de partir un ladrillo con el canto de su mano derecha. Vargas Llosa aparece visitando una villa miseria, saludando conmovido a personas aindiadas y mal vestidas. En ambos casos se produce una sustitución del discurso político por una escenografía construida para la contemplación de los mass-media, en la que los candidatos buscan parecer lo que no son. Fujimori no quiere ser asociado con clase política peruana, y para no parecerse a un político se disfraza de karateca.

Vargas Llosa, por su parte, quiere parecerse a un intelectual cuyos principios morales lo impulsan a identificarse con el sufrimiento de los más pobres. El manifiesto político queda integrado, de este modo, en una hiperrealidad simbólica en la que la imagen ya no hace referencia a realidad alguna, sino que es un producto comercializable de carácter autorreferencial.

La política deviene en simulacro, en imagen de imágenes cuya única realidad es la de un mundo ocupado por la retórica de los medios electrónicos.

Esta influencia ejercida en el imaginario social latinoamericano por los medios de comunicación ha sido uno de los temas abordados con más frecuencia por las ciencias sociales en los últimos años.

Ciertamente no se trata de un interés gratuito: si hasta los años cincuenta las identidades personales y colectivas en América Latina se formaban todavía según modelos tradicionales de socialización, con la popularización de los mass media esta situación ha cambiado radicalmente.

La televisión, el cine, la radio y el video conllevan el descubrimiento de otras realidades sociales, de numerosos juegos de lenguaje y, con ello, la relativización de la propia cultura.

El sociólogo chileno José Joaquín Brunner opina que los mass media han conformado en América Latina una hiperrealidad simbólica, en donde los significantes ya no remiten a significados sino a significantes desterritorializados[12].

Esto implica que la socialización del individuo se remite en gran parte a criterios y pautas transnacionales de comportamiento, todo ello a costa de un distanciamiento crítico frente a la propia tradición cultural.

La cultura de masas promueve la disolución de certezas tradicionales que antes funcionaban como garantes de la integración social, conformando así una escena compleja en donde conviven lo nacional y lo transnacional.

Profundizando sobre este fenómeno del desencanto de la tradición, Brunner señala una consecuencia de la modernización que no fue siquiera pensada por los teóricos de la dependencia: la escolarización masiva en América Latina.

A partir de la modernización del sistema escolar, los sectores subalternos quedan sometidos a una nueva dinámica: son desarraigados del medio cultural tradicional y sometidos a una socialización intensiva y sistemática a través de la escuela. El ámbito primario de socialización se traslada de la familia a la institución escolar, encargada ahora de introyectar una disciplina corporal y mental que capacite al individuo para asumir un papel específico en la sociedad.

La escuela transmite una concepción moderna del mundo, cuya base descansa en las tradiciones humanistas de Occidente y en el modelo científico de concebir los procesos naturales. Todo esto implica, nos dice Brunner, que la distinción entre cultura «alta» y cultura «popular» tiende a desaparecer en Latinoamérica.

La cultura popular, entendida como universo simbólico que transmite el acervo religioso, moral y cognitivo del pueblo, ya no puede resistir más el avance de la escolarización, de la industria cultural y de los medios de comunicación. Las formas de cultura popular que resistan lo harán cada vez más bajo la modalidad del «folclor», que ya no permanece impoluto sino que es modificado por el mercado internacional de imágenes y símbolos.

A esto se suma el hecho de que la llamada «educación formal» es considerada como una fuente de prestigio social, de tal manera que aprender la lengua y el saber oficial de la escuela incrementa la seguridad del indígena y el campesino, aumentando sus horizontes de posibilidad.[13]

Llegados a este punto se hace preciso aclarar que diagnosticar un «desencanto» político y cultural en América Latina no significa estimular el abandono de la lucha política en aras de asumir formas de vida nihilistas, como pretenden los detractores de la posmodernidad.

No olvidemos que no es el hartazgo del consumo ni la deshumanización resultante del desarrollo científico-técnico lo que entre nosotros ha desembocado en el escepticismo del que venimos hablando, sino el fracaso de todos los proyectos de transformación social afiliados a una concepción iluminista del mundo.

