¿Para qué sirve la hermandad latinoamericana?. Ariadna Dacil Lanza. NS. Agosto 2022 

Los nuevos gobiernos progresistas no logran reforzar los vínculos regionales. Si en los tiempos de la primera «marea rosa» la unidad latinoamericana parecía parte del espíritu de época, hoy se compone apenas de frases vacías. Con tiempos económicos y sociales distintos, los gobiernos latinoamericanos parecen apostar a resolver los problemas domésticos.

La integración en América Latina, particularmente la promovida por los gobiernos de centroizquierda y progresistas, está en crisis. Y es que las urgencias materiales y domésticas mandan. A ellos se les aplica la máxima de Hegel: «Buscad primero comida y vestimenta, que el reino de Dios se os dará luego por sí mismo».

Centrados en resolver las urgencias de sus comarcas, los gobiernos progresistas latinoamericanos ya no encuentran incentivos en el vecindario.

La escena internacional es, evidentemente, tormentosa. Para América Latina, implica capear las tensiones del ascenso de China –uno de los principales socios comerciales de la región– y el declive relativo de Estados Unidos.

Se trata de dos potencias imbricadas que, por momentos, esbozan intentos de desacople y que demandan al resto de las naciones relaciones monogámicas. Cada país atiende su juego, y solo en los momentos en los que la culpa (o el cliché) los invade, los mandatarios progresistas repiten viejos mantras sobre la «hermandad latinoamericana».

Esta aparece como un vínculo platónico, emocional y «superestructural» con los vecinos. Pero en un mundo entrópico nadie sabe muy bien para qué la quiere.

Los saludos y las fotos compartidas entre los gobiernos englobados bajo las categorías de «nuevo giro a la izquierda» o «nueva ola progresista» –entre los que se incluyen México, Perú, Argentina, Chile, Bolivia y ahora Colombia– eluden la heterogeneidad y los escasos niveles de integración concreta entre ellos. Permanecen las palabras de rigor, pero faltan los hechos que las sustenten.

Cuerpo fragmentado

Así como el infante en sus primeros meses de vida solo logra percibir los distintos miembros de su cuerpo en forma separada –incluso sin sentir que le pertenecen realmente–, los recientes gobiernos progresistas llegan con un cuerpo fragmentado.

Aunque en algunos países ha habido experiencias progresistas precedentes, el «nuevo ciclo» no solo parece tener diferencias con el primero, sino que reúne a gobiernos «primerizos» (en países como México, Perú o Colombia no hubo antes «marea rosa») con otros que retornan al poder luego de pasar por la oposición y, en no pocos casos, por una crisis de identidad política.

Si en los primeros 2000 el progresismo parecía en un franco ascenso –y las diferencias entre los distintos gobiernos se licuaban ante lo que era una verdadera ola posneoliberal–, en esta década el entusiasmo parece ser más nacional que regional.

Y es que el momento es distinto: si a principios de los 2000 el desafío era forjar una nueva hegemonía tras décadas de gobiernos neoliberales, ahora es evitar no solo las permanentes presiones de las derechas, sino las propias crisis internas de los espacios progresistas en el poder.

En no pocos casos, esta «nueva ola progresista» se produce con líderes que buscan quitarse el lastre de «radicales» o «izquierdistas» (como son los casos de Gabriel Boric y ahora el de Gustavo Petro), para lo cual debieron apostar a gabinetes ensamblados que les otorgan una mayor diversidad ideológica y les permiten huir de los significantes críticos que les imputa la derecha.

Además, para aprobar parte de sus programas, muchos de estos gobiernos debieron buscar apoyos legislativos por no contar con mayorías propias. Estas, y no otras, han sido las preocupaciones principales en este nuevo ciclo. El regionalismo, en tal sentido, ha debido esperar.

El panorama es claro cuando se lo observa país por país. En Argentina, Alberto Fernández fue elegido por Cristina Fernández de Kirchner –la líder del mayor espacio político de la coalición peronista argentina– antes de someterse al voto popular. Juntos conformaron una coalición que no les alcanzó para controlar ambas cámaras en el Congreso –y en 2021 incluso perderían la mayoría en el Senado–, aunque sí para «apaciguar» las calles.

El Frente de Todos exploró respuestas dubitativas en el gabinete para sostener la unidad y los recientes cambios –tres ministros de Economía en un mes, entre otros– dan cuenta de una situación doméstica en transformación.

En Perú, Pedro Castillo llegó con menos recursos: un partido prestado con el que solo reunió 37 de 130 escaños del Congreso. Castillo no solo quedó fuera del partido, sino también con la bancada fragmentada y sorteando dos procesos de vacancia.

En Chile, durante el breve camino recorrido de Boric desde que asumió hace casi cinco meses, la prioridad fue que el sello electoral Apruebo Dignidad se tradujera en una alianza de gobierno más amplia, por lo que el presidente magallánico debió preparar un gabinete sumando a parte de la antigua Concertación para reunir voluntades en un Congreso que no controla. Además, la atención se centra en la campaña por el Apruebo en el plebiscito de salida de la Constitución, en tanto Boric sabe que eso condicionará desde la forma de su gobierno hasta las expectativas de cambio que lo llevaron a La Moneda.

Y la lista sigue: Gustavo Petro, recientemente elegido como jefe de Estado colombiano, es considerado el primer presidente de izquierda del país, algo que no necesariamente es visto como un atributo a la hora de gobernar. Por eso, 48 horas antes del balotaje el líder del Pacto Histórico llamó a formar un Gran Acuerdo Nacional con partidos de centro, con los que luego de la elección formó una alianza para que cedan su apoyo en el Congreso y a los que asignó carteras en su gabinete.

En el caso boliviano, la mayoría con la que llegó Luis Arce al gobierno era fundamental para asentarlo en el poder luego del golpe de Estado y, si bien logró controlar la Asamblea Legislativa en 2021, el Movimiento al Socialismo (MAS) mantiene una interna por la sucesión entre quienes lideran el gobierno: Arce y el vicepresidente David Choquehuanca, y el ex-presidente y jefe del MAS, Evo Morales.

El caso de Andrés Manuel López Obrador en México es algo diferente, en tanto logró acceder al poder con mayorías parlamentarias propias, aunque perdió el quórum durante las elecciones legislativas en pandemia. Sus prioridades también han estado lejos de las alianzas progresistas –el Grupo de Puebla parece ser más del orden de lo testimonial–, y se han focalizado en acuerdos con Estados Unidos, su relación con algunos países centroamericanos y el Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC).

La situación se muestra claramente diferente a la del primer ciclo progresista. No se trata solo de la carencia de mayorías propias en los Parlamentos, sino de las constantes crisis de los espacios de centroizquierda ante situaciones económicas adversas y presiones de las diferentes derechas.

Más allá de la homogeneidad o de las diferencias internas propia de todo gobierno, es palpable que los nuevos líderes progresistas se abocaron a conflictos nacionales. A la hora de buscar soluciones, no parecen encontrar incentivos en la «hermandad latinoamericana». Y es lógico que así sea.

Muchos de los conflictos actuales –como los de la Araucanía en Chile o la trabajosa implementación de los Acuerdos de Paz en Colombia– constituyen prioridades locales de cada gobierno y no demandan trazar solidaridades regionales.

Al mismo tiempo, la migración venezolana ha empezado a movilizar a líderes como Boric y Castillo, quienes tímidamente han restablecido relaciones con Venezuela, aunque aún temerosos por su impacto en la opinión pública interna.

Fernández, Arce, López Obrador y Castillo, que sí tuvieron que atravesar toda o parte de la pandemia de covid-19, no articularon medidas más allá de los ámbitos bilaterales, en los que el mayor hito fue la producción colaborativa de vacunas entre Argentina y México.

La urgencia argentina en torno de la deuda con el Fondo Monetario Internacional (FMI), tema nuclear del gobierno de Fernández, obtuvo apoyos simbólicos en la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac). Pero en líneas generales, si bien la idea de la integración latinoamericana ha formado parte de sus discursos, aparece en un lugar desplazado.

Regionalismo zigzagueante

La doble crisis del regionalismo latinoamericano y del multilateralismo interamericano se produce en medio de una transición hacia un nuevo orden global. La disputa entre China y Estados Unidos genera rivalidades crecientes entre dos potencias que –ampliamente imbricadas, a diferencia de lo que sucedía con la Unión Soviética– pujan por su desacople y arrinconan al resto de los actores del tablero a optar por algún bando.

Esas rivalidades se escenifican en temas que van desde la tecnología 5G hasta asuntos más focalizados como, por ejemplo, la base espacial china en Argentina. La disputa hegemónica se ha intensificado en el marco de la invasión rusa de Ucrania y ha implicado el pedido de las potencias occidentales a los países de América Latina de que adopten definiciones en torno de Rusia en foros como el Consejo de Derechos Humanos de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) o el G-20.

Y si bien Moscú no es China, el nuevo concepto estratégico de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) deja claro que, para esa organización, ambas naciones forman parte de un mismo eje y que representan las principales amenazas para Occidente. Se trata de la misma mirada que Estados Unidos ya había consignado en su última Estrategia de Seguridad Nacional.

Más allá de las afinidades o distancias ideológicas de los líderes progresistas con China, la creciente presencia en la región de la potencia asiática complejiza las definiciones y libra a cada nación a su suerte. Esas son las pocas decisiones que puede tomar América Latina, que, en este dilema, «vuelve a ser un rule taker» y no «un rule maker», es decir, una región sin «capacidad real de influencia».

En medio de un escenario internacional entrópico, los liderazgos progresistas de América Latina se preguntan, en voz baja, si queda algo de regionalismo latinoamericano, de qué tipo sería y para qué podría servir. Si se observan los antecedentes, hay un zigzagueante recorrido de cambios de estructuras que ha dejado ese regionalismo exhausto .

Si en el periodo que va desde los primeros años del siglo XXI hasta 2015, instancias como el Mercado Común del Sur (Mercosur), la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur), la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (Alba), la Celac y la Comunidad Andina de Naciones (CAN) se vieron fortalecidas y revitalizadas, los años  siguientes estuvieron caracterizados por la salida de varios países de algunas de esas instancias, con el consecuente intento de forjar estructuras alternativas –con nuevas identificaciones ideológicas, alejadas de las previas-, como la creación del Foro para el Progreso de América del Sur (Prosur) o el Grupo de Lima.

En paralelo, los rezagados de la etapa anterior crearon instancias de articulación política como el Grupo de Puebla, mayormente habitado por sectores de oposición (salvo México y luego Argentina a partir de la victoria de Fernández). Este último grupo logró funcionar de forma articulada para conseguir asilo para Evo Morales luego de que este fuera depuesto. Sin embargo, no tuvo ningún otro logro significativo y hasta ahora no ha funcionado más que como un club de debate político.

Asimismo, muchos de los gobiernos progresistas, aun cuando parten de posiciones más o menos similares, no han priorizado el comercio entre sí. Si el comercio intrarregional fue clave en los años de la primera oleada progresista, en la actualidad existe un escenario más bien fragmentado.

Frente al ascenso de China como uno de los principales socios comerciales de países de la región como Chile, Brasil, Argentina o incluso la CAN y el declive relativo de Estados Unidos –salvo para países como Colombia, Venezuela y Ecuador–, las iniciativas de integración regional atraviesan situaciones de «irrelevancia, estancamiento o desmantelamiento».

Las dinámicas comerciales, como afirman los investigadores Esteban Actis y Bernabé Malacalza, «refuerzan la primarización o la escasa diversificación de las economías e incrementan los incentivos para buscar atajos bilaterales fuera de los espacios de convergencia regionales».

El caso más reciente es el del presidente uruguayo Luis Lacalle Pou, quien no solo impulsa la firma de un Tratado de Libre Comercio con China, sino que también anunció que solicitará el ingreso de su país al Acuerdo Transpacífico (TPP11), el cual fue impulsado por Chile y cuya ratificación aún se encuentra en el Senado del país trasandino. Aunque, como sostuvo la analista Julieta Zelicovich, hay un hiato entre los planes de Lacalle Pou y su concreción, lo cierto es que el tema eclosionó en la última cumbre del Mercosur, en la que Uruguay se abstuvo de firmar la declaración conjunta.

En tanto, Boric –que llegó al balotaje presidencial con un programa que leyó bien el contexto porque eliminó la idea previa de pedir el ingreso pleno de Chile al Mercosur– envió una delegación a la última cumbre del bloque como una suerte de asociado, y allí su ministra de Relaciones Exteriores, Antonia Urrejola, lo definió como una «prioridad» para el gobierno chileno.

Esto no solo desató polémicas en el país, sino que dista de ser una realidad, ya que el Mercosur es apenas su cuarto socio comercial, luego de China, Estados Unidos y la Unión Europea.

Por eso, funcionarios del gobierno de Boric fueron objeto de críticas cuando se reunieron con grupos que alientan un «Chile sin Tratados de Libre Comercio» o exhibieron posiciones críticas del buque insignia de administraciones previas –en particular, del Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica, del que México y Perú también son parte–.

