Guillermo Escalón: «I.2 Baltazar, el impaciente» (memoria)

Escalón rememora al poeta del cine salvadoreño, a su jazzista, a su cuentista: el solitario e impaciente Baltazar Polío. Baltazar Polío sólo le temía a una cosa en la vida: el aburrimiento. Su vida y su obra son un continuo combate contra este estado del espíritu que, en algunos casos graves, como el suyo, puede ser peor que la depresión, la melancolía o el vacío existencial.

En el estudio de su casa había un piano, al que se acercaba con bastante frecuencia y en el que tocaba unos cuantos compases con bastante soltura y gozo antes de aburrirse, entonces encendía un pequeño televisor que estaba sobre el piano y cambiaba canales mientras seguía interpretando “El Lago de Como” (“Le Lac de Come” de C. Galos), una de sus piezas favoritas.

Practicar un instrumento musical mientras se ve televisión es desaconsejable para cualquier músico serio… pero Baltazar no era un músico serio. Era un aficionado al piano que se aburría de él a los quince minutos.

En su estudio, además del piano, había una chimenea central del tipo campana metálica. En más de una ocasión pude observarlo oír música con unos audífonos autónomos mientras patinaba en círculos alrededor de su chimenea. La simultaneidad de las dos operaciones, música y círculos, lograban vencer el aburrimiento por otros quince minutos.

Todo era una forma de correr para que el aburrimiento no lo alcanzara.

Pude verlo editar algunas de sus películas. Era todo un espectáculo. Las tiras de celuloide de 16 milímetros no eran cortadas con tijeras, ni siquiera con la cortadora especial llamada “Incollatrice” del inventor italiano Leo Catozzo. No…  Baltazar era un editor impaciente y cortaba las escenas con las manos, como un escritor rompe una página que lo defrauda. Se colgaba al hombro las diferentes escenas y las analizaba a gran velocidad en su pequeña pantalla de visionado Zeiss Ikon. Ya no existen esas cosas y no viene al caso disertar sobre la historia de las técnicas. Sólo quiero recordar a Baltazar Polío y su eterna carrera contra el tiempo.

Si hubiera nacido escritor se habría dedicado al cuento corto, pero fue cineasta y se dedicó al cortometraje.

Hacía un corto por año, de quince minutos ya vimos la razón, y cierta cantidad de comerciales de 30 segundos para televisión, que le permitían los ingresos necesarios para no depender económicamente de una madre que lo adoraba y que lo habría mantenido sin problemas el resto de su vida sin hacerlo sentir un niño mimado.

¿Era un niño mimado? Lo era. ¿Era un genio? No tuvo el tiempo necesario para demostrarlo, ni tampoco le hubiera interesado demostrar nada en una sociedad como la salvadoreña, a la que despreciaba calladamente.

Su sociedad ideal la había conocido en Niza, en la Costa Azul de Francia, donde asistió a algunos rodajes del cine francés, y donde fue seducido por ese medio y sus artefactos.

Creía en la ficción y aborrecía el documental. Topiltzín, El Negro y El Indio y El Gran Debut son ejercicios de ficción pura, realizadas con medios irrisorios, producidas sin hacer antesala a instituciones, mecenas o patrocinadores. Y no por un afán de independencia creativa, lejos de él cualquier pose de “artista”, sino por temor al aburrimiento de tener que esperar antes de filmar.

Cuando se le ocurrió contar la vida cotidiana de un niño vendedor de diarios, buscó y encontró a quien sería un compañero de trabajo y un amigo fiel. Topiltzín (Antonio Menjívar) fue su hijo adoptivo y su asistente de dirección. Topiltzín es el héroe de nuestro cine neorrealista. El mejor actor de la historia del cine salvadoreño, si es que hay una.

Cuando unos “compas” del Bloque Popular Revolucionario lo abordaron a inicios de los 80’s para proponerle colaborar en la propaganda política, Baltazar les preguntó ingenuamente: “¿Y cuánto tiempo puede tomar esa victoria de la que me hablan?”

Le explicaron entonces que, según la concepción de la guerra popular prolongada, podría tomar muchísimos años. Baltazar les contestó, simplemente: “No me interesa… Muy aburrido.”

Alguien así no hubiera podido esperar muchos años su propia muerte, le llegó demasiado pronto. Lo echamos de menos.

Este texto fue originalmente escrito para un homenaje a Baltazar Polío realizado en el MUPI el 24 de julio de 2013.

Guillermo Escalón: “I.1 Antes de la guerra” (entrevista)

En esta primera entrega, Escalón relata sus experiencias con los pioneros del cine en El Salvador: José David Calderón, Alejandro Cotto y Baltazar Polío.

Guillermo Escalón

Entrevista de Jorge Ávalos y Ruth Grégori

Fotografías: Jorge Ávalos / Archivo de Guillermo Escalón

La Zebra | #13 | Enero 1, 2017

RG: Desde su experiencia personal, ¿qué destacaría del aporte de los pioneros para el desarrollo del cine en El Salvador? ¿Cuál es su visión sobre ellos y su trabajo?

José David Calderón (1928-2016)

GE: El primer contacto que yo tengo con la tecnología del cine fue cuando visito Cine Spot. David Calderón, muy generosamente, llamó a los que estábamos interesados en el cine, a la gente que estábamos ahí como amateurs, a Baltazar Polío, a mí, a Ricardo “Dicky” Stein, a varias personas. Y entonces dijo: “Yo tengo esta infraestructura, aquí tienen a disposición lo que es Cine Spot y vengan a visitarme”.

Nos hizo visitar el laboratorio: “Aquí está la máquina de revelado”, un maquinón inmenso donde vos metías la película, el negativo, para revelar, y nos dice: “Yo la construí, con las especificaciones de Kodak, pero yo la construí”. “Ahora vengan a ver el impresor óptico”, que es el que hace que la película pase del negativo al positivo, de cuatro ruedas.

Como dos proyectores, hasta el tejado. “Este es basado en un modelo gringo pero yo lo modifiqué”. “Aquí están las mesas de animación”, unas rampas enormes, con cámaras y celuloide abajo para hacer trabajo de animación. Él hacía publicidad y documentales. Eso era una cosa increíble. “Aquí están las cámaras, tengo la suerte de tener una Mitchell”, era una cámara que se usaba en Hollywood para hacer películas, un enorme cubo de hierro. “Además la modifiqué para poder ponerle un blimp para insorizar (blindaje acústico o funda para aislar del sonido a una cámara de cine)”… ¡Era un técnico…!

JA: ¿En qué año fue esto?

GE: Yo ya estaba en la universidad… Yo entré a la universidad en 1967, puede haber sido alrededor de esos años…

JA: Su película más exitosa fue un documental sobre un partido de fútbol, Pasaporte al mundial, de 1969, sobre la clasificación de la Selección Nacional de Fútbol a la Copa Mundial en México, en 1970. Esa película la pasaron por años en el cine Darío, donde yo la vi cuando era niño, y la gente iba sólo por ver la victoria de la Selección Nacional contra Haití en el estadio de Kingston, Jamaica. Yo una vez le pregunté sobre la localización de este documental y David me dijo que se le perdió el último rollo, que se había arruinado en una inundación. Tenemos pocas cosas de él, con la excepción extraordinaria de Los Peces fuera del agua, el largometraje por el cual se le recuerda. Pero vos has hablado de otra película de él que nunca he visto, Izalco, una raza que se extingue. ¿De qué trata?

GE: Izalco es una película documental que él hizo, sobre los indígenas de Izalco. No sé si se habrá perdido, pero ahí aparece la danza del venado, que ya no se hace más.

JA: ¿Trabajaste en algo específicamente con David Calderón?

GE: De manera indirecta sí, porque cuando trabajé con Baltazar Polío en Topiltzin y en El gran debut, el revelado lo hacía David Calderón, gratuitamente.

JA: ¿Aprendiste alguna cosa directamente de David Calderón? Producción, cosas así…

GE: No…

JA: Insistía en esa pregunta por un curioso detalle histórico. ¿Sabías que el gran cineasta cubano de la revolución, Santiago Álvarez, estuvo aquí y trabajó con José David Calderón? Y fue mucho más influyente de lo que la gente cree, pero no en un sentido estético. Uno de los lugares adonde David Calderón fue a aprender cine fue a Cuba, antes de la revolución cubana. Conoce allá a Santiago Álvarez y cuando éste se mete en problemas con Batista no conocía a nadie fuera de Cuba, y se acordó del salvadoreño que había conocido y se vino para acá, huyendo. Entonces se encuentra aquí con la gente que quería producir televisión. Lo que Santiago Álvarez sabía, que no sabía nadie más, era cómo producir para televisión. Toda esa labor de pre planificación, crear presupuestos, crear el guion técnico como base para poder crear el presupuesto… Nadie sabía cómo hacer eso… A partir de esto, lo que te quería preguntar es, si a principios en la década de 1970, cuando estabas trabajando con Baltazar Polío y llegaste a Cine Spot, ¿tenían conciencia… alguna noción de lo que estaban haciendo otros latinoamericanos en cine?

GE: Para nada. Cero. ¿Cine latinoamericano? Ni mencionar. Yo me vengo a enterar que existe cine latinoamericano en los festivales, mucho después… Yo insisto mucho en eso: partimos de la ignorancia, de la falta total de cultura. Cuando alguien me decía “eso se parece a la influencia de no sé quién”… nada.

RG: ¿Hay alguna otra cosa que destacaría respecto a José David Calderón?

GE: Otra cosa, sí, pero negativa. Él hacía un semanario, que se llamaba El suceso en la pantalla, que pasaban los cines, en 35 mm, del que se hicieron 150 entregas. Cuando yo le fui a preguntar, porque yo también anduve en ese rollo de rescate del cine salvadoreño cuando hice Alejandro: “¿Y dónde están todas las latas del semanario?”. Era una revista semanal, y era bellísima, una revista bien hecha… Me respondió: “Fijáte que como ya no teníamos espacio, la quemé toda…”

JA y RG: ¡¿Ah…?!

GE: No, si es increíble… Imperdonable… Entonces, David Calderón es eso, un gran referente y al mismo tiempo un destructor de la misma memoria, de su mismo trabajo.

JA: ¿Cuándo conoces a Alejandro Cotto?

GE: Tal vez estaba yo en primer año de la universidad, o en los últimos de bachillerato, cuando se daban aquellos famosos festivales internacionales de música en los que vino Pablo Casals, Renata Tarragón… Y nosotros, lo que sabíamos de música eran Los Beatles, de música clásica nada. Fumábamos mota, nos íbamos a meter al cine Darío, a los conciertos, nos sentábamos en el pasillo, la camada así de hippies… y oír la quinta de Beethoven así, bien locos, era una iniciación… No académica, pero de puras sensaciones. Entonces nos hicimos un grupo de amigos, como fanáticos del festival y cuando tocó Renata Tarragó fue así como… ¡La guitarra clásica! Nosotros charranganeábamos en guitarras Gálvez, pero oír una guitarra clásica… ¡Un alucine…! Y un día Alejandro Cotto invita a alguien que yo conocía, creo que era Raúl Monzón, y le dice: “Mirá, en mi casa tenemos un guitarrista y va a tocar algunos fragmentos del Concierto de Aranjuez, sin orquesta, lo va a tocar en mi casa y van a oír algo mejor que Renata Tarragó. Si quieren vengan”.

Y agarramos para allá. Era Sila Godoy. ¡Era extraordinario! ¡Extraordinario! Y ahí quedé flechado por la guitarra. Yo toco guitarra. Y el señor, traguitos y toda la cosa, y de ahí saca su estuche… Yo nunca había visto, era como un ataúd, y abre aquella cosa, con forro de terciopelo rojo y saca un instrumento… ¡Puta! Te digo, a nuestras guitarras les hacíamos corazones y flores… Eso sí era una guitarra. Ahí oí a Alejandro hablar por primera vez… “¿Están de acuerdo que es mejor que…?” El maestro Sila verdad… Increíble. Mangoreano. Aparte de que es el gran paisano, es un paraguayo.

JA: Y con Alejandro Cotto, ¿trabajaron en algún proyecto juntos?

GE: Sí… Él quiso hacer una cosa con los muñequitos de Ilobasco. Él, cada año, hacía su nacimiento, pero esa vez quiso hacer una cosa animando a los muñequitos, contando una historia. No me acuerdo la historia de qué iba pero con Roberto Morán, un camarógrafo muy bueno, y yo, hicimos esa animación de muñequitos. Eso se fue a la Televisión Educativa, y ahí se perdió también. ¡Da tristeza, vos, eso!

JA: Nosotros tenemos una historia de cine sin la prueba de que ha existido esa historia. Una historia fantasmal.

GE: Exactamente eso es lo que me lleva a hacer la película sobre Alejandro Cotto, porque él contaba de su participación en los festivales internacionales de cine y nadie había visto nada. Entonces yo le dije: “Hagamos una película sobre vos, pero tenemos que ver tu cine”. “Ah, pero las copias se han ido a…”. “No, si no vemos nada no se puede hacer”. “Bueno, la última noticia que tuve fue que en la bodega del cine Apolo… ahí debe haber algo”. Y nos fuimos al cine Apolo, que ya estaba semi abandonado, y había un montón de latas ahí, podridas. Y ahí estaba El rostro… ¡En serio! Y al ver ya esas mierdas, de las que él hablaba y se vanagloriaba, y él decía… bueno, toda su mitología… ¡y ahí estaban!

JA: ¿Y cómo era él?

GE: ¿No viste Alejandro, la película…? Bueno, hoy hay dos películas, eso es sensacional, porque para que alguien haya hecho otra…

JA: Alejandro se ve y se distribuye de dos maneras diferentes, con dos lecturas completamente diferentes en El Salvador y en el extranjero… Porque en El Salvador la gente la ve, y es la manera en que la presentó Alejandro Cotto es: “Tengo una película sobre mí”.

GE: No sobre él, sino de él. La gente decía: “La película de Alejandro”.

JA: Pero yo he visto reseñas de cuando se presentó en el exterior, en Canadá, parece que la productora es canadiense…

GE: Sí, María Elena Davis (Mary Ellen Davis).

JA: Y al presentarla se decía: “He aquí la historia de un mitómano”. Es decir, ante la dificultad de crear cine en los países pobres, sus creadores se refugian en un mundo de fantasía…

GE: Sí, esa era la idea. La idea motriz de Alejandro fue hacer una película sobre historia del cine en un país sin cine. Alejandro Cotto se prestaba perfectamente a esa idea dado que tenía la virtud de completar con la imaginación lo que le faltara a la vulgar realidad.

JA: Nadie más ha dicho eso en El Salvador en relación a la película. En el país Alejandro es un homenaje, y no el retrato de un mitómano.

GE: Es un mitómano.

JA: Vos sí estás de acuerdo en que era un mitómano.

GE: Absolutamente… Totalmente. Es un mitómano.

RG: Pero, ¿consiguieron premio sus películas?

GE: Por ejemplo, sí fue a Berlín. Y eso es lo bueno del segundo trabajo, que Edwin Arévalo escarbó también. Él se motivó por Alejandro, la primera película, y vino a conocerlo, y entonces trabajó a fondo en ciertas cosas. O sea, se completan las dos cosas. Memorias se llama el documental de Arévalo. El rostro de Alejandro Cotto sí fue a Berlín, y entonces a Cotto le dan lo que le dieron a todos los que presentan sus películas, que es un diploma de participación. Son muy bonitos: “Agradecemos a…” Y como estaba en alemán, él dijo: “Este es el Oso de oro”, este es el premio. Y, como hizo con todo su cine, él prefería hablar de su cine que mostrarlo. Es decir, ¡es mentira lo del premio en Berlín! Pero sí participó. Lo que pasa es que la gente comenzó a decir: “Todo es paja”, “Alejandro es un mentiroso profesional”, “todo es mentira”. Y la película Alejandro demostró, porque había fragmentos, sobre todos los créditos, Un camino de esperanza, El carretón de los sueños, todas las películas. Yo dije: “Hay que escoger fragmentos donde está su nombre”, para demostrar…

RG: Pero usted también lo ha descrito como un quijote…

GE: Sí, porque hacer cine aquí… Había que ser un poco loco…

JA: Aunque por ejemplo, David Calderón, se tomaba mucho crédito por El carretón de los sueños.

GE: Sí, ahí hubo una disputa grande porque eso era un proyecto de la Vivienda Mínima para hacer promoción de los proyectos urbanísticos de casa popular, de casa económica, y entonces dieron ese trabajo a David, para que lo hiciera en Cine Spot.  Todas las filmaciones son de él y sus camarógrafos, pero luego no podían editar todo ese desmadre, y no sé cómo le llegó el segundo contrato a Cotto y entonces él arma lo que David Calderón había filmado.

Y se pone él, lo que está bien, además dice Cine Spot y todo, no es que no lo cita. Pero hay celos… Y volviendo a Cotto, cuando él habla de Universo menor, que nunca lo terminó, es una película que quedó en rushes (trozos editados). Nosotros la terminamos de editar, aparece un rótulo ahí, al final de la película, de Fernando Pessoa, que dice: “Mi vida imaginaria ha sido siempre la única verdadera para mí”.

Entonces es una manera de dejar, elegantemente, el testimonio, de decir que era eso: su vida era lo que él se imaginaba, pero que se lo terminó creyendo. Ahora, en esa mitomanía, en esa locura, en esa también cursilería de las películas, hay una cosa artística. ¡Es innegable que hay una cosa artística enorme! Es mucho más artista que David. José David Calderón es más admirable como impulsor y productor del cine salvadoreño. Alejandro Cotto es el soñador… Sí.

JA: ¿O sea que tú no habías visto El rostro hasta que…?

GE: Hasta que hice Alejandro. Ni El rostro, ni El carretón de los sueños…

Baltazar Polío (1949-1989)

JA: ¿Cómo conoces y llegas a trabajar con Baltazar Polío?

GE: Cuando Baltazar llegó de Niza, creo que fue Manuel Sorto quien me lo presentó, me dijo: “Un chavo súper pilas quiere hacer una película sobre un vendedor de diarios, ya empezó a filmar. Ayudémole”. Y nos reunimos en Metrocentro, en un cafetín, y platicamos con Baltazar Polío. Mi primera colaboración con él fue en su película Topiltzin (“pequeño príncipe” náhuat-pipil). Se estrenó en la sala de CAESS, lo que es ahora el Teatro Luis Poma… Trabajé en dos películas con él, en Topiltzin y en El gran debut; en El negro y el indio ya no.

RG: En el foro sobre los pioneros del cine usted decía de él que lo consideraba como un jazzista…

GE: Sí, porque no planeaba nada, todo lo tenía en la mente y producía de una manera improvisada. Improvisación permanente. Y también editaba como un jazzista. ¡Tas! (gesto de cortar la película con los dientes), con los dedos y con los dientes. Increíble… Y sus referencias del cine… en Niza participó en un rodaje de Louis de Funès, en una película industrial…

JA: Yo a Louis de Funès sólo lo ubico por Fantomas…

GE: ¡No! Tiene grandes cosas: Las aventuras del rabí Jacob, El gendarme de Saint-Tropez… De ahí viene todo el rollo de Baltazar…

RG: ¿Cuál diría usted que fue el peso, el aporte, de Polío al desarrollo del cine en El Salvador?

