Acerca de la violencia epistémica: el caso de la experiencia académica. Giannina Burlando.   

Mi actividad filosófica, como enseñante e investigadora, se ha caracterizado en general por hacer una filosofía vinculada a lo que se reconoce como el clásico estudio de la “Historia de las ideas”.

Este tipo de estudio se distingue por ahondar en el conocimiento de una determinada historia del pensamiento más que una historia de la acción humana. Las directrices que guían esta forma de hacer filosofía y de interpretar el pensamiento, ya sea metafísico, epistemológico o político, son las de revisar un corpus bibliográfico determinado identificando y examinando los contenidos centrales abordados por un pensador, o la relación entre varios, a lo largo de escritos escogidos.

El método de esta corriente tradicional consiste en hacer exégesis interpretativas de textos considerados canónicos y oficiales, para dar con el sentido y significado de dichas obras. El presupuesto que late con fuerza detrás de esta historia de las ideas es la creencia de que en los textos filosóficos de ciertos autores se lleva a cabo un desarrollo temático de grandes ideas universales, sempiternas y neutras.

Estas ideas se estudian en abstracto, inarticuladas del contexto de enunciación que las engendra y con independencia de los sujetos que las piensan, puesto que el contenido de las grandes obras puede reducirse a ideas y postulados sub especie eternitatis, presentes en diversos autores, principalmente masculinos, con leves variaciones.

¿De qué trata entonces la violencia epistémica y su contexto en el espacio academicista? Ciertamente mi investigación del tema da un giro y se aleja de la línea de estudio de la historia de las ideas, para más bien tener como horizonte la filosofía que intenta acercar el conocimiento teórico a la praxis de liberación de las mujeres y de otros colectivos socialmente marginados; para dar cabida a la corriente de pensamiento que se ocupa de la experiencia cognitiva vital del sujeto, o mejor aún, a una que se enmarca en el tipo de investigación ética que propone incluir la experiencia moral de la mujer en la filosofía.

De tal modo, primeramente, se abordará este tema de una manera extrínseca: desde el marco teórico de fuentes feministas contemporáneas sobre ética del conocer; en segundo lugar, de manera intrínseca: contextualizando formas particulares de la experiencia laboral de enseñanza superior, poniéndolas en relación con la violencia epistémica situada en la institución académica.

Por último, la coda final plantea valores y acciones de resistencia, que permiten exceder los límites de la pura historia de las ideas, ya sea recurriendo al contextualismo filosófico, nueva historia crítica de las ideas, o a la ética feminista, cuyo alcance, como se verá, implica al sujeto en su experiencia social.

I. Del con-texto de la violencia epistémica

Las publicaciones acerca de conductas conscientes y sistemáticas de hostigamiento dentro del ámbito laboral -sean en psicología del trabajo o en el mundo jurídico- son tipificadas bajo los léxicos de “mobbing laboral” o de “acoso moral laboral”, en cambio las abundantes publicaciones del feminismo angloparlante proponen los conceptos de: “injusticia epistémica”, “injusticia hermenéutica”, “parcialidad hermenéutica”, “ignorancia activa” y “resistencia epistémica”.

Esto demuestra que las autoras feministas eligen un vocabulario conceptual bien definido para identificar y analizar el fenómeno complejo de un tipo de injusticia, la injusticia epistémica. En este caso particular, se trata de una forma de injusticia manifiesta en las prácticas en que desconsideran las elocuciones, declaraciones y relatos de sujetos percibidos como diferentes.

Se trata del tipo de injusticia que se hace al sujeto en su capacidad de conocimiento: cuando su credibilidad llega a ser dañada y degradada por prejuicios. Denomino la ‘injusticia epistémica’ indistintamente como ‘violencia epistémica’, dado que ambas categorías, como se verá, comprometen la destrucción de la vida del sujeto.

La forma de violencia epistémica se sitúa como objeto de estudio fronterizo de la ética y la epistemología, y las expresiones aquí reunidas son usadas efectivamente como categorías de la ética, pero más particularmente, como categorías de la ética del saber.

Se refieren a lo que en la práctica es un saber; aunque ciertamente se trata de un saber-ignorar, pues se trata de un saber-desconocer, en actitud de desconfianza, las capacidades del conocedor/a en tanto conocedor/a, en particular dentro de los espacios laborales académicos donde los sujetos participan en la educación y comunican su conocer a otros.

Este particular objeto de análisis en el feminismo de Latinoamérica lleva aún cierto retraso, puesto que las categorías conceptuales aludidas han sido más utilizadas en la literatura feminista internacional. Desde publicaciones como: Miranda Fricker y Jennifer Hornsby, The Cambridge Companion to Feminism in Philosophy; o en las apariciones regulares de Feminist Studies, Feminist Review, y con mayor desarrollo metodológico e intensidad en la Revista Hypatia.

También en la creciente corriente de publicación de libros de autores tales como: Lisa Tessman, Miranda Fricker, Marije Altorf, Alison Wylie, Elizabeth Anderson, José Medina, y más recientemente de estudiosos de lengua castellana que, han discutido implícita o explícitamente el fenómeno desde la antropología política, la historiografía y la sociología.

Todos los autores mencionados ofrecen modelos teóricos para facilitar la comprensión de un fenómeno que limita con las esferas del poder, del conocer y de la administración de justicia, y que ofrecen herramientas de análisis testimonial y hermenéutico, en los procedimientos de evaluación de colectivos minoritarios, incluyendo la presencia de mujeres en el espacio de experiencia académica.

En el libro Epistemic Injustice: Power and the Ethics of Knowing (2007), la filósofa feminista de Oxford, Miranda Fricker, analiza el fenómeno de la injusticia epistémica. Clasifica dos grandes tipos de injusticias epistémicas: la injusticia testimonial (IT) y la injusticia hermenéutica (IH).

La injusticia testimonial, por una parte:

    Excluye al sujeto de la conversación confiada. Por tanto, lo margina de la participación en una actividad estabilizadora de la mente y además falsifica un aspecto esencial de su identidad. Esta injusticia testimonial, además, no es meramente un momento de exclusión (de esa doblemente valiosa actividad psicológica), sino que es un tipo de exclusión prejuiciosa (Fricker, M. 2007, 54 ).

Se entiende que algunos prejuicios son locales, como el prejuicio racial o de clases sociales, haciendo surgir injusticias testimoniales incidentales. Pero otros, como los prejuicios de identidad, son sistemáticos. Bernard Williams (1995, 9 ) ha hecho ver que, aquellos prejuicios que funcionan en contra de un hablante, en un intercambio discursivo dado, pueden concernir a la categoría de la identidad social (i.e., a los factores raciales, religiosos, sexuales, políticos o de clase social).

Es decir, todo lo que es esencial a la identidad como identidad inter-seccional: la relativa a los rasgos entrecruzados de un sujeto, por ejemplo, mujer/divorciada/católica; hombre/homosexual/mestizo- para crear situaciones de marginalización.

De tal manera, cuando la injusticia epistémica acontece al sujeto, lo afecta transversalmente, pues no solo lo degrada en su capacidad de conocedor, sino en sus características esenciales, en tanto que ser social.

El análisis de Fricker considera que la IT:

De hecho no se confina al intercambio testimonial, permitiendo incluso que entendamos el testimonio en su sentido más amplio, el cual incluye todos los casos del habla. El déficit de la credibilidad prejuiciosa puede ocurrir cuando un hablante expresa simplemente una opinión personal a un auditor, o emite un juicio de valor, incluyendo discursos de injusticia testimonial a una audiencia determinada. Sin embargo, el habla es el foco principal de la injusticia testimonial, ya que el daño básico de la injusticia testimonial es el acallamiento del hablante qua conocedor, mientras que otros tipos de elocuciones pueden comunicar conocimiento (Fricker, M. 2007, 60 ).

Esta originaria obra de Fricker aporta un desarrollo a la epistemología testimonial; la cual es considerada como marco teórico adecuado para situar todos los casos de déficit de credibilidad prejuiciosa. La innovación en el aspecto de la justicia testimonial – iniciada por C. A. J. Coady, en su libro Testimony. A Philosophical Study (1992)- es la emisión de puntos elocutivos del testimonio, no en términos de comunicación de conocimiento, sino más específicamente como evidencias léxicas.

Parte del capítulo sobre descripciones del testimonio, está dedicado al análisis de la justificación dentro de la epistemología del testimonio, la cual es clasificada en dos variedades: la inferencista y no-inferencista.

La discusión aclara que, una motivación clave será la inclinación del autor por cualquiera de esos modelos, inferencista o no-inferencista; además involucra las obligaciones que tiene el auditor si se trata de la adquisición de conocimiento. No se atiende aquí al desarrollo de los argumentos a favor y en contra de las variedades teóricas de la epistemología del testimonio; no obstante, se acepta un tipo de cognitivismo cuya fuente es la tradición ética de la virtud, donde la percepción virtuosa depende tanto de las condiciones morales como epistémicas del sujeto.

Importa notar aquí la analogía construida por Fricker, entre la capacidad perceptual del agente moral y la capacidad perceptual testimonial del auditor virtuoso, que depende de al menos cinco factores interrelacionados, estos son: 1) que el testimonio en la esfera moral siga el modelo perceptual para los juicios y, por tanto, es de tipo no-inferencial; 2) que en ambas esferas, del agente y auditor, el buen juicio es in-codificable; 3) que en ambas esferas, el juicio es intrínsecamente motivado; 4) que ambos polos aportan razones; y 5) que en ambos sujetos, el juicio moral contiene un aspecto emocional, aceptado como parte esencial y propia de la cognición (Fricker, M. 2007, 72).

Como parte de la discusión sobre justicia epistémica, aparece el tipo de injusticia hermenéutica (IH). La formulación genérica que mejor capta los sentidos de lo que Fricker denomina “injusticia hermenéutica per se”, es que: “La injusticia de tener obscurecida un área significativa de la experiencia social de un sujeto, para la comprensión colectiva, debido a la marginalización hermenéutica”.

Esta definición cubre dos tipos de casos, incidentales y sistemáticos, de injusticia hermenéutica. Para Fricker, la IH sistemática es central en su exposición, lo que no significa que casos de IH incidentales no sean éticamente graves. En uno de los casos incidentales que la autora presenta: “es vitalmente desintegrador para Jeanne que su experiencia no sea bien entendida desde un comienzo, ya que esto permite que el acoso de Joe escale hasta los últimos niveles de amenaza […]. Por lo mismo, casos de IH incidental, pueden ser destructivos para la vida de un sujeto” (Fricker, M. 2007, 158).

Lo que distingue los casos sistemáticos de IH no es la gravedad del daño singular, sino condiciones más generales, ya que estas ayudan a revelar el lugar de la injusticia hermenéutica en el complejo campo de las injusticias sociales.

A modo de resumen y siguiendo a Fricker (2007, 159 ), las condiciones necesarias y suficientes para la injusticia incidental o hermenéutica sistemática, son las siguientes:

I. Que un sujeto sea desfavorecido porque su experiencia se deja en la oscuridad, debido a una laguna en el recurso hermenéutico colectivo; esto es suficiente para afirmar que se trata de una IH incidental, incluso si la marginalización es localizada o única en su tipo.

II. Que un sujeto sea desfavorecido porque su experiencia se deja en la oscuridad. Debido a un vacío en el recurso hermenéutico colectivo, tal laguna es mantenida por un amplio y persistente rango de marginalización hermenéutica: entonces la injusticia hermenéutica es sistemática.

III. La condición necesaria para la IH es la marginalización hermenéutica del sujeto. Pero el momento crucial de la IH se revela sólo cuando, la condición de exclusión se manifiesta en un intento de parte del sujeto para verbalizar y socializar su experiencia, ya sea a sí mismo u otro interlocutor.

IV. La desigualdad hermenéutica que existe como latente en una situación de marginalización, estalla como injusticia hermenéutica, especialmente cuando alguna evidencia inteligible ha quedado silenciada por esa marginalización.

V. La característica típica de la IH, se manifiesta en la lucha del hablante por hacer inteligible su caso en un intercambio testimonial, lo que hace surgir la sombría posibilidad de que la IH esté compuesta a menudo por una injusticia testimonial (IT).

VI. Esto último tiende a ser el caso cada vez que la IH es sistemática, porque los miembros de grupos marginalizados siempre tenderán a estar sujetos a prejuicios de identidad.

En esta perspectiva, ningún agente comete injusticia hermenéutica, sea incidental o sistemática, pues esta viene a ser una noción puramente estructural. Ahora bien, lo hasta aquí investigado sobre injusticias epistémicas, se complementará con la contribución crítica al tema de José Medina.

Efectivamente en su reciente publicación: The Epistemology of Resistance: Gender and Racial Oppression, Epistemic Injustice, and Resistant Imaginations (2013), puede incluirse en el área de la epistemología social, normativa no- idealista.

Pues en ese texto Medina parte del hecho distintivo de la violencia epistémica, pero añade un aspecto central, el de nuestras obligaciones morales. De ahí que se agregará al análisis presente las categorías de: “ignorancia activa” y de “resistencia epistémica”, defendiendo así -en línea con Elizabeth Andersen- un Imperativo de Interacción Epistémica (IIE).

El imperativo de interacción epistémica: “llama al desarrollo de hábitos reactivos y comunicativos, que hace operacional nuestra capacidad de respuesta a los múltiples y diversos otros, no importando cuán diferentes sean. Se convoca al cultivo de sensibilidades sociales que nos abran a los otros diversos, cognitiva, afectiva y comunicativamente, que nos permitan compartir espacios responsablemente y comprometernos en actividades en conjunto” (Medina, J. 2013, 9).

Ciertamente, este imperativo ético normativo (IIE) es concebido como manera habitual de confrontar y resistir la violencia epistémica.

En tanto que, por el lado de la violencia epistémica, Medina destaca la actitud de ignorancia activa del sujeto, cuyo carácter se define como: “un estado mental culpable que surge de un conjunto de vicios epistémicos, tales como: la arrogancia, la pereza, la indiferencia y sobre todo, la mentalidad cerrada (closed- mindedness)” (Medina, J. 2013, 39).

Medina ofrece así una acuciosa investigación sobre cómo estos vicios del carácter tienden a manifestarse en los sujetos privilegiados de los ambientes institucionales. Aunque aquellos en posiciones jerárquicas privilegiadas tienden a estar mejor de muchas maneras, de hecho se encuentran epistémicamente en desventaja debido a su autolimitación y complicidad con situaciones de opresión. Por otro lado, según destaca la teoría feminista, los que en este escenario son desfavorecidos, tienden a sostener virtudes epistémicas opuestas a los vicios alentados por el privilegio, es decir: humildad, diligencia, sensibilidad social, curiosidad intelectual, lucidez crítica y apertura de espíritu.

En cuanto a los vicios y virtudes epistémicas, que tienden a manifestarse entre sujetos privilegiados y desfavorecidos respectivamente, Medina considera que los vicios tienden a producir una meta-insensibilidad. Esto quiere decir que, quienes adolecen de vicios epistémicos, (o agentes jerárquicamente privilegiados) desarrollarán insensibilidad en la forma de ignorancia activa, pero también desarrollarán insensibilidad a su propia insensibilidad.

Estos sujetos son incapaces de reconocer sus propias limitaciones intelectuales (Medina, J. 2013, 39). En este punto, el profesor Medina relaciona el análisis de la injusticia testimonial con lo que Fricker llama injusticia hermenéutica, ya que, según el autor, la meta- insensibilidad surge, en parte, debido a opacidades interpretativas en nuestros recursos conceptuales colectivos.

Estas verdaderas lagunas retroalimentan nuestras evaluaciones de credibilidad, que se basan en parte, en lo que parece ser inteligible o plausible. Lo importante en esta investigación de epistemología social del profesor de la Vanderbild University es la consideración de que los casos de injusticia testimonial son siempre sistemáticos, ya que la credibilidad esta evaluada en el contexto del poder social.

Por otra parte, Medina propone desarrollar la noción de “resistencia epistémica” (Medina, J. 2013, 48-52 ) , cuyas consideraciones se han basado en el trabajo de Charles Mills, quien acuñó la importante noción de “espacio de experiencia” y cuyo campo se define como:

    El espacio en el que un sujeto conduce su vida cognitiva y desarrolla hábitos, actitudes, y un carácter epistémico; este no es un espacio homogéneo, igual para todos, sino distintivamente un espacio social lleno de heterogeneidades y discontinuidades estructuradas (Mills, Ch. 1998, 27 ).

Según Mills, podemos hablar de un grupo de experiencia diferenciada. Este se contrasta al espacio de experiencia sin fricción, propio del sujeto abstracto y universal de la epistemología tradicional. Esta perspectiva de experiencia diferencial de los sujetos socialmente situados, se explica en términos de resistencia:

    Así, mientras el conocedor cartesiano asocial, puede moverse libremente en todos los puntos axiales del espacio, ciertas resistencias relacionadas específicamente a las características sociales y a la membresía del grupo, determinan al menos tendencialmente, los tipos de experiencia que uno probablemente tenga (Mills, Ch. 1998, 28 ).

A propósito de la palabra resistir (del latín resistere), el diccionario la define como: 1. el ejercicio que uno hace para oponerse a una fuerza o a la acción violenta de otra; 2. puede incluir el ejercicio de repugnar, contrariar, rechazar, contradecir el efecto violento de otro. Pero ¿Qué quiere decir resistir en relación a creencias o sistemas de creencias? Medina elabora un significado especial para la resistencia epistémica. En tal caso la resistencia no se entiende simplemente como el ejercicio que uno hace para oponerse a una fuerza -a la acción violenta de otra. Ya que en la resistencia epistémica:

I. Es necesario hablar de fuerzas en plural, i.e., de la interacción de fuerzas contendoras; por consiguiente, hablar de resistencia es hablar de fuerzas opuestas.

II. Cuando se habla del sujeto que resiste o hace resistencia de modo pasivo, se trata de un enfoque en las fuerzas que operan sobre el sujeto, pero solo indirectamente, entonces se habla de la fuerza reactiva del sujeto.

III. Cuando se habla del sujeto que resiste de manera activa, se está llamando la atención sobre la fuerza que impulsa la trayectoria cognitiva del sujeto, pero solo indirectamente, entonces se está mentando fuerzas externas de telón de fondo, en contra del cual el sujeto cambia su curso y formas de creencias; así las fuerzas externas ahora aparecen como reactivas, reactivas a la trayectoria del sujeto.

IV. Por tanto, la resistencia epistémica tiene un significado fuerte.

En suma, en este contexto epistémico del espacio de experiencia, la resistencia comprende un intercambio de fuerzas, reaccionando unas frente a otras, y a diferencia de su significado biológico, donde el término se refiere a “la inherente habilidad de un organismo para resistir las influencias dañinas [presentes en el ambiente natural] como: enfermedades, agentes tóxicos o infecciones”, Medina destaca la resistencia epistémica, que ejercen o soportan los sujetos en sus vidas cognitivas.

Distingue entre resistencia epistémica interna, externa, y ambas pueden ser positivas o negativas. Por ejemplo, una fuerza interna opositora que se defiende de la influencia epistémica externa, puede ser positiva en tanto crítica, pues desenmascara prejuicios y parcialidades, reacciona frente a los cuerpos de ignorancia; o también puede ser negativa en tanto se rehúsa a creer en un tipo de mentalidad que cierra el camino al reconocimiento de lo otro.

Dentro de las consideraciones normativas, Medina propone que, tanto los individuos como los grupos comunitarios, asuman su responsabilidad por sus propios ambientes epistémicos y por las formas de resistencia que tales grupos ayudan a crear y a perpetuar. Los principios guías de esta epistemología de la resistencia -los cuales facilitan el análisis de las fuerzas cognitivas y sus interacciones- permiten evaluar las diferentes formas de fricciones epistémicas y así conducir nuestras vidas a través de ellos.

