Nicaragua: “Sociabilidad y cultura obrera en Nicaragua, 1915-1945”,

“Sociabilidad y cultura obrera en Nicaragua, 1915-1945”,

Por Luis Alfredo Lobato Blanco

INTRODUCCIÓN

Es nuestro interés en esta ponencia resaltar la búsqueda de su propia identidad por parte de las organizaciones sociales nicaragüenses en el periodo que abarca de 1920 a 1956. Dicho periodo comprende desde la plenitud del conservatismo en el poder hasta la muerte de Anastasio Somoza García, fundador de la dinastía que gobernó Nicaragua durante más de cuarenta años.. El objetivo central consiste en demostrar como independientemente de las concesiones de los gobiernos liberales y conservadores en su intento de atraerse a la clase obrera existió una vasta red de relaciones sociales de carácter reivindicativo, cultural y recreativo, lo que demuestra que, más allá de los inconvenientes derivados de una política caracterizada por la represión y las concesiones hacia ciertos sectores de la clase obrera, existió una fuerte tendencia a la constitución de organizaciones independientes, así como una creciente sociabilidad formal e informal.

Hasta nuestros días, los estudios sobre la clase obrera nicaragüense se habían centrado más en sus aspectos sindicales y en el tratamiento de los problemas del liderazgo político –y en consecuencia sus aspectos partidarios – que en el análisis de la constitución de los tejidos de sociabilidad popular. Se remarcaba, fundamentalmente, todo lo que rodeaba al conflicto social y los enfrentamientos entre las diversas tendencias ideológicas dentro del movimiento obrero. Sin dejar a un lado tales aspectos es mi propósito en la presente ponencia profundizar precisamente en aquellos puntos que marcan los orígenes culturales y organizativos de los trabajadores y otros sectores afines así como las demostraciones tanto del carácter sandinista y antifascista de algunas de sus expresiones como de aquellos detractores de las ideas del socialismo y otras corrientes progresistas.

Es necesario plantearse como punto de partida algunas cuestiones: En primer lugar dónde podríamos situar la transición del taller artesanal a la fábrica. En segundo lugar, que explicación merece el hecho de que, aunque se le atribuya a la clase obrera nicaragüense un bajo nivel de desarrollo, podamos hablar de una amplio tejido de sociabilidad formal partiendo de las sociedades de socorro mutuo. En tercer lugar, cómo se desarrollaron las relaciones de género.

Hasta hace poco los enfoques historiográficos en el tratamiento de los problemas de la clase obrera nicaragüense no diferían de un carácter tradicional o de historia episódica. Es preciso referirse, sin embargo el valor testimonial de obras como la de Calos Pérez Bermúdez y Onofre Guevara, Apuntes para una historia del movimiento obrero nicaragüense, la aportación de Armando Amador, Un siglo de lucha de los trabajadores nicaragüenses o las obras de Fernando Centeno Zapata que han tenido un carácter claramente testimonial, no superado en muchos casos1. En una línea más sociológica hay que citar a Gustavo Gutiérrez2. Es necesario hacer mención, por otra parte, de la obra del historiador norteamericano Jeffrey Gould quien reunió una serie de ensayos de su propia autoría bajo el título de Orgullo amargo, excelentes en cuanto al análisis del movimiento obrero del occidente de Nicaragua3.

Tomando en cuenta la dificultad que entraña la ausencia de una documentación sistemática del período, se ha considerado conveniente hacer una labor de rescate de aquellas fuentes periodísticas emanadas de las organizaciones obreras, como El Gráfico, Revista Obrera, Hoy, Causa Obrera y Ahora, pero realizando una tarea de contraste con la documentación y la prensa diaria oficial.

Nos hemos auxiliado también de diversas fuentes como el diario oficial La Gaceta, que recoge diversos aspectos de la vida asociativa Las revistas Flecha, y Hoy. Por otra parte, La Noticia, La Prensa El Diario Nicaragüense, como diarios de circulación legal, representan una fuente valiosa para conocer el enfoque de la clase política y los diferentes sectores nacionales, la revista editada en Costa Rica, Repertorio Americano, presenta los posicionamientos políticos de intelectuales de izquierda de ambas orillas del Atlántico. La consulta del Fondo de Gobernación del Archivo Nacional de Nicaragua aporta interesantes documentos relacionados con las asociaciones legales. No obstante la consulta, mediante entrevista, a históricos dirigentes del movimiento de oposición nicaragüense constituyó para nosotros una fuente importante en el terreno de la historia social

2. ALGUNOS ESPACIOS DE SOCIABILIDAD

Para comenzar, es necesario señalar cómo la actividad social de corte tradicional que había caracterizado a los grupos cercanos al poder central sirvió en alguna medida como modelo para la organización de los clubes obreros, numerosos en toda Nicaragua durante la época en estudio.

Hay que hacer notar, en el caso de Nicaragua, que la búsqueda de identidad de la clase obrera nicaragüense pese a los avatares políticos propios de un sistema de dominación política extranjera se remonta a la segunda década de nuestro siglo, con expresiones de lucha como las huelgas de trabajadores de enclave bananero y maderero y que significaron importantes experiencias en el campo de la lucha social tomando, incluso, un eco continental. En este sentido, en 1925, en la reunión celebrada en Atlantic City por la American Federation of Labor se elevó una nota de protesta al gobierno de Nicaragua por la matanza perpetrada en contra de los trabajadores de la Cuyamel Fruit Co, en el puerto de La Cruz, región Atlántica de Nicaragua. Debe mencionarse como algunos antecedentes en cuanto a la expresión organizada d e los trabajadores, la constitución de la Federación de León en 19204, germen de las luchas obreras en el área del Pacífico, aunque como ya se comprobó, los conflictos sociales en el Atlántico adquirieron un carácter cruento. Posteriormente, surgiría el Partido Laborista que combatió la candidatura política de José María Moncada, organizándose una huelga en el puerto de Corinto, en el sector noroccidental de Nicaragua. No obstante dicho partido no tendría una buena relación con el líder guerrillero de Las Segovias, el general Augusto C. Sandino5.

En el largo camino de formación de la clase obrera se fue formando un liderazgo interesado en sostener un política de independencia no desdeñable en un país con una débil burguesía más interesada en subordinarse a los designios del intervencionismo norteamericano; en esa política de entrega, la oligarquía criolla intentó siempre ganarse a un sector de los trabajadores, de ahí que la asociación, en lo referente a éstos, representaba una motivación en la búsqueda de una organización autónoma.

Además de los llamados clubes sociales en el sentido estricto del término, existían en las regiones del Pacífico y Norte, y en menos medida en el Atlántico, los llamados clubes sociales obreros. Dichos clubes, donde se agrupaban personas pertenecientes a los distintos gremios artesanales de las diferentes localidades tenían su propia sede y contraían relaciones tanto de carácter social como económico a través del pago de cuotas y el establecimiento de las diversas obligaciones. Eso si, en condiciones precarias. Dichos elementos de identidad, como se ve bastante difusos y que son propios de una etapa artesanal llegaron a constituir sus propias redes sociales y contaron con el “apoyo del dictador Somoza García a través de la constitución de las Casas del Obrero que si bien fue un instrumento de control del gobernante, también significó un espacio de relativa libertad para el crecimiento numérico de las organizaciones obreras, pues a ellas concurrían tanto conglomerados artesanales como sindicales y políticos representativos de la clase obrera nicaragüense.

Dentro de algunas casas del obrero se constituyeron las Escuelas de Cultura Obrera tendientes a elevar la cultura general que los trabajadores hubieran adquirido en la escuela primaria o en su defecto adquirirla, dedicándose particular importancia a la alfabetización de obreros adultos. Debe indicarse que esta expresión organizada tiene sus antecedentes en la formación, durante los años veinte del siglo recién pasado, de escuelas nocturnas en diferentes lugares de la geografía nicaragüense, promovidas en muchos de los casos por integrantes de la FON (Federación Obrera Nicaragüense) o del Obrerismo Organizado. En idéntico sentido se recogía la formación de bibliotecas para obreros surgidas en el contexto de las difíciles condiciones creadas en 1925 y como uno de los reductos posibles para la reunión de las organizaciones obreras6.

Las asociaciones constituidas sirvieron de toma de contacto de aquellos que venían fraguando una conciencia social y una posición antigubernamental. De esa forma, la sociabilidad, como forma de acción política, cristalizaba no solo en el centro de trabajo o en el taller sino también en el club o en la asociación, donde de manera dispersa y contando con la relativa tolerancia del responsable o de la Junta Directiva de turno, afluía la propaganda opositora. La sociabilidad formal servía de plataforma para el germen de diversas expresiones de clase.

Era notable en esta agrupación unitaria la participación de algunas mujeres. Tal es el caso de Irma Utitch, Pastora Canales, Ignacia Obando, Rosa A. de Juárez, Octaviana de Amador y Mercedes de Pérez E. Otras como Josefa Lorío o la misma Pastora Canales, destacarían desde la tribuna de la prensa obrera. En el espacio “Ventana Femenina” la primera de ellas proclamaba:

“Yo, mujer del pueblo, pido para la mujer nicaragüense, al renovarse la Carta Fundamental de la República, la Fundación de un Instituto Enciclopédico de la Cultura Femenina para formar a la mujer del pueblo”[7]

Es innegable que, frente a las fuertes concepciones patriarcales presentes en la sociedad nicaragüense de la época comenzaba a aparecer una nueva visión del papel de la mujer tal como se expresa en el siguiente párrafo:

“La mujer como incubadora no debe concretarse a echar hijos al mundo, solo por necesidad sexual que la obliga a cederse estúpidamente a los requerimientos grotescos de un patán que ignora la vasta importancia del contacto sexual. Esto sucede comúnmente entre el pueblo. A esta clase de mujeres debe imponérseles la obligación de lanzar hijos para que colaboren en la grandiosa reconstrucción de su patria”[8]

En cuanto a la participación de mujeres organizadas en sociedades de socorro mutuo se puede afirmar que ya desde inicios de los años veinte eran aceptadas como socias, pero dejando claramente establecido que “siempre que se sometieran a sus estatutos y condiciones9. Respecto a la organización social de las mujeres es preciso añadir que ésta tendría entre algunos de sus antecedentes en algunas expresiones concretas de activistas vinculadas al Partido de los Trabajadores Nicaragüenses (PTN), tales como Octaviana García y Rosa Paladino, desde 193210. Con un carácter de mayor extensión se formaría, en 1939, El Sindicato Obrero Femenino que sería promovido principalmente por las trabajadoras Antonia de Castellón, Jerónima Obregón y Josefa Blanco.

En ciertos casos se reconocía en este tipo de sociedades que “se notaron deficiencias derivadas más que todo de la natural evolución de los ideales y de las necesidades de la vida moderna”. Es decir, se presagiaba que ya las armas de lucha y de organización que debía utilizar el obrero debían cambiar producto de los nuevos tiempos reinantes. Llama la atención el sentido de amplitud en lo que concierne a la apertura hacia la participación de las mujeres dentro del obrerismo. Así, la organización conocida como “Fraternidad Obrera segoviana” de Ocotal señalaba como fines primordiales:

“Proclamar y organizar en forma permanente, sin distinción de sexos al obrerismo de esta ciudad de Ocotal y de todos los demás pueblos de este Departamento, para despertar en la clase trabajadora el espíritu de ahorro y de cooperación mutua entre sus asociados, pues considera que no podrá haber bienestar obrero, mientras no se haya conseguido la independencia económica11”.

No obstante en algunos de estos clubes se iba más allá de lo meramente recreativo, pues se consignaba que de sus fondos se destinara el veinte por ciento a la asistencia social de sus asociados(suministro de auxilio médico, funerales, asistencia jurídica y defensa frente a atentados de funcionarios públicos). En otros casos se establecía la barrera de la instrucción pues se indicaba que podían pertenecer al club “todo ciudadano perteneciente al gremio obrero o campesino que sepa leer o escribir Dentro de las sociedades cooperativas anónimas se desplegó una intensa actividad, más allá incluso que la limitada ley de asociaciones imponía. Entre algunos ejemplos debe darse cuenta de la conocida con el nombre “Voluntad obrera” que ofrecía como una de sus más importantes características la de haber sido fundada, entre otros, por doce mujeres. Se proponía como principales objetivos, además del ahorro y socorro, el adelanto moral y material de sus asociados, el mantenimiento de relaciones de fraternidad con todas las sociedades obreras dentro y fuera de Nicaragua. Sus puertas estaban abiertas a todos los obreros y obreras ya sean centroamericanos o extranjeros domiciliados en el país. Como se puede patentizar establecía una clara distinción entre centroamericanos y extranjeros.

La solidaridad fomentada por este tipo de asociaciones se prolongaba incluso hasta el momento del fallecimiento y honras fúnebres de algunos de sus socios. Por ejemplo, en el artículo 38 de los estatutos de la sociedad antes citada se plasma:

“Para el efecto de un entierro de un socio, se colocará el emblema Voluntad Obrera sobre el féretro, organizándose el desfile de la manera siguiente; los socios asistirán a la casa del socio difunto a dar el pésame y ocuparán ambos lados de la calle; presidirán el duelo los familiares o quien los represente y la Junta Directiva. Queda a juicio de los socios prestar ofrendas florales. La Comisión de supervigilancia se encargará de guardar el orden en el desfile”[12]

El peso de la simbología y los aspectos rituales está muy marcado. Así en la asociación Fraternidad Obrera se establecía como emblema de la sociedad un anillo que contenía un brazo sosteniendo un martillo con una estrella en el fondo. Dicho emblema era llevado por todos los socios en todos los actos públicos y en los funerales de los compañeros fallecidos. Con similares características se organizaría la Fraternidad Comercial, una de las asociaciones con mayor arraigo dentro de los empleados de comercio; estaba constituida por varones y mujeres que según sus fundadores “Estuvieran animados de buena voluntad y mejores deseos e ideales en la vida de las clases pobres, los del ahorro y socorro mutuo, procurando por todos los medios posibles, el mejoramiento social, intelectual, moral y económico, manteniendo contacto con todas las agrupaciones obreras de dentro y fuera de Nicaragua”. Asociaciones como esta se planteaban como principales finalidades la prosperidad de la sociedad “verificando toda clase de negocios y transacciones comerciales que redundaran en provecho de la misma”[13].

No estaba ausente de algunas de estas sociedades el ideal centroamericanista, pues en muchos casos se planteaba agrupar a obreros y obreras nicaragüenses, centroamericanos y extranjeros, aunque se aclaraba que no podían formar parte de la sociedad los militares en servicio, los que no pertenecían al estado seglar o los que formaran parte de la clase capitalista o patronal. De nuevo, como se observa, se recalca en el carácter mixto hombre-mujer en lo que se refiere a las posibilidades de pertenencia a dichos centros sociales14.

Es plausible que a partir de un estudio de cada uno de estas asociaciones de clase, algunas de ellas con un marcado sentido mutualista, nos permita avanzar en un estudio profundo del movimiento obrero en Nicaragua, por encima del tópico tantas veces utilizado de la existencia de un movimiento social manejado por las estructuras políticas del somocismo. En todo caso aunque si no se puede hablar de manipulación en sentido estricto, parte de la prensa obrera estaba tejida de una cierta dosis de ingenuidad política. Así es frecuente leer en algunos medios de difusión de las ideas de los trabajadores reproducción de frases de Somoza tales como “Si los trabajadores no se organizan yo los organizaré”[15].

Un análisis particular merece la organización de las tertulias del sindicato de tipógrafos y otras asociaciones las que tenían un carácter marcadamente cultural. En ellas se practicaban todo tipo de expresiones artísticas como música, cantos, bailes, declamación, etc. A ellas acudían todos los tipógrafos sindicalizados con sus familias y estaban abiertas a otros trabajadores que pertenecieran al gremio. Normalmente concluían con una fiesta danzante. En el reglamento de tales tertulias quedaba claramente expresada la prohibición de expender y consumir bebidas alcohólicas16.

Las tertulias se celebraban en el local social del diario Novedades, posteriormente pasaron a ser celebradas en los salones de la cervecería nacional o en la Casa del Obrero. Se consideraba a las mismas como una rama de las Brigadas culturales del Partido de los Trabajadores Nicaragüenses (PTN), destinadas a “constituir un fuerte núcleo revolucionario, de inmensa revolución, que principia por el aspecto sentimental, poniendo así en camino la doctrina de la confraternidad, en marcha hacia el futuro unionista de las clases que palpitan las ansias de elevación y de progreso”[17].

Mención aparte merece el debate sobre la concepción de los sindicatos a inicios de los años cuarenta. Al respecto “Sociedades unidas”, organismo anteriormente señalado, que aglutinaba a algunas organizaciones afines a la Confederación de los Trabajadores Nicaragüenses en una polémica con los dirigentes de “Protección Obrera” terminaba expresando:

“(Sociedades Unidas) Representa al trabajador simplemente como trabajador y no como albañil, zapatero, tipógrafo, etc. Su lucha no tiene la característica gremial, sino general, y por esa razón es un fenómeno de donde tienen que derivarse por la fuerza de las circunstancias, otros dos fenómenos sociales: un organismo de lucha económica gremial y un organismo de la clase obrera. Es el punto de contacto entre uno y otro fenómeno”[18].

Se puede afirmar, por otra parte, que en el caso de Nicaragua no existió un límite temporal entre la sociedad de socorros mutuos y el sindicato, ya que todavía en 1945, cuando se aprobó el Código del Trabajo, y con ello un aumento de las organizaciones sindicales, todavía eran numerosas las mutuales existentes. Es necesario recalcar que todas las asociaciones estudiadas presentaban los estatutos y gozaban de la debida personería jurídica. Ocurre que además del tránsito entre el círculo “informal” de amigos y la sociedad mutua se daba el cambio hacia el sindicato y la unión sindical gremial o intergremial.

Hay que precisar, sin embargo, que tales relaciones se establecían más bien en un espacio urbano y donde el trabajo artesanal representaba el centro de la actividad obrera; muy al contrario de las economías de enclave caracterizadas por niveles de sociabilidad mas informales, espacios, sin embargo, nada despreciables en cuanto a la organización de la protesta social, tal como se demuestra en el desarrollo de conflictos en los enclaves bananeros, madereros y mineros de la Región Atlántica de Nicaragua.

En la mayoría de las sociedades mutuas de la época, la sociabilidad se ejercía con una relativa dosis de coerción pues se establecía como obligatoria la asistencia con puntualidad a las sesiones ordinarias y extraordinarias que se convocaban.

No obstante es fácil de deducir que la mayoría de las asociaciones constituidas sirvieron de toma de contacto de personas que venían fraguando una conciencia social y una tendencia a la militancia antisomocista, sobre todo a partir de 1944. De esta forma, las expresiones de sociabilidad como antesala de la acción política cristalizaban en la fábrica o el taller artesano así como en el club o la asociación , donde de manera esporádica, en algunos casos y sistemática en otros y contando con una relativa tolerancia del maestro de obras o de la Junta Directiva de turno, llegaba la propaganda y la cultura de izquierdas.

Se producía así, tal como explica Maurice Agulhon ciertos tipos de sociabilidad formal, cuando se refiere a los círculos, asociaciones en forma o asociaciones informales. Aunque en la constitución de las asociaciones se dejaba patente que no se perseguía ningún fin político o religioso, existen amplias evidencias de que ello no era así. El propio Somoza manejó con diferentes medidas la relativa tolerancia en los locales donde de manera asidua se reunían los trabajadores y sus familias. Debe destacarse el factor de voluntariedad en la formalización de las expresiones organizadas de sociabilidad, pues – tal como añade Agulhon, refiriéndose al caso francés – “para transformar el grupo de clientes habituales de un expendio de bebidas en una asociación cerrada, basta que el grupo lo decida. No importa si se redactan o no estatutos formales, la transición queda hecha”[19]. Coincidiríamos, además, con Agulhon que la fijación de obligaciones económicas dentro de la asociación ocupaba una parte importante en la redacción de los estatutos20.

CONCLUSIONES

– Al margen del debate de las ideas se desarrolló en Nicaragua todo un proceso de organización en diferentes ámbitos de la vida social y cultural. Ello demuestra que pese a las restricciones en los derechos y libertades democráticas, hubo una tendencia bastante marcada hacia la vertebración del tejido social en organizaciones de diferentes características y enfoques culturales y políticos. En este sentido, el análisis de las asociaciones, sus actividades y experiencias constituyen un importante elemento para el estudio de la Historia Contemporánea de Nicaragua.

Debe extraerse como consecuencia la necesidad de ampliar la base del análisis social, no limitándolo al estudio de las organizaciones sociales de carácter sindical o gremial, si en realidad queremos obtener un resultado amplio de la configuración social nicaragüense del periodo en estudio. Tampoco debe limitarse dicho estudio a los aspectos meramente estructurales de la organización social, pues resulta esencial el estudio de las relaciones entre las diversas sociedades, las formas de vida cotidiana y las diferentes tipos de sociabilidad existente, así como las relaciones de género que caracterizaban sobre todo a las organizaciones de tipo mutualista y sindical.

Trabajo suplementario a partir de esta investigación debe ser el estudio de las diferentes líneas de influencia que se proyectaron sobre la incipiente izquierda nicaragüense, partiendo de la relación existente con el exilio antifascista y las experiencias del pensamiento social anterior al periodo de Somoza García. Todo ello lleva a la necesidad de una historia social que surja de la necesidad de aportar al estudio de la materia las principales vivencias, formas organizativas y actividades no solo de los líderes sociales, que nos lleven incluso más allá de las controversias ideológicas que marcaban el debate entre las principales tendencias de las organizaciones obreras.

FUENTES HEMEROGRAFICAS

La Noticia, 1936-1941

La Prensa, 1936-1950

Novedades, 1940-1950

Flecha, 1 de enero de 1942, Núm. 21.

Hoy, 17 de agosto de 1941, 1939-1941

La Estrella de Nicaragua, 1941-1950

Ahora, “expresión de las masas populares”, 1945-1946

Causa Obrera, 1938

La Gaceta, Diario Oficial, (1910-1952)

Repertorio Americano (1936-1939)

El Gráfico, 1924-1926

Revista Obrera, 1923-1924

FONDOS DE ARCHIVO

Sección de Asociaciones del Fondo de Gobernación (Archivo Nacional de Nicaragua)

Fondo del Movimiento Obrero (IHNCA), Donado por Carlos Pérez Bermúdez

[1] Entre las obras de Centeno Zapata cabe destacar Breve cronología de las luchas sociales en Nicaragua, Masatepe, Club del Libro Nicaragüense, 1976

[2] Gutiérrez Mayorga, Gustavo, Dos etapas en la historia del movimiento obrero en Nicaragua. Tesis de grado, San José, Costa Rica, 1977.

[3] Jeffrey Gould, Orgullo amargo,, Managua, Ediciones del Instituto de Historia de Nicaragua y Centroamérica, 1998

[4] León, segunda ciudad en importancia, situada a 90 kilómetros al noroccidente de Managua

[5] La Federación de León (documento inédito), Archivo del Instituto de Historia de Nicaragua y Centroamérica (IHNCA), s/a, s/f.

[6] Debe mencionarse que con el “Lomazo”, golpe de estado “de facto” de lider conservador Emiliano Chamorro, ocurrido en 1925, las posibilidades de los trabajadores para organizarse menguaros significativamente.

[7] Causa Obrera, 25 de septiembre de 1938

[8] Caussa Obrera, 31 de julio de 1938.

[9] Estatutos de la sociedad de socorros mutuos de Santo Domingo (Chontales), LG/DO, 1 de octubre de 1924.

[10]

Entrevista con Armando Amador, 16 de octubre de 1997.

[11]

LG/DO, Núm. 263, 4 de diciembre de 1941.

[12]

LG/DO, Managua, 5 de mayo de 1938. Núm. 92.

[13]

LG/DO, 24 de agosto de 1938

[14]

Estatutos de la “Unión Protectora Obrera”, constituida el 1 de enero de 1942. LG/DO, Núm. 262, 3 de diciembre de 1942.

[15]

Semanario Hoy, 26 de marzo de 1939.

[16] Causa obrera, 25 de septiembre de 1938

[17] Ibídem

[18]

Constituida el 3 de febrero de 1942. LG/DO, Núm. 212, 1 de octubre de 1941

[19] Maurice Agulhon, Op. Cit., pag. 71.

[20] Ibídem, pag. 65

MOMENTOS Y CORRIENTES DEL PENSAMIENTO HUMANISTA DURANTE LA ÉPOCA DE LA COLONIA HISPANOAMERICANA: RENACIMIENTO, BARROCO E ILUSTRACIÓN

MOMENTOS Y CORRIENTES DEL PENSAMIENTO HUMANISTA DURANTE LA ÉPOCA DE LA COLONIA HISPANOAMERICANA: RENACIMIENTO, BARROCO E ILUSTRACIÓN

Arturo Andrés Roig
Pontificia Universidad Católica del Ecuador

I. HUMANISMO Y ESCOLÁSTICA

[55] Dentro de nuestra historia de las ideas y en particular de las ideas filosóficas se ha tendido a considerar la escolástica como la manifestación más significativa y, en muchos casos, como la única dada en la época de la colonización hispánica. Se ha hablado también de la existencia de otra línea de desarrollo del pensamiento hispanoamericano colonial, a la que se le ha prestado menos atención aún cuando siempre aparezca denunciada su presencia y a la que se ha denomi-nado con el término “humanismo”, ya establecido para la corriente similar europea.

Si bien no podríamos decir que la escolástica hispanoamericana se encuentre ya normalizada co-mo tema de estudio, los investigadores que se han ocupado de ella parten del presupuesto de que es un campo que puede llegar a una rigurosa sistematización dadas las características formales con que se manifestó. En tal sentido se han avanzado hipótesis de periodización sobre cuya base se va trayendo lentamente a la luz el impresionante material documental que ha quedado. Por otra parte, la tarea de sistematización de la escolástica europea, que ha alcanzado un nivel ciertamente importante, viene a confirmar la posibilidad que tiene nuestra escolástica de alcanzar algún día una situación parecida dentro del mundo de las ideas. Un hecho, que se presenta como indiscuti-ble, es además, el de la continuidad del saber de tipo escolástico, que cubre la totalidad del desa-rrollo histórico colonial y se prolonga aún más allá, hasta las primeras décadas de la etapa inde-pendentista de nuestros países.

[56] No podríamos hablar de humanismo en los mismos términos. Este movimiento ha sido redu-cido epocalmente a la etapa inicial que coincidiría, aun cuando tardíamente, con el humanismo europeo renacentista. Por otra parte, dadas las características formales de esta línea de pensa-miento, se ha partido del presupuesto ya anticipado que ha regido los estudios sobre la escolásti-ca, el de su posibilidad de sistematización más o menos rigurosa. El humanismo se presenta, es verdad, entre nosotros como un desarrollo muchas veces difuso, ocasional y sistemático, sobre todo si entendemos la noción de sistema aproximándonos a su fórmula escolástica. Más aún, se ha llegado a considerar el humanismo como una forma pensamiento dependiente y en algunas ocasiones hasta determinado en sus mismas formas expresivas por el saber de las escuelas.

