El marxismo latinoamericano y la dependencia. Jaime Osorio

ESTE CAPÍTULO interpreta el desarrollo de la teoría de la dependencia, al tiempo que postula una evaluación del desenvolvimiento de dicha temática, de sus etapas, aportes y contradicciones. Se da prioridad al estudio de cómo desde el marxismo se abordó el problema, citando aquellos autores que han concentrado la atención de la crítica, que son más polémicos o que más han aportado a los temas en discusión.

El inicio y sus razones históricas

En la segunda mitad de los años sesenta y los inicios de los setenta, los puntos más altos del desarrollo de la teoría social en América Latina estuvieron directamente relacionados con la problemática de la dependencia. La incorporación de esta noción al campo del marxismo fue uno de los elementos que potenciaron el avance de las ciencias sociales en esos años.

La  apropiación  por  el marxismo  de  la  categoría  “dependencia”  no  fue un proceso fácil ni exento de contradicciones. Por el contrario, sólo después de una década de discusiones, avances y retrocesos, se logra romper con el cordón  umbilical  heterodoxo que  caracteriza  su  nacimiento  en  América Latina.

Dos grandes procesos marcan la historia y el curso de las ciencias sociales latinoamericanas en los años sesenta. Ambos, con raíces totalmente contradictorias, están en la base de los fenómenos que generaron los estudios de la dependencia y el curso  de estos  análisis. El primero  de ellos es la  Revolución cubana, que se constituyó en uno de los principales parámetros en las definiciones teóricas y políticas del continente en la época.

El proceso cubano, en lo que aquí nos preocupa, tuvo como efecto profundizar la crisis política y teórica del  marxismo ortodoxo prevaleciente en América Latina. Éste poco había aportado, en las décadas previas a la gesta cubana, a la interpretación de los problemas fundamentales del capitalismo latinoamericano.[1]

La Revolución cubana, más que 1,000 documentos, puso en evidencia lo anquilosado y estéril de dichas reflexiones, abriendo las puertas para una nueva reflexión sobre la realidad latinoamericana a partir del marxismo. Es en este marco que los estudios marxistas de la dependencia hacen su entrada en las ciencias sociales de América Latina.

Otro factor que incide en el surgimiento de la dependencia, como temática de análisis en las ciencias sociales latinoamericanas, es la creciente integración del proceso productivo de las economías de América Latina con el capital extranjero, en los años cincuenta y sesenta, fenómeno que agudiza las contradicciones sociales en la región.

Este proceso pone fin a las ilusiones de un capitalismo autónomo y al carácter democrático y progresista de la burguesía industrial, lo que hizo entrar en crisis la reflexión de los intelectuales que dieron vida a la llamada “teoría del desarrollo[2], y provocó fisuras teóricas en el seno de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL)[3], proceso que radicalizará la noción de dependencia.

Exogenistas y endogenistas: una falsa disyuntiva

En su versión latinoamericana, la dependencia es asumida en las concepciones iniciales como un fenómeno externo: se entiende que las economías de la periferia están subordinadas y dependen de las decisiones y vaivenes que suceden en el centro desarrollado.

Así, se señalará, por ejemplo, que por la crisis de 1929, América Latina sufre el agotamiento de su modelo primario-exportador, o que por razones de la Segunda Guerra Mundial, la zona se ve en la necesidad de iniciar la sustitución de importaciones, lo que provocará nuevas formas de subordinación frente a las metrópolis. El entorno termina por alterar el funcionamiento de la economía latinoamericana. Pero la noción de dependencia no permite analizar el comportamiento de estas economías y los factores que desde dentro reproducen el subdesarrollo.

Estos análisis, entre los que se ubican los trabajos de la  CEPAL[4] los podemos caracterizar como “exogenistas”, en tanto no establecen la relación de los factores externos con los internos al analizar el “atraso” de América Latina. No aparecen los elementos que “internalizan” la dependencia.

Como contrapartida a estos análisis, y en particular a los análisis marxistas sobre el tema, surgirán corrientes teóricas que, definidas como antidependentistas, llamarán particularmente la atención sobre los elementos internos para explicar el subdesarrollo, inclinando la balanza al lado contrario.

Estas corrientes “endogenistas” intentarán explicar las especificidades del desarrollo capitalista latinoamericano a partir del análisis de las relaciones de producción vigentes, de la articulación que éstas establecen con las fuerzas productivas, en las modalidades de la explotación, etcétera, sin comprender que estos aspectos, una vez inscrita América Latina en los circuitos del comercio internacional, sólo se pueden explicar a la luz de las vinculaciones de la zona con el mercado mundial.

En pocas palabras, el capitalismo en América Latina no fue el simple resultado  de  la  maduración  de  las  fuerzas  productivas  y  de  las  relaciones  de producción, sino que la inserción de  la región en la expansión del mercado mundial capitalista jugó un papel clave en su gestación.

El sistema mundial y América Latina

Uno de los problemas presentes en los debates si América Latina era feudal o capitalista entre los siglos XVI y XIX estaba relacionado con la unidad de análisis considerada. ¿Cuál debía ser esa unidad? ¿América Latina aislada, y sus relaciones sociales internas? ¿El sistema mundial, desconociendo las relaciones sociales internas?

Al mantenerse el debate en esta polaridad, las corrientes en disputa “veían” procesos distintos.

Las necesidades de incrementar la masa de metales preciosos, materias primas y alimentos llevaron a los colonizadores españoles y portugueses y a la oligarquía local, una vez realizados los procesos de independencia, a implantar modalidades serviles de explotación, así como a importar mano de obra esclava.

Para quienes miran el problema desde las necesidades del sistema mundial capitalista en ascenso, como André Gunder Frank e Inmanuel Wallerstein, quien se inserta en estos debates en años posteriores, América Latina es capitalista porque su producción está incidiendo en favorecer el avance de ese sistema a nivel planetario.

En rigor, la CEPAL, en sus trabajos iniciales, de la mano de Raúl Prebisch, no habla de “dependencia”, sino de economías periféricas.

Pero para quienes miran el problema desde las relaciones de producción internas, como Laclau, Sempat Assodourian y otros[5], América Latina es feudal o a lo menos precapitalista, por el peso de las relaciones serviles y esclavistas en su interior.

El problema de este diálogo de sordos derivaba de mirar separadamente uno u otro aspecto: el todo llamado sistema mundial o la parte llamada América Latina. Una vía de solución es analizar el fenómeno conjuntamente y allí aparece un problema paradójico: mientras América Latina pasa a jugar un papel clave para el avance y consolidación de una nueva organización reproductiva mundial, el capitalismo como sistema, lo hace reproduciendo en su seno no relaciones capitalistas, sino modalidades atrasadas de explotación. Es allí donde se conjugan de manera simultánea lo “arcaico” y lo “moderno”.

El problema pasaba por encontrar una perspectiva que integrara ambas perspectivas y las categorías que dieran cuenta de la novedad, pero no como “deformación”, al compararla con las características económicas o políticas de algún modelo (el llamado mundo desarrollado), sino como una forma original y particular de organización capitalista, distinta a otras formas posibles.

En definitiva, el problema no se lograba resolver si se tiene en la mira simplemente el sistema global: pero tampoco se entiende si se tiene enfrente sólo a América Latina, separada de los movimientos del sistema mundial en ascenso. Junto a una teoría del sistema mundial capitalista era indispensable entonces una teoría del capitalismo dependiente.

Las primeras reflexiones de la CEPAL constituyen una ruptura con las visiones teóricas del comercio internacional, que daban por supuesto que cualquiera que fuese la especialización en donde se contara con ventajas comparativas de una economía, el comercio internacional propiciaría el desarrollo, con lo que se daba por supuesto que para América Latina no era problema proseguir con la producción de materias primas y alimentos.

Frente a ello la CEPAL plantea la necesidad de industrializar la región, como forma de revertir el deterioro en los términos de intercambio que provocan las disparidades de productividad, y retener así, los frutos del progreso técnico.

En estas primeras formulaciones de la CEPAL la economía internacional es vista como una organización heterogénea, articulada entre centros y periferias.

Los primeros alcanzan ventajas de sus adelantos en materia de productividad, en tanto los segundos sufren transferencias de valor hacia las economías centrales. Estas formulaciones constituyeron en su momento verdaderas rupturas con los planteamientos predominantes en la época.

A comienzos de los años sesenta, cuando el proceso de industrialización latinoamericano ha recorrido un camino significativo, y no se logran los resultados esperados, sino que, por el contrario aparecen nuevos problemas, la  CEPAL comienza a poner atención en el tema de las reformas.

La rápida constitución de grupos monopólicos, resultado de la asociación de capitales locales con extranjeros, y la incapacidad de la industria local de crear empleos, con lo que crece la masa de pobres que se concentran en las grandes ciudades, dando vida a los estudios de la llamada “marginalidad”, ponen de manifiesto la necesidad de pensar los problemas en otros términos.

Esto propicia que al interior de  CEPAL se dé inicio a un proceso de revisión de sus visiones primigenias, lo que llevará a una segunda ruptura, pero ahora al interior mismo de la CEPAL. El tema de las particularidades del capitalismo periférico o dependiente tiende a convertirse en un tema central de reflexión.

El espacio principal de estos nuevos enfoques toma asiento en el Instituto Latinoamericano de Planificación Económica y Social (ILPES), organismo dependiente de CEPAL, creado en 1962, y que logra reunir –a diferencia de CEPAL, en donde predominan los economistas– a científicos sociales provenientes de diversas disciplinas sociales, como resultado de la percepción de que los problemas del (sub)desarrollo requerían de visiones multidisciplinarias.

Es en este contexto que Fernando Henrique Cardoso y Enzo Faletto escriben Dependencia y desarrollo en América Latina,[6] publicado en México en 1969, pero que circuló como material interno del ILPES desde 1966. La vinculación de lo externo y lo interno en los análisis de la dependencia, que abrirá fructíferas perspectivas, adquiere en el trabajo de Cardoso y Faletto una de sus primeras expresiones.

Allí se plantea que “el concepto de dependencia […] pretende otorgar significado a una serie de hechos y situaciones que aparecen conjuntamente en un momento dado y se busca establecer por su intermedio las relaciones que hacen inteligibles las situaciones empíricas en función del modo de conexión entre los componentes estructurales internos y externos” (pp. 19-20).

Visto en perspectiva, el libro de Cardoso y Faletto expresa la  confluencia entre una reflexión que apunta a romper con la visión teórica y metodológica desarrollada por  la CEPAL, y el pensamiento  marxista  que  hace de  los  estudios  de la dependencia su objeto sustancial de análisis. Esta situación permite a los autores superar diversas limitaciones y abrir horizontes a la discusión de significativa importancia.

Sin embargo, no se logran abandonar  totalmente los lastres del  campo  intelectual  que  se  buscan  superar.  En  los  trabajos  de  la CEPAL a esa fecha, uno de los rasgos más  notorios lo constituía el énfasis en los elementos económicos como aspectos explicativos del subdesarrollo.

Pero hablamos  de un énfasis  económico,  no de un enfoque de economía política, por lo que dichos análisis, al desligarse de las clases y su gestión, se limitaban a  la consideración de  las variables  “técnicas”  del atraso  y los  desequilibrios.

Cardoso y Faletto enfrentan esta situación otorgando al análisis de las clases y sus alianzas una significativa importancia. Sin embargo, en palabras de Vania Bambirra, “lo económico está presente en este estudio sólo como un marco muy general, a partir del cual se desarrolla un análisis esencialmente sociológico”; esto es, que lo económico importa sólo en cuanto define los patrones estructurales, mientras el estudio se centra en “la acción de los distintos grupos” tomados desde el punto de vista sociológico […] [lo que] no permite revelar en toda su complejidad la gama intrincada de la acción de los diversos grupos y clases sociales que actúan en función de intereses económicos objetivos, cuya imposición exige la lucha por la hegemonía política[7].

La importancia de Fernando H. Cardoso en el desarrollo de la teoría de la dependencia supera con mucho el trabajo que comentamos. Más allá de la amplia difusión que el libro citado ha tenido, creemos que su ensayo “Comentarios sobre  los conceptos de sobrepoblación relativa y marginalidad,”[8] en polémica con José Nun[9], constituye su más valioso aporte a los problemas que aquí nos ocupan.

Apoyado en una rigurosa conceptualización y en la comprensión de la dinámica de la acumulación y sus repercusiones sobre la población obrera, Cardoso critica agudamente los supuestos althusserianos y funcionalistas presentes en la obra de Nun. Cabe hacer notar que los estudios de la llamada “marginalidad” ganaron creciente atención en los años sesenta, siendo fuertemente influidos por visiones eclécticas.

Dependencia y marxismo

En el marxismo, la reflexión desarrollada en torno a la dependencia no partió de cero; se apoyó en diversos trabajos que se habían realizado en años previos y que tenían como denominador común negar el carácter feudal de la formación social latinoamericana.

Un  trabajo  pionero  en  este  sentido  es  el  libro  de Sergio Bagú, Economía de la sociedad colonial: ensayo de historia comparada de América  Latina,  publicado  en  1949[10]. Los  trabajos  iniciales  de  André  Gunder  Frank, donde criticaba la teoría del desarrollo y las tesis de una América Latina feudal, se ubican de lleno en la nueva corriente en torno a la dependencia, y constituyen un “parteaguas” fundamental para el tratamiento de la temática[11].

Posteriormente aparecerán nuevos estudios que inciden en el mismo problema, en particular “América Latina: ¿feudal o capitalista?”, de Luis Vitale,[12] publicado en 1966, y el ensayo de Rodolfo Stavenhagen, “Siete tesis equivocadas sobre América Latina”,[13] que ganó enorme difusión al sintetizar varios de los principales puntos en discusión.

Algunas de las tesis que levanta la nueva corriente marxista frente al marxismo endogenista y frente a las concepciones desarrollistas pueden sintetizarse así:

• El capitalismo latinoamericano es un capitalismo específico y en su desenvolvimiento sigue una legalidad que no es la del capitalismo llamado industrial o desarrollado.

• El subdesarrollo y los desequilibrios de las sociedades latinoamericanas son una resultante de la expansión mundial del capitalismo y de la reproducción de éste en su interior

• El rezago y los desequilibrios de la formación latinoamericana son, por tanto, el resultado de un capitalismo  sui generis y no simplemente producto de una insuficiencia capitalista.

•  Por ello, más que alcanzar las metas y peldaños de las economías industriales, se recorre un camino diverso de profundización del subdesarrollo, con sus manifestaciones de opulencia y modernizaciones sobre un mar de miseria y atraso.

En manos de intelectuales que reivindican el marxismo como su cuerpo teórico y metodológico de análisis, los estudios sobre la dependencia pusieron en primer plano la reproducción  del atraso y del subdesarrollo en las formaciones sociales latinoamericanas.

Sin embargo, dichos estudios continuaron presentando por un largo periodo diversos lastres de su pasado, el cual se negaba a desaparecer. Si bien se superaban muchas de las limitaciones anteriores, predominó en ellos un sesgo  sociologista  y  descriptivo,  sin  poder  avanzar  en  las  leyes  económicas  que permitieran  explicar  las  particularidades  del capitalismo dependiente. 

Por estas razones, durante algún tiempo tendió a ser más claro el corte en el plano político que en el plano propiamente teórico con el legado pre marxista del estudio.

Pero esta situación no implicó un estancamiento. Por el contrario, los análisis de la dependencia no sólo ganaron en profusión, ampliando enormemente el campo de problemas abordados desde la nueva perspectiva, sino también en rupturas con el pasado.

Uno de los autores que más ayudaron a definir, en el plano teórico y metodológico, el nuevo objeto de estudio, fue el sociólogo brasileño Theotonio Dos Santos.

Sus críticas a la teoría del desarrollo y sus formulaciones sobre las diversas “formas de dependencia”, permitieron mostrar que el estudio de esa problemática era un camino indispensable de análisis. Su libro  Imperialismo y dependencia[14], editado muy posteriormente, recoge buena parte de los mejores trabajos desarrollados en esta época, junto a estudios más recientes sobre el  imperialismo y  la crisis mundial capitalista,  temas hacia los  que  desplazó su atención.

Iguales méritos corresponden a Vania Bambirra, también una de las precursoras de esta nueva corriente marxista. Al criticar la tipología propuesta por Cardoso y Faletto entre economías de enclave y economías con control nacional del proceso productivo, desde aspectos metodológicos hasta aspectos de contenido, en su libro El capitalismo dependiente latinoamericano[15].

Bambirra propone una nueva clasificación de los países latinoamericanos en función del tipo de estructura productiva que presentan en el momento de la integración monopólica que se produce con posterioridad a la Segunda Guerra Mundial. Allí establece dos tipos: 1. Estructuras diversificadas, en las cuales aún predomina el sector primario exportador, existiendo, sin embargo, un proceso de industrialización en expansión, y 2. estructuras primario-exportadoras, cuyo sector secundario estaba compuesto casi exclusivamente por industrias artesanales (cfr. p. 23).

El análisis de los diversos tipos propuestos, en particular el de los países “tipo A ” (estructuras diversificadas): Argentina, México, Brasil, Chile y Uruguay, constituye un valioso avance en la caracterización de las formas que asumían las formaciones sociales dependientes.

En este estadio del desarrollo de la teoría de la dependencia, fueron los trabajos de André Gunder Frank los que se constituyeron en el centro de la crítica  de las corrientes antidependentistas, tanto del marxismo endogenista como de la historiografía económica marxista y no marxista, así como de los teóricos desarrollistas.

Esto no fue casual. En Frank se sintetizaron con mucha claridad los elementos que definían la teoría marxista de la dependencia en ese momento.

Sus formulaciones sobre la especificidad del capitalismo latinoamericano se  topaban con las dificultades de encontrar las herramientas teórico-metodológicas y los conceptos que pudieran dar cuenta de la situación, problema que en Frank queda de manifiesto en su más comentado trabajo, “El desarrollo del subdesarrollo capitalista en Chile”[16], en el que formula la relación metrópoli-satélite como base de la expropiación del “excedente económico” a que se asiste en el sistema capitalista.

Por otra parte, la conclusión de que la única vía real de solución para los pueblos del continente se encontraba en el socialismo, constituía piedra de escándalo para los pensadores no marxistas y para los impulsores de la revolución por etapas.

Apoyado más en geniales intuiciones que en un bagaje teórico riguroso, el trabajo de Frank apuntó a problemas claves y a líneas políticas precisas[17].

Así, por ejemplo, su hasta hoy válida fórmula del “desarrollo del subdesarrollo” sintetizaba agudamente la profundización de los desequilibrios y los atrasos de América  Latina  respecto  de  las  economías  industriales,  en  tanto  se  siguiera una vía capitalista de desarrollo, pero al extender históricamente la situación de dependencia de América Latina a los momentos de la conquista, confundía a aquélla con la situación colonial.

Ante las debilidades del análisis y las provocativas tesis políticas, no fue extraño que desde distintos bandos se cuestionaran los planteamientos de Frank.

A pesar de las limitaciones antes indicadas, creemos que Frank es quien mejor sintetiza esta primera asunción del enfoque de la dependencia por parte del marxismo latinoamericano, en un esfuerzo intelectual que no logra resolver de un solo golpe –y tales sucesos no ocurren en el plano teórico– los diversos problemas de su desarrollo.

Nuevo estatuto teórico de la dependencia

Uno de los principales problemas del nuevo marxismo en los años sesenta fue su incapacidad para avanzar en una economía política de la dependencia, cuestión que en parte se explica porque la mayoría de los teóricos de esta corriente eran sociólogos o provenían de escuelas ajenas a la economía política.

Tal era el caso de Dos Santos, Frank, Bambirra, Vasconi, etcétera. Igual situación prevaleció en los análisis de Cardoso y Faletto. El débil desarrollo de esta disciplina provenía de décadas anteriores en el marxismo latinoamericano, en el que la historiografía económica predominó por sobre los análisis propiamente económicos. Ellos fueron patrimonio de corrientes no marxistas, como en el caso de los trabajos de la CEPAL.

Esto no constituía un problema menor en el tema que nos ocupa, ya que marcó los límites a los cuales podía arribar el marxismo latinoamericano en la exploración de las raíces de la forma dependiente de desarrollo. El problema tenía su nudo en el campo económico, y es allí donde había que encontrar los fundamentos del subdesarrollo. La explicación necesariamente debía realizarse en el plano de la economía política, como base para posteriores estudios que dieran  cuenta  de  los  fenómenos  del  Estado,  las  clases,  la  política,  etcétera.

Sólo una economía política de la dependencia podía gestar la comprensión de la legalidad vigente en la producción y reproducción del capitalismo latinoamericano.

Los autores anteriores incursionan en el campo de la economía, pero tales avances sólo sirven para acompañar tangencialmente el análisis sociológico, o se realizan con base en categorías que dificultan la cabal comprensión del problema.[18]

Curiosamente, y como una prueba más de las debilidades de la economía marxista  latinoamericana,  va  a  ser  un  sociólogo,  Ruy  Mauro  Mariniel  que formulará las bases de la economía política de la dependencia, marcando con su libro,  Dialéctica  de la dependencia[19], el corte en el proceso de transición de una categoría que, surgida en un campo teórico ajeno al marxismo, asume un estatuto teórico marxista.

En  Dialéctica de la dependencia, el marxismo latinoamericano alcanza su punto más alto en tanto formulación de las leyes y tendencias que engendran y mueven al capitalismo  sui generis llamado dependiente.

Esto se alcanzaba luego de una década de arduos estudios y discusiones sobre el tema.

A pesar de la necesidad de caminar en esa línea, ya que el trabajo de Marini, por su nivel general, no incursiona en el examen de situaciones particulares que permitirían introducir cierto grado de relativización en muchas de las afirmaciones, llama la atención la esterilidad presente en la economía política producida con posterioridad a dicho libro.

En este sentido, el trabajo de Marini es pionero y sólo ha tenido alguna continuidad en otros ensayos que también la pertenecen “Plusvalía extraordinaria y acumulación de capital” y Las razones del neodesarrollismo.”[20]

Como ocurre en el trabajo de Frank, en donde el concepto de “excedente económico”, elaborado por Paul Baran, juega un papel clave.

En trabajos posteriores, Marini introduce nuevos elementos en el desarrollo de la teoría de la dependencia, en particular en lo que se refiere al peso que asume la producción de plusvalía extraordinaria en la economía latinoamericana.[21]  

Luego de su publicación, las tesis de Dialéctica de la dependencia concentraron en el corto plazo la atención de los científicos sociales de la región, y las posiciones críticas desde diversos ángulos no se hicieron esperar. Así, Cardoso y Serra, y Castañeda y Hett[22], plantearon un juicio común: el análisis de Marini es marcadamente economicista, desconociendo los críticos una de las deficiencias más notables del marxismo latinoamericano: su débil desarrollo en la economía política.

En este tipo de crítica se hace palpable el sociologismo reinante en las ciencias sociales latinoamericanas, en donde las esferas social y política adquieren tanta autonomía que se explican a sí mismas, dejando de lado la incidencia de la economía en la definición de los procesos sociales. Se fundamentan, sin embargo, en un problema real: el grosero estructuralismo económico prevaleciente en el marxismo vulgar, en donde la infra lo explica todo.

Arrancando de las visiones sociologistas, se plantea que en los análisis económicos de Marini no aparecen las clases sociales ni la lucha de clases. Son lasmismas confusiones de quienes creen que el análisis de las clases en El capital de Marx sólo se inicia en el capítulo LII del tercer tomo y no ven que está presente a lo largo de toda la obra, en tanto el análisis de las clases a nivel económico se realiza bajo las categorías de plusvalía, valor de la fuerza de trabajo, salario y ganancia.

Otra crítica muy generalizada, desde un espectro de posiciones muy amplio, es la que plantea que en Dialéctica de la dependencia prevalece un análisis circulacionista, por sobre el análisis de la esfera productiva. He aquí cómo un problema de método, esto es, la necesidad de partir de la circulación de capitales y mercancías para comprender la vinculación de América Latina al mercado mundial, se confunde con un problema de objeto, cual es analizar el ciclo del capital que a partir de dicha vinculación se crea en la región, y las leyes que asume en su reproducción.

Suponen los críticos erróneamente, por la confusión anterior, que Marini postularía la supremacía de la circulación por sobre la producción en el funcionamiento del capitalismo.

Digamos,  por  último,  que  la  categoría  superexplotación  se  convirtió  en uno  de  los  puntos  más  polémicos  de  las  ciencias  sociales  latinoamericanas.

Entendida como el proceso mediante el cual “(la fuerza de) trabajo se remunera por debajo de su valor” (D d, p. 42) y no como “una supervivencia de modos  primitivos  de  acumulación  de  capital,  sino  […]  inherente a ésta y [que] crece correlativamente al desarrollo de la fuerza productiva del trabajo” ( D d, p. 98), la categoría superexplotación ha sufrido todo tipo de equívocos, y es uno de los puntos clave de las disputas respecto al carácter del capitalismo latinoamericano.

Para algunos constituye una categoría que da cuenta de procesos pretéritos, anteriores al capitalismo. Otros, aceptando que es un fenómeno que puede darse en el capitalismo, la restringen a las formas de producción de plusvalía absoluta y, en tanto dan por supuesto que el capital industrial se rige por la producción de plusvalía relativa, la entienden como un mecanismo extraordinario y accidental. Terceros la confunden con el proceso de pauperización absoluta y, como el capital no puede “liquidar” la fuerza de trabajo, suponen incorrecta la tesis de la superexplotación.

No es difícil constatar que en esta diversidad de opiniones lo que se hace manifiesto es la incomprensión del término y de los procesos de los que da cuenta. No repetiremos aquí ideas ya desarrolladas que refutan los planteamientos anteriores.[23]

Digamos tan sólo que la superexplotación es la piedra angular para comprender la especificidad del capitalismo latinoamericano, en tanto da cuenta de las formas particulares en que se asienta la producción de plusvalía, cómo es explotada la fuerza de trabajo y las tendencias que de ello se derivan hacia la circulación y la distribución.

Si Frank constituye el punto más alto en el tránsito de la dependencia al marxismo, Marini funda la teoría marxista de la dependencia. Decíamos anteriormente que este autor permaneció prácticamente solo entre su generación en el desarrollo de esta temática y con una producción rica, pero escasa. Esto no deja de ser un proceso curioso. Justo cuando se daban las bases para que en el plano teórico el marxismo latinoamericano pudiera dar un salto general, se produce el abandono de esta tarea por diversos intelectuales ligados anteriormente a estos proyectos.

Esta paradoja tiene parte de su  explicación en el proceso contrarrevolucionario que se  desata  en  el  cono  sur  de  América  Latina,  con  particular fuerza en la primera mitad de los años setenta. Por su incidencia en el tema que nos ocupa, es particularmente significativo el golpe militar en Chile, ya que allí se concentraba parte importante de los intelectuales marxistas que dieron vida a los estudios de la dependencia. Tras el golpe militar en ese país, se produce la  diáspora que desarticula equipos de trabajo y temas de investigación.

El marxismo, en  sus principales vertientes, resintió agudamente el proceso contrarrevolucionario: unas como sostenes ideológicos de la “vía chilena al socialismo”; otras, como resultado del violento cambio en las correlaciones de fuerza y por la liquidación de sus proyectos. Todas, por la represión.

Pero desde antes del golpe militar, algunos de los más importantes teóricos de la dependencia habían iniciado un camino que los apartaba de los temas centrales propuestos a debate. André Gunder Frank, por ejemplo, ya había escrito “La dependencia ha muerto, viva la dependencia y la lucha de clases”,[24] ensayo en donde se hacía evidente su agotamiento en aquella problemática.

Theotonio dos Santos, por otra parte, iniciaba sus estudios sobre el imperialismo, que si bien estaban ligados a los problemas de la dependencia, ponían el acento en las economías desarrolladas y en los avances tecnológicos[25].

De esta forma, Marini no sólo concentró las críticas, sino la tarea de avanzar en el tema.[26]

Más allá de los elementos puntuales de la crítica a la obra de Marini, antes señalados, existen dos grandes corrientes que, en forma más global, plantearon propuestas alternativas a la posición de este autor. Nos referimos a los trabajos provenientes del marxismo endogenista que, luego de un largo periodo de repliegue teórico, buscó nuevos aires tras las tesis de la “articulación de modos de producción”, y a las formulaciones de antiguos dependentistas que, junto con antiguos teóricos liberales, han dado vida a lo que Marini calificó como “neodesarrollismo”.

Luego de su salida de Chile, Dos Santos se establece en México, en donde prosigue sus estudios sobre la crisis económica y el imperialismo. Los resultados de este trabajo se encuentran en la primera y segunda parte de su libro Imperialismo y dependencia, ya citado.

Con posterioridad, Dos Santos se traslada a Brasil donde retoma una activa vida política. Vania Bambirra realiza un periplo geográfico similar, desplazando su atención teórica a problemas políticos, como el aporte de Lenin a una teoría de la revolución y el socialismo.

La articulación de modos de producción

La crisis que vivió el marxismo endogenista en los años sesenta, con la “sorpresa” de la Revolución cubana, el agotamiento de sus tesis políticas y el quiebre de muchas de sus organizaciones, creó dificultades a su elaboración teórica. Sus planteamientos respecto a las formulaciones de la dependencia tendieron a ser más contestatarios, lo que le restó fuerzas en la creación de puntos de vista nuevos en la caracterización del capitalismo latinoamericano.

Sólo a mediados de los setenta, la situación se modifica, cuando ciertas formulaciones gestadas en Europa, particularmente en Francia[27], son retomadas por teóricos latinoamericanos, dando vuelo a la teoría de la “articulación de modos de producción”, en un claro sentido alternativo a las tesis de la dependencia.

Agustín Cueva ha sido sin duda el más lúcido exponente de esta interpretación  en nuestro continente. Su libro, El desarrollo del capitalismo en América Latina[28], es una de las obras más valiosas producidas en la segunda mitad de los años setenta en la zona. En el trabajo de Cueva se repiten viejas tesis teóricas y políticas del  marxismo  endogenista,  aunque  con  significativas  innovaciones,  muchas  de ellas tomadas de las propuestas de los teóricos de la dependencia. Estos cambios,  presentes  en  ideas  como  “las  deformaciones  del  aparato  productivo  capitalista debido a nuestra integración en el orden económico mundial”, “situaciones de dependencia” o sobre explotación, harán más corta la brecha entre este enfoque y las formulaciones marxistas de la dependencia.

En el libro de Cueva hay un esfuerzo evidente por superar las limitaciones endogenistas más recalcitrantes, tratando de integrar en el análisis los condicionantes exteriores con los factores internos para explicar la originalidad del capitalismo latinoamericano.

Es así como se indica que “la plena incorporación de América Latina al sistema capitalista mundial […] no ocurre a partir de un vacío, sino sobre la base de una matriz económico-social pre existente”, por lo que esta situación “nos coloca ante la complejidad de un proceso en el que lo interno y lo externo, lo económico y lo político, van urdiendo una trama histórica hecha de múltiples y recíprocas determinaciones” (pp. 11 y 12).

La idea de “recíprocas determinaciones” de los factores externos e internos, si bien supera los enfoques unilaterales que consideraban sólo uno de los elementos, no nos ayuda a identificar el hilo conductor que debe guiar el análisis. El problema no se aclara con una sumatoria de elementos y conceptos, o con un equilibrio indeterminado de factores internos y externos. ¿Dónde están las raíces de nuestro subdesarrollo?, ¿cuáles son los elementos definitorios en la gestación del capitalismo particular latinoamericano?

Cueva formula una propuesta. Así señala que el subdesarrollo latinoamericano sólo se torna comprensible al conceptualizarlo  como  un  proceso  de  acumulación  muy  particular  de  contradicciones que no derivan únicamente de los elementos históricos en que hemos enfatizado […] (“prusianismo” agrario, “deformaciones” del aparato productivo capitalista debido a nuestra integración en el orden económico mundial, sucesión de excedentes por el capital monopólico), sino también de una heterogeneidad más amplia, explicable en términos de articulación de  modos de producción, sin cuyo análisis resulta imposible entender el propio desarrollo concreto de los elementos estudiados hasta ahora (p. 100).

El peso de la respuesta de Cueva, en medio de un agregado de factores, se inclina claramente a hacer de la “articulación de modos de producción” un elemento clave en la explicación.

El  subdesarrollo  latinoamericano  se  presenta  a  primera  vista  como  un proceso atrasado e insuficientemente capitalista, frente a las formas y modalidades que asumió el capitalismo en los llamados países centrales. Por esta razón, la idea de la “articulación de modos de producción” (en tanto integración de formas “atrasadas” y “modernas” de producción), no es más que quedarse en  la  descripción  del  problema,  en  cómo  el  capitalismo  latinoamericano  se muestra  y  se  expresa.

Pero poco  se  ha  avanzado  en  explicar  por  qué  asume esas formas.

Señalemos  tres  ideas  centrales  en  relación  con  los  problemas  que  nos ocupan:

1. Lo que determina la imbricación que se produce entre los distintos “modos de producción” en América Latina es el tipo de inserción que establece esta región con el mercado mundial capitalista.

2. La vinculación de América Latina al mercado mundial (que se modifica al avanzar el proceso histórico, de ahí la necesidad de estudiar los fenómenos de la dependencia) genera particularidades en su ciclo del capital, el cual en determinadas situaciones no sólo permite, sino que requiere la reproducción de formas no típicamente capitalistas para consolidarse y desarrollarse.

3. Esta “articulación de modos de producción” no se da a nivel de la producción  inmediata, sino de la circulación. Pero al hacerse presentes las tendencias propias de la producción de plusvalía y capital, los modos de producción  existentes  se  readecuan  y  reestructuran,  sufriendo  variadas  alteraciones,  para hacer frente a los requerimientos que impone el capital a la producción mercantil.  El capital buscar apropiarse no sólo de la periferia de los diversos tipos de producción, sino de sus bases mismas.

Si en América Latina estas readecuaciones en la producción no asumen formas clásicas, no es tanto por una insuficiencia de desarrollo capitalista, porque “aun cuando se trate realmente de un desarrollo insuficiente de las relaciones capitalistas, esa noción se refiere a aspectos de una realidad que, por su estructura global y su funcionamiento, no podrá nunca desarrollarse de la misma forma como se han desarrollado las economías capitalistas llamadas avanzadas. Es por lo que más que un precapitalismo, lo que se tiene es un capitalismo sui generis” (Dd, p. 14).

En esta forma, salvo que aún se sostenga que nos encontramos en estadios inferiores de desarrollo frente al capitalismo clásico, el capitalismo latinoamericano ha madurado de una manera específica, marcada por sus modalidades de integración al mercado mundial, lo que ha definido particularidades en la reproducción del capital.

En otro orden de cosas, Cueva insiste en la dominación de un modo de producción feudal en América Latina, pero a diferencia de los planteamientos anteriores del marxismo endogenista, no lo extiende hasta el siglo  XX, sino hasta las tres cuartas partes del siglo XIX.

Así, indica:

“Al finalizar la forma de implantación del capitalismo en América Latina creemos haber sentado las bases para la comprensión de este problema, que en  estricto rigor no es, en el siglo xx, el de la transformación del feudalismo en capitalismo, puesto que este proceso, en sus líneas generales, se ha operado ya durante la fase oligárquica” (p. 148).

En todo caso, el hacer retroceder en el tiempo el feudalismo tiene implicaciones  políticas importantes. Para Cueva se hace difícil sostener la vigencia para el siglo  XX de revoluciones democrático-burguesas reales y, por ende, de alianzas del movimiento popular con la burguesía industrial. De este modo, en un verdadero mea culpa, plantea algo que el marxismo de la dependencia formuló desde sus inicios:

“Pero esta misma confrontación [entre la fracción agraria e industrial], que en épocas de crisis alcanzó el grado máximo de paroxismo, está teñida siempre de ambigüedades, en la medida en que la tendencia expansiva del capital industrial, que en principio lo impulsa a buscar una ampliación del mercado interno, se ve contrarrestada por el temor de desarticular el motor principal ya establecido de acumulación de capital en general. Por esta razón, la burguesía industrial latinoamericana no ha desempeñado un papel revolucionario, sino que se ha detenido en las fronteras de un tibio reformismo; la revolución democrática-burguesa le ha parecido como un gran “salto al vacío”, como un riesgo de perspectivas inciertas que nunca se decidió a asumir (p. 150).

Esta última parte avanzada por el marxismo endogenista también ayudará a crear condiciones para que en el plano político pueda producirse el acercamiento  entre las vertientes comunistas y la llamada izquierda revolucionaria en América Latina, a finales de los setenta y a comienzos de los ochenta del siglo XX.

La confluencia de fuerzas políticas del marxismo endogenista y dependentistas, proceso inédito en América Latina hasta esa fecha y que alcanza expresiones significativas en El Salvador, Guatemala, Chile y Bolivia, propiciará el reflujo de la discusión mantenida entre el marxismo endogenista y la teoría marxista de la dependencia

Desde  ambos  campos la  polémica  fue reducida, prevaleciendo el criterio de fortalecer la incipiente unidad política. Este es otro factor que explica la paralización de la discusión en torno a los problemas de la dependencia, a partir de los años ochenta en América Latina.

Otro proceso derivado también del movimiento político real contribuyó a minimizar las diferencias en el plano teórico. La multiplicación de golpes militares en la región, particularmente en el cono sur del continente, en la primera mitad de los setenta del siglo XX, puso en el centro del debate la caracterización del nuevo Estado latinoamericano.

El tema pasó a ser abordado desde diversas corrientes teóricas marxistas y no marxistas, multiplicándose los ensayos y trabajos sobre un campo que en fechas anteriores había despertado escasa atención.

En relación con las corrientes que aquí nos ocupan, la discusión asumió cortes en donde la dicotomía casi general, presentada anteriormente, entre endogenistas y dependentistas, se expresó en nuevas modalidades. Muchos de los marxistas de la dependencia se adscribieron a la caracterización que el marxismo endogenista realizó de los nuevos gobiernos militares en tanto regímenes de corte fascista, agregando en algunos casos la connotación de fascismo dependiente. Una buena síntesis de las diversas posiciones encontradas es el material “La cuestión del fascismo en América Latina”,[29] que reúne la participación de teóricos endogenistas (Agustín Cueva), dependentistas que coinciden en la caracterización de fascismo (Theotonio dos Santos, Pío García) y dependentistas que postulan una posición distinta (Ruy Mauro Marini), que caracterizan el fenómeno como “Estado de cuarto poder”, por el peso de las fuerzas armadas en el cuadro estatal.[30]

La discusión de estos temas, que permitió un sustancial avance de la teoría política marxista latinoamericana, también entró en una suerte de reflujo, como resultado en primer lugar de los acercamientos políticos entre las corrientes marxistas antes señaladas, pero también como producto de los cambios  operados en los regímenes militares que, al institucionalizarse, dieron paso a fórmulas civiles de gobierno, con lo cual la idea de fascismo perdió no sólo fuerza teórica, sino también el carácter agitativo y  de denuncia  que en algún  momento pudo ser útil[31].

Dependentistas y neodesarrollistas

Las  diferencias y contradicciones entre  los  teóricos  de  la  dependencia  sólo asumieron un carácter significativo luego de la publicación de Dialéctica de la dependencia.  Ello  obedeció  al  claro  corte  de  aguas  que  estableció  el  análisisde Marini en el plano teórico. A partir de ese punto, ya no todos los dependentistas asumieron esta condición, porque el calificativo comenzó a significar muchas más cosas que en sus inicios. El marxismo se había apropiado de dicha categoría, dándole connotaciones específicas al enfoque de los problemas  que afronta el capitalismo latinoamericano, lo que obligó a formular definiciones.

El primer signo de este decantamiento fue el trabajo de Cardoso “Notas sobre el estado actual de los estudios sobre la dependencia[32], escrito en 1972.

Allí Cardoso inicia moderadamente sus objeciones a la categoría superexplotación en tanto factor clave del capitalismo dependiente, al considerarla una forma antediluviana de explotación y no resultado del desarrollo del capitalismo como tal[33].

Posteriormente, bajo un nuevo cuadro político en Brasil, con pasos significativos de la dictadura militar por institucionalizarse en medio de aperturas políticas, y una creciente recomposición y reactivación del movimiento popular, Cardoso lanza un violento ataque a la obra de Marini, rechazando las tesis de la superexplotación  y del subimperialismo.

Su ensayo “Las desventuras de la dialéctica de la dependencia”,[34]en colaboración con José Serra, es una verdadera defensa del capitalismo brasileño.[35]

Marini responde a las “desventuras” con su ensayo “Las razones del neodesarrollismo”[36] en donde precisa una serie de elementos en torno a la superexplotación , que en sus trabajos anteriores no fueron considerados, al igual que sobre el subimperialismo.

Conclusiones

Difícilmente puede hablarse de una teoría de la dependencia englobando en tal afirmación una temática que ha debido sufrir variadas mutaciones teóricas y políticas desde su surgimiento hasta nuestros días y que, en la diversidad de corrientes y autores que hemos reseñado, apunta a problemas distintos  y  con  desiguales  niveles  de  concreción. 

En rigor, sólo se ha  constituido una teoría de la dependencia cuando ésta ha sido apropiada por el marxismo. Es desde esta escuela que sólo ha sido posible definir con precisión una perspectiva  de  análisis,  la  integración  de  América  Latina  al  mercado  mundial capitalista, y un objeto específico de estudio: el capitalismo dependiente, sus leyes de gestación y de reproducción.

Muchos de los problemas aquí esbozados, y que ganaron la atención de los intelectuales en los años sesenta y setenta del siglo  XX, fueron abandonados en el periodo posterior por razones diversas, entre las cuales se incluyen el avance del pensamiento conservador, las derrotas del mundo del trabajo y también la crisis y derrumbe del llamado mundo socialista, todo lo cual repercutió en la reflexión de los pensadores marxistas.

