Marx y la Historia: la polarización. Immanuel Wallerstein.

Por regla general; la mayor parte de los analistas (y en particular los marxistas) tienden a conceder mayor importancia a las ideas historiográficas más dudosas de Marx y, en ese proceso, tienden a descuidar sus ideas más originales y fructíferas. Quizá sea lo lógico, pero no resulta de gran utilidad.

Suele decirse que cada cual tiene su Marx, y sin duda es cierto. De hecho, yo añadiría que cada cual tiene dos Marx, como nos recuerdan los debates de los últimos treinta años sobre el joven Marx, la ruptura epistemológica, etc. Mis dos Marx no son cronológicamente consecutivos y tienen su origen en lo que me parece una contradicción interna fundamental de la epistemología de Marx, que se traduce en dos historiografías diferentes.

Por una parte, Marx es la rebelión suprema contra el pensamiento liberal burgués, con su antropología centrada en el concepto de naturaleza humana, sus imperativos categóricos kantianos, su creencia en la mejora lenta aunque inevitable de la condición humana, su preocupación por el individuo en busca de la libertad.

Contra este conjunto de conceptos, Marx sugirió la existencia de múltiples realidades sociales, cada una de ellas dotadas de una estructura diferente y localizada en mundos distintos, cada uno de los cuales se definía por su modo de producción. La cuestión estribaba en descubrir el funcionamiento de estos modos de producción tras sus pantallas ideológicas.

Creer en «leyes universales» nos impide precisamente reconocer las particularidades de cada modo de producción, descubrir los secretos de su funcionamiento y, por consiguiente, examinar claramente los caminos de la historia.

Por otra parte, Marx aceptó el universalismo en la medida en que aceptó con su antropología lineal la idea, de un avance histórico inevitable hacia el progreso.

Sus modos de producción parecían estar en fila, como colegiales, por estaturas, es decir, según el grado de desarrollo de las fuerzas productivas. (Aquí se encuentra en realidad el origen del gran desconcierto que provoca el concepto de modo de producción asiático, que parecía desempeñar el papel de escolar travieso, negándose a seguir las normas y a colocarse en su sitio).

Es obvio que el segundo Marx es mucho más aceptable para los liberales, y es con este Marx con el que han estado dispuestos a ponerse de acuerdo, tanto intelectual como políticamente. El otro Marx es mucho más molesto. Los liberales temen y rechazan a Marx y, desde luego, le niegan legitimidad intelectual. Héroe o demonio, el primer Marx es el único que me parece interesante y el que todavía tiene algo que decirnos hoy.

Lo que está en juego en esta distinción entre los dos Marx son las diferentes expectativas de desarrollo capitalista que se deducen de los mitos históricos opuestos. Podemos construir nuestra historia del capitalismo en torno a uno de los dos protagonistas: el burgués triunfante o las masas empobrecidas.

¿Cuál de ellas es la figura clave de los cinco siglos de historia de la economía mundo capitalista? ¿Cómo valoraremos la época del capitalismo histórico? ¿Globalmente positiva porque conduce, dialécticamente, a su negación y a su Aufhebung? ¿O como globalmente negativa porque trae consigo el empobrecimiento de la gran mayoría de la población mundial?

Me parece incuestionable que esta elección de óptica se refleja en cualquier análisis detallado. Sólo voy a citar un ejemplo, el de una observación realizada de pasada por un autor contemporáneo. La cito precisamente porque es una observación hecha de pasada, y por tanto podemos decir que de manera inocente.

En un debate erudito y perspicaz sobre las ideas de Saint-Just acerca de la economía durante la Revolución Francesa, el autor llega a la conclusión de que sería adecuado calificar a Saint-Just de «anticapitalista”, y de que este calificativo podría ampliarse de hecho al capitalismo industrial. El autor añade: «En este sentido, podemos decir que Saint-Just es menos progresista que algunos de sus predecesores contemporáneos ¿Por qué “menos» progresista y no «más» “progresista”? Ahí está el quid de la cuestión.

Marx era, desde luego, un hombre de la Ilustración, smithiano, jacobino y saint-simoniano. El mismo lo decía. Estaba profundamente imbuido de las doctrinas del liberalismo burgués, al igual que todos los buenos intelectuales de izquierda del siglo XIX.

Es decir, compartía con todos sus colegas la protesta permanente y casi instintiva contra todo lo que oliera al Antiguo Régimen: privilegio, monopolio, derechos señoriales, holgazanería, piedad, superstición. Frente a este mundo caduco, Marx defendía lo racional, serio, científico y productivo. El trabajar duro era una virtud.

 Aun cuando Marx tuviera algunas reservas sobre esta nueva ideología (y no tenía demasiadas), consideró útil desde el punto de vista táctico afirmar su lealtad hacia estos valores y utilizarlos después políticamente contra los liberales, atrapándolos en sus propias redes.

No le resultó muy difícil mostrar que los liberales abandonan sus principios siempre que el orden se ve amenazado en sus Estados. Así pues, para Marx fue tarea fácil hacer que los liberales se atuvieran a su palabra; llevar la lógica del liberalismo hasta su extremo y hacer así que los liberales tragasen la medicina que prescribían para los demás.

Podría decirse que una de las consignas fundamentales de Marx fue más libertad, más igualdad, más fraternidad. Sin duda, a veces estuvo tentado de dar un salto con la imaginación hacia un futuro saint-simoniano; pero es evidente que dudó a la hora de ir demasiado lejos en esa dirección, tal vez por temor a aportar su granito de arena al voluntarismo utópico y anarquista que siempre había considerado desagradable y, desde luego, pernicioso.

Es precisamente a las ideas de ese Marx, el Marx burgués y liberal, a las que debemos acercarnos con una gran dosis de escepticismo.

Es en cambio al otro Marx, al que veía la historia como una realidad compleja y sinuosa, al que insistía en el análisis del carácter específico de los diferentes sistemas históricos, al Marx que era, por tanto, crítico del capitalismo como sistema histórico, a quien debemos devolver al primer plano.

¿Qué encontró Marx cuando examinó a fondo el proceso histórico del capitalismo? Encontró no sólo la lucha de clases, que a fin de cuentas era el fenómeno “desde las sociedades existentes hasta el presente», sino también la polarización de las clases. Esta fue su hipótesis más radical y atrevida y, por consiguiente, la más criticada.

Al principio, los partidos y los pensadores marxistas esgrimieron este concepto que, por su carácter catastrofista, parecía asegurar el futuro. Sin embargo, al menos desde 1945, a los intelectuales antimarxistas les resultó relativamente fácil demostrar que, lejos de empobrecerse, los trabajadores de los países industriales occidentales vivían mucho mejor que sus abuelos y que, en consecuencia, no se había producido empobrecimiento, ni siquiera relativo, ni mucho menos absoluto.

Por lo demás, tenían razón. Nadie lo sabía mejor que los propios obreros industriales que constituían la base social fundamental de los partidos de izquierda en los países industrializados. Así pues, los partidos y los pensadores marxistas comenzaron a batirse en retirada en lo que se refiere a este tema.

Tal vez no fue una desbandada, pero al menos a partir de ahí, tuvieron sus dudas a la hora de sacar a colación el tema. Poco a poco, las referencias a la polarización y al empobrecimiento (al igual que al debilitamiento del Estado) disminuyeron radicalmente o desaparecieron, al parecer refutadas por la propia historia.

De este modo se produjo una especie de descarte imprevisto y desordenado de una de las ideas más perspicaces de nuestro Marx, porque Marx fue más absoluto en lo que se refiere a la  perspectiva a largo plazo de lo que solemos pensar.

La realidad es que la polarización es una hipótesis históricamente correcta, no falsa, y podemos demostrarlo empíricamente, siempre que utilicemos como unidad de cálculo la única entidad que realmente importa para el capitalismo, la economía-mundo capitalista.

En esta entidad, hace más de cuatro siglos que se registra una polarización de las clases no solo relativa sino absoluta. Y si esto es cierto, ¿dónde reside el carácter progresista del capitalismo?.

Huelga decir que hemos de concretar qué entendemos por polarización. La definición no es en modo alguno evidente. En primer lugar, debemos distinguir entre la distribución social de la riqueza material (en sentido amplio), y la bifurcación social que es resultado de los procesos inseparables de proletarización y burguesificación.

Por lo que se refiere a la distribución de la riqueza, puede calcularse de diversas formas. Debemos elegir inicialmente la unidad de cálculo, no sólo espacial (ya hemos indicado nuestra preferencia por la economía-mundo sobre el Estado nacional o la empresa), sino también temporal.

¿Hablamos de distribución por hora, por semana, por año o por treinta años? Cada uno de estos cálculos podría ofrecer resultados diferentes, incluso contradictorios.

En realidad, a la mayoría de las personas les interesan dos cómputos temporales. El primero de ellos es un plazo muy corto, que podemos denominar cálculo de supervivencia; al segundo podemos llamarlo cálculo de vida, y se emplea para medir la cantidad de vida, la valoración social de la vida diaria.

El cálculo de supervivencia es por naturaleza variable y efímero. El cálculo de vida es el que nos ofrece la mejor medida, objetiva y subjetivamente, de si ha tenido lugar o no una polarización material. Debemos establecer comparaciones intergeneracionales y a largo plazo de estos cálculos de vida. Sin embargo, no nos referimos a comparaciones entre generaciones de un solo linaje, porque de este modo se introduciría un factor no pertinente desde la perspectiva del sistema-mundo en su conjunto: el índice de movilidad social en zonas concretas de la economía-mundo.

Por el contrario, debemos comparar estratos semejantes de la economía-mundo en momentos históricos sucesivos, midiendo cada estrato a lo largo de la vida de sus integrantes. La pregunta es si, para un estrato dado, la experiencia de vida en un momento histórico es más o menos dura que en otro, y si con el tiempo ha aumentado o no el espacio que separa a los estratos superiores de los inferiores.

El cálculo debe incluir, no sólo el total de ingresos  de la vida, sino también estos ingresos divididos por el total de horas de trabajo de la vida dedicadas a la adquisición (en la forma que sea) con el fin de obtener cifras que sirvan de base para el análisis comparativo.

Debe considerarse también la duración de la vida, calculada preferiblemente a partir de la edad de un año o incluso de cinco (con el fin de eliminar el efecto de las mejoras sanitarias que puedan haber reducido la tasa de mortalidad infantil, sin afectar necesariamente a la salud de los adultos).

Por último, debemos introducir en el cálculo (o índice) los diversos etnocidios que, al privar a muchas personas de descendientes, desempeñaron un papel en la mejora de la suerte de otras.

Si finalmente se llega a algunas cifras razonables, calculadas a largo plazo y en el conjunto de la economía-mundo, creo que esas cifras demostrarían con claridad que en los últimos 400 años ha tenido lugar una importante polarización material en la economía-mundo capitalista.

Hablando claro, quiero decir que en la actualidad la gran mayoría (todavía rural) de la población de la economía-mundo trabaja más y durante más tiempo y por una recompensa material menor que hace 400 años.

No tengo la menor intención de idealizar la vida de las masas en épocas anteriores; sólo deseo valorar el nivel global de sus posibilidades humanas comparándolo con el de sus descendientes actuales. El hecho de que los trabajadores especializados de un país occidental disfruten de una situación económica mejor que la de sus antepasados dice muy poco de la vida de un obrero no especializado de la Calcuta actual, por no hablar de un jornalero agrícola peruano o indonesio.

Tal vez pueda objetarse que soy demasiado «economicista» al utilizar como medida de un concepto marxista como la proletarización el estado de cuentas de los ingresos materiales.

Después de todo, mantienen algunos, lo importante son las relaciones de producción. Sin duda es un comentario acertado. Por consiguiente, consideremos la polarización como una bifurcación social, una transformación de múltiples relaciones en la antinomia burgués-proletario. Es decir, consideremos no sólo la proletarización (un elemento permanente de la literatura marxista), sino también la burguesificación (su compañero lógico, del que sin embargo apenas se habla en esta misma literatura).

También en este caso debemos concretar qué entendemos por estos términos. Si aceptamos que, por definición, sólo puede ser burgués el típico industrial de la «Franglaterra» de comienzos del siglo XIX, y sólo puede proletario ser la persona que trabaja en la fábrica de ese industrial, es completamente cierto que no se ha registrado una gran polarización de las clases en la historia del sistema capitalista.

Podemos defender incluso que la polarización se ha reducido. Sin embargo, si por burgués y proletario auténticos entendemos aquellos que viven de sus ingresos actuales, es decir; Sin depender de ingresos procedentes de fuentes heredadas (capital; propiedades, privilegios, etc.), y hacemos la distinción entre aquellos (los burgueses) que viven de la plusvalía que los otros (los proletarios) crean, sin que intervengan en exceso los roles mixtos, podemos afirmar que a lo largo de los siglos ha ido aumentando el número de personas que se han situado inequivocadamente en una u otra categoría y que esto es consecuencia de un proceso estructural que dista mucho de haber  terminado.

El razonamiento quedará más claro si analizamos a fondo todos estos procesos. ¿Qué ocurre realmente en la «proletarización»? Los trabajadores de todo el mundo viven en grupos reducidos de “estructuras familiares” en la que se comparten los ingresos. No es habitual que estos grupos que no están ni necesaria ni totalmente vinculados al parentesco ni comparten necesariamente la misma residencia, prescindan de ciertos ingresos salariales.

Pero tampoco es habitual que subsistan exclusivamente gracias a sus ingresos salariales. Redondean sus ingresos salariales con pequeñas producciones de bienes de primera necesidad, arrendamientos, regalos y pagos de transacciones y, por último aunque no lo menos importante, producción de subsistencia. Así comparten múltiples fuentes de ingresos, naturalmente en proporciones muy distintas en lugares y tiempos distintos.

Por consiguiente, podemos pensar que la proletarización es el o de crecimiento de la dependencia de los ingresos salariales en relación con el conjunto de ingresos. Es totalmente ahistórico pensar que una estructura familiar pasa súbitamente del cero por ciento al ciento por ciento en su dependencia de los salarios. Es más probable que se pase, por ejemplo, de una dependencia del veinticinco por ciento a una dependencia del cincuenta por ciento, habida cuenta de los cambios operados en las estructuras familiares, a veces en períodos reducidos. Así ocurrió más o menos, por ejemplo, en un locus classicus, los «enclosures» ingleses del siglo XVIII.

¿A quién beneficia la proletarización? Dista mucho de ser cierto que sea a los capitalistas. A medida que aumenta el porcentaje de los ingresos de la estructura familiar que proceden de los salarios, el nivel salarial debe aumentar simultáneamente y no descender, con el fin de acercarse al nivel mínimo necesario para la reproducción. El lector tal vez piense que el razonamiento es absurdo. Si estos trabajadores no hubieran recibido previamente el salario mínimo biológico, ¿cómo podrían haber sobrevivido?

Sin embargo,  la verdad es que no es absurdo. Si los ingresos salariales sólo equivalen a una pequeña proporción del total de ingresos de la estructura familiar, el patrón del trabajador asalariado puede pagar un salario por hora inferior al mínimo, obligando a los demás “componentes” del total de ingresos de la estructura familiar a “completar”  la diferencia existente entre el salario pagado y el mínimo necesario para sobrevivir.

Así pues, el trabajo exigido para conseguir unos ingresos superiores al nivel mínimo, a partir del trabajo de subsistencia o de la  producción de bienes de primera necesidad a pequeña escala, con el fin de «alcanzar el promedio» en un nivel mínimo para el conjunto de la estructura familiar actúa de hecho como una «subvención» para el empresario del trabajador asalariado, como una transferencia a este empleador de una plusvalía adicional. Así se explican las escalas salariales escandalosamente bajas de las zonas periféricas de la economía-mundo.

La contradicción fundamental del capitalismo es bien conocida. Se trata de la existente entre el interés del capitalista como empresario individual que pretende conseguir el máximo de beneficios (y por tanto reducir al mínimo los costes de producción, incluidos salarios) y su interés como miembro de una clase que no puede ganar dinero a menos que sus miembros realicen sus beneficios, es decir, vendan lo que producen. Por consiguiente, necesitan que se incrementen los ingresos en efectivo de los trabajadores.

No voy a examinar aquí los mecanismos en virtud de los cuales los reiterados estancamientos de la economía-mundo conducen a incrementos discontinuos aunque necesarios (es decir, repetidos) del poder adquisitivo de algún (nuevo en cada ocasión) sector de la población (mundial). Sólo diré que uno de los mecanismos más importantes en el incremento del poder adquisitivo real es el proceso que llamamos proletarización.

Aunque la proletarización pueda redundar a corto plazo en beneficio (sólo a corto plazo) de los capitalistas como clase, va en detrimento de sus intereses como empleadores individuales y, por tanto la proletarización tiene lugar normalmente a pesar de ellos y no causa de ellos. La exigencia de proletarización tiene otro origen. Los trabajadores se organizan de diversas formas y así consiguen algunas de sus reivindicaciones, lo cual les permite de hecho alcanzar el umbral de unos verdaderos ingresos salariales mínimos. Es decir, los trabajadores se proletarizan gracias a sus propios esfuerzos, y después cantan victoria.

El verdadero carácter de la burguesificación es asimismo muy distinto del que nos han hecho creer.

La descripción sociológica clásica del burgués que hace el marxismo está llena de contradicciones epistemológicas que residen en la base del propio marxismo. Por una parte, los marxistas insinúan que el burgués-empresario-progresista es lo contrario del aristócrata-rentista-ocioso.

Entre los burgueses se distingue entre el capitalista comerciante que compra barato y vende caro (por tanto, también especulador-financiero-manipulador-ocioso) y el industrial que «revoluciona» las relaciones de producción. Este contraste es más marcado cuando el industrial ha tomado el camino «auténticamente revolucionario» hacia el capitalismo, es decir, cuando el industrial se parece al héroe de las leyendas liberales, un hombre pequeño que con su esfuerzo se ha convertido en un gran hombre.

De esta manera, inaudita pero profundamente arraigada, los marxistas se han convertido en algunos de los mejores proveedores de alabanzas para el sistema capitalista.

Esta exposición hace que casi nos olvidemos de la otra tesis marxista sobre la explotación del trabajador, que adopta la forma de obtención de plusvalía de los trabajadores por parte del mismo industrial que, a partir de ese momento engrose lógicamente las filas de los ociosos, junto con el comerciante y el «aristócrata feudal». Pero si todos son iguales en este aspecto esencial, ¿por qué debemos dedicar tanto tiempo a explicar las diferencias,-a estudiar la evolución histórica de las categorías, las supuestas regresiones (por ejemplo, la «aristocratización» de las burguesías que se niegan, según parece, a «desempeñar su papel histórico»)?

¿Es correcta esta descripción sociológica? Del mismo modo que los trabajadores viven en estructuras familiares cuyos ingresos proceden de múltiples fuentes (sólo una de las cuales son los salarios), los capitalistas (especialmente los grandes capitalistas) viven en empresas que en realidad obtienen ingresos de diversas inversiones (rentas, especulación, beneficios comerciales, beneficios «normales» de producción, manipulación financiera). Cuando estos ingresos adquieren la forma de dinero, son idénticos para los capitalistas: un medio para que continúe esa acumulación incesante e infernal a la que están condenados.

En este punto entran en escena las contradicciones psicosociológicas de sus respectivas posiciones. Hace mucho tiempo, Weber señaló que la lógica del calvinismo está en contradicción con el aspecto «psicológico» del hombre. La lógica nos dice que es imposible que el hombre conozca el destino de su alma porque, si pudiera conocer las intenciones del Señor, ese mismo hecho limitaría Su poder y El ya no sería omnipotente.

Pero psicológicamente el hombre se niega a aceptar que no pueda influir en modo alguno en su destino. Esta contradicción condujo al «compromiso» teológico calvinista. Si pudiéramos conocer las intenciones del Señor, podríamos reconocer al menos una decisión negativa por medio de «signos externos», sin extraer necesariamente la conclusión inversa en ausencia de tales signos. Así, la moraleja llegó a la siguiente formulación: llevar una vida recta y próspera es una condición necesaria, aunque no suficiente, para la salvación.

En la actualidad, la burguesía sigue haciendo frente a esta misma contradicción, aunque con una apariencia más secular. Lógicamente, el Señor de los capitalistas exige que el burgués no haga otra cosa que acumular, y castiga a quienes vulneran este mandamiento, empujándolos antes o después a la quiebra. Pero la verdad es que no es tan divertido no hacer otra cosa que acumular. En ocasiones se desea saborear los frutos de la acumulación.

El demonio del «aristócrata-feudal» ocioso encerrado en el alma burguesa emerge de las sombras, y el burgués pretende «vivir noblemente». Sin embargo, para «vivir noblemente» hay que ser rentista en sentido amplio, es decir, disponer de fuentes de ingresos que exijan poco esfuerzo, que estén «garantizadas» políticamente y que puedan «heredarse”.

Así pues, lo «natural», lo que «pretenden» todos los actores privilegiados de este mundo capitalista no es cambiar el status de rentista por el de empresario sino precisamente lo contrario. Los capitalistas no quieren convertirse en “burgueses” sino que prefieren con mucho convertirse en «aristócratas feudales».

Si es cierto que no obstante, los capitalistas se burguesifican cada vez más, no es por su voluntad, sino a pesar de ella. La situación guarda grandes semejanzas con la proletarización de los trabajadores, que no se produce por la voluntad de los capitalistas sino a pesar de ella. El paralelismo va más allá. Si el proceso de burguesificación avanza, se debe en parte a las contradicciones del capitalismo y en parte a las presiones de los trabajadores.

Objetivamente. a medida que se extiende, el sistema capitalista se racionaliza, provoca una mayor concentración, la competencia se hace cada vez más dura. Quienes descuidan el imperativo de la acumulación sufren los contraataques cada vez más rápidos, certeros y feroces de los competidores.

Por consiguiente, cada paso en dirección a la «aristocratización» se penaliza de modo aún más severo en el mercado mundial, y exige una adecuación interna de la «empresa», sobre todo si es de grandes dimensiones y está (cuasi) nacionalizada.

Los niños que pretendan heredar la dirección de una empresa deben recibir una formación externa, intensiva y «universalista». El papel del ejecutivo tecnócrata se ha ido ampliando poco a poco. Este directivo es quien personifica la burguesificación de la clase capitalista.

La burocracia estatal, si pudiera monopolizar realmente la obtención de plusvalía, la personificaría a la perfección, haciendo que la totalidad de los privilegios dependieran de la actividad presente y no una parte de la herencia individual o de clase.

Es evidente que la  clase trabajadora hace avanzar este proceso. Todos sus esfuerzos por apropiarse de los mecanismos que dominan el funcionamiento de la vida económica y eliminar la injusticia tienden a presionar a los capitalistas y hacerles retroceder hacia la burguesificación. La ociosidad feudal-aristocrática se torna demasiado obvia y demasiado peligrosa políticamente,

De este modo se cumple el pronóstico historiográfico de Karl Marx: la polarización material y social en dos grandes clases: burguesía y proletariado. Pero ¿por qué tiene importancia esta distinción entre los enfoques útiles e inútiles que pueden derivarse de la lectura de Marx? Importa mucho cuando se aborda la formulación de una teoría de la «transición» al socialismo, en realidad de una teoría de las «transiciones» en general.

El Marx que calificó al capitalismo de «progresista» frente a la realidad anterior también habla de las revoluciones burguesas, de la revolución burguesa,  como una especie de piedra angular de las múltiples “transiciones” nacionales del feudalismo al capitalismo.

El mismo concepto de «revolución» burguesa, prescindiendo de sus dudosas cualidades empíricas, nos lleva a pensar en una revolución proletaria a la que de algún modo está vinculada como  precedente y como condición previa. La modernidad se convierte en la suma de estas dos «revoluciones» sucesivas.

Naturalmente, la sucesión no se produce sin dolor ni es gradual, sino violenta y disyuntiva; es, sin embargo, inevitable, como lo fue la transición del feudalismo al capitalismo. Estos conceptos implican una estrategia para la lucha de las clases trabajadoras, una estrategia llena de vergüenza moral para los burgueses que descuidan su papel histórico.

Sin embargo, si es cierto que no hay revoluciones burguesas, sino simplemente luchas intestinas entre sectores capitalistas, rapaces, tampoco hay un modelo que copiar ni un «retraso» político que superar. Puede darse el caso de que incluso haya que huir de la estrategia «burguesa». Si es cierto que la «transición” del feudalismo al capitalismo no fue progresista ni revolucionaria, si esta transición fue la gran salvación de los estratos dominantes, que les permitió reforzar su control sobre las masas trabajadora y aumentar el grado de explotación (ahora hablando el idioma del otro Marx), podemos concluir que aunque hoy sea inevitable una transición, no es inevitablemente una transición al socialismo (es decir, una transición hacia un mundo igualitario en el que la producción se destine a valor de uso). Podemos concluir que la cuestión clave en la actualidad es la dirección de la transición global.

Que veremos la defunción del capitalismo en un futuro no demasiado lejano me parece a la vez cierto y deseable. Es fácil demostrarlo mediante un análisis de sus contradicciones endógenas «objetivas». Que la naturaleza de nuestro mundo futuro sigue siendo una cuestión abierta que depende del resultado de las luchas actuales, me parece igualmente cierto.

La estrategia de la transición es, de hecho, la clave de nuestro destino. No es probable que encontremos una buena estrategia si nos entregamos a la apología del carácter progresista histórico del capitalismo. Esa forma de énfasis historiográfico corre el riesgo de implicar una estrategia que nos lleve a un «socialismo» no más progresista que el sistema actual, un avatar, por así decirlo, del sistema.

Uma marca marxista. Guilherme Bryan.2021.

Caio da Silva Prado Júnior, filho de aristocrática e tradicional família paulistana, teve como dois momentos importantes de sua vida uma viagem à União Soviética e à então denominada «Cortina de Ferro» (formada por Polônia, Tchecoslováquia, Hungria, Bulgária e Romênia, entre outros) e quando embrenhou pelo interior do Brasil, indo a lugares como o Triângulo Mineiro e Goiás.

  No ano de seu centenário de nascimento – nasceu em São Paulo em 11 de fevereiro de 1907 -, Caio Prado Júnior continua respeitado como um dos principais responsáveis pela renovação da historiografia e das ciências humanas brasileiras.

Essa inovação veio quando o historiador começou a procurar uma explicação diferenciada da sociedade colonial brasileira por meio da teoria marxista. Um de seus preceitos era que não lhe interessava saber datas e dinastias, mas conhecer a produção, o movimento dos negócios, as técnicas de plantio, o mecanismo de transmissão da propriedade etc.

Com relação à história brasileira, Caio Prado considerava que o caráter colonial, que teve como período «síntese» o início do século 19, permanecia na estruturação da sociedade brasileira na primeira metade do século 20.

«A obra de Caio Prado Júnior representa um caso bem sucedido de ‘nacionalização’ do marxismo, o qual entendeu principalmente como uma abordagem, que deveria servir de instrumento para analisar as particularidades constitutivas de diferentes formações sociais.

Com isso, não procurou feudalismo onde não havia – como fazia a maior parte da esquerda brasileira – mas se esforçou para entender a singularidade da experiência histórica do Brasil. Nessa perspectiva, chamou a atenção para o ‘sentido da colonização’: produzir, em grandes unidades trabalhadas pelo braço escravo, bens demandados pelo mercado mundial capitalista então em constituição.

A partir daí, inaugurou uma nova linha de interpretação do Brasil e da América Latina, que se faz sentir inclusive nos trabalhos de Celso Furtado e da teoria da dependência», avalia o historiador Bernardo Ricupero, autor do livro Caio Prado Júnior e a nacionalização do marxismo (2000).

Entre suas principais obras estão Evolução política do Brasil, de 1933, uma análise marxista e materialista da história nacional; História econômica no Brasil, de 1945, interpretação da formação econômica nacional desde o período colonial até a época de publicação do livro; e A revolução brasileira, de 1966, uma análise dos rumos do país após 1964, que lhe rendeu o prêmio de Intelectual de 1966, concedido pela União Brasileira dos Escritores.

«Nota-se em seu trabalho, principalmente em Formação do Brasil contemporâneo (1942), contribuições teóricas no que se refere à elaboração da complexidade da inter-relação entre fatores externos (ligados à dependência do Brasil em relação ao mercado mundial, e, portanto, à tese do ‘sentido da colonização’) e internos; à consideração da possível reciprocidade das relações entre fatores econômicos, sociais, políticos e culturais (ou seja, embora aceite a tese da determinação última pela base econômica, ele vê a relação com os fatores culturais e sociais como complexa, muitas vezes de mão dupla, não como epifenômenos); ao aprofundamento da visão da diversidade temporal das reações à temporalidade cíclica do ‘sentido da colonização’, e, conseqüentemente, à  necessidade de estudo dos contextos regionais (ou seja, não basta determinar o ‘sentido da colonização’ de forma genérica, há que se estudar seus contextos particulares, regionais, de diferenciação); à atenção aos fatores de desequilíbrio e instabilidade da sociedade», avalia Paulo Teixeira Iumatti, autor da biografia Caio Prado Jr. – uma trajetória intelectual e um dos organizadores de Caio Prado Jr. e a Associação dos Geógrafos Brasileiros, ambos a serem lançados no segundo semestre.

Caio Prado Júnior também se destacou no modo de avaliar o ofício de historiador, o qual, em sua opinião, deveria compreender que, ao estudar qualquer fato da história de um povo, é necessário considerar que este ocupa um determinado espaço numa linha de acontecimentos históricos. Além disso, é preciso penetrar por todas as áreas do conhecimento para entender da melhor maneira os fatos, nunca se atendo somente a eles.

  Outra área em que Caio Prado Júnior teve intensa participação, desde sua juventude, foi na política brasileira. Ele se opôs aos interesses dos fazendeiros de café e foi preso, por razões políticas, inúmeras vezes. Em 1947, por exemplo, quando era deputado federal, teve seu mandato pelo Partido Comunista Brasileiro (PCB) cassado. Também foi perseguido em 1964, sendo preso pelo Departamento de Ordem Política e Social (DOPS). Quatro anos mais tarde, teve seu título de livre-docência na Faculdade de Direito da USP cassado, e sua aposentadoria decretada.

Entre os feitos de Caio Prado Júnior, são bastante importantes a fundação da Associação dos Geógrafos Brasileiros (AGB, primeira entidade científica nacional) e a criação da editora Brasiliense, em 1943, especializada em livros de especialistas das mais diversas áreas científicas e renomados professores comunistas da Universidade de São Paulo (USP). Caio Prado Júnior faleceu em 1990, devido a complicações decorrentes de um aneurisma na artéria aorta.

«Muitos aspectos de sua obra são vistos como ‘datados’. Por exemplo, nos anos 1970, surgem as primeiras críticas ao enfoque do ‘sentido da colonização’. Mas parece que é só entre o final dos anos 1980 e começo dos anos 1990 que a ruptura total com o enfoque de Caio Prado se processará, consolidando um estereótipo de sua obra como propositora de uma espécie de ‘império do comércio externo’, que tudo explica e determina.

Vide, por exemplo, o primeiro estudo do livro Escravidão e abolição no Brasil – novas perspectivas (1988), organizado por Ciro Flamarion Cardoso. Outro exemplo, e mais contundente, é o livro de João Fragoso e Manolo Florentino, O arcaísmo como projeto (1993), em que os autores reavaliam o significado do mercado interno na história brasileira e criticam a tese do ‘sentido da colonização’, que vêem como nefasta à compreensão da economia colonial. Agora não me parece que Caio Prado seja hoje um ‘dogma’ que precise ser refutado ou defendido. O desafio está em construir instrumentos para compreender de forma mais isenta o seu percurso como intelectual e seu papel na história do pensamento», completa Paulo Iumatti.

Los límites posmodernos de las ideas de Foucault: Una crítica marxista. David García Colin

Michael Foucault fue un destacado filósofo francés del llamado postestructuralismo. Ha tenido gran influencia dentro de la corriente posmoderna de izquierdas, entre la izquierda académica y entre los activistas de diversos movimientos como el feminismo, anarquismo y neozapatismo. Muchos activistas lo ven como un complemento e incluso alternativa al marxismo.

En lugar de lucha de clases en que se basa la política marxista plantea “relaciones de poder”, en vez de lucha para abolir la explotación plantea la “resistencia”, el lugar del proletariado como sujeto revolucionario es ocupado por una infinita red de luchas particulares y aisladas contra el poder, en vez del materialismo histórico y el papel determinante del las relaciones de producción se plantea el poder determinante del “discurso” en la configuración del poder. Creemos que los planteamientos de Foucault en modo alguno constituyen una alternativa al marxismo y que ambos son tan irreconocibles como el agua y el aceite. Esto es lo que trataremos de mostrar en el presente artículo.

Las borrosas “relaciones de poder”

Foucault señala que las relaciones humanas están determinadas por relaciones de poder que se configuran históricamente. Afirma que:

“Las relaciones de poder múltiples atraviesan, caracterizan, constituyen el cuerpo social; y estas no pueden disociarse, ni establecerse, ni funcionar sin una producción, una acumulación, una circulación, un funcionamiento del discurso”.1

Aunque es difícil encontrar una definición precisa de lo que Foucault entiende por “relaciones de poder” podríamos decir que son relaciones de subordinación y dominio en la que los participantes se enfrentan con diversas “estrategias de poder” y bajo diferentes “relaciones de fuerza”. La definición es tan abstracta que puede llenarse con cualquier o ningún contenido de clase. En otra parte sostiene que «el poder no es justamente una sustancia, un fluido, algo que mana de esto o de aquello, sino un conjunto de mecanismos y procedimientos cuyos papel o función y tema, aun cuando no lo logren, consisten precisamente en asegurar el poder».2 Una hermosa tautología: el poder asegura el poder.

Para el marxismo, el poder entendido como subordinación y dominio del hombre por el hombre, tiene su origen con la explotación del hombre por el hombre. Ambas formas no coinciden exactamente pero se compenetran. La explotación del trabajo ajeno se combinó y reforzó con la opresión de la mujer, la opresión de otros grupos sociales subordinados e incluso con el racismo. Las diversas formas de explotación: despótica, esclavista, feudal y burguesa -y dentro de éstas, cada una de sus formas histórico concretas- configuró, subsumió y enfatizó a su manera las diversas formas de opresión en interés de la clase dominante. En el marxismo no existe ambigüedad. Más adelante regresaremos a este punto.

Foucault centró su atención en estudiar cómo se manifiestan las relaciones de poder en espacios como cárceles, hospitales y escuelas; en el ámbito de la cotidianidad. Suponía que el poder, ante todo, se manifestaba en el ámbito de lo cotidiano, ámbito que llamó “microfísica del poder” o “capilaridad”. Así, por ejemplo, en los ámbitos de la familia existen “relaciones de poder” entre padres e hijos, marido y mujer; que se expresan en reglas de cómo se deben comportar los individuos, reglas en las que se ocultan discursos de poder en los que la mujer y los hijos son dominados por el padre.

“Entre cada punto del cuerpo social, entre un hombre y una mujer, en una familia, entre un maestro y su alumno, entre el que sabe y el que no sabe, pasan relaciones de poder que no son la proyección pura y simple del gran poder del soberano sobre los individuos; son más bien el suelo movedizo y concreto sobre el que ese poder se incardina, las condiciones de posibilidad de su funcionamiento”.3

Es como si el poder surgiera directamente de las relaciones individuales, como una manifestación inmediata de la propia socialización humana.

Foucault hizo estudios sobre cómo se ejercían la pena y el castigo durante la época de las monarquías absolutistas y cómo cambiaron con la edad moderna. En el primer caso el castigo era brutal: torturas y suplicios, como ser quemado en la plaza pública por la inquisición; esta forma de castigo expresaba el poder del monarca con todo su despotismo descarnado. En la época de la ilustración el castigo se hizo más “racional”, marcado por criterios de eficiencia propios de las ideas ilustradas, que terminaron expresándose, por ejemplo, en el diseño y operación de las prisiones modernas que controlan y administran racionalmente hasta los cuerpos de los “delincuentes”.

Foucault señala que: “El momento en que se percibe que era según la economía de poder, más eficaz y más rentable vigilar que castigar. Este momento corresponde a la formación, a la vez rápida y lenta, de un nuevo tipo de ejercicio del poder en el siglo XVIII y a comienzos del XIX”.4 Así mismo Foucault puso de relieve los “saberes” o teorías que se expresan en las instituciones mentales, teorías que separan a los “cuerdos” de los “locos”. Para Foucault todo saber expresa una intención de poder. Foucault tiende a visualizar a la sociedad como una inmensa cárcel donde de alguna forma todos somos presidiarios y carceleros observados por el “panescopio” del poder.

“La delincuencia, con los agentes ocultos que procura, pero también con el rastrillado generalizado que autoriza, constituye un medio de vigilancia perpetua sobre la población: un aparato que permite controlar, a través de los propios delincuentes, todo el campo social”.5

La aproximación es Orwelliana, es evidente.

Todos somos opresores

Pero a diferencia de la distopia de Orwell el poder en Foucault está decentralizado o sea que todo individuo es un agente activo a pasivo de él e incluso ambos al mismo tiempo. El poder, según, Foucault se ejerce más que se posee. Este énfasis en el poder y su omnipresencia fue sin duda resultado del doble efecto de la derrota del movimiento obrero tras el Mayo francés ⸻a manos de la burocracia reformista y estalinista que lo traicionó⸻ tanto como de la espantosa burocracia rusa que traicionó la revolución de octubre. La afinidad con el anarquismo es evidente en su oscura concepción del poder en general. Foucault, en realidad, no entendió a Marx y lo confundió con el estalinismo y los horrendos manuales estalinistas, o lo combatió en la forma de la caricatura mecánica y escolástica en que lo expuso Althusser. A la pregunta “Está alineado a la posición marxista” Foucault respondió de forma sincera:

“No lo sé. Verás, no estoy seguro de saber qué es el marxismo y no creo que exista como algo abstracto. De manera que cuando mencionas al marxismo, te pregunto a cuál te refieres […] En otras palabras, no sé lo que es el marxismo. Intento luchar con los objetos de mi propio análisis, por lo que cuando uso un concepto utilizado por Marx o los marxistas, un concepto útil y tolerable, para mí es indiferente. Siempre me he negado a considerar como factor decisivo el estar o no de acuerdo con el marxismo a la hora de negar o aceptar lo que digo. No me podría importar menos”.6

Como sea, la derrota político del 68 significó para Foucault la imposibilidad virtual de realizar el comunismo por más deseable que éste fuera:

“En realidad, hay dos especies de utopías: las utopías proletarias socialistas que gozan de la propiedad de no realizarse nunca, y las utopías capitalistas que, desgraciadamente, tienden a realizarse con mucha frecuencia”.7

Los estudios de Foucault sobre las formas históricas de ejercer el poder y las ideologías que expresan no carecen de interés. Vigilar y castigar es sin duda su obra más solida en su documentación. Sin embargo su visión es superficial al no explicar el origen y contenido del poder y limitarse a un nivel descriptivo. Incluso Foucault confiesa de cierta forma esta superficialidad:

“Se trataba de no analizar el poder en el plano de la intención o la decisión, no procurar tomarlo por el lado interno, no plantear la cuestión (que yo creo laberíntica y sin salida) que consiste en decir: ¿quién tiene, entonces, el poder?, ¿qué tiene en la cabeza? ¿qué busca quien tiene el poder? Había que estudiar el poder, al contrario, por el lado en que su intención si la hay se inviste por completo dentro de prácticas reales y efectivas: estudiarlo, en cierto modo, por el lado de su cara externa”.8

Foucault está obsesionado en cómo se manifiesta el poder pero no sabe cómo surge porque para él está siempre presente como una manifestación metafísica. Aunque Foucault señala, incidentalmente, que las formas de pena y castigo de la modernidad corresponden al ascenso de la burguesía, la tendencia general de su pensamiento es a explicar el poder como manifestación de un discurso que expresa “relaciones de poder”. “El discurso no es simplemente aquello que traduce las luchas o los sistemas de dominación, sino aquello por lo que, y por medio de lo cual se lucha, aquel poder del que quiere uno adueñarse”.9 Estamos ante un círculo vicioso que remite del poder al discurso y viceversa. Esto es idealismo o la corriente que explica la realidad a través de ideas. El marxismo, por el contrario explica la sociedad a partir de la realidad material y las relaciones sociales objetivas que se transforman históricamente. El marxismo es en su esencia materialista dialéctico, el contraste no podría ser más agudo. Marx y Engels criticaron a los filósofos especulativos que realizan:

“El arte de convertir las cadenas reales y objetivas, que existen fuera de mí, en cadenas dotadas de una existencia puramente ideal, puramente subjetiva, que se da solamente en mí y, por tanto, todas las luchas externas, sensibles, en puras luchas especulativas”.10

Es verdad que Foucault no omite el carácter histórico de esas relaciones de poder pero, al hacerlas parte inmanente de las relaciones humanas, las eterniza. Foucault ve “relaciones de poder” en todas partes y en todas las épocas, y la tarea del estudioso, desde su punto de vista, es explicar cómo se manifiestan epidérmicamente. Para Foucault todos somos sujetos de esas relaciones, somos opresores y oprimidos al mismo tiempo: el obrero por el burgués, la esposa por el obrero, los hijos por los padres. El poder es una “malla” hipostasiada o hinchada de la que todos somos parte, un caleidoscopio que se entrecruza y se alterna.

Es esta concepción fragmentaria de las luchas y la incapacidad de ver el peso relativo de cada una de ellas lo que Foucault heredó a la teoría de la interseccionalidad [ver: https://www.marxist.com/marxismo-versus-interseccionalidad.htm]. Así el obrero explotado es también un opresor pues el poder “se ejerce en red, y, en ella, los individuos no sólo circulan, sino que están siempre en situación de sufrirlo y también de ejercerlo. Nunca son el blanco inerte o consintiente del poder, siempre son sus relevos. En otras palabras, el poder transita por los individuos, no se aplica a ellos”.11 Así pues, Foucault convierte a la mayoría de la humanidad trabajadora en opresora. Si las relaciones de poder son eternas ¿qué sentido tiene la lucha contra la opresión? Si el obrero es tan opresor como el burgués ¿qué sentido tiene la lucha por el socialismo? El que los obreros puedan ser presa de prejuicios machistas u homofóbicos situación que ciertamente se da esto no elimina su rol central en la producción capitalista y su potencial para destruir de raíz el sistema capitalista, pero como Foucault no entiende de relaciones materiales de clase pone a un trabajador en el mismo saco que su explotador.

