El derecho y los marxistas. Óscar Correas. UNAM. 2016

El marxismo y los juristas marxistas[1]

Hemos venido hablando últimamente de «el derecho y el marxismo», tal vez todavía atados a la idea de que había un solo marxismo y una sola manera «marxista» de aproximarse al derecho. Pienso que debemos cambiar la perspectiva. En primer lugar, hay varias tradiciones que se reclaman, con derecho, marxistas.[2]

En segundo lugar, existen distintas tendencias entre los juristas marxistas, y valdrá la pena intentar algún balance. Y en tercer lugar, los juristas marxistas están agrupados regionalmente.

Respecto de lo primero, de las diversas tradiciones marxistas, habría que decir que un intento de inventario sería riesgoso, tanto por el número de ellas como por las combinaciones posibles, en caso de que se pudiera llegar a establecer algunos modelos «puros». Por ejemplo si pudiera establecerse que las corrientes fueran leninista, althusserianas, gramscianas, lukacsiana, ¿cuántas variantes sería posible descubrir, que manifiestan influencias combinadas de varias de ellas?

Respecto de lo segundo, que existen distintas tendencias, sabemos desde hace tiempo que en la Unión Soviética hubo dos encontradas, la de Vishinsky por un lado, y la de Pashukanis y Stucka por el otro, que han ocupado muchas páginas, y que han generado diversas obras y tendencias.

Pero después de esa disputa, puede decirse que los marxistas han intentado diversas maneras de pensar el fenómeno jurídico, sin que nadie pueda decirse heredero del «verdadero» marxismo. En algún momento habrá que hacer un balance, pero mientras tanto lo mejor es dejar de hablar de el marxismo frente al derecho.

Respecto de lo tercero, es decir, que los marxistas estén agrupados regionalmente, también puede decirse que muestra como conveniente comenzar a pensar nuestra experiencia en otros términos, dejando de lado la desafortunada idea de que hay un solo marxismo o una sola manera marxista de hablar del derecho. Lo mejor, propongo, es que comencemos a hablar en términos de la relación entre el derecho y los marxistas, preguntándonos qué han hecho, y se proponen hacer, los juristas que, además de serlo, se confiesan marxistas.

Nos interesa saber qué han hecho los juristas marxistas, en o para América Latina, y en qué están interesados. Y, por supuesto, entendemos que dentro de lo que han hecho y lo que pretenden hacer, están sus relaciones con el marxismo europeo actual y los otros juristas marxistas. Y desde luego que también interesan sus relaciones con teorías sociales y juristas no marxistas.

¿Cuál marxismo?

En esta agenda está, entre otras cosas, la discusión acerca de lo que cada uno, o los grupos existentes, consideran marxismo. ¿Aceptamos todo Marx? ¿Cuál es la tradición marxista a la que nos afiliamos como pensadores del derecho?

Por otra parte, esta pregunta implica también la que inquiere por lo que aceptamos de otras teorías sociales, y, especialmente, de la Teoría General del Derecho tal cual ésta existe hoy.

Creo que debemos esperar otra ocasión para analizar el marxismo al que nos afiliamos. Aunque, en términos muy generales, todos estamos de acuerdo que no nos interesa el marxismo estalinista. Pero esto también deberá ser discutido: ¿a qué nos referimos con esta expresión?

Las tendencias jurídicas del marxismo

Durante un buen tiempo hemos leído y discutido la obra de los juristas soviéticos. Sabemos ya que existieron dos líneas de pensamiento, y todos hemos tomado partido en este asunto, y creo que también todos hemos repudiado las concepciones de Vishinsky, en tanto legitimadoras de un estado que detestamos.

A todos nos simpatizan los intentos de la otra corriente, de fundar lo que hoy llamaríamos una teoría sociológica del derecho basada en el marxismo. Todos también, creo, tomamos distancias, unos más, otros menos, respecto de buena parte de los postulados de Pashukanis. Y también, en la medida en que no nos asusta el fantasma del positivismo, aceptamos que parte de lo que sostenía Vishinsky es aceptable: entre otras cosas, el derecho contiene normas, que son distintas que las relaciones sociales. Sobre esto se han escrito algunos balances recomendables.[3]

Y me parece que de ellos se desprende lo siguiente: 1) hasta la segunda mitad de la década de los setenta, la cuestión giraba alrededor del estudio de los juristas soviéticos, y de la construcción de una visión filosófica específicamente marxista del derecho. Me parece que Umberto Cerroni es el paradigma de este intento; 2) en adelante, comienzan a aparecer obras que, dejando de lado esa discusión, más bien usan el marxismo para hacer análisis de diversos aspectos de la vida jurídica. Y esta es la tendencia actual. Mayor razón para dejar de hablar de derecho y marxismo, para preguntar en qué se interesan y qué han aportado los marxistas. Nos debemos, entonces, este balance. Pero podemos adelantar algo.

Teoría del derecho

En algún momento los marxistas pensamos en que había que desarrollar una Teoría General del Derecho que compitiera con la del positivismo y la filosofía analítica. Eso, creo, ha sido dejado atrás en este momento. La razón es más bien simple: ésa es una buena teoría, incluso para los marxistas. En efecto ¿qué de específico podría el marxismo, partiendo de las obras de sus clásicos, agregar a los conceptos de norma, sistema jurídico, regla de reconocimiento, y otras como validez y efectividad o eficacia?[4]

La intención de construir tal teoría se ha venido disipando en la medida en que los marxistas, alumnos de importantes autores analíticos, se han visto obligados a las lecturas clásicas (Kelsen, Hart, Ross, Bobbio) de la moderna Teoría General del Derecho. Y puede decirse que donde la tradición analítica es menos fuerte, como en Brasil o México, los marxistas aceptan menos esta teoría, a veces al duro precio de la ingenuidad teórica respecto del derecho.[5]

Hoy puede decirse que los juristas marxistas no se sienten incómodos con los desarrollos teóricos de los analíticos. A lo más, aburridos.

Por otra parte, comienza a darse un curioso fenómeno de reversión: autores de background marxista retoman a Kelsen, pero un Kelsen «olvidado» por los analíticos, encontrando en sus obras sorprendentes doctrinas mucho más próximas al pensamiento emancipatorio que al analítico. [6]

Principalmente es la última teoría kelseniana de la norma fundante la que ha sacado de quicio a los analíticos, doctrina respecto de la cual se vienen haciendo los distraídos, o bien calificándola de «contradictoria» o «irracional». Me refiero a que Kelsen, al final de su vida, y con mucha congruencia respecto de obras como Dios y estado, dijo que la grundnorm es una ficción.

En fin, podemos decir que, en lo sucesivo, no sólo los marxistas aceptarán la Teoría General del Derecho positivista,[7] sino que la llevarán hasta sus últimas consecuencias, seguramente entre el griterío y los más terribles anatemas de los analíticos, que sentirán que Kelsen les quitó, al final de su vida, la escalera con que los hizo subir (Cárcova dixit).

Filosofía, teoría y ciencia políticas

La mayor parte de los juristas marxistas no ha podido, afortunadamente, separar la reflexión sobre el derecho, de los temas del poder y el estado. En los últimos años, posiblemente ha sido en estos rubros que el aporte de los juristas marxistas ha sido el más importante. Pero merece un balance aparte.

Teoría sociológica del derecho y sociología jurídica

No cabe duda de que si hay un campo propicio para el estudio de los fenómenos relacionado con el derecho, desde la teoría marxista, ese campo es el de la Sociología. Y de hecho, hace algunos años que venimos encontrándonos en foros internacionales convocados bajo el paraguas de la Sociología Jurídica.

Nos debemos un balance, pero podemos adelantar que algunos de los temas que han interesado a los juristas marxistas, son:

Los intentos de lograr una Teoría Sociológica del Derecho: es decir, el intento de desarrollar la famosa idea de que el derecho se explica a partir de las relaciones sociales. Puede decirse que todos los intentos tratan de superar el llamado «economicismo» del que el marxismo ha sido acusado tantas veces.

Las transformaciones contemporáneas del derecho y el estado. Como no podía ser de otro modo, han estado atentos a todos los procesos, pero especialmente a la democratización de nuestras sociedades latinoamericanas. Es posiblemente el aspecto en que más han trabajado.

La explicación del derecho moderno. El marxismo ofrece, como ninguna otra teoría social, posibilidades para explicar el contenido de las normas y la ideología del derecho moderno.

Otras disciplinas

1.Semiología o Semiótica: buena parte de los juristas marxistas han visualizado al derecho como discurso. Eso los puso en la huella de ciencias del lenguaje como laSemiología o Semiótica. Sin embargo, difícilmente el marxismo tengaelementos que mejoren las teorías lingüísticas y semióticas creadas portradiciones no marxistas. Por eso, en este punto, los trabajos de losmarxistas difícilmente se reconocen como tal. Habría que decir que setrata de autores de background marxistas, pero que se dedican a otrasdisciplinas.

2. Control social: algunos, juristas cuyo origen era el derecho penal y la criminología, han desembocado en una disciplina más general y, parece, moderna, que denominan Sociología del control penal.

3. Psicoanálisis: casi todos se han interesado por el tema de la subjetividad, y algunos se han sumergido a fondo en el pensamiento de Freud y sus seguidores.

La enseñanza del derecho

La educación jurídica, como no podía ser menos en seguidores del Marx de la Ideología Alemana, los marxistas han reflexionado sobre la educación de

los juristas, han participado en las universidades, y han intentado cambios, cosa que no puede decirse que hayan hecho, con la misma tenacidad, los juristas de las otras tendencias.

Los servicios legales alternativos

Los servicios legales alternativos son tema obligado para los juristas marxistas. La revista El otro Derecho, de Bogotá, es un ejemplo de esta preocupación. Se entiende que los marxistas no puede dejar de tener un punto de vista teórico acerca de esta actividad en la que participan tantos compañeros.

¿Cuánto vale el argumento de que usar el derecho moderno es contribuir a la reproducción de las relaciones sociales capitalistas? ¿Cuáles son los resultados obtenidos hasta hoy en estas actividades? Preguntas como ésa y otras muchas acerca de la práctica de los abogados, han sido motivo de reflexión. Al respecto también podría hacerse un balance más adelante.

Derechos Humanos

Todo marxista sabe, por experiencia, que los derechos humanos se defienden, en primer lugar, en la calle. Eso los diferencia claramente de la tendencia actualmente dominante en Teoría General del Derecho. Me refiero a los teóricos analíticos que, como los hongos, salen a defender los derechos humanos después de la tormenta, es decir, cuando ya no hay peligro.

Los hemos visto; mejor: no los hemos visto cuando se trataba de llegar a las estaciones de policía a preguntar por los presos, a la hora de defenderlos en los tribunales, en el momento en que era necesario que su prestigio académico se agregara a los cientos de juristas que defendían los derechos humanos y la democracia frente a las dictaduras en turno.

Eso sí, a la hora de acceder a los puestos oficiales de defensa de derechos de la población, pasadas las dictaduras, son los primeros en la fila. Y, desde luego, los primeros en hablar del fundamento filosófico de los derechos humanos y la democracia. Bienvenidos. Pero los derechos humanos se defienden en la calle. Y eso porque son un asunto político, y sólo porque lo son, son, además, un problema ético.

Para los marxistas, los derechos humanos son el discurso propio de la sociedad burguesa; o «moderna» como se dice ahora. Esto es, constituyen un discurso político, históricamente situado: nacieron con nuestra sociedad y no antes. Y por eso los marxistas se sienten más cómodos en la sociología, la semiótica y la historia de los derechos humanos, que en su fundamentación filosófica. Posiblemente el pensamiento marxista, como tal, no puede ofrecer una justificación «marxista» de ellos, ni una justificación mejor que la de otras tendencias filosóficas no iusnaturalistas.

Y en este punto vale decir lo siguiente: en la calle, los marxistas encuentran como compañeros a los iusnaturalistas y jamás a los analíticos. Sin embargo, pueden sentirse más cómodos con las justificaciones filosóficas de los analíticos que con las de los iusnaturalistas. Ésta es una paradoja, al parecer inevitable: el iusnaturalismo puede ser una actitud contestataria de la sociedad burguesa; la filosofía analítica no tiene tal vocación.

Siendo así que los derechos humanos son un asunto político, son también un instrumento de lucha por una sociedad más justa. No son un fin en sí mismos, como no lo es ninguna norma; el objetivo es la sociedad justa, que los hombres hoy oprimidos vivan mejor. Y para lograrlo, entre otras muchas cosas, es necesario defender los bienes que postula este discurso llamado derechos humanos. La posición según la cual los derechos humanos son un fin en sí mismos ve al derecho como fin y no como instrumento, y en eso sí hay una diferencia importante.

Quienes sostienen la postura de que se trata de un fin en sí mismos, creen que reconocer el carácter político de los derechos humanos puede llevar a su negación. Dicen algo así como: si creemos que son un instrumento para otro fin, entonces pueden ser torcidos o violentados cuando no convienen a ese fin. Pero lo que pasa es que eso es imposible: no hay vida mejor sin que se obtengan esos bienes que postulan los derechos humanos tal como los conocemos hoy.

Desde el punto de vista político, los derechos humanos constituyen la condición de una regla técnica: si queremos una vida mejor, entonces tenemos que lograr el respeto a los derechos humanos; o bien: el respeto a los derechos humanos es la condición sine qua non de una vida mejor. La otra visión ve los derechos humanos como valores que fundamentan normas, morales o jurídicas.

Ahora bien, hay una dificultad con las enumeraciones o elencos de los derechos humanos. Según cual sea el organismo que se arrogue el derecho de decir cuáles son los derechos que deben defenderse, los bienes defendidos cambian. Por ejemplo, los gobiernos del primer mundo consideran que los derechos defendibles son los de su cultura y sus constituciones. Pero los países del tercer mundo, en muchas casos, tienen opiniones distintas.

Esta cuestión no ha podido sanjarse y está en la mesa del debate. Puede decirse que la reticencia de los juristas del tercer mundo no proviene tanto de la concepción acerca de los bienes que deben defenderse con los derechos, sino del uso que los países militarmente poderosos hacen del discurso de los derechos humanos. Por ejemplo ¿quién en su sano juicio podría decir que la guerra de EEUU y sus satélites contra Irak, fue por la defensa de los derechos humanos de los Kuwaitíes?

Pero de todos modos, sin querer considerar este uso de los derechos humanos que hacen los países primermundistas, los juristas analíticos, ahora a la búsqueda de fundamentaciones universales de la ética, creen que debe lograrse una enumeración universal de derechos, y que deben ser defendidos en calidad de valores indiscutibles.

Y en esa tesitura, resulta que los marxistas son condenados porque están siempre a favor de los obreros, los pobres, los campesinos, los oprimidos, «olvidando los derechos humanos de los otros sectores sociales. Y así es en efecto: en la defensa de los derechos de los oprimidos siempre se llega al enfrentamiento con los derechos de los opresores.

La posición de los juristas no marxistas es, siempre, que hay que parar la lucha en el momento en que se da este enfrentamiento. Los marxistas, en cambio, sostienen, en los hechos, que no es así. Esta diferencia de opiniones es inevitable, porque para los marxistas los derechos humanos constituyen medios de defender bienes que han sido conquistados en la lucha contra los opresores.

Son conquistas de la humanidad, pero en el tránsito hacia una sociedad mejor.

Y por cierto que no es válido que ahora los opresores los usen para desactivar la lucha que los oprimidos deben continuar desarrollando contra su intransigencia.

En este punto no habrá coincidencia, porque los marxistas piensan que el imperativo ético, el fin en sí mismo, es el socialismo y el comunismo, y no los derechos humanos. Y si los derechos humanos no defienden la lucha por la vida buena, entonces no son tan interesantes.

Ahora bien, esta disputa teórica, no debería afectar la militancia de todos los juristas democráticos. La verdadera cuestión es la posición política que adoptamos, a cuál partido apoyamos, a qué invasiones defendemos, a quien le prestamos consejo profesional. Y me temo que los juristas analíticos sólo están interesados en la discusión teórica. Por eso es que más bien son ellos quienes tienen que probar que están, en serio, comprometidos con los derechos humanos. Porque entre los marxistas ya hay muchos muertos…

La Democracia

Con la democracia pasa lo mismo que con los derechos humanos. Tal vez porque muchos los identifican. Y la posición es la misma: la democracia no es un fin en sí misma. El objetivo es una vida buena, que los marxistas identifican con el socialismo y el comunismo. La democracia es un instrumento para lograrlo. Y si no lo logra, o no es democracia, o la democracia no sirve.

Si la democracia se define como sistema de normas que sirve para crear otras normas, y se entiende que eso es un fin en sí mismo, entonces la democracia puede conducir a sociedad profundamente injustas. Y ése parece ser el caso de las democracias del mundo contemporáneo. Y si ése es un fin en sí mismo, desde luego que los marxistas estarán en desacuerdo.

Por otra parte, los juristas del primer mundo, identifican la democracia con sus formas de gobierno. Pero sus sistemas dejan mucho qué desear…

Ahora bien, si la democracia es un conjunto de normas que tiene como objetivo la construcción de una sociedad de hombres que conviven fraternalmente, la democracia es un instrumento. Y por tanto no hay democracia si no conduce a esa sociedad mejor. Pero frente a quienes ven a la democracia como fin en sí mismo, y que por tanto no la ven como instrumento de una vida mejor, los marxistas deberán decir que esa democracia no sirve. Lo irrenunciable es el objetivo político: la construcción de una sociedad estable y justa. Y la cuestión depende de cómo definamos «democracia».

Ahora bien, ¿qué sería una sociedad justa? No son los marxistas los llamados a titubear: una sociedad justa es una socialista o comunista, que ha sido imaginada por todo el pensamiento libertario que se conoce. En este punto las cosas están claras entre los juristas marxistas y quienes no lo son. Y mucho más desde que los marxistas latinoamericanos no tienen que defender ningún poder; el problema es para los socialistas europeos que tienen que mostrar su consistencia ética, al apoyar a un gobierno, que dicen que es democrático, pero que no parece conducir a otra cosa que al continuo engorde del capital, y a costa de mucha sangre, especialmente del tercer mundo. Para los juristas marxistas latinoamericanos, la cosa está clara: si esa democracia es todo lo que hay que esperar, porque es un fin en sí mismo, no interesa.

La Seguridad Jurídica

Los juristas marxistas sabemos muy bien cuáles son los beneficios y los límites del postulado político de la seguridad jurídica. Podemos hacernos algunas preguntas. ¿Estamos de acuerdo con el uso de la fuerza legitimada por el derecho, para garantizar la posición actual de los que han heredado la tierra que sus antepasados les quitaron a los habitantes originarios de América (o África o donde sea que el capitalismo sentó sus reales?) ¿Estamos de acuerdo con la seguridad, brindada por el derecho, a los capitalistas que han amasado fortunas con la sangre de los obreros? ¿Estamos con los zapatistas y los indios ecuatorianos, hoy en pié de guerra? ¿O estamos con los terratenientes que tienen derecho a la seguridad en el usufructo de sus propiedades?

Por otra parte ¿queremos seguridad en los derechos ya adquiridos por los oprimidos, aunque no se cumplan?

Éste parece ser el dilema: o la seguridad jurídica es un fin en sí mismo, o la seguridad es un instrumento para la lucha de los oprimidos contra sus verdugos. Los juristas marxistas están siendo chantajeados en este punto: si quieren seguridad para sus defendidos, tienen que aceptarla para los explotadores, «que son tan humanos como los otros». A lo que hay que contestar: interesa la seguridad jurídica, pero no para los explotadores.

¿Estamos con los campesinos que invaden su antigua tierra hoy en manos de los capitalistas? ¿O estamos con las fuerzas que los desalojan porque hay que brindar seguridad a los propietarios actuales?

Y cuando los marxistas dicen que están con los campesinos, entonces se les acusa de generar la violencia. ¡Como si el despojo y la explotación no hubieran sido violencia! «Bien, dicen; pero eso fue antes; ahora hagamos las cosas de otro modo; aseguremos el derecho y la democracia, que todo vendrá por añadidura». Es como ofrecer paz en una carrera en la que alguno ya sacó cinco siglos de ventaja, y le pide a los otros que se sujeten a las normas que produjo el que se adelantó, todo en nombre de la democracia y la seguridad jurídica.

Un contraargumento suele ser: «pero es que los propietarios de ahora no son los mismos que hicieron el despojo; los actuales no tienen la culpa». Se parece al pensamiento español: los ibéricos de ahora no tienen nada qué ver con los de la conquista; tampoco tienen nada qué ver con los españoles que encontraron asilo y trabajo hace sesenta años, y por lo tanto nada se les debe a los latinoamericanos. Parece plausible; pero hay algo que no termina de convencernos y no sabemos qué es.

El problema de la seguridad jurídica debe ser resuelto con argumentos que tengan en cuenta algo que últimamente se viene perdiendo de vista: la sociedad actual es injusta y está dividida en clases y grupos sociales, algunos de los cuales explotan y oprimen a los otros. No puede resolverse sobre la base de una imagen ficticia del mundo moderno, como quieren los teóricos de la democracia a la europea, que además ignoran, para todos los efectos posibles, la existencia del tercer mundo. (Lo cual corre parejo con el ninguneo,[8] por buena parte de los juristas primermundistas, del pensamiento crítico americano —no del pensamiento analítico, por supuesto, que no tiene ninguna intención de contestar el mundo europeo).

Podría decirse que la seguridad jurídica es un instrumento aceptable, siempre que no se oponga al goce de los bienes que los derechos humanos postulan como defendibles. ¡Ah! Y me olvidaba: entre los derechos humanos no se encuentra el de disponer individualmente, ni de los medios de producción, ni de su producto. Y si aparece en algunos catálogos, es porque fue introducido de contrabando por los capitalistas y sus juristas.


[1] Este artigo nos foi enviado pelo eminente Professor Óscar Correas, Catedrático da Faculdad del Derecho da UNAM – Universidad Nacional Autónoma del México. Por sua enorme relevância, já teve varias publicações (inclusive por nós), mas pela atualidade e pertinência ao debate para a Filosofia do (e sobre o) direito, para a filosofia do direito dos filósofos e aquela outra, dos juristas, optamos em reeditá-lo na secção de ensaios da presente edição especial da Revista ‘Problemata’ sob nossa responsabilidade. A tradução do resumo é da pesquisadora Juliana Coelho Tavares da Silva, membro de nosso Núcleo de Pesquisa sobre “Marxismo, Realismo e Filosofia do Direito”.

[2] Esto había sido apuntado ya en América Latina: Correas, Oscar, «Kelsen y las dificultades del marxismo» en Crítica Jurídica Puebla, UAP, 1987, núm. 5, pp. 51 y ss, Cárcova, Carlos María, «Acerca de las relaciones entre marxismo y derecho» en Teorías Jurídicas alternativas, Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1993, pp. 71 y ss.

[3] Porque ha sido publicado en América Latina, por una editorial de la que se espera buena distribución, con seguridad tiene vocación de convertirse en un texto que será leído, e influirá en este balance que nos debemos, el de Atienza, Manuel y Ruiz Manero, Juan, «Marxismo y ciencia del derecho» en Marxismo y Filosofía del Derecho, México, Fontamara, 1993, p. 67 y ss. Es claro que, como dicen los autores, el texto trata más que nada sobre la cuestión de la ciencia jurídica, y por ello entienden la dogmática, mientras que, como ellos también dicen, no es allí donde el marxismo puede aportar algo interesante. Esto quiere decir que el balance, en términos de Sociología Jurídica y Crítica del Derecho, no se ha realizado aún. Por otra parte el texto no explora todo el marxismo, ni mucho menos. Y menos intenta ninguna reflexión sobre los marxistas latinoamericanos, a quienes sin duda conocen. Tampoco intentan una reflexión sobre el marxismo jurídico anglosajón, del que tenemos una excelente bibliografía: Fitzpatrick, Peter y Rüegg, Alfred, «Marxismo y derecho: una bibliografía en lengua inglesa» en Crítica Jurídica, Puebla, UAP, 1987, núm. 5, pp.169 y ss.

[4] Vale la pena notar que la diferencia entre validez y efectividad, al menos en la literatura más conocida en América Latina, ha sido proporcionada por autores marxistas (tal vez por eso los positivistas no la recogen, empobreciendo sus análisis): Jeammaud, Antoine, «En torno al problema de la efectividad del derecho», en Crítica Jurídica, Puebla, UAP, 1984, núm. 1, pp. 5 y ss, (nótese que este trabajo fue presentado en las VII Jornadas de la Asociación Latinoamericana de Metodología y Enseñanza del Derecho, en México, en noviembre de 1982); el autor cita como antecedentes a Capella, Juan-Ramón, El derecho como lenguaje, Barcelona, Ariel, 1968, pp. 105 y ss, y Perrin, Jean-François y otros, Pour une théorie de la connaissance  juridique, Ginebra/París, Droz, 1979, pp. 91 y ss., todos autores marxistas. Esta distinción conceptual fue recogida en Correas, Oscar, «Teoría Sociológica del Derecho y Sociología Jurídica» en Crítica Jurídica, Puebla, UAP, 1987/8, núm. 7 y 8. En cambio no fue tomada en cuenta, creo que en perjuicio de su por lo demás notable trabajo, por Navarro, Pablo Eugenio, La eficacia del derecho, Madrid, Centro de Estudios Constitucionales, 1990, como para comprobar la notable reticencia de los autores analíticos a leer sobre Sociología Jurídica, y mucho más si proviene de los marxistas. Nótese que, si bien estos conceptos provienen, entre nosotros, de autores marxistas, no provienen en cambio de alguna parte de la teoría social de Marx; esto es, no es el marxismo en tanto pensamiento social el que provee de los fundamentos de estos aportes.

[5] En España puede decirse que sucede un fenómeno especial: los marxistas no tienen ninguna dificultad — teórica, que no política— con los analíticos, porque el marxismo español, tal vez gracias a Manuel Sacristán, no se ha desarrollado en la lógica de la oposición filosofía analítica vs. marxismo como, por ejemplo, en algunos países de América Latina. El libro de Juan-Ramón Capella citado en una nota anterior es un excelente ejemplo de un texto analítico, incluso pionero en la propia Teoría General del Derecho, escrito por un marxista.

[6] Por ejemplo, Marí, Enrique E., «Racionalidad e imaginario social en el discurso del orden» en Doxa, Alicante, 1986, pp. 93 y ss, Correas, Oscar, Kelsen y los marxistas, México, Coyoacán, 1994.

[7] Vale la pena decir que en el trabajo de Atienza y Ruiz Manero, citado más arriba, los autores dicen que los marxistas ignoran la Teoría General del Derecho; se basan para decir eso en el estudio de las obras de Edelman y Miaille, a quienes acusan de que, no sólo no conocen tal teoría, lo cual es cierto, sino de que combaten a esclerosados autores franceses sin ninguna importancia en el mundo filosófico jurídico actual, ganando así un combate contra figuras menores. Yo digo lo mismo de ellos: pueden denostar el marxismo jurídico, porque critican a marxistas que, efectivamente, no conocen la teoría contemporánea. ¿Porqué no prueban con latinoamericanos de la Teoría Crítica del Derecho?

[8] «Ningunear» es un mexicanismo, irreemplazable en el idioma español, que no significa lo mismo que «ignorar», que puede incluir la idea de lo no intencional.

Toponimia y poder popular. Escenarios de la disputa por la dominación ideológica en El Salvador. Roberto Pineda. 22 de diciembre de 2020

“…y el nombre de los lugares es para el historiador un documento histórico que debe aprender a leer.”  Alejandra Moreno

“…el dar nombre equivale a una toma de posesión.” Tzvetan Todorov

La construcción de poder popular[1] en El Salvador[2] no se reduce a la promoción de la organización y la  lucha popular[3], sino comprende también la creación de conciencia e identidad de clase, de género, de raza, etaria, sexual[4], etc.,  dentro de nuestros territorios, y todo esto en el marco de la actual globalización neoliberal[5], la crisis de la izquierda salvadoreña[6] y el claro ascenso de un régimen  populista y autoritario[7].

En este marco, asume una relevancia particular la búsqueda y recuperación de nuestras tradiciones históricas populares y nacionales[8], en el contexto de una visión  emancipadora descolonial[9], y esto incluye el análisis de los diferentes periodos históricos[10], para rescatar elementos de resistencia cultural  en la disputa epistemológica[11], que incluye lo toponímico[12], lo antroponímico, e incluso lo gastronómico[13].

Al centrarnos en lo toponímico, identificamos que uno de los mecanismos utilizados por los potencias y sus discursos imperiales  así como por las elites oligárquicas, para expresar su dominación es el nombramiento de los lugares[14], se arrogan el derecho de nombrarlos[15], por lo que la toponimia, el estudio de los nombres de los lugares geográficos,  se convierte en un escenario de esta disputa simbólica e ideológica y refleja asimismo el desplazamiento cultural que ocurre cuando un nuevo poder político-militar desplaza al anterior, e impone su lenguaje, valores y visiones.

Esto ha ocurrido así a lo largo de la historia,  no obstante  la persistencia de los nombres de los pueblos que han sido avasallados, conquistados, “civilizados” y “evangelizados”[16] es expresión muchas veces de resistencia cultural[17], de resistencia lingüística, frente a los imperios[18].  Otra expresión cardinal de resistencia cultural es la comida.[19]

Hay otro aspecto de la dominación cultural que se vincula al nombre de las personas, que constituye un pilar básico de su identidad[20], y que en nuestro caso, solo lograron sobrevivir algunos apellidos[21], como parte del proceso de  colonización vivido durante tres siglos de dominación colonial española.

Fue hasta el 2014 que como resultado de la lucha popular de organizaciones indígenas, se logró que el Estado salvadoreño, mediante la reforma del artículo 63, incorporara en su Constitución de la República de 1983, el reconocimiento a los pueblos originarios: “Se reconoce a los Pueblos Indígenas y adoptará políticas a fines de mantener y desarrollar su identidad étnica y cultural, cosmovisión, valores y espiritualidad.”[22]

Las tres fuerzas históricas del caso salvadoreño

En el caso de El Salvador podemos constatar que han existido tres grandes fuerzas históricas que impusieron su nomenclatura lingüística y rebautizaron nuestros ríos y montañas, parques y monumentos, nuestras ciudades y aldeas campesinas.

La primera fuerza de la que tenemos algún conocimiento, fue la de las olas invasoras de los nahuat pipiles[23], emparentados con los aztecas[24],  que durante varios siglos (del XI al XV) y viniendo desde el norte, estuvieron penetrando, conquistando y nombrando[25], sustituyendo mediante la conquista y colonización, los nombres del entorno geográfico del territorio que hoy conocemos como El Salvador, muchas veces trasladando el nombre de sus lugares de origen. Su influencia toponímica sigue siendo poderosa[26] y solo lograron escapar a esta  avalancha guerrera, algunas poblaciones lencas y chortís en el norte y lencas y uluas en el oriente del país.

La segunda fuerza es la de los invasores y conquistadores españoles[27] que llegan en 1524 por el occidente del país e imponen con el poder de sus armas su dominación[28], que abarca tres largos siglos, en los que el territorio estuvo incorporado a la Capitanía General de Guatemala, que dependía administrativamente del Virrey de la Nueva España (México) , y que incluye la llegada de misioneros franciscanos y dominicos, para “evangelizar” a la población nativa, ya convertidos en “indios”,  en la Religión Católica, Apostólica y Romana.

La tercera fuerza es la de la republica liberal de los sectores criollos[29], que a partir de 1821, desde las ideas de la modernidad europea, impone luego de lograr la independencia, una institucionalidad basada en las ideas de libertad, igualdad, unión, progreso y rediseña el cuadro urbano de la nación. Son estas tres fuerzas sociales las que han moldeado históricamente[30] los estratos del paisaje toponímico de nuestro país.

A continuación hacemos un recorrido por los catorce departamentos y luego por sus municipios, principales volcanes, ríos, y parques, para observar cómo se expresa la correlación de fuerzas entre estas tres corrientes históricas mencionadas.

En algunos casos recurrimos al concepto de lugares híbridos  para referirnos a situaciones en las cuales coexisten dos tradiciones, así como existen lugares-  en el norte y en el oriente del país – de una tradición anterior a la nahuat, la de los indígenas lencas, e incluso chortís y ulúas.  

Los nombres de los departamentos de El Salvador

Lo nahuatLo español/católicoLo republicano/liberal
Ahuachapán (1869)*San Salvador (la capital, 1525)La Libertad (1865)
Sonsonate (1553)Santa Ana (1569)La Paz (1852)
Chalatenango (1786)San Miguel (1530)La Unión (1865)
Cuscatlán (1835)San Vicente (1635)Cabañas (1873)
Usulután (1865) Morazán (1887)

*En paréntesis las fechas de fundación

A nivel de departamentos existe un equilibrio de fuerzas entre las tres capas históricas. Con relación a Ahuachapan, se funda en el siglo V por tribus mayas de la etnia poqomam, y fue sometida en el siglo XV por los pipiles de Izalco, que la nombran, y un siglo después por los españoles. En el caso de Sonsonate que fue fundada como la tercera población española, con el nombre de Villa de la Santísima Trinidad de Sonsonate, en 1553, pero termino imponiéndose el nombre náhuat del río que la atraviesa.

Sobre Chalatenango, fue originalmente una población lenca, que fue sometida en el siglo XV por pipiles, que le impusieron el nombre. Sobre Cuscatlan, es el nombre nahuatlizado ( en nahuat Cuscatan) de la nación de los pipiles. En el caso de Usulután, fue originalmente una población lenca, conquistada en el siglo XV por los pipiles, que le impusieron su nombre.

En el caso de San Salvador fue la primera ciudad fundada por los españoles en 1525. En el caso de Santa Ana, su nombre nahuat era Sihuatehuacan (lugar de mujeres). San Miguel fue fundada por  españoles en 1530 y San Vicente, fue fundada por españoles en 1635.

La Libertad como departamento se funda en 1865, y su capital, Santa Tecla fue fundada en 1854 por criollos cafetaleros. La Paz en 1852, y su capital Zacatecoluca, era una importante población pipil.  La Unión era un antiguo puerto colonial español que se funda como ciudad en 1865. Cabañas fue fundado en 1873 en homenaje al general liberal hondureño José Trinidad Cabañas, y su capital Sensuntepeque, fue una población lenca conquistada por los pipiles en el siglo XV.  (Francisco) Morazán fue nombrada en 1887 y su capital, el híbrido San Francisco Gotera fue originalmente una población lenca.

