El ballet de neutralidad de Rusia en relación con Israel y Palestina. Pepe Escobar. Octubre de 2023

¿Es posible que el filosemita presidente ruso Vladimir Putin esté reevaluando lenta pero seguramente su evaluación geopolítica de Israel? Llamar a esto el enigma clave en los pasillos del poder de Moscú es en realidad quedarse corto.

No hay signos externos de un cambio tan sísmico, al menos en lo que respecta a la posición oficialmente “neutral” de Rusia sobre el intratable drama entre Israel y Palestina.

Excepto por una sorprendente declaración el viernes pasado en la Cumbre de la Comunidad de Estados Independientes (CEI) en Bishkek, cuando Putin criticó los “métodos crueles” empleados por Israel para bloquear Gaza y los comparó con “el asedio de Leningrado durante la Segunda Guerra Mundial”.

«Eso es inaceptable», declaró el presidente ruso, y advirtió que cuando los 2,2 millones de civiles de Gaza «tienen que sufrir, incluidos mujeres y niños, es difícil que alguien esté de acuerdo con esto».

Los comentarios de Putin pueden haber sido un indicio de los cambios que se están produciendo en la frustrantemente opaca relación Rusia-Israel. Le sigue de cerca este importante artículo publicado el viernes pasado en Vzglyad, un sitio web de estrategia de seguridad cercano al Kremlin, titulado diplomáticamente “Por qué Rusia permanece neutral en el conflicto en el Medio Oriente”.

Es crucial señalar que hace sólo seis meses y reflejando casi un consenso entre la comunidad de inteligencia de Rusia, los editores de Vzglyad estaban pidiendo a Moscú que cambiara su considerable peso político hacia el apoyo al tema número uno para los mundos árabe e islámico.

El artículo destacó los puntos clave que Putin expresó en Bishkek: no hay alternativa a las negociaciones; Tel Aviv fue objeto de un ataque brutal y tiene derecho a defenderse; un acuerdo real sólo es posible a través de un Estado palestino independiente con su capital en Jerusalén Este.

El presidente ruso está a favor de la solución original de “dos estados” de la ONU y cree que se debe establecer un estado palestino “por medios pacíficos”. Pero, por mucho que el conflicto haya sido “un resultado directo de la política fallida de Estados Unidos en Medio Oriente”, Putin rechaza los planes de Tel Aviv de lanzar una operación terrestre en Gaza.

Esta cobertura calificada ciertamente no es prueba de que Putin se esté inclinando hacia lo que es casi un consenso entre el Estado Mayor, los siloviki de varias agencias de inteligencia y su ministerio de defensa: consideran que Israel puede ser un enemigo de facto de la Federación Rusa, un aliado con Ucrania, Estados Unidos y la OTAN.

SIGUE AL DINERO

Tel Aviv ha sido extremadamente cauteloso a la hora de no enemistarse frontalmente con Rusia en Ucrania, y esto puede ser una consecuencia directa de las relaciones notoriamente cordiales entre Putin y el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu.

Sin embargo, mucho más trascendentales que Israel en el tablero geopolítico son las actuales relaciones de Moscú con los Estados árabes, especialmente Arabia Saudita, socio de la OPEP+, que ha ayudado a frustrar los esfuerzos occidentales por controlar los precios del petróleo.

También es muy central para la formulación de políticas regionales de Rusia su asociación estratégica con Irán, que ha cosechado dividendos en Siria y el Cáucaso, y que ayuda a contener el expansionismo estadounidense. Finalmente, el complejo y multifacético ir y venir de Moscú con Ankara es crucial para las ambiciones económicas y geopolíticas de Rusia en Eurasia.

Las tres potencias de Asia occidental son estados de mayoría musulmana, afiliaciones importantes para una Rusia multipolar que alberga su propia población musulmana considerable. Y para estos tres actores regionales, sin distinción, el actual castigo colectivo a Gaza transgrede cualquier posible línea roja.

Israel tampoco es ya tan importante en las consideraciones financieras de Moscú. Desde la década de 1990, inmensas cantidades de fondos rusos han estado en tránsito hacia Israel, pero ahora una parte sustancial está regresando a Rusia.

El famoso caso del multimillonario Mikhail Friedman ilustra bien esta nueva realidad. El oligarca abandonó su hogar en el Reino Unido y se mudó a Israel una semana antes del inicio de la Inundación de Al-Aqsa, lo que a su vez lo llevó a tomar apresuradamente su pasaporte ruso y dirigirse a Moscú en busca de seguridad.

Friedman, que dirige el Grupo Alfa con importantes intereses en telecomunicaciones, banca, comercio minorista y seguros, y es un rico superviviente de la crisis financiera de 1998, es sospechoso por los rusos de «contribuir» hasta 150 millones de dólares al régimen enemigo en Kiev.

La reacción del presidente de la Duma, Vyacheslav Volodin, no podría haber sido más aguda – ni menos preocupada por los sentimientos de Israel al respecto:

“Cualquiera que abandonó el país y participó en actos reprensibles, celebrando los disparos en territorio ruso y deseando la victoria al régimen nazi de Kiev, debe darse cuenta de que no sólo no será bienvenido aquí, sino que, si regresa, Magadan (un famoso puerto de tránsito hacia el gulag) en la era de Stalin) los está esperando”.

La rusofobia se enfrenta al castigo colectivo

Mientras el Occidente colectivo recurrió al monomaníaco “ahora todos somos israelíes”, la estrategia del Kremlin es posicionarse visiblemente como el mediador elegido en este conflicto, no sólo para los mundos árabe y musulmán sino también para el Sur Global/Mayoría Global.

Ese fue el propósito del proyecto de resolución ruso presentado esta semana en el Consejo de Seguridad de la ONU pidiendo un alto el fuego en Gaza, que como era de esperar fue rechazado por los sospechosos habituales.

Tres miembros permanentes del Consejo de Seguridad (Estados Unidos, Reino Unido y Francia, además de su neocolonia Japón) votaron en contra. Para el resto del mundo, esto parecía exactamente lo que era: la irracional rusofobia occidental y los estados títeres estadounidenses que validaban el bombardeo genocida de Israel sobre una Gaza densamente civil.

Extraoficialmente, los analistas de inteligencia señalan cómo el Estado Mayor ruso, el aparato de inteligencia y el Ministerio de Defensa parecen estar alineándose orgánicamente con los sentimientos globales sobre las agresiones excesivas de Israel.

El problema es que las críticas rusas oficiales y públicas a la serie de incitaciones psicóticas a la violencia de Netanyahu, junto con su ministro de Seguridad Nacional, el derechista Itamar Ben-Gvir, y su ministro de Finanzas, Bezalel Smotrich, han sido inexistentes.

Los conocedores de Moscú insisten en que la posición “neutral” oficial del Kremlin está chocando frontalmente con sus agencias de defensa y seguridad –especialmente GRU y SVR– que nunca olvidarán que Israel estuvo directamente involucrado en la matanza de rusos en Siria.

Esa opinión se ha fortalecido desde septiembre de 2018, cuando la Fuerza Aérea de Israel utilizó un avión de reconocimiento electrónico Ilyushin-20M como cobertura contra los misiles sirios, lo que provocó que fuera derribado y matando a los 15 rusos a bordo.

Este silencio en los pasillos del poder se refleja en el silencio en la esfera pública. No ha habido ningún debate en la Duma sobre la posición rusa sobre Israel-Palestina. Y ningún debate en el Consejo de Seguridad desde principios de octubre.

Sin embargo, el patriarca Kirill, líder de la Iglesia Ortodoxa Rusa, ofreció una sutil sugerencia al subrayar que la “coexistencia pacífica” tiene una “dimensión religiosa” y requiere una “paz justa”. Esto no se alinea exactamente con la anunciada limpieza étnica de “animales humanos” (copyright del Ministerio de Defensa de Israel) en Gaza.

A lo largo de algunos corredores cercanos al poder, hay un rumor alarmante de un intrincado juego de sombras entre Moscú y Washington, en el que los estadounidenses tratarán con Israel a cambio de que los rusos traten con Ucrania.

Si bien esto sellaría el proceso ya en curso de Occidente de arrojar al actor de Kiev bajo el autobús, es muy poco probable que el Kremlin confíe en cualquier acuerdo estadounidense, y ciertamente no en uno que margine la influencia rusa en la estratégica Asia Occidental.

ESTA SOLUCIÓN DE DOS ESTADOS ESTÁ MUERTA

El ballet de la “neutralidad” de Rusia continuará. Moscú está inculcando en Tel Aviv la idea de que incluso dentro del marco de su asociación estratégica con Irán, no se exportarán armas que podrían amenazar a Israel –como, por ejemplo, terminar con Hezbollah y Hamas. El quid pro quo de este acuerdo sería que Israel tampoco venda a Kiev nada que amenace a Rusia.

Pero a diferencia de Estados Unidos y el Reino Unido, Rusia no designará a Hamás como organización terrorista. El portavoz del Kremlin, Dmitry Peskov, ha sido muy franco sobre esta cuestión: Moscú mantiene contactos con ambas partes; su “prioridad número uno” es “el interés de los ciudadanos (rusos) del país que viven tanto en Palestina como en Israel”; y Rusia seguirá siendo “una parte que tiene potencial para participar en los procesos de solución”.

La neutralidad, por supuesto, puede llegar a un callejón sin salida. De manera abrumadora, para los Estados árabes y musulmanes cortejados activamente por el Kremlin, el desmantelamiento del colonialismo de colonos liderado por los sionistas debería ser la “prioridad número uno”.

Esto implica que la solución de dos Estados, a todos los efectos prácticos, está completamente muerta y enterrada. Sin embargo, no hay pruebas de que nadie, y menos Moscú, esté dispuesto a admitirlo.

Gaza: una pausa antes de la tormenta

Estados Unidos y sus aliados seguirán respaldando la guerra de Israel contra Gaza después de una breve tregua. Pero a medida que los argumentos a favor del «genocidio» se fortalezcan, las nuevas potencias multipolares tendrán que enfrentarse a los viejos hegemones y su caos basado en reglas.

La «Ley Bases» en Argentina: bases para la destrucción de lo común. Lautaro Rivera. Junio de 2024

Una mirada superficial podría suponer que el objetivo del gobierno liberal-extremista de Javier Milei es la destrucción del Estado, como el mismo presidente argentino aseguró en la reciente entrevista sostenida con The Free Pess, un medio norteamericano. Allí declaró, utilizando paradójicamente una antigua metáfora marxiana: “amo ser el topo dentro del Estado. Soy el que destruye al Estado desde adentro […] es como estar infiltrado dentro de las filas enemigas. Yo odio tanto al Estado que estoy dispuesto a soportar estas calumnias tanto sobre mi persona como sobre mis seres más queridos…”.

Sin embargo, ni Milei ni ninguno de los abanderados de los anteriores ciclos neoliberales que asolaron a la Argentina (el gobierno de Mauricio Macri en 2015-2019, el de Carlos Saúl Menem en la década del 90, y la última dictadura cívico-militar en los años 70 y 80) buscaron destruir el Estado, sino refuncionalizarlo a partir de sus propias agendas e intereses. Este caso repite en cierta medida la vieja receta neoliberal, más allá del credo entre minarquista y anarco-capitalista que profesa el titular del ejecutivo.

Pero hay más, mucho más en los 664 artículos originales de la denominada «Ley Bases y Puntos de Partida para la Libertad de los Argentinos», así como en los 232 de la versión actual, surgida de la poda impuesta por la derrota del proyecto primigenio en la Cámara de Diputados en febrero de este año. El voluminoso paquete de normas recuerda al tristemente célebre «mamotreto», el plan económico que presentara al flamante dictador Augusto Pinochet un selecto grupo de economistas neoliberales de la Universidad Católica de Chile, formados por sus mentores estadounidenses de la Escuela de Chicago. O acaso recuerda, por la cercanía geográfica y temporal, pero también por la audacia y la pretendida urgencia, a la llamada Ley de Urgente Consideración (LUC) propuesta por el gobierno de Luis Lacalle Pou en el vecino Uruguay, que tras una ardua resistencia finalmente fue ratificada por escaso margen en el referéndum del 27 de marzo del 2022.

Ante todo, la «Ley Bases» es una pobre parodia de las «Bases y puntos de partida para la organización política de la República Argentina», el clásico libro publicado en 1852 por el máximo exponente del liberalismo argentino, el abogado, diplomático, economista y escritor Juan Bautista Alberdi, que sentó las bases del ordenamiento territorial, jurídico y político de la Argentina a mediados del siglo XIX. Un liberal ilustrado, acaso el último que en la Argentina no despreció de plano todos los componentes históricos, culturales y etno-raciales de su propio país y de su propia región. Sin embargo, no todo es farsa en aquella ley de nombre pomposo. Milei, como Alberdi, tiene objetivos de alguna manera fundacionales. Tanto la Ley Bases, como el Decreto de Necesidad y Urgencia 70/2023, su norma gemela, buscan retrogradar al país (en eso consiste la “retro-utopía libertaria) a un tiempo mítico y antediluviano, antes de que la sociedad argentina “coquetease con el socialismo”, como Milei afirmó en innumerables ocasiones.

Pero para descifrar correctamente la jerga libertaria, por “socialismo” debemos entender cualquier forma de lo común, y por “estatismo” cualquiera de sus expresiones organizadas: el propio aparato estatal y gubernamental, claro, pero también los sindicatos, los movimientos sociales, la economía popular, los pueblos indígenas, las organizaciones de derechos humanos, el movimiento feminista y de mujeres, las organizaciones vecinales, las iglesias de base y un largo etcétera.

Al fin y al cabo, como el propio Karl Marx supo afirmar en La ideología alemana, el Estado no deja de ser una de las formas, aunque ilusorias, de lo común. Por eso, el objetivo de los autodenominados «libertarios», mucho más profundo y estratégico que la mera e imposible destrucción del Estado, es operar una profunda reingeniería en una de la sociedades más comunitarias, integradas y de alguna manera también más estatistas de América Latina y el Caribe, modelada de manera persistente por uno de los más avanzados experimentos que dio el Estado de bienestar periférico: la comunidad (corporativamente) organizada por el peronismo en las décadas del 40 y el 50, pero sostenida, en sus trazos generales, hasta la dictadura de 1976, e incluso más allá.

Sólo desde esta óptica puede entenderse el objetivo maximalista de la ley de privatizar varias empresas públicas, como la aerolínea de bandera o el sistema de medios públicos, así como el de vender o concesionar legalmente otras tantas como la empresa de aguas, el correo oficial, los ferrocarriles o los corredores viales. Lo mismo sucede con el objetivo, postergado por la resistencia social al gobierno de Mauricio Macri, de consumar la ansiada “triple reforma”, que el capital viene promoviendo a nivel global a través de los grandes organismos multilaterales de crédito: la reforma laboral, tributaria y previsional, reformadas, obviamente, en un sentido restrictivo y regresivo.

Pero lo común tiene otras muchas aristas. Por ejemplo los bienes comunes, ofrecidos a precio vil al mejor postor a través del Régimen de Incentivos a las Grandes Inversiones (RIGI), el corazón intocado de la antigua ley y la piedra de toque del reposicionamiento geopolítico de la Argentina, que bajo el gobierno de Milei y la canciller Diana Mondino ha venido practicando un occidentalismo puramente ideológico, que ha elegido alinear al país, de manera absolutamente gratuita y contraintuitiva, al bando que tiene todas las de perder en la transición hegemónica global en curso. El RIGI es al siglo XXI lo que el Pacto Roca-Runciman de 1933 suscrito entre la oligarquía argentina y el Imperio Británico fue al siglo XX: lo que el lúcido ensayista argentino Arturo Jauretche supo definir como “el estatuto legal del coloniaje”.

De esta manera el agua, la biodiversidad, las proteínas animales y vegetales, los hidrocarburos convencionales y no convencionales, el litio y las “tierras raras”, fluirán de manera “libre” y “legal” hacia el Norte Global, convirtiendo a las regiones estratégicas de la Argentina en zonas de acopio y sacrificio para un imperialismo que, como el estadounidense, se debate ya entre la inmolación militar o el repliegue estratégico (precisamente en nuestro fatalmente compartido hemisferio).

Pero lo común también es la gestión de la vida en sus niveles más inmediatos, cotidianos e incluso precarios, como en las sedes de los sindicatos, los clubes de barrio, las iglesias de las periferias o los comedores de la llamada economía popular, hoy fuertemente estigmatizados, pero que resultan la última casamata que separa a una sociedad neoliberal y periférica del abismo de la disolución social, la anomia generalizada y el “sálvese quien pueda”. Algo similar sucede con los incisos que pretenden poner fin a la «moratoria previsional», una ley que permitió que cerca de 400 mil personas que no alcanzaron los 30 años de cotización requeridos (ya sea por la inestabilidad laboral, por las recurrentes crisis económicas, o por tratarse de trabajadoras de casas particulares no registradas) pudieran jubilarse y acceder a una vejez con mínimos estándares de dignidad.

Mención aparte merecen los lineamientos de la ley que intentan socavar a uno de los movimientos obreros más poderosos y mejor organizados de todo el planeta. No es casual que la «Ley Bases» busque limitar la afiliación obligatoria, debilitar el derecho a huelga, reemplazar las indemnizaciones por un “fondo de cese laboral optativo” o eternizar los eufemísticos “períodos de prueba” y otras formas de contratación precaria. Si el movimiento sindical supo ser la espina dorsal del peronismo, de las sucesivas resistencias antineoliberales y de casi todas las opciones revolucionarias, la retro-utopía libertaria precisa quebrar sus estructuras, atentando incluso contra los intereses de sectores corporativos y burocráticos que se prestan al más solícito colaboracionismo.