GE: También desde la pasión por el cine. Sin una gran cultura cinematográfica, sin una formación académica sino que de una manera intuitiva, el cineasta intuitivo, que podía trabajar mientras no se aburriera… Era un tipo como los chavitos de hoy, multitask, que están en el celular, oyen música y se comunican. Él era así. Él tocaba piano. Entonces, estaba en su estudio tocando piano pero se aburría, entonces ponía la televisión. Entonces estaba viendo televisión y estaba tocando piano, y se aburría. Entonces ponía música de parlantes y se ponía patines. Y tenía una chimenea en su casa, en su estudio, se ponía a patinar alrededor, oyendo música. ¡Era un mono de hoy! Entonces por eso hace cortometrajes. ¡Claro! ¿Cómo iba a hacer otra cosa? Se aburría. Al final, antes de que se fuera para Estados Unidos, lo contactó las FPL, para que filmara para ellos. Y él les preguntó, a los emisarios que le mandaron a ver si quería trabajar con ellos, y les dijo —y eso me lo contó él pues—: “¿Y cómo es la onda, cuándo se tomarían el poder?”. “Ah, no”, le dijeron, “el poder se puede tomar el año que viene, pero igual puede durar cincuenta años, porque esta es la lucha popular prolongada…” “¡Ah, qué aburrido!”, dijo Baltazar… ¡Jajaja…!

JA y RG: ¡Jajajajajajaja!!!

JA: Clásico de Baltazar Polío…

GE: Clásico… “No, ¡puta! ¡Qué aburrido!”

RG: Pero sí se podría decir que era un cineasta experimental.

GE: Yo decía que era casi un genio, de alguna manera. Él era una genialidad, pero se murió muy joven. Era un genio, pero no tuvo tiempo de demostrarlo. Para trabajar con los recursos que él manejaba y hacer un film por año… ¡puta! Y solito. Cámara, una moviolita de aquellas así… con lo mínimo. A mí me interesa mucho su personaje, porque tenía cero bagaje intelectual, de historia del cine, de formación, ¡de nada de eso! ¡Increíble! Él no aguantaba una película de Passolini entera…

TODA LA SERIE

Introducción

Guillermo Escalón, entre el mito y la realidad del cine salvadoreño

I.Antes de la guerra

I.1 Antes de la guerra – Los pioneros del cine en El Salvador

I.2 Baltazar, el impaciente – Una memoria de Guillermo Escalón

I.3 La zona intertidal – Una gema del cine de ficción

II. El cine de guerra

II.1 La decisión de vencer – El colectivo Cero a la Izquierda

II.2. Un arte de audacia – Cine guerrillero del Sistema Venceremos

III. Cine de posguerra

III.1 Música visual – proyectos personales y fotografía

III.2 La nueva generación – cine centroamericano

Alejandro – la película, una “ficción documental”

Guillermo Escalón: Alejandro – película completa

Ricardo Lindo: Alejandro, documental de una ficción verdadera

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Ucrania y argumentos repetidos. Rolando Astarita. Marzo de 2023

Ante la guerra que se está desarrollando en Ucrania, la mayor parte de la izquierda argentina se ha colocado del lado de Rusia. En varios casos, de manera tácita. Son los partidos y referentes que condenan la invasión, pero niegan el derecho de los ucranianos a recibir armas de la OTAN para defenderse. Como si al ejército ruso se lo pudiera enfrentar con palos y piedras.

Por otro lado, están los que se alinean explícitamente detrás de Putin y los suyos. En este respecto, el argumento más extendido gira en torno al anti-imperialismo. Según este enfoque, los agresores son EEUU, la UE y la OTAN. Estos buscarían imponer una relación neocolonial con Ucrania y otros países que estuvieron bajo la órbita soviética y, por sobre todas las cosas, debilitar o someter a Rusia a su dominio. De manera que al invadir y arrasar a Ucrania los rusos se estarían defendiendo del ataque imperialista. Con el agregado de que, como explicó Putin en su debido momento, el régimen de Zelensky es “fascista” (o “nazi”). Otro motivo para considerar liberadoras a las tropas rusas. 

¿Y el derecho de Ucrania a la autodeterminación, a su existencia como nación? Respuesta: es de importancia secundaria frente al ataque del imperialismo americano y europeo. Es cierto que Rusia es imperialista, pero se opone al “enemigo principal”, la OTAN, Washington y el gobierno pro nazi de Ucrania, y esto es lo que pesa. En cambio, defender el derecho a la autodeterminación de los ucranianos equivale a colocarse del lado de la derecha. ¿Y la destrucción de Ucrania? Pues es el costo de luchar contra la agresión de los imperialismos occidentales. 

Argumentos de larga data

Cuando leo estos argumentos no puedo no recordar que los compartí en mi juventud. Es que entre 1968 y principios de 1969 fui militante de la Federación Juvenil Comunista, y como tal defendí la invasión de la URSS y otros países del Pacto de Varsovia a Checoslovaquia. En aquellos tiempos el relato era que el verdadero agresor de Checoslovaquia no era la URSS, sino los imperialismos yanqui y alemán que fomentaban la contrarrevolución. Por estos días he vuelto sobre aquellas justificaciones a partir de la lectura de “La intervención soviética en Checoslovaquia y el debate en el comunismo argentino”, de Juan Manuel Cisilino (Ponencia en las X Jornadas de Sociología de la UNLP, 2018; está en la web). Es llamativo cómo los argumentos se repiten casi intactos.

Efectivamente, según el PCA 1968, los contrarrevolucionarios y sus agentes, aprovechándose de errores de la dirección checoslovaca, habían logrado contraponer las organizaciones de masas al Partido y enfrentar a la juventud con los mayores.  Además, la contrarrevolución había infiltrado agentes –disfrazados de turistas- portando armas, dinero e instrucciones para llevar adelante un golpe contrarrevolucionario. Por eso, la intervención militar de los países del Pacto de Varsovia en Checoslovaquia era en defensa de la clase obrera y para “salvaguardar al régimen socialista amenazado por el revanchismo germano-occidental”. Más precisamente, la OTAN quería “reeditar la marcha hacia el este de Hitler, provocando la invasión lisa y llana a los países socialistas hasta llegar a la URSS”. En este marco, el derecho a la autodeterminación del pueblo checoslovaco era una cuestión muy secundaria. Algo similar ocurría con las libertades de opinión, prensa, organización, desplazamiento y similares. Eran derechos burgueses que en aquellas circunstancias solo servían al ataque contrarrevolucionario.

Como es conocido, no fue solo Checoslovaquia. A pesar de haber sido una de las principales consignas del programa bolchevique en 1917, el derecho a la autodeterminación fue avasallado una y otra vez. Para mencionar solo casos notorios: Georgia (1920); Finlandia (1939); Alemania Oriental (1953); Polonia (1939, 1956, 1981); Hungría (1956); Afganistán (1980). Por entonces el justificativo era “defender las conquistas socialistas”. Hoy vale el “hay que detener al imperialismo”. Pero permanece lo sustancial: las libertades democráticas (y la autodeterminación es un derecho democrático burgués) pueden ser arrasadas, contra la voluntad de las masas, en nombre “del objetivo superior”.   

Una grieta insalvable en la izquierda

En notas anteriores he presentado argumentos contrarios a estas posiciones. En particular, destaqué la importancia de defender las libertades democráticas y su relación con el proyecto socialista (véase por ejemplo aquí y aquí). Los defensores, o justificadores, de las posiciones “a lo Putin”, responden con el tradicional “agente de la OTAN”, “funcional a la derecha”, y similares. Pero al margen de los calificativos, lo relevante es que estamos ante diferencias ideológicas profundas, que se mantienen a lo largo de las décadas. Ejemplificando la situación, en una nota en 2016 escribí:

“El señor A, en nombre del socialismo, aplaude la invasión de la URSS a Checoslovaquia; se niega a condenar a la dictadura argentina de Videla; apoya activamente a Mengistu (y los bombardeos al Frente de Liberación de Eritrea); elogia el régimen de los Kim en Corea; y apoya a Al Assad. El señor B, también en nombre del socialismo, toma exactamente las posturas opuestas: critica la invasión soviética a Checoslovaquia; pide la condena de Videla en los foros internacionales; critica al régimen de Corea del Norte; se opone a Mengistu (y a las masacres de eritreos) y apoya las rebeliones contra el régimen de Al Assad” (aquí). Agregaba que las diferencias no se debían a falta de información, sino a concepciones fundamentales y distintas en base a las cuales se procesa la información.

Pues bien, hoy las posturas siguen tan opuestas como siempre. Así, el señor A apoya la invasión rusa a Ucrania –política de tierra arrasada incluida- y dice que la autodeterminación nacional de Ucrania es irrelevante (o, peor, funcional al imperialismo). Y el señor B rechaza la invasión rusa, defiende la independencia nacional de Ucrania y el derecho de los ucranianos a defenderse armas en mano. Es la “grieta” -¿la más profunda?- al interior de la izquierda de conjunto. De Checoslovaquia 1968 (y antes, por supuesto) a Ucrania 2023. Por ningún lado hay visos de que esta división se vaya a superar en los próximos años, o décadas.

El laberinto del Minotauro

Existen varias versiones acerca de la afrenta que ocasionó que la esposa de Minos, Pasífae, tuviera la necesidad de unirse al toro de Creta. La versión más extendida dice que Minos, hijo de Zeus y de Europa, pidió a Poseidón apoyo para suceder al rey Asterión de Creta frente a sus hermanos Radamantis y Sarpedón y ser reconocido como tal por los cretenses Poseidón lo escuchó e hizo salir de los mares un hermoso toro blanco, al cual Minos prometió sacrificar en su nombre.

Sin embargo, al quedar Minos maravillado por las cualidades del hermoso toro blanco, lo ocultó entre su rebaño y sacrificó a otro toro en su lugar esperando que el dios del océano no se diera cuenta del cambio.  Al saber esto Poseidón, se llenó de ira, y para vengarse, inspiró en Pasífae un deseo tan insólito como incontenible por el hermoso toro que Minos guardó para sí.

El castigo de Poseidón continuaba. El Minotauro sólo comía carne humana, y conforme crecía se volvía más salvaje. Cuando la criatura se hizo incontrolable, Minos ordenó a Dédalo construir una jaula gigantesca de la cual el Minotauro no pudiera escapar. Dédalo entonces construyó el laberinto, una estructura gigantesca compuesta por cantidades incontables de pasillos que iban en distintas direcciones, entrecruzándose entre ellos, de los cuales sólo uno conducía al centro de la estructura, donde el Minotauro fue abandonado.

A la par que el laberinto encerraba al Minotauro, uno de los hijos de Minos, Androgeo, fue asesinado en Atenas después de una competición olímpica donde quedó campeón. El rey de Creta declaró la guerra a los atenienses. Minos atacó el territorio ateniense y, ayudado por la peste que azotó a los asediados, conquistó

Megara e hizo rendir a Atenas La victoria de Minos imponía varias condiciones por la rendición, y se dice que el oráculo de Delfos fue quien aconsejó a los atenienses a ofrecer un tributo a Creta.  Así, una de las condiciones emergentes era entregar a siete jóvenes y siete doncellas como sacrificio para el Minotauro.

Existen dos versiones conocidas acerca de la frecuencia de este tributo. Según una historia, las catorce vírgenes eran enviadas anualmente; en cambio, otra versión dice que los siete muchachos y siete doncellas eran llevados cada nueve años Los catorce jóvenes eran internados en el laberinto, donde vagaban perdidos durante días hasta encontrarse con la bestia, sirviéndole de alimento.

Años después de impuesto el castigo a los atenienses, Teseo, hijo de Egeo, se dispuso a matar al Minotauro y así liberar a su patria de Minos y su condena. Se cuentan dos cosas acerca de cómo llegó Teseo a introducirse en el laberinto de Creta. Unos dicen que después de ayudar a Egeo contra los Palántidas, Teseo se enteró del sacrificio de los jóvenes y decidió él mismo ser parte de la ofrenda para enfrentarse a la bestia.

Otra narración dice que era el propio Minos quien elegía a los jóvenes que servirían de alimento al Minotauro, y, enterado del aprecio que sentía Egeo por Teseo, quiso que éste fuera devorado en el laberinto. Era la tercera vez que catorce jóvenes atenienses, siete muchachos y siete muchachas, iban a ser sacrificados en favor de la bestia antropófaga cuando Teseo llegó a Creta, 27 años después de iniciado el terror del Minotauro.

Al llegar a Creta, los jóvenes fueron presentados a Minos. Teseo conoció entonces a Ariadna, hija del rey, quien se enamoró de él. La princesa rogó a Teseo que se abstuviera de luchar con el Minotauro, pues eso le llevaría a una muerte segura, pero Teseo la convenció de que él podía vencerlo. Ariadna, viendo la valentía del joven, se dispuso a ayudarlo, e ideó un plan que ayudara a Teseo a encontrar la salida del laberinto en caso de que derrotara a la bestia. En realidadese plan fue solicitado por parte de Ariadna a Dédalo quien se las había ingeniadopara construir el laberinto de tal manera que la única salida era usar un ovillo de hilo que Ariadna le entregó para que, una vez que haya ingresado en el laberinto,ate un cabo de dicho ovillo a la entrada, y a medida que penetrara en el laberintoel hilo le mostraría el camino que iba recorriendo para que, una vez que hayamatado al Minotauro, lo enrolle y así encuentre el camino hacia la salida.

Conformación apolítica de la subjetividad y su vínculo con modalidades evocativas traumáticas de pasados límites. María Eugenia Borsani. 2009

Semblanza del presente

Finales de la década de los años 80, interesante convivencia entre política y filosofía, o lo que procura hacerse pasar por filosofía, no siendo sino el discurso de la ideología dominante que tiene como intención mayúscula eliminar del planeta todo eco del término “ideología”.

Se proclama, casi por decreto del Pentágono, el fin de las ideologías y el fin de la historia, sólo queda como norte un “más de lo mismo” y perfeccionar el estado de cosas vigente: el derrotero neoliberal a la luz del mundo globalizado, patrocinado por muchos Francis Fukuyama. Momento de lamentables bienvenidas a las despedidas.

El historiador Dominick LaCapra dice en las primeras páginas de Historia en tránsito. Experiencia, identidad, teoría crítica que “el tan mentado fin de la historia podría ser también un intento ideológico de permanecer fijados a una condición histórica existente determinada, como la economía de mercado y la limitada democracia política”.[1]

Así, intelectuales mandatados generan artículos e intervenciones de distinta naturaleza que colaboran con el propósito de la extinción del pensamiento crítico y de discusiones de naturaleza ideológica en distintos rincones del universo; se muestra ante nosotros un presente erguido de pensamiento edulcorado, imperio de lo light, exposición de la vacuidad, ausencia de compromiso, apatía por el legado, amnesia política.

A la vez que esto ocurre, se multiplican diversas modalidades evocativas de pasados límites o manifestaciones varias de lo que bien podríamos llamar “la memoria insurgente”, dada la naturaleza indómita de la acción de recordar.

Resulta casi paradójico que, al tiempo que parece erigirse la falsa conciencia de un presente sin ayer, adelgazado de pasado, la memoria se hace ver y se hace oír.

Así, proliferan los debates sobre la relación historia-memoria: desde la filosofía, la historiografía, la sociología y más, el vínculo historia-memoria se vuelve un tópico de constante convocatoria en reuniones científicas y en publicaciones varias.

A su vez, “la memoria parece hoy invadir el espacio público de las sociedades occidentales, gracias a una proliferación de museos, conmemoraciones, premios literarios, películas, series televisivas y otras manifestaciones culturales, que desde distintas perspectivas presentan esta temática” comienza diciendo Enzo Traverso en Historia y memoria. Notas sobre un debate.[2]

La contienda que se da en este escenario discurre, entre otras cuestiones, en relación con qué recordar, para qué evocar y cómo hacerlo; esto es, cuál ha de ser el contenido del acto rememorativo, cuál la finalidad de tal acción y cuál la modalidad evocativa.

Interesa problematizar las diferentes aristas del problema, ya que entendemos que según cuál sea la finalidad del recuerdo, se montan maneras distintas para ponerlo en escena seleccionando entonces determinados contenidos del recuerdo, a la vez que neutralizando otros.

Por ello es que importa indagar la posible relación que pueda darse entre modos conmemorativos anclados en una lógica luctuosa —a la vez que mortificante— con la huida del compromiso con aquello que se recuerda, como efecto reactivo. Así, el presente trabajo sigue  como propósito poner en tensión la conformación de lo que llamaremos subjetividades políticas esmirriadas —según el molde triunfante de lo que Žižek denomina como el “universo posideológico pragmático moderno”—[3] con modalidades evocativas traumáticas de pasados  límite.

En sociedades que tienen como legado un pasado reciente genocida, el modo de dar cuenta y representar lo acaecido es decisorio si el objetivo que se sigue es el de contribuir a la formación de una conciencia histórico-crítica.

Bajo la premisa que abona la fecundidad de modalidades evocativas no traumáticas de pasados límites, se indagará si acaso la “huida de la comunidad”,[4] siguiendo a Bauman, en forma  de despolitizada existencia no es resultante, entre otras cuestiones, de  contraproducentes efectos colaterales de modos de conmemoración o de inscripción de la memoria que insisten en las tan lacerantes como infértiles escenificaciones del horror.

Tanto Žižek como Bauman vienen aportando significativas lecturas en relación con el estado de la cuestión de nuestra temporalidad. Sus análisis pueden ser tenidos como diagnósticos de nuestro presente, no por ello menos acertados de la “ideología subterránea” de hoy —esto último pertenece a Žižek— y que en Bauman toma forma de liquidez.

Si como dice este último, las condiciones de la sociedad individualizada son hostiles a la acción solidaria, y la sociedad individualizada es el topos de los más, de los muchos con intención de globalizarse como marca del presente, la acción política, la atención por el otro, el compromiso cívico con la comunidad, caen en el lugar del pasado y en las antípodas del sujeto normal.

Normalidad normatizada, apolítica, desvitalizada, viviendo a costa de la renuncia del compromiso con el otro, con los otros, en un inconsciente estado de impávido aletargamiento político, por eso es que entiendo que se trata de subjetividades políticamente esmirriadas.

Sin duda convergen distintos factores que conforman lo que denominamos subjetividades esmirriadas. Bien señala Bauman el declive de la comunidad como un signo del presente; nuestra actualidad es, según el autor, “zona despejada de comunidad”.[5]

Decadencia de la comunidad en tanto disolución de vínculos sostenidos en la filialidad y es “esta experiencia la que hoy se echa de menos, y su ausencia se describe como ‘decadencia’, ‘muerte’ o ‘eclipse’ de la comunidad”.[6]

El conservadurismo imperante, bajo la forma de desarraigado individualismo, es un fenómeno propio de sociedades en las que hizo mella el triunfante discurso neoliberal.

Evocaciones lacerantes y su nocivo efecto

Entendemos por tales modalidades aquellas que evocan el ayer recurriendo a representaciones que se instalan en la dimensión de lo mortificante, expuestas de maneras muy distintas. Bien pueden ser exposiciones del ayer que recalan en el relato de las torturas infligidas, o en recreaciones del padecimiento, por caso, los ya tan conocidos tour concentracionarios.

Las narrativas de las cuales echar mano en este tipo de evocación

son muy diversas, pueden ser relatos testimoniales anclados en las vejaciones recibidas, o la muestra de las secuelas psicológicas y físicas de atrocidades varias.

No obstante, el ayer puede también ser exhibido desde una toma de distancia y reprobación de tales estrategias de evocación por estimar que en nada contribuyen a la acción rememorativa que persigue el propósito de dar cuenta del ayer traumático apostando a un conocimiento crítico y toma de conciencia de lo ocurrido en su amplio espectro.

