Tres escenarios de cómo terminará esta guerra. Thomas L. Friedman. NYT: 2 de marzo de 2022

Es posible que la batalla por Ucrania que se desarrolla frente a nuestros ojos sea, desde la Segunda Guerra Mundial, el acontecimiento más transformador en Europa y la confrontación más peligrosa para el mundo desde la crisis de los misiles de Cuba. Yo veo tres posibles escenarios de cómo terminará esta historia. Los he nombrado “el verdadero desastre”, “el acuerdo engañoso” y “la salvación”.

“El verdadero desastre”

El escenario del desastre es el que estamos viendo: a menos de que tenga un cambio de actitud o pueda ser disuadido por Occidente, Vladimir Putin parece dispuesto a matar a todas las personas que sea necesario y destruir toda la infraestructura de Ucrania que se requiera para hacer que Ucrania deje de ser un país libre e independiente y una cultura, y acabar con su liderazgo. Este escenario podría producir crímenes de guerra de una magnitud que no se ha visto en Europa desde los cometidos por los nazis: crímenes que harían que Vladimir Putin, sus secuaces y Rusia como país se convirtieran en los parias del mundo.

El mundo globalizado e interconectado nunca ha tenido que enfrentar a un líder que haya cometido crímenes de guerra de tal nivel y cuyo país posea una masa continental que abarque once husos horarios, sea uno de los proveedores de gas y petróleo más grandes del mundo y posea un mayor arsenal de cabezas nucleares que cualquier otro país.

Cada día que Putin se rehúsa a detenerse, nos acercamos más a las puertas del infierno. Con cada video de TikTok y cada fotografía de teléfono celular que muestra la crueldad de Putin hacen que al mundo le cueste cada vez más trabajo apartar la vista. Pero si se interviene, se corre el riesgo de desatar la primera guerra en el corazón de Europa en la que se usen armas nucleares.

Y dejar que Putin reduzca Kiev a escombros y mate a miles de personas —de la misma manera como conquistó Alepo y Grozni— le posibilitaría crear un Afganistán europeo, con caos y refugiados por todas partes.

Putin no podría poner a un líder títere en Ucrania y dejarlo ahí; un títere se enfrentaría a una insurrección constante. Así que Rusia necesita posicionar de manera permanente a decenas de miles de soldados en Ucrania para controlarla, y los ucranianos les estarán disparando todos los días. Es escalofriante lo poco que Putin ha pensado acerca de cómo terminará su guerra.

Ojalá que a Putin solo lo motivara el deseo de que Ucrania se quede fuera de la OTAN, pero su ambición ha ido mucho más allá. Putin está poseído por un pensamiento mágico: como señaló en una entrevista publicada el lunes por la revista Político, Fiona Hill, una de las principales expertas estadounidenses en Rusia, Putin cree que existe algo llamado “Russky Mir”, o “Mundo Ruso”, que los ucranianos y los rusos son “un solo pueblo” y que su misión es orquestar “la reunión de todos los hablantes de ruso de diferentes lugares que en algún momento pertenecieron al zarismo”.

Putin cree que para realizar ese sueño tiene el derecho y el deber de desafiar lo que Hill llama “un sistema basado en normas en el cual no se toman a la fuerza las cosas que los países desean”. Y si Estados Unidos y sus aliados intentan interponerse en el camino de Putin (o quieren humillarlo de la misma manera en que lo hicieron con Rusia al final de la Guerra Fría), él está dando señales de que está preparado para enloquecer más que cualquiera. O, como él mismo lo advirtió el otro día antes de poner en alerta máxima su fuerza nuclear, cualquiera que se interponga en su camino debe prepararse para enfrentar “consecuencias que nunca antes se hayan visto”. Si a todo esto le añadimos los reportes que cada vez más cuestionan el estado de la salud mental de Putin, tenemos una mezcla aterradora.

 “El acuerdo engañoso”

El segundo escenario es que, de alguna manera, el ejército y el pueblo de Ucrania logren resistir la guerra relámpago de Rusia el tiempo suficiente y que las sanciones económicas empiecen a perjudicar tanto a la economía de Putin, que ambas partes se sientan obligadas a aceptar un acuerdo engañoso.

A grandes rasgos, consistiría en que, a cambio de un cese al fuego y la retirada de los soldados rusos, los enclaves del este de Ucrania que, de hecho, ahora están bajo el control de Rusia, pasen de manera oficial a manos de los rusos, mientras Ucrania promete de manera explícita que nunca se unirá a la OTAN. Al mismo tiempo, Estados Unidos y sus aliados aceptarían levantar todas las sanciones económicas impuestas a Rusia en fechas recientes.

Este escenario sigue siendo poco factible porque se necesitaría que Putin admitiera, en esencia, que no tuvo la capacidad de alcanzar su sueño de reintegrar Ucrania a Rusia, la madre patria, después de pagar un precio muy alto en términos de su economía y las bajas de soldados rusos. Además, Ucrania tendría que ceder de manera oficial parte de su territorio y aceptar ser una permanente tierra de nadie entre Rusia y el resto de Europa, aunque, por lo menos, mantendría su independencia simbólica. También sería necesario que nadie tomara en cuenta la lección ya aprendida de que no se puede confiar en que Putin respete Ucrania.

“La salvación”

Finalmente, el escenario menos probable pero el cual podría tener el mejor resultado es que el pueblo ruso demuestre tanta valentía y compromiso por su propia libertad como los que ha demostrado el pueblo ucraniano por la suya y que brinde la salvación derrocando a Putin de la presidencia.

Muchos rusos deben de estar empezando a preocuparse por no tener futuro si Putin sigue siendo su dirigente. Miles de ellos se están volcando a las calles para protestar contra la descabellada guerra de Putin; y esto lo hacen a costa de su propia seguridad. Además, aunque es demasiado pronto para saberlo, su rechazo hace que nos preguntemos si se está traspasando lo que llamamos la barrera del miedo y si un movimiento masivo podría, en un momento dado, poner fin al reinado de Putin.

Incluso si los rusos no se pronunciaran, la vida en Rusia de pronto se está trastornando de muchos modos. Como lo describió mi colega Mark Landler: “En Suiza, el festival de música de Lucerna canceló dos conciertos sinfónicos en el que se presentaba un distinguido músico ruso. En Australia, el equipo nacional de natación afirmó que boicotearía una competencia para el campeonato mundial en Rusia. En la estación de esquí Magic Mountain de Vermont, un cantinero tiró por el desagüe las botellas del vodka Stolichnaya. Desde la cultura hasta el comercio, desde los deportes hasta el turismo, el mundo está rechazando a Rusia de incontables formas para protestar contra la invasión de Ucrania por parte del presidente Vladimir V. Putin”.

También está el nuevo “impuesto Putin” que todos los rusos tendrán que pagar de manera indefinida solo por el gusto de tenerlo como presidente. Me refiero a los efectos de las sanciones cada vez mayores que el mundo civilizado está imponiendo a Rusia. El lunes, el banco central ruso tuvo que mantener cerrada la bolsa de valores, a fin de evitar un derrumbe causado por el pavor, además, se vio obligado a aumentar de 9,5 a 20 por ciento su tipo de interés de referencia en un día con el objetivo de alentar a la gente a conservar sus rublos. Aun así, el rublo se desplomó alrededor de 30 por ciento frente al dólar y ahora vale menos de un centavo de dólar.

Por todas estas razones, debo confiar en que en este mismo momento haya algunos muy altos funcionarios de inteligencia y del ejército rusos, cercanos a Putin, reunidos en algún armario del Kremlin diciendo en voz alta lo que todos deben de estar pensando: o Putin perdió sus facultades de estratega durante el asilamiento por la pandemia, o está en plena negación acerca de lo mal que calculó la fuerza de los ucranianos, de Estados Unidos y sus aliados y de toda la sociedad civil del mundo en general.

Si Putin sigue adelante y arrasa las ciudades más grandes de Ucrania y su capital, Kiev, ni él ni ninguno de sus secuaces volverán a ver los apartamentos de Londres y Nueva York que compraron con todas sus fortunas mal habidas. Ya no habrá para ellos Davos ni St. Moritz, sino se quedarán encerrados en una gran cárcel llamada Rusia, tal vez solo con la libertad para viajar a Siria, Crimea, Bielorrusia, Corea del Norte y China. A sus hijos los expulsarán de todas las escuelas privadas, desde Suiza hasta Oxford.

O colaboran para destituir a Putin, o todos compartirán su celda de aislamiento. Lo mismo sucede con la población rusa en general. Me doy cuenta de que este último escenario es el menos factible de todos, pero es el que nos ofrece la mayor promesa de alcanzar el sueño que tuvimos cuando cayó el muro de Berlín en 1989: una Europa integral y libre, desde las islas británicas hasta Vladivostok.

Teoría feminista: de la ilustración a la globalización. Amoros, Celia.2005.

“En la teoría feminista se plasman los efectos reflexivos de las luchas de las mujeres por su liberación”. Celia Amorós sostiene en esta obra -y como mínimo una o dos veces en todas sus intervenciones- que conceptualizar es siempre politizar, y más aún para el feminismo, teoría crítica de la sociedad donde las haya.

Ana de Miguel explora esta tesis en las redes del movimiento feminista, auténticos laboratorios de experimentación con los conceptos y teorías que desafiarán los códigos patriarcales dominantes.

Este libro de Teoría feminista, de la Ilustración a la Globalización, muestra claramente que uno de los problemas del feminismo ha sido la ceguera casi total que han sufrido tantas tradiciones emancipatorias ante la especificidad del sistema de dominación patriarcal.

Ceguera que, según qué temas, sigue afectando a buena parte de la sociedad y continúa haciendo necesaria la apasionada exhortación de Mary Wollstonecraft a las mujeres para que dejen de sacar brillo a sus cadenas y se dispongan a quitárselas.

Los tres volúmenes -que recogen el trabajo conjunto y a lo largo de más de una década de sus numerosas autoras-, sistematizan el esfuerzo plural de todo un movimiento social y sus teóricas por poner nombre al sistema de dominación humana más “antiguo y universal” de los existentes. Como dijera Kate Millett.

Celia Amorós Puente, catedrática de Filosofía Moral y Política de la UNED que dirige desde 1990 el curso «Historia de la teoría feminista» del Instituto de Investigaciones Feministas de la Universidad Complutense y Ana de Miguel Álvarez, profesora titular de Sociología del Género en la Universidad de La Coruña, estudiosas de los movimientos sociales, son las editoras de esta obra editada en tres volúmenes en la que colaboran prestigiosas autoras.

Volumen I

De la Ilustración al segundo sexo

En la teoría feminista se plasman los efectos reflexivos de las luchas de las mujeres por su liberación. Esta teoría tiene una tradición de tres siglos. No es un pensamiento lineal ni homogéneo, lo que está en consonancia con la complejidad de estas luchas, cuyas dinámicas son diferentes de acuerdo con la especialidad de los grupos de mujeres que las protagonizan y de sus contextos históricos.

Sin embargo, ha sido posible reconstruir los principales ejes temáticos y las modulaciones de pensamiento, que lo es, en cuanto que tiene sus referentes clásicos y sus propias fuentes de autoridad conceptual: en suma, sus liderazgos epistemológicos ligados con sus liderazgos políticos.

En este volumen 1 se presenta la trayectoria que lleva de los memoriales de agravios, que recogen las quejas de las mujeres contra los abusos del poder patriarcal, a la formulación de «las vindicaciones». Estas últimas dan su expresión a la crisis de la legitimidad de este poder como se pondrá de manifiesto desde las luchas por el acceso a la ciudadanía de las mujeres en la Revolución Francesa, hasta el movimiento sufragista.

La obra de la filósofa existencialista Simone de Beauvoir, «El segundo sexo», hará de bisagra entre la formulación de las preguntas últimas suscitadas por esta primera fase y la apertura de los nuevos ámbitos temáticos propios de la llamada «segunda ola» del feminismo.

Índice de primer tomo

Introducción: Teoría feminista y movimientos feministas, Celia Amorós y Ana de Miguel

1. Feminismo e Ilustración, Celia Amorós y Rosa Cobo

2. La Ilustración deficiente. Aproximación a la polemica feminista en la España del Siglo XVIII, Oilva Blanco Corujo

3. El Feminismo en clave utilitarista ilustrada: John S. Mill y H

4. Humanismo Ilustrado-Liberal en la emancipación de las mujeres y su engranaje masónico en España, Mª José Lacalzadad de Mateo

5. El Sufragismo, Alicia Miyares

6. La Articulación del Feminismo y el Socialismo: El conflicto clase-género, Ana de Miguel

7. El Feminismo existencialista de Simone de Beauvoir, Teresa López Pardina

Volumen II

Del feminismo liberal a la posmodernidad

Las movilizaciones feministas resurgen con vigor en las décadas de los 60 y 70 del pasado siglo. Sus militantes proceden de la cantera de la New Left y del Movimiento pro derechos civiles de los afroamericanos, sin embargo, en su militancia en estos medios progresistas e igualitaristas, las mujeres hacen la experiencia del sexismo y plantean la necesidad de organizarse de forma autónoma.

Correlativamente, en el plano teórico, tratarán de independizarrse de la absorción de sus problemas específicos en los parámetros conceptuales de los principales paradigmas vigentes -el marxismo y el psicoanálisis– y generarán de este modo -fundamentalmente lo hará el feminismo radical– teorías originales para dar cuenta de la opresión de las mujeres como tales.

Al hilo del debate en torno a estas construcciones teóricas, aparecerán interesantes reelaboraciones del feminismo socialista y peculiares derivas, como el feminismo cultural. La puesta en cuestión de los ideales ilustrados por la posmodernidad en el fin de siglo le planteará al feminismo emancipatorio ineludibles retos.

1. El feminismo liberal estadounidense de posguerra: Betty Friedan y la refundación del feminismo liberal, Ángeles J. Perona

2. Lo personal es político: el surgimiento del feminismo radical, Alicia H. Puleo

3. «La dialéctica del sexo» de Shulamith Firestone: modulaciones feministas del freudo-marxismo, Celia Amorós

4. La teoría de las mujeres como clase social: Christine Delphy y Lidia Falcón, Asunción Oliva Portolés

5. El feminismo socialista estadounidense desde la «Nueva Izquierda». Las teorías del sistema dual (capitalismo+patriarcado), Cristina Molina Petit

6. Teoría del feminismo radical: Política de la explotación sexual, Kathleen Barry

7. Debates en torno al feminismo cultural, Raquel Osborne

8. La diferencia sexual como diferencia esencial: sobre Luce Irigaray, Luisa Posada Kubissa

9. El pensamiento de la diferencia sexual: El feminismo italiano. Luisa Muraro y «El orden simbólico de la madre«, Luisa Posada Kubissa

10. Feminismo y posmodernidad: una difícil alianza, Seyla Benhabid

Volumen 3

De los debates sobre el género al multiculturalismo

La globalizacion, con su fluidificación de las fronteras, nos exige elaborar una agenda feminista global acorde con sus exigencias. Los movimientos queer ponen en cuestión fronteras entre los géneros, llevando a debate este mismo concepto; en los países que han sufrido la colonización de Occidente se genera un feminismo con modulaciones propias, el «feminismo poscolonial»; los ecofeminismos dan forma a la convergencia de ciertas perspectivas feministas y la problemática ecológica; la feminización de los «flujos migratorios» vuelve apremiante la contrastación de los Derechos Humanos de las mujeres con el fenómeno de la multinacionalidad. Nuestro acceso a las nuevas tecnologías (ciberfeminismo) nos implica en alianzas con nuevos sujetos emergentes y las nuevas relaciones entre capital y trabajo en la era global están implantando un nuevo orden del género; la teoría feminista se está haciendo cargo, así, de un material ingente de reflexión.

1. Debates sobre el género, Asunción Oliva Portolés

2. El feminismo de Nancy Fraser: Crítica cultural y género en el capitalismo tardío, Ramón del Castillo,

3. Del ecofeminismo clásico al deconstructivo: principales corrientes de un pensamiento poco conocido, Alicia H. Puleo

4. El feminismo Postcolonial y sus límites, María Luisa Femenías

5. Feminismo y multiculturalismo, Celia Amorós

6. Globalización y nuevas servidumbres de las mujeres, Rosa Cobo

7. Globalización y orden de género, Celia Amorós

8. Sujetos emergentes y nuevas alianzas políticas en el «paradigma informacionalista», Celia Amorós

La izquierda ante la invasión a Ucrania, mantener el timón con firmeza. Raul Zibechi. 5 de marzo de 2022

En los períodos de caos sistémico, es más importante que nunca “mantener con firmeza el timón”, nos alertaba Immanuel Wallerstein. Se refería a no ceder ante la tentación de las generalizaciones, o del universalismo, pero tampoco dejarse atrapar en los detalles, en la tendencia a ver sólo la coyuntura desgajada del contexto. De alguna manera, era un llamado al equilibrio analítico, en momentos en los cuales a la natural complejidad socio-histórica se le suma la dificultad de “manejar un bote en aguas turbulentas”, como señala el sociólogo.

La izquierda global, esa amalgama contradictoria en la que se pueden incluir gobiernos de izquierda y progresistas, partidos políticos, movimientos sociales e intelectuales de referencia, se ha expresado estos días con los más diversos matices. Se trata de algo más que la falta de  unanimidad, algo realmente saludable: estamos ante la inexistencia de valores comunes, más allá de un casi generalizado y abstracto rechazo a la guerra.

Los pronunciamientos de la izquierda latinoamericana repiten, más o menos, los mismos argumentos que se han venido desplegando en los últimos años, en particular desde que levantara vuelo el proceso bolivariano en Venezuela.

De ese modo, los gobiernos de Nicaragua, Cuba y Venezuela apoyan de manera directa a Rusia, acusando a Occidente de “doble rasero” al no tener en cuenta los argumentos de Moscú de que está sufriendo un cerco militar. “No es posible conseguir la paz cercando y acorralando a los estados”, señalo el embajador de Cuba ante la ONU.

La reacción del gobierno de Bolivia, aunque parcialmente contradictoria, mostró coherencia en el pleno del organismo internacional. El embajador Diego Pary leyó parte del artículo 10 de la Constitución donde afirma que “Bolivia es un Estado constitucionalmente pacifista y rechaza toda guerra de agresión o amenaza de agresión como instrumento de solución a los diferendos y conflictos entre Estados”. Por esa razón, Pary rechazo todas las invasiones y acciones unilaterales sucedidas en la historia reciente. “Ejemplo de ello es Afganistán, Irak, Libia, Siria, Palestina y hoy, Ucrania”, señaló el diplomático que luego no acompañó la declaración de condena a la invasión.

El principal referente del progresismo latinoamericano, Lula da Silva, se limitó a una condena general    a la guerra en su visita a Ciudad de México: “Gobernantes, bajen las armas, siéntense en la mesa de negociaciones y encuentren la salida del problema que los llevó a la guerra’”. Sus palabras contra la invasión fueron muy tibias y poco claras, quizá porque el presidente Jair Bolsonaro, su principal contrincante en las elecciones de noviembre, propuso la neutralidad ante la guerra. “No tomaremos partido, seguiremos siendo neutrales, y ayudaremos con lo que sea posible“, dijo Bolsonaro y llegó a desautorizar a su vice, Hamilton Mourao, quien se opuso al avance ruso en Ucrania.

Sin embargo, la mayoría de los análisis provienen estos días de periodistas e intelectuales que han mostrado un abanico enorme de colores y matices que pueden mostrar, además de la diversidad, cierto desconcierto. 

No es cierto, como señala Jorge Majfud en Rebelion, que “la izquierda mundial apoya a Putin”; menos aún que lo haga por “su astuta y poderosa respuesta a la hegemonía económica y militar de Occidente”. En el sector pro-ruso de la izquierda, el rechazo a Estados Unidos es tan fuerte que no abre espacio para cuestionar a quienes hoy están haciendo algo muy similar a lo que hizo el imperio durante más de un siglo.

En Página 12, Atilio Borón tampoco se pronuncio contra la invasión rusa, esgrimiendo que “las apariencias no siempre revelan la esencia de las cosas, y lo que a primera vista parece ser una cosa —una invasión— mirada desde otra perspectiva y teniendo en cuenta los datos del contexto puede ser algo completamente distinto”. Esbozó un argumento acertado, pero insostenible porque su lógica exculpa a los invasores: “La operación militar lanzada contra Ucrania es la consecuencia lógica de una injusta situación política”.

El periodista Ignacio Ramonet, en Telesur, abrevó en la misma lectura al confluir en su defensa de Rusia, al destacar la responsabilidad occidental en la crisis, por no haber aceptado las garantías exigidas por Moscú de que “no van a llegar al territorio de Ucrania, a la frontera con Rusia, armas nucleares que van a poner en peligro la seguridad de Rusia”.

De algún modo, este tipo de posicionamientos, tan habituales en América Latina, parecen relacionados con un enfoque extemporáneo, como han señalado Santiago Alba Rico, Volodymyr Artiukh y Rafael Sánchez Cedillo, entre otros.

En efecto, las consignas que lucían acertadas cuando la invasión a Irak en 2003, suenan ahora desenfocadas. “Explicar todo por Estados Unidos no nos ayuda en absoluto”, señala Artiukh. Entre otras cosas, porque en este período de decadencia de la hegemonía estadounidense y de caos sistémico, la guerra, o mejor aún, la fuerza bruta, la emplean también potencias medianas como Arabia Saudí, Irán y Turquía en Yemen, Siria y Kurdistán, como apunta Alba Rico.

Noam Chomsky fue mucho más claro en una entrevista con Truthout. Comienza señalando que “la invasión rusa de Ucrania es un grave crimen de guerra comparable a la invasión estadounidense de Irak y a la invasión de Polonia por parte de Hitler-Stalin en septiembre de 1939, por poner sólo dos ejemplos relevantes”. Luego de destacar que las explicaciones no pueden justificar la invasión, desglosa las responsabilidades occidentales y de estados Unidos en particular: “La crisis se ha estado gestando durante 25 años mientras Estados Unidos menospreciaba de un modo despectivo las inquietudes rusas en materia de seguridad, en particular sus claras líneas rojas: Georgia y especialmente Ucrania”.

Desde los movimientos populares lo más esclarecedor ha sido el comunicado del EZLN titulado “No habrá paisaje después de la batalla”. En seis breves puntos toma partido por las y los de abajo, y rechaza posicionarse desde los estados  y el capital (ruso, occidental o el que sea). “Hay una fuerza agresora, el ejército ruso”. Luego denuncia al gran capital y toma partido por los pueblos de Rusia y Ucrania. “Como zapatistas que somos no apoyamos a uno ni a otro Estado, sino a quienes luchan por la vida en contra del sistema”.

Luego denuncia a quienes creen que hay invasiones buenas y malas, critica el papel de los grandes medios y, finalmente, abraza a quienes desde abajo resisten en Ucrania y se manifiestan en Rusia. “Hay que parar ya la guerra. Si se mantiene y, como es de prever, escala, entonces tal vez no habrá quien dé cuenta del paisaje después de la batalla”, finaliza el texto firmado por los subcomandantes Moisés y Galeano.

Una política sin ética, guiada por cálculos, nos lleva siempre a un callejón sin salida: luchar para reproducir las mismas opresiones que se combatían.

Después de leer

Luego de haber leído y escuchado gran cantidad de análisis sobre la invasión rusa, se acumulan las preguntas: ¿Es tan difícil tomar una posición de principios contra la guerra y denunciar al agresor? ¿Cada declaración y cada análisis deben poner en primer término al “enemigo principal” (Estados Unidos), dejando a un lado al “enemigo secundario”? ¿No es ésta la política que rechazan las feministas cuando nos dicen que no hay una lucha primera (la revolución socialista) que luego resolverá las demás contradicciones?

Es en los momentos más difíciles y complejos cuando se pone a prueba la ética. Cuando guiarse por lo correcto, y no por lo que conviene, es un cuesta arriba tan necesario como agotador que, además, no rinde en los medios.

Una política sin ética, guiada por cálculos, nos lleva siempre a un callejón sin salida: luchar para reproducir las mismas opresiones que se combatían.

En su último “Comentario”, Wallerstein nos dejó a modo de legado, días antes de su muerte, una frase de esas que nos dejan masticando largo tiempo. Conociendo su trayectoria, tengo la certeza de que aprendió mucho de los pueblos con los que se comprometió: “Lo que puedan hacer quienes vivan en el futuro es luchar consigo mismos para que este cambio sí sea uno real”.

¿Qué nos quiso decir con “luchar consigo mismos”?

There are no good guys in the Ukraine war. C.J. Atkins.Daily World. 24 de febrero de 2022

Despite the slanted propaganda that passes for “news” in the mainstream Western media right now, the truth of the matter is that there are no good guys when it comes to the conflict in Ukraine. But depending on the day, some of the bad guys outdo the rest.

In Moscow, President Vladimir Putin has said for months that he wanted only to stop NATO expansion into Ukraine and deter attacks against ethnic Russians in the Donbass, dismissing claims that Russia was planning an attack on its neighbor. The precision air strikes and border incursions now underway as part of his “special military operation” put the lie to that. Clearly, the Russian leader was preparing for what the old expert George W. Bush might have called “preemptive self-defense.”

Putin sits at the head of a parasitical capitalist and gangster class that rules over the stolen wealth and resources that generations of Soviet workers and farmers built up during 70 years of socialism. He trashes the idea that peoples and nations have the right to determine their own future, questions the legitimacy of Ukraine’s existence, and longs for the days of the old Russian Empire. As a political figure, this modern-day would-be czar certainly deserves no sympathy from progressives and leftists in the West.

But to simply portray Putin as the latest incarnation of Hitler, a territory-hungry madman, as House Speaker Nancy Pelosi does, is to intentionally ignore the legitimate security complaints that Russia has been making for years. (It’s also a case of finding Nazis on the wrong side of the Russia-Ukraine border, but more on that in a moment.)

The current crisis is underpinned by issues stretching back over 30 years—from the end of the Cold War to the present. Way back in 1991, President Bush the First made a pledge to Soviet leader Mikhail Gorbachev that when the USSR withdrew from Eastern Europe, NATO would not seek to add countries there to its ranks.

If the West had truly been interested in creating the conditions for lasting peace for Europe, it would have dissolved NATO completely in that moment. Instead, barely a minute was wasted in proving Bush’s promise was empty; the alliance not only expanded into former Warsaw Pact countries like Poland, the Czech Republic, Slovakia, and Romania, but actually gobbled up nations that were formerly part of the USSR itself, like Latvia and Lithuania.

With the excuse of being a “defensive” alliance against the Soviet Union gone, NATO was openly refashioned into a direct instrument of U.S. military policy. NATO helped tear the country of Yugoslavia to pieces, bombarded Afghanistan after Sept. 11th, and pushed Libya into a civil war.

