Orfeo y Eurídice. Michel Martin

Orfeo, hijo de Apolo y Calíope, se enamoró perdidamente de la ninfa Eurídice y la hizo su esposa.

Un día, una tragedia sacudió a Eurídice mientras huía de Aristeo, hijo de Apolo, cuando fue mordida por una serpiente. Después de esto, Eurídice murió. Orfeo no aceptó su pérdida y decidió descender a los infiernos para buscarla.

En el camino, Orfeo tuvo que sortear diferentes riesgos, incluso consiguió amansar al temible Cerbero. Finalmente, Hades y Perséfone, conmovidos, permitieron que Eurídice volviera con Orfeo. Para ello, le pusieron una condición: que Eurídice fuera detrás de él y que Orfeo no mirara para atrás hasta que no hubieran llegado al mundo de los vivos.

Orfeo fue incapaz de resistirse y volvió la cabeza para ver a su esposa. Entonces, Eurídice desapareció, pero esta vez para siempre.

Significado del mito. Este mito representa el amor más allá de la muerte. El proceso de duelo del Orfeo podría verse representado en ese descenso a los infiernos que realiza para hallar de nuevo a Eurídice. El camino de vuelta desde el inframundo atiende a la inevitabilidad de la pérdida y, en consecuencia, la aceptación de los finales.

II:

El mito de Orfeo y Eurídice.

¿A quién no le gustan las historias de amor? Pues en el post de hoy hablaremos de la que posiblemente es la historia de amor más antigua. El mito de Orfeo y Eurídice. Orfeo era un joven muy apuesto, pero no solo era conocido por eso, sino que era conocido porque con su lira era capaz de tocar las melodías más maravillosas que los humanos hubiesen escuchado. Fue así como Eurídice se enamoró de Orfeo y poco después decidieron casarse.

Pero lamentablemente Eurídice murió poco después de casarse por culpa de la picadura de una serpiente. Orfeo entro en una profunda pena, hasta que se decidió a bajar hasta el mismísimo inframundo para así poder salvar a su amada. Y así fue, bajo hasta el inframundo y una vez allí intento llevarse a Euridice. Pero Hades no permitía que Orfeo se llevara a Eurídice. Así que Orfeo se puso a cantar para Hades y Eurídice, hasta que ellos se comparecieron de él y permitieron que se llevara a Orfeo con una condición: No podía mirar a su amada hasta que estuviera totalmente bañada por la luz del sol. Así lo hicieron y cuando salieron al exterior Orfeo se giró para verla. Pero no se percató que un pie se había quedado en las sombras así que Eurídice desapareció en la oscuridad del inframundo y esta vez para siempre. Orfeo triste pereció en batalla a las pocas semanas, pero al morir e irse al inframundo, consiguió por fin estar al lado de su amada, para toda la vida.

El mito de Orfeo y Eurídice nos recuerda que el amor persiste por encima de todo, incluso de la propia muerte. Cuando alguien ama verdaderamente es capaz de ir hasta el infierno para estar en compañía de aquel a quien ama.

III:

El síndrome de Orfeo: ¿por qué siempre acabamos mirando atrás?

A veces, nos aferramos, como Orfeo, a lo que ya está perdido, a lo que no puede ser. El pasado es solo un reflejo al que no conviene volver, aunque duela dejarlo ir. Es necesario entrenar al cerebro para que se abstenga de viajar en pretérito cuando hacerlo pueda suponer un obstáculo para nuestro avance. Se denomina síndrome de Orfeo a esa necesidad tan común de llevar la mirada hacia atrás. A eso que ya está perdido, pero que nos sigue obsesionando. Amores del pasado, recuerdos de la infancia, instantes felices o momentos en los que nuestra vida era más plácida y hasta previsible… Las personas somos “adictas” a rememorar lo que ya se fue.

Es cierto, somos almas nostálgicas que evocan casi a cada minuto fragmentos del ayer. Sin embargo, nada de esto sería preocupante ni negativo si el acto de rememorar no impidiera nuestro avance. Uno puede, por ejemplo, estar progresando en nuevos y revitalizantes proyectos, pero de pronto visitar mentalmente los fracasos del ayer e impregnar con ellos el presente de inseguridad. Y, ¿si vuelve a suceder lo mismo?

Bien es cierto que solemos decirnos aquello de que hay que usar el pasado como trampolín y no como sofá. Esta frase enunciada por el ministro británico Harold Macmillan sigue usándose con frecuencia. Sin embargo, lo pretérito continúa siendo ese lugar sobre el que reposamos con frecuencia nuestra mirada y enfoque personal. Algo que, en ciertos momentos, puede ser tan fatídico como lo que le sucedió al desdichado Orfeo.

IV:

¿Cómo lo digo? ¿Cómo explico, aquí, qué tiene el mito de Orfeo y Eurídice de especial que hace que perdure hoy en día? Tal vez es porque las tragedias perduran en nuestra memoria mucho más que las comedias, pero me cuesta creer que ese es el único motivo. Tal vez es porque, como sociedad, hemos decidido que un final trágico es mucho más literario que un final feliz; ¿cuántas veces confundimos tristeza con profundidad o, peor aún, con calidad literaria? Nos hemos vuelto lo suficientemente cínicos como para rechazar los finales felices, alegando que no son realistas y, por lo tanto, menguan el talento del escritor. Como si fuera realmente difícil matar a un personaje, dañarlo o condenarlo para siempre al sufrimiento.