La omnipresencia del poder

El carácter tan abstracto de las “relaciones de poder” borra las diferencias de clase y aquéllas se confunden con la propia naturaleza social del ser humano. No basta con identificar y describir el funcionamiento de las relaciones de poder, es necesario, ante todo, entender su carácter, sentido y origen. Foucault habla de cómo se ejerce el poder pero no sabe lo que es ni de dónde viene. Por más que intenten negarlo los antropólogos burgueses, las pocas sociedades de cazadores recolectores que aun no han sido disueltas o corrompidas por el capitalismo presentan relaciones sociales igualitarias y los asuntos comunes zanjados de manera comunitaria [ver: https://www.marxist.com/el-origen-de-la-familia-en-defensa-de-engels-y-morgan.htm]. Hablar aquí de “relaciones de poder” es una calumnia burguesa contra la humanidad. Pero como el concepto de poder es tan ambiguo y gelatinoso es posible que algún foucaultiano astuto objete que incluso aquí existen relaciones de subordinación del individuo a la sociedad. Realmente no sabemos si algún neandertal se sentía oprimido cuando el clan le exigía cercar a un mamut desde éste o aquél lugar pero al ser el ser humano un animal social es imposible desprender al individuo de la sociedad y nunca será posible hacerlo. Engels escribió en una carta que combate las ideas de Bakunin que:

“ninguna acción común es posible sin la imposición a algunas personas de una voluntad extraña, es decir, de una autoridad. Ya sea la voluntad de una mayoría de votantes, de un comité director, o de un solo hombre, será siempre una voluntad impuesta a los disidentes, pero sin esta voluntad única y dirigente, ninguna cooperación es posible”.12

Para el marxismo de lo que se trata es de saber bajo qué condiciones históricas y económicas ese carácter social del trabajo, al que se somete el individuo, significa opresión y bajo qué condiciones históricas es posible eliminar el carácter explotador bajo el cual se ha realizado el trabajo social desde que surgió la civilización y la lucha de clases. El error de Foucault constituye en poner un signo de igualdad entre trabajo social y opresión, como si la única forma de socialización posible fuera de carácter opresivo.

En realidad los hombres y mujeres de las sociedades cazadoras recolectoras gozan de una amplia libertad personal sin que exista opresión en su integración a su clan o colectividad, de hecho de aquí obtienen su sentido de individualidad que es muy diferente a la decadente subjetividad capitalista [ver: https://old.laizquierdasocialista.org/node/3770]. Es con el nacimiento de la sociedad de clases que simultáneamente surgen diversas formas de opresión: la mujer se subordina al varón propietario y a la familia como forma de esclavitud doméstica, los hijos se convierten en propiedades y vías para trasmitir la herencia, las castas nacen como forma de fijar la estratificación social, el racismo surge como justificación de la esclavitud y la conquista imperialista. Con la división del trabajo no sólo en la economía sino en la administración del Estado surgen diversas instituciones con su burocracia y autonomía relativa, con todos los protocolos y reglas infinitas que tanto les gustan subrayar a los seguidores de Foucault. Con la clase dominante surge una ideología dominante que se infiltra de diversos modos en todos los poros de la sociedad. Nace el “discurso de poder” que tanto obsesiona a los posmodernos como si fuera el origen de la opresión cuando es, en realidad, un efecto que reacciona dialécticamente sobre su propia base. Por esto el marxismo subraya el origen, sentido y funcionalidad de las diversas formas de opresión integradas y reforzadas por diversos modos de producción clasistas.

Al ser omnipresente y sin una fuente identificable el poder se convierte en una fuerza metafísica o parte de la naturaleza humana. Es el retorno bajo nuevas y estridentes formas de uno de los mitos burgueses más rancios: el hombre como lobo del hombre con una naturaleza eterna. El aparente radicalismo se convierte en una vulgar idea reaccionaria: el hombre es opresor por naturaleza. El poder se manifiesta y ejerce por puro sadismo. Para Foucault el ser humano está en guerra perpetua: “Hacen falta mapas estratégicos, mapas de combate, porque estamos en guerra permanente, y la paz es, en ese sentido, la peor de las batallas, la más solapada y la más mezquina”.

Lenin había escrito, siguiendo a Clausewitz, que la política es la continuación de la guerra por otros medios, pero Lenin se refería a la lucha de clases y a la tarea de organizar a las masas trabajadoras para construir el socialismo. Para el marxismo la subordinación del hombre por el hombre tiene un origen e historia, se remonta a la división de la sociedad en clases. Para Foucault la opresión sólo tiene historia pero es eterna, inmanente al hombre mismo. No hay duda de que para Foucault las relaciones de opresión son inmanentes al ser humano. Por ejemplo, en una entrevista realizada en 1980 a la pregunta: “¿Es intrínseco a la existencia humana que su organización se transforme en una forma represiva de poder?” Respondió:

“Sí. Por supuesto. Tan pronto como haya personas que se encuentren en una posición «dentro del sistema de relaciones de poder» donde puedan actuar sobre otros y determinar la vida y el comportamiento de éstos”.13

Pero esa posibilidad de actuar sobre otros «concentrando riqueza en forma de propiedad privada» no ha existido siempre y por tanto la opresión no es para nada intrínseca al ser humano. Foucault habla de “mapas estratégicos”, “mapas de combate” pero no tiene ninguna estrategia que ofrecer más que fraseología estridente.

Foucault tomó de Nietzsche el estilo oracular y cuasipoético, la forma de escribir oscura y ambigua llena de metáforas estridentes. Verdad es que sus aforismos son provocadores, sugerentes e invitan a la reflexión; sin embargo también invitan a la confusión. Una invitación a reflexionar no la realiza de forma alguna. La academia burguesa tiene un olfato insuperable para promover todo lo que implique confusión e indeterminación entre la izquierda. No es casual la difusión de las modas posmodernas sobre todo en etapas de repliegue del movimiento de masas. La escuela de Frankfurt, el deconstructivismo, Foucault, etcétera, son parte de una familia de autores con ideas confusas que se promueven entre la izquierda porque la dejan sin cabeza, sin objetivo ni programa.

Capilaridad o superficialidad frente a conocimiento científico

La “capilaridad” del poder en Foucault se convierte en superficialidad descriptiva que no va más allá del discurso y los protocolos que subyacen a la realidad de cárceles, hospitales, escuelas y otros ámbitos institucionales y cotidianos. Se trata de una visión “capilar” que no encuentra el enlace y el sentido de los capilares con las venas y las arterias, y de éstas con el corazón. ¿Qué pensaríamos de un médico que no supiera cómo están los capilares relacionados con el conjunto del sistema circulatorio? ¿Cómo entender, por ejemplo, la cotidianidad de un obrero y la de su familia sin situarla en el contexto de la explotación capitalista con sus extenuantes jornadas, bajos salarios, barrios pobres y viviendas indignas?

Uno de los libros fundadores del marxismo, “La situación de clase obrera en Inglaterra” de Engels, describe el entorno cotidiano de los trabajadores londinenses de su tiempo para ilustrar la explotación capitalista sin ahorrar detalles de los barrios insalubres; Lenin, desde la redacción de Pravda e Iskra, publicaba reseñas periodísticas sobre las condiciones particulares de trabajo y lucha de los trabajadores rusos, procurando siempre vincular las particularidades con las leyes subyacentes del capitalismo y la lucha de clases; Trotsky escribió un libro, “Problemas de la vida cotidiana”, para poner sobre la palestra los problemas cotidianos de los trabajadores rusos después de la revolución.

Así pues el marxismo es una herramienta que es útil para arrojar luz sobre el sentido y significado de lo cotidiano, vinculando lo particular con lo general. Evidentemente profundizar en este ámbito es una tarea que nunca se agota y siempre puede enriquecerse con nuevos estudios sobre el presente y el pasado. Lo que queremos subrayar aquí es que lo cotidiano como instancia de lo particular no puede entenderse sino a través de lo general que expresa; y al mismo tiempo, las leyes generales, las tendencias del capitalismo, no existen fuera de la realidad concreta. Las olas superficiales del mar no son sino la manifestación inmediata de corrientes profundas y carecen de sentido sin ellas. Lo aparente deja de ser superficial cuando se descubre su lazo con la esencia. La esencia revela su profundidad cuando se demuestra en sus diversas manifestaciones fenoménicas. La esencia y el fenómeno, lo particular y lo general no son más que las dos caras de la misma moneda. No obstante para el posmodernismo la comprensión de las leyes objetivas de la realidad es imposible porque el hombre está atrapado en discursos e ideologías que no puede trascender. El marxismo como ciencia como toda ciencia sería imposible sin la posibilidad de comprender la realidad y las leyes que la rigen. Sin ello la revolución socialista es imposible pues no se puede cambiar lo que no se puede comprender ni controlar.

Se podría objetar que la cotidianidad de los obreros no agota las manifestaciones concretas de las relaciones de poder que sufren muchos otros sectores de la sociedad, la opresión de otros sectores como mujeres, minorías raciales, movimiento LGBTTTI; efectivamente es así. Pero sin saber vincular lo particular con lo general es imposible entender el lugar de lo particular ni su papel específico; sin saber vincular las diversas formas de opresión con las relaciones dominantes de producción no haremos más que una descripción superficial del fenómeno. No es posible, por ejemplo, entender el origen de cada una de las infinitas manifestaciones del patriarcado y el machismo de nuestros días sin referir, en primer lugar, a su relación originaria con el nacimiento de las clases sociales, y también, a la importancia de la esclavitud doméstica en el modo de producción capitalista (como espacio de reproducción de la fuerza de trabajo, de reproducción de la ideología dominante y carga sobre el salario del costo de las tareas domésticas).

Es innegable que existen diversas formas de opresión además de la explotación de clase: discriminación por género, raza, preferencia sexual, etcétera. Pero sin restar importancia a esas formas de opresión, sin dejar de señalar la importancia de lucha aquí y ahora contra esas injusticias, es necesario también identificar la funcionalidad de esas opresiones dentro del sistema imperante e identificar la clase que por su papel en la producción es capaz no sólo de paralizar la producción capitalista, sino ponerla sobre otras bases, es decir, derribar el capitalismo y construir el socialismo; un régimen de economía planificada y democracia obrera que erradique de raíz toda forma de opresión y explotación. Por supuesto que los trabajadores no podrán realizar la revolución sin ganar políticamente a todos los sectores oprimidos de la población. El marxismo lucha por la unidad en la lucha y ve en la fragmentación un factor favorable a la reacción.

El marxismo no exige ángeles para luchar. La revolución se hará con hombres y mujeres reales con todo y sus prejuicios. Sería ingenuo esperar que los trabajadores no fuéramos presa, en mayor o menor medida, de prejuicios machistas y de otro tipo. Pero también entendemos que esos prejuicios tienden a romperse a través de la lucha de masas, la lucha solidaria que une a los trabajadores por encima de las fronteras de género, raza, religión y preferencias sexuales contra un enemigo común. También sabemos que mientras no destruyamos al capitalismo esos prejuicios renacerán como una hidra, como una infección endémica, pues el capitalismo los necesita para dividir a la masa de los explotados con barreras artificiales. Los trabajadores no debemos temer ejercer el poder: nuestro poder, el poder obrero, la democracia obrera coordinada de forma local, regional y mundial. Nuestro objetivo es destruir el poder de la clase dominante, destruir su Estado y la fuente última de su poder: la propiedad privada sobre los medios de producción fundamentales. Para los marxistas esta lucha no es un simple “juego de ajedrez” que se observa desde fuera con pedantería académica. Nos posicionamos claramente y declaramos públicamente nuestros objetivos.

Para Foucault la psiquiatría forma parte de un discurso de poder cuyo objetivo es segregar a los llamados “locos” y controlar su cuerpo e incluso su alma. “No existe relación de poder sin constitución correlativa de un campo de saber, ni de saber que no suponga y no constituya al mismo tiempo unas relaciones de poder”.14

Es verdad que la ciencia médica no se desarrolla al margen de los intereses sociales y que muy a menudo ha sido usada para reprimir y discriminar sistemáticamente a mujeres, homosexuales, personas de color, etcétera. Tan sólo hay que recordar las teorías racistas como la frenología o la homosexual concebida como enfermedad mental. La Castañeda de la época porfirista es un ejemplo e incluso el régimen estalinista que recluía a opositores políticos en instituciones mentales Todo esto es cierto, pero conviene siempre tener sentido de la proporción y no ir demasiado lejos. Toda verdad se convierte en su opuesto más allá de cierto punto. ¿Acaso no existen realmente las enfermedades? ¿Enfermedades mentales como la esquizofrenia o la depresión son sólo inventos de la medicina para controlar a los individuos? Es cierto que el contexto capitalista exacerba estás enfermedades pero no las hace menos reales. Ver a la psiquiatría en su conjunto como una mera estrategia de poder es condenar a la ciencia como mito y caer en el peor de los oscurantismos, una característica muy propia de la posmodernidad. En el colmo de la locura posmoderna, Foucault afirma que no sólo la locura es un invento del poder, también el sexo e incluso el hombre mismo: “El hombre es sólo una invención reciente, una figura que no tiene ni dos siglos, un simple pliegue en nuestro saber y que desaparecerá en cuanto éste encuentre una forma nueva”.15 Sello de identidad de la posmodernidad es confundir el concepto de la realidad con la realidad misma. Evidentemente el concepto de humanidad ha evolucionado como cualquier otro concepto pero la existencia del hombre no depende de su concepto sino a la inversa, el concepto se extrae de la realidad a través de un largo proceso histórico. De este subjetivismo estriba la relación con la Teoría Queer, cuyo gurú es Foucault, que supone que los roles e identidad de género se pueden reinventar a voluntad sin transformar la realidad material [Ver: Marxismo y teoría queer]. Para el marxismo el hombre se elevó por encima del reino animal y de la naturaleza realmente existentes, a través de la transformación de la naturaleza, la fabricación de herramientas; proceso en el cual el hombre se transformaba y se creaba a sí mismo.

Lucha por el socialismo o la nada

“Donde hay poder, hay resistencia”.16 Resistencia es la forma en que Foucault concibe la lucha por la liberación. Es el único programa político posible al estar el poder tan descentralizado fragementariamente en toda clase de contextos irreductibles, o sea oponerse y desobedecer sin objetivo alguno. No puede existir un programa político que unifique donde no existe más que un mosaico inconexo de luchas parciales, pues “La sociedad es un archipiélago de poderes diferentes»17 o “El poder se ejerce a partir de innumerables puntos”.18 Pero los explotados no tenemos la opción de resistir: resistimos día a día los bajos salarios, las jornadas extenuantes, los ataques a nuestro nivel de vida. Esto no es un programa político.

Donde no existe una columna vertebral que vincule a esas luchas y les dé un objetivo y sentido no puede existir un sujeto revolucionario, sino infinidad de sujetos segregados. Donde no existe una fuente identificable del poder no hay manera de combatirlo. Más aún, al ser todos y cada uno de los individuos opresores y oprimidos toda lucha por la emancipación se convierte en un absurdo o un intento encubierto y mezquino de ejercer el poder. La alternativa política del posmodernismo se reduce a la nada. “No soy un profeta, mi trabajo es construir ventanas donde antes solo había pared”, afirmó Foucault, omitiendo decir que en realidad su teoría implicaba paredes que separan las luchas con infinitos muros. Es necesario entender que el capitalismo es un sistema mundial, vinculado a nivel global y que, por tanto, las luchas parciales también deben entenderse como una lucha mundial de los oprimidos contra el capital. Las luchas aisladas por si mismas serán infructuosas.

Para el marxismo lo que vértebra a las luchas parciales es la existencia del sistema capitalista, y el programa que permite unificarlas es el que se deriva de las propias contradicciones objetivas del sistema; el sujeto revolucionario se deriva del lugar central que juega el proletariado en la producción. No existe aquí ningún capricho ni amor abstracto por el obrero, sino un estudio objetivo de la realidad y la lucha de clases. Sin embargo las ideas de Foucault desarman a los trabajadores. No es casualidad que en un informe desclasificado de la CIA llamado “Francia, la deserción de los intelectuales de izquierda” esta agencia del imperialismo viera con buenos ojos la difusión de las ideas de Foucault entre la intelectualidad de izquierda en menoscabo del marxismo, sencillamente porque el posmodernismo es inofensivo a ojos de la clase dominante, una clase que ciertamente tiene claridad en sus objetivos:

“Incluso más efectivo para socavar el marxismo han sido, sin embargo, aquellos intelectuales que, presentándose como estudiosos del marxismo en las ciencias sociales, acabaron repensando y rechazando toda la tradición. […]. En su mayor parte, han concluido que las nociones marxistas de la estructura del pasado –de las relaciones sociales, los patrones de los acontecimientos y su influencia a largo plazo– son simplistas e inútiles. En el campo de la antropología, la influyente escuela estructuralista de Claude Levi-Strauss, Foucault y otros llevó a cabo prácticamente la misma tarea. Aunque las metodologías del estructuralismo y de los Annales ahora atraviesan un mal momento (los críticos les acusan de ser demasiado difíciles para ser entendidas por la gente normal), creemos que su tarea demoledora de la influencia marxista en las ciencias sociales probablemente perdure como su contribución profunda a la academia moderna tanto en Francia como en otros países de Europa occidental.”19

Hemos visto que las ideas de Foucault no constituyen de ningún modo una opción al marxismo revolucionario, ni tampoco amenaza alguna al sistema capitalista y a la lucha contra la explotación y opresión. No lo es porque las ideas de Foucault son confusas y de contornos borrosos; eternizan la opresión al considerar que ésta es parte de la naturaleza humana; difuminan la explotación capitalista en un mar abstracto de “relaciones de poder”, ahogando la lucha de clases del proletariado dentro de un conjunto indeterminado de infinitas opresiones; considera la opresión parte de un discurso en vez de una realidad objetiva, nos ofrece subjetivismo en lugar de un estudio científico del capitalismo y sus contradicciones; no ayuda en nada a buscar la unidad entre los explotados y oprimidos al dividir las luchas en innumerables “archipiélagos de resistencia”, convierte a las víctimas de la opresión en agentes igualmente opresores. Ofrece “resistencia” en vez de lucha contra la explotación. Los que consideran que Foucault es una opción deberían atender lo que el propio Foucault señaló al respecto: “Desde el momento en que uno concibe el poder como un ensamble de relaciones de fuerza, no puede haber ninguna definición programática de un estado óptimo de fuerzas […] Escucha, escucha… ¡No es tan difícil! No soy un profeta, no soy un organizador, no quiero decirle a la gente qué debe hacer. No voy a decirles ¡esto es bueno para ti, esto no!”20 Pero los explotados necesitamos un programa, necesitamos claridad teórica, comprender cómo funciona el capitalismo, cuáles son sus contradicciones y leyes, la naturaleza de la lucha de clases y el potencial revolucionario de los trabajadores. Esto fue estudiado, como nadie más ha podido hacerlo, por Marx, Engels, Lenin y Trotsky. Necesitamos el arma de la teoría para crear la organización que canalice las luchas que están ya sacudiendo al sistema en la crisis más profunda de su historia. Necesitamos seriedad, claridad y organización. El marxismo es, hoy más que nunca, un arma irremplazable.

BIBLIOGRAFÍA:

1 Foucault, M. Microfísica del poder, México, Siglo XXI, 2019, p. 139.

2 Foucault, M. Seguridad, territorio, población, México, FCE, 2006, p.16.

3 Foucault, M. Microfísica del poder, México, Siglo XXI, 2019, p. 183.

4 Foucault, M. Vigilar, castigar. Nacimiento de la prisión, Argentina, Siglo XXI, 2002, pp. 298-299.

5 Foucault, M. Vigilar, castigar. Nacimiento de la prisión, Argentina, Siglo XXI, 2002, p. 279.

6 Entrevista, 1980, en: otrasvoceseneducacion.org/archivos/208610

7 Foucault, M. La verdad y las fuentes jurídicas, Barcelona, Gedisa, 1996, p. 114.

8 Foucault, Defender la sociedad, México, FCE, 2002, p. 37.

9 Foucault, El orden del discurso, Venezuela, TusQuets, 2002, p.15.

10 Marx, C., Engels, F., La sagrada familia, México, Grijalbo, 1971, p. 149.

11 Foucault, Defender la sociedad, México, FCE, 2002, p. 38.

12 Engels a Pablo Lafargue, en: Marx, Engels, Lenin, Acerca del anarquismo y el anarcosindicalismo, Moscú, Progreso, 1976, p.39.

13 Entrevista, 1980, en: otrasvoceseneducacion.org/archivos/208610

14 Foucault, M. Vigilar, castigar. Nacimiento de la prisión, Argentina, Siglo XXI, 2002, p.30.

15 Foucault, Las palabras y las cosas, Argentina, Siglo XXI, 1968, p. 9.

16 Foucault, M. Historia de la sexualidad, Vol I, La voluntad de saber, México, Siglo XXI, 1999, p. 57.

17 Foucault, M. Las mallas del poder, en Estética, ética y hermenéutica, Obras esenciales, Vol III, Barcelona, Paidós, 1999, p. 239.

18 Foucault, M. Historia de la sexualidad, Vol I, La voluntad de saber, México, Siglo XXI, 1999, p. 114.

19 Alan Woods, “Marxismo frente a política de identidad” en: https://marxismo.mx/marxismo-frente-a-la-politica-de-identidad/ 20 Entrevista, 1980, en: otrasvoceseneducacion.org/archivos/

Jerome Bruner: dos teorías cognitivas, dos formas de significar, dos enfoques para la enseñanza de la ciencia. Ángela Camargo.

Introducción

La evolución del pensamiento de Jerome Bruner respecto de lo que se entiende por conocimiento y aprendizaje  es  representativa del  debate  teórico  que  la  Psicología  Cognitiva  ha  experimentado  durante  la  segunda  mitad del siglo XX. Este debate se centra en la posición  tomada ante una disyuntiva: si la cognición humana se  explica mediante un modelo de la mente, entonces se es cognitivista;  pero,  si  se  asume  que  la  cognición  es  más bien una construcción sociocultural, entonces se es culturalista.

Habiendo sido inicialmente uno de los representantes más distinguidos de la Psicología del procesamiento de la información, Bruner pasó, años más tarde, a defender con igual convicción y lucidez la explicación sociocultural para la construcción del conocimiento.

Como consecuencia de este viraje particularmente extremo y, especialmente, de su progresiva adhesión a las ideas de Vigotsky (1964) y a la escuela soviética sobre el papel del lenguaje en la construcción de conocimiento, este conocido psicólogo norteamericano ha derivado hacia una solución de compromiso en la que estas dos miradas psicológicas estarían representando dos formas diferentes y no excluyentes de conocer, de pensar y, en  consecuencia, de aprender: el argumento lógico y la narración de historias.

De manera no menos conciliadora y haciendo gala de un pragmatismo típicamente anglosajón, Bruner ha realizado reflexiones esclarecedoras sobre la forma como estas dos perspectivas tan diferentes adquieren aplicabilidad en el ámbito educativo y pedagógico. En efecto, es en la aplicación al contexto educativo donde el trabajo bruneriano ha tenido su mayor difusión e impacto.

Tanto  las  ideas  del  primer  Bruner,  las  del  psicólogo  cognitivista,  como  las  del  segundo  Bruner,  las  del  psicólogo culturalista, han tenido importantes y muy productivas repercusiones  para  el  desarrollo  de  enfoques  pedagógicos y propuestas didácticas específicas.

El  presente  documento  se  propone  hacer  un  seguimiento de los trabajos e ideas de Jerome Bruner respecto de cada uno de estos dos modos de conocer y de representar el conocimiento, seguimiento que servirá de contexto para una reflexión sobre las repercusiones que el pensamiento de Bruner ha tenido para la enseñanza y el aprendizaje de las ciencias.

La época inicial: hacia un modelo de la mente

Durante los años 50 y como un derivado natural de  sus  investigaciones  experimentales  sobre  el  aprendizaje  de  conceptos,  Bruner  abrazó  con  entusiasmo  la propuesta de la revolución cognitiva en la que el conocimiento humano tiene explicación como un modelo formal de la mente.

A partir de este paradigma, estudiaría  dos temas principales: la representación de la experiencia  y  la  construcción  categorial  para  el  aprendizaje  de conceptos.

Respecto del primero de estos temas, por los años 60, Bruner definiría la representación como “un conjunto de reglas mediante las cuales se puede conservar aquello  experimentado  en  diferentes  acontecimientos”. 

Representar consistiría entonces en guardar en la memoria aspectos de la experiencia, utilizando para ello algún código regido por reglas. En ese momento, el autor realiza una de sus mayores contribuciones al tema, al proponer  la  existencia  de  tres  sistemas  básicos  de  representación presentes en la cognición humana: 1. La representación  enactiva,  o  de  esquemas  motores;  2.  La  representación icónica, mediante imágenes de objetos o eventos, y 3. La representación simbólica, usando sistemas formales como el lenguaje.

Estas  representaciones  son  concebidas  por  Bruner  como  herramientas  que  pueden  ser  manipuladas con  propósitos  definidos,  como  la  solución  a  un  problema  o  la  toma  de  una  decisión.  Se  trata,  eso  sí,  de herramientas  mentales  que  permiten  la  realización  de acciones  u  operaciones  mentales

En  ese  momento  de su vida profesional, Bruner creía fervientemente que el propósito de la psicología era la descripción, lo más detallada  posible,  de  las  características  formales  de  estos sistemas  de  representación,  pues  estos  eran  la  base  de toda operación mental humana:[1]

“… cualquier teoría del desarrollo intelectual  debe  definir  las  operaciones  mentales  mediante un sistema formal y detallado… [sic] … La descripción de lo que hace un niño cuando está pensando en un problema o sobre un problema  también  debe  incluir  un  análisis  lógico  de las operaciones que realiza, tan minucioso como sea posible (Bruner, 1984, p. 120).”

Derivado  de  su  interés  por  el  proceso  que  conduce  a  la  construcción  y  uso  de  representaciones  mentales,  surge  en  el  trabajo  de  este  psicólogo  el  tema  de  las  categorías.  De  acuerdo  con  Bruner,  la  información  que entra al sistema cognitivo se organiza en la forma de clases ya establecidas o por construir. Esta posibilidad de categorizar  la  experiencia  se  encuentra  en  la  base  de  la construcción de conceptos.

Al respecto y con base en una serie ya clásica de experimentos,  Bruner  y  sus  colegas  de  Harvard  proponen  un  modelo  cognitivo  de  aprendizaje  de  conceptos por la vía de la identificación o definición de atributos.

De  acuerdo  con  este  modelo,  aprender  conceptos  implica  un  proceso  estratégico  inductivo  de  formulación sucesiva de hipótesis sobre los atributos que componen una categoría. Las hipótesis se plantean infiriendo atributos comunes a los ejemplares que se consideran parte de  una  categoría. 

Cuando  aparecen  ejemplares  que  no coinciden  con  los  atributos  iniciales  (contraejemplos), las hipótesis se reformulan. En el curso de la experiencia dada por el contacto con ejemplares determinados, el sujeto va construyendo hipótesis que definen el concepto de forma cada vez más precisa.

Tales hipótesis van cambiando a medida que van apareciendo más y más ejemplares del concepto o categoría (Bruner et al., 1956).  Estos trabajos de investigación sobre la construcción de conceptos fueron particularmente interesantes.

En su desarrollo, los sujetos debían construir un concepto artificial (figura(s) geométrica(s) con un diseño específico en una tarjeta) a partir de la observación sucesiva de ejemplares con diferentes atributos (las tarjetas variaban en el número de formas geométricas que contenían, 1, 2 ó 3; tipo de forma, círculos, cuadrados o cruces y diseño de cada forma, en blanco o estriada).

Tales trabajos permitieron identificar diferentes estrategias usadas por los sujetos para la construcción de conceptos, las cuales podían ser consideradas como estrategias usadas por la gente común para adquirir conceptos en su vida diaria (Eysenck  &  Keane,  1992).  Algunas  de  estas  estrategias son:

•    Entre  menos  sean  los  ejemplares  relevantes  para construir el concepto, mejor.

•    Si el concepto se construye antes de agotar todos los ejemplares de la categoría, mejor.

•    Entre menos esfuerzo cognitivo (memoria y procesos inferenciales), mejor.

•    Entre menos hipótesis o ensayos de definición de atributos  previos  a  la  obtención  del  concepto,  mejor.

Desde el punto de vista de Bruner, este aprendizaje no es repentino o súbito; por el contrario, se trata de  un  proceso  cognitivo  analizable  que  lleva  a  nuevos procesos que impulsan la actividad comprobadora (Bruner, 1956).

Para esa época, el interés de Bruner era la posibilidad  de  identificar  principios  formales  universales de  funcionamiento  del  sistema  cognitivo.  Esto  lo  llevó a  trabajar  con  objetos  y  situaciones  cada  vez  más  artificiales. 

Precisamente,  la  principal  crítica  al  trabajo  de Bruner sobre el aprendizaje de conceptos es el hecho de que sus experimentos se hacían con conceptos artificiales,  suponiendo  así  que  las  categorías  y  atributos  de  la experiencia cotidiana operarían de igual forma (Eysenck & Keane, 1992).

Sería  injusto,  sin  embargo,  decir  que  el  modelo bruneriano  de  desarrollo  cognitivo  mediante  procedimientos de construcción de categorías conceptuales no tuvo aplicaciones prácticas directas.

De hecho, los experimentos de Bruner pueden considerarse pioneros de una línea  de  investigación  psicológica  tendiente  a  construir modelos  de  aprendizaje  de  conceptos,  especialmente para  áreas  de  conocimiento  que  operan  con  conceptos puros  o  netos,  tales  como  los  conceptos  propios  de  las Ciencias  Naturales  (por  ejemplo,  Carey,  2000). 

Como veremos más adelante, la mirada inferencial e inductiva del aprendizaje de conceptos propuesta por Bruner tuvo repercusiones muy interesantes en las propuestas sobre enseñanza de las ciencias surgidas en los años 70.

El viraje: la posición culturalista

Durante los años 80, y probablemente como consecuencia  de  sus  trabajos  sobre  el  papel  del  lenguaje  y la  interacción  comunicativa  en  el  desarrollo  cognitivo, Bruner  asume  una  posición  crítica frente  al  paradigma cognitivista. 

En  sus  inicios,  el  psicólogo  de  Harvard había  imaginado  que  este  paradigma  asignaría  especial atención  al  estudio  del  significado,  distinguiéndose  así del esquema explicativo conductista estímulo/respuesta que pretendía reemplazar. Sin embargo, desde su punto de  vista,  el  programa  de  investigación  traicionaría  esta  idea. Dicho en sus palabras:

Muy rápidamente, por ejemplo, el énfasis pasó del  “significado”  a  la  “información”,  de  la  construcción del significado al procesamiento de la información. Estos dos temas son profundamente diferentes.

El  factor  clave  de  este  cambio  fue  la  adopción  de  la computación como metáfora dominante y de la computabilidad como criterio imprescindible de un buen modelo teórico. La información es indiferente respecto al significado. Desde el punto de vista computacional, la información comprende un mensaje que ya ha sido previamente codificado en el sistema. El significado se asigna a los mensajes con antelación. No es el resultado del proceso de computación ni tiene nada que ver con esta última salvo en sentido arbitrario de asignación (Bruner, 1991, p. 24).

Es así como la información resulta siendo un elemento formal que se transforma en otro en el momento en  que  reúne  las  condiciones  para  la  aplicación  de  alguna  regla  de  cómputo.  El  esquema  estímulo-respuesta es reemplazado por el esquema input-output, igualmente asemántico, dándole la espalda al problema fundamental  de  cómo  hacen  los  humanos  para  darle  sentido  al mundo que los rodea (Bruner, 1991, p. 26).

A fin de recuperar lo que considera la verdadera misión  de  la  disciplina  psicológica,  Bruner  plantearía que  para  comprender  a  los  seres  humanos  es  preciso comprender antes la forma cómo sus experiencias y sus actos  están  moldeados  por  sus  intenciones.  Con  esta perspectiva,  el  problema  del  significado  dejaría  de  ser abordado desde la lógica proposicional para ser asumido por la semántica y la pragmática de la enunciación.

De  modo que las diversas formas de conocer y comportarse en  el  mundo  (los  estados  intencionales)  solo  son  comprensibles cuando se las enmarca en un sistema cultural determinado (Bruner, 1991).

El autor abre así la puerta a una nueva forma de investigación psicológica con importantes repercusiones en el ámbito de la educación y la pedagogía. Se trata de una  visión  culturalista  de  la  cognición  en  la  que  la  herencia biológica no dirige la acción o la experiencia del hombre, sino que impone límites salvables mediante instrumentos  culturales. 

Sobre  la  base  de  un  sustrato  biológico común, cada grupo humano construye (¿conoce?) un mundo posible propio y particular, una cultura.

Esta  propuesta  de  aproximación  al  conocimiento se materializa en la llamada “psicología popular”, expuesta por Bruner en su obra Actos de significado, publicada originalmente en inglés en 1990.

De acuerdo con el autor, la “psicología cultural”, “psicología popular” o “psicología  intuitiva”  (folk  psychology)  es  un  sistema  mediante  el  cual  la  gente  organiza  su  experiencia  y  conocimiento relativos al mundo social, y consiste en “…un conjunto  de  descripciones,  más  o  menos  normativas  y más o menos conexas sobre cómo “funcionan” los seres humanos, cómo son nuestra propia mente y las mentes de los demás…” (Bruner, 1990, p. 53).

Uno de los componentes fundamentales de la psicología popular es el conformado por las creencias y deseos característicos del grupo. Al pertenecer a un grupo cultural específico, el sujeto cree que el mundo está organizado de una cierta manera, quiere lograr determinadas cosas en la vida y hay algunas cosas más importantes que otras.

En otras palabras, el entorno cultural guía la construcción del mundo, categorizándolo de una manera determinada y estableciendo sistemas de jerarquías y prioridades particulares.

Este  conjunto  de  creencias  y  deseos  que  caracterizan  un  grupo  cultural  forman  un  conjunto  integrado y coherente de principios canónicos acerca de la forma como  la  vida  ha  de  vivirse. 

Este  sistema  lleva  implícito un  concepto  particular  de  persona  y  una  cierta  forma adecuada de ser, lo cual permite mantener claridades sobre aquello que es posible y aquello que no lo es, aquello que  es  aceptable  y  aquello  que  no  lo  es.  Esto  no  tanto para descalificar lo que se encuentra por fuera de la norma como para saber qué cosas tienen sentido y qué cosas necesitan explicación.

Como se observa, se trata de una concepción constructivista y relativista del conocimiento.  El  individuo  se  encuentra  inmerso  en  un  entorno cultural  que  es  el  que  proporciona  los  elementos  para la aprehensión del mundo, los otros y él mismo. ¿Cómo lo hace?

En este punto, Bruner abandona también la perspectiva  cognitivista  de  un  aprendizaje  por  la  vía  de  la aplicación de estrategias cognitivas para el manejo de la interacción con el mundo. La nueva perspectiva propone a un aprendiz inmerso en un mundo social-cultural y  es  por  la  vía  de  interacción  con  el  otro,  en  especial la interacción comunicativa con el otro, que es posible construir  un  mundo  con  sentido,  es  decir,  aprender (Bruner, 1986).

En su explicación de los mecanismos que permiten  la  construcción  de  sentido,  Bruner  otorga  especial atención al lenguaje hecho discurso y dentro de este al discurso  narrativo

La  narración,  de  acuerdo  con  Bruner,  es  el  instrumento  cultural  que  con  mayor  fuerza  y eficacia  construye  mundos  posibles

Entre  otras  posibilidades, los relatos:                                                           1) Proporcionan marcos o esquemas de conocimiento (creencias, valores, situaciones canónicas y contextos) desde los cuales se puede construir explicaciones del mundo y de la vida;                              2) Proporcionan elementos para establecer empatías por la vía de analogías (relatos metafóricos, metonímicos, alegorías, apologías), lo  cual  permite  relacionarse  con  otros  compartiendo subjetividades;  y                                                                                  3)  Indican  contextos  y  circunstancias que permiten construir sentidos mediante la interpretación de intenciones.

Así las cosas, ¿dónde caben las formas de conocimiento no espontáneo? ¿Cómo entender las construcciones cognitivas surgidas, ya no de la cotidianidad, sino de la  búsqueda  sistemática  y  deliberada  de  conocimiento?

Bruner responde a estas preguntas proponiendo modalidades alternativas de pensamiento.

La síntesis: dos formas de significar

Al contrario de lo que pudiera pensarse, el cambio radical de convicciones teóricas observado en el trabajo de Bruner no supuso una negación total de sus planteamientos iniciales. Podría decirse que lo construido por el  psicólogo  en  su  etapa  cognitivista  sufrió  un  proceso de resignificación para convertirse, ya no en una explicación del proceso de conocer, sino en una modalidad de aproximación al conocimiento, no única, pero sí posible e incluso, en algunos casos, necesaria.

Es  posible  entonces  identificar  dos  modalidades de pensamiento:

“Hay  dos  modalidades  de  funcionamiento cognitivo, dos modalidades de pensamiento, y cada  una  de  ellas  brinda  modos  característicos de ordenar la experiencia, de construir la realidad. Las dos (si bien son complementarias) son irreductibles entre sí. Los intentos de reducir una modalidad a la otra o de ignorar una a expensas de la otra hacen perder inevitablemente la rica diversidad que encierra el pensamiento.” (Bruner, 1986, 2004, p. 23).

Como se infiere de sus palabras, las ideas de Bruner derivaron hacia un modelo de la cognición humana en  la  que  estas  dos  posturas  psicológicas  podrían  estar representando dos formas diferentes y no excluyentes de conocer y, en consecuencia, de aprender: el pensamiento  lógico  y  el  pensamiento  narrativo

Bruner  propone, siguiendo  la  perspectiva  sociodiscursiva  (Bajtín,  1984), que  cada  una  de  estas  formas  de  conocer  tiene  su  correspondiente  organización  enunciativa:  el  argumento  lógico y la narración de historias, respectivamente.

El pensamiento lógico.

El discurso de las ciencias

De acuerdo con Bruner (1986), existe una modalidad de construcción de conocimiento y representación de la realidad que configura lo que se conoce como pensamiento  lógico-científico.  Se  trata  de  una  modalidad paradigmática  de  organización  del  conocimiento  mediante  categorías  o  conceptos  y  sus  relaciones  lógicas.

Esta  forma  de  pensamiento  se  ocupa  de  la  explicación causal de los objetos y eventos del mundo y emplea procedimientos para su verificación empírica. En su intento por alcanzar la verdad de los hechos, esta modalidad cognitiva opera con un discurso argumentativo regulado por  principios  de  coherencia  y  no  contradicciónEs  el discurso de las ciencias.

¿Cómo  es  este  discurso  de  las  ciencias?  Sobre  la base  del  análisis  que  hace  Bruner  (1986)  de  la  modalidad paradigmática o científica de pensamiento, pueden identificarse  algunas  características  definitorias  del  discurso que lo expresa:

En  primer  lugar,  el  discurso  científico  consta  de sistemas de enunciados en los que se establecen relaciones de significado entre categorías o conceptos abstractos, a fin de crear sistemas formales –teorías– que describen  y  explican  el  mundo  objetivo. 

Para  este  propósito, resulta especialmente importante el uso de expresiones léxicas con significado neto y con relaciones semánticas claras y fijas, de manera tal que incluso se construyen extensos diccionarios de términos científicos de gran nivel de especialización según la ciencia de que se trate.

En términos generales, una secuencia discursiva paradigmática permitiría  ir  introduciendo,  paso  a  paso,  una  realidad referida, como si se tratara de un muestrario de clases y subclases de objetos, eventos o sucesos, congelados en el tiempo y con semejanzas y diferencias diáfanas entre sí.

Una  segunda  característica  del  pensamiento  paradigmático  es  que  tiene  como  propósito  fundamental mostrar las causas generales que determinan los fenómenos de un mundo que se supone objetivo. Utiliza para ello procedimientos que permiten verificar la verdad empírica de estas explicaciones científicas.

En consonancia con lo anterior, el discurso científico formula hipótesis y principios generales (leyes) y los discute y analiza estableciendo  secuencias  lógicas  entre  enunciados,  secuencias regidas por principios de coherencia absoluta y no contradicción.

Tal y como lo afirma el psicólogo de Harvard:

“La  aplicación  imaginativa  de  la  modalidad  paradigmática  da  como  resultado  una teoría  sólida,  un  análisis  preciso,  una  prueba lógica,  argumentaciones  firmes  y  descubrimientos  empíricos  guiados  por  hipótesis  razonadas.” (Bruner, 1986, p.  25)

El  discurrir científico  se  presenta  entonces  en  la forma  de  una  estructura  argumentativa  (Suppe,  1998), ya sea de tipo inductivo, en la que una serie de eventos o fenómenos es discutida para confluir en algún modelo teórico que la explique; o de tipo deductivo, cuando un planteamiento teórico general es evaluado respecto de su capacidad para explicar eventos o fenómenos concretos.

Así, una explicación científica corresponde generalmente a una secuencia enunciativa que establece relaciones lógicas entre sus enunciados de manera tal que ellos dan cuenta  de  las  causas  o  razones  de  la  ocurrencia  de  un fenómeno  o  evento  del  mundo  objetivo.  La  estructura más  típica  de  una  explicación  científica  es  la  de  un  argumento deductivo válido cuya conclusión es el evento que se explica.

Un  tercer  y  último  rasgo  descriptor  del  discurso científico consiste en que este construye una representación de un mundo objetivo que se supone invariable e intocado por las intenciones o los conflictos humanos.

En su afán explicativo, la lógica científica despoja los objetos y eventos del mundo de todo trazo de circunstancias. El discurso científico se construye entonces de una manera absoluta, atemporal, impersonal y universal. La realidad  se  formaliza  mediante  expresiones  lo  más  precisas, literales y formales posibles[2].

Asociado con lo anterior, Soto (2004) plantea que el discurso científico, al cumplir  funciones  eminentemente  transaccionales  (informativas) y no interaccionales, elimina todo elemento accesorio en la presentación de la información o de toda expresión  que  permita  establecer  alguna  forma  de  relación con el interlocutor. Ello trae como consecuencia un discurso conceptualmente complejo e informativamente muy compacto, es decir, muchos conceptos y relaciones en secuencias de enunciados relativamente breves.

Como se observa, los rasgos que describen el discurso científico no se distancian mucho de las características que definen el proceso de investigación científica.

Recordemos  aquí  que  una  de  las  preocupaciones  primordiales  del  Bruner  de  la  época  cognitivista  era  identificar aquellos procesos y estrategias que conducen a la construcción  de  conocimiento  científico.  La  conexión es  clara  y  deliberada.  Para  aquel  Bruner,  saber  ciencia era saber hacer ciencia y esta idea está en la base de su propuesta de aprendizaje por descubrimiento, de la cual se hablará más adelante.

El pensamiento narrativo. Discurso y conocimiento

En contraste con el pensamiento lógico-científico, que, como vimos, busca verdades universales e inmanentes, el pensamiento de la vida cotidiana tiene su hábitat principal en las idiosincrasias, las particularidades y las especificidades  que  definen  una  cultura  concreta

Ha sido la investigación en antropología cultural la que ha otorgado  claridad  a  esta  propuesta  de  relativismo  intelectual, en especial para lo que tiene que ver con la consideración  de  aquello  que  es  real,  verdadero  o  posible.

Desde esta forma de pensamiento, el significado asignado  a  algún  objeto,  evento  o  persona  está  mediado  por la cultura. Así, cuando se cambia el contexto simbólico, también se cambia el sentido de todo.

Para Bruner, entonces, el pensamiento de la cotidianidad tiene su expresión simbólica directa en la modalidad narrativa de organización de la experiencia.

