Carta a la izquierda occidental escrita desde Kiev

El «antiimperialismo de los idiotas» hizo que la gente hiciera la vista gorda ante las acciones de Rusia. Escribo estas líneas desde Kiev, mientras la ciudad está siendo atacada por la artillería.

Hasta el último minuto, esperaba que las tropas rusas no lanzarían una invasión a gran escala. Ahora sólo puedo agradecer a los que pasaron la información a la inteligencia estadounidense.

Ayer me pasé medio día preguntándome si debía unirme a una unidad de defensa territorial. La noche siguiente, el presidente ucraniano Volodymyr Zelensky firmó una orden de movilización general y las tropas rusas avanzaron y se prepararon para rodear Kiev, lo que hizo decidirme.

Pero antes de ocupar mi puesto, me gustaría comunicar a la izquierda occidental lo que pienso sobre su reacción frente a la agresión de Rusia contra Ucrania.

En primer lugar, agradezco a aquellos de la izquierda que están organizando concentraciones ante las embajadas rusas -incluso a los que tardaron en darse cuenta de que Rusia era el agresor en este conflicto.

Agradezco a los políticos que apoyan la idea de presionar a Rusia para que ponga fin a la invasión y retire sus tropas. Y agradezco a la delegación de diputados, sindicalistas y activistas británicos y galeses que vinieron a apoyarnos y escucharnos en los días previos a la invasión rusa. También agradezco a la Campaña de Solidaridad con Ucrania en el Reino Unido su ayuda durante muchos años.

Este artículo trata de la otra parte de la izquierda occidental. Los que imaginaron la «agresión de la OTAN en Ucrania», y fueron incapaces de ver la agresión rusa – como la sección de Nueva Orleans de los Democratic Socialists of America (DSA). O el Comité Internacional de la DSA, que emitió una vergonzosa declaración sin decir una sola palabra crítica contra Rusia (estoy muy agradecido a Stephen R. Shalom, Dan La Botz y Thomas Harrison por su crítica a esta declaración).

O los que criticaron a Ucrania por no aplicar los acuerdos de Minsk y guardaron silencio sobre la violación de estos acuerdos por parte de Rusia y las llamadas «Repúblicas Populares» [Donetsk y Lugansk]. O los que exageraron la influencia de la extrema derecha en Ucrania, pero no se fijaron en la extrema derecha de las «repúblicas populares» y evitaron criticar las políticas conservadoras, nacionalistas y autoritarias de Putin. Son, en parte, responsables de lo que está sucediendo.

Esto forma parte de un fenómeno más amplio en el movimiento «antiguerra» occidental, generalmente denominado «campismo» por los críticos de la izquierda. La autora y activista británico-siria Leila Al-Shami le ha dado un nombre más fuerte: «antiimperialismo idiota». Leed su maravilloso ensayo de 2018 si aún no lo habéis hecho. Sólo repetiré aquí la tesis principal: la actividad de gran parte de la izquierda «antiguerra» occidental sobre la guerra de Siria no tuvo nada que ver con detener la guerra. Sólo se opuso a la injerencia occidental, ignorando, si no apoyando la participación rusa e iraní, por no hablar de su actitud hacia el régimen de Assad «legítimamente elegido» en Siria.

«Algunas organizaciones antiguerra han justificado su silencio sobre las intervenciones rusas e iraníes argumentando que «el principal enemigo está en casa», escribe Al-Shami. «Esto les absuelve de realizar cualquier análisis serio del poder para determinar quiénes son realmente los principales actores de la guerra».

Por desgracia, hemos visto repetir el mismo cliché ideológico sobre Ucrania. Incluso después de que Rusia reconociera la independencia de las «repúblicas populares» a principios de esta semana, Branko Marcetic, editor de la revista estadounidense de izquierdas Jacobin, escribió un artículo dedicado casi por completo a criticar a Estados Unidos. En cuanto a las acciones de Putin, llegó a señalar que el líder ruso había «dado muestras de ambiciones poco benévolas». ¿En serio?

No soy un fan de la OTAN. Sé que, tras el final de la Guerra Fría, el bloque (la OTAN) perdió su función defensiva y aplicó políticas agresivas. Sé que la expansión de la OTAN hacia el este socavó los esfuerzos para lograr el desarme nuclear y formar un sistema de seguridad común. La OTAN ha intentado marginar el papel de las Naciones Unidas y la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE), y desacreditarlas como «organizaciones ineficaces». Pero no podemos volver sobre el pasado. Tenemos que centrarnos en las circunstancias actuales cuando buscamos un medio para salir de esta situación.

¿Cuántas veces se ha referido la izquierda occidental a las promesas informales de Estados Unidos al ex presidente ruso Mijaíl Gorbachov sobre la OTAN («ni un centímetro al este»), y cuántas veces ha mencionado el Memorándum de Budapest de 1994 que garantiza la soberanía de Ucrania? ¿Cuántas veces ha apoyado la izquierda occidental las «legítimas preocupaciones de seguridad» de Rusia, un Estado con el segundo mayor arsenal nuclear del mundo?

Y, por otro lado, ¿cuántas veces ha recordado las preocupaciones de seguridad de Ucrania, un Estado que tuvo que cambiar sus armas nucleares, bajo la presión de Estados Unidos y Rusia, por un papel (el Memorándum de Budapest) que Putin pisoteó definitivamente en 2014? ¿Se les ha ocurrido alguna vez a los críticos de izquierdas de la OTAN que Ucrania es la principal víctima de los cambios provocados por la expansión de la OTAN?

Una y otra vez, la izquierda occidental ha respondido a las críticas a Rusia mencionando la agresión de Estados Unidos contra Afganistán, Irak y otros Estados. Por supuesto, estos Estados deben ser incluidos en el debate, pero ¿cómo, exactamente? El argumento de la izquierda debería ser que en 2003 otros gobiernos no presionaron lo suficiente a EE.UU. respecto a Irak. No es que ahora haya que presionar menos a Rusia sobre Ucrania.

Un error evidente

Imaginad por un momento que, en 2003, cuando Estados Unidos se preparaba para invadir Irak, Rusia se hubiera comportado como lo ha hecho Estados Unidos en las últimas semanas: con amenazas de escalada. Ahora imaginad lo que podría haber hecho la izquierda rusa en esta situación, según el dogma «nuestro principal enemigo está en casa». ¿Habría criticado al gobierno ruso por esta «escalada», diciendo que «no debe reducir las contradicciones interimperialistas»? Es obvio para todos que dicho comportamiento, en este caso, habría sido un error. ¿Por qué no es evidente en el caso de la agresión a Ucrania?

    Si EE.UU. y Rusia llegaran a un acuerdo e iniciaran una nueva guerra fría contra China, ¿sería realmente lo que queremos?

En otro artículo de Jacobin de principios de este mes, Marcetic llegó a decir que Tucker Carlson, de Fox News, tenía «toda la razón» sobre la «crisis de Ucrania». Lo que Carlson había hecho era cuestionar «el valor estratégico de Ucrania para Estados Unidos». Incluso Tariq Ali, en la New Left Review, citó con aprobación el cálculo del almirante alemán Kay-Achim Schönbach, quien dijo que expresar «respeto» a Putin sobre Ucrania “cuesta tan poco, realmente nada» dado que Rusia podría ser un aliado útil contra China. ¿Hablas en serio? Si EE.UU. y Rusia pudieran entenderse e iniciar una nueva Guerra Fría contra China, ¿sería realmente lo que queremos?

Reformar la ONU

No soy partidario del internacionalismo liberal. Los socialistas deberían criticarlo. Pero esto no significa que debamos apoyar la división de «esferas de interés» entre los Estados imperialistas. En lugar de buscar un nuevo equilibrio entre los dos imperialismos, la izquierda debe luchar por una democratización del orden de seguridad internacional.

Necesitamos una política global y un sistema global de seguridad internacional. Tenemos esto último: es la ONU. Sí, tiene muchos defectos, y a menudo es objeto de críticas justas. Pero la crítica puede servir tanto para rechazar algo como para mejorarlo. En el caso de la ONU, necesitamos a la ONU. Necesitamos una visión de izquierdas para la reforma y democratización de la ONU.

Por supuesto, esto no significa que la izquierda deba apoyar todas las decisiones de la ONU. Pero un fortalecimiento general del papel de la ONU en la resolución de conflictos armados permitiría a la izquierda minimizar la importancia de las alianzas político-militares y reducir el número de víctimas. (En un artículo anterior, escribí sobre cómo las fuerzas de paz podrían haber ayudado a resolver el conflicto del Donbas. Por desgracia, esto ya no es de actualidad hoy en día). Después de todo, también necesitamos a la ONU para resolver la crisis climática y otros problemas globales. La reticencia de muchas fuerzas internacionales de izquierda a utilizarla es un terrible error.

Tras la invasión de Ucrania por parte de las tropas rusas, David Broder, editor de Jacobin Europe, escribió que la izquierda «no debería disculparse por oponerse a una respuesta militar de Estados Unidos». De todos modos, esta no era la intención de Biden, como ha dicho en repetidas ocasiones. Pero gran parte de la izquierda occidental debería admitir honestamente que ha «metido la pata» en la formulación de su respuesta a la «crisis ucraniana».

Mi punto de vista

Terminaré hablando brevemente de mí y de mi punto de vista. Durante los últimos ocho años, la guerra en el Donbas ha sido el principal problema que ha dividido a la izquierda ucraniana. Cada uno de nosotros ha formado su posición bajo la influencia de la experiencia personal y otros factores. Así, otro activista de la izquierda ucraniana habría escrito este artículo de forma diferente.

Nací en el Donbas, pero en el seno de una familia ucraniana y nacionalista. Mi padre se involucró con la extrema derecha en la década de 1990, al ver el declive económico de Ucrania y el enriquecimiento de los antiguos dirigentes del Partido Comunista, contra los que luchaba desde mediados de la década de 1980. Tiene, por supuesto, opiniones muy antirrusas, pero también antiamericanas. Todavía recuerdo sus palabras el 11 de septiembre de 2001. Mientras veía el derrumbe de las torres gemelas en la televisión, dijo que los responsables eran «héroes» (ya no lo cree, ahora piensa que los estadounidenses las volaron a propósito).

Cuando comenzó la guerra en el Donbas en 2014, mi padre se unió como voluntario al batallón de extrema derecha Aidar, mi madre huyó de Lugansk y mi abuelo y mi abuela se quedaron en su pueblo, que cayó bajo el control de la «República Popular de Lugansk». Mi abuelo condenó la revolución ucraniana de Euromaidán. Apoya a Putin que, según él, ha «restaurado el orden en Rusia». No obstante, todos intentamos seguir hablando (pero no de política) y ayudándonos mutuamente. Intento mantener la relación con ellos. Al fin y al cabo, mi abuelo y mi abuela se pasaron toda la vida trabajando en una granja colectiva. Mi padre era un trabajador de la construcción. La vida no ha sido amable con ellos.

Los acontecimientos de 2014 -la revolución seguida de la guerra- me empujaron en dirección opuesta a la de la mayoría de la gente en Ucrania. La guerra mató el nacionalismo en mí y me empujó a la izquierda. Quiero luchar por un futuro mejor para la humanidad, no para la nación. Mis padres, con su trauma post-soviético, no entienden mis opiniones socialistas. Mi padre desprecia mi «pacifismo», y tuvimos una desagradable conversación después de que me presentara en una manifestación antifascista con un cartel que pedía la disolución del regimiento de extrema derecha Azov.

Cuando Volodymyr Zelensky se convirtió en presidente de Ucrania en la primavera de 2019, esperaba que pudiera evitarse el desastre actual. Al fin y al cabo, es difícil demonizar a un presidente rusófono, que ganó con un programa de paz para el Donbas y cuyas bromas fueron populares entre ucranianos y rusos por igual. Por desgracia, me equivoqué. Aunque la victoria de Volodymyr Zelensky cambió la actitud de muchos rusos hacia Ucrania, no evitó la guerra.

En los últimos años he escrito sobre el proceso de paz y las víctimas civiles de ambos bandos de la guerra en Donbas. He tratado de promover el diálogo. Pero todo eso se ha convertido en humo. No habrá ningún compromiso. Putin puede planear lo que quiera, pero, aunque Rusia tome Kiev y establezca su gobierno de ocupación, resistiremos. La lucha durará hasta que Rusia abandone Ucrania y pague por todas las víctimas y toda la destrucción.

Así que mis últimas palabras son para el pueblo ruso: dense prisa y derroquen al régimen de Putin. En su interés y en el nuestro.

Remarks on Recent Events in the Ukraine: An Interim Statement. David Harvey. February 25, 2022.

(This is a provisional text David Harvey prepared for the 2022 American Association of Geographers Annual Meeting. He allowed us, nevertheless, to publish it here because of the escalating Russia-Ukraine crisis.)

The outbreak of full-fledged war with the Russian invasion of Ukraine marks a deep turning point in the world order.  As such it cannot be ignored by the geographers assembled (alas by zoom) at our annual meeting, I therefore offer some non-expert comments as a basis for discussion.

There is a myth that the world has been at peace since 1945 and that the world order constructed under the hegemony of the United States has largely worked to contain the war-like proclivities of capitalist states in competition with each other.

The inter-state competition in Europe that produced two world wars has largely been contained, and West Germany and Japan were peaceably re-incorporated into the capitalist world system after 1945 (in part to combat the threat of Soviet communism). 

Institutions of collaboration were set up in Europe (the common market, the European Union, NATO, the euro).  Meanwhile, “hot” wars (both civil and inter-state) have been waged in abundance since 1945, beginning with the Korean and Vietnam wars followed by the Yugoslav wars and the NATO bombing of Serbia, two wars against Iraq (one of which was justified by patent lies by the US about Iraq’s possession of weapons of mass destruction), the wars in Yemen, Libya, and Syria.

Up until 1991, the Cold War provided a fairly constant background to the functioning of the world order. It was often manipulated to their economic advantage by those US corporations that constitute what Eisenhower long ago referred to as the military industrial complex.

Cultivating fear (both fake and real) of the Soviets and Communism was instrumental to this politics. The economic consequence has been wave after wave of technological and organizational innovation in military hardware.

Much of these spawned widespread civilian uses, such as aviation, the internet, and nuclear technologies, thus contributing in a major way to the support for endless capital accumulation and the increasing centralization of capitalist power in relation to a captive market.

Furthermore, resort to “military Keynesianism” became a favoured exception in times of difficulty to the neoliberal austerity regimes otherwise periodically administered to the populations of even the advanced capitalist countries after 1970 or so.

Reagan’s resort to military Keynesianism to orchestrate an arms race against the Soviet Union played a contributory role in the end of the Cold War at the same time as it distorted the economies of both countries. Before Reagan, the top tax rate in the US never fell below 70 percent while since Reagan the rate has never exceeded forty percent, thus disproving the right wing’s insistence that high taxes inhibit growth.

The increasing militarization of the US economy after 1945 also went hand in hand with the production of greater economic inequality and the formation of a ruling oligarchy within the USA as well as elsewhere (even in Russia).

The difficulty Western policy elites face in situations of the current sort in the Ukraine is that short-run and immediate problems need to be addressed in ways that do not exacerbate the underlying roots of conflicts. Insecure people often react violently, for example, but we cannot confront someone coming at us with a knife with soothing words to assuage their insecurities. 

They need to be disarmed preferably in ways that do not add to their insecurities.  The aim should be to lay the basis for a more peaceful, collaborative, and de-militarised world order, while at the same time urgently limiting the terror, the destruction, and the needless loss of life that this invasion entails.

What we are witnessing in the Ukraine conflict is in many respects a product of the processes that dissolved the power of actually existing communism and of the Soviet Regime. With the end of the Cold War, Russians were promised a rosy future, as the benefits of capitalist dynamism and a free market economy would supposedly spread by trickle down across the country. Boris Kagarlitsky described the reality this way. With the end of the Cold War, Russians believed they were headed on a jet plane to Paris only to be told in mid-flight “welcome to Burkina Faso.”

There was no attempt to incorporate the Russian people and economy into the global system as happened in 1945 with Japan and West Germany and the advice from the IMF and leading Western economists (like Jeffrey Sachs) was to embrace neoliberal “shock therapy” as the magic potion for the transition.

When that plainly did not work, Western elites deployed the neoliberal game of blaming the victims for not developing their human capital appropriately and not dismantling the many barriers to individual entrepreneurialism (hence tacitly blaming the rise of the oligarchs on the Russians themselves). 

The internal results for Russia were horrendous.  GDP collapsed, the ruble was not viable (money was measured in bottles of vodka), life expectancy declined precipitously, the position of women was debased, there was a total collapse of social welfare and government institutions, the rise of mafia politics around oligarchic power, capped by a debt crisis in 1998 to which there seemed to be no path for an off-ramp other than begging for some crumbs from the rich folks’ table and submitting to the dictatorship of the IMF.

The economic humiliation was total, except for the oligarchs. To top it all, the Soviet Union was dismembered into independent republics without much popular consultation.

In two or three years, Russia underwent a shrinkage of its population and economy along with the destruction of its industrial base proportionally more than that experienced through deindustrialization in the older regions of the United States over the preceding forty years. 

The social, political, and economic consequences of deindustrialization in Pennsylvania, Ohio and throughout the Mid-West have been far-reaching (embracing everything from an Opioid epidemic to the rise of noxious political tendencies supporting white supremacism and Donald Trump).

The impact of “shock therapy” upon Russian political, cultural, and economic life was predictably far worse.  The West failed to do anything other than gloat at the supposed “end of history” on Western terms.

Then there is the issue of NATO.  Originally conceived as both defensive and collaborative, it became a primary war-like military force set up to contain the spread of communism and to prevent inter-state competition in Europe taking a military turn. By and large it helped marginally as a collaborative organizational device mitigating inter-state competition in Europe (though Greece and Turkey have never worked out their differences over Cyprus).

The European Union was in practice much more helpful. But with the collapse of the Soviet Union, NATO’s primary purpose disappeared. The threat to the military industrial complex of the US population realizing a “peace dividend” by sharp cuts in the defense budget was real.  Perhaps as a result, NATO’s aggressive content (always there) was actively asserted in the Clinton years very much in violation of the verbal promises made to Gorbachov in the early days of perestroika. The US led NATO bombing of Belgrade in 1999 is an obvious example (when the Chinese Embassy was hit, though whether by accident or design is not clear).

The US bombing of Serbia and other US interventions violating the sovereignty of smaller nation states is evoked by Putin as precedent for his actions. The expansion of NATO (in the absence of any clear military threat) up to Russia’s border during these years was strongly questioned even in the US, with Donald Trump attacking the logic of NATO’s very existence.

Tom Friedman, a conservative commentator writing recently in the New York Times, evokes US culpability for recent events through its aggressive and provocative approach to Russia by way of NATO’s expansion into Eastern Europe.

In the 1990s it appeared as if NATO was a military alliance in search of an enemy. Putin has now been provoked enough to oblige, obviously angered by the humiliations of Russia’s economic treatment as a basket case and Western dismissive arrogance as to Russia’s place in the global order.

Political elites in the US and the West should have understood that humiliation is a disastrous tool in foreign affairs with often lasting and catastrophic effects. The humiliation of Germany at Versaille played an important role in fomenting World War Two.

Political elites avoided repetition of that with respect to West Germany and Japan after 1945 by way of the Marshall Plan only to repeat the catastrophe of humiliating Russia (both actively and inadvertently) after the end of the Cold War.

Russia needed and deserved a Marshall Plan rather than lectures on the probity of neoliberal solutions in the 1990s. The century and a half of China’s humiliation by Western Imperialism (extending to that of Japanese occupations and the infamous “rape of Nanjing” in the 1930s) is playing a significant role in contemporary geopolitical struggles. The lesson is simple: humiliate at your peril. It will come back to haunt if not bite you.

None of this justifies Putin’s actions, any more than forty years of deindustrialization and neoliberal labour suppression justifies the actions or positions of Donald Trump. But neither do these actions in the Ukraine justify the resurrection of the institutions of global militarism (such as NATO) that have contributed so much to the creation of the problem.

In the same way that the inter-state competition within Europe needed to be demilitarized after 1945, so inter power-bloc armaments races need to be dismantled today and supplanted by strong institutions of collaboration and cooperation.

Submitting to the coercive laws of competition, both between capitalist corporations and between power blocs, is the recipe for future disasters, even as it is still regrettably seen by big capital as the supportive pathway for endless capital accumulation in the future.

The danger at a time like this is that the smallest error of judgment on either side can easily escalate into a major confrontation between nuclear powers, in which Russia can hold its own against hitherto overwhelming US military power. The unipolar world US elites inhabited in the 1990s is already now superseded by a bi-polar world. But much else is in flux.

On January 15th, 2003, millions of people all around the world took to the streets to protest the threat of war in what even the New York Times conceded was a startling expression of global public opinion. Lamentably they failed, leading into two decades of wasteful and destructive wars all around the world.

It is clear that the people of the Ukraine do not want war, the people of Russia do not want war, the European people do not want war, the peoples of North America do not want yet another war. The popular movement for peace needs to be rekindled, to reassert itself. Peoples everywhere need to assert their right to participate in the creation of the new world order, based in peace, cooperation, and collaboration rather than competition, coercion, and bitter conflict.David Harvey is a Distinguished Professor of Anthropology & Geography at the Graduate Center of the City University of New York (CUNY), the Director of Research at the Center for Place, Culture and Politics, and the author of numerous books. He has been teaching Karl Marx’s Capital for nearly fifty years.