Supongo que, en realidad, es porque una vez que Eurídice se desvanece en el Inframundo, nosotros soltamos un suspiro, el aliento que hasta entonces habíamos estado conteniendo. Se ha realizado la catarsis: nos hemos dejado llevar por las pasiones a pesar de conocer el final de la historia de antemano, y al terminar, sentimos que se nos ha quitado un peso de encima, hemos sido purificados. A los lectores y espectadores de a pie no nos interesa tanto la perfección literaria como las emociones que nos despierta la obra. Si me preguntan por qué me obsesiona el mito de Orfeo y Eurídice, me veré obligada a reconocer que me ata a él un componente sentimental; hay algo en la historia, en los personajes, en sus acciones desmedidas que me atrae como una polilla a la luz.

La historia es la siguiente: el día de las nupcias, Eurídice es mordida por una serpiente y muere. Es Orfeo quien encuentra su cadáver e, inconsolable, empieza a tocar la lira, conmoviendo a todos los árboles, animales y ninfas a su alrededor. Guiado por el desespero, baja al Hades a buscar a su esposa y, en un último intento desesperado de rescatarla, toca una melodía acongojante para Hades y Perséfone. Perséfone, conmovida, intercede a su favor y le devuelve a Eurídice, pero con una condición: Orfeo debe guiarla hasta el mundo de los vivos, andando siempre por delante de ella, y no puede girarse a verla hasta que ambos estén sanos y salvos nuevamente sobre la superficie. Orfeo acepta, empieza su ascenso, Eurídice lo sigue. Aquí las versiones difieren: Eurídice se tropieza; Eurídice no sabe nada sobre la condición impuesta por Hades y lo llama desesperada creyendo que ya no la ama; Orfeo cree que lo han engañado; Orfeo llega a la superficie y, sin saber si Eurídice ha llegado también, se da la vuelta. Sea como fuere, el desenlace es el mismo: Orfeo se da la vuelta y Eurídice se desvanece para siempre. La historia, como todas las historias, sigue, pero lo que viene después ya no suele interesarnos tanto. Es el mito de Orfeo y Eurídice, no el mito de Orfeo después de Eurídice. La pérdida es literaria, el duelo es mundano.

Podemos reescribir el mito, ¿pero con qué pretexto salvamos a Eurídice? Su muerte es condición sine qua non para que Orfeo demuestre la potencia de su amor, su desvanecimiento termina de estremecernos. Si Orfeo consiguiera salvarla nos alegraríamos, obvio, nos enorgulleceríamos de la condición humana, diríamos: «la quiso tanto que luchó contra su naturaleza para traerla de vuelta a la vida». Pero no nos habría marcado de la misma forma.

El mito nos desgarra el corazón precisamente porque Orfeo es humano, porque mira atrás. No por egoísmo, ni por maldad, ni por debilidad. No por cobardía, como sostiene Platón, que en su cruzada contra los poetas arremete también contra Orfeo por no suicidarse tras la muerte de Eurídice. Orfeo fracasa precisamente porque ama a Eurídice: porque esta tropieza y él, en un acto reflejo, se da la vuelta para ayudarla a levantarse; Eurídice lo llama y lo llama desesperada y él, incapaz de seguir escuchando sus lamentos, se da la vuelta para calmar sus miedos; Orfeo no oye sus pasos y teme que los dioses lo hayan engañado, por lo que se da la vuelta alarmado; Orfeo llega primero a la superficie y, emocionado, se da la vuelta, olvidando que la segunda parte de la condición es que ambos deben llegar a la meta.

El mito de Orfeo y Eurídice nos revela algo de la condición humana, del material del que se construyen las relaciones humanas. Si el amor de Orfeo por Eurídice es desmedido, ¿por qué podemos medirlo por las pequeñas acciones? El amante que se da la vuelta para ayudar a Eurídice a levantarse del suelo es el mismo que baja al Hades a recuperar su cadáver. Lo mundano construye el mito. Los detalles que nos son familiares ayudan a que este eche raíces en el imaginario colectivo; todos podemos imaginar a nuestros padres y a nuestros abuelos ayudándose mutuamente al tropezar. ¿Qué hay más tangible que eso? Debo confesar que esa es mi versión favorita del mito: la cotidianidad que se filtra entre los resquicios del mito, que hace acto de presencia en el momento más inoportuno, el acto irreflexivo, la fisicalidad del momento en un espacio reservado a las almas. Orfeo, más humano que nunca, dándose la vuelta, tal vez la mano extendida hacia Eurídice. Como humanos, empatizamos completamente, nos vemos reflejados en sus actos.