En el caso de los montajes evocativos de las dictaduras genocidas, y específicamente en relación con la acaecida en Argentina 1976-1983, se advierte una tensión entre conmemoraciones pergeñadas desde perspectivas opuestas: en ciertos casos nos encontramos con desgarradoras escenificaciones de lo acaecido instaladas en la muerte, en la desaparición y en la tortura que colisionan con otros diseños evocativos que invierten la lógica luctuosa, orientadas al recuerdo y reivindicación de la vida cejada.

Tal vez pueda pensarse que la insistencia en los aspectos dramáticos del pasado y de la memoria de ese pasado, reedita una lógica del terror. Si en el alcance del drama se subsume todo lo que del pasado se puede decir y recordar, poco o nada cabe ser ponderado en términos de “ejemplar”, poco o nada por recuperar y reiterar.

Así, la indiferencia e impavidez ante el acontecer político, signo de nuestros días en cierta parte de las capas generacionales más jóvenes —sobre todo de los sectores medios de la sociedad— pueden ser tenidas como resultante del efecto traumatizante que se sigue del modo como se evoca nuestro pasado reciente.

Esto es, si se estigmatiza el pasado en una absolutización de lo traumático, es posible que se sedimente como advertencia amedrentadora e inmovilizante y con ello la evocación provoca

como efecto lo opuesto que se propone, volviéndose al servicio, esto es, funcional a quienes propician la conformación de subjetividades amnésicas y políticamente esmirriadas, adelgazadas de todo vínculo solidario y colectivo.

Sin embargo, y tal como lo planteáramos en otra ocasión, es importante que ese pasado sea reabierto desde una perspectiva reivindicatoria que desarticule de manera desafiante disciplinamientos de la memoria que, paradójicamente, resulten políticamente paralizantes, aun cuando, tal vez, no sea ése el propósito que persiguen, sino una consecuencia indeseable.

Esto último, en virtud de una significativa apreciación realizada por Dominick LaCapra cuando previene acerca de los efectos traumatizantes de esta perspectiva, que si bien la hace a propósito del film Shoah de Claude Lanzmann puede aplicarse a nuestro análisis: “Algunos usos de filmaciones de archivo o representaciones directas del Holocausto, tales como re-creaciones de escenas de muerte masiva, podrían ser presas de este enfoque armonizador y normalizador, aunque también podrían traumatizar al espectador”.[7]

Así, cabe pensar que la recurrencia al horror y los posibles alcances traumatizantes conducen injustamente al olvido de identidades hacedoras de ese ayer, desplegándose una lógica unidireccional de la memoria que opaca esas vidas subsumiéndolas en términos genéricos tales como víctimas o desaparecidos: anonimato sin más.

Es decir, se desdibuja cuánto de ejemplar —en términos de resistencia y de críticatuvo ese pasado y se resalta lo que deseamos sea irrepetible, a la vez que se omite que “la memoria ejemplar es potencialmente liberadora”,[8]en términos de Tzvetan Todorov.

Acaso sea momento de hacer hincapié en aquello que amerita sea reivindicado y que también constituyó el pasado reciente, hoy condensado sólo en el recuerdo del terror y por tanto evocación poco prolífica, toda vez que la ejemplaridad queda sofocada por lo ejemplificante.

Mientras que la ejemplaridad procura dejar una huella esperanzadora en su no reiteración y reivindicadora de quienes dieron testimonio de las atrocidades para dejarlo como legado para el futuro, lo ejemplificante provoca una advertencia intimidatoria.

Y aquí bien vale diferenciar lo ejemplar en Todorov con el planteo foucaultiano en Vigilar y castigar. Foucault muestra que determinados modos de sanción y condena se exponían públicamente por su carga ejemplificadora, el show que se montaba a su alrededor no era gratuito, perseguía claramente un cometido: algo así como: “Vengan y vean: esto puede ocurrirles, este vuestro padecimiento, este vuestro sufrimiento si acaso osaran cometer la misma acción que el reo”.

Escenificaciones de la condena orientadas a disciplinar conductas, normatizar subjetividades, advertir, contribuyendo a formar conciencias amedrentadas por la espectacularidad del castigo.

De ningún modo es ésta la orientación de nuestros análisis de los efectos colaterales e inesperados de los montajes del horror, no está en la representación del ayer la intencionalidad a priori de atemorizar, sino que cabe pensarlo como consecuencia indeseada y no como propósito de la puesta en escena de las “retóricas del horror”.[9]

El mensaje, cuando es ejemplificante, se distancia de manera abismal a la concepción de ejemplar según la ponderación de Todorov, adjetivo que le otorga a la memoria que no procura reeditar lo flagelante —memoria literal— sino en pos de un efecto liberador —memoria ejemplar.

Los modos de evocación traumatizantes del pasado traumático  invisibilizan el alcance del proyecto político genocida imperante en  Latinoamérica entre la década de los años 70 y entrados los 80 del siglo pasado, sin contribuir al conocimiento histórico, iluminando sólo aristas de desgracias que parecieran ser del orden individual y privado  desgajadas del contexto político en el que ocurrieron.

En tal sentido, podría decirse que contribuyen a solidarizarse empáticamente con el sufrimiento ajeno pero no se aportan elementos que colaboren a advertir la dimensión histórico-política de lo acaecido. Se acentúa el plano de lo meramente individual, lo que a tal varón o tal mujer le ocurrió, desamarrado de la comunidad, desconociendo su carácter en tanto miembro integrante de la sociedad política.

Se omite enmarcar el ayer en el cuadro de situación del proyecto que para cierta parte del continente se planeó y se llevó a cabo, como si las situaciones atravesadas fueran acaso producto del albur y no del ardid político neoliberal de los años setenta.

Las modalidades del recuerdo que entendemos son infértiles, son aquellas en las que la referencia al ayer ancla en un verdadero “desborde del horror”,[10] consideración que corresponde a Hugo Vezzetti.

Incluso este tipo de puesta del ayer, en ocasiones, no es del agrado de quienes lo padecieron. Vezzetti dice: “…una sobreviviente que dio a luz en un centro clandestino, cuenta que en la época del juicio todos querían escuchar el relato terrible de su parto pero nadie se interesaba en las ‘definiciones políticas’ que la habían llevado a sufrir esa suerte”.[11]

Una reflexión en un sentido similar la encontramos en Cecily Marcus, quien rastrea las actividades culturales de resistencia que se realizaron en tiempos dictatoriales. Marcus lamenta el acento puesto en la destrucción, en todo lo que fue aniquilado o destruido y la poca atención dispensada a lo que en dicho periodo era hecho, invitando a “investigar el periodo de dictadura desde el punto de vista de lo que fue hecho en lugar de lo que fue destruido”.[12]

Esto es, se focaliza en lo pavoroso, centralizado en el desenlace y despolitizando en gran medida el cuadro de situación de aquellos años de dictadura. La apatía del presente puede pensarse como resultante de tal plan para el Cono Sur, siendo la disociación entre comunidad-individualidad uno de sus logros.

En términos de Todorov quedamos en la instancia de la mera literalidad y en su esterilidad, siendo que en la diferenciación establecida por Todorov lo deseable es la memoria ejemplar, que nada tiene que ver con la ejemplificación según la publicidad del horror, disciplinador de subjetividades.

Tomando el subtítulo del artículo citado de Enzo Traverso es primordial comprender la importancia de “la interpretación de pasado como desafío político”[13] y con ello, conforme a la interpretación que sobre el pasado se haga, evitar la conformación de este tipo de subjetividades políticamente esmirriadas.


[1] Dominick LaCapra, Historia en tránsito. Experiencia, identidad, teoría crítica, Buenos Aires, fce, 2006, p. 15.

[2] En Marina Franco y Florencia Levín (comps.), Historia reciente. Perspectivas y desafíos  para un campo en construcción, Buenos Aires, Paidós, 2007, p. 67.

[3] Slavoj Žižek, “Multiculturalismo o la lógica cultural del capitalismo multinacional”, en  Slavoj Žižek y Fredric Jameson, Estudios culturales. Reflexiones sobre el multiculturalismo, Buenos Aires, Paidós, 2003. 4 Zygmunt Bauman, Comunidad. En busca de seguridad en un mundo hostil, Buenos Aires,  Siglo XXI, 2003, p. 69.

[4] Zygmunt Bauman, Comunidad. En busca de seguridad en un mundo hostil, Buenos Aires,

Siglo XXI, 2003, p. 69.

[5] Ibid., p. 69.

[6] Ibid., p. 59. Idea ésta que Bauman reconoce su inspiración en Maurice R. Stein, que data

de 1960

[7] Dominick LaCapra, “La Shoah de Lanzmann: ‘Aquí no hay un por qué’” en Espacios de Crítica y Producción. Dossier: Historia y memoria del Holocausto, Buenos Aires, Secretaría de Extensión Universitaria/Facultad de Filosofía y Letras/Universidad de Buenos Aires, núm. 26, octubre/noviembre, octubre 2000, p. 44.

[8]

[9] Denominación que utiliza Elizabeth Martínez de Aguirre: “Un espejo de la historia: miles de fotos. Aproximaciones al estudio sobre fotografías de personas detenidas-desaparecidas durante la dictadura militar en Argentina”, en Cristina Godoy (comp.), Prefacio a Historiografía y memoria colectiva. Tiempos y territorios, Madrid, Miño y Dávila Editores, 2002, p. 126.

[10] Hugo Vezzetti, Pasado y presente. Guerra, dictadura y sociedad en la Argentina, Buenos Aires, Siglo XXI, 2003, p. 119

[11] Idem

[12] Cecily Marcus, “En la biblioteca vaginal: un discurso amoroso”, en Políticas de la Memoria,núm. 6/7, Buenos Aires, Centro de Documentación e Investigación de la Cultura de Izquierdas en Argentina, verano 2006/2007. 13 Enzo Traverso, op. cit, p. 67.

[13] Enzo Traverso, op. cit, p. 67.

¿Qué es el posestructuralismo?

El posestructuralismo es un movimiento filosófico y de la crítica literaria del siglo XX, que inició en Francia a finales de la década de los 60. Se le dice posestructuralismo porque sus teóricos quisieron refutar las concepciones estrechas del estructuralismo.

Los autores tradicionalmente posestructuralistas son Julia Kristeva, Gilles Deleuze, Jacques Derrida, Jean Baudrillard, Roland Barthes, Jürgen Habermas o Michel Foucault, entre otros.

Según el estructuralismo, la cultura humana se puede entender a través de una estructura contenida en el lenguaje (lo que daría origen a la lingüística estructural); el lenguaje no tiene que ver con la realidad externa o las ideas abstractas, sino que más bien tiene una función de mediador entre ambos extremos.

El posestructuralismo se caracterizó por criticar ampliamente al estructuralismo. Sin embargo, muchos de los autores relacionados a este movimiento han negado la existencia del concepto posestructuralista. Muchos de ellos están inspirados por la teoría de la fenomenología existencial. Esto dificulta una conceptualización del término y una unificación de las propuestas de estos autores.

Origen del posestructuralismo

El posestructuralismo surgió en Francia a finales de los años 60 del siglo XX, y se caracterizó por sus fuertes críticas al estructuralismo. Durante este período, la sociedad francesa se encontraba en un estado delicado: el gobierno estuvo a punto de ser derrocado en 1968 tras un movimiento combinado entre trabajadores y estudiantes, que luego se conoció mundialmente como el “mayo francés”.

Además, los comunistas franceses estaban dando cada vez más apoyo a las políticas opresivas de la Unión Soviética. Esto tuvo como consecuencia un aumento del descontento de los civiles contra la autoridad política, e incluso contra el mismo sistema de gobierno.

La causa principal de este descontento era una nueva búsqueda de filosofías políticas a las que el pueblo se pudiese adherir. El marxismo ortodoxo, practicado en gran parte por la Unión Soviética, dejó de ser visto con buenos ojos, y una nueva cara del marxismo occidental comenzó a ser considerado como superior.

Autores originales

Uno de los principales autores de este movimiento, Michael Foucault, aseguró que estas perspectivas tan distintas eran consecuencia de un conocimiento limitado. De hecho, las consideró una consecuencia de las críticas que se tenían de la filosofía y de la cultura del mundo occidental.

Además de Foucault, otro de los principales fundadores del posestructuralismo es Jacques Derrida. En 1966, Derrida dio una conferencia en la que aseguró que el mundo se encontraba en un estado de ruptura intelectual. Las ideas del cambio intelectual de Derrida son consideradas los primeros indicios del posestructuralismo en el mundo.

El ensayo de Derrida fue uno de los primeros textos que propuso una serie de cambios a las políticas del estructuralismo. Además, Derrida buscó generar teorías acerca de términos incluidos dentro de la filosofía estructuralista, pero que ya no eran tratados como herramientas propias de la filosofía.

El ensayo de Derrida fue enfatizado por el trabajo de Foucault a inicios de la década de los 70, cuando el posestructuralismo ya había empezado a cobrar más fuerza. Se considera que Foucault dio un sentido estratégico a las teorías del movimiento, al presentarlas mediante la estructura del cambio histórico.

A partir de estas ideas, surgieron muchos otros autores que continuaron con el movimiento posestructuralista a través de textos fieles a la nueva tendencia filosófica.

Características del posestructuralismo

Concepto de “yo

Para los autores del posestructuralismo, el concepto del “yo”, visto como una entidad coherente, no es más que una ficción creada por las personas. Este movimiento sostiene que un individuo está compuesto por una serie de conocimientos y contradicciones, que no representan a un “yo”, sino a una agrupación de características, como el género o su trabajo.

Para que una persona pueda comprender en su totalidad una obra literaria, por ejemplo, debe entender cómo esta obra se relaciona con su propio concepto de “yo”. Es decir, es crucial entender cómo una persona se ve a sí misma dentro del ambiente literario que quiera estudiar.

Esto se debe a que la percepción propia juega un rol crucial en la interpretación del significado. Sin embargo, la percepción del “yo” varía dependiendo del autor al que se estudie, pero casi todos están de acuerdo en que esta entidad está constituida a partir de discursos subjetivos.

La percepción personal

Para el posestructuralismo, el significado que un autor haya querido dar a su texto es secundario; lo primario siempre será la interpretación que dé cada persona al texto, desde su propio punto de vista.

Las ideas posestructuralistas no concuerdan con aquellos que dicen que un texto tiene un solo significado, ni una sola idea principal. Para estos filósofos, cada lector da su propio significado a un texto, partiendo de la interpretación que tenga en relación con la información que lee.

Esta percepción no solo se limita al contexto literario. En el posestructuralismo, la percepción juega un rol crucial en el desarrollo de la vida de cada individuo. Si una persona percibe un signo, lo asimila e interpreta de una manera particular.

Los signos, símbolos y señales no tienen un significado único, sino que poseen varios significados, los cuales son dados por cada persona que los interpreta. El significado no es más que el entendimiento que construye un individuo acerca de un estímulo. Por esto, es imposible que un estímulo tenga un solo significado, pues será diferente para cada individuo.

Capacidad multifacética

Un crítico posestructuralista debe contar con la capacidad de analizar un texto desde diferentes perspectivas, de modo que se puedan crear diversas interpretaciones acerca de este. No es importante si las interpretaciones no concuerden entre sí; lo importante es que sea posible analizar un texto (signo, o símbolo) de diferentes maneras.

Es importante analizar la manera en que las interpretaciones de un texto pueden cambiar, de acuerdo a una serie de distintas variables. Las variables suelen ser factores que afectan la identidad del lector. Estos pueden incluir la percepción que tenga de su ser, o muchos otros factores que afecten su personalidad.

Descentralización del autor

Cuando un posestructuralista va a analizar un texto, es necesario que se ignore por completo la identidad del autor. Esto significa que el autor pasa a un plano secundario, pero tal acción no afecta la identidad del mismo, sino más bien la del texto.

Es decir, cuando se deja a un lado la identidad del autor al momento de analizar el texto, el texto cambia de significado de manera parcial o casi total. Esto se debe a que el autor en sí ya no influye en lo leído, sino que el lector es el que pasa a ser el foco central de la interpretación.

Cuando un autor pasa a un segundo plano, el lector debe utilizar otras fuentes como base para interpretar el texto. Por ejemplo, las normas culturales de la sociedad u otras obras literarias pueden ser herramientas válidas para interpretar un texto según la visión posestructuralista.

Sin embargo, como estas fuentes externas no son autoritarias sino más bien arbitrarias, los resultados de la interpretación suelen no ser consistentes. Esto quiere decir que pueden arrojar interpretaciones distintas, aunque se utilice la misma base de análisis en repetidas ocasiones.

Teoría deconstructiva

Una de las principales teorías que gira en torno al posestructuralismo es la construcción de textos mediante el uso de conceptos binarios. Un concepto binario hace referencia a dos conceptos “opuestos”.

Según la teoría estructuralista, un texto está construido por estos conceptos, los cuales se ubican de manera jerárquica dentro de su estructura. Este tipo de sistemas binarios pueden referirse a conceptos tales como el hombre y la mujer, o simplemente ideas enfrentadas, como lo racional y lo emocional.

Para el posestructuralismo no existe una jerarquía entre estos conceptos. Es decir, no existe una igualdad basada en las cualidades de cada concepto. En cambio, analiza las relaciones que tienen estos conceptos binarios para entender su correlación.

La manera de lograr esto es mediante una “deconstrucción” del significado de cada concepto. Al analizarlos en profundidad, es posible entender cuáles son las características que dan la ilusión de un solo significado a cada concepto. Al interpretarlo, es posible entender qué herramientas textuales usa cada persona para dar una identidad propia a cada texto o a cada símbolo.

El estructuralismo y el posestructuralismo

El posestructuralismo puede ser entendido, en pocas palabras, como un conjunto de críticas filosóficas a la teoría estructuralista. El estructuralismo había sido un movimiento de gran tradición en Francia, sobre todo en las décadas de 1950 y 1960.

El estructuralismo analizaba las estructuras que tienen ciertos bienes culturales, como los textos, para ser interpretados mediante la lingüística, la antropología o la psicología. Básicamente, el estructuralismo parte de la noción de que todo texto está englobado dentro de una estructura, la cual es seguida uniformemente. Por esto, muchos estructuralistas incorporaban su trabajo a otros trabajos ya existentes. Las posturas del posestructuralismo critican la noción estructural de su anterior contraparte, viendo los textos como herramientas usadas por los lectores para ser interpretadas de manera libre por cada uno.

De hecho, los conceptos del posestructuralismo están derivados en su totalidad de las críticas al concepto de las estructuras. El estructuralismo ve el estudio de las estructuras como una condición cultural, por lo que está sujeto a una serie de malinterpretaciones que pueden arrojar resultados negativos.

Por tanto, el posestructuralismo estudia los sistemas de conocimiento que rodean a un objeto, junto al objeto en sí, para tener una noción completa de su capacidad interpretativa.

Representantes del posestructuralismo y sus ideas

Jacques Derrida (1930-2004)

Derrida fue un filósofo francés cuyos aportes son considerados como unos de los principales factores del inicio del movimiento posestructuralista. Entre sus acciones más destacadas como profesional, analizó y criticó la naturaleza del lenguaje, la escritura y las interpretaciones del significado en el ámbito de la filosofía occidental.

Sus aportes fueron muy controversiales para la época, pero al mismo tiempo influenciaron ampliamente a una gran parte de la comunidad intelectual del planeta a lo largo de todo el siglo XX.