Estos principios son: 1º El principio de Reconocimiento y de Conexión (PRC), y 2º el Principio de Equilibrio Epistémico (PEE). El PRC dicta que, todas las fuerzas cognitivas que encontramos en el espacio laboral deben ser reconocidas, y en la medida de lo posible contactadas. El segundo PEE, establece el desideratum de la búsqueda de equilibrio entre las fuerzas cognitivas interconectadas, sin que unas fuerzas se superpongan, dominen y se empoderen sobre otras; sin que unas influencias cognitivas queden fuera de evaluación y fuera de balance, particularmente en la relación y perspectivas entre el sujeto individual y el grupo social en el que está embebido (Medina, J. 2013, 50 ).

Otro matiz de diferencia con Fricker -quien propone la virtud epistémica como manera de mitigar y enmendar el prejuicio que silencia al hablante- es que Medina propone hacer frente al prejuicio epistémico con la metodología del contextualismo polifónico.

Este contextualismo no acepta la noción de que haya un solo contexto de actividad epistémica de evaluación. Más bien, considera que hay contextos sociales múltiples, yuxtapuestos, en los cuales evaluar las injusticias epistémicas. En verdad, vemos que Medina parte del análisis de Fricker, pero va más allá cuando se propone corregir las injusticias hermenéuticas, argumentando en el sentido de que “cada uno de nosotros posee responsabilidad compartida, dados nuestros recursos hermenéuticos pluralistas y polifónicos” (Medina, J. 2013, 116- 17).

Esta línea argumentativa desarrolla la noción de responsabilidad epistémica, la cual previsiblemente apunta y alerta sobre el contexto del poder social. Se aborda, de este modo, la controvertida relación entre agencia y responsabilidad. El autor propone que la agencia requiere autoconocimiento mínimo; conocimiento social mínimo de los otros; y un mínimo conocimiento empírico del mundo, conocida así, como la tesis de los mínimos cognitivos (Medina, J. 2013, 127 ). El innovador resultado de esta tesis es que las fallas epistémicas no se deben cargar solamente al agente moral individual, sin tener en cuenta su relación con el contexto social. En lo que sigue se ilustrará este complejo asunto.

II. De la violencia epistémica en el espacio de experiencia académica y el método contextual

El enfoque de esta sección sobrepasa la lexicografía en uso, en el conjunto de expresiones que han acuñado los varios autores, para la descripción y análisis del fenómeno ético-epistémico, pues se remite concretamente a prácticas del habla, situadas en contextos y formas de vida particulares especialmente académicas, de modo que, como anunciamos al comienzo, esta sección tiene en perspectiva no la tradicional historia de las ideas, profundamente antisocial por lo que pierde de vista su auténtico objeto de estudio, sino la Nueva Historia Intelectual o el método contextual que prioriza los modos en los cuales los pensamientos se inscriben, se reproducen y mutan socialmente en un horizonte espacio-temporal determinado.

Por tanto, intenta recuperar el objeto de estudio histórico, estableciendo modelos teóricos que proyectan distintos niveles de análisis en las construcciones, sentidos y pensamientos del ser humano. Por cierto, el hilo conductor que guía este método es el lenguaje y sus formas, que el investigador estudiará como zona central de construcción de significados, arraigados en un contexto particular. Esta concepción descansa en la idea de que el sujeto y su conducta están inmersos en una red de significados, previamente establecidos y codificados de modo que estos últimos constituyen su horizonte de sentido. A continuación, entonces, se consigna primero un emblemático episodio de la biografía intelectual de la autora Edith Stein:

    Justo después de la II Guerra Mundial, cuando la tarea de reunir, editar e imprimir, las Obras de E. Stein era auspiciada por los Archivos de Louvain de Husserl, surgió un problema con respecto a la publicación de Endliches und Ewiges Sein (Ser Eterno y Ser Finito). Los entonces editores de las Obras recolectadas, encontraron adjuntas a la Habilitationsschrift de Stein dos Apéndices. El primero se titulaba Die Seelennburg (El Castillo del Alma), el segundo Martin Heideggers Existentialphilosophie (La Filosofía Existencial de Martin Heidegger). Estos Apéndices conformaban el último capítulo de Endliches und Ewiges Sein. Sin embargo, cuando en 1950 la obra fue publicada, los dos Apéndices fueron excluidos. Eventualmente aparecieron en otro volumen, Welt und Person (El mundo y la Persona), publicado doce años después.

Si los escritos de esta mujer filósofa, de origen judío y católica conversa, en los años 50 fueron marginalizados por un asalto de injusticia hermenéutica. Hoy en día podemos determinar, por el análisis lógico de la investigación, que ese tipo de injusticia hermenéutica estructural pudo sumarse a otro acto de violencia sistemática, sostenido por el prejuicio de identidad social e inter- seccional que se cometió contra Stein en la época del nazismo, lo que finalmente destruyo su vida al destinarla a morir incinerada junto a su hermana Rosa y otros religiosos, en el campo de exterminio de Auschwitz.

No obstante, para el colectivo feminista, que hoy día ocupa excepcionales espacios de la experiencia académica chilena la cuestión sería: ¿Por qué es necesario relatar y denunciar -en vez de permanecer en silencio, como de hecho ha comandado cierta agencia funcionaria que apoya las estrategias hegemónicas machistas del “no hablar ni preguntar”- las diversas experiencias de injusticia testimonial o hermenéutica sobrellevadas por sujetos que han sido subordinados en el espacio laboral de la institución académica?

¿Podrá ser un error acercar las dimensiones del conocer a las del poder? Ciertamente no puede tratarse de un proceder éticamente errado. Pues, lo que se busca es reflexionar, y a su vez, llegar a modificar las actuales políticas de inclusión-exclusión en el campo laboral-social-institucional, insertas en todas las relaciones de poder y que llevan a reconsiderar nuevas “relaciones de poder justo” (Cfr. Ansión, J. 2014, 91 ).

Dicho todo esto y considerando la historia biográfica de Stein, los casos de violencia epistémica en la vida académica chilena no resultan insignificantes. No es posible omitir la existencia de violencia epistémica en la propia república de Letras, cuyos efectos son deletéreos para el sujeto en el espacio de experiencia cognitiva (véase nota a pie).

Volviendo al caso de injusticia hermenéutica en contra de la autora de Ser finito, Ser eterno, una academia de Letras ucrónica podría apelar a la ignorancia del significado social, que está en la base del acto discriminatorio de los editores, como un intento por aminorar la reacción emocional de justa indignación. Una defensa tal puede sostener que, la ignorancia o negligencia de los editores es exculpatoria, pero desde la perspectiva que aquí se expone, se hace notar que la ignorancia en el acto de esos editores se debe, tanto a una falla epistémica individual como también colectiva.

Porque: “La participación individual, en los órganos colectivos de ignorancia que uno ha heredado, se activa justamente porque uno actúa con ellos y falla en actuar en contra de ellos” (Medina, J. 2013, 140-41 ).

Por tanto, es evidente que el análisis de Fricker y Medina aplicado aquí a espacios de experiencias académicas, transfiere el peso de la responsabilidad en la lucha contra la ignorancia, a la comunidad científica y sus miembros, más particularmente, a aquellos funcionarios académicos que manifiestan los rasgos típicos de una ignorancia activa como la antes descrita.

III. Coda: la filosofía moral en contexto institucional

Se han escogido textos que analizan diversas perspectivas sobre la injusticia epistémica. Por una parte, el texto feminista de Fricker representa dos tipos de injusticia: testimonial y hermenéutica, y frente a tales fenómenos, a manera de prevención y resistencia, dos virtudes respectivas: la justicia testimonial y la justicia hermenéutica.

Tal perspectiva de filosofía feminista ha sido elaborada dentro de una ética del poder, como parte del espacio de experiencia de conocedores, en el que se incluyen experiencias de mujeres académicas y se presentan articuladamente en un léxico de epistemología de la virtud. El método explorado, por una parte, pertenece al área de la ética feminista de primer orden y se revela en la práctica epistemológica. La sola idea de que exista una ética feminista de primer orden, de impronta epistémica, indicaría una nueva manera viable en la que nuestras discusiones, sobre lo que es ser conocedora/e, puedan reflejar más ajustadamente el hecho de que la condición humana, es necesariamente una condición socialmente contextualizada.

Por otro lado, esta elaboración de la ética epistémica feminista nos recuerda de la distancia histórico cultural que nos separa de otra larga tradición filosófica, transmitida a través del dispositivo de la Historia de las Ideas, a la que también interesaron temas valóricos del conocimiento, pero cuyo método se fundó en una suerte de naturalismo cósmico. Efectivamente, por ejemplo, en el estoicismo ortodoxo la resistencia y el peso de las fallas, como el de la ignorancia activa, las soportaba la solitaria fuerza del individuo, como responsabilidad única del ciudadano y por eso requería de un arte de vida, para la propia transformación individual y así seguir la naturaleza divinizada.

Se ha considerado que las perspectivas y métodos de la ética epistémica feminista y la ética epistémica social de Fricker y Medina, respectivamente, promueven un camino de resistencia epistémica alternativo al desolado camino antisocial del estoico antiguo.

Fricker identificó las virtudes de la justicia epistémica por parte del auditor para aclarar y ampliar nuestra concepción filosófica sobre lo que constituye la actitud epistémica correcta, en el contexto socialmente situado. El alcance profundo de esta corriente del feminismo es haber entrelazado conceptualmente los ámbitos del conocer y del poder que conforman la identidad de los sujetos, sentando relaciones de poder justo sobre bases éticas de virtudes, aquellas correlativas para el buen vivir de las instituciones, tales como: las judiciales, gubernamentales, eclesiásticas, policiales o, en el caso apuntado, las academias universitarias: espacio de experiencia social privilegiada, donde los sujetos conducen su vida cognitiva y desarrollan hábitos y actitudes epistémicas.

El segundo aporte a la discusión es el Imperativo de Interacción Epistémica, como manera de resistir y confrontar las diversas formas de violencia epistémica. Esta categorización es una toma de conciencia crítica o una re-contextualización: Primero, de interrelaciones cruciales entre las violencias o injusticias epistémicas, y las violencias o injusticias sociopolíticas. En segundo lugar, de las concepciones que han sido insuficientes para la promoción de responsabilidades, con respecto a la justicia como fenómeno moral. Ya sean puramente individualistas, o puramente colectivistas, dando lugar a una concepción híbrida de responsabilidad compartida. Por tanto, quedará en evidencia que la obligación de resistir y oponerse a las parcialidades y sesgos de género tiene una dimensión epistémica central, la cual demanda que críticamente examinemos y asumamos responsabilidades con respecto a lo que somos capaces de comunicar, interpretar y conocer.

Junto a lo anterior, está la necesidad de abordar la violencia epistémica respecto a la ignorancia activa, los silencios, los daños explícitos en el ámbito laboral académico, el establecimiento de lagunas hermenéuticas, poniendo limitaciones a nuestras habilidades para escuchar o para interpretar adecuadamente, los actos de habla y actitudes de silenciamiento activo.

Por último, el modelo de interconexión social, sobre la base de una noción de acción-en-cadena con responsabilidad compartida, es clave para tratar de resolver los temas de la violencia epistémica frecuentemente dados en los espacios de experiencia cognitiva jerarquizados y hegemónicamente masculinizados.

En este aspecto se puede insistir que, el colectivo feminista tiene la obligación compartida de ejercer modos de resistencia epistémica y de imaginar qué nos hace sensible a las exclusiones simbólicas, a los daños explícitos y a los asaltos de violencia epistémica, llevando a la práctica una noción de solidaridad en red, fundada en un tipo de imaginación social caleidoscópica. Abreviadamente y en palabras de Medina:

    Los agentes y las comunidades epistémicamente responsables, deben interactuar y cooperar para estar a la altura de sus responsabilidades compartidas con respecto a la justicia: deben ejercitar resistencia en sus interacciones epistémicas, para identificar e interrogar silencios, cuerpos de ignorancia y marginalizaciones epistémicas de todo tipo (por ej. testimoniales y hermenéuticas); deben comprometerse en acciones en cadena, para mitigar las injusticias epistémicas que toleran las relaciones de opresión y subordinación; ellos deben en conjunto, pluralizar las maneras de imaginar para mejor resistir aquellas imaginaciones hegemónicas. (Medina, J. 2013, 313 )

Así pues, la ética epistémica normativa de Medina -en sintonía con el arte político de autores tales como: John Dewey, Chantal Mouffe, o de feministas analíticas y otras pensadoras y activistas latinoamericanas- nos propone que, sobrepasemos la Historia de las Ideas y usemos tanto el método contextual, como nuestra propia imaginación creativa a modo de instrumentos para asegurarnos que los relatos dominantes no queden sin desafíos. La misma resistencia solidaria y la interacción epistémica son métodos para fomentar y construir colectivos pluralistas, donde varios puntos de vista -sin tolerar la maldad que deshumaniza- son invitados al diálogo de unos con otros.

Por otra parte, políticamente hablando, el pluralismo propuesto en los trabajos de feministas chilenas como Olga Grau no implica necesariamente una colectividad fragmentaria y en continua confrontación, sino que normativamente debiera alcanzar la solidaridad defendida. Es necesario, sin embargo, promover una solidaridad en red, considerando las disidencias y el desacuerdo. Así vista, la relación normativa central que nos convoca es la de una sensibilidad moral radical y la consecuente máxima epistémica, para colectividades inclusivas, debiera ser: por el reconocimiento y la conectividad, más que por el acuerdo y desacuerdo (Cfr. Medina, J. 2013, 280).

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3 H. Leymann (1990) apela al verbo inglés “to mob”, que significa “atacar con violencia”, para hablar por primera vez de “mobbing laboral”. Describe esta acción como una conducta consciente, sistemática y repetitiva de hostigamiento; de presión negativa dentro del espacio laboral de una persona. Se trata de una práctica que se realiza: “de un modo muy cuidadoso, sofisticado (para no dejar pruebas tangibles); lo que no disminuye, al contrario, multiplica, su efecto estigmatizador”. “El mobbing es un proceso de destrucción; se compone de una serie de actuaciones hostiles que, tomadas de manera aislada, podrían parecer anodinas, pero cuya repetición constante tiene efectos perniciosos con el fin de destruir las redes de comunicación o reputación de las víctimas y de perturbar el ejercicio de sus labores hasta que finalmente acaben por abandonar el lugar de trabajo.” Véase también: Brodsky, C. M. 1976.

4En Chile el acoso laboral está sancionado por la ley Nº 20.607 (cfr. De Ferrari, F. 2012). En 2014 se solicitó al gobierno incluir el fin de todas las formas de discriminación contra la mujer: En ese sentido, y de cara al aumento de casos de femicidio, la diputada Álvarez dijo que es imperativo que el gobierno impulse la aprobación de este instrumento jurídico internacional, relativo a los derechos de las mujeres (Diario Clarín, 5/11/14). En tanto, en el Instituto Nacional de Derechos Humanos (INDH), se denunció que: “Las mujeres en Chile son discriminadas en su salario, pensión y salud”, por lo que la organización recomendó revisar las normativas actuales con el fin de resguardar el derecho a la igualdad, sin que el sexo sea un factor de exclusión (cf. Diario cooperativa.cl; febrero de 2018).

5Según M. Fricker, el prejuicio se hace manifiesto en: “las exclusiones epistémicas que se caracterizan por impedir la entrada a la comunidad de informadores, es algo central a las políticas de la vida epistémica real. La exclusión de hecho marca una forma común de injusticia testimonial: aquellos grupos sociales que están sujetos a prejuicios de identidad y, por tanto, son susceptibles de déficit de credibilidad injusta, por lo mismo, también tenderán simplemente a no ser consultados para que participen con sus ideas, opiniones y juicios de valor. Este tipo de injusticia testimonial ocurre en el silencio. Ocurre cuando el prejuicio del auditor funciona por adelantado al potencial intercambio de información y pre-viene cualquier tipo de intercambio. Llamémosle -dice Fricker- injusticia testimonial preventiva. La credibilidad de tal persona sobre una materia determinada está ya suficientemente en déficit prejuicioso, por lo cual su potencial testimonio nunca es solicitado; así que el hablante es silenciado por el prejuicio de identidad, que minimiza su credibilidad por adelantado […]. El silenciamiento de aquellos que están sujetos a injusticia testimonial preventiva, como otras formas de injusticia testimonial, es altamente dependiente del contexto” (Fricker, M. 2007, 130. Traducción de la autora).

6Dado que desde enfoques distintos se puede afirmar, por una parte, que: la injusticia no es violencia, porque la violencia tiene que ver con daño, golpes y perjuicios físicos a las vidas; sin embargo, por otra parte, la delimitación lógica entre injusticia y violencia se atenúa, cuando se considera que la injusticia, o injusticias, son causa principal de violencia. Desde la perspectiva antigua, que define la injusticia como no dar, ni devolver lo que es debido a cada cual, se sostendrá que no hay distinción real entre injusticia y violencia, solo grados conceptuales de separación o influencia, siendo su denominador común el que ambos fenómenos dañan y destruyen, física o moralmente, las vidas de los sujetos. La discusión filosófica sobre estos conceptos es amplia. Cfr. Butler, J. 2016, distinciones sobre violencia y no violencia, inspirada en la noción de biopolítica de Foucault; El Glosario de género (2007), entradas sobre: Violencia; Violencia contra la mujer, Violencia institucional, Violencia laboral y docente. O también, desde el pensamiento crítico latinoamericano, Pulido, G. 2009, 173201; o la visión de la teórica feminista antirracial descolonial, Espinoza-Miñoso, Y. 2014, 7-12. Para la violencia del derecho, cfr. Benjamin, W. 1974-1982; Agamben, G., 2017, 69-82.

7A. Sen demuestra su preocupación por la habilidad de las personas para vivir la clase de vida que tienen razones para valorar, e incluye también las influencias sociales: “Resulta difícil entonces, representarse de manera convincente cómo las personas en la sociedad pueden pensar, elegir o actuar sin ser influidas, en una u otra forma, por la naturaleza y el funcionamiento del mundo a su alrededor” (Sen, A. 2010, 274-75).

8Los objetos de análisis del feminismo latinoamericano se enfocan preferentemente en: la igualdad jurídica, la dominación, el orden sexista, la interculturalidad, la descolonización, el patriarcado, los femicidios, la violencia de género. En tanto, las investigadoras del colectivo feminista chileno contribuyen al dinamismo interpelante y al kairós transformador de esta filosofía feminista latinoamericana. Los relatos aportan a la discusión de temas del cuerpo, la subjetividad, la diferencia sexual, la identidad y la escritura de mujeres (donde destacan a María Zambrano, Hannah Arendt, Luce Irigaray, Simone de Beauvoir, Marilena Chaui, Diana de Vallescar, entre otras). En la publicación de Filósofas en contexto (2016), cuyas colaboradoras

9Cfr. Ansión, J. 2014, 91-106.

10Se hace referencia a la literatura de la segunda Ola feminista de los años 80 hasta hoy, incluyendo a: Mohanty, Ch. 1988. Under Western Eyes: Feminist Scholarship and Colonial Discourses. Feminist Review, 61-88; Longino, H. 1990. Science as Social Knowledge: Values and Objectivity in Scientific Inquiry. (Princeton: Princeton University Press) 30; Tessman, L. 2005. Burdenned Virtues, Virtue Ethics for Liberation Struggles. (Oxford: Oxford U. P).

11 Salem, S. 2016, 142.

12Cf. Otros significados políticos a partir del daño que produce la injusticia epistémica son desarrollados críticamente por Fricker en “Epistemic justice as a condition of political freedom?”, Synthese, 2013, 1317-1332. Según la feminista del Wolfson College la justicia epistémica es una condición constitutiva de no dominación y por tanto central al ideal de libertad en la política liberal. Por el contrario, el daño de la injusticia epistémica tiene significado político en relación a la dominación y la libertad. Argumenta que la no dominación se entiende mejor como un ideal liberal de libertad completamente genérico, al cual incluso los libertarianos están comprometidos implícitamente, porque la no dominación es Libertad negativa desde el derecho -en tanto garantiza la no interferencia. En esta perspectiva política Fricker piensa que la no dominación requiere que el ciudadano pueda impugnar las interferencias. Siendo tres las condiciones de impugnación, donde cada una de las cuales protege contra un riesgo importante de que los posibles contendientes no obtengan una “audiencia adecuada”.