Lo más grave de todo posiblemente radica en el hecho de que no se ha intentado buscar y esta-blecer la noción misma del humanismo a partir de sus propias manifestaciones, tal como se die-ron en nuestras tierras. Bien sabemos que el concepto de “humanismo” se ha dada íntimamente ligado al de “renacimiento” y sabemos asimismo que la polémica sobre el verdadero sentido de ambos aún no se encuentra clausurada. Si bien es cierto que, por lo general, se ha afirmado una relación casi constante entre “humanismo” y “renacimiento”, sucede que habría humanismos que corresponderían a “renacimientos” distintos e inclusive antagónicos. A la tesis tradicional según la cual el humanismo propiamente dicho fue el que correspondió al Renacimiento italiano, se contrapuso la tesis de un humanismo nórdico; ante el humanismo de la Reforma, vista también como un “renacimiento”, se ha hablado de un humanismo de la Contrarreforma; frente al huma-nismo español de influencia italiana y nórdica, en particular erasmiana, se sostuvo el renacimien-to escolástico del siglo XVII como humanismo auténtico.

Por otra parte, ciertas notas que habrían sido propias del humanismo, en particular del italiano, han llevado a declarar absurdamente como humanistas, personajes abiertamente antihumanistas. Tal es el caso, que nos interesa muy directamente, de Ginés de Sepúlveda, declarado “humanista” por su tarea filosófica, en particular por sus traducciones de Aristóteles, pero que difícilmente podríamos nosotros entenderlo acabadamente como tal si pensamos en la utilización que hizo de esas traducciones, en particular de la Política. Es evidente que los caracteres que podríamos con-siderar como históricos externos, no nos permitirán nunca encontrar un criterio que nos lleve a superar las dificultades terminológicas. Y frente a un caso como es el de Ginés de Sepúlveda, sucede que hay autores que siendo escolásticos dadas sus formas de expresión y sus fuentes, se aproximaron mucho más a un humanismo como ha sido el caso de Francisco de Victoria.

[57] Cabría, pues, que nos preguntáramos acerca del criterio de determinación del humanismo el que, evidentemente no es único. En unos casos se parte de un modelo histórico y se busca su in-fluencia en otras etapas o sectores. En este sentido, y bajo la influencia de Burkhardt, ese modelo sería el del Quattrocento italiano. En otros, se tiene en cuenta los caracteres formales que serían comunes a los “humanismos”, dejando de lado la cuestión de cuál de estos fue primero o segun-do, así por ejemplo, los que ofrecen un Lorenzo Valla y un Erasmo de Rotterdam; y por último, se atiende a lo que podría ser el “espíritu” del humanismo, entendido como ideología de un grupo humano emergente y por cierto con las variantes del caso y sin que haya un humanismo que ne-cesariamente lo haya desarrollado a plenitud, y se pueden establecer en este caso diferencias.

Respecto del primer criterio hemos de decir que la vigencia de un modelo utilizado como patrón histórico ha llevado al desconocimiento de las formas epocales, nacionales o regionales específi-cas de los humanismos haciendo difícil, por ejemplo, una caracterización del humanismo español o llevando a negar su existencia. Otro tanto y con mayor razón deberíamos decir respecto de las formas americanas del hecho. El segundo criterio, externo, si bien no puede ser dejado de lado, conduce a absurdos tales como el que hemos comentado. A nuestro juicio, no basta para la defi-nición del humanismo la presencia de la pasión por la antigüedad y sí puede ser, y es más impor-tante señalar los motivos interiores que impulsaron a establecer un nuevo campo de lecturas y, sobre todo, nuevos criterios de lectura para el saber de la época. Atendiendo a esto último, no nos cabe duda, que hablar de la escolástica renacida del siglo XVII, como de un humanismo no es nada más que forzar las palabras en la polémica ideológica que se generó, y que aún pervive en nuestros días, entre el saber nuevo y el saber tradicional y a su vez, entre los sucesivos “renaci-mientos” del saber nuevo y los sucesivos “renacimientos” del saber tradicional. Tenemos que concluir que aquella equiparación entre “humanismo” y “renacimiento” no siempre es sostenible si no se aclara a qué tipo de “renacimiento” nos referimos. Como tendremos que aceptar, a su vez, que es necesario conjugar los tres criterios que hemos mencionado ya que ninguno de ellos por sí solo nos puede servir para una determinación histórica satisfactoria aún cuando unos sean más definitorios que otros. En este sentido, a pesar de lo que dijimos de Francisco Vitoria, por ejemplo, no podríamos considerarlo como humanista y deberíamos dejarlo entre los escolásticos.

Lo que sí deberemos aceptar es que entre la escolástica y el humanismo hay momentos de aproximación y de alejamiento, como hay mutuas interferencias. Lógicamente estas últimas han llevado a los escolastizantes del siglo [58] pasado y del nuestro a considerar las manifestaciones del humanismo, y esto en particular del humanismo español y del americano, como dependientes teoréticamente del saber de las escuelas, reduciendo el antiescolasticismo de tantos humanistas a un rechazo o simplemente a un abandono de la parte formal de aquella tendencia. De modo inver-so, cuando se han planteado el problema de la restauración escolástica de los siglos XVI y XVII, en la que son evidentes los aportes de la crítica textual generada por los humanistas, se ha afir-mado que esta influencia no ha sido “intrínseca”, sino “extrínseca”, ya que desde el punto de vis-ta especulativo la escolástica habría prolongado, incluso en contra del humanismo clásico, los planteos tradicionales del medioevo. Con lo que se adopta una posición manifiestamente proesco-lástica, pero parcial, en la medida que la escolástica, desde el punto de vista teorético, aún cuando en bloque pueda ser considerada como una prolongación de un “saber tradicional”, muestra face-tas diferenciadoras que son más lejanas o menos respecto de planteos teóricos del humanismo, según los casos. Concretamente estamos pensando en la filosofía escotista y la valoración de la palabra tal como se da en ella.

Todo lo que venimos diciendo se torna más difícil de resolver en particular si partimos de un hecho incuestionable respecto de las formas del humanismo español y del americano y es que, junto con el escolasticismo, son ambos formas de saber más amplio, el “saber cristiano” y, más aún, de un saber cristiano decididamente católico. En contra de los tradicionalistas ultramontanos del siglo XIX que veían en Erasmo una especie de representante heterodoxo, ni siquiera el eras-mismo fue una excepción de lo dicho.

En conjunto, tanto el humanismo hispanoamericano como la escolástica partieron de las mismas fuentes básicas: el Evangelio, respecto de las verdades de revelación y los grandes escritores griegos, en particular Platón y Aristóteles, respecto de las verdades originadas en la “luz natural”. Hubo sin embargo diferencias en dos sentidos: la primera de ellas relativa a las técnicas de traba-jo con las que se trató de reestablecer aquellas fuentes y que daría origen a las “ediciones críticas” que quedaron como definitivamente indispensables. La primera “crítica”, incorporada dentro del vocabulario humanístico, tal como puede verse en Luis Vives, no se reducía a lo que fue y es la “crítica textual” y que daría origen a los llamados “aparatos críticos”, sino que tenía un alcance mayor y ciertamente inquietante en cuanto a que suponía la eliminación de la mediación escolás-tica en la lectura de las fuentes básicas, incluido el Evangelio. La segunda, relacionada con lo que acabamos de decir, se dio como consecuencia del espíritu con el que se llevaron a cabo las lectu-ras. Es cierto que hubo un amor a los clásicos del [59] pensamiento grecolatino y cristiano, que en algunos casos fue excluyente y hasta meramente erudito, pero se ha descuidado el hecho de que esa pasión estaba movida por la necesidad de reencuentro de un nuevo hombre, el hombre moderno, al que quedó sometido todo el regreso a los clásicos, tanto los grecolatinos como los del pensamiento cristiano, el Evangelio y los Padres de la Iglesia. Esta segunda diferencia se en-contraría, en general en un distinto punto de partida y a su vez en un diverso sistema de equilibrio entre inmanencia y trascendencia. Podríamos decir que la escolástica, con todas las matizaciones del caso, tuvo un punto de partida teológico, frente al humanismo, que se nos presenta arrancando desde lo antropológico. Las dos formulas podrían ser expresadas como una inmanencia teorizada desde un teologismo, y una trascendencia considerada desde un antropologismo.

Si tuviéramos que caracterizar los alcances de lo antropológico dentro del pensamiento humanis-ta, tendríamos que referirnos inevitablemente al problema del valor del lenguaje. La importancia que adquirieron con los humanistas la gramática y la retórica no es un hecho casual. El hombre moderno pareciera haberse lanzado, desde sus inicios, a la osada tarea de encontrar un lenguaje que superara la propia naturaleza del lenguaje como mediación. De ahí, por ejemplo, el literalis-mo que rigió el establecimiento de los textos, en particular los del Evangelio y de ahí también el rechazo del saber escolástico y las disidencias dadas en Europa respecto de una Iglesia compro-metida con él. Con los humanistas se produjo un cambio ciertamente profundo en la interna orga-nización de las clásicas artes liberales por la razón de que si el lenguaje es lo más propio del hombre debía convertirse en el lugar del encuentro de todas las ciencias, incluida la teología, tan-to revelada como natural.

Pero también era el lugar de encuentro de los hombres, hecho que hacía posible aquel encuentro de las ciencias. De ahí que el lenguaje comenzara a ser visto en una relación inmediata y directa con la realidad social y cultural de los pueblos tal como se puede ver en la valoración que hizo Nebrija del latín y del castellano. Se trataba de devolverle a la palabra su esencial sentido huma-no, relacionándola con las experiencias vitales inmediatas del hombre, entendido no como un ser de tránsito, sino como inserto dentro de una comunidad particular que tenía un destino y por cier-to también un pasado. El imperio nació de esta manera en España sobre la base de una afirmación nacional que era a su vez la afirmación de un lenguaje, fuera este el latín, como idioma de expan-sión en Europa, el castellano, como lenguaje de expansión en la Península Ibérica y en América y finalmente, las lenguas americanas, el quichua, el náhuatl y el guaraní, como medios de expan-sión en lo interno de las sociedades indígenas.

[60] Podríamos decir que el humanismo partía, pues, de una comprensión del hombre como “ser expresivo” y que la clásica definición del Estagirita, de que era un “animal poseedor de Lógos”, fue entendida traduciendo el término griego como verbum y no como ratio, con lo que la razón venía a insertarse en una cierta forma de temporalidad, la de la realidad sociocultural de los pue-blos. De este punto de vista no nos cabe duda que aquella aproximación teorética del humanismo a ciertas líneas del desarrollo del pensamiento escolástico, tal el caso del escotismo que se carac-terizó precisamente por sostener la prioridad del Verbum sobre la Ratio divinas, se dio sobre la base de las tendencias no coincidentes. Y la diferencia, tanto respecto de la forma escolástica, como de otras, se encuentra precisamente en una visión del lenguaje que tiene como trasfondo una cierta comprensión del mismo como hecho cultural e histórico. El punto de partida, como dijimos, no era teológico, sino antropológico.

En relación directa con lo que estamos viendo se puede afirmar sin error que el humanismo, en particular en sus formas más desarrolladas y coherentes, tuvo como eje el saber retórico. Se cons-tituyó, en efecto, como una crítica a la retórica tradicional de las escuelas mediante un regreso a las normas de este saber establecidas en Quintiliano y Cicerón y continuó, a lo largo de toda su historia, como un movimiento en el que el saber de lo humano quedó centrado en la retórica, la que era a la vez para los fundadores del humanismo, tanto un arte como una ciencia, tanto una técnica de la palabra como un saber de lo humano. Y si bien estuvo de trasfondo en las diversas formulaciones del humanismo cristiano la palabra fundante, el Verbo, la retórica nueva puso de manifiesto que no era lo teológico lo que movía directamente al nuevo saber, sino la palabra humana rescatada más allá de nominalismos y de realismos, en su fuerza y virtud como medio de comunicación entre los hombres.

Lo antropológico fue, pues, encarado desde una teoría del discurso y la retórica no fue meramente el saber de la elocuencia, entendida ésta como el de la palabra a su vez comunicativa y verdadera. De ahí que el humanismo sólo pueda ser entendido en relación con grupos humanos emergentes que quieren y necesitan ejercitar su voz, lo hagan de modo directo y a veces hasta violento, o de modo indirecto en un juego de ocultamiento y de desocultamiento. Mas, siempre el humanismo pondrá como exigencia un grado de manifestación, aún cuando mínimo, ya que ello está en la esencia misma de todo acto humano de hétero y autorreconocimiento.

Al adquirir la retórica esta significación, dejó de ser un saber agregado a otras formas, para con-vertirse en el saber desde el cual precisamente se [61] organizaron los demás. A su alrededor se nucleó la exigencia del conocimiento de las lenguas, tanto de las clásicas como de las vernáculas, se elaboró una teoría de la palabra que se resolvía en una teoría del hombre y de la cultura, se pensó a éste como un ser social y se desembocó en proyectos sociales, que dieron pie para el de-sarrollo de utopías; se revitalizó el saber cristiano, tratando de eliminar mediaciones instituciona-les y formales y se convirtió en fin, el saber retórico en sus mejores expresiones, en un saber de denuncia.

En este sentido, el humanismo europeo es una de las tantas formas de desarrollo del pensamiento moderno y no es extraño que en sus formas históricas más claras, se pusieran los humanistas del lado del despertar de una nueva clase social que acabaría autorreconociéndose bajo el amplio y a veces no siempre preciso término de “burguesía”.

De ahí que el humanismo no pueda ser reducido a su etapa Renacentista y que ésta no sea nada más que los inicios de un proceso que habrá de adquirir su pleno sentido más allá de aquélla en los siglos XVIII y XIX. En este sentido, la historia del humanismo podría ser entendida como la de la conformación gradual de la conciencia moderna que concluye en las formas de la concien-cia burguesa.

Otro aspecto que se debe tener en cuenta es el de la especificidad de los humanismos, hecho que plantea el problema metodológico de encontrar su fuente, la que hace de cada humanismo un hecho singular y que permite a su vez hablar de formas propias de desarrollo del humanismo en España y en las tierras americanas. La clave se la ha de buscar en el sujeto que invoca la nueva palabra, ya sea respecto de otros, como de sí mismo. La historia social de Hispanoamérica hizo que el desarrollo de las formas de pensamiento humanista quedara signada por hechos que no se dieron en otras partes. La conquista significó la destrucción de un mundo y la construcción de otro nuevo, en una medida que no se vio en la Europa moderna. Los momentos de la destrucción y de la construcción signaron las etapas de nuestro humanismo. No es un hecho casual que Fray Bartolomé de las Casas hablara de la “destrucción” en la primera época y propusiera los “reme-dios”, es decir, las bases para la “construcción”, dentro de sus ideales de heterorreconocimiento del ser humano conquistado. Con ello estamos tocando a algo que es definitorio del pensamiento humanista que habrá de organizarse básicamente sobre esa noción de “reconocimiento”. Comen-zará, como dijimos, como “heterorreconocimiento” por parte de humanistas influidos muy de cerca de los ideales del Renacimiento europeo, para concluir, una vez que surjan perfiladas las clases sociales dentro de la estructura colonial, en un “autorreconocimiento” de los grupos huma-nos emergentes, primero tímida [62] y ambiguamente en la etapa del barroco y luego, abierta-mente, en el momento de la ilustración.

De ahí pues, los tres grandes momentos de desarrollo del humanismo durante la conquista y co-lonización española: el renacentista, el barroco y el ilustrado, que darán nacimiento al humanismo paternalista, al humanismo ambiguo y, por último, al humanismo emergente. En todo momento, el sentido y alcance del “renacimiento”, el “barroco” y de la “ilustración” estarán dados por el sujeto histórico que asume esas líneas de desarrollo del pensamiento y que lo hace desde su con-creta realidad social, ya fuera para ejercer, como hemos dicho, las formas del heterorreconoci-miento o del autorreconocimiento . No sucedió otra cosa en Europa y no fueron, por eso mismo, el Renacimiento, el Barroco y la Ilustración, respuestas modélicas absolutas y extratemporales. Caeríamos una vez más en un grueso error si pensáramos en que los desarrollos americanos fue-ron algo “externo” en relación con procesos generales vividos por la cultura del Occidente euro-peo, pero más grueso es el error que lleva a desconocer las especificidades.

II. LOS TRES HUMANISMOS HISPANOAMERICANOS

El problema de la especificidad del humanismo hispanoamericano presenta, además, otras com-plejidades, ya que es posible señalar aspectos diferenciadores internos. Así, por ejemplo, se ha recalcado las diferencias que muestra el arte en la etapa del barroco tal como evolucionó en la Nueva España y en Sudamérica. Es probable que estas modalidades regionales puedan ser encon-tradas en otras manifestaciones de la cultura colonial.

En este ensayo vamos a intentar una caracterización de los tres humanismos partiendo de la expe-riencia regional andina y en particular ecuatoriana, con lo que tampoco pretenderemos llegar a la afirmación de diferencias radicales que quebrarían la unidad de procesos ideológicos que, en comparación con el hecho humanista europeo, sí la poseen. Por otra parte, es importante tener en cuenta que la “geografía del humanismo” que corresponde a los siglos XV-XVIII en América, si bien anticipa el futuro “mapa de las ideas” que acabará conformándose con el nacimiento de las repúblicas y monarquías independientes de Europa, no es la misma. Dentro de esta comprensión del hecho regional colonial debe pues entenderse aquel punto de partida que hemos denominado “experiencia ecuatoriana”.

Por otra parte, si la clave para la comprensión del humanismo está en el sujeto histórico concreto que se reconoce a sí mismo en su propia humanidad, su discurso no podrá ser comprendido en su especificidad si no se tiene [63] en cuenta la realidad social, económica y política dentro de la cual se mueve ese mismo hombre.

Lo dicho plantea problemas que no son de fácil solución. Es un hecho que las manifestaciones estéticas, por ejemplo, están determinadas a partir del Renacimiento europeo, por el nacimiento y desarrollo del pensamiento humanista y que muy poco o nada pareciera influir sobre el pensa-miento escolástico. Se ha llegado a establecer una ecuación entre humanismo y arte que ha con-ducido en más de un caso a reducir el primero a lo segundo. Si bien esa reducción no es acepta-ble, no cabe duda que lo estético fue incorporado por el humanismo como una de las vías, no la única, de elaboración de un lenguaje que es lo que sí lo caracteriza esencialmente. Como conse-cuencia de lo venimos afirmando, las manifestaciones del arte en Hispanoamérica interesan de modo directo para la reconstrucción del humanismo y a su vez obligan a considerarlas desde los criterios sociales, que no por eso han de ser declarados como “extraestéticos”, tal como temen los que todavía siguen pensando en un arte por el arte y entienden que la calidad de las obras se des-virtúa por el hecho de subrayar la función social de las mismas.

Conforme con lo que venimos diciendo se hace indispensable tener en cuenta el régimen de con-tradicciones sociales que ha caracterizado a cada una de las tres etapas que podemos reconocer en la historia de nuestro humanismo; habrá que señalar cuáles fueron los promotores de las respues-tas que podemos considerar humanistas, como asimismo cuál es el sujeto respecto del cual se desarrolla ese pensamiento; en tercer lugar, cuáles fueron las fuentes teóricas de cada una de las etapas y en qué sentido adquirieron formulaciones específicas que las alejaron de sus manifesta-ciones primeras y en qué medida, esas posiciones teóricas se jugaron de modo pleno en relación con las modalidades históricas del sistema productivo vigente; del mismo modo se hace indispen-sable tener en cuenta el problema del espacio y el proceso de creación del mismo como uno delos marcos indispensables de comprensión de las respuestas humanistas, concretamente, nos referi-mos a la ciudad y al campo y a los proyectos sobre los cuales se intentó organizarlos, el “ciuda-dano” y el “poblacional”.

No menos importante es tener en cuenta las etapas de apogeo y decadencia de los grupos huma-nos, en particular, de los que durante la larga historia colonial hispánica detentaron el poder eco-nómico y político. Al respecto se ha de tener en cuenta que los altibajos que sufrieron las colonias españolas, en su relación con los de la Metrópoli, tuvo como trasfondo un hecho ciertamente trá-gico, el de la decadencia irreversible de la cultura indígena, que pasó a un segundo plano sin po-sibilidades de rehabilitación, aun cuando [64] se hubieran mantenido latentes las esperanzas de un renacimiento, las que fueron definitivamente ahogadas en la segunda mitad del siglo XVIII.

Por otra parte, esas etapas de apogeo y decadencia, de esplendor y de miseria, si bien pueden ser vistas como fenómenos generales que afectaron de una manera más o menos homogénea a todo el sistema colonial español en América, muestran también peculiaridades regionales. Se encuentran además en relación inversa con las etapas de decadencia y recuperación que vivió la Metrópoli. A la profunda crisis económica y social de la España de fines del siglo XVI y de gran parte del siglo XVII, correspondió una etapa de bonanza en las colonias, e inversamente, el proceso de recupe-ración lento pero persistente de la Península, que se inició de modo manifiesto a partir del 1700, fue paralelo a un empobrecimiento creciente en las regiones americanas que culminó, de modo alarmante para la audiencia de Quito, en la segunda mitad del siglo XVIII.

De esta manera, lo que muchos estudiosos han considerado dentro de la historia cultural españo-la, como un arte de la decadencia, el barroco, no tuvo el mismo signo en América y bien podría considerarse que el neoclásico que se desarrolló en España en una época de recuperación, tuvo asimismo un signo inverso en América, hecho que tal vez explique su escasa presencia y desarro-llo.

También resulta importante para la comprensión de las diversas etapas del humanismo tener en cuenta los dos momentos que se podrían señalar en las relaciones entre Metrópoli y las colonias, una la de la “primera conquista”, que coincide con el desarrollo del humanismo renacentista y otra, a la que se ha denominado con acierto de la “segunda conquista”, que se inicia con el go-bierno borbónico. La primera, dentro de los ideales de los reinos integrantes de la Casa de Aus-tria, coincidió con el desarrollo de formas de autonomía que tenían un cierto sentido feudal, la segunda, que respondió a un proyecto de centralización y de mayor eficacia en la extracción de las riquezas coloniales, se organizó sobre la destrucción de aquellas autonomías relativas y gene-ró una unidad imperial dentro de los ideales de un estado premoderno que antes no se había al-canzado. Las primeras manifestaciones de crisis en América de este proyecto imperial son coin-cidentes con el tercer humanismo, el ilustrado, a pesar de los esfuerzos de la corona por sostener la ideología monolítica vigente, de modo claro, en la etapa de nuestro barroco.

Es importante, para la historia de la cultura y de las ideas, no tomar de modo abstracto los con-ceptos de apogeo y decadencia, toda vez que el momento que podría considerarse como de bo-nanza para las colonias, y esto lo decimos particularmente pensando en la región nuclear andina, fue una de las más duras y brutales para la población indígena sometida al trabajo de [65] mitas y controlada por el sistema de la encomienda. Aquel concepto únicamente tuvo vigencia para los grupos sociales de poder económico y político y nunca para la población campesina. Innecesario resulta subrayar la situación de miseria en que cayó esa misma población cuando la clase terrate-niente comenzó a sentir los efectos de la decadencia.

a) El humanismo paternalista

Entre mediados del siglo XVI y primeras décadas del XVIII, tuvieron lugar las manifestaciones del primer humanismo, el renacentista, al que hemos caracterizado como humanismo paternalista. Este pensamiento se generó como consecuencia de las experiencias vividas durante las guerras de conquista y fue, por el origen de sus teóricos y defensores, un tipo de pensar ejercido por el mis-mo hombre europeo tanto en nuestras tierras como en España. Frente a la masa de conquistadores movidos por un ansia incontenible de riquezas, satisfecha mediante las formas más crueles de inhumanidad, se levantó la voz de algunos sacerdotes que sintieron la necesidad de asegurar las bases sociales indispensables para alcanzar una evangelización pacífica. No hubiera sido el pen-samiento de estos hombres un verdadero humanismo si tan sólo hubieran estado movidos por un sentimiento filantrópico. A más de esta actitud, se desarrolló en ellos una forma de heterorreco-nocimiento de la humanidad indígena que se sustentaba sobre una exigencia de conservación de formas de vida autónoma de la población conquistada. Precisamente ha sido uno de los caracteres del pensamiento humanista del Renacimiento europeo, la tesis de que todo individuo podía cum-plir con sus deberes hacia Dios y hacia el prójimo desarrollando sus propias facultades físicas e intelectuales de las que había sido dotado por la naturaleza. Mas, no se trataba de facultades to-madas desde el abstracto, sino que se las reconocía en el modo histórico en que habían sido des-arrolladas. Y la prueba más evidente e irrefutable del ejercicio de ellas estaba en el hecho de la posesión de un lenguaje, y en el sistema de relaciones sociales y económicas que aquel lenguaje expresaba. Y si bien esta apertura se encontró en todo momento frenada por el inevitable euro-peocentrismo que rigió el criterio de valoración de las costumbres de las poblaciones americanas, no llegó a cerrarse hasta el extremo de no reconocer hábitos, tradiciones culturales y formas de organización política que aun cuando extraños, no violaban lo que se entendía que derivaba de los principios de una “razón natural”. La virtud surgida de aquella razón podía darse en todos los hombres, en cuanto tales, y nada de lo humano podía ser ajeno al cristianismo. Lógicamente esas nuevas criaturas debían ser evangelizadas y las relaciones entre quienes portaban las [66] verda-des desconocidas del Evangelio y los neófitos, se dieron bajo la figura “padre-hijo” con la que se pretendió desplazar la vigencia de la otra, la generalizada e imperante, la de “amo-esclavo”. Para el ejercicio de la violencia bastaba con el grito, para la evangelización pacífica era el ejercicio de una palabra que sólo era posible mediante el reconocimiento de la palabra de otro, del dominado. Ahora bien, si el grito significaba el saqueo, el robo, la esclavitud y la muerte, la relación sobre la palabra, no podía hacerse sino mediante el respeto de la vida, de la propiedad e incluso del siste-ma de relaciones políticas de las comunidades indígenas. Esto habría de generar la conocida tesis lascasiana de la restitución de lo robado, como asimismo de todos los proyectos utópicos de or-ganización autónoma con las que se creyó aproximarse a los ideales de una sociedad humana perfecta.

Este pensamiento humanista, claramente relacionado con los ideales propios del Renacimiento, habría de enfrentarse con posiciones sociales y políticas de sentido feudal y en tal sentido puede ser visto por esta razón también como modernizante. En el conflicto entre los conquistadores en-comenderos y el Estado metropolitano, que tanta fuerza alcanzó en el alzamiento de Gonzalo Pizarro, es bien sabido que el papel que le tocó jugar a Las Casas y a sus seguidores. Frente a la defensa de la encomienda, los lascasianos apoyaron al poder central. La derrota de los encomen-deros en Jaquijaguana significó pues los inicios de la construcción de un Estado de tipo premo-derno o modernizante que benefició además la consolidación del sistema colonial.