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[1] Sería absurdo negar que, a pesar de dichas limitaciones, se produjeron por parte de intelectuales

del marxismo “ortodoxo” valiosos trabajos. Entre sus autores podemos citar a Blas Roca, Rodney Arismendi, Caio Prado Junior, Hernán Ramírez Necochea, etcétera. Dado el periodo que analizamos, autores como Mella y Mariátegui quedan excluidos de estas consideraciones. Para una visión del marxismo latinoamericano desde comienzos de este siglo, véase de Michael Lowy, El marxismo en América Latina, Ed. Era, México, 1982.

[2] Véase en particular, W.W. Rostow, Las etapas del crecimiento económico, FCE , México, 1961

[3] Para una visión sobre este tema, véase el ensayo “Las fuentes de la teoría de la dependencia”, en J.

Osorio,  Las dos caras del espejo. Ruptura y continuidad en la sociología latinoamericana , Triana Editores, México, 1995

[4] En rigor, la  CEPAL , en sus trabajos iniciales, de la mano de Raúl Prebisch, no habla de “dependencia”, sino de economías periféricas.

[5] Véase  Modos de producción en América Latina, Cuadernos de Pasado y  Presente, núm. 40, Córdoba,

1973, que reúne ensayos de los autores antes citados.

[6] Ed. Siglo XXI, México, 1969. Es en ILPES también en donde Osvaldo Sunkel y Pedro Paz señalarán que el desarrollo y el subdesarrollo sólo pueden ser entendidos como dos caras de un único proceso, la conformación de la economía capitalista como economía mundial. Véase su libro El subdesarollo latinoamericano y la teoría del desarrollo, Siglo XXI, México, 1970. La primera impresión del primer capítulo de esta obra fue realizada por el ILPES en 1967

[7] El capitalismo dependiente latinoamericano, Siglo XXI, México, 1974, p. 17.

[8] Publicado en  Revista Latinoamericana de Ciencias Sociales, núm. 1-2, Santiago, 1971.

[9] “Superpoblación relativa, ejército industrial de reserva y masa marginal”, publicado inicialmente en  Revista Latinoamericana de Sociología, vol. V, núm. 2, Santiago. Este ensayo, así como el de Cardoso antes mencionados fueron reeditados en el libro de J. Nun,  Marginalidad y exclusión social, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2001.

[10] Los  trabajos  iniciales  de  André  Gunder  Frank , donde criticaba la teoría del desarrollo y las tesis de una América Latina feudal, se ubican de lleno en la nueva corriente en torno a la dependencia, y constituyen un “parteaguas” fundamental para el tratamiento de la temática.

[11] Véanse sus trabajos “Sociología del desarrollo…”, op. cit., y “El capitalismo y el mito del feudalismo en la agricultura brasileña”, ambos en  Capitalismo y subdesarrollo en América Latina, Ed. Siglo XXI,Buenos Aires, 1970.

[12] Publicado en la revista  Estrategia, núm. 3, Santiago, 1966

[13] Publicado en junio de 1965 en el diario mexicano El Día. Una versión corregida se encuentra en el libro Sociología y subdesarrollo, Ed. Nuestro Tiempo, México, 1972.

[14] Ed. Era, México, 1978.

[15] Bambirra,  op. cit. También consúltese de esta autora  Teoría de la dependencia: una anticrítica, Ed. Era, México, 1978, en donde polemiza con diversas corrientes antidependentistas.

[16] Incluido en el libro Capitalismo y subdesarrollo…, op. cit. Véase en particular el punto A, “Tesis del subdesarrollo capitalista”, pp. 15-25.   

[17] Véase, por ejemplo, su artículo “¿Quién es el enemigo inmediato?”, en el libro América Latina: sub-desarrollo o revolución, Ed. Era, México, 1973, pp. 327-357.

[18] Como ocurre en el trabajo de Frank, en donde el concepto de “excedente económico”, elaborado

por Paul Baran, juega un papel clave.

[19] Editado por Era, México, 1973. La obra anterior de Marini no es ajena a los límites comentados

para el periodo precedente. Véase en particular  Subdesarrollo y revolución, Ed. Siglo XXI, México, 1969.

[20] El primero publicado en Cuadernos Po l í t i c o s, núm. 20, abril-junio de 1979, Ed. Era, México, y el segundo en la Revista Mexicana de Sociología, número ex t r a o rdinario (E), México, 1978. En esta línea, debe incluirse también su ensayo “El ciclo del capital en la economía dependiente”, publicado en Mercado y dependencia , de Úrsula Oswald  et al., Ed. Nueva Imagen, México, 1979.

[21] “Plusvalía extraordinaria…”,  op. cit.

[22] F.H. Cardoso y J. Serra, “Las desventuras de la dialéctica de la dependencia”,  Revista Mexicana de Sociología, número extraordinario (E), 1978. De Castañeda y Hett,  El economismo dependentista, Ed. Siglo XXI, México, 1978.

[23] Véase al respecto del propio Marini la parte II de  Dialéctica de la dependencia y el punto III de “Las razones…”,  op. cit., pp. 85-99. También de Jaime Osorio, “Superexplotación y clase obrera: el caso mexicano”,  Cuadernos Políticos, núm. 6, octubre-diciembre de 1975, Era, México, en particular las pp. 5 a 10, y el capítulo 3 “Dependencia y superexplotación” de este libro.

[24] En  Capitalismo y subdesarrollo…, op. cit. 25

[25]

[26] 26

Al salir de Chile, y tras una corta  estadía en  Panamá  y  Alemania  Federal, Marini  se  establece en  México  en  1974,  iniciando  un  prolífico  trabajo  de  formación  de  equipos  de  investigación  en  el Centro de Información, Documentación y Análisis del Movimiento Obrero (CIDAMO) que crea y dirige, en donde se producen valiosos materiales sobre análisis de coyuntura internacional, así como investigaciones sobre diversos países latinoamericanos. En México, Marini escribe Las razones del Neodesarrollismo y  Plusvalía extraordinaria y  acumulación  de capital. También algunos ensayos sobre el  Estado y la lucha  por la democracia.  En  general,  su  producción  se  reduce, en  medio  de intensas  tareas docentes  y  de  dirección  de  investigaciones  y  equipos de trabajo,  y  por el  reflujo  general  que  viven  los marxistas  de la dependencia. A mediados de los ochenta, regresa  a Brasil en donde inicia una revisión de  las teorías del desarrollo latinoamericano, así como del socialismo. En 1993, de vuelta en México, dirige el  Centro de Estudios Latinoamericanos (Cela) de la UNAM, en donde encabeza seminarios  de revisión  de la teoría social latinoamericana,  el  cual deja  a  mediados  de 1994  para regresar a Brasil, en donde fallece  en 1997. Sus memorias  así  como  sus  principales trabajos pueden  consultarse  en  la página http://www. m a r i n i – e s c r i t o s . u n a m . m x

[27] Pierre-Philippe Rey, Les alliances de classes, Ed. Maspero, París, 1973. Existe edición en español en Siglo XXI.

[28] Ed. Siglo XXI, México, 1977.

[29] Publicado en  Cuadernos Políticos, núm. 18, octubre-diciembre de 1978, Ed. Era, México.

[30] En un trabajo posterior, “La cuestión del Estado y la lucha de clases en América Latina”, Monthly Review, Barcelona, octubre de 1980, vol. 4-1, Marini retoma el análisis del Estado, articulando la exposición  con las consecuencias que la nueva situación plantea desde el punto de vista de la lucha democrática.

[31] El tema del Estado ha continuado desarrollándose, aunque con visiones más parciales. Una buena selección de trabajos se encuentra en el libro Estado y política en América Latina, de Norbert Lechner et al.,  Siglo XXI, México, 1981. La discusión posterior se trasladó al tema de la democracia y de las transiciones a la democracia, en donde destacan autores como el mismo Lechner y O ́Donnell. Para una crítica de esta corriente véase de Atilio Borón,  Estado, capitalismo y democracia en América Latina, Ediciones Imago Mundi, Buenos Aires, 1991, y de Jaime Osorio,  El Estado en el centro de la mundialización, Fondo de Cultura Económica, México, 2004.

[32] Publicado inicialmente en  Revista Latinoamericana de Ciencias  Sociales, núm.  4,  Santiago, 1972. Posteriormente se incluyó en Problemas del subdesarrollo latinoamericano, Ed. Nuestro Tiempo, México, 1976

[33] La respuesta de Marini a estas observaciones aparece en la parte II de Dialéctica de la dependencia,  op. cit.

[34] En  Revista Mexicana de Sociología,  número extraordinario (E), 1978.

[35] Tras  cortas  estadías  en Chile  y  en  Francia,  luego del golpe  militar  en  Brasil en 1964,  Cardoso regresa a Brasil, en donde crea el Centro Brasileiro de Analise e Planeamiento (Cebrap), que se transforma  al  poco  tiempo  en uno  de  los  institutos en ciencias sociales más productivos del continente. Se adscribe al Movimiento Democrático Brasileño (MDB), organización política de centro, con actividad destacada en los procesos políticos tendientes a democratizar el país. En 1982 ocupa el cargo de senador por el Estado de Sao Paulo y participa activamente en la Asamblea Constituyente que elabora la nueva Constitución promulgada en 1988, fungiendo también como dirigente del Partido Social Demócrata Brasileño (PSDB), organización disidente del  PMDB. En 1992, asume la cartera de relaciones exteriores y al año siguiente la de Hacienda, bajo el gobierno de Itamar Franco, quien sucede a Fernando Collor de Mello alabandonar éste la Presidencia del país, bajo acusaciones de corrupción. Posteriormente llega a la Presidencia de Brasil, siendo reelegido y termina su mandato con fuertes críticas del centro y la izquierda de haber realizado una gestión orientada por políticas neoliberales. Le sucedió Lula en el cargo.

[36] Marini,  op. cit.

Marxismes et christianismes. Michael Lowy. Decembre 2021

Les premiers socialistes du 19ème siècle en Europe, que ce soit Saint-Simon et ses disciples, Cabet et les communistes français, Wilhelm Weitling, le fondateur de la Ligue des Justes allemande, étaient religieux et se réclamaient de l’héritage chrétien. Ce n’est qu’avec Marx et Engels que surgira un socialisme non-religieux, ou même athée. Le texte fondateur de ce tournant est un article de Marx publié en 1844 dans les Deutsch-franzözische Jahrbücher.

La traduction intégrale en français des Annales franco-allemandes vient de paraître pour la première fois ; elle  inclut non seulement les écrits de Marx et Engels,  mais toute la revue, ce qui permet de situer leurs textes dans leur contexte historique et intellectuel.

Comme l’on sait, cette publication, parue à Paris en février 1844, sous la direction d’Arnold Ruge et Karl Marx, était à l’origine un projet visant une alliance franco-allemande,  philosophique et politique.

Les Jeunes hégéliens à l’initiative du projet ont choisi Paris à la fois pour échapper à la censure en Allemagne et pour établir une collaboration avec des démocrates et socialistes français. Or,  ceux-ci – Lamennais, Etienne Cabet, Pierre Leroux, Louis Blanc – ont poliment refusé cette invitation, rebutés par le parti pris d’athéisme des allemands.

Outre Marx et Engels,  les auteurs sont Arnold Ruge, Johann Jacoby, Moses Hess,  Lazarus Bernays,  Heinrich Heine,  Georg Herwegh. Il est frappant que la grande majorité de ces auteurs sont d’origine juive : C’est le cas de Marx, Hess, Jacoby, Bernays, Heine : cinq des huit participants !

Certes, Marx et Bernays sont issus de familles converties,  et n’ont aucun rapport avec la tradition juive.  Ce seraient des  « Juifs non Juifs », selon le célèbre concept d’Isaac Deutscher.  Les éditeurs n’ont pas signalé cet aspect. Dans une  certaine mesure, les Annales sont un épisode de la longue histoire du radicalisme de gauche des intellectuels juifs,  qui commence au 19ème siècle et atteindra son apogée au 20ème.

C’est dans un des deux articles publiés par Marx dans cette revue, la « Contribution à la Critique de la Philosophie du Droit de Hegel. Introduction », qu’apparaît une petite phrase qui  va sanctionner le divorce entre marxisme et foi religieuse ; « la religion est l’opium du peuple ».

Considérée par partisans ou adversaires comme une sorte de résumé de la conception marxienne de la religion, cette formule ironique n’est pas du tout spécifique à Marx: on la retrouve, a quelques nuances près,  avant lui,  chez Moses Hess,  Heinrich Heine,  Bruno Bauer et plusieurs autres auteurs de cette époque.

Par ailleurs, la conception de la religion qu’avait Marx au début 1844 était néo-hégélienne (Feuerbach) et a-historique: la religion comme aliénation de l’essence humaine.  Ce n’est que plus tard,  à partir de l’Idéologie Allemande (1846) qu’apparaît l’analyse proprement « marxiste » de la religion comme une des formes de l’idéologie, a mettre en rapport avec les classes sociales et les conditions historiques.

En fait,  Marx s’est très peu occupé des phénomènes religieux. C’est son ami Friedrich Engels qui va s’intéresser de près à l’évolution historique du christianisme,  notamment dans son livre sur les guerres sociales et religieuses en Allemagne à l’époque de la Réformation.

Le petit ouvrage de Nicos Foufas est la première analyse,  en langue française, de ce texte «classique »  de Friedrich Engels,  La guerres des paysans en Allemagne (1850).  Il s’agit en fait d’une série d’articles publiés par Engels dans la Nouvelle Gazette Rhénane (revue économique-politique) éditée par les deux amis à Londres,  où ils se sont réfugiés après la défaite de la révolution de 1848-49 en Allemagne.  

NF met en lumière, à juste titre,  la nouveauté radicale de ce texte, qui constitue en fait la première – et une des plus réussies ! – tentative d’appliquer le matérialisme historique à un événement du passé, le soulèvement des paysans (1524-25) dans le Saint-Empire romain germanique.

L’étude d’Engels, observe NF, est assez originale,  par sa tentative d’expliquer les conflits religieux par les conflits de classes, mais aussi parce qu’elle ne réduit pas la religion à un facteur d’obscurantisme et de conservation : elle est aussi, dans certains conditions historiques, capable d’exprimer des aspirations subversives.

Ce fut le cas de divers mouvements hérétiques du Moyen-Age et,  en particulier, de la  révolte paysanne du 16è siècle, où la foi religieuse, sous la forme de la théologie révolutionnaire du prêcheur anabaptiste Thomas Münzer va jouer un rôle déterminant.

Si Engels a trouvé nécessaire d’écrire sur cet événement dans le contexte des années 1848-50, c’est parce que ce fut le plus important soulèvement révolutionnaire dans l’histoire de l’Allemagne.

La principale faiblesse de l’analyse d’Engels – à notre avis – fut d’analyser certaines croyances religieuses comme un simple « reflet » ou même « masque » d’intérêts de classe. Cependant, dans certains passages, que NF ne cite pas, Engels va dépasser ce type de réductionnisme socio-économique. Se référant au communisme de Münzer, Engels écrit :

      “Sa doctrine politique correspondait exactement à cette conception religieuse révolutionnaire et dépassait tout autant les rapports sociaux et politiques existants que sa théologie dépassait les conceptions religieuses de l’époque. (…) Ce programme,  était moins la synthèse des revendications des plébéiens de l’époque,  qu’une anticipation géniale des conditions d’émancipation des éléments prolétariens en germe parmi ces plébéiens (…).”

Ce qui est suggéré dans ce paragraphe étonnant c’est non seulement la fonction protestataire et même révolutionnaire d’un mouvement religieux, mais aussi sa dimension anticipatrice, sa fonction utopique.  Nous sommes ici aux antipodes de la théorie du “reflet” : loin d’être la simple “expression” des conditions existantes,  la doctrine politico-religieuse de Münzer apparaît comme une “anticipation géniale” des  aspirations  communistes de l’avenir.

On trouve dans ce texte une piste nouvelle, qui n’est pas explorée par Engels, mais qui sera, plus tard,  richement  travaillée par Ernst Bloch, depuis son essai de jeunesse sur Thomas Münzer jusqu’a son opus major  sur  “le Principe Espérance”.

Ernst Bloch représente un tournant majeur dans l’histoire de la réflexion marxiste sur la religion: il est le premier qui a pour objectif moins la « critique de l’aliénation religieuse – même si cette dimension n’est pas absente de ses écrits – que le sauvetage de l’excédent utopique des traditions religieuses et notamment du christianisme. Son athéisme religieux le situe dans une position philosophique singulière, aussi bien opposé aux théologies institutionnelles qu’au matérialisme vulgaire.

Personne n’était plus qualifié pour traiter de ce sujet que le philosophe franco-allemand Arno Münster, disciple et biographe d’Ernst Bloch et auteur de plusieurs remarquables essais sur sa pensée.  Le présent ouvrage est quelques peu désordonné : les chapitres ne suivent ni un ordre chronologique, ni une organisation thématique,  ce qui résulte en un certain nombre de répétitions.

La première partie est un bref historique du rapport entre socialisme et religion, d’Auguste Blanqui à l’URSS, en passant par Jean Jaurès (mais sans Marx !), inévitablement un peu schématique.  Mais l’analyse de la philosophie de la religion d’Ernst Bloch que propose Münster est une très importante contribution au débat sur marxisme et religion.

Comme le rappelle Münster, Bloch deviendra marxiste en 1921, sous l’influence de son ami Georg Lukacs ; compagnons de route du mouvement communiste, il part en exile en 1933, suite a la prise du pouvoir des Nazis,  d’.abord en France et ensuite aux États Unis. Revenant en Europe après la guerre, il s’établit en République Démocratique Allemande,  où il fera office de philosophe semi-officiel de 1949 à 1956. Son opposition a l’intervention Soviétique en Hongrie le fait condamner comme « révisionniste » et interdire d’enseignement.  Au moment de la construction du mur en 1961, il décide de s’installer à Tübingen en Allemagne Fédérale, où il deviendra un opposant marxiste très écouté par la jeunesse rebelle des années 1968.

La philosophie de la religion est présente dans quatre moments de l’œuvre du philosophe juif-allemand :

Son ouvrage de jeunesse L’Esprit de l’Utopie (1918), notamment dans le chapitre final au titre surprenant « Karl Marx, la mort et l’Apocalypse » ; mais aussi dans un Excursus « Symbole : les Juifs ».

Le livre Thomas Münzer, théologien de la révolution (1921), son premier ouvrage communiste, qui renouvelle profondément l’approche marxiste de la religion.

Le chapitre 53 du volume III de son opus magnum Le Principe Espérance, dédié aux trois grandes religions monothéistes, du point de vue de leur apport à l’utopie du Non-Encore-Etre.

L’athéisme dans le christianisme (1968), un exégèse matérialiste de la Bible, qui a suscité beaucoup de polémiques et controverses – surtout de la part de théologiens chrétiens.

Hostile a ce qu’il appelle « l’athéisme vulgaire et indigent », mais aussi aux théologies conservatrices de toutes les confessions,  Bloch est fasciné par le messianisme, l’apocalypse, l’eschatologie, la Kabbale, la mystique, les hérésies; il célèbre avec enthousiasme le prophète Amos, Jesus de Nazareth, Joachim de Flore, Maître Eckhart, Jan Huss, Thomas Münzer, Wilhelm Weitling, et… Dostoyevsky. Mais ce sont Karl Marx et Friedrich Engels qui lui fournissent le fil conducteur: la lutte de classes, la praxis révolutionnaire, l’utopie communiste.

Comme le montre avec beaucoup d’intelligence et sensibilité Arno Münster, l’athéisme religieux de Bloch se manifeste avant tout dans une lecture critique, hétérodoxe et matérialiste de la Bible, à la recherche de ses moments utopiques, subversifs, émancipateurs.

Une lecture « avec les yeux du Manifeste Communiste », qui le conduira à un dialogue critique avec la théologie protestante la plus avancé : Rudolf Bultmann, Albert Schweitzer, Jürgen Moltmann et surtout son ami Paul Tillich, socialiste chrétien et allemand anti-fasciste, exilé lui aussi aux États Unis. 

Bien entendu,  les théologiens chrétiens ne peuvent pas accepter la proposition centrale de Bloch, paradoxale et un brin provocatrice : « seul un athée peut être un bon chrétien et seul un chrétien un bon athée ».

Avec Moltmann, lui aussi socialiste chrétien, la pomme de discorde sera la rejection catégorique, par Bloch, de la « théologie de la croix» de Paul et Luther, qui conduit, à ses yeux, à l’acceptation de la souffrance comme destin humain.

Un des théologiens protestants, Carl-Heinz Ratschow, professeur à l’Université de Marburg, va même dédier tout un ouvrage en 1972 à la discussion des thèses hérétiques d’Ernst Bloch. Malgré sa sympathie pour celui-ci,  il refuse son engagement marxiste, et oppose à l’espérance de Bloch, fondée sur le combat, l’espoir chrétien, basé sur la certitude.

Ratschow rejette aussi, comme on pourrait s’attendre, l’interprétation polémique du Livre de Job par Bloch, comme étant une révolte contre Dieu, coupable de tolérer l’injustice du monde.

Finalement, la réception la plus favorable de Bloch sera celle des théologiens de la libération latino-américaine (notamment Gustavo Gutierrez) ; sans accepter son athéisme, ils partagent pleinement le pari qui se trouve dans la conclusion du livre de 1968 : « L’union de la révolution et du christianisme dans la guerre des paysans ne sera pas la dernière ».

Si des penseurs marxistes se sont intéressés au christianisme, n’existent-il pas aussi des chrétiens attirés par le marxisme ? Bien entendu,  on peut en trouver plusieurs exemples, au cours de l’histoire moderne.  Un livre récent, paru aux Etats Unis, fait le récit d’un cas assez étonnant : une jeune femme catholique, Grace Carlson (1906-1992), qui s’est « converti » au marxisme, devenant une des principales dirigeantes du Socialist Workers Party,  organisation trotskyste associée à la Quatrième Internationale !

L’ouvrage de Donna T. Haverty-Stacke est une biographie très documentée de cet itinéraire spirituel et politique inusité.  Née dans une famille catholique ouvrière d’origine irlandaise,  élevée par les Sœurs de Saint-Joseph,  la jeune Grace Holmes s’intéresse à la condition ouvrière,  mais dans l’optique du Rerum Novarum et de la doctrine sociale de l’Eglise.  Etudiante à l’Université de Minesotta, elle va se mobiliser, ensemble avec son mari Gilbert Carlson et sa sœur Dorothy, en soutien à une grande grève ouvrière a Minneapolis en 1934,  qui était dirigée – fait assez exceptionnel à l’époque – par des militants trotskystes.

Tous les trois commencent à assister à des réunions politiques,  ce qu’ils ne considéraient pas comme incompatible avec leur foi religieuse : ils pouvaient aller à la Messe et a un meeting socialiste le même dimanche… Au cours des années qui suivent, les deux sœurs vont se rapprocher de plus en plus des trotskystes et en 1936 elles adhérent à ce courant communiste dissident,  qui va fonder,  en 1937, le Socialist Workers Party  ( Parti Socialiste des Travailleurs), qui se réclame de Marx,  Lénine et Trotsky. Vers 1938, Grace cesse d’être une Catholique pratiquante,  ce qui va provoquer sa séparation (mais pas de divorce) avec son mari Gilbert Carlson.

Quels sont les motifs de ce que l’Auteure appelle  « une conversion » ? Elle suggère une hypothèse intéressante : l’affinité élective – au sens Wéberien du terme – entre la conscience ouvrière catholique de Grace et le socialisme ouvriériste du SWP. Mais cette intuition n’est pas développée dans le livre…

Au cours des années suivantes Grace deviendra la seule femme au Comité National, la direction du SWP (1942) ;  après avoir passé une année en prison (1945) sous l’accusation de « vouloir renverser par la force le gouvernement des Etats Unis », elle sera en 1948 candidate à la vice-présidence des Etats Unis par le SWP – le candidat à la présidence était un des dirigeants de la grève de 1934, Farrell Dobbs.

Cependant, en 1952, une deuxième conversion aura lieu : Grace Carlson décide de quitter le Parti et de revenir à l’Eglise Catholique… Ce qui la conduit à se réconcilier avec son mari, toujours Catholique, Gilbert Carlson,  mais à rompre avec sa sœur Dorothy, restée au Parti, avec son amant Ray Dunne, et avec ses nombreuses amies socialistes,  avec lesquelles elle avait constitué un réseau de « sororité ». James P. Cannon, le fondateur et principal dirigeant du SWP, qui était devenu un ami personnel,  a bien tenté d’expliquer à Grace que l’Eglise Catholique était « la force la plus réactionnaire et obscurantiste du monde entier », mais sans grand succès…

Perplexes, ses amis marxistes tentent d’expliquer ce revirement par la fatigue face à la répression et la chasse aux sorcières du MacCarthysme, mais pour Grace il s’agit d’autre chose : un tournant spirituel,  un besoin de Dieu. J’ai changé, affirme-t-elle, mon attitude religieuse mais pas ma politique : « je suis resté Marxiste à ma façon ».

Elle sera prise en charge par les Sœurs de Saint Joseph et enseignera dans une Ecole d’Infirmerie de l’Hôpital Saint Mary – non sans coopérer avec Slant (Point de vue) un groupe marxiste chrétien de l’Angleterre, et dénoncer la guerre du Vietnam.  

Il s’agit,  dans le cas de Grace Carlson, d’un itinéraire singulier et personnel.  Ce qu’on va trouver,  une génération plus tard,  en Amérique Latine,  fut d’une  autre dimension : tout un mouvement social,  notamment dans la jeunesse catholique, va s’approprier de certains concepts marxistes et formuler une nouvelle vision chrétienne – socialiste.

Ce mouvement, né au Brésil au début des années 1960 – après la Révolution Cubaine, mais avant le Concile Vatican II – va prendre différentes formes,  dont la formation, en 1962, par des militants de la Jeunesse Universitaire Chrétienne, d’un parti politique socialiste/humaniste, l’Action Populaire (AP).  Ce n’est que bien plus tard,  après 1971, que va se développer, à partir de cette expérience socio-politique, la théologie de la libération, non seulement au Brésil mais dans toute l’Amérique Latine.

Un des épisodes les plus frappants de cette convergence entre catholicisme et marxisme fut l’engagement,  vers 1968-70, d’un groupe de frères dominicains du Couvent de Perdizes, à Sâo Paulo, avec la résistance armée contre la dictature militaire établie en 1964 au Brésil. Le livre de Leneide Duarte-Plon est la biographie d’un de ces dominicains brésiliens, Frère Tito de Alencar, qui paya de sa vie cet engagement social et politique. 

Militant de la Jeunesse Etudiante Chrétienne, entré dans l’Ordre Dominicain en 1966, Tito partageait avec ses frères du Couvent à Sâo Paulo, l’admiration pour Che Guevara et Camilo Torres, et le désir d’associer le Christ et Marx dans le combat pour la libération du peuple brésilien. Tito était proche de l’Action Populaire, qui était hégémonique dans le mouvement étudiant, et il contribuera à l’organisation clandestine, en 1968, du Congrès de l’Union Nationale des Etudiants dans le village d’Ibiuna. Comme tous les délégués, il sera arrêté par la police à cette occasion, mais bientôt libéré.

Suite au durcissement de la dictature militaire en 1968 et l’impossibilité de toute protestation légale, l’aile la plus radicale de l’opposition à la dictature prendra,  à partir de ce moment, les armes. La principale organisation de lutte armée contre le regime était l’Action de Libération Nationale (ALN),  fondée par un dirigeant communiste dissident,  Carlos Marighella.

Un groupe de jeunes dominicains – Frei Betto,  Yvo Lesbaupin, Fernando Brito  et d’autres – vont s’engager avec l’ALN,  sans prendre les armes mais en apportant un soutien logistique ;  sans appartenir à ceux qui collaborent directement avec Marighella et ses camarades, Tito de Alencar est solidaire de leur engagement.

Comme eux, il croit que l’Evangile contient une critique radicale de la société capitaliste ; et comme eux, il croit à la nécessité d’une révolution. Comme il écrira plus tard, « la révolution c’est la lutte pour un monde nouveau, une forme de messianisme terrestre, dans lequel il y a une possibilité de rencontre entre chrétiens et marxistes ».   

Le 4 novembre 1969, pendant la nuit, le Commissaire de police Fleury envahi le Couvent de Perdizes et arrête plusieurs dominicains, dont Frei Tito. La plupart seront torturés et leurs aveux permettront à la police de tendre un piège à Carlos Marighella et l’assassiner. Tito n’avait pas le contact avec l’ALN et répondait par la négative à toutes les questions.  Il fut deux fois soumis à la torture (chocs électriques) fin 1969 et début 1970, d’abord par Fleury et après dans les locaux du service de renseignements de l’Armée – désigné par les militaires comme « la succursale de l’enfer ».

Pour échapper à ses bourreaux, il tente de se suicider avec une lame de rasoir. Interné dans l’Hôpital militaire, il reçoit la visite du Cardinal de Sâo Paulo, D. Agnelo Rossi, un personnage conservateur, qui se solidarise avec les militaires et refuse de dénoncer les tortures des dominicains.

Envoyé finalement dans une prison » ordinaire », Tito écrit un récit de ses souffrances qui sera publié par la revue américaine Look et distribué au Brésil par les militants de la résistance, avec un retentissement considérable. Le Pape Paul VI finit par condamner « un grand pays qui applique des méthodes d’interrogation inhumaines » et remplace D.Rossi par Paulo Evaristo Arns, nouveau Cardinal de Sâo Paulo, connu pour son engagement en défense des droits de l’homme et contre la torture.

Quelques mois plus tard,  des révolutionnaires enlèvent l’ambassadeur suisse et l’échangent par la libération de 70 prisonniers politiques, dont Tito de Alencar. Le jeune dominicain hésite à accepter, tant l’idée de quitter son pays lui est étrangère. Les 70 seront bannis du pays et interdits de retour. Après un bref séjour au Chili,  Frei Tito s’établit chez les dominicains au Couvent Saint-Jacques à Paris.

L’exil est pour lui une grande souffrance : « C’est très dur de vivre loin de son pays et de la lutte révolutionnaire. Il faut supporter l’exil comme l’on supporte la torture ». Il participe aux campagnes de dénonciation des crimes de la dictature,  et se met à étudier la théologie et les classiques du marxisme : « J’accepte l’analyse marxiste de la lutte de classes. Pour qui veut changer les structures de la société, Marx est indispensable. Mais a vision du monde que j’ai comme chrétien est différente de la vision du monde marxiste ». Le dominicain français Paul Blanquart, connu pour ses options « à gauche du Christ », le décrit comme « le plus engagé et le plus révolutionnaire des dominicains ».

Cependant,  avec le passage du temps,  Tito donne des signes de plus en plus inquiétants de déséquilibre psychique.  Il se croit suivit et persécuté par son tortionnaire,  le Commissaire Fleury. On lui propose donc, en 1973,  un lieu plus tranquille : le Couvent dominicain de l’Arbresle. Il devient l’ami du frère dominicain Xavier Plassat, qui tente de l’aider, et il suit un traitement psychiatrique chez le docteur Jean-Claude Rolland. En vain.

Après le coup d’état au Chili en Septembre 1973 il devient de plus en plus angoissé, convaincu que  Fleury le persécute encore, et que les dominicains, ou les infirmiers de l’hôpital psychiatrique, sont ses acolytes. Finalement, à bout de forces, désespéré, le 8 août 1974, il choisit le suicide par pendaison.

Son ami dominicain, le Frère Xavier Plassat finira par s’établir au Brésil, où il deviendra l’organisateur de la campagne contre le travail esclave de la Commission Pastorale de la Terre : selon son témoignage, « mon travail ici est un héritage laissé par Tito ».

Comme l’on sait, le Vatican, sous Jean-Paul II et sous Ratzinger, a rejeté la théologie de la libération comme « erreur », à cause,  notamment, de son usage « indiscriminé » de concepts marxistes. Avec l’élection de Bergoglio, le Pape François,  d’origine argentine,  une période nouvelle semble s’ouvrir. Non seulement Gustavo Gutierrez a été reçu au Vatican, mais le Pape a décidé, lors d’une rencontre en 2014 avec Alexis Tsipras et Walter Baier, deux dirigeants de la Gauche Européenne, d’ouvrir un dialogue entre marxistes et chrétiens. Des dialogues de ce type avaient eu lieu dans l’après-guerre, dans certains pays d’Europe (France, Italie, Allemagne), mais une initiative sous l’égide du Vatican est sans précédent.

Le Pape a délégué pour ce dialogue l’archevêque Angelo Vincenzo Zani,  Secrétaire de la Congrégation du Vatican pour l’Education Catholique, et le mouvement Focolari, un réseau laique fondé par Chiara Lubich dans l’Italie de l’après-guerre. Le livre Europe in Common est la première publication de cette tentative d’explorer une « éthique sociale transversale ». Deux des éditeurs de l’ouvrage, Franz Kronreif et Luisa Sello, appartiennent au reseau Focolari, et les deux autres, Walter Baier (ex-secrétaire général du Parti Communiste autrichien) et Cornelia Hildebrandt, de la Fondation Rosa Luxemburg de Berlin représentent Transform !, réseau des Fondations de Recherche marxistes liées à la Gauche européenne.

Le dialogue s’est déroulé ’abord dans les locaux de l’Institut Universitaire Sophia,  du mouvement Focolari, situé au village de Loppiano, près de Florence, où les participants furent reçus par le sociologue belge Bernard Callebaut. D’autres symposiums on eu lieu à Castelgandolfo – la résidence d’été du Pape ! – et à Vienne. En septembre  2018 cependant eut lieu une Université d’été conjointe,  dans les locaux de l’Université de la Mer Egée, situés dans l’ile de Syros, siège d’une traditionnelle communauté catholique. La plupart des documents réunis dans le recueil Europe as a Common (Premier Volume) sont des présentations faites pendant cette initiative. Au cours de leur cursus, les étudiants, issus des deux courants, ont rédigé ensemble un document « Le Manifeste d’Hermoupolis », qui figure aussi dans le livre.

En leur introduction, les quatre éditeurs du recueil rappellent que le but du dialogue n’est pas la conversion mutuelle, ni la production d’un syncrétisme, mais dans la recherche du commun sans ignorer les différences fondamentales. Trois interventions initiales servent de point de départ :

Franz Kronreif, du mouvement Focolari, parle de « consensus dans la différence » et propose que les repères initiaux du dialogue soient l’Encyclique Laudato Si du Pape François et les Thèses Sur le concept d’histoire de Walter Benjamin.

Walter Baier, du réseau Transform ! rappelle le besoin pour les marxistes d’une réflexion auto-critique sur les crimes commis au nom du socialisme en URSS ; il trouve dans les écrits de Karl Polanyi des éléments pour une convergence entre socialisme et christianisme. Enfin, l’archevêque Zani, dans un salut adressé à l’Université d’été de 2018, rend hommage aux idéaux de justice, fraternité et solidarité des jeunes participants à cette rencontre.

        Au cours des dialogues et des débats à l’Université d’été, on a pu assister à des confrontations entre points de vue assez opposés,  comme par exemple entre Leonce Bekemans, Professeur de la Chaire Jean Monnet à l’Université  de Padoue, partisan convaincu de l’Union Européenne « réellement existante », et Luciana Castellina, ancienne députée communiste européenne,  qui rêve d’un « autre Europe », non soumise aux marchés capitalistes. 

Parfois cependant les interlocuteurs des deux bords ont réussi à élaborer un document commun,  come ce fut le cas de Cornelia Hildebrandt et de Pal Toth, professeur à l’Institut Universitaire de Sophia, sur « Une stratégie non-violente dans un monde pluriel ».  Le même vaut pour la contribution de Petra Steinmair-Pösel, une théologienne liée aux Focolari, en collaboration avec Michael Brie,  de la Fondation Rosa Luxemburg de Berlin, sur « Les Communs : notre terrain commun ? ».

Europe as a Common contient aussi des contributions de Piero Coda, recteur de l’Institut Universitaire de Sophia, de Bernard Callebaut, sociologue de cette  même Institution, de Spyros Syropoulos, professeur à l’Université de la Mer Egée, d’Alberto Lo Presti, de l’Université catholique Lumsa de Rome, de José Manuel Pureza,  professeur à l’Université de Coimbra et député du Bloc de Gauche au Parlement portugais, du théologien musulman Adnane Mokrani – un plaidoyer pour « un Etat séculaire comme nécessité religieuse » – du psychologue social Thomas Stucke, du politologue colombien Javier Andres Baquero (qui raconte son expérience dans la gestion « verte » de la ville de Bogota), et de l’auteur de la présente notice. L’ensemble,  qui témoigne de la pluralité des perspectives engagées dans cette initiative « transversale », est complété par une conférence du Pape François sur « L’option préférentielle pour les pauvres le critère-clé de l’authenticité chrétienne » (19/8/2020).

Que  conclure de cet itinéraire bibliographique passablement accidenté,  qui nous conduit du jeune Marx au Pontifex Maximum Bergoglio ? La seule conclusion c’est que le rapport entre marxistes et chrétiens reste un livre ouvert, dont les prochains chapitres seront rédigés moins à partir des Saintes Ecritures des uns et des autres, qu’en réponse aux défis écologiques, sociaux et éthiques du 21ème siècle.

Michael LÖWY

Friedrich ENGELS et Karl MARX Annales franco-allemandes,  Edition complète préparée par Alix Bouffard et Pauline Clochec, . Traduction par J-C Angaut, V.Beguin, A.Bouffard, J-M Buée, P.Clochec, C.Fradin, M. L’Homme et J.Quétier. Présentation et annotation par P.Clochec,  Paris, Editions Sociales,  Geme (Grande Edition Marx et Engels), 2020, 328 pages ; 

Nicos FOUFAS, Friedrich Engels et la Guerre des Paysans  Allemands,  Paris,  L’Harmattan,  « Ouverture Philosophique », 2020,  117 pages,  14 euros. 

Arno MÜNSTER, Socialisme et religion au XXe Siècle. Judaisme, Christianisme et athéisme dans la philosophie de la religion d’Ernst Bloch, Paris, L’Harmattan,  coll. « Ouverture Philosophique », 2018, 175 pages;  

Donna T. HAVERTY-STACKE, The FieRce Life of Grace Holmes Carlson,  New York,  New York University Press,  2021, 289 pages; 

Leneide  DUARTE-PLON et Clarisse MEIRELLES,  Tito de Alencar (1945-1974). Un dominicain brésilien martyr de la dictature, Paris,  Karthala, Collection  « Signes des Temps »,  2020, 308 pages. Traduit du portugais par les auteures.  Préface de Vladimir Safatle,  Avant-Propos de Xavier Plassat ;

Walter BAIER, Cornelia HILDEBRANDT,  Franz KRONREIF, Luisa SELLO  (Eds.),  Europe as a Common.  Exploring Transversal Social Ethics, Zürich,  LIT Verlag, 2021,  Vol. I,  267 pages.

Walter Benjamin, entre la revolución y la posmodernidad. Una crítica marxista. David García Colín. 2021

“[…] la lucha revolucionaria no es la lucha entre el capitalismo y el Espíritu sino entre el capitalismo y el proletariado”. [Benjamin]

“Comprendí que la soledad no existe para nosotros cuando la persona que amamos está también sola, aunque se encuentre en un lugar diferente donde no podemos alcanzarla (…)” [Benjamin]

Benjamin fue un pensador heterodoxo cuyas ideas han sido tanto intensamente debatidas como interpretadas de una forma que, desde nuestra óptica, Benjamin mismo rechazaría. De origen judío y dotado de una cultura notable, comienza como un crítico y teórico de arte con raíces religiosas y románticas (sus primeros textos expresan una mística artística-religiosa) y de inspiración kantiana, para orientarse, progresivamente, hacia la izquierda; adoptando, primero, una suerte de anarquismo teológico y, posteriormente, un marxismo sui-géneris.

Se trata más de un intelectual y crítico del arte que de un militante o teórico revolucionario. El mismo decía que su comunismo “no es más que la expresión de ciertas experiencias que he tenido en mi pensamiento y en mi existencia”-.[[1]] En el corpus de su obra los textos sobre crítica literaria son predominantes y por los que fue más conocido en vida.

Nació en el seno de una familia judía de banqueros adinerados, pero va a mal administrar su fortuna y terminará en medio de dificultades económicas. Su formación intelectual se inició muy influida por el Talmud y un misticismo que nunca abandonará.  Tras el inicio de la Primera Guerra Mundial se hizo pacifista de izquierda. La ideología de su juventud, como crítico literario y traductor de autores como Marcel Proust y Charles Baudelaire, se basaba en la tesis de que “el hombre se comunica en el lenguaje, no por el lenguaje”.

Una postura enteramente posmoderna e idealista muy común entre los círculos de críticos literarios y de la burguesía académica que vive de las palabras, de su interpretación y entre la infinita discusión de los temas más refinados e inalcanzables. Pero la evolución intelectual plasmada en sus textos, con todo y su heterodoxia, va a evolucionar hacia un marxismo muy personal, propia de un intelectual pequeñoburgués, salido de los círculos bohemios que va acercándose al marxismo.

Esto es especialmente claro en El autor como productor y en La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica. Sin embargo, la posmodernidad no retoma estas obras sino sus “Tesis sobre historia” que se han interpretado como un rechazo a la visión marxista de la historia y a la idea de progreso en general -no sólo la versión liberal, sino también la postura de Marx al respecto-.

De hecho, en la actualidad a Benjamin se le conoce casi exclusivamente por las “Tesis sobre historia” cuando fueron éstas una colección de comentarios que anotó al final de su vida en su huida de los nazis y que no estaban destinadas a su publicación tal como se encontraban.

El “marxismo” de Benjamin fue resultado de un proceso ecléctico. Los inicios de su radicalización política pueden verse en su texto “Para una crítica de la violencia” (1921) donde Benjamin enarbola la consigna de una “huelga general insurreccional” como manifestación de una “violencia divina” teológicamente justificada.

Luego, en 1924 visita la Italia fascista donde conoce a la bolchevique e intelectual Asja Lacis y el intelectual marxista Ernst Bloch. Si exceptuamos El autor como productor –en donde Benjamin desarrolla ideas marxistas más ortodoxas- combinaba con frecuencia -en la forma de “mosaicos” fragmentarios, a menudo oscuros- las metáforas teológicas de un misticismo judío, el materialismo histórico y la crítica de arte.