Además, Chile es miembro de la Alianza del Pacifico y tiene numerosos tratados de libre comercio firmados, y lo cierto es que América Latina perdió importancia como mercado para los chilenos, aun cuando el proyecto de Constitución, en sus escasas referencias a la política exterior, «declara a América Latina y el Caribe como zona prioritaria en sus relaciones internacionales».

En el caso de López Obrador, su decisión de elegir a Estados Unidos como primer país a visitar como presidente fue anticipatoria y emblemática. El principal tema del mandatario mexicano fue la entrada en vigor del T-MEC, que definió como «un gran acuerdo». El T-MEC buscó actualizar términos y condiciones del viejo Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), pero no significó un cambio en la dependencia mexicana de Estados Unidos.

En tanto, los países de la Asociación Latinoamericana de Integración (ALADI) lograron repuntar la caída de los dos años previos de los niveles de intercambio intrarregionales en 2021. Sin embargo, estos aún son bajos.

En suma, el grado de integración regional se mantiene en los niveles mínimos históricos, similares a los existentes a mediados de la década de 1980.

Regionalismo platónico

El tipo de prédica latinoamericanista que caracterizó a la primera ola de gobiernos progresistas se ha apagado, pero no se ha ido. En rigor, existen algunos conatos de esa prédica, aunque atenuados. Las tensiones que despierta la situación de Venezuela y, en menor medida, la de Cuba y Nicaragua, sigue siendo una herida abierta que, dentro del progresismo, está lejos de suturarse.

Esta lesión a la unidad no ha quedado atrás en pos de un pragmatismo que permita superar las diferencias entre los gobiernos actuales y ha permeado las relaciones regionales e interamericanas. De hecho, en la última Cumbre de las Américas se teatralizaron nuevamente esas rivalidades. Estados Unidos debió asumir el costo de su decisión de no cursar invitaciones a Caracas, La Habana y Managua.

Por esas exclusiones recibió el desplante de los líderes de México y Bolivia, además del amague de ausentarse de parte de Argentina –revertido con promesas de encuentros bilaterales– y las críticas de la mayoría de los líderes asistentes, entre ellos Fernández, Boric y Castillo. Brasil también planteó la posibilidad de no asistir, pero por la fría relación entre Jair Bolsonaro y Joe Biden.

Las dos posiciones más antagónicas fueron, por un lado, la de Bolivia que, como parte del Alba, mantuvo una reunión con sus pares días antes en La Habana en rechazo a la decisión de Washington de marginar a aquellas tres naciones; mientras que en el otro extremo estuvo Colombia, que mantuvo su alineamiento 100% con Estados Unidos (sin embargo, la victoria de Petro alumbra un posible posicionamiento alternativo en instancias similares).

El caso de Castillo ha sido el más ecléctico, ya que se ha abstenido de hacer críticas a los tres países en la mira de Estados Unidos y, a la vez, ha restablecido relaciones con Venezuela después de cuatro años sin embajadores. Además, se ha despegado del Grupo de Lima, que en los años previos reconocía a Juan Guaidó como presidente venezolano. Sin embargo, los tres cambios de cancilleres que hizo Castillo, además de la ruptura con su partido Perú Libre, hizo que las posiciones en política exterior entraran en una deriva.

Las tensiones y diferencias entre los mandatarios americanos ya se habían hecho patentes durante la carrera por la sucesión del mando en el Banco Interamericano de Desarrollo y los cuestionamientos al accionar de la desahuciada Organización de los Estados Americanos (OEA).

De esta última incluso se intentó una suerte de reemplazo en medio del relanzamiento de la Celac en 2021. «La Celac en estos tiempos puede convertirse en el principal instrumento para consolidar las relaciones entre nuestros países de América Latina y el Caribe de alcanzar el ideal de una integración económica con Estados Unidos y Canadá en un marco de respeto a nuestras soberanías», soñó López Obrador durante la sexta cumbre del bloque en septiembre pasado, en línea con las ilusiones que despertó en muchos cuando dos meses antes propuso sustituir a la OEA por otro organismo «no lacayo de nadie».

Bolivia ha sido el abanderado de la causa anti-OEA. Sin embargo, Castillo –que con Perú Libre definía a la OEA como «un organismo de control geopolítico de Latinoamérica y el Caribe», además de criticar a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) y a la Corte Internacional de Derechos Humanos– llegó a pedir que una comitiva de la OEA «se instale en el Perú» para «luchar contra la corrupción» y firmó acuerdos con la organización en este sentido.

Una vez que asumió la Presidencia de Chile, Gabriel Boric mostró una actitud más pragmática respecto a Venezuela, Cuba y Nicaragua. Su posición se mantuvo crítica con los tres países excluidos de la Cumbre en Washington, pero pidió su participación. La postura argentina fue similar respecto a la OEA (pidió que no legitimen más procesos de desestabilización en la región), pero no en sus críticas a Venezuela, Nicaragua y Cuba, respecto a los que, en general, ha tenido posiciones menos confrontativas que las de Boric.

El presidente chileno suspendió la presencia de Chile en Prosur y apostó por Celac, aunque advirtió que «hay que dejar de crear organizaciones en función de las afinidades ideológicas de los mandatarios de turno», entre las que mencionó a «Prosur, Unasur o el Grupo de Lima y la serie de siglas conocidas». «No sirven para unirnos y avanzar en la integración».

A la par, la designación de Antonia Urrejola como su canciller fue cuestionada por algunos países latinoamericanos por haber formado parte de la OEA en tiempos del golpe de Estado en Bolivia y de presidir la CIDH, desde donde hizo duras críticas al gobierno de Nicaragua y al de Venezuela. Sin embargo, esas críticas ocultan sus declaraciones sobre el accionar del gobierno de Iván Duque durante las protestas en Colombia o a la represión durante el gobierno de Jeanine Áñez, que también condenó duramente.

Lo que vendrá

La crisis del regionalismo latinoamericano excede nítidamente a la de las formas en que el progresismo ha percibido esta materia. Sin embargo, la experiencia de la primera «marea rosa», plagada de instituciones y acuerdos regionales, marcó a fuego la experiencia regionalista. Si bien muchos esperaban que, ante el regreso de una ola progresista a la región, se produjera también el de una serie de pactos regionales que dieran prioridad a las posiciones de América Latina, esto ha estado lejos de verificarse en la práctica.

Una ola de regresos progresistas más débiles y una serie de ascensos de nuevos liderazgos que hacen una primera experiencia en un contexto mucho más crítico que el de los primeros 2000 han contribuido a un escenario en el que las declaraciones sobre la «patria grande» y la «hermandad latinoamericana» no resultan más que frases vacías.

Para algunos, el eventual triunfo de Luiz Inácio Lula da Silva en las elecciones brasileñas podría modificar ese panorama, pero no es claro que eso vaya a ser así. De ganar, Lula deberá resolver un panorama nacional complejo, y no es evidente que, más allá de sus apuestas regionales, pueda volver a reproducirse el marco de la década de 2000-2010. Esta nueva ola progresista atiende hoy conflictividades locales y busca atajos para mantenerse en pie. Y aunque en términos declamativos no son pocos los que hablan del valor de la integración, nadie sabe muy bien, en este contexto, para qué les haría falta. Quizás el primer paso sea definir eso: la identidad de un nuevo regionalismo. Pero no es lo que esta sucediendo.

Tres preguntas para Xi. Josep Piqué. Octubre 2022

Cada cinco años, China escenifica ante los ojos del mundo la maquinaria que gobierna el Estado y su partido único. El 16 de octubre comienza en el Palacio de la Asamblea del Pueblo de Pekín el XX Congreso del Partido Comunista Chino (PCCh), que decidirá la composición del núcleo del poder político de la superpotencia asiática: los 205 miembros del Comité Central, los 25 del Politburó y los 7 del Comité Permanente del Politburó. Aunque se trata de un ejercicio de votación puramente formal, donde 2.296 delegados procedentes de todo el país eligen a nombres y cargos acordados de manera previa, no por ello deja de ser un acontecimiento del máximo interés político dentro y fuera de la República Popular. El rumbo de China para los próximos cinco quedará marcado en apenas una semana.

Este Congreso de 2022 estaba llamado a ser especialmente significativo, ya que debía elegir al nuevo secretario general del PCCh y presidente de China si no se hubiera abolido la limitación de dos mandatos sucesivos de cinco años. Xi Jinping fue elegido secretario general del PCCh en el Congreso de 2012 y nombrado presidente de China en 2013, por lo que este año el partido debía designar a un nuevo líder. Sin embargo, en marzo de 2018, Xi cambió las reglas de juego, aprobando una modificación que extendía de forma ilimitada su poder como jefe del Estado. El secretario general del PCCh es también presidente de la Comisión Militar Central, al mando del Ejército Popular de Liberación y de la Policía Armada.

Xi justificó la supresión de la limitación de mandatos en la necesaria continuidad de la dirección política en un momento en el que China se consolida como potencia global, en un escenario internacional crecientemente competitivo y, sobre todo, ante el inevitable cambio de su paradigma de crecimiento económico, pasando de un modelo exportador-manufacturero a otro más innovador y con un mercado interno más sólido. Según Xi, el momento histórico requiere un control firme sobre el partido, el Estado y las fuerzas armadas.

La apuesta era arriesgada hace un lustro. Hoy, después de lo acontecido, tanto dentro en China como fuera, parece serlo todavía más. Por tres motivos: primero, la situación económica se ha deteriorado en todo el mundo; segundo, por primera vez en décadas, las reglas de juego de la sucesión del poder en China se han roto; y tercero, el escenario internacional, a raíz de la guerra en Ucrania, se ha vuelto más hostil hacia Pekín. Esto nos lleva a plantearnos tres preguntas, interrelacionadas, acerca del futuro de Xi, del PCCh y de la República Popular. ¿Aguantará la economía china? ¿Mantendrán la cohesión el PCCh y la sociedad china? ¿Saldrá airosa la posición internacional del país del conflicto en Ucrania?

    «Por primera vez desde 1990, se espera que China crezca más lento que el resto de Asia»

Antaño motivo de orgullo, la economía china es hoy un quebradero de cabeza para los dirigentes del PCCh. Por primera vez desde 1990, este año se espera que China crezca más lento que el resto de Asia. Los principales problemas macro son “el exceso de ahorro, su concomitante, el exceso de inversión, y su corolario, las crecientes montañas de deuda improductiva”, explica Martin Wolf en Financial Times. El paradigma de todo lo que ha ido mal lo podemos encontrar en el sector inmobiliario, que venía aportando alrededor de una cuarta parte del PIB. Lo que comenzó como una crisis inmobiliaria –caracterizada por la caída de las ventas de inmuebles y una serie de impagos de los promotores, tras años de créditos baratos y una regulación cada vez más permisiva– se está transformando en una crisis financiera a nivel de los gobiernos locales, asfixiando el crecimiento de la economía. En este terreno, no parece que las cosas hayan cambiado demasiado desde que, en 2007, el entonces primer ministro Wen Jiabao calificase la trayectoria de crecimiento nacional como “inestable, desequilibrada, descoordinada e insostenible”.

Por otra parte, la política de “Covid cero” impuesta por el régimen ha añadido sal a la herida: los confinamientos masivos han sido continuados, con los consiguientes parones en la producción. La alargada sombra del PCCh se ha dejado sentir también en mercados estratégicos como el tecnológico, reduciendo el valor de los gigantes chinos del sector, que en el último año se han visto crecientemente intervenidos por el Estado.

El temor a una recesión mundial por la guerra en Ucrania, mientras tanto, mina aún más la confianza en la solidez de la economía china. A pesar de todo ello, el plan de Xi continúa inalterado: pasar de un modelo de inversión a uno de consumo, convirtiendo a China, para 2035, en una economía de ingresos medios con una sociedad mayoritariamente acomodada. Un reto mayúsculo, tan difícil como el llevado a cabo en los años ochenta, cuando el régimen apostó por un modelo de crecimiento basado en la exportación. ¿Lo logrará Xi, como lo logró Deng Xiaoping?

Escarmentado por los excesos y desastres provocados por las políticas de Mao, Deng estableció un sistema de liderazgo colectivo que robusteció al PCCh y acompañó a China en su proceso de desarrollo económico, al tiempo que acababa con todo atisbo de culto a la personalidad. Xi ha roto ahora con todo ello.

No hay que llamarse a engaño: al igual que otros partidos comunistas en el poder, el PCCh siempre ha sido una organización vertical, jerárquica y opaca. Desde 2012, sin embargo, Xi ha dado una vuelta de tuerca al Partido-Estado, reforzando la verticalidad y la acumulación del poder en la toma de decisiones, al tiempo que ha promovido el encumbramiento de su figura, como en tiempos de Mao. Según el sinólogo francés Jean-Pierre Cabestan, todo ello habría alimentado las críticas no solo entre las facciones liberales y reformistas, sino entre la élite del PCCh en su conjunto. ¿Habrá ido Xi demasiado lejos?