Lo común es también la forma de resolver los problemas del común: es decir la vida en una sociedad democrática. Democracia que en la Argentina volvió a nacer hace apenas cuatro décadas, pero que acusa, como en todo el mundo, síntomas crecientes de insatisfacción y cansancio. Democracia que busca ser asediada, por ejemplo, con la delegación de facultades legislativas extraordinarias al presidente, sin que medie una situación de excepción o catastrófica que así lo amerite. Democracia que supo expresarse también en una serie de consensos inéditos a nivel global, como en el robusto paradigma de derechos humanos made in Argentina que garantizó el juicio y el castigo a (parte de) los responsables civiles y militares de la última dictadura, pero que encuentra hoy a una negacionista presidiendo ni más ni menos que el Senado de la República. 

Lo común es finalmente la seguridad y la paz que garantizan la mismísima existencia biológica de los cuerpos que reunidos conforman lo común. Paz y seguridad que se ven profundamente amenazadas por un gobierno que en vez de buscar espacios de soberanía y autodeterminación en un mundo agitado y belicoso, intenta medrar en conflictos que no comprende, jugando con el fuego de las grandes magnitudes en pugna. Esto se evidencia desde la iniciativa de trasladar la embajada Argentina a Jerusalén, para convalidar una limpieza étnica en proceso y congraciarse con el criminal de guerra Benjamín Netanyahu, o la aún más descabellada propuesta de enviar “ayuda militar” y tropas para combatir en los campos de Ucrania. Paz y seguridad que, por añadidura, se verán socavadas de concretarse la propuesta dolarizadora y el generoso blanqueo de capitales (de hasta 100 mil dólares) habilitado por la mega ley, que colocará al país en un sitio privilegiado para las nuevas cadenas de suministro del narcotráfico y otras economías ilícitas, cuya geopolítica se vio profundamente alterada por la emergencia de nuevos productos, nuevos grupos criminales y nuevas rutas a nivel hemisférico y global. En la utopía liberal-extremista, que como ningún otro documento, libro o intervención sintetiza la «Ley Bases», sucede lo que en las distopías madmaxianas. Sólo hay dos tipos de ciudadanos: policías o pandilleros. Los recursos escasean, la vida es frágil, el Estado no existe y lo común languidece.


Ukraine : Une paix populaire, pas une paix impériale. 4 Juin 2024

Déclaration commune d’organisations écosocialistes, anarchistes, féministes, environnementales et de groupes en solidarité avec la résistance ukrainienne et pour une reconstruction sociale et écologique autodéterminée de l’Ukraine.

Le gouvernement suisse organisera les 15 et 16 juin 2024 une conférence internationale pour un processus de paix en Ukraine sur la montagne Bürgenstock, près de Lucerne. Le gouvernement ukrainien soutient cette conférence.

Cette conférence a lieu dans une phase décisive de la guerre. Depuis des mois, les forces d’invasion russes percent des brèches dans les défenses ukrainiennes et les repoussent, au prix de lourdes pertes. Les dirigeants russes ont annoncé une offensive majeure et s’en prennent à la population de Kharkiv, une ville qui compte des millions d’habitants.

Nous soutenons toutes les mesures visant à instaurer une paix qui permette au peuple ukrainien de reconstruire le pays d’une manière autodéterminée. La paix exige le retrait complet des forces d’occupation russes de l’ensemble du territoire de l’Ukraine. Dans cette optique, nous espérons que la conférence de paix en Suisse contribuera au rétablissement de la souveraineté de l’Ukraine.

Les conditions pour y parvenir sont extrêmement difficiles. Les représentants du régime de Poutine proclament régulièrement qu’ils ne reconnaissent pas une Ukraine indépendante et nient l’existence du peuple ukrainien. Le régime de Poutine poursuit un projet de Grande Russie, soumet les populations des territoires occupés à la terreur et vise à éradiquer la culture ukrainienne. Le régime au pouvoir en Russie commet régulièrement des crimes de guerre contre la population ukrainienne.

L’invasion russe à grande échelle de l’Ukraine, lancée le 24 février 2022, ne remet pas seulement en question l’indépendance de l’Ukraine. Elle encourage également d’autres régimes autoritaires à menacer des populations voisines, à occuper des territoires et à y expulser massivement des populations. Afin d’éviter toute résistance chez elle, l’armée russe recrute désormais aussi des habitants des pays voisins et du Sud pour servir de chair à canon.

En raison de la résistance massive – et étonnante – de la population ukrainienne, les gouvernements d’Europe et d’Amérique du Nord ont commencé à soutenir l’armée ukrainienne dans sa défense contre les forces d’occupation russes. Cependant, ils soutiennent l’Ukraine pour affirmer leurs propres intérêts dans la rivalité impérialiste mondiale. Les États-Unis visent à affaiblir leur contrepartie russe tout en montrant leur force face à la Chine montante et en donnant le ton aux puissances européennes qui sont à la fois partenaires et rivales. Pourtant, bien que le Congrès américain ait finalement approuvé le 20 avril 2024 un programme d’aide conséquente pour l’Ukraine, qui avait été bloquée par le Parti républicain pendant neuf mois, le soutien à l’Ukraine est toujours resté sélectif et insuffisant.

De même, les sanctions économiques imposées par les gouvernements de l’UE et des États-Unis à l’encontre de la Russie et des représentants du régime de Poutine sont sélectives, mal ciblées et insuffisantes. Elles n’empêchent pas la Russie de continuer à exporter du pétrole et du gaz, ainsi que d’autres matières premières stratégiquement importantes, qui alimentent son trésor de guerre. Certains pays européens ont même considérablement augmenté leurs importations de GNL en provenance de Russie depuis le début de la guerre. D’autres, comme l’Autriche, obtiennent plus de 90% de leurs importations de gaz naturel de la Russie. Les gouvernements de ces pays obligent les consommateurs de gaz à financer la guerre de Poutine contre la population ukrainienne.

Le gouvernement suisse, hôte de la conférence de paix, a non seulement accordé des allègements fiscaux aux oligarques russes pendant des décennies, mais il a également refusé de confisquer les actifs de ces oligarques depuis le début de l’invasion russe à grande échelle. En tant que plaque tournante majeure du négoce international de matières premières, la Suisse offre depuis de nombreuses années aux capitaux russes d’excellentes possibilités d’acquérir des richesses. De nombreux politiciens bourgeois ont accueilli avec plaisir ces entreprises en Suisse. Par la vente de produits à double usage, la Suisse contribue à l’équipement de la machine de guerre russe. Enfin, le secteur financier suisse facilite le commerce du pétrole russe.

Tant aux États-Unis qu’en Europe, de plus en plus de voix s’élèvent au sein de l’establishment politique et économique pour subordonner leur soutien à l’Ukraine à certaines conditions. Leur objectif est de faire pression sur l’Ukraine pour qu’elle cède de vastes territoires et plusieurs millions d’habitants au régime de Poutine. Une telle paix, imposée par des puissances impériales majeures, renforcerait le régime de Poutine et ne parviendrait pas à jeter les bases d’une reconstruction démocratique durable de l’Ukraine.

Nous avons besoin d’une paix fondée sur les intérêts de la population et des travailleurs-euses d’Ukraine et de Russie, et soutenue par eux. Une telle perspective ne peut aboutir que si les syndicats, les organisations de femmes, les initiatives environnementales et diverses organisations de la société civile d’Ukraine et de Russie aboutissent aux pourparlers de paix.

L’occupation est un crime ! Nous sommes guidés par les principes d’auto-libération, d’émancipation et d’autodétermination de la classe ouvrière et de tous les peuples opprimés, au-delà des considérations géopolitiques. En ce sens, nous sommes également solidaires du peuple palestinien, qui lutte pour son autodétermination depuis des décennies. De même, nous soutenons les peuples kurde et arménien et tous les autres peuples menacés par l’oppression liée à une occupation, nationale et culturelle.

Sur la base de notre positionnement, en soutenant la résistance ukrainienne contre l’occupation russe, nous voulons contribuer à développer une perspective européenne commune pour des réformes socio-écologiques radicales et, à terme, pour une transformation écosocialiste de l’ensemble du continent européen dans le cadre d’une solidarité mondiale.

En soumettant cette déclaration à la discussion, nous voulons contribuer à un processus transnational de compréhension et de clarification politique entre les forces de gauche qui partagent ces convictions importantes dans toute l’Europe et au-delà.

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12 principes pour une paix juste en Ukraine
dans une Europe basée sur la solidarité et l’écologie

Nous, les organisations et initiatives soussignées, voulons promouvoir un processus de paix qui adhère aux 12 principes suivants.

1. La réalisation d’une paix socialement juste et écologiquement durable exige le retrait inconditionnel et complet des forces d’occupation russiennes de l’Ukraine, le retour de l’ensemble du territoire à ses frontières internationalement reconnues.

2. La Russie détruit systématiquement les villes, les infrastructures et l’environnement pour démoraliser la population et susciter une grande vague de réfugiés. Contre cette terreur quotidienne, nous exigeons que les gouvernements « occidentaux » soutiennent l’Ukraine dans la protection de sa population et de ses infrastructures contre les bombardements et les attaques par les missiles de la puissance d’occupation russe. Nous sommes favorables à un soutien humanitaire, économique et militaire massif des pays riches d’Europe en faveur de l’Ukraine. La population ukrainienne a un besoin urgent de protection contre les bombes et les roquettes russes.

3. Nous nous opposons aux tentatives des gouvernements « occidentaux », des représentants de l’OTAN et de l’UE de faire pression sur l’Ukraine pour qu’elle fasse des concessions massives à la puissance occupante russe. Nous nous opposons à l’idée que l’Ukraine doive céder plusieurs millions de personnes au régime de Poutine.
C’est uniquement au peuple ukrainien de décider comment faire face à cette situation atroce d’occupation continue et probablement croissante. Nous soutenons la résistance armée et non-armée des Ukrainiens contre la puissance d’occupation russe.

4. Nous demandons que tous les Russes qui refusent le service militaire se voient accorder un statut de résident sûr dans les pays d’Europe et d’Amérique du Nord. La désertion massive est importante pour affaiblir la machine de guerre russe.

5. Nous soutenons la lutte politique des syndicats ukrainiens, des organisations de femmes et des initiatives environnementales contre les politiques néolibérales anti-ouvrières du gouvernement du président Volodymyr Zelenskyy. Ces politiques sapent la défense de l’Ukraine contre l’occupation russe qui bénéficie d’un large soutien social, et rendent impossible une reconstruction socialement juste et écologiquement durable.

6. Nous sommes solidaires du mouvement anti-guerre, de l’opposition démocratique et des luttes ouvrières indépendantes en Russie. Nous sommes également solidaires des nationalités opprimées en Russie qui souffrent particulièrement de la guerre et luttent pour leur auto-détermination. C’est leur jeunesse qui est utilisée comme chair à canon par le régime de Poutine. Ces mouvements sont un facteur clé pour parvenir à une paix juste et à une Russie démocratique.

7. La Russie a emprisonné de nombreuses personnes originaires d’Ukraine en tant que prisonniers politiques. Beaucoup ont été condamnés à des décennies de prison et de camps pénitentiaires. Nous demandons leur libération inconditionnelle. Nous exigeons que la Croix-Rouge internationale soit autorisée à maintenir des contacts réguliers avec tous les prisonniers de guerre. La libération des prisonniers de guerre est une condition préalable à toute paix juste.

8. La Russie doit payer des réparations au peuple ukrainien. Les oligarques de Russie et d’Ukraine doivent être expropriés. Leurs biens doivent être mis à la disposition de la reconstruction de l’Ukraine et, après la chute du régime de Poutine, du développement démocratique de la Russie.

9. Nous exigeons que les gouvernements « occidentaux » annulent immédiatement les dettes de l’Ukraine. C’est une condition essentielle pour la reconstruction souveraine du pays. Les Etats riches d’Europe et d’Amérique du Nord doivent mettre en place des programmes de soutien complets et étendus en faveur du peuple ukrainien et de la reconstruction du pays. Cette reconstruction doit se faire sous le contrôle démocratique de la population, des syndicats, des initiatives écologiques, des organisations féministes et des quartiers organisés dans les villes et les villages.

10. Nous nous opposons à tous les projets des gouvernements européens et nord-américains, ainsi que des organisations internationales, visant à imposer un programme économique néolibéral au peuple ukrainien. Cela prolongerait et aggraverait la pauvreté et la souffrance. Nous dénonçons également tous les efforts visant à solder les biens et les actifs de la population ukrainienne à des sociétés étrangères. Le redressement et la réorganisation de l’agriculture, de l’industrie, des systèmes énergétiques et de toute la base sociale doivent servir à la transformation socio-écologique de l’Ukraine, et non à la fourniture de main-d’oeuvre, de céréales et d’hydrogène bon marché aux pays d’Europe occidentale.

11. Un soutien militaire efficace à l’Ukraine ne nécessite pas une nouvelle vague d’armements. Nous nous opposons aux programmes de réarmement de l’OTAN et aux exportations d’armes vers des pays tiers. Il faut au contraire que les pays d’Europe et d’Amérique du Nord fournissent, à partir de leurs immenses arsenaux existants, les armes qui aideront l’Ukraine à se défendre efficacement. En ce sens, nous demandons que l’industrie de l’armement ne serve pas les intérêts de profit du capital – au contraire, nous voulons travailler à l’appropriation sociale de l’industrie de l’armement. Cette industrie doit servir les intérêts immédiats de l’Ukraine. En même temps, pour des raisons écologiques sociales et urgentes, nous soulignons l’impératif de convertir démocratiquement l’industrie de l’armement en une production socialement utile à l’échelle mondiale.

12. Nous voulons lancer un débat sur une réorganisation radicale de l’Europe. Nous voulons contribuer au développement d’une perspective européenne commune pour des réformes socio-écologiques radicales, et en particulier pour une transformation écosocialiste fondamentale de l’ensemble du continent européen dans le respect de la solidarité mondiale. Dans ce cadre conceptuel, nous soutenons la volonté du peuple ukrainien d’adhérer à l’UE, bien que nous rejetions les fondations néolibérales de l’UE qui appauvrissent des millions de personnes et favorisent un développement non qualifié en Europe. Nous considérons la perspective d’une adhésion de plusieurs pays d’Europe de l’Est et du Sud-Est comme une occasion de réfléchir ensemble à la manière dont un changement socio-écologique aussi radical peut être initié dans toute l’Europe, y compris une stratégie énergétique commune, une conversion industrielle écologique, des systèmes de retraite par répartition, une protection efficace du travail, une politique migratoire solidaire, des paiements de transfert interrégionaux et une sécurité militaire ralliant la sortie de l’industrie de l’armement. Les forces syndicales, féministes, écologiques, anti-autoritaires et socialistes d’Europe de l’Est devraient jouer un rôle important dans ce débat.

Cette déclaration a été initiée conjointement par Sotsialnyi Rukh (Mouvement social) en Ukraine, Posle Media Collective en Russie, Bewegung für den Sozialismus / Mouvement pour le Socialisme en Suisse et solidaritéS – mouvement anticapitaliste, féministe, écosocialiste en Suisse, emanzipation – Zeitschrift für ökosozialistische Strategie (DE, AT, CH) et publiée le 4 juin 2024.

Nous invitons toutes les organisations, groupes, initiatives, collectifs médiatiques et personnes intéressés à diffuser et à signer cette Déclaration d’ici le 14 juin. Veuillez envoyer la confirmation de votre signature à : Joao_Woyzeck@proton.me and redaktion@emanzipation.org

Pour les personnes individuelles, veuillez signer ici : https://forms.gle/EAPYSoJCHpWq4bHR6

Con Regimen de Excepción no habrá recuperación económica. Eugenio Chicas. 12 de junio de 2024

En la medida que se devela la grave situación económica y social del país, se desmoronan las falsas promesas infladas con publicidad gubernamental. Estas caen fulminadas por el creciente malestar social, el trabajo estoico del “incómodo” periodismo investigativo, la aguda crítica desde las redes sociales y la mordaz puntada en los espacios de opinión pública; hasta enfrentar el intolerante discurso de odio de Bukele de: “no escuchen a los enemigos del pueblo”, apuntalado con los cruentos efectos del Régimen de Excepción. La cruda y desesperada realidad de pobreza y abandono terminará rebasando la amenaza autoritaria de: “sin quejarse”.

Después de cinco años de régimen autoritario, Bukele controla absolutamente a todos los poderes e instituciones del estado; ha cerrado el acceso a la información pública, ocultado los datos estadísticos, administrativos y socioeconómicos del país. Mantiene el prolongado Régimen de Excepción, aún después de anunciar ganada la guerra contra las pandillas; una afirmación reiterada en distintos eventos públicos durante los últimos diez meses. Bukele también declaró “pulverizada a la oposición”. Por lo tanto, no hay justificación racional para seguir imponiendo el Régimen de Excepción, sobre todo, si el objetivo es generar confianza para atraer inversiones y recuperar la economía del país.

Bukele se hereda una economía profundamente rezagada, la más atrasada en la región en cuanto a bajas exportaciones, escasa inversión externa, minada por la corrupción, el despilfarro y la incapacidad de ejecución presupuestaria; no ha logrado superar el promedio endémico del 2.4% de crecimiento económico registrado por el mismo Banco Central de Reserva. Su gestión está en la mira de los organismos financieros internacionales y calificadoras de riesgo. Uno de los sectores más abandonados es el agropecuario, que hasta 2019 significaba el 5.1% del PIB; actualmente su aporte retrocedió hasta el 4.6%; solo entre los años 2020 y 2021 más de 18,000 ganaderos quebraron, debido al elevado costo de los insumos y alimentos para el ganado; por la drástica reducción del programa del vaso de leche escolar de este gobierno, y a la masiva importación de leche y derivados lácteos. Igual descalabro padecen los productores de granos básicos, caficultores y cañeros.