Se trata de una interpretación muy personal de Marx que enlaza elementos contradictorios, como el agua y el aceite. Benjamin es un autor que se encontraba en un proceso de evolución hacia la izquierda –proceso interrumpido por su trágica muerte- y nos parece que su pensamiento debe ser evaluado en su dinámica. Para muchos, Benjamin está a medio camino entre la Escuela de Frankfurt y un marxismo militante (valga la redundancia). Sin embargo, sin negar las contradicciones de su pensamiento, es nuestra opinión que Benjamin, en sus años de madurez intelectual, se encontraba más cercano al marxismo revolucionario que a la posmodernidad en la que frecuentemente se le inscribe.

Aunque cercano a Horkheimer y Adorno, fundadores de la Escuela de Frankfurt –quienes le darían apoyo financiero- no se consideró nunca miembro de esta tendencia, cuando se leen textos como El autor como productor y La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica, no es difícil saber por qué: Benjamin sostiene en estos textos un marxismo militante, activo; habla del potencial revolucionario de los trabajadores, propugna con Brecht -amigo cercano de Benjamin- a favor de una actitud activa dentro de los círculos intelectuales, llama abiertamente a sumarse a la causa del proletariado; no podía más que chocar con una escuela que hablaba del fin del potencial revolucionario del proletariado y cuyas aspiraciones eran puramente especulativas. 

Las diferencias pueden resumirse en la siguiente tesis de Benjamin: “[…) la lucha revolucionaria no es la lucha entre el capitalismo y el Espíritu sino entre el capitalismo y el proletariado”.[[2]] Esta es la actitud militante que se expresa también en un texto de Brecht:

“Entonces, ¿de qué sirve decir la verdad sobre el fascismo —que se condena— si no se dice nada contra el capitalismo que lo origina? Una verdad de este género no reporta ninguna utilidad práctica. Estar contra el fascismo sin estar contra el capitalismo, rebelarse contra la barbarie que nace de la barbarie, equivale a reclamar una parte del ternero y oponerse a sacrificarlo”[[3]].

Este ímpetu activo, impulsado por su visita a Moscú y su contacto con los medios oposicionistas de la intelectualidad en la URSS, lo lleva a coincidir con algunas tesis trotskistas en el terreno del arte y reivindicar, por lo menos parcialmente, la figura de León Trotsky frente a la contrarevolución estalinista y la de Rosa Luxemburgo frente al reformismo y traición de la socialdemocracia alemana.

Es verdad que algunos fragmentos de las Tesis sobre historia, escritos poco antes de suicidarse en su fuga del terror nazi, parecen retratar a un autor que se acerca al pensamiento posmoderno. El carácter contradictorio de esas tesis, que sólo eran reflexiones íntimas y no un manifiesto teórico, expresan tanto ideas propias de la fuga desesperada de un pensador sensitivo, como otras donde apela a la revolución.

Nos centraremos, al final de este ensayo, en la crítica de estas tesis porque son las ideas que más se han retomado de este intelectual de izquierda, sobre todo por la posmodenidad. Antes, analizaremos algunas de las obras de Benjamin que han quedado en la oscuridad por la mayoría de sus intérpretes. No pretendemos estar de acuerdo con todas las ideas de Benjamin, ni siquiera de aquéllas donde pretende plantear ideas marxistas; nuestra intención es discutir sus tesis para profundizar en algunos temas y abordar finalmente una crítica a las interpretaciones posmodernas de un pensador que reivindicaba a Trotsky y a Rosa Luxemburgo.

Benjamin, Moscú y la oposición antistalinista

El Diario de Moscú recoge las impresiones de la visita de Walter Benjamin a Moscú entre el 6 de diciembre de 1926 hasta finales de enero de 1927. No se trata, propiamente, de un diario político, teórico o ideológico; sino más bien de impresiones al estilo periodístico sobre la vida cotidiana en Moscú; muestran la fina atención de Benjamin por los detalles de la vida diaria: pintorescos retratos de las calles de Moscú, del clima glacial, la arquitectura de las calles y catedrales (la de San Basilio, por ejemplo), la comida típica, las artesanías disponibles en los estantes y en los mercados al aire libre (las típicas “matruscas”), la mendicidad en las calles, la falta de vivienda, la forma de vestir de los moscovitas, etc. En general se trata del diario de un viajero bohemio e intelectual: son recurrentes los relatos sobre las visitas al teatro, al cine, a los museos, las partidas de dominó y ajedrez, la redacción de artículos y, sobre todo, los lances amorosos y coqueteos hacia Asja Lacis y la rivalidad oculta hacia Bernhard Reich –pareja sentimental de Asia por aquellos tiempos-; ambos anfitriones de Benjamin en Moscú y ambos pertenecientes a la Inteligencia afín  a los bolcheviques y, en especial, a la oposición antistalinista (trotskista o zinovievista). El triángulo amoroso es digno de un drama romántico en sí mismo anodino, si no fuera por estar salpicado de interesantes observaciones sobre la realidad en la Rusia de aquellos tiempos.

La visita de Benjamin a Moscú tenía varios objetivos: la redacción de artículos periodísticos para un diario Alemán (“Die Kreatur”) y, también, para la Enciclopedia soviética oficial (un artículo y una exposición sobre Goethe, además un proyecto sobre una “Enciclopedia materialista”),[[4]] estrechar lazos con las organizaciones culturales rusas la VAPP (proyecto frustrado por el evidente ascenso del burocratismo totalitario); conocer de primera mano la situación en la Rusia posrevolucionaria; y sobre todo – a juzgar por el diario en cuestión- reconquistar a su gran amor… Asia Lacis (artista y revolucionaria a quien había conocido en 1924); y escapar, de paso, al espíritu navideño capitalista. Como se ve la visita de Benjamin no tiene grandes pretensiones y su diario está escrito para nadie más que para él mismo.

Sin embargo, para nuestro tema, este diario resulta valioso porque además de estar salpicado de interesantes reflexiones polémicas sobre el materialismo histórico, sobre Bujarin, Plejanov, Proust, etc., y ser un interesante documento sobre la vida cotidiana durante el ascenso del stalinismo; expresa, en diversos episodios notables, el proceso de burocratización, su influencia venenosa en el arte, el ambiente naciente de la persecución, de deportación y antisemitismo y, sobre todo, la influencia de Trotsky en el entorno inmediato de Benjamin.

Da testimonio, además, del proceso de reflexión y crítica de Benjamin que lo acercaría aún más al marxismo. En su diario son mencionados artistas destacados que comenzaban ya a sufrir la censura stalinista. En sus relatos semi-periodísticos desfilan creadores como el cineasta Einsestein, los escritores de obras teatrales Stanislavsky y Mayerhold (deportado en 1937, muerto en un campo de concentración); el célebre poeta Maiakovsky (fue empujado al suicidio en 1931) y el poeta trotskista Lélevich.

Su diario no da respuestas políticas a los problemas que detecta, pero hace una descripción de la enfermedad que sería “diseccionada” y “diagnosticada” por Trotsky en su obra La revolución traicionada. Es evidente que a Benjamin le repelía el stalinismo y sentía simpatías por los revolucionarios de la “etapa heroica” de la revolución.

En este punto nos salta a la vista una confluencia superficial pero no menos llamativa entre Benjamin y Trotsky: como aquél Trotsky podía ser un agudo y penetrante observador de su entorno cotidiano; si bien la escritura intimista e impresionista no fue nunca el estilo literario con el que se recuerda al dirigente revolucionario, la lectura de su “Diario en el exilio” y sus fragmentarias impresiones de su paso en España en 1916[[5]] -antes de ser deportado a EUA- son una muestra de ello.

Así, por ejemplo, de su paso por San Sebastián quedan las siguientes impresiones que citamos como muestra: “[…] Un mar severo, pero sin malicias; gaviotas, espuma, aire, espacio. El mar, con su aspecto cautivador, parece indicar que el hombre ha nacido para ser contrabandista; pero que circunstancias accidentales le han impedido seguir su destino”.[[6]]

Por otra parte, los libros de Biblioteca Central de Cádiz le confirman el pasado medieval de España pues “[…] su exterior atestigua que ya hace mucho tiempo que no han sino hollados por la mano del hombre […] Fue aquí donde, por primeva vez tuve el placer de convencerme de que la polilla no es un animalito imaginario. […] La mayoría de los grandes volúmenes, editado en antigua y excelente papel de hilo, están metódicamente trabajados por la polilla erudita, a quien los habitantes de Cádiz le han dejado un tiempo bastante largo para su labor […] Las huellas cilíndricas, dibujando líneas quebradas, ya suben ya descienden […] Este trabajo calienta los cascos del lector con enigmas, especialmente cuando la polilla se ha llevado un guarismo o una parte de un nombre propio”.[[7]] Quizá se trate de trazos superficiales y fugaces, pero no por ello dejan de tener su suculencia.  Sin duda se trata de un género literario que tiene su encanto, sobre todo cuando muestran otra faceta de la sensibilidad de un personaje como Trotsky.[[8]]

La amada de Benjamin, Asja Lacis, es una atractiva veterana bolchevique, participó en la revolución de 1917, directora de teatro letona, fue asistente de Bertolt Brecht a quien presentará a Benjamin, impulsora vanguardista de teatro para niños proletarios (en el que promovía la improvisación y la imaginación, fundó 1918 un teatro infantil proletario[[9]]) –inspirada en Mayerhold y en Maiakovsky-, será deportada diez años (1938-1948) a un campo de concentración en Kazajistán.

Bernhard Reich es un periodista, director de teatro alemán seguidor de Kamenev en la época en que éste había formado, junto con Zinoviev, la oposición Unificada encabezada por Trotsky.

El fantasma de la cacería de brujas anti-trotskista está muy presente en el diario de Benjamin. Se menciona la muerte del bolchevique Mijail Frunze[[10]] quien muy probablemente fue una de las primeras víctimas mortales de Stalin (murió en 1925 obligado por el Partido a realizarse una operación que le costaría la vida. Si hacemos a un lado al mismo Lenin, quien probablemente fue envenenado por Stalin,[[11]] sería su primera víctima mortal).

En la época en que Benjamin escribió su diario las deportaciones masivas habían comenzado; entre 1926 y 1928 miles de personas fueron enviadas al destierro siberiano.[[12]] Trotsky fue retirado de sus responsabilidades en 1926, expulsado del Partido (junto con la Oposición que encabezaba) en 1927 y desterrado a Ama Ata en 1928.

En 1928 había tantos deportados que “[…] En Moscú solo queda viudas”.[[13]] En 1929 comienzan los fusilamientos. En la época en que Benjamin visita Moscú la oposición unificada encabezaba mítines públicos que eran acallados por provocadores y golpeadores enviados por la burocracia.

Bejamin relata que Reich les leía a él y a Asia los últimos discursos de Kamenev. Cómo Lélevich (su verdadero nombre era Gilelevich Kalmanson) se lamenta en una conversación con Benjamin por no poder acudir al discurso que daría Trotsky en la Comitern a favor de Zinoviev.[[14]] Bejamin menciona, como de pasada, una entrevista con Olga Kameneva[[15]] (hermana de Trotsky y esposa de Kamenev) –quien en aquel entonces se desempeñaba como funcionaria de la “Unión de Sociedades Soviéticas de Amistad y Relaciones culturales con otros países”- seguramente la entrevista tuvo como tema tareas tales como conferencias y artículos; si la entrevista versó también sobre la oposición a Stalin es cosa que no se menciona en su diario.

Benjamin relata la conversación con un director de teatro, Bela Ilesh (escritor húngaro) quien había participado con Trotsky en la batalla que derrotó al general blanco Wrangel durante uno de los episodios más dramáticos de la guerra civil, sin embargo, el régimen lo “degrado” convirtiéndolo de manera forzada en director de teatro.[[16]]

En algunas partes del diario Benjamin cuenta, al parecer sin siquiera notarlo, la represión que la misma Asja Lacis estaba sufriendo a manos de los gendarmes stalinistas del arte–a juzgar por su diario, Benjamin parece estar más preocupado por los cambios de humor de Lasja, que él interpreta como desaires a sus coqueteos, que por el acoso del que estaba siendo objeto-  Asja era citada a reuniones con un oscuro censor stalinista (un tal Knorin) quien parecía seguirle los pasos provocándole angustia y nerviosismo.[[17]] Benjamin fue testigo de cómo, ya en esas fechas, los oradores de la Oposición eran acallados en los eventos oficiales[[18]] y menciona las deportaciones de opositores desde la estación de Yaroslavsky en Moscú[19].

Es sumamente interesante el intercambio reflexivo de Benjamin con el oposicionista Reich; en sus charlas se dibuja claramente muchas de las características centrales de la contrarevolución política impulsada por Stalin: el dogmatismo hecho slogan en lugar de la crítica revolucionaria, la “normalización” con el mundo capitalista (producto de la “teoría” antimarxista del socialismo en un solo país) y la sofocación de los comunistas en el interior de Rusia, la desigualdad creciente producto de la NEP, los nuevos ricos que comienzan a salir de sus madrigueras, con sus ropas de gala.

En suma, se expresa en sus agudos comentarios el proceso de cuestionamiento y efervescencia de los sectores más vivos y sanos de la sociedad rusa en contra de la burocracia y la desigualdad, crítica subterránea y sofocada pero no menos existente, en el que se apoyaba la oposición trotskista en la URSS

Los debates de Benjamin con Reich son el tipo de discusiones que se dieron años después en los campos de concentración stalinistas, mediante una acalorada correspondencia entre diferentes regiones de deportados y en “escuelas de formación”[[20]] improvisadas en estos campos de exterminio, polémica con la cual La Oposición de Izquierdas –ya sin Kamenev y Zinoviev que se doblegaron ante Stalin- elaboraba su programa y sus consignas. Benjamín expone algunas de sus conclusiones:

En las conversaciones con Reich he ido expresando las disparidades que presenta actualmente la situación rusa. Hacia el exterior, el gobierno busca la paz para firmar tratados comerciales con los países imperialistas; pero ante todo trata de suspender en el interior la actividad del comunismo militante, empeñándose en lograr una paz social a plazo fijo, en despolitizar la vida burguesa en la medida de lo posible. Por otra parte, en las asociaciones de pioneros, en el Komsomol, se da a la juventud una educación “revolucionaria”. Lo cual significa que lo revolucionario no les llega como experiencia, sino en forma de consignas. Se intenta suprimir la dinámica del proceso revolucionario dentro de la vida estatal: queriendo o sin querer, se ha reiniciado la restauración.[[21]]

Para Trotsky la burocracia bonapartista que “succionaba” la fuerza vital de la revolución era un régimen contradictorio a medio camino de la “restauración” capitalista y el socialismo. Trotsky señalaría posteriormente, en La revolución traicionada, que, si la clase obrera no derrocaba políticamente a la burocracia, ésta preferiría convertirse en capitalista antes de entregar el poder a los trabajadores a los que había expropiado políticamente.

En la época donde Benjamin escribió la cita anterior, la Oposición aún luchaba dentro del partido por la reforma o el regreso a las ideas originales del bolchevismo. Pero la aguda reflexión de Benjamin era precisamente el tipo de discusiones que se daban en las filas “trotskitas”. Broue cita la carta de un deportado, que ejemplifica el tipo de debates que animaban los campos de concentración en los años treinta:

[…] ¡Cuánta diversidad de opiniones, cuanta libertad en cada artículo! ¡Cuánta pasión y cuanta franqueza en la exposición de cuestiones no sólo abstractas, sino también en todo aquello que tocaba la actualidad más ardiente! ¿Podemos reformar el régimen por vías pacíficas o será necesario un levantamiento armado, una nueva revolución? ¿es Stalin un traidor de un modo consciente […] Su política, ¿es reaccionaria o contrarevolucionaria? […] Los autores firman con su propio nombre.[21]

Sus conversaciones con el entorno que lo recibiría en Rusia –los círculos culturales y artísticos opuestos al stalinismo, muchos ellos trotskistas que serían desterrados y enviados a campos de concentración- versaban muy frecuentemente sobre temas políticos, sobre el influjo de la burocracia en el arte, sobre dialéctica y materialismo, etc. Si bien Benjamin se refiere a veces a los revolucionarios con los que discute como “fanáticos”[[22]], es claro que sus simpatías están cercanas a éstos (Benjamin se califica ya de marxista) y muy alejadas del stalinismo que ahoga la creación cultural.

Su rechazo al stalinismo fue la razón por la cual Benjamin no ingresaría al Partido Comunista Alemán, pero probablemente existieron razones índole personal: en las páginas de su diario se manifiesta el debate interno de Benjamin sobre su ingreso al Partido y sus dudas, propias de la pequeña burguesía de izquierda: ¿Sacrificar su libertad personal a una burocracia? ¿Entrar temporalmente y “experimentar”? ¿Se puede ser “independiente” de la organización proletaria sin pasarse al lado de la burguesía?, ¿Se puede buscar el “provecho personal” sin pasarse del lado de los explotadores?, ¿Cómo ponerse del lado del proletariado sin someterse a una estructura patidaria?, ¿Cómo ser un materialista dialéctico sin renunciar a un estilo de vida?[[23]]

Si bien sus comentarios hacia los bolcheviques (incluida Asia Lacis, su amor platónico) denotan el dejo del escepticismo de un simpatizante pequeñoburgués, es evidente Benjamin está en un proceso de reflexión que lo llevará a acercarse, a su regreso a Europa, a algunos textos de Trotsky y a mantener la idea de que el marxismo es estéril sin una militancia activa.

Este punto lo separaría definitivamente –en el terreno político- de los fundadores de la Escuela de Frankfurt -amigos suyos- quienes mantenían una cómoda posición contemplativa, puramente especulativa y de abierto desdén a los trabajadores.

Benjamin fue quizás el único que para 1929, en el marco del ataque y silenciamiento a la oposición en la URSS, aún consideró posible citar a propósito del surrealismo, como autoridad en el terreno de la política hacia los artistas, a Trotsky, o reivindicar en sus diarios sus lecturas de Mi vida o ¿A dónde va Inglaterra?[[24]]

A su retorno a Alemania, Benjamin mostrará abiertamente sus simpatías por Trotsky. En una conversación entre amigos en 1927, después de una presentación en Berlín – episodio relatado por Soma Morgenstern- Benjamin se pone de lado de los que defienden a Trotsky frente a la figura de Stalin reivindicada por Brecht y otros:

En el trascurso de la noche […] la conversación se puso seria. El nombre de Trotsky fue la causa […] la discusión sobre este affaire dividió al grupo. Brecht junto con Klabund y esposa estaban totalmente de lado de Stalin. Hardt y yo defendimos celosamente a Trotsky. En cuanto a Benjamin se unió a nosotros. […] Mientras vivió Lenin, Stalin fue un hombre de tercera categoría, con mucho. Que él, comparado por Trotsky, que era en ese entonces la gloria de la revolución triunfante, tuviera el peso para ponerse en contra de Trotsky, que él, un hombre cauteloso, se haya animado a hacerlo y que se haya impuesto, prueba que el clima del país ya estaba como que el partido se encolumnara detrás de Stalin y que un Stalin pudiera expulsar a Trotsky de Rusia.

Con este argumento me gané la ayuda de Benjamin y de Hardt, pero no gané la discusión. Porque las discusiones –eso lo vi después en Hollywood- las gana siempre Bertold (sic) Brecht, y lo hacía poniéndose a gritar, y lo que no le cuadra no venía “para nada al caso”.[[25]]

Sobre su acercamiento y amistad, durante los años treinta, a Bertlot Brech –poeta y militante comunista- versarían las diferencias y desacuerdos con Theodor Adorno (uno de los fundadores de la Escuela de Frankfurt). Efectivamente Bejamin y Brech pretenden lanzar una revista con el título Krise und Kritik (Crisis y crítica) con la que aspiraban a intervenir dentro de la intelectualidad radical defendiendo, desde una perspectiva marxista, una posición militante frente a los problemas de crisis social, artística y cultural.[[26]]

Llama la atención las similitudes entre el proyecto –nunca aterrizado- de Benjamin y Brecht y el Manifiesto por un arte proletario independiente, proyectado por Trotsky, Breton y Rivera –tampoco aterrizado después del asesinato de Trotsky-. En ambos se llama a los intelectuales y creadores a organizarse para luchar contra el orden capitalista y el fascismo, por la independencia creadora del arte frente a todo intento por dominarlo. Así mismo Benjamin en su obra El autor como productor se pronuncia por la unión entre el arte y la vida, proyecto opuesto a la lógica del sistema capitalista y que recuerda mucho a las opiniones de Trotsky acerca de la reconciliación entre el arte y la vida, así como la defensa de las vanguardias rusas que ya empezaban a ser sofocadas por Stalin.

El autor como productor

“[…] la lucha revolucionaria no es la lucha entre el capitalismo y el Espíritu sino entre el capitalismo y el proletariado” [Benjamin]

Este notable ensayo no deja lugar a dudas sobre el acercamiento de Benjamin a las ideas de Marx. A nuestro juicio implica un salto del escepticismo de un simpatizante a un marxismo bastante radicalizado, propias de un recién converso, incluso hasta excesos “ultraizquierdistas”. El texto es una ponencia que Benjamin dicta en abril de 1934 en el “Instituto para el estudio del fascismo de París” en donde urge a los artistas a oponerse al fascismo por medio de la revolución.

Todo el texto tiene como leiv motiv el justificar un arte de tendencia cuyo “hilo-político conductor” sea la lucha por el socialismo, desde el punto de vista del proletariado. La tesis central del texto intenta apoyarse en un análisis materialista de las relaciones sociales de producción para determinar el lugar del artista en el proceso de lucha por la transformación de la realidad, así como la relación entre el contenido y la forma en el arte revolucionario; ante todo, la relación del creador con sus medios de producción artísticos.

De acuerdo a Benjamin, si la revolución socialista implica la liquidación de la forma clasista de producir, la transformación que la revolución exige del arte implica que el autor se vea a sí mismo como un productor, no sólo de objetos artísticos sino de nuevas técnicas y medios productivos para el arte. No se debe trabajar sólo sobre el producto sino sobre los medios de producción. Sólo esto podrá impedir que la transformación interior del artista que pretende unirse a la causa proletaria, se quede en el mundo interno del autor y no trascienda más allá de la producción de simples medios de consumo asimilables por la moda capitalista. El intelectual revolucionario debe traicionar sus orígenes de clase burgueses:

Esta traición consiste, en el caso del escritor, en un comportamiento que lo transforma, de abastecedor del aparato de producción, a ingeniero dedicado a adaptarlo a los fines de la revolución proletaria. […] ¿Logra impulsar la socialización de los medios de producción intelectual? ¿Descubre procedimientos para organizar a los trabajadores intelectuales en el propio proceso de producción? ¿Tiene sugerencias para la refuncionalización de la novela, del drama, de la poesía? Cuanto mejor logre encauzar su actividad en estas tareas, más correcta será la tendencia y más alta será necesariamente la calidad técnica de su trabajo. Y por otra parte: mientras más preciso sea su conocimiento del lugar que ocupa en el proceso de producción, menor será la tentación de hacerse pasar por un “hombre de espíritu.[[27]]

Sin duda las ideas de Benjamin a este respecto estaban permeadas fuertemente por las vanguardias rusas. La exigencia de Benjamin de orientarse a la “literarización de todas las relaciones vitales” recuerda mucho a las tesis de Maiakovsky acerca de “fundir el arte con la vida del pueblo” y de la de “transformar la vida” de Tatlin.

Junto con las influencias vanguardistas, se debe señalar que Benjamin parece compartir las mismas virtudes y limitaciones que aquéllas. Benjamin cita en su texto la respuesta de René Macublanc cuando se le preguntó para quién escribía, partamos de la llamativa respuesta para explicar lo que a nuestro juicio constituyen las limitaciones de la tesis de Benjamin:

No cabe duda, dice Maublanc, que yo escribo casi exclusivamente para un público burgués. Sea porque estoy obligado a ello, como cuando se me encarga escribir un discurso para la distribución de premios en la escuela secundaria donde soy profesor; sea porque, de nacimiento burgués, de educación burguesa, de ambiente burgués, me inclino naturalmente a dirigirme a la clase a la que pertenezco, que mejor conozco y a la que soy quien mejor puede comprender. Esto no quiere decir que escriba para halagarla, para darle gusto o para sostenerla. Convencido de que la revolución proletaria es necesaria y deseable, creo que será tanto más rápido, fácil y segura, y tanto menos sangrienta, cuanto menor sea la resistencia de la burguesía . . . El proletariado necesita hoy aliados provenientes de la burguesía así como en el siglo XVIII la burguesía necesitó aliados provenientes de la nobleza. Yo quisiera contarme entre ellos.[[28]]

En realidad a los artistas progresistas, venidos de los medios burgueses, no se les puede pedir mucho más que ésta franqueza y su involucramiento honesto en el proceso revolucionario desde su trinchera cultural. Pedir un arte radicalmente nuevo, como hace Benjamin, es pedirle “peras al olmo”. La explicación de ello, a nuestro juicio, se encuentra en las críticas que Trotsky hizo a las vanguardias rusas (en especial al Prolekult y a Maiakovsky).

No es posible una simultaneidad mecánica entre unas condiciones objetivas maduras para una revolución social, la consciencia política de ello (entre un grupo de políticos o artistas de vanguardia); y, por otro lado, una sensibilidad y emociones nuevas, en un mundo que aún no ha cambiado los viejos modos de sentir. Si en las revoluciones las condiciones objetivas se estrellan contra la consciencia de las masas, es sólo porque ésta última avanza con muletas mientras aquellas con zancos. Si la consciencia se sacude en las revoluciones, las formas inconscientes de sentir (base de la sensibilidad estética) no se conmueven a la misma velocidad.

Después de la revolución las masas piensan diferente; pero, en general, sienten, aman y lloran como antes. La consciencia política puede ser revolucionaria pero las formas de sensibilidad, al estar enterradas en el inconsciente, no pueden transformarse mecánicamente al mismo ritmo que las condiciones sociales. Por ello el llamado de Benjamin de crear, a la manera constructivista, nuevas formas productivas para el arte, suena tan utópica, como lo eran muchos de los excesos nihilistas de las vanguardias tan duramente criticadas tanto por Trotsky como por Lenin.

Incluso lo anterior es cierto, como hemos visto, en el marco de una revolución socialista triunfante. Benjamin opina que si el autor se ve como productor evitará crear “capillas” separadas de las masas, separadas de la transformación de la vida. Pero la renuncia de las viejas formas de producir arte, que Benjamin promueve, representa tan sólo una renuncia para su círculo intelectual –su capilla- puesto que las masas no pueden renunciar a algo que, en general, nunca han poseído y de lo que se deben apropiar, antes de pensar en un verdadero arte nuevo.

Más mecánico aún es la equivalencia directa que Benjamin parece establecer entre una nueva técnica para el arte como sinónimo de un arte más progresista desde el punto de vista estético. Este mecanicismo muestra, a nuestro juicio, las limitaciones del marxismo de Benjamin (en esta etapa de su pensamiento). En realidad, como señala Trotsky, a excepción de la arquitectura, la literatura es la rama del arte que menos relación tiene con la técnica: “un buen poema futurista puede escribirse a lápiz en mal papel en algún pueblo de la provincia de Riazan”, señaló. En realidad la calidad de una obra artística tiene mucha más relación con la expresión estética de emociones sociales que con la técnica con la que se trabaja.

Esto no niega, por supuesto, la tesis de Marx acerca del desarrollo de las fuerzas productivas y la transformación de la superestructura. En los Grundrisse Marx explica por qué la épica antigua en su expresión clásica no puede ser producida en un mundo mecanizado y con rascacielos, y al mismo tiempo que explica que el arte tiene su propia dinámica.

El cine, la arquitectura, la música, la pintura están vinculados con las capacidades técnicas de creación, pero éstas constituyen, apenas, el punto de partida. La música “disco” no es de mayor calidad que la música romántica o clásica por el hecho de usar un procesador. Es verdad, en última instancia, que la superestructura depende del desarrollo de las fuerzas productivas, pero se trata de una tesis general, que implica contradicciones y retroalimentaciones, que no anulan la dinámica propia del arte. No existe una relación directa entre técnica y arte de la misma forma que no existe una relación directa entre la genética y la cultura, por más que los seres humanos tengamos genes.

Por otro lado, la tesis de Benjamin según la cual la tendencia política implica una tendencia literaria y, al mismo tiempo, que la fidelidad entre ambas justifica la calidad artística de una obra, representa un axioma formal bastante dudoso. En la Revolución rusa existieron poetas improvisados que dedujeron sus versos casi directamente del marxismo y de la lucha de clases, pero ello no aseguraba de ningún modo la calidad artística de sus obras. Frente a éstas era, en el 99% de los casos, preferible que los obreros leyeran al burgués Moliere que los torpes versos “proletarios” de algún autor improvisado. Desde el punto de vista político el marxismo es superior al pensamiento burgués, pero desde el punto de vista estético un buen marxista bien puede ser un pésimo artista.

En lo político los obreros ya tienen a Marx pero en lo artístico necesitan apropiarse de Balzac por más que el pensamiento político de éste fuera conservador. No se excluye, por supuesto, la existencia de obras de tendencia (socialista) con una calidad artística notable. Sin duda la poesía de Maiakovsky era de tendencia, pero ante todo tenía calidad estética, lo mismo puede decirse de la obra de Diego Rivera.

La música y poesía de Silvio Rodríguez es bella porque expresa poéticamente a la Revolución Cubana y al amor, no por el simple hecho de ser revolucionaria; para eso último ya tenemos el pensamiento marxista. El arte debe ser juzgado en su propia dinámica, en las leyes que éste mismo se ha impuesto. El autor, efectivamente, no crea en la estratosfera y por lo tanto expresa sentimientos, ideas y aspiraciones de clase; pero éstas no constituyen el criterio central para evaluar su obra desde un punto de vista estético. La cosa cambia, por supuesto, si pretendemos hacer un análisis histórico y social de un artista y su obra, lo cual es legítimo y necesario. Sólo hay que tener cuidado de no confundir los planos, confusión frecuente en los análisis “marxistas” sobre el arte.

No obstante lo anterior, Benjamin comparte, por supuesto, las virtudes de las vanguardias artísticas revolucionarias: en primer lugar su franca oposición al capitalismo y su entrega consciente (al menos en el plano teórico) a la causa revolucionaria. De lo anterior se deriva su obsesión por la experimentación, su rechazo a formas y contenidos osificados que se sobreviven a sí mismos, su preocupación por la vinculación entre el arte y la vida. En esta vía las coincidencias con Trotsky aparecen, quizá, con más relieve que las discrepancias. Trotsky propugnaba, también, por la fusión del arte con la vida, sólo que Trotsky advertía que esta fusión no es automática y requiere premisas materiales, advierte que en la primera etapa de la revolución el papel progresista del arte no consiste en crear un “arte proletario” sino en ser absorbido como cultura general por el pueblo.

La insistencia de Benjamin, en que el autor es un productor, está sin duda relacionada con la intención de que los artistas se vean como parte del proletariado y vinculen su creación con su causa. Esta interpretación del artista, aunque con fuertes tintes propagandísticos más que teóricos, era una característica muy sana de las vanguardias y su ideario político. Así, por ejemplo, la cultura del México popular le debe a estas ideas a gigantes como Diego Rivera -quien fundó en 1922, junto con David Alfaro Siqueiros[[29]] y José Clemente Orozco-, el “Sindicato de Pintores y Escultores” que impulsaría el Muralismo como corriente artística revolucionaria, su impacto fue mundial y sus ideas en el arte deben ser rememoradas y reivindicadas.  

Las tesis del “sindicato” eran del mismo cariz que las ideas de Benjamin: los artistas son obreros, se debe renunciar al arte de caballete, el arte debe asociarse con la vida (los murales), el arte debe ser colectivo, los artistas deben luchar por una sociedad sin clases y por una sociedad socialista.[[30]]

Los defectos mecanicistas que pueden encontrarse en El autor como productor son pulidos en su obra posterior La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica, sobre todo en lo que se refiere a la dialéctica entre subjetividad y bases productivas. Lo que es cierto es que Benjamin matizó posteriormente su postura linealmente determinista. Lo anterior se atestigua en su correspondencia con Werner Kraft fechada en 1938, en donde se discute el papel de la tradición en los artistas de vanguardia, especialmente en la obra de Brecht. Kraft le plantea sus dudas a Benjamin:

[…] se plantea “el problema de si un poeta es capaz de crear sin ninguna tradición y contra toda tradición. Todavía no tengo una respuesta satisfactoria. Tal vez usted sí me resultó muy revelador que precisamente Trotsky, en su importante escrito “Literatura y Revolución”, presuponga que es obvio el empalme correcto en la revolución con la tradición.[[31]]

A estas interrogantes -muy sugerentes en cuanto al acercamiento de Benjamin con Trotsky, pues Kraft le remite a Benjamin una obra familiar del que éste sería un mayor conocedor- Benjamin responde señalando su acuerdo con Trtosky y explica que Brecht no carece de raíces en la tradición, especialmente la poesía popular bávara y el barroco del sur de Alemania.[[32]]

La obra de arte en la época de su reproducibilidad técnica

En su famoso texto La obra de arte en la época de su reproducibilidad técnica (1936) Benjamin realiza un estudio original y audaz sobre los efectos que sobre la superestructura artística ejerce la infraestructura económica del capitalismo. No se trata ya de un estudio mecanicista sino de uno dialéctico que comprende las contradicciones entre una tecnología que se desarrolla a un ritmo galopante y, por otro lado, la consciencia (incluida la estética) lerda y perezosa que se arrastra detrás de los acontecimientos y los comprende “post festum”. Esta tesis notable, acerca del desarrollo desigual entre lo material y lo “subjetivo”, puede encontrarse, por supuesto, en Marx y en los escritos de Trotsky (Historia de la revolución rusa). Uno de los inconvenientes en la comprensión del texto es el estilo extremadamente oscuro de Benjamin y la utilización de conceptos teológicos o místicos (el “Aura”, por ejemplo) que pueden conducir a ambigüedades.

Benjamin se aproxima a las obras artísticas para subrayar las condiciones histórico-sociales que incuban su surgimiento y en las que se fraguan las formas de sensibilidad y percepción en las que se contemplan. “Dentro de grandes espacios históricos de tiempo se modifican, junto con toda la existencia de las colectividades humanas, el modo y manera de su percepción sensorial. Dichos modo y manera en que esa percepción se organiza, el medio en el que acontecen, están condicionados no sólo natural, sino también históricamente”.[33] Trotsky aborda a la obra artística desde un ángulo similar: “Una nueva forma artística, considerada desde un amplio punto de vista nace para responder a nuevas necesidades […] El poeta puede encontrar el material para su arte tan solo en su ambiente social y trasmitir los nuevos impulsos de la vida por medio de su particular consciencia artística”.  Estas coincidencias iniciales, harto sumarias, son la expresión del punto de vista marxista de ambos. Si las coincidencias estribaran sólo en este punto la podríamos considerar como una perogrullada. La coincidencia, sin embargo, va más allá: ambos se niegan a reducir al arte a un puro y simple símbolo social.

Benjamin no se conforma con establecer los fundamentos sociales de la evolución de la obra de arte; se interesa, ante todo, por estudiar la forma específica en que el arte es percibido, es decir, su forma peculiar (estética) que hace del arte un producto peculiar. Para referirse a ella Benjamin utiliza el concepto “Aura”: forma específica de apreciación artística en las sociedades pre-capitalistas conformada por la tradición en la que se inserta la obra de arte. El “Aura”, como percepción estética tradicional, está siendo destruida por las formas de reproducción masiva y en serie del capitalismo. Marx había afirmado en El Manifiesto Comunista que la producción capitalista destruye el velo de santidad de los productos más sublimes, todo lo tradicional es disuelto en el cálculo egoísta y el mezquino afán de lucro. Benjamin sostiene, igualmente, que todo el contexto sacramental en el que el arte se producía, desde los tiempos primitivos –como pensamiento mágico- hasta el arte “trascendental” del Medievo (las Vírgenes inmaculadas) es profanado por la reproducción en serie de mercancías.

Si bien Trotsky no se ocupa del aspecto tradicional del arte precapitalista, es llamativa la convergencia entre Benjamin y Trotsky consistente en subrayar la especificidad de la obra de arte no sólo como producto histórico social sino como objeto de percepción y de gozo estético. Así, en polémicas establecidas en el Comité Central Trotsky enfatizó, frente a los teóricos del arte proletario, la peculiaridad de la obra artística. A Raskólnikov le reprochó que “En las obras artísticas, ignora precisamente lo que hace que sean artísticas […] lo que da valor a la Divina Comedia, según él, es que permite comprender la psicología de una clase determinada en una época determinada. Pero plantear el problema de ese modo, es sencillamente borrar la Divina Comedia del terreno del arte […] la transformo inmediatamente en un simple documento histórico, ya que, en tanto obra de arte, la Divina Comedia se dirige a mi propio espíritu, a mis propios sentimientos y debe decirles algo”. Trotsky, a su manera, identificaba muy bien lo que Benjamin conceptualizaba con el término “Aura” (Para esta comparación debemos extender y forzar el concepto Aura a la recepción estética de la obra y no tanto a su vinculación con lo tradicional).

Benjamin pinta una panorámica de la historia de los medios de reproducción de la obra de arte que va desde la fundición y el acuñamiento del mundo antiguo hasta la imprenta, la fotografía y el cine del mundo capitalista. No se trata de una añoranza romántica por el aura perdida del arte, como un lector posmoderno o romántico pudiera pensar, sino de un estudio objetivo de los afectos que tiene sobre el arte los medios modernos de su reproductibilidad. Efectivamente: los efectos de la técnica sobre el arte transforman al objeto artístico, a la percepción artística, se trata de efectos revolucionarios y potencialmente emancipadores. En palabras de Benjamin:

La técnica reproductiva desvincula lo reproducido del ámbito de la tradición […] conducen a una fuerte conmoción de lo transmitido, a una conmoción de la tradición, que es el reverso de la actual crisis y de la renovación de la humanidad.[34]

No existe ni un ápice de romanticismo por más que se hable de un Aura en extinción, el análisis no es posmoderno sino marxista.

La disolución del Aura, a la vez que destruye los fundamentos de la producción y contemplación del arte, crea el potencial para una nueva forma de producción y sensibilidad estéticas una producción masiva y una contemplación asequible a las masas. Nos dice Benjamin que: “La reproducibilidad técnica de la obra artística modifica la relación de la masa para con el arte. De retrógrada, frente a un Picasso, por ejemplo, se transforma en progresiva, por ejemplo, cara a un Chaplin. […] la pretensión por parte de la obra de arte de llegar a las masas”. [35]  Pero Benjamin no percibe el potencial de una manera reformista, comprende que entre lo potencial y lo real se alza la barrera de la producción capitalista y la alienación que bloquea nuevas formas revolucionarias de la percepción. La precepción estética de las masas está limitada: “La orientación de la realidad a las masas y de éstas a la realidad es un proceso de alcance ilimitado tanto para el pensamiento como para la contemplación”. Benjamin encuentra, a su manera, una contradicción que clama por ser resuelta: la contradicción entre el potencial emancipatorio del arte, la posibilidad de una nueva relación estética con el mundo que trata de realizarse y, por otro lado, la imposibilidad de su nacimiento en los límites del capitalismo.

Entonces lo que late en las tesis de Benjamin es la aspiración a derribar esas barreras, de derribar al capitalismo.  Sin duda éste habría firmado la siguiente tesis programática escrita por Trotsky y Breton contenida en el Manifiesto por un Arte Revolucionario Independiente:

Aquello que deseamos es:

La independencia del arte-por la revolución

La revolución-para la liberación definitiva del arte.

Estas inspiradoras palabras están escritas como un llamado a los artistas a que defiendan su actividad vital frente al ascenso del fascismo. La misma preocupación es la que motiva el texto de Benjamin; la preocupación por la amenaza que se cierne sobre uno de los productos más preciosos de la humanidad: el arte.

La guerra imperialista es un levantamiento de la técnica, que se cobra en el material humano las exigencias a las que la sociedad ha sustraído su material natural. En lugar de canalizar ríos, dirige la corriente humana al lecho de sus trincheras; en lugar de esparcir grano desde sus aeroplanos, esparce bombas incendiarias sobre las ciudades; y la guerra de gases ha encontrado un medio nuevo para acabar con el aura.

Su autoalienación ha alcanzado un grado que le permite vivir su propia destrucción como un goce estético de primer orden. Este es el esteticismo de la política que el fascismo propugna. El comunismo le contesta con la politización del arte.[36]

A ambos pensadores los une el llamado militante a enfrentarse a la decadencia del capitalismo (que amenaza con destruir a la humanidad y a la cultura) por medio de la revolución. Este punto de convergencia, el nudo que une a las dos reflexiones sobre lo estético, no puede ser ignorado. La esencia revolucionaria de las reflexiones de Benjamin, al menos en esta etapa, ha sido ignorada por la mayoría de los comentaristas.

