Las tres familias de El Salvador que pisan duro en Colombia con Avianca, Dollarcity y ahora el Éxito. Las dos Orillas. Octubre de 2023

La familia Gilinski lo quería, pero su oferta fue rechazada y el Grupo Calleja de El Salvador sí logró firmar un acuerdo con los franceses del Grupo Casino que están en un proceso de reorganización de sus activos e inversiones en todo el mundo.

Mediante el acuerdo suscrito, el Grupo Calleja lanzará una Oferta Pública de Adquisición de Acciones (OPA) en Colombia y Estados Unidos para comprar el 34,05 % de y el 13,31 % de participación accionaria del Grupo Pão de Açucar, GPA, subsidiario brasileño de Grupo Casino, en el Éxito.

También le puede interesar: La familia Calleja del Salvador se queda con el Éxito por el que pagará USD 556 millones a Casino

Adquirir al menos el 51 % de las acciones (ADR y BDR) del Éxito fue la condición que puso el Grupo Calleja para llevar a feliz término esta operación que fortalece aún más a una poderosa familia de El Salvador en el continente.

Los Calleja mandan a partir de su negocio Súper Selectos que tiene cien locales, 12 mil empleados y un surtido de 40 mil productos en todo el país. Su aventura arrancó en 1950 cuando Daniel Calleja, un inmigrante español afincado en el país, abrió una tienda a la que le puso el nombre de Sumesa.

A su hijo, Francisco, el empresario Daniel Calleja, lo fue iniciando en el negocio para abrir otras tiendas. En 1969 ya tenían el músculo financiero para comprar tres cadenas de supermercados: El Sol, Todo por menos, Multimart y la Tapachulteca. Posteriormente, fusionaron las empresas para crear una sola marca: Los Súper Selectos.

Los problemas sociales de El Salvador llevaron a la familia a exiliarse en Estados Unidos. En 2000, Carlos Calleja Hacker, quien lideraba la tercera generación de la familia, se hizo cargo del negocio alargando aún más sus tentáculos y modernizando la compañía. Súper Selectos, antes que ninguna otra marca en Centroamérica, empezó a vender productos a través de internet.

¿Cómo es la relación de los Calleja con Nayib Bukele?

Con una popularidad que supera el 70 % y una economía en expansión, Nayib Bukele es el suceso político latinoamericano de la última década. Sin embargo, los Calleja han tenido una relación tirante con el actual mandatario.

El último presidente de la compañía, Carlos Calleja, de 45 años, aspiró a la Presidencia de El Salvador en 2019 bajo el tradicional Partido Alianza República Nacionalista (Arena) que gobernó ese país entre los años 1989 y 2009.

Calleja perdió las elecciones precisamente contra Bukele, aunque tenía experiencia y formación suficiente. Es Licenciado en artes liberales en el Middlebury College de Vermont, tiene una Maestría en Administración de Empresas en la Stern School of Business de la Universidad de Nueva York. Desde 2013, su nombre sonaba en la baraja de posibles presidenciales, pero el fenómeno Bukele lo embistió.

Los dueños de Avianca, otros poderosos de El Salvador

Hasta mediados de la década pasada, muchos colombianos sabían quién era el dueño de Avianca, pues el carismático, populista, Germán Efromovich sorprendía por su liderazgo y capacidad de trabajo. Incluso, a veces se aparecía frente a sus clientes en el counter de alguno de los principales aeropuertos del país y él mismo tomaba los datos de los pasajeros.

En 2019, poco antes de la pandemia, lo perdió todo. Un préstamo de 456 millones de dólares que no pudo pagarle a United Airlines, cuya única garantía eran sus acciones, fue lo que ocasionó su derrumbe financiero. La misma aerolínea fue la que decidió poner la compañía más emblemática de Colombia, creada en 1919, en manos Kingsland Holding, encabezado por el salvadoreño Roberto Kriete

A sus 70 años, Kriete posee una fortuna de 6.000 millones de dólares. Su fuerte han sido las aerolíneas. Él es el creador de la poderosa Taca que su padre, Ricardo, compró en 1961. Roberto Kriete es licenciado de Economía en la Universidad de Santa Clara en California en 1976 y obtuvo un MBA en 1980 en el Boston College.

Regresó a El Salvador y durante 26 años fue CEO de Taca hasta que se realizó su fusión con Avianca en 2009. Justo un año después, luego del colapso de Efromovich, se convirtió en el dueño total de la compañía.

Tal como le ocurrió a la familia Calleja, Roberto Kriete también ha tenido una tensa relación con Bukele. En mayo de 2020, en plena pandemia, el joven Presidente le hizo una advertencia a quienes él catalogó como mil millonarios que tendrían tres opciones: enfrentarle abiertamente, resistirle con discreción, someterse a regañadientes o aliarse con él. Kriete es uno de los que se ha sentado, con recelo, en la misma mesa a escucharlo. La confrontación ha sido constante.

Los Baldocchi también dueños de Dollarcity

Desde 2016, se empezaron a ver sus llamativas fachadas verdes en diferentes ciudades de Colombia. Lo que más atraía no eran sus glamurosas tiendas, sino sus precios, su oferta. En el país, pocos sabían era la idea del emprendedor salvadoreño Marco Andrés Baldocchi Kriete, sobrino del poderoso Roberto, que la tenía clara: ninguno de los objetos que vendían en sus tiendas podían costar 10 mil pesos. Con esos precios, difícilmente tendrían competencia.

La idea fue un éxito que no necesitó mucho tiempo para concretarse. Todo arrancó en 2010. Un año después, ya poseían 45 tiendas en todo El Salvador y luego se expandieron a Guatemala. La fusión que hicieron en Panamá con el canadiense Neil Rossy, dueño de Dollorama, una de las tiendas más populares del Canadá, potenciaron aún más la firma. La idea claro que les funcionó. Al 31 de diciembre de 2022, Dollarcity había abierto, en todo ese año, 90 tiendas más en el país. Eso quiere decir que cuenta con 440 establecimientos repartidos así: 261 en Colombia, 89 en Guatemala, 66 en El Salvador y 24 en Perú.

¿Qué ocurriría si Irán interviniera activamente en la guerra entre Israel y Hamás? Ilaria Federico. Octubre de 2023

Las autoridades iraníes han amenazado con “intervenir en el conflicto” si Israel lanza una operación terrestre en la Franja de Gaza y han amenazado con una “acción preventiva”. Euronews habló con expertos sobre lo que podría ser esta “intervención” y sus consecuencias.

El ministro iraní de Asuntos Exteriores , Hossein Amir-Abdollahian, declaró que cada vez es menos probable un arreglo político de la situación en la Franja de Gaza, y Teherán admite la posibilidad de una “acción preventiva” contra Israel.

Al mismo tiempo, el ministro aclaró que la república islámica no tiene intención de entrar en un conflicto militar con Tel Aviv si Israel no ataca territorio iraní.

No podemos descartar que Irán decida intervenir directamente, comentó en declaraciones desde Teherán Jake Sullivan, asistente del Presidente de Estados Unidos para la Seguridad Nacional.

El propio Israel reaccionó con dureza a las advertencias iraníes.

“Irán y Hezbolá, no nos pongáis a prueba en el norte. El precio que tendréis que pagar será mucho más alto. Os digo en hebreo lo que el presidente de Estados Unidos dijo en inglés: no lo hag_áis“,_ declaró el primer ministro israelí , Benjamín Netanyahu.

The Wall Street Journal citó anteriormente a “altos cargos de Hamás y Hezbolá” que afirmaban que Irán había ayudado a los militantes a planear un ataque contra Israel, pero el líder supremo de la república islámica, el ayatolá Ali Jamenei, rechazó la especulación.

“Maestro de la guerra por delegación”.

Los expertos recuerdan que Teherán mantiene desde hace tiempo estrechos vínculos con Hamás.

En el caso del atentado del 7 de octubre contra Israel, hay indicios de que hubo ayuda exterior, afirma Sarah Bazubandi, investigadora del Instituto Alemán de Estudios Globales y Regionales.

“Irán es uno de los patrocinadores de Hamás desde hace mucho tiempo. Es uno de los principales ayudantes del grupo en términos de organización de entrenamiento y logística, contrabando de armas. En cuanto al ataque contra Israel, hay puntos que plantean la cuestión de si Irán estuvo directamente implicado en su preparación. Un ejemplo: la infiltración de militantes en territorio israelí. No se puede aprender a pilotar parapentes en los túneles de Gaza o en una zona vigilada por el ejército israelí. Practicaron y desarrollaron estas habilidades en otro lugar, señala el experto.

Según Bazubandi, Irán no participará directamente en los combates. Es probable que Teherán recurra a las organizaciones no estatales a las que apoya.

“Irán es un maestro en crear y dirigir guerras por poderes. Invierten financiera, militar y tecnológicamente en el desarrollo del llamado “eje de resistencia” en la región. La razón de invertir en su creación y expansión es que Irán lleva intentando evitar la confrontación directa con nadie desde el final de la guerra entre Irán e Irak. En_sus declaraciones, el ministro de Asuntos Exteriores iraní menciona precisamente la ‘reacción_ del eje de resistencia'”, señala el experto.

Irán no sólo apoya a Hamás, sino también a otros grupos de ideología antiisraelí, desde el movimiento chií Hezbolá en Líbano hasta la Yihad Islámica suní en la Franja de Gaza y Siria.

Como declaró un portavoz libanés de Hamás al Financial Times en una entrevista reciente, los objetivos del “eje de la resistencia” son destruir Israel y contrarrestar la influencia estadounidense en Oriente Próximo.

El principal riesgo es que Irán pueda empujar a sus aliados en Líbano, en particular Hezbolá, a abrir un nuevo frente contra Israel en el norte“, señala Ali Vaez, director del programa sobre Irán del International Crisis Group.

Los combatientes de Hezbolá están mejor armados y entrenados que los de Hamás, según Barbara Slavin, responsable del programa sobre Oriente Próximo del Centro Stimson de Washington.

Disponen de un arsenal de 150.000 cohetes que pueden utilizar contra las principales ciudades israelíes”, afirma Barbara Slavin, responsable del programa sobre Oriente Próximo del Centro Stimson de Washington_._”Creo que esto es un indicador alarmante de que si Israel lanza una operación terrestre en Gaza, Hezbolá se verá obligado a responder de alguna manera, quizá abriendo un segundo frente en el norte de Israel“, afirma Slavin.

Los expertos señalan que el principal objetivo de la política de defensa de Teherán es impedir un ataque directo contra territorio iraní.

Después de que militantes de Hamás invadieran Israel, los aliados de Tel Aviv, Estados Unidos y Gran Bretaña, enviaron buques de guerra y aviones a la región como medida disuasoria.

Teherán no enviará a sus militares a la zona de guerra para ayudar a Hamás”, está convencida Barbara Slavin.

Según Ali Vaez, si Irán se involucra directamente en el conflicto, existe el riesgo de que países como Irak, Siria y Líbano también se vean implicados.

Las consecuencias podrían ser catastróficas no sólo para la región, sino para el mundo entero“, afirma Ali Vaez.

¿Está Oriente Medio al borde de una nueva gran guerra?

“Creo que en realidad podemos estar al borde de una gran guerra en Oriente Próximo. ¿Quién está dispuesto a una escalada tras la operación terrestre israelí en Gaza? Podrían ser Irán, Hezbolá, los houthis yemeníes. Estamos en una etapa muy peligrosa de la historia moderna de la región de Oriente Próximo”, afirma Sara Bazubandi.

La experta recuerda que el propio Irán tiene potencial para un ataque directo contra Israel. Los misiles de largo alcance fabricados por Teherán, como dijo el ejército iraní hace un año, “podrían arrasar Tel Aviv”. La república islámica está desarrollando activamente tecnología de misiles y sistemas no tripulados.

Basubandi afirmó que nadie desea otra gran crisis en la región, pero la situación no es sencilla y podría cambiar en cualquier momento.

“Los iraníes, a pesar de su encendida retórica, probablemente no quieren un conflicto regional. Es_un equilibrio muy difícil para todos entre actuar lo suficiente para no perder la cara, pero al mismo tiempo no cruzar las fronteras ni perder_ la cabeza”, afirma Ali Vaez.

Además, un nuevo conflicto de gran envergadura, señala Vaez, podría hacer que Teherán perdiera su programa nuclear.

“Si entramos en una guerra a gran escala, Estados Unidos e Israel probablemente lo verán como una oportunidad para destruir el programa nuclear iraní, que está más cerca que nunca de desarrollar armas nucleares. Esto tendrá un coste enorme, capacidades militares y posiblemente enormes bajas humanas“, advierte el experto.

Según Barbara Slavin, los diplomáticos se centran ahora en reducir la probabilidad de que el conflicto se agrave.

Ésta es ya la guerra más sangrienta entre Israel y sus adversarios en décadas”, afirma Slavin. – Pero__Israel no puede “bombardear su camino hacia la paz”. En algún momento habrá que hacer un esfuerzo serio para intentar resolver los problemas de los palestinos”.

En esto, dice el experto, los socios y amigos árabes de Israel pueden desempeñar un papel._.

“Una resolución práctica y justa de este conflicto redunda en interés de toda la humanidad. Pero es muy, muy difícil lograrlo”, subraya Slavin.

La guerra entre Israel y Hamás es el tema principal de la reunión extraordinaria de ministros de Asuntos Exteriores de los países de la Organización de Cooperación Islámica, que se celebra en Yeda (Arabia Saudí) el 18 de octubre.

China se encuentra ante el momento perfecto si quiere atacar Taiwán. Javier Taeño. Octubre de 2023

Hace solo tres años, allá por 2020, el mundo entero vivía una pandemia en la que el mensaje que se transmitió a nivel global es que saldríamos todos más fuertes y más unidos. Pero el tiempo suele poner las cosas en su sitio y el panorama hoy en día es muy diferente, con dos grandes guerras y otra en ciernes, entre China y Taiwán.

Poco queda de todos esos mensajes positivos sobre el futuro. Si en 2022 fue el año en el queUcrania y Rusia entraron en guerra, el 2023, de momento, viene marcado por otro gran conflicto: el que se vive entre Israel y Hamás en Gaza.

Taiwán vive con la amenaza permanente de China. (Getty Creative)
Taiwán vive con la amenaza permanente de China. (Getty Creative)

Dos grandes enfrentamientos bélicos que van mucho más allá de las fronteras de estos territorios. Mientras que Estados Unidos y la Unión Europea han asistido con armas y dinero a Ucrania, Rusia también acumula aliados. Misma situación en Oriente Medio, con Israel recibiendo apoyo de las principales potencias occidentales y los gazatíes con el respaldo de Irán. Guerras globales que van mucho más allá de los territorios en los que se está luchando.

