Crónica de una guerrilla (2)

Crónica de una guerrilla (2)

Los jefes del ERP no tenían nada que ver con la imagen del guerrillero sucio, roto, de cabello largo, barbas y con un puro en la boca que estableció en la imaginería universal el Che Guevara. Usaban, cada uno de ellos, un AK 47 de fabricación soviética, regalo del mismísimo Fidel Castro, una Browning 9 milímetros, arreos de combate norteamericanos, ropa verde olivo y se aseaban y afeitaban todos los días.

Marvin Galeas

A los máximos comandantes del Ejército Revolucionario del Pueblo, los conocí en Managua, en 1981. Era por los días en los que la ofensiva final del 10 de enero de 1981 se diluía sin el desenlace esperado. Aquella, en realidad, había sido la ofensiva que marcaría el inicio formal de una guerra que se prolongaría por 12 años. Pero entonces nadie lo sabía.

Lo primero que me llamó la atención fue el desenfado y la juventud de ellos. Los más viejos apenas habían cruzado la línea de los 30. Parecían, más bien, por el aspecto y la forma de hablar, muchachos universitarios listos para presentar la tesis de grado. Habían salido del frente de guerra para evaluar la ofensiva de enero y para planificar las próximas operaciones militares. Managua era la retaguardia profunda.

Fuerzas Armadas de la Resistencia Nacional

NOTA RELACIONADA
Crónica de una guerrilla
(Primera Entrega)

Joaquín Villalobos (Atilio), era el comandante en jefe. El jefe del frente nororiental era Jonás (Jorge Meléndez); del sur oriental, Juan Ramón Medrano (Balta); del paracentral, Claudio Armijo (Chico). La encargada de las relaciones diplomáticas, Ana Guadalupe Martínez (María); Ana Sonia Medina (Mariana) estaba a cargo de las estructuras clandestinas de San Salvador y del frente de Guazapa. Mercedes del Carmen Letona (Luisa), coordinaba todo el proyecto de comunicaciones, que incluía Radio Venceremos.

Ellos siete formaban en esa época la Comisión Política, máximo organismo de dirección. Luego estaba el Comité Central, eran unos 12 o 15 miembros, diseminados en la capital y diferentes puntos del interior del país, Tegucigalpa y Managua. Cada uno tenía bajo su mando estructuras guerrilleras dedicadas a diversas misiones, como hacer la guerra en San Salvador, dirigir columnas en los frentes, conspirar con miembros de la Fuerza Armada del gobierno, conducir frentes de masas como sindicatos o introducir toneladas de armas hacia los frentes.

Algunos analistas siempre han creído que el Frente Democrático Revolucionario (FDR), era el brazo político de la guerrilla. Error. Cada una de las organizaciones guerrilleras era de tipo político militar. Es decir que cada agrupación guerrillera era conducida por un partido con claros fines políticos.

De manera que el Ejército Revolucionario del Pueblo era el brazo militar del Partido de la Revolución Salvadoreña (PRS). Su consigna: “Con la inquebrantable decisión de luchar por la revolución salvadoreña, hasta vencer o morir”. El FDR era un aliado del FMLN dedicado fundamentalmente a cuestiones de representación diplomática.

Sin embargo, la Comisión Política del PRS era, al mismo tiempo, la máxima dirección del ERP. Joaquín Villalobos era el comandante en jefe y, además, secretario general del partido. Lógicamente no eran partidos electorales, sino revolucionarios que seguían, algunos menos otros más, el clásico modelo de partido ideado por Lenin.

Llegué al cantón La Guacamaya, al norte del río Torola, en Morazán, en marzo de 1982. Allí estaba el campamento de Radio Venceremos. En ese lugar conocí a Santiago, la apasionada y recia voz de la emisora, y a Maravilla, un cineasta que hacía las veces de reportero. Al mismo tiempo que transmitía para la radio desde las propias líneas de fuego, filmaba los combates. Con ellos trabé una controvertida amistad que se convirtió en una de las más intensas experiencias humanas. No es mi propósito, en esta serie, contar mi historia, sino hacer una rápida crónica del ERP.

Joaquín Villalobos y Mercedes Letona ingresaron ese mismo año a Morazán y no volvieron a salir, sino hasta mediados de 1988. El campamento de la Venceremos estaba siempre ubicado junto al de la Comandancia General, las comunicaciones estratégicas y la sección de inteligencia y contrainteligencia militar.

Estábamos protegidos por una unidad militar bajo el mando del viejo Germán e Ismael, dos campesinos capaces de dar la vida por los ideales de la revolución o por la vida de cualquiera de los máximos comandantes. Ismael murió en combate, en el norte de La Unión. El viejo Germán vive en Morazán recordando, como futbolista nostálgico de gloria, los tiempos que no volverán.

Joaquín Villalobos

Los jefes del ERP no tenían nada que ver con la imagen del guerrillero sucio, rotoso, de cabello largo, barbas y con un puro en la boca que estableció en la imaginería universal el Che Guevara. Usaban, cada uno de ellos, un AK 47 de fabricación soviética, regalo del mismísimo Fidel Castro, una Browning 9 milímetros, arreos de combate norteamericanos, ropa verde olivo y se aseaban y afeitaban todos los días.

Es cierto que los operativos de la Fuerza Armada obligaban al puesto de mando a cambiar permanentemente de lugar, pero donde se establecía, los miembros de la seguridad construían un sistema de champas que incluía cocina, lugar de transmisión para la radio, sistema de monitoreo de noticieros y de las comunicaciones del ejército, zanjas y defensas antiaéreas. Para la comandancia hacían una champa especial, con una larga mesa (hecha de leños), para reuniones, lugar para revisar cartas topográficas y hasta un televisor de 12 pulgadas conectado a una batería de carro.

Atrás habían quedado los años de la guerrilla urbana y clandestina. Las pugnas con otras organizaciones guerrilleras, la escasez de todo y las constantes acusaciones. Ahora el ERP era la más poderosa organización de las cinco que conformaban el FMLN. Tenían a miles de hombres sobre las armas, una radio, red de comunicaciones, aparatos de propaganda y representaciones en diferentes capitales del mundo, fuentes de permanente financiamiento, dominaban un amplio territorio, se habían amistado con Fidel Castro y sus representantes eran recibidos por importantes gobernantes como Felipe González y Francois Mitterrand.

Tal vez el poder no estaba a la vuelta de la esquina. Pero de que estaba… estaba, esperando como novia ansiosa

Crónica de una guerrilla (1)

Crónica de una guerrilla

Marvin Galeas*

(Primera parte)

La primera vez que oí hablar del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) fue a finales de 1974. Yo tenía entonces 16 años y acababa de regresar de Costa Rica, de estudiar el primer año de bachillerato en un colegio adventista. Cristóbal, el hermano menor de mi mamá, quien era apenas cuatro años mayor que yo, me contó que en la televisión había aparecido un tipo llamado Santos Lino Ramírez, anunciando que abandonaba a la Policía Nacional para incorporarse a las filas de la guerrilla.

El sujeto era alto, esbelto y tenía un pasamontañas. Cristóbal y Geovanni, mi hermano menor, estaban impactados por la imagen del enmascarado. He descubierto con el tiempo que los rostros enmascarados y las identidades clandestinas siempre producen un secreto y morboso atractivo.
Prueba de ello son Santo, el enmascarado de plata; El Fantasma, de Lee Falk, y últimamente Marcos, el de Chiapas.

A finales de 1975, luego de otro año de ausencia en el país, alguien me prestó un libro de Roque Dalton. “El poema de amor” me quebró todos los esquemas. Hasta ese momento, yo era aficionado, como muchos adolescentes, a Bécquer, Neruda, Gutiérrez Nájera, Manuelito Acuña y otros azucarados poetas. Me movió el tapete Dalton. Me morí de la risa leyendo “Pobrecito poeta que era yo”. Después supe que el ERP le había asesinado.

Me contaron que le mataron el Día de la Madre, acusado de ser agente de la CIA. Poco después leí los ríos de tinta que poetas de toda América Latina habían escrito en homenaje a Roque y en desprecio a los líderes del ERP. ¿Por qué le mataron? ¿Quiénes era estos tipos del ERP? Me puse a preguntar. La historia que recogí en pedazos tenía más sombras que luces.

En 1971, un movimiento clandestino, llamado simplemente “El Grupo”, secuestró y posteriormente asesinó al joven industrial Ernesto Regalado Dueñas. El cadáver apareció terriblemente torturado en la carretera a Apulo. Hubo muchas especulaciones en esa época sobre este terrible crimen que sacudió al país. El gobierno del general Sánchez Hernández publicó en todos los medios los nombres y los rostros de los implicados. Recuerdo los nombres de Sol Arriaza, Rivas Mira y Cáceres Prendes. Se ofrecía recompensa a quienes informaran sobre su paradero.

Luego vino el sonado juicio de Cáceres Prendes, un ex militante de la Democracia Cristiana. El sujeto fue sobreseído. En esos primeros años de los setenta, se respiraba en el país una densa atmósfera. Una tragedia de enormes proporciones se estaba cocinando a fuego lento. Había surgido la guerrilla, el más claro síntoma de sociedades enfermas.