El fin de la globalización. La Marea. Jorge Dioni. Marzo de 2022

Si cada proceso tiene una fecha clave, un Rubicón, un asesinato del Archiduque, la globalización terminó el 1 de diciembre de 2018. Durante esos días, se celebraba la reunión del G20 en Buenos Aires, tensa por un incidente en la península de Crimea y por la guerra comercial entre Estados Unidos y China.

En el otro extremo de América, tuvo lugar el suceso clave que resolvía esa tensión y definía los asuntos que se trataban en la cumbre e incluso su propio formato. Ese día, las autoridades de Canadá detuvieron en Vancouver a la directora financiera e hija del fundador de Huawei, Meng Wanzhou, a instancias de Estados Unidos. La acusación era infringir las sanciones sobre Irán.

Todos los conflictos encuentran su explicación en sucesos anteriores. No es una cuestión de que las cosas se resuelvan sistemáticamente mal, sino de entender que el origen siempre está en las mismas cuestiones: materias primas, zonas de influencia, rutas comerciales, tecnologías; es decir, poder.

Si aceptamos que tiene que haber un reparto desigual, siempre se cuestionará y, en último término, aparecerá la fuerza. Las guerras resuelven quién manda y cómo manda, así que no es raro que cada cierto tiempo las correlaciones de fuerza se pongan en cuestión.

En el momento de dar el paso, siempre hay alguien que hace referencia a los problemas de un acuerdo o un tratado que, cuando se firmó, parecía una buena solución. Puede ser Versalles o Brest-Litovsk.

El Consenso de Washington de 1989 puede considerarse el tratado de paz del conflicto más amplio de la historia: la Guerra Fría. Durante cuarenta años, dos bloques se enfrentaron indirectamente en todo el mundo: Grecia, Corea, Vietnam, Indonesia, Malasia, Chile, Nicaragua, Angola, Zaire, El Salvador, Argentina, Bolivia, etc. En algunos casos, Vietnam, mediante guerra abierta.

En otros, como Indonesia, mediante represión civil. También, mediante instrumentos culturales. El auge y caída del estado del bienestar se entiende mejor si se interpreta dentro del conflicto. Finalmente, un bloque cayó y una de las potencias fue vencida.

Sus intentos de tener una derrota honorable no fueron aceptados y Moscú tuvo desfile de la victoria y saqueo. Solo había espacio para una potencia. El gobierno vencido tuvo que firmar el tratado de paz: privatizaciones de empresas a gran escala, reducción de aranceles o desmantelamiento del sistema de asistencia. Es decir, integrarse en la globalización. Las humillaciones siempre provocan resentimiento.

Dos años después, lo hizo China, aunque más como otra muestra de adaptación que como una rendición. De hecho, era un actor que ya había cambiado de bando. Incluso, en los conflictos abiertos, como Camboya. El país, que prácticamente había abolido la propiedad privada en los 60, había puesto en marcha en los 70 una serie de reformas de liberalización económica para dar entrada al capitalismo: del permiso para poner en marcha empresas privadas a la apertura a la inversión extranjera en las zonas especiales, algo que atrajo las deslocalizaciones de producción de Estados Unidos y Europa en los 80. Sobre todo, de tecnología.

En 2001, China entró en la Organización Mundial de Comercio tras adherirse al tratado de paz, el consenso de Washington: privatizaciones de empresas a gran escala, reducción de aranceles o desmantelamiento del sistema de asistencia.

La idea de que esas reformas económicas provocarían un cambio político estaba muy asentada. No fue así. “No podemos seguir esperando a que apelar al estado de derecho y desarrollar relaciones comerciales vaya a transformar al mundo en un lugar pacífico donde todo el mundo evolucionará hacia la democracia representativa”, ha respondido la UE a Fukuyama.

Entre 2001 y 2018, China no sólo atrajo deslocalizaciones industriales y tecnológicas de Occidente, sino que tuvo un desarrollo cuya planificación contrastaba con la movilidad e inmediatez de la economía occidental.

En un modelo, el centro estaba en los resultados que cada empresa ofrecía cada trimestre y su capacidad de generar valor en forma de dividendo o deuda, mientras que, en el otro, se realizaban planes a varios años vista, lo que ofrece una idea de progreso a la sociedad.

Es algo que contrasta con la anomia que recorre Occidente, donde se ha asentado el modelo extractivista tanto a nivel económico como cultural. La nostalgia no deja de ser una forma de rentismo. Volvamos a ser grandes o, por lo menos, estables, es un programa político que va de Moscú a Washington, pasando por Londres o París. Quizá, el cambio político no llegó porque el concepto de futuro se mantenía en China mientras se disolvía en Occidente. La velocidad siempre difumina la línea del horizonte.

En la actualidad, China acoge cinco veces más estaciones base de 5G que Estados Unidos y produce cuatro veces más vehículos eléctricos, además de liderar la producción de energía renovable. Hace dos años, China superó a Estados Unidos en solicitudes de patentes: del made in China al invented in China.

En general, supera a Occidente en las tecnologías fundacionales del siglo XXI: inteligencia artificial, semiconductores, redes 5G, biotecnología o energías limpias. En 2018, Huawei no solo estaba ganando la mayoría de los contratos de redes porque tenía el mejor producto, sino que estaban desarrollando un nuevo protocolo que pudiera sustituir al TCP/IP. Es decir, una nueva internet, algo que presentaron en 2020 en la Conferencia Internacional de la ONU Huawei, China Unicom, China Telecom, y el ministerio de Industria y Tecnología de la Información de China.

Para entonces, Occidente ya había tomado las mismas decisiones que la China de la dinastía Qing en el siglo XVIII: cerrar sus puertos a los barcos extranjeros. Es decir, desglobalizarse.

La Ley de Autorización de Defensa Nacional estadounidense de 2018 restringía la compra de material tecnológico chino. Además de significar el mayor aumento del presupuesto militar desde Reagan, también prohibía la cooperación militar con Rusia.

Política de bloques.

El 16 de mayo de 2019, paso adelante. Un decreto presidencial instaba a las empresas estadounidenses a dejar de utilizar equipamiento extranjero que pudiera comprometer la seguridad. En otras palabras, prohibido usar tecnología china.

Era algo parecido al Sistema de Cantón, el modelo con el que el China trató de controlar el comercio con Occidente hasta la Primera Guerra del Opio. Quiza, dentro de unos años, leeremos reportajes parecidos al Libro de las maravillas de Marco Polo porque China tendrá su propia evolución tecnológica: lo importante no son las redes, sino lo que se hace sobre ellas. Las otras dos grandes empresas de redes tienen su sede en Suecia (Ericsson) y Finlandia (Nokia), dos países fuera de estructuras militares.

Las empresas chinas de redes, especialmente Huawei, han tenido problemas para acceder libremente a los mercados desde entonces y se han encontrado con condiciones, restricciones y prohibiciones. Para solucionarlo, han acudido sin éxito a las herramientas del modelo impuesto: la globalización.

Huawei presentó una demanda en Texas, donde tiene su sede en Estados Unidos con un discurso interesante: «Están utilizando la fuerza de toda una nación para ir contra una empresa privada. Están usando todas las herramientas a su alcance, incluidas las legislativas, administrativas y diplomáticas, para sacarnos del mercado».

Una empresa de un país teóricamente comunista apelando al mercado y defendiendo la empresa privada. La adopción del capitalismo no solo había reforzado el modelo político chino, sino que se había convertido en una amenaza. El fin de la historia no había funcionado. Sí lo hicieron las medidas de fuerza. China había detenido a los Michaels, un empresario y un diplomático, cuya liberación coincidió con el regreso de Meng Wanzhou. El clásico intercambio de prisioneros.

El mundo está comenzando a desconectarse. El fin de la historia fue la apertura de una hamburguesería en la Plaza Roja, la llegada de jugadores rusos a la NBA o de estudiantes chinos a las universidades occidentales. Todo el mundo bajo un modelo económico, una cultura y una lengua. También, bajo una potencia militar cuya fuerza residía más en la ausencia de rival que en la propia capacidad. Esos estudiantes aplicados se han convertido en científicos y tienen publicados más papers que los estadounidenses. Su tecnología no solo es mejor, sino que quiere ser hegemónica.

Ante ese peligro, desconexión. Cada bloque ha tenido su vacuna y ha buscado su zona de influencia. Las sanciones que expulsan a Rusia de las instituciones globales, de Eurovisión a la Bienal o el sistema de pagos, van en ese camino.

Política de bloques: Segunda Guerra Fría.

Estamos de nuevo en un mundo de potencias y es posible que Centroeuropa o el Mediterráneo sean buenos escenarios para los conflictos interpuestos de esta Guerra Fría. Mucha historia, pero importancia relativa. Cuanto más lejos del Pacífico, mejor.

Todos los conflictos encuentran su explicación en sucesos anteriores. De diferentes maneras, los bloques han planteado en los últimos años la derogación del tratado de paz de la Guerra Fría, el consenso de Washington.

De nuevo, las mismas cuestiones: materias primas, zonas de influencia, rutas comerciales, tecnologías; es decir, poder. En los tiempos del metaverso, vuelven los mapas y la realidad, un lugar donde no sirven los deseos ni se puede hacer F5. El fin de la globalización es el regreso de la fuerza como sistema para mantener el equilibrio de las potencias.

Mejor dicho, de los bloques, concepto que suma a la potencia su zona de influencia. Si aceptamos que tiene que haber un reparto desigual, se cuestionará y, en último término, aparecerá la fuerza. También, dentro de los propios países.

Una nueva edad geopolítica. Ignacio Ramonet. 2 de marzo de 2022

El 24 de febrero de 2022, fecha del inicio de la guerra en Ucrania, marca la entrada del mundo en una nueva edad geopolítica. Nos hallamos ante una situación totalmente nueva en Europa desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Aunque ha habido en este continente, desde 1945, muchos acontecimientos importantes, como la caída del muro de Berlín, la implosión de la Unión Soviética y las guerras en la antigua Yugoslavia, nunca habíamos asistido a un evento histórico de semejante envergadura, que cambia la realidad planetaria y el orden mundial.

La situación era evitable. El presidente ruso Vladímir Putin llevaba varias semanas, si no meses, instando a una negociación con las potencias occidentales. La crisis se venía intensificando en los últimos meses. Hubo intervenciones públicas frecuentes del líder ruso en conferencias de prensa, encuentros con mandatarios extranjeros y discursos televisados, reiterando las demandas de Rusia, que en realidad eran muy sencillas. La seguridad de un Estado solo se garantiza si la seguridad de otros Estados, en particular aquellos que están ubicados en sus fronteras, está igualmente respetada. Por eso Putin reclamó con insistencia, a Washington, Londres, Bruselas y París, que se le garantizara a Moscú que Ucrania no se integraría a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). La demanda no era una excentricidad: la petición consistía en que Kiev tuviera un estatus no diferente al que tienen otros países europeos, tales como Irlanda, Suecia, Finlandia, Suiza, Austria, Bosnia y Serbia, que no forman parte de la OTAN. No se trataba por lo tanto de evitar la “occidentalización” de Ucrania sino de prevenir su incorporación a una alianza militar formada, como se sabe, en 1949, con el objetivo de enfrentar a la antigua Unión Soviética y, desde 1991, a la propia Rusia.

Esto implicaba que Estados Unidos y sus aliados militares europeos no instalasen en el territorio de Ucrania, país fronterizo con Rusia, armas nucleares, misiles u otro tipo de armamento agresivo que pudiera poner en peligro la seguridad de Moscú. La OTAN –una alianza militar cuya existencia no se justifica desde la desaparición, en 1989, del Pacto de Varsovia– argumentaba que esto era necesario para garantizar la seguridad de algunos de sus Estados miembros, como Estonia, Letonia, Lituania o Polonia. Pero eso, obviamente, amenazaba la seguridad de Rusia. Recuérdese que Washington, en octubre de 1962, amagó con desencadenar una guerra nuclear si los soviéticos no retiraban de Cuba sus misiles –instalados a 100 millas de las costas de Estados Unidos–, cuya función, en principio, era solo la de garantizar la defensa y seguridad de la isla. Y Moscú finalmente tuvo que inclinarse y retirar sus misiles. Con estos mismos argumentos, Putin reclamó a los jefes de Estado y primeros ministros europeos una mesa de diálogo que contemplara sus reivindicaciones. Simplemente, se trataba de firmar un documento en el que la OTAN se comprometiera a no extenderse a Ucrania y, repito, a no instalar en territorio ucranio sistemas de armas que pudieran amenazar la seguridad de Rusia.

La otra demanda rusa, también muy atendible, era que, como quedó establecido en 2014 y 2015 en los acuerdos de Minsk, las poblaciones rusohablantes de las dos “repúblicas populares” de la región ucrania del Donbás, Donetsk y Lugansk, recibieran protección y no quedasen a la merced de constantes ataques de odio como desde hacía casi ocho años. Esta demanda tampoco fue escuchada. En los acuerdos de Minsk, firmados por Rusia y Ucrania con participación de dos países europeos, Alemania y Francia, y que ahora varios analistas de la prensa occidental reprochan a Putin haber dinamitado, estaba estipulado que, en el marco de una nueva Constitución de Ucrania, se les concedería una amplia autonomía a las dos repúblicas autoproclamadas que recientemente han sido reconocidas por Moscú como ”Estados soberanos”. Esta autonomía nunca les fue concedida, y las poblaciones rusohablantes de estas regiones siguieron soportando el acoso de los militares ucranios y de los grupos paramilitares extremistas, que causaron unos catorce mil muertos…

Muchos observadores consideraban que la negociación era una opción viable: escuchar los argumentos de Moscú, sentarse en torno a una mesa, responder a las inquietudas rusas y firmar un protocolo de acuerdo

Por todas estas razones, existía un ánimo de justificada exasperación en el seno de las autoridades rusas, que los líderes de la OTAN no lograron o no quisieron entender. ¿Por qué la OTAN no tuvo en cuenta estos repetidos reclamos? Misterio… Muchos observadores consideraban que la negociación era una opción viable: escuchar los argumentos de Moscú, sentarse en torno a una mesa, responder a las inquietudes rusas y firmar un protocolo de acuerdo. Incluso se habló, en las 24 horas que precedieron los primeros bombardeos rusos del 24 de febrero, de un posible encuentro de última hora entre Vladímir Putin y el presidente de Estados Unidos, Joseph Biden. Pero las cosas se precipitaron e ingresamos en este detestable escenario de guerra y de peligrosas tensiones internacionales.

Desde el punto de vista de la armadura legal, el discurso de Putin en la madrugada del día en que las Fuerzas Armadas rusas iniciaron la guerra en Ucrania trató de apoyarse en el derecho internacional para justificar su “operación militar especial”. Cuando anunció la intervención sostuvo que, “basándo[se] en la Carta de Naciones Unidas” y teniendo en cuenta la demanda de ayuda que le formularon los “gobiernos” de las “repúblicas de Donetsk y Lugansk” y el “genocidio” que se estaba produciendo contra la población rusohablante de estos territorios, había ordenado la operación… Pero eso es apenas un atuendo jurídico, un andamiaje legal para disculpar el ataque a Ucrania. Por supuesto, se trata claramente de una intervención militar de gran envergadura, con columnas acorazadas que penetraron en Ucrania por al menos tres puntos: el norte, cerca de Kiev; el este, por el Donbás; y el sur, cerca de Crimea. Se puede hablar de invasión. Aunque Putin sostiene que no habrá una ocupación permanente de Ucrania. Lo más probable es que Moscú, si gana esta guerra, trate de instalar en Kiev un gobierno que no sea hostil a sus intereses y que le garantice que Ucrania no ingresará en la OTAN, además de reconocer la soberanía de las “repúblicas” del Donbás en la totalidad de su extensión territorial, porque cuando empezó el ataque ruso, Kiev controlaba todavía una parte importante de esos territorios.

Si no se produce una escalada internacional, lo más probable es que el vencedor militar de esta guerra sea Rusia. Por supuesto, en este tema hay que ser muy prudente, porque se sabe cómo empiezan las guerras, pero nunca cómo terminan. La diferencia de poderío militar entre Rusia y Ucrania es tal que el probable ganador, por lo menos en un primer tiempo, será sin duda Moscú. Desde el punto de vista económico, en cambio, el panorama es menos claro. La batería de brutales sanciones que Estados Unidos, la Unión Europea y otras potencias le están imponiendo a Moscú son aniquiladoras, inéditas, y pueden dificultar, por decenios, el desarrollo económico de Rusia, cuya situación en este aspecto es ya particularmente delicada. Por otro lado, una victoria militar en esta guerra, si es rápida y contundente, le podría dar a Rusia, a sus Fuerzas Armadas y a sus armamentos un gran prestigio. Moscú podría consolidarse, en varios teatros de conflictos mundiales, en particular en Oriente Próximo y en el África saheliana, como un aliado indispensable para algunos gobiernos autoritarios locales, como principal proveedor de instructores militares y, sobre todo, como principal vendedor de armas.

La Historia se ha vuelto a poner en marcha, y la dinámica geopolítica mundial se está moviendo

Todo esto hace más difícil entender por qué Estados Unidos no hizo más para evitar este conflicto en Ucrania. Ese es un punto central. ¿Qué gana Washington con este conflicto? Para Biden, esta guerra puede aportar una distracción mediática respecto de sus objetivos estratégicos. Su situación no es fácil: lleva un año de gobierno mediocre en política interna, no consigue sacar adelante en el Congreso sus proyectos, no logra una mejora palpable de las condiciones de vida después de la terrible pandemia de la covid-19 ni una corrección de las desigualdades… Y, en política exterior, sigue manteniendo algunas de las peores decisiones de Donald Trump y ha dado una serie de pasos en falso, como la precipitada y calamitosa retirada de Kabul… Puede que esto lo haya llevado a buscar no comprometerse con una estrategia más decidida para evitar una guerra en Ucania que se veía venir… El resultado es que Estados Unidos y las demás potencias de la OTAN podrían perder Ucrania, que se alejaría de su esfera de influencia.

La posición de Washington resulta tanto más sorprendente cuanto que su gran rival estratégico, en este siglo XXI, no es Rusia, sino China. Por eso este conflicto está envuelto, en cierto modo, en un aire pasado de moda, un resabio de la Guerra Fría (1948-1989). Quizá uno de los objetivos de Washington sea alejar a Rusia de China implicando a Moscú en un conflicto en Europa, con la intención de que China no pueda apoyarse en Rusia mientras Estados Unidos y sus aliados de la ASEAN (Asociación de Naciones de Asia Sudoriental) y de la AUKUS (alianza estratégica militar entre Australia, Reino Unido y Estados Unidos) aprovechan para acosar a Pekín en el mar de China Meridional. Quizá a ello se debe que, en este conflicto de Ucrania, China se haya mostrado prudente: no ha reconocido ni apoyado la soberanía de las dos “repúblicas populares del Donbás”. Pekín no desea ofrecer un pretexto a otras potencias para que ellas reconozcan, a su vez, la independencia de Taiwán. Aunque también podría ocurrir que, a pesar de las enormes diferencias, China se inspirase en la decisión rusa de invadir Ucrania para conquistar Taiwán. O tal vez Estados Unidos aproveche la guerra en Ucrania para argumentar que China se dispone a invadir Taiwán y desencadenar un conflicto preventivo con China. Son hipótesis, porque lo único cierto es que la Historia se ha vuelto a poner en marcha y la dinámica geopolítica mundial se está moviendo.

El rearme de Alemania, primera potencia económica de Europa, trae pésimos recuerdos históricos. Constituye una prueba más, espectacular y aterradora, de que estamos entrando en una nueva edad geopolítica

La posición de la Unión Europea ha sido débil. Emmanuel Macron, que actualmente es el presidente pro tempore de la Unión Europea, no consiguió nada con sus gestiones de último momento. En vísperas de la guerra, la idea sobre la que se movilizaron tanto los líderes políticos como los medios de comunicación occidentales fue decirle a Putin que no hiciera nada, que no diera un paso más, cuando lo razonable hubiera sido, repito, analizar sus demandas y sentarse a negociar para garantizarle a Rusia, de alguna manera, que la OTAN no iba a ubicar armas nucleares en sus fronteras. En un primer tiempo, el gobierno europeo que actuó de manera más inteligente fue el de Alemania, con su nuevo canciller, el socialdemócrata Olaf Scholz, a la cabeza. Desde el comienzo, se mostró favorable a que se estudiasen las demandas de Putin. Pero, en cuanto comenzó la guerra, la postura de Berlín cambió radicalmente. La reciente decisión de Scholz, adoptada por unanimidad en el Bundestag, el Parlamento federal, de rearmar Alemania mediante la asignación al presupuesto militar de una partida excepcional de más de cien mil millones de euros y, a partir de ahora, casi el 3% del PIB del país, constituye una revolución militar. El rearme de Alemania, primera potencia económica de Europa, trae pésimos recuerdos históricos. Constituye una prueba más, espectacular y aterradora, de que estamos entrando en una nueva edad geopolítica.