Y sobre todo, la sensación creciente de que estas pueden no ser las últimas a corto plazo. Permanece muy latente el conflicto entre China y Taiwán y en cualquier momento puede haber movimientos. ¿Es posible que se produzca un nuevo conflicto armado antes de que acabe el 2023? Pese a la cercanía de ese 31 de diciembre, lo es.

Las noticias más recientes hablan de varios cazas y buques de guerra chinos en las inmediaciones de Taiwán. Todo un mensaje en el que Pekín muestra que está muy presente y que es una amenaza constante para la isla. Además, en esta ocasión el momento puede ser el perfecto para los intereses de China.

Más de siete décadas de separación

Para conocer los antecedentes del conflicto, hay que viajar al pasado. Tras estar bajo control chino durante varios siglos, la guerra civil en el gigante asiático entre las fuerzas nacionalistas del gobierno de Chiang Kai-shek y las comunistas de Mao Zedong cambió el curso del archipiélago.

Los comunistas vencieron en 1949 y los derrotados se refugiaron en Taiwán, proclamando la República de China en ese territorio y defendiendo ser el gobierno legítimo. A lo largo de los años, se fue dando un proceso de democratización en la isla. Aunque en un primer momento, muchas naciones occidentales reconocieron esa República China en el exilio, lo cierto es que en 1971 Naciones Unidas cambió su reconocimiento diplomático a Pekín.

Primera vez que una delegación china participa en una Asamblea de la ONU en 1971. (Photo by Sam SCHULMAN / AFP) (Photo by SAM SCHULMAN/AFP via Getty Images)
Primera vez que una delegación china participa en una Asamblea de la ONU en 1971. (Photo by Sam SCHULMAN / AFP) (Photo by SAM SCHULMAN/AFP via Getty Images)

Hoy en día, apenas 15 naciones reconocen a Taiwán, mientras que para la gran mayoría reina una gran equidistancia, donde Taiwán se mantiene como una especie de Estado independiente, pero con un estatus legal poco claro.

China aboga por la reunificación bajo el sistema de un país, dos sistemas bajo el cual Taiwán podría ejercer una autonomía significativa, pero las autoridades taiwanesas apuestan por la independencia. Un escenario que abre la puerta a una posible anexión por parte de Pekín.

Y precisamente este riesgo está muy presente ahora mismo. ¿Por qué? Porque el momento es ideal para China. A nivel global, con las guerras de Ucrania y de Gaza, no habría tanto foco sobre este conflicto en concreto y la atención se repartiría entre los tres.

También se pondría a Estados Unidos y a la Unión Europea en un dilema complicado sobre a quién destinar los recursos y la asistencia: ¿Ucrania? ¿Israel? ¿Taiwán? Teniendo en cuenta que Ucrania está a las puertas de Europa y que Israel es un aliado fundamental, parece claro que Taiwán quedaría en un segundo plano.

Hay otro factor importante y no es otro que la debilidad actual estadounidense. Con Biden al mando, el país transmite una imagen de poca fortaleza en el contexto internacional. En este sentido, de un hipotético gobierno de Trump en 2024 se esperaría una respuesta más contundente que pudiera servir de freno a Pekín.

Y aunque Estados Unidos ya ha asegurado en varias ocasiones que apoyaría a Taiwán con armamento, lo cierto es que no es probable una implicación excesiva. De hecho, hay un gran desnivel entre ambos ejércitos. Mientras que China supera los 2 millones de fuerzas activas, la isla solo tiene 169.000, por lo que no ofrecería una gran resistencia.

Aunque el momento pueda ser idóneo, eso no significa que una posible invasión de China vaya a ser inminente. El país ha destacado siempre por su pragmatismo y empezar una guerra es algo que se debe pensar muy bien. El ejemplo claro es el de Rusia, que contaba con un rápido triunfo y más de un año y medio después sigue en Ucrania, en medio de un conflicto que se ha estancado. China y Taiwán pueden ser los protagonistas del próximo.

The End of the American Era. Joshua Shifrinson. PA. October 2023

In “The Myth of Multipolarity” (May/June 2023), Stephen Brooks and William Wohlforth challenge the idea that the United States is in free fall down the great-power ranks. Washington, they say, “remains at the top of the global power hierarchy—safely above China and far, far above every other country.” In their view, the world “is neither bipolar nor multipolar, and it is not about to become either.”

The authors are correct that the United States is still the most powerful country in the world. But their basic argument—that the current distribution of power is unipolar—is off. In fact, a closer look at the authors’ preferred indicators of power and their underlying assumptions suggests just the opposite. Unipolarity is an artifact of the past.

Stay informed.

In-depth analysis delivered weekly.

Brooks and Wohlforth base their argument on three fundamental claims. One is that the crude distribution of power—or a country’s overall economic and military capabilities—shows that the United States and China are the only two plausible great powers today. The second is that the United States’ technological advantages, combined with the high barriers China must surmount to catch up, mean that China is not a peer competitor. The authors’ final claim is that the international system lacks meaningful balancing against the United States, as other states have neither created formal alliances nor armed themselves in ways that constrain U.S. freedom of action. In bipolar and multipolar systems, they contend, the poles engage in pervasive balancing against each other, so the current dearth of balancing suggests that unipolarity endures.

But each of these points is suspect. For one thing, requiring that other powers have rough parity with the leading state is a strange way to define or count poles. Throughout history, great powers have never been thought of as quantitative peers. Rather, they are states with sufficient economic and military resources, diplomatic reach, and political acumen to influence other leading countries’ calculations in peace and make a good showing against them in war. This broader definition is why the Austro-Hungarian Empire, imperial Japan, and the Soviet Union have all been judged as “poles” of their respective international systems. Even though each of these states was far weaker than the strongest state of the time, they were still capable enough to factor mightily into questions of war and peace.

Ultimately, there is a threshold—sometimes significantly lower than one might expect based on crude measures—reflecting how states compare across the board in their economic, military, technological, and diplomatic attributes, and above which states qualify as poles. Polarity, after all, captures those state attributes that allow some of them to influence the course of world politics on core matters. And although overall economic and military output matter, they take analysts only so far in judging power. Today, a diverse economy, a favorable geographic position, and the possession of nuclear weapons are especially important factors in such assessments. India, for example, with its large economy, favorable geography, and strong nuclear arsenal, gets a boost relative to crude power measures. So does Japan, which has almost all the same advantages as India, albeit with a latent nuclear capability. China, meanwhile, merits a similar—and perhaps even greater—boost, with its less favorable geography offset by its impressive conventional military and growing nuclear arsenal.

Nor is China’s relative technological backwardness nearly as much of an impediment to its great-power status as Brooks and Wohlforth allege. Putting aside questions about how difficult it is for countries to develop cutting-edge technology, countries do not need to be technological leaders to qualify as leading powers. Austria-Hungary and Russia, for instance, were backward by the standard of 1914, yet they were central to European multipolarity. The United Kingdom failed to leverage the second Industrial Revolution in the late nineteenth and early twentieth centuries to the extent that Germany did, but it was still a pole in the same era. The Soviet Union was never close to net technological parity with the United States, but it was considered a peer competitor throughout the Cold War.

Judging power is a fraught game.

Instead, what a country needs is to produce a sufficient quantity of “good enough” technological material to influence major international decisions. On this score, it is notable how far China has come in a short period. The country had almost no domestic computer industry in the late 1980s, but today China is a major producer of the computer chips that run much of the global economy. The same is true in other fields. It is thus unsurprising that U.S. policymakers are increasingly worried about China’s technological prowess: given that China is producing a lot of good (if not great) material, it is not clear that the United States’ technological lead would be decisive if the two states went to war.

In fact, the United States appears to have its hands full with China as is. Brooks and Wohlforth are right that any one country can be balanced by the United States more readily than the reverse. Yet it is the existence of balancing, rather than its intensity, that tells us about the distribution of power. This distinction is important because Washington’s own behavior indicates that the United States faces growing geopolitical constraints and counterbalancing pressures, all of which imply that the system is not unipolar. Despite a defense budget approaching $1 trillion, policymakers and experts routinely argue that China’s growing economic and military footprint means that the United States can no longer simultaneously meet its commitments in Asia, Europe, and the Middle East. The result has been many fraught conversations over where and how Washington should spend its finite resources. Meanwhile, the United States is redoubling its efforts to enlist India, Japan, and other Asian countries against China. Such efforts would not take place if the world were still dominated by Washington—and by Washington alone.

Judging power is a fraught game. Yet Brooks and Wohlforth’s claims are exceedingly difficult to square with both U.S. policy today and a more comprehensive view of what constitutes a great power. Analysts can debate whether the world is bipolar or multipolar. But unipolarity is no more.

JOSHUA SHIFRINSON is an Associate Professor at the University of Maryland’s School of Public Policy and a Nonresident Senior Fellow at the Cato Institute.

Hamas Has Fractured the Arab World. America Must Help Prevent a Wider Conflict-in the West bank and beyond. Ghait al-Omari.October 2023

In the days since Hamas launched its ferocious October 7 terrorist attack on Israel and Israel began its massive response in the Gaza Strip, Arab governments have been caught in a difficult bind. Several Arab countries had entered, or were in the process of making, historic normalization agreements with Israel, and Israel’s immediate neighbors and long-standing peace partners, Jordan and Egypt, have enjoyed mutually beneficial diplomatic and security relations that contributed to regional security. At the same time support for the Palestinian cause runs high among Arab populations, and amid a war that seems likely to cause massive destruction in Gaza, Arab leaders must walk a careful line to avoid triggering a domestic and diplomatic backlash. Meanwhile, the floundering Palestinian Authority, long in power in the West Bank, faces escalating challenges of its own. And with a months-long security breakdown, the PA now faces the real possibility that the West Bank could be drawn into Hamas’s war with Israel, as the fighting gets bloodier in Gaza. 

As this explosive situation unfolds, sharp divisions have begun to emerge in the Arab world. Bahrain and the United Arab Emirates, which have entered the Abraham Accords with Israel, have issued statements clearly condemning Hamas. In turn, Qatar, Hamas’s main Arab backer, has lashed out at Israel and adopted language very similar to Hamas’s. Jordan and Egypt, meanwhile, with the most at stake on the ground, have remained cautious, navigating between their own national security concerns and restive domestic audiences. And then there is Saudi Arabia, a U.S. ally and perhaps the most consequential regional player today. Saudi Arabia was making progress on historic, U.S.-brokered talks with Israel at the time of the attack, yet it also seeks to maintain or perhaps even bolster its leadership role in the Arab world and support for the Palestinians.

Confronted with this highly complex regional landscape, the United States must try to balance potentially conflicting objectives, including backing Israel in its response to Hamas’s unprecedented attack, preventing a wider war, stabilizing the West Bank, and managing its relations with its Arab partners. The Biden administration is already deeply engaged in such efforts. U.S. President Joe Biden has called the Israeli prime minister, European allies, and Arab leaders. Secretary of State Antony Blinken has visited Israel and the region. Throughout these efforts, the United States has been clear in its steadfast support for Israel politically, militarily and diplomatically while repeatedly urging Israel to respect the laws of war. The war is in its early stages. The competing pressures around the region will get worse as the conflict in Gaza intensifies and Palestinian casualties rapidly mount. 

Stay informed.

In-depth analysis delivered weekly.

WHAT WILL THE NEIGHBORS THINK?

Like the rest of the world, Arab governments were caught off guard by the unprecedented scale and brutality of Hamas’s attack. They shared Israel’s assumption that Hamas was not currently interested in a major escalation but was instead busy with the demands of governing Gaza and deterred by Israel’s carrots and sticks. Before October 7, it seemed that Hamas’s strategy focused on destabilizing the West Bank while maintaining a measure of calm in Gaza.

Consider Israel’s close neighbors, Egypt and Jordan, both of whom reacted cautiously in the immediate aftermath of the attack. Egyptian officials refrained from condemning Hamas, called for de-escalation, and criticized Israeli policies toward the Palestinians. Jordan reacted similarly, expressing support for the Palestinian cause. Indeed, both Jordan and Egypt have populations that are highly supportive of the Palestinians and have immediate national security concerns to think about. And both governments are challenged domestically by Islamist opposition groups that are sympathetic to Hamas.

In fact, Israel’s offensive against Gaza has already provoked unrest in both countries: an Egyptian policeman murdered two Israeli tourists and their Egyptian tour guide in Alexandria on October 8, a day after Hamas conducted its attack, and thousands of Jordanians demonstrated in Amman against Israel. As a result, both countries are on heightened alert. Egypt has explicitly stated that it will not allow large refugee flows from Gaza into its territory. And Jordan banned demonstrations near its border with Israel.

The situation among the Arab Gulf states is similarly complex. Qatar, which backs Hamas and funds Gaza, has held Israel “solely responsible” for the escalation, mirroring Hamas’s rhetoric. Moreover, Al Jazeera’s Arabic language channel, a news station funded by Qatar that reaches tens of millions of people across the Arab world, has effectively served as a mouthpiece for Hamas.

Jordan banned demonstrations near its border with Israel.

By contrast, Bahrain and the United Arab Emirates condemned Hamas, with the Emirati government calling the group’s actions a “serious and grave escalation” and declaring that it was “appalled” by the attacks on civilians. These statements come at a time when diplomatic relations between Israel and the two countries are delicate. Since joining the Abraham Accords both Bahrain and the UAE have taken significant steps to enhance economic and security ties with Israel. But diplomatic and political ties had come under pressure in recent months as a result of inflammatory comments and provocative actions by Israel’s far-right government concerning Palestinians in the West Bank and particularly Jerusalem. 

Policymakers are watching Saudi Arabia especially closely. At the time of the Hamas attack, the Biden administration appeared to be making headway toward brokering a historic agreement between Saudi Arabia and Israel to normalize relations. In addition to anchoring Saudi Arabia firmly in a U.S. security umbrella at a time when Washington has been perceived as pivoting away from the Middle East, these negotiations also aimed at securing significant Israeli commitments regarding the Palestinian issue. But Saudi Arabia plays a leading role in the Islamic world as guardian of Islam’s holiest sites, and the Palestinian cause remains popular among Saudis. Moreover, talk of normalization with Israel has exposed the kingdom to accusations that it was abandoning the Palestinian issue. With the outbreak of war between Hamas and Israel, these talks have come to a halt. The Saudi government cannot appear to be cultivating ties with Israel at a time when the country is in an active conflict with the Palestinians. Indeed, it is likely that the Hamas attack was, at least in part, aimed at disrupting Israeli-Saudi rapprochement.

Following the attack, Riyadh issued a careful statement in support of Palestinians that neither approved of nor condemned Hamas’s actions. At the same time, Saudi Arabia has remained in close contact with the United States and key Arab countries. The Saudi crown prince even had a phone call with the president of Iran, the kingdom’s longtime rival and Hamas’s chief backer. Clearly, the Saudi government is trying toachieve two different objectives. On the one hand, Riyadh is seeking to maintain and bolster its leading role in regional diplomacy. Although traditionally cautious, the country has taken a far more proactive approach to foreign relations under Crown Prince Mohammed bin Salman, known as MBS, its de facto leader. On the other hand, Saudi Arabia remains committed to its longtime goal of establishing a Palestinian state, even though it is aware that this is not possible in the short term. Saudi Arabia likely feels the need to burnish its pro-Palestinian credentials.

