Violencia epistémica y descolonización del conocimiento. Genara Pulido Tirada, 2009.

Introducción

Vivir en la frontera significa que tú no eres ni hispana, india, negra, española, ni gabacha, eres mestiza, mulata, híbrida, mientras llevas las cinco razas sobre tu espalda sin saber para qué lado volverte, de cuál correr. G. Anzaldúa, Borderlands / La Frontera The New Mestiza.

La violencia es una manifestación tan vieja como el hombre y presenta múltiples manifestaciones tanto en el ámbito privado como público, así como en la vida individual,  interpersonal y colectiva. La violencia epistémica ha acompañado casi siempre nuestro afán de conocimiento y el paralelo deseo de imponer nuestra propia manera de entender y formular el conocimiento al Otro; la violencia epistémica de la que voy a hablar aquí es un fenómeno moderno que empieza con la colonización y se perpetúa con la descolonización de los antiguos imperios al tiempo que se reformula con nuevas formas de neocolonialismo e imperialismo.

Los países del tercer mundo (la obra que Arturo Escobar dedica a este tema es muy significativa en relación al proceso de invención del llamado tercer mundo y todo lo que ello encierra[1]) son los que han estado sometidos a un doble (o triple) tipo de violencia: la violencia estructural, que está en la base de las desigualdades existentes entre los países del primer y tercer mundo; y una violencia simbólica, violencia de carácter fundamentalmente cultural, más sutil, que ha tenido casi siempre la función de legitimar no sólo la violencia estructural, sino también la violencia directa.

Si la violencia cultural se manifiesta a través de una serie de discursos, símbolos, metáforas, himnos patrióticos, religiosos y otros, la violencia epistémica se relaciona, desde Foucault y sus imprescindibles estudios sobre la relación saber-poder (v. Foucault, 1965), con los temas relativos a la producción y a la manera que tiene el poder de apropiarse y condicionar esa forma de conocimiento.

Se trata, en la mayor parte de los casos, como se ha demostrado a lo largo de la historia, de aniquilar otras formas de saber que se consideran salvajes, primitivas o femeninas.

Con el surgimiento de las diversas teorías postcoloniales –y descoloniales, como veremos aquí–, la violencia epistémica pasa a un primer término en tanto que se cobra plena conciencia de los efectos que causa el saber sobre sus sujetos y objetos, o dicho de otra manera, la importancia que ha tenido el conocimiento producido por los colonizadores e impuesto a los colonizados para el triunfo del dominio colonial.

La violencia epistémica ejercida por los colonizadores europeos se manifestó en una serie de discursos que hacían posible y racionalizaban la dominación colonial produciendo de esta manera ciertas formas de ver Otras Sociedades y Otras Culturas. De ahí que la mayor parte de los teóricos postcoloniales coincidan en señalar que la historia no es una producción imparcial de conocimientos, sino un proceso de violencia epistémica, construcción interesada en presentar una determinada representación de un objeto que puede no tener existencia empírica al margen de esa representación.

El lenguaje y los distintos tipos de discursos son los instrumentos de los que se vale este tipo de violencia, la cual requiere una determinada cosmovisión o paradigma intelectual en el que el Otro y/o la Otra se ven como seres humanos de segunda o sub-humanos (animales, salvajes, etc.).

Este paradigma surge en la Ilustración, cuando aparecen las ciencias sociales, humanas y naturales que dieron lugar a la justificación de la nueva ideología a través de distintas teorías sobre la raza que presuponían siempre la superioridad de la raza blanca sobre todas las demás.

Estas disciplinas crean un conjunto de teorías y conceptos que se establecen de forma normativa y están preparados para explicar cualquier excepción.  Surgen así epistemes[2] dominantes, estructuras hegemónicas de saber que van unidas al poder y que se presentan como algo evidente a sus portadores aun cuando son construcciones de carácter social e histórico producidas en contextos de dominación.

La violencia epistémica aparece indisolublemente unida a la relación dominante de poder que constituye su ideología legitimadora y a las epistemes dominantes que introducen, establecen y codifican ciertos conceptos y no otros como algo relevante, verdadero o posible, pero sin revelar sus intereses ocultos.

En definitiva, la violencia epistémica la constituye una serie de discursos sistemáticos, regulares y repetidos que no toleran las epistemologías alternativas y pretenden negar la alteridad y subjetividad de los Otros de una forma que perpetúa la opresión de sus saberes y justifica su dominación.

Esto es, violencia ejercida por regímenes autoritarios a través de la represión epistemológica ejercida sobre los Otros mediante la denigración e invalidación de sus propios saberes a partir de determinados sistemas discursivos universales que representan y reinventan para sí mismos.

En un marco colonial (neo- o post-colonial) esta violencia funciona para condenar el saber y las prácticas de los pueblos indígenas a una existencia epistémica derivada y sometida, condena que se produce a través de estrategias como la contraposición entre formas indígenas de saber y saber científico, que es supuestamente el más verdadero; el equiparar la alteridad con la ignorancia; o el ocultar, negar y vaciar las formas indígenas de saber de cualquier significado legítimo, y calificarlas a continuación de ser infantiles o supersticiosas.

Gayatri Spivak, destacada representante del Grupo Sudasiático de Estudios Subalternos, introduce y desarrolla este concepto entendido como un proceso colonial en que Europa se estabiliza como el sujeto indeterminado que tiene el poder explicativo mientras que los colonizados se convierten en los Otros, los Otros que esperan ser explicados, pero que no tienen voz ni poder.

El punto de partida de la teórica post-colonial es la crítica de los intentos que se habían dado en el siglo XX en Occidente de “problematizar al sujeto hacia la pregunta de cómo es representado en el discurso occidental el sujeto del tercer mundo” (Spivak, 1985: 260).

La manifestación primera de la violencia epistémica es la constitución del sujeto colonial como Otro, esto es, “la obliteración asimétrica de la huella de ese Otro en su precaria Subjetividad” (ibidem: 277). Tomando la visión de Foucault (1965: 251, 262, 269), que localiza la violencia epistémica en la redefinición de la salud mental a finales del siglo XVIII , Spivak lo interpreta en los siguientes términos:

“Tal vez no es más que pedir que el subtexto de la narrativa palimpséstica del imperialismo sea reconocida como “conocimiento subyugado”, un conjunto total de conocimientos que han sido descalificados como inadecuados para su tarea o insuficientemente elaborados: conocimientos ingenuos, localizados en la parte baja de la jerarquía, por debajo del nivel requerido de cognición o cientificidad (idem).”

En contra de intelectuales occidentales como Foucault y Deleuze, que creen que los oprimidos pueden hablar si se les da la oportunidad, la autora hindú es contundente al respecto:

“Para el “verdadero” grupo subalterno, cuya identidad es su diferencia, no hay sujeto subalterno irrepresentable que pueda conocer y hablar por sí mismo; la solución del intelectual no es abstenerse de la representación. El problema es que el itinerario del sujeto no ha sido trazado como para ofrecer un objeto de seducción al intelectual representante. En el levemente arcaico lenguaje del grupo indio, la cuestión se torna, ¿cómo podemos tocar la conciencia del pueblo, aun si investigamos su política? ¿Con qué voz la conciencia puede hablar el subalterno? Su proyecto, después de todo, es reescribir el desarrollo de la conciencia de la nación india (ibidem: 282).”

Claramente enfrentada a los intelectuales occidentales que creen que pueden representar a las personas subalternas y hablar por ellas, o tener un punto de vista objetivo sobre el tema del subalterno, Spivak propone ofrecer una epistemología que considere a la mujer subalterna no como un caso de estudio, sino como una fuente de conocimiento y un sujeto que tiene su propia voz.

Años después habla la teórica de worlding del otro (Spivak, 1993) para describir el hecho de constituir y dar sentido a los sujetos como sujetos a partir de las diferentes modalidades de violencia epistémica. El capitalismo es, en este marco, un lugar para la producción de representaciones culturales sobre sí mismo y el otro, y en este punto la literatura ha cumplido una función importante.

Spivak señala que en el estudio de las literaturas de las culturas europeas de la era del imperialismo, en la historia literaria, se puede ver claramente el worlding del llamado tercer mundo, esto es, se considera que el tercer mundo está constituido por culturas distantes, explotadas por unos legados literarios intactos y ricos que están ahí para ser recuperados, interpretados y estudiados, hecho que constituye al tercer mundo como significante.

El amplio espacio geográfico y cultural que forman los países de América Latina y el Caribe ha sido testigo, desde hace siglos, de distintas modalidades de violencia, entre ellas la violencia epistémica.

En 1970 Orlando Fals Borda ponía claramente de manifiesto el problema científico que encerraba la situación y la consecuente y “perentoria necesidad de que los pueblos subdesarrollados, sobre todo los de América Latina, den los pasos necesarios para contar con una ciencia propia y desembarazarse de la calca, el remedo de ciencia y tecnología precedente de la metrópoli imperialista” (Fals Borda, 1970: 7).

Lo que este autor reivindicaba, al margen de cualquier afán nacionalista, es que los países latinoamericanos no copiaran los modelos de ciencia y tecnología de lujo, despilfarro y consumo de los países europeos, sino que crearan una ciencia modesta, pero con metas claras y precisas, en la que la interdependencia de muchos científicos de diversas áreas, y su trabajo en equipo, lograran subsanar la escasez de recursos a la par que acercar el momento del auténtico paso de los pueblos subdesarrollados a mejores niveles de convivencia.

Lo que propone Fals es una ciencia con fuerza militante y destinada al pueblo cuya importancia valora justamente: “O ciencia rebelde, constructiva, o ciencia de segunda clase, imitativa y desadaptada. Se juega el porvenir de nuestro pueblo, su propia identidad, su explicación de sí mismo, su razón de ser” (ibidem: 138).

En el ámbito del pensamiento descolonial, no teorizado todavía como tal, las ideas de Aníbal Quijano son esclarecedoras y contundentes:

“En primer término [es necesaria] la descolonización epistemológica para dar paso luego a una nueva comunicación intercultural, a un intercambio de experiencias y de significaciones como la base de otra racionalidad que pueda pretender, con legitimidad, a alguna universalidad. Pues nada menos racional finalmente que la pretensión de que la específica cosmovisión de una etnia particular sea impuesta como la racionalidad universal aunque tal etnia se llama Europa occidental. Porque esoen verdad es pretender para un provincianismo el títulode universalidad (Quijano, 1989: 439).”

La mayor parte de teóricos ocupados en el análisis de la violencia epistémica ejercida en el ámbito latinoamericano coinciden en situar el origen de la situación en la modernidad, época en la que aparece el Estado como garante de la organización racional de la vida humana. El Estado se entiende entonces como la esfera donde todos los intereses encontrados en la sociedad se concentran, como locus capaz de formular metas colectivas, válidas para todos.

De forma paralela se produce la aplicación estricta de unos criterios racionales que permitan al Estado canalizar los deseos, intereses y emociones de los ciudadanos hacia las metas definidas por el mismo Estado. El Estado no solamente adquiere el monopolio de la violencia, sino que además hace uso de ella para dirigir racionalmente las actividades de los ciudadanos conforme a criterios establecidos científicamente de antemano.

Como Aníbal Quijano (1997: 113 y ss.) ha señalado oportunamente, la explotación colonial se legitima con un imaginario colonial que establece diferencias inconmensurables entre el colonizador y el colonizado. Las nociones de raza y cultura operan como dispositivos taxonómicos que generan identidades opuestas. El colonizado se presenta como el Otro de la Razón, lo que justifica el uso de la violencia por parte del colonizador.

El racismo es uno de los casos más sangrantes de violencia epistémica[3]. Es un prejuicio establecido que se basa en algunas diferencias físicas entre grupos, y que fundamenta ciertos discursos y prácticas que llamamos racistas. Se diferencia de otros pre-juicios que surgen a raíz de las experiencias duraderas que sostienen y forman las maneras de relacionarnos con nuestro mundo porque el racismo naturaliza los prejuicios raciales, los considera fijos, y así los aparta de las nuevas experiencias, de los juicios reconsiderados y de la interrogación auto-crítica y la interpelación mutua, lo que conlleva el intento de establecer un orden racial, jerárquico y permanente que, en contra de los prejuicios de orden cultural o religioso, se supone que refleja las leyes naturales o los decretos de Dios.

El racismo, en suma, indica un conjunto de prejuicios naturalizados que se insertan estructuralmente, de forma constante, en un paradigma epistemológico, cultural y social. Las bases mentales y psicológicas de este paradigma se transforman en una estructura epistemológica dominante que ejerce la violencia epistémica contra el Otro negando de antemano cualquier encuentro genuino con el que se considera irreconciliablemente diferente.

Otro elemento común a los estudiosos de la violencia epistémica es que, en el ámbito postcolonial, señalan como integrantes de estructuras violentas el etnocentrismo, el imperialismo o el racismo al que acabo de aludir. En definitiva, fenómenos que se basan en el intento de establecer una relación asimétrica de poder con el Otro que implica saberlo, representarlo, contenerlo y dominarlo.

En este marco el pregonado fin de la modernidad y el surgimiento de la filosofía postmoderna han generado una fuerte corriente crítica a la occidentalización del conocimiento y sus consecuencias; han supuesto, también, la posibilidad de que emerjan diferencias largamente reprimidas que eran la base de la episteme moderna dominante, la cual construía al Otro mediante la lógica binaria que reprimía las diferencias. La modernidad y el colonialismo se produjeron de forma conjunta e interdependiente.

Las ciencias sociales, de carácter eurocéntrico desde su nacimiento, dieron una imagen de Europa autónoma, formada históricamente sin contacto con otras culturas e ignorando en todo momento la relación colonial que se produce entre Europa por un lado y África, Asia y América, por otro (cfr. al respecto los trabajos recogidos por Castro Gómez, ed., 2000).

Los teóricos postcoloniales han demostrado que cualquier estudio de la modernidad que no tenga en cuenta el impacto de la experiencia colonial en la formación de las relaciones propiamente modernas de poder resulta incompleto e ideológicamente tergiversado.

Walter Mignolo (2000: 3 y ss.), uno de los más destacados teóricos en este campo, explica que si el Estado-nación actúa como una maquinaria generadora de otredades que deben ser disciplinadas se debe a que el surgimiento de los estados modernos se da en el sistema-mundo moderno / colonial[4].

Aníbal Quijano formula en 1997 el concepto de colonialidad del poder, concepto que amplía y corrige el de poder disciplinario de Foucault ya que muestra que los dispositivos que erige el Estado moderno se inscriben en una red más amplia de carácter mundial configurada por la relación colonial entre centros y periferias que tiene lugar a raíz de la expansión europea.

Los dispositivos disciplinarios de la modernidad quedan entonces insertos en una doble gubernamentabilidad jurídica: primero, la ejercida hacia dentro de los estados nacionales en su intento de crear identidades homogéneas mediante políticas de subjetivación; y, segundo, la gubernamentabilidad ejercida hacia fuera por las potencias hegemónicas del sistema-mundo moderno/colonial en su intento de asegurar el flujo de materias primas desde la periferia hacia el centro.

La colonialidad del saber se produce de forma paralela a la colonialidad del poder ya que, como se ha dicho, las ciencias sociales se constituyen (siglos XVII y XVIII ) en este espacio de poder moderno / colonial y en los saberes ideológicos generados por él. Las ciencias sociales no llevan a cabo ningún tipo de ruptura epistemológica frente a la teoría ya que el imaginario colonial impregnó desde sus orígenes todo su sistema conceptual.

Conceptos binarios como civilización y barbarie, tradición y modernidad, mito y ciencia, infancia y madurez, pobreza y desarrollo, entre otros muchos, están presentes en los modelos analíticos de las ciencias sociales. No podemos olvidar que la epistemología va implícita en todo el proceso:

“La historia del capitalismo, tal y como la explican Fernand Braudel, Wallerstein y Giovanni Arrighi, y la historia de la epistemología occidental como se viene construyendo desde el Renacimiento europeo avanza a la par y se complementa entre sí. La expansión del capitalismo occidental implicó la expansión de la epistemología en todas sus vertientes, desde la razón instrumental que está de acuerdo con el capitalismo y la revolución industrial, hasta las teorías de gobierno (la teoría política), pasando por la crítica del capitalismo y el Estado (Mignolo, 2002: 3).”

La modernidad llega a su fin cuando el Estado nacional pierde la capacidad de organizar la vida social y material de las personas, surge entonces la globalización o mundialización, cuya materialidad no está ya constituida por las situaciones disciplinarias del Estado nacional, sino por corporaciones; la globalización no conoce territorios ni fronteras, y es de carácter transnacional, lo que conlleva la configuración de un nuevo marco legal, una nueva forma de ejercicio del poder y la autoridad así como de producción de nuevos mecanismos punitivos que garantizan la acumulación de capital y la resolución de conflictos (sobre las distintas formas de buscar y promover una diversidad epistémica en el capitalismo global tratan los trabajos recogidos por Castro-Gómez y Grossberg, eds., 2007).

Asistimos a un momento en que la acumulación de capital no demanda la supresión, sino la producción de diferencias, el cambio del vínculo entre las ciencias sociales y los nuevos dispositivos de poder. Se dan en este punto todas las circunstancias que no sólo favorecen, sino que demandan un cambio de paradigma.

Surgen los estudios culturales, que flexibilizan las fronteras existentes entre las distintas disciplinas, cuando no se declaran abiertamente antidisciplinarios. Ahora bien, en su radical intento de innovar o hacer tabula rasa con el paradigma precedente, los estudios culturales han demonizado categorías como las de clase, periferia o “sistema-mundo” acusando al investigador de haber caído en la tentación de los metarrelatos o en el esencialismo.

El reto de aprehender a nombrar la totalidad sin caer en el esencialismo o el universalismo de los metarrelatos sigue vigente. La apología de las diferencias que realizan los estudios culturales, junto a la entronización de las nuevas tecnologías de la comunicación y la información, vistas como vías para crear espacios de emancipación democrática, no parecen haber dado el fruto previsto hasta el momento.

Sociólogos como Mejía Navarrete (2004: 260) no dudan en hablar de una crisis de paradigmas tras la crisis profunda del paradigma positivista, tras la cual se abogaría por la unidad de objeto y sujeto de investigación y el objeto social no sería considerado como unidad fáctica, sino como un conjunto de sujetos que piensan y actúan. En Latinoamérica la crisis del conocimiento social formaría parte de la crisis de la propia subjetividad positivista moderna enmarcada en el periodo histórico que se asocia a la modernidad europea y al eurocentrismo como forma central de producción de conocimiento.