Por suerte o por desgracia, el acto de Orfeo convierte esta historia de amor en eterna, trasciende el tiempo no solo porque el mito pervive gracias a la literatura, sino precisamente porque al darse la vuelta, Orfeo condena a Eurídice a la muerte permanente. Solo tras la muerte el amor puede ser eterno. El amor real, terrenal, mundano se convierte en cenizas, se deteriora con el paso del tiempo, se transforma. Al bajar al Inframundo, Orfeo prueba que su amor es sublime, pero su triunfo supondría la vuelta a un amor imperfecto y físico, mientras que la muerte permanente de Eurídice asegura un amor eterno, idealizado. Algo me dice, sin embargo, que no era amor eterno lo que buscaba Orfeo, o se habría inmolado. El amor eterno es para la muerte, pero a los humanos lo que nos interesa es la vida y Orfeo baja precisamente a buscarla para devolverla a la tierra, a la luz del sol y a las plantas que florecen en primavera, a todo lo que es rico y exuberante y abundante.

Tal vez sigo sin haber esclarecido la relevancia del mito; de hecho, es probable que haya revelado más de mí misma que de su valor literario. No puedo tener todas las respuestas, ni fingir que sé más de lo que realmente sé. A veces, simplemente, una historia nos conmueve más que otra y hacemos de todo para justificar ese sentimiento. Así es la literatura.

V:     Mito: Orfeo y Eurídice

En la época en que dioses y seres fabulosos poblaban la tierra, vivía en Grecia un joven llamado Orfeo, que solía entonar hermosísimos cantos acompañado por su lira. Su música era tan hermosa que, cuando sonaba, las fieras del bosque se acercaban a lamerle los pies y hasta las turbulentas aguas de los ríos se desviaban de su cauce para poder escuchar aquellos sones maravillosos. Un día en que Orfeo se encontraba en el corazón del bosque tañendo su lira, descubrió entre las ramas de un lejano arbusto a una joven ninfa que, medio oculta, escuchaba embelesada. Orfeo dejó a un lado su lira y se acercó a contemplar a aquel ser cuya hermosura y discreción no eran igualadas por ningún otro. – Hermosa ninfa de los bosques –dijo Orfeo-, si mi música es de tu agrado, abandona tu escondite y acércate a escuchar lo que mi humilde lira tiene que decirte.

La joven ninfa, llamada Eurídice, dudó unos segundos, pero finalmente se acercó a Orfeo y se sentó junto a él. Entonces Orfeo compuso para ella la más bella canción de amor que se había oído nunca en aquellos bosques. Y pocos días después se celebraban en aquel mismo lugar las bodas entre Orfeo y Eurídice.

La felicidad y el amor llenaron los días de la joven pareja. Pero los hados, que todo lo truecan, vinieron a cruzarse en su camino. Y una mañana en que Eurídice paseaba por un verde prado, una serpiente vino a morder el delicado talón de la ninfa depositando en él la semilla de la muerte. Así fue como Eurídice murió apenas unos meses después de haber celebrado sus bodas. Al enterarse de la muerte de su amada, Orfeo cayó presa de la desesperación. Lleno de dolor decidió descender a las profundidades infernales para suplicar que permitieran a Eurídice volver a la vida. Aunque el camino a los infiernos era largo y estaba lleno de dificultades, Orfeo consiguió llegar hasta el borde de la laguna Estigia, cuyas aguas separan el reino de la luz del reino de las tinieblas. Allí entonó un canto tan triste y tan melodioso que conmovió al mismísimo Carón, el barquero encargado de transportar las almas de los difuntos hasta la otra orilla de la laguna.

Orfeo atravesó en la barca de Carón las aguas que ningún ser vivo puede cruzar. Y una vez en el reino de las tinieblas, se presentó ante Plutón, dios de las profundidades infernales y, acompañado de su lira, pronunció estas palabras:

– ¡Oh, señor de las tinieblas! Heme aquí, en vuestros dominios, para suplicaros que resucitéis a mi esposa Eurídice y me permitáis llevarla conmigo. Yo os prometo que cuando nuestra vida termine, volveremos para siempre a este lugar. La música y las palabras de Orfeo eran tan conmovedoras que consiguieron paralizar las penas de los castigados a sufrir eternamente. Y lograron también ablandar el corazón de Plutón, quien, por un instante, sintió que sus ojos se le humedecían. – Joven Orfeo –dijo Plutón-, hasta aquí habían llegado noticias de la excelencia de tu música; pero nunca hasta tu llegada se habían escuchado en este lugar sones tan turbadores como los que se desprenden de tu lira. Por eso, te concedo el don que solicitas, aunque con una condición. – ¡Oh, poderoso Plutón! –exclamó Orfeo-. Haré cualquier cosa que me pidáis con tal de recuperar a mi amadísima esposa.

 – Pues bien –continuó Plutón-, tu adorada Eurídice seguirá tus pasos hasta que hayáis abandonado el reino de las tinieblas. Sólo entonces podrás mirarla. Si intentas verla antes de atravesar la laguna Estigia, la perderás para siempre. – Así se hará –aseguró el músico. Y Orfeo inició el camino de vuelta hacia el mundo de la luz. Durante largo tiempo Orfeo caminó por sombríos senderos y oscuros caminos habitados por la penumbra. En sus oídos retumbaba el silencio. Ni el más leve ruido delataba la proximidad de su amada.