De acuerdo con datos sistematizados por el Equipo Maíz, junto al economista Cesar Villalona, el país padece una caída del crecimiento industrial que antes aportaba el 15.5% al PIB, y hoy se redujo al 14%. A esto debe agregarse el grave desbalance del comercio exterior, que de un déficit de $5,967 millones en 2019; este se multiplicó hasta $9,150 millones. En tanto la inversión extranjera, que también es la más rezagada en la región, en 2023 apenas alcanzó $750 millones, sin superar los $826 millones alcanzados en el año 2018. Las reservas internacionales netas lejos de crecer han disminuido de $3,763 millones en 2019, a $3,119 millones en 2024. En tanto la deuda pública, incluyendo pensiones, de $19,808 en 2019 (63% del PIB); ha crecido a $30,173 en 2024, (88% del PIB).

La inflación creció hasta 4 puntos, golpeando especialmente los precios de los productos de la canasta básica de alimentos y servicios. Un severo incremento del 28% a la Canasta Básica urbana que cubre apenas 22 productos; mientras la Canasta Básica rural con solo 15 productos creció 23%. Hay un grave incremento de la pobreza, que de un 22.6% en 2019, aumentó a 27.2% al final de 2023, condenando a 126,000 nuevas personas a la pobreza. Mientras el desempleo alcanzó el 7%; y el subempleo en el que se inscribe la desesperada sobrevivencia informal, tan perseguida en el centro de la capital y otras urbes del país rebasa el 53%. Esta crisis es más grave por el incremento de la deuda de pensiones, que de $5,071 millones en 2019, hoy supera los $9,916 millones en 2024; una crisis que se agrava aceleradamente con el impago por cuatro años impuesto por este gobierno, y la manera acelerada con que continúan vaciando los ahorros de los cotizantes.

Ante semejante panorama económico, social y fiscal, Bukele está obligado a cumplir su promesa de que paguen más los que tienen más, a comenzar aplicando la “medicina amarga” a su propio gabinete; y a exponer con claridad ante el país sus planes para la recuperación económica y social.

La insoportable levedad del ser. Milan Kundera. 1985

La levedad y el peso. 1 La idea del eterno retorno es misteriosa y con ella Nietzsche dejó perplejos a los demás filósofos: ¡pensar que alguna vez haya de repetirse todo tal como lo hemos vivido ya, y que incluso esa repetición haya de repetirse hasta el infinito! ¿Qué quiere decir ese mito demencial?

El mito del eterno retorno viene a decir, per negationem, que una vida que desaparece de una vez para siempre, que no retorna, es como una sombra, carece de peso, está muerta de antemano y, si ha sido horrorosa, bella, elevada, ese horror, esa elevación o esa belleza nada significan. No es necesario que los tengamos en cuenta, igual que una guerra entre dos Estados africanos en el siglo catorce que no cambió en nada la faz de la tierra, aunque en ella murieran, en medio de indecibles padecimientos, trescientos mil negros.

¿Cambia en algo la guerra entre dos Estados africanos si se repite incontables veces en un eterno retorno?

Cambia: se convierte en un bloque que sobresale y perdura, y su estupidez será irreparable.

Si la Revolución francesa tuviera que repetirse eternamente, la historiografía francesa estaría menos orgullosa de Robespierre. Pero dado que habla de algo que ya no volverá a ocurrir, los años sangrientos se convierten en meras palabras, en teorías, en discusiones, se vuelven más ligeros que una pluma, no dan miedo. Hay una diferencia infinita entre el Robespierre que apareció sólo una vez en la historia y un Robespierre que volviera eternamente a cortarle la cabeza a los franceses.

Digamos, por tanto, que la idea del eterno retorno significa cierta perspectiva desde la cual las cosas aparecen de un modo distinto ha como las conocemos: aparecen sin la circunstancia atenuante de su fugacidad. Esta circunstancia atenuante es la que nos impide pronunciar condena alguna. ¿Cómo es posible condenar algo fugaz? El crepúsculo de la desaparición lo baña todo con la magia de la nostalgia; todo, incluida la guillotina.

No hace mucho me sorprendí a mí mismo con una sensación increíble: estaba hojeando un libro sobre Hitler y al ver algunas de las fotografías me emocioné: me habían recordado el tiempo de mi infancia; la viví durante la guerra; algunos de mis parientes murieron en los campos de concentración de Hitler; ¿pero qué era su muerte en comparación con el hecho de que las fotografías de Hitler me habían recordado un tiempo pasado de mi vida, un tiempo que no volverá?

Esta reconciliación con Hitler demuestra la profunda perversión moral que va unida a un mundo basado esencialmente en la inexistencia del retorno, porque en ese mundo todo está perdonado de antemano y, por tanto, todo cínicamente permitido.

2

Si cada uno de los instantes de nuestra vida se va a repetir infinitas veces, estamos clavados a la eternidad como Jesucristo a la cruz. La imagen es terrible. En el mundo del eterno retorno descansa

sobre cada gesto el peso de una insoportable responsabilidad. Ese es el motivo por el cual Nietzsche llamó a la idea del eterno retorno la carga más pesada (das schwerste Gewicht).

Pero si el eterno retorno es la carga más pesada, entonces nuestras vidas pueden aparecer, sobre ese telón de fondo, en toda su maravillosa levedad.

¿Pero es de verdad terrible el peso y maravillosa la levedad?

La carga más pesada nos destroza, somos derribados por ella, nos aplasta contra la tierra. Pero en la poesía amatoria de todas las épocas la mujer desea cargar con el peso del cuerpo del hombre. La carga más pesada es por lo tanto, a la vez, la imagen de la más intensa plenitud de la vida. Cuanto más pesada sea la carga, más a ras de tierra estará nuestra vida, más real y verdadera será.

Por el contrario, la ausencia absoluta de carga hace que el hombre se vuelva más ligero que el aire, vuele hacia lo alto, se distancie de la tierra, de su ser terreno, que sea real sólo a medias y sus movimientos sean tan libres como insignificantes.

Entonces, ¿qué hemos de elegir? ¿El peso o la levedad?

Este fue el interrogante que se planteó Parménides en el siglo sexto antes de Cristo. A su juicio todo el mundo estaba dividido en principios contradictorios: luz-oscuridad; sutil-tosco; calor-frío; ser-no ser.

Uno de los polos de la contradicción era, según él, positivo (la luz, el calor, lo fino, el ser), el otro negativo. Semejante división entre polos positivos y negativos puede parecemos puerilmente simple.

Con una excepción: ¿qué es lo positivo, el peso o la levedad?

Parménides respondió: la levedad es positiva, el peso es negativo.

¿Tenía razón o no? Es una incógnita. Sólo una cosa es segura: la contradicción entre peso y levedad es la más misteriosa y equívoca de todas las contradicciones.

A Left Case for Hong Kong Self-Determination, Promise Li. April 2020

“The social revolution of the nineteenth century cannot take its poetry from the past but only from the future. It cannot begin with itself before it has stripped away all superstition about the past. The former revolutions required recollections of past world history in order to smother their own content. The revolution of the nineteenth century must let the dead bury their dead in order to arrive at its own content. There the phrase went beyond the content – here the content goes beyond the phrase.” Karl Marx, The Eighteenth Brumaire of Louis Bonaparte (1852)

For ten months and going, Hong Kong has seen its largest social movement yet with mobilizations against an extradition bill that threatens to subject dissident Hongkongers to the People’s Republic of China (PRC)’s jurisdictional system. Previously under British rule since 1842, the city was allowed to maintain its own governmental system after the Handover in 1997, albeit under Chinese sovereignty in accordance with the “One Country, Two Systems” framework.

But civil liberties continue to be threatened and class disparity deepens. With a fifth of the population below the poverty line in the world’s most expensive housing market, young people are increasingly stripped of job security and social benefits. Citizens only contribute a partial voice to the elections of the city’s highest decision-making body, the Legislative Council (LegCo), and highest elected official, the Chief Executive, which are largely determined by corporate elites and pro-Beijing figures.

The recent introduction of the extradition bill was a breaking point. It ignited a whole new generation of protestors, many of whom were born with little to no memory of colonial rule. They have seen their own and their elders’ economic and political rights eviscerated under an increasingly authoritarian neoliberal regime. Though the bill was subsequently retracted, the protestors’ other demands – including universal suffrage, release of their arrested comrades, and establishment of an independent commission to investigate police brutality – have not been met.

Despite these conditions, the left has struggled to maintain power or relevance within the mass movement. Left and labor movements have been traditionally weak in Hong Kong, and the establishment’s association with “communism” and “the left” has made it nearly impossible to organize an anti-capitalist, worker-centered opposition under any left or socialist banner. In fact, Hongkongers seldom refer to (let alone understand!) the left-right political spectrum, and the city’s core political marker is one’s allegiance or opposition to the Beijing-controlled Hong Kong government.

Leftist collectives do exist in the movement, like the anarchist Autonomous 8A, the workers’ mutual aid group Workers Committee (勞工組), Student Labour Action Coalition (工學同行), and grassroots tenant organizing collective Old District Autonomy Advancement Group (ODAAG) (舊區街坊自主促進組). Local publications and media outlets like Borderless Movement (無國界社運), Grass Media Action(草根.行動.媒體), v-artivist (影行者), The Owl (夜貓), and Reignite Press (懷火) continue to promote important left-leaning perspectives.

Many of them, especially the minority of leftists in the Hong Kong Confederation of Trade Unions (HKCTU), have been struggling to make interventions within the highly heterogeneous opposition camp. 

The opposition (also known as the “pro-democracy” or “pan-democratic” camp) has traditionally been led by liberal democrats, many of whom had helped negotiate the Sino-British settlement leading up to the Handover and had emphasized support for mainland dissidents. But their ideological hegemony, marked by political compromises with the Chinese Communist Party (CCP), has been upended in the wake of the 2014 Umbrella Movement – the last large-scale set of protests after the PRC’s National Committee introduced a motion to explicitly pre-screen candidates for Hong Kong’s Chief Executive election.

Localism, an often-confused mix of political tendencies centering around the interests of local Hongkongers and their political self-determination, was the Umbrella Movement’s reaction to the entrenched political orientation of the pan-democratic camp: a liberal-democratic focus on universal, democratic values for both mainland Chinese and Hongkongers.

Some localist supporters even argue for the prioritization of local Hongkongers’ interests over those of mainland immigrants, who are seen as threats to local resources and Hongkongers’ distinct cultural identity. These sentiments can turn into reactionary and xenophobic demands, treating mainlanders as the key problem for local Hongkongers by filling up the city’s already-thinning pool of jobs and other social resources. These positions occasionally put some of the more radical localists at odds with the pan-democrats’ conservative, electorally-minded political tactics, though for the most part, both continue to be close allies in the opposition.

    Localist sentiments have continued to gain traction since then and have become the dominant political ideology of protestors today, with self-determination remaining a key demand for the movement. But what self-determination means for localists is still highly unstable.

It does not necessarily mean national independence. Polls show that support for Hongkongers’ national independence remains low – only one out of every six people. In other words, this protest movement is only beginning to define Hong Kong’s movement for self-determination, constantly improvising its limits. In the face of this formlessness, a common response across the political spectrum has been to prescribe its limits, in effect putting brakes on the radical and transformative nature of the demand for self-determination.

Though the left has been sidelined in these protests, our role should neither be simply tailing these demands nor opposing them. We must understand self-determination’s complex history and roots in the city, and amplify its democratic power in its current manifestation in today’s movement.

Localism Beyond Lenin

Many progressives and leftists have developed reductive understandings of this struggle. Socialist Review’s Lawrence Wong, for example, has characterized Hong Kong self-determination as a “reactionary demand … a cover for independence.” Indeed, Hong Kong’s entangled history vis-à-vis China makes it inaccurate to simply treat it like any other self-determination struggle, as if it were comparable to Rojava.

By the same token, writing off self-determination as purely reactionary goes too far and ignores the nuances of Hong Kong society and cultural identity. The subtext for Wong’s position is, of course, Lenin’s theory of self-determination, succinctly summarized by Paul Le Blanc:

    [F]irst, that only the freedom to secede makes possible free and voluntary union, association, cooperation and, in the long term, fusion between nations; second, that only the recognition by the workers’ movement in the oppressor nation of the right of the oppressed nation to self-determination can help to eliminate the hostility and suspicion of the oppressed and unite the proletariat of both nations in the international struggle against the bourgeoisie.

However, the case of Hong Kong is an exception that does not neatly fit within this description. Lenin’s analysis does not account for cases in which a territory is detached by imperialism and subsequently returned after a century or more of immense cultural and economic development. The city’s complicated sense of removal and identification with China makes it such that the most transformative kind of political consciousness in Hong Kong grows from an affiliation with the local, rather than ethnic or national identity.

Existing in the gaps of ready-made theoretical paradigms, Hong Kong’s framework of self-determination appears slippery to both its participants and its onlookers. Indeed, localism at times bleeds into more rigid demands, like the minority position of Hong Kong separatist independence, dominated by the more visibly right-wing and pro-Western parties that sprang from Umbrella. But Hong Kong’s postcolonial condition always threatens the limits of ethnonationalism, and the boundaries of “Hong Kong identity” remain highly protean.

Cross-racial solidarity exists in instances like the demonstrations of support for the movement in Chungking Mansion in October of last year, involving a hodgepodge of ethnic minorities from Indian migrants to African traders. Many Mainlanders are ostracized in this movement, while many other mainland Chinese have expressed solidarity with the movement both in China and abroad.

The Leftist Past of Hong Kong’s Self-Determination Struggle

In the face of these complexities, the left has long been seen in Hong Kong as either synonymous with the CCP establishment or simply too dogmatic to have any relevance for Hongkongers’ aspirations. But in fact, some of the first to think through the framework of self-determination actually came from the radical left – a history fully disconnected from today’s movement.

Some of the earliest instances of demands for self-determination emerged from worker-student organizing debates in the anti-imperialist and social movement upsurge of the early 1970s. In those discussions, the pro-CCP Maoists, in an unsteady alliance with other left-leaning groups against the colonial government at the time, reportedly accused other activists of promoting “Hong Kong independence” at one point.

In the 1980s, around the time when the British and Chinese state elites met behind closed doors to negotiate the future of Hong Kong, small, radical left formations like October Review (十月評論), Revolutionary Marxist League (革馬盟), and Sun Miu Group (新苗社) argued for the right of ordinary masses of Hongkongers to democratically decide their own future.

In a joint statement by October Review and Revolutionary Marxist League in 1984, the writers demanded that, upon the Handover, the Chinese government should allow for “a generally elected, full-powered General Assembly” wherein “the Hong Kong people should grasp the opportunity to mobilize and strive for democratic self-rule.”

While the authors affirm Chinese sovereignty over the city, they emphasize that Hongkongers’ have the “full right to decide on how to recover sovereignty” and “decide Hong Kong’s future social system and policies” in a way that builds the socialist struggle along with working-class counterparts in Mainland China. In other words, they stop short of defining what Chinese sovereignty should actually look like for Hongkongers, while still working within that framework: the point is that only Hongkongers themselves, through democratic process, can give form and content to the material reality of Chinese sovereignty in the city.

Similarly, Sun Miu’s statement in 1983 emphasizes Hongkongers’ right to self-determination (自決權) as a way to reject bourgeois separatism and empower the voices of all Hongkongers, not just political elites, to determine their own political future in the eve of the Sino-British Joint Declaration. For Sun Miu, self-determination does not have to be a bourgeois demand and can serve as the basis for class struggle.

Central to this analysis is Lenin’s idea that even though “full political democracy” cannot be entirely achievable under capitalism and imperialism, revolutionary leftists should not reject the immediate and the most determined struggle for all these demands – such a rejection would only play into the hands of the bourgeoisie and reaction, but on the contrary, it follows that these demands must be formulated and put through in a revolutionary and not a reformist manner, going beyond the bounds of bourgeois legality, breaking them down, going beyond speeches in parliaments and verbal protests, and drawing the masses into decisive action, extending and intensifying the struggle for every fundamental democratic demand up to a direct proletarian onslaught on the bourgeoise.

The most immediate demand for Hong Kong, as a city in transition caught between two administrations, was to have a seat in the table in this process – to have its own recognized voice, regardless of national or ethnic determinations. Following Lenin, Sun Miu members did not separate themselves from this demand, but intensified it according to left, internationalist principles.

Self-determination that links up to other self-determination struggles in both the Chinese and Taiwanese working-classes should be a practical necessity, since “there is no hope of victory if we just use the power of five million Hong Kongers against the CCP, which leads over ten billion.” “If Hongkongers … publically aim to return power to all people, that would empower the people of China and Taiwan to struggle in solidarity,” the authors write.

“Then, the ten billion Chinese would not be swayed by the CCP bureaucracy to oppress Hongkongers’ strength, but would be our greatest ally, and fight with us to take back their sovereignty from the state.” However optimistic and impossible, this demand indeed aims to reform and intensify the struggle, articulating a vision of autonomy that looks outward to internationalist unity.

Hong Kong Nationalism”

Thirty years later, the discourse of self-determination has re-emerged in new terms. The influential February 2014 issue of Hong Kong University Student Union’s journal Undergrad published a series of essays on the topic of “the Hong Kong people/nation (香港民族)”. Published just half a year before the Umbrella Movement, the issue was edited by Brian Leung Kai-ping, who would later emerge as a key figure in last year’s protests after revealing his identity during a speech he gave at the valiant occupation of LegCo on July 1.

Leung’s contribution borrows French philosopher Ernest Renan’s theory of “civic nationalism” to articulate a Hong Kong nationalism that transcends ethnic boundaries. Leung’s nationalism doubles down on a liberal democratic notion of citizenship that only includes those who “put Hong Kong interests first” and “defend local culture and people’s interests.”