In the short term, for the duration of the fighting in Gaza and its immediate aftermath, a deal with Israel is out of the question. In the long term, however, it is unclear how a conflict between Hamas and Israel will change the basic interests that drove Saudi Arabia to seek relations with Israel. Both countries share larger security concerns in the region, including containing Iran and limiting Islamic extremism. And both countries seek to benefit from stronger economic ties, especially as Saudi Arabia proceeds with its Vision 2030 plan to diversify its economy.

POWDER KEG

Arab governments’ calculations about the Hamas-Israel war are made even more complicated by the situation in the West Bank. In launching its new war, Hamas has been trying to trigger a security breakdown in the West Bank as well, where the population has been restive.

For years now, a political and security vacuum has been emerging in the West Bank—a trend that has accelerated since Israel formed the most hardline government in its history last year. Along with the newly hostile Israeli leadership, Palestinians have faced growing settler violence, and relentless expansion of settlements. But this deterioration is not only a result of Israeli policies. The Palestinian leadership is aging, unpopular, and sclerotic. Widespread corruption, poor governance, and increasingly authoritarian tendencies have led a majority of Palestinians to lose faith in their leaders and governing structures. Today, 80 percent of Palestinians consider the PA to be corrupt, and most want its 89-year-old president, Mahmoud Abbas, to step down. As a result, the PA finds itself unable to exert control on the ground.

As it becomes even more lethal, the war between Israel and Hamas could push the West Bank over the edge. If an incident or terror attack emanating from the West Bank causes Israel to respond with large-scale force—or if settlers themselves attack Palestinians, as happened in the village of Hawara in February 2023—it could provoke fighting across the West Bank. The area is already showing warning signs of impending violence. Palestinians have been demonstrating against Israeli attacks in Gaza daily, though for now the protests remain small.

A political and security vacuum has been emerging in the West Bank.

Given such chaos, and its own weakness, the PA has few good options. It thinks it has little room to maneuver and must try to balance its desire for stability with its need to cater to highly inflamed public opinion—which will only become more difficult as the war in Gaza gets bloodier. So far, the PA has reacted by publicly blaming Israel for the escalation with Hamas. After coming under international pressure, the PA has condemned violence against civilians without explicitly mentioning Hamas. But it has also tried to maintain calm in the West Bank by using its security forces to keep demonstrators away from checkpoints and other areas where confrontations with Israeli forces are most likely to occur. 

Yet riding the wave of anger against Israel comes with risks. In echoing Hamas’s messaging, the leadership in the West Bank will only inflame emotions, both among ordinary Palestinians but also within an already demoralized security establishment, whose members may refuse to show up for duty. Moreover, Abbas, who was already viewed negatively by many world leaders because of his poor governance of the West Bank and inflexible diplomatic approach, has further squandered what little international goodwill he had left by making antisemitic statements in September 2023. It is no coincidence that Biden has not yet called him, delegating that task to Blinken. 

An escalation in the West Bank would have enormous repercussions across the region. Not only would the human toll be high, but given the PA’s fragility, fighting could cause the organization’s collapse. Many groups would welcome such a fall, including Hamas and terror organizations in the West Bank, such as the Lions’ Den. If the PA collapsed, the political vacuum in the West Bank would likely lead Israel to once again directly rule the territory, spill over to Jordan, and upend the broader regional and international diplomatic approach to the Palestinian-Israeli conflict, which has long treated the PA as the Palestinians’ representative in the efforts to create an eventual two-state solution. Given all that is at stake, preventing the war from spreading to the West Bank should be among the highest priorities in Washington and among its close Arab allies.

CALLING IN FAVORS

For the United States, handling these highly complex regional dynamics will not be easy. Washington will need to balance the political needs of its various Arab allies while maintaining its support for Israel and taking what steps it can to contain the humanitarian costs of the war in Gaza. Arab governments cannot ignore their own domestic political pressures, but they share Washington’s interest in keeping the war from spreading. The Biden administration will need different things from different Arab countries. Egypt will be crucial in brokering an eventual end to the Gaza war. Jordan enjoys unparalleled leverage vis-à-vis the PA. These countries may not share Washington’s public posture, but they have both proven to be reliable partners in the past.

Relations with Riyadh will be more complicated. Biden and MBS have suffered from strained ties. Yet the U.S. efforts to broker an agreement between Israel and Saudi Arabia have created openings for the United States to explore ways in which Saudi Arabia can advance some of Washington’s positions. For example, Riyadh might use its religious standing to counter Hamas’s claims that its actions are religiously sanctioned.

As for other Gulf countries, the United States should publicly acknowledge the principled positions taken by the UAE and Bahrain. Conversely, Washington should explicitly call out Qatar for its support of Hamas. Once the fighting ends in Gaza, the United States should explore the role of Arab states in post-conflict reconstruction and, if Hamas is dislodged, in the management of Gaza. In addition, Washington should consider steps to stabilize the West Bank through urgent economic and security measures.  

Ultimately, however, events on the ground in Gaza in the coming days and weeks will shape what is diplomatically possible. The United States needs to remain focused on its goal, as articulated by U.S. leaders, of ensuring that Hamas will never again be able to mount the kind of terror attack it did on October 7.

Antología del rock en El Salvador. Raúl López Meléndez. 2010

A principios de los años 60’s surgieron en El Salvador algunos grupos rockeros, pese al poco apoyo que existia en los medios, hacia el artista nacional.

Estos grupos se inspiraban en la onda internacional de aquel entonces procedentes de USA y Gran Bretaña, para el caso tenemos:

Elvis Presley, Roy Orbison, Los Beach Boys, Los Venturas (Instrumental), Los Beatles, Cream, Doors, etc. etc. y quizas en algunos grupos latinos que destacaban en esos momentos, como: Los Teen Tops, Iracundos, Los Yakis, Los Brincos de España, etc.

En esta época surgieron en El Salvador, algunos grupos pioneros como:

Los Satelites del Twist, Los Supertwisters, Los Hollyboys, etc. y cantantes que empezaron a destacar : Ricardo Jiménez Castillo (Lord Darky-Supertwister), Oscar Olano(Hollyboys) Lo maximo en su genero, Mario Pablo Fernández (con su grupo Los Delfines) y Tony Acosta (Solistas estos 2 ultimos).

Ya para 1964/65/66, empezaban a consolidar la hegemonía musical en Centro América, para ese entonces, ademas de los anteriores grupos ya se integraban otros mas, como Los Supersonicos, Los Beats, Los Intocables, que a la postre resultaron lo mejor de lo mejor (La crema de los grupos), juntamente con Los Viking, que surgieron mas adelante, gracias tambien al apoyo artístico de una nueva generación de D.J’s (algo nuevo en el país para aquel entonces), tales como:

Luis Echegoyen, Tito Carias (Modesto Gerónimo Carias Ulloa, pasan los años y es el personaje único por excelencia de la Radiodifusion), Leonardo Heredia, Willie Maldonado, Rolando Orellana, Sergio Gallardo, Henry Saka, Victor Tizon, Alirio Mena, etc. etc. a traves de algunas radio-emisoras como: La YSU, La Femenina, etc.

En los años 1967/68/69, se alcanzo la cúspide (lo máximo) en la escencia musical de la nueva ola en toda Centro America, surgiendo mas grupos de gran calidad

como: Los Viking, Los TNT, Black Cats, Lovers, Mustang (Ex_Supertwister algunos de sus integrantes), Los Falcons, Strangers, Thunders, Kiriaps, Comets, etc. etc. consolidándose como grandes interpretes de sus propias melodías y con un gran talento artístico.

Cabe destacar que en esta decada de los 60’s, ademas de los anteriores “montruos” musicales, existieron otros buenos grupos, que grabaron muy poco o casi nada, pero que en sus presentaciones personales dejaron huellas imborrables, entre ellos podemos mencionar a: Los Genios, Five Finger de Quevedo, Los Supersonicos Jr., Los Rebeldes y Ricardo Alfonso Giron, etc. etc.

¿Todo esta corriente musical, culmino en la competencia del Festival de la Nueva Ola Salvadoreña que se realizo en el teatro al aire libre de la 3ª. Feria Internacional (Nov. 1968), ganando asi la competencia el conjunto Los Intocables como”El Mejor Grupo de El Salvador ” y Los Supersonicos como “El Conjunto mas Popular de El Salvador”, esta ultima nominación fue considerada injusta por los integrantes del conjunto y como consecuencia de ello Luis Lopez “Ruko Rock” quebro el trofeo en pleno escenario y se negaron a seguir recibiendo mas elogios colaterales dadas las circunstancias adversas.

Basados en los últimos 3 años anteriores 1967, 1968 y 1969, la farándula rockera destaco mucho a los integrantes de Los Vikings, así también clasifico el resto de talentosos artistas como de los mejores en su genero, para el caso tenemos a los siguientes:

En el canto destaco: Oscar Olano (Intocables), Remberto Trejos (Vikings), Luis Lopez “Ruko Rock” (Los Supersonicos), Juan Ramon Crespo (Lovers), Tony Delgado (Kiriaps).

Primera Guitarra (Requintista): Paco Morales(Supersonicos), Napoleón Colorado(Intocables), Guayo Meléndez (Mustangs),German Mangandi (Beats/Kiriaps), etc.

Segunda Guitarra: La mayoria de ellos eran muy buenos, sin embargo algunos destacados podemos mencionar a Victor Suncin (Supersonicos), Guillermo Peña (Intocables), Jose “Chepito” Montoya(Los Beats), etc. etc.

Bajistas: Destacaron: Mincho Luna (Supersonicos), Mauricio Melara(Intocables), Mario Mena (Beats), Chambita Elias (Mustangs), Jorge Rivera (Falcons/Kiriaps, QEPD), quien fue un verdadero maestro, de gran trayectoria musical. Quien escribe estos párrafos, conoció personalmente a estos genios musicales, con Jorge Rivera, compañeros de estudio en 1963, Escuela Joaquin Rodezno y con Chambita Elias “El Zarco” cursamos el Plan Basico 1964/66 y recuerdo que el, admiraba mucho a Los Satelites del Twist, Supertwisters y desde luego también a los reyes de ese entonces : Los Beatles.

Organistas: Raul Monterrosa(Supersonicos), Oscar Dada(Intocables), Angel Gutierrez (Beats), Chamba Rodríguez(Mustangs), etc. etc.

Bateria: Tambien la mayoria de ellos eran muy excelentes en la percusión, sin embargo podemos recordar algunos que brillaron muchísimo, tales como: Mario Maida (Supersonicos), Jorge Granados (Los Intocables), Roberto Castro (Beats), etc. etc.

Para 1970, los anteriores grupos por muchos factores no muy clarificados y por buscar cada quien en lo particular nuevos horizontes, se disolvieron, excepto Los Viking que todavía permanecieron activos por un semestre mas, grabando en este periodo un segundo Lp, record que para ese entonces solo Los Supersonicos lo habian alcanzado (grabando 2 LP’s), pues los demas solo grababan sencillos de 45 rpm y algunos como Los Beats y Los Intocables que tenian 1 LP cada uno.

A partir de entonces surge una segunda década dorada de nuevos grupos, algunos de ellos conservaron en su mayoría a sus anteriores integrantes, cambiando solamente el nombre de los grupos y otros que realmente eran nuevos; probablemente inspirados ya para ese entonces, en las grandes Bandas de Rock, tales como Chicago y Santana; por sus metálicos el primero (Trompetas, trombones y Saxos) y el Segundo por la percusión de sus Timbales, tumbas, etc. (Rock Afro-Latino)

Asi tenemos para el caso a los nuevos grupos: Los Christians, La Nueva Generación, Los Apaches, Los Juniors, San Miguel, Bajo de Agua (este grupo probablemente quería permanecer en el anonimato), se rumoraba que el guitarrista principal era German Mangandy y el bajista Jorge Rivera, ambos Fiebre Amarilla en ese momento, asi tambien teniamos a Die Blitz, Fiebre Amarilla (Ex Kiriaps, algunos de sus integrantes), Hielo Ardiente (Ex San Miguel tambien algunos miembros), Macho (Ex Supersonicos algunos de ellos), Hierro (Ex Beats igual caso de sus miembros tambien), Sagitario, Crema Purpura, Los Gatos Rojos, Los Walos, Manteka, La Banda, Guadalupe Soul Band,

Posteriormente La Compañía 10, Via Lactea, etc., etc. y como siempre con interpretaciones magistrales.

Vale mencionar que en esta decada de los 70’s surgen otros hechos relevantes, como:

a) Se incorporan voces femeninas como cantantes de grupo, para el caso Los Christians y otras como solistas que surgieron paralelamente a los grupos rockeros, asi tenemos a Glenda Gaby (Hermana de Alirio Guerra de los Junior), y Evangelina Sol.

b) Tilo Paiz, lider del Grupo Manteka, se integra transitoriamente al Grupo de Santana (Santana Band de Carlos Santana) un gran lujo y orgullo para aquella epoca, al ser considerado para ese entonces el mejor percusionista (Timbales) en El Salvador.

c) Al igual que en los 60’s, también surgen otros grupos buenísimos que grabaron muy poco o casi nada, pero que en sus presentaciones personales también dejaban grata impresión en sus ejecuciones, algunos de ello son: Mente, Cuerpo y Alma, La Organización , Los Lobos, Los Catedráticos, Scorpio, Grupo Feo, etc. etc.

Ya para finales de los 70’s fue diluyendo este tipo de genero musical dando cabida a otro tipo de música, interpretado por grandes orquestas y en especial la orquesta de Los Hermanos Flores, que a partir de 1970 con la “Bala”, paralelamente a los grupos Nueva Oleros, se consolido como la mejor en su genero musical a nivel Nacional e Internacional, a partir de entonces hasta la fecha han surgido otros grupos tropicales u orquestales, con mucha maestría en sus ejecuciones musicales.

Es importante mencionar que en este genero de música (orquestal), antes de la nueva ola salvadoreña, ya habían destacado muchas orquestas que en su oportunidad había predominado como grandes, para el caso tenemos a: Lito Barrientos (QEPD) y su internacional orquesta ganadora de algunos festivales en Colombia, Paquito Palaviccini (Orquesta Internacional Polio), Alfredo Mojica (Orquesta Tropicana), Carlos Quintanilla (Orquesta Sonolux), Orquesta Casino (Tito Quinteros) etc. etc.

Como al describir ejemplos de todo lo bueno, de hace mas de 40 años, que aquí se han narrando, a veces surgen omisiones involuntarias, por tal razón pido disculpas por esos detalles.