En los casos de La Libertad, Cabañas, La Paz, Cuscatlán y Morazán, las cabeceras departamentales no coinciden con los nombres de los departamentos, siendo estas; Santa Tecla, Sensuntepeque, Zacatecoluca, Cojutepeque y San Francisco Gotera.

Los principales ríos

Lo indígenaLo español/católicoLo republicano/liberal
Lempa  (nahuat, en la orilla del agua)Paz 
Goascoran (nahuat)Sapo 
Sumpul (chortí, en las grandes cumbres de agua)Grande de San Miguel 
Torola (lenca)  
Acelhuate (nahuat, río abundante en ninfas)  

Los lagos

Lo indígenaLo españolLo republicano
Coatepeque (nahuat, cerro de la serpiente)  
Güija (maya, agua rodeada de cerros)  
Ilopango (nahuat, valle de los elotes)  

Los volcanes

Lo indígenaLo españolLo republicano
Quezaltepec (San Salvador)  
Ilamatepec (Santa Ana)  
Chaparrastique (San Miguel, lenca)  
Chinchontepec (San Vicente)  
Izalco (Sonsonate)  
Conchagua (La Unión)  
Tecapa (Usulutan)  

Los parques de San Salvador

Lo indígenaLo españolLo republicano
  Parque Libertad
  Parque Morazán
  Parque Barrios
  Parque Bolívar
  Parque Centenario

Los monumentos

Lo indígena mayaLo españolLo republicanoLo contemporáneo
Tazumal (maya) A Francisco Morazán (1882)Salvador del Mundo (1942)
Joya de Ceren (maya) A Gerardo Barrios (1909)A la Revolución de 1948 (1955)
Casa Blanca (maya) A Próceres (1911)A la Constitución (La Chulona, 1992)
San Andrés (maya) A Héroes de 1880 (1893)Al Hermano Lejano (1994)
Cihuatán (maya) A José Matías Delgado (1911)Reloj de Flores (1971)
Quelepa (maya)  A la Paz (1994)

Los departamentos

AHUACHAPAN

Lo nahuatLo españolLo republicano
Apaneca (río de vientos)San Pedro Puxtla*San Francisco Menéndez*
Atiquizaya (lugar de manantiales)Concepción de Ataco* 
Guaymango (valle de ranas)San Lorenzo 
Jujutla (ciudad de tumbas)Turin 
Tacuba (lugar de mimbres)El Refugio 
Ahuachapán (casa de roble)  

En este departamento occidental coexisten  en equilibrio las tradiciones precolombinas y las impuestas por los conquistadores españoles. En el caso de lo republicano, un prócer liberal, probablemente ateo (Francisco Menéndez), fue “santificado.” *Puxtla significa  en nahuat “lugar de mercaderes” y ataco “lugar de manantiales”. Atiquizaya fue un señorío maya pokoman , conquistado en el siglo XV por los pipiles. Tacuba fue tomada por los insurgentes del Partido Comunista de El Salvador el 22 de enero de 1932 y declarada como soviet. En Ahuachapán nace el dirigente comunista Domingo Santacruz.

SONSONATE

Lo nahuatLo españolLo republicano
Sonsonate  (Lugar de muchos ríos)San Antonio del Monte 
Acajutla (originalmente Acaxual, lugar de cañas de carrizo)San Julián (Antes Cacaluta) 
Caluco (lugar de hospedaje)Santa Catarina Masahuat* 
Cuisnahuat (cuatro espinos)Santa Isabel Ishuatan* 
Izalco (casa de obsidiana)Santo Domingo Guzman 
Juayúa (En la arboleda)Armenia (antes Guaymoco) 
Salcoatitan (lugar entre culebras y quetzales)  
Sonzacate (lugar de mucha hierba)  
Nahuizalco (lugar d elos cuatro izalcos)  
Nahulingo (lugar donde se baila el nahulin)  

En Sonsonate, existe una hegemonía de las tradiciones aborígenes sobre las de los conquistadores españoles. Ausente lo republicano. En este departamento se desarrollaron los principales enfrentamientos entre fuerzas indígenas insurrectas y el gobierno del General Martínez en enero de 1932, particularmente en Izalco y Juayúa. En Sonzacate nacio el 28 de abril de 1885 la pionera feminista Prudencia Ayala. En Sonsonate nace el dirigente comunista Jorge Arias Gómez el 11 de noviembre de 1923, y en 1942, el líder comunista Mario Aguiñada Carranza.

SANTA ANA

Lo nahuatLo españolLo republicano
Chalchuapa (río de jade)Santa Ana 
Coatepeque (cerro de la serpiente)San Antonio Pajonal 
Masahuat (pueblo que posee venados)San Sebastián Salitrillo 
Metapan (río de henequén))Santa Rosa Guachipilin* 
Texistepeque  (cerro de caracoles)Santiago de la Frontera 
 Candelaria de la Frontera 
 El Congo 
 El Porvenir 

En Santa Ana, existe una hegemonía de lo español sobre lo aborigen. Ausente lo republicano. *Ejemplo de hibrido español-nahuat. Guachipilin en nahuat significa “árbol amarillo.” Metapan junto con Chalatenango fueron importantes poblaciones maya chortí, luego conquistadas por los pipiles. En la ciudad de Santa Ana el 30 de enero de 1897 nace el dirigente comunista Daniel Castaneda y el 11 de septiembre de 1897 el poeta y revolucionario Oswaldo Escobar Velado.

LA LIBERTAD

Lo nahuatLo españolLo republicano
Chiltiupan (Templo Rojo)Santa TeclaCiudad Arce
Comasagua (ciudad de los mazahuas)San Matías 
Huizucar (lugar en el camino de espinas)Antiguo Cuscatlan* 
Jayaque (tepeque, cerro de los enmascarados)Nuevo Cuscatlan* 
Jicalapa (río de las jícaras)Colón 
Quezaltepeque ( cerro del quetzal)Zaragoza 
Sacacoyo (en el camino de coyoles y zacate)San José VillanuevaLa Libertad
Talnique (tepeque, cerro de las avispas de tierra)San Juan Opico* (1572) 
Tamanique (ciudad capturada)San Pablo Tacachico* 
Teotepeque (cerro sagrado)  
Tepecoyo  

En La Libertad existe un equilibrio de nombres entre lo aborigen y  loespañol.Y lo republicanotiene una presencia simbólica. * Ejemplos de hibrido español-nahuat. Opico significa “lugar de sacrificios.”  Y tacat significa en nahuat hombre. En Santa Tecla, el 6 de agosto de 1918 nace el dirigente comunista y fundador de las FPL, Salvador Cayetano Carpio. En Teotepeque nace el 5 de mayo de 1893, el dirigente comunista Agustín Farabundo Martí.

SAN SALVADOR

Lo nahuatLo españolLo republicano
Apopa (lugar de aguas termales)MejicanosAguilares
Ayutuxtepeque  (cerro de armadillos)San Marcos (Texacuango)Ciudad Delgado*
Cuscatancingo (lugar del pequeño Cuscatlan)San MartínEl Paisnal
Guazapa (Río Seco)San SalvadorRosario de Mora
Ilopango  (lugar d elos elotes)Santiago Texacuangos* 
Nejapa (río de las cenizas)Santo Tomás (Texacuangos) 
Panchimalco (lugar de escudos y banderas)  
Soyapango  (valle de palmeras)  
Tonacatepeque  (cerro fértil)  

En San Salvador, existe una débil hegemonía de lo aborigen sobre lo español, y una presencia simbólica de lo republicano (Aguilares, Ciudad Delgado). * Ejemplo de hibrido español-nahuat.  Texacuangos en nahuat significa “lugar amurallado.”  * En 1935 se fusionan los barrios Paleca y Aculhuaca (nahuas) con San Sebastian (español) y así surge Villa Delgado. El 14 de mayo de 1935 nace en la ciudad de San Salvador el poeta y revolucionario Roque Dalton, y el 3 de abril de 1946, Lil Milagro Ramírez, poeta y fundadora del Ejército Revolucionario del Pueblo, ERP, y el 10 de marzo de 1921, el educador y líder revolucionario Fabio Castillo Figueroa.  La líder revolucionaria Melida Anaya Montes, nació en Santiago Texacuangos el 17 de mayo de 1929. 

CHALATENANGO

Lo indígenaLo españolLo republicano
  San Francisco Morazán
Citalá (chortí, río de estrellas)Santa RitaNueva Trinidad
Azacualpa (lugar a la orilla del río)San RafaelNueva Concepción
Arcatao  (La Casa de la Serpiente en idioma potón (lenca)San Miguel Cancasque*Las Vueltas
Potonico (idioma lenca)San Luis del CarmenLa Reina
Comalapa  (río de comales)San José Las FloresLa Palma
Tejutla  (localidad chortí)San Isidro LabradorLa Laguna
Chalatenango  (valle de aguas arenosas)San IgnacioEl Paraíso
 San Francisco Lempa*El Carrizal
 San FernandoAgua Caliente
 San Antonio Los Ranchos 
 San Antonio de la Cruz 
 Ojo de Agua 
 Nombre de Jesús 
 Dulce Nombre de María 
 Concepción Quezaltepeque* 

En Chalatenango hay un predominio de lo español. No obstante esto, existen una amplia diversidad lingüística con topónimos chortí, nahuat y lencas. Tejutla y Citalá son de origen chortí. Cancasque es lenca, significa “piedra del sacrificio.”  Lempa y Quezaltepeque son nahuat. Chalatenango fue uno de los escenarios principales de la Guerra Popular Revolucionaria, con fuerte presencia de las FPL, de 1980 a 1992.

CABAÑAS 

Lo indígenaLo españolLo republicano
Cinquera (lenca: cerro de piedras y pacayas)San IsidroVictoria
Ilobasco  (lugar de tortillas de elote tierno)  
Tejutepeque  (cerro de las brasas) Dolores
Jutiapa (antes Tepeahua, río de jutes)  
Sensuntepeque (población lenca conquistada por pipiles, cerro grande))  
Guacotecti  ( población lenca conquistada por pipiles, lugar del tesoro del sacerdote)  

En Cabañas hay un predominio de lo lenca, no obstante la toponimia nahuat, que refleja la conquista pipil de estas poblaciones.

CUSCATLAN

Lo nahuatLo españolLo republicano
Cojutepeque (cerro de las pavas)Monte San JuanCandelaria
Suchitoto (lugar de pájaros y flores)El RosarioEl Carmen
Tenancingo (lugar amurallado)Oratorio de Concepción 
 San Bartolomé Perulapía* 
 San Pedro Perulapan* 
 San Cristóbal 
 San José Guayabal 
 San Rafael Cedros 
 San Ramón 
 Santa Cruz Analquito* 
 Santa Cruz Michapa* 

En Cuscatlán hay un predominio de lo español, pero a la vez existen una buena cantidad de híbridos español-nahuat: perulapia y perulapan significan en nahuat rio de los pululos (bagres); analquito significa “al otro lado del agua” y michapa, “río de peces”.

SAN VICENTE

Lo nahuatLo españolLo republicano
Tecoluca (lugar de tecolotes)Verapaz (originariamente hacienda Aquisquiyo)Guadalupe
Tepetitan  (entre cerros)San Vicente 
Apastepeque  (cerro de alabastro)San Cayetano Istepeque* 
 San Esteban Catarina 
 San Ildefonso 
 San Lorenzo 
 San Sebastián 
 Santa Clara 
 Santo Domingo 
   

En San Vicente hay un predominio de lo español. * En este hibrido Istepeque significa en nahuat “cerro de obsidianas.”  Este departamento fue el escenario de la guerra que libró  el líder indígena Anastacio Aquino en 1833 contra el gobierno republicano.  

LA PAZ

Lo nahuatLo españolLo republicano
Zacatecoluca (lugar de zacatales y tecolotes)El RosarioMercedes La Ceiba
Cuyultitan  (entre coyolares)JerusalénParaíso de Osorio
Olocuilta (lugar de gusanos de olotes)San Antonio Masahuat* 
Tapahualca  (lugar que tiene muchos vestigios)San Emigdio 
 San Pedro Masahuat 
 San Francisco Chinameca* 
 San Juan Nonualco* 
 San Pedro Nonualco 
 Santiago Nonualco 
 San Juan Talpa* 
 San Juan Tepezontes* 
 San Miguel Tepezontes 
 San Luis La Herradura 
 San Rafael Obrajuelo 
 Santa María Ostuma* 

En La Paz hay un predominio de lo español, pro existen una buena cantidad de híbridos. Masahuat es un nahuat “lugar de venados”, Chinameca es “lugar de chinamas (chozas), nonualco significa en nahuat “población, tribu”; talpa (tlalpan en náhuatl) significa “sobre la tierra”; tepezontes significa “lugar de cerros” y ostuma significa “las cinco cuevas.” En Santiago Nonualco nació el 16 de abril de 1792 el líder indígena Anastacio Aquino.

USULUTAN

Lo nahuatLo españolLo republicano
Ereguayquin (topónimo lenca, pueblo de halcones,San AgustínAlegría
Jucuapa (río de los jocotes)San BuenaventuraBerlín
Jucuaran  (ulúa, cerro de las hormigas bravas)San DionisioCalifornia
Tecapan  (río pedregoso)San Francisco JavierConcepción Batres
Usulutan  (lugar de jaguares)Santa ElenaEl Triunfo
Ozatlan  (lugar de embadurnados)Santa MaríaEstanzuelas
Jiquilisco  (lenca, pueblo añilero)Santiago de MaríaMercedes Umaña
  Nueva Granada
  Puerto El Triunfo

En Usulután, hay un leve predominio de  lo republicano sobre lo español y lo aborigen.  En Usulután nació el 13 de octubre de 1930 el líder comunista Schafik Handal.

SAN MIGUEL

Lo lencaLo españolLo republicano
Chapeltique (lenca, cerro de los quebrachos)San MiguelCarolina
Chinameca  (nahuat, lugar de chinamas, ranchos)San Antonio del MoscoCiudad Barrios*
Chirilagua (lenca, tres estrellas)San GerardoEl Transito
Comacaran (población ulua en territorio lenca)San JorgeNueva Guadalupe
Uluazapa (población ulua en territorio lenca)San Luis de la ReinaNuevo Edén de San Juan
Lolotique (lenca, cerro de los chompipes)San Rafael Oriente 
Moncagua (lenca, río de piedras y conejos)  
Quelepa (tique)   (lenca, cerro del jaguar de piedra)  
Sesori  (lenca, donde el tacuacín)  

*Antes Cacahuatique ( topónimo lenca). En San Miguel predominan los topónimos lencas. Nace en San Miguel el 24 de noviembre de 1935 el poeta y novelista Manlio Argueta. En Nuevo Eden de San Juan ( antes San Juan Lempa) nace el 24 de septiembre de 1813 el líder liberal Gerardo Barrios). Nace en Ciudad Barrios el 15 de agosto de 1917 Monseñor Oscar Romero.

LA UNION

Lo lencaLo españolLo republicano
Anamoros (lenca, lugar de maizales)San AlejoLa Unión
Conchagua  (lenca, valle estrecho)San JoséBolívar
Intipuca ( lenca, en el gran arco de la boca)Santa Rosa de LimaConcepción de Oriente
Lislique (ulúa, ciudad de chispas) El Carmen
Pasaquina (ulúa, ciudad de los frijoles blancos) El Sauce
Poloros  (lenca, ciudad que renace) Meanguera de Golfo
Yayantique (lenca, cerro de los capulines) Nueva Esparta
Yuquaiquin  (tierra de fuego)  

En La Unión existe un equilibrio de nombres entre lo lenca y lo republicano.

MORAZAN

Lo lencaLo españolLo republicano
Arambala (lenca, río de los alacranes)San Francisco Gotera* (población lenca)Morazán
Jocoro (población ulua en territorio lenca)El RosarioCorinto
Cacaopera (etnónimo cacaopero o cacawira)San CarlosDelicias de Concepción
Gualococti (lenca, cerro de ríos y palmeras)San FernandoEl Divisadero
Guatajiagua  (lenca, valle donde se cultiva tabaco)San IsidroSociedad
Jocoateca (lenca, valle de los ocotes)San Simón 
Jocoaitique  (cerro en el pueblo de fuego)  
Lolotiquillo  (cerro de los chompipes)  
Meanguera  (ciudad de la jadeíta)  
Osicala (cerro de los vientos)  
Perquín (camino de brasas)  
Yamabal (río de los helechos)  
Yoloaiquin (pueblo alegre)  
Sensembra  (río de las pacayas)  
Torola  (las tres cabezas)  

*Gotera significa en lenca “cerro alto” .En Morazán predominan los topónimos lencas. Morazán fue uno de los escenarios principales de la Guerra Popular Revolucionaria, de 1980 a 1992

Conclusiones

En la mayoría de los catorce departamentos predomina lo indígena, y dentro de lo indígena, lo nahuat, le sigue lo lenca, y hay expresiones simbólicas de chortí (Chalatenango) ulúa (La Unión) e incluso de cacaopera (Morazán). Incluso de los 262 municipios, 131 son nombres indígenas, entre nahuat y lencas. Le siguen los nombres del santoral católico, y en tercer lugar, nombres vinculados a las tradiciones liberales.

Podemos establecer tres categorías: departamentos con predominio de los topónimos indígenas, con equilibrio de fuerzas y con predominio del español.

En la categoría de predominio de los topónimos indígenas podemos a la vez diferenciar entre toponimos nahuat y lencas.

Departamentos con predominio indígena:

NahuatLenca
SonsonateSan Miguel
CabañasMorazán
San Salvador 

Equilibrio de fuerzas:

Ahuachapán  (entre lo nahuat y lo español)
La Libertad ( entre lo nahuat y lo español)
La Unión   (entre lo lenca y lo republicano)

Predominio del español o tradiciones liberales

EspañolTradiciones republicanas
Santa AnaUsulután
San Vicente 
La Paz 
Cuscatlan 
Chalatenango 

En Morazán y San Miguel predominan los topónimos lencas. En La Unión existe un equilibrio de nombres entre lo lenca y lo republicano. En Usulután, hay un leve predominio de  lo republicano sobre lo español y lo aborigen. En La Paz y Cuscatlán hay un predominio de lo español, pero existen una buena cantidad de híbridos español-nahuat. En Santa Ana y San Vicente hay un predominio de lo español.

En Cabañas hay un predominio de la población de origen lenca, no obstante la toponimia nahuat, que refleja la conquista pipil de estos territorios. En Chalatenango hay un predominio de lo español. No obstante esto, existen una amplia diversidad lingüística con topónimos chortí, nahuat y lencas.

En San Salvador, existe una débil hegemonía de lo aborigen sobre lo español, y una presencia simbólica de lo republicano. En La Libertad existe un equilibrio de nombres entre lo aborigen y  lo español. En Sonsonate predomina lo indígena Nahuat. En Ahuachapán coexisten  en equilibrio las tradiciones precolombinas y las impuestas por los conquistadores españoles.-


[1] Ver Dri, Rubén. La construcción del poder popular. http://www.archivochile.com/Debate/debate_izq_latina/debatizqlatina0003.pdf

[2] Ver Pineda, Roberto. Sujeto político, sujeto social y poder popular en El Salvador. https://www.alainet.org/es/articulo/209076

[3] Ver Pineda, Roberto. El Salvador: 460 años de lucha revolucionaria. Revista El Treintidos. 1984.

[4] Ver Pineda, Roberto. El desafío de luchar juntos. https://www.alainet.org/es/articulo/107785

[5] Ver Pineda, Roberto. La resistencia planetaria al capitalismo globalizado. https://www.alainet.org/es/articulo/205400

[6] “Los resultados del 3 de febrero pasado colocan a la izquierda y al FMLN como su principal representante, en la más peligrosa crisis de su historia de 40 años; ya que no es una crisis derivada como en el pasado (1981) de una derrota militar o incluso electoral (1999). Va más allá. Es una crisis política de legitimidad del ya centenario proyecto histórico de la izquierda ante los ojos y el corazón de la gente.” Pineda, Roberto. El desafío urgente de la izquierda en El Salvador. https://www.alainet.org/es/articulo/198013

[7] Ver Pineda, Roberto. El Salvador: un momento difícil y peligroso de la transición. https://www.alainet.org/es/articulo/209245

[8] Ver Pineda, Roberto. Las luchas de los movimientos populares en El Salvador. 1810-2010. San Salvador. 2014

[9] Ver Quijano Aníbal. De la dependencia histórico-estructural a la colonialidad/descolonialidad del poder. https://www.alainet.org/es/articulo/210246

[10] Ver Pineda, Roberto. Las luchas populares del siglo XIX. https://www.alainet.org/es/active/40497?language=en

[11] Ver Pineda, Roberto. ¿Cómo pensar desde el sur? La construcción de nuevas epistemologías. https://www.alainet.org/es/articulo/195450

[12] Ver Chicas, Marlene. La transculturación del lenguaje en El Salvador. Facultad Multidisciplinaria Oriental. UES. 2015

[13] Ver Gómez, Sulma Beatriz. Influencia de la cultura salvadoreña sobre la gastronomía tradicional  en el municipio de San Salvador, Zona Central. UTEC. 2016

[14] “Ellos habitaban otro mundo, pero les robaron hasta el nombre, porque el sistema colonial-imperial

 siempre se reservó una facultad muy poderosa: la de nombrar y renombrar.” Polo Blanco, Jorge. Modernidad y colonialidad en América latina. Revista de Estudios Sociales, 69, año 2019.Universida de Los Andes. Bogotá. Colombia

[15] Sabio, Alberto. Usos de la historia y políticas de la memoria. Compilación. https://zaguan.unizar.es/record/88341/files/BOOK-2020-011.pdf

[16] Ver Pineda, Roberto. Cristianismo y marxismo en El Salvador. https://www.alainet.org/es/articulo/209418

[17] Coronado, Gabriela. La resistencia lingüística como instrumento de lucha política.  UNAM. México. Anales de Antropología. Volumen XXXII. 1995

[18] Pineda, Roberto. El Salvador: imperialismo y resistencia. Centro de Estudios Latinoamericanos “Justo Arosemena”. Panamá. https://www.redalyc.org/pdf/5350/535055515006.pdf

[19] Delgado, Ramiro. Comida y cultura: identidad y significado en el mundo contemporáneo.  Estudios de Asia y África, vol. XXXVI, núm. 1, enero-abril, 2001, pp. 83-108 El Colegio de México

[20] Ver Cuauhtémoc, Irma Xochitl. Persistencia de topónimos y antropónimos nahuas en Cuautlancingo. Tesis de Maestría. Universidad Autónoma de Puebla, México. 2017

[21] “Suachi, Teshe, Masin, Pashaca, Quilizapa, Chulo, Chical, Shico, Sunzine, Cuio, Punche y Chilin*, son algunos de los apellidos que cientos de pobladores de Izalco,  aún conservan como legado de su herencia cultural indígena.”  El orgullo de ser portador de un apellido indígena en El Salvador. http://www.cultura.gob.sv/el-orgullo-de-ser-portador-de-un-apellido-indigena-en-el-salvador/

[22] https://www.asamblea.gob.sv/decretos/details/1809

[23] Vivo Escoto, Jorge. El poblamiento náhuat de El Salvador y Otros Países de Centroamérica. San Salvador. 1973

[24] Hartman, Carl Vilhelm. Reconocimiento Etnográfico de los Aztecas de El Salvador. Apareció en Ymer 3 (1901), págs. 277–324, revista de la Svenska Sällskapet för Antropologi och Geografi (Asociación Sueca de Antropología y Geografía) de la Universidad de Estocolmo.

[25] Campbell, Lyle. The pipil lenguaje of El Salvador. Mouton Publishers. 1985

[26] King, Alan R. El nahuat y su recuperación. http://www.redicces.org.sv/jspui/bitstream/10972/2150/1/3.%20El%20nahuat%20y%20su%20recuperacion.pdf

[27] Fowler, William R. La población nativa de El SaIvador al momento de la conquista española. Mesoamérica, Vol. 9, Nº. 15, 1988, págs. 79-116

[28] La escritura colonial: agenciamiento de cuerpos y lenguas no tipográficas. Alea vol.22 no.1 Rio de Janeiro Jan./Apr. 2020  Epub Mar 30, 2020

[29] Azcúnaga, Raul. Esquema de periodizacion de las lenguas indigenas de El Salvador. https://www.academia.edu/22366990/Esquema_de_periodizacion_de_las_lenguas_indigenas_de_El_Salvador

[30] Moreno Toscana, Alejandra. Toponimia y análisis histórico. El Colegio de México. 1969

Lenguas, culturas e imperios: reflexiones sobre el cosmopolitismo. Sultana Wahnón Bensusan. 2007

A pesar de ser ellos mismos viajeros y haber salido varias veces fuera de Atenas e incluso de Grecia, ni Platón ni Aristóteles dejaron traslucir en sus textos un excesivo interés por países y lenguas extranjeras. Respecto a las últimas, ni siquiera en el Cratilo, donde se formuló por primera vez la tesis del carácter convencional de las lenguas, se encuentra referencia alguna a otra lengua que no sea la griega.

A la hora de demostrar la arbitrariedad de los nombres y la no identidad entre palabra y cosa, el filósofo puso un ejemplo: el de una misma cosa designada por dos vocablos diferentes. Se trataba, pues, de un ejemplo del tipo que usaría hoy un lingüista que dijera que la idea de “mesa” podría expresarse igualmente con el español mesa o con el francés table.

Sin embargo, en el Cratilo los dos vocablos seleccionados para ilustrar sobre la convencionalidad de los nombres pertenecen a la misma lengua, son meras variedades dialectales del griego: “Para expresar la misma noción nosotros —dice Sócrates, refiriéndose a los habitantes de Atenas— decimos sklerotes (dureza) y las gentes de Eretria dicen skleroter”. [1]

Otro tanto ocurriría con Aristóteles. Al describir en la Poética el uso literario de la lengua, el filósofo se refirió a determinados recursos lingüísticos propios de la poesía, entre ellos los “nombres raros”, que eran — decía— “los que utilizan otros”. Sin embargo, esta aparente apertura a la pluralidad denominativa, al uso de convenciones lingüísticas diferentes a las propias, resulta ser también muy limitada en el caso de Aristóteles.

Al igual que ocurría en el diálogo platónico, los “nombres raros” de la Poética proceden siempre de variedades dialectales del griego. El ejemplo que usó Aristóteles fue el del término síguinon (lanza), que era —escribió— “corriente para los chipriotas y raro para nosotros”.[2]

Los poetas podían, pues, hacer uso de algunos nombres venidos de fuera, pero sólo si procedían del tronco griego común. Tampoco Aristóteles alude, por lo tanto, a lo que hoy llamamos en sentido estricto lenguas extranjeras. [3]

Otro dato significativo. En ninguna de las reflexiones que Platón dedicó a temas pedagógicos, a la educación de los griegos, aparece recogida la necesidad de aprender otra lengua que la griega. Se sabe que los griegos tuvieron en muy alta estima el dominio de la lengua, la virtud de la elocuencia, la necesidad de expresarse y escribir bien, pero habría que añadir ahora que todo ello se refería única y exclusivamente al dominio de la lengua griega.

Ni siquiera en la república ideal que Platón concibió en su más famoso diálogo se dice nada acerca de la necesidad de aprender otros idiomas.

Claro que tampoco habría sido de demasiada utilidad, puesto que, tal como él los concibió, los ciudadanos ideales no debían viajar a regiones o países extranjeros.

Al legislar en Las leyes sobre “la conducta que se debía seguir en lo tocante a los viajes a otras tierras y países”, Platón escribió, en efecto, que en la república con que él soñaba no se debía permitir a ningún griego menor de cuarenta años que viajase fuera del país, “bajo ningún pretexto y con ninguna finalidad en absoluto”, y que, una vez cumplida esa edad, sólo se le debía autorizar a hacerlo si su viaje era de carácter público e institucional, al servicio de la polis, nunca de carácter privado (Las leyes, 950 a/951 b).

Lo sorprendente es que, ni siquiera para estos casos de nobles viajeros, diplomáticos u observadores, contempló el filósofo la posibilidad de que tuvieran que aprender la lengua del país que iban a visitar.

Aunque esto fue sólo un proyecto utópico de Platón, y en realidad las cosas debieron de ocurrir de otra manera, hay razones sobradas para pensar que la Grecia clásica, la de la polis ateniense, fue, al menos teóricamente, poco amiga de los viajes y las lenguas extranjeras.

También parece probado que los griegos tuvieron en gran estima a su lengua y en poca a las demás.[4] De ahí que, a medida que fueron extendiendo su dominio político y militar, fueran también imponiendo su lengua, primero sobre los pueblos —bárbaros o no— de Europa, y luego, tras las conquistas de Alejandro Magno y en el período helenístico, sobre remotas regiones del Asia como Egipto o Palestina, donde el griego primero y el latín después se convertirían en lenguas oficiales, sin que a griegos ni romanos se les pasase por las mientes la idea de que hubiera que respetar la diversidad lingüística ni preservar la riqueza y pluralidad lingüística de los pueblos y naciones conquistadas, y eso a pesar de que algunos de ellos eran pueblos con una lengua, tradición y cultura tan ricas como, por ejemplo, el hebreo.

Precisamente a esta pequeña nación, la hebrea, pertenecería el texto más emblemático de la cultura occidental en lo que respecta al tratamiento del fenómeno de la diversidad lingüística: el famoso relato bíblico de la torre de Babel. Como se sabe, la narración —que ha dado lugar a múltiples y contradictorias interpretaciones— se abre con la evocación de un tiempo mítico o tiempo de los orígenes en que la tierra toda era “de una sola lengua y de iguales palabras”.

Luego, en un segundo momento, narra lo ocurrido dentro ya de un tiempo histórico, aunque legendario, en que se ve a un grupo anónimo de seres humanos llegados de Oriente tratando de preservar la situación idílica de los comienzos, es decir, la de un pueblo y una lengua, mediante el recurso de construir una ciudad y una torre famosas: “Edifiquemos una ciudad y una torre cuya cúpula llegue al cielo y nos haga famosos, para que no seamos dispersos sobre la faz de la tierra”.

Tras la intervención de Dios, que se muestra en explícito desacuerdo con este proyecto,[5] el relato se cierra con el fracaso de la empresa. Se produce así la confusión de las lenguas, y los protagonistas del relato acaban, contra su deseo, dispersos por la faz de la tierra y hablando lenguas diferentes (Génesis, 11:1-9).

Al final del relato se identifica la ciudad de la que se ha hablado: “Se llama Babel (Bavel), pues allí el Eterno creó confusión de lenguas en la tierra”. El narrador utiliza el presente de indicativo, puesto que Babel, que no era otra que la antigua Babilonia, existía todavía con ese nombre en el momento en que se escribió o recopiló el relato.[6]

Además, tal como lo habían soñado los hombres del relato, se trataba de una ciudad famosa; de hecho, y en tanto que había sido la capital de dos grandes imperios (el babilónico y el persa), la más famosa de aquella área geográfica. Lo de encarnar en ella el sueño fracasado de la unidad lingüística tenía también pleno sentido, ya que había sido desde Babel desde donde se habían difundido por todo Oriente varias lenguas de cultura: el sumerio, el babilónico y, sobre todo, el arameo, que fue durante siglos la lengua

franca del Medio Oriente, utilizada incluso por los propios hebreos.

Por otro lado, y según describe también el relato, Babilonia había sido famosa por sus grandes edificaciones, las más espectaculares, si se exceptúan las pirámides de Egipto, de que se tuvo noticia en la Antigüedad: el templo de Babilonia, el palacio de Nabucodonosor, etc., todas ellas representadas en el relato por la soberbia torre de Babel, en la que habría que ver, pues, un símbolo de la grandeza imperial.

Todo esto permite, me parece, proponer una lectura política del final del relato. Aunque el texto no habla en ningún momento de castigo —se trataría, más bien, de un desacuerdo entre Dios y los hombres del relato—, de castigarse algo aquí, no sería desde luego la soberbia del hombre en general, sino en todo caso la soberbia del imperio.

Se diría que lo que el Dios del relato no parece dispuesto a tolerar es que exista en la tierra un poder humano que trate de igualarse al suyo, dominando a todos los seres y pueblos de la tierra. Es así, al menos, como el texto parece explicar su decisión de impedir la ejecución del proyecto confundiendo las lenguas de los habitantes de Babel y obligándolos a dispersarse por toda la tierra.

La lectura política no agota, con todo, los sentidos del texto, que, en tanto que mítico y simbólico, sigue siendo fundamentalmente ambiguo. Construido como una torre de varios pisos, en él se superponen al menos dos sentidos diferentes, vinculados a los dos tiempos en que también se desarrolla la acción: el mítico y el histórico.

Si nos situamos en el tiempo histórico, el del proyecto humano, el sentido del relato sería el ya mencionado, es decir, el de la victoria de Dios sobre el imperio y, por tanto, el texto tendría una evidente dimensión hímnica o laudatoria. Pero si nos situamos al comienzo del relato, cuando el narrador evoca aquel tiempo (mítico) en que toda la tierra hablaba una sola lengua, el sentido sería también claramente elegíaco.

Por más que al final se acepte o incluso se celebre la decisión divina de confundir las lenguas, con la que Dios triunfa sobre el Imperio, no por eso se deja de recordar con nostalgia aquella feliz situación lingüística originaria en que, de manera natural (no forzada por ningún poder imperial), todos habitaban un mismo espacio y hablaban una sola y misma lengua. Por consiguiente, el texto bíblico no sería ni sólo una celebración de la diversidad lingüística —como se pretende hoy en los llamados elogios de Babel—, ni sólo un lamento por ella, como se dijo durante siglos.

Hecho este necesario matiz a la desmesura de los actuales elogios de Babel, al estilo de los cultivados por George Steiner,[7] puede ya subrayarse que la actitud

de los antiguos hebreos hacia la pluralidad cultural y lingüística fue, desde luego, muy diferente a la de sus coetáneos griegos. Desde el punto de vista hebreo, la dispersión de los pueblos y la consiguiente división lingüística era —gustase o no— algo deseado por Dios, que, por tanto, había que respetar y aceptar.