Y en su cabeza resonaban las palabras de Plutón: “Si intentas verla antes de atravesar la laguna de Estigia, la perderás para siempre”. Por fin, Orfeo divisó la laguna. Allí estaba Carón con su barca y, al otro lado, la vida y la felicidad en compañía de Eurídice. ¿O acaso Eurídice no estaba allí y sólo se trataba de un sueño?. Orfeo dudó por un momento y, lleno de impaciencia, giró la cabeza para comprobar si Eurídice le seguía. Y en ese mismo momento vio cómo su amada se convertía en una columna de humo que él trató inútilmente de apresar entre sus brazos mientras gritaba preso de la desesperación: –

Eurídice, Eurídice… Orfeo lloró y suplicó perdón a los dioses por su falta de confianza, pero sólo el silencio respondió a sus súplicas. Y, según cuentan las leyendas, Orfeo, triste y lleno de dolor, se retiró a un monte donde pasó el resto de su vida sin más compañía que su lira y las fieras que se acercaban a escuchar los melancólicos cantos compuestos en recuerdo de su amada.

Al mirar hacia atrás, la sombra pálida de Eurídice regresa a la muerte.

Tras el canto sublime, Proserpina y Plutón, conmovidos ante tan grande amor y tantas peripecias, mandan a llamar a Eurídice para entregarla al poeta. Llega ella, todavía dolorida y sin aliento.

Pero apenas ve a su esposo, sus ojos se llenan de luz y una ancha sonrisa entreabre otra vez sus labios pálidos. Deseosa de entregarse al cantor para siempre, la ninfa extiende sus delgados brazos. Pero los soberanos infernales no le permiten el abrazo. Sólo consienten en que la pareja parta.

A último momento, Proserpina advierte al poeta: él deberá marchar siempre adelante.

Mientras esté en la región infernal no podrá volverse a contemplar el rostro de su amada. Si lo hiciera, perderá para siempre a Eurídice, que volverá al reino de las sombras.

Parten los esposos. Orfeo siempre adelante, canta durante todo el viaje. Sabe que la ninfa es feliz oyéndolo. En la orilla de Estigia, aun sin mirarse el uno al otro, los enamorados encuentran a Caronte. Contento de volver a ver a su amigo vivo, el viejo lo conduce al otro lado del río infernal.

Después vuelve y hace subir a Eurídice en la barca, para que cumpla el mismo trayecto. Ya casi en la puerta que los separa del mundo de los mortales, lejos del crepúsculo infinito, el poeta no puede contener el deseo de volver a ver el rostro de su amada. El aviso de Proserpina le resuena en los oídos. Eurídice viene detrás, y en el fondo de su alma implora a los dioses que el esposo no ceda a la tentación de mirarla. Falta tan poco para unirse nuevamente…

A último momento, olvidando las palabras de la reina infernal, Orfeo cede al imperioso deseo. Vuelve hacia atrás la mirada dolorida y sólo divisa una sombra, traslúcida llorosa, que retorna a la oscuridad. Todo está perdido.

El poeta desesperado, desanda el camino y ruega muchas veces a Caronte que traiga a Eurídice nuevamente a la orilla de los vivos. Pero el barquero sujeto únicamente al mandato de Plutón, no escucha su pedido y lleva a la sombra de la joven a su morada definitiva. Todavía el poeta canta versos intensos y apasionados. Pero los Infiernos ya no oyen. Nadie se conmueve.

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Al rechazar el amor de las Bacantes, Orfeo trataba de conservarse fiel al doloroso recuerdo de Eurídice. Solo, desolado, como si dejase en las sombras la mitad de si mismo, Orfeo vuelve a la superficie de la tierra. Ya nada podrá hacerlo sonreír. Su canto se hace triste para siempre, de una tristeza infinita, como si el poeta estuviera sólo esperando el momento de la muerte para volver a ver a su amada.

Dicen que mucho después, tras haber errado por toda Tracia para liberarse de su desesperación, y después de haber fundado su religión, Orfeo perdió la vida de manera extraña. Las Bacantes enamoradas del poeta intentaron seducirlo. Y él, negándose a ellas en nombre del recuerdo de Eurídice, trató de escapar por el bosque.

Pero las mujeres tracias lo siguieron y consiguieron atraparlo. Furiosas, le despedazaron las ropas y le rasgaron la carne. Su cabeza, sin embargo, erró por las aguas dejando todavía oír su voz, y donde se posó se erigió un santuario. Hecho pedazos el cuerpo del poeta, su alma al fin libre pudo partir a los Infiernos. Y allí unido a Eurídice, deambula por las melancólicas praderas y bosquecillos del reino de Plutón, cantando al amor, más y más grande que la muerte.

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Orfeo recibe el don del canto

Los hombres reciben de los dioses el don de la melodía, pero no saben usarlo. La flauta que Atenea (Minerva) inventara sirve sólo para alegrar las interminables fiestas de los Sátiros y de los Faunos. La lira ingeniosamente creada por Hermes (Mercurio), es privilegio de Apolo y de las musas, sus compañeras. Las manos humanas se muestran incapaces de pulsar los instrumentos para extraer de ellos armonía alguna. Y en las rudas gargantas, las voces callan.