Por último, seguimos preguntándonos por qué Estados Unidos y las potencias occidentales no aceptaron dialogar con Putin y responder a sus reclamos, sobre todo sabiendo que no podrían intervenir en caso de conflicto militar. Esto es muy importante. Recuérdese que, en su mensaje de anuncio del inicio de la guerra, Vladímir Putin envió una advertencia clara a las grandes potencias de la OTAN, en particular a las tres que cuentan con armamento nuclear –Estados Unidos, Reino Unido y Francia–, recordándoles que Rusia “tiene ciertas ventajas en la línea de las armas de última generación” y que atacarla “tendría consecuencias devastadoras para un potencial agresor”.

¿De qué “ventajas en la línea de las armas de última generación” se trata? Moscú ha logrado, en los últimos años, al igual que China, una ventaja tecnológica decisiva sobre Estados Unidos en materia de misiles hipersónicos. Esto hace que, en caso de un ataque occidental contra Moscú, la respuesta rusa pudiera ser efectivamente devastadora. Los misiles hipersónicos van a una velocidad cinco o seis veces superior a la velocidad del sonido, o sea a Mach 5 o Mach 6, a diferencia de un misil convencional, cuya velocidad es de Mach 1.

Y pueden transportar tanto bombas tradicionales como nucleares… Estados Unidos ha acumulado un importante retraso en este campo, hasta tal punto que recientemente Washington obligó a varias empresas fabricantes de misiles (Loocked Martin, Raytheon, Northrop Grumman) a trabajar de manera conjunta y destinó un colosal presupuesto para recuperar su retraso estratégico con respecto a Rusia, que se calcula de entre dos y tres años. Pero de momento no lo ha conseguido. Los misiles hipersónicos rusos, calculando la trayectoria, pueden interceptar los misiles convencionales y destruirlos antes de que alcancen su objetivo, lo que permite a Rusia crear un escudo invulnerable para protegerse. En cambio, los escudos antimisiles convencionales de la OTAN no tienen esta capacidad contra los hipersónicos… Esto explica por qué Putin decidió ordenar la intervención militar sobre Ucrania con la seguridad de que una escalada por parte de la OTAN era muy improbable.

Tormentosa historia de una fidelidad. El comunismo latinoamericano y la URSS. Manuel Caballero. 1985

En su ya clásica biografía de Trotsky, Isaac Deutscher decía que para escribir la historia de aquel, era necesaria una tarea parecida a la que se necesitaba para escribir la de Cromwell: remover la montaña de basura que el odio y el desprecio habían acumulado sobre sus figuras.

Tal vez se pueda decir una cosa parecida al intentar cualquier tipo de análisis de las relaciones de los partidos comunistas latinoamericanos con la Unión Soviética. Con la diferencia de que aquí los escombros que habría que remover no han sido acumulados solamente por sus enemigos sino por sus propios protagonistas. Cualquier análisis que se pretenda serio debe no solamente nadar contra la corriente, sino algo aún peor: enfrentar dos poderosas y encontradas corrientes de propaganda y contrapropaganda, de medias verdades y mentiras descaradas.

En estas cuartillas, no pretendemos remover todos los obstáculos que dificultan llegar a la verdad en un asunto sobre el cual, por más que se esculque, siempre quedarán inmensas zonas de oscuridad. Pero desde el inicio, se puede decir que para analizar el asunto se pueden apartar dos argumentos que más que tales son, en verdad, proposiciones puramente propagandísticas.

Una de ellas consiste en no ver en los partidos comunistas de América Latina como de otras partes del mundo nada más que instrumentos creados por la URSS para servir de apoyo a su política exterior, y por lo tanto, destinados, esos instrumentos, a no alcanzar jamás estatura de partidos políticos reales en los diversos países donde actúan por (mucha) cuenta y (poco) riesgo de la URSS.

La otra consiste en negar todo lazo orgánico entre la URSS y los partidos comunistas extranjeros, como no sea la de comunidad de ideales y de análisis de la política internacional. Se suele decir, cuando se examinan posiciones tan tajantes en torno a un asunto dado, que no resisten el menor análisis. Preferimos decir que se trata de medias verdades, o de medias mentiras, como se prefiera. El que sean una u otra cosa no proviene solo de la voluntad de los respectivos propagandistas y ni siquiera de la posibilidad (amén de la voluntad) de ocultar la verdad histórica.

Como en todo agrupamiento humano y mucho más si se trata de grupos políticos, como en toda institución y como en toda relación, es prácticamente imposible que se permanezca inamovible y sin evolución al paso de los años. Si el origen internacional y la adhesión primigenia a un centro político que a la vez era la capital de una gran potencia (Moscú) pudiesen explicar por sí solos el fracaso o el éxito de los partidos comunistas, quedaría por explicar cómo es posible que ese mismo origen ha dado frutos tan disímiles como los partidos comunistas de China y de México, de Italia y de Estados Unidos.

Si las relaciones entre la URSS y los partidos comunistas extranjeros fuesen todo lo platónicas que pretende la propaganda comunista, habría que borrar la entera historia de la Internacional Comunista, que no solo admitía esos lazos y se enorgullecía de ellos, sino que los presuponía para sus existencias respectivas, como Internacional y como partidos comunistas.

Y si esos lazos no hubiesen persistido después de la disolución de la III Internacional en 1943, nadie podría explicarse por qué han resultado tan largos, dolorosos y traumáticos los cismas, rompimientos, alejamientos que se han producido desde entonces, comenzando por la herejía yugoslava, siguiendo con el cisma chino, para rematar con la elegante separación por mutuo consentimiento que llegó a proponer el hoy agonizante eurocomunismo.

Creemos posible demostrar que la relación entre los partidos comunistas latinoamericanos y la Unión Soviética ha conocido cambios a lo largo de los años que han corrido desde que, en el mismo año de la formación de la III Internacional, se fundaron los primeros partidos en este continente.

En esa evolución se percibe un proceso de corso e ricorso de la dependencia a la independencia, y a la inversa. Trataremos el asunto en tres momentos de este siglo: uno que cubre el período de existencia de la Internacional, desde 1919 hasta 1943. Otro, que va desde esta última fecha hasta la guerra fría, incluyendo buena parte de la historia de esta última. Finalmente un período que se puede hacer arrancar desde la revolución cubana y que llega hasta nuestros días.

El periodo de la Internacional

Cualquier análisis de la historia de los partidos comunistas durante el periodo de la Internacional entre 1919 y 1943, tiene que partir de la base de la definición misma de lo que era la Internacional Comunista. A diferencia de sus antecesoras, la III Internacional no fue concebida como una federación de grupos y de partidos, y ni siquiera como un partido federal.

Se trataba de un solo partido, una organización única, de la cual los partidos nacionales eran apenas secciones regionales, obligados como estaban a señalar tal condición en las siglas mismas del partido (y así, hasta el partido ruso debía colocar al lado de su nombre otro que lo señalaba –antes de la formación de la URSS- como «Sección Rusa de la Internacional Comunista»).

Esa condición de partido único se acentuaba con la absoluta verticalidad de la organización: las instancias inferiores se someterían siempre a las superiores, la fuente de legitimidad de un partido provenía de su reconocimiento por Moscú, no de la decisión de un congreso constitutivo u otro acto equivalente.

El Comité Ejecutivo tenía poderes casi absolutos sobre las secciones y la Comisión Central de Control, o sea el tribunal disciplinario internacional, tenía poder para expulsar a individuos o partidos enteros de la Internacional: en 1938 disolvió, por ejemplo, el Partido Comunista polaco. Tres años antes había expulsado públicamente de sus respectivos partidos a dos venezolanos y un portugués.

Pese a eso, el proceso de formación de los primeros partidos comunistas latinoamericanos se produjo en forma relativamente espontánea y con bastante independencia del centro. Así, el Partido Comunista de Argentina (que andando el tiempo llegaría a ser de todos el más absolutamente incondicional de Moscú) no solo se formó sin la participación de la dirección central de la Internacional, sino que incluso puede jactarse de que su fundación en noviembre de 1918, con el nombre de Partido Socialista Internacional, precedió a la formación de la III Internacional, cuyo I Congreso (en verdad, una asamblea de refugiados) tuvo lugar en marzo de 1919.

El Partido Comunista mexicano, por su parte, se formó en 1919 y en forma relativamente espontánea, si bien en su formación participó un personaje de novela, Mijaíl Borodin (figura efectivamente en La condition humaine, de Malraux), quien habría sido enviado allí por Angélica Babalanova, la primera presidente del Comintern. De igual manera, la formación del Partido Comunista de Chile se debió sobre todo a la tesonera labor de Luis Emilio Recabarren, quien desde 1912 había formado el Partido Socialista Obrero.

Esa relativa independencia o espontaneidad en la formación de los primeros partidos comunistas latinoamericanos puede tener su origen en dos hechos: la lejanía y aislamiento del área y su escaso peso específico en el contexto de la política mundial. Para Lenin, apenas existían Argentina y México, este último por su vecindad con EEUU. Nada más. Sea como fuere, la realidad de ese inicial origen independiente o espontáneo ha sido destacada hasta por un historiador tan hostil a la III Internacional como Víctor Alba.

Esa etapa anterior puede considerarse cerrada en 1928. En el VI Congreso de la Internacional, nuestro continente será una de las vedettes: en su discurso de apertura, Nicolai Bujarin señaló la presencia de América Latina como uno de los hechos de mayor relieve en ese Congreso. Se habló entonces del «descubrimiento de América» por el Comintern (así se lo llamaba entonces en América Latina, no «la» Comintern, como suelen llamarla hoy algunos historiadores del Sur), y para acentuarlo hubo dos intervenciones de latinoamericanos en la apertura del Congreso: un representante de México y otro de Brasil. Al final, siete latinoamericanos fueron electos al Comité Ejecutivo.

Pero el VI Congreso de la Internacional fue en la práctica el último digno de tal nombre. A partir del año siguiente, con el quincuagésimo cumpleaños de Stalin, arranca el desarrollo de lo que años después Jruschov llamó eufemísticamente el «culto a la personalidad» y Schapiro, «la victoria de Stalin sobre el Partido».

En 1929 se produce también la primera reunión de los partidos comunistas latinoamericanos en Buenos Aires, la única donde hubo una real discusión, perceptible en la versión de sus debates publicada poco después. A partir de ese momento arranca el periodo de mayor dependencia de los partidos comunistas de América Latina hacia Moscú.

Poco tiempo después de la Conferencia de Buenos Aires, pese a estar el Secretariado Sudamericano dominado enteramente por un ultraestalinista como Vittorio Codovilla, aquel fue disuelto y reemplazado por un misterioso «Bureau Sudamericano», comandado por Juan de Dios, seudónimo español de «Guralsky», quien en verdad era Abraham Heifetz, un antiguo «bundista» y un antiguo zinovievista «recuperado» por el estalinismo.

Este «Bureau» (pintado en su estilo paranoico por Eudocio Ravines como una «brigada volante» de la cual él mismo habría formado parte) dirigirá los PC de América Latina durante la etapa no solo más oscura de su existencia, sino también la más sectaria. Aquello en parte como consecuencia de esto último, pues ese sectarismo del llamado «Tercer Periodo» contribuyó a lanzar a casi todos esos partidos a la clandestinidad.

En 1935 se abre la última etapa de este primer periodo. En 1935 el VII Congreso de la Internacional Comunista no solo señala un viraje táctico del sectarismo de la etapa anterior al periodo de los Frentes Populares, sino también una reforma de los estatutos que hace que en principio las secciones nacionales sean menos dependientes del centro.

En verdad, ya Stalin había logrado dominar y controlar tan férreamente los PC fuera de la URSS, que la Internacional como organización relativamente autónoma era innecesaria.

La táctica de los Frentes Populares debía ser utilizada en los países coloniales y semicoloniales buscando la formación de Frentes Únicos Antimperialistas. Pero, sobre todo después del fracaso de la insurrección de Prestes en Brasil en 1935 (y que fue más una intentona cuartelaria prestista que una insurrección comunista o, como se pretendió en su tiempo, «antifascista»), la táctica de los partidos comunistas latinoamericanos fue de «unidad nacional», pero no necesariamente antimperialista sino incluyendo al imperialismo norteamericano como aliado.

Eran los tiempos de Roosevelt y su política de «buena vecindad» hacia América Latina, pero lo que importaba sobre todo a la URSS era el confeso y reiterado antifascismo de Roosevelt, quien desde el primer momento se mostró dispuesto a hacer intervenir a EEUU en los asuntos europeos, incluyendo la guerra.

Se tiene la impresión de que la política de «unidad nacional» que llevó a los partidos comunistas latinoamericanos a ponerse a la cola incluso de los más detestables gobiernos latinoamericanos proviene del hecho del ingreso de la URSS en la guerra europea, luego de la invasión de Hitler en 1941.

Pero la verdad es que esa política fue iniciada en 1938 cuando menos, y el Frente Popular que triunfa en Chile es mucho menos una alianza de ese tipo cuyo nombre lleva, que un frente de unidad nacional donde lo más importante no es la alianza con los socialistas, sino con los políticos burgueses, fuesen radicales o estuviesen más a la derecha.

En 1938 arranca la alianza de los comunistas cubanos con Batista, y el PC venezolano -si hemos de creer a su órgano central, El Martillo- tiende la mano al gobierno de López Contreras, ofreciendo inicialmente hasta apoyar a un candidato suyo, si lo escoge entre quienes representen «el mejor momento» de ese gobierno, o sea el de 1936. De modo que la política de «unidad nacional» y los pasos dados hacia la disolución de los PC, que se llamó después de 1945 la «desviación browderista», fue «inventada» por los PC latinoamericanos por lo menos seis años antes de que Browder publicara sus tesis.

De la Guerra Caliente a la Guerra Fría

Al finalizar la Segunda Guerra Mundial, los partidos comunistas latinoamericanos podían haber tenido su gran oportunidad de marcar sus diferencias y su independencia de Moscú. La Internacional ya no existía: había sido disuelta en 1943, como un «regalo» de Stalin a sus aliados burgueses de Occidente.

Pero no era solo la Internacional la que había sido disuelta como organismo mundial centralizado, sino que los propios partidos nacionales habían recorrido un largo camino hacia su autodisolución, tal como lo hizo entonces el PC de EEUU jefaturado por Earl Browder.

Este último se utilizó como chivo expiatorio una vez que se produjo el viraje en las política de los PC, pero no solo había sido esta, como hemos dicho, anterior a Browder, sino que ni siquiera era una política latinoamericana: el PC francés llamaba entonces a formar un Front Français que fuese más allá del Front Populaire; el PC británico había solicitado su ingreso al Labour Party, petición previsiblemente rechazada. Y los partidos de Chile y México, cuando menos, buscaban su integración en un «Partido Nacional», mientras que desde 1938, el PC de Cuba buscaba formar una agrupación que los incluyese, pero también a los archienemigos Grau San Martín y Fulgencio Batista.

Es por lo demás el de la inmediata posguerra un periodo en que los PC latinoamericanos, cabalgando la ola del prestigio de las armas soviéticas que habían hecho morder el polvo al hitlerismo, conocían su momento estelar. En esos años, tres partidos comunistas entran en alianzas gubernamentales: en Cuba antes de 1944, en Ecuador en ese año y en Chile en 1946. En casi todos los países de América Latina, pero sobre todo -¡oh, ironías de la historia!- en la zona más directamente influenciada por EEUU, sin excluir la satrapía dominicana, los partidos comunistas son legalizados o por lo menos tolerados.

Esta situación excepcional no va a pesar mucho en la actitud de los PC latinoamericanos desarrollándoles veleidades de independencia. Hay que decir en su descargo que tampoco es que se les exija mucho que lo hagan: el «estado de gracia» de la URSS después de la derrota del nazismo se va a prolongar, como en todo el mundo, por lo menos hasta la ruptura de la Conferencia de París en 1947. A partir de ese momento en que salen los PC del gobierno en Francia y en Italia, lo harán también en Chile.

A partir de 1948, y sobre todo del «golpe de Praga» en febrero de ese año, el comienzo de la Guerra Fría lanzará a los PC latinoamericanos a su momento de mayor aislamiento, y por más largo tiempo, desde el Pacto Germano-Soviético en 1939-1941. Siguiendo el ejemplo dado por Thorez, a la pregunta de qué harían si el Ejército Rojo invadiese sus países, cada uno de sus principales dirigentes aprovecha para manifestar su adhesión y su fidelidad («incondicional», es la expresión thoreziana) a la URSS y a su dirigente («genial» entre otros abusos de lenguaje), el mariscal José Stalin.

Esta situación se va a prolongar hasta comienzos de los años 60, cuando Fidel Castro, en abierto desafío a EEUU, proclama su revolución «marxista-leninista», o sea comunista, que es el sentido que tiene aquella expresión en el lenguaje oficial soviético.

Sus momentos más sombríos se producen con la X Conferencia Interamericana de Caracas y el subsiguiente derrocamiento del régimen de Arbenz en Guatemala, y cuando pocos años más tarde las tropas soviéticas aplasten la insurrección húngara. Lo primero que va a hacer que se acentúe la persecución anticomunista en el hemisferio. Y partidos reducidos a su mínima expresión, perseguidos y sin mucha posibilidad de influir sobre la política de sus respectivos países, lógicamente se ven empujados a remachar sus lazos de dependencia, de sujeción hacia el «partido guía» que gobierna en el Kremlin.

Lo segundo, la invasión de Hungría, obligará a los PC a dar muestras de su apoyo a la política soviética en un episodio tan difícil de entender ante la opinión como lo fuera 18 años antes el pacto nazi-soviético.

Sin embargo, hay que decir que pese a lo complicado que resultaba desarrollar una política en semejantes condiciones, se producen al menos dos situaciones muy particulares. La primera es que los PC latinoamericanos no están obligados a dar demostraciones tan reiteradas e incondicionales de adhesión a la política soviética como los partidos europeos. Ello se debe a que en la situación en que se encuentra buena parte de ellos, no dedican mucho de su por demás escasa propaganda y prensa periódica a la política internacional. Hay, además, el relativo desinterés soviético por la zona: la URSS se atiene rigurosamente a los acuerdos de Yalta, y América Latina es coto de caza norteamericano.

La segunda situación a que nos referimos es que el aislamiento provocado por los trágicos acontecimientos de Hungría no duró muy largo tiempo. Sea por la influencia de la así llamada desestalinización, sea por la apertura que en política internacional produjo el relativo final de la Guerra Fría, el caso es que los PC de América Latina van a ser recibidos en los años siguientes en una serie de alianzas que los pondrán, si no en los umbrales del poder, sí en la situación de ser relativamente aceptados en la política de esos países: en Chile, Allende los va a incluir en su alianza que 20 años más tarde lo llevará al poder y a la muerte.

En Venezuela, el derrocamiento de Pérez Jiménez, al cual tanto contribuyeron, encontrará a los comunistas en el tope de su popularidad, formando parte de la Junta Patriótica, siendo recibidos de pleno derecho en Palacio para consultas, convirtiéndose en el primer partido en Caracas. Pero, sin duda, la más popular de estas ascensiones en el favor popular se producirá en Cuba.

Después de Cuba

Hemos dicho «ascensión en el favor popular». Esta expresión aplicada a los comunistas cubanos hace arrugar la nariz en señal de incredulidad a mucha gente. Los comunistas cubanos habían sido aliados de Batista en su primer gobierno, si bien lo habían combatido incluso con heroísmo en el segundo. Los comunistas se habían opuesto a la táctica insurreccional de los castristas, y su apoyo a las fuerzas del líder guerrillero se había producido, en el mejor de los casos, como una acción de la undécima hora o peor aún, como una iniciativa personal de algunos dirigentes comunistas: Carlos Rafael Rodríguez, Risquet Valdés, Pablo Rivalta.

Y lo más importante de todo, los dirigentes de los diversos partidos revolucionarios, sin excluir el 26 de Julio, habían tenido extremo cuidado en señalar sus profundas diferencias con los comunistas, si es que no a hacer profesiones de fe anticomunistas en el más puro estilo de la Guerra Fría.

Pero lo que queríamos decir con aquella frase es que, en un principio, y pese a todo lo anteriormente dicho, los comunistas cubanos van a gozar de un relativo prestigio como los otros partidos opuestos a Batista, una vez que el dictador huye. Y aunque tal vez no pudiese equipararse al prestigio alcanzado por sus camaradas venezolanos por la misma época, al cabo de poco tiempo van a entrar avasalladoramente en el favor popular cuando atraigan a sus filas al más prestigioso recluta posible: Fidel Castro.

Lo que nos interesa en el cuadro temático de estas notas es la repercusión que los acontecimientos cubanos van a tener en la relación de los partidos comunistas latinoamericanos con Moscú. Y pensamos que se pueden señalar tres grandes momentos, por no decir periodos.

El primero es lo que podríamos llamar los años de la «luna de miel» del régimen cubano con la URSS, que van desde el 1° de enero de 1959 hasta la llamada crisis de los misiles a finales de 1962. Aquí van a correr parejos dos procesos: uno, el de las relaciones soviético-cubanas; dos, el de la progresiva ruptura entre los dos gigantes del comunismo: Pekín y Moscú.