De ahí que el relato bíblico no estableciese ninguna jerarquía entre las diferentes lenguas, todas ellas dotadas en principio del mismo valor, en tanto que nacidas de un mismo y único origen: “El Eterno —se dice— creó confusión de lenguas en la tierra” (Génesis, 11:9). Es verdad que, tal como ha demostrado

Umberto Eco en La búsqueda de la lengua perfecta, a partir de la Edad Media y, sobre todo, en el Renacimiento, se especuló mucho con la idea de que la Biblia concedía una especie de anterioridad-superioridad a la lengua hebrea, identificada con la lengua originaria,[8] pero esta hipótesis, que nació por razones muy concretas que se verán después, no encuentra demasiado apoyo ni en el relato de la torre de Babel ni, menos aún, en el resto del Génesis en que el relato se enmarca. Por el contrario, si se leen los capítulos del Génesis que preceden y siguen al relato, puede inferirse más bien que la lengua originaria a partir de la cual se produjo la confusión de las lenguas tuvo que existir muchos siglos antes de que el pueblo hebreo y su lengua irrumpieran en la historia.

Como se recordará, el relato de la torre de Babel se inserta en el Génesis justo después de la narración del Diluvio. Éste había borrado de la tierra a toda la especie humana, salvo a la familia de Noé, a la que correspondió la misión de repoblar la tierra. Según el texto, a fin de cumplir esta misión, los descendientes de Noé se dispersaron por la tierra y fundaron países y ciudades, entre las que el Génesis cita precisamente la propia Babel, pero también Acad o Nínive, todas ellas capitales de grandes reinos e imperios de la Antigüedad.

Además de ser los fundadores de estas grandes culturas antiguas, la progenie de Noé habría estado también en el origen de esos otros pueblos más pequeños a los que conocemos sobre todo por sus luchas con los hebreos: filisteos, cananeos, jebuseos, etc. (Génesis, 10:1-18). De acuerdo con esto, todas las naciones, grandes o pequeñas, de la tierra conocida por entonces habían surgido de la dispersión geográfica y lingüística del linaje de Noé: “De estos fueron pobladas —dice el texto, refiriéndose a los supervivientes del Diluvio— las costas de sus países, dividiéndose según sus lenguas y sus linajes” (Génesis, 10:5).

Y algo más adelante, insiste: “De allí salieron los pueblos que se dispersaron en la tierra después del diluvio” (Génesis, 10:32).

El hebreo habría sido sólo uno de los muchos pueblos descendientes de Noé, a quien no se representa en el Génesis como padre de los hebreos, sino de la humanidad toda, exactamente igual que antes del Diluvio ya lo había sido Adán, el primer hombre. Ahora bien, desde que ocurrió el Diluvio en tiempos de Noé hasta que el padre de la nación hebrea, es decir, Abraham, aparece en la historia,[9] habían pasado, según las genealogías del Génesis, diez generaciones, es decir, más de un milenio. No parece verosímil, pues, que los autores del texto pretendieran identificar la lengua de los orígenes —fuese la de Adán o la de Noé— con la lengua hebrea, en la que seguramente verían sólo una de las muchas en que aquella se había dividido.

En realidad, nada más lejos de la intención de los autores del Génesis y, por consiguiente, del antiguo pensamiento judío que conceder al pueblo hebreo y su lengua una posición de anterioridad o superioridad étnica sobre las demás. Al hacer proceder a todos los pueblos de la tierra —acadios, sumerios, babilonios, hebreos, cananeos, filisteos— de un mismo y único hombre, primero Adán, y luego, tras el Diluvio, Noé, lo que el Génesis y, por tanto, el judaísmo hizo fue, al contrario, fundar la moderna noción de humanidad.

Por muy separados que estuviesen los países donde vivieran y por diferentes que fuesen sus lenguas y linajes, incluso por muchas guerras que libraran entre sí, todos los seres humanos resultaban ser una sola y misma especie, procedente de un mismo y único linaje, el humano. Todos diferentes, con sus lenguas, sus costumbres, sus colores, incluso con sus religiones, pero todos también, al mismo tiempo, iguales, nacidos de un mismo hombre creado por un mismo Dios, el Dios único de los hebreos.

En el Génesis se encuentra, pues, el germen del universalismo cristiano, así como de nuestro actual universalismo/cosmopolitismo. En su momento se trató de una idea novedosa y muy revolucionaria, puesto que la visión pagana o politeísta del mundo sostenía justamente lo contrario, es decir, que los dioses eran muchos y que cada uno de ellos estaba directa e indisolublemente vinculado a un pueblo o nación.

Prueba de lo que acabo de decir es el contenido de un mito platónico que guarda cierto parecido con el de la torre de Babel. El relato, que forma parte del diálogo sobre la Atlántida, contiene también una explicación mítica de la diversidad humana, sólo que ligeramente diferente a la hebrea. Según puede leerse aquí, si existían pueblos y naciones diferentes era porque “un día los dioses se repartieron la tierra entera por regiones” (Critias, 108 e/110 b).

A decir de Critias, que es quien narra este mito, a este originario reparto se había debido que cada región del mundo e incluso de Grecia poseyera sus propias costumbres y ritos, instaurados por los propios y respectivos dioses. Se entiende, pues, que aun siendo partidario de guardar el debido respeto “al dios de los extranjeros” (Las leyes, 879 c/880 d), Platón abrigara tantas reservas no sólo hacia los viajes,[10] sino incluso hacia la presencia de extranjeros en la ciudad: desde el punto de vista pagano, toda modificación o innovación en las costumbres locales era una traición al propio dios, una corrupción de la identidad propia en beneficio de la de otro pueblo y otro dios.

Por eso, consciente de que “el comercio mutuo entre ciudades” llevaba consigo “la natural consecuencia de producir una mezcla de toda clase de costumbres”, Platón exigía que los magistrados de la ciudad cuidasen de que ninguno de los extranjeros residentes en ella introdujera “innovaciones” (Las leyes, 950 a y 952 c/953 d).

Como todo esto contradice el tópico, muy extendido, según el cual Platón habría sido monoteísta e incluso un predecesor del cristianismo, conviene hacer algunas precisiones al respecto. Es verdad que Platón concibió la idea de un Dios creador, de un Demiurgo, pero esta idea, tal como aparece expuesta en Timeo, o de la Naturaleza, no se correspondería del todo con la idea judía del Dios único. Al Dios de los hebreos —el Dios Padre del Cristianismo— se lo representa en el Génesis como Creador del mundo y también como directo Creador del hombre. En cambio, el Demiurgo de Platón aparece como creador sólo del mundo y de los dioses, encomendándoles luego a éstos, sus únicos hijos directos, la tarea de crear a los seres humanos, que, tal como se sostenía en el Critias, quedaban bajo la jurisdicción de los dioses nacionales, regionales o locales (Timeo, 40 c/41d).

Habría que concluir, pues, que ni siquiera Platón, el menos pagano de los paganos clásicos, fue capaz de formular el ideal universalista, la idea de la unidad del género humano.

Este ideal sería, pues, de procedencia hebrea. A pesar de su conocido anhelo por asentarse en una tierra, la famosa tierra prometida, nada más ajeno, en efecto, a la manera en que los antiguos judíos se representaron a ellos mismos —y, en general, a los seres humanos— que apegados a un territorio, a un dios, a unas costumbres, a unas tradiciones o, incluso, a una lengua. Todo lo contrario. El origen mismo de la historia se representa en la Biblia como un desplazamiento en el espacio: la salida del Paraíso, que sería, pues, el primer éxodos bíblico, aunque en este caso referido a la especie en su conjunto y no sólo al pueblo hebreo.

A este primer movimiento global de la especie le siguen luego en el texto otros muchos, entre ellos la ya mencionada diáspora (dispersión) de los hijos de Noé, igualmente fundadora de humanidad. En cuanto al pueblo hebreo, también él tendría su más concreto origen nacional en un éxodo, el de Abraham cuando obedeció la voz de Dios que le dijo: “Vete de tu tierra y de tu familia y de la casa paterna a la tierra que te señalaré” (Génesis, 12:1).

La Biblia sería, por tanto, desde el comienzo, una historia de viajeros, de nómadas, de gentes que continuamente se desplazan de un sitio a otro, sobre todo a partir del momento en que el pueblo hebreo se convierte en el auténtico protagonista de la odisea bíblica. De hecho, lo que hizo de su historia una epopeya fue, precisamente, su voluntad de sobrevivir como nación diferenciada en medio de grandes y poderosos imperios que lo obligaban una y otra vez a abandonar su propia tierra e instalarse en tierra ajena.

Antes aún que en Babilonia, fue ya en Egipto donde los antiguos hebreos pudieron conocer de primera mano la experiencia babélica de tener que levantar con sus propias manos grandes construcciones de ladrillo a la mayor gloria de un poder imperial.[11]

Tras el fugaz período de calma que supuso la época de los reyes, vendrían luego todavía las dos grandes diásporas, la primera forzada por el imperio babilónico, cuya caída se celebra en el famoso relato de la torre, y la segunda, aún más trascendente, por el poder del nuevo imperio romano.

Puesto que los antiguos hebreos conocieron como nadie la experiencia de ser forastero en tierra extraña, se entiende que la legislación judía fuera de las más avanzadas de su tiempo en materia de extranjería y que los legisladores hebreos fueran bastante más lejos en esta materia que los grandes filósofos griegos, que no consideraban la esclavitud lícita para los griegos, pero sí para los extranjeros.

En cambio, entre los 613 preceptos que, según el Éxodo, le dictó Dios a Moisés en el Desierto y que constituyeron la antigua Ley judía (el equivalente a las Leyes platónicas), se encontraban éstos: “No engañarás ni oprimirás al extranjero porque extranjeros fuisteis en la tierra de Egipto” (Éxodo, 22:20); “No oprimirás al extranjero, porque vosotros conocéis el alma del extranjero, ya que lo fuisteis en tierra de Egipto” (Éxodo, 23:9); y, sobre todo, ése del Levítico que decreta la igualdad del extranjero ante la Ley, fundamentada precisamente en la idea de que todos serían hijos del mismo Dios: “Tendrás una misma ley para el extranjero y para el nativo, porque yo soy Adonai vuestro Dios” (Levítico, 24:17-24).

No debe pensarse, con todo, que este antiguo universalismo hebreo conllevase el desprecio por las diferencias al que hoy se da el nombre de etnocentrismo. Que los extranjeros tuvieran igualdad de derechos y que, por tanto, no pudieran ser reducidos a esclavitud, no significaba que debieran convertirse al judaísmo, ni tan siquiera renunciar a sus propios usos y costumbres, que podían conservar y practicar con libertad, tal como, hay que decirlo, sigue ocurriendo en el actual Israel.

Las antiguas leyes hebreas estipulaban, eso sí, que debían hacerlo sin mezclarse con los judíos, pero estas medidas de separación estaban orientadas no tanto a discriminar cuanto a preservar el derecho, tanto del extranjero como del nativo, a la diferencia. Se trataría, pues, de algo muy similar a lo que hoy llamamos multiculturalismo, con grupos religiosa y culturalmente separados dentro del país, pero sujetos, desde el punto de vista jurídico, a las mismas leyes, con los mismos derechos y deberes que los nativos.

Y si la antigua nación hebrea no trató nunca de imponer su religión y sus costumbres a nadie, menos aún lo hizo con su lengua. Puesto que Israel fue siempre una pequeña nación que jamás pudo abrigar ambiciones imperiales, sino que estuvo sometida a diferentes y sucesivos imperios, fueron más bien los hebreos los que tuvieron que hablar las lenguas de otros, convirtiéndose así en bilingües a la fuerza o, incluso cuando la dominación duraba mucho tiempo, en hablantes monolingües de la lengua extranjera.

Así ocurrió, por ejemplo, entre los siglos VI al IV a.C., en tiempos del imperio persa, cuando el hebreo se convirtió en una lengua casi muerta, conocida sólo por los sacerdotes, en tanto que la mayoría de los hebreos hablaba sólo arameo. Y así volvería a ocurrir poco después con el griego, aunque no en Palestina —que, en esta ocasión, resistió y siguió hablando hebreo—, sino en las ciudades griegas de Oriente, sobre todo en la famosa Alejandría, la Babel de ese período, donde las comunidades judías acabaron prácticamente hablando sólo griego.

Fue por eso aquí, en Alejandría, y a causa de la específica situación de los judíos como pueblo diferenciado religiosa, pero no lingüísticamente, de los griegos, donde se produjo el primer gran acontecimiento de la historia de la traducción en Occidente: la famosa Versión de los Setenta, cuyos legendarios autores, los setenta sabios que le dieron nombre, fueran o no setenta, tuvieron que ser con toda seguridad sabios hebreos.

Fue, pues, por iniciativa hebrea, no griega, como se produjo el primer gran encuentro entre las dos culturas y lenguas que más tarde, por mediación de Roma y el cristianismo, acabarían fundiéndose en la simbiosis occidental o judeocristiana.

Y fue también gracias a este primer encuentro como el universalismo hebreo se fue incorporando, muy tímidamente al principio, al pensamiento griego. Mucho tuvo que ver en ello el más conocido de los sabios hebreos de aquel período, Filón de Alejandría, cuya obra filosófica, escrita en griego, estaba destinada, entre otras cosas, a hacer que el mundo griego comprendiera la validez universal de la ley de Moisés, identificada con la ley moral de toda la humanidad y no sólo del pueblo hebreo.

Filón, que dominaba las dos lenguas, el griego y el hebreo, y que desde el punto de vista cultural se sentía tan griego como judío, fue también uno de los primeros, si no el primero, en usar el término griego kosmopolités con el significado de “ciudadano del mundo” y siempre a partir de su convicción de que la Ley de Moisés, convenientemente traducida al lenguaje filosófico, podía elevarse a la categoría de derecho natural y legalidad universal para todos los seres y pueblos de la tierra.[12]

Las ideas universalistas de Filón encontrarían pronto cierta continuidad teórica en el pensamiento romano, aunque sólo entre los estoicos, con autores que, como Epicteto, Marco Aurelio y Séneca, creyeron ya en los primeros siglos de la era cristiana en la unidad del “género humano”[13] y fueron capaces incluso de concebir el ideal de la doble lealtad: a Roma y al mundo al mismo tiempo. [14]

Si las tesis del hebreo Filón pudieron pasar a la filosofía romana fue, por supuesto, porque antes ya se había producido el otro gran encuentro cultural de la época entre griegos y romanos. Pero tampoco en este caso la iniciativa fue griega. De hecho, no fueron demasiados los griegos que aprendieron latín —aunque algunos hubo, como el historiador Polibio— y, en cambio, sí muchos los romanos que aprendieron griego.

Como sucesora de su imperio y como admiradora y custodia de su cultura, Roma se sintió obligada a conocer el griego y, por ello, tuvo ya entre los requisitos de la buena educación el de conocer otra lengua además de la latina: la griega, por supuesto. Como ejemplo pueden citarse las palabras de Séneca en la Consolación a Polibio, donde invitaba a mantener “la fuerza de la lengua latina” junto a “la gracia de la griega”. [15]

El propio Cicerón, prototipo del perfecto romano y encarnación de las virtudes del ideal educativo de Roma, conoció perfectamente el latín y el griego, y él mismo fue el traductor al latín de los diálogos platónicos Protágoras y Timeo, entre otras obras importantes de la cultura griega.

La lengua hebrea se incorporó a la educación romana de forma aislada y sólo a partir del momento en que se produjeron las primeras conversiones de paganos cultos al cristianismo, ya que sólo el conocimiento de esta lengua garantizaba el acceso directo a la literalidad del antiguo texto sagrado, el llamado Viejo Testamento.

Fue, pues, únicamente por el propio peso específico del texto bíblico y por mediación del cristianismo como el hebreo —la lengua de una pequeña nación que nunca conoció una expansión imperial— pudo convertirse en lengua de cultura de obligado conocimiento en la que conocemos como civilización occidental. Apareció así, pues, esa figura del intelectual cristiano que tan frecuente llegó a ser en el Humanismo renacentista, es decir, la del políglota que dominaba las tres lenguas de cultura: latín, griego y hebreo.

El paradigma de esta clase de cristiano antiguo, precursor del moderno políglota, habría sido por supuesto San Jerónimo, el autor de la segunda gran traducción de la Biblia, la Vulgata latina, que pudo realizar todavía confrontando las versiones hebrea y griega. En cambio, muy poco después, en la primera mitad del siglo V, el más importante pensador cristiano, Agustín de Hipona, sólo conocía ya, además del latín, un poco de griego, simbolizando así el punto de arranque de lo que, a partir de ese momento, se iba a conocer como la cristiandad, es decir, de esa parte de Europa que desde la Antigüedad tardía hasta el siglo XVI estuvo vinculada por la común religión cristiana, pero también por el uso de una lengua única, la lengua común heredada del Imperio Romano: el latín.

Mientras que esto ocurría y el latín se convertía en la lengua hablada y escrita de la Europa cristiana, otro tanto estaba sucediendo con la lengua árabe en países y regiones del mundo tan alejados entre sí como Siria, Palestina o Al-Andalus. Al igual que habían hecho ya griegos y romanos, por donde quiera que extendieron su brazo militar, los habitantes de la Península Arábiga fueron imponiendo, siempre que fue necesario, su religión y, siempre y en todo caso, su lengua.

Tampoco ellos debieron de tener en mucho aprecio a las lenguas y naciones extranjeras, como lo prueba que llamaran bárbaros, en árabe bereberes, a los pueblos que se iban encontrando en su avance militar, en especial a los que más se les resistieron, como los del norte de África, que todavía hoy llevan ese nombre. Sin embargo, el caso de las regiones conquistadas en Asia fue algo diferente, pues éstas, lejos de ser, como la mayoría de las norteafricanas, naciones bárbaras desprovistas de cultura escrita, eran provincias orientales del antiguo Imperio romano, de civilización y habla predominantemente griegas.

Por lo mismo, y aunque también aquí se impuso el árabe a las poblaciones nativas (como lo prueba el que hoy las consideremos a todas naciones árabes), se produjo también un movimiento en dirección contraria: del árabe hacia el griego. Ocurrió, sobre todo, entre la minoría culta árabe, que, al igual que antes la romana, se sintió impelida a aprender griego a fin de traducir las grandes obras de su cultura, sobre todo de la científica, lo que haría que, hacia el siglo IX, como es bien sabido, Aristóteles fuera ya más conocido en la civilización musulmana de habla árabe que en la cristiana de habla latina.[16]

Pero, además, el azar quiso que en las tierras conquistadas por los árabes, tanto orientales como europeas y africanas, se encontraran viviendo desde antiguo comunidades judías procedentes de las diásporas de Palestina. Así, una buena parte de la diáspora hebrea tuvo de nuevo que hablar una lengua que no era la suya y que, sin embargo, acabó haciendo suya al usarla durante siglos no sólo en la comunicación cotidiana, sino en la científica y filosófica, “incluso —en palabras de Nehemías Alony— en el propio campo de la Biblia y del Talmud, de la religión y la lingüística”.[17]

De ahí la paradoja de que la Guía de perplejos, de Maimónides, la obra clave de la teología judía medieval, se escribiera originalmente en árabe. Sin embargo, en esta ocasión, a diferencia de lo que había ocurrido en el período alejandrino —cuando la mayoría de los judíos helenizados olvidó por completo el hebreo—, las comunidades judías, relativamente arabizadas en lo cultural, lograron conservar su lengua, y no sólo, como había sido habitual hasta entonces, para el uso religioso, sino también —y esto fue lo realmente nuevo— para el uso literario.

Los filósofos hebreos medievales escribirían en árabe, pero los grandes líricos hebreos del período —Yehudá ha-Levi, Moshe Ibn Gabirol, Moshe Ibn ‘Ezra—, lo hicieron siempre en hebreo y, por consiguiente, para lectores hebreos. Se produjo así lo que se conoce como el resurgimiento de la lengua hebrea, al que contribuyeron no sólo los poetas, sino también la importante generación de gramáticos judíos que, entre los siglos X al XII, se dedicó a fijar los fundamentos de la lengua hebrea, siguiendo los métodos y procedimientos de la gramática árabe. [18]

El renovado interés de los hebreos por el estudio de su lengua surgió, pues, en buena parte, del deseo de emular a los árabes en las disciplinas en que estos sobresalían.

Pero también fue un modo de enfrentarse y oponerse a ellos dentro de lo que por entonces era la habitual y continua “disputa de las culturas” (RL, 12), la versión medieval y, por tanto, genuina de lo que ahora se llama choque de civilizaciones.

Hay que tener en cuenta que, a fin de justificar su dominio político, religioso, cultural y lingüístico sobre las naciones conquistadas, los árabes habían elaborado un discurso legitimador, conocido como ‘arabiya, cuyo principio central era el de la superioridad de la nación árabe sobre todas las demás, en especial en cuatro aspectos: superioridad del linaje árabe sobre el de los demás pueblos, musulmanes o no; superioridad del Corán sobre los demás libros sagrados; superioridad de la poesía árabe; y superioridad de la lengua árabe (RL, 17-26).

A la hora de defender esta última tesis, la de la superioridad de la lengua árabe, los portavoces de la ‘arabiya manejaron argumentos religiosos —el árabe era la “lengua santa”, la lengua del Corán, la lengua en que Dios habló al Profeta, la lengua de los ángeles, etc.—, junto con otros más puramente gramaticales, como el de que era la lengua más rica léxicamente hablando (por la gran abundancia de sinónimos con que contaba), la más copiosa en metáforas, la más bella fonéticamente y, por último, la que tenía una estructura más lógica.[19]

Es muy posible, pues, que fuera de toda esta argumentación sobre las excelencias del árabe de donde se derivó el motivo de la “lengua perfecta” sobre el que versa el famoso libro de Umberto Eco, ya que, mucho antes que los cabalistas hebreos, los árabes ya habían especulado ampliamente con la idea de que existía una lengua perfecta desde el punto de vista gramatical, que coincidía, además, con la lengua santa. [20]

De hecho, según Nehemías Alony, fue sólo en respuesta a estas especulaciones árabes y en el contexto de la disputa entre las culturas, como hizo acto de presencia, en el seno del judaísmo, un discurso paralelo sobre las excelencias de la lengua hebrea. A partir del siglo X se hizo frecuente que los autores hebreos hicieran continuas referencias a la santidad de la lengua hebrea, no ya sólo como lengua del libro sagrado, sino como lengua elegida por Dios para hablar a Adán y Noé, y con la que se comunicaban los ángeles.

Aunque la idea no era del todo nueva y tenía, desde luego, algún que otro precedente en la literatura rabínica, sólo ahora —en el período de convivencia con los árabes— se convirtió en un argumento cardinal dentro del pensamiento hebreo.

Según escribió por entonces el gramático andalusí Menahem Ben Saruq, la lengua hebrea no era sólo la lengua santa, sino también “la lengua bella, la más selecta de entre todas las lenguas y la primera de todas las hablas”. [21]

Más trascendencia tendrían, con todo, las ideas del gran lírico Yehudá ha- Levi, según el cual aquella lengua única que se habló en toda la tierra antes de la catástrofe babélica no era otra que la hebrea. En palabras, más bellas que ciertas, del poeta: “La lengua hebrea fue la primera de las lenguas, la única lengua que imperó hasta la generación de la separación (de las gentes) cuando tuvo lugar la confusión de las lenguas” (RL, 142).

Otra respuesta también hebrea, pero más racional, a la concepción árabe de la lengua perfecta fue la del también poeta y ensayista Moshe Ibn ‘Ezra. Contenida en su tratado de poética Kitab al-Muhadara wal-Mudakara, el autor la redactó a comienzos del siglo XII cuando deambulaba por tierras de Castilla huyendo de los nuevos invasores almorávides.[22]

Este poeta granadino, perfecto conocedor del hebreo y el árabe y muy versado en la ciencia griega (adquirida seguramente a través de las traducciones y comentarios árabes), también se opuso radicalmente a la ‘arabiya, pero lo hizo sin entrar en especulaciones sobre cuál podía ser la lengua perfecta. Se limitó, pues, a realizar un detenido análisis de los recursos retóricos usados en la Biblia, a partir del cual se sintió autorizado a sostener que la lengua hebrea había sido, en el período de esplendor de la nación (en tiempos bíblicos), una lengua dotada de grandes riquezas y bellezas y, por lo mismo, perfectamente comparable a la árabe.

Al igual que otros autores de la época, Ibn ‘Ezra explicaba que la única causa del descuido y abandono en que había caído la otrora brillante lengua hebrea había sido el prolongado exilio y la consiguiente dispersión de sus hablantes: “Desde que se desmembró nuestro reino y se dividió nuestra diáspora, adoptamos nacionalidades e imitamos a las sectas, nos sometimos a sus modos y seguimos su conducta, nos hicimos a sus caracteres y hablamos en sus lenguas y adoptamos en las más de las circunstancias sus métodos” (KM, 28 y 25 v).

Sin ocultar sus intenciones, el autor hizo explícito que, si había hecho este estudio retórico-estilístico de los textos sagrados, había sido “para que no se piense de nosotros que estamos en inferioridad total frente a ellos y que sólo la lengua de los árabes se distingue por estas gracias y está exenta de imperfecciones, mientras que nuestra lengua carece de ellas” (KM, 116 v).

Sin embargo, a pesar de esta viva implicación en la disputa de las culturas, Moshe Ibn ‘Ezra evitó cuidadosamente referirse al hebreo como lengua “santa”, adjetivo que aplicó sólo al propio pueblo judío, al referirse a él como “la nación santa”. Se mantuvo así más cerca que Yehudá ha-Levi de la textualidad bíblica, para la cual lo que había de santo en la nación santa o pueblo elegido era el contenido de la Ley, no la lengua en que este contenido se había transmitido.

Por otro lado, tampoco entró en la polémica acerca de si el hebreo era o no la lengua del Paraíso o la que se habló antes de la caída de Babel. Desde su punto de vista, lo único importante era que el hebreo era la lengua en que se había escrito el texto sagrado. Por lo mismo, había desde luego que esforzarse en conservarla y preservarla, tal como se estaba haciendo ahora en Al-Andalus.

Pero, más allá del respeto que se le debía por ser la lengua del Libro y de los ancestros, la opinión de este pensador medieval fue que, al igual que cualquier otra, la lengua hebrea era sólo un sistema imperfecto de convenciones humanas, no algo perfecto y santo, dado directamente por Dios. En apoyo de esta tesis sobre la convencionalidad de las lenguas, Moshe Ibn ‘Ezra citaba un texto de Galeno, traducido al árabe con el título de Afdal al-Haya’at (Los mejores aspectos), que decía:

“La discrepancia de las gentes al dar nombre es cosa que no se puede reprochar, ya que cada uno llama a las cosas como quiere. Pero lo que más hay que considerar son los conceptos de que hablamos, no los nombres en sí” (KM, 23 v y 24).

De las dos posiciones hebreas, la ideológica de Yehudá ha-Levi y la racional de Moshe Ibn ‘Ezra, la que más fortuna tuvo en un primer momento fue la primera, que, tal como ha evidenciado Umberto Eco, fue la preferida por el misticismo cabalista y ejerció gran influencia en la especulación del humanismo cristiano sobre el hebreo como lengua originaria.[23]

No obstante, habría que recordar que la difusión de la Cábala no fue ni mucho menos lo único que motivó que el Occidente cristiano volviera a interesarse por el hebreo en el Renacimiento tras siglos de abandono.

Otros factores históricos debieron de contribuir igualmente al resurgimiento de la lengua hebrea en el ámbito de la cristiandad. Por ejemplo, sin el trabajo previamente realizado por los gramáticos andalusíes, habría sido mucho más difícil que la lengua hebrea hubiera podido convertirse en materia de aprendizaje.

Además, estaba el papel que el hebreo había desempeñado en la propia renovación cultural de Occidente, al servir de lengua mediadora en las escuelas medievales de traductores. Con todo, lo más importante debió de ser la irrupción del espíritu de la Reforma, que, al propugnar la lectura directa de la Biblia, hizo otra vez imprescindible el conocimiento de la lengua en que fue escrita originariamente.

Una figura que puede representar perfectamente el momento de este trascendental reencuentro cultural y lingüístico entre hebreos y cristianos es, por eso, la de fray Luis de León. No en balde fue una verdadera “lucha de las lenguas” —por decirlo con palabras de Colin P. Thompson— lo que acabó llevando a fray Luis a la cárcel tras un largo proceso inquisitorial.

Para entonces, tras la recuperación del hebreo como lengua de cultura de Occidente, las universidades cristianas de Europa contaban ya con cátedras de las tres lenguas antiguas: griego, latín y hebreo. Sin embargo, no todos eran partidarios de este innovador poliglotismo. En tanto que principal hebraísta del período, fray Luis tuvo, pues, que sufrir las consecuencias de la resistencia al nuevo espíritu humanista, encarnada en este caso por el catedrático de griego, León de Castro, partidario de que la Biblia se siguiera leyendo sólo en la Versión griega de los Setenta y, por tanto, radicalmente opuesto a que se leyera en el original hebreo.[24]

Poeta en castellano y conocedor de las tres grandes lenguas de cultura, fray Luis no era todavía lo que luego se llamaría un cosmopolita, pero sí era ya un políglota al estilo del Renacimiento, esto es, un humanista que sabía latín, griego y hebreo. De este uso concreto del término políglota da testimonio la llamada Biblia Políglota o de Amberes, que, obra del gran humanista español Arias Montano, era una edición multilingüe de la Biblia, con versiones en hebreo, latín y griego, además de algunos fragmentos en arameo.

No obstante, aunque no se tratara todavía de un cosmopolita al estilo de Goethe ni de un políglota moderno como Humboldt, la figura del políglota humanista fue bastante novedosa y rompedora para su tiempo.

Para valorarla en su justa medida, basta con recordar en qué había consistido, hasta hacía muy poco, el método de traducción de las escuelas medievales, donde lo habitual era que, para traducir del árabe al latín, tuvieran que trabajar en cooperación dos traductores: uno judío, que traducía del árabe al romance, y otro cristiano, que traducía del romance al latín. Los mejores traductores medievales dominaban, pues, en el caso de los cristianos, dos lenguas, la materna y el latín, y en el caso de los hebreos tres o, como mucho, cuatro: la romance, la hebrea y la árabe (y/o, en el caso de los afincados en tierras cristianas, el latín).

En cambio, en el Renacimiento, los grandes humanistas cristianos, como fray Luis, Vives o Arias Montano, y también los hebreos, como Spinoza, manejaban ya, como mínimo, cuatro lenguas: la materna, que todavía no se estudiaba, y las tres grandes lenguas de cultura en que consistía la formación lingüística de la época.

Fue precisamente Juan Luis Vives el que dio plasmación teórica a este plan renacentista de enseñanza de las lenguas, que incluía ya necesariamente el griego y el hebreo, pero que en su propuesta personal incluía también opcionalmente el árabe. Las razones que, según Vives, justificaban el estudio de estas cuatro lenguas eran muy diferentes en cada caso.

El griego había que saberlo para conocer mejor el latín y la cultura latina, puesto que ésta procedía por entero de los textos griegos. El hebreo, porque era la “lengua sagrada”, es decir, aquella en que estaba escrito el Viejo Testamento: el autor desaconsejaba, en cambio, la lectura de otros textos igualmente escritos en hebreo, cuyos contenidos podían ser peligrosos para la fe cristiana.[25]

En cuanto al árabe, que era la única de las cuatro que seguía siendo una lengua viva, si Vives recomendó su estudio no fue en tanto lengua de cultura ni porque la considerara necesaria para acceder a algún texto imprescindible —el Corán no lo era para el cristiano—, sino sólo para llevar a cabo una importante misión evangelizadora destinada a convertir a los musulmanes a la fe católica. [26]

El programa no incluía, en cambio, ninguna de las lenguas vivas del Occidente cristiano, puesto que, desde el punto de vista de Vives, férreo defensor del latín, éstas debían considerarse sólo lenguas vulgares, destinadas únicamente a la comunicación cotidiana y que, por lo mismo, no hacía falta estudiar.

Para comunicarse con ellas, bastaba con aprenderlas en la práctica, oyendo hablar a la gente: “Por lo que toca al lenguaje que anda en boca del vulgo, ninguna necesidad hay de formular reglas ni técnica alguna. Mejor y más rápidamente se aprenderá del mismo pueblo” (LD, 576).

El humanista se limitaba, pues, a aconsejar que se eligiera bien a las nodrizas y ayos que debían educar a los niños, para que en el trato con ellos no contrajeran vicios de pronunciación y se expresasen correctamente. (LD, 573)

La decisión de excluir las lenguas vulgares de las materias de aprendizaje tenía mucho que ver con la apuesta personal de Vives a favor de la preservación del latín como lengua común europea. Escrita ella misma en latín, su reflexión sobre la enseñanza de las lenguas puede considerarse, pues, el canto de cisne de la unidad medieval cristiano-latina, que en el momento

en que él escribía estaba ya muy amenazada por el imparable ascenso de las lenguas vernáculas.

A diferencia de Dante y Petrarca, de Juan de Valdés y hasta de algún discípulo suyo como Huarte de San Juan — todos ellos partidarios de usar y estudiar la lengua romance—, Vives se opuso al ascenso de las lenguas vernáculas a lenguas de cultura y defendió, por el contrario, que el latín se mantuviera como la única lengua de escritura de las nuevas naciones europeas.

Aunque a simple vista parecería una actitud meramente reaccionaria, lo cierto es que en este preciso instante, cuando la flamante y todavía algo frágil unidad europea ha hecho que vuelva a discutirse la necesidad de una lengua común europea (a esto y no a otra cosa estaría destinado el tantas veces citado libro de Eco, La búsqueda de la lengua perfecta), resulta posible quizás hacer una lectura algo más benévola del heroico y fracasado empeño de Vives por preservar la unidad europea en torno al latín.

Como ya dejaba ver su argumentación sobre lo conveniente que habría sido que musulmanes y cristianos hubiesen hablado una misma lengua, Vives estaba convencido de que lo mejor para los seres humanos era entenderse entre sí y de que el único medio con que contaban para esto era el lenguaje, concebido como “tesoro de la erudición” e “instrumento y enlace de la sociedad humana”.

De ahí que no dudara siquiera en enmendarle la plana al Dios Padre, al afirmar que “lo ideal” habría sido que “una sola fuese la lengua del linaje humano”.

