Guillermo Escalón: «I.3 La Zona Intertidal» (entrevista)

Un cortometraje salvadoreño de ficción que rompió esquemas: un mensaje de denuncia por la represión contra los maestros contado con imágenes poéticas.

JA: ¿Cómo se desarrolla la idea y comienzan a filmar La zona intertidal (El taller de los vagos, 1970). No deja de ser increíble que haya aparecido esa película…

GE: En el departamento de biología hubo el asesinato de un catedrático. Era un biólogo marino; apareció  muerto. Yo ya había hecho muchos viajes de estudio a la zona litoral, para ver la fauna de ahí, con profesores. Entonces a mí se me ocurrió hacer una cosa sobre la muerte de este profesor. Aparte de que en ANDES 21 de junio, el sindicato de maestros, había sido muy golpeado por la represión y habían sufrido un montón de asesinatos de sus miembros. De estas realidades surgió la idea de filmar en el mar el momento en que tiran el cuerpo de un profesor.

Hicimos la película con Manuel Sorto, que era un compañero de teatro. Prácticamente dos personas, uno detrás de cámara y otro delante. Una cosa minimalista totalmente. “Hagámos esa película, hacé vos de actor, yo filmo, y que nos ayude Marie-Noëlle Fontan (que era mi mujer), que nos ayude Lynn Geary (que era la mujer de Manuel) en producción y llevar cosas”. Nos fuimos a la playa de la Leona, en El Palmarcito; en ese momento era muy salvaje, y ahí surge esa idea… Son flashbacks, al tipo ya lo tiraron, y él se está acordando por qué lo habrán ido a tirar ahí, cuál fue la razón…

JA: La historia toma lugar mientras el personaje está muriendo.

GE: Se está muriendo. Y está en esa zona, en la que todavía no estás ni vivo ni muerto. Por eso puse el término, algo pedante, pero un término de las clases de biología, oceanográfico, de “zona intertidal”: zona entre mareas, la zona que barre la marea y que es muy particular, porque tiene su propia fauna y sus propias características. Entonces es “La zona intertidal”, entre la vida y la muerte, entre la marea baja y la marea alta.

Y era como filmar de uno a uno. No es que hacíamos un montón de rushes sino que lo que se filmaba se ponía. Es chistoso, porque hubo una manifestación de secundaria y le dije a Manuel: “¡Puta, este es el momento en que vos aparecés con los estudiantes, que se están manifestando!”. Creo que se llamaba el MERS: Movimiento de Estudiantes Revolucionarios de Secundaria. Mi dirección a Manuel fue: “Vos les estás echando rollo, y de ahí (los agentes secretos) ya se empezaron a dar cuenta quién sos”.

Y entonces aparece la pancarta, aparece todo lo que se ve en una manifestación, y se oyen unos balazos, y mi actor sale como a cien por hora… jajaja… Y dijo: “Me voy para México”. O sea, la carrera que pegó ese día lo llevó hasta a México. ¡Por un tiro que se oyó vos…!

JA: Esas escenas las filmaste con un estilo documental, quizás con cierta urgencia. Se nota incluso la calidad diferente del resto de la película, se ve como que está muy expuesta, por el demasiado sol.

GE: No fue a propósito, pero es bueno, incluso, esa distancia…

JA: Porque esa distancia se siente como un flashback, como una vista al pasado.

GE: Cabal… Sí. Actuó muy bien Manuel. Yo admiro mucho su talento, y también dio muchas ideas, no es que todo lo sacaba yo…

JA: Pero las escenas que filmaste, eso tuvo que haber sido consciente. Hay mucho close-up, mucho acercamiento extremo con un lente macro, de la vida que se está moviendo alrededor del cuerpo del maestro cuando está muriendo. ¿Cómo llegaste a la decisión del Canegüe, por ejemplo…? ¡El Canegüe es un gran actor! Hasta en cómo se detiene en el momento justo y se queda mirando al maestro…

GE: ¡Ah, sí! La mirada del Canegüe… Hay campo-contracampo entre la mirada del Canegüe y el que está muriendo ahí… Cómo ve al otro, cómo lo vería el Canegüe: bueno, vería un ojo gigantesco…

JA: Pero todas esas decisiones, de usar el macro, por ejemplo… ¿Cómo llegaste a todas esas decisiones?

GE: Por la biología. Porque yo filmaba y grababa…

JA: ¿Y tenías lentes especiales para esas tomas?

GE: Tenía, sí, las lentillas de aproximación. Tenía una Angênieux 12-120, y le agregaba dioptrías, le agregás una, dos, tres dioptrías y entonces hacés un macro. Suficiente pues para tener la mirada del Canegüe.

JA: Es que es impresionante, es impresionante ver ese momento en la película.

GE: El Canegüe es lo último que él ve y hay una pequeña sugerencia de sonrisa, porque el ojo medio hace así y sentís que hay un together entre el animal y el maestro. A mí me encanta esa parte.

JA: También hay una edición fabulosa. ¿Cómo llegaron a esa edición tan intuitiva?

GE: Físicamente se editó en México, pero el pensamiento y las conversaciones con Manuel y todo eso, estaba pre-planificado el corte final, obviamente. Sin embargo, el aporte de Manuel en la edición, ya en la edición física, en México, fue fundamental. Y otro aporte de Manuel fue contactar al grupo Viento para un Nuevo Día, que hizo la música. La música a mí me parece perfecta para la película.

JA: Es bellísima. ¿Es música original?

GE: Sí. Es improvisación contra imagen. ¡Imaginate! Fuimos a un estudio, se tira la película y ellos empiezan a fluir. No en la primera toma. Primero ven la película completa, luego empiezan a hacer apuntes y después ya tienen algunas ideas y luego se graba contra imagen. Sincrónica.

Ruth Grégori: Entontes, ¿hicieron guión o guión técnico? ¿Cómo fue la planificación?

GE: Guión no existe.

JA: Pero sí existía lo que vos decías, la previsión…

GE: La previsión sí… Y al final, la muerte es “noticia”. ¿Cómo hacemos para que la muerte sea noticia? Un niño encuentra el cadáver, y ahí cambia todo. O sea, todo este mundo ha pasado hasta que un niño llega y ve. “Un muerto”, dice, y corre. Eso ya es el final.

JA: La edición de La zona intertidal es de notar… Cuando yo pasaba esta película en Nueva York, ante estudiantes de universidades, estudiantes de cine, todos se maravillaban en eso de la relación con el Canegüe, que es como un elemento de realismo mágico. Todo el mundo notaba, además, y los que eran estudiantes de cine, en particular, siempre se fijaban en un corte donde Manuel está en la hamaca, le da vuelta a una página, y aparece una ola. Ese corte es fabuloso.

GE: Sí, la misma mano hace así y queda sobre la playa. Y luego el movimiento, fuera de campo / dentro de campo, en la hamaca. Lo filmo leyendo en la hamaca pero la hamaca permite que entre y salga, entre y salga. Eso me encanta.

JA: Hay un libro que escribió un alemán, Peter B. Schumman, Historia del cine latinoamericano (Buenos Aires, 1986), y aunque se publica en alemán en 1982 y en español a mediados de esa década, él ya hablaba de La zona intertidal , y ya la consideraba una gema del cine corto en Latinoamérica, una película única. En primer lugar, no había en ese momento otra película como esa, que fuera sobre un tema candente —la guerra y la represión en Latinoamérica—, y al mismo tiempo fuera tan poética en su estilo.

GE: Un colombiano escribió un artículo hermoso y él decía: “Lo lindo de esa película es que no denuncia el irrespeto por la vida humana, sino por toda vida”. Porque los animales están incluidos…

JA: Hay un planteamiento que hacen críticos como John Hess, que escribía en la revista Jump Cut de los Estados Unidos, y describe a La zona intertidal más o menos en estos términos, parafraseo: “Esta es una película que habla sobre la represión, pero está filmada de tal manera que si la hubieran visto en un laboratorio en El Salvador nadie hubiera pensado que era una película sobre la represión, porque está llena de imágenes de la naturaleza, y nadie hubiera podido armar la película en su mente a partir de esas tomas. Quien ve los rushes ve belleza en la película, ve imágenes de un hombre en una hamaca, ve la playa. Es decir, El Taller de los Vagos hizo la película sobre la represión que se podía filmar en El Salvador, porque su estética oculta su verdadero tema, que sólo se cristaliza si ves toda la película.” Esto es impresionante.

GE: Además no hay sangre, no hay ningún muerto, ni heridos…

JA: Pero, ¿no es acaso un mito la noción de que estaban tratando de ocultar el tema al filmarla de la manera en que lo hicieron?

GE: Hubo una discusión, creo que con Manuel o con Paul Leduc, porque a Paul Leduc en México le fascinó también la película, y es que había ese miedo de hacer la estética de la muerte una cosa demasiado bonita, porque la represión era un tema tan terrible. Y yo creo que de ahí surgió esa idea de poner al final esa frase: “Dedicada a los maestros asesinados en El Salvador”. Entonces eso cierra cualquier idea de que estamos disimulando. No, La zona intertidal aclara que está dedicada a los maestros asesinados.

RG: ¿Cuál fue la reacción de la dirigencia de las organizaciones de la guerrilla al ver La zona intertidal?

GE: Ya estábamos vinculados al colectivo Cero a la izquierda pues, y a las organizaciones de la guerrilla. Y cuando la veían ellos, decían: “¡Puta! ¡No! ¡Qué enmarihuanada! ¿Cómo puede haber sido?”

JA y RG: ¡Jajajaja!

GE: “¡Ese tipo de cine no!” Es curioso, ¿verdád? Es como una mini situación del cine ruso cuando criticaban las experiencias de Eisenstein. ¡No les gustaba! ¡Era muy artística! ¡No!: “Hay que hacer propaganda!”

Violento Desalojo de una Toma Pacífica (1980)

JA: Violento Desalojo lo hacen ya bajo el nombre del colectivo Cero a la Izquierda pero, ¿son siempre el mismo equipo, vos y Manuel?

GE: Sí. El trabajo con el ERP (Ejército Revolucionario del Pueblo) era más una cosa mía que de él. Yo lo integro a él como editor, y nos ponemos ese nombre de “Colectivo Cero a la izquierda”, incluso para no estar directamente ligados a la organización.

JA: Es increíble que para entonces ustedes no supieran de lo que estaba pasando en el cine del resto de Latinoamérica porque, al verla, yo diría: “¡Ah!, este es alguien que ha visto a Santiago Álvarez”.

GE: ¡Qué va!

JA: Porque Santiago Álvarez ya mezclaba formatos de cine y diversas fuentes para sus imágenes… ya era un cine posmoderno.

GE: Incluso a mí ni me parecía buena, me parecía que era una película fallida.

JA: Pero impactó mucho. En Nueva York, que era como el centro del cine independiente de Estados Unidos, la gente la ve y dice: “¡Jesús!, ¿y esto se hizo en qué año? ¡Qué increíble!”. El crítico John Hess, que escribía sobre cine para la revista Jump Cut, vio esta película y manifestó que esta película representaba el nacimiento del “cine sincrético”, así lo llamó él…

GE: ¡Jajaja…!

JA: Escribió un artículo sobre ese tema. Ahora es común el eclecticismo en el cine: uno ve a Quentin Tarantino mezclando formatos de cine, y con animación, pero en ese tiempo no se hacía. El documentalista generalmente era una persona que filmaba con una cámara y trabajaba una estética más o menos pura.

GE: Cierto.

JA: Pero con Violento desalojo tenemos una estética sucia. Aquí no había tiempo, así que se combina fotografías de la situación de represión en El Salvador con noticiero filmado de la televisión…

GE: Sí, se filmó de un monitor, sí…

JA: Pero en ocho minutos se trata un suceso de urgencia, en detalle, pero nunca hay una narración, nunca hay títulos tampoco.

GE: No, tampoco.

JA: Entonces, con este collage representan todo lo que había sucedido en una masacre en la sede del PDC… Era una toma pacífica de estudiantes, entró la Guardia y masacraron a todos. Es, sí, un cine de urgencia. Entonces, al final, ¿se pasó esta película en alguna parte? ¿Dónde la hicieron, la editaron en El Salvador también?

GE: Allá en México, casi todo se editaba en México.

JA: ¿Y se presentó en México ante un público?

GE: Se pasó en México, en algunos ciclos de cine sobre El Salvador, en la Cinemateca Nacional y todo eso. Se pasaba, a veces, con Morazán, porque eran cortos los dos.

JA: Violento desalojo es todavía un cine de denuncia, como La zona intertidal, pero marca, creo, el final del cine antes de la guerra. Morazán, al contrario, es la partida de nacimiento del cine guerrillero en El Salvador.

Hacia una epistemología foucaultiana de resistencia: Contra-memoria, fricción epistémica, y pluralismo guerrillero.  José Medina. 2011

Donde hay poder, hay resistencia, y a la vez, o consecuentemente, esta resistencia nunca esta en una posición de exterioridad con respecto al poder. (Existe) una multiplicidad de puntos de resistencia:  estos juegan el papel de adversario, objetivo, apoyo, o manejo en las relaciones de poder. Estos puntos de resistencia están presentes en todos los puntos de las redes de poder.

Por lo que no existe un lugar único de la gran Negativa, no existe un alma de todas las  rebeliones,  o la ley pura del revolucionario. En cambio, lo que existe es una pluralidad de resistencias, cada una de ellas con un caso especial.[1]

Para comprender la diversidad y heterogeneidad de las formas de resistencia, necesitamos comprender la posicionalidad y relacionalidad de los agentes sociales en las redes de las relaciones de poder. Foucault insiste que, la resistencia nunca esta en una situación de exterioridad con respecto al poder, y que para poder comprender como la resistencia funciona, necesitamos comprender, el carácter estrictamente relacional de las relaciones de poder.[2]

Aunque esto es frecuentemente oscurecido por la ampliamente asumida oposición entre poder y resistencia, el análisis foucaultiano del poder y la resistencia nos clarifica que estos son términos internamente vinculados, y que la resistencia no es algo que se ejerce fuera del poder sino desde su interior.

Uno de los grandes méritos de Foucault es su crítica de las tradicionales concepciones del poder como represivas, verticalistas, homogéneas, monolíticas. Por el contrario, Foucault clarifica que existen irreducibles, múltiples y heterogéneas formas de poder que fluyen en cualquier dirección dentro de la fábrica social, y ofrecen múltiples puntos de resistencia.

La resistencia es un fenómeno complicado y heterogéneo que desafía la unificación y explicación de acuerdo a principios de subversión abstractos y rígidos.

Nuestras formas de pensar, sentir y actuar se empoderan y desempoderan en aspectos específicos, en la medida que se  forman y se mantienen inscritos dentro de las diferentes redes de relaciones de poder y de las formas diferentes de resistencia que moldean nuestras vidas en varias ( y no siempre coherentes) vías.

Las luchas de resistencia deben de ser estudiadas en su especificidad, pero tampoco sin renunciar a la investigación de sus conexiones, intersecciones y puntos de convergencia y divergencia. En este estudio planteó abordar el problema de que tiene que ofrecer una epistemología crítica que coloca los cuerpos del conocimiento y la ignorancia -especialmente el conocimiento y la ignorancia histórica- en el contexto de las redes de poder y las luchas de resistencia.

El objetivo central de este estudio es mostrar el potencial emancipatorio del marco epistemológico que subyace en el trabajo de Foucault.  Más específicamente, tratare de mostrar que el enfoque de Foucault coloca las prácticas de la memoria y del olvido en el contexto de las relaciones de poder en forma tal que las posibilidades de resistencia y subversión se colocan al frente.

Cuando nuestras prácticas culturales de memoria y olvido son interrogadas desde los loci donde convergen múltiples relaciones de poder así como luchas de poder, lo primero que resalta es la heterogeneidad de perspectivas diferentemente situadas y la multiplicidad de trayectorias que convergen en las negociaciones epistémicas en las cuales las memorias son formadas o de-formadas, mantenidas vivas o asesinadas.

Las practicas discursivas mediante las cuales se forman las memorias y los olvidos no son uniformes y armoniosas, sino heterogéneas y llenas de conflictos y tensiones.

Foucault nos invita a prestarle atención a las batallas epistémicas pasadas y presentes entre los marcos en competencia de poder /conocimiento que tratan de controlar un campo dado. Diferentes campos, -o dominios de interacción discursiva- poseen regímenes discursivos particulares con sus particulares formas de producir conocimiento. 

En la batalla entre los marcos de poder/conocimiento, algunos se colocan en lo alto y se convierten en dominantes mientras otros son desplazados y subyugados. La metodología de Foucault nos ofrece una forma de explotar esta vibrante pluralidad de perspectivas epistémicas que siempre contienen algunos cuerpos de experiencias y memorias que han sido borrados o escondidos en los marcos establecidos que alcanzaron la hegemonía luego de prevalecer en las batallas epistémicas sostenidas. Lo que Foucault califica como conocimientos subyugados[3]son formas de experimentar y recordar que son empujados a los márgenes y consideradas como descalificadas  y carentes de respeto epistémico por los discursos hegemónicos predominantes.

Los conocimientos subyugados se mantienen invisibles a las perspectivas establecidas; ellos poseen una existencia subterránea precaria que los vuelve imperceptibles para la mayoría de la gente e imposible de detectar para aquellos cuya perspectiva ya ha internalizado ciertas exclusiones epistémicas. Y con la invisibilidad de los conocimientos subyugados, iertas posibilidades de resistencia y subversión son ignoradas.

El potencial crítico y emancipatorio de la genealogía de Foucault radica en el desafío de las prácticas establecidas de memoria y olvido al excavar en los cuerpos de experiencias y memorias subyugadas, sacando a la superficie las perspectivas que las prácticas culturales hegemónicas habían silenciado. La tarea crítica del académico y del activista consiste en resucitar los conocimientos subyugados – esto, el de revivir cuerpos olvidados o escondidos de experiencias y memorias- y ayudar a producir insurrecciones de conocimientos subyugados.[4]

Para poder ser críticos y lograr efectos transformadores, las investigaciones genealógicas deben dirigirse hacia estas insurrecciones, las cuales son intervenciones críticas que alteran e interrogan a  las hegemonías epistémicas y a las perspectivas establecidas (v.g. historias oficiales, interpretaciones establecidas, significados excluyentes osificados, etc.) tales insurrecciones comprenden la  difícil labor de movilizar dispersos y marginados públicos, y de incidir en el potencial crítico de sus experiencias y memorias rechazadas.

Una insurrección epistémica requiere una relación de colaboración entre académicos y activistas d ela genealogía, y los sujetos cuyas experiencias y memorias hayan sido subyugadas:estos sujetos por si mismo puedan no ser capaces de desestabilizar el status quo epistémico hasta lograr contar con una voz en la mesa epistémica (v.g. en la producción de conocimiento) esto es, hasta lograr un especio para que sus perspectivas marginalizadas  ejerzan resistencia, hasta que batallas epistémicas pasadas sean reabiertas, y sean establecidos marcos para la impugnación.

Por otra parte, los académicos y activistas que se propongan realizar intervenciones insurreccionales no podrán alejar su actividad crítica de la realidad si no se fundamentan en las disputas pasadas y presentes, y en las experiencias de vida y memorias de aquellos cuyas vidas marginalizadas se han convertido  en las cicatrices silenciosas de olvidades luchas.

Como tratare de demostrar en detalle en lo que sigue, lo que hace que el enfoque geneológico de Foucault sea específicamente crítico es su capacidad para facilitar las insurrecciones de  conocimientos subyugados. En la sección 1, explicare como exactamente las genealogías críticas contribuyen a desenyugar los conocimientos históricos, a liberarlos,[5]en la medida que las luchas insurreccionales contra los cierres epistémicos coercivos son revividos. Las genealogías críticas contribuyen a la producción de contra-historias que se centran alrededor de aquellas experiencias y memorias que no han sido escuchadas e integradas en las historias oficiales.

Las contra-historias sque las  genealogías críticas pueden producir son posibles porque existe gente que las recuerda en contra d elo establecido., gente cuyas memorias no encajan en las narrativas históricas existentes. Las contra-historias alimentan tales contra-memorias y al mismo tiempo las transforman, revitalizando las prácticas de las contra-memorias y ofreciéndoles nuevos recursos discursivos en los que basarse. El objetivo xcrítico de la genealogía es el de energizar un vibrante y combativo pluralismo que permita a las luchas insurreccionales entre marcos de poder/conocimiento en competencia mantenerse siempre vivos, en acción e impugnando.

En la sección 2, elucido el tipo específico de pluralismo epistémico que subyace a las genealogías críticas foucaultianas. Argumento que este no se trata de cualquier tipo de pluralismo epistémico sino de uno particularmente radical y dinámico: lo que denomino como pluralismo de guerrilla. Alego que este compromiso con un pluralismo de guerrilla es lo que guía el rol de académicos y activistas como facilitadores de insurrecciones, y contrato este tipo particular de pluralismo combativo con otros enfoques  de pluralismo epistemológico sobre la memoria y el conocimiento del pasado que han prevalecido en la filosofía estadounidense.

Finalmente, en la sección 3, desgloso lo que la genealogía foucaultiana y  el pluralismo de guerrilla ofrecen a las epistemologías de su ignorancia tanto de la teoría crítica de la raza  como de la teoría del punto de vista. Aunque el enfoque foucaultiana ha sido visto frecuentemente como antitético al punto de vista epistemológico (dado que desestabiliza y cuestiona los puntos d evisto como artefactos culturales problemáticos) mostrare que existe una interesante y rica convergencia entre la crítica genealógica foucaultiana de puntos de vista y la autointerrogación de puntos de vista desarrollados recientemente tanto en la teoría crítica de la raza como en la teoría feminista.

1. Recordando contra lo establecido y resistiendo al olvido: la insurrección de los conocimientos subyugados

En sus conferencias de 1975-76 tituladas “La sociedad debe ser defendida” Foucault elabora un contraste entre “la genealogía de los conocimientos” y cualesquiera tipo de historia intelectual linear tales como la historia de las ciencias: donde lo último se localiza en el eje cognición-verdad , la genealogía del conocimiento se localiza sobre un eje diferente, llamado el eje del discurso-poder o, si lo desean, la practica discursiva, el choque del eje del poder.[6]

La genealogía traza el desarrollo de las formaciones discursivas que originan ciertas formas de relaciones de poder y conocimiento. Lo hace mediante sus actividades generadoras de significado, mediante una gramática de significados que hace a ciertas cosas inteligibles, encuestables, y objetos propios de investigación y conocimientos ( y otras ininteligibles, inencuestables y epistemológicamente opacas), las prácticas discursivas poseen tanto ( y simultáneamente) efectos epistémicos y de poder.  Y seguramente es crucial que consideremos el poder y el conocimiento no solo como íntimamente relacionados sino también como inseparables, por lo cual Foucault y los foucaultianos usan la incomoda expresión de poder/conocimiento.

Uno podría ingenuamente pensar que lo opuesto de poder/conocimiento sería impotencia/ignorancia , por lo que aquellos excluidos o marginalizados en las prácticas discursivas que producen ciertos efectos epistémicos y de poder serían sujetos in ningún tipo de conocimientos y ningún poder, casi no agentes. Pero el enfoque pluralista genealógico que Foucault despliega va completamente en contra de estas opiniones que describen a los oprimidos como meramente importantes e ignorantes.

De hecho, este enfoque desenmascara como una importante idea equivocada la opinión que los oprimidos carecen simplemente de poder y conocimientos como resultado de las formas de exclusión y marginalización que sufren. Esa caracterización distorsionada beneficia a las ideologías dominantes y les concede mucho a ellas: digamos que les concede la misma definición deque puede ser considerado como poder legítimo y conocimiento legitimo.