Si las teorías coloniales han sido fundamentales al respecto, una variante a destacar es el concepto de decolonialidad introducido por Catherine Walsh y desarrollada por Walter Mignolo y otros.

Walsh parte de la idea de que, a pesar de todas las discusiones existentes sobre el pensamiento crítico y lo que algunos autores en Latinoamérica había llamada pensamiento crítico revolucionario, las perspectivas siguen siendo eurocéntricas postmodernas.

En los espacios de las distintas geopolíticas se forman, construyen, negocian, transgreden fronteras y se desarrollan el poder y la política, ya sea a nivel nacional o transnacional; también se generan, producen y distribuyen los conocimientos (v. al respecto los estudios recogidos por Walsh, Schiwy y Castro-Gómez, eds., 2002).

Y es que “el conocimiento tiene una relación y forma parte integral de la construcción y organización de lo que podemos llamar el sistema mundo. Es decir, la ‘historia’ del conocimiento está marcada geo-históricamente, geo-políticamente y geo-culturalmente; tiene valor, color y lugar ‘de origen” (Walsh, 2004: 2).

Es el caso de Kant cuando argumenta que la única raza capaz de progresar en la educación de las artes y las ciencias es la raza blanca europea y sitúa a los “rojos” y “negros” en los peldaños más bajos de la escala.

Al pensamiento eurocéntrico y racista de Kant contrapone Walsh el concepto de Aníbal Quijano de colonialidad del poder y del saber. Se establecen patrones de poder basados en una jerarquía racial y en la formación y distribución de identidades sociales–blancos, mestizos; indios y negros– y se promueve una subordinación letrada de indios y negros como gente que no piensa; la colonialidad del poder entonces instala una diferencia que no es sólo étnica y racial, sino colonial y epistémica.

Se descarta así la posibilidad de que el indígena pueda producir conocimiento y se mantiene la hegemonía del eurocentrismo como única perspectiva de conocimiento. Las ciencias sociales se construyen en las lenguas modernas de conocimiento y colonización (inglés, francés y alemán) y se ocupan de la realidad de los países más poderosos económicamente.

El conocimiento, a su vez, funciona como la economía, está organizado mediante centros de poder y regiones subordinadas, aunque el discurso de la modernidad intentara crear la ilusión de que el conocimiento es abstracto y universal[5].

La interculturalidad como proyecto político, ético y epistémico es la propuesta de la intelectual andina en 2004. Tal propuesta implica ligar la interculturalidad a un giro epistémico que conllevaría una práctica política y una contra-respuesta a la hegemonía geopolítica del conocimiento; en definitiva, una forma de pensamiento otro constituido desde la diferencia colonial.

Se trataría de construir nuevos marcos epistemológicos que incorporen y negocien conocimientos occidentales y no-occidentales como los indígenas y negros, con sus respectivas bases teóricas y vivenciales, o sea, frente a conocimiento totalitario, único y universal, distintos modos de conocimiento.

La descolonización epistemológica se ha de producir teniendo en cuenta tres cuestiones esenciales que señala Walsh (ibidem: 4-5):

1. El camino hacia la descolonización requiere hacer ver que el conocimiento tiene valor, color, género y lugar de origen y, por eso, el lugar desde el que uno piensa sí importa.

2. El camino hacia la descolonización requiere la recuperación, revalorización y aplicación de los saberes ancestrales, pero violencia epistémica y descolonización del conocimiento también requiere un cuestionamiento de la temporalidad y localidad asociado con ellos, que siempre los mantendrán como “saberes” y no como “conocimiento”.

3. El camino hacia la descolonización no debe partir simplemente de un relacionar de conocimientos (ancestrales, occidentales, orientales) entendidos como bloques o entidades claramente identificados y encerrados, sino como distribuciones críticas a nuevos procesos de intervención intelectual, en la creación de conocimientos y de modos de pensar que cruzan fronteras.

Walsh sigue apostando por la producción de nuevos conocimientos subalternos y nuevos modelos de análisis, conceptualización y pensamiento con un uso estratégico y político, entonces La decolonialidad implica partir de la deshumanización –del sentido de no-existencia presente en la colonialidad (del poder, del saber y del ser)– para considerar las luchas de los pueblos históricamente subalternizados por existir en la vida cotidiana, pero también sus luchas por construir modos de vivir, y de poder, saber y ser distintos.

Por lo tanto, hablar de de-colonialidad es visibilizar las luchas en contra de la colonialidad pensando no sólo desde su paradigma, sino desde la gente y sus prácticas sociales, epistémicas, políticas, tomando en cuenta la presencia de la que Maldonado Torres llama una “actitud de-colonial” (Walsh, 2005: 23-24).

Poco tiempo después (v. Walsh, 2007) esta autora habla abiertamente de las epistemologías descoloniales, hecho que requiere una reflexión en torno a tres puntos fundamentales: uno, atender a los conocimientos que han sido considerados no-conocimientos; dos, considerar el posicionamiento de pensamientos / conocimientos entendidos no en forma de universales sino de forma plural desde las diferencias coloniales; y tres, pensar nuevos lugares del conocimiento dentro y fuera de la universidad[6].

Walter Mignolo se reúne en mayo de 2003 junto a Arturo Escobar con el colectivo del Proyecto Modernidad / Colonialidad[7] en la Duke University, Carolina del Norte, en Chapell Hill, para tratar el tema “Teoría Crítica y Descolonización”. En abril de 2005 tiene lugar otra reunión en Berkeley, organizada esta vez por Nelson Maldonado Torres, para abordar el tema “Mapping the de-colonial turn”. Tras estas dos reuniones quedó claro que las categorías analíticas modernidad / colonialidad pertenecen a la matriz colonial, la categoría de la colonialidad amplía el marco y los objetivos del proyecto. Inmediatamente después de la conceptualización de la colonialidad como constitutiva de la modernidad el pensamiento descolonial se pone en marcha.

Desde un principio se destaca que el pensamiento o estudios postcoloniales se caracterizan porque hunden sus raíces en el post-estructuralismo francés; el pensamiento descolonial, en cambio, se basa en la densa historia del pensamiento planetario descolonial.

Mignolo (2005a: 3) describe fielmente el concepto de giro epistémico y la emergencia del pensamiento descolonial en los siguientes términos:

“El pensamiento des-colonial emergió en la fundación misma de la modernidad / colonialidad como su contrapartida. Y eso ocurrió en las Américas en el pensamiento indígena y en el pensamiento afro-caribeño. Continuó luego en Asia y África no relacionado con el pensamiento des-colonial en las Américas, pero sí como contrapartida a la re-organización de la modernidad colonial con el imperio británico y el colonialismo francés. Un tercer momento de reformulaciones ocurrieron en las intersecciones de los movimientos de descolonización en Asia y África concurrentes con la guerra fría y el liderazgo ascendente de Estados Unidos. Desde el fin de la guerra fría entre Estados Unidos y la Unión Soviética el pensamiento des-colonial comienza a trazar su propia genealogía (Mignolo, 2005a: 3).”

Mignolo sitúa la genealogía del pensamiento descolonial en la colonia o periodo colonial –de ahí que analice, desde esta perspectiva, textos de Waman Puma de Ayala y Cugoano–, aunque reconoce que la teoría sobre el giro epistémico descolonial es reciente.

Como se desprende fácilmente de estos planteamientos, el objetivo último del pensamiento descolonial es la descolonización del poder, es decir, de la matriz colonial del poder, e íntimamente ligada a ésta, la descolonización del saber. La ausencia de tal descolonización la encontramos ya presente en la interpretación que sufrieron las independencias descolonizadoras en las que el pensamiento descolonial fue silenciado por interpretaciones oficiales según las cuales las colonias se liberaban de un imperio para caer en manos de otro que apoyaba los movimientos de independencia en nombre de la libertad; esto es, las independencias descolonizadoras fueron interpretadas con la misma lógica revolucionaria de la modernidad y según el modelo de la revolución de Inglaterra, la revolución francesa y la revolución bolchevique.

Para el teórico de la Duke University la revolución descolonial es distinta a las revoluciones burguesa y socialista porque escapa a las trampas del tiempo como marco categorial de la modernidad y, en consecuencia, también a las trampas de la postcolonialidad.

No olvidemos que el mismo Mignolo analiza cinco años antes, en su brillante obra Historias locales / Diseños globales (2000), toda la lógica del proceso en su profunda complejidad y con una finalidad crítica incuestionable. Es ahí donde postula un pensamiento fronterizo o border thinking como dicotómico lugar de enunciación históricamente situado en los bordes internos y

externos del sistema mundo moderno / colonial que surgiría del diferencial colonial de poder y se levantaría contra él:

La diferencia colonial es el espacio en el que se articula la colonialidad del poder. Es también el espacio en el que se está verificando la restitución del conocimiento subalterno y está emergiendo el pensamiento fronterizo.

La diferencia colonial es el espacio en el que las historias locales que están inventando y haciendo reales los diseños globales se encuentran con aquellas historias locales que las reciben; es el espacio en que los rediseños globales tienen que adaptarse e integrarse o en el que son adoptados, rechazados o ignorados. La diferencia colonial es, violencia epistémica y descolonización del conocimiento finalmente, la localización tanto física como imaginaria desde la que la colonialidad del poder está operando a partir de la confrontación de dos tipos de historias locales que se desarrollan en distintos espacios y tiempos a lo largo del planeta (Mignolo, 2000: 8).

El pensamiento fronterizo es, desde la perspectiva de la subalternidad, una máquina de descolonización intelectual y, por tanto, de descolonización política y económica. El concepto de pensamiento fronterizo tiene como objetivo trascender la epistemología y hermenéutica modernas, la distinción entre sujeto y objeto, y crear un espacio de diálogo entre las formas de conocimiento eurocéntrico y las formas de conocimiento que fueron subalternizadas en los procesos imperiales coloniales.

En suma, Mignolo expone tres hipótesis: una, la crítica poscolonial tiene como uno de sus objetivos desplazar el lugar de enunciación del primer mundo al tercer mundo afirmando así la legitimidad de la nueva ubicación teórica; dos, el lugar de las teorías postmodernas se encuentra en el primer mundo; y, tres, las prácticas teóricas postcoloniales no sólo transforman la visión de los procesos postcoloniales sino que también desafían el propio concepto de conocimiento al establecer vínculos epistemológicos entre localizaciones geohistóricas y producción teórica.

En año 2005 publica Mignolo La idea de América Latina donde aborda, como se indica en el subtítulo, la herida colonial y la opción decolonial. El libro rezuma un claro carácter de manifiesto filosófico y político que anuncia el final de una era epistemológica (la modernidad / colonialidad) y celebra la llegada de nuevas formas de pensar el proyecto descolonial, formas que implican una ruptura epistémica que desafía desde otros archivos, lenguajes y sujetos la cartografía social y mental de nuestra época. En la obra se recogen las ideas y teorías vertidas por su autor en otros lugares en las últimas décadas y, sobre todo, se formalizan las posibilidades y encrucijadas del proyecto descolonial.

Partiendo de la concepción de la historia como nodos de heterogeneidad histórico-estructural –según la idea de Aníbal Quijano (1989)– se coloca el énfasis en la coexistencia, la simultaneidad de experiencias, subjetividades y epistemologías; la diversidad reemplaza entonces a la universalidad y la teoría crítica descolonial trasciende la historia de Europa y reflexiona en y a partir de la historia colonial de América. La herida colonial, marcada por la experiencia de la colonialidad a raíz de la conquista y la colonización, define a los “condenados de la tierra”, según la expresión extendida por Fanon (1961).

América Latina sería, en la teoría de Mignolo, una invención de Francia que se realiza para articular a los países europeos del sur frente a la creciente influencia anglosajona.

Su adopción en América significó, a juicio de este autor,“la triste celebración por parte de las élites criollas de su inclusión en la modernidad, cuando en realidad se hundieron cada vez más en la lógica de la colonialidad” (Mignolo, 2005b: 81).

La idea de América Latina surgiría así del proceso de transformación del ethos barroco criollo colonial al ethos criollo poscolonial, lo que significaría la negación del propio legado crítico de los criollos que, al convertirse en latinoamericanos, se permiten incluirse dentro del proyecto de la civilización europea y eliminar simbólicamente la presentencia de las culturas indígenas y afroamericanas.

Al margen de la posible problematicidad de los ejemplos que usa el teórico con el fin de adoptar una geopolítica y una política cultural del saber colonial (la filosofía afrocaribeña ejemplificada en Sylvia Wynter, la Universidad Intercultural de las Nacionalidades y Pueblos Indígenas Amawtay Wasi, la propuesta de Gloria Anzaldúa), lo cierto es que la construcción de un paradigma otro que se persigue cambia no sólo los contenidos, sino también los marcos de debate, se aleja de los proyectos liberadores universales y responde a las necesidades locales de los que portan la herida descolonial como los indígenas, afrocaribeños y afroandinos y latinos en Estados Unidos (proyecto vivo, por tanto, durante cinco siglos).

Todos los personajes y teóricos pertenecientes a estos grupos piensan desde la experiencia descolonial, aunque se nutren también en gran medida de discursos de la emancipación del cristianismo, liberalismo, marxismo y postestructuralismo.

Cada revolución tiene derecho a crear sus propios precursores, pero el discurso crítico debe recuperar las ambivalencias de esos precursores. La episteme de la descolonialidad instala el paradigma de la coexistencia, muchos mundos son posibles; por tanto “pensar en español desde la historia colonial de América del Sur es una práctica necesaria para la transformación de la geografía del conocimiento” (Mignolo, ibidem: 129).

Otras formas de pensar que se insertarían en el paradigma otro que postula Mignolo son, a juicio del teórico argentino-estadounidense, la pedagogía del oprimido (cfr. Freire, 1970), la filosofía de la liberación (cfr. Dussel, 1977) y la teoría de la dependencia (cfr. Cardoso y Paletto, 1969), en las que no podemos entrar aquí con detalle por falta de espacio. El interés de todas ellas reside en que han sido formuladas y exponen sus respectivos planes de acción desde y para Latinoamérica, y no para el sistema mundial; no tienen, por tanto, carácter eurocéntrico ni responden a los intereses del occidentalismo tradicional.

Si la teoría de la dependencia se basa en el hecho incuestionable de que la dependencia en su totalidad ha sido y es la estrategia básica en el ejercicio del poder colonial, la filosofía de la liberación se liga a ella en tanto que comparte la misma inquietud básica: crear un proyecto filosófico que contribuya a la liberación social. La pedagogía del oprimido apuesta por el subalterno surgido en el proceso de descolonización.

Frente a la postmodernidad como concepto opuesto al de modernidad/ colonialidad, Dussel, en el diálogo que establece con Vattimo, propone el de transmodernidad como más adecuado para Latinoamérica. La crítica postmoderna de la modernidad es insuficiente; el concepto de transmodernidad implica que la modernidad no es un fenómeno estrictamente europeo, sino global, del que participan incluso los considerados bárbaros o marginados, aunque la contribución de los últimos no haya sido reconocida hasta ahora. La transmodernidad implica, en definitiva, una razón liberadora que está presente en la filosofía de la liberación.

Para Dussel, la de Vattimo es una “ontología hermenéutica del ocaso” en tanto que marcaría el fin de Europa, de Occidente y de la modernidad por su incapacidad de explicar y cambiar un mundo en el que el veinte por ciento del planeta posee el ochenta por ciento de los recursos totales. El objetivo primero es, en este marco, “’liberar’ (yo diría descolonizar) a la filosofía del helenocentrismo. De lo contrario, no habrá futuro para una filosofía mundial en el siglo XXI” (Dussel, 1999: 57).

La apuesta de Dussel, una de las más sólidas en este punto, realizada desde una posición epistémica subalterna, implica una firme apuesta por una liberación ética y filosófica que estaría constituida por dos momentos: la apropiación de la modernidad y la adopción de la transmodernidad entendida como una estrategia de liberación o un proyecto de descolonización que incluiría a todo el mundo, tanto a colonizadores como a colonizados[8]. Abrir las ciencias sociales sería el primer paso (v., al respecto, Lander, ed., 2000), descolonizarlas el definitivo.

Porque, si entendemos el colonialismo, como lo hace Mignolo, como la colonialidad derivada de la modernidad y la colonialidad como anterior a la modernidad aunque elemento constitutivo de ésta:

“La colonialidad actual podría considerarse el lado oculto de la postmodernidad y, en este sentido, la poscolonialidad remitiría a la transformación de la colonialidad en colonialidad global del mismo modo que la postmodernidad designa la transformación de la modernidad en nuevas formas de globalización. O podría referirse a una posición crítica de la modernidad desde una perspectiva de la colonialidad y de la diferencia colonial, de una forma similar a cómo la postmodernidad se entiende como la crítica de la modernidad hecha desde el seno de la propia modernidad. Resumiendo, el colonialismo sale de escena después de la primera ola de descolonizaciones (los Estados Unidos, Haití y los países latinoamericanos) y de la segunda ola (la India, Argelia, Nigeria, etc.), mientras que la colonialidad sigue viva y fuerte en la actual estructura global (Mignolo, 2002: 40).”

Hay, por consiguiente, que reconocer la diferencia colonial epistémica y, a continuación, pensar y generar conocimientos a partir de esta diferencia. Termino recordando que dicha violencia epistémica no se ha ejercido únicamente desde la perspectiva racial y étnica, que es la contemplada aquí, sino también femenina, de género, tal como señalaba tempranamente Spivak (1985) en relación a la mujer hindú. El mundo moderno / colonial no sólo es capitalista, también es patriarcal. Y para entender mejor esta forma compleja de violencia vaya por delante la advertencia de que la ubicación social no siempre coincide con la ubicación epistémica, esto es, se puede pertenecer al lado oprimido de las relaciones de poder y no adoptar una actitud epistémica subalterna, descolonizadora.

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[1] Este crítico ha destacado que “Después de cuatro décadas de este discurso, la mayoría de las formas de entender y representar el Tercer Mundo siguen siendo dictadas por las mismas premisas básicas. Las formas de poder que han surgido no funcionan tanto por medio de la represión, sino de la normalización; no por ignorancia sino por control de conocimiento; no por interés humanitario, sino por la burocratización de la acción social. A medida que las condiciones que originaron el desarrollo ejercían más presión, éste sólo fue capaz de aumentar su control, refinar sus métodos y entender su alcance” (Escobar, 1996: 109).