Completamente ajeno al doble sentido del relato bíblico, que presentaba la confusión de las lenguas como algo directamente derivado de la voluntad de Dios (en desacuerdo con los hombres al respecto), Vives hacía una lectura típicamente cristiana y, por tanto, muy negativa de la situación post-babélica: “La pluralidad de las lenguas —sentenció— es consecuencia y castigo del pecado”.

Ahora bien, dado que en su opinión el pecado existió y puesto que la lengua común originaria se había perdido irremediablemente, el autor creía aconsejable que “al menos” existiera una lengua que pudiera usar “la mayoría de pueblos y naciones”. Desde su punto de vista, nada más lógico, además, que optar porque esa lengua común o vehicular fuese, precisamente, “la de los cristianos”, es decir, el latín, sobre cuyas excelencias y ventajas disertó, hay que decirlo, bastante razonablemente: “Esta lengua tiene la ventaja de estar difundida por muchas gentes y naciones, y de que apenas hay arte o ciencia que no tenga en ella sus monumentos literarios. Allende de esto, es rica porque está muy cultivada, pulida y bruñida por el ingenio de toda una pléyade de escritores; suena con blandura, tiene una gravedad no huraña” (LD, 573-574).

Vives rechazó explícitamente, en cambio, la posibilidad de considerarla “perfecta”, porque reservaba este calificativo a la lengua de Adán en el Paraíso (caso de que ésta hubiese sido, como algunos decían, una lengua motivada).

Pese a lo fundamentado de sus argumentos a favor del latín, esta lengua tenía el no pequeño inconveniente de ser ya en ese momento sólo una lengua de escritura, cuyo conocimiento estaba en realidad reservado a los sabios y los hombres cultos de Europa. La más importante ventaja que le encontraba Vives, es decir, la de “estar difundida por muchas gentes y naciones” era, pues, una verdad a medias.

Además, en el momento en que él escribía, las lenguas vernáculas le estaban ya disputando al latín su privilegiado puesto como lengua de cultura y escritura de toda la cristiandad, lo que explica precisamente el contenido de la severa advertencia que el humanista dirigió a sus lectores en relación precisamente con el descuido de la lengua latina: “Pecado fuera no cultivarla ni conservarla”.

En opinión de Vives, las elites europeas no debían ceder a la tentación de usar las lenguas vernáculas más allá de la comunicación cotidiana. Si el latín desaparecía como lengua común de la cristiandad, la sociedad europea se vería conducida a una nueva y mucho más desastrosa confusio linguarum que la vivida por los antiguos hebreos: “Su pérdida—vaticinó— ocasionaría una confusión caótica en todas las disciplinas y un disturbio y desconcierto enormes en la sociedad, por la ignorancia de las lenguas” (LD, 574).

Tal como Vives pronosticó, el ascenso de las lenguas vernáculas hizo que las elites europeas dejaran de entenderse entre sí y, por lo mismo, supuso el punto de partida para el proceso de nacionalización cultural, de resultas del cual Europa acabaría convertida en lo que es hoy, es decir, un mosaico de lenguas y culturas diferenciadas. En el siglo XVIII sería ya muy frecuente encontrarse con que los cultivadores de una disciplina conocieran de ella sólo lo que se producía en su propio país y lengua. Pero fue también en este siglo cuando se produjeron las primeras reacciones al cada vez más evidente aislamiento cultural de las naciones y se fue generando, así, el moderno ideal cosmopolita.

La diferencia con el antiguo residía en que, mientras que Filón había sido, en verdad, ciudadano de todo un mundo (el del Imperio), el nuevo cosmopolita europeo lo era sólo de una nación. Ahora bien, abrazar este ideal implicaba precisamente la convicción de que, aun perteneciendo a una nación determinada y hablando una lengua nacional, se podía escapar a la fatalidad del particularismo mediante el recurso de adentrarse, a través de viajes o estudios, en otras lenguas y culturas europeas o del mundo.

Por ello, desde que autores como Wilhelm von Humboldt o Goethe formularon sus respectivas propuestas de comparatismo lingüístico y literario, la pluralidad de las lenguas y culturas se dejó de ver sólo en términos de castigo, para empezar a entenderse también como un fenómeno positivo, signo evidente de multiplicidad y riqueza.

Pero también se empezó a pensar que el intelectual podía y debía adueñarse de esas riquezas, para lo cual debía trascender las fronteras de su cultura y lengua propias y abrirse a las otras, llevando la mirada más allá de su entorno inmediato. De ahí que la vieja y denostada figura del judío errante —que en la teología católica medieval representaba al eterno desterrado, condenado a vagar por su pecado— dejara de ser vista en términos meramente negativos, para convertirse, en cambio, sobre todo a partir del siglo XX, en modelo positivo y prototipo del moderno cosmopolita.

En realidad, las razones por las que la mayoría de los judíos centroeuropeos hablaba más de una lengua seguían teniendo mucho más que ver con su condición de eternos desterrados (o de modernos desplazados) que con el anhelo de convertirse en ciudadanos del mundo.

Pero esto no ha sido óbice para que la figura del judío desarraigado y políglota haya desempeñado un papel decisivo en el imaginario europeo de las últimas décadas y contribuido, así, a crear la actual imagen positiva de esa Europa multilingüe y pluricultural que, haciendo de la necesidad virtud, celebra entusiastamente su diversidad y hasta, como ocurre en el caso de Steiner, la erige en el ingrediente esencial de su identidad, definida por oposición a la presunta uniformidad angloamericana.


[1] PLATÓN, Cratilo, o de la exactitud de las palabras, 433 e/ 434 e. Los diálogos platónicos se citarán siempre por Obras Completas, trad. de J. A. Míguez et al., Aguilar, Madrid, 1990.

[2] ARISTÓTELES, Poética, 1457 b, trad. de A. González Pérez, Editora Nacional, Madrid, 1982.

[3] Ni la Poética ni la Retórica extraen sus paradigmas de otra lengua o literatura que no sea la griega. Se trataría, pues, de una teoría demasiado particularista. Aristóteles, indiscutible fundador de la estética y la teoría literaria, no habría sido, en modo alguno, el padre del comparatismo.

[4] El término que usaban los griegos para referirse a las naciones extranjeras, bárbaros (hoy sinónimo de incivilizado), aludía precisamente al habla de los extranjeros, en la que se veía sólo un baba, un habla balbuciente, como la del niño desprovisto de razón. Véase U. ECO, La búsqueda de la lengua perfecta, trad. de M. Pons, Mondadori, Barcelona, 1994, pp. 21-22.

[5] “Y dijo el Eterno: ‘He aquí un pueblo y una lengua para todos ellos. Esto ya lo han empezado a hacer. ¿Acaso nada les impedirá hacer cualquier cosa que proyecten? Bajemos entonces y confundamos su lengua, para que no puedan entenderse más entre sí” (Génesis, 11:6-7; se cita según el texto de la Biblia hebrea de La Biblia, trad. De M. Katznelson, El Árbol de la Vida, Tel-Aviv, 1986).

[6] El nombre de Babilonia procedía de la forma acadia Bab-Ili (“Puerta de Dios”). Al llamarla Babel, porque “allí el Eterno creó confusión de lenguas en la tierra”, el texto bíblico estaba proponiendo su propia etimología, derivando el nombre de la ciudad del hebreo balal (“confundir”) (véase R. GRAVES Y R. PATAL, Los mitos hebreos, trad. de L. Echávarri, Alianza, Madrid, 1986, p. 114).

[7] La tesis de que la pluralidad lingüística no sería sólo un castigo, sino también una bendición, es de origen humboldtiano, pero ha sido sólo en las últimas décadas cuando se ha empezado a obviar completamente la dimensión elegíaca del mito. Para este tipo de lectura celebratoria, véase: G. STEINER, Después de Babel. Aspectos del lenguaje y la traducción, trad. de A. Castañón, Fondo de Cultura Económica, México, 1980, pp. 77 y ss., 139 y ss., y, sobre todo, el desmedido elogio de Babel en La idea de Europa, trad. de M. Cóndor, Siruela, Madrid, 2005, pp. 71-73.

[8] UMBERTO ECO, La búsqueda de la lengua perfecta, pp. 33-54.

[9] Abraham era, según el Génesis, un lejano descendiente de Noé, del linaje de su hijo Sem. El nombre del patriarca comparte con el de la lengua hebrea, el ‘ibrit, el grupo consonántico br, contenido igualmente en el nombre del pueblo hebreo y en el de la ciudad de Hebrón, la primera que compró y que dejó en heredad a sus descendientes. El origen de la lengua hebrea habría estado, pues, en lo que Herder llamó una “lengua de familia” (J. G. HERDER, ‘Ensayo sobre el origen del lenguaje’, trad. de P. Ribas, en Obra selecta, Alfaguara, Madrid, 1982, pp. 208-215).

[10] Puesto a elegir entre emigrar o morir, Sócrates optaba por la muerte, que consideraba preferible al desarraigo: “Bonita vida sería la mía, saliendo a mis años de Atenas, yendo de ciudad en ciudad y arrojado de todas partes” (Defensa de Sócrates, 36 e/38 c).

[11] “Y los egipcios hacían servir a los hijos de Israel con todo rigor, amargándoles la vida con pesados trabajos (de construcción), con barro y con ladrillos y con duras faenas en el campo” (Éxodo, 1:13-14).

[12] FILÓN, De opificio mundi, 3. Véase Les oeuvres de Philon d’Alexandrie, éd. De R. Arnaldez, C. Mondésert y J. Pouilloux, Cerf, París, 1961, vol. I.

[13] “Ama el género humano”, escribió, por ejemplo, el emperador Marco Aurelio. A él pertenecen también estas palabras, representativas de la cosmovisión estoica: “De la misma forma que una sola tierra es para todos los terrestres, vemos con una sola luz y respiramos un solo aire todos cuantos pueden ver y son animados” (MARCO AURELIO, Meditaciones, 7.31 y 9.8, trad. de F. Cortés y M. J. Rodríguez, Cátedra, Madrid, 2001).

[14] Me refiero a la famosa máxima de Marco Aurelio: “Mi ciudad y mi patria, como Antonino, es Roma. Como hombre, es el universo. Por tanto, las que son beneficiosas para esas ciudades, sólo ésas considero que son buenas” (MARCO AURELIO, Meditaciones, 6.44).

[15] SÉNECA, ‘Consolación a Polibio’, en Diálogos, Gredos, trad. de I. Mariné, Madrid, 1996, p. 129.

[16] Lo mismo hicieron con las obras escritas en siríaco, persa y latín. Los árabes fueron, pues, grandes traductores. De ahí que, en el contexto de la controversia entre las tres culturas, se les acusase de dominar sólo las técnicas de la palabra y de no haber tenido parte alguna en el nacimiento del saber científico y filosófico, incautado mediante el plagio y la traducción (véase MOSHE IBN ‘EZRA, Kitab al- Muhadara wal-Mudakara, ed. y trad. de M. Abumalham, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Madrid, 1986 Vol. II, 21; en adelante: KM y p. citada).

[17] N. ALONY, El resurgimiento de la lengua hebrea en Al-Andalus, trad. de A. Peral y C. del Valle, Aben Ezra, Madrid, 1995, p. 13 (en adelante: RL y pasaje citado).

[18] La filología árabe había nacido en el siglo VIII en Basora, Kufa y Bagdad, y fue a mediados del siglo X cuando se extendió a Al-Andalus. En cuanto a la hebrea, la figura decisiva fue la del gaón Sa’adia, nacido en Egipto y “cabeza indiscutible del judaísmo de Babilonia durante la primera mitad del siglo X” (Á. SÁENZBADILLOS Y J. TARGARONA BORRÁS, Gramáticos hebreos de Al-Andalus (Siglos X-XII), El Almendro, Córdoba, 1988, p. 12).

[19] Para un resumen más completo de los argumentos ideológicos sobre la perfección de la lengua árabe, véase N. ALONY, El resurgimiento de la lengua hebrea en Al-Andalus, pp. 22-24.

[20] Cf. con U. ECO, La búsqueda de la lengua perfecta, pp. 33-39. El autor no dice aquí que el motivo fuese de origen hebreo, pero como su búsqueda de la lengua perfecta en Europa arranca en el Renacimiento y omite el papel de los ideólogos árabes, parece atribuir la idea a los cabalistas hebreos.

[21] MENAHEM BEN SARUQ, ‘Mahberet’, trad. de C. del Valle Rodríguez, en La escuela hebrea de Córdoba. Los orígenes de la Escuela filológica hebrea de Córdoba, Editora Nacional, Madrid, 1981, pp. 378 y ss.

[22] Moshe Ibn ‘Ezra nació en una época desfavorable para la comunidad judía de la Granada árabe. Durante su infancia, en 1066, tuvo lugar el asesinato de su correligionario y primer visir Yosef Ibn Nagrella, hijo del aún más famoso visir y poeta Shemuel Ibn Nagrella. Tras el que fue el más importante pogromo de la historia de la Granada árabe, con casi cuatro mil víctimas, su familia se trasladó a Lucena. Ya en la edad adulta, el autor tuvo que huir a tierras cristianas a consecuencia de la invasión almorávide, también adversa a los judíos (D. GONZALO MAESO, Garnata al-Yahud. Granada en la historia del judaísmo español, ed. de M. E. Varela Moreno, Universidad de Granada, Granada, 1963, p. 74).

[23] U. ECO, La búsqueda de la lengua perfecta, p. 33.

[24] Véase C. P. THOMPSON, La lucha de las lenguas. Fray Luis de León y el Siglo de Oro en España, Consejería de Educación y Cultura, Junta de Castilla y León, 1995.

[25] J. L. VIVES, De la verdad de la fe cristiana (“Libro tercero: Contra los judíos: Jesucristo es el Mesías”), en Obras Completas, Aguilar, Madrid, 1948, pp. 1515 y ss.

[26] Transcribo el pasaje en que Vives argumentó la conveniencia de estudiar árabe: “Para la propagación de la fe es de incalculable utilidad que los hombres se entiendan mutuamente. Pluguiera al Cielo que los musulmanes y nosotros tuviéramos una lengua común. Yo me atrevería a esperar que en un espacio de tiempo relativamente breve muchos de ellos se acogerían a nuestro símbolo… Por esto mi gran deseo sería que se establecieran en la mayoría de nuestras ciudades colegios de lenguas, no solamente de las tres consabidas: latina, griega y hebrea, sino también de la arábiga…” (J. L. VIVES, Las disciplinas, en Obras Completas, p. 574; en adelante: LD y p. citada).

Toponimia y análisis histórico. Alejandra Moreno Toscano.1969

LA HISTORIA SE DESENVUELVE en el tiempo y sobre el espacio. Los fenómenos históricos tienen siempre una ubicación terrestre. La historia se hace con documentos —en el más amplio sentido de la palabra— y el nombre de los lugares es para el historiador un documento histórico que debe aprender a leer.

El examen de la manera como se han denominado en las diversas épocas los accidentes geográficos, las ciudades y los pueblos, las propiedades rurales, los ríos y las montañas, nos permite acercarnos a problemas de carácter tan diverso como las migraciones de pueblos, las conquistas y colonizaciones, los tipos de utilización del suelo, o conocer el aspecto que presentaban los sitios en épocas pasadas.

Jean Bruhnes escribió que los nombres de los sitios pueden considerarse los fósiles de la geografía humana.[1] Los toponímicos se presentan en estratos históricos superpuestos a la manera de los sedimentos geológicos. La destrucción y el cambio de los nombres de los lugares aparece en todas las épocas, y son varios los factores que influyen en ellos. Por destrucción, por despoblamiento, por conveniencias políticas, religiosas o administrativas, en ocasiones los nombres de los sitios tienen una vida bien corta. Son siempre interesantes sujetos de historia.

1. Cómo se presenta la toponimia en nuestro país

De una manera muy general, podemos decir que en principio tendríamos en México diversas capas toponímicas prehispánicas, de las que no tenemos aún estudios precisos. Contamos, sin embargo, para su análisis, con repertorios más o menos completos.[2] Este estrato toponímico correspondería a las grandes zonas de poblamiento prehispánico: maya, tarasca, mixteca, zapoteca, totonaca, etc.

Vendría después un estrato de toponímicos de origen náhuatl, mucho más extendido y permanente. La expansión del llamado imperio azteca, junto con el dominio económico de diversos poblados, sustituyó el nombre de muchos sitios. Las referencias a este proceso de sustitución que nos han llegado son numerosas.

Un ejemplo: entre las Relaciones geográficas de 1580 encontramos una relación que lleva este título: “Relación de la vicaría y partido de Santa Cruz, que en mexicano se dice Iztepec, y en zapoteco Quialoo“. Además, la pregunta 9 del cuestionario de las mismas Relaciones inquiere acerca del “nombre y sobrenombre que tiene o hubiere tenido cada ciudad o pueblo y porqué se hubiere llamado así, si se supiere, y quién le puso el nombre”.

Este estrato toponímico náhuatl fue transformado de manera importante durante la colonización española. Si bien es cierto que los españoles mantuvieron en la mayoría de los casos el nombre indígena de los poblados, anteponiéndoles el nombre de algún santo, la hispanización de los nombres no fue menos importante: Cuauhnahuac = “Cuernavaca”, Huitzilopochco = “Churubusco”, por citar ejemplos clásicos.

Además, pertenecen a este mismo proceso algunos ejemplos de hibridación hispano-indígena muy reveladores: Cruztitla (lugar de cruces), Muñoz-tla “(lugar de Muñoz), Rosastitla (entre rosas), Tepuente (puente de piedra), Cortesco (lugar de Cortés).[3]

La colonización española dejó huellas toponímicas de suma importancia con la formación de nuevas zonas de dependencia geoeconómicas. Los nombres de lugares nos revelan mucho de la ocupación del suelo: quien examina los nombres de poblados y rancherías cercanos a centros mineros importantes en la época colonial como Durango, Zacatecas, o Fresnillo, puede descubrir la sucesión de nombres de pueblos como “Muleros”, “Carboneros”, “Potrero”, “Calera”, “Tinaja”, “Estancia”, “Labor”, que nos hablan del universo económico creado alrededor de los reales de minas —estancias, centros agrícolas y centros de aprovisionamiento diverso (maderas, mano de obra, transportes) — durante el primer siglo de la época colonial.

El microcosmos de la vida rural se expresa también en los nombres de los poblados: “Estancia”, “Nopalera”, “Magueyal”, “Milpa”, “Tinaja”, “Jagüey”, “Potrero” y tantos otros que se multiplican alrededor de algún pueblo principal o antigua hacienda en el altiplano mexicano.

Tendríamos en seguida varios sustratos toponímicos que desgraciadamente no han sido estudiados, pero de los que tenemos ejemplos característicos. Los “Empalmes” y “Entronques” de nuestra historia de los ferrocarriles, y su destino a sitios madereros como “Creel”, “Honey” o “San Rafael”, nos sugieren capítulos de nuestra historia económica del siglo xix. La fantástica aparición de nombres extraordinarios en las tierras poco pobladas de Chiapas como “La Concordia”, “La Grandeza”, “El Porvenir”, “La Libertad”, “El Talismán”, “La Lutecia”, “La Nueva Alemania”, nos hablan de un capítulo de la historia social y económica de estas regiones.

Aun cuando el mapa toponímico de México se encuentra establecido desde el siglo pasado, y los nombres de los lugares tienden a ser estables, tenemos un último estrato toponímico, más cercano, y que pertenece a nuestros días. El ejemplo de la incorporación de tierras a la vida económica del país nos lo dan los poblados cercanos a Macuspana (Tabasco), con nombres como “Pueblo Nuevo” o “Ciudad Pemex”. En nuestros días vemos además la continua sustitución de los nombres antiguos por nombres de héroes o prohombres locales o nacionales (Ta-jimaroa = Ciudad Hidalgo; San Andrés Chalchicomula = Ciudad Aquiles Serdán). Sin embargo, vemos también cómo estas sustituciones no han sido siempre aceptadas por el uso, y conocemos ejemplos de persistencia en el uso de las denominaciones antiguas tan importantes como Jerez (Ciudad García Salinas) o Zapotlán (Ciudad Guzmán).

2. Análisis de conjunto

Para analizar los toponímicos el historiador cuenta con dos métodos principales. El primero consiste en analizar de manera conjunta los nombres geográficos significativos. El historiador puede aislar del universo de nombres geográficos aquellos que le parezcan indicativos y examinarlos por su ubicación, por sus tendencias y sus direcciones. El historiador puede recurrir a este procedimiento cuando no tiene suficientes documentos que le permitan esclarecer un problema determinado de ocupación del suelo, de tipos de poblamiento, etc., y de los cuales los toponímicos constituyen testimonios auténticos e insustituibles.

Decía Marc Bloch[4] que cuando ciertas toponimias aparecen en los mapas en concentraciones regionales importantes, el historiador puede auxiliarse con su análisis para lograr una apreciación general de ciertos tipos de ocupación del suelo. Ese ejercicio lo hemos intentado en esta ocasión, analizando dos nombres de sitios que evocan actividades ganaderas de importancia durante la época colonial: “Estancia”[5] y “Agostadero”.[6] El inventario de nombres de poblados, rancherías, ranchos y haciendas así denominados, lo hemos tomado del Diccionario histórico geográfico de Antonio García Cubas (1889).

La concentración en el mapa de los sitios que se denominaban “Estancia” hacia 1889 es por demás significativa. Sigue la tendencia de la ocupación española de las tierras del norte y occidente del país durante los primeros siglos de la época colonial. La relación entre esta denominación y una antigua forma de ocupación del suelo se hace aún más evidente si comparamos el mapa de 1889 con el mapa en que se registran las ‘”Estancias” (concesiones de tierras destinadas a usos ganaderos) de los últimos años del siglo xvi según la información proporcionada por las Relaciones geográficas de 1580.[7]

La concentración en el mapa de los sitios denominados “Agostadero” hacia 1889, es también de sumo interés. Estas denominaciones se concentran en las tierras bajas e irrigadas de Michoacán, cerca de la ciudad de Veracruz y en algunos sitios del norte del país.

Sabemos por otras fuentes que fueron precisamente estas zonas las que veían aparecer temporalmente grandes rebaños itinerantes que bajaban de las tierras altas o menos favorecidas a pastar durante la época del agostadero. Hacia 1580, por ejemplo, más de 80 000 ovejas viajaban anualmente rumbo a Jiquilpan, a orillas del lago de Chápala, a pastar.[8] Este recorrido se iniciaba en septiembre y los rebaños volvían a sus estancias hacia el mes de mayo del siguiente año.[9] Los rebaños de Tepeaca, Tlaxcala, Cholula y otras tierras cercanas a Puebla bajaban de la misma manera rumbo a Veracruz cada año.[10] El “Agostadero” de Veracruz, además, está rodeado por sitios tan evocadores como “Paso del Macho”, “Paso de Ovejas”, “Paso de la Milpa”, que nos hablan también de este mismo fenómeno. Aun cuando a mediados del siglo xvn, de las tierras de Nuevo León bajaban rebaños a las costas del golfo,[11] a “agostar”, nuestro mapa toponímico no ha conservado esta evidencia.

Así el mapa toponímico nos informa sobre la dirección principal de las grandes rutas de trashumancia que existieron en México en los primeros años de la época colonial. Registra la huella que esta actividad dejó impresa en los nombres de los sitios. Impresión que quedó suspendida en el tiempo, y que hemos podido recuperar al analizar los toponímicos del siglo xix. No debe olvidarse, sin embargo, que las características geográficas de nuestro país (contrastes climáticos en cortas distancias debido a cambios de altitud) permitieron que las migraciones ganaderas fueran, en muchos casos, fenómenos locales que conviene estudiar detenidamente.

El análisis de conjunto de toponímicos tales como “Retén”, “Tajo”, “Jagüey”, “Noria”, “Ojuelos”, “Aljibes”, “Bordo”, etc., si se realiza de manera comparativa, nos llevará a estimar, seguramente, diferencias regionales en la antigua utilización de los recursos hidráulicos. Los ejemplos son innumerables.

3. Análisis particular

Otro tipo de análisis histórico que puede aplicarse a los nombres geográficos sería el examen particular de una región determinada. Los nombres de los lugares nos ilustrarán, utilizando esta perspectiva, acerca del aspecto de los sitios en épocas pasadas. Bástenos con un ejemplo: la desforestación de ciertas zonas del estado de Tlaxcala.[12]

Es un problema, bien conocido de los geógrafos, que los valles de Panotla y Huamantla, en las faldas de la Malinche, han quedado sepultados por sedimentos fluviales que aumentan con la erosión. Si las vecindades de la Malinche son actualmente una de las zonas más erosionadas del país, se ha estimado que antiguamente estaban cubiertas de bosques. En efecto, los toponímicos nos hablan de un paisaje de estas zonas bien distinto del que vemos actualmente. En las faldas de la Malinche encontramos poblados con nombres tan inexplicables para el observador actual como: “Chiautempan” (En la orilla de la ciénaga), “Huamantla” (En el apiladero de maderas), “Cuauhix-matlac” (En la escalera frente a los árboles), “Ocotelolco” (En los montones de ocotes), “Guautla”[13] (Arboleda).

El historiador no puede desconocer los elementos de azar que se conjugan para dar nombre a un sitio, pero puede aceptar, al menos en principio, que el hombre, al dar nombre a las cosas, traduce algo de sus preferencias, impresiones, o del fin al que el objeto estará destinado.

Al dar un nombre a los lugares, a las propiedades rurales, etc., el hombre deja huella de una concepción del mundo, de una determinada forma de utilización del suelo. El historiador puede auxiliarse de los nombres geográficos para descubrir esa huella de la acción del hombre sobre la tierra. Las toponimias nos revelan siempre algo de la historia de un país.


[1] Cf. Albert DAUZAT: La toponymie française, Paris, Payot, 1946, p. 13. Véanse en este trabajo los apartados: “But et intérêt de la toponymie”; “Les méthodes: la reconstitution des couches historiques”; “Comment la toponymie peut éclairer l’histoire du peuplement” y “L’ aspect primitf de la Beauce: forêts et arbres évoqués par les noms de lieux”.

[2] El estudio de los toponímicos tuvo cierto auge entre los historiadores del siglo pasado. Son de mención obligada los trabajos de Peña-fiel (Nomenclatura geográfica de México, 1897). Importantes fueron también los estudios de Cecilio A. Róbelo, a quien se han hecho correcciones posteriores. Los trabajos de Manuel Gamio, Ángel Ma. Garibay, Dávila Garibi, Jiménez Moreno, Miguel León-Portilla, contienen siempre indicaciones precisas de toponímicos de origen náhuatl. Deben consultarse los trabajos de F. Anaya Monroy acerca de los toponímicos de Zacatecas, Aguascalientes, Guerrero y Noroeste de México, y sobre todo su interesante estudio sobre La toponimia indígena en la historia y la cultura de Tlaxcala (México, UNAM, Instituto de Investigaciones Históricas, 1965, Serie de Cultura Náhuatl, 4). Este trabajo contiene, además, amplia bibliografía.

[3] Ejemplos de F. ANAYA MONROY: La toponimia indígena en la historia y la cultura de Tlaxcala, citado arriba, p. 82.

[4] Marc BLOCH: Les caracteres originaux de l’histoire rurale Française, Paris, Armand Colin, 1964, 2 vols.

[5] El significado de la palabra “estancia” ha variado ligeramente. En el siglo xvi se entendía por “estancia” una extensión de tierra destinada a usos ganaderos principalmente, que recibía un particular por merced o concesión. La definición moderna de “estancia” (que se acerca más al significado que tenía esta palabra en el siglo xix) es: “Dependencia de una hacienda donde existe determinado número de cabezas de ganado a cargo de un caporal, con sus respectivos vaqueros” vid. Leovigildo ISLAS ESCÁRCEGA, Diccionario rural de México, México, Ed. Comaval, S. A., 1961.

[6] La definición de “agostadero” es: “Terreno donde agostan los animales. Temporada que permanecen agostando los animales al levantarse las siembras” Diccionario rural de México.

[7] El mapa de “estancias” de 1580 pertenece a la serie publicada en Alejandra MORENO TOSCANO: Geografía económica de México, siglo xvi, México, El Colegio de México, 1968.

[8] “Relación de Jiquilpan y su Partido”, en Tlalocan, 1:4 (México, 1944). pp. 278-305.

[9] Vid. William H. DUSENBERRY: The Mexican Mesta, Urbana University of Illinois Press, 1963.

[10] “Relación de la ciudad de Veracruz por Alvaro Patino”, en Joaquín RAMÍREZ CABANAS: La ciudad de Veracruz en el siglo xvi, México, Imprenta Universitaria, 1943.

[11] Esta afirmación es de W. H. DUSENBERRY: op cit.

[12] El ejemplo anterior pudimos establecerlo con base al interesante estudio de Fernando ANAYA MONROY: La toponimia indígena…, cit.

[13] Registrado en el Atlas de GARCÍA CUBAS (1889), en la ladera sudoriental de la Malinche. No aparece en mapas modernos.

Estrategias de recolonización imperial y variante de golpe suave para Cuba. Desafíos para la política revolucionaria. Apuntes para el debate. Gilberto Valdéz. La Habana, diciembre de 2020

Luego de la sorpresa del llamado progresismo latinoamericano —a partir de la revolución bolivariana en Venezuela, la revolución ciudadana en Ecuador y la revolución política y cultural liderada por Evo Morales en Bolivia— el imperialismo impulsó una estrategia regional, y a la vez ajustada a las características de cada proceso para subvertir y destruir esas alternativas liberadoras, y continuar impulsando la recolonización de los recursos y subjetividades de nuestra América.

Sin embargo, las fuerzas populares y revolucionarias han sabido enfrentar esas políticas agresivas desplegadas por el Gobierno de los Estados Unidos en alianza con las oligarquías nativas y los emporios mediáticos de la derecha conservadora regional y mundial. El triunfo del MAS en Bolivia, las movilizaciones populares realizadas en Chile y en Colombia, para solo citar dos casos emblemáticos, así como el reciente triunfo del chavismo en las elecciones parlamentarias en Venezuela dan cuenta del avance de las fuerzas populares en la región. A lo anterior habría que sumar la voluntad política de la Revolución cubana de diseñar e implementar un proceso de actualización del modelo de desarrollo económico y social, con el propósito de avanzar hacia un socialismo próspero y sostenible. Cuba seguía siendo el “mal ejemplo” que el imperialismo estaba en la obligación de destruir.

En los últimos años el Gobierno de los Estados Unidos recrudeció la política de bloqueo con la implementación de nuevas medidas genocidas de guerra económica con el fin de intentar frenar el avance del proceso de actualización. Conocedor de que esa política no había tenido ni tendría éxito para provocar el cambio de régimen en Cuba, el bloqueo se intensifica como un factor externo para motivar factores de malestar en la población cubana, tales como el desabastecimiento y la persecución de piratería para impedir la llegada de barcos con petróleo y otros insumos a Cuba; a la vez que profundizaba la extraterritorialidad de las leyes y medidas del bloqueo.

Con esa plataforma agresiva los sectores más reaccionarios del sistema de poder en Estados Unidos consideraron oportuno implementar una variante cubana de golpe suave[1]. Esa variante incluye elementos de la guerra de cuarta generación y la inducción de matrices de opinión replicadas en las redes sociales sobre la base de falsear las causas de las dificultades y déficit acumulados o potenciales con el objetivo de promover el descontento y la desmovilización social de apoyo a la Revolución.

Los últimos acontecimientos conflictivos denunciados en la prensa cubana revelan la necesidad por parte de la política revolucionaria de profundizar en los diálogos con los distintos componentes de la sociedad civil popular cubana con el propósito de avanzar en la reconstrucción de los consensos sociales imprescindibles para fortalecer la hegemonía popular en el país. La amplia participación que tuvieron los debates sobre los Lineamientos de la política económica y social del Partido y la Revolución, así como del proyecto constitucional, sentaron las bases para pensar y diseñar nuevos derroteros positivos para la estrategia revolucionaria.

Diálogos con el sector no estatal de la economía

Entre los diálogos que urge continuar y profundizar se encuentra aquel con todos los componentes del sector no estatal de la economía; esto es, la diversidad de formas de propiedad y de gestión no estatal presentes en el espacio económico cubano como son las cooperativas, la micro, pequeña y mediana empresa privada, y otras formas mixtas de relaciones económicas.

Estos diálogos deben alcanzar la mayor divulgación posible para superar los estereotipos construidos en décadas pasadas que identifican a estas formas como rezagos o deformaciones que el socialismo debe erradicar y superar. En otras palabras, incorporar a los actores que protagonizan estas formas como participantes también del proceso revolucionario, con los que es posible y necesario dialogar para buscar los modos de coincidencia de sus intereses particulares con los intereses colectivos y los de la nación[2].

Con la integración socioproductiva de la diversidad de formas de propiedad y de gestión estatales y no estatales en nuestra sociedad, Cuba está mostrando la viabilidad de una alternativa histórica socialista, capaz de enfrentar al capitalismo neoliberal conservador que se pretende imponer a toda costa en nuestra América.

Algunas pautas para el diálogo con artistas jóvenes

Una de las pautas a tener en cuenta para enfrentar ese tipo de diálogo supone cambiar la pregunta retórica de qué es y qué no es arte, por aquella que pregunta en qué contexto, bajo cuáles condiciones y circunstancias una palabra, gesto, sonido, obra pictórica, que utilice cualquier material, formato, plataforma expresiva, deviene arte.

Esta perspectiva contribuye a superar visiones conservadoras o elitistas de lo artístico que es la base sobre la cual pueden aparecer actitudes burocráticas, dogmáticas, mojigatas, por parte de funcionarios desconocedores de los cambios operados en el ámbito del arte contemporáneo; lo que ha generado incluso una polémica estética y cultural sobre la presunta “muerte del arte”.