Por el contrario, una caracterización de mayor agudeza sería aquella que describiera a los grupos oprimidos como aquellos cuyos poderes han sido degradados y obstruidos. Es por eso que luego de trazar el contraste entre genealogía y historia del conocimiento, Foucault nos dice que la tarea crítica con la que nos confronta la genealogía es la de una inmensa y múltiple batalla, pero no una entre el conocimiento y la ignorancia, sino una inmensa y múltiple batalla entre  los conocimientos en plural -conocimientos que están en conflicto a causa de su propia morfología, porque ellos están en posesión de enemigos, y porque ellos tienen efectos de poder intrínsecos.[7]

Cómo luchamos contra el poder desde esta visión? No tratando de escapar ( como si la liberación consistiera en colocarse fuera del poder por completo) sino girando el poder contra si mismo (ellos) o movilizando algunas formas de poder contra otras. De manera similar, como luchamos contra las formas establecidas y oficiales de conocimiento cuando ellas son opresivas?  No tratando de escapar del conocimiento por completo, sino por girar el conocimiento contra si mismo (ellos) o movilizando algunas formas de conocimiento contra otras. La batalla crítica contra la monopolización de las prácticas productoras de conocimiento incluye lo que Foucault llama , una insurrección de conocimientos subyugados.  Cuando se trata de conocimiento del pasado y del poder asociado a este, esta batalla incluye resistir las “omisiones” y distorsiones de las historias oficiales, volviendo  a las voces perdidas y alas experiencias olvidadas, vinculándose al pasado desde la perspectiva del presente de una manera alternativa ( fuera de lo establecido).

Y esto es precisamente lo que las nociones foucaltianas de “contra-historia” y contra-memoria” ofrecen.

Las historias oficiales son producidas mediante la monopolización de prácticas productoras de conocimientos con respecto a un pasado compartido. Las historias oficiales crean y mantienen la unidad y continuidad de un cuerpo político al imponer una interpretación de un pasado compartido y al mismo tiempo, al silenciar interpretaciones alternativas de experiencias históricas.

Las contra-historias tratan de deshacer esos silencios y de socavar la unidad y continuidad que las historias oficiales producen. Foucault ilustra esto con lo que él llama el discurso de la guerra de razas, que surgió en la modernidad inicial como un discurso de resistencia parala liberación de una raza contra la opresión de otra ,v.g. de los sajones bajo el yugo de los Normandos.

Foucault argumenta que en Europa -y especialmente en Inglaterra- este discursos de la guerra de razas funcionó como una “contra-historia” [8]hasta finales del siglo XIX, fecha en la cual se convirtió en un discurso racista ( orientado no a la liberación de una raza oprimida, sino  a la supremacía de una raza alegadamente superior que percibía  alas demás como una amenaza existencial.

En la conferencia IV de “Sociedad debe defenderse” Foucault se centra en analizar la función contra-histórica del discurso de la guerra de razas en la modernidad inicial[9]. Parte de lo que el discurso de la guerra de razas hizo fue el de recuperar la historia no contada de un pueblo, la cual podría ser utilizada como un arma contra la historia oficial que legitimaba tal opresión.

Esta contra-historia conecta con el poder subversivo de una experiencia histórica silenciada y reactiva el pasado para crear efectos distintivos de poder/conocimiento: nuevos significados y actitudes normativas fueron movilizados, en forma tal que lo presentado oficialmente como victorias gloriosas que legitimaban a monarcas y a señores feudales como los propietarios legales de las tierras de las cuales se exigían impuestos, ahora aparecían como derrotas injustas a manos de conquistadores abusivos que se convirtieron en opresores y tenían que ser derrocados.

En su análisis del discurso de la guerra de razas, Foucault identifica dos papel diferentes que la contra-historia desempeña. En primer lugar, al establecerse en oposición a una historia oficial, una contra-historia refleja y produce discordia. Una contra-historia bloquea la función unificadora de la historia oficial al sacar a la luz las oposiciones y divisiones en el cuerpo político. Esto es lo que Foucault califica como el principio de heterogeneidad, que guía la contra-historia y tiene los siguientes efectos:

La historia de algunos no es la historia de otros. Se descubrirá,  o al menos  se alegara, que la historia de los sajones luego de su derrota en la batalla de Hastings no es la misma que la historia de los Normandos quienes fueron los ganadores en la misma batalla. Se aprenderá que la victoria de unos es la derrota de otros.”[10]

Lo que se considera como correcto, legal, obligatorio desde el punto de vista del poder se juzga como abuso de poder, violencia y extorsión cuando es visto desde la óptica del nuevo discurso.

Los efectos divisorios de una contra-historia tienen el potencial para desestabilizar un orden normativo al introducir una contra-perspectiva que resiste e invalida las expectativas normativas de la ideología dominante impuesta. Como Foucault lo señala , esta contra-historia rompe la unidad de la soberanía de la ley que impone obligaciones.[11]

Mediante la contra-historia, la legitimidad de las obligaciones impuestas sobre un pueblo sometido, quedan rotas, y la legalidad viene a ser vista como una realidad con rostro de Jano: el triunfo de algunos significa la derrota de otros.[12]

En segundo lugar, al romper con continuidades históricas establecidas, una contra-historia refleja y produce momentos de discontinuidad en el pasado de la gente, brechas que habían sido pasadas en silencio, intersticios en la fábrica histórica de una comunidad que no había recibido atención. Es por esto que podemos llamarlo, en simetría con los puntos anteriores, el principio de discontinuidad. Foucault lo describe de la siguiente manera:

“Esta contra-historia “también rompe la continuidad de la gloria.” Revela que la luz -el famoso efecto deslumbrante del poder- no es algo que petrifica, solidifica, e inmoviliza el cuerpo social entero, y por lo tanto lo mantiene en orden, es de hecho una luz divisiva que ilumina  a una parte del cuerpo social pero deja el otro lado en las sombras o la hunde en la oscuridad.”[13]

Una contra-historia es la historia oscura de aquellos pueblos que han sido mantenidos en las sombras, una historia que habla, desde dentro de las sombras, el discurso de aquellos que no tienen gloria, o de aquellos que la han perdido y quienes ahora se encuentran, quizás por un tiempo, pero probablemente por un largo tiempo, en la oscuridad y el silencio.[14]

Una contra-historia no es la historia de las victorias, sino la historia de las derrotas. Como Foucault enfatiza, esta vinculada con aquellas formas épicas, religiosas o míticas, las cuales formulan las desgracias de los antepasados, exiliados y servidumbre; se encuentra mucho más cercano al discurso mítico-religioso de los judíos que a la historia político-legendaria de los romanos.[15]

Mientras una historia oficial mantiene a grupos enteros de pueblos y sus vidas y experiencias, en la oscuridad y el silencio, una contra-historia nos enseña precisamente a como escuchar a aquellos momentos silenciosos y oscuros. Pero como aprendemos a escuchar al silencio? En un ensayo previo, Qué es un autor?[16] Foucault nos ofrece útiles concejos sobre como luchar contra las “omisiones” y los olvidos activos producidos por las prácticas discursivas, esto es, como escuchar las voces perdidas que han sido silenciadas o cooptadas en tal forma que ciertos significados han sido perdidos o nunca escuchados.

Foucault esta interesado particularmente en aquellas formas de silencio producidas por una práctica discursiva que lejos de  ser accidental, es de hecho fundacional y constitutiva. Estos son silencios constitutivos, ya que las practicas discursivas proceden de manera tal que adquieren su estructura normativa distintiva por medio de las exclusiones que produce, por medio de aquellas voces silenciadas y significados ocluidos que permiten que las voces y los significados oficiales dominen el espacio discursivo.

Las omisiones y los silencios son fundacionales, son una parte constitutiva, el origen, o la iniciación, de una practica discursiva. Por esta razón, las luchas contra estas exclusiones requiere un regreso a los orígenes:

“Si regresamos es debido a una omisión básica y constructiva que no es el resultado de un accidente o incomprensión. Esta omisión no accidental  debe ser regulada por operaciones precisas que puedan ser situadas, analizadas, y reducidas en un regreso al acto de inicio.”[17]

Foucault distingue Este crítico “regreso a los orígenes” de los meros “redescubrimientos” o meras “reactivaciones”: un redescubrimiento promueve, la percepción de figuras olvidadas u oscurecidas[18], y una reactivación incluye, la inserción del discurso en totalmente nuevos dominios de generalización, prácticas y transformación[19].

En sentido contrario, un esfuerzo profundo por transformar una practica discursiva desde su  interior por medio de resistir sus silencios y omisiones requiere un “regreso a los orígenes.” Este regreso crítico incluye el revisitar los textos que han venido a ser considerados fundacionales, los puntos principales de referencia de la práctica, y desarrollar una nueva forma de lectura, para entrenar a nuestros ojo y oídos para nuevos significados y voces: les prestamos particular interés a  aquellas cosas registradas en los intersticios del texto, a sus vacíos y ausencias. Regresamos a aquellos espacios vacíos que han sido enmascarados por omisiones u ocultados en una falsa y engañosa plenitud.[20]

Foucault enfatiza que las modificaciones introducidas por este regreso crítico a los orígenes no son meramente un suplemento histórico que vendría a arreglar la discursividad primaria y redoblarlo en forma de ornamento el cual, después de todo, no es esencial. Es mas, es un medio necesario y efectivo para transformar la practica discursiva.[21]

Si los redescubrimientos y reactivaciones del pasado son cruciales para extender las prácticas discursivas, un “regreso a los orígenes” que devele omisiones y silencios es lo que se requiere para una transformación profunda  de nuestras capacidades de construir significados dentro de estas practicas. La habilidad para identificar omisiones , escuchar a los silencios, jugar con los vacíos discursivos y los intersticios textuales es una parte crucial de nuestra agencia crítica para resistir los marcos de poder/conocimiento.

El carecer de esa habilidad es una fuerte indicación de la habilidad de cada quién para resistir el sometimiento epistémico y socio-político, de las limitaciones en su agencia y posicionalidad dentro de las practicas discursivas. Y la habilidad para críticamente habitar practicas discursivas que vamos desarrollando al volvernos sensibles a las exclusiones-por medio de escuchar a los silencios- lo que nos permite no quedarnos atrapados en practicas discursivas, esto es, el permitirnos la habilidad para desarrollar contra-discursos. Por lo tanto, tener la capacidad para negociar narrativas históricas y para resistir interpretaciones impuestas de nuestro pasado significa ser capaces de desarrollar contra-historias.

El volvernos sensibles a las exclusiones discursivas y entrenarnos para escuchar los silencios es lo que vuelve posible la insurrección de conocimiento subyugados: nos permite aprovechar el potencial crítico de formas de poder/conocimientos degradadas y obstruidas, por medio de ponerle atención a las vidas, experiencias y prácticas discursivas de aquellas gentes que han vivido sus vidas en la oscuridad y el silencio.

 Foucault inicio sus conferencias de 1976  “La Sociedad debe ser defendida” con una discusión de la insurrección de los conocimientos subyugados.[22]  En esta discusión él subrayó dos diferentes aspectos de los conocimientos subyugados que son cruciales para entender su potencial crítico, o sea, el tipo de insurrección para los que ellos pueden ser movilizados para producirla.

En primer lugar, Foucaultl enfatiza que los conocimiento subyugados son, contenidos históricos que han sido enterrados o enmascarados en coherencias formales o sistematizaciones formales y que han sido desenterrados por nuevas formas de escolaridad.[23]

Al resucitar estos bloques de conocimiento histórico que han sido enterrados o enmascarados, al crítica de instituciones, discursos, e historias hegemónicas se vuelve posible. Por ejemplo, Foucault enfatiza que lo que le permitió desarrollar una critica efectiva del asilo o de la prisión fue la recuperación mediante los instrumentos de la escolaridad, de bloques de conocimientos históricos, presentes pero enterrados o enmascarados en conjuntos funcionales y sistemáticos.[24]

Estos bloques de conocimientos históricos vuelven la crítica posible debido a que nos permiten ver las líneas divisorias en la confrontación y luchas que los arreglos funcionales o las organizaciones sistemáticas están diseñadas para enmascarar.[25]

La dimensión histórica de los conocimientos subyugados es crucial porque nos permite ver, diacrónicamente, diferentes sustratos o depósitos de sometimientos epistémicos en curso llamando la atención a las luchas sociales y conflictos que han sido parte de la producción  de instituciones y discursos, que han sido enterrados en sus intersticios.

En segundo lugar, Foucaulti también subraya otro aspecto crucial de los conocimientos subyugados: ellos son “conocimientos desde abajo”, conocimientos  no calificados o incluso descalificados.[26] La falta de sanción o pedigree, su marginalización y estigmatización, es una parte crucial de la subordinación o exclusión epistemológica que los convierte en conocimientos subyugados: ellos son conocimientos que han sido descalificados como conocimiento son conceptuales, como conocimientos insuficientemente elaborados, conocimientos ingenuos, conocimientos jerárquicamente inferiores, conocimientos que estan bajo el nivel requerido de erudición o cientificidad[27].

Pero Foucault se adelanta para señalar que estos conocimientos descalificados o no calificados no deben ser identificados con el llamado “conocimiento común o sentido común” el cual es excluido del campo de la ciencia y la erudición, pero posee una gran presencia en los mercados epistémicos establecidos. Por contraste, un conocimiento subyugado sufre un mayor nivel de estigmatización y exclusión social, un conocimiento que es local, regional o diferencial, incapaz de unanimidad y el cual deriva su poder exclusivamente del hecho que es diferente de todos los conocimientos que lo rodean.[28]

Estos son conocimientos que no están articulados o expresados en forma adecuada, conocimientos sin credenciales aceptadas, en síntesis, conocimientos sin aceptación social debido a la historia de exclusiones epistemológicas y marginalizaciones que los han mantenido fuera de los mercados oficiales para sus transacciones epistémicas.

Este segundo aspecto de los conocimientos subyugados es también lo que hace posible que la crítica social cuestione los conocimientos oficiales y hegemónicos y se interrogue sobre las exclusiones en las que se fundamentan. Por lo tanto, refiriéndose a sus propias críticas genealógicas de instituciones como el asilo o el hospital y de los discursos tales como la psiquiatría o la medicina, Foucault enfatiza que , es la reaparición de los que la gente conoce  a nivel local, de estos conocimientos descalificados, lo que hace la crítica posible.[29]

Una ilustración perfecta de estos dos aspectos de los conocimientos subyugados y su potencial crítico puede ser encontrado en el uso de Ladelle McWhorter de los bloques locales y olvidados de conocimientos históricos con los cuales ella develó em su genealogía del racismo en Estados Unidos. En su investigación del movimiento eugenésico McWhorter descubrió que entre 1927 y 1972, la gente pobre en Virginia fueron reunidos por miles y llevados a Lynchburg y Staunton para ser esterilizados [30]                         ( McWhorter  nos revela que cerca de 8,5000 fueron esterilizados a la fuerza) :

“En Virginia, y en diversas partes, la memorias están todavía presentes, -dispersas, en piezas, diseminadas en la vergüenza y el dolor de este individuo o de esta familia, pero siguen presentes.  El conocimiento de lo que le fue hecho a dos generaciones de pobres de Virginia, su discapacidad, su  inconformidad, su inadaptación, es un conocimiento local compartido por la gente común. Este es un conocimiento que por décadas no fue reconocido como cualquier tipo de conocimiento y que incluso ahora es apenas reconocido.”[31]

McWhorter señala que en los últimos veinte años, un pequeño contingente de investigadores ha desenterrado un lote de evidencia que fue enterrada, para corroborar el ignorado, pero no olvidado conocimiento histórico deesa campaña oficial contra la gente  discapacitada y vulnerable.[32]

En este oculto pero a la vez recordado conocimiento histórico desde  abajo nosotros podemos apreciar los dos aspectos de los conocimientos subyugados que, de acuerdo a Foucault, contribuyen  a hacer la crítica posible:  los enterrados pero documentables conocimientos históricos y las localmente dispersas memorias a las que nunca se les permitió llegar más que a experiencias no calificadas y descartables.

McWhorter lo señaló de esta forma:

“Al dar a conocer los materiales históricos que las historias hegemónicas y las políticas oficiales han devaluado o descartado, ellos ( los investigadores genealógicos) han creado un reporte erudito de racismo científico y eugenesia, y al hacerlo ellos han cuestionados las ideas prevalecientes y criticado algunos aspectos de las epistemologías que las han respaldado.[33]

Foucault lo conceptualizaba diciendo que es el acoplamiento de los conocimientos académicos enterrados y de los conocimientos que fueron descalificados por las jerarquías de la erudición y de las ciencias que consolidaron la crítica genealógica.[34] Lo que estas ambas formas de conocimientos subyugados revelaron fue el conocimiento histórico de las luchas, la memoria de los combates, la misma memoria que hasta ahora había estado confinada a los márgenes.[35]  

Y en esto consiste exactamente el trabajo crítico y transformativo de las investigaciones genealógicas que, de acuerdo a Foucault, enlaza conjuntamente la erudición académica y las memorias locales, proveyendo las investigaciones genealógicas, un redescubrimiento meticuloso de las luchas y de la memoria en bruto de las peleas, y esta acoplamiento “nos permite constituir un conocimiento histórico de las luchas y de hacer uso de ese conocimiento en las tácticas contemporáneas.[36]

Las investigaciones genealógicas pueden sacar a  la luz del presente múltiples vías para conocer luchas pasadas enterradas u olvidadas, y por lo tanto ellas pueden promover una conciencia crítica que las cosas son como son debido a que existe una historia de luchas pasadas que han sido ocultadas a la vista, y las cuales pueden tener un gran impacto sobre como confrontar nuestras luchas en el presente.

Como las investigaciones genealógicas de McWhorther lo señalan tan bien, una consecuencia de esa conciencia es el reconocimiento que el actual status quo estaba lejos de ser inevitable y no necesita que persista en el mañana.[37] Las genealogías son insurrecciones contra los efectos hegemónicos del poder/conocimiento de las prácticas discursivas. Por lo tanto, en el ejemplo de McWhorter, su relato genealógico del racismo es un asalto intelectual sobre los efectos del poder institucionalizado, atrincherado, y dado por sentado por los discursos académicos, clínicos, morales y religiosos  acerca del racismo[38]

Y es importante anotar que las oportunidades que se abren a la crítica al desenterrar luchas pasadas marginalizadas beneficia no solo a aquellos cuyas experiencias y vidas se han mantenido en la oscuridad, sino a todo el cuerpo social, el cual puede ahora devenir conscientemente crítico de la heterogeneidad de las historias y experiencias que son parte de la fábrica social. Es por esto que la genealogía del racismo de  McWhorter convierte a la opresión racial en relevante em la novela y en modalidades inesperadas para una amplia variedad de grupos y públicos que pueden ahora relacionarse a viejas luchas en nuevas formas.[39]

Como Foucault lo refiere, las genealogías pueden describirse como intentos de desenyugar conocimientos históricos, de liberarlos, o en otras palabras de permitirles que se pongan y luchen contra la coerción de un discurso teórico científico unitario, formalista.[40]

Pero, como él enfatiza, las genealogías no simplemente rechazan el conocimiento, o invocan o celebran alguna experiencia inmediata que tiene que ser ya capturada por el conocimiento. No es esto su significado. Su significado radica en su capacidad para insurreccionar los conocimientos.[41]

Las investigaciones genealógicas proceden mediante  el uso de conocimientos locales, discontinuos, descalificados, o no legitimados frente a la instancia teórica unitaria que los filtra o los absorbe y los coloca en su lugar adecuado dentro de una jerarquía. Las genealogías son insurrecciones de conocimiento subyugados. Y los plurales son aquí cruciales, para la pluralidad de insurrecciones y de conocimientos subyugados  que tienen que mantenerse vivos para poder resistir nuevas unificaciones hegemónicas y jerarquizaciones de conocimientos.

El peligro que el trabajo crítico de las genealogías pueda ser reabsorbido por los poderes y conocimientos hegemónicos es brillantemente descrito por Foucault:

“una vez que hayamos excavado nuestros fragmentos genealógicos, una vez que iniciemos a explotarlos y a  ponerlos en circulación estos elementos de conocimientos que hemos escarbado de la arena, no existe acaso le peligro que ellos sean recodificados, recolonizados por estos discursos unitarios , los cuales, habiéndolos inicialmente descalificado, y habiéndolos ignorado, cuando ellos han reaparecido,  pueden estar ahora listos para reanexarlos e incluirlos en sus propios discursos y en su propio poder/conocimiento? Y si nosotros tratamos de proteger los conocimientos que hemos sacado a luz, no corremos el riesgo de construir, cjn nuestras propias manos, un discurso unitario?[42]

Las insurrecciones de conocimientos (des)subyugados y su resistencia crítica pueden ser cooptados por las producción de nuevas formas de sometimiento y exclusión ( nuevas hegemonías) o por el reforzamiento de formas viejas. La única manera de resistir este peligro es por medio de garantizar la constante fricción epistémica de conocimientos desde abajo, las cuales- como lo he argumentado en otro lugar[43]-significa garantizar que las voces y perspectivas excéntricas sean escuchadas y puedan interactuar con las establecidas, que las experiencias y preocupaciones de aquellos que viven en la oscuridad y el silencio no permanezcan perdidos y desatendidos, sino que se les permite ejercer fricción. Las genealogías tienen que ser siempre plurales,  para que las investigaciones genealógicas puedan desenterrar un numero indefinido de vías desde luchas pasadas olvidadas a las luchas de nuestro presente.

Y las insurrecciones de conocimientos subyugados producen también la necesidad de mantenerse plurales  si  ellas van a retener su poder de crítica, esto es, su capacidad de empoderar a la gente para resistir efectos opresivos de poder/conocimiento. En la próxima sección colocare este pluralismo foucaultiano en conversación con otros enfoques pluralistas epistemológicos sobre memoria y conocimiento del pasado.

2. Fricción epistémica, pluralismo guerrillero, y contra-memoria.   

Lo que necesitamos para mantener siempre abiertas las posibilidades de resistencia son las fricciones epistémicas. Wittgenstein lo explica así: “Deseamos caminar, entonces necesitamos fricción. Regresar al suelo duro de la realidad!”[44]

Deseo definir la fricción epistémica de la siguiente manera: la fricción epistémica consiste en la contestación mutua de conocimientos estructurados normativamente diferentes los cuales interrogan exclusiones epistémicas, descalificaciones, y hegemonías. La frricción epistémica es reconocida y celebrada en ópticas pluralistas de nuestras negociaciones epistémicas y de nuestras vidas cognitivas, pero no  todo tipo de pluralismo epistémico  permite la fricción epistémica de la  misma manera.

En esta sección I deseo explorar las implicaciones de unas concienzudas notas sobre pluralismo epistémico en las investigaciones genealógicas. Con este propósito, comparare y contrastare el pluralismo de Foucault con dos diferentes tipos de pluralismo epistémico   que pueden ser encontrados en la filosofía estadounidense, argumentando que el pluralismo foucaultiano ofrece una noción distintiva de fricción epistémica que posee un atrmenda fuerza física.

Diferentes puntos de vista experienciales y agenciales pueden realizar diferentes contribuciones a las investigaciones genealógicas e incluso ofrecer historias genealógicas alternativas. Dadas las adecuadas condiciones socio-políticas, la reconstrucción crítica y la reevaluación de nuestras creencias puede ( y debe) ser reiniciada y resumida cuando nuevos puntos de vista aparezcan en la escena, pero también cuando descubramos que nuevas voces o perspectivas nunca fueron consideradas o no les concedió igual peso. Por lo cual no es sorprendente que las poblaciones se sientan  particularmente inclinadas a reabrir la conversación acerca de su pasado cuando las condiciones socio-políticas cambian en forma tal que las voces y perspectivas que han sido previamente ignoradas o no tomadas plenamente en consideración puedan ahora participar diferentemente en la reconstrucción de su pasado debido a que pueden disfrutar de un nuevo tipo de agencia.

Por ejemplo, esto a estado sucediendo periódicamente en diferentes formas y en diferentes frentes en los debates públicos acerca de regímenes dictatoriales  que han tenido lugar en países como                Argentina, Chile, o España.[45]

En estos países diferentes organizaciones han demandado un esfuerzo sostenido para revisar críticamente la reconstrucción de un pasado compartido a la luz de la evidencia, testimonio, y articulaciones o interpretaciones de hechos que desafían las creencias establecidas o que simplemente no han sido integradas en la memoria colectiva y en la historia oficial en circulación.