No se trata, por ello, de un desencanto «ontológico», sino que está definido por relación a una cierta forma de entender la política y el ejercicio del poder. De ahí la conformación de nuevas formas organizadas de lucha que procuran redefinir su participación en el espacio público.

El sociólogo colombiano Orlando Fals Borda es uno de los teóricos latinoamericanos que mejor ha venido trabajando el tema de los Nuevos Movimientos Sociales (NMS)[14]. Se trata de organizaciones ciudadanas en busca de un poder alterno que les permita decidir autónomamente sobre  formas de vida y de trabajo que respondan a sus necesidades más personales. 

En ellos,  nos dice Fals Borda,  se observa una desconfianza casi  total en lo político-formal. Miran con recelo a las instituciones definidas  según los modelos expuestos por los filósofos ilustrados del siglo XVIII:  el Estado-nación, los partidos políticos, la democracia representativa, el  sistema  económico  internacional,  la  legalidad  del  poder  público,  etc.

Procuran, por ello, la construcción de un espacio público en donde se puedan ensayar formas autogestionarias de economía, expresiones de federalismo libertario y democracia directa, salida de la mujer a la escena pública,  eliminación  de  la  división  sexual  del  trabajo  y  otras  formas  alternativas de participación política[15]

Al orden del día se encuentra la  tarea de sustituir las redes  verticales  del poder político -que se mueven jerárquicamente de arriba hacia abajo- por redes transversales orientadas según valores pluralistas y policlasistas.

En una palabra, los NMS representan una  descentralización del poder político, en el sentido de que las  soluciones a problemas concretos no son dictadas desde algún tipo de instancia “central”, sino que se apoyan en decisiones tomadas al interior de pequeñas agrupaciones ciudadanas.

Este rápido sondeo de las más recientes propuestas teóricas del sub- continente nos permite alcanzar por lo menos dos conclusiones:  una, que  la postmodernidad  es  un  “estado  de ánimo” profundamente  arraigado  entre nosotros, si bien por causas  diferentes a la manera como este  mismo fenómeno  se presenta en los países centro-occidentales.

Esto bastaría ya  para hacernos cargo (al menos en parte) de la opinión simplista según la  cual, la postmodernidad sería una “ideología del capitalismo avanzado”  adoptada en América Latina por intelectuales alienados de su propia realidad cultural.

Esto significa, en segundo lugar, que la posmodernidad no  viene de la mano con el neoliberalismo, pues una cosa es el desencanto  que se da en el  nivel del mundo de la vida, y otra muy distinta es la tendencia  homogenizadora  de  una  racionalidad  sistémica  y  tecnocrática,  como la que representada el neoliberalismo.

La posmodemidad no puede ser  equiparada  sin  más  con  el  despliegue  de  la  “razón  instrumental”,  como pretende Hinkelammert, ya que ella expresa precisamente una actitud de profunda desconfianza frente a los proyectos de modernización  burocrática.

Como bien lo ha mostrado Martín Hopenhayn, el desencanto posmoderno no es el correlativo ideológico de una ofensiva transnacional  neoliberal  (bajo el lema del “anything goes”), sino la expresión de una apertura cultural en donde los sujetos sociales constituyen identidades que ya no son determinadas por la hipertrofia estatal y el gigantismo del  sector público[16].


[1] Cuando hablo de la posmodernidad como «estado de la cultura» me refiero a la manera no ilustrada como viene siendo experimentada la modernidad en América Latina a partir de los años sesenta.