A finales de la década de los sesenta, el Partido Comunista estaba haciendo aguas por todas partes. Su apoyo al gobierno en la guerra con Honduras había motivado a muchos de sus dirigentes y militantes de base a hacer fuertes críticas a los partidarios de la lucha no violenta, entre ellos Schafik Handal. Las andanzas del Che Guevara en Bolivia y la guerra de Viet Nam había prendido la calentura en muchos militantes comunistas. Querían acción y la querían de inmediato.

Salvador Cayetano Carpio, José Salvador Dimas Alas y otros radicales dirigentes comunistas fundaron, en 1970, las Fuerzas Populares de Liberación “Farabundo Martí”, FPL. La mayoría de sus fundadores eran líderes sindicales, maestros y no faltaba uno que otro cura afiliado a la Teología de la Liberación. La única diferencia entre el Partido Comunista y la FPL era en torno a métodos de lucha. Ambas organizaciones eran marxista-leninistas y pro soviéticas.

Por esos días, justamente, un grupo de jóvenes demócrata cristianos de familias de clase media, muchos de ellos ex alumnos de los mejores colegios de la capital y miembros de las juventudes católicas, se embullaron con la lucha armada. La Universidad de El Salvador era un hervidero de ideas y debates sobre cómo darle forma a la guerrilla. El llamado “El Grupo” surgió como una nueva izquierda, alejada de los tradicionales partidos comunistas y con fuertes críticas a la Unión Soviética, pero era tan radical como las FPL y el Partido Comunista.

Después del asesinato de Ernesto Regalado Dueñas, durante meses no se volvió a saber nada de “El Grupo”; fue hasta en marzo de 1972, en medio de un candente proceso electoral, que reapareció con el nombre de Ejército Revolucionario del Pueblo. Los flamantes guerrilleros mataron a dos guardias cerca del antiguo Hospital Bloom, y lanzaron un comunicado que decía: “La guerra de los pobres ha comenzado; la paz para los ricos ha terminado”.

Alejandro Rivas Mira, de seudónimo Sebastián Urquilla, era el jefe de la organización. Entre sus primeros militantes clandestinos estaban ya Joaquín Villalobos, Ana Sonia Medina, Lil Milagro Ramírez y Vladimir Rogel, entre otros. Rivas Mira, me contaron mucho tiempo después, tenía una personalidad extraña, un hombre que había leído mucho, un conspirador nato, de gustos exquisitos y de sangre fría para tirar del gatillo. Su mujer tenía el seudónimo de Gertrudis. Según le recuerdan algunos, era una muchacha bonita, procedente de una acomodada familia capitalina.

Entre 1972 y 1975, el ERP se dedicó a construir todo el andamiaje de la clandestinidad, reclutar jóvenes, sobre todo estudiantes de la Universidad y del Bachillerato en Artes. Pero al mismo tiempo realizó una serie de atentados dinamiteros, ataques a pequeñas guarniciones de los cuerpos de seguridad, tomas de emisoras, “ajusticiamiento” de guardias, policías y hasta de vigilantes nocturnos, para quitarles las pistolas.

Dos hechos marcaron al ERP para toda su historia: los asesinatos del poeta Roque Dalton, en 1975, y del empresario Roberto Poma en 1977. Todavía en 1979, yo no tenía la menor idea de que un día iba a enredarme en la historia de esta guerrilla, ser testigo de sus momentos de euforia y desastre, su auge, sus delirios de poder, sus acciones militares, su debacle y metamorfosis hasta mi ruptura total y absoluta con uno de las más veleidosos grupos de nuestra historia. (Continuará).

Declaración Franco-Mexicana de reconocimiento al FMLN-FDR. 28 de agosto de 1981

Declaración Franco-Mexicana de reconocimiento al FMLN-FDR

28 de agosto de 1981

El Secretario de Relaciones Exteriores de México, Jorge Castaneda, y el Ministro de Asuntos Exteriores de Francia, Claude Cheysson, sostuvieron un intercambio de opiniones en relación a la situación existente en América Central.

Ambos Ministros manifiestan la grave preocupación de sus gobiernos por los sufrimientos del pueblo salvadoreño en la situación actual, que constituye una fuente de peligros potenciales para la estabilidad y la paz de toda la región habida cuenta de los riesgos de internacionalización de la crisis.

En tal virtud formulan la siguiente declaración: convencidos de que corresponde únicamente al pueblo de El Salvador la búsqueda de una solución justa y duradera a la profunda crisis por la que atraviesa ese país, poniendo así fin al drama que vive la población salvadoreña. Conscientes de su responsabilidad como miembros de la Comunidad Internacional e inspirados en los principios y propósitos de la Carta de las Naciones Unidas (ONU).

Tomando en cuenta la extrema gravedad de la situación existente en El Salvador y la necesidad que tiene ese país de cambios fundamentales en los campos social, económico y político. Reconocen que la alianza del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional y del Frente Democrático Revolucionario constituye una fuerza política representativa, dispuesta a asumir las obligaciones y los derechos que de ellas se derivan.

En consecuencia es legítimo que la alianza participe en la instauración de los mecanismos de acercamiento y negociación necesarios para una solución política de la crisis. Recuerdan que corresponde al pueblo salvadoreño iniciar un proceso de solución política global en el que será establecido un nuevo orden interno, serán reestructuradas la fuerzas armadas y serán creadas las condiciones necesarias para el respeto de la voluntad popular, expresada mediante elecciones auténticamente libres y otros mecanismos propios de un sistema democrático. Hacen un llamado a la Comunidad Internacional para que, particularmente dentro del marco de las Naciones Unidas, se asegure la protección de la población civil, de acuerdo con las normas internacionales aplicables, y se facilite el acercamiento entre los representantes de las fuerzas políticas salvadoreñas en lucha, a fin de que se restablezca la concordia en el país y se evite toda la injerencia en los asuntos internos de El Salvador.

Frank Sinatra en Mariona

Frank Sinatra en Mariona

Por Juan José Dalton

Vivencias de un preso político durante la guerra civil

SAN SALVADOR – El 27 de octubre de 1981 cumplía mis 25 años, pero fue como volver a nacer. En tales circunstancias no podía tener mejor regalo en la vida: de las cárceles clandestinas del Cuartel General de la Policía de Hacienda (PH), conocida entonces también como “la de azúcar”, fui trasladado a la Penitenciaría Central “La Esperanza”, en Mariona, al norte de la capital salvadoreña.

El médico Wilfredo Centeno y el dominicano Manuel Terrero que usaba el seudónimo de “Frank”, con quienes me habían capturado, el 7 de octubre de aquel mismo año en las montañas de Chalatenango, tras una larga odisea (historia que merece otros cuentos), fueron igualmente trasladados a Mariona. Lo mismo los integrantes del “Pelotón Atonal”, de la organización Resistencia Nacional (RN), incluido un viejito colaborador, a quien los de la PH apodaron “Farabundo Martí”.

Nos tiraron amarrados unos a otros en la cama de un pick up y fuimos rodeados por varios agentes que con sus G-3 nos apuntaban en la cabeza. “Si intentan rescatarlos, serán los primeros en morirse”.

En mis “adentros” imploraba que ojalá no se les ocurriera a los “compas” hacer algo en el trayecto hacia Mariona; que ni siquiera estallara la llanta de algún carro, de lo contrario iríamos directo al otro mundo.

Por suerte no ocurrió percance alguno y llegamos a Mariona sin problemas. Fuimos registrados y nos enviaron a una celda provisional donde pasamos todo el día. Era una especie de jaula. Los presos comunes iban a vernos como si estuvieran admirando a animales en el zoológico.

Al siguiente día nos trasladaron al Sector Cuatro, que era nuevo y preparado únicamente para presos políticos. “Frank”, el doctor y yo, como habíamos sido capturados en los montes, estábamos peludos y barbudos. Los del “Pelotón Atonal” no, porque ellos actuaban en San Salvador, o “la Metro”, como le decían a la capital en el argot insurgente.

Cuando estábamos en la PH “Frank” había sido obligado a declarar ante los medios de prensa, a los que les dio a conocer su verdadero nombre, o de pila: Manuel Enrique Terrero Sánchez…, lo demás que reconoció fueron inventos que después le costaron 14 meses en las bartolinas policiales.

El ejército supo un poco después que Terrero había sido oficial de la Marina dominicana y había estado en Cuba entrenándose con la gente del guerrillero dominicano Francisco Caamaño. Entonces lo secuestraron de Mariona y lo regresaron nuevamente a la PH, donde lo interrogaron agentes de la inteligencia estadounidense, de la CIA.

En aquel momento sólo habían sido capturados dos extranjeros que colaboraban con la guerrilla: el aviador costarricense Talavera y el nicaragüense Orlando Tardencilla. El tercer fue “Frank”.