[2] Recordemos que la epistemología es una rama de la filosofía que se ocupa de la naturaleza, los orígenes y los límites del conocimiento. El vocablo y concepto de episteme nace en tiempos de Sócrates y se desarrolla plenamente en Platón y en Aristóteles; surge como consecuencia de la carencia del griego de un término términos para indicar distintos modos de saber. Episteme significa, en un primer momento, un modo de saber acerca de las cosas que rebasa la esfera de la simple noticia, un modo de intelección que viene determinado por la visión interna de la estructura de las cosas. Aquí uso este genérico para designar todos los modos del saber ya que este idioma sólo tenía término en el sentido que le diera Foucault en su obra fundamental Las palabras y las cosas (1966), atendiendo a los cambios históricos que se han dado en la conceptualización de la relación entre sujeto y saber.

[3] Aunque la mayor parte de los teóricos del colonialismo en América Latina y el Caribe han destacado el poder y función del racismo en este proceso, la posición de Fanon (1965: 42) es especialmente significativa “Explotación, torturas, razias, racismo, liquidaciones colectivas, opresión racional, se revelan en diferentes niveles para hacer del autóctono, literalmente, un objeto entre las manos de la nación ocupante”. Mignolo (2002: 41) ha sido también muy claro al respecto: “La idea de la raza o de la pureza (o limpieza) de sangre, tal como se expresaba en el siglo XVI, se volvió un principio para clasificar y organizar a las personas en todo el planeta, redefiniendo así sus identidades y justificando la esclavitud y el trabajo forzado”.

[4] El concepto de “sistema-mundo”, como se sabe, pertenece a I. Wallerstein (1974) y ha ocupado un lugar importante en todos estos debates. Wallerstein toma como punto de referencia a los sistemas mundiales considerados como sistemas sociales autónomos limitados por fronteras y con una duración específica. En el seno de los estados históricos distingue entre minisistemas, imperios mundiales y economías mundiales, formando los dos últimos los llamados sistemas mundiales. El sistema-mundo moderno se entiende como una economía-mundo capitalista que tiene como superestructura una red de estados soberanos definidos como un sistema universal.

[5] Las cuestiones derivadas de la geopolítica del conocimiento son tratadas en 2001, desde distintas perspectivas, en la obra recopilada por Walter Mignolo, Capitalismo y geopolítica del conocimiento. El eurocentrismo y la filosofía de la liberación en el debate intelectual contemporáneo. En realidad los fundamentos teóricos de Walsh y Mignolo son los mismos, aunque su desarrollo intelectual difiera en puntos concretos. “Soy de donde pienso”, dirá Mignolo, cuestionando el cartesiano “pienso, luego existo”.

[6] Ni que decir tiene que la universidad ocupa un lugar importantísimo en este proceso. Acercamientos fundamentales a esta problemática son, entre otros, los de Lander (2000), Kaplún (2005) y Castro-Gómez (2007).

[7] Sobre este Programa de Investigación, ver Escobar (2003). La objetivos, operatividad y logros del Programa de Investigación sobre Modernidad / Colonialidad / Decolonialidad (MCD) han sido estudiados también por Elena Yehia (2007) y Pachón Soto (2007) más recientemente. Como el mismo Mignolo ha señalado, aunque el proyecto colectivo se empezó a gestar en 1998, data de principios de los años noventa, época marcada por el final de la guerra fría, el colapso del socialismo real y la desorientación de la izquierda. La colonialidad de Aníbal Quijano y la transmodernidad de Enrique Dussel son los conceptos que actúan como motores teóricos fundamentales del proyecto en su fase inicial; a éstos se uniría muy pronto el de pensamiento fronterizo formulado por el mismo Mignolo.

[8] Sobre el término transmodernidad, Rosa María Rodríguez Magda parece haber sido la primera, según sus propias declaraciones, en utilizarlo en su obra La sonrisa de Saturno, aunque la sistematización teórica se produce en Transmodernidad (2004). En cualquier caso, el significado que le da Rodríguez Magda a este término no coincide exactamente con el que le atribuye Dussel.

Entrevista con Pável Blanco: «La Batalla de las Ideas». 2012

En el Foro de San Pablo, en el marco del encuentro entre Partidos Comunistas y otras organizaciones en lucha permanente, entrevistamos al compañero Pável Blanco Cabrera, Secretario General del Partido Comunista de México.

Dick Emanuelsson (DE): Cuéntanos brevemente la historia del Partido Comunista Mexicano, su rol cumplido a través de la historia de México.

Pavel Blanco Cabrera (PBC): – El PCM fue fundado en 1919 como sección mexicana de la Internacional Comunista. Fue el primer partido político en México, el segundo partido comunista que se forma en Latinoamérica después de la sección que se funda en Argentina y tenemos el honor de decir que el nuestro fue siempre un partido de lucha, organizando a los sectores en lucha, sindicatos, organizando a los trabajadores, mineros pero además tenemos el tremendo honor de saber que estos sindicatos fueron formados por lo mejor de México, los trabajadores de la cultura.

– Por ejemplo, el principal sindicato minero fue fundado por el compañero David Alfaro Siqueiros, dirigente de la Central Sindical Unitaria de México –CSUT- y en nuestras filas militaron Mella, Diego Rivera, es decir, siempre hubo una imbricación entre trabajo y cultura en la lucha por la construcción del PCM, que como cualquier otra organización de lucha, hizo grandes aportes. Pero también cometimos errores. Digo cometimos, porque nosotros asumimos la historia plena de nuestro partido, la historia de nuestro movimiento.

Autodisolución y la reorganización del PCM

– El error más grande fue en los años ’80, cuando el partido decidió liquidarse. De 1981 a 1984 nuestro partido fue inexistente en nuestro país y el 20 de noviembre de 1994 se llamó a la reorganización de este partido. Y se hizo bajo la necesidad primera de hacer una fuerte crítica al capitalismo en un momento de desideologización, de fin de la historia.

Cuando predominaban las ideas de Fukuyama y la desesperanza, dijimos, hay que hacer una crítica profunda al capitalismo y una autocrítica de los procesos de construcción socialista, de lo que se llamaba socialismo real asumiendo la necesidad de seguir construyendo. Defendiendo la construcción socialista del siglo XX con una crítica a la llamada idea de la Revolución Mexicana que fue uno de los motores para que el movimiento obrero perdiera su independencia de clase.

– Entonces, desde el 20 noviembre 1994 estamos en ese proceso de reorganización, nacimos bajo el nombre Partido de los Comunistas Mexicanos, y en nuestro IV Congreso de 2010 recuperamos el nombre de Partido Comunista de México. Recuperamos también toda esa historia de lucha de los comunistas de nuestro país.

La “Institucionalización” del Foro de Sao Paulo

DE: ¿Como se pueden resumir los lineamientos de este Foro? ¿Se puede ver algunos objetivos estratégicos en las discusiones, en los documentos presentados en el Foro o es que a uno le da un poco la sensación de que la derecha se ha reagrupado en América Latina y se siente que las fuerzas progresistas y la izquierda o las corrientes más consecuentes, están en un retroceso?

PBC: – Nosotros pensamos que, en primer lugar, no hay una sola definición. Es decir, la definición de izquierda hoy es insuficiente porque su concepto tiene implicaciones laxas, cuando menos para el continente latinoamericano. Es decir, si por izquierda dijéramos de aquellos que se oponen tan solo al neoliberalismo, entonces tendríamos a fuerzas que apuestan por la gestión keynesiana del capitalismo. Y nosotros vemos que hay determinados procesos políticos que se han hecho gobierno que dicen apoyar a la izquierda pero aplican gestiones propias del capitalismo, políticas de represión.

– Por ejemplo, nosotros dudaríamos mucho en cuadrar como de izquierda a gestiones como la de Rafael Correa. Incluso, tendríamos mucho cuidado de llamar izquierda a quien promueve la intervención en Haití. O a quien promueve los transgénicos, o a quien se compromete con el imperialismo en el tema de los biocombustibles, o quien devasta la selva amazónica. No pensamos que esos serían izquierda, sin embargo, tienen carta de nacionalidad en el continente nuestro que dice que esos podrían ser de izquierda.

– Nosotros apoyamos mucho más la idea de que la noción de izquierda tiene que tener un contenido anticapitalista, es decir, que tiene que luchar por el poder popular, por la expropiación de los monopolios y por regulaciones sobre el capital internacional.

– El Foro de San Pablo cuando nace en 1990, nace en una realidad muy distinta a la de hoy, estábamos en un período de reflujo de contrarevolución, de desarticulación de resistencia y claro que hoy la contrarrevolución en la Unión Soviética y otros países, con todo el drama que significó, porque los escombros del Muro de Berlín no solo sofocaron a los comunistas.

– Los críticos del comunismo, por ejemplo, los troskistas decían que el día que fuera derrocada la burocracia soviética emergería una democracia socialista. Y también los troskistas fueron derrotados en ese proceso. Es decir, que la derrota fue sobre toda la izquierda, por eso fue que cuando el Partido Comunista Cubano y el Partido de los Trabajadores de Brasil acordaron lanzar el Foro de San Pablo, nos pareció una iniciativa muy positiva.

– Más hoy el contexto ha cambiado, en ese contexto emergió el proceso Bolivariano en Venezuela, lo que irradia en Ecuador y Bolivia, lo que irradia más allá. Surgió el Ejército Zapatista de Liberación Nacional –EZLN.

– Hay una izquierda social y política que no está expresada en el Foro de San Pablo, ya que allí predomina, sobre todo, la institucionalidad. Nosotros pensamos que es un espacio importante pero no pensamos que es el único.

El ejemplo de la Marcha Patriótica

DE: ¿Crees que se olvidan de los movimientos sociales y otras fuerzas?

PBC: – Claro, es un espacio que no rivaliza pero que es otro espacio. El Movimiento Continental Bolivariano, nosotros como partido comunista participamos en el Foro y en el Movimiento, porque pensamos que ahí se están expresando otras fuerzas. Incluso ahora tenemos esa cosa tan maravillosa que es el Movimiento de la Marcha Patriótica en Colombia, que está viendo si se puede expresar en el Foro pero más bien que es otra categoría de izquierda que no está expresada y que no puede contenerse en una camisa de fuerza.

– El Foro de San Pablo tendría ese reto, no contentarse con la institucionalidad, no contentarse con las experiencias gubernamentales porque finalmente tener el gobierno no es tener el poder. Y finalmente la experiencia también demuestra, como decían los compañeros del EZLN que van a buscar cosas arriba y terminan por quedarse ahí, cuando no hay una política de transformación. Entonces, la izquierda de abajo, clasista, no está expresada.

DE: la insurgencia está ausente también

PBC: – La insurgencia, hablemos del caso concreto de Colombia y de los compañeros de las FARC que han sido fundadores del Foro de San Pablo y que ha habido un debate inconsecuente dentro del Foro por excluir algunas formas de lucha. Y la insurgencia colombiana tiene varios méritos, no solo resistir contra la oligarquía, contra la represión, defendiendo el proyecto político bolivariano y una paz con justicia social.

– Tiene además el mérito de ser una fuerza que con su accionar y su presencia evitó que se impusiera el ALCA que hubiera sido una desgracia para el continente. Porque nosotros tenemos desde 1994 la experiencia del TLC o NAFTA, como lo llaman ellos. Ha sido una experiencia de depredación de la industria, del nivel de vida del pueblo mexicano. Sabemos que el TLC hubiera sido nefasto para el continente. Una de las fuerzas que contribuyeron para evitar el ALCA fue Cuba, pero la otra Venezuela, y la otra que nadie quiere nombrar pero nosotros sí, lo hacemos, son las FARC.

La expulsión de las guerrillas latinoamericanas

DE: ¿Por qué las FARC tienen que estar ausentes de aquí por algunos criterios inexactos de algunas fuerzas? Y luego de 50 años de existencia, igual que el ELN.

PBC: – 50 años de lucha, resistencia, y como ésas, otras fuerzas del continente. Nosotros decimos que la insurgencia es un derecho de nuestros pueblos al que no se puede renunciar y al que se han visto impulsados a no desconocer los próceres de nuestros pueblos. Porque Hidalgo, Juarez, Morelos en México, se vieron obligados a la lucha armada contra el colonialismo, contra la intervención imperialista, contra la intervención francesa. La resistencia entonces fue con piedras, machetes, fusiles, arcabuces, cañones y la guerra de guerrillas

– ¿Qué hubiera hecho Morelos por todo México sin ejercer la guerra de guerrillas, en contra del colonialismo español? Entonces, que no nos vengan a nosotros con el cuento que la insurgencia está asociada al terrorismo.

– Ese es el discurso que intentaron vender desde la Casa Blanca después del 11 de septiembre o después del montaje, como decimos nosotros, que termina de domesticar a alguna izquierda. Nosotros nos clasificamos hoy como una fuerza revolucionaria, clasista, y pensamos que la izquierda es la lucha por la transformación de este modo de producción basado en la propiedad privada y en la apropiación de unos cuantos de la riqueza socialmente producida.

– Por eso no admitimos que la izquierda se circunscriba a gestiones gubernamentales que finalmente son otra cara del capitalismo.

La ausencia del debate sobre la crisis capitalista

DE: Es decir, que la meta histórica del partido comunista, socialista, en este Foro no se discute.

PBC: No, no. No se está discutiendo en este momento de profundización del capitalismo. Hay ahí toda una teorización de que la crisis que arrancó con la crisis de los créditos es una crisis diferente. O que fue superada. Según el análisis de Marx estamos viviendo una crisis estructural de sobre acumulación y sobre producción que para nosotros, como la estamos viendo, no es una crisis que va a superarse, todo lo contrario, la UE está cayendo. Todo lo que fue para el capitalismo en los años ’90, la unión del libre mercado, la unión monetaria y el capitalismo. La crisis que arrancó con los créditos, hoy no está superada. Tenemos una fácil respuesta de la clase obrera en Europa, sobre todo en Grecia con el proletariado y los movimientos, es una lucha que está activa. Nosotros pensamos que frente al capitalismo es una lucha por una alternativa ¿Cómo es posible que en el Foro no exista esa discusión?

DE: Los marxistas, los economistas marxistas que ya desde el año 2009 no hacen la conferencia internacional de los economistas en la ciudad de La Habana.

PBC: – Pero hay otros espacios, como por ejemplo en el lenguaje internacional de los partidos comunistas y obreros, que surgió cuando el aniversario del partido comunista, se mantiene. Por ejemplo este año nos habremos de reunir como desde hace algunos años como en el encuentro en la India, después en San Pablo, o en Grecia, la discusión ha sido eso, “crisis, revolución alternativa”, cuando menos en los partidos comunistas hay más claridad sobre eso. A pesar de todas las dificultades pensamos que hay que hacer un esfuerzo por convergencia, por unidad y lo significativo ahora del Foro es que se reúne en Caracas y sabemos que es preciso incentivar la solidaridad con el proceso político bolivariano.

– De momento el liderazgo se apoya en el compañero Hugo Chávez y hay que apoyar eso, hay que tener una mirada crítica y ser autocrítico de los procesos. Sabemos que no hay procesos perfectos y que no tenemos que ser autocomplacientes y al mismo tiempo cerrar filas.

DE: Ahora hablamos de México, ya llevamos cuatro días después de las elecciones donde López Obrador perdió nuevamente. En las elecciones de 2006 el EZLN recomendaba a la gente a no abstenerse de votar, ¿Cómo ha sido en estas elecciones el papel del PCM y la izquierda en general alrededor de la candidatura de López Obrador?

PBC: – Primero una ligera aclaración, en el 2005 el EZLN lanzó la “Sexta Declaración de la Selva Lacandona” que fue un movimiento alternativo frente a esta izquierda de arriba. Porque en México algunos lo identifican como de izquierda a López Obrador, pero nosotros sabemos que representa a los intereses monopólicos de Carlos Slim y la burguesía de Monterrey.

Representa intereses del gran capital y no representa intereses de los trabajadores, a pesar de un discurso populista que lo que hace es políticas asistencialistas. Entonces, el EZLN dijo que esa izquierda de arriba no representaba los intereses de los trabajadores, ni de los campesinos, ni de las mujeres, ni del movimiento indígena, ni del movimiento lésbico-gay, ni de los trabajadores subalternos, ni de los emigrantes, es decir, no representaba la capa de los oprimidos y de los explotados.

La izquierda y López Obrador

– Que había que construir otra geografía política, es decir, abajo y a la izquierda. El planteamiento nuestro fue de crítica a lo que acontecía, a Obrador, a Calderón y a Madrazo que era el candidato del PRI. Y lo que planteaba la Otra Campaña que era la forma que tomó la iniciativa del EZLN de decidir la convergencia de toda la izquierda revolucionaria y la consigna era: votes o no votes, organízate, lucha.

– Porque nosotros somos los que partimos de la idea de que tenemos que buscar el protagonismo social porque ninguna salida vendrá de arriba. Como decía Marx: la emancipación de los trabajadores habrá de ser obra de los trabajadores. Lo que no haga el pueblo organizado nadie lo hará por el. En estas circunstancias, lo que vino después fue una gran represión sobre el pueblo en Atenco, sobre las comunidades zapatistas, no fue posible construir una convergencia de la izquierda anticapitalista frente a este proceso. El PC decidió a través de su conferencia nacional que nosotros no encontrábamos base de apoyo en Obrador ni en Peña Nieto y por supuesto, menos en el PAN.

– Lanzamos una consigna que decía que no había que apoyar a ninguno de los candidatos y que lo que habría que hacer era cuestionar la legitimidad de esa falsa democracia burguesa, que en realidad solo representa el poder de los monopolios. Iniciamos una campaña en ese sentido y los peores pronósticos se han confirmado, lo que previmos nosotros es que el PRI ganaría por una sencilla razón, porque suman más monopolios a su favor.

– Es decir, Slim, la burguesía de Monterrey apoyaron a Obrador pero Peña Nieto colocó tras de sí a Televisa, Telefónica MoviStar, citando sólo al terreno de las comunicaciones. La disputa era quien ganaba el favor de los monopolios y logró ganarlo el PRI, la elección se definió ahí. No importa que las masas hayan dicho ingenuamente con la esperanza en Obrador, porque la decisión la toma en México, los monopolios.

“Construir una alternativa de poder popular”

DE: ¿Cuál será la factura que manden ahora los monopolios al candidato victorioso?

PBC: – Privatización de PEMEX (Petróleos Mexicanos, empresa pública), de la energía eléctrica, entrega a las transnacionales, a Unión FENOSA (española), disputarse el monopolio de la telefonía celular, mantener el monopolio de los espacios televisivos, la reforma laboral para una desvalorización del trabajo, recortar derechos sindicales y laborales, y represión sobre algunas organizaciones.