Jean Baudrillard (1929-2007)

El teórico francés Jean Baudrillard fue una de las figuras intelectuales más influyentes de la Edad Moderna. Su trabajo combinó una serie de campos, entre los que destaca la filosofía, la teoría social y la metafísica representativa de diversos fenómenos de su época.

Baudrillard negó al “yo” como elemento fundamental en el cambio social, apoyando las ideas posestructuralistas y estructuralistas que iban contra las creencias francesas de pensadores como Kant, Sartre y René Descartes.

Fue un autor extremadamente prolífico, pues a lo largo de toda su vida publicó más de 30 libros de gran repercusión, abordando temas sociales y filosóficos de notable relevancia para la época.

Michel Foucault (1926-1984)

Foucault fue un filósofo francés, además de constituirse en una de las figuras intelectuales más controversiales que tuvo el mundo en la época posterior a la Segunda Guerra Mundial.

Foucault no buscó responder las preguntas tradicionales de la filosofía, tales como quiénes son los humanos y por qué existen. En cambio, interpretó estas preguntas para examinarlas críticamente y comprender qué tipo de respuestas inspiraban a las personas. Las respuestas obtenidas con base en el entendimiento de estas preguntas fueron su crítica primordial en el ámbito filosófico. Fue uno de los grandes exponentes del posestructuralismo en el mundo, aunque le llevó la contraria a ideas bien establecidas en la época. Esto hizo que fuese criticado por intelectuales a nivel mundial y, particularmente, en el mundo occidental.

Judith Butler (1956)

Judith Butler es una filósofa norteamericana cuyos aportes a la disciplina son considerados como de los más influyentes del siglo XX y del presente.

Butler definió al posestructuralismo de manera similar a otros autores de renombre, como Derrida y Foucault. Habló sobre la complejidad de los sistemas binarios de conceptos, y explicó la ambigüedad que existe en el campo de la lingüística en lo que respecta a la interpretación de textos.

Sus ideas no solo revolucionaron el feminismo a nivel mundial, sino que reforzaron el pensamiento posestructuralista ya establecido a finales del siglo XX.

Roland Barthes (1915-1980)

Barthes fue un filósofo y semiólogo francés cuyo trabajo se enfocó en la crítica literaria, los signos y los símbolos, la lingüística, la filosofía del lenguaje, y estuvo profundamente influenciado por las dos últimas disciplinas a la hora de analizar imágenes (específicamente la fotografía). Su obra ha sido fundamental para otras disciplinas, como la semiología y la semiótica.

Julia Kristeva (1941)

Kristeva es una filósofa, psicoanalista, escritora y teórica literaria francesa de origen búlgaro. Su obra se enmarca dentro de la crítica al estructuralismo, con una gran influencia de Barthes, Claude Lévi-Strauss, Sigmund Freud, Foucault y especialmente Jacques Lacan.

Para ella era fundamental acometer el análisis de aquello supuestamente no analizable, es decir, todo aquello en la órbita de lo individual que es difícil de expresar. Se interesó por la naturaleza del lenguaje poético, al que ve como un elemento dinámico y transgresor.

Un debate sobre la cultura. Beatriz Sarlo. 1991

Modernidad y posmodernidad se contraponen como formas de conceptualizar la cultura; su coexistencia da el tono de época a estos últimos años del siglo XX: ni la modernidad se resigna a cerrar el proyecto que Habermas juzgó inconcluso, ni la posmodernidad posee todavía la densidad filosófica y la complejidad institucional que fue obra de los modernos. La problemática actual obliga a repensar críticamente el proyecto moderno, y que esa revisión incluya aspectos de la perspectiva llamada posmoderna.

Un debate sobre la cultura

Quisiera presentar, exagerados como en un dibujo alemán de los años 20, los tipos opuestos de un clima de época: nuestro viejo conocido, el Moderno (para el caso, un Moderno de izquierda); y quien aspira a reemplazarlo o quizás ya lo haya reemplazado: el Posmoderno, su contemporáneo, su rival, en el límite, su servicial enemigo. 

Primero, algunas precisiones sobre el tinglado. Descartemos un espacio cultural no massmediatizado: esa sería seguramente una utopía regresiva, porque no solo los medios audiovisuales sino también la circulación de bienes simbólicos desaparecería o, como en algunos relatos de anticipación, solo tendría a mano las formas artesanales de hace tres siglos.

Imaginemos, por el contrario, un espacio cultural completamente massmediatizado: televisores que repiten televisores, público que se mira en sus pantallas, políticos que se definen por el magnetismo de los animadores, publicidades que imitan el videoclip, videoclips que parecen comerciales porque efectivamente lo son, la parafernalia visual que acompaña la sumersión en el aislamiento del walkman.

Sin duda, una abundancia miserable, de la que no estamos muy lejos. La crisis de la cultura letrada es un dato y no una hipótesis, y esta crisis involucra el arte tal como lo hemos conocido hasta este fin de siglo. Del centro del campo cultural se ha trasladado, como los pobres en muchas ciudades latinoamericanas, a guetos poco visibles.

Pero hoy, por varias razones, no parece propio del discreto tono de la época lanzar, desde la izquierda, un ataque frontal al mundo massmediático: ya ha ganado varias batallas en América Latina el populismo comunicacional que encuentra en los massmedia los consumos populares y, en consecuencia, tiende a celebrarlos bajo la forma de una explicación afirmada sobre el prejuicio de que los sectores populares, bien dotados para la parodia y el reciclaje, pueden construir con la basura televisiva el pedestal de una nueva cultura.

La posmodernidad, con su veneración premoderna por lo realmente existente y su indiferencia hacia el curso de una historia que deja sus víctimas, reivindica las diferencias de manera indiferenciada exaltando la multiplicidad pero ignorando el conflicto de los heterogéneos que, en la vida de las sociedades, suelen enfrentarse más veces de lo que el personaje posmoderno cree.

Pensar la historia como un proceso, y a los vencidos por el descarte de la reestructuración capitalista como víctimas, supone la persistencia (transformada) de ideologías cuyo deceso no ha sido declarado solo por Fukuyama sino también por el optimismo de mercado, que con su economicismo vulgar duplica algunos de los supuestos más deterministas de las creencias modernas.

Como sea, el personaje posmoderno no entra siempre en este debate ni puede ser clasificado en la derecha política (que con su topología nacida de la Revolución Francesa y su corte neto no alcanza para albergarlo). El Posmoderno no está siempre allá, con la revolución neoconservadora, sino también entre nosotros.

 II.

El Posmoderno hace de la necesidad virtud, en una especie de optimismo cándido (a fuerza de ampararse en una inocencia ignorante de lo social) y vergonzante (porque el optimismo es un sentimiento histórico). Puede encontrarse cerca del populista modernizado, porque a ambos los reúne un reconocimiento muchas veces celebratorio de la empiria y un desafecto por la fuerte voluntad de contradicción del sentido común que suponen tanto los procesos políticos como los estéticos. Del populismo cultural al posmodernismo hay, a veces, pocos pasos.

¿Con qué herramientas mira estos procesos el Moderno descontento? Está, en primer lugar, su vocación de ruptura con lo realmente existente; la modernidad es insatisfecha y, por eso, son modernas las figuras del revolucionario y del reformista profundo.

Por eso, también, su tono afectivo es el descontento (que, en algunos momentos claves de la modernidad, fue el de la angustia: de los revolucionarios decimonónicos a los existencialistas de la posguerra); el desgarramiento entre el deseo (el ideal) y la sociedad constituye al personaje moderno, y su prueba estética puede leerse en la historia de la novela.

El Moderno está impulsado por la ansiedad de lo nuevo: es viajero, científico, experimentador político, romántico o vanguardista. Su mirada tuvo la óptica del descubrimiento. El Moderno vive en la inestabilidad provisoria que define como presente, entre la nostalgia del pasado (sin ella no hay modernidad) y el proyecto por venir.

Pero, ¿qué sucede si lo nuevo no es una categoría para pensar lo estético y lo social?, ¿qué sucede cuando lo nuevo se resignifica para definir la sucesión de lo diferente y no el objeto de rupturas y continuidades?

Para el Posmoderno lo nuevo es una variación del gusto más que el centro de un debate estético, que el Posmoderno prefiere pensar, con razón, como una costumbre arcaica. Para el Moderno lo nuevo se contrapone conflictivamente con lo viejo; para el Posmoderno, lo nuevo viene después de algo que en su momento fue nuevo, no en contraposición, sino en suma.

En la pizarra mágica del Posmoderno, las cosas se escriben, desaparecen, vuelven a escribirse en ausencia de un material (estético, cultural) que se resista y también de una tradición que organice el pasado. La sintaxis del Moderno, quiero decir su sintaxis histórica, tiene que ver con la diferenciación conflictiva y con la ética (política o estética). La sintaxis del Posmoderno tiene que ver con un amontonamiento gigantesco de rastros culturales y sociales: no es un montaje sino un bric à brac.

III. 

El Moderno tiene al lenguaje como uno de sus problemas cruciales: para él la desinteligencia entre mundo y lenguaje es radical; su filosofía, en los últimos 200 años, se ha ocupado de esta tensión entre lógicas diferentes, y el arte moderno puede decirse que nace de la incertidumbre de la comunicación. Lenguaje y referencia son dos universos asimétricos, y esa asimetría no es ocasión de celebración sino de drama. El Moderno no desea que las cosas sean así, no desea que el arte persiga incansablemente una realidad que se le resiste; simplemente sabe que ese es su problema.

El Posmoderno convierte ese problema en fiesta de la indiferenciación: si el arte y la vida son definitivamente disimétricos, terminemos de separarlos haciendo un arte que no sea significativo ni en uno ni en otro universo.

Para el Moderno el placer del arte tiene todos los rasgos del goce, incluida la muerte, el olvido de la conciencia, la trascendencia de los límites, el impulso insurreccional, el cuestionamiento moral, la transgresión de lo establecido. El Posmoderno prefiere placeres más moderados: el adjetivo que le corresponde es «agradable». Su veneración de la superficie estética no tiene mucho que ver con la fuerte voluntad formal del Moderno, sino con la apariencia brillante y lisa, barnizada y trivial de la publicidad o de los epígonos.

No hay cuestión estética posmoderna, por lo menos hasta ahora. No hay cuestión estética que pueda plantearse en un bazar simbólico, donde todo está permitido. En una perspectiva general, en arte todo debe estar permitido, pero no simultáneamente. El Moderno sabe esto: la imposibilidad de tenerlo todo, de hacerlo todo, de mezclarlo todo; su tragedia es el límite, quizás el tema más apasionante del arte contemporáneo. Cuando todo está permitido simultáneamente, el acto de romper el límite es inútil. Esta es la imposibilidad posmoderna.

  IV. 

El Posmoderno es amable. Nada parece más fácil que amar su disposición a aceptarlo todo, a pasar por alto las diferencias en nombre del respeto a las diferencias, a valorar lo distinto en nombre del relativismo. Pero el respeto a las diferencias (sociales, ideológicas, políticas) y el relativismo cultural son conquistas modernas. El Moderno sabe lo que han costado y lo que seguirán costando. Sabe que el relativismo cultural es un problema (cuando piensa en el islam, en la condena a Salman Rushdie, en el velo obligatorio que cubre la cara de las chicas árabes en las escuelas de Occidente; y en el racismo occidental, que tiene una larga historia de la cual el Moderno debe también avergonzarse).

El Moderno se debate y no siempre resuelve la tensión entre sus valores, que incluyen el relativismo, y la comprobación de que el relativismo no alcanza para encarar las cuestiones centrales abiertas por la diversidad de creencias que informan prácticas opuestas al propio relativismo y al moderno principio de igualdad. Allí tiene un problema y, por lo que venimos viviendo, no siempre lo ha considerado bien.

Al Moderno todo no le da lo mismo. Por eso, en cuestiones políticas, morales o estéticas, puede ser cínico: sabe que existe un cuerpo de valores y elige, en un solo movimiento, separarse de ese cuerpo. Este puede ser un gesto de vanguardia, un gesto revolucionario, una insurrección contra el pasado, un acto destructivo o crítico. El cinismo es una denuncia de la moralidad (también estética) de la burguesía. Implica colocarse dentro y fuera al mismo tiempo de ese universo artístico o social. El cinismo no necesita apología ni repele la condena; solo puede medirse en su poder de refutación de lo existente. Si carece de ese poder de refutación, no existe como cinismo.

El Posmoderno piensa que los valores no entran en el campo de lo debatible: no hay cínicos posmodernos, sino conformistas de la novedad. El problema de la articulación o el conflicto de valores (estética y política, cultura popular y cultura de los intelectuales, moral y política) persigue al Moderno, que ha inventado salidas muchas veces siniestras de subordinación y liquidación. Sin embargo, también ha inventado en la dinámica impuesta por estas tensiones.

La imaginación de la diferencia hace posible la democracia; en la afirmación de la indiferencia de las diferencias no surge régimen político ninguno. Para que el Posmoderno exista, el Moderno debe gestionar la sociedad y el Estado.

 V. 

La técnica es un problema constituido especialmente para y por el Moderno. La autonomización de la técnica en los procesos sociales y estéticos es parte del insomnio y del sueño moderno. Fascinado por lo que ha descubierto, el Moderno se hunde con facilidad en las utopías tecnológicas; hace un siglo, consideró la técnica y la ciencia progresivas en todos los contextos, casi sin excepción. Hoy, esa imagen optimista se la devuelve centuplicada el Posmoderno.

Al Moderno le cuesta reconocerse en ella: se equivocó al celebrar los procesos de reproducción mecánica de la cultura; se equivocó al condenarlos. Saludó la democratización del consumo simbólico hecha posible por la prensa escrita primero, por la industria cultural después; sin embargo, y muy pronto, se horrorizó ante los bienes que circulaban en uno y otro espacio. Las promesas de revolución estética que descubrió en los nuevos medios técnicos se cumplieron, pero también se cumplieron las amenazas que el Moderno subestimó durante siglos.

Al Moderno hoy le presentan la técnica de dos modos: he ahí los resultados de tu pasión, Chernobyl, la televisión como una pesadilla de unificación planetaria en la dimensión del puro consumo, la muerte de tus últimas apuestas técnicas (el cine, por ejemplo). Esto le dicen algunos. Otros señalan el Ersatz massmediático declarando: somos tus verdaderos descendientes; no hay nada de qué escandalizarse, porque solo estamos cumpliendo las promesas que estaban inscriptas en el origen de los medios técnicos: todo es posible en la dimensión posmoderna del arte massmediático.

El Moderno se desespera ante estas versiones posmodernas de él mismo. Su vocación por diferenciarse no tolera que se confunda su (anterior) optimismo tecnológico con su presente desesperación ante los resultados de su apuesta. El Moderno es Dr. Frankenstein: ¿qué hacer con el monstruo que él mismo ha producido? No tiene demasiadas respuestas. Tiene un solo consuelo: en su origen los medios mecánicos de reproducción artística y discursiva fueron parte de un proceso de democratización cultural y política. Pero sabe que no puede vivir el presente sobre la base de procesos que tienen casi un siglo.

El Moderno se había fascinado frente a la tecnificación de la esfera estética. Pero hoy le cuesta reconocerse en los desarrollos presentes de esa tecnificación. Detesta la celebración posmoderna del medio técnico, con tanta más fuerza cuanto que se siente responsable de esa celebración.

El Moderno desconfía de la celebración posmoderna del mercado de bienes simbólicos; algo le sigue diciendo que es un espacio de desigualdades reales, aunque la separación entre lo formal y lo real suene a paleomarxismo. Insiste en que, si el Estado se retira del todo y entrega al mercado la circulación y producción de cultura (especialmente de medios audiovisuales), los verdaderos planificadores no van a ser fuertes instituciones públicas sino los gerentes de la industria cultural privada. Sabe que en el mercado ganan y pierden exactamente aquellos que él desearía, al revés, que perdieran y ganaran.

En la esfera audiovisual y electrónica el Moderno comprueba que se han instituido nuevas formas de lo político que no son políticas, según su vieja definición (moderna) de la política: discursiva y práctica, de acuerdo con valores que pueden ser presentados como generales y compiten con intereses que pueden ser pensados como particulares. La tecnificación de la política (que acompaña como una sombra a la tecnificación del arte) despierta las sospechas del Moderno, cuando piensa que esa tecnificación produce una esfera pública simulada, donde todo está en la televisión, y una esfera de decisiones fuertemente minoritaria y opaca, donde cuestiones cada vez más complejas que afectan a todos son decididas fuera de la esfera pública electrónica de los mass-media.

Pero el Moderno tampoco tiene una solución en este punto: no puede aceptar esa forma de hacer política ni puede sustraerse del todo a ella. Nuevamente, el Moderno es el personaje dramático de la historia: a diferencia del Posmoderno, ante él siempre está abierta la posibilidad del fracaso.

 VI.

En la abundancia de imágenes el Moderno reconoce, al mismo tiempo, la realización de su utopía cultural democratizadora y la trampa de esa utopía. Hay demasiadas imágenes y la distinción, indispensable para el Moderno, entre imagen y mundo comienza a borrarse, en un movimiento que el Moderno juzga como el horror de la indiferenciación no productiva y que es, para el Posmoderno, el paraíso de la simulación simbólica.

El Moderno (cuya paradoja se encarna en el personaje ahíto de televisión que no puede creer en los vuelos interplanetarios porque no cree en los platos voladores extraterrestres) vive en la diferenciación entre representación y representante, que es la diferenciación que también le preocupa en el interior del lenguaje. Abolida esa diferenciación en un mundo que trabaja la imagen no como condensación de sentidos desplazados, ausentes, elididos, ni como símbolo sino como simulacro, el Moderno condena la obscenidad de la abundancia donde la imagen ha pasado a ser un gadget visual o discursivo, una pura superficie del flujo indiferenciado.

El Moderno no quiere reconocer la realización de su utopía de la abundancia bajo la forma de la no interrumpida continuidad massmediática. El Posmoderno, que sabe que este ha sido el deseo moderno, sonríe porque, además, no le preocupa el flujo incesante del mundo audiovisual sino que vive entregado a ese curso. Cuando el Moderno quiere interrumpir o regular el flujo, el Posmoderno le recuerda los principios de libertad y abundancia que guiaron el proyecto moderno.

 VII. 

El Moderno procura discernir entre popular y plebeyo; para hacerlo necesita recurrir a valores. Sabe que no puede suspender el juicio estético, aunque su hermano, el populista moderno, haya intentado varias veces esta empresa. El Moderno ha aprendido que la verdad es huidiza y que, por naturaleza, no se fija en ninguna parte: ni siquiera en el pueblo. A lo largo del tortuoso siglo XX, con dificultad ha aprendido que la voz del pueblo no es la voz de Dios. Nadie habla en nombre de Dios y solo hay discursos cuya verdad es, finalmente, producto: de la confrontación, de la competencia, del debate, del acuerdo.

Obsesionado por discernir, el Moderno no encara sólo la cuestión de lo popular y lo plebeyo. Su incomodidad crece frente a la oposición industria cultural/arte, agudizada por la reorganización de lo simbólico a partir de la hegemonía de la cultura electrónica. El Moderno vacila: ¿competirá dentro de la industria cultural, porque allí está el público? ¿Se decidirá, finalmente, como el populista moderno (su viejo conocido) a celebrar las transformaciones encontrando en cada marca de la massmediatización de la cultura la clave secreta de una nueva estética?