Unos días antes de ser trasladado a Mariona recibimos la visita de miembros de la Cruz Roja Internacional y ello nos dio la garantía de que ya no nos iban a “desaparecer”. Yo les pedí que avisaran a mi abuela María (la mamá de mi padre), pero hasta después de ser enviado al penal y así lo hicieron.

Durante los interrogatorios nunca dije tener apellido Dalton, sino que García, por lo tanto, la Policía jamás se dio cuenta de mi verdadera identidad. Cuando alguna comitiva de oficiales llegaba a ver al extranjero capturado, un oficial del Servicio de Inteligencia (S-2) de la PH indicaba: “El más barbudo es el dominicano, el otro es el médico y el otro cipote (que era yo), es un vago cualquiera”. Hería un poco mi ego, pero tenía que quedarme callado.

Los tres meses que estuve en Mariona convivimos en el mismo sector de presos políticos dos Juan José García. Así que pasé desapercibido.

Bueno…, resulta que aquel era día de visitas, creo que un jueves. Mi abuela llegaría con mi tía Orbe, que en la actualidad tiene 96 años. Eran a las únicas que en un principio les confió que yo estaba preso. Juntas, mi mamá María y mi tía Orbe, habían apoyado en el pasado a mi padre; también a Cayetano Carpio (fundador de la guerrilla salvadoreña) cuando estuvo en la famosa huelga obrera en 1967. Años más tarde me estaban apoyando a mí.

A la visita anterior había llegado sólo mi abuela y yo le había advertido que la próxima visita no preguntara por mí sino que por “Frank”. Yo suponía que como él había salido en la TV y en los periódicos, ya mi abuela estaba enterada de que su verdadero nombre era Manuel Enrique Terrero Sánchez.

Aquel día estábamos en el salón de visitas en espera de nuestros familiares cuando de pronto veo entrar a dos ancianas cada una con una colchoneta al hombro y una bolsa en la otra mano… pero venían muertas de risa.

!¿Qué será?…, estas señoras se volvieron locas!, me decía en mis “adentros”. Cuando se me acercaron y nos pudimos abrazar, mi tía Orbe me hizo el cuento.

Resulta que cuando les llegó el turno para registrarse como visitantes después de hacer una larga fila, el vigilante preguntó a las dos señoras a quién venían a visitar.

Mi abuela titubeó por un momento, pero mí tía se adelantó y dijo que venían a ver a “Frank”.

¿Frank qué, señora?, insistió el vigilante.

“Sinatra”, respondió mi tía sin mucha contemplación.

Mientras me hacían el cuento yo sudaba frío. Pero aquellas dos ancianas se reían y decían: “qué brutos son los hombres que los cuidaban. Lo peor de todo es que el muy bruto apuntó Sinatra con C”, recalcó mi tía Orbe.

Así quedó registrado: Frank Sinatra, con “C”, estuvo detenido en Mariona y dos señoras lo fueron a visitar, por allí por noviembre de 1981.

A los presos políticos se nos había permitido tener una guitarra, como una concesión del entonces director del penal y mientras “Frank”, digo, Manuel Enrique Terrero Sánchez, estuvo en Mariona, nos juntábamos a su alrededor para oírle cantar, no “Extraños en la noche” ni “A mi manera”, sino boleros, sobre todo le pedíamos que cantara “Moliendo café”.

Mi amistad con Roque Dalton

Mi amistad con Roque Dalton

Por Santiago Ruiz Granadino

Los estudiantes universitarios estábamos luchando contra el gobierno del Coronel José Maria Lemus

SAN SALVADOR – Roque Dalton para mi era una persona especial, cuando lo conocí yo no comulgaba con sus ideas revolucionarias, debido a que yo era una persona de pensamiento de derecha, católico conservador, de familia terrateniente, criado en un hogar de un militar y mi principal aspiración cuando era adolescente era ser sacerdote. Con Roque me unían otros lazos: el era de Sonsonate igual que yo; su esposa era muy amiga de mi hermana, el era muy amigo de mi primo José Napoleón Rodríguez Ruiz (Pepe), a mi me gustaba escribir ensayos sobre la sociedad y la naturaleza y ambos éramos libre pensantes (el de izquierda y yo de derecha).

Yo lo conocí en el local de la Sociedad de Estudiantes de Humanidades, que estaba en el edificio que compartía la Rectoría con las Facultades de Humanidades y Economía, este había sido utilizado por un colegio de señoritas y una de las entradas del edificio estaba frente al Correo Nacional. Yo era ordenanza de la Rectoría y como era el último que habían contratado me correspondía limpiar los inodoros de la Rectoría, todo el corredor de la misma, el Paraninfo Universitario y la oficina de la Sociedad de Estudiantes de Humanidades (al final del corredor, antes de llegar al Paraninfo), yo tenía que andar rogando a los estudiantes que llegaban a joder o a reunirse en ese pequeño local (unos 12 metros cuadrados) para poder entrar a barrer y trapear, en realidad sólo me lo permitieron unas cinco veces en aproximadamente seis meses, ellos decían que todos los papeles que estaban tirados en el suelo eran confidenciales y que ellos ordenarían para que yo limpiara el piso; por lo general allí trabajaba el Pichón Cea y otros estudiantes que se encargaban de manejar un mimiógrafo que tenían en esa oficina, ese local lo utilizaban generalmente en la noche y algunos de ellos dormían allí. En esa época, mi tío el Dr. Napoleón Rodríguez Ruiz (Pistolita) era el Rector de la Universidad y mi primo “Pepe” Rodríguez Ruiz era el decano de la Facultad de Humanidades, donde se reunían muchos de los escritores y artistas de la época.

Yo tenía trabajando como ordenanza como seis meses, ya me habían entregado un uniforme de color caqui de mi medida, cuando una tarde me di cuenta que estaba abierto el local de la Sociedad de Estudiantes de Humanidades y rápidamente fui a ver si me dejaban hacer el aseo. Mi Jefa la Oficial Mayor de la Rectoría era muy estricta y ya me había llamado la atención varias veces de que ese local apestaba y estaba a la par del Paraninfo Universitario, en donde daban conferencias magistrales profesionales nacionales y extranjeros, se hacían los exámenes públicos de todos aquellos que habían culminado sus estudios universitarios y se entregaban los títulos a los graduados, toda la gente que ingresaba al Paraninfo vestía elegantemente y eran personas muy refinadas en sus gustos. Cuando entré en el local de los estudiantes me encontré con Roque, quien estaba leyendo un libro de poesía, sentado en una silla que estaba sobre una alfombra de basura de aproximadamente cinco centímetros (papeles, restos de fruta y de comida, stenciles, etc.), el se voltió hacia mi y me preguntó ¿Que es lo que desea jovencito?, yo le explique que tenía que hacer aseo al local y el en forma muy clara me explicó que allí sólo podían hacer el aseo los responsables del mismo, ya que esos papeles que estaban tirados en el suelo eran manifiestos contra el gobierno y los militares, que estos papeles no se podían botar en cualquier parte si no que debían ser quemados; yo le expliqué las regañadas que me había dado la Oficial Mayor y el me dijo que no me preocupara, que el le diría al Chino (no se cual) o al Rudy (un muchacho chele) que recogieran los papeles para quemarlos y que luego que me avisaran para barrer y trapear.

Desde ese momento, cuando nos encontrábamos en los pasillos del edificio nos saludábamos con cordialidad. Eran días difíciles, los estudiantes universitarios estábamos luchando contra el gobierno del Coronel José Maria Lemus, quien ante las protestas populares por la falta de empleo y otros efectos de la crisis económica que había azotado el país en los últimos años de los cincuenta, había respondido con más represión. Una tarde, cuando ya había completado mi jornada de trabajo en la Rectoría, me dirigía hacia mi cuarto como a tres cuadras de distancia, para cambiarme de ropa y luego regresar para recibir mis clases en la Facultad de Economía, en la esquina a una cuadra al poniente del Correo Nacional y a media cuadra al norte de la Rectoría, había varias centenas de personas reunidas escuchando a mi primo Pepe Ruiz, el cual explicaba los desmanes de la Policía y la Guardia Nacional, la cual no había permitido que se realizara esa tarde un mitin en la Plaza Libertad. Yo tenía como dos minutos de haber llegado al lugar, cuando la Guardia Nacional atacó por el lado del Correo Nacional, por el norte y por el poniente, ante los disparos de los atacantes, todos corrimos en dirección del Mercado Central, muchos buscaron refugio en la Rectoría, pero yo continué corriendo dos cuadras mas adelante; toda la zona fue acordonada por la Policía y la Guardia, como a las siete de la noche se empezaron a escuchar nuevamente disparos en dirección de la Rectoría, los cuales finalizaron como dos horas después.

Al día siguiente, a las cinco y media de la mañana, me presenté a la Rectoría para realizar mi trabajo de ordenanza, la puerta principal estaba custodiada por la Guardia Nacional, yo pedí hablar con el jefe de ese destacamento, llamaron a un cabo que estaba por allí cerca, le expliqué que yo era ordenanza y que me responsabilidad era hacer aseo antes que se abriera el edificio al público, el cabo me explicó que todo el edificio estaba ocupado por la Policía y la Guardia, que esperara por allí cerca porque no sabía a que hora ellos se tenían que retirar del lugar; así lo hice, me senté en una grada de un local comercial que estaba en frente de la Rectoría, en donde vendían maquinas de escribir, contómetros y otras cosas para oficina, sólo me levantaba para ir a comer por allí cerca.