El tiempo corre sobre el lomo del mundo como un escalofrío. Y un día, feliz, ve nacer a Orfeo. Ahora la satisfacción de los dioses es completa. Porque finalmente ha aparecido sobre la tierra un mortal capaz de desarrollar el arte de la música.

Ya en la infancia el poeta revela poseer el talento de la armonía (que significa juntura ensambladura, ajuste, proporción y también equilibrio dinámico de contrarios) con su suave canto, acompañado de armoniosos acordes de lira, apacigua los ruidos de la selva y el furioso bramido del mar. Heredero de los dioses, jura cantar hasta el fin de sus días. Cantar para hacer que viva lo que parecía muerto. Para aliviar las miserias humanas y vencer la indiferencia de las cosas. Para canalizar el impulso de las fieras y arrullar la esperanza de la libertad.

Una sonrisa constante anima la boca del poeta. En sus manos, la lira pacifica la Tierra. Lejos están los caminos del sufrimiento.

Guerra a las maras y a la corrupción: Bukele, el nudo gordiano y el huevo de Colón. David Hernández. Julio de 2023

La leyenda griega del nudo gordiano relata que existía en Frigia (Anatolia, Turquía) una ciudad donde el monarca Gordias, de la ciudad homónima, ofreció a Zeus un templo en cuyo interior ató su lanza y el yugo de sus bueyes con un complicado nudo cuyos cabos eran casi imposibles de desatar. Según el oráculo, quien lo deshiciera conquistaría el mundo. Lo intentaron por innumerables años reyes y guerreros cuyas manos fueron incapaces de deshacer el nudo. En 333 a. C., Alejandro Magno conquistó Gordias y solucionó el problema cortándolo de un tajo con su espada. Daba lo mismo cortarlo que desatarlo, pues el oráculo no fijaba reglas y fue válido hacerlo con la espada, a diferencia de quienes lo intentaron con las manos.

El huevo de Colón se refiere a una reunión de Cristóbal Colón con cleros y nobles donde le increparon su descubrimiento, el cual, conjeturaron, tarde o temprano, dada la existencia en España de sabios y cosmógrafos, se habría realizado. Colón solicitó un huevo, lo colocó encima de la mesa y los retó a que lo pusieran de pie sobre la mesa. Nadie lo logró. Entonces Colón tomó el huevo, lo golpeó suavemente contra la mesa, aplastando la curvatura de su base, y lo colocó de pie. Confundidos, comprendieron el mensaje: después de hecha y vista la hazaña, cualquiera sabe cómo hacerla.

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Ambas leyendas describen algo difícil de lograr, pero fácil de ejecutar aplicando una solución heterodoxa. Lo dijo el padre de la modernización de China, Deng Xiaoping: «No importa si el gato es blanco o negro, lo importante es que cace ratones».

Este pensamiento y praxis lateral, guardadas las distancias históricas y personales, son lo que ha sucedido en El Salvador con la abolición de la tiranía más criminal que hemos padecido en nuestra historia, la dictadura de las pandillas. Fue el nudo gordiano de la sociedad salvadoreña durante más de 30 años, en los cuales los gobiernos de Alianza Republicana Nacionalista (ARENA) y del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) intentaron resolverlo: plan Mano Dura, Super Mano Dura, treguas, pago de extorsiones del Estado a las maras. Incluso durante el último gobierno se intentó implementar una liquidación selectiva de líderes mareros. No comprendieron que erradicar este fenómeno solo es posible desde un abordaje completo de este. No solo hay que neutralizar a líderes, ranfla, palabreros y corredores, sino a toda la membresía pandilleril. Aparte de que ambos partidos estaban coludidos con la corrupción y las prácticas asesinas de las maras.

Guerra a la corrupción

Igual sucede con uno de los acusados de asesinar a los jesuitas en 1989: Alfredo Cristiani. Todos lo sabían, pero nadie actuó de oficio. El hecho de haber sido comandante en jefe del Ejército lo incrimina, de entrada. Sumado a miles de millones de dólares que se robó del erario mediante artimañas como el autopago de cheques a su nombre y «el robo del siglo» que constituyeron privatizaciones que le dejaron pingües ganancias como la comercialización del café, el azúcar, las importaciones de petróleo, y otras privatizaciones, como las de la Escuela Nacional de Agricultura (ENA) y del Instituto Tecnológico Centroamericano (ITCA), «regalados» a la Fundación Empresarial para el Desarrollo Educativo (Fepade). Para la privatización de los bancos la oligarquía los quebró en los años ochenta, al no pagarles los créditos, y luego se apropió de ellos cuando Cristiani los saneó con fondos públicos y se los vendió a precio de «quemazón»; 15 años después, los oligarcas vendieron al capital extranjero la mayoría de las acciones de sus bancos. Otras privatizaciones: el Hotel Presidente, comprado por uno de los grupos económicos más poderosos; la zona franca de San Bartolo, que pasó a ser propiedad de 18 empresarios; la empresa Cemento Maya, cuyas acciones fueron compradas por Cemento de El Salvador (Cessa), para en 2010 ser comprada por Holcim, empresa de capital suizo, etcétera, etcétera.