En este descampado, el Moderno también reconoce la crisis de las vanguardias estéticas que, como la razón, de todos modos siguen cargadas de una potencialidad incumplida. El Posmoderno le señala los restos que la historia del arte dejó a su paso y hace de ese pasado el territorio de un divertido paseo arqueológico. El Moderno busca en ese pasado la fuerza de la ruptura y la resistencia de una continuidad en la que el arte fue la experiencia, más individual y al mismo tiempo más pública, de los límites y de la transgresión formal y conceptual de los limites.

El Moderno se pregunta si puede transitar por el presente solo explicando el estado de las cosas, él, precisamente, que había hecho de la historia no una explicación del presente sino una anticipación del futuro. Pero sabe que no puede seguir haciéndolo. Sus herramientas de análisis se han vuelto inseguras; sus certidumbres exhiben, a menudo, el vacío de fundamento; las creencias del Moderno deben ser formuladas nuevamente.

Guerra permanente, la estrategia definitiva del Kremlin. Marie Mendras. Febrero 2023

Desde 2007, año en que Vladimir Putin disolvió el gobierno a petición del por entonces primer ministro Mijail Fradkov, el mandatario está poniendo sistemáticamente en peligro la seguridad de sus vecinos y de toda Europa: ciberataques y subversión; guerra en Georgia en agosto de 2008; guerra en el Donbass ucraniano y anexión de Crimea en la primavera de 2014; y la intervención en la guerra en Siria en 2015-2018, que causó migraciones masivas a Europa y Turquía.

El último episodio de esta escalada bélica, la agresión contra Ucrania iniciada el 24 de febrero de 2022, es la quinta guerra que libran el ejército y los mercenarios rusos. Anteriormente, en 1999, Vladimir Putin ya protagonizó un primer episodio hostil cuando lanzó una nueva invasión de la república de Chechenia, provocando masacres, destrucción, desplazamiento de poblaciones y la instauración del brutal régimen de Ramzán Kadírov, en el poder desde 2007.

En Rusia, tras veintidós años de poder arbitrario, la política de los cuadros gobernantes en el Kremlin consiste en perturbar, destruir y aterrorizar a sus vecinos, con el objetivo de hacer capitular a las antiguas repúblicas soviéticas que tratan de avanzar hacia el Estado de derecho y la seguridad de sus poblaciones con el apoyo de Europa y las democracias occidentales. La rabia y los delirios paranoicos de Moscú han llevado a Putin a buscar la erradicación de Ucrania y de los ucranianos. Sin embargo, Rusia no está en condiciones de poder ocupar y gobernar Ucrania, más bien está arrastrando a su país, a su ejército y al pueblo de Rusia a una espiral infernal.

A las puertas de Europa, Ucrania está luchando contra el agresor para sobrevivir como Estado y como sociedad. De este modo, defiende la integridad y la seguridad de todos los europeos. Así lo han entendido todos los países de la Unión Europea, al conceder el 23 de junio de 2022 a Ucrania –y Moldova–, por unanimidad, el estatus de candidato a la adhesión, en una decisión sin precedentes que acepta la candidatura de un país en guerra.

Una guerra de aniquilación

La agresión rusa ha sumido a los 45 millones de habitantes de Ucrania en un abismo de horror e inhumanidad. Esta es una contienda de terror, para matar civiles y arrasar ciudades. Se trata de un método criminal, el mismo que utilizó el ejército ruso en Siria.

Cuando lanzó la ofensiva en Ucrania el 24 de febrero de 2022, el Kremlin no tenía un objetivo de guerra, porque la aniquilación de un gran Estado europeo en la frontera de Polonia, Hungría, Eslovaquia y Rumanía no es un objetivo militar, sino que es un delirio destructivo. Tras la primera derrota del ejército ruso en marzo de 2022 en los alrededores de Kiev en el intento de tomar la capital por la vía rápida, Vladimir Putin anunció que el objetivo revisado era «desnazificar» y «liberar» toda la región del Donbass, hasta Crimea. Dicho de otro modo, plantar la bandera rusa sobre las ruinas y esclavizar a los habitantes de esta región, que comprende las provincias de Luhansk y Donetsk.

La agresión rusa fue decidida por un hombre, rodeado de otros hombres, sobre la base de una mentira de Estado cada vez más monstruosa, propagada por una poderosa maquinaria de propaganda y represión. El objetivo de la desinformación y las imágenes fabricadas de los horrores cometidos por los llamados «enemigos nazis» es instalar el caos cognitivo, el terror en las mentes y la estupefacción de los rusos, la mitad de los cuales siguen siendo rehenes de la televisión de su país.

En las escuelas, los profesores tienen que justificar a los alumnos el apoyo a la «operación militar especial» y difundir las imágenes en las redes sociales. Los directores de la administración, los rectores de las universidades, los directores de escuelas u hospitales, los profesores y los artistas se ven forzados a dimitir si es que osan negarse a apoyar la invasión, quizá porque saben que los ucranianos nunca han amenazado a la Federación Rusa y a sus 135 millones de habitantes.

En la misma Rusia, decenas de miles de ciudadanos han denunciado públicamente la invasión rusa de Ucrania y han sido víctimas de la represión. Casi cinco millones de rusos y rusas se han exiliado en los últimos doce años, mientras que cientos de miles de personas ya han abandonado su país recientemente desde que comenzó la guerra, en febrero de 2022.

Todos los ciudadanos que podían permitirse salir lo han hecho, pues sabían que cruzar la frontera sería cada vez más difícil debido a las sanciones y los controles occidentales en los países de acogida. Por lo que se refiere a las élites profesionales, estas ya no tienen la opción de la lealtad, sino solo la del exilio, al menos temporal, o del exilio interno, es decir, sobrevivir en la sombra sin participar en el sistema[1].

En la primavera de 2014, el Kremlin y su ejército, sus mercenarios, sus guebistas –el término con el que se conoce en Rusia a los exagentes de las fuerzas de seguridad que se mueven en los círculos de poder– y ciberatacantes protagonizaron la primera agresión armada contra Ucrania, se anexionaron Crimea y ocuparon la parte oriental de las provincias de Donetsk y Lugansk. Son los mismos hombres armados que acosan, encarcelan y no dudan en matar, si es necesario, a los opositores y a la sociedad civil dentro del mismo Estado ruso. Aplastan no solo a los opositores y disidentes, sino a su propio pueblo.

De hecho, están librando una forma de guerra en la propia Rusia. Su deseo de controlar a los rusos y su deseo de aniquilar a los ucranianos forma parte del mismo impulso. La tiranía de Putin ha puesto fin al derecho y al imperio de la ley, al poder y gobierno de las instituciones y a los compromisos establecidos en los convenios internacionales. Despreciando estas normas, el Kremlin recurre a la fuerza bruta para eliminar a los «enemigos» internos y externos, sin ningún respeto por la vida humana. Dentro de la sociedad rusa, el desastre es humanitario, cultural, social, económico y político.

Todo este sistema sin fe ni ley, en el que el derecho y la justicia están supeditados a los órganos represivos, ha sido forjado por Vladimir Putin durante más de dos décadas. El sistema se guía por un cálculo temible: eliminar cualquier forma de responsabilidad y rendición de cuentas de los grupos dirigentes, las fuerzas armadas y las administraciones; y arrastrar de esta manera a los rusos a un universo de perversa ensoñación, donde todos abdican de su sentido de la responsabilidad cívica. Así es como gran parte de los habitantes de Rusia han dejado de ser ciudadanos para convertirse en súbditos de la dictadura. Lamentablemente, no pudieron, o no supieron, resistir a la violencia instaurada por la propaganda gubernamental.

El dictador no negocia

En Ucrania los abusos cometidos por el ejército ruso, el diluvio de bombas durante días sobre una misma ciudad y el horror de los ataques revela el delirio asesino del Kremlin, que actúa arbitrariamente y promete total impunidad a sus soldados. Las ciudades de Butcha, Irpin, Mariúpol, Severodonetsk y decenas de otras poblaciones han sufrido el martirio, la tortura y la violación, el hambre y la muerte.

El presidente Putin actúa al margen de la ley y de las convenciones, en contra de todos los principios de humanidad. No quiere escuchar los razonamientos de los presidentes de Francia, Emmanuel Macron, o de EEUU, Joe Biden, ni siquiera los consejos de sus propios mandos militares y de inteligencia. Está encerrado en sus pasiones y obsesiones. Desconfía de todo el mundo. No es capaz de admitir sus errores. Confía en la violencia total y la impunidad para él y sus hombres.

Sin embargo, Vladimir Putin no es un ideólogo ni un nostálgico del imperio ruso, aunque frecuentemente apela a la épica de la historia, que manipula con fines propagandísticos. Habla constantemente del pasado, rara vez del presente y nunca del futuro. Los celosos servidores que han escrito sobre la pureza rusa o el eurasiaismo y del mismo modo han negado la existencia de Ucrania son más doctrinarios que pensadores: son los soldados de la propaganda, de la reescritura de la historia para que la doctrina se imponga a todos y defina una línea dogmática. El dogma da carta blanca a la policía, al ejército y a los jueces para reprimir a los «enemigos», tanto internos como externos.

Durante todos estos años, la manipulación de los hechos es un arma indispensable en la guerra rusa. El Kremlin lleva años utilizando el método del discurso invertido, buscando contradecir cualquier argumento con su opuesto, a modo de espejo. Es esta lógica la que le lleva a afirmar que es Ucrania la que ha atacado primero a los rusos, quién ha cometido un genocidio en el Donbass, o la que bombardea y tortura a los civiles. Toda la violencia que el ejército ruso inflige a los ucranianos se presenta como obra del ejército ucraniano. Los programas de televisión rusa difunden películas rodadas para la ocasión, en las que es el enemigo ucraniano el que perpetra los horrores. Resulta estremecedor observar que, si sustituimos la palabra Ucrania por la palabra Rusia, la propaganda de Putin está haciendo una crónica de sus propios abusos. Su lógica no es la de un conquistador, sino la de un destructor. La razón por la cual arremete contra los ucranianos es para castigarlos por construir un Estado de derecho y acercarse a las democracias europeas. Pero no conseguirá construir una Ucrania bajo su yugo, porque el ejército y la policía rusos son incapaces de ocupar y gobernar un gran país vecino. Destruir es posible, construir no.

Es posible que los líderes rusos, políticos y militares sean procesados por crímenes contra la humanidad –posiblemente genocidio–, y que los gobernantes ucranianos sean los principales demandantes. Desde las masacres en la ciudad de Bucha en marzo de 2022, las naciones europeas y todas las democracias occidentales se enfrentan a un régimen que puede ser tipificado de criminal. Ya no tienen un Estado con el que negociar en Moscú. Rusia ya no está gobernada por estadistas, sino por un contubernio que ha capturado las instituciones públicas, ha manipulado la constitución, han pervertido el sufragio universal y se ha apropiado de los recursos del país.

Tras meses de guerra, Occidente ha alcanzado una conclusión: la negociación política con el Kremlin es imposible. En este contexto, y sin la necesidad de perseguir un compromiso a toda costa con Moscú, los gobiernos europeos han optado redefinir sus prioridades y sentar las bases de una estrategia a corto y medio plazo. En el momento de escribir esta pieza, la entrada de Ucrania en la UE se dibuja como la política pragmática y eficaz. Esto se debe a que solo la solidaridad de todos a favor de Ucrania constituye un factor decisivo para la victoria sobre el agresor. Putin ha declarado la guerra, de facto, a Europa y a la OTAN, y las partes interesadas han tomado buena nota de ello.

Los europeos y la guerra

Antes de febrero de 2022, la posibilidad de una guerra en Europa resultaba inconcebible. Naturalmente, las potencias europeas –así como en la OTAN–, contemplaban esta posibilidad como hipótesis: «para no ir a la guerra, hay que prepararse para ella». Pero ningún escenario contemplaba una guerra en un futuro inmediato, y menos, un conflicto de tal violencia. La negación de la fragilidad inmanente a la paz contribuyó a errores en el juicio. Sin embargo, existía elementos que deberían haber despertado antes a los europeos de su letargo estratégico, especialmente a los franceses, alemanes e italianos, que se negaron a considerar como válidos los análisis de sus amigos del norte y del este de Europa, por muy informados y bien argumentados que estuvieran.

Hasta principios de junio de 2022 el presidente francés Emmanuel Macron y el canciller alemán Olaf Scholz, en particular, siguieron llamando por teléfono al presidente ruso, pensando quizá que Vladimir Putin podría tener algún interés en poner fin a su guerra de destrucción y retomar el hilo de las relaciones, aunque severamente dañadas, con París y Berlín, respectivamente. Cuatro años antes, en el 2018, el presidente Macron hizo gala de la muy francesa costumbre de cultivar una amistad especial con el autócrata del Kremlin. Una relación que, dicho sea de paso, reportaba muy poco a París y en cambio sí beneficiaba al líder ruso, acostumbrado a sacar provecho de la necesidad ajena de establecer puentes de diálogo.

Aún en diciembre de 2021, el gobierno francés –junto con sus asesores y sus legisladores– tenían dudas respecto a la emergencia en Ucrania. El clima de incertidumbre se trasladó a las dos campañas electorales de la primavera de 2022, lo que acabó impregnando el conjunto de la estrategia francesa. Hasta su visita a las ciudades de Irpin y Kiev, junto a los mandatarios alemán, italiano y rumano –el 16 de junio de 2022–, Emmanuel Macron había mantenido una cierta ambigüedad sobre el desenlace de la guerra y el futuro europeo de Ucrania, a pesar de que Francia prestaba un notable apoyo militar, económico y humanitario sobre el terreno, toda vez que acogía a los refugiados de forma eficaz desde marzo de 2022.

No obstante, y en el seno de la OTAN, eran diversos los países que habían dado la voz de alarma ya a lo largo del 2021. El primer chantaje en torno a la guerra tuvo lugar en marzo-abril de ese año, cuando más de 100.000 soldados rusos se concentraron en la frontera oriental de Ucrania, es decir, en las inmediaciones de las dos autoproclamadas «repúblicas del Donbass», Luhansk y Donetsk, bajo el control de grupos armados apoyados por Moscú. Esta era una nueva amenaza que se añadía a la larga y oscura cronología de agresiones y actos violentos por parte del Kremlin, como por ejemplo, la represión de toda oposición en Rusia para aplastar la Constitución rusa en junio de 2020; el apoyo al dictador bielorruso Alexander Lukashenko tras su fracaso en las elecciones presidenciales del 9 de agosto de mismo año; el intento de asesinato del líder opositor Alexei Navalny el 20 de agosto; o el abandono de los armenios de Nagorno-Karabaj ante la agresión turco-azerbaiyana en el otoño del 2020. En el 2021, la dictadura rusa aceleró el ritmo de la represión interna y las amenazas contra países extranjeros y contra Europa. Relativamente bien protegidos en nuestras democracias, los países de Europa Occidental hemos observado con cierta distancia la acumulación de dramas, la espiral de violencia extrema y la exasperación de la paranoia en el Kremlin, sin calibrar verdaderamente la dimensión de la escalada[2].

Si algo nos ha enseñado la historia, es que dictadura y conflicto acostumbran a ir de la mano. Y sin embargo, los gobiernos de Francia, Alemania, Italia y también de España, parecen haber querido interpretar los hechos de forma diferente: «Rusia es un caso especial», «tenemos que comerciar», «tenemos que entendernos con Putin», «los rusos prefieren gobierno fuertes».

Estos argumentos sesgados han dado cobertura a la autocracia rusa, dejando en un segundo plano la ausencia de libertades, la represión, la impunidad de los gobernantes y magnates, y la constante violación de la ley y la justicia. En Francia, el interés no ha sido solo energético y comercial.

En París resultaba tentador imaginarse como una gran potencia en el gran continente europeo, con el poder suficiente para mantener a raya al aliado estadounidense y, para contrapesar, el dominio económico de Estados Unidos y China a través de una «buena relación» con Moscú.

También era conveniente no preocuparse por los países que se encontraban a medio camino de ambos –y abandonados a la arbitrariedad del Kremlin– como Ucrania, Belarús, Moldova, Georgia y Armenia. Los responsables franceses se habían acostumbrado a ignorar las advertencias de sus colegas bálticos, polacos, checos, suecos y finlandeses que siempre habían señalado el peligro del régimen de Putin.

Nuestras élites, indulgentes con Putin, de forma expresa o tácita, se han comportado como nacionalistas soberanistas, de una forma impropia de los representantes de una nación democrática que ha apoyado el proyecto europeo desde el principio, y que tanto se ha beneficiado de él. Particularmente en Francia, una parte importante de la clase política y de los empresarios se ha plegado a sus intereses particulares y corporativistas, ignorando a veces las posiciones de la Unión Europea y de la OTAN.

La negación de la naturaleza violenta y criminal del régimen de Putin ha contribuido al efecto en el auge de los partidos populistas y de extrema derecha –en Francia y en Europa–, que cultivan visiones radicales del ejercicio del poder en el corazón de Europa, y que en muchos casos comparten posiciones soberanistas y euroescépticas.

La vía europea de Ucrania

La agresión rusa ha cambiado todo el escenario europeo y ha volatilizado la imagen de Putin como «líder autoritario, pero eficaz, a la cabeza de un sistema estable». En el terreno político, el contraste entre el núcleo en torno a Vladimir Putin y el gobierno de Volodímir Zelensky es asombroso. El presidente ucraniano ha demostrado la fortaleza de su carácter, su integridad y su respeto por las instituciones públicas.

Ha construido una sólida relación de confianza con sus conciudadanos y con los militares a sus órdenes. Así es como su país ha podido hacer frente y oponer una impresionante resistencia a los ataques rusos. Zelensky representa también la mejor baza de los europeos en este enfrentamiento de las democracias contra la dictadura rusa. Es fiable y eficiente, carismático y directo. Sigue una estrategia clara y segura: expulsar al agresor-ocupante de Ucrania, reconstruir su país y anclarlo firmemente a las instituciones europeas y atlánticas.

En Europa, la mejor estrategia de Bruselas ha sido confiar en los dirigentes ucranianos y acceder a sus demandas. Sorprendentemente, ya en mayo de 2022 se inició la reconstrucción de las infraestructuras en las provincias no ocupadas, aun cuando persistían los terribles combates en el este y el sur del país. En estas pésimas condiciones, las administraciones y los servicios públicos ucranianos han funcionado admirablemente bien. 

Hoy, los ucranianos nos recuerdan lo que Europa debería haber entendido desde la ocupación de Crimea y el este del Donbass en 2014: no existe una intersección entre la dictadura belicista de Moscú y el mundo democrático de una Europa unida. La guerra rusa de 2022 demuestra trágicamente el peligro que entraña la zona gris que atrapa a diversos países entre Moscú y Bruselas. Las intervenciones militares rusas, desde Moldova y Georgia hasta Ucrania, han producido un resultado opuesto al objetivo inicialmente previsto por el Kremlin.

En lugar de controlar y someter a estos estados independientes, lo que Vladimir Putin ha provocado es que naciones y personas cierren filas en su contra. Al proclamar el derecho de la gran Rusia a conservar su «esfera de influencia», ha perdido a estas antiguas repúblicas soviéticas.

Ante tales circunstancias y para garantizar su seguridad y su soberanía, Ucrania, Moldova y Georgia no tienen hoy otra opción más que unirse a la Unión Europea y a la Alianza Atlántica. Frente a la permanente amenaza rusa, quieren pertenecer al mundo de las democracias occidentales y sus instituciones multilaterales. Ya no pueden conformarse con una alianza en el marco de la Asociación Oriental de la UE o con acuerdos bilaterales con la OTAN. No basta con formar parte de la «familia europea». Saben que el camino para cumplir todos los criterios de la UE será largo y arduo; sin embargo, estos estados y sociedades necesitan las estructuras y garantías que les proporcionará la pertenencia institucional a estas organizaciones. Es más, la gran mayoría de ciudadanos bielorrusos y armenios comparten ese mismo horizonte y la esperanza de entrar algún día en la Unión Europea.