    «La pandemia de Covid ha permitido al PCCh desplegar un control más estricto de la población, gracias a tecnologías de vanguardia como el reconocimiento facial»

En paralelo a este proceso, China ha profundizado en su transformación en un Estado policial con tecnología de vanguardia. La pandemia de Covid ha permitido al PCCh desplegar un control más estricto de la población, con controles térmicos, geolocalización y reconocimiento facial, a lo que se añade un sistema de censura a través de internet para monitorear y sofocar las críticas ciudadanas.

En Xinjiang, los expertos debaten si calificar de genocidio la represión de la minoría uigur. Desde 2016, al menos un millón de personas habrían sido detenidas sin juicio en la región autónoma. Y en Hong Kong, la asimilación del enclave ha convertido en papel mojado el acuerdo de “un país, dos sistemas” firmado por Londres y Pekín. Hoy la excolonia británica es mucho menos libre y autónoma que en 1997. ¿Cuánta represión podrán aguantar las minorías del país? ¿Y la mayoría de la población?

Tal vez sea el frente internacional, sin embargo, donde los planes de Xi hayan sufrido un mayor revés. La invasión rusa de Ucrania no ha cambiado la meta del PCCh de convertir a China en la gran superpotencia global, en sustitución de Estados Unidos, pero quizá sí el calendario y la hoja de ruta. Hoy Occidente no parece tan necesitado, tan en declive como en 2017, cuando Xi visitó Davos asegurando a los presentes y al mundo que podían contar con China para la defensa del multilateralismo y el libre comercio.

La guerra en Ucrania, sin duda, ofrece ventajas a China. En primer lugar, echa a Rusia en sus brazos. El yuan es hoy la divisa más intercambiada en la bolsa de Moscú. En segundo lugar, el conflicto distrae –momentáneamente– a Washington del Indo-Pacífico, fijando su atención en Europa. Al mismo tiempo, la guerra puede ofrecer a China, llegado el momento, una palanca de negociación con EEUU y la Unión Europea.

Pero se trata de ganancias a corto plazo. Una derrota de Rusia sería una pésima noticia para Xi. Peor aún sería si Vladímir Putin cumple su amenaza nuclear, lo que obligaría a Xi a acabar con cualquier ambigüedad en su apoyo hoy implícito a Moscú. Además, la experiencia ucraniana no ofrece un buen ejemplo de todo lo que puede salir mal en Taiwán.

En los últimos años, la historia parece haber conspirado contra Xi y sus sueños de convertirse en el nuevo Gran Timonel de una China sin rival. O quizá no, quizá conspire a su favor. Lo veremos en el próximo lustro.

Réquiem por un sueño: a cien años de la fundación de la URSS.Oleg Yasinsky. Diciembre 2022

Pertenezco a una generación privilegiada. Nací a finales de los años 60 en Kiev, la capital de una Ucrania soviética y socialista, y tuve la suerte de pasar los años de mi infancia, adolescencia y hasta mi juventud en un país satanizado como ningún otro en la historia de la humanidad: la URSS.

Un recuerdo enorme, que tendremos que rescatar del olvido. No para los museos, sino como material para los nuevos andamios de los tiempos que vienen. Es una tarea inmensa que todavía está por hacerse.

Conversando en La Habana con el hijo mayor del Che, Camilo Guevara, un gran ser humano que hace poco meses partió, cuando tratábamos de analizar el rol de la Unión Soviética en la historia mundial, él me dijo:

«(…) Estamos hablando de una gran nación que desarrolló una revolución autóctona y épica contra viento y marea. Que venció a las hordas nazi fascistas a costa del sacrificio de su pueblo, haciéndole un favor impagable a la humanidad. Los soviéticos realizaron hazañas de diversa índole y en infinidad de campos. Soy de los que creen que ni los críticos o enemigos más objetivos o viscerales de la URSS se esperaban algo así. Siempre tuve la convicción de que no había fuerza capaz de destruir tan enorme obra. Subestimé la burocracia política, la acumulación de errores y la influencia capitalista en la mentalidad de algunos dirigentes. (…) Creo que todavía hay que hacer un análisis lo más científico posible. Es decir, despojado de cualquier atisbo de sentimentalismo o afinidad ideológica para llegar a un resultado más o menos preciso. No abogo por que se aborde este tema sin perspectivas militantes o de clase, eso es imposible, solo pido que se vea como una experiencia que se debe desnudar, radiografiar, auscultar hasta el último e insignificante pedacito para descubrir las raíces de lo que estuvo mal o bien, porque esa experiencia es, quizás, en una versión mejorada, la única forma que existe de salvarnos como especie…» 

El peor crimen que cometió la URSS, aquel que nunca se le perdonará, fue el de haber sido una esperanza compartida para lograr una sociedad más justa, más digna y más humana. Esto es lo que la Unión Soviética le entregó no solo a sus habitantes, sino a todos los pueblos del mundo sin excepción alguna.

Desde el triunfo de la Revolución bolchevique en la lejana y exótica Rusia, el mundo no volvió a ser el mismo. El poder de los soviets (consejos populares) desafió a aquel anterior orden establecido desde arriba para aplastar a los de abajo, orden que hasta entonces parecía inmutable. 

En la Unión Soviética desde niños aprendimos que la felicidad en la vida consistía en ayudar a los demás y que nuestro destino era conocer el Universo sin límites. Solo teníamos que estudiar y aprender mucho, ser buenos compañeros, convertirnos en personas dignas de nuestros padres y nuestros abuelos. Teníamos los servicios de salud y educación totalmente gratuitos; aún más: en la universidad, por las buenas notas, el Estado nos pagaba. Leíamos muchísimo y veíamos bastante cine.

Soñábamos con viajar por el mundo, haciéndonos amigos de todos los países, culturas y colores. Sentíamos que el futuro era nuestro, que estaba al alcance de nuestros años, y a nuestra generación le correspondería acabar con las guerras y hermanar a los pueblos del mundo, encontrando las curas para las enfermedades y terminando con la injusticia y la explotación del hombre por el hombre, en la historia humana. Soñar con tener mucho dinero estaba mal visto.

Wikipedia / Public Domain

Creíamos profundamente en el amor romántico, pudoroso, inocente y en la amistad desinteresada como valores supremos. No nos sobraba nada, pues no teníamos lujos, ni grandes viviendas, ni viajes al extranjero. Tampoco nos reuníamos con nuestros amigos en los cafés ni en los restaurantes, sino en nuestros hogares, donde compartíamos lo poco y lo mucho que teníamos. Conocíamos la literatura, la música y el cine de todo el mundo y no nos cansábamos de conversar ni de querer conocer más. Cuando alguien se enfermaba, los médicos iban a visitarlo gratis en su domicilio. Las mujeres se jubilaban a los 55 y los hombres a los 60 años. Teníamos como los derechos constitucionales, a la salud, la educación y la vivienda gratuitas, que se cumplían rigurosamente. 

Si nos ponemos a contar todo esto hoy, en la mayoría de los países muchos nos dirán que es una exageración propagandística o un delirio de viejitos nostálgicos, que es mentira porque la vida real ya no es así y todas estas cosas jamás podrían ser ciertas ni posibles. Otros, más informados, tendrán preparados sus mil peros, recordando los absurdos de la burocracia, las represiones políticas de Stalin, las múltiples formas de no libertades ciudadanas, las dificultades para poder salir al extranjero, las enormes colas y el déficit de los productos en las tiendas, la censura y la gran distancia entre el discurso oficial y las conversaciones en privado. También sería verdad, pero una de esas que, sin contextos ni matices, más se acerca a ser mentira. 

Es muy difícil hablar de la Unión Soviética desde el reino de lo secundario, tan normalizado y generalizado por el capitalismo, donde la libertad de elegir entre mil colores y texturas de papel higiénico es algo que con tanto descaro se presenta como uno de los pasos hacia la felicidad plena. Los que nunca supieron soñar con nada fuera de su bienestar personal no tienen cómo entender los logros y fracasos del proyecto soviético, y no porque algo sea malo o bueno, sino por lo incomparables que son sus dimensiones, niveles y tamaños. 

La URSS fue la primera y la más contundente prueba de que es posible una larga existencia de una sociedad donde el dinero no sea ni valor central ni la principal condición para el desarrollo humano. Sí, en la Unión Soviética era muy importante el dinero. Pero no lo era todo, y creo que ésta es precisamente su principal diferencia con las sociedades occidentales. 

No es verdad que la URSS fue destruida por su incapacidad económica de competir con Occidente. Tampoco es cierto que su caída fue el resultado de un largo o inteligente trabajo de los servicios de inteligencia enemigos.

La Unión Soviética no dejó de existir por un enemigo político externo, lo que la destruyó fue su propia falta de democracia y de participación real de los ciudadanos en la toma de decisiones del Estado, junto a la ingenuidad e infantilismo político de su pueblo, que no supo valorar ni defender sus enormes conquistas sociales.

La nueva generación de oportunistas burócratas en el poder, que masivamente permearon al Estado, entendió que le convenía mucho más el capitalismo y, aprovechando la falta de experiencia política del pueblo, desde los tiempos de Gorbachev, desató una tremenda campaña política anticomunista que no ha parado hasta el día de hoy, y luego, encabezada por Yeltsin, dio un golpe de Estado de derecha. Entendíamos de todo, excepto de política. No nos dimos cuenta. 

Pasaron décadas… y mientras en algunas repúblicas exsoviéticas hordas de ignorantes alentados por el poder y su prensa destruyen todavía los últimos monumentos a Lenin, pasando a profanar las tumbas y memoriales de los soldados antifascistas, en otras ciudades los pueblos se juntan el dinero para poner de nuevo las estatuas de José Stalin. No discutiremos ahora sobre qué tan malo o qué tan calumniado ha sido este personaje, dejemos esto para mejores tiempos, pero ese hecho en particular nos dice que la gente siente una enorme necesidad de aferrarse a su memoria histórica, donde perdura aquel proyecto que con sus luces y sombras nos abría un futuro para todos, que nos hacía soñar con un mundo diferente, cuando la palabra ‘futuro’ no despertaba miedo, sino esperanza y anhelo.

Con las trágicas experiencias de este nuevo milenio, aprendimos que el tiempo es reversible. Los pueblos de ahora simplemente no encuentran ideologías ni esperanzas en otras visiones del ‘progreso’.

Todo análisis histórico, mínimamente serio, nos vuelve a hacer pensar en la grandeza de un pueblo que fue capaz de crear otro tipo de economía y de salirse del dominio cultural ajeno y crear el suyo propio, otro proyecto estético, espiritual, ético, un recuerdo imborrable que hoy da alas para saber que puede volver a hacerse, aunque no sea el mismo… porque, como dice la canción ‘Todo Cambia’, «Y lo que cambió ayer, tendrá que cambiar mañana». Porque todo lo que fue criticado de la URSS, incluidos los peores errores y problemas no resueltos del ‘socialismo real’, hoy son la constante en la sociedad que vivimos, solo que están aumentados y multiplicados con creces por la degeneración del mundo capitalista neoliberal moderno.

Si en la URSS muchas cosas funcionaban mal, en el sistema actual no funciona prácticamente nada, solo si son negocios para muy pocos, a muy corto plazo y a costa de todo. Hablando de los ‘campos de concentración’ o prisiones soviéticas, las seudodemocracias de hoy por todos lados multiplican miles y miles de otras, de todo tipo, visibles e invisibles, mucho peores que las de aquel tiempo.

Y la peligrosa nostalgia por la URSS cada vez más, se parece  a una nostalgia por el futuro.

Las lenguas no tienen jerarquías. Renato García González. Agosto de 2022

A veces suelen escucharse opiniones afirmando que algunas lenguas son mejores que otras para algo: el alemán es la lengua de la filosofía, el francés es la lengua del amor, el inglés es la lengua del progreso. En los hechos, parece que así es, que si hablas una lengua de aquellas (lenguas europeas, por cierto), puede ser que tengas más oportunidades en el mundo.[1]

Entonces, cabe preguntarse ¿por qué algunas lenguas parecen ser más exitosas que otras?, ¿por qué en algunas lenguas la gente parece producir más ciencia o más literatura?, ¿por qué unas lenguas no se escriben siquiera? Desde mi punto de vista, en todos los casos es porque las lenguas no son entidades separadas de las personas y pueblos que las hablan.

Las lenguas se adaptan a las necesidades de los hablantes y se vuelven instrumentos útiles para la expresión de todo lo relevante en la vida de las personas; por lo tanto, la gente es la que cambia a las lenguas. Al ser una posesión inherente de cada persona, las lenguas viajan con quienes las hablan; las lenguas van a donde quiera que vayan sus hablantes; también cuando dos personas entran en contacto, la lengua o la forma de hablarla se convierte en la característica más destacada de las personas. Cuando una persona o un pueblo completo viaja de un lugar a otro, inevitablemente, su lengua va con ellos.