Nuevo tipo de praxis política

Esta guerra a las maras y la corrupción pertenece a un nuevo tipo de praxis política que se despoja de las viejas mañas del pasado y no le tiembla la mano para aplicar la justicia. Se argumentará que estas medidas cualquier político podría haberlas hecho, pero tal como en el huevo de Colón, solo uno puso de pie el huevo sobre la mesa.

Lo sorprendente del caso es que estas medidas son respaldadas por más del 90 % de la población salvadoreña, que apoya un segundo mandato del presidente Bukele, en las elecciones del próximo febrero.

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La oposición y grupos de intereses oscuros han orquestado a escala internacional una encendida apología de la delincuencia y la criminalidad bajo la mampara de defensa de los derechos humanos. La Organización de las Naciones Unidas (ONU), la Organización de Estados Americanos (OEA), Human Right Watch, Cristosal, Open Society y otras ONG que apoyan esta campaña carecen de autoridad, ética, representatividad y dignidad. La mayoría, aparte de ser obsoletos artilugios de la Guerra Fría, están harto desprestigiadas a escala mundial, como es el caso de la ONU, incapaz de resolver el conflicto ruso-ucraniano, o de la OEA, cuyos miembros han creado otro organismo más representativo y justo, la Comunidad de Estados Americanos y del Caribe (Celac). Para consumo interno, en El Salvador, estos organismos proveen financieramente el «modus vivendi» y jugosas asignaciones a un grupo de vividores dizque «defensores de los derechos humanos», «periodistas incómodos» y oenegeteros profesionales en vender humo.

No puedo hablar, a diferencia de la oposición, en nombre de todos los comunicadores, pero como escritor, académico, periodista y, sobre todo, como ciudadano, estas falacias de violaciones a los derechos humanos y a la libertad de expresión no me dicen nada. No reflejan las últimas encuestas, donde el 92 % de la población apoya estas medidas en defensa de los derechos humanos de las grandes mayorías, que están funcionando idóneamente.

Son tiempos de crisis existencial para una clase política, ARENA-FMLN, que fracasó producto de su corrupción, ineficacia y mentalidad antediluviana. Aunque enarbolen la defensa de los derechos humanos de los criminales, no solo son rechazados por la población, son odiados, y la prueba será su desaparición en los comicios de 2024

Boletín No. 1 de la Secretaría de la Mujer del Sindicato de Empleadas y Empleados de la PDDH. Junio de 2023

“Los sindicatos son una herramienta colectiva crucial e inigualable para garantizar y defender el derecho de las mujeres a una vida libre de violencia en espacios públicos y privados…” Tomado de “La participación de las mujeres en el ámbito sindical”. OEA.

El derecho a la libertad sindical en nuestro país está reconocido ampliamente en el artículo 47 de la Constitución de la República, en las leyes secundarias siendo el Código de Trabajo, la Ley de Servicio Civil y en instrumentos internacionales ratificados por EL Salvador, como el Convenio 87 y 151 de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), relativos a la protección del mismo; no obstante, a la protección legal del derecho a la libertad sindical, se transgrede  por las desigualdades de género y las relaciones laborales en los centros de trabajo.

En ese sentido, la Junta Directiva de SEPRODEHES, a través de la Secretaría de la Mujer ha visto la urgente necesidad de motivar a las mujeres sindicalistas de esta Institución a participar en actividades formativas lo cual son herramientas importantes para lograr concientización y empoderamiento de las mismas, fomentando la búsqueda de un cambio de paradigma sindical, el cual contribuirá en la participación sindical de las mujeres, al avance en la igualdad de género y la prevención de todos los tipos de violencia; en aras de fortalecer la unidad sindical.

Es por ello que, SEPRODEHES ha incorporado en su Plan de Trabajo 2023 –2024 el desarrollo de Cine Foro: “Tierra de Hombres”, dentro del marco del tema: “Mujeres, derechos humanos y sindicalismo”; dicha actividad se realizará en coordinación con el Departamento de Cultura y Promoción, y se llevará a cabo el día 26 de junio del presente año a las 9:00 a.m. en el Aula Magna I de la Escuela de Derechos Humanos; cabe mencionar que, tu participación es de gran importancia para el fortalecimiento de nuestro sindicato.  

¡UNIDAS, SOLIDARIAS Y FUERTES!


Guerras culturales ponen a las empresas estadounidenses a la defensiva. AFP. Julio de 2023

Boicotear una cerveza, atacar productos que celebran a la comunidad LGBTQ y criticar a los accionistas por promover la diversidad: ante las crecientes críticas de los conservadores, las empresas estadounidenses están dando marcha atrás en sus iniciativas corporativas progresistas.

Consumidores de ideas conservadoras llamaron a un boicot contra la cerveza Bud Light después de que la compañía se asociara con una “influencer” transgénero.