Given this history, Russia’s fear of NATO pulling Ukraine into its sphere and creeping directly up to the Russian border is far from absurd. It is little wonder that Putin has been demanding the U.S. and NATO remove all weapons from Ukraine, that a guarantee be issued Ukraine will not join the alliance, and that all former Soviet nuclear weapons on Ukrainian territory be secured. Any Russian leader—left, right, or center—would ask the same.

On this side of the Atlantic, President Joe Biden has endlessly talked for months of “defending Ukrainian democracy” and of peaceful intentions, all the while deploying increasing numbers of U.S. missiles and troops closer to the Russian border—to not only Ukraine, but Poland, the Czech Republic, and other countries. Fully aware of Russia’s security worries, Biden and NATO pushed the envelope anyway, acting as intentional provocateurs. A peacemaker the U.S. president is not.

Although too few have paid attention, Biden has also pulled back the curtain on the U.S. economic interests pushing for a Russia-Ukraine war—the ones who stand to profit here at home from fighting in eastern Europe. There are the usual suspects, of course, the missile makers and plane producers, but the other big winners in this war are the big oil and gas companies.

Repeatedly at points throughout the current crisis, Biden has threatened Germany and Russia’s Nord Stream 2 natural gas pipeline and pushed Berlin to squash the project. All the pipeline talk didn’t come out of nowhere.

Companies like Chevron, ExxonMobil, and Shell, along with the hundreds of drilling and shipping contractors that work with them, want to massively step up exports to a Europe starving for gas, but standing in the way has been Russia and its state-owned Gazprom company. Currently, Russian natural gas accounts for over 30% of all imports into the European Union. Leading EU powers Germany and France get 40% of their gas from Russia, while some other countries, like the Czech Republic and Romania, use only Russian gas.

In order to dislodge the competition and grab market share, the Western multinationals need to slow the flow of gas from the east. Completed late last year and due to become operational in 2022, Nord Stream 2 would permanently cap U.S. sales, which arrive via expensive shipping terminals.

The government of Ukraine, which benefits from transit fees for existing overland pipelines, lobbied Washington all summer last year to impose sanctions on Nord Stream 2 and the German and Russian companies behind it. With Putin’s invasion, Ukraine’s rulers and the Western gas companies got what they asked for. Nord Stream 2 is postponed, indefinitely; Germany has revived plans for more terminals to ship in U.S. gas; and world energy prices have soared as a result of the war.

Now, as for the talk of Nazis—well, the real fascists in this situation are the ones who rule the roost in Kiev and have command over the Ukrainian Armed Forces. Though he’s playing a starring role at the moment, President Volodymyr Zelensky—a Russian-speaking comedian turned nationalist politician—is just the latest in a string of rotating faces at the top of the right-wing Ukrainian state.

The current government came to power in the wake of the 2014 “Euromaidan” protests that overthrew the corrupt albeit democratically-elected administration of President Viktor Yanukovych. Trying to play Russia and the EU off one another to get the best economic deal for Ukraine when he was in charge, Yanukovych became the target of Western-backed business interests in Ukraine and ultra-nationalist neo-Nazi groups. The latter joined together, with U.S. support, to carry out a coup and send Yanukovych running for Moscow.

In the wake of that coup, labor unions and left-wing parties were severely repressed in Ukraine. In Odessa, dozens of union members were burned alive in one case of mass murder, while activists of the Ukrainian Communist Party and other groups have been forced underground.

Across the country, a campaign of ethnic erasure was launched against Russian-speaking Ukrainians, with the Russian language being banned from public life. In the mostly Russian regions of eastern Ukraine, a violent war ensued that has so far taken over 15,000 lives. Commanders from openly neo-Nazi and fascist groups like the Azov Battalion were put in charge of the official Ukrainian Armed Forces and given free reign in the Donbass.

To this day, Western media interview these “Ukrainian patriots” with no mention made to American viewers that those being hailed as heroes are literal Nazis. All the while, the U.S. government doesn’t bat an eye. The 2015 Minsk Agreement, which was supposed to end the fighting and protect the people who lived in the Donbass, has been largely ignored by Kiev. It’s little wonder then that the newly-declared Donetsk and Lugansk People’s Republics have sought their independence and asked Russia for protection.

From the beginning of the current crisis, the Zelensky government has waffled. At one moment, it presses for confrontation because it thinks it might be able to extract more military and economic aid from NATO while protecting its own pipeline profits as the handler of Russian gas. Then, at another moment, it cautions against war panic when it starts to look like the situation might actually engulf them in a real war.

Zelensky openly announced his desire last week to execute a war “with foreign military support” against Russia and the breakaway regions in the east. Then, when Russian missiles started to rain down and troops crossed the border, he suddenly cast his country as a poor victim in a “war of aggression.” Having perhaps convinced himself Russia would never actually ever respond with a full-scale military assault, Zelensky may now be waking up to the realization he made a bad gamble.

Does all of the foregoing justify the “special military operation” now being carried out in Ukraine by Putin’s forces, though? His claim that Ukraine needs to be “demilitarized” and “de-Nazified” may sound like a laudable goal, given the clique that holds power in Kiev and the developments in that country since 2014. But the actions taken by the Russian military—which so far involve strikes on Ukrainian military infrastructure, air defense sites, airfields, and military aircraft—constitute a major escalation of the conflict and must be condemned. Putin said he wanted no invasion but launched one anyway.

But there’s more than enough blame to go around. The U.S., NATO, and Ukraine said they wanted peace but took steps that were clearly aimed to provoke. The U.S.-led imperialist encirclement of Russia after the Cold War and the brutal actions of the fascist-backed government in Kiev conspired together to bring us to this moment—and now Putin is taking advantage of the situation to pursue his own imperial ambitions.

In this war, the Ukrainian people will lose. The Russian people will lose. The people of Europe will lose. And the American people will lose. In all these places, money will be redirected toward wasteful military spending or the energy monopolies and away from people’s needs. In Ukraine and Russia, hundreds or perhaps thousands more lives will be lost.

To avert further catastrophe and upset the plans of the war profiteers, all the governments and forces involved must be pressured to pull back and return to the negotiating table.

As with all op-eds published by People’s World, this article reflects the opinions of its author.

Mitos, omisiones, y verdades sobre la historia del Partido Socialista Nicaragüense y el movimiento sindical. Rafael Casanova ( Voz Socialista, No.14, Enero 2022)

La historia del movimiento revolucionario en Nicaragua, se confunde erróneamente con el movimiento revolucionario sandinista, la tendencia general en las versiones oficiales ha
sido la de dar un salto lineal desde la lucha del Gral. Augusto C. Sandino (1927-1934) hasta la fundación del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) a inicios de los años sesentas.

Se da la impresión de que antes y paralelo al FSLN no existió ningún tipo de organización política y/o social que desde su
propia óptica luchara contra el Somocismo y el sistema capitalista antes de 1979.

Las breves menciones -cuando no se hacían omisiones- sobre otras fuerzas políticas, eran de forma tergiversada o minimizada, sobreponiendo el papel del sandinismo en el proceso histórico. Víctima de esta equívoca apreciación, fue principalmente, el histórico Partido Socialista Nicaragüense (PSN) surgido
en el año de 1944.

Muchas expectativas se crearon después de 1979, principalmente en los cuadros y militantes de la tendencia mayoritaria del PSN (surgida después de la división de 1976) quienes habían acompañado al FSLN tanto en la organización de masas Movimiento Pueblo Unido (MPU) como en la misma lucha armada,
creyeron que había llegado el momento “doblar la página” tanto a las discusiones polémicas en los sesentas y setentas, así como al marcado sectarismo que se había dado, entre estas dos
organizaciones revolucionarias.
Sin embargo, a pesar de que esta misma tendencia del PSN se fusionó con el FSLN en diciembre de 1979, en los documentos oficiales de los años ochenta cuando se hacían referencia a la historia del FSLN y en los mismos discursos de los miembros de la DN, nunca se dedicó una línea a mencionar los aportes de los socialistas nicaragüenses en la lucha contra la Dictadura.

Sino que por el contrario, en algunos escritos oficiales, nunca
se perdió la oportunidad para hacer alusión a su papel de fariseos al acusarlos –entre otras cosas- de negar la lucha armada como eje
principal en la lucha contra la dictadura.

Si de excepciones se habla, hubo un documento interno en los años ochenta escrito por un miembro de la DN en el que se reconocía
que también el PSN había organizado a las masas pero al poco tiempo fue recogido y celosamente archivado. Casi a finales de la
RPS en julio 1989, se mencionó a título individual a algunos dirigentes socialistas que habían participado en la parte militar de la Insurrección final como Roger Cabezas (Barricada, julio de 1989).

Muy recientemente, en 2021, se hizo un reconocimiento a la exdirigente femenil Amada Pineda, quien a su vez fue candidata a primer diputada en las últimas elecciones, pero a la hora de referirse
a ella lo hacen principalmente en su papel de víctima del Somocismo, de la derecha local y no a sus aportes como dirigente femenil socialista en los años señalados.

Los mitos y las omisiones.

Entre las principales tergiversaciones y falsedades que se dijeron sobre esta fuerza política: los socialistas fueron reformistas y no
planteaban la toma del poder; negaron la lucha armada;el movimiento sindical dirigido por los socialistas era economicista, fue débil y sus dirigentes se limitaron a recoger la cotización y
nada más; las masas obreras se iban a las huelgas espontaneas inspiradas por ejemplo heroico de las columnas guerrilleras del FSLN; a los socialistas no los molestaban hacían sus reuniones y la guardia no les hacía nada. Los socialistas fueron puro bla bla nada de práctica (N. del A.)

A tales especies se sumaron otras tergiversaciones que desafortunadamente en versiones de ex dirigentes nacionales del
FSLN, o escritores oficiales pueden parecer creíbles con el paso del tiempo en medio del atraso cultural político ideológico que pervive
dentro de la colectividad, hasta los tiempos actuales.

Entre estas podemos señalar las siguientes que en los años de 1978 y 1979 que el movimiento sindical había sufrido una drástica reducción de más del 50% debido a la represión; el sindicalismo se hizo presente en la insurrección final con los Comandos Cristianos Revolucionarios promovidos por la Central de Trabajadores
de Nicaragua.(Ortega, 2010.P:473,474.

Este mismo autor relacionando la participación armada del PSN entre los años de 1978 y 1979 de forma tergiversada e incompleta afirma cosas como la muerte aislada y solitaria del jefe nacional del brazo militar de los socialistas. En la Frontera Sur se continúa combatiendo y muere el tercerista del PSN Álvaro Montoya
periodista; o que los socialistas se incorporan a la lucha armada a través de la GPP. (Ortega, 2010.P. 528)

Las verdades.

1-Es innegable el hecho de que el Partido Socialista Nicaragüense (PSN) -dado a conocer públicamente en 1944, en medio de un
auge del movimiento sindical- vivió una etapa reformista bien marcada, dado que sus jóvenes dirigentes -tanto en edad como en experiencia política- llegaron a concebir entre otras cosas que era el mismo desarrollo del capitalismo, el que iba a propiciar en Nicaragua el surgimiento de la clase obrera moderna de allí que llegaron a considerar –entre otras cosas- a Somoza García como el “portador del progreso o el mal menor” en comparación con los
conservadores, quienes se oponían a demandas que hicieron los socialistas desde su movimiento sindical.

Pero en agosto 1948 Somoza, hizo a un lado su social demagogia,
sacó las narices de su anticomunismo e inició su persecución al PSN y a su movimiento sindical,  encarceló a 80 dirigentes y 300
militantes en una sola noche. Una represión que continuó en los años subsiguientes tantocontra las estructuras del Partido clandestino,
como contra el movimiento sindical.

2-No obstante, los detractores del PSN omiten, – entre otras cosas- que el Código del Trabajo establecido en 1945, no fue un regalo del
Dictador sino como parte de la presión del movimiento sindical organizado; olvidan también que desde fines de la década de los
años cincuenta, particularmente después de la VII Conferencia Nacional de noviembre de 1957, se definió entre otras cosas la creación de un frente político legal para unir fuerzas con
otros sectores progresistas para luchar contra la Dictadura, que sería Movilización Republicana(MR); estructurar una central
sindical nacional para organizar a los trabajadores del campo y la ciudad, de tales esfuerzos surgió la que sería la central política
más importante del país en 1961 la Confederación General de Trabajo(independiente);la creación de un organismo juvenil para aglutinar a los jóvenes revolucionarios y progresistas de cuya
iniciativa surgió en marzo de1958 la Juventud Democrática Nicaragüense (JDN), la que sirvió de base para constituir la combativa Juventud Patriótica Nicaragüense(JPN) en 1959
(Guevara 2014,218-219).

Erróneamente en Wikipedia la JPN aparece como fundada por jóvenes provenientes del Partido Conservador de Nicaragua. Integrantes de JPN al igual que dirigentes juveniles del
PSN fueron los fundadores el FSLN entre los años de 1961 y 1963.Basta mencionar a Carlos Fonseca, Noel Guerrero, Tomás Borge, Rodolfo Romero, Silvio Mayorga y Jorge Navarro. Todos con evidentes y documentados orígenes socialistas.

A partir de 1959 hubo una ruptura total con las posiciones reformistas en el seno del socialismo en tanto definieron como enemigo principal al aparato de dominación capitalista
representado por el Somocismo.

El eje fundamental de su propuesta, descansó en privilegiar las formas político-organizativas, basadas en la lucha económica para confrontar a los capitalistas en el movimiento sindical; la lucha ideológica para divulgar la teoría marxista leninista en contra de la ideología capitalista; y finalmente la lucha política que consistía en unir las fuerzas opuestas a la Dictadura para aislar y lograr el derrocamiento de Somoza y dar paso a una etapa de
liberación nacional y la lucha por el socialismo, en una vasta alianza político-social con los campesinos y las fuerzas revolucionario-
progresistas del país.

3-En el movimiento sindical, la acusación de “economicistas” la hicieron principalmente basados en que la “organización sindical solo promovía reivindicaciones económicas y que no educaba ideológicamente a la clase obrera y no la preparaba para la toma del poder político”.

Si bien eso fue cierto aislado en la conducta de algunos dirigentes, no fue la razón ni la tendencia general del PSN. Este Partido
promovió –en medio de la represión y el atraso político-ideológico- además de la organización sindical,  la organización de los campesinos, de los estudiantes, de los pobladores de los barrios, de las mujeres, y la divulgación constante de las ideas socialistas a través de diversos medios tales como círculos de estudios, talleres de capacitación, asambleas ampliadas, publicación de materiales teóricos, etc.

Es innegable que a la base de la confrontación clasista en el plano económico, el movimiento sindical organizado, logró arrancarle a la
patronal capitalista muchas reivindicaciones de carácter social tales como el mencionado Código del Trabajo, la aplicación del séptimo
día, los ajustes salariales, la Ley de Inquilinato, el Seguro Social en 1957 y muchos otros que en la historia, suelen ser omitidas o entendidas como dádivas del sistema capitalista.

Las resoluciones del VIII Congreso de la Confederación del Trabajo independiente (CGTi) dan cuenta que sus propuestas no
estaban ligadas a la preservación del régimen burgués, ni a postrarse en las reivindicaciones inmediatas. La organización sindical y su lucha por las reivindicaciones inmediatas estaban inscritas tanto en la lógica de aprovechar los espacios legales del sistema capitalista para confrontarlo en el plano económico.

Basta observar –entre otras- tres resoluciones básicas:
“a) Orientar y organizar a todos los trabajadores haciéndoles ver por su propia experiencia que únicamente con un cambio en las relaciones sociales y de propiedad que rigen en nuestro país podemos conquistar un nivel de vida superior al actual.
b) Luchar intransigentemente en contra de la clase patronal por hacer prevalecer los derechos que la limitada legislación laboral,
promulgada por el gobierno burgués señala para los trabajadores y en especial luchar por el mantenimiento de salarios que concuerden con el alto costo de la vida.
c) Luchar incansablemente por la conquista de mejores salarios como objetivo de lucha fundamental de nuestras organizaciones
sindicales por encima de las tablas oficiales que fijen las juntas de salario mínimo.”

Se planteó además que no solo se debía de luchar por la independencia del movimiento sindical de los partidos burgueses sino también defender la unidad clasista que debe de privar en el sindicalismo cegetista a fin de que el proletariado nacional pueda llenar su cometido histórico.( Orientación Popular, 21 de marzo)

Y cuál era el cometido histórico? Demos un salto en la historia y veamos cómo le respondió en 1977 el dirigente de la CGT (i) y cuadro nacional del PSN, Nathan Sevilla, siendo prisionero en un interrogatorio a un oficial de la OSN. Nathan negó en todo momento ser del Partido y ante eso el interrogador lo espetó: lo que me decís no me satisface si no sos del Partido Socialista que tiene que ver la CGT (i) con el Partido. El interrogado le respondió:te lo voy a decir claro la CGT (i) y el Partido Socialista coinciden en que ambos
luchamos por la construcción del socialismo en Nicaragua (Sevilla, 1977).

Entonces era economicista la CGT (i) y el PSN reformista? Fue el PSN a través de la misma CGT (i) – fundada en 1961-el que impulsó la creación primero de la Comisión Nacional Campesina (CNC) en 1962 y después la Confederación General Trabajadores Agrícolas y Campesinos de Nicaragua CGTAN en 1967. La CGTAN – se diferencia de otras organizaciones campesinas
de otras filiaciones que surgieron a fines de los años setentas, con escasa organización en las bases- estuvo conformada por más de 80
organizaciones sindicales, establecidas en distintas áreas rurales del país.

El PSN fue quien en el año de 1962 fundó el Frente Estudiantil Revolucionario (FER) (O.P. 9 de diciembre de 1962, p.1 y 8; y el 16 de diciembre de 1962 P. 4,5 y 6) lo que permitió que se viniera
nutriendo de estudiantes que simpatizaran con el mismo FSLN y que este aprovechara en 1966 para convertirlo desde entonces en su
principal organismo intermedio.

Su órgano juvenil, la Juventud Socialista Nicaragüense (JSN) organizó y encabezó a los estudiantes de secundaria en distintas jornadas de lucha enla mayoría de los departamentos del país.

También el PSN fue el fundador de los primeros frentes femeniles revolucionarios, la Federación de mujeres de Nicaragua (FMN) en 1966 y la Organización de Mujeres Democráticas de Nicaragua (OMDN) en 1970; de las primeras organizaciones comunales como la Comisión Nacional de Defensa Popular (CNDP), organizadora de barrios a nivel nacional y dirigente junto a otras organizaciones en jornadas como las luchas contra las alzas de la leche y la gasolina en 1972.

4- Es válido destacar que en el PSN pesaron las formas colectivas de dirección, basadas en las concepciones leninistas del Partido de
Nuevo Tipo. Pero tal particularidad no excluye los liderazgos individuales. Pero hay que decir que a lo largo de su historia en el PSN tuvieron mucha más importancia los liderazgos político-sociales, en su dimensión zona, local y/o departamental, no así los liderazgos políticos nacionales que carecieron de estabilidad
temporal, pero además del carisma y firmeza que se requería en una organización revolucionaria.

5- En la etapa pre insurreccional, en el Movimiento Pueblo Unido, MPU,  el PSN demostró en la práctica y con cifras que fue la organización que tenía más amplitud territorial que las mismas tendencias del FSLN, las cuales, si bien tenían más representatividad
en Managua y algunos departamentos, en el movimiento estudiantil y juvenil, pero no en los movimientos sindicales y de pobladores.

Por otro lado, fueron cuadros del PSN quienes –en apoyo del FSLN-se opusieron abiertamente a las posiciones conservadoras que asumieron los dirigentes del micro Partido Comunista  de Nicaragua, PC de N, ante la perspectiva insurreccional en 1979

6-Si bien desde la vasta represión que se dio a partir de 1967 contra el movimiento sindical urbano y rural que liquidó a más de un centenar de sindicatos en todo el país, incluido el asesinato de dirigentes reconocidos como Bernardino Díaz Ochoa, el movimiento sindical principalmente urbano adquirió gran fortaleza
tras la exitosa Gran Huelga de la Construcción en 1973, seguida de las huelgas hospitalarias, le dieron gran reanimación.

Solo el SCAAS de la CGT (i) logró aglutinara casi 40 mil obreros
en los distintos planteles del país. Después de estas jornadas hubo una fiebre organizativa, estimulada por la obtención de reivindicaciones en la mencionada huelga, esta creciente,
continuó considerablemente hasta el año de 1979.

Sucede que algunos autores se basan en un informe oficial del Ministerio del trabajo de 1979, donde se señala que había 27 mil
afiliados en 133 sindicatos (Velásquez, 1986,p. 51). Porque en este Ministerio no registraban en sus informes a los que no estaban inscritos oficialmente.

La cifra en esta dirección era mucho mayor. Las principales centrales obreras,  la CGT (i) y en segundo lugar la CTN aglutinaban a decenas de miles de trabajadores en todo el país (Casanova, 2013).

Cabe destacar que además de los encarcelamiento y torturas a cuadros ydirigentes del PSN, se dieron varios asesinatos
selectivos principalmente en el Occidente y el Norte del país, muchos de ellos disfrazados de accidentes y/o vendettas personales. Por lo que esa afirmación de que no los molestaban es de lo más absurdo.

7-Los llamados Comandos Cristianos Revolucionarios (CCR), respondieron más a una iniciativa de una de las fracciones del
Partido Socialcristiano y no representaban precisamente ni a la clase obrera ni a los sindicatos en general. Fue una milicia fundada
en 1979, que no rebasó su accionar más allá del barrio San Judas. Esa información, por tanto, es errónea (Ortega, 2010.P:473,474).

8-Es evidente el desconocimiento de la realidad y hasta minimización de una de las principales fuerzas de la izquierda
revolucionaria del país. El PSN era la única que tenía una organización territorial en 14 de los 16 departamentos del país cuyo último registro en 1976 arrojó la cantidad de 1.800 cuadros y
militantes
. Todos los seccionales tenían bajo su control a frentes de masas como el sindical, el comunal, el estudiantil, el femenil y en
algunas áreas como el Norte, Occidente y Oriente del país los frentes campesinos de la CGTAN (Casanova, ARCF).

9-Con relación a la participación armada del PSN en 1979, las imprecisiones son notorias, pero no se puede desconocer que quizás por falta de información sobre el particular las afirmaciones que aparecen a nivel de cápsulas salgan tan imprecisas. Pero en esta falta de información se debe destacar que de parte de los dirigentes de los “fusionados socialistas”, no hubo ni un mínimo esfuerzo por rescatar la historia de la participación de su Partido en la lucha armada entre los años de 1978 y 1979.

Pero con esto es válido acotar, que en medio de una lucha pertinaz contra los elementos oportunistas de la dirección, hubo esfuerzos en
torno a implementar, la lucha armada sin descuidar la organización y orientación de las masas.

Entre los años de 1966 y 1971 por acuerdo del Secretariado Ejecutivo Nacional, los dirigentes Abdul Sirker y Nicolás Arrieta fundaron las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FARN).Cuya actividad empezó a declinar en 1969 con la captura masiva de muchos de sus miembros y la caída en combate de uno de sus principales dirigentes militares: el Comandante  Jacinto Baca Jerez.

La última y más cercana experiencia fue la realizada por la Organización Militar del Pueblo (OMP) fundada en 1978, pero cabe destacar que la actividad militar preparativa se empezó
a desarrollar desde el año anterior en los inicios de1977, al darse la ruptura total con las posiciones reformistas en noviembre de 1976, que sustentaba el ahora articulista de la derecha Luis Sánchez Sancho, entonces Secretario General del PSN.

Con una nueva dirección revolucionaria se iniciaron -entre
otras actividades- entrenamientos militares aprovechando la experiencia de los cuadros, recientemente capacitados en la URSS y la de los que provenían las desaparecidas FARN.

Una actividad que tuvo como dirigentes principales a Álvaro Montoya Lara (Comisario Nacional y Comandante en jefe) Federico López y Roger Cabezas. Hubo una estructuración a nivel de todos los seccionales departamentales y se hizo desaparecer a la
JSN, para militarizar sus estructuras.

En este mismo año se ampliaron los entrenamientos militares en el interior del país y en el exterior, particularmente en la hermana
República de Cuba. En ningún momento se pensó establecer una competencia con el FSLN en esta dirección, sino que a partir de la
actividad propia del Partido, hubo coordinaciones para aportar al mismo FSLN con instructores para entrenamiento de sus
militantes, con comandos para el desarrollo de acciones armadas y sabotajes en conjunto.

El PSN tenía principalmente sobre sus hombros la dirección y orientación correcta de las organizaciones de masas, principalmente
en la alianza MPU, en tanto en una insurrección popular se requería el apoyo y participación de las masas de forma organizada y en esta dirección el Partido debería volcar toda su experiencia y prestigio
acumulado.
No obstante, en la parte militar podemos destacar que hubo hechos y acciones que por un lado fueron omitidas o minimizadas o más
bien –diría yo- de forma innecesaria en una organización que como el FSLN tuvo sobre sus hombros la dirección político-militar de la
insurrección y su elevado protagonismo en el derrumbe de la Dictadura en julio de 1979.

Por qué no reconocer los méritos o aportes de otras organizaciones, que desde esa misma perspectiva pueden considerarse de menores
dimensiones?

Entre los aspectos que pueden destacarse del trabajo militar del PSN estuvieron:
Participación en los frentes de guerra con sus propias agrupaciones, como fue el caso de Jinotega, Matagalpa y Zelaya Central con el
antiguo nombre de las FARN; y en los frentes Sur, Occidente, Oriente, Chontales y Managua como OMP.

Entre hechos que se pueden destacar estuvieron: el reforzamiento de las columnas y frentes guerrilleros del FSLN en Occidente, Oriente Centro Norte y el Frente interno de Managua. En el caso del Norte, se reforzó la columna que entró a Jinotega encabezada por Germán Pomares y en el área rural: las tomas de Rio Blanco y Waslala. La ocupación de la Mina El Limón en Occidente.

En Managua en apoyo al FSLN con comandos de la OMP en
los barrios occidentales y orientales, además de la Carretera Norte. Esto permitió que los comandos y milicianos de la OMP participaran en hechos como, como fue el asalto a Niapsa, la defensa de Bello
Horizonte y Santa Rosa, la emboscada de Río Seco, los combates en el Aserrío Morales Orozco y de la Aduana. Los combates de
Masaya en la INCA y el Coyotepe.