13 Montmarquet (1993) categoriza y describe algunas virtudes epistémicas tales como: (I) La imparcialidad; (II) La sobriedad intelectual; y (III) El coraje intelectual. Esta última incluye el deseo de concebir y examinar alternativas a las creencias sostenidas generalmente; esto implica perseverancia frente a la oposición de otros, hasta que se haya convencido de que uno esté equivocado (citado en Fricker, 2007: 49).

14Fricker anota que: “la idea de que el conocimiento moral es in-codificable se hace clara, si uno mantiene que la capacidad perceptual moral virtuosa, es una sensibilidad a patrones de carácter moral, una sensibilidad a como los diferentes tipos de valores configuran, a una nueva situación, a una acción, o ciertamente a una persona […]. Una percepción virtuosa nos da una comprensión moral de las experiencias, de la gente, de las situaciones y los eventos -es una visión del mundo en colores morales, como digo- y es parte y parcela de esta manera de ver, que incluso la persona más sabia moralmente permanece abierta a las sorpresas. O, mejor dicho, el factor de que ella sea una persona suficientemente abierta mentalmente, como para resistir la seguridad deshonesta de entendimientos morales fijos, es lo que corona su sabiduría moral. Iris Murdoch había notado que: “las tareas morales son típicamente sin fin, porque en tanto nos movemos, y miramos a nuestros mismos conceptos, ellos están cambiando” (cita de Fricker, M. 2007, 74).

15“The injustice of having some significant area of one’s social experience obscured from collective understanding owing to hermeneutical marginalization” (Fricker, M. 2007, 158). La definición de Medina sobre injusticia hermenéutica especifica que es: “el tipo de injusticia epistémica que ocurre cuando un sujeto es desfavorecido injustamente en sus capacidades al dar sentido a una experiencia” (Medina, J. 2013, 90).

16Cfr. Andersen, E. 2010, 43.

17Mi traducción de Medina, J. 2013, 48-52.

18Según definición del Diccionario Merriam-Webster, el significado físico de resistencia refiere a la durabilidad de un cuerpo; su significado político refiere a los grupos encubiertos que resisten la ocupación armada de un país. En tanto, E. Sábato reflexiona sobre la capacidad humana de resistencia cuando declara que: “nos salvaremos por los afectos” (2014, 145).

19Se toma en cuenta a los autores de la Nueva Historia Intelectual, críticos de la escuela de la Historia de las ideas, quienes creen que mediante el análisis lingüístico se puede iluminar la historia de la filosofía y del pensamiento político en particular. Los autores más reconocidos provienen de la Escuela de Cambridge, tales como: J. G. A. Pocock (1962), Quentin Skinner (1969), John Dunn (1968), Giuseppe Duso (1998) y otros. Sobre esta Nueva Historia Intelectual, ya mencionada en la Introducción del texto, hay que decir que se emprende como un tránsito desde la tradicional Historia de las ideas, cifrada en contenidos intelectuales, estables, incambiables, hacia una Nueva Historia Intelectual, que prioriza los modos en los cuales los pensamientos se inscriben, se reproducen y mutan socialmente en un horizonte espacio- temporal determinado. Es de interés notar que este método contextual influye en autores de la epistemología contemporánea, por ejemplo: la tesis de que el vocabulario es contextualmente sensitivo ha sido adoptada por importantes epistemólogos. (Cfr. Las discusiones sobre las construcciones lingüísticas contextualmente sensibles, en el libro de Preyer, G. y Peter, G. eds., 2014). Desde luego, el método contextualista o Nueva Historia Intelectual, coincide con los aspectos historicistas del análisis crítico de la filosofía latinoamericana que, desde su examen del eurocentrismo filosófico, como nota José Santos, toma distancia de aquella “Historia de la Filosofía […] que ha normalizado y naturalizado— del decurso de la tradición europeo-occidental de pensamiento filosófico” (2015, 58). Véase también Paladines, C. 2013 y Santos, J. 2010.

20Mi traducción de Calcagno, A. 2000, 269. La actitud de los editores cercenó de manera arbitraria el cuerpo de la obra.

21En un caso típico de violencia epistémica, el prejuicio del auditor funcionó por adelantado y quedó registrado por el sistema de información de Evaluación Docente de un período relevante. Cuando, por ejemplo, hubo alumnos que opinaban así: “las clases son buenas a pesar de lo que se diga al respecto; es una lástima eso si que el curso tenga una composición con tantos alumnos de otras carreras, lo que afecta el nivel de las discusiones.” U otro testimonio, que afirmó: “me gustó mucho este curso y la forma de exponer del docente, lo que en un principio me sorprendió pues hay un prejuicio grande en contra de este ramo”. Estos comentarios connotan que la credibilidad de quien enseña sobre la materia está ya en déficit prejuicioso; se trata, por ende, de un tipo de injusticia testimonial preventiva (cfr. nota 5). Sin embargo, el mismo déficit prejuicioso se puede derivar del hecho, públicamente reconocido, que en el espacio de la sala de clases haya alumnos que asistan con mandato de calificar mal al docente, realizando así un tipo de favor para figuras de la jerarquía administrativa institucional. En otra situación, dos editores encargados, excluyeron el artículo de una docente, previamente aceptado para su publicación en una monografía sobre antropología filosófica de la Facultad; uno de los editores se excusó de tal omisión expresando literalmente haber olvidado incluirlo (13 de junio, 2011). El hecho indica un dejar de hacer, un incumplimiento a los procesos editoriales y a los mínimos cognitivos. Otro registrado evento de injusticia epistémica ocurre durante un período académico de doctorado, en el cual un alumno comunicó por e-mail: “Le escribo para hacerle una consulta. Yo inscribí para este semestre dos cursos: uno con el profesor x, y otro con el profesor y. Acaba de terminar el proceso de inscripción normal y comenzó el ajuste de inscripción, y resulta que solo me dieron 1 de los 2 cursos que solicité. Estoy revisando el sistema para ver qué pasó, y me dicen que con el curso del profesor x: No cumple los requisitos. No entiendo eso. Aún tengo plazo para hacer el ajuste de inscripción y me interesa tomar el seminario con el profesor x ¿Qué habrá sucedido que no me dieron el curso en primera instancia? ¿Puedo inscribirlo ahora en segunda instancia?”. El mismo alumno insiste en otro e-mail: “Le escribo a propósito de un problema en que me encuentro yo y otros varios compañeros. Nos ha sucedido que, después del primer período de inscripción de ramos, nos encontramos con la sorpresa de que, de los dos ramos que hemos inscrito, solo nos han dado el del profesor y, no el del profesor x, quedando así con un solo curso. […]. Esto claramente es un error. Una copia de este mail se lo envié ayer a mis compañeros que se encuentran en la misma situación, para informarles y tranquilizarlos. Se lo envío hoy a Ud. en caso de que no se encuentre al tanto. Le comento esto para confirmar dicha información y saber si efectivamente podemos tranquilizarnos, especialmente aquellos que están estudiando con becas y que cualquier irregularidad en su inscripción podría significar el riesgo de perderla. Espero haber sido de ayuda”. Hay exactitud en el diagnóstico del alumno: “Ha sido un problema con los requisitos”. El error detectado en la larga argumentación del alumno es sofisticado, tiene poder causal para impedir la inscripción de varios alumnos a un determinado curso, por exigirles pre- requisitos, siendo que ciertas asignaturas por normativa universitaria no tienen pre-requisitos. La eficacia de este error conduce a dejar desierto de alumnos el curso registrado a nombre del docente x. A su vez, de inducirlos a inscribir otro curso registrado a nombre de otro docente, cuya asignatura aparecía libre de la sanción: “No cumple los requisitos”. Si los errores y prácticas de esta índole son de carácter frecuente y transcurren de modo constante en el tiempo, entonces constituyen instancias de marginalización hermenéutica sistemática. Conllevan, por cierto, paulatina pero persistentemente a la destrucción de la vida laboral del docente x. A la marginalización hermenéutica sistemática se suman irregularidades administrativas bajo responsabilidad de agentes que traban la carrera académica de algunas mujeres. Tal como la situación de un retraso de tres años, de los consejos del Fondo Nacional de Desarrollo Científico y Tecnológico, para comunicar a una investigadora de sostenida trayectoria la aprobación de su proyecto regular, cuyo informe de aprobación final databa de 2016. Retraso que se llegó a explicar por correo electrónico aludiendo a razones de “los cambios implementados en el sistema de Informes académicos en línea”, a lo cual se agregaron corteses palabras de lamento por “los inconvenientes generados” (8 de mayo, 2019). Esta patente instancia de violencia epistémica e ignorancia activa, significó un impedimento formal, sostenido en el tiempo, para que la investigadora mujer concursara proyectos regulares a la institución estatal que los financia, en detrimento de su profesión académica. A la lista de este tipo de prácticas institucionalizadas que llega a ser incontable y los datos testimoniales de injusticia epistémica que se suman hasta el presente, se agrega el acertado juicio de que: “Fondecyt ha alterado definitivamente la forma en que se entiende el trabajar profesionalmente en ciencia y lo ha hecho en múltiples sentidos. Uno de ellos sin duda es el haber introducido la competencia como una variable central de dicha labor. Su consecuencia, sin embargo, ha sido la instalación de una manera de trabajar profesionalmente en la academia muy cercana al modo en que se gestiona un emprendimiento económico” (Santos, J. 2015, 40).

22“Me encontré con un […], un insolente, un mentiroso, un envidioso, un insociable. Todo eso les acontece por ignorancia de los bienes y de los males. Pero yo, que he observado que la naturaleza del bien es lo bello, y que la del mal es lo vergonzoso, y que la naturaleza del pecador mismo es pariente de la mía, porque participa, no de la misma sangre o de la misma semilla, sino de la inteligencia, y de una porción de la divinidad, no puedo recibir daño de ninguno de ellos, pues ninguno me cubrirá de vergüenza” (Marco Aurelio, Meditaciones, l. II. 69).

“Hay muchas razones que explican por qué el régimen de Putin puede mantenerse”.Gerardo Lissardy.BBC. Marzo de 2023

Vladimir Putin llegó al poder en Rusia hace más de 23 años.

A medida que el presidente ruso, Vladimir Putin, se enfrentaba a fracasos militares en Ucrania, cobró fuerza la pregunta de cómo esa guerra abierta por él hace un año afectará su propio liderazgo.

Analistas independientes y críticos del Kremlin comenzaron a plantear escenarios que contemplan una eventual derrota rusa en el país invadido y una caída del gobierno de Putin, que tiene 70 años y llegó al poder en diciembre de 1999.

Sin embargo, Marlène Laruelle, directora del Instituto de estudios europeos, rusos y euroasiáticos en la Universidad George Washington (EE.UU.), advierte que es es difícil avizorar un colapso del poder en Moscú en el futuro próximo.

“Hay muchas razones que explican por qué el régimen puede mantenerse”, dice esta historiadora y politóloga francesa en una entrevista con BBC Mundo.

A su juicio, por ahora la guerra en Ucrania parece estar jugando a favor de Putin dentro de Rusia.

Lo que sigue es una síntesis del diálogo telefónico con Laruelle, autora del libro “¿Es Rusia fascista?” (2021) y coautora de “Comprender a Rusia: los desafíos de la transformación” (2018).

¿Cree que hasta ahora la guerra en Ucrania ha debilitado el liderazgo de Vladimir Putin en Rusia?

No estoy segura. Depende de cómo termine la guerra. Pero si no resulta en una especie de derrota absoluta para Putin, no estoy segura de que esté dañando tanto su popularidad en Rusia.

Creo que lo que vemos, al menos ahora, es una especie de consolidación defensiva de la población rusa en torno a él y a las instituciones rusas. Así que por ahora está jugando bastante a su favor en Rusia.

Marlène Laruelle

Marlène Laruelle cree que Putin “hasta ahora ha logrado mantener bastante bien su popularidad en Rusia”.

Por supuesto que, si la guerra se prolonga durante mucho tiempo y los temas económicos cobran relevancia, si cada vez muere más gente y si el final es una derrota, entonces habrá una especie de efecto retroactivo de la guerra sobre su liderazgo.

Hasta ahora, ha logrado mantener bastante bien su legitimidad en Rusia.

¿No ve señales de una creciente oposición a la guerra en Rusia que pueda desafiar el statu quo o la autoridad del Kremlin?

No, muchos de los que se oponen abiertamente a la guerra se han marchado. Que hayan emigrado cientos de miles de rusos es una red de seguridad para el régimen.

Algunas personas descontentas con la guerra se quedaron, pero no pueden hablar públicamente y no cuentan con un amplio apoyo. Y lo que vemos en las encuestas es un apoyo decreciente incluso para Navalny (el líder opositor ruso que ha sido encarcelado en su país).

Por supuesto que hay quejas locales y gente descontenta con la guerra, pero no creo que esto desafíe el statu quo hasta ahora.

El excampeón de ajedrez Garry Kasparov y el exmagnate Mijail Jodorkovski, dos rusos críticos del Kremlin, afirmaban en un reciente artículo en la revista Foreign Affairs que “si Occidente se mantiene firme, el régimen de Putin probablemente se derrumbará en un futuro próximo”. ¿Coincide con esta opinión?

No estoy de acuerdo. Ambos son figuras de la oposición, también es su trabajo decir eso. No creo que tengamos buenos datos como para demostrar sociológicamente que el régimen se derrumbaría. Puede ser cuestionado —hay luchas intra-élite—, pero el régimen ha estado gestionando las sanciones bastante bien. Así que el daño económico a Rusia empeorará, pero de momento no es demasiado radical.

No hay deserción de la élite, todos los servicios de seguridad son leales a Putin, así que no veo cómo podría colapsar el régimen en un futuro próximo. Puede ser que colapse algún día, pero no creo que eso pase en un futuro próximo como dicen Kasparov y Jodorkovski.

¿Y si las sanciones occidentales empeoran la situación económica en Rusia, causando descontento y demandas de cambio desde adentro?

Es una posibilidad, pero en una escala de tiempo diferente. Llevará años que la economía rusa se debilite drásticamente.

Este año ya será más difícil que el próximo, y probablemente 2024 aún más difícil. Así que pasarán años hasta que los ciudadanos de a pie sientan que su situación económica se ha deteriorado tanto que estén dispuestos a salir a la calle a reclamar.

Un tanque ruso destruido.

Las tropas rusas han encontrado dificultades en Ucrania.

Podríamos imaginar que haya reclamos económicos, pero no un llamado a cambiar el régimen.

Esperar que las sanciones pongan a la economía rusa en tales dificultades que la gente salga a la calle y luche contra Putin es una combinación muy larga de posibilidades. No está garantizado que funcione así.

En esto subyace la cuestión de los riesgos de un repentino colapso o cambio en el Kremlin. ¿No cree que eso ocurra?

No, al menos no en un futuro próximo. Y, si ocurriera, el riesgo sería múltiple.

Si Putin es destituido y sustituido por alguien del sistema, entonces el sistema podría seguir funcionando sin Putin.

Es difícil imaginar un colapso total, porque los servicios de seguridad nunca permitirán que eso ocurra.

Si fueran protestas desde el terreno, como repúblicas étnicas, quejas económicas, etcétera, creo que serían muy reprimidas y podría establecerse una especie de dictadura militar para intentar mantener el control.

Así que no creo que el país esté listo para desplomarse pronto. Se necesitaría una combinación tal como una desaparición de Putin, luchas entre élites y protestas populares para que el sistema se derrumbara. No es imposible, pero tampoco muy plausible.

¿Cómo consigue Putin mantenerse firme en el poder en la situación actual? Usted ha mencionado dos claves: las fuerzas de seguridad y que muchos de los que se oponen a la guerra están huyendo del país. Pero, ¿hay otras claves, quizás sentimientos nacionalistas en algunas partes de Rusia?

Por supuesto, existe un apoyo popular a lo que está haciendo el régimen, la sensación de que el país está amenazado, de que la guerra es algo existencial para Rusia, de que Rusia está luchando contra Occidente y no contra Ucrania.

Putin en el escenario

Putin en el escenario

Así que se produce una especie de efecto de fervor patriótico, propaganda y represión. Hay muchas razones que explican por qué el régimen puede mantenerse.

Lo que dice no sólo va contra la idea que intentan transmitir algunas figuras de la oposición, sino también contra los deseos de muchos en Occidente que creen posible ver el final del gobierno de Putin en un futuro próximo. ¿Occidente no comprende lo que ocurre dentro de Rusia?

Depende de lo que se entienda por Occidente. Si hablas con los círculos que realmente toman decisiones, son muy conscientes de que el régimen se mantiene bastante firme.

Parte de los medios y de la oposición política rusa están jugando con la narrativa del colapso inminente de Rusia, pero cuando hablas en Europa o aquí en Estados Unidos en los círculos del Departamento de Estado o del Departamento de Defensa, nadie cree realmente en un colapso inminente.

Quizás la gente en Polonia, los países bálticos o Ucrania crea eso. Pero es sobre todo la oposición rusa la que lo vuelve un tema destacado. No creo que quienes están en el poder en Occidente piensen que realmente vaya a ser así.

El presidente de EE.UU., Joe Biden, dijo el año pasado que Putin “no puede seguir en el poder”, pero la Casa Blanca aclaró de inmediato que no se trataba de un llamado a un cambio de régimen en Rusia. ¿Fue una pifia de alguien tan experto en política exterior como Biden?

Sí, es especialista en cometer pifias. Y puede haber gente como Victoria Nuland (la subsecretaria de Estado de EE.UU. para Asuntos Políticos) que sea más radical.

Biden en Polonia

Joe Biden sorprendió el año pasado al decir que Putin “no puede seguir en el poder”, lo que motivó una aclaración de la Casa Blanca.

Pero cuando hablas con personas que no están bajo los focos de los medios en el Departamento de Estado y el Departamento de Defensa, si bien a muchos de ellos les gustaría ver el colapso del régimen, no es su prioridad en términos de política exterior.

Y no creen tener las herramientas para lograr que eso ocurra. Apoyan a la oposición rusa, a quienes intentan que eso suceda, pero no es el centro de sus decisiones.

¿Cómo sería una victoria de Ucrania para Occidente?

Eso también depende a quién nos refiramos en Occidente. Para Ucrania, la victoria oficialmente será recuperar todo su territorio, incluida Crimea.

Muchos en Occidente son más realistas y piensan que el simple hecho de expulsar a Rusia de Ucrania sin tener en cuenta Crimea ya sería una gran victoria.

También hay diferencias entre Polonia, los países bálticos y algunos centroeuropeos, que esperan que Ucrania pueda recuperar Crimea, y gente en Francia, Alemania o EE.UU. que es mucho más moderada y considera que recuperar Crimea será casi imposible.

Así que cada uno ve la victoria de diferente modo. Claro que dependerá de cómo evolucione el campo de batalla esta primavera y verano, y de si Ucrania puede recuperar más territorios. Esto, por supuesto, llevaría a los círculos de decisión a ser optimistas sobre lo que sería una victoria.

El problema en este tipo de guerras contemporáneas es que es difícil definir la victoria. Una victoria completa, en la que un bando lo recupera todo y el otro lo pierde todo, rara vez ocurre. Desde la Segunda Guerra Mundial no hay guerras que acaben así.

Así que podría parecerse mucho más a una línea congelada de alto el fuego durante largo tiempo, sin que se vislumbre realmente una victoria.

Putin

Putin

¿Y cómo sería un final de guerra aceptable para Putin?

Dependerá del terreno de batalla. Hasta ahora lo que quieren es que se reconozca la anexión de Crimea y los territorios que anexaron a fines de septiembre.

Por supuesto que si estuvieran perdiendo más terreno y se vieran en dificultades, limitarían sus reclamos tal vez a que Crimea fuera reconocida como parte de Rusia.