Existe una pluralidad de pasados vividos y de conocimientos acerca del pasado  que resisten la unificación y crean fricción. Pero que vamos a hacer de esta resistencia y esta fricción? Opiniones pluralistas de la verdad y del conocimiento hacen uso productivo de estas formas de fricción epistémica y resistencia, donde las opiniones monísticas consideran a la diversidad epistémica siempre como un problema.

Me voy a limitar aquí a las opiniones pluralistas, pero deseo enfatizar que diferentes tipos de pluralismo epistémico significan  diferentes actitudes normativas con respecto a la diversidad epistémica y al tipo de fricciones epistémicas y resistencias que las perspectivas heterogéneas pueden ejercer.

Deseo distinguir tres actitudes muy diferentes con respecto a las diferencias epistémicas y a la pluralidad de perspectivas heterogéneas que podemos encontrar en los relatos de la verdad y el conocimiento. En primer  lugar, en pragmatistas clásicos tales como C.S. Pierce y G.H Mead ( al menos bajo alguna interpretación)[46] podemos encontrar un enfoque a las prácticas discursivas que coloca el énfasis en la pluralidad de perspectivas experimentales, pero a la misma vez, preserva un compromiso con la unificación, que permita que todos los distintos enfoques puedan ser subsumidos bajo una sola perspectiva -por ejemplo, si fuéramos a encontrar un objetivo hipotético de investigación, o si fuéramos a impulsar nuestro proceso comunicativo lo suficiente hasta que todas las perspectivas fueran escuchadas e  integradas. Esto es lo que consideramos como pluralismo convergente.

Para los pluralismos convergentes, la diversidad y heterogeneidad de perspectivas conflictivas son meramente contingentes y en principio aspectos transitorios de nuestras practicas epistémicas a las cuales debemos aspirar a eliminar o al menos a minimizar.

En contraste, en una más concienzuda opinión pluralista como la de William James, la diversidad y la heterogeneidad son aspectos inseparables de nuestras vidas epistémicas que solo pueden ser ocultadas mediante la violencia y exclusiones, pero que nunca pueden ser plenamente borradas. 

Pero en el pluralismo Jamesiano, aunque mucho más radical, las posibilidades para la fricción epistémica y la resistencia se cualifican y se limitan por el logro, no del consenso y la unificación, sino la coordinación y cooperación. Esto es lo que califico como un pluralismo meliorístico.

Como he argumentado en otra parte[47]de acuerdo a James y en contraste con las teorías de la verdad y el conocimiento[48] el falibilismo radical y el pluralismo, la apertura a la contestación y reinterpretación de nuestras creencias,  nunca nos abandona, sino que constituye la verdadera raíz de nuestras vidas epistémicas.

Esta apertura llama nuestra atención sobre el tipo de responsabilidad y de respuesta hacia otros requerida por nuestra agencia epistémica. No obstante esto, aunque en esta opinión pluralista lasa diferencias y los conflictos epistémicos no son borrados, ellos son puestos al servicio de de un mejoramiento mutuo.

 En esata visión meliorística, las contestaciones y negociaciones epistémicas se dirigen hacia mejorar la objetividad de los diferentes puntos de vista existentes, hacia la corrección de sus sesgos y errores, y hacia el mantenimiento de su verdad viva, o sea, dinámica, adaptable e integrada en las vidas de aquellos que sostienen estas perspectivas experienciales.

Aunque no existe aquí la aspiración a combinar y unificar a todas las perspectivas en una sola, existe la expectativa normativa que las interacciones entre perspectivas divergentes resultaran en un incremento de la objetividad y en un mejoramiento  de las articulaciones y justificaciones de creencias y valoraciones epistémicas.

A este respecto, las fricciones epistémicas entre las perspectivas es siempre una oportunidad para aprender de cada uno y corregir a cada uno. En contraste, el pluralismo epistémico radical que encontramos en Foucault no es meliorístico en este sentido. En este pluralismo más radical, la friccción epistémica no constituyen instrumentos para el aprendizaje sino que son instrumentos para el desaprendizaje ( para terminar con el poder/conocimiento- v.g. para rehacer formas de recordar y olvidar, vinculadas al conocimiento del pasado). 

A este respecto, las fricciones epistémicas no son meramente instrumentales o transicionales, esto es, instrumentos para , o pasos hacia la armonía o la resolución de conflictos. Las fricciones epistémicas se buscan por si mismas, por las formas de resistencia que constituyen. Es por esto que llamare a este más radical pluralismo epistémico que puede ser encontrado en Foucault como pluralismo de guerrillas. No es un pluralismo que pretende resolver conflictos, y superar luchas, sino que trata de provocarlas y de reenergizarlas. Es un pluralismo que no pretende la mejoración de  las vidas éticas y cognitivas de todos, sino que la contrario, pretende la resistencia (epistémica y socio-política) de algunos contra la opresión de otros.

Este es un pluralismo que se enfoca en los vacíos, discontinuidades, tensiones y choques entre perspectivas y practicas discursivas. Con respecto a los conocimientos del pasado, las investigaciones genealógicas foucaultianas no simplemente reviven memorias alternativas sino que pueden actuar como correctivas de cada una de ellas y cooperar sin perder su especificidad, como sería realizado por el pluralismo meliorístico jamesiano.

Por el contrario, las investigaciones genealógicas foucaultianas resucitan las contra-memorias , no solo a efectos de una cooperación conjunta, sino con el interés de reactivar luchas y energizar formas de resistencia. En esta visión, las memorias alternativas no son simplemente las materias primas para ser coordinadas en una ( no obstante compartida) memoria colectiva heterogénea, sino, ellas se mantienen como contra-memorias  que permiten una multitud disponible de pasados para diferentemente constituidos y posicionados públicos y sus prácticas discursivas.

No obstante diferencias en profundidad y radicalidad, los enfoques pluralistas de James y Foucault poseen aspectos comunes superpuestos y ambos son parte de un enfoque genealógico a la verdad, o más agudamente, a las formas de establecer, articular, y trasmitir verdades dentro de las diferentes economías[49] de las prácticas discursivas.

Losa enfoques pluralistas y genealógicos sobre la verdad, defendidos tanto por James como Foucault, ofrecen un enfoque gradual que no se encuentra en el campo de identificar que es lo que hace que nuestras verdades sean verdades.[50]

Por contraste, el enfoque gradual de la genealogía pluralista se fundamenta en examinar, caso por caso, las diversas formas en las cuales las verdades particulares son definidas, desafiadas, negociadas, evaluadas y reevaluadas en contextos particulares.

Tanto James como Foucault llaman la atención a nuestra propensión a olvidarnos de como las verdades han sido establecidas, para bloquear las memorias de las múltiples experiencias y luchas que han formado parte de la construcción de esas verdades heredadas. Tanto para James como para Foucault las verdades se construyen, no vienen dadas, ellas son realizadas mediante nuestras prácticas, experiencias y valoraciones. Pero nosotros somos propensos a olvidarnos de su génesis.  Esto es lo que he llamado amnesia genésica.[51]

Hasta el momento, en su esfuerzo de romper con esta amnesia, las genealogías jamesinas y Foucaultianas se fundamentan tanto en el olvidar como en el recordar, esto es, ellas se refieren al olvido desde diferentes ángulos y perspectivas y con diferentes propósitos. No obstante esto, en esta anulación del olvido, James tiende a enfocarse en las experiencias positivas que marcan la creación de las verdasdes establecidas, mientras que las genealogías de Foucault sacan a la luz las luchas olvidadas, las voces silenciadas y las exclusiones violentas.

Voy a delinear brevemente como le enfoque genealógico aparece en en el pragmatismo Jamesiano para luego pasar a la radicalización del enfoque genealógico por Foucault, esperando alcanzar un mejor enfoque entre el pluralismo de guerrilla y el meliorismo.

La amnesia genésica con respecto a las verdades circuladas en nuestras prácticas discursivas es problemática ya que nos fuerza a aceptar verdades heredadas independientemente de las experiencias de vida de las cuales han surgido. Jame nos advierte contra el peligro de basarnos de manera no crítica en verdades fijadas, porque e3sto significaría basarse en las experiencias y valoraciones de otros o de nuestro mismo pasado, que habrían podido perder sus fuerzas y  oportunidades en nuestros actuales contextos experimentales.

La fijeza es una propiedad que las verdades humanas no pueden poseer. Esas verdades recalcitrantes que toman la apariencia de ser permanentes y fijas simplemente esconden sus valoraciones osificadas y sus creencias rígidas. Nuestro cuerpo de verdades siempre tiene que swer r4evisitado criticamente a la luz d enuevas experiencias. En la opinión d eJames, las verdades no pueden ser simplemente tomadas por ciertas, pporque entonces se convertirpian en verdades inertes o muertas.V.g. verdades que han sido removidas del flujo de la vida y son presentandas en completa independencia de contextos experimentales particulares y sujetos particulares experimentales.[52]

Las verdades deben estar vinculadas a los sujetos en cuyas vidas ellas hna hecho una diferencia, a sus experiencia sy valoraciones. De acuerdo a james, cuando las verdasdes son separadas de las experiencias de vioda que les diweron origen, ellas pierden su fuerza vital y se convierten en rígidas, osificadas, muertas.

Las verdades no pueden ser simplemente encontradas, ellas  deben ser creadas o recreadas para estar vivas. Las verdades vivas son aquellas de nuestra propia creación. Naturalmente, las verdades vivas que hacemos hoy serán las verdades muertas del mañana. Nuestras verdades pierden su valor de guías en la acción y productividad cuando ellas se alejan de las experiencias de vida concretas, volviéndose osificadas por su uso habitual.

Pero esto no significa que no podamos basarnos en aquellas creencias que han sido previamente aceptadas como verdades. Nuestras actividades epistemicas necesitan basarse en una reserva de verdades que han sido previamente establecidas en nuestras transacciones con el mundo( el nuestro así como el de los otros).

Pero las viejas verdades sobre las cuales nos hemos basado no pueden ser simplemente aceptadas, ellas deben de ser sometidas a una examinación crítica epistémica que las regrese a sus fuentes experimentales. Esta es la razón por la cual james alega que, en veza de ser run método, el pragmatismo es una teoría genética de lo que entendemos por verdad.[53]

Nosotros debemos de develar como las verdades fueron construidas. Necesitamos recuperar, el sendero de la serpiente humana que es dejado, sobre todo[54] y es muchas veces borrada u olvidada.

Es en este sentido que el enfoque Jamesiano a la verdad es esencialmente genealogico.[55]  En opinión de James el análisis epistémico de nuestras creencias requiere la genealogía de esas ideas y pensamientos que se han convertido en verdades en nuestras prácticas. Pero naturalmente las genealogías están impulsadas por las preocupaciones e intereses presentes y por lo tanto, simultáneamente tienen una mirada hacia atrás y una mirada hacia adelante. Las genealogías Jamesianas trazan las tryectorias vitales de nuestras verdades dentro de nuestras prácticas, presentándolas en el cruce entre las experiencias de vida y acciones del pasado y aquellas del presente y del futuro.

La tarea crítica, para James, es la de trazar las trayectorias prácticas a lo largo de las cuales las vidas de aquellas verdades han seguido su curso, tratando de determinar si todavía existe alguna vida en ellas y que caminos podrán tomar su vida presente y futura.

Pero nótese que el foco exclusivo de las genealogías Jamesianas radica en las continuidades y convergencias en trayectorias aléticas dentro de nuestras prácticas. La genealogía jamesiana trata de develar lo que  nuestras verdades han hecho hasta ahora y que necesitan todavía hacer hacia futuro.

Una genealogía Foucaultiana va mucho más allá y su atención sobre las diferencias epistémicas es más radical. Una genealogía Foucaultiana trata de  develar lo que nuestras verdades nunca han hecho para (algunos de ) nosotros y nunca lo harán; y trata de conectar las verdades generadas dentro de una determinada practica con la son-verdades que también son generadas de manera paralela, excavando en todo tipo de fricciones y luchas epistémicas que revelan las verdades competitivas y alternativas que pueden residir en los intersticios de una  practica discursiva o en un contra-discurso.

Por lo tanto, como lo señalábamos antes, en Foucault encontramos un pluralismo epistémico, de naturaleza radical y sin compromisos, un pluralismo de guerrilla. Basado en este pluralismo, las investigaciones genealogias foucaultianas tienen como su foco principal las discontinuidades y divergencias en las trayectorias aleticas que puedan interrogar las continuidades y convergencias que damos por sentado, y por esta vía producir, una “insurrección d ellos conocimientos subyugados.”

La genealogía foucaultiana no solo es una forma de refrescar nuestro pasado a la luz de nuestro presente, sino también el más radical intento de hacer de nuestro pasado y presente ajeno a nosotros, de ver las trayectorias históricas con ojos frescos, con ojos diferentes, para que ellos parezcan como artefactos extraños. Y este proceso de auto-extrañamiento en el cual swe fundamenta la genealogía foucaultiana implica el rescate de las diferencias radicales que existen entre nuestras prácticas y entre nosotros mismos, pero que han sido silenciadas, marginalizadas, estigmatizadas, excluidas u olvidadas.

Una genealogía animada no solo por un pluralismo meliorístico, sino por un pluralismo de guerrilla, requiere más que meramente revisitar el pasado para ver como y porque las cosas fueron definidas en la forma en que lo fueron. Requiere interrogar y responder a cualquier arreglo, hacer que el pasado vaya deshaciéndose en las costuras, para que pierda su unidad, continuidad y naturalidad, para que no aparezca de nuevo como un único pasado que ya ha sido hecho, sino por el contrario, como una matriz heterogénea de luchas que convergen  y divergen y que todavía se mantienen y solo tienen la apariencia de haber sido resueltas.

Cuando las divisiones y luchas sociales se conviertan en el foco de atención, las genealogías conducirán a la ruptura en astillas del presente y del pasado y se convertirán en presentes y pasados irreductiblemente heterogéneos que resisten la unificación y contienen múltiples encrucijadas plenas de fricción.

Las genealogías insurreccionales explotan al apertura de nuestros (indefinidamente múltiples) pasados. Como G.H. Mead lo sugirió en la Filosofía del Presente (1949) , el pasado esta tan abierto como el futuro[56] y ambos están igualmente dependientes del presente. Como lo expreso Mead “la novedad de cada futuro demanda un pasado novel.”[57]

El pasado se renueva mediante y a través de nuestras prácticas interpretativas, esta representado en nuestras vidas mediante la interpretaciones que son siempre el resultado de re-descripciones y negociaciones desde el punto de ventaja del presente informado por nuestra actual visión del futuro.[58]

Por esta razón, nuestro pasado es incesantemente novel, lo hacemos y rehacemos incesantemente, in cada presente.[59]

Pero aquí surge una importante preocupación: la preocupación por la instrumentalización. Nosotros podemos dañar a sujetos del pasado al instrumentalizar sus luchas, al cooptar sus voces y experiencias y usarlas para nuestros propios propósitos. Si le olvidar o ignorar sujetos del pasado y sus luchas puede ser injusto, nosotros también cometemos injusticias a través de la expoliación epistémica de vidas pasadas.

Tenemos obligaciones con respecto a los sujetos del pasado, quienes tenían sus propios intereses y valores. Por ejemplo, aquellos que han vivido bajo la esclavitud, las victimas de Auschwitz, aquellos torturados y asesinados por regímenes dictatoriales, los miles que mueren cada año en los Estados Unidos sin atención medica a sus necesidades básicas, y muchos otros deben ser recordados no simplemente porque lo encontramos útil para nuestros intereses, sino porque sus vidas y muertes merecen una atención crítica y ser puestos en relación a lo nuestro.

Siguiendo a Mead y a otros teóricos críticos tales como Jurgen Habermas y Walter Benjamin, James Bohman (2009) y Max Pensky (2009) han argumentado contra la instrumentalización del pasado y por la necesidad de dar un reconocimiento moral a sujetos del pasado y el peso moral a sus experiencias y perspectivas.

Bohman lo plantea de esta forma, nosotros no solo debemos deliberar acerca del pasado sino con el pasado.[60]

Desde una perspectiva foucaultiana, el peligro de instrumentalización es aplacado no mediante el apoyo moral a los sujetos del pasado como socios en la deliberación, sino más bien mediante el reconocimiento de su agencia, y poder/conocimientos , sean que estos puedan o no ser reclutados para nuestros procesos deliberativos en la forma que nos gustaría. 

En la minuciosa concepción pluralista de agencia epistémica que encontramos en el marco de Foucault, existe una irreducible pluralidad de centros de experiencia y agencias que funcionan como centros de resistencia  y respuesta. Subjetividades discursivas diferentemente situadas ( o públicos) tienen capacidades diferenciadas para responder y resistir las verdades/no verdades y los conocimientos/ignorancias que circundan sus vidas discursivas.

Y en tanto como nuestros predecesores han sido tratados como subjetos y no como meros objetos para ser manipulados a voluntad, necesitamos tomar en cuenta sus perspectivas. Las genealogías insurreccionales deben tomar en cuenta las experiencias y valoraciones de temas del pasado, en los cuales podemos encontrar desafíos, subversiones y resistencias de todo tipo.

Es de ahí de donde las investigaciones genealógicas extraen su fuerza crítica. Es en la fricción entre las vidas olvidades y silenciadas y las vidas del presente donde las insurrecciones comienzan a suceder.

Animado por un pluralismo guerrillero, las genealogías foucaultianas, lejos de contribuir a la instrumentalización y subyugación del pasado, son de hecho instrumentos para la resistencia; su poder crítico reside precisamente en resistir las perspectivas unificadoras y totalizantes.

Las investigaciones genealógicas se informan de procesos múltiples de interpelación, con le trafico yendo en todas las direcciones. En particular, existen dos formas muy diferentes de interpelación en juego: los genealogistas interpelan a los sujetos del pasado, pero ellos son a la vez interpelados por los sujetos del pasado. Y esta interpelación doble es algo muy diferente de meramente tratar a los sujetos del pasado como socios en la deliberación.  Comprende interrelaciones comunicativas y normativas mucho más variadas y complejas. Comprende un proceso mutuo de extrañamiento: convertimos a las vidas pasadas en extrañas a la vez que ellos también convierten a nuestras propias vidas extrañamente no familiares.

Por lo tanto, en las genealogías insurreccionales, lejos de hacernos libres para olvidar o recordar en la forma que nos parezca más conveniente, nos volvemos vulnerables al pasado al abrir nuestras memorias a los desafíos y controversias de varios temas -los temas en nuestro presente y en nuestro futuro así como en nuestro pasado- con quienes comparamos y contrastamos nuestras perspectivas discursivas. 

En las investigaciones genealógicas de este tipo, el compromiso con subjetividades del pasado es mutuamente transformativo: nos abrimos a ser interrogados por voces y perspectivas ocultas en nuestro pasado, mientras al mismo tiempo podemos verlas en una nueva luz que no poseíamos antes del encuentro genealógico.

A través de estas transformaciones  críticas, nuevas conexiones surgen a  la luz,  nuevas posibilidades de resistencia son activadas  y nuevas formas de solidaridad se vuelven posibles.

Sin perder la visión de la especificidad de las luchas locales, sin subsumirlas bajo los grandes movimientos de liberación, las investigaciones genealógicas nos ayudan  a ver las inter conexiones entre formas históricamente situadas de sometimiento o subyugación. Mediante las genealogías insurreccionales podemos volvernos parte de múltiples comunidades de resistencia -pasadas, presentes y futuras- las cuales, sin estar unificadas, se intersectan y cruzan en formas complejas, creando friccciones de todo tipo.

Partiendo de la frricción epistémica entre multiples fuentes de agencia y multiples genealogía sinsurrecionales de poder/conocimientos axctivamso contra-memorioas que permiten multiplicidad de pasados para subjetividades diferentemente constituidas y posicionadas, haciendo posible el formar formas plurales y heterogéneas de solidaridad con el pasado, y abrindo nuevas posibilidades para la lucha social.

3. Genealogías insurreccionales y Epistemologías de la ignorancia

En esta breve sección conclusiva deseo conectar las posibilidades críticas y transformadoras subrayadas por el pluralismo guerrillero de Foucault con la actual discusión sobre las epistemologías de la ignorancia.

Es muy sorprende como Foucault no es ampliamente citado y discutido en las epistemologías de la ignorancia desarrolladas en la Teoría dñle Punto de vista Feminista y en la Teoría Crítica de la raza.

Quizás esto sea un efecto residual de la vieja oposición entre cualquier teoría que privilegie puntos de vista y opiniones social constructivistas que interrogan estas opiniones como artefactos culturales. Pero reciente desarrollos de la teoría feminista y de la teoría crítica de la raza son altamente performativos y constructivistas, con el foco desplazándose de las nociones fijas de género y raza hacia una dinámica de procesos socialmente situados de género y racialización que son profundamente interrogadas.

Sorprendentemente, no obstante, Foucault esta también usado esporádicamente por esta nueva generación de teóricas raciales y feministas.

Lorraine Code es una notable excepción aquí. En “El Poder la Ignorancia” ella reconoce y hace explicito su uso del enfoque Foucaultiano:

Sigo a Michel Foucault en el reconocimiento de los impedimentos para conocer lo que no esta “dentro de la verdad” (1972,224) por lo tanto dentro de lo conocible, dentro del marco conceptual sostenido en su lugar por un discurso hegemónico intransigente, un imaginario social instituido.[61]

Este perspectiva de Foucault que Code asume contiene dos perspectivas cruciales para la epistemología de la ignorancia. La primer perspectiva crucial se refiere a la idea que un marco discursivo produce espacios simultáneos de conocimiento y desconocimiento, en el que habrán cosas que radican dentro de lo verdadero (dans le vrai[62]) así como cosas fuera para agentes que operan dentro de ese marco. En otras palabras, la agencia epistémica que los sujetos tienen dentro de una practica discursiva es tal que su conocimiento e ignorancias están co-constituidos: su lucidez epistémica y su ceguera  epistémica van mano a mano, mutuamente apoyándose.

Como otra epistemológista de la ignorancia, Shannon Sullivan, lo coloca, en vez de oponerse al conocimiento, la ignorancia es formada por este y viceversa.[63] Por esta razón, Sullivan sugiere que hablemos de ignorancia/conocimiento en vez de hablar acerca de ignorancia y conocimiento separadamente, para así evitar ilusiones epistémicas  tales como el supuesto auto-dominio y auto transparencia del conocimiento, como que si nada pudiera escapar de sus dominios.[64] 

La segunda idea crucial que deriva del enfoque de  Foucault es que no existe la inocencia epistémica, porque siempre operamos desde un espacio de cognoscibilidad e incognocibilidad simultáneamente, desde un marco de conocimiento/ignorancia. 

Y esto problematiza la noción de ignorancia culpable. Por un lado, como lo señala Code, no existe una posición inocente desde la cual “nosotros” podríamos cargar niveles de culpabilidad.[65]

Por lo tanto, como Code insiste, al tratar sobre un aspecto particular de formas de opresión, debemos de ser cuidadosos en no consentir en la acusación naive de culpabilidad epistemica, de “ellos debieron de haberlo sabido mejor”, porque muy frecuentemente los sujetos no podían saberlo de otra forma y por lo tanto, la acusación de culpabilidad esta vacía.

Por otra parte, no obstante, los intersticios dentro de las prácticas discursivas así como las alternativas prácticas están a  menudo obtenibles: y esto presenta oportunidades para la resistencia epistemica, y para desafiar las estructuras de conocimiento/ignorancia.

Las investigaciones genealógicas pueden ser utilizadas para enfatizar acerca de como estos conocimientos subyugados podrían haber sudo utilizados, como la gente podría haber sabido de otra manera basándose en ellos, como podrían haber sido utilizado para romper con exclusiones y estigmatizaciones.