No siempre es la regla que cuando dos personas o grupos de personas se encuentran lo hagan en términos amistosos. Puede ocurrir que esos encuentros estén cruzados por el conflicto entre las personas; cuando esto ocurre y una de esas personas o grupos resulta vencedora, su lengua suele vencer e imponerse.

Hay un dicho muy común entre los lingüistas (atribuido al sociolingüista Weinreich): “una lengua es un dialecto con ejército”. Esta frase trata de capturar la idea de que fuera del conflicto y fuera de las nociones de vencedores y vencidos, todas las lenguas son iguales, pero en cuanto un grupo se impone a otro, su lengua (o su forma local de hablar) también se impone a los otros.

No siempre los conflictos tienen que ser bélicos per se, a veces la simple llegada de un grupo de personas a un territorio nuevo suele ser suficiente para que estos procesos se inicien. El sociolingüista Joshua Fishman notó en sus estudios que cuando tales conflictos ocurren entre las personas y las lenguas que hablan son diferentes, suele atribuírsele a las lenguas, por extensión, las propiedades atribuidas a las personas que las hablan.[2]

Sin duda, los casos más dramáticos suelen ser aquellos en los que a raíz de un conflicto bélico o de una invasión —como la ocurrida en el continente americano en el siglo XVI—, un grupo termina imponiéndose a otro y con ello su lengua también se impone, y se inicia un proceso de sustitución lingüística.

Si regresamos a la expresión “una lengua es un dialecto con ejército”, tenemos un término fuertemente malentendido fuera de la lingüística: dialecto. En un uso cotidiano, en México, esta palabra suele utilizarse para referirse, en un sentido despreciativo, a las hablas propias de los pueblos originarios.

Detrás de este uso, suele haber una fuerte carga de racismo:  se cree que esas formas de hablar de alguna manera son meros sistemas de comunicación carentes de cualquier complejidad atribuida a las lenguas —casi siempre, en esa conceptualización cotidiana, se trata de las lenguas de origen europeo como el español, el alemán, el francés o el inglés—.

Según esta manera de pensar, el título de lengua sólo lo puede ostentar una forma de hablar que tenga una tradición literaria que la respalde, en la que se escriba lo mismo poesía que ciencia, que sea buena para las canciones más pegajosas, para hacer exitosos negocios o escudriñar las profundidades de la filosofía.

Este uso cotidiano de dialecto, como decíamos, está cruzado por un profundo racismo que se ha originado desde los fundamentos del sistema educativo nacional en el que se consideraba que las lenguas originarias serían un lastre para el desarrollo y el alcance del ideal liberal de una nación con una lengua.

La lingüista Yásnaya Aguilar (2016, 2019)3 ha escrito extensamente acerca de cómo desde el sistema educativo se han reproducido ideas cuya gravedad es tal que ha hecho creer a sus ciudadanos 1) que en México sólo se habla español, 2) que las personas indígenas, de alguna manera, desaparecieron después de la Conquista y 3) que si escuchamos otra cosa que no sea español, seguramente es un sistema de comunicación incompleto.

Este ha sido un muy bien orquestado esfuerzo por invisibilizar no sólo lenguas, sino personas. Recordemos que las lenguas no existen en abstracto: residen en el interior de las personas y todo lo que se hace a las lenguas, en realidad, se hace a las personas que las hablan.

En un sentido técnico —un poco árido para el lector no especializado, pero apasionante para los lingüistas—, el concepto de dialecto tiene que ver con el reconocimiento de maneras diferentes de hablar una misma lengua atendiendo a diferencias geográficas. Es decir, podemos decir que un dialecto es una manera regional de hablar una misma lengua.

Así, tenemos que el español que hablamos en México, es un dialecto de la lengua española: por ello, en ese sentido, el español que hablan en Argentina, en Chile, en Perú y en España, son todos dialectos de esa lengua española. Una lengua sería en un sentido muy laxo la suma de todas sus variantes regionales o dialectos.

Los lingüistas tienen muchos criterios para determinar qué tanto puede variar una lengua regionalmente para seguir siendo dialecto y antes de convertirse en otra lengua, pero baste decir que mientras dos personas de diferentes regiones se entiendan una a la otra sin demasiado esfuerzo, podemos decir que estamos frente a dos dialectos de una misma lengua.

Teniendo en mente lo anterior, entonces, sólo podríamos decir desde un punto de vista técnico, que hay dialectos del español, dialectos del náhuatl, dialectos del inglés, dialectos del teenek, etcétera, en la medida en que esas lenguas tienen variantes regionales.

Para que no quepa duda: las hablas originarias de México no son dialectos, en el primer sentido que comentamos arriba, sino son lenguas completamente, en el sentido que recién mencionamos. Las lenguas originarias de México son resultado de exactamente los mismos procesos cognitivos que dieron origen a lenguas como el alemán o el francés, y sus hablantes tienen exactamente las mismas precondiciones cognitivas: un lexicón compuesto de un conjunto finito de palabras y una capacidad combinatoria que les permite unir esas palabras para crear expresiones y significados potencialmente infinitos.

De tal forma, desde una perspectiva cognitiva y lingüística —científica en última instancia—, no hay una lengua mejor o más apta que otra. La impresión que tenemos de que el alemán sea la lengua de la filosofía y el inglés la del progreso es el resultado de procesos históricos que permitieron a los pueblos que las hablan imponerse a otros en ciertos campos, ya sea por la fuerza o por el monopolio de las condiciones materiales. EP

Versión modificada del capítulo ‘Lo individual y la esfera social de la lengua’ del libro La etnografía en el estudio de la Lengua. Construyendo la Interculturalidad. Tomo II (En prensa). Universidad Intercultural del estado de Puebla. [↩]

    Fishman, Joshua. A. (1977). Language and ethnicity, en H. Giles (Ed.) Language, ethnicity and intergroup relations (pp. 15–58). London: Academic Press. [↩]

    Aguilar  Gil,  Yásnaya  Elena. (2016). El  nacionalismo  y  la  diversidad lingüística, en Tema y Variaciones de Literatura. Núm. 47, semestre II. UAM-A, pp. 45-47. [↩]


[1]

[2]

“Fui fundador en abril de 1971 de La Cebolla Purpura…” Entrevista con David Hernández

SAN SALVADOR, 2 de agosto de 2022 (SIEP). “Una de las raíces de La Cebolla Purpura se encuentra en una discusión que sostuvimos, -todavía sin conocernos- con Jaime Suarez Quemain,   alrededor de la película Teorema de Pier Paolo Pasolini, que trata de las complejas relaciones de una familia de la alta burguesía con un  joven  que les altera su vida…”nos comparte David Hernández, novelista y escritor salvadoreño.

“Ambos asistimos a ver esta película, como parte de una serie de cine –forum que se realizaban los sábados en el sótano de la antigua Biblioteca Nacional,  organizados por José Luis Valle,  en su carácter de director  del departamento de estudios escénicos del Ministerio de Educación. Sí, es el mismo que publicó ese año la antología 25 poetas jóvenes de El Salvador.”

Con Jaime discutimos en esa ocasión sobre la lucha en Vietnam, fíjate que aquel tenía posiciones raras, contradictorias: por una parte defendía la lucha del pueblo vietnamita pero por otro lado era crítico de Fidel y de la Revolución Cubana, incluso a veces manifestaba admirar a Hitler…pero luego nos hicimos amigos  y hasta hermanos…”

Entre los meros cuatro fundadores de la Cebolla Púrpura en abril de 1971 estaba Jaime, que era contador, Rigoberto Góngora, que venía de Los Masacuatos de la Juventud Comunista  en San Vicente, el migueleño Jorge Morazán  y mi persona.  Para ese tiempo estudiaba mi último año de bachillerato en el Instituto Francisco Menéndez, el INSFRAMEN. Después se fueron sumando muchos otros escritores y artistas… 

Empezamos a reunirnos en el Teatro Nacional y decidimos formar un grupo literario,  con la claridad que no queríamos llamarnos con nombres de animales (ya estaban la Masacuata, los Unicornios, Pez y Serpiente, los Osos Hormigueros, etc.) y entonces Raúl Chamagua sugirió el nombre de Cebolla Purpura y nos gustó, lo aceptamos, le pegó con el nombre.

Después se incorporaron Carlos Balaguer y Francisco Bertrand Galindo, sí  el mismo, el que escribió Los locos de San Salvador, con narraciones sobre Te Pica, la Loca Amparo, Carrito y otros…

Por cierto Jaime, que vivía allá en la calle 5 de noviembre, era muy amigo de Bertrand Galindo, por lo que criticaba fuertemente a  Góngora y a Morazán porque se metían con la novia de este,             -convirtiéndolo en cornudo- y por esto hasta amenazaba con expulsarlos del grupo.

Cuando habíamos sacado ya el tercer número de nuestra revista, La Cebolla Purpura, el director del Diario El Mundo nos ofreció que asumiéramos como grupo literario una página sabatina, que entonces empezamos a publicar.  La publicamos durante cuatro años, incluso dimos a conocer una parte de Pobrecito poeta que era yo de Roque…

En abril de 1975 publicamos un pronunciamiento saludando la victoria del pueblo vietnamita  y esto nos valió una crítica de la UCA, del departamento de letras, dirigida por el chapín Leonel Menéndez Quiroga, que cuestionaron que como era que  “unos vagos de cafetines” se ponían a opinar sobre Vietnam.  Le respondí la siguiente semana  en la página, sacando un pronunciamiento firmado con  mi nombre: el papel de la historia…

Nosotros visitábamos muchos bares y cafeterías: el Skandia allá en los bajos del hotel San Salvador, el Bella Nápoles, y los bares alrededor de La Praviana: el Alcázar, el Faro, el Paraíso…

Nosotros los cuatro fundadores éramos los cebolludos y los que se fueron integrando al grupo -que fueron muchos-eran los cebollines…entre estos estaban los hermanos Galeas, Giovanny y Marvin; Rafael Mendoza, Ricardo Castrorrivas, Alfonso Hernández (quién siempre andaba huyendo), Dago el Escultor, Gilda Lewin, Norman Douglas, Manuel Soto, pintores como Toño Bonilla, los dos Crespines (el Loco y el Pequeño) , Napoleón Ramírez Melara, uno de apellido Orantes, incluso había periodistas como el guatemalteco Eduardo Vásquez Becquer, Chico Aragón, René Contreras, Quique Castro, además de Myrna López, Marisol Galindo (sí la de las LP-28), hasta Fernando Zablah,  etc.

Del 74 al 75 estuve en la Ciudad Normal…estudiando para maestro…y ahí fui reclutado para el PCS, me llegaba a atender políticamente Dago Manteca, digo Sosa, el actual Lucio. 

Fíjate que en el 77,  al mismo Emilio, que así se llamaba entonces Schafik, le habían llegado chambres de la misma gente del partido que me conocían, que nosotros pasábamos en cafetines y bares y me dijo preocupado:

-Aléjese de esos sitios, ahí llegan muchos orejas  y cuidado! Que viene una represión terrible! 

Esto me hizo volverme un poco más cauteloso, pero sin abandonar la bohemia. Y fue de esta relación política, del mismo Simón,  que surgió la beca en 1980 para ir a estudiar  a la Ursula,  y opte por agronomía.  (Continuara)

Ateneo de El Salvador presentó segunda novela de William Martínez: Obituario de un Médico

SAN SALVADOR, 17 de diciembre de 2022 El Ateneo de El Salvador, institución cultural fundada en 1912, presentó esta tarde en sus instalaciones, la nueva obra literaria del escritor William Martínez,  su segunda novela, titulada Obituario de un Médico.

La actividad estuvo coordinada por el reconocido investigador folclórico Israel Elías Vásquez Bojorje, quien agradeció la presencia de los invitados al acto y expresó que la producción literaria es uno de los pilares que enriquecen la cultura de El Salvador.

Por su parte, e presidente de esta institución, el Dr. José Manuel Bonilla Alvarado indicó que para el Ateneo de El Salvador era un alto honor servir de sede para la presentación de esta obra, que  pasaba a formar parte de la  larga trayectoria ateneísta de fomento del arte y la cultura.

Posteriormente inició un momento musical en el que el cantautor Dimas Castellón deleitó al auditórium con tres piezas musicales, enmarcadas en su acreditado compromiso con las luchas del pueblo salvadoreño por la democracia y la justicia.

Luego le correspondió la palabra al catedrático universitario Manuel Sarabia,  quién desde su visión de crítico literario  compartió las múltiples facetas de la obra, enfatizando que se inscribe en el marco de la novela moderna, de carácter complejo.

Finalmente el autor explicó que esta novela se basas en hechos reales tratados literariamente y responde a un tributo a un amigo my querido de infancia y adolescencia, y que su producción le permitió explorar diversos escenarios sociales en varios países.

Entre los asistentes se encontraban las hijas del autor, junto con múltiples amistades,  incluyendo al filosofo Edgar Núñez, a la periodista Raquel Cañas, el profesor Walter Ticas, el escritor Roberto Pineda, entre otros.

