El Salvador: movimiento social o la llave que cierra la puerta a la derecha en el 2014

El año 2012 ha mantenido en nuestro país la ya prolongada tendencia predominante a la inercia y parálisis del movimiento popular y social, con algunas notables excepciones. La última gran batalla popular fue la lucha por evitar la privatización de la salud en el 2002.
De nuevo y ya por varios años, la hegemonía ideológica de la derecha impactando en medios de comunicación y medios de diversión, en universidades e iglesias, en ONGs y en partidos políticos, incluso de izquierda, ha logrado adormecer las conciencias y silenciar los gritos de la protesta popular.
El peso de la lucha parlamentaria como forma principal y exclusiva de lucha, aplasta, anula y mediatiza la posibilidad de impulsar la lucha social, que sigue siendo esporádica en el tiempo y fragmentaria en el territorio. Lo anterior ha permitido que la derecha política supere el golpe demoledor de marzo del 2009, se rehabilite y contraataque en marzo del 2012 y amenace con dar el zarpazo para la restauración oligárquica en febrero del 2014.
Los que en la izquierda sostienen la tesis que el camino hacia la derrota de la derecha pasa por el fortalecimiento exclusivo del sujeto político, mientras se mantiene debilitado y atomizado el sujeto social, olvidan las enseñanzas de la riquísima historia de la clase obrera y movimiento popular de nuestro país, que es la base social sobre la que descansen los actuales avances electorales.
Estos avances reales de la izquierda, en lo electoral, en lo institucional e incluso en la disputa económica, al no existir una fuerza social organizada y educada políticamente, que los sostenga y los profundice, se vuelven frágiles y temporales, reversibles, sometidos a la inclemencias de los huracanes neoliberales, ya que descansan en el clientelismo social y no en la militancia social. La gente desde el asistencialismo aprende a pedir y recibir y se olvida de luchar.
La izquierda política en sus expresiones principales ahora lanzadas a lo electoral, debería analizar, reevaluar esta compleja situación y comprender que la organicidad del movimiento social y popular, situación necesaria y ventajosa durante la dictadura y durante la guerra, hoy se convierte en una camisa de fuerza que bloquea el despliegue de la lucha popular frente a una situación de ofensiva del capital sobre los sectores populares.
La construcción de una poderosa fuerza social y popular que de manera unificada desafíe y derrote la ofensiva neoliberal presente en el gabinete económico de este gobierno de centro izquierda, como resultado de su composición social, y que incline la balanza hacia una nueva victoria de la izquierda en el 2014, es una necesidad impostergable. Pero avanza a paso de tortuga cuando lo que se necesita es la agilidad del jaguar.
A continuación, se hace un balance de esta situación desde diversos escenarios de enfrentamiento social, que fueron activados durante este año que está próximo a concluir así como se señalan tendencias de desarrollo de las diversas fuerzas sociales y políticas hacia futuro.
Un movimiento popular y social débil y fragmentado
Las principales luchas sociales y populares durante este año fueron emprendidas fundamentalmente por maestros, empleados estatales, trabajadores municipales y vendedores informales y se desarrollaron en la ciudad capital.
Los campesinos, los trabajadores de la industria, de la construcción, del comercio y de la banca, estuvieron ausentes de estas batallas. Aunque la crisis golpea a todos y todas. Una excepción notable fue la huelga de los trabajadores de la fábrica de pan LIDO.
Los aumentos salariales para enfrentar la crisis, el rechazo a despidos injustificados y el derecho a vender sus productos en las calles fueron las principales banderas de lucha. Y últimamente el esfuerzo en contra de la Ley de Función Pública que amenaza con flexibilizar aún más las condiciones de empleo.

No se registran desde el movimiento popular acciones en contra del alto costo de la vida, por un empleo digno, por una vivienda segura, en contra de la situación de delincuencia, por una reforma agraria. Y si los hubo fueron fragmentarios.
La atomización del movimiento popular continúa reflejando su debilidad. Incluso dentro del mismo sector popular organizado, influenciado por el FMLN, que es el mayoritario, aparecen varias bifurcaciones. Y lo mismo se repite a nivel campesino, sindical, comunal, estudiantil, etc.
La construcción de un espacio de unidad entre CONPHAS, FSNP, CIRAC, MDP y UDPC es una necesidad para avanzar en la defensa de los intereses populares, pero no se registra ningún esfuerzo orientado a lograr esta meta. Lo que predomina es la desconfianza y la rivalidad.
La lucha parlamentaria como la reina de la fiesta
Desde diciembre de 1979 hasta enero de 1992 la lucha armada fue la principal forma de lucha de la izquierda salvadoreña. Y el ejército popular estuvo nutrido, alimentado, oxigenado por un amplio movimiento popular inicialmente disperso en cinco agrupaciones populares (FAPU, BPR, LP-28,MLP y UDN) luego en la CRM y finalmente en la UNTS. La guerrilla del FMLN nadaba y se sumergía en un mar de apoyo popular organizado. Los principales cuadros estaban distribuidos en la lucha militar, diplomática, de masas, de solidaridad, etc.
En un periodo anterior, en los años sesenta del siglo pasado, la lucha sindical era la principal forma de lucha. Y cuando surgió la lucha electoral a finales de 1966 fue vista con desconfianza. Y los principales cuadros de la izquierda estaban inmersos en los sindicatos.
A partir de 1992 la lucha electoral se convierte en la principal forma de lucha de la izquierda salvadoreña. En la reina de la fiesta. Y en una de sus principales orientaciones, la dirección del FMLN toma la decisión de desmontar y separarse de todo el andamiaje organizativo popular que se había construido. Y el movimiento popular pasa de una situación de control cuasi militar a una de autonomía repentina.
Los resultados fueron diversamente adversos: la UNTS terminó extinguiéndose, algunos sindicatos muy combativos como FENASTRAS se derechizaron, otras organizaciones populares desaparecieron o se debilitaron, los sectores sindicales y universitarios fueron abandonados, etc.
El grueso de cuadros que integraban el movimiento popular pasaron luego de 1992 a integrar los comités municipales del partido político FMLN y posteriormente a 1994 a ocupar espacios como alcaldes, concejales, funcionarios municipales o diputados.
El movimiento popular fue debilitado y el partido político FMLN potenciado. El FMLN pasó de ser una alianza de cinco organizaciones de cuadros políticos y militares a un gran partido de masas. Han pasado ya veinte años del inicio de este proceso. Y desde 1994 electoralmente se ha venido avanzado hasta el 2012, que marca un peligroso punto de inflexión.
Gradualmente la Asamblea Legislativa se ha transformado en el centro de la lucha política del país. Y en la fracción parlamentaria del FMLN desde hace algunos años se encuentra la mayor concentración de cuadros de nivel superior. En la actualidad hay once miembros de la comisión política del FMLN en ese espacio, incluyendo al Coordinador General, dos en el Gobierno Central, dos en Albapetróleo, uno en el TSE y una en el Parlacen.
Mientras no se modifique esta visión de la Asamblea Legislativa como el centro del mundo, difícilmente se podrá seguir avanzando, porque parece ser que la lucha electoral ya llegó a su límite, a su techo, en términos de avanzar la correlación de fuerzas y lo único que pueda convertirse en un nuevo vector de acumulación social es la lucha popular.
Fundamentalmente porque la lucha popular organiza y educa, tiene un efecto a largo plazo, a diferencia de la lucha electoral, que moviliza y electriza pero en periodos cortos. Y se apaga hasta la próxima contienda electoral. En alguna medida debido también a que el estilo electoral de confrontación no incluye la educación política, la formación de cuadros.

Existen considerables avances en la lucha parlamentaria. Se ha logrado en diversas batallas aislar a ARENA. Se ha logrado construir alianzas legislativas. En este tema es preciso considerar la relación entre política y ética. Para los revolucionarios el fin no justifica los medios.
La correlación legislativa continúa modificándose y la realidad mágica enseña que pueden ganarse diputados sin elecciones. El problema radica en que la opinión pública puede objetar este camino y los votantes pueden a futuro castigar a los que lo adopten, incluyendo al FMLN.
Finalmente debe reconocerse que el grueso del liderato de la izquierda política ocupa curules legislativos o aspira a ocuparlos. Y que lamentablemente perciben como un retroceso regresar a posiciones de liderato en el movimiento popular y social. Esta situación objetiva vuelve aún más difícil la construcción de un movimiento popular y social poderoso, anticapitalista y pro socialista. Pero no imposible.
Unas Fuerzas Armadas seguras y poderosas
Durante sesenta años, de 1932 a 1992, los militares administraron políticamente a El Salvador. Y respondieron con represión ante cualquier intento de transformar el país y desplazar del poder a los sectores económicamente poderosos, a la oligarquía agroexportadora que luego se ha transformado en una oligarquía comercialimportadora, hoy sometida al capital internacional.
Pero hay que reconocer que al interior del ejercito siempre surgieron corrientes que anhelaban vincularse a la lucha popular por una verdadera democracia y en contra de los sectores entreguistas y represivos. Al final una larga guerra concluyó regresando a los militares a sus cuarteles. Y desde los Acuerdos de Paz de 1992 se han esmerado en cultivar una imagen de respeto y profesionalismo.

Esto les ha permitido que la opinión pública vea como positivo su salida a las calles a enfrentar la delincuencia y que un militar haya asumido la conducción de la PNC. Los sectores populares debemos de superar nuestra tradicional visión antimilitarista e ir al encuentro de sectores progresistas que hay que identificar y buscar en las fuerzas armadas.
La fuerza armada es una institución en disputa, en la cual tanto los Estados Unidos como la derecha trata de influenciar, de ganar terreno. Lo mismo sucede en la PNC. No debemos de quedarnos al margen y evitar así que en un futuro pueda ser de nuevo instrumentalizada por la reacción como sucede en Honduras y en Guatemala.
La mano que paga y mece la cuna
Los niveles de influencia para usar un eufemismo de la Administración Obama sobre el país son evidentes. Y no solo de Obama, parece también que de Merkel, por las últimas declaraciones del embajador alemán. Y quizás también de Roussof, quien sabe.
Parece ser que la Administración Obama apoya y confía en América Latina en dos gobernantes de izquierda: el uruguayo y el salvadoreño. Ambos gobernante llegan al gobierno montados en una plataforma programática e institucional de izquierda, pero ya en la silla presidencial se niegan a romper con el esquema neoliberal y se muestran como “aliados” del imperio.
El inicio del segundo paquete de la Cuenta del Milenio representa el principal proyecto de inversión del actual gobierno y se realizara en la zona costera. El primero se desarrolló en la zona norte. Son proyectos orientados principalmente a crear condiciones para la llegada de inversión extranjera, pero que benefician adicionalmente a sectores populares de estos lugares.
Desde el estallido de la segunda guerra mundial en 1941 los Estados Unidos se convirtieron en la potencia dominante en El Salvador. Y por cuarenta años apoyaron a la dictadura militar. Y participaron activamente para no decir que condujeron y pagaron la larga guerra de los años ochenta que concluyó en los acuerdos de paz de 1992.
En la primera década del presente siglo impusieron a gobiernos entreguistas del partido ARENA un lesivo tratado de libre comercio, así como la instalación de una Base Militar en Comalapa y de la ILEA; y la presencia de variadas agencias federales como el FBI, DEA, etc.
El gobierno del presidente Funes en ningún momento ha cuestionado estas medidas sino que por el contrario ha profundizado estas relaciones, impulsando entre otros, el proyecto de Asocio para el Crecimiento. Y parece ser que a nivel de todos los partidos políticos, incluyendo al FMLN, predomina la idea de acercarse y fortalecer lazos con la potencia del Norte.
Uno de los argumentos para justificar esta posición es la presencia en suelo norteamericano de más de dos millones de salvadoreños, que con sus remesas sostienen la economía nacional. La construcción de una posición política respecto a Estados Unidos es un desafío para la izquierda salvadoreña.
Una posición que tome en cuenta esta presencia poblacional pero también el papel imperial que sigue jugando en su apoyo a Israel, y en sus guerras imperialistas en Irak y Afganistán. La pérdida del perfil antiimperialista es uno de los aspectos más preocupantes de la identidad actual de la izquierda salvadoreña.
Habría que preguntarse desde la óptica posmoderna salvadoreña: ¿es posible un gobierno de izquierda proimperialista? ¿es posible un partido de izquierda proimperialista? ¿es posible un movimiento popular proimperialista? ¿es posible una estrategia política progresista y proimperialista?
Un presidente popular y antioligárquico
Los sectores populares aplauden la independencia del presidente Funes y lo premian en las encuestas ante la mirada iracunda de los dueños de los medios de comunicación y de la derecha política, que no se explican las razones de esta popularidad.

Durante muchos años el ahora presidente Funes se fue ganando este respeto desde su espacio televisivo Al Día. Muchos políticos desfilaron por este programa de entrevistas y fueron desafiados por un periodista caracterizado por un alto nivel académico y rigor periodístico.
Y este mismo espíritu pudo mantenerlo como candidato desafiante y seguro. Y el estilo lo mantiene ya como gobernante durante estos tres años y medio. La gente respeta la independencia frente al FMLN, frente a la Asamblea Legislativa, frente a la derecha y frente a la oligarquía. La gente incluso apoya su alineación con los Estados Unidos. Le complace la relación con sus ministros. Encaja perfectamente en la matriz autoritaria de nuestra cultura clasista, racista y patriarcal.
Uno de las instituciones que le han permitido al presidente Funes este nivel de popularidad es la ANEP. Cada vez que el presidente Funes se enfrenta a esta gremial empresarial el pueblo aplaude. Y esto es muy significativo, refleja la comprensión popular de donde se encuentra el enemigo.
El capital colombiano viene para quedarse
La casita roja que simboliza al banco colombiano Davivienda se ha instalado en el paisaje financiero salvadoreño. La presencia del capital inglés de HSBC fue muy corta. Estamos hablando de un banco que en un no muy lejano pasado y como metáfora de país, se llamaba Banco Salvadoreño.
Y lo mismo pasó con el Banco Agrícola que aunque conservó el nombre sus dueños son hoy colombianos, el Banco Grancolombia. Y lo mismo pasó con el Banco de Comercio que se convirtió en el canadiense Scotiabank. Y lo mismo le pasó a Banco Cuscatlán que pasó a ser el norteamericano Citi.
Parece ser que hay una disputa entre colombianos y mexicanos como nuevas expresiones de capital extranjero en el país. Los colombianos tomándose la banca y los mexicanos tomándose la telefonía. Es parte de la reconfiguración provocada por los acuerdos de libre comercio.

Y coloca al capital internacional como la principal fuerza económica de país. Es un cambio histórico. Y esto necesariamente repercute en lo político y fue uno de los elementos que permitió la victoria de marzo de 2009 ante la expresión política de una oligarquía debilitada en lo económico.
Perspectivas para el 2014
Lo electoral va a determinar las dinámicas sociales en los diversos terrenos. El ajedrez electoral no esta todavía completo, hay piezas ocultas, reyes o quizás reinas todavía escondidas, alfiles y torres. Hay jugadas secretas. Hay candidatos reales y candidatos simbólicos. El escenario electoral es indiscutiblemente el principal teatro de operaciones de las fuerzas y movimientos sociales y políticos hasta el 2014 y el 2015.
La derrota de los sectores más derechistas de ARENA representados por Norman Quijano es la clave para avanzar en todos los terrenos, incluyendo el de la lucha popular. Al interior de ARENA, la lucha entre clanes se ha definido a favor del sector más antipopular, antidemocrático y represivo.
Una victoria de ARENA va significar un ataque de grandes proporciones sobre los niveles de vida de los sectores populares, incluso perder logros hasta de los años cincuenta del siglo pasado, como el derecho de organización.
Hay dos contendientes principales y uno que viene en camino y no termina de aterrizar. Y es que la tardanza en llegar es parte de su estrategia. Es la búsqueda del momentum de la alineación favorable de los astros. Pero el reloj de arena y del fmln avanza y Saca necesita ubicarse para marcar terreno.
Parece ser que el FMLN electoralmente sigue empeñado en priorizar su dinámica interna sobre la dinámica de las alianzas y de seguir fielmente el mismo guión utilizado con el candidato Funes. Ojala no se equivoquen. El contexto y el enemigo político es distinto. Por su parte el MNP ha surgido ya a la palestra pública.

Dos proyectos electorales desde la izquierda no es lo más adecuado pero es la realidad. De lo que se trata ahora es de acercar posiciones. Y de impulsar la lucha ideológica. Cuando se discute con la cabeza y la mano en el arado de la lucha no hay confusión. Todos los caminos conducen a Farabundo.
A nivel electoral, compartimos la visión que alcanzar y educar políticamente a miles de luchadores sociales es la tarea política principal. La gente tiene que construir las defensas para protegerse la avalancha mediática de la derecha. Lo decisivo es construir una amplia coalición de fuerzas democráticas y revolucionarias, de izquierda y de centro, que logre derrotar de nuevo a la derecha y prolongar el proceso iniciado en marzo de 2009, y mantener esa puerta abierta para los sectores populares y cerrada para la derecha.
El programa económico-social es clave: empleos, seguridad, costo de vida y reforma tributaria. Los candidatos son clave. Pero lo decisivo son los sectores populares organizados y sus luchas políticas y sociales.
San Salvador 12 de diciembre de 2012

LA TEORÍA DE LAS RELACIONES INTERNACIONALES EN LOS ALBORES DEL SIGLO XXI: DIÁLOGO, DISIDENCIA, APROXIMACIONES

La finalidad de este artículo (2002)es pasar revista a las principales tendencias en la
teorización actual en Relaciones Internacionales en un momento que entendemos
especialmente propicio para ello. De unos años a esta parte, en efecto, la disciplina está viviendo un período de máxima autoconciencia y autocuestionamiento, en el que todo se analiza y se replantea con particular intensidad: la teoría, los métodos, el objeto, las funciones y hasta la propia historiografía de las Relaciones Internacionales.

Las razones de esta efervescencia particularmente intensa debemos buscarlas en las
mismas “fuerzas motrices” que tradicionalmente han impulsado el desarrollo de la
disciplina y su evolución teórica. Esas fuerzas motrices ya fueron identificadas por Alfred Zimmern el primer ocupante de una cátedra de Relaciones Internacionales y existe un amplio consenso entre los estudiosos de la materia en que son, fundamentalmente, tres. En primer lugar, el natural desarrollo interno de las ideas, estructuradas en teorías o “paradigmas”. En segundo lugar, el impacto de la evolución de los acontecimientos en las teorías que pretenden explicarlos. Y en tercer lugar, la influencia de conceptos e instrumentos provenientes de otras ciencias sociales (Zimmern, 1931; Barbé, 1989; Palomares Lerma, 1991; Halliday, 1994).

Es patente el dinamismo con que esas tres fuerzas motrices operan en la actualidad.
La actividad teórica primera fuerza es más rica y variada que nunca. Los acontecimientos internacionales segunda fuerza han sido particularmente impactantes en los últimos años

El fin de la guerra fría y el fenómeno de la globalización (ya existente pero puesto más en evidencia con la desaparición de la fractura bipolar) han tenido, evidentemente, una influencia decisiva en la agenda y en la teorización en Relaciones Internacionales. Las influencias ejercidas por otras ciencias sociales sobre una disciplina que siempre se ha caracterizado por su permeabilidad tercera fuerza han sido también especialmente significativas en los últimos tiempos. Dado que, como es evidente, las tres fuerzas se potencian entre sí, el resultado es el de un dinamismo que quizás no tenga parangón en la breve historia de las Relaciones Internacionales.

Como veremos en las páginas que siguen, en la teorización sobre las Relaciones
Internacionales coexisten los intentos de diálogo y aproximación entre distintos enfoques con la aparición de unas fracturas teóricas en la disciplina mucho más profundas que las que habían existido hasta hace pocos años, a partir de la emergencia de enfoques distanciados de los tradicionales no sólo por la elección de sus agendas sino también por el rechazo, por parte de algunas de estas nuevas tendencias, a las bases epistemológicas de las teorías tradicionales, un rechazo que en algunos casos alcanza a la totalidad de la tradición racionalista occidental (Searle, 1993: 57). A su vez, esos ataques a los enfoques tradicionales y a su epistemología no nacieron espontáneamente de las Relaciones Internacionales sino que fueron una manifestación de otras reflexiones que se hicieron en el
marco más amplio de las ciencias sociales y humanas.

Diálogo, disidencia y aproximaciones son las dinámicas que nos parecen más
relevantes en el momento que vive la disciplina y en las que centraremos esta reflexión sobre la teorización actual en Relaciones Internacionales.

Comenzaremos por el diálogo, objeto del primer apartado de este artículo. Desde
hace algunos años tiene lugar un fructífero intercambio entre los autores adscritos a dos corrientes teóricas, el neorrealismo y el neoliberalismo. Ambas provienen de dos tradiciones opuestas, la tradición realista y la tradición liberal. Los seguidores de la segunda confían en el desarrollo progresivo de unas relaciones internacionales más justas y armónicas. Los de la primera se muestran escépticos ante la posibilidad de alcanzarlo. Si bien ha habido importantes esfuerzos de acercamiento de las posiciones de las corrientes enmarcadas en esas dos grandes tradiciones a lo largo de la breve historia de la disciplina de las Relaciones Internacionales, ninguno es comparable con el desarrollado en los últimos
años.

Neorrealistas y neoliberales, en efecto, han descubierto muchos más puntos en común
que divergencias, especialmente desde el surgimiento de los enfoques anti-racionalistas,que han actuado como una especie de “federador externo” para la teoría tradicional. En el primer apartado reflexionamos sobre el proceso que ha conducido de la confrontación clásica del realismo y liberalismo a la situación actual. Nos interesa especialmente la cuestión de cuáles eran las principales divisiones que los separaban y qué tipo de transformación debieron experimentar para hacer posible esta situación actual, en la que pueden existir discrepancias pero se están haciendo esfuerzos serios para resolverlas en el terreno estrictamente científico, es decir, mediante la confrontación empírica de las teorías.

En el segundo apartado abordamos los enfoques que se autoproclaman disidentes
(teoría crítica, postmodernismo y feminismo), surgidos muy recientemente en el panorama teórico de las Relaciones Internacionales, e indagamos en el significado e implicaciones de la fractura descrita como “racionalidad vs. reflectividad”.
Por último, en el tercer apartado, dedicado a las aproximaciones, consideraremos
dos enfoques que ni forman parte de la agenda convergente del neorrealismoneoliberalismo ni son rupturistas como las aproximaciones reflectivistas: uno es el ya mencionado constructivismo y el otro es la tradición centrada en las reflexiones sobre la sociedad internacional, tradición que suele asociarse con la llamada escuela inglesa de las Relaciones Internacionales pero que también es el rasgo distintivo de la escuela española.

Como veremos, en los últimos años las conceptualizaciones clásicas sobre la sociedad
internacional han sido objeto de una renovada atención.

I. DIÁLOGO: EL DEBATE NEORREALISMO-NEOLIBERALISMO

El prefijo “neo” presente en las denominaciones de las dos corrientes teóricas que
trataremos a continuación denota que ambas son reformulaciones de dos tradiciones
teóricas anteriores: el realismo y el liberalismo.

Los orígenes de la tradición realista pueden trazarse en la antigua Grecia (en el
historiador griego Tucídides, cronista de las guerras del Peloponeso) y en la antigua India (en la obra de Cautilia, ministro del rey Chandragupta) y tiene sus principales exponentes en Maquiavelo y Thomas Hobbes. Pero el desarrollo del realismo como teoría con pretensiones explicativas de la realidad internacional tuvo lugar en el marco de la guerra fría. Celestino del Arenal ha resumido así las principales características del realismo político como corriente teórica (Arenal, 1990: 129-130).