 He aquí el poder insurreccional de los conocimiento subyugados a los cuales las investigaciones genealógicas tratan de movilizar. Como lo plantea Sullivan, haciendo eco de Foucault:

“La creación de ignorancia/conocimiento a través de relaciones de fuerza muchas veces no esta balanceado y es desigual, como en el caso de las tierras colonizadas. Pero coo en la dinámica de un proceso relacional, comprend ela participación activa de todas las “partes” e incluye la posibilidad de resistir y trasformar las formas de ignorancia/conocimiento producidas.[66]

El pluralismo guerrillero de Foucault nos permite ver como diferentes posibilidades de resistencia aparecen para sujetos situados y constituidos diferentemente en la medida que desarrollan diferentes formas de agencia con respecto al poder/conocimiento, o a su vez, al poder/conocimiento/ignorancia.

Permitaseme brevemente, ya para concluir, como este pluralismo genealógica insurreccionario puede ser usado contra ideologías de opresión racial y las formas de ignorancia blanca que ellas producen.

Al aplicar el enfoque de Foucault a la ignorancia blanca, podemos apreciar dos puntos subrayados por Code y Foucault en sus concepciones  en el contexto de la epistemología de la raza; la relación coconstitutiva entre el conocimiento racial y la ignorancia racial, y la indisponibilidad de puntos de vista racialmente inocentes.

Lo que una epistemología racial de poder/conocimiento Foucaultiana subraya son las constantes luchas epistemicas que tienen lugar en los campos sociales racializados, llamando al atención alas posibilidades de resistencia y respuesta. En loq eu sifgue voy a comparar y a contrastar la tesis del pluralismo guerrillero de Foucault aplicada al conocimiento/ignorancia racial con uno d ellos más influyentes relatos en la teoría racial: ósea, la epistemología racial de ignorancia de Charles Mill.

En su ahora clásico El Contrtato racial , Charles Mill (1997)[67] coloca  ala ignorancia blanca en la agenda de la teoría crítica de la raza. Siguiendo una larga tradición en la filosofía afro-americana, Mill argumento que los sujetos privilegiados blancos han sido incapaces de comprender el mundo que ellos mismos han creado, y él llama la atención a las disfunciones cognitivas y patologías inscritas en el mundo blanco, no meramente como efectos residuales, sino como aspectos constitutivos de la economía epistémica blanca, que gira acerca de las exclusiones epistémicas y una cuidadosamente cultivada ceguera racial.  

Como Mills lo sugiere, la ignorancia blanca es una forma de auto ignorancia, pero esta auto ignorancia racial también produce ceguera con respecto a otros raciales y sus experiencias. Como Code lo señala, la mirada epistémica blanca produce una permanente ignorancia de su propia posicionalidad con respecto a la gente variada de la Otredad.[68]

Mills en su residente obra desarrolla una epistemología crítica de la ignorancia la cual -deseo sugerir- sobrepasa las genealogías insurreccionales foucaultianas en interesantes formas. En Ignorancia Blanca (2007) Mills enfatiza sobre el papel que las historias oficiales y las formas hegemónicas de memoria colectiva han jugado en sustanciar la ignorancia blanca  y también el papel crucial que la contra-memoria necesita jugar para resistir y subvertir la opresión sistémica que condena la vida de la gente marginalizada en el silencio o el olvido. 

Como Mills lo coloca, un elemento crucial en la ignorancia blanca es, “la administración de la memoria” la cual comprende, proceso socialmente orquestado de exclusión, tanto del recuerdo como del olvido; ya que si necesitamos comprender la memoria colectiva, necesitamos también comprender la amnesia colectiva.[69]

Mills enfatiza acerca de la intima relación entre la identidad blanca, la memoria blanca, y la amnesia blanca, especialmente con respecto a víctimas no blancas.[70]

Pero felizmente, poseemos ,tanto la oficial como la contra-memoria, juicios conflictivos acerca de que es lo más importante en el pasado y lo que no es importante, que fue lo que pasó y si esto es relevante; que fue lo que pasó y lo que no pasó, y lo que no pasó del todo.[71]

Mills argumenta que la reconciliación nacional blanca post-bellum fue hecha posible y fue subsecuentemente mantenida gracias al repudio de una memoria negra alternativa.[72]

Han existido todo tipo de mecanismos en las prácticas epistémicas blancas que han contribuido a mantener este repudio en su lugar: bloquear a las subjetividades negras de dar testimonios, mantener el testimonio negro -cuando esta fue dado-fuera de circulación,[73] ejerciendo una asunción epistémica contra su credibilidad, etc.

En múltiples lugares de la interacción epistémica en el mundo blanco, desde las calles de los suburbios blancos hasta los salones de lectura de las academias, las voces negras han sido tradicionalmente minimizadas y fuertemente obligadas in su habilidad para hablare acerca de sus propias experiencias[74]y cuando a ellas se les ha permitido hablar del todo (pienso, por ejemplo, de como los testigos de los linchamientos fueron aterrorizados para mantenerlos en silencio hasta hace muy poco), los contra-testimonios negros contra la mitología blanca siempre han existido pero habían sido lesionados por la falta de inversiones de capital cultural y material disponible para su producción.[75]

Las contra-memorias negras que Mills describe y que fueron sistemáticamente descalificadas y borradas ciertamente cuentan como conocimiento subyugados en un sentido Foucaultiano. Y las investigaciones foucaultianas que tratan sobre esos conocimientos subyugados producen el tipo de subversión e insurrección que Mills califica como:

“…la Ignorancia blanca ha sido capaz de florecer por todos estos años debido a la epistemología blanca de la ignorancia que la ha salvaguardado contra los peligros de una iluminadora negritud o rojidez, que ha protegido a aquellos que por razones “raciales” no han necesitado conocer.

Solo mediante la ruptura de estas reglas  y meta-reglas podríamos iniciar el largo proceso  que nos llevaría a la eventual superación de esta blanca oscuridad y el alcance de una ilustración que sea genuinamente multirracial.[76]

Pero como podría una epistemología blanca de la ignorancia ser desestabilizad ay resistida?

No existe un punto de vista inmaculado de absoluta inocencia epistémica desde el cual la ignorancia blanca y su compañeros principios epistemológicos de interacción cognitiva pueden ser subvertidas. Pero siempre hay múltiples puntos de resistencia, múltiples luchas posibles para iniciar o continuar desde pubtos d evita interesados o  sesgados con us propias formas de lucidez racial y ceguera racial basados en sus propias estructuras de poder/conocimiento/ignorancia.

Lo que el pluralismo guerrillero del método genealógico de Foucault puede ayudarnos a producir no es una liberación epistémica completa (como Mills y otros epistemologistas de raza a veces parecen querer), pero en vez, únicamente apuntar a incursiones e intervenciones en economías epistémicas, o lo que es, insurrecciones epistemicas que tienen que ser constantemente renovadas y mantenerse siempre vigente para poder así producir fricción epitémica.

Las genealogías insurreccionales, comprendidas en la forma que yo ha trazado en este ensayo como basado en el pluralismo guerrillero, son valiosos instrumentos críticos para denunciar las exclusiones y estigmatizaciones epistémicas que sostienen tanto el privilegio blanco como la ignorancia blanca.

En estre sentido, las genealogías Foucaultianas califican como el tipo de teoría crítica que Linda Alcoff opina que se necesita en la actual epistemología de la ignorancia.

En Epistemologías d ela Ignorancia (2007), siguiendo a Max Horkheimer, Alcoff  caracteriza a la ignorancia blanca como una “perdida de racionalidad crítica”caracterizada ñpor la habilidad atrofiada para resistir o criticar.[77]

Si, el proyecto de teoría crítica es, como lo señala Alcoff, para concientizarnos acerca de el vínculo entre la producción social de conocimiento y la producción social de la sociedad,[78]Foucault puede ciertamente ser reclutado para participar en ese proyecto yu ampliarlo para cubrir la producción social de ignorancia y sus efectos de poder/conocimiento.

Pero Foucault tiene algo más radical que ofrecer que Horkheimer y Mills: una insurrección epistemológica. Una epistemología crítica de la ignorancia informada por un pluralismo guerrillero foucaultiano que va más allá de una mera inversión de la ignorancia blanca, y se orienta más hacia una epistemología  de las víctimas.

Mills aregumenta que dado que la ignornaic ablanca ha producido una epistemología invertida que la proteje( v.b. una epistemología blanca) la tarea de la crítica consiste en invertir la epistemología invertida de los privilegiados en una epistemología de los oprimidos.

Pero es esto suficiente? Alison Bailey (2007) ha argumentado que las estrategias de re-inversión no funcionan porque ellos reinscriben  la lógica de la pureza, fallando en aceptar las duplicidades, multiplicidades, y, en síntesis, las complejidades de nuestras vidas epistémicas. Como ella lo coloca:

“Las estrategias de reinversión son las únicas soluciones que la pureza tiene para ofrecer. No obstante esto, no pienso que mediante la reinversión de las epistemologías invertidas tenga efectos de largo plazo. Bajo la pureza, las epistemologías invertidas pueden ser solo revertidas pero no destrozadas.[79]

Con base en María Lugones(2003) [80]Bailey nos exhorta a que abandonemos la lógica de la pureza  y nos desplacemos hacia una lógica mixta que pueda acomodarse a las diferencias radicales y a las naturalezas múltiples de nuestras subjetividades. Este tipo de lógica mixta nos presenta la ignorancia y la opresión sistémica bajo una nueva luz,  y nos abre nuevas posibilidades de resistencia y de crítica, como una lectura mixta de la ignorancia, nos ofrece una comprensión más relacional de la ignorancia al revelarnos las formas mediante las cuales la gente de color se han enfrentado con la ignorancia de la gente blanca en modalidades que ha sido ventajosas.[81]

Bailey lo explica diciendo que los temas mixtos en resistencia son aquellos que, se apoderan del doble significado de sus acciones,[82] y navegan en un mundo donde tanto las lógicas dominantes y en resistencia se encuentra presentes.[83]

Lo mixto es una forma de mantener vivas las duplicidades y multiplicidades de nuestras prácticas,  y de nosotros mismos., encontrando oportunidades para la resistencia dentro de ellas. Lo mixto conjuga con el pluralismo guerrillero que ya he mencionado cuando describi la necesidad de animar las genealogías insurreccionales.

Las formas d ela resistencia epistemológica que las genealogías insurreccionales pueden ofrecer van más allá de una mera reinversión de las relaciones epistémicas.

Pero esto debe ser tomado como una extensión -o simplemente como una enmienda amigable- del proycto crítico d ela epistemología de la ignorancia que Mills nos ha formulado. Bailey misma reconoce esto al expresar lo siguiente: Si examinamos la epistemología de las víctimas de Mills a través de los lentos mixtos podremos entonces ver que se trata de una epistemología de la resistencia.[84]

Y como lo hw argumentado, Foucault ofrece los recursos teóricos para una epistemología de la resistencia que van más allá de una reinversión de las relaciones de subordinación epistémica y tiene la capacidad de producir más complejas subversiones epistémicas -quizas incluso el destrozo de las economías epistémicas- mediante las insurrecciones de los conocimiento subyugados. Este epistemología insurreccional de resistencia y le pluralismo guerrillero en el que se fundamenta con las contribuciones centrales que Foucault  y su genealogía hacen a las actuales epistemologías de la ignorancia.[85]

José Medina

Department of Philosophy

Vanderbilt University

111 Furman Hall

Nashville, TN 37240

USA


[1] Michel Foucault, History of Sexuality Vol. 1, An Introduction (New York: Vintage, 1990) 95-6; my

emphasis.

[2] Ibid., 95.

[3] See esp. Michel Foucault, ‚Society Must Be Defended” (New York: Picador, 2003), 7-9.

[4] See Foucault, ‚Society Must be Defended,” 9, where he introduces and explains the notion of ‚the

insurrection of subjugated knowledges‛ that genealogical investigations should aim at. In sec-

tion 1 I explain the relationship between critical genealogy and ‚the insurrection of subjugated

knowledges.‛

[5] Ibid., 10

[6] Ibid., 178.

[7] Ibid., 179; my emphasis.

[8] Ibid., 66

[9] Ibid., 66ff.

[10] Ibid., 69-70.

[11] Ibid., 70.

[12] Ibid

[13] Ibid.

[14] Ibid.; my emphasis.

[15] Ibid., 71.

[16] Originally published in French in 1969, but translated and published in English in 1977.

[17] Michel Foucault, ‚What is an Author?,‛ in Language, Counter-Memory, Practice (Ithaca: Cornell

University Press, 1977), 135

[18] Foucault gives as an example Chomsky’s ‚rediscovery‛ of Cartesian grammar by reviving the

tradition of grammatical investigation from Cordemoy to Humboldt.

[19] Foucault, ‚What is an Author?,‛ 134.

[20] Ibid., 135.

[21] Ibid.; my emphasis.

[22] See esp. Foucault, ‚Society Must be Defended,‛ 7-10.

[23] Ibid., 7.

[24] Ibid

[25] Ibid

[26] Ibid

[27] Ibid

[28] Ibid., 8.

[29] Ibid.

[30] Ladelle McWhorter, Racism and Sexual Oppression in Anglo-America: A Genealogy (Bloomington:

Indiana University Press 2009), 296.

[31] Ibid., 296-97.

[32] Ibid., 297.

[33] Ibid

[34] Foucault, ‚Society Must be Defended,” 8.

[35] Ibid

[36] Ibid

[37] McWhorter, Racism and Sexual Oppression in Anglo-America, 29

[38] Ibid

[39] As McWhorter describes it, what her genealogy tries to accomplish is ‚to resurrect old ques-

tions and formulate a few new ones, to mess up tidy categories and definitions, to make the

questions of what racism is, where it comes from, and what it allies itself with too complex and

too persistent and too frightening to put down.‛ (Ibid.)

[40] Foucault, ‚Society Must be Defended,” 10.

[41] Ibid., 9; my emphasis.

[42] Ibid., 11; my emphasis.

[43] José Medina, Speaking from Elsewhere: A New Contextualist Perspective on Meaning, Identity, and

Discursive Agency (Albany: SUNY Press, 2006).

[44] Ludwig Wittgenstein, Philosophical Investigations (Oxford: Blackwell, 1958), §107.

[45] In Spain multifaceted debates about how to remember and talk about the civil war and Franco’s  dictatorship have raised wide-ranging questions about objectivity and justice, covering many diverse issues from reparations and restitutions, to modifying the historical narratives available so as to include other voices and perspectives, and to changing all kinds of elements in public life that echo past events and past subjects in particular ways through street names, the display of symbols, public art, etc. All of these issues are addressed by the new legislation (the so-called ‚Ley de Memoria Histórica‛) proposed by the socialist government in Spain, which passed in Ju- ly of 2006.

[46] Alternative—and more interesting—interpretations of Peirce and Mead can be found in Vincent Colapietro, Peirce’s Approach to the Self: A Semiotic Perspective on Human Subjectivity (Albany: SUNY Press, 1989) and David M. Aboulafia, The Cosmopolitan Self: George Herbert Mead and Continental Philosophy (University of Illinois Press, 2006).

[47] See José Medina, ‚James on Truth and Solidarity: The Epistemology of Diversity and the Politics of Specificity,‛ in John Stuhr (ed.), 100 Years of Pragmatism: William James’s Revolutionary Philosophy (Bloomington: Indiana University Press, 2010), 124-143; and José Medina, ‚Hacia una Epistemología de la Resistencia: Memoria, Objetividad, y Justicia,‛ La Balsa de la Medusa 4 (2011), 47-74.

[48] According to Jamesian pluralism, however deep or shallow our epistemic differences turn out to be, they cannot be erased, overcome, or subsumed under some (more abstract) unity of a higher order. It is for this reason that James’s pluralistic approach cannot support a consensus theory of truth, whether relativistic or universalistic. For when the harmonization of epistemic differences takes the form of a mandatory consensus, differences become something purely transitory that must be eliminated for epistemic success. On the Jamesian view, truth is not identified with agreement at all: neither with the current agreement of particular communities à la Rorty, nor with the ideal agreement of a universal community à la Habermas.

[49] And it is worth mentioning that both Foucault and James make explicit use of economic metaphors to elucidate the normative structures and dynamics of discursive practices or ‚discursive regimes.‛ In his discussions of the pragmatic value of truth as ‚what is expedient‛ in our thought and action, James talks about ‚the cash-value of truth‛ and of cashing out the value of truths by elucidating their roles in our practices and experiences: see William James, Pragmatism: A New Name for Some Old Ways of Thinking (Cambridge: Harvard University Press, 1975), 110.

[50] Substantive theories of truth are defined by their attempt to identify such a general truth-maker. Consensus theories of truth, for example, find it in agreement (whether local or universal). See José Medina and David Wood, Truth: Engagements Across Philosophical Traditions (Oxford: Blackwell, 2005).

[51] José Medina, ‚Wittgenstein and Nonsense: Kantianism, Psychologism, and the Habitus,‛ International Journal of Philosophical Studies, Vol. 11 (2003), 293-318.

[52] As James puts it in a brilliant passage: ‚Truth independent; truth that we find merely; truth no longer malleable to human need; truth incorrigible, in a word; such truth exists indeed super-abundantly *<+; but then it means only the dead heart of the living tree, and its being there means only that truth also has its paleontology and its ‘prescription,’ and may grow stiff with years of veteran service and petrified in men’s regard by sheer antiquity.‛ (William James, Prag-matism, 37)

[53] Ibid., 37.

[54] Ibid.

[55] James tells us that we should keep in mind that even the most ancient truths ‚also once were plastic. They also were called true for human reasons. They also mediated between still earlier truths and what in those days were novel observations.‛ (Ibid., 36-7); Truth has ‚its paleontology.‛ (Ibid., 37)

[56] I have argued, however, that there are serious problems with this claim if taken literally and that some qualifications are required. See José Medina, ‚Hacia una Epistemología de la Resistencia: Memoria, Objetividad, y Justicia.‛

[57] George Herbert Mead, Philosophy of the Present (Indianapolis: Hackett, 1949), 33.

[58] Max Pensky has argued that ‚the key terms‛ for the reconstruction of the past ‚are ‘re-description’ and ‘negotiation’: the past is negotiated, and re-negotiated, across a spectrum of differing players, all of whom may have differing (even internally inconsistent) motives for the construction of a preferred version of a shared past.‛ (Max Pensky, ‚Pragmatism and Solidarity with the Past‛, in Chad Kautzer and Eduardo Mendieta (eds.), Pragmatism, Nation, and Race: Community in the Age of Empire (Indianapolis: Indiana University Press, 2009), 77)

[59] As Pensky remarks, ‚both Mead’s and Benjamin’s thoughts on the nature of historical experience and the relation between present and past converge in a vision of a shared past that is incessantly novel insofar as the past is the ongoing production or performance of interpretive practices.‛ (Ibid., 81)

[60] James Bohman, ‚Deliberating about the Past: Decentering Deliberative Democracy,‛ in Chad Kautzer and Eduardo Mendieta (eds.), Pragmatism, Nation, and Race: Community in the Age of Empire, 123; my emphasis.

[61] Lorraine Code, ‚The Power of Ignorance,‛ in Shannon Sullivan and Nancy Tuana (eds.), Race and Epistemologies of Ignorance (New York: State University of New York Press, 2007), 226.

[62] As Foucault puts it: ‚Mendel spoke the truth, but he was not within the true (dans le vrai) of contemporary biological discourse.‛ (Michel Foucault, “The Discourse on Language,‛ in Rupert Swyer (trans.), The Archeology of Knowledge (New York: Pantheon Books, 1972), 224)

[63] Shannon Sullivan and Nancy Tuana (eds.), Race and Epistemologies of Ignorance, 154.

[64] Ibid.

[65] Lorraine Code, ‚The Power of Ignorance,‛ 226.

[66] Shannon Sullivan, ‚White Ignorance and Colonial Oppression,‛ in Shannon Sullivan and Nancy Tuana (eds.), Race and Epistemologies of Ignorance, 155

[67] Charles Mills, The Radical Contract (Ithaca: Cornell University Press, 1997).

[68] Lorraine Code, ‚The Power of Ignorance,‛ 219.

[69] Charles Mills, ‚White Ignorance,‛ in Shannon Sullivan and Nancy Tuana (eds.), Race and Epistemologies of Ignorance, 28-9.

[70] Ibid., 29.

[71] Ibid.

[72] Ibid., 30.

[73] As Mills puts it, ‚the ‘testimony’ of the black perspective and its distinctive conceptual and theoretical insights will tend to be whited out. Whites will cite other whites in a closed circuit of epistemic authority that reproduces white delusions.‛ (Ibid., 34)

[74] As Mills points out, ‚slave narratives often had to have white authenticators, for example, white abolitionists.‛ (Ibid., 32)

[75] Ibid., 33

[76] Ibid., 35.

[77] Linda Alcoff, ‚Epistemologies of Ignorance,‛ in Shannon Sullivan and Nancy Tuana (eds.), Race and Epistemologies of Ignorance, 53.

[78] Ibid., 54

[79] Alison Bailey, ‚Strategic Ignorance,‛ in Shannon Sullivan and Nancy Tuana (eds.), Race and Epistemologies of Ignorance, 87.

[80] María Lugones, Pilgrimages/Peregrinajes: Theorizing Coalition Against Multiple Oppressions (Lanham: Rowman & Littlefield, 2003).

[81] Bailey, ‚Strategic Ignorance,‛ 84.

[82] Ibid., 89.

[83] Ibid., 90.

[84] Ibid., 87; my emphasis.

[85]

The Myth of Multipolarity. American Power’s Staying Power. Stephen G. Brooks. April 2023.Foreign Affairs

In the 1990s and the early years of this century, the United States’ global dominance could scarcely be questioned. No matter which metric of power one looked at, it showed a dramatic American lead.

Never since the birth of the modern state system in the mid-seventeenth century had any country been so far ahead in the military, economic, and technological realms simultaneously.

Allied with the United States, meanwhile, were the vast majority of the world’s richest countries, and they were tied together by a set of international institutions that Washington had played the lead role in constructing.

The United States could conduct its foreign policy under fewer external constraints than any leading state in modern history. And as dissatisfied as China, Russia, and other aspiring powers were with their status in the system, they realized they could do nothing to overturn it.

That was then. Now, American power seems much diminished. In the intervening two decades, the United States has suffered costly, failed interventions in Afghanistan and Iraq, a devastating financial crisis, deepening political polarization, and, in Donald Trump, four years of a president with isolationist impulses.

All the while, China continued its remarkable economic ascent and grew more assertive than ever. To many, Russia’s 2022 invasion of Ukraine sounded the death knell for U.S. primacy, a sign that the United States could no longer hold back the forces of revisionism and enforce the international order it had built.

According to most observers, the unipolar moment has come to a definitive end. Pointing to the size of China’s economy, many analysts have declared the world bipolar. But most go even further, arguing that the world is on the verge of transitioning to multipolarity or has already done so.

China, Iran, and Russia all endorse this view, one in which they, the leading anti-American revisionists, finally have the power to shape the system to their liking. India and many other countries in the global South have reached the same conclusion, contending that after decades of superpower dominance, they are at last free to chart their own course.

Even many Americans take it for granted that the world is now multipolar. Successive reports from the U.S. National Intelligence Council have proclaimed as much, as have figures on the left and right who favor a more modest U.S. foreign policy. There is perhaps no more widely accepted truth about the world today than the idea that it is no longer unipolar.

But this view is wrong. The world is neither bipolar nor multipolar, and it is not about to become either. Yes, the United States has become less dominant over the past 20 years, but it remains at the top of the global power hierarchy—safely above China and far, far above every other country.

No longer can one pick any metric to see this reality, but it becomes clear when the right ones are used. And the persistence of unipolarity becomes even more evident when one considers that the world is still largely devoid of a force that shaped great-power politics in times of multipolarity and bipolarity, from the beginning of the modern state system through the Cold War: balancing. Other countries simply cannot match the power of the United States by joining alliances or building up their militaries.