Pero Rusia envía señales contradictorias y es difícil saber lo que quieren.

¿Es posible que Rusia utilice sus armas químicas o incluso nucleares y entre en confrontación militar directa con la OTAN?

No es lo más plausible, pero hay que preverlo porque queremos estar preparados en caso de que eso ocurra.

Si se enfrentaran a una gran derrota militar en el terreno, si percibiera la amenaza de que Crimea sea recuperada por Ucrania, creo que el régimen se volvería más rebelde y de hecho amenazaría al menos con usar armas químicas o nucleares.

Biden y Zelensky

Biden ha dado un fuerte apoyo al presidente ucraniano, Volodymyr Zelensky, contra la invasión rusa.

Pero saben que sería muy difícil enfrentar directamente a la OTAN. Sin embargo, si realmente enfrentaran a dificultades o el riesgo de perder Crimea, creo que se acercarían a eso.

Usted también se especializa en populismo, iliberalismo, nacionalismo y el auge de la extrema derecha. ¿Se están debilitando estos fenómenos con la guerra de Ucrania y la pandemia? ¿O por el contrario, podrían fortalecerse?

Se están fortaleciendo porque la situación económica de Europa se deteriorará en los próximos meses y años debido al precio de la guerra para las economías europeas.

Y creo que será muy difícil para las fuerzas liberales reivindicarse con firmeza y veremos movimientos populistas nacionales que seguirán creciendo y se volverán algo institucionalizado, normalizado, parte del paisaje político europeo. La guerra no está aminorando esto.

La guerra está reforzando la unidad de la OTAN y de la Unión Europea, pero eso es sobre todo a nivel político. En términos de lo que piensa el ciudadano europeo medio, el precio económico de la guerra será tan caro que impulsará el crecimiento de líderes populistas. Recuerda que puedes recibir notificaciones de BBC Mundo. Descarga la nueva versión de nuestra app y actívalas para no perderte nuestro mejor contenido.

Guillermo Escalón: «I.2 Baltazar, el impaciente» (memoria)

Escalón rememora al poeta del cine salvadoreño, a su jazzista, a su cuentista: el solitario e impaciente Baltazar Polío. Baltazar Polío sólo le temía a una cosa en la vida: el aburrimiento. Su vida y su obra son un continuo combate contra este estado del espíritu que, en algunos casos graves, como el suyo, puede ser peor que la depresión, la melancolía o el vacío existencial.

En el estudio de su casa había un piano, al que se acercaba con bastante frecuencia y en el que tocaba unos cuantos compases con bastante soltura y gozo antes de aburrirse, entonces encendía un pequeño televisor que estaba sobre el piano y cambiaba canales mientras seguía interpretando “El Lago de Como” (“Le Lac de Come” de C. Galos), una de sus piezas favoritas.

Practicar un instrumento musical mientras se ve televisión es desaconsejable para cualquier músico serio… pero Baltazar no era un músico serio. Era un aficionado al piano que se aburría de él a los quince minutos.

En su estudio, además del piano, había una chimenea central del tipo campana metálica. En más de una ocasión pude observarlo oír música con unos audífonos autónomos mientras patinaba en círculos alrededor de su chimenea. La simultaneidad de las dos operaciones, música y círculos, lograban vencer el aburrimiento por otros quince minutos.

Todo era una forma de correr para que el aburrimiento no lo alcanzara.

Pude verlo editar algunas de sus películas. Era todo un espectáculo. Las tiras de celuloide de 16 milímetros no eran cortadas con tijeras, ni siquiera con la cortadora especial llamada “Incollatrice” del inventor italiano Leo Catozzo. No…  Baltazar era un editor impaciente y cortaba las escenas con las manos, como un escritor rompe una página que lo defrauda. Se colgaba al hombro las diferentes escenas y las analizaba a gran velocidad en su pequeña pantalla de visionado Zeiss Ikon. Ya no existen esas cosas y no viene al caso disertar sobre la historia de las técnicas. Sólo quiero recordar a Baltazar Polío y su eterna carrera contra el tiempo.

Si hubiera nacido escritor se habría dedicado al cuento corto, pero fue cineasta y se dedicó al cortometraje.

Hacía un corto por año, de quince minutos ya vimos la razón, y cierta cantidad de comerciales de 30 segundos para televisión, que le permitían los ingresos necesarios para no depender económicamente de una madre que lo adoraba y que lo habría mantenido sin problemas el resto de su vida sin hacerlo sentir un niño mimado.

¿Era un niño mimado? Lo era. ¿Era un genio? No tuvo el tiempo necesario para demostrarlo, ni tampoco le hubiera interesado demostrar nada en una sociedad como la salvadoreña, a la que despreciaba calladamente.

Su sociedad ideal la había conocido en Niza, en la Costa Azul de Francia, donde asistió a algunos rodajes del cine francés, y donde fue seducido por ese medio y sus artefactos.

Creía en la ficción y aborrecía el documental. Topiltzín, El Negro y El Indio y El Gran Debut son ejercicios de ficción pura, realizadas con medios irrisorios, producidas sin hacer antesala a instituciones, mecenas o patrocinadores. Y no por un afán de independencia creativa, lejos de él cualquier pose de “artista”, sino por temor al aburrimiento de tener que esperar antes de filmar.

Cuando se le ocurrió contar la vida cotidiana de un niño vendedor de diarios, buscó y encontró a quien sería un compañero de trabajo y un amigo fiel. Topiltzín (Antonio Menjívar) fue su hijo adoptivo y su asistente de dirección. Topiltzín es el héroe de nuestro cine neorrealista. El mejor actor de la historia del cine salvadoreño, si es que hay una.

Cuando unos “compas” del Bloque Popular Revolucionario lo abordaron a inicios de los 80’s para proponerle colaborar en la propaganda política, Baltazar les preguntó ingenuamente: “¿Y cuánto tiempo puede tomar esa victoria de la que me hablan?”

Le explicaron entonces que, según la concepción de la guerra popular prolongada, podría tomar muchísimos años. Baltazar les contestó, simplemente: “No me interesa… Muy aburrido.”

Alguien así no hubiera podido esperar muchos años su propia muerte, le llegó demasiado pronto. Lo echamos de menos.

Este texto fue originalmente escrito para un homenaje a Baltazar Polío realizado en el MUPI el 24 de julio de 2013.

Guillermo Escalón: “I.1 Antes de la guerra” (entrevista)

En esta primera entrega, Escalón relata sus experiencias con los pioneros del cine en El Salvador: José David Calderón, Alejandro Cotto y Baltazar Polío.

Guillermo Escalón

Entrevista de Jorge Ávalos y Ruth Grégori

Fotografías: Jorge Ávalos / Archivo de Guillermo Escalón

La Zebra | #13 | Enero 1, 2017

RG: Desde su experiencia personal, ¿qué destacaría del aporte de los pioneros para el desarrollo del cine en El Salvador? ¿Cuál es su visión sobre ellos y su trabajo?

José David Calderón (1928-2016)

GE: El primer contacto que yo tengo con la tecnología del cine fue cuando visito Cine Spot. David Calderón, muy generosamente, llamó a los que estábamos interesados en el cine, a la gente que estábamos ahí como amateurs, a Baltazar Polío, a mí, a Ricardo “Dicky” Stein, a varias personas. Y entonces dijo: “Yo tengo esta infraestructura, aquí tienen a disposición lo que es Cine Spot y vengan a visitarme”.

Nos hizo visitar el laboratorio: “Aquí está la máquina de revelado”, un maquinón inmenso donde vos metías la película, el negativo, para revelar, y nos dice: “Yo la construí, con las especificaciones de Kodak, pero yo la construí”. “Ahora vengan a ver el impresor óptico”, que es el que hace que la película pase del negativo al positivo, de cuatro ruedas.

Como dos proyectores, hasta el tejado. “Este es basado en un modelo gringo pero yo lo modifiqué”. “Aquí están las mesas de animación”, unas rampas enormes, con cámaras y celuloide abajo para hacer trabajo de animación. Él hacía publicidad y documentales. Eso era una cosa increíble. “Aquí están las cámaras, tengo la suerte de tener una Mitchell”, era una cámara que se usaba en Hollywood para hacer películas, un enorme cubo de hierro. “Además la modifiqué para poder ponerle un blimp para insorizar (blindaje acústico o funda para aislar del sonido a una cámara de cine)”… ¡Era un técnico…!

JA: ¿En qué año fue esto?

GE: Yo ya estaba en la universidad… Yo entré a la universidad en 1967, puede haber sido alrededor de esos años…

JA: Su película más exitosa fue un documental sobre un partido de fútbol, Pasaporte al mundial, de 1969, sobre la clasificación de la Selección Nacional de Fútbol a la Copa Mundial en México, en 1970. Esa película la pasaron por años en el cine Darío, donde yo la vi cuando era niño, y la gente iba sólo por ver la victoria de la Selección Nacional contra Haití en el estadio de Kingston, Jamaica. Yo una vez le pregunté sobre la localización de este documental y David me dijo que se le perdió el último rollo, que se había arruinado en una inundación. Tenemos pocas cosas de él, con la excepción extraordinaria de Los Peces fuera del agua, el largometraje por el cual se le recuerda. Pero vos has hablado de otra película de él que nunca he visto, Izalco, una raza que se extingue. ¿De qué trata?

GE: Izalco es una película documental que él hizo, sobre los indígenas de Izalco. No sé si se habrá perdido, pero ahí aparece la danza del venado, que ya no se hace más.

JA: ¿Trabajaste en algo específicamente con David Calderón?

GE: De manera indirecta sí, porque cuando trabajé con Baltazar Polío en Topiltzin y en El gran debut, el revelado lo hacía David Calderón, gratuitamente.

JA: ¿Aprendiste alguna cosa directamente de David Calderón? Producción, cosas así…

GE: No…

JA: Insistía en esa pregunta por un curioso detalle histórico. ¿Sabías que el gran cineasta cubano de la revolución, Santiago Álvarez, estuvo aquí y trabajó con José David Calderón? Y fue mucho más influyente de lo que la gente cree, pero no en un sentido estético. Uno de los lugares adonde David Calderón fue a aprender cine fue a Cuba, antes de la revolución cubana. Conoce allá a Santiago Álvarez y cuando éste se mete en problemas con Batista no conocía a nadie fuera de Cuba, y se acordó del salvadoreño que había conocido y se vino para acá, huyendo. Entonces se encuentra aquí con la gente que quería producir televisión. Lo que Santiago Álvarez sabía, que no sabía nadie más, era cómo producir para televisión. Toda esa labor de pre planificación, crear presupuestos, crear el guion técnico como base para poder crear el presupuesto… Nadie sabía cómo hacer eso… A partir de esto, lo que te quería preguntar es, si a principios en la década de 1970, cuando estabas trabajando con Baltazar Polío y llegaste a Cine Spot, ¿tenían conciencia… alguna noción de lo que estaban haciendo otros latinoamericanos en cine?

GE: Para nada. Cero. ¿Cine latinoamericano? Ni mencionar. Yo me vengo a enterar que existe cine latinoamericano en los festivales, mucho después… Yo insisto mucho en eso: partimos de la ignorancia, de la falta total de cultura. Cuando alguien me decía “eso se parece a la influencia de no sé quién”… nada.

RG: ¿Hay alguna otra cosa que destacaría respecto a José David Calderón?

GE: Otra cosa, sí, pero negativa. Él hacía un semanario, que se llamaba El suceso en la pantalla, que pasaban los cines, en 35 mm, del que se hicieron 150 entregas. Cuando yo le fui a preguntar, porque yo también anduve en ese rollo de rescate del cine salvadoreño cuando hice Alejandro: “¿Y dónde están todas las latas del semanario?”. Era una revista semanal, y era bellísima, una revista bien hecha… Me respondió: “Fijáte que como ya no teníamos espacio, la quemé toda…”

JA y RG: ¡¿Ah…?!

GE: No, si es increíble… Imperdonable… Entonces, David Calderón es eso, un gran referente y al mismo tiempo un destructor de la misma memoria, de su mismo trabajo.

JA: ¿Cuándo conoces a Alejandro Cotto?

GE: Tal vez estaba yo en primer año de la universidad, o en los últimos de bachillerato, cuando se daban aquellos famosos festivales internacionales de música en los que vino Pablo Casals, Renata Tarragón… Y nosotros, lo que sabíamos de música eran Los Beatles, de música clásica nada. Fumábamos mota, nos íbamos a meter al cine Darío, a los conciertos, nos sentábamos en el pasillo, la camada así de hippies… y oír la quinta de Beethoven así, bien locos, era una iniciación… No académica, pero de puras sensaciones. Entonces nos hicimos un grupo de amigos, como fanáticos del festival y cuando tocó Renata Tarragó fue así como… ¡La guitarra clásica! Nosotros charranganeábamos en guitarras Gálvez, pero oír una guitarra clásica… ¡Un alucine…! Y un día Alejandro Cotto invita a alguien que yo conocía, creo que era Raúl Monzón, y le dice: “Mirá, en mi casa tenemos un guitarrista y va a tocar algunos fragmentos del Concierto de Aranjuez, sin orquesta, lo va a tocar en mi casa y van a oír algo mejor que Renata Tarragó. Si quieren vengan”.

Y agarramos para allá. Era Sila Godoy. ¡Era extraordinario! ¡Extraordinario! Y ahí quedé flechado por la guitarra. Yo toco guitarra. Y el señor, traguitos y toda la cosa, y de ahí saca su estuche… Yo nunca había visto, era como un ataúd, y abre aquella cosa, con forro de terciopelo rojo y saca un instrumento… ¡Puta! Te digo, a nuestras guitarras les hacíamos corazones y flores… Eso sí era una guitarra. Ahí oí a Alejandro hablar por primera vez… “¿Están de acuerdo que es mejor que…?” El maestro Sila verdad… Increíble. Mangoreano. Aparte de que es el gran paisano, es un paraguayo.

JA: Y con Alejandro Cotto, ¿trabajaron en algún proyecto juntos?

GE: Sí… Él quiso hacer una cosa con los muñequitos de Ilobasco. Él, cada año, hacía su nacimiento, pero esa vez quiso hacer una cosa animando a los muñequitos, contando una historia. No me acuerdo la historia de qué iba pero con Roberto Morán, un camarógrafo muy bueno, y yo, hicimos esa animación de muñequitos. Eso se fue a la Televisión Educativa, y ahí se perdió también. ¡Da tristeza, vos, eso!

JA: Nosotros tenemos una historia de cine sin la prueba de que ha existido esa historia. Una historia fantasmal.

GE: Exactamente eso es lo que me lleva a hacer la película sobre Alejandro Cotto, porque él contaba de su participación en los festivales internacionales de cine y nadie había visto nada. Entonces yo le dije: “Hagamos una película sobre vos, pero tenemos que ver tu cine”. “Ah, pero las copias se han ido a…”. “No, si no vemos nada no se puede hacer”. “Bueno, la última noticia que tuve fue que en la bodega del cine Apolo… ahí debe haber algo”. Y nos fuimos al cine Apolo, que ya estaba semi abandonado, y había un montón de latas ahí, podridas. Y ahí estaba El rostro… ¡En serio! Y al ver ya esas mierdas, de las que él hablaba y se vanagloriaba, y él decía… bueno, toda su mitología… ¡y ahí estaban!

JA: ¿Y cómo era él?

GE: ¿No viste Alejandro, la película…? Bueno, hoy hay dos películas, eso es sensacional, porque para que alguien haya hecho otra…

JA: Alejandro se ve y se distribuye de dos maneras diferentes, con dos lecturas completamente diferentes en El Salvador y en el extranjero… Porque en El Salvador la gente la ve, y es la manera en que la presentó Alejandro Cotto es: “Tengo una película sobre mí”.

GE: No sobre él, sino de él. La gente decía: “La película de Alejandro”.

JA: Pero yo he visto reseñas de cuando se presentó en el exterior, en Canadá, parece que la productora es canadiense…

GE: Sí, María Elena Davis (Mary Ellen Davis).

JA: Y al presentarla se decía: “He aquí la historia de un mitómano”. Es decir, ante la dificultad de crear cine en los países pobres, sus creadores se refugian en un mundo de fantasía…

GE: Sí, esa era la idea. La idea motriz de Alejandro fue hacer una película sobre historia del cine en un país sin cine. Alejandro Cotto se prestaba perfectamente a esa idea dado que tenía la virtud de completar con la imaginación lo que le faltara a la vulgar realidad.

JA: Nadie más ha dicho eso en El Salvador en relación a la película. En el país Alejandro es un homenaje, y no el retrato de un mitómano.

GE: Es un mitómano.

JA: Vos sí estás de acuerdo en que era un mitómano.

GE: Absolutamente… Totalmente. Es un mitómano.

RG: Pero, ¿consiguieron premio sus películas?

GE: Por ejemplo, sí fue a Berlín. Y eso es lo bueno del segundo trabajo, que Edwin Arévalo escarbó también. Él se motivó por Alejandro, la primera película, y vino a conocerlo, y entonces trabajó a fondo en ciertas cosas. O sea, se completan las dos cosas. Memorias se llama el documental de Arévalo. El rostro de Alejandro Cotto sí fue a Berlín, y entonces a Cotto le dan lo que le dieron a todos los que presentan sus películas, que es un diploma de participación. Son muy bonitos: “Agradecemos a…” Y como estaba en alemán, él dijo: “Este es el Oso de oro”, este es el premio. Y, como hizo con todo su cine, él prefería hablar de su cine que mostrarlo. Es decir, ¡es mentira lo del premio en Berlín! Pero sí participó. Lo que pasa es que la gente comenzó a decir: “Todo es paja”, “Alejandro es un mentiroso profesional”, “todo es mentira”. Y la película Alejandro demostró, porque había fragmentos, sobre todos los créditos, Un camino de esperanza, El carretón de los sueños, todas las películas. Yo dije: “Hay que escoger fragmentos donde está su nombre”, para demostrar…

RG: Pero usted también lo ha descrito como un quijote…

GE: Sí, porque hacer cine aquí… Había que ser un poco loco…

JA: Aunque por ejemplo, David Calderón, se tomaba mucho crédito por El carretón de los sueños.

GE: Sí, ahí hubo una disputa grande porque eso era un proyecto de la Vivienda Mínima para hacer promoción de los proyectos urbanísticos de casa popular, de casa económica, y entonces dieron ese trabajo a David, para que lo hiciera en Cine Spot.  Todas las filmaciones son de él y sus camarógrafos, pero luego no podían editar todo ese desmadre, y no sé cómo le llegó el segundo contrato a Cotto y entonces él arma lo que David Calderón había filmado.

Y se pone él, lo que está bien, además dice Cine Spot y todo, no es que no lo cita. Pero hay celos… Y volviendo a Cotto, cuando él habla de Universo menor, que nunca lo terminó, es una película que quedó en rushes (trozos editados). Nosotros la terminamos de editar, aparece un rótulo ahí, al final de la película, de Fernando Pessoa, que dice: “Mi vida imaginaria ha sido siempre la única verdadera para mí”.

Entonces es una manera de dejar, elegantemente, el testimonio, de decir que era eso: su vida era lo que él se imaginaba, pero que se lo terminó creyendo. Ahora, en esa mitomanía, en esa locura, en esa también cursilería de las películas, hay una cosa artística. ¡Es innegable que hay una cosa artística enorme! Es mucho más artista que David. José David Calderón es más admirable como impulsor y productor del cine salvadoreño. Alejandro Cotto es el soñador… Sí.

JA: ¿O sea que tú no habías visto El rostro hasta que…?

GE: Hasta que hice Alejandro. Ni El rostro, ni El carretón de los sueños…

Baltazar Polío (1949-1989)

JA: ¿Cómo conoces y llegas a trabajar con Baltazar Polío?