[1] Mendras, M. «Putin frente a las élites y las clases medias». Política exterior, Vol. XXXI, n.º 179, septiembre/octubre 2017, pp. 68-76.

[2] Véanse las publicaciones periódicas del boletín Desk Russia en 2021-2022: https://desk-russie.eu.

Un año de invasión rusa de Ucrania. CIDOB. Febrero 2023

La invasión rusa de Ucrania ha tenido un impacto global: en la competición estratégica entre Estados Unidos y China, en los mercados de recursos globales, así como en la propia construcción institucional de Ucrania.

La agresión rusa ha hecho a Ucrania más fuerte. Nunca como ahora la identidad ciudadana ucraniana ha sido más asertiva y más ampliamente compartida.

La invasión y posterior adopción de sanciones por parte de Occidente provocaron la desaceleración económica global más abrupta en casi 50 años, solo por detrás de la pandemia de COVID-19 y la crisis financiera global de 2008.

El 24 de febrero de 2022, el conflicto de Ucrania se convirtió en una guerra con un impacto global. La rápida entrada del ejército ruso por el este de Ucrania aceleró también la descomposición del orden posguerra fría que todavía quedaba en pie en el continente europeo. Desde entonces, los paradigmas de la arquitectura de seguridad, tanto global como europea, han cambiado drásticamente. La guerra ha impactado en la competición estratégica entre Estados Unidos y China, y en los mercados de recursos globales, pero también en la propia construcción institucional de Ucrania.

Esta Nota Internacional de CIDOB analiza el impacto geopolítico, económico, tecnológico y migratorio de un conflicto que sigue escalando sobre el terreno. Sin una vía de resolución todavía en el horizonte, la amenaza de una guerra larga o de un conflicto enquistado es el peor de los escenarios para Ucrania y para Europa.

Ucrania y la geopolítica compleja

Pol Morillas, director, CIDOB

Si la palabra permacrisis es la que mejor define el estado del mundo hoy, complejidad probablemente sea la más adecuada para describir las derivadas geopolíticas de la guerra en Ucrania.

Occidente ha coordinado su ayuda militar a Ucrania y aumentado paulatinamente el carácter ofensivo de sus envíos. La OTAN se ha revitalizado como mecanismo de defensa colectiva con las peticiones de ingreso de Suecia y Finlandia. Alemania y la Unión Europea (UE) han roto tabúes respectivos con el envío de carros de combate Leopard II y el uso de fondos comunitarios para la provisión de material bélico a un país en conflicto. Sin embargo, no todo es unidad en el bloque occidental: las divisiones estratégicas sobre la futura relación con Rusia, el alcance de la ayuda a Ucrania o las recetas de Estados Unidos bajo la forma de la Inflation Reduction Act abren grietas en la relación transatlántica, con la mirada puesta en las presidenciales americanas de 2024.

China y Rusia, pese a la declaración previa a la guerra de una «amistad sin límites», se han convertido en una extraña pareja. «Apoyo narrativo, cautela estratégica» resumen el grado de alineamiento entre ambos actores hoy. Añadiendo componentes de complejidad, potencias medias como Turquía e India prefieren aumentar su estatus regional antes que alinearse sistemáticamente con una u otra parte.

Lo mismo ocurre en el plano multilateral. La inactividad del Consejo de Seguridad contrasta con el activismo plural de la Asamblea General de Naciones Unidas. El primero, donde Rusia mantiene su derecho de veto, solo ha conseguido adoptar una declaración de la presidencia donde expresa su «profunda preocupación por el mantenimiento de la paz y la seguridad en Ucrania». Por su parte, las diversas resoluciones de la Asamblea General condenando la agresión y la anexión ilegal de territorios por parte de Rusia, suspendiendo su pertenencia al Consejo de Derechos Humanos y reclamando reparaciones de guerra son muestra de la pluralidad de puntos de vista con los que el mundo lee la guerra de Ucrania: rechazo a la invasión –a juzgar por el número de votos favorables a las resoluciones–, pero abstenciones de los países más poblados del mundo y buena parte del Sur Global.

Resistencia y construcción nacional en Ucrania: la derrota de Putin

Carmen Claudín, investigadora sénior asociada, CIDOB

La agresión rusa ha hecho a Ucrania más fuerte. Moscú quería someterla y devolverla a su condición de Estado formalmente independiente pero, en la práctica, supeditado a los intereses de Rusia. Sin embargo, ninguna de las consecuencias de la política neocolonial del régimen de Putin ha ido en el sentido del interés del Kremlin.

La sociedad ucraniana está pagando un precio altísimo por su derecho a tomar sus propias decisiones y decidir su futuro. Pero nunca la identidad ciudadana ucraniana ha sido más asertiva y más ampliamente compartida. Por tanto, la desucrainización del país que busca conseguir el Kremlin a través de la desnazificación no solo ha fracasado, sino que ha producido precisamente su contrario. Así, la resistencia colectiva ha reforzado una identidad que, inevitablemente, se está construyendo en parte en contra del agresor, es decir, por extensión, en contra de los rusos.

De ahí que uno de los principales desafíos de la sociedad rusa, cuando llegue la postguerra, será convencer a los ciudadanos ucranianos, incluso a los de origen rusófono, nacidos de esta resistencia, que cierta amistad o, como mínimo, la convivencia pueda volver a darse entre ambos.

Un estudio, llevado a cabo en octubre de 2022 por un prestigioso centro ucraniano de análisis de la opinión pública, señala, por ejemplo, que la mayoría de los ciudadanos del país (56%) cree que los rusos son colectivamente responsables de la agresión militar de Rusia contra Ucrania. Incluso entre los encuestados que usan el ruso en la vida cotidiana, una mayoría relativa pero significativa (47%) también cree que la guerra es el resultado de acciones o falta de acciones por parte de los rusos de a pie. En cambio, la valoración de la UE no ha dejado de crecer: otra encuesta, de enero de 2023, muestra que un 84% de ucranianos confían en la UE más que en todas las demás organizaciones y asociaciones internacionales.

La salida de la guerra sigue incierta, pero Vladimir Putin ya se ha convertido en el más seguro arquitecto del proceso de construcción nacional e institucional de Ucrania iniciado en 2014. 

La guerra como catalizador de la tercera mayor desaceleración económica en 50 años

Víctor Burguete, investigador sénior, CIDOB

La invasión rusa de Ucrania y la posterior adopción de sanciones por parte de Occidente provocaron la desaceleración económica global más abrupta en casi 50 años, solo por detrás de la pandemia de COVID-19 y la crisis financiera global de 2008.

Guerra, inflación, restricción monetaria y miedo a la recesión dieron lugar al peor año de la historia en los mercados financieros y a unas previsiones que situaban 2023 como el año con el tercer crecimiento económico más débil desde la burbuja tecnológica de principios de siglo. Por suerte, los malos augurios de crecimiento parece que no se cumplirán debido, en parte, al buen tiempo, que ha evitado el escenario de racionamiento energético en Europa.

El impacto de la guerra también ha obtenido la tercera posición en términos de inflación. A escala global, el índice de precios ha experimentado el tercer repunte más rápido desde los años ochenta del siglo pasado, hasta volver a las altísimas tasas de esa década. Ello ha provocado la fuerte reacción de los bancos centrales y el fin de más de una década de dinero barato. A medida que se vaya evaporando el exceso de liquidez del sistema, gobiernos, empresas y ciudadanos comenzarán a ver las consecuencias. Las subidas de la cuota de la hipoteca es el primer y mejor ejemplo del nuevo paradigma.

En este entorno de menor margen presupuestario, los países occidentales deberán dedicar un mayor porcentaje de su renta al gasto energético y a hacer frente a sus nuevos compromisos, entre los que destacan: a) el respaldo a la política industrial para impulsar la autonomía estratégica; b) el incremento de gasto en defensa; y c) la ayuda económica y militar a Ucrania. Además, los estados europeos deberán decidir de qué manera contribuir a la gestión de las crisis de deuda que previsiblemente experimentarán algunos países emergentes o si, por el contrario, mejor dejar la iniciativa a otros actores globales.

En este contexto de menores recursos y más compromisos, los gobiernos tendrán cada vez más difícil ocultar del debate público las disyuntivas de la política económica derivadas de la guerra de Ucrania. Y en 2024 hay elecciones en Estados Unidos, lo que puede ser determinante para el futuro de esta guerra.

Más defensa para la UE y para Ucrania

Pol Bargués, investigador principal, CIDOB

Doce meses largos de guerra han catalizado la defensa de la UE. La inversión militar de los estados miembros ha aumentado hasta un nivel récord, mientras se exploran oportunidades de cooperación en armamento, munición o modernización de los ejércitos europeos. A pesar de que el rearme a Ucrania se articula mayoritariamente a través de la OTAN, la UE ha contribuido a la asistencia militar con la provisión de equipos y armas letales, o con la Misión de Asistencia Militar (EUMAM) que tiene como objetivo entrenar y reforzar las Fuerzas Armadas de Ucrania.

¿Hasta cuándo durará el apoyo militar europeo a Ucrania? «Mientras sea necesario, hasta la victoria de Ucrania», escribió el Alto Representante de la Unión para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, Josep Borrell. Pero esta determinación de la UE no es suficiente, según analistas y críticos. Las voces que predominan en el debate público sobre la implicación europea inciden menos en los peligros o agravios humanitarios de la prolongación del conflicto que en la supuesta lentitud o descoordinación de la respuesta de la UE. Y así lo aceptan también los mandatarios europeos, que apelan constantemente a hacer más, más rápido y mejor coordinados. También lo exige Borrell a los estados miembros: «No solo debemos gastar más en defensa, sino mejor. Y eso implica cooperar más. Para seguir apoyando a Ucrania; para abordar las necesidades actuales; y para empezar a prepararnos para el futuro.»

El futuro está atravesado por una guerra «europea». Para el jefe de la diplomacia europea, ante el ambiente «desafiante» de Moscú, «los aliados de Ucrania hacen bien en aumentar su ayuda militar, incluso proporcionando tanques de combate». En el horizonte europeo no parece haber, por el momento, alternativas a la escalada. Habrá más aniversarios negros.

China: ¿equilibrios imposibles?

Inés Arco Escriche, investigadora, CIDOB

Tras un año de equilibrios, China continúa en la cuerda floja. A pesar de haber evitado condenar la invasión rusa, tampoco ha reconocido la independencia y anexión ilegal de Crimea, Luhansk o Donetsk –contraria a sus intereses en Taiwán–, y ha expresado su apoyo a la soberanía e integridad territorial de Ucrania. Si bien ha profundizado su relación estratégica y económica con Rusia, su aval se ha mantenido dentro de los límites de las sanciones internacionales y no ha ido acompañado de ningún tipo de apoyo militar demostrable hasta la fecha –incluso con las seis entidades chinas presuntamente involucradas en el conflicto—. Su discurso oficial ha replicado las narrativas y desinformación rusa, aprovechando la oportunidad para señalar a su rival geopolítico, Estados Unidos/OTAN, como causa de la guerra. Sin embargo, tras el revés ruso en el campo de batalla, el presidente Xi Jinping, no dudó en expresar «preguntas y preocupaciones» a su homólogo ruso, o su oposición al uso de armas nucleares. 

Las preocupaciones son múltiples y multidimensionales. La guerra en Ucrania es vista bajo el prisma de la competición geopolítica con Estados Unidos, en la que Rusia es un socio clave al que Beijing difícilmente puede abandonar; aunque es consciente de su dependencia económica y tecnológica de Occidente para su desarrollo.

Esta posición ambivalente ha empeorado la imagen del gigante asiático –excepto en parte del Sur Global, que mantiene una posición similar en el conflicto–, fracturando aún más su relación con Europa, con una alianza transatlántica reforzada, y alimentando debates sobre el desacoplamiento. Además, la guerra y las sanciones han perturbado las rutas comerciales euroasiáticas de la iniciativa de la Franja y la Ruta –que atravesaban Rusia y Belarús hasta Europa– de la cual iba a formar parte Ucrania. El impacto de la guerra en las cadenas de suministro y los precios son una presión indeseada para la economía china, que se encuentra en medio de una recuperación pospandemia y en un contexto internacional hostil.

Pero si algo preocupa a China es, precisamente, la atención internacional hacia Taiwán y sus paralelismos con Ucrania. El incremento del apoyo estadounidense –con la venta de nuevos paquetes de armas a Taipéi–, las sanciones económicas y el ejemplo de la resistencia civil ucraniana muestran la dificultad de una reunificación mediante el uso de la fuerza. Indudablemente, Ucrania ha afectado a los cálculos de China y su estrategia frente a Taiwán.

Frente digital: propaganda y competición tecnológica

Carme Colomina, investigadora sénior, CIDOB

Las plataformas tecnológicas se han convertido en actores estratégicos en la guerra de Ucrania. Son el nuevo poder tecnoeconómico de un conflicto que ha vivido, en su frente digital, el impacto más directo de una transformación global. Las líneas divisorias entre la fuerza militar convencional y las capacidades tecnológicas de disrupción son cada vez más difusas. Gigantes del Silicon Valley como Microsoft o Amazon Web han facilitado servicios en la nube, apoyo tecnológico o datos de inteligencia al Gobierno ucraniano contra los ciberataques. Starlink, los terminales de internet satelital de Elon Musk, han sido «la columna vertebral de las comunicaciones en Ucrania, especialmente en la línea del frente», como reconocía el magnate en twitter. Pero ahora, Space X, responsable de poner en órbita los satélites, ha decidido imponer restricciones para evitar su uso con fines militares –por ejemplo, para el control de drones y la ubicación de tropas rusas–.

Miles de hackactivistas en todo el mundo han participado en campañas de disrupción digital para hackear medios de comunicación rusos o interferir en las estrategias de desinformación online del Kremlin, desdibujando así, también, las líneas divisorias entre actores civiles y militares.

Las redes sociales han transformado la manera cómo la guerra puede ser narrada, experimentada y comprendida. En los primeros compases de la invasión, y ante el telón de censura digital impuesto por el Kremlin, la audiencia de Telegram creció, de golpe, un 66%. Según una investigación de Forbes.ru, la red de mensajería fundada por Pavel Durov pasó de 25 millones de usuarios en enero de 2022 a 41,5 millones de personas en julio de 2022. Además, un estudio del Stanford Internet Observatory constató la conexión entre las narrativas que impulsan los medios de comunicación estatales y los pseudomedios de propaganda rusa con el contenido distribuido a través de canales de Telegram no atribuidos.

Por su parte, Ucrania y la capacidad comunicativa del presidente Zelensky parecen haber conquistado Twitter, mientras Tik Tok se ha convertido en la red social del frente, donde los vídeos de escaramuzas y combates se mezclan con coreografías de los soldados ucranianos. La exhibición de armamento y camaradería tiene un claro objetivo motivacional. Pero la viralización digital del conflicto también puede generar una enorme cantidad de datos potencialmente útiles, cuando llegue el momento, para la rendición de cuentas de los crímenes de guerra.

MENA: aceleración en la reconfiguración del orden regional

Moussa Bourekba, investigador principal, CIDOB

La guerra en Ucrania ha afectado a la región MENA (Oriente Medio y Norte de África) tanto en términos económicos como políticos. Económicamente, el aumento en los precios de los alimentos ha sacado a la luz la dependencia de varios países de la región hacia Rusia y Ucrania respecto a recursos agrícolas y energéticos. En Sudán, Egipto, Líbano o Libia –donde el trigo ruso y ucraniano representan entre el 60% y el 90% del total de sus importaciones–, aumentó la inseguridad alimentaria. Además, la subida de precios en los combustibles ha agravado los niveles de inflación de países que ya se enfrentaban a tasas de dos dígitos (Egipto, Turquía e Irán) e incluso más (Líbano). Teniendo en cuenta la correlación entre el precio de los alimentos y los levantamientos árabes de 2011, algunos gobiernos del área temen que la coyuntura actual genere más descontento social e inestabilidad política (revueltas del hambre), especialmente en aquellos países extremadamente vulnerables como Irak, Libia, Siria o Yemen, que ya acumulan situaciones de guerra con una inestabilidad política y económica muy fuertes.

No obstante, los efectos de esta guerra no han sido negativos para todos. Los países exportadores de hidrocarburos como Argelia, Arabia Saudí, Libia o Qatar se han beneficiado de la subida de los precios de la energía para llenar las arcas del Estado y comprar la paz social. Este periodo de bonanza económica, aunque temporal, les ha permitido también erigirse como alternativas al gas y al petróleo rusos para la UE.

Por el lado político, no todos los países de la región MENA se han sumado a la condena total de Occidente ante la invasión rusa de Ucrania. Esto se debe al entramado de relaciones económicas, políticas y militares que Rusia mantiene con varios regímenes de la zona. Pero no sólo. También indica que la reconfiguración del orden regional, marcada por el declive de Estados Unidos y el auge de actores regionales y extrarregionales, lleva a algunos líderes a usar la rivalidad entre Moscú y Washington para expresar su descontento con la Casa Blanca y diversificar sus alianzas.

¿Un punto de inflexión en la política migratoria y de asilo europea?

Francesco Pasetti, investigador principal, CIDOB

La guerra en Ucrania ha situado a la UE frente a la mayor crisis de refugiados de su historia. En un año más de 8 millones de personas provenientes de Ucrania han buscado protección en otro Estado europeo. Un reto sin precedentes ante el cual las instituciones de la Unión han reaccionado de manera extraordinaria.

El 4 de marzo de 2022 se activaba, por primera vez desde su publicación en 2001, la Directiva de protección temporal (2001/55/CE). A partir de ese día, las personas que habían huido de la invasión rusa podían contar con protección inmediata en todo el territorio de la UE; es decir, acceso automático al permiso de residencia y al conjunto de derechos y servicios básicos (trabajo, vivienda, sanidad, educación, asistencia social), y la posibilidad de «elegir» en qué Estado miembro recibir dicha protección. Este cambio normativo ha ido acompañado de avances igualmente significativos en términos de coordinación, recursos y herramientas ejecutivas, desplegados para su implementación.

En poco más de una semana se logró lo que durante años había sido imposible: una respuesta rápida, eficaz y coordinada en el ámbito del asilo y el refugio. Hasta entonces, la política migratoria europea solo se había demostrado capaz de encontrar soluciones compartidas y eficaces a la hora de securitizar las fronteras externas y reducir los flujos en entrada, pero no así en términos de protección y acogida. 

La repuesta europea a la crisis de los refugiados ucranianos ha puesto así de manifiesto que son posibles soluciones alternativas para el asilo y el refugio, solidarias y garantes de derechos para aquellos que necesitan protección. Esto lleva a cuestionarnos, por un lado, por qué dichas soluciones no sé aplicaron antes con otros colectivos de refugiados y, por el otro, si sería posible aplicarlas en el futuro a toda persona extranjera necesitada de protección. Es decir, ¿se trata de un cambio significativo, pero excepcional y limitado al contexto ucraniano, o de un punto de inflexión sustancial en la política migratoria y de asilo europea?

Si miramos al resto de decisiones tomadas desde entonces en el marco de la UE en materia migratoria, como los recientes acuerdos para las infraestructuras de defensa de las fronteras, parece tratarse más bien de lo primero.