American power still casts a large shadow across the globe, but it is admittedly smaller than before. Yet this development should be put in perspective. What is at issue is only the nature of unipolarity—not its existence.

MINOR THIRD

During the Cold War, the world was undeniably bipolar, defined above all by the competition between the United States and the Soviet Union. After the collapse of the Soviet Union, the world turned unipolar, with the United States clearly standing alone at the top.

Many who proclaim multipolarity seem to think of power as influence—that is, the ability to get others to do what you want. Since the United States could not pacify Afghanistan or Iraq and cannot solve many other global problems, the argument runs, the world must be multipolar. But polarity centers on a different meaning of power, one that is measurable: power as resources, especially military might and economic heft.

And indeed, at the root of most multipolarity talk these days is the idea that scholarly pioneers of the concept had in mind: that international politics works differently depending on how resources are distributed among the biggest states.

For the system to be multipolar, however, its workings must be shaped largely by the three or more roughly matched states at the top. The United States and China are undoubtedly the two most powerful countries, but at least one more country must be roughly in their league for multipolarity to exist. This is where claims of multipolarity fall apart.

Every country that could plausibly rank third—France, Germany, India, Japan, Russia, the United Kingdom—is in no way a rough peer of the United States or China.

That is true no matter which metric one uses. Polarity is often still measured using the indicators fashionable in the mid-twentieth century, chiefly military outlays and economic output. Even by those crude measures, however, the system is not multipolar, and it is a sure bet that it won’t be for many decades.

A simple tabulation makes this clear: barring an outright collapse of either the United States or China, the gap between those countries and any of the also-rans will not close anytime soon. All but India are too small in population to ever be in the same league, while India is too poor; it cannot possibly attain this status until much later in this century.

These stark differences between today’s material realities and a reasonable understanding of multipolarity point to another problem with any talk of its return: the equally stark contrast between today’s international politics and the workings of the multipolar systems in centuries past.

Before 1945, multipolarity was the norm. International politics featured constantly shifting alliances among roughly matched great powers. The alliance game was played mainly among the great powers, not between them and lesser states. Coalition arithmetic was the lodestar of statecraft: shifts in alliances could upset the balance of power overnight, as the gain or loss of a great power in an alliance dwarfed what any one state could do internally to augment its own power in the short run.

In 1801, for example, the Russian emperor Paul I seriously contemplated allying with rather than against Napoleon, heightening fears in the United Kingdom about the prospect of French hegemony in Europe—worries that may have, according to some historians, led the British to play a role in Paul’s assassination that same year.

Today, almost all the world’s real alliances (the ones that entail security guarantees) bind smaller states to Washington, and the main dynamic is the expansion of that alliance system. Because the United States still has the most material power and so many allies, unless it abrogates its own alliances wholesale, the fate of great-power politics does not hinge on any country’s choice of partners.

In multipolar eras, the relatively equal distribution of capabilities meant that states were often surpassing one another in power, leading to long periods of transition in which many powers claimed to be number one, and it wasn’t clear which deserved the title.

Immediately before World War I, for example, the United Kingdom could claim to be number one on the basis of its global navy and massive colonial holdings, yet its economy and army were smaller than those of Germany, which itself had a smaller army than Russia—and all three countries’ economies were dwarfed by that of the United States.

The easily replicable nature of technology, meanwhile, made it possible for one great power to quickly close the gap with a superior rival by imitating its advantages. Thus, in the early twentieth century, when Germany’s leaders sought to take the United Kingdom down a peg, they had little trouble rapidly building a fleet that was technologically competitive with the Royal Navy.

The situation today is very different. For one thing, there is one clear leader and one clear aspirant. For another, the nature of military technology and the structure of the global economy slow the process of the aspirant overtaking the leader. The most powerful weapons today are formidably complex, and the United States and its allies control many of the technologies needed to produce them.

The multipolar world was an ugly world. Great-power wars broke out constantly—more than once a decade from 1500 to 1945. With frightening regularity, all or most of the strongest states would fight one another in horrific, all-consuming conflicts: the Thirty Years’ War, the Wars of Louis XIV, the Seven Years’ War, the Napoleonic Wars, World War I, and World War II.

The shifting, hugely consequential, and decidedly uncertain alliance politics of multipolarity contributed to these conflicts. So did the system’s frequent power transitions and the fleeting nature of leading states’ grasp on their status. Fraught though the current international environment may be compared with the halcyon days of the 1990s, it lacks these inducements to conflict and so bears no meaningful resemblance to the age of multipolarity.

DON’T BET ON BIPOLARITY

Using GDP and military spending, some analysts might make a plausible case for an emergent bipolarity. But that argument dissolves when one uses metrics that properly account for the profound changes in the sources of state power wrought by multiple technological revolutions. More accurate measures suggest that the United States and China remain in fundamentally different categories and will stay there for a long time, especially in the military and technological realms.

No metric is invoked more frequently by the heralds of a polarity shift than GDP, but analysts in and outside China have long questioned the country’s official economic data. Using satellite-collected data about the intensity of lights at night—electricity use correlates with economic activity—the economist Luis Martinez has estimated that Chinese GDP growth in recent decades has been about one-third lower than the officially reported statistics.

According to leaked U.S. diplomatic cables, in 2007, Li Keqiang, a provincial official who would go on to become China’s premier, told the U.S. ambassador to China that he himself did not trust his country’s “man-made” GDP figures. Instead, he relied on proxies, such as electricity use. Since Xi took power, reliable data on the Chinese economy has gotten even harder to come by because the Chinese government has ceased publishing tens of thousands of economic statistics that were once used to estimate China’s true GDP.

But some indicators cannot be faked. To evaluate China’s economic capacity, for example, consider the proportion of worldwide profits in a given industry that one country’s firms account for. Building on the work of the political economist Sean Starrs, research by one of us (Brooks) has found that of the top 2,000 corporations in the world, U.S. firms are ranked first in global profit shares in 74 percent of sectors, whereas Chinese firms are ranked first in just 11 percent of sectors. The data on high-tech sectors is even more telling: U.S. firms now have a 53 percent profit share in these crucial industries, and every other country with a significant high-tech sector has a profit share in the single digits. (Japan comes in second at seven percent, China comes in third at six percent, and Taiwan comes in fourth at five percent.)

The best way to measure technological capacity is to look at payments for the use of intellectual property—technology so valuable that others are willing to spend money on it. This data shows that China’s extensive R & D investments over the past decade are bearing fruit, with Chinese patent royalties having grown from less than $1 billion in 2014 to almost $12 billion in 2021. But even now, China still receives less than a tenth of what the United States does each year ($125 billion), and it even lags far behind Germany ($59 billion) and Japan ($47 billion).

Militarily, meanwhile, most analysts still see China as far from being a global peer of the United States, despite the rapid modernization of Chinese forces. How significant and lasting is the U.S. advantage?

Consider the capabilities that give the United States what the political scientist Barry Posen has called “command of the commons”—that is, control over the air, the open sea, and space. Command of the commons is what makes the United States a true global military power.

Until China can contest the United States’ dominance in this domain, it will remain merely a regional military power. We have counted 13 categories of systems as underlying this ability—everything from nuclear submarines to satellites to aircraft carriers to heavy transport planes—and China is below 20 percent of the U.S. level in all but five of these capabilities, and in only two areas (cruisers and destroyers; military satellites) does China have more than a third of the U.S. capability.

The United States remains so far ahead because it has devoted immense resources to developing these systems over many decades; closing these gaps would also require decades of effort. The disparity becomes even greater when one moves beyond a raw count and factors in quality. The United States’ 68 nuclear submarines, for example, are too quiet for China to track, whereas China’s 12 nuclear submarines remain noisy enough for the U.S. Navy’s advanced antisubmarine warfare sensors to track them in deep water.

A comparison with the Soviet Union is instructive. The Red Army was a real peer of the U.S. military during the Cold War in a way that the Chinese military is not. The Soviets enjoyed three advantages that China lacks. First was favorable geography: with the conquest of Eastern Europe in World War II, the Soviets could base massive military force in the heart of Europe, a region that comprised a huge chunk of the world’s economic output. Second was a large commitment to guns over butter in a command economy geared toward the production of military power: the percentage of GDP that Moscow devoted to defense remained in the double digits throughout the Cold War, an unprecedented share for a modern great power in peacetime.

Third was the relatively uncomplicated nature of military technology: for most of the Cold War, the Soviets could command their comparatively weak economy to swiftly match the United States’ nuclear and missile capability and arguably outmatch its conventional forces.

Only in the last decade of the Cold War did the Soviets run into the same problem that China faces today: how to produce complex weapons that are competitive with those emerging from a technologically dynamic America with a huge military R & D budget (now $140 billion a year).

Bipolarity arose from unusual circumstances. World War II left the Soviet Union in a position to dominate Eurasia, and with all the other major powers save the United States battered from World War II, only Washington had the wherewithal to assemble a balancing coalition to contain Moscow.

Hence the intense rivalry of the Cold War: the arms race, the ceaseless competition in the Third World, the periodic superpower crises around the globe from Berlin to Cuba. Compared with multipolarity, it was a simpler system, with only one pair of states at the top and so only one potential power transition worth worrying about.

With the demise of the Soviet Union and the shift from bipolarity to unipolarity, the system transformed from one historically unprecedented situation to another. Now, there is one dominant power and one dominant alliance system, not two.

Unlike the Soviet Union, China has not already conquered key territory crucial to the global balance. Nor has Xi shown the same willingness as Soviet leaders to trade butter for guns (with China long devoting a steady two percent of GDP to military spending). Nor can he command his economy to match U.S. military power in a matter of years, given the complexity of modern weaponry.

PARTIALLY UNIPOLAR

To argue that today’s system is not multipolar or bipolar is not to deny that power relations have changed. China has risen, especially in the economic realm, and great-power competition has returned after a post–Cold War lull. Gone are the days when the United States’ across-the-board primacy was unambiguous. But the world’s largest-ever power gap will take a long time to close, and not all elements of this gap will narrow at the same rate. China has indeed done a lot to shrink the gap in the economic realm, but it has done far less when it comes to military capacity and especially technology.

As a result, the distribution of power today remains closer to unipolarity than to either bipolarity or multipolarity. Because the world has never experienced unipolarity before the current spell, no terminology exists to describe changes to such a world, which is perhaps why many have inappropriately latched on to the concept of multipolarity to convey their sense of a smaller American lead.

Narrowed though it is, that lead is still substantial, which is why the distribution of power today is best described as “partial unipolarity,” as compared with the “total unipolarity” that existed after the Cold War.

The end of total unipolarity explains why Beijing, Moscow, and other dissatisfied powers are now more willing to act on their dissatisfaction, accepting some risk of attracting the focused enmity of the United States. But their efforts show that the world remains sufficiently unipolar that the prospect of being balanced against is a far stiffer constraint on the United States’ rivals than it is on the United States itself.

Ukraine is a case in point. In going to war, Russia showed a willingness to test its revisionist potential. But the very fact that Russian President Vladimir Putin felt the need to invade is itself a sign of weakness.

In the 1990s, if you had told his predecessor, Boris Yeltsin, that in 2023, Russia would be fighting a war to sustain its sphere of influence over Ukraine, which Russian officials back then assumed would end up as a reliable ally, he would scarcely have believed that Moscow could sink so low.

It is ironic that now, when unipolarity’s end is so frequently declared, Russia is struggling to try to get something it thought it already had when U.S. primacy was at its peak. And if you had told Yeltsin that Russia would not be winning that war against a country with an economy one-tenth the size of Russia’s, he would have been all the more incredulous. The misadventure in Ukraine, moreover, has greatly undermined Russia’s long-term economic prospects, thanks to the massive wave of sanctions the West has unleashed.

But even if Russia had swiftly captured Kyiv and installed a pro-Russian government, as Putin expected, that would have had little bearing on the global distribution of power. There is no denying that the outcome of the war in Ukraine matters greatly for the future of that country’s sovereignty and the strength of the global norm against forceful land grabs.

But in the narrow, cold-hearted calculus of global material power, Ukraine’s small economy—about the same size as that of Kansas—means that it ultimately matters little whether Ukraine is aligned with NATO, Russia, or neither side.

Further, Ukraine is not in fact a U.S. ally. Russia would be very unlikely to dare attack one of those. Given how the United States has reacted when Russia attacked a country that is not a U.S. ally—funneling arms, aid, and intelligence to the Ukrainians and imposing stiff sanctions—the Kremlin surely knows that the Americans would do much more to protect an actual ally.

China’s revisionism is backed up by much more overall capability, but as with Russia, its successes are astonishingly modest in the broad sweep of history. So far, China has altered the territorial status quo only in the South China Sea, where it has built some artificial islands. But these small and exposed possessions could easily be rendered inoperative in wartime by the U.S. military.

And even if China could secure all the contested portions of the South China Sea for itself, the overall economic significance of the resources there—mainly fish—is tiny. Most of the oil and gas resources in the South China Sea lie in uncontested areas close to various countries’ shorelines.

Unless the U.S. Navy withdraws from Asia, China’s revisionist ambitions can currently extend no farther than the first island chain—the string of Pacific archipelagoes that includes Japan, the Philippines, and Taiwan. That cannot change anytime soon: it would take decades, not years, for China to develop the full range of capabilities needed to contest the U.S. military’s command of the commons.

Also, China may not even bother to seek such a capacity. However aggravating Chinese policymakers find their rival’s behavior, U.S. foreign policy is unlikely to engender the level of fear that motivated the costly development of Washington’s global power-projection capability during the Cold War.

For now, there is effectively only one place where China could scratch its revisionist itch: in Taiwan. China’s interest in the island is clearly growing, with Xi having declared in 2022 that “the complete reunification of the motherland must be achieved.” The prospect of a Chinese attack on Taiwan is indeed a real change from the heyday of total unipolarity, when China was too weak for anyone to worry about this scenario.

But it is important to keep in mind that Beijing’s yearnings for Taiwan are a far cry from revisionist challenges of the past, such as those mounted by Japan and Germany in the first half of the twentieth century or the Soviet Union in the second; each of those countries conquered and occupied vast territory across great distances.

And if China did manage to put Taiwan in its column, even the strongest proponents of the island’s strategic significance do not see it as so valuable that changing its alignment would generate a dramatic swing in the distribution of power of the kind that made multipolarity so dangerous.

What about the flourishing partnership between China and Russia? It definitely matters; it creates problems for Washington and its allies. But it holds no promise of a systemic power shift. When the aim is to balance against a superpower whose leadership and extensive alliances are deeply embedded in the status quo, the counteralliance needs to be similarly significant.

On that score, Chinese-Russian relations fail the test. There is a reason the two parties do not call it a formal alliance. Apart from purchasing oil, China did little to help Russia in Ukraine during the first year of the conflict. A truly consequential partnership would involve sustained cooperation across a wide variety of areas, not shallow cooperation largely born of convenience. And even if China and Russia upgraded their relations, each is still merely a regional military power. Putting together two powers capable of regional balancing does not equate to global balancing. Achieving that would require military capabilities that Russia and China individually and collectively do not have—and cannot have anytime soon.

ROUGH TIMES FOR REVISIONISM

All this might seem cold comfort, given that even the limited revisionist quests of China and Russia could still spark a great-power war, with its frightening potential to go nuclear. But it is important to put the system’s stability in historical perspective.

During the Cold War, each superpower feared that if all of Germany fell to the other, the global balance of power would shift decisively. (And with good reason: in 1970, West Germany’s economy was about one-quarter the size of the United States’ and two-thirds the size of the Soviet Union’s.) Because each superpower was so close to such an economically valuable object, and because the prize was literally split between them, the result was an intense security competition in which each based hundreds of thousands of troops in their half of Germany. The prospect of brinkmanship crises over Germany’s fate loomed in the background and occasionally came to the foreground, as in the 1961 crisis over the status of Berlin.

Or compare the present situation to the multipolar 1930s, when, in less than a decade, Germany went from being a disarmed, constrained power to nearly conquering all of Eurasia. But Germany was able to do so thanks to two advantages that do not exist today.

First, a great power could build up substantial military projection power in only a few years back then, since the weapons systems of the day were relatively uncomplicated. Second, Germany had a geographically and economically viable option to augment its power by conquering neighboring countries.

In 1939, the Nazis first added the economic resources of Czechoslovakia (around ten percent the size of Germany’s) and then Poland (17 percent). They used these victories as a springboard for more conquests in 1940, including Belgium (11 percent), the Netherlands (ten percent), and France (51 percent). China doesn’t have anything like the same opportunity.

For one thing, Taiwan’s GDP is less than five percent of China’s. For another, the island is separated from the mainland by a formidable expanse of water. As the MIT research scientist Owen Cote has underscored, because China lacks command of the sea surface, it simply “cannot safeguard a properly sized, seaborne invasion force and the follow-on shipping necessary to support it during multiple transits across the 100-plus mile-wide Taiwan Straits.” Consider that the English Channel was a fifth of the width but still enough of a barrier to stop the Nazis from conquering the United Kingdom.

Japan and South Korea are the only other large economic prizes nearby, but Beijing is in no position to take a run at them militarily, either. And because Japan, South Korea, and Taiwan have economies that are knowledge-based and highly integrated with the global economy, their wealth cannot be effectively extracted through conquest.

The Nazis could, for example, commandeer the Czech arms manufacturer Skoda Works to enhance the German war machine, but China could not so easily exploit the Taiwan Semiconductor Manufacturing Company. Its operation depends on employees with specialized knowledge who could flee in the event of an invasion and on a pipeline of inputs from around the globe that war would cut off.

If America came home from Europe or Asia, a more dangerous, unstable world would emerge.

Today’s revisionists face another obstacle: while they are confined to regional balancing, the United States can hit back globally. For instance, the United States is not meeting Russia directly on the battlefield but is instead using its global position to punish the country through a set of devastating economic sanctions and a massive flow of conventional weaponry, intelligence, and other forms of military assistance to Kyiv.

The United States could likewise “go global” if China tried to take Taiwan, imposing a comprehensive naval blockade far from China’s shores to curtail its access to the global economy. Such a blockade would ravage the country’s economy (which relies greatly on technological imports and largely plays an assembly role in global production chains) while harming the U.S. economy far less.

Because the United States has so much influence in the global economy, it can use economic levers to punish other countries without worrying much about what they might do in response. If China tried to conquer Taiwan, and the United States imposed a distant blockade on China, Beijing would certainly try to retaliate economically. But the strongest economic arrow in its quiver wouldn’t do much damage. China could, as many have feared, sell some or all of its massive holdings of U.S. Treasury securities in an attempt to raise borrowing costs in the United States. Yet the U.S. Federal Reserve could just purchase all the securities. As the economist Brad Setser has put it, “The U.S. ultimately holds the high cards here: the Fed is the one actor in the world that can buy more than China can ever sell.”

Today’s international norms also hinder revisionists. That is no accident, since many of these standards of behavior were created by the United States and its allies after World War II. For example, Washington promulgated the proscription against the use of force to alter international boundaries not only to prevent major conflicts but also to lock in place the postwar status quo from which it benefited. Russia has experienced such strong pushback for invading Ukraine in part because it has so blatantly violated this norm. In norms as in other areas, the global landscape is favorable terrain for the United States and rough for revisionists.

AMERICA’S CHOICE

The political scientist Kenneth Waltz distinguished between the truly systemic feature of the distribution of capabilities, on the one hand, and the alliances that states form, on the other.

Although countries could not choose how much power they had, he argued, they could pick their team. The U.S.-centric alliance system that defines so much of international politics, now entering its eighth decade, has attained something of a structural character, but Waltz’s distinction still holds. The current international order emerged not from power alone but also from choices made by the United States and its allies—to cooperate deeply in the economic and security realms, first to contain the Soviet Union and then to advance a global order that made it easier to trade and cooperate. Their choices still matter. If they make the right ones, then bipolarity or multipolarity will remain a distant eventuality, and the partial unipolar system of today will last for decades to come.

Most consequentially, the United States should not step back from its alliances and security commitments in Europe or Asia. The United States derives significant benefits from its security leadership in these regions. If America came home, a more dangerous, unstable world would emerge. There would also be less cooperation on the global economy and other important issues that Washington cannot solve on its own.

Indeed, in the era of partial unipolarity, alliances are all the more valuable. Revisionism demands punishment, and with fewer unilateral options on the table, there is a greater need for the United States to respond in concert with its allies. Yet Washington still has substantial power to shape such cooperation. Cooperation among self-interested states can emerge without leadership, but it is more likely to do so when Washington guides the process. And American proposals frequently become the focal point around which its partners rally.

Keeping U.S. alliances in Asia and Europe intact hardly means that Washington should sign a blank check: its friends can and should do more to properly defend themselves. Not only will they need to spend more; they will need to spend more wisely, too. U.S. allies in Europe should increase their capacity for territorial defense in areas where the United States can do less while not trying to duplicate areas of U.S. strength. In practice, this means focusing on the simple task of fielding more ground troops.

In Asia, U.S. allies would be wise to prioritize defensive systems and strategies, especially with respect to Taiwan. Fortunately, after more than a decade of ignoring calls to prioritize a defensive strategy for securing the island—turning it into a difficult-to-swallow “porcupine”—Taipei appears to have finally awakened to this need, thanks to Ukraine.

In economic policy, Washington should resist the temptation to always drive the hardest bargain with its allies. The best leaders have willing followers, not ones that must be coaxed or coerced. At the heart of today’s international order is an implicit pledge that has served the United States well: although the country gains certain unique benefits from its dominance of the system, it doesn’t abuse its position to extract undue returns from its allies.

Maintaining this arrangement requires policies that are less protectionist than the ones pursued by either the Trump or the Biden administration. When it comes to trade, instead of thinking just about what it wants, Washington should also consider what its allies want. For most, the answer is simple: access to the U.S. market.

Accordingly, the United States should put real trade deals on the table for its partners in Asia and Europe that would lower trade barriers. Done properly, market access can be improved in ways that not only please U.S. allies but also create enough benefits for Americans that politicians can overcome political constraints.

The United States must also resist the temptation to use its military to change the status quo. The 20-year nation-building exercise in Afghanistan and the invasion of Iraq were self-inflicted wounds. The lesson should be easy enough to remember: no occupations ever again. Any proposal to use U.S. military force outside Asia and Europe should be deeply interrogated, and the default response should be “no.” Preventing China and Russia from changing the status quo in Asia and Europe was once relatively easy, but now it is a full-time job. That is where the U.S. military’s focus should lie.

Ultimately, the world in the age of partial unipolarity retains many of the characteristics it exhibited in the age of total unipolarity, just in modified form. International norms and institutions still constrain revisionists, but these states are more willing to challenge them. The United States still has command of the commons and a unique capacity to project military power across the globe, but China has created a fiercely contested zone near its shores.

The United States still possesses vast economic leverage, but it has a greater need to act in concert with its allies to make sanctions effective. It still has a unique leadership capacity for promoting cooperation, but its scope for unilateral action is reduced. Yes, America faces limits it did not face right after the Soviet Union’s collapse. But the myth of multipolarity obscures just how much power it still has.

Ucrania y argumentos repetidos. Rolando Astarita. Marzo de 2023

Ante la guerra que se está desarrollando en Ucrania, la mayor parte de la izquierda argentina se ha colocado del lado de Rusia. En varios casos, de manera tácita. Son los partidos y referentes que condenan la invasión, pero niegan el derecho de los ucranianos a recibir armas de la OTAN para defenderse. Como si al ejército ruso se lo pudiera enfrentar con palos y piedras.

Por otro lado, están los que se alinean explícitamente detrás de Putin y los suyos. En este respecto, el argumento más extendido gira en torno al anti-imperialismo. Según este enfoque, los agresores son EEUU, la UE y la OTAN. Estos buscarían imponer una relación neocolonial con Ucrania y otros países que estuvieron bajo la órbita soviética y, por sobre todas las cosas, debilitar o someter a Rusia a su dominio.