Con la antología anterior, espero haberlos transportado a dos decadas doradas de Supremacía musical en Centro America y El Salvador.

Hasta la proxima…..!!!

ralmel9949@yahoo.com (Raul Lopez-Melendez)

Los Angeles, Enero de 2009.

What Friends Owe Friends. Why Washington Should Restrain Israeli Military Action in Gaza—and Preserve a Path to Peace. Richard Haass. FA. October 15, 2023

Israel’s desire to destroy Hamas once and for all is entirely understandable. The terrorist group’s October 7 attacks resulted in the deaths of more than 1,300 Israelis, injuries to thousands more, and the seizure of some 150 hostages; most of those killed, injured, or abducted were civilians. The attacks also raised the question of how Hamas can be deterred from carrying out similar attacks in the future.

But just because an objective is understandable does not mean that pursuing it is the optimal or even advisable path, and Israel’s apparent strategy is flawed in both ends and means. Hamas is as much a network, a movement, and an ideology as it is an organization. Its leadership can be killed, but the entity or something like it will survive.

Israel has begun airstrikes on Gaza, and there is a good deal of evidence that it is preparing for a large-scale land invasion. This puts Washington in a difficult position. The Biden administration is correct in supporting Israel’s right to retaliate, but it must still try to shape how that retaliation unfolds.

The United States cannot force Israel to forgo a massive ground invasion or to curtail one soon after launching it, but U.S. policymakers can and should try. They should also take steps to reduce the chances the war will widen. And they must look beyond the crisis, pressing their Israeli counterparts to offer Palestinians a viable peaceful path to statehood.

The case for the United States working to shape Israel’s response to the crisis and its aftermath rests not just on the reality that good if tough advice is what friends owe one another. The United States has interests in the Middle East and beyond that would not be well served by an Israeli invasion and occupation of Gaza nor by longer-term Israeli policies that offer no hope to Palestinians who reject violence.

Such U.S. aims are sure to make for difficult conversations and politics. But the alternative—a wider war and the indefinite continuation of an unsustainable status quo—would be far more difficult and dangerous.

ENDS AND MEANS

The first argument against a large-scale invasion is that its costs would almost certainly outweigh any benefits. Hamas does not present good military targets, as it has deeply embedded its military infrastructure in civilian areas of Gaza.

An attempt to destroy it would require a large-scale assault in a densely populated urban environment, which would prove costly for Israel and lead to civilian casualties that would generate support for Hamas among Palestinians. Israel would also suffer extensive casualties, and additional soldiers could be abducted. If there is a historical analogy, it is closer to the U.S. experience in Afghanistan and Iraq than to what Israel accomplished in its 1967 and 1973 wars.

Employing massive force against Gaza (as opposed to more targeted action against Hamas) would also prompt an international outcry. Further normalization with Arab governments, above all Saudi Arabia, would be stalled; Israel’s existing relationships with its Arab neighbors would be put on hold or possibly even reversed. A large, prolonged military undertaking could also lead to a wider regional war, sparked either by a conscious decision by Hezbollah (urged on by Iran) to launch rockets against Israel or by spontaneous outbreaks of violence in the West Bank aimed at Israelis or at the Arab governments (especially those in Jordan and Egypt) long at peace with Israel.

The Biden administration must try to shape how Israel’s retaliation unfolds.

Even if Israel crushed Hamas, what would follow? There is no alternative authority available to take its place. The Palestinian Authority, which oversees the West Bank, lacks legitimacy, capacity, and standing in Gaza. No Arab government is prepared to step in and take responsibility for Gaza. Hamas or a facsimile would soon emerge, as happened after Israel withdrew from Gaza in 2005.

None of this is to argue that Israel should not act against Hamas. To the contrary, it must. Like any country, Israel has the right of self-defense, which allows it to strike terrorists who have attacked or are preparing to attack wherever they are. In addition, Israel must demonstrate the price to be paid by those who conduct such horrific attacks.  How the Hamas attacks are answered, however, is a separate question.

A different option would be to eschew a large-scale invasion and occupation of Gaza and instead carry out targeted strikes against Hamas leaders and fighters; Hamas’s military potential would be degraded, and Israeli military and Palestinian civilian casualties alike would be kept to a minimum.

Israel should also reestablish military capabilities along its border with Gaza, which would help restore deterrence and make future terrorist attacks less likely.

The Biden administration has banked enormous goodwill with the Israeli government and people as a result of the president’s extraordinary October 10 speech, Secretary of State Antony Blinken’s visit to Israel last week, and the decision to supply Israel with what it needs militarily.

Mario Cuomo, who served as the governor of New York, once remarked that a politician campaigns in poetry but governs in prose. President Joe Biden’s speech was poetry, but the time has come for prose, best delivered in private.

Both the United States and Israel should want to avoid an outcome that involves Israel being pressured into a cease-fire amid broad condemnation regionally and globally. Arab governments, including Saudi Arabia, could reinforce that message as well as help to facilitate the release of Israeli hostages and signal to Israel that normalization could proceed after the war ends if Israel is seen to have acted responsibly.

CONTAINING THE WAR

A second American goal must be to discourage any widening of the war. The biggest danger is Hezbollah, which possesses on the order of 150,000 rockets that can hit Israel, entering the fray. Again, the best way to achieve this is to persuade Israel to hold off on doing something large that will be broadly perceived as indiscriminate, as such action could create pressure—and an excuse—for Hezbollah to act.

The United States has a limited ability to keep Hezbollah at bay. Nor, as history suggests, does Israel have good options in Lebanon. But Washington could help by informing Iran that it will be held accountable for Hezbollah’s actions. That would require the United States to signal that it is prepared to inflict pain on Iran if Hezbollah attacks Israel, for example, by reducing Iran’s oil exports (now around two million barrels a day).

Since much of that oil ends up in China, U.S. policymakers should consider letting their Chinese counterparts know that Washington is prepared to stop much of this trade by sanctioning those importing Iranian oil or, if necessary, by attacking select Iranian production or refining facilities.

Beijing might be prepared to use its leverage with Iran, as the last thing the troubled Chinese economy needs is spiking energy costs. Washington should also put on indefinite hold any further relaxation of sanctions and reiterate the limits of its tolerance when it comes to Iran’s nuclear program.

Reporting thus far suggests that Iran provided strategic rather than tactical support to Hamas—that is, it trained, funded, and armed Hamas over the years, but there is as yet no intelligence indicating it designed or ordered this operation. For decades, U.S. policy has been not to draw a distinction between terrorists and those that support them with sanctuary, arms, or money. If it is determined that Iran was an active party to the Hamas attacks, Washington would have to consider further economic or even military action against it.

THE ONE-STATE NONSOLUTION

If and when the dust settles, there will be a need for sustained U.S. diplomacy, with the aim of resuscitating a two-state solution. American policymakers should point their Israeli counterparts to the lessons of Northern Ireland, where British strategy in the 1990s had two tracks. On one track, British policy was focused on establishing a large security presence and arresting or killing members of the provisional Irish Republican Army and other paramilitary groups; the British objective was to signal that violence would fail, that the IRA could not shoot its way to power.

But it was the second track that accounted for the eventual success of British policy, culminating in the 1998 Good Friday (or Belfast) Agreement, which effectively ended the three decades of violence known as the Troubles. This track gave IRA leaders the chance to participate in serious negotiations that promised to bring them some of what they sought if they would eschew violence. British policy made clear that they would achieve more at the negotiating table than on the battlefield.

This analogy is not meant to suggest that a return to serious negotiations to end the Israeli-Palestinian conflict is possible now or even soon. The conditions necessary to make a situation ripe for diplomacy are glaringly absent. Hamas has disqualified itself as an acceptable participant in any political process, and no other Palestinian entity has the political strength to compromise (which Hamas ironically does, though without any willingness to use it).

The Palestinian Authority is too weak and unpopular; even much stronger PA leaders, such as Yasir Arafat, balked at the chance of peace when far more was on the table. And Israel’s leaders have shown no more willingness to seriously negotiate. Before the Hamas attacks, Prime Minister Benjamin Netanyahu’s government had embraced policies that undermined the chance of a good-faith negotiation; the new unity government under his leadership exists to wage war, not negotiate peace. A new government with a new mandate would be needed for the latter.

Even if Israel crushed Hamas, what would follow?

Yet if attempting a negotiation in the near term would be futile or worse, U.S. diplomacy must still begin the work of building a context for negotiation. A political track involving Israel and Palestinians remains essential. Without it, further normalization between Israel and its Arab neighbors will prove difficult, since Saudi Arabia is more likely now than previously to condition normalization on Israeli policy toward the Palestinians.

More important, Israel cannot remain a secure, prosperous, democratic, and Jewish state unless there is, before too long, a Palestinian state alongside it. The indefinite continuation of the status quo—what might be called a one-state nonsolution—threatens all those attributes.

The United States should urge Israel, first in private, then in public if necessary, to orient its policy around building the context for a viable Palestinian partner to emerge over time. By contrast, Israeli policy has in recent years seemed intent on undermining the Palestinian Authority so as to be able to say there is no partner for peace.

The aim should be to demonstrate that what Hamas offers is a dead end—but also, just as important, that there is a better alternative for those willing to reject violence and accept Israel. That would mean putting sharp limits on settlement activity in the West Bank; articulating final-status principles that would include a Palestinian state; and specifying stringent but still reasonable conditions that the Palestinians could meet to achieve that aim.

Getting there would require a willingness on Washington’s part to take an active hand in the process and to state U.S. views publicly, even if it means distancing the United States from Israeli policy. U.S. officials will need to speak directly and honestly to their Israeli counterparts.

Curiously, the Biden administration has been much more forceful in reacting to Israeli judicial reform and matters of internal politics than to Israel’s approach to the Palestinian issue. But it needs to have the type of conversations with Israel that only the United States, Israel’s closest partner, can have. As significant a threat as the proposed judicial reform was (and is) to Israel’s democracy, events of the past week have revealed that an unresolved Palestinian issue poses a far greater one.

Gaza, la sorpresa che non sorprende. Fabrizio Casari. Octobre 2023

Normalmente le notizie dal Medio Oriente riportano gli attacchi israeliani in territorio palestinese. Questa volta, sorprendentemente per alcuni, sta accadendo il contrario. Questa volta Gaza non si difende, ma attacca. Sono passati 50 anni dalla guerra dello Yom Kippur e i commando delle Brigate Al Aqsa di Hamas entrano via terra e via aria, con missili e con pick-up. È un’operazione improvvisa e inaspettata, così improvvisa che la vigilanza ebraica viene sopraffatta; i commando palestinesi penetrano in profondità e prendono il controllo di alcune città israeliane. In termini di ampiezza, profondità ed efficacia, è probabilmente la più grande operazione militare palestinese in territorio israeliano.

La reazione di Tel Aviv è furiosa: i jet da combattimento decollano per l’attacco al suolo e bombardano indiscriminatamente. Non è una novità, purtroppo: è consuetudine scatenare offensive militari contro Gaza, lasciando sul terreno migliaia di palestinesi morti ogni volta.

Il primo ministro israeliano non si fermerà qui; al contrario, coglierà l’occasione per soffocare ulteriormente Gaza.

Vede Hamas e la Palestina come dei perdenti su un terreno virtuale. Offuscato dall’accordo con l’Arabia Saudita, rassicurato dalla condiscendenza della Casa Bianca e dell’Unione Europea, sicuro dell’incapacità di reazione dei palestinesi, il governo di ultradestra di Tel Aviv crede di aver chiuso per sempre la questione palestinese e insiste sull’occupazione militare e sulla politica degli insediamenti ebraici.

Purtroppo non c’è distinzione, come in ogni guerra, tra civili e militari, tra uffici governativi e case private, e la presa di ostaggi lo testimonia. Non ha senso contare le lamentele e le morti reciproche, perché la storia parla chiaro ma la politica sa solo contare tra vincitori e vinti. Tuttavia, in questa logica tanto orribile quanto banale, c’è un fatto nuovo, ovvero la fine della narrazione fantastica che vedeva Israele come impenetrabile, Tsahal come imbattibile, lo Shin Beth come implacabile. Dopo le dure umiliazioni militari subite da Hezbollah in Libano, anche Hamas sta finalmente facendo crollare il mito di questa millantata Sparta del terzo millennio. Lo fa nell’anniversario della guerra persa dagli arabi e alla vigilia di un possibile accordo tra Riyad e Tel Aviv.

Ci si chiede cosa voglia ottenere Hamas, perché stia lanciando un’operazione militare che sarà accolta da una risposta estremamente dura, visto che Netanyahu non aspetta altro che porre fine a Gaza una volta per tutte e, con la scusa della guerra, distrarre gli israeliani dalle nefandezze del proprio governo. Vale la pena chiedersi, come prevede il metodo, quale obiettivo politico intenda raggiungere Hamas. L’asimmetria militare è fuori discussione e il tributo che i palestinesi pagheranno sarà altissimo. E dunque perché iniziare una guerra che non potrà esser vinta data l’eccessiva disparità delle forze in campo?

Sono domande che in qualsiasi altro contesto internazionale sarebbero legittime, persino inevitabili. Ma a Gaza, dopo 75 anni di guerra, non sembrano avere più molto senso. Ci si trova infatti di fronte alla disperazione per una situazione intollerabile che, come nelle sabbie mobili, sprofonda ogni giorno di più.

Il ragionamento politico direbbe che gli obiettivi sono politici e tutti si chiedono, di fronte a questo attacco, quale possa essere la leva dei palestinesi, cioè quale e quanto sostegno possa avere la loro causa. Si fa riferimento al prossimo accordo di pace tra Arabia Saudita e Israele in cui Gaza non ha diritto di parola e nemmeno di esistere, come se la lettura arabo-sunnita della questione palestinese avesse abdicato alle ragioni del buon vicinato con lo Stato ebraico. Si ipotizza quindi che l’offensiva militare palestinese possa essere la dimostrazione che Gaza e i palestinesi non sono controllabili da intese politiche generate sopra le loro teste.

Se questo era l’obiettivo di Hamas, si può dire che sia stato raggiunto, perché la posizione dell’Arabia Saudita nei confronti di Israele è molto dura: “Riteniamo Israele responsabile delle sue ripetute provocazioni e della privazione di diritti inflitta ai palestinesi”. Questo congela – almeno per una fase – ogni possibile accordo tra lo Stato sionista e la monarchia saudita.

Nell’attacco palestinese, al di là di ogni considerazione politica, c’è una chiara e forte responsabilità politica da parte dell’Occidente collettivo, che deve alla Palestina 75 anni di risposte. C’è infatti una questione profonda e irrisolta nella comunità internazionale e riguarda la libertà di manovra dello Stato di Israele. Che è l’unico Stato al mondo senza confini definiti, perché vengono ridisegnati ogni anno dalla colonizzazione forzata dei coloni ebrei. Che ha trasformato la Striscia di Gaza in un’enorme prigione a cielo aperto, dove detiene bambini, effettua operazioni di polizia radendo al suolo edifici con bombardamenti aerei e cannoni di carri armati.