DE: ¿Y cuál será la respuesta popular?

PBC: – Organizarse para construir una alternativa de poder popular y no esperar a las elecciones dentro de 6 años. Tenemos que salir a las calles, aprender de la historia misma del pueblo de México pero también aprender de lo que pasó en Bolivia, en Ecuador, independientemente de las críticas que tengamos de lo que hizo Rafael Correa o de lo que han hecho otras fuerzas.

Lo real es que hubo un movimiento social capaz de romper la institucionalidad y romper el esquema de la burguesía de que la política solo se hace en los cauces de la institucionalidad burguesa a partir de un acto electoral. La política tiene que ejercerse todos los días. – La mayor preocupación que nosotros vemos es que se está internacionalizando el terrorismo de estado. Por ejemplo, Peña Nieto está incluyendo como asesor de seguridad a alguien que dejó una estela de sangre y terror en Colombia, que es el general Oscar Naranjo, quien en alguna reunión con Vicente Fox y Uribe ubicaron al PCM como un objetivo, porque saben que somos una fuerza que no pueden controlar. A pesar de ser una pequeña fuerza no entendemos por qué el general Naranjo tiene tanta violencia sobre nosotros.

– Nosotros pensamos que tenemos que lograr que el PC sea una fuerza con el derecho que tiene de expresarse públicamente, legalmente y tiene el derecho de existir. Nadie nos puede negar el derecho de existencia, ni siquiera la contra revolución, ni siquiera cuando Gorbachov recomendó que los partidos comunistas se transformaran en fuerzas social demócratas y nos liquidaron, no lo va a hacer un general que además está sumido en la corrupción y es responsable del para-militarismo.

La combinación de todas las formas de lucha de masas

DE: Vemos prácticamente todos los días que hay grandes movimientos sociales en marcha y que son de masas en México, y también que hay sectores jóvenes que se organizan más fuerte o más sueltos. Por ejemplo está ese movimiento que es YO SOY 132. Qué expresión tiene o de dónde viene porque también tiene muchachos de la universidad privada cuestionando el monopolio de los medios de comunicación de Carlos Slim.

PBC: – Nosotros vemos muy positivo eso porque vemos que socialmente expresa que es un producto de la crisis, es decir, la pequeña burguesía que resiste los efectos del proceso de proletarización y pauperización, porque la crisis del capitalismo les rompe un determinado status de vida y que entiende la necesidad de que, de alguna manera, hay que colocarse en la lucha contra los grandes intereses monopólicos. Es sano que se planteen la determinación de romper monopolio de Televisa, democratizando los medios, igual que Televisión Azteca.

– Consideramos que eso en el capitalismo nunca va a suceder, que sólo en el marco de un poder popular habría la posibilidad de nuevas cadenas de comunicación. Porque ahora en México se habla mucho de tener un tercer canal pero quien lo va a hacer, una televisión alternativa que pueda llegarle a la comunidad o lo va a hacer el monopolio de Carlos Slim que es el que puede montar una nueva cadena.

– A pesar de todo vemos como muy sano el que se haya instalado el tema de los medios de comunicación. Porque es un aparato ideológico del estado para mantener el control de las masas, es la vieja verdad que expresó Carlos Marx, la ideología dominante es la ideología de la clase dominante, hoy vemos que los medios de comunicación son la columna vertebral de eso. Es muy positivo este debate porque permite que emerjan los canales alternativos, que exista posibilidad de los canales cooperativos, de las ONGs, de las organizaciones de la sociedad civil. Eso es lo que estamos planteando.

– También participamos de la lucha de los trabajadores del magisterio en Oaxaca, en Guerrero, en Chiapas, hay gran disposición del pueblo para la lucha que es lo que vemos como problema que tenemos que construir un frente, pero que este frente no pueda ser subordinado a la política de la burguesía, sino que tendrá que ser un verdadero frente popular con autonomía de clase y con sus propias banderas.

México y Estados Unidos

DE: Hablemos sobre los Estados Unidos de México. Todas las noticias de las grandes corporaciones no llegan al fondo de lo que tu has mencionado. No hablan de las grandes manifestaciones de lucha sino que hablan del narcotráfico. El Plan Mérida, la Iniciativa México, Plan Puebla Panamá. Cómo es la perspectiva con un gobierno del PRI que imagino que no tiene muchas diferencias con el PAN porque la misma dependencia de estos dos partidos con los EEUU y la presión que ejerce este país sobre un país que es grandísimo, que tiene 105 millones de habitantes y en una posición estratégica también para los EEUU y su geopolítica hacia AL.

PBC: – El PRI hay que decirlo, en sus 70 años ha tenido una gran experiencia. Nosotros no vemos que sea el mismo PRI de entonces. Porque dónde colocamos por ejemplo la administración de 6 años del ‘34 al ‘40 del general Lázaro Cárdenas, que era un gobierno burgués pero que tuvo una actitud positiva con respecto a la guerra civil, que expropió el petróleo, repartió tierras. Es difícil un discurso en blanco y negro. El PRI tiene una estrategia que le permite hacer maniobras en política exterior, era el único país que no rompía relaciones con Cuba.

– Pensamos que va a regresar esa política exterior camaleónica de ser un gobierno que pueda tener actitudes hacia el exterior y de dura represión para el pueblo de México. Ahora mismo, Peña Nieto, está recuperando ese discurso de la autodeterminación, decimos bueno, es progresivo para los pueblos pero sabemos que es demagógico.

– Nosotros pensamos que mientras no rompamos con el TLC la posibilidad para el pueblo de México, de tener un buen nivel de vida, es prácticamente imposible. No van a romper el TLC, el único que puede hacerlo es el pueblo organizado y proponiendo una unidad muy fuerte con una alineación con todos los que están en EEUU y con los trabajadores.

El narcotráfico

DE: El narcotráfico, donde tiene sus tentáculos, llega a la cúpula política?

PBC: – Habría que preguntarse donde ya no tiene sus tentáculos, nosotros hablamos del cartel de los Pinos, que es de donde despacha el presidente de la república. La institucionalidad gubernamental está imbricada con el narcotráfico. Eso todo el mundo lo sabe, está documentado.

DE: Entonces las armas las traen desde EEUU los narcos, incluso la DEA en una operación ha metido armas allá.

PBC: – La operación Rápido y Furioso ¿qué hizo Obama? Quiso que eso quedara clasificado como secreto de estado, por qué razón. También hay una imbricación entre los órganos de seguridad de los EEUU y la circulación y distribución de la droga. Pues no, no puede haber una política moral desde el gran capital sobre investigación de la droga cuando ellos mismos son los que la han promovido. Nosotros consideramos que alrededor de eso hay una gran demagogia, tanto el PRI como el PAN están imbricados con carteles de la droga.

La teoría de Lenin del Imperialismo y los monopolios

– Yo solo quería agregar una cosa más sobre este tema con los EEUU y es que nosotros tomamos la cuestión imperialismo como la planteaba Lenin. Es decir, como el capitalismo de la época de los monopolios y los monopolios no tienen nacionalidad. Pongo un ejemplo: hay una compañía semi industrial minera en México, que es donde pasó el crimen de Pasta de Conchas que es donde murieron más de 40 mineros. Industrial minera México explota a trabajadores en Perú, en minería a cielo abierto. Pero explota también a mineros en Arizona. Los monopolios no son sólo norteamericanos, hay monopolios mexicanos también.

– Nuestra política no es caer en un discurso fácil de que los gringos son los responsables. Sí, en la Casa Blanca están los principales criminales de este continente pero los monopolios también son mexicanos. Y pongo otro ejemplo, había un monopolio que expoliaba a los proletarios venezolanos, se llamaba CEMEX, no necesita ser norteamericano el monopolio para tener una política imperialista,

– Nosotros alertamos mucho sobre ese discurso fácil, hay que tener una política anti monopolista, no hay imperialismo bueno o imperialismo malo, hay unas ONGs que han venido sobre todo vinculadas a la socialdemocracia, levantando el discurso que si vinculáramos nuestros pueblos con la UE tal vez la expoliación tendría un rostro más amable. Nosotros decimos la UE, los EEUU, los monopolios, se basan en la explotación y también los monopolios de México.

– Carlos Slim, con América Móvil, toda esta expoliación sobre las telecomunicaciones en América Latina no es un capitalismo menos malo que el norteamericano. Por eso hablamos de un antiimperialismo consecuente y no caer en un antinorteamericanismo fácil. Con todo, nosotros sabemos que EEUU, en 1897, despojó a México de mas de la mitad de su territorio. Hay un gran resentimiento contra el gobierno norteamericano. Pero tenemos que construir una red de solidaridad con los trabajadores norteamericanos que es un gran pueblo que lucha. Gente que ha tenido a grandes hombres como Malcolm X.

Contra la corriente

DE: Porque pertenecen a la misma clase social, no importan las fronteras y es en ese sentido que si resumimos un poco: Este Foro ¿qué podría hacer con las fuerzas de este continente que regresar a la lucha de clases?

PBC: – Por eso nosotros decimos que somos un partido comunista incómodo, porque en todo momento procuramos el criterio clasista. Por eso si nos preguntan por ejemplo sobre China, decimos que en China lo que hay es un capitalismo en la producción, por eso no caemos en el discurso de que ahí hay socialismo. Procurar mantener un discurso de clase es alejarse del discurso populista, con el discurso que cae bien. Planteamos la posición marxista leninista aunque sea una posición incómoda y aunque a veces quede en minoría. Lenin nos enseñó que a veces hay que nadar contra corriente, igual que Lenin y Rosa Luxemburgo, no tenemos temor en eso.

– Al mismo tiempo combatimos el sectarismo, no queremos quedar aislados, entendemos que la revolución no es una cuestión de una vanguardia sino que tienen que ser las clases y las masas que participen en ello. Por el momento somos una organización pequeña pero planteamos nuestros objetivos.

– El Foro de San Pablo, por ahora, está limitado a ser un espacio de encuentros, mientras no puedan discutirse aquí desde perspectivas de clase y perspectiva anticapitalista el foro seguirá limitado a un espacio de intercambio diplomático. Esta es la realidad.

1981: la disolución del Partido Comunista Mexicano. Gerardo Peláez Ramos. La Haine 

La desaparición del PCM reflejaba con claridad su incapacidad de ser el centro unitario de las principales formaciones socialistas y la necesidad de romper el sectarismo.

Por resolución de su XX y último Congreso, el Partido Comunista Mexicano se disolvió el 4 de noviembre de 1981 para, en unión del Partido del Pueblo Mexicano (de origen lombardista), el Partido Socialista Revolucionario (de matriz lombardista), el Movimiento de Acción y Unidad Socialista (de orientación comunista prosoviética) y el Movimiento de Acción Popular (de carácter nacionalista), dar origen, el 6 de ese mes y año, al Partido Socialista Unificado de México. Concluyeron, así, cerca de 62 años del destacamento nacional del movimiento comunista.

Nueva lucha interna

EN SEPTIEMBRE DE 1980, ocho miembros del Comité Regional del Partido Comunista en el Valle de México –entre quienes estaban Guillermo Morales y Andrés Ruiz– suscribieron el texto Crisis de dirección en el Valle. Documento de discusión, en el cual hicieron algunas críticas al órgano directivo local que presagiaban, como quedó en claro poco después, el inicio de una nueva lucha interna.

Durante la realización del XV Congreso Regional del Valle de México, el 20 de noviembre de 1980, fue suscrito el desplegado Por la renovación del Partido Comunista Mexicano en el que se señalaba:

    Resumiendo todos estos síntomas, es posible afirmar que de hecho la transformación del partido se está orientando:

    –A la formación de un partido de opinión y no de acción.

    –A la construcción de un partido de capas medias emergentes y no de un partido fundamentalmente obrero.

    –Hacia un partido de ciudadanos y no de clase.

    –A la inserción de corrientes de opinión que se limiten a luchar por la modernización y democratización del capitalismo mexicano y no a la constitución de una fuerza social independiente y revolucionaria. (1)

Surgió, de esta manera, la corriente renovadora, conocida en el interior y el exterior del PC como el grupo de los renos.

    La reunión resolvió:

    El XV Congreso del PCM en el Valle de México, no aprueba el informe presentado por el compañero Reynaldo Rosas Domínguez a título personal debido a la desintegración del Comité Regional electo en el XIV Congreso. Hace una severa crítica a quienes por diferencias políticas u otras razones abandonaron sus responsabilidades en dicho comité y, asimismo, critica los métodos de cooptación utilizados por el comité. (2)

A diferencia de otras pugnas intestinas, la lucha interna de 1980-1981 se expresó en Oposición y El Machete, en Dí, UnomásUno y Excélsior, en diarios de provincia y otros medios de comunicación masivos. La polémica abarcó todo el abanico de problemas del Partido Comunista Mexicano y el movimiento comunista internacional, desde una perspectiva ideológica y política. Sin embargo, ocurrió algo positivo, aleccionador y sin precedentes: el PCM no se dividió orgánicamente.

Entre los renos había intelectuales muy valiosos como Enrique Semo, Gilberto Argüello y otros destacados universitarios, que enriquecieron la discusión de todos los temas de la agenda política del PCM. El 1 de febrero de 1981, en una conferencia en el Colegio de Economistas, Enrique Semo sostuvo que en el México de los 80 y los 90 no podía haber una fuerza de alternativa a la burguesía que no tuviera a la vez una influencia obrera importante; el futuro del Partido Comunista dependía en las próximas dos décadas de volver a penetrar en la clase obrera. (3)

El XIX Congreso del PCM

DEL 9 AL 15 de marzo de 1981, se llevó a efecto el XIX Congreso Nacional del Partido Comunista Mexicano en el cual se desenvolvió una discusión ríspida y apasionada entre los renovadores y la mayoría del Comité Central saliente, con el alineamiento de los delegados en dos grandes bloques. La asamblea estuvo abierta a la prensa. Debido a las protestas y a una votación reñida, una parte del informe de Martínez Verdugo tuvo que ser retirada.

El Secretario General saliente planteó las condiciones en que daba comienzo la máxima asamblea del partido:

    El XIX Congreso se inicia después de un largo e intenso debate ventilado a la luz del día, en nuestras publicaciones y en la prensa nacional. Se justifica plenamente, porque el partido vive una nueva situación, tiene que afrontar problemas nuevos y además, porque existen divergencias políticas y teóricas, y porque se han desarrollado entre nosotros formas de relación que profundizan la democracia partidaria. Tal debate fortalecerá al partido, hará más clara su concepción y su línea política, lo colocará en disposición de cumplir más eficazmente con sus responsabilidades políticas y teóricas, y hará más consciente y sólida la unidad de sus filas. (4)

Luego, pasó a exponer cómo la reforma política beneficiaba a las fuerzas de izquierda:

    La reforma política benefició principalmente a la izquierda a través de la libertad de la mayoría de los presos políticos, el respeto al derecho de manifestación, la atenuación de los actos represivos contra las luchas de masas y la legalización del PCM y el PST [Partido Socialista de los Trabajadores]. En la medida en que las fuerzas democráticas del país lucharon por ella, la reforma política fue también una necesidad del bloque gobernante como parte de una salida de la crisis política. (5)

Sin tomar en consideración la gravedad del endeudamiento exterior y las consecuencias de la petrolización, Arnoldo deslizó un pronóstico que no avalarían los hechos futuros:

    Es necesario dejar claro que no estamos ante la inminente presencia de una catástrofe económica; el petróleo está ahí y puede seguir paliando durante un buen tiempo las contradicciones del crecimiento económico y puede también ser fuente de recursos para el otorgamiento de concesiones materiales limitadas a los obreros y otros sectores de las masas… la bonanza petrolera y las disponibilidades de créditos que de ella se derivan, dan pie a un período relativamente largo de crecimiento económico. (6)

Considerando la crisis del campo socialista, era de hecho imposible no abordar los acontecimientos en Europa del Este:

    Como en otros países, los sucesos de Polonia han tenido una amplia repercusión en nuestro país y en el interior del PCM. En nuestra opinión, actualmente transcurre en Polonia un movimiento por la democratización del régimen político que abarca a grandes masas de la población, y en el que desempeña un papel destacado la clase obrera polaca. Este movimiento transcurre en los marcos del socialismo y de la alianza de Polonia con la URSS [Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas], aunque no ofrece todavía una clara perspectiva comunista. Pero cualquiera que sea el juicio sobre el contenido del actual proceso político en Polonia, consideramos que corresponde exclusivamente al pueblo polaco, a sus obreros y campesinos e intelectuales, a sus órganos de gobierno y de partido resolver sus asuntos internos. Nos pronunciamos contra toda intervención exterior en los asuntos de Polonia. (7)

A continuación, expuso su versión de las pugnas internas en el Partido Comunista:

    En el XV Congreso del PCM en el Distrito Federal, como en otras reuniones regionales, se han producido fenómenos de grupismo de diverso tipo, tendientes a comprometer a compañeros en planillas de candidatos para órganos dirigentes. Esto perjudica seriamente la unidad del partido, y debe cesar.

    Nuestro congreso tiene que adoptar una actitud precisa ante estos fenómenos y defender los principios democráticos que colectivamente se ha dado, principios que corresponden a los de un partido obrero revolucionario, que no puede permitir el desarrollo de fenómenos generadores de distintas disciplinas. (8)

Explicaba la formación de grupos internos, al margen de los principios:

    Desde hace tiempo, pero en especial después de que el partido empezó a adquirir influencia en algunas universidades y sindicatos, comenzaron a aparecer diversos fenómenos negativos, tales como la formación de grupos de interés, en torno a personas que ejercen una función dirigente u ocupan puestos administrativos.

    Tales grupos actúan en función de intereses estrictamente personales y no tienen nada que ver con la defensa de unos determinados principios.