Leung’s imperviousness to Hong Kong’s class dynamics and overdetermined place in global capital in fact upholds local autonomy at the expense of social and economic reality. Indeed, he is right that the ideology that “we are all Chinese” has “lost its purchase” in the city. But ultimately, his insistence on establishing exclusionary criteria for Hong Kong citizenship sacrifices the radicality of self-determination in order to pessimistically play by the rules of the faulty, existing economic status quo.

Instead of fundamentally restructuring how social resources can be more equitably distributed for all Hongkongers, Leung’s “civic nationalism” in fact limits Hongkongers’ material interests by pitting people against one another, instead of uniting their power and interests to oppose the CCP, not to mention the Hong Kong and Chinese capitalist elites that the party promotes when it sees fit.

In the same issue, we find Joseph Lian Yi-zheng taking an unexpected detour to Stalin’s theory of nationalism in which he makes a similarly nativist determination to define the formal contours of the Hong Kong identity. Stalin prescribes highly specific requirements – “common language, territory, economic life and ‘psychic formation’”for what constitutes as a nation, and ethnic communities that fail to qualify are considered “national minorities.”

This theory of nationalism, in other words, assigns self-determination to specific ethnic movements with a set of preset criteria, in contrast to Lenin’s, for whom the conditions for self-determination dynamically mediate between the shifting forms of autonomous mass movements and democratic internationalism.

Indeed, it is also unsurprising that the most dogmatic and anti-Marxist thinker of nationalism on the left would prove useful for Lian’s reactionary nationalism, which applies Stalin’s four-fold criteria to Hong Kong in an earlier essay of his own. That is, despite the kinds of exceptions (e.g. Southeast Asian migrant domestic workers, who Lien parenthetically notes are “too few to discuss”), and historical amnesia of the tight exchange between Hong Kong and China, needed to make his case.

Lian makes no attempt to clarify Stalin’s infamously vague criterion of “psychic formation,” nor explain what that means for Hong Kong beyond anti-Mainland sentiment as Hongkongers’ defensive, culturally unique stance toward years of “Chinese” violation of political and cultural autonomy.

Despite Undergrad’s resolve to bring “Hong Kong nationalism” into mainstream political discourse, what self-determination means seems more abstract than ever, let alone its connection to nationalism, by last year. Yet, the young protestors have made the vision of democratic self-rule and self-determination more tangible than any of their forebears have as they physically held on, if only for a brief hour, the city’s center of power on July 1.

Leung, now a graduate student at the University of Washington, returned that summer to participate in the struggle. He famously tore off his mask that night in the LegCo room in front of the world through the journalists’ cameras, in a desperate attempt to give a narrative and legitimacy to the protestors’ occupation: now that we are holding LegCo, what future does Hong Kong’s self-determined generation want?

The total spontaneity of the LegCo struggle and its lack of answers do not necessarily imply a regress in the praxis of self-determination, though the movement has its limitations indeed. Rampant xenophobic attitudes toward mainland Chinese continue to plague the movement’s ranks, and the city’s class disparity and the excesses of neoliberal policies remain little-discussed in the mainstream political discourse.

Despite this, the freedom and self-activity of mass action, driven by the determination to take ownership of one’s political conditions, have also opened up new practices of radical mutual aid and solidarity. In other words, though the established left has long lost control over the discourse of self-determination in Hong Kong, and today barely exists as a coherent political force, the framework of self-determination continues to be remade and improvised by new activists. This may even remake the terms on which the radical left can be sustained, holding open new avenues of building a democratic future.

Left-wing Alternatives Today

It is in this context that Lausan (流傘) Collective, an explicitly left-wing collective of Hong Kong and Chinese activists on the ground and in the diaspora formed in the late summer of last year, abstained from prescribing a single, cohesive horizon of self-determination from the left. Whatever vision of self-determination can only articulate a formal set of principles of which the actual content remains to be enacted and practiced. And in this movement, the struggles borne from this in-between city have emerged in myriad forms that have threatened again and again its ingrained neoliberal ethos.

Newly-elected left-leaning district councilor Chu Kong-wai notes how this movement has challenged Hong Kongers to think in terms of radical solidarity with others in need, rather than personal gain, though “these anti-capitalist moments are in competition with the more reactionary elements, and we have yet to see which pole will become more dominant.” Indeed, the left must enter into this paradoxical space that is Hong Kong’s movement for self-determination, to struggle with the progressive and reactionary elements with the masses of protestors, to show that building links between movements is no idealism, but a rational extension of the movement’s material constitution.

Internationalist unity between the working-classes and the marginalized, of course, should be a central vision for all leftists. But it would be a mistake to dismiss the lens of self-determination as a crutch for Hong Kong to connect to other mass struggles. Lausan’s Listen Chen provides a powerful critique of how the movement’s uncritical dedication to self-determination precludes meaningful solidarity with the Mainland working class and flirts with Western imperialist elements. While these critiques are entirely correct, Chen limits “national belonging” and “independence” as the only available pathways for self-determination. In doing so, they rightly critique the reactionary, “cultural-national” forms of self-determination as Lenin describes – only to prematurely limit the different avenues from this demand and preclude the radical capacities for self-determination inherent in the mass movement that underscores democratic political practice.

It should never be the strategy of the local and international left to embolden the nativist and nationalist sentiments in the movement. But we must also never forget about the powerful democratic impulse that characterizes a people’s right to self-determination – a radicalism that may exceed the lure of ethnonationalism and separatism.

Black feminist writer Barbara Smith, writing of Black lesbian women’s self-organizing in the U.S., notes the difference between “autonomy” and “separatism,” identifying the former with the capacity to deal with “a multiplicity of issues … a solid base of strength with those with whom we share identity and/or political commitment.” While the experience of Black lesbian women, of course, cannot be entirely correlated with those of Hongkongers, Smith’s insight about political autonomy points to a key vision of concrete socialist practice: lived autonomous decision-making by communities can be done in coalition and solidarity with others’ struggles.

Patricia Hill Collins’ gloss on Smith’s passage years later in Black Feminist Thought underscores this sense that “group autonomy fosters effective coalition with other groups … although Black feminist thought originates within Black women’s communities, it cannot flourish isolated from the experiences and ideas of other groups.” Given Hong Kong’s position at the nexus of multiple cultural and political influences, Smith and Hill Collins may offer a flexible and effective model for a powerful politics of self-determination.

Practicing autonomous politics does not need to be linked to national boundaries, and it must be consistently improvising, drawing from the power of different identities, especially those in the margins, to increase the overall power of the mass movement.

Any class-based solidarity must take into account a people’s messy and non-prescribed road to self-determination, beyond the boundaries of nationalism. Hong Kong still suffers from structural oppression of its minorities, like the hundreds of thousands of Southeast Asian migrant domestic workers whose basic rights are continually exploited by both Hong Kong and their home governments, or the Mainland migrants who fill swaths of low-income jobs while facing discrimination.

But this movement shows that self-determination – this unstable improvisation of “Hong Kong identity” – may offer a framework of liberation even for people in the margins, many of whom don the same black masks and feel connected to the larger struggle. The unlikeliest actors have been improvising and reshaping the form of Hong Kong self-determination, at times, into something radical and levelling.

Self-Determination, Not Dogma

James Leong and Lynn Lee’s 2020 documentary If We Burn gives a raw, unfiltered glimpse of the tumultuous decision-making process of the protestors as they were charging into the LegCo building on July 1: pro-democracy lawmakers attempting to physically block the more radical protestors from breaking in at one point; the protestors spending half an hour wandering around the building figuring out what symbolic statement to make; the disconnection between those outside the building and those inside about whether to occupy and lock themselves in or not.

It looks like mob rule par excellence, but the glimpses of radical democracy are undeniable. No bureaucrats or police were in sight, as anonymous protestors argued tactics through sweat and tears as they deface the building’s stately facade of anti-democratic rule. This is Hong Kong self-determination at work, and for a moment, anyone could speak.

The radical left, indeed, should develop its own programs and principles for liberation, not be allured by every twist and turn of mass movements. But mass liberation also has no room for dogma and entails critically engaging with and struggling alongside the mass movement to increase its power of activity in its current conjuncture. Our principles of left internationalism and anti-discrimination aim toward the ever-increasing capacity of ordinary people to collectively think for themselves and democratically determine their own lives with others – a radically flexible and form-less political practice that has informed Lenin’s revolutionary internationalism and Smith and Hill Collins’ theory of autonomy.

Leong and Lee’s film records a young protestor’s speech at a rally after the LegCo siege, as he tearfully proclaims, “No matter where the movement ends up, at least we are alive to bear witness to these decaying times.” In a similar vein, I recall James Baldwin’s call for us, as artists, thinkers, and activists, to “bear witness to the truth.” The left must struggle alongside the masses in the collective struggle for self-determination, not to reify national borders or set up layers of exclusion, but to witness a basic reality of democratic thinking that would stimulate and guide our internationalist commitments for a more equitable society for all.

 1 Sun Miu later changed its name to Pioneer Group (先驅社) in 1994, and still continues to infrequently publish new materials and archive older work on https://workerdemo-hk.com/

 2 “Joint Statement on Hong Kong Accord: Hong Kong Trotskyists analyze China-Britain Agreement,” Intercontinental Press Vol. 22, No. 23, Dec 10, 1984, 742-3.

3 VI. Lenin, “The Socialist Revolution and the Right of Nations to Self-determination,” National Liberation, Socialism, and Imperialism: Selected Writings (New York: International Publishers, 1968), 112.

4 Barbara Smith et al., Home Girls: A Black Feminist Anthology (Kitchen Table: Women of Color Press, 1983), xl.

5 Patricia Collins, Black Feminist Thought: Knowledge, Consciousness and the Politics of Empowerment (Hyman, 1990), 36.

Promise Li

Promise Li is a socialist from Hong Kong and Los Angeles and a member of Tempest Collective and Solidarity (U.S.). He is involved in international solidarity work with Lausan Collective and Internationalism from Below, and tenant organizing with Chinatown Community for Equitable Development (CCED) in Los Angeles Chinatown.

Entre identidades y grupos de interés: Primero de Mayo con trabajadores/as pero sin clase obrera. Ángel Rodríguez. Mayo de 2024

“Pero si construir el futuro y asentar todo definitivamente no es nuestro asunto, es más claro aún lo que, al presente, debemos llevar a cabo: me refiero a la crítica despiadada de todo lo existente, despiadada tanto en el sentido de no temer los resultados a los que conduzca como en el de no temerle al conflicto con aquellos que detentan el poder.” Karl Marx, Carta a Arnold Ruge (1843)

El Primero de Mayo de 2024 las calles del Viejo San Juan se desbordaron de trabajadores y trabajadoras. Se conmemoraron las luchas sangrientas que dieron paso a grandes conquistas y manifestaciones mundiales de la clase trabajadora. Miles de trabajadoras y trabajadores se dieron cita frente al Capitolio y marcharon hasta la Fortaleza. Decenas de organizaciones sindicales, políticas y sociales participaron de la convocatoria. Las actividades fueron, a todas luces, exitosas. Hubo buena participación a pesar de que las condiciones del tiempo no fueron favorables. Podemos decir con certeza que el trabajo organizativo que se hizo fue responsable y exitoso.

Pasadas dos semanas de esas actividades, es pertinente que hagamos un análisis más profundo de lo que representa el Primero de Mayo y cómo se acerca, la clase trabajadora, a esa efeméride.  En estos momentos en que el sistema capitalista, en su etapa neoliberal, ataca a la clase trabajadora como conjunto. El régimen de acumulación capitalista ataca derechos laborales, acaba con derechos económicos e intenta destruir todas las formas de organización de la clase trabajadora en contra de la explotación. En esta coyuntura histórica es preciso que miremos críticamente las acciones de las “fuerzas de resistencia”. ¿Estamos las trabajadoras y los trabajadores actuando como clase social, como clase obrera, o estamos actuando como un conjunto de estructuras que organizan trabajo asalariado con intereses comunes pero separados? ¿Somos, en nuestra práctica organizativa/política un conjunto de identidades sociales y grupos de interés unidas por la lucha por un pedazo del pastel y la inclusión o tenemos un hilo conductor basado en la contradicción capital/trabajo como eje fundamental de nuestra lucha? ¿Ha sido cooptado el Primero de Mayo por la inmediatez discursiva liberal reformista de las políticas de identidad y los grupos de interés?  Es imperante evaluarnos y saber si, como decía Marx (1843) en comunicación con Arnold Ruge: “no caben dudas en cuanto a «desde dónde», gran confusión prevalece en la cuestión «hacia dónde»”. Es decir, como clase trabajadora, ¿nos integramos o recuperamos el sentido de clase que busca eliminar su explotación a través de la lucha organizada? Este escrito es una reflexión en esa dirección.

Historia del 1ro de Mayo: de lo inmediato a la abolición de la explotación capitalista 

Previo a las manifestaciones que dieron paso a lo que conocemos hoy día como las celebraciones del Primero de Mayo: día internacional de la clase trabajadora, las jornadas de trabajo asalariado rondaban entre 12 y 14 horas diarias. El descanso sobre la hiper-explotación de la mano de obra humana para la acumulación de ganancias por parte de la burguesía llegó al punto de inflexión militante entre la clase trabajadora de finales del siglo XIX en los Estados Unidos. “La idea de la celebración del primero de mayo la tuvo la Labor Union de Norteamérica hacia el año 1884. Un año después esta asociación acordó celebrar una huelga general el primero de mayo de 1886, con el fin de alcanzar la jornada laboral de 8 horas. De este modo los obreros norteamericanos recogían el testigo de la lucha por la reducción de la jornada que había sido acogida ya en el congreso de la I Internacional en Ginebra (Suiza) en 1866” (Badal, 2001).  

El llamado a la huelga general para ese primero de mayo de 1886 fue acogido por los trabajadores y las trabajadoras con sentido de militancia, fervor y conciencia de clase. El reclamo de la reducción de la jornada de trabajo representó, por un lado, una reivindicación que atendía las condiciones materiales de la inmediatez cotidiana de la clase trabajadora. Por otro lado, el carácter anticapitalista y de clase obrera enmarcado en la contradicción capital/trabajo siempre estuvo presente. El reclamo se hizo extensivo a otros países.  En España, unos años más tarde se leía en el boletín El Productor (1890), “obreros Todos: La jornada de las ocho horas no es un ideal de un partido ni de una escuela; es la necesidad imperiosa de todos los esclavos del egoísmo humano. A todos los que ganan el pan con el sudor de su rostro, a todos los asalariados, les interesa el triunfo de nuestra bandera. El que sea obrero, pues, que ocupe su puesto, si no quiere verse más pisoteado y humillado por la burguesía”. 

Esa huelga inicial en los Estados Unidos fue recibida por las autoridades y la burguesía como lo que era: una amenaza a sus intereses de clase y la subsistencia del capitalismo como lo conocían en ese momento. “Las autoridades y la burguesía se dieron enseguida cuenta de que el asunto se les escapaba de las manos. La policía comenzó a perseguir a los manifestantes y a ametrallar a los obreros durante las celebraciones de los meetings” (Badal 2001). Los trabajadores en militancia se defendieron e hicieron detonar un explosivo. Esto resultó en la muerte de 7 policías. 

La represión por «el atrevimiento» de levantarse en actividades, que a todas luces planteaban la destrucción del capitalismo por parte de la clase trabajadora, no se hizo esperar. Ocho anarquistas (los anarquistas fueron fundamentales en el desarrollo de las actividades que culminan en la celebración) fueron arrestados y fusilados.   “Casualmente se trataba de algunos de los mejores oradores y propagandistas que habían participado en las huelgas. Las detenciones fueron arbitrarias y los juicios se caracterizaron por una falta absoluta de pruebas. El jurado actuó influido por el prejuicio de que aquellos hombres que eran juzgados eran anarquistas, es decir, enemigos del estado… firmaron sentencia de muerte para cinco de ellos y cadena perpetua para los otros tres” (Badal, 2001).

La represión no tuvo el efecto esperado. Ese primero de mayo de 1886 fue “¡Un día de rebelión, no de descanso! Un día en que con tremenda fuerza la unidad del ejército de los trabajadores se moviliza contra los que hoy dominan el destino de los pueblos de toda nación. Un día de protesta contra la opresión y la tiranía, contra la ignorancia y la guerra de todo tipo. Un día en que comenzar a disfrutar ‘ocho horas de trabajo, ocho horas de descanso, ocho horas para lo que nos dé la gana”.   Por el contrario, la manifestación militante y organizada de la contradicción capital/trabajo, personificada en los y las trabajadoras actuando como clase, se extendió. En el prólogo al Manifiesto del Partido Comunista, en la edición de 1890, escribe Engels: “hoy el proletariado de Europa y América pasa revista a sus fuerzas, movilizadas por primera vez en un solo ejército, bajo una sola bandera y para un solo objetivo inmediato: la fijación legal de la jornada legal de ocho horas, proclamada ya en 1866 por el Congreso de la Internacional celebrado en Ginebra y de nuevo en 1889 por el Congreso obrero de París. El espectáculo de hoy demostrará a los capitalistas y a los terratenientes de todos los países que, en efecto, los proletarios de todos los países están unidos. ¡Oh, si Marx estuviese a mi lado para verlo con sus propios ojos”! Una manifestación clara de que el Primero de Mayo trasciende trabajadores específicos. Es manifestación de la clase obrera en su expresión  estructural. 

El Primero de Mayo se convirtió en una manifestación de clase social en el sentido más amplio. Se constituye fuera de diferencias horizontalizadas. Trascendió las fronteras nacionales propias del estado burgués porque fue un llamado internacionalista a la unidad en contra de la explotación del “Hombre por el hombre”.  Actuando desde lo local se llegó a lo global. La reivindicación inmediata no invisibilizó el reclamo mayor. Por el contrario, demostró la inseparabilidad de los reclamos. Eso creó en el capital y en los entes políticos, como su personificación, una necesidad de despojarlo de legitimidad y presencia.