È uno Stato, quello israeliano, esente dall’obbligo di rispettare le norme e i trattati che costituiscono gli strumenti giuridici della comunità delle nazioni. E non c’è solo la Palestina nella condotta illegale di Israele: invade il Libano e bombarda la Siria, alla quale ha rubato le alture del Golan. Insieme al suo principale partner, gli Stati Uniti, viola in fatto e in Diritto tutte le decisioni dell’ONU, impedisce l’accordo sul principio dei due popoli e dei due Stati perché non riconosce la Palestina, tanto meno la sovranità sul suo territorio, e ritiene che la soluzione al problema palestinese sia la sua graduale estinzione.

In assenza dell’applicazione del diritto internazionale, per i palestinesi ci sono solo tre opzioni: una città-prigione a cielo aperto come Gaza, un campo profughi o la diaspora. Prevale così la desolazione di chi vede che ogni strumento diplomatico è sempre inutile, di chi accetta molti compromessi ma non ottiene mai un solo metro di terra o un centesimo in più di diritti, di chi vede allontanarsi sempre più il sogno di uno Stato che dia valore alla nazione palestinese.

Di fronte a un destino senza speranza, decide allora di prendere le armi, non importa quale sia il prezzo da pagare, perché nel quadro generale che mette il giusto sotto il tallone della forza e consegna il diritto all’intimidazione, è stanco di giocare sempre e solo il ruolo di bersaglio predeterminato. L’idea di un riequilibrio militare, per quanto limitato, sembra prendere piede tra i palestinesi; di voler segnalare a Israele che è finito il tempo dei carri armati contro bambini armati di fionde.

Sullo sfondo di una crisi iniziata non ieri, ma 75 anni fa, e in cui sono morte centinaia di migliaia di palestinesi, emerge la manifesta inutilità degli organismi internazionali chiamati a garantire il rispetto della legge. Primo fra tutti il Consiglio di Sicurezza delle Nazioni Unite, in questa fase un simulacro della comunità internazionale che dovrebbe garantire. Nella sua pomposa retorica, tesa a colmare il vuoto della mancanza di iniziativa, l’ONU non solo ricorda la crisi del suo ruolo, ma anche la transizione avvenuta più di 20 anni fa tra un mondo governato dall’equilibrio di potenza e dalla deterrenza reciproca. Un mondo governato dal 1991 da un comando unipolare, dotato di un’unica mentalità e di una lettura del diritto internazionale superata, scardinata dalla potenza militare ed economica di un impero globale.

La nuova guerra israelo-palestinese non cambierà di molto gli schieramenti internazionali e ancor meno la vita miserabile di chi, come i palestinesi, è costretto a un regime umiliante e vessatorio, alla sopravvivenza in un territorio ormai destinato a reclusorio. La questione palestinese è lì, in attesa di essere affrontata e risolta. Le decine di risoluzioni ONU, così come i piani di pace, hanno sempre visto la disponibilità palestinese e l’indisponibilità israeliana. Il sogno di ogni palestinese di poter indossare ed esibire un passaporto con su scritto Stato di Palestina, è punto d’onore e di diritto, come ovviamente la sovranità sul suo territorio. La pace non è, né può essere la posta in gioco se si è sotto occupazione militare, se si viene uccisi, bombardati, arrestati, se si hanno le case distrutte e si nega l’accesso all’acqua.

Serve un cambio di passo, è obbligatorio riportare sotto l’egida di un organismo internazionale un piano di  pace equilibrato e ragionevole, che metta fine alla violenza e porti sotto le ali protettive della comunità internazionale diritti e doveri di ciascun protagonista. La pace non è premessa ma conseguenza di un accordo che possa e debba essere difeso dall’intera comunità internazionale e che veda la nascita dello Stato palestinese, che veda il reciproco riconoscimento, necessario per lo stabilimento di rapporti di vicinato e che possa contare su una forza di interposizione militare ONU a garanzia del rispetto dell’accordo. Da qui, dal riconoscimento reciproco e dal diritto condiviso, può nascere la pace. Senza, tutt’al più si può aspirare a una tregua, breve quanto inutile.

The violence of the oppressed

NO-ONE should cheer the slaughter in Israel. Those Israeli families in their homes, the young people at the music festival deserve to be alive. The small Israeli boy taken hostage and videoed being tormented deserves to be home and safe.

And when Jews are massacred indiscriminately it is inevitable that Jews everywhere, and not only they, will see a pogrom. Any response that does not understand the fear Jewish people feel lacks moral imagination.

But to forebear from cheering is not to condemn. When the Mau-Mau killed farming families in their beds, socialists did not cheer. They saw instead the refracted violence of British colonialism and fascist settlers denying land and freedom to the Kenyan people.

Nor did anyone celebrate when the FLN bombed cafes and concert halls in Algiers. Yet those blasts were the echo of 150 years of French imperialist brutality.

Mao Zedong famously wrote that “a revolution is not a dinner party, or writing an essay, or painting a picture … it cannot be so refined, so temperate, kind, courteous, restrained and magnanimous.” Nor is it a Twitter thread.

The “civilised” world prefers its illusions, and above all prefers to turn its head from the violence of the oppressed. So it is in Palestine.

The governments of world imperialism condemn the inhumanity of people whose humanity they have denied for generations, a people who they seek to write out of history by violence, by dispossession and ultimately by ignoring their existence.

The “civilised” condemn the murder of innocents, as if it was possible for the violence of the dispossessed to only reach the guilty, secure in their guarded compounds, and as if their own hands were spotless.

The civilised legitimise only their own preferred methods—ethnic cleansing through sombre jurisprudence, notionally “targeted” massacre deploying the highest technology available, the lawful imprisonment of children, starvation sanctions.

Thus attacking a police station in Israel constitutes terrorism, while bombing a hospital in Gaza is self-defence. And a British Foreign Secretary endorses the war crime of collective punishment through starvation.

Much sweeter if the oppressed always marched under the banners of Bloomsbury or Berkley, and stuck within the reservations of Western-sanctioned ideologies.

Yet the eschatological Islamism within Hamas is not down to atavistic “historic Islamist bloodlust, passed down through the generations from birth” in the shocking words of the editorial director of Jewish News this week.

Its charter anti-semitism is an ignorant, imported and inexcusable reaction to a modernity that has failed to deliver for Palestinians.

Neither is asymmetrical war attractive to look at. It is bloody, intimate, and often unspeakably cruel. But it is not the alternative to symmetrical war, which is unavailable even were it desirable.

It is the alternative to silence. Those who denounce Hamas’s attacks today also denounced the unarmed demonstrations at the Gaza border fence in 2018. 223 Palestinians died then without a gun in their hands.

They criminalise the peaceful Boycott Divestment and Sanctions campaign to pressurise Israel to end the occupation of the West Bank and Gaza. They deny the Palestinian Authority the right to seek redress at the International Court of Justice.

They demand instead that the Palestinian people acquiesce in their own historical marginalisation.

All the “civilised” will accept from the Palestinian people is silence. At most, the prisoner may be permitted to parley with the jailer for improved rations.

But perhaps the penny will drop, even among the bien-pensants of social democracy, whose own history is steeped in bloody imperial violence from MacDonald in India to Attlee in Indonesia and Blair in Iraq: if you cannot stomach the violence of the oppressed, then halt the oppression.

La Compañía de Jesús y la primera modernidad de la América Latina. Bolívar Echeverría. 1996

Au moment de la découverte de Amérique et de l’Asie orientale, le première pensée des ordres religieux fut d’é treindre ces inondes nouveaux dans l’unité de la foi crétienne […] /I peine fonnée, la société de Jésus se jeta sur cette carrière; ce fut celle qu’elle parcourut le plus glorieusement. Réunir l’Orient et Occident, le Nord et le Sud, établir la solidarité morale du globe […] janmis il ne se présenta de plus grand dessein au génie de l’hoinnie […] ce ¡nonient ne pouvait numquer d’avoir une influence incalculable sur l’avenir. La société de jésus, en se jetant en avant, pouvait décider ou compromettre l’alliance universelle. Laquelle de ces deux choses est arrivée ? Edgar Quinet

Varias veces en estos últimos cinco siglos la modernidad tuvo y aprovechó la oportunidad de intervenir en la historia de la América Latina y de transformar su sociedad, y todo parece indicar que la primera de ellas, la que comenzó a fines del siglo XVI, se consolidó durante el XVII y duró hasta mediados del XVIII, fue aquélla en la que su proyecto civilizatorio tuvo la capacidad conformadora más decisiva.

La modernización de la América Latina en la época “barroca” parece haber sido tan profunda que las otras que vinieron después – la del colonialismo ilustrado en el siglo XVIII, la de la nacionalización republicana en el siglo XIX y la de la capitalización dependiente en este siglo, por identificarlas de algún modo- no han sido capaces de alterar sustancialmente lo que ella fundó en su tiempo.

Lo “moderno”, lo “barroco” son dos conceptos que aparecen cada vez con más frecuencia cuando se habla de la vida social y la historia latinoamericanas, y que sin embargo, o tal vez justamente por ello, en lugar de precisarse, se vuelven cada vez más ambiguos. De todas maneras, a sabiendas de lo precario del intento, quisiera tratar de definirlos, aunque sea sólo para el tiempo de lectura de las siguientes páginas: por “modernidad” voy a entender, sobre todo, un proyecto civilizatorio específico de la historia europea, un proyecto histórico de larga duración, que aparece ya en los siglos XII y XIII, que se cumple de múltiples formas desde entonces y que en nuestros días parece estar en trance de desaparecer.

Por “barroco” voy a entender – retomando un concepto que ha estado por mucho tiempo en desuso- una “voluntad de forma” específica, una determinada manera de comportarse con cualquier sustancia para organizarla, para sacarla de un estado amorfo previo o para metamorfosearla; una manera de conformar o configurar que se encontraría en todo el cuerpo social y en toda su actividad.

Para aproximarme al punto de encuentro de los temas que se encierran en los conceptos de “modernidad” y “barroco” quisiera recurrir en lo que sigue a una especie de confrontación entre dos historias; dos historias diferentes entre sí y de diferente orden, pero que están íntimamente conectadas. La primera sería una historia grande, de amplios alcances: la historia de la constitución de la especificidad o singularidad de la cultura latinoamericana en el siglo XVII.

La otra sería una historia particular, que dura dos siglos y que es de orden político-religioso, la historia de la primera Compañía de Jesús y, sobre todo, de su proyecto de construcción de una modernidad, de un proyecto civilizatorio moderno y al mismo tiempo -¿paradójicamente?- católico.

La confrontación entre estas dos historias no es del todo arbitraria, tiene su justificación. Allí está, en primer lugar, la coincidencia temporal y espacial de ambas. Y allí está, sobre todo, el carácter esencial de la gravitación que ejercen la una sobre la otra.

La coincidencia espacial y temporal entre estas dos historias es evidente. Podríamos hablar de todo un periodo histórico, de un largo siglo XVII, que comenzaría, por decir algo, con la derrota de la Gran Armada a finales del siglo XVI (1588) y que terminaría aproximadamente con el Tratado de Madrid, de 1764; de una época que comenzaría con el primer signo evidente de la decadencia del imperio español y que terminaría con el primer signo evidente de su desmoronamiento, cuando la España borbonizada aniquila el estado de los guaraníes inspirado por los jesuitas al ceder a Portugal una parte de sus dominios de Sudamérica —fecha que al mismo tiempo subraya la destrucción del incipiente mundo histórico latinoamericano, iniciada cuando el imperio, empeñado en una “remodernación” que prometía salvarlo, pretendió hacer de su parte americana una simple colonia.

Este periodo de la historia larga a la que estamos haciendo referencia es también el tiempo que dura lo principal de la primera época de la Compañía de Jesús – una historia que va, como sabemos, de mediados del siglo XVI hasta fines del siglo XVIII. Es interesante tener en cuenta esta confrontación porque, más que en la propia Europa, es en Asia y sobre todo en América donde la Compañía de Jesús despliega con buenos éxitos su actividad.

La comparación entre estas dos historias tiene, por lo que se ve, su justificación geográfica y temporal; pero tiene también una justificación en el hecho de que entre estas dos historias hay una relación de influencia esencial.

Por un lado, el lugar en donde el proyecto de la Compañía de Jesús se juega principalmente – y se pierde- es América; por otro, ni la vida material y práctica en América Latina ni su dimensión simbólica y discursiva habrían sido las mismas desde comienzos del siglo XVII sin la presencia determinante de la Compañía de Jesús.

Hay, podría decirse, una relación de interioridad entre estas dos historias, una gravitación recíproca entre lo que hace la Compañía de Jesús y lo que es la historia del mundo latinoamericano durante todo este tiempo.

Esta confrontación – que es lo que quisiera poner a discusión aquí – intento hacerla en dos planos: primero, en el plano de aquello que acontece en estas dos historias; y después en el plano del modo o la manera predominante como se cumple tal acontecer.

I

¿Cómo caracterizar lo que tiene lugar en la historia de la Compañía de Jesús? ¿Cómo caracterizar lo que sucede en la historia de la singularidad cultural de la América Latina?

Quisiera enfatizar el hecho de que lo que acontece principalmente en estos dos procesos se representa o se dice de la mejor manera con conceptos o palabras que tienen que ver con procesos de reconstrucción o reconstitución.

Ambas son historias que consisten en el relato de procesos de transición en los que el restablecimiento transformador de una realidad histórica – el cristianismo católico, en el primer caso, la civilización europea (en América), en el segundo – es intentada como medida de rescate de la existencia de la misma.

Al mirar el modo de vida social que se va configurando en la América Latina durante este siglo XVII, es imposible dejar de advertir comparativamente lo siguiente: son convincentes, sin duda, los datos que permiten afirmar que las características adoptadas allí por el modo de vida europeo – que es el que se impone y predomina incontestablemente- son las de un modelo que resulta más complejo que la vida real que pretende alcanzarlo; pero no menos convincentes son aquellos otros que permiten decir que tales características son más bien – por el contrario- las de un modelo afectado por una falta de complejidad irremediable respecto de esa vida real.

Igual parece tratarse del desvirtuamiento del modelo de vida activo, el europeo, al ser impuesto sobre un modelo de vida pasivo, el americano (que se reproduce espontáneamente) que del desvirtuamiento de éste al ejercer una resistencia a la imposición del primero. Esta “indecisión de sentido” que manifiestan las particularidades de la vida social en la América Latina de esa época es un reto para una narración de los acontecimientos históricos que se pretenda reflexiva: ¿a qué se debe esta ambivalencia? ¿Cuál puede ser su explicación?