Tesis sobre historia

“La revolución social del siglo XIX no puede sacar su poesía del pasado, sino solamente del porvenir. No puede comenzar su propia tarea antes de despojarse de toda veneración supersticiosa por el pasado […] debe dejar que los muertos entierren a sus muertos, para cobrar conciencia de su propio contenido. Allí, la frase desborda el contenido; aquí, el contenido desborda la frase”. (Marx, El dieciocho brumario de Luis Bonaparte)

La suerte de los pensamientos intimistas de Benjamin, plasmados en sus Tesis sobre historia, ha sido similar al destino de las reflexiones de Gramsci, consignadas en los Cuadernos de la cárcel: han sido la oportunidad para que los políticos y filósofos de la Realpolitik y los intelectuales del stablishment encuentren un Benjamin y un Gramsci domesticados por la política del Status Quo. En particular, las Tesis sobre historia se interpretan en sentido opuesto al “espíritu” del marxismo. En el caso de Gramsci se afirma que los Cuadernos de la cárcel revelan a un político “realista”, estadista, teórico de la abstracción pura (sociedad civil vs sociedad política), de la moderación (propia de la izquierda posmoderna) y de la construcción de una “hegemonía” cultural gradualista como sustituto de una práctica revolucionaria (¿para qué impulsar una huelga si podemos organizar una obra de teatro?). Un Gramsci diferente al que fundó el PCI, al que editó el “Orden Nuovo”, al que propugnó por la unidad obrera y campesina; diferente al que teorizó sobre la incapacidad de la burguesía para sacar a Italia de su atraso feudal (la “Cuestión meridional”) y al que trató de aplicar las lecciones de la revolución de octubre en tierras italianas (especialmente en lo que respecta a los “soviets” italianos: los consejos de fábrica de Turín). Las reflexiones de Benjamin, por su parte, son interpretadas para presentar a un Benjamin posmoderno que se daría la mano con Heidegger -aunque Benjamin siempre despreció a este filósofo, incluso antes de que se uniera a los nazis-, Feyerabend, Lyotard. Un Benjamin contrario a la noción de progreso (particularmente de un concepto de progreso basado en el pensamiento de Marx), a la intelección racional del proceso histórico, teórico del pesimismo posmoderno; en fin, contrario al materialismo histórico de Marx y a las tesis, defendidas por el propio Benjamin, sobre la necesidad de la revolución expuestas en La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica y sobre todo en su obra El autor como productor.

La academia burguesa tiene un olfato como de perro para retomar todo lo que es oscuro, ambiguo y confuso; sobre todo si proviene de pensadores de izquierda que puedan aportar herramientas para desviar a las masas -ya sea consciente o inconscientemente- del cause revolucionario. No es casual el culto a oscuras y siniestras figuras como Foucault (cínico pederasta), las interpretaciones reformistas de Gramsci o contrarevolucionarias que se hacen del pensamiento de Lukacs.  Joseph Dietzgen afirmó en alguna ocasión que la filosofía oficial no era una ciencia, sino una salvaguarda contra el socialismo. Las tesis de Benjamin han sido muy aprovechables por la posmodernidad pues en ellas perecen mezclarse el agua y el aceite: el mesianismo judío con el marxismo, una especie de misticismo con el materialismo histórico, el deseo de la revolución con el deseo de frenar el avance de la historia. Es verdad que existen interpretaciones de izquierda de las Tesis sobre historia, como las de Michael Löwy[37] o Stefan Gandler, pero las interpretaciones posmodernas son las predominantes. Un ejemplo “clásico” de este tipo de interpretaciones lo representa Media noche en la historia de Reyes Mate, interpretación que habremos de debatir aquí.

Y sin embargo, las reflexiones de Benjamin que se publicaron con el título engañoso impuesto por Theodor Adorno de “Tesis sobre historia” no fueron escritas para plantear una “teoría” de la historia, sino más bien impresiones sobre el ascenso del fascismo y la traición de la socialdemocracia, aforismos que expresaban toda suerte de opiniones más o menos inconexas. Comenzó a escribirlas desde finales de 1939, pocos meses antes de su peregrinaje para escapar de Francia donde las autoridades estaban entregando a los judíos a la Gestapo. Se trata de un ramillete de pensamientos y reflexiones, escritas de forma dispersa en los márgenes de hojas de papel (incluso en hojas de periódico) como pensamientos al vuelo, mientras su autor peregrinaba huyendo de los nazis. Hasta donde sabemos, no fueron pensadas para su publicación, de ahí su naturaleza dispersa, fragmentaria, contradictoria, oracular. Parece ser que Benjamin era consciente del carácter ambivalente de sus tesis y de que éstas podrían generar confusión, estaba consciente que darlas a conocer era como “abrir las puertas de par en par a la incomprensión entusiasta”[38], sin embargo, peregrinó con ellas huyendo del fascismo como si fueran su posesión más preciada.[39] Aunque agudas e interesantes, no tienen el objetivo de presentar una visión teórica integral y coherente por lo que, al igual que una botella vacía, se pueden llenar con contenidos de clase contradictorios.  Benjamin mismo las describió como “[…] un manojo de hierbas juntadas en paseos pensativos” y “no un conjunto de tesis”.[40]  Expresan un estado de ánimo propio de aquel que huye para salvar su vida y que será orillado al suicidio[41]. Las Tesis sobre historias de Benjamin fueron publicadas por Theodor Adorno (1942), dos años después del suicidio de aquél, aun cuando no tenían el objetivo de darse a conocer tal y como fueron plasmadas.

Por esto constituye un abuso escandaloso de la academia burguesa presentar estos pensamientos como el non-plus ultra de la teoría histórica e incluso una superación de la concepción marxista de la historia. Pero autores posmodernos como Reyes Mate ven incluso en ellas “el armazón teórico con el que poder interpretar de una manera nueva la historia y, por tanto, su tiempo y el nuestro”[42]. Y sin embargo este mismo autor acepta que “[…] en la imagen del Ángel de la Historia, Walter Benjamin se está representando a sí mismo […] la impotencia que le adjudica a este ser celestial expresa su sentir frente a lo que estaba viviendo y que termina orillándolo a quitarse la vida con unas pastillas de morfina. [43]  Bolivar Echeverría comentó que no hay que descartar el impacto que tuvo la firma del tratado de no agresión firmado por Stalin con Hitler en el año 1939 en el deteriorado estado anímico de Benjamin.[44]

El lenguaje metafórico y religioso confiere a las tesis de Benjamin una fuerza estilística (de ahí su aspecto seductor) directamente proporcional a su oscuridad. El estilo oscuro y oracular se puede interpretar como se interpretaban las profecías de la esfinge o como se hace con los horóscopos de las revistas que se leen cuando se está en la sala de espera del dentista: cada cual le confiere el significado que ya trae en mente o que desea encontrar. Se pueden encontrar fragmentos que parecen apuntalar al pensamiento posmoderno como otros que apelan a la revolución, y sin embargo éstos últimos son deliberadamente ignorados por los intérpretes posmodernos, aunque son los dominantes en el texto.

Benjamin contra Benjamin

Tesis que parecen apelan a la revolución social, conviven con otras en donde Benjamin cae presa del desánimo. La vida de Benjamin estuvo atravesada por periodos de profundo decaimiento anímico, su espíritu se debatía entre la depresión suicida y el entusiasmo. La tesis XIII critica el concepto de progreso en general rechazando, al parecer, la esperanza de que un nuevo sol post-capitalista pueda surgir en el firmamento. Las interpretaciones dominantes, que convierten a Benjamin en el “profeta del fin apocalíptico de la historia” y en el opositor a las “utopías revolucionarias”, se derivan de lo que quizás es la tesis más sugestiva y citada del texto: la tesis IX conocida como el “Ángel de la Historia” que se inspira en un cuadro de Klee, perteneciente a la colección de arte de Benjamin, quien era un empedernido coleccionista de arte y de libros raros:

Hay un cuadro de Klee que se llama Angelus Novus. En él se presenta a un ángel que parece como si estuviera a punto de alejarse de algo que lo tiene pasmado. Sus ojos están desmesuradamente abiertos, la boca abierta y extendidas las alas. Y éste deberá ser el aspecto del ángel de la historia. Ha vuelto el rostro hacia el pasado. Donde a nosotros se nos manifiesta una cadena de datos, él ve una catástrofe única que amontona incansablemente ruina sobre ruina, arrojándolas a sus pies. Bien quisiera el detenerse, despertar a los muertos y recomponer lo despedazado. Pero desde el paraíso sopla un huracán que se ha enredado en sus alas y que es tan fuerte que el ángel. Este huracán le empuja irreteniblemente hacia el futuro, al cual da la espalda, mientras que los montones de ruinas crecen ante él hasta el cielo. Este huracán es lo que nosotros llamamos progreso.[45]

Stefan Gandler, por su parte, ha interpretado esta tesis como una imagen crítica del capitalismo, de un modo de producción en donde los seres humanos avanzamos hacia el abismo producto de relaciones sociales fetichizadas y de fuerzas ciegas y anárquicas que no controlamos, el “ángel de la historia” somos los seres humanos dirigidos por el capitalismo a la guerra mundial que amenaza convertir a la civilización en una pila de escombros que tocan el cielo:

Entonces, el Ángel de la Historia, que camina de espaldas, es la sociedad burguesa con su formación de producción capitalista, industrial y organizativo (en el sentido de una organización fuera de control de la sociedad, solamente en manos de algunos, es decir una organización instrumental), se aleja de sus viejas promesas de liberté, égalité, fraternité). Con cada paso cimienta más y más profundamente las estructuras de explotación […][46]

Pero la interpretación más obvia lleva al pesimismo hasta cimas hiperbólicas. La historia es una colección de catástrofes sin sentido, el progreso es la ilusión con que los hombres ocultan su camino hacia el abismo. Es imposible prever el futuro porque avanzamos ciegos hacia él, el progreso nos lleva cada vez más lejos del paraíso y, por tanto, más cerca del infierno. Más que una teoría de la historia estamos ante un estado de ánimo que desemboca en el pantano del posmodernismo.

Para Reyes Mate, interprete posmoderno, las tesis de Benjamin se orientan contra la noción de progreso de la civilización en general y no únicamente de la sociedad contemporánea (capitalista, agregamos nosotros):

[…] Ahora como ayer, en efecto, es verdad que para los oprimidos el estado de excepción es una situación permanente. Ni la multiplicación del estado social de Derecho, ni el avance de la democracia liberal, ni el prestigio del discurso sobre los derechos humanos, ni el crecimiento de la riqueza mundial por obra y gracia de la globalización económica, han conseguido mandar al desván de las pesadillas la contundente afirmación de la tesis VIII, a saber, que todos esos progresos se hacen sobre las espaldas de una parte de la humanidad.[47]

No tuvimos que esperar a Reyes Mate para saber que la historia de la civilización hasta nuestros días –como señaló Marx en el Manifiesto Comunista- no ha sido más que la historia de la opresión de una clase sobre otra; en este sentido el progreso técnico que ha traído consigo las civilizaciones se ha hecho con la sangre, sudor y lágrimas de los explotados. Pero el posmoderno excluye de plano cualquier posibilidad de superar la explotación del hombre por el hombre pues, como señala Foucault, las “relaciones de poder” son inmanentes al ser humano. Reyes Mate interpreta a Benjamin en el sentido de que “lo letal era la lógica del progreso”.[48]

Es necesario entender la concepción marxista del progreso para desenredar las torpes afirmaciones de Reyes Mate y la corriente posmoderna. Marx y Engels no se basaban en consideraciones sentimentales o subjetivas para sostener su tesis sobre la existencia de progreso en la historia, sino que concebían a éste en términos materialistas: desde el punto de vista del control que un modo de producción determinado da a los hombres sobre la naturaleza; o, en otros términos, desde el punto de vista del desarrollo de las fuerzas productivas y la capacidad de estas para desarrollar la productividad del trabajo. Este criterio no es arbitrario porque refleja lo específicamente humano: la producción de la vida por medio del trabajo y la producción de herramientas. Desde este punto de vista es claro que el capitalismo, a pesar de su moral individualista y egoísta, es infinitamente superior al comunismo primitivo en sus fuerzas productivas y por tanto, en la productividad del trabajo humano. ¿No tenemos derecho a afirmar, acaso, que un procesador o un satélite espacial es técnicamente superior a un hacha de piedra?  Pero el progreso histórico es contradictorio y está lleno de contrastes: Engels señalaba a ese respecto lo siguiente:

Siendo la base de la civilización la explotación de una clase por otra, su desarrollo es constantemente antinómico. Cada progreso en la producción es al mismo tiempo un retroceso para la clase oprimida, es decir, para la mayoría. Cada beneficio para unos es por necesidad un perjuicio para otros; cada grado de emancipación conseguido por una clase es un nuevo elemento de opresión para otra.[49]

Pero como el posmoderno no concibe alternativa al capitalismo tampoco puede concebir otra noción de progreso que no sea la vulgar versión liberal y se revuelve indignado contra este muñeco de paja. La ideología dominante en el periodo de ascenso del capitalismo fue el liberalismo y el reformismo junto con la creencia en el progreso lineal e ininterrumpido (durante el prolongado boom de la postguerra -1945-1974 – presenciamos un nuevo ascenso de las ideas reformistas cuya base material se ha evaporado -). La ideología dominante burguesa durante el periodo de decadencia senil del capitalismo, además del empirismo estrecho (positivismo), es la ideología posmoderna: el irracionalismo, misticismo, arbitrariedad y pesimismo decadentes. El capitalismo es ya incapaz de progresar, de entender racionalmente su entorno (haciendo excepción de la ciencia positiva necesaria para la valorización del capital), de producir ideas originales, de producir sistemas filosóficos. Por lo tanto, sus ideólogos sostienen que todo progreso es imposible y que estamos ante el fin de la historia y el fin de las ideologías y todo el que lo contradiga no es más que un utopista irremediable. Sin embargo, el hecho de que el capitalismo esté en decadencia y sea incapaz de progresar no quiere decir que derrocando al capitalismo todo progreso sea imposible. Trotsky era perfectamente consciente del desarrollo contradictorio del progreso histórico. Su célebre teoría del desarrollo desigual y combinado de la que se desprende, a su vez, su concepción de la “Revolución permanente” se basa en el desarrollo contradictorio y desigual del capitalismo:

Los sabios liberales –que ya no existen- han descrito comúnmente el conjunto de la historia de la humanidad como una sucesión lineal y continua de progreso. Era falso. La marcha del progreso no es rectilínea, es una curva quebrada, zigzagueante. A veces la cultura progresa, otras declina. Hubo la cultura de Asia antigua, hubo la cultura de la Antigüedad, de Grecia y Roma, luego la cultura europea comenzó a desarrollarse, y ahora la cultura americana nace en los rascacielos.[50]

La idea posmoderna de que el progreso en la historia no existe, nunca ha existido ni nunca existirá es útil al stablishment capitalista porque concibe como inútil toda lucha contra la decadencia capitalista pues el declive sería inherente a la historia misma. Pero si algunas reflexiones contenidas en Las Tesis sobre Historia fueron escritas en un contexto de persecución y decaimiento anímico ¿es aceptable convertir un estado anímico en una teoría de la historia toda? Si la imagen del Ángel es la metáfora de una guerra mundial, de una coyuntura terrible y particular ¿es aceptable ir más allá de los límites de la metáfora y proyectarla al pasado y a todo futuro previsible? Incluso si sostenemos –como es nuestra convicción- que la metáfora es aplicable al conjunto del capitalismo en tanto modo de producción –e incluso al conjunto de las civilizaciones clasistas- ¿es válido entender la decadencia del capitalismo como la decadencia de todo futuro posible?

Para los posmodernos no es suficiente interpretar a Benjamin como un agorero de su corriente decadente, quieren encontrar en él una teoría nuevecita que sustituya al “decimonónico” Marx. Reyes Mate -jugándonos una mala broma- quiere encontrar un armazón para una nueva teoría histórica, además de una nueva teoría del conocimiento. Esta última consistiría en ubicar en el centro de la realidad histórica a los más débiles, a los que más sufren; en palabras de Reyes Mate:

Si Marx hacía del proletariado el sujeto de la historia es porque ya ocupaba, en el sistema capitalista de producción, el lugar central del sistema. Era su poder lo que fascinaba a Marx. Pero el sujeto benjaminiano es central por su debilidad. Es el lumpen, el que sufre, el oprimido, el que está en peligro, pero que lucha, protesta, se indigna. Ése es el sujeto que puede conocer lo que los demás (el que oprime o manda o pasa de largo) no pueden conocer. Su plus cognitivo es una mirada cargada de experiencia y proyectada sobre la realidad que habitamos todos. […][51]

Esta “nueva” teoría de la historia, mejor dicho, esta patraña sentimental, está lejos de ser novedosa. Es, en esencia, la misma posición política que adoptaban personajes como Bakunin quienes cifraban su estrategia en los vagabundos y lúmpenes, precisamente por ser los sectores que más sufren las consecuencias del sistema capitalista de producción. Independientemente de lo que “fascinaba a Marx”, para éste, por el contrario, el centro de la cuestión no estaba en el grado de sufrimiento subjetivo, sino en las relaciones sociales objetivas, en las relaciones de producción reales que hacen que funcione el sistema y que son las únicas sobre las que se puede pensar seriamente su derrocamiento definitivo. Los lúmpenes no juegan ningún papel en el funcionamiento de la sociedad, por ello están desclasados viviendo en los “poros” de la sociedad moderna, viviendo de las migajas y la caridad pública. Uno puede indignarse por su situación –debemos hacerlo- pero ese es un tema diferente.  Marx pone su atención central en la clase obrera -no por algún tipo de “fascinación” como opina torpemente Reyes Mate- al ser la verdadera productora de riqueza y plusvalía, la razón de ser del capitalismo (ello no significa que Marx pensara que la clase obrera por sí sola podría producir un cambio radical, siempre tuvo en mente la unidad de los sectores explotados de la población). Uno puede estar o no de acuerdo con ello, pero debe reconocerse, sin embargo, que el análisis de Marx va al núcleo del funcionamiento del capitalismo mientras que el de Bakunin –y la alternativa que nos deja la interpretación de Reyes Mate- resulta vaga y totalmente estéril.

No deja de resultar llamativo que Reyes Mate afirme tan categóricamente que Benjamin se distanció de la certeza presente en  Marx sobre el papel revolucionario de los trabajadores, cuando es este mismo autor quien rescata  variantes poco conocidas de las tesis de Benjamin donde éste afirma exactamente lo contrario, por ejemplo: “al concepto de sociedad sin clases hay que devolverle su verdadero rostro mesiánico y eso en interés de la propia política revolucionaria del proletariado”.[52] Pero la coherencia puede irse al diablo cuando quien escribe es un posmoderno.

El mesianismo del que habla Benjamin es la actitud activa y militante que se requiere para ver en todo momento un momento revolucionario y no esperar la revolución como se esperaría un eclipse. Es similar a la famosa frase que subtitulaba el periódico “Avanti” dirigido por Gramsci: “o dormir la siesta o hacer la revolución”. Y aun cuando otras tesis pudieran sugerir ambigüedades en este punto,[53] por lo menos, uno esperaría una interpretación menos categórica que la que hace Reyes Mate al respecto.

No obstante que el planteamiento de “ver en cada momento un momento revolucionario” es correcta en el terreno de la agitación -y es parecida al aforismo de Gramsci “o dormir la siesta o hacer la revolución”-, teóricamente es una consigna vacía, simple voluntarismo. Una organización revolucionaria en sus perspectivas debe diferenciar cuidadosamente cada una de las etapas de un proceso para trazar una estrategia adecuada de acercamiento al movimiento obrero. Se debe diferenciar, por ejemplo, el momento de lanzarse a la huelga o preparase para ella, el momento de extender cuidadosamente el alcance de la organización entre la clase obrera o llamar a una insurrección, etcétera. Se trata de realizar una evaluación sobria del nivel de organización y conciencia para plantear las tareas que nos ayuden a prepararnos para derribar a la burguesía. La frase “cada momento es un momento revolucionario” carece de sentido sino no se sitúa esta consigna en su justo lugar. Grasmci lo sabía bien, pues no sólo era un intelectual, sino un militante revolucionario, un dirigente obrero.

Si bien muchas de las tesis benjaminianas son de difícil interpretación, algunas son bastante contundentes y trasparentes. Benjamin en la tesis XII, por ejemplo, contrapone a la traición del reformismo socialdemócrata, el genuino marxismo encarnado por la Liga Espartaquista de Rosa Luxemburgo y lo hace de forma explícita:

El sujeto del conocimiento histórico es la clase oprimida misma, cuando combate. En Marx aparece como la última clase esclavizada, como la clase vengadora, que lleva a su fin la obra de liberación en nombre de tantas generaciones de vencidos. Esta consciencia, que por corto tiempo volvió a tener vigencia con el movimiento Spartacus, ha sido siempre desagradable para la socialdemocracia.[54]

Es claro que Benjamin está reivindicando a Rosa Luxemburgo, a su corriente y la contrapone a la traición de la socialdemocracia reformista. Luxemburgo fue mandada asesinar por Noske, brazo ejecutor de Ebert; ejecutada por los mismos dirigentes del Partido Socialdemócrata Alemán al que había pertenecido la gran mártir y a los que había criticado –desde un punto de vista marxista- su reformismo y su adaptación parlamentaria al sistema capitalista. El joven Partido Espartaquista –escisión del PSDA- era la única alternativa real que tenía la revolución alemana de 1919 y por ello el régimen lo descabezó asesinando a la más lúcida de sus dirigentes. Dice mucho –a contrapelo de las tonterías que escribe Reyes Mate- que Benjamin apele a Rosa Luxemburgo, una revolucionaria de una sola pieza que basaba su política y perspectivas en el potencial revolucionario de la clase obrera. En la interpretación de Reyes Mate la referencia clara al grupo de Rosa Luxemburgo es difuminada por otra más general y vaga en donde sólo queda la referencia al Espartaco de la antigüedad y en donde, sin base alguna, se afirma que: “La tesis no invita a la refundación del luxemburguismo, sino al rescate de la consciencia de solidaridad con los oprimidos”.[55] Aunque esto último sea cierto, también lo es que Benjamin está contraponiendo claramente a la socialdemocracia las tradiciones revolucionarias del grupo de Rosa Luxemburgo. Por esto, compartimos la opinión expuesta en el texto “El Ángel de la revolución”, en donde se plantea:

La interpretación de Reyes Mate sobre la tesis 11, en el sentido de que Benjamin se está refiriendo a unos oprimidos distintos a los trabajadores obreros y más a los que sufren en extremo, los marginados cuyos nombres son indígenas, negros, judíos, árabes, etc., lo lleva a vaciar de contenido la referencia a la liga espartaquista.[56]

Tesis bellas como la IV muestran que en sus cavilaciones íntimas Benjamin seguía manteniendo la esperanza en el derrocamiento del capitalismo y convencido que toda derrota es transitoria:

[…] Esa finura y espiritualidad [que exige el materialismo histórico] ponen incesantemente en entredicho cada victoria que haya caído en suerte a los que dominan. Como las flores vuelven su corola hacia el sol, así también todo lo que ha sido, en virtud de un heliotropismo de estirpe secreta, tiende a dirigirse hacia ese sol que está por salir en el cielo de la historia. Con ésta, la más inaparente de todas las transformaciones, debe saber entenderse el materialista histórico.[57]

Debido a la tradición judía de la que provenía y la influencia de la religión Benjamin habla de “tiempo mesiánico” como una metáfora de la revolución, de la redención socialista. El mesianismo de Benjamin podrá ser tan discutible como se quiera, pero la clara referencia al potencial revolucionario de los productores que late en este concepto no deja mucho lugar a dudas. El mesianismo de Benjamin apela a la necesidad de una redención revolucionaria –un tema que corre como un hilo conductor las 18 tesis-; retoma la tradición judía quizá en el sentido del mesianismo original del movimiento cristiano (presente en tendencias comunistas como la de los esenios y zelotes) que pretendía liberarse de la opresión romana por medio de una revuelta popular de esclavos, prostitutas y artesanos. Para Benjamin la revolución es el juicio final (Tesis III) en donde todas las lecciones del pasado se hacen presentes para una humanidad redimida: “Cada uno de los momentos que ella [la humanidad] ha vivido se convierten en citas del orden de día, y ese día es precisamente el juicio final”.[58] Tal vez encontremos aquí nexos entre el pensamiento de Benjamin y la Teología de la liberación aunque, al contrario de ésta, Benjamin promulga por un mesianismo deslindado de la religión; esto lo deja claro en la tesis XVIIa cuando afirma que: “Marx ha secularizado la idea de tiempo mesiánico en la sociedad sin clases. Y ha hecho bien”[59] quizá porque el mesías que se espera no es el de la divinidad sobrenatural, sino la acción “mesiánica” revolucionaria de las masas oprimidas y el proletariado, mismos que fueron traicionados por sus direcciones políticas. Por eso Benjamin afirma en sus tesis II: “A nosotros, como a cada generación precedente, nos ha sido dada una débil fuerza mesiánica sobre la que el pasado tiene derechos. No se puede despachar esta exigencia a la ligera. Quien profesa el materialismo histórico lo sabe”.[60]El “tiempo mesiánico” sería la sociedad sin clases posrevolucionaria y el mesías la revolución anticapitalista y antiburocrática tan anhelada.  Puede cuestionarse el uso de esta imagen y las confusiones que puede generar (y qué ha generado de hecho) pero el sentido revolucionario de la metáfora es clara para el que quiera verla.

Para Benjamin las nociones vulgares del marxismo llevan al conformismo y a la pasividad y es por ello que se opone a la idea de progreso. Quizá sea la tesis XI la más contundente en este tema:

El conformismo que desde el principio encontró acomodo en la socialdemocracia, no contamina sólo a su táctica política, sino también a sus ideas económicas. Fue una de las causas de su fracaso. Nada ha corrompido tanto al movimiento obrero alemán como el convencimiento de que nadaba a favor de la corriente. Para los obreros alemanes el desarrollo técnico era la pendiente de la corriente a favor de la cual pensaron que nadaban. Sólo había que dar un paso para caer en la ilusión de que el trabajo industrial, situado en la onda del progreso técnico, representaba un resultado político. […] Esta concepción marxista vulgarizada de lo que es el trabajo no se pregunta con el sosiego necesario cómo afecta el producto del trabajo al trabajador en tanto en cuanto éste no puede disponer de ello. Reconoce únicamente los avances en el dominio del hombre sobre la naturaleza, pero no los retrocesos de la sociedad”.[61]

Cierto es que el desarrollo de las fuerzas productivas por sí mismo nunca generará automáticamente el advenimiento del socialismo, creerlo sería tan ridículo como creer que los procesos históricos se dan al margen de los hombres. El otro factor que reitera Benjamin –como lo hizo Marx quien siempre estuvo ocupado en temas organizativos, de consciencia y propaganda- es el factor subjetivo: el grado de consciencia, organización, la calidad de la estrategia y la táctica; sin estos factores el triunfo de una revolución socialista es imposible. Pero también lo sería si el desarrollo de las fuerzas productivas no generara condiciones materiales que hicieran factible dicha revolución. Los procesos históricos –quizá como ninguno- son dialécticos, o se captan en sus contradicciones o no se entenderá nada. La consciencia sería impotente –por más que se deseara subjetivamente- si flotara en el vacío o la revolución socialista se intentara en tiempos de Nabucodonosor. Es necesario poner las cosas en su justa dimensión: el desarrollo de las fuerzas productivas es el factor decisivo en última instancia del desarrollo histórico, pero éste no significa nada sin la acción de las masas, sin la lucha de clases, lucha en donde se ponen en juego factores subjetivos, de consciencia –factores muy finos como decía Benjamin- que determinan el curso de dichas batallas. Es necesario ver las dos caras de la moneda, cualquier desequilibrio en este punto nos deja en un determinismo mecánico o en un voluntarismo subjetivo estéril. En todo caso Benjamin no se oponía a una noción de progreso en una sociedad que hubiera derribado al sistema capitalista: “Nada puede ser … progreso [decía] si eso no supone un incremento de la felicidad y de la realización de aquellos que sufrieron el destino imperfecto”.[62]

Benjamin también nos sugiere “organizar el pesimismo” pues pensar que “nadamos a favor de la corriente” nos lleva, según él, a la pasividad o al conformismo que surge de la creencia de que el proceso histórico nos guiará automáticamente. Es una opinión. Pero el pesimismo en realidad es paralizante y no es un estado de ánimo que no permite organizar nada en ningún aspecto de la vida, ni siquiera es útil para amarrarse las agujetas. Centrarse en los estados de ánimo para evaluar la pertinencia del marxismo o la acción revolucionaria es querer poner cimientos en un pantano sin fondo.  En realidad, el marxismo no se funda en ningún estado emocional o trauma existencial -como lo hace el existencialismo o la posmodernidad que se basan en estados subjetivos y opiniones individuales- sino en el análisis sobrio, científico, materialista y dialéctico de la realidad. En ello funda su optimismo, en la realidad ineludible de la lucha de clases y el papel del proletariado en la producción social. Ni reír ni llorar, sino comprender decía Spinoza.

Además de la tesis IX, hay otra frase de Benjamin muy citada por los posmodernos:

Marx dice que las revoluciones son la locomotora de la historia mundial. Pero tal vez se trata de algo por completo diferente. Tal vez las revoluciones son el manotazo hacia el freno de emergencia que da el género humano que viaja en ese tren[63].

Los posmodernos se imaginan que es posible detener el infernal “tren del progreso”, fuente de todo mal. Pero a la historia no se le puede detener porque se desenvuelve objetivamente a pesar de los lamentos y chillidos de la posmodernidad. Y aunque no es posible detener la historia, sí que es posible comprenderla e intervenir conscientemente en ella. Si los explotados se unen para derribar al sistema capitalista lograrían un enorme progreso en la historia, un avance de gigante. Gran parte de la historia de la humanidad ha avanzado a partir de revoluciones: desde la revolución neolítica, la lucha de Espartaco, la Revolución Francesa o la Revolución Rusa. La historia se ha detenido momentáneamente en periodos de oscuridad, como en gran parte de occidente durante la Edad Media y tras la caída del Imperio Romano. A los posmodernos les falla la más elemental lógica: si se pudiera detener el tren de la historia, ésta se detendría en el sistema capitalista imperante. Justo el sueño de Fukuyama: el fin de la historia y el dominio eterno del capitalismo.

A pesar de las interpretaciones posmodernas, en la mayoría de las reflexiones contenidas en “Tesis sobre historia” Benjamin trasmite la idea de que es necesario recuperar la memoria histórica de los oprimidos, “ver en cada momento un momento revolucionario”, habla del “tiempo mesiánico” como una metáfora teológica del socialismo. Se puede afirmar que la tesis central de sus Tesis sobre historia puede resumirse en: es fundamental que el marxista auténtico “cepille la historia a contrapelo”[64] o, en otras palabras, se oponga resueltamente a la ideología burguesa y que vea, incluso en las obras más bellas de la cultura de las sociedades clasistas, documentos de barbarie.[65] Sus tesis, creemos, son tesis sobre la redención en términos revolucionarios, metáforas sobre este tema. Benjamin sostiene la necesidad de conservar el marxismo sobre todo en el contexto de ascenso de la barbarie fascista. Sobre todo critica a la socialdemocracia y al estalinismo que pactó con Hitler.

Es necesario, sin embargo, dejar claro que resulta inútil buscar en esos escritos una teoría revolucionaria seria. Aunque la idea de una redención revolucionaria late en las tesis, se trata finalmente de impresiones de un intelectual. Compararlas con las Tesis sobre Feuerbach de Marx es totalmente desorbitado.  Las tesis del joven Marx son de una sola pieza y su integridad consiste en la superación revolucionaria del materialismo contemplativo de Feuerbach. Las tesis de Benjamin son oscuras y francamente contradictorias. Desea la revolución, sin duda, pero parece despreciar el desarrollo de las fuerzas productivas que es la base material de dicha revolución; apela desesperadamente a la revolución, pero pretende frenar, al mismo tiempo, el tren de la historia.  Después de todo Benjamin mismo afirma que no se trata de tesis que expresen una teoría acabada sino, más bien, un dialogo íntimo, un desahogo… ya decía Freud que en los desahogos encontramos tendencias contradictorias. Se trata de comentarios, no realmente postulados teóricos serios. En nuestra opinión estas tesis deben ser leídas en clave literaria, comentarios que tienen como virtud “irradiar sugerencias”[66].

En contraste con el pesado y viscoso pesimismo posmoderno, el marxismo es optimista porque sabe que los dolores de la humanidad no son más que el anuncio de que es necesario superar al sistema, así como los dolores de parto anuncian el alumbramiento. Es optimista porque apela a la lucha, a la acción revolucionaria donde los oprimidos nos hacemos conscientes de nuestro poder y cobramos confianza en nuestras propias fuerzas. La atomización, el individualismo y sentimentalismo posmodernos son depresivos y paralizantes. Por ello la burguesía promueve esa píldora venenosa como sustituto del marxismo.

Contrastemos al “Ángel de la Historia” con dos textos que Trotsky escribió casi al inicio de su actividad revolucionaria y al final de su vida (justo antes de ser asesinado). El primero de ellos fue escrito cuando Trotsky estaba en prisión y tenía, apenas, 20 años de edad, palabras con las cuales el joven Lev Davidovich recibió al siglo XX:

¡Muera la utopía!, ¡Muera la fe!, ¡Muera el Amor! ¡Muera la esperanza!, truena el siglo veinte con salvas incendiarias y con el golpeteo de las ametralladoras.

Ríndete, patético soñador. Aquí estoy, yo, tu largamente esperado siglo veinte, tu futuro.

No, responde el optimista invencible: Tú, tú eres sólo el presente.[67]

Mientras Benjamin parece querer detener el tren de la historia con un “freno de emergencia”, Trotsky mira hacia el futuro y pretende crear la organización necesaria para acelerar su marcha. Este optimismo fue refrendado en su testamento político, un texto escrito (27 de febrero de 1940) a semanas de su asesinato, cuando Trotsky tenía 60 años de edad:

Mi presión arterial (que sigue aumentando) engaña a los que me rodean sobre mi estado de salud real. Me siento activo y en condiciones de trabajar, pero evidentemente se acerca el desenlace. Estas líneas se publicarán después de mi muerte. [… ]

Fui revolucionario durante mis cuarenta y tres años de vida consciente y durante cuarenta y dos luché bajo las banderas del marxismo. Si tuviera que comenzar todo de nuevo trataría, por supuesto, de evitar tal o cual error, pero en lo fundamental mi vida sería la misma. Moriré siendo un revolucionario proletario, un marxista, un materialista dialéctico y, en consecuencia, un ateo irreconciliable. Mi fe en el futuro comunista de la humanidad no es hoy menos ardiente, aunque sí más firme, que en mi juventud.

Natasha se acerca a la ventana y la abre desde el patio para que entre más aire en mi habitación. Puedo ver la brillante franja de césped verde que se extiende tras el muro, arriba el cielo claro y azul, y el sol brilla en todas partes. La vida es hermosa. Que las futuras generaciones la libren de todo mal, opresión y violencia y la disfruten.[68]

Después de peregrinar entre los Pirineos, Benjamin quedó varado en el puesto fronterizo de Porbou (España), en la frontera de España con Francia, detenido por las autoridades españolas ya que portaba un pasaporte que no le permitía la salida de Francia a España, desde donde planeaba llegar a Estados Unidos. Viajaba con unas pastillas de cianuro pues sabía que, si caía en manos de los nazis a un judío de izquierda, marxista como él, le esperaba el peor de los destinos. Agotado y desesperado se suicidó en la tarde del 25 de septiembre de 1940. Tenía 48 años de edad. Trágicamente el paso a España le fue concedido al grupo que viajaba con Benjamin unos días después. En 1994 se creo un memorial en su honor en Portbou.

Notas

[1]Carta a Gershom Scholem de 1934, citado en: Buck-Morss, S., Walter Benjamin, escritor revolucionario, Buenos Aires, Interzona, 2005, p.59.   

[2]Benjamin El autor como productor, presentación y traducción por Bolivar Echeverría, México, Itaca, 2004, p.14.

[3] Bertolt Brecht, Las cinco dificultades para decir la verdad, en El compromiso en literatura y arte (traducción de J. Fontcuberta), 1973.

[4]Véase la carta de Benjamin a Gerhard Scholem del 10 de diciembre de 1926.

[5]Trotsky, En España, Akal, Madrid, 1976. También se han publicado con el título Mis peripecias por España.

[6] Trotsky, En España, Akal, Madrid, 1976, p. 14.

[7] Ibid., pp. 99-100.

[8] El Che, como lo atestiguan sus “Diarios de motocicleta”, también fue un agudo escritor de impresiones.

[9] Asja Lacis explica su visión de un teatro revolucionario de la siguiente manera: «quería ser un buen soldado de la revolución y cambiar la vida en esa dirección, y de hecho, afuera, la vida se transformaba, el teatro salía a la calle y la calle entraba en el teatro».

[10] Benjamin, Walter, Diario de Moscú, Madrid, Taurus, 1988, p. 16.

[11] Véase las sospechosas condiciones de la muerte de Lenin y las sospechas de Trotsky en el Stalin de Trotsky.

[12] La estremecedora persecución brutal a la oposición está detalladamente descrita en todas sus etapas en la obra de Pierre Broue: Comunistas contra Stalin, Masacre de una generación.  En esta obra se fortalece la hipótesis de que Frunze, comisario de Guerra, fue asesinado por Stalin en la temprana fecha de 1925.

[13] Broue, Pierre, Comunistas contra Stalin, Masacre de una generación, Malaga, Sepha, 2008, p. 127. En: https://proletarios.org/books/Pierre-Broue-Comunistas-contra-Stalin-Masacre-de-una-generacion.pdf

[14]Benjamin Walter, Diario de Moscú, Madrid, Taurus, 1988, p. 21.

[15]Ibid., p. 30.

[16]Ibid., p. 28.

[17] Ibid., p. 30.

[18] Ibid., p. 82.

[19] Broue, Pierre, Comunistas contra Stalin, masacre de una generación, Malaga, Sepha, 2008, p. 215. En: https://proletarios.org/books/Pierre-Broue-Comunistas-contra-Stalin-Masacre-de-una-generacion.pdf

[20]Benjamin, Walter, Diario de Moscú, Madrid, Taurus, 1988, p. 66.

[21]Broue, Pierre, Comunistas contra Stalin, masacre de una generación, Malaga, Sepha, 2008, p. 215. En: https://proletarios.org/books/Pierre-Broue-Comunistas-contra-Stalin-Masacre-de-una-generacion.pdf

[22] Ibid., p.21.

[23] Ibid., p. 94.

[24]Diaz, Ariane, “ensayo sobre Benjamin y Brecht historia de una amistad”, en: www.herramientas.com.ar/revista-herramienta-n-39/benjamin-y-brecht-historia-de-una-amistad-de-erdmut wizisla

[25] Wizisla, Erdmut, Benjamin y Brecht historia de una amistad, Paidos, Buenos Aires, 2007, pp.71-72.

[26]Ibid., p. 138.

[27]Benjamin, W.  El autor como productor, Traducción Bolivar Echeverría, en: http://www.bolivare.unam.mx/traducciones/El%20autor%20como%20productor.pdf

[28]Ibid.

[29] Mientras que David Alfaro Siqueiros fue un genio como muralista, en lo personal fue un aventurero y fanático sin calidad moral. Julio Glockner es enfático en esto -citando de paso el juicio de Octavio Paz-: “Cualquiera que tenga una información mínima de lo sucedido el 24 de mayo de 1940” –en referencia al atentado hacia Trotsky y su familia encabezado por Siqueiros –  “leerá con indignación lo referente a esta hecho en la autobiografía de Siqueiros” -éste afirma que no se tenía la intención de asesinar a Trotsky sino sólo “apoderarse de sus archivos”- “y descubrirá a un hombre arrogante, falso y vanidoso, incapaz de ser honesto en asuntos tan delicados como su participación en el atentado contra Trotsky y su familia, eludiendo con anécdotas de rancho su participación en el intento de homicidio y entreteniendo la atención del lector con opiniones mediocres que pretenden reflexionar teóricamente sobre la realidad social de su tiempo. Por supuesto, sobre el cruel asesinato de León Davidovich tres meses después no hay en sus memorias ni una sola palabra, de ese tamaño es la estatura moral de quien se propuso educar con su trabajo al pueblo. Octavio Paz recuerda en una entrevista que fueron amigos cuando jóvenes pero se separó de él a raíz del atentado que le costó la vida al Secretario de Trotsky Robert Sheldon Harte” -quien además de haber participado en el asalto (aun así lo asesinaron) no era secretario sino guardaespaldas- “Siqueiros –dice Paz- fue toda su vida un stalinista empedernido, irredimible: fue de los poquísimos que aplaudieron la entrada de los tanques rusos en Praga. No sería honrado ocultar la otra cara de la medalla: fue un militante que padeció cárceles y peligros por sus creencias. Fue un hombre apasionado y fue un ególatra; en su vida y en su pintura abundan los relámpagos de verdad y los relámpagos de teatro. Un temperamento más mediterráneo que mexicano, una suerte de ítalo-español. Tres personas en una: un artista rebelde manejado por un empresario napolitano, ambos bajo la dirección espiritual de un teólogo obtuso” (Tomado de Julio Glockner, Un retrato para Trotsky, de los recuerdos de Josefina Albisua, México, Educación y cultura, 2011, pp. 44-45.)

[30] Según Paco Ignacio Taibo II estas tesis nunca fueron publicadas como manifiesto, pero su contenido está expresado en las memorias de Diego Rivera y Alfaro Siqueiros. Véase el libro Arcángeles.

[31]Citado en: Wizisla, Erdmut, Benjamin y Brecht historia de una amistad, Paidos, Buenos Aires, 2007, p. 212.

[32] Ibid., p. 212.

[33]Benjamin, Walter., La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica, parágrafo IV, traducción por Bolivar Echeverría, México, Itaca, 2003, p. 45.

[34]Ibid., parágrafo III, pp. 44-45.

[35] Ibid., parágrafo XV, p. 82.

[36] Ibid., parágrafo IV, pp. 98-99.

[37] Löwy, Michael; Walter Benjamin, aviso de incendio, México, Fondo de Cultura Económica, 2001.

[38]Citado por Reyes Mate en: Media noche en la historia, Madrid, Trotta, 2006, p. 13.

[39]Cf. Reyes Mate, Media noche en la historia, Madrid, Trotta, 2006, p. 16.

[40] Walter Benjamin, Sobre el concepto de historia y otros fragmentos, edición y traducción por Bolivar Echeverría, Contrahistorias, México, 2005,  p. 6.