a) es una teoría normativa orientada a la política práctica, que busca a la vez acercarse a la
realidad internacional de la guerra fría y del enfrentamiento entre los bloques y de justificar
la política que los Estados Unidos pusieron en marcha para mantener su hegemonía;
b) está dominada por el pesimismo antropológico;
c) en coherencia con lo anterior, el realismo rechaza la existencia de una posible armonía
de intereses y el conflicto se considera connatural al sistema internacional;
d) la actuación del Estado viene determinada por el propio sistema. Con independencia de
su ideología o sistema político-económico, todos los Estados actúan de forma semejante,
tratando siempre de aumentar su poder;
e) junto al poder, el segundo elemento clave del realismo es la noción de interés nacional,
definida en términos de poder y que se identifica con la seguridad del Estado;
f) en general, el realismo político asume que los principios morales en abstracto no pueden
aplicarse a la acción política1.
1.De entre la abundante bibliografía dedicada al realismo destacamos las aproximaciones generales de Dunne
4 REVISTA ELECTRÓNICA DE ESTUDIOS INTERNACIONALES (2002)
4
De entre el grupo de autores que desarrollaron el realismo como teoría a partir de
los años cuarenta se destaca en primera línea la figura de Hans Morgenthau, autor del
primer estudio sistemático de política internacional: Politics Among Nations (Morgenthau,
1978 [1948])2. Sin embargo, antes que Morgenthau sistematizara el enfoque realista, otros
autores desarrollaron ideas compatibles con él. Entre los principales destacamos a Edward
Carr (al que nos referiremos en el próximo apartado), Reinhold Niebuhr (Niebuhr, 1946) y
Georg Schwarzenberger (Schwarzenberger, 1941). En la senda marcada por Morgenthau se
destaca la obra de dos autores realistas que a diferencia de él ejercieron responsabilidades
importantes en la política exterior estadounidense: el diplomático George Kennan (ideólogo
de la estrategia de contención hacia la Unión Soviética (Kennan, 1957) y el secretario de
Estado y consejero de seguridad Henry Kissinger (Kissinger, 1964). Asimismo, en el
pensamiento de algunos de los autores pertenecientes a la llamada “escuela inglesa” como
Martin Wight o Hedley Bull hay elementos que han llevado en ocasiones a incluirlos dentro
de la corriente realista. Lo mismo ocurre con Raymond Aron (Aron, 1962) y su discípulo
estadounidense Stanley Hoffmann (Hoffmann, 1978, 1985).
(1997a) y de Viotti y Kauppi (1987). En nuestro medio existe una literatura relativamente abundante sobre el
realismo político. Por un lado, las obras generales sobre Relaciones Internacionales contienen capítulos más o
menos extensos dedicados a esta corriente (Mesa, 1977: 82-93), Medina (1983: 58-79), Barbé (1995: 60-64),
además de la ya citada obra de Arenal (1990: 126-155). Por otro lado, tenemos también los trabajos de Esther
Barbé sobre el realismo (Barbé 1987a y 1987b), además de los específicamente dedicados a la obra de
Morgenthau que citamos en la siguiente nota.
2.Sobre la obra de Morgenthau véase Barbé (1986, 1990), Hertz, Claude y Ashley (1981) y Rosenberg
(1990).
La Teoría de las Relaciones Internacionales…
5
El linaje de la tradición liberal, por su parte, no es tan antiguo. La tradición
internacionalista liberal está enraizada en la teoría política liberal desarrollada, sobre todo a
partir del siglo XVII, por pensadores de diferentes campos disciplinarios, principalmente
los de la filosofía política y la economía política. Immanuel Kant, John Locke, David
Hume, Jeremy Bentham, Adam Smith, Richard Cobden, James Madison y Thomas
Jefferson son algunos de los pensadores y políticos en activo que suelen asociarse a esta
tradición.
Sin embargo, pese a sus raíces más recientes, fueron la tradición y las
preocupaciones liberales las que impulsaron el nacimiento de las Relaciones
Internacionales como disciplina autónoma. Zacher y Matthews (1995: 109-110) han
resumido en tres puntos las tesis principales del pensamiento internacionalista-liberal que
florecieron en las primeras décadas de este siglo:
a) la idea de que las relaciones internacionales avanzan hacia una situación de mayor
libertad, paz, prosperidad y progreso;
b) la transformación en las relaciones internacionales está desencadenada por un proceso de
modernización desencadenado por los avances científicos y reforzada por la revolución
intelectual del liberalismo;
c) a partir de esos supuestos, el liberalismo insiste en la necesidad de promover la
cooperación internacional para avanzar en el objetivo de paz, bienestar y justicia.
Estas ideas están presentes en mayor o menor medida en las obras del grupo de
pensadores (y políticos) internacionalistas liberales cuyo pensamiento marcó los primeros
años de la existencia de la disciplina de las Relaciones Internacionales como J. A. Hobson,
Norman Angell, Woodrow Wilson (quien en sus célebres “catorce puntos” encarnó como
nadie las preocupaciones liberales), Leonard Wolff, Arnold Toynbee, David Mitrany y del
diplomático e historiador Alfred Zimmern, ocupante de la primera cátedra de Relaciones
Internacionales en la universidad galesa de Aberystwyth que fue inaugurada en 19193. En
el período de entreguerras se iniciaron diversas líneas de investigación bastante
promisorias, como por ejemplo el estudio de las condiciones de cambio pacífico, la
investigación de las bases económicas de la paz, las posibilidades de lo que actualmente se
designa como “gobernabilidad internacional” (international governance, término acuñado
para distinguirlo del de “gobierno” o government), el análisis de los efectos de la creciente
interdependencia económica en la autoridad de los Estados y en los fines y medios
tradicionales de la política exterior, el estudio del papel de la opinión pública y su impacto
en el desarrollo de una conciencia social internacional4.
3.Los pormenores de la institucionalización de la disciplina de las Relaciones Internacionales están
desarrollados en Medina (1983: 97-98) y Barbé (1995: 28-32).
4. Es evidente que todos estos temas no sólo forman parte de la agenda actual de las Relaciones
Internacionales sino que pertenecen al núcleo de intereses fundamentales de la disciplina, lo que pone en
evidencia la supervivencia del “idealismo” (término peyorativo acuñado por los autores realistas para referirse
a los internacionalistas liberales), cuyo contenido e importancia están experimentando actualmente un proceso
4 REVISTA ELECTRÓNICA DE ESTUDIOS INTERNACIONALES (2002)
6
No cabe duda de que el realismo ha sido la tradición dominante y más influyente en
la disciplina, hasta el punto que se ha llegado a considerar que “el resto de la historia de las
Relaciones Internacionales es, en muchos aspectos, una nota a pie de página del realismo”
(Dunne, 1997: 110). Durante largos períodos se ha hablado de una “hegemonía” del
realismo en la disciplina. Ha sido una hegemonía con altibajos, pero que actualmente sigue
muy viva en la versión del “neorrealismo”. Por su parte, las distintas corrientes liberales
han sido el contrapunto tradicional al realismo.
Si tradicionalmente realismo y liberalismo se presentaban como enfoques
irreconciliables, no ocurre lo mismo con los actuales neorrealismo y neoliberalismo. De
hecho, ambas corrientes comparten el mismo programa de investigación o, en otras
palabras, una agenda común. No es casual que el cambio de denominación coincida con el
nuevo talante dialogante de ambos enfoques. Como tendremos ocasión de argumentar en
las páginas que siguen, los mismos cambios que transformaron al realismo en neorrealismo
y al liberalismo en neoliberalismo explican la existencia del actual diálogo, iniciado a
principios de la década de los ochenta. Por otra parte, el hecho de que los dos enfoques no
se hayan fusionado, pese a tener un programa de investigación común, significa que sigue
habiendo diferencias en las maneras en que ambos intentan explicar la realidad
internacional o, en palabras de Rafael Grasa, en el “grado de pertinencia que cada enfoque
adjudica a determinados fenómenos” (Grasa, 1997: 123). En lo que sigue nos proponemos,
precisamente, analizar las divergencias y semejanzas entre ambos enfoques. Antes de
considerar el diálogo en sí mismo consideraremos dos de los antecedentes del diálogo
actual (el del llamado debate realismo-idealismo y el del debate realismo-globalismo).
A) Los antecedentes del diálogo actual entre neorrealistas y neoliberales
El diálogo desarrollado actualmente entre neorrealistas y neoliberales tiene dos
grandes antecedentes. El primero es el del episodio que la historiografía de las Relaciones
Internacionales describe como “primer debate” tras su configuración como disciplina
autónoma en el período de entreguerras y que se conoce como “debate realismo-idealismo”.
El segundo se enmarca en el “tercer debate” o “debate interparadigmático” de los años
setenta, cuando se cuestionó la explicación de la realidad internacional de los enfoques
realistas hegemónicos en la disciplina desde fines de la Segunda Guerra Mundial por
parte de las aproximaciones “transnacionalistas”5 . Como a continuación veremos, ninguno
de esos episodios puede considerarse como un diálogo, en el sentido de un intercambio de
de reconsideración y revalorización (Osiander, 1998; Schmidt, 1994 y 1998).
5.El “segundo debate” entre cientificistas y tradicionalistas en los años sesenta fue un debate metodológico en
el que realistas y liberales estuvieron presentes en ambos campos. Sobre su desarrollo véase Arenal (1990:
111-124). Las principales contribuciones al debate están incluidas en la obra editada en Knorr y Rosenau
(1969).
La Teoría de las Relaciones Internacionales…
7
opiniones en el que las partes se escuchan e intentan convencerse mutuamente. De hecho,
en el primero de esos episodios casi no hubo un debate propiamente dicho.
1. El debate realismo-idealismo
Como bien se sabe, tras la Segunda Guerra Mundial la tradición realista pasó a
ocupar el puesto dominante en la teorización de las Relaciones Internacionales que había
tenido el pensamiento internacionalista liberal en el período de entreguerras. La transición
entre una y otra etapa suele explicarse con la idea de que realistas e “idealistas”6
mantuvieron una confrontación el llamado “primer debate” que los primeros habrían
“ganado”.
En realidad, casi no hubo intercambio de ideas entre ambos grupos. En los manuales
y otras obras de Relaciones Internacionales en las que se considera la evolución de la
disciplina, en los apartados dedicados al “primer debate” suele aparecer una única
referencia: la de las críticas de E. H. Carr a los internacionalistas liberales en su obra The
Twenty Years Crisis, de 1939 (Carr, 1989 [1939, 1946] ), una obra que ejerció gran impacto
desde el momento mismo de su publicación. Uno de sus argumentos principales es que el
pensamiento “utópico” de autores como Zimmern, Angell o Toynbee o de estadistas como
Eden, Lloyd George o Roosevelt fue una de las causas de que la Segunda Guerra Mundial
(inminente en el momento de la publicación del libro) estuviera a punto de estallar. Las
referencias de los manuales al “primer debate” no incluyen las respuestas que los autores
implicados dieron a las críticas. Con ello se refuerzan los argumentos de Carr, con lo que la
idea que hoy día solemos tener del carácter del debate es muy sesgada. Básicamente, esa
idea coincide con la manera en que Carr lo expuso en su obra, a saber, como un
enfrentamiento entre la “ciencia” (representada por el realismo) y la “utopía” (de los
internacionalistas liberales).
Pero esa es una representación muy distorsionada de las posiciones de ambas partes.
Por un lado, los autores que Carr llamaba “utópicos” lo eran en distinta medida, algo que el
tratamiento en bloque por parte de Carr no permite discernir7. Además, algunas de las ideas
que les atribuía Carr correspondían, más bien, a etapas anteriores del pensamiento liberal,
6.En realidad, los autores que hoy englobamos bajo la denominación de “idealistas” no se identificaban con
ella. La etiqueta de “idealistas” fue acuñada posteriormente para aludir a los autores que E. H. Carr llamó
(peyorativamente) “utópicos” en su obra The Twenty Years Crisis. Posiblemente la mayoría de ellos se
habrían reconocido como “internacionalistas liberales”. Sobre las distintas variantes del pensamiento
“idealista” véase Mesa (1977:141-146); sobre la conexión entre el “idealismo filosófico” (de Platón, Kant o
Hegel) y el “utopismo político” véase Medina (1983: 48).
7.Recientemente, y en el marco del reexamen al que está siendo sometido el pensamiento internacionalista
liberal en nuestra disciplina, se ha editado una antología de pensadores “idealistas” (que incluye obras de
Carr, Zimmern y Angell) que tiene el propósito declarado de difundir las ideas de “las víctimas de Carr”.
(Long y Wilson, 1995).
4 REVISTA ELECTRÓNICA DE ESTUDIOS INTERNACIONALES (2002)
8
como por ejemplo la nocion cobdeniana de “armonía de intereses”. Aún cuesta más aceptar
las afirmaciones que Carr hizo en su obra sobre el “realismo”, presentado como un modo
de teorizar objetivo, basado en la realidad y por ello capaz de desenmascarar las ideologías
(Carr, 1989: 63). Más bien, lo que hizo Carr en The Twenty Years Crisis fue oponer a las
premisas utópicas (o, mejor dicho, a las que él atribuía a los utópicos) otra serie de
premisas basadas en la tradición de pensamiento realista y que, según él, coincidían con la
realidad. Así, por ejemplo, la tesis “utópica” de la indivisibilidad de la paz, definida como
“la ideología de los no privilegiados que intentan elevarse al nivel de los privilegiados” y la
propuesta del mecanismo de seguridad colectiva, “la ideología de los Estados que,
particularmente dispuestos a atacar, pretenden establecer el principio de que un ataque
contra ellos debe convertirse en una razón de preocupación para otros Estados” (Carr:
1989: 30) son contrapuestas a “realidades”, como por ejemplo la de “la máxima realista de
que la justicia es el derecho de los más poderosos”(Carr: 1989: 63).
Más que un enfrentamiento entre ciencia y utopía, el encontronazo de Carr con los
internacionalistas liberales fue un choque entre dos visiones del mundo opuestas, o entre
dos “ideologías sociopolíticas”, en el sentido que Mario Bunge da al término: el de
“conjunto de creencias referentes a la sociedad, al lugar del individuo en ésta, al
ordenamiento de la comunidad y al control político de ésta” constituidas (al contrario de las
teorías sociopolíticas) por afirmaciones dogmáticas y que ni suelen ser producto de la
investigación básica ni cambian con los resultados de ésta (Bunge: 1981: 165-166). En el
momento histórico en que se desarrolló el debate, ninguna de esas visiones del mundo
estaba vinculada a una teorización lo suficientemente sistemática y articulada como para
que se la pudiera considerar científica, aún en un sentido amplio. Ello, naturalmente hacía
imposible que los incipientes realismo y liberalismo pudieran entablar un auténtico debate,
es decir, un diálogo.
El dominio del realismo en la teoría de las Relaciones Internacionales a partir del
fin de la Segunda Guerra Mundial no puede interpretarse, por lo tanto, como una “victoria”
de los “realistas” en el “debate” contra los “idealistas”, puesto que no hubo ni “debate” ni
prácticamente coexistencia en el tiempo entre “realistas” e “idealistas”. Más que con
ningún otro factor, la preponderancia de las teorizaciones inspiradas en la tradición realista
tras la guerra tuvo que ver con la utilidad de los enfoques realistas como guía de los
decisores políticos estadounidenses en las dimensiones militares y diplomáticas de las
relaciones internacionales (es decir, en “inspiradora de la ideología de la política exterior
norteamericana” (Mesa: 1977: 88) ), a partir de la emergencia de los Estados Unidos como
superpotencia en un sistema bipolar . En todo caso, lo que está claro es que los realistas no
“vencieron” en el debate gracias a la evidente superioridad de sus argumentos.
En el período de más de veinticinco años que media entre el final de la Segunda
Guerra Mundial y principios de la década del setenta -cuando, a partir del impacto de
acontecimientos tales como la crisis del petróleo o la guerra de Vietnam el cuestionamiento
al realismo se intensificó- hubo muy pocos intercambios entre las teorizaciones realistas
La Teoría de las Relaciones Internacionales…
9
dominantes y las corrientes herederas de la tradición liberal8.
2. El debate realismo-transnacionalismo
El segundo antecedente del diálogo actual entre neorrealistas-neoliberales tuvo
lugar en la década de 1970, en el marco del llamado “tercer debate”, “debate realismoglobalismo”
o “debate interparadigmático”9 , debate enmarcado en el contexto político
de la distensión, la crisis del sistema de Bretton-Woods, la crisis del petróleo y el
aparente declive de la hegemonía estadounidense en el sistema internacional. Interesa
destacar el papel protagonista en el cuestionamiento al realismo en el marco de este
tercer debate de Robert O. Keohane10, puesto que es el mismo Keohane el principal
artífice del acercamiento actual entre neorrealismo y neoliberalismo. Junto con Joseph
Nye (un conocido autor neofuncionalista, hecho que señala la continuidad de la
tradición liberal), Keohane es el responsable (como editor y como autor) de las dos
obras más significativas de la corriente transnacionalista: Transnational Relations and
World Politics (1971, 1972) y Power and Interdependence (1977)11. El cuestionamiento
al “estatocentrismo” del modelo realista fue el aspecto principal de la crítica
“transnacionalista” de ese momento. En un mundo cada vez más interdependiente, las
teorizaciones basadas en la preponderancia del Estado-nación eran juzgadas
8.El cuestionamiento de Stanley Hoffmann a las teorías neofuncionalistas de la integración europea es uno de
los pocos ejemplos de enfrentamiento realismo-liberalismo en los años sesenta. (Hoffmann, 1964 y 1966).
9. Las tres denominaciones son problemáticas. La de “tercer debate” (tras el primer debate realismo-idealismo
y el segundo debate tradicionalismo-cientificismo) suele caracterizar al debate entre los autores realistas y los
defensores de las concepciones transnacionalistas. A partir de la introducción en Relaciones Internacionales
de la noción kuhniana de “paradigma científico”, el tercer debate se define también como “debate
interparadigmático” entre el paradigma realista, el transnacionalista ( o globalista, o liberal, o pluralista, o de
sociedad mundial, según los autores) y el estructuralista (también definido como marxista -aunque no todos
los autores estructuralistas se consideran marxistas- o, complicando aún más las cosas, como globalista ), por
más que la participación de las corrientes marxistas, muy minoritarias en Relaciones Internacionales, en
debates con las otras dos fue muy restringida. El problema es que también se ha incluido -a partir de un muy
citado artículo de Yosef Lapid (Lapid, 1989)- en el ámbito del “tercer debate” a la confrontación
epistemológica entre las teorías racionalistas clásicas y las “reflectivistas” (teoría crítica, postmodernismo y
feminismos), así como el diálogo actual neorrealismo-neoliberalismo. Una manera de ordenar un poco las
cosas es separar, como ha propuesto Ole Waever, el debate interparadigmático o “tercer debate”, que se daría
por concluido, de los dos debates paralelos de la década de los noventa, el debate neorrealismoneoliberalismo
por un lado y el debate racionalismo-reflexivismo por otro, dos aspectos de un “cuarto
debate”. (Waever, 1996: 149-185).
10. Sobre la interesante y variada trayectoria académica de Robert Keohane, véase Suhr (1997:90-120) y
Keohane (1989:403-415).
11.En estas obras Keohane y Nye no crearon una nueva perspectiva en Relaciones Internacionales sino que
articularon una serie de ideas presentes en enfoques preexistentes. Entre las obras publicadas con anterioridad
a las obras de Keohane y Nye y que influyeron también en la construcción de la perspectiva transnacionalista
cabe estacar las de Scott (1967); Rosenau (1969) y Deutsch (1968).
4 REVISTA ELECTRÓNICA DE ESTUDIOS INTERNACIONALES (2002)
10
insuficientes para describir y explicar la realidad internacional. La noción de
“interdependencia” y el papel de la fuerza militar en las relaciones internacionales
fueron también cuestiones centrales en la controversia y por lo tanto en las obras
citadas.
A diferencia del debate realismo-idealismo, el debate realismo-transnacionalismo
fue un debate real. En la obra editada por Ray Maghroori y Bennett Ramberg, Globalism
Versus Realism: International Relations’ Third Debate (Maghroori y Ramberg (eds.),
1982) ambas partes discutieron los méritos respectivos del enfoque estatocéntrico y la
noción de interdependencia. Es destacable, sin embargo, que hay un punto importante en
común con el debate materializado en la obra editada por Maghroori y Ramberg y el debate
realismo-idealismo de entreguerras. Se trata de la percepción del punto de vista contrario
como un punto de vista más “ideológico” que científico. Un ejemplo de ello es la crítica del
(neo)realista Kenneth Waltz al concepto de interdependencia, en su opinión un “mito” que
“oscurece las realidades de la política internacional y afirma al mismo tiempo una falsa
creencia sobre las condiciones que pueden promover la paz” (Waltz, 1982: 93). Quizás esa
percepción (mutua) de que la posición contraria estaba basada en unos supuestos “falsos”
haya sido lo que impidió que el debate se convirtiera en un auténtico diálogo, en el que las
partes estuvieran dispuestas a modificar sus posiciones a partir de los argumentos del
oponente. Lo que se hizo fue, simplemente, contraponer una serie de argumentos a otros sin
que, por lo general, existiera una voluntad clara de volverlos compatibles.
La aplicación del concepto de “paradigma científico” de Thomas Kuhn a las
Relaciones Internacionales sirvió para explicar esa situación que no se veía, en palabras de
Ole Waever, “como un debate que alguien debía ganar, sino como una situación de
pluralismo que se había de aceptar” (Waever, 1996: 155). Waever ha desarrollado
convincentemente el argumento de que la importación del concepto de paradigma científico
a las Relaciones Internacionales tuvo efectos paralizantes en la disciplina porque justificó la
falta de diálogo y de confrontación de ideas. Ello es así porque, por lo general, se adoptó
una versión muy simplista de la tesis de Kuhn sobre la inconmensurabilidad de los
paradigmas. Aunque es cierto que Kuhn consideraba que las teorías científicas (y los
paradigmas) eran inconmensurables, en tanto que cada una genera sus propios criterios de
evaluación y su propio lenguaje, no por ello creía cerrada la posibilidad de diálogo entre
teorías diferentes: Kuhn no era en manera alguna un relativista12.
12.Véase Kuhn (1962) y especialmente Kuhn (1970). De hecho, ya en 1972 Hedley Bull había alertado contra
la aplicación a las Relaciones Internacionales de “la retórica del progreso científico, mal aplicada a un campo
en el que no hay un progreso de un tipo estrictamente científico, [ lo que] lleva a limitar y oscurecer el tipo de
avance que sí es posible” (Bull, 1972). Otros autores que han cuestionado el uso del concepto de paradigma
científico en Relaciones Internacionales (por razones similares a las alegadas por Waever) son Smith (1992)
y Guzzini (1992). De todos modos, hay que señalar que ninguno de estos autores cuestiona el uso del
concepto de paradigma como pilar de la “cartografía” de la disciplina que han hecho numerosos manuales de
Relaciones Internacionales en los últimos años (adoptado, en nuestro medio, tanto por Arenal (1990) como
por Barbé (1995).
La Teoría de las Relaciones Internacionales…
11
B) El diálogo neorrealismo-neoliberalismo: precondiciones, desarrollo y resultados
Resulta muy difícil establecer en qué preciso momento el debate-enfrentamiento
realismo-transnacionalismo se convirtió en el debate-diálogo del neorrealismoneoliberalismo.
Probablemente haya habido una superposición entre ambos. De hecho, la
obra editada por Maghroori y Ramberg (donde el debate era más bien un enfrentamiento)
se publicó en 1982, el mismo año en que Steven Krasner editó el número especial de la
revista International Organizations dedicada al análisis de los “regímenes internacionales”,
un concepto que, como pronto veremos, fue un producto del diálogo constructivo entre las
corrientes (neo)realistas y (neo)liberales. En ese sentido, es destacable el hecho de que
Robert Keohane no participara en la obra de Maghroori y Ramberg y en cambio sí
contribuyera a la de Krasner.
1.Precondiciones
Pese a que la diferenciación entre el “tercer debate” y el diálogo neorrealismoneoliberalismo
(el actual “cuarto debate”) no es muy nítida en el tiempo, sí en cambio es
posible establecerla claramente a partir de otros elementos. Esos elementos – ”precondiciones” del diálogo- son los siguientes: la renuncia, por parte del sector
“transnacionalista” de Keohane, a crear un “paradigma alternativo” al realismo (a); la
formulación, por parte del mismo Keohane, de una propuesta concreta para integrar teorías
provenientes de la tradición realista y de la tradición liberal en un enfoque
multidimensional (b); el acercamiento de posiciones, consecuencia de la reformulación del
realismo en neorrealismo© y la del enfoque transnacionalista en (neo)liberalismo
institucional (d).
a) En Power and Interdependence, de 1977, Keohane y Nye renunciaron a su propósito
inicial -manifestado en Transnational Relations and World Politics de 1971/1972 – de
construir un paradigma alternativo al realismo, el de la “política mundial” (Keohane y Nye
(eds.), 1972: XXIV). Sostuvieron que ya no pretendían construir un nuevo paradigma sino
completar el realismo -a su entender un enfoque válido para conceptualizar ciertos aspectos
de la realidad internacional- con el enfoque de la interdependencia, dedicado al análisis de
las relaciones transnacionales (Keohane y Nye, 1977: 23-24). Esta actitud conciliadora
contrastaba con la de otros autores también pertenecientes a la corriente transnacionalista,
como por ejemplo Richard Mansbach, Yale Ferguson o John Vasquez, que sí entendían sus
esfuerzos como diametralmente opuestos a los de las concepciones realistas clásicas y
siguieron, por consiguiente, reclamando la constitución de un “nuevo paradigma”
(Mansbach, Ferguson y Lampert, 1977; Mansbach y Vasquez, 1981).
b) La propuesta de integrar distintos programas de investigación en un enfoque
multidimensional amplio fue esbozada por primera vez por Keohane en un artículo
publicado en 1983 (Keohane, 1983, 1987) aunque, de hecho, Keohane ya estaba embarcado
en un productivo diálogo con los autores (neo)realistas en torno al concepto de régimen
4 REVISTA ELECTRÓNICA DE ESTUDIOS INTERNACIONALES (2002)
12
internacional (Keohane, 1982). En ese artículo Keohane procedía al análisis del “realismo
estructural” (la reformulación del realismo de Kenneth Waltz en Theory of International
Politics, que en la actualidad se conoce más bien como “neorrealismo” y se distingue de
otras propuestas que sí se conocen como “realismo estructural” (Buzan, Jones y Little,
1993) ) y sostenía que, dadas sus virtudes rigor y claridad y potencialidades para
desarrollar una teoría lógicamente coherente, además de clara y relativamente simple
podría -junto a otras líneas de investigación conectadas al programa de investigación
realista (los trabajos de Snyder y Diesing en teoría de los juegos (Snyder y Diesing, 1977) y
las obras de Robert Gilpin (Gilpin, 1975, 1981), en particular sus explicaciones sobre las
causas de declive de los Estados hegemónicos)-, convertirse en el núcleo de “un enfoque
multidimensional a la política mundial que incorporara varios marcos analíticos o
programas de investigación”. Uno de esos programas sería el propio neorrealismo
(“realismo estructural” en los términos empleados por Keohane), dedicado a investigar
cuestiones relativas al poder y a los intereses. Otro sería un “programa de investigación
estructural modificado” (el de sus propias investigaciones), centrado en el análisis de las
instituciones y reglas internacionales. Un tercero, por último, se ocuparía de teorías de
política interna, de toma de decisiones y de procesamiento de la información y tendría la
función de conectar las dimensiones internas e internacionales.
c) La reformulación del realismo en neorrealismo por parte de Kenneth Waltz en 1979 fue
otra de las condiciones básicas para el acercamiento de las posiciones de los participantes
en el actual diálogo. Esta reformulación tuvo lugar en una de las obras más influyentes -y
más polémicas- en la literatura de las Relaciones Internacionales: Theory of International
Politics (Waltz, 1979). Su autor la redactó a partir de los siguientes propósitos:
1. Desarrollar una teoría de la política internacional más rigurosa que la de los anteriores
autores realistas.
2. Mostrar cómo se puede distinguir entre el nivel de análisis de la unidad de los elementos
estructurales y luego establecer conexiones entre ambos.
3. Demostrar la inadecuación de los análisis prevalecientes, que van “de dentro hacia
afuera” (inside-out) que han dominado el estudio de la política internacional.
4. Mostrar cómo cambia el comportamiento de los Estados y cómo los resultados
esperables varían a medida que los sistemas cambian.
5. Sugerir fórmulas para verificar la teoría y dar algunos ejemplos de aplicación práctica,
principalmente en cuestiones económicas y militares (Waltz: 1986: 322).
La reformulación del realismo de Waltz mantiene los principales supuestos del
realismo clásico: los Estados unidades racionales y autónomas son los principales actores
de la política internacional, el poder es la principal categoría analítica de la teoría, y la
anarquía es la característica definitoria del sistema internacional. Pero, a diferencia del
realismo, el neorrealismo centra su explicación más en las características estructurales del
sistema internacional y menos en las unidades que lo componen. Según Waltz, el
comportamiento de las unidades del sistema (Estados) se explica más en los
constreñimientos estructurales del sistema que en los atributos o características de cada una
de ellas (Waltz: 1979: 88-97).
La Teoría de las Relaciones Internacionales…
13
Pero quizás las principales diferencias entre el neorrealismo de Waltz y el realismo
clásico sean más formales que de sustancia y, en especial, ese intento de construir una
teoría clara, rigurosa, y concisa, de “explicar pocas cosas, pero importantes” (Waltz, 1975:
3-4). En ese sentido, la contribución (popperiana) de Waltz a la epistemología de las
relaciones internacionales es reconocida y apreciada incluso por sus críticos (Mansbach:
1996:93; Mouritzen, 1997). Otro aspecto formal que llama la atención en la teoría
neorrealista es el uso de la teoría microeconómica de las estructuras de mercado. Para
Waltz, el sistema internacional funciona como un mercado “interpuesto entre los actores
económicos y los resultados que producen. Ello condiciona sus cálculos, su
comportamiento y sus interacciones” (Waltz, 1990: 90-91). Esta analogía mercado-sistema
internacional propiciará también un uso importante, por parte de los neorrealistas, de los
modelos de las teorías de la acción racional, rasgo que compartirán con el neoliberalismo
institucional.
d) Por su parte, el “programa de investigación estructural modificado” que Keohane se
disponía a construir representaba un alejamiento significativo con respecto a las anteriores
posturas “transnacionalistas” del autor. El programa asumía algunas de las premisas del
(neo)realismo, aunque con ciertos matices:
I) La premisa de que los Estados son los principales actores internacionales, aunque no los
únicos.
II) La premisa de que los Estados actúan racionalmente, aunque no a partir de una
información completa ni con preferencias incambiables
III) La premisa de que los Estados buscan poder e influencia, aunque no siempre en los
mismos términos (en diferentes condiciones sistémicas, los Estados definen sus intereses de
manera diferente) (Keohane, 1983)
No obstante, y como ya hemos señalado, el centro de interés del “programa de
investigación estructural modificado” es el estudio de las reglas e instituciones
internacionales. Aquí se manifiesta con claridad el componente “liberal” del programa de
Keohane: en el interés de analizar las instituciones internacionales (un concepto amplio que
incluye a todas las modalidades de cooperación internacional formales e informales) y en la
premisa (de origen claramente liberal) de que la cooperación es posible y que las
instituciones modifican la percepción que los Estados tienen de sus propios intereses,
posibilitando así la cooperación (que los realistas/neorrealistas ven sólo como un fenómeno
coyuntural). En los trabajos desarrollados por Robert Axelrod en el marco de la teoría de
los juegos (Axelrod, 1984) Keohane encontró una buena base para explicar la
compatibilidad de las premisas realistas (Estados en situación de anarquía y motivados,
ante todo, por la búsqueda de poder) con las liberales (posibilidad de cooperación),
distanciándose (aunque no totalmente) del optimismo del liberalismo clásico. En el artículo
que escribieron juntos en 1985, los autores diferenciaban su propia noción de
“cooperación” de la “armonía de intereses” del liberalismo clásico:
Cooperación no equivale a armonía. La armonía exige una total identidad
4 REVISTA ELECTRÓNICA DE ESTUDIOS INTERNACIONALES (2002)
14
de intereses, pero la cooperación sólo puede tener lugar en situaciones en
las que hay una mezcla de intereses conflictivos y complementarios. En
esas situaciones la cooperación tiene lugar cuando los actores ajustan su
comportamiento a las preferencias reales o previstas de los demás. Así
definida, la cooperación no es necesariamente buena desde un punto de
vista moral” (Axelrod y Keohane, 1985): 226)
Otra vertiente teórica en la que Keohane se apoyó para explicar la compatibilidad
entre la estructura anárquica del sistema internacional y la cooperación proviene de la
microeconomía, y en concreto del concepto de “fallos del mercado”. Esta noción alude a la
incapacidad de un mercado perfecto (no regulado) de proporcionar adecuadamente bienes
públicos a una sociedad, así como a la posibilidad de que un mercado no regulado dé lugar
a “males públicos” tales como la contaminación. A partir de la identificación de la sociedad
internacional anárquica y un mercado imperfecto, Keohane y los autores neoliberales en
general se han inspirado en los modelos elaborados por los economistas sobre la regulación
de los mercados para defender las posibilidades de cooperación internacional.
Del énfasis del papel de las instituciones13 en la cooperación internacional proviene
el nombre que Keohane dio al programa, de “institucionalismo liberal” en su obra After
Hegemony (Keohane, 1984). El prefijo “neo” que transformó el nombre del programa en
“institucionalismo neoliberal” o, simplemente, en “neoliberalismo” proviene de un artículo
(crítico para con el enfoque) de Joseph Grieco (Grieco, 1988), quien lo usó no sólo para
referirse a la novedad del enfoque sino para diferenciarlo del “institucionalismo liberal
clásico”, de las teorías funcionalistas y neofuncionalistas de la integración europea, una
tradición de la que Keohane se reconoce deudor (Keohane, 1984: 22).
Keohane ha sostenido enfáticamente que el neoliberalismo institucional debe tanto
al realismo como a la tradición liberal:
En consonancia con el realismo -y asumiendo que se lo suele designar como
“neorrealismo”- la teoría institucionalista asume que los Estados son los
principales actores en la política mundial y que se comportan en base a las
concepciones que tienen de sus propios intereses. Las capacidades relativas
la “distribución de poder” del realismo siguen siendo importantes, y los
Estados se ven obligados a depender de sí mismos para obtener ganancias
de la cooperación. Sin embargo, la teoría institucionalista pone también
13. Keohane definió las instituciones como “conjuntos de reglas (formales e informales) estables e
interconectadas que prescriben comportamientos, constriñen actividades y configuran expectativas”. A su vez,
las instituciones pueden ser de tres clases: a) organizaciones gubernamentales y no gubernamentales
(deliberadamente establecidas y diseñadas por los Estados, con carácter burocrático y reglas explícitas), b)
regímenes internacionales (instituciones con reglas explícitas acordadas por los gobiernos pero con nivel de
institucionalización menor que las instituciones) y convenciones (situaciones contractuales que comportan
reglas implícitas que configuran las expectativas de los actores) (Keohane, 1989b: 2-4).
La Teoría de las Relaciones Internacionales…
15
énfasis en el papel de las instituciones internacionales en el cambio de las
concepciones del propio interés. De ahí que se apoye en las ideas liberales
sobre la formación de intereses. (….) es crucial recordar que [el
neoliberalismo institucional] tiene tantos elementos del realismo como del
liberalismo: no puede ser encasillada simplemente como una teoría “liberal”
opuesta en todos sus elementos al realismo. Es sin duda tan erróneo
referirse a ella como liberal como darle el nombre de neorrealismo.
(Keohane, 1993: 271-272)-
Asimismo, no pocos autores han clasificado a Keohane como un autor
“neorrealista” (Ferguson y Mansbach, 1991: 364; Ashley, 1984; Palomares Lerma, 1991:
29; Barbé, 1995: 62-63 n. 76). Sin embargo, y pese a los esfuerzos de Keohane por tender
puentes entre las distintas tradiciones de pensamiento e incluso llegar a una síntesis de las
corrientes teóricas actuales, la esencia de su enfoque es -como han percibido autores
neorrealistas como Grieco (1988)- radicalmente opuesta a los supuestos realistas. El
tradicional pesimismo realista y el tradicional énfasis liberal en las posibilidades de
cooperación están muy presentes en los actuales neorrealismo y neoliberalismo. Ello
impedirá, muy posiblemente, que ambos enfoques acaben fundiéndose en una síntesis total,
pero no ha impedido el establecimiento de un diálogo muy productivo, cuyas características
consideraremos a continuación.
C) El desarrollo del diálogo: temática y metodología
El diálogo ha tenido dos focos temáticos principales. Uno ha sido el de la discusión
de la teoría neorrealista de Waltz. Es lo que se ha hecho en la obra editada por Keohane
Neorealism and its Critics (Keohane, 1986 ), donde se reproducen los cuatro capítulos más
importantes de Theory of International Politics de Waltz y se incluyen contribuciones
neorrealistas (Robert Gilpin) junto a otras que se enmarcan en los enfoques que más
adelante el propio Keohane definiría como “reflectivistas” (de John G. Ruggie, Robert Cox
y Richard Ashley), el artículo de Keohane de 1983 que ya hemos comentado y en el que
proponía el establecimiento del diálogo y (lo que demuestra que se trata de un auténtico
diálogo) una respuesta de Waltz a los comentarios de sus críticos.
Pero el tema principal del diálogo neorrealismo-neoliberalismo es el de los “efectos
de las instituciones internacionales en el comportamiento de los Estados en una situación de
anarquía internacional” (Smith, 1997: 170). ¿Pueden o no compensar las instituciones
internacionales los efectos de la anarquía? Los neoliberales sostienen que sí y los
neorrealistas que no, y en las creencias de cada grupo están presentes, sin duda, las
tradicionales visiones del mundo realista y liberal. Pero lo importante es que, más allá de
ello (y a diferencia de lo que ocurría en el pasado), ambos grupos de autores se avienen a
intentar demostrar sus ideas y a intentar confirmar la validez de sus supuestos a partir de la
confrontación de teorías y de hechos. Si, como sostiene Bunge, la aceptación de que los
resultados de la investigación pueden cambiar los supuestos básicos es lo que diferencia a
4 REVISTA ELECTRÓNICA DE ESTUDIOS INTERNACIONALES (2002)
16
las ideologías sociopolíticas de las teorías sociopolíticas (Bunge, 1981), entonces el diálogo
neorrealismo-neoliberalismo sería valioso sólo por ello, más allá de sus resultados
concretos.
Las discusiones sobre si la anarquía es o no superable se han materializado en
numerosos artículos publicados, fundamentalmente, en la revista International
Organization. Además hay dos libros que recogen ese aspecto del debate: International
Regimes, editado por Steven Krasner (Krasner, 1982 y 1983) y, sobre todo, Neorealism and
Neoliberalism, editado por David Baldwin (Baldwin, 1993). Este autor es, precisamente,
quien en el artículo introductorio del libro mejor ha sintetizado el contenido del debate
neorrealismo-neoliberalismo y las principales divergencias entre ambas escuelas a
principios de los noventa, que eran las seis siguientes:
1. La naturaleza y las consecuencias de la anarquía internacional. Para los neorrealistas, la
anarquía plantea unas constricciones al comportamiento estatal mucho más importantes que
las admitidas por los neoliberales.
2. La cooperación internacional. Para los neorrealistas, la cooperación internacional es más
difícil de lograrse, más difícil de mantenerse y más dependiente de las relaciones de poder
de los Estados que lo que afirman los neoliberales.
3. Beneficios absolutos/relativos. Este era el núcleo del debate a principios de los años
noventa. De las posiciones que cada enfoque mantenía al respecto se desprendían las
expectativas (positivas para los neoliberales, negativas para los neorrealistas) de cada grupo
de autores sobre las posibilidades de la cooperación internacional. Los neorrealistas
sostenían que los Estados, al iniciar la cooperación con otros, buscan ante todo mejorar su
posición relativa frente a los demás. En otras palabras, lo que interesa a los Estados es, más
que obtener ganancias, mantener o alcanzar una posición de superioridad frente al resto. De
ahí que teman que otros Estados puedan obtener ganancias mayores que ellos en la
cooperación (superarlos en ganancias relativas). Ese temor a que la cooperación con otros
Estados aumente su superioridad es lo que impediría la cooperación a largo plazo. Los
neoliberales no negaban que en determinadas condiciones la cooperación se vea impedida o
dificultada por la preocupación de los Estados por los beneficios relativos, pero
consideraban que en general prevalecerá el deseo de obtener beneficios absolutos -deseo
que llevará a intentar maximizar el nivel total de los beneficios de quienes cooperan-14.
4. Las prioridades de las metas estatales. Ambos enfoques entienden que tanto la seguridad
como el bienestar económico son metas importantes, pero suelen diferir en cuanto a cuál
de ellas es prioritaria para los Estados. Los neorrealistas, igual que los realistas clásicos,
ponen el énfasis en la seguridad -por más que, a diferencia de aquéllos, participaban
activamente en los debates sobre temas económicos-. Los neoliberales consideran que las
14.Véase un análisis detallado de la problemática “beneficios absolutos vs. relativos” en Niou y Ordeshook
(1994: 209-234).
La Teoría de las Relaciones Internacionales…
17
prioridades económicas son básicas para los Estados.
5. Capacidades e intenciones. Los neorrealistas, igual que los realistas clásicos,
consideraban que la distribución de recursos (capacidades) de los Estados es el factor que
mejor explica su comportamiento, incluida su participación en esquemas de cooperación
con otros Estados. Los neoliberales ponen énfasis en las intenciones. Así, por ejemplo,
argumentan que la sensibilidad de los Estados con respecto a las ganancias relativas de los
demás se ve muy influenciada por las percepciones que se tengan sobre las intenciones de
esos Estados. Las ganancias relativas obtenidas por Estados clasificados como enemigos
serían mucho más preocupantes que las que consiguen los aliados.
6. El papel de los regímenes y las instituciones. Para los neoliberales, los regímenes y las
instituciones internacionales mitigan los efectos constreñidores que tiene la anarquía sobre
la cooperación. Sin negarlo, los neorrealistas consideran exagerado el papel que atribuyen
los neoliberales a regímenes e instituciones15.
Aunque las diferencias entre neorrealistas y neoliberales no se han resuelto, algunas
de ellas se han reformulado a partir del debate. Es el caso de la controversia sobre
ganancias absolutas/relativas. La cuestión de si los Estados persiguen ganancias absolutas o
relativas ha sido reformulada, según Keohane, en la siguiente pregunta: “bajo qué
condiciones los Estados emprenden una cooperación mutuamente beneficiosa para
preservar su poder y estatus relativos?” (Keohane, 1998:88). En la actualidad, la
controversia neorrealismo-neoliberalismo se centra en la capacidad de las instituciones
internacionales de afectar los resultados de las negociaciones multilaterales de los Estados
(Fearon, 1998).
Es llamativo el hecho de que el debate neorrealismo-neoliberalismo se haya
centrado en la dimensión de cooperación y que prácticamente haya dejado intacta la del
conflicto (cuando el tema de la utilidad o no de la fuerza militar era uno de los principales
en los enfrentamientos entre transnacionalistas y realistas). En teoría, la posibilidad de
aplicar el programa del institucionalismo neoliberal está abierta, y así lo ha señalado
Keohane (Keohane y Martin, 1995: 39). En la práctica, empero, los estudios de seguridad
siguen estando prácticamente monopolizados por el neorrealismo.
En cuanto a la metodología que se ha seguido, lo que más llama la atención es la
influencia de la teoría económica y el uso de la teoría de los juegos para conceptualizar las
situaciones de anarquía-cooperación (en base a los modelos que los economistas usan para
distinguir entre diferentes clases de mercado). Se razona en abstracto, y se parte de la base
que los actores (Estados u otros) se comportan racionalmente. Las referencias históricas
que aparecen en los trabajos son, si las hay, muy generales. Tampoco el derecho, la
15.Esta enumeración de las diferencias entre neorrealistas y neoliberales de Baldwin ha sido reproducida en
distintos manuales y cursos, como por ejemplo en Baylis y Smith (1997: 170) y, entre nosotros, por Grasa
(1997:144-145).
4 REVISTA ELECTRÓNICA DE ESTUDIOS INTERNACIONALES (2002)
18
filosofía, la sociología o la psicología parecen informar sus contenidos.En ese sentido,
Keohane ha subrayado el “carácter racionalista y utilitarista” de ambos enfoques (Keohane
y Martin, 1995:39) .
D) Algunos resultados del diálogo
a) El diálogo entre neoliberales y neorrealistas ha estructurado el debate del área o
subdisciplina de la Economía Política Internacional (Guzzini, 1992; Kébabdjian, 1999;
Higgott, 1994; García Segura, 1999), centrada en “la interacción recíproca y dinámica en
las relaciones internacionales de la búsqueda de la riqueza y del poder”, que es como la
definió Robert Gilpin, un autor clave en su desarrollo (Gilpin, 1975). En economía política
internacional la discusión teórica ha estado estructurada, desde el nacimiento de la
disciplina en los años setenta, según la misma lógica que las relaciones internacionales.
Así, en los años setenta se definía como un diálogo entre realistas (o mercantilistas),
liberales y marxistas y en la actualidad como un debate entre neorrealistas-neoliberales con
una participación menor de autores neo-marxistas, en general vinculados a la teoría crítica
inspirada en Gramsci.
Es destacable que en teoría política internacional el debate se considera muy
constructivo por sus participantes, que destacan que la dialéctica neorrealismoneoliberalismo
ha permitido desarrollar un rico programa de investigación en el que cada
una de las partes ha ido refinando progresivamente sus posiciones iniciales (Krasner, 1996).
Asimismo, puede decirse que el concepto de régimen internacional (categoría
central en la Economía Política Internacional, aunque empleada en general en las
Relaciones Internacionales) es casi exclusivamente un producto del diálogo neorrealismoneoliberalismo.
De hecho, una de los primeros indicadores de que neorrealistas y
neoliberales se estaban embarcando en una empresa constructiva fue el acuerdo que
alcanzaron sobre la que hoy se conoce como “definición canónica” de régimen
internacional. La llamada “definición canónica” es la que fue consensuada en 1983 entre
neorrealistas y neoliberales y aparece en el volumen editado por Steven Krasner en 1982
(como número especial de International Organization y en 1983 (como volumen
independiente):
Los régimenes internacionales son principios, normas, reglas y
procedimientos de toma de decisiones en torno a los cuales las expectativas
de los actores convergen en un área determinada de las relaciones
internacionales. Los principios son creencias de hecho, de causalidad o de
rectitud. Las normas son estándares de comportamiento definidas en
términos de derechos y obligaciones. Las reglas son prescripciones o
proscripciones para la acción específicas. Los procedimientos de toma de
decisiones son las prácticas prevalecientes para llevar a cabo y aplicar las
La Teoría de las Relaciones Internacionales…
19
decisiones colectivas” (Krasner, 1983:2)16.
Sobre esa base común, neoliberales y neorrealistas pasaron a debatir casos
concretos de creación y mantenimiento de regímenes internacionales. Los primeros -a partir
de la idea de que los Estados consideran, ante todo, los beneficios absolutos que les puede
reportar la cooperación-, conciben los regímenes, ante todo, como el producto de la
maximización de intereses de los participantes. Los segundos -desde la premisa de que los
Estados se preocupan, ante todo, por la posición relativa en la escala de poder
internacional- los entienden como un producto de las relaciones de poder y explican los
regímenes bien a partir de la hegemonía de una potencia, bien a partir de una determinada
configuración de las relaciones de poder.
b) El diálogo neorrealismo-neoliberalismo está también en la base del intento de
reconceptualización de las teorías de la integración europea emprendido por Robert
Keohane, Stanley Hoffmann y Andrew Moravcsik (Keohane y Hoffmann, 1991;
Moravcsik, 1991, 1993). El “institucionalismo intergubernamental” es un intento de
fusionar algunas ideas de la teoría neofuncionalista (despojándola, sin embargo, de su
componente teleológico) y las criticas intergubernamentalistas (realistas) de Hoffmann a las
teorías clásicas de la integración europea (Hoffmann 1964, 1966). El sistema político
comunitario se concibe como un régimen internacional (Moravcsik, 1993: 140) o como una
“red” (network) (Keohane y Hoffmann, 1991: 10) basada en la convergencia de intereses de
sus miembros, en particular los tres grandes Estados europeos: Alemania, el Reino Unido y
Francia. A su vez, el proceso comunitario se define como a la vez intergubernamental y
supranacional: intergubernamental porque la autoridad máxima la detentan los gobiernos
(no las instituciones europeas), protagonistas en el proceso de toma de decisiones de la CE /
UE; supranacional por las maneras en que las decisiones se toman: en el seno de
instituciones centrales en las que prevalece la regla de mayoría cualificada en el voto,
controladas por el Tribunal de Justicia y amparadas por el derecho comunitario (Keohane y
Hoffmann, 1991: 16). Esto resuelve lo que para los neofuncionalistas aparecía como una
contradicción: el papel primordial de los gobiernos en el proceso comunitario paralelo al
paulatino fortalecimiento de las instituciones comunitarias, proceso que para los
neofuncionalistas no podía ser simultáneo (Haas, 1968).
El modelo institucionalista intergubernamental se ha usado para explicar la
dinámica del Acta Única y del Tratado de la Unión Europea (Maastricht) (Keohane y
Hoffmann, 1991) y al papel de las instituciones en la Europa de la inmediata post-guerra
fría (Keohane, Nye, Hoffmann, 1993). Asimismo, se han destacado sus potencialidades
para explicar la dinámica de la Política Exterior y de Seguridad Común de la Unión
Europea (Hill y Wallace, 1996; Salomón, 1999). También es de destacar su afinidad con el
enfoque intergubernamentalista desarrollado por Paul Taylor (Taylor, 1991, 1996).
16.Hasenclever, Mayer y Rittberger (1996; 2000) han realizado un análisis pormenorizado de la evolución de
los debates en torno al concepto de régimen internacional.
4 REVISTA ELECTRÓNICA DE ESTUDIOS INTERNACIONALES (2002)
20
c) Un tercer esfuerzo que puede ser considerado producto del diálogo es el intento
de construir una teoría general de las relaciones internacionales sobre la base del
neorrealismo pero también usando las aportaciones del neoliberalismo institucional,
además de las de otras teorizaciones. Es la propuesta del “realismo estructural”, de Barry
Buzan, Charles Jones y Richard Little Little (Buzan, Jones y Little, 1993). Los autores
adoptan una posición semejante a la de Keohane: aceptan los presupuestos “duros” del
realismo pero con modificaciones. Afirman, además, que
[el realismo estructural que proponen] proporciona una base para sintetizar
los enfoques neoliberal y neorrealista al estudio del sistema internacional
(…), lo que abre la posibilidad de transformar una teoría de la política
internacional en una teoría de las relaciones internacionales” (Buzan, Jones
y Little, 1993: 62-63).
Los autores comparten, con los neoliberales institucionalistas y con los teóricos de
la sociedad internacional, la idea de que la anarquía puede dar lugar a una cooperación
sostenida, no sólo coyuntural. Asimismo, igual que los autores constructivistas, rechazan
las analogías microeconómicas de neorrealistas y neoliberales e insisten en el papel de los
factores sociocognitivos en las interacciones de las unidades (Estados) en el sistema
internacional.
Así, aún partiendo de la misma base común a neorrealismo y neoliberalismo
institucional (Estados como principales actores, con carácter racional y unitario,
actuando en función del poder y calculando sus intereses en función del poder) Buzan y
sus colegas proponen ciertas modificaciones importantes a las premisas neorrealistas.
En primer lugar, una defininición de estructura menos rígida que la de Waltz y
aplicable a sectores diferentes que los estrictamente políticos. En segundo lugar,
proponen desagregar el concepto de poder (poder militar, poder económico, poder
ideológico…) para explicar situaciones en las determinadas estructuras de poder se
mantengan incambiadas y en cambio otras varíen. En tercer lugar, proponen un nuevo
nivel de análisis, el de la “capacidad de interacción” entre las unidades. Según los
autores, una teoría así concebida permite explicar las situaciones de transformación del
sistema internacional y por lo tanto el fin de la guerra fría, la carencia más señalada en
el neorrealismo. Para ello es básico la desagregación del concepto de poder en distintas
capacidades. Así, el fin de la guerra fría se conceptualizaría teóricamente como un
cambio en la estructura distribucional de poder, en la que el poder económico
permanece incambiado y en cambio el poder político y militar se distribuyen de una
nueva manera.
El realismo estructural, pues, es una especie de operación de rescate del
neorrealismo, por más que en el camino se lo modifica tanto que queda casi irreconocible.
Buzan ha justificado esta posición con argumentos similares a los expuestos, en su día, por
Keohane. Buzan encuentra el neorrealismo es intelectualmente atractivo por su relativa (no
absoluta) coherencia intelectual y porque considera que es un buen punto de partida para
La Teoría de las Relaciones Internacionales…
21
construir un marco teórico unificado de las Relaciones Internacionales (Buzan, 1996: 62-
63). Es una posición diametralmente opuesta a la de los autores que reclaman la
“reestructuración” de la disciplina y la teorización en Relaciones Internacionales y que
consideraremos en el próximo apartado.
II. DISIDENCIA: LA FRACTURA RACIONALISMO VS. REFLECTIVISMO
La disidencia17 es la segunda tendencia en la que focalizaremos nuestra reflexión
sobre la teorización en Relaciones Internacionales en los últimos años. En este apartado
consideraremos una serie de enfoques recientemente surgidos en el panorama teórico de
nuestra disciplina vinculados (aunque no en todos los casos) a la propuesta de llevar a cabo
una “reestructuración” de las Relaciones Internacionales (Neufeld, 1995). En parte, los
enfoques disidentes se explican como reacción a las carencias percibidas en las teorías
tradicionales, en especial la falta de elementos que permitieran no ya predecir sino
simplemente explicar el fin de la guerra fría (Arenal, 1993). En ese sentido, es un tipo de
reacción opuesto a esfuerzos como los del realismo estructural de Buzan. También se
explican como reacciones a las propias situaciones de cambio en el sistema internacional.
Algunos autores vinculados a estos enfoques aluden a las crisis de los años setenta al
referirse a sus motivaciones para buscar teorías alternativas, el mismo impulso que llevó a
la formulación de las corrientes transnacionalistas (Cox, 1981). No hay duda del enorme
impacto de los acontecimientos de 1989-91 en los llamamientos a la reestructuración y a la
disidencia, llamamientos que en los últimos años han perdido intensidad. Por último, los
enfoques disidentes son un reflejo de los debates metodológicos, epistemológicos,
ontológicos y axiológicos que se mantienen en el ámbito más amplio de las ciencias
sociales, así como de ciertas modas intelectuales de origen parisino y del pesimismo
vinculado a la desilusión con el proyecto “modernista” de la Ilustración (Holsti, 1998).
17. El término que hemos escogido para esta dinámica obedece a la autodefinición como “disidentes” que
asume una buena parte de los autores considerados en este apartado. Una muestra de esa autopercepción está
en el título del artículo introductorio al número extraordinario del International Studies Quaterly (editado por
los autores postmodernos R. Ashley y R. B. J. Walker): “Speaking the Language of Exile: Dissident Thought
in International Studies”, (Ashley y Walker, 1990).
La contraposición entre los nuevos enfoques “disidentes” y los viejos enfoques
“hegemónicos” o “tradicionales” fue planteada por primera vez por Robert Keohane, en la
conferencia que le correspondió pronunciar en marzo de 1988 en calidad de presidente – durante el curso 1988-89- de la International Studies Association (Keohane, 1989b). Desde
4 REVISTA ELECTRÓNICA DE ESTUDIOS INTERNACIONALES (2002)
22
ese cargo institucional -que lo convertía en legítimo portavoz de la teorización hegemónica
en la academia estadounidense- Keohane identificó la nueva gran fractura que, a su
entender, dividía el campo de las Relaciones Internacionales.
A un lado de la fractura situó Keohane las teorías “racionalistas”, las que consideran
posible juzgar objetivamente los comportamientos, como el realismo/neorrealismo y
liberalismo/neoliberalismo. Del otro situó las teorías que llamó “reflectivistas”
(reflectivist). Según Keohane, los autores “reflectivistas” (entre los cuales señaló a
Hayward Alker, Richard Ashley, Friedrich Kratochwil y John Ruggie18) tenían en común a)
su desconfianza hacia los modelos científicos para el estudio de la política mundial, b) una
metodología basada en la interpretación histórica y textual y c) la insistencia en la
importancia de la reflexión humana sobre la naturaleza de las instituciones y sobre el
carácter de la política mundial. Asimismo, Keohane sostuvo que, pese a su interés, los
enfoques “reflectivistas” eran unos enfoques marginales en la disciplina y que lo seguirían
siendo si no desarrollaban unos programas de investigación empíricos concretos y que
contribuyeran a la tarea de clarificar las cuestiones centrales de la política mundial.
Desde entonces, algunos autores han clasificado la controversia entre estos
enfoques reflectivistas y las teorizaciones asentadas en la tradición racionalista
occidental como pertenecientes a un nuevo debate en la disciplina de las Relaciones
Internacionales, paralelo en el tiempo pero de naturaleza muy diferente al diálogo
neorrealismo-neoliberalismo (Waever, 1996; Smith, 1997).
No hay acuerdo entre los autores sobre la denominación de la familia de enfoques
que Keohane llamó “reflectivistas”. Algunos autores han optado por la denominación de
“tendencias post-positivistas” aludiendo al posicionamiento de varios de ellos frente a la
manera “positivista” de entender la ciencia (Lapid, 1989). El problema que supone el uso
de esa denominación es que podría sugerir que se está aceptando la dicotomía
positivismo/postpositivismo tal como algunos de esos autores la plantean, lo que, como
argumentaremos más adelante, no es nuestro caso. Otro grupo de autores distingue entre
“teoría crítica” (enfoques reflectivistas en general) y “Teoría Crítica” (el enfoque
específicamente habermasiano y neomarxista) (George, 1989; Brown, 1994; Wendt, 1995).
Es evidente que también esa solución se presta a confusiones. Para evitarlas hemos
adoptado aquí la denominación de “enfoques reflectivistas” de Keohane. Tiene, sobre las
demás, la ventaja de que no parece señalar a ninguno de estos enfoques en particular. Por
otra parte, aunque se trata de una denominación dada desde fuera, la usan también algunos
autores que se identifican con esas corrientes, como por ejemplo Steve Smith (Smith, 1997)
o Mark Neufeld (Neufeld, 1993).
18.Los dos primeros se inscriben en la corriente o corrientes “postmodernas”. Los dos últimos son exponentes
del enfoque constructivista. Es de señalar que tanto Richard Ashley como John Ruggie habían participado en
el debate en torno a Theory of International Politics de Waltz materializado en la ya citada antología de
Keohane, Neorealism and its Critics (Keohane, 1986).
La Teoría de las Relaciones Internacionales…
23
Aunque un importante elemento en común de los enfoques reflectivistas (que no
está entre los destacados por Keohane) es su consideración de las relaciones internacionales
como un conjunto de fenómenos “socialmente construidos”-según la terminología
empleada en el área de la sociología del conocimiento (Berger y Luckman, 1966)- es
posible, sin embargo, que, como ha afirmado otro autor, la “familia” de enfoques
reflectivistas esté más unida por lo que rechaza que por lo que acepta (Wendt, 1995: 71-
72). Esos rechazos tienen que ver con determinados aspectos en la manera de teorizar que
los autores reflectivistas atribuyen a las corrientes dominantes en el estudio de las
Relaciones Internacionales. En primer lugar, con aspectos epistemológicos: los enfoques
reflectivistas cuestionan, en mayor o menor medida, las bases del conocimiento que -en
nuestra opinión simplificando excesivamente- suelen denominar “positivista”: la
posibilidad de formular verdades objetivas y empíricamente verificables sobre el mundo
natural y, más aún, el social. En segundo lugar, con aspectos ontológicos: el
cuestionamiento de si el conocimiento puede o no fundarse en bases reales. En tercer lugar,
con cuestiones axiológicas, se cuestionan las posibilidades de elaborar una ciencia
“neutral” (Lapid, 1989). Es sobre esas bases que se reclama la “reestructuración de las
Relaciones Internacionales”(Neufeld, 1995; Sjolander y Cox, 1994; George, 1994; García
Picazo, 1998).
En este apartado consideraremos tres de los cuatro enfoques reflectivistas: la teoría
crítica, los postmodernismos y los feminismos. El uso del plural en los dos últimos casos se
debe a la gran variedad de aproximaciones dentro de esos enfoques (que a su vez se explica
en que los autores postmodernos y una parte de los autores feministas niegan la posibilidad
de construir teorías, con lo que las diversas contribuciones son muy heterogéneas). El
cuarto enfoque, el constructivismo, lo trataremos en el tercer apartado de este artículo, el
dedicado a los intentos de aproximar posiciones en teoría de las Relaciones Internacionales.
Esta opción se justifica en la diferenciación que el constructivismo ha experimentado en
relación a su “familia original” reflectivista.
A) La teoría crítica
La teoría crítica en Relaciones Internacionales es un intento de aplicar, a la
teorización en nuestra disciplina, una serie de conceptualizaciones elaboradas en el marco
de la teoría crítica sociológica de la llamada escuela de Frankfurt, el núcleo de pensadores
vinculados al Instituto de Frankfurt de Investigación Social establecido en 1923 entre cuyos
miembros se destacan los nombres de Max Horkheimer, Theodor Adorno, Herbert Marcuse
y Erich Fromm y cuyo principal exponente en la actualidad es Jürgen Habermas,
perteneciente a la segunda generación de la escuela.
No pretendemos adentrarnos aquí en la teoría crítica sociológica, de gran
complejidad filosófica y con poca relación con la problemática específica de las Relaciones
Internacionales. Lo que sí nos interesa es mencionar dos distinciones que los autores que
han intentado desarrollar una teoría crítica en Relaciones Internacionales suelen hacer. Una
4 REVISTA ELECTRÓNICA DE ESTUDIOS INTERNACIONALES (2002)
24
es la distinción entre “teoría tradicional” y “teoría crítica” de Max Horkheimer. La otra es
la distinción de Jürgen Habermas entre tres diferentes fundamentos del conocimiento.
En su ensayo de 1937 “Teoría tradicional y teoría crítica” (Horkheimer, 1972), Max
Horkheimer distinguió entre dos maneras de teorizar. La “teoría tradicional” es la que
establece una separación radical entre sujeto cognoscente y objeto conocido, y por lo tanto
entre conocimiento e intereses. La “teoría crítica”, en cambio, no admite esa separación,
especialmente en el ámbito de las ciencias sociales. Según Horkheimer, la teoría tradicional
no sólo no potencia el desarrollo humano sino que lo impide. Ello es así porque, al no
reconocer la imbricación entre conocimiento e intereses, presenta los hechos, acciones e
ideas prevalecientes como inmutables. Al describirlos contribuye a reproducirlos, y por lo
tanto a reproducir sociedades injustas. La teoría crítica es la que no sólo describe las
sociedades sino que intenta transformarlas, insistiendo en el papel que ella misma puede
asumir en la configuración de los procesos sociales.
Otra distinción básica para la teoría crítica es la que estableció Jürgen Habermas
entre tres tipos diferentes de fundamentos del conocimiento: los intereses cognitivos
técnicos vinculados al trabajo, los intereses cognitivos prácticos vinculados a la interacción
y los intereses cognitivos emancipatorios vinculados al poder (Habermas, 1968). Son tres
tipos ideales, no separables en la realidad. Los intereses cognitivos técnicos llevan al
desarrollo de las ciencias empírico-analíticas y persiguen la satisfacción de las necesidades
materiales. Los intereses cognitivos prácticos llevan a la construcción de las normas
sociales (así como a las realizaciones de las ciencias históricas y culturales) y crean las
bases del entendimiento y la interacción mutuas. Los intereses cognitivos emancipatorios
son los que impulsan al individuo a liberarse de las condiciones sociales estáticas y de las
condiciones de comunicación distorsionadas que resultan del reforzamiento mutuo delos
intereses técnicos y prácticos. La teoría crítica es la que se construye a partir de estos
intereses cognitivos emancipatorios con el objetivo de construir un orden social nuevo. Su
función precisa es la de desenmascarar las ideologías que, abierta o subrepticiamente, están
presentes en las teorías sociales tradicionales o en el discurso político-social y que frenan el
cambio social.
A principios de la década de los ochenta, las ideas de la escuela de Frankfurt y la
teoría crítica desarrollada por Habermas, que ya habían ejercido un importante impacto en
la sociología y la ciencia política, hicieron su aparición en las Relaciones Internacionales.
Los dos autores que las introdujeron en la disciplina (en artículos publicados en 1981)
fueron Richard Ashley y Robert Cox. Andrew Linklater es un tercer autor comprometido
con este proyecto. Sin embargo, mientras que Cox y Linklater se definen a sí mismos como
exponentes de la teoría crítica en Relaciones Internacionales (o, para mayor precisión, a la
teoría crítica neomarxista19), Ashley pertenece actualmente a la corriente postmoderna, por
19.Recuérdese que la denominación “teoría crítica” se usa también con frecuencia para denominar a los
enfoques reflectivistas en general. Quienes adoptan esta denominación suelen usar mayúsculas para distinguir
entre Teoría Crítica (neomarxiana) y teoría crítica (enfoques reflectivistas en general).
La Teoría de las Relaciones Internacionales…
25
más que antes de identificarse como postmoderno haya aplicado algunas ideas de
Habermas en sus trabajos. Como esos trabajos son precisamente pioneros en la
introducción de la teoría habermasiana en Relaciones Internacionales, cabe reseñarlos en
esta sección.
Ashley (1981) usó la distinción habermasiana entre los tres tipos de conocimiento
para cuestionar las explicaciones del realismo sobre las relaciones internacionales. Según
Ashley, el realismo partía de un único “interés cognitivo”, el del conocimiento técnico y la
metodología del control. A pesar de ello, el autor consideraba que el realismo tradicional
(no el neorrealismo de Waltz) tenía un potencial que podría permitir acceder a un
conocimiento emancipatorio de las Relaciones Internacionales que sirviera, no para
controlar con mayor eficacia un medio “objectificado” (que era lo que, a su entender,
pretendía el neorrealismo) sino para comprender mejor las nociones de poder e interés
nacional en tanto que productos históricos, políticos y culturales. Concentrándose en los
intereses políticos de los actores humanos y no en las operaciones mecánicas de los
sistemas o estructuras podría crearse una “teoría crítica tradicionalista” de las Relaciones
Internacionales. Posteriormente (Ashley, 1984) el autor centró sus esfuerzos en la crítica al
neorrealismo (una categoría en la que incluía no sólo a los autores autodeclaradamente
realistas o neorrealistas como Waltz, Gilpin o Krasner sino también a Keohane). Aunque
hacía nuevamente referencias a la teoría habermasiana, recurría también a nociones
tomadas de Michel Foucault y de Pierre Bourdieu, lo que anticipaba su posterior
trayectoria postmoderna. Sostenía que el dominio del neorrealismo, una perspectiva
ideológica pese a su pretendida objetividad científica habría conducido a un “cúmulo de
errores”. En concreto, Ashley señalaba como causa de esos errores el estatocentrismo, el
utilitarismo, el positivismo y una concepción reificada de la estructura por parte del
neorrealismo.
Dado que buena parte de los autores que operan en el marco de los enfoques
reflectivistas se declaran “post-positivistas”, vale la pena detenerse en la crítica de Ashley
al “positivismo”. Según el autor, los autores positivistas son los que aceptan los siguientes
cuatro supuestos: 1. Que el conocimiento científico pretende aprehender una realidad de
acuerdo con ciertas relaciones causales estructurales fijas que son independientes de la
subjetividad humana. 2. Que la ciencia pretende formular un conocimiento técnicamente
útil 3. Que el conocimiento que intenta alcanzar la ciencia es axiológicamente neutral 4.
Que los enunciados científicos pueden verificarse por su correspondencia con la realidad
(Ashley 1984: 281). Hay que decir que el rechazo de Ashley (y de los autoproclamados
post-positivistas en general) al criterio de “verdad como correspondencia” (es verdadero
aquello que se corresponde con un hecho real) y a la neutralidad científica es muy
problemático desde el punto de vista de la filosofía de la ciencia. Con respecto a la primera
cuestión, si el criterio de verdad como correspondencia no se reemplaza por otro se corre el
riesgo de caer en un relativismo extremo, y por ende en la imposibilidad de hacer ciencia20.
20.Habermas se ha enfrentado a ese problema sustituyendo el criterio de “verdad como correspondencia” por
un criterio de verdad basado en el consenso intersubjetivo de los individuos y apoyado en el lenguaje
(Habermas, 1987).
4 REVISTA ELECTRÓNICA DE ESTUDIOS INTERNACIONALES (2002)
26
En lo que atañe a la segunda, cabe lamentar que Ashley y los autores que rechazan la
posibilidad de hacer ciencia “libre de valores” no distingan, como ha señalado Rafael Grasa
(Grasa, 1997), entre plano axiológico y el plano analítico de la teorización o, en otras
palabras, que no establezcan la distinción crucial entre “ciencia neutral” y “objetividad
científica”. A consecuencia de ello se crea una confusión entre “aceptación intelectual de la
realidad y reconciliación moral con ella” (Grasa, 1997: 130) que resulta peligrosa, puesto
que lleva a rechazar la objetividad y por lo tanto toda una serie de procedimientos
esenciales para el método científico. Pero la oposición positivismo-postpositivismo es
también problemática en otro sentido: al englobar bajo la misma etiqueta de “positivismo”a
todo el trabajo de las teorías “convencionales” de las Relaciones Internacionales (las que
Keohane definió como “racionalistas”), se está incurriendo, sencillamente, en un error. Las
distintas posiciones son muy variadas y matizadas, y en general no son incompatibles con
la introducción de nuevas dimensiones (ideas, valores, identidades) en las teorías, como
parecen suponer muchos autores reflectivistas. El resultado es la pérdida de relevancia de
las afirmaciones de los reflectivistas, y por lo tanto del debate con los enfoques
racionalistas21.
Prosiguiendo con la explicación de cómo se introdujo la teoría crítica en las
Relaciones Internacionales, consideraremos ahora los trabajos de Robert Cox. Igual que
Ashley, en su primer artículo vinculado a la teoría crítica (Cox, 1986 [1981]), Cox se sirvió
de nociones tomadas de ésta para cuestionar la teoría neorrealista. En concreto, el autor
partió de la distinción entre “teoría tradicional” y “teoría crítica” de Horkheimer y redefinió
a la primera categoría como teoría “que resuelve problemas” (problem-solving). A
continuación situó al neorrealismo de Waltz en esa primera categoría, como una teoría
“que resuelve problemas” y que va en la dirección contraria de la teoría crítica,
emancipatoria. Subrayó que, aunque el neorrealismo se presenta como axiológicamente
neutral, en realidad tiene un sesgo ideológico-normativo anti-emancipatorio e insistió en
que todo conocimiento “es para alguien y para algún propósito”. El hecho de que la teoría
neorrealista considere a las variables sociales como si se mantuvieran fijas (igual que el
químico trata las moléculas o el físico las fuerzas en movimiento) contribuye a frenar las
posibilidades de cambio del sistema. La “receta” -que se desprende de la teoríaneorrealista
para que los Estados maximicen su seguridad consiste en que éstos adopten la
racionalidad neorrealista como guía para la acción. De este modo la teoría neorrealista
21. En un texto reciente Keohane ha insistido en la inoperancia de la dicotomía positivismo-postpositivismo y
afirma que “ningún estudiante serio de relaciones internacionales espera descubrir unas verdades universales
que operen de manera determinista, dado que reconocen que ninguna generalización es significativa sin la