Un mismo dirigente nacional del FSLN Henry Ruiz dejó
clara esta participación cuando afirmo en una entrevista: y toda la nación bajo la bandera del FSLN no había otra bandera…por
ejemplo el Partido Socialista al final puso sus fuerzas, nadie decía que era del Partido Socialista si se encontraba allí era bajo el
FSLN.(Baltodano,2010,T.I.P.606)

10-Un aporte que tuvo costos elevados como la caída del máximo jefe de la OMP Álvaro Montoya Lara en el Frente Sur, (no como
combatiente “tercerista, sino como dirigente de un contingente de combatientes socialistas), la muerte de Enrique González en Diriamba, Vinicio Jordán en Chinandega, Blanca Montenegro en Condega, Marvin Alemán en Managua y muchos integrantes de las
escuadras OMP que se sumaron a los mártires que fueron asesinados antes de la Insurrección.

Finalmente , como Rommel López y Efraín González y tantos hechos de muertes y desapariciones que echan por tierra las ingenuas y hasta malintencionadas afirmaciones de que los
socialistas no eran reprimidos. Aquí es aplicable la sentencia de alguien como José Benito Escobar, referente a una situación
similar dijo no solo hay razones históricas, sino también morales,(Escobar, 1980) por lo que no se debe de manosear la sangre de todos aquellos, que dieron su juventud, su sudor y hasta su sangre por la liberación nacional y social de Nicaragua.

Bibliografía básica y otras fuentes.
1-Baltodano, Mónica. Memorias de la lucha sandinista (en tres tomos). Fundación Rosa Luxemburgo. Managua 2010.

2-Casanova Fuertes Rafael. Bordes Ocultos. Copy Express. Managua, 2013.
3-Escobar, José Benito. El Principio del Fin. Secretaría Nacional de Educación Política y Propaganda (SNEP). Managua 1980 (folleto)
4-Guevara López, Onofre. Nicaragua Mi Lectura de su historia contemporánea. (SPI). Managua 2014.
5-Ortega Saavedra, Humberto. La epopeya de la insurrección. LEA. Managua 2010
6-Velásquez Pereira, José Luis. Nicaragua:Sociedad Civil y Dictadura. Asociación Libro Libre. San José, 1986.
7-Números del semanario Orientación Popular (OP) de los años de 1962- 1965
8-Resoluciones tomadas en el VIII Congreso de la Confederación General de Trabajadores (CGTi).Celebrado el 23 y 24 de febrero de
1963. Casa del Obrero en Managua. En: OP 21 de marzo de 1963.P.3.
9-Conversación con el dirigente sindical Nathan Sevilla, Managua 1977.

El Marxismo y la Teoría Crítica. David García Colin.

En las academias y las universidades aquellos que quieren estar en la izquierda del espectro político y desmarcarse de cualquier compromiso y militancia reales en el movimiento, o tratan de justificar su oportunismo, suelen defender lo que en los medios pequeñoburgueses snobistas se conoce como “Teoría Crítica”.

Por alguna razón, que sólo algunos iniciados conocen, muchos de los que sostienen las ideas de ésta corriente, conocida como Escuela de Frankfurt, afirman que es continuadora de las ideas de Marx. En realidad el marxismo clásico está tan alejado de esta escuela como lo está del posmodernismo.

No es difícil adivinar el porqué de la popularidad de ésta corriente en las universidades, la Escuela de Frankfurt es una escuela que adopta poses y frases izquierdistas al mismo tiempo que rechaza a las masas trabajadoras porque están idiotizadas irremediablemente y no son tan inteligentes como estos sabios que predican sobre enajenación desde sus torres de marfil -que, por cierto, es una forma de enajenación elitista que curiosamente no fue analizada por estos ‘genios’-, hablan de revolución -la que sucede sólo en su imaginación- sin necesidad de quitarse las pantuflas, la revolución y la lucha de clases se sustituye por el “terrorismo y el radicalismo terminológico” y la “lucha de frases”.

En realidad en sus ideas no existe un solo átomo de novedad, el mismo pastiche de los hegelianos de izquierda, que Marx y Engels derribaran en la Ideología Alemana y La Sagrada Familia, es presentada como la versión radical para los pequeñoburgueses y snobs ‘inteligentes’ que odian la banal sociedad de mercado pero desprecian a las masas. En éste texto haremos un análisis del texto fundacional de ésta escuela: Dialéctica de la Ilustración de Max Horkheimer y Theodor Adorno con la esperanza de que los lectores de la Teoría Crítica contrasten las profundas ideas de Marx con las superficialidades infantiles de estos héroes de salón.

Los testaferros de ésta escuela: Herbert Marcuse y Jürgen Habermas serán abordados en otro texto. Tan sólo digamos que Marcuse, quien trabajaría para la CIA durante la segunda guerra mundial (más bien en su antecesora la US Office Strategic Services), argumentará en su obra más emblemática El Hombre Unidimensional que la alienación y el control de los aparatos de dominio es tan totalizador que vuelve imposible cualquier intento de trascender el sistema desde dentro, los obreros ya no son más una clase revolucionaria, en su lugar sólo cabe la utopía de que sectores de la sociedad como los estudiantes, los oprimidos, los lúmpenes, los pueblos de los países coloniales -por supuesto para el snob intelectual mientras la revolución suceda más lejos mejor- puedan desencadenar un movimiento “antisistémico”.

La enajenación, que para Marx es un proceso dialéctico que en momentos críticos es roto y se convierte en su contrario, es para Marcuse un fenómeno absoluto dado de una vez y para siempre. Marcuse apoyaría el movimiento estudiantil surgido en la décadas de los sesentas aunque sólo fuera para inocular con sus prejuicios posmodernos al movimiento estudiantil -por eso algunos consideran a Marcuse como teórico del movimiento hippie. La apelación de Marcuse a los que más sufren, en contraposición al movimiento obrero, es tan novedosa como el viejo anarquismo de Bakunin y el viejo movimiento populista ruso.

La última versión de ésta escuela es Jürgen Habermas, el mismo que durante la toma de los estudiantes del Instituto de Investigaciones Sociales en Frankfurt, llamó a la policía para que reprimiera a un movimiento que inicialmente se inspiraba en ésta “heroica” escuela.

Habermas sostendría que en el “Capitalismo tardío” las crisis periódicas del capitalismo han sido superadas –que ésta estupidez fuera dicha en el umbral de la crisis de 1974 dice todo sobre las perspectivas de éstos “genios”- y, por lo tanto, es posible una “acción comunicativa” o un diálogo no utilitario entre todos los miembros de la sociedad que permita la emancipación; ésta idea es tan inteligente como querer que el león y su presa dialoguen, para que el primero se alimente de chayotes en vez de carne. ¡Estas tonterías son las que se enseñan en las universidades como grandes teorías políticas que han dejado a Marx obsoleto!

Este estudio tratará de mostrar las posiciones encontradas entre el marxismo revolucionario y el posmodernismo de pseudoizquierda. En 1931 fue fundado, por Max Horkheimer, el Instituto de Investigación Social, en la Universidad de Frankfurt Alemania, con el objetivo de la “autosuperación de la filosofía en orden a su realización”. Inicialmente, el Instituto realizó investigaciones bajo la óptica del marxismo.

Las tesis que abordaremos en el presente ensayo son las expresadas por Max Horkheimer y Theodor Adorno en Dialéctica de la Ilustración, publicado en 1944, elaborado después de que emigraron a EUA tras el ascenso del nazismo. El abismo entre la Filosofía Crítica y el marxismo clásico queda especialmente patente en la explicación que Adorno y Horkheimer hacen del “fracaso” de la ilustración en su conocida obra Dialéctica de la Ilustración.

A partir de este punto abordaremos la concepción materialista de la historia de Marx y Engels, la idea de progreso, el papel del trabajo en la transformación del mono en hombre, el análisis del fascismo y el papel de las masas en los procesos revolucionarios, todo a la luz de la concepción de ilustración y la explicación de su fracaso hecha por los fundadores de la llamada Filosofía Crítica.

Marxismo Clásico y Teoría Crítica: dos contextos dos respuestas

Existen diferencias marcadas entre el contexto en el cual Marx y Engels comenzaron a elaborar la teoría marxista y el contexto en el cual Horkheimer y Adorno redactarían la obra conocida como Dialéctica de la Ilustración.

En rasgos generales, podemos afirmar que el marxismo nace, entre otras cosas -como proceso de industrialización y maquinización, primeras huelgas obreras, etc.-, como resultado de la revolución continental que afectó Europa en 1848, en esta coyuntura Marx y Engels escribieron el famoso Manifiesto Comunista; mientras que Dialéctica de la Ilustración fue escrita en el contexto del ascenso del fascismo y la derrota de ofensivas importantes del proletariado (por ejemplo la revolución alemana de 1933, la revolución española); a grandes rasgos, podemos decir que la diferencia entre el nacimiento del marxismo y la redacción inicial de Fragmentos Filosóficos (Dialéctica de la ilustración) está entre una coyuntura de ascenso del capitalismo y otra de contrarrevolución y decadencia del capital. Por ello muchos comentaristas señalan que la Teoría Crítica ha superado al marxismo y sus dogmas en el progreso de la humanidad, sin embargo tal afirmación es falsa.

Es verdad que en el periodo en el cual se escribió Dialéctica de la ilustración veíamos a un péndulo histórico girando marcadamente hacia la derecha en la forma del ascenso del fascismo, pero para tener una imagen completa de las diferencias entre estas escuelas debemos percatarnos de que aun cuando el Manifiesto Comunista fue escrito como un texto propagandístico y agitativo ante una coyuntura revolucionaria, el marxismo de Marx y Engels se mantuvo incólume en sus planteamientos esenciales: lucha de clases, el papel del proletariado, las crisis periódicas, el papel de las fuerzas productivas, dialéctica materialista, etc., no sólo durante periodos revolucionarios sino durante prolongados periodos de repliegue e incluso reaccionarios.

El proceso de desarrollo del marxismo con Marx y Engels no se dio en un contexto homogéneo sino que abarcó tanto periodos revolucionarios como contrarrevolucionarios. Así por ejemplo, el final del periodo revolucionario abierto en 1948, en donde la burguesía liberal traicionó las aspiraciones de las masas populares y entró en un compromiso con los terratenientes, fue un periodo en donde Marx, lejos de dejarse llevar por el reflujo de la contrarrevolución, no solo mantuvo sus posturas teóricas firmes, sino que, entre otras cosas, estudió pormenorizadamente el capitalismo y, literalmente, vivió en el Museo británico redactando los borradores de su obra magna El Capital; así mismo aprovechó la derrota de la Comuna de París en 1871, bañada salvajemente en sangre por la burguesía, para profundizar su teoría de la dictadura del proletariado y la necesaria destrucción del Estado burgués (véase por ejemplo La guerra civil en Francia).

Si bien es cierto que el contexto en el cual Horkheimer y Adorno escribieron Dialéctica de la Ilustración -la primera edición vio la luz en 1944- expresa una época de contrarrevolución bajo formas llevadas al extremo y nunca antes vistas en esa magnitud y extensión, no vistas por los fundadores del marxismo, también debe considerarse que el ascenso del fascismo en Alemania y el inicio de la Segunda Guerra Mundial fueron precedidas de un proceso revolucionario que puso en entredicho la continuidad del sistema capitalista.

Alan Woods afirma lo siguiente con respecto a dicho periodo: “Este fue precisamente un periodo violento de lucha de clases en un país tras otro: España (1931-37), Alemania (1930-33), Austria (1934), Francia (1936). En Gran Bretaña vimos la formación del ILP, una escisión por la izquierda del Partido Laborista y una oleada de huelgas no oficiales. En EEUU hubo una oleada de radicalización con las huelgas de los camioneros y la creación de la CIO. Fue un periodo de revolución y contrarrevolución. Si triunfó la contrarrevolución, no fue un producto de las “ondas largas”, sino fruto del fracaso de la dirección proletaria[1]”.

Nos parece que un análisis serio de la derrota de dichas revoluciones lleva a la conclusión sobre lo que Marx llamaba el factor subjetivo, es decir, la dirección de las organizaciones obreras -estalinismo y socialdemocracia-, que jugó un papel decisivo para explicar estas derrotas. Sin embargo, cuando Dialéctica de la Ilustración vio la luz, el fascismo no sólo había ascendido al poder, sino que presenciábamos la persecución racista y el inicio de la Segunda Guerra Mundial, ante esta situación ya encontramos en la obra de Horkheimer y Adorno diferencias notables en comparación con las posiciones originales de Marx y Engels e incluso diferencias importantes con respecto a las que sostenían los autores de Dialéctica de la Ilustración a inicios de los años treinta.

Estas diferencias con respecto al marxismo clásico –algunas de las cueles abordaremos en el presente trabajo- incluyen aspectos como el papel de la clase obrera, el papel del trabajo y las fuerzas productivas, el papel determinante en última instancia de la economía sobre la superestructura, y las posiciones filosóficas, entre otras.

Las posturas de Horkheimer y Adorno pueden ser entendidas como producto de la desmoralización pequeñoburguesa a raíz del ascenso del nazismo y la guerra mundial. El papel de los marxistas, en nuestra opinión, era mantener firmes las banderas del marxismo, sobre todo el papel de la clase obrera, y preparar el terreno para futuros eventos revolucionarios.

Por supuesto ese era un papel que no podían realizar intelectuales de clase media como Horkheimer y Adorno. En 1937 Trotsky, ante el ascenso de la reacción fascista y la contrarrevolución estalinista escribiría estas bellas palabras que resumen nuestra postura con respecto a los periodos reaccionarios: “Épocas reaccionarias como la actual, no sólo debilitan y desintegran a la clase obrera aislándola de su vanguardia, sino que también rebajan el nivel ideológico general del movimiento, rechazando hacia atrás el pensamiento político, hasta etapas ya superadas desde hace mucho tiempo. En estas condiciones, la tarea de la vanguardia consiste, ante todo, en no dejarse sugestionar por el reflujo general: es necesario avanzar contra la corriente. Si las desfavorables relaciones de fuerzas no permiten conservar las antiguas posiciones políticas, por lo menos hay que conservar las posiciones ideológicas, pues la experiencia tan cara del pasado se ha concentrado en ellas. Ante los ojos de los mentecatos, tal política aparece como «sectaria». En realidad no hace más que preparar un salto gigantesco hacia adelante impulsada por la oleada ascendente del nuevo periodo histórico”.[2]

Dos concepciones diferentes de la Ilustración

Para entender las diferencias centrales entre el marxismo y la filosofía crítica señalemos lo siguiente: En Dialéctica de la Ilustración, Horkheimer y Adorno afirman que la ilustración se ha negado a sí misma; transformándose en dominación, mito y barbarie.

La tesis fundamental es: “El mito es ya ilustración; la ilustración recae en mitología”.[3] Con este motivo desarrollan toda una visión apocalíptica llena de impotencia frente a la llamada modernidad, en donde el sujeto se vuelve objeto, en donde nada se salva al proceso de mercantilización, y donde la burocratización despótica emerge en todas partes.

En general, se trata de una descripción en estilo literario de la barbarie capitalista en un lenguaje oracular y nietzscheano salpicado de terminología marxista muy difuminada: “En las condiciones actuales, incluso los bienes materiales se convierten en elementos de desdicha. Si la masa de ellos actuaba en el periodo anterior, por falta de sujeto social, como la denominada sobreproducción en las crisis de la economía interior, dicha masa produce hoy, en razón de la sustitución de aquel sujeto social por parte de grupos de poder, la amenaza internacional del fascismo: el progreso se invierte en regresión”.[4]

Para el marxismo clásico, por su parte, el renacimiento y la ilustración constituyen fenómenos culturales que reflejan, en el caso del primero, la etapa de las monarquías ilustradas –en donde la burguesía era ‘amamantada’ por aristocracias reales aburguesadas- y en el segundo, la preparación teórica para el asalto de la burguesía al poder político -por ejemplo, la revolución francesa- y la consolidación de la hegemonía burguesa en la sociedad -por ejemplo, la burguesía Inglesa en el siglo XVII- una vez que su poder económico le permitía tales pretensiones.

Así, la ilustración es el reflejo ideológico de condiciones materiales concretas, se trata del impulso que dieron las primeras industrias, el descubrimiento de nuevas rutas comerciales, el desarrollo de las ciudades, etc., al pensamiento racional y empírico que era necesario para la producción industrial, valorización del capital, la extracción de plusvalía y la competencia burguesa.

Este periodo abarca las revoluciones en los países bajos en los años 67-70 del Siglo XVI, la guerra civil en Inglaterra en las décadas 40 al 80 del Siglo XVII, y la Revolución Francesa en el Siglo XVIII. La ilustración representa, en suma, un proceso de tremendos cambios político-sociales, un periodo en el que la burguesía, para instaurar su nuevo orden social, debía derribar las barreras objetivas y subjetivas de la edad media que se oponían al dominio del capital.

Si bien los ilustrados franceses como Montesquieu, Diderot, Voltaire concebían ese proceso como la lucha de la razón contra la superstición, la lucha de la naturaleza humana eterna contra los dogmas de la religión; el marxismo distingue las ideologías con las que los hombres de determinadas épocas conciben su realidad de las condiciones materiales reales y los intereses materiales reales que esas ideologías representan.

La ilustración es la ideología de la burguesía en su etapa de ascenso y juventud mientras que el llamado ‘fracaso del proyecto ilustrado’ -expresado en las modas posmodernas- no es en sí el fracaso de las ideas como tales, sino el reflejo del callejón sin salida del capitalismo expresado en fenómenos como la miseria, las guerras y las crisis periódicas.

Al contrario de esta concepción materialista de la historia, Adorno y Horkheimer conciben el fracaso de la ilustración como producto de la ilustración misma, es decir, producto de la ideología como tal, pues a decir, de estos autores la ilustración es totalitaria, mitológica en sí misma al perseguir el dominio de la naturaleza que degenera en el dominio del hombre y su alienación, el concepto mutila la realidad y cancela la búsqueda de la verdad: “La misma forma deductiva de la ciencia refleja jerarquía y coacción”[5]

(…) “La abstracción, instrumento de la ilustración, se comporta respecto de sus objetos como el destino cuyo concepto elimina: como liquidación”[6] (…) “La ilustración es totalitaria”[7] (…) “En cuanto señores de la naturaleza, el dios creador y el espíritu ordenador se asemejan. La semejanza del hombre con Dios consiste en la soberanía sobre lo existente, en la mirada del patrón en el comando”.[8]

En lugar de un análisis objetivo de las causas de la explotación, nos encontramos con un ‘terrorismo terminológico’ que atribuye las causas de la explotación al poder de las ideas. En lugar de analizar las bases objetivas de la ilustración, los autores despotrican a la ilustración desde un punto de vista que no hace sino replantear el punto de vista de los hegelianos de izquierda y de la «crítica crítica” con la que Marx polemizó.

Es cierto que la teoría marxista constituye la negación dialéctica de la dialéctica hegeliana y, por tanto, esta es la base filosófica del marxismo, pero no debemos olvidar que en tanto negación dialéctica es cualitativamente distinta a la postura idealista de Hegel aun cuando rescate el pensamiento dialéctico. Marx mismo explica esta diferencia esencial en el primer tomo de El Capital:

“Mi método dialéctico no sólo es fundamentalmente distinto del método de Hegel, sino que es, en todo y por todo, la antítesis de él. Para Hegel, el proceso de pensamiento, al que él convierte incluso, bajo el nombre de idea, en sujeto con vida propia, es el demiurgo de lo real, y esto la simple forma externa en que toma cuerpo. Para mí, lo ideal no es, por el contrario, más que lo material traducido y traspuesto a la cabeza del hombre”.[9]

Desde esta óptica Marx rompe con la neohegelianos. La relación entre la teoría crítica y la crítica crítica de los neohegelianos va más allá de la llamativa similitud entre los nombres, ambos conciben el proceso histórico desde un punto de vista idealista:

“La crítica absoluta”, nos dice Marx con respecto a la crítica crítica de los neohegelianos, “ha aprendido de la fenomenología de Hegel, por lo menos, el arte de convertir las cadenas reales y objetivas, que existen fuera de mí, en cadenas dotadas de una existencia puramente ideal, puramente subjetiva, que se da solamente en mí y, por tanto, todas las luchas externas, sensibles, en puras luchas especulativas”.[10]

Estas palabras se pueden aplicar perfectamente a la filosofía crítica, que convierte las cadenas reales del capitalismo en cadenas puramente ideológicas.

Horkheimer y Adorno ven a la ilustración como causa de la explotación capitalista y no a la explotación capitalista en su periodo de ascenso como causa de la ilustración. En este punto, la diferencia entre el marxismo y estos autores se refleja en la diferencia entre una concepción materialista de la historia y una concepción semihegeliana e idealista de la misma.

Marx y Engels siempre hablaron con entusiasmo de los gigantes del renacimiento y de los ilustrados franceses, señalando que los hombres que fundaron el dominio moderno de la burguesía tenían todo menos limitaciones burguesas.[11]

Para Marx y Engels el pensamiento racional y el empirismo, pese a sus limitaciones, tenían partes de la verdad que había que rescatar de manera dialéctica, dotándolos de base material y comprendiéndolos en su contexto social utilizando el método del materialismo dialéctico, que integra tanto al racionalismo como al empirismo en un todo orgánico, para comprender el mundo para su transformación revolucionaria; incluso para Marx la corriente empirista de la ilustración retomada y desarrollada en líneas materialistas por los ilustrados franceses representa la semilla del socialismo moderno, en La Sagrada Familia Marx afirma lo siguiente: “Así como el materialismo cartesiano va a parar a la verdadera ciencia de la naturaleza, la otra tendencia del materialismo francés viene a desembocar directamente en el socialismo y en el comunismo”[12]; por el contrario, para Adorno la ilustración es el “pecado original” en sí mismo.

Es verdad que en algunos párrafos de la obra de Adorno y Horkheimer se señala que la tarea es superar las limitaciones de la ilustración por medio de la misma razón, de lo que se trata según la teoría crítica -y esto es lo único que lo diferencia formalmente de la filosofía posmoderna- es de salvar a la ilustración; salvar el elemento positivo de la dialéctica de su regresión: “No albergamos la menor duda (…) de que la libertad en la sociedad es inseparable del pensamiento ilustrado. Pero creemos haber descubierto con igual claridad que el concepto de este mismo pensamiento, no menos que las formas históricas concretas y las instituciones sociales en que se halla inmerso, contiene ya el germen de aquella regresión que hoy se verifica por doquier”.[13]

No obstante,  en el conjunto de Dialéctica de la Ilustración se trata de señalamientos que no cambian el punto de vista esencialmente posmoderno de estos autores y subrayan su raigambre idealista.

Para ellos, el concepto es mutilador y totalitario, según ellos la mitología o el temor a lo diferente es el comienzo de la ilustración y la ilustración recae en mitología, el miedo es la causa de que la ilustración se cierre en sí misma volviéndose dogmática y autodestructiva. “El desdoblamiento de la naturaleza en apariencia y esencia, acción y fuerza, que hace posible tanto el mito como la ciencia, nace del temor del hombre, cuya expresión se convierte en explicación”.[14]

La raigambre posmoderna se revela en el miedo como motor de la ideología y no la base material como base de ésta. Es sabido que la filosofía posmoderna afirma que el miedo a la muerte es la base de la existencia, con ello no hacen sino volver eterna la psicología del pequeñoburgués en la época del declive senil del capitalismo. Por el contrario, para Marx la causa de que la ilustración se exprese en explotación no es causa de la ideología sino de la producción basada en la extracción de plusvalía que encuentra su expresión en la ideología burguesa.

Diversas apreciaciones de la ciencia

El hecho de que la ciencia, dentro del capitalismo, se haya desarrollado a niveles sin precedentes con el objetivo central de la progresiva extracción de plusvalía no quiere decir que para Marx la ciencia no fuera más que una colección de mitos; sólo el posmodernismo sostiene semejante postura.

El capitalismo para su valorización requiere del desarrollo de la ciencia y la técnica y, por lo tanto, requiere la producción de ideas objetivas que reflejen las leyes naturales. Para Adorno y compañía los conceptos científicos son míticos, y totalizadores: “El principio de la inmanencia, que declara todo acontecer como repetición, y que la ilustración sostiene frente a la imaginación mítica, es el principio de mito mismo”[15], sin percatarse que si la ciencia fuera pura mitología no se podría aplicar a la producción con el éxito que requiere la extracción de plusvalía, al ser trabajo materializado constituye una interacción objetiva entre la fuerza de trabajo, los medios de trabajo y su entorno.

La extracción de plusvalía es un hecho objetivo, que para potenciarse requiere hasta cierto punto del descubrimiento de leyes objetivas. Los mitos podrán servir para dominar las mentes de los hombres y contribuir a la consolidación del dominio real, pero por sí mismos son incapaces de extraer ni un solo átomo de plusvalor.

Es verdad que la ciencia no escapa a la ideología y que en el capitalismo es utilizada para la explotación, pero eso no elimina los elementos objetivos de la ciencia y no elimina el potencial emancipador de la ciencia y la técnica bajo otras relaciones de producción.

De hecho, tanto Marx como Engels encuentran en la práctica transformadora, incluida la práctica científica, el criterio de verdad; en una de sus famosas Tesis sobre Feuerbach Marx afirma lo siguiente: “La vida social es, en esencia, práctica. Todos los misterios que descarrían a la teoría hacia el misticismo, encuentran su solución racional en la práctica humana y la comprensión de esa práctica”.[16]

Lamentablemente Horkheimer y Adorno “arrojan el agua sucia con todo y niño”, como resultado de su innegable posición idealista que tanto se aleja de Marx y que tanto se acerca al posmodernismo.

El papel del trabajo en la transformación del mono en hombre

Si bien el marxismo señala a la ilustración como un reflejo más o menos fantástico de condiciones materiales concretas también señala que el desarrollo del capitalismo, con su ciencia y tecnología modernas y el surgimiento de la clase obrera moderna prepara las condiciones para su propia destrucción. El marxismo no ve en el desarrollo de las fuerzas productivas una calamidad, a pesar que provoca calamidades, sino el motor subyacente de la historia.

Constituye el punto de partida del marxismo y del materialismo histórico que el desarrollo de las fuerzas productivas constituye el motor, en última instancia, de la historia, precisamente por eso fue llamado por el mismo Engels materialismo histórico; Marx señaló con mucha claridad en su Prólogo de la crítica de la economía política que en determinado punto el desarrollo de las fuerzas productivas -hay que recordar que las fuerzas productivas representan la unidad dialéctica entre fuerza de trabajo, medios de trabajo y objeto de trabajo- entra en contradicción con las relaciones sociales y el modo de producción, desencadenando un periodo de revoluciones sociales que para triunfar debe poner en armonía esas fuerzas productivas con nuevas relaciones sociales en un nuevo modo de producción.