Pero al mismo tiempo, los evangelizadores que se internaban en las selvas y lograban establecer pueblos ordenados y pacíficos, en su lucha por la defensa de la relativa autonomía que ellos mis-mos habían prometido a sus feligreses a cambio de la evangelización, se vieron constantemente enfrentados al propio poder real, representado por los administradores de la corona en América, entrando de esta manera en contradicción con la misma monarquía que habían defendido en un comienzo. Esto llevaría a la muerte de los proyectos típicos del humanismo renacentista y a la extinción de estos ideales. Los mismos quedaron ahogados también por el poder creciente de la Iglesia secular, frente a las comunidades religiosas que habían mantenido un sistema parroquial autónomo respecto de las autoridades eclesiásticas. El conflicto entre parroquias regulares y pa-rroquias seculares, y la permanente exigencia de que el misionero debía ceder la misión al párro-co nombrado por los obispos, acabó imposibilitando aquellos proyectos misionales utópicos, con-tradictorios entre sí mismos, si pensamos en la exigencia permanente de sometimiento del indí-gena como mano de obra disponible. Por otra parte, [67] las mismas ordenes religiosas fueron cambiando de actitud en la medida que se beneficiaron del sistema encomendero y que fueron convirtiéndose, más tarde, al entrar en decadencia este sistema, en latifundistas y hacendarias, entrando a formar parte y la más importante, de la clase terrateniente. A lo dicho se debe agregar la puja, muchas veces violenta, entre las mismas órdenes, por la supremacía en el poder económi-co y político en una sociedad en la que los valores religiosos constituían una eficacísima herra-mienta de poder social.

Otro factor que provocó el agotamiento de las manifestaciones del humanismo renacentista se dio como consecuencia del crecimiento de las ciudades. Desde los inicios mismos de la conquista, el sistema de control de las masas indígenas sometidas se llevó adelante mediante un doble proyec-to, el “ciudadano” y el “poblacional”: nucleación de la gente hispánica en ciudades y de la indí-gena, en pueblos. Esto, lógicamente, tuvo sus mayores posibilidades de realización en aquellas regiones en que existía una población indígena campesina asentada. Pues bien, en contra de lo que sucedió en Europa, en la que el movimiento renacentista se expresó como un fenómeno ciu-dadano, en América, en particular en la América nuclear andina, las ciudades fueron las que aca-baron ahogando esos ideales cuyo lugar se dio básicamente en los “pueblos”. La tendencia surgi-da de las ciudades fue la de una constante disminución de la vida relativamente autónoma de aquellos, hecho que alcanzó su máxima en el momento en el que se pasó de la organización en-comendera a la hacendaria. A su vez, las ciudades se consolidaron a partir del momento en que surgió en ellas una especie de preburguesía comercial cuyo progreso estaba en relación directa con un aumento de control sobre la sociedad campesina, estuviera o no nucleada en poblaciones.

Por otra parte, los ideales humanistas no fueron llevados adelante por ese tipo humano que se conoció en las ciudades españolas, el “letrado”, surgido de las universidades, e incorporado, por lo general, al servicio de las cortes. En el caso americano, ese personaje recién habrá de hacer su aparición, y con modalidades que lo habrán de diferenciar del europeo, en la segunda mitad del siglo XVIII, época en la que se produjo sintomáticamente un regreso a ciertos aspectos del humanismo de la primera etapa, la renacentista. Los ideales del humanismo primitivo fueron mo-vilizados principalmente por misioneros, pertenecientes a órdenes religiosas y tan sólo por algu-nos, muy contados, que se incorporaron directa o indirectamente al proyecto lascasiano. Y esto marca otro aspecto radicalmente diferenciador del humanismo renacentista en América, que muy poco o nada tuvo que ver con el proceso de secularización que caracterizó el humanismo euro-peo, como forma preburguesa [68] de pensamiento en aquellos de sus representantes que se mo-vieron dentro del seno de la Iglesia Católica.

El proceso social y político tanto en España como en las colonias, que determinó las manifesta-ciones del humanismo en éstas, concluyó en un fracaso. En verdad quien acabó triunfando fue Ginés de Sepúlveda y no las Casas y el mismo lascasismo reformado, cuya forma intentó ser al-canzada por los últimos humanistas, tal es el caso de Solórzano Pereira, fue una prueba de fracaso señalado.

Hubo también un humanismo que tuvo su expresión en las ciudades, pero no es un hecho casual que sus manifestaciones sólo se dieron en una etapa inicial de las mismas en la que la contradic-ción “ciudad-campo” no se había aún generado o establecido claramente. Es la etapa, por ejem-plo, en la que se organizaron escuelas artesanales indígenas, en las que se crearon las primeras cátedras de lenguas nativas y se las estudió dentro de los ideales del trilingüismo y en la que se inició el proceso de monumentalismo religioso con la construcción de las primeras grandes igle-sias, dentro de cánones arquitectónicos tradicionales en la Península, en los que es visible la pre-sencia del románico y el gótico, entre otros estilos, pero que luego se vieron modernizados con la aparición de elemento estructurales renacentistas tardíos, entre ellos el manierismo.

Las manifestaciones del humanismo renacentista en Quito se corresponden con formas del pen-samiento escolástico sumamente pobres, enmarcadas dentro del medievalismo pretridentino. Las instituciones universitarias en las que el escolasticismo irá cobrando importancia recién aparecie-ron a fines del siglo XVI y primeras décadas del XVII (entre 1594 y 1622). Por otra parte, esas “universidades” fueron todas ellas monacales y estuvieron fuertemente condicionadas al proceso de evangelización. En tal sentido fueron “universidades misioneras”, que si bien surgieron y se desarrollaron en las ciudades, y comenzaron a cumplir con su tarea de justificación de la ciudad como centro del poder colonial, su mira estaba fuertemente puesta sobre la población indígena no reducida. Como consecuencia de este hecho, al lado de los estudios necesarios para la formación teológica, de tipo tradicional, surgieron otros, centrados principalmente en las cátedras de lenguas indígenas, en particular quichua. La vigencia de esta enseñanza coincidió con el desarrollo y muerte del pensamiento que podemos considerar como humanista renacentista. La exigencia de la posesión de las tres lenguas, latín, castellano y quichua, generó una de las tantas variantes del trilingüismo que ha caracterizado a las escuelas humanistas. Y en esto, las universidades misione-ras, no pueden ser consideradas como escolásticas. Desde muy temprano se puede señalar la pre-sencia de la “crítica” característica de la filología renacentista, [69] puesta de manifiesto en la Gramática quichua de Fray Domingo Santo Tomás (1551), de espíritu nebricense. Por otra parte, las manifestaciones de este renacimiento coincidieron con el florecimiento de los grandes huma-nistas españoles: Nebrija y Vives, fallecidos en 1522 y 1540 respectivamente. La debilidad de la escolástica de la época, en particular en la ciudad de Quito, dejó libres las formas de expresión del pensamiento humanista que si bien encontró un lugar, como hemos dicho, en el seno de las universidades monacales misioneras, fue en todo momento un saber de tipo extra-académico, expresión de una realidad que difícilmente podía ser descripta y criticada desde los cánones tradi-cionales de la disputatio.

En líneas generales podríamos sostener que no fue la escolástica la que determinó al pensamiento humanista, sino que el hecho fue inverso. La “crítica”, llevada adelante por los llamados “aristo-télicos independientes”, es decir no-escolásticos, entre ellos un Ginés de Sepúlveda, hizo posible la constitución de la Escolástica restaurada o renacida, contemporánea con el desarrollo del humanismo barroco. Y la ciencia experimental, surgida con espíritu de modernidad que puede señalarse en ella en sus etapas más avanzadas. Claro está que tanto esa “crítica”, como esa “cien-cia” que tuvieron sus desarrollos dentro de las escuelas, no se apartaron de las líneas generales de restauración teológica y quedaron sometidas a ella. Por otro lado, la problemática social, manifes-tada dentro de los desarrollos jurídicos del saber escolástico, tal como se dio en Francisco de Vi-toria, tuvo sus fuentes en las grandes polémicas llevadas adelante por pensadores propiamente humanistas, tales como Montesinos, Vasco de Quiroga o Bartolomé de las Casas.

Nuestros humanistas hispanoamericanos dejaron la “ciencia”, en particular pensamos en la física, en manos de los escolásticos y aquellos que habían tenido una formación escolástica, tal el caso de Fray Bartolomé, surgido del pensamiento dominico tomista, revitalizaron este saber recurrien-do a un testamentarismo directo, dentro de los ideales típicamente renacentistas de regreso al cris-tianismo primitivo.

Para no abundar más, cabría que habláramos de las escuelas artesanales. Si el pensamiento humanista se aproximó a la ratio desde el verbum, dio una respuesta a la trascendencia desde la inmanencia, no podía generar menos que una revalorización del ser humano como artífice. El Renacimiento se caracterizó por una apasionada búsqueda del valor espiritual y humano de la artesanía, por parte de un hombre que se autorreconocía en sus obras. Todo ello se encuentra sin duda, en Europa, en los orígenes de la conciencia [70] burguesa y en la lenta conformación de nuevos grupos humanos que se iban desprendiendo del seno de la sociedad medieval. La artesa-nía abarcó la totalidad de las manifestaciones humanas, el artista debía ser básicamente y antes que artista, artesano; el artesano debía alcanzar a su vez, el nivel de lo artístico; el humanista filó-logo, era a su modo también un artesano, en cuanto poseía el secreto de aquella “crítica” que era la forma de artesanía indispensable para la verdadera lectura del Evangelio, de los padres de la Iglesia, de Cicerón o de Quintiliano. La palabra misma, dentro de los ideales del saber retórico renovado, se presentaba apoyada en lo que bien podemos considerar la técnica artesanal necesa-ria, previa al discurso. Con magistral artesanía, para la época, construyó Fray Domingo de Santo Tomás su gramática quichua, para hacer posible el discurso indígena dentro de los ideales de una nueva lengua sacerdotal, tan noble para él como el latín e inclusive, más noble que el castellano, en la medida que, asombrosamente, se aproximaba más por su estructura a la lengua del Lacio que la de Castilla.

Dentro de este espíritu, Fray Jodocko Ricke, el humanista flamenco llegado a Quito con los pri-meros conquistadores, creó su celebre escuela artesanal indígena en 1550 e inició la construcción de la imponente Iglesia de San Francisco que quedaría concluida en 1581, dentro del espíritu ar-quitectónico del manierismo, propio del Renacimiento tardío europeo, y más tarde en 1563 Fray Pedro Bedón, crearía la Cofradía del Rosario, otra escuela artesanal de espíritu semejante a la de Jodocko Rico.

Tal vez podamos considerar como textos típicos del humanismo paternal el Itinerario para pá-rrocos de indios de Alonso de la Peña y Montenegro, del año 1648 y el Gobierno eclesiástico pacífico de Fray Gaspar de Villarroel, en 1657. Otra obra de relevante importancia para toda la América nuclear andina es la de Juan de Solórzano y Pereira, Política indiana aparecida la prime-ra vez en 1648. Solórzano, dentro de los ideales del lascasismo reformado muestra a nuestro jui-cio el paso del humanismo renacentista al barroco.

El misticismo es otra línea de desarrollo del pensamiento de la época en que se manifestó lo que podemos considerar como un humanismo. La experiencia mística, fenómeno típico de la vida religiosa ciudadana, se presenta como un impulso hacia la trascendencia desde un punto de parti-da humano personal y muestra por eso, la misma línea que hemos afirmado como característica del pensamiento humanista frente al escolástico. Lógicamente, el lenguaje místico tuvo sus etapas que se encuentran claramente determinadas por las formas sencillas del misticismo renacentista, al estilo de un Fray Luis de León o las formas manieristas según unos, o barrocas, según otros, de Sor Juana Inés de la Cruz. De todas maneras, este tipo de literatura [71] ciudadana, en sus expre-siones quiteñas, en Fray José de Maldonado, muerto en 1652, y en Sor Gertrudes de San Ildefon-so, fallecida en 1709, está anticipando la espiritualidad propia del humanismo barroco, o es ya expresión del mismo.

b) El humanismo ambiguo

En la segunda mitad del siglo XVII comienza a producirse en la América nuclear andina, no en las regiones periféricas, en particular la Amazónica donde subsistirán manifestaciones del huma-nismo renacentista, un cambio significativo. Toma cuerpo un nuevo humanismo en el que el suje-to expresivo reconocido y el sujeto que lo reconoce, son uno mismo. El hecho tiene relación dire-cta con un fenómeno social que habría de determinar en adelante todos los procesos vividos en las colonias españolas, el de una conformación de las clases sociales que con perfiles cada vez más netos se prolongaría casi idéntica hasta muy entrado el siglo XIX. Surge entonces un nuevo sujeto histórico que primero de modo tímido y ambiguo, y luego de manera franca, comenzaría a asumir el liderazgo de la sociedad de la época, la clase terrateniente criolla. La humanidad del indígena, que había sido la que dio el sentido profundo al humanismo renacentista americano, comenzó a ser desplazada por la afirmación de humanidad de un nuevo hombre, hasta llega a ser prácticamente olvidada. Los dos momentos de autorreconocimiento y de autoafirmación de este hombre, marcan en general los dos pasos siguientes del humanismo en nuestras tierras, el barroco y el ilustrado. El barroco será la expresión primera de un nuevo sujeto histórico que jugó ambi-guamente con las formas del ocultamiento y la manifestación. Todas las expresiones ciudadanas del humanismo renacentista muy pronto quedaron incorporadas a esta nueva ideología que se caracterizó precisamente, por ser eminentemente citadina. Fue, además, la época del barroco una etapa de contrastes violentos. La ciudad se distanció de la campaña que, a su vez perdió toda au-tonomía; la sorda puja entre “americanos” y “europeos” fue cobrando fuerza; los grupos interme-diarios mestizos, aliados a los terratenientes criollos, participaron vivamente de ese enfrentamien-to; a su vez, se produjo una acentuación en las diferencias de castas, como no se había conocido antes, que ponía distancias aun entre los grupos aliados ciudadanos; los primeros efectos de la decadencia económica general, no frenaron, por lo menos casi hasta inicios del siglo XVIII, el proceso del monumentalismo religioso que se había iniciado en la etapa anterior; la miseria de la plebe ciudadana, indígena, mestiza y blanca, hacía contraste con el boato y magnificencia de los templos; el enfrentamiento entre criollos y europeos [72] creció dentro de las ordenes religiosas, quebrando el equilibrio que se había pretendido imponer mediante la “ley de la alternativa” en el siglo XVII; el rígido estamentarismo que separaba las castas y que fortalecía a las clases sociales, aparecía constantemente quebrado por un fuerte impulso de ascenso social, visible claramente en la plebe blanca y la mestiza; la carencia del circulante monetario, que acabaría siendo crónica y que en la segunda mitad del siglo XVIII obligaría a regresar a formas de trueque, no impedía que los templos se cubrieran con el oro de las órdenes religiosas y de los terratenientes con sus cofra-días y capellanías, a pesar de la decadencia ya definitiva de la explotación minera; boato y es-plendor de los templos que contrastaba, como puede vérselo aún en nuestros días en la vieja ciu-dad de Quito, con la simplicidad y parquedad de la edificación ciudadana; riquezas manifiestas y ostentosas y tesoros escondidos en las arcas de una población civil que no llegó a tener presencia edilicia; en pocas palabras, esplendor y a su vez recato de las clases sociales altas, cuya fracción civil no pretendió la autonomía que las burguesías europeas habían comenzado a afirmar respecto de la Iglesia; y frente a ellas, miseria y humildad de los suburbios que fueron aumentando a los márgenes de la ciudad barroca donde el primitivo artesano indígena había sido reemplazado por un tipo de artesano mestizo, hombre ambiguo de la plebe incorporado al desarrollo de la ciudad monumental y ostentosa.

Contrastes violentos de una ciudad que sin embargo, se suponía inmóvil y en la que sus clases altas habían logrado que la plebe participara de las ilusiones de un orden que hiciera unidad de toda su abigarrada constitución. Contradicciones reprimidas por una voluntad, expresada en una cosmovisión integradora, de fuerte sentido religioso ritualista, dentro de la cual la imagen del monarca, más allá del repudio de que podían ser objeto sus administradores enviados de la Me-trópoli, iba adquiriendo un poder casi mítico y a su vez, vigentes de modo permanente en la vida cotidiana y jugadas de modo inevitable mediante la ambigüedad de las manifestaciones y el ocul-tamiento.

No es casual que las dos grandes alteraciones del orden ciudadano en Quito se hayan producido, la primera, en la etapa del humanismo renacentista, en 1592, con el “motín de las alcabalas”, úl-timo enfrentamiento entre los encomenderos y el poder real, y la otra, concluida ya la etapa del barroco, en 1765, y que fue la primera manifestación política de la clase criolla y los grupos mes-tizos aliados en contra de los administradores de la Corona, la “revolución de los estancos” cuan-do ya habían comenzado las primeras manifestaciones del humanismo ilustrado. Y otro tanto podríamos decir de los continuos motines campesinos indígenas, los que recién amenazarían que-brar seriamente la hegemonía de la ciudad sobre el campo en la América [73] nuclear andina, pasada ya la etapa del barroco, con el gran alzamiento fracasado de Túpac Amaru, en 1780.

Si la evangelización indígena había sido llevada adelante por los misioneros tratando de crear en la población nativa la conciencia de su situación de vasallos, con la que se justificaba el tributo y el trabajo compulsivo, ahora surgía un nuevo concepto de vasallaje que anticiparía la noción de ciudadano de la etapa del humanismo ilustrado. El nuevo sujeto del discurso humanista se sentía orgulloso de ser vasallo del Imperio, pero con la pretensión de gozar de un lugar dentro del régi-men de centralización aceptado. El vasallaje indígena equiparado por las Leyes de Indias al de todos los miembros “libres” de la monarquía, no era en verdad otra cosa que un estado servil mu-chas veces inferior al de la esclavitud. El nuevo vasallo americano, que participa de los ideales de la hidalguía, en el sentido social de ser “hijo de algo”, constituía parte de los beneficios del siste-ma colonial, aun cuando estuviera frenado en sus ambiciones de riqueza y de poder político por su misma situación colonial. No cabía otra respuesta que la búsqueda de una vía oblicua de ex-presión. Era necesario elaborar un discurso en el que todos los integrantes de la ciudad coincidie-ran, pero también en el que todos se reconocieran en sus diferencias y contrastes, que mostrara la superación de las contradicciones, utilizando esas mismas contradicciones. En pocas palabras, un discurso dinámico, y a su vez dialéctico. Este hecho explicaría la recepción creadora que tuvo el barroco en tierras americanas y en particular en algunas de sus regiones.

Si el discurso humanista se había expresado en cartas, en itinerarios para párrocos, en gramáticas indígenas, en ese tipo de sermón llano y amenazante que inició Montesinos y prolongó el lasca-sismo, en historias de la “destrucción” escrita con el mismo espíritu de las cartas, en biografías de misioneros y en la indispensables descripciones geográficas de la América marginal, necesarias para la tarea evangelizadora, el nuevo discurso habrá de ser eminentemente plástico, sin referen-cias a la humanidad indígena y al campo, y no ya escuetamente literario como había sido el ante-rior. Se producirá un cambio profundo expresado en la aparición de una nueva retórica que no sólo estaba destinada a cumplir otra función social, sino que buscó en relación con ella, nuevas vías expresivas mucho más ricas y complejas. Perdió la retórica aquella dignidad y jerarquía que la había convertido de una técnica del discurso en un verdadero saber de lo humano y regresó a ser, otra vez, una técnica, pero ahora con una serie de recursos ciertamente asombrosos. Primó sobre el significado, el significante o, si se quiere, se enriqueció de manera estupenda la materia-lidad de los signos a costa de sus valores semánticos que dejaron de pesar por sí mismos. Y a su vez, manifestaciones [74] de la alta cultura que no habían nacido con expresa intención signifi-cante, como podía ser la fachada de un templo manierista, de gusto renacentista tardío, se convir-tieron por obra del barroco en verdaderos textos con su clave de lectura. Tal es la diferencia que aún podemos ver entre la Iglesia de San Francisco de Quito, y la de la Compañía en la misma ciudad.

El juego permanente entre el decir y no decir, condujo a ejercer la voluntad de significación a través de un lujo exacerbado de lo simbólico, generando todas las formas posibles del lenguaje indirecto y renunciando de modo expreso al literalismo renacentista. La mayor audacia de esta nueva retórica tal vez no radique sin embargo en haber elaborado un discurso en el que el signifi-cante se llevaba la mayor parte, logrando de esta manera una de las formas más ideológicas del discurso, sino en su intento de integración deformas expresivas en el que la palabra del sermón, el sonido de la música sacra y el claro-oscuro del ambiente interior del templo, llegaron a constituir un todo orgánico y estructural. En efecto, no es posible comprender el púlpito churrigueresco, con su portavoz, sin el sermón culterano, en cuanto ambos constituían una sola unidad expresiva difícilmente reconstruible fuera de su época. De esta manera la ciudad barroca creó un lenguaje ciudadano que se alejó violentamente de las formas de lenguaje ordinario y provocó un hiato, imposible se salvar, entre las hablas de la plebe urbana y el lenguaje de la población indígena campesina. Con el barroco, el quichua perdió toda posibilidad de crecer como habla sacerdotal, por lo mismo que sólo el castellano, como idioma de la ciudad, pudo satisfacer por eso mismo las exigencias de las formas culteranas. Era esta, otra de las maneras cómo la ciudad, cerrando su control y dominio sobre el campo, le dio a su vez las espaldas. Si en 1551 Fray Domingo de San-to Tomás había encontrado más perfecto el quichua que el castellano, en 1685, una real cédula exigía la imposición del castellano a las poblaciones indígenas fundándose en que “ni aun en la más perfecta lengua de los indios se puede explicar bien y con propiedad los misterios de nuestra fe católica”. De esta manera, el latín, que había sido entendido dentro del trilingüismo como una lengua de cultura al igual que las demás, volvió a quedar encerrado dentro de los usos del saber escolástico. Se inició así la pérdida de la conciencia lingüística que había sido virtud definitoria del humanismo renacentista, y que no fue recuperada por la etapa posterior al barroco, la del humanismo ilustrado, por lo menos en lo que respecta a los idiomas indígenas americanos.

El barroco se sobrepuso como una esplendorosa y compleja fachada sobre una ciudad cuya es-tructura edilicia no lo era. El espíritu de la nueva mentalidad fue básicamente decorativo, aun cuando mediante la decoración se expresan sentimientos y ansias profundas del hombre religioso de la [75] época. Sobre los templos en los que todavía se ven las formas pesadas del románico y las formas más ligeras del gótico, se acumuló el texto barroco como una especie de cobertura vegetal de riquísimas manifestaciones estéticas. Nunca la colonia española había alcanzado un nivel semejante y nunca lo alcanzaría después. Decoración barroca por lo demás, en notable con-vivencia, con el gusto decorativo mudéjar, que era a su vez otra manifestación del espíritu refina-do en el que se intentó hacer desaparecer las estructuras arquitectónicas, especie de terror, como se ha dicho, ante las superficies desnudas y los espacios vacíos.

El espíritu del barroco había tenido su primera manifestación significativa en el campo de las letras con las poesías gongorinas de Jacinto de Evia, en 1675 y su culminación con la obra poéti-ca de Juan Bautista Aguirre hacia 1750, en quien es posible notar el paso de un primer barroco hacia formas que según unos son expresiones del rococó, y según otros, podrían ser tenidas ya por neoclásicas. En Aguirre, como ha sido señalado, quedó expresada de manera profunda la conciencia de temporalidad propia del dinamismo del discurso de la época. También en aquel año de 1675 hizo su aparición la columna salomónica, elemento decorativo que puede considerarse como una de las notas propias de la América nuclear andina así como el estípite lo es del barroco mexicano. El desarrollo helicoidal de aquella ha sido una de las más vivas manifestaciones plásti-cas de aquel dinamismo, expresado en las categorías de ocultamiento-manifestación y del claro-oscuro encarnadas en el movimiento del fuste. La generalización de la columna retorcida se pro-dujo ampliamente desde el 1700 en adelante. El retablo, otro de los elementos arquitectónico-decorativos más importantes del arte barroco, que alcanzó un esplendor que aún sigue siendo motivo de asombro, llegó a su culminación con el osado proyecto de usar sus leyes y modalida-des expresivas para la construcción de la fachada del célebre templo de la Compañía de Jesús, concluida en 1766 y cuyos retablos interiores se terminaron veinte años después.

Es un lugar comúnmente aceptado que el barroco, entendido como modalidad expresiva, fue par-te de la ideología de la Contrarreforma. Pareciera ser que la tesis puede ser sostenida respecto del barroco español, y por extensión, al de sus colonias en América. Hay sin embargo diferencias entre estas y la Metrópoli que conviene tener en cuenta. El movimiento de la contrarreforma, ge-nerado a partir del Concilio de Trento, concluido en 1563, le sirvió al Estado español para una lucha en dos frentes: uno de ellos, el europeo, en el que se jugaba su hegemonía en el Viejo Con-tinente; otro, el interno, que tenía como objeto su total unificación. El frente europeo cobraba todo su sentido ante la existencia del hecho mismo de la reforma y es este [76] uno de los aspec-tos que marcan precisamente una de las diferencias con el proceso americano en donde al no haberse dado una “reforma” y al haberse mantenido sólidamente la unidad religiosa, de hecho no tiene sentido hablar de una “contrarreforma”, por lo menos en este aspecto. En relación muy dire-cta con lo señalado se debe tener en cuenta asimismo la diferencia de intensidad con la que la Inquisición actuó dentro de la cultura americana, en donde las cosas no se daban de la misma manera que en España. El otro hecho que se debe tener presente es que tanto la cultura barroca como la Contrarreforma se desarrollaron en América y en particular en la Audiencia de Quito, cuando en España se había pasado a la etapa llamada de la “segunda Contrarreforma” en la que había perdido fuerza la problemática teológica, para adquirir importancia la teoría política, en particular la relativa a la naturaleza del Estado.

El peso de la ideología contrarreformista se jugó por tanto en América en relación con el segundo de los frentes citados, el de la consolidación interna del Estado, entendido como la organización jurídica de la “nación” española. Todo esto dentro de los ideales del “Príncipe cristiano” que ya habían sido anticipados en la etapa renacentista y como una respuesta conservadora frente al con-cepto de Estado natural y a la teoría de la “razón de Estado” generalizadas con el maquiavelismo. Las más importantes manifestaciones de estas teorías no se desarrollaron, sin embargo, en la eta-pa del barroco, sino que integraron la ideología política sobre la cual se organizó, más tarde, el humanismo ilustrado. Fue este maquiavelismo cuyas fuentes no estuvieron en los pensadores político españoles del siglo XVII, sino en las tesis de Voltaire y de Federico de Prusia.