especificación de su alcance”. Igualmente inoperante es establecer una dicotomía tajante entre teorías que
defiendan un conocimiento “objetivo” y teorías que sólo admitan un conocimiento “subjetivo”: “es posible
reconocer que el conocimiento está socialmente construido sin abandonar los esfuerzos para alcanzar un
acuerdo intersubjetivo sobre cuestiones importantes, y especificar más las condiciones en las que algunos
acontecimientos importantes tienen mayor o menor probabilidad de ocurrir” (Keohane, 1996: 195). La prueba
más palpable de que en la práctica se puede ir más allá de las dicotomías es la feliz combinación del método
científico “tradicional” y el interés por las problemáticas vinculadas a la construcción de la realidad social en
Relaciones Internacionales que ha asumido el constructivismo y que comentaremos más adelante.
La Teoría de las Relaciones Internacionales…
27
contribuye a mantener y reproducir un sistema internacional injusto. El artículo de Cox
incluía asimismo (a diferencia de la mayor parte de trabajos que se enmarcan dentro de los
enfoques críticos o reflectivistas) una propuesta para la construcción de una teoría crítica de
las relaciones internacionales, una propuesta que contuviera “un cuadro coherente de un
orden alternativo”. Ello se haría a partir de la articulación de algunos elementos del
realismo anterior a Morgenthau (fundamentalmente E. H. Carr y Meinecke) y el
materialismo histórico22 (representado por Marx, Gramsci23 y actualmente en la obra de
Eric Hobsbawm), elementos que permitirían analizar el tema del cambio en el orden
mundial, tema en el que, según Cox, debería centrarse la teoría de las Relaciones
Internacionales.
La noción de “estructura histórica” es un elemento central de la propuesta. La
estructura histórica es una configuración de fuerzas (capacidades materiales, ideas e
instituciones) que impone presiones y constreñimientos sobre el comportamiento de los
Estados. En concreto, Cox propuso un programa de investigación consistente en el análisis
de las diferentes estructuras históricas y sus procesos de transformación.
Cox desarrolló su propia propuesta en su obra Production, Power and World Order
(Cox, 1987), donde propuso una explicación histórico-sociológica de las diferentes tipos de
fuerzas sociales vinculadas a estructuras político-institucionales (occidentales y sinosoviéticas)
entre 1945 y 1980 e insistió en que -en contra de las previsiones neorrealistasno
existen unas constricciones estructurales que impidan grandes cambios globales en los
procesos productivos o en las fuerzas globales. En el terreno concreto de la subdisciplina de
la Economía Política Internacional el enfoque neomarxista-gramsciano de Cox ha ido
ganando cada vez más adeptos (García Segura, 1999).
Por su parte, en Beyond Realism and Marxism: Critical Theory and International
Relations (Linklater, 1990), Andrew Linklater propuso, también a partir de una perspectiva
habermasiana (ya explorada en trabajos anteriores (Linklater 1982, 1986) ), la construcción
de una síntesis “crítica” entre marxismo y realismo tradicional. La propuesta concreta de
investigación de Linklater -que comparte con Cox las premisas sobre las que debería
basarse una teoría crítica en Relaciones Internacionales- consiste en investigar los cambios
en la sociedad internacional (los principios dominantes que rigen las relaciones entre los
Estados en diferentes períodos históricos), así como los cambios que afectan los vínculos
sociales que unen a los individuos dentro de un Estado soberano y que los separan del resto
22.La teoría crítica propuesta por Cox es la “tercera ola” de teorización neomarxista en Relaciones
Internacionales, tras las teorías de la dependencia y el enfoque del “sistema mundial”. Los enfoques
inspirados por el marxismo han ocupado un lugar marginal en la teorización en las Relaciones
Internacionales, aunque en el subcampo de la Economía Política Internacional han alcanzado más
prominencia, pese a la primacía del neorrealismo-neoliberalismo.
23. Cox aplicó en distintas obras el concepto gramsciano de hegemonía para explicar el papel de los Estados
Unidos en el sistema internacional (Cox, 1983).
4 REVISTA ELECTRÓNICA DE ESTUDIOS INTERNACIONALES (2002)
28
del mundo. Esto se haría a partir de la interacción de lo que llama “procesos de
racionalización”. Esos procesos son una redefinición de las tres formas de conocimiento
propuestas por Habermas: proceso de racionalización técnico-instrumental, estratégico y
ético.
Ha habido un cierto debate sobre el papel de la teoría crítica en la teorización en las
Relaciones Internacionales en general. Algunos la han propuesto como “la nueva etapa en
el desarrollo de la teoría de las Relaciones Internacionales”, entre ellos Mark Hoffman, que
en 1987 presentó en esos términos las posibilidades de la teoría crítica (Hoffman, 1987).
Pero los propios teóricos críticos han sido más cautos. Para Linklater, la teoría crítica y sus
argumentaciones son, más que un nuevo paradigma, “una invitación a todos los analistas
sociales a reflexionar sobre los intereses cognitivos y los supuestos normativos que
presiden su investigación, sin que ello suponga que de ahora en adelante toda la
investigación debe ser teórico-crítica” (Linklater, 1992: 91). Es un objetivo mucho menos
ambicioso que el de la “reestructuración” pero también más sensato24 y que se corresponde
más con el papel que ha desempeñado en la disciplina el trabajo de estos primeros “teóricos
críticos” que hemos examinado.
B) Los postmodernismos
El pensamiento calificado como “postmoderno” (así llamado porque se define en
oposición al proyecto ilustrado de la modernidad) tuvo una entrada bastante tardía en las
Relaciones Internacionales. La primera obra declaradamente inscrita en esta moda
intelectual es International/Intertextual Relations, editada por James Der Derian y Michael
Shapiro (Der Derian y Shapiro, 1989). Der Derian ya había publicado anteriormente On
Diplomacy (Der Derian, 1987), que, aunque no se presentaba como postmoderna,
anticipaba ya el rumbo que tomaría su autor. También la obra One Worlds / Many Worlds
de R. B. J. Walker (Walker,1988) reflejaba claras influencias postmodernas. Pero el hito
que marcó definitivamente la entrada del postmodernismo en Relaciones Internacionales
fue el número especial de la revista International Studies Quaterly editado por Richard
Ashley y R. B. J. Walker en 1990 con el título “Hablando la lengua del exilio: el
pensamiento disidente en los estudios internacionales”. Aunque sería erróneo afirmar que a
partir de entonces se constituyó una “teoría” o una “escuela” postmoderna en Relaciones
Internacionales, excepto desde un punto de vista sociológico (Brown, 1994 b: 56) sí es
constatable una presencia regular de contribuciones postmodernas en las revistas
especializadas en Relaciones Internacionales.
Algunos autores han manifestado su sorpresa ante esa entrada tardía en las
24.El problema de intentar reestructurar la disciplina a partir de la teoría crítica es que, como ha señalado
Chris Brown, “cuando se pasa de las afirmaciones programáticas al trabajo teórico real, se hace difícil
distinguir entre la teoría crítica y otras variedades de pensamiento social [que no cuestionan el proyecto
racionalista de la Ilustración]” (Brown, 1994b: 59).
La Teoría de las Relaciones Internacionales…
29
Relaciones Internacionales del discurso antimoderno, anti-ilustrado, anti-racional y anticientífico
normalmente asociado con una serie de intelectuales franceses (Jacques Derrida,
Jacques Lacan, Julia Kristeva, Roland Barthes y Jean Baudrillard -todos ellos
explícitamente reconocidos como influencias importantes en International/Intertextual
Relations-), que se produjo justamente en un momento en el que el discurso estaba bastante
desacreditado en otros ámbitos.
Si algo tienen en común los autores postmodernos es su rechazo a la posibilidad de
conocer el mundo y por lo tanto de “teorizar” sobre él (en sus términos, de elaborar
“metanarrativas”) (Lyotard, 1984). Los autores que se definen como postmodernos
desconfían de todos los intentos de clasificación, de todas las categorizaciones y de todos
los esfuerzos dirigidos a encontrar verdades universales, una empresa que consideran
incompatible con la celebración de la “alteridad”, la apertura, la pluralidad, la diversidad y
la diferencia en todas las dimensiones de la vida social por la que abogan. Pese a su postura
radicalmente anticientífica, muchos de ellos no tienen reparo en emplear argumentos que
según ellos están basados en las “ciencias duras”, algo que algunos auténticos científicos se
han encargado de denunciar25. Lo que sí se puede analizar son los “textos” o narrativas.
Para Jacques Derrida, el mundo puede concebirse como una especie de “gran texto” o
conjunto de textos interconectados (intertexto) (Derrida, 1967)26. Por lo tanto, el análisis
del discurso nos permite, si no conocer, al menos aproximarnos al mundo, con el fin de
“ilustrar cómo los procesos textuales y sociales están intrínsecamente conectados y
describir, en contextos específicos, las implicaciones para la manera en la que pensamos y
actuamos en el mundo contemporáneo”, según explica uno de los adeptos a este enfoque en
Relaciones Internacionales (George, 1994: 191). Se trata, ante todo, de desenmascarar las
premisas, presuposiciones y sesgos que subyacen a las teorías que pretenden ser
universalistas. El método concebido para ello por Derrida es el de la “deconstrucción”,
método que el propio Derrida y otros autores postmodernos han aplicado al análisis del
pensamiento de distintos autores (entre ellos el de Platón, Descartes, Kant, Hegel, Nietzche,
Freud, Husserl, Heidegger y Sartre). Aunque las definiciones que da el propio Derrida
sobre la deconstrucción no son nada claras27 -e incluso ha negado que se trate de un
25.Uno de los últimos episodios de “desenmascaramiento” es la obra de los físicos Alan Sokal y Jean
Bricmont (Sokal y Bricmont, 1998), quienes analizan textos de conocidos autores postmodernos (Lacan,
Kristeva, Irigaray, Latour, Baudrillard, Deleuze, Guattari y Virilio) señalando sus incongruencias y, en
especial, el uso abusivo que hacen de conceptos y terminología científica.
26. “Lo que todavía llamo “texto” por razones parcialmente estratégicas (…) Ya no sería (…) Un corpus finito
de escritura, un contenido enmarcado en un libro o en sus márgenes, sino una red diferencial, un tejido de
huellas que remiten indefinidamente a otra cosa], que están referidas a otras huellas diferenciales. A partir de
ese momento, el texto desborda, pero sin ahogarlos en una homogeneidad indiferenciada, sino por el contrario
complicándolos, dividiendo y multiplicando el trazo, todos los límites que hasta aquí se le asignaban, todo lo
que se quería distinguir para oponerlo a la escritura (el habla, la vida el mundo, lo real, la historia, ¡qué se yo
qué más!, todos los campos de referencia física, psíquica consciente o inconsciente, política, económica,
etc.” (Derrida, 1986: 127-128).
27. Por ejemplo, “una cierta experiencia aporética de lo imposible” (Derrida, 1987: 27)o “la experiencia
misma de la posibilidad (imposible) de lo imposible”, (Derrida, 1993: 32).
4 REVISTA ELECTRÓNICA DE ESTUDIOS INTERNACIONALES (2002)
30
“método” (Derrida, 1987: 390-391)- de sus análisis se puede inferir que la deconstrucción
consiste, aproximadamente, en problematizar los significados que el propio autor atribuye a
su texto, proponiendo lecturas alternativas (“doble lectura”). La identificación y
problematización de “oposiciones binarias” explícitas o implícitas en los textos es también
corriente en los análisis de discurso postmodernos.
Otro “método” postmoderno adoptado por algunos autores para el análisis de las
Relaciones Internacionales más inteligible que la deconstrucción es el análisis
genealógico concebido por Foucault (a partir de Nietzsche). Este tipo de análisis -vinculado
a la tradición interpretativa en las ciencias sociales, y no necesariamente opuesto a una
concepción racionalista de la ciencia- no busca continuidades ni generalidades sino que
pone el énfasis en la singularidad de los acontecimientos, así como en los “discursos
silenciados”.
Los autores postmodernos en Relaciones Internacionales se distinguen de sus
maestros franceses en que sus trabajos son, en general, comprensibles para el lector no
iniciado. Sí comparten con el postmodernismo en general la característica desconfianza
hacia las “metanarrativas”. No creen, por consiguiente, que sea posible llegar a una
“representación verdadera” de las Relaciones Internacionales. Ello explica por qué, en el
artículo introductorio al número especial del International Studies Quaterly, Ashley y
Walker puntualizaron que no sus intenciones no eran construir “una nueva y poderosa
perspectiva sobre la política global” sino,
[al dar a conocer las distintas contribuciones “disidentes”], “dar una
oportunidad para la celebración pública de lo que estas piezas de
pensamiento disidente ya celebran (…): la diferencia, no la identidad; el
cuestionamiento y la transgresión de los límites, no la aserción de límites y
marcos; una disposición a cuestionar cómo el significado y el orden se
imponen, no la búsqueda de una fuente de significado y orden ya
establecida; el incansable y meticuloso análisis de la manera en que el poder
opera en la vida global moderna, no la nostalgia por una figura soberana (se
trate ya del hombre, de Dios, de la nación, del Estado, del paradigma o el
programa de investigación) que prometa librarnos del poder; la lucha por la
libertad, no un deseo religioso de producir algún domicilio territorial o una
manera de ser evidente que los hombres de fe inocente puedan llamar
hogar”(Ashley y Walker, 1990: 264-265).
Chris Brown, que ha reseñado las contribuciones postmodernas a las Relaciones
Internacionales, considera que el artículo de Ashley y Walker es lo más cercano a una
“declaración programática” que podemos encontrar en la literatura postmoderna en nuestra
disciplina (Brown, 1994 b: 161). En cuanto al contenido de los trabajos postmodernos,
puede hacerse una distinción entre a) reflexiones sobre la teoría de las relaciones
internacionales y b) análisis sustantivos de fenómenos o instituciones internacionales.
La Teoría de las Relaciones Internacionales…
31
a) Las críticas a la teorización convencional en Relaciones Internacionales son, de
lejos, el terreno preferido por los postmodernos. En general, los autores postmodernos
conciben las teorías convencionales de las relaciones internacionales no como
explicaciones sino como algo que debe explicarse. Para R. J. B. Walker, por ejemplo, “Las
teorías de las relaciones internacionales son más interesantes como aspectos de la política
mundial contemporánea que necesita ser explicada que como explicaciones de la política
mundial contemporánea” (Walker, 1988: 6). Buena parte de los análisis postmodernos a las
teorías de las Relaciones Internacionales son críticas dirigidas contra el neorrealismo de
Waltz, que, como ha señalado un autor (Sorensen, 1998:85), es la “metanarrativa” más
atacada por este grupo. Richard Ashley, en su primer trabajo decididamente postmoderno,
emprendió la deconstrucción de Man, State and War y de Theory of International Politics
de Waltz (Ashley, 1989). Ashley centró su análisis en la dicotomía hombre/guerra,
señalando la dependencia jerárquica de la noción de “hombre” de la de “guerra” en el
discurso de Waltz y proponiendo una lectura alternativa en la que se invirtiera la jerarquía.
Por su parte, James Der Derian aplicó un análisis genealógico-semiológico a la evolución
del realismo en general (Der Derian, 1995). Pero la mayoría de los análisis deconstructivos
no tienen como objeto obras concretas sino el gran “texto” de las Relaciones
Internacionales. Dentro de ese gran texto se suelen identificar y problematizar dicotomías
como soberanía/anarquía, dentro/fuera, identidad/diferencia, inclusión/exclusión,
universalidad/particularidad, que son las que aparecen con mayor frecuencia. Otra
posibilidad es aplicar el análisis genealógico a un concepto, que es lo que ha hecho, por
ejemplo, Jens Bartelson con la noción de soberanía, cuya evolución ha vinculado a la de
diferentes teorías del conocimiento (Bartelson, 1995). Por último, la reinterpretación, en
clave deconstructivista o genealógica, de autores clásicos (del pensamiento internacional o
de otras disciplinas) es también un ejercicio habitual de los autores postmodernos. Así, por
ejemplo, los textos de Tucídides y de Maquiavelo han sido deconstruidos (por Daniel Garst
y Hayward Alker en el caso del primero y por R. J. B. Walker en el del segundo) con el fin
de demostrar que la conexión entre estos autores y el realismo/neorrealismo contemporáneo
es más débil que lo que suele afirmarse (Garst, 1989, Walker, 1989). Otros clásicos
reinterpretados desde la óptica postmoderna y en relación a su pensamiento internacional
han sido Freud, Vico, Marx, Weber y Nietszche (Elshtain, 1989; Alker, 1990; Der Derian,
1993).
b) Los análisis sustantivos sobre instituciones y acontecimientos internacionales son
también concebidos como análisis de textos (recordemos que los postmodernos consideran
que sólo a través de los textos podemos tener acceso al mundo). Así, en On Diplomacy,
James Der Derian (1987) analiza el “guión” (script) de la “institución diplomática” a través
de diferentes textos e intertextos aplicando el método genealógico, es decir analizando las
relaciones de los diferentes “guiones” en su relación con el poder en diferentes etapas
históricas, interpretando sus orígenes y los cambios en los textos-discursos. El tema
concreto es la genealogía del “extrañamiento occidental” (la diplomacia sólo puede
entenderse en términos de separación, de extrañamiento frente a otro) desde sus orígenes
bíblicos a la actual situación, definida como “tecno-diplomacia”. Las fuentes empleadas
son muy heterogéneas: van desde textos bíblicos (el papel de los ángeles en la mediación
4 REVISTA ELECTRÓNICA DE ESTUDIOS INTERNACIONALES (2002)
32
“mito-diplomática” entre el hombre y Dios) hasta las fuentes convencionales (archivos
diplomáticos). Der Derian adopta en cambio el método semiológico o deconstructivista en
Antidiplomacy (1992), obra en la que analiza cómo unos “guiones” determinados
establecen límites y crean identidades y oposiciones binarias. Tampoco aquí se establecen
distinciones entre fuentes de ficción (novelas de espionaje, películas de ficción, tiras
cómicas, el diario del autor) y fuentes reales (archivos diplomáticos, informes de la CIA).
El análisis de discursos oficiales sobre seguridad se ha emprendido también desde la
óptica postmoderna. Michael Shapiro, por ejemplo, ha analizado las analogías entre el
lenguaje de los comentarios deportivos y el discurso oficial estadounidense en seguridad en
casos de conflicto internacional (Shapiro, 1989). En la misma tónica, Bradley Klein (1989,
1990) ha considerado las estrategias textuales empleadas por la OTAN en las definición de
las amenazas a la seguridad y David Campbell el discurso oficial estadounidense sobre la
guerra del Golfo o la de Bosnia (Campbell, 1992, 1998).
Muchos de los análisis (sobre teoría o sobre discursos oficiales) de los autores
postmodernos son muy ingeniosos e incisivos. Cumplen, además, con el objetivo de poner
en duda la coherencia y los fundamentos de los presupuestos de esos discursos que
analizan. Permiten, por lo tanto, incrementar nuestro conocimiento sobre las relaciones
internacionales. El problema es que los postmodernos no admiten que ello sea posible. Las
propias interpretaciones que proponen no son, desde su punto de vista, más “válidas” que
las que rechazan, puesto que no hay una interpretación más válida que otra (como no hay
una fuente de conocimiento más válida que otra). Sus críticas no están (ni pueden estar)
acompañadas de alternativas a los análisis “ideológicos” prevalecientes. Ese relativismo de
los postmodernos (coherente con sus ataques a la racionalidad y a la posibilidad de alcanzar
un conocimiento científico objetivo) es lo que más críticas ha suscitado por parte de la
“academia convencional”, que también ha cuestionado la capacidad de estos enfoques de
proporcionar explicaciones sustantivas de acontecimientos internacionales, ha señalado su
conservadurismo latente (en contradicción con sus manifiestos objetivos emancipatorios) y
cuestionado el tono y estilo vacuo de buena parte de su producción (Holsti, 1989; Halliday,
1994; Rosenberg, 1994).
C) Feminismo y relaciones internacionales
Una tercera variedad de enfoques “disidentes” en Relaciones Internacionales está
vinculada al feminismo, un proyecto político que tiene el objetivo de acabar con las
situaciones de desigualdad, explotación y opresión de la mujer. Ese proyecto político está
asociado también a una teorización, la teoría política feminista28. Existen numerosas
tipologías de los distintos enfoques teóricos feministas. Por lo general, esas tipologías
obedecen a uno de los dos criterios siguientes: el criterio político y el criterio
28. Sobre la evolución del feminismo en general, véase Tong (1989). Sobre el concepto y el panorama actual
de la teoría política feminista, véase Castells (comp.) (1996).
La Teoría de las Relaciones Internacionales…
33
epistemológico.
La tipología más sencilla de acuerdo con el criterio político (el de las asunciones
político-filosóficas subyacentes) parte de la elaborada por Alison Jaggar y distingue entre
tres variedades de teorización: a) el feminismo liberal, b) el feminismo socialista/marxista y
c) el feminismo radical29.
a) La teoría feminista liberal tiene una larga tradición. En los siglos XVII y XVIII
Mary Wollstonecraft, J. S. Mill y Harriet Taylor Mill militaron por los derechos de la mujer
y por conseguir cambios en las legislaciones que las discriminaban. Como los liberalismos
en general, la teoría feminista liberal defiende los valores de libertad, dignidad, igualdad y
autonomía. Es a partir de esos valores que denuncia la injusta discriminación de la mujer.
Sus propuestas políticas buscan revertir esa situación y alcanzar la igualdad de derechos
con los hombres en las distintas esferas de la actividad humana. Dentro de las autoras más
destacadas de esta corriente cabe citar a Betty Friedan, Karen Gregen, Geneviève Lloyd,
Jane R. Richards y Susan M. Okin.
b) Las teoría feministas marxistas y socialistas se construyeron, en parte, como una
crítica a la teoría feminista liberal. Según las teorías feministas marxistas, la opresión de las
mujeres no es resultado de la ignorancia o de las actuaciones intencionadas de individuos
sino un producto de las estructuras políticas, sociales y económicas asociadas con el
capitalismo, en particular con el sistema de clases. La desigualdad socioeconómica está
estrechamente vinculada a la desigualdad sexual. La liberación de la mujer -que incluye
compartir responsabilidades con el hombre en las instituciones políticas y económicas- se
concibe como parte de una lucha más amplia contra el sistema de opresión capitalista. Entre
las teorías feministas marxistas y socialistas las diferencias son más bien de matices. Las
marxistas dan más relevancia que las socialistas al sistema capitalista como factor de
opresión, mientras que las socialistas -cuyo pensamiento está influido además por las
teorías radicales- insisten en la combinación de capitalismo y patriarcado como principales
factores. Heidi Hartmann, Zillah Eisenstein, Juliet Mitchell, Sheila Rowbotham y Alison
Jaggar son autoras destacadas de estas corrientes.
c) La teoría feminista radical (a diferencia de las otras dos, con una historia muy
corta, vinculada al surgimiento de los movimientos por los derechos humanos en EEUU de
los años sesenta y setenta) se centra en la crítica al patriarcado, el sistema que hace posible
el dominio de la mujer por parte del hombre. La opresión de las mujeres no puede
erradicarse reformando las leyes o compartiendo responsabilidades (liberales) ni
compartiendo en pie de igualdad las instituciones políticas y económicas (como las
marxistas) sino mediante una “reconstrucción radical de la sexualidad”. Las radicales
29.En realidad, la tipología de Jaggar (Jaggar, 1983) identificaba no tres sino cuatro variedades (liberal,
marxista, socialista y radical). Sin embargo, muchos autores han dejado de señalar la distinción entre
feminismo marxista y socialista. Es el criterio que ha seguido Carme Castells (Castells, 1996) y, ya en el
terreno de las Relaciones Internacionales, Marysia Zalewski (Zalewski, 1994).
4 REVISTA ELECTRÓNICA DE ESTUDIOS INTERNACIONALES (2002)
34
consideran que tanto el feminismo liberal como el marxista parten de un modelo de
liberación de la mujer basado en valores masculinos que impulsa a las mujeres a aspirar a
unos valores patriarcales. Así, por ejemplo, las liberales comparten el individualismo
competitivo de los liberales y las marxistas se ocupan más del análisis de la producción que
del de la reproducción. Mas que la emulación de los hombres, las feministas radicales
promueven una contracultura que valorice los papeles y valores femeninos. Proponen un
análisis centrado en la mujer y, a nivel práctico, abogan por una separación entre hombres y
mujeres (sobre todo en el ámbito de las organizaciones políticas) para avanzar en el
objetivo de la liberación femenina. Germaine Greer, Shulamit Firestone, Eva Figes y Mary
Daly son conocidas autoras radicales.
La tipología basada en el criterio epistemológico -que es muy usada por los
enfoques feministas en Relaciones internacionales- es obra de Sandra Harding y distingue
entre a) feminismo empiricista, b) feminismo “de punto de vista” (standpoint feminism) y
c) feminismo postmoderno (Harding, 1996).
Según Harding, las autoras que de manera consciente o no trabajan a partir de los
supuestos del “feminismo empiricista” consideran que el sexismo y el androcentrismo
presentes en la investigación científica son sesgos sociales que es posible corregir mediante
la estricta adhesión al método científico. Esta aproximación -que presupone la posibilidad
de conocer la realidad- “circunscribe el problema a la mala ciencia, sin extenderlo a la
ciencia al uso” (Harding, 1996: 23).
El feminismo de punto de vista (vinculado a tradición de pensamiento que, según
Harding, incluye a Hegel, Marx, Engels y Lukacs) es el que adoptan quienes sostienen que
la ciencia al uso refleja la posición dominante de los hombres en la vida social, que se
traduce en un conocimiento “parcial y perverso” (Harding, 1996: 24). La posición
subyugada de la mujer les abre la posibilidad de un conocimiento más completo y menos
perverso. El punto de vista de las mujeres, por lo tanto, permite desarrollar un “punto de
vista” moral y científicamente preferible para las interpretaciones y explicaciones de la
naturaleza y la vida social. La propia Harding señala los problemas que suscita esta
aproximación:
¿Puede haber un punto de vista feminista cuando la experiencia social de las
mujeres (o de las feministas) está dividida por la clase social, la raza y la
cultura? ¿Acaso debe haber puntos de vista feministas negros y blancos, de
clase trabajadora y de clase profesional, norteamericanos y nigerianos?.
Por último, las feministas que adoptan una perspectiva postmoderna ponen en
cuestión, como los autores postmodernos en general, la validez del proyecto de la
Ilustración. Ello les lleva a cuestionar también gran parte de los valores y creencias de otras
escuelas de teoría feminista. Dado que los postmodernos niegan que haya una “historia
verdadera” de la condición humana, no se identifican con los proyectos emancipadores
universales (como la emancipación de los trabajadores o la de las mujeres). Asimismo,
La Teoría de las Relaciones Internacionales…
35
como se oponen a todas las categorizaciones (opresoras por definición), las feministas
postmodernas rechazan la idea de que pueda existir un “punto de vista femenino”. Según
las pensadoras feministas postmodernas (por ejemplo Jane Flax), no existe ninguna
“experiencia femenina” ni punto de vista sobre el cuál sea posible construir una teoría del
mundo social y político, e incluso el concepto de “mujer” es problemático para ellas
(Alcoff, 1988). Igual que los postmodernos en general, las feministas postmodernas se
dedican casi exclusivamente al análisis del discurso. Les interesa mostrar cómo los
discursos y las estructuras dominantes y hegemónicas están profundamente imbuidas por la
ideología patriarcal y el dominio masculino.
De la combinación de las variedades de los dos criterios surgen distintas
posibilidades (hasta un total de nueve). Las conexiones que suelen darse en la práctica,
empero, son más reducidas. Las vinculaciones más frecuentes son las que se dan entre
feminismo liberal y epistemología empiricista y feminismos radical o marxista-socialista y
epistemologías de punto de vista y postmodernas (Zalewski, 1994).
En Relaciones Internacionales los enfoques feministas hicieron su aparición a fines
de los años ochenta y de la mano de la entrada de los postmodernismos en la disciplina.
Estos enfoques se autodefinen bien como pertenecientes a la postura epistemológica del
feminismo de punto de vista, bien como postmodernos. Las autoras que se adscriben a esos
dos grupos comparten, mayoritariamente, los planteamientos políticos del feminismo
radical. Asimismo, ambos grupos de autoras se apuntan a los llamamientos a la
“reestructuración” de la teoría y -especialmente en el caso de las autoras que defienden la
perspectiva del feminismo de punto de vista- aceptan la distinción entre teoría problemsolving
y crítica,situándose, naturalmente, en la segunda categoría (Tickner, 1993,
Withwort, 1989).
El feminismo de “punto de vista” en Relaciones Internacionales pretende
reinterpretar la teoría y la práctica de la disciplina a través de una lente feminista. Según sus
practicantes, el marco conceptual de las Relaciones Internacionales está “marcado por el
género” y refleja unos valores y unas preocupaciones esencialmente masculinas. Una
perspectiva basada en el punto de vista debería poder mostrar cómo las mujeres están
situadas en relación a las estructuras de poder dominantes y cómo esto forja un sentido de
identidad y una política de resistencia, además de sugerir maneras en las que tanto la teoría
como la práctica puedan ser redireccionadas en sentido liberatorio (Steans, 1998).
La autora más representativa de las posturas de “punto de vista feminista” en
Relaciones Internacionales es Jo Ann Tickner. Muy ilustrativo de su postura es el
cuestionamiento (presentado por la autora como “reformulación”) de los seis “principios
del realismo político” de Hans Morgenthau (Morgenthau, 1948). Según Tickner, los
principios de Morgenthau -representativos de la visión del mundo prevaleciente en el
medio académico de las Relaciones Internacionales- contienen un sesgo marcadamente
machista. Tickner los reformula a partir de su lente feminista. Así, por ejemplo, si para
Morgenthau la política y la sociedad se reigen por reglas objetivas enraizadas en la
4 REVISTA ELECTRÓNICA DE ESTUDIOS INTERNACIONALES (2002)
36
naturaleza humana (primer principio), para Tickner la noción de objetividad está asociada
con la de masculinidad, por lo que las leyes “objetivas” de la naturaleza humana a las que
se refiere Morgenthau están basadas en una visión parcial y masculina de la misma. Y
mientras que Morgenthau sostiene que el concepto de intereses definido como poder es un
concepto racional que hace posible entender la política (segundo principio), Tickner
sostiene que, desde un punto de vista feminista, el interés nacional debe definirse no sólo
como poder sino desde una perspectiva cooperativa e interdependiente que incluya
problemas globales como la guerra nuclear, bienestar económico y degradación
medioambiental (Tickner, 1988). De todas maneras, el feminismo de punto de vista de
Tickner es relativamente moderado. La autora no propone que las Relaciones
Internacionales se reconstruyan desde un punto de vista femenino, sino añadir una
perspectiva feminista a la epistemología de las relaciones internacionales, (…) Una etapa
que debe cumplirse para empezar a pensar en construir unas ciencias humanas o una
política internacional sin sesgo de género y sensible tanto a las perspectivas masculinas
como femeninas, aunque vaya más allá de ellas
Los trabajos de Cinthia Enloe se incluyen también dentro de la perspectiva de
“feminismo de punto de vista”, aunque la autora se ha interesado más por cuestiones
empíricas que por la teoría de las Relaciones Internacionales. En Bananas, Beaches &
Bases (Enloe, 1989), una de las obras internacional-feministas más citadas, Enloe se
propuso demostrar que el papel de las mujeres en la política mundial es más importante que
el que los análisis suelen asignarle. Para ello examinó el papel de las mujeres en la política
internacional desde una perspectiva feminista y a partir de la idea de que “lo político (y lo
internacional) es personal”. Así, por ejemplo, consideró el papel de las esposas de los
líderes políticos o diplomáticos en las decisiones tomadas por éstos, el papel de las mujeres
vinculadas de alguna manera a las bases militares estadounidenses (empleadas, prostitutas,
manifestantes antimilitaristas…) en el funcionamiento de las alianzas militares o el de las
modas y los hábitos alimentarios en las relaciones entre países desarrollados y países en
desarrollo. En la misma tónica, en una obra posterior analizó, entre otras cuestiones, el
papel que las madres rusas tuvieron en el fin de la guerra fría, por ejemplo al retirar su
apoyo a la presencia de sus hijos soldados en Afganistán (Enloe, 1994).
En Relaciones Internacionales, el feminismo postmoderno se ocupa no tanto de las
mujeres sino del concepto de género: la construcción social de las diferencias entre
hombres y mujeres. Las autoras postmodernas analizan los tipos de papeles sociales para
hombres y mujeres que se construyen en las estructuras y procesos de la política mundial.
Algunas feministas postmodernas están embarcadas en la tarea de “deconstruir” los
múltiples mecanismos de opresión (dando especial relevancia al género) responsables de la
violencia estructural y directa en el sistema político-económico global. Para ello usan una
metodología similar a la de los postmodernos en general. En Women and War, por ejemplo,
Jean Bethke Elshtain (Elshtain, 1987) analizó diferentes discursos (películas, textos
escritos, fragmentos de su autobiografía, etc.) sobre la guerra y la paz identificando y
problematizando diferentes dicotomías: orden-anarquía, dependencia-soberanía, doméstico,
internacional, objeto-sujeto y en particular los estereotipo masculino-femenino que definió
La Teoría de las Relaciones Internacionales…
37
como “guerrero justo vs. alma hermosa”. Aunque la obra es, ante todo, una crítica a la
concepción realista de las relaciones internacionales, una de las conclusiones es que
“también el feminismo reproduce muchas premisas que estructuran los discursos del
realismo y de la guerra justa”.
Otra conocida autora postmodernista-feminista es Christine Sylvester, quien se ha
ocupado extensamente del papel de la mujer y del feminismo en las Relaciones
Internacionales en Feminist Theory and International Relations in a Postmodern Era
(Sylvester, 1994). Sylvester reconoce la contradicción entre el proyecto emancipatorio
feminista y el relativismo postmoderno e intenta salvarla distinguiendo entre
“postmodernismo feminista” (feminist postmodernism), y “feminismo postmoderno”
(postmodern feminism) y situándose en esta segunda categoría, una categoría que intenta
resolver la contradicción entre la deconstrucción del género postmoderna y el proyecto
emancipatorio feminista. El resultado son unos análisis bastante similares a los del
“feminismo de punto de vista” de Enloe, aunque más escépticos frente a la posibilidad de
aprender una “esencia femenina”.
Para concluir este apartado, queremos señalar que en los últimos años la
problemática específica de la mujer (el papel de la mujer en el desarrollo o en la resolución
de conflictos, por ejemplo) ha recibido más atención que en el pasado en la disciplina en
general, como demuestra la inclusión de capítulos dedicados a estos temas en varios de los
recientes manuales y obras generales de Relaciones Internacionales (Baylis y Smith, 1997;
Halliday, 1994; Burchill y Linklater, 1995; Olson y Lee, 1994). Es razonable suponer que
la presencia de las autoras feministas en Relaciones Internacionales ha contribuido a una
sensibilización general hacia estas cuestiones, aún entre quienes dudan de la pertinencia de
teorizar a partir de un punto de vista o una epistemología exclusivamente feminista.
III. APROXIMACINOES: EL CONSTRUCTIVISMO Y LA PERSPECTIVA DE LA SOCIEDAD
INTERNACIONAL
Algunos autores han señalado el carácter “pendular” o “dialéctico” de la dinámica
de los debates en Relaciones Internacionales. Tras un período de enfrentamientos más o
menos intensos entre los contendientes, las posiciones suelen acercarse. El diálogo
neorrealismo-neoliberalismo sería un ejemplo de esta dinámica, tras los enfrentamientos
entre realistas y trasnacionalistas en el marco del “tercer debate”. También el “segundo
debate” entre tradicionalistas y cientificistas culminó en el acercamiento de la etapa “postbehaviorista”.
E incluso el exiguo “primer debate” dio lugar a un realismo que nunca se
pudo despegar del todo del “idealismo” que había combatido. De manera similar, la
separación entre racionalistas y reflectivistas se estaría empezando a acortar, con
aproximaciones reflectivistas al campo racionalista y aproximaciones reflectivistas al
racionalista.
Los casos más claros de esa dinámica de aproximación son los de los autores que se
4 REVISTA ELECTRÓNICA DE ESTUDIOS INTERNACIONALES (2002)
38
identifican como “constructivistas” o “constructivistas sociales” y el creciente interés por la
perspectiva de la “sociedad internacional”. La evolución del constructivismo en el último
lustro es un ejemplo del acercamiento de unas concepciones inicialmente catalogadas como
pertenecientes al campo reflectivista al rigor científico reclamado por los racionalistas. El
interés que estos últimos años los autores más identificados con las corrientes dominantes
en las relaciones internacionales han estado otorgando a las conceptualizaciones vinculadas
al concepto y a la perspectiva de la sociedad internacional ejemplificaría, por su parte, la
tendencia de acercamiento de los racionalistas a las preocupaciones filosóficas y sociales
reflectivistas.
A) El constructivismo
El énfasis en la idea de que las estructuras sociales (incluyendo las que regulan las
interacciones internacionales) están socialmente construidas es un rasgo común a todos los
enfoques reflectivistas. Pero el rótulo “constructivismo” (o “constructivismo social”) se usa
en una medida cada vez mayor para identificar una corriente que parece diferenciarse cada
vez más del resto de los reflectivismos. Un elemento que puede ayudar a definir la corriente
es la postura contemporizadora que los autores identificados con ella suelen adoptar ante
los enfoques racionalistas, y en particular sobre cuestiones epistemológicas. Otro es su
programa de investigación, construido no a partir de una teoría acabada sino más bien a
partir de las carencias percibidas en los enfoques tradicionales (y, en concreto, en el
programa neorrealista-neoliberal), particularmente en el tratamiento de los factores sociocognitivos.
El constructivismo no es una teoría de las relaciones internacionales, por más
que los autores constructivistas no descarten como sí lo hacen los postmodernos la
posibilidad de construirla en el futuro, una vez que se disponga de un número suficiente de
datos acumulados (Ruggie, 1998: 856). Esa actitud ilustra la postura de los constructivistas
hacia la actividad de teorizar: suelen preferir una teorización más inductiva e interpretativa
que deductiva y explicativa. Más que premisas o supuestos, lo que se plantea son hipótesis
de trabajo. En este momento no está claro cómo se podría articular una futura teoría
constructivista con las teorías existentes. Algunos autores ven posibilidades de
complementariedad, otros son más escépticos. No obstante, es destacable que, desde fuera,
ya se está empezando a presentar el constructivismo como una alternativa válida a las
explicaciones neorrealistas y neoliberales de las relaciones internacionales (Walt, 1998).
B) Origen y planteamiento
La etiqueta de “constructivismo” para designar un programa de investigación en
Relaciones Internacionales alternativo a los existentes fue acuñada por Nicholas Onuf en
1989, en su obra World of Our Making (Onuf, 1989). Sin embargo, el autor más
representativo de esta corriente es Alexander Wendt, quien en 1987 ya había planteado el
tema central de la problemática constructivista: la mutua constitución de las estructuras
sociales y los agentes en las relaciones internacionales (Wendt,1987). Posteriormente
Wendt adoptó para sí el rótulo de “constructivista moderno” (para diferenciarse de los
“constructivistas postmodernos” como Ashley o Walker) y señaló también a John G.
La Teoría de las Relaciones Internacionales…
39
Ruggie y Friedrich Kratochwil como autores constructivistas (Wendt, 1992). Tanto uno
como otro son autores de reconocido prestigio en la academia estadounidense, con una
trayectoria marcada por un rico debate con neorrealistas y neoliberales sobre aspectos
fundamentales de la teorización en Relaciones Internacionales, en particular en torno al
concepto de régimen internacional y sus implicaciones30. Más tarde, Wendt eliminó el
adjetivo “moderno” y añadió los nombres de Emmanuel Adler y Peter Katzenstein al
núcleo “constructivista” (Wendt, 1995). Dado que todos estos autores aceptan la
denominación de constructivistas cabe considerarlos como tales, aunque hay diferencias
significativas entre ellos. La primera exposición del proyecto constructivista la hizo
Alexander Wendt en su influyente artículo de 1992. Es un buen punto de partida para
explicar su naturaleza y su inserción dentro del panorama teórico de las Relaciones
Internacionales.
Wendt presentó el constructivismo como una perspectiva capaz de contribuir al
diálogo neorrealismo-neoliberalismo reforzando los argumentos neoliberales y a la vez
capaz de acercar las posiciones reflectivistas a las racionalistas (Wendt, 1992: 394).
Para Wendt, el diálogo entre neorrealistas-neoliberales gira en torno a la medida en
que la acción estatal está condicionada por la “estructura” (anarquía y distribución de
poder) o por el “proceso” (interacción y aprendizaje) e instituciones. Ese diálogo era
posible a partir de la base común: el compromiso “racionalista” de ambas partes y, sobre
todo, su uso de los modelos económicos y de la teoría de los juegos. El problema es que la
teorización basada en la teoría de los juegos no concede especial interés a las identidades y
a los intereses de los participantes, sino que los trata como factores exógenos fijos,
centrándose en la manera en que los actores se comportan y en los resultados de sus
acciones. Sin embargo, en opinión de Wendt las posiciones neoliberales -que sostienen que
los procesos e instituciones pueden dar lugar a un comportamiento cooperativo a pesar de
la anarquía- se verían reforzadas si contaran con una teoría sistemática que explicara la
transformación de las identidades e intereses de los actores por parte de los regímenes e
instituciones. A su vez, las teorías “reflectivistas” sí se ocupan de “cómo las prácticas de
conocimiento constituyen a los individuos”, una cuestión cercana, según Wendt, a las
inquietudes de los neoliberales. Así, pues, el autor cree posible contribuir al debate
(racionalista) entre neorrealistas y neoliberales con elementos constructivistas.
30. De hecho, John Ruggie fue quien introdujo el concepto de “régimen internacional” en la teorización en
Relaciones Internacionales (Ruggie, 1975). Sin, embargo, la posterior crítica de Ruggie y Kratochwil a la
teoría de los regímenes internacionales es una de las que más impacto han tenido (Ruggie y Kratochwil,
1986).
4 REVISTA ELECTRÓNICA DE ESTUDIOS INTERNACIONALES (2002)
40
Para ello Wendt (y el resto de los autores constructivistas) se apoyan en una
abundante literatura proveniente de la sociología, las Relaciones Internacionales y otras
disciplinas que puede proporcionar conceptualizaciones útiles para entender mejor esta
problemática. Además de las obras de clásicos de la sociología como Durkheim y Weber,
dos obras importantes de la sociología del conocimiento son especialmente influyentes en
el pensamiento constructivista en Relaciones Internacionales. Una es el clásico de Berger y
Luckmann La construcción social de la realidad (Berger y Luckman, 1966). Otra es
Central Problems in Social Theory, donde Anthony Giddens desarrolló su “teoría de la
estructuración” (Giddens, 1979). De las múltiples influencias provenientes de la propia
disciplina de las Relaciones Internacionales los autores constructivistas destacan tres
núcleos, todos ellos particularmente interesados en el papel de los factores socio-cognitivos
en las Relaciones Internacionales: en primer lugar, la literatura vinculada a la teorización
sobre la sociedad internacional, especialmente la obra de Hedley Bull (Bull, 1977). En
segundo lugar, las aportaciones de la escuela neofuncionalista de la integración europea
(Haas, 1968; Lindberg, 1970; Nye, 1971). En tercer lugar, las de los estudiosos que se
ocuparon de los problemas de la percepción en los procesos de toma de decisiones, entre
los que se destaca Robert Jervis (Jervis, 1988).
Para ilustrar las ventajas de contar con una teoría sistemática que explique la
formación de las identidades e intereses de los actores y el papel de las instituciones en las
dinámicas de cooperación (y también en las de conflicto) del sistema internacional, Wendt
desarrolló en su artículo la cuestión del significado de la noción de anarquía y sus
implicaciones. Según la teoría neorrealista, la anarquía da lugar, necesariamente, al
conflicto, a partir de una concepción de la seguridad basada en la necesidad de la autotutela
(self-help). Wendt propuso cuestionar y problematizar este vínculo estrecho, sugiriendo que
la vinculación entre anarquía y política de autotutela podría ser no necesaria sino
contingente. Para Wendt la autotutela no es un rasgo constitutivo de la anarquía sino una
“institución”, que define como “un conjunto o una estructura relativamente estable de
identidades e intereses” (Wendt, 1992: 399). Esas estructuras pueden estar codificadas a
través de reglas y normas formales, pero son “unas entidades fundamentalmente cognitivas
que no existen aparte de las ideas de los actores sobre cómo funciona el mundo”. El
proceso de institucionalización consiste en la internalización de nuevas identidades e
intereses. La autotutela es, pues, una institución, una estructura particular de identidades e
intereses, pero no la única posible en una situación de anarquía. Wendt argumenta que
podrían existir otras. Una posibilidad, por ejemplo, la de una estructura opuesta a la de la
política de autotutela: la de un sistema de seguridad basado en una estructura cooperativa,
en la que los Estados se identificaran positivamente entre sí y percibieran la seguridad de
cada uno como la responsabilidad de todos (seguridad colectiva). Entre ambos extremos
podría hipotetizarse también la posibilidad de que en un sistema anárquico se desarrollara
una estructura intermedia, en la que los Estados fueran indiferentes a las relaciones entre su
propia seguridad y la de los demás pero se preocuparan más con las ganancias absolutas de
la cooperación que con la posición relativa de cada Estado. Evidentemente, esas diferentes
instituciones o estructuras no surgirían de la anarquía sino que serían la consecuencia de
otros procesos, fundamentalmente de la interacción recíproca entre los actores. Por
La Teoría de las Relaciones Internacionales…
41
determinadas circunstancias, la interacción entre los actores puede dar lugar a la creación
de unas estructuras más o menos competitivas. Wendt niega, por lo tanto, que las
identidades e intereses de los actores preexistan a la interacción sino que se desarrollan a
partir de esa interacción:
[Ello] presupondría una historia de interacción en la que los actores han
adquirido identidades e intereses “egoístas. Antes de la interacción (…) no
tendrían experiencias sobre las que basar semejantes definiciones de sí
mismos y de los demás. Asumir lo contrario es atribuir a los Estados en el
estado de naturaleza unas cualidades que sólo pueden poseer en sociedad
(Wendt, 1992: 402)
Ahora bien, una vez creadas, las estructuras (como por ejemplo la de autotutela),
sufren un proceso de “reificación”: se las pasa a tratar como algo separado de las prácticas
que la producen y mantienen. Como las estructuras configuran las identidades e intereses
de los actores, un cambio de dinámica (como el que supondría pasar de un sistema de
autotutela a un sistema cooperativo) no es nunca sencillo. Pero a través de largos procesos
de interacción los actores podrían redefinir sus identidades e intereses y pasar de un sistema
de autotutela a uno de cooperación.
Wendt no ha planteado una teoría -ni siquiera en su reciente Social Theory of
International Politics (Wendt, 1999)- sino un conjunto de hipótesis que sugirió explorar
empíricamente. Lo que sí ha hecho es proponer una agenda de investigación. Ésta tendría
el objetivo de evaluar las relaciones causales entre prácticas e interacciones (variable
independiente) y las estructuras cognitivas en el nivel de los Estados individuales y los
sistemas de Estados (variable dependiente), lo que equivale a explorar la relación entre lo
que los actores hacen y lo que son. Aunque sugirió partir de la idea de la constitución
mutua entre agentes (actores) y estructuras , subrayó que no es una idea que pueda ayudar
demasiado: lo que hay que averiguar es cómo se constituyen mutuamente. En particular
Wendt señaló la importancia del papel de la práctica al configurar actitudes hacia lo “dado”
de esas estructuras: ¿Cómo y porqué los actores reifican las estructuras sociales, y bajo qué
condiciones desnaturalizan esas reificaciones?
Es también destacable la postura de Wendt frente a la controversia epistemológica
definida como “positivismo-postpositivismo”. Sencillamente, propuso quitarle importancia,
señalando asimismo que “abandonar las restricciones artificiales de las concepciones de
investigación del positivismo lógico no nos obliga a abandonar la ‘ciencia’” (Wendt, 1992:
425).
C) Desarrollo empírico
El llamamiento de Wendt a la exploración empírica de las ideas constructivistas ha
tenido eco, y en muy pocos años han aparecido numerosos trabajos (fundamentalmente
4 REVISTA ELECTRÓNICA DE ESTUDIOS INTERNACIONALES (2002)
42
estudios de caso) vinculados a esta agenda de investigación y con la misma adscripción
“moderna”. Los estudios de caso suelen seguir una metodología que combina la explicación
con la interpretación, desde una perspectiva “científica y sensible a lo sociológico” (Adler,
1997). Para intentar demostrar cómo las instituciones configuran los intereses de los actores
se requieren necesariamente estudios muy detallados. Los estudios de caso suelen incluir
análisis de textos de decisores políticos, entrevistas, etc., aunque también se recurre a
estadísticas y a otros métodos formales.
Una parte importante de los estudios de caso trata del papel de las organizaciones
internacionales (una clase específica de instituciones, según la definición de Wendt) en los
procesos de reconfiguración de intereses estatales. El papel de la UNESCO en la
reestructuración de las políticas de investigación -a partir de un proceso descrito como de
reconfiguración de intereses- de numerosos Estados miembros (Finnemore, 1966), el de la
OTAN en la reestructuración de las percepciones mutuas de sus miembros y sus intereses
de seguridad (Risse-Kappen, 1994) y la reformulación de los intereses y percepciones de
los Estados miembros de la Unión Europea (Landau y Whitman, 1997) son ejemplos de
este tipo de análisis.
Otros estudios de caso se centran en la construcción de normas en sí (y menos en las
instituciones que las producen). Entre ellos cabe citar el análisis de la creación de una
“norma global antirracista” en el contexto de la imposición de sanciones anti-apartheid a
Sudáfrica (Klotz, 1995), las creación de normas subyacentes al proceso de descolonización
(Jackson, 1993), el análisis de las normas que subyacen a la “soberanía” como institución
(Barkin y Cronin, 1994; Bierstecker y Weber, 1996) y los aspectos normativos de las
políticas de seguridad (Katzenstein, 1996). A nivel teórico, las dos obras seminales
constructivistas relativas a la producción de normas internacionales son las ya citadada
World of Our Making de Nicholas Onuf (Onuf, 1989) y Rules, norms, and decisions de
Friedrich Kratochwil (Kratochwil, 1989). Ambas reelaboran la clásica distinción planteada
por primera vez por el filósofo John Rawls entre “reglas constitutivas” (las que crean la
práctica o institución, por ejemplo las reglas del ajedrez) y “reglas regulativas” (las que
ordenan las interacciones, como por ejemplo las reglas del tráfico) (Rawls, 1955)31. Los
autores constructivistas consideran, en general, que los autores neorrealistas o
institucionalistas neoliberales se han ocupado casi exclusivamente de las reglas regulativas
y demasiado poco de las constitutivas, esenciales para entender los aspectos intersubjetivos
de las relaciones internacionales (Ruggie, 1998: 871). Asimismo, los constructivistas
consideran que el papel que los neoliberales atribuyen a las normas internacionales (el de
actuar como elementos constreñidores del comportamiento de los actores) es demasiado
superficial. Para los constructivistas, el alcance de las normas es mucho más profundo: las
normas forman un consenso intersubjetivo entre los actores que, a su vez, constituye (o
reconstituye) las identidades e intereses de éstos (Checkel, 1997: 473).
31.Para una extensa discusión sobre la aplicación de esa distinción a los “hechos institucionales”, véase
Searle (1995).
La Teoría de las Relaciones Internacionales…
43
Un último grupo de estudios constructivistas que cabe destacar son los relacionados
con el papel de los individuos en la difusión de las normas por parte de las instituciones. El
concepto de “emprendedor moral” (moral entrepreneur) se ha usado para explicar porqué
determinada norma surge en un momento dado. Los emprendedores morales son individuos
comprometidos que se encuentran en el momento y lugar adecuado y consiguen transmitir
sus creencias a estructuras sociales más amplias (Florini, 1996; Finnemore, 1996). Pero
quizás más fructífero sea el uso de la noción de “comunidad epistémica” por los autores
constructivistas. Aunque fue John Ruggie el primero en introducir el término en la
literatura de las Relaciones Internacionales (Ruggie, 1975), quienes lo desarrollaron y
usaron fueron algunos autores institucionalistas neoliberales, en el marco de la teoría de los
regímenes. Según la definición de Peter Haas,
Una comunidad epistémica es una red de profesionales con reconocida
experiencia y competencia en un campo determinado y un reconocido
conocimiento de temas relevantes para la elaboración de política en ese
terreno o área temática (Haas, 1992)
La explotación constructivista del concepto de comunidad epistémica ha corrido a cargo,
fundamentalmente, de Emanuel Adler. Adler concibe a las comunidades epistémicas como
creadoras de creencias intersubjetivas que actúan como “vehículos de supuestos teóricos,
interpretaciones y significados colectivos que pueden ayudar a crear la realidad social de
las relaciones internacionales” (Adler, 1992: 343), y específicamente a través de la
“difusión e internacionalización de nuevas normas constitutivas que puedan acabar creando
nuevas identidades, intereses e incluso nuevos tipos de organización social”. Adler ha
ilustrado sus argumentos a través del estudio de caso sobre el papel de las comunidades
epistémicas en la adopción de normas de control nuclear.
La agenda constructivista es, pues, rica y variada. En muy pocos años la producción
constructivista ha alcanzado unas dimensiones respetables y el interés de los estudiosos por
el papel de las ideas en las Relaciones Internacionales está lejos de agotarse. El próximo
reto para el constructivismo -apuntado tanto desde dentro como desde fuera de la corriente
(Ruggie, 1998; Dessler, 1999; Checkel, 1998)- consiste en integrar los resultados de los
estudios empíricos en una teoría coherente (o en varias “teorías de alcance intermedio”) de
cómo las estructuras sociales y los actores internacionales se construyen mutuamente. Por
el momento, y como un crítico ha señalado (Dessler, 1999, 137), el constructivismo ha
conseguido, al menos, equilibrar los intentos de descubrir generalizaciones sobre la vida
internacional con los de intentar aprehenderla en sus aspectos más específicos.
D) El renovado interés por la perspectiva de la “sociedad internacional”
En los últimos años es patente un renovado interés -incluso por parte de autores
vinculados a la “corriente hegemónica” de la disciplina (anglosajones
realistas/neorrealistas)- por las posibilidades que ofrece para la teorización la perspectiva de
4 REVISTA ELECTRÓNICA DE ESTUDIOS INTERNACIONALES (2002)
44
la sociedad internacional. Aunque esa perspectiva suele vincularse sobre todo a la llamada
escuela inglesa de las Relaciones Internacionales, ha sido desarrollada también por otros
autores e incluso por otras “escuelas”. En concreto, también la escuela española de las
Relaciones Internacionales se ha articulado en torno al estudio y consideración de la
sociedad internacional.
El particular atractivo que esa manera de entender el estudio de las Relaciones
Internacionales presenta en la actualidad se debe, por un lado, a que se la considera más
capaz de dar cuenta del cambio en la sociedad internacional que los enfoques realistas o
neorrealistas y, por otro, a que se percibe como compatible con aproximaciones teóricas
muy diversas e incluso como un puente para el acercamiento entre “racionalistas” y
“reflectivistas”, de ahí que la hayamos incluido en este apartado dedicado a las dinámicas
de aproximación en la teorización sobre las relaciones internacionales.
E) La sociedad internacional como perspectiva de análisis
Además de como objeto de estudio32, la sociedad internacional puede entenderse
como una manera de concebir las relaciones internacionales y su estudio, es decir como una
perspectiva de análisis. No queremos decir con ello que todos los autores que han usado el
concepto de sociedad internacional compartan la misma perspectiva. Pero sí creemos que
hay elementos comunes entre aquellos estudiosos o más bien aquellas escuelas que han
hecho de la sociedad internacional su centro de gravedad teórico. Nos referimos, en
concreto, a los integrantes de la escuela española y de la escuela inglesa, cuya manera de
concebir el estudio de las relaciones internacionales tiene muchos elementos en común.
Aunque la cuestión de qué autores deben ser incluidos entre los participantes de la
escuela inglesa es una cuestión abierta, no hay duda de la centralidad y la influencia dentro
de la escuela de la obra de Martin Wight, Hedley Bull y John Vincent33. El papel nuclear de
una institución, el British Commitee on International Theory que funcionó entre 1958 y
1968 , también es claro (Dunne, 1998).
Por su parte, la escuela española (más modesta que la inglesa en dimensiones y de
configuración más reciente) tiene como núcleo la obra de Antonio Truyol, Roberto Mesa,
Manuel Medina y Celestino del Arenal, en tanto que su institución central es sin duda el
Departamento de Estudios Internacionales de la Universidad Complutense de Madrid
(Arenal, 1978).
32.La sociedad internacional como objeto de estudio es lo que define, desde la óptica de la academia
española, el ámbito disciplinario de las Relaciones Internacionales.
33.Señalamos, como curiosidad, que tanto Bull como Vincent eran australianos, aunque desarrollaron la
mayor parte de su actividad académica en el Reino Unido.
La Teoría de las Relaciones Internacionales…
45
Más que glosar la obra de los autores pertenecientes a ambas escuelas (una tarea
que, en uno y otro caso, está ya hecha y en profundidad34), lo que nos interesa en este
apartado es destacar los elementos esenciales de la perspectiva de la sociedad internacional
para a continuación vincularlos a las cuestiones de su interés como punto de partida para
plantearse la cuestión del cambio y continuidad en las relaciones internacionales y su
interés como punto de encuentro entre perspectivas racionalistas y reflectivistas.
Hidemi Suganami ha caracterizado a la escuela inglesa a partir de los siguientes
rasgos: su compromiso con la objetividad científica, su rechazo al behaviorismo (patente en
el enfrentamiento metodológico de Hedley Bull con los cuantitativistas estadounidenses), el
uso del método sociológico y el análisis institucional, su defensa de la autonomía
académica de las Relaciones Internacionales y el rechazo del utopismo (Suganami, 1983).
Por su parte, la caracterización que ha hecho Esther Barbé de la escuela española destaca
los siguientes rasgos: la defensa de la autonomía de la disciplina con un espíritu
interdisciplinar; la adopción de una metodología clásica (con el consiguiente rechazo al
formalismo behaviorista y el reconocimiento de la importancia del papel auxiliar de la
historia) y la apuesta por una teoría objetiva en el análisis y orientada hacia el problema
(Barbé, 1995: 86-93).
Es evidente que la coincidencia entre las dos caracterizaciones es muy grande. Ello
nos autoriza, creemos, a hablar de una perspectiva común en la aproximación a la sociedad
internacional, que ambas escuelas consideran el objeto de estudio privilegiado. Hay, no
obstante, una diferencia importante entre ambas escuelas. Los autores de la escuela inglesa
han centrado, tradicionalmente, más que los de la escuela española, su análisis en la
dimensión estatocéntrica de la sociedad internacional. Ello ha llevado a no pocos autores a
identificarlos con las corrientes realistas de las Relaciones Internacionales, a veces
matizando ese realismo con el adjetivo “liberal” (Hill, 1989). En cambio, la escuela
española ha llevado más lejos que la inglesa su compromiso con la aproximación
sociológica, compromiso que se materializa en una aproximación global a las Relaciones
Internacionales, abarcándolas en todas sus dimensiones (estatal y transnacional) y
complejidad.
Esa diferencia de enfoques es coherente con las tradiciones de pensamiento en la
que se afirman ambas escuelas. La escuela inglesa se ha definido como vinculada a la
tradición grociana o “racionalista”, definiendo esa tradición como vía media entre las
tradiciones Hobbesiana/Maquiaveliana (realista) y la Kantiana/Marxiana (“revolucionista”)
(Wight, 1991). En la primera tradición (realista) las relaciones internacionales se definen,
34.En el caso español, además de la mencionada obra de Celestino del Arenal (que se detiene en el año 1977)
(Arenal, 1978), cabe destacar el capítulo dedicado por Esther Barbé a la escuela española en su manual, que
se apoya y complementa el análisis del profesor Arenal (Barbé, 1995: 86-93).Las publicaciones sobre la
escuela inglesa son muy abundantes (Forsyth, 1978; Jones, 1981; Suganami, 1983; Grader, 1988; Brown,
1995; Dunne, 1998).
4 REVISTA ELECTRÓNICA DE ESTUDIOS INTERNACIONALES (2002)
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ante todo, por el conflicto entre Estados, por la guerra hobbesiana de todos contra todos. En
la tercera (revolucionista) la dimensión dominante es la cooperación, no tanto entre Estados
sino entre los individuos que constituyen una “comunidad mundial”. La segunda tradición
(racionalista) se define como un punto intermedio entre las otras dos: por el énfasis en las
reglas e instituciones que forman el tejido de la sociedad internacional y que limitan el
conflicto.
Sin negar las fuertes raíces grocianas de la escuela española de Relaciones
Internacionales, es evidente también la influencia de la escuela española del derecho de
gentes de los siglos XVI y XVII. Celestino del Arenal plantea en estos términos las
diferencias entre el enfoque grociano y el iusnaturalista:
Mientras Grocio y sus sucesores desarrollan una concepción de la sociedad
internacional y del Derecho Internacional cada vez más contractualista,
como consecuencia de su aceptación de la concepción bodiniana de la
soberanía, reflejo del sistema de Estados europeo que ha nacido, Vitoria y
los demás autores españoles desarrollan una visión del mundo, basada en un
iusnaturalismo de inspiración cristiana, que les lleva a elaborar una
concepción de la sociedad internacional que descansa en la aplicación de los
principios de la moral y del Derecho natural. (…) Ello implicaba, en
principio, la primacía de la idea de solidaridad internacional sobre el
concepto de soberanía
Así, pues, el iusnaturalismo cristiano de, entre otros, Francisco de Vitoria y
Francisco Suárez, se refleja en esa mayor importancia que los autores españoles acuerdan a
la dimensión transnacional de la sociedad internacional (Truyol, 1993; Arenal, 1990; Mesa,
1977; Barbé, 1995), principal rasgo diferenciador de perspectiva de la sociedad
internacional que adoptan la escuela española y la escuela inglesa.
F) La actualidad de la perspectiva de la sociedad internacional
Tras el recorrido que acabamos hacer por el panorama teórico actual no es difícil
entender el porqué del actual auge de la perspectiva de la sociedad internacional. Si la
perspectiva de la sociedad internacional -especialmente en la versión de la escuela inglesase
presentó tradicionalmente a sí misma como vía media entre realismo y
“revolucionismo”, en la actualidad se la presenta también como vía media entre
racionalismo y reflectivismo. Lo sería en tres sentidos diferentes:
En primer lugar, en el plano metodológico. Los análisis que se hacen desde la
perspectiva de la sociedad internacional operan con una metodología tradicional,
interpretativa y con un instrumental histórico-filosófico. Esto los acerca al campo
reflectivista y los aleja del cuantitativismo y la rational choice de ciertos sectores
racionalistas sin caer por ello, empero, en la falta de rigor metodológico de los
La Teoría de las Relaciones Internacionales…
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postmodernos.
En segundo lugar, en el plano epistemológico. La etiqueta de “positivismo” que los
partidarios de la reestructuración en Relaciones Internacionales han aplicado a las
corrientes clásicas en general es particularmente poco adecuada para la perspectiva de la
sociedad internacional, cuyos autores suelen ser cautelosos ante las generalizaciones
excesivas35. Pero, al mismo tiempo, su compromiso con el método científico es total, algo
que los distingue netamente del relativismo epistemológico postmoderno.
En tercer lugar, en el plano normativo. La perspectiva de la sociedad internacional
tiene un fuerte componente normativo. En este sentido, se lo ha equiparado a la “teoría
crítica” en sentido amplio (Dunne, 1998: XI). Pero ese componente normativo (muy
presente en la escuela española), compatible con los llamados a una teoría emancipatoria de
los teóricos críticos, no se sitúa por encima de la voluntad de analizar la sociedad
internacional con rigor y objetividad.
La capacidad de la perspectiva de la sociedad internacional de amortiguar las
diferencias entre racionalistas y reflectivistas ha sido reconocida por algunos autores
postmodernos, como Der Derian (1988) pero, sobre todo, por autores situados en corrientes
más tradicionales, y por lo tanto racionalistas, quienes han expresado la necesidad de dar
mayor importancia a los elementos sociocognitivos en la teoría pero que prefieren tomar
esos elementos de la clásica perspectiva de la sociedad internacional que, por ejemplo, del
constructivismo.
En ese sentido, Kal Holsti, un autor que se autodefine como realista, ha recordado
que desde la perspectiva de la sociedad internacional se han tratado cuestiones que son
centrales en las Relaciones Internacionales pero que han sido descuidadas por neorrealistas
o neoliberales: ¿cómo se reproduce históricamente la sociedad internacional? ¿cómo
afectan las normas e instituciones internacionales el comportamiento de los Estados?
¿cómo cambian las características fundamentales de los sistemas de Estados? (Holsti,
1987). El mismo Holsti ha empezado a explorar las posibilidades que brinda esta
perspectiva de análisis en su propia investigación sobre la cuestión del cambio sistémico.
En concreto, Holsti ha sugerido evaluar la importancia del cambio sistémico tomando como
parámetros las instituciones en que se centraron los teóricos de la sociedad internacional: el
derecho internacional, el equilibrio del poder y la diplomacia (Holsti, 1998).
En la misma tónica, Barry Buzan ha sugerido aplicar a su modelo “realista
estructural” algunas de las conceptualizaciones propias de la perspectiva de la sociedad
35. En ese sentido, Antonio Truyol ha afirmado que “la generalización propia de la teoría de las relaciones
internacionales, en cuanto sociología de la vida internacional, se conforma con la que conduzca a la
elaboración de conceptos típicos sin pretender a la generalidad de las ciencias naturales” (Truyol, 1977: 78-
79), una postura de consenso en la escuela española. Similares posiciones han mantenido en general los
integrantes de la escuela inglesa.
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internacional. Buzan considera, asimismo, que hay importantes puntos de encuentro entre
la teoría (neoliberal-neorrealista) de los regímenes internacionales y las ideas centrales de
los teóricos de la sociedad internacional (Buzan, 1993).
Pese a sus potencialidades, se ha apuntado que la perspectiva de la sociedad
internacional está todavía poco desarrollada conceptualmente (Waever, 1992). Sin
embargo, es notorio que se están haciendo esfuerzos en ese sentido. Desde la escuela
inglesa, por ejemplo, Fred Halliday ha propuesto establecer una triple distinción analítica
(ausente en la perspectiva estatocéntrica de Bull): sociedad internacional de Estados
(sociedad inter-Estatal), sociedad transnacional de interacciones económicas (sociedad
inter-socio-económica) y “socialización” (sociedad inter-ideológica), una tercera dimensión
vinculada a las demás y que consistiría en el mecanismo de reproducción de las normas
establecidas en el sistema internacional en su totalidad y tendría como resultado la
homogeneización política ideológica (Halliday, 1994). Halliday considera que esta última
dimensión es útil para explicar las recientes transformaciones del sistema internacional – especialmente el colapso soviético- y propone centrar la agenda teórica en ella.
Los anteriores son sólo algunos ejemplos de las numerosas muestras de interés que
la perspectiva de la sociedad internacional y sus posibilidades han suscitado últimamente.
Desde nuestro medio académico, esa nueva centralidad en el panorama teórico general de
las Relaciones Internacionales de la perspectiva global que tradicionalmente se ha
defendido desde la escuela española no puede menos que suscitarnos una reacción de
entusiasmo, matizada apenas por el hecho de que las referencias que internacionalmente se
hacen a la perspectiva de la sociedad internacional la asocian indisolublemente a la escuela
inglesa36.
IV. CONSIDERACIONES FINALES
En este artículo hemos realizado una revisión y análisis de tres grandes dinámicas
que hemos identificado en la teorización actual en Relaciones Internacionales. Estas
principales tendencias son, en primer lugar, el diálogo en que están embarcados desde hace
más de una década los autores neorrealistas y los neoliberales (o institucionalistas), un
diálogo que gira en torno a las posibilidades de la cooperación internacional. En segundo
lugar, los llamamientos a la disidencia y /o a la reestructuración de la disciplina de los
enfoques calificados como “reflectivistas”: teoría crítica, postmodernismos y feminismos.
En tercer lugar, el intento de acercar los enfoques tradicionales o racionalistas a los nuevos
enfoques reflectivistas a partir del constructivismo y de la clásica perspectiva de la sociedad
internacional, una perspectiva en la que se enmarca la escuela española de las Relaciones
Internacionales.
36. Eso podría estar empezando a cambiar. Un indicador de ello es la referencia que se hace a los estudios de
Relaciones Internacionales en España en la prestigiosa obra sobre el estado actual de la teorización en
Relaciones Internacionales editada por Groom y Light (Groom y Light, 1994: 229-230).
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Queremos concluir este trabajo subrayando algunos elementos de continuidad y
cambio (aquellos que nos impresionan como particularmente interesantes) en esta reciente
teorización sobre las Relaciones Internacionales que acabamos de recorrer.
En lo que respecta a la continuidad, el principal elemento que destacamos es la
persistencia de la centralidad del realismo/neorrealismo. Como hemos visto, todos los
intentos de teorizar las relaciones internacionales se hacen desde o contra él. No cabe duda
de que, para bien o para mal, los postulados realistas siguen siendo el principal punto de
referencia teórico.
En segundo lugar, destacamos como elemento de continuidad la pregunta que
subyace a buena parte del debate teórico en Relaciones Internacionales, desde la creación
de la disciplina hasta los ataques “disidentes” al núcleo hegemónico: ¿hasta qué punto y en
qué medida es posible ir más allá de la pura ideología sociopolítica y hacer teoría
sociopolítica?
En cuanto a los elementos de cambio, destacamos, en primer lugar, la novedad del
intento de neorrealistas/neoliberales de someter a prueba los propios supuestos políticonormativos.
Se trata de un ejercicio que parte de una respuesta afirmativa a la pregunta
formulada en el párrafo anterior, respuesta que, desde luego, no es unánimente compartida
por los estudiosos de las Relaciones Internacionales.
Un segundo elemento de cambio que queremos subrayar es el de la progresiva
pérdida de la vigencia del concepto kuhniano de paradigma como elemento ordenador de
los debates de la disciplina. Como hemos ya señalado, el concepto de paradigma, tal como
se usaba, tendía a legitimar la falta de comunicación en nuestra disciplina. Es por ello que
no podemos menos que celebrar su paulatino arrinconamiento.
También celebramos, por último, la mayor sensibilidad que desde hace unos años se
otorgan en nuestra disciplina a los aspectos socio-cognitivos de las relaciones
internacionales. Este es un elemento de cambio desde el punto de vista de la teoría
hegemónica estadounidense, pero no lo es desde la perspectiva europea y española, donde
la sociedad internacional ha sido, desde siempre, el objeto de estudio que se ha intentado
comprender.
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En busca de un buen vehículo electoral