En cuanto a lo primero, para los comunistas latinoamericanos todo parece ser miel sobre hojuelas. A medida que se va agriando el tono entre Cuba y EEUU, una ola antimperialista recorre América Latina, Fidel es el héroe de la izquierda latinoamericana. Detrás de Castro, en las Naciones Unidas y en todos los escenarios internacionales, la URSS respalda al régimen cubano y se perfila progresivamente como quien protegerá con su asistencia económica y su paraguas nuclear a Cuba en caso de que EEUU decida pasar de las palabras a los actos.

El patriotismo latinoamericano, que se manifestaba en el apoyo irrestricto a la revolución cubana en su enfrentamiento con Washington («¡Cuba sí, yanqui no!»), no contradecía en modo alguno la adhesión comunista a la política soviética, que hasta era a veces presentada popularmente en Cuba más, incluso, que como una relación entre iguales, como una conversión de los líderes soviéticos a una fe renovada por obra y gracia de la revolución cubana: «¿Fidel comunista?: Nikita fidelista», rezaban los grafitti en las paredes de La Habana.

En un principio, este apoyo era de la URSS «y del bloque socialista». Pero desde el inicio de los años 60, este bloque comienza a dar muestras de un agrietamiento que el tiempo revelará irreversible. Los partidos comunistas latinoamericanos comienzan a recibir solicitaciones no solo de Moscú, sino también de Pekín.

Por primera vez se va a producir, en forma solapada, lo que podríamos llamar una «crisis de fidelidad» en esos partidos. No va a ser una ruptura abierta entre los promoscovitas y propekineses, sino algo mucho más sutil. Los partidos comunistas que se han lanzado por el atajo de la insurrección armada (el venezolano y en cierto grado también el guatemalteco) van a intentar un equilibrio entre las dos potencias del comunismo, que se manifestaba, si es permitida la expresión, más por un cuidadoso silencio que por tomas de posición abiertas.

Esa fue durante cierto tiempo, si bien más audazmente expresada, la posición de Cuba. En cambio, los partidos «pacíficos» son más proclives a alinearse junto a la URSS, en la más vieja tradición de esas relaciones. La URSS va a emplear a fondo su vida influencia en el comunismo latinoamericano para derrotar a los chinos. Incluso, cuando Jruschov convoca a los 81 partidos comunistas del mundo con la intención de hacer condenar las tesis chinas, pretextó que esa convocatoria se hacía indispensable pues la había solicitado de Moscú… el Partido Comunista paraguayo!

Después de la crisis de los misiles y hasta la invasión de Checoslovaquia en 1968, las relaciones entre Moscú y La Habana van a conocer un relativo enfriamiento. Serán los años de la condena al «escalantismo», que en pocas palabras no era sino la protesta de Fidel Castro por la progresiva «ocupación» de su partido y de su gobierno por los cuadros del antiguo Partido Socialista Popular cubano. Serán los años en que el régimen cubano trata de mantener un cierto equilibro entre las posiciones de Pekín y de Moscú, lo que después de 1963 se torna imposible por el retiro de los técnicos soviéticos de China y por el militantismo de los chinos, que en el interior de Cuba revelan una particular torpeza.

El momento más bajo en las relaciones soviético-cubanas será el año 1967. Disgustada entre otras cosas por la frialdad soviética ante la muerte del «Che» Guevara (la prensa soviética se niega a llamarlo «camarada»), La Habana responderá en forma no menos insultante, enviando una delegación de tercera categoría a las fiestas del medio siglo de la Revolución de Octubre.

Los partidos comunistas latinoamericanos son utilizados por Moscú para hostigar a los cubanos por mampuesto. La polémica entre los comunistas cubanos y la dirigencia comunista venezolana, que algunos han querido presentar después como muestra de independencia y de la práctica, avant la lettre, de la política del Movimiento al Socialismo (MAS), en verdad se inscribe dentro de esa manipulación por parte de los soviéticos.

Pero para un país pequeño y aislado como Cuba, esa política de equilibrio entre los gigantes del comunismo es imposible, sobre todo si se quiere enfrentar la permanente amenaza norteamericana. Fidel trata desesperadamente de crearse una organización que le preste ese apoyo, una especie de nueva internacional tercermundista que tuviese como Meca no a Moscú ni a Pekín, sino a La Habana.

Es la época de la Tricontinental, de la OSPAAL, etc. Ante el fracaso de esos intentos, a Fidel Castro no le queda más remedio que inclinarse ante la terquedad de los hechos: la muerte de Guevara señala el fin de su ilusión de crear «dos, tres Vietnam» en el continente latinoamericano. Castro se ve obligado a seguir, una vez más, la vieja receta maquiaveliana: no ser jamás neutral entre dos grandes. Así como había escogido aliarse con la URSS para enfrentar a EEUU, Castro se verá obligado a escoger a Moscú y enfrentarse a Pekín.

Es a partir de ese momento cuando se entra en la tercera etapa, que se prolonga hasta nuestros días, en la cual todos los PC de América Latina (hoy, al parecer, con la excepción todavía no muy clara del brasileño) han regresado al redil: la fidelidad «incondicional» a la URSS vuelve a ser la regla.

Hay que decir también que, desde entonces, Castro parece desinteresarse de los PC latinoamericanos y de sus posibilidades revolucionarias. Acepta su apoyo y su adhesión, pero sin enorgullecerse particularmente de ella ni exaltarla como lo hacía en tiempos de la lucha armada en Venezuela, en los tiempos heroicos de la «exportación» de la revolución cubana. Por su parte, el apoyo de los PC latinoamericanos a La Habana no es desde entonces sino un reflejo de su relación con Moscú.

Pero no es solo de los PC latinoamericanos que el régimen cubano parece desinteresarse, sino de América Latina como teatro principal de su acción política. Así, Fidel Castro escoge, para manifestar su adhesión a la política soviética, un caso que causará dolor y repudio entre sus amigos de la gauche divine intelectual europea: bien que con reticencias, apoyará la invasión de Checoslovaquia por las tropas rusas. Y a partir de allí, el apoyo a los revolucionarios se volcará hacia África antes que hacia América Latina. Cuba reaccionará desde entonces más como un país socialista europeo -o más simplemente, como un país europeo- que como un país latinoamericano.

Esa es una etapa que parece cerrarse en estos días, cuando Cuba intenta reingresar al escenario latinoamericano por medio de la propagación de sus popularísimas tesis sobre la deuda externa. Aquí, incluso, Castro no ha vacilado en dar algunas muestras de independencia frente a la URSS. Pero, en América Latina, trata ahora de apoyarse no en unos partidos comunistas que sabe ineficaces, sino en el amplio abanico de los opositores a los dictados del Fondo Monetario Internacional.

Ucrania-Rusia: las raíces de la espiral belicista. Entrevista a Ilyá Budraitskis. Febrero de 2022

Realizada poco antes de la invasión rusa a Ucrania, esta entrevista (publicada en el diario esloveno Dnevnik y reproducida en francés en la revista Inprecor) ofrece una perspectiva sumamente esclarecedora sobre los nexos profundos entre el proyecto político global de Vladímir Putin y la agresión militar a la vecina Ucrania.

Ilyá Budraitskis es uno de los jóvenes pensadores más originales y sofisticados de la actualidad en Rusia. Vive en Moscú y combina su profesión de historiador con el activismo cultural y la militancia en las filas de la izquierda antiautoritaria. Es profesor en la Escuela de Ciencias Económicas y Sociales de Moscú y en el Instituto de Arte Contemporáneo. La editorial Verso acaba de publicar su libro Dissidents among Dissidents [Disidentes entre los disidentes], que analiza los desafíos de la izquierda democrática rusa después  de la caída de la Unión Soviética.

Además de ofrecer un retrato extremadamente instructivo del estado ideológico y psicológico de la sociedad y de la opinión rusa bajo el régimen de Putin, Budraitskis pone de relieve, con ejemplos elocuentes, el nexo profundo entre tres aspectos fundamentales de la situación: la feroz ola de represión del año 2021, de la que podemos entender ahora que tenía una crucial función preventiva; el carácter fundamentalmente «imperial gran-ruso» de la visión de Putin, que este acaba de confirmar con su extraordinario discurso del 21 de enero de 2022; y la escalada bélica a la que estamos asistiendo.

El historiador moscovita también alertaba antes mismo que Putin lo expresara crudamente en este famoso discurso que una de las raíces del problema es que el presidente ruso simplemente no acepta la existencia de un sujeto o de una subjetividad nacional ucraniana de cualquier tipo. El análisis de Budraitskis demuestra así que la cuestión va mucho más allá de la supuesta «legitima defensa de Rusia defraudada por la extensión y el cerco de la OTAN», como lo siguen repitiendo ciertos sectores de la izquierda.

En los pases finales de este diálogo, precisamente, Budraitskis hace un llamado a la izquierda occidental para que abandone ojeras y prejuicios geopolíticos desinformados y avance en su comprensión y su solidaridad hacia las corrientes democráticas y progresistas que combaten el nacionalismo autoritario y el belicismo en Rusia y en Europa oriental, a menudo al precio de una terrible represión.

Usted está en Moscú y yo en Liubliana, ¿será que estamos hablando a través de una futura línea de frente? Se habla de guerra. ¿Cómo se vive esto desde Moscú?

¿Se refiere a cómo percibe la situación la gente de a pie o en el imaginario que crea el régimen? Empecemos con cómo presentan los medios de comunicación rusos las tensiones en la frontera ruso-ucraniana…

Los medios oficiales rusos, en particular todos los canales de televisión, son controlados por el Kremlin. Las alternativas son casi inexistentes. Cuando hablan de Ucrania, estos medios estatales usan un lenguaje de guerra desde 2014. En los últimos meses no hubo modificaciones en esta manera de referirse al tema de Ucrania. Es siempre el mismo vocabulario.  

¿Qué quiere decir con «lenguaje de guerra»?

Interminables debates sobre la profunda grieta entre nuestro país y Occidente, con el que estaríamos en un conflicto histórico. Se usa una retórica militar extremadamente agresiva. Nos hablan siempre de nuestras bombas, nuestros tanques, nuestros aviones y otras armas. Nos dicen que podemos destruir a Estados Unidos en dos o tres minutos, o que podemos volver a ganar fácilmente una guerra mundial. Esto se ha convertido en el lenguaje común de los medios de comunicación oficiales.

¿Qué efecto tiene esto en la opinión pública?

En Rusia, para ayudar a los niños a conciliar el sueño, siempre les contamos el cuento del niño que gritó «¡Lobo!». Conoce esta historia, ¿verdad? El niño corría por el pueblo gritando «¡Viene el lobo!, ¡viene el lobo!» solo para llamar la atención. Lo logró: todo el pueblo se movilizó varias veces. Cuando finalmente el lobo llegó a la aldea, ya nadie le prestó atención.

Al menos desde 2014, los medios de comunicación oficiales han estado hablando incesantemente y en un tono muy fantasioso sobre un conflicto inevitable con Ucrania, que nunca se materializó. Ahora quieren dar la alarma. En las últimas semanas, los medios de comunicación oficiales han intentado transmitir que la situación se ha vuelto muy grave. Que este enfrentamiento militar es real. Sin embargo, el público no percibe este anuncio como algo diferente. La reacción común a estos mensajes es decir: «Sabemos que estamos en conflicto con Ucrania, sabemos que estamos en conflicto con Estados Unidos, ustedes nos lo repiten todo el tiempo, así que esto es normal».

¿No produce ninguna reacción emocional específica?

Es más complicado que eso. Por un lado, la gente lo ve como una continuación de la estrategia habitual vinculada a los extraños caprichos de las elites gobernantes. Están tan familiarizados con el lenguaje del conflicto que ya no se conmueven. Pero, al mismo tiempo, crece el temor a la posibilidad de una escalada real. El miedo a la guerra se va imponiendo poco a poco.

¿Se nota este malestar también en los medios de comunicación oficiales?

No, según ellos ya hemos ganado. Pero la gente está cada vez más preocupada. Esto no es solo mi sensación. En Rusia, el miedo a la guerra siempre ha sido el segundo mayor temor, después del miedo a la enfermedad y la consiguiente preocupación por el funcionamiento de las instituciones públicas y su atención a las personas.

Sin embargo, recientes encuestas de opinión muestran que al menos 60% de la población teme la posibilidad de un conflicto armado, y que este temor es mayor que la preocupación por la pandemia. Ambos elementos están presentes simultáneamente en la conciencia colectiva. La gente está tan acostumbrada a la retórica militarista que no se la toma demasiado en serio, pero por otro lado, hay una preocupación creciente.

Personalmente, creo que el miedo proviene de los acontecimientos que hemos presenciado en el último año. Un miedo relacionado con la creciente represión del Estado, la creciente violencia que la acompaña y el clima de ansiedad que genera. Yo diría que esta cuestión está en el centro del pensamiento político de la población sobre nuestra situación. Pero hay que tener en cuenta que en la sociedad rusa no hay reacciones políticas serias, ni manifestaciones, ni protestas. Ya no hay manifestaciones masivas de descontento, ni ocupaciones de calles o plazas. Nada.

¿Cómo lo ha conseguido Putin?

Mediante un año de golpes directos a los núcleos de la oposición. El régimen político es cada vez más represivo. Tras la detención de Alekséi Navalny, líder del partido de la oposición Rusia del Futuro, y la dispersión de las manifestaciones que siguieron, la opinión pública fue silenciada. Toda la oposición se encuentra ahora en una situación muy deprimente. El año pasado, fuimos blanco de una represión total.

Todas las estructuras de Navalny han sido declaradas organizaciones extremistas y sus colaboradores son considerados extremistas. Cualquier persona que le exprese su apoyo puede ser detenida. La organización de derechos civiles más antigua, Memorial, reconocida en 1989, fue disuelta por una sentencia del Tribunal Supremo porque supuestamente entraba en el marco de la ley sobre agentes extranjeros.

Simbólicamente esto fue muy destructivo: la organización de derechos humanos más antigua se convierte de repente en una entidad ilegal. También atacaron a todos los medios de comunicación independientes con una agresividad extrema. La ley sobre agentes extranjeros puede utilizarse contra cualquiera. Ya no hay un solo medio de comunicación independiente en Rusia que no pueda ser acusado de ser una agencia extranjera. La acusación es una advertencia. Esto significa que pueden ser liquidadas en cualquier momento, al igual que Memorial. Gran parte de la represión está relacionada con lo que está ocurriendo ahora en la frontera con Ucrania. Querían asegurarse de que no hubiera sorpresas desagradables, oposición, reacciones o resistencia en el frente interno.

¿La gente común solo conoce la versión oficial?

Más o menos, sí. La gente está preparada psicológicamente para la guerra. Puedes seguir la televisión estatal y creer en la propaganda. No es difícil. Pero sobrevivir en caso de conflicto es otra cosa. En este ámbito, la situación es muy diferente porque vivimos en un país muy pobre, que ha visto cómo se deterioraba la calidad de vida en los últimos años, dando la impresión de ser un país en decadencia en todos los ámbitos. Solo si la situación, ya de por sí mala, se deteriora muy rápidamente, y si la gente no ve ninguna salida, podríamos esperar un cambio y demandas más apremiantes para una política diferente. Sin embargo, hasta ahora no hay nada de eso a la vista.

Además, la situación no está realmente clara. El discurso oficial mantiene sistemáticamente esa ambigüedad. Por un lado, utilizan un lenguaje militarista agresivo e intransigente. Por otro lado, también se habla del deseo de paz, de conversaciones entre Rusia, Estados Unidos y los países europeos. Atribuyen esta tensión a la histeria antirrusa de los medios de comunicación occidentales y a la política que hay detrás. Viene diciendo que Rusia no tiene planes de ataque, que no planea ninguna invasión armada, que el ejército solo está haciendo maniobras normales en territorio soberano ruso y que en Occidente están creando pánico por sus propios problemas.

Mucha gente se pregunta qué está pasando realmente. ¿Deberíamos realmente prepararnos para la guerra, o se trata de otra tormenta propagandística sin consecuencia concreta? Este dilema nos resulta familiar. ¿Es solo una ola de desinformación tras otra, o el peligro de una confrontación militar está realmente cerca?

Estados Unidos y algunos países europeos envían material militar a Ucrania. ¿Usted está al tanto del tema?

Sí, claro. El miedo a la guerra tiene dos caras. La gente tiene miedo por naturaleza de los conflictos militares. Si Occidente da un verdadero apoyo militar a Ucrania, podría haber una gran guerra. Por otro lado, existe un fuerte temor a nuevas sanciones económicas, que podrían socavar una economía ya de por sí en mal estado. Puede ser que Occidente vea realmente a Ucrania como un país en el que finalmente puede enfrentarse a Rusia en todos los frentes y que se convierta en un campo de batalla. Pero en Rusia es difícil lanzar un debate un poco más serio sobre el tema. Los medios de comunicación oficiales están controlados y no hay posibilidad de realizar un análisis serio de la situación y una confrontación de opiniones. Es pura propaganda, la información es secundaria.

Todavía hay algunos medios de comunicación de la oposición liberal. Siguen existiendo, pero cada día son menos numerosos y están sometidos constantemente a una terrible presión por parte del Estado. Todavía existe un cierto sentimiento de revuelta entre la población. Pero el régimen sigue enviando señales contradictorias.

El mensaje oficial es que, a diferencia de Occidente, Rusia quiere negociaciones y no planea una guerra, pero que está preparada para cualquier eventualidad. En esta visión, el agresor es Ucrania –apoyado por Occidente–. A pesar de toda la retórica belicista, los medios de comunicación oficiales transmiten el mensaje del Kremlin de que esta batalla se librará mediante negociaciones y que se evitará la guerra.

¿Cómo justifican ese mensaje?

Está en la memoria la experiencia de 2014, cuando el ejército ruso ocupó Crimea y la reacción de Occidente fue principalmente retórica. Rusia anexó Crimea, hubo alguna que otra protesta, se impusieron sanciones, pero a nadie se le ocurrió intentar devolver Sebastopol y Yalta a Ucrania mediante la guerra. El Kremlin puede señalar el Mar Negro y decir que ha establecido su autoridad allí sin que a nadie le moleste seriamente.

Los medios de comunicación liberales intentan contar una versión diferente, pero hay mucha desorientación. La oposición política también está confundida. Nadie sabe cuál es el contenido secreto de las conversaciones entre Rusia y Occidente. La mayoría de los ciudadanos tienen la impresión de que las relaciones entre Rusia y Occidente se han roto por completo. Sin embargo, la ruptura no se produjo el año pasado, sino mucho antes. Quienes viven en las grandes ciudades y viajan a otros países saben que las relaciones son malas desde hace mucho tiempo. La situación es clara: la embajada de Estados Unidos en Moscú lleva tres años sin expedir visados a los ciudadanos rusos. Si quieres ir a Estados Unidos, tienes que ir primero a otro lugar, como Zagreb o Liubliana, y solicitar allí el visado. Esto comenzó en la era de Donald Trump y continúa bajo Joe Biden.

Pero si hay una guerra, ¿por qué objetivo se va a luchar? En 2014, los ucranianos cedieron Crimea sin luchar. El ejército ucraniano ni siquiera hizo un disparo al aire. ¿Usted tiene claro el objetivo del conflicto?

Esa es la cuestión principal, ¿no? ¿Por qué luchamos? No hay ningún dilema para las autoridades rusas. Durante el último año ha quedado claro que los acuerdos de Minsk no están funcionando. En Donetsk, la situación está bloqueada. La idea de que las repúblicas populares [prorrusas] de Donetsk y Lugansk podrían ser utilizadas para controlar al gobierno ucraniano se ha derrumbado. Putin pensó que encontraría en el Donbás (en el este de Ucrania) un pilar sobre el cual construir una política sobre Ucrania.

El acuerdo debía impedir al menos la cooperación de Ucrania con la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), pero fracasó. Mientras tanto, se celebraron elecciones en Ucrania y rápidamente quedó claro para Putin que sería imposible llegar a un entendimiento con el nuevo presidente, Volodimír Zelensky.

Cuando fue elegido en mayo de 2019, había cierta esperanza en el Kremlin de que se pudiera llegar a un acuerdo con él para la normalización de las relaciones. Pero luego resultó ser, en muchos aspectos, un nacionalista aún más duro que su predecesor, Petro Poroshenko.

Putin tenía que encontrar una forma de salir del callejón sin salida del acuerdo de Minsk, que no tenía futuro. Decidió desplazar el centro de gravedad del Donbás a toda Ucrania. Comenzó a preguntarse qué lugar se reservaba para Ucrania en los planes de la OTAN. ¿Sería Ucrania al menos un país neutral o un aliado militar abierto? Entonces, Putin quiso desviar la atención de la situación congelada en el Donbás y empezar a hablar de relaciones interestatales y globales.

¿Cómo lo hizo?

Muy simple: empezó a mover tropas a la frontera. La idea era obligar a Occidente a reaccionar. Putin planteó a Occidente un desafío muy sencillo: ¿hasta qué punto apoyará militarmente a Ucrania en caso de conflicto militar? O más sencillo aún: ¿irá a la guerra si invado el país? Quería ver qué ocurre en las fronteras de la Unión Europea en caso de intervención militar. Hizo la pregunta a su manera preferida. A Putin le gusta desafiar a su oponente. Se pone delante de él, lo mira a los ojos: «Bueno, ¿qué vas a hacer? ¿Vas a golpearme, o solo eres pura labia?» ¿Quién se echará atrás primero?