Los relatos o narraciones tratan de sucesos, estados mentales o  acontecimientos  en  los  que  los  seres  humanos  participan  como  personajes  actores  de  una  trama  que  sigue una  secuencia  temporal  claramente  identificable. 

En esta forma de pensamiento las causalidades están dadas, ya no por leyes universales fácilmente formalizables mediante el lenguaje matemático, sino por las intenciones únicas e irrepetibles presentes en la vida interior de las personas; intenciones que nos son reveladas de manera directa (relatos en los que seguimos el curso del pensamiento de uno o más personajes) o insinuadas por la vía de sus actos.

En esta medida, en contraste con el pensamiento lógico-científico, lo que interesa sobre cualquier otra cosa es el sujeto y su circunstancia. Es en este juego de subjetividades que aprendemos a ser personas pertenecientes a una cultura.

Algunas características que Bruner (1990) asigna a las narraciones son las siguientes:

•    Son fácticamente indiferentes. Las narraciones pueden  ser  reales  o  imaginarias  sin  menoscabo  de  su poder  comunicativo  o  cognitivo.  Lo  que  sí  deben ser es verosímiles, es decir, deben seguir los principios canónicos de aquello que podría tener sentido en un contexto dado. Las narraciones están a medio camino  entre  lo  real  y  lo  imaginario.  Lo  suficientemente  reales  como  para  permitir  alguna  forma de  identificación  y  lo  suficientemente  imaginarias como para no resultar amenazantes.

•    Establecen  vínculos  entre  lo  excepcional  y  lo  corriente. Los relatos poseen recursos para hacer que lo  inusual  resulte  comprensible.  La  psicología  popular  construye  procedimientos  de  interpretación para  que  aquellas  cosas  aparentemente  incoherentes  adquieran  sentido  pleno.  Las  (buenas  o  malas) intenciones de los personajes en la trama, las casualidades del destino o incluso los poderes mágicos de alguien o algo son formas válidas de explicación de lo que ocurre.

•    Poseen un carácter dramático. Los relatos plantean problemas que generalmente tienen la forma de un desequilibrio  en  alguno  de  los  elementos  que  los componen: algún actor de la trama toma una decisión insospechada, ocurre algún evento inesperado que  cambia  un  estado  de  cosas,  el  logro  de  algún propósito requiere superar obstáculos no previstos, etc. Este desequilibrio tiene que ver con la desaparición de las condiciones “normales” de existencia, para un sistema cultural dado.

Esencialmente, lo que Bruner hace al caracterizar la modalidad de pensamiento espontáneo o intuitivo es asignarle a esta un estatus que nunca antes había logrado en la investigación psicológica sobre el conocimiento humano.

Con su reivindicación de una manera situada, contextualizada  y  subjetiva  de  darle  sentido  al  mundo, relieva y exalta este conocimiento cotidiano, el cual tiene el  mismo  “derecho”  de  existencia  que  el  conocimiento académico.

Así, el conocimiento científico se relativiza, asociándolo  a  un  sistema  de  creencias  y  valores,  a  una manera  de  entender  el  mundo  y  a  una  comunidad  de personas. Como veremos más adelante, esta reacomodación social cultural de la forma científica de pensar, tiene grandes repercusiones para la enseñanza de las ciencias.

Los ecos: dos enfoques para la enseñanza de las ciencias

Hasta  el  momento  hemos  intentado  mostrar  el desarrollo de la investigación psicológica de Bruner respecto  del  conocimiento  y  su  aprendizaje,  a  lo  largo  de su extensa carrera como experto en el tema. Asimismo, hemos  presentado  la  solución  por  la  que  el  psicólogo cognitivo opta al verse frente a dos paradigmas de explicación cognitiva con similares desarrollos conceptuales y empíricos: propone en este caso la presencia en el sujeto de  dos  modalidades  de  pensamiento  complementarias para asignarle sentido a las experiencias humanas.

Como es característico del trabajo de Bruner, sus planteamientos  psicológicos  son  llevados  al  ámbito  de la escuela en la forma de reflexiones sobre el deber ser de la institución educativa y de propuestas pedagógicas e investigativas consecuentes con las claridades logradas sobre el proceso de aprendizaje.

De modo que, en cada una de sus etapas como psicólogo del conocimiento, este autor ha propuesto ideas y procedimientos muy claros y específicos sobre la forma como la enseñanza debe asumir sus teorías sobre el aprendizaje.

En  concreto,  para  lo  que  corresponde  al  aprendizaje de las ciencias, Bruner ha esbozado dos modelos educativos  de  grandes  repercusiones,  cada  uno  en  su momento, y con un muy importante desarrollo investigativo: la enseñanza-aprendizaje de las ciencias por descubrimiento  y  la  enseñanza-aprendizaje  de  las  ciencias como un proceso de enculturación.

El constructivismo cognitivista: El aprendizaje por descubrimiento

Durante los años 60 y 70, Bruner asesoró a la National  Science  Foundation en  la  realización  de  proyectos  curriculares  de  educación  en  ciencias  para  el  sistema educativo  estadounidense. 

Esta  asesoría  tuvo  como  resultado  la  formulación  del  enfoque  de  aprendizaje  de las  ciencias  por  descubrimiento.  Bruner  creía  en  aquel tiempo  que  el  propósito  de  la  educación  debía  ser  el desarrollo intelectual y que el currículo científico debía favorecer el desarrollo de habilidades para la resolución de problemas, a través de la investigación y el descubrimiento (Wood, Bruner & Ross, 1976).

En consecuencia, apoyó  y  aportó  al  desarrollo  de  formas  de  enseñar  las ciencias en las que se incentivara a los estudiantes a utilizar su intuición, su imaginación y su creatividad para lidiar con situaciones científicamente problemáticas.

En correspondencia  con  su  modelo  de  desarrollo  conceptual, Bruner opinaba que el aprendizaje escolar debería ocurrir  mediante  razonamientos  inductivos,  partiendo de situaciones, casos o ejemplos específicos hasta llegar a los principios generales subyacentes.

Para la época, esta propuesta representaba un viraje  importante  frente  a  una  enseñanza  científica  que hasta el momento había estado centrada en la memorización de hechos y datos consignados en libros de texto.

Se proponía en cambio centrar la atención en el proceso de construcción del conocimiento científico más que en los resultados del mismo. Los objetivos de la enseñanza pasaron de la transmisión de información a la creación de  condiciones  para  el  desarrollo  de  habilidades  de  indagación científica (Shymansky, Hedges & Woodworth, 1983).

El  cambio  hacia  un  enfoque  esencialmente  activo  caló  rápidamente  entre  la  comunidad  educativa  y comenzaron a surgir gran cantidad de propuestas didácticas afines. Es la época de la aparición del laboratorio escolar, concebido como el entorno más adecuado para el desarrollo del razonamiento inductivo, la forma lógica que  está  en  la  base  del  aprendizaje  por  casosel  aprendizaje por simulación o el aprendizaje por resolución de problemas, entre otros (Bredderman, 1983).

El  paso  al  constructivismo  en  enseñanza  de  las ciencias,  promovido  por  Bruner,  significó  también  un cambio en el rol asignado a estudiantes y profesores en el  proceso  educativo.  A  fin  de  lograr  su  aprendizaje,  el estudiante no puede simplemente sentarse a escuchar a su profesor, leer su libro de texto y responder preguntas.

El  enfoque  constructivista  supone  que  el  aprendiz  asuma el papel del científico, explore y observe la realidad, haga preguntas sobre la misma, experimente y resuelva problemas. Se espera que esta postura, activa frente a su propio  aprendizaje,  potencialice  las  capacidades  creativas e inferenciales, promueva la autonomía y fomente el interés por la ciencia y sus procedimientos.

El profesor, por su parte, deja de ser el poseedor exclusivo del conocimiento para convertirse en el facilitador  de  un  proceso  de  descubrimiento  llevado  a  cabo por el estudiante, bajo su guía. Para Bruner y sus colegas (1976), el profesor debía cumplir las funciones de tutor de  un  proceso  de  construcción  de  conocimiento  en  el que se pretende ir más allá de las capacidades ya presentes en el estudiante.

Se trata básicamente de la aplicación del concepto de andamiaje (scaffolding) que Bruner había propuesto para el proceso de desarrollo del lenguaje[3].

En este caso, se convierte en una andamiaje conceptual en el que la interacción comunicativa entre el profesor y sus estudiantes permite el avance cognitivo de los segundos, sin trasladar nunca la responsabilidad del aprendizaje al primero.

En su famoso estudio sobre el papel del acompañamiento en la resolución de problemas Wood, Bruner y Ross (1976: 98) plantean que las funciones del profesor-tutor en el proceso de aprendizaje serían cinco: 1) La de “reclutador”, es decir, proveedor del elemento motivador para que el aprendizaje ocurra, 2) La de simplificador  de  la  tarea,  de  manera  que  el  aprendizaje  ocurra pausadamente  sin  salirse  de  los  límites  de  las  posibilidades  de  desarrollo  de  una  capacidad  en  un  momento dado, 3) La de focalizador de objetivos, a fin de que las actividades  que  se  realicen  tengan  todas  algún  sentido para el aprendizaje que se desea lograr y se ignoren caminos distractores o inútiles, 4) La de resaltador de puntos clave, con el propósito de que el estudiante comience a discriminar entre los elementos relevantes y los elementos irrelevantes en la realización de una tarea, la resolución  de  un  problema  o  la  toma  de  decisiones,  y  5)  La de modelizador, es decir, proveedor de modelos para la realización de tareas, razonamientos, análisis, etc…[4]

La perspectiva de aprendizaje por descubrimiento ha redundado en importantes y valiosos desarrollos para la pedagogía y la didáctica de las ciencias. Sin embargo, también ha recibido grandes críticas respecto de su eficacia real para el logro de aprendizajes verdaderamente significativos.

El primer gran defecto que se le atribuye a este enfoque es que se ignora el hecho de que los estudiantes carecen de los conocimientos previos necesarios para poder construir las hipótesis o desarrollar las inferencias que se esperan de ellos. Así, se busca que el estudiante actúe como un científico a pesar de que no tiene ni la experiencia ni los conocimientos previos necesarios para hacerlo.

El segundo defecto que se le imputa es que se trata de una orientación demasiado activista e instrumentalista. Así, se espera que manipulando objetos, reproduciendo experimentos o siguiendo las instrucciones de las guías de trabajo, el estudiante no solo desarrolle sus  habilidades  cognitivas  operatorias,  sino  que  le  encuentre sentido y satisfacción personal al proceso.

La  mayoría  de  los  detractores  del  enfoque  de aprendizaje por descubrimiento pertenece al movimiento del aprendizaje significativo, que acentúa la necesidad de  construir  sobre  una  base  semántica  ya  presente  en el  estudiante  (sus  conocimientos  previos)  y  defiende  el aprendizaje por recepción (por ejemplo, Ausubel, 2000).

En general, las críticas al enfoque provienen de planteamientos alrededor de una cognición humana situada, en la que la forma del conocimiento se encuentra en directa conexión con su contenido. En este sentido, enseñar a  pensar  científicamente  supondría,  necesariamente, enseñar las formas, los contenidos y los entornos en los cuales estas formas y contenidos adquieren relevancia y validez.

Esta es precisamente la perspectiva a la que adhirió Bruner en lo que podríamos llamar su viraje hacia el  culturalismo: el  proceso  de  aprendizaje  por  enculturación.

Una mirada culturalista a la enseñanza de las ciencias

A  primera  vista,  la  única  conclusión  posible  de la  perspectiva  culturalista  discursiva  para  la  educación científica sería que la cognición espontánea, aquella con la  que  llegan  los  estudiantes  a  las  aulas  de  clase,  es  el obstáculo contra el que es necesario luchar, a fin de que ellos  logren  construir  conceptos  propiamente  científicos.

Sin embargo, este no es el propósito de Bruner para lo que respecta a la enseñanza en general o la enseñanza de  las  ciencias  en  particular.  En  uno  de  sus  libros  más recientes, titulado Educación, puerta de la cultura, Bruner (1997)  envía  una  serie  de  mensajes  sobre  lo  que  una visión  sociocultural  de  la  cognición  implicaría  para  la educación.

Un  primer  mensaje  del  culturalismo  para  la  pedagogía  escolar  radica  en  que  todo  conocimiento  es una  construcción  cognitiva  con  diversos  niveles  de  validación  social  y  cultural

Reconocer  la  presencia  de múltiples  formas  de  construir  “realidades”  conduce  a reubicar saberes tradicionalmente hegemónicos como el conocimiento científico o el dogma religioso y ponerlos en igualdad de condiciones (socioculturales) con formas de  conocer  menos  elitistas  o  poderosas,  tales  como  el saber  cotidiano  o  el  pensamiento  animista-mágico

En un  contexto  educativo,  en  donde  casi  que  lo  único  seguro  es  que  muchas  y  muy  diversas  formas  de  conocer circulan  y  se  entrecruzan  en  la  mente  de  los  alumnos, distinciones claves como la de conocimiento científico, conocimiento escolar (o ciencia escolar) y conocimiento espontáneo, no solo son importantes, sino necesarias.

Un  derivado  de  esta  relativización  del  conocimiento y su multiplicación en dimensiones de realidad todas igualmente válidas, pero al tiempo todas limitadas de acuerdo con parámetros de adecuación, relevancia o potencial  de  aplicación,  es  la  propuesta  de  una  mirada interpretativa a la realidad y sus discursos.

No basta con percibir  la  “realidad”  y  luego  representarla  de  maneras cada vez más generales. Es necesario interpretar esa “realidad”  desde  el  punto  de  vista  de  quién  la  construyó, para qué la construyó, por qué la construyó, qué o quién le  asignó  validez  y  cuáles  serían  otras  formas  de  representar  eso  mismo. 

Se  trata  entonces  de  asumir  la  perspectiva  hermenéutica  en  el  contexto  pedagógico.  Las actuales  intuiciones  de  las  pedagogías  críticas  estarían intentando  poner  en  práctica  esta  visión  relativista  del conocimiento.

Finalmente,  la  perspectiva  culturalista,  dada  la importancia que le asigna al entorno como fuente desde la cual se construye el conocimiento, aboga por la interacción social comunicativa como mecanismo principal en el aprendizaje. Adquieren relevancia aquí los planteamientos de Vigotsky y su concepto de mediación semítica (verbal) en el aprendizaje.

En este caso, el reto para las  pedagogías  es  encontrar  fórmulas  que  permitan  la construcción conjunta de conocimientos culturalmente relevantes sobre la base de una interacción comunicativa altamente significativa para todos y cada uno de los participantes.

Ahora bien, atendiendo a estos tres mensajes brunerianos para una educación que asuma el compromiso culturalista, es posible identificar algunos derroteros que la investigación sobre enseñanza de las ciencias está configurando y aplicando en los últimos tiempos:

En  primer  lugar,  es  posible  encontrar  toda  una línea de investigación en enseñanza de las ciencias que busca identificar ideas previas, preconceptos, ideas intuitivas, representaciones, marcos conceptuales, esquemas o conceptos alternativos, y, en general, todas las formas del pensamiento espontáneo de los estudiantes sobre contenidos considerados típicamente científicos y, a partir de ellos, desarrollar estrategias didácticas para convivir con estas formas de pensamiento en el aula de clase, al tiempo que se busca la construcción de conceptos científicos.

Un ejemplo de este tipo de trabajos es el realizado por Susan Carey sobre el concepto espontáneo de los niños acerca de lo vivo (Carey, 1992). El reconocimiento y el respeto por formas de pensamiento no científicas en el aula de clase, otorga al estudiante un estatus de interlocutor  válido  en  las  discusiones  sobre  temas  científicos.

Suscribiéndose  a  esta  idea,  algunos  investigadores  han  comenzado  a  trabajar  aspectos  como  la  construcción  y el mantenimiento de un entorno que tome en cuenta la intersubjetividad en las interacciones comunicativas que suceden en la clase de Ciencias Naturales (Mortimer & Wertsch, 2003).

Por otra parte, respecto de la consideración de que toda forma de conocimiento es “portado” por alguien y tiene una dimensión intencional que es necesario reconocer  e  interpretar,  es  posible  identificar  dos  líneas  de investigación que responden a este hecho.

En primer lugar, está toda una corriente de pensamiento pedagógico alrededor de las concepciones y creencias de profesores y estudiantes de ciencias respecto de las ciencias mismas, de sus roles en la situación pedagógica y del papel de la ciencia  y  la  educación  científica  para  los  diversos  contextos  educativos  y  sociales. 

Un  ejemplo  de  esta  línea de  trabajos  es  el  ofrecido  por  Reyes,  Salcedo  y  Perafán (2001) respecto de las creencias de los profesores bogotanos de Biología y Ciencias Naturales sobre la ciencia y otros conceptos afines a la profesión docente como los de evaluación, cambio y objetividad.

En segundo lugar, encontramos  una  serie  de  propuestas  de  enseñanza  de las ciencias que aboga por una contextualización del conocimiento científico, a fin de proporcionar al estudiante los medios y los criterios para comprender el por qué y el para qué de ciertos desarrollos científicos, su razón de ser en términos sociales, económicos e incluso políticos y las consecuencias de su aplicación tecnológica en entornos  específicos. 

El  enfoque  Ciencia,  Tecnología  y Sociedad  para  la  educación  en  ciencias  apunta  en  esta dirección,  abogando  por  una  educación  científica  que contribuya  a  la  formación  de  ciudadanos  éticamente comprometidos con el futuro de las sociedades y del planeta (Gil & Vilches, 2004).

Un  último  programa  de  trabajo,  que  se  encuentra  en  estrecha  conexión  con  las  propuestas  culturalistas  de  Bruner,  es  el  relacionado  con  el  discurso  de  las ciencias y su presencia en el aula de clase. Como se ha visto,  esta  forma  discursiva  entra  en  directa  oposición con  las  secuencias  enunciativas  narrativas,  propias  del pensamiento  cotidiano. 

Así  visto,  un  buen  número  de trabajos de investigación ha propuesto un enfoque para el aprendizaje de las ciencias en el que enseñar ciencias corresponde básicamente enseñar a hablar ciencias (Lemke, 1997; Nussbaum & Tusson, 2006).

Desde un punto de vista discursivo, esto supone no solo trabajar con el  vocabulario  prototípico  de  cada  disciplina  científica sino,  especialmente,  desarrollar  competencias  para  la comprensión  y  expresión  de  esta  manera  particular  de representar  y  organizar  la  realidad  objetiva. 

Conectado con estas propuestas, otros trabajos de investigación han centrado su atención en el discurso presente en el aula de clase, el discurso del profesor y su relación con el discurso de las ciencias (Christie, 2002).

Aspectos como la hibridización del discurso, la incorporación de un componente de modalización (emoción) ajeno al texto científico y conexiones frecuentes con elementos discursivos narrativos  para  relacionar  los  temas  con  asuntos  de  la cotidianidad  son  algunos  de  los  rasgos  propios  de  un discurso  pedagógico  que  busca  la  comprensión  de  los fenómenos desde un punto de vista científico más que la formación de científicos en ciernes (Hanraham, 2005).

¿Una síntesis en el plano educativo?

A lo largo de este trabajo se ha intentado presentar a dos Bruner. El primer Bruner, el cognitivista, es un psicólogo del procesamiento de la información a quien le debemos uno de los modelos más sólidos y relevantes de desarrollo cognitivo y lingüístico humanos.

El segundo  Bruner,  el  culturalista,  es  un  psicólogo  del  sentido  común que elevó el pensamiento cotidiano a niveles dignos de análisis y estudio serio y productivo.

Uno de los aspectos más valiosos del proceso intelectual vivido por este pensador ha sido su capacidad para salvar una gran brecha teórica, representada en presupuestos,  explicaciones  y  aplicaciones  prácticamente opuestos,  a  fin  de  proponer  un  sistema  plural  para  la expresión de la cognición humana con dos modalidades de pensamiento.

Dos teorías sobre el desarrollo cognitivo se convierten así en dos formas de pensar, cada una tan particular como necesaria.

Sin  pretender  haber  sido  exhaustivos,  este  trabajo  ha  intentado  igualmente  presentar  un  panorama  de las  formas  como  las  ideas  de  Bruner  han  permeado  el ámbito de la enseñanza y el aprendizaje de las ciencias.

En  un  primer  momento,  con  el  desarrollo  de  diversas versiones de aprendizaje por descubrimiento y posteriormente como inspirador de los enfoques que conciben el aprendizaje de las ciencias como un proceso de enculturación.

Mirados en perspectiva, y tal y como ocurría con los  enfoques  psicológicos  sobre  la  cognición  humana, el  aprendizaje  por  descubrimiento  y  el  aprendizaje  por enculturación  parecieran  perspectivas  mutuamente  excluyentes.  ¿Cabría  también  aquí  una  propuesta  de  síntesis  de  opuestos  para  las  dos  posturas  expuestas  para el  ámbito  de  la  enseñanza  de  las  ciencias?  ¿Qué  podría decirse al respecto?

De la postura del aprendizaje de las ciencias por descubrimiento podría decirse a su favor, que resulta respetuosa del nivel de desarrollo cognitivo del estudiante, que  favorece  un  desarrollo  intelectual  que  va  más  allá de  contenidos  específicamente  científicos  y  que,  bajo condiciones favorables, forma hacia la invención, la curiosidad  intelectual  y  el  empuje  por  obtener  respuestas y  alcanzar  metas

En  su  contra  caben  también  muchas críticas. El desarrollo cognitivo que busca no considera los  conocimientos  que  el  estudiante  ya  posee;  establece  jerarquías  arbitrarias  entre  formas  de  conocimiento y presupone sistemas de valores que no tienen por qué ser universales.

Por  su  parte,  del  enfoque  de  aprendizaje  de  las ciencias  por  enculturación  podría  decirse  que  es  respetuoso  con  la  construcción  de  realidad  con  la  que  el estudiante  llega  al  aula,  que  favorece  un  pensamiento reflexivo y crítico respecto de la actividad científica, sus productos y sus aplicaciones y que, en situaciones ideales, forma ciudadanos capaces de producir y comprender el discurso científico, de avizorar las consecuencias positivas y negativas de las aplicaciones tecnológicas del desarrollo científico y de actuar responsable y comprometidamente frente a ellas.

En su contra hay también algo  que  decir.  Asigna  una  carga  fuerte  sobre  el  estudiante, quien no solo debe entender el mundo de lo científico, sino  construir  una  opinión  fundamentada  sobre  este; desdibuja  la  noción  misma  de  conocimiento  científico  al despojarlo de sus pretensiones de universalidad y objetividad y mezcla perspectivas y visiones de mundo de  maneras confusas, poco productivas e incluso desestructuradas.

Como  se  observa,  a  cada  una  de  estas  perspectivas de enseñanza y aprendizaje de las ciencias es posible  atribuirle  logros  y  endilgarle  fracasos.  Cada  una  tiene  grandes  defensores,  así  como  grandes  detractores.  Sin  duda cada una alude a un perfil de estudiante bastante  característico.

Mientras el aprendizaje por descubrimiento favorecería a un estudiante autónomo en sus procesos de pensamiento, con disposición para el manejo de sistemas formales de representación del conocimiento y con un  gusto  especial  por  proponer  explicaciones  teóricas para fenómenos de su entorno, el aprendizaje por enculturación favorecería a un estudiante heterónomo en su  forma de construir conocimiento, con disposición para  ilustrar y contextualizar ideas por medio de situaciones  particulares y dado a buscar todas las relaciones e implicaciones posibles de un hecho o su explicación.

Mirados así, estos dos enfoques de enseñanza de las ciencias podrían corresponder a dos formas de aprender ciencias, cada una igualmente válida puesto que responde a una cierta forma de ser estudiante. Tal vez aquí sea  posible  también  seguir  el  ejemplo  de  Bruner  y,  en vez de hablar de enfoques opuestos, pueda hablarse de estilos de enseñanza y estilos de aprendizaje.

La síntesis tendría entonces la forma de un gran sistema de aproximación a la ciencia en el que, al tiempo que habría estudiantes  con  disposición  y  ánimo  para  convertirse  en grandes  científicos,  también  habrá  estudiantes  con  disposición y ánimo para convertirse en actores capaces de  darle al conocimiento científico un sitio en la sociedad.

Un  síntesis  educativa  así  podría  alcanzar  los  ideales  de  efectividad e inclusión que todos buscamos para la enseñanza de las ciencias.

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[1] De hecho, Bruner planteaba por esa época que el desarrollo cognitivo del niño podía rastrearse observando en él la evolución de estos instrumentos  cognitivos.  En  sus  estudios  sobre  el  “crecimiento”  de  la  cognición (cognitive growth), Bruner et al. (1966) encuentran que luego de un periodo de maduración de la representación enactiva, el niño es capaz de reemplazar el movimiento por una imagen del objeto con el que está operando. Surge entonces la representación icónica, la cual abre la puerta, después del primer año de vida, a la representación simbólica. Esta última constituye la forma de representación más compleja y sofisticada, que da lugar al desarrollo del lenguaje. El papel del lenguaje en el desarrollo cognitivo es uno de los temas que más ha inquietado a este pensador de la cognición humana. En una interesante conexión con sus posteriores búsquedas culturalistas, Bruner planteaba que existen mecanismos culturales destinados a amplificar el potencial cognitivo de cada uno de estos sistemas de representación. Así, por ejemplo, la rueda puede considerarse una estrategia cultural para amplificar la capacidad motriz o enactiva  humana. De la misma forma, instrumentos como los anteojos ampliarían  las capacidades sensoriales o icónicas y los sistemas formales abstractos, como los números o los lenguajes computacionales, ampliarían el potencial simbólico natural en el individuo (Bruner, 1984).

[2] En este sentido, el lenguaje matemático sería el más adecuado para plasmar el pensamiento paradigmático.

[3]  Durante  buena  parte  de  los  años  70,  el  trabajo  de  Bruner  se  concentró  en  la  explicación  de  los  procesos  por  medio  de  los  cuales  ocurre  la transferencia comunicativa y la forma como los niños adquieren y usan su  lengua  materna.  En  este  contexto,  el  autor  propuso  la  existencia  de un sistema de apoyo para la adquisición del lenguaje que consiste en un proceso de interacción comunicativa entre las personas adultas y el niño, el  cual  permite  crear  un  mundo  en  el  que  el  niño  entra.  Así,  Bruner propone el concepto de “andamiaje”, como un proceso de transferencia de  habilidades,  en  el  que  el  adulto  apoya  al  niño  en  el  aprendizaje.  Al principio el apoyo es grande y poco a poco va retirando su control sobre el proceso hasta que el niño logra el aprendizaje (Bruner, 1978).

[4] La noción de andamiaje conceptual posee claros vínculos teóricos con una perspectiva psicológica que toma muy en cuenta el papel de la interacción social en el proceso de aprendizaje. Esta es otra de las afinidades entre el pensamiento de Bruner y la escuela socioconstructivista soviética, en esta ocasión representada por Vigotsky, e ideas sobre el papel del lenguaje en el aprendizaje.

Elementos para un proyecto alternativo de Nación. Gustavo Castro Soto. 2005.

En los foros sociales, mundiales, regionales y de todo tipo se habla sobre la búsqueda de  alternativas al modelo neoliberal o al modelo corporación-nación que actualmente se  está imponiendo. Si bien hay experiencias locales y regionales exitosas que buscan una forma de relaciones económicas y políticas diferentes, poco hablamos sobre la definición misma de «proyecto alternativo» y los elementos que lo conforman.

La situación crítica que se vive en países como Bolivia, Ecuador, Argentina, Brasil, Haití, México, Guatemala, Honduras, República Dominicana, Panamá, El Salvador, Nicaragua, por mencionar solo algunos ejemplos, son muestra de la inconformidad social frente a las políticas económicas que se imponen actualmente en materia de salud, educación, políticas energéticas, privatizaciones, deudas y militarización entre otros muchos ejes que detonan la inconformidad social.

Construir el socialismo, profundizar el capitalismo, buscar una tercera vía, humanizar la globalización neoliberal, tomar el poder, construir la democracia electoral, exigir un espacio en la toma de decisiones, incidir en políticas públicas, crear autonomías indígenas, generar «alternativas» (así de ambiguo), regresar al estado de bienestar, conformar la Alternativa Bolivariana de las Americas (ALBA), entre otras consignas surgen por doquier.

Hay para quienes una propuesta es descabellada y fuera de contexto; y hay para quienes la misma propuesta es viable. Mientras que para algunos es difícil e imposible detener la globalización neoliberal haciendo un llamado a la cordura que más bien es miedo a construir una  alternativa; hay quienes dicen que el  neoliberalismo no existe y otros que creen que otro mundo es posible. De todo vemos y  escuchamos.

Al final de cuentas todos se preguntan ¿cuál es la alternativa? Hablar de un «proyecto alternativo» nos referiremos a un plan que se lanza hacia delante, hacia el futuro, con  una dirección intencionada, con un horizonte que marca el rumbo de ese caminar. Si hay una dirección y un horizonte hacia donde se camina es porque se descartan otros caminos y horizontes que buscan o proponen otros.

Por tanto, no implica que el cien por cien de la población esté totalmente de acuerdo. Y si hablamos de algo «alternativo» nos referiremos a algo que es distinto a lo que  actualmente existe, que camina por otra vía, por otro carril. Por lo tanto no podemos considerar «alternativo» a los proyectos que sólo son maquillajes de lo mismo ni a los que reacomodan o matizan lo que ya existe.

Tampoco a los que pregonan la aplicación exacta del estado de bienestar como lo hemos conocido hasta el momento.

Desde esta perspectiva y de cara a la sucesión presidencial que se llevará a cabo en el 2006 en México y cuyas campañas presidenciales han dado inicio desde ahora, descartamos como proyectos alternativos los que postula el Partido de Acción Nacional (PAN), el Partido Revolucionario Institucional (PRI) y otros partidos minoritarios así como cualquiera de las cúpulas empresariales. Todos ellos no son más que matices de un proyecto que ya camina hacia la imposición del modelo corporación-nación.

Lo anterior no significa que los proyectos supuestamente alternativos de partidos supuestamente de izquierda como el Partido de la Revolución Democrática (PRD) realmente lo sean. O que los proyectos alternativos de la sociedad civil lleguen a serlo.

En tal caso algunas propuestas están planteando el camino para lograrlo: la consulta, el diálogo y la construcción incluyente. Pero esto lo analizaremos en otra ocasión. Por lo pronto vale la pena detenerse a analizar cuál es el carácter de los proyectos alternativos ya que no es lo mismo un proyecto alternativo de autonomía local o regional, por ejemplo, a un proyecto alternativo de nación. O ¿es lo mismo hablar de un proyecto de estado-nación? Esto que parecen matices implica paradigmas distintos.

Muchas movilizaciones sociales que estamos viendo actualmente si bien no especifican el proyecto alternativo que se busca, se entienden de fondo algunos supuestos que lo deben de conformar. En el caso de Bolivia la lucha por mantener los hidrocarburos en manos del pueblo vía un gobierno popular implica la defensa de este recurso como parte de la soberanía nacional.

También hay otros implícitos como la toma o el asalto del poder sin modificar las estructuras de fondo. En el caso de las movilizaciones contra el aumento al costo del transporte en Chile o contra la privatización de la educación o de la salud como en el caso de Panamá, conlleva de fondo el supuesto de que el estado debe garantizar estos derechos de forma gratuita o accesible al menos a la mayoría de la población.

Pese a todo lo anterior, consideramos que un proyecto alternativo no debe estar fuera del alcance del entendimiento de la población en general si es ella la que debe definirlo como premisa básica. No debe estar fuera del alcance de las mayorías el significado de lo que implica garantizar los derechos humanos y el futuro feliz de sus vidas.

Elementos para un Proyecto Alternativo de Nación.

Al momento de conformar o analizar un proyecto alternativo, consideramos que debe tener los siguientes elementos y características:

Que defina el horizonte de utopía. Esto guía la intención y dirección del proyecto. Ayuda a verificar la coherencia del proyecto en sus plazos de realización y evita perder la brújula.

Que defina su posición frente al sistema capitalista y su modelo neoliberal actual y la transición que estamos viviendo hacia el modelo corporación-nación. Implica que ofrezca un análisis de lo global en donde enmarcar su proyecto nacional. Que explique por qué este sistema y su actual modelo son inviables. Que ofrezca un análisis crítico de la situación mundial-nacional, sus problemas y su diagnóstico, sus causas y raíces. Este análisis ayuda a definir ideológica y políticamente el proyecto alternativo.

Que cuente con principios éticos. Es necesario que el proyecto defina qué entiende por justicia, equidad social y otros principios básicos y rectores de su proyecto alternativo. La coherencia entre los principios y la práctica dará la autoridad moral necesaria para su implementación.

Que los derechos humanos sean la columna vertebral del proyecto. Significa que estén por encima de los intereses del mercado y no al revés. Las personas, sus culturas y sociedades no deben sacrificarse por los intereses de la lógica de la mayor ganancia.

Así, los derechos humanos, económicos, sociales, políticos, culturales deben estar por encima de cualquier otra lógica. Cualquier mecanismo que se elija debe garantizar el pleno acceso a la educación, la salud, la vivienda y el trabajo digno para la sociedad en su conjunto, entre otros derechos fundamentales.

Que promueva y garantice el mantenimiento de los bienes públicos y universalmente indispensables para la supervivencia humana. Implica evitar la  privatización bajo el control en pocas manos de recursos estratégicos como el agua, la riqueza genética y el oxígeno cuyo acceso no debe depender de los criterios de manos privadas.

Que sea ecológicamente sustentable. Cualquier proyecto no será viable si pone en peligro las condiciones de perpetuidad de la humanidad.

Que cuente con una perspectiva de género. Que desde la perspectiva del género humano proponga unas relaciones distintas, diferentes, alternativas y que eliminen la acumulación de cualquier tipo de riqueza basada en la explotación de un género sobre otro. Implica de igual manera la eliminación de privilegios entre géneros, sectores y actores diversos entre la sociedad.

Que la propuesta alternativa esté enmarcada en un contexto global y mundial. El proyecto alternativo debe considerar la correlación mundial de las fuerzas actuales que ayuden a definir entre lo deseable, lo posible y de ello lo más realista.

Que ofrezca razones de por qué es posible lo que propone dentro de lo factible. Esto debe generar conciencia social sobre el aspecto procesal del proyecto a largo plazo y evitará caer en inmediatismos.

Que represente los intereses legítimos de la mayoría de la población. El proyecto debe explicar convincentemente cómo sus acciones van a responder a las necesidades de las mayorías. Combinado con la participación democrática lo convertirá en un pacto incluyente.

Que goce del mayor consenso posible. Esto le dará legitimidad al proyecto en  contraposición a un proyecto antidemocrático, elitista y autoritario aunque presuma de alternativo. También implica que se garantice el respeto y el cumplimiento a los pactos sociales.

Que garantice y diga cómo se logrará la diversidad cultural. Esto implica la participación de las diversas culturas lo que sustenta de una cultura de paz. No hay proyecto alternativo que se sustente bajo la lógica de la dominación, segregación o discriminación cultural.

Que defina claramente sus objetivos y metas a corto, mediano y largo plazo. Esta característica programática debe regir paso a paso las acciones que den coherencia al proyecto alternativo.

Qué defina cómo lo hará. Que sea programático y cuente con criterios para la ejecución de las acciones. No se trata de enlistar buenas intenciones.

Que sea coherente y sistémico. Esto significa que el proyecto alternativo debe contemplar, entre otras cosas, la totalidad de las estructuras del estado. El proyecto debe abarcar acciones integrales y en todos los ámbitos de acción. La confluencia de discurso y acción le debe otorgar autoridad moral al proyecto y a los actores que lo impulsan.

Que las propuestas, objetivos y metas ofrezcan un análisis previo de donde parten o se cimientan. Toda respuesta, acción o alternativa debe partir de un análisis de la situación actual que les da razón de ser.

Que defina con claridad el papel y el rol del estado en la vida política, económica y cultural. Que confirme cómo va a recrear al Estado y su relación con la sociedad.

Que el proyecto lo sustente un presupuesto y una fuente de ingresos realista y  justa. Esto puede llevar desde la renegociación de la deuda externa, su moratoria e incluso su total anulación para abrir paso a nuevas prácticas y relaciones económicas con acreedores. No hay crecimiento equitativo, ni un proyecto alterativo se puede sustentar, bajo el yugo de una deuda injusta, ilegítima e inmoral.

Que defina los mecanismos que garantizarán el fortalecimiento de la democracia. Implica que defina la democracia más allá de la representativa y electoral, de cara a fortalecer otros mecanismos de participación ciudadana y el sujeto social. Esto implica la capacidad de convocatoria a los distintos actores para construir, recrear, formular e implementar el nuevo proyecto alternativo.

Que garantice el pleno respeto a las garantías individuales y sociales, y de la libertad de expresión.

Que se posicione claramente en torno a las relaciones internacionales. Ello implica que defina con claridad los límites de su soberanía y plantee los mecanismos de defensa de los elementos vitales de sobrevivencia nacional. Del mismo modo, el reconocimiento de las asimetrías no sólo con las potencias más fuertes sino con respecto a las asimetrías con otros países menos desarrollados.

Que defina con claridad el rol de las fuerzas armadas. También implica una definición clara sobre el rol de la policía y otras fuerzas de coerción estatal.

Que defina los principios de las relaciones multilaterales. Implica una definición clara de la inserción nacional en los instrumentos internacionales.

Que cuente con alianzas regionales. Esto de cara a la búsqueda de objetivos comunes y a la defensa de los derechos de las mayorías. La alternativa debe ser regional entendida ésta como un conjunto de países que comparten problemáticas, objetivos y características comunes. La alternativa no es aislarse.

Que evoque, convoque y provoque esperanza. El proyecto alternativo debe estar cimentado en la esperanza de que otro mundo es posible.

Estas son algunos elementos. ¿Faltan o sobran?

Ricos flacos y gordos pobres. La alimentación en crisis. Patricia Aguirre.2004.

1.- La complejidad del evento alimentario

Desde el conocimiento del sentido común comer se nos presenta como un hecho “biológico”, “natural”. El hecho que necesitemos comer y que para ello, los humanos, hoy y en el pasado, tratemos de procurarnos alimentos según nuestras necesidades y preferencias parece algo “evidente” que no merece reflexión. Es esta cotidianeidad del acto alimentario lo que lo opaca naturalizándolo y lo saca de la esfera de la reflexión.

Sin embargo vale la pena intentarla porque….es cierto que no en todos los países, ni en todos los tiempos, se ha comido lo mismo.

Frente a la universalidad del hecho biológico se nos presentan las infinitas formas que ha tomado su satisfacción en gente de distintos pueblos, en distintos lugares y a través del tiempo. Una característica importante de la alimentación vista desde el punto de vista antropológico es que las formas culturales de comer terminaron condicionando la necesidad biológica de hacerlo.

Una prueba es el hecho que muchas personas han muerto de hambre ante nutrientes que no eran considerados “comida” por su cultura (en 1845, durante el “hambre de papas” los campesinos Irlandeses se negaban a comer harina maíz, a la que llamaban “arsénico del virrey”) o al revés: nutrientes (como la carne de perros y gatos) que no eran considerados “comida” pasan a serlo ante situaciones extremas. La fluidez de los límites nos habla de la difícil separación de los aspectos naturales y culturales en la alimentación.

Además, no todos pueden comer, aún en países con producción suficiente de alimentos, como Argentina, muchos no tienen acceso a los alimentos. Otros, aun pudiendo acceder a toda clase de alimentos no comen “bien”, de acuerdo a lo que se clasifique como “bueno”, ya sea que comen “mal” porque se “llenan” pero no se “alimentan” (de acuerdo a un análisis nutricional), o comen “mal” porque gastan demasiado (de acuerdo a un análisis económico) o comen “mal” porque lo hacen sin acuerdo a las normas gastronómicas vigentes. de moda. Otros restringen sus opciones (ayunantes, vegetarianos, macrobióticos, etc.) por motivos ideológicos, creencias religiosas, salubristas o puro convencimiento personal.

Mientras que algunos grupos se identifican con un tipo especial de alimentos, otros los detestan.

En otras palabras, apenas empezamos a reflexionar sobre la comida, ese acto no parece algo tan “natural” ni “fácil” ni “evidente” y el hecho que debamos comer para vivir no garantiza que podamos comer ni que sepamos comer ni que querramos comer.

Entonces, cuestionando el saber del sentido común descubrimos la opacidad y complejidad del hecho alimentario ya que para entender por qué la gente come lo que come, tenemos que tomar en cuenta elementos de carácter: biológico (las necesidades y capacidades del organismo del comensal junto a características de los alimentos que se transformarán en su comida), ecológico- demográfico (cantidad y calidad de alimentos se pueden producir en un hábitat determinado para sostener cuánta población y con qué calidad de vida), tecnológico-económico (los circuitos de producción –distribución y consumo que hacen que los alimentos lleguen al comensal) socio-políticos, (relaciones que condicionan el acceso a los alimentos según clases, sectores o grupos, ya sea a través de mecanismos de mercado (compra) asistencia del estado (políticas asistenciales) o relaciones de amistad, vecindad o parentesco (redes de ayuda mutua),  culturales, sistemas prácticos de clasificaciones que señalan qué cosa es “comida” y qué no lo es; qué, cuándo y con quién se debe comer o cómo “debe ser” el consumo de alimentos entre sectores, edades y géneros.

Todas las culturas establecen – a través de la práctica cotidiana- quién puede comer qué. Así habrá “comidas de ricos (caviar) y comidas de pobres (fideos)”, platos que se consideran femeninos (pollo) y masculinos (bife), y comidas que se consideren “apropiadas” para los niños (papilla), para los adolescentes (hamburguesas), para los adultos (la mayoría de los platos) y para los viejos (sopas).

Estas clasificaciones son relativas, propias de cada sociedad en un tiempo y espacio determinado y establecen la red de significación en la que se inscribe el comer. La manera “correcta” de combinar los alimentos, las horas y las clases de alimentos que hay que tomar a lo largo del día (desayuno, almuerzo, merienda, cena) y a lo largo del año con su ciclo de días hábiles y festivos, el tipo y las combinaciones de alimentos que se consumen en cada evento (desayuno/merienda: acompañadas por infusiones calientes; almuerzo/cena con bebidas fría), el tipo de alimento que marca los momentos importantes de la vida (torta para el cumpleaños, café para el velorio, champagne para las fiestas, etc.), los alimentos prohibidos y los prestigiosos, etc.

Algunos autores han querido ver en estas normas culturales de clasificación y combinación de los alimentos una verdadera “gramática” porque estas reglas enlazan a los alimentos para formar las cocinas propias de cada pueblo así como las reglas gramaticales enlazan las palabras para formar oraciones propias de cada idioma[1]. Y al igual que el lenguaje, la cocina marca a los pueblos y a los sujetos y les da un sentido de pertenencia e identidad (“nosotros comemos así”).