Varias veces me han preguntado si creo que Toni Saca se lanza a buscar un segundo período presidencial. Mi respuesta: no creo, estoy seguro de que lo hará. La única decisión que tiene pendiente es cuándo y cómo.

Dejando a un lado cualquier especulación sobre sus motivos, lo cierto es que Toni Saca inhala y exhala política desde que se levanta hasta que se acuesta y muy probablemente también cuando está dormido.

A no ser que uno esté muy prejuiciado, no es difícil entender su razonamiento. Es un hombre joven y lleno de vitalidad, aspectos en los que aventaja sobradamente a los candidatos que ya se han anunciado. Es el único que tiene experiencia específica y comprobada para el cargo de presidente de la república. Puede enarbolar sus logros y mostrar capacidad para aprender de sus errores. Sabe que cuenta, de partida, con mucha simpatía de la gente; también con intensos rechazos, algunos cerebrales y otros viscerales, pero no en cantidad suficiente como para afectarlo significativamente.

Entonces, ¿por qué no?, si como mínimo sería un contendiente igualmente viable que los demás, quienes por apresurarse están experimentando un notorio desgaste y debilitándose mutuamente mientras él descansa a la sombra, sin mojarse, sin enredarse visiblemente en todos los asuntos controversiales de la política cotidiana.

Esos son los argumentos a su favor, pero Toni Saca es suficientemente frío y astuto como para no caer en la cuenta de las dificultades que enfrenta su candidatura aun antes de concretarse. En primer lugar, la gran incógnita de cómo verá el pueblo, a la hora de la verdad, algo de lo que no hay experiencia en nuestra historia, una misma persona ocupando por segunda vez la silla presidencial.

Frente a esa incógnita, sabe que deberá reinventarse y tiene confianza en que puede hacerlo, aunque para hacer creíble esa reencarnación política no le bastará un cambio de discurso o algunas ideas novedosas; también tendría que botar el lastre de algunos de sus anteriores amigos y colaboradores que no gozan de muy buena reputación.

En segundo lugar, su principal problema, quién lo acarrea como candidato, quién le podrá sumar más de lo que le va a restar a su atractivo personal. En este punto sus opciones no son muy buenas.

Lo de articular una gran alianza de organizaciones políticas y civiles suena bonito pero corre el grave peligro de convertirse en un inmenso e inútil cascarón, si no por otra razón, porque en nuestra cultura política ningún partido puede esperar realistamente que sus militantes y simpatizantes sigan la señal de votar por un candidato externo. Además de que mucha gente que le guarda respeto o simpatía, recibiría un balde de agua fría si se les pone en situación de aceptar un combo que incluya partidos que les resultan intragables. Las sumas y las restas podrían arrojar un saldo negativo.

Pero en esto hay un problema más de fondo que, a mi juicio, Toni Saca no ha logrado percibir en su justa dimensión. La estrategia central de su campaña sería la de proponerse como una alternativa pragmática a los posicionamientos ideológicos de ARENA y el FMLN, pero cualquier mensaje de esa naturaleza está en abierta contradicción con el comportamiento político que han tenido en momentos cruciales los partidos que podrían respaldar su candidatura, particularmente GANA y la democracia cristiana, que han hecho una sola melcocha con el FMLN en todas las votaciones importantes en los últimos años en la Asamblea Legislativa.

¿Cuál nueva derecha?, se preguntará la gente, si esos partidos han sido inquebrantables aliados del FMLN y de Mauricio Funes. Podría pensarse que ese tipo de asociaciones políticas e identificaciones ideológicas solo las percibe un pequeño sector de clase media urbana, pero es precisamente ese sector el que decide elecciones cerradas, como son casi siempre las presidenciales en nuestro país.

¿Cómo puede pensar Toni Saca en liderar un movimiento civil de peso si los partidos que podrían adoptarlo como candidato tuvieron un enfrentamiento enconado y sostenido con las principales organizaciones de la sociedad civil en el conflicto por la elección del Fiscal y de los nuevos magistrados de la CSJ?

Y no sólo se enfrentaron a la sociedad civil sino que manifestaron una patente actitud de desprecio hacia ella. Esa era la oportunidad de Toni Saca para prestigiarse como una genuina opción de cambio en la próxima elección presidencial. Ahora lo más que podría reclamar es el beneficio de la duda, puesto que en ningún momento apareció objetando o respaldando públicamente las actuaciones de manoseo institucional que socavan los pilares fundamentales de la democracia.

No comparto las apreciaciones de los que descartan prematuramente la factibilidad de las aspiraciones presidenciales de Toni Saca. A pesar de tener techo de vidrio en algunos temas, creo que será un fuerte contendiente en la próxima campaña presidencial y podrá atraer votos de gente descontenta con ARENA o con el FMLN. Pero si quiere tener posibilidades reales de éxito, deberá tener buenas respuestas a preguntas difíciles que le harán constantemente desde el día que anuncie su candidatura.

Deberá también tomar distancia del FMLN, al menos en algunos temas, y ejercer liderazgo en esa misma dirección al interior de los partidos que respalden su candidatura. Seguramente el FMLN le ofrecerá algún financiamiento para lograr el objetivo común de debilitar a ARENA. Deberá entonces decidir si le apuesta a una publicidad masiva y costosa, sacrificando para ello su independencia, o si rechaza esos interesados apoyos financieros en aras de redefinir su propia identidad política y tener autoridad moral para intentar conseguir el respeto y la confianza de los votantes.

Hoy por hoy, la nuestra sigue siendo una sociedad bipartidista que tiende a la polarización. Abrir una tercera vía requiere mucho más que alianzas formales, discursos bonitos y cambios cosméticos. Ese es el desafío que asumiría Toni Saca cuando anuncie su candidatura.

Islam, imperialismo y resistencia

Desde la revolución de 1978-1979 en Irán, la vida política en Oriente Medio y otros lugares como Pakistán, Indonesia y Magreb, está dominada por los movimientos islamistas. Estos movimientos, que Occidente ha etiquetado de “fundamentalismo islámico”, “islamismo”, “integrismo”, “islam político” o de “renovación islámica”, tienen como objetivo “regenerar” la sociedad volviendo a las enseñanzas originales del profeta Mahoma.

Se han convertido en una fuerza mayoritaria en Irán y Sudán (donde están todavía en el poder), en Egipto, Argelia y Tayikistán (donde libran una violenta lucha armada contra el Estado), en Afganistán (donde, desde el final de la guerra contra el gobierno prosoviético, se enfrentan movimientos islamistas rivales), en los territorios ocupados (donde su compromiso político desafía la hegemonía de la OLP sobre la resistencia palestina), en Pakistán (donde constituyen una parte significativa de la oposición) y en Turquía (donde el Partido del Bienestar llegó a controlar las alcaldías de Estambul, Ankara y otras numerosas ciudades).

El crecimiento de estos movimientos ha causado un enorme choque entre los intelectuales liberales, provocando una oleada de pánico entre los que creían que la “modernización” que siguió a la victoria de las luchas anticoloniales, de los años 1959 y 1960, conduciría inevitablemente a la aparición de sociedades más ilustradas y menos represivas.1

Por el contrario asistieron al desarrollo de fuerzas que parecen inspirarse en una antigua sociedad menos liberal, que impone a las mujeres el aislamiento, utiliza el terror para reprimir el librepensamiento y amenaza con los más bárbaros castigos a quienes desafían sus decretos. En países como Egipto y Argelia, los liberales se ponen del lado del Estado que les persiguió y encarceló en el pasado, en la guerra que lleva a cabo contra los partidos islamistas.

Pero los liberales no son los únicos en haberse sumido en la confusión por el crecimiento del islamismo. Lo mismo le ha sucedido a la izquierda. No sabe cómo reaccionar frente a lo que considera como una doctrina oscurantista, apoyada por fuerzas tradicionalmente reaccionarias y que goza de un cierto éxito entre las capas más pobres de la sociedad. De aquí surgen dos enfoques opuestos.

El primero es el de considerar el islamismo como la encarnación de la reacción, como una forma de fascismo. Esta posición fue la adoptada después de la revolución en Irán por el catedrático de universidad británico Fred Halliday, el cual se consideraba de izquierdas, que daba al régimen iraní el nombre de “islam con rasgos fascistas.“2 Gran parte de la izquierda iraní adoptó este enfoque después de la consolidación del régimen de Jomeini en 1981-1982, enfoque que recupera hoy la izquierda en Egipto y Argelia. Así por ejemplo, un grupo marxista revolucionario argelino sostiene la opinión de que los principios, la ideología y la acción política del FIS “son comparables a los del Frente Nacional en Francia” y que se trata de “una corriente fascista.“3 La conclusión práctica a la que fácilmente conduce tal análisis es a la construcción de alianzas políticas dirigidas a impedir el crecimiento de los fascistas a cualquier precio. Así Halliday deducía que la izquierda en Irán tenía la culpa por no aliarse con la “burguesía liberal” entre 1979 y 1981 para oponerse “a las ideas y a la política reaccionaria de Jomeini.“4 Hoy en Egipto, la izquierda influenciada por la tradición comunista dominante apoya, de hecho, al Estado en su guerra contra los islamistas.