Por lo general, una protesta de este tipo tiene poco impacto, pero esta vez las ventas se desplomaron. Bud Light perdió incluso en las últimas semanas su posición como la cerveza más vendida en Estados Unidos en detrimento de Modelo Especial, según Bump Williams Consulting.

Anheuser-Busch InBev, la empresa matriz de Bud Light, lanzó rápidamente una contraofensiva de marketing con un anuncio patriótico que mostraba paisajes estadounidenses, seguido por una campaña que destacaba a sus empleados.

La cadena de supermercados Target, por su parte, optó por retirar ciertos artículos comercializados para el Mes del Orgullo debido a las amenazas que recibieron sus empleados.

Y en las asambleas anuales de accionistas, el número de resoluciones que se oponen a la inclusión de criterios ambientales, sociales y de gobernanza (ESG) de las empresas -particularmente sobre diversidad- se ha más que duplicado en los últimos tres años, según el Instituto de Inversiones Sostenibles (SII).

Reacción a Trump

Si bien este tipo de resoluciones suelen obtener muy pocos votos, están teniendo repercusiones.

Larry Fink, director de la gestora de activos BlackRock, que ha promovido inversiones sostenibles en los últimos años, dijo recientemente en una conferencia en Colorado, que dejó de usar el término “ESG” porque se ha politizado demasiado.

Esta nueva vigilancia se extiende al mundo del deporte: después de que algunos jugadores expresaran su reticencia a usar los símbolos del arcoíris, la Liga Nacional de Hockey decidió que los equipos ya no deberían usar camisetas especiales que apoyen los derechos LGBTQ porque se habían convertido en una “distracción”.

“La tensión de navegar entre grupos de personas que piensan muy, muy diferente siempre ha estado ahí”, dijo Alison Taylor, especialista en ética corporativa de la Universidad de Nueva York.

Pero la situación ha cambiado a medida que la vida política se ha ido polarizando cada vez más, agregó.

Las corporaciones “se involucraron en cuestiones controvertidas en 2017-2018, cuando hubo mucha resistencia organizada a (Donald) Trump; esto parecía una muy buena manera de atraer a los jóvenes y generar valor para los accionistas”, dijo.

Aunque la perspectiva de lograr un cambio real en temas como el aborto y el control de armas ya no parece posible en el ámbito político, los jóvenes han llegado a creer que pueden ejercer presión a través de las empresas, señala Taylor.

Política en la oficina

A diferencia de sus mayores, para quienes la implicación política se reduce a las urnas o a las donaciones a los partidos, los más jóvenes “son más proclives a llevar su política a la forma de invertir, de comprar, incluso a su oficina”, afirma David Webber, especialista en activismo inversor de la Universidad de Boston.

Las reacciones a algunas iniciativas de las empresas han sido amplificadas por líderes políticos, incluido el gobernador de Florida y candidato presidencial de 2024, Ron DeSantis, quien atacó a Disney por algunas de sus posiciones progresistas.

Y DeSantis no está solo.

“Organizaciones conservadoras”, financiadas en parte por empresas del sector del petróleo y el gas, “comenzaron una campaña para aprobar leyes en diferentes estados para abordar las prácticas de ESG”, dijo Webber.

Hasta ahora, los resultados han sido mixtos.

“Algunas empresas pueden, al menos, alejarse de parte de la retórica sobre ESG. Pero hemos visto muy poca reasignación seria de activos”, dijo.

Impulsadas por clientes, accionistas y empleados, las empresas no tienen más remedio “que involucrarse en algunos asuntos políticos”, dijo a la AFP Daniel Korschun, especialista en marketing de la Universidad de Drexel.

Sin embargo, “las personas realmente comienzan a reaccionar negativamente cuando sienten que las están presionando demasiado”, como fue el caso de la controversia de Bud Light, agregó.

“Hay un equilibrio muy delicado entre defender una causa y presionar demasiado”, dijo.

En respuesta, “muchos directivos están retrocediendo hasta que puedan descifrar este nuevo terreno en el que se encuentran”, agregó.

Postmodernidad en el mundo contemporáneo. Humberto Orozco Barba. 1975

Presentación

En esta publicación se encuentra el resultado del análisis del postmodernismo como una forma de pensamiento filosófico y de la postmodernidad como un rasgo sociológico, característico de la sociedad contemporánea.

Los trabajos que aquí se presentan fueron expuestos en el simposio “¿Postmodernidad? El pensamiento en el mundo contemporáneo”, encuentro realizado en el Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Occidente ( I T E S O ) durante los días 4, 5 y 6 de noviembre de 1993.

A tal postmodernidad, como fenómeno polivalente, se le ha caracterizado en lo social como una actitud de goce superficial frente a la vida, como un punto de vista estético que vuelve irónico el mundo a partir del ornato y el pastiche. Se le ha considerado también en términos sociológicos como una etapa histórica de rompimiento o superación de la modernidad.

Sin embargo, como afirma Fernando Leal Carretero, es en el pensamiento filosófico y científico donde se han dado grandes batallas por las consideraciones sobre el postmodernismo en el mundo, el ser, la estética, la ética y el conocimiento mismo.

Justamente es en el primer ensayo donde Leal Carretero presenta una brillante puesta en escena del postmodernismo en la filosofía.