    El PCM no puede permitir la existencia de tales grupos en sus filas, y los órganos correspondientes deben adoptar las medidas adecuadas para su disolución… (9)

De las 32 resoluciones políticas de la máxima autoridad de los comunistas, cabe destacar las siguientes:

4. La revolución y las perspectivas del desarrollo de la democracia

El objetivo del Partido Comunista Mexicano es la implantación en México de un régimen socialista dirigido por la clase obrera, en alianza con el resto del pueblo trabajador. De esa manera, será abolida la explotación capitalista y la sociedad iniciará su tránsito al comunismo. La realización de la revolución socialista y el establecimiento del poder obrero democrático será el medio para lograr tal régimen… (10)

5. Política de alianzas y la renovación democrática de México

…Un programa de transformaciones democráticas en favor del pueblo trabajador que implique una ruptura con el régimen político vigente sólo puede llevarse a cabo mediante la sustitución del gobierno actual por otro en el que participen todas las fuerzas políticas que sostengan dicho programa, es decir, a través de un gobierno de renovación democrática…

El gobierno democrático por el que el PCM está dispuesto a luchar en alianza con diversas fuerzas democráticas y de izquierda, no es el gobierno de la burguesía, pues esta clase, como tal, no es capaz de enarbolar un programa de transformaciones democráticas avanzadas, aunque algunos de sus elementos compartan objetivos populares y democráticos. Se trata de una lucha por un gobierno en el que participen representantes de los intereses de diversas clases y capas del pueblo trabajador, y en el que por primera vez tomen parte representantes revolucionarios de la clase obrera. En ese gobierno el proletariado se esforzará por lograr su hegemonía. (11)

8. La crisis del movimiento comunista internacional

Los regímenes políticos existentes en los países socialistas están todavía lejos de la meta de amplia democracia política y social a la que aspiran la clase obrera y todos los trabajadores del mundo, y que se inscribe en el proyecto de renovación socialista elaborado por los fundadores del socialismo científico. En dichos países existen prácticas ajenas a un régimen democrático. Esas prácticas perjudican la lucha por el socialismo en el mundo. (12)

10. El carácter del PCM

El carácter obrero y de vanguardia del Partido Comunista Mexicano no depende sólo de su teoría y de su política, sino también de la influencia que ejerza en el proletariado y de que en su composición social predominen los obreros. El retraso del PCM en estos dos aspectos exige que toda su labor se organice con el objetivo de elevar constantemente la influencia comunista entre la clase obrera, y de lograr que en la composición de sus filas adquieran mayoría los miembros provenientes de ella.

Por su carácter, organización, teoría y formas de actividad, otras organizaciones políticas obreras juegan o pueden jugar también un papel de vanguardia. Entre esas organizaciones y el Partido Comunista Mexicano existen diferencias, pero éstas no constituyen un obstáculo fundamental para una colaboración duradera, aun después de la revolución socialista. (13)

14. El Partido Comunista y los sindicatos

…Los comunistas que actúan en las organizaciones sindicales aplican la táctica del PCM, pero respetan las decisiones de los trabajadores y no aspiran a convertir los sindicatos en apéndices del partido. (14)

26. El Partido Comunista ante el ejército y la policía

El PCM lucha por la sustitución del ejército profesional por el armamento general de la población. Sólo un pueblo en armas puede conquistar la libertad y la más plena independencia nacional… (15)

La lucha de los renos, de los sindicalistas universitarios y de importantes núcleos de intelectuales rindió sus frutos. El Partido Comunista empezó a introducir, de manera parcial, el principio de la representación proporcional. En los Estatutos aprobados por el XIX Congreso quedó establecido: “Artículo 43. Cuando en los congresos estatales y regionales se manifiesten posiciones minoritarias que representen por lo menos el 25 por ciento de los votos, tales posiciones se expondrán en el Congreso Nacional a través de los delegados”. (16)

La reunión aprobó una resolución sobre el momento que se vivía y las tareas políticas del PCM, en la que se indicaba: “Esta es la tarea central del partido para el presente período: ganar a la clase obrera para las posiciones del partido y hacer de éste un partido obrero también por su composición”. (17)

Fue elegido un Comité Central de 60 miembros. Por la mañana del 15 de marzo fue elegida la Comisión Política, quedando integrada por Arnoldo Martínez Verdugo (secretario general), Nicolás Olivos Cuéllar, Marcos Leonel Posadas, J. Encarnación Pérez, Gilberto Rincón Gallardo, Iván García Solís, Samuel Meléndrez, Eduardo Montes, Gerardo Unzueta, Pablo Gómez y Jesús Sosa Castro. Quedaron en el Comité Central cuatro mujeres: Amalia García, María Elena Morales, Elvira Concheiro y Aldir González.

El XIX Congreso representó, sin duda, un paso adelante en la lenta democratización del Partido Comunista Mexicano.

Antes, durante y después del XIX Congreso comenzaron a manifestarse fuertes luchas entre grupos y corrientes del PC en la Universidad Nacional Autónoma de México, Nuevo León, Universidad Autónoma de Puebla y otros lugares y centros. En el Sindicato de Trabajadores de la UNAM el enfrentamiento condujo a la salida del partido de Leonardo Olivos Cuéllar y Ramiro González Ayón. En Puebla, a la expulsión de Alfonso Vélez Pliego y sus más cercanos camaradas.

En estas luchas sobresalía un elemento central: la relación entre el partido y los sindicatos y universidades. Alfonso Vélez Pliego, en forma clara y sencilla expuso en un folleto el meollo del asunto, al afirmar:

La tesis sustentada por el camarada [Luis Rivera] Terrazas, reivindicando el derecho de todas las organizaciones políticas a desarrollar su acción en la universidad, derecho que hoy nadie pone en duda, no fue acompañada por un planteamiento que explícitamente delineara las modalidades y fronteras del quehacer político en su interrelación con el quehacer universitario; entendiendo por este último, tanto las actividades propiamente institucionales como las que realizan en forma autónoma los estudiantes, profesores y sus organizaciones… (18)

La unidad de los socialistas

DE MANERA INESPERADA, el 15 de agosto la opinión pública fue informada de que:

    Frente a esta situación nacional e internacional, y conscientes de sus deberes hacia la clase obrera y todos los trabajadores, el Partido Mexicano de los Trabajadores, el Partido del Pueblo Mexicano, el Partido Socialista Revolucionario, el Movimiento de Acción y Unidad Socialista y el Partido Comunista Mexicano, a través de sus correspondientes órganos de dirección, han convenido en proponer a sus respectivas organizaciones, unificar sus fuerzas en un solo partido. (19)

El nuevo partido se constituiría teniendo como cimientos algunos proyectos de documentos básicos, entre los cuales destacaba la Declaración de Principios, que estipulaba:

    La solución de las contradicciones de la sociedad mexicana podrá ser alcanzada mediante… una nueva revolución política, económica y cultural que lleve al poder a la clase obrera y sus aliados: la revolución socialista. (20)

El Programa de Acción señalaba:

Así, la sociedad mexicana vive un nuevo proceso revolucionario. El ciclo de las revoluciones burguesas ha concluido. Una nueva revolución es indispensable…

Esa nueva revolución será una revolución socialista… (21)

En los Estatutos se planteó:

Artículo 1. El partido… es un partido de la clase obrera y de todos los trabajadores manuales e intelectuales del campo y de la ciudad

Es un partido nacional, autónomo e independiente de la burguesía mexicana y su aparato de dominación, así como de cualquier fuerza estatal o política del exterior… (22)

Cabe resaltar que no todos los comunistas estaban de acuerdo con la fusión. Los elementos stalinistas y prosoviéticos expresaban sus dudas o de plano su oposición. Otras fuerzas de izquierda, como los trotskistas, algunos ex guerrilleros y Punto Crítico, tampoco apoyaban la constitución de un nuevo partido socialista. El 4 de septiembre, las células 26 de Julio y Luis Morales manifestaron:

    Consideramos en primer lugar que las acciones unitarias que antecedieron a esta proposición son insuficientes en el nivel de las bases de las organizaciones participantes y vemos con preocupación que el proceso unitario se desarrolla de manera precipitada, lo que podría frustrarlo y conducirlo en el mejor de los casos, a una unidad formal. No creemos sinceramente que las condiciones objetivas y subjetivas para la fusión revolucionaria de los partidos y asociaciones políticas de la izquierda hayan madurado, ni que esto se logre a corto plazo. (23)

El XX Congreso del PCM

EL 16 DE agosto de 1981, el Comité Central del PCM expidió la Convocatoria al XX Congreso del Partido Comunista Mexicano a realizarse los días 15 y 16 de octubre próximos. El 5 de octubre fue lanzada otra convocatoria (modificada) para la celebración del congreso los días 15-18 del mes mencionado, con el orden del día siguiente:

    1. Informe del Comité Central sobre las bases de unidad orgánica del PCM con otros partidos revolucionarios. Discusión y resoluciones sobre el particular. Informante: Arnoldo Martínez Verdugo.

    2. Decisiones acerca del programa electoral, táctica electoral, incluidos la política de alianzas y candidato a la presidencia de la República.

    3. Elección del Comité Central. (24)

El congreso se reunió los días señalados en la segunda convocatoria y resolvió contra todas las tendencias hacia la superación del stalinismo, las purgas y demás fenómenos antidemocráticos: “Quinto. Se ratifica la expulsión, acordada en el III Congreso Estatal de Puebla de los camaradas Alfonso Vélez Pliego, Pascual Urbano Carreto, José Doger Cotre, Daniel Cazés Menache y Humberto Sotelo Mendoza”. (25)

La reunión decidió continuar sus labores el 4 de noviembre, acordando asimismo presentar como candidato presidencial del nuevo partido a Othón Salazar. Mientras tanto, el 22 de octubre, el Comité Nacional del PMT –al no confiar que la dirección del PCM impulsara la candidatura de Heberto Castillo– resolvió, bajo argumentos muy endebles, suspender los trabajos encaminados a la fusión, para reanudarlos después de las elecciones de julio de 1982. En cambio, una fracción de pemetistas, en la cual estaban Maximino Ortega, René Bejarano y Dolores Padierna, resolvió adherirse a la nueva organización política.

El 4 de noviembre, esto es, en la segunda parte del XX Congreso del PCM, se tomó la siguiente resolución acerca del informe sobre el proceso de fusión: “7. Los comunistas acuerdan entregar todos sus esfuerzos al cumplimiento de las tareas de fusión en todos los niveles del partido y a proseguir la tarea de construir el amplio frente de izquierda que se requiere en estos momentos para hacer frente a los candidatos del PRI [Partido Revolucionario Institucional], del PAN [Partido Acción Nacional] y del PDM [Partido Demócrata Mexicano]”. (26)

La desaparición del PCM reflejaba con claridad dos procesos paralelos: 1) la incapacidad del Partido Comunista Mexicano de ser el centro unitario de las principales formaciones socialistas, y 2) la necesidad de la izquierda avanzada de romper el sectarismo, ampliar la unidad de acción y fundirse en un organismo partidario único, necesidad estimulada fuertemente por las experiencias unitarias de Nicaragua y El Salvador. (27)

El 4 de noviembre, pues, dieron término casi 62 años de existencia de una organización que, independientemente de sus errores y fallas, se caracterizó por su lucha sin tregua por la soberanía nacional, la democracia y el socialismo.

Notas

(1) Firmaban, entre otros, Gilberto Argüello, Roberto Borja, Rodolfo Echeverría, Gilberto Enríquez, Joel Ortega y Enrique Semo. (Por la renovación del Partido Comunista Mexicano (Prolegómenos de un debate), México, ACERE, 1981, pp. 16-17).

(2) Resoluciones del XV Congreso Regional del Valle de México, México, PCM, s. f., p. 3.

(3) Dí, núm. 20, 12-III-81, p. 30.

(4) Oposición, núm. 373, 15-III-81, p. 8.

(5) Ibíd., p. 9.

(6) Ibíd., p. 13.

(7) Ibíd., p. 16.

(8) Ibíd., p. 17.

(9) Ibíd., p. 18.

(10) Oposición, núm. 403, 11-X-81, p. III.

(11) Ibíd., p. IV.

(12) Ibíd., p. V.

(13) Ibíd., p. V.

(14) Ibíd., p. IX.

(15) Ibíd., p. XIV.

(16) Estatutos del Partido Comunista Mexicano, México, Ed. del CC, 1981, p. 20.

(17) Oposición, núm. 374, 22-III-81, p. 12.

(18) Alfonso Vélez Pliego, Los comunistas y la renovación del gobierno y la administración de la Universidad Autónoma de Puebla, s. e., s. f. [1981], pp. 14-15.

(19) Proceso, núm. 250, 17-VIII-81, p. 9.

(20) Dí, especial núm. 1, 15-x-81, p. 5.

(21) Ibíd., p. 11.

(22) Ibíd., p. 22.

(23) Por esto!, núm. 13, 24-IX-81, p. 65.

(24) Oposición, núm. 403, 11-X-81, p. 5.

(25) Oposición, núm. 406, 1-XI-81, p. 10.

(26) Oposición, núm. 408, 15-XI-81, p. 3.

(27) Como expresión de la fuerza de atracción del PCM cuatro dirigentes y 40 militantes del Partido Revolucionario de los Trabajadores, Sección Mexicana de la IV Internacional, encabezados por Ricardo Hernández, y la Comisión Coordinadora del Colectivo, escisión de Estrategia, solicitaron en agosto de 1979 el ingreso al Partido Comunista Mexicano. Anteriormente, militantes del Movimiento de Izquierda Revolucionaria Estudiantil (de origen espartaquista), de la Liga Comunista 23 de Septiembre y de otros organismos izquierdistas pasaron a integrarse a las filas del Partido Comunista. Asimismo, retornaron al PCM algunos militantes expulsados o retirados del partido durante los años de 1969 a 1974.

La Haine

¿Para qué sirve la hermandad latinoamericana?. Ariadna Dacil Lanza. NS. Agosto 2022 

Los nuevos gobiernos progresistas no logran reforzar los vínculos regionales. Si en los tiempos de la primera «marea rosa» la unidad latinoamericana parecía parte del espíritu de época, hoy se compone apenas de frases vacías. Con tiempos económicos y sociales distintos, los gobiernos latinoamericanos parecen apostar a resolver los problemas domésticos.

La integración en América Latina, particularmente la promovida por los gobiernos de centroizquierda y progresistas, está en crisis. Y es que las urgencias materiales y domésticas mandan. A ellos se les aplica la máxima de Hegel: «Buscad primero comida y vestimenta, que el reino de Dios se os dará luego por sí mismo».

Centrados en resolver las urgencias de sus comarcas, los gobiernos progresistas latinoamericanos ya no encuentran incentivos en el vecindario.

La escena internacional es, evidentemente, tormentosa. Para América Latina, implica capear las tensiones del ascenso de China –uno de los principales socios comerciales de la región– y el declive relativo de Estados Unidos.

Se trata de dos potencias imbricadas que, por momentos, esbozan intentos de desacople y que demandan al resto de las naciones relaciones monogámicas. Cada país atiende su juego, y solo en los momentos en los que la culpa (o el cliché) los invade, los mandatarios progresistas repiten viejos mantras sobre la «hermandad latinoamericana».

Esta aparece como un vínculo platónico, emocional y «superestructural» con los vecinos. Pero en un mundo entrópico nadie sabe muy bien para qué la quiere.

Los saludos y las fotos compartidas entre los gobiernos englobados bajo las categorías de «nuevo giro a la izquierda» o «nueva ola progresista» –entre los que se incluyen México, Perú, Argentina, Chile, Bolivia y ahora Colombia– eluden la heterogeneidad y los escasos niveles de integración concreta entre ellos. Permanecen las palabras de rigor, pero faltan los hechos que las sustenten.

Cuerpo fragmentado

Así como el infante en sus primeros meses de vida solo logra percibir los distintos miembros de su cuerpo en forma separada –incluso sin sentir que le pertenecen realmente–, los recientes gobiernos progresistas llegan con un cuerpo fragmentado.

Aunque en algunos países ha habido experiencias progresistas precedentes, el «nuevo ciclo» no solo parece tener diferencias con el primero, sino que reúne a gobiernos «primerizos» (en países como México, Perú o Colombia no hubo antes «marea rosa») con otros que retornan al poder luego de pasar por la oposición y, en no pocos casos, por una crisis de identidad política.

Si en los primeros 2000 el progresismo parecía en un franco ascenso –y las diferencias entre los distintos gobiernos se licuaban ante lo que era una verdadera ola posneoliberal–, en esta década el entusiasmo parece ser más nacional que regional.

Y es que el momento es distinto: si a principios de los 2000 el desafío era forjar una nueva hegemonía tras décadas de gobiernos neoliberales, ahora es evitar no solo las permanentes presiones de las derechas, sino las propias crisis internas de los espacios progresistas en el poder.

En no pocos casos, esta «nueva ola progresista» se produce con líderes que buscan quitarse el lastre de «radicales» o «izquierdistas» (como son los casos de Gabriel Boric y ahora el de Gustavo Petro), para lo cual debieron apostar a gabinetes ensamblados que les otorgan una mayor diversidad ideológica y les permiten huir de los significantes críticos que les imputa la derecha.

Además, para aprobar parte de sus programas, muchos de estos gobiernos debieron buscar apoyos legislativos por no contar con mayorías propias. Estas, y no otras, han sido las preocupaciones principales en este nuevo ciclo. El regionalismo, en tal sentido, ha debido esperar.

El panorama es claro cuando se lo observa país por país. En Argentina, Alberto Fernández fue elegido por Cristina Fernández de Kirchner –la líder del mayor espacio político de la coalición peronista argentina– antes de someterse al voto popular. Juntos conformaron una coalición que no les alcanzó para controlar ambas cámaras en el Congreso –y en 2021 incluso perderían la mayoría en el Senado–, aunque sí para «apaciguar» las calles.

El Frente de Todos exploró respuestas dubitativas en el gabinete para sostener la unidad y los recientes cambios –tres ministros de Economía en un mes, entre otros– dan cuenta de una situación doméstica en transformación.

En Perú, Pedro Castillo llegó con menos recursos: un partido prestado con el que solo reunió 37 de 130 escaños del Congreso. Castillo no solo quedó fuera del partido, sino también con la bancada fragmentada y sorteando dos procesos de vacancia.

En Chile, durante el breve camino recorrido de Boric desde que asumió hace casi cinco meses, la prioridad fue que el sello electoral Apruebo Dignidad se tradujera en una alianza de gobierno más amplia, por lo que el presidente magallánico debió preparar un gabinete sumando a parte de la antigua Concertación para reunir voluntades en un Congreso que no controla. Además, la atención se centra en la campaña por el Apruebo en el plebiscito de salida de la Constitución, en tanto Boric sabe que eso condicionará desde la forma de su gobierno hasta las expectativas de cambio que lo llevaron a La Moneda.

Y la lista sigue: Gustavo Petro, recientemente elegido como jefe de Estado colombiano, es considerado el primer presidente de izquierda del país, algo que no necesariamente es visto como un atributo a la hora de gobernar. Por eso, 48 horas antes del balotaje el líder del Pacto Histórico llamó a formar un Gran Acuerdo Nacional con partidos de centro, con los que luego de la elección formó una alianza para que cedan su apoyo en el Congreso y a los que asignó carteras en su gabinete.