El enfoque opuesto, es el de considerar a los movimientos islamistas como movimientos “progresistas” y “anti-imperialistas” en defensa de los oprimidos. Esta posición fue adoptada por la mayor parte de la izquierda iraní en la fase inicial de la revolución de 1979: el Tudeh, partido influenciado por la URSS; así como gran parte de los Fedayín, organización guerrillera; y los Muyahidín del Pueblo, islamistas de izquierda. Todos ellos calificaban a todas las fuerzas que apoyaban a Jomeini de “pequeña burguesía progresista.” La conclusión de este enfoque es que había que dar a Jomeini un apoyo casi incondicional.5 Un cuarto de siglo antes, los comunistas egipcios habían adoptado momentáneamente esa posición con respecto a los Hermanos Musulmanes, pidiendo que se aliaran con ellos “en una lucha común contra la «dictadura fascista» de Nasser y «sus aliados ingleses y americanos».“6

Quiero demostrar que estas dos posiciones son falsas. No alcanza ni a identificar el carácter de clase del islamismo moderno, ni a definir sus relaciones con el capital, el Estado y el imperialismo.

Chris Harman, otoño de 1994.

Islam, religión e ideología

La confusión empieza, la mayoría de las veces, por una confusión sobre el poder de la religión misma. Los creyentes la consideran como una fuerza histórica de pleno derecho, ya sea para mejor o para peor. Éste es también el punto de vista de la mayoría de los anticlericales burgueses y de los librepensadores. Para ellos, combatir la influencia de las instituciones religiosas y de las ideas oscurantistas constituye en sí mismo la vía hacia la liberación de los pueblos.

Si bien las instituciones y las ideas religiosas juegan evidentemente un rol en la historia, este proceso no puede sin embargo separarse de la realidad material. Las instituciones religiosas, con sus grupos de sacerdotes y profesores, aparecen en una determinada sociedad y están en interacción con ella. Sólo pueden mantenerse, mientras la sociedad cambia, si encuentran alguna manera de cambiar su propia base de apoyo. Así, por ejemplo, una de las más importantes instituciones religiosas del mundo, la Iglesia católica romana, surgió a finales de la antigüedad y sobrevivió adaptándose, primeramente a la sociedad feudal durante un milenio luego, con mucha dificultad, a la sociedad capitalista que sucedió al feudalismo, sin embargo ha debido cambiar gran parte del contenido de su propia doctrina.

Las personas han dado siempre interpretaciones diferentes a sus ideas religiosas, en función de su propia situación material, de sus relaciones con otras personas y de los conflictos en los que se encontraban implicados. La historia está llena de ejemplos de personas que profesan creencias religiosas casi idénticas y que se encuentran en campos opuestos en el momento de grandes conflictos sociales. Este fue el caso durante las convulsiones sociales que sacudieron Europa durante la crisis del feudalismo en los siglos XVI y XVII, cuando Lutero, Calvino, Munzer y otros dirigentes “religiosos” ofrecieron a sus fieles una nueva visión del mundo gracias a una reinterpretación de los textos bíblicos.

Con relación a esto, el islam no difiere en nada de otras religiones. Apareció en un contexto dado; el de las comunidades de mercaderes de las ciudades de Arabia del siglo VII, en una sociedad en la que la sociedad se organizaba todavía, esencialmente, sobre una base tribal. Luego el islam se extendió a través de la sucesión de grandes imperios formados por algunos de aquellos que aceptaban los preceptos musulmanes. Permanece hoy como ideología oficial de numerosos estados capitalistas (Arabia Saudí, Sudán, Pakistán, Irán, etc.), pero también como fuente de inspiración de numerosos movimientos de oposición.

El islam ha conseguido sobrevivir en sociedades tan diferentes porque ha sabido adaptarse a los intereses de las distintas clases. Así, por ejemplo, ha conseguido recursos, para construir sus mezquitas y para pagar a sus predicadores, de comerciantes de Arabia, burócratas, terratenientes y comerciantes de grandes imperios, como de industriales del capitalismo moderno. Pero al mismo tiempo, ha conseguido la fidelidad de las masas, transmitiendo un mensaje adecuado para llevar consuelo a los pobres y a los oprimidos. En cada etapa de su evolución, el discurso del islam ha oscilado siempre entre la promesa de una cierta protección para los oprimidos y la garantía de una protección, contra cualquier cambio revolucionario, para las clases explotadoras.

Así el islam exige que los ricos cumplan con un impuesto islámico del 2,5% (el zakat) para socorrer a los pobres, que los gobernantes actúen justamente y que los maridos no maltraten a sus esposas. Pero al mismo tiempo considera la expropiación de los ricos por los pobres como un robo, afirma que la desobediencia a un gobierno “justo” es un crimen que debe ser castigado duramente y sólo atribuye a las mujeres derechos inferiores a los de los hombres en los ámbitos del matrimonio, la herencia o sobre los hijos, en caso de divorcio. Seduce tanto a los ricos como a los pobres regulando la opresión y levantando una muralla contra una opresión aún más dura, pero también contra una eventual revolución. El islam constituye, al igual que el cristianismo, el hinduismo y el budismo, el corazón de un mundo desprovisto de él y el opio del pueblo.

Pero ningún conjunto de ideas puede encontrar tal eco entre clases tan diferentes, en particular en una sociedad sacudida por convulsiones sociales, a menos que esté llena de ambigüedades. Debe poder permitir interpretaciones diferentes, incluso si esto conduce a sus discípulos a atacarse mutuamente.

El islam demuestra esta condición casi desde sus orígenes. Después de la muerte de Mahoma en el 632 dC, apenas dos años después de la conquista de la Meca por los musulmanes, aparecieron discrepancias entre los discípulos de Abu Bakr, que se convierte en el primer califa (es decir el sucesor de Mahoma como jefe del islam) y Alí, el marido de Fátima, hija del profeta. Alí afirmaba que ciertas decisiones tomadas por Abu Bakr aumentaban la opresión. Estas divergencias aumentaron para, finalmente, desembocar en una batalla entre ejércitos musulmanes rivales, la batalla del Camello, con 10.000 muertos. Estas divergencias provocaron el primer gran cisma, dando lugar a dos versiones del islam, la sunita y la chiíta. Este hecho no fue más que el primero de una larga serie. Se vieron aparecer, de manera recurrente, grupos que denunciaban el sufrimiento que los impíos infligían a los oprimidos y reclamaban un retorno a la “pureza” original del islam, tal como existía en los tiempos del profeta. Como dice Akbar S. Ahmed en su libro Descubriendo el islam:

“A lo largo de toda la historia del islam, los dirigentes musulmanes han predicado un cambio hacia un ideal (…) Se hacían así portavoces de movimientos étnicos, sociales o políticos a menudo confusos (…) Esto abre la vía a todo un abanico cismático que caracteriza el pensamiento islámico, desde el chiísmo, con sus ramificaciones como los ismaelitas, hasta otros movimientos más efímeros (…) La historia musulmana está llena de Mahdis [imanes] dirigiendo revueltas contra el orden establecido, y perdiendo a menudo la vida (…) Estos cabecillas procedían a menudo del pequeño campesinado o de grupos étnicos empobrecidos. La utilización del discurso islámico reforzó su sentimiento de pobreza y consolidó el movimiento.“7

Incluso el islam tradicional no constituye, al menos en sus formas populares, un conjunto de creencias homogéneas. La difusión de esta religión que cubre toda la región, yendo de la costa atlántica del Noroeste de África al golfo de Bengala, implica la incorporación en la sociedad islámica de pueblos que integran al islam muchas de sus antiguas prácticas religiosas, incluso si éstas están en contradicción con algunos de los preceptos originales del islam. Por eso las formas populares del islam incluyen a menudo cultos de santos locales o de santas reliquias, prácticas consideradas sacrílegas por el islam ortodoxo. Es así como prosperan las fraternidades sufíes que, sin constituir rivales de talla para el islam tradicional, ponen el acento sobre la experiencia mística y mágica, lo que numerosos fundamentalistas encuentran inaceptable.8

En esta situación cualquier llamamiento a un retorno a las prácticas del profeta, es de hecho sinónimo, no de conservar el pasado, sino de transformar el comportamiento de la gente hacia algo totalmente nuevo.

Esto ha sido cierto si miramos el resurgimiento islámico a lo largo de este siglo. Surgió, en primer lugar, como un medio para hacer frente a la conquista material y a la transformación cultural de Asia y del Norte de África por parte de la Europa capitalista. Los partidarios de esta renovación de la fe afirmaban que esta transformación nunca habría sido posible sin la corrupción de los valores islámicos, de la que los grandes imperios medievales, por su avidez de bienes materiales, eran responsables. El único medio de regenerar el mundo musulmán era resucitar el espíritu fundador del islam, como fue expresado por los cuatro primeros califas (o, para los chiítas, por Alí). Es lo que, por poner un ejemplo, justifica a los ojos de Jomeini la denuncia de la casi totalidad de la historia del islam desde hace 1.300 años. En su obra Islam y Revolución, Jomeini señalaba:

“Desgraciadamente, el verdadero islam tiene una corta vida. Primeramente los omeyas [la primera dinastía árabe fundada por Alí], después los abasidas [que los conquistaron en el 750 dC], hicieron mucho daño al islam. Más tarde, los monarcas que reinaron sobre Irán continuaron en la misma vía; deformaron completamente el islam, y lo sustituyeron por una cosa muy diferente.“9

Así, mientras que el islamismo puede ser presentado por sus defensores y sus detractores como una doctrina tradicionalista, fundada sobre el rechazo del mundo moderno, las cosas son en realidad bastante más complejas. La aspiración a recrear un pasado mítico corresponde a una voluntad, no de dejar la sociedad existente tal como está, sino de reformarla completamente. Aún más, este deseo de reformar la sociedad no puede tener como meta una copia conforme al islam del siglo VII, puesto que los islamistas no rechazan todos los aspectos de la sociedad actual. Por regla general, aceptan la industria y la tecnología modernas así como una gran parte de la ciencia sobre la que se apoyan, de hecho afirman que el islam, como doctrina más racional y menos influenciada por la superstición que el cristianismo, está mucho más en armonía con la ciencia moderna. Así que los partidarios del resurgimiento del islam intentan crear algo que no había existido anteriormente, fusionar las antiguas tradiciones y las formas modernas de vida social.

En consecuencia, reducir a todos los islamistas a unos “reaccionarios” es un error, tanto como el asimilar el “fundamentalismo islámico” en su conjunto, al fundamentalismo cristiano que es el bastión del ala derecha del Partido Republicano norteamericano. Personajes como Jomeini, los dirigentes de los grupos muyahidines rivales en Afganistán o como los dirigentes del Frente Islámico de Salvación (FIS) en Argelia, utilizan ciertos temas tradicionalistas y juegan con la nostalgia de grupos sociales en vías de desaparición, pero atraen también a corrientes radicales aparecidas con la transformación de la sociedad por el capitalismo. Olivier Roy, en su obra Islam y resistencia en Afganistán, cuando evoca a los islamistas afganos, explica que:

“El fundamentalismo es totalmente diferente [del tradicionalismo]: para el fundamentalismo, es crucial volver a las escrituras y deshacerse del oscurantismo creado por la tradición. El fundamentalismo busca siempre el retorno a un estado de cosas anterior; se caracteriza por una práctica de relectura de los textos y una búsqueda de los orígenes. El enemigo no es la modernidad sino la tradición, mejor dicho, en el contexto del islam, todo lo que no es la tradición del Profeta. He ahí la verdadera reforma.“10

El islam tradicionalista es una ideología que busca perpetuar un orden social minado por el desarrollo del capitalismo, o al menos evocar este orden con el fin de enmascarar la transformación de la vieja clase dirigente en clase capitalista moderna, como en el caso de la familia real de Arabia Saudí. El islamismo es una ideología que, aunque haga un llamamiento a ciertos temas similares, busca transformar la sociedad, no conservarla en el mismo estado. Es por lo que el mismo término de “fundamentalismo” no es verdaderamente apropiado. Como observa Abrahamian en su libro Jomeinismo:

“La denominación de «fundamentalismo» implica la inflexibilidad religiosa, el purismo intelectual, el tradicionalismo político e incluso el conservadurismo social y la centralidad de los principios escriturales-doctrinales. El término «fundamentalismo» implica el rechazo del mundo moderno.“11

De hecho, los movimientos como el de Jomeini en Irán se apoyan en “la adaptabilidad ideológica y la flexibilidad intelectual, acompañadas de una contestación al orden establecido y de la toma en cuenta de los problemas socioeconómicos que alimentan la oposición de masas al status quo.“12

Sin embargo no siempre se distingue claramente lo que diferencia el islamismo del tradicionalismo. Y esto ocurre precisamente porque la noción de regeneración social se presenta bajo la forma de un discurso religioso que es susceptible de diferentes interpretaciones. Esta regeneración puede significar, simplemente, poner fin a las “prácticas degeneradas” mediante el retorno a comportamientos supuestamente anteriores a la “corrupción del islam” por “el imperialismo cultural”. Entonces se hace hincapié en “el pudor” de la mujer y en llevar el velo, en el fin de “la promiscuidad” derivada de la mezcla de sexos en las escuelas y lugares de trabajo, en la oposición a la música Pop occidental y así sucesivamente. Así, uno de los dirigentes más populares del FIS, Alí Belhadj, denuncia la “violencia” hacia los musulmanes debido a “la invasión cultural”:

“Nosotros, musulmanes, creemos firmemente que la forma más grave de violencia que se nos hace no es la violencia física, pues estamos preparados (…) es la violencia que representa el desafío lanzado a los sentimientos de la comunidad musulmana por la imposición de una legislación diabólica, en lugar de la sharia (…)

¿Existe una violencia mayor que la que consiste en propagar y fomentar lo que Dios ha prohibido? Han creado empresas vinícolas, obra del demonio, y los prostíbulos están protegidos por policías! (…)

Se puede concebir violencia mayor que la de esta mujer que quema su velo en una plaza pública, a la vista de todos, diciendo que el actual código de familia castiga a la mujer, y encuentra afeminados, semi-hombres o transexuales para apoyarla en su aberración (…)

¿Es violencia exigir que la mujer permanezca en su casa, en una atmósfera de castidad, de discreción y de humildad, y que no salga más que en los casos establecidos por el Legislador? (…) ¿Exigir la separación de sexos entre los estudiantes y los profesores, y la ausencia de esa mezcla insoportable causa de la violencia sexual?“13

Pero la regeneración puede ser también sinónimo de cuestionamiento del Estado y de los aspectos de la dominación política del imperialismo. Así los islamistas iraníes cerraron la más importante estación de “escucha” americana en Asia y tomaron el control de la embajada de Estados Unidos. Hezbolá al sur del Líbano, Hamas en Cisjordania y Gaza, han jugado un papel clave en la lucha armada contra Israel. En Argelia el FIS organizó manifestaciones multitudinarias contra la guerra dirigida por EEUU contra Irak, aunque éstas le costaron la pérdida del apoyo financiero de Arabia Saudí.

La noción de regeneración puede incluso significar, en ciertos casos, el apoyo a las luchas contra la explotación de los trabajadores y los campesinos, como fue el caso de los muyahidín iraníes entre 1979 y 1982.

A las diferentes interpretaciones de la idea de regeneración corresponden naturalmente clases sociales diferentes. Pero la fraseología religiosa puede impedir, a quienes concierne, identificar las diferencias que les separan. En el fragor de la lucha, los individuos son susceptibles de mezclar las posiciones, de manera que la lucha contra levantar el velo de las mujeres es vista como una lucha contra las compañías petrolíferas occidentales y contra la miseria extrema de las masas. Así en Argelia, a finales de los 80, el dirigente del FIS, Belhadj:

“se hizo la voz de todos los que no tenían nada que perder (…) Concibiendo el islam según las escrituras más puras, predicó la aplicación estricta de sus mandatos (…) Alí Belhadj partió todos los viernes hacia la guerra contra el mundo entero. Judíos y cristianos, sionistas, comunistas y laicos, liberales y agnósticos, gobernantes del Este y del Oeste, jefes de estados árabes o musulmanes, dirigentes de partidos e intelectuales occidentalizados fueron los blancos favoritos de sus sermones semanales.“14

Sin embargo, bajo la confusión de ideas, existían intereses reales de clase.
La naturaleza de clase del islamismo

El islamismo apareció en sociedades traumatizadas por el impacto del capitalismo, primeramente bajo la forma de una conquista externa por parte del imperialismo, después, y cada vez más, por la transformación de las relaciones sociales internas que acompañan a la aparición de una clase capitalista local y a la formación de un Estado capitalista independiente.

Las antiguas clases sociales fueron reemplazadas por otras nuevas, aunque este cambio no se realizó de forma clara e instantánea, sino que fue producto de lo que Trotski llamaba “un desarrollo desigual y combinado”.

El colonialismo se batió en retirada, pero las grandes potencias imperialistas, en particular EEUU, continuaron utilizando su potencia militar como herramienta de negociación para influir sobre la producción del mayor recurso del Oriente Medio: el petróleo.

En el interior, la intervención del Estado y a menudo la propiedad estatal conduce a la aparición de una gran industria moderna, pero subsisten sectores enteros de la industria “tradicional”, basados en un gran número de pequeños talleres en los que el propietario trabaja a menudo con dos o tres empleados, normalmente miembros de su propia familia. La reforma agraria transformó a algunos campesinos en agricultores capitalistas modernos; pero fue mayor el número de ellos a los que obligó al éxodo, desposeyéndolos o casi, de sus tierras y, forzándolos a buscar recursos en empleos temporales en los talleres o en los mercados de los barrios de chabolas en plena expansión.

La considerable expansión del sistema educativo forma a un gran número de diplomados, pero estos encuentran pocas salidas profesionales en los sectores punta de la economía, por lo que acaban poniendo todas sus esperanzas en el acceso a la burocracia estatal; mientras tanto se buscan la vida con pequeños trabajos en la economía informal: captación de clientes para los comerciantes, servir de guía a los turistas, vender billetes de lotería, conducir taxis, etc.

Las crisis económicas de los últimos 20 años han agravado todas estas contradicciones. La economía nacional ya es demasiado limitada para un funcionamiento eficaz de las industrias modernas, mientras que la economía mundial es demasiado competitiva para permitirles sobrevivir sin la protección del Estado. Las industrias tradicionales no han podido, en general, modernizarse sin el apoyo del Estado y no aportan una solución a la incapacidad de la industria moderna de ofrecer empleo a una población urbana en aumento. Sin embargo algunos sectores han logrado establecer lazos autónomos con el capital internacional y se resienten, cada vez más, la dominación del Estado sobre la economía. Los habitantes más ricos de las ciudades consumen cada vez más los productos de lujo, disponibles en el mercado mundial, creando un descontento creciente entre los trabajadores temporales y parados.

El islamismo representa un intento de solucionar estas contradicciones por parte de gente que ha sido educada en el respeto a las ideas islámicas tradicionales. Pero al islamismo no lo apoyan de la misma forma todos los sectores de la sociedad.

Algunos de estos sectores se adhieren a una ideología moderna laica burguesa o nacionalista, mientras que otros giran, más bien, hacia una forma de expresión laica y proletaria. El nuevo islamismo recibe el apoyo de cuatro grupos sociales diferentes, cada uno de los cuales interpreta el islam a su manera.
1.-El islamismo de los antiguos explotadores

En primer lugar, encontramos a los miembros de las clases privilegiadas tradicionales que temen ser los perjudicados por la modernización capitalista de la sociedad, especialmente los propietarios de tierras (incluido el clero cuyo dinero depende de las tierras pertenecientes a fundaciones religiosas), los comerciantes capitalistas tradicionales y, los propietarios de pequeñas tiendas y talleres.

Son estos grupos los que, a menudo, han financiado las mezquitas y los que consideran al islam como un medio para defender su modo de vida y para hacer oír su voz ante los que gestionan el cambio. Así en Irán y Argelia, fue este grupo el que dio al clero los recursos para oponerse al programa de la reforma agraria del Estado, en los años 60 y 70.
2.-El islamismo de los nuevos explotadores

A continuación se encuentran, surgidos a menudo del grupo anterior, ciertos capitalistas que han tenido éxito a pesar de la hostilidad de los grupos vinculados al Estado. En Egipto, por ejemplo, los Hermanos Musulmanes: “se han insertado en el tejido económico del Egipto de Sadat en una época en la que sectores enteros de la economía habían sido entregados al capitalismo salvaje. Uthman Ahmad, el Rockfeller egipcio, no ocultaba su simpatía por los Hermanos Musulmanes.“15

En Turquía, el Partido del Bienestar, dirigido por antiguos miembros del Partido Conservador, goza del apoyo de una gran parte de la clase media. En Irán, entre los comerciantes del bazar que apoyaron a Jomeini contra el sha, encontramos a ricos capitalistas defraudados por la forma en que la política económica favoreció a aquellos que estaban próximos a la corona.
3.- El islamismo de los pobres

El tercer grupo es el de los pobres salidos del mundo rural que han sufrido la expansión de la agricultura capitalista, que se ven forzados al éxodo hacía las ciudades y a la búsqueda desesperada de un empleo.

En Argelia la reforma agraria sólo benefició a 2 de los 8,2 millones de la población rural. Los 6 millones restantes debieron elegir entre quedarse en el campo y ver agravarse su pobreza o partir hacia las ciudades en busca de trabajo.16 Pero en las ciudades:

“el grupo más desprotegido es aquel de parados irreductibles, compuesto de antiguos campesinos desarraigados que llegaron a las ciudades en busca de empleo y mejoras sociales (…) y que se han encontrado separados de la sociedad rural, sin ser, sin embargo, integrados en la sociedad urbana.“17

Han perdido las referencias asociadas a un modo de vida antiguo referencias que identifican con la cultura musulmana tradicional, sin conseguir ninguna seguridad material o modo de vida estable:

“Para millones de argelinos atrapados entre una tradición que ya no les inspira una lealtad total y un modernismo que no puede satisfacer sus necesidades psicológicas y espirituales, especialmente las de los jóvenes, ya no existen normas claras de comportamiento y creencia.“18

En tal situación, incluso la agitación islámica llevada a cabo por los antiguos terratenientes contra la reforma agraria en los años 70, fue susceptible de encontrar eco entre los campesinos y los ex-campesinos. En efecto, la reforma agraria podía convertirse en un símbolo de transformación del campo que, a su vez, provocaría la destrucción de un modo de vida que, aunque miserable, sería sinónimo de seguridad:

“Para los terratenientes establecidos en ciudades y los campesinos sin tierra, los integristas tienen el mismo lenguaje: el Corán condena la expropiación de los bienes del otro; recomienda a los ricos y a los que gobiernan, conforme a la Sunna, ser generosos con los indigentes.“19

El atractivo del islamismo aumentó a lo largo de los 80, a medida que la crisis económica acentuaba la diferencia entre las masas empobrecidas y la élite que representaba un 1% de la población, la que dirigía el Estado y la economía. La riqueza y el estilo de vida, al modo occidental, de los pertenecientes a esta élite encajaba mal con la imagen de herederos de la lucha de liberación nacional contra los franceses, a la que pretendían pertenecer. Para los antiguos campesinos era muy fácil identificar la conducta “no islámica” de esta élite como la causa de su propia miseria.

Lo mismo sucedió en Irán. La transformación capitalista de la agricultura mediante la reforma agraria lanzada por el sha, en los años 60, sólo benefició a una minoría de campesinos, no aportando ninguna mejora, o incluso, agravando la situación económica de los demás. Esto acentuó el antagonismo existente entre los pobres rurales o recién llegados a las ciudades y el Estado. Antagonismo que benefició a las fuerzas islámicas que se habían opuesto a la reforma agraria. Así, por poner un ejemplo, cuando en 1962 el sha envió a las fuerzas del orden contra las grandes figuras del islamismo, sólo consiguió convertirlos en portavoces del descontento popular.

En Egipto, la Infitah, apertura de la economía al mercado mundial gracias a los acuerdos firmados con el Banco Mundial y el FMI a partir de mediados de los 70, agravó sensiblemente la situación de la mayoría de campesinos y ex-campesinos, creando así enormes resentimientos.

En Afganistán las reformas agrarias impuestas después del golpe de Estado del PDPA (Partido Democrático del Pueblo de Afganistán, comunistas), en 1978, condujeron a una serie de levantamientos espontáneos por parte de todos los sectores de la población rural:

“Las reformas han puesto fin a las formas de trabajo tradicionales, fundadas sobre un apoyo e interés mutuo, sin ofrecer ninguna alternativa. Los terratenientes que habían sido desposeídos de sus tierras dejaron de distribuir semillas a sus aparceros; los prestamistas se negaron a prestar dinero. Se hablaba de la creación de una banca para el desarrollo agrícola; de una oficina encargada de supervisar la distribución de las semillas y del forraje, pero nada de esto se concretó cuando las reformas fueron efectivamente aplicadas (…) Así, el simple anuncio de las reformas había privado al campesino de sus provisiones de semillas (…) La reforma no sólo destruyó la estructura económica sino toda la estructura social de la producción (…) No es entonces sorprendente que en lugar de conseguir levantar al 98% de la población contra el 2% de las clases explotadoras, estas reformas causaran una revuelta general del 75% de la población de las zonas rurales. Cuando se dieron cuenta de que el nuevo sistema no era eficaz, incluso los campesinos que al principio habían acogido favorablemente la reforma, consideraron que vivirían mejor si se volviese al antiguo sistema.“20

Pero no es solamente la hostilidad al Estado lo que sensibiliza a los campesinos con el mensaje de los islamistas. Las mezquitas ofrecen un punto de referencia social para la gente perdida en una ciudad nueva y extraña. Las organizaciones caritativas islamistas les ofrecen los servicios sociales indispensables (clínicas, enseñanza, etc.) que el Estado no les asegura. Así en Argelia el crecimiento de las ciudades en los años 70 y 80 fue acompañada de un aumento considerable del número de mezquitas:

“Todo ocurre, en suma, como si la parálisis de la educación y de la arabización, la ausencia de estructuras culturales y de ocio, la falta de espacios públicos libres y el hacinamiento en las viviendas, condujeran a miles de hombres, jóvenes y niños a las mezquitas.“21

De ahí, que el dinero que procedía de personas cuyos intereses eran diametralmente opuestos a los del grueso de la población la vieja clase financiera, los nuevos ricos o el gobierno saudita sirviera para dar a los pobres un refugio material y cultural:

“En la mezquita, cada uno antiguo o nuevo rico, fundamentalista, trabajador de una empresa ve la posibilidad de elaborar o de realizar su propia estrategia, sus sueños y esperanzas.“22

Esto no borra las divisiones de clase dentro de la mezquita. En Argelia, por ejemplo, había en los comités religiosos enormes disputas entre personas de distinto origen social que no veían la construcción de las mezquitas de la misma forma; uno de los temas más polémicos era, por ejemplo, la cuestión de si se debían rehusar los donativos para la mezquita, porque procedían de fuentes impuras (haram):

“En efecto es raro que un comité religioso termine el ciclo de su mandato, fijado en principio en dos años, en la armonía y la concordia recomendadas por el culto de la unidad divina que cantan, incansablemente, los muecines juramentados.“23

Las disputas quedaban ocultas bajo una cobertura religiosa y no impedían la proliferación de mezquitas y la creciente influencia del islamismo.
4.- El islamismo de la nueva clase media

Sea como sea, ni las clases explotadoras “tradicionales” ni las masas empobrecidas suministran el elemento vital que alimenta el islam político, defensor del resurgimiento del islam: el cuerpo de militantes que propagan las doctrinas islamistas y que soportan las agresiones físicas, el encarcelamiento y la muerte en su enfrentamiento con sus enemigos.

Las clases explotadoras tradicionales son por naturaleza conservadoras. Están dispuestas a dar dinero para que otros se peleen, especialmente si es para defender sus intereses materiales. Es lo que hicieron cuando se enfrentaron a la reforma agraria en Argelia, a principios de los años 70, o cuando el régimen ba’atista de Siria atentó contra los intereses de los comerciantes en la primavera de 198024; al igual que cuando los comerciantes y los pequeños empresarios de los bazares iraníes se sintieron atacados por el sha, entre 1976 y 1978, o después amenazados por la izquierda entre 1979 y 1981. Pero se cuidan mucho de no poner sus propios negocios y, sobre todo, sus propias vidas en peligro. Por tanto, no es en estas clases donde se puede identificar la fuerza que ha desgarrado sociedades enteras como en Argelia y Egipto, que provocó el levantamiento de una ciudad entera en Siria, Hama, que recurrió a los atentados suicidas contra norteamericanos e israelitas en el Líbano o que hizo que la revolución iraní tomara un giro bastante más radical del que hubiese querido la burguesía.

Esta fuerza viene, de hecho, de un cuarto sector muy diferente: de una parte de la clase media surgida con la modernización capitalista del Tercer Mundo.

En Irán, de este sector proceden los cuadros de los tres movimientos islamistas que dominaron la vida política en el transcurso de los primeros años de la revolución. El siguiente informe muestra el apoyo recibido por el Primer Ministro del periodo post-revolucionario, Bazargan:

“La expansión del sistema educativo iraní en los años 50 y 60 permitió a sectores cada vez mayores de la clase media tradicional, acceder a las universidades. Enfrentados a unas instituciones dominadas por las antiguas élites occidentalizadas, estos recién llegados al mundo universitario sintieron una necesidad urgente de autojustificar su adhesión al islam. Se incorporaron a los círculos de la Asociación de Estudiantes Musulmanes [dirigidos por Bazargan y otros] (…) Cuando entraban en la vida profesional, los nuevos ingenieros se adherían a menudo a la Asociación Islámica de Ingenieros, igualmente fundada por Bazargan. Era esta red de asociaciones la que constituía el verdadero apoyo social organizado a Bazargan y al modernismo islámico (…) El atractivo que suscitaban Bazargan y Talequani consistía en dar a los individuos, salidos de la clase media tradicional, una imagen de dignidad que les permitiera afirmar su identidad, en una sociedad dominada, en el plano político, por lo que consideraban una élite impía, occidentalizada y corrupta.“25

Hablando de los Muyahidín del Pueblo en Irán, Abrahamian destaca que numerosos estudios de los primeros años de la revolución iraní han señalado el atractivo de los oprimidos por el islamismo radical, pero que éstos no formaban la base social de los Muyahidín. Su base era más bien este amplio sector de la nueva clase media, cuyos padres habían pertenecido a la pequeña burguesía tradicional. Este autor analiza las actividades profesionales de los muyahidín arrestados durante el régimen del sha y reprimidos bajo el régimen de Jomeini por difundir sus ideas.26

Aunque la tercera fuerza islámica del país, finalmente victoriosa, el Partido republicano islámico de Jomeini, sea a menudo considerado como un partido dirigido por un clero ligado a los capitalistas tradicionales, los comerciantes o bazaris, Moaddel ha demostrado que más de la mitad de los diputados de este partido pertenecían a profesiones liberales: profesores, funcionarios del gobierno o estudiantes, aún cuando una cuarta parte de ellos procedían de familias bazari.27 Además, Bayat ha observado que en su lucha contra las organizaciones de trabajadores en las fábricas, el régimen podía contar con el apoyo de los ingenieros que trabajaban en ellas.28

Azar Tabari subraya que después de la caída del sha, en las ciudades iraníes, muchas mujeres eligieron llevar el velo y se colocaron al lado de los partidarios de Jomeini y en contra de la izquierda. Según esta escritora, estas mujeres procedían del sector de la clase media que fue la primera generación en conocer un proceso de “integración social”.

A menudo procedían de familias pequeñoburguesas tradicionales sus padres eran comerciantes de bazar, artesanos, etc. pero se habían visto obligadas a estudiar, porque la industrialización acababa con las fuentes de ingresos tradicionales de sus familias. Tenían posibilidades de trabajar como maestras o enfermeras, pero: “Estas mujeres tuvieron que pasar una experiencia, a menudo penosa y traumatizante, de adaptación a la sociedad”.

“Cuando las mujeres procedentes de esas familias llegaron a la universidad o al trabajo en los hospitales, todos sus conceptos tradicionales se vieron atacados por un entorno ajeno al suyo, en el que las mujeres se mezclaban con los hombres, no se llevaba velo y se vestían según el último grito de la moda europea. A menudo estas mujeres se veían divididas entre las costumbres familiares y la presión de este nuevo entorno. No tenían derecho a llevar el velo en su lugar de trabajo y no podían salir de la casa familiar sin él.“29

Una respuesta corriente a estas presiones contradictorias era la de “refugiarse en el islam” y el símbolo de esta respuesta era llevar el velo durante las grandes manifestaciones de masas. Tabari observa un claro contraste entre esta respuesta y la de las mujeres, cuyas familias habían formado parte de la nueva clase media desde hacía dos generaciones. Éstas rehusaban llevar el velo y se identificaban con los liberales o con la izquierda. O. Roy observa que en Afganistán:

“El movimiento islamista nació en el corazón de los sectores modernos de la sociedad y se desarrolló a partir de una crítica a los movimientos populares anteriores (…) Los islamistas son intelectuales y son el producto de enclaves modernistas en el seno de una sociedad tradicional. Sus orígenes sociales se encuentran en lo que denominamos burguesía estatal, dicho de otro modo, son el producto de un sistema de educación gubernamental [un sistema educativo estatal] que conduce exclusivamente a empleos dentro de la maquinaria estatal (…) Muy pocos de entre ellos han hecho estudios de letras. En el campus se mezclan más a menudo con comunistas, a los que se oponen violentamente, que con los ulamas [los universitarios religiosos] hacia los que tienen una actitud más ambivalente. Comparten con los ulamas muchas convicciones, pero el pensamiento islámico se desarrolla en contacto con las grandes ideologías occidentales a las que consideran como portadoras de la llave del desarrollo técnico de occidente. A sus ojos, el problema es desarrollar una ideología política moderna fundada en el islam, que consideran como la única forma de adaptarse al mundo moderno y como el mejor medio para hacer frente al imperialismo extranjero.“30

En Argelia, el FIS recluta a sus militantes, sobre todo, entre los estudiantes árabe hablantes (no francófonos) de institutos y universidades además de entre los numerosos jóvenes que querrían estudiar y que no pudieron acceder a la universidad:

“Los testimonios reconocen la presencia en el seno del FIS, al menos, de tres componentes sociales: los comerciantes, entre ellos algunos que son bastante ricos; una masa de jóvenes sin trabajo y de excluidos de las escuelas, que forman el nuevo lumpenproletariado de los suburbios; y los intelectuales árabe hablantes en ascenso social. Estos últimos grupos, los más numerosos y determinantes, y al mismo tiempo los más determinados, tienen como representantes respectivos a Belhadj y Abassi Madani.“31

Los intelectuales islámicos han hecho carrera gracias a su control de los departamentos universitarios de teología y de lengua árabe, en las universidades. Los han utilizado para acaparar un gran número de puestos de imanes en las mezquitas y de profesores en los institutos. Forman una reserva que se asegura del reclutamiento prioritario de un mayor número de islamistas para tales puestos, permitiéndoles así, inculcar sus ideas a la nueva generación de estudiantes y ejercer su influencia sobre un gran número de jóvenes.

Ahmed Rouadjia explica como los grupos islamistas empezaron a crecer a partir de los años 70 gracias al apoyo de estudiantes árabe hablantes que, debido a su débil dominio del francés, no podían encontrar empleo en la administración, las industrias punta o en puestos de dirección.32 Así, por poner un ejemplo, hubo, en los años 80, un violento conflicto con el director de la Universidad de Constantina: fue acusado de dudar de “la dignidad de la lengua árabe” y de “hacer apología del colonialismo francés” pues mantenía el francés como lengua predominante en los departamentos de ciencias y tecnología.33

“Los diplomados cuya lengua es el árabe se ven, además, imposibilitados a acceder a los sectores punta, sobre todo en las industrias más exigentes en materia de conocimientos técnicos y dominio de lenguas extranjeras (…) Dicho de otra forma, aquellos cuya lengua es el árabe, incluso titulares de diplomas superiores, no encuentran su puesto en la industria moderna; la mayoría acaban por volverse hacia las mezquitas.“34

Los estudiantes, árabe hablantes recientemente diplomados y, sobre todo, los antiguos estudiantes que se encuentran en el paro, crean un puente con la masa de jóvenes fuera de las universidades. En éstos últimos, su cólera aumenta porque no pueden acceder a la enseñanza superior, a pesar de los años pasados en un sistema educativo ineficaz y con bajo presupuesto. Aunque hoy se cuenta con casi un millón de estudiantes en la secundaria, el 80% tienen poca esperanza de obtener el título de bachillerato35. Aguardan entrar en la precariedad al margen del circuito profesional.

“El integrismo toma su fuerza y su influencia de las frustraciones de amplias capas de la sociedad, especialmente la juventud, excluidas del sistema social y económico. Uno de los factores que ha contribuido al éxito del integrismo es la utilización de un lenguaje simple, directo y conciso. Si hay miseria, malestar y frustraciones, es porque los que están en el poder no obtienen su legitimidad de la shura [consulta] sino sólo de la fuerza (…) La restauración del islam de los primeros años haría desaparecer esas desigualdades.“36

Gracias a la influencia que ejerce sobre un amplio conjunto de estudiantes, intelectuales y diplomados desocupados, el islamismo consigue extenderse y controlar la propagación de sus ideas en los barrios pobres y en los suburbios donde viven los antiguos campesinos. No se puede considerar este movimiento como “conservador”. Los jóvenes árabe hablantes cultos no se vuelven hacia el islam porque quieran que las cosas queden como están, sino porque creen que el islam permite un cambio social fundamental.37

En Egipto, el movimiento islamista nació hace unos 65 años, cuando Hassan al-Banna creó a los Hermanos Musulmanes. Este movimiento creció a lo largo de los años 30 y 40, a medida que se evaporaban las ilusiones sobre la capacidad del Partido Nacionalista laico, el Wafd, de combatir a la dominación británica sobre el país. Su base social estaba compuesta principalmente por funcionarios y estudiantes. Tuvo una gran influencia en las manifestaciones estudiantiles de finales de los años 40 y principio de los 50.38 Se extendió rápidamente entre los trabajadores y los campesinos y, en su apogeo, contaba con medio millón de miembros. Para construir su movimiento Hassan al-Banna estuvo dispuesto a colaborar con personas próximas a la monarquía egipcia. El ala derechista del Wafd se interesó en los Hermanos Musulmanes como contrapeso a la influencia comunista en el medio obrero y estudiantil.39

Pero los Hermanos Musulmanes pudieron rivalizar con los comunistas en la conquista de las clases medias empobrecidas (y, a través de ellas, de ciertas capas de desheredados de las ciudades), únicamente porque detrás de su lenguaje religioso existía una promesa de reformas, que iban más allá de lo que deseaban sus aliados de la derecha. Sus objetivos eran “en última instancia incompatibles con el mantenimiento del status quo político, económico y social tan querido por la clase dirigente”. En consecuencia, los “lazos entre los Hermanos Musulmanes y los dirigentes conservadores eran a la vez inestables y frágiles.“40

Cuando el nuevo régimen militar de Abdul Nasser concentró todo el poder en sus manos, a principio de los años 50, la organización de los Hermanos Musulmanes fue casi destruida. Seis dirigentes del movimiento fueron ahorcados en diciembre de 1954 y varios miles de miembros enviados a campos de concentración. La tentativa de relanzar a los Hermanos Musulmanes a mediados de los 60 se saldó con nuevas ejecuciones. Después de la muerte de Nasser, Sadat y después Mubarak autorizaron al movimiento para desarrollar una actividad semi-legal, a condición de que se evitase la confrontación directa con el régimen. La dirección de lo que se denomina a veces “Neo-Hermanos Musulmanes”, se plegó a estas restricciones y adoptó una posición relativamente moderada y “conciliadora”. El movimiento obtenía importantes sumas de dinero de algunos de sus miembros, que se habían exiliado en Arabia Saudí en los años 50 y que habían hecho fortuna gracias al boom petrolífero.41 Los Hermanos Musulmanes pudieron así construir “un modelo alternativo, el de un Estado musulmán” con “sus bancos, sus servicios sociales, sus redes educativas y… sus mezquitas.“42

Esto redujo su influencia sobre una nueva generación de islamistas radicales que habían surgido, como los Hermanos Musulmanes en su origen, de las universidades y de la capa empobrecida de la pequeña burguesía “moderna”. Estos nuevos islamistas radicales asesinaron al Presidente Sadat en 1981 y desde entonces han llevado a cabo una lucha armada contra el Estado y la inteligencia laica:

“Lo que conocemos como fundamentalistas en Egipto, es una minoría de personas que incluso luchan contra los Hermanos Musulmanes (…) Estos grupos están compuestos esencialmente de jóvenes (…) son gente muy pura, dispuestos a sacrificar su vida y darlo todo por la causa (…) Sirven de punta de lanza a los diferentes movimientos; pues son capaces de llevar a cabo acciones terroristas.“43

Las asociaciones islamistas de estudiantes que llegaron a dominar las universidades egipcias durante el mandato del Presidente Sadat, “constituían la verdadera organización de masas del movimiento islámico.“44 Surgieron como reacción a las condiciones en las universidades y a las sombrías perspectivas profesionales, propuestas a los estudiantes que obtenían su diploma:

“El número de estudiantes, poco menos de 200.000 en 1970, superó en 1977 el medio millón (…) La intención loable y democrática de dispensar al máximo número de niños del país una enseñanza superior gratuita, formadora de expertos como la base del desarrollo, tuvo como efecto, por falta de medios, una educación a la baja cuyo coste, en pérdida de tiempo y energía, es ampliamente superior a los beneficios.“45

El hacinamiento es un problema, particularmente agudo, para las estudiantes que se ven sometidas a toda clase de acosos en las aulas y en los autobuses sobrecargados. En respuesta a esta situación:

“Las jama’at islamiyya [asociaciones islámicas] deben su considerable fuerza a su capacidad para identificar estos problemas y dar soluciones inmediatas: la utilización de fondos procedentes de los sindicatos de estudiantes para asegurar un servicio de minibuses para las estudiantes [dando prioridad a las que llevaban velo], llamando a la separación de sexos en las aulas, la organización de grupos [que se reunían en las mezquitas] encargados de revisar los cursos, y de publicar ediciones baratas para que todos pudieran tener acceso a los textos esenciales.“46

Los jóvenes diplomados no escapan a la pobreza endémica que golpea a una gran parte de la sociedad egipcia:

“Todo diplomado tiene derecho en Egipto a un puesto en la función pública. Arma absoluta contra el no-empleo, esta ley es la proveedora por excelencia de un gigantesco paro disfrazado que llena las oficinas de una administración pletórica, donde la productividad del trabajo es tan débil como mal retribuida (…) El servidor del Estado puede ciertamente alimentarse comprando los productos subvencionados por el Estado, de venta en las cooperativas, pero apenas puede rebasar este nivel de subsistencia alimentaria (…) El doble o triple trabajo es el premio de cada funcionario (…) Cuántos administrativos, en alguno de los innumerables departamentos ministeriales o cuántos maestros, no son a partir de medio día, albañiles o conductores de taxi; trabajos que realizan tan mal que podrían ser realizados por analfabetos (…) Una campesina analfabeta que llega a la ciudad y logra colocarse como criada en casa de un khawaga [extranjero] cobra un salario que es más o menos el doble del de un profesor adjunto universitario.“47

La única manera de salir de este aprieto es encontrar un empleo en el extranjero, en particular en Arabia Saudí y en los Países del Golfo. Y esto no es solamente un medio para salir de la pobreza, es para la mayoría de ellos una condición necesaria para el matrimonio, en una sociedad en las que las relaciones sexuales antes del matrimonio no son frecuentes.

Los islamistas supieron articular estos problemas utilizando un discurso religioso. Como escribió Kepel con relación a un dirigente de una de las primeras sectas islamistas, su posición no significa que: “esté a punto de comportarse como un fanático salido de otro siglo (…) sino que incide, a su manera, sobre un problema crucial de la sociedad egipcia contemporánea.“48

Como en Argelia, una vez construida su base de masas en las universidades, los islamistas pueden extender su influencia a un medio más amplio, el de los barrios pobres de las ciudades donde los estudiantes o antiguos estudiantes se mezclan con la masa de desheredados buscando desesperadamente sobrevivir. Esta nueva implantación comenzó después de la violenta represión, llevada a cabo por el régimen, contra el movimiento islamista en las universidades, después de las negociaciones de paz con Israel a finales de los 70.