Estas dimensiones socio-culturales de la alimentación, unidas a una dimensión subjetiva, propia del comensal que lo articulan con su propia historia y con la dinámica de su sociedad y de su tiempo, nos indican que ese acto que nos parecía tan sencillo, como es el repetido hecho de comer, debe ser visto como un hecho complejo, como un evento que no es exclusivamente “biológico” ni tampoco totalmente “social”, que une lo biológico y lo cultural de una manera tan indisoluble que difícilmente podamos separarlos y esto arranca de las características mismas de la especie humana como especie social.

Porque la comida no se usa solo para comer. Estudiando el uso de los alimentos en diferentes sociedades[2] se encontró que a lo largo y a lo ancho del planeta coincidían en 20 prácticas:

1.- Satisfacer el hambre y nutrir el cuerpo

2.- Iniciar y mantener relaciones personales y de negocios

3.- Demostrar la naturaleza, profundidad y extensión de las relaciones sociales

4.- Proporcionar un enclave de actividades comunitarias

5.- Expresar amor y cariño

6.- Expresar individualidad

7.- Proclamar la distinción de un grupo

8.- Demostrar la pertenencia a un grupo

9.- Hacer frente al stress psicológico o emocional

10-Señalar el status social

11.-Proveer recompensas y castigos

12.-Reforzar la autoestima y ganar reconocimiento

13.-Manifestar y ejercer poder político y económico

14.-Prevenir, diagnosticar y tratar enfermedades físicas

15.-Prevenir, diagnosticar y tratar enfermedades mentales

16- Manifestar experiencias emocionales

17.-Manifestar piedad o devoción

18.-Simbolizar seguridad

19.-Expresar sentimientos morales

Hay que hacer notar que de los 20 usos, 19 tienen que ver con las relaciones sociales, por eso señalamos que no hay evento alimentario sin comensal, sin comida, y sin que ambos estén situados (en una sociedad determinada en un tiempo específico, que designa a uno como comensal y a la otra como comida). Este triángulo de mutuas implicaciones está lejos de ser simple

COMENSAL

Como comensales pertenecemos a la clase de los omnívoros, comemos alimentos de origen animal, vegetal y mineral. Como otros omnívoros (ratas, cerdos, osos, cucarachas, etc.) comemos y digerimos una amplia variedad de nutrientes: las raíces (como las papas) tallos (espárragos) hojas (espinaca) frutos (manzanas) flores ( alcauciles) aún los estambres (azafrán) de los vegetales; carnes de animales (bifes) , su sangre (morcilla), aún las secreciones rancias de sus glándulas mamarias (queso) o los desechos mismos del metabolismo de ciertos invertebrados (roquefort), hasta rocas molidas (sal) entran en la gama de nutrientes que podemos metabolizar.

Pero a pesar de que la gama parece infinita, aun así no comemos “de-todo”. El intestino humano no puede con grandes dosis de celulosa (por eso comemos los brotes tiernos del palmito y del bambú pero no su palmera o su caña) ni alucinógenos, eméticos, laxantes que tomamos en dosis mínimas para controlar sus resultados y los llamamos “remedios”, pero no “comida”.

COMIDA

Más allá de que nuestro metabolismo sea capaz de digerirlas las sustancias comestibles necesitan algo más para ser comidas.

Por ejemplo: ¿ Quién pagaría por esta cena?

MENU DEL DIA

735,5 gr de agua

63,8 gr de proteínas

109,6 de hidratos de carbono

67,01 de grasas

280 mg de calcio

7,9 mg de hierro

517 mg de sodio

11,97 mg de zinc

2203 mg de potasio

6,4 gr de fibras

0,52 mg de tiamina

1,2 mg de rivoflavina

9,4 mg de niacina

60,7 mg de vit. C

3241,6 mcg de vit A

y además Vit B6 y B12 , acido fólico, vit D y E[3]

1400 calorías por persona por solo 12$

Probablemente nadie porque comer es “algo más” que ingerir nutrientes. No pagaríamos por esta cena porque como humanos no comemos nutrientes sino comida. Para ser “comida” los nutrientes deben estar organizados según las pautas culturales que los hagan comprensibles, deseables, en fin: comestibles. El mismo menú, ésta vez con sus componentes sociales, se transforma en una comida que algunos considerarían digna de ser tomada.

MENU DEL DIA

Tomate relleno con atún y mayonesa

Bife a la plancha

Ensalada de chauchas, zanahoria y huevo

Flan casero con dulce de leche

Pan, vino de la casa y café

Por Persona 12 $

Ahora, transformada en platos la reconocemos porque ha sido in-formada por las categorías de nuestra cultura, aunque los dos cuadros digan lo mismo, esta es comida y la otra apenas un listado de sustancias comestibles, para que sea alimentación verdaderamente humana, para que podamos llamarla comida, debe tener la forma que la haga comprensible al grupo que la come, necesita estar en el juego de los cambios e intercambios sociales.

Comer no depende solamente de la química de las sustancias ni del metabolismo del sujeto, comer es un acto social.

La situación del evento alimentario es la que orienta el comportamiento y las decisiones del comensal consumidor y esto es más complejo que los nutrientes que tenga o del precio que cueste. Por eso para comprender por qué se come lo que se come debemos situar ese acto alimentario en un contexto, y esto quiere decir en una sociedad determinada, en un tiempo determinado y en un espacio determinado.

COMESTIBLE

Es una sustancia susceptible de ser metabolizada por el organismo humano, ya sean nutrientes o sustancias inertes como las fibras o una sustancia psicoactiva como el alcohol. Por ejemplo el Trigo candeal ( triticum aestivum= trigo candeal 214) es comestible.

Para que una sustancia comestible se transforme en ALIMENTO tiene salir de lo meramente biológico y entrar en el sistema de prácticas y representaciones de una cultura.

El trigo, en occidente desde hace 7000 años, ha sido domesticado, seleccionado, mejorado, producido, transportado y convertido en harina.

A una sustancia comestible que ha pasado por sucesivas transformaciones se le imponen las normas culturales de un grupo determinado para transformarla en un PLATO DE COMIDA: en este caso, al trigo candeal transformado en harina se lo convierte en cena de fideos.

Para transformarse en comida los alimentos son modelados según el sistema categorial de la cultura, así se podrán usar en combinación con unos alimentos (salsa de tomate) y no con otros (almíbar), se servirán calientes pero no fríos, a ciertas horas (por ejemplo en el almuerzo o cena pero no en el desayuno o la merienda), serán preferenciales para un género o una edad, se considerarán aptos para el consumo diario de la familia, o se considerarán tan especiales que se servirán en ocasiones festivas.

Para todos nosotros esta “gramática” culinaria, que gobierna la articulación de los alimentos en platos de comida está tan internalizada, nos es tan propia, tan común y tan evidente que, de tan cotidiana y repetida ni siquiera la tomamos en cuenta. Por eso consideramos “natural” comer fideos en el almuerzo y no en el desayuno, que sean salados y no dulces, que sean comida familiar y no festiva, etc. Las categorías sociales que dan forma a la sustancia comestible para hacerla comida, están presentes en forma tan silenciosa que no las percibimos y consideramos el comer como un hecho “natural”.

Esta opacidad, esta oscuridad de los fenómenos sociales se produce porque al pertenecer y compartir las categorías, los sistemas de clasificación, las normas, etc. que le dan forma al mundo en que vivimos, a nuestra realidad, parece que tales normas y valores fueran inherentes al funcionamiento de las cosas, que hubieran existido siempre.

En la alimentación –como en tantas otras actividades – las relaciones sociales están siempre presentes, pero tan internalizadas que operan en la oscuridad y paradójicamente cuanto más “natural” encontramos un fenómeno, es cuando más ocultas y operantes están las relaciones sociales que lo condicionan.

Volviendo a la comida, al considerar “común, normal, natural, evidente”, comer cuatro veces al día, en horarios prefijados con un orden de platos y ciertas combinaciones de productos, olvidamos que se llegó a esa categorización después de una historia, que está sostenida por una producción tecno-económica, y creencias acerca del producto que son fruto del saber propio de un tiempo y una sociedad determinada, y que aquello que consideramos “normal y natural” hoy fue excepcional en el pasado (por ejemplo comer cuatro veces al día) y que los saberes que prescriben las combinaciones alimentarias de hoy, hubieran sido consideradas un absurdo en el pasado.

Si algún lector está pensando que esto quedó saldado con el conocimiento científico y a partir del desarrollo de las ciencias de la nutrición ya sabemos “la manera” correcta de comer, hay que recordar que el saber científico no está fuera de la influencia de su tiempo, no es absoluto, ni inmutable y cambia con los nuevos descubrimientos con las nuevas tecnologías, con investigaciones que se financiarán (o no) desde laboratorios o empresas agroalimentarias a nivel planetario.

Así en la década del 50 la preocupación en el diseño de una “buena nutrición” estaba puesto en la ingesta de vitaminas, en los 70 de proteínas, en los 90 de fibras y el tercer milenio se estrena con el debate acerca de los alimentos transgénicos.

El debate acerca de que es comer “bien” tiene que ver con las definiciones sociales acerca de que es vivir bien y esto no depende de la ciencia sino de la escala de valores de una cultura, la que se ha formado en una relación dinámica con su historia. Por ejemplo, en el siglo pasado, la gordura era mirada con aprobación social, era signo de opulencia económica, de salud y se apreciaba como belleza física.

Hoy la gordura es un factor de riesgo para accidentes cardiovasculares y diabetes, la mayoría de los gordos no son ricos sino pobres y está situada en el polo opuesto de la belleza, además, existe cierta de reprobación moral hacia los gordos como personas autocomplacientes, débiles de carácter y “dejados” respecto a su cuidado personal.

Como la mayoría de nosotros ve el mundo desde el punto de vista de nuestras propias vidas, cuando consideramos “natural” un hecho alimentario hay que desconfiar, porque significa que su transformación social es parte de nosotros -para decirlo con una metáfora alimentaría “es que se ha hecho carne” en nosotros – así no las vemos y consideramos las categorías impuestas por los usos sociales como si pertenecieran al producto mismo.

En este trabajo vamos ver la comida como la manifestación de relaciones sociales, por eso hablamos de comida y no de alimentos, productos o nutrientes. En el capítulo siguiente haremos una breve recorrida por los últimos 3 millones de años y los cambios en la forma de comer, señalando las tres grandes transiciones alimentarias: el omnivorismo, la agricultura y la alimentación industrial. Veremos cómo estos cambios modelaron nuestros cuerpos y en el proceso social de compartir la comida se crearon instituciones que todavía nos acompañan (como las familias, los estados, los mercados, la pobreza y la guerra, entre otras).

Para entender qué nos pasa hoy pensaremos la comida como crisis de civilización entendiendo que confluyen en ella simultáneamente problemas de sustentabilidad en la producción, de acceso en la distribución y de comensalidad en las forma del consumo.

Recién entonces plantearemos la situación Argentina, si el lector es ansioso: pase directamente a la página 21. Si no…. acompáñeme desde el principio y recuerde que los problemas humanos, precisamente por ser humanos rara vez tienen causas únicas y soluciones simples. Las páginas que siguen intentarán guiarlo a través de las múltiples raíces de la problemática alimentaria de Argentina y del mundo y también de las posibilidades a futuro.

2.- Las transiciones alimentarias en el tiempo de la especie[4].

Pasamos ahora a describir algunos de los múltiples aspectos culturales de la alimentación pero situándola en el tiempo largo de la especie. Aunque en esta hora los trabajos científicos hayan adoptado los lineamientos de la posmodernidad, con la caída de los grandes relatos y predominen los estudios monográficos, me parece interesante no renegar de las macro-teorías y situar la problemática alimentaria actual en el devenir de la historia larga de la especie humana, donde hubo tres grandes cambios estructurales que modificaron el sentido de lo que podía considerarse “comida”.

a.-el omnivorismo, cuando hace 2,5 millones de años (más o menos) pasamos de alimentarnos principalmente con vegetales y entran en nuestra dieta las proteínas y los ácidos grasos de la carne,

b.- la agricultura, que nos permitió controlar el ciclo vegetal para nuestro provecho, superando fluctuaciones estacionales del ecosistema y acumular reservas.

c.- la industrialización, que cambió el sentido de lo comestible hasta hacerlo incomprensible.

1.- La primera transición, el pasaje de vegetarianos a omnívoros

La revolución de la carne.

Repasemos algunas de las más importantes características que nos metieron en el corredor evolutivo que terminaría dándole forma al homo sapiens-sapiens (que somos):

a) la bipedestación que liberó las manos de la locomoción permitiendo la acentuación del desarrollo viso-motor y la prensión fina, también acható las caderas en sentido antero-posterior complicando el pasaje del feto en el canal de parto.

b) la sexualidad continua separó sexualidad de reproducción, posibilitando al mismo tiempo el incremento de la fecundidad y modificaciones conductales de cooperación y complementación de y entre los géneros, que además vendrían a moderar los efectos de la problemática generada en la combinación del bipedalismo (que achata la cadera) y el omnivorismo (que dispara el proceso de encefalización) provocando partos dificultosos.

c) el omnivorismo fue quizás el rasgo que más influyó en hacernos como somos. Nos dio el don y la condena de la variedad. Don porque una especie omnívora tiene mayor capacidad de adaptarse a distintos hábitats y condena porque necesita una amplia gama de nutrientes, para conseguirla deberá cooperar con otros, sobre todo en lo que hace a la ingesta de carne, sumamente dificultosa para homínidos que eran presas antes que predadores, de uñas planas y caninos insignificantes.

La ingesta de proteínas y grasas animales disparó el proceso de encefalización, con el coeficiente más alto de los mamíferos superiores y con el correlato del aumento del volumen de la cabeza en las crías que, combinado con las modificaciones de la cadera, condicionaron nacimientos problemáticos y crías inmaduras con una importante exterogestación para nutrir de estímulos ese órgano complejo y metabólicamente caro que es el cerebro humano.

El omnivorismo hubiera resultado imposible sin cooperación, causa y efecto de la entrada de proteínas y ácidos grasos en la dieta lo que va a hacer que el acto alimentario se transforme en colectivo y complementario. Esto quiere decir que la forma dominante de comer será a partir de allí la comensalidad (prácticas colectivas para de conseguir y compartir la comida) mientras que entre otros antropomorfos seguirá en vigencia tanto la comensalidad como la alimentación vagabunda (donde cada quien come lo que encuentra).

Entonces, a partir del omnivorismo se establece un círculo virtuoso entre ingesta de proteínas y encefalización lo que a su vez al mismo tiempo que reduce el tiempo dedicado a la alimentación, posibilita una mejor y más variada ingesta, pero al ser un acto colaborativo fomenta la organización y la comunicación.

Sin embargo hay que señalar que este cerebro del que los humanos estamos tan orgullosos – mal que le pese a nuestro narcisismo- muy probablemente no “pegó el estirón” en base a la caza sino al carroñerismo ocasional, de esto parecen dar cuenta las herramientas de piedra, más aptas para cortar o abrir huesos y extraer la médula que para abatir una presa en movimiento.

Una vez instalado el omnivorismo sus ventajas resultaron tan adaptativas que un millón y medio de años después ya no encontramos vegetarianos coexistiendo con aquellos.

Desde el punto de vista temporal, hemos vivido millones de años como cazadores recolectores, no más de diez mil años como agricultores y apenas ciento cincuenta años produciendo industrialmente nuestra alimentación.

En el tiempo largo de la especie el modo de vida de los cazadores-recolectores ha modelado nuestro cuerpo hasta el punto que podemos decir, sin equivocarnos, que el nuestro es un cuerpo paleolítico encerrado en un ambiente industrial (o pos-industrial).

No debemos imaginar una única forma de vida paleolítica desarrollada uniformemente en todas las geografías y a través del tiempo[5]. Es obvio que la diversidad del modo de vida cazador-recolector ha tenido que ser enorme para encontrar soluciones creativas a los problemas que trajo colonizar diferentes ambientes, superar cambios climáticos de envergadura (como el avance y retroceso de los glaciares) e interactuar con otros grupos humanos durante las decenas de miles de años que duró el paleolítico.

Los humanos elaboramos diferentes estrategias para reproducirnos física y socialmente con la mejor calidad de vida que fuimos capaces de imaginar y concretar.

Estas estrategias fueron principalmente culturales (incluyendo la habilidad abstraer generalidades de experiencias particulares y comunicarlas, organizar el grupo humano, dividir el trabajo, perfeccionar las técnicas para proteger a los más débiles, intensificar la producción, etc.) porque su cambio es tan rápido como la problemática que enfrentan.

Sin embargo en el largo plazo y sin mediar voluntad alguna, por la forma como se estructura el modo de vida paleolítico (que resulta el medio al que estuvimos expuestos durante más tiempo y aquel al que los humanos debimos adaptarnos), la especie como tal, pudo desplegar estrategias biológicas como la capacidad de atesorar reservas calóricas para superar la oscilación de períodos alternancia abundancia–escasez que caracterizan los ecosistemas naturales.

Los antropólogos hemos producido modelos de la alimentación paleolítica que pueden resumirse en: ensalada con bife (y no al revés)[6]. Una dieta rica en vegetales de hojas y brotes tiernos; frutas, semillas y tubérculos de consumo estacional. Poca carne y magra (ya que el animal de caza tiene poca grasa) lo que traducido a nutrientes sería muchas vitaminas, minerales y fibras; pocas proteínas e hidratos de carbono y prácticamente nada de azúcares y grasas animales.

En habitats de alternancia cíclica abundancia-escasez, debió ser vital para la supervivencia disponer de mecanismos fisiológicos adecuados para “llevarse puestas las calorías” en forma de reservas de grasa. En 1962 J.V. Neel señaló la posibilidad de un “genotipo ahorrador”. El mecanismo de esta eficiencia era una rápida y masiva liberación de insulina después de una comida abundante, la que minimizaba la hiperglucemia y la glucosuria, permitiendo un mayor depósito de energía.

Quienes eran capaces de atesorar más energía estaban mejor preparados para sobrevivir al inevitable período de escasés posterior[7]. Por lo que no es de extrañar que en este contexto de adaptación (ecológico y social) durante el largo período del paleolítico los individuos portadores de estos genes «ahorradores» tuvieran ventajas selectivas en este contexto de adaptación y los transmitieran a sus hijos.

Si esto es así, los alelos con los que están asociadas las enfermedades metabólicas crónicas de hoy (obesidad, aterosclerosis, diabetes), son de hecho parte del genotipo normal de la humanidad y producto de una selección positiva operada en otros contextos de adaptación. Pero hoy (al cambiar el medio) se han convertido en handicaps y son ahora etiquetadas como alelos que predisponen a enfermedades.

Aquel régimen de alimentación (y de vida) modeló un tipo de cuerpo cuyos rastros quedaron marcados en los huesos fósiles y en las pinturas rupestres. Allí los cazadores recolectores se pintan a sí mismos como seres esbeltos, a veces (como en las cuevas de Tassili del norte de Africa) un trazo sirve para definir el cuerpo alto, magro, flaco, fibroso de estos pueblos.

Estas características del cuerpo paleolítico fueron modeladas por la forma de vida de la que dependen tanto la dieta como la tasa de actividad. Y en esta forma de vida inciden la organización social en bandas pequeñas, con baja densidad demográfica (menos de 1 individuo por km2) en ambientes con gran diversidad biológica. La caza y la recolección organizadas de manera de sub-explotar el medio, la comensalidad signada por fogones comunes que hablan de reciprocidad generalizada como forma de reparto de los alimentos, acciones todas que, debieron cristalizar en visiones específicas acerca del lugar de los humanos en el mundo, habida cuenta de los restos que han llegado hasta nosotros de su vida espiritual.

2 transición. De cazadores-recolectores a agricultores.

La revolución de los hidratos de cultivo.

Hace unos trece mil años, la temperatura empezó a aumentar en todo el globo y, a medida que retrocedían los glaciares, los bosques suplantaron las llanuras cubiertas de hierba y los grandes mamíferos se extinguieron llevando al colapso las culturas de caza mayor especializada, (los científicos no se ponen de acuerdo cuanto tuvo que ver el clima, el agotamiento genético y la caza mayor a la hora de buscar culpables de la extinción masiva).

Como era de esperar hubo cambios gigantescos en la alimentación. En las costas, se consumieron pescados y mariscos. En las llanuras, se domesticaron las plantas; fue el advenimiento de la agricultura.[8] En Eurasia, la domesticación de plantas y animales se hizo simultáneamente, de manera que la población se reunió en aldeas y, dos mil años después, dependía enteramente de los cereales.

En América, en cambio, aunque habían domesticado el maíz, se siguió migrando tras animales de caza, de manera que el asentamiento aldeano se postergó hasta que se agotaron las reservas proteínicas. En todo caso, ambas modalidades formaron parte de una intensificación regional generalizada que sentó las bases de un nuevo sistema de producción y de consumo alimentario.

En los primeros tiempos el pasaje de la alimentación basada en vegetales y carnes magras a cereales y tubérculos cultivados (hidratos de carbono) combinada con el asentamiento en aldeas trajo una modificación (que no sería solamente estética) en el cuerpo alto y magro de los cazadores. Testigos de este proceso son las estatuillas femeninas y los bajorrelieves de las Venus Obesas. Esta “revolución de los hidratos de cultivo”, con la malnutrición concomitante porque solo se comían hidratos de cultivo, redujo un promedio de 20cm la altura de la especie y acortó un promedio de 5 años la vida media.

Además las labores propias de la agricultura condicionaron la aparición de enfermedades específicas: artritis y artrosis de vértebras cervicales, lumbares, rodilla y dedo gordo del pie (comprometidos en la molienda y característicos de los esqueletos femeninos) rotura y desgaste dental[9].

Sumándose a ellas el hacinamiento, resultante del sedentarismo, junto con la contaminación de los acuíferos, combinadas con una nutrición deficiente (noporque se alimentaban de cereales y tubérculos sino porque sólo se alimentaban de ellos) hizo que aparecieran por primera vez las enfermedades masivas: las epidemias.

A pesar de esta depresión de la salud y la calidad de vida, la población aumentó y en este aumento debe haber contado la reducción del período intergenésico de las mujeres que, alimentadas con hidratos de carbono, llegaban rápidamente a ovular durante la lactancia.

Además el sedentarismo y posteriormente la invención de cerámica, permitió remojar y hervir los cereales o tubérculos para preparar papillas lo que contribuyó a la supervivencia de los niños consecutivos al limitar la carga de la madre y ofrecer alternativas al pecho materno.

Algunos datos recopilados por los paleodemógrafos señalan que en cuatro mil años multiplicó por cuarenta la población. Sin embargo la calidad de vida (y de alimentación) cayó estrepitosamente ya que aunque había aumentado la cantidad de alimentos se sacrificó la variedad restringiéndose la dieta a un “alimento principal” (staple food) generalmente un cereal o un tubérculo, complementado con el producto del pastoreo.

Esto trajo aparejado que, cuando faltaba el staple aparecía el hambre, en cambio cuando faltaban sus complementos, la población quedaba condenada a la desnutrición crónica por falta de micronutrientes.

Pero aún sub-alimentada la población crecía y este aumento dio principio a una nueva ronda de intensificación de la producción. Hay que hacer notar que la agricultura supone una intensificación de la producción muy eficiente en términos productivos, pero el precio que se paga es alto al homogeneizar el medio (ya que solo cultiva la especie que consume) lo fragiliza haciéndolo más susceptible a la difusión de plagas y a que un mal manejo lo degrade.

El caso es que los agricultores del neolítico superaron las oscilaciones estacionales aunque la degradación del medio los hizo débiles frente a las variaciones de mediano y largo plazo. Sin embargo la posibilidad de obtener excedentes dio origen a muchas de las instituciones sociales que conocemos en la actualidad.

Las sociedades divididas en clases, castas o estratos jerárquicos, la administración estatal, la institución de la guerra como la conocemos y también esta forma de pobreza por exclusión de la comida.

Es en las sociedades estatales con estratos jerárquicos, donde el excedente agrario se redistribuye de manera desigual, aparecerán (por lo menos) dos maneras de vivir (y de comer) la alta y la baja cocina. La primera es la cocina de la corte, una cocina pública (cuya manifestación más conocida es el banquete o la orgía) es la que puede consumir el 10% de la población, los aristócratas, es la cocina de la abundancia, con multiplicidad de alimentos incluso ingredientes exóticos fruto del comercio de largo alcance, con cocineros varones que combinan diferentes tradiciones, con normas y reglas de comportamiento que marcan “la etiqueta de la mesa” y excluyen a los que no saben seguirlas.

Es una cocina espectáculo (de hecho en la Europa renacentista los platos se paseaban por la plaza para que el pueblo los admirara antes de servirlos en el banquete).

La baja cocina o cocina campesina es la que come el 90%. Con pocos ingredientes, donde señorea los platos un cereal o un tubérculo (a veces sin nada más), es una cocina de carestía, popular, monótona, simple, privada: organizada por las mujeres-cocineras para la familia dentro del hogar.

Como no podía ser de otra manera, dos formas de vivir y de comer darán origen a dos cuerpos: el de los aristócratas y la alta cocina: gordo identificado con el bienestar, la belleza, la opulencia y la salud y el del pueblo y la baja cocina : flaco, identificado con el esfuerzo, la fealdad, la escasez y la enfermedad.

En todas las sociedades estatales donde el excedente se distribuye en forma diferencial sea en la antigua roma o en la china, en el renacimiento europeo o los estados andinos, hay cocinas diferenciadas y cuerpos de clase.

Y esto se mantendrá más o menos así hasta la última transición alimentaria.

3ra transición. De agricultores a industriales

La revolución del azúcar.

La revolución industrial creará una relación absolutamente nueva entre población, producción, distribución y consumo alimentario. Ni Marx (que pensaba que el capital se concentraría cada vez más bajando los salarios al mínimo condenando a los trabajadores al nivel de la supervivencia ) ni Malthus (que pensaba que el hambre, con sus secuelas de guerras y pestes eran inevitables porque regulaban la relación población-producción), previeron que la revolución industrial estaba creando una relación absolutamente nueva entre producción y reproducción que derivó en niveles de vida cada vez mayores para la mayor parte de la población.

A partir de la modernidad, en las sociedades occidentales sometidas a perpetua intensificación por perpetuo cambio tecnológico, después de los primeros 200 años en que las poblaciones vivieran con una calidad de vida extremadamente baja, hace 100 años comienza una progresiva bonanza que las ha llevado a recuperar (para la mayoría) niveles de calidad de vida similares a los paleolíticos (aunque con muchísimas más horas de trabajo) y una esperanza de vida sin precedentes en la historia de la especie.

La alimentación industrial cambiará nuevamente el concepto mismo de lo que se entendió por alimento. Por principio cambian los formatos dominantes: de alimento fresco a industrial, el producto será conservado (en latas, vidrios, hielo, al vacío, esterilizado etc.) producido y procesado mecánicamente transformándose en un valor “que las manos humanas no lo toquen”, transportado hacia donde puedan pagarlo, comercializado como cualquier mercancía a través de mercados mayoristas y minoristas, asociado a conceptos disociados de su calidad de alimento a través de publicidades engañosas. Por eso se ha dicho que en la modernidad los alimentos no son “buenos para comer” sino “buenos para vender”[10].

El alimento que ejemplifica esta etapa es el azúcar, totalmente periférico por su valor nutricional, desde el siglo XVI que entran en producción las plantaciones coloniales ha entrado masivamente en la alimentación urbano-industrial ninguna vianda la rechaza decía Flandrín), promoviendo ganancias fabulosas en nombre de las cuales se esclavizaron poblaciones y se arrasaron países enteros.

Las transformaciones comerciales de los alimentos los harán tan extraños al comensal medio que se necesitarán “sistemas expertos” (aparatos científico-tecnológico-políticos) que aseguren que son comestibles, seguros, sanos.

Otras características de la alimentación industrial son la des-estacionalización y la des-localización de las dietas. Transportados, conservados, comercializados donde puedan pagarlos, se pueden comer duraznos en invierno (desestacionalización), además como los suministros locales no alcanzan para sostener la población concentrada en los cinturones industriales y éstos comienzan a depender de la importación, entonces las fuentes dietéticas de las ciudades se volvieron en cada vez más extraterritoriales, dependiendo de relaciones comerciales y políticas con otras regiones y países.

La doble presión de mantener la estabilidad económico-social controlando precio y flujo de alimentos hacia los cordones industriales, más la diversificación rentable del capital financiero, confluyeron en los países industriales para que la dieta resultara cada vez más deslocalizada.

Con esta separación del entorno (que ahora es el mundo) la cantidad y variedad de alimentos aumenta y los ciclos estacionales que habían ritmado la alimentación humana desparecen.

Sin embargo la cantidad de alimentos disponibles se multiplica aumentando no solo la producción sino la productividad logrando en los finales del siglo XX que la producción total iguale las necesidades de la población. Frente a este paraíso de abundancia y variedad la alimentación industrial construye sus infiernos: como comensales no sabemos qué comemos.

No conocemos el origen de los alimentos (natural o artificial?), ni las modificaciones que sufrió en su producción (los genes extraños de los alimentos transgénicos, los pesticidas, hormonas, fertilizantes que se han integrado al producto), ni las sustancias que se le agregaron para su envasado y conservación (colorantes, saborizantes, conservantes etc.), ni siquiera podemos estar seguros de la inocuidad de su envoltorio.

Percibimos además una baja de las cualidades gustativas. Así la estandarización de los productos, su pasteurización, esterilización, saborización, coloración, nos impacta como “comida de plástico”. Todo sabe igual, la industria me garantiza que es “eso” que vende es higiénica, rápida, linda……pero insípida.

Para coronar la crisis de la modernidad, la comensalidad, comienza a romperse, se evade del control social y se sitúa en la esfera del individuo. El tiempo, ligado a la producción ritma el día en horarios imposibles y las distancias urbanas separan al comensal de la mesa hogareña. Poco a poco se instalan formas de consumir alimentos alejadas de toda regla, rompiéndose las gastronomías, esas reglas del “buen comer” con que todas las culturas designaban “lo que está bien comer”, cómo está bien comerlo y cuándo debe hacerse.

Este conjunto de normas y saberes que nos caracterizaban se diluyen y aparece como sujeto de la modernidad un comensal “solitario-masivo” (oxímoro que revela un comensal individual, consumiendo a solas y cuando quiere una comida procesada mecánicamente, masiva, indiferenciada, industrial, con la ilusión de haberla elegido). Se rompe, entonces, la gastronomía y aparece la gastro-anomia[11], sin embargo tal anomia no aparece por ausencia de reglas sino porque existen demasiadas.

En las sociedades actuales, múltiples voces autorizadas nos dicen “qué es comer bien”: están los profesionales de la salud que nos enseñan a comer sano y evitar enfermedades, desde la industria una legión de publicistas nos sugieren qué felices seremos comiendo rápido y procesado, desde el buen vivir los gourmets nos dicen como comer rico, mientras la abuelita siguiendo la tradición nos señala las virtudes de la comida local y bien intencionadas ecónomas nos ayudan a comer barato….entre otros discursos normativos.

Así el comensal moderno, librado a su propio criterio debe elegir bajo que normas encuadrar su comida y un día come sano, otro rápido, el tercero rico, más tarde tradicional y finalmente barato, pasando de una a otra sin adherirse a ninguna. Jamás las culturas dejaron solos a los comensales a la hora de decidir la comida porque las normas y las “gramáticas” de la cocina que enlazaban texturas, temperaturas y sabores en platos y preparaciones daban sentido social al comer.

Tal sentido se está perdiendo, hoy el comensal elige solo y cada vez más “picotea” y no come. Picotea cuando tiene hambre, fuera de pautas y gramáticas, frente a la heladera o al kiosko. En este evento alimentario el “otro” cultural desaparece, la comida deja de compartirse material y simbólicamente y también se diluye la identidad alimentaria (que es parte de la identidad). Crece la gastro-anomia.

Mientras el omnivorismo nos hizo humanos y la agricultura nos hizo desiguales, la modernidad alimentaria nos hace opulentos y solitarios, por eso en este contexto de abundancia permanente, alcances planetarios y cuestionamientos a las bases materiales y simbólicas de la alimentación es que ésta aparece como “crisis de civilización”.

Además, en el marco de la alimentación industrial, los cuerpos de clase se revierten, hoy en Argentina y en el mundo los ricos ya no son gordos sino flacos, la diferenciación cambia de signo y es la esbeltez lo que se identifica con la salud y la belleza, mientras la OMS alerta sobre la obesidad como epidemia mundial y la FAO sobre la desnutrición a nivel también mundial pero ambas como enfermedades de la pobreza.

Para no pecar de pesimistas, volvemos a señalar que ha sido la brutal intensificación de la producción por ingentes inversiones de saberes, energía fósil, tecnología y divisas en el proceso de producción agro industrial de alimentos lo que ha permitido que el planeta llegue a la disponibilidad plena, es decir a producir lo suficiente para que todos los habitantes puedan comer. Es el sueño logrado de una abundancia permanente. Después de milenios de alternancia abundancia-escasez estamos en los umbrales de la opulencia.

Sin embargo en Argentina y en el mundo, montones de personas sufren hambre…… pero ese es objeto del próximo capítulo.

3.- Globalización Alimentaria

La alimentación global actual, entonces, ha logrado superar la escasez o al menos los períodos de alternancia abundancia-escasez que la habían caracterizado en períodos anteriores. Eso al menos visto desde las estadísticas mundiales. Pero ante el optimismo de la producción suficiente….persiste la pesimista realidad de poblaciones enteras en situación de subnutrición que periódicamente nos escandalizan desde los titulares de los diarios. Parece que producir alimentos no es suficiente, hay que poner atención también en la manera que se distribuyen.

Desde su fundación la FAO se jugó al crecimiento de la producción como la forma más efectiva de terminar con el hambre, así condenó (en muchos casos injustamente) ciertos sistemas de producción campesina por su baja productividad y financió tecnologías para mejorar la producción agrícola, bajo el criterio que había que producir, producir y producir y que solo contando con más y mejores alimentos se podría dar una batalla efectiva contra el hambre. Tardíamente la FAO se dio cuenta (e hizo una saludable autocrítica) respecto de sus políticas en la segunda mitad del milenio pasado.

La producción sola no basta, si no se vigila la distribución, los alimentos caen en el mismo circuito de desigualdad, es más algunas experiencias nos muestran que empobrecieron a los pobres y esa mayor y mejor producción sirvió para diversificar aún más los consumos de los que ya comían bien.

La revolución verde en México en los 60 fue en este sentido, la introducción de semillas híbridas que aumentaron exponencialmente el rendimiento enriqueció a los poseedores de propiedades medianas y grandes y empobreció a ejidatarios minifundistas, mientras que el incremento de productividad se utilizó para alimentar ganado que aumentó el consumo cárnico de los sectores de ingresos altos (del país y del extranjero).

Numerosos estudios, analizando minuciosamente las hojas de balance de alimentos de FAO y las necesidades alimentarias de OMS y haciendo los ajustes necesarios para eliminar raquitismo, aumentar la estatura y el peso en toda la población carente estimada a escala global[12], muestran que aún con todas estas demandas, el consumo medio mundial aún se mantendría por debajo del suministro medio disponible.

Esta conclusión “confirma vigorosamente que la pauta actual de desnutrición y hambre no está relacionada con la disponibilidad de alimentos, sino más bien en función de los derechos mundiales al alimento”.[13]

Es decir ahora hay alimentos suficientes pero debemos preocuparnos por la equidad en su distribución. Sin embargo …..ahora hay pero ¿habrá alimentos mañana?.

La disponibilidad plena rompe con un fantasma, y el temor por el abastecimiento futuro nos retrotrae al viejo pero reiterado relato que nos acompaña desde hace tres siglos y al que Malthus dio nombre y apellido.

Población y producción: el fantasma malthusiano

La carrera entre población y producción debemos tratarla no porque sea una preocupación Argentina (por el contrario, nuestro país se sueña escasamente poblado y gran productor de alimentos, capaz de nutrir al mundo y explotar sus ventajas ecológicas y demográficas, es más se sueña revirtiendo su crisis del siglo XXI con los mismos instrumentos que lo hicieron crecer a fines del siglo XIX) sino porque es una falacia grosera que opera sistemáticamente a nivel de las representaciones culturales.

Como tal se presenta como la hipótesis explicativa favorita del ciudadano medio ilustrado (en todos sus sentidos), que es utilizada en reiteradas oportunidades -por su reductora simplicidad- para explicar el hambre, la pobreza y cierto darwinismo social que considera la asistencia alimentaria como nociva.

Desde el año 1798 en que Malthus escribiera su ensayo[14] el eco de su profecía atraviesa los siglos: en tanto la población aumenta en proporción geométrica mientras que los alimentos lo hacen en proporción aritmética, “la potencia de la población es indefinidamente mayor que la potencia de la tierra para producir sustento para la humanidad” por lo tanto el hambre –inevitable según esta hipótesis- será el gran regulador de nuestros excesos demográficos.

Décadas más tarde Marx le contesta que reducir la complejidad del problema demográfico y de la producción alimentaria a variables biológicas sin tomar en cuenta la organización social es un error gigantesco. Sin embargo precisamente por su simplicidad el error atraviesa los siglos y los neomalthusiamos del siglo XXI adaptan la profecía a los nuevos tiempos como “preocupación” porque el aumento de la población en las zonas más pobres del planeta (Africa, Asia y América Latina) es mayor que el aumento de la producción mundial de alimentos.

La hipótesis maltusiana fundamenta el pensamiento de grandes catastrofistas como Paúl Ehrich[15]– que llegaba a la conclusión que “la batalla para alimentar a toda la humanidad ha terminado/…/a estas alturas no hay nada que pueda impedir un aumento sustancial del índice mundial/ o que…. / la mayoría de los que van a morir en la tragedia más grande de la historia del hombre ha nacido ya”.

En la vereda opuesta, los hiperoptimistas[16] sostienen hipótesis tecnológicas y organizacionales para oponer a la biología, así no ven límites materiales a la producción de alimentos y piensan que la infinita capacidad de inventiva humana (tecnología) solucionará los problemas a medida se vayan presentando (en ese sentido cuanta más población más ideas).

¿ Es cierto que la relación población producción es tan lineal?¿Es cierto que alguna idea brillante se nos ocurrirá y mediante la tecnología se solucionará todo?.

Empecemos por el principio y vayamos directamente a Malthus: ¿la población es un problema?

Población

Si pudiésemos estar seguros sobre la manera que crecen las poblaciones, prolongando nuestras tendencias pasadas en el futuro, deberíamos comenzar por las estimaciones imprecisas de la prehistoria que algunos paleo-demógrafos[17] calculan , hacia el final de la última glaciación en 3 millones de habitantes para el total del planeta, 8000 años después eran treinta millones. Al comienzo de la era cristiana trescientos millones que solo se duplicarán 1600 años después, esos seiscientos millones volverán a duplicarse dos siglos más tarde. Los mil doscientos cincuenta millones de 1850 se duplicarán poco después de la II Guerra Mundial llegando a seis mil millones en 2000.

Como se ve la aceleración del crecimiento poblacional asusta, y no es de extrañar que aparezcan posiciones catastrofistas. Pero a la vez (parafraseando a los optimistas) que nuestro ingenio humano haya permitido alimentar a tanta gente ha sido un logro impresionante.

Hay algunos indicios que el crecimiento demográfico ha comenzado a aminorar a partir de 1960 cuando el índice mundial de crecimiento alcanzó su nivel más alto, en poco más de un 2% anual, a partir de allí ha habido una disminución gradual del índice de fertilidad. La población mundial solo creció un 1,4% en la primera mitad y un 1,3% en la segunda mitad de la última década del milenio.

Aunque los pronósticos demográficos son poco fidedignos hay indicios crecientes que no es inevitable otra duplicación para el 2050 y llegar a los 12.000 millones, es más las Naciones Unidas calculan que “apenas” se llegará a 8.900 millones. Pese a esta combinación de buenas noticias seguiremos siendo más durante las próximas dos generaciones y el futuro crecimiento demográfico estará concentrado casi exclusivamente en las zonas pobres de Asia, África y América Latina.[18]

Tal vez para comprender mejor por qué crece o deja de crecer la población convenga complejizar la cuestión y mirar el bienestar, no solo los alimentos. Estudiando los censos de los 150 años posteriores a la revolución industrial, los países europeos mostraron que a medida que aumentaba el ingreso medio descendía la cantidad de hijos por familia.

Esta comprobación empírica fue explicada por los economistas aplicando la teoría de la elección racional a las decisiones de los padres de aumentar o no el tamaño de la familia. Propusieron que los padres decidirán cuantos hijos tener, no por ignorancia acerca de cómo prevenir los embarazos, o por motivos místicos, ideológicos o religiosos, sino por la dirección en que fluyen los ingresos.

Si estos van de los niños hacia los mayores, entonces los padres desearán tener una familia numerosa incluso adoptarán y recibirán parientes como las típicas familias extensas de las áreas rurales dónde, a falta de tecnología, cada hijo es un trabajador que incrementa la renta familiar con bajo costo de manutención.

Al revés, cuando el flujo de ingresos va de los padres a los hijos, cuando cada hijo cuesta en educación, mantenimiento o tiempo de crianza, los padres tenderán a tener familias pequeñas buscando calidad antes que cantidad de hijos.

Por eso Amarthya Sen –premio Nobel 1998 propuso preocuparse sobre todo por la pobreza ya que haciéndolo la fecundidad se cuida sola. A mayor bienestar (mayores ingresos, mayor nivel de educación de las mujeres, mejor alimentación, mejor calificación laboral, etc) la fecundidad desciende (con o sin métodos anticonceptivos modernos y blandos, prueba está que la transición demográfica comenzó mucho antes que éstos existieran, con los métodos “tradicionales” eufemismo para nombrar métodos como la abstención, celibato, farmacopea simple, aborto, infanticidio, etc).

Deevey,[19] haciendo una estimación retrospectiva del tamaño de la población humana hasta el origen de nuestra especie y graficándolo a escala logarítmica reveló tres “olas” de población. Cada oleada coincidiría con una revolución técnica: la primera –hace dos millones y medio de años coincidiría con la difusión de la manufactura de utensilios, la segunda hace aproximadamente diez mil años coincidiría con la expansión de la agricultura y la tercera, hace ciento cincuenta años, con el auge de la industria.

Cada una transformó el significado de la palabra recursos y cambió la relación con el medio ambiente, dio pie a una transición alimentaria, demográfica y epidemiológica. Todas posibilitaron un período de crecimiento exponencial seguido por otro de “amesetamiento” o estabilidad. Esta detención habría comenzado ya para la oleada industrial que transitamos.

Todas estas hipótesis concluyen que es muy probable que la situación actual sea de crecimiento inercial, y que alcanzará por lo menos dos generaciones más antes de detenerse o aún comenzara decrecer.

Sin embargo aunque la humanidad no vuelva a duplicar su tamaño y que el total previsto para el 2050 sea menor, es probable que esté muy cerca (o hasta por encima) de su máximo a largo plazo, porque al aumentar la población se requiere multiplicar la producción, no solo de alimentos sino de productos y servicios.

Siguiendo las “actuales tendencias” y suponiendo dietas variadas, productos industriales y trabajos regulares para todos, 10.000 millones de personas requerirían cuadruplicar la producción agrícola, sextuplicar el uso de energía, y octuplicar el valor de la economía mundial. Muchos especialistas no consideran posible este supuesto del 2-4-6-8.