[41]Véase la introducción de Bolívar Echeverría en: Walter Benjamin, Sobre el concepto de historia y otros fragmentos, edición y traducción por Bolivar Echeverría, México, Contrahistorias, 2005, p. 5-16.

[42]Reyes Mate, Media noche en la historia, Madrid, Trotta, 2006, p. 19.

[43] Los pormenores del éxodo de Benjamin hasta su trágico suicidio son reseñados por Reyes Mate, Op cit. pp. 15-18.

[44]Bolivar Echeverría (compilador), La mirada del ángel, México, UNAM, 2005, pp. 10-11.

[45]Ibid., Tesis IX, p. 23.

[46]Gandler, Stefan, Fragmentos de Frankfurt. México, Siglo XXI, 2009, p. 66.

[47] Reyes Mate, Media noche en la historia, Madrid, Trotta, 2006, p. 12.

[48]Ibid., p. 14.

[49]Federico Engels, El Origen de la familia, Editores Mexicanos Unidos, México, 1982, p.204.

[50] Trotsky “Radio, ciencia técnica y sociedad”, en Literatura y revolución, otros escritos sobre la cultura y el arte, Tomo II, pp. 78-79.

[51]Reyes Mate, Media noche en la historia, Madrid, Trotta, 2006, p. 20.

[52]Citado por Reyes Mate: Media noche en la historia, Madrid, Trotta, 2006, pp. 23-24 (el subrayado es mío).

[53]“El trapero [dice Benjamin] es la figura más provocadora de la miseria humana. Es el lumpemproletariado en un doble sentido: va vestido de andrajos y vive de ellos”. Aunque aquí el lumpen es un símbolo de miseria pero no se afirma que sea el sujeto revolucionario que Marx vio en el proletariado.

[54]Benjamin, W., Tesis sobre historia y otros fragmentos, Traducción Bolivar Echeverría, México, Itaca, 2008, p. 48. (el subrayado es mío).

[55]Reyes Mate, Media noche en la historia, Madrid, Trotta, 2006,  p. 205.

[56] Sánchez Ángel, Ricardo, “El ángel de la revolución”, Práxis Filosófica, número 27, julio-diciembre, 2008, Universidad del Valle, Colombia, p.128.

[57] Benjamin, Tesis sobre historia y otros fragmentos, Tesis IV,  edición y traducción por Bolivar Echeverría, México, Contrahistorias, 2005,  p. 19.

[58]Citado por Reyes Mate: Media noche en la historia, Madrid, Trotta, 2006, p. 81.

[59]Ibid., p. 23.

[60]Ibid., pp. 67-68.

[61] Citado por Reyes Mate: Media noche en la historia, Madrid, Trotta, 2006, p. 181.

[62]Ibid. p. 42.

[63] Walter Benjamin, Sobre el concepto de historia y otros fragmentos, edición y traducción por Bolivar Echeverría, Contrahistorias, México, 2005, p. 37

[64] Ibid., Tesis VII, p. 21.

[65] Ibid., Tesis VII, p. 22.

[66] Bolivar Echeverría, introducción a: Walter Benjamin, Sobre el concepto de historia y otros fragmentos, edición y traducción por Bolivar Echeverría, Contrahistorias, México, 2005, p. 16.

[67]León Trotsky, La era de la revolución permanente,  Juan pablos editor, México, 1998, p.44.

[68] Trotsky, “Testamento”, en: La era de la revolución permanente, México, Juan Pablos, 1998, pp. 363-365.


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Una crítica marxista a la “Filosofía de la Liberación” de Enrique Dussel. David García Colín. 2018.

Introducción

El profesor Enrique Dussel -académico, filósofo, historiador y teólogo de origen argentino, naturalizado mexicano (según leemos en su página web)[[1]]– es el principal exponente, con cerca de 60 libros publicados, de la llamada “Filosofía de la Liberación” que ha cobrado cierta relevancia entre los activistas en torno a Morena y, en general, entre la juventud y el movimiento de izquierda.

Hemos sido testigos, durante nuestra época estudiantil en la Facultad de Filosofía de la UNAM, de sus clases amenas –ciertamente sus clases son mejores que sus libros-, abarrotadas de estudiantes entusiasmados por un destacado intelectual carismático que habla de liberación, en contra de la opresión, el colonialismo cultural y que sostiene que el verdadero poder proviene del pueblo.

El profesor Dussel se ha pronunciado a favor de movimientos como el EZLN y de gobiernos como los de Hugo Chávez y Evo Morales. Además, se desempeñó como un rector de izquierda en la Universidad de la Ciudad de México (UACM).

Aunque sólo sea por esto nos vemos en la necesidad de discutir sus ideas, después de todo el profesor afirma haber superado al marxismo, al que acusa de seguir siendo un pensamiento occidental y de raíz colonizadora.

Sobre todo por esta pretenciosa afirmación hemos querido debatir sus ideas, pues consideramos que una teoría incorrecta tiene consecuencias prácticas, y que al fin y al cabo, como decía Lenin, “sin teoría revolucionaria tampoco puede haber movimiento revolucionario”.

Está por demás decir que compartimos la necesidad de defender a países como Bolivia y Venezuela de los ataques hipócritas del imperialismo y la derecha, pero creemos que esta defensa debe hacerse desde la perspectiva de la clase trabajadora y no del reformismo de la burocracia que ha preparado el retorno de los partidos de la oligarquía.

Apoyamos –como sindicalistas que somos- a Dussel como rector cuando fue atacado por la mafia orozquistas que se había enquistado en la universidad pero, al mismo tiempo, desde la postura independiente y crítica de los trabajadores democráticos y con nuestras propias banderas. No se trata pues de un debate puramente académico o escolástico. Parafraseando a Aristóteles: somos amigos de Dussel pero más amigos de la verdad.

Este interés creciente por las ideas del profesor, y en general por el pensamiento de izquierda y radical -incluido el marxismo por supuesto-, refleja el fermento revolucionario que ha brotado de un mundo capitalista en crisis, en donde millones de personas alrededor del mundo buscan una alternativa y una salida a la barbarie del sistema.

Se trata de un síntoma sano de búsqueda de ideas y necesidad de bases teóricas para el movimiento. Por tanto damos la bienvenida al debate y pretendemos contribuir con el presente documento a la discusión en torno a las ideas que necesitamos para transformar la realidad. Que quede claro desde ahora que nosotros lo haremos desde el marxismo revolucionario y que, desde nuestro punto de vista, la filosofía propuesta por el profesor Dussel no es una alternativa adecuada que pueda ponerse en lugar del pensamiento de Marx, Engels, Lenin y Trotsky. Intentaremos explicar por qué. Primero algunos datos sobre el profesor Dussel.

Teología de la liberación

Dussel nació en La Paz, provincia de Argentina, el 24 de diciembre de 1934. Desde la temprana adolescencia militó en la Acción Católica. Con sus camaradas visitaba “hospitales de niños deficientes mentales; leíamos, devorábamos las obras de San Juan de la Cruz, Teresa de Ávila, San Bernardo, pero integrado al compromiso social, gremial, político”.[2] La raigambre católica acompañará, desde entonces, su pensamiento y filosofía. Funda una asociación política llamada Federación Universitaria del Oeste (FAU) desde donde lucha y organiza huelgas contra el peronismo, aunque no aclara si ya desde entonces lo hacía desde la izquierda o desde la derecha. Gracias a una beca universitaria de un año viaja a Madrid pero continúa en un viaje por el mundo que dura diez años y que le abre el horizonte al mundo “no occidental”. 

“Buenos Aires, Montevideo, Santos, Recife… Todo un descubrimiento instantáneo y sorprendente de América Latina. El Brasil afroamericano, ¡una novedad absoluta! Después, Dakar en Senegal, el mundo bantú…; después la Casablanca musulmana en Marruecos, el mundo árabe oriental (que con los años habría de conocer y admirar desde Marraquech a Egipto, la India… y hasta la isla de Mindanao en Filipinas). […] Toqué a una América Latina y a un Tercer Mundo que me habían sido absolutamente desconocidos. Yo deseaba con pasión ir a Europa, y yendo hacía ella había ya descubierto, para siempre, el mundo periférico que había estado antes fuera de mi horizonte”. El tema de la oposición “occidente” vs “no-occidente” será central en la filosofía de Dussel.

Luego de haber escrito -entre otros textos- una tesis titulada “El bien común en la Escuela moderna Tomista o la Segunda escolástica del siglo XVI”, se lanza a un viaje -de mochilero según relata- rumbo a Jerusalén, una travesía muy especial para una persona religiosa como él:

“Con un pasaje de cuarenta y seis dólares en la borda de un barco turco, navegué de Nápoles a Beirut. Allí recuerdo la Plaza de los Mártires, el barrio de Babtuma en tiempos de la guerra sirio-libanesa. De Beirut a Damasco, en auto-stop, oyendo balas a corta distancia, y siendo transportado por camiones de guerra. De Damasco, de la enorme mezquita, de las murallas del Pablo de Tarso, a Ammán. De Ammán por el desierto (que a veces me hacía recordar mi La Paz de la infancia) a Jerusalén. Dos meses en la Jerusalén árabe. Por fin, Israel, de Jerusalén a Tel-Aviv, a Haifa, a Nazaret. Allí hice conocimiento de Paul Gauthier, un obrero y sacerdote francés. Me invitó a regresar cuando terminara mi doctorado en Madrid. Un mes de trabajo manual en el shikún (cooperativa) árabe. La violencia de la pobreza, del rudo trabajo manual, del calor del desierto. Experiencias fuertes, definitivas, profundas, místicas, carnales”.

Luego de regresar a España para defender su tesis doctoral, la lectura del filósofo católico Maritain le revela la dignidad de la persona y cómo el bien común debe subordinarse a la dignidad de la persona. Este aspecto individualista y existencialista perdurará como elemento importante en su pensamiento.

Después regresa a Israel donde trabaja por dos años como carpintero. Cuando uno lee el bosquejo biográfico no puede sino sentir cómo Dussel intenta subrayar las similitudes de su biografía con aspectos de la vida de Jesucristo: el compromiso con los pobres, la labor como carpintero –como José, padre carnal de Cristo- y viajes casi místicos que le dotan de conocimientos trascendentes y profundos.

Luego vive dos años en París y, en la Sorbona, toma clases con el filósofo posmoderno Paul Ricoeur de donde tomará la idea de que la cultura está basada en mitos fundacionales. En 1967 regresa a Argentina donde trabaja como profesor de ética en Mendoza.

Como expresión del asesinato del Che Guevara, la guerra de Vietnam, la Conferencia de Medellín, donde se funda la Teología de la Liberación, y los eventos revolucionarios que sacuden el mundo en 1968, el péndulo entre la intelectualidad latinoamericana gira a la izquierda. Dussel participa en la fundación, durante el II Congreso de Filosofía celebrado en Córdoba en 1972, de la corriente conocida como “Filosofía de la liberación” que retomando el “nacionalismo revolucionario” y la “Teología de la Liberación” intenta fundamentar una base radical y propia para el pensamiento latinoamericano.

Claramente es una corriente que – a pesar de tomar algunas ideas propias del marxismo- intenta desmarcarse de éste considerando, en general, que el marxismo sigue siendo occidental y dominador. Esta consideración pasa por alto a los diversos pensadores marxistas que han aterrizado el materialismo histórico a la realidad latinoamericana: José Antonio Mella, José Carlos Mariategui, el propio Che Guevara, José Revueltas, etc.

Los marxistas debemos reconocer que la corriente conocida como la “Teología de la Liberación” -sobre todo en Centroamérica- ha dado a muchos revolucionarios consecuentes, muchos curas del pueblo, que han sacrificado sus vidas por la transformación social. Camilo Torres, Rutilio Grande y Monseñor Romero –entre otros muchos curas revolucionarios-.

Camilo Torres, por ejemplo, afirmó que “el deber de todo cristiano es ser revolucionario, y el deber de todo revolucionario es hacer la revolución. El católico que no es revolucionario está viviendo en pecado mortal”. También sostuvo –proponiendo un frente común entre revolucionarios de diversas creencias- “que no nos pongamos a discutir si el alma es mortal o es inmortal, sino pensemos que el hambre sí es mortal y derrotemos el hambre para tener la capacidad y la posibilidad después de discutir la mortalidad o inmortalidad del alma”.

Los marxistas debemos reivindicar el sacrificio de estos revolucionarios y, a pesar de nuestras importantes diferencias teóricas, tender la mano a los que comprometidos con esta corriente intentan llevar adelante la transformación revolucionaria.

Recientemente la cúpula de la iglesia católica ha canonizado, de manera hipócrita, a uno de estos mártires revolucionarios para vaciarlo de sus verdaderas ideas. Sin embargo, desde el pueblo, la figura de Óscar Arnulfo Romero es recordada por su compromiso con los pobres y su confrontación con la oligarquía.

Discursos como el siguiente muestran al verdadero Arnulfo Romero: “Los cristianos no le tienen miedo al combate, saben combatir, pero prefieren hablar el lenguaje de la paz. Sin embargo, cuando una dictadura atenta gravemente contra los derechos humanos y el bien común de la nación, cuando se torna insoportable y se cierran los canales del diálogo, el entendimiento, la racionalidad, cuando esto ocurre, entonces la Iglesia habla del legítimo derecho a la violencia insurreccional. Precisar el momento de la insurrección, indicar el momento cuando ya todos los canales del diálogo están cerrados, no corresponde a la Iglesia. A esa oligarquía le advierto a gritos: abran las manos, den los anillos, porque llegará el momento en que les cortarán las manos”.

Dussel pertenece a esta corriente pero, como veremos más adelante, a su vertiente abstracta, académica y reformista. Mientras los sectores más a la izquierda de la Teología de la Liberación plantearon un acercamiento con el marxismo, Dussel plantea haberlo superado.

En 1973, por ser reconocido como un profesor de izquierda y ser acusado por la ultraderecha de ser “marxista”, sufre un atentado cuando una bomba explota en su casa. Según una publicación de aquellos días,[3]] Dussel responsabiliza a la derecha pero aclara “yo quiero afirmar claramente que no soy marxista. Soy cristiano y (en calidad de teólogo) he dado clase en Medellín en 1971 a 70 obispos latinoamericanos y ninguno de ellos objetó mi posición. Como filósofo creo que el pensar crítico tiene siempre una parte política”.

Este será un evento que Dussel gustará referir en sus clases como un ejemplo de un compromiso genuino con el pensamiento radical: “¿conocen a otro filósofo -suele decir en sus clases- que haya sufrido un atentado con bomba?”. Es expulsado de la Universidad Nacional de Cuyo y se exilia en México donde radica desde 1976.

Pero vayamos a lo importante que es la discusión de las ideas principales de Enrique Dussel y valoremos si efectivamente, como él sostiene, su propuesta es una alternativa viable al marxismo.

Raíz existencialista y pequeñoburguesa

El pensamiento de Enrique Dussel tiene como punto de arranque la posmodernidad. Heidegger planteó que el hombre es un “ser ahí” arrojado en el mundo, cuya existencia subjetiva precede cualquier sentido de la razón; o sea que el ser humano -según este filósofo- es una existencia en búsqueda de sentido. El ser humano ha perdido el sentido de su existencia, su autenticidad, al depositarlo en objetos que lo alienan.

Dussel retoma este punto de partida pero señala que el sentido del ser sólo se puede encontrar en el “otro”, en el rostro del “otro” que -supuestamente- rompe esa alienación y donde se encuentra la “intersubjetividad” –las otras subjetividades- y luego se abre a la “otredad” como una serie de culturas y regiones oprimidas e ignoradas. Dussel lo explica:

“Heidegger mismo no descubre la categoría de ‘exterioridad’ lo que [Lévinas] ha llamado ‘el Otro’, por eso no describe una ética. La ética sólo comienza cuando hay Otro, nivel imposible en la totalidad. Se comprende entonces aquella actitud de Heidegger cuando se le propone la cátedra de Friburgo en reemplazo de su maestro Husserl. Este fue expulsado de su cátedra por el nacionalsocialismo, y Heidegger, pese a haber sido su discípulo, acepta la cátedra que pierde el maestro. Y al aceptarla comete una inmoralidad; inmoralidad que llega al punto extremo de convertirse en primer rector del gobierno nazi. Solamente dentro del mundo, concebido como único, tienen cabida tamaños errores éticos de un hombre inteligente”.[[4]]

Sobre esta línea Dussel va a desarrollar una abigarrada mezcla ecléctica donde todo cabe y donde todo se mete a la licuadora (religión, Heidegger, Lévinas, Escuela de Frankfurt, Marx, Otto Apel, etc.) para dar como resultado lo que él llama la “ética de la liberación” o una “filosofía de la liberación” que pretende ser una visión original y revolucionaria de todos los ámbitos de la existencia humana. Marx -junto con todos los otros filósofos de la historia- queda como un preámbulo -igualmente eurocéntrico- de Enrique Dussel:

“La filosofía no sería ya una ontología de la Identidad o la Totalidad, no se negaría como una mera teología kierkegaardiana, sino que sería una analéctica pedagógica de la liberación, una ética primeramente antropológica o una meta-física histórica. La crítica a la dialéctica hegeliana fue efectuada por los posthegelianos (entre ellos Feuerbach, Marx y Kierkegaard). La crítica a la ontología heideggeriana ha sido efectuada por Lévinas. Los primeros son todavía modernos; el segundo es todavía europeo. Seguiremos indicativamente el camino de ellos para superarlos desde América latina. Ellos son la pre-historia de la filosofía latinoamericana y el antecedente inmediato de nuestro pensar latinoamericano”.[[5]]

Como vemos, la humildad cristiana no va a ser uno de los valores de este predicador de la nueva moral. Trataremos de seguir -en la medida de lo posible- las principales tesis de Dussel pero el punto de arranque y la “peculiar” forma de escribir revela mucho.

Dussel -como puede juzgarse por la cita anterior- tomará de Heidegger el desagradable hábito posmoderno de escribir de la forma más oscura que quepa imaginarse, donde el mandamiento es nunca decir en pocas palabras lo que se puede decir con mil, de inventar palabras y -misteriosamente- introducir guiones como para subrayar una supuesta profundidad de pensamiento más allá de toda comprensión.

No creemos que el “error” de Heidegger -ser un nazi recalcitrante y el primer rector del “tercer reich”- se deba a que sufrió la desventura de no conocer la categoría de “exterioridad” ni del “otro”, sino a algo más prosaico: la posición de clase.

El marxismo, que Dussel afirma haber superado, puede revelarnos mucho más sobre la posición política de Heidegger  -y al mismo tiempo la de Dussel- que las estériles categorías posmodernas. El “ser ahí” de Heidegger no es más que la versión metafísica y filosófica de la angustia de la clase media propia de la Alemania anterior a la Segunda Guerra Mundial. Masas de la pequeñoburguesía se sienten arrojadas a un mundo sin sentido, donde la “autenticidad” de la patria, la tierra y la sangre se ha perdido y donde el único sentido seguro es “el ser para la muerte”.

No es que la filosofía de Heidegger -por más obtusa y estéril que sea-  fuera intrínsecamente nazi -Heidegger creía que sí (como lo revelan sus “Cuadernos negros” de reciente publicación[[6]])- sino porque el apoyo de masas -fundamentalmente entre la pequeña burguesía enloquecida- fue una parte esencial del nacionalsocialismo. Esta raíz es muy reveladora sobre la “semilla” pequeñoburguesa de la “filosofía de la liberación”.

Evidentemente estamos muy lejos de pretender afirmar que Dussel comulgue con las simpatías políticas de Heidegger -no queremos calumniar al profesor- pero Marx había señalado que la pequeña burguesía -por su posición intermedia y aspiraciones individualistas- es un sector de la sociedad que oscila entre las clases fundamentales de la sociedad.

Mientras Heidegger se fue a la extrema derecha, otros exponentes del llamado “existencialismo” giraron a la izquierda: Sartre, Foulcault y… Dussel. Sin embargo, la referencia a Heidegger demuestra la raíz subjetiva, individualista y pequeñoburguesa que caracteriza toda su perspectiva y con la cual nos habremos de tropezar a cada paso.

El existencialismo y la posmodernidad son, más que una filosofía, una serie de estados de ánimo –angustia, desasosiego, desesperación, misticismo– y, como tal, es incompatible con el marxismo que parte de un análisis objetivo y dialéctico de las relaciones de producción, de la lucha de clases, etc., sólo entonces se puede comprender que esos estados de ánimo se desprenden del callejón sin salida del capitalismo.

Caridad cristiana en vez de lucha de clases

El siguiente paso para tratar de entender el pensamiento de Dussel es que esa “subjetividad” heideggeriana se “abre” a lo “otro”. Dussel se apoya en el pensador religioso Emmanuel Lévinas quien tuvo una especie de experiencia mística en un campo de concentración nazi.

Una revista “iniciada” en los “misterios” de la filosofía dusseliana lo explica: “Lévinas había vivido en los campos de concentración la experiencia terrible de ser tratado inhumanamente, y esto le llevó a interpretarse a sí mismo como un ser fuera del horizonte de la condición humana que compartía el resto. Esa radicalidad de sentirse ajeno a la dignidad humana, fue lo que le llevó, probablemente, a pensarse como Otro con respecto al sistema que lo tenía oprimido. En sus memorias narró que en aquella miserable y degradante época de su vida, tan sólo un perro le había tratado como ser humano.

Dussel, por su parte, en su Ética de la liberación, al tratar el tema de la exclusión del Otro, cita la experiencia de Rigoberta Menchú, una indígena guatemalteca que desde pequeñita había vivido la discriminación, el racismo, el machismo, la explotación y el hambre. Su vida había estado fundada en la injusticia en todos los niveles que puedan imaginarse. Ella, al igual que Lévinas, había sido un Otro para el sistema, pero a diferencia del filósofo judío ni siquiera un perro le había tratado como humana, porque en la casa donde ella servía todos los días hasta los perros de los señores habían sido domesticados para discriminarla. ¿Puede haber, quizás, una exclusión mayor? ¿Puede haber un Otro más Otro?”.[[7]]

De esta forma Dussel añade a Heidegger la “caridad cristiana” como fundamento ético de su filosofía. El propio Dussel lo explica en toda la magnitud de su insoportable y burda cursilería: “habitualmente, el rostro de otro hombre juega en nuestro entorno como una simple cosa-sentido más. El chofer del taxi pareciera ser como una prolongación mecánica del auto; el ama de casa como un momento más de la limpieza y el arte culinario; el maestro como un ornamento de la escuela; el soldado como un miembro del ejército… Pareciera que es difícil recortar a otro hombre de su sistema donde se encuentra inserto. Es entonces un ente; es parte de sistemas. Sin embargo, hay momentos en que se nos aparece, se nos revela en toda su exterioridad. Como cuando de pronto el chofer del taxi resulta ser un amigo y nos dice, estando nosotros desprevenidos: -‘¿Cómo te va?’. La pregunta inesperada surgida de un horizonte de entes nos impacta: ¡Alguien aparece en el mundo! Mucho más cuando se nos dice:-‘¡Una ayuda por favor!’ o –‘¡Tengo hambre; deme de comer!’”.[[8]]

¡Y este empalagoso sermón pretende situarse como un sustituto del marxismo revolucionario! La caridad es una forma humillante de degradación que Dussel pretende convertir en pilar de su “ética de la liberación”. Una vez más se revela su raigambre pequeñoburguesa: el pobre es un “otro” que es “descubierto” por la conciencia del pequeñoburgués quien mira desde fuera y desde arriba esa realidad que, de pronto y como un momento de “revelación mística”, le genera misericordia y piedad.

¿Será necesario recordar que Marx siempre despreció la caridad burguesa? Esto escribieron los jóvenes Marx y Engels -en La sagrada familia– con respecto a la caridad:

“[…] La propia miseria humana, la infinita abyección que se ve obligada a recibir limosna, tiene que servir como juego de la aristocracia del dinero […] para satisfacer su amor propio, halagar su arrogancia y divertirla. Las numerosas asociaciones de caridad que existen en Alemania, las numerosas sociedades de caridad de Francia y la gran cantidad de quijotescas sociedades de caridad de Inglaterra, los conciertos, los bailes, los juegos, comidas para pobres e incluso suscripciones públicas para las víctimas de accidentes, no tienen otro significado […] Ah, señora, no es suficiente haber bailado en beneficio de esos pobres polacos ….Seamos filántropos hasta el final […] ¡Vayamos a cenar en beneficio de los pobres!”

Wilhelm Liebknecht recuerda que, aunque Marx no podía resistir dar limosna si quien la pedía era un niño, sentía desconfianza para quienes piden limosna o suplican. En Londres la “mendicidad había cobrado un carácter profesional […] sentía una verdadera indignación, pues consideraba como una infamia particularmente vil, como una estafa de la pobreza, esta explotación de la piedad humana”. Marx va a basar su política en la lucha, en la combatividad de la clase obrera, no en la caridad o piedad cristiana.

Pero para Dussel –según escribe en su libro Hacia un Marx desconocido– el motor de Marx, que le va a permitir emprender horas de estudio en la biblioteca del Museo Británico -a pesar de la pobreza y toda clase de padecimientos – era la conmiseración hacia los pobres: “[…] una tenacidad inquebrantable fundada en una pasión ética que partía de la conmiseración por el dolor de los pobres, oprimidos, explotados”[[9]]. Efectivamente éste es un “Marx desconocido” o mejor dicho “irreconocible”.

Según el profesor el rostro del “otro” es la revelación que milagrosamente abre las puertas de la indignación y la rebeldía: “El rostro mestizo surcado por las arrugas del trabajo centenario del indio, el rostro de ébano del esclavo africano, el rostro aceitunado del hindú, el rostro amarillo del chino son la irrupción de una historia, de un pueblo, de grupos humanos antes que de la biografía de Tupac Amaru, Lumumba, Nehrú y Mao Tse-Tung”[[10]]

Sin embargo, donde ha fallado -por los siglos de los siglos- la piadosa moralidad cristiana y el venerable Antiguo Testamento, Dussel pretende tener éxito. El profesor nos regresa en el tiempo hasta el socialismo lacrimógeno, religioso y utópico anterior a Marx.

El marxismo surgió luchando por apartar a los trabajadores de esta variante castrada de socialismo, surgió como teoría en una polémica implacable contra el socialismo cristiano de Weitling, contra los intentos de éste y de Bakunin -que plagió al primero y lo mezcló con Proudhon- por poner como “sujeto revolucionario” a los que más sufren: a los pordioseros, bandidos y sectores desclasados; también surgió luchando contra el “socialismo” filantrópico de la burguesía. En realidad no hay nada nuevo bajo el sol. Más adelante veremos cómo intenta conciliar la piedad religiosa con la lucha popular.

El “otro” y la “otredad”

La categoría de “otredad” va a servir para desdoblar toda una serie de oposiciones opresivas que implican la exclusión de uno de los polos. Así, está el plano “erótico” (¡!) que implica el dominio del varón sobre la mujer, el plano “pedagógico” que implica a una cultura imperial que se impone sobre la cultura “periférica” y popular, el racial donde se impone la raza blanca; la explotación de la burguesía sobre el proletariado es sólo un plano entre otros, sin que ninguno destaque sobre otro -pues implicaría minimizar algún tipo de opresión-.

Estamos ante la característica atomización de la lucha que promueve el pensamiento posmoderno (interseccionalidad), donde la cuestión de clase se diluye casi hasta desaparecer. Desde este punto de vista destacar la lucha de clases –como hace el marxismo- es un ejemplo de discriminación y ocultamiento del “otro”. El criterio es sentimental y no objetivo. Pero Dussel intenta darle un “fundamento”: La proximidad “cara a cara” que caracteriza la sociabilidad humana:

“Así pues, esta proximidad originaria se manifestará en el rostro-a-rostro de la relación madre-hijo en el mamar (‘la misma boca que succiona no ha lanzado discursos, insultos o bendiciones’); en el sexo-a-sexo de la relación varón-mujer en el amor (la proximidad erótica del beso y el coito); en el codo-a-codo de los hermanos en la asamblea donde se decidirá el destino de la patria; en la palabra-oído del maestro-discípulo en el aprendizaje. Por tanto, ‘proximidad’ es la palabra que expresa la esencia del hombre, su plenitud primera (arqueológica) y última (escatológica), experiencia cuya memoria moviliza al hombre en sus más profundas entrañas y sus proyectos más lejanos, magnánimos”.[[11]]

Dejando de lado el hecho de haber excluido de “la proximidad erótica” a otras preferencias no heterosexuales –prejuicio muy católico–  y a otras posiciones sexuales donde lo que se contempla no es precisamente el rostro –en gustos se rompen géneros-, Dussel sabe perfectamente que durante milenios -pues la fórmula láctea es relativamente nueva- los infantes han mamado del pecho de su madre a través de modos de producción tan diversos -como lo puede ser la sociedad comunista de cazadores recolectores con respecto a la sociedad inglesa victoriana del siglo XIX– que la “otredad”, la mirada del otro, no nos informa de otra cosa que de los lazos sociales abstractos que han unido a la humanidad a través del tiempo.

Es verdad que por su carácter social el ser humano es capaz de leer el rostro de sus semejantes –que los músculos faciales y la capacidad del cerebro para captar los más finos detalles del rostro están en relación dialéctica- e incluso se especula que la esclerótica expuesta (o la parte blanca del ojo) –propia del ser humano- evolucionó ante la necesidad de comunicarse a través de la mirada.

Pero esta perogrullada o generalidad abstracta no nos dice nada concreto acerca de las formas diversas y la naturaleza de clase de estas relaciones sociales. Las madres cananeas de la antigüedad, por ejemplo, pudieron haber mirado a los ojos de sus hijos al amamantarlos, pero esto no impedía que algunos niños fueran sacrificados en honor a Moloch y hasta ahora ninguna mirada piadosa de un pordiosero ha evitado que la clase dominante siga acumulando fabulosas riquezas.

Opera aquí un criterio sentimental y moralista donde importa más cómo se percibe y experimenta –de forma existencial- la opresión, dejando en segundo término las condiciones objetivas que la explican.

Sin embargo, si el marxismo basa su análisis en la oposición irreconciliable entre burguesía y proletariado no se debe a un asunto de gustos personales, sino al lugar que ocupan estas dos clases y a la centralidad del proletariado en el modo de producción capitalista; no para lamentarse y sentir piedad, sino para encontrar el programa, las perspectivas, la táctica y la organización para derribar al capitalismo, para combatir a muerte.

Marx partió de un estudio objetivo y científico del capitalismo, Dussel –por el contrario- opera con sentimientos. No es que el marxismo ignore o minimice las diversas formas de opresión, pero para entender su origen y la manera de combatirlas el marxismo estudia las formas en que éstas se articulan con la opresión de clase, después de todo las diversas formas de opresión tienen su origen en el surgimiento de las clases sociales, tal como Engels demostró –en el caso de la opresión de género, en El origen se la familia, la propiedad privada y el Estado. Sin estudiar la vinculación de opresión con explotación es imposible entender las primeras e ir más allá de la indignación moral.

Quizá la característica principal de la “filosofía de la liberación” está en que las categorías posmodernas de “otredad”, “exterioridad” y “exclusión” se van a aplicar en el plano geopolítico y macrocultural; especialmente en la oposición “occidente” vs “no-occidente” y la “asimetría del “centro vs periferia”. Aquí Dussel sigue la línea de Frantz Fanon y Salazar Bondy. Como podemos ver, conforme avanzamos, diversas teorías -sobre todo posmodernas- se superponen de manera tan ecléctica y caprichosa como las capas geológicas.

“Lo otro” como criterio geopolítico

Según la terminología posmoderna, Dussel emprende un “giro decolonial” que, retomando el “deconstructivismo” de Derrida, plantea la “deconstrucción” –desarticulación, desmontamiento- del discurso colonial imperante a través de la crítica de los “paradigmas” y “discursos” que se ocultan en la modernidad y que han “invisibilizado” a otras formas de comprender el mundo.

Muy en la línea del pensamiento posmoderno, se enfrenta un discurso supuestamente opresivo con otro discurso presuntamente liberador; a los fantasmas ideológicos se les contraponen otros, por lo que no salimos de los marcos de la subjetividad, el lenguaje y el discurso. Todo se da dentro de la “intersubjetividad” si es que la “subjetividad” –en un gesto ético- se abre a lo “otro”. Se sustituye la lucha de clases objetiva por la “lucha de frases” subjetiva. Es el retorno a la “crítica-crítica” de los hegelianos de izquierda con quienes Marx y Engels se enfrentaron por su estéril idealismo. Dussel intentará sortear esa esterilidad con la “praxis” o “poder constituyente” de los oprimidos –que habremos de abordar más adelante-.

La “exterioridad” o lo “otro” son categorías que refieren a la exclusión y avasallamiento cultural del “centro” con respecto a la “periferia” avasallada. Se enarbola una suerte de nacionalismo de “la periferia” y un discurso antiimperialista. Es verdad que Lenin dijo que el nacionalismo de las masas, en los países coloniales, es internacionalismo en potencia porque es un antiimperialismo instintivo (en algunas ocasiones es un ideario totalmente reaccionario también).

Sabía que en la lucha antiimperialista las masas tienen la posibilidad de comprobar que su burguesía “nacional” no es más que una sucursal del imperialismo y que la liberación nacional no es posible sin liberación social que sacuda a los explotados en el centro mismo de los países “centrales”, es decir, sin que se planteé la solidaridad de clase a nivel internacional.

Ahora bien, el nacionalismo de izquierda de las masas es un punto de partida –que puede ser llevado, si no existe una alternativa política y organizativa, bajo los intereses de la burguesía nacional- pero no es, en sí misma, una solución teórica al problema de la subordinación del mundo a los intereses imperialistas.

De hecho esa contraposición por bloque lleva, en última instancia, a la identificación del proletariado con su burguesía nativa, es decir a poner a remolque a los trabajadores que los capitalistas “nacionales” que los explotan.  La posición del marxismo, al contrario del nacionalismo, es el internacionalismo proletario; no por una cuestión sentimental, sino porque el capitalismo mismo es un sistema global que sólo se le puede combatir con la unidad internacionalista de los trabajadores. Los capitales no tienen patria, el proletariado tampoco.

No tuvimos que esperar a Fanon ni mucho menos a Dussel para enterarnos de la explotación y avasallamiento del mundo colonial. Marx, desde el Manifiesto Comunista, había señalado que el capitalismo se desarrolla como un sistema mundial, esto lo escribió mucho antes de que la globalización fuera una realidad y un tema de moda en las academias. Lenin, partiendo de Marx, estudió el fenómeno del imperialismo como resultado de la concentración y centralización del capital en manos de una oligarquía financiera que se reparte el mundo en esferas de influencia.

Es evidente que los trust o monopolios tienen, a través de su músculo económico, su hegemonía política y militar y su fusión con los estados nación, mil medios para imponer su ideología como la dominante a nivel mundial. En este proceso de relaciones objetivas la mística categoría del “otro” tiene tanto peso como cualquier otro pronombre. El análisis marxista va a la raíz clasista de la globalización capitalista, mientras que los sermones de Dussel se quedan en la superficial utilización de conceptos posmodernos.

Contraponer al mundo occidental con el mundo oriental, africano y latinoamericano es profundamente erróneo y reaccionario. El gran revolucionario marxista cubano, Julio Antonio Mella escribió: “Para decir que el marxismo (…) es exótico en América, hay que probar que aquí no existe proletariado; que no hay imperialismo con las características descritas por todos los marxistas; que las fuerzas productivas en América son distintas a las de Asia y Europa, etc. Pero América no es un continente de Júpiter sino de la tierra”.

De hecho la derecha imperialista utiliza esa separación artificial para justificar toda clase de intervenciones contra “los bárbaros orientales” y dividir a los oprimidos en líneas culturales. Es cierto que parte fundamental de la acumulación originaria de capital se dio, entre otros crímenes, mediante la destrucción inmisericorde de las altas culturas prehispánicas, el saqueo de sus metales preciosos y la esclavización del África negra.

Tampoco tuvimos que esperar a Dussel para saberlo, Marx escribió sobre las consecuencias de la dominación británica de la India e incluso describió, en el proceso, el modo de producción oriental –“despotismo asiático”- que es tan útil para comprender a las primeras civilizaciones de la humanidad (incluidas las civilizaciones mesoamericanas).

Pero quedarse en la superficial oposición entre occidente y el mundo colonial es no comprender el origen del capitalismo y sus contradicciones internas. El establecimiento del sistema capitalista requería no sólo la concentración de la riqueza saqueada sino la formación de mano de obra, un mercado interno y, en consecuencia, el surgimiento de los estados nación.

Sin esto no es posible la consolidación de las relaciones de producción burguesas. Estos últimos procesos se dieron primero en Europa occidental. Marx se centró en Inglaterra para estudiar la acumulación originaria de capital por ser el país donde la economía capitalista había alcanzado su más alto desarrollo.

En El Capital, capítulo XXIV,  Marx explicó con lujo de detalles el despojo de los productores directos para convertirlos en mano de obra y reconvertir los campos de cultivo en tierras de pastoreo para la industria textil. Marx escribió que el capitalismo nació supurando sangre por todos sus poros. Es por esto que las contradicciones entre capital y trabajo están en el núcleo mismo del surgimiento del occidente moderno y es por esto que es absolutamente reaccionario ver en occidente un bloque homogéneo opuesto al resto del mundo.

Es más, desde que el capitalismo domina a nivel mundial y desde que ha subsumido a todas las formas arcaicas que sobreviven en el llamado Tercer mundo –en un “desarrollo desigual y combinado”- un trabajador africano o mexicano tienen mucho más en común con un trabajador norteamericano que éste con Bill Gates.

La oposición cultural entre occidente y oriente es ya, desde que el capitalismo domina el mundo, una separación reaccionaria y artificial. Lo que impone su lógica en el mundo no son las divisiones culturales que la burguesía aprovecha para dividir y confrontar al pueblo, sino las divisiones de clase que identifican los intereses de los trabajadores y, por otra parte, que hermanan entre sí a un pequeño grupo de magnates sin más patria que sus cuentas bancarias.

Una muestra de lo reaccionario que resulta contraponer occidente con todo lo demás lo podemos encontrar precisamente en el fundamentalismo islámico: esos locos sectarios de Isis en verdad contraponen el Islam con un occidente en decadencia, fuente de todo mal -aun cuando utilicen tecnología “occidental”-. Los imbéciles imperialistas de Washington hacen lo mismo pero desde el otro polo igualmente reaccionario, justifican sus crímenes en la presunta defensa de la “sociedad occidental” y sus presuntos valores “democráticos” y de “libertad” (del capital). Esta línea conduce, por un lado, a la idealización romántica de lo no occidental y, por otro, al rechazo oscurantista de la cultura “occidental”. Estos son los resultados reaccionarios de olvidar la perspectiva de clase.

Sobre el origen de occidente

Es sencillo indignarse por los resultados de la dominación colonial y la existencia del imperialismo, mucho más difícil es explicarlo. Pero para la posmodernidad el asunto del “dominio de la cultura occidental” se explica muy fácilmente. De acuerdo a la “hermenéutica” de Gadamer y Ricoeur, a la posmodernidad de Lyotard, y a la Escuela de Frankfurt, la historia se explica por la existencia de una serie de “metarrelatos” (choros diríamos en chilango), narrativas, modos tradicionales de interpretar y mitos, con los cuales el ser humano explica e interpreta el mundo.

La ciencia no es más que un relato con igual validez “ontológica” que el más oscuro de los mitos tribales y la más dogmática de las religiones. No podía faltar en el “combo” posmoderno que nos ofrece Dussel la corriente archi-revisionista conocida como la Escuela de Frankfurt que sostenía que el “pecado original” de la humanidad estaba en la Ilustración y en el intento de la razón por imponer el control del hombre en el mundo.

De acuerdo con estas “teorías”, “occidente” se funda en un mito: el mito de la ilustración, la razón y la “ciencia positivista” que impulsan a la sociedad occidental a dominar, someter y ver en el mundo en términos de “medios” de la “razón instrumental”. Para la posmodernidad la actualidad está dominada por la creencia en el progreso: demasiada ciencia, demasiadas máquinas, demasiada razón.

Según Dussel:

Toda civilización tiene un sentido, aunque dicho sentido esté difuso, inconsciente y sea difícil de ceñir. Todo ese sistema se organiza en torno a un núcleo ético-mítico que estructura los contenidos últimos intencionales de un grupo que puede descubrirse por la hermenéutica de los mitos fundamentales de la comunidad”.[[12]]

En otra parte Dussel afirma: “Esa ontología no surge de la nada. Surge de una experiencia anterior de dominación sobre otros hombres, de opresión cultural sobre otros mundos. Antes que el ego cogito hay un ego conquiro (el ‘yo conquisto’ es el fundamento práctico del ‘yo pienso’). El centro se impuso sobre la periferia desde hace cinco siglos. Pero ¿hasta cuándo? ¿No habrá llegado a su fin la preponderancia geopolítica del centro? ¿Podemos vislumbrar un proceso de liberación creciente del hombre de la periferia?”.[[13]]

Así, es la ideología la que oprime y no las relaciones de producción. Se trata de una “explicación” idealista que no explica nada. Para el marxismo, por el contrario, la ciencia y la técnica son palancas para controlar el mundo de acuerdo a las necesidades humanas, pero en el capitalismo esas palancas son propiedad privada de la clase dominante y, por tanto, se usan en la loca búsqueda del beneficio privado y en detrimento de la inmensa mayoría de la humanidad. Pero ni el conocimiento ni las máquinas son de por sí capital –creer lo contrario es fetichizar al capital mismo– sino sólo dentro de este sistema. Liberando a la humanidad de las cadenas de la propiedad privada esas fuerzas se convertirán en su contrario: en medios de liberación de la humanidad.

Enfocar el tema del origen de “occidente” desde el materialismo histórico resulta mucho más productivo que el callejón sin salida de la posmodernidad.

Lo que se conoce como “cultura occidental” está relacionada, en nuestra opinión, primero con el surgimiento del modo de producción esclavista y el desarrollo inusitado del comercio en la antigua Grecia y, segundo, con el surgimiento del capitalismo y la manera en que éste recuperó el legado cultural griego y romano.