“Es el punto de partida de la expansión al mundo no estudiantil de la predicación de los jama’at islamiyya. Cuadros y agitadores islamistas van a predicar al pueblo para reclutar nuevos adeptos en los barrios populares. Sea lo que sea, este acoso, lejos de detener a los jama’a, les da un segundo aliento (…) El mensaje de los jama’a comienza a oírse más allá del mundo estudiantil. Los cuadros y los agitadores islamistas se fueron a predicar a los barrios obreros.“49

El islam radical como movimiento social

La base de clase del islamismo es similar a la del fascismo clásico y a la del fundamentalismo hindú del BJP, del Shiv Sena y del RSS en la India. Todos estos movimientos han reclutado a sus miembros tanto en el seno de la clase media de “cuello blanco” y en el medio estudiantil, como entre los comerciantes y los miembros de profesiones liberales de la pequeña burguesía tradicional. Este aspecto, unido a la hostilidad de la mayoría de los movimientos islamistas hacia la izquierda, los derechos de la mujer y las ideas laicas, ha llevado a muchos socialistas y liberales a denunciar a estos movimientos como fascistas. Esto es un grave error.

La base social pequeñoburguesa no ha sido patrimonio del fascismo, es igualmente una característica del jacobismo, de los nacionalistas del Tercer Mundo, del estalinismo maoísta y del peronismo. Los movimientos pequeñoburgueses sólo se convierten en fascistas cuando aparecen en una fase precisa de la lucha de clases y juegan un rol específico. Este rol no es solamente el de movilizar a la pequeña burguesía, sino el de explotar la amargura que se experimenta ante la crisis que el sistema les hace soportar, transformándola en bandas de violentos, dispuestos a servir al capital en su proyecto de destrucción de las organizaciones obreras.

Es por eso que los movimientos hitleriano y mussoliniano eran fascistas, mientras que por ejemplo el movimiento peronista en Argentina no lo era. Si bien Perón cogió prestados ciertos temas de la iconografía fascista, tomó el poder en circunstancias excepcionales que le permitieron incorporar y corromper las organizaciones de trabajadores, utilizando la intervención del Estado para desviar las ganancias de los grandes capitalistas financieros hacia la expansión industrial. Durante los seis primeros años de su reinado, un conjunto específico de circunstancias permitieron que los salarios reales aumentaran aproximadamente un 60%. Es todo lo contrario a lo que se hubiera producido bajo un régimen verdaderamente fascista. Sin embargo, la intelectualidad liberal y el Partido Comunista argentino continúan calificando al régimen de “peronismo nazi”, que es lo que hace hoy la mayor parte de la izquierda respecto al islamismo.50

Los movimientos de masas islamistas, en Argelia o en Egipto, desempeñan un papel diferente al del fascismo. No están prioritariamente dirigidos contra las organizaciones obreras y, no ofrecen sus servicios a los sectores dominantes del capital para resolver sus problemas, a costa de los trabajadores. Están a menudo implicados en enfrentamientos armados contra las fuerzas del Estado, lo que raramente sucede en el caso de los partidos fascistas. Lejos de ser los agentes directos del imperialismo, estos movimientos han adoptado eslóganes y emprendido acciones antiimperialistas que han perjudicado, considerablemente, los importantes intereses de capitalistas nacionales e internacionales (en Argelia durante la guerra del Golfo, en Egipto contra “la paz” con Israel, en Irán contra la presencia norteamericana después del derrocamiento del sha).

A finales de los 70, la CIA había conseguido la colaboración de los servicios secretos paquistaníes, así como de los Estados pro-occidentales de Oriente Medio con el fin de armar a miles de voluntarios, salidos de esta región, para combatir a los soviéticos en Afganistán. Cuando estos voluntarios regresaron a sus países, se dieron cuenta de que habían combatido por los intereses de EEUU cuando creían combatir “por el islam”. Constituyen ahora un núcleo duro de oponentes a casi todos los gobiernos que los empujaron a luchar. Incluso en Arabia Saudí, donde el Estado utiliza todos sus medios para imponer la interpretación wahabista ultra-puritana de la sharia islámica (la ley religiosa), la oposición reivindica hoy el apoyo de “los miles de combatientes afganos”, asqueados de la hipocresía de una familia real, cada vez más integrada en la clase capitalista dominante internacional. La familia real saudí se ha vuelto contra los que apoyaba en el pasado, ha suspendido toda ayuda financiera al FIS argelino por apoyar a Irak durante la Guerra del Golfo, al igual que ha deportado al millonario saudí Bin Laden por financiar a los islamistas egipcios.

Quienes, en la izquierda, no ven en el islamismo más que a un movimiento “fascista” no tiene en cuenta el efecto desestabilizador de los movimientos islamistas sobre los intereses capitalistas en Oriente Medio y, acaban por colocarse al lado de los Estados, que son los aliados más fieles del imperialismo y del capitalismo local. Es la actitud que adoptaron, en particular, quienes dentro de la izquierda egipcia estaban influenciados por los vestigios del stalinismo. Fue, igualmente, el caso de gran parte de la izquierda en Irán, en la fase final de la guerra entre Irán e Irak, cuando el imperialismo americano envió su flota para combatir a Irán al lado de Irak. Y existe el peligro de que le ocurra a la izquierda laica en Argelia, donde una guerra civil está a punto de estallar entre los islamistas y el Estado.

Pero si bien es falso caracterizar los movimientos islamistas de “fascistas”, también es incorrecto calificarlos pura y simplemente de “antiimperialistas” o “antiestatales”. No se conforman con combatir a las clases y a los Estados que explotan y dominan a la mayoría de la población, sino que igualmente luchan contra la laicidad, las mujeres que rechazan doblegarse a la noción islámica de “pudor”, contra la izquierda y, en ciertos casos muy importantes, contra las minorías étnicas o religiosas. Los islamistas argelinos establecieron su influencia sobre las universidades a finales de los 70 y principios de los 80 organizando, con la complicidad de la policía, “expediciones de castigo” contra la izquierda. La primera persona a la que asesinaron no era un representante del Estado, sino un militante trotskista. Con motivo de la feria del libro de 1985, denunciaron el Hard-Rock Magazine, la homosexualidad, las drogas y la música punk. En las ciudades argelinas donde establecieron sus feudos, organizaron ataques contra las mujeres que osaban enseñar una pequeña parte de su piel. La primera manifestación del FIS en 1989 fue en respuesta a las manifestaciones “feministas” y “laicas”, denunciando la violencia islámica, de la que las mujeres eran las principales víctimas.51 Su hostilidad no se manifiesta solamente contra el Estado y el capital extranjero, sino también contra más de un millón de ciudadanos argelinos que, por la educación recibida, de la que no son responsables, tienen como primera lengua el francés, y también contra el 10% de la población que habla bereber en lugar de árabe.

Igualmente, en Egipto, los grupos islamistas armados asesinan laicos e islamistas que están en profundo desacuerdo con ellos. Animan a los musulmanes al odio comunitario, intentando alentar pogromos, contra la minoría copta, que representa el 10% de la población. En Irán, entre 1979 y 1981, el ala jomeinista del islamismo ejecutó a más de 100 personas por “crímenes sexuales”, como la homosexualidad y el adulterio. Sus seguidores excluyeron a las mujeres del sistema judicial y organizaron bandas de asesinos, los Hezbolá, para atacar a las mujeres sin velo y a los militantes de izquierda. La represión que dirigieron contra los islamistas de izquierda, los Muyahidín del Pueblo, provocó miles de víctimas. En Afganistán, las organizaciones islamistas que habían mantenido una larga y sangrienta guerra contra la ocupación soviética, se masacraron entre ellas con armamento pesado después de la salida de los rusos. Zonas enteras de Kabul fueron totalmente destruidas.

Incluso cuando los islamistas destacan su “antiimperialismo”, a menudo no dan en el blanco. El imperialismo de hoy no se identifica con una dominación directa de las potencias occidentales sobre el Tercer Mundo, sino que es un sistema mundial de clases capitalistas independientes (“privadas” y Estatales), integradas en un mercado mundial único. Ciertas clases dominantes son más potentes que otras. El control que ejercen sobre el acceso a los intercambios comerciales y sobre el sistema bancario y a veces la fuerza pura y simple les permite imponer sus propias condiciones. Estas clases dominantes están a la cabeza del sistema de explotación, pero justo por debajo se encuentran las clases dominantes de los países menos ricos, las cuales están arraigadas en su economía nacional. Éstas también se benefician del sistema, integrándose cada vez más en las dominantes redes multinacionales, e invirtiendo en las economías de países avanzados (aunque a veces se revuelven contra los “de arriba”).

El sufrimiento que soporta la gran mayoría de la población, no es debido, únicamente, a las grandes potencias imperialistas y a sus agentes como el Banco Mundial y el FMI; también es el resultado de la participación entusiasta en la explotación de capitalistas menos poderosos y de sus Estados, que son directamente responsables de la introducción de medidas que empobrecen a la gente y le destrozan la vida. Bajo su responsabilidad la policía y las prisiones son utilizadas para aplastar a todo tipo de resistencia.

La diferencia respecto al imperialismo clásico de los imperios coloniales, cuando los colonos occidentales controlaban el Estado y tenían la responsabilidad de la represión, es grande. Las clases explotadoras autóctonas oscilaban entonces entre la resistencia al Estado (cuando éste intentaba atentar contra sus intereses) y la colaboración con él (como muralla contra esos que ellos mismos explotaban). No estaban, necesariamente, en los puestos de vanguardia en la defensa del sistema de explotación contra la revolución. Lo están hoy. Forman parte del sistema, a pesar de sus disputas ocasionales. No jugarán, de ahora en adelante, más el rol de oponentes ambivalentes.52

Por consiguiente, toda ideología que se conforme con considerar al imperialismo extranjero como al enemigo a abatir, elude todo cuestionamiento serio del sistema. Expresa la amargura y la frustración de la población, pero desvía el ataque contra sus verdaderos enemigos. Esto es verdad para la mayor parte de las diferentes versiones del islamismo, así como para la mayoría de los diferentes nacionalismos tercermundistas de hoy; designan un enemigo bien real, el sistema mundial y se enfrentan a veces violentamente al Estado, pero ocultan las responsabilidades de la mayoría de la burguesía local que es, sin embargo, el compañero más perdurable del imperialismo.

Un estudio llevado a cabo por Abrahamian, sobre el jomeinismo en Irán, compara a éste con el peronismo y sus formas similares de “populismo”:

“Jomeini retomó los temas más radicales (…) en algún momento parecía incluso más radical que los marxistas, pero continuaba defendiendo la propiedad pequeñoburguesa. Este radicalismo pequeñoburgués lo aproximaba a los populismos latinoamericanos y en particular al peronismo.“53

Abrahamian prosigue:

“Por «populismo» entiendo un movimiento de clases medias poseedoras que moviliza a las clases inferiores, en particular a los pobres de las ciudades, gracias a una retórica radical dirigida contra el imperialismo, el capitalismo extranjero y el establishment político (…) Los movimientos populistas prometen aumentar considerablemente el nivel de vida y convertir al país en independiente de las potencias extranjeras. Lo que es más importante todavía, al atacar al status quo mediante esta retórica radical, intencionadamente no llegan a amenazar a la pequeña burguesía ni al principio de propiedad privada. Los movimientos populistas insisten pues, inevitablemente sobre la importancia, no de una revolución socioeconómica, sino sobre una reconstrucción cultural, nacional y política.“54

Los mencionados movimientos suelen confundir los problemas, al sustituir una lucha real contra el imperialismo, por una lucha puramente ideológica contra lo que ven como sus efectos culturales. Para ellos, es el “imperialismo cultural” y no la explotación lo que es la fuente de los problemas. La lucha no va dirigida contra las fuerzas que están realmente implicadas en el empobrecimiento de la gente, sino contra los que hablan lenguas “extranjeras”, los que aceptan otras religiones o los que rechazan los modos de vida supuestamente “tradicionales”.

Esto viene bien a ciertos sectores de la clase capitalista local, a los que no les importa practicar “la cultura autóctona”, al menos en público. Beneficia igualmente a miembros de la clase media que, purgando a una parte de la antigua oficialidad, hacen avanzar su propia carrera. Pero todo esto limita el peligro que representan tales movimientos para el imperialismo como sistema.

El islamismo moviliza la ira popular, pero también la ahoga. Alienta la voluntad de actuar pero la orienta hacia un callejón sin salida. Desestabiliza la máquina estatal, al tiempo que frena la lucha real contra el Estado.

El carácter contradictorio del islamismo procede de la base social de sus principales cuadros. La pequeña burguesía, como clase, no puede tener una política independiente y coherente. Esto ha sido aplicable a la pequeña burguesía tradicional: comerciantes y miembros de profesiones liberales que trabajan por su cuenta, que han estado siempre atenazados entre un deseo de seguridad, que los impulsaba hacia el conservadurismo y la esperanza de un cambio radical, que los beneficiara individualmente. Pero actualmente esto también es cierto para la nueva clase pequeñoburguesa empobrecida o para la potencial clase media integrada por estudiantes desocupados, aún más pobres en los países menos avanzados económicamente. Éstos pueden soñar con la edad de oro de épocas anteriores. Pueden pensar que su futuro depende del progreso social provocado por una transformación revolucionaria. Pero también pueden echar la culpa a otros sectores de la población que se benefician de un dominio “injusto” sobre los empleos de la clase media, impidiendo así realizar sus aspiraciones: los sectores en el punto de mira son esencialmente las minorías étnicas y religiosas, los que hablan una lengua diferente y las mujeres trabajadoras que hacen caso omiso al “respeto por la tradición”.

La posición que estas clases medias adopten, no depende solamente de factores materiales inmediatos, sino que depende también de las luchas a escala nacional e internacional. Así, en los años 50 y 60, los combates anticolonialistas inspiraron a la mayoría de la potencial clase media del Tercer Mundo. Era comúnmente aceptado que la vía a seguir era un desarrollo económico controlado por el Estado. La izquierda laica, o al menos sus tendencias nacionalistas y estalinistas, representaba esta visión de las cosas y ejercía cierta hegemonía en las universidades. En este estado de cosas, incluso los que habían tenido, inicialmente, una orientación religiosa fueron atraídos por lo que era considerado como la izquierda por ejemplo la guerra del Vietnam contra los americanos o la denominada revolución cultural en China y comenzaron a rechazar el pensamiento religioso tradicional, especialmente sobre la cuestión de las mujeres. Es lo que sucedió con las teologías de la liberación católicas en América Latina y con los Muyahidín del Pueblo en Irán. Incluso en Afganistán, los estudiantes islamistas:

“Organizaron manifestaciones antisionistas durante la guerra de los seis días, contra la política americana en Vietnam y los privilegios de la clase dominante. Se oponían violentamente a ciertas personalidades tradicionalistas, al Rey y sobre todo a su primo Daud (…) Protestaban contra la influencia que el extranjero tanto la Unión Soviética como Occidente ejercía sobre Afganistán, así como contra los que habían especulado durante la hambruna de 1972, pidiendo que el enriquecimiento personal fuera controlado.“55

El final de la década de los 70 y el comienzo de los 80, estuvieron marcados por un cambio de clima político.

Por una parte, las masacres en Camboya, la miniguerra entre Vietnam y China, el deslizamiento de ésta hacia el campo americano, provocaron una desilusión general con respecto al pretendido modelo “socialista” encarnado por los Estados de la Europa del Este. Los acontecimientos de finales de los 80 en los países del Este y en la URSS no hicieron más que aumentar esta desilusión.

La decepción fue todavía más brutal en algunos países de Oriente Medio. Los regímenes locales habían pretendido construir versiones nacionales de “socialismo”, más o menos calcadas del modelo de los países del Este. Incluso los que desde la izquierda criticaban a sus gobiernos, tenían tendencia a aceptar este proyecto y a identificarse con él. Así en las universidades argelinas a comienzos de los 70, la izquierda se ofreció voluntaria para ayudar en la implantación de la reforma agraria en los campos, a pesar de que el régimen ya había reprimido una organización de estudiantes de izquierda y que mantenía un control policial sobre las universidades. En Egipto, los comunistas continuaban viendo en Nasser a un socialista, incluso después de que los hubiese enviado a prisión. Para muchos, la desilusión respecto al régimen se volvió, igualmente, una desilusión con respecto a la izquierda.

Por otra parte, asistimos al surgimiento de algunos Estados islámicos como fuerza política; la toma del poder por Gadafi en Libia, el embargo petrolífero decretado por Arabia Saudí contra Occidente después de la guerra árabe-israelí de 1973 y, después, la espectacular puesta en escena revolucionaria de la República Islámica iraní, en 1979.

Los mismos sectores de estudiantes y de jóvenes que durante cierto tiempo habían girado hacia la izquierda, comenzaron a sentirse atraídos por el islamismo. En Argelia, por ejemplo: “Jomeini ocupa de repente el lugar de Lenin, Mao o Guevara, en la imaginación de cierta juventud musulmana.“56

El cambio inminente y radical que parecían proponer los movimientos islamistas les valdría un enorme apoyo. Los dirigentes de estos movimientos triunfaron.

Sin embargo, las contradicciones del islamismo no desaparecieron, sino que surgieron con fuerza en el siguiente decenio. El islamismo, lejos de ser invencible, es víctima de sus propias tensiones internas, que en varias ocasiones han enfrentado a sus partidarios. La historia del islamismo en los años 80 y 90, como la del stalinismo en Oriente medio en los años 40 y 50, estuvo marcada por los choques, las traiciones, las escisiones y la represión.
Conclusiones

La izquierda ha cometido un error al considerar a los movimientos islamistas ya sea como reaccionarios y “fascistas”, o sea como “anti-imperialistas” y “progresistas”. El islamismo radical, con su proyecto de reconstrucción de la sociedad sobre la base del modelo establecido por Mahoma en la Arabia del siglo VII, es de hecho una “utopía” salida de una fracción desposeída de la pequeña burguesía. Como en toda “utopía pequeñoburguesa”, sus partidarios se ven obligados a elegir entre una lucha heroica, pero desesperada, para imponer esta utopía a quienes dirigen la sociedad o bien comprometerse con ellos, facilitando así un barniz ideológico a la perpetuación de la opresión y la explotación. Esto conduce inevitablemente a escisiones entre el ala radical y terrorista del islamismo, y el ala reformista. Conduce también a un cierto número de radicales a pasar de utilizar las armas, con el fin de crear una sociedad libre de opresores, a utilizar estas mismas armas para imponer a las personas “comportamientos islámicos”.

Los socialistas revolucionarios no podemos considerar a los pequeñoburgueses utópicos como a los principales enemigos. Ellos no son los responsables del sistema capitalista mundial, del sometimiento de millones de personas a la dinámica ciega de la acumulación capitalista, del saqueo de continentes enteros por los bancos o de las maniobras y conspiraciones que han provocado una sucesión de guerras espantosas desde la proclamación del “Nuevo Orden Mundial”. No han sido responsables de los horrores de la guerra entre Irán e Irak que comenzó por la voluntad de Saddam Hussein de hacer un favor a los EEUU y las monarquías del Golfo, y terminó con la intervención americana al lado de Irak. Tampoco de las masacres en el Líbano, con la ofensiva de los falangistas, la intervención siria contra la izquierda y la invasión israelí que crearon las condiciones que dieron nacimiento al militantismo chiíta. No son tampoco responsables de la Guerra del Golfo, con sus “daños quirúrgicos” sobre los hospitales de Bagdad y la masacre de 80.000 personas que huían de Kuwait hacia Basora. La pobreza, la miseria, las persecuciones, la negación de los derechos humanos seguirían existiendo todavía en países como Egipto y Argelia aunque mañana desaparecieran los islamistas.

Por todas estas razones, los socialistas revolucionarios no podemos dar nuestro apoyo al Estado contra los islamistas. Los que le dan su apoyo, justificándolo en la amenaza que los islamistas hacen pesar sobre los valores seculares, no hacen más que facilitarles la tarea de presentar a la izquierda como a un componente de la conspiración, “impía” y “secular”, de los opresores contra los sectores más pobres de la sociedad. Repiten los errores cometidos por la izquierda en Argelia y Egipto, cuando alabaron a los regímenes que no hacían nada por la población, presentándolos como “progresistas”, errores que permitieron a los islamistas crecer. Olvidan que todo apoyo prestado por el Estado a los valores seculares es puramente accidental: cuando le convenga, firmará un acuerdo con los islamitas más conservadores para imponer partes de la sharia en particular las que imponen duros esfuerzos a la población a cambio de su colaboración, con el fin de mantener a distancia a los radicales y destruir su esperanza de acabar con la opresión. Es lo que sucedió en Pakistán bajo Zia y en el Sudán de Nimayri, y es más o menos la solución que la administración Clinton aconsejó a los generales argelinos.

Pero los socialistas revolucionarios no pueden tampoco apoyar a los islamistas. Esto equivaldría a sustituir una forma de opresión por otra, a reaccionar a la violencia estatal con el abandono de la defensa de las minorías religiosas y étnicas, de las mujeres y de los homosexuales; de comprometerse con la práctica de la utilización de chivos expiatorios que permiten continuar con la explotación capitalista sin estorbos, a condición de que adopte formas “islámicas”. Sería abandonar la finalidad de una práctica socialista independiente, basada en la lucha de los trabajadores, arrastrando y organizando a todos los oprimidos y los explotados, por un seguidismo de una utopía pequeñoburguesa que no puede tener éxito.

Los islamistas no son nuestros aliados. Son los representantes de una clase que intenta influir sobre la clase trabajadora y que, cuando lo consigue, atrae a los trabajadores ya sea hacia un aventurismo inútil y desastroso, o sea hacia una capitulación reaccionaria ante el sistema o, como ocurre a menudo, a una cosa tras otra.

Pero esto no quiere decir que podamos tomar una postura abstencionista e indiferente respecto a los islamistas. Éstos surgen de grupos sociales muy numerosos que sufren bajo la sociedad actual. Sus deseos de revolución podrían ser canalizados hacia objetivos progresistas, si estuvieran inspirados por un ascenso de luchas obreras. Incluso cuando el nivel de luchas no crece, muchos de los que se sienten atraídos por versiones radicales del islamismo pueden ser influenciados por los socialistas revolucionarios, siempre y cuando éstos combinen una independencia política, en relación a todas las formas de islamismo, con una voluntad de aprovechar las oportunidades, para atraer a individuos islamistas hacia formas de lucha auténticamente radicales.

El islamismo radical está lleno de contradicciones. La pequeña burguesía se impulsa siempre en dos direcciones. Hacia la rebelión radical contra la sociedad y, hacia el compromiso con ella. Es por lo que el islamismo oscila entre la rebelión dirigida a lograr una insurrección completa de la comunidad musulmana y el compromiso, a fin de imponer reformas “islámicas”. Estas contradicciones se expresan inevitablemente en conflictos agudos, a menudo violentos, en el interior de los grupos islámicos.

Los que consideran al islamismo como un monolito, completamente reaccionario, olvidan que surgieron conflictos entre los islamistas sobre la postura a adoptar cuando Arabia Saudí e Irán estaban en campos opuestos durante la guerra entre Irán e Irak. Divergencias que años después llevaron al FIS argelino a romper con sus patrocinadores sauditas, o a los islamistas de Turquía a organizar manifestaciones pro-iraquíes, organizadas e impulsadas desde las mezquitas, que a su vez fueron financiadas por los sauditas, durante la Guerra del Golfo y están también los violentos enfrentamientos armados entre ejércitos islamistas rivales en Afganistán. Hay divergencias en el seno de la organización Hamas, entre los palestinos, sobre la aceptación o el rechazo de un compromiso con la corrupta administración palestina de Arafat y como consecuencia indirectamente con Israel con relación a la introducción de leyes islámicas. Tales diferencias de actitud surgen, necesariamente, una vez que el islam “reformista” establece acuerdos con Estados integrados en el sistema mundial, pues cada uno de estos Estados es rival de otros y establece sus propias alianzas con los imperialistas dominantes.

Divergencias similares son susceptibles de surgir cada vez que el nivel de luchas obreras crece. Quienes financian las organizaciones islamistas quieren que cesen estas luchas, quieren hacerlas desaparecer. Algunos jóvenes islamistas radicales, por el contrario, apoyarán instintivamente la lucha. Los dirigentes de las organizaciones estarán atados, murmurando sobre la necesidad, para los empresarios de ser caritativos y para los trabajadores de dar muestras de paciencia y perdón.

Finalmente, el desarrollo mismo del capitalismo fuerza a los dirigentes islamistas a hacer malabarismos ideológicos cuando se aproximan al poder. Oponen “valores islámicos” y “valores occidentales”. Pero lo que se llaman valores occidentales no tienen raíces en ninguna cultura europea mítica. Encuentran su origen en el desarrollo del capitalismo de los dos últimos siglos.

Así, hace un siglo y medio, la actitud mayoritaria en el seno de la pequeña burguesía británica con respecto a la sexualidad era muy similar a la predicada hoy por los partidarios del resurgir musulmán (la sexualidad fuera del matrimonio estaba prohibida, y en ciertos aspectos, las mujeres tenían menos derechos de los que garantizan la mayoría de las versiones del islam; la herencia estaba reservada al hijo mayor, mientras que el islam atribuye a la hija la mitad de la parte del chico; no existía derecho al divorcio, mientras que el islam concede este derecho en un número muy limitado de casos). El cambio en las actitudes inglesas no es atribuible ni a elementos inherentes a la psicología occidental, ni a unos pretendidos “valores judeocristianos”, sino al impacto del capitalismo en el desarrollo: la necesidad de la fuerza de trabajo femenino obligó a cambiar ciertas actitudes y, lo que es más importante, colocó a las mujeres en una posición social que les permitió reivindicar cambios más importantes.

Incluso en países donde la Iglesia católica había sido inmensamente poderosa, como en Irlanda, Italia, Polonia o Estado español, tuvo que aceptar, de mala gana, una disminución de su influencia.

Los países donde el islam es la religión del Estado, no podrán inmunizarse de las presiones que les empujan hacia cambios similares, por mucho que se esfuercen.

La experiencia de la República Islámica Iraní nos lo demuestra. A pesar de toda la propaganda oficial que desea que el rol principal de las mujeres sea el de madres y esposas, y a pesar de todas las presiones ejercidas para excluirlas de determinadas profesiones como la justicia, la proporción de mujeres trabajadoras ha aumentado ligeramente. Continúan representando el 28% de los empleados estatales, el mismo porcentaje que había en el momento de la Revolución.57 En este contexto el régimen decidió cambiar su política de control de natalidad; el 23% de las mujeres utilizan anticonceptivos,58 y en ciertos casos se ha suavizado la obligación de llevar velo. Si bien en el ámbito del divorcio y de la familia, las mujeres no tienen iguales derechos que los hombres, conservan el derecho al voto, hay varias diputadas, van a la escuela, disponen de una cuota de plazas universitarias en todas las disciplinas y son incitadas a seguir estudios de medicina y un entrenamiento militar.59

Abrahamian apunta a propósito de Jomeini:

“Sus discípulos más próximos se burlaban a menudo de los «tradicionalistas» a los que calificaban de «chapados a la antigua». Les acusaban de estar obsesionados por la pureza ritual; de impedir a sus hijas ir a la escuela; de imponerles el velo incluso fuera de toda presencia masculina; de rechazar las actividades intelectuales tales como el arte, la música o el ajedrez y, lo peor de todo, a rehusar la utilización de medios como la prensa, radio y televisión.“60

Nada de todo esto nos debería sorprender. Quienes dirigen el capitalismo y el Estado iraníes no pueden prescindir de la mano de obra femenina presente en sectores clave de la economía. Y los sectores de la pequeña burguesía que han constituido la columna vertebral del PRI, habían comenzado, a lo largo de los años 70, a enviar a sus hijas a la universidad y a la búsqueda de empleo, precisamente porque querían disponer de ingresos complementarios, con el fin de aumentar los ingresos de la familia y de facilitar el matrimonio de sus hijas. No están dispuestos, ya en los años 80, a abandonar estos ingresos por motivos religiosos.

Como cualquier otra ideología, el islamismo no puede bloquear el desarrollo económico y social, aunque siempre aparecerán en su seno intentos de este tipo, que encontrarán su expresión en violentos conflictos entre sus partidarios.

Los jóvenes islamistas son, generalmente, los productos inteligentes y sofisticados de la sociedad moderna. Leen libros y periódicos, miran la televisión y están al corriente de todas las divisiones y enfrentamientos que se producen en el interior de sus propios movimientos. Sean cuales sean sus esfuerzos por cerrar filas cuando se enfrentan a los “secularistas” de la izquierda o de la burguesía, han conocido y conocen profundos debates en su seno que han creado dudas dentro del propio movimiento, de la misma forma que los sectores pro-ruso y pro-chino del estalinismo mundial, aparentemente monolítico, los tuvieron hace treinta años.

Los socialistas revolucionarios podemos aprovechar estas contradicciones para conseguir que algunos de ellos pongan en duda su apego a las ideas y a organizaciones islamistas, pero solamente si construimos organizaciones independientes, que no puedan ser identificadas ni con los islamistas ni con el Estado.

Sobre determinadas cuestiones estaremos en el mismo campo que los islamistas; contra el imperialismo y contra el Estado. Fue el caso, por ejemplo, de un gran número de países durante la Guerra del Golfo. Debería ser también el caso de países como Francia o Gran Bretaña cuando se trata de combatir el racismo. Allí donde los islamistas están en la oposición, nuestra regla de conducta debe ser: “con los islamistas a veces, con el Estado nunca”.

Pero incluso en este caso, discrepamos de los islamistas en cuestiones fundamentales. Defendemos el derecho a criticar la religión, así como el derecho a practicarla. También defendemos el derecho a no llevar velo, así como el derecho de las jóvenes que viven en países racistas como Francia, a llevarlo si así lo desean. Nos oponemos a las discriminaciones que lleva a cabo el gran capital, en países como Argelia, con respecto a los árabe hablantes pero también nos oponemos a las discriminaciones de las que son víctimas los bereberes, ciertas capas de la clase trabajadora o los sectores más bajos de la pequeña burguesía, que fueron educados en lengua francesa. Sobre todo, nos oponemos a todo acto que enfrente, basándose en cuestiones religiosas o étnicas, a unos sectores de explotados y oprimidos contra otros. Esto significa que lo mismo que defendemos a los islamistas contra el Estado, defendemos a las mujeres, homosexuales, los bereberes o los coptos contra ciertos islamistas.

En el momento en que estemos en el mismo campo que los islamistas, uno de nuestros deberes es el de polemizar con firmeza con ellos, ofrecerles nuestra alternativa, y no solamente sobre la actitud de sus organizaciones hacia la mujer y las minorías, sino también sobre una cuestión fundamental: ¿necesitamos la caridad de los ricos o necesitamos cambiar y destruir las relaciones de clase existentes?

En el pasado, la izquierda ha cometido dos errores frente a los islamistas. El primero ha sido el de considerarlos como fascistas, con los que no tenían nada en común. El segundo considerarlos como unos “progresistas” a los que no habían que criticar.

Estos dos errores han contribuido a que los islamistas crezcan, en detrimento de la izquierda, en la mayoría de los países del Oriente Medio. Hace falta un enfoque diferente; considerar al islamismo como un producto de una profunda crisis social que no puede resolver y, por lo tanto, luchar para ganarse a algunos de sus jóvenes partidarios hacia otra perspectiva muy diferente, independiente y socialista revolucionaria.

Notas

  • La edición castellana fue publicada por Izquierda Revolucionaria, 1ª edición: noviembre de 2001, en forma de folleto. Por razones de espacio, en esa edicion sobre la cual se basa la presente, se omitieron algunas secciones de interés más de tipo histórico. (N. de marxists.org)

1 Un estudio de los Hermanos Musulmanes llega a la conclusión, en 1969, de que el intento de reanimar al movimiento a mediados de los 60 “fue la erupción predecible de las tensiones continuadas causadas por un grupo marginal, en franca decadencia, de activistas que defienden la actitud, de los Hermanos Musulmanes, cada vez menos relevante hacia la sociedad”. R. P. Mitchell, The Society of the Muslim Brothers, Londres 1969, p.vii.

2 Artículo aparecido en New Statesman en 1979. Citado por el propio Fred Halliday en su artículo “The Iranian Revolution and its Implications” en New Left Review 166 (nov-dic 1987).

3 Entrevista al Movimiento Comunista de Argelia, aparecida en Socialisme International, París 1990.

4 Fred Halliday, op. cit p.57.

5 Sobre el apoyo dado por diferentes organizaciones de izquierda a los islamistas, ver P. Marshall, Revolution and Counter Revolution in Iran (Londres 1988), pp.60-68 y pp.89-92; M. Moaddel, Class, Politics and Ideology in the Iranian Revolution (New York 1993), pp.215-218; V. Moghadan, “False Roads in Iran”, New Left Review, 166.

6 R. P. Mitchell, The Society of the Muslim Brothers, Londres 1969.

7 A. S. Ahmed, Discovering Islam,Nueva Delhi, 1990 p.61-64.

8 Para un análisis del sufismo afgano ver O. Roy, Islam and Resistence in Afganistán, Cambridge 1990. Para el sufismo en India y Pakistán ver A. S. Ahmed.

9 I. Jomeini, Islam and Revolution, Berkeley 1981.

10 O. Roy, op. cit p.5.

11 E. Abrahamian, Khomeinism, Londres 1993, p.3.

12 Idem.

13 Qui est responsable de la violence?en “L’Algerie par les islamistes”,M. Al-Ahnaf, B. Botivewau y Frank Frégosi, París, Karthala, 1990.

14 Idem.

15 Gilles Kepel, Le prophete et pharaon. Aux sources des mouvements islamistes, París 1993.

16 Ver por ejemplo K. Pleifer, Agrarian Reform Under State Capitalism in Algeria, Boulder 1985, p.59; C. Andersson, Peasant or Proletarian?, Estocolmo 1986, p.67, asó como M. Raffinot y P. Acquemot, Le capitalisme d’État algerien, París 1977.

17 J. P. Entelis, Algeria, the Institutionalized Revolution, Boulder 1986, p.76.

18 Idem.

19 Ahmed Rouadjia, Les fréres et la mosquée, París 1990, p.33.

20 O. Roy, op. cit, p.88-90.

21 A. Rouadjia, op. cit, p.82.

22 Idem.

23 Idem.

24 Ver D. Hiro, Islamic Fundamentalism, Londres 1989, p.97.

25 H. E. Chehabi, Iranian Politics and Religious Modernism, Londres 1990, p.89.

26 E. Abrahamian, The Iranian Mojahedin, Londres 1989, p.201, 214, 225-226.

27 M. Moaddel, op. cit, p.224-238.

28 A. Bayat, Workers and Revolution in Iran, Londres 1987, p.57.

29 A. Tabari, Islam and the Struggle for Emancipation of Iranian Women, en el libro de Tabari y W. Yeganeh, In the Shadow of Islam: the Women’s Movement in Iran.

30 O. Roy, op. cit, p.68-69.

31 M. Al-Hanaf, B. Botivewau y F. Fregosi, op. cit.

32 A. Rouadia, op. cit.

33 Idem.

34 Idem.

35 En 1989, de 250.000 candidatos que se presentaron a las pruebas de bachillerato, sólo 54.000 obtuvieron el título. Idem.

36 Idem.

37 Idem.

38 R. P. Mitchell, op. cit, p.13.

39 Idem.

40 Idem.

41 M. Hussein, Islamic Radicalism as a Political Protest Movement, Londres 1989.

42 Idem.

43 S. Hitata, East West Relations, op. cit, p.26.

44 Gilles Kepel, Le prophete et le pharaon. Aux sources des mouvements islamistes, París, Seuil 1993, p.139.

45 Idem.

46 Idem.

47 Idem.

48 Idem.

49 Idem.

50 A. Dabat y L. Lorenzo, Conflicto Malvinense y Crisis Nacional, México 1982, p.46-48.

51 M. Al-Ahmaf, Botivewau y Fregosi, op. cit.

52 El artículo de Phil Marshall, “Islamic Fundamentalism: Oppression and Revolution”, aparecido en International Socialism Nº40, es en un sentido muy útil, pero falla precisamente, en que no diferencia entre el antiimperialismo de los movimientos burgueses que se enfrentan al colonialismo y el de los movimientos pequeñoburgueses que se enfrentan a estados capitalistas independientes integrados en el sistema mundial. Todo su énfasis está en el papel que estos movimientos pueden jugar al “expresar la lucha contra el imperialismo”. Esto implica olvidar que el Estado y la burguesía locales son, normalmente, el agente inmediato de la explotación y la opresión en el tercer mundo hoy en día. Esto es algo que algunas corrientes del islamismo radical reconocen, como mínimo a medias (por ejemplo cuando Qutb describe a Estados como Egipto de “no islámicos”).
Tampoco llega a ver que las limitaciones pequeñoburguesas de los movimientos islamistas significan que sus dirigentes, al igual que movimientos anteriores como el peronismo, a menudo utilizan la retórica acerca del “imperialismo” para justificar, más tarde, un trato con el Estado y la clase dominante locales, mientras que desvían la rabia hacia ataques contra las minorías, a las que identifican como a los agentes locales del “imperialismo cultural”. Por tanto Marshall se equivoca al argumentar que los marxistas revolucionarios pueden adoptar la misma actitud hacia el islam que la desarrollada por el Comintern en sus primeros años, antes del estalinismo, respecto a los movimientos anticoloniales en auge a principios de los años 20. Es cierto que debemos aprender del Comintern en sus primeros años que se puede estar en el mismo bando que un cierto movimiento (o incluso Estado) en cuanto que combate al imperialismo, mientras a la vez se intenta derrotar a su liderazgo y se está en desacuerdo con su política, estrategia y táctica. Pero esto no es lo mismo en absoluto que decir que el islamismo burgués y pequeñoburgués de los años 90 sea igual que el anticolonialismo burgués y pequeñoburgués de los años 20.
Si no, podemos caer en el mismo error que cometió la izquierda en países como Argentina, a finales de los años 60 y principios de los 70, cuando apoyaron al nacionalismo de su propia burguesía con el argumento de que vivían en “Estados semicoloniales”.
Como comentan A. Dabat y E. Lorenzano, con toda la razón, “la izquierda nacionalista y la marxista argentinas confundieron… la asociación (de sus propios gobernantes) con los intereses de la burguesía imperialista y su servilismo diplomático frente al ejército y al Estado de EEUU, con la dependencia política (“semicolonialismo”, “colonialismo”), lo que llevó a sus fuerzas más radicales y comprometidas a decidirse a convocar una lucha armada por “la segunda independencia”. En realidad, se enfrentaban a algo muy diferente. El comportamiento de cualquier gobierno de un país capitalista, relativamente débil, por muy independiente que sea su estructura estatal, es necesariamente “conciliador”, capitulacionista en lo que se refiere a hacer cumplir sus intereses… en conseguir concesiones de gobiernos o de empresas imperialistas… o consolidar alianzas… con estos Estados. Este tipo de acción es en esencia el mismo para todos los gobiernos burgueses, por muy nacionalistas que se consideren. Esto no afecta a la estructura del Estado y a su relación con el proceso de autoexpansión y reproducción del capital a escala nacional (el carácter del Estado como una expresión directa de las clases dominantes nacionales y no como una expresión de los estados y las burguesías imperialistas de otros países). Conflicto Malvinense y Crisis Nacional, op. cit, p.70.

53 E. Abrahamian, Khomeinism, op. cit.

54 Idem.

55 O. Roy, op. cit, p.71.

56 L’Algérie par ses islamistes, op. cit, p.27.

57 V. Moghadam, “Women, Work and Ideology in the Islamic Republic”, International Journal of Middle East Studies, 1988, p.230.

58 Idem, p.227.

59 Idem.

60 Abrahamian, op. cit,

PENSAMIENTO DECOLONIAL: ¿UNA“NUEVA” APUESTA EN LAS RELACIONES INTERNACIONALES?

¿Provincianismo? En absoluto. No me encierro en un
particularismo estrecho. Pero tampoco quiero perderme en
un universalismo descarnado. Hay dos maneras de perderse:
por segregación amurallada en lo particular o por disolución
en lo “universal” […] ¿Entonces? Entonces necesitaremos
paciencia para retomar el trabajo; fuerza para rehacer lo que
ha sido desecho; fuerza para inventar en lugar de seguir,
fuerza para “inventar” nuestra ruta y para despejarla de
las formas estereotipadas, de las formas petrificadas que la
obstruyen.
Aimé Césaire.

Introducción

En este artículo analizaremos el pensamiento decolonial como propuesta teórica
en las Relaciones Internacionales (RRII)2. Comenzamos con la explicación de
algunos de sus postulados más novedosos. Por un lado la “colonialidad del poder”,
que se refiere al sistema global heterárquico de relaciones de poder, y por otro
el “genocidio epistémico”, el cual conceptualiza la interpretación decolonial de
los filósofos occidentales de la modernidad. Continuamos con un análisis de los
orígenes eurocéntricos del pensamiento teórico de las RRII, lo cual nos demuestra
la necesidad de promover el enfoque decolonial dentro de las perspectivas críticas
de la disciplina. Apuntaremos las conexiones de esta propuesta teórica con otras
teorías críticas y su utilidad en las RRII como metodología liberadora.

1. Introducción al pensamiento decolonial: colonialidad del poder y genocidio epistémico

En esta sección del artículo presentaremos una introducción del pensamiento
decolonial a partir de sus conceptos más importantes. En primer lugar, la colonialidad
del poder. Este concepto busca explicar la estructura del sistema mundo y las
relaciones de poder en la política internacional tejidas desde los comienzos de la
modernidad/colonialidad3.

En segundo lugar enfocaremos una de las caras de la
formación de la colonialidad del poder: el epistemicidio. Según Boaventura de Sousa
Santos, “el fascismo epistemológico existe bajo la forma de epistemicidio cuya
versión más violenta fue la conversión forzada y la supresión de los conocimientos
no occidentales llevada a cabo por el colonialismo europeo y que continúa hoy
bajo formas no siempre tan sutiles” 4. Este epistemicidio se refuerza en lo que
ha llamado Santiago Castro-Gómez la “hybris del punto cero”5: el momento en
que el conocimiento, según la filosofía moderna occidental, supuestamente se
“descorporiza” y “deslocaliza”.

La colonialidad del poder resume la estructura de poder propuesta por el
pensamiento decolonial. Se entiende como un proceso histórico constitutivo y un
sistema de dominación occidental que incluye la opresión económica, epistémica
y racial de grupos subalternos. La colonialidad del poder intenta ofrecer un
camino medio entre los estudios poscoloniales anglosajones (a los que critica por
reduccionismo cultural) y el análisis del sistema-mundo (criticado, entre otras cosas,
por reduccionismo económico)6. Explica cómo múltiples procesos heterogéneos se
incorporan en un sistema de dominación, que se basa en el rechazo de pensamientos
y sujetos otros, a favor de la universalidad de la modernidad europea.

Este concepto de colonialidad del poder ayuda así a establecer una
estructura, dentro de la cual se pueden entender las relaciones de poder en un
contexto global uniendo tres ámbitos de explotación: el trabajo, la raza y el género7.
Busca las condiciones históricas específicas que permiten percibir los modos, los
niveles y los límites de la asociación entre los grupos sociales8. En este contexto
la experiencia colonial es determinante, pues penetra cada área de la existencia
social y genera las relaciones de poder, definiendo de este modo las subjetividades
y epistemologías deseables y no deseables9.

La experiencia colonial implementa el imaginario moderno/colonial dominante
que transforma las diferencias coloniales en valores10. Aníbal Quijano afirma que
la experiencia colonial estableció: primero, la clasificación y reclasificación cultural
y racial de la población del planeta; segundo, una estructura institucional que
articula estas clasificaciones; tercero, definió los espacios en donde se ejecutan
estos fines; y finalmente, fundó una perspectiva epistemológica que articuló la
nueva matriz del poder y canalizó la nueva producción del conocimiento11.