¿Entonces era cierto que la amenaza proviene de la insuficiencia de la producción?. Y sobre todo.…¿es posible multiplicar por cuatro la producción de alimentos sin convertir el planeta en un gigantesco campo arado sin otras especies que las comestibles?. ¿Es la producción el problema?

Producción

La FAO estima la situación alimentaria y nutricional de los países calculando el índice de disponibilidad alimentaria, un promedio diario de la energía per cápita disponible para consumo humano partiendo de las Hojas de Balance. En ellas cada país declara su producción la que después se incrementa por la importación o el stock de años anteriores, y se reduce por exportación o pérdidas en transporte e industrialización. Pues bien, en la década de1980 la disponibilidad mundial de alimentos era superior a la necesaria para cubrir (con las necesidades energéticas de un adulto promedio) a toda la población mundial.

Se puede argüir que si bien se alcanzó la disponibilidad plena, esta no podrá mantenerse en el futuro. En realidad no solo ha aumentado la producción hasta alcanzar- al menos teóricamente- para todos, además ha aumentado la productividad por hectárea.

Nuestra especie ha pasado de vivir en grupos pequeños de cazadores recolectores densidades promedio (medidas por unidad de terreno utilizado) de menos de un individuo por km2, a 10 personas por km2 en los inicios de la agricultura y 1.000 persona por km2 de tierra cultivable con la agricultura moderna[20].

Pero esta expansión no podría haberse logrado sin una inversión previa, cada vez mayor de energía (humana, animal, hídrica y mecánica sostenida por combustible fósil y electricidad). Su introducción inició una transformación profunda de las agriculturas tradicionales, hasta el punto que la superficie cultivada aumentó solo un tercio desde 1900 pero debido a que se cuadruplicó el rendimiento medio, se multiplicó por seis el total cosechado.

Aunque es indudable que el precio por nuestros triunfos agrícolas ha sido provocar transformaciones enormes en los ecosistemas naturales y ahondar la dependencia del petróleo, procesos que han alterado significativamente los ciclos biosféricos y han aumentado peligrosamente el nivel de contaminación de todos los ecosistemas.

Los catastrofistas plantean puntos muy válidos sobre las perspectivas a largo plazo de la agricultura moderna, apoyándose en datos sobre el estancamiento de la producción alimentaria mundial en los 90, en su dependencia del petróleo (recurso no renovable del que dependen agroquímicos, fertilizantes, combustibles, hasta los silos de estiba). Nos alertan que el monocultivo puede ser rentable a corto plazo pero no es el mejor modo de promover el cuidado la longevidad y la estabilidad de un agro sistema. La degradación del suelo, el mal uso del agua de riego, la contaminación del medio ambiente con sustancias químicas sintéticas, el acorralamiento y extinción de especies no domesticadas, tarde o temprano empezarán a socavar la capacidad de la tierra para alimentarnos.

¿Es entonces que estamos bien pero vamos mal?. Los requisitos escenciales de la producción alimentaria son fáciles de enumerar. Todos nuestros alimentos proceden directa o indirectamente del sol. De la capacidad de las plantas de transformar la radiación solar en fitomasa y del metabolismo animal que de ella se alimenta. Este proceso raras veces se encuentra limitado por el flujo de la energía radiante, las restricciones provienen del suministro de agua y nutrientes.

A pesar de los incrementos en la productividad hará falta más tierra para satisfacer la demanda alimentaria, aunque según la opinión mayoritaria hay grandes posibilidades de ampliar la superficie de tierra cultivada, se reconoce también que estas reservas están desigualmente distribuidas entre continentes. Cuánta de esa tierra terminará siendo agrícola es algo sumamente incierto, porque los inventarios son sorprendentementee pobres, hay actualmente más tierra cultivada de la que se ha reconocido oficialmente y hay también tierra infrautilizada, como asi también hay pérdidas constantes de tierra agrícola que apenas empezamos a registrar. Pero considerar solo la cantidad es un error, la calidad del recurso es importante. Una mala gestión del suelo puede degradarlo, mientras que medidas agronómicas adecuadas pueden mejorarlo.

Los recursos de agua dulce parecen ser menos abundantes, el aumento del uso del agua por año nos sitúa en una trayectoria que coloca a los mayores productores de alimentos del mundo desarrollado en el límite de la extracción racional tal vez en menos de dos generaciones. En al menos una docena de los países áridos menos populosos la extracción de agua está sobrepasando la tasa de reposición natural y en una o dos décadas seguirán este camino una veintena de países africanos. Se impone una mejor gestión del agua –y no solo de uso agrícola- para abordar esta limitante de la producción futura.

En lo que se refiere a nutrientes, como la escasez natural se ha resuelto con aplicaciones masivas de abonos inorgánicos, el suministro de los tres macronutientes principales (nitrógeno, fósforo y potasio) supera con mucho su tasa de provisión natural.

Una gestión agronómica adecuada dirigida a conseguir eficiencias mas elevadas en el uso de fertilizantes y a optimizar las tasas de biofijación y reciclaje tendrá que seguir siendo un elemento clave del futuro.

Aunque resulte una perogrullada decir que mantener una biodiversidad adecuada es un factor clave para una agricultura productiva no resulta nada fácil llevarlo a cabo seleccionando las especies interactuantes, porque sabemos todavía muy poco de la dinámica profunda de los agrosistemas. Recién en las últimas décadas hemos revisado la idea que el monocultivo de plantas anuales es la mejor forma de agricultura (que predominó cinco mil años), sin embargo las relaciones entre biodiversidad y estabilidad de la producción alimentaria no son un simple caso de cuanto-más-mejor.

Una última consideración nos introduce aún más en la complejidad del problema y son los debates sobre las bases genéticamente limitadas del cultivo moderno que casi siempre pasan por alto la diversidad microbiana, medio primario de garantizar un buen funcionamiento de los ciclos biosféricos. Todavía es muy incipiente nuestro conocimiento sobre las repercusiones de la actividad agrícola sobre las bacterias, hongos e invertebrados del terreno.

Creo que lo dicho alcanza para resaltar que si bien por ahora los recursos son suficientes es necesario en un futuro gestionarlos racionalmente para que la producción sea sustentable.

Políticas de producción y población

Malthus simplificaba, si la alimentación es un hecho altamente complejo la reducción a dos variables es simplificar un problema de envergadura. Aún pese a la presunta adecuación calórica mundial, alcanzada en la segunda mitad de la década de los 80, la FAO estima que más de 880 millones de personas no tuvieron acceso regular a una cantidad de alimentos suficientes para cubrir sus necesidades y, de ese modo, llevar una vida activa y sana.

Aun cuando esa cifra representa una mejoría con respecto a años anteriores, sigue siendo un escándalo para un mundo que, globalmente, tiene disponibilidad suficiente. El déficit alimentario es equivalente a apenas cuarenta millones de toneladas de granos; el 20 por ciento del grano con que se alimenta al ganado.

Es obvio entonces que aunque los alimentos estén disponibles, no se distribuyen equitativamente: el ciudadano medio de los países desarrollados consume 50 por ciento más calorías y 70 por ciento más proteínas que el habitante promedio de los países pobres.

En realidad, la cuestión alimentaria mundial encubre disímiles situaciones nacionales, en las que lo definitorio no es la disponibilidad global de alimentos sino su distribución. Uno de los de Amarthya Sen fue, precisamente, alertar que aunque los alimentos existan la disponibilidad no garantiza que todos puedan acceder a ellos, que estén teóricamente disponibles no quiere decir que sean accesibles. Porque el hambre y la desnutrición pueden coexistir con una alta disponibilidad: las hambrunas en Etiopía en 1973, en Bangladesh en 1974, o de Irlanda en 1845, coincidieron con épocas en las que la producción de alimentos era suficiente[21].

Los que murieron en aquellas hambrunas fueron los que no pudieron acceder a los alimentos teóricamente disponibles: los pobres. Si la cuestión alimentaria pasa por el acceso, entonces, es una cuestión social.

Deja de ser una problemática asociada a la presión reproductiva o a la finitud de las tierras disponibles en los países o en el planeta, y se transforma en una creación social, un subproducto del orden político. Y las decisiones a futuro serán principalmente de orden político.

¿Cómo abordaremos la cuestión alimentaría?. Una posibilidad es intentar el camino de lo conocido y repetir las soluciones que creamos hace 6000 años (es decir segregando diferencia). Otro es intentar un camino más difícil tal como es reconocer el derecho que todos tenemos a la alimentación y -por lo tanto- comenzar a transitar el camino de la equidad distributiva.

La alimentación como Crisis de civilización

Porque se da en todos los frentes, a nivel global y local, porque abarca procesos tanto materiales como simbólicos, que ninguna otra especie sufrió y que son propios de los humanos y de esta alimentación particular que tenemos no se caracteriza por comer nutrientes sino comida es que consideramos la problemática alimentaria como una crisis de civilización.

En los principios del tercer milenio todos los frentes parecen problemáticos, aunque el aumento de la población ha crecido menos que la producción agro-alimentaria, ésta basa su productividad en recursos no renovables como el petróleo del que es fuertemente dependiente, lo que está comprometiendo la sustentabilidad pero además el uso y abuso de la tierra para cultivo está produciendo extinción y reducción de la biodiversidad, envenenamiento de las aguas, desertización, tala de bosques hasta efectos impredecibles sobre otras especies no cultivadas (por la introducción de organismos genéticamente modificados) a la vez que homogeneiza, des-estacionaliza y des-localiza las dietas.

La distribución inequitativa deviene en la vergüenza de saber que se podría terminar con los millones de desnutridos con solo invertir un quinto del cereal que se utiliza para engordar el ganado.

El consumo industrial ha reducido al comensal a la categoría de mero comprador de mercancías alimentarias, tan alejadas del producto natural que les dio origen que resultan, OCNIS (objetos comestibles no identificados) que deben ser avalados por “sistemas expertos”.

Un nuevo frente se abre más allá de la cantidad y/o la calidad del alimento y son las formas que adopta el comer: la desaparición de la comensalidad, cuya expresión era la mesa familiar, mientras que avanza en la cotidianeidad la comida desestructurada: el picoteo permanente de “cualquier cosa”, a cualquier hora y en cualquier lugar.

Todas estas dimensiones de la alimentación impactan sobre un una biología que se formó hace milenios y no ha cambiado sustancialmente desde entonces. Este “cuerpo paleolítico”, común a todos los humanos modernos, una vez que los mecanismos culturales que gobernaban la alimentación se desvanecen, reaparece con fuerza. Pero sus características, modeladas en otros contextos, son ahora disfuncionales y se transforman en desventajas: aquellos genes ahorradores que nos permitieron sobrevivir resultan ahora la base de múltiples enfermedades.

Seguridad alimentaria

En 1974 en FAO se comienza a utilizar el concepto de seguridad alimentaria resignificándolo como “derecho de todas las personas a una alimentación cultural y nutricionalmente apropiada”, al definirla así retoma documentos internacionales que desde 1924 reconocen a la alimentación como uno de los derechos fundamentales del ser humano y como tal se encuentra en las actas fundacionales de la Organización y en su mismo preámbulo. Pero en la década de los 80 y a tono con los esquemas neoliberales impuestos por el mundo anglosajón de Thacher y Reagan, la seguridad alimentaria se transforma en una “capacidad”, trasladando la responsabilidad al individuo.

Será Amartya Sen (1982) quien critique esta postura desde la ética, la economía y la política. Su posición es que las capacidades de los individuos dependen siempre de la estructura de derechos de la sociedad en que desarrollan su vida. En las economías de mercado, ese derecho opera a través del ingreso real. Si un trabajador vende su fuerza de trabajo y percibe un salario de trescientos pesos, sus derechos abarcan todos aquellos bienes y servicios que sumados cuesten hasta esa cifra. El límite queda fijado por su patrimonio (la dotación) y sus posibilidades de intercambio, con la naturaleza o con el mercado[22].

En base a esos derechos una persona puede adquirir capacidades: la capacidad de estar bien alimentado, la capacidad de no padecer cólera, la capacidad de envejecer apaciblemente.

Estar bien alimentado es, desde la perspectiva ética invocada por Amarthya Sen, decisiva para la libertad. El hambre es un atentado a la libertad de tal magnitud que justifica una política activa orientada a tutelar el derecho a los alimentos hasta tanto este se haga efectivo y los pobres puedan asumir su propia autonomía.

En la década siguiente las organizaciones internacionales volverán a considerar la seguridad alimentaria como un derecho y como tal se inscribirá tanto en la Convención de los Derechos del Niño[23]como en las Conferencias Internacionales de Nutrición de 1992[24] y 1996 en Roma, donde FAO comprometió a los países miembros a garantizar su cumplimiento “a través de un marco socio-político que asegure a todos el acceso real a los alimentos, poniendo el énfasis en el marco social y político que regula las relaciones que permiten a los agregados sociales adquirir sus alimentos en una economía organizada a escala mundial (salarios, precios, impuestos), producirlos (derechos de propiedad) o entrar en programas asistenciales (gasto público social).

En 1994 en el Seminario Taller de Seguridad Alimentaria en los Hogares, de FAO, en Venezuela, la autora presentará la siguiente síntesis para organizar las dimensiones en que se despliega el concepto.

SEGURIDAD ALIMENTARIA

NIVEL MACROECONÓMICO                       NIVEL MICROSOCIAL

Disponibilidad                                      Estrategias de Consumo    Prácticas

– Suficiencia                       – Diversificación de ingresos

– Estabilidad                      – Diversif. del abastecimiento

– Autonomía              Manejo de la composición  familiar

– Sustentabilidad           – Autoexplotación

Acceso

– Precios             Mercado

– Ingresos                           Representaciones Culturales

– Políticas Públicas Estado              – Cuerpo

– Autoexplotación            – Principios de inclusión de los alimentos

                                             – Comensalidad

Seguridad Alimentaria en Argentina

Cuando situamos la problemática alimentaria Argentina dentro de la problemática alimentaria mundial, podemos realizar un diagnóstico realista, develar algunos mitos y proponer soluciones para el futuro. Vemos que no es propia ni importada sino que tiene similitudes y diferencias con la situación mundial, por lo tanto algunas de sus características las deberemos enfrentar en conjunto con el resto del planeta, mientras que otras son de nuestra exclusiva responsabilidad.

En que es compartida:

a) En las condiciones generales en que se sostiene la producción agro- alimentaria nuestra, homogeneización del terreno -por lo tanto fragilización de los ecosistemas-dependencia del petróleo y contaminación que pone en peligro la sustentabilidad de la producción futura.

b) En la disponibilidad excedentaria sostenida en aumentos en la productividad antes que en ampliación de la frontera agraria.

c) Al igual que en el mundo a pesar de tener disponibilidad excedentaria , tenemos acceso restringido

d) También existe la urgente necesidad de un cambio de patrones globales de consumo.

De los países y las gentes que no pueden, para que puedan comer, y de los países y las gentes que comen demasiado para que dejen de consumir como lo hacen.

e) En la modernidad alimentaria (al mismo tiempo homogeneizadora a través de una cocina industrial única y difundida y diferenciadora ya que a la unificación de productos se opone la estratificación –y exclusión – de los compradores) la distinción y la exclusión se da por dentro: en la época del banquete perpetuo hay tantos tipos de pan-arroz-leche etc. como clases sociales.

f) Al igual que en el mundo está ocurriendo una pérdida de la comensalidad, pero aquí por partida doble, aumenta el picoteo y aumenta la comensalidad colectiva de los que ya no pueden comer en su hogar.

En que es nuestra:

a) Si consideramos la seguridad alimentaria como el derecho de todos los argentinos a una alimentación adecuada, es nuestro propio problema, derivado de las condiciones económicas, sociales y políticas que creamos para restringir el acceso a la mitad de nuestra población.

b) Es original, en realidad un caso a contra corriente del buen sentido, que un país teniendo autonomía alimentaria, trabaje alegremente para perder su capacidad de proveer a la población de todos los productos necesarios para tener una alimentación variada y suficiente y se encamine hacia el monocultivo de forrajes para alimentar animales ajenos.

c) Es propio poner en peligro la sustentabilidad ( ya sea contaminando sus acuíferos o sobre-explotando nuestras pesquerías) por un poco de ganancia presente o simplemente por estupidez. Es propio no tomar en cuenta la gestión ambiental tomando posición en la falsa antinomia desarrollo o ambiente, optando por un desarrollo a cualquier precio que es lo mismo que decir “desarróllese ahora pague después”.

Un país jugado al desarrollo y a la autonomía alimentaria como China puede servirnos de ejemplo: después de décadas de “crecer a cualquier costo”, está en proceso de mejorar su gestión ambiental cuando calculó que perdía capacidad de alimentar al 75 millones de personas por no tomarla en cuenta.

d) Porque la historia alimentaria de Argentina fue diferente respecto de la Europa – con quién gozamos comparándonos- y parecida a otras colonias (Australia, Sudáfrica, USA) formando patrones de consumo basados en mucha cantidad de pocos productos, señoreando en la pampa la carne, con alimentos frescos y cadenas de distribución muy difundidas, mujeres cocineras hasta bien entrado el siglo XX, de manera que la industria agroalimentaria presentó características propias al modelar la demanda.

e) Somos originales respecto a la rapidez, profundidad y magnitud de la crisis alimentaria. Mientras a otros países les toma siglos empobrecerse sin la ayuda de grandes cataclismos o guerras, nosotros condenamos a más de la mitad de nuestra población a la pobreza en unas pocas décadas (y lo peor de todo es que gran parte de este tiempo fueron gobiernos democráticamente elegidos) con lo cual tenemos que pensar que los mecanismos ideológicos para justificar tanta pobreza fueron muy eficientes….. y siguen actuando.

f) Ante nuestra crisis original nuestra población también respondió con estrategias originales a las que llamaremos “estrategias domesticas de consumo alimentario” y que son las prácticas y los sentidos que han servido para moderar la crisis en los hogares pobres, mejorando el acceso y optimizando recursos escasos.

g) Sin embargo, habiendo comenzado en un punto muy alto, la caída de gran parte de los hogares en la pobreza, fue tan estrepitosa y rápida que vastos sectores no tuvieron tiempo de elaborar estrategia alguna y aún hoy comen como pobres pensando que no lo son y que sus arreglos alimentarios en vez de permanentes son coyunturales .

h) Uno de los problemas alimentarios más serios que deberemos enfrentar en el futuro deriva de nuestra historia: mientras el mundo desarrollado se hizo viejo después de hacerse rico, nosotros nos hicimos viejos sin hacernos ricos, así en nuestra envejecida pirámide poblacional existen, sobrepuestas, las enfermedades derivadas de la pobreza (infectocontagiosas, desnutrición) como aquellas características del estilo de vida (obesidad, diabetes, accidentes cardio vasculares).

Es curioso que en esta primera crisis del tercer milenio en Argentina no aumentó la desnutrición sino la obesidad. Sin embargo no debemos dar saltos de alegría, si persisten las mismas condiciones, en los próximos años la desnutrición aumentará. Como en otros países pobres, sumamos a los problemas de la escasez los problemas de la abundancia mal entendida, por eso en términos de nuestros desafíos para el futuro, es tan importante en la abordar la desnutrición como la obesidad en la pobreza.

Estas similitudes y diferencias nos imponen soluciones compartidas en lo que tenemos de común con el resto del mundo y en lo que es local… mejor nos arreglamos solos.

4.- La situación Argentina

Para analizar la situación Argentina nos proponemos partir del concepto de seguridad alimentaria como enfoque de derecho y abordar sus dos niveles macro y microsocial. El primero para estudiar la evolución del acceso y el segundo para recuperar lo que hizo la gente para responder, adaptarse o generar alternativas a sus crecientes restricciones.

Hay cinco condiciones asociadas a la seguridad alimentaria:

Suficiencia es decir la existencia de alimentos en cantidad y variedad para cubrir las necesidades de toda su población ,

Estabilidad o la posibilidad de cubrir las variaciones estacionales de manera de asegurar un flujo constante de alimentos a lo largo del tiempo.

Autonomía es la posibilidad de producir en el país todos los alimentos que se consumen o reduciendo al mínimo la dependencia de los recursos externos (que entre nosotros solo operaría para frutas tropicales y café).

Sustentabilidad para que la forma en que se producen los alimentos hoy no comprometa el abastecimiento en el futuro y

Equidad o acceso para todos a los alimentos.

En Argentina, al igual que en el mundo, las tres primeras están aseguradas mientras que la sustentabilidad está cuestionada, habida cuenta de el agotamiento de las pesquerías como el reciente colapso de la merluza hubsi, la pérdida de bosques y humedales, la contaminación de los acuíferos con agroquímicos y las denuncias por degradación de suelos ante la aplicación del paquete tecnológico que acompaña la soja.

Mientras que la equidad, es decir, que toda la población, y sobre todo los más pobres, tengan acceso a una alimentación socialmente aceptable, variada y suficiente para desarrollar su vida, es una meta a lograr.

La amplitud del concepto de seguridad alimentaria llevó a dividirlo para fines prácticos en dos niveles de análisis: la seguridad alimentaria propiamente dicha, de las poblaciones y grupos que habitan naciones o regiones, y que por su nivel macro se funde con el concepto de soberanía alimentaria y la seguridad alimentaria de los hogares, en el nivel microsocial, que comprende las estrategias que elaboran las familias en el nivel doméstico para manejar su consumo alimentario formadas tanto por las prácticas, por las conductas concretas por las que obtienen satisfactores relativos a la alimentación como las creencias y valores acerca de quién debe comer que.

Para estudiar la seguridad alimentaria en Argentina hay que superar la vieja representación del país como “granero del mundo” es que durante muchos años el ciudadano medio se convenció que no podía haber hambre en el país porque había disponibilidad excedentaria (hoy podríamos brindar a cada habitante 3181 kilocalorías por día, si la distribución fuera equitativa).

Pero como la inseguridad alimentaria pasa por las condiciones del acceso, debemos estudiar la capacidad de compra y las políticas públicas para observar por que algunos pueden y otros no pueden comer. Una variable importante, al cosnsiderar el caso argentico es que el 90% de la población vive en ciudades donde la autoproducción de alimentos está limitada por el espacio, por lo tanto el acceso depende en gran medida del mercado y del estado.

Del mercado a través de la capacidad de compra (la relación entre los precios de los alimentos y de los ingresos) y del estado a través de las políticas públicas que inciden sobre precios e ingresos o actúan a través de políticas asistenciales compensando su caída. A estos componentes del acceso a nivel macro hay que sumarles las estrategias de consumo en el nivel de los hogares.

Vamos a empezar a analizar cada componente. Al observar el precio relativo de los alimentos, vemos que en el último cuarto de siglo aumentan sistemáticamente. Esto es fácil de comprender en períodos inflacionarios, pero lo curioso es que también lo hicieron durante la convertibilidad con inflación detenida, el resultado ha sido que Argentina pasó de ser un país de alimentos baratos a ser un país de alimentos caros, al menos para su propia población.

A pesar que desde la percepción del ama de casa “la carne es cara” los precios que llevan la delantera son las frutas y verduras, hasta el punto que su consumo (o mejor dicho la caída de su consumo) señala claramente la caída de los ingresos de las familias.

Cuanto menor el ingreso menor la cantidad de frutas y verduras consumidas. Podemos criticar esta estructura de precios señalando que es extraño que en un país de clima templado los productos frutihortícolas tengan precios comparables a la carne bovina que necesita un proceso industrial más caro y complejo (transporte, faena, depostado, cadena de frío, etc.) además del tiempo de crianza del animal, pero que estas son relaciones históricas y mientras no cambien las características de la comercialización frutihortícola, sus productos llegan al consumidor a un precio igual o superior a la carne.

El otro componente de la capacidad de compra es el ingreso. Si observamos los cambios del ingreso medio en la República Argentina veremos que ha pasado de ser un país de ingresos medios a ser un país de ingresos bajos, y eso es particularmente importante donde la población es urbana y accede a los alimentos a través de mecanismos de mercado.

Durante la última década el ingreso de la población descendió, especialmente el de los sectores que ya eran pobres en 1990, el 10 % más pobre que ganaban a pesos constantes el equivalente a $76, diez años más tarde ganan $39.

Pero no sólo descendió el ingreso medio sino que (a pesar del crecimiento espectacular del PBI en los primeros años de la convertibilidad), las ventajas de ese crecimiento se concentraron en los sectores de mayores ingresos aumentando la diferencia entre ricos y pobres. Si seguimos la distribución del ingreso en los últimos 25 años vemos que en 1980 el 10% más pobre se apropiaba del 3,6% de los ingresos, mientras que el 10% más rico concentraba el 25,9% de la riqueza.

La hiperinflación representó una impresionante transferencia de ingresos hacia los más ricos que aumentaron su participación en un 34,2%, mientras el resto se empobrecía. Después de 10 años de convertibilidad la situación no es mejor, el 10% mas pobre se queda con el 1,5% de los ingresos y el 10% mas rico con el 36,4%. (AMBA O PAIS)

Para empeorar las cosas, los perceptores de ingresos también son cada vez menos ya que los desocupados son cada vez más. Si durante décadas Argentina fue un país con niveles muy bajos de desocupación (5% de la población) a partir de 1993 las tasas comienzan a subir hasta terminar 2003 con un 19% de población desocupada y una subutilización de fuerza de trabajo cercana al 36%.

Cuando vemos crecer simultáneamente a la desocupación y a la subocupación, entendemos que ni siquiera en los trabajos informales o las nuevas categorías de “empleo basura” del sector formal (contratos de corto tiempo sin protección social), la población encontró un refugio ocupacional que le permitiera obtener algún ingreso para seguir comprando alimentos. Un dato importante cuando se analiza el impacto de la desocupación en la alimentación es la cantidad de mujeres desocupadas, en el 2002 el 32% de los desocupados eran varones y el 25% de las mujeres. Si bien durante la década hubo una destrucción del empleo que afectó a todos los sectores, afectó especialmente a los más pobres y, dentro de los más pobres, especialmente a las mujeres, ya fueran jefas de hogar o trabajadoras secundarias .

Esto es doblemente importante para la seguridad alimentaria porque en un área urbana donde los alimentos se compran, sin empleo no hay ingresos, y además, porque son las mujeres con ingresos propios las que más aportan a la alimentación del hogar.

Según nuestros estudios[25], dentro de los hogares donde ambos cónyuges trabajan (el 23 y 30% entre los hogares pobres y no pobres del AMBA ver pais), los varones destinan a la comida familiar el 22,2% de sus ingresos mientras que su aporte es particularmente importante en el gasto del mantenimiento físico de la casa (27%) mientras que el ingreso de las mujeres se destina principalmente a la alimentación (43%) y a los hijos en salud (7,9%) y educación (3,9%).

Dado que el principal destino del dinero femenino es la comida la desocupación y la reducción en los ingresos de las mujeres incide directamente en el nivel de consumo alimentario de toda la familia. De esto se saca que si a través de políticas públicas se quiere incidir en la calidad de vida actual de la población debe incidirse en el ingreso femenino, en cambio aumentando el ingreso masculino se logra una mejor calidad de vida a futuro (la inversión en la casa como forma de acumulación cumple esa función)

Una tentación simplificadora indica que si los ingresos caen y los precios de los alimentos suben, la pobreza, medida por línea de pobreza (es decir por los ingresos necesarios para adquirir una canasta básica de alimentos y servicios), no puede sino aumentar. Esta relación olvida a otro de los grandes actores en la seguridad alimentaria como es el estado que, a través de políticas públicas puede incidir en los precios de los alimentos, en el mercado de trabajo o compensar la caída de los ingresos.

Rol del estado en la accesibilidad alimentaria: políticas públicas

Recién en diciembre de 2002, con la ley 27.524 que crea el Programa Nacional de Alimentación y Nutrición en Argentina se comienza a esbozar una política alimentaria explícita. Aunque durante la última década hubo dos grandes esfuerzos tendientes a diagramarla: el Plan Nacional de Acción para la Alimentación y Nutrición del Ministerio de Salud, y el Plan Social Nutricional de la Secretaría de Desarrollo Social, ninguno tuvo trascendencia, en parte porque trataban la problemática desde el área de su competencia cuando, por su complejidad, una política alimentaria debe cortar transversalmente las acciones de varios ministerios abordando tanto la producción como la distribución y el consumo (y los efectos de éste), de manera de transformarse en una verdadera política de estado.

Tal concepción estuvo ausente durante los años de la convertibilidad, se llamó “política” a los “programas de asistencia directa”, concentrándose en los efectos y anulando el análisis de las políticas económicas que afectaron indirectamente la alimentación al afectar la capacidad de compra. Como corolario de esta falta de visión política en el tema alimentario, el estado terminó actuando procíclicamente en la primera etapa de la convertibilidad (1991-94), cuando hubo un período de bonanza, repartió más y a medida que avanzaba la crisis alimentaria, al destinar un porcentaje similar del PBI, repartió menos, por el doble efecto de un PBI menguante y del aumento de la pobreza.

Exactamente lo contrario de lo que sería social y nutricionalmente deseable. Entre las políticas indirectas, la desregulación preveía que la eliminación de las retenciones Juntas y toda forma de control se reflejaría bajando los precios en el mercado interno. Sus efectos fueron que afectó los precios de diferente forma: los productos más expuestos a la competencia externa (carne aviar) aumentaron sus precios muy por debajo de la media, mientras que los flex (frutas y hortalizas) crecieron pronunciadamente por encima, hasta que en la última etapa de la convertibilidad (1999-2001) aún estos se desploman por la

caída de la demanda.

El tipo de cambio fijo tampoco resultó neutral para la seguridad alimentaria, ya que alentó la importación de alimentos. Desde 1991 las góndolas de supermercados se llenaron de productos importados que compitieron (algunas veces a precio de dumping) con los locales mejorando la capacidad de compra de la población al mismo tiempo que producían serios problemas en la agroindustria local incapaz de competir con productos alimentarios de calidad y altamente subsidiados por sus países de origen.

La política impositiva también afectó los precios de los alimentos al llevar la alícuota del Impuesto al Valor Agregado (IVA) hasta el 21% y eliminar los alimentos exentos, que se limitaron al pan de panadería de 12 unidades y la leche entera. El IVA se fue transformando en un puntal de la recaudación aunque desde el punto de vista de la alimentación tenga un carácter marcadamente regresivo, ya que este impuesto pesa proporcionalmente más en los consumidores más pobres, quienes dedican el mayor porcentaje de su gasto a la compra de alimentos.

La política de empleo tampoco resultó favorable. La desregulación del mercado de trabajo, las privatizaciones, la reconversión productiva sin asistencia al desocupado, la creación de empleos “basura” inestables y de bajos ingresos y en materia de ingresos la eliminación de los aportes patronales, incidieron para que al fin del milenio el estado hubiera acompañado antes que compensado la caída de los ingresos de la población, aún reduciendo -hacia el 2001- el 13% de los ingresos de los jubilados y empleados públicos.

Las posibilidades de incrementar la inversión social se vieron en la década de los 90 acotadas por la ley de convertibilidad a: una reducción de los sectores no-sociales (administración pública, defensa); la expansión de la frontera fiscal vía presión tributaria o el incremento de la eficiencia de las prestaciones vía un mejoramiento de la gerencia social[26].

El resultado fue que cayó el gasto público a medida que aumentaba la pobreza.

Para comprender el por qué de este comportamiento procíclico hay que comprender que el Gasto Público Social, desde 1991, se utilizó como una variable clave de la política macroeconómica, ya que se consideraba que “un aumento del gasto público sin la correspondiente caída en el resto de los gastos o sin un aumento en la presión tributaria, puede llevar a un déficit presupuestario que provoque inflación” [27].

De hecho observamos que el mismo aumentó algunos años y el déficit también, sólo que no se enjugó con emisión monetaria (impedida por la Ley de Convertibilidad) sino con ingreso de capitales extranjeros.

Las modalidades que adoptó el gasto público social alimentario durante la convertibilidad estuvieron teñidas de economicismo. Rompiendo con décadas de un tipo de estado de bienestar (que hacía años había entrado en crisis y que sin duda debía modificarse) la respuesta neo-liberal fue que, siendo el mercado el mejor redistribuidor, el estado solo debía actuar “compensando sus fallas”.

Sus dos responsabilidades consistían en: garantizar el libre funcionamiento del mercado (quien se encargaría de orientar la producción y distribuir el bienestar), y compensar las “fallas de mercado” asistiendo a aquellos que por su incapacidad no pudieran integrarse al primer mundo.

Esta visión condujo al redireccionamiento de la asistencia. Antes que programas de cobertura universal (salud y educación) que pretendieran atacar las causas de la pobreza, se propiciaron programas focalizados apuntados a compensar las “faltas” (en nuestro caso el consumo) de los que quedaban fuera del mercado. Consistentes con la visión del mercado como mejor redistribuidor se propició la transferencia hacia los privados de los servicios asistenciales y educativos para la población que pudiera pagarlos, mientras el estado se reservaba la atención de los indigentes.

Esta visión puede ser operativa cuando hay un 5 o 10% de pobreza concentrada, pero cuando la pobreza es masiva y creciente, los programas

focalizados que atacan los efectos de la pobreza (pero no sus causas) son a todas luces ineficientes. Por otra parte, la insistencia en la ineficiencia del estado como administrador de la asistencia propició una gestión tercerizada (cuya eficiencia también está en duda) con programas contratados directamente con ONGs (civiles y confesionales) y con organismos internacionales (con sus propios objetivos, técnicos y presupuestos dependientes de la deuda externa) y ambos contribuyeron a que las políticas contra la pobreza quedaran fuera del control del estado, estalladas en miles de pequeños programas con objetivos propios, escasa financiación y menor coordinación.

Ahora sí, si en el mercado los alimentos aumentan y los ingresos caen mientras que desde el estado no se compensa esta caída ….entonces la pobreza –medida por línea de pobreza- no puede sino aumentar.

POBREZA

La Línea de pobreza mide la cantidad de población que tiene ingresos insuficientes para comprar una canasta básica de alimentos y servicios. Como tal depende fuertemente de los ingresos y los precios. Si bien presenta datos extremos como en 1989 (47%) y 2002 (48%), el tramo 1995-2001 de la curva involucra la situación más grave en los 20 años que el INDEC lleva tomándola, ya que por primera vez aumenta significativamente la pobreza en un período de inflación nula.

Mientras el dato de 1989 se asocia a la hiperinflación, el tramo 95-2001 puede considerarse inherente al modelo (que produce pobreza aún sin inflación), es decir, es ahora una pobreza estructural[28].

Esta transformación ocurrió en la convertibilidad por el aumento y permanencia de la desocupación (fuente de los ingresos), antes que por los precios de la canasta.

Si señalamos que la pobreza se mide en gran medida a través de la capacidad de alimentarse de las personas y los hogares, entonces ¿Qué pasa cuando un área expone resultados cercanos al 50% de pobreza en su población.? ¿el 50% de la gente no come, sufre hambre y está desnutrida?. Sin duda cualquiera sea el grado de pobreza está indicando sufrimiento, pero lo que hay que señalar es que – en un fenómeno tan complejo como la alimentación – sería un error considerar que existe una relación lineal y a tanta cantidad de pobreza es esperable la misma cantidad de desnutrición.

Todo proceso de empobrecimiento llevará sin duda a restricciones en la calidad de vida e impactará en la alimentación de las familias, pero no se puede convertir linealmente pobreza en hambre y denutrición. Y hay que esperar cambios, dolorosos, restrictivos, obligados, en la manera de comer y de vivir, y sin duda los más vulnerables, chicos, viejos, embarazadas, enfermos, que por su edad o estado de salud necesitan un régimen más cuidadoso, sufrirán más y estarán expuestos a mayores riesgos de enfermar y morir, precisamente porque tienen demandas específicas que su condición de pobreza les impide cubrir.

Pero que el 50% los hogares sean pobres, no quiere decir que esa misma cantidad de población caiga inmediatamente en la enfermedad y la muerte. Antes y dependiendo en gran medida del punto de partida, se su vulnerabilidad, de sus saberes y sus poderes: comerán distinto, sustituirán productos caros (frutas, verduras, lácteos, carnes) por otros más baratos (pan, fideos, grasas, azúcares), comerán menor variedad de productos y platos únicos (comida de olla), se “llenarán” con pan y mate, cambiarán la manera de distribuir la comida entre los miembros del hogar (probablemente los viejos y las mujeres resulten perdedores frente a los adultos varones y los niños) se reunirán con otras familias en su misma condición para intentar acciones comunes, recurrirán a instituciones públicas o privadas en busca de asistencia, etc.

Es decir entre la economía y la medicina están las estrategias que realizan los hogares para soportar la primera y no caer en la segunda.

Sin negar la importancia de considerar fundamentales las variables económicas que condicionan el acceso, debemos considerar que no explican la alimentación en toda su profundidad y que en el día a día, las familias “hacen cosas” ponen en juego su saber y su creatividad, lo que aprendieron en el pasado y lo que ven que les sale bien al vecino, y con esas prácticas humildes y cotidianas, a fuerza de invertir su creatividad y su energía, logran mejorar sus condiciones de existencia.

Aunque sería importante conocer la cantidad y la profundidad de la inseguridad alimentaria, Argentina no tiene un sistema de vigilancia alimentaria y nutricional que nos permita monitorear la situación y por lo tanto medir daños o predecir tendencias que nos permitieran diseñar políticas públicas para reestablecer ese derecho conculcado.

Hay dos encuestas antropométricas realizadas por el Ministerio de Salud y las Provincias que nos permiten hacernos un cuadro de la situación, aún con grandes diferencias internas, a nivel país observamos que la desnutrición aguda está dentro de rangos que pueden ser considerados bajos desde el punto de vista poblacional, que el problema más importante es la desnutrición crónica, los niños que por déficits en su alimentación no alcanzan la altura que deberían tener a su edad y que desde el punto de vista poblacional indican la permanencia de una situación socio-económica desfavorable.

Otro de los problemas que señalan estos estudios es el sobrepeso que hasta el momento no es objeto de políticas específicas. Lo que puede impactar al observador es que las cifras son similares en ambas encuestas.[29]

Esto nos lleva a una pregunta fundamental. Si durante durante la última década se verificó una crisis de acceso que impactó en la seguridad alimentaria afectando al menos al 50% de la población del área, si los efectos de esa crisis fueron más violentos durante el último lustro ¿cómo es posible que no registremos sus efectos, por ejemplo, captando un aumento en la cantidad de niños desnutridos?.

La respuesta es que los agregados sociales no son pasivos: los  hogares desarrollaron estrategias domésticas que les permitieron moderar (aunque no superar) la crisis de acceso.

Estas estrategias son el punto clave de la seguridad alimentaria en nivel de los hogares y constituyen el nivel microsocial mencionado en el cuadro de la página 21.

Las estrategias domésticas de consumo alimentario son las prácticas que los hogares realizan en el marco de la vida cotidiana para mantener o mejorar la alimentación y las razones que se aducen para justificarlas.

Definidas como prácticas y representaciones, las estrategias domésticas de los hogares nos permiten comprender cómo y por qué cambiaron las formas de comer durante la última década y prever los efectos que tendrán estos cambios en la población.

Pero hay que aclarar que al hablar de estrategias de consumo alimentario estamos separando analíticamente las que se refieren a la comida de las estrategias de vida (que las abarcan), que no nos referimos a la prosecución intencional y planificada de metas fríamente calculadas, sino al despliegue activo de conductas y razones, que se desarrollan cotidianamente, alimentadas por los resultados de la experiencia familiar y del entorno de amigos, vecinos e iguales. Más que racionales podríamos decir que son “razonables” (como sentidos prácticos). Vividas como lo “mejor posible” no necesariamente son evidentes para quienes las realizan, nosotros para exponerlas hemos realizado una labor de síntesis y reconstrucción, agrupando las regularidades en grandes líneas de acción.

El lector advertirá que estas estrategias no son individuales sino familiares, a pesar que son los individuos los que actúan, sus prácticas están fuertemente condicionadas por las decisiones del hogar, y es allí donde se realizan los eventos más importantes y significativos para la alimentación, es justamente dentro del entorno doméstico donde se decide – no sin enorme cantidad de procesos de negociación – el destino de los ingresos y egresos, la preparación, distribución y consumo de los alimentos, todo esto justificado por creencias y valores acerca de qué se debe o puede comer y a quién le corresponde cada cosa.

Encuestas de Gastos de los hogares

Como las estrategias de consumo no son explícitas, aunque parezca paradojal que lo cotidiano, justamente por evidente, se nos vuelva invisible y deba ser reconstruido por el investigador; debemos comenzar esa reconstrucción por sus resultados, y estos los podemos ver analizando las Encuestas de Gastos (de las que con reparos se infiere consumo) en los distintos sectores de ingresos. Para el AMBA podemos comparar las encuestas de 1965 a 1996.[30]

Lo primero que nos impresiona es una reducción del consumo global per cápita del orden del 33% entre puntas. Esta cifra puede explicarse tanto por la importante reducción de la capacidad de compra que sufrió la mayor parte de la población, como por cambios en las representaciones culturales acerca de qué es comer “bien”, que transformaron consumos deseables hacia alimentos considerados saludables como los lácteos industrializados (yogur) carnes blancas magras (pollo, pescado) bebidas gaseosas azucaradas, además de las transformaciones que sufrió la comensalidad donde elhorario corrido del trabajo o el estudio y el aumento en la ocupación de la mujer y la indigencia conspiran contra la mesa familiar.

Una de las características más interesantes cuando se observan los consumos de los distintos sectores de ingresos es que para 1965 los productos se encuentran representados en todos los sectores, en cantidades significativas. Esto apoya la existencia de un patrón alimentario y habla de una característica de ese patrón: que es unificado.

En 1965 (no sabemos si era reciente o de décadas anteriores porque solo tenemos la foto que representa la encuesta) había un patrón único que cortaba transversalmente la estructura de ingresos. Esto no habla de la comida sino que muestra características de la sociedad que la consume. Porque los alimentos eran baratos, porque los ingresos eran suficientes para comprarlos, porque pobres y ricos pensaban la comida en forma similar, los habitantes del AMBA accedían canastas de consumo similares, estuvieran donde estuviesen en la escala salarial. La existencia de un patrón unificado[31] señala una sociedad más igualitaria, lo que se evidenciaba por el pleno empleo, niveles de pobreza cercanos al 5%, salarios de convenio que hoy pertenecerían a sectores medios y canastas de consumo con productos variados y suficientes para cubrir las necesidades nutricionales de los comensales de todos los sectores.

Visto desde otro ángulo la existencia de cierta uniformidad en la manera de comer entre todos los sectores de ingresos puede verse como una homogeneización muy potente sobre la diversidad de conductas alimentarias que sin duda existían entre los hogares de migrantes internos de diversas regiones, los migrantes externos de la pos guerra mundial, porteños viejos, obreros, burgueses, nuevos y viejos ricos, etc.

Probablemente la unificación alimentaria era una consecuencia del acceso tanto como de la compleja red de representaciones de un país que se pensaba a si mismo como progresista e incluyente.