No me recuerdo si ese día o al día siguiente, el cabo me llamó para decirme que en ese momento todos los policías y guardias tenían orden de retirarse del lugar, yo entré a la oficina de la Oficial Mayor para comunicarme con ella para recibir órdenes al respecto; esta señora llegó como media hora después, cuando ya se habían ido los policías y guardias, entramos a inspeccionar los destrozos y a ella se le caían las lágrimas, allí me contó que el Rector (ella era la que me había contratado especialmente por el hecho que yo era bachiller, no sabía que el rector era mi tío) y el Secretario General estaban hospitalizados, que el interventor de la Corte de Cuentas también estaba muy grave porque lo habían lanzado desde el segundo piso del edificio; esa noche cuidamos el edificio (para evitar que llegaran a recoger las evidencias de la violencia con que habían actuado las supuestas fuerzas de seguridad) el Jefe de Ordenanzas y otro compañero de trabajo; al siguiente día llegaron los periodistas a tomar fotografías y entrevistar a los pocos funcionarios universitarios que habían llegado a trabajar.

Ese acontecimiento me hizo muy popular en el edificio, yo salí ganando por que la Oficial Mayor le pidió a mi tío que me trasladara a la oficina de contabilidad de la Universidad como auxiliar contable (por supuesto que con el mismo salario de ordenanza), en la Facultad de Economía los miembros del Partido Comunista empezaron a acercarse para conversar y motivarme para que aceptara la postulación como candidato para representante de los Estudiantes de Economía ante la AGEUS.

Pasaron los meses y un día de tantos, el responsable de los estudiantes comunistas de la Facultad me pidió que yo y la Bibliotecaria de la Facultad, visitáramos a Roque Dalton, quien se encontraba guardando prisión en la Penitenciaría, allí frente al Parque Bolívar, en esa tarea de solidaridad estudiantil me hice amigo del poeta, por supuesto que eso significó que se sintiera con el derecho de putearme, por ejemplo cuando metimos a la Penitenciaría dos libros marxistas, encuadernados como códigos de leyes; ese día solo llegamos a dejarle las cosas (medicinas, periódico, golosinas, cigarros y los dos códigos), el las recibió muy contento y nosotros nos retiramos inmediatamente, pero en la siguiente ocasión no quiso salir al área de visitas por que dijo sentirse mal de salud, nosotros dijimos que lo esperaríamos una media hora por si sentía mejor, al cuarto de hora apareció bien emputado, nos dio los dos “códigos” y nos dijo “Llévense estas mierdas, esta basura, esta porquería, como se imaginan que yo voy a leerlas”, se trataba del “Manual de Economía Política” y “Materialismo Histórico”, ambos publicados por la Academia de Ciencias de la Unión Soviética..

Varios meses después, cuando triunfó el golpe de estado contra el Coronel Lemus, que llevó al Dr. Fabio Castillo a la Junta de Gobierno, me sentí muy importante cuando cargábamos en hombros a Roque Dalton, por encima de la multitud que había llegado para exigir la liberación de este estudiante universitario revolucionario.

En esta época Roque estaba de acuerdo con los planteamientos estratégicos del Partido Comunista de El Salvador, en cuya cúpula se encontraba Shafick Handal y Cayetano Carpio, fue un militante disciplinado no obstante su espíritu libertino y su boca sin autocensura, incluso durante varios años estuvo comunicando los planteamientos del Partido Comunista de la Unión Soviética en la Revista Internacional, en cuya redacción trabajó desde Praga, Checoslovaquia. A fines de la década de los sesenta, se produjo una división en el Partido Comunista de El Salvador, Shafick encabezó el mantenimiento del Partido dentro de la lucha electoral y Cayetano Carpio apoyado por la mayoría de la Juventud del Partido planteó que se debería de utilizar todas las formas de lucha revolucionaria. A este sector, que posteriormente conformó las Fuerzas Populares de Liberación (FPL), junto con otros grupos revolucionarios que habían surgido de la veta socialcristiana, el Partido Comunista Salvadoreño los tildó de ultraizquierdistas. Uno o dos años después Roque Dalton escribió un poema poco conocido que se titula “Los Ultraizquierdistas”.

(*) Académico y colaborador de ContraPunto

La masacre del 22 de mayo de 1979

La masacre del 22 de mayo de 1979

Eduardo B. Rodríguez (*)

Lo que la historia no debe olvidar, lo que la historia no debe repetir

SAN SALVADOR – Lleno de enojo, el policía bajó del carropatrulla dirigiéndose hacia las personas que se agrupaban en la calle, sacudió su cabeza como hartado de ellos, no dio ninguna advertencia más que la que sus ojos de odio habrán mostrado detrás de sus lentes oscuros y entonces disparó a los que estaban frente a él. El sí matarás sonaba más como mandamiento en ese 22 de mayo de 1979. Al otro lado del esbirro y a milésimas de segundos del disparo, los manifestantes estaban entre la muerte y el escape. La tarde meditaba si debía empezar a empequeñecerse alrededor de la embajada de Venezuela en El Salvador.

Antes, a media mañana, el Movimiento Estudiantil Revolucionario de Secundaria (MERS), había programado una manifestación desde el Instituto Nacional Francisco Menéndez hasta Catedral. La marcha transcurrió sin novedades. La iglesia se mantenía tomada por el BPR en protesta por las capturas, desapariciones y masacres cometidas por las fuerzas de seguridad. También mantenía ocupadas las embajadas de Francia y Venezuela. Una tercera, la de Costa Rica, había sido desalojada por la policía. El Salvador era desde el día ocho, tema en los noticieros internacionales. La población había participado masivamente en los entierros de los asesinados. El gobierno del General Romero sentía el peso de la crisis política y la presión popular.

AL final de la demostración frente a Catedral, se pasó la voz de que habría una actividad de apoyo a los ocupantes de la embajada de Venezuela. Al contrario de la de Francia, localizada en la Alameda Roosevelt, en el edificio La Joya, la embajada de Venezuela se ubicaba en un vecindario aislado de la Colonia Escalón. Aunque en ambas la Policía Nacional tenía vigilancia, en la de Venezuela la presencia policial ejercía más presión. La situación se suponía delicada y el BPR decidió llevar medicinas y comida para sus compañeros en la sede diplomática. Una manifestación llevaría entonces los suministros hasta la embajada. Los participantes se movilizaron por autobús desde el Centro de San Salvador en dirección poniente hacia el exclusivo suburbio. Para el lugar de concentración se escogió al complejo de canchas de la Federación Salvadoreña de Fútbol.

Carlos Alberto llegó a la concentración en un autobús de la ruta 29, era del MERS y vivía en Santa Tecla. Cuando se le llamaba por su nombre el era Carlitos, cuando le llamaban por su apodo él era “Misisiopo”. Había sido capturado por el gobierno y recientemente liberado como prisionero político. En esa época cualquier activismo era penado con prisión. El país permaneció en constante Estado de Sitio desde la masacre del 28 de febrero de 1977. Las restricciones fueron levantadas en octubre para recibir un préstamo de 90 millones de dólares, estancado por la administración Carter para que en el país mejorara el respeto a los derechos humanos[i]. Recibido el préstamo, la Asamblea Legislativa aprobó en noviembre de 1977 la Ley del Orden Público,[ii] legislación por la cual fue hecho prisionero Carlitos.

El “Misisiopo” llegó a las canchas de la Federación de Fut como el resto de sus compañeros. Poco a poco los participantes se congregaban esperando iniciar la actividad. Alguien sugirió que por la presencia de tanta gente sería mejor disimular y hacer juegos entre todos. Carlitos jugó con sus compañeros. Corrió libremente tras ellos, su cara llena de una euforia que por un momento borró su habitual inseguridad y nerviosismo. Corría y sonreía, los meses de cárcel olvidados en el juego infantil, la algarabía ocultando la tensión, la posibilidad de la muerte. El juego se acabaría cuando se hizo el llamado a comenzar la actividad. La marcha se dividiría en dos. Unos caminarían en bloque por el sector norte y los otros comenzarían desde el sector poniente de las canchas sobre la 83 Avenida Norte.

En la intersección de la 83 Avenida con la 3ª Calle Poniente, ahora Calle Shafik Handal, dio inicio la manifestación. Unas 70 personas empezaron la caminata en ese bloque. Siete de ellas integraban una comisión que llevarían agua, comida y medicinas hasta la sede Venezolana. Jorge Mauricio Scaffini Siriany, un estudiante de la UCA de 21 años de edad y miembro de la organización FUR-30, era parte de esa comitiva. Los hombres y mujeres en la marcha caminaron gritando consignas en medio de las amplias y lujosas residencias. No se veía gente en esas calles. Subieron en dirección poniente sobre la Avenida José Matías Delgado hasta la 87 Avenida Norte, la calle en donde se encontraba la embajada. En medio de tanto lujo residencial, un pequeño tugurio se alzaba junto a un arenal.