En los Estados Unidos se estableció el llamado “Labor Day”. El primer lunes de septiembre de cada año se celebra el día del trabajo. El presidente Grover Cleveland pensaba que el primero de mayo era inflamatorio y hacía recordar los sucesos que dieron paso a la su celebración. Es decir, hubo un intento consciente de desradicalizar la celebración de la lucha de la clase trabajadora convirtiéndola en una celebración de país como ente en vías de hegemonización de la economía capitalista mundial. “La Comunidad Económica Europea que hizo del Primero de Mayo un día festivo, a pesar de las opiniones de la Sra. Thatcher sobre el tema, era un organismo compuesto no por gobiernos socialistas sino predominantemente antisocialistas. Los Primero de Mayo oficiales occidentales fueron reconocimientos de la necesidad de llegar a un acuerdo con la tradición de los Primero de Mayo no oficiales y desvincularla de los movimientos obreros, la conciencia de clase y la lucha de clases” (Hobsbawm, 2009). Eso no se quedó, la efeméride se intentó cooptar hasta por los nazis en Alemania. “El gobierno de Hitler fue el primero, después de la URSS, en convertir el primero de mayo en un Día Nacional del Trabajo oficial. El gobierno de Vichy del mariscal Petain declaró el Primero de Mayo «Fiesta del Trabajo y de la Concordia» y se dice que se inspiró para ello en el Primero de Mayo falangista de la España de Franco, donde el mariscal había sido un entusiasta embajador” (Hobsbawm, 2009).

De la cooptación a la reestructuración/desaparición de la clase como categoría

Dando un brinco histórico de carácter cualitativo, nos movemos a las condiciones contemporáneas de la clase trabajadora y cómo esto afecta lo que celebramos y cómo celebramos el Primero de Mayo. Los intentos de cooptación por el estado y las clases dominantes han resultado fundamentalmente infructuosos. Nadie identifica el primero de mayo con los sectores más conservadores. De la misma manera, el llamado día del trabajo es claramente una celebración de corte oficialista en la que la hegemonía económica y política celebra los logros del capitalismo contemporáneo. Los retos de la celebración del Primero son de carácter endógeno. Responden al desarrollo del capitalismo contemporáneo y las respuestas de una clase trabajadora fragmentada, heterogénea y desarticulada. Esto nos lleva a la sustitución del concepto de clase social dentro del contexto de la contradicción capital/trabajo por el de identidades y grupos de interés. 

“La década del ‘70 implicó el comienzo del fin del régimen de acumulación fordista. El periodo de crecimiento y bonanza vivido desde el fin de la Gran Depresión se vino abajo. Un nuevo régimen de acumulación se comenzó a desarrollar tanto en los Estados Unidos y de manera desigual como armadura regional en Puerto Rico (Benson, 1997). Sin embargo, contrario a la crisis de la Gran Depresión, en la cual hubo una crisis de sobreproducción, la nueva crisis se da en un contexto de excedente de capital. Una acumulación excesiva que elimina el equilibrio del régimen de acumulación” (Rodríguez 2020). 

Junto a este proceso vino una flexibilización en el trabajo y las expectativas productivas con respecto a la fuerza trabajadora productiva. Lo que eran las reglas de juego del proceso de trabajo se modificaron. La rigidez de la producción y las reglas de trabajo se modificaron. Se introdujo el “flexitime”, se eliminaron leyes y reglamentaciones para acomodarlas a la flexibilidad de una nueva manera de producir. Es decir, el nuevo régimen cambió las bases de la producción capitalista (Rodríguez 2020).

Este proceso permitió abandonar la estandarización del régimen de acumulación fordista. La heterogeneización en el consumo, la producción flexible y la exclusión permanente del proceso productivo de grandes masas de trabajadores construyeron un “mundo nuevo”. Se constituyó un capitalismo que cruza de manera transversal todos los espacios de la vida cotidiana. Sin embargo, también un capitalismo que, reformulándose ante su crisis, abandona la idea de la estandarización, destapa heterogeneidades invisibilizadas por el antiguo régimen fordista. Así se da paso a batallas de carácter horizontal montadas sobre la precarización de grupos identitarios y de interés echando de lado la clase como hilo conductor de las luchas de los trabajadores y trabajadoras.      

Políticas identitarias y grupos de interés 

Aunque no son lo mismo, los grupos de interés y los grupos identitarios tienen elementos en común. En ambos casos, son el producto de la visibilización de la diversidad en la sociedad capitalista contemporánea. De la misma manera, ambos discursos políticos descansan sobre las contradicciones que afloran al interior del estado burgués moderno y su incapacidad para la integración de sectores históricamente precarizados. Tanto las políticas identitarias como las de grupos de interés tienen como meta el poder incidir, como grupos, en las acciones y políticas públicas del estado liberal burgués. Es decir, la génesis de ambos discursos político/organizativo está contenida en la necesidad de buscar maneras más justas de repartir el pastel construido, creado, ideado y concebido desde el ordenamiento burgués en su vertiente contemporánea.

Las políticas de identidad se refieren a procesos de acción política que establecen que unos grupos sociales están particularmente oprimidos. Mujeres, personas negras, minorías sexuales, grupos étnicos minoritarios, entre otros,  “parecían estar más preocupados con la cultura y la identidad que con cuestionar la estructura de clases de la sociedad» (Berstein, 2005). Desde esta perspectiva, las políticas identitarias operan bajo la premisa de que la identidad en sí misma debe ser el foco fundamental del trabajo político organizativo. Eso incluye espacios que no se consideran políticos de su faz como relaciones interpersonales, sexualidad, estilos de vida y cultura.

Las políticas de identidad son procesos de búsqueda de reconocimiento y respeto a sus diferencias culturales. Eso construye las identidades como elementos esencialistas en lugar de construcciones sociales dentro del marco de las relaciones de clase que se dan al interior de un capitalismo heterogeneizado por las modificaciones en su forma de producir y consumir. En el proceso se construyen luchas, demandas y reivindicaciones con una finalidad de inclusión al ordenamiento hegemónico. Se da un proceso de “derechos de ciudadanía diferenciada que cuestiona las representaciones negativas” (Berstein, 2005) de ciertos grupos identitarios. Es decir, las políticas de identidad se centran en la inclusión al ejercicio político hegemónico. Se preocupan más por el “inclúyeme”; que por el “cambiemos la base que me excluyó”. 

Por otro lado, los grupos de interés se desarrollan desde una visión ideológica de una sociedad pluralista e, igual que los grupos identitarios, altamente heterogénea.  Visualizan la sociedad como “una textura compleja de negociaciones descentralizadas de una multiplicidad de grupos de interés” (McFarland, 2020). Esto implica un ejercicio de búsqueda de reivindicaciones con respecto a un estado que, aun enmarcado en posibles contradicciones de clase, funciona como un ente autónomo y pluralista. Cada grupo tiene la responsabilidad y necesidad de movilizarse por sus intereses. Esa movilización se puede dar a manera militancia, influencia política/electoral o de cabildeo. 

El ejercicio político de los grupos de interés no es ajeno a los ejercicios de dominación por sectores hegemónicos. Dentro de una concepción pluralista de las relaciones de poder político al interior del estado moderno, unos sectores se consolidan como dominantes. Sin embargo, a través del ejercicio político, en cualquiera de sus formas, diferentes sectores de interés pueden adelantar y hasta lograr sus reivindicaciones. Claro está, esto parte de la premisa de que las reivindicaciones se dilucidan en un espacio plural con “igualdad de oportunidades” que solo depende de la capacidad de ciertos grupos de impulsar sus reclamos. “Los ricos tienen dinero pero si logramos impulsar personas en la legislatura, logramos nuestros reclamos’, parece ser la idea. 

Condiciones materiales relacionadas con el desarrollo de los procesos de producción y acumulación capitalista han dado paso a que las celebraciones del Primero de Mayo, al igual que los procesos organizativos de los y las trabajadoras, pierdan su carácter de clase. Se han convertido en un conjunto de reclamos de identidad y grupos de interés. Las actividades de masas, como lo fue el pasado Primero de Mayo, se montan sobre un conjunto de reivindicaciones inconexas que pierden de perspectiva el hilo conductor que es el desarrollo de las formas de explotación propias del sistema económico como elemento central o, al menos, unificador.

Con frecuencia vemos a los sectores universitarios reclamando presupuesto. Los jubilados/as reclaman la defensa de su retiro digno. Los trabajadores/as del sector privado exigen la derogación o aprobación de reformas laborales. Las mujeres reclaman el derecho al aborto, igual paga por igual trabajo y la acción asertiva del estado para atajar la violencia machista. También vemos a los sectores identitarios exigiendo espacios de dirección en cuerpos representativos. 

Cada uno de esos reclamos, junto a otros no mencionados en este escrito, tienen toda la importancia, validez y legitimidad que el más mínimo sentido de justicia les concede. Sin embargo, el único elemento en común es la participación concertada en unos espacios físicos en ánimo de protesta. Se montan sobre la inmediatez invisibilizando problemas de fondo. Las universitarias, mujeres, negros/as, empleados/as de la energía, maestras, entre otras, no conforman una clase social. Se constituyen como grupos separados con algunos intereses en común. Se constituyen como grupos identitarios en busca de integración en un sistema que es excluyente de manera paradigmática. 

Necesitamos Primeros de Mayo, actividades conjuntas y movilizaciones que no sean conjunto de ideas y reclamos inconexos. Necesitamos encontrar el interés común de todas las trabajadoras. Necesitamos conjugar y consolidar una clase trabajadora diversa y heterogénea, pero con un norte. Somos excelentes en el dónde estamos. Nos falta desarrollar el hacia dónde vamos. Comencemos.       

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Angel Rodríguez Rivera es profesor de sociología en la UPR Cayey y expresidente de la APPU.

Los rituales de la liturgia empresarial salvadoreña. Roberto Pineda. Abril de 2024

En las carreteras salvadoreñas puede observarse el reciente desplazamiento de la verde-rojiza Puma suiza por la concha amarilla de la inglesa Shell. Estos cambios en el paisaje son parte de un acuerdo amistoso entre estas dos compañías europeas, celebrando que Shell regresa a El  Salvador y Honduras.

Durante este primer trimestre de 2024 diversos cambios han ocurrido en las ceremonias litúrgicas de las empresas tanto del capital oligárquico transnacionalizado como  del capital extranjero, hoy hegemónico en la economía del país.

A continuación exploramos los rituales que realizan estas empresas  ante el altar del mercado económico salvadoreño.   

Rituales en lo económico

El imparable avance hondureño

El capital transnacional concluyó el año 2023, con la adquisición de la empresa aseguradora Asesuisa, líder en el mercado de seguros automotrices en El Salvador,  por parte de grupo empresarial hondureño Ficohsa, propiedad  de la familia de origen árabe, dirigida por Camilo Atala Faraj,  que se especializa en banca              ( principal banco hondureño) , seguros y pensiones.   

ASESUISA fue vendida por el grupo empresarial colombiano Sudamericana. ASESUISA, que pasó de manos colombianas  a manos hondureñas fue fundada en 1969 por el suizo Roberto Schildknecht. En 2001 se fusiona con el Banco Agrícola y en el 2007 es   adquirida- junto con el banco Agrícola- por el colombiano  Bancolombia, que la vende en el 2011 a Sudamericana de Seguros.

La actual junta directiva la integran como presidente  Luis Alberto Atala  Faraj,  vicepresidente: Camilo Atala Faraj,  secretario: Joaquín Alberto Palomo Déneke,  y como director suplente: Eduardo David Freund Waidegorn.

Existen tres grupos financieros hondureños actuando en territorio salvadoreño, dos de ellos de origen árabe. El grupo del Banco Atlántida -segundo del ranking hondureño – , desde 2017, y propiedad de Guillermo Bueso. El grupo Cuscatlán, llega en 2019 y se impone como segundo banco de El Salvador, dueño a la vez de AFP Confía,  y de la aseguradora SISA, y de la gasolinera UNO, propiedad del grupo Terra, presidido por Freddy Nasser,  y el grupo  Ficohsa, -primero del ranking hondureño- propiedad de camilo Atala Faraj, que hace su primera incursión desde finales del año pasado.

Los dominicanos también llegan al Pulgarcito

Pero no son solo los hondureños, también los dominicanos aspiran a disfrutar del pastel económico salvadoreño. El dominicano Grupo Rizek, que se dedica fundamentalmente a la producción y comercialización de cacao, pero también cuenta con inversiones en sector agrícola, turismo, energía, construcción y financiero, fue el que compró en febrero de este año al grupo colombiano Sura, la AFP Crecer por $60 millones de dólares.

Fue este mismo grupo colombiano Sura el que en diciembre también vendió la aseguradora Asesuisa al grupo hondureño Ficohsa, lo que significa que abandona a El Salvador.

Why the Left should reject Heidegger’s thought. (Part 1: The Question of Being) Colin Bodayle. March 2024

Heideggerian thought is everywhere. A list of thinkers influenced by Heidegger reads like a “who’s who” of famous twentieth century philosophers. Foucault said: “For me, Heidegger has always been the essential philosopher.”[1] Derrida once called Heidegger “the great unavoidable thinker of the century.”[2] Sartre conceived of Being and Nothingness while reading Heidegger’s “What is Metaphysics?” Deleuze acknowledges the influence of Heidegger in the Preface to Difference and Repetition.[3]  Žižek wrote his first book on Heidegger.[4]

Many of Heidegger’s students became famous philosophers, including several who significantly impacted political theory: Hannah Arendt would develop the discourse of “totalitarianism” found in liberal philosophy, Leo Strauss would influence the neoconservative movement, and Herbert Marcuse would be a leading thinker for the New Left.

It seems surprising that Heidegger should exert this much influence on contemporary thought, given that he was an unapologetic Nazi who began each lecture with “Heil Hitler” during his tenure as rector of Freiburg. One wonders, especially, why he has been embraced by so many thinkers on the Left.

Heidegger scholars have long attempted to separate Heidegger’s philosophy from his Nazism. This separation became increasingly difficult, however, after the Black Notebooks were published in 2014. These personal notebooks offer further evidence of Heidegger’s open embrace of racism, antisemitism, and Nazism. They also show Heidegger developing some of his most famous philosophical concepts directly out of Nazi ideology. In 1933, Heidegger writes:

    The Führer has awakened a new actuality, giving our thinking the correct course and impetus. Otherwise, despite all the thoroughness, it would have remained lost in itself and would only with great difficulty have found its way to effectiveness.[5]

When Heidegger’s collected works were published, evidence of the extent of Heidegger’s Nazi involvement was largely erased. As Richard Wolin points out: “Following the war, Heidegger fabricated and rewrote entire passages, inserting them in earlier texts in order to promote the myth that, during the 1930’s, he had acted ‘heroically,’ as an intellectual and political dissident.”[6]

Among those “in the know,” however, it was already an open secret that many of Heidegger’s published works had been altered to hide incriminating references to Hitler, fascism, or “world-Judaism.”[7]

While most leftists have no problem rejecting Heidegger as a person, many ostensibly progressive or left-wing philosophers have nevertheless adopted Heideggerian positions. This includes thinkers who identify as communists like Sartre, Kojève, and Marcuse. There are reasons for Heidegger’s popularity. Heidegger talks about feelings of angst, the struggle to be authentic amid conformity, the weight of future possibilities, and our fears regarding our inevitable mortality.

Young people are drawn to Heidegger because they wrestle with these questions, especially given the pressures of capitalist society. As a young person, I too was drawn to Being and Time for similar reasons, leading me to spend almost a decade studying Heidegger’s thought. Although I have broken completely with Heidegger, I wouldn’t deny that Being and Time is a powerful and thought-provoking work of philosophy.

Yet there are deep-seated problems within Heidegger’s thinking, contradictions that bubble to the surface when we examine Heidegger’s positions carefully. Criticizing Heidegger is important. Seeds of Heideggerianism are scattered throughout leftist thought, and we cannot simply point to Heidegger’s Nazi roots to unplant them. We must scorch the soil of Heidegger’s thinking with the fires of critique.

Heidegger writes in idiosyncratic jargon, coining a cryptic vocabulary of neologisms based on the etymology of German words. The task of translating Heidegger is a nightmare. Often, his language puts a spell over his audience, warding Heidegger from hasty criticisms. Demystifying Heideggerese takes a great deal of effort, so I have decided to divide this task into a series of articles, touching on some of the main points of relevance in each.

My aim in this series is to clarify why Marxists should reject Heideggerian thinking. In the current article, I will be focusing on the most significant aspect of Heidegger’s thought: the question of being. In the next article, I will be exploring his analysis of Dasein in Being and Time. In the final article, I will be examining his critique of technology and modern science.

Heidegger’s Single Thought: The Ontological Difference

Heidegger once claimed that “Each thinker only thinks one single thought.”[8] The great philosophers, Heidegger claimed, take one idea and paint all of reality in its colors. If Heidegger had “one thought,” this would be the ontological difference.

The ontological difference is the distinction between beings (things that are) and being (their “to be”). According to Heidegger, philosophers have overlooked this distinction. Whenever philosophers have asked about the meaning of being, they have treated being as if it were a being. Philosophy has failed to consider “being itself,” that is, being apart from beings.

The history of Western metaphysics, according to Heidegger, consists of various attempts to explain being through the lens of beings. The Presocratic philosopher Thales, for example, claimed that being was water, interpreting the being of beings in general in terms of a specific kind of being. For Thales, solid objects are frozen liquid, air is just vaporous water, and fire is akin to steam. The being of every being, for Thales, is water. Beginning with Aristotle, Heidegger claims, metaphysics adopts a twofold strategy for explaining the being of beings. First, it uses the being of some special being to explain being in general, then it grounds the existence of all beings in terms of some highest being.

For Aristotle, for example, being is understood in terms of motion and this account is grounded in the unmoved mover. Heidegger calls these kinds of explanations “ontotheology” because they begin with an ontology of being in general and then ground this ontology in a theology of the highest being. In the Middle Ages, Heidegger claims, we enter into a new epoch of the history of being.