La tesis que defiendo, retomada en sus rasgos generales de la obra de Edmundo OGorman , – afirma que la ambigüedad en cuestión proviene del hecho de que el “proyecto” histórico espontáneo que inspiraba de manera dominante la vida social en la América Latina del siglo XVII no era el de prolongar (continuar y expandir) la historia europea, sino un proyecto del todo diferente: re-comenzar (cortar y reanudar) la historia de Europa, re-hacer su civilización.

El proceso histórico que tenía lugar allí no sería una variación dentro del mismo esquema de vida civilizada, sino una metamorfosis completa, una redefinición de la “elección civilizatoria” occidental; no habría sido sólo un proceso de repetición modificada de lo mismo sobre un territorio vacío (espontáneamente o por haber sido vaciado a la fuerza) – un traslado y extensión, una ampliación del radio de vigencia de la vida social europea ( como sí lo será más tarde el que se dé en las colonias británicas)-, sino un proceso de re-creación completa de lo mismo, al ejercerse como transformación de un mundo pre-existente.

Es sin duda indispensable enfatizar la gravitación determinante que ejerce el siglo XVI en la historia de América: su carácter de tiempo heroico, sin el cual no hubiesen podido existir ni los personajes ni el escenario del drama que le da sentido a esa historia. Insistir en lo catastrófico, desastroso sin compensación, de lo que aconteció entonces allí: la destrucción de la civilización prehispánica y sus culturas, seguida de la eliminación de las nueve décimas partes de la población que vivía dentro de ella. 

Recordar que, en paralelo a su huella destructiva, este siglo conoce también, promovida desde el discurso cristiano y protegida por la Corona, la puesta en práctica de ciertas utopías renacentistas que intentan construir sociedades híbridas o sincréticas y convertir así el sangriento “encuentro de los dos mundos” en una oportunidad de salvación recíproca de un mundo por el otro.

Considerar, en fin, que el siglo XVI americano, tan determinante en el proceso modernizador de la civilización europea, dio ya a ésta la experiencia temprana de que la occidentalización del mundo no puede pasar por la destrucción de lo no occidental y la limpieza del territorio de expansión; que el trato en interioridad con el “otro”, aunque “peligroso” para la propia “identidad”, es sin embargo indispensable.

Pero hay que reconocer que a este siglo tan heroico y tan cruel, tan maravilloso y abominable, le sucede otro no menos radical, pero en un sentido diferente. Antes de terminarse cronológicamente, el siglo XVI cumple ya la curva de la necesidad que lo define; lo hace una vez que completa y agota la figura de la Conquista en los centros de la nueva vida americana.   Hay todo un ciclo histórico del continente que culmina y se acaba en la segunda mitad del siglo XVI.

Pero hay también otro diferente que se inicia en esos mismos años. La investigación histórica mundial delinea cada vez con mayor nitidez la imagen de un siglo XVII dueño de su propia necesidad histórica; un siglo que es en sí mismo una época, en el que impera todo un drama original, que no es sólo el epílogo de un drama anterior o el proemio de otro drama por venir.

Y es tal vez la historia de América la que más ha contribuido a la definición de esa imagen. Que efectivamente hay un relanzamiento del proceso histórico en el siglo XVII americano se deja percibir con claridad si observamos, aunque sea rápidamente, ciertos fenómenos sociales esenciales que se presentan a comienzos del siglo XVII: tanto ciertos fenómenos de orden demográfico y económico, como otros referentes a las formas de explotación del plustrabajo. La diferencia respecto de sus equivalentes en el siglo XVI es clara y considerable.

En la demografía, vemos cómo la curva desciende marcadamente hasta finales del siglo XVI y cómo en los dos primeros decenios del siglo XVII asciende ya de manera sostenida, y, lo que es más importante, si tenemos en cuenta la consistencia étnica de la población que decrece y la comparamos con la de la población que crece, la diferencia resulta sustancial: mientras en el primer caso la presencia de la población indígena es predominante y la importancia numérica de la población española es débil, y más débil aún la de los africanos, observamos que la nueva población que aparece en el siglo XVII posee una consistencia étnica antes desconocida: América ha pasado a estar poblada mayoritariamente por mestizos de todo tipo y color.

Algo parecido podría decirse también de los fenómenos económicos: a finales del siglo XVI, la actividad económica que es posible reconocer se encuentra sumida en un proceso regresivo que la encamina a anularse, en la medida en que la disminución de las Carreras de Indias[1] que conectaban a Europa con América – que eran el “cordón umbilical” entre la madre patria y los españoles de ultramar– se vuelve prácticamente una interrupción, en la medida en que España deja de interesarse por la economía americana y la abandona a su propio destino.

En los primeros decenios del siglo XVII, en cambio, reconocemos una economía que se reactiva y que lo hace en términos radicalmente diferentes de los del siglo anterior; ya no es la vieja economía basada casi exclusivamente en la explotación de los metales preciosos del suelo americano, sino otra nueva que da muestras de una actividad muy diversificada, dirigida no sólo a la minería sino a la producción de objetos manufacturados y de productos agrícolas, a la relación comercial entre centros de producción y consumo a todo lo largo de América.

Y lo mismo ocurre en lo que respecta a la explotación del plustrabajo de las poblaciones indígenas y mestizas. Del sistema feudal modernizado centrado en la encomienda -un procedimiento de explotación servil adaptado a la economía mercantil-, se pasa en el siglo XVII al sistema de  explotación moderno feudal propio de las haciendas, que son centros de producción mercantil, basados en la compraventa de la fuerza de trabajo, pero interferidos sustancialmente por relaciones sociales de tipo servil.

Todo parece indicar efectivamente que se trata de una nueva historia que se gesta a comienzos del siglo XVII. Una historia que se distingue ante todo por la insistencia y el énfasis con el que se perfila una dirección y un sentido en la pluralidad de procesos que la conforman, con el que se esboza una coherencia espontánea, una especie de acuerdo no concertado, de “proyecto” objetivo, al que la narración histórica tradicional, que le reconoce privilegios al mirador “político”, ha dado en llamar “proyecto criollo”, según el nombre de sus protagonistas más visibles.

Hay un proyecto no deliberado pero efectivo de definición civilizatoria, de elección de un determinado universo no sólo lingüístico sino simbólico en general, de creación de técnicas y valores de uso, de organización del ciclo reproductivo de la riqueza social y de integración de la vida económica regional; de ejercicio de lo político-religioso; de cultivo de las formas que configuran la vida cotidiana: el proyecto de rehacer Europa fuera del continente europeo.[2]

Esto sería, en resumen, lo que sucede en la primera de las historias a las que hacía referencia, la historia global de la sociedad americana; se trata, insisto, de un proceso de repetición y re-creación que recompone y reconstituye una civilización que había estado en trance de desaparecer.

Ahora bien, ¿qué acontece en la otra historia, la historia particular de la Compañía de Jesús, con la que quisiéramos confrontar a la historia americana? También en ella tiene lugar un proceso de reconstrucción y reconstitución. Cada vez más se hace necesario en la investigación actual revisar la imagen dejada por el Siglo de las Luces francés sobre el carácter puramente reaccionario, retrógrado, premodernizador de la Iglesia Católica postridentina, y de la Compañía de Jesús como el principal agente de la actividad de esa Iglesia.

Se hace necesario revisar esta idea, dado justamente el fracaso de la modernidad establecida, iluminada por el Siglo de las Luces: la modernidad capitalista que ha prevalecido desde los tiempos de la primera revolución industrial en el siglo XVIII.

Es necesario revisar esta imagen por cuanto muchos de los esquemas conceptuales a partir de los cuales se juzgó nefasta la actividad de la Iglesia postridentina y de la Compañía de Jesús se encuentran ahora en crisis.

La idea misma del progreso y de la meta hacia la que él conduciría, propuesta por la Ilustración, que es justamente la idea que sirvió para juzgar el carácter anti-histórico de esa actividad, es una idea que se hunde cada vez más en sus propias contradicciones.

El proyecto postridentino[3] de la Iglesia Católica, viéndolo a la luz de este fin de siglo posmoderno, no parece ser pura y propiamente conservador y retrógrado; su defensa de la tradición no es una invitación a volver al pasado o a premodernizar lo moderno. Es un proyecto que se inscribe también, aunque a su manera, en la afirmación de la modernidad, es decir, que está volcado hacia la problemática de la vida nueva y posee su propia visión de lo que ella debe ser en su novedad.

Tal vez el sentido de esta aseveración puede aclararse si se tiene en cuenta uno de los contenidos teológicos más distintivos de la doctrina de la Compañía de Jesús en su primera época; me refiero a su concepción de lo que es la vida terrenal y de cuál es su función en aquel ciclo mítico en el que acontece el drama de la Creación, que lleva de la caída original del hombre a su redención por Cristo y de ella a su salvación final.

La teología tridentina de la Compañía de Jesús reflexiona sobre la vida terrenal -vista como despliegue del cuerpo y sus apetitos sobre el escenario del mundo – a partir de una actitud completamente nueva, diferente de la que la doctrina medieval tenia ante ella.

Incursionando en la herejíacayendo en ella, según sus enemigos, los dominicos-, la teología jesuita reaviva y moderniza la antigua vena maniquea que late en el cristianismo.

En primer lugar, mira en la creación del Creador una obra en proceso, un hecho en el acto de hacerse; proceso o acto que consiste en una lucha inconclusa, que está siempre en trance de decidirse, entre la luz y las Tinieblas, el Bien y el Mal, Dios y el Diablo. (Una lucha que, por otra parte, ya sólo por el hecho de ser percibida a través de la preferencia del ser humano por la Luz, por el Bien y por Dios, parecería estar decidiéndose justamente en favor de ellos.)

En segundo lugar, en la Creación como un acontecer, como un acto en proceso, distingue un lugar necesario, funcionalmente específico para el ser humano: el topos a través del cual y gracias al cual esa creación alcanza a completarse como “el mejor de los mundos posibles”, según argumentaba Leibniz.

En tanto que libertad, que libre albedrío, que capacidad de decidir y elegir, y no como cualquier otro ente, el ser humano tiene su importancia específica en y para la obra de Dios. Viendo así las cosas, para la teología jesuita, el mundo, el siglo, no puede ser exclusivamente una ocasión de pecado, un lugar de perdición del alma, un siempre merecido “valle de lágrimas”; tiene que ser también, y en igual medida, una oportunidad de virtud, de salvación, de “beatitud”.

Es el escenario dramático al que no hay cómo ni para qué renunciar, pues es en él donde el ser humano asume activamente la gracia de Dios, donde cada trampa que el cuerpo le pone a su alma puede ser un motivo de triunfo para ésta, de resistencia de la Luz al embate de las Tinieblas, del Bien a la acometida del Mal: un motivo de la autoafirmación de Dios sobre el atrevimiento del Diablo.

Es así que, para la Compañía de Jesús, el comportamiento verdaderamente cristiano no consiste en renunciar al mundo, como si fuera un territorio ya definitivamente perdido, sino en luchar en él y por él, para ganárselo a las Tinieblas, al Mal, al Diablo.

El mundo, el ámbito de la diversidad cualitativa de las cosas, de la producción y el disfrute de los valores de uso, el reino de la vida en su despliegue, no es visto ya sólo como el lugar del sacrificio o entrega del cuerpo a cambio de la salvación del alma, sino como el lugar donde la perdición o la salvación pueden darse por igual.

La frase tan insistentemente repetida por Ignacio de Loyola acerca de que “se puede ganar el mundo y sin embargo perder el alma” es una advertencia que no condena sino simplemente corrige la idea de que el mundo es efectivamente algo digno y deseable de ganarse, que le pone a la ganancia del mundo la condición de que sea un medio para ganar el alma, es decir, de que sea una empresa “ad maiorem Dei gloriam”.

De alguna manera, lo rebuscado de esta versión de la vieja hostilidad judeo-cristiana hacia la felicidad terrenal – que es vista como el simulacro de una felicidad verdadera, trascendente, como el ídolo capaz de engañar y así de obstaculizar y posponer la realización de la misma – tiene un eco en lo rebuscado de la modernidad de su comportamiento, implicada justamente en ese movimiento de apertura hacia el mundo.

En efecto, en la doctrina de la Compañía de Jesús, aparece una estrategia muy especial, perversa si se quiere, de ganar el mundo; una estrategia que implica el disfrute del cuerpo, pero de un cuerpo poseído místicamente por el alma. Un disfrute de segundo grado, en el que incluso el sufrimiento puede ser un elemento potenciador de la experiencia del mundo en su riqueza cualitativa.

Es comprensible, por ello, que las investigaciones recientes coincidan en reconocer que la Iglesia postridentina y la Compañía de Jesús no pueden ser definidas como antes, que no son exclusivamente esfuerzos tardíos e inútiles por poner en marcha un proceso de contra-reforma, de reacción a la Reforma protestante que se había dado en el norte de Europa.

La idea de una contra-reforma no recubre toda la consistencia del proyecto que se gestó en el Concilio de Trento. El intento que predominó en éste no fue el de combatir la Reforma declarándola injustificada, sino el de rebasarla por considerarla insuficiente y regresiva.

No se trataba de una reacción que intentara frenar el Progreso y opacar las Luces; de lo que se trataba era de replantear y trascender la problemática que dio lugar a los movimientos reformistas protestantes. No se trataba de ponerle un dique a la revolución religiosa sino de avanzar saltando por encima de ella; de quitarle su fundamento real, de resolver los problemas a partir de los cuales ella se había vuelto necesaria.

Este es el planteamiento principal del padre Diego Laínes, el jesuita que arma y conduce muchas de las discusiones más importantes en las sesiones del Concilio de Trento.

La actividad de los jesuitas como tropa de apoyo al papado es sin duda uno de los rasgos principales del desenvolvimiento de este Concilio; se trata, como resulta de la exhaustiva Historia de Jedin,[4] de la acción de un equipo muy bien preparado en términos estratégicos y muy bien armado en términos teológicos para combatir y para vencer efectivamente sobre las otras órdenes y los otros partidos presentes en él.

Pero es interesante tener en cuenta que se trata de un apoyo sumamente condicionado, que sólo se da en la medida en que es retribuido con el derecho a imponer una redefinición radical de lo que el papado debe ser en su esencia.

Sólo si el papa decide re-formarse, es decir, re-plantear su función, su identidad, sólo en esa medida el papado les resulta defendible a los jesuitas. Lo que está planteado como fundamental en el Concilio de Trento es el restablecimiento de la necesidad de la mediación eclesial entre lo humano y lo otro, lo divino; una mediación cuya decadencia – así lo interpretan los jesuitas- ha sido el fundamento de la Reforma, de una respuesta salvaje, brutal, a esa ausencia de mediación.