GE: Cuando Baltazar llegó de Niza, creo que fue Manuel Sorto quien me lo presentó, me dijo: “Un chavo súper pilas quiere hacer una película sobre un vendedor de diarios, ya empezó a filmar. Ayudémole”. Y nos reunimos en Metrocentro, en un cafetín, y platicamos con Baltazar Polío. Mi primera colaboración con él fue en su película Topiltzin (“pequeño príncipe” náhuat-pipil). Se estrenó en la sala de CAESS, lo que es ahora el Teatro Luis Poma… Trabajé en dos películas con él, en Topiltzin y en El gran debut; en El negro y el indio ya no.

RG: En el foro sobre los pioneros del cine usted decía de él que lo consideraba como un jazzista…

GE: Sí, porque no planeaba nada, todo lo tenía en la mente y producía de una manera improvisada. Improvisación permanente. Y también editaba como un jazzista. ¡Tas! (gesto de cortar la película con los dientes), con los dedos y con los dientes. Increíble… Y sus referencias del cine… en Niza participó en un rodaje de Louis de Funès, en una película industrial…

JA: Yo a Louis de Funès sólo lo ubico por Fantomas…

GE: ¡No! Tiene grandes cosas: Las aventuras del rabí Jacob, El gendarme de Saint-Tropez… De ahí viene todo el rollo de Baltazar…

RG: ¿Cuál diría usted que fue el peso, el aporte, de Polío al desarrollo del cine en El Salvador?

GE: También desde la pasión por el cine. Sin una gran cultura cinematográfica, sin una formación académica sino que de una manera intuitiva, el cineasta intuitivo, que podía trabajar mientras no se aburriera… Era un tipo como los chavitos de hoy, multitask, que están en el celular, oyen música y se comunican. Él era así. Él tocaba piano. Entonces, estaba en su estudio tocando piano pero se aburría, entonces ponía la televisión. Entonces estaba viendo televisión y estaba tocando piano, y se aburría. Entonces ponía música de parlantes y se ponía patines. Y tenía una chimenea en su casa, en su estudio, se ponía a patinar alrededor, oyendo música. ¡Era un mono de hoy! Entonces por eso hace cortometrajes. ¡Claro! ¿Cómo iba a hacer otra cosa? Se aburría. Al final, antes de que se fuera para Estados Unidos, lo contactó las FPL, para que filmara para ellos. Y él les preguntó, a los emisarios que le mandaron a ver si quería trabajar con ellos, y les dijo —y eso me lo contó él pues—: “¿Y cómo es la onda, cuándo se tomarían el poder?”. “Ah, no”, le dijeron, “el poder se puede tomar el año que viene, pero igual puede durar cincuenta años, porque esta es la lucha popular prolongada…” “¡Ah, qué aburrido!”, dijo Baltazar… ¡Jajaja…!

JA y RG: ¡Jajajajajajaja!!!

JA: Clásico de Baltazar Polío…

GE: Clásico… “No, ¡puta! ¡Qué aburrido!”

RG: Pero sí se podría decir que era un cineasta experimental.

GE: Yo decía que era casi un genio, de alguna manera. Él era una genialidad, pero se murió muy joven. Era un genio, pero no tuvo tiempo de demostrarlo. Para trabajar con los recursos que él manejaba y hacer un film por año… ¡puta! Y solito. Cámara, una moviolita de aquellas así… con lo mínimo. A mí me interesa mucho su personaje, porque tenía cero bagaje intelectual, de historia del cine, de formación, ¡de nada de eso! ¡Increíble! Él no aguantaba una película de Passolini entera…

TODA LA SERIE

Introducción

Guillermo Escalón, entre el mito y la realidad del cine salvadoreño

I.Antes de la guerra

I.1 Antes de la guerra – Los pioneros del cine en El Salvador

I.2 Baltazar, el impaciente – Una memoria de Guillermo Escalón

I.3 La zona intertidal – Una gema del cine de ficción

II. El cine de guerra

II.1 La decisión de vencer – El colectivo Cero a la Izquierda

II.2. Un arte de audacia – Cine guerrillero del Sistema Venceremos

III. Cine de posguerra

III.1 Música visual – proyectos personales y fotografía

III.2 La nueva generación – cine centroamericano

Alejandro – la película, una “ficción documental”

Guillermo Escalón: Alejandro – película completa

Ricardo Lindo: Alejandro, documental de una ficción verdadera

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Ucrania y argumentos repetidos. Rolando Astarita. Marzo de 2023

Ante la guerra que se está desarrollando en Ucrania, la mayor parte de la izquierda argentina se ha colocado del lado de Rusia. En varios casos, de manera tácita. Son los partidos y referentes que condenan la invasión, pero niegan el derecho de los ucranianos a recibir armas de la OTAN para defenderse. Como si al ejército ruso se lo pudiera enfrentar con palos y piedras.

Por otro lado, están los que se alinean explícitamente detrás de Putin y los suyos. En este respecto, el argumento más extendido gira en torno al anti-imperialismo. Según este enfoque, los agresores son EEUU, la UE y la OTAN. Estos buscarían imponer una relación neocolonial con Ucrania y otros países que estuvieron bajo la órbita soviética y, por sobre todas las cosas, debilitar o someter a Rusia a su dominio. De manera que al invadir y arrasar a Ucrania los rusos se estarían defendiendo del ataque imperialista. Con el agregado de que, como explicó Putin en su debido momento, el régimen de Zelensky es “fascista” (o “nazi”). Otro motivo para considerar liberadoras a las tropas rusas. 

¿Y el derecho de Ucrania a la autodeterminación, a su existencia como nación? Respuesta: es de importancia secundaria frente al ataque del imperialismo americano y europeo. Es cierto que Rusia es imperialista, pero se opone al “enemigo principal”, la OTAN, Washington y el gobierno pro nazi de Ucrania, y esto es lo que pesa. En cambio, defender el derecho a la autodeterminación de los ucranianos equivale a colocarse del lado de la derecha. ¿Y la destrucción de Ucrania? Pues es el costo de luchar contra la agresión de los imperialismos occidentales. 

Argumentos de larga data

Cuando leo estos argumentos no puedo no recordar que los compartí en mi juventud. Es que entre 1968 y principios de 1969 fui militante de la Federación Juvenil Comunista, y como tal defendí la invasión de la URSS y otros países del Pacto de Varsovia a Checoslovaquia. En aquellos tiempos el relato era que el verdadero agresor de Checoslovaquia no era la URSS, sino los imperialismos yanqui y alemán que fomentaban la contrarrevolución. Por estos días he vuelto sobre aquellas justificaciones a partir de la lectura de “La intervención soviética en Checoslovaquia y el debate en el comunismo argentino”, de Juan Manuel Cisilino (Ponencia en las X Jornadas de Sociología de la UNLP, 2018; está en la web). Es llamativo cómo los argumentos se repiten casi intactos.

Efectivamente, según el PCA 1968, los contrarrevolucionarios y sus agentes, aprovechándose de errores de la dirección checoslovaca, habían logrado contraponer las organizaciones de masas al Partido y enfrentar a la juventud con los mayores.  Además, la contrarrevolución había infiltrado agentes –disfrazados de turistas- portando armas, dinero e instrucciones para llevar adelante un golpe contrarrevolucionario. Por eso, la intervención militar de los países del Pacto de Varsovia en Checoslovaquia era en defensa de la clase obrera y para “salvaguardar al régimen socialista amenazado por el revanchismo germano-occidental”. Más precisamente, la OTAN quería “reeditar la marcha hacia el este de Hitler, provocando la invasión lisa y llana a los países socialistas hasta llegar a la URSS”. En este marco, el derecho a la autodeterminación del pueblo checoslovaco era una cuestión muy secundaria. Algo similar ocurría con las libertades de opinión, prensa, organización, desplazamiento y similares. Eran derechos burgueses que en aquellas circunstancias solo servían al ataque contrarrevolucionario.

Como es conocido, no fue solo Checoslovaquia. A pesar de haber sido una de las principales consignas del programa bolchevique en 1917, el derecho a la autodeterminación fue avasallado una y otra vez. Para mencionar solo casos notorios: Georgia (1920); Finlandia (1939); Alemania Oriental (1953); Polonia (1939, 1956, 1981); Hungría (1956); Afganistán (1980). Por entonces el justificativo era “defender las conquistas socialistas”. Hoy vale el “hay que detener al imperialismo”. Pero permanece lo sustancial: las libertades democráticas (y la autodeterminación es un derecho democrático burgués) pueden ser arrasadas, contra la voluntad de las masas, en nombre “del objetivo superior”.   

Una grieta insalvable en la izquierda

En notas anteriores he presentado argumentos contrarios a estas posiciones. En particular, destaqué la importancia de defender las libertades democráticas y su relación con el proyecto socialista (véase por ejemplo aquí y aquí). Los defensores, o justificadores, de las posiciones “a lo Putin”, responden con el tradicional “agente de la OTAN”, “funcional a la derecha”, y similares. Pero al margen de los calificativos, lo relevante es que estamos ante diferencias ideológicas profundas, que se mantienen a lo largo de las décadas. Ejemplificando la situación, en una nota en 2016 escribí:

“El señor A, en nombre del socialismo, aplaude la invasión de la URSS a Checoslovaquia; se niega a condenar a la dictadura argentina de Videla; apoya activamente a Mengistu (y los bombardeos al Frente de Liberación de Eritrea); elogia el régimen de los Kim en Corea; y apoya a Al Assad. El señor B, también en nombre del socialismo, toma exactamente las posturas opuestas: critica la invasión soviética a Checoslovaquia; pide la condena de Videla en los foros internacionales; critica al régimen de Corea del Norte; se opone a Mengistu (y a las masacres de eritreos) y apoya las rebeliones contra el régimen de Al Assad” (aquí). Agregaba que las diferencias no se debían a falta de información, sino a concepciones fundamentales y distintas en base a las cuales se procesa la información.

Pues bien, hoy las posturas siguen tan opuestas como siempre. Así, el señor A apoya la invasión rusa a Ucrania –política de tierra arrasada incluida- y dice que la autodeterminación nacional de Ucrania es irrelevante (o, peor, funcional al imperialismo). Y el señor B rechaza la invasión rusa, defiende la independencia nacional de Ucrania y el derecho de los ucranianos a defenderse armas en mano. Es la “grieta” -¿la más profunda?- al interior de la izquierda de conjunto. De Checoslovaquia 1968 (y antes, por supuesto) a Ucrania 2023. Por ningún lado hay visos de que esta división se vaya a superar en los próximos años, o décadas.

El laberinto del Minotauro

Existen varias versiones acerca de la afrenta que ocasionó que la esposa de Minos, Pasífae, tuviera la necesidad de unirse al toro de Creta. La versión más extendida dice que Minos, hijo de Zeus y de Europa, pidió a Poseidón apoyo para suceder al rey Asterión de Creta frente a sus hermanos Radamantis y Sarpedón y ser reconocido como tal por los cretenses Poseidón lo escuchó e hizo salir de los mares un hermoso toro blanco, al cual Minos prometió sacrificar en su nombre.

Sin embargo, al quedar Minos maravillado por las cualidades del hermoso toro blanco, lo ocultó entre su rebaño y sacrificó a otro toro en su lugar esperando que el dios del océano no se diera cuenta del cambio.  Al saber esto Poseidón, se llenó de ira, y para vengarse, inspiró en Pasífae un deseo tan insólito como incontenible por el hermoso toro que Minos guardó para sí.

El castigo de Poseidón continuaba. El Minotauro sólo comía carne humana, y conforme crecía se volvía más salvaje. Cuando la criatura se hizo incontrolable, Minos ordenó a Dédalo construir una jaula gigantesca de la cual el Minotauro no pudiera escapar. Dédalo entonces construyó el laberinto, una estructura gigantesca compuesta por cantidades incontables de pasillos que iban en distintas direcciones, entrecruzándose entre ellos, de los cuales sólo uno conducía al centro de la estructura, donde el Minotauro fue abandonado.

A la par que el laberinto encerraba al Minotauro, uno de los hijos de Minos, Androgeo, fue asesinado en Atenas después de una competición olímpica donde quedó campeón. El rey de Creta declaró la guerra a los atenienses. Minos atacó el territorio ateniense y, ayudado por la peste que azotó a los asediados, conquistó

Megara e hizo rendir a Atenas La victoria de Minos imponía varias condiciones por la rendición, y se dice que el oráculo de Delfos fue quien aconsejó a los atenienses a ofrecer un tributo a Creta.  Así, una de las condiciones emergentes era entregar a siete jóvenes y siete doncellas como sacrificio para el Minotauro.

Existen dos versiones conocidas acerca de la frecuencia de este tributo. Según una historia, las catorce vírgenes eran enviadas anualmente; en cambio, otra versión dice que los siete muchachos y siete doncellas eran llevados cada nueve años Los catorce jóvenes eran internados en el laberinto, donde vagaban perdidos durante días hasta encontrarse con la bestia, sirviéndole de alimento.

Años después de impuesto el castigo a los atenienses, Teseo, hijo de Egeo, se dispuso a matar al Minotauro y así liberar a su patria de Minos y su condena. Se cuentan dos cosas acerca de cómo llegó Teseo a introducirse en el laberinto de Creta. Unos dicen que después de ayudar a Egeo contra los Palántidas, Teseo se enteró del sacrificio de los jóvenes y decidió él mismo ser parte de la ofrenda para enfrentarse a la bestia.

Otra narración dice que era el propio Minos quien elegía a los jóvenes que servirían de alimento al Minotauro, y, enterado del aprecio que sentía Egeo por Teseo, quiso que éste fuera devorado en el laberinto. Era la tercera vez que catorce jóvenes atenienses, siete muchachos y siete muchachas, iban a ser sacrificados en favor de la bestia antropófaga cuando Teseo llegó a Creta, 27 años después de iniciado el terror del Minotauro.

Al llegar a Creta, los jóvenes fueron presentados a Minos. Teseo conoció entonces a Ariadna, hija del rey, quien se enamoró de él. La princesa rogó a Teseo que se abstuviera de luchar con el Minotauro, pues eso le llevaría a una muerte segura, pero Teseo la convenció de que él podía vencerlo. Ariadna, viendo la valentía del joven, se dispuso a ayudarlo, e ideó un plan que ayudara a Teseo a encontrar la salida del laberinto en caso de que derrotara a la bestia. En realidadese plan fue solicitado por parte de Ariadna a Dédalo quien se las había ingeniadopara construir el laberinto de tal manera que la única salida era usar un ovillo de hilo que Ariadna le entregó para que, una vez que haya ingresado en el laberinto,ate un cabo de dicho ovillo a la entrada, y a medida que penetrara en el laberintoel hilo le mostraría el camino que iba recorriendo para que, una vez que hayamatado al Minotauro, lo enrolle y así encuentre el camino hacia la salida.

Conformación apolítica de la subjetividad y su vínculo con modalidades evocativas traumáticas de pasados límites. María Eugenia Borsani. 2009

Semblanza del presente

Finales de la década de los años 80, interesante convivencia entre política y filosofía, o lo que procura hacerse pasar por filosofía, no siendo sino el discurso de la ideología dominante que tiene como intención mayúscula eliminar del planeta todo eco del término “ideología”.

Se proclama, casi por decreto del Pentágono, el fin de las ideologías y el fin de la historia, sólo queda como norte un “más de lo mismo” y perfeccionar el estado de cosas vigente: el derrotero neoliberal a la luz del mundo globalizado, patrocinado por muchos Francis Fukuyama. Momento de lamentables bienvenidas a las despedidas.

El historiador Dominick LaCapra dice en las primeras páginas de Historia en tránsito. Experiencia, identidad, teoría crítica que “el tan mentado fin de la historia podría ser también un intento ideológico de permanecer fijados a una condición histórica existente determinada, como la economía de mercado y la limitada democracia política”.[1]

Así, intelectuales mandatados generan artículos e intervenciones de distinta naturaleza que colaboran con el propósito de la extinción del pensamiento crítico y de discusiones de naturaleza ideológica en distintos rincones del universo; se muestra ante nosotros un presente erguido de pensamiento edulcorado, imperio de lo light, exposición de la vacuidad, ausencia de compromiso, apatía por el legado, amnesia política.

A la vez que esto ocurre, se multiplican diversas modalidades evocativas de pasados límites o manifestaciones varias de lo que bien podríamos llamar “la memoria insurgente”, dada la naturaleza indómita de la acción de recordar.

Resulta casi paradójico que, al tiempo que parece erigirse la falsa conciencia de un presente sin ayer, adelgazado de pasado, la memoria se hace ver y se hace oír.

Así, proliferan los debates sobre la relación historia-memoria: desde la filosofía, la historiografía, la sociología y más, el vínculo historia-memoria se vuelve un tópico de constante convocatoria en reuniones científicas y en publicaciones varias.

A su vez, “la memoria parece hoy invadir el espacio público de las sociedades occidentales, gracias a una proliferación de museos, conmemoraciones, premios literarios, películas, series televisivas y otras manifestaciones culturales, que desde distintas perspectivas presentan esta temática” comienza diciendo Enzo Traverso en Historia y memoria. Notas sobre un debate.[2]

La contienda que se da en este escenario discurre, entre otras cuestiones, en relación con qué recordar, para qué evocar y cómo hacerlo; esto es, cuál ha de ser el contenido del acto rememorativo, cuál la finalidad de tal acción y cuál la modalidad evocativa.

Interesa problematizar las diferentes aristas del problema, ya que entendemos que según cuál sea la finalidad del recuerdo, se montan maneras distintas para ponerlo en escena seleccionando entonces determinados contenidos del recuerdo, a la vez que neutralizando otros.

Por ello es que importa indagar la posible relación que pueda darse entre modos conmemorativos anclados en una lógica luctuosa —a la vez que mortificante— con la huida del compromiso con aquello que se recuerda, como efecto reactivo. Así, el presente trabajo sigue  como propósito poner en tensión la conformación de lo que llamaremos subjetividades políticas esmirriadas —según el molde triunfante de lo que Žižek denomina como el “universo posideológico pragmático moderno”—[3] con modalidades evocativas traumáticas de pasados  límite.

En sociedades que tienen como legado un pasado reciente genocida, el modo de dar cuenta y representar lo acaecido es decisorio si el objetivo que se sigue es el de contribuir a la formación de una conciencia histórico-crítica.

Bajo la premisa que abona la fecundidad de modalidades evocativas no traumáticas de pasados límites, se indagará si acaso la “huida de la comunidad”,[4] siguiendo a Bauman, en forma  de despolitizada existencia no es resultante, entre otras cuestiones, de  contraproducentes efectos colaterales de modos de conmemoración o de inscripción de la memoria que insisten en las tan lacerantes como infértiles escenificaciones del horror.

Tanto Žižek como Bauman vienen aportando significativas lecturas en relación con el estado de la cuestión de nuestra temporalidad. Sus análisis pueden ser tenidos como diagnósticos de nuestro presente, no por ello menos acertados de la “ideología subterránea” de hoy —esto último pertenece a Žižek— y que en Bauman toma forma de liquidez.

Si como dice este último, las condiciones de la sociedad individualizada son hostiles a la acción solidaria, y la sociedad individualizada es el topos de los más, de los muchos con intención de globalizarse como marca del presente, la acción política, la atención por el otro, el compromiso cívico con la comunidad, caen en el lugar del pasado y en las antípodas del sujeto normal.

Normalidad normatizada, apolítica, desvitalizada, viviendo a costa de la renuncia del compromiso con el otro, con los otros, en un inconsciente estado de impávido aletargamiento político, por eso es que entiendo que se trata de subjetividades políticamente esmirriadas.

Sin duda convergen distintos factores que conforman lo que denominamos subjetividades esmirriadas. Bien señala Bauman el declive de la comunidad como un signo del presente; nuestra actualidad es, según el autor, “zona despejada de comunidad”.[5]

Decadencia de la comunidad en tanto disolución de vínculos sostenidos en la filialidad y es “esta experiencia la que hoy se echa de menos, y su ausencia se describe como ‘decadencia’, ‘muerte’ o ‘eclipse’ de la comunidad”.[6]

El conservadurismo imperante, bajo la forma de desarraigado individualismo, es un fenómeno propio de sociedades en las que hizo mella el triunfante discurso neoliberal.