Macrotendencias en el mundo que nos viene. Josep Piqué. Julio de 2022

La pandemia y la agresión rusa a Ucrania nos obligan, por su carácter disruptivo, a reconsiderar muchos ejercicios de prospectiva sobre cómo va a ser el mundo que nos viene.

Es opinión habitual decir que ambos acontecimientos señalan un antes y un después y que nada volverá a ser como antes. Es una verdad a medias, de raíz “adanista”. Cada generación tiende a creer que lo que le sucede a ella implica empezar de cero. Y hay acontecimientos que, sin duda, han cambiado el curso de la humanidad. Las grandes guerras e invasiones o devastadoras pandemias están entre ellos.

Desde una perspectiva eurocéntrica, la caída del Imperio Romano, el Descubrimiento de América o las revoluciones industriales y burguesas son claros ejemplos. También el colonialismo (y la descolonización) o las dos guerras mundiales. Sin duda, la guerra fría y el colapso de la Unión Soviética o, más recientemente, la irrupción de China como gran superpotencia global.

Evidentemente, las tecnologías disruptivas marcan también transformaciones trascendentales: desde el dominio del fuego, la rueda o las que permiten las grandes navegaciones, pasando por las revoluciones industriales que han permitido la hegemonía occidental en los últimos siglos. Y, más recientemente, las tecnologías nuclear y digital.

Además, por supuesto, cada país puede señalar acontecimientos que han cambiado el curso de su historia y que, en ciertos casos, han afectado al conjunto: desde las revoluciones francesa o rusa a las grandes religiones monoteístas nacidas en lo que hoy llamamos Oriente Próximo.

Sin olvidarnos, recientemente, de los atentados del 11 de septiembre o la construcción europea, por poner dos ejemplos bien distintos. Y, por supuesto, el cambio climático y el deterioro medioambiental, que pueden alterar de manera sustancial el futuro de las generaciones venideras.

Finalmente, hay que recordar la enorme influencia de los grandes pensadores, de Confucio a Platón, de Descartes, Kant o Hegel a Marx, y de los grandes científicos, de Galileo a Newton y tantos otros.

Todos esos acontecimientos y personajes han marcado el devenir histórico y han trascendido y se han proyectado por mucho tiempo después. Valga, pues, este superficial recordatorio para situar las cosas en su contexto.

Ni la pandemia del Covid-19 ni la invasión rusa de Ucrania tienen esa magnitud. Han sido y están siendo muy graves en términos humanos o económicos y sociales, pero, salvo que esta derive en una conflagración nuclear de incalculables consecuencias, sus efectos pueden ser limitados en términos históricos, sin subestimar, obviamente, su gravedad.

De hecho, cabe preguntarse si han cambiado o no las grandes macrotendencias que venían marcando la vida de los seres humanos desde antes de ambos sucesos. La respuesta es que siguen siendo las mismas, aunque se hayan visto alteradas no solo de forma coyuntural, sino en algunas de sus características estructurales.

Podemos citar cuatro muy claras: la globalización, la digitalización, la transición energética y el desplazamiento del eje de gravedad geopolítico desde el Atlántico al Indo-Pacífico. Vienen de antes, prosiguen ahora y seguirán cuando demos por controlada la pandemia o acabe la invasión y la guerra en Ucrania.

La globalización

Vayamos por partes. La globalización es un concepto muy controvertido y que se ha convertido en un ámbito significativo del debate político. No nos referimos a los acontecimientos globalizadores del pasado (desde la Ruta de la Seda al Galeón de Manila), sino a la generalización del libre comercio y de flujos financieros a raíz de la consolidación del multilateralismo liberal surgido desde el final de la Segunda Guerra Mundial y que tiene su concreción más clara en las instituciones nacidas de Breton Woods.

Junto a la revolución digital y a la convergencia progresiva de productividades, la globalización ha permitido enormes aumentos de la riqueza global, la disminución de la pobreza y la generación masiva de nuevas clases medias o la mejora de indicadores de bienestar como la esperanza de vida, los índices de mortalidad infantil o la alfabetización.

Ha supuesto la integración en el sistema global y la participación en cadenas globales de valor a los países que no formaban parte de Occidente. El ejemplo más paradigmático es la entrada de China (apoyada entusiásticamente por Occidente) en la Organización Mundial del Comercio.

La hiperglobalización ha permitido grandes aumentos de eficiencia económica, tanto desde el lado de la oferta como de la demanda, y ha posibilitado políticas de reducción drástica de inventarios, tecnologías just in time y enormes desplazamientos tanto de la producción como del consumo.

Sin embargo, es cierto que ha propiciado un mundo postoccidental en el que buena parte de los agentes sociales de los países desarrollados han visto pérdidas no solo de peso relativo, sino incluso de reducción de las rentas en términos reales de muchos de ellos. No sin consecuencias políticas: la aparición de los populismos antiglobalizadores que defienden un retorno al proteccionismo, barreras a la inmigración o que cuestionan el cosmopolitismo para regresar a la defensa de identidades primigenias son clara muestra de esas consecuencias. Y, por ende, la crisis de las democracias representativas basadas en los límites al poder político frente a los derechos y las libertades de los ciudadanos.

La pandemia y la guerra en Ucrania han puesto de manifiesto los límites de esa hiperglobalización. Las disrupciones de las cadenas globales de valor, los cuellos de botella en los suministros, los niveles de dependencia (y de vulnerabilidad) de materias primas o componentes intermedios esenciales provocados, primero, por el shock de oferta que ha supuesto la pandemia y, luego, por el uso de la energía como arma de guerra nos llevan a un cierto decoupling en un mundo global, pero compartimentado, donde conceptos como la seguridad en los suministros, las reservas estratégicas, la política industrial o las alianzas geopolíticas cobran de nuevo plena vigencia. Es el just in case: la seguridad es tan importante como la eficiencia. El mundo sigue siendo global, pero la realidad nos ha marcado ciertos límites.

La digitalización

En cuanto a la digitalización, una auténtica revolución disruptiva, esta ha cambiado las relaciones económicas y sociales (también políticas) de una forma muy profunda. No hay vuelta atrás. El futuro es inevitablemente digital y la gran pugna de este siglo vuelve a centrarse en la tecnología y el dominio en ámbitos como la Inteligencia Artificial, el Internet de las cosas, el Big Data, el blockchain o la nube. Y los recientes acontecimientos no han cambiado el curso de ese proceso. En todo caso (la pandemia), lo han acelerado en su implementación.

Transición energética y medio ambiental

Sobre la transición energética y medioambiental, apenas hay debate sobre el qué (descarbonizar el planeta y reducir al máximo las emisiones de gases de efecto invernadero para reducir el calentamiento global, y luchar por el medio ambiente y la biodiversidad, en particular en mares y océanos), pero se ha agudizado un debate (ya previo) sobre el cuándo y el cómo.

Es decir, planteando los costes de la transición y los límites impuestos por nuestro modelo de crecimiento basado hasta ahora en energía procedente de recursos fósiles. Los plazos y la diversificación de las fuentes de energía vienen condicionados por la realidad existente. La guerra ha devuelto a Europa el debate sobre el uso del gas o de la energía nuclear o, incluso, sobre el uso del carbón para situaciones de emergencia como las que estamos viviendo. Es un debate que va más allá de la coyuntura, que va a depender de los puntos de partida en cada país y en cada región del planeta, y que va a ocuparnos las próximas décadas. Se iba a producir de cualquier modo, más allá de unos acontecimientos que nos obligan a anticiparlo.

El desplazamiento geopolítico

Por último, la otra gran macrotendencia es la que se deriva del desplazamiento irreversible del centro de gravedad geopolítico desde el Atlántico al Indo-Pacífico. Por razones económicas, comerciales, demográficas o tecnológicas. Y que tiene su reflejo en la pugna explícita por la hegemonía global entre Estados Unidos y China, que implica, obviamente, un claro componente militar y de seguridad colectiva.

Algo de lo que venimos hablando ya desde finales del siglo pasado. A pesar de centrar ahora de nuevo la atención en Europa por la agresión criminal rusa, ese desplazamiento no va a cambiar su curso. De hecho, mucho de lo que está sucediendo hay que leerlo también en esa clave. Solo hace falta pensar en la situación de Taiwán y la reivindicación de su soberanía por parte de China.

Vamos pues hacia un mundo global (con límites), digitalizado, en transición energética y con una nueva bipolaridad imperfecta centrada en el Indo-Pacífico. Nada muy distinto de lo que ya venía pasando. Lógicamente, la actualidad y el corto plazo condicionan nuestra visión de las cosas. Pero, en perspectiva histórica, hay que fijarse en las grandes tendencias y esas van más allá de la coyuntura.

Otra cosa es que todo ello nos obligue a plantear qué valores queremos que sean los predominantes en ese mundo que nos viene. Un futuro basado en la libertad y la dignidad de las personas, con un medio ambiente sostenible, en el que la tecnología no sea un instrumento para la dominación y en el que las tensiones geopolíticas no nos lleven a situaciones que pongan en riesgo nuestra propia existencia. O un futuro alternativo basado en el autoritarismo totalitario y en el uso de la fuerza al margen del Derecho Internacional.

Otro debate que no debe obviar que problemas vitales como el cambio climático, las pandemias o el libre comercio solo pueden acometerse desde la colaboración.

Un mundo difícil e incierto. En nuestras manos está que tenga un futuro compartido.

Josep Piqué es editor de Política Exterior.

¡Fallece Profesor Miguel Ángel Ayala, militante revolucionario salvadoreño!

SAN SALVADOR, 2 de agosto de 2022(SIEP). “Luego de más de sesenta años de militancia revolucionaria, inicialmente en el Partido Comunista de El salvador, PCS, y luego en el frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional, FMLN, falleció este día nuestro querido amigo Profesor Miguel Ángel Ayala…” expreso Roberto Pineda, director del Servicio Informativo Ecuménico y Popular.

Agrego que “Miguel Ángel inició su jornada revolucionaria de toda una vida en la lucha contra el dictador Lemus, inspirado por la gesta guerrillera de Fidel Castro en la Sierra Maestra, luego fue uno de los forjadores de los núcleos magisteriales que  en 1965 se fusionaron en la Asociación Nacional de Educadores Salvadoreños, Andes 21 de Junio, destacándose en sus dos huelgas, la del 68 y la del 71.”

“Es capturado en 1981 y fue de los fundadores del Comité de Presos Políticos de El Salvador, COPPES, desde donde contribuyó a convertir las cáceles de la dictadura en nuevas trincheras de combate y de denuncia, y de lucha por un país más justo…” 

“Que los sueños de democracia y socialismo que animaron la vida de nuestro querido Profe Ayala, que  su alegría y su optimismo inevitable en los momentos más difíciles, sigan inspirando a nuevas generaciones de jóvenes revolucionarios, para los próximos combates por la vida, un saludo  fraternal para su hijo Berne…”

Una crítica marxista relacional del poshumanismo en arqueología. Randall H. McGuire. 2021

Introducción

Vivimos en un mundo material que acarrea incesantes
y variadas interacciones entre la gente y las cosas.
Tradicionalmente, los arqueólogos han usado estas interacciones
para estudiar y entender el cambio cultural
. Recientemente,
nuevas y atractivas teorías/filosofías posthumanistas han atraído
a muchos arqueólogos, que han abrazado distintas formas de
neomaterialismo.

Estas filosofías pregonan el poder de las cosas (Bennett 2010), ontologías orientadas a los objetos (Morton, 2017, p. 12), teoría de conjuntos o ensambles (assemblages) (DeLanda, 2016) y teoría de las cosas (Brown, 2003).

Para dar lugar al neomaterialismo, estos filósofos posthumanistas rechazan al viejo marxismo materialista histórico. Para estos filósofos, Marx ist tot (está muerto). La presente crítica considera las aplicaciones arqueológicas del neomaterialismo, especialmente la arqueología simétrica.

Mi crítica se dirige a la filosofía, pero se aplica a la arqueología aunque no a los filósofos que estos arqueólogos interpretan. El rechazo que la arqueología simétrica hace del marxismo se origina en una sobre-simplificación de las teorías marxistas, así como en una lectura errónea de la dialéctica relacional o hegeliana.

Marxismo relacional

El marxismo, como otras grandes teorías de la sociedad,
incluye diversos puntos de vista
, toma conceptos de otras teorías
e inspira a investigadores no marxistas. Como ocurre con otras
grandes teorías, algunas personas han tergiversado el marxismo
convirtiéndolo en un instrumento pernicioso.

El marxismo occidental que empleo aquí se desarrolló luego de la Segunda Guerra Mundial como una crítica tanto del capitalismo como del marxismo soviético. El marxismo relacional (o dialéctico) se desarrolló en este contexto y emplea una dialéctica hegeliana (Ollman, 2003).

Interpretaciones de Marx

Karl Marx consideró las cuestiones básicas de la vida
social para formular una teoría crítica del capitalismo basada
en un concepto radical de la historia.