El último punto nos introduce en la idea de la dominación epistémica. Para
referirse a esta dominación, los autores decoloniales emplean habitualmente
el termino colonialidad del saber. Boaventura de Sousa Santos, sin embargo,
desarrolló esta idea utilizando el concepto de un pensamiento abismal. De
Sousa sostiene que la colonialidad/modernidad concede a la ciencia moderna el
monopolio de la distinción entre lo verdadero y lo falso. Aun así, el saber también
se comparte con otros campos europeos (la filosofía y la teología), mientras que
los saberes no europeos están desacreditados porque no se adaptan a aquélla12.

Así, el conocimiento de una parte de la humanidad se considera como universal,
mientras que todo lo demás pierde valor13. Ramón Grosfoguel asegura que sólo
el hombre europeo se considera capaz de producir conocimientos universales,
mientras que a las sociedades no europeas se les negó cualquier potencial para
producir conocimientos dignos de ser considerados parte de la historia filosófica
mundial14. Como sostienen Santiago Castro-Gómez y el propio Grosfoguel, “los
conocimientos subalternos fueron excluidos, omitidos, silenciados e ignorados…
[esto] fue legitimado sobre la idea de que tales conocimientos representaban una
etapa mítica, inferior, premoderna y precientífica del conocimiento humano”15. De
Sousa proclama que esta negación de otros valores y formas de pensar fue y sigue
siendo constitutivo de los principios y prácticas hegemónicas16.

Para explicar la creación de la colonialidad del saber, los decoloniales
ofrecen una lectura crítica de la filosofía occidental moderna. Uno de sus principales
planteamientos sería el análisis de los efectos de los orígenes sexistas, racistas y
clasistas de la filosofía moderna sobre el pensamiento único occidental.

En su
repaso por la filosofía de René Descartes, Immanuel Kant, G.W.F. Hegel y Karl
Marx, los decoloniales sostienen que se encuentra una tendencia jerárquica del
pensamiento europeo, y que por tanto, se contribuye al epistemicidio al imponer
una forma particular de conocimiento como el único conocimiento válido. Entienden
que la imposición de esa supremacía epistémica se sostiene en el universalismo:
un particular pensando para y por el resto.

Al hablar sobre los orígenes del epistemicidio, los decoloniales sitúan al
pienso luego existo de Descartes como el momento en el que la racionalidad y el
conocimiento empírico se impusieron al control de la iglesia sobre el conocimiento,
pero también a cualquier otro tipo de cosmología. La llamada hybris del punto cero:
punto que “fue privilegiado de este modo como el ideal último del conocimiento
científico”17. Con esta secularización del “ojo de Dios” se sitúa ahora el conocimiento
en “el punto de vista que no tiene punto de vista” —“ojo abstracto”—, negándole
la construcción epistémica a todo ser entendido como incapaz de razonar.

En el
pensamiento de Descartes la objetividad se logra a través de la separación entre la
mente y el cuerpo, es decir, el dualismo, “descorporizando” y “deslocalizando” de
esta forma la epistemología. La crítica decolonial a esto reside en el hecho de que el
conocimiento no puede ser descorporeizado ni deslocalizado, sino que pertenece a
un espacio y temporalidad propios, a unas circunstancias que le motivan, le limitan
y le anteceden. No obstante, la concepción de que la producción epistémica sólo se
logra a partir de la observación alejada entre el “sujeto” que investiga y el “objeto”
que es estudiado se impuso a otras metodologías, pasando así a formar parte del
canon investigativo en las ciencias sociales positivistas. Por otra parte, también se
critica el hermetismo del solipsismo, aquel monólogo interno de cuestionamiento
y argumentación que generará por sí solo conocimiento. En este caso la crítica
decolonial se dirige a rechazar la producción de un conocimiento que reniega del
contacto con el mundo exterior a la mente.

Al pasar a Kant, los autores decoloniales entienden que al sustituir el “ojo
abstracto” descorporizado de Descartes por el “sujeto trascendental” —quien
sí posee categorías en su interior, de las cuales no puede desprenderse en su
ejercicio de razonamiento—, se completa el traspaso del pensamiento teológico al
“ego-lógico”18. La cuestión es que ese sujeto trascendental tendrá que ser capaz de
organizar las categorías que se encuentran a priori, teniendo que traspasar la barrera
del instinto.

Al analizar los textos antropológicos de Kant y sus razonamientos
sobre las sociedades “inmaduras”, los autores decoloniales sostienen que el “sujeto
trascendental” recupera la verdadera lógica del “ojo abstracto” cartesiano al asumir
que es sólo este sujeto quien puede ir más allá del instinto, lo cual corporiza la
producción del conocimiento (hombre, blanco y occidental) y le atribuye un espacio
(Europa)19. Esto se sostuvo a través de las clasificaciones entre civilizados, bárbaros
y salvajes, apelando a que los salvajes recurrían a las acciones más instintivas y
a la vida más simple, menos reflexiva y con cuestionamientos limitados sobre la
naturaleza humana.

Al entrar al análisis de Hegel, los autores decoloniales sostienen que
este buscará romper con la tradición cartesiana de la separación de la mente y
el cuerpo, y expondrá al “sujeto trascendental” de Kant a la tenencia o no de
espíritu. El conocimiento ahora no se produce ni a través del monólogo interno,
ni a través de la reflexión a partir de las categorías internas previas, sino como
consecuencia del desarrollo histórico —desarrollo que tiene un inicio y un fin y que
sólo nos proporciona la tenencia de espíritu20—. Entonces, ¿quiénes son ahora esos
pueblos —ya no sujetos— con historia? Volvemos, según los autores decoloniales,
a corporeizar y a localizar el conocimiento en Europa. La visión lineal de la historia
y el progreso que propuso Hegel marcó rotundamente el imaginario occidental
sobre el resto, y a día de hoy sigue siendo central en el análisis sobre el desarrollo,
tanto desde los autores conservadores como en la izquierda progresista.

Por último, estos autores inscritos en la decolonialidad plantean su crítica
a Marx nombrándole como el “pensador de la izquierda occidentalizada”21. En el
análisis de Marx, el sujeto que posee ahora el conocimiento es el proletario que
logra la conciencia de clase. Sin embargo, el proceso de producción de conocimiento
vuelve a ser lineal y evolutivo en tanto que la conciencia de clase es una etapa del
capitalismo. Esto excluye a quienes no han llegado a dicha etapa, es decir, desde la
plebe no proletarizada en las ciudades industrializadas del norte hasta los sujetos
coloniales en la India. Esto lleva a que Marx, según los autores decoloniales,
corporice y localice el “ojo abstracto” en el proletariado europeo, a la vez que
prioriza de forma universal la lucha de clase sobre otras luchas que pueden darse
desde los espacios coloniales22.
El estudio de estos filósofos, centrales al pensamiento moderno, desvela al
desarrollo de un discurso dominante sobre la forma de llegar a conocer el mundo
en las ciencias sociales, basado en una noción de la razón y una temporalidad
eurocéntrica. Con el nacimiento de la disciplina de las RRII en la segunda década
del siglo veinte estas bases ya estarán bien asentadas. Dentro de las RRIII se ha
demostrado, de manera parecida a los autores decoloniales, cómo los discursos de
la modernidad han encuadrado la teoría social contemporánea positivista23.
El epistemicidio abrió paso a la colonialidad del saber que, como ya hemos
dicho, favorece un tipo único de pensamiento. La colonialidad del ser en cambio
beneficia un tipo de sujeto, al ser tanto un medio como un fin de la colonialidad del
poder. Los autores decoloniales sostienen que la experiencia colonial establece un
imaginario racial y una jerarquía de los seres. La colonialidad se entiende como una
experiencia heterogénea donde hay múltiples formas de subalternización. En el
contexto de la modernidad esto se entiende como parte de la clasificación científica.
Para Nelson Maldonado Torres la idea de raza y el racismo científico forma parte de
este contexto de la dominación de sujetos colonizados y esclavizados en América
y África. Dependiendo del sujeto se justifica o no su eliminación o esclavización24.

Los sujetos subalternos son considerados incapaces de racionalidad y, por lo tanto,
su interacción con los europeos está marcada por sus tendencias irracionales25. Las
relaciones entre sociedades están determinadas por la raza y la línea de color, pero
también por otros factores que asumen una diferenciación natural entre sujetos,
especialmente por el género, la casta y la sexualidad26. Todas estas relaciones de
poder se entienden dentro del marco de la colonialidad de poder.

2. El eurocentrismo en las RRII

Roxanne Lynne Doty declara que “‘la literatura’ [de las RRII] puede colonizar
nuestras almas obligándonos a escribir en una voz anónima, saneada, en el
lenguaje orgulloso pero calcificado de la academia”27.

En este trabajo coincidimos
con los autores decoloniales y manifestamos que la historia eurocéntrica de
las RRII nos influye de la misma manera, encuadrando nuestro pensamiento,
sobrecodificando nuestros valores y juicios, y así, condicionando cómo entendemos,
interpretamos y reflexionamos sobre la actualidad. Pocas veces se ha preocupado
por el hecho de que en nuestra disciplina los temas de interés se han restringido
a “las grandes potencias, los hegemones, los grandes y poderosos en la economía
política global”28. Se ha aceptado como natural e inevitable. Frente a ello hemos
considerado indispensable en este artículo un análisis del pensamiento decolonial,
un enfoque que devuelve al otro —el condenado de la tierra— al centro de nuestras
preocupaciones. A continuación se explorará brevemente las bases de esta
necesidad; los orígenes eurocéntricos de la disciplina.
La historia tradicional de las RRII se enfoca casi exclusivamente en el
contexto europeo. Para Celestino del Arenal el momento clave en la creación del
sistema internacional es la aparición del Estado y la configuración de un sistema de
estados europeos a través de los tratados29. Hans Morgenthau, en cambio, enfatiza
la importancia de las guerras napoleónicas, la Revolución Francesa y la identificación
del pueblo con la política exterior30. Ambos tienen en común la ausencia del rol
constitutivo de las colonias. Las RRII se han entendido como la historia del sistema
europeo que posteriormente, y por sus beneficios inherentes, llega a ser el modelo
universal de la sociedad internacional31. Sin embargo, lo que constantemente falta
por resaltar es que el sistema internacional se establece a través de la conquista y
la dominación32. No obstante, ciertos autores han mencionado su rol. Hedley Bull
certifica que el sistema internacional debe su existencia a la expansión del modelo
europeo en la colonización, la dominación y la descolonialización, subrayando la
importancia del encuentro colonial33.

Por contraste, lo que no se suele mencionar, y
de lo que nos advierte Hannah Arendt, es cómo los intereses económicos burgueses
en las colonias empiezan a determinar el interés nacional34. Es esta expansión,
basada en el interés nacional capitalista y no en los beneficios del modelo de
estado-nación, la que comienza a dar forma al sistema internacional.

En contraste, Francisco Javier Peñas insiste en el rol constitutivo de las
colonias y el proceso de occidentalización en la creación de las RRII. Elaborando
la idea de Bull de que un sistema internacional se forma basándose en valores
comunes35, propone que las RRII han sido condicionadas por una razón de civilización
desde sus comienzos. Por consiguiente su existencia depende de la universalización
del capitalismo y el estado-nación procedentes de Europa36. Peñas comparte
nuestro interés en demostrar cómo “las pretensiones civilizatorias occidentales
se han convertido en el sistema-mundo y en las pretensiones civilizatorias
dominantes”, y subraya como fundamental el despliegue histórico de las redes de
coerción y producción/distribución originarias de Europa37. La dominación de las
ideas eurocéntricas es notable, igualmente, en las políticas de resistencia. Fue el
concepto europeo de territorio lo que guió el proceso de descolonización y definió
las fronteras de los nuevos estados38.

Es desde estos comienzos que la tradición occidental empieza a representar
“la tradición”, y el estado “el modelo universal” de organización política. En las
RRII, generalmente la historia se ha basado en la tradición occidental pasando
por la Grecia antigua, el Renacimiento y la Ilustración39.

En efecto, se cree en un
sentido de progreso y civilización proveniente del epistemicidio descrito por los
autores decoloniales, donde toda sociedad es comparada contra un ideal europeo40.
Por lo tanto, las RRII se limitan a los estados con un gobierno estable que ejerce su
soberanía. Por ello, Bull concluye que mientras que en África, Australia y Oceanía
había comunidades políticas antes de la conquista europea, lo que no tenían era
una institución entendida como un gobierno que les permitiera ser considerados
como actores de las RRII41.

Efectivamente, esto confirma que tal y como la disciplina lo entiende, lo
“internacional” no va más allá del modelo occidental42. Se acepta que el estado,
como lo proclama Robert Gilpin, demostró ser la forma más eficaz de organización
del poder militar y el bienestar de los súbditos43.

Por regla general, el debate seha cerrado, tal como proponen los autores decoloniales, alrededor de la verdad europea y el rechazo de los valores, tradiciones y prácticas no occidentales44. Los
no occidentales fueron rechazados inicialmente por su religión, en la Ilustración
por su ignorancia, y en el siglo diecinueve por su retraso en el tiempo evolutivo45.
Un momento clave de nuestra comprensión del desarrollo surge
precisamente en el siglo diecinueve, cuando los intelectuales empezaron a abordar
temas políticos en términos de la biología y la zoología. La relación entre gentes
se empezó a entender como la supervivencia del más apto46; un proceso de
darwinismo social.

Bull cita las clasificaciones de James Lorimer realizadas en la década de 1880, donde divide la humanidad en civilizada, bárbara y salvaje. Según
Bull, estas clasificaciones aún se mantienen, pero se dividen como sociedades
modernas, sociedades tradicionales y sociedades primitivas47. Joseph Strayer sigue
esta estructura para resaltar la superioridad del estado europeo, el cual sostiene
que siguió perfeccionándose mientras las civilizaciones bárbaras decaían después
del siglo dieciocho48. Vemos así que el “estándar de civilización” ha sido un factor
determinante en las RRII. Según Peñas, las relaciones entre los estados civilizados
fueron sujetas al derecho europeo, las relaciones de éstos con las sociedades
bárbaras se mantuvieron con cierto respeto, aunque siempre desde la desigualdad,
mientras que con las sociedades primitivas se permitió la conquista con el motivo
de extenderles los beneficios de la civilización49.

No obstante, a pesar de un creciente interés, la relación entre el colonialismo
y la modernidad europea no ha sido de gran importancia en las RRII. Últimamente
los estudios poscoloniales han asegurado su rol mutuamente constituyente. En
las RRII hace falta investigar más en detalle —tal y como proponen los autores
decoloniales— la conexión entre el colonialismo y el nacimiento de la modernidad
y el estado-nación.

Patricia Owens ratifica nuestra afirmación de que las RRII no valoran la
centralidad que la periferia ha tenido en formular las dinámicas globales50. Para ella
la periferia ha tenido un papel fundamental en la distribución actual de la riqueza.
Así, la riqueza extraída de la periferia contribuyó al proceso de centralización de
los estados europeos, a aumentar su bienestar y su competitividad, y provocó el
desarrollo de las nuevas formas de hacer las RRII y la guerra. Owens enfatiza el
hecho de que los estados que hicieron las guerras mundiales en Europa fueran
imperios. Su riqueza y su posibilidad de ejecutar la guerra dependían de los
recursos y los hombres extraídos de sus posiciones coloniales51.

A pesar de ello, las teorías dominantes de las RRII se han fundado en la
centralidad y universalidad del estado-nación. A este estado-centrismo se añade la
necesidad de un modelo de democracia liberal. El mayor punto de diferencia entre
las teorías se encuentra en la distinción entre aquellos que defienden la conversión
de los otros a su modelo político y las que prefieren la conservación del sistema
y su restricción a su espacio natural. Para éstos, el debate sobre los límites de la
universalidad occidental y cómo conservarlo es el tema de mayor importancia. En
el siglo veintiuno no se han visto grandes cambios al respecto; así por ejemplo,
el debate sobre la política estadounidense a menudo suele centrarse en cuál es la
mejor forma de exportar la universalidad occidental.

Los neoconservadores han sido particularmente proclives a convertir a los
otros al modelo occidental. Sin embargo, esta misma tendencia ha sido clave en
los debates desde los comienzos de la disciplina. Los conversionistas aseguran
que el modelo occidental es el mejor modelo posible —como lo afirmara Francis
Fukuyama—, y por lo tanto, esperan que todos puedan disfrutar de sus beneficios.

Además, éstos sostienen que la adopción de un sistema democrático liberal fomenta
la paz, y por ende, su universalidad establecería la base para una paz mundial. No
obstante, en los casos en que la llegada del modelo de democracia liberal no ha
supuesto una pacificación/civilización del estado en cuestión, los conversionistas
sostienen que son las tendencias endógenas de estas sociedades las que no les
permiten domarse o superar el estado de inmadurez.

Norman Angell asegura que,“nuestra parte inconsciente, salvaje casi por completo puede a veces querer la
guerra mientras que la parte consciente más civilizada reconoce que la paz es más
de desear”52. El argumento de Angell con respecto al fracaso de la paz es que la
humanidad aún no está preparada para realizarla. La civilización depende de la
posibilidad de elegir el sistema superior53. A menos educación, menos posibilidad
hay de escoger la opción correcta. Angell contrasta la capacidad de la gente de Gran
Bretaña, con mayor educación, con algunos países de América Latina con menor
comprensión de los asuntos exteriores y, por lo tanto, menos capaces de elegir
racionalmente54. Por consiguiente, según él, hace falta educarles en los beneficios
del modelo occidental para lograr la paz.
Los conservacionistas, por su parte, no difieren en su creencia en la
superioridad occidental. Pese a ello dudan de la posibilidad de que el modelo
occidental pueda ser exportado. Además, a menudo enfatizan la necesidad de
mantener la cultura local dentro del espacio nacional. Friedrich Meinecke afirma
que para lograr un estado estable hace falta el trabajo y la racionalidad55. De lo
anterior se deduce que si la racionalidad está ausente, intentar obrar pone en peligro
nuestra propia estabilidad. Edward Hallet Carr duda del sueño de una marcha
secular de la humanidad hacia un mundo mejor56. La preocupación principal, tanto
para Carr57
como para Morgenthau58, es cómo se podría asegurar una democracia
efectiva dentro de un espacio reducido. Morgenthau enfatiza que si no se protege
la democracia en este espacio, no se podrá sobrevivir. Mientras, Carr se preocupa
por la coherencia social y las responsabilidades en común, necesarias para lograr
la efectividad de la democracia59. Encontrar este equilibrio es la responsabilidad
de cada unidad soberana. En el caso de los países marginados se duda de ellos
desde sus características irracionales innatas. Carr asevera que en los países no
occidentales el sentimiento nacional estaba mucho menos difundido60; mientras
que Morgenthau subraya el rol de los factores permanentes de los pueblos, como
el carácter nacional y la tradición61. De esta forma, se conceptualiza el mundo más
allá de occidente como si estuviera en constante estado de guerra62. Asimismo,
para estos autores el modelo político occidental “carecía casi totalmente de sentido
en otra parte”63.

Como podemos interpretar, el problema del eurocentrismo está tan vigente
hoy como en el periodo colonial. Peñas nos ofrece un paradigma a través del cual
podríamos entender la colonialidad actual. Al igual que para los autores decoloniales,
en él hay dos actores claves. El primero es la unidad occidental que comparte un
concepto de civilización, un modelo económico capitalista y que se reafirma dentro
de las estructuras de la Guerra Fría. En segundo lugar, “[el] otro protagonista es
disperso y sus límites son poco precisos —todas aquellas instituciones, practicas,
ideas, movimientos, etc. que difieren en fines y objetivos de occidente—”64. Estas
divisiones entre lo civilizado y lo salvaje ocurren no solamente a escala nacional,
sino que se ven dentro de la misma ciudad; o a escala global, marcando las líneas
de desunión entre civilizaciones como España y Marruecos, o EEUU y México.

3. La colonialidad del poder: ¿dispositivo?

A partir de lo expuesto anteriormente, podemos decir que el pensamiento decolonial
tiene ideas en común con ciertos conceptos que parten de otros enfoques críticos en
las ciencias sociales. En esta parte profundizaremos en uno de los conceptos teóricos
más innovadores ofrecido por el pensamiento decolonial; la idea heterárquica del
poder que se traduce en la colonialidad del poder. La heterarquía65, atribuida a
Kyriakos Kontopoulos, podría tener similitudes con la propuesta del “imperio” de
Michael Hardt y Antonio Negri. No obstante, esta última tesis ha sido criticada por
los autores decoloniales66 por entenderse que sostiene “la muerte del colonialismo
en el mundo contemporáneo”67, o igualmente, como Ramón Grosfoguel argumenta,
porque “está atrapada en una conceptualización/narrativa eurocéntrica”68. Sin
embargo, si estudiamos la base del pensamiento de Hardt y Negri, conformada
por las propuestas de Michel Foucault, Gilles Deleuze y Félix Guattari69, sí podemos
encontrar elementos que enriquecen el pensamiento decolonial.

De esta manera, si como dice Grosfoguel, la heterarquía de Kontopolous nos
lleva más allá de las jerarquías hacia un lenguaje de complejidad, sistemas abiertos,
entremezclado con múltiples y heterogéneas jerarquías, niveles estructurales
y lógicas de estructuración70, sería interesante, como ha hecho anteriormente
Santiago Castro-Gómez, asumir la colonialidad del poder como un dispositivo en
términos foucaltianos. Es decir, como un entramado de relaciones complejas y
entrecruzadas71. Un dispositivo es una “red que se establece entre varios elementos”,
que incluyen lo material y lo inmaterial, el espacio, el tiempo, lo enunciado y lo que
permea en la psiquis. Incluye “discursos, instituciones, instalaciones arquitectónicas,
decisiones reglamentarias, leyes, medidas administrativas, enunciados científicos,
proposiciones filosóficas, morales, filantrópicas”. Es decir, es una relación de poder
que distingue entre lo que “es aceptado como enunciado científico de lo que no es
científico”72. En palabras de Deleuze:
“No son ni sujetos ni objetos, sino que son regímenes que hay
que definir en el caso de lo visible y en el caso de lo enunciable,
con sus derivaciones, sus transformaciones, sus mutaciones y
en cada dispositivo las líneas atraviesan umbrales en función de los cuales son estéticos, científicos, políticos, etc”73.

En este sentido podríamos decir que la colonialidad del poder, entendida
como dispositivo, ofrece un punto de encuentro entre la teoría foucaultiana y el
pensamiento decolonial. Tal y como ha analizado Castro-Gómez, aunque en sus
lecciones en el College de France Foucault parte de un análisis eurocéntrico en
términos de contenidos74, sus formas nos ofrecen herramientas para formular una
teoría heterárquica del poder. Señala Castro-Gómez que Foucault no considera el
poder como homogéneo, o que opera en una sola dirección, sino como algo que
circula en muchas direcciones y que funciona siempre en red75. Esta heterarquía, o
colonialidad del poder, se compone de múltiples regímenes de poder que funcionan
en diferentes niveles: el nivel microfísico, el nivel mesofísico, y el nivel macrofísico.

Lo microfísico ocurre en el espacio de los cuerpos, y se basa en tecnologías
disciplinarias y producción de sujetos. Lo mesofísico funciona a través del control
sobre las poblaciones, principalmente al nivel de las instituciones del estado
moderno. Por último, el nivel macrofísico contiene los dispositivos supraestatales
de seguridad que favorecen la libre competencia entre estados hegemónicos
por los recursos naturales y humanos76.

Es importante señalar que no todas las relaciones de poder son conmensurables, a veces se cruzan formando entramados complejos77. Entre ellas no hay relaciones jerárquicas ni estructurales, sino que
más bien forman parte de un todo interconectado. Sin embargo, parafraseando a
Castro-Gómez, analizar la colonialidad del poder desde un enfoque heterárquico
sería pensarla no como estructura, ni supraestructura78, sino más bien como un
espacio definido por los límites de lo enunciable y lo visible. Este espacio, y la
continua delimitación de sus márgenes, “sólo se mantiene a través de la violencia
(política, social, económica y epistémica)”

Por tanto, podemos entender la colonialidad del poder como un dispositivo
que comprende lo microfísico, lo mesofísico y lo macrofísico, y define el espacio de
lo enunciable y lo visible. Al pensar en el genocidio epistémico podemos visualizar
los espacios enunciables y visibles que se han ido construyendo a través de un
largo proceso de otrificación. En el contexto de las Relaciones Internacionales, este
dispositivo ha creado un modelo acerca de lo deseable y lo no deseable a partir de
los parámetros occidentales de paz, democracia, estética y organización política.
Sin embargo, el funcionamiento de este poder no es homogéneo ni estructural,
sino como plantea Castro-Gómez, “no hay una sola colonialidad del poder, sino que
por tanto, su actualización se reconstruye en función al contexto
espacio-temporal al que se enfrenta.

Lo visto anteriormente nos ofrece nuevas posibilidades de entender las
relaciones de poder desde una perspectiva heterárquica y que abarca las diferentes
situaciones de la corporalidad (micro-meso-macro). Es decir, individuos, estados e
instituciones supranacionales que generan espacios de poder y lucha en el contexto
global. Las relaciones de poder entre estos actores pueden ser estudiadas desde
las Relaciones Internacionales utilizando las herramientas dadas por la colonialidad
del poder y la conceptualización foucaultiana del dispositivo. En la siguiente sección
proponemos una reflexión del pensamiento decolonial desde su potencialidad para
romper con el pensamiento dominante en la disciplina.

4. Aplicabilidad del pensamiento decolonial en las RRII

Con el propósito de definir algunos de los objetivos que desde la propuesta
decolonial podría trazarse en las RRII, en la siguiente sección señalamos dos líneas.
En primer lugar, lo que es el proceso de la recuperación de epistemologías otras. En
segundo lugar, y junto a la teoría crítica posestructuralista de las RRII, la búsqueda
de nuevas formas de acción política en los contextos locales/globales del sistema
mundo actual.

En la propuesta decolonial es recurrente el llamado al empoderamiento de
las epistemologías otras, es decir, los saberes otros que han sido silenciados por
las diferentes manifestaciones de la colonialidad. Este empoderamiento se podría
hacer a través de una revisión crítica de la historia que nos lleve — tal y como
proponen los autores decoloniales— a los textos silenciados de La Nueva Crónica y
Buen Gobierno, de Waman Poma Ayala, o el Thoughts and Sentiments on the Evil
of Slavery de Otabbah Cugoano, esclavo liberto radicado en Londres y luchador por
la abolición de la esclavitud81. Ambos autores provienen de “Tawantisuyu, Anáhuac
y el Caribe negro [que] son las ‘Grecias’ y ‘Romas’ del pensamiento decolonial”82.
Se entiende así “Grecia” y “Roma” no como “el origen” de la civilización y la razón,
sino como los espacios donde podemos encontrar ideas para formular nuevas
interpretaciones sobre el pasado y el presente. Incluso más recientemente, y
desde las RRII, podemos encontrar apuestas otras sobre la construcción teórica
no occidental83.
Los discursos otros también se potencian a través de la creación de conceptos
con los que los sujetos, desde la “diferencia colonial”, pueden sentirse identificados.

No se trata sólo de cuestionar la primacía epistémica eurocéntrica, sino también de
cuestionar las categorías, estándares y nombres con los que se ha taxonomizado
al otro, y de construir junto con éste, dentro del diálogo pluricultural, formas otras
de saber, pensar y vivir.

El pensamiento decolonial sostiene que debemos repensar la acción política
para crear un diálogo horizontal que contraste con el monólogo eurocéntrico de
la modernización. La práctica política decolonial, según Grosfoguel, se basa en un
proyecto utópico de cosmopolitismo crítico (o transmodernidad, en términos de
Enrique Dussel)84.

Este sostiene que para lograr un diálogo realmente horizontal hay
que luchar por una transformación global y por la deconstrucción de las estructuras
coloniales de poder. En el ámbito de las RRII esto significaría una política que
ponga en cuestión la vigencia de los estados y las organizaciones internacionales
como representantes democráticos de los grupos y de los movimientos sociales.
Por ejemplo, la construcción de la paz posbélica, la seguridad y resolución de
conflictos, que para los autores decoloniales no son exclusivos del estado-nación —
asunto que ha sido constantemente estudiado desde el rol del estado, la comunidad
internacional y la sociedad civil—, ahora podría mirarse desde las formas “híbridas
de la paz”85. Es así como lo hacen Roland Bleiker y Nilanjana Premaratna en su
estudio sobre cómo el grupo de teatro The Theatre of the People promociona el
entendimiento mutuo y la paz entre grupos étnicos en Sri Lanka al margen de los
discursos dominantes86.

Por lo tanto, para lograr una política global, en vez de un estado multinacional
se propone una multiplicidad de respuestas decoloniales críticas a la modernidad
eurocéntrica, entre ellas la diversidad epistémica como proyecto universal87. La
política se liberaría así de las restricciones del estado-nación para poner en cuestión
las relaciones de poder que ya son transnacionales. Sería a la vez una política que
representase un problema local, pero proyectándolo en su contexto de relaciones
de poder globales.

Como ya hemos mencionado, un modelo de acción política de este tipo
no es ajeno al estudio de las RRII. El pensamiento posestructuralista se ha
preocupado por buscar nuevas formas para estructurar la vida política más allá del
sistema estado-céntrico. Como el modelo decolonial, éste propone el diálogo entre
particularidades y el rechazo a un sistema basado en universales88. R.B.J. Walker
intentó teorizar esta política en su libro One World, Many Worlds: Struggles for a just

Walker enfatiza que los movimientos sociales y los actores políticos
no están localizados dentro de los estados, mientras que las RRII tradicionales los
entienden como interiores al estado. El trabajo de Walker se centra en cómo los
movimientos sociales críticos del mundo actual trabajan para entender, resistir y
cambiar la estructura opresiva de poder en contextos culturales diversos. Como la
propuesta decolonial, se trata de una lucha global para representar la política de
la diferencia90. Los grupos estudiados por Walker no reclaman emanciparse desde
la perspectiva tradicional, ni representar al pueblo o a la clase. Al mismo tiempo,
no creen en una imagen singular de los términos “realidad” y “libertad”91. Como los
autores decoloniales, Walker opone la multitud y lo múltiple al Estado92.

Los movimientos sociales al margen de las estructuras clásicas surgen
como resultado de la colonialidad del poder cuando la multitud se siente excluida
del proceso de toma de decisiones que les afecta. El movimiento Zapatista en
México es un ejemplo que se cita con frecuencia, pues toma un problema local en
su contexto global. Es a la vez un movimiento contra la toma de decisiones locales
y una rebelión contra el capitalismo y la economía política de la modernización93.
Como los autores decoloniales, critica la dirección que el mundo está tomando
hacia una homogenización eurocéntrica, basada en la modernidad occidental, y
reclama, como el libro de Walker, “un mundo donde caben muchos mundos”94.

Conclusiones

En este artículo concluimos argumentando que la perspectiva decolonial,
posiblemente, no es radicalmente diferente a otras corrientes críticas dentro de
las RRII. Sin embargo, nuestro principal interés ha sido reflejar las propuestas
novedosas que ésta nos plantea. Contemplamos así la posibilidad de la utilización
ecléctica de las propuestas teóricas decoloniales y posestructuralistas, que pueden
servir para el estudio del rol histórico del colonialismo.

Creemos que sería más fructífera para la disciplina la utilización crítica y creativa de sus conceptos,
lenguajes, y metodologías, en vez del rechazo que promueve la diferenciación. Con
este artículo no buscamos explicar el pensamiento decolonial, ni para descartarlo,
ni para elogiarlo como la tendencia crítica más completa en la actualidad; sino que
hemos buscado promover una apertura hacia estos conceptos y razonamientos
dentro de la teoría crítica de RRII. Es decir, que sea posible crear una línea de
investigación sobre el rol de la colonialidad como un dispositivo de poder que
abarca los espacios micro-meso-macro partiendo de una perspectiva que estudie los

procesos de larga duración en la formación de la disciplina. Los temas abordados por
los pensadores decoloniales son de particular interés en la actualidad por diversos
motivos. Por un lado, el reavivamiento del debate sobre la “civilización” y el rol del
estado en la política global. Por el otro, la colonialidad emergente en las periferias
ubicadas en el norte, los espacios en lucha, fronterizos y las identidades híbridas
que trascienden los marcos del análisis social impactando de forma transversal al
sujeto político de la modernidad tardía.

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El costo real del Brasil, la sexta economía del mundo

El costo real del Brasil, la sexta economía del mundo

Barómetro Internacional

El Brasil crece a través del pago continuo de su deuda, aumentando considerablemente el papel del capital financiero y comprometiendo casi la mitad del presupuesto ejecutado por la Unión.

14 de febrero, de sur al noreste del Brasil, Bruno Lima Rocha y Rafael Cavalcanti

Esta vez es de verdad. El Brasil fue considerado la sexta economía del mundo, atrás sólo de EUA, China, Japón, Francia y Alemania. A juzgar por el hecho de que las dos últimas potencias son el pilar de la enflaquecida zona euro; de que el Japón permanece estancado desde mediados de la década de 90’ y los Estados Unidos son hoy el más desigual y menos productivo de los países desarrollados, tenemos esperanzas de crecimiento y proyección aún mayores.

A partir de ese hecho innegable, cabe una reflexión más allá de la crítica radical o de la complacencia oficial. Si bien somos hoy la sexta economía del mundo en términos de volumen de producción y riqueza circulante, estamos lejos de ser el sexto país menos desigual e injusto del planeta. Nuestra pirámide social, aunque con una sensible disminución de la miseria absoluta, concentra renta y no distribuye los beneficios de la modernidad urbana.

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Según estudios recientes del Instituto de Investigación Económica y Aplicada (IPEA) sobre la pobreza en el Brasil, cerca de 107 millones de brasileños poseían hasta 2009 una renta per cápita entre R$ 67,00 y R$ 465,00. La mayor parte de los que viven en la extrema pobreza corresponde a agricultores de municipios pobres de la región Nordeste. En contraste a este cuadro, tenemos cinco capitales brasileñas que concentran el 25% de toda la riqueza del país. El problema es de fondo e implica una opción no presentada en el escenario político profesional.

El crecimiento brasileño se da a partir de la exportación de commodities agrícolas en ancha escala, del aumento del crédito para el consumo y de la inyección de recursos estatales en la economía. Todo iría relativamente bien (la excepción es el modelo agro-exportador), si no tuviéramos bajo una guillotina llamada “forma de financiación”.

El Brasil crece a través del pago continuo de su deuda, aumentando considerablemente el papel del capital financiero y comprometiendo casi la mitad del presupuesto ejecutado por la Unión del año de 2010. Por un lado es verdad que la gestión del Banco Central en el país es menos desreguladora que en la Europa y en los países anglosajones (y aumentó su el control bajo la batuta de su presidente Alexandre Tombini, que ya fue miembro de la representación brasileña al Fondo Monetario Internacional), por otro lado es un hecho que aún tenemos los intereses reales más elevados del mundo (4,9% al año, líder absoluto en los últimos 25 meses) y que surfeando en la ola de nuestro crecimiento está el sector bancario, en el que los bancos estatales manejan intereses y tasas de administración en la misma escala que los comerciales.

El casino financiero alimenta al sector del crédito al consumo y en la punta de la pirámide, el Estado sigue financiando la expansión privada. Sea a través de préstamos a fondo perdido, como en la fusión de las operadoras de telecomunicación de capital extranjero Brasil Telecom y OI (los valores que salieron de los bancos públicos llegaron a R$ 11 mil millones y fueron destinados a la ahora mayor empresa de telefonía fija de América del Sur). O aún por la inyección directa en los consorcios público-privados, a ejemplo de la Hidroeléctrica de Bello Monte, que pretende hacer una central energética junto al Río Xingu, para desesperación de ambientalistas e indígenas de todo el país contrarios a los impactos socio-ambientales de la faraónica obra.

Sumando esta injusticia estructural con la carencia del servicio público –estando la población brasileña sobrecargada impositivamente y aún no atendida de forma satisfactoria tenemos el real “costo Brasil”. Esa expresión es usada por los grandes medios para hablar de los gastos internos del país –tales como la carga tributaria, los costos portuarios, los transportes, los gravámenes laborales, las financiaciones, la energía y telecomunicaciones y la reglamentación gubernamental– que supuestamente aumentan el valor de productos y servicios brasileños, haciéndolos menos competitivos en relación a los del exterior. Son la mayoría de los brasileños quienes deben pagar la cuenta de la acumulación privada (oficializada) de recursos colectivos.

Desarrollo cuestionable

No es posible negar que hoy vivimos bien comparado a diez años atrás y también que la primera década del siglo XXI fue mejor para los latino-americanos y los brasileños que la secuencia de las dos décadas perdidas. La de los ’80 tuvo como marca la crisis de la deuda, acompañada de estanflación galopante, llegando el Brasil al borde de la hiperinflación (la inflación acumulada en el país durante la década fue de 36.850.000%, increíble para quien no vivió ese periodo). En aquella época se construyó un consenso en torno al Estado Burocrático Autoritario, asociando todo lo que era estatal a retraso y abismo cultural de los latinoamericanos respecto a los países de capitalismo central.

La consecuencia vino en los años ’90, cuando se dilapidan los patrimonios nacionales, liquidando todo (o casi todo, en especial a través de las polémicas privatizaciones del gobierno de Fernando Henrique Cardoso entre 1994 y 2001 aún muy bien vistas por los partidarios del Partido de la Social Democracia Brasileña –PSDB– el de de los presidenciables José Serra, Geraldo Alckmin y Aécio Nieves). Aun así nos mantuvimos estancados económicamente, aunque ya sin el fantasma inflacionario.

No negar lo obvio está lejos de implicar una adhesión incondicional a la política económica del gobierno y menos aún producir discurso optimista y oficialista. Si mejoramos en comparación con la historia reciente, aún estamos lejos de tener una estructura productiva que pernita vuelos más altos. Estamos a siglos de tener un desarrollo regionalizado. Los niveles de inversión directos aún son bajos y el volumen de impuestos no se corresponde a la calidad de los servicios prestados. Frenar la saña privatizadora fue importante, pero ahora cabría un debate profundo acerca del (los) modelo(s) de desarrollo y distribución de renta en el largo plazo.

Hoy el país vive el fruto de la expansión del empleo directo (positivo), pero también del acceso al crédito a través de la presencia cada vez mayor del sistema financiero en nuestras vidas cotidianas (dudoso). El consumo suntuario es incentivado por el gobierno y los medios (a ejemplo de la cobertura de las compras de Navidad, día de las madres, día de los niños, etc.), predicando un keynesianismo limitado donde el mercado interno (antes el patito feo) es la gallina de los huevos de oro.

La expansión consumista desenfrenada dos problemas produce. El primero es el endeudamiento creciente de los brasileños, que llegó al monto de R$ 715 mil millones en noviembre de 2011; el segundo es la exageración de productos importados, aumentando el abismo científico nacional.

Fina ecuación del crecimiento en el largo plazo

El abismo social aún supera la capacidad de generar riqueza y distribuirla dentro de una sociedad capitalista. Tendríamos dos desafíos casi consensuales en el país. Uno de ellos es la erradicación de la extrema pobreza. Otro es la garantía de la movilidad social y el ingreso de una parcela significativa de los 193 millones de brasileños en el sistema de amparo legal y producción económica.

El primero es más simple, al menos de visualizar. Las políticas de renta mínima, inauguradas por el primer gobierno socialdemócrata de Suecia (en años ’30 del siglo XX), como un combate al pauperismo que atravesaba aquella sociedad, acostumbran ser efectivas. Los datos del Brasil en los últimos diez años (más de 26 millones de brasileños salieron de la línea de la pobreza, la renta media real subió 28% entre 2004 y 2009, y la desigualdad de la renta cayó 5,6%, de acuerdo con informaciones del IPEA) comprueban la eficiencia de distribuir un mínimo y asegurar el compromiso de mantener a los dependientes dentro de la red de asistencia mínima del Estado.

Sería absurdo negar esta realización del actual gobierno de Dilma Rousseff (continuidad de los ocho años de Lula y del Partido de los Trabajadores –PT– con una amplia coalición partidaria junto la fuerzas político-económicas conservadoras) y los beneficios advenidos al Brasil como un todo. A la vez, se constata que la asistencia es el paso de salida y no de llegada hacia otra etapa de vida. En ese sentido, vale la adaptación de la expresión popular: “mejor que dar el pescado es enseñar a pescar”.

Al contrario de lo que aparenta, la educación formal tampoco asegura necesariamente un puesto de trabajo en el mundo de la producción. Basta observar la desesperación de los jóvenes árabes antes de su Primavera, cuánto tenían gobiernos corruptos, dictatoriales y pro-israelíes, al tiempo que el buen nivel escolar apenas daba para el subempleo. En el caso de los españoles, cuanto mejor la formación, más pequeña es la oportunidad real de conseguir un trabajo.

El espacio en el mundo de la producción está correlacionado con dos variables. La primera implica las elecciones y estrategias de crecimiento macro-económico de un país, y también de su política monetaria. Y, como consecuencia, la necesaria educación formal, iniciando con un aumento de la capacidad de aprendizaje y cognición media de la población, hasta llegar a las ciencias básicas, fuente inagotable para el avance científico (y de este para el tecnológico).

Nada de eso es novedad, basta una lectura atenta del indispensable economista Celso Furtado (dirigió la Comisión Económica para la América Latina y el Caribe –CEPAL– e incentivó el desarrollo económico-regional en el Brasil en las décadas del ’50 y ’60) para interpretar mejor la cuestión. Esta fina ecuación entre decisiones de Estado, y políticas públicas con proyección de efectos desde ahora a veinte años, debería pautar la agenda nacional.

Al contrario de lo que afirman los mandamientos de los economistas neoclásicos, este no es un problema de demanda perfecta y sí de relaciones de poder sobre una estructura social-productiva. Como toda disputa en sociedad, su solución es política.

Mercado de salud y ahorro interno

Para materializar el cuadro presentado arriba sobre el desarrollo económico del Brasil usaremos la investigación del Instituto Brasileño de Geografía y Estadística (IBGE) referente al cálculo con gastos de salud por persona en el Brasil (el año de 2009). El estudio comprueba el concepto de marketización en un sector que en teoría, debería ser provisto por el ente estatal.

La marketización implica la ampliación y transformación de servicios y espacios, de públicos a privados. Así, se transforma un derecho –algo de la esfera de la justicia y del contrato social– en una mercancía. Es el caso del derecho a la salud en el Brasil, que es inversamente proporcional a dos cualidades fundamentales en una democracia: la presión de la ciudadanía organizada y el crecimiento sostenido en el ahorro interno.

Supuestamente tenemos un sistema de salud universal y con un proyecto societario que lo motiva. En la práctica, la desvinculación de recetas y la mejora de la calidad de vida (movilidad dentro de la pirámide social) vienen acarreando una mayor capacidad de gastos del ciudadano común en salud privada. Estamos gastando en promedio, por individuo, R$ 835,65 al año, siendo esta cuenta aportada por las familias. Por su parte, el Estado –concentrando recursos de la Unión– gasta R$ 645,27 por ciudadano. El pedazo de la torta es del 55,4% para la ciudadanía y 43,6% para el gestor de los recursos colectivos.

Cuando cruzamos las variables del desarrollo económico y distribución de renta, el volumen de gastos de salud es determinante. En la Europa que hoy vive al borde de un ataque de nervios, el Estado de Bienestar Social, que los especuladores y financistas insisten en exterminar, aún invierte 72% del total de la torta de la salud.

Para los brasileños, la cuenta es simple. Se cambia de franja de consumo y se incorpora como gasto, lo que antes era el suplicio de las colas del Sistema Único de Salud (más conocido por la sigla SUS, servicio público de salud idealizado en la Constitución Federal de 1988 y doctrinado por los principios de la universalidad, integralidad y equidad, que no corresponden a su realidad y lo hacen presa fácil de iniciativas privatizadoras). Con la moneda estable y el aumento del empleo formal, el consumo se da en forma de endeudamiento y no de ahorro interno. Se reproduce, en escala familiar, lo que hace el gobierno central. Rodamos las deudas, tenemos baja tasa de inversión y ahorramos poco.