Evocaciones lacerantes y su nocivo efecto

Entendemos por tales modalidades aquellas que evocan el ayer recurriendo a representaciones que se instalan en la dimensión de lo mortificante, expuestas de maneras muy distintas. Bien pueden ser exposiciones del ayer que recalan en el relato de las torturas infligidas, o en recreaciones del padecimiento, por caso, los ya tan conocidos tour concentracionarios.

Las narrativas de las cuales echar mano en este tipo de evocación

son muy diversas, pueden ser relatos testimoniales anclados en las vejaciones recibidas, o la muestra de las secuelas psicológicas y físicas de atrocidades varias.

No obstante, el ayer puede también ser exhibido desde una toma de distancia y reprobación de tales estrategias de evocación por estimar que en nada contribuyen a la acción rememorativa que persigue el propósito de dar cuenta del ayer traumático apostando a un conocimiento crítico y toma de conciencia de lo ocurrido en su amplio espectro.

En el caso de los montajes evocativos de las dictaduras genocidas, y específicamente en relación con la acaecida en Argentina 1976-1983, se advierte una tensión entre conmemoraciones pergeñadas desde perspectivas opuestas: en ciertos casos nos encontramos con desgarradoras escenificaciones de lo acaecido instaladas en la muerte, en la desaparición y en la tortura que colisionan con otros diseños evocativos que invierten la lógica luctuosa, orientadas al recuerdo y reivindicación de la vida cejada.

Tal vez pueda pensarse que la insistencia en los aspectos dramáticos del pasado y de la memoria de ese pasado, reedita una lógica del terror. Si en el alcance del drama se subsume todo lo que del pasado se puede decir y recordar, poco o nada cabe ser ponderado en términos de “ejemplar”, poco o nada por recuperar y reiterar.

Así, la indiferencia e impavidez ante el acontecer político, signo de nuestros días en cierta parte de las capas generacionales más jóvenes —sobre todo de los sectores medios de la sociedad— pueden ser tenidas como resultante del efecto traumatizante que se sigue del modo como se evoca nuestro pasado reciente.

Esto es, si se estigmatiza el pasado en una absolutización de lo traumático, es posible que se sedimente como advertencia amedrentadora e inmovilizante y con ello la evocación provoca

como efecto lo opuesto que se propone, volviéndose al servicio, esto es, funcional a quienes propician la conformación de subjetividades amnésicas y políticamente esmirriadas, adelgazadas de todo vínculo solidario y colectivo.

Sin embargo, y tal como lo planteáramos en otra ocasión, es importante que ese pasado sea reabierto desde una perspectiva reivindicatoria que desarticule de manera desafiante disciplinamientos de la memoria que, paradójicamente, resulten políticamente paralizantes, aun cuando, tal vez, no sea ése el propósito que persiguen, sino una consecuencia indeseable.

Esto último, en virtud de una significativa apreciación realizada por Dominick LaCapra cuando previene acerca de los efectos traumatizantes de esta perspectiva, que si bien la hace a propósito del film Shoah de Claude Lanzmann puede aplicarse a nuestro análisis: “Algunos usos de filmaciones de archivo o representaciones directas del Holocausto, tales como re-creaciones de escenas de muerte masiva, podrían ser presas de este enfoque armonizador y normalizador, aunque también podrían traumatizar al espectador”.[7]

Así, cabe pensar que la recurrencia al horror y los posibles alcances traumatizantes conducen injustamente al olvido de identidades hacedoras de ese ayer, desplegándose una lógica unidireccional de la memoria que opaca esas vidas subsumiéndolas en términos genéricos tales como víctimas o desaparecidos: anonimato sin más.

Es decir, se desdibuja cuánto de ejemplar —en términos de resistencia y de críticatuvo ese pasado y se resalta lo que deseamos sea irrepetible, a la vez que se omite que “la memoria ejemplar es potencialmente liberadora”,[8]en términos de Tzvetan Todorov.

Acaso sea momento de hacer hincapié en aquello que amerita sea reivindicado y que también constituyó el pasado reciente, hoy condensado sólo en el recuerdo del terror y por tanto evocación poco prolífica, toda vez que la ejemplaridad queda sofocada por lo ejemplificante.

Mientras que la ejemplaridad procura dejar una huella esperanzadora en su no reiteración y reivindicadora de quienes dieron testimonio de las atrocidades para dejarlo como legado para el futuro, lo ejemplificante provoca una advertencia intimidatoria.

Y aquí bien vale diferenciar lo ejemplar en Todorov con el planteo foucaultiano en Vigilar y castigar. Foucault muestra que determinados modos de sanción y condena se exponían públicamente por su carga ejemplificadora, el show que se montaba a su alrededor no era gratuito, perseguía claramente un cometido: algo así como: “Vengan y vean: esto puede ocurrirles, este vuestro padecimiento, este vuestro sufrimiento si acaso osaran cometer la misma acción que el reo”.

Escenificaciones de la condena orientadas a disciplinar conductas, normatizar subjetividades, advertir, contribuyendo a formar conciencias amedrentadas por la espectacularidad del castigo.

De ningún modo es ésta la orientación de nuestros análisis de los efectos colaterales e inesperados de los montajes del horror, no está en la representación del ayer la intencionalidad a priori de atemorizar, sino que cabe pensarlo como consecuencia indeseada y no como propósito de la puesta en escena de las “retóricas del horror”.[9]

El mensaje, cuando es ejemplificante, se distancia de manera abismal a la concepción de ejemplar según la ponderación de Todorov, adjetivo que le otorga a la memoria que no procura reeditar lo flagelante —memoria literal— sino en pos de un efecto liberador —memoria ejemplar.

Los modos de evocación traumatizantes del pasado traumático  invisibilizan el alcance del proyecto político genocida imperante en  Latinoamérica entre la década de los años 70 y entrados los 80 del siglo pasado, sin contribuir al conocimiento histórico, iluminando sólo aristas de desgracias que parecieran ser del orden individual y privado  desgajadas del contexto político en el que ocurrieron.

En tal sentido, podría decirse que contribuyen a solidarizarse empáticamente con el sufrimiento ajeno pero no se aportan elementos que colaboren a advertir la dimensión histórico-política de lo acaecido. Se acentúa el plano de lo meramente individual, lo que a tal varón o tal mujer le ocurrió, desamarrado de la comunidad, desconociendo su carácter en tanto miembro integrante de la sociedad política.

Se omite enmarcar el ayer en el cuadro de situación del proyecto que para cierta parte del continente se planeó y se llevó a cabo, como si las situaciones atravesadas fueran acaso producto del albur y no del ardid político neoliberal de los años setenta.

Las modalidades del recuerdo que entendemos son infértiles, son aquellas en las que la referencia al ayer ancla en un verdadero “desborde del horror”,[10] consideración que corresponde a Hugo Vezzetti.

Incluso este tipo de puesta del ayer, en ocasiones, no es del agrado de quienes lo padecieron. Vezzetti dice: “…una sobreviviente que dio a luz en un centro clandestino, cuenta que en la época del juicio todos querían escuchar el relato terrible de su parto pero nadie se interesaba en las ‘definiciones políticas’ que la habían llevado a sufrir esa suerte”.[11]

Una reflexión en un sentido similar la encontramos en Cecily Marcus, quien rastrea las actividades culturales de resistencia que se realizaron en tiempos dictatoriales. Marcus lamenta el acento puesto en la destrucción, en todo lo que fue aniquilado o destruido y la poca atención dispensada a lo que en dicho periodo era hecho, invitando a “investigar el periodo de dictadura desde el punto de vista de lo que fue hecho en lugar de lo que fue destruido”.[12]

Esto es, se focaliza en lo pavoroso, centralizado en el desenlace y despolitizando en gran medida el cuadro de situación de aquellos años de dictadura. La apatía del presente puede pensarse como resultante de tal plan para el Cono Sur, siendo la disociación entre comunidad-individualidad uno de sus logros.

En términos de Todorov quedamos en la instancia de la mera literalidad y en su esterilidad, siendo que en la diferenciación establecida por Todorov lo deseable es la memoria ejemplar, que nada tiene que ver con la ejemplificación según la publicidad del horror, disciplinador de subjetividades.

Tomando el subtítulo del artículo citado de Enzo Traverso es primordial comprender la importancia de “la interpretación de pasado como desafío político”[13] y con ello, conforme a la interpretación que sobre el pasado se haga, evitar la conformación de este tipo de subjetividades políticamente esmirriadas.


[1] Dominick LaCapra, Historia en tránsito. Experiencia, identidad, teoría crítica, Buenos Aires, fce, 2006, p. 15.

[2] En Marina Franco y Florencia Levín (comps.), Historia reciente. Perspectivas y desafíos  para un campo en construcción, Buenos Aires, Paidós, 2007, p. 67.

[3] Slavoj Žižek, “Multiculturalismo o la lógica cultural del capitalismo multinacional”, en  Slavoj Žižek y Fredric Jameson, Estudios culturales. Reflexiones sobre el multiculturalismo, Buenos Aires, Paidós, 2003. 4 Zygmunt Bauman, Comunidad. En busca de seguridad en un mundo hostil, Buenos Aires,  Siglo XXI, 2003, p. 69.

[4] Zygmunt Bauman, Comunidad. En busca de seguridad en un mundo hostil, Buenos Aires,

Siglo XXI, 2003, p. 69.

[5] Ibid., p. 69.

[6] Ibid., p. 59. Idea ésta que Bauman reconoce su inspiración en Maurice R. Stein, que data

de 1960

[7] Dominick LaCapra, “La Shoah de Lanzmann: ‘Aquí no hay un por qué’” en Espacios de Crítica y Producción. Dossier: Historia y memoria del Holocausto, Buenos Aires, Secretaría de Extensión Universitaria/Facultad de Filosofía y Letras/Universidad de Buenos Aires, núm. 26, octubre/noviembre, octubre 2000, p. 44.

[8]

[9] Denominación que utiliza Elizabeth Martínez de Aguirre: “Un espejo de la historia: miles de fotos. Aproximaciones al estudio sobre fotografías de personas detenidas-desaparecidas durante la dictadura militar en Argentina”, en Cristina Godoy (comp.), Prefacio a Historiografía y memoria colectiva. Tiempos y territorios, Madrid, Miño y Dávila Editores, 2002, p. 126.

[10] Hugo Vezzetti, Pasado y presente. Guerra, dictadura y sociedad en la Argentina, Buenos Aires, Siglo XXI, 2003, p. 119

[11] Idem

[12] Cecily Marcus, “En la biblioteca vaginal: un discurso amoroso”, en Políticas de la Memoria,núm. 6/7, Buenos Aires, Centro de Documentación e Investigación de la Cultura de Izquierdas en Argentina, verano 2006/2007. 13 Enzo Traverso, op. cit, p. 67.

[13] Enzo Traverso, op. cit, p. 67.

¿Qué es el posestructuralismo?

El posestructuralismo es un movimiento filosófico y de la crítica literaria del siglo XX, que inició en Francia a finales de la década de los 60. Se le dice posestructuralismo porque sus teóricos quisieron refutar las concepciones estrechas del estructuralismo.

Los autores tradicionalmente posestructuralistas son Julia Kristeva, Gilles Deleuze, Jacques Derrida, Jean Baudrillard, Roland Barthes, Jürgen Habermas o Michel Foucault, entre otros.

Según el estructuralismo, la cultura humana se puede entender a través de una estructura contenida en el lenguaje (lo que daría origen a la lingüística estructural); el lenguaje no tiene que ver con la realidad externa o las ideas abstractas, sino que más bien tiene una función de mediador entre ambos extremos.

El posestructuralismo se caracterizó por criticar ampliamente al estructuralismo. Sin embargo, muchos de los autores relacionados a este movimiento han negado la existencia del concepto posestructuralista. Muchos de ellos están inspirados por la teoría de la fenomenología existencial. Esto dificulta una conceptualización del término y una unificación de las propuestas de estos autores.

Origen del posestructuralismo

El posestructuralismo surgió en Francia a finales de los años 60 del siglo XX, y se caracterizó por sus fuertes críticas al estructuralismo. Durante este período, la sociedad francesa se encontraba en un estado delicado: el gobierno estuvo a punto de ser derrocado en 1968 tras un movimiento combinado entre trabajadores y estudiantes, que luego se conoció mundialmente como el “mayo francés”.

Además, los comunistas franceses estaban dando cada vez más apoyo a las políticas opresivas de la Unión Soviética. Esto tuvo como consecuencia un aumento del descontento de los civiles contra la autoridad política, e incluso contra el mismo sistema de gobierno.

La causa principal de este descontento era una nueva búsqueda de filosofías políticas a las que el pueblo se pudiese adherir. El marxismo ortodoxo, practicado en gran parte por la Unión Soviética, dejó de ser visto con buenos ojos, y una nueva cara del marxismo occidental comenzó a ser considerado como superior.

Autores originales

Uno de los principales autores de este movimiento, Michael Foucault, aseguró que estas perspectivas tan distintas eran consecuencia de un conocimiento limitado. De hecho, las consideró una consecuencia de las críticas que se tenían de la filosofía y de la cultura del mundo occidental.

Además de Foucault, otro de los principales fundadores del posestructuralismo es Jacques Derrida. En 1966, Derrida dio una conferencia en la que aseguró que el mundo se encontraba en un estado de ruptura intelectual. Las ideas del cambio intelectual de Derrida son consideradas los primeros indicios del posestructuralismo en el mundo.

El ensayo de Derrida fue uno de los primeros textos que propuso una serie de cambios a las políticas del estructuralismo. Además, Derrida buscó generar teorías acerca de términos incluidos dentro de la filosofía estructuralista, pero que ya no eran tratados como herramientas propias de la filosofía.

El ensayo de Derrida fue enfatizado por el trabajo de Foucault a inicios de la década de los 70, cuando el posestructuralismo ya había empezado a cobrar más fuerza. Se considera que Foucault dio un sentido estratégico a las teorías del movimiento, al presentarlas mediante la estructura del cambio histórico.

A partir de estas ideas, surgieron muchos otros autores que continuaron con el movimiento posestructuralista a través de textos fieles a la nueva tendencia filosófica.

Características del posestructuralismo

Concepto de “yo

Para los autores del posestructuralismo, el concepto del “yo”, visto como una entidad coherente, no es más que una ficción creada por las personas. Este movimiento sostiene que un individuo está compuesto por una serie de conocimientos y contradicciones, que no representan a un “yo”, sino a una agrupación de características, como el género o su trabajo.

Para que una persona pueda comprender en su totalidad una obra literaria, por ejemplo, debe entender cómo esta obra se relaciona con su propio concepto de “yo”. Es decir, es crucial entender cómo una persona se ve a sí misma dentro del ambiente literario que quiera estudiar.

Esto se debe a que la percepción propia juega un rol crucial en la interpretación del significado. Sin embargo, la percepción del “yo” varía dependiendo del autor al que se estudie, pero casi todos están de acuerdo en que esta entidad está constituida a partir de discursos subjetivos.

La percepción personal

Para el posestructuralismo, el significado que un autor haya querido dar a su texto es secundario; lo primario siempre será la interpretación que dé cada persona al texto, desde su propio punto de vista.

Las ideas posestructuralistas no concuerdan con aquellos que dicen que un texto tiene un solo significado, ni una sola idea principal. Para estos filósofos, cada lector da su propio significado a un texto, partiendo de la interpretación que tenga en relación con la información que lee.

Esta percepción no solo se limita al contexto literario. En el posestructuralismo, la percepción juega un rol crucial en el desarrollo de la vida de cada individuo. Si una persona percibe un signo, lo asimila e interpreta de una manera particular.

Los signos, símbolos y señales no tienen un significado único, sino que poseen varios significados, los cuales son dados por cada persona que los interpreta. El significado no es más que el entendimiento que construye un individuo acerca de un estímulo. Por esto, es imposible que un estímulo tenga un solo significado, pues será diferente para cada individuo.

Capacidad multifacética

Un crítico posestructuralista debe contar con la capacidad de analizar un texto desde diferentes perspectivas, de modo que se puedan crear diversas interpretaciones acerca de este. No es importante si las interpretaciones no concuerden entre sí; lo importante es que sea posible analizar un texto (signo, o símbolo) de diferentes maneras.

Es importante analizar la manera en que las interpretaciones de un texto pueden cambiar, de acuerdo a una serie de distintas variables. Las variables suelen ser factores que afectan la identidad del lector. Estos pueden incluir la percepción que tenga de su ser, o muchos otros factores que afecten su personalidad.

Descentralización del autor

Cuando un posestructuralista va a analizar un texto, es necesario que se ignore por completo la identidad del autor. Esto significa que el autor pasa a un plano secundario, pero tal acción no afecta la identidad del mismo, sino más bien la del texto.

Es decir, cuando se deja a un lado la identidad del autor al momento de analizar el texto, el texto cambia de significado de manera parcial o casi total. Esto se debe a que el autor en sí ya no influye en lo leído, sino que el lector es el que pasa a ser el foco central de la interpretación.

Cuando un autor pasa a un segundo plano, el lector debe utilizar otras fuentes como base para interpretar el texto. Por ejemplo, las normas culturales de la sociedad u otras obras literarias pueden ser herramientas válidas para interpretar un texto según la visión posestructuralista.

Sin embargo, como estas fuentes externas no son autoritarias sino más bien arbitrarias, los resultados de la interpretación suelen no ser consistentes. Esto quiere decir que pueden arrojar interpretaciones distintas, aunque se utilice la misma base de análisis en repetidas ocasiones.

Teoría deconstructiva

Una de las principales teorías que gira en torno al posestructuralismo es la construcción de textos mediante el uso de conceptos binarios. Un concepto binario hace referencia a dos conceptos “opuestos”.

Según la teoría estructuralista, un texto está construido por estos conceptos, los cuales se ubican de manera jerárquica dentro de su estructura. Este tipo de sistemas binarios pueden referirse a conceptos tales como el hombre y la mujer, o simplemente ideas enfrentadas, como lo racional y lo emocional.

Para el posestructuralismo no existe una jerarquía entre estos conceptos. Es decir, no existe una igualdad basada en las cualidades de cada concepto. En cambio, analiza las relaciones que tienen estos conceptos binarios para entender su correlación.

La manera de lograr esto es mediante una “deconstrucción” del significado de cada concepto. Al analizarlos en profundidad, es posible entender cuáles son las características que dan la ilusión de un solo significado a cada concepto. Al interpretarlo, es posible entender qué herramientas textuales usa cada persona para dar una identidad propia a cada texto o a cada símbolo.

El estructuralismo y el posestructuralismo

El posestructuralismo puede ser entendido, en pocas palabras, como un conjunto de críticas filosóficas a la teoría estructuralista. El estructuralismo había sido un movimiento de gran tradición en Francia, sobre todo en las décadas de 1950 y 1960.

El estructuralismo analizaba las estructuras que tienen ciertos bienes culturales, como los textos, para ser interpretados mediante la lingüística, la antropología o la psicología. Básicamente, el estructuralismo parte de la noción de que todo texto está englobado dentro de una estructura, la cual es seguida uniformemente. Por esto, muchos estructuralistas incorporaban su trabajo a otros trabajos ya existentes. Las posturas del posestructuralismo critican la noción estructural de su anterior contraparte, viendo los textos como herramientas usadas por los lectores para ser interpretadas de manera libre por cada uno.

De hecho, los conceptos del posestructuralismo están derivados en su totalidad de las críticas al concepto de las estructuras. El estructuralismo ve el estudio de las estructuras como una condición cultural, por lo que está sujeto a una serie de malinterpretaciones que pueden arrojar resultados negativos.

Por tanto, el posestructuralismo estudia los sistemas de conocimiento que rodean a un objeto, junto al objeto en sí, para tener una noción completa de su capacidad interpretativa.

Representantes del posestructuralismo y sus ideas

Jacques Derrida (1930-2004)

Derrida fue un filósofo francés cuyos aportes son considerados como unos de los principales factores del inicio del movimiento posestructuralista. Entre sus acciones más destacadas como profesional, analizó y criticó la naturaleza del lenguaje, la escritura y las interpretaciones del significado en el ámbito de la filosofía occidental.