[2] Para un estudio sobre el desarrollo de los estudios culturales en América Latina, cf. C. Rincón,

«Die neue Kulturtheorien: Vor-Geschichten und Bestandsaufnahme». en: B. Scharlau (ed.),

Lateinamerika denken. Kulturtheoretisct~eGrenzgarrge zwisr-tien Moderrze urrd Postmoderne,

Tübingen, Gunier Narr Verlag, 1994, pp. 1-35. Véase también W. Rowe / V. Schelling,

Memory and Modern Popular culture in Latin America, London. Verso. 1991

[3] La teórica puertoriqueña Iris M. Zavala sintetiza muy bien este argumento, al asociar directamente la posmodernidad con el mundo hipertecnologizado y consumista de las «sociedades post-industriales», recurriendo al análisis de Daniel Bell. A partir de estas premisas, la conclusión lógica es que el concepto de posmodernidad no es transferible al contexto cultural latinoamericano, en donde el capitalismo se encuentra todavía en una «etapa inferior de desarrollo». Para Zavala, como para Habermas, la modernidad sigue siendo un proyecto «inacabado» en América Latina. cf. I.M. Zavala, «On the (Mis-)uses of the Post-modern: Hispanic Modernism Revisited», en T. DHaen / H. Bertend (eds.), Postmodern Ficrion in Eurupe nnd

the Amerir-us, Amsterdam. Rodopi, 1899, pp. .83- 133

[4] N. Richard, «Latinoamérica y la postmodernidad», en H. Herlinghaus 1 M. Walter (eds.), Postmodernidad en la periferia. Enfoques latinoamericanos de la nueva teoría cultural, Berlín. Langer Verlag, 1994, pp. 210-222.

[5] Como bien lo muestra el teórico colombiano Carlos Rincón, esta diferencia radica en que la modernidad se ha vivido en Latinoamérica como una interacción simultánea de lo no simultáneo, y no como la experiencia gradual de un desarrollo económico-social. cf. C. Rincón, La no simultaneidad de lo simultaneo.  Posmodernidad, globalización y culturas en América Latina, Bogotá, EUN. 1995. Para un comentario al libro de Rincón. véase E von der Walde. «La alegría de leer: Ficciones latinoamericanas y el debate posmoderno», en dissens 2 (1995), pp. 103-110.

[6] N. Richard. op.cit., p. 212.

[7] Ibid., pp.  126-129.

[8] R. Follari, Modernidad y posmodernidad: una crítica desde América Latina, Buenos Aires, Rei, 1991, p. 146.

[9] Ibid., p. 115. c

[10] N. Lechner, «La democratización en el contexto de una cultura posmoderna», en: id., Los patios

interiores de la democracia, Santiago, F.C.E., 1990, pp. 103-118.

[11] B. Sarlo, «Basuras culturales, simulacros políticos», en: H. Herlinghaus / M. Walter (eds.),

Postmodernidad en la perlferia, pp. 223-232. Véase también B. Sarlo, Escenas de la vida

posmoderna. Intelectuales, arte y videoculrura en Argentina, Buenos Aires, Ariel, 1994, pp.

89-93

[12] J . J . Brunner, «Un espejo trizado», en: id., América Latina: Cultura y modernidad, México, Editorial Grijalbo, 1992, pp. 15-72

[13] Id., «Cultura popular, industria cultural y modernidad, en op.cit., pp. 135.161

[14] 0. Fals Borda, «El nuevo despertar de los Movimientos Sociales», en id., Ciencia propia y colonialismo intelectual. Los nuevos rumbos, Bogotá, Carlos Valencia Editores, 1987, pp. 13 1-152 (tercera edición revisada). Para un estudio general sobre los NMS en Latinoamérica, véase 1. Scherer-Warren / P.J. Krinschke (eds.), U m a revolucoo no cotidiano? Os riorso.\ muvimentos iociais n a America do Sul, Sao Paulo, Editora Brasiliense, 1987.

[15] Sobre  la  desprivatización  del  sujeto femenino  en  Latinoamérica  a  través  de  los  Nuevos

Movimientos Sociales, véase: J. Franco,  “Going Public: Reinhabiting the prívate”, en G.  Yúdicc / i. Franco / J. Florez,  On Edge: The crisis of contemporary Latín American culture,  Minncapolis, University of Minessota Press, 1992, pp. 65-83. Véase también J.S. Jaqucttc  (ed.),  The  Women’s  Movements  in  Latín  America:  Feminism  and  the  Transition  to Democracy , Boston, Unwin Hyman, 1989.