En el caso boliviano, la mayoría con la que llegó Luis Arce al gobierno era fundamental para asentarlo en el poder luego del golpe de Estado y, si bien logró controlar la Asamblea Legislativa en 2021, el Movimiento al Socialismo (MAS) mantiene una interna por la sucesión entre quienes lideran el gobierno: Arce y el vicepresidente David Choquehuanca, y el ex-presidente y jefe del MAS, Evo Morales.

El caso de Andrés Manuel López Obrador en México es algo diferente, en tanto logró acceder al poder con mayorías parlamentarias propias, aunque perdió el quórum durante las elecciones legislativas en pandemia. Sus prioridades también han estado lejos de las alianzas progresistas –el Grupo de Puebla parece ser más del orden de lo testimonial–, y se han focalizado en acuerdos con Estados Unidos, su relación con algunos países centroamericanos y el Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC).

La situación se muestra claramente diferente a la del primer ciclo progresista. No se trata solo de la carencia de mayorías propias en los Parlamentos, sino de las constantes crisis de los espacios de centroizquierda ante situaciones económicas adversas y presiones de las diferentes derechas.

Más allá de la homogeneidad o de las diferencias internas propia de todo gobierno, es palpable que los nuevos líderes progresistas se abocaron a conflictos nacionales. A la hora de buscar soluciones, no parecen encontrar incentivos en la «hermandad latinoamericana». Y es lógico que así sea.

Muchos de los conflictos actuales –como los de la Araucanía en Chile o la trabajosa implementación de los Acuerdos de Paz en Colombia– constituyen prioridades locales de cada gobierno y no demandan trazar solidaridades regionales.

Al mismo tiempo, la migración venezolana ha empezado a movilizar a líderes como Boric y Castillo, quienes tímidamente han restablecido relaciones con Venezuela, aunque aún temerosos por su impacto en la opinión pública interna.

Fernández, Arce, López Obrador y Castillo, que sí tuvieron que atravesar toda o parte de la pandemia de covid-19, no articularon medidas más allá de los ámbitos bilaterales, en los que el mayor hito fue la producción colaborativa de vacunas entre Argentina y México.

La urgencia argentina en torno de la deuda con el Fondo Monetario Internacional (FMI), tema nuclear del gobierno de Fernández, obtuvo apoyos simbólicos en la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac). Pero en líneas generales, si bien la idea de la integración latinoamericana ha formado parte de sus discursos, aparece en un lugar desplazado.

Regionalismo zigzagueante

La doble crisis del regionalismo latinoamericano y del multilateralismo interamericano se produce en medio de una transición hacia un nuevo orden global. La disputa entre China y Estados Unidos genera rivalidades crecientes entre dos potencias que –ampliamente imbricadas, a diferencia de lo que sucedía con la Unión Soviética– pujan por su desacople y arrinconan al resto de los actores del tablero a optar por algún bando.

Esas rivalidades se escenifican en temas que van desde la tecnología 5G hasta asuntos más focalizados como, por ejemplo, la base espacial china en Argentina. La disputa hegemónica se ha intensificado en el marco de la invasión rusa de Ucrania y ha implicado el pedido de las potencias occidentales a los países de América Latina de que adopten definiciones en torno de Rusia en foros como el Consejo de Derechos Humanos de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) o el G-20.

Y si bien Moscú no es China, el nuevo concepto estratégico de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) deja claro que, para esa organización, ambas naciones forman parte de un mismo eje y que representan las principales amenazas para Occidente. Se trata de la misma mirada que Estados Unidos ya había consignado en su última Estrategia de Seguridad Nacional.

Más allá de las afinidades o distancias ideológicas de los líderes progresistas con China, la creciente presencia en la región de la potencia asiática complejiza las definiciones y libra a cada nación a su suerte. Esas son las pocas decisiones que puede tomar América Latina, que, en este dilema, «vuelve a ser un rule taker» y no «un rule maker», es decir, una región sin «capacidad real de influencia».

En medio de un escenario internacional entrópico, los liderazgos progresistas de América Latina se preguntan, en voz baja, si queda algo de regionalismo latinoamericano, de qué tipo sería y para qué podría servir. Si se observan los antecedentes, hay un zigzagueante recorrido de cambios de estructuras que ha dejado ese regionalismo exhausto .

Si en el periodo que va desde los primeros años del siglo XXI hasta 2015, instancias como el Mercado Común del Sur (Mercosur), la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur), la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (Alba), la Celac y la Comunidad Andina de Naciones (CAN) se vieron fortalecidas y revitalizadas, los años  siguientes estuvieron caracterizados por la salida de varios países de algunas de esas instancias, con el consecuente intento de forjar estructuras alternativas –con nuevas identificaciones ideológicas, alejadas de las previas-, como la creación del Foro para el Progreso de América del Sur (Prosur) o el Grupo de Lima.

En paralelo, los rezagados de la etapa anterior crearon instancias de articulación política como el Grupo de Puebla, mayormente habitado por sectores de oposición (salvo México y luego Argentina a partir de la victoria de Fernández). Este último grupo logró funcionar de forma articulada para conseguir asilo para Evo Morales luego de que este fuera depuesto. Sin embargo, no tuvo ningún otro logro significativo y hasta ahora no ha funcionado más que como un club de debate político.

Asimismo, muchos de los gobiernos progresistas, aun cuando parten de posiciones más o menos similares, no han priorizado el comercio entre sí. Si el comercio intrarregional fue clave en los años de la primera oleada progresista, en la actualidad existe un escenario más bien fragmentado.

Frente al ascenso de China como uno de los principales socios comerciales de países de la región como Chile, Brasil, Argentina o incluso la CAN y el declive relativo de Estados Unidos –salvo para países como Colombia, Venezuela y Ecuador–, las iniciativas de integración regional atraviesan situaciones de «irrelevancia, estancamiento o desmantelamiento».

Las dinámicas comerciales, como afirman los investigadores Esteban Actis y Bernabé Malacalza, «refuerzan la primarización o la escasa diversificación de las economías e incrementan los incentivos para buscar atajos bilaterales fuera de los espacios de convergencia regionales».

El caso más reciente es el del presidente uruguayo Luis Lacalle Pou, quien no solo impulsa la firma de un Tratado de Libre Comercio con China, sino que también anunció que solicitará el ingreso de su país al Acuerdo Transpacífico (TPP11), el cual fue impulsado por Chile y cuya ratificación aún se encuentra en el Senado del país trasandino. Aunque, como sostuvo la analista Julieta Zelicovich, hay un hiato entre los planes de Lacalle Pou y su concreción, lo cierto es que el tema eclosionó en la última cumbre del Mercosur, en la que Uruguay se abstuvo de firmar la declaración conjunta.

En tanto, Boric –que llegó al balotaje presidencial con un programa que leyó bien el contexto porque eliminó la idea previa de pedir el ingreso pleno de Chile al Mercosur– envió una delegación a la última cumbre del bloque como una suerte de asociado, y allí su ministra de Relaciones Exteriores, Antonia Urrejola, lo definió como una «prioridad» para el gobierno chileno.

Esto no solo desató polémicas en el país, sino que dista de ser una realidad, ya que el Mercosur es apenas su cuarto socio comercial, luego de China, Estados Unidos y la Unión Europea.

Por eso, funcionarios del gobierno de Boric fueron objeto de críticas cuando se reunieron con grupos que alientan un «Chile sin Tratados de Libre Comercio» o exhibieron posiciones críticas del buque insignia de administraciones previas –en particular, del Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica, del que México y Perú también son parte–.

Además, Chile es miembro de la Alianza del Pacifico y tiene numerosos tratados de libre comercio firmados, y lo cierto es que América Latina perdió importancia como mercado para los chilenos, aun cuando el proyecto de Constitución, en sus escasas referencias a la política exterior, «declara a América Latina y el Caribe como zona prioritaria en sus relaciones internacionales».

En el caso de López Obrador, su decisión de elegir a Estados Unidos como primer país a visitar como presidente fue anticipatoria y emblemática. El principal tema del mandatario mexicano fue la entrada en vigor del T-MEC, que definió como «un gran acuerdo». El T-MEC buscó actualizar términos y condiciones del viejo Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), pero no significó un cambio en la dependencia mexicana de Estados Unidos.

En tanto, los países de la Asociación Latinoamericana de Integración (ALADI) lograron repuntar la caída de los dos años previos de los niveles de intercambio intrarregionales en 2021. Sin embargo, estos aún son bajos.

En suma, el grado de integración regional se mantiene en los niveles mínimos históricos, similares a los existentes a mediados de la década de 1980.

Regionalismo platónico

El tipo de prédica latinoamericanista que caracterizó a la primera ola de gobiernos progresistas se ha apagado, pero no se ha ido. En rigor, existen algunos conatos de esa prédica, aunque atenuados. Las tensiones que despierta la situación de Venezuela y, en menor medida, la de Cuba y Nicaragua, sigue siendo una herida abierta que, dentro del progresismo, está lejos de suturarse.

Esta lesión a la unidad no ha quedado atrás en pos de un pragmatismo que permita superar las diferencias entre los gobiernos actuales y ha permeado las relaciones regionales e interamericanas. De hecho, en la última Cumbre de las Américas se teatralizaron nuevamente esas rivalidades. Estados Unidos debió asumir el costo de su decisión de no cursar invitaciones a Caracas, La Habana y Managua.

Por esas exclusiones recibió el desplante de los líderes de México y Bolivia, además del amague de ausentarse de parte de Argentina –revertido con promesas de encuentros bilaterales– y las críticas de la mayoría de los líderes asistentes, entre ellos Fernández, Boric y Castillo. Brasil también planteó la posibilidad de no asistir, pero por la fría relación entre Jair Bolsonaro y Joe Biden.

Las dos posiciones más antagónicas fueron, por un lado, la de Bolivia que, como parte del Alba, mantuvo una reunión con sus pares días antes en La Habana en rechazo a la decisión de Washington de marginar a aquellas tres naciones; mientras que en el otro extremo estuvo Colombia, que mantuvo su alineamiento 100% con Estados Unidos (sin embargo, la victoria de Petro alumbra un posible posicionamiento alternativo en instancias similares).

El caso de Castillo ha sido el más ecléctico, ya que se ha abstenido de hacer críticas a los tres países en la mira de Estados Unidos y, a la vez, ha restablecido relaciones con Venezuela después de cuatro años sin embajadores. Además, se ha despegado del Grupo de Lima, que en los años previos reconocía a Juan Guaidó como presidente venezolano. Sin embargo, los tres cambios de cancilleres que hizo Castillo, además de la ruptura con su partido Perú Libre, hizo que las posiciones en política exterior entraran en una deriva.

Las tensiones y diferencias entre los mandatarios americanos ya se habían hecho patentes durante la carrera por la sucesión del mando en el Banco Interamericano de Desarrollo y los cuestionamientos al accionar de la desahuciada Organización de los Estados Americanos (OEA).

De esta última incluso se intentó una suerte de reemplazo en medio del relanzamiento de la Celac en 2021. «La Celac en estos tiempos puede convertirse en el principal instrumento para consolidar las relaciones entre nuestros países de América Latina y el Caribe de alcanzar el ideal de una integración económica con Estados Unidos y Canadá en un marco de respeto a nuestras soberanías», soñó López Obrador durante la sexta cumbre del bloque en septiembre pasado, en línea con las ilusiones que despertó en muchos cuando dos meses antes propuso sustituir a la OEA por otro organismo «no lacayo de nadie».

Bolivia ha sido el abanderado de la causa anti-OEA. Sin embargo, Castillo –que con Perú Libre definía a la OEA como «un organismo de control geopolítico de Latinoamérica y el Caribe», además de criticar a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) y a la Corte Internacional de Derechos Humanos– llegó a pedir que una comitiva de la OEA «se instale en el Perú» para «luchar contra la corrupción» y firmó acuerdos con la organización en este sentido.

Una vez que asumió la Presidencia de Chile, Gabriel Boric mostró una actitud más pragmática respecto a Venezuela, Cuba y Nicaragua. Su posición se mantuvo crítica con los tres países excluidos de la Cumbre en Washington, pero pidió su participación. La postura argentina fue similar respecto a la OEA (pidió que no legitimen más procesos de desestabilización en la región), pero no en sus críticas a Venezuela, Nicaragua y Cuba, respecto a los que, en general, ha tenido posiciones menos confrontativas que las de Boric.

El presidente chileno suspendió la presencia de Chile en Prosur y apostó por Celac, aunque advirtió que «hay que dejar de crear organizaciones en función de las afinidades ideológicas de los mandatarios de turno», entre las que mencionó a «Prosur, Unasur o el Grupo de Lima y la serie de siglas conocidas». «No sirven para unirnos y avanzar en la integración».

A la par, la designación de Antonia Urrejola como su canciller fue cuestionada por algunos países latinoamericanos por haber formado parte de la OEA en tiempos del golpe de Estado en Bolivia y de presidir la CIDH, desde donde hizo duras críticas al gobierno de Nicaragua y al de Venezuela. Sin embargo, esas críticas ocultan sus declaraciones sobre el accionar del gobierno de Iván Duque durante las protestas en Colombia o a la represión durante el gobierno de Jeanine Áñez, que también condenó duramente.

Lo que vendrá

La crisis del regionalismo latinoamericano excede nítidamente a la de las formas en que el progresismo ha percibido esta materia. Sin embargo, la experiencia de la primera «marea rosa», plagada de instituciones y acuerdos regionales, marcó a fuego la experiencia regionalista. Si bien muchos esperaban que, ante el regreso de una ola progresista a la región, se produjera también el de una serie de pactos regionales que dieran prioridad a las posiciones de América Latina, esto ha estado lejos de verificarse en la práctica.

Una ola de regresos progresistas más débiles y una serie de ascensos de nuevos liderazgos que hacen una primera experiencia en un contexto mucho más crítico que el de los primeros 2000 han contribuido a un escenario en el que las declaraciones sobre la «patria grande» y la «hermandad latinoamericana» no resultan más que frases vacías.

Para algunos, el eventual triunfo de Luiz Inácio Lula da Silva en las elecciones brasileñas podría modificar ese panorama, pero no es claro que eso vaya a ser así. De ganar, Lula deberá resolver un panorama nacional complejo, y no es evidente que, más allá de sus apuestas regionales, pueda volver a reproducirse el marco de la década de 2000-2010. Esta nueva ola progresista atiende hoy conflictividades locales y busca atajos para mantenerse en pie. Y aunque en términos declamativos no son pocos los que hablan del valor de la integración, nadie sabe muy bien, en este contexto, para qué les haría falta. Quizás el primer paso sea definir eso: la identidad de un nuevo regionalismo. Pero no es lo que esta sucediendo.

Tres preguntas para Xi. Josep Piqué. Octubre 2022

Cada cinco años, China escenifica ante los ojos del mundo la maquinaria que gobierna el Estado y su partido único. El 16 de octubre comienza en el Palacio de la Asamblea del Pueblo de Pekín el XX Congreso del Partido Comunista Chino (PCCh), que decidirá la composición del núcleo del poder político de la superpotencia asiática: los 205 miembros del Comité Central, los 25 del Politburó y los 7 del Comité Permanente del Politburó. Aunque se trata de un ejercicio de votación puramente formal, donde 2.296 delegados procedentes de todo el país eligen a nombres y cargos acordados de manera previa, no por ello deja de ser un acontecimiento del máximo interés político dentro y fuera de la República Popular. El rumbo de China para los próximos cinco quedará marcado en apenas una semana.

Este Congreso de 2022 estaba llamado a ser especialmente significativo, ya que debía elegir al nuevo secretario general del PCCh y presidente de China si no se hubiera abolido la limitación de dos mandatos sucesivos de cinco años. Xi Jinping fue elegido secretario general del PCCh en el Congreso de 2012 y nombrado presidente de China en 2013, por lo que este año el partido debía designar a un nuevo líder. Sin embargo, en marzo de 2018, Xi cambió las reglas de juego, aprobando una modificación que extendía de forma ilimitada su poder como jefe del Estado. El secretario general del PCCh es también presidente de la Comisión Militar Central, al mando del Ejército Popular de Liberación y de la Policía Armada.

Xi justificó la supresión de la limitación de mandatos en la necesaria continuidad de la dirección política en un momento en el que China se consolida como potencia global, en un escenario internacional crecientemente competitivo y, sobre todo, ante el inevitable cambio de su paradigma de crecimiento económico, pasando de un modelo exportador-manufacturero a otro más innovador y con un mercado interno más sólido. Según Xi, el momento histórico requiere un control firme sobre el partido, el Estado y las fuerzas armadas.

La apuesta era arriesgada hace un lustro. Hoy, después de lo acontecido, tanto dentro en China como fuera, parece serlo todavía más. Por tres motivos: primero, la situación económica se ha deteriorado en todo el mundo; segundo, por primera vez en décadas, las reglas de juego de la sucesión del poder en China se han roto; y tercero, el escenario internacional, a raíz de la guerra en Ucrania, se ha vuelto más hostil hacia Pekín. Esto nos lleva a plantearnos tres preguntas, interrelacionadas, acerca del futuro de Xi, del PCCh y de la República Popular. ¿Aguantará la economía china? ¿Mantendrán la cohesión el PCCh y la sociedad china? ¿Saldrá airosa la posición internacional del país del conflicto en Ucrania?

    «Por primera vez desde 1990, se espera que China crezca más lento que el resto de Asia»

Antaño motivo de orgullo, la economía china es hoy un quebradero de cabeza para los dirigentes del PCCh. Por primera vez desde 1990, este año se espera que China crezca más lento que el resto de Asia. Los principales problemas macro son “el exceso de ahorro, su concomitante, el exceso de inversión, y su corolario, las crecientes montañas de deuda improductiva”, explica Martin Wolf en Financial Times. El paradigma de todo lo que ha ido mal lo podemos encontrar en el sector inmobiliario, que venía aportando alrededor de una cuarta parte del PIB. Lo que comenzó como una crisis inmobiliaria –caracterizada por la caída de las ventas de inmuebles y una serie de impagos de los promotores, tras años de créditos baratos y una regulación cada vez más permisiva– se está transformando en una crisis financiera a nivel de los gobiernos locales, asfixiando el crecimiento de la economía. En este terreno, no parece que las cosas hayan cambiado demasiado desde que, en 2007, el entonces primer ministro Wen Jiabao calificase la trayectoria de crecimiento nacional como “inestable, desequilibrada, descoordinada e insostenible”.