En la punta del lápiz, la masa de la glorificada clase C (clase media con renta familiar entre R$ tres y ocho mil) y el grueso de la B (renta familiar entre R$ ocho y 26 mil) gasta lo que gana, con gastos fijos asociadas a la mejora de la calidad de vida. El problema no está en el gasto en sí, pero sí en la constatación de que el derecho social queda en segundo plano delante de la forma mercancía para el mismo servicio.

Es innegable que mejoramos de vida en los últimos diez años, no habiendo comparación con el ciclo tucano (socialdemócrata) anterior. El problema es reorientar el debate del crecimiento, asociado al ejercicio de los derechos fundamentales y la reorganización del tejido social, para reivindicarlos y ejercerlos. El análisis se hace crítica en la economía política y siempre hacia la izquierda.

Derechos Humanos y luchas contrahegemónicas en Centroamérica: los casos del Movimiento del No (Costa Rica) y el Movimiento Social Nicaragüense

Los DD.HH pueden definirse como un conjunto de derechos básicos (y su praxis) que definen la condición de la persona y su dignidad, son formas jurídicas y socioculturales que evolucionan en dependencia del contexto, la militancia, los valores y cosmovisiones del sujeto y su sociedad. Pueden legitimar la exclusión de grandes mayorías mediante discursos y prácticas que instrumentalizan o restringen derechos en beneficio de los poderosos o trascender las instituciones dominantes. Como campo de confrontación entre proyectos emancipadores y dominantes, plasmados en instrumentos como la “Declaración Universal de los Derechos Humanos” o la “Declaración Universal de los Derechos de los Pueblos”, los DDHH son fruto de las luchas de liberación populares y nacionales de los últimos doscientos años y parte del patrimonio cultural de la civilización.

En el presente trabajo se narran dos experiencias de luchas contrahegemónicas por defender y expandir los derechos ciudadanos, ubicadas en el Sur. Dicha noción no nos reduce a una localización geográfica, porque abarca múltiples formas de subordinación (explotación económica; opresión ética, racial o de género y similares) asociadas con la globalización neoliberal. Los pueblos son sujetos de numerosos derechos que rebasan la ley formal y escrita, generando nuevas normas y prácticas de resistencia que deben potenciar la voz de las víctimas de la opresión mercantil y estatal: indígenas, campesinos sin tierra, mujeres pobres, trabajadores e inmigrantes indocumentados.

Los instrumentos jurídicos son un espejo del orden que buscan defender y desarrollar, en tanto el derecho es resultado de la correlación de fuerzas en la sociedad y reflejan (junto al sistema institucional) los intereses de las clases dominantes. Pero en tanto refleja las tensiones entre clases y sectores en la sociedad, adquiere un valor importante para denunciar la ausencia o violación de garantías, así como defender los derechos individuales o colectivos, bajo gobiernos democráticos o autoritarios. La lucha actual por una verdadera contrahegemonía se hace para que el capital trasnacional no domine nuestras vidas (controlando el acceso al agua, la alimentación o el conocimiento) y para que los Estados (sus aliados) pierdan el monopolio de otorgar o defender derechos, ya que demasiadas veces incumplen y violan los derechos de sus poblaciones. La construcción del nuevo paradigma de DDHH entiende que “la soberanía” está constantemente cuestionada por la indefinición de las fronteras geográfico-institucionales y por la globalización de las culturas, y es manipulada por poderes globales y nacionales contra los movimientos contestatarios. Eso no significa expresamente hacer oposición permanente a cualquier gobierno, pero sí defender un campo de actuación diferenciado y autónomo de los movimientos sociales para impedir que la lucha por la contrahegemonía derive en la instauración de una nueva hegemonía “vanguardista”, con líderes infalibles, supuestos salvadores que hablan en nombre de “las masas”.

Este texto relaciona, en un primer acercamiento, dos experiencias de movimientos sociales autónomos en naciones vecinas que sufren los efectos de políticas neoliberales, en el marco de un acuerdo regional de libre comercio (CAFTA) con la potencia global hegemónica (EEUU). Es un tema relevante, considerando el indudable impacto de estas políticas, impulsadas con la complicidad de los gobiernos nacionales, cuyos costes -económicos, ambientales, sociales, culturales y políticos – afectan los DDHH de sus pueblos (como colectividades e individuos) en sus diversas dimensiones.

Aprovecharé para el trabajo mi experiencia de varios años en el estudio de ambos países, las estancia realizadas en Costa Rica (marzo & septiembre-noviembre 2007) y Nicaragua (octubre-noviembre 2010) así como los vínculos con movimientos sociales y actores acompañantes –activistas, académicos, líderes- de aquellos. Mi objetivo es desarrollar una mirada sobre los contextos, actores, estrategias y discursos, que ponga a los DDHH en relación con dos trayectorias particulares de luchas contrahegemónicas.

El caso costarricense.

En el escenario centroamericano de varios siglos de violentos conflictos, extrema desigualdad económica y feroces oligarquías antinacionales se inserta el sui géneris caso de Costa Rica. La nación tica, desde su etapa colonial, ya poseía un orden sociopolítico bastante estable, contrastante con los de sus vecinos regionales. Factores como la privilegiada atención que los colonizadores dispensaron a otras regiones americanas, unido al relativo aislamiento geográfico, favorecieron la virtual inexistencia del latifundio (mal crónico de nuestros países) y una economía de pequeños productores orientados al mercado interno. Dicho escenario acunó disímiles prácticas tendientes a reducir los impactos del conflicto social: proliferación de acuerdos “patrón- peón”, apoyo cuasi “religioso” a la institucionalidad, existencia de élites con hegemonía poco retada y tendientes al consenso social, etc.

De 1950 a 1980 Costa Rica vivió un proceso de modernización incluyente (especialmente exitoso para las clases medias) proveedor de equidad y movilidad social, y una democracia representativa institucionalizada. Sin embargo durante los años 80 y 90 se implementaron políticas neoliberales que afectaron a la economía y sociedad ticas, generando varios ciclos de protestas: contra las reformas del régimen de pensiones del magisterio (1995), contra la tentativa privatizadora de las telecomunicaciones (el llamado Combo ICE-Instituto Costarricense de Electricidad-, en 2000). Por otro lado se dio una politización de sectores juveniles, tanto dentro de organizaciones estudiantiles como en su inserción en agrupamientos comunitarios y organizaciones sectoriales[ii] y una articulación entre diversos movimientos, demostrada por la alianza entre el Frente Interno de Trabajadores del ICE, los estudiantes y docentes de la universidades públicas, constituyéndose como una experiencia imprescindible para las luchas sucesivas.

Una coyuntura como la del Referéndum por la aprobación del TLC (año 2007) proyectó un vasto repertorio de formas de participación ciudadana y reivindicación de derechos. En un contexto de reformas estructurales y mudanza de las reglas del juego institucional (políticas y económicas) por parte de las élites, los actores progresistas rechazan, defendiendo los avances sociales y legales en contra de la ofensiva neoliberal. El contexto del Referéndum del 2007 enfrentó dos grandes bloques de la sociedad civil tica: el team del Sí estuvo organizado centralizadamente, contó con escasas estructuras participativas de base (los casi invisibles Comités Cívicos) y acudió al pago de su equipo de activistas. Aglutinó al gran empresariado nacional transnacionalizado, el gobierno y la maquinaria de los partidos (con excepción de vacilante PAC y los exiguos Frente Amplio y Accesibilidad sin Exclusión), y dispuso de la maquinaria propagandística de los medios masivos, especialmente las páginas del diario La Nación. Además apeló a una visión liberal de los derechos individuales (de los empresarios y sectores afines) para impulsar su agenda política y mediática.

Por su parte el comando del NO unió a los sindicatos combativos, amplios segmentos del cooperativismo, movimientos campesinos, los representantes radicales del ecologismo y el feminismo, algunas figuras del empresariado nacional, colectivos de intelectuales y empleados de las universidades públicas. Financiada con recursos de sus miembros (mediante colectas, venta de camisetas, etc.) el movimiento del No, organizado comunalmente en los Comités Patrióticos (CP) hizo campaña persona a persona, y se involucro en la fiscalización y la logística del día del Referéndum. La sorprendente fortaleza del NO se basó en el compromiso de su membresía, procedentes de sectores sociales diversos, en una alianza frágilmente articulada y carente de un centro de mando pero pletórica de activismo personal. Ello incidió en que, pese a la manifiesta asimetría entre las partes, los resultados de los comicios fueron decididos por un estrecho margen a favor del SI (51.7 %) frente al NO (48.3 %), con una participación de 59.4 % del total empadronado.

En los últimos años se han fortalecido y articulado las acciones de viejos (estudiantes, trabajadores sindicalizados) y nuevos movimientos sociales (ecologistas, feministas, diversidad sexual, trabajadores informales, vecinos, etc.) que formulan luchas sectoriales y multisectoriales con contenidos cada vez más enfocados sobre las opciones y costos de políticas públicas y los proyectos políticos de los actores tradicionales. El discurso de derechos del No apostaba a la defensa de un modelo de sociedad y legalidad socialdemócrata, con protección jurídica y efectiva a los sectores desfavorecidos, políticas sociales universales y garantizadas por el estado, defensa de los productores nacionales y la naturaleza.

Ambos grupos buscaron incidir en el sistema legal, tanto en apelaciones a la Sala IV (garante de la constitucionalidad), al Tribunal Supremo de Elecciones y otros espacios formales. Se apeló indistintamente a la defensa de la biodiversidad amenazada por las trasnacionales y a la necesidad de “aprovechar las ventajas comparativas procedentes de este patrimonio en la apertura a un modelo económico competitivo”, se insistió en la preservación de los derechos laborales conquistados por los trabajadores ticos y a la “flexibilización y eficiencia” necesarios para mantener el nivel de vida de las clases medias; se contrapuso la retorica acerca de un Estado Solidario a la de una Economía Globalizada. Sin embargo, la misma convocatoria (y realización pacifica) de un referéndum sobre la aprobación del TLC (inédito en la región y contrastante con la aprobación expedita del Tratado en la vecina Nicaragua) es una evidencia tanto de la judicialización de la sociedad tica y su legitimación como forma no violenta de manejo de conflictos, como del nexo existente entre derecho y formas de movilización social. Pues sin presión en las calles y organización comunitaria no se hubiera llegado al escenario del 7 de octubre de 2007.

Más allá de la aprobación del TLC en las urnas, la titánica lucha del movimiento del NO contribuyó, sin proponérselo, al fortalecimiento futuro de la participación en lo relativo a la institucionalidad y legalidad electorales (vía capacitación y fiscalización ciudadanas de las mesas de votación) como al establecimiento de más candados legales al accionar de los poderes fácticos (financiamiento de campañas, injerencia en asuntos públicos) y a la defensa de los derechos de trabajadores, comunidades y la naturaleza frente a las apetencias del capital. Pese a la real asimetría de recursos de los diversos actores dentro de la sociedad civil y el mundo político, ello constituye un avance que les permitirá incidir no solo en el diseño y ejecución de políticas públicas concretas, sino también en el necesario rediseño de un orden sociopolítico post Consenso de Washington.

El caso nicaragüense.

El actual gobierno nicaragüense no emergió en 2006 como resultado del colapso de un sistema de partidos, una crisis socioeconómica terminal o la presión de un movimiento social arrollador. Tampoco dispone del mayoritario apoyo (o apatía) poblacional que pueden exhibir, en su beneficio, los gobiernos aliados. Recoge, eso sí, los saldos terribles de 16 años de neoliberalismo salvaje, con retrocesos de las conquistas sociales de la revolución de 1979, y se erige sobre un pacto excluyente suscrito por las cúpulas del Partido Liberal Nicaraguense (PLN) y el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), largamente denunciado por las disidencias sandinista y liberal y por buena parte de ciudadanía organizada en la sociedad civil.

Se trata de un gobierno con un liderazgo que proviene de la matriz izquierdista radical del siglo XX, cuya membresía militó en partidos de estirpe leninista o movimientos guerrilleros y tenía la “toma del poder estatal” como meta. Desprecio a lo procedimental y a las mediaciones institucionales, identificación del sujeto colectivo como masa y encuadre más o menos pasivo en campañas decididas desde la “vanguardia”, son rasgos de este estilo de liderazgos. La estructura del FSLN como Partido-Estado se caracteriza por la toma cupular de decisiones y el delegar a la base la recogida de propuestas y las funciones operativas del modelo, vinculadas a los programas sociales de reparto de recursos (insumos agrarios, alimentos, micro-finanzas), todo bajo estrecho control de los cuadros locales del FSLN.

Si bien tras la derrota del medio siglo de dictadura somocista (1979) en Nicaragua se amplió la inclusión y participación populares, el avance de las políticas de promoción a los DDHH, sus instancias y procesos, coincide con los últimos años de la Revolución Sandinista y con el tránsito a la democracia neoliberal. En 1987 se aprobó una Constitución progresista, que reconocía la autonomía de las comunidades caribeñas, los derechos de las mujeres y las conquistas sociales realizadas por la Revolución. En 2003 la ley 475 de Participación Ciudadana marcó un hito al normar la participación y se crearon los Consejos de Desarrollo Municipal (CDM) como interlocutores permanentes de las autoridades y los ciudadanos, surgidos en 1997 bajo el impulso del Ministerio de Bienestar Social. Nacieron con el objetivo de ser el espacio privilegiado de concertación interinstitucional, consulta, seguimiento y evaluación de la gestión pública, mediante la representatividad de actores políticos y sociales

Tras el arribo del FSLN al gobierno en 2006, se produce una situación de creciente conflictividad entre este y actores de la sociedad civil. Con la creación de los CPC (Consejos de Poder Ciudadano) se instalan instancias locales de participación vinculadas al poder central y se amplifican las prácticas de tipo clientelar, a mucha mayor escala de los gobiernos neoliberales, produciéndose un solapamiento conflictivo de las nuevas estructuras con el modelo legal de participación.[iii] Los CDM se revelan como espacios más experimentados e idóneos para la interlocución local, más plurales y anclados en la legalidad, aunque incapaces de resolver la persistente exclusión femenina e indígena. Aunque carentes de identidad propia, los CPC han mostrado una tendencia al incremento de su injerencia, pese al rechazo de las OSC, comunidades y gobiernos locales de las fuerzas opositoras.

En la coyuntura electoral municipal de 2008 los CPC ocuparon calles y plazas para bloquear las protestas de organizaciones civiles y de opositores, y en 2009 hicieron otro tanto en apoyo a la estrategia de eliminar los frenos a la reelección presidencial. Sus miembros se involucraron en una activa campaña pro FSLN, mediante la entrega condicionada de beneficios de los programas Hambre Cero y Usura Cero, realizando propaganda política casa por casa, revelando así su sello de instancias para-partidistas. Esta actuación augura nuevos escenarios de conflicto en torno a los espacios y políticas participativas en la empobrecida nación centroamericana y bloquea las esperanzas en torno a una auténtica democratización de la vida pública.

No obstante la herencia de la Revolución, constantemente invocada por el discurso oficial, parece pervivir en el imaginario y las prácticas de no pocos nicaragüenses. Y es así si entendemos la Revolución más allá del hecho histórico puntual, como un amplio repertorio de prácticas, valores, discursos y costumbres, que reivindica la memoria y participación populares, la igualdad y justicia social, así como el rechazo a toda forma de dominación y jerarquía. Lo “revolucionario” expresa la impronta emancipadora de un cambio social repentino, radical y desestructurador, cuya inercia perdura, cuando es cierto, más allá de sus tiempos funda­cionales.

En Nicaragua es visible este legado en la beligerancia de las mujeres, cuyo amplio y plural movimiento de defensa de derechos en ejemplar contraste con otras experiencias de la región se opone frontalmente a la alianza de todos los poderes políticos y fácticos, empeñados en una cruzada conservadora que amenaza las reglas liberales de un Estado laico y las conquistas progresistas de una Revolución popular. En ese sentido al defender el valor de la autonomía como parte de una política emancipadora de defensa de derechos, un dirigente del Movimiento Comunal dijo: “La autonomía en nuestro movimiento se construyó en la Revolución, en 1988, y una lección fue que podemos ser revolucionarios y de izquierda sin subordinarnos. Pero hay que debatir cómo hacerlo. Hoy asistimos a un error histórico, pues está involucionando la participación comunitaria y popular”.

En América Latina y Nicaragua no es una excepción buena parte de las fuerzas progresistas han apostado por “transformaciones estructurales”, pero han relegado la idea de la autonomía como elemento circunstancial a enarbolar sólo desde la oposición y ante la derecha, y con eso han eliminado el anticuerpo que necesita toda revolución. Cuando se cree que sólo una vanguardia puede “bajar líneas” no se construye emancipación, pues sólo se puede ser revolucionario cuando se transfiere el poder a la sociedad y no cuando se concentra y perpetúa en una camarilla. Si, además, la apuesta se reduce a un liderazgo individual entonces el asunto empeora, porque las preferencias y patologías personales tienen alta probabilidad de convertirse en políticas de Estado.

Cuando los sinceros reconocimientos de las bases al liderazgo máximo son amplificados por la propaganda, cuando las críticas son censuradas y los méritos magnificados, no se puede hablar de un “apoyo espontáneo del pueblo”, sino de una deliberada estrategia política de perpetuación. Cuando en una reunión con una veintena de líderes de los Comités de Liderazgo Sandinista y de los Gabinetes del Poder Ciudadano, realizada en Matagalpa, se comparó “al compañero Daniel con el Ché Guevara porque es un hombre imprescindible, un estadista de talla internacional, el único presidente que se ha preocupado por los pobres y él único dirigente que se mantuvo fiel a los principios sandinistas”, no se puede dejar de pensar: ¿Esa propaganda no se convierte en un dique que bloquea el ascenso de nuevos liderazgos, no constituye una forma de culto a la personalidad? ¿Forma ciudadanos activos con derechos o masas atadas a una eterna infancia?

Dentro del Movimiento Social otro actor destacado es el movimiento de mujeres. Desde fines de le etapa revolucionaria las integrantes del llamado Partido de la Izquierda Erótica, todas destacadas sandinistas, desarrollaron una pelea por la defensa de los derechos de las mujeres y la autonomía, cuestionando el paradigma de las organizaciones populares como poleas de transmisión partidarias, rechazando el vanguardismo de la izquierda tradicional. Ello no presupone obviar la diversidad de posturas teóricas y políticas, los conflictos y los retos construidos alrededor de diversos liderazgos personales carismáticos, en una lógica que acerca al movimiento feminista como a otros al diseño del poder que critican cada día. Pero testimonia una lucha contra las estructuras de poder, que dura más de dos décadas.

Durante los años 90 las mujeres organizadas combatieron el retroceso en las conquistas sociales derivadas de las políticas neoliberales, la alianza entre la iglesia y los partidos (incluido el FSLN) para criminalizar la organización social y los derechos femeninos. A partir de 2006 desarrollan una álgida lucha (que les ha conllevado acoso legal, policiaco y vandálico) en contra de la penalización del aborto, retroceso que conlleva costes humanos y morales, paradójicamente auspiciado por un gobierno que se reclama “socialista y solidario”

En el particular una activista feminista denunció, con pesar, la suerte de esquizofrenia vivida por las mujeres del FSLN que “rechazan la penalización del aborto apoyada por su partido, pero que después fueron fiscales de mesa electoral disciplinadas, apoyando todas las jugadas del Partido-Estado” durante la contienda municipal del 2008. Con gran sensibilidad, dos compañeras recordaban como “el acoso gubernamental que sufrimos aquel año nos dolió mucho viniendo del FSLN, porque dedicamos parte de nuestra vida a la Revolución y no podemos guardarle rencor”. En el horizonte de la política nacional, estas mujeres constatan el quiebre de la clase político-partidaria y la necesidad de construir una alternativa de largo aliento, desde el movimiento social y con una izquierda crítica.

Luchas cruzadas, desafíos comunes.

Quiero cerrar el presente trabajo con un testimonio que cruza las experiencias de lucha social de ambos países y se relaciona directamente con los objetivos, acciones y aprendizajes de estos movimientos. Invitado por los amigos del Movimiento Social Nicaragüense “Otro Mundo es Posible” formé parte del Tribunal Centroamericano de Justicia Climática, instalado el 29 y 30 de octubre, en Managua. Nicaragua integra también el Tribunal Permanente de los Pueblos. El objetivo fue denunciar ante la opinión pública diversos casos de atropellos a los Derechos Humanos de comunidades centroamericanas y abusos en contra del medioambiente por parte de empresas apoyadas por el Fondo Monetario Internacional, Banco Mundial y Banco Centroamericano de Integración Económica, que facilitan recursos económicos para proyectos que afectan al medioambiente y a la sociedad, con la complicidad de los gobiernos de Costa Rica y Nicaragua.

En esta ocasión fueron presentadas varias denuncias: los efectos de la minería a cielo abierto de la comunidad Crucitas en Costa Rica; la contaminación y violación de derechos laborales de la empresa española Pescanova, en el Occidente nicaragüense; y el abandono de la Reserva Indio Maíz, en el río San Juan de Nicaragua, donde los cultivos tradicionales van siendo suplantados por el monocultivo de palma africana para la producción de biodiesel con apoyo de la cooperación alemana. También se denunció el uso de agrotóxicos para la producción de banano en el Occidente de Nicaragua, afectando afluentes hídricos y perjudicando la salud de más de 8 mil trabajadores, ex-trabajadores y pobladores[iv], responsabilidad del nicaragüense grupo Pellas y de las transnacionales Dow Chemical, Del Monte y Chiquita Brand, entre otras empresas.

Durante el debate entre los testimoniantes, en torno a la responsabilidad del gobierno nicaragüense en la criminal situación de los enfermos de insuficiencia renal, me sorprendió que, mientras la activista acusaba con pasión a la empresa Pellas, eludía contestar en público la pregunta del Tribunal referente a la participación del gobierno del FSLN en el caso y defendía las compensaciones logradas sólo para algunos afectados. Otro compañero recordó la necesidad de no exonerar de sanción al gobierno del FSLN por su estrecho vínculo con las empresas contaminantes, por su negativa a resolver la situación sanitaria y jurídica de la totalidad de los trabajadores afectados, e incluso por el incumplimiento de un acuerdo conquistado, lucha mediante, al gobierno neoliberal de Enrique Bolaños. Esta situación puso en evidencia los riesgos y costos de la cooptación de los movimientos sociales por los llamados gobiernos progresistas, y mostró la mediatización de las agendas de lucha como resultado de la pérdida de autonomía.

En el Tribunal también fueron analizados los conflictos por derecho a su territorio ancestral de una comunidad de la etnia mayangna, que acusó al Estado de Nicaragua ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. También, el caso de gobiernos territoriales indígenas opuestos a la concesión de tierras para la extracción de madera a empresas locales asociadas con transnacionales, en el marco del ALBA Forestal. Un último caso presentado fue el de la comunidad indígena de Jinotega, donde el gobierno nicaragüense, de manera inconsulta, construyó sobre su territorio, una generadora de energía eléctrica

En el veredicto los jurados coincidimos en que, en todos los casos los gobiernos de Costa Rica y Nicaragua habían cedido a los mecanismos impuestos por las grandes trans­nacionales, sin velar por los derechos de sus ciudadanos y ciudadanas y por el respeto al medioambiente y a los recursos de sus países. En el caso de los indígenas, el Tribunal aseveró que el gobierno de Nicaragua no había respetado ni reconocido su identidad, su propiedad y su derecho como parte de ese país. Consideramos que las empresas no habían respetado la legislación de cada Estado, al poner sus intereses por encima de los de las poblaciones afectadas. En el caso de las bananeras, el jurado expresó que se trataba de un delito de lesa humanidad, por ser procesos depredadores de la Naturaleza y la Vida humana, desarrollados por la lógica del capital con la complicidad de los Estados nacionales.

A modo de conclusión

La cultura política de América Latina, tanto de izquierda como de derecha, en las organizaciones de sociedad civil o en los partidos políticos, reproduce valores y prácticas perversas: un autoritarismo que impone desde el poder una agenda al resto de la sociedad, una mercanti­lización que representa a las personas motivadas por la maximización de los beneficios y un clientelismo que degrada a los ciudadanos, al anular espacios para el desarrollo de sus derechos, y tratarlos como una masa hambrienta de favores, incapaz de construir su realidad. Y cuando se defiende un pluralismo, esto se hace desde la asimetría que garantiza el predominio de los poderosos y sus agendas.

Nuestra globalización contrahegemónica intenta comprender y profundizar la acción y el pensamiento contrahegemónicos. Inscrita en esta promesa la legalidad cosmopolita subalterna da cuenta de las expresiones no estatales de lucha y regulación social, reconociendo que la interpretación y uso de los DDHH por parte de las élites hegemónicas difiere del de aquellos que sufren o se oponen a la legalidad neoliberal. Esta legalidad alternativa se funda sobre el referente epistemológico de una sociología de lo emergente, capaz de mapear aquellas acciones que rebasan el sentido común de lo existente y abren horizontes de transformación, como lo ejemplifican los movimientos sociales aquí mencionados.

Frente a la cultura política de la dominación, inscrita en el patrón hegemónico de los DDHH, una nueva visión de la izquierda debe construir una cultura política de la emancipación, oponiendo al autoritarismo la autonomía para que la gente defina sus normas y estructuras sin subordinarse a partidos, gobiernos o empresas, combatiendo la mercanti­lización con la autogestión gestando nuestros propios recursos para no depender de poderes ajenos y desterrando el clientelismo mediante la solidaridad con relaciones basadas en reciprocidad, simetría y apoyo mutuo. Esas constituyen pautas para una (re) construcción de una agenda emancipadora de DDHH.

Bibliografía

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(Cortés, Alberto; 2008) Los límites del referendo sobre el TLC como instrumento de participación política en Costa Rica, Revista de Ciencias Sociales, UCR, No 121, San José.

(De Sousa Santos; Boaventura & Rodríguez Garavito; Carlos A (eds.); 2007) El derecho y la globalización desde abajo: Hacia una legalidad cosmopolita, Antropos/UAM, México.

(Kinloch, Francis, 2008) Historia de Nicaragua, IHNCA-UCA, Managua.

(Molina, Ivan y Palmer, Steven; 2006) Historia de Costa Rica, Editorial UCR, San José.

(Prado, Silvio; 2010) Libro Blanco de las relaciones estado-sociedad civil. CEAP, Managua.

(Prado, Silvio & Mejía Raquel; 2009) CDM y CPC. Modelos participativos: rutas y retos. Las oportunidades como derechos, CEAP, Managua.

(Raventós, Ciska; 2008) Balance del referendo sobre el TLC en Costa Rica a la luz de la teoría de la democracia, Revista de Ciencias Sociales, UCR, No 121, San José.

(Rayner, Jeremy; 2008) Vecinos, Ciudadanos y Patriotas: Los Comités Patrióticos y el Espacio-Temporalidad de Oposición al Neoliberalismo en Costa Rica, Revista de Ciencias Sociales, UCR, No 121, San José.

(Rojas, Manuel & Castro, Mariela; 2009) Elecciones 2006 y Referéndum: perspectivas diversas, FLACSO, San José.

(Torres Rivas, Edelberto, 2007) La piel de Centroamérica. Una visión epidérmica de 75 años de su historia, FLACSO, San José.

[i] Historiador, politólogo y activista cubano, coordinador del Grupo de Trabajo Anticapitalismo y Sociabilidades emergentes y miembro del Observatorio Social, ambos del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO), e integrante de la Cátedra Haydeé Santamaría y la Red Observatorio Crítico (Cuba).

[ii] Aunque ello abarca a muchachos de extracción popular y procedentes de comunidades marginadas (como aprecié en mis visitas a Talamanca y Puntarenas) un peso importante del activismo lo desarrollan elementos provenientes de los sectores medios urbanos (bachilleratos y universidad) lo cual puede dar cuenta del sentido, potencialidades y limitaciones de su accionar.

[iii] Aprovechando para ello la estructura nacional del Frente, su arraigo en comunidades empobrecidas y los cuantiosos recursos de la ayuda venezolana, no fiscalizada por las instancias de contraloría estatales y societales.

[iv] Observar el testimonio de un joven enfermo de insuficiencia renal, que exhortó a sus compañeros a continuar la lucha para que su muerte no fuese en vano, me impactó porque hace cinco años perdí a mi padre de crianza, alguien vital en mi formación personal y política, víctima de ese terrible padecimiento.

Partidos políticos y movimiento sociales progresistas parecen confrontarse

1. En la concepción original de Marx el partido no era un ente
burocrático, una organización cerrada que requiera un registro ante la
burguesía de su tiempo. El Partido Comunista era en realidad un
programa de lucha de los trabajadores (obreros o proletarios de la gran
industria contra el capital); en abstracto era el gran partido del
trabajo (los explotados), para luchar contra el poderoso partido del
capital (los explotadores). Sólo fue hasta 40 años después del
“Manifiesto” cuando la corriente socialdemócrata –contraria a Marx-
comenzó a introducir la idea y la práctica de participación electoral y
el trabajo parlamentario. Marx sí habló de que los “comunistas” eran
los más avanzados, pero en la cabeza de Marx no estaba que el partido
fuera ajeno a la clase. Aunque se opuso al anarquista Bakunin, recogió
de él cierta descentralización.
2. Los partidos de la llamada izquierda comenzaron a constituirse en
aparatos de poder en el mundo desde el momento en que los intelectuales
–a falta de obreros o proletarios- comenzaron a “obrerizarse”, por
“conciencia” o propia voluntad y a formar partidos. Aunque algunos
obreros ingresaron a los aparatos partidarios, la realidad es que la
masa jamás aceptó integrarse a un compromiso más que se sumaba a sus
ocho o 10 horas de prisión en la fábrica. En los hechos fueron los
intelectuales –no los obreros- los organizadores y militantes de los
partidos comunistas, socialistas o de los trabajadores. Marx, Engels,
Lenin, Mao, Trotski, Gramsci, Guevara, Castro, Bakunin –a pesar de las
diferencias entre ellos- eran intelectuales que rebasaron la conciencia
burguesa y se situaron en la posición clase oprimida.
3. Y es que los intelectuales, por más leídos y por más títulos
universitarios que posean, nunca han podido ser independientes o
neutrales en una sociedad dividida por intereses de clase social. ¿Se
puede ser independiente, neutral, ante los problemas diarios que se
presentan? Sí se puede ser intelectual “exquisito”, privilegiado,
sentir que se está muy arriba de los demás por los títulos o los
libros, viajar al extranjero, ser comentarista seleccionado, pero esos
hechos demuestran con contundencia por qué los intelectuales justifican
o forman parte de la clase opresora. Son pocos, muy poquitos, los que
han aprovechado sus conocimientos y experiencias para ponerse al
servicio de la lucha social. Y la realidad es que no hay una tercera
vía que permita que los intelectuales caminen en medio de la lucha
entre las clases. O se deciden por igualarse a la burguesía o deciden
hacer causa común con los trabajadores.
4. Formados los partidos como aparato –con intelectuales esencialmente-
cuentan con varios caminos que se han experimentado en el mundo para
ensayarlos de acuerdo a las condiciones económicas y políticas en cada
país: a) la guerrilla rural o urbana, b) el movimiento de masas y la
ocupación de calles y fábricas, c) las elecciones, el parlamentarismo y
los cargos de gobierno, d) las huelgas generales y nacionales. Lo
importante es subrayar que no hay luchas pacíficas y luchas violentas
“de por sí”, porque el carácter de ellas depende de cómo las enfrente
el Estado y sus fuerzas armadas. Los trabajadores, sin armas para
defenderse, sólo hacen uso de los reclamos y del desbloqueo de sus
demandas. Es el Estado –mediante la represión, el encarcelamiento y los
asesinatos, el que obliga a los trabajadores a tomar otro camino ante
la cerrazón.
5. Casi todos los grandes partidos del mundo han tomado el camino de
las elecciones, el parlamentarismo, los acuerdos entre dirigentes y los
cargos de gobierno porque es el camino más redituable para el Estado,
la burguesía y para los intelectuales. Los movimientos guerrilleros
–aunque obligaron a las burguesías a hacer reformas- fueron masacrados
o dieron resultados pírricos. Las huelgas generales o nacionales
–aunque lograron muchas reivindicaciones- tampoco fueron una
alternativa sin movimientos de masas que las antecedieran. El
movimiento de masas en las calles han dado mejores resultados para los
procesos de concientización y de experiencia de los trabajadores, pero
sus procesos de maduración son muy lentos porque el desarrollo de los
medios masivos de información de la burguesía han sido 10 veces más
rápidos.
6. Se han cumplido ya 35 años que los más altos funcionarios, Reyes
Heroles y López Portillo, decretaron –por propia conveniencia de la
burguesía, pero con aplausos de la socialdemocracia y la derecha, la
reforma política. Casi todos los partidos y partiditos entraron al
juego político y sus circunstancias cambiaron radicalmente: de ser
partidos pequeños y sin recursos autodenominados de oposición: el PCM,
el PMT, el PST, el MAUS, el MAP, algunos trotskistas y maoístas, viendo
claramente que era la oportunidad para crecer en número y convertirse
en un aparato de poder, le entraron gustosos a la reforma política. En
sólo 10 años pudieron hacerse incluso de la Presidencia de la
República; y en pleno siglo XXI el grupo progresista –encabezado por
López Obrador- ha sido despojado electoralmente en dos ocasiones.
7. Sin embargo, a pesar de que los partidos electorales han logrado
crecimientos 100 veces más rápidos y que incluso han estado en el
gobierno durante décadas, en ese mismo ritmo han quintuplicado su
oportunismo político obligándolos a ser iguales a los partidos de
derecha o del sistema: los ejemplos pueden verse en Suecia, Italia,
Francia, España, Alemania, Inglaterra y demás, donde los partidos
socialdemócratas se han hecho del gobierno para servir en mejores
condiciones al capitalismo. ¿Puede olvidarse acaso que incluso los
empresarios europeos han dicho que prefieren a la socialdemocracia que
a la derecha brutal? En México el PRI de los años 30 y de los 70, así
como el PRD en los últimos 20 años, a pesar de sus discursos
nacionalistas y progresistas, no hicieron o no han hecho más, que
servir a los intereses del capital.
8. Los movimientos sociales hoy encabezados en México por los
electricistas, profesores, mineros, campesinos, tienen la terrible
limitación de ser muy artesanales, muy de su oficio, muy economicistas;
por el bajo nivel de conciencia les es difícil superar sus demandas
particulares y comprender que su lucha pertenece a los trabajadores en
conjunto. Esa súper negativa limitación les impide entender lo que
significa la lucha de clases y la batalla conjunta contra la clase
explotadora. Por eso a la burguesía le ha bastado con otorgar migajas
para mediatizar cualquier lucha artesanal y economicista. Por ello
también los partidos políticos aparecen más avanzados al presentar que
el movimiento social al presentar los problemas generales con carácter
local, nacional e internacional. ¿Cómo erradicar el carácter artesanal
y localista de los movimientos sociales?
9. Si bien López Obrador y su partido son lo único que existe como
movimiento de masas, si continúan deslindándose de otras formas de
lucha que no sean la electoral y la pacífica, en el futuro se quedarán
solos o de plano transformados en el menor tiempo posible en otro PRD
socialdemócrata. El oportunismo de los militantes del PRD no aparece
por la maldad de los militantes sino por la línea política del partido.
Si es un partido donde puedes ser diputado, senador, gobernador y
además pagan por cualquier trabajo que hagas en ese sentido, ¿qué
partido se está construyendo y al servicio de quién? ¿Y si no paga el
partido viajes, viáticos y recompensas y está recibiendo subsidios
gubernamentales y altos salarios para sus funcionarios, quién se lleva
el botín? Parece que el Estado y sus gobiernos aprendieron rápido a
mediatizar y controlar a la llamada oposición política.
10. En conclusión: el problema central del oportunismo de los partidos
no es de errores, desviaciones o de corrupción de las personas y, por
el contrario, tampoco es que sea necesario que se integren con
individuos que hayan tenido la suerte de nacer sin mancha y estén
vacunados contra la corrupción. El problema a preguntar: ¿Tienen los de
abajo, los militantes de base, la suficiente conciencia para
organizarse y exigir a los de arriba? ¿No resultará acaso que los de
arriba tienen mejores armas económicas, de represión y control, para
someter a los de abajo? ¿Serán los partidos pequeños Estados cuyas
jerarquías cuentan con los suficientes medios para dominar? Lo anterior
me lleva a pensar de que estos problemas de los partidos y la lucha
social no es un asunto sencillo que pueda resolverse en una declaración
de buenos deseos con buenas intenciones; es un problema de mucha
reflexión crítica. (24/XI/12)
Consultar Blog: http://pedroecheverriav.wordpress.com
pedroe@cablered.net.mx

Uno se cae y el otro no despega

20 de Noviembre de 2012. Me escribe un lector diciendo que los resultados de la encuesta de JBS, dados a conocer la semana pasada, que confieren a Norman Quijano una ventaja de 10 puntos porcentuales sobre Salvador Sánchez Cerén, desautoriza mi afirmación en el sentido de que ARENA presenta una delicada situación de crisis interna y una candidatura presidencial en proceso de debilitamiento.

Según mis cuentas, basadas en el examen de las tendencias, el dato que supone una ventaja para Quijano es consistente. Sin embargo, se debe tomar en cuenta que Quijano partió con una ventaja de hasta 27 puntos, lo cual indica que en solo un par de meses ha descendido 17 unidades en las preferencias.

Del mismo modo, el estudio en cuestión revela que las opiniones negativas a propósito de Sánchez Cerén alcanzan un ominoso 59%, y advierte que es muy difícil que un candidato con tantas opiniones en contra pueda levantar sus números. Pero el caso es que el nivel de opinión negativa a propósito de Quijano también es preocupante, ya que ha subido de un promedio de 20 y tantos a un 41%. La conclusión es clara: Sánchez Cerén no despega y Norman Quijano ha comenzado a decrecer.

Esas tendencias se confirman de modo general, además, en los datos ofrecidos ayer mismo por otra casa encuestadora, Consulta Mitofski. Según esta última, en cuanto a intención de voto y como marca, ARENA aventaja al FMLN en ocho puntos (38-30); en tanto que, de candidato a candidato, Quijano supera a Sánchez Cerén en solo 13 unidades. Por otra parte, en la versión de Mitofski y en lo relativo a la imagen, Quijano cae siete puntos, al pasar de 11% a 20% en opiniones negativas.

En todo caso, aunque Quijano conserva la ventaja sobre Sánchez Cerén, la brecha entre ambos ha comenzado a reducirse, como ya señalamos, no porque este suba sino porque aquel baja. Y es en este punto donde cobra relevancia la situación de ARENA. Los últimos acontecimientos al respecto indican que, lejos de resolverse, la crisis interna de ese partido tiende más bien a profundizarse.

A la escisión de cuatro miembros de la fracción legislativa arenera (mismos que también fungían como directores departamentales en la estructura partidaria, y que se han declarado víctimas de una presunta vendetta por parte de Norman Quijano por no haber apoyado su candidatura sino la de Pancho Laínez), se suma ahora el cuestionamiento abierto y directo a la máxima jefatura del partido por parte de importantes dirigentes históricos del mismo.

Primero fue Mario Acosta Oertel quien afirmó en una entrevista radial que en ARENA se ha perdido la mística y que su actual dirigencia no es la más adecuada para este momento. Luego, Armando Calderón Sol dijo a El Faro, el viernes pasado, que el COENA no ha manejado bien la crisis de su bancada legislativa, y asimismo pidió que Alfredo Cristiani cediera la jefatura del partido a Norman Quijano. En una encuesta, pero reveladora respuesta, Alfredo Cristiani declaró al día siguiente a La Página: “Me iré cuando yo quiera”.

Una cosa parece bastante clara en este contexto: si ARENA no es capaz de resolver sus problemas internos a corto plazo, es perfectamente previsible que la candidatura de Norman Quijano seguirá debilitándose cada vez más.

Pero hay otro dato muy significativo en la medición realizada por Consulta Mitofski: justo cuando ARENA, Norman Quijano y las gremiales empresariales agrupadas en ANEP escalaron sus ataques políticos contra el presidente Mauricio Funes, con la consecuente y no menos enérgica respuesta de este último, la población aumenta su respaldo al presidente llegando a un 74% de aprobación.

Fraccionamientos

13 de Noviembre de 2012. ARENA había experimentado en toda su historia solo dos amagos divisivos, protagonizados por Hugo Barrera, en 1985, y por Gloria Salguero Gross, en 2001.

En ninguno de esos episodios se dio un fraccionamiento real. Luego de sus fallidos intentos de fundar nuevas alternativas, esos dos dirigentes terminaron por regresar al redil partidario. Se decía entonces con razón que la derecha había alcanzado un nivel de madurez política que le permitía administrar sin mayores estropicios sus diferencias internas.

Ese juicio adquiría mayor validez por simple contraste, en la medida en que la historia de la izquierda, al menos desde 1970, ha sido un permanente ejercicio de divisiones y subdivisiones. Del Partido Comunista se desprendió las FPL y parte del ERP. Del ERP se desprendieron luego la RN y el PRTC. De las FPL surgieron: el MOR y el Frente Clara Elizabeth Ramírez, y de nuevo del Partido Comunista se escindió la Tendencia Revolucionaria.

La constante de ese proceso de atomización en la izquierda ha sido el encono, y con frecuencia se pasó de la virulencia verbal y las difamaciones a los asesinatos. Como se sabe, los casos de Roque Dalton y de la comandante Mélida Anaya Montes fueron los más emblemáticos, pero no los únicos.

A principios de los años ochenta Fidel Castro auspició la integración de los cinco grupos guerrilleros salvadoreños. “Si pelean separados serán derrotados juntos”, les advirtió. Las guerrillas entonces postergaron sus diferencias ideológicas y se juntaron en torno de intereses políticos comunes. Fue por eso que el FMLN nació como un frente plural y no como una unidad partidaria.

Cuando el FMLN se constituyó en partido, pasada la guerra, reaparecieron las antiguas diferencias ideológicas bajo los signos de radicales y moderados u ortodoxos y renovadores. Esa enconada pugna se atenúa a veces, coyunturalmente, pero no cesa. El control que hoy ejercen los comunistas, desde la cúpula de ese partido, deriva de la chequera, no de la convicción, y está en dependencia de los cada vez más inciertos resultados electorales.

Del otro lado, el primer fraccionamiento real de ARENA se dio luego de su derrota en las elecciones presidenciales de 2009, con la expulsión del expresidente Tony Saca, la división de su bancada legislativa y la fundación de un nuevo partido, GANA, que en 2012 obtuvo más de 200,000 votos y 11 curules en el parlamento. Aquella derecha que hasta ese momento había administrado bien sus diferencias internas, involucionó entonces hasta asumir la intolerancia enconada y difamadora, que parecía exclusiva de la izquierda, que no admite las diferencias de criterio y considera traición toda disidencia.

En suma, lo que se quebró en la izquierda es el pacto entre radicales y moderados, y lo que hoy se ha roto en la derecha es la alianza entre tradicionalistas y reformistas. Se trata de lo mismo. En ambos casos se intenta clausurar la natural pluralidad en función de uniformidad artificial. En ambos casos se impone la virulencia excluyente que se traduce en paranoia, y que conduce a percibir más peligro en el amigo que piensa de modo distinto que en el enemigo frontal.

En este punto el FMLN y ARENA han terminado por igualarse. La explicación de fondo de este último fenómeno reside en el agotamiento de los proyectos estratégicos: la agenda de país ha sido sustituida por el juego de intereses de dos cúpulas, más bien empresariales, empeñadas exclusivamente en el control de sus respectivos aparatos partidarios. En esas condiciones es previsible que, para esos dos partidos y en términos matemáticos y políticos, más allá de los golpes de efecto basados en el acarreo, no hay otro horizonte que la resta y la división, el debilitamiento.