Lo hizo en Crimea en 2014, y luego en el Donbás. En realidad, no se trataba de preparar una invasión, sino de forzar las negociaciones. Pero la respuesta de Occidente en enero pasado fue sorprendente para Putin. Él percibe Occidente como una sociedad de degenerados que siguen predicando los derechos humanos y no están preparados para un conflicto real. Siempre son los primeros en retirarse antes de ser desafiados. Pero en las últimas semanas el tono ha cambiado en Occidente, primero en Estados Unidos, luego en el Reino Unido y después en muchos otros países.

Putin debe tomar nota ahora de que Occidente ha aceptado su desafío y ha comenzado a desafiarlo. Primero, la diplomacia occidental comenzó a decir que Putin ya era el agresor y que había cruzado las fronteras. Putin solo movía los tanques a lo largo de la frontera y Occidente tenía la impresión de que ya había ocupado Ucrania. Políticos, diplomáticos y medios de comunicación entraron en pánico en Occidente al afirmar que Rusia estaba a punto de lanzar una gran ofensiva en Ucrania. Ahora envían armas a Ucrania y hablan de intervenir ellos mismos. Putin no esperaba esto.

¿Quiere decir que Putin vio todo este carrusel de tanques como una herramienta de negociación?

Eso es lo que pienso. Cuando Rusia prepara una invasión, suele tener claros sus objetivos militares. ¿Cuáles podrían ser los objetivos militares de un ataque frontal a Ucrania? Solo se oyen respuestas políticas. Por un lado, el deseo de cambiar el gobierno en Kiev. Por otro lado, existe la voluntad de crear una atmósfera para una guerra híbrida, es decir, la voluntad de dividir la alianza occidental, dividir Ucrania en dos y tomar el control político de una parte.

Supongamos que de una intervención militar pudieran surgir beneficios políticos. Pero ¿cómo se lleva a cabo la parte militar de la operación? ¿Ocupar Kiev? ¿Para ganar qué? El éxito militar traería más problemas de los que ya tiene Rusia. El resultado solo podría llevar a una confusión total. Incluso la ocupación de una gran parte de Ucrania no daría a Rusia ninguna garantía de seguridad frente a Occidente. Habría resistencia, se necesitaría un gran número de tropas y Moscú se podría olvidar de cualquier perspectiva de estabilidad. Los sentimientos nacionalistas de los ucranianos se verían reforzados y Rusia perdería definitivamente el país.

Actualmente, los dirigentes rusos también sobrestiman la popularidad de Rusia en Ucrania. Sueñan con que la mayoría de la población hable ruso y no tenga problemas en aceptar a Rusia como su patria. Esto es un puro delirio. Por mi parte, no he visto un plan militar claro para la invasión, ni grandes preparativos del país para la guerra. El único efecto práctico de la guerra sería desestabilizar la situación en Rusia.

Pero quizás Putin piensa que Rusia está amenazada

Sí. Creo que hay mucha ansiedad en la cumbre del poder. Están convencidos de que Estados Unidos y sus aliados europeos quieren un cambio de régimen en Rusia. Perciben que Rusia está rodeada de países hostiles. Y Putin ha declarado públicamente en muchas ocasiones que no reconoce las fronteras creadas después de 1989. En su opinión, las fronteras son el resultado de un error histórico, que considera una tragedia. Desde 1991, Rusia ha perdido territorios que, según Putin, le pertenecen históricamente. Ucrania es uno de estos territorios.

¿Qué hace que Ucrania sea tan importante? ¿Por qué no Tayikistán, Uzbekistán o los países bálticos? Putin nunca menciona a Polonia. ¿Por qué Ucrania? ¿Es por razones estratégicas y económicas o por otros motivos?

Las razones estratégicas y económicas son definitivamente importantes para él. Después de Rusia, Ucrania tenía la mayor población de todas las repúblicas soviéticas y era su centro económico más importante. Sigue siendo el mayor país postsoviético después de Rusia. Ucrania es también el enlace entre Rusia y Europa occidental, el país clave para el control del Mar Negro.

El gas y el petróleo rusos fluyen hacia el oeste a través de Ucrania. Hay muchas razones objetivas por las que esto es importante. Pero hay otro aspecto. El problema es la idea de que una Ucrania independiente solo puede ser un Estado antirruso. Ucrania es el país que más se parece a Rusia en cuanto a cultura: lengua, religión, comida, costumbres. No hay grandes diferencias. Empero, solo puede existir como Estado independiente siendo un oponente de Rusia. Esto no lo digo yo. Esto es lo que escribió Putin el pasado verano en un documento programático de 20 páginas sobre la historia de Ucrania desde la época de la dominación asiática hasta el siglo XX, que publicó en el sitio web del gobierno. «Rusos y ucranianos son un solo pueblo».

La idea principal del artículo es que Ucrania no es solo una parte específica de Rusia, sino también una parte orgánica de ella. Por lo tanto, para él, el proyecto de una Ucrania independiente sigue siendo un plan de las potencias occidentales, que utilizaron este país como arma contra Rusia. La doctrina de Putin dice que hoy no es diferente, que Occidente quiere convertir a Ucrania en un Estado antirruso.

Putin también cree que una Ucrania independiente no tiene ningún valor positivo, sino que es un proyecto negativo para socavar a Rusia. Esto no es una especulación mía, está escrito en este artículo publicado por Putin en julio de 2021. Para él, el debate sobre la capacidad de agencia de Ucrania es inútil. Por ello, Rusia está negociando con Estados Unidos, Alemania y la Unión Europea, pero no directamente con Ucrania.

¿Podemos concluir que para Putin, Ucrania no es un tema de política internacional?

Es complicado sacar conclusiones. Putin escribió esto como su contribución a la comprensión del país. Está negociando sin la presencia de Ucrania. Para Putin, se trata de una presentación adecuada de la realidad. Ucrania no es un sujeto en esta historia, Rusia y Occidente sí lo son. Estados Unidos es el centro de gravedad de Occidente. Esta es la visión del mundo de Putin.

¿Podría esta controversia derivar en un enfrentamiento militar entre Rusia y la OTAN?

Seamos realistas: no se puede comparar la OTAN con Rusia. La OTAN es una alianza de 30 países, Rusia no tiene aliados en Occidente. Rusia está sola en esta historia y no tiene ninguna posibilidad de ganar en una confrontación directa. En su análisis, Putin llegó a la conclusión de que la OTAN está fragmentada y no podría formular una estrategia común contra Moscú.

Más que nada, que la OTAN no podría tomar la decisión de defender militarmente a Ucrania contra una invasión. Por lo tanto, él podía lanzar su desafío. No esperaba que Estados Unidos, tras su demostración de impotencia en Afganistán, pudiera restablecer tan rápidamente su monopolio de decisión sobre sus aliados. No creía que pudiera recuperar el protagonismo en los asuntos europeos y reconstituir la OTAN como una alianza militar funcional, solo un año después de Trump. Putin vio la derrota en Afganistán como un signo de debilidad de la OTAN y un nuevo frente unido le parecía improbable. Pero en pocas semanas, la situación ha dado un giro y la OTAN parece mucho más unida que antes. Si esta situación continúa, la OTAN solo puede beneficiarse.

En los últimos días, países neutrales como Suecia y Finlandia han reabierto el debate sobre la posibilidad de ingresar en la OTAN. Finlandia puede volverse más preocupante para Putin que Ucrania. La neutralidad de Finlandia fue una victoria para la Unión Soviética tras la Segunda Guerra Mundial. Es muy posible que el resultado del intento de alejar a la OTAN de las fronteras rusas sea la entrada de Finlandia en la OTAN.

¿Tiene razón Putin cuando dice que Occidente quiere expulsar a Rusia de Ucrania y hacerla aún más débil? ¿O es sólo paranoia?

Es una pregunta crucial. Si por una Rusia débil se entiende un país que no puede desempeñar el mismo papel que la Unión Soviética en un orden mundial liderado por Estados Unidos, Putin tiene razón. Si usted se refiere a que no se permitirá a Rusia formar parte del orden mundial en sus propios términos como potencia soberana, creo que él lo ve también así. El problema de Putin es que no entiende la política como algo más que una competencia entre potencias mundiales.

Para él, la oposición política a su poder es también una forma de que Occidente haga que Rusia parezca débil en las relaciones internacionales. Para él, defender los derechos humanos significa lo mismo: una Rusia débil. Por eso prohíbe los movimientos de defensa de los derechos humanos. El hecho de que en las elecciones presidenciales en Ucrania haya ganado un candidato que no contaba con el apoyo de Putin es también una derrota para Rusia. No creo que nadie pueda hacerlo cambiar de opinión.

¿Volvemos a la Guerra Fría? ¿Cualquier avance de una parte es un fracaso de la otra?

Estamos en una situación peor que durante la Guerra Fría. En comparación con la Guerra Fría, hay una gran diferencia entre las elites globales. La Guerra Fría y la política de distensión estuvieron influenciadas por lo que Max Weber llamó la ética de la responsabilidad. Ambos bandos pensaban lo mismo durante la Guerra Fría: «Somos cínicos y no escatimamos golpes en la política. Pero nuestro cinismo tiene un propósito. Queremos evitar la guerra nuclear a toda costa».

Esta era la lógica de políticos como Leonid Brezhnev y Richard Nixon. Ambos se mostraron insensibles y cínicos hasta el final en sus políticas, pero lo que realmente querían era evitar el despegue de los misiles con ojiva nuclear. Toda la construcción de la Guerra Fría se basó en la prevención de la destrucción del mundo por las armas nucleares. Las elites de Rusia, de Estados Unidos y probablemente de Europa ya no actúan según los principios de esta ética de la responsabilidad.

La segunda diferencia es igualmente importante. A diferencia de la Unión Soviética durante la Guerra Fría, la Rusia moderna no tiene ningún proyecto con el que pueda dirigirse al mundo. No puede pretender ofrecer ninguna alternativa ideológica, política, social o económica al orden estadounidense.

No hay ningún modelo político, social o económico ruso que pueda oponerse a la democracia liberal estadounidense. Putin ni siquiera ha sido capaz de exportar la forma rusa de hacer política a Ucrania. Por eso se apoderó de Crimea en 2014. En la historia reciente, la posición rusa de Putin es débil. Mucho más débil que la posición de la Unión Soviética durante la Guerra Fría.

Rusia no tiene amigos en Occidente. ¿Los tiene la oposición?

Los liberales rusos están en la oposición. A Occidente le gustan. Muchos ya están en el extranjero. Cientos de figuras liberales de la oposición han abandonado recientemente el país por motivos políticos. Los liberales tienen muchos amigos en Occidente, y son bien vistos por la Unión Europea y la administración estadounidense. En este caso, no hay ningún problema.

Desde el punto de vista de la izquierda, la situación es completamente diferente. A la izquierda europea ya no le interesa el internacionalismo. Ven el mundo como un conflicto entre el imperialismo estadounidense y quienes se oponen a él. La posición antiimperialista es dominante entre muchas fuerzas de izquierda en Europa.

Entre ellos, sorprendentemente, hay simpatía por Putin, porque se resiste a la dominación política de Estados Unidos. Me parece que, a la luz del conflicto en Ucrania, es urgente renovar el enfoque internacionalista de la izquierda europea en la política internacional. Sería muy útil para nosotros.

Nuestra última conversación fue a finales de la primavera pasada, cuando la activista ambientalista Anastasia Ponkina, que tiene solo 20 años, fue encarcelada en Siberia. En aquel momento, parecía estar surgiendo en Rusia una nueva generación que aportaba un imaginario diferente a la política. Luego desapareció. ¿Qué ha pasado?

No ha desaparecido. Esta generación sigue ahí. Pero todas las estructuras políticas a través de las cuales podía expresar sus ideas han sido casi completamente destruidas. Ahora nos encontramos en una situación similar a la de los kazajos.

¿Tan mala será la situación?

¿No lo cree? Conozco muy bien Kazajistán. He estado allí varias veces recientemente. Los acontecimientos del último mes han sido muy complejos. Se han presentado en el exterior de forma demasiado simplista. Se ha producido una verdadera revuelta popular en este país. Es cierto que ha habido muchos provocadores y gente que ha saqueado tiendas, pero en el fondo se trató de una rebelión masiva de la gente común y corriente: los trabajadores, los pobres, gente muy diversa, armaron una resistencia. Una clásica revuelta popular. Tuvo lugar en un país gobernado durante décadas por un régimen totalmente represivo. Mucho más represivo que el de Putin.

Nursultan Nazarbayev llegó a la Presidencia del país en 1990, tras haber sido secretario general del Partido Comunista. Gobernó hasta el 5 de enero de este año, cuando dimitió como jefe del Consejo de Seguridad del país. Inmediatamente después de tomar el poder, disolvió todos los partidos y organizaciones de la oposición. En primer lugar, proscribió al Partido Comunista y todos los sindicatos independientes. Desmanteló a los grupos liberales organizados y prohibió de hecho toda actividad política independiente. Excluyó cualquier forma de organización, cualquier actividad. En enero de este año, hubo una revuelta que no tuvo representación política. Porque no podía tenerla. No había organización ni líderes. No había símbolos claros, ni activistas políticos, ni partidos o movimientos visibles con programas y líderes. Todo esto fue destruido hace mucho tiempo. Gente desterrada, quebrada, líderes olvidados o exiliados. Solo quedaba gente enfadada en las calles. Si Rusia sigue por el camino actual, nos encontraremos en una situación similar.

Ustedes desde Moscú ¿se dan cuenta de que los países de Europa del Este siguen el mismo camino y que las autoridades, desde Polonia hasta Hungría y Eslovenia, cayeron en la tentación de convertir la democracia en regímenes autoritarios?

Sí, nos damos cuenta de muchas cosas. Creo que entendemos lo que les pasa. En muchos sentidos, compartimos una experiencia común, ¿no es así?

Nota:  Este artículo fue publicado originalmente, en una versión levemente más extensa, en el periódico esloveno Dnevnik. Traducción de la versión francesa: Marc Saint-Upéry.

«El de Putin es en esencia un proyecto conservador» Entrevista a Ilyá Budraitskis (Tribuna Global junio 2020)

Ilyá Budraitskis es uno de los jóvenes pensadores rusos más originales y sofisticados de la actualidad. Vive en Moscú y combina su profesión de historiador con el activismo cultural y la militancia política. Es profesor en la Escuela de Ciencias Económicas y Sociales de Moscú y en el Instituto de Arte Contemporáneo, y editor de publicaciones como Moscow Art Magazine y LeftEast.

Es además un prolífico autor, aunque gran parte de su obra permanece aún desconocida en español. Escribe habitualmente para sitios como Jacobin, OpenLeft y openDemocracy, donde reflexiona sobre la sociedad, la política y las derivas del arte contemporáneo de su país.

Durante el Centenario de la Revolución Rusa publicó Dissidenty sredi dissidentov [Disidentes entre disidentes][1], una breve pero contundente colección de ensayos en los que investigó los efectos del legado soviético sobre la política, la sociedad y la cultura rusas de la última década.

En 2013 editó, junto con Ekaterina Degot y Marta Dziewanska, Post-Post Soviet?: Art, Politics, and Society in Russia at the Turn of the Decade [Post-post soviético: Arte, política y sociedad en Rusia en el cambio de década][2] y en 2014, junto con Arseny Zhilyaev, Pedagogical Poem [Poema pedagógico][3], texto donde volcó los resultados de un proyecto interdisciplinario que reunió reflexiones de pedagogos, historiadores y artistas respecto del futuro de los museos.

En febrero pasado salió su último libro, Mir, kotory postroil Huntington i v kotorom zhiviom vse my. Paradoksy konservativnovo povorota v Rossii [El mundo que construyó Huntington y en el cual vivimos. Paradojas del giro conservador en Rusia][4], donde analiza con gran clarividencia los rasgos que definen el régimen de Vladímir Putin desde la doble perspectiva de las coyunturas locales y las tendencias globales.

Una de las cuestiones centrales que aborda en su último libro, El mundo que construyó Huntington y en el cual vivimos, son los valores y la ideología que están detrás del sistema Putin. ¿Cómo podría definirlos?

Efectivamente, uno de los argumentos centrales del libro es que lo que define el núcleo del régimen de Putin es el conservadurismo, esos son sus valores y esa es su ideología. Pero también es importante decir, y es lo que intento demostrar, que, si bien este conservadurismo puede estar enraizado en la tradición conservadora rusa, está bastante más relacionado con el conservadurismo global, con las tendencias conservadoras de nuevo tipo que vemos actualmente surgir en todo el mundo.

De esta manera, para analizar la composición ideológica del régimen debemos estar atentos, simultáneamente, a dos perspectivas: por un lado, a la del conservadurismo ruso, y por el otro, a la del conservadurismo global.

¿Y cómo se inserta este conservadurismo en el contexto ideológico ruso actual?

Un elemento importante de cualquier estructura ideológica conservadora es la brecha que existe entre el conservadurismo como una filosofía política, digamos, y el conservadurismo como una praxis política. Básicamente, si se mira la historia global del conservadurismo, lo que se observa es que siempre se presenta como algo que no es consistente, como algo que cambia, que está vinculado a las coyunturas políticas.

De este modo, siempre hay contradicciones entre los pensadores conservadores y la práctica conservadora real de los regímenes políticos. Esto se observa muy claramente para la situación rusa. Por un lado, tenemos un régimen que promueve una visión conservadora del Estado, de la ciudadanía, que promueve valores conservadores, etc. y, al mismo tiempo, observamos que el pensamiento conservador en Rusia es marginal, que no es tan importante para el régimen reproducirlo en un sentido ideológico.

Dentro de este marco, el caso de Alexander Duguin es muy sintomático porque él es, desde mi punto de vista, la figura más interesante del pensamiento conservador actual en Rusia, pero sus ideas no son demasiado necesarias para el régimen. Si se mira la trayectoria de sus últimos años, se puede ver que Duguin tuvo alguna esperanza en el régimen.

El punto más alto fue 2014, cuando Rusia anexionó Crimea y él comenzó a creer que Putin es una persona que puede desafiar el orden neoliberal global desde un punto de vista «conservador-radical».

Sin embargo, su posición actual es un poco más escéptica. Si se miran sus últimas conferencias o comentarios, Duguin básicamente explica su visión del régimen y lo llama «cesarismo», es decir, un mecanismo puramente estatal que es neutral respecto de cualquier tipo de valores, y que no tiene un desarrollo importante en el sentido ideológico.

Para él, la mayor contradicción todavía ocurre entre dos campos ideológicos: el patriótico/conservador y el liberal. Él cree que siendo el Estado de Putin una forma puramente vacía, el conflicto real se da de esta manera, entre esos dos grupos dentro de la sociedad y de la elite, y Duguin pretende ser el líder intelectual del campo patriótico/conservador.

Esto significa que para él la composición ideológica de la elite dominante en Rusia todavía es una composición dual: considera que hay liberales que creen en la comunidad global, en el libre mercado, etc. y que hay un campo conservador que quiere desafiar el orden liberal global. Lo mismo ocurre con la mayoría de los pensadores conservadores, pero por supuesto no son tan importantes ni tan visibles como Duguin.

Como por ejemplo sucede con Eduard Limónov…

Exacto. Su posición ha sido siempre políticamente bastante impresionista, de modo que no podemos decir que haya sido una persona conservadora o de izquierda, pero desde hace un tiempo su trayectoria ha tomado la misma vía que la de Duguin, de modo que apoyó con fuerza al gobierno de Putin en el momento de la anexión de Crimea y el comienzo del conflicto con Ucrania, pero ahora está un poco más escéptico[5].

¿Y qué sucede con el campo liberal?

Creo que los liberales son la más importante y la más influyente corriente ideológica, no tanto en la sociedad sino en la prensa, en las clases educadas, en la oposición política, etc. En ese sentido, son una especie de pivote, ya que tanto los conservadores como la izquierda tienen que lidiar con esta situación y tienen que discutir y exponer sus argumentos dentro de un debate que se estructura a partir de las ideas diseminadas por el liberalismo. Es decir, la esfera pública rusa es todavía mayormente liberal.

¿Y cómo se estructura la dinámica de esos debates en la actualidad?

Creo que por momentos hay una combinación de medidas neoliberales y de cultura política conservadora dentro del régimen ruso. La prensa a favor del Kremlin y los propagandistas por lo general defienden el régimen desde un punto de vista conservador, pero también usan una racionalidad neoliberal para defender sus políticas sociales y económicas, las cuales son extremadamente neoliberales.

Por ejemplo, la reforma jubilatoria de hace dos años fue defendida por la prensa conservadora favorable a Putin con argumentos neoliberales. Entonces creo que podemos hablar de una mixtura. Es decir, la creencia en la competencia de los individuos, la creencia en desigualdades orgánicas, etc., pero también la existencia de argumentos en favor de una sociedad tradicional.