El discurso del barroco no reflejó, pues, el problema de la ruptura religiosa, hecho inexistente como hemos dicho, si bien se organizó sobre la base de una evidente acentuación de la religiosi-dad en todos los niveles sociales, con los caracteres que les fueron propios, como expresión for-malista, ritualista y devocional. Se llevó a cabo una reformulación del discurso político anterior, el renacentista, reforzando aquellos aspectos del mismo que beneficiaban los ideales del absolu-tismo y eliminando lo que había tenido de contestatario y a la vez de utópico. Toda la época se caracterizó por una renuncia al derecho de resistencia que se había asimismo manifestado en la etapa anterior dentro de ciertas actitudes de sentido feudalizante, ahora debilitadas. Tan repudia-bles habían sido los encomenderos cuando se alzaron contra la monarquía española, como los misioneros de espíritu lascasiano que si bien apoyaron a esta última contra los primeros, promo-vieron la organización de comunidades indígenas que [77] entraban en conflicto con el sistema de extracción de riquezas. El nuevo discurso, tenía como objeto sentar las bases de un autoritarismo político mediante un acuerdo entre la monarquía y la Iglesia y a favor del fortalecimiento de las ciudades coloniales americanas, en las que el poder económico se encontraba en la clase criolla y las comunidades religiosas, integrantes ambos grupos de la clase terrateniente.

Así como se ha dicho que el barroco y la Contrarreforma son dos aspectos de un mismo proceso, es también lugar común afirmar que la Contrarreforma fue, de modo particular, la ideología de la Compañía de Jesús. Ahora bien, en la medida en que nuestro barroco se desarrolló históricamente en la etapa de la Segunda Contrarreforma, hecho posterior a la muerte de Francisco Suárez y pro-pio de la España del siglo XVII, la escolástica jesuítica desarrollada en América, tendió a morige-rar aquellas tesis suarecianas que pudieran afectar la doctrina de la potestas indirecta característi-ca precisamente de aquella última Contrarreforma. En efecto, no era tanto la tesis acerca del ori-gen de la soberanía, puesto por Suárez en el pueblo, la que afectaba a aquella doctrina, sino las tesis que establecían una diferencia metafísica y teológica entre el poder eclesiástico, de origen divino, y el poder temporal, con lo que la soberanía del monarca no solamente resultaba dismi-nuida en cuanto que era delegación de la soberanía del pueblo, sino que además era rebajada res-pecto del poder eclesiástico. Por donde aun cuando en el intento de armonizar al Estado absoluto y la Iglesia se había llegado a la tesis de una potestas de esta última de tipo “indirecto”, el equili-brio de poderes estaba lejos de haber alcanzado una fórmula estable.

Podríamos decir, aun cuando caigamos en una especie de tautología, que la respuesta fue típica-mente barroca. El saber escolástico jesuítico de la época, sin que pretendamos desconocer los avances que pudo alcanzar en otros campos, como el de la física, se desplazó manifiestamente hacia lo antropológico, acercándose de esta manera a las formas de lo que entendemos fue en general el discurso humanista. El eje sobre el que se produjo este desplazamiento pasó por la teo-logía moral y se expresó en la doctrina del probabilismo, que mucho tuvo que ver con la confor-mación de una escolástica ecléctica. De esta manera el saber escolástico de la época vino a refor-zar el discurso humanístico ambiguo y a expresarlo a su modo.

El probabilismo permitió ablandar las relaciones autoritarias generadas por el absolutismo políti-co, favoreciendo el fortalecimiento de la clase terrateniente hacendaria dentro de la cual la propia Compañía de Jesús era uno de los integrantes económicamente más poderoso. Y lógicamente favoreció el ascenso de la clase criolla y junto con ella la de los grupos mestizos que actuaban como sus aliados, en contra de la población campesina indígena. [78] Pero, al mismo tiempo, en un juego constante de ambigüedad, ayudó vigorosamente al establecimiento de una sociedad ver-ticalista que frenaba aquellos impulsos de ascenso social mencionados.

La expulsión de la Compañía de Jesús en 1767 se produjo cuando la Contrarreforma con el senti-do que tuvo en América había llegado ya a un agotamiento y surgieron las últimas manifestacio-nes ciertamente tardías del barroco. No es casual que la fachada de la Iglesia de la Compañía, lo más acabado del barroco quiteño, se construyera un año antes de aquel hecho. La Contrarreforma, como ideología jesuita, más allá de las respuestas prudentes del probabilismo moral y sus pro-yecciones políticas con las que se revistió en su última etapa, habían llevado a una crisis de la noción de Estado, eje teórico de aquella ideología, al crear en sus tierras americanas un verdadero “estado dentro de un estado”. El probabilismo se hizo doctrina sospechosa, hecho que se daría en la etapa del humanismo ilustrado conjuntamente con un antiprobabilismo de espíritu jansenizan-te. El regalismo, como la respuesta ideológica del poder de la corona frente al poder eclesiástico, marcaría asimismo los cauces dentro de los cuales la clase terrateniente criolla recibiría los bene-ficios de la expulsión de los jesuitas, al ponerse a remate todos los cuantiosos bienes de estos que pasaron a sus manos.

El humanismo barroco fue el modo como un hombre americano se abrió camino por primera vez a su propia realidad, captándola profundamente en sus contrastes y expresándola de manera di-námica. Suponía esto una coincidencia de temporalidad vivida desde el punto de vista religioso, como una tensión entre lo temporal y lo eterno, entre el pecado y la salvación y, desde el punto de vista social, entre el ocultamiento y la manifestación, en un juego en el que la autoafirmación y el autorreconocimiento tenían como condición de posibilidad la unidad colonial hispánica. Eran los primeros pasos de una nueva clase social posibles únicamente en la ambigüedad.

c) El humanismo emergente

El paso de la monarquía austracista a la borbónica, en 1700, abrió un proceso en las colonias americanas que fue profundizando la dependencia y ahondando la depresión económica, sobre la base de una serie de medidas administrativas de espíritu centralista. El Estado tributario alcanzó con estos hechos su máxima expresión asegurando una extracción de riquezas que conduciría a algunas regiones coloniales a una situación de deterioro económico que alcanzó hasta las clases altas de la sociedad americana. El fenómeno adquirió toda su fuerza ya de modo alarmante al promediar el siglo XVIII y a fines de este había conducido a situaciones desesperantes. La pobla-ción más [79] castigada fue lógicamente la que integraba las clases bajas, en particular, el campe-sinado indígena. Manifestación de esta situación fue precisamente el gran alzamiento de Túpac Amaru, en 1780, sin contar innúmeros otros alzamientos anteriores que se fueron sucediendo en la época. También lo fue el alzamiento criollo-mestizo provocado por el establecimiento de nue-vos estancos en la ciudad de Quito, en 1765, del que ya hicimos referencia. Por otra parte se hab-ía pasado de modo abierto a un nuevo sistema de explotación, organizado sobre la base de la hacienda y el ya casi abandonado sistema de control de la población campesina, la encomienda, había sido sustituido por la organización de parroquias dependientes del gobierno eclesiástico secular. La expropiación violenta de las tierras de las comunidades campesinas y el trabajo en las haciendas con el nuevo sistema de “concertaje” acabó con la autonomía relativa de los pueblos indígenas. Agregóse a esto el remate de los llamados “obrajes de comunidad”, con el pretexto de que administrada la producción textil por los mismos indígenas resultaban poco rentables, hecho que incidió asimismo en la pérdida de aquella autonomía. De esta manera puede decirse que to-dos los niveles sociales sufrieron las consecuencias de la recuperación económica de la Metrópoli que había desplazado la decadencia a sus colonias.

En las ciudades también se dejó sentir el fenómeno. El monumentalismo quedó definitivamente frenado, y de la misma manera todo el proceso decorativo barroco con el que había culminado. No hubo una arquitectura ciudadana que expresara la nueva época como había sucedido en la etapa anterior de modo tan notable. La pobreza del neoclásico, su escaso desarrollo en este aspec-to, es una prueba manifiesta.

Lógicamente todos estos hechos acentuaron los contrastes de los que había sido expresión el humanismo barroco, convirtiéndose ahora en verdaderas contradicciones de carácter antagónico. El enfrentamiento entre criollos y españoles se profundizó y otro tanto ha de decirse del enfren-tamiento entre la ciudad y el campo, entre el vasallo privilegiado y sus sectores sociales allegados y el vasallo servil, el indígena.

Como expresión de esta situación general comenzaría a tomar cuerpo en la segunda mitad del siglo XVIII una nueva formulación del pensamiento humanista. El sujeto que le dio forma no era sin embargo el mismo. Lógicamente la aristocracia terrateniente criolla mantuvo la hegemonía en el nuevo proceso, pero a su lado se había consolidado otro tipo de hombre como consecuencia del fenómeno de ascenso social que se había mantenido de forma constante. En efecto, el mestizo había logrado romper barreras sociales y se había incorporado en el mundo de las profesiones tanto civiles como eclesiásticas. Provenía este tipo humano generalmente de los grupos artesana-les [80] ciudadanos, aquellos que en la etapa del barroco habían reemplazado a los artesanos in-dígenas de la primitiva etapa renacentista. Siempre el sujeto del discurso humanista sería eminen-temente ciudadano, como sucedió en la época del barroco, pero ahora su discurso dejará de mo-verse dentro de los términos de la ambigüedad, para pasar a formas expresivas directas. De ahí que el nuevo humanismo se nos presente como manifestación emergente y surja una formulación del saber retórico de distinto signo.

En líneas generales, el humanismo ilustrado se presentó como un regreso a posiciones y fuentes que habían tenido vigencia en la etapa del humanismo renacentista. En otros aspectos, sería la normal continuación de actitudes establecidas en el período barroco. La ideología de la unidad imperial dentro de la que se había sentido instalado este hombre, comenzó a sufrir un proceso de altibajos. Como consecuencia de los hechos sociales y económicos coloniales, se regresó a los ideales del autonomismo de la primera época, pero lógicamente, no ya dentro de formulaciones semifeudales, sino claramente relacionadas con el despertar de las primeras manifestaciones de una conciencia burguesa; y como consecuencia de hechos acaecidos a nivel mundial, en particu-lar los de la Revolución Francesa, aquel autonomismo no fue visto como incompatible con una reformulación de una monarquía absoluta. El hecho se explica por el carácter francamente anti-popular y aristocrático del humanismo ilustrado, sobre todo si lo consideramos desde el punto de vista de las relaciones entre la ciudad y el campo, espíritu que era compartido por la fracción mestiza aliada a la clase terrateniente. Surgirían al mismo tiempo las primeras manifestaciones de un pensamiento liberal dadas dentro de un reformismo que no pretendió quebrar los principios del mercantilismo imperante. El crecimiento económico de nuevas litorales marítimas, tal el caso de Guayaquil, que no habían tenido mayor incidencia sobre la conformación de las posiciones ideológicas imperantes en las etapas anteriores, la renacentista y la barroca, coincidió todo el pro-ceso favoreciendo aquel reformismo de espíritu liberal que hemos mencionado.

La posición antipopular y aristocratizante prolongó y aun profundizó el desconocimiento y recha-zo de las formas culturales de la población indígena. El espíritu misionero quedó relegado a la periferia y al mismo tiempo perdió impulso, hecho que fue concomitante con el abandono de las regiones amazónicas y que habría de caracterizar a todo el siglo XIX. Las universidades monaca-les habían entrado ya en crisis en la primera mitad del siglo XVIII y la de los jesuitas, la de San Gregorio, posiblemente la única que se mantenía vigorosa, fue cerrada cuando se produjo la ex-pulsión de la orden. Bien pronto, en 1788, el Estado se hizo cargo de la enseñanza universitaria, eliminando las antiguas universidades eclesiásticas en las que de alguna [81] manera se había mantenido el antiguo espíritu misionero, creando la primera universidad “pública”, la de Santo Tomás. En sus planes de estudio no se mantuvo la cátedra de quichua, por otra parte, hacía tiem-po había perdido toda presencia.

La conciencia lingüística tomó nuevo curso. Respecto de las lenguas indígenas se profundizó su pérdida podríamos decir ya definitivamente hasta nuestros días. Mas, la exigencia de alcanzar una forma discursiva que fuera expresión de la clase social emergente, condujo al intento de depurar el discurso barroco regresando al literalismo del que habían hablado los humanistas del Renaci-miento. Era necesario un lenguaje directo y para eso no había otro camino que enfrentar la retóri-ca barroca destruyéndola en su misma base mediante una nueva teoría de la palabra. De esta ma-nera se produjo un renacer de la critica, con los alcances que vimos páginas atrás y la postulación, del mismo modo, de un deseo de regreso al trilingüismo ahora entendido como la conjunción de tres lenguas de culturas tradicionales en el mundo hispánico: el latín, el griego y el castellano.

Paralelamente con aquel intento de depuración de la palabra, tan osado como el proyecto barroco, reaparecieron formas de pensamiento utópico y se volvió a hablar de Tomás Moro, así como del lenguaje se había regresado al olvidado Erasmo. El mismo intento de depuración que hemos mencionado era uno de los tantos aspectos de ese utopismo, apagado durante la época barroca en la que a la palabra no se le exigió un imposible, sino que se pretendió, por el contrario, abrirle las puertas de modo ilimitado a sus posibilidades. El regreso al cristianismo primitivo y a los Padres de la Iglesia que fue otra de las expresiones del pensamiento utópico, significaba también un vol-ver a posiciones características del humanismo de la primera época, se diferenció de este por la atmósfera jansenista con que se produjo.

Con la ilustración el antiguo vasallo comenzó a autodenominarse “ciudadano”, palabra que como sabemos introdujo Jovellanos en nuestro idioma. La noción de “ciudadanía” suponía un cambio profundo del concepto de “república”, antigua y clásica palabra de la filosofía política. Comenzó lentamente a generarse una contradicción entre “súbdito” y “ciudadano” que acabaría poniendo en crisis el problema mismo del origen de la soberanía y del poder político. Por otra parte, este “ciudadano” en la medida que fue el hombre de letras e hizo profesión de ellas, se apartó de la clásica dependencia respecto de las instituciones de tipo universitario. Apareció un personaje en alguna medida semejante al “letrado” que había sido el motor del pensamiento humanista en los siglos XV y XVI en España. Este intelectual no académico estaba nucleado en grupos privados integrados por aristócratas [82] de la clase terrateniente criolla y profesionales mestizos de origen plebeyo que habían podido llegar a la posesión de una cultura literaria. Al margen de la iniciativa real proveniente de la Metrópoli, en la época de Carlos III, fueron esos grupos los principales y más entusiastas promotores de las célebres “sociedades económicas de amigos del país”. Y fue alrededor del movimiento que impulsó a estas instituciones y el que ellas por su parte intensifica-ron, donde surgieron los primeros escritos de carácter económico-social que sentaron las bases histórico-críticas sobre las cuales, más tarde, se ejercería el derecho de resistencia.

La conciencia de temporalidad tan agudamente vivida por algunos escritores del barroco –conciencia que forma parte de la concepción barroca del mundo y de la vida– habrá de orientarse en la etapa del humanismo ilustrado hacia una forma de conciencia histórica. Ello hizo posible el nacimiento de la historiografía asumida en adelante como tarea imprescindible del hombre ame-ricano. La Historia del Reino de Quito, escrita por Juan de Velasco en 1788 es sin duda es el más importante documento de este hecho, así como los escritos económicos de Eugenio de Santa Cruz y Espejo lo fueron del antes mencionado. Por otra parte, esa conciencia se dio ya clara y decidi-damente como ideología americanista, la que serviría de herramienta en la lucha decisiva contra la “calumnia de América” sostenida por tantos escritores españoles y de otros países europeos que se hicieron eco de ella. Podríamos decir que con hombres ilustrados como Velasco tuvo sus inicios entre nosotros el americanismo como una efectiva forma de autoconciencia y autorreco-nocimiento del nuevo hombre.

El humanismo ilustrado fue, además, tal como dijimos en un comienzo, una de las formas que tomó el humanismo cristiano hispanoamericano. Si bien la noción de “ciudadano” traía consigo una cierta secularización, esta no llegó a quebrar, por lo menos en la segunda mitad del siglo XVIII, ideales sociales y políticos que tenían sus fuentes en la tradición cristiana y más aún, cató-lica. Las fuentes francesas del humanismo ilustrado muestran además una pervivencia de autores que corresponden al barroco francés: Bouhours, Bossuet, Pascal, y de la violenta polémica contra el probabilismo jesuita se inspiró directamente en este último, en relación con el desarrollo de lo que denominó el “jansenismo” español. Por otra parte, la filosofía política muestra la pervivencia de otros aspectos que corresponden a la etapa anterior, si bien adecuadas a los nuevos tiempos, en la medida que se desarrolló en general aquella sobre la problemática del “Príncipe cristiano” en la polémica contra el maquiavelismo. Los nuevos matices de este ya los señalamos páginas atrás. De esta manera, el humanismo ilustrado no se aparece estableciendo una ruptura con las etapas anteriores del humanismo, sino como una [83] reformulación de los temas que venían ya consa-grados desde la etapa renacentista. Por otra parte, las noticias que llegaron de América sobre los acontecimientos del Terror, frenaron de modo muy fuerte la recepción de las doctrinas de la En-ciclopedia, dado el carácter aristocrático y antipopular que tuvo el humanismo ilustrado en la mayoría de sus representantes temerosos siempre de que se generara entre nosotros formas del jacobinismo.

La lectura y admiración que hubo por Voltaire no debe hacernos olvidar el aristocratismo del célebre autor francés. La radicalización del pensamiento ilustrado se presentó, pues, como un hecho tardío y como una segunda etapa del mismo, correspondiente ya al siglo XIX.

Por último, cabría decir dos palabras sobre las conexiones entre el humanismo ilustrado y la esco-lástica. Podríamos decir que nuestra ilustración, por lo menos en su primera etapa no hizo profe-sión violenta de antiescolasticismo, excepción hecha de su polémica contra la teología moral y ciertas costumbres aberrantes generalizadas en las escuelas. Las razones tal vez se encuentren en la pérdida de poder de las antiguas universidades monacales, disueltas en la segunda mitad del siglo XVIII, tal como dijimos y en las modalidades que había adoptado la escolástica que le fue contemporánea. El humanismo renacentista se desarrollo paralelamente a la escolástica pretriden-tina; el barroco, por su parte, coincidió con el desarrollo de la escolástica tridentina y término históricamente junto con ella. La escolástica coetánea con el humanismo ilustrado fue decidida-mente ecléctica y modernizante. Como consecuencia de este hecho podríamos decir que así como el discurso barroco se aproximó al espíritu trascendentalista de la escolástica de su tiempo, en la época ilustrada se produjo el fenómeno inverso, el de la aproximación de la escolástica ecléctica al discurso humanista. El hecho pareciera estar probado por la introducción dentro de los inter-eses de los escolásticos de la época de la problemática americana que ha llevado a afirmar que esta escolástica puede ser considerada como una de las primeras manifestaciones, dentro de este tipo de enseñanza y de saber, de un pensamiento latinoamericano.

El humanismo ilustrado, dadas las circunstancias sociales y económicas que comentamos páginas atrás, puede ser considerado como un pensamiento de la decadencia, cosa que se ha dicho del barroco español. Más, de ninguna manera podría ser entendido como un pensamiento decadente. Las formas de misología y misantropía que podrían señalarse en la etapa del barroco, no podrían de ninguna manera atribuirse a las manifestaciones de la ilustración como forma de humanismo emergente.

La conquista espiritual, base del orden social durante 300 años

Clero diocesano y órdenes religiosas.

Evangelización. Iglesia de Conchagua, La Unión. Al convento de Amapala (La Unión) se le dieron los pueblos insulares de Santa Ana de la Teca y Santiago de Conchagua para que estuvieren bajo su administración de la fe.
España y sus provincias y reinos americanos fueron por siglos un Estado confesional, una monarquía plenamente identificada con la Iglesia católica romana, fuente de unidad e identidad y con un auténtico rostro imperial de grandeza, con obsesiva observancia de una liturgia emotiva y trascendente.
Pedro Antonio Escalante Arce
Academia Salvadoreña de la Historia
España incluyó a los indígenas a su propio mundo, pero esa inclusión fue también origen de una herencia de sometimiento, de reiterado vasallaje, de destrucción de culturas milenarias, del abandono del panteón precolombino y del trastorno de un destino aborigen, que se vio de pronto inmerso en una sociedad estamental que les situaba en la base de la pirámide de una sociedad his tóricamente todavía imbuida de pensamiento medieval y basamento feudal. Para esta gigantesca labor de obligada cristianización en América, la Corona de Castilla recibió los privilegios del Real Patronato y el Real Vicariato sobre la Iglesia americana; la cual, con plena obediencia a Roma, en la práctica, vino a ser una singular Iglesia nacional con autonomía, que es la que rigió en estas tierras y subsumió en ella la vida diaria y el común actuar social.
Por el Real Patronato de la Iglesia en las Indias americanas, la Corona fue erigiendo obispados y estableciendo jurisdicciones eclesiásticas. En el istmo centroamericano, el primer obispado lo fue en Santa María la Antigua del Darién (1513-1514, Bética Áurea), luego se trasladado a la Ciudad de Panamá. Después, se erigió el de León de Nicaragua (1527-1532) y a los pocos años el de Guatemala (1534-1537), en el cual quedaron incorporadas las provincias salvadoreñas. Hasta que siglos después, por la bula “Universalis Ecclesiae Procuratio”, del 28 de septiembre de 1842, el papa Gregorio XVI creó el obispado de San Salvador. El primer obispo guatemalteco —y salvadoreño–, Francisco Marroquín, fue consagrado en la Ciudad de México por el obispo Juan de Zumárraga, en abril de 1537, y fue en los tiempos alvaradianos el verdadero hombre de Estado, la cabeza política y el organizador de las provincias, aun después de establecida la Real Audiencia. Marroquín fue el impulsor de la reducción de indígenas a pueblos urbanizados, con sus propias autoridades, con el traslado al nuevo emplazamiento y el abandono de los sitios originales; pueblos a los que se les dio su propia advocación religiosa con el nombre del santoral, así como de manifestación mariana o cristológica, antes del nombre autóctono. En algunos casos la advocación predominaría sobre el cristiano, como sucedió con Santa Ana Cihuateocan, donde solo perduró el de Santa Ana.
Los pueblos principales, además de las ciudades, recibieron a sus párrocos; otros los compartirían, pero todos, con sus respectivas iglesias, algunas de las cuales —magníficas construcciones salvadoreñas que todavía perduran– son solo un pequeño capítulo de las maravillas del arte sacro hispanoamericano. Son variadas manifestaciones de la mejor imaginería en madera y detalles decorativos. A la par del clero diocesano, la gran labor evangelizadora fue afrontada por las órdenes religiosas, que llegaron a sobresalir por su poderío y autoridad, además de ser de entre ellas de donde brotaron algunos de los máximos cronistas coloniales, así como extraordinarios estudiosos de las culturas aborígenes y lingüistas. La orden de Santo Domingo tuvo convento en San Salvador desde 1551 y en La Trinidad de Sonsonate fue establecido en 1570, primero en el barrio del Santo Ángel, luego se trasladado al centro de la villa. También, los dominicos tuvieron en Sonsonate el único beaterio para religiosas que existió en el actual El Salvador (1604), pero fue de corta vida. La orden de Nuestra Señora de la Merced estuvo en La Trinidad desde 1599 y en San Salvador fue establecido el convento en 1594 (Biblioteca Mercedaria, Roma), pero inaugurado hasta en 1623 (Vázquez), y luego abrieron otro en San Miguel, que cerró a finales del siglo XVIII. La Orden de San Juan de Dios solamente tuvo presencia en Sonsonate, con el hospital de Nuestra Señora de la O, del que se hicieron cargo en 1642. Los franciscanos inauguraron conventos en 1574, en La Trinidad de Sonsonate, San Salvador y San Miguel (de acuerdo con fray Francisco Vázquez, y según Lardé y Larín los dos últimos en 1575). Además, tuvieron su convento de Santa María de las Nieves a orillas del golfo de Fonseca, en la Amapala histórica, hoy Pueblo Viejo, establecido en 1593, y a finales del siglo XVIII pusieron casa de religiosos en San Vicente de Austria. También, tuvieron uno brevemente en el pueblo de San Esteban Texistepeque, por algunos años a principios del siglo XVII. Los frailes realizaron una extensa labor proselitista, así como fueron decisivos en el surgimiento de la piedad popular, manifestada en una cultura de liturgia mestiza de cautivante sincretismo religioso.
Las órdenes atendieron por casi 200 años muchos pueblos indígenas con el carácter de doctrinas. Por ejemplo, los dominicos de Sonsonate tenían las doctrinas de San Francisco Tacuzcalco, Santo Domingo Huitzapan (Santo Domingo de Guzmán) y San Juan Bautista Nahuizalco. Los dominicos de San Salvador, además de varios pueblos, como San Nicolás Tonacatepeque y San Jacinto, tenían el de Santos Inocentes Cuzcatlán. Los franciscanos sonsonatecos administraban el barrio de Santa Isabel Mexicanos, San Andrés Apaneca, Santa Lucía Juayúa y San Miguel Quetzalcoatitán. Los franciscanos de San Salvador eran doctrineros en Santo Tomás y Santiago Texacuangos y en San Marcos Cutacúzcat. Los franciscanos migueleños tenían la doctrina en San Felipe Jocoro, San Cristóbal Jucuarán, San Gaspar Yucuaiquín, San Gaspar Comacarán, San Benito Ereguayquín y otros. Al convento de Amapala (La Unión) se le dieron los pueblos insulares de Santa Ana de la Teca y Santiago de Conchagua, así como Santa María Magdalena de Meanguera, y los de Concepción Intipucá, San Juan Yayantique y Santa María Magdalena de Monleo. Pero es un cuadro muy variable en los dos siglos que funcionaron los doctrineros. A mediados del siglo XVIII, comenzó la supresión de las doctrinas hasta que tomó la completa administración religiosa el clero diocesano, a través de párrocos y vicarios.
Texto y fotos cortesía de la Academia Salvadoreña de la Historia.