[16] M.  Hopenhayn,  “Postmodernism und  Neoliberalism in Latin America*’, en J.  Beverly / J.  Oviedo / M. Aronna (eds.),  The Postmodernism Debate tn Latin America, Durham  I  London.  Duke University Press,  1995, pp. 93-109. Véase también M. Hopenhayn,  Ni apocalípticos ni integrados. Aventuras de la modernidad en América Latina,  Santiago, F.C.E.,  1994. )

La Crítica de la filosofía latinoamericana a la posmodernidad. Santiago Castro-Gómez. 1996

En opinión del mexicano Gabriel Vargas Lozano, el debate sobre la posmodernidad alude a los nuevos fenómenos que aparecen en la fase actual del desarrollo capitalista[1].

Siguiendo los análisis del marxista norteamericano Frederic Jameson, Vargas Lozano afirma que la posmodernidad es la forma como se ha denominado a la lógica cultural del «capitalismo tardío». La emergencia de nuevos rasgos en las sociedades industrializadas tales como la popularización de la cultura de masas, el ritmo y complejidad en la automatización del trabajo y la creciente informatización de la vida cotidiana, hace que el sistema capitalista desarrolle una ideología que le sirva para compensar los desajustes entre las nuevas tendencias despersonalizadoras y las concepciones de la vida individual o colectiva.

Para enfrentar estos desajustes, el sistema capitalista precisa deshacerse de su propio pasado, es decir, de los ideales emancipatorios propios de la modernidad, y anunciar el advenimiento de una época pos-moderna, en donde la realidad se transforma en imágenes y el tiempo se convierte en la repetición de un eterno presente.

Nos encontraríamos, según Vargas Lozano, frente a una legitimación ideológica del sistema, acorde con la orientación actual del capitalismo informatizado y consumista.

Adolfo Sánchez Vázquez adhiere también a Jameson y opina que la posmodernidad es una ideología propia de la «tercera fase de expansión del capitalismo» que se inicia después de terminada la segunda guerra mundial[2]. A diferencia de las dos anteriores, esta tercera fase ya no conoce fronteras de ninguna clase, llegando a penetrar incluso en ámbitos como la naturaleza, el arte y el inconsciente colectivo. Para lograr sus objetivos, el «capitalismo tardío» engendra una ideología capaz de inmovilizar por completo cualquier intento de cambiar la sociedad.

En opinión de Sánchez Vázquez, el pensamiento posmoderno arroja por la borda la idea misma de «fundamento», con lo cual se arruina todo intento de legitimar un proyecto de transformación social. Al negar el potencial emancipatorio de la modernidad, la postmodernidad descalifica la acción política y desplaza la atención hacia el ámbito contemplativo de lo estético.

Además, mediante el anuncio de la «muerte del sujeto» y del «fin de la historia», los filósofos posmodernos liberan al artista de la responsabilidad por la protesta que la estética moderna le había otorgado. Asimismo, la reivindicación de lo fragmentario y lo ecléctico elimina cualquier tipo de resistencia y sume al hombre en una espera resignada del fin.

El economista y filósofo Franz Hinkelammert ve en la posmodernidad un peligroso regreso a las fuentes del nazismo[3]. La influencia de Nietzsche en los filósofos posmodernos no es gratuita, pues de lo que se trata es de corroer los cimientos mismos de la racionalidad. Al igual que su maestro, los autores posmodernos identifican a Dios con el «gran relato» de la ética universal y anuncian a cuatro vientos su muerte.

Y así como Nietzsche legitimaba el poder de los más fuertes al considerar que la ética universal es la ética de los pobres, los esclavos y los débiles, la posmodernidad se coloca del lado de los países ricos al socavar los fundamentos de una ética universalista de los derechos humanos basada en la razón. De esta manera, la posmodernidad se presenta como el mejor aliado de las tendencias neoliberales contemporáneas, que se orientan a la expulsión del universalismo ético del ámbito de la economía[4].