Sus aportes fueron muy controversiales para la época, pero al mismo tiempo influenciaron ampliamente a una gran parte de la comunidad intelectual del planeta a lo largo de todo el siglo XX.

Jean Baudrillard (1929-2007)

El teórico francés Jean Baudrillard fue una de las figuras intelectuales más influyentes de la Edad Moderna. Su trabajo combinó una serie de campos, entre los que destaca la filosofía, la teoría social y la metafísica representativa de diversos fenómenos de su época.

Baudrillard negó al “yo” como elemento fundamental en el cambio social, apoyando las ideas posestructuralistas y estructuralistas que iban contra las creencias francesas de pensadores como Kant, Sartre y René Descartes.

Fue un autor extremadamente prolífico, pues a lo largo de toda su vida publicó más de 30 libros de gran repercusión, abordando temas sociales y filosóficos de notable relevancia para la época.

Michel Foucault (1926-1984)

Foucault fue un filósofo francés, además de constituirse en una de las figuras intelectuales más controversiales que tuvo el mundo en la época posterior a la Segunda Guerra Mundial.

Foucault no buscó responder las preguntas tradicionales de la filosofía, tales como quiénes son los humanos y por qué existen. En cambio, interpretó estas preguntas para examinarlas críticamente y comprender qué tipo de respuestas inspiraban a las personas. Las respuestas obtenidas con base en el entendimiento de estas preguntas fueron su crítica primordial en el ámbito filosófico. Fue uno de los grandes exponentes del posestructuralismo en el mundo, aunque le llevó la contraria a ideas bien establecidas en la época. Esto hizo que fuese criticado por intelectuales a nivel mundial y, particularmente, en el mundo occidental.

Judith Butler (1956)

Judith Butler es una filósofa norteamericana cuyos aportes a la disciplina son considerados como de los más influyentes del siglo XX y del presente.

Butler definió al posestructuralismo de manera similar a otros autores de renombre, como Derrida y Foucault. Habló sobre la complejidad de los sistemas binarios de conceptos, y explicó la ambigüedad que existe en el campo de la lingüística en lo que respecta a la interpretación de textos.

Sus ideas no solo revolucionaron el feminismo a nivel mundial, sino que reforzaron el pensamiento posestructuralista ya establecido a finales del siglo XX.

Roland Barthes (1915-1980)

Barthes fue un filósofo y semiólogo francés cuyo trabajo se enfocó en la crítica literaria, los signos y los símbolos, la lingüística, la filosofía del lenguaje, y estuvo profundamente influenciado por las dos últimas disciplinas a la hora de analizar imágenes (específicamente la fotografía). Su obra ha sido fundamental para otras disciplinas, como la semiología y la semiótica.

Julia Kristeva (1941)

Kristeva es una filósofa, psicoanalista, escritora y teórica literaria francesa de origen búlgaro. Su obra se enmarca dentro de la crítica al estructuralismo, con una gran influencia de Barthes, Claude Lévi-Strauss, Sigmund Freud, Foucault y especialmente Jacques Lacan.

Para ella era fundamental acometer el análisis de aquello supuestamente no analizable, es decir, todo aquello en la órbita de lo individual que es difícil de expresar. Se interesó por la naturaleza del lenguaje poético, al que ve como un elemento dinámico y transgresor.

Un debate sobre la cultura. Beatriz Sarlo. 1991

Modernidad y posmodernidad se contraponen como formas de conceptualizar la cultura; su coexistencia da el tono de época a estos últimos años del siglo XX: ni la modernidad se resigna a cerrar el proyecto que Habermas juzgó inconcluso, ni la posmodernidad posee todavía la densidad filosófica y la complejidad institucional que fue obra de los modernos. La problemática actual obliga a repensar críticamente el proyecto moderno, y que esa revisión incluya aspectos de la perspectiva llamada posmoderna.

Un debate sobre la cultura

Quisiera presentar, exagerados como en un dibujo alemán de los años 20, los tipos opuestos de un clima de época: nuestro viejo conocido, el Moderno (para el caso, un Moderno de izquierda); y quien aspira a reemplazarlo o quizás ya lo haya reemplazado: el Posmoderno, su contemporáneo, su rival, en el límite, su servicial enemigo. 

Primero, algunas precisiones sobre el tinglado. Descartemos un espacio cultural no massmediatizado: esa sería seguramente una utopía regresiva, porque no solo los medios audiovisuales sino también la circulación de bienes simbólicos desaparecería o, como en algunos relatos de anticipación, solo tendría a mano las formas artesanales de hace tres siglos.

Imaginemos, por el contrario, un espacio cultural completamente massmediatizado: televisores que repiten televisores, público que se mira en sus pantallas, políticos que se definen por el magnetismo de los animadores, publicidades que imitan el videoclip, videoclips que parecen comerciales porque efectivamente lo son, la parafernalia visual que acompaña la sumersión en el aislamiento del walkman.

Sin duda, una abundancia miserable, de la que no estamos muy lejos. La crisis de la cultura letrada es un dato y no una hipótesis, y esta crisis involucra el arte tal como lo hemos conocido hasta este fin de siglo. Del centro del campo cultural se ha trasladado, como los pobres en muchas ciudades latinoamericanas, a guetos poco visibles.

Pero hoy, por varias razones, no parece propio del discreto tono de la época lanzar, desde la izquierda, un ataque frontal al mundo massmediático: ya ha ganado varias batallas en América Latina el populismo comunicacional que encuentra en los massmedia los consumos populares y, en consecuencia, tiende a celebrarlos bajo la forma de una explicación afirmada sobre el prejuicio de que los sectores populares, bien dotados para la parodia y el reciclaje, pueden construir con la basura televisiva el pedestal de una nueva cultura.

La posmodernidad, con su veneración premoderna por lo realmente existente y su indiferencia hacia el curso de una historia que deja sus víctimas, reivindica las diferencias de manera indiferenciada exaltando la multiplicidad pero ignorando el conflicto de los heterogéneos que, en la vida de las sociedades, suelen enfrentarse más veces de lo que el personaje posmoderno cree.

Pensar la historia como un proceso, y a los vencidos por el descarte de la reestructuración capitalista como víctimas, supone la persistencia (transformada) de ideologías cuyo deceso no ha sido declarado solo por Fukuyama sino también por el optimismo de mercado, que con su economicismo vulgar duplica algunos de los supuestos más deterministas de las creencias modernas.

Como sea, el personaje posmoderno no entra siempre en este debate ni puede ser clasificado en la derecha política (que con su topología nacida de la Revolución Francesa y su corte neto no alcanza para albergarlo). El Posmoderno no está siempre allá, con la revolución neoconservadora, sino también entre nosotros.

 II.

El Posmoderno hace de la necesidad virtud, en una especie de optimismo cándido (a fuerza de ampararse en una inocencia ignorante de lo social) y vergonzante (porque el optimismo es un sentimiento histórico). Puede encontrarse cerca del populista modernizado, porque a ambos los reúne un reconocimiento muchas veces celebratorio de la empiria y un desafecto por la fuerte voluntad de contradicción del sentido común que suponen tanto los procesos políticos como los estéticos. Del populismo cultural al posmodernismo hay, a veces, pocos pasos.

¿Con qué herramientas mira estos procesos el Moderno descontento? Está, en primer lugar, su vocación de ruptura con lo realmente existente; la modernidad es insatisfecha y, por eso, son modernas las figuras del revolucionario y del reformista profundo.

Por eso, también, su tono afectivo es el descontento (que, en algunos momentos claves de la modernidad, fue el de la angustia: de los revolucionarios decimonónicos a los existencialistas de la posguerra); el desgarramiento entre el deseo (el ideal) y la sociedad constituye al personaje moderno, y su prueba estética puede leerse en la historia de la novela.

El Moderno está impulsado por la ansiedad de lo nuevo: es viajero, científico, experimentador político, romántico o vanguardista. Su mirada tuvo la óptica del descubrimiento. El Moderno vive en la inestabilidad provisoria que define como presente, entre la nostalgia del pasado (sin ella no hay modernidad) y el proyecto por venir.

Pero, ¿qué sucede si lo nuevo no es una categoría para pensar lo estético y lo social?, ¿qué sucede cuando lo nuevo se resignifica para definir la sucesión de lo diferente y no el objeto de rupturas y continuidades?

Para el Posmoderno lo nuevo es una variación del gusto más que el centro de un debate estético, que el Posmoderno prefiere pensar, con razón, como una costumbre arcaica. Para el Moderno lo nuevo se contrapone conflictivamente con lo viejo; para el Posmoderno, lo nuevo viene después de algo que en su momento fue nuevo, no en contraposición, sino en suma.

En la pizarra mágica del Posmoderno, las cosas se escriben, desaparecen, vuelven a escribirse en ausencia de un material (estético, cultural) que se resista y también de una tradición que organice el pasado. La sintaxis del Moderno, quiero decir su sintaxis histórica, tiene que ver con la diferenciación conflictiva y con la ética (política o estética). La sintaxis del Posmoderno tiene que ver con un amontonamiento gigantesco de rastros culturales y sociales: no es un montaje sino un bric à brac.

III. 

El Moderno tiene al lenguaje como uno de sus problemas cruciales: para él la desinteligencia entre mundo y lenguaje es radical; su filosofía, en los últimos 200 años, se ha ocupado de esta tensión entre lógicas diferentes, y el arte moderno puede decirse que nace de la incertidumbre de la comunicación. Lenguaje y referencia son dos universos asimétricos, y esa asimetría no es ocasión de celebración sino de drama. El Moderno no desea que las cosas sean así, no desea que el arte persiga incansablemente una realidad que se le resiste; simplemente sabe que ese es su problema.

El Posmoderno convierte ese problema en fiesta de la indiferenciación: si el arte y la vida son definitivamente disimétricos, terminemos de separarlos haciendo un arte que no sea significativo ni en uno ni en otro universo.

Para el Moderno el placer del arte tiene todos los rasgos del goce, incluida la muerte, el olvido de la conciencia, la trascendencia de los límites, el impulso insurreccional, el cuestionamiento moral, la transgresión de lo establecido. El Posmoderno prefiere placeres más moderados: el adjetivo que le corresponde es «agradable». Su veneración de la superficie estética no tiene mucho que ver con la fuerte voluntad formal del Moderno, sino con la apariencia brillante y lisa, barnizada y trivial de la publicidad o de los epígonos.

No hay cuestión estética posmoderna, por lo menos hasta ahora. No hay cuestión estética que pueda plantearse en un bazar simbólico, donde todo está permitido. En una perspectiva general, en arte todo debe estar permitido, pero no simultáneamente. El Moderno sabe esto: la imposibilidad de tenerlo todo, de hacerlo todo, de mezclarlo todo; su tragedia es el límite, quizás el tema más apasionante del arte contemporáneo. Cuando todo está permitido simultáneamente, el acto de romper el límite es inútil. Esta es la imposibilidad posmoderna.

  IV. 

El Posmoderno es amable. Nada parece más fácil que amar su disposición a aceptarlo todo, a pasar por alto las diferencias en nombre del respeto a las diferencias, a valorar lo distinto en nombre del relativismo. Pero el respeto a las diferencias (sociales, ideológicas, políticas) y el relativismo cultural son conquistas modernas. El Moderno sabe lo que han costado y lo que seguirán costando. Sabe que el relativismo cultural es un problema (cuando piensa en el islam, en la condena a Salman Rushdie, en el velo obligatorio que cubre la cara de las chicas árabes en las escuelas de Occidente; y en el racismo occidental, que tiene una larga historia de la cual el Moderno debe también avergonzarse).

El Moderno se debate y no siempre resuelve la tensión entre sus valores, que incluyen el relativismo, y la comprobación de que el relativismo no alcanza para encarar las cuestiones centrales abiertas por la diversidad de creencias que informan prácticas opuestas al propio relativismo y al moderno principio de igualdad. Allí tiene un problema y, por lo que venimos viviendo, no siempre lo ha considerado bien.

Al Moderno todo no le da lo mismo. Por eso, en cuestiones políticas, morales o estéticas, puede ser cínico: sabe que existe un cuerpo de valores y elige, en un solo movimiento, separarse de ese cuerpo. Este puede ser un gesto de vanguardia, un gesto revolucionario, una insurrección contra el pasado, un acto destructivo o crítico. El cinismo es una denuncia de la moralidad (también estética) de la burguesía. Implica colocarse dentro y fuera al mismo tiempo de ese universo artístico o social. El cinismo no necesita apología ni repele la condena; solo puede medirse en su poder de refutación de lo existente. Si carece de ese poder de refutación, no existe como cinismo.

El Posmoderno piensa que los valores no entran en el campo de lo debatible: no hay cínicos posmodernos, sino conformistas de la novedad. El problema de la articulación o el conflicto de valores (estética y política, cultura popular y cultura de los intelectuales, moral y política) persigue al Moderno, que ha inventado salidas muchas veces siniestras de subordinación y liquidación. Sin embargo, también ha inventado en la dinámica impuesta por estas tensiones.

La imaginación de la diferencia hace posible la democracia; en la afirmación de la indiferencia de las diferencias no surge régimen político ninguno. Para que el Posmoderno exista, el Moderno debe gestionar la sociedad y el Estado.

 V. 

La técnica es un problema constituido especialmente para y por el Moderno. La autonomización de la técnica en los procesos sociales y estéticos es parte del insomnio y del sueño moderno. Fascinado por lo que ha descubierto, el Moderno se hunde con facilidad en las utopías tecnológicas; hace un siglo, consideró la técnica y la ciencia progresivas en todos los contextos, casi sin excepción. Hoy, esa imagen optimista se la devuelve centuplicada el Posmoderno.

Al Moderno le cuesta reconocerse en ella: se equivocó al celebrar los procesos de reproducción mecánica de la cultura; se equivocó al condenarlos. Saludó la democratización del consumo simbólico hecha posible por la prensa escrita primero, por la industria cultural después; sin embargo, y muy pronto, se horrorizó ante los bienes que circulaban en uno y otro espacio. Las promesas de revolución estética que descubrió en los nuevos medios técnicos se cumplieron, pero también se cumplieron las amenazas que el Moderno subestimó durante siglos.

Al Moderno hoy le presentan la técnica de dos modos: he ahí los resultados de tu pasión, Chernobyl, la televisión como una pesadilla de unificación planetaria en la dimensión del puro consumo, la muerte de tus últimas apuestas técnicas (el cine, por ejemplo). Esto le dicen algunos. Otros señalan el Ersatz massmediático declarando: somos tus verdaderos descendientes; no hay nada de qué escandalizarse, porque solo estamos cumpliendo las promesas que estaban inscriptas en el origen de los medios técnicos: todo es posible en la dimensión posmoderna del arte massmediático.

El Moderno se desespera ante estas versiones posmodernas de él mismo. Su vocación por diferenciarse no tolera que se confunda su (anterior) optimismo tecnológico con su presente desesperación ante los resultados de su apuesta. El Moderno es Dr. Frankenstein: ¿qué hacer con el monstruo que él mismo ha producido? No tiene demasiadas respuestas. Tiene un solo consuelo: en su origen los medios mecánicos de reproducción artística y discursiva fueron parte de un proceso de democratización cultural y política. Pero sabe que no puede vivir el presente sobre la base de procesos que tienen casi un siglo.

El Moderno se había fascinado frente a la tecnificación de la esfera estética. Pero hoy le cuesta reconocerse en los desarrollos presentes de esa tecnificación. Detesta la celebración posmoderna del medio técnico, con tanta más fuerza cuanto que se siente responsable de esa celebración.

El Moderno desconfía de la celebración posmoderna del mercado de bienes simbólicos; algo le sigue diciendo que es un espacio de desigualdades reales, aunque la separación entre lo formal y lo real suene a paleomarxismo. Insiste en que, si el Estado se retira del todo y entrega al mercado la circulación y producción de cultura (especialmente de medios audiovisuales), los verdaderos planificadores no van a ser fuertes instituciones públicas sino los gerentes de la industria cultural privada. Sabe que en el mercado ganan y pierden exactamente aquellos que él desearía, al revés, que perdieran y ganaran.

En la esfera audiovisual y electrónica el Moderno comprueba que se han instituido nuevas formas de lo político que no son políticas, según su vieja definición (moderna) de la política: discursiva y práctica, de acuerdo con valores que pueden ser presentados como generales y compiten con intereses que pueden ser pensados como particulares. La tecnificación de la política (que acompaña como una sombra a la tecnificación del arte) despierta las sospechas del Moderno, cuando piensa que esa tecnificación produce una esfera pública simulada, donde todo está en la televisión, y una esfera de decisiones fuertemente minoritaria y opaca, donde cuestiones cada vez más complejas que afectan a todos son decididas fuera de la esfera pública electrónica de los mass-media.

Pero el Moderno tampoco tiene una solución en este punto: no puede aceptar esa forma de hacer política ni puede sustraerse del todo a ella. Nuevamente, el Moderno es el personaje dramático de la historia: a diferencia del Posmoderno, ante él siempre está abierta la posibilidad del fracaso.

 VI.

En la abundancia de imágenes el Moderno reconoce, al mismo tiempo, la realización de su utopía cultural democratizadora y la trampa de esa utopía. Hay demasiadas imágenes y la distinción, indispensable para el Moderno, entre imagen y mundo comienza a borrarse, en un movimiento que el Moderno juzga como el horror de la indiferenciación no productiva y que es, para el Posmoderno, el paraíso de la simulación simbólica.

El Moderno (cuya paradoja se encarna en el personaje ahíto de televisión que no puede creer en los vuelos interplanetarios porque no cree en los platos voladores extraterrestres) vive en la diferenciación entre representación y representante, que es la diferenciación que también le preocupa en el interior del lenguaje. Abolida esa diferenciación en un mundo que trabaja la imagen no como condensación de sentidos desplazados, ausentes, elididos, ni como símbolo sino como simulacro, el Moderno condena la obscenidad de la abundancia donde la imagen ha pasado a ser un gadget visual o discursivo, una pura superficie del flujo indiferenciado.

El Moderno no quiere reconocer la realización de su utopía de la abundancia bajo la forma de la no interrumpida continuidad massmediática. El Posmoderno, que sabe que este ha sido el deseo moderno, sonríe porque, además, no le preocupa el flujo incesante del mundo audiovisual sino que vive entregado a ese curso. Cuando el Moderno quiere interrumpir o regular el flujo, el Posmoderno le recuerda los principios de libertad y abundancia que guiaron el proyecto moderno.

 VII. 

El Moderno procura discernir entre popular y plebeyo; para hacerlo necesita recurrir a valores. Sabe que no puede suspender el juicio estético, aunque su hermano, el populista moderno, haya intentado varias veces esta empresa. El Moderno ha aprendido que la verdad es huidiza y que, por naturaleza, no se fija en ninguna parte: ni siquiera en el pueblo. A lo largo del tortuoso siglo XX, con dificultad ha aprendido que la voz del pueblo no es la voz de Dios. Nadie habla en nombre de Dios y solo hay discursos cuya verdad es, finalmente, producto: de la confrontación, de la competencia, del debate, del acuerdo.

Obsesionado por discernir, el Moderno no encara sólo la cuestión de lo popular y lo plebeyo. Su incomodidad crece frente a la oposición industria cultural/arte, agudizada por la reorganización de lo simbólico a partir de la hegemonía de la cultura electrónica. El Moderno vacila: ¿competirá dentro de la industria cultural, porque allí está el público? ¿Se decidirá, finalmente, como el populista moderno (su viejo conocido) a celebrar las transformaciones encontrando en cada marca de la massmediatización de la cultura la clave secreta de una nueva estética?

En este descampado, el Moderno también reconoce la crisis de las vanguardias estéticas que, como la razón, de todos modos siguen cargadas de una potencialidad incumplida. El Posmoderno le señala los restos que la historia del arte dejó a su paso y hace de ese pasado el territorio de un divertido paseo arqueológico. El Moderno busca en ese pasado la fuerza de la ruptura y la resistencia de una continuidad en la que el arte fue la experiencia, más individual y al mismo tiempo más pública, de los límites y de la transgresión formal y conceptual de los limites.