La conquista espiritual, base del orden social durante 300 años

En algunos pueblos, los indígenas asistían a la iglesia, pero a la vez hacían los propios ritos de la antigua religión escondidos en los montes.
Universidad de El Salvador Academia Salvadoreña de la Historia
En la lejanía del siglo XVI, cuando años más tarde de la primera llegada de Pedro de Alvarado a Cuzcatlán y los Izalcos (1524), arribaron los frailes y curas diocesanos con la misión de ganar almas de los naturales a la fe católica. Es difícil imaginar cómo un puñado de misioneros logró tal hazaña, ante tan numerosa población indígena de entonces; pero esto se explica si se ve la obra de la conquista espiritual en estas tierras como una continuación de la campaña militar efectuada por los Alvarado en el lado norte del Mar del Sur centroamericano, como llamaban al Pacífico en esa época, y por Pedrarias Dávila, entre Panamá y Nicaragua. Una misión que no habría sido posible sin el apoyo de la Corona, de las autoridades religiosas y obispos, y de los grupos conquistadores, de encomenderos y burócratas, así como de autoridades indígenas y de los aborígenes del común, quienes facilitaron el proceso con el aval, protección y defensa de los frailes y curas, persuadiendo a veces y coaccionado otras, a los naturales. Así, la misión evangelizadora no fue solamente promovida por clérigos y religiosos.
Esa fue una empresa misional que la monarquía católica hispana emprendió para legitimar su actuación en América y dar cumplimiento a los compromisos adquiridos ante el papado y las bulas de Alejandro VI, para expandir la fe católica a cambio de las nuevas posesiones territoriales. Un tránsito de la cristianización que se configuró dentro de los conflictos y división europea, entre protestantes y católicos, y en el temor a la expansión de otras vertientes consideradas heréticas, así como del islamismo y el judaísmo.
En las provincias salvadoreñas, se instalaron dominicos, franciscanos, mercedarios y juaninos, así como el clero diocesano, guiados por lo que el Derecho Indiano ordenaba en cuanto a la difusión de la fe, según lo indicaba el libro Primero de la Recopilación de Leyes de los Reinos de las Indias (1681), no solo para la evangelización de naturales, sino también para negros, mulatos y ladinos: que los ministros eclesiásticos enseñen primero a los indígenas los artículos de la fe cristiana católica; que si son reticentes a recibir el Evangelio que usen los medios que la ley se manda; que los indios sean apartados de sus antiguos sacerdotes idólatras y que los reacios sean reducidos y puestos en conventos. Que en los repartimientos de indígenas, pueblos de encomienda y otras partes donde no hubiere beneficios se ponga sacerdote, conforme al Patronazgo Real —el derecho de la Corona de hacer fundaciones eclesiásticas, nombramientos de obispos y párrocos, así como el cobro y distribución del diezmo para financiar el envío de los misioneros, asimismo determinar el salario real de los obispos y curas doctrineros de indios, y lo necesario para edificación de iglesias, conventos y obras de educación y salud–. Igualmente, velar porque se ponga doctrina a los indígenas de obrajes e ingenios y que en cada pueblo se señale la hora en que los indígenas acudan a oír la doctrina cristiana, y que no se les impida ir a misa los domingos y fiestas. Y en el caso de los no evangelizados, se les envíe cada mañana a la doctrina. Que cuando fueren a misa y a las fiestas no vayan las justicias del pueblo a hacer averiguaciones con ellos a las puertas de las iglesias, y que los indígenas, negros y mulatos no trabajen los domingos y días de guardar. Todas esas situaciones que intentó regular el Derecho de Indias muestran las continuas dificultades de recursos, de distancias y dispersión de los poblados indígenas. Asimismo, la resistencia de los naturales a dejar sus rituales por un lado, así como la aceptación de muchos sacerdotes de que continuaran haciendo prácticas religiosas a su manera, tal como lo observó el arzobispo Pedro Cortés y Larraz en su visita pastoral a los curatos de la arquidiócesis de Guatemala en 1768-1770.
En la labor de cristianización, tanto frailes de órdenes mendicantes, como los sacerdotes seculares, que fueron los más, utilizaron muchos métodos. Uno de ellos fue el de evangelizar a través de los mismos indígenas. Para eso, prepararon a niños y jóvenes de familias principales, para a partir de estas familias hacer más fácil la conversión de los macehuales, por el hecho de la jerarquización social indígena. También, se hizo uso de los recursos audiovisuales utilizados en Europa, como el teatro piadoso en los atrios de las iglesias y el canto litúrgico, imbuidos de elementos indígenas como la danza tradicional.
El cristianismo no se extendió de la misma manera a todas partes. Los poblados alejados a las cabeceras de curatos fueron menos atendidos y en los más pobres comúnmente no llegaba cura, porque tampoco tenían ermita, ni facilidades, como pila bautismal. Otro obstáculo fue la insistencia de los naturales de continuar con sus rituales, sus imágenes propias y sus milenarias creencias. En muchos lugares, la población no asistía a la iglesia y no enviaba a los niños a la doctrina. En algunos pueblos, los indígenas asistían a la iglesia, pero a la vez hacían los propios ritos de la antigua religión escondidos en los montes. Muchas veces, esto llevó a acciones violentas de los curas y la destrucción de altares e imágenes del panteón precolombino; e incluso, a veces, el sacerdote en el afán de ganarse a la gente del pueblo, no celebraba en la iglesia sino en el campo, en medio de los viejos rituales. Todo esto llevó a la fusión de creencias y prácticas, de lo que resultó un catolicismo sincrético, una mezcla de ritos y creencias de ambos mundos, el indígena y el europeo occidental. Tal proceso de cristianización contribuyó, en gran medida, a que la organización social del Reino de Guatemala, de sus gobernaciones y provincias, pudiera acomodarse a los siglos coloniales y funcionar durante tres siglos.

El pensamiento político-filosófico en Nicaragua. Las corrientes dominantes en los siglos XX y XXI.

El pensamiento político-filosófico en Nicaragua. Las corrientes dominantes en los siglos XX y XXI.

Por: Rafael Casanova Fuertes*

Introducción.

El pensamiento político-filosófico en lo interno de Nicaragua tiene sus fuentes originarias en los esfuerzos que realizan los constructores del Estado en el siglo XIX, quienes tras la independencia se abocaron a tratar de llenar el vacío de poder dejado por España en 1821. Esto trajo como resultado la conformación de tendencias o corrientes políticas, cuyos dirigentes tuvieron como principales referentes las ideas de la ilustración francesa y otras corrientes de la época, es en estas circunstancias en donde emergieron las principales fuerzas políticas: el conservatismo y el liberalismo que se proyectaron (y se proyectan) a lo largo de la historia, a través de distintas variables y mutaciones.

Posteriormente a en las primeras décadas y segunda mitad del siglo XX surgieron otras corrientes tales como: el Nacionalismo Revolucionario de Sandino, el Socialismo, principalmente el identificado con el Marxismo- leninismo, el Socialcristianismo y el Sandinismo. Cada una de estas corrientes surgió en circunstancias muy particulares y tuvieron tanto puntos de confluencia, situaciones paralelas como de abierta confrontación. Aunque es válido aclarar que en las particularidades de Nicaragua, fueron escasos los espacios de contraposición de ideas en escenarios cívicos.

En la presente exposición vamos a desarrollar los elementos puntuales de cada una de estas corrientes. Necesario es advertir de que no se trata de un estudio exhaustivo, sino de una propuesta que se debe desarrollar y complementar con estudios posteriores. En concordancia con el orden anterior la primera corriente a presentar será el liberalismo como replica del conservatismo que más que una corriente ideológica fue un modo de ser político. En secuencia continuará el nacionalismo revolucionario de Sandino y sucesivamente las tendencias socialistas, socialcristiana y sandinista.

EL Liberalismo.

Aún cuando desde antes de 1821 hubo entre algunos criollos y capas medias ilustradas una fuerte influencia de la ilustración y del liberalismo, no es sino hasta mediados del siglo XIX en que se manifestaron propuestas de carácter liberal en una de las facciones políticas. Se considera como fundadores del liberalismo a los caudillos Francisco Castellón, Francisco Baca y Máximo Jerez. Algunas fuentes establecen una relación entre la formación del Club Masónico de León en 1845 y el surgimiento de las ideas liberales. Un referente que conduce a su vez imprimirle un origen localista, como reacción al conservatismo que tuvo como cuna a la ciudad rival de León: Granada.

Empero es en los treinta años conservadores (1858-1893) en que se empieza a utilizar el término liberal y también de la existencia formal de un partido Liberal como oponente del Partido Conservador, que empezó a detentar el poder a partir de 1858. El liberalismo como fuerza de oposición cívica en estos años, pasó a ocupar el poder político en 1893 por la vía de las armas en lo que se conoce como la Revolución Liberal encabezada por el Gral. José Santos Zelaya. Una contrarrevolución conservadora apoyada moral y materialmente por los EE. UU. liquidó el experimento reformista del Gral. Zelaya, permitiendo el retorno del conservatismo al poder.

El desgaste del modelo interventor norteamericano que siguió al derrumbe del liberalismo entre los años de 1910 y 1928, en la segunda República Conservadora provocó en 1926 1927 la conocida guerra civil constitucionalista y después la guerra de Sandino entre 1927 y 1933. La nueva intervención norteamericana iniciada en 1927 posibilitó el ascenso del liberalismo al poder las elecciones supervigiladas por los marines, en el año de 1928. Con José María Moncada se inició una especie de transición de un liberalismo desgastado del nacionalismo reformista de Zelaya en tanto asumió la cobija norteamericana para gobernar el país, sustituyendo el rol que desde 1910 jugaron los conservadores, para que en 1936 por medio de un violento golpe de Estado al también liberal Juan B. sacasa surgiera la Dictadura dinástica de los Somoza.

El modelo dictatorial bajo la bandera del liberalismo gobernó hasta 1979 en que una también violenta insurrección armada la echó del poder. En el lapso dictatorial como fuerzas de oposición surgieron otras organizaciones liberales que guardaron distancia del liberalismo somocista. Primero en 1944 el Partido Liberal Independiente (PLI) y después en 1967-1968, el Movimiento Liberal Constitucionalista (MLC). Ambos reclamaron representar los verdaderos principios del liberalismo usurpados por el somocismo. Pero en la práctica no lograron prosperar y estuvieron apegadas a alianzas opositoras

Durante el gobierno de los 10 años del FSLN cuando las fuerzas opositoras obtuvieron un nivel de relativo crecimiento aprovechando los espacios establecidos en este sistema y el desgaste económico del proyecto sandinista las corrientes liberales como las mencionadas(PLI, PLIUN, PALI) lograron ser grupos políticos beligerantes. Pero fue tras la derrota electoral del Frente Sandinista en 1990 por la alianza opositora UNO, en que una de estas fracciones particularmente el MLC convertido en el Partido Liberal Constitucionalista (PLC) en que se convirtió en una propuesta política relevante y que pasó a acceder al gobierno entre los años de 1996 y 2001. en el periodo presidencial del Ingeniero Enrique Bolaños Geyer, se produjo una división en las filas liberales al ser enjuiciado el líder del PLC Dr. Arnoldo Alemán Lacayo. Aún así estas fuerza política con sus expresiones además del PLC la Alianza Liberal Nicaragüense (ALN) siguen teniendo un fuerte consenso en la escena política.

En términos ideológicos y filosóficos ¿cuales han sido sus principales proyecciones? El liberalismo desde su fundación en el siglo XIX fue un vasto defensor de los derechos y libertad de pensamiento del Estado y la educación laica, del sufragio electoral, del funcionamiento del equilibrio de poderes. Cada una de las etapas en que estuvo en el poder puso en práctica estos elementos aunque de una manera contradictoria: Con Zelaya se decretó la constitución política mas amplia en cuanto a libertades públicas pero en la práctica Zelaya no respeto por ejemplo lo colocado y rubricado como legal en la carta constitucional sino que por el contrario, el mismo se hizo reelegir sucesivamente en la presidencia gobernando durante 16 años. Los liberales de 1928 en adelante los gobernantes liberales primero con Moncada y reafirmado con los Somoza abandonaron el nacionalismo de tiempos de Zelaya y se sometieron a los dictados de la política global norteamericana.

El elemento doctrinario decimonónico del siglo XIX tiene valores que los va entremezclar Zelaya con el positivismo. Los liberales también hicieron suyo el centroamericanismo o unión centroamericana, idea que había sido bandera de los liberales decimonónicos de Centroamérica, a lo largo del siglo XIX.

Dentro de la lógica modernizante y a la vez doctrinaria El liberalismo zelayista implantó el laicismo, es decir la separación iglesia- estado, y por ende la educación laica, la libertad de cultos; en el campo económico la agro exportación, la disolución de las tierras comunales y las comunidades indígenas en beneficio de la ampliación de los latifundios privados; Zelaya en su tiempo histórico fue mas allá de lo que reivindicaban los liberales de la segunda mitad del siglo XIX con respecto al apoyo de la inmigración europea vista como fuente de desarrollo porque Zelaya no solo apoyó y estimuló la inmigración europea, sino mas que eso, la inversión de capitales era fuente de desarrollo, espacio que fue aprovechado por los capitales norteamericanos en los inicios de su Gobierno y que sería fuente conflictos en las postrimerías de su administración. En esto último fue cuando a su liberalismo le imprimió el conocido contenido nacionalista de su proyecto que lo llevo a chocar con los intereses de los capitales N. A. y después con los intereses estratégicos del mismo EE. UU. al tratar de construir el Canal Interoceánico con potencias extracontinentales.

El liberalismo en su retorno al poder a la sombra de la intervención en 1928 en contraste con esta política, adoptó la concepción del americanismo conservador es decir ser intermediarios de la dominación norteamericana como garante del orden interno y del desarrollo económico social, y cultural del país. Este breve lapso o transitorio hacia la Dictadura de los Somoza concluyó con el golpe de Estado de 1936 dirigido contra el Presidente Juan Bautista Sacasa.

Con la Dictadura de los Somoza no varió esta concepción de mantenerse bajo la tutela norteamericana, aún cuando siguieron llamando liberal nacionalista, pero Somoza García retomó el militarismo de Zelaya al ser apoyado por la GN creada por los Estados Unidos y se montó en la onda modernizante, que siguió a la segunda Guerra Mundial. También asimiló los dotes caudillescos de sus antecesores, a ello que habría que agregarle sus prácticas social demagógicas, principalmente en la década de los cuarenta al participar en manifestaciones encabezando mítines y marchas obreras. Durante la larga administración de los Somoza, como tendencia general no se puede hablar de construcción ideológica desde la perspectiva del Estado, sino de una visión práctica de sostenimiento del poder por la vía de la fuerza y la coerción militar y la política como un recurso meramente formal.

Con el advenimiento al poder de la nueva y última administración liberal en los años noventa del siglo XX y las fuerzas que actualmente asumen el liberalismo como denominación, se presentan ante el espectro político como un liberalismo pragmático que asimila el neoliberalismo como práctica administrativa del Estado es decir la privatización reducción del gasto público, reducción del Estado. Por otro lado procuran mantener alianza con sectores conservadores de la las iglesias católicas y protestantes. El neoliberalismo como tal fue una corriente que surge como una reacción a la intervención del Estado en el desarrollo económico de un país. En Nicaragua surge como una práctica en los años noventa a partir de la derrota del Frente Sandinista en las elecciones de 1990, en que se consideró como errónea y paternalista las políticas sociales del sistema Sandinista. Esto se dio con el ascenso al poder de Violeta Barios de Chamorro y tuvo continuidad durante la administración liberal del Dr. Arnoldo Alemán y la del Ing. Enrique Bolaños Geyer.

Entre las medidas que tomaron estuvieron: la reducción del Estado, la eliminación de los subsidios en la educación y la salud, la privatización de los servicios básicos y la privatización en manos de particulares (extranjeros y nacionales) de todas las propiedades estatales. En síntesis en la práctica el nuevo liberalismo en sus distintas expresiones guarda una distancia singular del liberalismo histórico. Aunque para ser justos con esta corriente es necesario agregar que han sustentado en esencia elementos básicos de las teorías del liberalismo histórico tales como la existencia e independencia de los poderes del Estado, las libertades de organización, de reunión y de Prensa.

El Conservatismo.

Se considera a esta corriente como la ideología de la oligarquía heredera del colonialismo español, pero más que una expresión ideológica, fue un modo de ser político. En el siglo XIX: contraponían los valores hispánicos de los que ellos concebían ser sus herederos, a las doctrinas radicales de la ilustración francesa y de los independentistas norteamericanos aunque si asimilaron las propuestas de Louis Quesnay para tratar de adaptarlas a la realidad nicaragüense. Esto se refleja en la obra de Pedro Francisco de la Rocha en donde planteaban la división de la Sociedad en tres clases: la propietaria, la productora y la estéril. A mediados del siglo XIX sin embargo apostaron a la modalidad de las reformas graduales que pusieron en práctica en la primer república conservadora, muchas de estas medidas de carácter económico y social, fueron parte de las demandas de sus rivales del liberalismo, salvo aspectos medulares que mantuvieron hasta su caída en 1893 tales como fueron el concordato con la educación religiosa (aún cuando propiciaron en ciertos espacios el ingreso y del liberalismo- positivista) las reformas que impulsaron fueron de contenidos liberales, sobre todo en la década de los ochenta del siglo XIX .

Mas desde fines de este mismo siglo pero sobre todo en las primeras décadas del siglo XX, como reacción al reformismo nacionalista de Zelaya sus ideólogos Adolfo Díaz y Carlos Cuadra Pasos asumieron y pusieron en práctica lo que dieron en llamar el “americanismo” que en esencia significaba la aceptación de la dominación norteamericana como un medio de procurar el desarrollo económico y social del país, sin importar que estos asumieran el control económico, político y militar del territorio y la región latinoamericana. Nicaragua pasó a partir de 1910 a ser una especie de protectorado y los conservadores sus sátrapas modernos. Posteriormente asumieron como propios también los preceptos anticomunistas de la Guerra Fría lo que los llevó a los pactos colaboracionistas con Somoza García.

Esta visión predominó hasta la década de 1950 bajo la conducción del caudillo Emiliano Chamorro y va ser desechada por una nueva generación fuertemente influida por las nuevas corrientes contemporáneas que prendieron en la Juventud Conservadora: El Social cristianismo y la Socialdemocracia.

Con respecto a esta nueva etapa, cuando esta generación trató de imprimirle al conservatismo preceptos de esta naturaleza y la Juventud conservadora logró colocar al caudillo Fernando Agüero Rocha, no pudo romper con las concepciones tradicionales del conservatismo, aún cuando Agüero logró imponer en su programa, propuestas de carácter social que lo convirtieron en un atractivo para los sectores populares, el Partido no asumió en las décadas de los años sesenta setenta y ochenta una concepción ideológica. En los años de 1980 el jefe de una de las tantas fracciones en que se dividió, el Dr. Rafael Córdova Rivas dijo en un tono de explicar la conducta histórica del Partido Conservador: “el Partido Conservador ha sido un ladrón de ideologías”, y no el portador de una cohesión y propuesta político ideológica.

Hacia 1970 tras la derrota fraudulenta de 1967 el conservatismo entró en un proceso de decadencia y se dividió en varias fracciones, un sector encabezado por el mismo Agüero, escogió el Pacto con el Somocismo en 1971 de esta se desprendió el “paguaguismo”, dirigida por Edmundo Paguaga Irías en 1973. Estas prácticas justificadas en la necesidad de que “el pueblo tuviera una representación ante el sistema” fue una continuidad de lo que en su tiempo hicieron los caudillos Carlos Cuadra Pasos(1948) y Emiliano Chamorro (1950).

El rol más beligerante lo jugó el periodista Pedro Joaquín Chamorro Cardenal, quien por esta misma época fue el impulsor de la unidad opositora desde la fracción Acción Nacional Conservadora. Sus valientes denuncias sobre los abusos y crímenes del somocismo le costaron la vida en enero de 1978. En esta dirección Chamorro dio un paso trascendental al coincidir y aceptar por primera vez en las alianzas opositoras (CON,UDEL, etc.), la presencia de los comunistas nicaragüenses (del PSN) y las centrales obreras mas importantes (la CGT.i. socialista y la CTN socialcristiana). Todo esto devenía sobre todo del rol beligerante que habían venido jugando principalmente los primeros en las vastas huelgas (de la Construcción y hospitalarias entre 1973 y 1974). Su trascendencia no se comprendería, sino se estudian debidamente los sistemas de alianzas cerradas y prácticas sectarias y llenas de prejuicios anticomunistas de sus predecesores.

Chamorro según algunos colaboradores cercanos de estos días, había venido asimilando posiciones socialdemócratas. Debe de recordarse al respecto que tanto él como José Figueres Ferrer guardaron una estrecha relación con el dirigente socialdemócrata venezolano Carlos Andrés Pérez. Pero esto debería ser objeto de un estudio más detenido y cuidadoso.

En los últimos años, el conservatismo al igual que otras corrientes se continuó dividiendo, sus fracciones optaron por distintas vías: acercamiento y colaboración con el sandinismo de los ochenta; acercamiento con la oposición interna y externa al mismo sandinismo. Apoyo y oposición a los Gobierno de Violeta Barrios, Arnoldo Alemán y Enrique Bolaños en los años noventa y dos mil. Quienes aún levantan la bandera del conservatismo actualmente optan por este pragmatismo, sin que ostenten una posición ideológica determinada.

El Nacionalismo Revolucionario de Sandino.

El pensamiento nacional revolucionario o sandinismo de la primera etapa como suelen llamarlo, tuvo su propia expresión entre los años de 1927 y 1934 y como es lógico estuvo representado por la figura de Augusto Nicolás Calderón Sandino, quien pasó a la historia como Augusto César Sandino. Las propuestas políticas y su pensamiento–como se conoce- no fueron elaboradas y ordenadas en un cómodo escritorio, sino que fueron producto de encontrarle una explicación racional a la acción política directa que ejecutaron el y sus hombres contra la intervención norteamericana entre los años señalados. Tanto su pensamiento y su acción constituyen hasta ahora uno de los acontecimientos mas atractivos para distintos tipos de estudiosos nacionales y extranjeros, siendo por tanto una de las corrientes mas estudiadas no solo por lo ya mencionado anteriormente sino por su trascendencia en años posteriores, como referente principal del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN). Sandino pasa a ser también parte de la simbología del Subcontinente a la par de Bolívar, el Che y Martí.

Sandino se inscribió como la tercera alternativa ante el desgaste político de las dos fuerzas paralelas mencionadas anteriormente y asumió la representación de las amplias mayorías en términos sociales y lo más conocido la defensa de la soberanía nacional con su Ejército Defensor de la Soberanía Nacional (EDSN). Su pensamiento, reflexiones y propuestas políticas, están recogidos en cartas, comunicados y manifiestos. Según el escritor Sergio Ramírez Mercado hay tres elementos básicos en el pensamiento de Sandino: su carácter antiimperialista, su carácter anti oligárquico y como consecuencia su concepto de justicia social.

Hasta aquí cabe preguntarnos ¿como se configuró el pensamiento de Sandino en sus distintas dimensiones? En primer lugar en relación al antiimperialismo, Sandino tuvo como referencia inmediata al liberalismo nacionalista de Zelaya en cuya tradición había crecido desde su infancia, hemos de recordar la versión que da sobre la muerte de Benjamín Zeledón en 1912 y la impresión que le causó contemplar su cadáver en Catarina. Es decir que cuando Sandino se empapa de las ideas nacionalistas mexicanas en su éxodo no hace más que reforzar lo que ya ha vivido en su mundo empírico.

Ya en el terreno en 1927 llega a la conclusión que los hijos del pueblo estaban sin directores, que los dirigentes liberales y conservadores eran una bola de cobardes y canallas. Aquí establece un vínculo entre lo primero y lo segundo es decir que quienes tienen que dirigir y asumir la lucha contra la intervención tienen que ser los obreros y campesinos y no los representantes de la oligarquía. Pero esta naturaleza anti oligárquica lo plasma principalmente cuando asegura: por mis venas circula más que cualquiera otra, la sangre india americana… Esta expresión que puede parecer más que discursiva y que ha sido pasada por alto por los historiadores, cuanto encierra, si analizamos según los nuevos estudios del especialista Jeffrey Gould aún cuando en los censos se invisibilizó, la gran proporción de la población indígena que evidente mente era representativa en la región donde nació y creció Sandino, esta era la mano de obra productiva, explotada en las grandes haciendas y los núcleos urbanos. Es decir que Sandino esta claro de la clase social a la que pertenece, ostenta en esta declaración su orgullo étnico y social. En las demás dimensiones está la marca de su pensamiento y arraigo social, por ejemplo el habla de la unidad popular centroamericana y en el espectro latinoamericano en su manifiesto a los obreros del campo y la ciudad de Nicaragua y América Latina: La clase trabajadora de América Latina sufre una doble explotación: la del imperialismo, principalmente el yanque y la de las burguesías nativas o sea los capitalistas nacionales explotadores:

De aquí se desprende la fuerte influencia que tuvieron también las ideas socialistas en sus distintas variables (anarquista, marxista, etc.)en su estadía en México y de su relación con militantes comunistas como el salvadoreño Farabundo Martí. En Sandino se presentan también claramente la influencia del panamericanismo, bolivariano y del morazanismo centroamericano. Tampoco se pueden ignorar el peso que tenían en esos años la masonería y la teosofía

Sin embargo la visión de Sandino no fue sectaria, fue un revolucionario de su tiempo, que respondió certeramente a las contradicciones de la coyuntura política que le tocó vivir. Esto se demostró en sus diferencias con el dirigente comunista mexicano Laborde, quien quería que Sandino lanzara una declaración contra el Gobierno mexicano, porque aún cuando este Gobierno no había cumplido su compromiso de ayudarle con recursos económicos y avituallamiento, para continuar la lucha en las Segovias, tuvo claridad de que su guerra contra la intervención norteamericana requería del concurso no solo de los comunistas sino de un conglomerado más amplio de personalidades y sectores que rechazaban la intervención y habían estado apoyando su lucha contra el Imperio. Aún cuando tenía omnipresente el tercer elemento que es la justicia social. En esta dirección es válido destacar finalmente la influencia de las ideas de la Comuna Universal espiritualista fundada por el Argentino Joaquín Trincado.

Los de la comuna, concebían, entre otras cosas la necesidad de construir un sistema comunista racionalista como parte de una misión espiritual para lo cual algunos sujetos humanos estaban predestinados. La ignorancia de los postulados de esta escuela en los intelectuales y políticos de Nicaragua y en la población en general fue usada para tratar de presentar a Sandino como un desquiciado tal como se reflejó en los argumentos de Somoza García y Bolaños Geyer.

Dentro de la lógica de esta escuela en el mundo combatían los espíritus de la luz (guiados y protegidos por Dios) que trataban de redimir al mundo destruir la injusticia y crear un reino de fraternidad e igualdad y los espíritus negros que luchaban por preservar la injusticia, el egoísmo, la codicia y la opresión del hombre por el hombre (La Burguesía el imperialismo). En una carta Sandino expresaba al respecto lo siguiente:

Aquí estoy dedicado a la fundación de una sociedad de ayuda mutua y fraternidad universal; quiero poner mi grano de arena en pro de la emancipación y bienestar social de la clase trabajadora que como UD. bien sabe ha sido siempre explotada y mal vista por la burocrática burguesía.