Es claro que para Marx el desarrollo de la ciencia y el trabajo humano no representan una tragedia, aun cuando es más que obvio que en la civilización esas fuerzas están al servicio de la clase dominante, sino el potencial que tarde o temprano hace posible una nueva forma de sociedad. Rechazar esta idea es rechazar la médula, la tesis central de la teoría de la historia de Marx,[17] eso es precisamente lo que hacen Horkheimer y Adorno.

Para el marxismo la razón por sí misma no es un medio de emancipación, como sí lo son las condiciones materiales concretas y la lucha real de la clase trabajadora, sólo cuando la razón, es decir la teoría, conecta con las contradicciones y las lucha de clases para elevar la conciencia de las masas explotadas se convierte en una fuerza material[18].

“El trabajo es la fuente de toda la riqueza, afirman los especialistas en economía política” no, dice Engels, “pero es muchísimo más que eso. Es la fundamental y primera condición de toda existencia humana, y ello en tal medida que, en cierto sentido, debemos decir que el trabajo creó al hombre”.

Horkheimer y Adorno parecen concebir a todo trabajo como explotación: “La naturaleza no debe ya ser influida mediante la asimilación, sino dominada mediante el trabajo”, mientras que el marxismo explica que el trabajo sólo se transforma en explotación bajo ciertas condiciones materiales.

Y así como el desarrollo de los gremios y las ciudades dentro de los marcos del feudalismo y la revolución neolítica prepararon la caída del feudalismo y del comunismo primitivo respectivamente, la ciencia y tecnología modernas preparan las condiciones para otro modo de producción.

De hecho en El Capital Marx señala con toda claridad que el sistema fabril capitalista es el punto de partida para nuevas relaciones sociales que representan la negación del capitalismo pues “(…) al fomentar las condiciones materiales y la combinación social del proceso de producción, fomenta las contradicciones y antagonismos de su forma capitalista, fomentando por tanto, al mismo tiempo, los elementos creadores de una sociedad nueva y los factores revolucionarios de la sociedad antigua”.[19] 

Esta idea es central en el marxismo revolucionario y los ejemplos se pueden reproducir a voluntad desde la obra temprana de Marx hasta El Capital.

Mientras que Horkheimer y Adorno ven en el dominio de la naturaleza al pecado original, el marxismo ve en el trabajo que transforma la naturaleza la diferencia cualitativa entre el reino animal y el reino cultural, el factor que transformó al mono en hombre y la clave para comprender el desarrollo histórico.[20] [21]“Todo intento de quebrar la coacción natural quebrando a la naturaleza cae tanto más profundamente en la coacción que pretendía quebrar”.[22]

Ningún miembro de la filosofía crítica puede negar un hecho que la antropología ha determinado más allá de cualquier duda, a saber: que el trabajo transformó al mono en hombre. No es cierto que todo trabajo exprese explotación, afirmar esto es concebir las relaciones sociales clasistas como eternas. Es un hecho que durante la mayor parte de la historia humana, hasta hace unos 10 mil años durante la revolución neolítica, el trabajo implicaba relaciones sociales igualitarias.[23]

Sólo bajo una concepción extremadamente sentimental veríamos el dominio de la naturaleza por medio de la fuerzas productivas como una catástrofe que implica de por sí dominación en términos de explotación.

Posmodernismo y marxismo

Se puede sostener que las posiciones filosóficas del círculo de Frankfurt están más cercanas al posmodernismo al concebir la crisis de la sociedad como la expresión de la racionalidad, la objetivación, la materialización. Los posmodernos creen que la sociedad está en crisis porque hay demasiada ciencia, demasiada objetividad, demasiado materialismo, demasiada fe en la educación, demasiada creencia en el progreso.

En su lugar proponen la arbitrariedad, la hermenéutica literaria y subjetiva, la irracionalidad, el misticismo y la intuición. En lugar del análisis de la lucha de clases y de las contradicciones inmanentes del capitalismo, en Adorno y Horkheimer nos encontramos con los lamentos de corte literario y los temblores de un Kierkegaard, para muestra basta la siguiente afirmación:

“El terror meridiano, en el que los hombres tomaron conciencia súbitamente de la naturaleza en cuanto totalidad, ha encontrado su correspondencia en el pánico que hoy está listo para estallar en cualquier instante: los hombres esperan que el mundo, carente de salida, sea convertido en llamas por una totalidad que ellos mismos son y sobre la cual nada pueden”.[24]

Nos encontramos una colección desordenada de aforismos contradictorios; en lugar de un estudio objetivo de la realidad para su transformación nos encontramos con el muro de los lamentos. Más que una filosofía revelan el estado de ánimo de amplios sectores sociales ante los horrores de fascismo. Mientras que el marxismo clásico llama a la organización y movilización de las masas, y en ello ve la única esperanza para sustraer a la sociedad de la barbarie, Adorno y Horkheimer solo ven en las masas a sujetos alienados, impotentes, ciegos, sordos.

Estemos o no estemos de acuerdo con Marx y Engels, el marxismo es una concepción del mundo activa, militante y revolucionaria que trata de elevar la conciencia de las masas en base a su propia experiencia para transformar efectivamente la realidad; que ve en la alienación un fenómeno que es roto periódicamente por momentos revolucionarios, ve en la cotidianidad capitalista la calma que prepara nuevos estallidos y nunca un estado inmutable y eterno. Horkheimer y Adorno apelan en Dialéctica de la Ilustración, no a los trabajadores a quienes ven como una masa impotente, sino a los conceptos y las ideas por sí solas.

Precisamente estas ideas fueron combatidas por Marx y Engels en La ideología alemana en donde los fundadores del marxismo critican a los hegelianos de izquierda el hecho de que sustituyen la lucha de clases por la ‘lucha de frases:

“Pese a su fraseología que supuestamente hace estremecer al mundo, los jóvenes hegelianos son en realidad los mayores conservadores. Los más jóvenes entre ellos han descubierto la expresión adecuada para designar su actividad cuando afirman que sólo luchan contra frases. Pero se olvidan añadir que a estas frases por ellos combatidas no saben oponer más que otras frases y que, al combatir solamente las frases de este mundo, no combaten en modo alguno el mundo realmente existente”.[25]

Marx y Engels vs Horkheimer y Adorno acerca del progreso

A raíz de los horrores de la Segunda Guerra Mundial espíritus sensibles como el de Walter Benjamin, quien escribiera textos interesantes sobre arte y capitalismo -además de haber leído con entusiasmo libros de Trotsky como A donde va Inglaterra y Mi Vida-, reaccionaron rechazando de plano la idea de progreso en la historia. Walter Benjamin, quien se suicidó huyendo de los nazis en 1940, es considerado como parte de la teoría crítica por textos escritos en el abismo de la desmoralización:

“(…) El ángel de la historia debe tener ese aspecto. Su rostro  está vuelto hacia el pasado. En lo que nosotros aparece como una cadena de acontecimientos, él ve una catástrofe única, que arroja a sus pies, ruina sobre ruina, amontonándolas sin cesar. El ángel quisiera detenerse, despertar a los muertos y recomponer lo destruido. Pero un huracán sopla desde el paraíso y se arremolina en las alas, y es tan fuerte que el ángel ya no puede plegarlas. Este huracán lo arrastra irresistiblemente hacia el futuro, al cual vuelve las espaldas,  mientras el cúmulo de ruinas crece ante él hasta el cielo. Este huracán es lo que nosotros llamamos progreso”.[26]

Sin duda, esta imagen apocalíptica es muy sugerente y revela un gran talento literario. Pero un poema no sustituye un argumento. El valor como argumento de éste fragmento es nulo, su valor radica en que expresa de manera literaria un estado de ánimo pero no un análisis objetivo de las causas de la segunda guerra mundial, ni de la decadencia capitalista. Sin embargo muchos le dan a este fragmento un carácter argumentativo del que carece por completo.

Es verdad que fenómenos como la primera y la Segunda Guerra Mundial, fenómenos como el fascismo y el nazismo han hecho pedazos las ilusiones liberales burguesas sobre el progreso lineal e ininterrumpido que supuestamente significaba la sociedad de la libre empresa, se suponía, según el ideario liberal, que “el hoy siempre sería mejor que el ayer y el mañana mejor que el hoy”.

La teoría de la evolución de Darwin era interpretada por los pensadores liberales como la prueba en la naturaleza que el desarrollo era lineal e ininterrumpido. Estas ideas liberales habían sido heredadas de la Ilustración la cual concebía el triunfo de la razón sobre la superstición y la educación sobre la ignorancia como el elemento que garantizaría, junto con la industria moderna, mayor felicidad y progreso sin fin.

Ya después de la Primera Guerra Mundial y los horrores del fascismo estos sueños se derrumbaron como un castillo de naipes: en lugar de ilustración veíamos campos de concentración, en lugar de paz veíamos el grotesco espectáculo de 55 millones muertos, en lugar de la razón veíamos el irracionalismo y el veneno racista nazi. En este terreno, ¡qué ridículos y patéticos suenan los sueños liberales sobre el progreso! Es natural que, desde un punto de vista moralista y sentimentalista, Horkheimer y Adorno rechazaran estos sueños como un mito y el autoengaño de la ilustración.

Sin embargo, si queremos tener algo más que quejas y lamentos sobre estos acontecimientos debemos explicarnos las causas objetivas de este callejón sin salida. Horkheimer y Adorno no parecen encontrar las bases objetivas de la barbarie y sus aforismos parecen orientarse a la ideología de la ilustración en sí misma y no a su base material; en este camino lo único que podemos constatar es la descomposición de la racionalidad frente a una sociedad que se ha vuelto irracional pero no las causas de dicha descomposición.

Pero, de acuerdo con Marx, el capitalismo no sólo ha traído sus crisis periódicas, su desempleo crónico y su concentración de capital sino también el potencial de trascenderlo así como el esclavismo y el feudalismo fueron trascendidos por nuevos modos de producción que, desde el punto de vista de las fuerzas productivas, eran más progresivos.

Al mismo tiempo que el marxismo reconoce que el capitalismo en cierta etapa de su desarrollo nos lleva a la barbarie -Lenin acota que se trata del capitalismo en su fase imperialista- señala que las condiciones de la superación de la barbarie se encuentran dentro de esa misma ‘sociedad bárbara’.

Puede parecer paradójico que al mismo tiempo que Marx y Engels señalaban las contradicciones y los elementos de barbarie -crisis periódicas, guerras, desempleo, miseria, etc.- de la sociedad capitalista,  señalaban también que el desarrollo histórico tiende al progreso. ¿Cómo explicar esta aparente contradicción? ¿No será que Marx y Engels aún eran presa de los prejuicios burgueses de la ilustración? ¿Será verdad que tuvimos que esperar hasta la escuela de Frankfurt para que estos prejuicios fueran rechazados y se le pudiera enmendar la plana a Marx?

La idea de progreso en Marx y Engels no es, en absoluto, la idea liberal de progreso concebida como un progreso lineal ininterrumpido basado fundamentalmente en la razón y la fuerza del pensamiento. Mucho menos la idea que el capitalismo significa progreso ininterrumpido y sin contradicciones. En un ensayo publicado recientemente en internet bajo el título El Materialismo Histórico y Dialéctico aplicado al proceso de “hominización”, el surgimiento de las clases sociales y la civilización, señalo lo siguiente con respecto a la idea de progreso:

“Marx y Engels no se basaban en consideraciones sentimentales o subjetivas sino que concebían el progreso, -no en término morales, estéticos-, sino en términos materialistas: desde el punto de vista del control que un modo de producción determinado da a los hombres sobre la naturaleza; es decir, desde el punto de vista del desarrollo de las fuerzas productivas y la capacidad de estas para desarrollar la productividad del trabajo. Este criterio no es arbitrario porque refleja lo específicamente humano: la producción de su vida por medio del trabajo y la producción de herramientas, además esta posición es el centro de la teoría marxista de la historia y lo que la diferencia de las concepciones idealistas burguesas”[27].

Desde éste punto de vista es claro que el capitalismo, a pesar de su moral individualista y egoísta, es infinitamente superior al comunismo primitivo en sus fuerza productivas y, por tanto, en la productividad del trabajo humano. La superioridad de un modo de producción con respecto a otro se refleja en el aumento absoluto de la población, en la progresiva división del trabajo, en una producción agrícola más intensiva, en el desarrollo del comercio, en la extensión e intensidad de la producción; es una realidad que la sucesión de los diferentes modos de producción a través de la historia muestra una tendencia clara hacia la complejidad; antropólogos serios como Gordon Childe han demostrado de manera convincente que la evolución social demuestra un proceso de mayor complejidad expresado en el aumento de la población, en la división social del trabajo, en la separación de la ciudad del campo, etc.[28]

Ello se refleja en términos ideológicos en fenómenos como el surgimiento de nuevas ramas del saber: en el surgimiento de la filosofía y la ciencia, en el surgimiento de la religión a partir del pensamiento mágico, en el surgimiento de la ciencia a partir de la religión. Al mismo tiempo que cada modo de producción describe un desarrollo progresivo desde el punto de vista del control de los hombres sobre la naturaleza este progreso está lejos de ser lineal e incluso homogéneo en cuanto observamos sus consecuencias en la superestructura social.

Así la moral de la sociedad de clases parece una caída -y desde un cierto punto de vista lo es- de la humanidad desde el pedestal de la moral del comunismo primitivo, mientras que el conocimiento de ciertos aspecto de la naturaleza avanza con el desarrollo de las fuerzas productivas de la sociedad de clases, por otro lado, un bosquimano observa más detalles de la naturaleza a simple vista que ni el mismo Einstein sería capaz de detectar; la filosofía griega aparece como un enorme paso adelante frente a el mito y la religión de las sociedades de “despotismo asiático”; por otro lado, la situación de las masas trabajadoras no resulta muy bien parada si la comparamos con la situación de relativa abundancia del despegue cultural de hace cuarenta mil años (apogeo del comunismo primitivo); pero dicho nivel de vida se queda corto si, a su vez, lo comparamos con la riqueza en la que vivía la clase dominante romana.

En suma el progreso histórico se contradice: “Siendo la base de la civilización la explotación de una clase por otra, su desarrollo es constantemente antinómico. Cada progreso en la producción es al mismo tiempo un retroceso para la clase oprimida, es decir, para la mayoría. Cada beneficio para unos es por necesidad un perjuicio para otros; cada grado de emancipación conseguido por una clase es un nuevo elemento de opresión para otra”.[29]

No obstante desde el punto de vista decisivo y fundamental del desarrollo de las fuerzas productivas el esclavismo es superior al comunismo primitivo, el feudalismo al esclavismo, el capitalismo al feudalismo y el verdadero socialismo lo será en comparación al decadente sistema capitalista”.[30]

Es posible afirmar, por tanto, que los que cayeron presa de prejuicios burgueses eran precisamente Adorno y Horkheimer y no Marx y Engels. La ideología dominante en el periodo de ascenso del capitalismo es el liberalismo y el reformismo junto con la creencia en el progreso lineal e ininterrumpido -durante el prolongado boom de la postguerra entre 1945 y 1974, presenciamos un nuevo ascenso de las ideas reformistas cuya base material ha entrado de nuevo en crisis a partir de mediados de la década de los setenta del siglo pasado.

La ideología dominante burguesa durante el periodo de decadencia senil del capitalismo, además del empirismo estrecho (positivismo), es la ideología posmoderna: el irracionalismo, misticismo, arbitrariedad y pesimismo decadentes.

Horkheimer y Adorno, no obstante sus pequeñas diferencias formales con el posmodernismo que no cambian la esencia de la cuestión, son representantes de esta tendencia: pesimismo, arbitrariedad, idealismo y descomposición del pensamiento. El capitalismo es ya incapaz de progresar, de entender racionalmente su entorno -haciendo excepción de la ciencia positiva necesaria para la valorización del capital-, de producir ideas originales, de producir sistemas filosóficos, por lo tanto, sus ideólogos sostienen que todo progreso es imposible y que estamos ante el fin de la historia y el fin de las ideologías y todo el que lo contradiga no es más que un utopista irremediable.

Sin embargo, el hecho que el capitalismo este en decadencia y sea incapaz de progresar no quiere decir que derrocando al capitalismo todo progreso sea imposible.

Horkheimer y Adorno en la obra referida rechazan el progreso porque centran su crítica a la ideología ilustrada en sí misma y es natural que en ella encuentren descomposición y mitología. Su error esta en haber abandonado por completo el materialismo histórico a favor de la interpretación subjetiva, el desarrollo de esta escuela demuestra que si abandonamos el punto de vista materialista nos deslizaremos irremediablemente hacia el pesimismo burgués o, en ciertas condiciones como el boom de la postguerra, de regreso al reformismo burgués, tal como lo hizo Habermas.

El procedimiento de Horkheimer y Adorno está muy alejado del marxismo que pretende ser una ciencia de la revolución. En lugar de un diagnóstico serio y objetivo no encontramos más que lamentaciones de lo nocivo que es controlar a la naturaleza, cuando sin ese control el ser humano como especie no hubiera surgido.

Es un procedimiento similar al de un médico que ante los terribles dolores de su paciente se quejara amargamente con él por medio de aforismos oscuros y contradictorios acerca de la decadencia irremediable de su salud y la impotencia total de sus defensas naturales frente a los espíritus malignos de la ilustración que, según nuestro hipotético doctor, son la causa de sus males.

Seguramente el paciente no ganaría nada con los lamentos de su doctor, se perdería un tiempo valioso y quizá el paciente podría morir. De la misma forma, ante la decadencia del capitalismo no avanzamos ni un milímetro con frases sentimentales y consideraciones subjetivas y menos aun atribuyendo la decadencia del capitalismo al espíritu mítico de la ilustración y al control totalitario de la naturaleza.

El marxismo opera una forma totalmente opuesta: en la decadencia del capitalismo encuentra la expresión de la contradicción concreta entre el desarrollo de las fuerzas productivas -precisamente ese control de la naturaleza que se supone tan totalitario y nocivo-, la propiedad privada y el estado nacional. En lugar de lamentos se señala la base objetiva de la contradicción y la manera de superarla: expropiando la banca, la tierra y la industria poniéndola bajo el control democrático de los trabajadores, esos que para Horkheimer y Adorno no son más que masas enajenadas e impotentes. Estemos o no de acuerdo con el marxismo revolucionario no podemos negar que entre este y Horkheimer y Adorno existe el abismo que separa a la filosofía posmoderna de la revolucionaria.

Es verdad que bajo el capitalismo en su fase imperialista es imposible el progreso, es verdad que el veneno nazi demuestra que el capitalismo actual tiende a la decadencia y no al progreso como lo hizo en su etapa inicial, ¿eso nos autoriza a desechar de plano la idea de progreso? Creemos, con Marx, que no; sino que la crisis y degeneración del capitalismo señala la necesidad de un nuevo salto.

¿El fascismo refuta la teoría materialista de la historia?

Para los autores de Dialéctica de la Ilustración, la ideología en la actualidad se acepta en bloque perdiendo su base material, la ideología ya no se basa en la experiencia real de los hombres, es inmune a la experiencia y se retroalimenta y origina a sí misma: “no son ya las leyes objetivas del mercado que dominaban sobre las acciones de los empresarios y conducían a la catástrofe. Antes bien, la decisión consciente de los directores generales, que en cuanto resultante nada tienen que envidiar en férrea necesidad a los más ciegos mecanismos de los precios, cumple la vieja ley del valor y con ella el destino del capitalismo”.[31]

Según esto la dinámica objetiva del capitalismo es sustituida por la maldad de los directores generales producto de sus ideales ilustrados. Supuestamente el fascismo es la muestra de este hecho, la impotencia de las masas demuestra que la ideología ya no se conmueve por la realidad material; en lugar de descubrir las bases objetivas de la ideología estos autores se trasladan al terreno de la psicología y el psicoanálisis puro, un psicoanálisis al que probablemente se opondría Freud.

No obstante, es muy dudoso que el fascismo no responda a una base objetiva.[32] Trotsky analizó el desarrollo del fascismo incluso antes de que este llegara al poder y que se presentara a la conciencia de la escuela crítica y cuando se podría haber hecho algo que no fuera lamentarse y llorar amargamente; el análisis de Trotsky era un programa de frente único para las organizaciones obreras.

Es interesante citar brevemente el análisis de Alan Woods que resume la posición de Trotsky en su obra clásica La lucha contra el fascismo, para percatarnos de la distancia que separa al marxismo de las posiciones de los autores de Dialéctica de la Ilustración. El fascismo es el producto del fracaso de la revolución como resultado de las direcciones obreras socialdemócratas y estalinistas, combinada con las crisis económicas y la paralización del gobierno burgués parlamentario, el fascismo corta el nudo Giordano con la espada del totalitarismo apoyándose en la pequeña burguesía arruinada:

“El fascismo se diferencia de otras formas de reacción como el bonapartismo, en que cuenta con una base de masas. Por esta razón es muy peligroso para la clase obrera. Su base de masas le permite aplastar y atomizar al movimiento obrero de una forma que las dictaduras policiales normales no pueden hacer. La base social del fascismo siempre es la misma: la pequeña burguesía y el lumpenproletariado. Para ganar a la masa de la pequeña burguesía arruinada los nazis imitaron el lenguaje del socialismo. Utilizaron la demagogia anticapitalista e incluso se autodenominaban nacionalsocialistas. El tendero pequeñoburgués odiaba los grandes monopolios capitalistas que le arruinaban, pero también odiaba y temía al proletariado al que se veía abocado. Fulminaba con igual vehemencia a los huelguistas que estaban “destruyendo al país” como a los grandes bancos y monopolios que “absorben nuestra sangre”. Para ganar a esta capa los fascistas atacaron demagógicamente al gran capital, normalmente en forma de capital financiero (…) Esta concentración en el capital financiero les permitió atacar a los “malos” capitalistas judíos que se oponían a los “buenos” capitalistas arios. Hitler denunciaba a la gran burguesía por su “cobardía proverbial”, su “senilidad”, su “podredumbre intelectual” y su “cretinismo”. Y el régimen nazi, como el régimen de Mussolini en Italia, no era otra cosa que una dictadura cruel del capitalismo monopolista. En realidad ofreció salvar a la burguesía de sí misma, tomar las riendas del poder estatal de sus temblorosas manos, deshacerse del viejo, senil y cobarde régimen del parlamentarismo burgués, con sus compromisos y pactos, y sustituirlo por el dominio abierto y desnudo del capital. ¡Por supuesto los banqueros y monopolistas tuvieron que pagar a los gángsteres fascistas por el privilegio! (…) El racismo en forma de antisemitismo fue un elemento clave en el nazismo alemán, aunque el principio apenas jugó papel alguno en el fascismo alemán e italiano. Sin embargo, no era algo original sino una tradición que se remontaba a la edad media, un periodo del que procedían la mayor parte de las herramientas intelectuales de los nazis. El odio a los pequeños prestamistas judíos sirvió como una forma de desviar la atención de las masas de los grandes capitalistas. A los plebeyos desclasados y a los comerciantes arruinados se les hizo sentir superiores a las “razas menores” de Europa -polacos, checos, yugoslavos, rusos y, por supuesto, judíos-.

El fascismo es la esencia destilada del imperialismo. El racismo es solo el reflejo más notorio de este hecho (…) a las masas desposeídas de la pequeña burguesía y el lumpenproletariado alemanes les seducía el veneno racista. Aunque tenían los bolsillos vacíos y agujeros en los pantalones, se les hacía sentir que formaban parte de una unión mística de todos los arios “puros” y la Gran Nación Alemana, que -en sus confusos cerebros- pertenecía a todos”.[33]

El fascismo resolvió, desde el punto de vista burgués, contradicciones objetivas en la correlación de fuerza entre las clases, la necesidad objetiva de desviar la atención de las masas hacia otras ‘razas’, la necesidad del imperialismo alemán, privado de colonias por los tratados de Versalles, de hacerse de una nueva repartición del mundo y, sobre todo, la necesidad de la burguesía de aplastar la efervescencia obrera prohibiendo incluso los clubs de ajedrez.

¿Esto quiere decir que en cada crisis del capitalismo el fascismo renace necesariamente? No, plantear el problema de esa manera es caricaturizar la dialéctica materialista. La crisis del capitalismo lleva al fascismo cuando la tensión revolucionaria no es resuelta por la vía socialista, producto de la bancarrota ideológica de las direcciones obreras, y la burguesía es incapaz de aplastar el movimiento por medios ‘democráticos’, sólo entonces surge la posibilidad de resolver la tensión por medio de la bota militar -bonapartismo clásico- o, cuando la clase media se desencanta de la revolución y exige ‘orden’, por medio de un movimiento de masas fascista.

El surgimiento del fascismo alemán e italiano, el golpe de Pinochet en Chile, aun cuando la base de masas de Pinochet era mucho más reducida y su régimen sería mejor definido como un bonapartismo militar de derecha y, hoy en día, los acontecimientos en Bolivia o Venezuela son una prueba convincente de ello.

No solo el análisis literario de Horkheimer y Adorno es bastante malo sino prácticamente reaccionario. Si la ideología y el fenómeno fascista no responden a una base objetiva susceptible de ser estudiada científicamente seremos incapaces de evitar nuevos fenómenos similares. Esto no es una cuestión menor, el fascismo renace en procesos revolucionario como en Bolivia o Venezuela, concretamente en Bolivia las bandas fascistas (“juventud cruzeña” y otros grupos paramilitares) han asesinado a decenas de obreros y campesinos y preparan, junto con los mandos altos del ejército, un golpe de estado en las mismas líneas que el golpe de Pinochet; si no decimos sinceramente a los obreros y sus organizaciones (la COB, el MAS) que la única solución es la expropiación de la burguesía bajo control obrero, el golpe será en última instancia inevitable.

Determinismo mecánico o determinismo dialéctico

Esto no quiere decir que el marxismo sea un vulgar mecanicismo.

“La visión marxista de la historia no tiene nada que ver con el determinismo mecánico que muchos de los detractores del marxismo pretenden atribuir a este; por el contrario cualquiera que comprenda las implicaciones de la visión materialista y dialéctica de la historia que implica el materialismo histórico puede entender lo lejano que esta el marxismo del mecanicismo lineal; la evolución de la cultura humana no está determinada mecánicamente por el modo de producción.[34]

De hecho Marx y Engels hablaron del papel subjetivo en la historia, afirmaron que la historia la hacen los hombres y que las ideas que estos sostienen no juegan un papel secundario sino que pueden frenar el proceso histórico o acelerarlo dependiendo de la clase a la que representen esas ideas y de si sirven de expresión al desarrollo de las fuerzas productivas. Es verdad que existe una interacción dialéctica entre la base y la superestructura social, pero el papel de las fuerzas productivas es decisivo en última instancia. Son las fuerzas productivas el factor que permite que las ideas conquisten a las masas o sean marginales, que las ideas cambien a la sociedad o mantengan el statu quo”.