El Moderno se pregunta si puede transitar por el presente solo explicando el estado de las cosas, él, precisamente, que había hecho de la historia no una explicación del presente sino una anticipación del futuro. Pero sabe que no puede seguir haciéndolo. Sus herramientas de análisis se han vuelto inseguras; sus certidumbres exhiben, a menudo, el vacío de fundamento; las creencias del Moderno deben ser formuladas nuevamente.

Guerra permanente, la estrategia definitiva del Kremlin. Marie Mendras. Febrero 2023

Desde 2007, año en que Vladimir Putin disolvió el gobierno a petición del por entonces primer ministro Mijail Fradkov, el mandatario está poniendo sistemáticamente en peligro la seguridad de sus vecinos y de toda Europa: ciberataques y subversión; guerra en Georgia en agosto de 2008; guerra en el Donbass ucraniano y anexión de Crimea en la primavera de 2014; y la intervención en la guerra en Siria en 2015-2018, que causó migraciones masivas a Europa y Turquía.

El último episodio de esta escalada bélica, la agresión contra Ucrania iniciada el 24 de febrero de 2022, es la quinta guerra que libran el ejército y los mercenarios rusos. Anteriormente, en 1999, Vladimir Putin ya protagonizó un primer episodio hostil cuando lanzó una nueva invasión de la república de Chechenia, provocando masacres, destrucción, desplazamiento de poblaciones y la instauración del brutal régimen de Ramzán Kadírov, en el poder desde 2007.

En Rusia, tras veintidós años de poder arbitrario, la política de los cuadros gobernantes en el Kremlin consiste en perturbar, destruir y aterrorizar a sus vecinos, con el objetivo de hacer capitular a las antiguas repúblicas soviéticas que tratan de avanzar hacia el Estado de derecho y la seguridad de sus poblaciones con el apoyo de Europa y las democracias occidentales. La rabia y los delirios paranoicos de Moscú han llevado a Putin a buscar la erradicación de Ucrania y de los ucranianos. Sin embargo, Rusia no está en condiciones de poder ocupar y gobernar Ucrania, más bien está arrastrando a su país, a su ejército y al pueblo de Rusia a una espiral infernal.

A las puertas de Europa, Ucrania está luchando contra el agresor para sobrevivir como Estado y como sociedad. De este modo, defiende la integridad y la seguridad de todos los europeos. Así lo han entendido todos los países de la Unión Europea, al conceder el 23 de junio de 2022 a Ucrania –y Moldova–, por unanimidad, el estatus de candidato a la adhesión, en una decisión sin precedentes que acepta la candidatura de un país en guerra.

Una guerra de aniquilación

La agresión rusa ha sumido a los 45 millones de habitantes de Ucrania en un abismo de horror e inhumanidad. Esta es una contienda de terror, para matar civiles y arrasar ciudades. Se trata de un método criminal, el mismo que utilizó el ejército ruso en Siria.

Cuando lanzó la ofensiva en Ucrania el 24 de febrero de 2022, el Kremlin no tenía un objetivo de guerra, porque la aniquilación de un gran Estado europeo en la frontera de Polonia, Hungría, Eslovaquia y Rumanía no es un objetivo militar, sino que es un delirio destructivo. Tras la primera derrota del ejército ruso en marzo de 2022 en los alrededores de Kiev en el intento de tomar la capital por la vía rápida, Vladimir Putin anunció que el objetivo revisado era «desnazificar» y «liberar» toda la región del Donbass, hasta Crimea. Dicho de otro modo, plantar la bandera rusa sobre las ruinas y esclavizar a los habitantes de esta región, que comprende las provincias de Luhansk y Donetsk.

La agresión rusa fue decidida por un hombre, rodeado de otros hombres, sobre la base de una mentira de Estado cada vez más monstruosa, propagada por una poderosa maquinaria de propaganda y represión. El objetivo de la desinformación y las imágenes fabricadas de los horrores cometidos por los llamados «enemigos nazis» es instalar el caos cognitivo, el terror en las mentes y la estupefacción de los rusos, la mitad de los cuales siguen siendo rehenes de la televisión de su país.

En las escuelas, los profesores tienen que justificar a los alumnos el apoyo a la «operación militar especial» y difundir las imágenes en las redes sociales. Los directores de la administración, los rectores de las universidades, los directores de escuelas u hospitales, los profesores y los artistas se ven forzados a dimitir si es que osan negarse a apoyar la invasión, quizá porque saben que los ucranianos nunca han amenazado a la Federación Rusa y a sus 135 millones de habitantes.

En la misma Rusia, decenas de miles de ciudadanos han denunciado públicamente la invasión rusa de Ucrania y han sido víctimas de la represión. Casi cinco millones de rusos y rusas se han exiliado en los últimos doce años, mientras que cientos de miles de personas ya han abandonado su país recientemente desde que comenzó la guerra, en febrero de 2022.

Todos los ciudadanos que podían permitirse salir lo han hecho, pues sabían que cruzar la frontera sería cada vez más difícil debido a las sanciones y los controles occidentales en los países de acogida. Por lo que se refiere a las élites profesionales, estas ya no tienen la opción de la lealtad, sino solo la del exilio, al menos temporal, o del exilio interno, es decir, sobrevivir en la sombra sin participar en el sistema[1].

En la primavera de 2014, el Kremlin y su ejército, sus mercenarios, sus guebistas –el término con el que se conoce en Rusia a los exagentes de las fuerzas de seguridad que se mueven en los círculos de poder– y ciberatacantes protagonizaron la primera agresión armada contra Ucrania, se anexionaron Crimea y ocuparon la parte oriental de las provincias de Donetsk y Lugansk. Son los mismos hombres armados que acosan, encarcelan y no dudan en matar, si es necesario, a los opositores y a la sociedad civil dentro del mismo Estado ruso. Aplastan no solo a los opositores y disidentes, sino a su propio pueblo.

De hecho, están librando una forma de guerra en la propia Rusia. Su deseo de controlar a los rusos y su deseo de aniquilar a los ucranianos forma parte del mismo impulso. La tiranía de Putin ha puesto fin al derecho y al imperio de la ley, al poder y gobierno de las instituciones y a los compromisos establecidos en los convenios internacionales. Despreciando estas normas, el Kremlin recurre a la fuerza bruta para eliminar a los «enemigos» internos y externos, sin ningún respeto por la vida humana. Dentro de la sociedad rusa, el desastre es humanitario, cultural, social, económico y político.

Todo este sistema sin fe ni ley, en el que el derecho y la justicia están supeditados a los órganos represivos, ha sido forjado por Vladimir Putin durante más de dos décadas. El sistema se guía por un cálculo temible: eliminar cualquier forma de responsabilidad y rendición de cuentas de los grupos dirigentes, las fuerzas armadas y las administraciones; y arrastrar de esta manera a los rusos a un universo de perversa ensoñación, donde todos abdican de su sentido de la responsabilidad cívica. Así es como gran parte de los habitantes de Rusia han dejado de ser ciudadanos para convertirse en súbditos de la dictadura. Lamentablemente, no pudieron, o no supieron, resistir a la violencia instaurada por la propaganda gubernamental.

El dictador no negocia

En Ucrania los abusos cometidos por el ejército ruso, el diluvio de bombas durante días sobre una misma ciudad y el horror de los ataques revela el delirio asesino del Kremlin, que actúa arbitrariamente y promete total impunidad a sus soldados. Las ciudades de Butcha, Irpin, Mariúpol, Severodonetsk y decenas de otras poblaciones han sufrido el martirio, la tortura y la violación, el hambre y la muerte.

El presidente Putin actúa al margen de la ley y de las convenciones, en contra de todos los principios de humanidad. No quiere escuchar los razonamientos de los presidentes de Francia, Emmanuel Macron, o de EEUU, Joe Biden, ni siquiera los consejos de sus propios mandos militares y de inteligencia. Está encerrado en sus pasiones y obsesiones. Desconfía de todo el mundo. No es capaz de admitir sus errores. Confía en la violencia total y la impunidad para él y sus hombres.

Sin embargo, Vladimir Putin no es un ideólogo ni un nostálgico del imperio ruso, aunque frecuentemente apela a la épica de la historia, que manipula con fines propagandísticos. Habla constantemente del pasado, rara vez del presente y nunca del futuro. Los celosos servidores que han escrito sobre la pureza rusa o el eurasiaismo y del mismo modo han negado la existencia de Ucrania son más doctrinarios que pensadores: son los soldados de la propaganda, de la reescritura de la historia para que la doctrina se imponga a todos y defina una línea dogmática. El dogma da carta blanca a la policía, al ejército y a los jueces para reprimir a los «enemigos», tanto internos como externos.

Durante todos estos años, la manipulación de los hechos es un arma indispensable en la guerra rusa. El Kremlin lleva años utilizando el método del discurso invertido, buscando contradecir cualquier argumento con su opuesto, a modo de espejo. Es esta lógica la que le lleva a afirmar que es Ucrania la que ha atacado primero a los rusos, quién ha cometido un genocidio en el Donbass, o la que bombardea y tortura a los civiles. Toda la violencia que el ejército ruso inflige a los ucranianos se presenta como obra del ejército ucraniano. Los programas de televisión rusa difunden películas rodadas para la ocasión, en las que es el enemigo ucraniano el que perpetra los horrores. Resulta estremecedor observar que, si sustituimos la palabra Ucrania por la palabra Rusia, la propaganda de Putin está haciendo una crónica de sus propios abusos. Su lógica no es la de un conquistador, sino la de un destructor. La razón por la cual arremete contra los ucranianos es para castigarlos por construir un Estado de derecho y acercarse a las democracias europeas. Pero no conseguirá construir una Ucrania bajo su yugo, porque el ejército y la policía rusos son incapaces de ocupar y gobernar un gran país vecino. Destruir es posible, construir no.

Es posible que los líderes rusos, políticos y militares sean procesados por crímenes contra la humanidad –posiblemente genocidio–, y que los gobernantes ucranianos sean los principales demandantes. Desde las masacres en la ciudad de Bucha en marzo de 2022, las naciones europeas y todas las democracias occidentales se enfrentan a un régimen que puede ser tipificado de criminal. Ya no tienen un Estado con el que negociar en Moscú. Rusia ya no está gobernada por estadistas, sino por un contubernio que ha capturado las instituciones públicas, ha manipulado la constitución, han pervertido el sufragio universal y se ha apropiado de los recursos del país.

Tras meses de guerra, Occidente ha alcanzado una conclusión: la negociación política con el Kremlin es imposible. En este contexto, y sin la necesidad de perseguir un compromiso a toda costa con Moscú, los gobiernos europeos han optado redefinir sus prioridades y sentar las bases de una estrategia a corto y medio plazo. En el momento de escribir esta pieza, la entrada de Ucrania en la UE se dibuja como la política pragmática y eficaz. Esto se debe a que solo la solidaridad de todos a favor de Ucrania constituye un factor decisivo para la victoria sobre el agresor. Putin ha declarado la guerra, de facto, a Europa y a la OTAN, y las partes interesadas han tomado buena nota de ello.

Los europeos y la guerra

Antes de febrero de 2022, la posibilidad de una guerra en Europa resultaba inconcebible. Naturalmente, las potencias europeas –así como en la OTAN–, contemplaban esta posibilidad como hipótesis: «para no ir a la guerra, hay que prepararse para ella». Pero ningún escenario contemplaba una guerra en un futuro inmediato, y menos, un conflicto de tal violencia. La negación de la fragilidad inmanente a la paz contribuyó a errores en el juicio. Sin embargo, existía elementos que deberían haber despertado antes a los europeos de su letargo estratégico, especialmente a los franceses, alemanes e italianos, que se negaron a considerar como válidos los análisis de sus amigos del norte y del este de Europa, por muy informados y bien argumentados que estuvieran.

Hasta principios de junio de 2022 el presidente francés Emmanuel Macron y el canciller alemán Olaf Scholz, en particular, siguieron llamando por teléfono al presidente ruso, pensando quizá que Vladimir Putin podría tener algún interés en poner fin a su guerra de destrucción y retomar el hilo de las relaciones, aunque severamente dañadas, con París y Berlín, respectivamente. Cuatro años antes, en el 2018, el presidente Macron hizo gala de la muy francesa costumbre de cultivar una amistad especial con el autócrata del Kremlin. Una relación que, dicho sea de paso, reportaba muy poco a París y en cambio sí beneficiaba al líder ruso, acostumbrado a sacar provecho de la necesidad ajena de establecer puentes de diálogo.

Aún en diciembre de 2021, el gobierno francés –junto con sus asesores y sus legisladores– tenían dudas respecto a la emergencia en Ucrania. El clima de incertidumbre se trasladó a las dos campañas electorales de la primavera de 2022, lo que acabó impregnando el conjunto de la estrategia francesa. Hasta su visita a las ciudades de Irpin y Kiev, junto a los mandatarios alemán, italiano y rumano –el 16 de junio de 2022–, Emmanuel Macron había mantenido una cierta ambigüedad sobre el desenlace de la guerra y el futuro europeo de Ucrania, a pesar de que Francia prestaba un notable apoyo militar, económico y humanitario sobre el terreno, toda vez que acogía a los refugiados de forma eficaz desde marzo de 2022.

No obstante, y en el seno de la OTAN, eran diversos los países que habían dado la voz de alarma ya a lo largo del 2021. El primer chantaje en torno a la guerra tuvo lugar en marzo-abril de ese año, cuando más de 100.000 soldados rusos se concentraron en la frontera oriental de Ucrania, es decir, en las inmediaciones de las dos autoproclamadas «repúblicas del Donbass», Luhansk y Donetsk, bajo el control de grupos armados apoyados por Moscú. Esta era una nueva amenaza que se añadía a la larga y oscura cronología de agresiones y actos violentos por parte del Kremlin, como por ejemplo, la represión de toda oposición en Rusia para aplastar la Constitución rusa en junio de 2020; el apoyo al dictador bielorruso Alexander Lukashenko tras su fracaso en las elecciones presidenciales del 9 de agosto de mismo año; el intento de asesinato del líder opositor Alexei Navalny el 20 de agosto; o el abandono de los armenios de Nagorno-Karabaj ante la agresión turco-azerbaiyana en el otoño del 2020. En el 2021, la dictadura rusa aceleró el ritmo de la represión interna y las amenazas contra países extranjeros y contra Europa. Relativamente bien protegidos en nuestras democracias, los países de Europa Occidental hemos observado con cierta distancia la acumulación de dramas, la espiral de violencia extrema y la exasperación de la paranoia en el Kremlin, sin calibrar verdaderamente la dimensión de la escalada[2].

Si algo nos ha enseñado la historia, es que dictadura y conflicto acostumbran a ir de la mano. Y sin embargo, los gobiernos de Francia, Alemania, Italia y también de España, parecen haber querido interpretar los hechos de forma diferente: «Rusia es un caso especial», «tenemos que comerciar», «tenemos que entendernos con Putin», «los rusos prefieren gobierno fuertes».

Estos argumentos sesgados han dado cobertura a la autocracia rusa, dejando en un segundo plano la ausencia de libertades, la represión, la impunidad de los gobernantes y magnates, y la constante violación de la ley y la justicia. En Francia, el interés no ha sido solo energético y comercial.

En París resultaba tentador imaginarse como una gran potencia en el gran continente europeo, con el poder suficiente para mantener a raya al aliado estadounidense y, para contrapesar, el dominio económico de Estados Unidos y China a través de una «buena relación» con Moscú.

También era conveniente no preocuparse por los países que se encontraban a medio camino de ambos –y abandonados a la arbitrariedad del Kremlin– como Ucrania, Belarús, Moldova, Georgia y Armenia. Los responsables franceses se habían acostumbrado a ignorar las advertencias de sus colegas bálticos, polacos, checos, suecos y finlandeses que siempre habían señalado el peligro del régimen de Putin.

Nuestras élites, indulgentes con Putin, de forma expresa o tácita, se han comportado como nacionalistas soberanistas, de una forma impropia de los representantes de una nación democrática que ha apoyado el proyecto europeo desde el principio, y que tanto se ha beneficiado de él. Particularmente en Francia, una parte importante de la clase política y de los empresarios se ha plegado a sus intereses particulares y corporativistas, ignorando a veces las posiciones de la Unión Europea y de la OTAN.

La negación de la naturaleza violenta y criminal del régimen de Putin ha contribuido al efecto en el auge de los partidos populistas y de extrema derecha –en Francia y en Europa–, que cultivan visiones radicales del ejercicio del poder en el corazón de Europa, y que en muchos casos comparten posiciones soberanistas y euroescépticas.

La vía europea de Ucrania

La agresión rusa ha cambiado todo el escenario europeo y ha volatilizado la imagen de Putin como «líder autoritario, pero eficaz, a la cabeza de un sistema estable». En el terreno político, el contraste entre el núcleo en torno a Vladimir Putin y el gobierno de Volodímir Zelensky es asombroso. El presidente ucraniano ha demostrado la fortaleza de su carácter, su integridad y su respeto por las instituciones públicas.

Ha construido una sólida relación de confianza con sus conciudadanos y con los militares a sus órdenes. Así es como su país ha podido hacer frente y oponer una impresionante resistencia a los ataques rusos. Zelensky representa también la mejor baza de los europeos en este enfrentamiento de las democracias contra la dictadura rusa. Es fiable y eficiente, carismático y directo. Sigue una estrategia clara y segura: expulsar al agresor-ocupante de Ucrania, reconstruir su país y anclarlo firmemente a las instituciones europeas y atlánticas.

En Europa, la mejor estrategia de Bruselas ha sido confiar en los dirigentes ucranianos y acceder a sus demandas. Sorprendentemente, ya en mayo de 2022 se inició la reconstrucción de las infraestructuras en las provincias no ocupadas, aun cuando persistían los terribles combates en el este y el sur del país. En estas pésimas condiciones, las administraciones y los servicios públicos ucranianos han funcionado admirablemente bien. 

Hoy, los ucranianos nos recuerdan lo que Europa debería haber entendido desde la ocupación de Crimea y el este del Donbass en 2014: no existe una intersección entre la dictadura belicista de Moscú y el mundo democrático de una Europa unida. La guerra rusa de 2022 demuestra trágicamente el peligro que entraña la zona gris que atrapa a diversos países entre Moscú y Bruselas. Las intervenciones militares rusas, desde Moldova y Georgia hasta Ucrania, han producido un resultado opuesto al objetivo inicialmente previsto por el Kremlin.

En lugar de controlar y someter a estos estados independientes, lo que Vladimir Putin ha provocado es que naciones y personas cierren filas en su contra. Al proclamar el derecho de la gran Rusia a conservar su «esfera de influencia», ha perdido a estas antiguas repúblicas soviéticas.

Ante tales circunstancias y para garantizar su seguridad y su soberanía, Ucrania, Moldova y Georgia no tienen hoy otra opción más que unirse a la Unión Europea y a la Alianza Atlántica. Frente a la permanente amenaza rusa, quieren pertenecer al mundo de las democracias occidentales y sus instituciones multilaterales. Ya no pueden conformarse con una alianza en el marco de la Asociación Oriental de la UE o con acuerdos bilaterales con la OTAN. No basta con formar parte de la «familia europea». Saben que el camino para cumplir todos los criterios de la UE será largo y arduo; sin embargo, estos estados y sociedades necesitan las estructuras y garantías que les proporcionará la pertenencia institucional a estas organizaciones. Es más, la gran mayoría de ciudadanos bielorrusos y armenios comparten ese mismo horizonte y la esperanza de entrar algún día en la Unión Europea.


[1] Mendras, M. «Putin frente a las élites y las clases medias». Política exterior, Vol. XXXI, n.º 179, septiembre/octubre 2017, pp. 68-76.

[2] Véanse las publicaciones periódicas del boletín Desk Russia en 2021-2022: https://desk-russie.eu.