La dimensión urbana de la guerra

Agustí Fernández de Losada, investigador sénior y director del Programa Ciudades Globales, CIDOB

Las ciudades ucranianas se han convertido en el principal objetivo de los ataques del ejército ruso. Las calles y los edificios destrozados en Kyiv, Kherson, Mariupol, Odesa o Kharkiv, como lo fueron las de Bagdad o Alepo, son la imagen de un conflicto con una fuerte dimensión urbana. Los misiles rusos buscan destruir sedes e infraestructuras clave y paralizar la actividad económica, social y política del país. Pero también diezmar la resistencia local y minar el ánimo de la población.

El empeño por cortar el suministro de agua y energía en las principales ciudades del país son una buena muestra de ello; como también lo es el secuestro de más de 50 alcaldes y líderes locales reportados hasta la fecha. Los alcaldes simbolizan la capacidad de organizarse, protegerse y liderar la resistencia. Especialmente significativo es el caso del alcalde de Kharkiv, Ihor Kolykhaiev, que fue detenido tras negarse a colaborar con la administración impuesta por el Kremlin tras la ocupación y que permanece en paradero desconocido desde hace meses, aun cuando la ciudad ha sido recuperada por el ejército ucraniano.

Frente a esta realidad, el municipalismo internacional, en especial el europeo, se ha movilizado para brindar su apoyo: denunciando la agresión, reforzando las sanciones, cortando relaciones con ciudades rusas y exigiendo una resolución pacífica e inmediata del conflicto. Pero también se ha trasladado al terreno de lo práctico mediante el envío directo de ayuda en forma de recursos financieros y materiales. El suministro de centenares de generadores eléctricos en el marco de la campaña «Generators for Hope» impulsada por Eurocities y el Parlamento Europeo, o el de ambulancias, camiones de bomberos o grúas como los facilitados por Hamburgo, Barcelona o Poznan son ejemplos de ello.

Todo este apoyo no deja de ser complementario del que ofrecen los grandes operadores nacionales e internacionales. Su valor añadido radica en que se articula en torno a las redes de relaciones tejidas a lo largo de décadas, las cuales permiten incidir de forma quirúrgica en las realidades locales. Una capacidad modesta pero que se muestra relevante y que será clave cuando se aborde la reconstrucción.

DOI: https://doi.org/10.24241/NotesInt.2023/285/es

Seis experiencias del nuevo progresismo. Claudio Katz. Febrero de 2023

La existencia de un nuevo mapa político en América Latina signado por la preeminencia de gobiernos progresistas es un dato incontrastable. El predominio de administraciones de este tipo en el 80 % de la región, suscita grandes debates sobre el perfil de un renovado ciclo de centroizquierda.

La dinámica de este proceso es más comprensible sustituyendo el rígido término de ciclo por la noción más flexible de oleada. Este concepto conecta el tipo de gobiernos prevalecientes con los resultados de la lucha popular. La primera secuencia progresista de 1999-2014 fue sucedida por la restauración conservadora de 2014-2019, que a su vez desembocó en los últimos tres años en el reinicio del curso proceso previo (García Linera, 2021).

ENEMIGOS DE MAYOR VOLTAJE

La novedad del escenario actual es la participación un protagonista centroamericano de peso (México) y otro de gran influencia política (Honduras), en un rumbo exclusivamente localizado en Sudamérica en la fase anterior.

            Los nuevos mandatarios han asumido en algunos casos como resultado de rebeliones populares, que tuvieron traducciones electorales inmediatas. Los gobiernos de Bolivia, Perú, Chile, Honduras y Colombia emergieron al calor de esas sublevaciones callejeras.

En otras situaciones, el descontento social convergió con la crisis, el desconcierto de los presidentes derechistas y la incapacidad del establishment para posicionar a sus candidatos (Brasil, Argentina, México). A su vez, en dos contextos de enorme resistencia popular, la movilización callejera no tuvo desemboques en las urnas (Ecuador), ni permitió la superación de un caótico escenario (Haití).

El fracaso de todos los gobiernos neoliberales ordena esta variedad de contextos. La restauración conservadora que intentó enterrar la experiencia progresista, no consiguió concretar esa sepultura.

Pero a diferencia del ciclo anterior, los derechistas han perdido un round, sin quedar fuera del ring por un tiempo perdurable. Siguen en carrera redoblando la apuesta, con formaciones más extremas y proyectos más reaccionarios. Disputan codo a codo con el progresismo la futura primacía gubernamental. Continúan referenciados en el trumpismo estadounidense, mientras la vertiente de Biden ha comenzado a jugar sus fichas con algunos exponentes del progresismo.

La vitalidad de esa latente contraofensiva de la derecha regional introduce una diferencia sustancial con el ciclo anterior. Basta observar la polarización del grueso de los comicios entre el progresismo y la ultraderecha para notar este nuevo escenario. La primera fuerza ha vencido (hasta ahora) por estrecho margen a la segunda en las definiciones presidenciales, pero no en las elecciones posteriores o parciales. Tan sólo impera un frágil equilibrio, que induce a la cautela a la hora de evaluar el alcance de la actual oleada progresista.

Esa prudencia se extiende a otros planos. Los voceros de la derecha obviamente descalifican el ciclo actual por su evidente interés en impugnar al adversario. Por eso hablan de una “marea rosada débil y poco profunda” (Oppenheimer, 2022).

Pero también los simpatizantes de este proceso destacan la ausencia de liderazgos comparables a la fase anterior (Boron, 2021) y remarcan el carácter fragmentado de un proceso carente de homogeneidad en la economía y la política exterior (Serrano Mancilla, 2022).

Las fuertes respuestas de Maduro a Boric por los cuestionamientos al régimen venezolano ilustran esa ausencia de un bloque unificado. Algunos analistas observan en esa grieta el debut de una “nueva izquierda antipopulista”, que emergería superando la inmadurez del período anterior (Stefanoni, 2021). Pero con mayor realismo, otros evaluadores destacan la continuidad de un viejo perfil socialdemócrata en perdurable tensión con los procesos radicales (Rodríguez Gelfenstein, 2022).

La centroizquierda moderada ha impuesto hasta ahora la tónica de la oleada en curso. Repite mensajes de armonía y conciliación, frente a una derecha extrema y brutal, que busca canalizar el descontento social con discursos y acciones más contundentes. Ese progresismo light tiende a quedar desubicado, en un escenario alejado de sus expectativas y prácticas corrientes (Aharonian, 2022).

Los dos mandatarios progresistas más recientes llegan al gobierno con trayectorias distintas, pero rodeados de la misma expectativa. Petro es el primer presidente de ese signo en Colombia y Lula inicia su tercera gestión, al cabo de la terrible noche padecida en Brasil con Bolsonaro.

Otra figura de gran peso regional como López Obrador -que ya transitó un largo trecho de su administración al frente de México- mantiene su credibilidad. Por el contrario, el gobierno de Fernández es sinónimo de fracaso en Argentina, las políticas de Boric suscitan frustración en Chile y antes de su derrocamiento, Castillo acumuló un récord de fallidos en Perú. Estas seis experiencias ilustran los problemas del nuevo progresismo en América Latina.

COLOMBIA EN LOS INICIOS

Petro introduce por primera vez a Colombia en este proceso con la prioridad de la paz en su agenda. Promueve un objetivo muy específico y diferenciado del resto de la región. No emite sólo mensajes de reversión de la desigualdad, la dependencia o el autoritarismo. Propone frenar la tragedia de muertes que ha desangrado a su país. Esa meta fue una de las banderas de las protestas del 2021. La centralidad de ese objetivo determina la especificidad de su gestión, en comparación a otras administraciones regionales del mismo signo (Malaspina; Sverdlick, 2022).

El nuevo mandatario ya retomó el Acuerdo de Paz de La Habana, reabrió el diálogo con los grupos armados y reanudó las relaciones con Venezuela, para ejercer el control compartido de la frontera. Al declarar el fracaso de la “guerra contra las drogas”, anticipó un curso alternativo a la simple militarización que exige Estados Unidos.

Pero Petro busca el amparo de Biden contra sus enemigos locales y para facilitar ese sostén avala la presencia de los marines. Convalida el rol de esas tropas afirmando que contribuirán a preservar el medio ambiente, sofocando por ejemplo los incendios en el Amazonas. Con este guiño al Pentágono se aleja de la actitud asumida por Correa, cuando asumió la presidencia de Ecuador disponiendo la clausura de la base militar estadounidense en Mantra. 

            El gran problema pendiente en Colombia es la respuesta de la extrema derecha y los paramilitares del narcoestado a las convocatorias oficiales al diálogo. Los mensajes de reconciliación del nuevo presidente no tienen contrapartidas nítidas en sus destinatarios. Nadie sabe cómo podría participar el uribismo en un proceso de efectiva desmilitarización del país (Aznárez, 2022)

Ese sector de la clase dominante ha construido su poder con el terror que despliegan sus bandas. La gran incógnita radica en cuál sería el Plan B de Petro, si los criminales de la ultraderecha reinician los asesinatos de militantes populares. Ya motorizan activas campañas contra el “Petro-chavismo” de un mandatario, que dispuso el indulto a los detenidos durante el levantamiento popular. También conspiran contra las tratativas de paz, tanteando provocaciones para minar el cese de fuego. El frustrado atentado contra la vicepresidenta Márquez retrata la gravedad de esas agresiones (Duque, 2023).

Petro auspicia el fin de la violencia para favorecer la construcción de un capitalismo exento de explotación, inequidad y destrucción del medio ambiente. Con esa meta ha incorporado a su equipo a varios exponentes del poder económico local, pero sin explicar cómo conseguiría forjar en su país lo que nadie logró en el resto de la región.

En la década pasada, los presidentes progresistas tan sólo acotaron los padecimientos del neoliberalismo, sin gestar otro modelo y esa carencia alimentó la restauración conservadora. La misma disyuntiva reaparece en la actualidad.

El nuevo mandatario se dispone a gestionar mediante un acuerdo parlamentario con los partidos tradicionales, que ya podaron las aristas más radicales de sus iniciativas. Aún no han definido su actitud frente a las propuestas de mejorar las condiciones de trabajo, pero ya recortaron otros avances. Forzaron la eliminación del voto obligatorio en la prometida reforma política, la reducción de tierras a distribuir entre los campesinos y las comunidades étnicas y el recorte de las sumas a recaudar con la reforma tributaria (Rivara, 2022).

En consonancia con ese curso, el nuevo gabinete incluye varias figuras del establishment en los cuatro principales ministerios. Esa fisonomía contrasta con el contorno nítidamente popular de la vicepresidenta Márquez, que la coalición triunfante designó en el convulsivo contexto creado por la sublevación del 2021.

Petro goza de un gran sostén al inicio de su gestión y por esa razón conviene registrar los frustrantes resultados de los intentos más recientes de construcción capitalista en América Latina. También lo ocurrido en El Salvador aporta significativas advertencias.

Allí se logró la ansiada pacificación que actualmente intenta Petro, pero sin efectos económicos o sociales beneficiosos para el grueso de la población. El fin de la guerra fue sucedido en 1992 por una tímida reforma institucional, una frágil amnistía general y una pequeña redistribución de tierras El movimiento guerrillero no fue derrotado y accedió en sucesivas cuotas provinciales al manejo del gobierno.

Cuando finalmente logró conquistar la presidencia (2009), el FMLN replicó las viejas prácticas de gestión y preservó la misma estructura del capitalismo, Al cabo de un decenio de frustraciones, un ex alcalde de esa fuerza (Nayib Bukele), comanda el nuevo ensayo autoritario de los grupos dominantes.

LOS RIESGOS DEL RETORNO

Lula preparó su llegada recordando lo conseguido en el pasado por su propia administración e inició su gobierno con un categórico discurso de erradicación del interregno de Bolsonaro. Arrancó con varias decisiones de revisión de ese dramático legado. Derogó las normas que facilitaban el acceso a las armas de fuego y reabrió la investigación del asesinato de Marielle Franco.

En el plano económico anuló la reducción de tasas impositivas a las grandes empresas, frenó ocho privatizaciones y reactivó el fondo de protección de la Amazonia, con anuncios de contención de la deforestación. En su exposición inicial habló de la desigualdad y de la necesaria reversión de los privilegios a los acaudalados.

            Pero Lula deberá lidiar con dos adversidades. El escenario económico interno es muy diferente a la década pasada y en la vereda opuesta tiene un enemigo dispuesto a sostener el precedente rumbo de conservadurismo ultraliberal.

El modelo lulista de gestión tradicionalmente se basó en prolongadas negociaciones con todas las fuerzas del Congreso, para sostener el presidencialismo de coalición que ha imperando en el régimen político posdictatorial (Natanson, 2022). En ese sistema se asienta el intercambio de votos por partidas presupuestarias, a favor de los distintos grupos capitalistas o negocios regionales en disputa.

Todos los legisladores de la derecha participan de esa compra-venta de favores al mejor postor, en torno a un eje organizador de ese redituable oportunismo (el denominado centrao). En sus gestiones precedentes el PT avaló ese mecanismo, que por ahora Lula se apresta a renovar. Logró neutralizar a los candidatos más reaccionarios al frente de esa estructura, pero no impulsa proyectos de efectiva democratización a través de una reforma constitucional.

Ese corrupto parlamento unió fuerzas con el poder judicial y los medios de comunicación para destituir a Dilma y convalidar la detención de Lula. En ese régimen político se asientan también las prerrogativas que conservan los militares desde la dictadura de los años 60. Todos los genéricos elogios a la “democracia” que se expusieron para doblegar el intento golpista del bolsonarismo, oscurecen el abismo que separa al sistema brasileño de cualquier principio de soberanía popular (Serafino, 2023). Mientras persista ese sistema, no haba forma de concretar las metas de justicia e igualdad enaltecidas durante la campaña electoral.

En su debut Lula conformó un gabinete de equilibrio con defensores de los derechos humanos, el medio ambiente y las prioridades sociales, junto a figuras muy próximas al gran capital, el agronegocio y el militarismo (Almeida, 2023)

El nuevo presidente espera calmar a las fieras con la presencia de un vicepresidente representativo del conservadurismo. Alckmin proviene del sector más retrógrado del partido burgués paulista (PSDB), es miembro del Opus Dei, defiende el neoliberalismo y arrastra una trayectoria de corrupción. Sostuvo el impeachment de Dilma y apuntaló su propio protagonismo, cuando Lula estaba en la cárcel. El potencial sustituto del presidente ante cualquier emergencia es una figura muy peligrosa, que no cumplirá papeles meramente decorativos.

            Lula supone que ese personaje garantiza los puentes con el establishment. Pero no es la primera vez que el PT se alía con la derecha y obtiene adversos resultados. Entre 2006 y 2014 el efecto de esa política fue la desmovilización de sus seguidores, la pérdida de los bastiones del Sur y el surgimiento de una fuerza bolsonarista, que llenó el vacío creado por la impotencia de su adversario (Almeida, 2022a).

La repetición de esa experiencia es el principal peligro que afronta el tercer mandato. La derrota del golpe ha modificado el escenario de culto pasivo al pasado e indefinición del futuro. El sostén popular en las calles es el único camino para transformar las grandes expectativas en conquistas efectivas. Ese curso ya es intensamente impulsado por varios movimientos sociales y organizaciones de izquierda.

            LOS INTERROGANTES DE LA ECONOMÍA

          La caracterización de la primera gestión de Lula continúa suscitando debates. Algunos economistas estiman que prevaleció una variante conservadora de neodesarrollismo y otros consideran que fue una versión más regulada del neoliberalismo (Katz, 2015: 159-178).

          Pero en ambos casos, esa experiencia estuvo signada por la ausencia de medidas transformadoras. Prevaleció una gran expansión del asistencialismo, con sustanciales mejoras del consumo, sin cambios significativos en la redistribución del ingreso.

          Durante la campaña electoral Lula contrastó las bondades de ese período con la regresión posterior. Pero omitió evaluar porque razón esos alivios paradójicamente apuntalaron la expansión de una clase media reactiva al PT, en un clima político que facilitó el ascenso de Bolsonaro.

          El conservadurismo económico, la ortodoxia monetaria y los privilegios al gran capital generaron la desazón que aprovechó la ultraderecha para llegar al gobierno. Ahora existe un escenario inverso de gran cuestionamiento al legado del ex capitán. Basta recordar que empujó

a 33 millones de brasileños al hambre y a 115 millones a la inseguridad alimentaria. Favoreció en forma impúdica un aumento de la desigualdad, en el país que encabeza el índice mundial de ese flagelo.

          La coyuntura inmediata es problemática por el déficit presupuestario. La gestión bolsonarista violó sus propios principios de atadura del gasto estatal a un estricto techo de compromisos parlamentarios. El sector público tiene una deuda muy alta en relación al PIB y los pasivos del sector privado bordean su máximo histórico (Roberts, 2022). Este desborde se encuentra igualmente contenido por la nominación de esos compromisos en reales y por las grandes reservas en divisas que acumula el Banco Central (Crespo, 2022).

          Los mensajes de Lula presentan actualmente un tono más industrialista y redistributivo que en las gestiones anteriores. Pero el modelo económico imperante enriquece a una minoría de capitalistas a costa del ingreso popular. Lula no ha explicado cómo piensa conciliar la preservación de ese esquema, con la efectivización de las prometidas mejoras sociales.

          Seguramente en los primeros 100 días de gobierno ensayará iniciativas de emergencia contra el hambre junto a ciertos reajustes de los ingresos. Habrá que ver si implementa alguna modificación impositiva significativa para recaudar los fondos que necesita el erario público. Ya logró un desahogo del tope fiscal que impusieron los acreedores.

          Pero el test más significativo será su postura frente a la reforma laboral del 2017. Esa norma convalidó numerosos atropellos, al asignar preeminencia a los acuerdos sectoriales, al fraccionamiento de las vacaciones, a la terciarización de las tareas y a la flexibilización de los despidos. Esa topadora de conquistas no generó los prometidos puestos de trabajo, pero garantizó un sustancial incremento de las ganancias empresarias.

          Lula ha sido muy ambivalente en sus declaraciones sobre este régimen y seguramente sus socios capitalistas obstruirán cualquier alteración del avance conseguido por la patronal. Con la misma lupa observarán el curso posterior al freno inicial de las privatizaciones.

          En cualquier escenario, la derecha prepara su artillería e introduce un devenir más imprevisible que en el pasado, cuando Lula gestionó con la tolerancia de todo el arco económico. Ahora se desenvuelve con el aval del bloque industrialista, las prevenciones del sector financiero y la hostilidad del agronegocio. Cuenta igualmente con el fortalecimiento de su autoridad política luego de sofocar el fallido golpe bolsonarista. Pero ese afianzamiento exige resultados en el plano económico. Lo ocurrido con su vecino del Sur es una gran alerta de las adversas consecuencias de los desaciertos en todos los planos.

                        EL ROTUNDO FRACASO EN ARGENTINA

          EL descrédito de Fernández es generalizado al cabo de un trienio plagado de fracasos. Comenzó su gestión sin definir qué tipo de peronismo introduciría en su gobierno. A lo largo de 70 años el justicialismo ha incluido múltiples y contradictorias variantes de nacionalismo con reformas sociales, virulencia derechista, virajes neoliberales y rumbos reformistas (Katz, 2020). Lo que nunca tuvo fue una variante de simple convalidación del status quo, con el grado de impotencia, ineficiencia e inacción que ha caracterizado a Fernández.