El primer vistazo al llegar a la 87 Avenida era de los policías apostados en lo alto de un predio baldío sobre el costado poniente de la calle, terrenos que ahora ocupan locales comerciales y el World Trade Center. La distancia entre los manifestantes y aquellos era de unos 40 o 50 metros. Sobre la calle y bloqueando el acceso a la embajada ubicada en el número 604, los policías habían cruzado dos carropatrullas. Pronto ambos bloques de manifestantes, los que llegaban por el lado sur y desde la Avenida Delgado y los que subieron por el sector norte, se encontraban frente a frente con los agentes. Los megáfonos de los manifestantes anunciaban el propósito pacifico y humanitario de la actividad. Se les pedía a los policías permitir el ingreso de los siete asignados.

Los minutos pasaron. Los activistas coreaban sus consignas. Un maestro de ANDES 21 de junio que se encontraba en el bloque sur indicó que era mejor retirarse. Él pensaba que los policías tenían demasiada ventaja de tiro por su ubicación. El profesor, un docente del Instituto Nacional en la población de Aguilares, saldría con vida de la masacre, pero semanas después sería secuestrado y asesinado por escuadrones de la muerte durante una cacería de terror a maestros del gremio. Ante la inseguridad del lugar y el no avance en las demandas, otros manifestantes se ponían intranquilos. Otros hacían llamados a la calma. Las demandas y las consignas no paraban. El grueso de los manifestantes en ese sector sur se ubicaba en la acera oriente, cerca de un barranco que daba al arenal. Los policías gritaban más y seguían amenazantes con sus fusiles. El ambiente se había tornado tenso y peligroso.

Un carro-patrulla apareció atrás de los manifestantes. El vehículo venía sobre la 7ª Calle Poniente hasta empalmar con la 87 Avenida Norte. El carro quedó atravesado frente a la Nunciatura. Los policías se bajaron con sus armas desenfundadas. Aunque llegaban en la patrulla, estaban uniformados como motorizados, con sus cascos blancos, las botas altas de montar, el pantalón dentro de las botas y los lentes oscuros con aro metálico al estilo Ray-Ban. Los policías recién llegados estaban a unos 20 metros de los militantes. Estos se desordenaron y la mayoría se colocó cerca del barranco. Uno de los policías se adelantó, hizo un gesto de rencor y sin mediar palabra, levantó su mano y disparó su pistola contra aquellos junto al borde. Los otros policías comenzaron a disparar. En segundos, muchos se lanzaron a una altura de más de dos metros en la hondonada. Otros buscaron refugio en el tugurio.

Un grupo logró salir por el arenal. Las balas sonaban sobre sus cabezas. Salieron a las calles desiertas de la Escalón y trataron de encontrar una salida del vecindario desconocido. Llegaron a una casa de esquina cerca del Colegio Sagrado Corazón. Uno de ellos, joven dirigente de un gremio de trabajadores bancarios, estaba herido de un pie y no podía seguir. Otro, se encontraba sin zapatos. Un estudiante de la UCA, ahora periodista internacional, estaba lleno de lodo. Los otros dos se adelantaron y hablaron con un par de jóvenes en la entrada de la casa. Estos vestían de traje porque el lugar era el local de una universidad privada. La casa de dos plantas seguía con la puerta cerrada.

En la terraza, estudiantes de la universidad veían la escena pero huyeron en desbandada al ver un camión de guardias nacionales apareciendo por el oriente de la calle. La acción de los estudiantes alertó a los guardias que pararon frente a la casa. Los dos estudiantes afuera golpearon desesperadamente la puerta pero nadie abrió. El oficial se bajó del camión, amenazante, los guardias empezaron a bajarse con sus fusiles G-3. A lo lejos se escuchaban los tiros alrededor de la embajada. Rápidamente, la mente de uno de los activistas se iluminó. Actuando con la mayor calma se plantó frente a los de la universidad privada. Les dijo que actuaran con naturalidad, a hablar en voz alta, bromear y a ignorar a los guardias.

Los estudiantes de la universidad privada se quedaron paralizados. Los guardias nacionales se quedaron confundidos. No podían ver al herido, al enlodado y al que no tenía zapatos, solo a los dos estudiantes de traje y a los activistas que los ignoraban con la naturalidad de una platica de bar. El oficial ordenó a los guardias de regreso al camión, arrancaron y se fueron en dirección poniente hacia la embajada. Los sobrevivientes caminaron en dirección oriente, una persona en un vehículo que hacía viajes les paró y los llevó sin sospechar hasta Metrocentro, allí tomaron un taxi hacia la Universidad Nacional.

Al día siguiente, se dijo que los cuerpos de los caídos estaban en la morgue. Varios activistas y familiares se dirigieron hasta allá. Carlitos “Misisiopo” había sido colocado boca arriba sobre una especie de mesa dentro de la morgue. El cuerpo de Mauricio Scaffini también estaba ahí y el de Nelson Ernesto Méndez, un niño de 15 años del Tercer Ciclo Santa Lucía y activista del MERS. Además, se encontraban los restos de Emma Guadalupe Carpio, maestra de ANDES e hija del entonces máximo líder de las FPL, Salvador Cayetano Carpio; de otro Carlos, dirigente de los estudiantes de las secciones nocturnas de secundaria y miembro de la dirección nacional del MERS; y de Delfi Góchez, escritora y dirigente del FUR-30.

En total, 15 miembros del BPR fueron asesinados, con una docena o más de heridos. Una adolescente que quedó herida contó como se hizo la muerta mientras observaba a los policías tirar ácido sobre los cuerpos, una práctica para “despertar” a los que no habían fallecido. Cuando llegó su turno, uno de los policías dijo que no le tiraran el ácido, a él le pareció que se encontraba muerta. Toño Girón, también del FUR-30, no tuvo la misma suerte. Su cuerpo tenia señales de quemaduras y torturas. Treinta años y los muertos siguen en una historia prohibida mientras no se considere que le llegó el turno a la justicia.

[i] Armstrong, Robert y Janet S. Rubin. El Salvador: El Rostro de la Revolución. Boston: South End Press, 1983. San Salvador: UCA Editores, 2001. P. 96.

[ii] Ibid. P. 97

(*) Colaborador de ContraPunto

Las tonalidades de la memoria o la disputa por la historia

Las tonalidades de la memoria o la disputa por la historia

¿Ha comenzado una de las disputas por la memoria nacional de la generación que llegó a la Presidencia?

MEXICO, DF – Treinta años después, no soy el mismo que vivió aquellas masacres de mayo de 1979, las que marcaron nuestras vidas para siempre. No puedo hablar en nombre de mis compañeros universitarios de la UCA sobrevivientes o caídos en aquellas jornadas. Yo era otro y no volví a ser jamás el mismo. Ni yo ni los demás.

Puedo, eso sí, hacer un enorme esfuerzo por recordar la anécdota, el dato humano, nuestra secreta confraternidad, buscar el testimonio. He leído el texto que publicó en este espacio de ContraPunto Eduardo B. Rodríguez, donde me retrata enlodado buscando el escape, ayudando a un herido frente a un camión de guardias nacionales y me he decidido a ofrecer estas líneas.

Recuerdo, por ejemplo, a la Delfi, poeta precoz de cuerpo esbelto y bello a sus 21 años, yo no cumplía los 19 y apenas estaba en mi segundo año universitario. La recuerdo nítida a minutos de su muerte. Nos vimos a los ojos y pensé, poquito antes, en la cancha de fútbol de la colonia Escalón donde nos concentramos, para simular un partido de fútbol, cerca de la Embajada de Venezuela, ocupada por un movimiento popular: “Uno de nosotros se puede morir hoy”.

Era el 22 de Mayo de 1979, reinaba una Ley de Orden Público y ya había ocurrido la Masacre de Catedral el 8 de Mayo, aquel mediodía adonde llegué tarde, cuando lo tiros ya llovían sobre las escaleras frente a la Plaza Barrios y el Palacio Nacional.

El clima cerca de la embajada venezolana olía a peligro inminente. Lo sabíamos todos.

Escribí originalmente estas líneas a pedido de Tono Morales Carbonell, otro protagonista de aquellos rebeldes años universitarios, horas antes de que participara el 15 de mayo pasado en un homenaje a los estudiantes de la UCA de la Fuerzas Universitarias Revolucionarias 30 de Julio (FUR-30), en el que militamos junto con los hermanos Roberto y Mauricio Funes.

Tono y otros compañeros de la UCA con quienes participamos de aquel extendido enjambre de organizaciones gremiales de la segunda mitad de los años 70s denominado Bloque Popular Revolucionario, habían estado cercados en la embajada de Costa Rica, pero con el embajador como garantía; digamos la palabra horrible y cierta, como rehén.