La esclavitud, evidentemente, había existido desde las primeras civilizaciones –incluso desde la jerarquización de algunas jefaturas tribales (por ejemplo, los vikingos comerciaban con esclavos)- pero sólo con los griegos la mano de obra esclava, de manera masiva, se utilizó en la producción –en las minas y luego en los latifundios- y no sólo en el uso doméstico e improductivo como había sido antes.

Por supuesto que el desarrollo del comercio con los fenicios y luego con los griegos hubiera sido imposible sin la existencia de grandes imperios y civilizaciones tributarias en Egipto, Mesopotamia, Fenicia, India y China; de hecho la cultura helénica surgió como un brote marginal de “Oriente”. Pero de este brote surgirá un nuevo modo de producción que va a ser cualitativamente distinto del “modo de producción tributario” de las primeras civilizaciones.

La liberación de miles de individuos, gracias a la esclavización de cientos de miles de personas, que se dedicaron -liberados de la producción directa de alimentos- al comercio, la política, la filosofía y el arte creó un sentido de individualidad –y un arte y cultura afines con ello (que abrevó de las ricas culturas con las que los griegos estaban en estrecho contacto)- que suele caracterizar a la llamada cultura occidental.

Anteriormente los artistas, artesanos y científicos habían estado absolutamente sometidos al poder de “faraones” y “tlatoanis” por lo que sus obras se atribuían al rey en turno y no al artista o pensador individual. Este no es un marco para que surja un sentido de individualidad mucho más allá de la personalidad del emperador. Con la expansión imperial de Roma, y sus interminables guerras de conquista (cacería de esclavos), la cultura legada por la antigua Grecia se impuso más allá de las pequeñas ciudades estado griegas.

Con el colapso del imperio romano esa cultura quedó enterrada en Europa occidental pero se mantuvo larvada en viejos libros salvados de la destrucción y traducidos por los árabes musulmanes, en la ciencia indo-arábica cultivada en la España musulmana (que era relativamente pluricultural y tolerante -a diferencia del medioevo occidental-), en Bagdad y en las discusiones eruditas en lugares como Bizancio–donde se refugió la cultura y el contacto con el lejano oriente continuó, a través de las venas del comercio-.

La reanimación del comercio y el crecimiento de los burgos feudales – donde se larvaba la propiedad privada burguesa- se cubrió y adornó con el legado cultural de la antigua Grecia y se apoyó en el viejo derecho romano; la cultura occidental revivió de sus cenizas en el llamado Renacimiento de los siglos XIV y XV, retomando los grandes aportes -como las matemáticas desarrolladas en Córdoba musulmana- del llamado “mundo oriental”.

Una vez más, los primeros burgos y sociedades comerciales de Europa occidental –como Venecia en Italia y la Liga Hanseática en Alemania- serían mercados dependientes de Constantinopla y del lejano Oriente, por lo que el Renacimiento hubiera sido imposible sin las “venas” comerciales con ese Oriente tan “despreciado” pero sin el cual no hubiera sido posible la modernidad burguesa.

De hecho, como todos sabemos, el “descubrimiento” de América será un accidente en la búsqueda europea de nuevas rutas rumbo a la India y China ante el hecho de que la ruta terrestre habitual había sido bloqueada por la conquista turco-otomana de Constantinopla. Pero la relativa independencia de los comerciantes -y de una aristocracia feudal “aburguesada”- con respecto a un poder central, permitió que la acumulación de riqueza estimulara nuevas relaciones de producción –todavía en el seno de una sociedad feudal- que muy difícilmente podían florecer en los poderosos estados de Oriente.

Así, paradójicamente, si Oriente se mantuvo “inmune” a la acumulación originaria de capital se debió a la “estabilidad” –o rigidez- de sus relaciones políticas y sociales, mientras que el “débil” y descentralizado feudalismo occidental –subdividido infinitamente, de acuerdo a la propiedad de la tierra, como un fractal- permitía la acumulación individual en forma de capital comercial y bancario.

Así, no es la ideología occidental- originalmente racionalista (en la actualidad tiende a dominar el oscurantismo posmoderno como síntoma del callejón sin salida del sistema capitalista) e indudablemente individualista- la que explica el presente, sino el surgimiento del capitalismo –cuyo proceso de acumulación puede rastrearse hasta el renacimiento- el que explica la ideología moderna y las tendencias que operan en la actualidad.

“Chinología” o marxismo

Dussel señala los enormes aportes culturales, las invenciones y los indudables méritos de las culturas que quedaron fuera del mundo occidental. Así por ejemplo la vieja civilización china hizo toda clase de inventos que van desde la brújula, la imprenta, la pólvora y hasta una enciclopedia.

Antes de la invasión a América “Europa Occidental era un rincón del mundo alejado de las grandes rutas del tráfico comercial árabe, indostánico y chino. De hecho, la verdadera hegemonía mundial no la alcanzará hasta las fechas de la Revolución Industrial inglesa en 1800, derrocando así el hasta entonces predominio de China”.

Todo esto es cierto y estamos de acuerdo en la necesidad de rescatar los aportes mundiales de las viejas civilizaciones orientales, africanas, indias, mesoamericanas y sudamericanas además de no dejar de recordar el exterminio y los crímenes innombrables que significó la conquista del mundo por los imperios capitalistas emergentes.

Pero sin una perspectiva materialista es imposible explicar por qué sucedió así: por qué no fueron los chinos los que derribaron las murallas de los castillos medievales o los que conquistaron América o porqué no fue Moctezuma el que llegó a reclamar tributos a los reyes católicos de España. Después de todo también los mexicas y dinastías chinas eran imperialistas y seguramente habrían conquistado España, exigiendo tributos, de haber podido hacerlo. Es falso que fuera de la cultura occidental no existía la explotación, seguramente un prisionero a punto de ser sacrificado por los mexicas habría tenido su propia opinión al respecto.

Los chinos pudieron haber hecho mil inventos e incluso haber tenido barcos mucho más grandes que las carabelas de Colón, pero el punto no es la cantidad absoluta de inventos e innovaciones-no es un asunto cuantitativo- sino si el modo de producción en donde se dan esos inventos es capaz de absorberlos productivamente –es un asunto cualitativo-.

En las viejas civilizaciones tributarias, fuertemente centralizadas y con mano de obra aldeana, había serias limitaciones para introducir nueva tecnología y desarrollar el comercio mucho más allá de artículos de lujo. Las dinastías no tenían mayor interés en aumentar la producción de bienes de los que sólo gozaban la aristocracia; esta tendencia al autoconsumo limitado se veía reforzada por el hecho de que China estaba relativamente aislada del resto del mundo –en la Ruta de la Seda viajaba un comercio limitado y de lujo como lo sugiere el nombre-, separada por desiertos y cadenas montañosas; alimentaba deliberadamente el aislamiento considerando a los forasteros como “diablos extranjeros” y consideraba que nada se podía obtener de culturas extrañas. Cuando, por ejemplo, en 1793 el rey Jorge III de Inglaterra intentó enviar a China un representante comercial ante la corte imperial, éste recibió del emperador Qian Lung la siguiente respuesta:

“La virtud majestuosa de nuestra dinastía ha penetrado en cada país bajo tributos costosos por tierra y por mar. Como vuestro embajador puede observar por sí mismo, tenemos todo lo que necesitamos. No valoramos a los objetos extraños o ingeniosos y no necesitamos nada de lo que vuestro país produce”.[[14]]

Bien es cierto que Zheng He –también conocido como Ma Sanbao, quizá el original “Simbad el Marino”- fue un explorador chino que en el siglo XV, en embarcaciones cinco veces más grandes que las modestas carabelas de Colón, llegó –en siete expediciones- al este de África, el sudeste asiático, la India, el Golfo Pérsico y la Península arábiga (quizá desde aquí su odisea enriquecerá la colección medieval “Las mil y una noches”); pero dichos viajes fueron la excepción y no la regla; aunque es verdad que se fundaron algunas colonias en el sureste asiático y la India, no eran colonias imperialistas y el comercio tuvo poco desarrollo.

Los viajes, al parecer, estaban motivados por el bloqueo temporal del comercio terrestre con Asia Central. A la muerte del emperador Yongle y con las rutas comerciales restablecidas, sus sucesores restauraron el aislacionismo confusionista, cancelaron los viajes al considerarlos un gasto innecesario… la única contribución del navegante chino a su civilización fue la jirafa que trajo consigo. Incluso Hai Jin prohibió en un edicto el comercio marítimo y la construcción de buques de ultramar.

El conocimiento, los viajes, el tamaño de los barcos y la técnica son indiferentes en sí mismos al margen del modo de producción y el contexto social en que se insertan. En un contexto pueden revolucionar la sociedad, en otro ser simples juguetes curiosos o material para leyendas fascinantes.

El capitalismo era el único medio donde los inventos que llevaron a la revolución industrial podían encontrar un uso productivo, perdurable y profundo, y donde el comercio podía expandirse y abarcarlo todo. Es por esto que fue Colón –y conquistadores como él- y no los chinos los que destruyeron las viejas culturas mesoamericanas, sudamericanas, indias, africanas y, por último, la propia antigua china-.

Fue la expansión colonial del capitalismo que, en la loca búsqueda del beneficio, enlazó el mundo, creando las bases para la formación de una historia mundial. La historia mundial se forjó en un proceso sangriento mediado por guerras, destrucción y dolor pero esto es simplemente la expresión de que la civilización, hasta nuestros días, se ha basado en la explotación de clase. No se trató de un asunto moral o sentimental. Derramar lágrimas por esto no cambia nada en absoluto. Sólo con el desarrollo tecnológico e industrial del capitalismo se han dado las bases materiales para superar toda explotación de clase pero la condición para esto es armarse con una teoría científica revolucionaria.

El método: dialéctica vs “analéctica”

La búsqueda de una “filosofía latinoamericana” es tan utópica como improductiva. No puede haber una “filosofía de nuestra América” porque no hay una sola América: está la América de los empresarios y terratenientes y la América de los explotados. Dussel estaría de acuerdo en que necesitamos una “filosofía de la liberación” pero al diluir el contendido de clase elimina el único marco que permite aglutinar a los explotados en torno a una teoría correcta y objetivos comunes.

Por supuesto, Dussel afirma ser el representante de esa filosofía de la “otredad”, esa filosofía tan ansiada por nuestros pueblos. En sus clases frecuentemente afirma que la mayoría de filósofos son “sucursaleros” o exponentes de filosofías de occidente mientras que se trata de fomentar una filosofía situada en nuestra Latinoamérica.

Pero hemos visto como el propio Dussel no nos ha presentado más que una “traje” construido con los retazos de las filosofías burguesas de occidente por lo que su “sucursal” se parece a esas tiendas de contrabando chino que venden “gato por liebre”. A Dussel le gusta presentar su teoría como una “gran arquitectónica” donde todas las partes se integran de manera armoniosa y coherente pero el Dr. Dussel es tan buen “arquitecto” como lo puede ser el Dr. Frankestein.

Dussel afirma que la filosofía dialéctica, al ser una filosofía totalizadora -que lo abarca todo, en donde todo se explica como un proceso universal sometido a la razón-, suprime a lo “otro” y, por tanto, sigue estando presa de una visión occidental. Es verdad que en Hegel el proceso de desarrollo de la razón -que Hegel identifica con el desarrollo de la historia y de toda la realidad- parece culminar en el estado prusiano y en su propia cabeza como revelación mística. Pero Hegel es un gigante no por su sistema idealista, sino por su método dialéctico que enfoca a la realidad como una red de procesos interconectados y en eterno movimiento a través de contradicciones.

Sin este método Marx jamás hubiera podido escribir El Capital. Pero la dialéctica es más que un método para la obra cumbre del marxismo, es una concepción del mundo en todos sus niveles, la naturaleza, la sociedad y el pensamiento. Desde nuestro punto de vista no es sólo el desarrollo mismo del capitalismo el que ha demostrado que el sistema sólo se puede explicar con un criterio dialéctico, sino las tres grandes revoluciones del siglo XX -la mecánica cuántica, la relatividad y a teoría del caos– las que han demostrado que la naturaleza se desenvuelve, en última instancia, en forma dialéctica.

El marxismo es un pensamiento “totalizador” en el sentido de que es una visión general del mundo, de la naturaleza, el pensamiento y la sociedad. Sostiene, en resumen, que la “totalidad” material –y su expresión espiritual (el pensamiento, la ideología, la cultura espiritual)- está en constante transformación, cambio; a través de contradicciones y saltos cualitativos que vinculan todos los aspectos del universo: desde los neutrinos hasta los supercúmulos de galaxias, desde las células primitivas hasta el ser humano; y que el desarrollo tiende a la complejidad progresiva: del polvo estelar a la formación de galaxias, de las partículas simples a la formación de cuerpos, de las formas de vida primitivas a las formación de la conciencia y el cerebro humanos, desde las toscas hachas de piedra, a las supercomputadoras y satélites espaciales, de las sociedades de cazadores recolectores a las sociedades urbanas, etc.

¿Pero qué se propone como método en vez del materialismo dialéctico? Dussel propone el “método analéctico” (¿?¡!). Parece ser que originalmente esta extraña palabra –que en otros espacios “no cultos” se prestaría a malos entendidos escatológicos- la usó el teólogo Juan Carlos Scannone. Se usaba en la metafísica tomista y por su origen etimológico significa “más allá de la razón” –seguramente para dejar espacio para la “experiencia mística religiosa”-.

Como sea, el Congreso Filosófico que funda la “Filosofía de la liberación”, como expresión de la influencia religiosa que lo anima, adopta ese método como propio. Lo anterior revela su raíz escolástica y oscurantista. Dussel lo “explica” (guiones intermedios incluidos) en con la “claridad” del acertijo de una esfinge:

“Al método meta-físico lo llamaré ‘ana-léctico’ y es distinto del método ‘dia-léctico’. Este último va de un horizonte a otro hasta llegar al primero donde esclarece su pensar; dialéctico es un ‘a-través-de’. En cambio, ana-léctico quiere significar que el lógos ‘viene de más-allá’; es decir, que hay un primer momento en el que surge una palabra interpelante, más allá del mundo, que es el punto de apoyo del método dialéctico porque pasa del orden antiguo al orden nuevo. Ese movimiento de un orden a otro es dialéctico, pero es el Otro como oprimido el punto de partida.

“Piensen ustedes que si estoy en un horizonte y me avanzo hacia otro segundo, y de allí a un tercero, ese pasaje o crecimiento es dialéctico. En cambio, si es el Otro el punto de apoyo para el pasaje o crecimiento, voy desplazándome en la medida en que el Otro me recibe, me interpela. La cuestión es pues distinta”.

“El método ana-léctico surge desde el Otro y avanza dialécticamente; hay una discontinuidad que surge de la libertad del Otro. Este método, tiene en cuenta la palabra del Otro como otro, implementa dialécticamente todas las mediaciones necesarias para responder a esa palabra, se compromete por la fe en la palabra histórica y da todos esos pasos esperando el día lejano en que pueda vivir con el Otro y pensar su palabra, es el método ana-léctico. Método de liberación, pedagógica analéctica de liberación”.[[15]]

El “método analéctico” -según lo anterior- consistiría en mantener un criterio dialéctico pero sin aspirar a una totalidad, sino aceptando y “abriéndose” a lo “otro” como “otro”. Además exponiendo cada caso en sus contradicciones y desarrollo particular. Así, por ejemplo, la realidad latinoamericana debería analizarse en su propio desarrollo sin pretender conectarlo subordinarlo a la historia mundial occidental sino sólo sobre la base de un deseable “diálogo” entre iguales.

Salta a la vista que en lugar de un método científico para interpretar procesos e intervenir en ellos Dussel propone una apreciación moral, un sermón, de cómo la historia y los procesos deberían haber sido de acuerdo a una moral predeterminada y, además, amoldar el presente de acuerdo a ésta. Da la impresión, siguiendo la lógica de la argumentación, que si Colón o Cortés hubieran conocido la ética dusseliana no se habría dado la conquista.

Pero Dussel sabe que entre los invasores había misioneros honestos como Bartolomé de las Casas, lamentablemente su moral humanista nada pudo hacer para evitar la destrucción de una milenaria civilización. En última instancia, lo que determinó que la invasión española tuviera efectos tan diferentes a la expedición vikinga de Norteamérica fue que estaba impulsada por la acumulación capitalista, en donde los sermones morales son impotentes, y la primera  fue hecha por una sociedad no mucho más avanzada -desde el punto de vista de sus fuerzas productivas– que los pueblos esquimales que habitaban esa región.

Si se lleva a sus últimas consecuencias la idea de separar lo particular de lo general –en el afán de respetar al “otro”- la historia mundial se desmorona como migajón viejo entre los dedos. Efectivamente, ese “otro” podría, a su vez, desarticularse en entidades menores en un proceso sin fin, hasta que no quede más que el individuo aislado y su conciencia existencial –y aún podríamos descomponer a éste en órganos, células y bacterias para no discriminar a éstas y no meterlas en la “hegemonía” y “totalidad” del organismo humano-.

Vemos aquí que el posmodernismo es un disolvente que desintegra la capacidad de comprensión científica de la historia –y de cualquier otra cosa-. Es verdad que un historiador serio debe, por ejemplo, estudiar las culturas mesoamericanas en su propio desarrollo pero llegará a un punto donde deba explicar el hecho de la conquista y, al hacer esto, “conectar” dos desarrollos que confluyen en una historia mundial y una corriente única que culmina –hasta que no sea derribado el capitalismo- en el dominio totalizador del capitalismo.

Sucede que este proceso es dialéctico, sangrientamente dialéctico y la pobre y fea “analéctica” termina por ser aplastada por el desarrollo real de la historia mundial. “Ni reír ni llorar, sino comprender”, decía Espinoza. En este sentido el viejo Hegel -cuyos textos son una verdadera mina de tesoros– tenía razón al escribir en su “Filosofía de la Historia” que la historia es: “el banco del carnicero en la que se ha de sacrificar la felicidad de los pueblos, la sabiduría de los Estados y la virtud de los individuos”. Pero a través de este proceso doloroso -dice Hegel- se impone la razón en la historia. Marx diría que esa “razón” no es otra que las leyes objetivas que operan detrás de la conciencia humana, proceso que sólo se volverá consciente cuando el hombre sea dueño de sus propias relaciones sociales, es decir, en el socialismo.

Así como el mago saca conejos de su sombrero, Dussel propone un método “nuevecito” que sustituye, supuestamente, al método marxista. Ya vimos ese “conejo” bizarro que resulto ser la “analéctica”. Pero también existe otra “criatura” -igualmente bizarra- que llama “transmodernidad” con la que intenta desmarcarse de la posmodernidad que resuma en todo su pensamiento.

Evidentemente, como el lector puede adivinar a estas alturas, el pensamiento “posmoderno” es eurocéntrico mientras que la “transmodernidad” trasciende la desdichada y dominadora “modernidad” pero desde “más allá” de occidente. Con un simple cambio de palabras o “juego de manos” -a las que el idealismo subjetivo y posmoderno rinde tanto culto- Dussel intenta cambiar el rótulo del mismo frasco posmoderno que ha construido con los pedazos recogidos de la cristalería burguesa europea y occidental.

Marx teológico

Si la investigación histórica ha puesto al descubierto las tendencias comunistas -un tosco comunismo del consumo, como no podía ser de otro modo- del cristianismo primitivo, Dussel pretende encontrar un trasfondo teológico en los escritos de Marx. En su libro “Las metáforas teológicas de Marx” recopila las referencias bíblicas y religiosas que Marx usa en textos como El Capital, e intenta fundamentar la siguiente tesis que nos presenta en forma de esquema escolástico -a nuestro autor le encantan los esquemas de escolar que casi nunca faltan en sus libros-:

“1Pm (premisa mayor): si un cristiano es capitalista.

2Pme (premisa menor): si el capitalismo es la Bestia del Apocalipsis, el demonio visible.

Conclusión: dicho cristiano se encuentra en contradicción práctica”.[[16]] […] Marx no tuvo la intención de producir una teología formalmente explícita -es necesario que esto quede claro desde ahora-. No fue, en el sentido estricto del término, un teólogo. Abrió el horizonte para una nueva teología -lo que es muy diferente-”[[17]]

Es verdad que Marx jamás intento producir “una teología” -como bien advierte Dussel- pero nos parece que nadie ha estado poco claro con respecto de este punto. No sería posible de otro modo para un revolucionario materialista que, ya desde muy joven, escribió -en “Introducción para la crítica de la filosofía del derecho de Hegel”- unas célebres reflexiones: 

“La miseria religiosa es, al mismo tiempo, la expresión de la miseria real y la protesta contra ella. La religión es el sollozo de la criatura oprimida, es el significado real del mundo sin corazón, así como es el espíritu de una época privada de espíritu. Es el opio del pueblo. La eliminación de la religión como ilusoria felicidad del pueblo, es la condición para su felicidad real. El estímulo para disipar las ilusiones de la propia condición, es el impulso que ha de eliminar un estado que tiene necesidad de las ilusiones. La crítica de la religión, por lo tanto, significa en germen, la crítica del valle de lágrimas del cual la religión es el reflejo sagrado”.

Por tanto, no creemos que sea posible encontrar una “teología” en Marx -en el sentido de encontrar un sustento religioso para un creyente-. No es posible convertir a Marx, sin violentar toda su biografía, pensamiento y actividad, en un recurso para promover el “opio” religioso. Las metáforas religiosas que Marx utiliza son expresión no de una teología sino de la escritura de un pensador sumamente culto -y una persona culta debe ser conocedor de La Biblia- que es capaz de utilizar un enorme bagaje para dar expresión y plasticidad artística a sus ideas, así como también para indicar el origen revolucionario del cristianismo primitivo –un movimiento revolucionario y de comunismo de los bienes de consumo que era propio de pequeñas comunidades en un marco muy primitivo-.

Es evidente, no obstante, que nada tenemos en contra de que una persona religiosa encuentre inspiración en Marx para voltear su sentimiento religioso en contra del sistema que nos oprime -aunque no es un abordaje correcto para estudiar a un pensador materialista y, por tanto, ateo como Marx-. Reiteramos que el marxismo lucha por la unidad de todos los oprimidos independientemente de cualquier diferencia religiosa, nacional o de cualquier otro tipo. Y si bien no compartimos la tesis del profesor Dussel acerca de la posibilidad de fundamentar una teología en Marx, no deja de ser interesante su libro, aunque sólo sea para rescatar algunas de las ricas metáforas que Marx utilizó para expresar sus ideas revolucionarias.

Marx desfigurado

Con su habitual modestia, a Dussel le gusta presentarse como uno de los pocos pensadores –sino el único en el mundo- que realmente ha leído a Marx completo, en su idioma-palmo a palmo como él dice- y haber “descubierto” que Marx ya había adelantado la filosofía posmoderna de la “exterioridad” desarrollada, por supuesto, por Dussel.

Para haber tratado de fundamentar una teología en Marx, Dussel avanza aquí con una arrogancia que violenta el más mínimo respeto a la teología cristiana. Por una parte Dussel aporta -en obras como “Hacia un Marx desconocido” y “El último Marx”- un pormenorizado estudio de los borradores y materiales preparatorios para El Capital y en este sentido la lectura de estas obras no es desdeñable.

Pero lo que echa a perder lo que podría haber sido un interesante estudio es la obstinada obsesión del profesor por forzar las ideas de Marx dentro de la concepción posmoderna, con lo que no logra más que distorsiones absurdas. Es cierto -como Dussel señala- que Marx pretendía exponer sus concepciones económicas en una obra de seis volúmenes e hizo múltiples cambios en sus planes conforme avanzaba en su investigación. Sin embargo todo esto es bien sabido: en cuanto a su forma, por la correspondencia de Marx y, en cuanto a su contenido, tenemos en mente los manuales sobre historia económica que se publicaron en la antigua unión soviética y el estudio hecho en la biografía de Marx hecha por McLellan[[18]]. Estos textos son muy anteriores a los escritos de Dussel.

Antes de abordar cómo Dussel interpreta a Marx, señalemos –de pasada- la historia de la producción de El Capital: Lo que pretendía ser la primera sección del primero de los seis volúmenes aparece a finales de 1859 como “Contribución a la crítica de la economía política”. Marx señaló en el prólogo que es el fruto de quince años de trabajo, es decir, contabilizando a partir desde los manuscritos de 1844. Marx, en su “Contribución a la crítica de la economía política”, expone su teoría del valor, el surgimiento y funciones del dinero; temas que profundizará en el Tomo I de El Capital.

Pero este libro era una parte del primer tomo de seis que tenía planeado escribir en ese momento- Marx, entre 1857 y 1858, había escrito una infinidad de notas que no publicó en la “Contribución”. Es como si Marx viera desarrollarse ante sí un árbol al que le surgían muchas ramas y tuviera que seguirlas a todas ellas hasta el fin y de la forma más exhaustiva humanamente posible.

Estos borradores no fueron publicados sino hasta 1939 bajo el nombre -inventado por los editores- de “Elementos fundamentales de la crítica de la economía política”, mejor conocidos como los “Grundrisse” – por ser la primera palabra alemana del título “elementos”-. Estos textos son más que un borrador de El Capital pero menos que una obra terminada y articulada; se trata de apuntes y borradores de muchos temas que se incluirán en El Capital así como de otros que no encontraron cabida en la estructura final.

Debe tomarse en cuenta que por estas fechas Marx vacilaba entre exponer sus descubrimientos en una forma que incluyera los elementos comunes de todos los modos de producción -producción social, desarrollo de herramientas, división del trabajo, etc.- para exponer lo que hay de particular e históricamente transitorio en el capitalismo, o exponer sólo las leyes de este último sistema -criterio que utilizará finalmente-. Y con respecto al estudio del capitalismo, Marx pretendía estudiar la base económica -la extracción de plusvalía- para pasar a la superestructura jurídica del Estado burgués; luego a las relaciones internacionales y finalizar con el mercado mundial y las crisis mundiales.

Basta leer la brillante introducción que había escrito parar “Contribución a la crítica de la economía política” –introducción que no fue incluida en ese libro y que forma la primera parte de los Grundrisse- sobre el carácter histórico de la producción y las profundas reflexiones del arte griego para darnos una idea del enorme horizonte que Marx abarcó en sus estudios y los valiosos desarrollos que complementan a El Capital. Para 1858, antes de publicar su “Contribución”, ya tenía un manuscrito de más de 800 páginas.

Pero para 1861 sus manuscritos crecieron aún más con un estudio sobre la historia de las teorías de la plusvalía –que se publicarán de forma completa como el Tomo IV de El Capital hasta la tardía fecha de 1956 (el tomo tercero de ese IV tomo hasta 1962–Kautsky había publicado una versión mutilada y arbitrariamente ordenada entre 1905 y 1910-)-.

Por fin, en una carta a Kugelmannn del 13 de octubre de 1866, expone lo que será la estructura final de El Capital en cuatro tomos –poco antes de esto Marx tenía proyectado que los temas de los tomos II y III se publicarían en un solo volumen-: 1.- proceso de producción, 2.- circulación de capital, 3.- producción y circulación en su conjunto y 4.- teorías sobre la plusvalía. Se trata de la culminación de más de veinte años de trabajo en la materia.

Muchos estudiosos revisionistas de Marx han querido encontrar en los “manuscritos económico filosóficos del 44” y en los “Grundrisse” un “Marx desconocido” que sería diferente al Marx revolucionario conocido por todos. A decir de Trotsky es el viejo intento de “cortarle las barbas a Marx”. Dussel se une a ese ejército de “barberos”. Veamos cómo “traduce” a Marx a sus oscuros términos:

“« Fuente » trascendental a la « totalidad » del capital : lo no-capital, el no-Ser del capital, la realidad del « trabajo vivo » : A esto lo hemos llamado « Exterioridad » : lo « anterior » (en la lógica dialéctica del concepto, y en la realidad histórica), lo « exterior » (lo que surge en la circulación todavía no capitalista : desde un punto de vista lógico [circulación del no-capital todavía] e histórico [el mercantilismo precapitalista]), lo trascendental por anterioridad. Porque es «trans-ontológico» (si lo ontológico es el ser del capital como fundamento: el valor que se valoriza), porque está «más-allá» que la totalidad (con anterioridad y exterioridad) lo denominamos lo «meta-físico» (si se entiende que «meta» indica lo « más-allá », y « fysis » el ser mismo). El «trabajo vivo» es así la «fuente meta-física» o que guarda exterioridad con respecto al capital como tal (como «totalidad»). Este punto no ha sido nunca vislumbrado con claridad por el marxismo posterior a Marx.[[19]]

Tratemos de traducir el anterior galimatías: Dussel intenta decir que al ser el trabajo la fuente de valorización de capital, ésta se da, en realidad, en la “exterioridad” del capital, o sea en la fuerza de trabajo del obrero como un “ser otro” del capital, como “trabajo vivo”. Es verdad que Marx -en múltiples ocasiones y sobre todo en los borradores de sus estudios- solía “coquetear” con la filosofía hegeliana y expresarse con categorías de este filósofo. Así, por ejemplo, en los Grundrisse describe el trabajo de la fuerza de trabajo como “no-capital”:

“El trabajo, puesto como no-capital en cuanto tal, es: 1) Trabajo no-objetivado, concebido negativamente. En cuanto tal, es no-materia prima, no-instrumento de trabajo, no-producto en bruto: el trabajo disociado de todos los medios de trabajo y objetos de trabajo, de toda su objetividad; el trabajo vivo, existente como abstracción de estos aspectos de su realidad efectiva (igualmente no valor); este despojamiento total, esta desnudez de toda objetividad, esta existencia puramente subjetiva del trabajo. El trabajo como miseria absoluta: la miseria, no como carencia, sino como exclusión plena de la riqueza objetiva”.[[20]]

Pero cuando Marx habla de trabajo como “no-capital” está subrayando la relación dialéctica entre capital y trabajo, los dos aspectos de una contradicción que se determinan mutuamente pero que, al mismo tiempo, son opuestos. Marx señala la alienación del trabajador en el proceso de trabajo, en la creación de mercancías en las que el trabajo se objetiva pero que le son ajenas como capital-mercancía. Marx no está haciendo un ejercicio de posmodernidad, sino explicando dialécticamente la contradicción entre capital y trabajo.

En realidad Marx demuestra una y otra vez que en el capital existe un oposición de contrarios que se determinan recíprocamente al propio tiempo que se excluyen: el capital requiere del trabajador para “valorizarse” -pues la fuerza de trabajo es la única fuente de plusvalía-, pero la fuerza de trabajo del obrero debe venderse sino ha de morir de inanición al ser ésta la única mercancía que tiene para vender -al estar concentrado en pocas manos los medios de trabajo en forma de capital-.

El obrero no existe “fuera” de la “totalidad” capitalista sino está en el núcleo mismo de esta relación social. La única forma de suprimir esta contradicción es superando al capitalismo y esto implica expropiar el capital, expropiar al expropiador capitalista.

Forzar al pobre Marx en los miserables conceptos posmodernos –con los cuales Dussel está obsesionado (como los faquires indios con su ombligo)- no puede sino llevar a las más burdas confusiones y tergiversaciones. Veamos algunos ejemplos: Lévinas habla de un “desdoblamiento” (el “yo” y la “otredad”) de carácter subjetivo, caprichoso y que es “impulsado” por la misericordia religiosa; Marx –por el contrario- habla de un proceso objetivo, que nace de la contradicción real oculta en la mercancía y que en el sistema actual se desarrolla plenamente.

Ambas concepciones son incompatibles. Por otra parte, el “reconocimiento del otro” de Lévinas y Dussel, si se aplica a la economía política, lleva necesariamente a la conciliación de clases, es decir, al “reconocimiento” del capitalista como “otro” que debe ser respetado y aceptado en su “otredad”. Vemos que sólo un sofista podría intentar asimilar la dialéctica de El Capital en el sentido de la “exterioridad” sentimental y lacrimógena de Lévinas.

Dussel sostiene que cuando Marx habla de “trabajo vivo” está adelantando el criterio ético dusseliano de “la vida” como fundamento moral eterno y metafísico. Pero el “trabajo vivo” de Marx es la fuerza de trabajo que debe venderse al capitalista, al ser la única mercancía con la que puede sobrevivir. Es decir, Marx nunca no habla de “vida” en abstracto sino de relaciones de producción concretas.

En cambio, Dussel va a vaciar de contenido ese “trabajo vivo” para quedarse con el concepto abstracto de “vida”, como veremos a continuación. Hemos visto  que existe una tendencia en el profesor Dussel por encontrar a un Marx a “imagen y semejanza” de sus concepciones preestablecidas, religiosas y posmodernas, maltratando al padre del comunismo científico de una forma que no es muy escrupulosa.

La “vida” como criterio ético, su moral y la nuestra

Dussel afirma que detrás de todas las grandes filosofías éticas de la historia se puede encontrar un sustrato común a la humanidad que puede servir de base para una ética con carácter universal, una “ethica perennis” –si se dice en latín es más profundo-:

“Es necesario dejar lo griego de las éticas griegas, lo cristiano de las éticas cristianas, lo moderno de las éticas modernas y ante nuestros ojos aparecerá una antigua y siempre fundante ethica perennis que es necesario hoy des-cubrirla, pensarla, exponerla”.[[21]]

De acuerdo con Dussel este criterio es “la vida” y la “dignidad humana” que, al mismo tiempo, dota a la “ética de la liberación” de un contenido “material”. De acuerdo a esto, la política y la ética debe defender y promover las políticas, instituciones y relaciones sociales que promuevan una vida más digna y justa para la mayoría. Estamos ante una ética que cualquier persona sensata aceptaría y que cualquier “viejecita” respetable abrazaría sin dudar. De nuevo Dussel lo “explica” en el estilo de un profeta:

“Principio de la obligación de producir, reproducir y desarrollar la vida humana concreta de cada sujeto ético en comunidad. Este principio tiene pretensión de universalidad. Se realiza a través de las culturas y las motiva por dentro, lo mismo que a los valores o las diversas maneras de cumplir la «vida buena», la felicidad, etc. Pero todas estas instancias no son nunca el principio universal de la vida humana. El principio las penetra a todas y las mueve a su auto-realización», pues «toda norma, acción, microestructura, institución o eticidad cultural tienen siempre y necesariamente como contenido último algún momento de la producción, reproducción y desarrollo de la vida humana en concreto”.[[22]]

Esto, evidentemente, no sucede en la sociedad actual dominada por los valores de la modernidad depredadora y egoísta. Pero ese es precisamente el problema: que la historia no se ha regido jamás por las buenas intenciones y el “sentido común” -cosa que siempre ha desconcertado a las abuelitas bien intencionadas-. Podría pensarse que no puede haber otro criterio más objetivo que la vida humana en toda su plenitud –¿y no Marx basó su teoría en la reproducción material de la vida humana?-, pero lo que Dussel presenta como sustituto del marxismo no es más que una abstracción vacía, por más que trate de cubrir ese vacío con frases sobre “criterio material” y “concreción”. Esto pasa porque al comparar filosofías tan diversas, no puede extraerse más que generalidades huecas: es como vaciar un frasco de su contenido y conformarse con la nada como sustituto.

El ser humano ha producido las condiciones de su existencia –de su vida social- en contextos tan diferentes que abstraer la vida de su contexto de reproducción material es un ejemplo de la bancarrota del idealismo en filosofía. “La vida” es un criterio moralista tan “efectivo” como el “no matarás” del Viejo Testamento. El método del marxismo, por el contrario, va de lo abstracto a lo concreto –como Marx mismo explicó en los Grundrisse-. Parte del hecho evidente de que para vivir el ser humano necesita producir, pero investiga, de manera concreta, los modos de producción en que se han desarrollado diversas fuerzas productivas y diferentes relaciones sociales de producción. Marx descubrió que en determinado punto las fuerzas productivas entran en contradicción con las relaciones sociales vigentes y más tarde o más temprano una serie de revoluciones sociales derrumba el viejo estado de cosas para dar paso a un nuevo y más progresivo modo de producción.

Las relaciones de producción vigentes, las contradicciones de clase, son las que determinan que vida “vale” y tiene “dignidad” –para la clase dominante evidentemente- y cuál vida es considerada de “segunda clase”. Así, por ejemplo, las relaciones de producción esclavistas tendían a determinar que incluso un genio como Aristóteles considerara a los esclavos como simples “instrumentos con voz”. Apelar a la vida en abstracto no tiene sentido en el estudio de la historia tal como ésta ha sido realmente y no como quisiéramos de acuerdo a inexistentes “reglas eternas de la moral”.

Vemos que en Marx existe una rica y dinámica visión dialéctica de la historia humana, en Dussel una abstracción sin contenido y sin materia. Revelador es que Dussel no ha sido el primero en proponer “la vida” como criterio ético- filosófico: darwinistas sociales han propuesto el mismo criterio vacío, así como el “vitalismo” irracional de un Bergson, incluso los nazis y, actualmente, los conservadores “próvida”. Evidentemente Dussel no pertenece a estas corrientes –nuevamente no queremos calumniarlo en absoluto- pero lo anterior muestra que su criterio –en tanto representa un colosal vacío- puede llenarse de diversos contenidos.

Como presintiendo ese vacío idealista, Dussel intenta llenarlo con algunas reflexiones que no dejan de tener sentido del humor -aunque no sea la intención del autor-. Esto, por ejemplo, nos dice con respecto al cerebro humano: “El cerebro es el órgano directamente responsable del «seguir-viviendo», como reproducción y desarrollo de la vida humana del organismo, de la corporalidad comunitaria e histórica del sujeto ético, (pues) el sistema nervioso cerebral actúa por selección, a partir de un criterio universal de dar permanencia, reproducir, desarrollar, hacer crecer la vida del sujeto humano, y esto desde el nivel vegetativo hasta el cultural o ético más heroico o sublime”.[[23]]

Esto quiere decir que el cerebro humano tiende al existencialismo, es decir, a vivir antes de poder reflexionar. Pero entonces cualquier animal con algo de cerebro, desde la sardina, sería seguidora de la filosofía existencial y ese “principio universal”. Una “ética” de esta clase está muy lejos de ser un referente para otra cosa que lugares comunes del reino de la zoología.

Pero ¿Acaso el marxismo carece de una teoría sobre la moral?  ¿Acaso sostenemos que la moral con que se lucha es indiferente? De ninguna manera. Como explicó Trotsky en su libro “Su moral y la nuestra” el marxismo sostiene que no existe una moral por encima de las clases ni de la historia humana, cada sociedad ha tenido una moralidad dominante que, en términos generales, es la moralidad impuesta por la clase dominante.

La ética que nos propone Dussel no es la excepción: es la moralidad pequeñoburguesa, sentimental e individualista del “piadoso” pequeño propietario. Si la moral es un producto de la lucha de clases, los marxistas defendemos que para un trabajador con conciencia de clase no hay otra moralidad que la que resulta de su propia lucha y acción colectiva, de su propia historia. Es ético todo aquello que promueva la unidad de los explotados, todo aquello que promueva la elevación de la conciencia de clase, la organización y combatividad de los trabajadores, su  capacidad decidir y tomar el destino en sus manos, su potencia revolucionaria, etc.

Es contrarrevolucionario y reprobable todo aquello que inhibe su capacidad de organización y lucha, lo que lo desvía del objetivo de derribar el capitalismo. El sentimentalismo burgués es nocivo porque desarma moralmente a los trabajadores. Una ética de este tipo –la ética marxista- no nos dice qué hacer en cada caso, ni nos da mandamientos morales universales, es una ética que se confunde con la estrategia y la táctica, es decir, que se funde con el combate mismo.

Pueblo o clases sociales

Y si es “la vida” –la vida de la mayoría de la humanidad- el criterio con el cual debe transformarse el mundo moderno o posmoderno –de acuerdo a la desdichada “transmodernidad”- ¿cuál es el sujeto de esa transformación? De acuerdo con Dussel es “el pueblo” que crea un “bloque histórico”.

“Con Gramsci puedo decir –destaca- que pueblo es el bloque social de los oprimidos y eso es lo que me interesa. Es el actor colectivo de transformación y como tiene contradicciones en su seno –al estilo confusiano-, ese bloque puede explotar. Hay chilenos que no son pueblo, pero sí son anti-pueblo; el que oprime es anti-pueblo”.[[24]]

El pueblo es la fuente de poder y éste- de acuerdo a Dussel- está legitimado para movilizarse e incluso derrocar a un gobierno opresivo a través de la “democracia participativa” en donde se “manda obedeciendo”. Así el profesor da su sanción moral, su aprobación, a la rebelión de los oprimidos. Pero, en esencia, esta teoría es tan “nueva” como la idea de soberanía popular de Rousseau (que hasta donde sabemos fue un ilustrado europeo y moderno). Éste era un genio pues escribió en una época en que la tarea era derribar el orden feudal, pero actualmente quedarse en esos límites es no superar el radicalismo y la democracia pequeñoburguesa.

El pueblo es un concepto que incluye a todos los explotados y oprimidos pero, en sí mismo, no responde a la cuestión de qué programa es capaz de aglutinar al pueblo para cumplir sus objetivos ni para superar al capitalismo. No es casual que Marx combatiera la línea política de Lassalle que diluía la clase en el pueblo- y subrayara el papel político del proletariado al ser ésta la única clase social que por su papel en la producción sólo puede emanciparse acabando con toda explotación de clase –es decir- liquidando la propiedad privada burguesa y convirtiendo las palancas fundamentales de la economía en propiedad colectiva, bajo control democrático de los trabajadores y el pueblo.

Evidentemente ni Marx, Engels, Lenin o Trotsky pensaron que esa tarea revolucionaria se pudiera llevar a cabo sin que el proletariado encabezara al conjunto del pueblo, sin que éste lograra la hegemonía política sobre los campesinos pobres y la pequeña burguesía –además de la juventud, los indígenas, las mujeres, etc.-. A este frente común –con un programa socialista- Gramsci lo llamó  “bloque histórico” pues fue siempre un marxista y un revolucionario.