En una carta a Abraham Rivera decía: “De manera que la injusticia desaparecerá de la tierra y solamente triunfará la justicia” (Ramírez 1984 p.147)

Esto último recalca lo que algunos historiadores conservadores tratan de ignorar Sandino tuvo una propuesta política y social desde su propia perspectiva. Es válido destacar que el tiene claro lo que es una propuesta estratégica a largo plazo y las tareas inmediatas del corto plazo, esto es lo que lo lleva a los acuerdos de paz de 1933, como un medio de priorizar y darle respuesta a lo inmediato con la idea de recurrir a las formas políticas para acumular fuerzas para que en el futuro, pudiera poner en práctica su proyecto político alternativo al de las paralelas históricas.

El Obrerismo-Socialista- Marxista.

Hasta ahora, salvo los trabajos del historiador norteamericano Jeffrey Gould poco conocidos en el país (Amigos mortales enemigos peligrosos(1944-1946) y por su resistencia y pericia : las relaciones laborales en el ingenio de San Antonio (1912-1936) las obras de Guevara-Perez Bermúdez y la tesis de Gustavo Mayorga, los estudios serios sobre esta corriente son casi inexistentes, lo mas que hacen los autores que mencionan algunos hechos concatenados al socialismo marxista, lo hacen a partir de fuentes secundarias, pero sobre todo en las que predominan los criterios negativos que se vertieron en tiempos polémicos por parte de los rivales político-ideológicos de la misma. El desarrollo de las ideas marxistas estuvo íntimamente vinculado al también surgimiento del movimiento sindical. Por tanto el nacimiento del primer partido obrero como el segundo partido obrero se dio en el marco de relativos auges de la lucha sindical. Comenzaremos con un breve esbozo del primer partido en proclamarse Marxista leninista, el Partido Socialista Nicaragüense.

El Partido Socialista Nicaragüense (en lo adelante PSN) tuvo como punto de partida oficial el 3 de julio de 1944, aunque su proceso gestativo se inició en 1939 y se pueden señalar como fuentes de su formación los artesanos y obreros progresistas que sobrevivieron a la experiencia organizativa del primer partido obrero socialista el Partido Trabajador Nicaragüense (PTN) que existió entre los años de 1931 y 1938. Este núcleo que sumaba menos de una decena de integrantes se refugió en Costa Rica y bajo la sombra de los comunistas costarricenses del partido Vanguardia Popular Costarricense dirigidos por Manuel Mora Valverde y Arnoldo Ferreto, formaron el núcleo inicial de quienes asumirían como tales la formación del segundo partido obrero aunque con la connotación de llamarse marxistas-leninistas. Además de ello con esta lógica de divulgar las ideas socialistas, organizar a los sectores populares y prepararlos estratégicamente para la toma del poder político por parte de “la clase obrera”.

A su retorno al país en los inicios de 1940 los novatos comunistas coincidieron con otro grupo de dirigentes que ya trabajaban tanto en la gestación del movimiento sindical así como en la creación de un órgano de difusión de la clase obrera el diario “Hoy”. Los socialistas realizaron un proceso organizativo en la década de 1940 hasta la gran represión de 1948 que culminó con el encarcelamiento de 80 dirigentes y 300 militantes del PSN en todo el país con lo concluyó según uno de sus estudiosos esta primera etapa del en la historia del Partido. El dictador Somoza García dentro de sus aires social demagógicos se hizo de la vista gorda de la labor de sus dirigentes y activistas, mientras trató de controlarlos. Más, cuando esto se hizo imposible, influido por las políticas anticomunistas de Guerra Fría procedió a reprimirlos, violentamente.

Los socialistas de esta generación si bien lograron avances muy importantes en el proceso organizativo de las masas y que se presentaron como los primeros marxistas leninistas, y que tuvieron logros, entre los que se pueden mencionar la divulgación de las ideas socialistas en un amplio segmento de la población. Sin embargo no definieron un programa de lucha claro de lucha y definir de igual modo los métodos correctos para ejecutar en términos estratégicos, la toma del poder político por parte de los trabajadores y su “partido de clase” Su inmadurez política no le permitió impulsar una correcta política de alianzas. En la coyuntura de julio de 1944 por ejemplo su no participación en las movilizaciones políticas anti dictatoriales, se expresó como un apoyo tácito al dictador, lo que fue aprovechado por la oposición conservadora para endilgarles el cliché de colaboracionistas. Aunque cabe destacar, de que quienes encabezaron estos movimientos fueron conservadores tradicionales, quienes mezclaban consignas antisomocistas, con consignas anticomunistas dirigidas también contra el naciente movimiento obrero. Aunque el PSN participó en los años 1946,1947 y 1948 en unidad con otras fuerzas antisomocistas en movimientos políticos y conspiraciones armadas, no se lograron superar por parte de los dirigentes opositores, incluido los del PLI, los prejuicios anticomunistas y antipesenistas, que por la falta de estudios sobre el particular influyen todavía en algunos escritores contemporáneos.

Por otro lado, el PSN también siguió las formas organizativas artesanales de los demás partidos, ejemplo las organizaciones de bases eran los “Comités de barrio” integrados por decenas de personas y a pesar de no ser legales funcionaban de forma casi abierta en sus reuniones y actividades, la integración según lo reconocen fuentes de la misma embajada norteamericana fue numerosa (de mas de 1.000 miembros) pero carecía de selectividad . Tras la represión del año señalado, el PSN redujo su cantidad de militantes y realizó en lo adelante una forma mas cerrada y selectiva de su organización interna y procurando reorganizar a los sectores populares (Guevara y Pérez ,1985; (Entrevista a Efraín Rodríguez Vanegas San José Costa Rica 5 de abril de 1994)).

En la segunda oleada organizativa que se inició entre los años de 1957 y 1959 en que surgió una nueva generación de dirigentes y activistas, quienes empezaron a romper con los viejos métodos artesanales de trabajo de los dirigentes de los años de 1940. Pero fue sobre todo la influencia de la Revolución Cubana en enero de 1959 la que incidió sustancialmente en un cambio de mentalidad y estilo, en las formas de actuar y de pensar de la nueva generación de revolucionarios socialistas. Aunque en lo interno de Nicaragua hubo una especie de despertar a partir de movimientos como la liga de inquilinos y las huelgas de chóferes y de zapateros a partir de 1957. El auge revolucionario se expresó a través de movimientos guerrilleros, juveniles, huelgas obreras, masivas manifestaciones. Además del crecimiento de sindicatos y federaciones de trabajadores, se inició el proceso de organización del movimiento campesino, además del femenil.

En medio de esta situación surge con la influencia del embajador cubano Quintín Pino Machado la Juventud Patriótica Nicaragüense (JPN). Esta organización que logra extenderse por todos los rincones del país va a ser de corta duración (1959-1960) al disolverse va a convertirse en la nutriente de dos organizaciones revolucionarias. 1º del naciente Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) y del ya existente PSN.

En estas circunstancias el PSN se va a nutrir del elementos jóvenes que van a desarrollar mas agresividad no solo en las tareas organizativas, sino también que empiezan a plantearse la necesidad de proponerse nuevos métodos de lucha para derrotar a la dictadura. El PSN a su vez logró un tendido organizativo en la mayoría de los departamentos del país.

Los elementos jóvenes que pasan a las filas del PSN van a reforzar a quienes desde dentro de las estructuras del Partido tienen una posición diferente, al grupo dirigente tradicional, entre estos se pueden señalar a: Rigoberto Palma, Abdul Sirker, Nicolás Arrieta, Julio Briceño Dávila, Adolfo Everts Vélez, César Cortés Téllez, Álvaro Montoya Lara, Guillermo y Félix Baltodano Serrano, Roberto Arévalo, Roger Cabezas, Álvaro Ramírez González. Algunos como Everts, Palma y Cortez habían sido participantes en experiencias armadas recientes como las guerrillas del Chaparral y la de Julio Alonso Leclair. Se dio el caso de elementos como Abdul Sirker que había sido preparados militarmente en Cuba e ingresado al país en 1960. Este grupo que puede considerarse el ala radical del PSN va a presionar primero y después en 1967, va a romper con el grupo conservador que conservaba el control de la dirección del Partido. Entre estos se pueden mencionar a Manuel Pérez Estrada (Srio General), los hermanos Augusto y Ramón Lorío, Miguel Ángel Flores, Eliseo Altamirano y Ariel Bravo Lorío.

El destino de este grupo que se vino reduciendo con la retirada de posterior de los Lorío y Pérez Estrada y su no reconocimiento internacional a unas decenas de militantes que integrarían primero el Partido Obrero Socialista Nicaragüense (POSN) y en 1970 bajo la dirección de Eliseo Altamirano fundaron el Partido Comunista de Nicaragua(PC de N) cuya actividad se restringió al trabajo sindical algunos talleres artesanales de la capital a través de la Central de Acción y Unidad Sindical (CAUS), fracasando en su intento de infiltrar los sindicatos mas fuertes en el Pacifico-centro, que siguieron siendo controlados por los socialistas.

En manos del ala radical, los socialistas dirigida primero por Álvaro Ramírez y después por Onofre Guevara experimentaron con la actividad armada a través de lo que se conoció como Fuerzas Armadas Revolucionarias de Nicaragua (FARN). Esta era concebida como un brazo armado que no debería desnaturalizar el eje fundamental de la estrategia del partido sustentado en el trabajo político-organizativo de las masas para educarlas y prepararlas para la toma del poder. Con la caída de Jacinto Baca Jerez, el jefe de operaciones militares de esta organización, en 1969, el partido fue objeto de una vasta represión, que se prolongó hasta 1971. Todo esto propició el ascenso de Luis Sánchez Sancho, representante de una nueva tendencia conservadora a la dirección del Partido quienes asumieron la lucha armada era una aventura y procedieron a desmantelar las FARN.

El PSN reorientó su trabajo hacia los gremios logrando colocarse a la cabeza de grandes eventos como la gran huelga de la construcción en 1973 y su participación en la huelga hospitalaria de 1974, a través de la CGT (i). Por esta misma época también impulsó una ágil política de alianzas con sectores antisomocistas.

Hacia 1976-77 se produjo una nueva división cuando sobrevivientes del Ala radical lograron una buena correlación y plantearon la reorientación de la estrategia del Partido. El PSN dividido en dos fracciones llego así hasta 1979 conservando el mismo nombre y las mismas siglas, pero con dos programas y prácticas distintas. El grupo de Sánchez siguió priorizando la organización gremial y la alianza con la burguesía opositora y el ala radical encabezada primero por Julio Briceño y después por Álvaro Ramírez fundaron en 1978 un nuevo brazo armado que llamaron Organización Militar del Pueblo (OMP) y tras un acercamiento con el FSLN se fusionaron con el mismo desapareciendo del escenario político como tal. Mientras que la otra fracción, la de Sánchez, siguió existiendo, primero como aliada del proyecto sandinista y después en la oposición hasta 1990, tuvieron representantes en la Asamblea Nacional. Tras el Gobierno de la UNO entraron en un proceso de disolución dividiéndose en distintas fracciones que subsisten hasta el día de hoy.

Otras agrupaciones identificadas con el marxismo como el mencionado PC de N, El Movimiento de Acción Popular (MAP), El Partido Trabajador Nicaragüense (PRT de filiación troskquista) lograron aprovechar los espacios de los años ochenta para tener un crecimiento relativo. Pero a partir de de los años noventa se redujeron al mínimo o desaparecieron.

Como una especie de síntesis es necesario señalar cuales podrían ser los aportes que hicieron estas denominaciones en menor o mayor grado, en el desarrollo del pensamiento político nicaragüense. Amén de que se carece casi totalmente de estudios serenos y equilibrados sobre toda la izquierda no sandinista, se puede asegurar: que es evidente, que fueron los socialistas los primeros en divulgar las ideas redentoras del socialismo en Nicaragua (De Carlos Fonseca a Doris Tijerino Haslam).

Que fue también esta fuerza política a partir de ser la primera el principal semillero de todas las fuerzas de izquierda del País siendo el principal beneficiado el FSLN.

Que fue el trabajo paralelo en escenarios ajenos a la lucha armada de los socialistas y de las otras tendencias marxistas, las que alimentaron al FSLN y le permitieron encontrar bases sociales politizadas tanto en la insurrección armada antisomocista, como en la ejecución del proyecto revolucionario de los años ochenta.

Que hacen falta estudios de campo que permitan conocer y divulgar las propuesta s que hicieron en su tiempo histórico intelectuales de esta corriente como Alejandro Dávila Bolaños, Nicolás Arrieta y otros, que se merecen como tales un lugar en la historia

Amarú Barahona sostiene en sus estudios sobre historia contemporánea que la expresión política autónoma de las clases populares (desde el inicio de la 2ª generación dinástica hasta 1971) giró en torno a dos organizaciones políticas: el partido socialista Nicaragüense (PSN) y el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN).(Barahona 1987 p.70) Las relaciones entre ambas organizaciones nunca fueron las mejores porque aunque ambas se identificaban como marxistas leninistas, la primera le dio énfasis al trabajo político-organizativo como medio de acumulación de fuerzas consideró la lucha armada como el fin

Socialcristianos.

Tiene sus raíces en el siglo XIX cuando hay un renacimiento del tomismo a través del neotomismo influida por las encíclicas papales, pero se expresó principalmente en la idea de Thomas Meyer de fundar el socialismo cristiano. Pero se le atribuye a Jacques Maritain el papel de divulgador en Europa y América Latina. Lo que dio como resultado el surgimiento de los partidos demócratas cristianos en los países industriales de Europa en la primera mitad del siglo XX.

Según algunos estudiosos surgió como una alternativa intermedia entre el socialismo y el capitalismo. Su proyecto político reivindicó el socialismo comunitario que en la práctica debería conducir a una sociedad armónica con participación de obreros y empresarios convencidos de la cooperación entre capital trabajo. Condenaban tanto el individualismo egoísta del capitalismo como el materialismo ateo de “los comunistas”, posteriormente con el surgimiento del campo capitalista el sistema totalitario. Se expresó en América Latina como una expresión política de las clases medias, aunque incorporaron dentro de su proyecto la organización gremial de obreros y campesinos logrando ampliar su base social principalmente de carácter popular. Sin embargo en la medida en que se vino dando el desgaste político de las alternativas libero- conservadoras en la II mitad del siglo XX se vino integrando el sector empresarial.

El socialcristianismo o los democristianos lograron importantes espacios de poder al presentarse grandes posibilidades en países como Chile, Venezuela, Costa Rica, Guatemala y El Salvador, logrando ocupar el poder en sucesivos periodos presidenciales. Esta alternativa entró en proceso de desgaste hacia los años 70 y 80 al producirse contradicciones entre la puesta en práctica de su proyecto comunitario y las realidades concretas de estos países logrando éxitos muy parciales en Chile, Venezuela, etc. Pronto se produjo la división entre sectores de las capas medias influidos por la teología de la liberación que se orientaron hacia la izquierda ( MAPU en Chile) y los sectores empresariales que finalmente vinieron adoptando prácticas netamente conservadoras opuestos a las reformas sociales y nacionales (Frei Durante el Gobierno de Allende en los setenta y Duarte El Salvador en los años ochenta)

En Nicaragua los socialcristianos surgieron en el año de 1957 previos intentos de acarar o influir ideológicamente sobre el antiguo Partido Conservador, siendo sus principales fundadores Reinaldo Antonio Téfel Eduardo Rivas Gasteazoro, Orlando Robleto Gallo, Guillermo Córdova Rivas y Los jóvenes Manolo Morales peralta y Azarías Paredes. Hacia los años sesentas y setentas lograron penetrar los centros universitarios principalmente la UNAN a través del Frente Demócrata Cristiano logrando controlar la dirección del CUUN hasta 1970. De igual modo se introdujeron en la organización gremial de los trabajadores primero a través del Movimiento Obrero Autónomo Nicaragüense (MOSAN) y la Central de Trabajadores De Nicaragua (CTN). En lo político lograron en los años sesenta establecer un tendido organizativo en las principales ciudades del Pacífico-Centro del país.

Sin embargo la organización gremial logró cierto auge en los sesenta no logró expandirse lo suficiente como para disputarle los espacios de control que ya tenían tradicionalmente los socialistas, tales como los constructores, zapateros, etc. sus lideres carecieron de la debida agresividad para desafiar a la patronal y la represión militar (debe recordarse el asesinato de Lidia Maradiaga en 1964 por paramilitares en la zona rural de Chinandega) y aunque lograron organizar algunas fabricas no lograron introducirse a centros productivos como las minas y el campesinado.

En el ámbito político tampoco logro prosperar la idea primero de convertirse en la segunda fuerza política de Nicaragua en sustitución del Partido Conservador de Nicaragua en los años sesentas y setentas, para ser la fuerza dirigente antisomocista mas importante y alternativa del país; y segundo en los años ochenta su conversión en la alternativa centro política del anti sandinismo. En los subsiguientes años noventa y dos mil encontramos a un socialcristianismo dividido en varias fracciones y atomizaciones en distintas alianzas con grupos políticos eminentemente contradictorios identificado en términos populares por la representación y ubicación política de su respectivo líder (grupo de Agustín Jarquín, grupo de Clemente Guido, grupo de Azucena Ferrey).

Entre las limitaciones que incidieron en estos resultados se pueden tomar en cuenta las siguientes:

1 – fue muy difícil y para el socialcristianismo nicaragüense y otras fuerzas que trataron de plantearse como alternativas modernas en una colectividad clientelar y tradicional mas dispuesta a integrarse políticamente por padrinazgos y compadrazgos, que por un programa político.

2- Los socialcristianos cometieron errores políticos muy costosos jugando a ser alternativa política en 1971 recogiendo firmas para participar en la justa electoral amarrada por el Kupia–Kumi cuando mayoría de la oposición incluidas facciones del conservatismo había desdeñado prestarse a las farsas electorales con el somocismo. Su retiro de la alianza antisomocista UDEL en 1976 que lo condujo al fraccionamiento y relativo aislamiento, cuando erróneamente consideraron que se estaban prestando al juego oligárquico de Pedro Joaquín Chamorro y al fortalecimiento de los comunistas. Su papel de las elecciones de 1984, cuando en medio de la polarización política decidieron abstenerse perdiendo la posibilidad de captar el voto opositor y ganar un espacio político que le hubiera permitido tener buenas posiciones en el futuro. No disponer de la debida habilidad y cohesión para conservar la plaza edilicia de Managua, cedida al DR. Alemán con los resultados conocidos.

Exposición en el Seminario Taller “Pensamiento político-filosófico- Análisis histórico de su incidencia en el desarrollo nacional. 17 de Junio (CIELAC-UPOLI Y la Fundación Friedrich Ebert en América Central

Sandino y su experiencia en México

Sandino y su experiencia en México

“México significó, para él, mucho más que una experiencia laboral. Era una tierra sagrada y amada”, explica Jorge Eduardo Arellano
Jorge Eduardo Arellano | Especiales
Sandino y su experiencia en México
Sandino en Mérida, Yucatán (1929). Cortesía / END

Sin México no se explica la actuación histórica de Sandino, quien en 1921 —a sus 26 años— ya era un joven honrado y de buenos modales, según el diario La Noticia del 24 de junio del mismo año. Hijo de un mediano hacendado adscrito al partido liberal, se dedicaba al comercio de granos de la región. Pero un incidente con otro joven comerciante de filiación conservadora —al que hirió en una pierna— lo llevaría a buscar fortuna como trabajador emigrante en la Costa Caribe de Nicaragua, Honduras, Guatemala y México, terminando el 17 de agosto de 1925 como empleado de la Huasteca Petroleum Co., en Cerro Azul, Veracruz. Cinco pesos diarios era su salario. El 1° de septiembre fue ascendido a expendedor de gasolina ganando seis. Para sus patronos estadounidenses, era “laborioso, sobrio, aparentemente de buen carácter”. De 30 años, medía 5 pies 5 pulgadas y su peso era de 134 libras. El oficio de tornero mecánico constituía su especialidad.

“Tierra sagrada y amada”

Pero México significó, para él, mucho más que una experiencia laboral. Era una “tierra sagrada y amada”, como la calificara el 30 de junio de 1929. Allí había madurado como hombre y aprehendido, entre 1923 y 1926, novedosas ideas a través de la lectura y la relación personal. Se familiarizó entonces con la visión continental de José Vasconcelos [el Ministro de Educación del gobierno de Álvaro Obregón (1920-1924)] y su raza cósmica, sustentada en el mestizaje como herencia cultural española; con el sindicalismo desarrollado en los campos petroleros que lo condujo a compartir principios del socialismo libertario y con la teosofía. Su último maestro espiritual o espiritista, para satisfacer su ansiosa búsqueda religiosa, había sido Justino Barbiaux.

El apoyo de Calles a la causa constitucionalista

Más aún: México desempeñó un papel protagónico en la coyuntura que determinaría el retorno de Sandino a Nicaragua: para su incorporación a la causa liberal de la guerra civil en 1926, llamada también Revolución constitucionalista. Iniciada el 2 de mayo de ese año, cuando liberales de la Costa Atlántica —al mando de Luis Beltrán Sandoval— se alzaron en Bluefields contra los conservadores, esa revuelta reclamaba la presidencia de la república para el doctor Juan B. Sacasa, vicepresidente del legítimo y destituido presidente Carlos J. Solórzano por el coup’ de État encabezado por el caudillo conservador Emiliano Chamorro el 25 de octubre de 1925.

Así el 9 de mayo de 1926 Sandino renunció a su cargo de expendedor de gasolina antes de regresar a su patria, donde el 13 de julio ya se hallaba en la mina San Albino. Mientras tanto, el gobierno de Plutarco Elías Calles había decidido apoyar la causa constitucionalista de Sacasa.

En oposición al “Corolario Coolidge” de la Doctrina Monroe, aplicado por el gobierno estadounidense en su apoyo al gobierno del conservador Adolfo Díaz, el presidente Calles manifestó en enero de 1927: “el gobierno mexicano, por razones que ha estimado justas y suficientes, apoya al señor Sacasa por medio del uso diplomático creyendo que el señor Sacasa es el presidente legal y constitucional de Nicaragua y que representa un concepto de gobierno más republicano y progresista que su rival”. De manera que esta confrontación entre Estados Unidos y México repercutiría en la prensa del continente.

“México es nuestro por el corazón”

Opinando sobre dicho conflicto, el poeta y ensayista nicaragüense Santiago Argüello, de filiación liberal como Sandino, afirmó que habría que declarar muy en alto: “que México no es para nosotros (como lo ha estado afirmando la tartamudez repetidora de los gestores políticos en Washington), una intervención extraña. Porque no es intervención ni es extraña. No es intervención, porque solo se limita a prestar auxilio moral a la justicia; y no es extraña, porque no lo es en el pueblo hermano que, aunque separado de nosotros por divisiones geográficas y administrativas, está unido a nosotros por la sangre, por las tradiciones, por la lengua, por la identidad de los peligros y, sobre todo, por el amor (…) México no es un intruso que, abusando de sus fuerzas, va a imponernos gobiernos vendidos a mercaderes extraños. México es nuestro por el corazón. México es Nicaragua”.

Como se sabe, en ese contexto Sandino actuó exitosamente al mando de su columna segoviana durante la guerra constitucionalista y, luego, a raíz del pacto Stimson-Moncada el 4 de mayo de 1927, inició su tenaz resistencia antintervencionista. También se sabe que, tras la elección presidencial de José María Moncada el 4 de noviembre de 1928, sobrevino la ruptura con su representante en el exterior, el hondureño Froylán Turcios, quedando aislado. Así, desesperadamente, concibió viajar a México con dos objetivos: obtener apoyo militar y económico de su gobierno, y dar mayor resonancia continental a su resistencia. Nada de lo primero y muy poco de lo segundo obtuvo en dicho viaje que duró más de un año —saliendo de su cuartel general en las Segovias y regresando al mismo—: entre el 24 de mayo de 1929 y el 10 de junio de 1930.

“Yo no negocio con la sangre de mis hermanos”

En mi obra Guerrillero de nuestra América (2006 y 2008), refiero detalladamente las peripecias de esa segunda estada mexicana de Sandino, sustentado primordialmente en uno de sus escritos más extensos: “Descripción de los motivos que nos impulsaron ir a México en busca de apoyo para el sostenimiento de nuestra lucha emancipadora en Nicaragua”. Suscrito el 16 de julio de 1931, todavía se conserva inédito.

Según este documento y otras fuentes —como el “Manifiesto a los pueblos de la tierra”— existió una aprobación verbal para que Sandino y su comitiva se trasladase a México, recibiendo quinientos dólares para gastos, pasaportes del gobierno de Honduras y la anuencia de El Salvador y Guatemala. Pero dicho viaje entrañó para él, de acuerdo con sus propias palabras, una terrible batalla moral. Identificándose con los nombres falsos de Toribio Pérez primero y de Crescencio Rendón después, fue recibido con simpatía delirante en Veracruz, donde permaneció once días. Y, ante la pregunta si era cierto que los Estados Unidos le habían ofrecido medio millón de dólares para deponer las armas, declaró: “Nadie se ha atrevido a hacerlo y al que lo haga le deshago la cara de dos balazos. Yo no negocio con la sangre de mis hermanos”.

Pronto se encontró con una invitación oficial: que se dirigiera a Mérida, Yucatán, mientras esperaban noticias del gobierno mexicano. Para éste, Sandino se había exiliado. Desde entonces fueron múltiples sus actividades en Mérida: colaboraciones en el Diario de Yucatán (ensayos, relatos, manifiestos, entrevistas); correspondencia con simpatizantes, personalidades y gobiernos de diversos países latinoamericanos; reuniones con dirigentes del Partido Socialista del Sureste, relación con la Logia Masónica, en cuya sede depositó en doce paquetes una parte considerable de su archivo, etc. Poco después se vio obligado a declarar que se quedaría por un tiempo en Yucatán trabajando con sus hombres una propiedad rural. De hecho, era víctima del plan de Portes Gil —y de su representante Pedro José Zepeda— de mantenerlo políticamente cautivo en México y desarticular su Ejército.

Sandino ante el coloso

En agosto satisfizo a Sandino ver editado un folleto con los documentos y el testimonio personal que, a su llegada a Veracruz, le había confiado al periodista Emigdio Maraboto. Con esa publicación lograba, en parte, el segundo objetivo de su viaje. No en vano constituía un buen resumen de su protesta bélica y de sus convicciones e ideas políticas. Se titulaba Sandino ante el coloso. Ante la dificultad de su retorno, lanzó un “Manifiesto a los nicaragüenses”, firmado en Mérida el 6 de septiembre de 1929. Mientras Nicaragua tenga hijos que la amen —proclamó—, Nicaragua será libre.

Mientras tanto, le había llegado la noticia de que una de las columnas de su ejército, abandonando las Segovias, se hallaba en Tegucigalpa desde el 2 de agosto de 1929, dispuesta a partir hacia México. No la podía dejar estacionada allí, menos aún si, como explicaba Sandino a Zepeda, la idea de sacar la columna de las Segovias y de trasladarla a México era iniciativa de Portes Gil. Cincuenta mil pesos aportó este para sufragar los gastos de la travesía.