A lo largo de los siglos se había debilitado la necesidad de la mediación eclesial entre lo humano y lo otro, la función del locus mysticus, que es lo que el papado es en esencia – es decir, la función de ese lugar y esa persona que conectan necesariamente el mundo terrenal con el mundo celestial, la voluntad de Dios con la realidad del mundo.

Había perdido su carácter de indispensable; y justamente esta pérdida era la que había motivado la aparición del rechazo protestante a la existencia misma del papado. Si antes de la Reforma se aceptaba que “fuera de la Iglesia no hay salvación”, después de ella se dirá: “sólo fuera de la Iglesia hay salvación”.

El Concilio de Trento intenta restaurar y reconstituir la necesidad de la mediación eclesial entre lo terrenal y lo celestial, una mediación cuya necesidad es planteada en términos sumamente enfáticos. A través del papado, la entidad religiosa en cuanto tal administra el sacrificio sublimador de la represión de las pulsiones salvajes, una represión sin la cual no hay forma social posible.

La Iglesia es una instancia fundamentalmente re-ligadora, es decir, socializadora, y lo es precisamente en la medida en que justifica el sacrificio que día a día el ser humano tiene que hacer de sus pulsiones para poder vivir dentro de una forma social civilizada.

La idea de que es necesaria una mediación, de que la Iglesia tiene una función que cumplir, es defendida de esta manera. Dentro de este ciclo mítico del cristianismo, que conecta el pecado original con la condena, ésta con la redención y la redención con la salvación, la función de la Iglesia es planteada como un recurso divino insuperable.

La necesidad de esta mediación había sido desgastada, minada, corroída fuertemente a lo largo de los últimos siglos; y esto no tanto en el plano de su presencia doctrinal y litúrgica cuanto en el de la comprobación empírica de su validez.

En efecto, la principal impugnación vino de la presencia y la acción, dentro de la vida práctica cotidiana, del dinero-capital. La Iglesia había cumplido siempre en la historia europea la función socializadora o religadora fundamental; si hubo cohesión social en todo el período de su conformación como tal, fue justamente porque la vida en la ecclesia era la que daba un lugar, una función, un prestigio y un sitio jerárquico a cada uno de los individuos, la que volvía realmente sociales a los individuos que habían perdido su socialidad arcaica y les otorgaba una identidad.

Con la aparición del dinero actuando como capital – no como instrumento de circulación sino de apropiación-, esta función había pasado del terreno exclusivamente imaginario al terreno de la vida práctica, de la vida económica. Era ahora en el mercado, y en el proceso en que el dinero se vuelve más dinero, donde se socializaban los individuos.

Esto por un lado; por el otro, había comenzado ya el fenómeno propiamente moderno de un estallido o explosión no sólo cuantitativo sino cualitativo del mundo del valor de uso. La Iglesia no tenía ya que vérselas sólo con un sistema primario de necesidades de consumo, propio de un mundo que únicamente es tránsito y sufrimiento, sino con otro que se diversificaba y se hacía cada vez más complejo, y que mostraba que la bondad de Dios podía también tener la figura de la abundancia.

Estos dos fenómenos reales de la historia son los que efectivamente estaban en la base de esa pérdida ele necesidad de la Iglesia como entidad mediadora y socializadora, capaz de definir cuál es la axiología inherente al mundo de las mercancías, de los productos y de los bienes.

Es este trasfondo histórico el que mueve a hablar de la presencia de la Compañía de Jesús – elemento motor del Concilio de Trento y de la Iglesia postridentina– como impulsora de un proyecto político-religioso cuidadosamente estructurado, de inspiración inconfundiblemente moderna; un proyecto sumamente ambicioso que pretende efectivamente aggiornare la vida de la comunidad universal, ponerla en armonía con los tiempos, mediante una reconstrucción y reconstitución del orden cristiano del mundo, entendido como orden católico, apostólico y romano.

Todos conocemos las historias fabulosas que se cuentan de la Compañía de Jesús, historias que llevan a sus miembros desde las cortes europeas y sus luchas palaciegas por el poder, desde su participación política soterrada en la toma de decisiones económicas y de todo tipo de los gobiernos europeos, pasando por su monopolio de la educación proto- “ilustrada” de las élites, hasta escenarios mucho más abiertos, aventurados y populares, en las misiones evangelizadoras de Asia y sobre todo en América, donde llegan a dirigir el levantamiento de repúblicas socialistas teocráticas, capaces de vivir en la abundancia.

Mencionemos algo de su actividad en estos últimos escenarios. Solange Alberro toca el problema de cómo traducir un producto de la cultura europea occidental a culturas de otro orden mental, de un corte civilizatorio diferente, como son las orientales.

Es un problema que Mateo Ricci, el gran explorador cultural, conquistador-conquistado, problematizó a fondo en el siglo XVII. Son pocos en toda la historia los textos en que, como en los de él o de su antecesor Alessandro Valignano, se observa una sociedad que pretende trasladar sus formas culturales a sociedades en las que éstas son extrañas o no “naturales”, arriesgarse mentalmente en tal empresa hasta el punto de verse obligada a poner en cuestión los rasgos más fundamentales de su singularidad; a desamarrar y aflojar los nudos de su código cultural para poder penetrar en el núcleo de una cultura diferente, en el plano de la simbolización fundamental de su código. Son los religiosos jesuitas empeñados en la evangelización de la India, el Japón y la China los que van a internarse en esa vía.[5]

Van a hacerlo, por ejemplo, en el campo problemático de la traducción lingüística. ¿Cómo traducir las palabras “Dios Padre”, “Madre de Dios”, “Inmaculada Concepción”, “Virgen madre”? Términos como éstos, absurdos, si se quiere, pero perfectamente comprensibles en Occidente, no parece que puedan tener equivalentes ni siquiera aproximados en el japonés o el chino. La única manera que ellos ven de volverlos asequibles a los posibles cristianos orientales – manera que será tildada justamente de herejía por parte de las otras congregaciones religiosas– pasa por el cuestionamiento del propio concepto occidental de Dios.

Por el intento, por ejemplo, de encontrar en qué medida, en el concepto de Dios occidental, puede encontrarse un cierto contenido femenino;  sólo de este modo , a partir de una feminidad de Dios, les parecía posible introducir en el código oriental significaciones de ese tipo.

Este trabajo de los evangelizadores jesuitas sobre la doctrina cristiana y su teología es un trabajo discursivo sin paralelo; es tal vez el único modelo que Europa, la inventora de la universalidad moderna, puede ofrecer de una genuina disposición de apertura, de autocrítica, respecto de sus propias estructuras mentales.

En América, la actividad de la Compañía de Jesús en los grandes centros citadinos tuvo gran amplitud e intensidad; llegó a ser determinante, incluso esencial para la existencia de ese peculiar mundo virreinal que se configuraba en América a partir del siglo XVII.

Desde el cultivo de la élite criolla hasta el manejo de la primera versión histórica del “capital financiero”, pasando por los múltiples mecanismos de organización de la vida social, la consideración de su presencia es indispensable para comprender el primer esbozo de modernidad vivido por los pueblos del continente. Los padres jesuitas cultivaron las ciencias y desarrollaron muchas innovaciones técnicas, introdujeron métodos inéditos de organización de los procesos productivos y circulatorios.

Para comienzos del siglo XVIII, sus especulaciones económicas eran ya una pieza clave en la acumulación y el flujo del capital en Europa; para no hablar de América, donde parecen haber sido completamente dominantes. Sin embargo, pese a que su intervención en las ciudades era de gran importancia, ella misma la consideraba como un medio al servicio de otro fin; su fin central, que no era propiamente urbano sino el de la propaganda fide, cuya mirada estaba puesta en las misiones.

Se trataba de la evangelización de los indios, pero especialmente de aquellos que no habían pasado por la experiencia de la conquista y la sujeción a la encomienda, es decir, de los indios que vivían en las selvas del Orinoco, del Amazonas, del Paraguay. Su trabajo citadino se concebía así mismo como una actividad de apoyo al proceso de expansión de la Iglesia sobre los mundos americanos aún vírgenes, incontaminados por la “mala” modernidad.

También en la historia de la Compañía de Jesús lo que predomina es un intento de recomposición. Se trata en ella de un proyecto de magnitud planetaria destinado a reestructurar el mundo de la vida radical y exhaustivamente, desde su plano más bajo, profundo y determinante – donde el trabajo productivo y virtuoso transforma el cuerpo natural, exterior e interior al individuo humano-, hasta sus estratos retro determinantes más altos y elaborados – el disfrute lúdico, festivo y estético de las formas.

Es la desmesurada pretensión jesuita de levantar una modernidad alternativa y conscientemente planeada, frente a la modernidad espontánea y “ciega” del mercado capitalista, lo que hace que, para mediados del siglo XVIII, la Compañía de Jesús sea vista por el despotismo ilustrado como el principal enemigo a vencer.

Así lo planteaba con toda claridad el marqués de Pombal, el famoso primer ministro de Portugal, promotor de la transformación de la economía y de la política ibéricas, cuya influencia se extenderá más allá de la gestión de Carlos III en España.

La derrota de la Compañía de Jesús, que queda sellada con el Tratado de Madrid y la destrucción de las Repúblicas Guaraníes, y que lleva a su expulsión de los países católicos, a su anulación por el papa y a la prohibición de toda actividad conectada con ella a fines del siglo XVIII, es la derrota de una utopía; una derrota que, vista desde el otro lado, no equivale más que a un capítulo en la historia del “indetenible ascenso” de la modernidad capitalista, de la consolidación de su monolitismo.

Se trata entonces de toda una historia, de todo un ciclo que tiene un principio y un fin, que comienza en 1545, en las discusiones teológicas y en las intrigas palaciegas de Trento, y termina en 1775, en las privaciones y el escarnio de las mazmorras de Sant’Angelo.

Tal vez conviene subrayar quién fue en verdad el contrincante que derrotó al proyecto jesuita de modernización del mundo y cuál fue la razón de su triunfo. La utopía neocatólica se enfrentó nada menos que al proyecto espontáneo y sólidamente realista de configurar el moderno mundo de la vida a imagen y semejanza de la acumulación del capital.

La presencia de Dios en el misticismo cotidiano y seglar que los jesuitas intentaban imponer en la población, por más exacerbada que ella haya podido ser, no fue capaz de contrarrestar el poder cohesionador y dinamizador de la sociedad que despliega la acumulación de capital, el dinero generando más dinero, cuando invade ese “territorio ajeno a ella” (según Braudel) que es la producción y el consumo de los bienes y los servicios.

En el lugar del capital, los jesuitas quisieron poner a la ecclesia, a la comunidad humana socializada en torno a la fe y la moral cristianas. En vísperas de la revolución industrial que ya se anunciaba, ella no fue capaz de vencerlo; resultó ser mucho  menos eficaz que él como gestora de la producción y el consumo adecuados del plusvalor.

El atractivo de su sociedad beatífica resultó mucho más débil que el del paraíso que la “sociedad abierta” prometía como una realidad que estuviera a la vuelta de la esquina ( como lo muestran los interesantes estudios recientes sobre el proceso de descreimiento en Francia e Inglaterra a lo largo del siglo XVIII).

Tenemos, así, dos historias de diferente orden en las que tienen lugar procesos cuyo propósito no sólo implícito es una reconstitución: en el caso del proyecto criollo, la re-creación de la civilización europea en América; en el caso de la Compañía de Jesús, la re-construcción del mundo católico para la época moderna.

Habría que insistir, tal vez, en el hecho de que, en la América Latina, el fracaso de la Compañía de Jesús es un hecho que tiene que ver directamente con el fracaso del proyecto propiamente político o de élite de la sociedad criolla.

Un fracaso que se da en conexión muy evidente con la política económica global del despotismo ilustrado, cuando la Corona piensa que, de imperio sin más, orgánicamente integrado, España debe pasar a ser un imperio “moderno”, colonial, y pretende hacer de su cuerpo americano un cuerpo extraño, colonizado.

Es importante tener en cuenta, sin embargo, que, aunque los jesuitas fracasan globalmente y desaparecen prácticamente de la historia a finales del siglo XVIII,[6] el proyecto criollo sin embargo continúa, y lo hace justamente en ese proceso -siempre inacabado- que tiene  lugar en la vida cotidiana de la parte baja de la sociedad latinoamericana, en el cual el “criollismo” popular y su mestizaje cultural crean nuevas formas para el mundo de la vida, formas que no pierden su matriz civilizatoria europea.

II

Aparte de la estructura de lo que acontece en estas dos historias, podemos considerar también el cómo o la manera en que acontecen estas dos historias. Para ello, en mi opinión, es indispensable tener en cuenta el concepto de “lo barroco”. El modo de comportarse de la Compañía de Jesús y el modo de comportarse de los criollos mestizos, ambos, son de corte barroco. Quisiera para ello hacer referencia -brevemente- a lo que podría ser un rasgo constante o una cadencia distintiva de las muy variadas estrategias de conformación de una materia que solemos denominar “barrocas”.

Estas, en efecto, son múltiples, y es muy difícil, prácticamente imposible, elaborar una lista de determinaciones que diga: “lo barroco, para ser tal, debe presentar estas características y estas otras”. Ni siquiera las cinco marcas que, según Wólfflin, distinguen el arte barroco del renacentista, y que completan una definición que sigue sin duda siendo válida, alcanzan efectivamente a componer lo que podríamos llamar un modelo típico o un tipo ideal de “lo barroco”.

Sí hay, sin embargo, ejemplos paradigmáticos o modos ejemplares de comportarse de lo barroco, sobre todo en la historia del arte. Por esta razón, y para intentar mostrar en qué sentido la forma en que se comportan jesuitas y criollos puede llamarse “barroca”, quisiera recordar aquí el modo  como se comporta Gian Lorenzo Bernini con la tradición clásica en su trabajo artístico.

Si nos acercamos a la obra escultórica de Bernini podemos observar que su autor tiene, en verdad, un solo proyecto desde que comienza sus trabajos: es el intento de seguir haciendo arte griego o romano, de incluir su obra en el catálogo de la herencia clásica.

Comienza sus trabajos imitando el arte helenístico, haciendo piezas que pueden confundirse perfectamente con las que están siendo desenterradas del suelo de Roma, provenientes del arte griego. Sueña ser, intenta ser o hace como si fuera un escultor antiguo que estuviera todavía trabajando.

Artista ubicado ya en el desencanto posrenacentista, se plantea como proyecto suyo no seguir el canon clásico sino rehacerlo, no aprovecharlo sino revitalizarlo, ponerlo nuevamente a funcionar como en el momento de su fundación.

Su trabajo va a tener siempre este sentido, hacer piezas a un tiempo nuevas y antiguas, pero el problema formal al que se enfrenta es radical: ¿cómo repetir la vitalidad formal en esas piezas antiguas-nuevas que él produce?, ¿cómo no hacer arte muerto, simples copias de las piezas que ya existen?, ¿cómo inventarse nuevas figuras, que no existieron entonces pero que pudieron haber existido?