For the Medievals, beings in general are understood as created out of nothing, and the totality of beings are grounded in God, the highest being. Beginning with Descartes, however, philosophy moves away from God and towards the human mind. Now, beings are understood as representations grounded in the human mind or transcendental ego. This modern conception of beings, in fact, somewhat resembles what Marxists would understand by the term “idealism.” The final epoch in the history of being, according to Heidegger, is modern technology, which corresponds to Hegelian philosophy as the complete system of science and the two “inversions” of Hegelianism: Nietzscheanism and Marxism.

In modernity, everything becomes an object for technological manipulation with modern science revealing how we can dominate and control nature. The center of this final epoch of ontotheology, according to Heidegger, is the isolated, finite human will, a will that simply wants to keep on willing, subordinating everything to its desire for control and mastery, including the human species itself. Heidegger argues that philosophy and the history of metaphysics ends with the technological interpretation of the meaning of being, covering over the ontological difference and making it impossible for any new philosophical paradigm to emerge.

For both Heidegger and Bill Clinton everything depends on “what is is.” Each epoch of metaphysics, Heidegger claims, operates under a specific interpretation of the meaning of being in general. Yet each epoch also covers over the difference between being and beings. Yet what is the difference between being and beings? We might illustrate this using the example of light.

 If I turn on the lights in the room, the objects become visible through the light. The objects in the room, however, are not the light itself. The lightbulb, too, is not the light, but the source of the light. In fact, the lightbulb is also made visible by the light. The light itself, however, cannot be made visible by means of light. Instead, we notice that there is light because the objects themselves become visible. The relationship between being and beings, for Heidegger, is similar to the relationship between visible objects and light. We cannot illuminate being by treating it as a being, because being is the “to be” of beings. Being itself is not a being, which means that, strictly speaking, being “is not.” Heidegger thus calls being the presencing of presence, the manifestness of the manifest. He also describes being using contradictory, almost dialectical-sounding language, saying that being is “revealing/concealing.” Just like the light reveals itself by revealing bright objects, but light cannot directly reveal light, being reveals itself by revealing beings yet concealing itself.

The unconcealment of being makes metaphysics possible. Metaphysics and modern science, however, distort this more primordial unconcealment by representing being in various ways. Science, for example, represents beings in terms of their mathematically quantifiable and manipulatable properties.

Heidegger claims that this distorts a more primordial unconcealment of being. For Heidegger, we discover being itself in the sheer “thatness,” the fact that something is rather than is not. We discover such unconcealment, Heidegger thinks, whenever we let something be without trying to represent it. Art and poetry accomplish this feat. A painting of a river, for Heidegger, simply aims to present the being of the river, not to quantify the river or measure its force. He writes: “The more essential the work [of art] opens itself, the more luminous becomes the uniqueness of the fact that it is rather than is not.”[9]

A work of art, by putting its subject matter on display, lets it appear as itself. We are overwhelmed by its strangeness. “Only when the strangeness of beings oppresses us does it arouse and evoke wonder.”[10]

Being, for Heidegger, is the realization that “holy shit, there are things!” This pure givenness, the fact that anything exists at all, this “unconcealment” or “manifestness” is what Heidegger identifies with being as such.

The Contradictions of Heideggerian Thought

Heidegger follows Hegel in recognizing that being is not a being. Yet Hegel draws the conclusion that pure being is empty indeterminacy, a total abstraction, the negation of all determinacy and content. Being, in other words, is nothing. In fact, this is the first dialectical transformation of Hegel’s Logic, the thought of pure being turning into its opposite. Heidegger cannot accept this conclusion.

He attempts to avoid this dialectic by making the following argument: The question “What is being?” seems paradoxical, because in asking “what is being?”, we presuppose that we already understand the “is.” Yet we do understand the question, Heidegger says, we just can’t articulate the meaning of “being.” Heidegger thus concludes we implicitly understand the meaning of being, and that we always operate with an implicit understanding of the meaning of being. This understanding of being determines the basis upon which anything can appear or be understood at all.

For something to appear, Heidegger claims, it must appear as something, and this requires an understanding of what it means for something to be. From this, Heidegger concludes that we cannot speak of being apart from our understanding of being. In his later language, being is the unconcealment of beings, yet this unconcealment only takes place within the sphere of human existence.

Even Heidegger’s term for human beings, Da-sein (literally “being-there”) indicates this, since as Heidegger says, Dasein is “the site that being necessitates for its opening up,” that is, the site where being unconceals itself.[11]

Does this mean that Heidegger is not really concerned with what actually exists in the real world, but only with the appearance or phenomenon of being? Put differently, is he talking about how we understand being or reality, or about being or reality itself? This question produced a lively debate between the Heidegger scholars Thomas Sheehan and Richard Capobianco.[12]

This scholarly quarrel, however, is merely a manifestation of a deeper contradiction within Heidegger’s own thinking. Heidegger claims that if Dasein no longer exists, then we cannot speak of “being.” Heidegger writes: “Being (not beings) is dependent upon the understanding of being, that is, reality (not the real) is dependent upon care” (SZ, 212).[13]

By this, Heidegger means that “being” belongs to our implicit or explicit understanding of the being of beings. Human beings, moreover, are finite and temporal, which makes the understanding of being also finite and temporal. Heidegger struggles throughout his entire career to express this point. Consider what Heidegger is saying: “Being (not beings) is dependent upon the understanding of being.” He puts the phrase “(not beings)” in parentheses, yet this implies the statement: “beings are not dependent upon the understanding of being,” or put positively: “beings are independent of the understanding of being.”

Yet this statement cannot be correct, since it says: “beings are,” which would seem to be a statement about the being of beings. Heidegger wants to say that the things in the world are independently of the human understanding of being, but they have no being (are not) unless they appear to human beings. These two things cannot both be true. Lukács rightly calls this “epistemological hocus-pocus.”[14]

From this passage, Thomas Sheehan draws the conclusion that for Heidegger: “Before homo sapiens evolved, there was no ‘being’ on earth… because ‘being’ for Heidegger does not mean ‘in existence.’”[15]

When Sheehan says “existence,” however, he cannot mean this in any Heideggerian sense of the word, because Heidegger knows no sense of being or existence outside of Dasein’s understanding of being. Nevertheless, Heidegger himself is frequently forced to speak in this contradictory manner about being. He even starts crossing out the word “is” when talking about being.

Heidegger’s Subjective Idealism

If a tree falls in the forest, does it make a sound? For materialists, the answer is simple: Of course it does. Sound is a vibration of the air, and the tree landing makes the air vibrate regardless of whether anyone hears it. For idealist philosophers, however, the question is far more complicated. An objective idealist (say, Husserl) would claim that it does make a sound, since if a person were present, they would hear it. No one actually hears the sound, but it would be possible for a mind to hear it. Heidegger takes a far more extreme position than the objective idealists. For Heidegger, the being of the sound depends on Dasein, and we can only speak of its mind-independence if we have already presupposed human beings with an understanding of the meaning of being.

Being, for Heidegger, only appears within the horizon of human finitude and history. He thus writes:

Before Newton’s laws were discovered, they were not “true.” From this it does not follow that they were false or even that they would become false if ontically no discoveredness was possible any longer … The fact that before Newton they were neither true nor false cannot mean that the beings which they point out in a discovering way did not previously exist. These laws became true through Newton, through them beings in themselves became accessible for Dasein (SZ, 226-27).[16]

Heidegger does not deny the truth of Newton’s laws, yet he claims that we cannot speak of the truth or falsity of these laws until they were discovered by Newton. Beings must be accessible for us before we can speak of their being. Heidegger thus wraps objective truth inside subjective idealism.

Normally, we think of truth as the correspondence between a thought or statement and reality. Heidegger claims, however, that truth as “correspondence” depends on the discovery of truth. We cannot check to see whether an idea corresponds to reality unless we have already discovered reality. Yet only human beings can discover reality, and these discoveries can be lost or forgotten. Heidegger thus says: “The fact that there are ‘eternal truths’ will not be adequately proven until it is successfully demonstrated that Dasein has been and will be for all eternity” (SZ, 227).

Heidegger claims there are no eternal truths because if human beings go extinct, all knowledge is lost and so nothing is true. Being and truth die with Dasein. The laws of physics are no longer true if human beings cease to exist.

Heidegger’s history of being and critique of Western metaphysics rests on this basic contradiction within his philosophy. For Heidegger, human history is a series of epochs, each with its own interpretation of the history of being. We cannot escape the horizon of human finitude. Yet because Heidegger eschews the language of consciousness and mind for Dasein, he claims to be speaking of “mind-independent beings.” Beings, he claims, are mind-independent, but their being is Dasein dependent. No Dasein, no being.

Heidegger recognizes that knowledge production is a historical process, one that requires intellectual labor, scientific experiments, and institutions that transmit and preserve this knowledge. On this point, Heidegger is quite correct. Yet the truth or falsity of knowledge does not depend on knowledge production. Truth or falsity is independent of discovery, and beings are whether human beings exist or not. They do not require human beings to be.

Heidegger claims to be beyond the subjective and the objective, yet he merely collapses both into the subjectivity of human finitude and history. This Heideggerian framework leads to absurd claims.

Consider, for example, the French anthropologist-philosopher Bruno Latour, who claimed that Pharaoh Ramses II didn’t die of tuberculosis because the bacteria wasn’t discovered until 1882. Heidegger does not “solve” the problem of the relationship between mind and world—he collapses all objectivity into finite human subjectivity.

Marxist philosophy cannot ally itself with Heideggerian subjective idealism. The most fundamental commitment of dialectical materialism is the view that a material world exists independently of the mind prior to human consciousness. Compare Heidegger’s view of Newton’s laws to this statement from Lenin in Materialism and Empirio-Criticism:

    Yesterday we did not know that coal tar contained alizarin. Today we learned that it does. The question is, did coal tar contain alizarin yesterday? Of course it did. To doubt it would be to make a mockery of modern science… Things exist independently of our consciousness, independently of our perceptions, outside of us, for it is beyond doubt that alizarin existed in coal tar yesterday and it is equally beyond doubt that yesterday we knew nothing of the existence of this alizarin and received no sensations from it.[17]

On the question of whether there are “eternal truths,” Engels states quite clearly in Anti-Dühring that “certainly there are,” writing:

    If it gives anyone any pleasure to use mighty words for such simple things, it can be asserted that certain results obtained by these [physical] sciences are eternal truths, final and ultimate truths; for which reason these sciences are known as the exact sciences. But very far from all their results have this validity.[18]

Engels is quite careful to acknowledge that even the exact sciences are “swamped by hypotheses as if attacked by a swarm of bees,” yet such hypotheses and abstractions are necessary for scientific progress. Many scientific theories are not valid for every single thing in reality, but indeed have a limited or restricted validity.

Einstein’s theory of relativity, for example, cannot explain quantum mechanics, yet our iPhones can still accurately pinpoint our locations by communicating with satellites, a feat that would be impossible without Einstein’s equations. The restricted validity of Einstein’s theories does not falsify the results of our GPS.

Against these common sense positions, Heidegger engages in what Lukács rightly calls a “terminological camouflaging of subjective idealism.”[19] Heidegger claims to be talking about being and ontology, yet he actually is talking about the phenomenon or meaning of being. He thus ends up in a position that is more subjectivistic than the idealisms of Husserl or Kant. Heidegger says he is not a subjectivist because he avoids using the language of “consciousness” or “mind,” yet Heidegger simply reduces all objectivity to human existence and history.

Scientific objectivity, truth, and being itself only appear within the human sphere, and if human beings cease to exist (and if there are no “Daseins” on other planets), truth no longer exists.

Heideggerian Thought Today

Recently, some contemporary decolonial theorists have unquestioningly adopted this Heideggerian philosophical framework. Like Heidegger, these thinkers reduce being to our understanding of being. Decolonial theorists like Mignolo and Maldonado-Torres, for example, talk about the “coloniality of being,” yet by “being” they do not mean the actual theft of material resources or the exploitation of labor by the colonizers, but the structure of meaning or appearances.

Of course, Marxists should not deny that certain philosophical ideas and epistemological frameworks are indeed influenced by colonialism. For example, Heidegger’s philosophy was influenced by Nazism, a racist and colonial ideology, so if the “coloniality of being” is anywhere, it is in Heidegger’s Eurocentric history of being.[20]

These decolonial theorists, however, take Heidegger’s framework of the history of being yet rewrite this history so that the meaning of being is somehow determined by colonialism. Everything that takes place after colonialism allegedly corresponds to the “coloniality of being.”

When Descartes says: “I think, therefore I am,” this is based in the “I conquer, therefore I am,” a skepticism about the humanity of indigenous peoples and a desire to assert one’s own European identity.[21]

Since these theorists do not distinguish between being and the understanding of being, they tend to see the “coloniality of being” everywhere (except perhaps in the real material relations of neocolonialism). As Maldonado-Torres writes: “as modern subjects, we breathe [sic] colonialism all the time and everyday.”[22]

For these decolonial theorists, “coloniality survives colonialism,” meaning the legacy of colonialism primarily exists in certain “colonial” modes of knowing that determine the meaning of being, not in the real continuation of colonial relations of exploitation through neo-colonialism or imperialism (nor the literal colonialism currently taking place in Palestine, Hawaii, Puerto Rico, and elsewhere).

The task becomes criticizing ideas for their “coloniality” and trying to produce alternative “decolonized” ways of thinking rooted in non-European epistemologies. The ontological becomes epistemological. The real struggle becomes a war of ideas.

Heidegger frames his history of being in an idealist fashion. He has no understanding of the real driving forces of history. For Heidegger, history is just different paradigms of being, new ways of understanding the meaning of being, different interpretations of the meaning of human existence and the things around us. In each historical epoch, the meaning of being is metaphysically determined, the ontological difference disappears behind an ontotheological metaphysic, and being no longer reveals beings in any other way.

If history is determined by various representations of being, then the driving forces of history are ideas and interpretations, not the real events occurring in society and nature. Against Heidegger and those who follow him on his quest for being, I would simply say that after a decade of searching for the meaning of being, I found the answer in Hegel’s Logic. “Being itself” is an abstraction, devoid of all content. The meaning of being is nothing.[23]


[1] Michel Foucault, Politics, Philosophy, Culture, trans. Alan Sheridan et. al (London: Routledge, 1988), 250.

[2] This comment was made by Derrida in an interview in reference to Althusser’s engagement with Heidegger. In the same interview, Derrida criticizes Marxism for failing to engage with Heidegger, stating that “some engagement with Heidegger or a problematic of the Heideggerian type should have been mandatory.” Jacques Derrida, Negotiations: Interventions and Interviews, 1971-2001, trans. Elizabeth Rottenberg (Stanford: Stanford University Press, 2002), 154 & 173.

[3] Cf. Giles Deleuze, Difference and Repetition, trans. Paul Patton (New York: Columbia University Press, 1994), xiv.

[4] Gabriel Rockhill points out that Heidegger was “the principle reference for the Slovenian anti-communist opposition according to Žižek himself.” See Gabriel Rockhill, “Capitalism’s Court Jester: Slavoj Žižek,” Counterpunch, January 2, 2023. https://www.counterpunch.org/2023/01/02/capitalisms-court-jester-slavoj-zizek/

[5] Martin Heidegger, Ponderings II-VI: Black Notebooks 1931-1938, translated by Richard Rojcewicz. (Bloomington: Indiana University Press, 2014), 81.

[6] Richard Wolin, Heidegger in Ruins (New Haven: Yale University Press, 2022), 37.

[7] The most notorious example was Heidegger’s 1935 Introduction to Metaphysics, which featured the passage “What is peddled about nowadays as the philosophy of National Socialism, but which has not to do with the inner truth and greatness of this movement [namely, the encounter between global technology and modern humanity], is fishing in these troubled waters of ‘values’ and ‘totalities.’” Heidegger claimed to have written this line about “global technology” in the original lecture, yet not said it during the lecture for fear of reprisal from the Gestapo. It was later shown, however, that this was fabricated by Heidegger, who went so far as to destroy this page from the original manuscript. Ironically, Heidegger said in his 1953 preface “What was spoken no longer speaks in what is printed.” No doubt. See Martin Heidegger, Introduction to Metaphysics trans. Gregory Fried and Richard Polt (New Haven: Yale University Press, 2014), 222 & xlv. See also Wolin, Heidegger in Ruins, 28-34.

[8] Martin Heidegger, Nietzsche, Volumes Three and Four, ed. by David Farrell Krell (San Francisco: Harper & Row, 1979), 4.

[9] Martin Heidegger, “Origin of the Work of Art,” Basic Writings, ed. David Farrell Krell (London: Harper Perennial, 1973), 190.

[10] Martin Heidegger, “What is Metaphysics?”, Basic Writings, 103.

[11] Martin Heidegger, Introduction to Metaphysics, 228.

[12] Sheehan claims that Heidegger was interested only in the meaning of being, or being within a phenomenologically reduced sense. See Thomas Sheehan, “A Paradigm Shift in Heidegger Research,” Continental Philosophy Review, 32 (2001): 183-202. Capobianco defends the more orthodox reading of Heidegger’s project in his books Engaging Heidegger (Toronto: University of Toronto Press, 2010) and Heidegger’s Way of Being (Toronto: University of Toronto Press, 2014).

[13] References to Being and Time cite the German page numbers. I have used the Joan Stambaugh translation throughout. See Martin Heidegger, Being and Time, trans. Joan Stambaugh (Albany: SUNY Press, 1996).

[14] Georg Lukács, Destruction of Reason, trans. Peter Palmer (Atlantic Highlands: Humanities Press, 1981), 493.

[15] Thomas Sheehan, “A Paradigm Shift in Heidegger Research,” Continental Philosophy Review 32(2001): 191.