Claro que este tipo de contradicción es típica de los proyectos neoconservadores desde el principio. Por ejemplo, del thatcherismo en Gran Bretaña en los años 80. Creo que aquí tenemos algo parecido pero, por supuesto, dentro del contexto particular ruso. Para el caso ruso debemos tener en cuenta también otra cuestión: los debates entre los políticos liberales y los conservadores. Esto es otra cosa, porque los políticos liberales aquí no solo creen en la libertad de mercado sino también en la democracia liberal, y desde esa posición critican el régimen.

Por un lado, para los conservadores lo más importante son los valores y ven a los liberales como sus oponentes, ya que son personas que creen en el individuo, que creen en valores universales y que creen que el atraso ruso debe ser resuelto por medio de alguna forma de integración a Occidente. De esta manera, por supuesto, el campo conservador se define como antagonista del liberalismo.

Pero por el otro lado, para los críticos conservadores, algunos puntos que son sostenidos por la izquierda democrática aparecen también como valores liberales. Por ejemplo, las posturas a favor del feminismo, la defensa de los derechos de los refugiados o una posición fuerte respecto del cambio climático, inmediatamente son catalogadas como liberales. Y ese es un problema para la izquierda democrática, ya que ella trata de distanciarse de cualquier posición en favor del mercado, y en ese sentido se opone al campo liberal. Pero en cuestiones culturales pueden mezclarse los papeles.

En este marco que usted describe, ¿cómo entendemos el caso del periodista Iván Golunov, detenido en junio de 2019 por la policía con pruebas falsas, cuando iba a publicar un informe que comprometía a los servicios de seguridad? ¿Qué es lo que lo diferencia de otros casos de presión política?

Creo que esto está relacionado con la pregunta anterior. El caso Golunov no estuvo únicamente vinculado a lo que podríamos considerar un caso de presión política sobre una persona, sino más bien a una presión sobre la prensa en general y sobre la prensa liberal en particular. Golunov es un periodista que trabaja en Meduza, que es uno de los sitios de noticias de internet liberales más importantes, y por ello la solidaridad con Golunov fue una cuestión que no tuvo que ver tanto con una reacción política sino más bien con una reacción corporativa.

Es por ello que la prensa, más o menos dominada por los liberales, se vio absolutamente tocada por este caso, y su levantamiento en defensa de Golunov fue también por ellos, porque al mismo tiempo tenemos otros casos de persecución política, como sucedió por ejemplo cuando fueron condenados los miembros de una agrupación llamada Set [Red]; y es un caso terrible porque ellos fueron torturados, se fabricaron evidencias, etc., y el resultado del juicio es realmente tremendo ya que algunos fueron condenados a 18 años de prisión, pero allí no se vio el mismo tipo de solidaridad o la misma reacción inmediata de la prensa liberal como en el caso de Golunov[6].

No quiero decir que no dijeron nada al respecto, pero para ellos se trató de un asunto diferente: personas de una ciudad de provincia, anarquistas, con ideas «extrañas», tal vez con algún grado de militancia, con lo cual al menos «había algo»; con Golunov la situación era un poco más «clara» para ellos.

Sabemos que las posibilidades de protesta y de manifestación en Rusia son bastante difíciles. ¿Cómo podemos entender dentro de este marco el surgimiento de los «piquetes solitarios»?

Se trata de una elección política muy pragmática. La libertad de encuentro aquí está muy regulada, hay que pedir permiso, hay pocos lugares en la ciudad donde es posible manifestarse legalmente, etc. El piquete solitario es una de las maneras que encontraron los activistas para escapar de esta situación, ya que es legal y no hay necesidad de pedir permiso. Sin embargo, puede haber problemas: si alguien se coloca detrás de quien manifiesta, entonces sí pueden considerarla una manifestación «masiva», ya que hay dos personas protestando a menos de 50 metros entre sí, con lo cual hay que ser muy cuidadoso respecto del piquete solitario para no ser arrestado.

No obstante, es una práctica que está bastante difundida en las grandes ciudades de Rusia porque se puede hacer en cualquier lugar, de inmediato, etc. El mayor problema es que si a uno lo detienen repetidamente por no cumplir con las normas que restringen las protestas, el arresto puede derivar en un caso criminal.

Por ejemplo, ahora hay dos casos que están siendo investigados. De modo que se puede hacer, pero no muy seguido y no de manera totalmente solitaria. Debería haber siempre otras personas cerca que estén atentas e impidan que se sumen otras personas y que la policía lo confunda con una movilización.

¿Cómo podemos entender los cambios en el gabinete que realizó Putin en enero pasado, que incluyeron la renuncia de su primer ministro, Dmitry Medvédev, y el anuncio de cambios en la Constitución?

Creo que todavía no tenemos el cuadro general ni está claro el modo en el cual se quiere cambiar la Constitución. Por ejemplo, una de sus mayores propuestas fue la creación de un nuevo cuerpo, el Consejo de Estado, pero sus funciones no estarán escritas en la Constitución, sino en una ley especial que probablemente será redactada y adoptada mucho más tarde. Lo que está claro es que todos estos cambios están relacionados con la reproducción de este régimen para después de 2024, cuando Putin debiera terminar su mandato, pero creo que esto no está del todo claro y no podemos predecir lo que sucederá.

En principio, estaría de acuerdo con el punto de vista que dice que estos cambios son, por el momento, una señal para la elite de que Putin va a seguir estando presente. Pero que todavía no hay listo un plan de cómo va a estar. Creo que Putin comenzó un proceso que probablemente muestre que luego de él van a seguir las mismas ideas y el mismo curso de gobierno. Lo hemos visto aquí: tenemos ministros se convierten en asesores y asesores que se convierten en ministros.

¿Podemos decir que la elite quiere la continuidad de Putin en el poder?

La elite que está vinculada personalmente a Putin y la que es dueña de las grandes corporaciones que manejan una estructura semiestatal están muy interesadas en algún tipo de estabilidad del régimen y es por eso que están de acuerdo con estas señales.

En su anterior libro Disidentes entre disidentes propone un análisis del legado soviético en la sociedad rusa que se aleja de las visiones liberales, pero también de los nostálgicos de la Unión Soviética. En ese sentido, es interesante la crítica que allí realiza al concepto de homo sovieticus…

La idea de homo sovieticus es un poco antigua, se puede remontar incluso a algunos disidentes de la época soviética. La idea principal que está detrás de ese concepto es que durante el régimen soviético se construyó un nuevo tipo de ser humano, que incluso sobrevivió a la caída de la urss y es el que impide que seamos modernos, que formemos parte de la realidad global, etc.

Este concepto se convirtió en algo muy útil para explicar cualquier tipo de problema social o económico actual. ¿Por qué todavía tenemos corrupción? Porque tenemos el pasado soviético, este homo sovieticus, que aún no fue superado del todo. Esa idea estuvo detrás de la transición al capitalismo en la mayoría de los países postsoviéticos.

El último ejemplo fue Ucrania, donde el proceso de «decomunización» estuvo basado en esta idea. Dejar de lado estatuas, cambiar nombres de calles, destruir cualquier tipo de fenómeno relacionado con ese homo sovieticus. Hay algo de momento exorcista en eso, cuando se destruyen los monumentos o se cambian los nombres de las calles para dejar de lado el pasado y hacer consistente el presente. Esta idea está bastante difundida en la oposición liberal en Rusia, que cree que la verdadera naturaleza del régimen actual responde a algún tipo de legado soviético que no se superó y, básicamente, que bajo el régimen de Putin hay un revival de lo soviético.

A su vez, se convirtió en algo bastante útil para el régimen mismo, porque desde el principio trató de estimular la nostalgia soviética ya presente en parte de la población. Pero esta integración de elementos del pasado soviético fue desde el principio solamente simbólica, ya que no hay nada en común con esa sociedad, en el plano económico o incluso en la forma en que se organiza la elite política.

Sin embargo, esta falsa continuidad fue un elemento importante para la hegemonía ideológica del régimen desde 2000 e incluso ahora los putinistas tratan de mostrarse como continuadores orgánicos del régimen soviético. Pero es interesante que esta continuidad se presenta de una manera muy conservadora: para que funcione esta reivindicación, no se piensa la geometría variable de la época soviética como ruptura sino que, por el contrario, se la debe integrar en la larga historia del Estado ruso.

Es decir, la consigna es respetar todas las épocas de nuestro pasado y todos los elementos de nuestra tradición estatal. Bajo la urss, incluso bajo el imperio de los Romanov, se trataba de la misma Rusia. Tratan de presentar la urss como una serie de símbolos y como una forma estatal que debe ser respetada, y si bien ahora debemos entender que vivimos en otra situación y que algunos elementos de la realidad cambiaron, se trata del mismo país. Para el gobierno, la transición de una forma a la otra es orgánica porque estaría enraizada en nuestras tradiciones.

Es interesante porque la elite rusa actual es la misma que desmanteló la URSS y ahora llama a la nostalgia

Exacto. Por ejemplo, eso se ve bien en el modo en que se conmemoraron los 100 años de la Revolución Rusa, con un mensaje y un sentido extremadamente antirrevolucionarios y anticomunistas. Pero al mismo tiempo hay un respeto por esta parte de la historia como una «forma vacía»; por ejemplo, se respetan los monumentos de Lenin solo porque «es parte de nuestra historia», como un legado. Pero no se tiene un respeto por Lenin como personaje, ya que se lo ve como un revolucionario sanguinario y un fanático que destruyó la continuidad estatal de Rusia.

En ese sentido, ¿cómo podemos entender la activa política cultural de Vladímir Medinsky, ministro de Cultura de Putin desde 2012 hasta 2020?

Es interesante porque apenas renunció[7], Medinsky se convirtió en asesor cultural y sobre temas históricos de Putin. Su figura y sus políticas fueron muy interesantes desde mi punto de vista porque él mismo es un ejemplo notable de esta combinación entre racionalidad neoliberal y pensamiento conservador.

Por un lado, se trata de una persona que defiende la historia rusa como un todo orgánico, que defiende los valores tradicionales, etc., pero al mismo tiempo considera que la cultura debe ser algo rentable, algo que no debe dar déficit. Esta es una idea que está muy enraizada en su concepción de lo que debe ser la cultura popular: aquella adoptada por las masas, que además es rentable, por un lado, y por el otro la cultura que confronta los valores tradicionales, experimental, «sexualmente pervertida» y que además es deficitaria.

Esta es la razón por la cual el Estado no debería apoyar las experimentaciones culturales, ya que no solo confrontan los «valores rusos» sino que también son financieramente riesgosas. Esto incluye museos, cine, etc. Medinsky no está totalmente en contra del arte contemporáneo, más bien de lo que está en contra es del apoyo estatal al arte contemporáneo. Si hay alguien que quiere apoyarlo, no hay problema, es su dinero y su cultura.

De alguna manera es un pragmático, como Putin. Es interesante, porque Medinsky viene del campo de la publicidad. Escribió un libro que va desde Vladímir el Santo[8] a Vladímir Putin, y la idea principal de este libro es que los 1.000 años de historia rusa son una historia de éxitos, de modo que todas las creencias tradicionales son buenas en gran parte porque son efectivas, resultan, de modo que hay un enfoque pragmático allí también.

Esto es significativo porque una vez el patriarca Kirill, máxima autoridad de la Iglesia ortodoxa rusa, también dijo que la decisión de tomar la cristiandad ortodoxa fue la más acertada porque fue efectiva, y su efectividad se prueba en la continuidad de los cientos de años de historia rusa. De modo que la historia y cierto entendimiento de esta continuidad se integran dentro del pragmatismo de la lógica neoliberal.

¿Y cómo entendemos en este marco el auge de ciertas filosofías «alternativas»? Actualmente el Museo de Arte Moderno Garage está llevando a cabo con gran éxito una muestra sobre el esoterismo ruso, y en los últimos años ha habido una revalorización del cosmismo[9]

Personalmente no soy un gran fan del cosmismo, especialmente en la manera en que se lo presenta actualmente, como por ejemplo lo hizo Boris Groys en la antología de 2016[10]. Creo que Groys es un pensador interesante pero la manera en que presenta el cosmismo dentro del arte contemporáneo ruso desafortunadamente lleva a cierto tipo de orientalización de Rusia, a cierta filosofía «nacional» o a cierta manera «rusa» de entender la realidad.

Creo que ese es el resultado de mirar el cosmismo más allá del contexto en el cual surge, es decir la tradición intelectual rusa del siglo xix. Ciertos elementos de esta tradición son tomados y presentados como materiales frescos y novedosos e insertados en una filosofía cool y creo que eso, de hecho, debilita el real legado del cosmismo. Por supuesto que todavía hoy hay grandes discusiones respecto de quiénes fueron verdaderos cosmistas y quiénes no en la tradición rusa, si hablamos de Nikolay Fiódorov o de una tradición mayor, pero creo que el cosmismo fue importante como parte de un pensamiento utópico del movimiento emancipatorio ruso, a pesar del hecho de que el propio Fiódorov no era en sí mismo izquierdista, al contrario, era monárquico.

Pero por supuesto su visión de alguna manera fue muy importante para la generación posterior de revolucionarios, como Alexander Bogdánov[11]. Creo que el interés en la tradición intelectual utópica y radical rusa es muy importante en general. En ese sentido, creo también que es bastante positivo que Bogdánov haya sido recientemente traducido al inglés, aunque debe ser entendido dentro de su contexto, no solo el ruso sino el internacional, ya que el pensamiento ruso del siglo XIX no estaba aislado del mundo y absorbió el impacto de la filosofía alemana, del idealismo, etc. y, por supuesto, no se puede simplificar y confrontar el cosmismo con la tradición intelectual europea, al contrario.

Esta visión se confronta con aquellos discursos que destacan la presencia de un «alma rusa» y que ven Rusia como una isla, discurso del cual se desprenden otras ideas, como la predisposición del pueblo ruso hacia los poderes autoritarios, pero que también es reapropiado actualmente por el régimen como parte de una línea «antioccidental», ¿no es así?

Por supuesto. Rusia no es una isla, pero es muy importante destacar que este sentimiento antioccidental no fue inventado por Putin, sino que está bien enraizado en la tradición conservadora rusa y está muy enraizado en la tradición imperial del siglo XIX.

Básicamente, gran parte del pensamiento ruso del siglo XIX y del XX estuvo estimulado por esta idea, por este desafío entre la occidentalización y mercantilización de Rusia o la necesidad de tomar un estilo de vida orgánico como oposición a esto. Esto fue descripto así no solo por los conservadores sino incluso por los socialistas, ya que la Revolución Rusa y la posición bolchevique estuvieron basadas en la mixtura de cierto internacionalismo con la oposición al desarrollo del capitalismo global.

Creo que esta discusión está enraizada en la tradición intelectual rusa y es importante. Por eso estoy en total desacuerdo con los liberales prooccidentales que se evaden de estas discusiones y dicen que Rusia es un «país normal», ya que como usted sabe tenemos nuestros problemas, nuestros asuntos que distan de lo que ellos llaman un «país normal».

Pero al mismo tiempo creo que las narrativas conservadoras respecto del camino ruso no occidental deben ser criticadas fuertemente en el sentido de los derechos humanos o las libertades civiles, porque una cosa importante que dicen es que tal vez estas libertades civiles son parte de la tradición europea y nosotros vivimos en otra realidad, en otra tradición donde el pueblo tiene un entendimiento totalmente diferente de la realidad.

Eso no es verdad. Si uno dirige la mirada hacia la tradición del movimiento emancipatorio ruso durante los siglos pasados, observará la fuerte influencia que tuvo esta idea de libertad en él, de modo que la idea occidental de libertad no fue totalmente irrelevante para el contexto ruso.

    1.

    Svobodnoe marksistskoe izdatelstvo, Moscú, 2017.

    2.

    University of Chicago Press, Chicago, 2013.

    3.

    Marsilio Editori, Venecia, 2014.

    4.

    Izdatelstvo khizhnovo magazina «Tsiolkovsky», Moscú, 2020.

    5.

    Limónov murió el 17 de marzo de 2020. Para una versión parcialmente novelada de su vida, v. Emmanuel Carrère: Limónov, Anagrama, Barcelona, 2012.

    6.

    María R. Sahuquillo: «La justicia rusa condena a duras penas a un grupo antifascista por terrorismo» en El País, 10/2/2020.

    7.

    Renunció en enero de 2020, junto con otros integrantes destacados del gabinete.

    8.

    Vladimiro I de Kiev (956 o 958-1015). Se convirtió al cristianismo en 988 e inició la cristianización de la Rus de Kiev [N. del E.].

    9.

    Se trata de una corriente filosófica que se desarrolló entre nes del siglo XIX y comienzos del siglo XX a partir de las ideas de Nikolay Fiódorov, muchas de ellas compiladas en Filosofía de la causa común, publicada en 1906 luego de la muerte del autor. El cosmismo aspiraba, entre otras cosas, a una superación no solo espiritual sino también material de la muerte y a resaltar los efectos de los fenómenos cósmicos en la vida social. La aspiración última debía ser la construcción del reino de Dios en la tierra.

    10.

    Russian Cosmism, e-flux, Nueva York, 2018.

    11.

    Médico y lósofo, Bogdánov (1873-1928) fue un destacado militante bolchevique cuyas ideas sobre la cultura proletaria inspiraron a la organización cultural Proletkult durante los primeros años de la Revolución Rusa.


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Pequeños países privados. La Marea. Jorge Dioni. Febrero de 2022

Buckhead, el barrio rico de Atlanta quiere segregarse. La zona, delimitada por dos autopistas, las 75 y la 85, quiere separarse para tener su propia policía. El número de homicidios de 2021 ascendió a 158, un 60% más que antes de la pandemia. Es algo que ha sucedido en otras ciudades y que es bastante habitual cuando se cruzan factores como desigualdad, tensión social, armas, drogas y efectivo circulando.

Un modelo económico basado en la inestabilidad del corto plazo produce sociedades inestables donde la solución es el conflicto. Buckhead es la secesión de los ricos. Es el barrio donde vive la clase media alta, además de los millonarios, y donde se concentra la población euroestadounidense de Atlanta. Entre otras personas, allí vive el gobernador del Georgia, el empresario Brian Kemp, que apoya la propuesta. Las instituciones que deberían promover el encuentro optan por la segregación. Repliegue.

Si a la seguridad le añadimos empleo, desarrollo económico o inversión, tenemos los mantras del discurso político hegemónico. Con esas palabras, no es complicado justificar casi cualquier cosa, desde la destrucción de un parque natural a una dictadura militar. Por eso, no es raro que se hayan escogido estas palabras para impulsar un proyecto que amplía esa idea de secesión económica y social de una manera más extensa: la perspectiva de crear pequeños países privados. Las ZEDE (Zonas de Empleo y Desarrollo Económico) fueron aprobadas por el gobierno de Honduras en 2011 y han tenido un largo recorrido legal hasta llegar a la aprobación en 2020 de los primeros proyectos: Orquídea, Morazán y Próspera. Cuando alguien tiene las ideas claras, cualquier crisis es una buena oportunidad. Es la doctrina del shock.

El modelo se inspira explícitamente en las Regiones Administrativas Especiales de China, como Shenzhen, o el Distrito Internacional de Negocios de Songdo, en Corea del Sur. Pero la idea también bebe de los territorios británicos, como Jersey o Islas Vírgenes, cuya legislación propia los convierte en los paraísos fiscales más utilizados. En el caso de Honduras, el modelo recuerda a la economía de enclave: localización de actividades productivas, como la fruta, destinadas a la exportación y sin integración en el mercado local. Si el deseo del XX era echar a la United Fruit Company, el del XXI es que vuelva. No sé si hay una muestra mayor de hegemonía.

En el caso de los ZEDE, el sector privado, además de elegir al gestor, se hace cargo de la política fiscal, de seguridad y de resolución de conflictos. Es decir, no sólo controla quién puede entrar y salir, sino que fija las normas tributarias y puede establecer una policía, un sistema de persecución y enjuiciamiento de los delitos, y un sistema penitenciario. Esta idea de huir de los tribunales locales también suele estar dentro de los Tratados de Libre Comercio, algo que no parece tan exótico. Evidentemente, también se podrían modificar dos símbolos habituales del imaginario soberanista: moneda y lengua.

De momento, sólo se han aprobado tres pequeños proyectos, todos ligados a la economía de enclave o extractivista: maquila textil, monocultivo agrario y turismo, pero hay más proyectos de ciudades cerradas vinculadas a estos sectores, así como al minero o al de los call-center, como las ciudades Altia. Será interesante ver cómo el nuevo gobierno afronta su oposición a este modelo.

Evidentemente, la idea se ha extendido a El Salvador, donde el presidente Bukele ha adoptado una moneda privada, el Bitcoin. El pasado noviembre, en una conferencia de promotores de este modelo, se habló de las Zedes como un modelo a imitar y de la posibilidad de instalar ciudades privadas, ya sin eufemismos. Los inversores compran el terreno y establecen un contrato con el Estado por el que este recibe una cantidad a cambio de ceder la soberanía. La empresa se encarga de la provisión de servicios a los habitantes a cambio de tarifas, pero también tiene capacidad de establecer la legislación y decidir sobre su aplicación. La oferta es imbatible, ya que constituye todo lo que podríamos llamar el sueño andorrano: eliminación de impuestos, hipertecnología, libre mercado total, desigualdad, privacidad, lujo y exotismo. Y libertad. Uno de los ponentes de esa conferencia fue Peter Young, director de la Free Private Cities Foundation (Fundación de las ciudades libre privadas).