De manera que al invadir y arrasar a Ucrania los rusos se estarían defendiendo del ataque imperialista. Con el agregado de que, como explicó Putin en su debido momento, el régimen de Zelensky es “fascista” (o “nazi”). Otro motivo para considerar liberadoras a las tropas rusas. 

¿Y el derecho de Ucrania a la autodeterminación, a su existencia como nación? Respuesta: es de importancia secundaria frente al ataque del imperialismo americano y europeo. Es cierto que Rusia es imperialista, pero se opone al “enemigo principal”, la OTAN, Washington y el gobierno pro nazi de Ucrania, y esto es lo que pesa. En cambio, defender el derecho a la autodeterminación de los ucranianos equivale a colocarse del lado de la derecha. ¿Y la destrucción de Ucrania? Pues es el costo de luchar contra la agresión de los imperialismos occidentales. 

Argumentos de larga data

Cuando leo estos argumentos no puedo no recordar que los compartí en mi juventud. Es que entre 1968 y principios de 1969 fui militante de la Federación Juvenil Comunista, y como tal defendí la invasión de la URSS y otros países del Pacto de Varsovia a Checoslovaquia. En aquellos tiempos el relato era que el verdadero agresor de Checoslovaquia no era la URSS, sino los imperialismos yanqui y alemán que fomentaban la contrarrevolución.

Por estos días he vuelto sobre aquellas justificaciones a partir de la lectura de “La intervención soviética en Checoslovaquia y el debate en el comunismo argentino”, de Juan Manuel Cisilino (Ponencia en las X Jornadas de Sociología de la UNLP, 2018; está en la web). Es llamativo cómo los argumentos se repiten casi intactos.

Efectivamente, según el PCA 1968, los contrarrevolucionarios y sus agentes, aprovechándose de errores de la dirección checoslovaca, habían logrado contraponer las organizaciones de masas al Partido y enfrentar a la juventud con los mayores.  Además, la contrarrevolución había infiltrado agentes –disfrazados de turistas- portando armas, dinero e instrucciones para llevar adelante un golpe contrarrevolucionario.

Por eso, la intervención militar de los países del Pacto de Varsovia en Checoslovaquia era en defensa de la clase obrera y para “salvaguardar al régimen socialista amenazado por el revanchismo germano-occidental”. Más precisamente, la OTAN quería “reeditar la marcha hacia el este de Hitler, provocando la invasión lisa y llana a los países socialistas hasta llegar a la URSS”.

En este marco, el derecho a la autodeterminación del pueblo checoslovaco era una cuestión muy secundaria. Algo similar ocurría con las libertades de opinión, prensa, organización, desplazamiento y similares. Eran derechos burgueses que en aquellas circunstancias solo servían al ataque contrarrevolucionario.

Como es conocido, no fue solo Checoslovaquia. A pesar de haber sido una de las principales consignas del programa bolchevique en 1917, el derecho a la autodeterminación fue avasallado una y otra vez. Para mencionar solo casos notorios: Georgia (1920); Finlandia (1939); Alemania Oriental (1953); Polonia (1939, 1956, 1981); Hungría (1956); Afganistán (1980).

Por entonces el justificativo era “defender las conquistas socialistas”. Hoy vale el “hay que detener al imperialismo”. Pero permanece lo sustancial: las libertades democráticas (y la autodeterminación es un derecho democrático burgués) pueden ser arrasadas, contra la voluntad de las masas, en nombre “del objetivo superior”.   

Una grieta insalvable en la izquierda

En notas anteriores he presentado argumentos contrarios a estas posiciones. En particular, destaqué la importancia de defender las libertades democráticas y su relación con el proyecto socialista (véase por ejemplo aquí y aquí). Los defensores, o justificadores, de las posiciones “a lo Putin”, responden con el tradicional “agente de la OTAN”, “funcional a la derecha”, y similares. Pero al margen de los calificativos, lo relevante es que estamos ante diferencias ideológicas profundas, que se mantienen a lo largo de las décadas. Ejemplificando la situación, en una nota en 2016 escribí:

“El señor A, en nombre del socialismo, aplaude la invasión de la URSS a Checoslovaquia; se niega a condenar a la dictadura argentina de Videla; apoya activamente a Mengistu (y los bombardeos al Frente de Liberación de Eritrea); elogia el régimen de los Kim en Corea; y apoya a Al Assad. El señor B, también en nombre del socialismo, toma exactamente las posturas opuestas: critica la invasión soviética a Checoslovaquia; pide la condena de Videla en los foros internacionales; critica al régimen de Corea del Norte; se opone a Mengistu (y a las masacres de eritreos) y apoya las rebeliones contra el régimen de Al Assad” (aquí). Agregaba que las diferencias no se debían a falta de información, sino a concepciones fundamentales y distintas en base a las cuales se procesa la información.

Pues bien, hoy las posturas siguen tan opuestas como siempre. Así, el señor A apoya la invasión rusa a Ucrania –política de tierra arrasada incluida- y dice que la autodeterminación nacional de Ucrania es irrelevante (o, peor, funcional al imperialismo). Y el señor B rechaza la invasión rusa, defiende la independencia nacional de Ucrania y el derecho de los ucranianos a defenderse armas en mano. Es la “grieta” -¿la más profunda?- al interior de la izquierda de conjunto. De Checoslovaquia 1968 (y antes, por supuesto) a Ucrania 2023. Por ningún lado hay visos de que esta división se vaya a superar en los próximos años, o décadas.

La nueva edad de la fe.Sergio Ramírez. Abril de 2023

En Opresión y resistencia, sus escritos contra el totalitarismo, George Orwell previene contra las distopias que se incuban en el mundo moderno, entre ellas lo que llama «la edad de la fe», que sobreviene cuando se pretende el control moral de las expresiones libres, la primera de ellas la creación literaria. Para que la edad de la fe se establezca no hace falta vivir en un país totalitario; es suficiente que «bastas esferas de la imaginación se ven afectadas por las creencias oficiales», o que estas sean decretadas por sectores de la sociedad capaces de ejercer control intelectual.

Orwell previno contra el pensamiento único basado en premisas políticas, pero no alcanzó a adivinar que en el siglo veintiuno «la edad de la fe» estaría determinada por el puritanismo, que en Estados Unidos rige la conducta social, y vigila celosamente la ortodoxia de las expresiones culturales.

Esto ha sido así a lo largo de su historia, desde la llegada de los pilgrims a las costas de Nueva Inglaterra, como nos lo enseña Nathaniel Hawthorne en La letra escarlata; pero hoy el puritanismo vive un periodo de resurrección, y guía la nueva edad de la fe, bajo la amenaza de volverse global. Y va desde la censura y la supresión, hasta la prohibición y la cancelación. Una renovada fe, intransigente y cerrada, que alcanza tanto a la derecha como a la izquierda.

Si Orwell prevenía de que el orden totalitario pretende la reescritura del pasado, en esta nueva edad de la fe se pretende la reescritura tanto de la realidad, como de la imaginación. Y como hay que rescribir los libros que ofenden determinadas sensibilidades, no importa la antigüedad de su publicación, esto implica también reescribir el pasado. Es lo que la filósofa Rosa María Rodríguez Magda llama «la blanda sensibilidad indignada…: no se pretende modificar la realidad, sino inventarla, corregirla también retrospectivamente, y forzar el asentimiento público y legal de esa depuración: la nueva normalidad como psicosis colectiva de la corrección política».

Desde hace muchos años se ejerce en el llamado cinturón bíblico en Estados Unidos un férreo control de la lectura en las bibliotecas públicas y escolares, con una conspicua lista de libros prohibidos que incluye a William Faulkner y a Toni Morrison, entre otros, y donde no puede leerse nada que desafíe la tesis creacionista, con lo que Darwin viene a ser un engendro del demonio. En el estado de Florida las juntas escolares asumen la potestad de vigilar que no entre en las aulas ningún libro «de naturaleza explícita que enseñe a los niños sobre orientación sexual y la identidad de género».

Algunos de los libros censurados recientemente en Estados Unidos a partir de la Ley de los derechos de los padres en la educación durante una conferencia de prensa del líder demócrata Hakeem Jeffries (D-NY), quien el pasado 24 de marzo se pronunció en contra de la medida. Foto: AFP / Kevin Dietsch.

Pero la pureza moral viene a ser abonada desde el otro lado del espectro, con el surgimiento de la cultura woke, que forma parte también de la edad de la fe. Desde esta perspectiva se demanda la modificación de las obras literarias para que sean adaptadas a «las sensibilidades políticamente correctas»: las tijeras y el lápiz rojo nada menos que en manos de las casas editoriales para adaptar lo que autores ya muertos hace tiempo dejaron escrito, y evitar así «ofender a comunidades o colectivos». Ni Roald Dahl, ni Agatha Christie ni Ian Fleming, escritores muy populares, con los que se ha empezado, pueden alegar nada en contra de la implacable censura de sus obras desde el silencio de sus tumbas. Para esta tarea las editoriales se asesoran de un «comité de lectores sensibles»; o sea, un santo tribunal de la inquisición.

Toda referencia, palabra o frase que evoque el colonialismo, el racismo, el machismo, la misoginia, debe ser suprimida, alterada o cambiada por expresiones neutras o benévolas. La escritura sin mancha, lavada con detergente y bien aplanchada, que es lo contrario de la verdadera literatura, fruto de la suciedad y de la contaminación, porque no hace sino reflejar al mundo tal como es, un mundo de seres humanos culpables e imperfectos; y, sobre todo, un mundo de personajes donde las conductas se contradicen y entrecruzan, y al despojarlos de sus palabras se les despoja de sus pasiones, de sus defectos y de sus virtudes, y la corrección impuesta por el censor los volverá inútiles, y por tanto falsos, y aburridos.

Está bien, se dirá, son autores que no encarnan la verdadera literatura, autores de consumo masivo, James Bond, el intrascendente inspector Poirot. ¿Qué más da? Pues ojo que en un colegio de secundaria en Manhattan fue cancelada no hace mucho una puesta de El mercader de Venecia, representada por estudiantes de séptimo curso, «debido al carácter antisemita» de la obra, según el juicio de los padres de familia. De un lado Shakespeare por antisemita en Manhattan; del otro Dickens, en el sur profundo, porque sus novelas resultan «perturbadoras» por su descarnada exposición del delito incubado en la miseria.

Si ya se empezó con sacar del escenario El mercader de Venecia, pronto llegaremos a ver Macbeth y El rey Lear depuradas por los comités de corrección puritana para librarlas de toda alusión capaz de indignar a las blandas sensibilidades. Y corregir a Shakespeare será corregir el pasado, hacer potable la época isabelina para tranquilidad de las buenas conciencias.

Y detrás vendrá Rabelais para convertir a Gargantúa y Pantagruel en personajes comedidos, alejados de toda vulgaridad y de la gula y la concupiscencia. Y no se librará tampoco Cervantes. El lápiz rojo caerá implacable sobre la escena en que don Quijote queda haciendo penitencia cabeza abajo, con las nalgas al aire, que no está bien enseñar las partes pudendas del cuerpo; y las tantas veces que Sancho dice hideputa, borradas también, y condenado el mismo Sancho por antisemita, ¿pues, no dice: «y cuando otra cosa no tuviese sino el creer, como siempre creo, firme y verdaderamente en Dios y en todo aquello que tiene y cree la santa Iglesia Católica Romana, y el ser enemigo mortal, como lo soy, de los judíos, debían los historiadores tener misericordia de mí y tratarme bien en sus escritos?».

¿Quiénes fueron los villanos y quiénes los héroes? La Guerra Civil en El Salvador. Joaquín Villalobos. 2000.

Uno de los problemas más complejos para un país, en una etapa de post conflicto, es restablecer su identidad como nación. Este problema tendrá diversos grados de dificultad según hayan sido la dimensión y las causas y si ese conflicto de debió a razones étnico culturales o fue por motivos político-sociales.

El Salvador fue un conflicto político-social de grandes dimensiones, con once años de duración (1981-1992), más de 80.000 muertos y casi dos millones de desplazados, para una nación de sólo seis millones de habitantes y apenas 21.000 kilómetros cuadrados.

Las heridas dejadas por las atrocidades cometidas por ambas partes, en un conflicto de tales dimensiones, han hecho muy complejo el proceso de restablecimiento de una identidad común. Por eso El Salvador tiene todavía ante sí el reto fundamental de abordar su historia reciente, teniendo a cuenta que la guerra terminó sin vencedores ni vencidos.

Probablemente para muchos, y sobre todo para los agentes externos, la solución parece fácil: enfocarlo como un problema de verdad y justicia, pero esto, llevado a la práctica, puede provocar nuevas divisiones en nuestro país.

El Salvadores una nación joven, en proceso de construcción de su identidad.

La reciente guerra civil, además de destruir vidas y recursos, significó el debilitamiento de lo que, bueno, malo o regular, era nuestro cuerpo de valores culturales. De ser un país fundamental y profundamente católico, pasamos a ser un

país con diversidad religiosa. La independencia, nos guste o no, había sido un hecho fundamental en nuestra historia, pero esta relevancia fue superada por la guerra civil, dada la intensidad y la extensión de ésta última. La Independencia de El Salvador y Centroamérica se produjo más como consecuencia del debilitamiento de España, que como la lucha de la propia región.

Sin embargo, la guerra civil de los 80 dejó a todos los salvadoreños con parientes o amigos muertos y/o emigrados.

Nuestro concepto de familia y de comunidad fueron seriamente distorsionados por una migración que descabezó millares de hogares y despobló centenares de comunidades. El sistema político fue transformado radicalmente y quedaron cuestionadas todas las instituciones. El autoritarismo no era sólo el comportamiento de unos malos militares y de unos oligarcas, sino el único método considerado efectivo para gobernar y la cultura imperante de toda la sociedad.

La democracia, portante, trajo necesariamente incomodidades de aprendizaje, tanto en la derecha como en la izquierda. Por otro lado, el conflicto entre la Iglesia Católica y Gobierno durante la guerra llevó a amplios sectores de la derecha a cambiar de religión y la izquierda llegó a identificar el sentido nacional con el poder oligárquico, al punto que sus militantes bailaron sobre la bandera nacional.

Esto da una idea de la polarización cultural a la que llegamos.

La guerra civil significó la división de la sociedad en bandos político-ideológicos. Por eso, a pesar del éxito del proceso de paz, subyacen y luchan dentro de la sociedad dos visiones de la historia que, de continuar remitiéndose al pasado, nos conducirán a nuevas divisiones entre buenos y malos y terminará socavando las instituciones de nuestra emergente democracia, a pesar de que dichas instituciones constituyen la garantía de la paz y estabilidad en el futuro.

Hoy en El Salvador conviven una derecha sin visión histórica, concentrada casi exclusivamente en llevar adelante un programa económico, y una izquierda sin programa económico, que instrumentaliza y recurre casi exclusivamente a la historia y al pasado para tener identidad.

La derecha ha olvidado a sus víctimas para gobernar y la izquierda las recuerda como táctica para llegar al gobierno. El tema histórico-cultural está vacío y plagado de esfuerzos polarizantes, con falsas visiones morales, que esconden, en la mayoría de los casos, ánimos de venganza…

El problema se refleja no sólo en la política sino que afecta a la educación, en todos sus niveles, a las investigaciones y a la producción cultural y artística. A esto se agrega la grave crisis de valores provocada por la violencia, que fue, durante más de veinte años, el lenguaje más común entre los salvadoreños. Tenemos un proceso de reconciliación que, por ahora, se sostiene sólo en el hecho de que nadie quiere la guerra.

Pero los problemas de violencia siguen porque vivimos en una situación de falta de identidad. La delincuencia no es la que más salvadoreños mata: el 60% por ciento de los 2000 homicidios anuales que se producen en el país son producto de la violencia social, de las riñas de la calle o intrafamiliares.

La división dejada por la guerra ha hecho perder el respeto al sentido de nación. La identidad nacional, el tener un patrón cultural común y un sentido de pertenencia, contribuyen a que en un país todos tengan interés en que se respeten las instituciones y se puedan alcanzar mejores niveles de vida.

Ni siquiera la globalización justifica no tener identidad cultural. Europa, por ejemplo, camina a una integración económica y política y la diversidad cultural de sus naciones es una de sus más grandes riquezas. Refundar nuestra identidad, por tanto, es un asunto de extrema urgencia.

Los textos de historia del Ministerio de Educación, elaborados al finalizar el conflicto, constituyen, hasta ahora, el único esfuerzo de objetividad, sin fomentar la división. Igualmente, el programa de formación de valores, del mismo ministerio, está abordando este problema, pero lo que se gana en las escuelas lo podemos perder en fas calles y las casas.

Las ONG’s y las entidades externas han puesto muchos recursos para producir investigaciones y trabajos que, si bien buscan la verdad, en muchos casos lo hacen con más énfasis en un lado que en otro y sin poner ningún empeño en reunificar a los salvadoreños. Hay, en las visiones de la historia reciente, la tendencia de las partes a intentar ganar culturalmente lo que no pudieron ganar en la guerra.

El fantasma de los buenos y los malos y la búsqueda del villano a quien achacarle la culpa de los males del pasado y del presente, siguen dominando.

Nuestra historia tiene pendiente dilemas que no sabe como abordar:  el caso de Monseñor Romero (arzobispo asesinado en 1980) y Roberto D’abuison (líder fundador del partido ARENA, acusado del asesinato de Romero), los Jesuítas (asesinados en 1989 por un grupo de oficiales y soldados del Ejército) y la Fuerza Armada, la izquierda y los asesinatos y secuestros de empresarios (cometidos por las guerrillas en los 70’s para financiar sus fuerzas), por citar sólo algunos casos.

Detrás de cada uno de éstos personajes o entidades, ya sea víctima o victimario, hay una representación social numerosa a la que no se le puede imponer un punto de vista. No hay ninguna posibilidad de que alguien se erija en el juez moral que diga lo que estuvo bien o mal y tampoco hay posibilidad de que los juicios de éste sean aceptados como verdades por todos.

Es muy difícil en nuestro conflicto que alguien haya quedado limpio de culpa y a nada conduce discutir ahora quien fue el peor. Mal harían los que, sintiéndose libres de culpa en relación al pasado, lanzaran ahora piedras contra la paz del futuro. Tanto polarizaron al país los secuestros y asesinatos de empresarios en los 70’s, cometidos por la izquierda, como el crimen de Monseñor Romero, cometido por la derecha en 1980. La derecha, vía escuadrones de la muerte, asesinó al arzobispo y este hecho profundizó el descontento y desencadenó la guerra civil.

La guerrilla, por su parte, cometió al menos una decena de asesinatos de prominentes empresarios y estos hechos se convirtieron en una provocación que contribuyó a aumentar el pánico ante la posibilidad de una victoria revolucionaria. Ese pánico, entre otros factores, sirve de base a gran parte de los crímenes y atrocidades cometidas por la derecha.

No es un azar que en Cuba y Nicaragua, donde los movimientos revolucionarios no utilizaron el secuestro, se hayan producido victorias basadas en alianzas nacionales y que la represión no alcanzara nunca los niveles de El Salvador, Guatemala o Argentina.

En El Salvador, tanto los religiosos como los empresarios asesinados eran personas indefensas que fueron agredidos basándose en su supuesta responsabilidad, una acusación mecánica y fanática, sobre lo que estaba pasando en el país. Que los casos de Monseñor Romero y los Jesuítas tuvieran más trascendencia internacional, no debería hacernos pensar que hubo diferencia entre unos asesinato y otros, porque eso no sería moralmente correcto. Los dos bandos tuvieron héroes, mártires y verdugos.

¿Cómo educarnos con una visión integradora de nuestra historia sin faltar ala verdad, sin ignorar hechos o personajes y sin calificar a unos de bandoleros y a otros de asesinos, teniendo en cuenta la dificultad de encontrar un personaje o hecho que nos unifique y que sea de alguna relevancia histórica? Ese es el dilema.

Por ahora este no es un problema que preocupe a todos los salvadoreños, pero sí es la principal carga emocional de los que son más activos en la política y en la generación de cultura. Esa situación nos ha impedido hasta ahora lograr consensos, a pesar de que muchos estén pensando de la misma manera y sobre los mismos temas, porque a veces las diferencias no están en las ideas mismas, sino en quien las propone.

Esa carga emocional afecta a la gobernabilidad en el presente y, de no corregirse, afectará a la unidad nacional en el futuro.

Dejar a la deriva este aspecto, acumulando conflictos y resentimientos en las nuevas generaciones, nos puede llevar un día a encontrarnos con dos naciones distintas. Se suele decir que la historia la escriben los vencedores. Ventajosamente, fa gran virtud de nuestra negociación fue lograr un final sin vencedores y el riesgo es que esto nos lleve a ser un país sin historia común, sin identidad y sin sentido de nación.

Hasta ahora, la historia reciente ha sido abordada con énfasis en los aspectos ideológico-políticos y esto, obviamente, se refleja en la polarización que existe entre las fuerzas políticas actuales y los políticos en general, que tienen a señalar culpables y/o creerse héroes.

Quizás un tratamiento objetivo de los hechos y los personajes, en relación con lo político, combinado con los valores comunes que ambas partes tenían, podría contribuir a resolver el problema. Hacer de este segundo aspecto el factor principal, nos permitiría tener en nuestra historia personas y sucesos confrontados, con los que todos los salvadoreños podamos identificarnos.

¿Qué hay de común entre el General Maximiliano Hernández Martínez (fundador de la dictadura militar en 1930) y Farabundo Martí (líder de la rebelión campesina de 1932, fusilado por el General Martínez)?, ¿entre Rafael Arce y Felipe Peña (estudiantes fundadores de las guerrillas en los 70’s) y Mauricio Borgonovo, Roberto Poma y Ernesto Regalado (empresarios asesinados por las guerrillas en los 70’s)?, ¿en qué se parecieron las guerrillas y la Fuerza Armada?, ¿qué valores esenciales nos dejó el Acuerdo de Paz?

Éstas serían las preguntas a responder y, si las respuestas fueran las correctas, reducirían el impacto negativo de la pregunta de siempre: ¿quiénes fueron las víctimas y quiénes los agresores?

La Guerra y la Paz fueron hechas por personas y líderes controversiales y ellos deben ser los que aparezcan en nuestra historia y nos den identidad, a partir de la fortaleza de su personalidad, y por encima de lo que haya sido o sea su posición política.

Poner el énfasis en lo ideológico-político nos lleva a dividirnos por cómo pensamos, cuando lo fundamental sería unirnos por cómo somos. Sin faltar a la verdad, es necesario salirse del esquema de buenos y malos porque eso no es nunca objetivo. No hay liderazgo ni personaje histórico sin error, sin cosas buenas o malas. Los únicos que no se equivocan son los que nunca hacen nada. Los pueblos que tienen ambiciones, sueños y metas cometen errores, pero logran propósitos.

Lo fundamental es, entonces, la propia personalidad de nuestra nación, sus dimensiones humanas. Nuestra identidad debe fundarse en líderes fuertes, de grandes cualidades personales y no en personajes grises, que no se hicieron sentir. Debemos lograr que, en dos generaciones más, los salvadoreños puedan identificarse igualmente con Maximiliano Hernández Martínez como con Farabundo Martí, porque los valores comunes de ellos y no su posición política, son nuestra identidad.

En el terreno de los valores humanos, la Guerra y la Paz hicieron a ambas partes desplegar coraje, imaginación, tenacidad, perseverancia, trabajo duro, responsabilidad y obediencia a sus convicciones y entidades. Estos valores son, en realidad, parte fundamental de nuestra identidad salvadoreña.

El milagro económico de las remesas familiares está vinculado a estos mismos valores. Los más de mil cien millones de dólares anuales, enviados por los salvadoreños desde los Estados Unidos, son posibles porqué hubo quienes desafiaron peligros para cruzar ilegalmente las fronteras y son ahora capaces de trabajar hasta 14 horas al día.