Hacia un nuevo modo de pensar las relaciones estéticas

El mito moderno de la autonomía del arte (cuya matriz se expresa de igual manera en los más aparentemente iconoclastas experimentos [anti]artísticos), ha ocultado una de las trampas más extendidas del pensamiento estético occidental: la identificación de lo estético y lo artístico, la que se ha asumido como certeza apodíctica en las más diversas escuelas de pensamiento. A los efectos de nuestra propuesta concordamos con el punto de partida de la reflexión de Mayra Sánchez Medina: “Cabría preguntarse si el camino del arte europeo hacia la cúspide elitista no fue más que eso, un camino históricamente determinado que imprimió una naturaleza también elitista a la Estética y su universo. La propia designación de preautonomía para el arte desarrollado en los períodos premodernos y en los territorios periféricos a Europa, no puede ocultar su carga discriminatoria y excluyente. De hecho, nos habituamos a consumir sus legados a escala formal, ajenos a su connotación originaria, distanciando forma y función según el modelo kantiano de análisis y contemplación, tal cual si fuera este el único modo posible de hacerlo.”[3]          

La conclusión de la autora es, a nuestro juicio, novedosa y significativa: “Si por estético se entiende la apreciación de una obra de arte o, dicho de otro modo, si este solo puede existir a partir de una relación social reconocida como artística, cabría perfectamente atribuir al arte el origen de lo estético. Pero, si fuera posible pensar lo estético como un intercambio intersubjetivo de efectos sensibles, si se le enfocara como un hecho comunicativo, propio de las interacciones humanas en todos los tiempos y épocas, entonces, podríamos sumergirnos hasta la más remota antigüedad, justamente al proceso de formación del hombre social, en que el lenguaje le había distinguido del resto de los seres vivos. En este sentido, tal disposición sensible, generadora de la dimensión estética, se instala en la base de la posibilidad del arte, y no al contrario.”[4]

Esta inversión permite, en primer lugar, legitimar teóricamente el estatuto filosófico de la estética, al superar la reducción tradicional de su objeto a la belleza, superar el paradigma artístico de lo estético (esto es: pensar las relaciones estéticas más allá del arte, aunque comprendiéndolo) y distinguiendo el saber estético del de la filosofía y la historia del arte. En otras palabras, precisado el ámbito de la indagación estética en el sentido antes apuntado por Sánchez Medina, no reducido a la significación de las relaciones artísticas, queda legitimado el lugar insustituible de la teoría, la historia y la crítica del arte y sus múltiples estrategias y procedimientos específicos de investigación. Ello no implica, por supuesto, desterrar al arte de los dominios reflexivos de la estética.

Desde esa ampliación de la noción de lo estético en tanto canal comunicativo, del que el arte es solo una referencia, mas no la única ni la primaria, se produce también un vuelco en la llamada educación estética, ya que desde “la visión tradicional, lamentablemente dominante, se presenta la personalidad estética solo como aspiración; en sentido modélico, como excepcionalidad, como producto aséptico, idealizado. Se han confundido las proyecciones del ideal estético –afirma la autora–, de los paradigmas socialmente aceptados, con la disposición natural de los seres humanos a comunicarnos desde la sensibilidad y de ser portadores, cada uno de nosotros, de nuestra propia personalidad estética. Entonces, la personalidad estética no es solo la meta a lograr: es punto de partida, objeto y fin del trabajo estético educativo”.[5]

En esa visión educativa amplia, social-humana, no pueden desecharse las “manifestaciones asociadas a lo marginal, lo vulgar, lo cotidiano, que por otra parte, tienen que ver con el individuo real, el conjunto de sus relaciones esenciales, sus gustos y preferencias, sus aspiraciones y necesidades materiales y espirituales”.[6] Aparece así la posibilidad de una educación de la sensibilidad que no contrapone cotidianidad a trascendencia, que no impone un ideal inalcanzable al sujeto, sino que lo prepara de manera participativa para co-construir sus propios canales estéticos, su propia subjetividad, hacerse responsable de su proyección en consonancia con la comunidad y la época.

Por otra parte, tal concepción favorece el entendimiento de un fenómeno tan controvertido como la estetización de la vida, signo de la cultura y la sociedad contemporánea, sin reducirla al embellecimiento u otros aspectos superficiales o externos. A su criterio, “la palabra de orden en la estetización puede ser visibilidad, entendida en su sentido lato como la actividad fundamental en que se ha centrado ‘el mundo como imagen’, o en un sentido metafórico, que abarca la emersión al escenario público a partir de la masmediatización tecnológica, de modos subculturales antes ‘ocultos’. Una visibilidad plural que se abre hacia la diferencia multicultural, pero que para nada quiere decir que se ha democratizado realmente la escena cultural del mundo.”[7]

Esta perspectiva supone un cambio sustantivo de mirada que contradice la cultura estética y artística que tenemos introyectada. Hay múltiples aristas para debatir. Una de ellas es la aparente regresión al punto de vista estético de Kant en detrimento de sus continuadores dentro de la filosofía clásica alemana, en especial Hegel. Mas no se trata, a mi juicio, de un retorno al kantismo, sino de una interpretación de raigambre materialista marxista que parte de hacer visible la universalidad y pluralidad de la praxis cotidiana, que desmistifica las bases conceptuales e ideológicas de la autonomía del arte occidental y restituye las llamadas epistemologías de la contextualidad en el análisis estético. Adoptando el enfoque comunicacional, Sánchez Medina, reconoce su deuda con la estética de lo cotidiano de una autora como la mexicana Katia Mandoki,[8] cuya “visión del intercambio estético intersubjetivo devela un acontecer ignorado ysubestimado por la teoría estética, una de las vías de interacción más potentes y, sorprendentemente, más ignoradas por el propio hombre”.[9]

¿Existe o no el peligro de que la diversidad de epistemes estéticos, devenga sucedáneo a la carencia de criterios universalizadores de “detección” del arte? ¿Cómo evitar el relativismo radical que borra las fronteras entre arte y vida cotidiana? De asumir hoy criterios universalizadores sobre el arte, ¿cuáles serían los límites y las posibilidades heurísticas de esa teorización?, ¿cómo impedir la repetición de aquel infinito malo que mencionaba Hegel, hipóstasis de una visión particular ontologizada como valor absoluto. Cómo enfocar el ya mencionado problema del “fin del arte” desde el pluralismo estético-cultural. En este tema, José Ramón Fabelo Corzo se pregunta: “¿Por qué no pensar en una ampliación del concepto de arte y no en su final? ¿Por qué no intentar flexibilizar el relato o reconocer que de hecho se necesita uno nuevo, distinto, abierto, plural, acorde a lo que el propio Danto legítimamente exige, en lugar de clausurar todo intento de aprehensión teórica de lo que el arte es? En resumen, ¿no resultaría más plausible ampliar el concepto y no clausurar el arte?”[10]

“Ciertamente –arguye este autor–, la propia praxis artística nos obliga hoy a admitir la inoperancia de un único relato excluyente. Pero ¿es lo mismo el pluralismo, si se quiere radical –como Danto lo califica–, que el relativismo del “todo vale”? ¿Por qué se asume como la alternativa a la unilateralidad la totalidad indiferenciada y no una multilateralidad, todo lo amplia que se quiera, pero al mismo tiempo necesariamente finita, como lo exige el uso de un concepto –el arte– que sigue siendo necesario desde el punto de vista de la praxis social?”[11]

Coincidimos con la reflexión de Fabelo Corzo cuando insiste en que, “en lugar de afirmar el fin del arte, ¿no sería mejor atender a los cambios en el contenido de este concepto, a las variaciones de su intensión y de su extensión, a lo que hoy denota y connota?”[12] También con autores como Rubén de Ventós[13] que, ante los procesos de desdefiniciones de lo artístico y la ampliación de sus fronteras, siguen apostando por una especie de trascendencia (sin la connotación áurea del término) de objetos, fenómenos, procesos, actitudes, acciones, gestos y movimientos que, en determinados contextos intencionados, trascienden la convencionalidad cotidiana y devienen arte, siempre que varíen las condiciones de existencia funcional o habitual de estos. Lo que seguirá exigiendo, aunque se modifiquen y amplíen las coordenadas del análisis, un esfuerzo cognitivo especial para tales expresiones.

Una visión original sobre este tema nos la ofrece Gerardo de la Fuente Lora, al recordar que aún en esta época presuntamente postartística y postestética, “tenemos la posibilidad de optar por la estética y el arte, hemos alcanzado la potencialidad de elegirlos, contamos con la suerte infinita de no tenerlos ya como una constante humana o un imperativo moderno; podemos tomarlos también sin escatología, sin esperas trascendentes de salvación. Menos y más que eso, podemos agruparnos como los amantes de la belleza sensible y sus aporías, y dedicarnos a leer así todas las producciones que nos encontremos, poco importa que a tales productos nuestros afanes esteticistas no les importen. Y nos es dado hacer, por qué no, una política de las imágenes cuya finalidad sea la comunidad y el erotismo. Como en los tiempos del arte.”[14]

Nuevos contextos a partir de los años setenta y ochenta harán que aquellas preocupaciones del giro político de las primeras décadas del XX cedan ante lo que Marc Jiménez llama el giro cultural de la estética. La reacción cultural tuvo como rasgo común el abandono de la visión mesiánica del Arte, aun la de aquellos representantes más iconoclastas de las vanguardias de entre guerras. No es que el arte haya perdido ninguna de las funciones simbólicas, heurísticas, formales, comunicativas que le han sido conferidas a lo largo de su historia: sino que, en esta reacción cultural, ha dejado de estar sobreexigido en términos políticos. No promete ya el mejor ni el peor de los mundos. No es la tabla de salvación universal ante un mundo descolorido, enajenado y enajenante. Ya no es posible que se erija en patrón omnicomprensivo, por demás elitista, de la salvación o la condena de la especie. Pero sigue estando ahí, en los peldaños de la experiencia social sensible y la imaginación humanas, apegado a ellas y trascendiéndolas. 

La dislocación espacial y temporal del arte actual, destacada por Paul Virilio,[15] la porosidad de la frontera entre objetos, gestos, modos y actitudes que se mueven entre el mundo empírico cotidiano y el mundo del arte, ha potenciado la creencia acerca de la época postartística y postestética. “No existen obras de arte –nos dice José Luis Brea en El tercer umbral–. Existen un trabajo y unas prácticas que podemos denominar artísticas. Tienen que ver con la producción significante, afectiva y cultural, y juegan papeles específicos en relación a los sujetos de experiencia. Pero no tienen que ver con la producción de objetos particulares, sino únicamente con la impulsión pública de ciertos efectos circulatorios: efectos de significado, efectos simbólicos, efectos intensivos, afectivos.”[16]

“Cuando el  consumo alcanza significado “simbólico” –analiza Alicia Pino– y traspasa la necesidad de satisfacer alguna aspiración humana legitima, una vida con equidad y se convierte sólo en ansiedad de consumo, como tendencia (consumismo) estamos ante una nueva circunstancia, la cultura del consumo que debe ser entendida como conjunto de imaginarios, signos y símbolos, mitos que están determinados por las condiciones que la sociedad del mercado provee a través de sus diversos mecanismos de publicidad y promoción.”[17] Para José Luis Brea, en el llamado tercer umbral del “capitalismo cultural” la producción y reproducción de simbolicidad es el nuevo gran motor generador de riquezas. La megaindustria contemporánea de subjetividad y sus redes de distribución transnacional, han producido modos de sujeción nunca antes vistos:

“Pero las nuevas economías propias de las sociedades red no solo afectan a los modos de producción y consumo de los objetos que las prácticas culturales generan y distribuyen (digamos: de los objetos inmateriales) en su seno, sino también, y quizás de manera aún más decisiva, a los propios sujetos, a los modos en que en ellas se producen los efectos de subjetividad, de sujeción. En medio de la crisis profunda de las Grandes Máquinas tradicionales productoras de identidad, el conjunto de los dispositivos inductores de socialidad –familia, religión, etnia, escuela, patria, tradiciones…–, tienden cada vez más a perder su papel en las sociedades occidentales avanzadas, declinando en su función. Sin duda, el espectacular aumento en la movilidad social, geográfica, física; pero también afectiva, cultural, de género e identidad, tanto como de estatus económico y profesional– determina esa decadencia progresiva de máquinas en última instancia territoriales. Pero lo que sobre todo decide su actual debacle es la absorción generalizada de esa función instituyente por parte de las industrias contemporáneas del imaginario colectivo (a la sazón cargadas con unos potenciales de condicionamiento de los modos de vida poco menos que absolutos). Una industria expandida –más bien una “constelación de industrias”–, en las que se funden las de la comunicación, el espectáculo, el ocio y el entretenimiento cultural, y en términos aún más generales, la totalidad de las industrias de la experiencia y la representación de la propia vida, que toma a su cargo la función contemporánea de producir al sujeto en los modos en que éste se reconoce como un sí mismo en medio de sus semejantes, administrando en esa relación sus efectos de diferencia e identidad”.[18]

El impacto global de esas megaindustrias ha hecho de la enajenación mediático cultural la norma de la vida contemporánea, generando tensiones insolubles: alta concentración de los medios como forma de dominio del capital sobre la sociedad, su conversión en espacios de toma de decisiones políticas y de contrainsurgencia frente a  las alternativas y las resistencias populares que pongan en peligro su hegemonía, su papel como puerta “estetizada” del mercado capitalista, antesala visual de la plusvalía, paralización del pensamiento crítico a través de la velocidad de la imagen fragmentada y del simulacro virtual, hiperrealista de las televisoras.

Una cadena de eufemismos posmodernos se ha esforzado por diluir y estetizar la dureza creciente de las desigualdades. El campo económico y social del capital completa su fortaleza con su conversión en capital simbólico. Mientras enfrentábamos su poder visible con las armas de la crítica reflexivo-racional, sus tentáculos estetizados contactaban con los subvalorados rincones del inconsciente social e individual de sus víctimas, logrando incorporarlas, en no pocas ocasiones, al consenso de sus victimarios. Ello se hace patente especialmente en el lenguaje cotidiano que, a juicio de Jean Robert, se transforma hoy en subsistemas del sistema capitalista. Los hábitos lingüísticos del sistema-mundo internalizan la lógica del capital. La actual jerga económica, política, profesional, carcelaria nos hace hablar capitalismo. Para el investigador suizo-mexicano, se hace necesario confeccionar un Glosario del lenguaje capitalista para descapitalizar nuestras mentes y sentimientos.[19]

Postdata

Frente a la agresión multifacética del imperialismo el desafío de la Revolución cubana se debe identificar con la ofensiva política en todas las ,líneas en disputa y en lucha, el diálogo intergeneracional respetuoso es el fundamento de la renovación constante de la hegemonía revolucionaria en las nuevas condiciones[20].

Todos los espacios de diálogo[21] que se abran y profundicen se deben convertir en oportunidades, tanto para desaprendizajes como nuevos aprendizajes, que enriquezcan el pensamiento político y cultural, humanista que acompaña el proceso de actualización.

En conclusión, la mejor defensiva de la Revolución, sigue siendo la ofensiva audaz y creativa.

Gilberto Valdés Gutiérrez

Diciembre del 2020


[1] Se conoce por golpe suave o blando a la estrategia política diseñada por el politólogo estadounidense Gene Sharp, que propone hacer un uso contrarrevolucionario, contrainsurgente de la política de la no violencia.

[2] En momentos en que se aplica la nueva estrategia para impulsar el desarrollo económico en las condiciones de pandemia, el Presidente Díaz-Canel hizo referencia a la necesidad de conversar, no solo con el sector estatal sino también con el no estatal, para impedir la elevación arbitraria de precios a los productos en las actuales circunstancias.

[3] Mayra Sánchez Medina, “Lo estético y lo artístico. Un acercamiento a la caracterización de las relaciones estéticas”, Estética. Enfoque Actuales, Editorial Félix Varela, 2005, p. 123.

[4] Íbidem, p. 124.

[5] Mayra Sánchez Medina, “Los impactos invisibles. La teoría de la Educación estética hoy”, p. 168.

[6] Ibídem, p. 168.

[7] Mayra Sánchez Medina: La estetización del mundo actual y sus implicaciones estético filosóficas, p. 176.

[8] Nos referimos específicamente al texto Prosaica. Introducción a la Estética de lo cotidiano.

[9] Mayra Sánchez Medina, “La estetización difusa o la difusa estetización del mundo actual”, pp. 244-245.

[10] José Ramón Fabelo Corzo, Sobre el decretado ‘fin del arte’ de Danto, p. 3.

[11] Ibídem, p. 5.

[12] Ibídem, p. 7.

[13] Cf. Natividad Norma Medero Hernández: “Actualidad en el arte. Análisis epistemológico”, Fondo Instituto de Filosofía, La Habana.

[14] Gerardo de la Fuente Lora: La Estética en una época postartística, p. 5.

[15] “Hemos pasado de la dislocación espacial -en el arte abstracto y el cubismo- hasta la dislocación temporal que ahora está en curso. Esto representa la virtualización en su misma esencia: la virtualización de las acciones «mientras suceden» y no simplemente de lo que ya fue, recordando la idea de Barthes. No es la virtualización de la fotografía, de la reproducción o del cine; no se produce ya en tiempo diferido, sino en tiempo real”. Catherine David & Paul Virilio: Alles Fertig: Se acabó (una conversación), meca. p.1.

[16] José Luís Brea, Ob. Cit., p. 120.

[17] Alicia Pino Rodríguez: “La cultura del consumo: problemas actuales”, p. 218.

[18] José Luís Brea, Ob. Cit., p.89.

[19] Cf. Jean Robert, Ponencia presentada en el Coloquio Internacional Planeta Tierra: Movimientos Antisistémicos, convocado por el EZLN,  San Cristóbal de las Casas, México 13-17 diciembre, 2007, p.4 (meca).

[20] Resulta estratégico también continuar el diálogo con todos las instituciones y colectividades religiosas para avanzar en la generación de valores éticos y morales que identifican el accionar de los ciudadanos y ciudadanas en nuestro país. Asimismo es igualmente preciso el diálogo con los grupos LGTBI, que son víctimas de prejuicios y discriminaciones acendrados en la cultura patriarcal que aún se reproduce en nuestra sociedad.

[21] Resulta imprescindible también impulsar los diálogos con los representantes antianexionistas, patrióticos, de la emigración cubana en los Estados Unidos  y en los distintos países donde existen como conglomerado social.

Féminisme, intersectionnalité et marxisme : débats sur le genre, la race et la clase. Josefina L. Martínez

L’intersectionnalité est un mot courant dans le monde universitaire, entre le militantisme féministe et les mouvements sociaux. Qu’est-ce qu’en disent les féministes marxistes révolutionnaires ?

Comme a pu le souligner Terry Eagleton, « classe, race et genre » sont la « Sainte Trinité de notre temps » [1]. On parle ainsi d’intersectionnalité, mais souvent la définition n’est pas claire : s’agit-il d’une théorie ou d’une description empirique ? Opère-t-elle dans le domaine de la subjectivité individuelle ou bien de l’analyse des systèmes de domination ? Et finalement : que dit-elle des causes de ces oppressions qui se croisent et, surtout, des voies de l’émancipation ?

Bien que des réflexions sur la relation entre le genre, la race et la classe aient surgi antérieurement au sein des débats qui ont traversé le marxisme et la gauche, le concept d’intersectionnalité est apparu en tant que tel pour la première fois dans un article publié en 1989 par Kimberle Crenshaw [2].

Cette avocate noire et féministe cherchait à apporter une réponse à ces questions dans le domaine des législations anti-discrimination aux États-Unis – une origine qui a sans doute marqué les contours du concept, comme nous le verrons plus loin. Cependant, son antécédent le plus important se trouve dans les élaborations des féministes noires des années 1970, comme le Combahee River Collective, qui ont mené une critique « intersectionnelle » des mouvements de libération, dans le cadre de la deuxième vague féministe et de la radicalisation politique de l’époque.

Dans cet article, nous proposons un aperçu des antécédents historiques, des premières formulations du concept, de sa dérive avec la montée du postmodernisme et du débat qui émerge actuellement des mouvements sociaux. En même temps, nous proposerons un contrepoint critique des théories de l’intersectionnalité d’un point de vue marxiste.

Le Combahee River Collective et les féministes noires

En 1977, le Manifeste du Combahee River Collective (collectif de la rivière Combahee) est publié. Son nom est un hommage à l’action militaire courageuse menée par l’ex-esclave et abolitionniste Harriet Tubman en 1863, qui libéra 750 esclaves face aux tirs des canons ennemis. Elle a été la seule femme à diriger une opération militaire pendant la guerre civile américaine.

Les féministes noires des années 1970 se sont ainsi reconnues comme partie d’une tradition historique de la lutte des femmes noires depuis le XIXe siècle. Dans son livre Femmes, Race et Classe [3], Angela Davis souligne leur rôle dans le mouvement abolitionniste aux États-Unis. Sojourner Truth est entrée dans l’histoire pour son discours à la conférence des suffragettes de l’Ohio en 1851. Un homme avait soutenu que les femmes ne pouvaient pas voter parce qu’elles étaient le « sexe faible », ce à quoi Sojourner Truth répondit catégoriquement :

« J’ai labouré, planté, et rempli des granges, et aucun homme ne pouvait me devancer ! Et ne suis-je pas une femme ? Je pouvais travailler autant qu’un homme, manger autant qu’un homme — quand j’avais assez à manger — et supporter tout autant le fouet ! Et ne suis-je pas une femme ? J’ai mis au monde treize enfants, et vu la plupart d’entre eux être vendus comme esclaves, et ne suis-je pas une femme ? »

Sa réponse était une contestation du récit patriarcal qui construisait la « féminité » en considérant la femme comme un être faible, « naturellement » inférieur et incapable d’exercer la citoyenneté politique. Mais c’était aussi une remise en question des suffragettes blanches, dont beaucoup laissaient de côté les revendications des femmes noires et des travailleuses.

Au milieu des années 1970, plusieurs femmes noires ont décidé de réactiver cette tradition et de se constituer en groupes militants, après avoir eu une mauvaise expérience dans le mouvement féministe blanc et dans les organisations pour la libération de la population noire. Avec la publication du Manifeste du Combahee River Collective, les féministes noires ont questionné simultanément le féminisme blanc, le mouvement noir et le féminisme bourgeois noir de la NBFO (National Black Feminist Organization).

Leur point de départ était l’expérience commune d’une simultanéité des oppressions, la trinité classe, race et genre, à laquelle s’est également ajoutée l’oppression sexuelle. A partir de cette position, elles visaient le mouvement féministe hégémonisé par le féminisme radical. Ce courant interprétait les contradictions sociales à travers l’opposition entre « classes sexuelles » [4] et donnait la priorité absolue à un système de domination — le patriarcat — sur tous les autres [5].

En remettant en question la prééminence de l’oppression sexuelle ou de genre sur l’oppression de race et de classe, les féministes noires ont également combattu les tendances ouvertement séparatistes ou de « guerre des sexes » qui se sont renforcées dans le féminisme de la fin des années 70, qu’elles ont défini comme un mouvement orienté par les intérêts des femmes blanches de classe moyenne. Elles ont également soutenu que toute forme de détermination biologique de l’identité pouvait conduire à des positions réactionnaires.

« Bien que nous soyons féministes et lesbiennes, nous nous sentons solidaires des hommes noirs progressistes et ne défendons pas le processus de fractionnement exigé par les femmes blanches séparatistes. »

Dans son livre Feminism is for Everybody, la féministe noire bell hooks soutient que, dans ces années-là, les « visions utopiques de la sororité » et la définition anhistorique du patriarcat ont été remises en question par les débats entre race et classe. Tirant le bilan, elle affirme que « les femmes blanches qui ont essayé d’organiser le mouvement autour de l’idée d’oppression partagée et qui ont proposé que les femmes forment une classe ou une caste sexuelle étaient les plus réticentes à reconnaître les différences entre les femmes ». Elle met également en lumière la polémique avec les courants séparatistes au sein du mouvement :

« Elles dépeignaient tous les hommes comme l’ennemi pour représenter toutes les femmes comme des victimes. Le fait de se concentrer sur les hommes a détourné l’attention des privilèges de classe de certaines activistes féministes, ainsi que de leur désir d’accroître leur pouvoir de classe. »

Dans le Manifeste du Combahee River Collective, la lutte pour l’émancipation des femmes noires et de la population noire était inséparable de la lutte contre le système capitaliste. C’est pourquoi elles ont explicitement adhéré à la lutte pour le socialisme :

« Nous reconnaissons que la libération de tous les peuples opprimés exige la destruction des systèmes politiques et économiques du capitalisme et de l’impérialisme ainsi que celle du patriarcat, nous sommes socialistes parce que nous croyons que le travail doit être organisé pour le bénéfice collectif de ceux et celles qui font le travail et créent les produits (…) Nous ne sommes cependant pas convaincues que notre libération sera assurée si la révolution socialiste ne s’inscrit pas également dans une révolution féministe et anti-raciste. »

Par rapport au marxisme, elles ont affirmé qu’elles étaient d’accord avec les fondements de la théorie de Marx concernant les « relations économiques spécifiques », mais elles ont estimé que l’analyse devait « aller plus loin afin que nous puissions comprendre notre situation économique spécifique comme noires ». Il convient par ailleurs de noter que, bien qu’elles aient défini la nécessité d’une révolution socialiste, les tâches pratiques qu’elles ont proposées en tant que groupe se limitaient principalement à des ateliers d’auto-conscience et à la lutte pour les droits concrets des femmes noires dans les quartiers.

Dans le Manifeste apparaît la notion de politiques de l’identité comme une réponse à la manière spécifique dont les femmes noires vivent l’oppression. L’auto-reconnaissance de sa propre identité est considérée comme un moment nécessaire pour établir a posteriori une confluence avec d’autres mouvements de libération. Il existe une tension entre la constitution d’une identité différenciée et la confluence avec le reste des opprimés pour lutter contre un système qui combine des formes de domination économique, sexuelle et raciale.

Quelques années plus tard, cependant, alors que le contexte social, politique et idéologique change radicalement avec la montée du néolibéralisme et du postmodernisme, le concept d’intersectionnalité prendra un nouveau sens. Alors que la transformation radicale de la société n’est plus à l’horizon, l’action collective aura tendance à être liquidée au profit de la multiplication des « identités » différenciées, tandis que la revendication de politiques de reconnaissance dans la société capitaliste prendra davantage de poids.

L’intersectionnalité en tant que catégorie de discrimination

Kimberle Crenshaw a défini le concept d’intersectionnalité pour la première fois en 1989. Elle y soulignait que le traitement séparé des discriminations de race et de genre en tant que « catégories mutuellement exclusives de l’expérience et de l’analyse » avait des conséquences problématiques pour la jurisprudence, la théorie féministe et les politiques anti-racistes. Aussi, elle a proposé de « souligner la multidimensionnalité de l’expérience des femmes noires, en contraste avec l’analyse à partir d’un axe unique qui déforme ces expériences ».

Elle signale que toute conceptualisation fondée sur un seul axe de discrimination (qu’il s’agisse de la race, du genre, de la sexualité ou de la classe), empêche l’identification des femmes noires et la possibilité de résoudre la discrimination, limitant l’analyse aux expériences des personnes privilégiées de chaque groupe.

Dans les cas de discrimination raciale, elle est souvent perçue du point de vue des noirs ayant des privilèges de genre ou de classe, tandis que dans les cas de discrimination de genre, on se concentre sur les femmes blanches et ayant des ressources économiques. Puisque « l’expérience intersectionnelle est plus que la somme du racisme et du sexisme, toute analyse qui ne tient pas compte de l’intersectionnalité ne peut pas aborder correctement la manière particulière dont les femmes noires sont subordonnées ».

Dans son analyse, Crenshaw examine comment plusieurs poursuites intentées par des femmes noires ont été rejetées par le pouvoir judiciaire. L’une des affaires analysées est DeGraffenreid vs. General Motors. Cinq femmes ont poursuivi la multinationale pour discrimination au travail, car en tant que femmes noires, elles ne pouvaient être promues à de meilleures catégories d’emploi. Le tribunal a rejeté l’action en justice, alléguant que l’existence de cette discrimination ne pouvait être établie du fait qu’il s’agissait de « femmes noires », qui ne constituaient pas un groupe soumis à une discrimination particulière. Au lieu de cela, il a accepté d’enquêter sur la question de savoir s’il y avait eu ségrégation raciale ou de genre, mais « pas une combinaison des deux ».

Enfin, le tribunal a statué que, parce que GM avait embauché des femmes — des femmes blanches — il n’y avait pas de discrimination fondée sur le genre. Et parce qu’il avait embauché des noirs — des hommes noirs — il n’y avait pas de discrimination fondée sur la race. Le procès des femmes noires n’a pas abouti. Le tribunal a jugé que l’accepter ouvrirait une « boîte de pandore ».

Crenshaw souligne que le but de l’intersectionnalité est de reconnaître que les femmes noires peuvent être victimes d’une discrimination qui a des formes complexes et que le cadre conceptuel unidirectionnel ne permet pas de les aborder. A la fin des années 1980, le concept d’intersectionnalité est donc apparu comme une catégorie pour complexifier les expériences de « discrimination », dans le but d’établir une nouvelle jurisprudence qui permettrait de réguler des « politiques en matière de diversité » par l’État.

Plus tard, la sociologue américaine et spécialiste du féminisme noir Patricia Hill Collins a défini l’intersectionnalité comme « un ensemble distinctif de pratiques sociales qui accompagnent notre histoire particulière dans une matrice unique de domination caractérisée par des oppressions intersectionnelles » [6]. Dans son cas, l’intersectionnalité définit un projet de « justice sociale », qui cherche la confluence ou les coalitions avec d’autres « projets de justice sociale ».

Le concept d’intersectionnalité a ensuite été développé par un grand nombre d’intellectuelles féministes noires, latines et asiatiques dans le cadre de l’expansion des « women studies » dans le monde universitaire.

L’intersectionnalité est devenue un mot à la mode dans les congrès et les colloques, des départements de recherche et des ONG ont été créés pour développer des études intersectionnelles dans les domaines de l’économie, du droit, de la sociologie, de la culture et des politiques publiques. À la trilogie genre, race et classe se sont ajoutés d’autres vecteurs d’oppression tels que la sexualité, la nationalité, l’âge ou la diversité fonctionnelle.

Et si cela a permis une grande visibilité de la situation spécifique d’oppression de groupes et de communautés multiples, ce phénomène s’est paradoxalement développé dans le cadre d’un climat de résignation aux structures sociales capitalistes, qui étaient désormais perçues comme impossibles à remettre en cause.

Intersectionnalité, politiques de l’identité et différences multiples

L’essor des études sur l’intersectionnalité dans le milieu académique coïncide avec l’ouverture d’une nouvelle étape historique qui a complètement transformé le climat intellectuel et politique sous le néolibéralisme.

La période de la « restauration bourgeoise » [7] ou “essor néolibéral” a impliqué une attaque généralisée contre les conquêtes de la classe ouvrière dans le monde entier, ainsi que des politiques de privatisation et de dérégulation qui ont avancé brutalement dans un contexte de défection des directions syndicales et politiques de la classe ouvrière. Cette offensive a conduit à une augmentation de la fragmentation interne de la classe ouvrière et à une énorme perte de subjectivité de classe.

Dans ce nouveau contexte, nous passons de la radicalité des féministes noires et socialistes du Combahee River, à la formulation de l’intersectionnalité dans le cadre de la fragmentation croissante des sujets sous le prisme de la postmodernité. L’idée d’intersectionnalité se rapproche donc de celle de « diversité » et de « politiques de l’identité ».

Dans cette formulation, il y a un glissement du collectif vers l’individuel, du matériel vers le subjectif, dans un processus de « culturalisation » des relations de domination. Ainsi s’installe l’idée que la lutte des groupes opprimés passe fondamentalement par une prise de conscience de sa propre identité un « savoir situé » —, pour que les groupes privilégiés (hommes, femmes blanches, femmes hétérosexuelles, etc.) « déconstruisent » leurs privilèges et reconnaissent leur diversité.

Dans le cadre du « virage culturel » postmoderne, les identités sont présentées comme construites exclusivement à partir du discours, de sorte que les possibilités de résistance sont limitées à la mise en œuvre d’un contre-récit.

Cette perspective ne peut cependant pas s’appliquer à l’exploitation de classe : à moins que l’on puisse attendre des propriétaires des moyens de production, les banquiers et les capitalistes, qu’il « déconstruisent » leur pouvoir à travers un exercice d’auto-réflexion ? En réalité, cette démarche n’est pas non plus viable comme stratégie pour mettre fin au racisme, à l’hétérosexisme et au machisme, à moins que ces « axes de domination » soient considérés comme des entités séparées, opérant exclusivement dans le domaine culturel ou idéologique, plutôt que comme des entités étroitement liées aux relations matérielles et structurelles du capitalisme.

D’autre part, la multiplication d’une série de plus en plus vaste d’identités opprimées, sans envisager la possibilité de transformer radicalement les relations sociales capitalistes sur lesquelles ces oppressions sont établies, a donné naissance à des pratiques de « ghettoïsation » et de séparation au sein de l’activisme. Patricia Hill Collins a averti du problème :

« On a mis l’accent sur l’accumulation d’une collection d’identités opprimées qui, d’un autre côté, ont donné naissance à toute une hiérarchie de l’oppression. Une telle hiérarchie n’a pas seulement été destructrice, elle a aussi été source de division et d’immobilisme. (…) beaucoup de femmes se sont réfugiées dans une “politique de style de vie” propre au ghetto et se retrouvent incapables de dépasser leur expérience individuelle et personnelle » [8].

Par opposition à cette impuissance, le système capitaliste s’approprie l’explosion de la « diversité » comme marché des identités. Il a pu les assimiler tant qu’elles ne désignaient pas la contestation du système social dans son ensemble. Terry Eagleton remarque au sujet du postmodernisme que peut-être :

«  … sa seule et plus durable réalisation — le fait qu’il ait contribué à placer les questions de sexualité, de genre et d’ethnicité si fermement sur l’agenda politique qu’il est impossible d’imaginer qu’elles puissent être éliminées sans un effort puissant — n’était qu’un substitut aux formes classiques du radicalisme politique, qui abordent les classes, l’État, l’idéologie, la révolution, les modes matériels de production » [9].

Dans une note de bas de page, il précise toutefois que ce ne sont pas les intellectuels postmodernes qui ont inscrit ces questions dans le programme politique, mais l’action préalable des mouvements sociaux à travers la lutte dans les années 1960 et 1970. Ce qui est certain, c’est qu’une fois cette vague de radicalisation politique vaincue, la visibilité obtenue par les questions de race, de genre et de sexualité s’est accrue en même temps que la condition de la classe devenait de plus en plus invisible (au point que certains ont même parlé de la disparition de la classe ouvrière en tant que telle).