Pero la existencia de este patrón unificado no significa que las canastas sectoriales fueran idénticas. Una vez faenado, el cadáver de la vaca (para ejemplificar el rubro carnes) seguía diferentes rumbos, mientras el cuarto delantero era consumido por sectores de menores ingresos el cuarto trasero formaba parte de las mesas de los sectores medios y altos. Lácteos y frutas también presentan mayor consumo a medida aumenta el ingreso.

Sin embargo el análisis químico de las canastas no señala carencias en los nutrientes básicos en ningún sector. En 1965 había disponibilidad, acceso irrestricto y políticas públicas acordes con un “estado benefactor”, entonces la problemática alimentaria estaba afuera de la agenda social y la diferenciación entre estratos de ingresos no pasaba por los consumos alimentarios sino por la vivienda, indumentaria, educación, etc.

La encuesta de 1985 presenta fuertes tensiones dentro del patrón unificado. La elasticidad-ingresos permite advertir dos formas de consumir sobre el mismo patrón: la de los hogares pobres (19,5% de la población) y la de los no-pobres (sectores de ingresos medios y altos) pero mientras los primeros comen más pan, más papas, más cereales y menos frutas y hortalizas, los segundos comen exactamente al revés : mucha carne, lácteos, frutas, hortalizas y pocos cereales y tubérculos.

En la encuesta de 1996, después de haber pasado la hiperinflación y la estabilidad las canastas de consumo muestran que se han separado dos patrones de consumo con perfiles propios que se diferencian por los productos ya no por cantidad y calidad No hay continuidad entre los patrones de diferentes sectores de ingresos, no comen lo mismo, comen diferentes productos y los preparan en forma diferente. En 35 años vimos romperse un patrón de consumo unificado y aparecer -como en otros países de Latinoamérica- la “comida de pobres” (22 productos) y la “comida de ricos” ( todos los demás).

.¿Que significa la existencia de estos 2 patrones?: que la sociedad de ha polarizado, despareciendo progresivamente los sectores de ingresos medios que nos caracterizaron, para dar lugar a sectores muy diferentes entre si, casi opuestos –polares- en su manera de vivir y de comer. Muchos pobres más pobres, menos ricos más ricos y una menguante clase media “en la rodada”.

Estos patrones especulares son un punto de llegada no un punto de partida. Son los efectos no las causas, la gente no come lo que quiere, ni lo que sabe come lo que puede. Así que para saber por qué se dan estos patrones de consumo debemos estudiar las estrategias domésticas.

Estrategias Domésticas de Consumo-Prácticas

Antes de pasar a la descripción debemos aclarar que todos los hogares, no solo los pobres tienen un comportamiento estratégico para conseguir satisfactores respecto de su alimentación. Pero como los más vulnerables son los pobres, en esta sección se ha puesto especial énfasis en las prácticas de la pobreza, lo que no quiere decir que muchos de estos comportamientos no sean compartidos por otros sectores no pobres.

Las principales estrategias pasan por la diversificación (de ingresos, de abastecimiento) es que – como dice el dicho- “no poner todos los huevos en la misma canasta” protege de perder todo al mismo tiempo, cuanto menos especializada la vida (la ocupación, la dieta), mas adaptable, es decir hay más posibilidades de tomar como oportunidades las posibilidades que ofrece el contexto.

Hemos reconstruido cuatro prácticas que permiten a los hogares pobres acceder a más cantidad y/o mejor calidad de alimentos: Diversificar las formas y fuentes de los ingresos; diversificar las fuentes de abastecimiento; manejar la composición familiar y autoexplotarse.

1. Diversificación de las formas y fuentes de los ingresos:

Esta práctica asegura que, al no depender de una cadena única, las pérdidas puedan ser compensadas.

Cuando observamos la forma de los ingresos de las familias pobres vemos que parte de los mismos son en especies, y cuanto más pobres las más crece este porcentaje.

Son generalmente los trabajadores secundarios los que aceptan cobrar en especie, porque cuanto menor es el monetario mayor es la dependencia respecto del empleador, y menor la posibilidad de vertebrar una estrategia de consumo independiente. Los trabajadores del mercado informal (peones, changarines, personal doméstico, etc.) suelen obtener parte de sus ingresos en especie (el bagayo de los changarines o la ropa de la patrona en el sevicio doméstico).

Esta situación -que no es deseable- se convirtió en aceptable a medida que avanzaba la década. También en sectores medios empobrecidos el pago en especie y el trueque se convirtieron en una opción aceptable. No podemos dejar de señalar que el programa económico que iba a instalar a la Argentina en el “primer mundo” terminó condenando a gran parte de la población a una economía pre-monetaria como alternativa de supervivencia

Las fuentes de donde provienen los ingresos son múltiples y variadas:

a) los mercados de trabajo urbanos formal e informal,

b) la asistencia social provista por el estado u organizaciones no gubernamentales

c) las redes de ayuda mutua y,

d) la autoproducción.

Las cuentas nacionales, al registrar solamente los ingresos monetarios, reflejan sólo una parte de la pérdida de los ingresos de los sectores pobres. La declinación fue aún más abrupta porque a la contracción del empleo y la caída de los ingresos se sumó el deterioro en los programas asistenciales que cada vez debían repartir entre más gente.

a) Mercados de trabajo urbanos:

Aunque la esperanza de los miembros de los hogares pobres es colocar a todos sus integrantes en el mercado formal, ya que ello les asegura un flujo de ingresos con estabilidad al mismo tiempo que prestaciones de salud y alguna cobertura previsional en el futuro, la alternativa de los hogares (pobres y no-pobres) frente al desempleo abierto fue el subempleo en el sector informal o el sobre-empleo en ambos sectores. En realidad toda la sociedad logró mantener algún nivel de ocupación a costa de la precarización y la informalización del empleo.

En la última década, dentro del mercado de trabajo informal (y a medida que aumentaba la pauperización del sector de ingresos medios) también cayó el empleo doméstico, la venta ambulante, la producción en pequeños establecimientos, el trabajo a destajo, la producción o los servicios de baja calificación y corta duración pactados directamente con el empleador (changas), pero crecieron el reciclado de papel y metal y una amplia gama de actividades informales de servicios (limpiaparabrisas, cuidacoches).

Los ingresos obtenidos en este sector, históricamente más bajos que los del sector formal, siguieron la caída generalizada que ya hemos mencionado

b) Asistencia social:

Su gestión (ya sea la que proviene del estado como de Organizaciones No- Gubernamentales (ONGs), estaba a cargo de las mujeres-madres que invertían su tiempo y su energía en tramitar la gestión burocrática de la educación, la salud y la alimentación subsidiada. Sin embargo, a medida que los ingresos de las familias y las partidas de la asistencia se reducían, esa gestión se fue haciendo más difícil, exigiendo más trabajos para entrar y permanecer en los planes. Este trabajo visto desde las familias era “la participación” que en los 90 se esgrimía como ideología y se transformó en un elemento indispensable, no sólo para el funcionamiento de los programas asistenciales que sumaban fuerza de trabajo gratuita, sino para que los caudillos locales aseguraran el

control social a través del clientelismo político. Hay que hacer notar que a pesar que muchos programas entregaban alimentos o subsidiaban comedores, rara vez su función social era complementar la alimentación de la población pobre, antes bien su función era el control social de esa población. Una manera interesante de señalar esta característica es que muy pocos programas “alimentarios” en la década del 90 contaron con nutricionistas, o fueron evaluados desde el punto de vista nutricional.

Por eso los programas que en los 80 pasaban por entregas de cajas o cheques para que la familia organizara sus comidas, en los 90 se convirtieron en comedores dependientes de instituciones o en entrega directa de dinero bajo el control directo de los punteros locales. A medida que la asistencia se transformaba en clientelismo su gestión pasaba de las mujeres a los varones.

c) Redes de ayuda mutua:

Cuando los ingresos se reducen y la asistencia se hace más y más discrecional, los hogares aumentan la confianza en la ayuda que pueden recibir, no de un estado en retirada, sino de su propio entorno. Cultivan entonces sus redes de ayuda mutua.

Estas son relaciones de amistad, vecindad o parentesco basadas en la confianza que se tienen entre amigos, vecinos y parientes. Estas redes de relaciones forman un verdadero sistema de seguridad social que canaliza la solidaridad mutua en forma de mensajes, bienes y servicios que se desplazan desde los miembros y los hogares que “están en la buena”, que tienen más, hacia los miembros y los hogares que “están en la mala”, quienes, a su vez, devolverán los favores recibidos a sus vecinos, amigos o parientes cuando mejore su situación o aquellos se encuentren necesitados.

Es cierto que puede dudarse de la eficacia de las redes cuando la crisis es generalizada, puesto que son sistemas de seguridad entre pares. Sin embargo, tenemos registros que, por ejemplo durante la hiperinflación incrementaron su participación en la estructura del gasto. Pero hicieron esto a expensas de la realización de los activos del hogar.

Esta es la forma que adquiere la acumulación en la pobreza: cuando en 1992 recomenzó el crédito se compraron electrodomésticos, cuya tenencia es sistemáticamente criticada por los no-pobres, desconociendo que su función es malvenderlos ante la necesidad. Un TV color o un audio moderno “se hacen plata” rápidamente para afrontar crisis puntuales (como la operación de un hijo). Sin embargo, ante crisis prolongadas como la destrucción de puestos de trabajo que convirtió a los desocupados en inempleables, sólo la solidaridad de aquellos comprometidos por relaciones de afecto y confianza mutua puede mantener a vecinos, parientes o amigos durante largo tiempo, sacando recursos del propio hogar para cederlos a los que están peor.

Por supuesto que cuanto más densa, numerosa y heterogénea es la red de relaciones del hogar, mayores son las posibilidades de que contribuya exitosamente al sostén de alguno de sus miembros. Pero cuando más y más hogares entran en crisis, difícilmente las redes puedan sostener a un gran número de demandantes. Sin embargo aún sin recursos, la función de sostén psicológico de las redes se visualiza en el mensaje de afecto, valorización y esperanza que realizan los amigos y que es un elemento clave de la supervivencia.

d) Autoproducción:

Otra fuente de ingresos es la caza de pequeños animales o la producción en huertos y gallineros domésticos. Sin embargo, en un área urbana las posibilidades de cazar o mantener una huerta o un gallinero son escasas. A diferencia de otros países donde la huerta es importante como aporte, en el AMBA su mantenimiento es costoso sobre todo en términos de la sobreexplotación de las mujeres pobres. Porque donde el agua se obtiene de canillas públicas y llega a las casas por acarreo, el aporte calórico final de las verduras cosechadas no llega a cubrir el gasto energético empleado en regarlas.

Además, la tierra sobre la que se asientan los más pobres está fuertemente contaminada por las fábricas linderas[32]. También hay que considerar que los asentamientos más pobres se realizaron bajo la cota de inundación por lo que el agua arrastrará lo sembrado y los obligará a un permanente airear y abonar la tierra después de cada reflujo.

Al tener “cerco de palo” las verduras son contaminadas por los animales vagabundos, robadas por los caminantes nocturnos o destruidas por los niños deambuladores. Finalmente, las huertas compiten con el espacio disponible para la familia que realiza gran parte de su vida en los terrenos adyacentes a la casa.

Por todas estas razones la cantidad de huertas desciende a medida que aumenta la indigencia .Parece paradojal que los que menos tienen no se inclinen por la huerta, sin embargo las razones expuestas nos muestran otra racionalidad: lo caro que es mantener una huerta para la extrema pobreza. El rendimiento de las huertas, en cambio, se acrecienta a medida suben los ingresos, los hogares se alejan de la cota de inundación, la tierra y el agua contaminadas y-sobre todo- hay agua en el terreno y terreno suficiente. Con esas condiciones la función alimentaria de la huerta puede ser eficiente.

2. Diversificación de las fuentes de abastecimiento

Por la misma razón que tratan de diversificar las fuentes de ingresos, las familias pobres diversifican las fuentes de abastecimiento. En el AMBA existen dos cadenas de abastecimiento alimentario, el circuito formal de ferias, almacenes, supermercados, etc. y el circuito informal de locales multifunción, vendedores ambulantes y quintas donde se cambia buen precio por productos de dudosa salubridad.

No todos los precios del circuito informal son más bajos que en el circuito formal, solo aquellos de producción propia. Los pequeños almacenes multifunción que combinan en un solo local carnicería, panadería y almacén, generalmente por su pequeña escala revenden a mayores precios productos comprados al precio minorista, pero presentan como ventaja para el comprador su proximidad y facilidades de pago (aunque a veces con intereses usurarios).

Las prácticas estratégicas de los hogares se orientan a utilizar simultáneamente ambos circuitos aprovechando las ofertas de ambos y así abaratar su canasta de consumo.

Después de 1993 aparece el “mercado de los pobres” de la mano del desarrollo de la “Gran Distribución” que está liderando la reconversión del mercadeo de alimentos en las zonas pobres, abaratando la oferta con productos de mediana calidad, de segundas y terceras marcas, en envases pequeños y sin publicidad pero con alta seguridad biológica.

Este nicho de mercado, que cada vez tienen más gente, ha hecho retroceder el mercado informal.

La estrategia de los hogares es invertir la energía de las mujeres en la búsqueda de los mejores precios en todos los circuitos. Esta conducta en 1991 permitía abaratar la canasta de consumo un 38%, en 1995 un 22% y en 1999 un 27%.

3. Manejo de la composición familiar.

Desde hace milenios los humanos hemos descubierto que la organización doméstica es un comportamiento estratégico que permite optimizar los recursos disponibles. Una explicación acerca de las “preferencias” sobre el tamaño de la familia la dieron los economistas, aplicando la teoría de la elección racional[33]. Nos dicen que depende del sentido del flujo de los ingresos. Cuando los ingresos fluyen de los hijos a los padres se tiende a tener familias numerosas, incluso a captar miembros a través de la adopción o del parentesco ampliado.

Cuando los ingresos fluyen de los padres a los hijos, los padres elegirán tener familias más pequeñas, con pocos niños, buscando calidad antes de cantidad de hijos.

Hasta hace poco las familias pobres eran numerosas y tendían a captar miembros ya que los niños desde muy jóvenes generaban ingresos (ayudando a sus padres en sus ocupaciones, por ejemplo), su aporte que mejoraban la calidad de vida hogareña a veces a expensas de su educación, lo que terminaba condenándolos a ocupaciones de baja calificación y reproducir la pobreza en el futuro. También existía “beneficio de seguridad” para los padres en la vejez, habida cuenta de las escasa cobertura previsional, los padres pobres saben que en el futuro deberán depender de la suma de los aportes de sus hijos.

Junto a estos beneficios los costos de tener hijos- en la pobreza se ven

moderados por la educación, salud, asistencia del estado y dados los bajos salarios de las madres el costo oportunidad (los que la madre deja de ganar por atender al niño) también es bajo en la pobreza.

Durante la convertibilidad, pudimos comprobar que la dirección del flujo de ingresos ha cambiado, de manera que las familias grandes ya no son funcionales en la pobreza. Comprobamos empíricamente que el tamaño de los nuevos hogares comenzó a reducirse, pero con el riesgo de que los hogares pequeños de hoy no puedan mantener a los que hoy son padres adultos cuando llegue su vejez.

4. Autoexplotación

En la pobreza este comportamiento estratégico significa:

a) trabajar más, ya sea mayor número de trabajadores por hogar o mayor número de horas los trabajadores ocupados, lo que chocó contra la realidad de la desocupación creciente y/o

b) comer menos o comer distinto ya sea cambiando la lógica del reparto o bajando la calidad del régimen (con una notable asimetría de género ya que las primeras damnificadas son las adolescentes mujeres).

Estas prácticas se apoyan en razones, sentidos y saberes que fueron estudiados desde el punto de vista de los actores a través de metodología cualitativa[34] .

Representaciones

Comprenden visiones acerca de la vida, las edades, los géneros, la salud y el cuerpo que funcionan como “principios de incorporación” de la comida construyendo “gustos de clase” donde cada sector se reconoce y se diferencia.

Las representaciones de los alimentos, de las comidas y los cuerpos sustentan la pertenencia a un sector identificando a los que son, piensan y comen “como nosotros” separándonos de los que no son, no comen y no piensan, es decir, “son los otros”. Y en esta clasificación entre “nosotros y los otros”, cada grupo llenará el “nosotros” de condiciones positivas que sostengan su identidad, diferenciándose de “los otros” que por no compartir “nuestra” idea del mundo, “no saben pensar, ni comer, ni vivir”.

Hemos encontrado tres representaciones del cuerpo que funcionan como principio de inclusión de tres tipos de alimentos, que se organizan en tres tipos de comensalidad, que se verifican fundamentalmente por la pertenencia a cierto sector de ingresos. Aunque los límites son difusos, podemos describir:

Cuerpo Fuerte=alimentos rendidores=comensalidad colectiva

La primera representación es el “cuerpo fuerte” de lo hogares de menores ingresos. Ideal de cuerpo fuerte que se verifica en las formas, la postura y la actividad, seguramente relacionado con el valor de mercado del cuerpo ya que para los trabajos mano de obra intensivos que realiza este sector, un cuerpo esbelto no sería elegible por los empleadores.

Este cuerpo fuerte es una representación que mucho tiene de aspiración porque el sector de más bajos ingresos se enferma más, se atiende menos, se muere más y más joven que el resto.

Para alimentar a este “cuerpo fuerte” se necesita un tipo de alimentos, también “fuertes” como la carne, los fideos, etc. el principio de incorporación que los rige es que sean alimentos “rendidores” y esto quiere decir que sean “baratos”, “que llenen” y “que gusten”.

Analizando la base material de estas representaciones se observa que las canastas de los pobres efectivamente logran mayor cantidad de alimentos a menor precio: son baratas (aunque no nutricionalmente adecuadas porque ese sesgo hacia los alimentos de menor precio las desbalancea hacia panificados, harinas, papas, grasa, azúcar, yerba, etc. los productos más económicos y las vacía de carnes, frutas y verduras, lácteos industrializados, cuyos precios son mayores).

Llenan: Se componen de los alimentos que dan mayor sensación de saciedad (fideos, papas, panificados, carnes grasas, y azúcares). El mercado de los pobres, además, provee al “gusto pobre” con productos más grasos y azucarados a menor precio que los deconsumo indiferenciado masivo.

Además , de nada serviría que un alimento fuera barato y llenara si quedara en el plato y no se comiera porque no es rico. Sobre los alimentos rendidores han construido un “gusto de lo necesario” que hace que se prefiera lo que de todas maneras se estaría obligado a comer, admitiendo la monotonía como una virtud y protegiendo de la frustración de desear lo imposible.

Al comensal de otros sectores de ingresos, la “construcción social del gusto” le parece un imposible porque ve en este gusto la última y más recóndita expresión de su subjetividad. La idea de que se aprende a gustar como se aprende a hablar, internalizando las categorías de un grupo social que a todos nos antecede, resulta particularmente conflictiva.

Sin embargo debemos admitir que internalizamos las categorías de la cocina a través de los platos que se ofrecen en el hogar, platos que llegan a esa mesa por una particular combinación de posibilidades de acceso y representaciones del mundo que hace que “nuestra familia coma así”.

Y esa internalización de los platos que nuestra familia puede comer da forma a una gramática culinaria que enlaza ciertos sabores y ciertas combinaciones y nos une a los que tienen los mismos gustos y están en similares condiciones. Los gustos identifican a los que los comparten diferenciando y excluyendo a los que no lo hacen, y sus consecuencias cristalizan en tipos de alimentos, y combinaciones de sabores y texturas en platos que definen diferentes formas de comer, de vivir y de enfermar (en tanto la alimentación es un factor pre-patológico por excelencia [35].

Estos alimentos rendidores se consumen en forma de “comida de olla” la mejor opción para combinar pocas hornallas, poco menaje y poco tiempo de la mujer que al mismo tiempo es madre-cocinera-trabajadora y ama de casa. Esta comida de olla (guisos y sopas) se consumen en un tipo de comensalidad que trasciende a la familia y se abre a “los compañeros” porque donde la comida es un valor no se le niega a nadie un plato, todos los que están son bienvenidos.

Las comidas se estiran con agua y pan y los lazos se afianzan cuando se pasa a ser “como de la familia” marcando la solidaridad de la pobreza frente a la individualidad excluyente de los otros sectores.

Los comedores populares, repiten las mismas pautas de la comida “rendidora” es decir colectiva, monótona y saturada de hidratos y grasas. Para los comedores institucionales es importante seguir las pautas de alimentación del grupo porque no pueden pagar el precio del rechazo, por otro lado son efectivamente las comidas de menor precio. Pero el costo que pagan por no innovar, por no ofrecer alternativas, también es un costo social, porque la restricción del conflicto que significa no abrir el abanico de posibilidades impide repensar la comida y sus derivaciones.

Si las normas y valores son “capital social” estas instituciones asistenciales que cristalizan las representaciones populares sancionándolas como “la comida popular-institucional” ayudan a empobrecer el capital cultural porque clausuran opciones.

Habíamos dicho que el gusto encubre como individual un hecho social, pero vuelve a su matriz social cuando se analizan las consecuencias de este gusto que se observan por sus resultados en los cuerpos (y en sus patologías). La identificación positiva de sí mismos como “fuertes” y “francos” se transformará en “gordos” por el volumen y “brutos” por las maneras, en la mirada de los otros.

Ya que la base de la pirámide de ingresos también define por la negativa las cualidades que hay que tener para separarse, para no ser, no estar en el peor lugar de la escala social.

Debemos concluir que las restricciones alimentarias que encubren los alimentos “rendidores” forman dietas monótonas, restringidas a 22 productos, donde priman los hidratos y las grasas, el hecho que rindan por baratos, que llenan y que gustan hace que se repitan en las comidas de olla cotidianas generando dietas pobres sin los nutrientes necesarios y con excesos peligrosos.

Estudios nutricionales [36] señalan carencias de calcio y de hierro junto a vitaminas y minerales de alimentos protectores (frutas y verduras) cuyo precio, sensación de saciedad y gusto los convierten en cuasi exóticos en la canasta de los pobres. Esto tiene consecuencias, y se advierten en los cuerpos, más gruesos por el exceso de grasas e hidratos ricos en energía, y más bajos que el resto de la población, “acortados” que no han llegado a desarrollar el potencial genético de altura, desnutridos crónicos, con un déficit de talla marcado desde la niñez.

Estos “cuerpos fuertes” –dentro de su propio sistema clasificatorio- se convierten en “gordos” desde la mirada de los otros sectores, y “flojos”, cuando su debilidad no se correlaciona con su tamaño (gordos panza de agua).

Cuerpo lindo=alimentos ricos=comensalidad familiar

Para los sectores de ingresos medios la representación del ideal del cuerpo es la belleza de sus formas (identificada con la flacura). El principio de incorporación en la comida se basa en que “es rica”, representando las tendencias más estables del patrón alimentario rioplatense, aunque podamos identificar varios cursos de acción a la hora de comer, según pertenezcan a hogares empobrecidos, conservadores o innovadores.

Es el grupo que presenta la peor de las cargas porque sostener un cuerpo lindo (que en su expresión física es flaco) teniendo como principio de inclusión de los alimentos “lo rico” (identificado con las grasas, azúcares, pastas y carnes rojas) está cerca de ser una misión imposible.

Por eso son grandes consumidores de (cualquier tipo de) dietas que se viven como momentos de abstinencia entre atracones.

La comensalidad, en tanto, es familiar. La mesa es un altar donde las mujeres dejan su tiempo, su arte, su historia y su recuerdo. A este entorno valorizado tanto por la comida como por la situación se accede por invitación y luego de dar señales de pertenencia (un novio/a por ejemplo).

Frente al “todo se mezcla en el estómago” de los anteriores, en los platos y la mesa de los cultores del cuerpo lindo, rigen normas de separación estricta de alimentos, platos, servicio, texturas, bebidas, temperaturas y sabores.

La comensalidad familiar, real o simbólica, se supone patrimonio de este sector, frente a la comensalidad colectiva de los más pobres o la individual de los más ricos, el sector de ingresos medios se piensa a sí mismo como el último baluarte de la mesa familiar, aunque en esa mesa mande el televisor y las novelas costumbristas de la hora de la cena.

Cuerpos sanos=alimentos light=comensalidad individual

Rigen en el sector de mayores ingresos las representaciones del cuerpo “sano”, la que se identifica con la preocupación por estar delgados (igual que el anterior) que en este tiempo se asocia tanto a la estética como a la salud. Siguiendo este único principio de incorporación: alimentos light, preferirán productos sin grasas ( una verdadera lipofobia) y sin azúcar, organizadas en un tipo de comensalidad donde predominan los platos individuales, aún en comidas familiares.

Tarteletas, ensaladas compuestas, omellet, creps, tortillas, son platos individuales que se preparan siguendo el gusto o la necesidad de cada comensal. Y cada comensal debe comer lo que quiere o puede, poniendo del lado del sujeto la decisión de que comer y cuanto comer, porque la lógica del plato individual impide hacer un omellet con tres cuartos de huevo.

En este sector se comparte la mesa no necesariamente la comida, y en esto se diferencia radicalmente de los anteriores. Así podemos encontrar en una cena familiar, a la madre comiendo un plato según la dieta de saturno, al padre otro bajo en colesterol, un hijo con dieta para deportista de alto rendimiento y una hija vegetariana ovo-láctea.

Se comparte la mesa pero la comida es individual, cada uno ha elegido según su necesidad, gustos, creencias y con ellas deberá comer y más importante saber cuando dejar de comer.

Esta tendencia a posponer el placer en la comida, pensando en la salud futura hace que su consumo tenga la característica de un régimen de vida. Observamos una aspiración de controlar el cuerpo, (sus formas, su salud) a través de la dieta y la actividad física.

Ahora bien, basados en esta característica de diferir el goce, identificamos en este sector cierto valor moral adscripto a la elección y a la privación alimentaria (pudiendo comer hasta rodar eligen ser flacos) y al “trabajo” (en gimnasia, deportes, cirugías y arreglos corporales) ligados a la delgadez. Es justamente desde esta concepción del logro de un cuerpo sano como valor moral que se juzga negativamente al pobre gordo pobre que no puede otra cosa que serlo por las condiciones de su acceso.

Estos rasgos particulares de las representaciones de cada sector de ingresos se superponen a la crisis global de comensalidad que compartimos. Nuestra alimentación industrial nos inunda de productos atractivos pero insípidos, los alimentos “naturales” son una rareza, las manzanas son hermosas para mirar, pero saben a corcho al comerlas, además quién sabe qué productos han utilizado en su cultivo si aquí se comercializan sustancias que en otros países están recontra-prohibidas [37].

En todos los puntos cardinales encontramos lo mismo perdiendo las producciones y los sabores locales, en todos lados productos similares (cuatro tipos latas de tomates: enteros, puré, en trozos y condimentados), para los que puedan pagarlos.

Pero si bien la desconfianza y la baja de las cualidades gustativas nos identifica al mundo, la confianza en los “sistemas expertos” nos diferencia. Sospechamos que bajo la desinformación está la trampa ya que no podemos comparar el rotulado de nuestros alimentos (algunos expresan su fórmula en gramos, otros por porción, otros en porcentaje de las necesidades) sospechamos que el estado no controla y la industria solo busca su ganancia por lo que a nadie le interesa que sepamos qué comemos….sumando infiernos a los infiernos de la comida industrial.

Como en todo el mundo la representacion de la comensalidad visualizada en la mesa familiar está retrocediendo. Todos los sectores picotean, los pobres: pan frente a la bolsa, los otros: chocolate frente al kiosko o un mix de todo frente a la heladera.

La soledad del comensal moderno hace que se pueda comer solo en la mismísima mesa, cuando la familia en pleno se entrega durante la cena al consumo de las novelas (eso si costumbristas) de la noche televisiva. Así cada uno frente a su plato y frente al televisor, masificado en su soledad tecnológica, cumple con el vaciamiento de contenido de la mesa, donde no solo se servía comida sino historia, roles, socialización en fin, que formaba parte de la identidad, no como “materia de estudio” sino como “vivencia cotidiana” .

Comentarios sobre los otros, recuerdos, historias que se compartían con la comida y tranmitían “nuestra” manera de ver el mundo e interpretar la realidad, desaparecen o solo tienen lugar estimulados por alguna situación de los personajes y durante las tandas publicitarias (si es que no se hace zaping para buscar otra cosa).

Si la comida es las relaciones sociales que la cocinan, entonces parafraseando a Mafalda, estamos confundiendo alimentación con alimentaje.

Conclusiones y final esperanzado

Nuestra alimentación es el resultado de múltiples y complejas relaciones donde lo biológico y lo cultural se integran hasta el punto de hacerse inseparables. Hemos hecho un rápido recorrido por algunas de las principales transformaciones alimentarias para señalar que nuestro cuerpo actual ha cambiado muy poco los últimos 100.000 años siendo el producto de la adaptación de culturas de caza recolección a ambientes donde la norma era la alternancia de períodos de abundancia con períodos de escasez.

En estos ambientes aquellos que “podían llevarse puestas las calorías” en los tiempos de abundancia para gastarlas durante los periodos de escasez sobrevivieron mejor y legaron sus genes ahorradores a sus descendientes. Este patrimonio genético es ahora parte de nuestra realidad, aunque le toque desplegarse en otros contextos.

La segunda revolución alimentaria todavía está impactando en el cuerpo ahorrador ya que apenas nos hemos adaptado a la alimentación basada en cereales. Pero si los cambios corporales del pasaje de una alimentación rica en vegetales y carnes magras a otra basada en cereales y tubérculos junto a la carne de animales domesticados y seleccionados por su capacidad de generar grasas fueron enormes, más grandes fueron las transformaciones culturales, donde la aparición y apropiación sesgada del excedente agrario creo instituciones tan conocidas como la pobreza, la guerra, la estratificación social, o el estado.

Pasaron miles de años donde la subnutrición fue la condición (estadísticamente) normal del 90% de la humanidad, visualizada en la existencia de cocinas diferenciales (alta para los aristócratas, baja para los campesinos) y cuerpos diferenciales: ricos gordos y pobres flacos. Allí nuevamente nuestra biología ahorradora se presentó como adaptativa ya que el ambiente cultural era -para la mayoría- de gran escasez.

La tercera revolución alimentaria nos legará la transformación total del medio ambiente y un aumento extraordinario de la población y la producción, reinstalando la posibilidad de la opulencia alimentaria que generará un sinnúmero de nuevos problemas

La cultura ordenadora –la gastronomía- está en vías de desaparición, no porque falten los valores sino porque son tantos y contradictorios que el comensal queda sólo frente a la decisión sobre qué comer. En este contexto el aumento de enfermedades crónicas no transmisibles como la obesidad o la diabetes o los accidentes cardio-vasculares, claramente relacionadas con el estilo de vida, marcan nuestro tiempo.

Observando nuestro pasado vemos que la biología es la misma pero al desaparecer la cultura ordenadora aquellos mecanismos biológicos surgen super-activados por la modernidad transformando las ventajas adaptativas del pasado, convertidos ahora en hándicaps en el mundo urbano industrial.

Si no cambiamos nuestra manera de comer estaremos en la extraordinaria situación de ser una especie que se suicidó transformando en veneno sus alimentos y a nivel económico-ecológico, si no cambiamos los patrones de consumo de todos, de los que tienen y de los que no tienen, terminaremos devorando el planeta. Porque milenios de intensificación dieron por resultado el sueño de alimentos para todos (al menos teóricamente).

Ante la ingenuidad de las salvaciones individuales (la dieta sana, personalizada, etc,etc.) la magnitud de la crisis de la alimentación asume proporciones planetarias. Aunque son más visualizables sus efectos ecológico-económicos, también hay efectos en el plano simbólico de los consumos individuales (paradógicamente masificados).

De esta crisis de civilización donde está en jaque la estructura y la subjetividad, deberíamos salir en conjunto.

En el milenio que comienza, en un mundo más poblado (las versiones más optimistas nos sitúan en crecimiento inercial, el que comenzaría a revertirse a partir del 2050) más cálido y más comunicado, hay dos opciones que se perfilan claramente ( y seguramente montones de opciones que apenas se vislumbran).

Seguir como ahora, profundizando las diferencias, u optar por cambio de estilos de vida y patrones de consumo a escala global.

Nuestra originalidad en la crisis alimentaria global es haber creado un problema alimentario donde no lo había, con rapidez y estupidez en su realización. Analizando los componentes de la seguridad alimentaria en Argentina hemos señalado una crisis de acceso que se manifiesta por la caída de la capacidad de compra (aumento de los precios y retracción de los ingresos) en un contexto de políticas públicas asistenciales que no llegan a compensar las pérdidas.

En ese marco las estrategias domésticas que realizaron los hogares pudieron “acolchar” la crisis pero de ninguna manera revertirla. Para mejorar su acceso a la alimentación los hogares pobres diversifican sus fuentes de ingresos y de

abasto, cambian su composición y se autoexplotan. Apoyan sus elecciones alimentarias en representaciones del cuerpo como “fuerte” y principios de inclusión de los alimentos “rendidores” que condicionan sus elecciones hacia comidas “baratas, que llenan y gustan”.

De esta manera logran formar canastas alimentarias que optimizan sus decrecientes ingresos y les permiten llegar a fin de mes. Esta organización del consumo si bien es racional en términos costo-beneficio (en el sentido que al menor precio logran una canasta considerada satisfactoria) esto no quiere decir de ninguna manera que sea una canasta nutricionalmente adecuada.

Al contrario el fuerte sesgo de la búsqueda de volumen sostenido por los hidratos (pan, fideos, papas) saciedad (carnes grasas) y sabor (azúcares) coloca a los sectores de menores ingresos en una situación crítica desde el punto de vista nutricional.

La que, podemos prever, no se manifestará como desnutrición aguda sino como desnutrición crónica y obesidad. Porque debemos concluir que no comen lo que quieren ni lo que saben comen lo que pueden. Sus estrategias domésticas de consumo están sobredeterminadas por su condición ocupacional, nivel de ingresos, educación y por su acceso diferencial a mercados segmentados y a la asistencia social alimentaria.

En este marco se han formado prácticas y representaciones que si bien han demostrado cierto éxito en mantener el volumen de sus canastas de consumo están lejos de ser exitosas manteniendo su calidad.

Las consecuencias nutricionales de las estrategias de consumo, son formas diferentes de malnutrición, que han dado vuelta los cuerpos de clase de siglos anteriores y ahora los pobres son gordos y los ricos flacos. Pero esta es una gordura de la escasez, los hogares pobres suman las patologías por carencias a las patologías por exceso que se manifiestan como desnutrición crónica en los niños y obesidad en las mujeres.

Este es el límite de las estrategias de consumo, pueden moderar las crisis de acceso pero de ninguna manera pueden superarlas. De hacerlo hubiéramos descubierto que las humildes, repetidas y cotidianas prácticas de los hogares estarían en posición de suplantar al estado.


[1] Fischler, C. El (H)omnivoro. El gusto, La cocina y El Cuerpo.Anagrama . Barcelona 1995

[2] Baas,M.Wakefield,L. y Kolasa,K. Community Nutrition and Individual Food Behaviour. Burgess Press. Minnessota. 1979

[3] Gentileza Lic. Florencia Moranzzani

[4] Este capítulo está basado en : Aguirre,P. Del Gramillón al Aspartamo. Las transiciones alimentarias en el Tiempo de la Especie. Boletín Techint 306. Buenos Aires 2001.

[5] Eaton,B y Konner,M. Paleolitic Nutrition.New England Journal of Medicine 1985

[6] Leonard, W. Incidencia de la dieta en la Hominización. Investigación y Ciencia. 2003

[7] Braguinsky citando a Lev-Ran, 1999

[8] A pesar que es un proceso complejo, que asumió características propias en diferentes lugares, resumimos y simplificamos tomando los elementos principales en busca de lineamientos que nos permitan describir la transición alimentaria.

[9] Molleson. Investigación y Ciencia .1991.

[10] Harris.M. Vacas, Cerdos, Guerras y Brujas. Alianza. 1985

[11] Fischler.C. op cit.

[12] -cambio que tardaría inevitablemente una generación

[13] Bender.An End Use Analysis of Global Food Requirements. Food Policy N°19.1994

[14] Malthus, T.Ensayo sobre el Principio de la Población.(1era edición 1798). Taurus.Barcelona. 1985

[15] Ehrich, P. The Population Bomb. Claredon. 1968.

[16] Simon, Julian. The Ultimate Resource I .1981 y The Ultimate Resource II 1996.

[17] Mc Evedy y Jones. Atlas of World Population History. Allen Lane. Londres. 1979

[18] Naciones Unidas .1998

[19] Deevey, E. Scientific American. Septiembre 1960

[20] Smil, V. Energy in World History.- Boulder. Westview. 1994

[21] Sen, A. Hunger and Entitlement, 1982

[22] Sen. A. op.cit. 1982

[23] ONU 1989, art. 24

[24] CIN 1992 Roma , CIN 1996 Roma

[25] Aguirre,P.Que comen los Argentinos que Comen. Miño y Dávila, 2004 (en prensa)

[26] Flood, C. Gasto Publico Social Consolidado .M.Economía. 1994

[27] Secretaría de Planificación Económica 1992

[28] Torrado, S. Historia dela Familia en la Argentina Moderna. Ediciones de la Flor. Buenos Aires. 2003

[29] Calvo, E. Estudios Antropométricos en la Población Infanto Juvenil. MSAS. Buenos Aires. 1996

[30] Encuestas CONADE 1965, INDEC 1970,1985,1996

[31] Aguirre,P. Gordos de Escasez .Las consecuencias de la cocina de la pobreza.en La Cocina como Patrimonio (in) Tangible. Temas de Patrimonio 6. Sec.Cultura. Gob.Ciudad deBuenos Aires.2002.

[32] En el arroyo Las Piedras (S.F.Solano, Quilmes) , un análisis realizado por CONICET arrojó contaminación con nitritos, nitratos, arsénico y aún un mineral radioactivo como el Celsio.

[33] Becker, G. Tratado sobre la Familia. Alianza Universidad .1981.

[34] Aguirre,P. Que Comen los Argentinos que Comen. 2004

[35] Bourdieu.P.La Distinción.Criterios y bases sociales del gusto. Taurus.1980

[36] Calvo,E.Longo,E.Aguirre,P.Britos,S. Actualizaciones sobre Anemia. MSAS-UNICEF 2001

[37] Al momento de esta redacción Europa ha rechazado el 40% de la producción de miel por contener nitrofuranos. La contaminación se habría producido por la utilización de un medicamento prohibido desde 1995, pero que se seguía comercializando y fue utilizado en la desinfección de las colmenas.

Todas y todos a marchar el 16 de enero. BRRP. 7 de enero de 2022

El 16 de enero, los movimientos populares y sociales reivindicaremos los Acuerdos de Paz y protestaremos contra las políticas del gobierno, que están deteriorando las condiciones de vida de la población salvadoreña.

A partir de las 8 a. m. habrá dos puntos de concentración para la salida de las marchas: a) la emblemática “Plaza de la Resistencia” en el Parque Cuscatlán, sobre la Alameda Roosevelt, y 2) desde el IBDES; sobre la Diagonal Universitaria.

De esos puntos se marchara hacia la Plaza Gerardo Barrios, donde se desarrollará un programa cívico-cultural, de conmemoración y reivindicación de los Acuerdos de Paz, y de denuncia de las antipopulares políticas del régimen de Bukele.

Marchamos para conmemorar y reivindicar los Acuerdos de Paz

Conmemoramos el acontecimiento histórico del 16 de enero de 1992, cuando el pueblo le puso fin a la dictadura militar que perduró durante sesenta años e inició un proceso de democratización que marcó una nueva etapa en la vida política del país.

Con los Acuerdos de Paz s creo una institucionalidad democrática. Se transformaron los sistemas judicial y electoral, se disolvieron los represivos cuerpos policiales, se depuró el ejército, se reformó la doctrina militar de la Fuerza Armada y se crearon la Policía Nacional Civil y la Procuraduría para la Defensa de los Derechos Humanos. El viejo régimen represivo y dictatorial fue desmontado y el pueblo conquistó las libertades de expresión, organización, movilización y participación política, así como el respeto a los derechos humanos.

Hoy, a 30 años de los Acuerdos de Paz, esas conquistas históricas están amenazadas por el régimen dictatorial que preside Nayib Bukele. Hay retroceso en la democracia, perdida de libertades, persecución política, ataques a la prensa,  a sindicatos y a líderes religiosos, imposición de fiscales y jueces en la administración de justicia, pacto con pandillas, misoginia y desmontaje de conquistas y logros de las mujeres y los grupos organizados.

El gobierno está destruyendo las instituciones democráticas y montando un sistema de corrupción, abuso de poder e impunidad. El régimen está peleado hasta con la historia salvadoreña; ha llegado al extremo de decir que la guerra y los Acuerdos de Paz  fueron una “farsa”. Por eso, nuestra actividad es de reivindicación de los Acuerdos de Paz y de revaloración de su vigencia frente a los desmanes antidemocráticos del presidente Bukele.

Marchamos para protestar contra las políticas y leyes antipopulares de Bukele

El pueblo salvadoreño ya siente la crisis y el deterioro en su condiciones de vida: la canasta básica esta cara, igual las tarifas de energía eléctrica,  el gas, los combustibles y los insumos agropecuarios. Hay una nueva ola de despidos de empleadas y empleados públicos, el Plan de Control Territorial es uan farsa, se aprobó la absurda (ley) que legaliza el bitcoin, una ley privatizadora del agua y una ley de expropiación de terrenos, mientras se archivan propuestas de leyes que defienden los derechos de las mujeres y otros grupos vulnerabilizados. Además, el país sufre la mayor ola migratoria de que se tiene registro.

Con este Gobierno, El Salvador camina al abismo. Solo le pueblo puede salvar al pueblo. #EL16MARCHAMOS

San Salvador, 7 de enero de 2022

Los Acuerdos de Paz y la disputa por el imaginario popular en El Salvador. Roberto Pineda, 11 de enero de 2022

La conmemoración del 30 aniversario de los Acuerdos de Paz de enero de 1992,  se ha convertido en una abierta disputa ideológica, entre diversos proyectos políticos en pugna, por conquistar el imaginario popular, el sentido común  sobre el significado histórico de estos acuerdos y su vigencia.

Este trigésimo aniversario de estos acuerdos, transcurre en el marco de la fase de entronización de un nuevo sistema político,  que inicia en 2019 y se caracteriza por ser un régimen político autoritario y populista, que responde los intereses de un nuevo bloque de poder, dirigido por el presidente Nayib Bukele.

Asimismo, se da en un contexto en el que las principales fuerzas políticas que impulsaron tales acuerdos de paz en 1992, y que luego gobernaron por treinta años, los partidos ARENA y FMLN, se encuentran en una situación de profunda debilidad política, ideológica y ética.  

A continuación hacemos un breve recorrido histórico por la evolución del imaginario popular, el significado de los Acuerdos de Paz de 1992, y la actual situación de disputa ideológica y política.

La evolución del imaginario popular

Desde el surgimiento a principios del siglo pasado, de un movimiento popular emancipador, ubicado en la izquierda, con sus propias reivindicaciones y símbolos, se abrió una brecha en el orden social, en particular en el orden simbólico de naturaleza liberal y oligárquica.