Engels y Marx respondieron a la interpretación mecánica en varias ocasiones. En una carta a Bloch Engels aclara lo siguiente:

“Según la concepción materialista de la historia, el factor que en última instancia determina la historia es la producción y la reproducción de la vida real. Ni Marx ni yo hemos afirmado nunca más que esto. Si alguien lo tergiversa diciendo que el factor económico es el único determinante, convertirá aquella tesis en una frase vacua, abstracta, absurda”.[35]

¿Impotencia de las masas o impotencia de Horkheimer y Adorno?

La idea de que la ideología burguesa es todopoderosa y que las masas son actores impotentes es objetivamente falsa conciencia y prácticamente reaccionaria. No se puede ocultar el profundo desprecio por las masas trabajadoras expresado en Dialéctica de la Ilustración: “La regresión de las masas consiste hoy en la incapacidad en poder oír con los propios oídos aquello que no ha sido aún oído, de tocar con las propias manos aquello que no ha sido aún tocado: la nueva figura de ceguera que sustituye toda ceguera mítica vencida”.[36]

O como muestra la siguiente afirmación: “La impotencia de los trabajadores no sólo es una artimaña de los patrones, sino la consecuencia lógica de la sociedad industrial, en la que se ha transformado finalmente el antiguo destino bajo el esfuerzo de sustraerse a él”.[37]

El complemento natural de toda su posición filosófica es la negación del papel revolucionario del proletariado, el fin de las crisis periódicas, el ascenso de un nuevo tipo de estado totalitario y toda una colección de prejuicios francamente pequeñoburgueses:  “Las masas… carecen no solo de solidaridad de clase, sino también de la plena conciencia del hecho de ser objetos y no sujetos del procesos social que ellas mismas mantienen no obstante en su condición de sujetos”.[38]

Incluso el proletariado prácticamente ha dejado de existir a pesar que las relaciones de producción siguen vigentes: “Estas continúan existiendo incólumes, aun cuando sea casi tan vano buscar sus beneficiarios como imposible distinguir donde están los proletarios”.[39]

También Adorno pone en duda la vigencia de la teoría de la plusvalía: “Debido a la expansión del progreso técnico, es decir, a la industrialización, la participación del trabajo vivo –único del que deriva según su propia concepción, la plusvalía- tiene tendencia a disminuir hasta el punto de convertirse en un valor límite, sucede que la idea fundamental, esto es la teoría de la plusvalía se ve afectada”.[40]

El totalitarismo de la industria se extiende a todas las esferas de la vida compulsivamente tragándose a las clases sociales e impidiendo que piensen de manera distinta, claro esto no se aplica, como debemos suponer, a la todopoderosa filosofía crítica: “La máxima de Marx, según la cual la teoría misma se vuelve una fuerza real no bien se aplica a las masas, ha sido derogada por el curso de las cosas”.[41]

Las fuerzas productivas ya no determinan el momento en que las relaciones de producción deben ser transformadas: “Más que nunca, las fuerzas productivas son tributarias de las relaciones de producción, y ello de una manera acaso tan perfecta, que estas últimas aparecen precisamente por esta causa como la esencia misma de la producción”.[42]

Las crisis de sobreproducción han sido sustituidas por la planificación de una burocracia parasitaria al servicio del mercado degradando todas las esferas de la vida: “Unicamente dentro de la perspectiva de una aniquilación total han dejado las relaciones de producción de paralizar las fuerzas productivas”.[43]

Incluso Marcuse, el menos malo de las eminencias de esta escuela, estaba de acuerdo en la mayoría de estos prejuicios –que como vemos son el sello característico de la teoría crítica, no sin razón a Marcuse se le incluye en esta tendencia-: “Me parece” nos dice Marcuse “que la sociedad capitalista se funda precisamente en su capacidad de absorber el potencial revolucionario, de liquidar la negación absoluta, y de sofocar la necesidad de un cambio cualitativo del sistema”.[44]

Más adelante dice que “estamos ante una sociedad clasista pero en la cual la clase obrera ya no representa la negación de lo que existe”.[45]

Esta no es una tendencia solo de los países avanzados sino incluso de los países más atrasados: “…creo que se extenderá con relativa rapidez incluso a los países industriales menos desarrollados”.[46]

Según Marcuse, la sociedad de “altísimo desarrollo industrial” es una sociedad en que han desaparecido las crisis de sobre producción, “una sociedad en la que lo que fue una libre economía de mercado se ha transformado en una economía de beneficio pilotada, de carácter monopolista privado o dirigista estatal, en un capitalismo organizado” (…) “toda oposición real está a punto de desaparecer” (…) “Y todo esto, en la sociedad industrial altamente desarrollada, sucede sin necesidad de terror, en el ámbito de la democracia, bajo la forma de un pluralismo democrático”.[47]

Es verdad que la mayor parte del tiempo las masas trabajadoras están sumidas en su lucha diaria por la supervivencia y aceptan acríticamente toda una colección de dogmas que mantienen la estabilidad del sistema, en este punto el marxismo no puede confundirse con la fetichización de las masas y el proletariado: es falso que las masas estén siempre en revolución como algún ultraizquierdista pudiera afirmar pero también es falso que las masas sean siempre pasivas.

También es cierto que los terremotos son fenómenos excepcionales, pero los geólogos saben que, en última instancia, son inevitables; lo mismo podemos decir de las revoluciones sociales, El proceso molecular de la revolución, como lo denomina Trotsky, o la acumulación de tensiones sociales hace a las revoluciones fenómenos tan inevitables como los terremotos.

Es irónico que al mismo tiempo que Adorno y Horkheimer escribían su colección desordenada de aforismos hablando de la impotencia de las masas veíamos fenómenos importantes como el movimiento partisano en Italia que fue un movimiento de masas.[48] Durante los años treinta presenciamos fenómenos importantes como la revolución alemana de 1933 y la heroica revolución española de 1931-1939. Trotsky decía que los obreros españoles no sólo podían haber tomado el poder una vez sino ocho veces; una y otra vez sus esfuerzos se vieron desbocados por la nefasta postura estalinista del frente popular y la actitud infantil de la dirección de la CNT anarquista, expresada en la comuna de Asturias.

Estos acontecimientos lo que demuestran no es la estupidez de las masas sino la necesidad de lo que Marx y Engels señalaron una y otra vez: un partido revolucionario armado con una teoría revolucionaria, sin esta condición la energía revolucionaria se disipa frecuentemente, como el vapor se disipa sin un pistón que canalice su poder.

Conclusión

Las ideas expresadas en Dialéctica de la Ilustración contradicen casi todo lo que Marx y Engels escribieron y se retrotrae a las posiciones neohegelianas de cuyas cenizas y escombros el marxismo surgiría, si bien las posturas expresadas en Dialéctica de la Ilustración reflejan un periodo de negra reacción, a nuestro parecer, se equivocaron en los puntos que hemos tratado de criticar en este ensayo.

Si bien es posible que estos autores hayan hecho aportes en el terreno de los mecanismos de la enajenación y los medios de control de las clases dirigentes estos posibles aportes no han sido el tema de este ensayo sino más bien las diferencias centrales con el marxismo clásico, en este terreno no cabe duda que la teoría crítica difiere con el marxismo de Marx en toda una serie de puntos: difiere en cuanto al punto de partida -materialista dialéctico- con el cual los fundadores del marxismo elaboraran su teoría revolucionaria –sustituyéndola, en el mejor de los casos, por una especie de ‘dialéctica’ idealista-, haciendo a un lado las coincidencias superficiales; difiere en cuanto al diagnóstico y las causas del fracaso de la ilustración, o lo que es más correcto el fracaso del capitalismo; difiere en cuanto al proletariado como sujeto revolucionario; difiere en su consideración del papel del trabajo y la fuerzas productivas en el desarrollo histórico; difiere en cuanto al tema del desarrollo progresivo del proceso histórico; difiere en cuanto a su visión del papel de las masas en la historia; difiere en cuanto a la inevitabilidad de las crisis periódicas, etc., etc.

La única coincidencia está en el papel nefasto del capitalismo, aunque los autores de Dialéctica de la Ilustración rechazaron incluso formalmente lo que les unía al marxismo al rechazar la terminología conforme editaban nuevas versiones de esta obra incluida el término capitalismo. Los autores de Dialéctica de la Ilustración difieren con Marx en los puntos nodales que le dan especificidad al marxismo.

Es claro que cada quien es libre de adoptar las posiciones políticas y filosóficas que considere pertinentes, y cada quien es libre de aceptar o rechazar la teoría marxista, pero también es necesario llamar al pan “pan” y al vino “vino”. Creemos que no puede considerarse marxista  a personas que rechazan los puntos que hacen al marxismo ser lo que es, al menos cuando Horkheimer y Adorno escribieron Dialéctica de la Ilustración ya eran evidentes las diferencias importantes con respecto al marxismo de Marx y Engels.

Decía Marx que toda teoría se refleja tarde o temprano en la práctica; es innegable que Marx y Engels -lo mismo podemos decir de Rosa Luxemburgo, Lenin y Trotsky, entre otros- sacrificaron toda su vida a la causa del socialismo, sacrificando en el caso de Marx a su propia familia, padeciendo las peores situaciones, a pesar de los errores que podamos encontrar en los fundadores del marxismo, a pesar de que cada quien es libre de aceptar o rechazar la ideas del marxismo, su praxis resulta intachable desde el punto de vista de su propia teoría.

Es nuestra opinión que estas diferencias se vieron expresadas en la posición que Horkheimer y Adorno adoptaron ante la movilización estudiantil de 1968,  cuando los estudiantes en rebeldía tomaron el Instituto de Investigaciones Sociales, entonces Horkheimer y Adorno tuvieron la oportunidad de demostrar la solidez de su actitud “crítica” cuando por sus instrucciones Habermas llamó a la policía para que reprimiera el movimiento; ¡no por nada Habermas es ahora un teórico mal disfrazado del liberalismo burgués!

Bibliografía:

1. Adorno, Theodor; Horkheimer, Max. Dialéctica de la ilustración. Fragmentos filosóficos, Trotta, España,

2. Adorno, Theodor; Garaudy, Roger; Hyppolite, Jean. ¿Marx superado?, Distribuidora Baires S. R. L., Colección Papeles Políticos, Argentina, 1974.

3. Horkheimer, Max. Critica de la razón instrumental; Sur, Buenos Aires, 1973

4. Benjamín, Walter. Tesis sobre la historia y otros fragmentos, Traducción de Bolívar Echeverría, Editorial Contrahistorias.

5. Marcuse, Hebert. Discusión con los marxistas, Proceso, Argentina, 1970.

6. Marx, C.; Engels, F. Obras escogidas en tres tomos, Editorial Progreso, Moscú, 1981

7. Marx, C. El Capital tomo I, FCE, México, 1999

8. Marx, C; Engels, F. La Sagrada familia, Grijalbo, México, 1967

9. Engels, F. Dialéctica de la Naturaleza, Cartago, México, 1983

10. Childe, Gordon. Qué sucedió en la historia, Pleyade, Argentina, 1972

NOTAS

[1] Alan Woods “el marxismo y la teoría de las ondas largas”, en Marxismo Hoy numero 10, Fundación Federico Engels, España, 2002.

[2] León Trotsky “Bolchevismo y Stalinismo”, en:http://www.marxists.org/espanol/trotsky/1930s/bolchev.htm(link is external)

[3] “Dialéctica de la Ilustración”, Max Horkeimer, Teodor Adorno, p. 56

[4]Ibid. p55

[5] Ibid. p. 75

[6] Ibid. p.68

[7] Ibid. p. 62

[8] Ibid. p. 64

[9] Marx, C. “El Capital” Tomo I, FCE, p. XXIII,

[10] “La Sagrada Familia”, C. Marx, p. 149

[11] En su “Dialéctica de la naturaleza” y en el “Anti Dühring” (obra que, por cierto, fue coescrita por Marx y expone las posiciones filosóficas de ambos autores). Engels señala lo siguiente con respecto a la época conocida como el renacimiento y, sobre todo, el periodo ilustrado (revolución Francesa): “Fue la mayor revolución progresista que la humanidad hubiera experimentado hasta entonces, una época que necesitaba de gigantes y los produjo: gigantes en poder de pensamiento, en pasión y carácter, en universalidad y conocimientos. Los hombres que fundaron el dominio moderno de la burguesía tenían cualquier cosa menos limitaciones burguesas” (“Dialéctica de la naturaleza”, Engels. p28)

[12] “La Sagrada Familia” C. Marx, 195

[13] Ibid. p 53

[14] “Dialéctica de la ilustración”, (…) p. 70

[15] Ibid. p. 67

[16] “Tesis Sobre Feuerbach”, Marx, en Obras escogidas en tres tomos, p. 9

[17] Marx mismo señala la “esencia” de su visión de la historia de la siguiente manera, la cual no deja lugar a dudas: “(..) al llegar a determinada fase de desarrollo, las fuerzas productivas materiales e la sociedad entran en contradicción con las relaciones de producción existentes (…) De formas de desarrollo de las fuerzas productivas, estas relaciones se convierten en trabas suyas. Y se abre así una época de revolución social” (Prólogo de la Contribución a la Crítica de la Economía Política”, Marx, en Obras escogidas en 3 tomos, p. 518)

[18] En su texto “En torno a la Crítica de la Filosofía del Derecho” Marx señala que el punto central de una teoría revolucionaria debe ser su capacidad para conectar con las masas trabajadoras:”Así como la filosofía encuentra en el proletariado sus armas materiales, el proletariado encuentra en la filosofía sus armas espirituales, y tan pronto como el rayo del pensamiento muerda a fondo en este candoroso suelo popular, se llevará a cabo la emancipación de los alemanes como hombres” (“La sagrada Familia”, Marx, Engels, p.15)

[19] “El Capital tomo I”, Marx, p.421

[20] “El Papel del Trabajo en la transformación del mono en hombre”, en “Dialéctica de la naturaleza”, F. Engels, p.138

[21] “Dialéctica de la ilustración”, (…) p.73

[22] Ibid. p. 68

[23] Véase por ejemplo la “Introducción a la antropología general” de Marvin Harris el padre del llamado “materialismo cultural” y uno de los más grandes antropólogos del siglo XX.

[24] “Dialéctica de la ilustración” (…), p.82

[25] “Ideología Alemana”, C. Marx, en obras escogidas en tres tomos, pp 14-15

[26] Walter Benjamín, Tesis sobre la historia y otros fragmentos, Traducción de Bolívar Echeverría, Editorial Contrahistorias, Tesis  IX, p. 24.

[27] La idea de que el desarrollo de las fuerzas productivas representaba el criterio objetivo de progreso era para Marx tan importante que incluso señaló que el dominio británico de la India, con todo y su cruel brutalidad, preparaba las condiciones para la emancipación de los trabajadores hindúes: “La industria moderna, llevada a la India por los ferrocarriles, destruirá la división hereditaria del trabajo, base de las castas hindúes, ese principal obstáculo para el progreso y el poderío de la India. Todo cuanto se vea obligada a hacer en la India la burguesía no emancipará a las masas populares ni mejorará sustancialmente su condición social, pues tanto lo uno como lo otro no sólo depende del desarrollo de las fuerzas productivas, sino de su apropiación por el pueblo. Pero lo que sí no dejará de hacer la burguesía es sentar las premisas materiales necesarias para la realización de ambas empresas. ¿Acaso la burguesía ha hecho nunca algo más?, ¿Cuándo ha realizado algún progreso sin arrastrar a individuos aislados y a pueblos enteros por la sangre y el lodo, la miseria y la degradación? (..) Y sólo cuando una gran revolución social se apropie de las conquistas de la época burguesa, el mercado mundial y las modernas fuerzas productivas, sometiéndolos al control común de los pueblos más avanzados, sólo entonces el progreso humano habrá dejado de parecerse a ese horrible ídolo pagano que sólo quería beber el néctar en el cráneo del sacrificado”;( “Futuros resultados de la dominación británica en la India”, C. Marx, en “Obras escogidas en tres tomos” p.510)

[28] El célebre antropólogo marxista Vere Gordón Childe señala que el criterio de progreso basado en el desarrollo de las fuerzas productivas puede ser verificad de manera científica por medio del estudio del comportamiento de las curvas de población en puntos críticos del desarrollo histórico como lo son el surgimiento de nuevos modos de producción: “Si examinamos todo el largo proceso que revelan los documentos arqueológicos y literarios, resultaría por demás evidente que una sola tendencia directiva en la esfera económica de los métodos por los cuales las sociedades más progresistas se procuran su sustento. En este dominio sería posible reconocer innovaciones radicales y verdaderamente revolucionarias, seguidas por tales aumentos en la población que, si se dispusiera de estadísticas fidedignas, cada una sería reflejada por una aguda curva en el gráfico de la población” (“Que sucedió en la historia”, Vere Gordon Childe, p. 37)

[29] “El Origen de la familia”, Engels, p.204

[30] García Colín Carrillo David R. ““El Materialismo Histórico y Dialéctico aplicado al proceso de “hominización”, el surgimiento de las clases sociales y la civilización”, en http://132.248.9.195/ptb2010/diciembre/0665243/0665243_A1.pdf)

[31] “Dialéctica de la ilustración”, (…) p. 90

[32] El fascismo como todo fenómeno de importancia tiene una base objetiva. El fetichismo de la mercancía en la sociedad capitalista, por ejemplo, es también una confirmación del papel decisivo, en última instancia, de las condiciones materiales en el surgimiento de fenómenos ideológicos. La enajenación del sujeto en la sociedad capitalista, expresada en su “nonplus ultra” en el fetichismo de la mercancía, haya su base en las relaciones sociales capitalistas que aparecen como relaciones entre cosas: “las relaciones entre unos y otros productores”, -nos dice Marx en El Capital, en “El fetichismo de la mercancía y su secreto”-, “relaciones en que se traduce la función social de sus trabajos, cobran la forma de una relación social entre los propios productos de su trabajo”, el hecho de que la fetichización de la mercancía tenga su sustrato material se expresa en el hecho de que dicha fetichización desaparece en otros modos de producción “Por eso, todo el misticismo del mundo de las mercancías, todo el encanto y el misterio que nimban los productos del trabajo basados en la producción de mercancías se esfuman tan pronto como los desplazamos a otras formas de producción” (Véase “ “El Capital”, Marx, pp 36-47)

[33] “La lucha contra el fascismo”, León Trotsky, pp 22-24

[34] García Colín Carrillo David R. ““El Materialismo Histórico y Dialéctico aplicado al proceso de “hominización”, el surgimiento de las clases sociales y la civilización”, en “http://www.militante.org/node/299(link is external)

[35] “C Marx F Engels Obras Escogidas”. Vol. 3. p. 514.

[36] “Dialéctica de la ilustración” (…), p. 89

[37] Ibid, p. 89

[38]“¿Marx superado?” Theodor Adorno, Roger garandy, Jean Hyppolite…; p. 17

[39] “Dialéctica de la Ilustración” (…). p.33

[40]Ibid. p.18

[41]Ibid. p.25

[42]Ibid. 27

[43]Ibid, p. 29

[44]“Discusión con los marxistas”, Hebert Marcuse, Proceso, argentina, 1970, p.12

[45] “Dialéctica de la ilustración” (…), Ibid. p. 13

[46]Ibid. p.13

[47] Ibid. pp 13-14

[48] Entre 1943 y 1948 se abre en Italia un periodo revolucionario en Italia caracterizado por la ocupación de fábricas y la huelga general a tal grado que estos acontecimientos generaron la caída de Duce. En el destacado libro “La guerra partisana” de Paolo Brini leemos que la batalla de stalingrado cambia la correlación de fuerzas y “ se tradujo en el estallido de las huelgas de marzo del 43 que llevaron a la defenestración del Duce por obra del Gran Consejo en la noche del 25 de julio. El objetivo de la burguesía era, entonces, intentar mantener al fascismo sin Mussolini confiando en el gobierno al general Badoglio y mientras tanto intentaba alcanzar algún acuerdo con las fuerzas aliadas. Esos 45 días se podrían caracterizar como una situación de fermento preinsurreccional entre las masas y de una feroz represión por parte del régimen, 93 muertos y unos 2000 arrestos entre los manifestantes”. Estos datos no dejan lugar a dudas de que la guerra partisana representó un movimiento de masas.


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“Foucault, ¿una teoría política?” Domingo Fernández. 2007.

«El  hombre  político,  ¿sería  lo  contrario  del  gran  hombre? ¿Sería el héroe hegeliano en quien culmina el espíritu del  tiempo  o  aquel  en  quien  se  depositan  los  desechos inconfesables del universo?»[1]

En no pocas ocasiones se le preguntó a Michel Foucault a propósito de sus ideas políticas.  A  menudo,  en  tales  momentos,  su  actitud fue  la  de  quien  elude  con  cierta elegancia un asunto que le resulta incómodo. En buena medida, su manera de escapar de la cuestión solía ser, bien dar la callada por respuesta o bien aludir al desfase existente entre aquello que ocupa la confrontación política cotidiana y los asuntos de auténtico calado político, que aún no han encontrado en esas confrontaciones el medio adecuado para  su  expresión. 

Otro  asunto,  en  estrecha  relación  con  el  anterior,  por  el  que  con frecuencia asimismo se le preguntaba es el de la utilidad política de sus ideas. En este terreno, las respuestas de Foucault siempre se situaron en la línea de considerar que esa cuestión no podría resolverse sin analizar las estrechas relaciones que existen entre el saber  y el poder.

Así, también por lo que se refiere a los resultados de su trabajo, la conexión resulta pertinente, ya que las conclusiones a las que fue llegando tienen, sin duda,  una  trascendencia  en  el  plano  de  la  acción  política.  No  obstante,  él  siempre rechazó  la posibilidad  de  elaborar,  de  manera  sistemática  y  siguiendo  los  cánones  al uso, una teoría política.

Sin embargo,  aunque Michel Foucault no se cansara de decir que él no  había construido una teoría política, hay quien, por diferentes motivos y con objetivos a veces antagónicos, se ha ocupado en defender lo contrario. Un caso paradigmático es el de Walzer, quien sostiene que sí que hay una teoría política que podemos ir rastreando en su obra[2].  Veamos cuáles son los puntos clave del texto en que argumenta en favor de esa posición.

Ante  todo,  hay  que  decir  que,  aproximándose  a  explicitar  el  contenido  de  esa supuesta  teoría  política,  Walzer  considera  que  el  enfoque  de  los  estudios  de  Michel Foucault sobre la sociedad disciplinaria es erróneo. Si bien, pese a ello, admite que tales estudios nos permiten entrever ciertas características que se están manifestando en las sociedades contemporáneas[3] .

Sin duda acierta cuando nos dice que la visión que Foucault nos ofrece del poder pone de manifiesto que es un pluralista[4]. A nadie se le escapa, es cierto, que la doctrina foucaultiana a propósito del poder se sitúa al margen de toda interpretación soberanista y explica que el poder se origina en una multitud de espacios a través de las relaciones que  en  ellos  se  establecen  entre  los  seres  humanos.

  Se  trata,  por  tanto,  de  una interpretación en la que ha de tomarse en cuenta la existencia de una diversidad de focos o puntos de origen del poder[5].

Las  ideas  políticas  derivadas  de  esta  concepción  del  poder  no  podrán,  en consecuencia,  apuntar  a  la  posibilidad  de  derrocar o  conquistar  el  poder,  según  los modelos  revolucionarios  clásicos[6]No  existe  un  único  centro  del  poder  o  un  lugar privilegiado donde éste resida, de tal manera que su conquista deje expedita la vía para hacernos con el resto de los centros de poder  y, en suma, pasar a ocupar la plaza de aquellos que han sido desposeídos de las claves del control social[7]

En este sentido, atina de nuevo Walzer cuando, recogiendo una idea expresada por  el  propio  filósofo,  nos  dice  que  “la  teoría  política  de  Foucault  es  una  ‘caja  de herramientas’,  no  para  la  revolución  sino  para  la  resistencia  local[8]

Expresa  así  un concepto  esencial  en  el  pensamiento  político  de  Foucault,  que  es  el  concepto  de resistencia. En efecto, frente a la metáfora de la conquista, el pensador francés propone la  opción  de  la  resistencia

Crear  núcleos  de  resistencia, nódulos  de  oposición  a  los movimientos por los cuales el poder circula a través del tejido social, ésta es la opción más importante de cuantas se encuentran a nuestro alcance para oponernos al poder. Es la noción de resistencia lo que nos permite comprender la articulación que puede existir entre  las  díadas  conceptuales  discurso-poder  y  contradiscurso-contrapoder  y,  en definitiva, situar en el plano adecuado de explicación la relación entre saber y poder[9].

Otra noción, complementaria de la noción de resistencia  y de signo opuesto a ésta, es la de disciplina. Como es sabido, Vigilar y castigar es la obra en la que Foucault expresa de una manera más elaborada cuál es la extensión de las prácticas disciplinarias  en las sociedades modernas. Estas prácticas tienden a conseguir una gestión eficaz de la población, suponiendo, por tanto, la culminación de las estrategias de control surgidas a finales del siglo XVII y que encuentran su punto de inflexión definitivo con la creación de la policía, en el siglo XVIII.

La policía no tiene, en su origen, las funciones que hoy realiza la institución a la que nosotros damos ese mismo nombre, sino que desempeña tareas más amplias.

En  el  curso  que  impartió  el  año  académico  1977-1978, Seguridad,  territorio, población, Foucault ofrece una caracterización de la disciplina a través de las siguientes notas.  En primer  lugar,  afirma  que  “la  disciplina  es  esencialmente  centrípeta.  Quiero decir  que  la  disciplina  funciona  en  la  medida  en  que  aísla  un  espacio,  determina  un segmento. La disciplina concentra, centra, encierra. El primer gesto de la disciplina es, en  efecto,  circunscribir  un  espacio  en  el  cual  su  poder  y  sus  mecanismos  de  poder actuarán plenamente y sin límite”[10].

Al lado de esto, es conveniente señalar que “los dispositivos de seguridad”, tal como  Foucault  pretende  reconstruirlos  desde  su  origen,  “actúan  en  sentido  contrario, tienen  siempre  tendencia  a  extenderse,  son  centrífugos.  Integran  sin  cesar  nuevos elementos, integran la producción, la psicología, los comportamientos, las maneras de actuar  de  los  productores,  de  los  compradores,  de  los  consumidores,  de  los importadores, de los exportadores, integran el mercado mundial. Se trata, por tanto, de organizar, o en todo caso de dejarse arrastrar por el desarrollo de circuitos cada vez más extensos”[11].

Por tanto, hablar de sociedad disciplinaria, refiriéndonos con esa expresión a la sociedad actual, supone cometer, cuando menos, una imperdonable omisión, ya que los procedimientos  disciplinarios  se  hallan  en  ella  muy  localizados  en  sus  campos  de aplicación. Todo lo contrario de lo que sucede con los dispositivos de seguridad, que se se extienden de forma incesante, según esquemas de dispersión.