Le retrait de la politique de classe

Dans la trilogie classe/race/genre, la classe a eu tendance à être diluée, ou convertie en une identité de plus, comme si elle était une catégorie de stratification sociale (par revenu), ou un type de profession ou de travail. Marta E. Giménez [10] souligne que l’un des éléments caractéristiques des théories de l’intersectionnalité est le postulat que « pour théoriser ces connexions il faut défendre l’hypothèse de l’équivalence entre oppressions », mais cela conduit à effacer les spécificités des relations de classe.

Contre ce point de vue, il est nécessaire de souligner que race, genre et classe ne sont pas des catégories directement comparables. Il ne s’agit pas de hiérarchiser les griefs ni de déterminer lequel est le plus important pour l’expérience subjective des gens ; il s’agit de chercher une compréhension plus approfondie du rapport entre les oppressions et l’exploitation dans la société capitaliste.

Par exemple, la classe, la race et le sexe fonctionnent de façon très différente en ce qui concerne « l’égalité » et « la différence ». Historiquement, la bourgeoisie a essayé de camoufler autant que possible la « différence sociale » de classe derrière une idéologie « égalitaire » du « libre contrat ». Mais elle utilise le racisme et le machisme pour fixer des « différences » qui sont attribuées à des déterminants biologiques ou « naturels » pour justifier les inégalités dans la répartition des ressources, dans l’accès aux droits, pour défendre la persistance d’une certaine division du travail, ou simplement pour soutenir la déshumanisation de millions de personnes en les rendant esclaves.

Dans une perspective émancipatrice, on cherche à ce qu’aucune différence de couleur de peau, de lieu de naissance, de sexe biologique ou de préférence sexuelle ne puisse servir de base à l’oppression, à l’humiliation ou à l’inégalité. Ainsi, dès cette perspective, on reconnaît la diversité en promouvant le développement du potentiel créateur de chaque individu, dans le cadre de la coopération sociale.

Mais dans le cas de la différence de classe, il s’agit de l’éliminer en tant que telle, pour qu’elle n’existe plus. La classe ouvrière, à travers la lutte contre les relations sociales capitalistes, cherche l’élimination de la propriété privée des moyens de production, ce qui implique l’élimination de la bourgeoisie en tant que classe et la possibilité de mettre fin à toute société de classe.

La différence sociale entre les possédants des moyens de production et ceux qui sont contraints de vendre leur force de travail en échange d’un salaire structure la société capitaliste, au-delà de toute tentative d’invisibiliser cette contradiction. Les relations patriarcales — qui sont nées des milliers d’années avant le capitalisme — et le racisme ne sont pas des entités anhistoriques, mais ont acquis de nouvelles formes et un contenu social spécifique dans le cadre des relations sociales capitalistes.

Le capitalisme utilise les préjugés patriarcaux pour établir une distinction comme jamais auparavant entre le « public » et le « privé », entre la sphère de la production et la sphère du foyer, où les femmes soutiennent — par leur travail invisibleune grande partie des tâches de reproduction de la force de travail nécessaire pour la reproduction du capital.

Des institutions comme la famille, le mariage ou les normes hétérosexuelles, reformulées dans le cadre de nouvelles relations sociales, socialisent et naturalisent ce rôle pour les femmes. Les multiples manifestations de l’oppression de genre et les griefs douloureux qu’elles impliquent pour des millions de femmes, par la violence ou le féminicide, ne se « réduisent » pas aux relations de classe, mais elles ne peuvent s’expliquer sans articuler les catégories de l’oppression et l’exploitation.

Le racisme a été utilisé pour justifier idéologiquement la réduction en esclavage de millions d’êtres humains, tandis que le Siècle des Lumières érigeait les idées de « liberté », « égalité » et « fraternité » comme la base des « droits humains ». Le racisme a accompagné et renforcé la grande entreprise colonialiste des États impérialistes, ainsi que le génocide interne — dans le cas des États-Unis contre les peuples autochtones.

Dans ce pays, après la guerre de Sécession et l’abolition de l’esclavage, le racisme a continué d’être — encore de nos jours — le ciment sur lequel repose l’exclusion d’une grande partie de la population, traitée comme « citoyens de second rang » et « travailleurs de seconde classe », favorisant ainsi une division interne dans la classe ouvrière américaine.

De même, comme l’ont dénoncé les féministes noires, l’oppression raciale et l’oppression de genre se combinent magistralement pour maximiser les profits capitalistes: l’écart salarial est en effet plus grand chez les travailleuses noires et latines aux États-Unis, de même que la violence institutionnelle et policière dont les jeunes noirs sont victimes. Ces oppressions réapparaissent également pour soutenir les politiques de racisme et de xénophobie à l’encontre des migrants en Europe, où ils sont traités comme des travailleurs de seconde classe et privés de droits sociaux et démocratiques fondamentaux.

Marxisme et intersectionnalité

Dans Le Capital, Marx écrit que « Le travail sous peau blanche ne peut s’émanciper là où le travail sous peau noire est stigmatisé et flétri ». Dans un de ses premiers travaux, il avait souligné avec Engels que « le progrès social, les changements de période sont opérés en proportion directe avec le progrès des femmes vers la liberté ; et les décadences de l’ordre social sont opérées en proportion de la liberté décroissante des femmes… », paraphrasant le socialiste utopique Fourier.

D’autre part, dans La situation de la classe ouvrière en Angleterre, Engels avait analysé concrètement la réalité des femmes ouvrières qui entraient en masse dans la production capitaliste et qui subissaient le double grief de l’oppression et de l’exploitation. Dans L’origine de la famille, la propriété privée et l’État, Engels a repris les études ethnologiques incomplètes de son ami pour développer une analyse de l’institution familiale dans l’histoire et l’oppression des femmes.

Le marxisme révolutionnaire a également analysé la relation entre l’exploitation et l’oppression dans d’autres sens. Par exemple, quand Marx et Engels soulignaient que le prolétariat anglais ne pouvait être libre si ses droits étaient fondés sur l’oppression des travailleurs irlandais. Ou, plus tard, quand Lénine a soutenu qu’un peuple qui opprime un autre peuple ne peut être libre, et a défendu le droit à l’autodétermination nationale, ainsi que la lutte contre l’oppression coloniale des peuples.

Dans un article critique des théories de l’intersectionnalité, Lise Vogel soutient à juste titre que les féministes socialistes des années 1960 et 1970 avaient déjà posé — avant que le terme intersectionnalité ne devienne à la mode — le croisement entre patriarcat, racisme et capitalisme.

Il faut ajouter que bien avant cela, une riche tradition de pensée féministe socialiste s’était développée : de Flora Tristan, en passant par Engels et Clara Zetkin, les révolutionnaires russes et bien d’autres ; cette tendance s’est matérialisée dans d’importantes conférences internationales de femmes socialistes, dans des programmes et organisations de femmes actives et paysannes. Le Programme de transition écrit par Léon Trotsky et adopté par la Quatrième Internationale en 1938 inscrit parmi ses drapeaux la nécessité de donner « Place aux jeunes ! Place aux femmes travailleuses » pour chercher « un appui dans les secteurs les plus opprimés de la classe ouvrière ».

Les théories de l’intersectionnalité critiquent souvent le marxisme pour son « réductionnisme de classe ». Mais défendre la centralité d’une « analyse de classe » ne signifie pas la limiter à l’activité des syndicats dans les luttes salariales. Une telle vision serait corporatiste et économiciste, ou étroitement syndicaliste. Il est vrai que la pratique d’une grande partie des partis communistes stalinisés, ainsi que des bureaucraties syndicales du XXe siècle, a été un exemple de cette politique étroitement corporatiste, accentuant la division entre « politique de classe » et la lutte des mouvements contre les oppressions.

Mais ce n’est que sous le prétexte erroné d’assimiler le stalinisme au marxisme que l’on peut dire que le marxisme n’a pas considéré « l’intersection » de l’exploitation de classe avec l’oppression de genre, le racisme, l’oppression coloniale ou la sexualité.

L’analyse de classe vise à révéler les relations qui structurent la société capitaliste, basée sur l’extraction généralisée de plus-value pour l’accumulation du capital, mais aussi l’appropriation du travail reproductif des femmes à la maison, ainsi que la concentration du capital dans de grands monopoles, la croissance du capital financier et la concurrence entre États impérialistes, menant aux guerres mondiales et aux pillages globaux.

Il s’agit aussi d’analyser comment le capital utilise et fixe les « différences », nourrissant les idéologies racistes, misogynes et xénophobes, pour maximiser l’exploitation et provoquer des divisions au sein de la classe ouvrière. Cette analyse de classe, loin d’être « réductionniste à l’économie », inclut l’interaction d’éléments politiques et sociaux et permet une meilleure compréhension de l’articulation des relations de classe avec le racisme, le patriarcat ou l’hétérosexisme.

En même temps, c’est la reconnaissance que si la classe ouvrière, qui au XXIe siècle est plus diverse, racisée et féminisée que jamais dans l’histoire, peut surmonter les divisions et les fragmentations internes, elle est alors en mesure de détruire le capital et de placer sous son contrôle l’économie entière, les industries, le transport et les communications comme fondement pour organiser une nouvelle société des producteurs libres. Le retrait de la « politique de classe » signifie en fait l’abandon de la lutte contre le système capitaliste, sans laquelle les terribles griefs d’exploitation et d’oppression de la race, du genre ou de la sexualité ne peuvent être éradiqués.

Après la crise capitaliste de 2008, avec l’émergence de nouveaux mouvements de résistance aux politiques néolibérales, des secteurs de l’activisme féministe, des mouvements antiracistes ou de la jeunesse défendent dans un nouveau sens la notion d’« intersectionnalité » pour former des alliances entre les différents groupes opprimés. Le mouvement des femmes qui organise la grève du 8 mars dans l’État espagnol, par exemple, a été défini comme un mouvement « anticapitaliste, antiraciste, anticolonialiste et antifasciste ».

Il s’agit sans doute d’un pas en avant très important vers la convergence des luttes et une contre-tendance à la logique de la fragmentation. Cependant, la somme ou « l’intersection » des mouvements de résistance ne suffit pas s’ils ne s’articulent pas avec une stratégie commune pour vaincre le capitalisme, sans laquelle il ne sera pas possible de mettre fin au racisme et à l’oppression patriarcale.

Il ne s’agit pas d’opposer des « mouvements » ou des « identités » à une classe ouvrière abstraite et sans sexe. Jamais dans l’histoire la classe ouvrière n’a été aussi imprégnée par la diversité des genres et des races qu’aujourd’hui. Les femmes représentent aujourd’hui 50 % de la classe ouvrière, qui a le visage des femmes noires, latines et asiatiques.

La clé d’une stratégie hégémonique est donc de remettre au centre une politique de classe qui intègre résolument la lutte contre toutes les oppressions de genre, de race ou de sexualité. Cela implique de chercher à unir ce que le capitalisme divise, en renforçant l’unité interne de la classe ouvrière, ainsi qu’une politique d’alliances avec des mouvements qui luttent contre des oppressions spécifiques. Cette perspective, conjuguée à la lutte pour l’expropriation des expropriateurs, est la seule qui puisse permettre d’avancer vers une société véritablement libre.

[1] Eagleton, Terry ; Against the Grain, Essays 1975–1985, Londres, Verso, 1986.

[2] Crenshaw, Kimberle, “Demarginalizing the Intersection of Race and Sex : A Black Feminist Critique of Antidiscrimination Doctrine, Feminist Theory and Antiracist Politics”, The University of Chicago, Legal Forum, Volume 1989, Issue 1.

[3] Davis, Angela, Mujeres, raza y clase, Madrid, Akal, 2004 (Women, Race and Class, 1981)

[4] Qu’il s’agisse du féminisme radical de Shulamith Firestone (Dialectique du sexe, 1970) ou du féminisme matérialiste de Christine Delphy (L’ennemi principal, 1977).

[5] Tel que formulé par Kate Millet dans Sexual Politics, 1970.

[6] Hill Collins, Patricia ; “Rasgos distintivos del pensamiento feminista negro”, en Feminismo negros. Una antología, Mercedes Jabardo (ed.), Madrid, Editorial Traficantes de sueños, 2012. (Black feminism thought, Nueva York, Routledge, 2000).

[7] Albamonte, Emilio y Matías Maiello ; « Les limites de la restauration bourgeoise », Stratégie internationale 10 juin 2011.

[8] Hill Collins, 2012.

[9] Eagleton, Terry, Las ilusiones del posmodernismo, Bs. As., Editorial Paidós, 1997.

[10] Giménez, Marta E., Marx, Women, and Capitalist Social Reproduction, Historical Materialism Book Series, Volume 169, Leiden-London, Brill, 2019.

Concluye en Nicaragua 1er. Congreso Centroamericano y del Caribe de Pensamiento Crítico

MANAGUA, 5 de diciembre de 2020 (SIEP) Concluyó esta tarde el 1er. Congreso Centroamericano y del Caribe de Pensamiento Crítico “José Martí, Augusto Cesar Sandino, Agustín Farabundo Martí” que sesionó virtualmente durante tres días, con el lema: “Unidos por las luchas emancipadoras.”

“Estamos convocando para octubre del 2021 aquí en Nicaragua para el próximo encuentro…para continuar con este esfuerzo antioligarquico y antiimperialista” indicó Bolívar Téllez, docente universitario nicaragüense y uno de los organizadores del encuentro.

El encuentro reunió a académicos y luchadores sociales de Cuba, Venezuela, Guatemala, Honduras, El Salvador, Nicaragua y Costa Rica, e inició cola presentación del historiador nicaragüense Rafael Casanova Fuertes, que trato sobre “Las clases populares  en las luchas por la liberación nacional y social 1821 a 1979.”

Este día participó el salvadoreño Guillermo Campos, con la ponencia: “Cultura e ideología como fuentes de transformación y cambio”; el nicaragüense Jorge Dimitrov sobre “El ideario martiano”, el hondureño Marbín Peréz, sobre “El pensamiento político de Morazán”, y el salvadoreño Roberto Pineda, sobre “Cristianismo y marxismo en El Salvador”, la cual puede ser leída en su página: www.ecumenico.org

Derechos humanos y colonialidad: a 70 años de la declaración universal. Gerardo Mata Quintero.2019

«Aquí la historia no es universal, es prieta y periférica. Crecimos entre los escombros que escupió la guerra, entre cadenas traficaron con familias enteras, acumulación de muerte en plantaciones y encomienda. Su ceguera: su discurso de libertad; sobre sangre y violaciones se articula su progreso, ¡ay pena ajena!, negaron nuestra humanidad, configuración racial clasificando nuestros cuerpos» Filosoflow ft. De la Diáspora (2018)

Existe un consenso en torno a que la Declaración Universal de Derechos Humanos (DUDH) es un importante instrumento en el ámbito de la difusión y promoción de los derechos humanos en el mundo desde su adopción por la Asamblea General de Naciones Unidas el 10 de diciembre de 1948, ya que a pesar de no constituir hard law internacional[1], ha sido referencia constante para impulsar, particularmente desde la década de los 60’s del siglo pasado, otros tantos instrumentos normativos de reconocimiento y protección de derechos humanos en distintos ámbitos (Moyn, 2010: 5-8), sea a favor de ciertos grupos en situación de vulnerabilidad, o sea para afrontar graves violaciones a derechos humanos, o bien para la creación de instrumentos regionales en materia de protección de derechos.

Desde la perspectiva del derecho y el orden internacional, la Declaración universal ha sido presentada como evento clave en la historia de los derechos humanos, sucediendo a la Carta Magna inglesa (1215), el Bill of rights de la revolución inglesa (1689), la declaración de independencia de Estados Unidos (1776), y la Declaración francesa de derechos del hombre y del ciudadano (1789); sólo con posterioridad al holocausto se afirma la «dignidad intrínseca y los derechos iguales e inalienables de todos los miembros de la familia humana» en el preámbulo de la DUDH.

Esta procesión en la línea histórica del desarrollo de los derechos humanos, es aquí cuestionada desde el aparato crítico descolonial en tanto, se mostrará, las bases y los fundamentos que subyacen a la construcción de los postulados declarados como valores de la humanidad en la Declaración universal están profundamente comprometidos con un marco epistémico-ontológico eurocentrado, y en esa medida tanto la propia DUDH como la concepción de los derechos en ella plasmada son productos de la modernidad en íntima y esencial vinculación con la colonialidad.

No se reduce esta crítica al lugar de procedencia de los derechos humanos en tanto régimen y teoría eurocentradas. Se trata, en cambio, de una limitación epistémico-ontológica en la base del proyecto de modernidad dentro del cual se inscriben tanto la declaración como sus conceptos básicos: humanidad, dignidad, individuo, derechos, estado, igualdad y libertad.

Desde la «herida colonial» (Mignolo, 2005) infligida hace más de cinco siglos, desde las realidades de los pueblos, comunidades y naciones de Abya Yala[2], y a 70 años de la DUDH, es necesario realizar un balance crítico de la promesa del “nunca más” y de la trasformación social y política que se trazó como horizonte del discurso universal de los derechos humanos[3].

Para ello, las críticas descoloniales se posicionan por la necesaria contextualización geohistórica de las realidades que buscan explicar (Barreto, 2013: 7-10), es decir que, a diferencia de las ciencias eurocentradas, rechazan la tentación de ubicarse en un «punto cero» de la historia, donde quien observa el «mundo social puede colocarse en una plataforma neutra de observación que, a su vez, no puede ser observada desde ningún punto, [con] capacidad de adoptar una mirada soberana sobre el mundo» (Castro-Gómez, 2005: 14-8 y 25-7).

En cambio, situándose desde Abya Yala, la descolonialidad escudriña la historia no contada, la contra-cara, el lado oscuro, violento y no visible de la modernidad (Dussel, 2000: 48-9), para ubicar lugares y fechas que permitan re-construir una historia en-carnada, sufrida, sentida y resistida.

1. El colonialismo en Abya Yala: primera modernidad y subjetividad del conquistador

La apuesta descolonial busca replantear la historia de la modernidad, de forma que se pueda hacer cargo de la «historia colonial» (Fanon, 1961: 282), y por ello la irrupción colonial, iniciada a fines del siglo 15 en Abya Yala, es un punto central en las reflexiones y propuestas de la descolonialidad; sólo así es posible «remontar los caminos de la historia, de la historia del hombre condenado» (1961: 271) que se «apodera» de su historia y de su recuerdo, y puede relatar «a contrapelo» (Benjamin, 2008) la historia que no se cuenta, que es silenciada, negada, encubierta, la historia de la colonialidad y el poder, de sus formas materiales, de los mecanismos de su producción, las estrategias, los dispositivos y los discursos de su reproducción y legitimación, así como las resistencias y las luchas en contrapartida.

La historia estándar de los derechos humanos, repetida desde la hegemonía colonial es una historia eurocentrada convertida en universal, dado que los eventos clave que la componen raramente trascienden las fronteras de las metrópolis europeas: las revoluciones inglesa y francesa, la independencia estadounidense a manos de los descendientes británicos, o incluso el holocausto en la Europa central.

En tal línea hegeliana de progresión histórica poco o nada aportan las colonias, los países “subdesarrollados”, el “segundo” y “tercer” mundos, a la formación y consolidación de la concepción “universal” de los derechos plasmada en la DUDH.

Sin embargo, la historia contada de los derechos humanos ha sido posible mediante el silenciamiento del hecho colonial, que proporcionó las condiciones materiales y las representaciones simbólicas a partir de las cuales se construyó la concepción hegemónica de los derechos humanos.

Dentro de un marco discursivo convencional, la concepción de los derechos humanos está vinculada con el ser humano, pero ¿quiénes han sido considerados humanos? Durante el siglo 16 esta pregunta fue central en el pensamiento teológico y jurídico colonial, dado que antes de ello la “humanidad” no había sido una cuestión como tal (Mignolo, 2013: 45).

Sólo a partir de la representación del “indio” en las fronteras del conocimiento europeo se planteó la duda colonial sobre su estatus ontológico y, por tanto, su (in)capacidad como sujeto jurídico para ser titular y ejercer derechos.

La modernidad se funda, en tanto cara visible de la colonialidad, no con un supuesto “descubrimiento” sino con la «invención» de “América” (O’Gorman, 1958: 56-77), que para el siglo 15 no existía –en sentido epistémico– en el mundo europeo y que como tal fue producto del ejercicio de poder epistémico de nominación colonial que prevaleció sobre cualquier otra forma de conocer y nombrar el mundo; esto gestará la existencia y persistencia de una «diferencia colonial» (Mignolo, 2005) que implica una distribución asimétrica de poder en términos geopolíticos y geoculturales, y donde Europa se arroga un privilegio enunciativo para nombrar, conceptualizar, clasificar, historizar, salvar-civilizar y hablar del y por el otro (Dussel, 1993; Spivak, 1998).

Simultánea a la invención de “América”, fue una doble producción: del sujeto conquistador-colonizador y del sujeto otro; el otro, el “indio”, el cual fue cubierto por el discurso colonial de la mismidad, como un cuerpo-territorio objeto del proyecto colonial de expansión y de la misión salvadora y civilizadora (Castro-Gómez, 2005: 56), «prolongación» de Europa (Mignolo, 2005:59), para lo cual fue necesario im-plantar tecnologías de «en-cubrimiento» (Dussel, 1993) de la violencia colonial.

La primera subjetividad moderna no es la del sujeto racional de la modernidad, sino que es aquella que ha sido ocultada en su contra-cara, pero cuya constitución fue clave y necesidad práctica de la construcción de la dominación colonial, de la disrupción de las formas de organización social, política y económica en Abya Yala, de la jerarquización racial del mundo, del nacimiento del racismo y del capitalismo como sistemas políticos a escala global.

Al ser racional –el «ego cogito» de Descartes (1637)-necesariamente le precedió el «ego conquiro», el sujeto conquistador, el yo colonizador como «proto-historia» de la praxis (Dussel, 1993: 50-61) del sujeto racional moderno-colonial, y sin el cual éste no habría podido ser construido, aportando las representaciones simbólicas y las condiciones materiales para hacerlo posible.

Este primer ego moderno, práctico, el del colonizador, conforma la experiencia de una subjetividad violenta, de dominación y señorío[4] respecto del otro a partir de una relación militar de abierta hostilidad, empotrada en un pedestal de superioridad, necesaria para la negación e inferiorización de la subjetividad otra, estrategias a su vez necesarias para satisfacer la codicia de riqueza y poder.

El discurso de la mismidad se comenzó a configurar tempranamente producto de una disputa de poder entre Isabel de Castilla y Colón, este último quien había dado 300 “indios” como esclavos, a lo que Isabel cuestionó: «¿qué poder tiene mio el Almirante para dar á nadie mis vasallos?» (Las Casas, 1875:474).

Los indígenas sus-traídos de Abya Yala son puestos en el mismo plano que el almirante colonizador, ambos integrados bajo la mismidad del señorío colonial. Este recurso quedó cristalizado en las instrucciones reales de 16 de septiembre de 1501 para que «los yndios sean bien tratados como nuestros buenos súbditos e vasallos» (Rumeu de Armas, 1969: 375). También la real carta de 16 de mayo de 1609 reconoció: «porque son [los “indios”] de su naturaleza libres, como los mismos españoles»[5] (Lucena Salmoral, 2000: 824).

Bajo el discurso colonial de la mismidad los “indios” son igualmente libres a los españoles, pero en-cubre la sujeción colonial a la que son sometidos únicamente aquéllos, quienes bajo el pretexto de la salvación son objeto de figuras jurídicas creadas o ajustadas, como la encomienda, la esclavitud o el protectorado de “indios”.

La mismidad colonial también en-cubre la diferencia ontológica colonial que se construye a partir de una muy rigurosa «duda metódica cartesiana»[6] (Maldonado-Torres, 2006: 186-7) a la que son permanentemente sometidos los cuerpos –la materialidad, la «res extensa» (Descartes, 1641: 84), despojada radicalmente de su sentipensar– como método de producción y control de las corporalidades y las subjetividades, que en la Europa cristiana se cuestionó en términos de «alma racional»[7].

Esta duda colonial sobre el otro motivó la junta de Burgos en 1512, así como los debates protagonizados por teólogos y juristas, todos sujetos epistémica y ontológicamente validados por el poder colonial, y donde, evidentemente, no tuvo voz propia el sujeto colonizado convertido en objeto de la discusión.

Por ello, sin importar las respuestas dadas, una vez implantada la duda, aquellos cuerpos fueron recubiertos por un estatus jurídico especialmente creado para ellos, un «status de etnia», donde la raza corporalizada es la tecnología colonial de trasfondo, y que es «resultante de la concurrencia para su caso entre un trío de viejos estados, de status previamente acuñados, el estado de rústico, el estado de persona miserable y el estado de menor»[8] (Clavero, 1994: 11-9), cuyas ideas básicas se sustentan en la diferencia colonial de superioridad ontológica, naturalizada, al considerar a los “indios” como sujetos «menores, incapaces de administrarse por sí», de debilidad expuesta (Castañeda Delgado, 1971: 263), y que en esa medida «inspiran compasión» y «precisan una especial protección» (1971: 247).

La diferencia que organiza jerárquicamente las corporalidades en línea vertical, cruzando hacia abajo esa «línea de color» (Du Bois, 1903: 45) de lo “humano”, encuentra luego expresiones más complejas, produciendo una «heterogeneidad colonial» de cuerpos[9], y que pone en relieve las «formas múltiples de sub-alterización», es decir la «diversidad de formas de deshumanización basadas en la idea de raza» (Maldonado-Torres, 2007: 133).

Así, mediante la constante sospecha que pesa sobre la humanidad del otro, como dolorosa tecnología de violencia simbólica y material, el poder colonial produce, con distintos mecanismos jurídicos, la subjetividad del colonizado, los «condenados de la tierra» [«damné»] (Fanon, 1961), el “indio” y el “negro” [10], careciendo ambos de «resistencia ontológica» a los ojos del sujeto blanco, el colonizador (1973: 91) –ahora constituido como parámetro universal de humanidad–, y creándose una co-existencialidad como necesidad ontológica en virtud de la cual la constante negación de aquéllos reafirma la existencia de éste.

Así, a pesar de ambos sujetos ocupar una posición sub-alterizada respecto del sujeto colonizador, fueron sometidos a distintos regímenes jurídicos: al “indio”, considerado una posibilidad-de-ser, le esperaba la encomienda, para la salvación de su alma; el “negro”, tenido como una imposibilidad-deser, fue directamente sometido a la dominación.

Las distintas formas de sub-alterización colonial, estructuradas desde un inicio bajo el eje rector de la raza e imbricadas con el sistema de sexo-génerosexualidad (Lugones, 2012), crearon posicionalidades heterogéneas dentro de la zona del no-ser a la que fueron confinados, incluso jurídicamente[11], los colonizados.

Fueron diferentes métodos coloniales de producción y control de las subjetividades sub-alterizadas, a las cuales les correspondían distintos «grados de humanidad» (Maldonado-Torres, 2007: 132), todos ellos validados jurídicamente. Los mecanismos iban desde la concesión del estatus jurídico de «vasallos» a los “indios” libres, y que sin embargo eran carimbados[12] (Lucena Salmoral, 1997: 125-6) o sometidos al régimen de encomienda; el estatus de esclavitud como forma de salvación de los “indios” en resistencia a la colonización[13]; el estatus de esclavitud de los “indios” rebeldes y de los “caníbales” por causa de guerra “justa” [14]; o su aniquilamiento encubierto como “pacificación” para los “indios bárbaros”[15].

En cambio, para los “negros” siempre hubo nuda violencia, deshumanización impuesta originariamente en forma de instrumentalización y dispensabilidad, lo que se correspondía con un claro objetivo económico por el cual la hacienda real mantuvo un especial interés en la tributación derivada de la trata de esclavos por importación, exportación, cobro de licencias, asientos, concesiones y almojarifazgo (Carlo-Altieri, 2010: 46-7).

Como se ha podido ver, el discurso colonial de la mismidad, precursor del discurso moderno de la igualdad, que en-cubrió la sujeción colonial a la que los “indios” fueron sometidos, tuvo límites muy claros: quedaron excluidos quienes resistían la invasión colonial, así como los “negros”, cuyo único lugar concebible era el de la esclavitud[16], donde la «coartación» como mecanismo legal de liberación fue la excepción a la regla (Lucena Salmoral, 1999: 357-74).

También representó un ensayo a gran escala de las concepciones sobre la vulnerabilidad de grupos, cuya más difundida concepción los presenta como sujetos débiles que necesitan protección, en un sentido paternalista, lo que anula o sustrae su capacidad de agenciamiento.

La implantación de la duda ontológica colonial ha sido esencial para crear los sujetos sub-alterizados y en-cubrirlos bajo los discursos coloniales juridificados que dieron base a los postulados ilustrados y humanistas que luego serán invocados como antecedentes en la progresión histórica “universal” de los derechos humanos y que se consolidarán ya a finales del siglo 18 con las declaraciones de derechos.

2. La experiencia de la segunda modernidad y la subjetividad racional en Abya Yala

La segunda modernidad, que en las narraciones hegemónicas de la historia “universal” se presenta como los albores de la era moderna, se basa en los postulados de la ilustración, que como proyecto de la modernidad se encargó de iluminar a la humanidad –europea–, para lo cual dejó deliberadamente en la obscuridad a los condenados de la tierra, validando a través de sus postulados la experiencia colonial[17].

Como se ha visto, a través de la permanente duda colonial sobre los cuerpos[18] de los colonizados, se produjeron las identidades corporalizadas del “indio” y del “negro”, el primero como una posibilidad siempre inacabada y el segundo como una llana negación[19] del ser.

Ya no a partir de la pregunta sobre la posesión o carencia de alma racional, sino ahora sobre el «espíritu» o la «razón»[20], es que el iluminismo y racionalismo europeo dio continuidad a la duda colonial que permitió reproducirlas jerarquías raciales[21] creadas por el poder colonial.

Así, a la primera subjetividad moderna, práctica, del sujeto colonizador, le siguió la subjetividad racional, como su complemento[22], la cara visible de la historia occidental de la modernidad.

Esta subjetividad, constituida ontológicamente, existente, a partir de la vinculación cartesiana del pensar con el ser-existir –el «yo», que en Descartes es el «alma» (1637: 21)–, al configurarse el «yo pienso» sobre las bases del «yo conquisto», se contrapone con el «otros no piensan», lo que conduce a que la constitución del «ser» por el «pensar» concluye en que esos otros que no piensan, entonces «no son», son cuerpos «desprovistos de ser»[23].

Esta no es, en absoluto, una conclusión ajena a Descartes, alcontrario, es congruente con su dualismo metafísico fundamental de separación radical entre alma o espíritu –«res cogitans»– y cuerpo –«res extensa» (1641: 84)–, derivado de haber “observado” unoscuerpos no-pensantes, irracionales, que, por tanto, no-son (1637: 27). Así, aparece la triangulación entre pensamiento, ser y existencia, base ontológica del racionalismo moderno, sobre la que se construye el sujeto conquistador, ser racional, el ser libre.

A través del proyecto ilustrado del siglo 18 que discutió la idea de lo humano, sus atributos, su relación con lo divino, y su propio lugar en el universo, se produjeron las bases filosóficas para sustentar la diferencia colonial producida desde la irrupción colonial en Abya Yala. Como se ha visto, los más influyentes humanistas en el pensamiento europeo no cuestionaron los estatus sub-ontológicos creados por la colonialidad del poder y asignados a los “indios de América” ni a los “negros esclavizados”; así, la contra-cara del humanismo ilustrado, en tanto proyecto normativo ya no sólo de lo que significa ser humano, sino convertirse en humano[24], como el kantiano, es justo la deshumanización de enteros cuerpos-colectivos[25].

En el contexto de las revoluciones y las independencias iniciadas en el siglo 18, las ideas sobre la humanidad y el ideal de hombre –blanco, heterosexual– postuladas por la ilustración, con la correspondiente deshumanización y confinación de naciones, comunidades, pueblos y sujetos racializados a la «zona del no-ser» (Fanon, 1961: 36-7), fueron adoptadas y adaptadas en las colonias (Mignolo, 2013: 53) e interiorizadas por el criollo heredero seducido por el «deseo de ser blanco» (Fanon, 1973: 9 y 13; Quijano, 1992:16), donde el ser-blanco no es una cuestión del color de piel, sino la posibilidad de participar de un imaginario cultural (Castro-Gómez, 2005: 64) estético, cognitivo, afectivo, ético y conductual dominante, precisamente con la intención de «“igualarse” con el dominador» (2005: 95) colonial.

En el caso de la independencia de Estados Unidos, los padres fundadores buscaron igualarse a Jorge III y a todo lo que representaba poseer un dominio colonial. Sólo de esta manera puede comprenderse que, a pesar de haberse declarado solemnemente como «verdades evidentes: que los hombres son creados iguales; que son dotados por el Creador de ciertos derechos inalienables; que entre ellos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad», al proclamarse la independencia el 4 de julio de 1776, hayan sido sistemáticamente excluidas las subjetividades carentes de las cualidades del estándar ideal de “hombre”. Tan evidentes la igualdad y la libertad de los hombres, pero no alcanzó para derribar el sistema colonial esclavista, ni mucho menos los fundamentos naturalizados del estatus sub-ontológico que heredaron.

Es así que en 1857 la Corte Suprema de Estados Unidos, invocando las «porciones civilizadas e ilustradas del mundo» (JUSTIA, 1856-7: 408), pudo decidir el caso Dred Scott determinando que los “negros” descendientes de africanos importados al país y vendidos como esclavos no eran ciudadanos en el sentido previsto en la constitución, ni gozaban de los derechos derivados de tal estatus (1856-7:394). El recientemente inaugurado discurso moderno de la igualdad de los hombres, implica, bajo la misma lógica del discurso colonial de la mismidad, que la “raza india” sea tratada conforme al estado de “pupilo”, y la “raza negra” sea considerada como un bien de propiedad[26].

En la misma línea, la revolución burguesa que combatió el despotismo y la desigualdad creada por la nobleza francesa, enarbolando las ideas ilustradas en torno a la liberté, égalité, fraternité, tuvo como uno de sus principales bastiones a la Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano de 26 de agosto de 1789. En ella se declaró que los «hombres nacen y permanecen libres e iguales en derechos» (art. 1), y que sus derechos naturales e imprescriptibles «son la libertad, la propiedad, la seguridad y la resistencia a la opresión» (art. 2).