Desde entonces existe una ruptura en el orden simbólico. Mientras el orden liberal oligárquico celebra la continuidad de la dominación, las fuerzas de la transformación social celebran sus propias gestas emancipadoras y veneran sus propios héroes.

Cada fuerza trata de construir e imponer su visión y de ridiculizar y desplazar hacia el olvido la narrativa enemiga. Esto es lo que pretende el proyecto Bukele con relación a los Acuerdos de Paz de 1992.

Veamos dos ejemplos, el uno en 1894 y el otro en 1919.

Como Ciudad Heroica calificaron a Santa Ana los exilados de la oligarquía que ingresaron desde Guatemala en 1894 para derrocar al régimen de los Ezeta. Cuenta la leyenda que estos 44 “demócratas” atrincherados en la barranca Santa Lucía,  atacaron y se tomaron el cuartel de artillería. Esta gesta oligárquica pasó a formar parte del imaginario popular y fue motivos de celebraciones por varios años. La oligarquía logró cautivar y colonizar así el imaginario popular.

A contrario sensu, en 1919 los sastres realizan la primera huelga exigiendo reivindicaciones económicas,  pero rompiendo con el orden patronal que promovía la “concordia” entre obreros y dueños de talleres. La derecha los acuso de desestabilizadores, de fomentar el desorden público.  

Pero así comienza el largo esfuerzo por educar políticamente a los trabajadores en los caminos de la lucha de clase, por organizar, influenciar y movilizar a los sectores populares. 

Desde entonces, esta disputa ha ido creciendo. Los sectores dominantes, en sus diversas expresiones, necesitan construir y promover sus relatos de victoria, que justifiquen su dominación.

Y es por esto que se celebró con un te deum en Catedral la derrota del levantamiento indígena-campesino del 22 de enero de 1932*, la salida del General Martínez el 8 de mayo de 1944, la “revolución de los mayores” del 14 de diciembre de 1948; la Constitución de 1982 que reconoció el pluralismo ideológico; la victoria electoral de ARENA en 1989  y los Acuerdos de Paz de enero de 1992.

*Fue hasta el 22 de enero de 1980, casi cincuenta años después, que el movimiento  revolucionario pudo reivindicar públicamente con una multitudinaria marcha, la insurrección indígena-campesina de 1932.

En el caso de los sectores populares, entre sus gestas principales se encuentra el levantamiento de enero de 1932, las jornadas de abril y mayo de 1944 contra el General Martínez, la Guerra Popular Revolucionaria de 1980 a 1992, la conmemoración del martirio de Monseñor Romero, los Acuerdos de Paz de enero de 1992 y la victoria electoral del FMLN en 2009.

Hay situaciones en el orden simbólico que asumen un carácter nacional, en las cuales participan en la celebración tanto sectores populares como  sectores oligárquicos, y cuando esto sucede, el peso de tales celebraciones y su incorporación al imaginario popular es mayor. Tal fue el caso de las jornadas de abril y mayo de 1944, así como de los Acuerdos de Paz del 16 de enero de 1992.

Y esto explica la necesidad del régimen de Bukele de pretender desplazar del imaginario popular los Acuerdos de Paz de 1992,  calificarlos como una “farsa” para poder construir su propia narrativa a partir de su llegada al gobierno en 2019.

Su éxito o fracaso va depender de la capacidad de los sectores afectados en mantener esta narrativa y vincularla directamente, en la calle y en el debate público, a la lucha por la defensa de las libertades democráticas, amenazadas fuertemente por el proyecto político de Bukele.

El significado de los Acuerdos de Paz de 1992

Los Acuerdos de Paz de enero de 1992 marcan el fin del conflicto armado que duró doce años, así como la desaparición de la dictadura militar que había gobernado durante sesenta años.

Inician el proceso democrático más prolongado y profundo vivido por la sociedad salvadoreña, mediante un  sistema político bipartidista, en el cual ARENA y FMLN se distribuían periódicamente el control del aparato de estado, con el claro compromiso de no realizar cambios en el orden económico oligárquico.

Los Acuerdos de Paz de 1992 significaron el desplazamiento de la Fuerza Armada como principal actor político y la emergencia de los partidos políticos, como los únicos instrumentos autorizados constitucionalmente para acceder al poder.

Asimismo comprenden la apertura de un amplio sistema de libertades públicas, y la creación de una nueva institucionalidad democrática,  mediante un conjunto de reformas constitucionales, que incluyeron una nueva doctrina militar, reforma judicial y electoral, la creación de la Policía Nacional Civil y de la Procuraduría para la Defensa de los Derechos Humanos.

Los nuevos escenarios de disputa

Hoy la institucionalidad creada y las conquistas democráticas alcanzadas por los Acuerdos de Paz de 1992 se encuentran amenazadas. Y desde septiembre del año pasado el movimiento popular y social se encuentra pie de lucha por la defensa de estas libertades. Este 16 de enero, mediante la movilización popular se escribirá en las calles capitalinas, otra página de esta lucha.

Esta amenaza se manifiesta mediante el control que el partido Nuevas Ideas, como principal instrumento del proyecto político del presidente Bukele, ejerce sobre diversas ramas del aparato de estado. Y es desde estos espacios institucionales que se promueven campañas y se toman decisiones que vulneran las libertades democráticas conquistadas mediante los Acuerdos de Paz de 1992.

El desafío histórico planteado en esta situación es el de revertir y derrotar esta tendencia autoritaria del proyecto Bukele, y esto pasa por la necesidad de recomponer y reactivar el movimiento popular y social, así como reivindicar los Acuerdos de Paz de 1992, como momento de avance histórico en el largo camino hacia la construcción de un nuevo El Salvador,  democrático y justo. 

El marxismo latinoamericano y la dependencia. Jaime Osorio

ESTE CAPÍTULO interpreta el desarrollo de la teoría de la dependencia, al tiempo que postula una evaluación del desenvolvimiento de dicha temática, de sus etapas, aportes y contradicciones. Se da prioridad al estudio de cómo desde el marxismo se abordó el problema, citando aquellos autores que han concentrado la atención de la crítica, que son más polémicos o que más han aportado a los temas en discusión.

El inicio y sus razones históricas

En la segunda mitad de los años sesenta y los inicios de los setenta, los puntos más altos del desarrollo de la teoría social en América Latina estuvieron directamente relacionados con la problemática de la dependencia. La incorporación de esta noción al campo del marxismo fue uno de los elementos que potenciaron el avance de las ciencias sociales en esos años.

La  apropiación  por  el marxismo  de  la  categoría  “dependencia”  no  fue un proceso fácil ni exento de contradicciones. Por el contrario, sólo después de una década de discusiones, avances y retrocesos, se logra romper con el cordón  umbilical  heterodoxo que  caracteriza  su  nacimiento  en  América Latina.

Dos grandes procesos marcan la historia y el curso de las ciencias sociales latinoamericanas en los años sesenta. Ambos, con raíces totalmente contradictorias, están en la base de los fenómenos que generaron los estudios de la dependencia y el curso  de estos  análisis. El primero  de ellos es la  Revolución cubana, que se constituyó en uno de los principales parámetros en las definiciones teóricas y políticas del continente en la época.

El proceso cubano, en lo que aquí nos preocupa, tuvo como efecto profundizar la crisis política y teórica del  marxismo ortodoxo prevaleciente en América Latina. Éste poco había aportado, en las décadas previas a la gesta cubana, a la interpretación de los problemas fundamentales del capitalismo latinoamericano.[1]

La Revolución cubana, más que 1,000 documentos, puso en evidencia lo anquilosado y estéril de dichas reflexiones, abriendo las puertas para una nueva reflexión sobre la realidad latinoamericana a partir del marxismo. Es en este marco que los estudios marxistas de la dependencia hacen su entrada en las ciencias sociales de América Latina.

Otro factor que incide en el surgimiento de la dependencia, como temática de análisis en las ciencias sociales latinoamericanas, es la creciente integración del proceso productivo de las economías de América Latina con el capital extranjero, en los años cincuenta y sesenta, fenómeno que agudiza las contradicciones sociales en la región.

Este proceso pone fin a las ilusiones de un capitalismo autónomo y al carácter democrático y progresista de la burguesía industrial, lo que hizo entrar en crisis la reflexión de los intelectuales que dieron vida a la llamada “teoría del desarrollo[2], y provocó fisuras teóricas en el seno de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL)[3], proceso que radicalizará la noción de dependencia.

Exogenistas y endogenistas: una falsa disyuntiva

En su versión latinoamericana, la dependencia es asumida en las concepciones iniciales como un fenómeno externo: se entiende que las economías de la periferia están subordinadas y dependen de las decisiones y vaivenes que suceden en el centro desarrollado.

Así, se señalará, por ejemplo, que por la crisis de 1929, América Latina sufre el agotamiento de su modelo primario-exportador, o que por razones de la Segunda Guerra Mundial, la zona se ve en la necesidad de iniciar la sustitución de importaciones, lo que provocará nuevas formas de subordinación frente a las metrópolis. El entorno termina por alterar el funcionamiento de la economía latinoamericana. Pero la noción de dependencia no permite analizar el comportamiento de estas economías y los factores que desde dentro reproducen el subdesarrollo.

Estos análisis, entre los que se ubican los trabajos de la  CEPAL[4] los podemos caracterizar como “exogenistas”, en tanto no establecen la relación de los factores externos con los internos al analizar el “atraso” de América Latina. No aparecen los elementos que “internalizan” la dependencia.

Como contrapartida a estos análisis, y en particular a los análisis marxistas sobre el tema, surgirán corrientes teóricas que, definidas como antidependentistas, llamarán particularmente la atención sobre los elementos internos para explicar el subdesarrollo, inclinando la balanza al lado contrario.

Estas corrientes “endogenistas” intentarán explicar las especificidades del desarrollo capitalista latinoamericano a partir del análisis de las relaciones de producción vigentes, de la articulación que éstas establecen con las fuerzas productivas, en las modalidades de la explotación, etcétera, sin comprender que estos aspectos, una vez inscrita América Latina en los circuitos del comercio internacional, sólo se pueden explicar a la luz de las vinculaciones de la zona con el mercado mundial.

En pocas palabras, el capitalismo en América Latina no fue el simple resultado  de  la  maduración  de  las  fuerzas  productivas  y  de  las  relaciones  de producción, sino que la inserción de  la región en la expansión del mercado mundial capitalista jugó un papel clave en su gestación.

El sistema mundial y América Latina

Uno de los problemas presentes en los debates si América Latina era feudal o capitalista entre los siglos XVI y XIX estaba relacionado con la unidad de análisis considerada. ¿Cuál debía ser esa unidad? ¿América Latina aislada, y sus relaciones sociales internas? ¿El sistema mundial, desconociendo las relaciones sociales internas?

Al mantenerse el debate en esta polaridad, las corrientes en disputa “veían” procesos distintos.

Las necesidades de incrementar la masa de metales preciosos, materias primas y alimentos llevaron a los colonizadores españoles y portugueses y a la oligarquía local, una vez realizados los procesos de independencia, a implantar modalidades serviles de explotación, así como a importar mano de obra esclava.

Para quienes miran el problema desde las necesidades del sistema mundial capitalista en ascenso, como André Gunder Frank e Inmanuel Wallerstein, quien se inserta en estos debates en años posteriores, América Latina es capitalista porque su producción está incidiendo en favorecer el avance de ese sistema a nivel planetario.

En rigor, la CEPAL, en sus trabajos iniciales, de la mano de Raúl Prebisch, no habla de “dependencia”, sino de economías periféricas.

Pero para quienes miran el problema desde las relaciones de producción internas, como Laclau, Sempat Assodourian y otros[5], América Latina es feudal o a lo menos precapitalista, por el peso de las relaciones serviles y esclavistas en su interior.

El problema de este diálogo de sordos derivaba de mirar separadamente uno u otro aspecto: el todo llamado sistema mundial o la parte llamada América Latina. Una vía de solución es analizar el fenómeno conjuntamente y allí aparece un problema paradójico: mientras América Latina pasa a jugar un papel clave para el avance y consolidación de una nueva organización reproductiva mundial, el capitalismo como sistema, lo hace reproduciendo en su seno no relaciones capitalistas, sino modalidades atrasadas de explotación. Es allí donde se conjugan de manera simultánea lo “arcaico” y lo “moderno”.

El problema pasaba por encontrar una perspectiva que integrara ambas perspectivas y las categorías que dieran cuenta de la novedad, pero no como “deformación”, al compararla con las características económicas o políticas de algún modelo (el llamado mundo desarrollado), sino como una forma original y particular de organización capitalista, distinta a otras formas posibles.

En definitiva, el problema no se lograba resolver si se tiene en la mira simplemente el sistema global: pero tampoco se entiende si se tiene enfrente sólo a América Latina, separada de los movimientos del sistema mundial en ascenso. Junto a una teoría del sistema mundial capitalista era indispensable entonces una teoría del capitalismo dependiente.

Las primeras reflexiones de la CEPAL constituyen una ruptura con las visiones teóricas del comercio internacional, que daban por supuesto que cualquiera que fuese la especialización en donde se contara con ventajas comparativas de una economía, el comercio internacional propiciaría el desarrollo, con lo que se daba por supuesto que para América Latina no era problema proseguir con la producción de materias primas y alimentos.

Frente a ello la CEPAL plantea la necesidad de industrializar la región, como forma de revertir el deterioro en los términos de intercambio que provocan las disparidades de productividad, y retener así, los frutos del progreso técnico.

En estas primeras formulaciones de la CEPAL la economía internacional es vista como una organización heterogénea, articulada entre centros y periferias.

Los primeros alcanzan ventajas de sus adelantos en materia de productividad, en tanto los segundos sufren transferencias de valor hacia las economías centrales. Estas formulaciones constituyeron en su momento verdaderas rupturas con los planteamientos predominantes en la época.

A comienzos de los años sesenta, cuando el proceso de industrialización latinoamericano ha recorrido un camino significativo, y no se logran los resultados esperados, sino que, por el contrario aparecen nuevos problemas, la  CEPAL comienza a poner atención en el tema de las reformas.

La rápida constitución de grupos monopólicos, resultado de la asociación de capitales locales con extranjeros, y la incapacidad de la industria local de crear empleos, con lo que crece la masa de pobres que se concentran en las grandes ciudades, dando vida a los estudios de la llamada “marginalidad”, ponen de manifiesto la necesidad de pensar los problemas en otros términos.

Esto propicia que al interior de  CEPAL se dé inicio a un proceso de revisión de sus visiones primigenias, lo que llevará a una segunda ruptura, pero ahora al interior mismo de la CEPAL. El tema de las particularidades del capitalismo periférico o dependiente tiende a convertirse en un tema central de reflexión.

El espacio principal de estos nuevos enfoques toma asiento en el Instituto Latinoamericano de Planificación Económica y Social (ILPES), organismo dependiente de CEPAL, creado en 1962, y que logra reunir –a diferencia de CEPAL, en donde predominan los economistas– a científicos sociales provenientes de diversas disciplinas sociales, como resultado de la percepción de que los problemas del (sub)desarrollo requerían de visiones multidisciplinarias.

Es en este contexto que Fernando Henrique Cardoso y Enzo Faletto escriben Dependencia y desarrollo en América Latina,[6] publicado en México en 1969, pero que circuló como material interno del ILPES desde 1966. La vinculación de lo externo y lo interno en los análisis de la dependencia, que abrirá fructíferas perspectivas, adquiere en el trabajo de Cardoso y Faletto una de sus primeras expresiones.

Allí se plantea que “el concepto de dependencia […] pretende otorgar significado a una serie de hechos y situaciones que aparecen conjuntamente en un momento dado y se busca establecer por su intermedio las relaciones que hacen inteligibles las situaciones empíricas en función del modo de conexión entre los componentes estructurales internos y externos” (pp. 19-20).

Visto en perspectiva, el libro de Cardoso y Faletto expresa la  confluencia entre una reflexión que apunta a romper con la visión teórica y metodológica desarrollada por  la CEPAL, y el pensamiento  marxista  que  hace de  los  estudios  de la dependencia su objeto sustancial de análisis. Esta situación permite a los autores superar diversas limitaciones y abrir horizontes a la discusión de significativa importancia.

Sin embargo, no se logran abandonar  totalmente los lastres del  campo  intelectual  que  se  buscan  superar.  En  los  trabajos  de  la CEPAL a esa fecha, uno de los rasgos más  notorios lo constituía el énfasis en los elementos económicos como aspectos explicativos del subdesarrollo.

Pero hablamos  de un énfasis  económico,  no de un enfoque de economía política, por lo que dichos análisis, al desligarse de las clases y su gestión, se limitaban a  la consideración de  las variables  “técnicas”  del atraso  y los  desequilibrios.

Cardoso y Faletto enfrentan esta situación otorgando al análisis de las clases y sus alianzas una significativa importancia. Sin embargo, en palabras de Vania Bambirra, “lo económico está presente en este estudio sólo como un marco muy general, a partir del cual se desarrolla un análisis esencialmente sociológico”; esto es, que lo económico importa sólo en cuanto define los patrones estructurales, mientras el estudio se centra en “la acción de los distintos grupos” tomados desde el punto de vista sociológico […] [lo que] no permite revelar en toda su complejidad la gama intrincada de la acción de los diversos grupos y clases sociales que actúan en función de intereses económicos objetivos, cuya imposición exige la lucha por la hegemonía política[7].

La importancia de Fernando H. Cardoso en el desarrollo de la teoría de la dependencia supera con mucho el trabajo que comentamos. Más allá de la amplia difusión que el libro citado ha tenido, creemos que su ensayo “Comentarios sobre  los conceptos de sobrepoblación relativa y marginalidad,”[8] en polémica con José Nun[9], constituye su más valioso aporte a los problemas que aquí nos ocupan.

Apoyado en una rigurosa conceptualización y en la comprensión de la dinámica de la acumulación y sus repercusiones sobre la población obrera, Cardoso critica agudamente los supuestos althusserianos y funcionalistas presentes en la obra de Nun. Cabe hacer notar que los estudios de la llamada “marginalidad” ganaron creciente atención en los años sesenta, siendo fuertemente influidos por visiones eclécticas.

Dependencia y marxismo

En el marxismo, la reflexión desarrollada en torno a la dependencia no partió de cero; se apoyó en diversos trabajos que se habían realizado en años previos y que tenían como denominador común negar el carácter feudal de la formación social latinoamericana.

Un  trabajo  pionero  en  este  sentido  es  el  libro  de Sergio Bagú, Economía de la sociedad colonial: ensayo de historia comparada de América  Latina,  publicado  en  1949[10]. Los  trabajos  iniciales  de  André  Gunder  Frank, donde criticaba la teoría del desarrollo y las tesis de una América Latina feudal, se ubican de lleno en la nueva corriente en torno a la dependencia, y constituyen un “parteaguas” fundamental para el tratamiento de la temática[11].

Posteriormente aparecerán nuevos estudios que inciden en el mismo problema, en particular “América Latina: ¿feudal o capitalista?”, de Luis Vitale,[12] publicado en 1966, y el ensayo de Rodolfo Stavenhagen, “Siete tesis equivocadas sobre América Latina”,[13] que ganó enorme difusión al sintetizar varios de los principales puntos en discusión.

Algunas de las tesis que levanta la nueva corriente marxista frente al marxismo endogenista y frente a las concepciones desarrollistas pueden sintetizarse así:

• El capitalismo latinoamericano es un capitalismo específico y en su desenvolvimiento sigue una legalidad que no es la del capitalismo llamado industrial o desarrollado.

• El subdesarrollo y los desequilibrios de las sociedades latinoamericanas son una resultante de la expansión mundial del capitalismo y de la reproducción de éste en su interior

• El rezago y los desequilibrios de la formación latinoamericana son, por tanto, el resultado de un capitalismo  sui generis y no simplemente producto de una insuficiencia capitalista.

•  Por ello, más que alcanzar las metas y peldaños de las economías industriales, se recorre un camino diverso de profundización del subdesarrollo, con sus manifestaciones de opulencia y modernizaciones sobre un mar de miseria y atraso.

En manos de intelectuales que reivindican el marxismo como su cuerpo teórico y metodológico de análisis, los estudios sobre la dependencia pusieron en primer plano la reproducción  del atraso y del subdesarrollo en las formaciones sociales latinoamericanas.

Sin embargo, dichos estudios continuaron presentando por un largo periodo diversos lastres de su pasado, el cual se negaba a desaparecer. Si bien se superaban muchas de las limitaciones anteriores, predominó en ellos un sesgo  sociologista  y  descriptivo,  sin  poder  avanzar  en  las  leyes  económicas  que permitieran  explicar  las  particularidades  del capitalismo dependiente. 

Por estas razones, durante algún tiempo tendió a ser más claro el corte en el plano político que en el plano propiamente teórico con el legado pre marxista del estudio.

Pero esta situación no implicó un estancamiento. Por el contrario, los análisis de la dependencia no sólo ganaron en profusión, ampliando enormemente el campo de problemas abordados desde la nueva perspectiva, sino también en rupturas con el pasado.

Uno de los autores que más ayudaron a definir, en el plano teórico y metodológico, el nuevo objeto de estudio, fue el sociólogo brasileño Theotonio Dos Santos.

Sus críticas a la teoría del desarrollo y sus formulaciones sobre las diversas “formas de dependencia”, permitieron mostrar que el estudio de esa problemática era un camino indispensable de análisis. Su libro  Imperialismo y dependencia[14], editado muy posteriormente, recoge buena parte de los mejores trabajos desarrollados en esta época, junto a estudios más recientes sobre el  imperialismo y  la crisis mundial capitalista,  temas hacia los  que  desplazó su atención.

Iguales méritos corresponden a Vania Bambirra, también una de las precursoras de esta nueva corriente marxista. Al criticar la tipología propuesta por Cardoso y Faletto entre economías de enclave y economías con control nacional del proceso productivo, desde aspectos metodológicos hasta aspectos de contenido, en su libro El capitalismo dependiente latinoamericano[15].

Bambirra propone una nueva clasificación de los países latinoamericanos en función del tipo de estructura productiva que presentan en el momento de la integración monopólica que se produce con posterioridad a la Segunda Guerra Mundial. Allí establece dos tipos: 1. Estructuras diversificadas, en las cuales aún predomina el sector primario exportador, existiendo, sin embargo, un proceso de industrialización en expansión, y 2. estructuras primario-exportadoras, cuyo sector secundario estaba compuesto casi exclusivamente por industrias artesanales (cfr. p. 23).

El análisis de los diversos tipos propuestos, en particular el de los países “tipo A ” (estructuras diversificadas): Argentina, México, Brasil, Chile y Uruguay, constituye un valioso avance en la caracterización de las formas que asumían las formaciones sociales dependientes.

En este estadio del desarrollo de la teoría de la dependencia, fueron los trabajos de André Gunder Frank los que se constituyeron en el centro de la crítica  de las corrientes antidependentistas, tanto del marxismo endogenista como de la historiografía económica marxista y no marxista, así como de los teóricos desarrollistas.

Esto no fue casual. En Frank se sintetizaron con mucha claridad los elementos que definían la teoría marxista de la dependencia en ese momento.

Sus formulaciones sobre la especificidad del capitalismo latinoamericano se  topaban con las dificultades de encontrar las herramientas teórico-metodológicas y los conceptos que pudieran dar cuenta de la situación, problema que en Frank queda de manifiesto en su más comentado trabajo, “El desarrollo del subdesarrollo capitalista en Chile”[16], en el que formula la relación metrópoli-satélite como base de la expropiación del “excedente económico” a que se asiste en el sistema capitalista.

Por otra parte, la conclusión de que la única vía real de solución para los pueblos del continente se encontraba en el socialismo, constituía piedra de escándalo para los pensadores no marxistas y para los impulsores de la revolución por etapas.

Apoyado más en geniales intuiciones que en un bagaje teórico riguroso, el trabajo de Frank apuntó a problemas claves y a líneas políticas precisas[17].

Así, por ejemplo, su hasta hoy válida fórmula del “desarrollo del subdesarrollo” sintetizaba agudamente la profundización de los desequilibrios y los atrasos de América  Latina  respecto  de  las  economías  industriales,  en  tanto  se  siguiera una vía capitalista de desarrollo, pero al extender históricamente la situación de dependencia de América Latina a los momentos de la conquista, confundía a aquélla con la situación colonial.

Ante las debilidades del análisis y las provocativas tesis políticas, no fue extraño que desde distintos bandos se cuestionaran los planteamientos de Frank.

A pesar de las limitaciones antes indicadas, creemos que Frank es quien mejor sintetiza esta primera asunción del enfoque de la dependencia por parte del marxismo latinoamericano, en un esfuerzo intelectual que no logra resolver de un solo golpe –y tales sucesos no ocurren en el plano teórico– los diversos problemas de su desarrollo.

Nuevo estatuto teórico de la dependencia

Uno de los principales problemas del nuevo marxismo en los años sesenta fue su incapacidad para avanzar en una economía política de la dependencia, cuestión que en parte se explica porque la mayoría de los teóricos de esta corriente eran sociólogos o provenían de escuelas ajenas a la economía política.

Tal era el caso de Dos Santos, Frank, Bambirra, Vasconi, etcétera. Igual situación prevaleció en los análisis de Cardoso y Faletto. El débil desarrollo de esta disciplina provenía de décadas anteriores en el marxismo latinoamericano, en el que la historiografía económica predominó por sobre los análisis propiamente económicos. Ellos fueron patrimonio de corrientes no marxistas, como en el caso de los trabajos de la CEPAL.

Esto no constituía un problema menor en el tema que nos ocupa, ya que marcó los límites a los cuales podía arribar el marxismo latinoamericano en la exploración de las raíces de la forma dependiente de desarrollo. El problema tenía su nudo en el campo económico, y es allí donde había que encontrar los fundamentos del subdesarrollo. La explicación necesariamente debía realizarse en el plano de la economía política, como base para posteriores estudios que dieran  cuenta  de  los  fenómenos  del  Estado,  las  clases,  la  política,  etcétera.

Sólo una economía política de la dependencia podía gestar la comprensión de la legalidad vigente en la producción y reproducción del capitalismo latinoamericano.

Los autores anteriores incursionan en el campo de la economía, pero tales avances sólo sirven para acompañar tangencialmente el análisis sociológico, o se realizan con base en categorías que dificultan la cabal comprensión del problema.[18]

Curiosamente, y como una prueba más de las debilidades de la economía marxista  latinoamericana,  va  a  ser  un  sociólogo,  Ruy  Mauro  Mariniel  que formulará las bases de la economía política de la dependencia, marcando con su libro,  Dialéctica  de la dependencia[19], el corte en el proceso de transición de una categoría que, surgida en un campo teórico ajeno al marxismo, asume un estatuto teórico marxista.

En  Dialéctica de la dependencia, el marxismo latinoamericano alcanza su punto más alto en tanto formulación de las leyes y tendencias que engendran y mueven al capitalismo  sui generis llamado dependiente.

Esto se alcanzaba luego de una década de arduos estudios y discusiones sobre el tema.

A pesar de la necesidad de caminar en esa línea, ya que el trabajo de Marini, por su nivel general, no incursiona en el examen de situaciones particulares que permitirían introducir cierto grado de relativización en muchas de las afirmaciones, llama la atención la esterilidad presente en la economía política producida con posterioridad a dicho libro.

En este sentido, el trabajo de Marini es pionero y sólo ha tenido alguna continuidad en otros ensayos que también la pertenecen “Plusvalía extraordinaria y acumulación de capital” y Las razones del neodesarrollismo.”[20]

Como ocurre en el trabajo de Frank, en donde el concepto de “excedente económico”, elaborado por Paul Baran, juega un papel clave.

En trabajos posteriores, Marini introduce nuevos elementos en el desarrollo de la teoría de la dependencia, en particular en lo que se refiere al peso que asume la producción de plusvalía extraordinaria en la economía latinoamericana.[21]  

Luego de su publicación, las tesis de Dialéctica de la dependencia concentraron en el corto plazo la atención de los científicos sociales de la región, y las posiciones críticas desde diversos ángulos no se hicieron esperar. Así, Cardoso y Serra, y Castañeda y Hett[22], plantearon un juicio común: el análisis de Marini es marcadamente economicista, desconociendo los críticos una de las deficiencias más notables del marxismo latinoamericano: su débil desarrollo en la economía política.

En este tipo de crítica se hace palpable el sociologismo reinante en las ciencias sociales latinoamericanas, en donde las esferas social y política adquieren tanta autonomía que se explican a sí mismas, dejando de lado la incidencia de la economía en la definición de los procesos sociales. Se fundamentan, sin embargo, en un problema real: el grosero estructuralismo económico prevaleciente en el marxismo vulgar, en donde la infra lo explica todo.

Arrancando de las visiones sociologistas, se plantea que en los análisis económicos de Marini no aparecen las clases sociales ni la lucha de clases. Son lasmismas confusiones de quienes creen que el análisis de las clases en El capital de Marx sólo se inicia en el capítulo LII del tercer tomo y no ven que está presente a lo largo de toda la obra, en tanto el análisis de las clases a nivel económico se realiza bajo las categorías de plusvalía, valor de la fuerza de trabajo, salario y ganancia.

Otra crítica muy generalizada, desde un espectro de posiciones muy amplio, es la que plantea que en Dialéctica de la dependencia prevalece un análisis circulacionista, por sobre el análisis de la esfera productiva. He aquí cómo un problema de método, esto es, la necesidad de partir de la circulación de capitales y mercancías para comprender la vinculación de América Latina al mercado mundial, se confunde con un problema de objeto, cual es analizar el ciclo del capital que a partir de dicha vinculación se crea en la región, y las leyes que asume en su reproducción.

Suponen los críticos erróneamente, por la confusión anterior, que Marini postularía la supremacía de la circulación por sobre la producción en el funcionamiento del capitalismo.

Digamos,  por  último,  que  la  categoría  superexplotación  se  convirtió  en uno  de  los  puntos  más  polémicos  de  las  ciencias  sociales  latinoamericanas.

Entendida como el proceso mediante el cual “(la fuerza de) trabajo se remunera por debajo de su valor” (D d, p. 42) y no como “una supervivencia de modos  primitivos  de  acumulación  de  capital,  sino  […]  inherente a ésta y [que] crece correlativamente al desarrollo de la fuerza productiva del trabajo” ( D d, p. 98), la categoría superexplotación ha sufrido todo tipo de equívocos, y es uno de los puntos clave de las disputas respecto al carácter del capitalismo latinoamericano.

Para algunos constituye una categoría que da cuenta de procesos pretéritos, anteriores al capitalismo. Otros, aceptando que es un fenómeno que puede darse en el capitalismo, la restringen a las formas de producción de plusvalía absoluta y, en tanto dan por supuesto que el capital industrial se rige por la producción de plusvalía relativa, la entienden como un mecanismo extraordinario y accidental. Terceros la confunden con el proceso de pauperización absoluta y, como el capital no puede “liquidar” la fuerza de trabajo, suponen incorrecta la tesis de la superexplotación.

No es difícil constatar que en esta diversidad de opiniones lo que se hace manifiesto es la incomprensión del término y de los procesos de los que da cuenta. No repetiremos aquí ideas ya desarrolladas que refutan los planteamientos anteriores.[23]

Digamos tan sólo que la superexplotación es la piedra angular para comprender la especificidad del capitalismo latinoamericano, en tanto da cuenta de las formas particulares en que se asienta la producción de plusvalía, cómo es explotada la fuerza de trabajo y las tendencias que de ello se derivan hacia la circulación y la distribución.

Si Frank constituye el punto más alto en el tránsito de la dependencia al marxismo, Marini funda la teoría marxista de la dependencia. Decíamos anteriormente que este autor permaneció prácticamente solo entre su generación en el desarrollo de esta temática y con una producción rica, pero escasa. Esto no deja de ser un proceso curioso. Justo cuando se daban las bases para que en el plano teórico el marxismo latinoamericano pudiera dar un salto general, se produce el abandono de esta tarea por diversos intelectuales ligados anteriormente a estos proyectos.

Esta paradoja tiene parte de su  explicación en el proceso contrarrevolucionario que se  desata  en  el  cono  sur  de  América  Latina,  con  particular fuerza en la primera mitad de los años setenta. Por su incidencia en el tema que nos ocupa, es particularmente significativo el golpe militar en Chile, ya que allí se concentraba parte importante de los intelectuales marxistas que dieron vida a los estudios de la dependencia. Tras el golpe militar en ese país, se produce la  diáspora que desarticula equipos de trabajo y temas de investigación.

El marxismo, en  sus principales vertientes, resintió agudamente el proceso contrarrevolucionario: unas como sostenes ideológicos de la “vía chilena al socialismo”; otras, como resultado del violento cambio en las correlaciones de fuerza y por la liquidación de sus proyectos. Todas, por la represión.

Pero desde antes del golpe militar, algunos de los más importantes teóricos de la dependencia habían iniciado un camino que los apartaba de los temas centrales propuestos a debate. André Gunder Frank, por ejemplo, ya había escrito “La dependencia ha muerto, viva la dependencia y la lucha de clases”,[24] ensayo en donde se hacía evidente su agotamiento en aquella problemática.

Theotonio dos Santos, por otra parte, iniciaba sus estudios sobre el imperialismo, que si bien estaban ligados a los problemas de la dependencia, ponían el acento en las economías desarrolladas y en los avances tecnológicos[25].

De esta forma, Marini no sólo concentró las críticas, sino la tarea de avanzar en el tema.[26]

Más allá de los elementos puntuales de la crítica a la obra de Marini, antes señalados, existen dos grandes corrientes que, en forma más global, plantearon propuestas alternativas a la posición de este autor. Nos referimos a los trabajos provenientes del marxismo endogenista que, luego de un largo periodo de repliegue teórico, buscó nuevos aires tras las tesis de la “articulación de modos de producción”, y a las formulaciones de antiguos dependentistas que, junto con antiguos teóricos liberales, han dado vida a lo que Marini calificó como “neodesarrollismo”.

Luego de su salida de Chile, Dos Santos se establece en México, en donde prosigue sus estudios sobre la crisis económica y el imperialismo. Los resultados de este trabajo se encuentran en la primera y segunda parte de su libro Imperialismo y dependencia, ya citado.

Con posterioridad, Dos Santos se traslada a Brasil donde retoma una activa vida política. Vania Bambirra realiza un periplo geográfico similar, desplazando su atención teórica a problemas políticos, como el aporte de Lenin a una teoría de la revolución y el socialismo.

La articulación de modos de producción

La crisis que vivió el marxismo endogenista en los años sesenta, con la “sorpresa” de la Revolución cubana, el agotamiento de sus tesis políticas y el quiebre de muchas de sus organizaciones, creó dificultades a su elaboración teórica. Sus planteamientos respecto a las formulaciones de la dependencia tendieron a ser más contestatarios, lo que le restó fuerzas en la creación de puntos de vista nuevos en la caracterización del capitalismo latinoamericano.

Sólo a mediados de los setenta, la situación se modifica, cuando ciertas formulaciones gestadas en Europa, particularmente en Francia[27], son retomadas por teóricos latinoamericanos, dando vuelo a la teoría de la “articulación de modos de producción”, en un claro sentido alternativo a las tesis de la dependencia.

Agustín Cueva ha sido sin duda el más lúcido exponente de esta interpretación  en nuestro continente. Su libro, El desarrollo del capitalismo en América Latina[28], es una de las obras más valiosas producidas en la segunda mitad de los años setenta en la zona. En el trabajo de Cueva se repiten viejas tesis teóricas y políticas del  marxismo  endogenista,  aunque  con  significativas  innovaciones,  muchas  de ellas tomadas de las propuestas de los teóricos de la dependencia. Estos cambios,  presentes  en  ideas  como  “las  deformaciones  del  aparato  productivo  capitalista debido a nuestra integración en el orden económico mundial”, “situaciones de dependencia” o sobre explotación, harán más corta la brecha entre este enfoque y las formulaciones marxistas de la dependencia.

En el libro de Cueva hay un esfuerzo evidente por superar las limitaciones endogenistas más recalcitrantes, tratando de integrar en el análisis los condicionantes exteriores con los factores internos para explicar la originalidad del capitalismo latinoamericano.

Es así como se indica que “la plena incorporación de América Latina al sistema capitalista mundial […] no ocurre a partir de un vacío, sino sobre la base de una matriz económico-social pre existente”, por lo que esta situación “nos coloca ante la complejidad de un proceso en el que lo interno y lo externo, lo económico y lo político, van urdiendo una trama histórica hecha de múltiples y recíprocas determinaciones” (pp. 11 y 12).

La idea de “recíprocas determinaciones” de los factores externos e internos, si bien supera los enfoques unilaterales que consideraban sólo uno de los elementos, no nos ayuda a identificar el hilo conductor que debe guiar el análisis. El problema no se aclara con una sumatoria de elementos y conceptos, o con un equilibrio indeterminado de factores internos y externos. ¿Dónde están las raíces de nuestro subdesarrollo?, ¿cuáles son los elementos definitorios en la gestación del capitalismo particular latinoamericano?

Cueva formula una propuesta. Así señala que el subdesarrollo latinoamericano sólo se torna comprensible al conceptualizarlo  como  un  proceso  de  acumulación  muy  particular  de  contradicciones que no derivan únicamente de los elementos históricos en que hemos enfatizado […] (“prusianismo” agrario, “deformaciones” del aparato productivo capitalista debido a nuestra integración en el orden económico mundial, sucesión de excedentes por el capital monopólico), sino también de una heterogeneidad más amplia, explicable en términos de articulación de  modos de producción, sin cuyo análisis resulta imposible entender el propio desarrollo concreto de los elementos estudiados hasta ahora (p. 100).

El peso de la respuesta de Cueva, en medio de un agregado de factores, se inclina claramente a hacer de la “articulación de modos de producción” un elemento clave en la explicación.

El  subdesarrollo  latinoamericano  se  presenta  a  primera  vista  como  un proceso atrasado e insuficientemente capitalista, frente a las formas y modalidades que asumió el capitalismo en los llamados países centrales. Por esta razón, la idea de la “articulación de modos de producción” (en tanto integración de formas “atrasadas” y “modernas” de producción), no es más que quedarse en  la  descripción  del  problema,  en  cómo  el  capitalismo  latinoamericano  se muestra  y  se  expresa.

Pero poco  se  ha  avanzado  en  explicar  por  qué  asume esas formas.

Señalemos  tres  ideas  centrales  en  relación  con  los  problemas  que  nos ocupan:

1. Lo que determina la imbricación que se produce entre los distintos “modos de producción” en América Latina es el tipo de inserción que establece esta región con el mercado mundial capitalista.

2. La vinculación de América Latina al mercado mundial (que se modifica al avanzar el proceso histórico, de ahí la necesidad de estudiar los fenómenos de la dependencia) genera particularidades en su ciclo del capital, el cual en determinadas situaciones no sólo permite, sino que requiere la reproducción de formas no típicamente capitalistas para consolidarse y desarrollarse.

3. Esta “articulación de modos de producción” no se da a nivel de la producción  inmediata, sino de la circulación. Pero al hacerse presentes las tendencias propias de la producción de plusvalía y capital, los modos de producción  existentes  se  readecuan  y  reestructuran,  sufriendo  variadas  alteraciones,  para hacer frente a los requerimientos que impone el capital a la producción mercantil.  El capital buscar apropiarse no sólo de la periferia de los diversos tipos de producción, sino de sus bases mismas.

Si en América Latina estas readecuaciones en la producción no asumen formas clásicas, no es tanto por una insuficiencia de desarrollo capitalista, porque “aun cuando se trate realmente de un desarrollo insuficiente de las relaciones capitalistas, esa noción se refiere a aspectos de una realidad que, por su estructura global y su funcionamiento, no podrá nunca desarrollarse de la misma forma como se han desarrollado las economías capitalistas llamadas avanzadas. Es por lo que más que un precapitalismo, lo que se tiene es un capitalismo sui generis” (Dd, p. 14).

En esta forma, salvo que aún se sostenga que nos encontramos en estadios inferiores de desarrollo frente al capitalismo clásico, el capitalismo latinoamericano ha madurado de una manera específica, marcada por sus modalidades de integración al mercado mundial, lo que ha definido particularidades en la reproducción del capital.

En otro orden de cosas, Cueva insiste en la dominación de un modo de producción feudal en América Latina, pero a diferencia de los planteamientos anteriores del marxismo endogenista, no lo extiende hasta el siglo  XX, sino hasta las tres cuartas partes del siglo XIX.

Así, indica:

“Al finalizar la forma de implantación del capitalismo en América Latina creemos haber sentado las bases para la comprensión de este problema, que en  estricto rigor no es, en el siglo xx, el de la transformación del feudalismo en capitalismo, puesto que este proceso, en sus líneas generales, se ha operado ya durante la fase oligárquica” (p. 148).

En todo caso, el hacer retroceder en el tiempo el feudalismo tiene implicaciones  políticas importantes. Para Cueva se hace difícil sostener la vigencia para el siglo  XX de revoluciones democrático-burguesas reales y, por ende, de alianzas del movimiento popular con la burguesía industrial. De este modo, en un verdadero mea culpa, plantea algo que el marxismo de la dependencia formuló desde sus inicios:

“Pero esta misma confrontación [entre la fracción agraria e industrial], que en épocas de crisis alcanzó el grado máximo de paroxismo, está teñida siempre de ambigüedades, en la medida en que la tendencia expansiva del capital industrial, que en principio lo impulsa a buscar una ampliación del mercado interno, se ve contrarrestada por el temor de desarticular el motor principal ya establecido de acumulación de capital en general. Por esta razón, la burguesía industrial latinoamericana no ha desempeñado un papel revolucionario, sino que se ha detenido en las fronteras de un tibio reformismo; la revolución democrática-burguesa le ha parecido como un gran “salto al vacío”, como un riesgo de perspectivas inciertas que nunca se decidió a asumir (p. 150).

Esta última parte avanzada por el marxismo endogenista también ayudará a crear condiciones para que en el plano político pueda producirse el acercamiento  entre las vertientes comunistas y la llamada izquierda revolucionaria en América Latina, a finales de los setenta y a comienzos de los ochenta del siglo XX.

La confluencia de fuerzas políticas del marxismo endogenista y dependentistas, proceso inédito en América Latina hasta esa fecha y que alcanza expresiones significativas en El Salvador, Guatemala, Chile y Bolivia, propiciará el reflujo de la discusión mantenida entre el marxismo endogenista y la teoría marxista de la dependencia

Desde  ambos  campos la  polémica  fue reducida, prevaleciendo el criterio de fortalecer la incipiente unidad política. Este es otro factor que explica la paralización de la discusión en torno a los problemas de la dependencia, a partir de los años ochenta en América Latina.

Otro proceso derivado también del movimiento político real contribuyó a minimizar las diferencias en el plano teórico. La multiplicación de golpes militares en la región, particularmente en el cono sur del continente, en la primera mitad de los setenta del siglo XX, puso en el centro del debate la caracterización del nuevo Estado latinoamericano.

El tema pasó a ser abordado desde diversas corrientes teóricas marxistas y no marxistas, multiplicándose los ensayos y trabajos sobre un campo que en fechas anteriores había despertado escasa atención.