Para Marx, la historia creaba el contexto para la acción social, pero la gente creaba la historia. La creación de la historia implica cultura, identidad e interpretación, y que la gente puede alcanzar una conciencia crítica de sus propias acciones sociales. Los marxistas adoptan un enfoque holístico dialectico para estudiar la historia humana.

Este holismo evita que los investigadores reduzcan la vida real a alguna de sus partes (cultura, economía, política o sociedad),
con teorías específicas para cada una de esas partes. La dialéctica
conduce a los investigadores a estudiar la sociedad como un todo
interconectado.

Por más de un siglo, el marxismo occidental se ha
desarrollado y diversificado
. En la actualidad no es una teoría de
la sociedad doctrinaria, única y unificada que pueda ser amarrada
simplemente a nuestro carro empírico o que los críticos puedan
descartar en unas pocas frases breves. Por el contrario, es una
tradición de pensamiento, una filosofía, y un modo de producción teórica que ha producido y producirá muchas teorías acerca de la sociedad.

En los estados comunistas, el marxismo se convirtió en
un comunismo totalitario de partido que empleaba a la arqueología
para legitimar al
estado (Klejn, 1991, p. 70; 1993; Trigger, 1995,
p. 326). El marxismo occidental rechaza el comunismo de
partido
.

Muchos arqueólogos marxistas occidentales adoptaron
un marxismo tradicional o clásico basado en la dialéctica de la
naturaleza de Engels (1927) (Woods & Grant 2015). Esto incluye
tanto a académicos anglófonos (Childe, 1989; Gilman, 1998;
Patterson, 2003; Trigger, 1995; 2003) como a la Arqueología
Social hispánica (Bate 1998; Lull & Micó 2011; Lull et al.,
1990; Lumbreras, 1974; Tantaleán, 2016; Vargas & Sanoja,
1999).

Otros desarrollaron una arqueología crítica derivada
del marxismo estructural francés, de la Escuela de Frankfurt y
de la obra de Antonio Gramsci
(Leone, 2005; Shackel, 2000).
En América del Norte, muchos investigadores han abrazado el
marxismo hegeliano o relacional
(McGuire, 1992; 2008; Wurst,
2002). Estas arqueologías marxistas occidentales forman un
continuo que abarca desde el marxismo clásico científico hasta el
más humanista marxismo relacional
.

Las críticas hacia la arqueología marxista raramente se
toman el duro trabajo de entender la gama y profundidad de los
diferentes enfoques corporizados en el marxismo occidental.
Algunos arqueólogos simétricos rechazan al marxismo lisa y
llanamente. Para ello eligen arbitrariamente a los estudios de
representación de Mark Leone y presentan a su arqueología
crítica como si representara al conjunto de los enfoques marxistas
(Harris & Cipolla, 2017, p. 24).

Dialética hegeliana relacional

El pensamiento dialéctico comienza con las relaciones
sociales más que con la definición de entidades concretas
(tales
como clases, economía, modos de producción). Estas entidades
son solo las manifestaciones superficiales de una red de relaciones
sociales dialécticamente vinculadas. Una red de interconexiones
complejas define a cualquier entidad por su relación con otras
entidades.

No existen los amos sin los esclavos, ni los esclavos
sin los amos. Una relación social subyacente, la esclavitud,
define tanto al amo como al esclavo
. Cada entidad social requiere
de la presencia de su opuesto y de la relación social que los crea a
ambos. Esta es la unidad de los opuestos. La dialéctica relacional
no asume que las entidades que conforman el todo social se
ajustarán cómodamente entre sí.

Pueden encajar bien, pero el cambio no resulta de estas relaciones funcionales. En vez de ello, el cambio se origina de las contradicciones relacionales que son inherentes a la unidad de los opuestos. Así, la esclavitud define tanto al amo como al esclavo.

Para que exista uno debe existir el otro, aunque son opuestos y, como tales, están inherentemente en conflicto. Tienen intereses contrarios y una diferente experiencia de vida en el contexto de una historia compartida. El cambio en las relaciones nunca es simplemente cuantitativo o cualitativo.

Los cambios cuantitativos pueden conducir a cambios
cualitativos
, mientras que el cambio cualitativo necesariamente
implica cambio cuantitativo. Los conflictos que resultan de
las contradicciones relacionales pueden producir cambios
cuantitativos en esas relaciones que luego escalen a un cambio
cualitativo. Las relaciones sociales que se originan en un cambio
cualitativo como este rehacen lo antiguo con el agregado de lo
nuevo.

La dialéctica relacional es tanto una manera de ver el
mundo como un método de investigación. No predice ni explica
el cambio social (Ollman, 2003, p. 12). Las explicaciones del
cambio social residen en las contradicciones y en relaciones
sociales históricamente específicas. Una visión dialéctica del
mundo exitosa ayuda a los arqueólogos a elegir los problemas
importantes y los conduce a las observaciones empíricas
necesarias para evaluar dichos problemas. Provee un marco para
realizar observaciones empíricas que ayuden a los investigadores
a construir conocimiento, a hacer una crítica del mundo y a
actuar en él.

El marxismo relacional construye praxis (McGuire, 2008).
La praxis se origina en la comprensión de que la gente hace
el mundo social en sus vidas diarias, y que también puede
transformar ese mundo. Una praxis efectiva requiere que la gente
conozca el mundo, critique el mundo y actúe en el mundo. La
acción sin conocimiento basado en hechos fracasará, pero un
simple empirismo no producirá conocimiento útil tampoco.

Los arqueólogos producen conocimiento en una dialéctica compleja
entre la realidad que observan, los métodos que emplean y la
conciencia que aplican a esa observación. Tienen que ser auto-
reflexivos y críticos acerca de cómo esos factores afectan sus
preguntas y la producción de conocimiento. Si los arqueólogos
no cuestionan la ética, la política, la epistemología y la realidad
detrás de su conocimiento
, entonces sus acciones en el mundo no
serán confiables y estarán llenas de consecuencias no anticipadas
dañinas y/o contraproducentes.

La crítica sin un conocimiento certero que la respalde provoca auto-engaño, mientras que la crítica que no va acompañada de acción produce nihilismo.

Neomaterialismo

¿Por qué elegir el marxismo, cuando podemos jugar con
los nuevos y brillantes materialismos?. Estas cosas brillantes
y resplandecientes atraen actualmente a muchos teóricos de
la arqueología (Harris & Cipolla, 2017). Nos dicen que el
marxismo es antiguo y está cansado. Esas nuevas cosas brillantes
y resplandecientes incluyen una variedad de enfoques que han
sido denominados de diversas maneras, como “posthumanismo”,
“agencia de los objetos”, “teoría de las cosas” y “nuevo
materialismo”.

El neomaterialismo surge de las cenizas del postmodernismo.
Reemplaza al discurso y al giro lingüístico con el giro material.
Bruno Latour (2005) ofrece la teoría del actor-red; Bill Brown
(2003) define la teoría de las cosas para discutir las interacciones
literarias entre los objetos y la cultura. Jane Bennett (2010)
es partidaria del poder de las cosas y de tomar seriamente
lo material.

Timothy Morton (2017) propone una ontología orientada a los objetos que sitúe a todos los seres (incluyendo nuestras percepciones) y sus cualidades esenciales en un mismo
plano.

Muchos arqueólogos posthumanistas se nutren de la teoría

de los conjuntos o ensambles de Manuel DeLanda (2016).

Estas perspectivas comparten puntos en común significativos –el más importante, que deberíamos estudiar a las cosas en su propio derecho y no simplemente como vías para entender a los humanos. Ven a humanos, no humanos y cosas como agentes activos en la variación y el cambio cultural. Este amplio concepto de actante y agencia surge de un rechazo a los dualismos, como cultura/naturaleza, animado/inanimado, pensamiento/ser, sujeto/objeto y humano/animal. Rechazan los enfoques antropocéntricos que instalan a los humanos en el
centro de nuestro análisis.
Finalmente, abandonan el foco en la
epistemología (cómo los humanos conocen el mundo) y en vez
de ello enfatizan la ontología (la naturaleza de las cosas en el
mundo)


Puedo concordar con mucho de lo que plantea el neomaterialismo. El argumento que propone tomar en serio a las cosas es atractivo para los arqueólogos. Dar precedencia al estudio del material en su propio derecho prioriza las cosas que los arqueólogos recuperan, observan y estudian. Las cosas se convierten en los objetos de nuestras explicaciones, no ya como medios inferiores para acceder a la agencia humana y al cambio cultural.

Conceptos como “conjunto/ensamble” siguen la lógica
arqueológica
. Como Van Dyke (2015a, 2015b, 2021) sostiene,
algunas variantes del posthumanismo nos serían útiles para pensar
más creativamente acerca de las relaciones entre humanos y no
humanos. Por lo general, cuando leo al neomaterialismo pienso,
“si, si”, hasta que alcanzo un punto donde sólo puede decir “no,
no”, o tal vez incluso, “diablos, no”.

El anti-antropocentrismo, la ontología plana y la arqueología simétrica me enojan.

Arqueología simétrica

El principio aboga por una arqueología simétrica –Michael
Shanks (Olsen et al., 2012), Bjørnar Olsen (2010), Christopher
Witmore (2014) y Þóra Pétursdóttir (2017) comienzan con
una crítica de la arqueología postmoderna. La acusan de estar
preocupada por el individuo, el significado y lo sociocultural
, así
como de ignorar el “componente material” (thingly component)
del pasado. Argumentan que el postmodernismo creó una relación
asimétrica entre la gente y las cosas, privilegiando lo humano por
sobre lo material.

Los arqueólogos simétricos, por el contrario, equilibran la
relación entre la gente y las cosas. Quieren estudiar las cosas no
simplemente como objetos útiles o como contenedores vacíos que
se llenan con significado humano, sino como actantes. Rechazan
la “estupidez” del excepcionalismo humano y rechazan convertir
a los humanos en el centro de todo. La arqueología simétrica,
por lo menos inicialmente, crea una ontología plana que sitúa a
las cosas, los animales y los humanos en un mismo plano
(Olsen
& Witmore, 2015). Dejan abierta la posibilidad de destacar lo
humano, pero comienzan sus análisis quitando la prioridad a las
personas.

Dualismo y dialéctica

Los arqueólogos simétricos rechazan cualquier noción de
dualismo. El dualismo prioriza las ontologías occidentales a
expensas de las no occidentales. Los dualismos son esencialistas.
Asumen que cada entidad posee atributos (esencias) que definen
su identidad
, como opuesta a las esencias de otras entidades.

Finalmente, los dualismos imponen categorías que pueden o no
existir y que pueden o no ser útiles para el análisis. El planteo
crítico que impulsan los arqueólogos simétricos, sin embargo,
depende paradójicamente de la existencia de un dualismo entre
el pensamiento cartesiano (dualista) y el pensamiento relacional
(no dualista).

Este desprecio por los dualismos encabeza la condena que
hace la arqueología simétrica del marxismo (Harris & Cipolla,
2017, p. 90–94). Descartan a la dialéctica, ya sea por considerarla relacionalmente inadecuada, o por constituir también una forma de dualismo.

Atacan el trabajo dialéctico sobre la materialidad de Daniel Miller (2012) por ser insuficientemente relacional. Se equivocan profundamente acerca de la unidad entre opuestos
marxista, al considerarla como una forma de dualismo (Webmoor
& Witmore, 2008, p. 56–61). No siquiera consideran a la
dialéctica relacional hegeliana, la cual es una herramienta más
poderosa que el empirismo relacional que ellos defienden.

Llamar dualismo a la dialéctica hegeliana malinterpreta el
concepto central de la unidad de los opuestos. Los opuestos en
una dialéctica no son categorías esencialistas. Por el contrario,
es una relación social subyacente la que crea los opuestos
y son
los cambios en esa relación los que transforman a las entidades.

Las explicaciones de la dialéctica presentan dos opuestos para
simplificar el concepto. Pero en los casos históricos reales, las
relaciones subyacentes son complejas, multifacéticas e implican a múltiples entidades.

En el sur de los Estados Unidos en el período anterior a la guerra civil, la relación subyacente de esclavitud producía al amo y al esclavo en Alabama, pero también producía al supervisor en la plantación, al comerciante de algodón en Charleston y a los trabajadores textiles de Manchester, Inglaterra. Una rebelión de esclavos que alterara la producción de algodón o una huelga que detuviese las fábricas textiles podrían haber transformado toda la compleja red de relaciones que conformaban el modo de producción.

Los críticos suelen referirse a una dialéctica tripartita de tesis,
antítesis y síntesis para refutar el carácter activo y relacional de
la dialéctica (Harris & Cipolla, 2017, p. 91). Esta comúnmente
invocada tríada no es relacional, porque es mecánica y porque
sugiere cierre o conclusión (síntesis). Este concepto triádico no
tiene nada que ver con la dialéctica relacional hegeliana, ni con
la dialéctica de Marx (Mueller, 1958). Hegel no usó la tríada de
tesis, antítesis, síntesis.