La idea de la segregación de un territorio para facilitar el desarrollo económico está en las colonias fabriles y los puertos corsarios, y la idea de poner un territorio en manos de una compañía privada fue un modelo de colonización utilizado por los Países Bajos o el Reino Unido. La idea que subyace es que el Estado ya no sirve. No sólo el Estado de Bienestar como modelo, sino el Estado moderno, una de cuyas características es el control de su propio territorio a través de una estructura organizada. El reconocimiento de gobernantes sin control del territorio también va en esta línea. El Estado no va a desaparecer porque, si las ZEDE no funcionan, alguien tendrá que rescatarlas y hacerse cargo de los proyectos. 

Comunidades cerradas, planificadas, countries, condominios… Cada país tiene su propia denominación del modelo que crea muros interiores, pequeñas islas autosuficientes con barreras de entrada, servicios privados y diferentes niveles de soberanía. Si hay lugares donde las fuerzas del orden tienen problemas para entrar, no son las fantasmales no-way zones. Son estos. El modelo de enclaves privados soluciona esta cuestión mediante un contrato: pequeños países privados con sus propias estructuras de estado. La globalización no es un fenómeno cultural, sino legislativo; no es que Rosalía cante igual que Nathy Peluso, sino la existencia de un entramado jurídico supraestatal que limita la capacidad de decisión de la democracia.

Es un modelo que parece lejano, pero comparte nuestra base ideológica: el paso de lo público a lo privado. Varios campos, como la seguridad o el territorio se convierten en productos, como ya lo han hecho la seguridad o la educación. La privatización del espacio y la sustitución de las instituciones por un administrador hace que el pacto social pase a ser una relación entre empresa y cliente, algo que suele ser interpretado como eficiente y seguro. Los derechos pierden vigencia frente a los deseos de quienes pueden acceder al mercado. Como ya advirtió Christopher Lasch en La rebelión de las élites, los ricos se están segregando y, en el proceso, es probable que se carguen la democracia.

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Comentarios: ArroyoClaro

    01/03/2022 a las 15:21  

    Nos hacemos la ilusión de que somos libres, pero no. Incluso el mundo tiene amos, una escala de amos según su poder económico y despotismo, podemos con suerte sortear algunos, pero lo tienen todo bien atado y te dejan llegar hasta dónde no les perjudiques en sus intereses.

    Por ejemplo los Tratados de Libre Comercio que benefician a las multinacionales están asfixiando al campesinado ibérico.

    El Sindicato Unió de Pagesos anuncia próximas movilizaciones:

    La actual nueva oleada de Tratados de Libre Comercio e Inversiones (TLCI), impulsados ??por las grandes corporaciones y el apoyo entusiasta de los partidos políticos, supondrá aún más la ruina de la mayoría de pequeños y medianos productores, la destrucción de puestos de trabajo por el dumping social practicado en terceros países (donde se paga menos por la mano de obra), así como nuevos riesgos para la salud humana por el uso de sustancias químicas cuyo uso está prohibido aquí, sin embargo, hipócritamente, no su producción, y son exportadas a estos países, donde sí están autorizadas y nos acaban volviendo asimiladas a los alimentos.

    El sector alerta del encarecimiento de los costes de producción y unas prácticas comerciales abusivas por parte de las grandes empresas de distribución alimentaria que provocan el empobrecimiento de los productores y su abandono cada vez más rápido. Al mismo tiempo, las malas condiciones de trabajo impiden un relevo generacional y el sector está cada vez más envejecido.

La suma de nuevas exigencias legales en aspectos productivos, ambientales y sociales sin apoyo institucional efectivo complica aún más la viabilidad del sector. La nueva burbuja especulativa es una nueva dificultad añadida, que se expresa tanto en proyectos urbanísticos sobre terrenos productivos como en la ofensiva para convertir espacios agrarios en megaparques de energías renovables, sin haber agotado antes las posibilidades de su instalación en espacios industriales o de infraestructuras.

    Sin campesinos y campesinas no existen alimentos ni soberanía alimentaria, y sin actividad agraria el mundo rural queda abandonado y reducido a ser la zona de recreo de las ciudades el fin de semana. Pero mantener un mundo rural vivo es mucho más que garantizar la producción de alimentos. Es mantener el equilibrio territorial, una cultura milenaria, un paisaje en mosaico que favorece la biodiversidad, es la mejor medida de prevención de incendios y puede ser, con la adecuada gestión, una manera eficiente de luchar contra la emergencia climática.

    Para la organización del ecologismo social, la sociedad debe tomar conciencia de que un país sin producción propia de alimentos saludables y suficientes para alimentar a su población no tiene ningún futuro. Las grandes cadenas de distribución son parte del capitalismo neoliberal y especulativo que opera sin ningún tipo de escrúpulo en la búsqueda del máximo beneficio. En su ansia por la acumulación, no han parado de aumentar sus propios márgenes comerciales y han forzado a los productores a una carrera desenfrenada para incrementar la producción, dejándolos a expensas de una obligada reducción de los costes a límites inaceptables.

    Con el único objetivo de aumentar la producción y la dependencia de la agroindustria, se ha abocado al campesinado a un creciente uso de pesticidas, herbicidas y productos fitosanitarios; antibióticos y hormonas en explotaciones ganaderas que se han convertido en dimensiones industriales. Se han impulsado prácticas nocivas tanto para la salud humana como para el medio ambiente, provocando la reducción de especies (como los insectos, esenciales en la cadena trófica), la contaminación de aguas continentales y marinas, etc.

    Ecologistas en Acción reafirma su apuesta por una agricultura campesina, alineada con los principios de la Vía Campesina, que huya de una industrialización desbocada y enormemente dependiendo del petróleo, que respete su entorno natural y aproveche los beneficios de mantener e impulsar la conservación de la biodiversidad natural y cultivada. Una agricultura que genere más puestos de trabajo y de mayor calidad. Una agricultura más cercana a las ciudades, no encadenada a la gran distribución, sino que cree vínculos directos entre productores y consumidores.

    Para lograr estos cambios, es necesaria una reforma profunda de la Política Agraria Comunitaria (PAC)…

Notas sobre la ecología política latinoamericana: arraigo, herencias, diálogos. Héctor Alimonda, 2016.

En tiempos recientes, hemos visto la ecología política irrumpiendo vertical y horizontalmente en el campo intelectual internacional, poniendo de manifiesto redes de acción y de producción/acumulación de conocimientos de una amplitud más que significativa, una profusión de núcleos académicos de formación que ya han capacitado cohortes de jóvenes investigadores y activistas, un número inabarcable de eventos y publicaciones que, balizando este proceso, comienzan a incluir reflexiones sobre dimensiones teóricas y metodológicas, presentaciones y balances sobre sus configuraciones regionales y sectoriales, proyectos de acumulación de información y de mapeamientos planetarios como el EJOLT/EJAtlas,[1] y dentro de poco surgirán sistematizaciones comentadas sobre la obra de sus principales referentes. En otras palabras, el campo de la ecología política parece haber avanzado a grandes y decididos pasos hacia su madurez.

Pues es en ese contexto en el que diferentes comentaristas, puestos a analizar el panorama internacional de este ámbito del conocimiento, coinciden en identificar la ecología política producida en América Latina como una tradición político-intelectual específica, con una dinámica y unos dispositivos de enunciación que no tienen equivalencia con las elaboraciones provenientes de otras áreas geopolíticas del conocimiento (lo cual, desde luego, no es un obstáculo para el diálogo internacional, más bien al contrario) (Kim et al., 2012; Delgado Ramos, 2013; Martínez-Alier, 2014; Martin y Larsimont, 2014; Leff, 2015).

Veamos como ejemplo la opinión del profesor Joan Martínez-Alier: “La ecología política estudia los conflictos socioambientales. Al mismo tiempo, el término designa un amplio movimiento social y político por la justicia ambiental que es más fuerte en América Latina que en otros continentes. Este movimiento lucha contra las injusticias ambientales en ámbitos locales, nacionales, regionales y globales […]. En América Latina la ecología política no es tanto una especialización universitaria dentro de los departamentos de geografía humana o de antropología social (al estilo de Michael Watts, Raymond Bryant, Paul Robbins) como un terreno de pensamiento propio de relevancia internacional, con autores muy apegados al activismo ambiental en sus propios países o en el continente como un todo” (Martínez-Alier, 2014: 2).

Pero son Martin y Larsimont quienes en su comentario establecen la relación entre la ecología política que se hace en Latinoamérica (EPLat) con la matriz de pensamiento crítico característica de la región: “Aunque en la EPLat se pueden identificar influencias y rasgos de origen más o menos disciplinares y académicos, sin duda sus características definitorias tienen que ver con un encuentro entre la tradición del pensamiento crítico latinoamericano y las vastas experiencias y estrategias de los pueblos frente al saqueo y la «economía de rapiña».

Mencionamos las reconocidas y tempranas contribuciones de José Carlos Mariátegui, Josué de Castro, Eduardo Galeano, entre otros. […] Probablemente lo diferencial de esta perspectiva sea su pretensión de ser un lugar de enunciación latinoamericano. Esto implica reconocer ámbitos teóricos y territoriales ajenos a las grandes tradiciones consolidadas de la geopolítica del pensamiento occidental. […] El argumento central es que la marca de origen de lo latinoamericano se asienta en el trauma catastrófico de la conquista y en la integración subordinada y colonial en el sistema internacional.

En este sentido, entonces, la EPLat da un lugar relevante a la experiencia histórica que implicó la colonización europea como ruptura de origen de la particular heterogeneidad y ambigüedad de las sociedades latinoamericanas.

Esto, a su vez, supone la construcción de una historia ambiental de la región. […] Así, la EPLat es una construcción colectiva en la que han confluido, no sin tensiones y debates, diversos autores de Latinoamérica poniendo énfasis en el estudio de las relaciones de poder, configuradas históricamente como mediadoras de las relaciones sociedad/naturaleza.

Asimismo, existe un cierto consenso acerca de que la ecología política, más que un nuevo campo disciplinario, sería una perspectiva de análisis crítico y un espacio de confluencia de interrogaciones y de retroalimentaciones entre diferentes campos del conocimiento, que implica una reflexión sobre el poder y las relaciones sociales de vinculación con la naturaleza (una epistemología política)” (Martin y Larsimont, 2014: 5).

La EPLat, entonces, tiene características, dinámica y densidad propias, diferenciadas en relación a sus congéneres de otras regiones. Comparte este patrón, entonces, con grandes movimientos estéticos y culturales latinoamericanos, sintonizados con las tendencias europeas de la época, pero con enunciación particularizada. Hubo un Barroco propiamente americano (Echeverría, 2011), así como un Romanticismo (Pratt, 2011) y un Modernismo (Rama, 1985).

Y, al mismo tiempo, la EPLat es una novedosa incorporación a las tradiciones del pensamiento crítico latinoamericano sistematizadas en el ámbito de las ciencias sociales, como el estructuralismo económico de la CEPAL[2] (con nombres como Raúl Prebisch, Celso Furtado y Aldo Ferrer), la teoría de la dependencia,[3] las elaboraciones del marxismo latinoamericano a partir de José Carlos Mariátegui[4], la Teología de la Liberación[5] (con ecos reconvertidos en la encíclica papal) y el Programa Modernidad/Colonialidad,[6] entre otras.

Intentaremos hacer una rápida caracterización del pensamiento crítico. Una pista es la definición de Biro (2011: 3) de “teoría crítica”: “conocimiento que aspira a reducir la dominación. En contraste con la ciencia social que persigue un punto de vista objetivo, libre de valores, la teoría crítica parte de la proposición normativa de que la opresión debe ser reducida o eliminada”. Para Carlos Altamirano (2009: 14), la expresión “pensamiento crítico” indica “un discurso que pone en cuestión un orden establecido o una institución central de ese orden, en nombre de determinados valores, por lo general los de la verdad y la justicia”. Para Carmen Miró (2009: 24), “el pensamiento crítico latinoamericano encuentra sus raíces en diversas vertientes del pensamiento y la práctica social y política latinoamericana, entre las cuales destacan las siguientes: a) la tradición democrática proveniente del liberalismo radical latinoamericano de fines del siglo XIX y principios del XX, de acentuado carácter anti-oligárquico; b) la tradición socialista latinoamericana que va de José Carlos Mariátegui a Ernesto Guevara; c) la Teología de la Liberación; d) el renacer de los saberes indígenas en el campo de lo sociocultural y lo político, y e) las diversas variantes del pensamiento alter-mundista nor-atlántico”.

Hay quienes, en un procedimiento que nos parece reduccionista, identifican el pensamiento crítico latinoamericano con el marxismo. En parte, eso se debe a que la expresión fue adoptada por la Revolución cubana, en el nombre de una revista memorable, publicada entre 1967 y 1972 (Martínez Heredia, 2008).

Pero otros tienden a remontar los orígenes de esa tradición al pensamiento de la independencia. Para ir a un ejemplo: un texto como la Carta de Jamaica, de 1815, donde Simón Bolívar analiza con agudo sentido crítico las perspectivas políticas que, a su entender, tendrían por delante las futuras repúblicas independientes, merece con toda propiedad formar parte de las referencias (o aunque sea de la protohistoria) del pensamiento crítico latinoamericano.[7] Están, incluso, los que argumentan que la vigencia del pensamiento crítico en América Latina proviene de la irreductibilidad particular de la región para ser encuadrada y organizada por la razón moderna, de matriz eurocéntrica. Lo que en la tradición literaria se conoce como lo real maravilloso (Alejo Carpentier) o el realismo mágico (Gabriel García Márquez) correspondería a una realidad barroca, abigarrada y heterogénea, con la convivencia de diferentes tiempos y proyectos, en una matriz social generadora de desigualdad, opresión y subdesarrollo, que daría origen a la re-generación permanente del discurso del pensamiento crítico y de sus condiciones de enunciación (Cortés, 2011).

La situación de subordinación en el contexto internacional, la heterogeneidad estructural de nuestras sociedades, con sus implicaciones culturales, la angustia del deber elegir entre diferentes herencias y caminos, la ansiedad por un destino moderno que parece inalcanzable, la urgencia por organizar la nacionalidad a través de medios autoritarios, la dificultad hostil del medio natural para ser incorporado como territorio efectivo de la nación, todos estos elementos estuvieron presentes desde el mismo momento de la independencia, y constituyeron un referencial insoslayable en la historia de las ideas del continente. Y, desde luego, fueron la materia prima a partir de la cual iría a desarrollarse el pensamiento crítico.

Desde su marxismo en clave latinoamericana, reflexionaba José Aricó [8]: “Cuando hablamos de América Latina evocamos una realidad preconstituida que no es tal, que en los hechos es un «agujero negro», un problema abierto, una construcción inacabada o, como señalara Mariátegui para su nación, pero que es extensible al continente: un proyecto a realizar” (1988: 42).

Un proyecto cuyo fundamento y su mayor dificultad radican en la complejidad de la herencia histórica del continente. Pero, al reconocer esta pertinencia, donde la dificultad de las palabras remite a los avatares de una estructura conflictiva, como le gustaría a Freud, el conjunto se desdobla en nuevas direcciones y sentidos.

Estamos en presencia de naciones que existen como tales desde hace doscientos años en el orden internacional (no pueden, por lo tanto, ser asimiladas al mundo colonial constituido a fines del siglo XIX),[9] pero que al mismo tiempo continúan en proceso proteico de formación.[10]

Sobre este tema también reflexionaba Aricó: “Las sociedades latinoamericanas son, esencialmente, nacional-populares, o sea que todavía viven con vigor el problema de su destino nacional, de si son o no naciones […] Se preguntan por su identidad, por lo que son […] aún atraviesan una etapa de Sturm und Drang —como anotaba agudamente Gramsci refiriéndose a nuestra América—, […] de acceso romántico a la nacionalidad [1986]” (citado en Cortés, 2015).

Creo que el lugar de enunciación plural y colectivo que ha ido constituyendo la ecología política latinoamericana tiene homologías con la tradición del pensamiento crítico de la región, y que ambos pueden ser pensados a partir de la caracterización que el intelectual brasileño Alfredo Bosi (1992) hizo en relación a José Carlos Mariátegui y a sus compañeros de generación, peruanos de la década de los 1920: “la vanguardia arraigada”.

Se trata de una vanguardia, en el sentido que conecta con los tremendos desafíos de la época, en la que la región latinoamericana está siendo reterritorializada para la explotación en gran escala de sus recursos naturales, con total menosprecio de las necesidades y urgencias de sus poblaciones. Esto comporta una crítica a los presupuestos civilizatorios convencionales de la modernidad y del desarrollo, que conduce a la tarea paradigmática de actualizar sus repertorios de acción y de pensamiento al mismo tiempo que debe intentar recuperar la pluralidad de herencias populares y críticas que la precedieron: de allí una vanguardia arraigada.[11]

Vanguardia en el sentido de proceder a la incorporación de perspectivas de avanzada del pensamiento social y político contemporáneo, sobre las cuales se hará una operación de traducción re-significante, para permitir su aplicación en el análisis de las realidades nacionales.

Nos interesa, en este momento, referir dos casos de incorporación re-significada de tradiciones insignes de la sociedad occidental por parte del pensamiento crítico latinoamericano: el marxismo y la doctrina social de la Iglesia.

En el caso del marxismo, la figura impar de José Carlos Mariátegui procedió a una reconstrucción de los postulados de esa tradición, en las condiciones de los años veinte del siglo pasado, a partir de su recuperación en una perspectiva de interpretación y de articulación política consecuente para la sociedad peruana de la época.

El reconocimiento de la cuestión nacional y de su carácter incompleto, el problema indígena como cuestión central de esa nacionalidad peruana, reposando especialmente en la cuestión del acceso a la tierra y posibilitando la constitución del campesinado indígena como sujeto revolucionario, la comprobación del carácter desigual y combinado de la evolución económica, basada en una convergencia entre las fuerzas tradicionales del atraso y de la modernidad, lo que lo hizo dudar de la viabilidad de la modernidad y del desarrollo, ya en épocas muy tempranas del siglo XX, la importancia estratégica de las tareas político-culturales, todos estos elementos aparecen en su interpretación marxista de la sociedad peruana, en gran medida divergente de las líneas centrales del marxismo canónico contemporáneo de la Tercera Internacional.

Ese marxismo latinoamericano que Mariátegui puso en acción continuó inspirando durante décadas el pensamiento latinoamericano, y está sin duda presente en gran parte de la producción crítica posterior a su época.

Otra incorporación re-significante de la mayor importancia fue la que se procesó en relación a la doctrina social de la Iglesia católica, y por extensión en relación al pensamiento social cristiano, a través de la Teología de la Liberación (Boff, 1992) y de la Filosofía de la Liberación (Dussel, 2008). Realizando una verdadera inversión de sus procedimientos evangelizadores, una parte significativa de la Iglesia latinoamericana abrazó el compromiso con los sectores populares como centro de su actividad pastoral. Al mismo tiempo, teólogos y filósofos propusieron profundas reconversiones de las orientaciones doctrinarias, en nuevas traducciones y elaboraciones que tenían ahora como fundamento el enraizamiento de la Iglesia junto a los pobres y al suelo latinoamericano.

En 2015, la encíclica Laudatio si’, del Papa Francisco I, recuperando la inspiración de fraternidad con la naturaleza de san Francisco de Asís, e incorporando, al mismo tiempo, la reflexión latinoamericana de ecología política, constituyó un documento de especial trascendencia, vinculada con una larga y efectiva tradición de pensamiento crítico latinoamericano (Francisco, 2015).

Dice al respecto Antonio Elizalde (2015: 145-146): “La lectura detallada de los documentos analizados me permiten afirmar que: a) en la Encíclica Laudato si’ del papa Francisco se recoge gran parte, si no toda, la reflexión que desde América Latina se ha venido haciendo en torno a los problemas de la sustentabilidad y de la justicia social; b) su planteo es un llamado a un profundo cambio de los ejes civilizatorios; c) su tono aparentemente catastrofista, expresa no obstante una profunda esperanza en que es posible torcer el rumbo y esboza los principales caminos para ello; d) recupera la figura de Francisco de Asís y marca con ello el camino que debería seguir la mayor institución del planeta: la Iglesia católica; e) con un lenguaje sin ambigüedades critica a los poderes fácticos (económicos y políticos) que hoy gobiernan el mundo y a las conductas, creencias y actitudes de quienes los ejercen; f) propone una conversión ecológica hacia la sobriedad, la humildad, la fraternidad, una nueva solidaridad universal y una cultura del cuidado; y g) convoca a difundir un nuevo paradigma acerca del ser humano, la vida, la sociedad y la relación con la naturaleza.”

A pesar de las afinidades que estamos destacando entre la actual ecología política latinoamericana y las tradiciones del pensamiento crítico, creemos que las herencias y los diálogos posibles no son generalizables en toda su extensión. Gran parte del pensamiento crítico latinoamericano tiene como referencia una visión convencional del desarrollo y de la modernidad, y su lectura de la realidad social tiende a privilegiar actores políticos vinculados a esos proyectos, menospreciando o haciendo invisibles a otros actores, justamente aquellos que la perspectiva de la ecología política tiende a recuperar (pueblos indígenas y poblaciones tradicionales, mujeres, etc.).