En relación con las corrientes que aquí nos ocupan, la discusión asumió cortes en donde la dicotomía casi general, presentada anteriormente, entre endogenistas y dependentistas, se expresó en nuevas modalidades. Muchos de los marxistas de la dependencia se adscribieron a la caracterización que el marxismo endogenista realizó de los nuevos gobiernos militares en tanto regímenes de corte fascista, agregando en algunos casos la connotación de fascismo dependiente. Una buena síntesis de las diversas posiciones encontradas es el material “La cuestión del fascismo en América Latina”,[29] que reúne la participación de teóricos endogenistas (Agustín Cueva), dependentistas que coinciden en la caracterización de fascismo (Theotonio dos Santos, Pío García) y dependentistas que postulan una posición distinta (Ruy Mauro Marini), que caracterizan el fenómeno como “Estado de cuarto poder”, por el peso de las fuerzas armadas en el cuadro estatal.[30]

La discusión de estos temas, que permitió un sustancial avance de la teoría política marxista latinoamericana, también entró en una suerte de reflujo, como resultado en primer lugar de los acercamientos políticos entre las corrientes marxistas antes señaladas, pero también como producto de los cambios  operados en los regímenes militares que, al institucionalizarse, dieron paso a fórmulas civiles de gobierno, con lo cual la idea de fascismo perdió no sólo fuerza teórica, sino también el carácter agitativo y  de denuncia  que en algún  momento pudo ser útil[31].

Dependentistas y neodesarrollistas

Las  diferencias y contradicciones entre  los  teóricos  de  la  dependencia  sólo asumieron un carácter significativo luego de la publicación de Dialéctica de la dependencia.  Ello  obedeció  al  claro  corte  de  aguas  que  estableció  el  análisisde Marini en el plano teórico. A partir de ese punto, ya no todos los dependentistas asumieron esta condición, porque el calificativo comenzó a significar muchas más cosas que en sus inicios. El marxismo se había apropiado de dicha categoría, dándole connotaciones específicas al enfoque de los problemas  que afronta el capitalismo latinoamericano, lo que obligó a formular definiciones.

El primer signo de este decantamiento fue el trabajo de Cardoso “Notas sobre el estado actual de los estudios sobre la dependencia[32], escrito en 1972.

Allí Cardoso inicia moderadamente sus objeciones a la categoría superexplotación en tanto factor clave del capitalismo dependiente, al considerarla una forma antediluviana de explotación y no resultado del desarrollo del capitalismo como tal[33].

Posteriormente, bajo un nuevo cuadro político en Brasil, con pasos significativos de la dictadura militar por institucionalizarse en medio de aperturas políticas, y una creciente recomposición y reactivación del movimiento popular, Cardoso lanza un violento ataque a la obra de Marini, rechazando las tesis de la superexplotación  y del subimperialismo.

Su ensayo “Las desventuras de la dialéctica de la dependencia”,[34]en colaboración con José Serra, es una verdadera defensa del capitalismo brasileño.[35]

Marini responde a las “desventuras” con su ensayo “Las razones del neodesarrollismo”[36] en donde precisa una serie de elementos en torno a la superexplotación , que en sus trabajos anteriores no fueron considerados, al igual que sobre el subimperialismo.

Conclusiones

Difícilmente puede hablarse de una teoría de la dependencia englobando en tal afirmación una temática que ha debido sufrir variadas mutaciones teóricas y políticas desde su surgimiento hasta nuestros días y que, en la diversidad de corrientes y autores que hemos reseñado, apunta a problemas distintos  y  con  desiguales  niveles  de  concreción. 

En rigor, sólo se ha  constituido una teoría de la dependencia cuando ésta ha sido apropiada por el marxismo. Es desde esta escuela que sólo ha sido posible definir con precisión una perspectiva  de  análisis,  la  integración  de  América  Latina  al  mercado  mundial capitalista, y un objeto específico de estudio: el capitalismo dependiente, sus leyes de gestación y de reproducción.

Muchos de los problemas aquí esbozados, y que ganaron la atención de los intelectuales en los años sesenta y setenta del siglo  XX, fueron abandonados en el periodo posterior por razones diversas, entre las cuales se incluyen el avance del pensamiento conservador, las derrotas del mundo del trabajo y también la crisis y derrumbe del llamado mundo socialista, todo lo cual repercutió en la reflexión de los pensadores marxistas.

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[1] Sería absurdo negar que, a pesar de dichas limitaciones, se produjeron por parte de intelectuales

del marxismo “ortodoxo” valiosos trabajos. Entre sus autores podemos citar a Blas Roca, Rodney Arismendi, Caio Prado Junior, Hernán Ramírez Necochea, etcétera. Dado el periodo que analizamos, autores como Mella y Mariátegui quedan excluidos de estas consideraciones. Para una visión del marxismo latinoamericano desde comienzos de este siglo, véase de Michael Lowy, El marxismo en América Latina, Ed. Era, México, 1982.

[2] Véase en particular, W.W. Rostow, Las etapas del crecimiento económico, FCE , México, 1961

[3] Para una visión sobre este tema, véase el ensayo “Las fuentes de la teoría de la dependencia”, en J.

Osorio,  Las dos caras del espejo. Ruptura y continuidad en la sociología latinoamericana , Triana Editores, México, 1995

[4] En rigor, la  CEPAL , en sus trabajos iniciales, de la mano de Raúl Prebisch, no habla de “dependencia”, sino de economías periféricas.

[5] Véase  Modos de producción en América Latina, Cuadernos de Pasado y  Presente, núm. 40, Córdoba,

1973, que reúne ensayos de los autores antes citados.

[6] Ed. Siglo XXI, México, 1969. Es en ILPES también en donde Osvaldo Sunkel y Pedro Paz señalarán que el desarrollo y el subdesarrollo sólo pueden ser entendidos como dos caras de un único proceso, la conformación de la economía capitalista como economía mundial. Véase su libro El subdesarollo latinoamericano y la teoría del desarrollo, Siglo XXI, México, 1970. La primera impresión del primer capítulo de esta obra fue realizada por el ILPES en 1967

[7] El capitalismo dependiente latinoamericano, Siglo XXI, México, 1974, p. 17.

[8] Publicado en  Revista Latinoamericana de Ciencias Sociales, núm. 1-2, Santiago, 1971.

[9] “Superpoblación relativa, ejército industrial de reserva y masa marginal”, publicado inicialmente en  Revista Latinoamericana de Sociología, vol. V, núm. 2, Santiago. Este ensayo, así como el de Cardoso antes mencionados fueron reeditados en el libro de J. Nun,  Marginalidad y exclusión social, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2001.

[10] Los  trabajos  iniciales  de  André  Gunder  Frank , donde criticaba la teoría del desarrollo y las tesis de una América Latina feudal, se ubican de lleno en la nueva corriente en torno a la dependencia, y constituyen un “parteaguas” fundamental para el tratamiento de la temática.

[11] Véanse sus trabajos “Sociología del desarrollo…”, op. cit., y “El capitalismo y el mito del feudalismo en la agricultura brasileña”, ambos en  Capitalismo y subdesarrollo en América Latina, Ed. Siglo XXI,Buenos Aires, 1970.

[12] Publicado en la revista  Estrategia, núm. 3, Santiago, 1966

[13] Publicado en junio de 1965 en el diario mexicano El Día. Una versión corregida se encuentra en el libro Sociología y subdesarrollo, Ed. Nuestro Tiempo, México, 1972.

[14] Ed. Era, México, 1978.

[15] Bambirra,  op. cit. También consúltese de esta autora  Teoría de la dependencia: una anticrítica, Ed. Era, México, 1978, en donde polemiza con diversas corrientes antidependentistas.

[16] Incluido en el libro Capitalismo y subdesarrollo…, op. cit. Véase en particular el punto A, “Tesis del subdesarrollo capitalista”, pp. 15-25.   

[17] Véase, por ejemplo, su artículo “¿Quién es el enemigo inmediato?”, en el libro América Latina: sub-desarrollo o revolución, Ed. Era, México, 1973, pp. 327-357.

[18] Como ocurre en el trabajo de Frank, en donde el concepto de “excedente económico”, elaborado

por Paul Baran, juega un papel clave.

[19] Editado por Era, México, 1973. La obra anterior de Marini no es ajena a los límites comentados

para el periodo precedente. Véase en particular  Subdesarrollo y revolución, Ed. Siglo XXI, México, 1969.

[20] El primero publicado en Cuadernos Po l í t i c o s, núm. 20, abril-junio de 1979, Ed. Era, México, y el segundo en la Revista Mexicana de Sociología, número ex t r a o rdinario (E), México, 1978. En esta línea, debe incluirse también su ensayo “El ciclo del capital en la economía dependiente”, publicado en Mercado y dependencia , de Úrsula Oswald  et al., Ed. Nueva Imagen, México, 1979.

[21] “Plusvalía extraordinaria…”,  op. cit.

[22] F.H. Cardoso y J. Serra, “Las desventuras de la dialéctica de la dependencia”,  Revista Mexicana de Sociología, número extraordinario (E), 1978. De Castañeda y Hett,  El economismo dependentista, Ed. Siglo XXI, México, 1978.

[23] Véase al respecto del propio Marini la parte II de  Dialéctica de la dependencia y el punto III de “Las razones…”,  op. cit., pp. 85-99. También de Jaime Osorio, “Superexplotación y clase obrera: el caso mexicano”,  Cuadernos Políticos, núm. 6, octubre-diciembre de 1975, Era, México, en particular las pp. 5 a 10, y el capítulo 3 “Dependencia y superexplotación” de este libro.

[24] En  Capitalismo y subdesarrollo…, op. cit. 25

[25]

[26] 26

Al salir de Chile, y tras una corta  estadía en  Panamá  y  Alemania  Federal, Marini  se  establece en  México  en  1974,  iniciando  un  prolífico  trabajo  de  formación  de  equipos  de  investigación  en  el Centro de Información, Documentación y Análisis del Movimiento Obrero (CIDAMO) que crea y dirige, en donde se producen valiosos materiales sobre análisis de coyuntura internacional, así como investigaciones sobre diversos países latinoamericanos. En México, Marini escribe Las razones del Neodesarrollismo y  Plusvalía extraordinaria y  acumulación  de capital. También algunos ensayos sobre el  Estado y la lucha  por la democracia.  En  general,  su  producción  se  reduce, en  medio  de intensas  tareas docentes  y  de  dirección  de  investigaciones  y  equipos de trabajo,  y  por el  reflujo  general  que  viven  los marxistas  de la dependencia. A mediados de los ochenta, regresa  a Brasil en donde inicia una revisión de  las teorías del desarrollo latinoamericano, así como del socialismo. En 1993, de vuelta en México, dirige el  Centro de Estudios Latinoamericanos (Cela) de la UNAM, en donde encabeza seminarios  de revisión  de la teoría social latinoamericana,  el  cual deja  a  mediados  de 1994  para regresar a Brasil, en donde fallece  en 1997. Sus memorias  así  como  sus  principales trabajos pueden  consultarse  en  la página http://www. m a r i n i – e s c r i t o s . u n a m . m x

[27] Pierre-Philippe Rey, Les alliances de classes, Ed. Maspero, París, 1973. Existe edición en español en Siglo XXI.

[28] Ed. Siglo XXI, México, 1977.

[29] Publicado en  Cuadernos Políticos, núm. 18, octubre-diciembre de 1978, Ed. Era, México.

[30] En un trabajo posterior, “La cuestión del Estado y la lucha de clases en América Latina”, Monthly Review, Barcelona, octubre de 1980, vol. 4-1, Marini retoma el análisis del Estado, articulando la exposición  con las consecuencias que la nueva situación plantea desde el punto de vista de la lucha democrática.

[31] El tema del Estado ha continuado desarrollándose, aunque con visiones más parciales. Una buena selección de trabajos se encuentra en el libro Estado y política en América Latina, de Norbert Lechner et al.,  Siglo XXI, México, 1981. La discusión posterior se trasladó al tema de la democracia y de las transiciones a la democracia, en donde destacan autores como el mismo Lechner y O ́Donnell. Para una crítica de esta corriente véase de Atilio Borón,  Estado, capitalismo y democracia en América Latina, Ediciones Imago Mundi, Buenos Aires, 1991, y de Jaime Osorio,  El Estado en el centro de la mundialización, Fondo de Cultura Económica, México, 2004.

[32] Publicado inicialmente en  Revista Latinoamericana de Ciencias  Sociales, núm.  4,  Santiago, 1972. Posteriormente se incluyó en Problemas del subdesarrollo latinoamericano, Ed. Nuestro Tiempo, México, 1976

[33] La respuesta de Marini a estas observaciones aparece en la parte II de Dialéctica de la dependencia,  op. cit.

[34] En  Revista Mexicana de Sociología,  número extraordinario (E), 1978.

[35] Tras  cortas  estadías  en Chile  y  en  Francia,  luego del golpe  militar  en  Brasil en 1964,  Cardoso regresa a Brasil, en donde crea el Centro Brasileiro de Analise e Planeamiento (Cebrap), que se transforma  al  poco  tiempo  en uno  de  los  institutos en ciencias sociales más productivos del continente. Se adscribe al Movimiento Democrático Brasileño (MDB), organización política de centro, con actividad destacada en los procesos políticos tendientes a democratizar el país. En 1982 ocupa el cargo de senador por el Estado de Sao Paulo y participa activamente en la Asamblea Constituyente que elabora la nueva Constitución promulgada en 1988, fungiendo también como dirigente del Partido Social Demócrata Brasileño (PSDB), organización disidente del  PMDB. En 1992, asume la cartera de relaciones exteriores y al año siguiente la de Hacienda, bajo el gobierno de Itamar Franco, quien sucede a Fernando Collor de Mello alabandonar éste la Presidencia del país, bajo acusaciones de corrupción. Posteriormente llega a la Presidencia de Brasil, siendo reelegido y termina su mandato con fuertes críticas del centro y la izquierda de haber realizado una gestión orientada por políticas neoliberales. Le sucedió Lula en el cargo.

[36] Marini,  op. cit.

Marxismes et christianismes. Michael Lowy. Decembre 2021

Les premiers socialistes du 19ème siècle en Europe, que ce soit Saint-Simon et ses disciples, Cabet et les communistes français, Wilhelm Weitling, le fondateur de la Ligue des Justes allemande, étaient religieux et se réclamaient de l’héritage chrétien. Ce n’est qu’avec Marx et Engels que surgira un socialisme non-religieux, ou même athée. Le texte fondateur de ce tournant est un article de Marx publié en 1844 dans les Deutsch-franzözische Jahrbücher.

La traduction intégrale en français des Annales franco-allemandes vient de paraître pour la première fois ; elle  inclut non seulement les écrits de Marx et Engels,  mais toute la revue, ce qui permet de situer leurs textes dans leur contexte historique et intellectuel.

Comme l’on sait, cette publication, parue à Paris en février 1844, sous la direction d’Arnold Ruge et Karl Marx, était à l’origine un projet visant une alliance franco-allemande,  philosophique et politique.

Les Jeunes hégéliens à l’initiative du projet ont choisi Paris à la fois pour échapper à la censure en Allemagne et pour établir une collaboration avec des démocrates et socialistes français. Or,  ceux-ci – Lamennais, Etienne Cabet, Pierre Leroux, Louis Blanc – ont poliment refusé cette invitation, rebutés par le parti pris d’athéisme des allemands.

Outre Marx et Engels,  les auteurs sont Arnold Ruge, Johann Jacoby, Moses Hess,  Lazarus Bernays,  Heinrich Heine,  Georg Herwegh. Il est frappant que la grande majorité de ces auteurs sont d’origine juive : C’est le cas de Marx, Hess, Jacoby, Bernays, Heine : cinq des huit participants !

Certes, Marx et Bernays sont issus de familles converties,  et n’ont aucun rapport avec la tradition juive.  Ce seraient des  « Juifs non Juifs », selon le célèbre concept d’Isaac Deutscher.  Les éditeurs n’ont pas signalé cet aspect. Dans une  certaine mesure, les Annales sont un épisode de la longue histoire du radicalisme de gauche des intellectuels juifs,  qui commence au 19ème siècle et atteindra son apogée au 20ème.

C’est dans un des deux articles publiés par Marx dans cette revue, la « Contribution à la Critique de la Philosophie du Droit de Hegel. Introduction », qu’apparaît une petite phrase qui  va sanctionner le divorce entre marxisme et foi religieuse ; « la religion est l’opium du peuple ».

Considérée par partisans ou adversaires comme une sorte de résumé de la conception marxienne de la religion, cette formule ironique n’est pas du tout spécifique à Marx: on la retrouve, a quelques nuances près,  avant lui,  chez Moses Hess,  Heinrich Heine,  Bruno Bauer et plusieurs autres auteurs de cette époque.

Par ailleurs, la conception de la religion qu’avait Marx au début 1844 était néo-hégélienne (Feuerbach) et a-historique: la religion comme aliénation de l’essence humaine.  Ce n’est que plus tard,  à partir de l’Idéologie Allemande (1846) qu’apparaît l’analyse proprement « marxiste » de la religion comme une des formes de l’idéologie, a mettre en rapport avec les classes sociales et les conditions historiques.

En fait,  Marx s’est très peu occupé des phénomènes religieux. C’est son ami Friedrich Engels qui va s’intéresser de près à l’évolution historique du christianisme,  notamment dans son livre sur les guerres sociales et religieuses en Allemagne à l’époque de la Réformation.

Le petit ouvrage de Nicos Foufas est la première analyse,  en langue française, de ce texte «classique »  de Friedrich Engels,  La guerres des paysans en Allemagne (1850).  Il s’agit en fait d’une série d’articles publiés par Engels dans la Nouvelle Gazette Rhénane (revue économique-politique) éditée par les deux amis à Londres,  où ils se sont réfugiés après la défaite de la révolution de 1848-49 en Allemagne.  

NF met en lumière, à juste titre,  la nouveauté radicale de ce texte, qui constitue en fait la première – et une des plus réussies ! – tentative d’appliquer le matérialisme historique à un événement du passé, le soulèvement des paysans (1524-25) dans le Saint-Empire romain germanique.

L’étude d’Engels, observe NF, est assez originale,  par sa tentative d’expliquer les conflits religieux par les conflits de classes, mais aussi parce qu’elle ne réduit pas la religion à un facteur d’obscurantisme et de conservation : elle est aussi, dans certains conditions historiques, capable d’exprimer des aspirations subversives.

Ce fut le cas de divers mouvements hérétiques du Moyen-Age et,  en particulier, de la  révolte paysanne du 16è siècle, où la foi religieuse, sous la forme de la théologie révolutionnaire du prêcheur anabaptiste Thomas Münzer va jouer un rôle déterminant.

Si Engels a trouvé nécessaire d’écrire sur cet événement dans le contexte des années 1848-50, c’est parce que ce fut le plus important soulèvement révolutionnaire dans l’histoire de l’Allemagne.

La principale faiblesse de l’analyse d’Engels – à notre avis – fut d’analyser certaines croyances religieuses comme un simple « reflet » ou même « masque » d’intérêts de classe. Cependant, dans certains passages, que NF ne cite pas, Engels va dépasser ce type de réductionnisme socio-économique. Se référant au communisme de Münzer, Engels écrit :

      «Sa doctrine politique correspondait exactement à cette conception religieuse révolutionnaire et dépassait tout autant les rapports sociaux et politiques existants que sa théologie dépassait les conceptions religieuses de l’époque. (…) Ce programme,  était moins la synthèse des revendications des plébéiens de l’époque,  qu’une anticipation géniale des conditions d’émancipation des éléments prolétariens en germe parmi ces plébéiens (…).»

Ce qui est suggéré dans ce paragraphe étonnant c’est non seulement la fonction protestataire et même révolutionnaire d’un mouvement religieux, mais aussi sa dimension anticipatrice, sa fonction utopique.  Nous sommes ici aux antipodes de la théorie du «reflet» : loin d’être la simple «expression» des conditions existantes,  la doctrine politico-religieuse de Münzer apparaît comme une «anticipation géniale» des  aspirations  communistes de l’avenir.

On trouve dans ce texte une piste nouvelle, qui n’est pas explorée par Engels, mais qui sera, plus tard,  richement  travaillée par Ernst Bloch, depuis son essai de jeunesse sur Thomas Münzer jusqu’a son opus major  sur  «le Principe Espérance».

Ernst Bloch représente un tournant majeur dans l’histoire de la réflexion marxiste sur la religion: il est le premier qui a pour objectif moins la « critique de l’aliénation religieuse – même si cette dimension n’est pas absente de ses écrits – que le sauvetage de l’excédent utopique des traditions religieuses et notamment du christianisme. Son athéisme religieux le situe dans une position philosophique singulière, aussi bien opposé aux théologies institutionnelles qu’au matérialisme vulgaire.

Personne n’était plus qualifié pour traiter de ce sujet que le philosophe franco-allemand Arno Münster, disciple et biographe d’Ernst Bloch et auteur de plusieurs remarquables essais sur sa pensée.  Le présent ouvrage est quelques peu désordonné : les chapitres ne suivent ni un ordre chronologique, ni une organisation thématique,  ce qui résulte en un certain nombre de répétitions.

La première partie est un bref historique du rapport entre socialisme et religion, d’Auguste Blanqui à l’URSS, en passant par Jean Jaurès (mais sans Marx !), inévitablement un peu schématique.  Mais l’analyse de la philosophie de la religion d’Ernst Bloch que propose Münster est une très importante contribution au débat sur marxisme et religion.

Comme le rappelle Münster, Bloch deviendra marxiste en 1921, sous l’influence de son ami Georg Lukacs ; compagnons de route du mouvement communiste, il part en exile en 1933, suite a la prise du pouvoir des Nazis,  d’.abord en France et ensuite aux États Unis. Revenant en Europe après la guerre, il s’établit en République Démocratique Allemande,  où il fera office de philosophe semi-officiel de 1949 à 1956. Son opposition a l’intervention Soviétique en Hongrie le fait condamner comme « révisionniste » et interdire d’enseignement.  Au moment de la construction du mur en 1961, il décide de s’installer à Tübingen en Allemagne Fédérale, où il deviendra un opposant marxiste très écouté par la jeunesse rebelle des années 1968.

La philosophie de la religion est présente dans quatre moments de l’œuvre du philosophe juif-allemand :

Son ouvrage de jeunesse L’Esprit de l’Utopie (1918), notamment dans le chapitre final au titre surprenant « Karl Marx, la mort et l’Apocalypse » ; mais aussi dans un Excursus « Symbole : les Juifs ».

Le livre Thomas Münzer, théologien de la révolution (1921), son premier ouvrage communiste, qui renouvelle profondément l’approche marxiste de la religion.

Le chapitre 53 du volume III de son opus magnum Le Principe Espérance, dédié aux trois grandes religions monothéistes, du point de vue de leur apport à l’utopie du Non-Encore-Etre.

L’athéisme dans le christianisme (1968), un exégèse matérialiste de la Bible, qui a suscité beaucoup de polémiques et controverses – surtout de la part de théologiens chrétiens.

Hostile a ce qu’il appelle « l’athéisme vulgaire et indigent », mais aussi aux théologies conservatrices de toutes les confessions,  Bloch est fasciné par le messianisme, l’apocalypse, l’eschatologie, la Kabbale, la mystique, les hérésies; il célèbre avec enthousiasme le prophète Amos, Jesus de Nazareth, Joachim de Flore, Maître Eckhart, Jan Huss, Thomas Münzer, Wilhelm Weitling, et… Dostoyevsky. Mais ce sont Karl Marx et Friedrich Engels qui lui fournissent le fil conducteur: la lutte de classes, la praxis révolutionnaire, l’utopie communiste.

Comme le montre avec beaucoup d’intelligence et sensibilité Arno Münster, l’athéisme religieux de Bloch se manifeste avant tout dans une lecture critique, hétérodoxe et matérialiste de la Bible, à la recherche de ses moments utopiques, subversifs, émancipateurs.

Une lecture « avec les yeux du Manifeste Communiste », qui le conduira à un dialogue critique avec la théologie protestante la plus avancé : Rudolf Bultmann, Albert Schweitzer, Jürgen Moltmann et surtout son ami Paul Tillich, socialiste chrétien et allemand anti-fasciste, exilé lui aussi aux États Unis. 

Bien entendu,  les théologiens chrétiens ne peuvent pas accepter la proposition centrale de Bloch, paradoxale et un brin provocatrice : « seul un athée peut être un bon chrétien et seul un chrétien un bon athée ».

Avec Moltmann, lui aussi socialiste chrétien, la pomme de discorde sera la rejection catégorique, par Bloch, de la « théologie de la croix» de Paul et Luther, qui conduit, à ses yeux, à l’acceptation de la souffrance comme destin humain.

Un des théologiens protestants, Carl-Heinz Ratschow, professeur à l’Université de Marburg, va même dédier tout un ouvrage en 1972 à la discussion des thèses hérétiques d’Ernst Bloch. Malgré sa sympathie pour celui-ci,  il refuse son engagement marxiste, et oppose à l’espérance de Bloch, fondée sur le combat, l’espoir chrétien, basé sur la certitude.

Ratschow rejette aussi, comme on pourrait s’attendre, l’interprétation polémique du Livre de Job par Bloch, comme étant une révolte contre Dieu, coupable de tolérer l’injustice du monde.

Finalement, la réception la plus favorable de Bloch sera celle des théologiens de la libération latino-américaine (notamment Gustavo Gutierrez) ; sans accepter son athéisme, ils partagent pleinement le pari qui se trouve dans la conclusion du livre de 1968 : « L’union de la révolution et du christianisme dans la guerre des paysans ne sera pas la dernière ».

Si des penseurs marxistes se sont intéressés au christianisme, n’existent-il pas aussi des chrétiens attirés par le marxisme ? Bien entendu,  on peut en trouver plusieurs exemples, au cours de l’histoire moderne.  Un livre récent, paru aux Etats Unis, fait le récit d’un cas assez étonnant : une jeune femme catholique, Grace Carlson (1906-1992), qui s’est « converti » au marxisme, devenant une des principales dirigeantes du Socialist Workers Party,  organisation trotskyste associée à la Quatrième Internationale !

L’ouvrage de Donna T. Haverty-Stacke est une biographie très documentée de cet itinéraire spirituel et politique inusité.  Née dans une famille catholique ouvrière d’origine irlandaise,  élevée par les Sœurs de Saint-Joseph,  la jeune Grace Holmes s’intéresse à la condition ouvrière,  mais dans l’optique du Rerum Novarum et de la doctrine sociale de l’Eglise.  Etudiante à l’Université de Minesotta, elle va se mobiliser, ensemble avec son mari Gilbert Carlson et sa sœur Dorothy, en soutien à une grande grève ouvrière a Minneapolis en 1934,  qui était dirigée – fait assez exceptionnel à l’époque – par des militants trotskystes.

Tous les trois commencent à assister à des réunions politiques,  ce qu’ils ne considéraient pas comme incompatible avec leur foi religieuse : ils pouvaient aller à la Messe et a un meeting socialiste le même dimanche… Au cours des années qui suivent, les deux sœurs vont se rapprocher de plus en plus des trotskystes et en 1936 elles adhérent à ce courant communiste dissident,  qui va fonder,  en 1937, le Socialist Workers Party  ( Parti Socialiste des Travailleurs), qui se réclame de Marx,  Lénine et Trotsky. Vers 1938, Grace cesse d’être une Catholique pratiquante,  ce qui va provoquer sa séparation (mais pas de divorce) avec son mari Gilbert Carlson.

Quels sont les motifs de ce que l’Auteure appelle  « une conversion » ? Elle suggère une hypothèse intéressante : l’affinité élective – au sens Wéberien du terme – entre la conscience ouvrière catholique de Grace et le socialisme ouvriériste du SWP. Mais cette intuition n’est pas développée dans le livre…

Au cours des années suivantes Grace deviendra la seule femme au Comité National, la direction du SWP (1942) ;  après avoir passé une année en prison (1945) sous l’accusation de « vouloir renverser par la force le gouvernement des Etats Unis », elle sera en 1948 candidate à la vice-présidence des Etats Unis par le SWP – le candidat à la présidence était un des dirigeants de la grève de 1934, Farrell Dobbs.

Cependant, en 1952, une deuxième conversion aura lieu : Grace Carlson décide de quitter le Parti et de revenir à l’Eglise Catholique… Ce qui la conduit à se réconcilier avec son mari, toujours Catholique, Gilbert Carlson,  mais à rompre avec sa sœur Dorothy, restée au Parti, avec son amant Ray Dunne, et avec ses nombreuses amies socialistes,  avec lesquelles elle avait constitué un réseau de « sororité ». James P. Cannon, le fondateur et principal dirigeant du SWP, qui était devenu un ami personnel,  a bien tenté d’expliquer à Grace que l’Eglise Catholique était « la force la plus réactionnaire et obscurantiste du monde entier », mais sans grand succès…

Perplexes, ses amis marxistes tentent d’expliquer ce revirement par la fatigue face à la répression et la chasse aux sorcières du MacCarthysme, mais pour Grace il s’agit d’autre chose : un tournant spirituel,  un besoin de Dieu. J’ai changé, affirme-t-elle, mon attitude religieuse mais pas ma politique : « je suis resté Marxiste à ma façon ».

Elle sera prise en charge par les Sœurs de Saint Joseph et enseignera dans une Ecole d’Infirmerie de l’Hôpital Saint Mary – non sans coopérer avec Slant (Point de vue) un groupe marxiste chrétien de l’Angleterre, et dénoncer la guerre du Vietnam.  

Il s’agit,  dans le cas de Grace Carlson, d’un itinéraire singulier et personnel.  Ce qu’on va trouver,  une génération plus tard,  en Amérique Latine,  fut d’une  autre dimension : tout un mouvement social,  notamment dans la jeunesse catholique, va s’approprier de certains concepts marxistes et formuler une nouvelle vision chrétienne – socialiste.

Ce mouvement, né au Brésil au début des années 1960 – après la Révolution Cubaine, mais avant le Concile Vatican II – va prendre différentes formes,  dont la formation, en 1962, par des militants de la Jeunesse Universitaire Chrétienne, d’un parti politique socialiste/humaniste, l’Action Populaire (AP).  Ce n’est que bien plus tard,  après 1971, que va se développer, à partir de cette expérience socio-politique, la théologie de la libération, non seulement au Brésil mais dans toute l’Amérique Latine.

Un des épisodes les plus frappants de cette convergence entre catholicisme et marxisme fut l’engagement,  vers 1968-70, d’un groupe de frères dominicains du Couvent de Perdizes, à Sâo Paulo, avec la résistance armée contre la dictature militaire établie en 1964 au Brésil. Le livre de Leneide Duarte-Plon est la biographie d’un de ces dominicains brésiliens, Frère Tito de Alencar, qui paya de sa vie cet engagement social et politique. 

Militant de la Jeunesse Etudiante Chrétienne, entré dans l’Ordre Dominicain en 1966, Tito partageait avec ses frères du Couvent à Sâo Paulo, l’admiration pour Che Guevara et Camilo Torres, et le désir d’associer le Christ et Marx dans le combat pour la libération du peuple brésilien. Tito était proche de l’Action Populaire, qui était hégémonique dans le mouvement étudiant, et il contribuera à l’organisation clandestine, en 1968, du Congrès de l’Union Nationale des Etudiants dans le village d’Ibiuna. Comme tous les délégués, il sera arrêté par la police à cette occasion, mais bientôt libéré.

Suite au durcissement de la dictature militaire en 1968 et l’impossibilité de toute protestation légale, l’aile la plus radicale de l’opposition à la dictature prendra,  à partir de ce moment, les armes. La principale organisation de lutte armée contre le regime était l’Action de Libération Nationale (ALN),  fondée par un dirigeant communiste dissident,  Carlos Marighella.

Un groupe de jeunes dominicains – Frei Betto,  Yvo Lesbaupin, Fernando Brito  et d’autres – vont s’engager avec l’ALN,  sans prendre les armes mais en apportant un soutien logistique ;  sans appartenir à ceux qui collaborent directement avec Marighella et ses camarades, Tito de Alencar est solidaire de leur engagement.

Comme eux, il croit que l’Evangile contient une critique radicale de la société capitaliste ; et comme eux, il croit à la nécessité d’une révolution. Comme il écrira plus tard, « la révolution c’est la lutte pour un monde nouveau, une forme de messianisme terrestre, dans lequel il y a une possibilité de rencontre entre chrétiens et marxistes ».   

Le 4 novembre 1969, pendant la nuit, le Commissaire de police Fleury envahi le Couvent de Perdizes et arrête plusieurs dominicains, dont Frei Tito. La plupart seront torturés et leurs aveux permettront à la police de tendre un piège à Carlos Marighella et l’assassiner. Tito n’avait pas le contact avec l’ALN et répondait par la négative à toutes les questions.  Il fut deux fois soumis à la torture (chocs électriques) fin 1969 et début 1970, d’abord par Fleury et après dans les locaux du service de renseignements de l’Armée – désigné par les militaires comme « la succursale de l’enfer ».

Pour échapper à ses bourreaux, il tente de se suicider avec une lame de rasoir. Interné dans l’Hôpital militaire, il reçoit la visite du Cardinal de Sâo Paulo, D. Agnelo Rossi, un personnage conservateur, qui se solidarise avec les militaires et refuse de dénoncer les tortures des dominicains.

Envoyé finalement dans une prison » ordinaire », Tito écrit un récit de ses souffrances qui sera publié par la revue américaine Look et distribué au Brésil par les militants de la résistance, avec un retentissement considérable. Le Pape Paul VI finit par condamner « un grand pays qui applique des méthodes d’interrogation inhumaines » et remplace D.Rossi par Paulo Evaristo Arns, nouveau Cardinal de Sâo Paulo, connu pour son engagement en défense des droits de l’homme et contre la torture.

Quelques mois plus tard,  des révolutionnaires enlèvent l’ambassadeur suisse et l’échangent par la libération de 70 prisonniers politiques, dont Tito de Alencar. Le jeune dominicain hésite à accepter, tant l’idée de quitter son pays lui est étrangère. Les 70 seront bannis du pays et interdits de retour. Après un bref séjour au Chili,  Frei Tito s’établit chez les dominicains au Couvent Saint-Jacques à Paris.

L’exil est pour lui une grande souffrance : « C’est très dur de vivre loin de son pays et de la lutte révolutionnaire. Il faut supporter l’exil comme l’on supporte la torture ». Il participe aux campagnes de dénonciation des crimes de la dictature,  et se met à étudier la théologie et les classiques du marxisme : « J’accepte l’analyse marxiste de la lutte de classes. Pour qui veut changer les structures de la société, Marx est indispensable. Mais a vision du monde que j’ai comme chrétien est différente de la vision du monde marxiste ». Le dominicain français Paul Blanquart, connu pour ses options « à gauche du Christ », le décrit comme « le plus engagé et le plus révolutionnaire des dominicains ».

Cependant,  avec le passage du temps,  Tito donne des signes de plus en plus inquiétants de déséquilibre psychique.  Il se croit suivit et persécuté par son tortionnaire,  le Commissaire Fleury. On lui propose donc, en 1973,  un lieu plus tranquille : le Couvent dominicain de l’Arbresle. Il devient l’ami du frère dominicain Xavier Plassat, qui tente de l’aider, et il suit un traitement psychiatrique chez le docteur Jean-Claude Rolland. En vain.

Après le coup d’état au Chili en Septembre 1973 il devient de plus en plus angoissé, convaincu que  Fleury le persécute encore, et que les dominicains, ou les infirmiers de l’hôpital psychiatrique, sont ses acolytes. Finalement, à bout de forces, désespéré, le 8 août 1974, il choisit le suicide par pendaison.

Son ami dominicain, le Frère Xavier Plassat finira par s’établir au Brésil, où il deviendra l’organisateur de la campagne contre le travail esclave de la Commission Pastorale de la Terre : selon son témoignage, « mon travail ici est un héritage laissé par Tito ».

Comme l’on sait, le Vatican, sous Jean-Paul II et sous Ratzinger, a rejeté la théologie de la libération comme « erreur », à cause,  notamment, de son usage « indiscriminé » de concepts marxistes. Avec l’élection de Bergoglio, le Pape François,  d’origine argentine,  une période nouvelle semble s’ouvrir. Non seulement Gustavo Gutierrez a été reçu au Vatican, mais le Pape a décidé, lors d’une rencontre en 2014 avec Alexis Tsipras et Walter Baier, deux dirigeants de la Gauche Européenne, d’ouvrir un dialogue entre marxistes et chrétiens. Des dialogues de ce type avaient eu lieu dans l’après-guerre, dans certains pays d’Europe (France, Italie, Allemagne), mais une initiative sous l’égide du Vatican est sans précédent.

Le Pape a délégué pour ce dialogue l’archevêque Angelo Vincenzo Zani,  Secrétaire de la Congrégation du Vatican pour l’Education Catholique, et le mouvement Focolari, un réseau laique fondé par Chiara Lubich dans l’Italie de l’après-guerre. Le livre Europe in Common est la première publication de cette tentative d’explorer une « éthique sociale transversale ». Deux des éditeurs de l’ouvrage, Franz Kronreif et Luisa Sello, appartiennent au reseau Focolari, et les deux autres, Walter Baier (ex-secrétaire général du Parti Communiste autrichien) et Cornelia Hildebrandt, de la Fondation Rosa Luxemburg de Berlin représentent Transform !, réseau des Fondations de Recherche marxistes liées à la Gauche européenne.

Le dialogue s’est déroulé ’abord dans les locaux de l’Institut Universitaire Sophia,  du mouvement Focolari, situé au village de Loppiano, près de Florence, où les participants furent reçus par le sociologue belge Bernard Callebaut. D’autres symposiums on eu lieu à Castelgandolfo – la résidence d’été du Pape ! – et à Vienne. En septembre  2018 cependant eut lieu une Université d’été conjointe,  dans les locaux de l’Université de la Mer Egée, situés dans l’ile de Syros, siège d’une traditionnelle communauté catholique. La plupart des documents réunis dans le recueil Europe as a Common (Premier Volume) sont des présentations faites pendant cette initiative. Au cours de leur cursus, les étudiants, issus des deux courants, ont rédigé ensemble un document « Le Manifeste d’Hermoupolis », qui figure aussi dans le livre.

En leur introduction, les quatre éditeurs du recueil rappellent que le but du dialogue n’est pas la conversion mutuelle, ni la production d’un syncrétisme, mais dans la recherche du commun sans ignorer les différences fondamentales. Trois interventions initiales servent de point de départ :

Franz Kronreif, du mouvement Focolari, parle de « consensus dans la différence » et propose que les repères initiaux du dialogue soient l’Encyclique Laudato Si du Pape François et les Thèses Sur le concept d’histoire de Walter Benjamin.

Walter Baier, du réseau Transform ! rappelle le besoin pour les marxistes d’une réflexion auto-critique sur les crimes commis au nom du socialisme en URSS ; il trouve dans les écrits de Karl Polanyi des éléments pour une convergence entre socialisme et christianisme. Enfin, l’archevêque Zani, dans un salut adressé à l’Université d’été de 2018, rend hommage aux idéaux de justice, fraternité et solidarité des jeunes participants à cette rencontre.

        Au cours des dialogues et des débats à l’Université d’été, on a pu assister à des confrontations entre points de vue assez opposés,  comme par exemple entre Leonce Bekemans, Professeur de la Chaire Jean Monnet à l’Université  de Padoue, partisan convaincu de l’Union Européenne « réellement existante », et Luciana Castellina, ancienne députée communiste européenne,  qui rêve d’un « autre Europe », non soumise aux marchés capitalistes. 

Parfois cependant les interlocuteurs des deux bords ont réussi à élaborer un document commun,  come ce fut le cas de Cornelia Hildebrandt et de Pal Toth, professeur à l’Institut Universitaire de Sophia, sur « Une stratégie non-violente dans un monde pluriel ».  Le même vaut pour la contribution de Petra Steinmair-Pösel, une théologienne liée aux Focolari, en collaboration avec Michael Brie,  de la Fondation Rosa Luxemburg de Berlin, sur « Les Communs : notre terrain commun ? ».

Europe as a Common contient aussi des contributions de Piero Coda, recteur de l’Institut Universitaire de Sophia, de Bernard Callebaut, sociologue de cette  même Institution, de Spyros Syropoulos, professeur à l’Université de la Mer Egée, d’Alberto Lo Presti, de l’Université catholique Lumsa de Rome, de José Manuel Pureza,  professeur à l’Université de Coimbra et député du Bloc de Gauche au Parlement portugais, du théologien musulman Adnane Mokrani – un plaidoyer pour « un Etat séculaire comme nécessité religieuse » – du psychologue social Thomas Stucke, du politologue colombien Javier Andres Baquero (qui raconte son expérience dans la gestion « verte » de la ville de Bogota), et de l’auteur de la présente notice. L’ensemble,  qui témoigne de la pluralité des perspectives engagées dans cette initiative « transversale », est complété par une conférence du Pape François sur « L’option préférentielle pour les pauvres le critère-clé de l’authenticité chrétienne » (19/8/2020).

Que  conclure de cet itinéraire bibliographique passablement accidenté,  qui nous conduit du jeune Marx au Pontifex Maximum Bergoglio ? La seule conclusion c’est que le rapport entre marxistes et chrétiens reste un livre ouvert, dont les prochains chapitres seront rédigés moins à partir des Saintes Ecritures des uns et des autres, qu’en réponse aux défis écologiques, sociaux et éthiques du 21ème siècle.

Michael LÖWY

Friedrich ENGELS et Karl MARX Annales franco-allemandes,  Edition complète préparée par Alix Bouffard et Pauline Clochec, . Traduction par J-C Angaut, V.Beguin, A.Bouffard, J-M Buée, P.Clochec, C.Fradin, M. L’Homme et J.Quétier. Présentation et annotation par P.Clochec,  Paris, Editions Sociales,  Geme (Grande Edition Marx et Engels), 2020, 328 pages ; 

Nicos FOUFAS, Friedrich Engels et la Guerre des Paysans  Allemands,  Paris,  L’Harmattan,  « Ouverture Philosophique », 2020,  117 pages,  14 euros. 

Arno MÜNSTER, Socialisme et religion au XXe Siècle. Judaisme, Christianisme et athéisme dans la philosophie de la religion d’Ernst Bloch, Paris, L’Harmattan,  coll. « Ouverture Philosophique », 2018, 175 pages;  

Donna T. HAVERTY-STACKE, The FieRce Life of Grace Holmes Carlson,  New York,  New York University Press,  2021, 289 pages; 

Leneide  DUARTE-PLON et Clarisse MEIRELLES,  Tito de Alencar (1945-1974). Un dominicain brésilien martyr de la dictature, Paris,  Karthala, Collection  « Signes des Temps »,  2020, 308 pages. Traduit du portugais par les auteures.  Préface de Vladimir Safatle,  Avant-Propos de Xavier Plassat ;

Walter BAIER, Cornelia HILDEBRANDT,  Franz KRONREIF, Luisa SELLO  (Eds.),  Europe as a Common.  Exploring Transversal Social Ethics, Zürich,  LIT Verlag, 2021,  Vol. I,  267 pages.