[16] Even in this passage, Heidegger falls into a contradictory way of speaking. Joan Stambaugh highlights this contradiction even more in her translation when she says that the beings revealed through Newton’s laws “did not previously exist,” a violation of Heidegger’s terminology, yet a symptom of his contradictory idealism. In German, Heidegger uses the phrase: sei vordem nicht gewesen, which Mcquarrie and Robinson render more accurately as “before him there were no such entities.”

[17] V.I. Lenin, Materialism and Empiro-Criticism, ttps://www.marxists.org/archive/lenin/works/1908/mec/two1.htm#bkV14E042

[18] Frederick Engels, Anti-Dühring,  https://www.marxists.org/archive/marx/works/1877/anti-duhring/ch07.htm

[19] Lukács, Destruction of Reason, 496.

[20] The connection between Nazism and colonialism was famously highlighted by Césaire, who argued that Hitler “applied to Europe colonialist procedures” previously reserved for those in the global south. Aimé Césaire, Discourse on Colonialism, trans. Joan Pinkham (New York: Monthly Review Press, 1972), 36. The work of Domenico Losurdo has further explored the relationship between colonialism and Nazism. See Domenico Losurdo, War and Revolution: Rethinking the 20th Century, trans. Gregory Elliot (London: Verso, 2015).

[21] Maldonado-Torres claims, following Enrique Dussel, that “The Cartesian idea about the division between res cogitans and res extensa (consciousness and matter) which translates itself into a divide between the mind and the body or between the human and nature is preceded and even, one has the temptation to say, to some extent built upon an anthropological colonial difference between the ego conquistador and the ego conquistado.” Nelson Maldonado-Torres, “On the Coloniality of Being,” Cultural Studies, vol. 21, no. 2-3 (2007): 245.

[22] . Ibid., 243.

[23] I would like to thank Jared C. Bly and Carlos L. Garrido for providing helpful feedback for this article.

Élites políticas y económicas en El Salvador: ¿Captura de Estado?. Harald Waxenecker. EDICIONES BÖLL.  2017.

Introducción

“Resulta imposible comprender lo que los salvadoreños [y las salvadoreñas] son y lo que los salvadoreños [y salvadoreñas] hacen sin tomar muy en cuenta la realidad omnipresente del poder.” Ignacio Martín-Baró, 1989: Sistema, grupo y poder

El Salvador ha experimentado largas décadas de autoritarismo durante el siglo XX. Desde la década de 1980, la transición democrática –inscrita en las peculiaridades del modelo centroamericano[1]implicó transformaciones múltiples del sistema político, del modelo económico, de la institucionalidad estatal y de la composición social.

En 1984 asumió el primer gobierno civil y en 1992 finalizó la guerra interna. Una guerra que se libró no solamente en el campo militar, sino también político y económico. El two track approach y la contrainsurgencia reformista marcaron las pautas de las nacionalizaciones económicas con finalidades político-militares –impactando sobre la estructura tradicional de la élite salvadoreña– y de la constitución de normas transformadas de disputa democrática por el poder político.

La democracia y la paz abrieron las puertas al liberalismo político y económico. En lo político, se consolidó un sistema plural, marcado hasta hoy por un bipartidismo de contrapesos ideológicos y regido por el mercado electoral para la sucesión del poder político. Paralelamente, la institucionalidad estatal se moldeó en la interacción entre los cánones internacionales de ajuste estructural y los intereses de poderes (trans)nacionales. En lo económico, se impuso el mainstream neoliberal mediante agresivas políticas de privatización y apertura del mercado. Este conjunto de medidas conformó la estrategia de desarrollo durante la última década del siglo pasado.

Sin embargo, persiste una brecha entre las expectativas y los resultados sociales de este periodo. Todo apunta que la “democracia y la paz” no han sido capaces de resolver los problemas de pobreza, desigualdad, exclusión social e inseguridad, creando una distorsión estructural del sistema político y fomentando que éste se convierta en (re) productor de las asimetrías mismas.

Los resultados parecen caracterizarse por un continuum sistemático de coexistencia entre acumulación, impunidad y poder, y a lo largo de las décadas pasadas, el principal desafío de la transición ha sido redefinir la forma en que el Estado interactúa con las economías, pero se ha prestado poca atención a la otra cara de la relación: ¿Cómo influyen las empresas en el Estado? – ¿Qué tipos de interacción sistémica se (re)producen en el modelo económico-político? – ¿Qué zonas grises se establecen en la interrelación entre élites económicas y políticas? – ¿Qué tipo de sistema y Estado se ha moldeado en ese proceso de transición y consolidación democrática?

2. Captura de Estado ¿un continuum?

Retomando las disyuntivas planteadas en la introducción, en contextos de transición algunas empresas han sido capaces de moldear las reglas del juego para su propio beneficio, a un costo social considerable, creando en muchos países una “capture economy/economía de captura” (compare Hellman/ Jones/ Kaufmann: 2000).

Esas economías de captura requieren necesariamente del Estado, y con ello se pone el énfasis en una nueva relación entre lo privado y lo público: la Captura del Estado (CdE). Esa es definida por Hellman et.al. (2000) como la formación de las reglas básicas del juego (es decir, leyes, normas, decretos y reglamentos) a través de pagos privados ilícitos y no transparentes a funcionarios públicos.[2]

En tanto, reconocer que existen poderes privados extraordinarios que son capaces de capturar el poder estatal abre –de acuerdo a esos autores– un enfoque diferente para enriquecer los análisis de los procesos de transición y reforma.

Precisamente en contextos de transición se ha generado la discusión sobre la Captura del Estado; inicialmente en países de la era post-soviética en Europa del Este y en Asia, y más recientemente también en países de América Latina. Sin duda, la mayoría de las realidades latinoamericanas se reconocerían fácilmente en el ‘state capture index’ propuesto por Hellman, Jones y Kaufmann:

• venta de votos parlamentarios y ‘leyes’ a intereses privados;

• venta de decretos gubernamentales (presidenciales/ministeriales) a intereses privados;

• manejo inadecuado de los fondos del Banco Central;

venta de decisiones judiciales en casos penales;

• venta de decisiones judiciales en casos comerciales; y

• contribuciones ilícitas pagadas por intereses privados a partidos políticos y campañas electorales[3].

Todos estos mecanismos tienen la finalidad de extraer rentas del Estado para una estrecha gama de individuos, empresas o sectores, distorsionando el marco legal y regulatorio básico con pérdidas potencialmente enormes para la sociedad en general.

En América Latina, el estudio sobre el poder extractivo en el Perú de Durand (2016) enfatiza en la captura corporativa del Estado, –en contraposición a lo que denomina captura regulatoria[4] y captura mafiosa[5]–, entendiendo que es “una forma de influencia extrema sobre el Estado […] que sesga las decisiones de política pública a favor de unos cuantos privilegiados que concentran poderes de decisión, pudiendo ser élites económicas o políticas, incluso familias y partidos. Los efectos que tiene son múltiples y se considera que refuerzan o generan desigualdad”.

Entre los mecanismos concretos nombra el financiamiento político, el lobby y la puerta giratoria. Por su parte, Garay-Salamanca y Salcedo-Albarán (2012) definen la captura de Estado “como la intervención de individuos, grupos o compañías legales en la formulación de leyes, decretos, regulaciones y políticas públicas para obtener beneficios de corto y largo plazo, principalmente de naturaleza económica, en detrimento del interés público…” Estos autores hablan de ‘Captura Avanzada del Estado’ cuando intervienen “…agentes [legales o ilegales] con capacidad para ejercer violencia como mecanismo que sustituye o complementa el soborno”.

Denominadores comunes de esas conceptualizaciones son la actuación de agentes privados (como origen del proceso de captura), la utilización de mecanismos diversos para influir en las decisiones estatales, y la finalidad de la obtención/continuidad de privilegios y favores particulares, en detrimento de intereses y beneficios comunes y colectivos.

El fenómeno de la Captura del Estado está ligado a procesos de transición. No obstante, la transición es un campo problemático en sí mismo –entre otras– por estas disyuntivas:                                                    i) ¿Cuándo comienza y cuando termina una transición?;                            ii) ¿Cuáles son las etapas y los contenidos de los procesos de transición?; y                                                                                                       iii) ¿Quiénes definen el tipo de sociedad que se construye? –

En este sentido, la transición múltiple centroamericana añade elementos que complejizan el análisis:

Uno. El autoritarismo contrainsurgente salvadoreño –en alto grado dependiente de la influencia de la Doctrina de Seguridad Nacional de EEUU y en contraposición a una corriente autoritaria conservadora– impulsó un estratagema de contención económica vía la nacionalización de sectores estratégicos de la economía nacional a principios de los años ochenta del siglo pasado.

Surgió una especie de economía de guerra que “…se sostuvo en buena medida sobre fenómenos de subsidiarización y de ilegalidad, mientras la tradicional agroexportación y la incipiente industria sufrían los empates de la guerra y la crisis” (Waxenecker, 2016).

Paralelamente, el liberalismo político guio la transición del sistema político, anclando los resortes transformados del poder público en la Constitución de 1983.

Dos. Menos de una década después, la corriente conservadora –convertida consecuentemente en partido político– asumió el control legislativo y gubernamental en El Salvador, impulsando la transformación económica bajo los cánones del Consenso de Washington. De acuerdo a Hellman et.al. (2000), la captura es evidente en casi todas las economías en transición; y en El Salvador parece haberse materializado en la (re)acumulación de capitales productivos y financieros en los propios círculos de la élite económica y política a partir de 1990.

Tres. La ruptura de estructuras de poder (para)militar y la instauración de la supremacía civil son desafíos de todas las sociedades en etapas post-conflicto. De hecho, tras largas décadas de autoritarismo militar y muchos años de guerra, también El Salvador enfrentó el reto de la desmilitarización ante la evolución democrática y la firma de la paz en 1992.

La ‘institucionalización’ de actores del paramilitarismo en el sistema de partidos políticos[6] y la depuración de la oficialidad de las Fuerzas Armadas en 1993 marcan hitos en ese proceso de transformación, el cual no ha estado exento de oposición[7], ni aún está exento de continuidades de poder e influencia en el seno de las propias élites políticas y las fuerzas de seguridad pública[8].

Cuatro. Otro factor crucial es la criminalidad. Sin duda, las redes de conspiración edificadas alrededor de la contrainsurgencia y en apoyo a la Contra nicaragüense en la década de 1980, potenciaron una criminalidad compleja en la región norte de Centroamérica, “…adaptándose a las transformaciones múltiples de las realidades nacionales y regionales, y (re)produciendo interrelaciones simbióticas entre criminalidad y democracia a nivel local y nacional[9], entre otros a partir del financiamiento político y la micro-captura de porciones territoriales y estatales” (Waxenecker, 2016).

En general, “la clave consiste en constatar, que el Triángulo Norte[10] se encontró para la segunda mitad de la década de 1980 en un ambiente sumamente conflictivo y violento, que dejaría como herencia estructuras internas de poder crecidas a la luz (y sombra) de la conspiración, represión, corrupción, drogas, guerras e intrigas” (Waxenecker, 2016).

Pues, existe un amplio acuerdo en las ciencias sociales latinoamericanas de que el poder concentrado en las élites económicas moldea ‘la política’ en función de sus intereses, y de manera paralela, las estructuras construidas sobre los resortes del poder autoritario-militar (del pasado reciente) y de la criminalidad compleja distorsionan los procesos políticos. No hay forma de establecer una línea divisoria clara, pues, no son ‘mundos dicotómicos’ separados entre lo legal y lo ilegal, entre lo formal y lo informal, o simplemente lo bueno y lo malo.

Estos ámbitos se interrelacionan y moldean mutuamente en las zonas grises, que son constitutivas –en diferente grado– de las democracias y los Estados latinoamericanos. Y precisamente, las formas de CdE prosperan donde el poder económico está altamente concentrado, la confluencia de poderes ‘fácticos’ es compleja, los intereses sociales compensatorios son débiles y los canales formales de influencia política y de intermediación de intereses están rezagados.

En El Salvador –por sus propias condiciones (geo)políticas y geográficas– la correlación de fuerzas durante la transición se inclina a favor de la élite económica y política, que ha logrado (re)construir y ampliar su posición de poder en los vaivenes de la incipiente democracia y paz. Wade (2016) argumenta que las élites locales tienen un impacto significante en los procesos de paz y transición, tratando de blindar sus intereses ante el riesgo de la alteración del statu quo.

Este blindaje o atrincheramiento [entrenchment] de las élites es una característica de numerosas sociedades en post-conflicto, y muchas veces, encuentran las formas para (re)consolidar y establecer su control y dominio. El resultado es una paz capturada [captured peace]. Aparentemente, los actores y factores que propiciaron una situación de captura en El Salvador[11], se cimentaron en ese periodo de transición múltiple; mientras la paz y el pluralismo democrático se instauraron sobre hechos consumados.

Sin embargo, han pasado más de dos décadas, durante las cuales El Salvador ha experimentado nuevas y profundas transformaciones en lo económico y lo político. Se ha conformado un modelo económico y un modelo político –interrelacionados e interdependientes– que se potencian mutuamente a través de mecanismos legal-formales,

informales y abiertamente ilegales en la preservación de un statu quo de poder y acumulación. Desde ese punto de vista, se ha constituido un circulo vicioso entre capture economy y el poder político, que –de acuerdo a Hellman y Kaufman (2001)– socava cualquier reforma política e institucional que pretenda transformar este statu quo.

El marco legal y regulatorio emergente de la transición fue construido por y se fue adecuando a las directrices y los intereses de actores (trans)nacionales; y su vez, éstos últimos se han fortalecido en su ‘propia legalidad (neo) liberal’ para incrementar su dominio económico y político.

Allí se dividen las aguas. Mientras Hellman y Kaufmann (2001) atribuyen la Captura de Estado a reformas parciales –económicas y políticas– que limitan los alcances de las economías de mercado y de las libertades civiles; otros estudios señalan que los países que adoptan medidas, tales como la privatización, la reducción de la participación estatal en la economía, y la liberalización del mercado, tienen altas posibilidades de enfrentarse al fenómeno de la CdE. Ante esa disyuntiva se plantea la necesidad de retomar la discusión inicial: ¿qué influencia tiene el Estado en esas dinámicas? –

En otras palabras, para ahondar el análisis se requiere de un enfoque más amplio que indaga acerca de lo que intermedia –en ambas direccionalidades– entre los actores privados y el Estado, y acerca de las zonas grises y realidades subyacentes que se crean en esta interrelación. Ineludiblemente, se retorna al terreno de la economía política.

En este sentido, el presente estudio busca dar contenido a la interacción económico-política de las élites salvadoreñas, mediante la intersección analítica de enfoques estructurales, sistémicos y relacionales[12].

Se requiere, pues, de reflexión (empírica, teórico-conceptual y metódica) sobre los poderes sociales asimétricos, las democracias y los Estados, así como de sus interrelaciones complejas y multidireccionales; y en especial, de las capas inferiores y zonas grises que encierran fenómenos importantes en la realización de poder y riqueza, abordando las fronteras difusas entre lo público-privado, legal-ilegal, formal-informal, y legítimo-ilegítimo, entre otras. En todo caso, se trata de fenómenos que son capaces de moldear y distorsionar el sistema y el Estado democráticos.

Las experiencias de la transición múltiple en el norte de Centroamérica han demostrado que se enfrenta situaciones complejas de rupturas y continuidades de poderes predominantes en lo económico, lo militar, lo criminal y lo político. El poder estatal representa, en cambio, un carácter dual: es campo de disputa y sujeto activo de poder.

En el caso salvadoreño, el análisis parte de algunas premisas e hipótesis: i) las coyunturas críticas de las últimas décadas han planteado desafíos cruciales para los poderes predominantes, afectando sus campos tradicionales de acción y sus correlaciones de fuerza; ii) la democracia y la paz representan rupturas importantes para el poder militar, aunque no necesariamente para sectores vinculados al paramilitarismo más duro de la década de 1980; iii) naturalmente, la democracia y la paz han modificado el régimen político y las fuerzas directrices en ese campo, llegando incluso –en contraposición a los otros países del Triángulo Norte de Centroamérica– a una situación de alternancia plural en el ejercicio del poder en el nuevo milenio; iv) la criminalidad es compleja –especialmente alrededor de la corrupción y del narcotráfico (y negocios ilícitos conexos)– y sistemática en su interacción con otros sectores de poder; conformando difusos contornos entre lo legal y lo ilegal; v) la élite económica salvadoreña ha traspasado coyunturas críticas que han modificado sus ámbitos de acumulación; sin haberse corroído –en contraposición a otros actores de poder– su posición hegemónica a nivel nacional.

En ese sentido, el énfasis de ese estudio radica en la élite económica y sus complejas interrelaciones con el poder público.

Históricamente, la élite económica se ha constituido a partir de lazos familiares y de propiedad sobre la tierra como principal medio de producción[13]. Paniagua (2002) reseña el trabajo investigativo de Wilson (1968)[14] sobre la dinámica de la élite económica salvadoreña en el periodo entre 1919 y 1935, que presenta un listado de

3. El poder económico

3.1 Marco analítico de la élite económica salvadoreña

cabezas de familia cuyos principales intereses económicos radicaban en el café, azúcar y henequén. De manera resumida, entre los principales apellidos aparecen: Aguilar, Álvarez, Aparicio, Arango, Araujo, Ávila, Avilés, Batlle, Belismelis, Canessa, Castillo, Dárdano, Deininger, Dueñas, Duke, Galiano, Gallardo, García-Prieto, González, Gotuzzo, Guirola, Hill, Interiano, Larreynaga, Letona, Lima, Llach, Meardi, Mejía, Meléndez, Mena, Orellana, Ortíz, Peccorini, Peralta, Quiróz, Regalado, Reyes, Salaverria, Schönenberg, Sol, Ulloa, Velado, Vides y Villanova.