Mientras en general los ecólogos políticos se aproximan a las posiciones del Buen Vivir, el pensamiento crítico mantiene aún en gran parte su veneración por la versión convencional del desarrollo como modelo normativo sociopolítico de referencia.

El pensamiento crítico acostumbra a ser monocultural. Observa Boaventura de Souza Santos: “La riqueza del pensamiento popular, campesino e indígena ha sido totalmente desperdiciada. El mayor desafío al pensamiento crítico es el menos visible: el desafío de una transformación epistemológica profunda que haga de él un agente de justicia cognitiva. No se trata sólo de un nuevo pensamiento crítico, sino de una manera diferente de producir pensamiento crítico” (2009: 17).

Propuestas equivalentes vienen siendo sostenidas por la reflexión ecopolítica (Leff, 2006) o descolonial (Grosfoguel, 2007). Y también es verdad que la referencia político-organizativa convencional del pensamiento crítico latinoamericano es centralizada, vertical y tendencialmente refractaria al autonomismo popular.

Así siendo, parecería que el socialismo campesino-indígena de inspiración mariateguiana, la crítica orientada por la problemática de la descolonialidad y una perspectiva actualizada de la Teología de la Liberación, que incorpore activamente la orientación ecopolítica, constituyen quizás los espacios de interlocución privilegiada de la ecología política latinoamericana con la herencia del pensamiento crítico de la región.

Una visión renovadora y estimulante fue propuesta por el antropólogo colombiano Arturo Escobar (2016). Según su punto de vista, el pensamiento crítico latinoamericano no está en crisis, sino en plena expansión y efervescencia. En realidad, Arturo sostiene la necesidad de una transformación de la propia concepción de ese pensamiento crítico, llevándolo a trascender la perspectiva clásica de la izquierda política convencional, e incorporando con propiedad dos nuevas vertientes: la “autonómica”, que incluye la vasta pluralidad de movimientos populares que, a lo largo y lo ancho del continente, están activados por la búsqueda de sus reivindicaciones de identidades diferenciadas, de autonomía y reconstrucción cultural, de ampliación o instalación de derechos (a partir de una lógica de diferencia, autoorganización y complejidad), y lo que él denomina “el pensamiento de la tierra”, movimientos que se fundamentan en la relación única y constitutiva que las comunidades tienen con la naturaleza localizada y sus territorios, y que llevan a la formulación de “políticas de lugar”.

Para Escobar, el pensamiento crítico latinoamericano actual existe y se está reconstruyendo en la interrelación entre esos dos componentes, los movimientos autonómicos y el pensamiento de la tierra, con una renovada cultura de la izquierda política y social.

Referencias

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[1] https://ejatlas.org/.

[2] CEPAL, Comisión Económica para América Latina, creada por las Naciones Unidas a partir de 1950, constituyó un núcleo de elaboración sobre las particularidades de la región y de discusión de estrategias para su desarrollo

[3] La teoría de la dependencia, desarrollada durante las décadas de los años 1960 y 1970, ponía su énfasis analítico en la caracterización primordial del carácter dependiente de las sociedades latinoamericanas.

[4] José Carlos Mariátegui (1894-1930) fue un notable pensador y activista peruano autodidacta, que realizó una particular apropiación del marxismo a partir de la realidad latinoamericana. Produjo una destacada obra intelectual, que incluyó sus Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana, y una intensa actividad periodística crítica, que se expresó en su revista Amauta, dedicada a conectar entre sí a los intelectuales críticos latinoamericanos, en sintonía con las corrientes más vanguardistas del escenario internacional. Escéptico en relación al “progreso” inducido por el capital imperialista y las burguesías nacionales, prefirió pensar en un socialismo construido a partir de las tradiciones comunitarias indígenas.

[5] La Teología de la Liberación, vigente desde la década de los 1960, enfatiza el compromiso de los cristianos con la lucha por la justicia social, su “compromiso con los pobres”.

[6] El Programa Modernidad/Colonialidad es un proyecto intelectual desarrollado por una amplia red de intelectuales latinoamericanos a partir del año 2000. Pone a la condición de colonialidad como constituyente de la realidad regional desde el siglo XVI, como un reverso oculto y negado de la modernidad europea.

[7] ¿Cómo caracterizar, sino como un pensamiento crítico, basado en el reconocimiento desgarrado de una problemática identidad, esta reflexión de Simón Bolívar?: “No somos europeos, no somos indios, somos una especie media entre los aborígenes y los españoles. Americanos por nacimiento y europeos por derecho, nos hallamos en el conflicto de disputar a los naturales los títulos de posesión, y de mantenernos en el país que nos vio nacer contra la oposición de los invasores: así, nuestro caso es el más extraordinario y complicado” (citado en Roig, 2004). Y ¿cómo no reconocer urgencias reiteradas y aún actuales en esta convocatoria de la Generación argentina de 1837?: “Procuremos, como Descartes —decía Esteban Echeverría—, olvidar todo lo aprendido, para entrar con toda la energía de nuestras fuerzas en la investigación de la verdad. Pero no de la verdad abstracta, sino de la verdad que resulte de los hechos de nuestra historia, y del reconocimiento pleno de las costumbres y del espíritu de la nación” (citado en Roig, 2004).

[8]José Aricó (1931/1991) fue un intelectual autodidacta y activista marxista argentino. En la década de los 1950, realizó las primeras traducciones al castellano de obras de Antonio Gramsci, y en las décadas de los 1960 y los 1970 dirigió la colección Cuadernos de Pasado y Presente, que a lo largo de noventa y nueve títulos incorporó nuevas vertientes del pensamiento de izquierda internacional. Su pensamiento se organizó a partir de una lectura heterodoxa de la tradición marxista clásica y una valorización de la experiencia latinoamericana, de la que es ejemplo su libro Marx y América Latina (1982).

[9] Lo que, dicho sea de paso, nos excluye de la discusión postcolonial en los términos colocados al interior del ex Imperio británico (Coronil, 2008; Pratt, 2008; entre muchos otros).

[10] Claro que también es pertinente preguntarse hasta qué punto los “países centrales”, o como se les quiera llamar, no están también en proceso de formación, en cuyo caso el Sur muestra el futuro del Norte, como proponen Comaroff y Comaroff (2013).

[11] Desde luego que coincidimos con Ramón Grosfoguel cuando, tomando como referencia el movimiento zapatista, defiende el trabajo intelectual que se piensa como “movimiento de retaguardia”, el andar preguntando (2007: 76-77).

Brasil en horas críticas: siete canciones emblemáticas que expresaron el malestar de una época. Emmanuel Ganora. 2018

Durante la campaña presidencial, los músicos más populares del gigante sudamericano jugaron un rol central en la oposición a Jair Bolsonaro, siguiendo así una larga tradición de cantantes y compositores comprometidos con el devenir del país. En este sentido, Culto seleccionó las canciones de mayor simbolismo que en el pasado fueron himnos de una generación en los años duros de la dictadura militar (1964-1985).es de mayor simbolismo que en el pasado fueron himnos de

Contrario a las advertencias de prácticamente todo el mundo cultural brasilero, el candidato presidencial de ultra derecha, Jair Bolsonaro, fue electo presidente de Brasil. Atrás quedaron todas las formas de activismo que desplegaron, principalmente, los músicos populares del gigante sudamericano; entrevistas, mensajes en redes sociales y participaciones en mitines del postulante perdedor, Fernando Haddad.

Así, aprovechando el alcance que tienen sus obras en un país que cultiva a sus ídolos, y a la atención y respeto que concitan en el exterior, artistas como Gilberto Gil, Caetano Veloso y Chico Buarque fueron férreos opositores a las ideas radicales expresadas por Bolsonaro. Veloso, de hecho, fue uno de los más activos; entrevistó a Roger Waters, publicó una columna en The New York Times titulada «Se avecinan tiempos oscuros en mi país» y hasta compuso una canción con un título contingente: «Ele Nao».

Buarque, Veloso y Gil, de hecho, son figuras que se repiten a lo largo de a historia brasilera. Fue en los años de la dictadura (1964-1985) que lo más granado de la llamada MPB expresaron su oposición al régimen militar de la época- del que Bolsonaro se ha declarado un tributario-, pagando a veces un costo personal de prisión y exilio.

Culto hizo una revisión de las canciones imprescindibles que en el pasado reflejaron el malestar de una época en el país del «orden y progreso».

Pra Não Dizer que não falei das Flores

Luego de haber ingresado a la Universidad de Río de Janeiro a estudiar Derecho, Geraldo Vandré incursionaría en la música al asociarse con el cantautor Carlos Lyra, uno de los referentes del bossa nova que venía en retirada de aquel género. En 1965 alcanzó la fama al lograr el primer lugar del Festival TV Record con la canción «Disparada», certamen donde compartió el primer lugar con «A banda» de un joven Chico Buarque.

No bien disfrutaba de sus primeros minutos de fama, hasta que compuso la canción «Pra Não Dizer que não falei das flores» («Para que no digan que no hablé de las flores»). Era 1968, apenas 4 años de gobierno de facto, y Vandré movilizaba a los opositores con versos como los siguientes:

«Por los campos hay hambre en grandes plantaciones

Por las calles marchando indecisos cordones

donde hacen de la flor su más fuerte refrán

y creen en las flores venciendo al cañón».

La canción alcanzó un impacto tal que rápidamente se transformó en un himno de la oposición a la dictadura, particularmente del movimiento estudiantil. La canción, por cierto, fue censurada. Al poco tiempo, el gobierno emitió el tristemente célebre «Acto Institucional N-5», donde los militares ratificaron la suspensión de los derechos políticos, con la consiguiente persecusión y exilio de la disidencia. Algunos cronistas, de hecho, sugieren que el impacto de la canción, también conocida como «Caminhando», gatilló la emisión de dicho decreto.

Vandré saldría al exilio en Chile ese mismo año, retornando a Brasil en 1973. Desde entonces, sus apariciones públicas se redujeron al mínimo, con un consiguiente silencio musical que perdura hasta hoy.

Aquele Abraço

En la segunda mitad de los sesenta, dos jóvenes músicos de Salvador de Bahia hacen furor en la juventud de clase media. Se trata de Caetano Veloso y Gilberto Gil, una de las duplas más productivas en la música brasilera. Ambos, junto a otros artistas como Tom Zé y Os Mutantes, lideraron el movimiento Tropicalismo donde, inspirados en la obra del artista de vanguardia Helio Oiticica, fusionaron los géneros más populares del país, samba y bossa nova, lo fusionaron con Rock&Roll y lo llenaron de mensajes irónicos y politizados donde, entre otras cosas, Veloso mostraba su canción «É Proibido Proibir».

Poco demoró la dictadura para definir que esos extravagantes artistas eran incómodos al régimen. Así que en 1969, Gil y Veloso fueron encarcelados durante dos meses -en Río de Janeiro y posteriormente en Salvador de Bahia-, previo exilio de tres años en Londres. Previo a eso, y a modo de despedida, ambos músicos realizaron un concierto en el teatro Castro Alves de la capital bahiana. En ese concierto, Gil estrenó uno de sus composiciones más exitosas que sublimó el dolor de esos años.

En la autobiografía escrita por Veloso, Verdad tropical, el músico rememora: «Estábamos en la sala de la casita de Pituba y la samba me hizo llorar (…) el sentimiento de amor y perdón que se imponía sobre la herida y, en especial, que se dirigiera a Río de Janeiro, ciudad que siento íntimamente mía por ser, como dice Joao Gilberto y ya he mencionado, «la ciudad de los brasileños», todo eso me conmovió muchísimo y se me saltaron las lágrimas de manera convulsiva. En el teatro, la canción también cautivó al auditorio, que la cantó como si la conociera desde hace mucho tiempo. Gracias a la ironía de ese tema -que parecía un canto de despedida de Brasil sin sobra de rencor- nos sentimos a la altura de las dificultades que afrontamos», dice Veloso.

«Aquele abraco («Aquel abrazo») era, en ese sentido, lo opuesto a mi estado de ánimo, y yo entendía, conmovido, desde el fondo del pozo de la depresión, que era el único modo de asumir un tono de ‘vamos hacia adelante’ sin que nos aplastaran», agrega.

La canción menciona una serie de referentes cariocas, a las que a todas Gilberto Gil les dedica un abrazo:

«Mi camino por el mundo

yo mismo lo trazo

Y Bahia ya me dio

poder y compás

Quien sabe de mi soy yo

Aquel abrazo

Para usted que ya me olvidó

Aquel abrazo

Aló, Rio de Janeiro

Aquel abrazo

Todo el pueblo brasileño

Aquel Abrazo», dice un extracto de la canción.

Patria Minha

Noviembre de 1969. El poeta Vinicius de Moraes, compositor del hit mundial «Garota de Ipanema», se embarca en una gira a Portugal junto al guitarrista Baden Powell, con quien, tres años antes, hicieran el álbum Os Afrosambas uno de los discos innovadores en la obra de ambos artistas. Una vez en Lisboa, De Moraes se encierra en el hotel y pide expresamente que no lo molesten, cansado del trajín de rockstar que, pese a su respetable edad, cargaba en su faceta de músico.

De pronto, desde la recepción comienzan a avisarle que en el hall se aglomeran periodistas esperando una reacción suya a la emisión del Acto Institucional Número 5. Al siguiente show, el recital llega a su fin con «Canto de Ossanha», en el que De Moraes hace una obertura con la lectura de su poema «Patria Minha» («Patria Mía»), mientras Powell toca los acordes del himno de Brasil en guitarra. «Hoy me gustaría decirles a ustedes que en mi país fue instaurado hoy el Acto institucional número 5. Personas están siendo perseguidas, asesinadas, torturadas», advirtió el poeta.

«Ganas de besar los ojos de mi patria

yo que no tengo patria

de mimarla, de pasarle la mano por sus cabellos

ganas de cambiarle los colores del vestido (auriverde!) tan feas

de mi patria, de mi patria sin zapatos y sin medias

Patria mía, tan pobrecita», dice un fragmento del poema.

Una vez finalizado el concierto, De Moraes entró en estado de conmoción, particularmente por la posibilidad de no poder volver a su país. «Voy a volver de cualquier manera. Y si me agarran y me echan, yo me mato!», exclamó el poeta, según la biografía Vinicius de Moraes, o Poeta da Paixão, texto donde se agrega un cándido plan del artista para cortarse las venas con los vidrios de sus anteojos.

En marzo de 1969, los militares expulsaría a Vininha de los registros del Palacio Itamaraty, recinto de la cancillería brasilera. «Dimitan a ese vagabundo», sentenció el presidente de entonces, el general Artur Costa e Silva, en documento interno a su canciller. Ni siquiera hubo argumentaciones políticas para su expulsión -que, para la época, De Moraes ya estaba prácticamente congelado en el servicio diplomático desde que se instauró la dictadura cinco años antes-, siendo motivo de especial irritación la vida bohemia de showman que Vinicius de Moraes -«poeta e diplomata» como gustaba presentarse- cultivaba con especial esmero.

Apesar de Voce

A fines de los sesenta, Chico Buarque ya había superado el mote de «joven promesa» para, a su corta edad, lograr instalarse en el canon de artista consagrado. Su música y su potente pluma han sido su marca registrada. Sin embargo, una vez instalada la dictadura, Buarque politiza su propuesta. Colaborador constante de dramaturgos y cineastas, Buarque va engrosando su obra de una constate y refinada crítica al régimen militar. A fines de los sesenta, por ejemplo, Buarque ya había incursionado en la dramaturgia con la obra Roda Viva, censurada en 1969.

Ese mismo año, Buarque es encarcelado. Al salir, él y su familia se exilian en Italia. Imbuido de nostalgia, el trovador compone «Apesar de Voce» («A Pesar de Usted»). La canción es estratégica; evita alusiones explícitas y la acompaña una pegajosa samba. Vuelve a Brasil en 1970 y lanza su canción que, pese a las metáforas, quedaba meridianamente clara su intención:

«Hoy es usted el que manda

ya habló, está hablado

Y no hay discusión, no.

Mi gente hoy anda hablando de lado

y mirando al suelo, viste?

Usted que inventó este estado

Inventó de inventar toda oscuridad

Usted que inventó el pecado

Olvidó de inventar el perdón

A pesar de usted, mañana será otro día», señala el inicio de la canción.

El tema pasa la censura de la dictadura y sólo en una semana vende 100 mil copias, lo que en pocos días ya había sido transformado en un himno. Alertados por el poder de la canción, el régimen la censura de las radios y retiran todos los discos que contengan la canción, tanto de Chico Buarque como la versión de otros intérpretes.

Pese a ello, el tema suele asomar en movilizaciones y protestas en Brasil hasta el día de hoy.

Sociedade alternativa

En 1974 el músico Raúl Seixas, considerado por muchos como el padre del rock brasilero, lanza al mercado la canción «Sociedade Alternativa», título homónimo de un colectivo al que perteneció el músico en las que se oponían al capitalismo, defendían la libertad individual a ultranza, además de practicar la magia negra.

«Viva, viva la Sociedad Alternativa

haz lo que quieras, será toda la ley», dice parte de la canción coescrita por un joven Paulo Coelho (también escritor en las sombras de Rita Lee y Elis Regina)

El tema, abiertamente provocador, no demoró mucho en ser censurado, mientras que los agentes de la represión fueron tras Seixas y Coelho, quienes fueron apresados y torturados. Tras salir en libertad Seixas, apodado también «Maluco Beleza» -«Loco Lindo», en traducción libre-, se exilia por un tiempo en EE.UU,

La canción sigue siendo sinónimo de rebeldía y ha sido ampliamente versionada en Brasil. OS Paralamas do Sucesso, por ejemplo, suelen interpretarla en sus recitales.

Cálice

Nuevamente Chico Burque instala una canción que horadó la moral de la dictadura. Compuesta en conjunto con Gilberto Gil en 1973 para ser presentada en un concierto organizado por el sello Phonogram, a la hora de la presentación a los cantantes les apagaron los micrófonos, luego de haber sido presionados por la censura de la época. Pasaron cinco años para que Buarque la relanzara junto a la voz de Milton Nascimento y el coro de MPB4.

A partir de la referencia litúrgica católica sobre la sangre de Cristo -idea adjudicada a Gil-, la letra es derechamente de denuncia al régimen. Además, cuenta con la particularidad que la pronunciación de «Cálice» asemeja a la sonoridad de «Cale-se» («Cállese) :

«Cómo es difícil despertar callado

Si en el silencio de la noche, yo me daño

Quiero lanzar un grito deshumano

Que es una manera de ser escuchado

Ese silencio todo me tortura

Y torturado permanezco atento

en la gradería, para que en cualquier momento,

ver emergir el monstruo de la laguna

padre, aparta de mi este cáliz

de vino tinto, de sangre», dice un pasaje de la canción.

Por la misma época, la cantante María Bethania la incluyó en su álbum Alibí. Su particular voz telúrica le confiere a la canción un color que estremece.

O bebado e o equilibrista

Elis Regina fue una de las voces mayores de Brasil. Interpretó todos los géneros y estilos posibles de música brasilera con gran soltura y reconocimiento. Los compositores se peleaban por presentarles nuevas canciones para que ella pusiera la potencia de su voz, como es el caso del propio Gilberto Gil, quien ha dicho que suele componer canciones pensando en cómo le sentaría a la voz de Regina. También colaboró con los músicos más notables de la época, como cuando junto a Tom Jobim lanzan el célebre disco Elis&Tom, disco que contiene la versión más famosa de «Aguas de Março».

Pese a todo lo anterior, en los setenta «Pimentinha» -Pimientita, apodo referente a su personalidad exuberante y lenguaraz- da un giro y comienza a apostar por jóvenes compositores de la época. Con algunos de estos poetas coincide en su postura crítica a la dictadura, gobierno al que calificó como una «camarilla de gorilas» en una entrevista de 1969. Es así como llega a João Bosco y Aldir Blanc, quienes le presentaron la canción «O Bebado e o equilibrista». («El Borracho y el Equilibrista»)

El tema toma como punto de partida la figura de Charles Chaplín, personaje que, con sutileza, es traslado a la situación de derechos humanos que en los años setenta asolaba en Brasil. Una de las estrofas es pura crudeza:

«(…)que sueña con la vuelta del hermano de Henfil

con tanta gente que partió

En la cola de una bengala

Llora nuestra madre gentil

Lloran Marías y Clarices

No sólo de Brasil

Pero sé que un dolor así de pungente

No ha de ser inútilmente, la esperanza….».

Este fragmento hace alusión a Henfil, famoso periodista y caricaturista y su hermano, el sociólogo Hebert José de Sousa (Betinho), exiliado en Chile, Canadá y México. Las menciones a «Marías y Clarices», en tanto, son en referencia a las esposas de Manuel Fiel Filho -obrero metalúrgico- y Vladimir Herzog -Periodista- respectivamente, ambos asesinados por la dictadura. De los llamados «casos emblemáticos».

La canción se alzó a un nivel de liturgia respecto a la oposición de la dictadura, especialmente en relación al exilio brasilero. De hecho, el año de su lanzamiento, 1979, la dictadura recién abría sus puertas para el retorno de sus propios desterrados.