Fue Emanuel Kant quien definió tesis y antítesis; luego, su discípulo Johann Gottlieb Fichte agregó la síntesis para crear la dialéctica tripartita (McFarland, 2002).

En un único pasaje, Hegel se refiere al uso que hace Kant de
tesis y antítesis, pero no acepta su definición de la dialéctica ni
tampoco emplea el término “síntesis” (Kaufmann, 1966). Marx
empleó una dialéctica relacional hegeliana, no la mencionada
tríada (Ollman, 2003).

La frecuente atribución que se hace de esta dialéctica tripartita a Hegel o Marx resulta de lecturas incorrectas de Hegel y Marx. En arqueología, los críticos invocan esta tríada para caracterizar erróneamente a todos los conceptos de dialéctica como formas de dualismo (Harris & Cipolla, 2017, p. 91). También ignoran el hecho de que la dialéctica relacional resuelve el dualismo que la arqueología simétrica plantea entre pensamientos cartesiano y relacional.

Historia

La arqueología simétrica considera a la economía política con el mismo desdén que muestra hacia las dualidades. La economía política se encuentra en el núcleo del materialismo
histórico
, y existen muchas interpretaciones del materialismo
histórico.

Todas las teorías de la economía política, sin embargo,
se enfocan en las sociedades humanas y en cómo cambian a
través de la historia. El materialismo histórico plantea que los
medios que los humanos emplean colectivamente para satisfacer
las necesidades de la vida guían los cambios en la sociedad
humana. Los arqueólogos marxistas estudian la materialidad para entender los procesos de cambio en las sociedades humanas. Los arqueólogos simétricos estudian la materialidad para entender a las cosas en sí mismas.

Esta diferencia constituye una ruptura mayor entre la
arqueología marxista y la arqueología simétrica, y lleva a una
diferencia fundamental en cómo cada arqueología emplea la
historia. Ambas arqueologías abordan la historia mediante
el examen empírico de los restos materiales. La arqueología
simétrica, no obstante, no extiende este estudio a la interpretación
del cambio social.

Para los arqueólogos simétricos, debemos entender cuidadosamente la historia de las cosas antes de poder hablar del cambio social. Los arqueólogos simétricos estudian la historia de las cosas (biografías de artefactos), desde las materias primas hasta su manufactura, sus usos y, finalmente, su descarte y descomposición.

Para entender completamente las biografías de los artefactos, los estudios simétricos también consideran las relaciones cambiantes entre estas cosas y otras cosas, humanos y animales. Sus historias se convierten en descripciones exhaustivas e interminables.

El estudio de Andreassen y colaboradores (2010) de la ciudad
minera ártica soviética de Pyramiden proporciona un buen
ejemplo del análisis que promueve la arqueología simétrica. Los
autores mencionan, pero no analizan, los procesos económicos,
políticos y sociales que crearon las minas y que llevaron a su
decadencia. No discuten economía política. En vez de ello,
presentan una historia descriptiva de los edificios y de las cosas, y de su descomposición posthumana. Ilustran el estudio con bellas
fotografías artísticas que esteticizan el abandono y la oxidación.

Ontología simétrica

Las fotos románticas y estéticas de las ruinas cautivan
al espectador, presentando cosas deterioradas y ausencia de
humanos. La ausencia de humanos corporiza el rechazo de la
arqueología simétrica hacia una arqueología antropocéntrica
.
La simetría proviene de una ontología plana que asume que los
humanos, los animales y las cosas tienen una misma naturaleza
de ser en el mundo.

En contraste, los arqueólogos marxistas enfatizan que la
gente, los animales y las cosas tienen ontologías distintivas;
Marx
(1906, p. 198) hace un contraste entre las abejas y los humanos:
“una araña lleva a cabo operaciones que se asemejan a aquellas
que hace un tejedor y una abeja humillaría a muchos arquitectos
con la construcción de sus panales. Pero lo que distingue al peor
arquitecto de la mejor de las abejas es esto: que el arquitecto erige
su estructura en su imaginación antes de hacerlo en la realidad
”.

Los arqueólogos marxistas entienden que las cosas no sufren
como lo hacen los humanos (Bernbeck, 2018). Las cosas no
sienten dolor, agonía, pérdida, fatiga, angustia o terror.
Las cosas no sangran si se las punza. No se ríen si se les hace cosquillas.

El antropólogo cultural Tim Ingold (2011, p. 172-188)
compara los árboles y las casas en un ejemplo de ontología
simétrica que rechaza la oposición entre naturaleza y cultura
y entre organismo natural y diseño cultural. El árbol, como
una casa, es habitado. La forma que el árbol va a tener no está
prefigurada exclusivamente en el ADN, sino que la misma
emerge como resultado de ser en el mundo.

De manera similar, una casa no es una cosa fija sino un proceso material construido por la gente y los animales que habitan en ella. Tanto los árboles como las casas emergen de una trama relacional entre personas, plantas, materiales, clima, etc. Ingold concluye que los árboles y las casas difieren no en que unos son organismos naturales y las otras de diseño cultural, sino más bien en su grado de
intervención humana. Concluye que árboles y casas existen en
un mismo ámbito ontológico.

El análisis de Ingold mejora el entendimiento relacional
de árboles y casas, pero las cosas no tienen que existir en el
mismo plano ontológico para ser entendidas relacionalmente.
Las similitudes que Ingold muestra no afectan a la verdad que
hay en la comparación de Marx entre abejas y arquitectos.

Observa adecuadamente que árboles y casas difieren en su grado
de intervención humana, pero no demuestra una ausencia de
diferencia ontológica. Los árboles pueden variar en su grado de
implicación humana –piénsese en la diferencia entre los árboles
de jardinería y los pinos en un bosque. Pero para entender la
diferencia entre un árbol de jardinería y un pino salvaje debemos evocar la conciencia humana
, conceptos de estética y tal vez relaciones de clase.

Tales relaciones son esenciales para ser humanos en el mundo pero no son parte de ser cosa en el mundo. Þóra Pétursdóttir (2017) estudia el “material de arrastre” (drift matter) (basura marina) que es arrojada a las playas del norte de Noruega e Islandia. Este material flota y se acumula en zonas situadas entre corrientes marinas. Puede constituir tanto un recurso para los humanos que caminan por la playa, como un problema ambiental global.

Pétursdóttir argumenta perceptivamente que el material de arrastre expone tanto las oportunidades como los impedimentos que enfrenta una arqueología del Antropoceno. La autora se pregunta cómo los
cambios físicos e ideológicos del Antropoceno afectarán el oficio
de la arqueología, y cómo la arqueología puede enfrentar de
forma significativa estos desafíos. Se toma al material de arrastre
muy seriamente, considerándolo un agente activo que existe en
un espacio posthumano.

De manera trágica, los agentes materiales posthumanos
no son las únicas cosas que el mar arrastra hacia las costas
del mundo. Recientemente, miles de refugiados han perecido
ahogados en el mar Mediterráneo y en el río Grande en Texas.
No podemos olvidar la desgarradora foto del niño de 27 meses
de edad Alan Kurdi, arrojado a una playa turca (Kurdi, 2018).
Si aceptamos una ontología plana, una arqueología simétrica
que rechaza el abordaje antropocéntrico, deberíamos entonces
tratar inicialmente al material de arrastre y al cuerpo del niño
como equivalentes. Olsen y Witmore (2015) sostienen que la
ontología debería ser plana solamente en el primer momento. En
un segundo momento, ¿podemos reconocer la humanidad y la
angustia de un niño muerto en la playa?

Aun así, por lo menos algunos arqueólogos simétricos
efectivamente igualan la ontología de las cosas con el sufrimiento.
Estos arqueólogos argumentan que las cosas explotadas merecen
más atención que los humanos
. Olsen (2003, p. 100) sostiene:
“Los arqueólogos deberían unirse en defensa de las cosas, una
defensa de esos miembros subalternos del colectivo que han sido
silenciadas y “otrizadas” (othered) por los discursos sociales y
humanistas imperialistas
”.

Esta igualación de la explotación y el sufrimiento humano con el ser de las cosas preocupa a muchos arqueólogos. En una bien argumentada crítica de la arqueología simétrica, Severin Fowles (2016) destaca que en las últimas décadas de siglo XX los pueblos no occidentales se han resistido a ser sujetos de la investigación occidental.

Su resistencia interrumpió así la producción de conocimiento occidental, lo que condujo a algunos antropólogos y académicos relacionados a tratar a los objetos no humanos como sujetos cuasi-humanos. Resulta más fácil estudiar cosas que gente, sostiene Fowles, porque las cosas no responden (y he aquí otra diferencia
ontológica).

Praxis

La diferencia más fundamental entre una arqueología
marxista relacional y la arqueología simétrica reside en el
compromiso marxista con la praxis. Para comprometerse con la
praxis, necesitamos entender las relaciones y entrelazamientos
en los que la gente se vincula con otros humanos, animales,
cosas, plantas. La dialéctica relacional proporciona un método
para reconocer y analizar el rol activo de las cosas no humanas.
Pero si queremos diseñar, facilitar o participar en un cambio
transformador, debemos examinar la relación entre estos actantes
no humanos y la agencia humana consciente e intencionada.

Retornando a la muerte de Alan Kurdi, los arqueólogos
simétricos y marxistas relacionales harían preguntas muy
distintas acerca de esta tragedia. Los arqueólogos simétricos
verían al mar y a las cosas como actantes. Un mar agitado arroja
a la gente por la borda de barcos precarios y sobrecargados. Los
chalecos salvavidas en mal estado absorben agua, hundiendo a
quienes los usan bajo el agua y ahogándolos. Como marxista, yo
preguntaría cómo estas cosas objetivizan las relaciones sociales
que llevan a las madres a arriesgarse a llevar a sus hijos
con ellas
en embarcaciones precarias y sobrecargadas en mares agitados.
¿Quién se beneficia cuando los niños se ahogan? ¿Quién sufre y
por qué?.

Mi propia investigación se enfoca en la frontera entre los
Estados Unidos y México (McAtackney & McGuire, 2020;
McGuire, 2013). Desde mediados de los años 90, los Estados
Unidos han militarizado esta frontera para detener la inmigración de indocumentados y el tráfico de drogas
. La militarización ha forzado a los migrantes a aventurarse en los hostiles terrenos del Desierto de Sonora, donde miles de ellos han muerto (De León, 2015). Cientos de millas lineales de muro constituyen el instrumento más visible de la militarización estadounidense, pero el muro no asegura la frontera. Estados Unidos construyó el muro para limitar la agencia de quienes cruzan.

El muro, sin embargo, habilita una agencia que sus constructores nunca imaginaron o desearon, y quienes cruzan continuamente crean nuevas maneras de transgredir la barrera.

El límite material facilita y restringe al mismo tiempo la
agencia de quienes cruzan la frontera, quienes la rematerializan
en formas que contravienen los intereses de las naciones-estado.
Esto a su vez conduce a la nación-estado a rematerializar el límite
para enfrentar esta transgresión.

La arqueología simétrica plantearía que el muro fronterizo es
una cosa que convoca, con un conjunto de otras cosas en torno a él
–guardias, incursores indisciplinados, barras de hierro, empresas
de construcción, perros, drogas, etc. Luego comenzarían desde
la base examinando las relaciones entre todas estas entidades,
con el objetivo de dejar que emerjan las relaciones significativas
a través de este análisis descriptivo detallado (Latour, 2005).

Presumiblemente, los arqueólogos simétricos eventualmente
llegarían al punto de hablar acerca de la relación entre el
sufrimiento humano y las políticas del estado neoliberal.
El marxismo relacional, sin embargo, nos permite cortar
camino y llegar directamente al corazón de lo que es realmente
importante en esta situación. Podemos examinar directamente
la relación dialéctica entre el estado neoliberal, el miedo a las
fronteras abiertas, los inmigrantes indocumentados que cruzan
la frontera y el sufrimiento humano.
Como sostiene Van Dyke
(2021), nuestro mundo está en crisis. Lo que necesitamos
son herramientas poderosas que nos ayuden a enfrentar esta
situación, inmediata y rápidamente. La propuesta filosófica de
la arqueología simétrica es buena, pero constituye un desvío que
no podemos darnos el lujo de tomar en este punto. El marxismo
relacional es un instrumento más poderoso, que no podemos
y no debemos descartar. De hecho, rechazar una arqueología
políticamente comprometida sirve a los intereses del estado
neoliberal (Van Dyke, 2015).

A pesar de los esfuerzos de cada brillante teoría nueva
para refutar al marxismo, Marx lebt (vive). Los arqueólogos
simétricos que abogan por un Nuevo Materialismo descartan
al marxismo, caracterizando incorrectamente a la dialéctica
relacional como otra forma de pensamiento oposicional.

Pero ignoran la naturaleza dualista de su propio planteo. Sostienen
que los humanos y las cosas comparten una ontología común.
El marxismo relacional resuelve la naturaleza dualista de su
postura y demuestra que cosas, animales y personas pueden
estudiarse relacionalmente
, aunque reconociendo las diferencias
ontológicas entre ellas.