Los salvadoreños envían, en términos relativos, más dinero a sus familias que los mexicanos y cubanos, a pesar de que estos últimos son más, llevan más tiempo en los Estados Unidos y cuentan con ingresos muy superiores a los de los salvadoreños.

A pesar de las similitudes ideológicas, las diferencias entre el Frente Sandinista y el FMLN, entre la derecha salvadoreña y la guatemalteca, entre los empresarios costarricenses y salvadoreños, entre los trabajadores salvadoreños y los hondureños y entre la Fuerza Armada de Guatemala y la de El Salvador, son básicamente culturales, una cultura que diferencia a la nación salvadoreña del resto de Centroamérica.

De los salvadoreños se pueden decir muchas cosas malas, entre ellas el nivel de deshumanización a que ambos bandos llevaron la guerra, pero nadie puede decir que sean holgazanes, poco creativos o cobardes. Por eso mismo la guerra fue tan cruenta. La Guerra, la Paz y la Migración de compatriotas hacia los Estados Unidos, son los hechos más relevantes de nuestra vida y los que nos han colocado en la historia universal. Y tenemos la obligación de utilizarlos positivamente para refundar y fortalecer nuestra identidad.

El Acuerdo de Paz, además de ser una extraordinaria operación de imaginación política, tuvo éxito porque su perfecto cumplimiento descansó en valores fundamentales, como la responsabilidad y el peso de la palabra empeñada por ambas partes. No hubo traición ni trampas, algo común en todos los procesos de solución de conflictos.

Las fallas y faltas de las partes al acuerdo de paz fueron, en términos comparativos, prácticamente irrelevantes, a pesar de que la norma en la mayoría de procesos es la continuidad de la confrontación, los asesinatos a gran escala, el fracaso total en la fundación de instituciones y la imposibilidad de la reconciliación.

Así ha sido, al menos, en África, Asia y Colombia. El proceso de Paz de El Salvador, sin embargo, es un ejemplo mundial, aunque se haya valorado poco en nuestro propio país. Por eso sería necesario hacer hincapié en la perfección de nuestro proceso, para fomentar así el valor de la lealtad y la responsabilidad y contribuir a formar ciudadanos pacíficos, responsables y respetuosos de las instituciones y Leyes.

Existen contradicciones entre los distintos personajes de nuestra historia, pero la fuerte personalidad de todos ellos nos debería permitir fomentar la perseverancia, la tenacidad y, con el ejemplo de algunos de ellos, incluso, la importancia de la superación personal y la excelencia, como fue el caso de los jóvenes empresarios y los estudiantes que fundaron la guerrilla y de nuestros compatriotas en Estados Unidos, que son también una muestra de responsabilidad y esfuerzo en el trabajo.

En síntesis, hay que relacionar nuestra historia de Guerra, Paz y Migración con los valores humanos que en esos procesos han desplegado los salvadoreños. Eso nos posibilitaría crear una identidad cultural que tenga espacios sagrados, por encima de las lógicas diferencias que una democracia como la nuestra nos permite expresar.

Habrá algunos que, desde ambos lados, dirán que es inmoral mezclar a los que ellos consideran héroes o mártires con los que, por otro lado, consideran asesinos. Pero la única posibilidad de que algunos de estos salvadoreños lleguen a ser símbolos nacionales es que dejen de ser el símbolo de unos contra otros y que sea el tiempo y el tratamiento objetivo de lo bueno, lo malo y lo feo el que les dé su peso específico.

Es obvio que es un tema complejo analizar la moralidad o no de los hechos pasados para no volver a cometer los mismos errores, y la Iglesia es un buen ejemplo de cómo se debe hacer. La Iglesia católica, que en nuestro conflicto fue severamente martirizada por la derecha y en otros países (México, España, Rusia, Cuba etc.) atacada por la izquierda, ha cometido, a su vez, graves errores: torturó y mató durante la Santa Inquisición, hizo virtuales apoyos al exterminio racial del fascismo durante la Segunda Guerra Mundial y a la matanza de campesinos, de 1932, en nuestro país. Y, sin embargo, el respeto, la veneración y la autoridad moral que ahora tiene la Iglesia no se basa en una rendición de cuentas, ni siquiera en que haya pedido perdón, sino en su comportamiento actual.

Discernir entre lo que es moral, inmoral o amoral no puede establecerse desde criterios emocionales, olvidando el contexto y sobre todo el futuro. Y lo que es moral ahora en El Salvador es lograr que la sociedad evolucione a normas de convivencia y respeto a los derechos humanos, y que esto se haga desde el respeto a la democracia y sus instituciones.

Las posibilidades de unificación son muchas porque todos hemos sufrido la misma guerra, hemos hecho frente a las mismas ilusiones y decepciones y hemos sentido la necesidad de poner fin a la lucha sectaria. El Salvador, además, no tiene las reticencias étnicas que tiene Guatemala, ni la división racial de la costa atlántica de Nicaragua.

Los salvadoreños comparten un idioma común, el español, una simbología deportiva, el fútbol, una comida popular, las pupusas, y una esperanza para el futuro, la paz y la justicia. Monseñor Romero, Farabundo Martí y el General Martínez, con sus virtudes, defectos, aciertos y desaciertos, nos pertenecen a todos y no deben ser privatizados por un grupo en particular.

La desventaja de El Salvador es lo extensa y grave que fue la guerra y la ventaja, su homogeneidad étnico cultural. La construcción de una identidad nacional es lo único que puede permitirle a una nación enfrentar con éxito un pasado de conflictos y divisiones, para saber de que puede y debe sentirse orgullosa, y también para sacar las lecciones de lo que no debe volver a ocurrir.

Este problema, al igual que está presente en El Salvador, lo está en Chile, Colombia y Guatemala, por citar otros países. Quizás en el nacionalismo mexicano encontremos un caso de manejo acertado de la historia. La identidad es posible fundarla, incluso, en la diversidad cultural, como han hecho, de manera notable,,

los Estados Unidos. Y rehacer la identidad es clave para la transición democrática y para la finalización de guerras internas. Hacer historia no es, simplemente, descubrir quién tuvo la razón en un conflicto que dividió la nación, sino en descubrir las razones que permitan unirla.

Una candidatura presidencial de la sociedad civil: Estrategia equivocada de algunos en la oposición para las elecciones del 2024. Colectivo Tetzáhuitl.

Participar en las elecciones presidenciales del 2024 solo legitimará la candidatura de Bukele.

Algunos sectores de la oposición han estado promoviendo en estos días una candidatura presidencial de la sociedad civil que podría desplazar, según ellos, a Nayib Bukele de la Presidencia de la República y acabar con sus intenciones de reelegirse en Febrero del 2024.

Uno de sus principales exponentes ha sido Eugenio Chicas, militante del FMLN, ex diputado de la Asamblea Legislativa y del PARLACEN, ex Presidente del Tribunal Supremo Electoral y ex Secretario de Comunicaciones en el gobierno de Sánchez Cerén.

La propuesta no es propia, es compartida por otros.

Lo que más llama la atención es que haya sido hecha por alguien que se supone es experto en temas electorales y que pertenece al partido al que le ha hecho el llamado público de que participar en la próxima contienda presidencial es hacerle el juego a Bukele.

Todo indica que de esta propuesta participan otros miembros de la sociedad civil como Miguel Fortín Magaña, ex Director de Medicina Legal de la Corte Suprema de Justicia, Ronald Umaña, ex dirigente del PDC, Rubén Zamora, ex embajador de El Salvador en la ONU y ex candidato presidencial del FMLN, algunos Directivos de la UCA y otros ex dirigentes del FMLN como Atilio Montalvo, alias Salvador Guerra.

La propuesta es irreal, ingenua y contradictoria.

En el 2024 la competencia electoral presidencial será desigual y está contaminada de ilegalidades.

Comenzando con el hecho de que la candidatura de Nayib Bukele, una vez se haga efectiva y sea admitida por el Tribunal Supremo Electoral (TSE), es inconstitucional y su interés de competir constituye un fraude de Ley.

La Constitución es clara cuando establece que un Presidente de la República solo puede ejercer su cargo por cinco años y no puede continuar en el poder ni un día más.

La violación a esa prohibición obliga al pueblo a insurreccionarse.

En este caso la insurrección más que un derecho del pueblo es una obligación a efecto de cumplir con el mandato constitucional.

Si el pueblo no hace nada o se mantiene pasivo en el fondo está incumpliendo la Constitución

Acá no caben medias tintas.

Si un  Presidente, como sería el caso de Bukele, se queda un día más en el cargo el pueblo tiene la obligación de insurreccionarse.

Los Diputados Constituyentes de 1983 dejaron establecido que un Presidente en funciones no puede buscar la reelección inmediata y continúa.

Debe esperar al menos un período presidencial para hacerlo.

Bukele a través de una ilegal resolución de la Sala de lo Constitucional, bajo su control, pretende inscribirse como candidato para continuar en el poder por 5 años más.

A pesar de que existe la prohibición constitucional, tanto Bukele como sus seguidores van a buscar la renovación de su mandato porque necesitan no solo asegurar el poder del Ejecutivo sino controlar los demás órganos del Estado para garantizar que nadie lo va a juzgar penalmente por los delitos cometidos durante su Presidencia.

Por eso hablamos de un fraude de Ley en la medida que Bukele intenta evitar su juzgamiento una vez pierda el fuero constitucional.

Como ex Presidente le sería más difícil seguir controlando la Asamblea, la Fiscalía y el poder judicial.

Bukele nunca pensó en  ese escenario cuando en el pasado, siendo alcalde capitalino, tenía otra opinión sobre la reelección presidencial.

Existen registros de entrevistas en las que Bukele expresaba su rechazo a la reelección continua e inmediata bajo el argumento de que los constituyentes dejaron claramente expresada esta prohibición constitucional para evitar que un Presidente usara su poder como gobernante para perpetuarse en el cargo.

En ese momento nunca pensó que una vez siendo Presidente del país cometería abusos de poder, excesos y violaciones a los Derechos Humanos así como otros delitos (pago de sobornos, peculado, enriquecimiento ilícito, lavado de dinero, negociaciones ilícitas, etc) que no le dejarían más opción que mantenerse en la Presidencia por el tiempo que fuera necesario para no ser juzgado penalmente.  

En tal sentido, la oposición, tanto política como social, debería manifestarse en forma más activa contra esa decisión de Bukele y no solo criticarla a través de los medios de comunicación.

Acá es donde la sociedad civil debe jugar un rol diferente al que propone Eugenio Chicas.

El rol de la sociedad civil no es proponer y apoyar una candidatura ciudadana para el 2024.

No en las actuales condiciones.

En estas circunstancias y dado que el escenario previsible es que Bukele gane las elecciones presidenciales valiéndose del fraude y del control que tiene sobre el Tribunal Supremo Electoral, la propuesta de un candidatura independiente es hasta ridícula.

Así como están las cosas en el país ninguna candidatura, por mucho que provenga de las filas de la sociedad civil, podrá derrotar a Bukele.

Él tiene el control de la opinión pública, de las reglas de la competencia electoral, del padrón y del Tribunal Supremo Electoral, que ha dejado de ser un árbitro independiente.

Utiliza el terror y la violencia del Estado a su antojo.

Las denuncias y recomendaciones de las organizaciones de Derechos Humanos en el mundo entero le tienen sin cuidado. 

Denuncias a las que ya ni siquiera responde en las redes sociales como lo hacía al principio.

Apoyar entonces una candidatura de la sociedad civil que inscriban partidos de derecha como “Vamos”, “Nuestro Tiempo” o “Fraternidad Patriótica” y que de entrada está condenada a fracasar, solo servirá para hacerle el juego a Bukele.

No entendemos por qué para Chicas una candidatura presidencial del FMLN le hace el juego al régimen y en cambio una propuesta de la sociedad civil que deberá ser vehiculada por otros partidos políticos para poder inscribirse no se lo hace.

Movilización ciudadana contra Bukele.

En 1944, luego del fracaso de la intentona golpista contra Hernández Martínez, quien como Bukele buscaba su reelección por segunda vez, fue la movilización ciudadana la que terminó sacando del poder al Dictador.

Una “huelga de brazos caídos” en la que participaron ferrocarrileros, obreros, empleados públicos y de comercio así como estudiantes de secundaria y universitarios, logró lo que un grupo de militares con aspiraciones de poder no habían conseguido: La renuncia de Hernández Martínez y su huída a Guatemala, primero, y a Honduras después.

Seríamos ignorantes de la Historia si no establecemos las diferencias de lo que ocurría en el país en esa época con lo que ocurre en estos momentos.

Primero, después de 13 años al frente del gobierno, Hernández Martínez había comenzado a tener contradicciones con la oligarquía al grado que banqueros, comerciantes y cafetaleros acabaron financiando la huelga.

El asesinato a manos de la policía de un estudiante, hijo de estadounidenses, provocó que la Embajada de ese país le quitara apoyo al General.

El 9 de Mayo de 1944, Hernández Martínez anunció su renuncia y se refugió en Guatemala.

Acabó asesinado en Honduras en 1966 por su motorista, Cipriano Morales.

La situación con Bukele es diferente.

A medida que aumenta su poder, su alianza con la Oligarquía se fortalece. 

Bukele sigue siendo la mejor opción presidencial para los sectores oligárquicos, quiénes no han dejado de apoyarlo y de financiar a Nuevas Ideas.

Aunque bajo la administración demócrata, Bukele ha tenido un estira y encoje con EEUU por algunas medidas adoptadas, ningún funcionario de Biden ha dado muestras de buscar un alejamiento de su gobierno.

Más allá de la controversia con la Congresista de California Norma Torres, ningún otro influyente funcionario estadounidense le ha quitado el respaldo a Bukele, como sí lo han hecho con Ortega en Nicaragua y con Maduro en Venezuela.    

Estados Unidos jamás va a apoyar un golpe de Estado en El Salvador por mucho que existan justificaciones constitucionales para llevarlo a cabo.  

Es el pueblo organizado el único que puede invocar el derecho a la insurrección y organizar un resistencia civil que si bien no sacaría a Bukele del poder podría reducir considerablemente su capital político y desenmascararlo.

Acá se imponen una serie de acciones que las organizaciones populares deberían promover en lugar de caer en la trampa de proponer una candidatura ciudadana para el 2024.

Deben desenmascarar a Bukele que continúa vendiéndose como un Presidente progresista de izquierda.

En artículos anteriores hemos demostrado que Bukele es un gobernante de derecha, pro oligárquico y neoliberal. Y que lo que menos le importa es el futuro del pueblo y sus condiciones de vida.

Bajo Bukele la pobreza ha aumentado y la riqueza se ha concentrado más que en los gobiernos de ARENA.

Los ingresos en este año no le alcanzan a la población para adquirir los productos y servicios que necesita para vivir.

Se acaba de celebrar una reunión de Presidentes de América Latina para acordar medidas que reduzcan la inflación y Bukele no solo fue uno de los grandes ausentes sino que ni siquiera envió a un representante de su gobierno.

No existe un plan de rescate de la economía nacional y de recuperación de los empleos perdidos por el COVID.

La continuidad del gobierno de Bukele por cinco años más no va a mejorar las perspectivas económicas del país ni las condiciones de vida de la población.

Con Bukele los privilegios de los Oligarcas se han mantenido y la población se encuentra en una situación precaria.

La inversión extranjera prometida no ha llegado al país como anunció, ni con la circulación del BITCOIN ni con la reducción de la delincuencia.

El gran problema es que la población sigue sin entenderlo y mantiene el endoso de confianza hacia su gobierno como cuando fue elegido Presidente.

Una hábil y millonaria campaña de publicidad hace que sus niveles de aceptación se mantengan altos.

Hemos llegado a un punto en el que a la población no le interesa que Bukele y su entorno familiar estén robando de las arcas del Estado.

Prometió que él mismo metería preso al funcionario que descubriera robando y no ha hecho nada ante las evidencias de corrupción que fueron investigadas y demostradas por la Fiscalía anterior de Raúl Melara y por el Departamento de Estado de Estados Unidos. 

En este punto, la dirigencia actual del FMLN, conducida por José Luis Merino, ha sido cómplice en la medida que la Fiscalía de Rodolfo Delgado cerró el expediente por lavado de dinero y por administración fraudulenta del conglomerado de empresas del Grupo Alba que salpica a Bukele y a varios de sus funcionarios como Federico Anliker, actual Presidente de CEPA, Juan Pablo Anliker, ex Ministro de Agricultura, Carolina Recinos de Bernal, Jefa de Gabinete, entre otros, quienes así como Bukele recibieron préstamos del Grupo Alba.

Merino planificó y financió el ascenso político de Nayib Bukele para beneficio propio y aseguró que las empresas Alba hicieran negocios con su clan familiar y con empresarios cercanos a su entorno.

Para ocultar estos negocios fraudulentos que han incrementado el capital familiar, Bukele necesita continuar en la Presidencia y seguir controlando los demás órganos del Estado

La lucha electoral, desde esta perspectiva, debe centrarse en la Asamblea Legislativa.

Solo un cambio en la correlación de fuerzas en este órgano del Estado puede limitar el poder autoritario y los excesos de Bukele.

Ahí es donde el movimiento social debe concentrarse.

La ciudadanía organizada debe promover y apoyar candidaturas para las Diputaciones y los Consejos Municipales que puedan hacerle contrapeso a Bukele.

La propuesta de configurar un Frente Amplio de lucha y Resistencia es acertada y es la única que permitirá el empoderamiento de las organizaciones populares y de la sociedad civil.

Urge la creación de un nuevo liderazgo político comprometido con los intereses de la población y que frene las ambiciones de Bukele y de la Oligarquía dominante, aliada al Imperialismo.

Ese liderazgo no puede salir de los partidos existentes y tampoco lo hará participando en una elección presidencial inconstitucional y amañada, en la que los resultados ya han sido definidos con antelación.

La posición de Eugenio Chicas no deja de ser electorera.

Cuando dice que ahora es el turno de la ciudadanía pasa por alto que el turno de la ciudadanía no se mide en términos de movilización electoral sino de movilización política y territorial.

El turno de la sociedad civil no se concreta en participar en una contienda electoral con candidato propio.

La sociedad civil organizada debe empoderarse y construir un amplio movimiento ciudadano de resistencia y rebeldía contra el Dictador.

Un Frente Amplio de lucha como lo ha propuesto el Bloque de Resistencia y Rebeldía Popular es el camino a seguir.

Los dilemas de la izquierda salvadoreña frente a las elecciones presidenciales de 2024. Roberto Pineda. 11 de abril de 2023

Introducción

La izquierda salvadoreña en sus distintas vertientes- políticas, sociales o populares, académicas, religiosas, de la diáspora, etc.,- enfrenta un agudo debate sobre complejos dilemas frente al acercamiento  de las elecciones presidenciales, municipales, legislativas y del Parlacen de febrero y marzo de 2024, ante la decisión del presidente Nayib Bukele de buscar la reelección.

Entre estos dilemas -cuyo tiempo se va acortando para definirlos- se encuentran los de determinar si se participara o no, y en caso de hacerlo en que tipo de elección; si se definirá un candidato presidencial y si este  será de los partidos políticos de oposición o de la sociedad civil, sobre la modalidad de ir separados o en una gran alianza política con la sociedad civil, y sobre el programa político y la consigna principal, entre otros dilemas.

A continuación hacemos un breve balance alrededor de estos debates y dilemas, en el contexto de una  compleja situación internacional de agravamiento del enfrentamiento entre las principales potencias mundiales, y de una situación interna, en la cual la exitosa campaña contra las pandillas ha logrado ocultar las profundas violaciones a los derechos humanos y permitirá seguramente un nuevo periodo presidencial  del proyecto político del clan Bukele.

Los entornos

A nivel internacional la humanidad vive en uno de los momentos más peligrosos luego del fin de la segunda guerra mundial en 1945 y después del desmoronamiento del campo socialista en 1989-1991. El enfrentamiento principal es la competencia global entre Estados Unidos y la Republica Popular China, en medio de la cual se desarrollan conflictos de distinta naturaleza, incluyendo el conflicto armado que tiene lugar desde febrero de 2022 en el centro de Europa, con la intervención rusa en Ucrania. A esto hay que agregar las secuelas de la reciente pandemia del Covid-19.

En los hechos, la amenaza de una guerra nuclear es real e inescapable, incluso algunos alegan que la globalización ha concluido y que la tercera guerra mundial ya ha comenzado.

A nivel nacional , la guerra contra las pandillas iniciada en marzo del año pasado por el proyecto bonapartista de Bukele, en su tercer año de gobierno, bajo la figura de un estado de excepción de naturaleza permanente, ha logrado capitalizar el respaldo de las amplias mayorías populares.

Bukele ha logrado afianzarse en parte importante del poder -incluyendo casi todo el gobierno- , se prepara para un nuevo periodo presidencial y no se percibe a corto plazo ningún tipo de amenaza sea esta de naturaleza política o social.

Y no obstante las evidentes violaciones a los derechos humanos y las reiteradas condenas internacionales, como lo señalan las múltiples encuestas realizadas, con seguridad se puede prever la reelección de Nayib Bukele en febrero del próximo año. Las mayorías populares  optan por la seguridad -aunque sea transitoria-sobre la democracia. Este es un dato clave que ningún político debe de olvidar.

Los principales actores en el campo de la izquierda y de la oposición al régimen Bukele

Y es este -a grandes rasgos- el complejo panorama sobre el que actúa la izquierda salvadoreña, la cual perdió desde el 2019 y ya por cuatro años-por errores de naturaleza política, ideológica y ética- la acumulación histórica  iniciada a partir de los años sesenta. Veamos sus principales actores.

El FMLN

No obstante su derrota estratégica de 2019, el FMLN continua siendo por su base territorial el principal instrumento de la izquierda salvadoreña. Y su accionar determinará fuertemente para la izquierda y para el movimiento social y popular el desenlace del 2024 y lo que sigue.

Lamentablemente el FMLN se rompe a partir de la derrota electoral de 2019 en tres pedazos, pero por otra parte, ninguno de estos  pedazos quiso renunciar a las cuatro letras y se mantienen en un matrimonio de conveniencia. Y seguramente llegaran así hasta el 2024. Peleados pero viviendo en la misma casa y comiendo en la misma mesa.

Sus estrategias han sido diferentes, el sector hegemónico, con una fuerte presencia juvenil en su dirección, optó por la defensa de la institucionalidad por medio de la reforma de sus estatutos y el trabajo territorial rural, el sector minoritario, se plegó a la estrategia de defensa de la institucionalidad,  mientras el sector desplazado de la dirección, consolidó el trabajo territorial en el Gran San Salvador para garantizar candidatos y a la vez definió una audaz política de construcción de un referente de masas y de una estrategia de lucha de calle.

SUMEMOS

Bajo estas siglas pueden aglutinarse una serie de personalidades democráticas que van desde sectores conservadores de derecha, altos exfuncionarios de los gobiernos del FMLN, hasta importantes dignatarios religiosos, católicos y evangélicos, diputados y diputadas a tenor personal de Vamos y Nuestro Tiempo, ilustres académicos, e incluso algunos sectores del movimiento social vinculados a la defensa de los derechos humanos,  a la lucha por las víctimas del estado de excepción, etc.  Plantean la necesidad de un movimiento cívico que lleve candidatos legislativos y municipales en el territorio.

BLOQUE POPULAR DE REBELDIA Y RESISTENCIA

Constituye por su nivel de convocatoria, el principal instrumento de organización y lucha popular, ya que incluye a empleados estatales,  organizaciones populares y amplios sectores del movimiento social de ONGs. Su periodo de mayor actividad fue durante las marchas convocadas para finales  2020. Han convocado ya para una gran movilización el 1 de mayo.

ALIANZA NACIONAL POR EL SALVADOR EN PAZ

Junto con el BPRR, es la otra gran fuerza social y popular. Y su principal componente esta constituido por el sector de excombatientes tanto del FMLN como de las Fuerzas Armadas. Su capacidad de movilización y cobertura territorial es muy fuerte. Pero además cuenta con otros sectores importantes, como empleados públicos.