Angustiado ante su fracaso de conseguir apoyo para proseguir su lucha, Sandino hizo el último intento para llegar al Distrito Federal. Escribió cartas a Portes Gil el 4 de diciembre de 1929 y a Zepeda el 25 de enero de 1930. Al parecer, el tono doliente de la primera y el terminante de la segunda hicieron posible su presencia en la “Ciudad de los Palacios”.

Entonces desde Mérida, por vía aérea a Tejería y de allí, por ferrocarril —sin entrar a la ciudad de Veracruz—, llegó a la capital de México el 28 de enero de 1930. Al día siguiente, todos los diarios hablaban de su visita. He venido a México por asuntos personales —declaró en uno de ellos—. Para nosotros México es nuestra escuela. Durante su estancia en la capital, la Embajada de los Estados Unidos designó uno de sus agentes para vigilar los pasos del guerrillero antimperialista. Por su lado, el gobierno mexicano le asignó seis ayudantes de la seguridad nacional, más dos de sus acompañantes.

Hospedado en la casa de habitación del doctor Zepeda (esquina de las calles Ontario y Alpes, Altos de Chapultepec), Sandino depositó, tras hacer guardia de honor, una ofrenda floral en el monumento de la Independencia. Luego fue a otro monumento: el de los “Niños Héroes” de Chapultepec. El 30 recibió la visita de unas cincuentas personas (oficiales del ejército, senadores, diputados y algunos aviadores) en la oficina de Zepeda (Balderas, 24). El 31 cenó en casa de un simpatizante: Guillermo Olivares.

En su testimonio a José Román de marzo, 1933, Sandino recordó: Me habían soplado que el embajador de los Estados Unidos, Mr. Morrow, en combinación turbia con Portes Gil y algunos de mis allegados, trataban únicamente de retenerme como secuestrado y desacreditarme. En otro texto, fue específico en relación a su entrevista con Portes Gil en el Castillo de Chapultepec, a principios de febrero de 1930: le expuse mis proyectos…, los que comprendí por su semblante, que ningún aprecio le merecían. Sin embargo, puse en sus manos un ejemplar de nuestro bosquejo de proyecto PLAN DE REALIZACIÓN DEL SUPREMO SUEÑO DE BOLÍVAR, el que secamente tomó, prometiéndome leerlo y devolverme el ejemplar, pero no lo hizo.

Entrevistas con Calles y Portes Gil

A continuación, el doctor Zepeda llevó a Sandino donde Calles en su retiro de Cuernavaca, habiendo el líder revolucionario de México ordenado que le donasen a Sandino dos terrenos ejidales. La escritura se hizo cuando el líder nicaragüense se hallaba en Nicaragua y el doctor Pedro José Zepeda firmó en su nombre. Posteriormente Zepeda se quedaría con ambas propiedades.

Al día siguiente de la decepcionante entrevista de Sandino con Portes Gil, éste entregó la presidencia al ingeniero Pascual Ortiz Rubio, pasando aquél a ocupar la Secretaría de Gobernación y su representante Zepeda le consiguió otra entrevista, también decepcionante, pues Sandino al final dijo entre dientes para sus adentros: chingue a su madre, cabrón.

Injurias del Partido Comunista

Otro aspecto del embrollo que significó para Sandino su fracaso intermezzo mexicano (en el que solo yo tuve la culpa de haberme metido —aclaró tres años después) fueron las injurias y, sobre todo calumnias, que le lanzaron militantes políticos de la izquierda “por no aceptar [Sandino] sus credos doctrinarios. El más enconado fue el Partido Comunista mexicano, que enseguida se convirtió en abanderado del antisandinismo con su secretario general Hernán Laborde a la cabeza, y el periódico El Machete como órgano de difamación”.

De manera que el 21 de abril de 1930 saldría de Veracruz hacia las Segovias, no sin entregar el archivo de su Ejército a Zepeda (su hermano Sócrates antes lo había rescatado de la Logia Masónica de Mérida). Así el 10 de 1930 se hallaba en el cerro “El Tamalaque” rindiendo los informes de su viaje.

EL PARTIDO VANGUARDIA LLAMA AL PUEBLO A PROTESTAR ANULAR EL VOTO O ABSTENERSE.

Segunda ronda electoral

EL PARTIDO VANGUARDIA LLAMA AL PUEBLO A PROTESTAR

ANULAR EL VOTO O ABSTENERSE.

ESTE ES EL CAMINO DE LA REIVINDICACIÓN DE AQUELLOS QUE SUFREN LAS CONSECUENCIAS DEL NEOLIBERALISMO.

El próximo 6 de abril se realizará una segunda ronda electoral para escoger entre dos partidos y sus candidatos. El Partido Acción Ciudadana postula la candidatura de Luis Guillermo Solís y el Partido Liberación Nacional la de Johnny Araya.

Institucionalmente el pueblo está atrapado en una disyuntiva muy grave para su destino y también para el futuro de la patria.

Ante esta situación el PARTIDO VANGUARDIA POPULAR considera su deber dirigirse a los costarricenses para dar a conocer su opinión.

Esta son nuestras conclusiones:

1.- El Partido Liberación Nacional ha sufrido una evolución muy negativa, signada principalmente por la corrupción. El mundo de los negocios es su corazón y, como consecuencia, se ha convertido en una asociación mercantilista arropada, falsamente, como partido político.

El peor mal que puede padecer una sociedad es precisamente que la política se convierta en fuente de enriquecimiento a costa del sufrimiento de los trabajadores, de los campesinos pobres y de los pequeños empresarios. Lo dicho se comprueba en el permanente y acelerado ensanchamiento de la diferenciación social, los ricos son cada vez más ricos y los pobres cada día más pobres. Un modelo de gobierno que es incapaz de cumplir los más elementales principios de equidad social no merece el voto de ningún costarricense.

Los fenómenos más graves de la injusticia social son el resultado de una nueva modalidad de la explotación capitalista-imperialista. Se trata de la exacerbación de los rasgos más lesivos del modo de producción capitalista que, acompañado de la llamada globalización, definen el neoliberalismo o capitalismo salvaje.

Este modelo de comportamiento de la economía y de la política ha sido impuesto al pueblo en diversos gobiernos del PLN. En el gobierno de Luis Alberto Monge se convino con el Fondo Monetario Internacional el primer Programa de Ajuste estructural; el segundo durante el primer gobierno de Oscar Arias y, el tercero, bajo el mandato de José María Figueres Olsen. En el segundo gobierno de Arias Sánchez, a sangre y fuego se impuso el Tratado de Libre Comercio con los Estados Unidos. A esto hay que sumar la incorporación al derecho vigente el convenio de la Organización Mundial del Comercio y otros convenios y tratados.

Todos estos instrumentos legales tienen rango superior a la ley, así lo prescribe el artículo 7 de la Constitución Política. Esto da origen a un status típicamente neocolonial. Esta es la verdad. El país está prisionero tras los barrotes de los intereses directos de los gobiernos y de los intereses imperialistas. Los Estados Unidos son los principales carceleros.

Todos los partidos burgueses han sido cómplices de esta situación, pero van a la cola del Partido Liberación Nacional.

Mientras el desarrollo capitalista necesitó del consumo interno se practicó una política de salarios mínimos crecientes; actualmente, cuando se impuso el modelo exportador y la economía de servicios, se ha desatado una auténtica conspiración burguesa para imponer la disminución de los salarios reales, tanto en el sector público como en el privado.

En las empresas privadas se violan los salarios mínimos, se sobreexplota a los migrantes y se impide la organización sindical de los trabajadores.

Se ha impuesto una descarnada esclavitud asalariada.

En el sector público se avanza una ofensiva criminal contra los salarios de los empleados y funcionarios, todo con el propósito de engrosar las arcas estatales y luego transferir esos recursos a la burguesía criolla y a empresas extranjeras, por la vía de las licitaciones y concesiones.

El Sector Estatal de la economía está sometido a un proceso de destrucción paulatina, principalmente la CCSS y el ICE. Los bancos se convirtieron en empresas privadas propiedad del Estado en un mundo dominado ya por la banca extranjera.

El INS se convirtió en una agencia de seguros más, tan deshonesta como las privadas.

Y así el Partido Liberación Nacional practica una política de Lesa Patria.

El PLN durante los años de su dominación se ha adornado con flores de papel, se atribuye méritos que no le pertenecen.

No es cierto que la Segunda República haya refundado la democracia.

Nació cometiendo crímenes espantosos como el realizado en el Codo del Diablo. Seis compañeros fueron asesinados en ese sitio. Entre ellos el camarada Federico Picado, diputado electo por la Provincia de Limón, que entonces elegía solo uno.

Se ilegalizó al Partido Vanguardia Popular y por derivación a todas las organizaciones de izquierda.

Se crearon Tribunales Especial para perseguir a comunistas y calderonistas.

Miles de empleados fueron despedidos libremente, puesto que para ellos se suspendió la vigencia del Código de Trabajo.

Fueron disueltos los sindicatos clasistas y se aupó a las organizaciones que obedecían las órdenes del gobierno y traicionaban a la clase trabajadora.

Este brevísimo boceto del Partido Liberación Nacional nos dice que es imposible, porque no es decente, darle un voto.

2.- El PAC tiene sus raíces más profundas en las tradiciones impuestas por el liberacionismo. Su candidato ocupó el cargo de Secretario General del PLN.

Sus principales dirigentes y mentores se caracterizan por un brutal anticomunismo. Nos referimos a Otón Solís y a Alberto Cañas. El primero nunca ha propuesto nada que rompa los lineamientos impuestos por Liberación Nacional, del cual solo lo diferencia una falsa retórica contra la corrupción administrativa y el otro, don Alberto Cañas se quedó anclado en las miasmas de la guerra fría y del anticomunismo ejercido contra la reforma social de los años en que gobernaron Calderón Guardia y Picado Michalsky.

Es evidente que el PAC es un partido de derecha y, en consecuencia, enemigo de los trabajadores asalariados y de todos los sectores populares. Todos sus planteamientos van dirigidos a servir los intereses de los grandes empresarios y de los monopolios extranjeros que constituyen ya el sector dominante en la economía nacional.

Han de recordar los costarricenses que no más al fundar el PAC, Otón Solís hizo una publicación en que se atrevió a declarar que en ese partido no podrían entrar ni delincuentes, ni narcotraficantes ni comunistas. Se colocó a los comunistas al mismo nivel de los malhechores. Incluso conocidos anticomunistas protestaron ante tales declaraciones por considerarlas injustas y antidemocráticas. El anticomunismo es una concepción que convierte en enemigo no solo a los militantes sino a cualquier idea o movimiento progresista.

En el periódico La República del 19 de febrero se publica un artículo del cofundador del PAC, don Alberto Cañas y dice: “Hoy el PAC se ha deshecho de esa mafia izquierdizante que estuvo a punto de acogotarlo, y cometen una infamia de política sucia quienes hoy están resucitando declaraciones mías de hace años, proferidas en circunstancias que hoy han cambiado a totalmente.”

Más adelante el mismo señor agrega: El PAC… “representa ante el país una izquierda moderada, y totalmente democrática, como lo fue el Liberación de don Pepe, es decir, como lo que Costa Rica necesita, y esperamos que obtendrá.”

Algunas observaciones sobre la tesis del alto dirigente del PAC.

Confirma la tesis, muy extendida por cierto, de que la máxima aspiración del PAC es rehacer al Partido Liberación, cambiando los cuadros dirigentes pero siguiendo la misma política. Las puertas para retornar al pasado liberacionista están absolutamente cerradas. Hasta en el Gobierno de Oduber se practicó una versión económica keynesiana del capitalismo, pero hoy el PLN es el principal promotor del neoliberalismo. ¿Es posible el retorno? No y no. Las barreras son los tres Programas de Ajuste Estructural, el TLC con Estados Unidos y otros tratados semejantes, las disposiciones de la Organización Mundial del Comercio (OMC). El PAC no tiene la fuerza política ni moral para romper estas barreras. Si llega a ser gobierno será tan neoliberal como los que nos han azotado en los últimos treinta años. Si se producen cambios serán de estilo y nada más.

Al igual que don Otón, el señor Cañas considera que los izquierdistas en general y los comunistas en particular son unos delincuentes. Solo que don Alberto da un paso adelante, establece una correlación entre mafia y pensamiento de izquierda. Para evitar equívocos copiamos la segunda acepción de la palabra “mafia” en el Diccionario de la Lengua Española: “mafia”. 2. Cualquier organización clandestina de criminales”.

No parece lógico que un izquierdista, sea comunista o no, le dé su voto a un partido con los mentores citados y las políticas anunciadas. Sus tesis han de repugnar también a los humanistas y a todos aquellos que, con distinta motivaciones, luchan por la igualdad y la justicia social

3.- Nos parece pertinente examinar algunos números relacionados con el resultado de las elecciones del 2 de febrero.

El señor, Solís candidato del PAC, obtuvo el 30.95 por ciento de los votos válidos pero en relación con la totalidad de los costarricense capacitados para sufragar, solamente el 18.50 %. Si aplicamos la misma aritmética al señor Araya resulta que recibió el 29.59 de los votos válidos pero solamente el 17.69 por ciento del total del padrón electoral. Sumando los resultados de ambos candidatos obtuvieron el apoyo de apenas el 36.19 de electores potenciales.

Si sumamos al número de abstencionista los votos nulos o en blanco se evidencia que el 32.92 de los electores se negó a votar por los aspirantes a la silla presidencial.

Es cierto que de acuerdo con el orden constitucional el candidato que en la primera ronda obtenga más del 40 por ciento de los votos válidos, ejerce legítimamente la Presidencia de la República y en la segunda ronda el que obtiene más votos que, en todo caso, será más del cincuenta por ciento. Esto es lo formal y en las condiciones actuales debe ser respetado.

También es verdad que los que se abstuvieron o anularon su voto, son igualmente costarricenses y representan el bloque más numeroso y en consecuencia una opinión política que no puede ser ignorada.

4.- Los que anulan su voto y los que voluntariamente no ejercen su derecho, representan, en su mayoría personas que están, por diversas razones y en términos generales, en contra del sistema político. Este es el bloque más grande, mayor que cualquiera de los partidos.

Obviamente no se trata de una suma de indiferentes a los destinos de patria, al contrario, la mayoría de ellos actúa de manera consciente. Los planteamientos de los diversos partidos no los consideran opciones justas ni razonables para resolver los grandes problemas que han roto el tejido social costarricense.

El crecimiento de la desigualdad y el aumento de la pobreza, sumados a la corrupción administrativa y la mediocridad, reciben el repudio de este bloque mayoritario.

El entreguismo de las clases dominantes han herido los sentimientos patrióticos de nuestro pueblo. La economía nacional es ya extranjera, las empresas principales se han convertido en exportadoras de ganancias en detrimento de un desarrollo endógeno.

La agricultura intensiva para la exportación ha eliminado a gran parte del campesinado vinculado al mercado interno y, al mismo tiempo, está destruyendo la fertilidad de la tierra y atentando contra el medio ambiente.

En fin, el norte del liberacionismo, en cualquiera de sus versiones, PAC o PLN, es el continuismo del neoliberalismo que es, en última instancia, el mayor enemigo del pueblo.

5.- Por la razones dichas y otras igualmente válidas, llamamos a todos los costarricenses que sufren las consecuencias del modelo neoliberal, a abstenerse o a votar en blanco o nulo el próximo 6 de abril.

Se trata de un abstencionismo activo, vigoroso y combativo. Es imprescindible constituir un bloque sólido de los inconformes y de los enojados con el sistema.

En la segunda ronda no está la solución de ninguno de los atentados contra el bienestar del pueblo ni la recuperación de la plena soberanía.

Las elecciones del 2 de febrero señalaron un avance en la conciencia popular, es necesario ahora seguir avanzando. Avanzar es abstenerse.

No es imprescindible votar, es necesario organizarse y luchar.

No es necesario esperar cuatro años, es la hora de la organización y de la protesta popular.

PARTIDO VANGUARDIA POPULAR

¿Para qué mantener vivo el náhuat?

¿Para qué mantener vivo el náhuat?
El doctor en lingüística y Premio Nacional de Cultura 2010 explica en este texto los motivos por los que es válida la lucha para evitar que el náhuat se extinga a falta de espacios sociales en donde se utilice de forma natural. Además, hace un llamado al Estado para que adquiera una visión más incluyente, comprometida y menos panfletaria para la protección y difusión de esta lengua.

Jorge E. Lemus *
elfaro.net / Publicado el 11 de Febrero de 2014

En nuestra vida cotidiana, no nos percatamos de cómo nuestra lengua materna interviene en cada momento de nuestras actividades diarias. Leemos las noticias más importantes del día en nuestro periódico favorito, escuchamos nuestro programa preferido en alguna radio local, vemos televisión, le decimos unas palabras cariñosas a nuestros seres queridos, le decimos unas palabras no tan cariñosas al busero que se nos atraviesa en la calle, redactamos informes en el trabajo o escribimos la tarea de la escuela, mandamos mensajitos de texto desde nuestros celulares, estamos en las redes sociales, expresamos nuestra opinión y defendemos nuestro punto de vista sobre los hechos más importantes del país o defendemos nuestro equipo de fútbol favorito, aunque vaya perdiendo, hacemos el amor pero también hacemos la guerra y hacemos muchas otras cosas más gracias a que vivimos en una comunidad en la que todos compartimos el mismo idioma, nuestra lengua materna.

Imagínese por un momento, estimado lector, que al levantarse en la mañana escuchara la radio en un idioma extraño, el periódico estuviera escrito con símbolos o letras desconocidas, en la escuela, los maestros impartieran sus clases emitiendo sonidos raros, sin sentido, su jefe le diera instrucciones que usted no entendería, no tendría amigos porque no podría comunicarse con ellos, y todas sus actividades diarias, desde la más sencilla como preguntar la hora hasta las más complejas como redactar artículos científicos, se vieran bloqueadas por la lengua. Hay todo tipo de historias, probablemente usted que lee este artículo tiene la propia, de personas que han viajado a países en donde se hablan idiomas diferentes al propio y se han sentido como idiotas tratando y fallando, la mayor parte de las veces, de comunicarse con los nativos.

Mientras nos encontremos dentro de nuestra burbuja lingüística, en el caso nuestro, el español, una de las lenguas más habladas y más importantes del mundo, no sentiremos empatía por aquellos pueblos cuyas lenguas se encuentran amenazadas con la extinción, gracias a una lengua dominante internacional como el español, el inglés, el chino o el francés. Es por ello que hay personas que, en grado extremo y por ignorancia, abogan porque en el mundo solo existan unas pocas lenguas, o solo una, incluso, para que la comunicación internacional sea más fácil. Claro, las personas que piensan así, piensan que ese idioma internacional debería ser el suyo (español, inglés, alemán, chino, francés) y no otro. Si por un momento consideraran que la lengua mundial sería el swahili, sin duda lucharían con todas sus fuerzas para evitarlo. Y sería lógico, ya que todos defendemos nuestra lengua materna, la que hace posible que vivamos en armonía como sociedad, que transmitamos nuestros conocimientos y creencias de generación en generación, la que nos identifica como pueblo y nos da un sentido de pertenencia. Sin ella, perdemos todo eso. Perdemos nuestra cosmovisión (conocimiento y explicación del mundo físico y metafísico) y, por ende, nuestra identidad, forzándonos a adoptar una ajena.

El 21 de febrero de 1952, los estudiantes y el pueblo bangladesí salieron a la calle a protestar por la decisión del gobierno paquistaní de convertir al urdu en la única lengua oficial de Bangladesh Oriental, entonces territorio paquistaní. El urdu era hablado por una élite minoritaria pudiente y el bengalí, era la lengua popular, hablada por la mayoría. El gobierno paquistaní ordenó masacrar a los protestantes que exigían sus derechos lingüísticos. El movimiento luego se esparció por el resto de Pakistán, y eventualmente, el gobierno reconoció al bengalí como una lengua nacional. En 1999, las Naciones Unidas decidieron en forma unánime declarar el 21 de febrero de cada año como el Día Internacional de la Lengua Materna, en memoria de los caídos por reclamar sus derechos lingüísticos ese fatídico 21 de febrero en Pakistán.

La historia del bengalí se ha repetido innumerables veces alrededor del mundo a través de la historia. Algunos pueblos, como el bangladesí, han tenido éxito en la defensa de su idioma, otros la mayoría no, y han tenido que ver a sus lenguas pasar de un estado saludable a un estado moribundo y convertirse, en pocas generaciones, en lenguas muertas o extintas. En nuestro país, las lenguas que hablaban los pueblos que habitaban estas tierras a la hora de la conquista, han desaparecido y se han convertido en lenguas extintas. El kakawira y el lenca (potón o chilanga) son lenguas muertas. Incluso los lencas de Honduras, aunque son un grupo étnico reconocido, han sido asimilados totalmente por el español. Otros idiomas que se hablaban en el país, como el chortí y el pokomame, de origen maya, están extintos en El Salvador, no hay grupos étnicos sobrevivientes que sean identificables, pero siguen existiendo en las vecinas Guatemala y Honduras (últimamente he escuchado sobre grupos chortís en el norte del país, probablemente sean migrantes, comerciantes indígenas guatemaltecos que cruzan la frontera para vender sus productos).

El único idioma precolombino que ha logrado sobrevivir hasta nuestros días, aunque en forma precaria, es el pipil o náhuat, hablado por alrededor de un centenar de indígenas concentrados en Santo Domingo de Guzmán, Sonsonate. El resto de indígenas pipiles ya no hablan el idioma náhuat. Su lengua materna es el español. Para todo propósito práctico, desafortunadamente, el náhuat es una lengua muerta. Vive, únicamente en esa pequeña burbuja lingüística en el occidente del país, que cada día se vuelve más pequeña y que pronto desaparecerá. Ningún pipil náhuat-hablante se levanta a escuchar las noticias en náhuat, o a leer el periódico en su idioma, o a estudiar en su idioma, o a discutir sobre asuntos de interés, o a escuchar una prédica religiosa, o a realizar cualquier actividad en la que la lengua de interacción sea el náhuat. En El Salvador no se puede sobrevivir solamente hablando náhuat. Hay que hablar español para ser parte de la sociedad y tener acceso a servicios básicos como educación y salud. Si este es el caso, ¿para qué preocuparse por mantener vivo el idioma?

Esta pregunta es la que escucho con mayor frecuencia cuando me refiero a la revitalización del náhuat. La respuesta es sencilla. Mantener vivo el idioma implica asegurar la transmisión intergeneracional del conocimiento cultural, la cosmovisión, de los pipiles. Rafael Lara-Martínez se ha preocupado en los últimos años por descubrir la filosofía pipil basado en textos antiguos, como los Mitos Pipiles de Schultze-Jena y la pastorela indígena de María de Barata. Sin embargo, su trabajo es diacrónico y no necesariamente representa el pensar sincrónico del pueblo pipil, ya que la cultura no es estática. En ese sentido, si el idioma vive, la cultura vive, y el conocimiento ancestral puede ser modificado y transmitido a las nuevas generaciones. No sabemos en qué aspectos ni cuándo este conocimiento nos podría beneficiar a todos, como ha sucedido con el conocimiento médico de los aborígenes australianos, por ejemplo.

Afortunadamente, no todo está perdido. Hay un grupo entusiasta de maestros que mantienen vivo el náhuat en 39 centros escolares en el occidente y centro del país, enseñando náhuat como lengua extranjera, a más de 5 mil estudiantes. Este esfuerzo lo iniciamos hace 12 años y ha logrado crear conciencia en los estudiantes sobre la importancia de evitar que el idioma y la cultura pipil desaparezcan. Los estudiantes han aprendido a valorizar el conocimiento ancestral de los pueblos indígenas de El Salvador. Sin embargo, a pesar de este esfuerzo, la lengua sigue muriendo. El número de pipiles náhuat-hablantes es cada vez menor. ¿Por qué? Sencillamente, porque el náhuat no tiene espacios sociales donde utilizarse en forma natural y ninguna persona se ve estimulada a aprender y utilizar el idioma porque no tiene ningún uso práctico. Al salir del aula donde ha estado aprendiendo náhuat, el estudiante entra a un mundo dominado por el español en donde el náhuat no tiene cabida. Cantan el Himno Nacional en náhuat en eventos públicos, pero la lengua sigue estando moribunda y empeorando cada día. Ante esta situación, ¿qué hacer?

En primer lugar, hay que reconocer responsabilidades, ya que el estado precario actual del náhuat no es fortuito. Desde la fundación del estado salvadoreño, no han existido políticas gubernamentales orientadas a la protección y promoción de las lenguas y culturas autóctonas (aunque se haga referencia a ello en el artículo 62 de la Constitución de la República) y respeto a la diversidad cultural. Las políticas siempre han sido abiertamente asimilativas, homogeneizando, a través de la escuela y las leyes, a la sociedad salvadoreña, negando toda diversidad lingüística y cultural. El paradigma dominante se puede resumir en frases como, “En El Salvador todos somos iguales”. “Aquí no hay indios”. “Aquí no hay negros”. “Aquí todos hablamos el mismo idioma”. “Suerte que no tenemos el problema de los chapines con tantos indígenas que no permiten el desarrollo”. El discurso del estado salvadoreño no ha cambiado, lo ha hecho poco y solamente en ocasiones especiales, pero sin acciones concretas que demuestren un cambio de paradigma, una visión estatal incluyente que abrace la diversidad. La educación sigue siendo homogeneizante, los grupos minoritarios, no solo los indígenas, siguen estando excluidos e invisibilizados. Por lo tanto, lo primero que debe cambiar es la visión estatal de la diversidad lingüística y cultural para luego adoptar políticas incluyentes que brinden oportunidades de mantenimiento, estudio, protección y promoción de las prácticas culturales minoritarias, especialmente, pero no exclusivamente, en lo que se refiere a los derechos lingüístico-culturales de los pueblos indígenas.

En segundo lugar, se deben apoyar los programas ya existentes que han sido iniciativa de la sociedad civil. Es decir, no hay que reinventar la rueda. Si algo ya está funcionado y es bueno para el país, debe contar con el apoyo total y decidido del estado. Por ejemplo, en el caso del bengalí, fue el estado, porque es el único que puede hacerlo, quien cambió el estatus del idioma, reconociéndolo como lengua nacional. Las lenguas nacionales no necesariamente son lenguas oficiales, pero cuentan con la protección y reconocimiento del estado, como sucede en muchos países africanos en donde la lengua oficial es la lengua colonial (francés, inglés) por razones prácticas de comunicación con la comunidad internacional, pero cuentan con numerosas lenguas nacionales que incluso se utilizan para la enseñanza formal. En la administración actual del presidente Funes, el Ministerio de Educación ha apoyado desde el año 2010 dos de los programas que impulsa la Universidad Don Bosco para la revitalización de la lengua náhuat: la formación de maestros de náhuat y la Cuna Náhuat. Ninguno de los gobiernos anteriores se interesó en el tema, por lo que esto es un hito en la historia nacional. La única ayuda recibida en el pasado provino del Consejo Nacional para Cultura y las Artes (Concultura) para la impresión de los textos, niveles 1 y 2, para el aprendizaje del náhuat que ha editado la UDB. Sin embargo, la ayuda recibida actualmente del Mined es minúscula y tardía comparada con las necesidades existentes. Se puede afirmar que hay atisbos de un cambio de actitud, pero que los cambios paradigmáticos no llegan y muchas de las acciones siguen siendo cosméticas y con fines mediáticos.