Agradecimientos

Quiero agradecer a Manuel Fernández-Götz, John Robb y a
tres evaluadores anónimos por sus útiles comentario. Más que
todo, debo agradecer a Ruth Van Dyke por su crítica, ayuda y
apoyo.

Bibliografía
Andreassen, E., Bjerck, H. & Olsen, B. (2010). Persistent
Memories: Pyramiden – a Soviet mining town in the high
Arctic. Trondheim: Tapir Academic Press.
Bate, F. (1998). El Proceso de Investigación en Arqueología.
Barcelona: Crítica.
Bennett, J. (2010). Vibrant Matter: a political ecology of things.
Durham: Duke University Press.
Bernbeck, R. (2018). Intrusions – on the relations of materiality
and suffering. En K. Kaniuth, D. Lau & D. Wicke (Eds.),
Übergangszeiten. Altorientalische Studien für Reinhard
Dittmann anlässlich seines 65. Geburtstags (pp. 1-24).
Münster: Zaphon.
Brown, B. (2003). A sense of things: the object matter of American
literature. Chicago (IL): University of Chicago Press.
Childe, V.G. (1989). Retrospect. En G. Daniel & C. Chippindale
(Eds.), The pastmasters: eleven modern pioneers of

archaeology (pp. 10-19). London: Thames & Hudson.
DeLanda, M. (2016). Assemblage theory. Edinburgh: University
of Edinburgh Press.
De León, J. (2015). The land of open graves: living and dying on
the migrant trail. Berkeley: University of California Press.
Engels, F. (1927). The dialectics of nature. Moscow: Foreign
Language Publishers.
Fowles, S. (2016). The perfect subject (postcolonial object
studies). Journal of Material Culture, 21(1), 9–27.
Gilman, A., 1998. The communist manifesto 150 years later.
Antiquity, 72, 910–13.
Harris, O.J.T. & Cipolla, C.N. (2017). Archaeological theory
in the new millennium: introducing current perspectives.
London: Routledge.
Ingold, T. (2011). The perception of the environment. New York:
Routledge.
Kaufmann, W. (1966). Hegel: a reinterpretation. New York:
Anchor Books.
Klejn, L.S., 1991. A Russian lesson for theoretical archaeology: a
reply. Fennoscandia Archaeologica 8, 67–71.
Klejn, L.S. (1993). La arqueología soviética: historia y teoría de
una escuela desconocida. Barcelona: Crítica.
Kurdi, T. (2018). The boy on the beach: my family’s escape from
Syria and our hope for a new home. New York: Simon &
Schuster.
Latour, B. (2005). Reassembling the social: an introduction to
actor-network-theory. Oxford: Oxford University Press.
Leone, M.B. (2005). The archaeology of liberty in an American
capital: excavations in Annapolis. Berkeley: University of
California Press.
Lull, V. & Micó, R. (2011). Archaeology of the origin of the state:
the theories. Oxford: Oxford University Press.
Lull, V., Micó, R., Montón, S. & Picazo, Y.M. (1990). La
arqueología entre la insoportable levedad y la voluntad de
poder. Archivo de Prehistoria Levantina, 20, 461–74.
Lumbreras, L.G. (1974). La arqueología como ciencia social.
Lima: Ediciones Histar.
Marx, K. (1906). Capital: A critique of political economy. New
York: The Modern Library.
McAtackney, L. & McGuire, R.H. (Eds) (2020). Walling in and
walling out: why are we building new barriers to divide us?.
Santa Fe: SAR Press.
McFarland, T. (2002). Prolegomena. En S. Taylor (Ed.), Opus
maximum. Princeton: Princeton University Press.
McGuire, R.H. (1992). A Marxist archaeology. Orlando:
Academic Press.
McGuire, R.H., (2008). Archaeology as Political Action.
Berkeley: University of California Press.
McGuire, R.H. (2013). Steel walls and picket fences:
rematerializing the U.S.–Mexican border in Ambos Nogales.
American Anthropologist, 115(3), 466–81.
Miller, D. (2012). Consumption and its consequences.
Cambridge: Polity.
Morton, T. (2017). Humankind: solidarity with non-human
people. London: Verso.
Mueller, G. (1958). The Hegel legend of ‘thesis-antithesis
synthesis’. Journal of the History of Ideas, 19(4), 411–14.
Ollman, B. (2003). Dance of the dialectic: steps in Marx’s
method. Urbana-Champaign: University of Illinois Press.
Olsen, B. (2003). Material culture after text: re-membering
things. Norwegian Archaeological Review, 36(3), 87–104.
Olsen, B. (2010). In defense of things: archaeology and the
ontology of objects. Plymouth: AltaMira.
Olsen, B., Shanks, M., Webmore,T. & Witmore, C. (2012).
Archaeology: The discipline of things. Berkeley: University
of California Press.
Olsen, B. & Witmore, C. (2015). Archaeology, symmetry and
the ontology of things. A response to critics. Archaeological
Dialogues, 22(2), 187–97.
Patterson, T. (2003). Marx’s ghost: conversations with
archaeologists. Oxford: Berg.
Pétursdóttir, Þ. (2017). Climate change? Archaeology and
anthropocene. Archaeological Dialogues, 24(2), 175–205.
Shackel, P.A. (2000). Archaeology and created memory: public
history in a national park. New York: Kluwer
Tantaleán, H. (2016). Peruvian archaeology: a critical history.
London: Routledge.
Trigger, B. (1995). Archaeology and the integrated circus.
Critique of Anthropology, 15(4), 319–35.
Trigger, B. (2003). Understanding early civilizations: a
comparative study. Cambridge: Cambridge University Press.
Van Dyke, R. (2015a). Materiality in practice: an introduction.
En R. Van Dyke (Ed.), Practicing materiality (pp. 3-32).
Tucson: University of Arizona Press.
Van Dyke, R.M. (2015b). La intencionalidad importa: una crítica
a la agencia de los objetos en la arqueología. En F. Acuto & V.
Franco Salvi (Eds.), Personas, cosas, relaciones: reflexiones
arqueológicas sobre las materialidades pasadas y presentes
(151-174). Quito: Ediciones Abya-Yala.
Van Dyke, R.M. (2021). Ethics, not objects. Cambridge
Archaeological Journal, 1-7. doi: 10.1017/
S0959774321000172.
Vargas Arenas, I. & Sanoja, M. (1999). Archaeology as a social
science: its expression in Latin America. En G. Politis & B.
Alberti (Eds.), Archaeology in Latin America (pp. 59-75).
London: Routledge.
Webmoor, T. & Witmore, C. (2008). Things are us! A commentary
on human/things relations under the banner of a ‘social’
archaeology. Norwegian Archaeological Review, 41(1),
53–70.
Witmore, C. (2014). Archaeology and the new materialisms. Journal of Contemporary Archaeology, 1(2), 203–46.
Woods, A. & Grant, T. (2015). Reason in revolt: marxist philosophy
and modern science. London: Wellred Publications.
Wurst, L. (2002). ‘For the means of your subsistence . . . Look under God to your own industry and frugality’: life and labor in Gerrit Smith’s Peterboro. International Journal of Historical Archaeology, 6(3), 159–172.

Anuario de Arqueología, Rosario (2021), 13:00-00 e-ISSN: 2684-0138 | ISSN: 1852-8554
1 Binghamton University. 4400 Vestal Parkway, Binghamton, NY
13902-4600. Estados Unidos. Email: rmcguire@binghamton.edu
2 Este trabajo fue publicado originalmente en Cambridge Archaeological Journal, pp. 1-7. doi:10.1017/S0959774321000184. Traducido al español por Juan B. Leoni.

La economía digital. Dagoberto Gutiérrez. Agosto de 2021

A mediados del siglo XIX, el capitalismo estadounidense estaba lanzado en todos los mares del mundo a la matanza de ballenas para extraer el aceite, que era la base del alumbrado público en las mayores ciudades del mundo de entonces. Este negocio se hizo muy costoso por las grandes tormentas y la escasez de ballenas y cachalotes.

Los capitalistas volvieron sus ojos al oeste y se dedicaron a capturar a sangre y fuego todas las tierras pertenecientes a los pueblos originarios: comanches, cheyenes, apaches, sioux, cherokee, chiricahuas y otros, que fueron aniquilados en ríos de sangre para abrirle paso al ferrocarril hasta llegar al océano Pacífico. Acto seguido, despojaron a México de California, Arizona, Texas y Nuevo México, y cayeron como aves de rapiña sobre Cuba, ya en tiempos de Theodore Roosevelt, tal era la ruta de expansión del capitalismo imperialista.

Unos 100 años después de estos acontecimientos, el capital avanza hacia un nuevo horizonte: hacia lo que podemos llamar ciberespacio. Estos iniciaron en algunos garajes de la periferia de San Francisco y, en aquel momento, se presentaban en una forma antiestatal y planteando un supuesto potencial liberador de las computadoras. Así, en esos años se inicia lo que podemos llamar la colonización digital del mundo, que ahora podemos apreciar con un impresionante desarrollo.

Desde el Valle del Silicio hasta los ríos asiáticos, este movimiento expansivo ha penetrado las más recónditas esquinas de este mundo y está transformando rápidamente al mundo, a las personas y a las relaciones entre ellas a una velocidad desconcertante. Sin embargo, el motor de este desarrollo sigue siendo el mismo, de tal manera que los protagonistas de este fenómeno no son más que una parte de los engranajes de las ansias y necesidades del capital para valorizarse y, en ese afán, el capitalismo se adapta a nuevas condiciones, destruyendo lo viejo y creando lo nuevo.

En Costa Rica, la empresa californiana Uber, que opera a escala mundial en más de 65 países y más de 600 ciudades, empezó a ofrecer sus servicios en 2015, y, desde entonces, uno de cada seis habitantes, entre los 5 millones de personas del país, son clientes de Uber. Alrededor de 22,000 conductores trabajan para la compañía. Pero, un momento, no trabajan para Uber, trabajan con Uber, así lo define, al menos, el lenguaje usado por la empresa, porque Uber no solo no posee ningún tipo de vehículo, sino casi no tiene empleados, y los conductores de Uber mencionados aparecen como empresarios autónomos del transporte.

Pongámosle atención al hecho de que esta empresa digital no tiene ninguna obligación con sus trabajadores, no paga seguros, no paga salarios, no lidia con ningún sindicato, no costea la reparación de ningún vehículo, es decir, que estamos ante un capitalismo que ha construido un nuevo juego y unas nuevas reglas del juego. Que, además, no paga impuestos y compite con el transporte público. Y todo esto, este capitalismo lo hace usando su plataforma, un algoritmo y los datos de sus usuarios. Nada más.

En nuestros días, las máquinas analíticas que contienen abundante información planetaria están unidas por una red invisible que ha sido llamada internet. Esta es una infraestructura para la comunicación y la producción mundial, supraestatal y a menudo gratuita. Es lo que se puede llamar la Internacional de la Información y se ha convertido en la espina dorsal de la sociedad global y en el agregado de información más importante del mundo.

Este capitalismo es el que ha salido fortalecido de la actual pandemia global y esto no es exactamente una buena noticia, porque este no necesita mano de obra, pero tiene obreros que están constituidos precisamente por los usuarios, que son los que hacen el trabajo. Aquí el medio de producción es el algoritmo, la mercancía es la información y el proletariado está constituido por todos los usuarios que, sin embargo, no ganan ni un solo centavo. Estamos, entonces, frente a formas nuevas de explotación, en donde los pueblos de la periferia tenemos las menores posibilidades de comprensión, de reacción y de resistencia, pese a que, de todas maneras, tenemos que pasar a ese momento para enfrentar a una nueva oligarquía planetaria que es ahora digital. Esta establece una relación fetichista con la tecnología, tratándose de un capitalismo que no busca vender productos, sino cambiar al mundo, intentando llenar el vacío producido por la retirada del Estado frente al mercado, por el fracaso del sector público y por el desencanto social ante las corruptelas estatales y mercantiles.

Nos toca enfrentar una nueva fase de un capitalismo que descubre un nuevo modelo de acumulación, que aparenta no explotar directamente al trabajo vivo, que parece no extraer plusvalía en el proceso directo de producción y que construye una clase dominante del internet que cuenta con muchos trabajadores: miles de millones de usuarios que trabajan para ella sin recibir ningún salario, pero que le permiten hacer más dinero del dinero, incluso con esa cosa que se llama información digital, la cual es una especie de híbrido entre producto y servicio, entre bien común y propiedad privada, pero que, en definitiva, forma un capitalismo digital que gana inmenso dinero con información, con algoritmos y con contenidos generados por los usuarios.

 Los pueblos del mundo nos enfrentamos a un fenómeno abarcador, peligroso y enmascarado, que requiere y requerirá aún más, en lo inmediato, de nuestra más atenta y minuciosa mirada.