Lamentablemente Dussel tergiversa el “bloque histórico” de Gramsci –como ha tergiversado a Marx y casi todo lo que mezcla- para referirse no a una revolución socialista –como indudablemente defendía el marxista italiano- sino simplemente cambios reformistas que no cuestionan ni la propiedad privada burguesa ni la continuidad del capitalismo, cambios que cualquier burócrata reformista de cualquier partido socialdemócrata aceptaría.

Así, como ejemplo de “democracia participativa” –según Dussel- tenemos a los inofensivos foros de Porto Alegre y a las autonomías zapatistas. Dussel defiende –simplemente- un control keynesiano del capitalismo –mismo que ha fracasado ya en todas partes- y la vulgar “democracia participativa” que promueve –hipócritamente claro está- hasta el PAN.

Pero ¿acaso los marxistas estamos en contra de la “democracia participativa? Depende: en todos los lugares donde un avance democrático signifique un avance en la conciencia y la organización apoyaremos cualquier reforma democrática –por pequeña que sea-. Este fue el caso de la consulta por el aeropuerto de la CDMX que fue utilizado por el pueblo para echar abajo el aeropuerto que el gran capital quería imponer en Texcoco -si bien eramos de la opinión que el gobierno de AMLO tenía la fuerza y la legitimidad para cancelar ese megaproyecto sin necesidad de una consulta que podría haber sido cooptada por la oligarquía-.

Pero no pocas veces ese cliché de “democracia participativa” ha servido como un vil engaño para simular y ocultar la dictadura del capital con demagogia. Como cualquier otro término, éste se puede llenar o vaciar de contenido. Para la pequeña burguesía radical, que trata de luchar en los límites del capital contra la pobreza y la antidemocracia, el término “democracia participativa” implica un cambio “profundo” porque el gobierno trata de inmiscuir al “pueblo” en la política, consultándole, dándole presupuesto para que lo administre y remodele su colonia o su barrio; que se convoquen asambleas para que los diputados expliquen sus agendas legislativas, es decir, una forma en la cual la democracia burguesa se lave la cara “consultando al pueblo” o haciéndolo participe de una u otra cosa, sin que el poder reconocido realmente deje de estar en las instancias legislativas del aparato burgués –y el poder real deje nunca de estar firmemente en manos de la burguesía-.

Los marxistas hablamos de “democracia participativa” sobre otra lógica muy diferente: el socialismo es impensable sin la participación activa del “pueblo” en general y la clase obrera en particular. El Estado que se tendría que instaurar después de una victoria revolucionaria implicaría desmontar el aparato burocrático militar que representa el Estado capitalista, el funcionamiento de tareas administrativas del gobierno revolucionario tendría que caer bajo la responsabilidad del “pueblo” sumado a las tareas administrativas del Estado.

Las cámaras parlamentarias desaparecerían y se reunirá una gran asamblea de representantes, que jugaría el papel de ejecutivo y legislativo. Todo esto implica una democracia amplia, directa, profunda donde todos los explotados tendrían el derecho de participar y elegir a sus representantes revocables en todo momento. Para nosotros este es la única forma en que puede tener sentido la “democracia participativa” o, mejor dicho, la democracia obrera.

Por lo demás Dussel –montado en el flaco caballo posmoderno- ha atomizado la lucha popular en toda una serie de sectores oprimidos –el lumpen, la mujer, los indígenas, los campesinos, “los olvidados”, etc.- sin que exista algún elemento común que pueda unificar a luchas tan diversas. Dussel diluye abiertamente el criterio de clase en el mar de un pueblo amorfo:

“la categoría de clase, que está dada más bien por el campo económico, no es la única categoría posible. En eso el marxismo estrechó los conceptos […] es un poco el lumpen; pero ese lumpen, con ese indígena, con esa feminista y todos los movimientos sociales, comienzan a constituir un bloque social de los oprimidos, que no es una clase social sino que es un pueblo. Y ese pueblo atraviesa los modos de producción. En otras épocas era el indígena de la encomienda y de la hacienda; en Francia eran los galos y hoy los obreros. Los pueblos, como el francés o el chileno, por dar ejemplos, no están determinados por el capital. El capitalismo es una etapa de ese pueblo”.[[25]]

Dussel trata a sus lectores como escolares no muy inteligentes. El “pueblo” ha existido desde que existe el Estado en oposición al conjunto de oprimidos en los diversos modos de producción que se han basado en la explotación de clase. Pero esto es una verdad de Perogrullo –verdades abstractas a las que el profesor nos tiene acostumbrados-, lo realmente relevante es qué clase social ha sido la dominante en cada caso y cuál es la clase social portadora de nuevas y más progresivas relaciones de producción. Pero nuestro autor quiere huir de la lucha de clases como de la peste.

¿Cómo propone Dussel construir este frente? Presuntamente para este efecto Dussel ha promovido en los medios académicos toda una campaña para visibilizar un debate establecido con el llamado “padre de la ética del discurso” Otto Apel y Jürgen Habermas -el actual representante de lo que queda de la llamada “Escuela de Frankfurt- sobre las condiciones de las “acción comunicativa”.

Supuestamente este debate es fundamental para establecer una “ética” de la liberación. Habermas –por ejemplo- con un criterio liberal burgués, propone una especie de “metafísica” del dialogo como supuesta condición de una acción política efectiva. Apel, por su parte, propone una comunidad ideal del discurso donde se aceptan ciertas reglas con el objetivo consensos normativos y jurídicos que beneficien a todos.

Dussel les ha criticado a esos autores el no percatarse que las condiciones del diálogo son desiguales entre los actores, pues la voz de la modernidad occidental ha excluido a las otras voces y latitudes. Dussel propone un “diálogo consensual” de los oprimidos y excluidos para impulsar una “acción constituyente” que cambie el estado de cosas existente, que imponga un “poder consensual” o “poder constituyente” de las mayorías.

Dussel señala como un gran paso el que la “Filosofía de la Liberación” se haya convertido en un punto de referencia y de debate frente a destacados representantes de la filosofía europea: “El solo ‘hecho’ –señala Dussel-de que [Paul Ricoeur y Karl-Otto Apel] hayan reaccionado ante mis preguntas de una manera crítica […] significa ya una novedad desconocida hasta el presente. […] El ‘Norte’ no ha prestado ninguna atención a las Filosofías del ‘Sur’, cuando parte de su propia problemática, de su propia realidad, y en esto Apel se adelanta a toda su época. El ‘excluído’ de la comunidad de comunicación filosófica hegemónica es sensible a estos ‘gestos’ de reconocimiento, esencial para la construcción de una ‘nueva edad’ filosófica que se avecina”.[[26]]

Lamentamos decir que no compartimos este entusiasmo y dudamos mucho que estemos en la alborada de una “nueva edad de filosófica”. En ese escolástico debate entre “druidas” nada hay para los oprimidos. Lo único que se ha promovido es el curriculum y el enorme ego de Enrique Dussel, es asunto muy personal que el profesor ya no se sienta “excluido” de ese aburrido debate entre vacas sagradas de la filosofía europea.

Pero este presuntuoso y narcisistas espectáculo revela algo más: la aristocracia académica –que vive de becas, reconocimientos, publicaciones, conferencias- suele –por la naturaleza de su propio medio social y desempeño profesional- estar obsesionado con el lenguaje, el discurso, el “exquisito” revoloteo en torno de las más refinadas tesis, embelesado con el “embrujo” de las palabras que –como el verbo divino- crean la realidad, pues es de “palabras y más palabras” que esa intelectualidad obtiene su sustento y prestigio, su propia realidad.

Es por ello que, para subrayar ese misterio, inventan esotéricos términos –que son como conjuros- y escriben de forma más “barroca” posible para impedir la comprensión por los no “iniciados”, en una verborrea capaz de marear al más sofisticado oráculo de la antigüedad. La aristocracia académica suele encontrar muy edificante el citarse entre “colegas” y promover discusiones que a nadie le importan y donde lo único que se enaltece es el ego.

Pero el debate y los acuerdos de lucha entre los oprimidos se dan en otra parte muy diferente: en las movilizaciones, en las asambleas para discutir una huelga, en los piquetes de huelga, en las marchas masivas, en los comités de defensa contra el fascismo, en las Asambleas Populares, en la lucha contra las burocracias y, en general, en cada explosión de lucha de los trabajadores y el pueblo.

El más grandioso de todos esos debates –que se conjuga con la acción y se funde con ésta- es la revolución. En una huelga, por ejemplo, la asamblea toca asuntos serios de los que depende el sustento y el trabajo de los involucrados y por ello la unidad en la acción se convierte en un imperativo que surge de la acción misma; este debate se potencia en una revolución donde los explotados salen a la palestra política e intentan tomar el control del destino en sus manos, cuestionando todos los prejuicios burgueses heredados.

Aquí se avanza mil veces más en la conciencia de clase que en los estériles debates académicos entre “vacas sagradas” -donde se discuten abstracciones puras separadas de la vida real y necesidades de las masas- de los que un obrero no se entera ni por accidente. Seamos claros, en esos debates Dussel no intenta promover la organización entre los explotados sino su propia persona e individualidad.

Reformismo o revolución

El concepto de “poder constituyente” con el que Dussel refiere a la organización popular que impone su “democracia participativa” oculta, además de lo ya dicho, el inconveniente de que, si se le toma en serio, puede desviar un proceso revolucionario hacia los causes del parlamentarismo burgués. Efectivamente; ¿qué es una “constituyente” –para cualquier persona normal- sino un parlamento que aprueba una constitución?

Pero si el pueblo organizado tiene la organización y la fuerza para imponer una nueva “carta magna” también debería tener la fuerza para aplastar el Estado burgués y expropiar a la burguesía. Pero si, siguiendo los nebulosos conceptos del profesor, el proceso se conforma con aprobar un pedazo de papel, en un parlamento dentro de los límites del sistema imperante, se condenaría a la revolución a lo que Lenin llamaba “cretinismo parlamentario”. ¡Esto fue precisamente lo que ocurrió con la revolución alemana del 1918-1923 que fue contenida y traicionada por la socialdemocracia alemana!

Evidentemente que no se puede descartar, sobre todo en países donde la monarquía no ha sido derribada, que las masas, dada su nivel de conciencia y organización, levanten la bandera de un parlamento y los marxistas no tengamos otra que acompañar a las masas en ese proceso. Pero confundir el poder popular con “poder constituyente” no es más que otro ejemplo de conceptos irresponsables que de ser tomados en serio pueden descarrilar un proceso revolucionario en el pantano del parlamentarismo burgués.

Además de lo anterior, hemos insistido que sin un criterio marxista es imposible encontrar un punto que unifique un movimiento reivindicativo que defienda todas las causas populares pero, al mismo tiempo, las aglutine contra el capital. No se trata de una cuestión sentimental de incluir al lumpen, sino de cómo hacer posible la unidad real de los explotados. Es imposible determinar esto sin un criterio de clase así como es imposible saber cómo se mueven las líneas magnéticas sin reconocer la polaridad del magnetismo.

¿Pero qué nos propone Enrique Dussel como estrategia? El siguiente galimatías supuestamente lo explica:

“Se trata de una subsunción determinante de los principios éticos por parte de los principios políticos. La « pretensión de bondad » del acto ético es subsumida en una más compleja e institucionalizada « pretensión política de justicia », en un campo específico práctico, en tanto cumple las exigencias de la normatividad propia de la política como política. El que no cumple con las exigencias normativas de la política no es sólo un mal ético, sino que comete una injusticia política, cuyas contradicciones, debilitamiento del ejercicio del poder consensual (potentia), ineficacia o corrupción (fetichismo de la potestas) se dejará ver a corto o largo plazo“.[[27]]

O sea, simplemente, la política debe someterse a la ética de Enrique Dussel. Recuerdo que en una de sus clases -hace muchos años ya- Dussel decía que el socialismo era una estrella polar que en la forma de “tiempo de trabajo cero” debía guiar a los seres humanos a una sociedad donde no hubiera, casi, necesidad de trabajar. Es verdad que Marx pone como condición del socialismo moderno una alta productividad del trabajo que sólo en el seno del capitalismo se ha podido lograr. Pero poner el “socialismo” en los términos que nos proponía el profesor era castrar el concepto de socialismo pues quedaría como una “estrella polar” inalcanzable y a la que deberíamos seguir, no obstante, en un criterio de avance lineal y reformista.

De todas formas en sus libros más recientes Dussel ya no habla de socialismo –si es que alguna vez lo hizo-. Más allá de lo que recordamos de sus clases –ciertamente amenas – tenemos la fortuna de que cuando Dussel es entrevistado es infinitamente más claro que en sus libros, donde la oscuridad de la abstracción más torturante oculta el reformismo más ramplón.

“Se trata por tanto de defender los nuevos movimientos sociales como los representados en los distintos Foros Sociales Mundiales desde Porto Alegre desde 2001, los movimientos indigenistas, sindicales, estudiantiles, etc. Son ellos, más allá del simple bipartidismo institucionalmente generalizado, los que mejor analizan y reflejan los desequilibrios e injusticias de todo sistema político vigente, y los que mejor anticipan las futuras propuestas que mejor regenerarán la tendencia del poder a « fetichizarse », es decir, a convertirse en autorreferente y siervo de sus propios intereses, y no lo intereses obedienciales de la comunidad a la que representan”.[[28]]

No se trata de derribar el capitalismo sino de controlarlo al estilo noruego y de la “revolución de las conciencias” que no cambia nada:

“La única forma que tiene el pueblo para mandar es institucionalizando la participación”, como lo hacen Estados como el noruego. El problema de la izquierda es que, considera, “cree que hay que ocupar el mismo Estado con un nuevo proyecto; pero no, hay que cambiar la estructura del Estado y la subjetividad del político. Es una tarea de una generación de patriotas”.[[29]]

De la Revolución rusa Dussel afirma lo siguiente: “La izquierda soviética no sabía lo que era representación y tampoco participación. Desde la Revolución Francesa no se sabe lo que es un Estado participativo y por eso hay que inventarlo”.[[30]]

Pero en realidad, y uno puede verificarlo leyendo lo que escribió el periodista norteamericano John Reed acerca del poder soviético, el régimen de los soviets fue el más democrático que ha existido sobre la faz de la tierra. Los bolcheviques tomaron el poder una vez que lograron la mayoría en los órganos de poder más importantes de los trabajadores: los soviets, los comités de fábrica y los comités de soldados. Fue el II Congreso –celebrado al mismo tiempo que se asaltaba el Palacio de Invierno- el que, de manera abrumadora, dio la mayoría de los ministerios –“comisariados del pueblo”- a los bolcheviques y socialrevolucionarios de izquierda.

Así pues, Dussel lanza calumnias frívolas contra la revolución y su memoria. El Estado soviético fue burocratizado producto del aislamiento (que resultó de la traición de los dirigentes socialreformistas, sobre todo, en Alemania), la guerra civil y la pobreza -que fueron el caldo de cultivo de la contrarrevolución estalinista-. Con la Guerra Civil y la hambruna los soviets prácticamente desaparecen y el poder se concentra en el Partido Bolchevique sin que esta circunstancia fuera parte del programa original de la revolución, ni de los bolcheviques.

Pero la traición a la revolución, que aplastó la democracia obrera y terminó con el colapso de la Unión Soviética, no borra el hecho de que a través de los soviets los trabajadores, soldados, campesinos y mujeres comunes tuvieron -por primera vez- un instrumento formidable para sustituir a la vieja maquinaria estatal.

Además se demostró, en un experimento formidable, la viabilidad de una economía planificada capaz de sacar e impulsar a un enorme país desde el feudalismo más bárbaro hasta ser la segunda potencia mundial del planeta, con toda una serie de conquistas sociales (educación, salud, esperanza de vida, deporte, jubilaciones, ciencia, tecnología, conquistas para la mujer, etc.) que son inocultables para todo historiador serio. Esta es una experiencia formidable e histórica que no se puede lanzar por la borda con afirmaciones superficiales y baratas.

Como sea, el proceso de degeneración de la revolución rusa fue estudiado y explicado por Trotsky desde un punto de vista marxista e incluso prediciendo el colapso –con muchas décadas de antelación- como una posibilidad si los trabajadores no realizaban una revolución política que barriera a la burocracia estalinista. Es imposible encontrar una explicación seria de parte de Dussel según el cual la revolución se corrompió por la imperfecta alma humana: “Se corrompió la izquierda por la condición humana y porque nunca se habló de ética porque se creía que era una investigación científica”. Vemos pues que el “alma humana” es pecadora. Frente a esto hay poco que hacer más que ir perfeccionando nuestra alma poco a poco de acuerdo a la nueva religión revelada por el “profeta de la liberación”.

Tembló la tierra –prometiendo una “nueva filosofía” y una nueva teoría revolucionaria- pero de la grieta surgió el bien conocido ratoncito del reformismo y una mescolanza bizarra de filosofía burguesa, incluyendo, sobre todo, a su peor especie: el posmodernismo.

No es casualidad que el profesor Dussel apoyara la “propuesta de los eméritos” que en la huelga estudiantil de 1999 fue vista por el conjunto del movimiento-formado por muchos alumnos suyos- como una propuesta de esquirolaje al no cumplir con el pliego petitorio de los jóvenes organizados en el CGH –verdadero “poder constituyente” (usando la terminología dusseliana) de la juventud rebelde-; no es casual que suela ser invitado de honor a los cursos de formación por parte de las burocracias partidarias del PT y ahora Morena.

No es casual que abiertamente sus prédicas ampulosas y estériles sean defendidas como base programática de la política reformista del MAS en Bolivia.[[31]] Es claro que es mucho peor un ideólogo neoliberal que un ideólogo del reformismo de izquierda -y es verdad que hay puntos de coincidencia como la necesidad de impulsar reformas a favor de las masas, que apoyamos al profesor cuando fue rector de la UACM y se enfrentó contra la mafia que había controlado a la Universidad y apoyaremos críticamente al profesor contra cualquier ataque desde la derecha- pero a lo que nosotros aspiramos, partiendo de la lucha por esas mismas reformas, es a un cambio revolucionario, al derrocamiento del capitalismo y esto exige un programa revolucionario.

Por nuestra parte los marxistas estamos con la base de Morena en su intento por transformar la realidad pero intentamos explicar –con base en la lucha misma- que la única alternativa realista es el socialismo. En realidad para la burocracia reformista las “ideas” no son más que una coartada para justificar su pragmatismo y oportunismo, es muy dudoso que esa casta social haya leído realmente a Dussel –difícil pensar que alguien, de forma voluntaria, quiera someterse a tal tormento- pero la cobertura de un prestigiado académico de izquierda siempre resulta útil y provechoso a la burocracia.

Para gran parte de la intelectualidad, enclaustrada voluntariamente en las “torres de marfil” de las academias el debate –con sus honrosas excepciones-, no es un instrumento de lucha, sino un medio de ascenso social y de engordamiento curricular. En nuestra opinión –tanto por su forma como por su contenido- El Dr. Enrique Dussel es un representante académico de la burocracia reformista y la aristocracia académica que, al querer sustituir al marxismo revolucionario con el eclecticismo burgués, hace un buen servicio – involuntario seguramente- a la clase dominante.

Notas

[1] https://enriquedussel.com/Biografiia.html

[2] http://www.analectica.org/articulos/guerra-vida/

[3] file:///home/dti/Descargas/SIC1973359_429.pdf

[4] Dussel, Enrique, Introducción a la Filosofía de la Liberación, Colombia, Nueva América, 1995, p. 232.

[5] Dussel. E. Para una ética de la liberación latinoamericana, T. I y II, Buenos Aires, Siglo XXI, 1973, p. 156.

[6] Los “Cuadernos negros” de Martín Heidegger de reciente publicación-correspondientes a los años 1938-1939-demuestran que el que fue rector nazi sí vinculaba su “filosofía del ser” con la política del führer, cuestión que la academia, interesada en omitir la nefasta participación política de Heidegger, siempre ha querido negar pues la verborrea heideggeriana es la base de muchas becas, carreras y “prestigio” académico. Pero al menos para Heidegger la filosofía de “Ser y tiempo” sí estaba ligada al proyecto nacionalsocialista.

[7] Isabel Guerra, “Enrique Dussel y la Filosofía de la Liberación. Vida y Pensamiento”, Año 1, número 8, enero 2015.

[8] Dussel, E., Filosofía de la Liberación, Bogotá, Editorial Nueva América, 1996, p. 56.

[9] Dussel, Enrique, Hacia un Marx desconocido, México, Siglo XXI, 1988, p. 16.

[10] Dussel, E., Filosofía de la Liberación, Bogotá, Editorial Nueva América, 1996, p. 60.

[11] Ibid. p. 33.

[12] Dussel, Enrique; “La civilización y su núcleo ético-mítico”, en Hipótesis para una historia de la Iglesia en América Latina, p. 28.

[13] Dussel, E., Filosofía de la Liberación, Bogotá, Editorial Nueva América, 1996, p. 15.

[14] Citado en: Flora Botton Beja, “China tradicional y el mundo”, Colmex, p.86, en: http://biblio-codex.colmex.mx/

[15] Dussel, Enrique,  Introducción a la Filosofía de la Liberación, Colombia, Nueva América, 1995, pp. 235-236.

[16] Dussel, Enrique; Las metáforas teológicas de Marx, Navarra, Editorial verbo divino, p. 14.

[17] Ibid. p. 18.

[18] MacLellan, David; Karl Marx, su vida y sus ideas; Barcelona, Crítica, 1977.

[19] Dussel, Enrique; El último Marx (1863-1882) y la liberación latinoamericana, México, Siglo XXI, 1990, p. 371-372.

[20] Marx, Grundrisse, volumen 1, México, Siglo XXI, 1978,  págs. 235-236

[21] Dussel, Enrique; “Para una de-strucción de la historia de la ética”, en Universidad 80. Santa Fe. p. 168.

[22] Dussel, Enrique; Ética de la liberación en la edad de la globalización y la exclusión, Madrid, Trotta, 1998, § 60.

[23] Ibid. p. 60.

[24] http://www.eldesconcierto.cl/2017/11/06/enrique-dussel-fundador-de-la-filosofia-de-la-liberacion-la-unica-sede-del-ejercicio-del-poder-es-el-pueblo/


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[25] http://www.eldesconcierto.cl/2017/11/06/enrique-dussel-fundador-de-la-filosofia-de-la-liberacion-la-unica-sede-del-ejercicio-del-poder-es-el-pueblo/

[26] Dussel, Enrique; “Respuesta inicial a Karl-Otto Apel y Paul Ricoeur”, en La ética de la liberación ante el desafío de Apel, Taylor y Vattimo con respuesta inédita de K. O. Apel, México, UNAM, 1998,  p. 73.

[27] Dussel, Enrique; Política de la liberación II. Arquitectónica, Madrid, Trotta, 2009, § 372.

[28] http://www.elcorreo.eu.org/La-Politica-de-la-liberacion-de-Enrique-Dussel?lang=fr

[29] http://www.eldesconcierto.cl/2017/11/06/enrique-dussel-fundador-de-la-filosofia-de-la-liberacion-la-unica-sede-del-ejercicio-del-poder-es-el-pueblo/

[30] Ibid.

[31] http://vinculando.org/articulos/sociedad_america_latina/filosofia-de-la-liberacion-enrique-dussel.html

Perú: evaluación al primer gobierno de izquierda. Vladimir Cerrón. Diciembre de 2021

Es indudable que este año 2021 quedará para la historia por el solo hecho de que la izquierda peruana, por primera vez, gana un proceso electoral, con un partido de origen provinciano, declarado marxista-leninista-mariateguista y un profesor de escuela rural como candidato. Lo resaltante es que nadie lo esperaba, ni siquiera la propia izquierda.

Para la izquierda el resultado fue alentador, pero para la derecha fue traumático, pues hizo lo imposible por desconocer los resultados y hasta ahora no asimila su derrota, que en alguna medida lo ha destronado de una parte del parnaso que mantenía hace 200 años.

En este periodo de gobierno de cinco meses podemos advertir que, si bien se ganaron las elecciones, cosa muy distinta es ganar el poder, para hacer un gobierno de izquierda como el prometido. Esta circunstancia explica la razón por la que el gobierno de Pedro Castillo no ha logrado poner en marcha ninguna política de izquierda, ninguna propuesta del plan de gobierno, que lo distinga como tal, fenómeno aparentemente inexplicable para la multitud, pero que lo llevará al inevitable juicio popular ante la historia.

Desde el momento en que Pedro Castillo pasa al ballotage de la segunda vuelta, se articula una gran ofensiva contra el líder de Perú Libre, partido que ganó las elecciones, a quien se le aplica la guerra jurídica o lawfare, aperturándosele más de una docena de denuncias penales, entre ellas cuatro por terrorismo.

Como esa dosis no era suficiente para frenar el avance, decidieron atacar la estructura propia del Partido, forzando una investigación penal en marcha, antigua, doméstica y sin mayor importancia, para magnificarla y convertirla en un “gran” caso al que denominaron Los Dinámicos del Centro, involucrando a todo el Partido, dirigentes, militantes, autoridades, ex autoridades y amigos.

Estas medidas tuvieron tres fines, primero, inmovilizar al líder que según la teoría era el cerebro de los acontecimientos; segundo, proscribir a Perú Libre como partido para las próximas contiendas municipales, regionales y nacionales; y tercero, profilácticamente penalizar a toda la tecnocracia perulibrista, bajo la acusación de organización criminal y lavado de activos, para que no puedan ejercer cargos en el gobierno, con el propósito de aislar y desarmar al Presidente de su principal soporte ideológico, político, programático y organizativo.

En estas circunstancias, el Gobierno decide prescindir de la izquierda perulibrista cayendo en el juego de la derecha, pero en su afán de no perder su naturaleza, en la composición del primer Gabinete, invita como premier a un militante perulibrista, como canciller a un exguerrillero y como ministro a un maestro sindicalista. La derecha y sus voceros de la gran prensa corporativa, comenzaron una campaña intensa de desinformación, calumnias y difamación contra los mismos.

Los tres únicos ministros de izquierda al poco tiempo fueron renunciados, la derecha logró una importante victoria, pero quien se llevó el premio mayor fue la izquierda de la derecha, los que hablan como izquierdistas, pero viven como burgueses, los famosos caviares, quienes lograron reemplazar en sus espacios naturales a los ministros izquierdistas.

Este es el contexto en que Pedro Castillo organiza el Gabinete caviar, quienes nunca estuvieron en la campaña, nunca lo defendieron y por el contrario, lo atacaron, pero, sobre todo, con quienes no comulgaban con el programa de gobierno proclamado. La bancada de Perú Libre hasta el último momento se opuso a la investidura del Gabinete votando en contra en el último intento de salvar al Presidente de las fauces de la caviarada.

Nombrado el nuevo Gabinete, el Gobierno cayó en parálisis política, la renegociación del gas de Camisea, iniciada por el expremier Guido Bellido, la entrante premier Mirtha Vásquez la detuvo, la encarpetó, la congeló y la archivó. Pedro Castillo solo optó por administrar la crisis neoliberal del país, mientras era el blanco de múltiples ataques.

Ahora, no podemos culpar de todas las desgracias a los caviares, debemos analizar los círculos de confianza e influencia que rodean al Presidente en orden de prioridad; son seis. Primero, los familiares sobrinos; segundo, el sindicato; tercero, los chotanos; cuarto, los caviares; quinto, los partidos derechistas; y sexto, Perú Libre.

En este orden es fácil entender la causal por la que el Presidente carece de una herramienta ideológica, política, programática, táctica, estratégica y organizativa, para conducir un gobierno popular, pues no está rodeado de políticos ni estrategas de izquierda, sino de personas que tienen un gran concepto de la oportunidad.

En el primer círculo, la Casa de Sarratea, propiedad de los familiares sobrinos, epicentro de las pesquisas que buscan probar los casos de corrupción; en el segundo círculo, el cuestionado exaprista y exmilitante de Somos Perú, Bruno Pacheco, quien negociaba los ascensos militares, los favores en la Sunat y a quien intervinieron con dinero americano en Palacio; en el tercer círculo, se acogió a los paisanos chotanos como al jefe de asesores, Auner Vásquez, y otros funcionarios pertenecientes a Alianza para el Progreso, Acción Popular y Fuerza Popular, pero eso no importaba, lo que importaba es que sean chotanos; en el cuarto círculo, los caviares, Nuevo Perú con cinco ministerios, pero que no aportan una sola curul, asimismo, Frente Amplio con tres ministerios y que tampoco aporta una sola curul, solo Juntos por el Perú con un ministerio que aporta cinco curules; en el quinto círculo, pululan Acción Popular y Alianza Para el Progreso, ofreciendo sus votos para inclinar el fiel de la balanza en el Congreso, vendiéndose como los salvadores de la gobernabilidad. Todos tienen una tarea común, fracturar la unidad del Presidente con el sexto círculo que lo integra Perú Libre.

Pese a estas concesiones, debemos reconocer la capacidad de perseverancia de la derecha en su intento de sacar al Presidente de su cargo, intentando una vacancia presidencial por incapacidad moral. La derecha necesitaba 54 votos para llevar a debate tal medida y contaban erróneamente con los votos de los parlamentarios militantes de Perú Libre, quienes votaron contra la investidura del Gabinete caviar, pero se equivocaron, la bancada cerró filas y frustró las intenciones golpistas de la derecha.

Ahora el Presidente debe estar pensando cómo organiza su nuevo y tercer Gabinete que no debiera tener la nefasta composición caviar, ni la proporción ilógica para garantizar su defensa en el parlamento, pero sobre todo optando por un equipo que le permita retomar el programa primigenio con el que despertó a los pueblos, permitiéndole a la vez reencontrarse con ellos.

Para lograr que el Presidente se reencuentre con su pueblo, pasa por un necesario sinceramiento con el Partido, invirtiéndose el orden en los círculos de confianza, donde en primera línea esté Perú Libre, seguido por los caviares y los partidos de derecha que brinden apoyo coyuntural, desterrando a los familiares, al sindicato y a los chotanos.

En realidad, esta es la fórmula que lo salvará de los intentos de una futura vacancia, Perú Libre con su bancada unánime, Juntos por el Perú como sector caviar y algún partido de derecha negociable, que le permita garantizar mínimamente 44 votos, con lo que se tendría un Presidente invacable. Para que este engranaje funcione es indispensable garantizar la primera condición, la unidad de la bancada de Perú Libre, sin ella pocos se arriesgarían a negociar con el Gobierno, así como mantener a Juntos por el Perú con su ministerio y cerrar filas con Somos Perú.

Hay algo más que el Presidente debe enfrentar y es el acoso permanente de la Fiscalía que ha allanado tres veces Palacio de Gobierno, dando una imagen nacional e internacional pésima. Nadie podría oponerse a las investigaciones de cualquier acto de corrupción, pero eso tiene sus mecanismos previstos ante la investidura presidencial, que personifica a la nación.

En la política internacional Pedro Castillo ha perdido grandes oportunidades para iniciar la carrera de estadista. Su intervención en la CELAC, la OEA y la ONU, no fueron malas, pero tampoco trascendieron, su ausencia en la COP26 en Glasgow fue aprovechada por otros mandatarios del continente como Luis Arce quien dio un potente discurso para la historia de la humanidad, comparable solo con la de Fidel Castro en Río el año 1992.

El Ministerio de Relaciones Exteriores lo ha inducido a cometer varios errores sistemáticamente, entre los que podemos destacar el innecesario pronunciamiento contra las elecciones de Nicaragua; el frustrado nombramiento del embajador peruano en Venezuela; la fallida, ilegal y xenófoba expulsión de 41 venezolanos del territorio patrio y la falta de respaldo al actual embajador de Cuba, maltratado por la derecha, pero con el silencio de Torre Tagle, pues todo apunta a que el boicot nace del propio ministerio.

Los únicos países que podrían darle un respaldo firme al Gobierno en el plano internacional son casualmente los del bloque socialista y, paradójicamente, son los únicos con quienes se ha tenido problemas hasta ahora, ¿casualidad?, claro que no. América Latina se apresta a recibir los futuros gobiernos de izquierda en Chile con Gabriel Boric, en Brasil con Lula da Silva y posiblemente en Colombia con Gustavo Petro, mejor circunstancia no puede haber para renacer UNASUR y lograr no solo un potente respaldo continental al Gobierno, sino proyectar políticas de cooperación, economía y soberanía.

El próximo año pronto va a empezar, esperemos que el Presidente pueda enmendar los errores que han ido inestabilizando al Gobierno y ocupándolo más en su defensa que en innovar la política nacional en beneficio de las mayorías; para ello se necesitará fortalecer el liderazgo, identificar los principales problemas de la sociedad, plantear soluciones viables y mantener una postura firme frente a las adversidades.

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Chile. «El centro político apoyado por la vieja clase política de la Concertación será el mejor aliado del modelo que encarna Boric». Carlos Aznárez. Diciembre de 2021

La holgada victoria de Gabriel Boric en las elecciones de Chile sigue dando mucho que hablar. A Boric se lo presentó con cierta lógica pero con una indudable exageración en los círculos del progresismo, como la única esperanza para aplastar al candidato del pinochetismo, José Antonio Kast. Posteriormente, a partir de los resultados, la campaña de endiosamiento de Boric y lo que pudiera llegar a ser como presidente ha aumentado. Se lo compara con Salvador Allende y con cuanto ícono revolucionario latinoamericano se tenga a mano, además de insistirse ligeramente (o cándidamente) de que ahora sí “se abrirán las anchas alamedas”.

Para saber si estas definiciones encajan con la realidad o si hay una sobrestimación del momento actual, entrevistamos a un militante chileno de largo recorrido en la lucha popular. Se trata de Lucho Vega, militante internacionalista, que durante la dictadura de Pinochet, formó parte del FPMR y actualmente es miembro del Movimiento Patriotico Manuel Rodriguez. Durante el gobierno de Evo Morales también participó en la institución relacionada con la descolonización. Vega junto con otros compañerxs participó también en la gran Revuelta iniciada en octubre de 2019.

-Ya habrás visto y leído que además de la alegría de la derrota de Kast y el final del gobierno de Piñera, se está instalando un relato en el que Boric es heredero de la Revuelta y que con él, son esos jóvenes los que están llegando al Gobierno. ¿Qué impresión te da esta situación? ¿Quién es realmente Gabriel Boric?

-Gabriel Boric era diputado, y antes un dirigente estudiantil. Fue parte del movimiento social que se creó en torno al movimiento estudiantil, tanto secundario como universitario. Viene de ese mundo, pero también representa a un sector intelectual, yo no me atrevería a decir de izquierda, me inclino más por decir progresista o socialdemócrata. Lo veo dentro de esa categoría, está arropado por las luchas del movimiento social pero que son luchas diversas, no necesariamente lo representan a él en cuerpo y alma. Sino que representa un sector que aspira a ocupar el espacio que tuvo en la Concertación. Parte de su apoyo logístico e ideológico son también los viejos cuadros de la Concertación y de la Nueva Mayoría. No es casual que Michelle Bachelet haya venido a apoyar al candidato, con todo lo que ella representó cuando fue gobierno. Entonces, Boric representa al  sector más cercano al centro político. Pero indudablemente está la otra mirada, una cosa es la realidad y otra es lo que uno quiere. Parece que el mundo intelectual, la izquierda europea-americana desea una cosa pero la realidad es que Boric no es Chavez, Evo Morales o Correa y tampoco es  Lenin Moreno, pero sí podría serlo, está dentro de las posibilidades. Él representa esta izquierda latinoamericana que estudió marxismo en todas las universidades rusas o europeas. Solamente se tiene que ver el programa de Boric para darse cuenta que se refleja exactamente en el marco del neoliberalismo que ha sido impuesto por el capitalismo en su conjunto. Hoy en día Boric es la expresión del modelo neoliberal con un apoyo indudablemente popular.

-Sí, es algo que se ha dado en otros países, construir figuras que después defeccionan o que no pueden llevar adelante ni el 10 por ciento de lo que prometieron. Pero en Chile también jugó la idea del miedo al fascismo, como si lo que se ha vivido hasta ahora con Piñera no fuera algo muy parecido a eso.

-Hay más de un millón de votos que se expresaron en la segunda vuelta, con apoyo popular que se construye en base al miedo. El miedo  a que viene el fascismo, y la gente, este millón de personas, no votó por Boric sino que votó contra el fascismo, contra esa imagen de la noche oscura del fascismo. Es un millón de votos que no votaron por el programa del gobierno sino que votó por el miedo.

Es como Bolsonaro, quien es una expresión fascista pero su gobierno es ultra neoliberal. Creo que hay una desproporción en ver a Boric como la imagen de Allende, como un revolucionario y el iluminado que salvará a la izquierda chilena y la integración latinoamericana. Decir, desde sus propias palabras, que  no hay democracia en Nicaragua, Cuba y en Venezuela, es algo no menor que lo define. Lo ha expresado antes de la campaña y durante la campaña. Lo que podemos esperar de él es que en ese aspecto esté más cercano a una posición de lo que fue el grupo de Lima.

Sorprende cuando gente que uno considera inteligente, política y con posiciones correctas en otros temas pero que de pronto asumen casi con candidez esa mentira de que con Boric resucita Allende, e incluso gente que defiende a Cuba, Venezuela y Nicaragua hacen caso omiso a esas declaraciones en contrario de Boric, dichas hasta hace dos meses ¿cómo se explica este fenómeno?

-Bueno, tuve la posibilidad de trabajar bastante tiempo en descolonización en Bolivia en lo que es hoy el Ministerio de Cultura y Descolonización. Es la visión colonial y republicana que tenemos todavía los latinoamericanos, todo lo que huele a república esta bien, o sea que no estamos mirando desde nuestra América, estamos mirando a Europa desde los manuales, desde un marxismo que tiene  una visión lineal de la historia y que no ve la realidad de los pueblos. El marxismo, en rigor, nos enseña a estudiar la realidad, pero aquí vemos todo lo contrario. Te ponen a Boric como  Salvador Allende pero no hablan del programa. Si comparamos el programa de la Unidad Popular con el programa de Boric, son opuestos. En lo que hace a los cuadros intelectuales latinoamericanos, es una total falta de respeto la que tienen al insinuar que somos tontos. Que si a Atilio Borón le gusta Boric está bien que lo diga pero que nos nos digan que es Allende, que no nos engañe. Entonces, indudablemente Boric no es lo que dicen la mayoría de los intelectuales latinoamericanos y europeos. A mi me recuerda el caso de Bachelet, con quien se dio un fenómeno parecido, incluso tenía mucho más ropaje que Boric, su padre asesinado por la dictadura, socialista, exiliada, y cuando la veíamos cerca de Hugo Chávez se escabullía. Nunca fue parte del proyecto latinoamericano de integración que el comandante Chávez impulsó. Pero les gusta  mentir y engañarnos.  Boric es lo que es; es un presidente elegido indudablemente con cierto apoyo popular en segunda vuelta. En este marco aparece una izquierda que todavía vive en función del miedo a la dictadura después de 30 años y no entiende lo que es fascismo, una cosa es que te declares fascista y otra cosa es que seas neoliberal.

Los fascismos de hoy en día que se están presentando en América son fascismos de cartón porque ellos son neoliberales de esencia. En esto los intelectuales no nos pueden engañar, yo propondría que sean más respetuosos, serios y científicos.

Si a Boric le gusta la socialdemocracia, el centro político, las revoluciones sin bajas, antes que aquellas revoluciones en donde los pueblos luchan, si le agrada ir a los encuentros internacionales en que otros como él son invitados, estará en todo su derecho, pero que no nos vendan lo que no es.

¿Qué  pasó con la revuelta que durante dos años estuvo peleando en la calle, para que ahora, lleguen al gobierno quienes se opusieron a algunos métodos de lucha callejera. No olvidemos que la revuelta criticaba duramente a políticos como  Boric. A él llegaron a escracharlo (funarlo) porque lo consideraban un diputado traidor, que votó por la Ley Anti Barricada y Anti Capucha, impulsada por Piñera?

-Es fácil poder explicarlo, porque lo que ha vivido Chile desde el estallido social ha sido una expresión social contundente, fuerte y determinante. Lo que pasa es que los sectores populares sí no tienen expresión política propia caen en manos de los sectores del centro político que tienen mayor capacidad, poseen partidos políticos, estructura orgánica y  recursos. No hay que olvidar que detrás de todo este movimiento o campaña están las ONGs que son verdaderos partidos políticos que financian cuadros, dirigentes, seminarios y encuentros. Entonces, el mundo popular por sí solo, por muy fuerte y radical que sea la expresión de lucha, no alcanza.

Hay que tener en cuenta que la mayoría de los jóvenes, de los 500 que tienen traumas oculares, no son militantes de los partidos políticos, la mayoría de los presos tampoco. Todo este mundo que se expresa en la revuelta no tiene expresión popular y política propia, entonces cuando se carece de esto, es necesaria la crítica o la autocrítica hacia la izquierda que no es capaz de construir expresión popular propia en los ámbitos que sean necesarios, ya sea electoral o de una fuerza social grande que pueda golpear la mesa e imponer a los gobernantes un camino que seguir.

El centro político apoyado por la vieja clase política es el mejor aliado del modelo, actualmente al sistema le conviene más Boric que Kast, porque es estabilidad ,porque el modelo no cambiará, en cambio sí asumia  Kast generaría mucho ruidos y problemas. Lo que decía Kast no lo iba a poder cumplir porque hay que entender que Chile es el oasis del neoliberalismo, de los grupos de economistas, un país donde todos los recursos naturales están  en manos de privados y donde la banca en su conjunto maneja los grupos económicos. Es una casta política la que actualmente gobierna y no van a permitir que les arruine el momento un seudo fascista como Kast.