El contexto en que se inserta esta declaración no es el de una guerra de independencia, sino de una revolución al interior del estado francés, dentro de territorio europeo; sin embargo, no debe olvidarse que para entonces Francia ya había incursionado en la empresa de la invasión colonial, como hizo en Haití oficialmente desde 1697 con el Tratado de Ryswick de 20 de septiembre. La cuestión entonces es si la pretendida universalidad de los revolucionarios principios de libertad, igualdad y fraternidad traspasaría las fronteras de la metrópolis y alcanzaría los dominios coloniales, en la zona del no-ser.

Como se ha mostrado, a las propuestas ilustradas no le fueron ajenos el sistema esclavista ni el régimen colonial, y al contrario, proveyeron el sustento filosófico para su legitimación[27]. Tampoco los ideales revolucionarios de libertad e igualdad declarados en la metrópoli, en la zona del ser, abarcaron los cuerpos que no-son, al pronto comprender la naciente república francesa que la explotación de los colonizados de Haití era indispensable para su crecimiento económico (Ruíz Sotelo, 2016: 242). Ante la constante negativa, desde 1789, de la Asamblea Nacional de reconocer la libertad de los esclavos “negros” de Haití, se comenzó en 1791 la lucha anti-esclavista contra la revolución francesa, orillando al régimen colonial abolir la esclavitud el 4 de febrero de 1794. Será hasta 1802, cuando el sano hijo de la revolución ordena el restablecimiento de la esclavitud en las colonias[28], que la lucha anti-esclavista también será una lucha anti-colonial liderada y protagonizada por “negros” y no por criollos, logrando declarar su independencia el 1 de enero de 1804.

Con esta experiencia de lucha en Haití resultan aún más evidentes los límites de los discursos eurocentrados de igualdad y libertad, que al ser herederos del discurso colonial de la mismidad, no son capaces de confrontar las lógicas coloniales del poder, donde la sub-alterización de cuerpos, subjetividades y conocimientos es necesaria para el “progreso”. También muestra claramente que los fundamentos de las luchas contra la opresión en Europa y en Abya Yala no han sido compartidos universalmente, en tanto el ideario burgués de libertad e igualdad en la metrópoli no responde a los sufrimientos en las colonias im-plantadas en Abya Yala.

3. La DUDH y los derechos humanos para Abya Yala en el contexto colonial

La autoridad histórico-moral de la DUDH ha sido construida a partir de una doble estrategia. La primera ha consistido en negar la relevancia de la herida colonial infligida fuera de Europa como un hecho clave para comprender el sistema-mundo moderno en el que vivimos. La segunda estrategia, siguiendo justamente la línea de construcción de la historiauniversal” institucionalizada por Hegel (1830), ha sido la de proclamarse como sucesora en la progresión histórica “universal” de los derechos humanos, quedando esencialmente vinculada con sus antecesoras de 1776 y 1789.

La proclamación de la DUDH en 1948 se da después de las atrocidades nunca antes sentidas –en suelo europeo– del holocausto y de la segunda guerra. Por ello, fue urgente la necesidad de reconocer que «[t]odos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos» (art. 1), y que «[t]oda persona tiene todos los derechos y libertades proclamados en esta Declaración, sin distinción alguna de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o de cualquier otra índole, origen nacional o social, posición económica, nacimiento o cualquier otra condición» (art. 2).

Así, no obstante ser proclamada como una declaración “universal”, se sitúa en un contexto geohistórico específico, como respuesta necesaria e inmediata al genocidio perpetrado por el régimen nazi, el cual materializó en Europa las representaciones raciales del ideal de “humanidad”, a través de los métodos de nuda violencia y desprecio hasta entonces reservados a los pueblos colonizados del mundo (Césaire, 1950: 15).

La organización racial del orden colonial implementada desde el siglo 16 en Abya Yala, luego en-cubierta por los conceptos de “hombre” y “humanidad” del pensamiento eurocentrado de los siglos 17 a 19, es concretada, en la Europa del siglo 20, en la exigencia de «blancura», un «orden étnico, biológico y “cultural”» (Echeverría, 2007), cuyo estándar de “humanidad” fue la identidad racial aria-blanca.

La urgencia de re-afirmar la dignidad “humana” como fundamento de la Declaración “universal”, así como reiterar, siguiendo las formulaciones de 1776 y 1789, la libertad e igualdad de todos los seres humanos, frente a la «calamidad moral del holocausto» (Garzón Valdés, 2011: 135-53), se debe a que en esta ocasión el crimen se cometió contra el hombre blanco, modelo hasta entonces incuestionado de lo “humano”, su humillación dentro de su propia casa, en el corazón de Europa (Césaire, 1950: 15).

La promesa, entonces, es a que “nunca más” se vuelva a negar la humanidad de quienes han sido humanos por siglos, el “nunca más” de un orden de blancura racial.

Al limitarse a condenar el racismo nazi derivado de la exigencia de blancura, la DUDH dejó intocado el racismo colonial, expresión del sistema colonial de la «blanquitud», que ya no es un estándar étnico, sino esencialmente un «orden ético o civilizatorio» (Echeverría, 2007), que organiza los ámbitos de existencia social bajo los valores blancos-coloniales: el trabajo, la naturaleza, el sexo-génerosexualidad, las subjetividades, los conocimientos, y la autoridad (Quijano, 2000: 345).

Considerando la provincialidad tanto de la Declaración “universal”, en cuanto heredera de la historia eurocentrada de los derechos y como respuesta a la barbarie cometida en Europa, los fundamentos encarnados de los derechos, tanto como de las luchas por los derechos, no han sido ni pueden ser los mismos en Abya Yala que en Europa, debido a sus muy diferentes contextos históricos, sociales, políticos y económicos, marcados por profundas relaciones coloniales de poder.

Si el fundamento de los derechos en la Europa reciente ha sido el “nunca más” del genocidio nazi, éste no puede ser el mismo que en Abya Yala, donde tal atrocidad no se vivió. En cambio, las calamidades que han marcado, carimbado, los cuerpos-colectivos en Abya Yala tienen ya una historia de más de 500 años, y de lo cual la DUDH no se hizo cargo de modo alguno.

Por ello, en la historia del condenado esta declaración viene a significar una actualización, propia de la modernidad, de las tecnologías y los dispositivos coloniales de la mismidad: los sujetos sub-alterizados del “tercer mundo”, de los países “subdesarrollados” o en “vías de desarrollo”[29] somos, en el siglo 21, a 70 años de la DUDH, tan libres e iguales como en 1501, 1512, 1680, 1776, 1789, 1857, 1948, 1960, 1965, 1966, 1989, 2019.

Solamente después de la necesaria localización en el espacio y la historia del poder, la enunciación de los diferentes sufrimientos en-carnados, es que puede pensarse siquiera en la significación contextualizada de los derechos como herramientas contra las múltiples y simultáneas formas de dominación, control y exclusión.

En Abya Yala esto es posible sólo si se remonta en los dolorosos caminos surcados por la herida colonial. Por eso, cuando los pueblos de Abya Yala reclaman sus derechos no lo hacen a partir del “nunca más”, sino de los cinco siglos tanto de dominación colonial, ahora administrada por los estados-naciones herederos de los métodos del poder colonial, como de resistencias y de luchas por la vida colectiva.

De otra manera, invocar en las luchas en Abya Yala la dignidad humana en su versión eurocentrada fundada en la formulación ilustrada, no solamente es vacío sino hasta perverso, precisamente porque la cara no visible del proyecto ilustrado se encargó de negar la dignidad de los pueblos “salvajes de América” y de los “negros”, para después culparles de ello.

La DUDH, en tanto tenga como fundamento ético la concepción ilustrada de la dignidad “humana”, será incapaz, como lo fueron las declaraciones del siglo 18, de representar un instrumento de subversión de las realidades cotidianas de los sujetos sub-alterizados, dado que les impide plantear y defender sus propias concepciones en torno a su propia humanidad y dignidad, del mismo modo que no pudieron hacerlo en las discusiones coloniales del siglo 16.

Entonces, la DUDH, como sus predecesoras, tampoco ha cuestionado los fundamentos de la modernidad-colonialidad en tanto inserta dentro de sus limitaciones epistémico-ontológicas, sencillamente porque heredó de aquéllas la concepción de “humanidad” que se gestó en la primera modernidad y que maduró durante la segunda modernidad.

De aquí que el andamiaje normativo internacional posterior que invoca, a su vez, la Declaración universal como horizonte, esté igualmente comprometido. Asimismo lo están las teorías y narraciones hegemónicas eurocentradas de los derechos humanos que caen en la trampa de la universalización e ignoran la necesidad de historizar, localizar y contextualizar las luchas y resistencias de los pueblos y naciones silenciadas.

En ese sentido, al estar esencialmente comprometidas con las experiencias eurocentradas del siglo 18, tanto las teorías convencionales de los derechos humanos como la misma DUDH necesariamente «versan sobre las relaciones entre el estado y la sociedad, o entre gobiernos e individuos» (Barreto, 2013: 6), que era el núcleo de las discusiones en el constitucionalismo clásico y en el liberalismo (Mill, 1859).

Como es evidente, a esas particulares relaciones que originan la concepción “universal” de los derechos humanos subyacen las ideas de “estado” e “individuo”, que ya de por sí eran ajenas a las formas de organización política y a las relaciones sociales en los pueblos de Abya Yala invadidos desde fines del siglo 15. Por tanto, delimitan un marco de lo que es posible concebir, entender o imaginar como derechos “humanos”, siempre ligados al estado (como ente encargado de su protección) y al individuo (como titular por excelencia de los derechos), por lo que cualquier otra concepción de los derechos fuera de este marco, del esquema estatal o para sujetos no-individuales, representa un peligro o es utópica e irrealizable.

Existe una deuda histórica que el norte global tiene con los pueblos que han sido condenados. Otro mundo es posible solamente si respondemos a su realidad. Ni la concepción hegemónica de la igualdad y la libertad, ni la Declaración universal de los derechos humanos de 1948 lo pueden hacer, dada la «cárcel epistemológica-existencial» (Adlbi Sibai, 2016: 32-3) moderno-colonial en que están enclaustradas.

En tanto «herramientas del amo», han permitido lograr ciertas posiciones cuando se siguen «sus reglas del juego, pero nunca nos valdrán para efectuar un auténtico cambio» (Lorde, 1979:118 y 134). No trasformación, ni mucho menos progreso, desarrollo o modernización. Podremos seguir recurriendo a estas herramientas coloniales en tanto sirvan a las tácticas de resistencia frente a las renovadas estrategias de dominación colonial.

Mientras tanto, debemos continuar la re-construcción de saberes, sentires y valores propios de los «condenados de la tierra» y por la creación de nuevos métodos y estilos que respondan a su propia historia y realidad (Fanon, 1961: 91), que antes de declarar, re-conozcan su propia humanidad y les permita desandar los caminos de la violencia colonial, construyendo en colectivo los senderos de otros horizontes donde quepan muchos mundos.

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SPIVAK, G. Ch. “Can the subaltern speak?”, en Marxism and the interpretation of culture, Basingstoke, Macmillan Education, 1998, pp. 271-313.

VIGIL, R. H. “Negro slaves and rebels in the spanish possessions, 1503-1558”, The Historian, 33, 4, 1971, pp. 637-55.

ZAVALA, S. Las instituciones jurídicas en la conquista de América, México, Porrúa, 1935 (1971).


[1] 1 Salvo lo dispuesto por la Proclamación de Teherán de 13 de mayo de 1968, que declaró la DUDH como «obligatoria para la comunidad internacional».

[2] A lo largo del texto se preferirá, en lugar de “América” en tanto que identificación cultural geopolíticamente impuesta desde la episteme occidental-eurocentrada producto de un privilegio de enunciación a partir de la colonialidad del poder-saber, el término «Abya Yala», que es una forma de identificación política de territorios, pueblos, naciones, colectivos y sujetos, que aunque heterogéneos, les fue igualmente sustraído el poder de nombrar(se). Esta postura de-nominativa es una de las formas posibles de responder a la pregunta que hace Spivak (1998): «can the subaltern speak?».

[3] Así su art. 28: “Toda persona tiene derecho a que se establezca un orden social e internacional en el que los derechos y libertades proclamados en esta declaración se hagan plenamente efectivos.”

[4] El señorío, como técnica colonial de dominio de territorios y todo lo que en ellos hay, se consolidó con el Requerimiento de 1512: «Uno de los Pontífices pasados […], como señor del mundo, hizo.donación destas Islas y Tierra Firme del mar Océano a los dichos Rey e Reyna y a sus sucesores en estos reinos, nuestros señores, con todo lo que en ellas hay, […]: así que Sus Altezas son reyes y señores destas Islas e Tierra Firme, por virtud de la dicha donación» (Zavala, 1935: 216). Rousseau, disertando sobre el «derecho de primer ocupante» de las tierras, observó un cambio en la constitución de la titularidad del dominio respecto de los «antiguos monarcas», quienes se titulaban «sólo reyes de los persas, de los escitas, de los macedonios, parecen considerarse más jefes de los hombres que dueños del país. Éstos se titulan hoy, más hábilmente, reyes de Francia, de España, de Inglaterra, etc. Al dominar así el terreno, están completamente seguros de dominar a los habitantes» (1762: 47). [Todas las cursivas son añadidas]. La técnica colonial del señorío del «estado civil», a diferencia del “antiguo”, constituye un dominio de doble naturaleza: sobre las cosas y sobre las personas.

[5] Convertida en la ley xi ‘Que los Indios no ſe preſten, ni enagenen por ningun titulo, ni pongan en las ventas de las haziendas’, tít. 2, lib. 6, de la Recopilación de leyes de los reynos de las Indias (1680).

[6] La duda colonial se expresó ya desde las instrucciones reales de 1 de junio de 1495 al obispo de Andalucía: «.., de los esclavos que trujeron de las Indias en nombre del Almirante, ya vos sabéis la duda que nosotros tenemos de si éstos deben ser esclavos o no» (Lucena Salmoral, 2000: 538-9) [cursivas añadidas].

[7] En tales términos se expresaba Montesinos en 1511 ante los colonizadores: «¿con qué derecho y con qué justicia tenéis en tan cruel y horrible servidumbre a estos indios? ¿Con qué autoridad habéis hecho tan detestables guerras a estas gentes que estaban en sus tierras mansas y pacíficas, donde tan infinitas de ellas, con muertes y estragos nunca oídos, habéis consumido? ¿Cómo los tenéis tan opresos y fatigados, sin darles de comer ni curarlos en sus enfermedades, que de los excesivos trabajos que les dais incurren y se os mueren, y por mejor decir, los matáis, por sacar y adquirir oro cada día? […] ¿Estos, no son hombres? ¿No tienen almas racionales? ¿No estáis obligados a amarlos como a vosotros mismos? ¿Esto no entendéis? ¿Esto no sentís?» (Las Casas, 1875: 1761-2) [énfasis añadido].

[8] Cursivas del original. La íntima conexión creada entre la subjetividad del colonizado y su estatus jurídico, especialmente como “menor”, se testimonia en 1576 por el Concilio Provincial de Lima: «Es un niño grande, o un hombre niño con su profundo complejo de vencido, a quien precisa urgir el deber con una paterna y amorosa compulsión. Sensible por vía más bien sensorial que intelectiva […]. Signos todos que colocan al indio en la categoría de menores, dotados de cualidades iguales a los adultos pero aún no desarrolladas» (Castañeda Delgado, 1971: 282-3) [cursivas añadidas].

[9]La primera distinción colonial entre los sujetos sub-alterizados la produjo el propio Colón, quien en su carta de 15 de febrero de 1493 al escribano real describe: «En estas islas fasta aquí no he hallado hombres mostrudos como muchos pensaban; mas antes es toda gente de muy lindo acatamiento; ni son negros como en Guinea, salvo con sus cabellos correndios» (Colón, 1892: 191) [cursivas añadidas]. El criterio base de distinción entre los “indios” y los “negros” no es otro que su corporalidad, el color de piel.

[10]El “indio” fue producido discursivamente ya desde la carta mencionada de Colón, quien se refería siempre a los “indios” (Colón, 1892:185). La carta real de 12 de abril de 1495 al obispo de Andalucía se refería a los “indios” que Colón sus-trajo de las islas caribeñas (Lucena Salmoral, 2000: 538), momento desde el cual el poder colonial selló su construcción ontológica como tales. También aparecerá la representación del “negro” desde las instrucciones reales de 16 de septiembre de 1501.

[11]Los distintos regímenes jurídicos pueden ser fácilmente comparados en la Recopilación de leyes de los reynos de las Indias (1680), cuyo libro 6 compila normas relativas al “indio”, en tanto que en su libro 7, título 5, se consignan las normas referentes a los “negros” y “mulatos”; en ambos casos se re-produce la división sexo-genérica heterosexual occidental que crea las distinciones “indio-india”, “negro-negra”, “mulato-mulata”. Por ejemplo: del título 1, libro 6, la ley i establece que los “indios” sean «favorecidos, y amparados por las Iuſticias, y Seculares», la ley ii reconoce que «ſe puedan caſar libremente», y la ley xii permite que «ſe puedan mudar de vnos lugares à otros»; mientras que del título 5, libro 7, la ley i exige que “negros, negras, mulatos y mulatas libres” «paguen tributo al Rey», la ley v determina «que ſe procure, que los negros caſen con negras», y la ley iii ordena «que los mulatos, y negros libres vivan con amos conocidos, para que ſe puedan cobrar sus tributos.”

[12] Por real providencia de 25 de julio de 1511 se mandó “herrar” o “quintar” a «todos e cualesquier indios», como mecanismo de control para garantizar «que haya número de indios para traer en las minas y granjerías», como se había reconoció en la real cédula de cuatro días antes (Lucena Salmoral, 2000: 547-8) [cursivas añadidas]. Los “negros” también fueron carimbados para identificarlos fácilmente en caso de fuga pero, a diferencia de aquéllos, el carimbo subsistió hasta 1784 (1997: 133).

[13] Desde la provisión real de 29 de agosto de 1503 se criminaliza por primera vez la resistencia anti-colonial, facultando para su esclavización.

[14] Por real cédula de 30 de abril de 1508 se autorizó la captura de los “rebeldes” que huyeron de la esclavitud a la que fueron sometidos por enfrentarse en guerra contra los colonizadores (Lucena Salmoral, 2000: 546). Se repetirá el mismo método al declararse la guerra a los “indios rebeldes” de Chile por real cédula de 26 de mayo de 1608, ordenando esclavizarles a partir de los 10 años y medio a los varones y de los 9 años y medio a las mujeres, y facultando su venta (1997: 131-2). También desde la real providencia de 23 de diciembre de 1511 se declaró la guerra a “los caribes” y se autorizó su esclavización por esa causa, pudiendo venderlos y «aprovecharse dellos, sin que por ello caigan ni incurran en pena alguna» (Lucena Salmoral, 2000: 549-50).

[15]La construcción colonial de los “bárbaros” se extendió prevalentemente hacia los siglos 17 y 18 para justificar la guerra como método de exterminio oculto bajo una supuesta “pacificación” de ciertas zonas, utilizadas como constante en el norte de lo que hoy es México contra distintas naciones que resistían la expansión colonial, como Huachichiles, Colorados, Tobosos, Coromamas, Pies de Venado, Piedras Chiquitas, Mares, Adames y Dedepedores (Mirafuentes Galván, 1993: 75 y 83-5).

[16]Las mismas instrucciones reales de 1501 que determinaron el estatus de vasallos de los “indios”, luego ordenaban: «non consentyréis nin daréis logar que allá vayan moros nin xudíos, nin erexes nin reconcyliados, nin personas nuevamente convertidas a nuestra fe, salvo si fueren esclavos negros u otros esclavos que fayan nascido en poder de cristhianos, nuestros súbditos e naturales» (Rumeu de Armas, 1969: 376) [énfasis añadido]. Esta prohibición fue rápidamente revocada en 1510 al permitirse la introducción como esclavos de “negros” no-cristianos al Caribe en las plantaciones de caña de azúcar, marcando el inicio del triunfo del utilitarismo y las necesidades del capitalismo colonial (Vigil, 2002: 638).

[17] La constitución de la subjetividad moderna-colonial del ego conquiro fue validada por Hobbes, haciéndola pasar por una «condición natural del género humano», al plantear que no existe un «procedimiento tan razonable» y «necesario» «para la conservación de un hombre» como «el dominar por medio de la fuerza» (1651: 100-2). Un siglo y medio después, Kant afirmaba que «la inclinación a lo que nos es ventajoso es común a todos los seres humanos, por consiguiente, también la de dominar hasta donde nos sea posible» (1798: 256).

[18] Kant postuló la «fisiognómica» como el «arte de juzgar por los rasgos visibles de una persona o, en consecuencia, por lo exterior, acerca de su interior ; ya se trate de su índole sensible o de la moral […] donde la fisonomía humana se somete al juicio público en sus variedades generales, cada una de las cuales denunciaría una propiedad especial en el interior del hombre» (1798: 242-4); ya antes había mostrado cómo aplicarla: «Parece como si [el carpintero] en esto hubiese tomado algo que acaso mereciese ser tomado en consideración; pero, para ahorrar palabras, baste decir que el mozo era negro de los pies a la cabeza; clara señal de que lo que decía era una simpleza» (1764: 164) [cursivas añadidas].

[19] Hegel (1830) sostenía: «América se ha revelado siempre y sigue relevándose impotente en los físico como en lo espiritual […] En los animales mismos se advierte igual inferioridad que en los hombres»; «La inferioridad de estos individuos se manifiesta en todo, incluso en la estatura» (266-9); y terminará: «El negro representa el hombre natural en toda su barbarie y violencia»; «Así pues, en África encontramos eso que se ha llamado estado de inocencia, de unidad del hombre con Dios y la naturaleza. Es este el estado de la inconsciencia de sí. Pero el espíritu no debe permanecer en tal punto, en este estado primero. Este estado natural primero es el estado animal» (277-83) [cursivas añadidas].

[20] La triada conformada por racionalidad, ser y espíritu se encuentra claramente en la base del proyecto racionalista moderno de Descartes (1637: 9): «No conozco más cualidades que sirvan para formar un espíritu perfecto, porque la razón, característica del hombre, en cuanto por ella nos diferenciamos de las bestias, está entera en cada ser racional» [cursivas añadidas].

[21] 21 Para Kant, por ejemplo, la carencia moral del “negro” es evidente: «entre los blancos se presenta frecuentemente el caso de los que, por sus condiciones superiores, se levantan de un estado humilde y conquistan una reputación ventajosa. Tan esencial es la diferencia entre estas dos razas humanas; parece tan grande en las facultades espirituales como en el color» (1764: 163) [énfasis añadido].

[22] La ética formal kantiana permite este complemento sucesivo entre una subjetividad práctica y una subjetividad racional, vinculando la voluntad individual a los principios prácticos dictados por la propia razón como fundamento para la conformación de un carácter moral (Kant, 1798: 238). De hecho, a Kant la vinculación de capacidades, la «técnica», la «pragmática» y la «moral» es lo que le permite «diferenciar característicamente al hombre de los demás habitantes de la tierra», haciendo del «animal rationabile» un «animal rationale» (278), el sujeto moderno [cursivas añadidas].

[23] Este dualismo pasó a Kant en su filosofía jurídica, pues una persona es sujeta a imputación, y una cosa, «res corporalis», no es susceptible de imputación al carecer de libertad por sí (1797: 32). Esto le permitió definir la «Relacion jurídica del hombre con séres que no tienen más que deberes sin derecho alguno [esclavos]» (58); donde el hombre es el ser racional-libre, y el esclavo es la res corporalis, cosa sin personalidad que, aunque con deberes, sin derechos. Esta relación le parecía imposible pues el esclavo cesa de ser persona, pero no cuando se trata de los “negros en los ingenios de azúcar” (193) [cursivas del original].

[24] En palabras de Hegel (1830: 267): «Mucho tiempo ha de transcurrir todavía antes de que los europeos enciendan en el alma de los indígenas un sentimiento de propia estimación».

[25]Había una preocupación subyacente al proyecto ilustrado kantiano en torno a la «inmadurez» o «minoría de edad» del “hombre” (1784: 9-10). Para Kant, sin embargo, hay claros «culpables» por no progresar hacia la «emancipación» de la razón: «El señor Hume desafía a que se le presente un ejemplo de que un negro haya mostrado talento, y afirma que entre los cientos de millares de negros transportados a tierras extrañas, y aunque muchos de ellos hayan obtenido la libertad, no se ha encontrado uno solo que haya imaginado algo grande en el arte, en la ciencia o en cualquiera otra cualidad honorable» (1764: 163). No se olvide que Kant concibe el «talento» como «aquella superioridad de la facultad de conocer que no depende de la instrucción, sino de las disposiciones naturales del sujeto» (1798: 142), un «don natural» de la razón, cuya carencia, por tanto, implica una disposición natural al estado de rusticidad. Al negarles talento y achacarles insensibilidad moral, Kant niega la capacidad moral de los “negros” y los “salvajes” de “América”, que es justo lo que funda el carácter virtuoso de la humanidad, su racionalidad y su dignidad (1785: 48-51) [cursivas añadidas].

[26] Contrástese lo expresado por el Concilio de Lima en 1576, con lo referido por la Corte Suprema de Estados Unidos en el caso Scott v. Sandford [60 U.S. 393], respecto de las “tribus indias”: «It is true that the course of events has brought the Indian tribes within the limits of the United States under subjection to the white race, and it has been found necessary, for their sake as well as our own, to regard them as in a state of pupilage, and to legislate to a certain extent over them and the territory they occupy» (JUSTIA, 1856-7: 405); compárense también las instrucciones reales de 1501 y 1550 y la Recopilación de leyes de 1680, con lo que contiuó diciendo la Corte sobre el “negro de la raza africana”: «They had for more than a century before been regarded as beings of an inferior order, and altogether unfit to associate with the white race either in social or political relations, and so far inferior that they had no rights which the white man was bound to respect, and that the negro might justly and lawfully be reduced to slavery for his benefit. He was bought and sold, and treated as an ordinary article of merchandise and traffic whenever a profit could be made by it. This opinion was at that time fixed and universal in the civilized portion of the white race. It was regarded as an axiom in morals as well as in politics which no one thought of disputing or supposed to be open to dispute, and men in every grade and position in society daily and habitually acted upon it in their private pursuits, as well as in matters of public concern, without doubting for a moment the correctness of this opinion. […] And, accordingly, a negro of the African race was regarded by them as an article of property, and held, and bought and sold as such, in every one of the thirteen colonies which united in the Declaration of Independence and afterwards formed the Constitution of the United States» (1856-7: 408-9).

[27] Rousseau (1755) describió el paso al estado civil basándose en la dicotomía entre «hombre civilizado» y «hombre salvaje» (237), siendo el segundo los «negros», «caribes de Venezuela» y «salvajes de América» (239, 270 y 286), aquellos que viven en el «estado animal en general» (245).

[28] La ley de 19 de mayo disponía: «1. En las colonias restituidas a Francia en ejercicio del Tratado de Amiens (marzo de 1802) la esclavitud será mantenida conforme a las leyes y reglamentos anteriores a 1789 […] 3. La trata de negros y su importación en dichas colonias tendrán lugar conforme a las leyes y reglamentos existentes antes de 1789» (Ruíz Sotelo, 2016: 246).

[29]Reconfiguración geopolítica del sistema-mundo, ahora «mapeado ya no en términos de ius gentium, sino de derechos humanos» (Mignolo, 2013: 56) [cursivas del original], estándar y medida de los países.

Publican El viaje a Moscú, primera novela de Roberto Pineda

SAN SALVADOR, 1 de diciembre de 2020 (SIEP). “Siempre quise escribir una novela y finalmente pude realizar mi sueño…” expresó Roberto Pineda, de 61 años, autor de la novela El viaje a Moscú, recientemente publicada por la editorial de izquierda Ediciones Prometeo Liberado.

“Me forme literariamente leyendo novelas, de adolescente devore al Quijote, y al Maestro Homero, a los Miserables de Víctor Hugo, a las aventuras de Rocambole, a los clásicos del boom latinoamericano, en particular Los cien años de soledad y La ciudad y los perros…”

El viaje a Moscú trata sobre las aventuras de un joven abogado, Víctor Regalado, que acepta la misión de viajar a Moscú para llevar un mensaje secreto al jefe ruso de la revolución mundial que se encontraba en el país que había derrocado al zar y construía el socialismo.  El viaje lo conduce  inicialmente a Honduras, luego a La Habana del dictador Machado, a Nueva Orleans, Madrid, Barcelona, Paris, Berlín y finalmente a Leningrado y a Moscú.

Paralelamente a este relato, se desarrolla la persecución inicial que realiza el cabo Judas Flores Pérez, que luego se convierte en una labor de espionaje contra los movimientos subversivos en municipios del departamento de Sonsonate. La cacería inicia en Izalco, y luego se traslada hacia  Nahuizalco, Juayúa, Acajutla, Sonzacate , Armenia y concluye con el ataque de los insurgentes indígenas contra el cuartel de Sonsonate el 22 de enero de 1932.  

El libro puede  adquirirse en las librerías  de la UCA.

Hacia un pluri-versalismo transmoderno decolonial. Ramón Grosfoguel. 2008

El Universalismo Occidental: Desde Descartes hasta Marx. En Occidente hay una larga tradición de pensamiento acerca de lo Universal. Descartes (1999), fundador de la filosofía moderna con su lema del «yo pienso, luego soy», entendía lo universal como un conocimiento eterno más allá del tiempo y el espacio, es decir, equivalente a la mirada de Dios. En la lucha contra la teología cristiana hegemónica a mediados del siglo XVII, –que, siguiendo a Mignolo (2000), llamaré aquí la teo-política del conocimiento–, Descartes puso como fundamento del conocimiento al «yo» donde antes estaba el «Dios cristiano».

Todos los atributos del «Dios cristiano» quedaron localizados en el «sujeto», el «yo». Para poder reclamar la posibilidad de un conocimiento más allá del tiempo y el espacio, desde el ojo de Dios, era fundamental desvincular al sujeto de todo cuerpo y territorio, es decir, vaciar al sujeto de toda determinación espacial o temporal. De ahí que el dualismo sea un eje fundamental constitutivo del cartesianismo.

El dualismo es lo que le permite situar al sujeto en un «no-lugar» y en un «no-tiempo» que le posibilite hacer un reclamo más allá de todo límite espacio-temporal en la cartografía de poder mundial. Para poder situar al sujeto individual como fundamento de todo conocimiento, el monólogo interno del sujeto sin ninguna relación dialógica con otros seres humanos le permite hacer un reclamo de acceso a la verdad sui generis, es decir, como autogenerado, aislado de todas las relaciones sociales con otros seres humanos.

El mito de la auto-producción de la verdad por parte del sujeto aislado, es parte constitutiva del mito de la modernidad de una Europa auto-generada que se desarrolla por sí misma sin dependencia de nadie en el mundo. Entonces, al igual que el dualismo, el solipsismo es constitutivo de la filosofía cartesiana.

Sin solipsismo no hay mito de un sujeto con racionalidad universal que se confirma a sí mismo como tal. Aquí se inaugura la ego-política del conocimiento que no es otra cosa que una secularización de la cosmología cristiana de la teo-política del conocimiento. En la ego-política del conocimiento el sujeto de enunciación queda borrado, escondido, camuflado en lo que Santiago Castro-Gómez (2005) ha llamado la filosofía del punto cero.

Se trata entonces de una filosofía donde el sujeto epistémico no tiene sexualidad, género, etnicidad, raza, clase, espiritualidad, lengua, ni localización epistémica en ninguna relación de poder y produce la verdad desde un monólogo interior consigo mismo sin relación con nadie fuera de sí.

Es decir, se trata de una filosofía sorda, sin rostro y sin fuerza de gravedad. El sujeto sin rostro flota por los cielos sin ser determinado por nada ni por nadie.

Enrique Dussel (1994) nos ha recordado en múltiples ocasiones que el «ego cogito» cartesiano del «yo pienso, luego soy» está precedido por 150 años del «ego conquirus» imperial del «yo conquisto, luego soy». Recordemos que Descartes escribía su filosofía desde Ámsterdam, justo en el momento en que Holanda pasa a ser centro del sistema-mundo a mediados del siglo XVII.

Lo que Enrique Dussel nos dice con esto es que las condiciones de posibilidad políticas, económicas, culturales y sociales de que un sujeto asuma la arrogancia de hablar como si fuera el ojo de Dios, es el sujeto cuya localización geopolítica está determinada por su existencia como colonizador/conquitador, es decir, el Ser Imperial.

De manera que el mito dualista y solipsista de un sujeto auto-generado sin localización espacio-temporal en las relaciones de poder mundial, inaugura el mito epistemológico de la modernidad eurocentrada de un sujeto autogenerado que tiene acceso a la verdad universal más allá del espacio y el tiempo por medio de un monólogo, es decir, a través de una sordera ante el mundo y por medio de borrar el rostro del sujeto de enunciación, es decir, a través de una ceguera ante su propia localización espacial y corporal en la cartografía de poder mundial.

El solipsismo cartesiano va a ser cuestionado por la filosofía occidental misma. Sin embargo, lo que va a perdurar como una contribución más permanente del cartesianismo hasta hoy en día es la filosofía sin rostro del punto cero que será asumida por las ciencias humanas a partir del siglo XIX como la epistemología de la neutralidad axiológica y la objetividad empírica del sujeto que produce conocimiento científico.

Aún cuando algunas corrientes como el psicoanálisis y el marxismo hayan cuestionado estas premisas, todavía los marxistas y psicoanalistas producen conocimiento desde el punto cero, es decir, sin cuestionar el lugar desde el cual hablan y producen conocimiento. Esto es fundamental para nuestro tema porque el concepto de universalidad que va a quedar impreso en la filosofía occidental a partir de Descartes es el universalismo abstracto.

Abstracto en dos sentidos: el primero tipo, en el sentido de los enunciados, un conocimiento que se abstrae de toda determinación espacio temporal y pretende ser eterno; y el segundo tipo, en el sentido epistémico de un sujeto de enunciación que es abstraído, vaciado de cuerpo y contenido, y de su localización en la cartografía de poder mundial desde el cual produce conocimientos para así proponer un sujeto que produce conocimiento con pretensiones de verdad, como diseño global, universal para todos en el mundo.