En efecto, “una buena disciplina es aquella que os dice, en cada instante, lo que debéis hacer. Y, si tomamos el modelo de saturación disciplinaria de la vida monástica perfecta, que hace que la vida del monje esté regulada enteramente, de la mañana a la noche, la única cosa que queda indeterminada es que no dice expresamente lo que está prohibido”[12]

Por  otra  parte,  contraponiendo  modelo  disciplinario  y  modelo  legal,  Foucault señala que “en el sistema de la ley, lo que queda indeterminado está permitido; en el sistema del reglamento disciplinario, lo que está determinado es lo que debe hacerse y,

consecuentemente,  todo  lo  demás,  quedando  en  la  indeterminación  se  encuentra,  sin embargo, prohibido”[13].

Foucault  ha  estudiado  con  suficiente  detalle  estas  cuestiones  como  para  que podamos concluir que Walzer se equivoca al sostener que “el punto crucial de la teoría política de Foucault es que la disciplina escapa al mundo de la ley y de la justicia –y se pone  enseguida  a  colonizar  ese  mundo,  remplazando  los  principios  legales  por principios de normalidad física, psicológica y moral”[14].

Walzer realiza aquí una amalgama de la que se desprende una imagen confusa, opresiva  y  paranoica  de  la  teoría  política  de  Foucault,  si  es  que  finalmente  nos acomodamos a usar dicha expresión. En efecto, Foucault señala que la Policía (en el sentido  original  del  término)  y  la  Estadística  son los  dos  elementos  clave  de  la gubernamentalización del ejercicio del poder[15].

En términos políticos, Walzer define a Foucault como un anarquista-nihilista[16].

A su juicio, Foucault aleja a sus lectores de la política, menospreciando la importancia de  la  misma.  Argumentando  en  este  sentido,  Walzer  se  empeña,  en  el  trabajo  que estamos comentando, en mostrar la importancia que tienen las distinciones morales y políticas[17].

Para plantear nuestras objeciones en contra de esa supuesta indistinción de moral y política en Foucault podríamos apelar a diferentes documentos. Sin embargo, quizá la más  completa  caracterización  que  él  mismo  realizó  de  su  pensamiento  político  se encuentra  en  las  páginas,  396  nada  menos,  de  la  trascripción  de  la  larga  serie  de conversaciones que mantuvo con Roger-Pol Droit en 1975[18]. De ellas se han publicado tan sólo algunos extractos en Le Monde y Le Point, recogidos más tarde en el libro de Roger-Pol  Droit, Michel  Foucault,  entretiens[19]

Tal  vez,  como  anota  Daniel  Defert, estas  entrevistas  no  se  publicaron  en  su  momento  debido  a  que  Foucault  quedó insatisfecho con el enfoque y el resultado de las mismas, rechazando la posibilidad de publicarlas. Aunque me atrevo a pensar que su insatisfacción se debió, precisamente, a que  advirtió  a  posteriori  la  excesiva  claridad  y  contundencia  con  la  que  se  había manifestado  a  propósito  de  un  buen  número  de  cuestiones,  siempre  espinosas, relacionadas con sus ideas políticas.

Baste  recordar,  en  este  sentido,  que  Michel  Foucault  comienza  hablando  del papel que en su momento jugaron intelectuales como Desanti o Althusser.  Al hilo de esos comentarios, pone de manifiesto su profundo anticomunismo, e incluso da claras muestras  de  sentirse  molesto  por  la  importancia  que  el  entrevistador  concede  a  los comunistas en su descripción del clima intelectual de la época de juventud de Foucault.

Su inquietud ante esas cuestiones es la de alguien que preferiría no verse obligado  a recordar unos años en los que, desde las filas de las distintas organizaciones marxistas, se  ejerció,  a  su  juicio,  un  verdadero  terrorismo  intelectual  sobre  todo  aquel  que  se atrevía a expresar alguna idea divergente. Foucault señala de una forma detallada cómo esto ha sucedido en Francia desde los años 50 hasta principios de los 70.

No menos duras resultarán, incluso hoy en día, las críticas de Foucault en otro frente, al considerar que el Partido Comunista francés ha pactado hace muchos años con el  Estado, comprometiéndose  de  facto  en  la  penosa  tarea  de  mantener  en  pie  sus estructuras  de  poder  más  obsoletas.  Señala  además  que,  a  pesar  de  ese pacto,  esa organización política no ha hecho sino perder contacto progresivamente con la realidad social,  siendo  la  Universidad  el  único  terreno  en  el  que  ha  conseguido  infiltrarse eficazmente.

Foucault habla asimismo de su terrible experiencia en Polonia. Relata que allí pudo  saber  cómo  procede  en  verdad  este  sistema  y  que,  desde  que  conoció  como funciona en realidad un Estado comunista, considera inaceptable el marxismo. Para él, según cuenta en varios pasajes, todo el horror que encierra esa doctrina política se le reveló  en  Polonia,  aunque  evoca  asimismo  cómo  ya  tenía  sospechas    y  rechazo  del totalitarismo desde su época de estudiante. 

Como puede apreciarse, hay en estas opiniones claros signos de la importancia que Foucault concede a las distinciones políticas, como también los hay de la relevancia que estima han de tener las distinciones morales, en contra de lo sostenido por Walzer[20].

También podrían servirnos como elocuentes ejemplo en contra sus actividades en favor de  diferentes  causas,  aunque  precisamente  por  esa  voluntad  de  comprometerse éticamente en las causas políticas en algunos casos errara el tiro. Es lo que le sucedió,

pongamos por caso, con su apoyo inicial a la revolución iraní[21].

Podría admitirse, en todo caso, que en esa revolución Foucault pudo ver una excelente ilustración de esas experiencias límite que rastreó en diversos campos durante toda su vida  y que, en lo político, tan sólo pudo vivir fuera de Francia. No sólo en Irán, en contra de lo que señala Hamid  Gholami  Saba  en  el  trabajo  que  consagra  al  estudio  de  este  pasaje  de  su trayectoria  vital[22]

En  efecto,  tan  importantes  o  más  fueron,  en  ese  sentido,  sus experiencias  en  Polonia  o  en  Túnez.  En  cualquier  caso,  es  indudable  que,  como  ha sabido explicar Gholami Saba, la constatación del éxito político y el fracaso moral de la revolución  iraní  llevaron  a  Foucault  a  repensar  la política  en  términos  ilustrados  y  a aproximarse a la visión más crítica de la modernidad, convenciéndolo finalmente de la necesidad de «reforzar la luz de la Aufklärung y combatir su despotismo»[23].

En realidad, podría decirse que, tras diferentes atisbos iniciales marcados tanto por  la  necesidad  de  responder  a  las  exigencias  del presente  como  por  la  obligación autoimpuesta de hacerlo de una manera original, su periplo intelectual culmina en un punto  en  el  cual  la política  se plantea  como  ética[24]

De  manera  tentativa,  esa  misma posición ha ido apareciendo de forma ocasional a lo largo de toda su vida, pero podría hablarse  de  la  existencia  de  una  reconciliación  del  filósofo  Michel  Foucault  con  la persona Michel Foucault cuando la ética pasa a ocupar el centro de sus preocupaciones intelectuales y se muestra capaz de generar por sí misma una política.

Hoy  asistimos  a  la  crisis  definitiva  del  modelo  político  surgido  a  partir  de  la Revolución Francesa; quizá Walzer, para bien o para mal, se muestre todavía demasiado vinculado al mismo. Entre otros factores, siguiendo la estela de los estudios de Foucault, Edgard  Morin  ha  señalado  atinadamente  una  serie  de transformaciones  que  han sobrevenido  desde  que  la  ciencia  y  la  técnica  han  hecho  irrupción  en  el  campo tradicional de la política, provocando en él modificaciones profundas[25].

Los cambios producidos a instancias de esa irrupción de la tecnociencia ponen de manifiesto la dificultad de construir una política centrada en el ser humano, en el sentido universal que ese término adopta en el pensamiento ilustrado. Por ello, Morin se pregunta si es posible hoy construir una «antropopolitica»[26].

Una serie de transformaciones, en gran medida deudoras del progreso científico-tecnológico, han hecho que la supervivencia del ser humano, en términos de especie, se convierta en el problema político de mayor importancia[27]. Un problema político que nos lleva a pensar en términos globales, que nos conduce a considerar la política de la vida o de la muerte de la especie como cuestión biopolítica por excelencia[28].

Todo ello conduce a la necesidad de plantear una política «multidimensional» del ser humano. Entre los contenidos de esta, es preciso distinguir elementos que habían quedado hasta hace unos años fuera del ámbito político, que eran considerados como infrapolíticos y a los que ahora ha de concederse la importancia crucial que en realidad tienen.

Como clara ejemplificación de esto podríamos citar todo lo relacionado con las amenazas  bélicas,  las  cuestiones  políticas  que  atañen  a  la  situación  de  la  mujer,  lo relativo a la natalidad y a lo que tiene que ver con la mortalidad.

En otro orden de cosas, Morin ha insistido también en que hemos de considerar la relación entre economía y ecopolítica. Se trataría, en este sentido, de contribuir a la construcción  de  un  realismo  político  de  nuevo  cuño que,  en  lugar  de  plantear  la reiteración de lo mismo como única vía posible, aborde al fin de forma coherente las relaciones entre economía, ecología y política.

Por último, sugiere Morin la importancia de incluir en la agenda política toda una serie de cuestiones de orden socio-político, entre las que señala la protección social del individuo, lo relacionado con la educación, la cultura, el tiempo libre, la política de la juventud, etc.[29]

Todas estas cuestiones habían permanecido fuera del ámbito de lo político y hoy ocupan un importante lugar en él. Tanto es así, que no podría entenderse ya la acción política  o  un  programa  de  intervención  política  que  no  hiciera  referencia  a  toda  esta serie de asuntos.

Pese  a  que  señalar  esto  no  sea  ya  ninguna  novedad, es  necesario  apuntar  la importancia que han tenido los estudios de Michel Foucault para poner el acento en la trascendencia política de las cuestiones que hasta aquí hemos enumerado. 

Es  sin  duda  interesante  constatar,  de  la  mano  de  Foucault,  cómo  la  Razón  de Estado ha ido tomando cuerpo en la constitución y desarrollo de una política centrada en la acción policial (en el sentido original del término), a lo largo de los siglos XVII y XVIII. Así como analizar las mutaciones que esa política experimenta en los dos siglos siguientes.  Explicar  esos  procesos  ha  sido  uno  de  los  cometidos  a  los  que  Foucault concedió mayor importancia en los estudios que realizó durante los últimos años de su vida[30]. En su caso, la importancia de la herencia nietzscheana[31], tan importante en su obra,  nos  llevaría  a  hablar,  en  lugar  de  antropopolítica,  de  una  forma  de  entender  la política  cuyo  primer  objetivo  es  la  ruptura  con  la subjetividad  impuesta.  Superar  el horizonte del humanismo pasaría entonces por dejar atrás definitivamente las distintas formas en que la unidimensionalidad se nos impone.

Esto, que puede sonar tan viejo, es algo que hoy está, paradójicamente, de última hora.

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[1] FOUCAULT, M., “Les têtes de la politique”, Preface a, WIAZ, En attendant le grand soir …, Paris, Denoël, 1976, p. 10.

[2] WALZER, M., “La politique de Michel Foucault”, VVAA, Michel Foucault, lectures critiques, Bruselas, Editions Universitaires, 1989, p. 65.

[3] WALZER, M., Op. Cit., p. 67.

[4] WALZER, M., Op. Cit., p. 69.

[5] CHEVALLIER, Ph., Michel Foucault, le pouvoir et la bataille, Nantes, Éditions Pleins Feux, 2004, pp. 19 y ss.

[6] DEFERT, D., “La violence entre pouvoirs et interpretations dans les oeuvres de Michel Foucault”,  HÉRITIER, F., (Coord.), De la violence, Paris, Odile Jacob, 2005, pp. 94 y ss.

[7] “La política moderna sería para Foucault, desde el primer momento y para siempre esto y nada más que esto, el sistema de lenguajes y de saberes de un momento, de un tiempo, para disciplinar a los individuos, eso que acabará llamando la política pastoral porque, precisamente, se produce a la imagen del pastor y su rebaño, que se ocupa y trata de cada uno singularmente y que vuelca su atención de forma aún más fuerte sobre aquellos a los que excluye.

   La vida de los hombres sin derechos, la vida de los hombres infames…” KRIEGEL, B., Michel Foucault aujourd’hui, Paris, Plon, 2004, p. 76.

[8] WALZER, M., Op. Cit., p. 70.

[9] FREUNDLIEB, D., «Foucault’s theory of discurse and human agency», JONES, C., – PORTER, R. (Edits), Reasessing Foucault. Power, Medicine and the Body, London, Routledge, 1994, p. 176.

[10] FOUCAULT, M., Securité, territoire, population, Cours au Collège de France (1977-78), Paris, Gallimard-Seuil, 2004, p. 46.

[11] FOUCAULT, M., Securité, territoire, population, Edic. Cit., p. 46.

[12] FOUCAULT, M., Ibid., p. 48.

[13] FOUCAULT, M., Ibid., p. 48.

[14] WALZER, M., Op. Cit., p. 74.

[15] FOUCAULT, M., Securité, territoire, population, Edic. Cit., p. 323.

[16] WALZER, M., Op. Cit., p. 77.

[17] WALZER, M., Op. Cit., pp.80 y ss

[18] FOUCAULT, M., “Entretien avec Roger-Pol Droit”, 1975, 396 páginas mecanografiadas, IMEC-Archives, FCL.2.A02-02.

[19] DROIT, R. P.,  Michel Foucault, entretiens, Paris, Odile Jacob, 2004.

[20] Blandine Kriegel ve dos grandes influencias en la  filosofía política de Foucault. La primera de ella proviene de su lectura de la filosofía nietzscheana y da lugar a una acción política marcada por cierto romanticismo, que le impulsa a realizar gestos socialmente llamativos en favor de las causas que abraza.

La segunda proviene de la escuela epistemológica francesa, da lugar al trabajo de fundamentación teórica, al análisis revelador, a todo aquello que nos hace ver la realidad de otro modo y, por tanto, plantearnos también de otra manera nuestra actuación en la misma. KRIEGEL, B., Michel Foucault aujourd’hui, Op. Cit., pp. 78 y ss.

[21] GHOLAMI SABA, H., Foucault et la révolution iranienne, Mémoire de Diplôme d’études approfondies de philosophie, Université Paris-VIII, 2001, p. 77. Sobre este asunto, ver también, MACEY,  D., «Foucault et l’Iran», La Rose de Personne, nº1,Milano, 2005, pp. 85 y ss.

[22] GHOLAMI SABA, H., Op. Cit., p. 84.

[23] GHOLAMI SABA, H., Op. Cit., p. 114.

[24] GIORDANO, C., «Etica e politica nell’ultimo Foucault», VVAA (a cura di Pierandrea AMATO), La Biopolitica. Il potere sulla vita e la constituzion e della soggetività, Milano, Mimesis, 2004.

[25] MORIN, E., «Una politica per l’uomo», VVAA (CUTRO, A., edit.), Biopolitica. Storia e attualità di un concetto, Verona, Ombre Corte, 2005, pp. 178 y ss

[26] MORIN, E., Op. Cit., p. 61.

[27] AGGERI, F., «Les régimes de gouvernementalité dans le domine de l’environement», HATCHUEL, A. – PEZET, E. – STARKEY, K. . LENAY, O. (Dirs.), Gouvernement, organisation et gestion: l’héritage de Michel Foucault, Saint-Nicolas, Presses de l’Université Laval, 2005, p. 463.

[28] MORIN, E., Op. Cit., p. 62.

[29] MORIN, E., Op. Cit., pp. 62 y ss.

[30] FOUCAULT, M., Naissance de la Biopolitique. Cours au Collège de France. 1978-1979, Paris, Gallimard-Seuil, 2004, pp. 10 y ss.

[31] GILLAN, G., «Foucault and Nietzsche: Affectivity and the Will to Power», SMART, B. (Edit.), Michel Foucault. Critical Assessments, Vol. V, London, Routledge, 1995, pp. 319 y ss.

Marx y la Historia: la polarización. Immanuel Wallerstein.

Por regla general; la mayor parte de los analistas (y en particular los marxistas) tienden a conceder mayor importancia a las ideas historiográficas más dudosas de Marx y, en ese proceso, tienden a descuidar sus ideas más originales y fructíferas. Quizá sea lo lógico, pero no resulta de gran utilidad.

Suele decirse que cada cual tiene su Marx, y sin duda es cierto. De hecho, yo añadiría que cada cual tiene dos Marx, como nos recuerdan los debates de los últimos treinta años sobre el joven Marx, la ruptura epistemológica, etc. Mis dos Marx no son cronológicamente consecutivos y tienen su origen en lo que me parece una contradicción interna fundamental de la epistemología de Marx, que se traduce en dos historiografías diferentes.

Por una parte, Marx es la rebelión suprema contra el pensamiento liberal burgués, con su antropología centrada en el concepto de naturaleza humana, sus imperativos categóricos kantianos, su creencia en la mejora lenta aunque inevitable de la condición humana, su preocupación por el individuo en busca de la libertad.

Contra este conjunto de conceptos, Marx sugirió la existencia de múltiples realidades sociales, cada una de ellas dotadas de una estructura diferente y localizada en mundos distintos, cada uno de los cuales se definía por su modo de producción. La cuestión estribaba en descubrir el funcionamiento de estos modos de producción tras sus pantallas ideológicas.

Creer en «leyes universales» nos impide precisamente reconocer las particularidades de cada modo de producción, descubrir los secretos de su funcionamiento y, por consiguiente, examinar claramente los caminos de la historia.

Por otra parte, Marx aceptó el universalismo en la medida en que aceptó con su antropología lineal la idea, de un avance histórico inevitable hacia el progreso.

Sus modos de producción parecían estar en fila, como colegiales, por estaturas, es decir, según el grado de desarrollo de las fuerzas productivas. (Aquí se encuentra en realidad el origen del gran desconcierto que provoca el concepto de modo de producción asiático, que parecía desempeñar el papel de escolar travieso, negándose a seguir las normas y a colocarse en su sitio).

Es obvio que el segundo Marx es mucho más aceptable para los liberales, y es con este Marx con el que han estado dispuestos a ponerse de acuerdo, tanto intelectual como políticamente. El otro Marx es mucho más molesto. Los liberales temen y rechazan a Marx y, desde luego, le niegan legitimidad intelectual. Héroe o demonio, el primer Marx es el único que me parece interesante y el que todavía tiene algo que decirnos hoy.

Lo que está en juego en esta distinción entre los dos Marx son las diferentes expectativas de desarrollo capitalista que se deducen de los mitos históricos opuestos. Podemos construir nuestra historia del capitalismo en torno a uno de los dos protagonistas: el burgués triunfante o las masas empobrecidas.

¿Cuál de ellas es la figura clave de los cinco siglos de historia de la economía mundo capitalista? ¿Cómo valoraremos la época del capitalismo histórico? ¿Globalmente positiva porque conduce, dialécticamente, a su negación y a su Aufhebung? ¿O como globalmente negativa porque trae consigo el empobrecimiento de la gran mayoría de la población mundial?

Me parece incuestionable que esta elección de óptica se refleja en cualquier análisis detallado. Sólo voy a citar un ejemplo, el de una observación realizada de pasada por un autor contemporáneo. La cito precisamente porque es una observación hecha de pasada, y por tanto podemos decir que de manera inocente.

En un debate erudito y perspicaz sobre las ideas de Saint-Just acerca de la economía durante la Revolución Francesa, el autor llega a la conclusión de que sería adecuado calificar a Saint-Just de «anticapitalista”, y de que este calificativo podría ampliarse de hecho al capitalismo industrial. El autor añade: «En este sentido, podemos decir que Saint-Just es menos progresista que algunos de sus predecesores contemporáneos ¿Por qué “menos» progresista y no «más» “progresista”? Ahí está el quid de la cuestión.

Marx era, desde luego, un hombre de la Ilustración, smithiano, jacobino y saint-simoniano. El mismo lo decía. Estaba profundamente imbuido de las doctrinas del liberalismo burgués, al igual que todos los buenos intelectuales de izquierda del siglo XIX.

Es decir, compartía con todos sus colegas la protesta permanente y casi instintiva contra todo lo que oliera al Antiguo Régimen: privilegio, monopolio, derechos señoriales, holgazanería, piedad, superstición. Frente a este mundo caduco, Marx defendía lo racional, serio, científico y productivo. El trabajar duro era una virtud.

 Aun cuando Marx tuviera algunas reservas sobre esta nueva ideología (y no tenía demasiadas), consideró útil desde el punto de vista táctico afirmar su lealtad hacia estos valores y utilizarlos después políticamente contra los liberales, atrapándolos en sus propias redes.

No le resultó muy difícil mostrar que los liberales abandonan sus principios siempre que el orden se ve amenazado en sus Estados. Así pues, para Marx fue tarea fácil hacer que los liberales se atuvieran a su palabra; llevar la lógica del liberalismo hasta su extremo y hacer así que los liberales tragasen la medicina que prescribían para los demás.

Podría decirse que una de las consignas fundamentales de Marx fue más libertad, más igualdad, más fraternidad. Sin duda, a veces estuvo tentado de dar un salto con la imaginación hacia un futuro saint-simoniano; pero es evidente que dudó a la hora de ir demasiado lejos en esa dirección, tal vez por temor a aportar su granito de arena al voluntarismo utópico y anarquista que siempre había considerado desagradable y, desde luego, pernicioso.

Es precisamente a las ideas de ese Marx, el Marx burgués y liberal, a las que debemos acercarnos con una gran dosis de escepticismo.

Es en cambio al otro Marx, al que veía la historia como una realidad compleja y sinuosa, al que insistía en el análisis del carácter específico de los diferentes sistemas históricos, al Marx que era, por tanto, crítico del capitalismo como sistema histórico, a quien debemos devolver al primer plano.

¿Qué encontró Marx cuando examinó a fondo el proceso histórico del capitalismo? Encontró no sólo la lucha de clases, que a fin de cuentas era el fenómeno “desde las sociedades existentes hasta el presente», sino también la polarización de las clases. Esta fue su hipótesis más radical y atrevida y, por consiguiente, la más criticada.

Al principio, los partidos y los pensadores marxistas esgrimieron este concepto que, por su carácter catastrofista, parecía asegurar el futuro. Sin embargo, al menos desde 1945, a los intelectuales antimarxistas les resultó relativamente fácil demostrar que, lejos de empobrecerse, los trabajadores de los países industriales occidentales vivían mucho mejor que sus abuelos y que, en consecuencia, no se había producido empobrecimiento, ni siquiera relativo, ni mucho menos absoluto.

Por lo demás, tenían razón. Nadie lo sabía mejor que los propios obreros industriales que constituían la base social fundamental de los partidos de izquierda en los países industrializados. Así pues, los partidos y los pensadores marxistas comenzaron a batirse en retirada en lo que se refiere a este tema.

Tal vez no fue una desbandada, pero al menos a partir de ahí, tuvieron sus dudas a la hora de sacar a colación el tema. Poco a poco, las referencias a la polarización y al empobrecimiento (al igual que al debilitamiento del Estado) disminuyeron radicalmente o desaparecieron, al parecer refutadas por la propia historia.

De este modo se produjo una especie de descarte imprevisto y desordenado de una de las ideas más perspicaces de nuestro Marx, porque Marx fue más absoluto en lo que se refiere a la  perspectiva a largo plazo de lo que solemos pensar.

La realidad es que la polarización es una hipótesis históricamente correcta, no falsa, y podemos demostrarlo empíricamente, siempre que utilicemos como unidad de cálculo la única entidad que realmente importa para el capitalismo, la economía-mundo capitalista.

En esta entidad, hace más de cuatro siglos que se registra una polarización de las clases no solo relativa sino absoluta. Y si esto es cierto, ¿dónde reside el carácter progresista del capitalismo?.

Huelga decir que hemos de concretar qué entendemos por polarización. La definición no es en modo alguno evidente. En primer lugar, debemos distinguir entre la distribución social de la riqueza material (en sentido amplio), y la bifurcación social que es resultado de los procesos inseparables de proletarización y burguesificación.

Por lo que se refiere a la distribución de la riqueza, puede calcularse de diversas formas. Debemos elegir inicialmente la unidad de cálculo, no sólo espacial (ya hemos indicado nuestra preferencia por la economía-mundo sobre el Estado nacional o la empresa), sino también temporal.

¿Hablamos de distribución por hora, por semana, por año o por treinta años? Cada uno de estos cálculos podría ofrecer resultados diferentes, incluso contradictorios.

En realidad, a la mayoría de las personas les interesan dos cómputos temporales. El primero de ellos es un plazo muy corto, que podemos denominar cálculo de supervivencia; al segundo podemos llamarlo cálculo de vida, y se emplea para medir la cantidad de vida, la valoración social de la vida diaria.

El cálculo de supervivencia es por naturaleza variable y efímero. El cálculo de vida es el que nos ofrece la mejor medida, objetiva y subjetivamente, de si ha tenido lugar o no una polarización material. Debemos establecer comparaciones intergeneracionales y a largo plazo de estos cálculos de vida. Sin embargo, no nos referimos a comparaciones entre generaciones de un solo linaje, porque de este modo se introduciría un factor no pertinente desde la perspectiva del sistema-mundo en su conjunto: el índice de movilidad social en zonas concretas de la economía-mundo.

Por el contrario, debemos comparar estratos semejantes de la economía-mundo en momentos históricos sucesivos, midiendo cada estrato a lo largo de la vida de sus integrantes. La pregunta es si, para un estrato dado, la experiencia de vida en un momento histórico es más o menos dura que en otro, y si con el tiempo ha aumentado o no el espacio que separa a los estratos superiores de los inferiores.

El cálculo debe incluir, no sólo el total de ingresos  de la vida, sino también estos ingresos divididos por el total de horas de trabajo de la vida dedicadas a la adquisición (en la forma que sea) con el fin de obtener cifras que sirvan de base para el análisis comparativo.

Debe considerarse también la duración de la vida, calculada preferiblemente a partir de la edad de un año o incluso de cinco (con el fin de eliminar el efecto de las mejoras sanitarias que puedan haber reducido la tasa de mortalidad infantil, sin afectar necesariamente a la salud de los adultos).

Por último, debemos introducir en el cálculo (o índice) los diversos etnocidios que, al privar a muchas personas de descendientes, desempeñaron un papel en la mejora de la suerte de otras.