Y, en tercer lugar, y quizá más importante e indispensable, es necesario que la comunidad indígena misma exija sus derechos lingüísticos, no porque crea que va a recibir algún beneficio económico o porque así se lo pide algún científico social o líder indígena, sino porque asume la lengua como parte esencial de su identidad. Es decir, si la identidad ya se ha perdido y el indígena ya no se siente indígena, si su lengua materna ya no es el náhuat sino el español, si sus creencias y sus valores ya no son pipiles sino ladinos, si ha sido totalmente asimilado a la cultura dominante, entonces ya no hay nada que hacer más que registrar y estudiar lo que queda del idioma con fines puramente científicos. La lengua ya está muerta y la cultura indígena ya es parte sincrética de la cultura dominante. O, peor aún, la cultura indígena ha sido reducida a una pieza de museo o a algún espectáculo de entretenimiento público, reduciéndola a folclor.

Sin embargo, si la comunidad indígena, como ha sucedido en muchas partes del mundo (Nueva Zelanda, España, Inglaterra, Bangladesh, por ejemplo), se identifica plenamente con el idioma y no solo exige protección para él sino que está dispuesta a hacer todo tipo de esfuerzo para que las generaciones novatas lo aprendan, entonces el idioma tiene esperanzas de salvarse, incluso sin ayuda estatal. En Navarra y la Comunidad Autónoma Vasca, zona tradicionalmente de habla vasca o euskera, se detuvo, en las décadas de 1960 y 1970, durante el franquismo la transmisión intergeneracional del idioma, llevando a la lengua al borde de la extinción. En esos mismos años se inició un proyecto de inmersión lingüística a iniciativa de los padres de familia vascos que ya no hablaban el idioma, pero que querían que sus hijos lo aprendieran, porque sentían que estaban perdiendo su identidad. Así nació el proyecto de las escuelas vascas conocidas como Ikastolas. Las Ikastolas eran escuelas privadas en las que los niños eran escolarizados en la lengua vasca. En estas escuelas se utilizaba el enfoque de inmersión lingüística. El éxito fue inmediato, con nuevas generaciones de niños hablando euskera. En la actualidad se puede observar el uso generalizado del vasco por jóvenes y niños en lugares públicos, un indicador inobjetable del buen estado de salud de la lengua. La presión ejercida por los ciudadanos vascos, y también por la diversidad de dialectos que se hablaban en toda la región, motivó la promulgación de la Ley Básica de Normalización del Euskara en 1982 con el propósito de promover y estandarizar la lengua. Actualmente, el vasco cuenta con su propia academia de la lengua, su propia literatura, textos escolares para todas las asignaturas, uso bilingüe en lugares públicos (euskera-español), exigencia del conocimiento de la lengua a nivel regional, etc. En resumen, el vasco se ha convertido en una lengua con estatus social alto y con múltiples ámbitos para su utilización.

El ejemplo del vasco nos lleva a concluir que, para que una lengua moribunda como el náhuat tenga oportunidad de revitalizarse plenamente, es necesario e indispensable que la comunidad indígena la considere parte esencial de su identidad y que estén dispuestos a preservar el idioma con esfuerzo personal. Pero si el esfuerzo personal es apoyado con políticas y fondos estatales y privados, la reversión del cambio lingüístico (náhuat a español por español a náhuat) está garantizada. Los cambios paradigmáticos endógenos en las comunidades indígenas (y en cualquier otra comunidad) son la única garantía de que los cambios serán exitosos y permanentes. En esta línea de responsabilidad compartida, se ha iniciado desde 2010 un programa de inmersión lingüística temprana a la lengua náhuat para niños de 3 a 5 años en el municipio de Santo Domingo de Guzmán, Sonsonate. El programa se conoce como la Cuna Náhuat o Xutxikisa Nawat (“florece el náhuat”) y consiste en un centro de educación infantil en el que las maestras o nanzin tamatxtiani son indígenas pipiles náhuat-hablantes de la comunidad que han sido capacitadas por la Universidad Don Bosco para que funjan como educadoras. La lengua de instrucción e interacción en la Cuna Náhuat es el náhuat, de tal suerte que los niños adquieren la lengua en forma natural, ya que todas sus actividades se realizan utilizando esa lengua.

Este proyecto ha nacido de una iniciativa de la sociedad civil (la UDB) y ha contado con el apoyo económico del gobierno a través del Mined, de la comunidad indígena de Santo Domingo de Guzmán, de la Alcaldía Municipal, del Centro de Salud y de organismos internacionales como Unicef. Desde que se inició en 2010, ha habido tres cohortes de niños náhuat-hablantes (unos 80 niños), casi el mismo número de ancianos pipiles náhuat-hablantes que sobreviven. Lastimosamente, los financiamientos no son constantes, y la Cuna sufre problemas económicos para funcionar ininterrumpidamente, pero es un ejemplo de cómo el estado, la academia, los gobiernos locales y la comunidad misma pueden trabajar juntos para solucionar sus problemas.

En El Salvador solo hay alrededor de 100 indígenas pipiles que pueden celebrar el Día Internacional de la Lengua Materna, ya que su primera lengua, el náhuat, la adquirieron directamente de sus madres. La lengua materna del resto de indígenas y de los salvadoreños en general es el idioma español, que adquirimos también de nuestras madres. Igualmente, aunque menos común, si alguien creció con su padre, puede celebrar el día de la lengua paterna.

Para finalizar, y en el marco del Día Internacional de la Lengua Materna (o paterna, o primera lengua) quiero hacer un llamado al Estado salvadoreño para que asuma su responsabilidad en el mantenimiento, la protección, el estudio y la difusión de la lengua náhuat. Una centena de hablantes de náhuat como lengua materna es un número demasiado pequeño de hablantes que coloca al náhuat al borde de la extinción; aunque como dije al principio de este artículo, el náhuat está muerto en términos prácticos ya que no hay nuevas generaciones de hablantes —excepto la Cuna Náhuat que, con el apoyo apropiado y el seguimiento en la escuela formal, podría ser la “fábrica” de náhuat-hablantes que necesitamos para evitar que el náhuat pase a formar parte de las lenguas extintas— ni existen ámbitos sociales para su utilización cotidiana. Evitemos todos —estado, sociedad civil, comunidades indígenas, academia y empresa privada— que el náhuat desaparezca. Las futuras generaciones nos reclamarán, si no se hace nada, por haber dejado morir no solo a una lengua nacional sino también a una cultura.

  • Jorge E. Lemus es el Director de Investigaciones de la Universidad Don Bosco, creador y director del proyecto de revitalización de la lengua náhuat, miembro de número de la Academia Salvadoreña de la Lengua, y doctor en lingüística por la Universidad de Arizona. En 2010 fue reconocido con el Premio Nacional de Cultura.

El puma fue sorprendido por el corazón

El Puma fue sorprendido por el corazón
enero 16, 2014 Voces Comentar
Publicado en: Contracorriente – Dagoberto Gutiérrez, Nacionales, Política

Un campesino de verdad, en el cuerpo, en la cabeza, en el bigote y hasta en la mirada como todo un campesino que estudio el plan básico, pero nadie sabía que tenía en su frente una estrella y que miraba más lejos que todos los otros y nadie sabía que era resistente.

Dagoberto Gutiérrez

Juan Santos Flores, así se llamaba él muchacho de cuerpo alargado, de mirada reposada y fría, más bien serena; con una risa que casi nunca estallaba y se diluía en una serie de risitas que parecían reírse de la vida misma; de rostro entre redondo y aguileño pero con frente despejada y un cabello que parecía obedecerle a su voluntad; el bigote nunca le crecía demasiado, pero nunca desaparecía y siempre lo cuidaba con esmero, caminaba de manera pausada así como hablaba y nunca parecía tener prisa, aunque solo él sabía los ritmos de su vida y sus tiempos; físicamente era fuerte, nervudo, aunque nunca llegó a ser gordo y siempre parecía tener algún misterio en su vida y en su mirada.

Enamorado invencible o más bien enamorador sin límites, aunque no era abundante de palabras pero si de miradas y él supo descubrir y convocar las suficientes voluntades y lealtades para iniciar los primeros grupos guerrilleros en el Departamento de San Vicente. La vida clandestina no fue un problema para Juan porque parte de su vida era, de por sí, clandestina y cuando se trató de organizar la lucha armada contra oligarcas ladrones y asesinos y contra un ejército opresor, Juan Santos no vaciló y fue de los primero jefes que instalaron las primeras luces de la rebelión cuando esta era más necesaria y más peligrosa.

El frente paracentral era árido y caluroso aunque los campamentos en el Chinchontepec ofrecían sombra, fruta y agua, pero más abajo, en el llano todo era sol y calor. En plena guerra el ganado abandonado recorría los caminos con los ojos enloquecidos y aquí, precisamente aquí, empezó la guerrilla a instalarse a armarse y a organizar la rebelión en toda su extensión.

Juan era de los muchachos que llegaban a las reuniones del Partido Comunista en la casa de don Octavio Burgos en San Sebastián, era una casona de corredores grandes, con un patio lleno de gallinas y de patos, con una pila de pueblo llena de agua y con una olla reverberante repleta de frijoles para el almuerzo, ahí estaba Juan, atento pero bromista, seguro pero tranquilo y todo, pero todo, caminaba hacia la guerra, la mayor de las guerras de nuestra historia, la de veinte años. Juan no sabía en qué guerra estaba entrando pero no le importaba porque nadie lo sabía y porque no importaba en realidad.

El puma fue un nombre que Juan fue ganando para sí y este sobrenombre llegó a sepultar su nombre, y todos sabían quién era el puma pero nadie quien era Juan. Fue jefe y maestro de varios jefes militares destacados en el curso de la guerra y siempre vivió esta guerra como una especie de días normales en su vida normal, no parecía estar haciendo algo extraordinario, como si planificar ataques al enemigo, asegurar la logística, entrenar a los combatientes y trabajar con las comunidades fuera la vida normal y entonces el fin de la guerra sería la mayor anormalidad.

En los frentes siempre se manejó en un universo que combino el criterio de los mandos superiores y sus criterios, así era el puma, pero todo dentro de la mayor lealtad y el mayor compromiso y todo lo hacía o lo deshacía con la mayor serenidad y hasta con la mejor de sus sonrisas, nunca estalló ni se le conocieron gritos pero siempre sabíamos que en su cabeza se movía una trama y una araña de plata tejía y tejía la más espesa red, así era el puma.

Siempre pareció joven, como si los años nunca tuvieran que ver con él o como si la vida tuviera que adaptarse a lo que él dijera.

Cuando la guerra termina, el puma se hace empresario o más bien comerciante o más bien negociante, pero en todo caso, aprendió a ganarse la vida lo más dignamente posible sin instalarse en los nidos o los escondrijos del aparato estatal aunque usando ciertos corredores necesarios e inevitables.

Conoció las alzas y las bajas en el mundo de los negocios, vio crecer a sus hijos y sintió crecer en su interior los años de vida y así supo que la salud, que es un estado de bienestar material y espiritual, tiene buenos y malos momentos; pero siempre superó esos vaivenes, porque él siempre estableció los ritmos de su vida.

Se enteró de la muerte de Rubidia Cortez en los momentos en que le midieron la presión arterial y resulta que la tenia elevadísima, suficiente para ir a una clínica y ser atendido por un médico; pero no hizo eso y se preparó para asistir a la vela, así era el puma y en esas circunstancias el corazón lo sorprendió y lo superó en una carrera que nadie gana.

Lo enterramos en un día lleno de sol con mucha luz y mucho recuerdo y mucha lágrima y mucha ausencia, el puma supo, desde un principio, que la vida es hermosa cuando se lucha por ella, por eso lo enterramos como un héroe el lunes 13 de enero; pero el puma resucita en cada joven que aprende que vivir la vida es un oficio riesgoso pero hermoso.

Silvio Rodríguez dedica al Che sus palabras

Silvio Rodríguez dedica al Che sus palabras al recibir doctorado en la Universidad Nacional de Córdoba
10 noviembre 2011

Silvio Rodríguez agradeció la distinción y dijo no merecerla. A su lado, la rectora Carolina Scotto. Foto: Sergio Cejas/La Voz

Silvio Rodríguez agradeció la distinción y dijo no merecerla. A su lado, la rectora Carolina Scotto. Foto: Sergio Cejas/La Voz

Silvio Rodríguez recibió ayer el doctorado Honoris Causa de la Universidad de Córdoba, Argentina. Reproducimos sus palabras en este acto, tomadas de su blog Segunda Cita

Estimada Rectora de la Universidad Nacional de Córdoba.Profesores, alumnos, amigos:

En las diferentes luchas de emancipación de Cuba, siempre participaron hombres de diversos países: latinoamericanos, españoles, polacos, chinos, norteamericanos; por sus méritos, llegó a ser General en Jefe el dominicano Máximo Gómez Báez.

Posteriormente, como en gratitud, generaciones de cubanos han participado en gestas de distinto tipo en países del mundo. Sólo en los años 30 del pasado siglo, en la guerra civil española, lucharon más de un millar de cubanos voluntarios en las brigadas internacionales.

Pero después del triunfo de la Revolución, en la década del 60, la idea de ser internacionalista empezó a ser en Cuba algo así como lo máximo, y por estar dispuesto a serlo llegó a medirse la calidad de hombres y mujeres. Incluso se hizo habitual que pusiéramos por escrito nuestra disposición de ir a cualquier punto del planeta en que la solidaridad nos reclamara.

Aún así, inicialmente yo no entendía muy bien el internacionalismo. Hasta los 20 años pensaba que era un gesto generoso, pero no estaba totalmente convencido de aquello de marcharse a ayudar a otro país, cuando en nuestra propia tierra faltaba tanto por hacer.

Sólo unos pocos años antes, en nuestra más reciente etapa de liberación, luego de una dura travesía desde México hasta Cuba, un argentino había formado parte del núcleo que fundara el Ejercito Rebelde. Ya en la Sierra Maestra había comandado la segunda columna guerrillera y había realizado la invasión desde el oriente hasta el occidente de Cuba, a la par del legendario Camilo Cienfuegos. Después había estado al frente de la toma de la importante ciudad de Santa Clara, acción que infringió una derrota significativa al ejército de la tiranía. Este argentino formó parte del Gobierno Revolucionario, fue presidente del Banco Nacional y Ministro de Industrias. Además fundó una familia y tuvo varios hijos en Cuba. Pero todos sus cargos, incluso su amada familia, los dejó por ser capaz de sentir en su mejilla la bofetada dada a otra persona en otro lugar del mundo, según sus propias palabras.

Comprender la dimensión del sacrificio de este hombre, su idea del internacionalismo como acto supremo de solidaridad, como expresión máxima de la condición humana, movió mis convicciones.

En junio de 1967, cuando fui desmovilizado de mi servicio militar, aquel hombre al que sus compañeros cubanos habían apodado cariñosamente Che, ya se encontraba en Bolivia en otra experiencia internacionalista. Apenas le quedaban 4 meses de vida.

Su muerte, en octubre, fue una conmoción en mi país, muy especialmente para los jóvenes de mi generación. Este hecho, que también tuvo repercusiones universales, terminó de fraguar un arquetipo humano que nos serviría como brújula durante años. Tanto fue así que desde entonces empezaron a salirme composiciones donde trataba de explicar los significados de su altruismo.

La primera de las canciones que compuse motivado por el Che fue La era está pariendo un corazón. Este tema, que al inicio suscitó controversias por el uso de la palabra parir, acabó convirtiéndose en un suceso nacional, interpretado por la extraordinaria Omara Portuondo. Curiosamente también fue la primer canción de la llamada nueva trova que trascendió las fronteras de Cuba, cuando Pino Solanas la incluyó en su importante documental “La Hora de los Hornos”.

Fusil contra Fusil, la segunda canción que escribí por Ernesto Guevara, la compuse sólo unos minutos después que la primera. Y es que en La Era me faltaba el nombre y el apellido de quien me había mostrado aquella forma de entender la solidaridad. Pero siempre fui enemigo de lo demasiado explícito. Por preferencias personales pensaba que las palabras de las canciones tenían que parecerse a los tropos poéticos. Por eso en Fusil contra fusil, más que a la persona, mencioné la conclusión extrema a la que había llegado un hombre: que a los fusiles de los opresores podían responder los fusiles de los oprimidos.

América, te hablo de Ernesto se me apareció en 1972, muy cerca de aquí, en el primer país Latinoamericano que visité. Era el Chile de otro hombre admirable: Salvador Allende, quien había llegado a la presidencia por la vía de las urnas. Su gobierno era una coalición de izquierdas donde sólo el MIR y otros pocos creían en la teoría del foco guerrillero. Un día hubo un gran mitin en el Estadio Nacional, donde figuraban los rostros de muchos próceres de América. Viendo que faltaba el Che, construí mentalmente la canción y cuando llegué al hotel sólo tuve que transcribirla.

Un hombre se levanta, también llamada Antesala de un Tupamaro, la hice para una serie de televisión que contaba las peripecias de la guerrilla urbana del Uruguay. Tuve la suerte de que fuera interpretada por Sara González, que empezaba por entonces y la convirtió en un éxito.

La oveja negra la compuse también en los 70, en un período en que, por identidad continental, traté de usar ritmos de la música andina y del cono sur.

Hombre fue para conmemorar el XX aniversario de la caída del guerrillero. Era 1987 y cuando digo “Hombre y amigo, aún queda para estar contigo, Hombre sin templo, desciende a mi ciudad tu ejemplo”, estoy cantando frustraciones de una sociedad que un Hombre con mayúscula ayudó a fundar con un alto nivel de exigencia.

Desde entonces hasta hoy han cambiado algunas cosas. Con la caída del campo socialista el mundo, que desde el punto de vista de las superpotencias era bipolar, aparentemente empezó a ser dominado por un solo punto de vista. Hablo de apariencias porque nosotros seguimos siendo un Tercer Mundo testimoniante e indignado. Y es que mientras existan las espantosas diferencias que nos separan y las intolerables injusticias que cometen los más poderosos, la idea de redención de hombres como este argentino-cubano-rosarino-cordobés-congolés-boliviano Guevara inspirará principios, obras y canciones.

No hace mucho hice una Tonada del albedrio y la incluí en el último disco que he grabado. En ella retomo la todavía vigente idea del Che de que el socialismo no requiere intelectuales asalariados al pensamiento oficial. Y desmiento a los que quieren estigmatizar al revolucionario como hombre violento. Y es que la violencia a ultranza no hubiera congregado tanto mundo dispar, como hace el Che; esto sólo es posible bajo la divisa del amor.

Algunas de las ideas de este hombre fueron concebidas en un mundo que ha sufrido cambios. Pero su búsqueda de una dignidad humana plena sigue siendo un motor contemporáneo. Porque Ernesto Guevara no tuvo intereses mezquinos: fue un inconforme radical, un iconoclasta que puso su pellejo por delante para dar un sentido superior, más que a su propia vida, a la vida de todos. Por eso ha sido lucidez inspiradora de actos, poemas y canciones en muchos tiempos y lugares. Por eso aún los jóvenes del mundo lo llevan como emblema. Por eso los cubanos todavía andamos con su espíritu en actividades solidarias de la salud, la educación, la cultura, el deporte y la amistad entre los pueblos.

Y en la tarde de hoy pudiera decir que el Che, insólitamente, también está en la profunda gratitud que me motiva este acto, en esta casa Universal de Córdoba, tierra donde este Hombre sin muerte también dejó su huella.

Muchas gracias.

La arquitectura del Centro Histórico

LA ARQUITECTURA DEL CENTRO HISTÓRICO
Arq. Jorge Regazzoli
“LA IDENTIDAD DE LA CIUDAD Y SU DESARROLLO CULTURAL, DEPENDE EN GRAN PARTE DE SUS EDIFICIOS ANTIGUOS, PUES ELLOS REPRESENTAN LA MATERIALIDAD DE LA MEMORIA” (ELIZABETHRDENAS)

Desde la conquista, América Latina, en cada proceso de transformación, ha absorbido ideas y expresiones culturales provenientes de la Europa conquistadora que han terminado influenciado nuestras propias expresiones culturales dando origen a una mezcla que combina las ideas importadas (o impuestas) con el amplio legado precolombino, no solo en las costumbres y tradiciones sino también en la creación artística. En El Salvador, como en todos los países latinoamericanos, las grandes transformaciones económicas y sociales han impactado de manera significativa la arquitectura y la configuración morfológica de las ciudades dando origen a importantes obras que reflejan gran parte de nuestra historia, sobre todo de nuestra formación como nación. Prueba de ello es el legado de la arquitectura de la época colonial, republicana y moderna.

En el lugar que dio origen a nuestra ciudad capital se pueden encontrar rasgos de la época colonial de la cual conserva el centro histórico la cuadricula como la manifestación más evidente de la morfología de esta época. Esta unidad de estilo colonial se fue desvaneciendo en El Salvador, como en cada país latinoamericano independizado, dando origen a modelos afrancesados, ingleses e italianos (Àdria, 1998) que conformaron la arquitectura de la época republicana. El eclecticismo y el estilo neoclásico, asociado tradicionalmente al liberalismo económico, político y filosófico, coincide en la región con el movimiento de independencia (Yánez, 1993) dando origen a edificaciones de gran valor arquitectónico y cultural que se pueden considerar expresiones de esta etapa motivada por una gran fuerza renovadora, característica de las naciones independientes que buscaban una nueva identidad.

Posteriormente, en las primeras décadas del siglo pasado, sobre todo en las décadas de los años cuarenta y cincuenta, una nueva arquitectura empezó a florecer en el país. Las nuevas técnicas constructivas, el auge del café, la corriente modernista proveniente de Europa y la influencia de la arquitectura que se estaba haciendo en México donde muchos de los arquitectos nacionales de la época se habían graduado, propiciaron en gran medida el surgimiento de esta nueva arquitectura que dio origen a ejemplos muy notables que se han convertido en referentes históricos de la arquitectura salvadoreña. Es en este periodo en el que quizá, desde mi punto de vista, se encuentra la mejor producción de la arquitectura salvadoreña como tal ya que a diferencia de la arquitectura republicana cuyos edificios eran copias pretenciosas de la arquitectura europea, en el modernismo salvadoreño, a pesar de la influencia determinante de las ideas europeas, se pueden encontrar rasgos muy particulares que obedecen a condicionantes locales y que por tanto le dan un carácter más salvadoreño a dichas obras.

Destacados arquitectos como José M. Duran y Ernesto de Sola, quienes diseñaron el edificio C.F. Veiga (1948) y el Edificio Central (1954) respectivamentede, son algunas de las figuras notables que lideraron el surgimiento de esta arquitectura que tenia como una de sus características principales una forma corpórea bastante densa y una relación desigual entre macizos y vanos o como dijo en un tono coloquial un estudiante de arquitectura de la Universidad de Delft, Holanda, en un intercambio con alumnos de la UCA; “una arquitectura parecida a la europea, solo que más pequeña y gordita”. No obstante, detrás de esta abstracción bastante elemental existe una explicación que esta estrechamente relacionada con las características sísmicas de nuestro territorio que condicionaron en gran medida la arquitectura de nuestro pais produciendo al final una arquitectura bastante densa que respondía a estas condicionantes y que poco a poco se fue convirtiendo en una característica instalada de nuestra arquitectura.

Uno de los ejemplos más notables de este periodo es el edificio Regalado que combina algunos elementos Art-Decó con una volumetria bastante bien equilibrada y coherente. Se puede notar en este edificio una horizontalidad bien marcada en el primer nivel que alberga el vestíbulo y una verticalidad ininterrumpida en el segmento de curva del extremo sur del edificio donde se encuentran las circulaciones verticales. Es a partir de la intersección de esta horizontalidad y verticalidad bien definidas que pareciera que empieza a generarse el edificio en una pugna entre la horizontalidad que definen la combinación de la loza y el barandal de cada terraza con la verticalidad de los macizos salientes y los vanos arremetidos que se combinan en una sucesión intercalada. En Los últimos dos niveles gradualmente termina prevaleciendo la horizontalidad, no tan domínate en los pisos intermedios, como equilibrio a un edificio que en su conjunto es un elemento vertical.

Uno de los aspectos más interesantes de esta arquitectura era la forma en la que resolvían las esquinas y como a partir de ellas se configuraba todo el edificio. Diseños como el del edificio Julia L. de Duke o el Cine Libertad son ejemplos donde se puede identificar la jerarquización de la esquina como el punto más importante del edificio en el cual se ubicaba el acceso principal como uno de los recursos de esta jerarquización. Otra característica importante, sobre todo en la primera etapa de este periodo, era la utilización de la curva como el elemento directriz a partir del cual se generaba toda la esquina. Otro de los ejemplos relevantes, dentro de estos edificios esquineros, es el ex Cine Apolo (1948), de estilo Art-Decó. En este caso también la esquina esta jerarquizada y caracterizada como el punto generador del edificio cuyas curvas proyectan líneas de tensión que se prolongan hasta ser interrumpidas en los extremos por elementos verticales sobresalientes que enriquecen la volumetría del edificio dándole equilibrio e integración con la colindancia.

Puede identificarse en este periodo, a partir de la década del sesenta, una segunda etapa más racional que tomaba el vidrio como uno de sus elementos más predominantes. Ejemplos de esta etapa son la Ex Biblioteca Nacional, La Imprenta Nacional y el Cine Darío en donde la esquina presenta variantes respecto a la forma tradicional de resolverla. Aquí la curva esta presente únicamente en el voladizo como recurso de integración con el eje peatonal, el resto de la forma responde a una superposición de volúmenes cúbicos que demuestran esta transición a la etapa más racional de la arquitectura moderna salvadoreña.

A pesar del abandono, la subutilización y la discusión extrañamente postergada de la riqueza arquitectónica de estos edificios es innegable el valor que tienen para la ciudad, no solo desde un punto de vista cultural o académico, sino también como potenciales elementos dinamizadores del centro. Es por esta razón que es indispensable su reutilización ya que reutilizar un edificio existente, aprovecharlo espacial, estructural y hasta simbólicamente, aun cuando esté en mal estado de conservación, en vez de demolerlo, sirve para afianzar la identidad de la ciudad, para aprovechar la memoria y complicidad que los habitantes tienen con ella. Porque la identidad de la ciudad y su desarrollo cultural, depende en gran parte de sus edificios antiguos, pues ellos representan la materialidad de la memoria (Cárdenas, 2007). Muchos de estos edificios representan una buena oportunidad para devolverle el uso habitacional al centro histórico de San Salvador o para instalar el equipamiento y los servicios que este uso necesita. Seria un fatal error no aprovechar el legado de nuestra historia para reivindicarla y potenciar el futuro de nuestra ciudad.