El actual mandatario empezó con un perfil moderado, eludiendo cualquier reversión de la regresiva herencia de Macri. En el primer de test de conflicto que suscitó la quiebra de una gran empresa de alimentos (Vicentin), la oposición derechista le dobló rápidamente el brazo. El proyecto oficial de expropiar esa firma quedó anulado por la fuerte presión del lobby agro-exportador. Esa capitulación marcó a una gestión signada por incontables agachadas ante los grupos dominantes.

Fernández ni siquiera pudo defender su política de protección sanitaria, ante los cuestionamientos reaccionarios de los negacionistas. Mantuvo siempre una postura invariablemente defensiva. La prometida redistribución del ingreso se convirtió en un slogan vacío, a medida que la inflación comenzó a pulverizar el salario y las jubilaciones. La decisión de paliar la emergencia con un impuesto a las grandes fortunas fue un acto aislado y carente de continuidad.

El deterioro del poder adquisitivo durante su gestión sintonizó con los desplomes previos y afianzó un derrumbe mayúsculo del nivel de vida popular. Fernández optó por el inmovilismo y recibió una contundente respuesta del electorado, en la derrota sufrida por el oficialismo en los comicios de medio término.

La impotencia para contener la inflación y el consiguiente aumento de la desigualdad fue posteriormente agravada por el sometimiento al convenio exigido por el FMI (Katz, 2022a). Ese compromiso legitimó el fraude concertado por Macri y Trump para financiar la fuga de capitales. Se convalidó una obligación que arruina el futuro de incontables generaciones, con ajustes y recortes de las prestaciones sociales. Para satisfacer a los acreedores se creó un escenario que permite reiniciar el remate de los apetecidos recursos naturales del país (Katz, 2022b).

El contraste de esta frustrada experiencia del progresismo con sus antecedentes es abrumador. No sólo choca con la era de Perón, sino también con las acotadas mejoras que rigieron durante los mandatos recientes de Néstor y Cristina. La capitulación de Vicentín dista mucho de la fuerte disputa con el agronegocio (2010) o con el curso abierto por la nacionalización del petróleo (YPF) y los fondos de pensión (AFJP). La ley de Medios ya aprobada por el Parlamento fue simplemente olvidada y se dejó el terreno libre al poder judicial, para continuar el lawfare contra la vicepresidenta.

Fernández abandonó el intento neodesarrollista. Ese proyecto no avanzó en la década pasada por la renuncia a una mayor apropiación estatal de la renta sojera y por la gran confianza en grupos capitalistas, que utilizaron los subsidios del Estado para fugar capital sin aportar inversiones. Pero lejos de corregir esas limitaciones, el actual mandatario optó por una parálisis que agravó los desequilibrios de la economía.

Todavía es incierto el desemboque político de esta frustración. La coalición conservadora ha concertado con el poder judicial un operativo para marginar a Cristina de los comicios del 2023. Combinan la persecución en los tribunales, la proscripción política y las amenazas a su propia vida.

Por esa vía esperan crear un escenario de declive general del peronismo, que les permita retomar el proyecto neoliberal. Ya dirimen candidatos para precisar un plan de retorno con más ajuste, nuevas privatizaciones y agresiones a las conquistas laborales con métodos represivos y gestión autoritaria. Ese desenlace todavía es incierto, pero ya son muy visibles las frustraciones que genera el tipo de progresismo que encarnó Alberto Fernández.

            CONTINUADA EXPECTATIVA EN MÉXICO

El contraste de México con Argentina es muy llamativo por la semejanza de origen que emparenta a López Obrador y Fernández. Conformaron las dos primeras gestiones de la nueva oleada progresista y también afrontaron la penuria de la pandemia, que generó el voto castigo contra todos los gobernantes en el grueso del planeta. Alberto priorizó más la protección de la salud que AMLO, pero ambos adoptaron posturas antinegacionistas.

Los dos presidentes convergieron en la política exterior que impulsó el Grupo de Puebla, en contraposición al Grupo de Rio. Pero México emitió pronunciamientos y efectivizó medidas soberanas que Argentina soslayó. El activismo regionalista de AMLO contrastó con las ambigüedades de Alberto y la condena del golpe en Perú del primer mandatario chocó con el aval que caracterizó al segundo.

En el plano económico López Obrador preservó la estrecha asociación con Estados Unidos, mediante tratados librecambistas que Argentina no comparte. Pero introdujo algunos ruidos en la relación con el Norte, que contrastan con la aproximación argentina a Washington luego del acuerdo con el FMI.

Mientras que Fernández multiplica las concesiones a los inversores yanquis en la apetecida órbita de los recursos naturales, AMLO propicia una reforma en el sistema de electricidad, que ha levantado una gran polvareda entre las empresas estadounidenses. Esa iniciativa otorga preponderancia al Estado en desmedro de las firmas privadas, que exigen la urgente intervención de Washington para frenar ese impulso regulatorio (López Blanch, 2022).

AMLO mantiene el pago de la deuda externa ilegitima, pero rechazó las ofertas de un nuevo financiamiento condicionado por el FMI. Por contrario, Fernández convalidó el convenio más nefasto de las últimas décadas con ese organismo.

Los enormes cuestionamientos que suscitan los proyectos de desarrollo de AMLO, contrastan con el inmovilismo y la secuencia de crisis financiero-cambiarias, que Alberto toleró con apacible resignación. Algunas iniciativas económicas del presidente mexicano podrían adoptar incluso un perfil neodesarrollista. Ya recibió esa calificación su objetado proyecto del Tren Maya para apuntalar el turismo con una ampliación de la red ferroviaria. Pero un eventual deslizamiento de AMLO hacia el neodesarrollismo presentaría modalidades muy diferenciadas del patrón sudamericano, por la estrecha conexión que preserva México con la economía estadounidense.

El balance económico-social del obradorismo no es alentador, pero dista mucho del tremendo derrumbe del nivel de vida popular que ha convalidado la versión actual del peronismo. En México aumentó la pobreza y la consiguiente ampliación de los programas sociales, pero el país se encuentra muy lejos de la continuada degradación que sufre Argentina.

          A diferencia de lo ocurrió en el Cono Sur, en México ha predominado una invariable continuidad de políticas económicas neoliberales. Desde hace varias décadas el país quedó enlazado en una red internacional de convenios comerciales y compromisos financieros externos, que reforzaron el curso interno de las privatizaciones y las desregulaciones laborales.

          Pero en franco contraste con sus antecesores, AMLO concedió ciertas mejoras sociales para la tercera edad, facilitó una acotada recuperación salarial e introdujo ciertas modificaciones en el regresivo sistema laboral. Propició igualmente esos avances, sin satisfacer las demandas pendientes en los conflictos de largo arrastre. Además, sostuvo las acciones de la corrupta burocracia de los charros, en desmedro del sindicalismo independiente (Hernández Ayala, 2022).

En otros terrenos los problemas de México son más severos. Afronta un nivel de criminalidad y un porcentual de homicidios que Argentina no padece. La misma diferencia se verifica en el plano democrático. Fernández no arrastró ninguna hipoteca equivalente a la irresuelta desaparición de los 43 estudiantes normalistas de Ayotzinapa, ni debió lidiar con los privilegios que el ejército mantiene en México.  

El presidente argentino evitó las acusaciones de corrupción que AMLO ya recibió y que el establishment utiliza para condicionar a todos los gobiernos. Pero ese respiro no alteró la disconformidad general que impera entre los poderosos sobre la gestión de Fernández. Esa evaluación de los acaudalados ha sido más variada en México, que procesa la llegada de nuevas elites al círculo de los privilegiados.

La variedad de semejanzas y diferencias entre los gobiernos de ambos países, no genera igualmente efectos políticos comparables. Mientras que Argentina ya vivió una larga experiencia progresista previa con Néstor y Cristina, AMLO personifica el debut de ese modelo en México.

Esa novedad incluye una mayor tolerancia hacia un ensayo que ha motorizado cambios muy resistidos por los opositores de López Obrador. Ese descontento a la defensiva de la derecha, contrasta con la gran recomposición ofensiva que ha logrado ese sector en Argentina.

Los resultados de las elecciones de medio términos ilustran la diferencia de escenarios que impera entre ambos países. El peronismo sufrió una derrota que hubiera asegurado la inmediata instalación de un mandatario derechista, si los comicios hubieran sido presidenciales. Por el contrario, el obradorismo afrontó un acotado retroceso, sin avances significativos de sus adversarios. Quedó erosionada su hegemonía en el Congreso, pero la derecha no consiguió el repunte que esperaba. Salió a flote cierta desafección de la clase media urbana y la juventud con su gestión, que no engrosó el pelotón de los opositores (Arkonada, 2021).

            En este escenario de grandes diferencias en la percepción de los resultados del progresismo, los obradoristas discuten cómo apuntalar un candidato para el próximo sexenio, mientras que los peronistas buscan alguna carta salvadora para el 2023. El balance de cada experiencia no es un mero registro de logros y desaciertos. Implica, ante todo, una evaluación de la recepción popular de lo sucedido. En este plano las distancias entre Argentina y México son enormes.

FRUSTRACIÓN EN CHILE

El desengaño que se vislumbra en Chile presenta más parecidos con la decepción de Argentina, que con las ambivalencias de México. Boric asumió con un enorme respaldo. Su discurso inaugural convocando a revertir la desigualdad y poner fin al modelo de fondos privados de pensión, contaminación minera y consumismo derrochador, despertó expectativas mayúsculas.

Esa esperanza no desconocía la problemática trayectoria de un dirigente, que llegó a la presidencia distanciándose de la izquierda, para tender puentes con la vieja Concertación. Ese contubernio garantizó la continuidad pos pinchetista del neoliberalismo. Con Boric no arribó al gobierno la generación de estudiantes que convulsionó al país desde el 2011, sino una elite de esa juventud ya amoldada al establishment.

El nuevo presidente debutó con un gabinete de equilibrio, que combinó la presencia de lideres comunistas con economistas provenientes del riñón del neoliberalismo. Tenía la posibilidad de apoyarse en la movilización popular, para implementar sus promesas de campaña o podía adoptar el continuismo exigido por Lagos, Bachelet y la partidocracia. Boric optó por este segundo camino provocando la frustración del grueso de sus votantes.

Esa definición se procesó de entrada en la exigencia de libertad a los presos políticos de la sangrienta revuelta del 2019. Boric rehuyó impulsar primero un proyecto de Ley de Indulto que involucraba a casi mil beneficiarios. Retomó posteriormente el discurso criminalizador contra las protestas y reestableció el estado de excepción en las regiones mapuches. Ese sometimiento al poder dominante se extendió al plano económico. El prometido fin de las AFP y las reformas impositivas para reducir la desigualdad permanecieron en los cajones.

            La desactivación de la Convención Constituyente sintonizó con esas capitulaciones. En lugar de impulsar la agenda de un organismo gestado para sepultar al Pinochetismo, Boric apuntaló la presión de la prensa hegemónica para encorsetar los debates y diluir las propuestas de esa asamblea (Szalkowicz, 2022). Contribuyó a socavar la propia existencia de ese organismo, al sustraer de su agenda cualquier modificación del régimen político o del modelo neoliberal.

El texto final de la Constituyente emergió con tantos recortes, que ni siquiera fue defendido por sus propulsores. El oficialismo comandó esa erosión, vaciando de contenido la campaña por la aprobación de esa reforma. Pactó incluso un compromiso para modificar el texto, si era avalado por las urnas. En ese caso, contemplaba la incorporación de todas las enmiendas exigidas por el establishment. Como consecuencia de esa autoliquidación, las papeletas favorables recibieron una paliza mayúscula en los comicios. El 61,88% votó por el Rechazo, contra el 38,12% de Apruebo, en un marco de participación récord de los electores (Titelman, 2022).

Ese voto contra la Constituyente constituyó de hecho un plebiscito de disgusto con el gobierno. En la arrolladora desaprobación ya no estuvo en juego el destino de un texto vaciado de contendido, sino la evaluación de un gobierno que defraudó a sus seguidores y envalentonó a sus enemigos.

            Boric es un exponente de las falencias del progresismo actual. Desactivó la protesta para bloquear su radicalización y esterilizó la acción política forjada en las calles, para apuntalar la red de las viejas instituciones. Exhibe sumisión al empresariado y dureza con los rebeldes. Por eso algunos analistas estiman que la posibilidad de reencauzar su gestión hacia un rumbo efectivamente progresista ya está cerrada (Figueroa Cornejo, 2022). Luego del fracaso del plebiscito ha incorporado más representantes de la vieja Concertación a su gobierno y en cierta medida encarrila su gestión en los moldes de esa experiencia.

            Los vertiginosos virajes en las urnas ilustran el carácter volátil del electorado en el turbulento período en curso. Cuando el progresismo defrauda, la derecha se recompone en tiempo récord. Chile no aporta el único retrato de esa velocidad de las mutaciones actuales.

DESENGAÑO EN PERÚ

El derrocamiento de Castillo cerró transitoriamente otra frustrada experiencia del progresismo. La actual captura del gobierno por una mafia cívico-militar que desconoció la continuidad de un presidente electo, no debe oscurecer el cúmulo de decepciones que generó ese caótico mandatario

Castillo gestionó en forma tormentosa, lidiando con sus aliados y convergiendo con sus opositores. Incumplió sus promesas, aceptó las presiones de sus enemigos y administró en la cuerda floja sin ninguna brújula.

El desesperado intento de sobrevivir mediante una improvisada disolución del Congreso fue un acabado retrato de esas falencias. En lugar de convocar a la movilización popular contra los golpistas, apeló a la OEA y apostó a la lealtad de una cúpula militar experta en acomodamientos al mejor postor.

            Castillo podía apoyar su mandato en la enorme movilización popular que sostuvo su victoria. Su ambigua trayectoria no permitía anticipar ningún curso de gobierno. Los parecidos con Evo Morales creaban la posibilidad de una repetición de lo sucedido en Bolivia. Pero decidió un camino contrapuesto a su par del Altiplano. En lugar de apuntalar una base social transformada en mayoría electoral, optó por la sumisión a las clases dominantes.

            El ex mandatario eliminó primero al sector radical de su gobierno, inaugurando una interminable secuencia de reemplazos ministeriales. Posteriormente aceptó cajonear su promesa de convocar una Asamblea Constituyente. El paso siguiente fue el abandono de la anunciada renegociación de los contratos mineros con las empresas transnacionales.

            Pero ninguno de esos mensajes de buena voluntad tranquilizó a la derecha fujimorista, que mantuvo su fomento del golpe de estado. Crearon un clima de sofocante presión sobre Castillo, hasta convencer a todo el espectro reaccionario de la conveniencia de una asonada. En el interregno, el mandatario cambió 70 ministros en menos de 500 días de gobierno.

El chantaje a un presidente cautivo de la legislatura y los tribunales le permitió a la clase dominante mantener su modelo económico. Ese esquema ha gozado de gran perdurabilidad en medio de constantes tormentas políticas. Durante la gestión de Castillo se repitió ese escenario, con una cuota adicional de acoso que potenció el desgobierno.

            La bancada que sostenía su administración en el Parlamento quedó fragmentada al cabo de incontables remociones de ministros. Varias figuras de su gabinete perdieron incluso los cargos antes de asumir. La improvisación de Castillo generalizó la imagen de un mandatario desorientado.

Cuando los aliados de izquierda tomaron distancia, el derrocado presidente optó por reemplazantes de derecha. Representantes del Opus Dei, conservadores antifeministas, tecnócratas de las grandes fundaciones y hasta individuos vinculados a la mafia encontraron un lugar en su voluble gabinete. El encuentro de Castillo con Bolsonaro y su aprobación de resoluciones diplomáticas auspiciadas por la embajada estadounidense, completaron el cuadro de un presidente divorciado de sus promesas.

A tono con ese amoldamiento al status quo, Castillo recurrió incluso a la represión de los manifestantes que rechazaron la carestía de los alimentos y la energía. Pero el efecto de la decepción con su administración es una incógnita. Perú ya ha sufrido frustraciones del mismo tipo (Ollanta Humala en 2011) y arrastra la traumática experiencia de Sendero Luminoso (Tuesta Soldevilla, 2022). Esa vivencia es recreada, distorsionada e incansablemente esgrimida por la derecha para justificar los crímenes del ejército contra el pueblo.

Pero la resistencia al golpe ha generado un inédito escenario de rebelión popular de extraordinario alcance. La marcha sobre Lima recibió incontables muestras de aliento, en 15 regiones convulsionadas por 80 bloqueos de carreteras, levantadas para enfrentar una represión atroz de gendarmes que asesinan sin ninguna contención (Zelada, 2023). En esta sublevación mayúscula está muy presente la demanda de una Asamblea Constituyente,            que sintetiza los reclamos contra todos los implicados en el sistema político actual. Perú no participó de la oleada progresista de la década pasada y la heroica resistencia en curso definirá el rumbo del próximo período.

POLARIZACIÓN ASIMÉTRICA

Las experiencias con la nueva oleada progresista ya incluyen enormes esperanzas, grandes desengaños y múltiples incertidumbres. La expectativa prevaleciente en Colombia y Brasil difiere de la evaluación de lo sucedido en México y contrasta con las frustraciones en Argentina, Chile y Perú.

El escenario económico es tan sólo condicionante de ese contexto. Frecuentemente se destaca que la oleada del decenio pasado fue un resultado de la valorización internacional de las materias primas. Ese superciclo alcista de las commodities aportó efectivamente los recursos para financiar modelos más desahogados, que posteriormente enflaquecieron con la depreciación de las exportaciones latinoamericanas.

          Pero si el rumbo progresista hubiera obedecido exclusivamente a ese contexto, su eventual reproducción en los próximos años no debería descartarse. La guerra que sucedió a la pandemia y el cortocircuito de abastecimientos en las cadenas globales de valor han revalorizado nuevamente las materias primas por un plazo que nadie puede anticipar.

          El dato central de la década pasada fueron las rebeliones populares y los cambios en las relaciones sociales de fuerza, que afectaron duramente al esquema neoliberal precedente. Por eso hubo mayor intervención estatal, mejoras sociales y políticas económicas heterodoxas.

          En la actualidad, las clases dominantes despliegan una furibunda presión sobre los nuevos gobernantes para frustrar cualquier reinicio del rumbo progresista y el grueso de este espectro exhibe posturas conciliatorias.

La dinámica observada en seis experiencias en curso, ilustra la presencia de una polarización asimétrica, que opone a un progresismo vacilante con sus decididos enemigos de la extrema derecha (Almeida, 2022b). La política a desenvolver en este escenario suscita intensos debates en la izquierda que analizaremos en el próximo texto.

                                                                                                          6-2-2023

RESUMEN

El mapa regional del 2023 ilustra la preeminencia de un progresismo más extendido y fragmentado que en la oleada anterior. La pacificación que promueve Petro es desafiada por la indefinición de la ultraderecha y por la inviabilidad de un capitalismo inclusivo en la región. La expectativa que genera Lula choca con el amoldamiento al establishment y exige evitar la desmovilización de las gestiones anteriores.

El fracaso de Fernández ilustra cómo la inacción económica potencia el deterioro político. López Obrador mantiene la atadura económica con Estados Unidos, pero desenvuelve regulaciones estatales y gestos de autonomía. Boric incumplió promesas, vació la Constituyente y aceptó el libreto de los poderosos. Castillo gestionó en forma caótica rehuyendo el sostén popular. En toda la región persiste una polarización asimétrica entre un progresismo vacilante y una ultraderecha muy agresiva.

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