Si finalmente se llega a algunas cifras razonables, calculadas a largo plazo y en el conjunto de la economía-mundo, creo que esas cifras demostrarían con claridad que en los últimos 400 años ha tenido lugar una importante polarización material en la economía-mundo capitalista.

Hablando claro, quiero decir que en la actualidad la gran mayoría (todavía rural) de la población de la economía-mundo trabaja más y durante más tiempo y por una recompensa material menor que hace 400 años.

No tengo la menor intención de idealizar la vida de las masas en épocas anteriores; sólo deseo valorar el nivel global de sus posibilidades humanas comparándolo con el de sus descendientes actuales. El hecho de que los trabajadores especializados de un país occidental disfruten de una situación económica mejor que la de sus antepasados dice muy poco de la vida de un obrero no especializado de la Calcuta actual, por no hablar de un jornalero agrícola peruano o indonesio.

Tal vez pueda objetarse que soy demasiado «economicista» al utilizar como medida de un concepto marxista como la proletarización el estado de cuentas de los ingresos materiales.

Después de todo, mantienen algunos, lo importante son las relaciones de producción. Sin duda es un comentario acertado. Por consiguiente, consideremos la polarización como una bifurcación social, una transformación de múltiples relaciones en la antinomia burgués-proletario. Es decir, consideremos no sólo la proletarización (un elemento permanente de la literatura marxista), sino también la burguesificación (su compañero lógico, del que sin embargo apenas se habla en esta misma literatura).

También en este caso debemos concretar qué entendemos por estos términos. Si aceptamos que, por definición, sólo puede ser burgués el típico industrial de la «Franglaterra» de comienzos del siglo XIX, y sólo puede proletario ser la persona que trabaja en la fábrica de ese industrial, es completamente cierto que no se ha registrado una gran polarización de las clases en la historia del sistema capitalista.

Podemos defender incluso que la polarización se ha reducido. Sin embargo, si por burgués y proletario auténticos entendemos aquellos que viven de sus ingresos actuales, es decir; Sin depender de ingresos procedentes de fuentes heredadas (capital; propiedades, privilegios, etc.), y hacemos la distinción entre aquellos (los burgueses) que viven de la plusvalía que los otros (los proletarios) crean, sin que intervengan en exceso los roles mixtos, podemos afirmar que a lo largo de los siglos ha ido aumentando el número de personas que se han situado inequivocadamente en una u otra categoría y que esto es consecuencia de un proceso estructural que dista mucho de haber  terminado.

El razonamiento quedará más claro si analizamos a fondo todos estos procesos. ¿Qué ocurre realmente en la «proletarización»? Los trabajadores de todo el mundo viven en grupos reducidos de “estructuras familiares” en la que se comparten los ingresos. No es habitual que estos grupos que no están ni necesaria ni totalmente vinculados al parentesco ni comparten necesariamente la misma residencia, prescindan de ciertos ingresos salariales.

Pero tampoco es habitual que subsistan exclusivamente gracias a sus ingresos salariales. Redondean sus ingresos salariales con pequeñas producciones de bienes de primera necesidad, arrendamientos, regalos y pagos de transacciones y, por último aunque no lo menos importante, producción de subsistencia. Así comparten múltiples fuentes de ingresos, naturalmente en proporciones muy distintas en lugares y tiempos distintos.

Por consiguiente, podemos pensar que la proletarización es el o de crecimiento de la dependencia de los ingresos salariales en relación con el conjunto de ingresos. Es totalmente ahistórico pensar que una estructura familiar pasa súbitamente del cero por ciento al ciento por ciento en su dependencia de los salarios. Es más probable que se pase, por ejemplo, de una dependencia del veinticinco por ciento a una dependencia del cincuenta por ciento, habida cuenta de los cambios operados en las estructuras familiares, a veces en períodos reducidos. Así ocurrió más o menos, por ejemplo, en un locus classicus, los «enclosures» ingleses del siglo XVIII.

¿A quién beneficia la proletarización? Dista mucho de ser cierto que sea a los capitalistas. A medida que aumenta el porcentaje de los ingresos de la estructura familiar que proceden de los salarios, el nivel salarial debe aumentar simultáneamente y no descender, con el fin de acercarse al nivel mínimo necesario para la reproducción. El lector tal vez piense que el razonamiento es absurdo. Si estos trabajadores no hubieran recibido previamente el salario mínimo biológico, ¿cómo podrían haber sobrevivido?

Sin embargo,  la verdad es que no es absurdo. Si los ingresos salariales sólo equivalen a una pequeña proporción del total de ingresos de la estructura familiar, el patrón del trabajador asalariado puede pagar un salario por hora inferior al mínimo, obligando a los demás “componentes” del total de ingresos de la estructura familiar a “completar”  la diferencia existente entre el salario pagado y el mínimo necesario para sobrevivir.

Así pues, el trabajo exigido para conseguir unos ingresos superiores al nivel mínimo, a partir del trabajo de subsistencia o de la  producción de bienes de primera necesidad a pequeña escala, con el fin de «alcanzar el promedio» en un nivel mínimo para el conjunto de la estructura familiar actúa de hecho como una «subvención» para el empresario del trabajador asalariado, como una transferencia a este empleador de una plusvalía adicional. Así se explican las escalas salariales escandalosamente bajas de las zonas periféricas de la economía-mundo.

La contradicción fundamental del capitalismo es bien conocida. Se trata de la existente entre el interés del capitalista como empresario individual que pretende conseguir el máximo de beneficios (y por tanto reducir al mínimo los costes de producción, incluidos salarios) y su interés como miembro de una clase que no puede ganar dinero a menos que sus miembros realicen sus beneficios, es decir, vendan lo que producen. Por consiguiente, necesitan que se incrementen los ingresos en efectivo de los trabajadores.

No voy a examinar aquí los mecanismos en virtud de los cuales los reiterados estancamientos de la economía-mundo conducen a incrementos discontinuos aunque necesarios (es decir, repetidos) del poder adquisitivo de algún (nuevo en cada ocasión) sector de la población (mundial). Sólo diré que uno de los mecanismos más importantes en el incremento del poder adquisitivo real es el proceso que llamamos proletarización.

Aunque la proletarización pueda redundar a corto plazo en beneficio (sólo a corto plazo) de los capitalistas como clase, va en detrimento de sus intereses como empleadores individuales y, por tanto la proletarización tiene lugar normalmente a pesar de ellos y no causa de ellos. La exigencia de proletarización tiene otro origen. Los trabajadores se organizan de diversas formas y así consiguen algunas de sus reivindicaciones, lo cual les permite de hecho alcanzar el umbral de unos verdaderos ingresos salariales mínimos. Es decir, los trabajadores se proletarizan gracias a sus propios esfuerzos, y después cantan victoria.

El verdadero carácter de la burguesificación es asimismo muy distinto del que nos han hecho creer.

La descripción sociológica clásica del burgués que hace el marxismo está llena de contradicciones epistemológicas que residen en la base del propio marxismo. Por una parte, los marxistas insinúan que el burgués-empresario-progresista es lo contrario del aristócrata-rentista-ocioso.

Entre los burgueses se distingue entre el capitalista comerciante que compra barato y vende caro (por tanto, también especulador-financiero-manipulador-ocioso) y el industrial que «revoluciona» las relaciones de producción. Este contraste es más marcado cuando el industrial ha tomado el camino «auténticamente revolucionario» hacia el capitalismo, es decir, cuando el industrial se parece al héroe de las leyendas liberales, un hombre pequeño que con su esfuerzo se ha convertido en un gran hombre.

De esta manera, inaudita pero profundamente arraigada, los marxistas se han convertido en algunos de los mejores proveedores de alabanzas para el sistema capitalista.

Esta exposición hace que casi nos olvidemos de la otra tesis marxista sobre la explotación del trabajador, que adopta la forma de obtención de plusvalía de los trabajadores por parte del mismo industrial que, a partir de ese momento engrose lógicamente las filas de los ociosos, junto con el comerciante y el «aristócrata feudal». Pero si todos son iguales en este aspecto esencial, ¿por qué debemos dedicar tanto tiempo a explicar las diferencias,-a estudiar la evolución histórica de las categorías, las supuestas regresiones (por ejemplo, la «aristocratización» de las burguesías que se niegan, según parece, a «desempeñar su papel histórico»)?

¿Es correcta esta descripción sociológica? Del mismo modo que los trabajadores viven en estructuras familiares cuyos ingresos proceden de múltiples fuentes (sólo una de las cuales son los salarios), los capitalistas (especialmente los grandes capitalistas) viven en empresas que en realidad obtienen ingresos de diversas inversiones (rentas, especulación, beneficios comerciales, beneficios «normales» de producción, manipulación financiera). Cuando estos ingresos adquieren la forma de dinero, son idénticos para los capitalistas: un medio para que continúe esa acumulación incesante e infernal a la que están condenados.

En este punto entran en escena las contradicciones psicosociológicas de sus respectivas posiciones. Hace mucho tiempo, Weber señaló que la lógica del calvinismo está en contradicción con el aspecto «psicológico» del hombre. La lógica nos dice que es imposible que el hombre conozca el destino de su alma porque, si pudiera conocer las intenciones del Señor, ese mismo hecho limitaría Su poder y El ya no sería omnipotente.

Pero psicológicamente el hombre se niega a aceptar que no pueda influir en modo alguno en su destino. Esta contradicción condujo al «compromiso» teológico calvinista. Si pudiéramos conocer las intenciones del Señor, podríamos reconocer al menos una decisión negativa por medio de «signos externos», sin extraer necesariamente la conclusión inversa en ausencia de tales signos. Así, la moraleja llegó a la siguiente formulación: llevar una vida recta y próspera es una condición necesaria, aunque no suficiente, para la salvación.

En la actualidad, la burguesía sigue haciendo frente a esta misma contradicción, aunque con una apariencia más secular. Lógicamente, el Señor de los capitalistas exige que el burgués no haga otra cosa que acumular, y castiga a quienes vulneran este mandamiento, empujándolos antes o después a la quiebra. Pero la verdad es que no es tan divertido no hacer otra cosa que acumular. En ocasiones se desea saborear los frutos de la acumulación.

El demonio del «aristócrata-feudal» ocioso encerrado en el alma burguesa emerge de las sombras, y el burgués pretende «vivir noblemente». Sin embargo, para «vivir noblemente» hay que ser rentista en sentido amplio, es decir, disponer de fuentes de ingresos que exijan poco esfuerzo, que estén «garantizadas» políticamente y que puedan «heredarse”.

Así pues, lo «natural», lo que «pretenden» todos los actores privilegiados de este mundo capitalista no es cambiar el status de rentista por el de empresario sino precisamente lo contrario. Los capitalistas no quieren convertirse en “burgueses” sino que prefieren con mucho convertirse en «aristócratas feudales».

Si es cierto que no obstante, los capitalistas se burguesifican cada vez más, no es por su voluntad, sino a pesar de ella. La situación guarda grandes semejanzas con la proletarización de los trabajadores, que no se produce por la voluntad de los capitalistas sino a pesar de ella. El paralelismo va más allá. Si el proceso de burguesificación avanza, se debe en parte a las contradicciones del capitalismo y en parte a las presiones de los trabajadores.

Objetivamente. a medida que se extiende, el sistema capitalista se racionaliza, provoca una mayor concentración, la competencia se hace cada vez más dura. Quienes descuidan el imperativo de la acumulación sufren los contraataques cada vez más rápidos, certeros y feroces de los competidores.

Por consiguiente, cada paso en dirección a la «aristocratización» se penaliza de modo aún más severo en el mercado mundial, y exige una adecuación interna de la «empresa», sobre todo si es de grandes dimensiones y está (cuasi) nacionalizada.

Los niños que pretendan heredar la dirección de una empresa deben recibir una formación externa, intensiva y «universalista». El papel del ejecutivo tecnócrata se ha ido ampliando poco a poco. Este directivo es quien personifica la burguesificación de la clase capitalista.

La burocracia estatal, si pudiera monopolizar realmente la obtención de plusvalía, la personificaría a la perfección, haciendo que la totalidad de los privilegios dependieran de la actividad presente y no una parte de la herencia individual o de clase.

Es evidente que la  clase trabajadora hace avanzar este proceso. Todos sus esfuerzos por apropiarse de los mecanismos que dominan el funcionamiento de la vida económica y eliminar la injusticia tienden a presionar a los capitalistas y hacerles retroceder hacia la burguesificación. La ociosidad feudal-aristocrática se torna demasiado obvia y demasiado peligrosa políticamente,

De este modo se cumple el pronóstico historiográfico de Karl Marx: la polarización material y social en dos grandes clases: burguesía y proletariado. Pero ¿por qué tiene importancia esta distinción entre los enfoques útiles e inútiles que pueden derivarse de la lectura de Marx? Importa mucho cuando se aborda la formulación de una teoría de la «transición» al socialismo, en realidad de una teoría de las «transiciones» en general.

El Marx que calificó al capitalismo de «progresista» frente a la realidad anterior también habla de las revoluciones burguesas, de la revolución burguesa,  como una especie de piedra angular de las múltiples “transiciones” nacionales del feudalismo al capitalismo.

El mismo concepto de «revolución» burguesa, prescindiendo de sus dudosas cualidades empíricas, nos lleva a pensar en una revolución proletaria a la que de algún modo está vinculada como  precedente y como condición previa. La modernidad se convierte en la suma de estas dos «revoluciones» sucesivas.

Naturalmente, la sucesión no se produce sin dolor ni es gradual, sino violenta y disyuntiva; es, sin embargo, inevitable, como lo fue la transición del feudalismo al capitalismo. Estos conceptos implican una estrategia para la lucha de las clases trabajadoras, una estrategia llena de vergüenza moral para los burgueses que descuidan su papel histórico.

Sin embargo, si es cierto que no hay revoluciones burguesas, sino simplemente luchas intestinas entre sectores capitalistas, rapaces, tampoco hay un modelo que copiar ni un «retraso» político que superar. Puede darse el caso de que incluso haya que huir de la estrategia «burguesa». Si es cierto que la «transición” del feudalismo al capitalismo no fue progresista ni revolucionaria, si esta transición fue la gran salvación de los estratos dominantes, que les permitió reforzar su control sobre las masas trabajadora y aumentar el grado de explotación (ahora hablando el idioma del otro Marx), podemos concluir que aunque hoy sea inevitable una transición, no es inevitablemente una transición al socialismo (es decir, una transición hacia un mundo igualitario en el que la producción se destine a valor de uso). Podemos concluir que la cuestión clave en la actualidad es la dirección de la transición global.

Que veremos la defunción del capitalismo en un futuro no demasiado lejano me parece a la vez cierto y deseable. Es fácil demostrarlo mediante un análisis de sus contradicciones endógenas «objetivas». Que la naturaleza de nuestro mundo futuro sigue siendo una cuestión abierta que depende del resultado de las luchas actuales, me parece igualmente cierto.

La estrategia de la transición es, de hecho, la clave de nuestro destino. No es probable que encontremos una buena estrategia si nos entregamos a la apología del carácter progresista histórico del capitalismo. Esa forma de énfasis historiográfico corre el riesgo de implicar una estrategia que nos lleve a un «socialismo» no más progresista que el sistema actual, un avatar, por así decirlo, del sistema.

Uma marca marxista. Guilherme Bryan.2021.

Caio da Silva Prado Júnior, filho de aristocrática e tradicional família paulistana, teve como dois momentos importantes de sua vida uma viagem à União Soviética e à então denominada «Cortina de Ferro» (formada por Polônia, Tchecoslováquia, Hungria, Bulgária e Romênia, entre outros) e quando embrenhou pelo interior do Brasil, indo a lugares como o Triângulo Mineiro e Goiás.

  No ano de seu centenário de nascimento – nasceu em São Paulo em 11 de fevereiro de 1907 -, Caio Prado Júnior continua respeitado como um dos principais responsáveis pela renovação da historiografia e das ciências humanas brasileiras.

Essa inovação veio quando o historiador começou a procurar uma explicação diferenciada da sociedade colonial brasileira por meio da teoria marxista. Um de seus preceitos era que não lhe interessava saber datas e dinastias, mas conhecer a produção, o movimento dos negócios, as técnicas de plantio, o mecanismo de transmissão da propriedade etc.

Com relação à história brasileira, Caio Prado considerava que o caráter colonial, que teve como período «síntese» o início do século 19, permanecia na estruturação da sociedade brasileira na primeira metade do século 20.

«A obra de Caio Prado Júnior representa um caso bem sucedido de ‘nacionalização’ do marxismo, o qual entendeu principalmente como uma abordagem, que deveria servir de instrumento para analisar as particularidades constitutivas de diferentes formações sociais.

Com isso, não procurou feudalismo onde não havia – como fazia a maior parte da esquerda brasileira – mas se esforçou para entender a singularidade da experiência histórica do Brasil. Nessa perspectiva, chamou a atenção para o ‘sentido da colonização’: produzir, em grandes unidades trabalhadas pelo braço escravo, bens demandados pelo mercado mundial capitalista então em constituição.

A partir daí, inaugurou uma nova linha de interpretação do Brasil e da América Latina, que se faz sentir inclusive nos trabalhos de Celso Furtado e da teoria da dependência», avalia o historiador Bernardo Ricupero, autor do livro Caio Prado Júnior e a nacionalização do marxismo (2000).

Entre suas principais obras estão Evolução política do Brasil, de 1933, uma análise marxista e materialista da história nacional; História econômica no Brasil, de 1945, interpretação da formação econômica nacional desde o período colonial até a época de publicação do livro; e A revolução brasileira, de 1966, uma análise dos rumos do país após 1964, que lhe rendeu o prêmio de Intelectual de 1966, concedido pela União Brasileira dos Escritores.

«Nota-se em seu trabalho, principalmente em Formação do Brasil contemporâneo (1942), contribuições teóricas no que se refere à elaboração da complexidade da inter-relação entre fatores externos (ligados à dependência do Brasil em relação ao mercado mundial, e, portanto, à tese do ‘sentido da colonização’) e internos; à consideração da possível reciprocidade das relações entre fatores econômicos, sociais, políticos e culturais (ou seja, embora aceite a tese da determinação última pela base econômica, ele vê a relação com os fatores culturais e sociais como complexa, muitas vezes de mão dupla, não como epifenômenos); ao aprofundamento da visão da diversidade temporal das reações à temporalidade cíclica do ‘sentido da colonização’, e, conseqüentemente, à  necessidade de estudo dos contextos regionais (ou seja, não basta determinar o ‘sentido da colonização’ de forma genérica, há que se estudar seus contextos particulares, regionais, de diferenciação); à atenção aos fatores de desequilíbrio e instabilidade da sociedade», avalia Paulo Teixeira Iumatti, autor da biografia Caio Prado Jr. – uma trajetória intelectual e um dos organizadores de Caio Prado Jr. e a Associação dos Geógrafos Brasileiros, ambos a serem lançados no segundo semestre.

Caio Prado Júnior também se destacou no modo de avaliar o ofício de historiador, o qual, em sua opinião, deveria compreender que, ao estudar qualquer fato da história de um povo, é necessário considerar que este ocupa um determinado espaço numa linha de acontecimentos históricos. Além disso, é preciso penetrar por todas as áreas do conhecimento para entender da melhor maneira os fatos, nunca se atendo somente a eles.

  Outra área em que Caio Prado Júnior teve intensa participação, desde sua juventude, foi na política brasileira. Ele se opôs aos interesses dos fazendeiros de café e foi preso, por razões políticas, inúmeras vezes. Em 1947, por exemplo, quando era deputado federal, teve seu mandato pelo Partido Comunista Brasileiro (PCB) cassado. Também foi perseguido em 1964, sendo preso pelo Departamento de Ordem Política e Social (DOPS). Quatro anos mais tarde, teve seu título de livre-docência na Faculdade de Direito da USP cassado, e sua aposentadoria decretada.

Entre os feitos de Caio Prado Júnior, são bastante importantes a fundação da Associação dos Geógrafos Brasileiros (AGB, primeira entidade científica nacional) e a criação da editora Brasiliense, em 1943, especializada em livros de especialistas das mais diversas áreas científicas e renomados professores comunistas da Universidade de São Paulo (USP). Caio Prado Júnior faleceu em 1990, devido a complicações decorrentes de um aneurisma na artéria aorta.

«Muitos aspectos de sua obra são vistos como ‘datados’. Por exemplo, nos anos 1970, surgem as primeiras críticas ao enfoque do ‘sentido da colonização’. Mas parece que é só entre o final dos anos 1980 e começo dos anos 1990 que a ruptura total com o enfoque de Caio Prado se processará, consolidando um estereótipo de sua obra como propositora de uma espécie de ‘império do comércio externo’, que tudo explica e determina.

Vide, por exemplo, o primeiro estudo do livro Escravidão e abolição no Brasil – novas perspectivas (1988), organizado por Ciro Flamarion Cardoso. Outro exemplo, e mais contundente, é o livro de João Fragoso e Manolo Florentino, O arcaísmo como projeto (1993), em que os autores reavaliam o significado do mercado interno na história brasileira e criticam a tese do ‘sentido da colonização’, que vêem como nefasta à compreensão da economia colonial. Agora não me parece que Caio Prado seja hoje um ‘dogma’ que precise ser refutado ou defendido. O desafio está em construir instrumentos para compreender de forma mais isenta o seu percurso como intelectual e seu papel na história do pensamento», completa Paulo Iumatti.

Los límites posmodernos de las ideas de Foucault: Una crítica marxista. David García Colin

Michael Foucault fue un destacado filósofo francés del llamado postestructuralismo. Ha tenido gran influencia dentro de la corriente posmoderna de izquierdas, entre la izquierda académica y entre los activistas de diversos movimientos como el feminismo, anarquismo y neozapatismo. Muchos activistas lo ven como un complemento e incluso alternativa al marxismo.

En lugar de lucha de clases en que se basa la política marxista plantea “relaciones de poder”, en vez de lucha para abolir la explotación plantea la “resistencia”, el lugar del proletariado como sujeto revolucionario es ocupado por una infinita red de luchas particulares y aisladas contra el poder, en vez del materialismo histórico y el papel determinante del las relaciones de producción se plantea el poder determinante del “discurso” en la configuración del poder. Creemos que los planteamientos de Foucault en modo alguno constituyen una alternativa al marxismo y que ambos son tan irreconocibles como el agua y el aceite. Esto es lo que trataremos de mostrar en el presente artículo.

Las borrosas “relaciones de poder”

Foucault señala que las relaciones humanas están determinadas por relaciones de poder que se configuran históricamente. Afirma que:

“Las relaciones de poder múltiples atraviesan, caracterizan, constituyen el cuerpo social; y estas no pueden disociarse, ni establecerse, ni funcionar sin una producción, una acumulación, una circulación, un funcionamiento del discurso”.1

Aunque es difícil encontrar una definición precisa de lo que Foucault entiende por “relaciones de poder” podríamos decir que son relaciones de subordinación y dominio en la que los participantes se enfrentan con diversas “estrategias de poder” y bajo diferentes “relaciones de fuerza”. La definición es tan abstracta que puede llenarse con cualquier o ningún contenido de clase. En otra parte sostiene que «el poder no es justamente una sustancia, un fluido, algo que mana de esto o de aquello, sino un conjunto de mecanismos y procedimientos cuyos papel o función y tema, aun cuando no lo logren, consisten precisamente en asegurar el poder».2 Una hermosa tautología: el poder asegura el poder.

Para el marxismo, el poder entendido como subordinación y dominio del hombre por el hombre, tiene su origen con la explotación del hombre por el hombre. Ambas formas no coinciden exactamente pero se compenetran. La explotación del trabajo ajeno se combinó y reforzó con la opresión de la mujer, la opresión de otros grupos sociales subordinados e incluso con el racismo. Las diversas formas de explotación: despótica, esclavista, feudal y burguesa -y dentro de éstas, cada una de sus formas histórico concretas- configuró, subsumió y enfatizó a su manera las diversas formas de opresión en interés de la clase dominante. En el marxismo no existe ambigüedad. Más adelante regresaremos a este punto.

Foucault centró su atención en estudiar cómo se manifiestan las relaciones de poder en espacios como cárceles, hospitales y escuelas; en el ámbito de la cotidianidad. Suponía que el poder, ante todo, se manifestaba en el ámbito de lo cotidiano, ámbito que llamó “microfísica del poder” o “capilaridad”. Así, por ejemplo, en los ámbitos de la familia existen “relaciones de poder” entre padres e hijos, marido y mujer; que se expresan en reglas de cómo se deben comportar los individuos, reglas en las que se ocultan discursos de poder en los que la mujer y los hijos son dominados por el padre.

“Entre cada punto del cuerpo social, entre un hombre y una mujer, en una familia, entre un maestro y su alumno, entre el que sabe y el que no sabe, pasan relaciones de poder que no son la proyección pura y simple del gran poder del soberano sobre los individuos; son más bien el suelo movedizo y concreto sobre el que ese poder se incardina, las condiciones de posibilidad de su funcionamiento”.3

Es como si el poder surgiera directamente de las relaciones individuales, como una manifestación inmediata de la propia socialización humana.

Foucault hizo estudios sobre cómo se ejercían la pena y el castigo durante la época de las monarquías absolutistas y cómo cambiaron con la edad moderna. En el primer caso el castigo era brutal: torturas y suplicios, como ser quemado en la plaza pública por la inquisición; esta forma de castigo expresaba el poder del monarca con todo su despotismo descarnado. En la época de la ilustración el castigo se hizo más “racional”, marcado por criterios de eficiencia propios de las ideas ilustradas, que terminaron expresándose, por ejemplo, en el diseño y operación de las prisiones modernas que controlan y administran racionalmente hasta los cuerpos de los “delincuentes”.

Foucault señala que: “El momento en que se percibe que era según la economía de poder, más eficaz y más rentable vigilar que castigar. Este momento corresponde a la formación, a la vez rápida y lenta, de un nuevo tipo de ejercicio del poder en el siglo XVIII y a comienzos del XIX”.4 Así mismo Foucault puso de relieve los “saberes” o teorías que se expresan en las instituciones mentales, teorías que separan a los “cuerdos” de los “locos”. Para Foucault todo saber expresa una intención de poder. Foucault tiende a visualizar a la sociedad como una inmensa cárcel donde de alguna forma todos somos presidiarios y carceleros observados por el “panescopio” del poder.

“La delincuencia, con los agentes ocultos que procura, pero también con el rastrillado generalizado que autoriza, constituye un medio de vigilancia perpetua sobre la población: un aparato que permite controlar, a través de los propios delincuentes, todo el campo social”.5

La aproximación es Orwelliana, es evidente.