Hinkelammert piensa también que el «anti-racionalismo» de la posmodernidad se coloca en la línea de una tradición anarquista que va desde los movimientos obreros del siglo XIX hasta las protestas estudiantiles de los años sesenta. Se trata de una protesta anti-sistema que tiende a chocar contra todo tipo de institucionalidad, y cuyo objetivo final es construir una sociedad ideal sin Estado.

Sin embargo -advierte-, el anti-institucionalismo de los movimientos anarquistas les impide proponer algún tipo de proyecto político, lo cual les obliga siempre a buscar soluciones extremistas. Es el caso de los grupos terroristas y guerrilleros, que al no encontrar una vía para abolir al Estado desde la izquierda, se orientaron entonces en la dirección señalada por Bakunin: la destrucción como pasión creadora.

El neoliberalismo de hoy -continúa Hinkelammert- ofrece a todos los anarquistas una nueva perspectiva de abolición. No es extraño que un buen número de Hippies, maoistas y demás militantes de los antiguos movimientos de protesta hayan aterrizado en el neoliberalismo.

De este encuentro nace el «anarco-capitalismo», la nueva religión del mercado fundada por Milton Friedman y entre cuyos predicadores se encuentran Nozick, Glucksman, Hayek, Fukujama, Vargas Llosa y Octavio Paz.

Todos ellos persiguen el antiguo sueño de la abolición del Estado, esta vez sobre las bases realistas de un capitalismo radical y ya no sobre las bases románticas imaginadas por Bakunin. Pero el resultado final es el mismo: abolir el Estado mediante la totalización del mercado, sin importar el número de sacrificios humanos que ello pueda costar.

La batalla posmoderna por erradicar la racionalidad es, a los ojos de Hinkelammert, un mecanismo para eliminar a los enemigos de la totalidad: ninguna utopía más, ninguna teoría capaz de pensar la realidad como un todo, ninguna ética universal[5].

El filósofo cubano Pablo Guadarrama advierte, por su parte, acerca del grave peligro que representa la negación de dos conceptos básicos para América Latina: el progreso social y el sentido lineal de la historia[6].

La crítica posmoderna al teleologismo persiste en desconocer un hecho innegable: jamás ha habido un proceso histórico que no se edifique sobre estadios inferiores o menos avanzados. Otra cosa es que unos pueblos «avancen» a ritmos más acelerados que otros, o que alcancen mayores o menores niveles de vida en el orden económico o cultural. Pero lo cierto, afirma Guadarrama, es que existen «momentos ascencionales de humanización de la humanidad»[7].

Y América Latina no constituye la excepción, sino la confirmación de esta regla. En algunas áreas del continente se observa una persistencia de formas precapitalistas de producción, mientras que en otras hay procesos bastante avanzados de industrialización. La existencia de diversos «grados de desarrollo» en la estructura social de los países latinoamericanos resulta, entonces, innegable.

Justamente por esta razón, Guadarrama piensa que no puede hablarse de una «entrada» de América Latina a la posmodernidad. Mientras Latinoamérica no termine de arreglar sus cuentas con la modernidad, esto es, mientras no se haya realizado una experiencia plena de este proceso histórico, resulta inoficioso e inútil pensar en una vivencia posmoderna.

El criterio habermasiano de que la modernidad es un proyecto incompleto – escribe Guadarrama- ha encontrado justificados simpatizantes en el ámbito latinoamericano, donde se hace mucho más evidente la fragilidad de la mayor parte de los paradigmas de igualdad, libertad, fraternidad, secularización, humanismo, ilustración, etc., que tanto inspiraron a nuestros pensadores y próceres de siglos anteriores. Se ha hecho común la idea de que no hemos terminado de ser modernos y ya se nos exige que seamos pos modernos.[8]

Una de las críticas más interesantes es la del filósofo argentino Arturo Andrés Roig, para quien la posmodernidad, además de ser un discurso alienado de nuestra realidad social, es también alienante, pues invalida los excelentes logros del pensamiento y la filosofía latinoamericana. Proclamar el agotamiento de la modernidad implicaría sacrificar una poderosa herramienta de lucha, de la cual han echado mano todas las tendencias liberadoras en América Latina: el relato crítico.