La diferencia es que el embajador de Venezuela, Leopoldo Castillo, hoy notable opositor al presidente Hugo Chávez, conductor del más popular programa disidente ¡Aló Ciudadano!, ahora perseguido con múltiples pretextos autoritarios, se había escapado. Nuestros compañeros estaban jodidos, sin luz ni agua. El plan era allegarles víveres, y si era posible… ¡rescatarlos!

Éramos apenas unas 200 personas en dos bloques hacia cada flanco de la embajada venezolana, no más, en plena colonia Escalón. Habíamos partido con mantas, pancartas, agua, comida desde las barracas de la Universidad Nacional. Habíamos sido advertidos que era una manifestación riesgosa.

La mayoría era el liderazgo de una parte radicalizada de movimiento popular, miembros de direcciones nacionales de esos movimientos germinales de la guerra civil que era el BPR. Vi que hasta una notable dirigente magisterial, hija del caudillo guerrillero Salvador Cayetano Carpio, iba con nosotros en su último día de vida.

La seguridad en la periferia que pusimos falló, y las fuerzas de seguridad uniformadas de café policial, polainas, con arneses y cascos de acero nos cercaron en menos cinco minutos. Nosotros, Mauricio Escaffini, Toño Girón, la Delfina Góchez, creo que Rudy y yo, éramos parte de la llamada “autodefensa”, medio armada de cocteles molotov y un par pistolitas.

Alberto, el Beto líder del FUR-30 y entonces ya dirigente nacional, que se iba a casar el siguiente fin de semana con la Delfina, hija del poeta Góchez Sosa, pedía a los policías cordura, con su megáfono, mientras ellos tomaban posiciones en lo que era un predio frente a la Nunciatura, hoy construido.

Les decía que sólo traíamos agua y comida a los de la embajada, que íbamos en son de paz. Cuando olfateó el desenlace llamó a retirarnos.

Comenzaron a disparar. Del asfalto saltaban chisporroteos como pop corn, las balas silbaban sobre nuestras cabezas y la gente caía.

Nos masacraron. Fueron casi 20 muertos y 15 heridos de una vez, ni pude sacar ni disparar mi pinche pistolita 38 con la que salté al barranco de una quebrada por donde la mayoría escapó. Abajo, bañados en fango, hubo que ayudar a los heridos, salir del cerco, pero eso es muy largo de contar a estas alturas. El relato de Eduardo es más documentado.

Recuerdo que Tono y otros colegas de la UCA que acompañaban ese movimiento había estaba cercado en la embajada de Costa Rica, porque en aquellos días de violento autoritarismo ocupar una sede diplomática era la única manera de pedir la libertad de líderes populares.

Había sido detenido Facundo Guardado, máximo líder del muy masivo BPR y Ricardo Mena, entonces máximo dirigente de los estudiantes rebeldes de la UCA, que algún día se había trenzado en debates por reivindicaciones juveniles con los cerebros de esa academia junto con Mauricio Funes.

Podría seguir escribiendo de los demás pero no hay espacio esta vez para más memoria, el tiempo siempre corre contra nosotros. Es hora de decir que no comparto que se les defina como mártires como se anunció el homenaje de la UCA, que además los juntó con la celebración del natalicio del martirizado jesuita Ignacio Martín Baro.

Entre el martirio y el heroísmo hay distinciones más allá de la semántica. Tal vez la decisión de mezclar el episodio con los jesuitas masacrados a mansalva haya causado la pifia.

Menos aún comparto que hayamos sido el paradigma de la juventud de aquellos años, como sugería el título del acto. En realidad, la mayoría de los jóvenes universitarios estaba en las aulas, empeñado en su frágil normalidad y la búsqueda académica de sus sueños. Fuimos simplemente diferentes, curiosos, a veces audaces, talentosos algunos, lúdicos, soñadores todos, irresponsables.

Éramos una singular agrupación que recién se embarcaba en una nave justiciera que ya había comenzado su travesía a la locura de la guerra civil. Medio lo sabíamos, medio lo ignorábamos.

Bromeábamos y jugábamos al conflicto con la certeza de su inminencia. Los caídos en Mayo de 1979 sólo fueron los primeros. Luego vendría de regreso del exilio Roberto Cañas Viana, mi entrañable mentor, quien regresó del exilio de Cuba, adonde fue a parar desde la embajada de Costa Rica, donde compartió toma y encierro con Tono. Y murió asesinado en un retén cuando se estrenaba en la rebelión armada.

Luego fue detenido y asesinado nuestro entrañable compañero de banca en la facultad de Ingeniería, Mauricio Flores, la alegría andante, cultor de las artes marciales, que de plano dejó la universidad para luego hacer una de las primeras emboscadas urbanas guerrilleras. Colgamos su imagen pintada de cinco metros en nuestro primer congreso público de movimiento universitario en el Aula Magna 1 de la UCA, en el interregno de mediana apertura democrática tras el Golpe del octubre 1979. La lista en muy grande, me declaro incompetente para armarla.

Y llegado a este punto, los matices claroscuros, las tonalidades de la memoria, hacen por ejemplo poner ahora a nuestros compañeros de aquellos años, años de ilusionados e iniciados, en el mismo lugar al grupo que encabezó el filósofo y rector de la UCA, Ignacio Ellacuría, cuya obra sirvió para mi tesis de filosofía en México y luego fue publicada como libro.

Son los bemoles de la disputa por el recuerdo. No es una conjugación tan simple. No es precisa. Los jesuitas fueron asesinados a mansalva 10 años después y el país ya era otro, como otro es hoy.

El único registro escrito que he encontrado de las opiniones de los jesuitas sobre nuestro movimiento estudiantil no los convierte en socios, en aquellos años.

Habla Ellacuría a la revista Cuadernos del Tercer Mundo ( Octubre-diciembre 1984):

“Pregunta : -Parte importante del movimiento popular era el movimiento estudiantil. ¿Eso también se reflejó en la UCA?

Respuesta de Ellacuría: – Nuestro estudiantado es y ha sido tranquilo, preocupado por su profesión, por sus estudios, por sus intereses juveniles. Hubo un pequeño movimiento estudiantil juvenil, relativamente minoritario. Se dedicaba a impulsar al estudiantado a hacer reclamos más o menos irracionales: de ingreso masivo, de baja de las exigencias académicas, causas que pensamos en ese tiempo iban en contra de las mayorías populares en El Salvador. El país no necesita de ineptos profesionales. El Salvador necesita de gente muy comprometida políticamente y en eso daban un ejemplo: pero necesita también gente muy seriamente preparada desde el punto de vista académico y de comportamiento, y en eso no eran ningún ejemplo. Hubo que combatir con ellos. En una ocasión nos secuestraron a los dirigentes a punta de pistola para que cediéramos a sus demandas de tipo aparentemente gremial.

-Pregunta: – ¿A usted también lo secuestraron?

– Sí, pero no cedimos. No estamos dispuestos a ceder ante la irracionalidad. Yo creo que las propias organizaciones populares les ordenaron que olvidaran el secuestro porque era absurdo. Yo creo que, con el tiempo, todos comprendimos mejor cuál era el papel de cada uno y nos respetamos. Muchos de ellos, cuando las cosas se dificultaron en el 80, pasaron a la guerrilla y desaparecieron de la universidad”.

En fin. Con los elementos de los cuales dispongo, puedo darme cuenta que el acto del 15 de mayo pasado en la UCA es parte del primer episodio en la disputa por la memoria y por la agenda del tema de los derechos humanos en el arranque del primer gobierno de las izquierdas en El Salvador.

Indagué hasta donde pude si había sido invitado el Presidente electo, miembro de nuestra generación a la cual se dedicó el acto luctuoso. Entiendo que no fue así. ¿Por qué, no lo sé?. Él y su hermano Roberto, fueron parte de aquel nuestro movimiento. Ya he escrito en un texto publicado en El Faro sobre la forma en que fue detenido y asesinado a sangre fría Roberto, luego de una inofensiva barricada fallida.

Elegir este acto de homenaje no es una selección inocente. Tiene ahora una connotación política para nosotros, los sobrevivientes. Y debemos ser responsables de nuestros pensamientos para no ocultarnos en esta memoria digna con el fin de legitimar nuestros planteamientos actuales.

Lo que sí sé es que Mauricio plantea que primero se necesita la reconciliación del país. Me parece una actitud muy responsable.

Sé que plantea que no se trata de abrir juicios y procesos tormentosos para un aparato de justicia que no está preparado para esa tarea enorme.

Comparto la médula de su pensamiento: que en las condiciones de El Salvador, saber la verdad es apenas el asomo de la justicia posible.

Tal vez en aquel homenaje del 15 de mayo pasado en la UCA haya comenzado una de las disputas por la memoria nacional de la generación que llegó a la Presidencia.

(*) Escritor y periodista; colaborador de ContraPunto

El eterno mayo de Roque

El eterno mayo de Roque

Por Elio Henríquez

La anécdota de un viejo camarada de Roque

SAN CRISTÓBAL DE LAS CASAS, MX – Al poeta salvadoreño Ricardo Bogrand no le cabe la menor duda de que si Roque Dalton viviera, “andaríamos locos, abrazándonos y celebrando, con unos tragos,” el reciente triunfo de la izquierda en las elecciones presidenciales del país.