Es aquí donde aparece el comportamiento barroco al que hago referencia; un comportamiento bastante complejo porque lo que busca el artista Bernini al hacer sus obras es, como diría el músico Claudio Monteverdi, “despertar la pasión oculta en cada una de las formas”, revivir el drama del que ellas surgieron: ir a la fuente de los cánones clásicos y encontrar su vitalidad para seguir trabajando identificado con ella.

Sólo que en el camino de esta búsqueda del origen de la vitalidad de los cánones clásicos en la dramaticidad pagana, Bernini va a toparse con otra completamente diferente: la dramaticidad cristiana.

El gran problema estético al que se enfrenta el Bernini maduro – hombre sumamente religioso, entregado a la fe, ligado estrechamente a los jesuitas- es, en verdad, el de cómo representar el único objeto que, en última instancia, vale la pena representar: la presencia de Dios.

Presencia que nunca puede ser directa, que sólo puede ser atrapada en sus efectos, en las experiencias místicas de las que son capaces los seres humanos. Si hay algo que mueve, que da vitalidad al cuerpo y a los pliegues del hábito de la beata Ludovica Albertoni es el hecho de que ella está haciendo la experiencia de la presencia de Dios: una presencia delegada en el rictus, en el gesto corporal y en el movimiento instantáneamente detenido de su agonía; delegada, como lo está también, bajo la forma de luz que posee el cuerpo místico de santa Teresa, en el famoso Extasis o Transververación  de la Capilla Cornaro.

Dios es irrepresentable en sí mismo, directamente, parece reconocer aquí Bernini; no hay cómo hacer una figura que retrate verdaderamente a Dios. Y él propone una vía para la conveniencia de representarlo expresada por el Concilio de Trento: mostrarlo en la perturbación que provoca su presencia mística en el cuerpo humano y su entorno.

La forma de lo relatado en las dos historias que nos ocupan – el modo de la reconstrucción criolla de lo europeo en América y de la reconstrucción de la modernidad en términos modernos y católicos por parte de la Compañía de Jesús- puede conectarse con este modo ejemplar de comportamiento artístico en Berrnini. Para ello es necesario acercarse otro poco al problema de la teología de la Compañía  de Jesús. 

Se trata de una teología sumamente compleja, contradictoria en sí misma, pues está en vías de dejar de ser tal y convertirse en filosofía. Es sabido que la obra de Luis de Molina que está en los orígenes de todo este proceso, la Concordia liberi arbitrii cum gratiae donis…, que va a influir inertemente en la inmensa y brillante obra de Francisco Suárez así como   en la de muchos otros, es una teología que, después de enconadas discusiones fue rechazada como, teología oficial de la Iglesia.

Esto tiene su fundamento y está justificado desde la perspectiva de la Iglesia, del papa y de Roma porque lo que se intenta en ella es, en definitiva, nada menos que redefinir en qué consiste la presencia de Dios en el mundo terrenal. El planteamiento de los teólogos jesuitas es sumamente radical: golpea en el centro mismo del discurso teológico de la Edad Media.

Nada hay más híbrido y ambivalente que el discurso teológico: es el discurso filosófico, el discurso de la razón volcada en contra de toda verdad revelada, pero como discurso que está allí para justificar precisamente una verdad revelada; el discurso de la no-revelación puesto a fundamentar la revelación.

Este discurso tan peculiar es justamente el que comienza a reconfigurarse en las obras de Molina, de Suárez, etcétera, mediante un intento de reconstruir el concepto de Dios. Es un intento que sólo puede cumplirse de la manera en que es posible dentro de una estructura totalitaria del discurso, mediante estrategias de pensamiento sumamente sutiles, tiñéndose de recursos de argumentación monstruosamente elaborados.

El núcleo, y aquello en torno a lo cual se discute de ida y vuelta, es el de la distinción que hacen ellos entre la gracia suficiente de Dios y la gracia eficaz. Es un planteamiento que sólo se comprende a partir de la polémica del catolicismo con la Reforma: en el planteamiento de la Iglesia reformada, la gracia de Dios es suficiente para la salvación. Dios, arbitrariamente, con su omnipotencia, con su omnisciencia, con su voluntad impenetrable, decide quiénes habrán de salvarse y quiénes no.

Habrá incluso, en la versión de la doctrina calvinista puritana, la idea de que los elegidos por Dios para salvarse, los “santos visibles”, pueden ser reconocidos incluso por marcas exteriores gracias a la capacidad de trabajo productivo que ostentan. Esta idea de que la gracia para la salvación viene directa y exclusivamente de Dios, de que, por lo tanto, ya todo está decidido de antemano, de que los elegidos y los condenados han sido ya determinados, esta idea es la que los teólogos jesuitas van a poner en cuestión.

Ellos afirmarán, en cambio, que hay, sin duda, la gracia suficiente de Dios; que El se basta a sí mismo para salvar o condenar a cualquiera; pero añadirán que este bastarse a sí mismo sólo puede darse mediante una intervención humana, que el libre arbitrio debe estar ahí, en cada uno de los individuos, para que la gracia suficiente de Dios se convierta en una gracia eficaz, para que la salvación tenga lugar en definitiva.

El trabajo de estos teólogos es sumamente agudo y complejo, pues deben insistir tanto en la omnipotencia y la omnisciencia de Dios como en su infinita bondad. ¿Cómo es posible que el Creador, que es a la par omnipotente y bondadoso, permita que sus criaturas se condenen? ¿Dónde queda su bondad? ¿Cuál es la relación entre la onmipotencia y la omnisciencia de Dios y su infinita bondad?

Es allí, entonces, donde los jesuitas intervienen con un complejo aparato de argumentación que tiene que ver justamente con la correspondencia entre los diferentes modos y grados del saber omnisciente de Dios y los modos o grados de la existencia del mundo. Lo que Dios sabe es lo que el mundo es. La teología jesuita plantea la idea de que hay tres modos de la omnisciencia de Dios: un saber “simple”, un saber “libre” y un saber “medio” de Dios.

Afirma que, entre el saber simple de Dios, que es el saber absoluto y total de todas las posibilidades de ente imaginables en el universo, y su saber de lo real, es decir, no sólo de eso posible sino de lo que realmente existe, de lo que habrá sido definitivamente elegido para existir, que entre ese mundo posible y este mundo real – que son por supuesto proyecciones del saber simple y el saber libre de Dios-, se encuentra sin embargo un momento intermedio, justamente aquel en el que esta realización de lo posible está en trance de darse, en el que esa infinidad de posibilidades está concretándose sólo en aquellas que realmente se van a dar.

Se trata de un momento que corresponde a una “ciencia media” de Dios, que “sabe” del mundo no como realizado sino realizándose. Las “cosas” de este momento peculiar son cosas “sabidas” o constituidas por un saber divino que sabe del momento de la elección, que sabe del libre arbitrio: son cosas cuyo status ontológico se ubica entre lo posible y lo real.

Son el referente al que corresponde este saber medio o esta ciencia de la realización de lo posible; son el campo de la condición humana. El arbitrio humano es el topos de la libertad.

Con buen olfato, el papado rechazó la teología jesuita porque percibió que llevaba al umbral de la herejía. Es una teología que podía hacer saltar el aparato conceptual de la teología cristiana.

En primer lugar, porque plantea una idea de Dios como un Dios haciéndose, es decir, como un Dios creándose a sí mismo, como Dios en proceso de ser Dios, y no corno un Dios que ya lo es. Se trata de una idea de Dios en la que hay un fuerte sesgo maniqueo, puesto que Dios sólo es tal en la medida en que vence, como luz, a las tinieblas.

En segundo lugar —y éste es el punto verdaderamente difícil- es una idea que encamina a la herejía, al “pelagianismo”, a la equiparación de las virtudes de cualquiera con el sacrificio de Cristo, el hijo de Dios; lo es, porque afirma que, al estar haciéndose, Dios depende en alguna medida de su propia creación, depende del ser humano.

Esta peculiar inserción del ser humano y su libre albedrío como una entidad necesitada por Dios para que su creación funcione efectivamente, este intento de conciliar o hacer que concuerden la omnipotencia de Dios y la dignidad humana, es el punto donde, efectivamente, la doctrina teológica de los jesuitas parece dirigida a revolucionar toda la teología tradicional.

El comportamiento de los teólogos de la Compañía de Jesús se parece mucho a lo que hace Bernini. Efectivamente, lo que ellos quieren es reconstruir el concepto de Dios, “remodelarlo”, ponerlo al día. Al rehacerlo, sin embargo, lo modifican, y lo hacen tan sustancialmente, que el Dios reconstruido ya no coincide con el Dios de la teología medieval, se parece poco a El.

Tenemos aquí nuevamente el mismo periplo berniniano: se parte en busca de una dramaticidad religiosa antigua, y la misma, al ser despertada, resulta que es otra, la dramaticidad de la experiencia de lo divino propia de la vida moderna.

Si consideramos ahora el proceso de mestizaje cultural latinoamericano a partir del siglo XVI, vamos a encontrar también en él, un modo de comportamiento que es similar.

La palabra “mestizaje” evoca aquí necesariamente un proceso de mixtura, de mezcla de formas culturales que se parecería a procesos conocidos por la química o la biología: mezcla de sustancias, de sus colores, por ejemplo, injertos de una planta en otra, cruces de diferentes razas de animales, etcétera.

El proceso de mestizaje cultural, sin embargo, más allá de estas resonancias fisicalistas u organicistas, al parecer sólo se puede tematizar adecuadamente en una aproximación y un tratamiento de orden semiótico.

Cuando hablamos de una relación de cualquier tipo entre diferentes formas culturales no podemos dejar de lado aquello en lo que Lévis-Strauss ha insistido tanto: la idea de que todo mundo cultural es un mundo cerrado en sí mismo, que plantea como condición de su vigencia la impenetrabilidad de su código, de la subcodificación identificadora del mismo.

Cada código cultural sería así absolutista: tiende la red de su simbolización elemental, de su producción de sentido y su inteligibilidad, sobre todos y cada uno de los elementos que puedan presentarse al mundo de la percepción.

Se basta a sí mismo, y todo otro proyecto o esquema de mundo, toda otra subcodificación del código de lo humano que pretenda competir con él, le resulta por lo menos incompatible, si no es que incluso hostil. En este sentido completamente abstracto no habría la posibilidad de un diálogo entre las culturas; las formas culturales tenderían más bien a darse la espalda las unas a las otras.

En la historia concreta, sin embargo, la vida de las culturas ha consistido siempre en procesos de imbricación, de entrecruzamiento, de intercambio de elementos de los distintos subcódigos que marcan sus diferentes identidades.

Procesos extraordinarios y bruscos, en un sentido, cotidianos y pacientes, en otro, que son siempre conflictivos y “traumáticos”, resultantes de respuestas a “situaciones límites”. Si hay historia de la cultura, es justamente una historia de mestizajes. El mestizaje, la interpenetración de códigos a los que las circunstancias obligan a aflojar los nudos de su absolutismo, es el modo de vida de la cultura.

Paradójicamente, sólo en la medida en que una cultura se pone en juego, y su “identidad” se pone en peligro y entra en cuestión sacando a la luz su contradicción interna, sólo en esa medida defiende sus posibilidades de darle forma al mundo, sólo en esa medida despliega adecuadamente su propuesta de inteligibilidad.

Para terminar, cabe insistir en el hecho de que, si el proceso de mestizaje cultural en la América Latina pudo comenzar, fue precisamente en virtud de la situación cultural especialmente conflictiva, muchas veces desesperada, que le tocó vivir ya en el siglo XVII -situación muy parecida, por cierto, a la que, esta vez a escala planetaria, agobia a la época en que vivimos.

Había, por un lado, la crisis en la que estaba sumida la civilización dominante, ibero-europea, después del agotamiento del siglo XVI cuando casi se había cortado todo el circuito de retroalimentación que la conectaba con el centro metropolitano; pero había también, por otro, la crisis de la civilización indígena: después de la catástrofe político-religiosa que trajo para ella la Conquista, los restos de la sociedad prehispánica no estaban en capacidad de funcionar nuevamente como el todo orgánico que habían sido en el pasado.

Y sin embargo, aunque ninguna de las dos podía hacerlo sola o independientemente, ambas experimentaban la imperiosa necesidad de mantenerse al menos por encima del grado cero de la civilización. Son los criollos de los estratos bajos, mestizos aindiados, amulatados, los que, sin saberlo, harán lo que Bernini hizo con los cánones clásicos: intentarán restaurar la civilización más viable, la dominante, la europea; intentarán despertar y luego reproducir su vitalidad original.

Al hacerlo, al alimentar el código europeo con las ruinas del código prehispánico (y con los restos de los códigos africanos de los esclavos traídos a la fuerza), son ellos quienes pronto se verán construyendo algo diferente de lo que se habían propuesto; se descubrirán poniendo en pie una Europa que nunca existió antes de ellos, una Europa diferente, “latino-americana”.


[1] La Carrera de Indias fue el conjunto de rutas que unieron Castilla con sus virreinatos americanos, haciendo posible la integración de éstos en el vasto conjunto de la Monarquía Hispánica. Funcionó como un gran conector imperial, a través del cual viajaron personas, mercancías, dinero, objetos, información, cultura…

[2] Es interesante tener en cuenta que la realización de este proyecto criollo tiene lugar siempre dentro de un marcado conflicto de clases dentro de la estratificación y la jerarquía sociales. Por debajo de la realización

de este proyecto “criollo” por parte de la élite, realización castiza, españolizante, que efectivamente sólo persigue copiar a la manera americana lo que existe en Europa (en España), y que pretende practicar un apartheid paternalista con la población indígena, negra y mestiza, hay otro nivel de realización de ese proyecto, que es el determinante: más cargado hacia el pueblo bajo, lo que acontece en él es esta reconstrucción de la civilización europea en América pero dentro de aquello que Braudel llama la “civilización material” y gracias al proceso del mestizaje cultural y étnico. En el proyecto criollo elitista predomina lo político, mientras en el proyecto criollo de abajo predomina lo económico , es decir, el plano de las relaciones más inmediatas de producción y consumo.

[3] El Concilio de Trento (1545-1563) reafirmó la autoridad y la centralidad de la Iglesia Católica, reformó los abusos dentro de la Iglesia, codificó las escrituras, estableció seminarios para un clero mejor educado y condenó la Reforma Protestante como una herejía.

[4] Hubert Jedin , Geschichte des Konzits von Trient, Freiburg, 1949-73.

[5] ‘Véase, por ejemplo, Alejandro Valignano S. I., Sumario de las cosas del Japón (1583) y Adiciones (1592), Sophia University, Kyoto, 1954.

[6] Para tener una segunda época, ésta sí reaccionaria y tenebrosa, contradictoria de la primera, desde comienzos del siglo XIX hasta mediados del presente.