Roig afirma que  la modernidad no fue solamente violencia e irracionalidad, sino también apertura a la función crítica del pensamiento. La llamada «filosofía de la sospecha” ( Nietzsche, Marx, Freud) nos enseña que «detrás» de la lectura inmediata de un texto se encuentra escondido otro nivel de sentido, cuya lectura deberá ser mediatizada por la crítica.

Y es justamente esta idea del «desenmascaramiento» la que ha dado sentido a la filosofía latinoamericana, interesada en mostrar los mecanismos ideológicos del «discurso opresor». Renunciar a la sospecha, como pretenden los posmodernos, equivale a renunciar a la denuncia y, con ello, caer en la trampa de un «discurso justificador» proveniente de los grandes centros del poder mundial[9].

Roig señala que este «discurso justificador», interesado en hacernos creer que hemos quedado en una especie de «orfandad epistemológica», nos dice que todas las utopías han quedado definitivamente desacreditadas y que la historia ha llegado a su culminación.

Pero la filosofía latinoamericana se ha caracterizado, en su opinión, por ser un tipo de pensamiento «matinal», cuyo símbolo no es el búho hegeliano sino la calandria argentina. Es decir que se trata de un discurso que no mira hacia atrás justificando el pasado, como en el caso de Hegel, sino que mira siempre hacia adelante, firmemente asentado en la función utópica del pensamiento.

Por ello mismo, renunciar a este «discurso de futuro» sería negar la esperanza por una vida mejor, que es el anhelo de los sectores oprimidos  en América Latina. Caer en el nihilismo a la política en favor de un «dejar hacer» en lo económico, una voluntad débil y autosatisfecha mediante las caseteras y los estéreos.[10].


[1] G. Vargas Lozano, «Reflexiones críticas sobre modernidad y postmodernidad», en: id., ¿Qué hacer con la filosofía en América Laiina?, México, UAMNAT, 1991, pp. 73-83.

[2] A. Sánchez Vázquez, «Posmodernidad, posmodernismo y socialismo», en: Casa d e las Américas 175 ( 1 989), La Habana. pp. 137-145.

[3] F. Hinkelammert, «Frente a la cultura de la postmodernidad: proyecto político y utopía», en: id., El capitalismo al desnudo, Bogotá, Editorial El Búho, 199 1 , pp. 135-137.

[4] Este lamentable error de apreciación parece haberse convertido en lugar común de muchos intelectuales latinoamericanos que creen ver aparecer el fantasma del «neoliberalismo» por todos lados. El filósofo mexicano Mario Magallón escribe, por ejemplo: «El neoliberalismo y la posmodernidad son una nueva forma ideológica, económica, política, social y cultural que se caracteriza por el neoconservadurismo de las élites de poder, por medio de las cuales se busca la manera de plantear cualquier proyecto alternativo a la «libertad del hombre». En términos casi milenaristas agrega Magallón que la posmodernidad «constituye la batalla final por suprimir definitivamente el racionalismo… Se trata de suprimir todo: la dialéctica, el Estado, los derechos humanos». cf. M. Magallón, Filosofía política de la educación en América Latina, México, UNAM, 1993, p. 158. Reflexiones semejantes pueden verse en el artículo de los cubanos Manuel Pi Esquijarosa y Gilberto Valdés Gutiérrez «El pensamiento latinoamericano ante la «putrefacción» de la historia», en Casa de las Américas 196 (1994). pp. 99-111.

[5] Ibid., pp.130-135.

[6] P. Guadarrama González, «La malograda modernidad latinoamericana», en id., Postmodernidad y crisis del marxismo, México, UAEM, 1994, pp. 47-54.17. Ibid., p. 47.

[7] Ibid., p. 47

[8] Ibid, 52.

[9] A.A. Roig. »~Qué hacer con los relatos, la mañana, la sospecha y la historia? Respuestas a los

post-modernos», en: id.. Rostro y filosofia de América Latina, Mendoza, EDIUNC, 1993, pp.

118-122

[10] Ibid., pp. 126.129.