Compañero de Dalton en la llamada “Generación Comprometida” y en el Partido Comunista Salvadoreño, Bogrand asegura que el triunfo del Frente Farabundo Martí para la Liberación (FMLN), es resultado de la lucha que durante casi un siglo emprendieron en distintas etapas miles de salvadoreños, incluyendo a los que fueron masacrados en 1932.

“La lucha contra la dictadura militar en El Salvador se inicia en 1932 con el alzamiento popular de campesinos y después se liga con el movimiento de 1944 para tumbar la dictadura de Hernández Martínez”, afirma y agrega: “Es una misma línea de continuidad desde 1932 hasta el 2009. Nos ha llevado casi un siglo para llegar al poder. Así ha sido de tremenda, de dolorosa la lucha de nuestro pueblo”.

Sostiene que ahora que la izquierda ha ganado la presidencia de la República debería de abrirse una investigación amplia para castigar a los asesinos materiales e intelectuales de Roque Dalton y que el crimen no quede impune. “Ese famoso perdón y olvido (no sólo en el caso de Dalton) es una bofetada para el pueblo salvadoreño”, manifiesta.

Roque, agrega, “no merecía morir como murió. En todo caso, si tenía que morir, pues tenía que morir con las armas en la mano y disparando, no asesinado y sedado, porque primero lo sedaron y después lo ametrallaron y fueron a tirar el cadáver a un lugar X, y no se sabe dónde están sus restos”.

Ricardo Bogrand es el seudónimo con que desde joven firma su obra poética, José Antonio Aparicio, quien nació en 1930 en San Pedro Arenales, Chinameca, departamento de San Miguel. Ha publicado “Perfil de la Raíz” (1956), “De mar a mar”, “Alianza de mis manos”, “María del Carmen”, entre muchos otros poemas. Desde hace cinco años es catedrático de tiempo completo en la Universidad Intercultural de Chiapas, México, con sede en San Cristóbal de Las Casas.

Como integrante de la “Generación Comprometida”, fue compañero y amigo de Roque, a quien considera uno de los mejores poetas salvadoreños de la segunda mitad del siglo pasado.

Ricardo Bogrand, o José Antonio Aparicio, aceptó ser entrevistado a propósito del 34 aniversario del “cobarde asesinato” del autor de “Pobrecito poeta que era yo” —-quien este 14 de mayo cumpliría 74 años de edad—, y del triunfo de la izquierda salvadoreña en las elecciones presidenciales.

Saboreando una humeante taza de café en una de las casonas antiguas de esta colonial ciudad fundada en 1528, el poeta, naturalizado mexicano y quien desde hace casi medio siglo llegó como exiliado a tierras aztecas, se llena de recuerdos, de nostalgia.

Con el pelo blanco a sus 78 años de edad, recuerda cómo conoció a Roque. Se remonta a 1954 cuando la Asociación General de Estudiantes de El Salvador (AGEUS) había convocado a un mitin en lo que era el predio universitario, donde había estado la antigua universidad de madera que mandó a incendiar el entonces mayor José Alberto Medrano, jefe de investigaciones de la Policía Nacional.

Allí, donde los estudiantes organizaban los mítines, una tarde de aquel año se encontró con Roque y se conocieron. “El se acercó y me dijo: ‘¿usted es Ricardo Bogrand?’. ‘Sí, le dije, en qué puedo servirle’. ‘Mire, leí el poema que publicó usted el sábado en el diario Latino, me gustó y me interesó mucho’. Ahí empezamos la relación y la amistad”. Aquel poema era “A flor de tierra”.

Un año después, cuenta, él fue a trabajar como maestro a la Escuela Normal “Alberto Masferrer”, a donde llegaba Roque a platicar con él. Ahí, relata, “surgió la idea de organizar el Círculo Literario Universitario, y para ello Dalton ya había hablado con Otto René Castillo, también del mismo grupo y exiliado guatemalteco; con Manlio Argueta, que estudiaba en la facultad de derecho junto con Roque, con Jorge Díaz Gómez, y otros compañeros”.

Fue así como, en 1956, se fundó el Círculo Literario Universitario, “pero antes, todo el grupo que formaba parte del Cenáculo de Iniciación Literaria había saltado ya a las páginas de los periódicos locales: el Diario de Hoy, la Prensa Gráfica y el diario Latino. Cuando estaba yo en primer año de derecho Roque y Manlio estaban en tercero, y Schafik Handal en quinto. Este grupo fue la izquierda universitaria que después tendría relevancia en las luchas universitarias y a nivel nacional luchando contra la dictadura militar y finalmente en la guerra civil”.

Comenta que después de algunos años, él y Dalton, ambos en el exilio, se encontraron de nuevo en México. Durante una noche de parranda, recuerda, “me dijo Roque: ‘mire, poeta, usted tiene un libro que se llama “El rostro en la ventana”, ¿por qué no me regala ese título?’. ‘No, porque es el título de mi libro que voy a publicar’. ‘Es que yo voy a publicar un libro y ese título me gusta; usted es muy bueno para encontrar títulos para libros’. Me tocó la parte sensible y le dije que lo tomara”. Finalmente Dalton tituló ese libro como “La ventana en el rostro”.

Recuerda que la “Generación Comprometida”, se integró por un primer grupo de nueve poetas, de la promoción de 1950. “Empecemos por las mujeres: Irma Lanzas, Mercedes Durán, Mauricio de la Selva, Italo López Vallecillos, Orlando Frecedo, Eugenio Martínez Orantes, Alvaro Menéndez Leal, Waldo Chávez Velado y su servidor. Para 1956 se incorporan Roque, que era menor que nosotros, Manlio Arguete y Roberto Armijo. Éramos doce los que formamos la “Generación Comprometida”, que correspondería, con ciertas diferencias y distancias que hay que reconocer, a la generación de medio siglo de México”.

De este grupo eran sus amigos cercanos Roque, Menéndez Leal, Italo López Vallecillos y Orlando Precedo, “el mejor poeta de todos, que murió muy joven, porque se hizo alcohólico”.

Ricardo Bogrand se detiene y hace una necesaria aclaración: “Qué bueno que tocamos el tema porque cuando se habla de la “Generación Comprometida” se cree que todos teníamos el mismo compromiso pero no es cierto. Lo de ‘comprometido’ lo entendíamos nosotros con el pueblo y los trabajadores, los campesinos. Que nuestra poesía, lo que escribíamos, fuera para ayudar a la liberación del pueblo; no podemos decir que, por ejemplo, Waldo Chávez Velasco, Eugenio Martínez Orantes, Irma Lanzas por mencionar tres, tuvieran un compromiso; ellos lo tenían pero con el sector oficial”.

Sostiene que él no ha claudicado y que morirá en la izquierda, pues no piensa cambiar. Dice que del grupo quedan con vida Irma Lanzas, Mauricio de la Selva y él. “Han muerto seis y del otro grupo queda Manlio, pero en su caso tampoco podemos hablar de un compromiso, porque no sé cómo llamarle a una persona que se va a leerle versos a los cadetes”.

¿Qué opina usted de Roque como poeta?

Era muy buen poeta. Tuvo una evolución estupenda. No son sólo aquellos poemas de corte romántico como cuando empezamos en El Salvador sino que su estancia sobre todo en Cuba le ayudó mucho a desarrollarse y evolucionar como poeta. Esa estancia en Cuba también le sirvió para relacionarse con los poetas y escritores latinoamericanos, como Julio Cortazar, Mario Benedeti, que le tenía mucho aprecio a Roque, y poetas cubanos, como Roberto Fernández Retamar; todo esto le sirve y se da a conocer ya más a nivel latinoamericano. Era un buen poeta, aunque hay unos poemas que no tienen la misma calidad que otros, pero eso es natural en la poesía, no todos los hijos salen bonitos.

¿Cómo cree usted que sería ahora Roque?

Sería un anciano como su servidor pero con entusiasmo y muchos deseos de vivir. Roque era muy vital, con muchos deseos de vivir, y muy buen amigo, nada de dobleces, derecho, recto. Así lo recuerdo.

¿Cómo se vivió el proceso de la muerte de Roque?

Yo estaba en México porque tuve que salir al exilio de nuevo en 1972. Trabajaba como profesor de tiempo completo en la Universidad de El Salvador en el departamento de letras de la facultad de ciencias y humanidades. El ejército y la policía asaltaron la universidad e hicieron una redada. Yo me salvé porque andaba en trabajo de campo haciendo una investigación en el área nahuatl de El Salvador junto con una compañera antropóloga francesa; estaba ese día en Armenia y hasta en la tarde que regresé a San Salvador me di cuenta de lo que había pasado. Meses después regresé a México como exilado de nuevo hasta 1992 cuando ya se habían firmado los acuerdos de paz.

¿En México cómo se vivió la noticia del crimen?