Todos somos opresores

Pero a diferencia de la distopia de Orwell el poder en Foucault está decentralizado o sea que todo individuo es un agente activo a pasivo de él e incluso ambos al mismo tiempo. El poder, según, Foucault se ejerce más que se posee. Este énfasis en el poder y su omnipresencia fue sin duda resultado del doble efecto de la derrota del movimiento obrero tras el Mayo francés ⸻a manos de la burocracia reformista y estalinista que lo traicionó⸻ tanto como de la espantosa burocracia rusa que traicionó la revolución de octubre. La afinidad con el anarquismo es evidente en su oscura concepción del poder en general. Foucault, en realidad, no entendió a Marx y lo confundió con el estalinismo y los horrendos manuales estalinistas, o lo combatió en la forma de la caricatura mecánica y escolástica en que lo expuso Althusser. A la pregunta “Está alineado a la posición marxista” Foucault respondió de forma sincera:

“No lo sé. Verás, no estoy seguro de saber qué es el marxismo y no creo que exista como algo abstracto. De manera que cuando mencionas al marxismo, te pregunto a cuál te refieres […] En otras palabras, no sé lo que es el marxismo. Intento luchar con los objetos de mi propio análisis, por lo que cuando uso un concepto utilizado por Marx o los marxistas, un concepto útil y tolerable, para mí es indiferente. Siempre me he negado a considerar como factor decisivo el estar o no de acuerdo con el marxismo a la hora de negar o aceptar lo que digo. No me podría importar menos”.6

Como sea, la derrota político del 68 significó para Foucault la imposibilidad virtual de realizar el comunismo por más deseable que éste fuera:

“En realidad, hay dos especies de utopías: las utopías proletarias socialistas que gozan de la propiedad de no realizarse nunca, y las utopías capitalistas que, desgraciadamente, tienden a realizarse con mucha frecuencia”.7

Los estudios de Foucault sobre las formas históricas de ejercer el poder y las ideologías que expresan no carecen de interés. Vigilar y castigar es sin duda su obra más solida en su documentación. Sin embargo su visión es superficial al no explicar el origen y contenido del poder y limitarse a un nivel descriptivo. Incluso Foucault confiesa de cierta forma esta superficialidad:

“Se trataba de no analizar el poder en el plano de la intención o la decisión, no procurar tomarlo por el lado interno, no plantear la cuestión (que yo creo laberíntica y sin salida) que consiste en decir: ¿quién tiene, entonces, el poder?, ¿qué tiene en la cabeza? ¿qué busca quien tiene el poder? Había que estudiar el poder, al contrario, por el lado en que su intención si la hay se inviste por completo dentro de prácticas reales y efectivas: estudiarlo, en cierto modo, por el lado de su cara externa”.8

Foucault está obsesionado en cómo se manifiesta el poder pero no sabe cómo surge porque para él está siempre presente como una manifestación metafísica. Aunque Foucault señala, incidentalmente, que las formas de pena y castigo de la modernidad corresponden al ascenso de la burguesía, la tendencia general de su pensamiento es a explicar el poder como manifestación de un discurso que expresa “relaciones de poder”. “El discurso no es simplemente aquello que traduce las luchas o los sistemas de dominación, sino aquello por lo que, y por medio de lo cual se lucha, aquel poder del que quiere uno adueñarse”.9 Estamos ante un círculo vicioso que remite del poder al discurso y viceversa. Esto es idealismo o la corriente que explica la realidad a través de ideas. El marxismo, por el contrario explica la sociedad a partir de la realidad material y las relaciones sociales objetivas que se transforman históricamente. El marxismo es en su esencia materialista dialéctico, el contraste no podría ser más agudo. Marx y Engels criticaron a los filósofos especulativos que realizan:

“El arte de convertir las cadenas reales y objetivas, que existen fuera de mí, en cadenas dotadas de una existencia puramente ideal, puramente subjetiva, que se da solamente en mí y, por tanto, todas las luchas externas, sensibles, en puras luchas especulativas”.10

Es verdad que Foucault no omite el carácter histórico de esas relaciones de poder pero, al hacerlas parte inmanente de las relaciones humanas, las eterniza. Foucault ve “relaciones de poder” en todas partes y en todas las épocas, y la tarea del estudioso, desde su punto de vista, es explicar cómo se manifiestan epidérmicamente. Para Foucault todos somos sujetos de esas relaciones, somos opresores y oprimidos al mismo tiempo: el obrero por el burgués, la esposa por el obrero, los hijos por los padres. El poder es una “malla” hipostasiada o hinchada de la que todos somos parte, un caleidoscopio que se entrecruza y se alterna.

Es esta concepción fragmentaria de las luchas y la incapacidad de ver el peso relativo de cada una de ellas lo que Foucault heredó a la teoría de la interseccionalidad [ver: https://www.marxist.com/marxismo-versus-interseccionalidad.htm]. Así el obrero explotado es también un opresor pues el poder “se ejerce en red, y, en ella, los individuos no sólo circulan, sino que están siempre en situación de sufrirlo y también de ejercerlo. Nunca son el blanco inerte o consintiente del poder, siempre son sus relevos. En otras palabras, el poder transita por los individuos, no se aplica a ellos”.11 Así pues, Foucault convierte a la mayoría de la humanidad trabajadora en opresora. Si las relaciones de poder son eternas ¿qué sentido tiene la lucha contra la opresión? Si el obrero es tan opresor como el burgués ¿qué sentido tiene la lucha por el socialismo? El que los obreros puedan ser presa de prejuicios machistas u homofóbicos situación que ciertamente se da esto no elimina su rol central en la producción capitalista y su potencial para destruir de raíz el sistema capitalista, pero como Foucault no entiende de relaciones materiales de clase pone a un trabajador en el mismo saco que su explotador.

La omnipresencia del poder

El carácter tan abstracto de las “relaciones de poder” borra las diferencias de clase y aquéllas se confunden con la propia naturaleza social del ser humano. No basta con identificar y describir el funcionamiento de las relaciones de poder, es necesario, ante todo, entender su carácter, sentido y origen. Foucault habla de cómo se ejerce el poder pero no sabe lo que es ni de dónde viene. Por más que intenten negarlo los antropólogos burgueses, las pocas sociedades de cazadores recolectores que aun no han sido disueltas o corrompidas por el capitalismo presentan relaciones sociales igualitarias y los asuntos comunes zanjados de manera comunitaria [ver: https://www.marxist.com/el-origen-de-la-familia-en-defensa-de-engels-y-morgan.htm]. Hablar aquí de “relaciones de poder” es una calumnia burguesa contra la humanidad. Pero como el concepto de poder es tan ambiguo y gelatinoso es posible que algún foucaultiano astuto objete que incluso aquí existen relaciones de subordinación del individuo a la sociedad. Realmente no sabemos si algún neandertal se sentía oprimido cuando el clan le exigía cercar a un mamut desde éste o aquél lugar pero al ser el ser humano un animal social es imposible desprender al individuo de la sociedad y nunca será posible hacerlo. Engels escribió en una carta que combate las ideas de Bakunin que:

“ninguna acción común es posible sin la imposición a algunas personas de una voluntad extraña, es decir, de una autoridad. Ya sea la voluntad de una mayoría de votantes, de un comité director, o de un solo hombre, será siempre una voluntad impuesta a los disidentes, pero sin esta voluntad única y dirigente, ninguna cooperación es posible”.12

Para el marxismo de lo que se trata es de saber bajo qué condiciones históricas y económicas ese carácter social del trabajo, al que se somete el individuo, significa opresión y bajo qué condiciones históricas es posible eliminar el carácter explotador bajo el cual se ha realizado el trabajo social desde que surgió la civilización y la lucha de clases. El error de Foucault constituye en poner un signo de igualdad entre trabajo social y opresión, como si la única forma de socialización posible fuera de carácter opresivo.

En realidad los hombres y mujeres de las sociedades cazadoras recolectoras gozan de una amplia libertad personal sin que exista opresión en su integración a su clan o colectividad, de hecho de aquí obtienen su sentido de individualidad que es muy diferente a la decadente subjetividad capitalista [ver: https://old.laizquierdasocialista.org/node/3770]. Es con el nacimiento de la sociedad de clases que simultáneamente surgen diversas formas de opresión: la mujer se subordina al varón propietario y a la familia como forma de esclavitud doméstica, los hijos se convierten en propiedades y vías para trasmitir la herencia, las castas nacen como forma de fijar la estratificación social, el racismo surge como justificación de la esclavitud y la conquista imperialista. Con la división del trabajo no sólo en la economía sino en la administración del Estado surgen diversas instituciones con su burocracia y autonomía relativa, con todos los protocolos y reglas infinitas que tanto les gustan subrayar a los seguidores de Foucault. Con la clase dominante surge una ideología dominante que se infiltra de diversos modos en todos los poros de la sociedad. Nace el “discurso de poder” que tanto obsesiona a los posmodernos como si fuera el origen de la opresión cuando es, en realidad, un efecto que reacciona dialécticamente sobre su propia base. Por esto el marxismo subraya el origen, sentido y funcionalidad de las diversas formas de opresión integradas y reforzadas por diversos modos de producción clasistas.

Al ser omnipresente y sin una fuente identificable el poder se convierte en una fuerza metafísica o parte de la naturaleza humana. Es el retorno bajo nuevas y estridentes formas de uno de los mitos burgueses más rancios: el hombre como lobo del hombre con una naturaleza eterna. El aparente radicalismo se convierte en una vulgar idea reaccionaria: el hombre es opresor por naturaleza. El poder se manifiesta y ejerce por puro sadismo. Para Foucault el ser humano está en guerra perpetua: “Hacen falta mapas estratégicos, mapas de combate, porque estamos en guerra permanente, y la paz es, en ese sentido, la peor de las batallas, la más solapada y la más mezquina”.

Lenin había escrito, siguiendo a Clausewitz, que la política es la continuación de la guerra por otros medios, pero Lenin se refería a la lucha de clases y a la tarea de organizar a las masas trabajadoras para construir el socialismo. Para el marxismo la subordinación del hombre por el hombre tiene un origen e historia, se remonta a la división de la sociedad en clases. Para Foucault la opresión sólo tiene historia pero es eterna, inmanente al hombre mismo. No hay duda de que para Foucault las relaciones de opresión son inmanentes al ser humano. Por ejemplo, en una entrevista realizada en 1980 a la pregunta: “¿Es intrínseco a la existencia humana que su organización se transforme en una forma represiva de poder?” Respondió:

“Sí. Por supuesto. Tan pronto como haya personas que se encuentren en una posición «dentro del sistema de relaciones de poder» donde puedan actuar sobre otros y determinar la vida y el comportamiento de éstos”.13

Pero esa posibilidad de actuar sobre otros «concentrando riqueza en forma de propiedad privada» no ha existido siempre y por tanto la opresión no es para nada intrínseca al ser humano. Foucault habla de “mapas estratégicos”, “mapas de combate” pero no tiene ninguna estrategia que ofrecer más que fraseología estridente.

Foucault tomó de Nietzsche el estilo oracular y cuasipoético, la forma de escribir oscura y ambigua llena de metáforas estridentes. Verdad es que sus aforismos son provocadores, sugerentes e invitan a la reflexión; sin embargo también invitan a la confusión. Una invitación a reflexionar no la realiza de forma alguna. La academia burguesa tiene un olfato insuperable para promover todo lo que implique confusión e indeterminación entre la izquierda. No es casual la difusión de las modas posmodernas sobre todo en etapas de repliegue del movimiento de masas. La escuela de Frankfurt, el deconstructivismo, Foucault, etcétera, son parte de una familia de autores con ideas confusas que se promueven entre la izquierda porque la dejan sin cabeza, sin objetivo ni programa.

Capilaridad o superficialidad frente a conocimiento científico

La “capilaridad” del poder en Foucault se convierte en superficialidad descriptiva que no va más allá del discurso y los protocolos que subyacen a la realidad de cárceles, hospitales, escuelas y otros ámbitos institucionales y cotidianos. Se trata de una visión “capilar” que no encuentra el enlace y el sentido de los capilares con las venas y las arterias, y de éstas con el corazón. ¿Qué pensaríamos de un médico que no supiera cómo están los capilares relacionados con el conjunto del sistema circulatorio? ¿Cómo entender, por ejemplo, la cotidianidad de un obrero y la de su familia sin situarla en el contexto de la explotación capitalista con sus extenuantes jornadas, bajos salarios, barrios pobres y viviendas indignas?

Uno de los libros fundadores del marxismo, “La situación de clase obrera en Inglaterra” de Engels, describe el entorno cotidiano de los trabajadores londinenses de su tiempo para ilustrar la explotación capitalista sin ahorrar detalles de los barrios insalubres; Lenin, desde la redacción de Pravda e Iskra, publicaba reseñas periodísticas sobre las condiciones particulares de trabajo y lucha de los trabajadores rusos, procurando siempre vincular las particularidades con las leyes subyacentes del capitalismo y la lucha de clases; Trotsky escribió un libro, “Problemas de la vida cotidiana”, para poner sobre la palestra los problemas cotidianos de los trabajadores rusos después de la revolución.

Así pues el marxismo es una herramienta que es útil para arrojar luz sobre el sentido y significado de lo cotidiano, vinculando lo particular con lo general. Evidentemente profundizar en este ámbito es una tarea que nunca se agota y siempre puede enriquecerse con nuevos estudios sobre el presente y el pasado. Lo que queremos subrayar aquí es que lo cotidiano como instancia de lo particular no puede entenderse sino a través de lo general que expresa; y al mismo tiempo, las leyes generales, las tendencias del capitalismo, no existen fuera de la realidad concreta. Las olas superficiales del mar no son sino la manifestación inmediata de corrientes profundas y carecen de sentido sin ellas. Lo aparente deja de ser superficial cuando se descubre su lazo con la esencia. La esencia revela su profundidad cuando se demuestra en sus diversas manifestaciones fenoménicas. La esencia y el fenómeno, lo particular y lo general no son más que las dos caras de la misma moneda. No obstante para el posmodernismo la comprensión de las leyes objetivas de la realidad es imposible porque el hombre está atrapado en discursos e ideologías que no puede trascender. El marxismo como ciencia como toda ciencia sería imposible sin la posibilidad de comprender la realidad y las leyes que la rigen. Sin ello la revolución socialista es imposible pues no se puede cambiar lo que no se puede comprender ni controlar.

Se podría objetar que la cotidianidad de los obreros no agota las manifestaciones concretas de las relaciones de poder que sufren muchos otros sectores de la sociedad, la opresión de otros sectores como mujeres, minorías raciales, movimiento LGBTTTI; efectivamente es así. Pero sin saber vincular lo particular con lo general es imposible entender el lugar de lo particular ni su papel específico; sin saber vincular las diversas formas de opresión con las relaciones dominantes de producción no haremos más que una descripción superficial del fenómeno. No es posible, por ejemplo, entender el origen de cada una de las infinitas manifestaciones del patriarcado y el machismo de nuestros días sin referir, en primer lugar, a su relación originaria con el nacimiento de las clases sociales, y también, a la importancia de la esclavitud doméstica en el modo de producción capitalista (como espacio de reproducción de la fuerza de trabajo, de reproducción de la ideología dominante y carga sobre el salario del costo de las tareas domésticas).

Es innegable que existen diversas formas de opresión además de la explotación de clase: discriminación por género, raza, preferencia sexual, etcétera. Pero sin restar importancia a esas formas de opresión, sin dejar de señalar la importancia de lucha aquí y ahora contra esas injusticias, es necesario también identificar la funcionalidad de esas opresiones dentro del sistema imperante e identificar la clase que por su papel en la producción es capaz no sólo de paralizar la producción capitalista, sino ponerla sobre otras bases, es decir, derribar el capitalismo y construir el socialismo; un régimen de economía planificada y democracia obrera que erradique de raíz toda forma de opresión y explotación. Por supuesto que los trabajadores no podrán realizar la revolución sin ganar políticamente a todos los sectores oprimidos de la población. El marxismo lucha por la unidad en la lucha y ve en la fragmentación un factor favorable a la reacción.

El marxismo no exige ángeles para luchar. La revolución se hará con hombres y mujeres reales con todo y sus prejuicios. Sería ingenuo esperar que los trabajadores no fuéramos presa, en mayor o menor medida, de prejuicios machistas y de otro tipo. Pero también entendemos que esos prejuicios tienden a romperse a través de la lucha de masas, la lucha solidaria que une a los trabajadores por encima de las fronteras de género, raza, religión y preferencias sexuales contra un enemigo común. También sabemos que mientras no destruyamos al capitalismo esos prejuicios renacerán como una hidra, como una infección endémica, pues el capitalismo los necesita para dividir a la masa de los explotados con barreras artificiales. Los trabajadores no debemos temer ejercer el poder: nuestro poder, el poder obrero, la democracia obrera coordinada de forma local, regional y mundial. Nuestro objetivo es destruir el poder de la clase dominante, destruir su Estado y la fuente última de su poder: la propiedad privada sobre los medios de producción fundamentales. Para los marxistas esta lucha no es un simple “juego de ajedrez” que se observa desde fuera con pedantería académica. Nos posicionamos claramente y declaramos públicamente nuestros objetivos.

Para Foucault la psiquiatría forma parte de un discurso de poder cuyo objetivo es segregar a los llamados “locos” y controlar su cuerpo e incluso su alma. “No existe relación de poder sin constitución correlativa de un campo de saber, ni de saber que no suponga y no constituya al mismo tiempo unas relaciones de poder”.14

Es verdad que la ciencia médica no se desarrolla al margen de los intereses sociales y que muy a menudo ha sido usada para reprimir y discriminar sistemáticamente a mujeres, homosexuales, personas de color, etcétera. Tan sólo hay que recordar las teorías racistas como la frenología o la homosexual concebida como enfermedad mental. La Castañeda de la época porfirista es un ejemplo e incluso el régimen estalinista que recluía a opositores políticos en instituciones mentales Todo esto es cierto, pero conviene siempre tener sentido de la proporción y no ir demasiado lejos. Toda verdad se convierte en su opuesto más allá de cierto punto. ¿Acaso no existen realmente las enfermedades? ¿Enfermedades mentales como la esquizofrenia o la depresión son sólo inventos de la medicina para controlar a los individuos? Es cierto que el contexto capitalista exacerba estás enfermedades pero no las hace menos reales. Ver a la psiquiatría en su conjunto como una mera estrategia de poder es condenar a la ciencia como mito y caer en el peor de los oscurantismos, una característica muy propia de la posmodernidad. En el colmo de la locura posmoderna, Foucault afirma que no sólo la locura es un invento del poder, también el sexo e incluso el hombre mismo: “El hombre es sólo una invención reciente, una figura que no tiene ni dos siglos, un simple pliegue en nuestro saber y que desaparecerá en cuanto éste encuentre una forma nueva”.15 Sello de identidad de la posmodernidad es confundir el concepto de la realidad con la realidad misma. Evidentemente el concepto de humanidad ha evolucionado como cualquier otro concepto pero la existencia del hombre no depende de su concepto sino a la inversa, el concepto se extrae de la realidad a través de un largo proceso histórico. De este subjetivismo estriba la relación con la Teoría Queer, cuyo gurú es Foucault, que supone que los roles e identidad de género se pueden reinventar a voluntad sin transformar la realidad material [Ver: Marxismo y teoría queer]. Para el marxismo el hombre se elevó por encima del reino animal y de la naturaleza realmente existentes, a través de la transformación de la naturaleza, la fabricación de herramientas; proceso en el cual el hombre se transformaba y se creaba a sí mismo.

Lucha por el socialismo o la nada

“Donde hay poder, hay resistencia”.16 Resistencia es la forma en que Foucault concibe la lucha por la liberación. Es el único programa político posible al estar el poder tan descentralizado fragementariamente en toda clase de contextos irreductibles, o sea oponerse y desobedecer sin objetivo alguno. No puede existir un programa político que unifique donde no existe más que un mosaico inconexo de luchas parciales, pues “La sociedad es un archipiélago de poderes diferentes»17 o “El poder se ejerce a partir de innumerables puntos”.18 Pero los explotados no tenemos la opción de resistir: resistimos día a día los bajos salarios, las jornadas extenuantes, los ataques a nuestro nivel de vida. Esto no es un programa político.

Donde no existe una columna vertebral que vincule a esas luchas y les dé un objetivo y sentido no puede existir un sujeto revolucionario, sino infinidad de sujetos segregados. Donde no existe una fuente identificable del poder no hay manera de combatirlo. Más aún, al ser todos y cada uno de los individuos opresores y oprimidos toda lucha por la emancipación se convierte en un absurdo o un intento encubierto y mezquino de ejercer el poder. La alternativa política del posmodernismo se reduce a la nada. “No soy un profeta, mi trabajo es construir ventanas donde antes solo había pared”, afirmó Foucault, omitiendo decir que en realidad su teoría implicaba paredes que separan las luchas con infinitos muros. Es necesario entender que el capitalismo es un sistema mundial, vinculado a nivel global y que, por tanto, las luchas parciales también deben entenderse como una lucha mundial de los oprimidos contra el capital. Las luchas aisladas por si mismas serán infructuosas.

Para el marxismo lo que vértebra a las luchas parciales es la existencia del sistema capitalista, y el programa que permite unificarlas es el que se deriva de las propias contradicciones objetivas del sistema; el sujeto revolucionario se deriva del lugar central que juega el proletariado en la producción. No existe aquí ningún capricho ni amor abstracto por el obrero, sino un estudio objetivo de la realidad y la lucha de clases. Sin embargo las ideas de Foucault desarman a los trabajadores. No es casualidad que en un informe desclasificado de la CIA llamado “Francia, la deserción de los intelectuales de izquierda” esta agencia del imperialismo viera con buenos ojos la difusión de las ideas de Foucault entre la intelectualidad de izquierda en menoscabo del marxismo, sencillamente porque el posmodernismo es inofensivo a ojos de la clase dominante, una clase que ciertamente tiene claridad en sus objetivos:

“Incluso más efectivo para socavar el marxismo han sido, sin embargo, aquellos intelectuales que, presentándose como estudiosos del marxismo en las ciencias sociales, acabaron repensando y rechazando toda la tradición. […]. En su mayor parte, han concluido que las nociones marxistas de la estructura del pasado –de las relaciones sociales, los patrones de los acontecimientos y su influencia a largo plazo– son simplistas e inútiles. En el campo de la antropología, la influyente escuela estructuralista de Claude Levi-Strauss, Foucault y otros llevó a cabo prácticamente la misma tarea. Aunque las metodologías del estructuralismo y de los Annales ahora atraviesan un mal momento (los críticos les acusan de ser demasiado difíciles para ser entendidas por la gente normal), creemos que su tarea demoledora de la influencia marxista en las ciencias sociales probablemente perdure como su contribución profunda a la academia moderna tanto en Francia como en otros países de Europa occidental.”19

Hemos visto que las ideas de Foucault no constituyen de ningún modo una opción al marxismo revolucionario, ni tampoco amenaza alguna al sistema capitalista y a la lucha contra la explotación y opresión. No lo es porque las ideas de Foucault son confusas y de contornos borrosos; eternizan la opresión al considerar que ésta es parte de la naturaleza humana; difuminan la explotación capitalista en un mar abstracto de “relaciones de poder”, ahogando la lucha de clases del proletariado dentro de un conjunto indeterminado de infinitas opresiones; considera la opresión parte de un discurso en vez de una realidad objetiva, nos ofrece subjetivismo en lugar de un estudio científico del capitalismo y sus contradicciones; no ayuda en nada a buscar la unidad entre los explotados y oprimidos al dividir las luchas en innumerables “archipiélagos de resistencia”, convierte a las víctimas de la opresión en agentes igualmente opresores. Ofrece “resistencia” en vez de lucha contra la explotación. Los que consideran que Foucault es una opción deberían atender lo que el propio Foucault señaló al respecto: “Desde el momento en que uno concibe el poder como un ensamble de relaciones de fuerza, no puede haber ninguna definición programática de un estado óptimo de fuerzas […] Escucha, escucha… ¡No es tan difícil! No soy un profeta, no soy un organizador, no quiero decirle a la gente qué debe hacer. No voy a decirles ¡esto es bueno para ti, esto no!”20 Pero los explotados necesitamos un programa, necesitamos claridad teórica, comprender cómo funciona el capitalismo, cuáles son sus contradicciones y leyes, la naturaleza de la lucha de clases y el potencial revolucionario de los trabajadores. Esto fue estudiado, como nadie más ha podido hacerlo, por Marx, Engels, Lenin y Trotsky. Necesitamos el arma de la teoría para crear la organización que canalice las luchas que están ya sacudiendo al sistema en la crisis más profunda de su historia. Necesitamos seriedad, claridad y organización. El marxismo es, hoy más que nunca, un arma irremplazable.

BIBLIOGRAFÍA:

1 Foucault, M. Microfísica del poder, México, Siglo XXI, 2019, p. 139.

2 Foucault, M. Seguridad, territorio, población, México, FCE, 2006, p.16.

3 Foucault, M. Microfísica del poder, México, Siglo XXI, 2019, p. 183.

4 Foucault, M. Vigilar, castigar. Nacimiento de la prisión, Argentina, Siglo XXI, 2002, pp. 298-299.

5 Foucault, M. Vigilar, castigar. Nacimiento de la prisión, Argentina, Siglo XXI, 2002, p. 279.

6 Entrevista, 1980, en: otrasvoceseneducacion.org/archivos/208610

7 Foucault, M. La verdad y las fuentes jurídicas, Barcelona, Gedisa, 1996, p. 114.

8 Foucault, Defender la sociedad, México, FCE, 2002, p. 37.

9 Foucault, El orden del discurso, Venezuela, TusQuets, 2002, p.15.

10 Marx, C., Engels, F., La sagrada familia, México, Grijalbo, 1971, p. 149.

11 Foucault, Defender la sociedad, México, FCE, 2002, p. 38.

12 Engels a Pablo Lafargue, en: Marx, Engels, Lenin, Acerca del anarquismo y el anarcosindicalismo, Moscú, Progreso, 1976, p.39.

13 Entrevista, 1980, en: otrasvoceseneducacion.org/archivos/208610

14 Foucault, M. Vigilar, castigar. Nacimiento de la prisión, Argentina, Siglo XXI, 2002, p.30.

15 Foucault, Las palabras y las cosas, Argentina, Siglo XXI, 1968, p. 9.

16 Foucault, M. Historia de la sexualidad, Vol I, La voluntad de saber, México, Siglo XXI, 1999, p. 57.

17 Foucault, M. Las mallas del poder, en Estética, ética y hermenéutica, Obras esenciales, Vol III, Barcelona, Paidós, 1999, p. 239.

18 Foucault, M. Historia de la sexualidad, Vol I, La voluntad de saber, México, Siglo XXI, 1999, p. 114.

19 Alan Woods, “Marxismo frente a política de identidad” en: https://marxismo.mx/marxismo-frente-a-la-politica-de-identidad/ 20 Entrevista, 1980, en: otrasvoceseneducacion.org/archivos/