Los temas en disputa  en la izquierda  y en el movimiento de oposición a Bukele

¿Participar o no participar en las elecciones?

Existen sectores en la izquierda y el movimiento de oposición a Bukele que plantean categóricamente que participar en el proceso electoral significa automáticamente reconocer la legitimidad del proceso electoral y de su seguro desenlace. Por otra parte, en el caso del FMLN, sus tres tendencias públicamente han manifestado que se están preparando para esta batalla electoral. En el caso de del BPRR y de la ANPESP  todavía no se pronuncian al respecto.

¿Candidato presidencial de la sociedad civil o de los partidos políticos?

Para los sectores que integran Sumamos existe coincidencia de la necesidad de un candidato presidencial que surja desde la sociedad civil, dado el desgaste existente entre los partidos políticos, incluyendo al FMLN y a ARENA. Por otrta parte, tanto en el FMLN como en ARENA existen sectores interesados en impulsar una candidatura presidencial que le dispute a Bukele y no le permita que esta cancha estratégica le queda libre. De nuevo en el caso de BPRR y Alianza todavía no se escucha ninguna posición al respecto.

¿Ir separados o dentro de una gran alianza político-social?

Para el FMLN y ARENA es claro que en el caso que lleven candidatos presidenciales estos vendrán de sus filas, para Sumemos la visión es diferente y se inclinan de palabra por una gran alianza de la sociedad civil, pero a la cual extrañamente, a esta altura del partido,  no parecen estar invitados ni el BPRR ni la Alianza.

¿Cuál es la consigna?

Para el FMLN y Sumemos la consigna, el objetivo político supremo radica en la derrota electoral y política del proyecto Bukele  y el sucesivo desmoronamiento de su andamiaje jurídico y político. En síntesis, un regreso a los acuerdos políticos surgidos en 1992.

Valoraciones

Las condiciones de posibilidad para avanzar en la superación de la profunda crisis que vive la izquierda, que es una crisis de pertinencia, pasan por lograr varios objetivos: a) lograr un acuerdo mínimo entre las tres tendencias del FMLN para que la lucha por las candidaturas no se convierta en una nueva sangría; b) lograr construir un gran agrupamiento de izquierda, integrado por la izquierda política (FMLN) y la izquierda social (BPRR y Alianza por la Paz) c) ir al encuentro de ese gran agrupamiento de sociedad civil para forjar una amplia y poderosa alianza de fuerzas revolucionarias y democráticas que enfrente al proyecto político Bukele tanto en las urnas como en las calles. De no avanzarse en estos procesos lo más seguro será el fortalecimiento del régimen bonapartista de Nayib Bukele por un largo período.

Los escenarios de futuro

Podemos vislumbrar tres grandes escenarios:

  1. El proyecto Bukele, mediante Nuevas Ideas y sus antiguos y nuevos aliados obtendrán una aplastante victoria electoral en cada una de las cuatro carreras sin ningún tipo de oposición
  2. El proyecto Bukele mediante Nuevas Ideas y sus antiguos y nuevos aliados se encontraran con una situación de disputa política en cada una de las cuatro carreras
  3. El proyecto Bukele, mediante Nuevas Ideas y sus antiguos y nuevos aliados serán enfrentados por una amplia coalición de fuerzas que incluirán a la oposición política, FMLN y ARENA, pero también a Sumemos , BPRR y la Alianza.

El Sistema Circadiano en el Anciano. J. Ortiz

Todos los seres vivos en el planeta Tierra estamos sometidos a un entorno cambiante y cíclico que ha contribuido al desarrollo de un reloj biológico que les permite la anticipación a estos cambios. Este reloj necesita un conjunto de sincronizadores externos (zeitgebers) que lo pongan en hora cada día. Algunos de estos sincronizadores son la luz, el horario regular de comidas, ejercicio moderado, contactos sociales…

Durante el envejecimiento, el reloj biológico va perdiendo paulatinamente su capacidad de marcar el ritmo al organismo. Es por ello que las terapias cronobiológicas que tratan de potenciar las señales sincronizadoras tienen mucho interés, no sólo por su eficacia, sino también por su bajo costo y la ausencia de efectos secundarios.

En primer lugar y teniendo en cuenta que el mejor sincronizador para el reloj biológico es la luz, la terapia más eficaz es la luminoterapia con luz brillante. En segundo lugar habría que recomendar el mantenimiento de un horario estable de comidas, de ejercicio físico moderado y relaciones sociales. Todas estas son medidas que mejoran las entradas al reloj pero también podemos mejorar las salidas.

El reloj marca el ritmo al organismo a través de una hormona, la melatonina. Con el envejecimiento, los niveles de melatonina endógena van disminuyendo y por ello, una terapia útil es la administración de melatonina exógena o de alguno de sus agonistas farmacológicos. Ésta hormona actúa como señal temporal, pero igualmente como inductora del sueño, hormona antienvejecimiento, oncostática frente a ciertos tipos de tumores e inmunomoduladora.

Para conocer el estado del sistema circadiano (el reloj biológico) y poder optimizar las terapias, es necesario medir algunos ritmos que se denominan “marcadores”. Se trata de ritmos muy estables y que están controlados directamente por el reloj. Algunos ejemplos de estos ritmos son el de temperatura periférica y el de actividad motora. En ambos casos se trata de ritmos que se determinan mediante el empleo de técnicas no invasivas.

EL SISTEMA CIRCADIANO

Desde su origen, nuestro planeta ha estado girando alrededor de su propio eje y alrededor del Sol ininterrumpidamente. En este entorno rítmico y sobre un planeta inhóspito y violento, aparecieron los primeros seres vivos, para los que cualquier ventaja adaptativa supondría un gran paso para permanecer en la carrera de la vida. Por ello, la aparición de los primeros relojes biológicos les permitió anticipar los cambios periódicos y, por tanto, previsibles en las condiciones ambientales, aumentando sus posibilidades de supervivencia.

Esta adaptación, que ya aparece en los albores de la evolución, se ha mantenido en la mayoría de los seres vivos actuales, incluidos los humanos.

Este reloj biológico también organiza temporalmente nuestra vida, manteniéndonos despiertos durante el día y preparándonos para el descanso y la recuperación durante la noche. Esta pauta persiste incluso en ausencia de señales temporales, como serían la salida y puesta del Sol, aunque con una cadencia ligeramente distinta. Estas señales temporales son las encargadas de poner el reloj en hora; es decir, la luz es capaz de poner en hora el reloj, pero este reloj no depende de la luz para seguir funcionando.

Bajo este punto de vista, las denominadas constantes vitales se convierten en variables biológicas que muestran ritmos diarios (denominados circadianos) en sus valores. Por ejemplo, los niveles de cortisol tienen su máximo en el momento del despertar, mientras que la fuerza muscular lo presenta al final de la tarde; de modo que cada variable del organismo presenta su máximo, o acrofase, en un momento determinado.

Las acrofases de cada uno de los ritmos circadianos de un individuo deben producirse de acuerdo con un orden interno específico. El mantenimiento de la organización temporal interna es un requisito necesario para el mantenimiento de un estado saludable.

El sistema circadiano, o conjunto de estructuras encargadas de generar, sincronizar y mantener este orden temporal interno, funciona como un reloj de cuerda antiguo, que tiene tendencia a retrasarse todos los días; esto es debido a que el periodo endógeno es de aproximadamente 24.5 horas en los humanos. A pesar de ello, estamos bien adaptados a nuestros días de 24 horas, ya que los sincronizadores, como el ciclo luz-oscuridad, tienen este periodo y se encargan de poner en hora el reloj diariamente. A los sincronizadores también seles denomina zeitgebers (dador de tiempo en alemán).

Estos sincronizadores ejercen su influencia sobre la maquinaria del reloj, formada por los NSQ. Dichos núcleos envían su señal a las “manecillas del reloj”, constituidas por multitud de centros neuroendocrinos que actúan como efectores, entre los que cabe destacar la glándula pineal, que mediante la secreción de

melatonina, el mensajero químico de la oscuridad, informa al resto del organismo de la llegada de la noche.

ENVEJECIMIENTO DEL SISTEMA CIRCADIANO

A medida que nuestro organismo envejece, envejecen todos los sistemas que lo componen y el sistema circadiano no es ninguna excepción. El deterioro del sistema circadiano se manifiesta significativamente en la vida diaria del individuo en diferentes aspectos:

El sueño se fragmenta, y personas que dormían durante toda la noche sin problema alguno, ahora se despiertan varias veces en mitad de la noche y, además, sienten la necesidad de dormir una o varias siestas.

Disminuye la amplitud de los ritmos circadianos, fenómeno especialmente importante para el ritmo de melatonina, ya que esta hormona se encarga de llevar la señal temporal procedente del sistema circadiano al resto del organismo.

Se producen cambios de fase de los ritmos circadianos. Las personas mayores acusan especialmente estos cambios en el caso del ritmo de sueño-vigilia, ya que empiezan a tener sueño antes de su horario habitual, despertándose igualmente un par de horas antes de lo que hacían cuando eran más jóvenes.

Estos hechos, conjuntamente, provocan que las diferencias entre el día y la noche se atenúen; además, el ritmo de vida característico de las ciudades dificulta la exposición a la luz del Sol, y el hecho de recibir intensidades luminosas similares tanto de día como de noche impide la correcta sincronización del sistema circadiano. De este modo queda manifiesto que en el envejecimiento del sistema circadiano se afectan todos sus componentes, desde las entradas al reloj (ya que la persona no se expone a la luz brillante durante el día o bien tiene alguna patología en la visión que le impide que esta

exposición llegue a los NSQ), hasta las salidas, debido principalmente a la disminución en amplitud del ritmo circadiano de melatonina. Los propios núcleos supraquiasmáticos también pueden estar afectados, apareciendo los cambios de fase de los ritmos circadianos.

VALORACIÓN CLÍNICA

Para evaluar el estatus del sistema circadiano de un individuo se dispone de una serie de ritmos en variables fisiológicas denominados ritmos marcadores, caracterizados por ser estables y representar fiablemente el estado del sistema circadiano. Estas características de los ritmos marcadores no son suficientes para la práctica clínica, ya que el método de medida en muchos casos puede resultar incómodo o demasiado invasivo; por ello, los ritmos marcadores utilizados no son invasivos, ni molestos, permitiendo así la obtención de largas series temporales que dotan a los resultados de una mayor fiabilidad.

De entre todos los ritmos marcadores del sistema circadiano el más utilizado es el registro de actividad-reposo mediante la actimetría. Este procedimiento es capaz de detectar cambios en la aceleración o posición del individuo mediante la colocación de un sensor a modo de muñequera o brazalete; este método de medida hace que el registro sea muy cómodo para el paciente, pudiendo utilizarse incluso en individuos con bajos niveles de colaboración.

Además de estas características, estos dispositivos presentan una memoria interna capaz de almacenar gran cantidad de datos, permitiendo registros de larga duración.

Los registros de actividad en una persona sana en edad adulta son muy característicos, ya que presentan valores de actividad muy altos mientras el individuo está despierto y muy bajos o nulos cuando está dormido. En el caso de un anciano sano las diferencias entre el día y la noche disminuyen, apareciendo periodos de la noche con cierta actividad y disminuciones acusadas de la actividad durante el día. Por último, en el caso de un enfermo de Alzheimer las diferencias entre los periodos diurno y nocturno se diluyen, pudiendo aparecer incluso más actividad durante la noche que durante el día.

Figura 1. Ritmo circadiano de sueño-vigilia de un adulto sano (actograma superior) y de un anciano sano (actograma inferior).

Existe otro ritmo marcador muy utilizado en el laboratorio, aunque más invasivo e incómodo que la actimetría, la temperatura central, cuya medida se realiza por medio de una sonda rectal, con los problemas que ello acarrea. Sin embargo, han aparecido artículos científicos en los que se ha comenzado a utilizar la temperatura periférica medida en distintos puntos de la piel y, concretamente, ha dado muy buenos resultados la medición en la muñeca, sobre la arteria radial, ya que la temperatura periférica en la muñeca se encuentra en antifase con respecto a la temperatura central. De este modo se pueden obtener unos resultados similares a los obtenidos mediante el registro de temperatura central pero con las ventajas derivadas de la mayor comodidad para el sujeto.

El registro de temperatura periférica en la muñeca para un individuo adulto sano es también muy característico, con valores elevados durante el sueño y valores bajos en los periodos de vigilia; de hecho, en el periodo correspondiente a la siesta se produce una pequeña elevación de la temperatura, aunque no llega a los valores del periodo nocturno. En el caso de un anciano, este ritmo adelanta su fase y disminuye el valor medio de la onda, denominado mesor; además, la temperatura comienza a subir en el periodo de la siesta, pero no desciende después, quedando explicada de este modo la somnolencia que experimenta por la tarde.

Los últimos resultados obtenidos a partir de los registros de temperatura periférica en la muñeca procedentes de una población de personas mayores de 65 años muestran una tendencia muy marcada en los distintos procesos característicos del envejecimiento del sistema circadiano comentados anteriormente, como son el avance de fase y la disminución de la amplitud del ritmo.

CONCLUSIONES

El sistema circadiano envejece al igual que lo hace el resto de sistemas en el organismo.

Para evaluar el estado del reloj biológico podemos medir los ritmos de actividad motora y temperatura que suponen una medida no invasiva, sencilla y muy aclaradora.

La exposición a la luz, horarios regulares de comidas, ejercicio físico, contactos sociales y la administración de melatonina exógena ayuda a mejorar el funcionamiento del sistema circadiano.

Los marcadores de cronodisrupción como indicadores de fragilidad. Juan Antonio Madrid

Los ritmos circadianos son los cambios rítmicos en las diferentes variables bioquímicas, fisiológicas y comportamentales que se repiten cada 24 horas. Es lo que dura el ciclo de nuestro reloj biológico, que se pone en hora con la salida y la puesta de sol, siguiendo los períodos de luz-oscuridad naturales.

Entre los elementos que sincronizan al reloj, el más importante es la alternancia de luz y oscuridad. Pero existen otros ‘relojeros’, como los horarios de comida, de sueño, el ejercicio físico e incluso las rutinas sociales, que son importantes para mantener el reloj interno funcionando correctamente.

Se sabe que la alteración de estos ritmos (cronodisrupción) puede tener importantes consecuencias para la salud, favoreciendo la aparición de numerosas patologías. El grupo del CIBERFES que lidera Juan Antonio Madrid en la Universidad de Murcia trabaja en el campo de la Cronobiología y centra su interés en el desarrollo de estrategias y nuevas tecnologías para evaluar y prevenir la cronodisrupción y sus consecuencias sobre la salud del sistema circadiano, y por tanto, sobre el bienestar general y la salud de poblaciones especialmente sensibles, como las personas mayores.

-Usted ha centrado su carrera investigadora en el estudio de la cronobiología, ¿cómo influyen los ritmos circadianos en la salud?

-Los más de treinta y cinco años trabajando en el campo de la Cronobiología me han convencido de que el sueño, junto con la nutrición, actividad física y una buena actitud y actividad mental, forma parte de los cuatro pilares de la salud. Cuidando estos aspectos, es posible que no consigamos evitar todas las enfermedades, pero sí mejorar la calidad de vida y reducir el riesgo de dependencia durante los últimos años de vida.

 

-¿Cuáles son las patologías en las que la cronodisrupción puede considerarse un factor de riesgo clave?

-A veces encontramos personas que muestran ritmos desorganizados, irregulares, con baja amplitud o inexistentes, o incluso completamente desincronizados del día y la noche natural. En estos casos hablamos de cronodisrupción.

Hoy sabemos que la cronodisrupción agrava y favorece la aparición de numerosas patologías muy ligadas a las sociedades desarrolladas, como son: deterioro cognitivo, depresión, insomnio, envejecimiento acelerado, diabetes, enfermedades cardiovasculares, cáncer, inmunodepresión e infertilidad, entre otras.

-¿Se ha avanzado en el conocimiento de los mecanismos biológicos por los que la cronodisrupción tiene estos efectos negativos en la salud?

-Los estudios que muestran la asociación entre cronodisrupción y un gran número de patologías son relativamente abundantes, aunque son pocos los que arrojan luz sobre los mecanismos que explican estos efectos.

Sin embargo, si tenemos en cuenta que más de un 15% de todo el genoma de la célula está controlado por el reloj circadiano, comprenderemos fácilmente que la alteración de esta maquinaria podría afectar a la organización temporal de las diferentes funciones que tienen lugar en la célula, algo parecido a lo que ocurriría en una orquesta en la que los músicos tocasen cada uno la partitura sin hacer caso a su director.

Además de contribuir a mostrar la relación entre cronodisrupción y algunas enfermedades, como melanoma, cáncer colorectal, deterioro cognitivo, apnea obstructiva de sueño, síndrome metabólico…, nuestro laboratorio de Cronobiología (Cronolab) está especialmente interesado en dos campos mucho más desconocidos: la detección mediante técnicas objetivas de marcadores de cronodisrupción y el desarrollo de medidas correctoras o de cronopotenciación.

-¿Existe una relación clara entre los ritmos biológicos y el envejecimiento?

-Por supuesto que sí. Además, la relación entre los ritmos biológicos y el envejecimiento es bidireccional. Por un lado, cuando analizamos los ritmos en una persona envejecida podemos detectar una serie de características diferenciales que nos permiten conocer su edad cronobiológica; por otro lado, cuando una persona está expuesta a situaciones que le producen cronodisrupción, sus marcadores de envejecimiento se elevan.

Esto se ha comprobado, especialmente, en animales de laboratorio a los que se les expone a ciclos de luz-oscuridad anómalos y en los que se detecta un envejecimiento prematuro, sobre todo cuando los animales tienen una patología previa. También se han creado modelos animales de envejecimiento acelerado, eliminando experimentalmente uno de los genes de su reloj circadiano.

-¿Cómo se comportan los ritmos circadianos en las personas mayores?

-Un ritmo biológico de una persona mayor no tiene por qué ser necesariamente sinónimo de un ritmo envejecido. Hemos monitorizado a personas de más de 70 años con ritmos biológicos parecidos a los de un joven y viceversa. Sin embargo, la mayoría de los mayores comparten una serie de características en sus ritmos.

La primera es la pérdida de amplitud o contraste entre el día y la noche. Así, por ejemplo, durante la noche su sueño es superficial y fragmentado, su melatonina es más baja y aumenta la necesidad de ir al baño a orinar, mientras que el día está interrumpido por una o más siestas. El segundo marcador de envejecimiento es el del adelanto de los ritmos. En el caso del sueño, se caracteriza por despertares tempranos y necesidad de ir a dormir pronto. Con frecuencia, a partir de la hora de la siesta la actividad se reduce considerablemente y aparecen episodios de somnolencia.

-¿Cómo afecta la cronodisrupción en el desarrollo de fragilidad y de envejecimiento prematuro?

-Los dos grupos de población con mayor incidencia de cronodisrupción son las personas mayores y los adolescentes y jóvenes. La aparición de cronodisrupción en el anciano está muy relacionada con tres factores: reducida actividad física y aumento del sedentarismo, disminución de la transmisión de la luz a través del cristalino y enfermedades como la diabetes, o enfermedades neurodegenerativas como el Parkinson o el Alzheimer. En realidad, deberíamos empezar a considerar a los marcadores de cronodisrupción también como indicadores de fragilidad, ya que la asociación entre ambas situaciones es muy estrecha.

En el laboratorio, varios estudios han mostrado inequívocamente que la exposición a la iluminación constante o a ciclos de luz-oscuridad irregulares, como las de un trabajador a turnos, fue seguida por un envejecimiento acelerado, un acortamiento de la vida y una carcinogénesis aumentada en roedores. En humanos, la cronodisrupción crónica se asocia a acortamiento de telómeros.

-¿Pueden desarrollarse estrategias de prevención de la cronodisrupción en personas mayores?

-Todas las estrategias no farmacológicas para prevenir la cronodisrupción se basan en tres principios: aumentar la regularidad de hábitos de vida (comidas, sueño, actividad física y contactos sociales); potenciar el contraste entre el día y la noche (aumentando la actividad y la exposición a la luz durante el día y el reposo, la oscuridad y el ayuno durante la noche); y favorecer la sincronización de los ritmos al ciclo natural de luz-oscuridad.

-¿Cuáles serían los consejos básicos para mantener la buena salud circadiana?

Desde un punto de vista práctico, los diez consejos del relojero biológico para cada día serían:

1.- Realizar, al menos, 30 minutos de actividad física moderada-vigorosa.

2.- Reducir el tiempo de sedentarismo a menos de 10 horas.

3.- Pasar al menos 2 horas expuesto a luz natural en exteriores (no sol directo).

4.- Desconectar de dispositivos electrónicos, al menos una hora antes de ir a dormir.

5.- Cenar al menos dos horas antes de ir a dormir.

6.- Desayunar todos los días aproximadamente a la misma hora.

7.- Dormir entre 7 y 9 horas.

8.- Los fines de semana, el horario de despertar y de comidas no debe diferir en más de dos horas con respecto al de los días de trabajo.

9.- Dormir en total oscuridad o con un piloto de luz anaranjada por si necesitase ir al baño por la noche.

10.- La siesta no debe superar los 30 minutos y, en su caso, antes de las 5 de la tarde.

-Su grupo trabaja en nuevos desarrollos tecnológicos para la monitorización de los ritmos circadianos, ¿qué dispositivos han patentado?

 

-Monitorizar y evaluar objetivamente los ritmos es una condición imprescindible para el desarrollo de las aplicaciones clínicas de la Cronobiología; por tanto, en nuestro laboratorio lo consideramos un objetivo prioritario. Desde hace diez años, el desarrollo de técnicas basadas en dispositivos vestibles y en inteligencia artificial para evaluar los ritmos biológicos y el sueño es una constante en nuestros proyectos.

Disponemos de dos dispositivos desarrollados y patentados, el reloj Kronowise® y el detector Kronobed®. El primero incluye sensores de temperatura, actividad, posición, luz visible y luz circadiana, incorporados en un reloj que registra diez veces por segundo cada una de las variables, ininterrumpidamente día y noche durante periodos de hasta tres semanas.

El segundo, permite detectar sueño y ritmos circadianos sin contacto con el sujeto. Para ello combina detectores ambientales de sonido, temperatura, luz visible y luz circadiana con sensores de movimiento, temperatura y humedad incorporados en el colchón. Al igual que el primero, puede registrar el sueño y ayudar a detectar algunas de sus alteraciones como la apnea obstructiva de sueño.

-Emplean técnicas de minería de datos indicativos de la cronobiología para generar nuevos biomarcadores de salud y/o fragilidad en relación a los ritmos circadianos, ¿qué desarrollos tienen en este campo?

-Disponer de millones de datos de un individuo no serviría para nada si no se pueden procesar de forma automática. Es aquí donde entran las técnicas de minería de datos que hemos implementado en la plataforma Kronowizard. A través de ella podemos generar informes de sueño y ritmos circadianos de forma completamente automática, o supervisada por expertos en cronobiología. Estos informes son utilizados por profesionales de unidades de sueño o grupos de investigación para mejorar sus diagnósticos y tratamientos o en sus investigaciones. Contar con unos marcadores de salud circadiana y con datos sobre la calidad de sueño validados previamente mediante polisomnografía constituye un avance importante a la hora de incorporar la cronobiología al diagnóstico y tratamientos médicos.

-Además, desarrollan estrategias para implicar a las personas en el mantenimiento de su buena salud circadiana…

-Quizás el campo más complejo y difícil de todos los que se abordan desde Cronolab es el de incorporar hábitos de salud circadiana en las rutinas diarias de la población. Para ello disponemos de una aplicación para móviles, que utilizando los datos generados por el reloj, puede establecer pautas correctoras y personalizadas para corregir o prevenir la cronodisrupción. Los ámbitos en los que trabaja este programa de intervención son los horarios y tiempos de exposición a la luz, actividad física, comida y sueño.