Se nos hizo llegar copia de la famosa denuncia –un boletín del EPR (Ejército Revolucionario del Pueblo)—- del por qué un grupo no podemos hablar de toda la organización-, lo mató. Para nosotros la acusación era una mentira. No se podía creer y hubo protestas, cundió en la conciencia de la gente revolucionaria y de izquierda mexicana este crimen imperdonable.

Roque Dalton, subraya Bogrand, “era un hombre revolucionario y es una estupidez lo que dijeron acerca de que era agente de la CIA y que por eso lo habían matado. Lo que menos se podía pensar es que fuera eso porque no lo era, era un hombre honesto, a carta cabal. Eso era Roque. Un poco loco como éramos todos los de aquella época que andábamos en la revolución y al mismo tiempo en la parranda pero esa era nuestra manera de ser y teníamos que desahogarnos de alguna forma”.

¿Usted cree que alguien tendría que ser castigado por ese crimen?

Yo pienso que sí. ¿Por qué no? Hoy que por fin el FMLN llega al poder ojala todas estas cosas se remuevan. No puedo adelantar nada porque no lo sé pero ese famoso perdón y olvido es una bofetada para el pueblo salvadoreño. No deben de quedar impunes todas estas muertes. Roque no merecía morir como murió. En todo caso si había que morir pues había que morir con las armas en la mano y disparando no asesinado y sedado, porque primero lo sedaron y después lo ametrallaron y fueron a tirar el cadáver aun lugar X. No se sabe dónde están sus restos. Y no obstante que sus hijos reclaman el castigo para los asesinos, todo sigue igual. Debe de castigarse a los responsables materiales e intelectuales de ese crimen.

Joaquín Villalobos dijo que fue uno de los grandes errores de la guerrilla

Sí, pero eso no se justifica de ninguna manera.

Roque decía que había que ganar el poder con al lucha revolucionaria. ¿El triunfo del FMLN en este 2009 es producto de esa lucha?

No lo podemos desligar. La lucha contra la dictadura militar en El Salvador se inicia en 1932 con el alzamiento popular de campesinos entre ellos muchos indígenas de Sonsonate y Ahuachapán. Después se liga con el movimiento de 1944 para tumbar la dictadura de Hernández Martínez, y a raíz de eso se instaura la dictadura militar. Con los acuerdos de paz los militares van a sus cuarteles, se suprimen los cuerpos de seguridad y aunque hay una Policía Nacional Civil que tiene algunos vicios, esto probablemente sea objeto de un proceso de remodelación con el gobierno (que a partir del primero de junio encabezará Mauricio Funes). La lucha ya sea civil, electoral o armada forma parte toda del mismo fenómeno y hasta ahorita es que el FMLN ha ganado las elecciones y llega al poder, pero es una misma línea de continuidad desde 1932 hasta el 2009.

Usted que lo conoció, ¿cree que Roque estaría contento por este triunfo de la izquierda?

Si Roque viviera –a Bogrand se le quiebra la voz, se le humedecen los ojos en medio de los recuerdos y la nostalgia—, andaríamos locos, abrazándonos y celebrando todo esto. Es lo más seguro, porque yo lo conocía. Y andaríamos echándonos los tragos, aunque yo ahora ya no bebo.

Creo en el materialismo pero…

Creo en el materialismo pero…

Por Juan José Dalton

Relato sobre Miguel Mármol contado por Toño Hernández

SAN SALVADOR – Cuenta Antonio Hernández, Toño, abogado y amigo desde hace muchos años, que un día en la década de los 80, se encontró a Miguel Mármol en el hotelito de Miramar, en la Ciudad de la Habana.

Aquella era una instalación que había sido remodelada para hospedar a lisiados de guerra centroamericanos que se habían reestablecidos y que pronto retornarían a sus países. Miguel Mármol era un “permanente”: el hotelito era su nuevo hogar.

Se dedicaba a escribir y a preparar conferencias sobre su propia historia de sobreviviente de la masacre de 1932 y fundador del Partido Comunista de El Salvador (PCS). Sus charlas eran magistrales; era un archivo viviente.

Recuerdo una de sus charlas en la que sorprendió a su auditorio, cuando estaba haciendo grandes elogios de quien fuera su amigo y compañero de lucha: Agustín Farabundo Martí, a quien él llamaba “el Negro”.

“Era tan entregado a la lucha, pero tan entregado a la causa, que al Negro nunca se le conoció mujer…”, dijo entonces entusiasmado Mármol. Los lisiados “tragaron en seco” y se miraban uno a otro como interrogándose: ¿Será que Farabundo era del otro bando?… Después Miguelito rectificó y dijo que quiso decir que “Farabundo no era mujeriego”.

Bueno, pero el caso es que Miguel Mármol –cuenta Toño- un día estaba sentado en el comedor del hotelito y Toño se le acercó para conversar con él.

Toño fue al grano: “Mire Miguel, cómo es eso que dice Ud en el testimonio que escribió Roque Dalton, que cuando iba huyendo después de sobrevivir al fusilamiento, se encontró a la Siguanaba…” (Mujer bruja de la mitología local).

Miguelito se sorprendió, se puso como enfurecido y dijo mirando fijamente a los ojos de su interlocutor: “Mire compañero, Ud sabe que yo soy marxista-leninista, es decir, que creo en el materialismo histórico y en el materialismo dialéctico… ¿verdad? Ud sabe que creo en el comunismo científico. ¿Está claro? Pero mire compañero, ¡¡La Siguanaba existe!!”.

Roque Dalton en Santiago de Chile

Roque Dalton en Santiago de Chile

Por Santiago Ruiz Granadino

“Callate, pendejo que ando clandestino, seguime”

SAN SALVADOR – Yo me encontraba auto exiliado en Santiago de Chile, junto a mi esposa y mis pequeños hijos, un día de verano (30 de diciembre) cuando caminábamos con mi esposa por una avenida muy concurrida, reconocí a Roque Dalton que caminaba en dirección a nosotros, él trató de voltear la cara para otra parte para que no lo reconociera, pero mi alegría era tan grande de encontrarme con ese viejo amigo y camarada que lo llamé por su nombre y él se hizo el loco.

Cuando pasó por nuestro lado me dijo: “Callate, pendejo que ando clandestino, seguime”. Después de varios cruces de calles entró a una plaza y bajo un gran árbol posiblemente centenario me invitó a que pasáramos el año nuevo en casa de una amiga suya (una compositora musical muy famosa y muy guapa).

Mi esposa no conocía a Roque y le preocupó la “putiada” que me había dado, yo le expliqué que era un revolucionario salvadoreño con el cual habíamos compartido muchos años como miembros del Partido Comunista, pero que también habíamos disfrutado de la vida universitaria, especialmente en la organización de los desfiles bufos en que nos vestíamos de putas, militares, curas, gorilas, etc, para ridiculizar a nuestros gobernantes y sus políticas públicas.

Nos encontramos el 31 de diciembre varias personas: cuatro salvadoreños revolucionarios que nos encontrábamos en esa ciudad, Regis Debray (del cual había leído varias de sus publicaciones y escuchado conferencias en las principales universidades chilenas), Roque y su amiga compositora. Por supuesto, que conversamos sobre la situación revolucionaria en América Latina y el mundo, específicamente Chile, Centroamérica y por supuesto El Salvador.

Yo me limitaba a escuchar hasta que Roque me señaló diciendo “¿y tú que opinas de la estrategia revolucionaria del que se dice Partido Comunista de El Salvador?”.

Yo le respondí que estaba de acuerdo y expresé varias justificaciones, el Roque me dejó hablar como cinco minutos (el resto había hecho participaciones de diez a veinte minutos) y luego bastante encolerizado me gritó “¡Comé mierda, hijo de puta, culero, con esa estrategia pasaremos siglos comiendo mierda en nuestro país!”.

Yo había leído varios artículos de Roque en que analizaba la realidad revolucionaria en América Latina en los cinco años recientes y me había parecido que él valoraba mucho la estrategia de la guerra popular prolongada utilizada en la revolución china y vietnamita, pero al escuchar la argumentación para robustecer su tesis que la estrategia del Partido Comunista de El Salvador (PCS) era “pura mierda”, comencé a dudar de cuál era la orientación política que ahora tenía mi gran amigo.

Por un lado entendía que había diferencias pero por otro lado, varias coincidencias con la estrategia del PCS.

Cuando ya se había armado la “periquera” en que todos hablan y nadie escuchaba, entonces Roque dijo ceremoniosamente: “Coman mierda todos, estamos disfrutando el estar juntos en este año nuevo y estamos peleando, mejor chupemos civilizadamente”; le pidió a su amiga que pusiera música alusiva al año nuevo al estilo salvadoreño, pero la compositora musical no disponía de esa música.

Por supuesto que el guaro se agotó más rápidamente y cuando eran como las diez y media de la noche me dijo que fuéramos a comprar licor y otras mierdas para comer a un negocio que yo sabía que estaba abierto, cerca de la Plaza Italia.

Mientras escogíamos lo que pensábamos comprar, el Roque jugaba a que se robaba cosas y se las metías en las bolsas sólo para joderme porque yo era amigo del dueño.

(*) Académico economista