El primer tipo de universalismo abstracto (el de los enunciados) es posible solamente si se asume el segundo (el del sujeto de enunciación). El primer sentido de universalismo abstracto, el del universalismo basado en un conocimiento con pretensiones de eternidad espaciotemporal, de enunciados que se «abstraen» de toda espacialidad y temporalidad, ha sido cuestionado dentro de la propia cosmología y filosofía occidental.

Pero el segundo sentido de universalismo abstracto, en el sentido epistémico del sujeto de enunciación sin rostro ni localización espacio-temporal, el de la ego-política del conocimiento, ha continuado hasta nuestros días con el punto cero de las ciencias occidentales aún entre los críticos del propio René Descartes y es uno de los legados más perniciosos del cartesianismo.

Immanuel Kant (2004a), un siglo más tarde (s. XVIII), pretende resolver algunos de los dilemas del universalismo cartesiano poniendo las categorías de espacio y tiempo como localizadas en la mente de los «hombres» y por tanto como categorías universales a priori de todo conocimiento.

El sujeto trascendental kantiano no puede producir conocimiento fuera de las categorías de tiempo y espacio, como pretende el cartesianismo, porque dichas categorías ya están en la mente de todos los hombres (Kant 2004a). Para Kant, estas son las condiciones de posibilidad de la intersubjetividad universalista, es decir, de que todos los hombres puedan reconocer un conocimiento como verdadero y universal.

Contrario a Descartes, para Kant el conocimiento humano tiene límites y no puede conocer «la cosa en sí». Pero reformando y continuando la tradición cartesiana, para Kant son las categorías a priori innatas de la mente compartidas por todos los hombres, las que organizan el caos del mundo empírico de tal manera que se pueda producir un conocimiento que sea reconocido intersubjetivamente como verdadero y universal.

El eurocentrismo implícito en Descartes, Kant (2004b) lo va a hacer explícito. En Kant (2004b) la razón trascendental no va a ser una característica de todos los seres que desde una perspectiva descolonizadora anti-racista y anti-sexista incluiríamos como seres humanos. Para Kant la razón trascendental solamente la tienen aquellos considerados como «hombres».

Si tomamos sus escritos antropológicos, vemos que para Kant (2004b) la razón trascendental es masculina, blanca y europea.

Los hombres africanos, asiáticos indígenas, sureuropeos (españoles, italianos y portugueses) y todas las mujeres (incluidas las europeas) no tienen acceso a la «razón». La geografía de la razón cambia con Kant pues él escribe su filosofía desde Alemania en el siglo XVIII, justo en el momento en que otros imperios en el noroeste de Europa (incluidos Francia, Alemania e Inglaterra) desplazan a Holanda y en competencia entre sí constituyen el nuevo centro del sistema-mundo.

En Kant se mantiene el dualismo mente-cuerpo y el solipsismo cartesiano, pero reformado y actualizado. Kant cuestiona el primer tipo de universalismo abstracto cartesiano (el de los enunciados), es decir, la posibilidad de un conocimiento eterno de la cosa en sí, más allá de toda categoría de espacio-temporalidad. Pero mantiene y profundiza el segundo tipo de universalismo abstracto cartesiano, el epistemológico, en el hace explícito lo que en Descartes era implícito: solamente el hombre europeo tiene acceso a producir conocimientos universales, es decir, un sujeto de enunciación particular define para todos en el planeta lo que es universal. De ahí que cuando Kant propone su cosmopolitismo, se trata de un provincialismo europeo camuflado y vendido al resto del mundo como diseño global / imperial /universal.

Hegel (1999), en las primeras tres décadas del siglo XIX, revoluciona de dos maneras fundamentales la filosofía occidental. Hegel va a cuestionar el solipsismo para situar el sujeto de enunciación en un contexto histórico-universal (Hegel, 1997, 1999) y va a superar el dualismo al plantear la identidad del sujeto y el objeto (Hegel, 2004).

Esto lo logra Hegel cuestionando el trascendentalismo kantiano de dos maneras: 1) en lugar de categorías innatas, Hegel (1999) historiza las categorías filosóficas y 2) en lugar del dualismo kantiano acerca de la imposibilidad de conocer la cosa en sí, para Hegel la verdad es el todo, es decir, el proceso mismo de movimiento dialéctico del pensamiento que capta el movimiento de la cosa misma (Hegel, 2004).

Para Hegel el movimiento del pensamiento va de lo abstracto a lo concreto. El desarrollo de las categorías corre paralelo a la historia universal, siendo ésta una expresión de la primera. Las categorías o conceptos se deducen a partir de las mediaciones, contradicciones y negaciones del pensamiento y se mueven de universales abstractas hacia universales concretas. Por negación de categorías, Hegel no entiende desaparición de las mismas sino subsunción, es decir, que las categorías simples se mantienen como determinaciones de las categorías más complejas.

A través de ese movimiento, Hegel pretende llegar a un Saber Absoluto válido más allá de todo tiempo y espacio. Por universalismo abstracto, Hegel entiende categorías simples, es decir, sin determinaciones, que no contienen dentro de sí otras categorías. Este es el punto de partida hegeliano.

Lo universal concreto para Hegel serían aquellas categorías complejas que, luego de que el pensamiento ha pasado por varias negaciones y mediaciones, son ricas en múltiples determinaciones (Hegel, 1997, 1999). Por múltiples determinaciones, Hegel entiende aquellas categorías complejas que contienen subsumidas (sin que desaparezcan) las categorías más simples luego de éstas ser negadas a través de un proceso dialéctico de pensamiento.

El método dialéctico hegeliano es una maquinaria epistémica que va a subsumir y transformar toda alteridad y diferencia en parte de lo mismo hasta llegar al Saber Absoluto que sería «el saber de todos los saberes» y que coincidiría con el fin de la historia pues de ahí en adelante nada nuevo puede ser producido a nivel del pensamiento y de la historia humana.

En la pretensión de Saber Absoluto, Hegel termina traicionando su innovación a nivel del universalismo epistémico, el de los enunciados, cuando en lugar de continuar con su historización de las categorías y los enunciados, el saber absoluto sería un nuevo tipo de universalismo cartesiano verdadero para toda la Humanidad y para todo tiempo y espacio.

La diferencia entre Descartes y Hegel es que para el primero el universalismo eterno es a priori, mientras que para el segundo el universal eterno solo es posible a través de una reconstrucción histórica a posteriori del Espíritu Universal a través de toda la historia de la humanidad. Pero por «Humanidad», Hegel no reconoce a todos los humanos. Hegel se veía así mismo como el filósofo de los filósofos, como el filósofo del fin de la historia. Hegel, en continuidad con el racismo epistémico de los filósofos occidentales que le antecedieron, concebía el espíritu universal, la razón, moviéndose de Oriente hacia Occidente (Hegel, 1999).

Oriente es el pasado que quedó estancado, Occidente es el presente que desarrolló el Espíritu Universal y la América blanca es el futuro. Si Asia forma una etapa inferior del espíritu universal, África y el mundo indígena no forman parte del mismo y las mujeres ni siquiera son mencionadas excepto para hablar del matrimonio y la familia.

Para Hegel, el Saber Absoluto, si bien es un universal concreto en el sentido de que es el resultado de múltiples determinaciones, solamente podía ser alcanzado por un hombre-blanco-cristiano-heterosexual-europeo y la multiplicidad de las determinaciones del saber absoluto son subsumidas al interior de la cosmología/ filosofía occidental.

Nada queda fuera como alteridad en el Saber Absoluto hegeliano. Por consiguiente, el racismo epistemológico cartesiano y kantiano del universalismo abstracto epistémico (Tipo II), donde desde un particular se define lo universal, queda intacto en Hegel. Filosofías otras como las orientales son  despreciadas y en el caso de filosofías indígenas y africanas no son dignas de ser llamadas filosofía pues el Espíritu Universal nunca pasó por allá.

Marx, a mediados del siglo XIX, hace variaciones importantes dentro de la trayectoria del pensamiento filosófico occidental. Vamos a limitarnos aquí a los dos tipos de universalismo en discusión. Marx hace una crítica a la dialéctica hegeliana por su idealismo y al materialismo de Feuerbach por su mecanicismo/ reduccionismo, por su ausencia de dialéctica frente a la práctica humana de transformación de la naturaleza y de sí mismo.

Para Marx, el movimiento hegeliano de lo abstracto a los concreto no es un movimiento simplemente de categorías filosóficas sino de categorías de la economía política (Marx, 1972). Contrario a Hegel, para Marx las determinaciones de la economía política sobre la vida social de los humanos adquiere primacía sobre las determinaciones conceptuales. De ahí que en Marx, el elevarse de lo abstracto a lo concreto hegeliano sea un movimiento del pensamiento en el interior de las categorías de la economía política de su época (Marx, 1972).

Aunque la definición de abstracto y concreto es muy parecida a la de Hegel, en la que lo concreto es lo rico en múltiples determinaciones, Marx se diferencia de Hegel en la primacía que le da a las categorías de la economía política y en el hecho de que hay un movimiento anterior al elevarse de lo abstracto a lo concreto que Hegel no reconoce y es el movimiento de lo concreto hacia lo abstracto, es decir, desde la percepción sensorial y realidad empírica situada en un momento de la evolución de la economía política y la lucha de clases hacia las categorías más abstractas (Marx, 1972).

Al igual que Hegel, Marx historiza las categorías. Sin embargo, lo que para Hegel es el punto de partida, es decir, las categorías universales más abstractas de las cuales deduce la realidad, en Marx (1972) las categorías abstractas son puntos de llegada. En el giro materialista de Marx, las categorías más abstractas son aquellas que se producen a partir de un proceso histórico-social de pensamiento muy complejo. De manera que para Marx el movimiento del pensamiento va, primero, de lo concreto hacia lo abstracto para producir categorías simples y abstractas y, luego, hace el retorno de lo abstracto hacia lo concreto para producir categorías complejas.

Hegel veía el segundo movimiento (de lo abstracto a lo concreto, de conceptos simples a conceptos complejos), pero por su idealismo era ciego ante el primer movimiento (de lo concreto hacia lo abstracto, de conceptos vacíos hacia los conceptos más simples). Por ejemplo, la categoría trabajo es una categoría simple que surge en un momento particular de la historia humana cuando socialmente el trabajo se abstrae de su multiplicidad concreta.

De acuerdo a Marx, esto solamente se da en el sistema capitalista cuando las relaciones mercantiles se hacen dominantes en las relaciones sociales de producción. El pensamiento económico solamente puede abstraer esta categoría como concepto simple y abstracto en determinado momento de desarrollo de la historia humana. Anteriormente, para hablar de trabajo se hacía referencia al trabajo concreto que realizaba la persona: zapatero, costurero, agricultor, etc.

Es cuando socialmente se miden los diversos trabajos por su valor de cambio (tiempo de trabajo socialmente necesario para producir una mercancía) y no por su valor de uso (el tipo de trabajo cualitativo envuelto para producirla) cuando se posibilita socialmente la emergencia de la categoría «trabajo» como concepto abstracto con indiferencia del trabajo concreto particular.

Es decir que para Marx el pensamiento no surge de la cabeza de la gente en determinado momento de desarrollo del espíritu como pareciera ocurrir con Hegel, sino que surge de determinada situación histórico-social concreta del desarrollo de la economía política. Así, Marx sitúa epistémicamente la producción de conocimiento, no como resultado del desarrollo del Espíritu de una época sino del desarrollo material de las relaciones de producción.

Este aterrizaje de la historia del Espíritu hegeliano hacia la historia de la economía política y su relación con el pensamiento de una época, es lo que hace a Marx darle un viraje materialista a la dialéctica hegeliana. Por consiguiente, Marx va a enfatizar en el carácter de clase de la perspectiva política, teórica y filosófica en cuestión. El punto de vista del proletariado será para Marx el punto de partida epistemológico para una crítica frente a lo que él caracterizaba como la economía política burguesa.

Esto representaba una ruptura importante con la tradición filosófica de occidente en cuanto a los dos tipos de universalismos. En el tipo A, el universalismo de los enunciados, Marx situaba los enunciados, al igual que Hegel, en contexto histórico.

Diferente a Hegel, el contexto histórico ya no era el Espíritu universal sino el desarrollo de la economía-política, del modo de producción y de su correspondiente lucha de clases. Las condiciones de producción toman primacía sobre la conciencia en toda época histórica, enunciado todavía universal abstracto, pero en cada época variaría el cómo opera la determinación «en última instancia» de los proceso económicos.

Tenemos aquí un universal abstracto que se llenaría con los contenidos de la economía política de cada época histórica, haciéndose concreto. Por su parte, en el universalismo abstracto tipo B, Marx situaba el sujeto de enunciación según su relación con las clases y con la lucha de clases. De manera, que contrario a la tradición que va desde Descartes hasta Hegel, Marx sitúa su geopolítica del conocimiento en relación con las clases sociales.

Marx piensa desde la situación histórico-social del proletariado europeo. Desde ahí propone un diseño global / universal como la solución a los problemas de toda la humanidad: el comunismo. Lo que Marx mantiene en común con la tradición filosófica occidental es que su universalismo a pesar de que surge desde una localización particular, en este caso el proletariado, no problematiza el hecho de que dicho sujeto sea europeo, masculino, heterosexual, blanco, judeo-cristiano, etc.

El proletariado de Marx es un sujeto en conflicto con el interior de Europa, lo que no le permite pensar fuera de los límites eurocéntricos del pensamiento occidental. La diversalidad cosmológica y epistemológica así como la multiplicidad de relaciones de poder sexual, de género, racial, espiritual, etc., no queda incorporada ni situada epistémicamente en su pensamiento.

Al igual que los pensadores occidentales que le antecedieron, Marx participa del racismo epistémico en el que solamente existe una sola epistemología con capacidad de universalidad y ésta sólo puede ser la tradición occidental. En Marx, en el universalismo epistémico de segundo tipo, el sujeto de enunciación queda oculto, camuflado, escondido bajo un nuevo universal abstracto que ya no es «el hombre», «el sujeto trascendental», «el yo», sino «el proletariado» y su proyecto político universal es «el comunismo».

De ahí que el proyecto comunista en el siglo XX fuera desde la izquierda otro diseño global imperial / colonial que bajo el imperio soviético intentó exportar al resto del mundo el universal abstracto del «comunismo» como «la solución» a los problemas planetarios. Marx reproduce un racismo epistémico muy parecido al de Hegel que no le permite afirmar que los pueblos y sociedades no-europeas son coetáneos ni que tienen la capacidad de producir pensamiento digno de ser considerado parte del legado filosófico de la humanidad o de la historia mundial.

Para Marx, los pueblos y sociedades no-europeas son primitivos, atrasados, es decir, el pasado de Europa. No habían alcanzado el desarrollo de las fuerzas productivas ni los niveles de evolución social de la civilización europea. De ahí que a nombre de civilizarlos y de sacarlos del estancamiento ahistórico de los modos de producción pre-capitalistas, Marx apoyara la invasión británica de la India en el siglo XVIII y la invasión estadounidense del norte de México en el siglo XIX.

Para Marx, el «modo de producción asiático» era el concepto orientalista con que caracterizaba a las sociedades no occidentales. El «modo de producción asiático» se caracterizaba por su incapacidad de cambio y transformación, es decir, por su siempre infinita y eterna reproducción temporal.

Marx participaba de la linealidad del tiempo del pensamiento evolucionista occidental. El capitalismo era un sistema más avanzado y, siguiendo la retórica de salvación de la modernidad eurocentrada (Mignolo, 2000), era mejor para los pueblos no-europeos acelerar por medio de invasiones imperiales su proceso evolutivo hacia el capitalismo que continuar estancados en formas antiguas de producción social.

Este evolucionismo economicista llevó a los marxistas en el siglo XX a un callejón sin salida. El pensamiento marxista desde la izquierda quedó atrapado en los mismos problemas de eurocentrismo y colonialismo en que quedaron atrapados pensadores eurocentrados desde la derecha.

Hasta aquí quiero destacar dos puntos cruciales:

1.Cualquier cosmopolitismo o propuesta global que se construya  a partir del universalismo abstracto de segundo tipo, es decir, del epistemológico, de la egopolíticadel conocimiento, no escapará de ser un diseño global imperial /colonial.

Si la verdad universal se construye a partir de la epistemología de un territorio, una sola tradición de pensamiento y un cuerpo particular (sea occidental, cristiano o islámico) en exclusión y marginalización de los otros, entonces el cosmopolitismo o propuesta global que se construya desde dicha epistemología universalista abstracta será inherentemente imperialista / colonial.

2. El universalismo abstracto epistémico en la tradición de la filosofía occidental moderna forma parte intrínseca del racismo epistemológico. Si la razón universal y la verdad solamente puede partir de un sujeto blanco-europeomasculino-heterosexual y si la única tradición de pensamiento con dicha capacidad de universalidad y de acceso a la verdad es la occidental, entonces no hay universalismo abstracto sin racismo epistémico.

El racismo epistemológico es intrínseco al «universalismo abstracto» occidental que considera inferiores a todas las epistemologías no-occidentales y encubre quién habla y desde dónde habla en las relaciones de poder global.

Entonces, si no existe pensamiento fuera de alguna localización particular en el mundo, la pregunta es: ¿cómo salir del dilema entre particularismos provinciales aislados versus universalismos abstractos camuflados de «cosmopolitas» pero igualmente particulares y provinciales? ¿Cómo descolonizar el universalismo occidentalista?

Aimé Césaire y su Universalismo Otro

Para salir del atolladero de la ego-política del conocimiento es indispensable mover la geografía de la razón hacia una geopolítica y corpo-política del conocimiento «otra». Aquí cambiaremos la geografía de la razón de los filósofos occidentales hacia el pensador afro-caribeño Aimé Césaire, de la isla de Martinica y quien fuera el maestro de Fanon.

Aimé Césaire en su carta de renuncia al Partido Comunista Francés a mediados de los años cincuenta del siglo pasado y dirigida al Secretario General en la época, Maurice Thorez, ataca el universalismo abstracto del pensamiento marxista eurocéntrico. Césaire dice lo siguiente:

¿Provincialismo? En absoluto. No me encierro en un particularismo estrecho. Pero tampoco quiero perderme en un universalismo descarnado. Hay dos maneras de perderse: por segregación amurallada en lo particular o por disolución en lo “universal”. Mi concepción de lo universal es la de un universal depositario de todo lo particular, depositario de todos los particulares, profundización y coexistencia de todos los particulares (Césaire, 2006: 84)

El eurocentrismo se perdió por la vía de un universalismo descarnado que disuelve todo particular en los universal. El concepto de «descarnado» es aquí crucial. Para Césaire, el universalismo abstracto es aquel que desde un particularismo hegemónico pretende erigirse en diseño global imperial para todo el mundo y que al representarse como «descarnado» esconde la localización epistémica de su locus de enunciación en la geopolítica y la corpo-política del conocimiento.

Este movimiento epistémico típico de las epistemologías eurocéntricas del «punto cero» y de la «ego-política del conocimiento» ha sido central en los proyectos coloniales.

Con esta crítica, Césaire, desde la memoria de la esclavitud y la experiencia de

la corpo-política del conocimiento de un negro caribeño, desvela y visibiliza la geopolítica y la corpo-política de conocimiento blanca-occidental camuflada bajoel universalismo abstracto «descarnado» de la ego-política del conocimiento.

El imperio francés con su republicanismo universalista ha sido uno de los exponentes mayores del universalismo abstracto al pretender subsumir, diluir y asimilar a todos los particulares bajo la hegemonía de una sola particularidad, en este caso, el hombre blanco occidental.

Este es el universalismo que gran parte de las élites criollas blancas latinoamericanas, imitando el republicanismo imperial francés, han reproducido en los discursos de «nación» disolviendo las particularidades africanas e indígenas en el universal abstracto de la «nación» que privilegia la particularidad de la herencia europea de los blancos criollos sobre los demás.

Pero vemos también la reproducción del universalismo colonial eurocentrado no solamente en los discursos de derecha, sino también en corrientes contemporáneas marxistas y pos-marxistas, como discutiremos más adelante.

Frente al proyecto del universalismo abstracto racista e imperial y contrario a los fundamentalismos tercemundistas, la descolonización para Césaire desde la experiencia afro-caribeña no pasa por afirmar un particularismo estrecho y cerrado que conduzca a un provincialismo o a un fundamentalismo segregacionista que se amuralla en su particularidad.

Para Césaire, la descolonización pasa por la afirmación de un universalismo concreto depositario de todos los particulares.

Si el universalismo abstracto establece relaciones verticales entre los pueblos, el universalismo concreto de Césaire es necesariamente horizontal en sus relacionesentre todos los particulares. Aquí la noción de universalismo concreto adquiere otra significación muy distinta a la de Hegel y Marx. Si el universalismo concreto en Hegel y Marx eran aquellos conceptos ricos en múltiples determinaciones pero dentro de una misma cosmología y una mismo episteme (en este caso la Occidental), donde el movimiento de la dialéctica tritura toda alteridad en lo mismo, en Césaire el universalismo concreto es aquel que es resultado de múltiples determinaciones cosmológicas y epistemológicas (un pluri-verso, en lugar de un uni-verso).

El universalismo concreto «césaireano» es el resultado de un proceso horizontal de diálogo crítico entre pueblos que se relacionan de igual a igual. El universalismo abstracto es inherentemente autoritario y racista mientras que el universalismo concreto de Césaire es profundamente democrático. Esta intuición filosófica de Césaire, pensada desde la geopolítica y corpo-política afro-caribeña, ha sido fuente de inspiración para pensar en salidas prácticas a los dilemas contemporáneos de la explotación y dominación del sistema-mundo contemporáneo.

Inspirado en estas intuiciones filosóficas de Césaire intentaré contestar las siguientes preguntas: ¿Qué sería hoy día un proyecto de descolonización universalista concreto césaireano? ¿Cuales son las implicaciones políticas de este proyecto? ¿Cómo concretizar estas intuiciones filosóficas de Césaire en un proyecto de transformación radical del patrón de poder colonial de este «sistema-mundo europeo/ euro-norteamericano capitalista / patriarcal moderno / colonial»?

La transmodernidad como proyecto utópico descolonizador

Un diálogo horizontal liberador, en oposición al monólogo vertical de Occidente, requiere de una descolonización en las relaciones globales de poder. No podemos asumir el consenso habermasiano o las relaciones horizontales de igualdad entre las culturas y los pueblos cuando a nivel global están divididos en los dos polos de la diferencia colonial.

Sin embargo, podemos comenzar a imaginar mundos alter-nativos más allá de la disyuntiva eurocentrismo versus fundamentalismo. La transmodernidad es el proyecto utópico que, desde la mirada epistémica mestiza en América Latina, propone Enrique Dussel (1994) para trascender la versión eurocéntrica de la modernidad.

En oposición al proyecto de Habermas que propone como tarea central la necesidad de culminar el proyecto inacabado e incompleto de la modernidad, la transmodernidad de Dussel es el proyecto para culminar a través de un largo proceso el inacabado e incompleto proyecto de la descolonización.

La transmodernidad sería la concretización en el nivel del proyecto político del universalismo concreto que la intuición filosófica césaireana nos invita a construir.

En lugar de una modernidad centrada en Europa / Euro-norteamérica e impuesta como proyecto global imperial / colonial al resto del mundo, Dussel argumenta por una multiplicidad de propuestas críticas descolonizadoras contra la modernidad eurocentrada y más allá de ella desde las localizaciones culturales y epistémicas diversas de los pueblos colonizados del mundo. Si no hay un afuera absoluto a este sistema-mundo, tampoco hay un adentro absoluto. Las epistemologías alternas podrían proveer lo que el crítico cultural caribeño Edward Glissant propone: una «diversalidad» de respuestas a los problemas de la modernidad realmente existente.

La filosofía de la liberación sólo puede venir de los pensadores críticos de cada cultura en diálogo con otras culturas. La liberación de la mujer, la democracia, los derechos civiles, las formas de organización económicas alternas a este sistema solo pueden venir de las respuestas creativas de los proyectos ético-epistémicos locales.

Por ejemplo, las mujeres occidentales no pueden imponer su noción de liberación a las mujeres del mundo islámico o indígena. De igual forma, el hombre occidental no puede imponer su noción de democracia a los pueblos no-europeos. Esto no representa un llamado a buscar soluciones fundamentalistas o nacionalistas a la colonialidad del poder global. Es un llamado a buscar en la diversalidad epistémica y la transmodernidad una estrategia o mecanismo epistémico hacia un mundo descolonizado transmoderno que nos mueva más allá de los fundamentalismos del tipo eurocentrista primermundista y del tipo eurocentrista tercermundista.

Por los últimos 513 años del sistema-mundo Europeo / Euro-americano moderno / colonial capitalista / patriarcal fuimos del «cristianízate o te mato» en el siglo XVI, al «civilízate o te mato» en los siglos XVIII y XIX, al «desarróllate o te mato» en el siglo XX y, más recientemente, al «democratízate o te mato» a principios del siglo XXI.

Ningún respeto ni reconocimiento a formas de democracia indígenas, islámicas o africanas. Las formas de alteridad democráticas son rechazadas a priori. La forma liberal occidental de democracia es la única legitimada y aceptada, siempre y cuando no comience a atentar contra los intereses hegemónicos occidentales. Si las poblaciones no-europeas no aceptan los términos de la democracia liberal, entonces se les impone por la fuerza en nombre del progreso y la civilización.

La democracia necesita ser reconceptualizada en una forma transmoderna para poder decolonizarla de su forma liberal occidental, es decir, de la forma racializada y capitalista de la democracia occidental.

Por medio de la radicalización de la noción de exterioridad de Levinas, Dussel ve el potencial epistémico de aquellos espacios relativamente exteriores que no han sido completamente colonizados por la modernidad europea. Estos espacios exteriores no son ni puros ni absolutos. Ellos han sido producidos y afectados por la modernidad / colonialidad del sistema-mundo.

Es desde la geopolítica y corpo-política del conocimiento de esta exterioridad o marginalidad relativa que  emerge el pensamiento crítico fronterizo como una crítica de la modernidad hacia un mundo descolonizado transmoderno pluriversal de múltiples y diversos proyectos ético-políticos en los que una real comunicación y diálogo horizontal con igualdad pueda existir entre los pueblos del mundo más allá de las lógicas y prácticas de dominación y explotación del sistema-mundo.

Sin embargo, para lograr este proyecto utópico es fundamental transformar el sistema de dominación y explotación del patrón de poder colonial del presente «sistema-mundo europeo/ euro-norteamericano moderno-colonial capitalista / patriarcal».

¿Pos-modernidad vs. trans-modernidad?

Todo lo dicho hasta ahora no tiene nada que ver con la perspectiva posmodernista.

La perspectiva transmoderna no es equivalente a la crítica posmodernista. La posmodernidad es una crítica eurocéntrica al eurocentrismo. Reproduce todos los problemas de la modernidad / colonialidad. Tomemos de ejemplo al posmodernismo de Ernesto Laclau y Chantal Mouffe (1985) y contrastémoslo con el zapatismo.

Para Laclau y Mouffe los procesos de formación de hegemonía se constituyen cuando un sujeto particular se convierte en significante vacío a través del cual todos los particulares se identifican y lo imprimen de sentido, estableciendo cadenas de equivalencia entre sí y creando simultáneamente cadenas de diferencia contra un enemigo común.

Este bloque de poder contra-hegemónico es siempre hegemonizado por un particular que se convierte en representante de todas las formas de opresión contra un enemigo común pero que no incorpora cada particularidad en sí misma sino que las disuelve en el universal abstracto del significante vacío representativo del sujeto particular que articule las cadenas de equivalencia entre los oprimidos.

Por eso para Laclau un ejemplo de proceso hegemónico es el grito de «Viva Perón» (Laclau, 2005). Este grito de «Viva Perón», a través del cual todos los oprimidos se identificarían, disuelve todas las demandas particulares en un universal abstracto, en este caso privilegiando el movimiento peronista con su significante «Perón», que hegemoniza el bloque de poder popular contra el enemigo común. El problema con Laclau y Mouffe es que no pueden concebir otras formas de universalismo que no sea la del universalismo abstracto eurocentrado donde un particular se erige en representativo de todos los particulares sin reconocerlos a plenitud y disolviéndolos en su particularidad y sin que el nuevo universal sea resultado de una negociación entre todos los particulares.

Por supuesto, para Laclau y Mouffe la diferencia que se alcanza a reconocer tiene un límite: la alteridad epistemológica. La alteridad epistémica de los pueblos no-europeos no es reconocida. Se reconocen solamente las diferencias en el interior del horizonte de significaciones de la cosmología y epistemología occidental. Para Laclau y Mouffe no hay un afuera, ni siquiera un afuera relativo al pensamiento occidental.

Observemos el contraste entre esta forma de universalismo y la que proponen los Zapatistas con la «Otra Campaña». Vale aclarar que aquí no estoy prejuzgando el éxito o fracaso de una visión política pues en la lucha política nada esta garantizado. Se puede ganar o perder, lo que quiero enfatizar aquí es la concepción «otra» de hacer política. Los Zapatistas lejos de ir al pueblo con un programa pre-hecho y enlatado como hacen todos los partidos de derecha e izquierda, parten de la noción de los indígenas tojolabales del «andar preguntando».

El «andar preguntando» plantea una manera otra de hacer política muy distinta al «andar predicando» de la cosmología judeo-cristiana occidental reproducida por marxistas, conservadores y liberales por igual. El «andar preguntado» está ligado al concepto tojolabal de democracia entendida como «mandar obedeciendo» donde «el que manda obedece y el que obedece manda» lo cual es muy distinto a la democracia occidental donde «el que manda no obedece y el que obedece no manda».

Partiendo de esta cosmología «otra», los Zapatistas, con su «marxismo tojolabaleño», comienzan la «Otra Campaña» desde el «retaguardismo» que va «preguntando y escuchando», en lugar del «vanguardismo» que va «predicando y convenciendo». La idea de la «Otra Campaña» es que al final de un largo «Diálogo Crítico Transmoderno» con todo el pueblo mexicano se articule un programa de lucha, un universal concreto que incluya dentro de sí las demandas particulares de todos los sujetos y epistemes de todos los oprimidos mexicanos.

Los zapatistas no parten de un universal abstracto (El Socialismo, El Comunismo, La Democracia, La Nación, como significante flotante o vacío) para luego ir a predicar y convencer de la justeza del mismo a todos los mexicanos. Ellos parten del «andar preguntado» en el que el programa de lucha es un universal concreto construido como resultado, nunca como punto de partida, de un diálogo crítico transmoderno que incluye dentro de sí la diversalidad epistémica y las demandas particulares de todos los oprimidos de México.

Observen cómo éste es un «Universal Otro», como diría Walter Mignolo (2000), un pluriversal muy distinto a los universales abstractos del «significante vacío» de los procesos hegemónicos de Laclau y Mouffe, el «subalterno» de Gramsci o la «multitud» de Hardt y Negri. La descolonización de la noción de universalidad occidental eurocentrada es una tarea central para hacer posible el lema Zapatista de construir «un mundo donde quepan otros mundos».

Partido de Vanguardia vs. Movimiento de Retaguardia

Esta discusión tiene implicaciones fundamentales para los debates de la izquierda contemporánea. El partido leninista parte de una noción cosmológica mesiánica cristiana. Cuando Lenin (1977) nos dice que «sin teoria revolucionaria, no hay movimiento revolucionario» usa a Kautsky como modelo. Lenin cita a Kautsky para decir que los obreros eran incapaces de producir conciencia de clase y teoría revolucionaria porque éstos no tenían la capacidad de producir espontáneamente ni su teoría ni su conciencia de clase.

Por tanto, esto solo les puede llegar desde afuera, es decir, predicándola. ¿Y quienes son los que producen esta teoría y van a predicarla? De acuerdo con Kautsky, apoyado por Lenin, solamente los intelectualesburgueses, críticos de su propia posicionalidad de clase, les es posible producirla conciencia y la teoría que el proletariado necesita para emanciparse. De ahí la necesidad de un partido de vanguardia.

Este es otro viejo debate, que hay que revisar con lentes decoloniales. En Lenin, vía Kautsky, se reproduce la vieja episteme colonial donde la teoría es producida por las élites blancas-burguesas-patriarcales-occidentales y las masas son entes pasivos, objetos y no sujetos de la teoría. Tras el supuesto secularismo, se trata de la reproducción del mesianismo judeo-cristiano encarnado en un discurso secular marxista de izquierda. La diferencia entre Lenin y Kautsky es en el tipo de mesianismo. En Lenin se reproduce de manera muy cruda el mesianismo cristiano, mientras que en Kautsky se reproduce el mesianismo judío.

En el mesianismo judío, como el Mesías nunca ha llegado, lo importante es el mensaje y no el mensajero. Por el contrario, en el mesianismo cristiano, a diferencia del mesianismo judío (¿Kautsky?), como el mesías llegó, resucitó y todavía vive, es más importante el mensajero que el mensaje. En el mesianismo judío están los profetas anunciando la llegada del mesías y el fin de los imperios terrestres. En el mesianismo cristiano está el mesías y se trata no tanto de cuestionar lo que dijo sino de entregarse al mesías sin mucho cuestionamiento. Del mesianismo cristiano leninista, llegamos a Stalin, seminarista cristiano convertido al bolchevismo. En fin: Stalin es un resultado de Lenin.

¿Qué pasa cuando la política sale de la cosmología judeo-cristiana hacia cosmologías otras? Sin negar la posibilidad de mesianismos otros, en los zapatistas el giro decolonial se da en una forma «otra» de hacer política que partiendo de cosmologías indígenas en el sur de México proponen formas alternas de práctica política. Los zapatistas parten del «andar preguntado» y de ahí proponen un «movimiento de retaguardia» que contribuya a articular un amplio movimiento pensado desde los «condenados de la tierra» de todo México.

El «andar preguntando» lleva a lo que los Zapatistas llaman «movimiento de retaguardia» frente al «andar predicando» del leninismo que lleva al «partido de vanguardia».

El partido de vanguardia parte de un programa a priori enlatado que como es caracterizado de «científico» se autodefine como «verdadero». De esta premisa se deriva una política misionera de predicar para convencer y reclutar a las masas a la verdad del programa del partido de vanguardia. Muy distinta es la política posmesiánica Zapatista que parte de «preguntar y escuchar» donde el movimiento de «retaguardia» se convierte en un vehículo de un diálogo crítico transmoderno, epistémicamente diverso, y por consiguiente, decolonial.

Referencias

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