Por otra parte, la política de “Covid cero” impuesta por el régimen ha añadido sal a la herida: los confinamientos masivos han sido continuados, con los consiguientes parones en la producción. La alargada sombra del PCCh se ha dejado sentir también en mercados estratégicos como el tecnológico, reduciendo el valor de los gigantes chinos del sector, que en el último año se han visto crecientemente intervenidos por el Estado.

El temor a una recesión mundial por la guerra en Ucrania, mientras tanto, mina aún más la confianza en la solidez de la economía china. A pesar de todo ello, el plan de Xi continúa inalterado: pasar de un modelo de inversión a uno de consumo, convirtiendo a China, para 2035, en una economía de ingresos medios con una sociedad mayoritariamente acomodada. Un reto mayúsculo, tan difícil como el llevado a cabo en los años ochenta, cuando el régimen apostó por un modelo de crecimiento basado en la exportación. ¿Lo logrará Xi, como lo logró Deng Xiaoping?

Escarmentado por los excesos y desastres provocados por las políticas de Mao, Deng estableció un sistema de liderazgo colectivo que robusteció al PCCh y acompañó a China en su proceso de desarrollo económico, al tiempo que acababa con todo atisbo de culto a la personalidad. Xi ha roto ahora con todo ello.

No hay que llamarse a engaño: al igual que otros partidos comunistas en el poder, el PCCh siempre ha sido una organización vertical, jerárquica y opaca. Desde 2012, sin embargo, Xi ha dado una vuelta de tuerca al Partido-Estado, reforzando la verticalidad y la acumulación del poder en la toma de decisiones, al tiempo que ha promovido el encumbramiento de su figura, como en tiempos de Mao. Según el sinólogo francés Jean-Pierre Cabestan, todo ello habría alimentado las críticas no solo entre las facciones liberales y reformistas, sino entre la élite del PCCh en su conjunto. ¿Habrá ido Xi demasiado lejos?

    «La pandemia de Covid ha permitido al PCCh desplegar un control más estricto de la población, gracias a tecnologías de vanguardia como el reconocimiento facial»

En paralelo a este proceso, China ha profundizado en su transformación en un Estado policial con tecnología de vanguardia. La pandemia de Covid ha permitido al PCCh desplegar un control más estricto de la población, con controles térmicos, geolocalización y reconocimiento facial, a lo que se añade un sistema de censura a través de internet para monitorear y sofocar las críticas ciudadanas.

En Xinjiang, los expertos debaten si calificar de genocidio la represión de la minoría uigur. Desde 2016, al menos un millón de personas habrían sido detenidas sin juicio en la región autónoma. Y en Hong Kong, la asimilación del enclave ha convertido en papel mojado el acuerdo de “un país, dos sistemas” firmado por Londres y Pekín. Hoy la excolonia británica es mucho menos libre y autónoma que en 1997. ¿Cuánta represión podrán aguantar las minorías del país? ¿Y la mayoría de la población?

Tal vez sea el frente internacional, sin embargo, donde los planes de Xi hayan sufrido un mayor revés. La invasión rusa de Ucrania no ha cambiado la meta del PCCh de convertir a China en la gran superpotencia global, en sustitución de Estados Unidos, pero quizá sí el calendario y la hoja de ruta. Hoy Occidente no parece tan necesitado, tan en declive como en 2017, cuando Xi visitó Davos asegurando a los presentes y al mundo que podían contar con China para la defensa del multilateralismo y el libre comercio.

La guerra en Ucrania, sin duda, ofrece ventajas a China. En primer lugar, echa a Rusia en sus brazos. El yuan es hoy la divisa más intercambiada en la bolsa de Moscú. En segundo lugar, el conflicto distrae –momentáneamente– a Washington del Indo-Pacífico, fijando su atención en Europa. Al mismo tiempo, la guerra puede ofrecer a China, llegado el momento, una palanca de negociación con EEUU y la Unión Europea.

Pero se trata de ganancias a corto plazo. Una derrota de Rusia sería una pésima noticia para Xi. Peor aún sería si Vladímir Putin cumple su amenaza nuclear, lo que obligaría a Xi a acabar con cualquier ambigüedad en su apoyo hoy implícito a Moscú. Además, la experiencia ucraniana no ofrece un buen ejemplo de todo lo que puede salir mal en Taiwán.

En los últimos años, la historia parece haber conspirado contra Xi y sus sueños de convertirse en el nuevo Gran Timonel de una China sin rival. O quizá no, quizá conspire a su favor. Lo veremos en el próximo lustro.

Réquiem por un sueño: a cien años de la fundación de la URSS.Oleg Yasinsky. Diciembre 2022

Pertenezco a una generación privilegiada. Nací a finales de los años 60 en Kiev, la capital de una Ucrania soviética y socialista, y tuve la suerte de pasar los años de mi infancia, adolescencia y hasta mi juventud en un país satanizado como ningún otro en la historia de la humanidad: la URSS.

Un recuerdo enorme, que tendremos que rescatar del olvido. No para los museos, sino como material para los nuevos andamios de los tiempos que vienen. Es una tarea inmensa que todavía está por hacerse.

Conversando en La Habana con el hijo mayor del Che, Camilo Guevara, un gran ser humano que hace poco meses partió, cuando tratábamos de analizar el rol de la Unión Soviética en la historia mundial, él me dijo:

«(…) Estamos hablando de una gran nación que desarrolló una revolución autóctona y épica contra viento y marea. Que venció a las hordas nazi fascistas a costa del sacrificio de su pueblo, haciéndole un favor impagable a la humanidad. Los soviéticos realizaron hazañas de diversa índole y en infinidad de campos. Soy de los que creen que ni los críticos o enemigos más objetivos o viscerales de la URSS se esperaban algo así. Siempre tuve la convicción de que no había fuerza capaz de destruir tan enorme obra. Subestimé la burocracia política, la acumulación de errores y la influencia capitalista en la mentalidad de algunos dirigentes. (…) Creo que todavía hay que hacer un análisis lo más científico posible. Es decir, despojado de cualquier atisbo de sentimentalismo o afinidad ideológica para llegar a un resultado más o menos preciso. No abogo por que se aborde este tema sin perspectivas militantes o de clase, eso es imposible, solo pido que se vea como una experiencia que se debe desnudar, radiografiar, auscultar hasta el último e insignificante pedacito para descubrir las raíces de lo que estuvo mal o bien, porque esa experiencia es, quizás, en una versión mejorada, la única forma que existe de salvarnos como especie…» 

El peor crimen que cometió la URSS, aquel que nunca se le perdonará, fue el de haber sido una esperanza compartida para lograr una sociedad más justa, más digna y más humana. Esto es lo que la Unión Soviética le entregó no solo a sus habitantes, sino a todos los pueblos del mundo sin excepción alguna.

Desde el triunfo de la Revolución bolchevique en la lejana y exótica Rusia, el mundo no volvió a ser el mismo. El poder de los soviets (consejos populares) desafió a aquel anterior orden establecido desde arriba para aplastar a los de abajo, orden que hasta entonces parecía inmutable. 

En la Unión Soviética desde niños aprendimos que la felicidad en la vida consistía en ayudar a los demás y que nuestro destino era conocer el Universo sin límites. Solo teníamos que estudiar y aprender mucho, ser buenos compañeros, convertirnos en personas dignas de nuestros padres y nuestros abuelos. Teníamos los servicios de salud y educación totalmente gratuitos; aún más: en la universidad, por las buenas notas, el Estado nos pagaba. Leíamos muchísimo y veíamos bastante cine.

Soñábamos con viajar por el mundo, haciéndonos amigos de todos los países, culturas y colores. Sentíamos que el futuro era nuestro, que estaba al alcance de nuestros años, y a nuestra generación le correspondería acabar con las guerras y hermanar a los pueblos del mundo, encontrando las curas para las enfermedades y terminando con la injusticia y la explotación del hombre por el hombre, en la historia humana. Soñar con tener mucho dinero estaba mal visto.

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Creíamos profundamente en el amor romántico, pudoroso, inocente y en la amistad desinteresada como valores supremos. No nos sobraba nada, pues no teníamos lujos, ni grandes viviendas, ni viajes al extranjero. Tampoco nos reuníamos con nuestros amigos en los cafés ni en los restaurantes, sino en nuestros hogares, donde compartíamos lo poco y lo mucho que teníamos. Conocíamos la literatura, la música y el cine de todo el mundo y no nos cansábamos de conversar ni de querer conocer más. Cuando alguien se enfermaba, los médicos iban a visitarlo gratis en su domicilio. Las mujeres se jubilaban a los 55 y los hombres a los 60 años. Teníamos como los derechos constitucionales, a la salud, la educación y la vivienda gratuitas, que se cumplían rigurosamente. 

Si nos ponemos a contar todo esto hoy, en la mayoría de los países muchos nos dirán que es una exageración propagandística o un delirio de viejitos nostálgicos, que es mentira porque la vida real ya no es así y todas estas cosas jamás podrían ser ciertas ni posibles. Otros, más informados, tendrán preparados sus mil peros, recordando los absurdos de la burocracia, las represiones políticas de Stalin, las múltiples formas de no libertades ciudadanas, las dificultades para poder salir al extranjero, las enormes colas y el déficit de los productos en las tiendas, la censura y la gran distancia entre el discurso oficial y las conversaciones en privado. También sería verdad, pero una de esas que, sin contextos ni matices, más se acerca a ser mentira. 

Es muy difícil hablar de la Unión Soviética desde el reino de lo secundario, tan normalizado y generalizado por el capitalismo, donde la libertad de elegir entre mil colores y texturas de papel higiénico es algo que con tanto descaro se presenta como uno de los pasos hacia la felicidad plena. Los que nunca supieron soñar con nada fuera de su bienestar personal no tienen cómo entender los logros y fracasos del proyecto soviético, y no porque algo sea malo o bueno, sino por lo incomparables que son sus dimensiones, niveles y tamaños. 

La URSS fue la primera y la más contundente prueba de que es posible una larga existencia de una sociedad donde el dinero no sea ni valor central ni la principal condición para el desarrollo humano. Sí, en la Unión Soviética era muy importante el dinero. Pero no lo era todo, y creo que ésta es precisamente su principal diferencia con las sociedades occidentales. 

No es verdad que la URSS fue destruida por su incapacidad económica de competir con Occidente. Tampoco es cierto que su caída fue el resultado de un largo o inteligente trabajo de los servicios de inteligencia enemigos.

La Unión Soviética no dejó de existir por un enemigo político externo, lo que la destruyó fue su propia falta de democracia y de participación real de los ciudadanos en la toma de decisiones del Estado, junto a la ingenuidad e infantilismo político de su pueblo, que no supo valorar ni defender sus enormes conquistas sociales.

La nueva generación de oportunistas burócratas en el poder, que masivamente permearon al Estado, entendió que le convenía mucho más el capitalismo y, aprovechando la falta de experiencia política del pueblo, desde los tiempos de Gorbachev, desató una tremenda campaña política anticomunista que no ha parado hasta el día de hoy, y luego, encabezada por Yeltsin, dio un golpe de Estado de derecha. Entendíamos de todo, excepto de política. No nos dimos cuenta. 

Pasaron décadas… y mientras en algunas repúblicas exsoviéticas hordas de ignorantes alentados por el poder y su prensa destruyen todavía los últimos monumentos a Lenin, pasando a profanar las tumbas y memoriales de los soldados antifascistas, en otras ciudades los pueblos se juntan el dinero para poner de nuevo las estatuas de José Stalin. No discutiremos ahora sobre qué tan malo o qué tan calumniado ha sido este personaje, dejemos esto para mejores tiempos, pero ese hecho en particular nos dice que la gente siente una enorme necesidad de aferrarse a su memoria histórica, donde perdura aquel proyecto que con sus luces y sombras nos abría un futuro para todos, que nos hacía soñar con un mundo diferente, cuando la palabra ‘futuro’ no despertaba miedo, sino esperanza y anhelo.

Con las trágicas experiencias de este nuevo milenio, aprendimos que el tiempo es reversible. Los pueblos de ahora simplemente no encuentran ideologías ni esperanzas en otras visiones del ‘progreso’.

Todo análisis histórico, mínimamente serio, nos vuelve a hacer pensar en la grandeza de un pueblo que fue capaz de crear otro tipo de economía y de salirse del dominio cultural ajeno y crear el suyo propio, otro proyecto estético, espiritual, ético, un recuerdo imborrable que hoy da alas para saber que puede volver a hacerse, aunque no sea el mismo… porque, como dice la canción ‘Todo Cambia’, «Y lo que cambió ayer, tendrá que cambiar mañana». Porque todo lo que fue criticado de la URSS, incluidos los peores errores y problemas no resueltos del ‘socialismo real’, hoy son la constante en la sociedad que vivimos, solo que están aumentados y multiplicados con creces por la degeneración del mundo capitalista neoliberal moderno.

Si en la URSS muchas cosas funcionaban mal, en el sistema actual no funciona prácticamente nada, solo si son negocios para muy pocos, a muy corto plazo y a costa de todo. Hablando de los ‘campos de concentración’ o prisiones soviéticas, las seudodemocracias de hoy por todos lados multiplican miles y miles de otras, de todo tipo, visibles e invisibles, mucho peores que las de aquel tiempo.

Y la peligrosa nostalgia por la URSS cada vez más, se parece  a una nostalgia por el futuro.

Las lenguas no tienen jerarquías. Renato García González. Agosto de 2022

A veces suelen escucharse opiniones afirmando que algunas lenguas son mejores que otras para algo: el alemán es la lengua de la filosofía, el francés es la lengua del amor, el inglés es la lengua del progreso. En los hechos, parece que así es, que si hablas una lengua de aquellas (lenguas europeas, por cierto), puede ser que tengas más oportunidades en el mundo.[1]

Entonces, cabe preguntarse ¿por qué algunas lenguas parecen ser más exitosas que otras?, ¿por qué en algunas lenguas la gente parece producir más ciencia o más literatura?, ¿por qué unas lenguas no se escriben siquiera? Desde mi punto de vista, en todos los casos es porque las lenguas no son entidades separadas de las personas y pueblos que las hablan.

Las lenguas se adaptan a las necesidades de los hablantes y se vuelven instrumentos útiles para la expresión de todo lo relevante en la vida de las personas; por lo tanto, la gente es la que cambia a las lenguas. Al ser una posesión inherente de cada persona, las lenguas viajan con quienes las hablan; las lenguas van a donde quiera que vayan sus hablantes; también cuando dos personas entran en contacto, la lengua o la forma de hablarla se convierte en la característica más destacada de las personas. Cuando una persona o un pueblo completo viaja de un lugar a otro, inevitablemente, su lengua va con ellos.

No siempre es la regla que cuando dos personas o grupos de personas se encuentran lo hagan en términos amistosos. Puede ocurrir que esos encuentros estén cruzados por el conflicto entre las personas; cuando esto ocurre y una de esas personas o grupos resulta vencedora, su lengua suele vencer e imponerse.

Hay un dicho muy común entre los lingüistas (atribuido al sociolingüista Weinreich): “una lengua es un dialecto con ejército”. Esta frase trata de capturar la idea de que fuera del conflicto y fuera de las nociones de vencedores y vencidos, todas las lenguas son iguales, pero en cuanto un grupo se impone a otro, su lengua (o su forma local de hablar) también se impone a los otros.

No siempre los conflictos tienen que ser bélicos per se, a veces la simple llegada de un grupo de personas a un territorio nuevo suele ser suficiente para que estos procesos se inicien. El sociolingüista Joshua Fishman notó en sus estudios que cuando tales conflictos ocurren entre las personas y las lenguas que hablan son diferentes, suele atribuírsele a las lenguas, por extensión, las propiedades atribuidas a las personas que las hablan.[2]

Sin duda, los casos más dramáticos suelen ser aquellos en los que a raíz de un conflicto bélico o de una invasión —como la ocurrida en el continente americano en el siglo XVI—, un grupo termina imponiéndose a otro y con ello su lengua también se impone, y se inicia un proceso de sustitución lingüística.

Si regresamos a la expresión “una lengua es un dialecto con ejército”, tenemos un término fuertemente malentendido fuera de la lingüística: dialecto. En un uso cotidiano, en México, esta palabra suele utilizarse para referirse, en un sentido despreciativo, a las hablas propias de los pueblos originarios.

Detrás de este uso, suele haber una fuerte carga de racismo:  se cree que esas formas de hablar de alguna manera son meros sistemas de comunicación carentes de cualquier complejidad atribuida a las lenguas —casi siempre, en esa conceptualización cotidiana, se trata de las lenguas de origen europeo como el español, el alemán, el francés o el inglés—.

Según esta manera de pensar, el título de lengua sólo lo puede ostentar una forma de hablar que tenga una tradición literaria que la respalde, en la que se escriba lo mismo poesía que ciencia, que sea buena para las canciones más pegajosas, para hacer exitosos negocios o escudriñar las profundidades de la filosofía.

Este uso cotidiano de dialecto, como decíamos, está cruzado por un profundo racismo que se ha originado desde los fundamentos del sistema educativo nacional en el que se consideraba que las lenguas originarias serían un lastre para el desarrollo y el alcance del ideal liberal de una nación con una lengua.

La lingüista Yásnaya Aguilar (2016, 2019)3 ha escrito extensamente acerca de cómo desde el sistema educativo se han reproducido ideas cuya gravedad es tal que ha hecho creer a sus ciudadanos 1) que en México sólo se habla español, 2) que las personas indígenas, de alguna manera, desaparecieron después de la Conquista y 3) que si escuchamos otra cosa que no sea español, seguramente es un sistema de comunicación incompleto.

Este ha sido un muy bien orquestado esfuerzo por invisibilizar no sólo lenguas, sino personas. Recordemos que las lenguas no existen en abstracto: residen en el interior de las personas y todo lo que se hace a las lenguas, en realidad, se hace a las personas que las hablan.

En un sentido técnico —un poco árido para el lector no especializado, pero apasionante para los lingüistas—, el concepto de dialecto tiene que ver con el reconocimiento de maneras diferentes de hablar una misma lengua atendiendo a diferencias geográficas. Es decir, podemos decir que un dialecto es una manera regional de hablar una misma lengua.

Así, tenemos que el español que hablamos en México, es un dialecto de la lengua española: por ello, en ese sentido, el español que hablan en Argentina, en Chile, en Perú y en España, son todos dialectos de esa lengua española. Una lengua sería en un sentido muy laxo la suma de todas sus variantes regionales o dialectos.