El problema sigue siendo lograr tener expresión popular política con visión de toma de poder, el ejemplo más trágico fue lo que pasó con la Convención, con la famosa lista del pueblo con aproximadamente 150 convencionales, la mayoría son una parte importante de los políticos, la mitad, supuestamente independiente y una lista de 40. que se autodenominó “lista del pueblo” porque en su mayoría venían de movimientos sociales y gente que participó en las movilizaciones y logró juntar las firmas necesarias para poder ir como candidatxs. Se mandan solos como el famoso Baez. Vienen de un mundo popular pero no tienen estructura orgánica, social y por lo tanto, así cómo se arman también se desintegran. Esa es nuestra tragedia: no tener expresión política para capitalizar el movimiento social, la revuelta y el levantamiento popular. En definitiva, lo que hubo en Chile es un levantamiento social donde los partidos políticos estaban fuera. Por ejemplo, Boric no podía entrar a la Plaza de la Dignidad y la vez que lo hizo le fue mal, pero él tiene  lo que no tenían lo que estábamos en la Plaza, una expresión política que pudiese dar la pelea en ese ámbito de poder de las instituciones.

-Boric tiene más la imagen de Pablo Iglesias el español de Podemos y puede llegar a terminar como Iglesias. Son seudo izquierda que pronto ven la jugada, hay un oportunismo claro por más que lo intenten dibujar de otra manera, él seguirá llevando un plan económico dependiente y como dice un intelectual de peso como Gabriel Salazar no va a poder hacer lo que dice que quiere hacer porque la derecha jugará fuerte y él no tiene agallas para enfrentar un ataque de la derecha con toda la fuerza que se necesitaría. Allí está el caso de Pedro Castillo, que  nació de una candidatura popular y tampoco está pudiendo realizar lo prometido.,,

-Hay dos Boric, el que quiere la izquierda latinoamericana intelectual o lo que se dibuja en su mente y otro es el Boric del programa, recomendaría que vean el programa del gobierno. Lo que sí es importante,  es un fenómeno que hay que seguir, es que hay una expresión popular que exige la libertad de todos los presos políticos de la revuelta y se vio reflejado en una de las consignas más importantes cuando fue su acto de proclamación: «libertad a todos los presos políticos de la revuelta». Esa es una demanda de muchos que están dentro de ese millón de votos de la segunda vuelta. Y desde alli se lo va a estar presionando. Boric estará atrapado en ese mundo y tendrá que dar respuestas para bien o para mal. La única  ventaja a su favor, es que tiene toda la Concertación, con 30 años de experiencia, que lo van asesorar y ayudar para engañar al pueblo. Es un desafío que tendrá el movimiento social. Ahora creo que el eje lo va a tratar de mantener en lo que es la Convención, que llama a generar una nueva Constitución. En rigor, eso no significa un cambio de modelo tampoco quiere decir que se terminará la injusticia. En Colombia se creó, con aquella Constitución, un estado paramilitar donde cientos de dirigentes sociales son asesinados todos los años y de allí nace el estado sanguinario. Por lo tanto, estas expresiones de lo que va a pasar ahora en Chile y las posibilidades que tiene Boric, estarán determinadas por la asesoría que le va a ofrecer la vieja clase política que supuestamente por la que él luchó. La realidad es que el pueblo tendrá que reinventarse, la única diferencia actualmente es que hay un movimiento social que adquirió vida propia, con incidencia territorial y barrial, que es distinto al de los sectores medios o estudiantiles, universitarios o profesionales. Estos dos mundos se enfrentarán en algún momento.

Camila Vallejo (PC): “Hay que empujar los cambios desde el gobierno y la calle”. LT. Diciembre 2021

La diputada, que suena como carta segura para el gabinete de Gabriel Boric, afirma que el éxito del futuro gobierno depende de sus vínculos con el mundo social. “Si no tenemos bien enraizado el proceso de cambios, puede ser inestable lo que construyamos y muy fácil de revertir”, advierte.

No quiso ir a la reelección como diputada por el Distrito 12. Tras cumplir dos periodos, Camila Vallejo tenía previsto pasar a una segunda línea. El triunfo de Gabriel Boric en la elección presidencial, sin embargo, puso en duda sus planes.

“Estamos a disposición de seguir trabajando duramente por el éxito del programa. A pesar de que yo quería pasar a segunda línea en este periodo, pero no sé si va a poder ser”, admite.

La legisladora, que es una de las cartas seguras para el gabinete del frenteamplista, aborda los desafíos de la nueva administración y el rol que jugará el Partido Comunista en el futuro gobierno.

¿Qué desafío se impone a esta nueva generación ?

La votación de Gabriel y la alta participación demuestra que ganaron las demandas sociales de las últimas décadas. El principal desafío del gobierno es representar esas demandas y la posibilidad de concretarlas con responsabilidad, pero también entregando certezas de que vamos a lograr avances significativos en derechos sociales. La juventud también demanda una nueva forma de hacer política y de gobierno feminista.

¿Qué han identificado para esas nuevas lógicas?

Hay que resignificar el poder. Eso es algo que tratamos de plasmar en la campaña y que Gabriel lo ha ido asumiendo desde que fue electo presidente.

¿Y cómo se resignifica?

No es solo una cuestión de generación, porque esta es una tarea intergeneracional. Pero una de las tareas principales es que no hay gobernabilidad sin una estructura de gobernanza que facilite la participación ciudadana.

Desplazaron a quienes han gobernado desde el retorno de la democracia. ¿Qué énfasis distintos quieren marcar?

La época de la transición dejó muchos vacíos y deudas respecto de las organizaciones sociales, sindicales, de mujeres, estudiantiles. Queremos recuperar esos vínculos, porque entendemos que no podemos solos y solas. La posibilidad de éxito de este gobierno depende mucho de lo que hagamos con el mundo social.

¿La moderación durante la segunda vuelta fue un factor significativo?

No creo que exista ese giro. Gabriel siempre ha sido una persona ponderada y dialogante que pone a disposición su liderazgo para lograr acuerdos. La campaña demostró una forma de hacer política distinta, que no tiene que ver con un giro al centro o a la ex Concertación, sino que con salir de la burbuja y sumar a la mayor cantidad de gente.

Han planteado la fórmula de abrir el gabinete a otras fuerzas, pero no la coalición. El mandatario abordó con el PS el eventual ingreso a su gobierno. ¿Cuál es su postura?

Comprendemos la importancia de mantener nuestro eje articulador, la coalición de AD, pero también que hay que ampliar los círculos concéntricos hacia quienes tengan disposición honesta a contribuir a los cambios que hay que empujar desde el gobierno y la calle. El presidente electo es quien debe tomar esa definición. No podemos cerrarnos, pero esa amplitud es en función de un programa de gobierno, si no nos haríamos un autogol.

El PC es el partido más grande de AD. ¿Qué papel esperan tener?

Somos el partido más grande de la coalición, pero no vamos a pesar ni más ni menos de lo que pesamos. Que nuestra bancada sea grande, que vayamos a ser parte del gobierno es una oportunidad para la coalición, para el trabajo que tenemos hacia adelante.

¿No esperan tener un rol mayor que en el gobierno de Bachelet?

No vinimos a hacer exigencias ni nada por el estilo, respetamos las decisiones del presidente, y donde estemos a nivel ministerial, seremos colaboradores y una importante contribución.

Con Bachelet plantearon que estarían en La Moneda y en la calle. ¿Se repite ese diseño?

Los pies en la calle son las raíces del árbol. Si no tenemos bien enraizado el proceso de cambios, puede ser inestable lo que construyamos y muy fácil de revertir. Esto no se puede digitar desde el Segundo Piso, desde La Moneda, sino que necesitamos al gabinete en terreno y en línea directa con la gente, a la cual nos debemos. Si no, vamos a seguir perpetuando la construcción elitaria del poder.

En AD se repite que el PC es el único partido que tiene asegurado un lugar en el comité político…

No lo había escuchado (ríe).

¿Y espera que sea así?

Gabriel lo va a anunciar. Aquí nadie tiene nada asegurado, esto depende de lo que el presidente electo estime más conveniente.

¿Le gustaría estar en el comité político?

No voy a responder esa pregunta. Como partido estamos a disposición de seguir trabajando duramente por el éxito del programa. A pesar de que yo quería pasar a segunda línea en este periodo, pero no sé si va a poder ser.

Dijo que el Ministerio de la Mujer podría pasar al comité político, cargo en el que también la mencionan. ¿Es una definición?

Esta es una definición que tiene que tomar el presidente electo.

¿Lo ha hablado con él?

He hablado otras cosas con él. Pero es compartido que no solo ese ministerio tiene que ser más relevante, sino también la transversalización de la perspectiva de género en todo el gobierno.

¿Cómo esperan manejar las expectativas de la gente?

El involucramiento de la ciudadanía en el proceso es clave, hacerlos parte, porque entienden más de lo que a veces se cree. Y obviamente el Congreso es un espacio de negociación, pero también es un Congreso que se constituye post revuelta y Convención, y se enmarca en un nuevo escenario donde Chile se ha posicionado como un ejemplo de democracia, participación y voluntad de cambio. Yo creo que vamos a lograrlo, hemos sorteado muchas dificultades los últimos 10 años.

Los puntos de partida y las metas. Jorge Gómez.- Diciembre 2021

Por qué, a pesar de ocurrir en la misma época y ser conducidas por vanguardias igualmente calificadas, las luchas por la independencia en Estados Unidos condujeron al establecimiento de una democracia funcional con separación de poderes, estado de derecho y federalismo y no ocurrió así en Iberoamérica.

La respuesta es obvia. Mientras las nacionalidades iberoamericanas se gestaron mediante difíciles procesos históricos y las repúblicas no resolvieron las deformaciones estructurales introducidas por el colonialismo, principalmente la dependencia, los Estados Unidos nacieron por el acuerdo de 13 entidades. La libertad para escoger lo que querían, la total ruptura con la metrópolis, y la soberanía para ejecutar la elección y sin la menor interferencia, no fueron allí metas sino puntos de partida.

Sin el Congreso Continental de 1774 en Filadelfia, la Declaración de Independencia (1776), la adopción de los Artículos de la Confederación, la Convención de Filadelfia y la redacción de la Constitución (1789), los artículos del Federalista y la elección de George Washington (1789), no hubiera habido revolución americana, los Estados Unidos no hubieran existido y la democracia no hubiera debutado en el Nuevo Mundo. Ellos partieron del punto adonde los demás querían llegar.

Se trata de un proceso extraordinariamente singular realizado en los 13 años que median entre la Declaración de Independencia y la proclamación de la Constitución en los cuales tuvo lugar un intenso debate al interior de la vanguardia revolucionaria que les permitió dilucidar las reglas para el equilibrio entre el gobierno central y los estados, creando consensos duraderos en los principales ámbitos políticos.

En este debate, además de la Declaración de Independencia, hecha de “verdades evidentes” nunca refutadas, fueron de capital importancia los Artículos de El Federalista (The Federalist Papers) una serie de 85 artículos, escritos por Alexander Hamilton, James Madison, y John Jay publicados en los más importantes diarios de la época entre octubre de 1787 y agosto de 1788.

Aunque se trata de artículos periodísticos redactados con un lenguaje asequible al ciudadano políticamente activo de entonces, en muchas universidades estos textos, en particular los Federalista No. 10, considerado el más importante de todos, así como el 14, 39, 51, 70, 78, 84, son estudiados como clásicos de ciencias y filosofías políticas.

La institucionalidad estadounidense fue puesta a prueba durante la Guerra Civil (1861-1865) cuando 11 estados se separaron de la Unión y más recientemente cuando en enero del presente año, respondiendo a consignas emanadas desde círculos de poder, turbas ideológicamente intoxicadas asaltaron el Capitolio de Washington.

Desafortunadamente en Iberoamérica el camino se torció debido a intereses creados que no permitieron consumar el pensamiento de los próceres. De hecho, las oligarquías nativas asentadas en un trípode fuerzas integrado por los terratenientes, los militares y el clero, asumieron las repúblicas como botín, no permitieron la consolidación de las instituciones ni el florecimiento de la democracia y, en cambio impusieron el caudillismo, institucionalizaron el golpe de estado y prostituyeron el concepto de Revolución.

Obviamente no es posible desandar caminos ni volver atrás la historia, pero sí mirar adelante y avanzar con mente abierta. La solución a la debilidad de la democracia es fortalecerla y cuando falta instaurarla.

La democracia se alcanza con más democracia, nunca con menos. Como alguna vez apuntó Rosa Luxemburgo, la figura más destacada de la izquierda mundial, luchar contra una democracia imperfecta no puede significar, luchar contra toda la democracia. Allá nos vemos.

La Habana, 28 de diciembre de 2021

BPJ: 20 años construyendo la organización revolucionaria en El Salvador. 16 de diciembre de 2021

Se cumplen 20 años de fundación del Bloque Popular Juvenil, el BPJ como popularmente se le conoce en el movimiento revolucionario salvadoreño. En su momento, el objetivo por el cual nació fue organizar a toda la juventud de izquierda que no necesariamente estuviera en las oficiales juventudes del FMLN, algo que fue un hecho en su tiempo y que por lo menos durante algunos años representó quizás a la organización juvenil más grande de la izquierda en El Salvador. Este es un gran momento para recordar nuestra historia e invitar a todos los compañeros y compañeras que desean luchar por un mundo mejor a que puedan conocernos más y organizarse con el BPJ.

Los primeros años (el Anillo Periférico y la Privatización de la Salud)

Se iniciaba un nuevo siglo y la lucha revolucionaria estaba en alza. El gobierno reaccionario de Francisco Flores pretendía desarrollar grandes megaproyectos acompañados de una serie de políticas neoliberales. Era la continuación de la política privatizadora iniciada en los años 90, que no había sido interrumpida a pesar de la lucha combativa de la clase obrera. Uno de los megaproyectos que exacerbó la organización fue la lucha contra la construcción del Anillo Periférico, una supercarretera que se extendería por casi todos los municipios de la zona metropolitana. Un periódico local hacía la siguiente reseña: “Con el trazo actual está previsto que la construcción del periférico afecte 1,883 inmuebles ubicados en siete municipios de San Salvador”.

La construcción de este megaproyecto significaba la afectación de cientos de comunidades que serían desalojadas, por lo que la respuesta de las comunidades fue organizarse y luchar para que el plan, que tendría una inversión de más de 1000 millones de dólares, fuera suspendido.

Lo que más hizo estallar la lucha popular fue la intención del gobierno de Flores de privatizar el sistema de salud. Esa iniciativa desató una gran lucha de la clase trabajadora del sector salud, trabajadores de hospitales, trabajadores afiliados al ISSS y sindicatos revolucionarios, vendedores informales y la juventud. Las movilizaciones constantes de casi un año y una aguerrida huelga del sector salud que se extendió por varios meses, mostraron el verdadero poder de la clase obrera salvadoreña.

Esta ha sido hasta hoy la más grande lucha del movimiento obrero salvadoreño, de la historia reciente, después de la firma de los Acuerdos de Paz. Fueron los dirigentes del FMLN que presionados por el movimiento de masas se mantuvieron movilizados en las calles, evitando que la privatización de la salud fuera un hecho.

Es en este contexto en el que surge el BPJ, como iniciativa para crear un grupo de jóvenes abnegados y valientes que pudieran estar en estas luchas de la clase obrera, al frente y de manera decidida en las tareas logísticas y ofensivas. A su alrededor se organizaron los mejores elementos de la juventud de esa época. Fue una gran oportunidad para crear una fuerte organización revolucionaria de la juventud que se propusiera luchar contra las medidas reaccionarias del gobierno; pero también, la oportunidad de crear una organización que se propusiera la lucha por el socialismo. Sin embargo, esto último no era la idea principal de los dirigentes del FMLN, cuyo papel en la fundación de esta organización fue clave.

Después de la guerra civil, la herencia revolucionaria de la juventud fue una serie de métodos deformados. Para los 2000 la juventud estaba inspirada y tentada a construir organizaciones maoístas, guerrillerista o cualquier otro tipo de organización con tendencias ajenas al marxismo. Desde el FMLN nunca se hizo un balance de los métodos por los cuales la revolución en los 80 fracasó. Y claro, eso nunca fue una prioridad para la burocracia del FMLN, que adoptó como su táctica de lucha a la cuestión electoral. La formación de cuadros marxistas que pudieran combinar la lucha de calle con métodos obreros revolucionarios y socialistas, con la lucha parlamentaria para ayudar a la clase obrera salvadoreña a tomar el poder, hubiesen ahorrado años de fracaso. Y, por supuesto, el presente reaccionario actual.

Esta combinación de métodos ajenos al movimiento obrero, fueron el acabose de la organización masiva que se había construido en la juventud. Ninguna organización con métodos burocráticos e insanos puede mantenerse y mucho menos ayudar a la clase obrera en su liberación.

Después de la episódica victoria del movimiento obrero deteniendo la privatización de la Salud, vino, como es normal en el reflujo revolucionario, la pérdida de fuerza de la organización que se fue enredando en una serie de conflictos sociales producto de la represión y la persecución del gobierno de Francisco Flores y la política errada adoptada por la dirección de la organización.

Métodos y tradiciones, el contacto con la CMI

Los métodos guerrilleristas, acciones aisladas y terrorismo individual, no conducen más que a la desorganización y desarticulación del movimiento. Acciones como estas no educan a la clase obrera ni la juventud, al contrario, desmotivan y fortalecen los argumentos del Estado para desatar la represión contra aquellos que luchan por causas justas. Asesinar ministros y/o policías no solventará nada. La burguesía puede sustituir estos elementos rápidamente y continuar con su política en el gobierno. Este tipo de métodos incorrectos sólo pueden conducir a un callejón sin salida, a obstaculizar la toma de conciencia para la revolución.

En 2007, después de 6 años de lucha y resistencia, logramos finalmente hacer contacto con los camaradas de la Corriente Marxista Internacional, la organización internacional que pretende construir partidos marxistas en el movimiento obrero internacional, heredera de las tradiciones del marxismo revolucionario de Marx, Engels, Lenin y Trotsky.

La CMI audazmente se interesó en la juventud organizada en el BPJ, escucharon nuestras interrogantes y mantuvieron conversaciones durante un poco más de un año, hasta que finalmente esta serie de discusiones concluyó en el cuarto congreso del BPJ, donde con una votación del pleno, decidimos integrarnos a la CMI en 2008, no sin antes romper con un buen número de camaradas que se negaron a permanecer en una organización que se definiría auténticamente como marxista afiliada a la CMI.

La campaña de Funes

En 2008 la intensa campaña alrededor de las elecciones presidenciales que marcaron un giro hacia la izquierda en la clase obrera salvadoreña, nos empujaron a plantear nuestras ideas revolucionarias, los métodos de la clase obrera, la democracia obrera y el socialismo. Estas ideas que se creían soterradas por el paso del tiempo fueron bien recibidas por la clase obrera salvadoreña, pero despertaron el odio de la clase dominante, que no sólo atacó al candidato de la izquierda, sino también al BPJ. Escribimos algunas publicaciones de análisis marxistas desde nuestra web, repartimos miles de volantes y decenas de documentos marxistas que serían los inicios de una prensa marxista en El Salvador.

El año 2008 estuvo marcado por los efectos de la crisis mundial del capitalismo, un desplome económico terrible consumió todas las economías capitalistas paulatinamente, los elevados precios de los combustibles aumentaban los precios de los alimentos de la canasta básica, la amenaza de los transportistas con aumentar el pasaje y una huelga de panaderos pusieron el ambiente candente en la sociedad salvadoreña de esa época, que se preparaba para un evento electoral decisivo, con una derecha desprestigiada y una izquierda que se perfilaba como eventual ganadora. La lucha de los empleados públicos, obreros, panaderos y vendedores fueron las expresiones de un ambiente caldeado que olía a una victoria de los trabajadores.

El movimiento estudiantil

El BPJ no nació en la UES como equivocadamente muchos creen, por ser una organización juvenil que se extendía desde Ciudad Delgado a casi toda la Zona Metropolitana de San Salvador y más allá. En su etapa de desarrollo, eventualmente llegó a la Universidad de El Salvador, donde se constituyó como Fuerza de Acción Universitaria, FAU, el brazo estudiantil del BPJ.

El rechazo a cientos de estudiantes que anualmente se venía desarrollando, estalló en 2008 con una serie de luchas, en las que FAU participó activamente. Los no aceptados protagonizaron manifestaciones y tomas parciales de los edificios del recinto de estudios.

La burguesía a través de sus periódicos más reaccionarios no dudó en atacar al FMLN y al BPJ, una publicación tras otra, durante una semana o más, diciendo pestes de las organizaciones estudiantiles, pero principalmente de una organización que para ellos representaba un peligro, que estaba financiada por Cuba y Venezuela, y que era controlada por el FMLN. Esa organización era el BPJ.

La razón de este ataque público no se debía al interés por cuidar el recinto educativo, el verdadero interés era acusar al BPJ de ser una organización narco/guerrillera con vínculos con las FARC y también al mismo FMLN. En ese tiempo llegó a las manos de las autoridades de Colombia y los Estado Unidos una computadora perteneciente a un dirigente de las FARC, Raúl Reyes. En dicha computadora, la burguesía a través de su prensa afirmaba que miembros del FMLN y un ex miembro fundador, inactivo durante años del BPJ, aparecían citados. De estas acusaciones la prensa nacional vendida al régimen se encargó de hacer una campaña de desprestigio contra el BPJ, acusándonos de terroristas y otras etiquetas.

En el contexto de esa campaña el BPJ agitaba una huelga general ante un fraude electoral organizado por la burguesía. Y aunque una organización puede tener la valentía o la libertad de decir cualquier cosa, en un ambiente como el que se vivía en 2008 eso era muy diferente, y las condiciones para que la clase obrera tomara con seriedad este llamado era una realidad, ese era el temor de los oligarcas, que se preparaban para la batalla atacando a sus enemigos.

La victoria electoral, una victoria de la clase obrera

Finalmente, el FMLN consiguió la victoria electoral en 2009, un ambiente de fiesta y cambio reinaba en el medio obrero. Pero esto sería solo el inicio de una larga lucha de presión y exigencias. Una vez en el Ejecutivo, el FMLN aplicó un programa contrario a lo que las masas habían votado. Hicieron pequeñas reformas, pero no las suficientes para iniciar un proceso profundo de cambios revolucionarios que satisficiera el hambre y la sed de justicia de la clase obrera.

Durante 9 años defendimos las ideas del marxismo al interior del FMLN, tiempo en el que las masas trabajadoras estuvieron al interior de su partido probando a sus dirigentes, una y otra vez, hasta comprobar por sus propios medios y experiencias la traición. Salirnos en ese tiempo hubiera sido firmar nuestra propia sentencia de muerte. Fundar el partido revolucionario y lanzar un llamado a organizarse con nosotros era algo sencillo de hacer, teníamos más que dos militantes y un perro, pero nuestro método nunca fue autoproclamarnos un partido, sino dar la batalla allá donde estaban las masas, explicar pacientemente y construir las bases para una organización marxista al interior del movimiento obrero. Nuestra máxima ha sido siempre la que alguna vez aconsejó Ted a los trotskistas británicos: “fuera del movimiento obrero no hay nada”. Así que llamar a las masas para que abandonaran el FMLN y nos siguieran a nosotros era un acto sencillamente sectario.

Los años en el FMLN

Durante toda una década acompañamos a las masas en su experiencia con el FMLN, en este tiempo, pasamos de tener un tiraje trimestral, a tener uno mensual de la prensa de los marxistas revolucionarios en el FMLN, es decir, el Militante BPJ. Desde nuestras páginas criticamos la postura del partido y pedimos la rectificación del rumbo y la aplicación de un programa revolucionario y socialista. Fue sumamente difícil sobrevivir en condiciones tan adversas. El ataque de la burocracia y nuestra condición de minoría suponían una presión sin igual a la organización, sólo la claridad de perspectivas nos mantenía firmes en la construcción de la tendencia.

La salida del FMLN

En 2018 la decepción de la clase obrera fue inevitable, durante una década el FMLN administró la crisis del capitalismo, y solo implementaron un gobierno de conciliación nacional, en el que intentaron inútilmente desarrollar un gobierno que beneficiara tanto a la clase obrera como a la clase capitalista, lo que los llevó finalmente a los brazos de la burguesía. A partir de esta política equivocada aplicada por los gobiernos del FMLN, Bukele pudo elevarse sobre el FMLN y sobre años de histórica lucha de la clase obrera. Esto sentó las bases para la formación de un partido heterogéneo alrededor de la figura de Bukele, quien terminaría tomando el control total del Estado.

Durante este período de transición tuvimos que tomar la decisión de salir del FMLN, partido donde habíamos actuado muchos años como una tendencia al interior de sus filas. La decisión fue una de las más importantes de la historia de la organización. En 2018 a través de una amplia discusión sobre las causas de la derrota electoral del FMLN en las elecciones de ese año y después de dar la batalla porque la dirección rectificara el rumbo, no quedaba más que separar nuestros caminos. No podíamos seguir atados a un partido en el que la juventud no se sentía representada, y menos la clase obrera general. El FMLN se fue vaciando rápidamente después de la derrota del 2018. Una derrota de la que no ha podido recuperarse.

La salida nos trajo una serie de acusaciones falsas por parte de los activistas y de la burocracia. Algunas de estas acusaciones se fundieron con pequeños errores tácticos, pero importantes, de nuestros mismos compañeros y compañeras. El giro de orientación que dimos consistía en acercarnos a los comités de base del FMLN que se estaban convirtiendo o se habían convertido en células de Nuevas Ideas (el partido de Bukele). Grupos de jóvenes que en ese momento estaban saliendo del partido y con los que queríamos hablar y explicar lo que había en el fondo de todo esto. A nosotros nos interesaba más hablar y convencer a esta gente que ser aceptados por los activistas de izquierda o de la burocracia, comprendíamos que el giro de la clase trabajadora hacia Bukele venía de un descontento hacia el FMLN por su traición y, por lo tanto, era un proceso en desarrollo.

¿Cuál debería ser el papel de los marxistas en estos procesos? Pues ayudar a la clase obrera a comprender las intenciones de uno u otro político y abrirles el camino hacia la comprensión de los intereses de clase detrás de los discursos. Y fue con esa idea que nos acercamos a los grupos de NI, con la intención de crear un diálogo fraterno con miles de trabajadores que estaban convencidos que Bukele era la solución. Estos grupos iniciales no estaban burocratizados, no eran personas con malas intenciones. En su mayoría era gente honesta que creía que desde esta oportunidad se podía lograr un cambio. Con esta gente nos interesaba discutir. La conformación del partido NI en la actualidad carece de estas personas, ahora está lleno de burócratas y oportunistas. Por un breve espacio la gente se autoorganizó, pero eso se esfumó rápidamente. Aprovechamos estas primeras explosiones de organización para reclutar militantes, luego nos alejamos, a medida que NI se burocratizaba y se llenaba de oportunistas.

En este periodo era importante hacer todo lo posible por ganar a la causa de la revolución a toda la generación de jóvenes que querían construir algo distinto al FMLN y luchar por una sociedad distinta, lo de Nuevas Ideas fue realmente un despertar político de la juventud, que fue interrumpido por la degeneración de ese movimiento. No podíamos alejarnos de la juventud y la clase trabajadora con ultimatums, gritando advertencias y renegando porque no preveían un engaño, como lo hicieron las demás organizaciones de izquierda. Esto nos valió para superar toda la crisis que significó el triunfo de Bukele en estos años, y nos permitió mantenernos en pie en períodos de confusión como estos. Para los sectarios y ultraizquierdistas esto es un libro cerrado, para ellos es mejor gritar a los cuatro vientos “traición” y decir pestes, lamentarse sobre el porqué las masas recurren a estos demagogos antes que entender el proceso de desarrollo de conciencia.

Durante un tiempo estuvimos clandestinamente hablando con grupos y compañeros de Nuevas Ideas, pero nunca nos interesó hacer tratos con las direcciones o asumir puestos de poder que sólo absorberían energías. Nuestra táctica estaba orientada a que a través del debate convenceríamos a los jóvenes más astutos a organizarse con nosotros. Una vez agotado el proceso de transición de migración de grupos enteros del FMLN a NI, abandonamos esta táctica.

Elecciones 2019 la victoria de Bukele

En estas elecciones se nos criticó duramente por no dar apoyo público a algún partido político en las elecciones, se nos acusó falsamente de que nuestro apoyo era para Bukele, pero en ninguna resolución o artículo de esa época decimos abiertamente que la clase obrera tenía que votar a Bukele. Explicamos el proceso y advertimos los posibles escenarios. También decíamos que la clase obrera le tenía que exigir con base en sus promesas si lo hacían presidente. Sin embargo, los sectarios leen y no comprenden. En todo caso tenemos claro que, en primer lugar, no estábamos obligados a apoyar a ningún partido y no apoyar un partido no significa no tener una postura. Nuestra postura en ese periodo fue: ¡No hay alternativa, la alternativa se construye en las calles!

Si nos detenemos un momento y preguntamos: ¿Qué es lo que está pasando ahora? Es esto, la gente se está movilizando y construyendo la oposición en las calles y no en las filas del FMLN. Entonces ¿Por qué teníamos que llamar a votar por el FMLN cuando la clase obrera ya los había desechado por completo? Nuestra organización no era decisiva para evitar lo que las masas ya habían decidido un año antes: hacer presidente a Bukele. Y si en todo caso hubiésemos sido decisivos en ese momento, hubiésemos presentado un candidato con un programa de clase, socialista e independiente, pero ni por cerca era el caso. El apoyo crítico al FMLN ya no era una táctica adecuada. La lucha tenía que seguir en la construcción de las bases para la lucha socialista de manera independiente entre los sindicatos y la juventud, esta fue la orientación táctica que seguimos y es lo que hacemos.

Posteriormente, hemos tenido que luchar contra la corriente con respecto a la definición del régimen de Bukele, muchos activistas cometen el error de calificar al régimen de Bukele como un régimen fascista, lo cual es inexacto. No todo régimen que usa la represión y al ejército es un régimen fascista, en ese caso tendríamos que catalogar al régimen español como fascista cuando reprime a los catalanes, o al gobierno francés, o al gobierno colombiano. Decir que Bukele es un fascista es blanquear el fascismo, esto no prepara a la clase obrera para el futuro. Lo que sí prepara a la clase obrera es traer al contexto la definición adecuada del régimen fascista, que consiste en un gobierno en crisis donde la clase dominante es incapaz de contener la revolución proletaria y para eso usa toda la fuerza del Estado, las armas y las bayonetas para aniquilar físicamente a todas las organizaciones de la clase obrera, y lo hace apoyado de una base social, bandas de fuerzas reaccionaria que se arman con este objetivo. Esto está alejado de lo que Bukele ha hecho hasta hoy, lo que no significa que no sea peligroso y que no lo debamos combatir.

20 años de construcción y lucha paciente

Han pasado 20 años después de nuestra primera aparición con 7 miembros en una marcha y con una manta que rezaba ¡Insurrección! Y estamos aquí con todas las energías del mundo dispuestos a construir una organización independiente financieramente, que se financia de la contribución de cada uno de sus miembros, independiente políticamente y que se deba sólo a lo que nuestros congresos mundiales o nacionales acuerden.

20 años después nuestro objetivo central es construir las bases del futuro partido marxista que ayude a la clase obrera salvadoreña y a la clase obrera mundial, a liberarse de las cadenas del capital. Nuestra experiencia es aún muy pequeña comparada con toda la vasta experiencia de la clase obrera mundial, pero en nuestros pequeños y cortos 20 años estamos orgullosos de aportar a la semilla qué germinará para construir en el futuro: una sociedad libre de opresión y explotación. A las futuras generaciones les legamos la continuidad de nuestros métodos y tradiciones que no son más que los métodos y tradiciones de toda la clase obrera mundial en su lucha por su liberación. No nos mueve y nos mantiene en pie más que esta sola idea, la de que un día los pobres de este país y del mundo puedan decidir sobre sus propias vidas y podamos vivir dignamente.

Como organización reclamamos el legado y la abnegación de todas y todos nuestros héroes y mártires que un día abandonaron todo: su hogar, su familia, sus intereses personales por una sola causa, la causa del socialismo. A esto se debe el BPJ, no hay mayor fuente de admiración para nosotros que nuestra historia, la que nos legaron los héroes y heroínas de todos los procesos revolucionarios de nuestro país y del mundo. Nosotros como jóvenes revolucionarios pretendemos atar los lazos socialistas que fueron rotos a partir del abandono de la revolución por parte de algunos dirigentes en los años 80, mantener viva la llama de la revolución y el socialismo en las épocas de completo aislamiento de las ideas marxistas y defender las ideas y la causa con toda nuestra entrega y energía.

A nuestros camaradas que ya no están, que de una u otra forma pusieron su esfuerzo y entrega en su momento para construir las bases de esta organización, les rendimos homenaje y admiración, porque sin cada uno de ellos, sin su aporte e iniciativa, lo que hoy estamos contando no existiría. Así que cada camarada con sus grandezas y con sus errores fue importante para llegar a ser lo que somos hoy en la actualidad, una organización marxista seria, abnegada y comprometida con la causa del socialismo. Hoy más que nunca podemos preguntar ¿BPJ cuál es tu deber? A lo que responderemos con más energía que nunca ¡La toma del Poder!


Educar, agitar, organizar ¡Por el socialismo en nuestras vidas!

Chi sono i proprietari delle note case farmaceutiche che producono i vaccini? Eros Cococcetta

Da un po’ di tempo mi è venuta la curiosità di sapere chi sono i proprietari di queste ormai famosissime case farmaceutiche americane che hanno inondato tutti gli Stati del mondo con i loro vaccini di nuova generazione.

Quindi sto parlando di: – Pfizer – Moderna – Johnson & Johnson.

Inoltre, per motivi che spiegherò a breve, ho esteso la ricerca anche a:  -Alphabet, proprietaria di Google, proprietaria di Youtube -Facebook.

Ebbene tutte queste società sono di proprietà di BlackRock, Vanguard Group e State Street, quali azionisti di maggioranza, più altre società finanziarie “minori” americane (fonte: Sole 24 Ore, Corriere della Sera[1] e Yahoo Finanza).

Anche la società biofarmaceutica svedese-britannica AstraZeneca[2] è presidiata massicciamente da Vanguard e Wellington (collegata a Vanguard) e partecipata, tra le altre, da Goldman Sachs e Bank of America.


Soltanto BlackRock, che è la più grande società d’investimento del mondo, gestisce risparmi e asset finanziari per 8.676 miliardi di dollari a fine dicembre 2020[3] (circa 7.230 Mld di euro), che è più del PIL di Germania, Francia e Italia messe insieme, sempre a dicembre 2020, pari a 8.343 Mld di dollari (fonte: Trading Econimics).

In Italia ha importanti partecipazioni in Unicredit, Intesa SP, MPS, Atlantia e altre società.

Perciò BlackRock è stata anche definita la “banca mondiale ombra” o “roccia invisibile”.

La “Trinità che comanda il mondo”, come l’ha definita Franco Fracassi in un famoso video di ME+ di luglio 2019[4], dove Fracassi dice, tra l’altro, che:

– nel 2021 (che ormai sta finendo), questi tre fondi di investimento gestiranno insieme una massa di denaro – denaro vero non denaro farlocco della finanza – pari a 25.000 Miliardi di Euro, che equivale ad un terzo dell’intero reddito (PIL) del pianeta.

– Inoltre i principali azionisti di BlackRock sono Vanguard e State Street, i principali azionisti di Vanguard sono BlackRock e State Street e i principali azionisti di State Street sono BlackRock e Vanguard. “E’ come Dio, uno e trino”; questa unica società, che poi sono tre, tra due anni (cioè oggi) avrà la proprietà di un terzo dell’intero pianeta.

Tra parentesi (si fa per dire) segnalo che la “Triade” (come preferisco chiamarla laicamente) possiede anche la Apple, la Microsoft, Amazon, Tesla e Netflix, solo per parlare delle più grandi e note società del mondo.

Questo tanto per chiarire con quale gigante finanziario-economico abbiamo a che fare.

A questo punto, però, mi sorge un dubbio. Ma non è che le famose “regole della community” tanto care a Facebook e Youtube, che oscurano con grande solerzia chi parla male dei vaccini sperimentali Pfizer e Moderna, hanno qualcosa a che fare con la tutela degli interessi economici della Triade o “Trinità che comanda il mondo”?

Da questo quadro, molto positivo per la grande finanza ma molto negativo per i lavoratori, potrebbe sembrare che per gli Stati e i popoli ormai i giochi sono fatti, nel senso che il neoliberismo sotto forma di “finanzcapitalismo” ormai domina incontrastato in quasi tutto il mondo, compresa l’Europa targata BCE – Euro – Commissione Europea (un’altra triade). Ma in realtà è così solo nella misura in cui i popoli e gli Stati restano dormienti e anestetizzati da questa situazione e asserviti alle teorie neoliberiste[5], che sinteticamente potrebbero essere chiamate anticostituzionaliste.

Non è mai troppo tardi per un risveglio che deve basarsi su un ritorno importante dello Stato all’economia, come vuole la nostra Costituzione (artt. 1, 2, 3 e 4 Cost.): diritto al lavoro per tutti i cittadini e dovere dello Stato di assicurare la piena occupazione. Se lo Stato “promuove le condizioni che rendano effettivo questo diritto” (art. 4), ossia il diritto al lavoro, non può estraniarsi dall’economia, come vorrebbero i liberisti e la Commissione europea (es. divieto di aiuti di Stato, rapido ritorno all’equilibrio di bilancio nel 2023, mantenimento di un elevato tasso di disoccupazione intorno al 10 – 11%, in modo da evitare aumenti dell’inflazione e dei salari [6]), ma deve intervenire in modo massiccio nella realtà economica e sociale del Paese. Ciò anche tenuto conto dell’alto livello di disoccupazione esistente, del livello spesso troppo basso di stipendi e pensioni e delle mille cose che lo Stato e gli enti locali devono fare e/o sistemare: sanità, scuola, lavori pubblici, infrastrutture, servizi pubblici, pensioni, assistenza sociale, sistemazione del territorio dai dissesti idrogeologici, zone terremotate, sicurezza pubblica, edilizia pubblica, viabilità, ecc..

Ma tutte queste belle cose non si possono fare con una moneta a debito per di più emessa da un ente esterno allo Stato, ma richiedono necessariamente il recupero della Sovranità monetaria nazionale, cosa che può essere fatta anche restando nella UE, come dimostrano gli otto Stati appartenenti alla UE che hanno mantenuto la propria moneta.

Tanto per scomodare un uomo che in economia era sicuramente ferrato e che di certo non può essere accusato di essere un comunista, J. M. Keyenes sosteneva che[7]:

  • il mercato assomiglia molto ad un gioco d’azzardo;
  • il capitalismo, quando viene lasciato a sé stesso, è soggetto a squilibri gravi e imprevedibili;
  • il capitalismo non è intelligente, non è bello, non è giusto, non è virtuoso e non produce i beni necessari. Inoltre spreca una quantità enorme di risorse nella lotta per la concorrenza;
  • il capitalismo è un cavallo imbizzarrito da domare;
  • nel lungo periodo non ci sarà nessun riequilibrio automatico e poi “nel lungo periodo saremo tutti morti”;
  • lo Stato deve guidare l’economia attraverso precise politiche monetarie e fiscali poiché i mercati non sono sempre in grado di raggiungere equilibri efficienti da soli, ma anzi il più delle volte falliscono. La disoccupazione di massa ne è l’esempio più evidente.
  • lo Stato perciò dovrebbe fare ciò che l’economia privata, da sola, non riesce a fare, ossia i lavori pubblici come antidoto alla crisi: strade, ferrovie, case. Oggi potremmo aggiungere: banda larga, assetto del territorio, energie verdi. Tutti questi investimenti pubblici non solo aumenterebbero la domanda, ma occuperebbero anche direttamente centinaia di migliaia o milioni di persone. E’, in effetti, la ricetta che il Presidente Roosevelt applicò per affrontare e superare la Grande Depressione iniziata nel 1929.

L’alternativa tra la visione costituzionale dello Stato, chiaramente keynesiana in economia, e quella neoliberista è l’alternativa tra uno Stato che funziona e che si preoccupa del benessere dei suoi cittadini e uno Stato che non riesce neppure a garantire l’ordinaria amministrazione e l’unica cosa che può garantire è la trasformazione della nazione in una terra di conquista per le multinazionali [8], nonché alta disoccupazione, povertà generalizzata e crescente e fuga all’estero dei nostri ragazzi.

Valutate un po’ voi cosa ci conviene.


Note
[1] https://www.econopoly.ilsole24ore.com/2021/02/02/pfizer-blackrock-facebook-banche/ https://www.corriere.it/video-articoli/2018/05/07/cos-davvero-blackrock-roccia-invisibile-che-governa-mondo/2a7fb442-51d8-11e8-b9b9-f5c6ed5dbf93.shtml
[2] https://www.ilmessaggero.it/mondo/covid_vaccino_astrazeneca_colosso_farmaceutico-5452098.html
[3] https://www.corriere.it/pianeta2020/21_marzo_01/cari-amici-vi-scrivo-cosa-vuol-dire-l-italia-lettera-larry-fink-f08bc2e0-7460-11eb-88fd-12da203c2b8b.shtml
[4] https://www.youtube.com/watch?v=VVPirGVbSUc
[5] La visione neoliberista si basa essenzialmente sulla teoria malthusiana – darwiniana del mors tua vita mea: il più forte vince e va avanti e il perdente si estingue. La visione della nostra Costituzione, all’opposto si basa sull’incontro delle grandi culture cattolica e socialista, ossia sui fondamentali principi di fratellanza e di solidarietà sociale ed economica e quindi sul principio del vita tua vita mea.
[6] rispettivamente NAIRU e NAWRU, vedasi: https://scenarieconomici.it/il-pil-potenziale-nairu-e-nawru-incongruenze-e-forzature-nei-metodi-utilizzati-dal-governo-della-ue/
[7] https://keynesblog.files.wordpress.com/2020/04/keynesismo_def.pdf in https://keynesblog.com/uscire-dalla-crisi-con-keynes/
[8] Certamente le élite finanziarie e le multinazionali non si preoccupano di aumentare l’occupazione o i salari dei lavoratori o di migliorare la sanità pubblica e la scuola pubblica, anche perché loro gestiscono cliniche e scuole private.