Posteriormente, la consolidación de mercados nacionales, la incipiente industrialización centroamericana, el reformismo contrainsurgente y la apertura neoliberal deben haber incidido en las bases e interrelaciones de la economía salvadoreña; y por tanto, también en la configuración de la propia élite económica.

Cabe preguntarse, si ‘el apellido y la finca’ aún corresponden a la modernidad económica, pues, en el libre mercado de capitales, las grandes empresas tienden a conformarse a partir de estructuras de propiedad múltiple, y esa pluralidad también se refleja en la integración de las estructuras directivas y gerenciales. Cabe preguntarse también, si los lazos familiares y/o empresas emblemáticas siguen siendo constitutivos de identidad de los grupos económicos predominantes, en tanto la propia movilidad social de las relaciones de parentesco y la movilidad de capitales –en especial en el sector financiero– tienden hacia interrelaciones complejas y extensas (e incluso más volátiles).

El poder económico de la élite salvadoreña ha sido objeto de diversos estudios, de los cuales se retoman como punto de partida los trabajos de Albiac (1998), Paniagua (2002), Segovia (2005) y Arias (2010).

(a) Albiac (1998)

El título del trabajo ,”De los 14 a los 116”, es en referencia a las 14 familias terratenientes a principios de los 60s y las 116 a partir de la transformación económica en las últimas décadas del siglo XX. Albiac identifica –no claramente– “…a las 116 personas o grupos familiares con más de 50% de las acciones de las mil 284 empresas o sociedades con capital superior a los 5 millones de colones”.

A partir de allí, afirma que “…las principales empresas son familiares o son “la familia” en el estilo más antiguo del término. Es decir, […] las sociedades anónimas son más de nombre que de realidad y el capital no está abierto a socios medianos y pequeños”.

Entre las familias de la élite económica salvadoreña menciona Meza Ayau, Freund, Hill (Agrüello, Llach), De Sola, Guirola, Álvarez, Liebes, Salaverría, González Guerrero, Simán, García Prieto, Dueñas, Quiñonez, Baldocchi Dueñas, Ortiz Mancía, Wright, Palomo, Guttfreund, Mc Entee, Sol Millet y Sarti.

Otro aspecto importante de este estudio es haber nombrado y ejemplificado algunas prácticas ilegales de los procesos de acumulación/privatización, en los cuales la relación con el Estado y con el contrabando es un elemento recurrente.

(b) Paniagua (2002)

La unidad básica del estudio de Paniagua no es “la familia”, sino el núcleo familiar empresarial (NFE), con las siguientes características: “a) Los elementos (personas) del núcleo están unidos por estrechas relaciones familiares […] b) Cada núcleo tiene control sobre una serie de empresas […] que en lo sucesivo denominaremos empresas en la órbita del núcleo (EON) […] En el caso de estas compañías, el NFE controla la junta directiva y en muchas ocasiones los miembros de la familia desempeñan altos cargos gerenciales. c) Cada núcleo familiar empresarial cuenta con un conjunto de elementos secundarios. En esta amplia categoría se incluyen los cuadros directivos y gerenciales históricamente ligados al núcleo…”

El siguiente nivel de unidad analítica es la red familiar empresarial (RFE): “…se entiende como el conjunto de núcleos familiares empresariales originados a partir de un núcleo familiar empresarial común. La red es el resultado natural del proceso de evolución y desarrollo del núcleo familiar empresarial original.” De acuerdo a Paniagua (2002) dos factores unen a los núcleos familiares empresariales: alianzas matrimoniales y/o empresariales. Se identifican 23 núcleos familiares empresariales[15], agrupándolos alrededor del control sobre los bancos a finales de la década de 1990 (tabla 1).

Tabla 1. Núcleos económicos de El Salvador (de acuerdo a Paniagua)

Control sobre Núcleo familiar empresarial (NFE)

1.Banco Agrícola Comercial NFE Baldochi Dueñas

NFE Kriete Ávila, NFE Palomo Déneke, NFE Araujo Eserski, NFE Cohen, NFE Schildkneckt. RFE Meza, NFE Meza/Hill/Palomo, NFE Meza/Quiñonez/Sol, NFE Meza/Álvarez y NFE Meza/Murray

2.Banco Cuscatlán NFE Cristiani/Llach  NFE Bahaia

3.Banco Salvadoreño RFE Simán

– NFE Siman Jacir, NFE Simán de Bahaia, NFE Simán Dada, NFE Salume

4. Banco de Comercio NFE Belismelis NFE Freund, NFE Sol Millet

5. Banco Desarrollo NFE Salaverría Borja (además: NFE Salume)

6. Banco Ahorromet Scotiabank NFE Salaverría Prieto

NFE Quirós, NFE Poma, NFE Llach Hill

7. Banco de Construcción y Ahorro NFE Zablah Touché

NFE García Prieto, NFE Palomo

Sin vinculación a entidad financiera NFE De Sola

Elaboración propia con información de Paniagua (2002)

Continúa que “…a largo plazo, la acción conjunta de los dos mecanismos anteriores puede dar lugar a la creación de un bloque empresarial hegemónico (BEH) al interior de una economía”. De acuerdo a Paniagua, ese bloque “… se configura a partir de un conjunto de núcleos familiares empresariales, que se vinculan entre sí a través de una serie de relaciones familiares y que mantienen, además, intereses económicos comunes…”

Además, introduce un elemento económico –las empresas insignia– en su estudio: “…es fundamental la noción de control compartido de las empresas insignias de la economía nacional, que denominaremos empresas en la órbita del bloque (EOB). […]

En síntesis, las relaciones familiares y el control sobre las empresas en la órbita del bloque le otorgan al bloque, en su conjunto, una proyección de unidad y de destino común de largo plazo…”

El identificó las siguientes empresas insignia en su estudio: i) Cemento de El Salvador S.A. (CESSA), Unión de Exportadores S.A. (UNEX), Molinos de El Salvador S.A. (MOLSA), Bodegas Generales de Depósito S.A. (BODESA), y AFP Confía S.A.

(c) Segovia (2005):

El estudio aborda el poder económico a nivel de la región centroamericana, utilizando la categoría analítica de grupos económicos, y no de “sectores” y “fracciones de clase”. Según Segovia, estas últimas categorías reducen la capacidad explicativa en los análisis políticos tradicionales. Para él, los “…grupos económicos regionales se caracterizan por ser sumamente diversificados, y operan fundamentalmente en los sectores de servicios (incluyendo servicios financieros, de transporte, turísticos), construcción, comercio e industria, aunque algunos tienen fuertes inversiones en la agroindustria y algunos pocos en la agricultura no tradicional.”

Tabla 2. Grupos económicos de El Salvador (de acuerdo a Segovia)

Identifica –para el caso de El Salvador– los siguientes grupos económicos: Grupo ADOC, Grupo Agrisal, Grupo Banco Agrícola, Grupo Cuscatlán, Grupo De Sola, Grupo Sigma, Grupo Poma, Grupo Quiróz, Grupo Taca y Grupo Simán (tabla 2).

Elaboración propia con información de Segovia (2005)

(d) (Salvador) Arias (2010)

“Si en la década de los ochenta se hablaba de catorce familias que concentraban la riqueza, en el periodo del modelo neoliberal de los cuatro gobiernos del Partido ARENA se da […] una recomposición en la oligarquía dominante. En este periodo, ha llegado a reorganizarse en ocho grupos quienes a través de sus vínculos familiares o por medio de las juntas directivas o accionistas, ejercen control político y económico del país”.

Arias aplica elementos familiares y económicos para la definición de los grupos económicos salvadoreños, fundamentando su análisis en el estudio de Paniagua (2002).

Grupo Familia Breve descripción

Grupo ADOC familia Palomo

“Actualmente ADOC posee tres fábricas y más de 200 tiendas en la región. El grupo tiene las franquicias de varias marcas internacionales.”

Grupo Agrisal familia Meza Ayau

“Tiene una alianza con el consorcio cervecero sudafricano SABMiller […] Juntos conforman el Grupo BevCo, que aglutina a las empresas del Grupo Cervecería Hondureña e Industrias La Constancia y posee la empresa Industrial Cervecera de Nicaragua.”

Grupo Banco Agrícola familias Baldocchi-Dueñas, Kriete

“En el 2004, el Banco agrícola, el principal banco del grupo, poseía $3,116.1 millones en activos […] Forma parte de la Red Regional Gran Alianza Bancaria Internacional.”

Grupo Cuscatlán familias Bahaia,Cristiani

“En el 2004 tenia activos de $4.437.2 millones […] Tiene alianzas con grupos regionales, incluyendo el grupo La Fragua y Pantaleón.”

Grupo De Sola familia De Sola

Homarca S.A de C.V. es la principal accionista y controladora de las operaciones del grupo en Centroamérica.”

Grupo Sigma no es un grupo familiar

“Fue fundado en 1969 como fusión de la unión de varias empresas. Anteriormente conocida como Yarhi S.A., se unió con otras empresas de los mismos intereses, entre ellas Cartonera Centroamericana S.A., Rotoflex S.A. e Industrias Gráficas Salvadoreñas S.A.”

Grupo Poma familia Poma “Tiene una alianza con el Grupo Carso del mexicano Carlos Slim. El grupo es operador de la cadena de hotel Intercontinental y Confort Inn.”

Grupo Quiróz familia Quiróz “Tiene alianzas con el Grupo Canella en Guatemala y con el Grupo Lachner & Sáenz y Compañía Mercantil en Costa Rica. Recientemente ingresó al mercado panameño a través de la compra por $10 millones de la empresa Supermotores.”

Grupo TACA familia Kriete “Tiene alianzas con el Grupo Poma y el Grupo Banco Agrícola […] En el 2004 TACA, su empresa insigne, ocupó el puesto 12 entre las empresas más grandes de la región con ventas de $391.8 millones…”

Grupo Simán familia Simán “Es el más importante en almacenes de departamentos. Recientemente, vendió la mayoría de las acciones del Banco Salvadoreño, el tercer banco más importante de

El Salvador, al Grupo Banistmo. En el 2004, dicho banco tenía activos de $1,755.1 millones.”

Tabla 3. Grupos económicos salvadoreños (de acuerdo a Arias)

Elaboración propia con información de Arias (2010)


[1] Desde una perspectiva global, Centroamérica fue uno de los primeros laboratorios para el paradigma liberal de pacificación, una etiqueta adherida a las crecientes intervenciones externas en sociedades de post-guerra y post-conflicto. Y desde una perspectiva regional, estas democracias no surgieron “desde abajo”, sino fueron un arreglo contrainsurgente entre facciones de poder militar, económico y político. De esta manera, la democratización no fue una transición, sino un resultado de “pactos desde arriba”.

[2] «State capture is defined as shaping the formation of the basic rules of the game (i.e. laws, rules, decrees and regulations) through illicit and non-transparent private payments to public officials” (Hellman et.al., 2000). Los mismos autores distinguen la ‘captura de Estado’ de la ‘influencia’ y la ‘corrupción administrativa’: “Influence refers to the firm´s capacity to have an impact n the formation of the basic rules without necessary recourse to private payments to public officials (…) Administrative corruption is defined as private payments to public officials to distort the prescribed implementation of official rules and policies” (Hellman et.al., 2000).

[3] “Most transition countries lack a stable system for political financing. […] Politicians and political parties are therefore highly dependent on a limited range of economic actors with the capacity to finance elections or on securing control over key rent flows in the emerging market economy” (Hellman, 2011).

[4] Se trata de la capacidad de actores privados para influir en la aprobación de regulaciones estatales. Esa discusión “…cobra fuerza en América Latina cuando se generaliza el modelo de libre mercado desde 1990 y, simultáneamente, se elimina una serie de protecciones y subsidios estatales, se privatiza la economía, crece el poder de las corporaciones, sobre todo las extractivas, y se desarrollan nuevas actividades que serán reguladas (telecomunicaciones, fondos de pensiones, compras y adquisiciones, por ejemplo” (Durand, 2016).

[5] Se refiere a organizaciones del crimen organizado “…que son capaces de influir sobre ramas del Estado. El objetivo, a diferencia de las corporaciones, no es económico –dado que los actores captores operan en condiciones de mercado negro y gozan de alta rentabilidad–, sino proteger sus negocios neutralizando a los órganos del Estado que se dedican a fiscalizarlos y combatirlos” (Durand, 2016).

[6] En 1981, la Alianza Republicana Nacionalista (ARENA) se constituyó a partir del Frente Amplio Nacional (FAN), uniendo sectores de la oligarquía, los militares y los escuadrones de la muerte. La red organizacional de la Organización Democrática Nacionalista (ORDEN) sirvió de base para la fundación del partido (Wade, 2016).

[7] “La reforma militar “impuesta”, enfrentó una dura resistencia tanto dentro de los estamentos militares como de los sectores conservadores más radicales, que se habían beneficiado de la autonomía y el poder ostentado por los militares hasta el fin de la guerra civil” (Aguilar, 2016). La misma autora señala que la Asamblea Legislativa aprobó en aquel entonces “…la Ley de Amnistía, como recurso para garantizar la impunidad de todos aquellos involucrados en casos de graves violaciones a los derechos humanos cometidos antes del 1 de enero de 1992”.

[8] “El nudo gordiano de los Acuerdos de Paz era la desmilitarización de la sociedad salvadoreña; el cambio de la doctrina militar del Ejército […] Este acuerdo se cumplió, pero actualmente tiene amenazas e intentos de revertirse y restaurarle funciones a las FFAA. La democratización de la sociedad salvadoreña, que ha marchado lentamente, pero inexorablemente ha marchado, aunque no como se esperaba. Una larguísima y lentísima transición, con grandes resistencias” (Martínez- Uribe, 2012). Durante el gobierno de Mauricio Funes (FMLN, 2009-2014), “…bajo la dirección del entonces Ministro de Justicia y Seguridad, General David Munguía Payes, se comenzó, como en los viejos tiempos, a replicar de manera solapada, el esquema de tomar control de instituciones claves de la vida nacional como Aduanas y Fronteras, Migración y Extranjería, el Organismo de Inteligencia del Estado y el Aeropuerto Internacional, entre otros” (Aguilar, 2016). Asimismo, la investigación periodística de Héctor Silva (2014) sostiene y argumenta la hipótesis de infiltración de la Policía Nacional Civil (PNC) por estructuras del poder militar y criminal.

[9] “Si se busca una hipótesis más terrenal y menos metafísica que la del ‘milagro económico’, se desemboca fácilmente en la economía paralela –de actividades ilícitas y otras francamente ilegales– que ha venido desarrollándose desde la década del conflicto. […] Efectivamente, sin la participación o complicidad de algunos oficiales de la Fuerza Armada, bajo cuya custodia estaban las fronteras, los puertos y aeropuertos, el control de carreteras, etc., no hubiera sido posible un incremento de gran magnitud, como el que hubo, en el contrabando de mercadería, tráfico de armas y de droga, bandas internacionales de robacarros, redes para el paso de emigrantes indocumentados, industria del secuestro, etc. Terminada la guerra, toda esa economía paralela a la oficial no ha desaparecido; incluso en ciertos rubros puede haber crecido. […] Nadie sabe la dimensión de esa economía paralela, denominada oficialmente ‘crimen organizado’, pero es suficientemente poderosa para influir en la realidad económica, social y política de este pequeño país” (Béjar/Roggenbuck (eds.), 1996).

[10] La composición y correlación de fuerzas en Guatemala y Honduras –pese a las similitudes históricas– tiene expresiones diferenciadas. En especial, hay que resaltar el impacto mayor de la criminalidad en esos países (entre otras, por su situación geográfica en relación a las rutas del narcotráfico) y la ruptura errática e inconclusa de poderes militares (institucionales y extra-institucionales).

[11] “…elite capture need not be the result of a transition but may actually precede it. In the case of El Salvador, elites captured the state throug a political party before the negotiation and implementation of peace accords” (Wade, 2016).

[12] Cárdenas y Robles-Rivera (2017) abordan la captura corporativa en los casos de Panamá, Costa Rica y El Salvador, analizando redes empresariales –a partir de la integración de los directorios– y su relación con el financiamiento electoral y las ‘puertas giratorias’. Lo interesante de este paper es el análisis de las relaciones internas de las élites económicas, mediante social network analysis. Es una estrategia metódica sumamente útil para los casos centroamericanos, dada la posibilidad de investigar las complejas interrelaciones económicas, familiares, gremiales y políticas que caracterizan las élites actuales. Éstas son más complejas que las oligarquías agrarias de antaño. Al mismo tiempo, este paper contiene limitaciones en su análisis de los mecanismos de Captura de Estado: i) la base analítica de las relaciones empresariales es reducida y no alcanza reflejar la complejidad de las élites económicas; y ii) el argumento de la vinculación entre redes empresariales y CdE en este paper está mediado inevitablemente por los resultados electorales, y por ende, es difícil sostener las conclusiones en el tiempo.

[13] “A comienzos de los 60, los mayores latifundistas eran 308. Cuatro, los Dueñas, Guirola, Sol y Daglio, con más de 10 mil manzanas. 11 con mas de 5 mil y 15 con más de mil. El 4.1% de los propietarios poseía el 67.28% de la tierra disponible contra un 95% que poseía apenas 32.7%” (Albiac, 1998).

[14] El trabajo de Everett Alan Wilson fue presentado como tesis doctoral en la Universidad de Standford en 1968. Tres capítulos de dicho estudio se encuentran incluidos en la antología preparada por Rafael Menjívar y Rafael Guidos Véjar: El Salvador de 1840 a 1935, UCA Editores, 1978 (ver Paniagua, 2002).

[15] Dos de estos núcleos son descritos en realidad como redes familiares empresariales. Además, en los anexos se describe el núcleo familiar De Sola, que no encaja claramente en el esquema de control sobre las instituciones financieras.