Los lingüistas tienen muchos criterios para determinar qué tanto puede variar una lengua regionalmente para seguir siendo dialecto y antes de convertirse en otra lengua, pero baste decir que mientras dos personas de diferentes regiones se entiendan una a la otra sin demasiado esfuerzo, podemos decir que estamos frente a dos dialectos de una misma lengua.

Teniendo en mente lo anterior, entonces, sólo podríamos decir desde un punto de vista técnico, que hay dialectos del español, dialectos del náhuatl, dialectos del inglés, dialectos del teenek, etcétera, en la medida en que esas lenguas tienen variantes regionales.

Para que no quepa duda: las hablas originarias de México no son dialectos, en el primer sentido que comentamos arriba, sino son lenguas completamente, en el sentido que recién mencionamos. Las lenguas originarias de México son resultado de exactamente los mismos procesos cognitivos que dieron origen a lenguas como el alemán o el francés, y sus hablantes tienen exactamente las mismas precondiciones cognitivas: un lexicón compuesto de un conjunto finito de palabras y una capacidad combinatoria que les permite unir esas palabras para crear expresiones y significados potencialmente infinitos.

De tal forma, desde una perspectiva cognitiva y lingüística —científica en última instancia—, no hay una lengua mejor o más apta que otra. La impresión que tenemos de que el alemán sea la lengua de la filosofía y el inglés la del progreso es el resultado de procesos históricos que permitieron a los pueblos que las hablan imponerse a otros en ciertos campos, ya sea por la fuerza o por el monopolio de las condiciones materiales. EP

Versión modificada del capítulo ‘Lo individual y la esfera social de la lengua’ del libro La etnografía en el estudio de la Lengua. Construyendo la Interculturalidad. Tomo II (En prensa). Universidad Intercultural del estado de Puebla. [↩]

    Fishman, Joshua. A. (1977). Language and ethnicity, en H. Giles (Ed.) Language, ethnicity and intergroup relations (pp. 15–58). London: Academic Press. [↩]

    Aguilar  Gil,  Yásnaya  Elena. (2016). El  nacionalismo  y  la  diversidad lingüística, en Tema y Variaciones de Literatura. Núm. 47, semestre II. UAM-A, pp. 45-47. [↩]


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“Fui fundador en abril de 1971 de La Cebolla Purpura…” Entrevista con David Hernández

SAN SALVADOR, 2 de agosto de 2022 (SIEP). “Una de las raíces de La Cebolla Purpura se encuentra en una discusión que sostuvimos, -todavía sin conocernos- con Jaime Suarez Quemain,   alrededor de la película Teorema de Pier Paolo Pasolini, que trata de las complejas relaciones de una familia de la alta burguesía con un  joven  que les altera su vida…”nos comparte David Hernández, novelista y escritor salvadoreño.

“Ambos asistimos a ver esta película, como parte de una serie de cine –forum que se realizaban los sábados en el sótano de la antigua Biblioteca Nacional,  organizados por José Luis Valle,  en su carácter de director  del departamento de estudios escénicos del Ministerio de Educación. Sí, es el mismo que publicó ese año la antología 25 poetas jóvenes de El Salvador.”

Con Jaime discutimos en esa ocasión sobre la lucha en Vietnam, fíjate que aquel tenía posiciones raras, contradictorias: por una parte defendía la lucha del pueblo vietnamita pero por otro lado era crítico de Fidel y de la Revolución Cubana, incluso a veces manifestaba admirar a Hitler…pero luego nos hicimos amigos  y hasta hermanos…”

Entre los meros cuatro fundadores de la Cebolla Púrpura en abril de 1971 estaba Jaime, que era contador, Rigoberto Góngora, que venía de Los Masacuatos de la Juventud Comunista  en San Vicente, el migueleño Jorge Morazán  y mi persona.  Para ese tiempo estudiaba mi último año de bachillerato en el Instituto Francisco Menéndez, el INSFRAMEN. Después se fueron sumando muchos otros escritores y artistas… 

Empezamos a reunirnos en el Teatro Nacional y decidimos formar un grupo literario,  con la claridad que no queríamos llamarnos con nombres de animales (ya estaban la Masacuata, los Unicornios, Pez y Serpiente, los Osos Hormigueros, etc.) y entonces Raúl Chamagua sugirió el nombre de Cebolla Purpura y nos gustó, lo aceptamos, le pegó con el nombre.

Después se incorporaron Carlos Balaguer y Francisco Bertrand Galindo, sí  el mismo, el que escribió Los locos de San Salvador, con narraciones sobre Te Pica, la Loca Amparo, Carrito y otros…

Por cierto Jaime, que vivía allá en la calle 5 de noviembre, era muy amigo de Bertrand Galindo, por lo que criticaba fuertemente a  Góngora y a Morazán porque se metían con la novia de este,             -convirtiéndolo en cornudo- y por esto hasta amenazaba con expulsarlos del grupo.

Cuando habíamos sacado ya el tercer número de nuestra revista, La Cebolla Purpura, el director del Diario El Mundo nos ofreció que asumiéramos como grupo literario una página sabatina, que entonces empezamos a publicar.  La publicamos durante cuatro años, incluso dimos a conocer una parte de Pobrecito poeta que era yo de Roque…

En abril de 1975 publicamos un pronunciamiento saludando la victoria del pueblo vietnamita  y esto nos valió una crítica de la UCA, del departamento de letras, dirigida por el chapín Leonel Menéndez Quiroga, que cuestionaron que como era que  “unos vagos de cafetines” se ponían a opinar sobre Vietnam.  Le respondí la siguiente semana  en la página, sacando un pronunciamiento firmado con  mi nombre: el papel de la historia…

Nosotros visitábamos muchos bares y cafeterías: el Skandia allá en los bajos del hotel San Salvador, el Bella Nápoles, y los bares alrededor de La Praviana: el Alcázar, el Faro, el Paraíso…

Nosotros los cuatro fundadores éramos los cebolludos y los que se fueron integrando al grupo -que fueron muchos-eran los cebollines…entre estos estaban los hermanos Galeas, Giovanny y Marvin; Rafael Mendoza, Ricardo Castrorrivas, Alfonso Hernández (quién siempre andaba huyendo), Dago el Escultor, Gilda Lewin, Norman Douglas, Manuel Soto, pintores como Toño Bonilla, los dos Crespines (el Loco y el Pequeño) , Napoleón Ramírez Melara, uno de apellido Orantes, incluso había periodistas como el guatemalteco Eduardo Vásquez Becquer, Chico Aragón, René Contreras, Quique Castro, además de Myrna López, Marisol Galindo (sí la de las LP-28), hasta Fernando Zablah,  etc.

Del 74 al 75 estuve en la Ciudad Normal…estudiando para maestro…y ahí fui reclutado para el PCS, me llegaba a atender políticamente Dago Manteca, digo Sosa, el actual Lucio. 

Fíjate que en el 77,  al mismo Emilio, que así se llamaba entonces Schafik, le habían llegado chambres de la misma gente del partido que me conocían, que nosotros pasábamos en cafetines y bares y me dijo preocupado:

-Aléjese de esos sitios, ahí llegan muchos orejas  y cuidado! Que viene una represión terrible! 

Esto me hizo volverme un poco más cauteloso, pero sin abandonar la bohemia. Y fue de esta relación política, del mismo Simón,  que surgió la beca en 1980 para ir a estudiar  a la Ursula,  y opte por agronomía.  (Continuara)

Ateneo de El Salvador presentó segunda novela de William Martínez: Obituario de un Médico

SAN SALVADOR, 17 de diciembre de 2022 El Ateneo de El Salvador, institución cultural fundada en 1912, presentó esta tarde en sus instalaciones, la nueva obra literaria del escritor William Martínez,  su segunda novela, titulada Obituario de un Médico.

La actividad estuvo coordinada por el reconocido investigador folclórico Israel Elías Vásquez Bojorje, quien agradeció la presencia de los invitados al acto y expresó que la producción literaria es uno de los pilares que enriquecen la cultura de El Salvador.

Por su parte, e presidente de esta institución, el Dr. José Manuel Bonilla Alvarado indicó que para el Ateneo de El Salvador era un alto honor servir de sede para la presentación de esta obra, que  pasaba a formar parte de la  larga trayectoria ateneísta de fomento del arte y la cultura.

Posteriormente inició un momento musical en el que el cantautor Dimas Castellón deleitó al auditórium con tres piezas musicales, enmarcadas en su acreditado compromiso con las luchas del pueblo salvadoreño por la democracia y la justicia.

Luego le correspondió la palabra al catedrático universitario Manuel Sarabia,  quién desde su visión de crítico literario  compartió las múltiples facetas de la obra, enfatizando que se inscribe en el marco de la novela moderna, de carácter complejo.

Finalmente el autor explicó que esta novela se basas en hechos reales tratados literariamente y responde a un tributo a un amigo my querido de infancia y adolescencia, y que su producción le permitió explorar diversos escenarios sociales en varios países.

Entre los asistentes se encontraban las hijas del autor, junto con múltiples amistades,  incluyendo al filosofo Edgar Núñez, a la periodista Raquel Cañas, el profesor Walter Ticas, el escritor Roberto Pineda, entre otros.

Macrotendencias en el mundo que nos viene. Josep Piqué. Julio de 2022

La pandemia y la agresión rusa a Ucrania nos obligan, por su carácter disruptivo, a reconsiderar muchos ejercicios de prospectiva sobre cómo va a ser el mundo que nos viene.

Es opinión habitual decir que ambos acontecimientos señalan un antes y un después y que nada volverá a ser como antes. Es una verdad a medias, de raíz “adanista”. Cada generación tiende a creer que lo que le sucede a ella implica empezar de cero. Y hay acontecimientos que, sin duda, han cambiado el curso de la humanidad. Las grandes guerras e invasiones o devastadoras pandemias están entre ellos.

Desde una perspectiva eurocéntrica, la caída del Imperio Romano, el Descubrimiento de América o las revoluciones industriales y burguesas son claros ejemplos. También el colonialismo (y la descolonización) o las dos guerras mundiales. Sin duda, la guerra fría y el colapso de la Unión Soviética o, más recientemente, la irrupción de China como gran superpotencia global.

Evidentemente, las tecnologías disruptivas marcan también transformaciones trascendentales: desde el dominio del fuego, la rueda o las que permiten las grandes navegaciones, pasando por las revoluciones industriales que han permitido la hegemonía occidental en los últimos siglos. Y, más recientemente, las tecnologías nuclear y digital.

Además, por supuesto, cada país puede señalar acontecimientos que han cambiado el curso de su historia y que, en ciertos casos, han afectado al conjunto: desde las revoluciones francesa o rusa a las grandes religiones monoteístas nacidas en lo que hoy llamamos Oriente Próximo.

Sin olvidarnos, recientemente, de los atentados del 11 de septiembre o la construcción europea, por poner dos ejemplos bien distintos. Y, por supuesto, el cambio climático y el deterioro medioambiental, que pueden alterar de manera sustancial el futuro de las generaciones venideras.

Finalmente, hay que recordar la enorme influencia de los grandes pensadores, de Confucio a Platón, de Descartes, Kant o Hegel a Marx, y de los grandes científicos, de Galileo a Newton y tantos otros.

Todos esos acontecimientos y personajes han marcado el devenir histórico y han trascendido y se han proyectado por mucho tiempo después. Valga, pues, este superficial recordatorio para situar las cosas en su contexto.

Ni la pandemia del Covid-19 ni la invasión rusa de Ucrania tienen esa magnitud. Han sido y están siendo muy graves en términos humanos o económicos y sociales, pero, salvo que esta derive en una conflagración nuclear de incalculables consecuencias, sus efectos pueden ser limitados en términos históricos, sin subestimar, obviamente, su gravedad.

De hecho, cabe preguntarse si han cambiado o no las grandes macrotendencias que venían marcando la vida de los seres humanos desde antes de ambos sucesos. La respuesta es que siguen siendo las mismas, aunque se hayan visto alteradas no solo de forma coyuntural, sino en algunas de sus características estructurales.

Podemos citar cuatro muy claras: la globalización, la digitalización, la transición energética y el desplazamiento del eje de gravedad geopolítico desde el Atlántico al Indo-Pacífico. Vienen de antes, prosiguen ahora y seguirán cuando demos por controlada la pandemia o acabe la invasión y la guerra en Ucrania.

La globalización

Vayamos por partes. La globalización es un concepto muy controvertido y que se ha convertido en un ámbito significativo del debate político. No nos referimos a los acontecimientos globalizadores del pasado (desde la Ruta de la Seda al Galeón de Manila), sino a la generalización del libre comercio y de flujos financieros a raíz de la consolidación del multilateralismo liberal surgido desde el final de la Segunda Guerra Mundial y que tiene su concreción más clara en las instituciones nacidas de Breton Woods.

Junto a la revolución digital y a la convergencia progresiva de productividades, la globalización ha permitido enormes aumentos de la riqueza global, la disminución de la pobreza y la generación masiva de nuevas clases medias o la mejora de indicadores de bienestar como la esperanza de vida, los índices de mortalidad infantil o la alfabetización.

Ha supuesto la integración en el sistema global y la participación en cadenas globales de valor a los países que no formaban parte de Occidente. El ejemplo más paradigmático es la entrada de China (apoyada entusiásticamente por Occidente) en la Organización Mundial del Comercio.

La hiperglobalización ha permitido grandes aumentos de eficiencia económica, tanto desde el lado de la oferta como de la demanda, y ha posibilitado políticas de reducción drástica de inventarios, tecnologías just in time y enormes desplazamientos tanto de la producción como del consumo.

Sin embargo, es cierto que ha propiciado un mundo postoccidental en el que buena parte de los agentes sociales de los países desarrollados han visto pérdidas no solo de peso relativo, sino incluso de reducción de las rentas en términos reales de muchos de ellos. No sin consecuencias políticas: la aparición de los populismos antiglobalizadores que defienden un retorno al proteccionismo, barreras a la inmigración o que cuestionan el cosmopolitismo para regresar a la defensa de identidades primigenias son clara muestra de esas consecuencias. Y, por ende, la crisis de las democracias representativas basadas en los límites al poder político frente a los derechos y las libertades de los ciudadanos.

La pandemia y la guerra en Ucrania han puesto de manifiesto los límites de esa hiperglobalización. Las disrupciones de las cadenas globales de valor, los cuellos de botella en los suministros, los niveles de dependencia (y de vulnerabilidad) de materias primas o componentes intermedios esenciales provocados, primero, por el shock de oferta que ha supuesto la pandemia y, luego, por el uso de la energía como arma de guerra nos llevan a un cierto decoupling en un mundo global, pero compartimentado, donde conceptos como la seguridad en los suministros, las reservas estratégicas, la política industrial o las alianzas geopolíticas cobran de nuevo plena vigencia. Es el just in case: la seguridad es tan importante como la eficiencia. El mundo sigue siendo global, pero la realidad nos ha marcado ciertos límites.

La digitalización

En cuanto a la digitalización, una auténtica revolución disruptiva, esta ha cambiado las relaciones económicas y sociales (también políticas) de una forma muy profunda. No hay vuelta atrás. El futuro es inevitablemente digital y la gran pugna de este siglo vuelve a centrarse en la tecnología y el dominio en ámbitos como la Inteligencia Artificial, el Internet de las cosas, el Big Data, el blockchain o la nube. Y los recientes acontecimientos no han cambiado el curso de ese proceso. En todo caso (la pandemia), lo han acelerado en su implementación.

Transición energética y medio ambiental

Sobre la transición energética y medioambiental, apenas hay debate sobre el qué (descarbonizar el planeta y reducir al máximo las emisiones de gases de efecto invernadero para reducir el calentamiento global, y luchar por el medio ambiente y la biodiversidad, en particular en mares y océanos), pero se ha agudizado un debate (ya previo) sobre el cuándo y el cómo.

Es decir, planteando los costes de la transición y los límites impuestos por nuestro modelo de crecimiento basado hasta ahora en energía procedente de recursos fósiles. Los plazos y la diversificación de las fuentes de energía vienen condicionados por la realidad existente. La guerra ha devuelto a Europa el debate sobre el uso del gas o de la energía nuclear o, incluso, sobre el uso del carbón para situaciones de emergencia como las que estamos viviendo. Es un debate que va más allá de la coyuntura, que va a depender de los puntos de partida en cada país y en cada región del planeta, y que va a ocuparnos las próximas décadas. Se iba a producir de cualquier modo, más allá de unos acontecimientos que nos obligan a anticiparlo.

El desplazamiento geopolítico

Por último, la otra gran macrotendencia es la que se deriva del desplazamiento irreversible del centro de gravedad geopolítico desde el Atlántico al Indo-Pacífico. Por razones económicas, comerciales, demográficas o tecnológicas. Y que tiene su reflejo en la pugna explícita por la hegemonía global entre Estados Unidos y China, que implica, obviamente, un claro componente militar y de seguridad colectiva.

Algo de lo que venimos hablando ya desde finales del siglo pasado. A pesar de centrar ahora de nuevo la atención en Europa por la agresión criminal rusa, ese desplazamiento no va a cambiar su curso. De hecho, mucho de lo que está sucediendo hay que leerlo también en esa clave. Solo hace falta pensar en la situación de Taiwán y la reivindicación de su soberanía por parte de China.

Vamos pues hacia un mundo global (con límites), digitalizado, en transición energética y con una nueva bipolaridad imperfecta centrada en el Indo-Pacífico. Nada muy distinto de lo que ya venía pasando. Lógicamente, la actualidad y el corto plazo condicionan nuestra visión de las cosas. Pero, en perspectiva histórica, hay que fijarse en las grandes tendencias y esas van más allá de la coyuntura.

Otra cosa es que todo ello nos obligue a plantear qué valores queremos que sean los predominantes en ese mundo que nos viene. Un futuro basado en la libertad y la dignidad de las personas, con un medio ambiente sostenible, en el que la tecnología no sea un instrumento para la dominación y en el que las tensiones geopolíticas no nos lleven a situaciones que pongan en riesgo nuestra propia existencia. O un futuro alternativo basado en el autoritarismo totalitario y en el uso de la fuerza al margen del Derecho Internacional.

Otro debate que no debe obviar que problemas vitales como el cambio climático, las pandemias o el libre comercio solo pueden acometerse desde la colaboración.

Un mundo difícil e incierto. En nuestras manos está que tenga un futuro compartido.

Josep Piqué es editor de Política Exterior.