Aunque las interpretaciones históricas sobre el inicio del postmodernismo como pensamiento sobre el mundo son variadas, hay quienes creen que, como fenómeno social, la postmodernidad históricamente inicia a partir de la década de los sesenta de este siglo, con los movimientos por la libertad y la revolución sexual; otros ubican su comienzo en los años cincuenta con la aparición de la televisión, o un poco antes, con la masificación de la radio. Finalmente, algunos críticos de arte lo ubican en los ochenta.

Para clarificar el concepto de lo postmoderno. Leal Carretero se acerca primero a lo moderno y propone, para ubicar a la modernidad, regresar al siglo XVII , donde la ciencia y la filosofía moderna nacen juntas, siendo Descartes la figura decisiva.

El postmodernismo en filosofía, nace entonces, bajo los embates de la ciencia moderna, cuando comienza a haber una crítica sostenida al pensamiento cartesiano, y esto ocurre por vez primera en los Estados Unidos alrededor de 1865.

La tesis principal de Leal Carretero es que el postmodernismo en filosofía es un resultado directo de la aparición de la ciencia moderna: la de Galileo, Newton, Lavoisier y Darwin.

Es decir un fenómeno que se viene gestando desde hace siglos, que explota en el nuestro y que ha influido sin duda en la filosofía.

El postmodernismo ha anunciado el fin de la filosofía, ha anunciado otras muertes, y es que el tono del post permite pensar que estamos más allá de algo, que en el caso de la filosofía, es superación de la filosofía moderna de Descartes.

En “Entre la ironía y la autofagia”, Leal Carretero ha puesto sobre la mesa de la reflexión dos conceptos que están en la raíz de lo postmoderno en filosofía: por un lado la ironía como elemento positivo, junto con la solidaridad y contingencia utilizados por Rorty, y que resumen lo mejor del pragmatismo en el postmodernismo.

Por otro lado, la autofagia hace que los postmodernos se coman a sí mismos, y al intentar acabar con la filosofía, terminen nada más autodestruyéndose.

Hay que evitar el juicio de lo postmoderno, para tratar de entender. Y para entenderlo, ubicar sus antecedentes remotos y sus antecedentes más próximos. Estos últimos suelen situarse en Friederich Nietzsche.

Sin embargo, en una novedosa visión, Leal Carretero se ubica un poco antes, para afirmar que quien preparó como Nietzsche el terreno para muchas de las actitudes de lo postmoderno fue el químico, lógico y filósofo norteamericano Charles Sanders Peirce, el creador del pragmatismo.

Leal Carretero compara a los dos filósofos, Peirce y Nietzsche. Pero no lo hace desde cualquier ángulo, elige precisamente al estilo, porque para un filósofo postmoderno, el estilo es lo más importante, ya que el contenido se deconstruye.

A pesar de las grandes diferencias en el estilo, pone a Nietzsche y a Peirce, como los abuelos del postmodernismo en filosofía. Y traza las líneas del camino bifurcadas, de Peirce a James y a Dewey por un lado y de Nietzsche a Heidegger por el otro.

Detrás de la propuesta del pragmatismo se encuentra un movimiento antiesencialista típico del postmodernismo en filosofía.

Peirce y Nietzsche coincidirán en que las ciencias dependen de la lógica y las matemáticas y que éstas dependen de la ética y la ética depende de la estética.

De ahí el concepto pragmático de la verdad: “lo verdadero es lo útil”. Pensamiento contrario a las concepciones trascendentalistas que consideran que detrás de los datos científicos siempre habrá algo más allá, un dios unser trascendente, verdad sublime, divina de la cual podríamos participar al través de la filosofía. Contra esto lucha el pragmatismo, pensando de una manera más naturalista, más darwiniana, más humilde.

Es entonces lo postmoderno, por lo menos desde Nietzsche, el regreso de la tragedia, de lo dionisiaco, de la música contra la moderna razón, apolínea e ilusoria. En los términos del pensamiento filosófico: contra la construcción de la metafísica. Con Heidegger: la posibilidad de interpretar de varias maneras el texto del mundo.

El movimiento más vigoroso de este siglo, el positivismo lógico, lo llevó así mismo a la autodestrucción. Leal Carretero reconstruye la línea que va de los positivistas lógicos, a Habermas, de éste a Derridá, Foucoult, Rorty y Lyotard. Es la idea de un consenso universal, contra la imposibilidad de esa pretensión.

Quedan puestas en evidencia la diversidad de posiciones frente al postmodernismo en filosofía. Para algunos será el fin del último sueño. Es decir, que no hay fin. Para Leal Carretero:

“no hemos perdido la posibilidad de soñar, nunca antes había habido tantos sueños; la diferencia es que ya no creo que mi sueño sea el mejor. No hay E L S U E Ñ O . ” Y en parte es que regresamos a hacer universidad sin universalismos impuestos, sino con pluralismos universales.

En el artículo de Alfonso Ibáñez,Modernidad y postmodernidad en la política”, se introduce lo postmoderno como un fenómeno ambiguo, como un “estado de ánimo”, “agotamiento del mundo moderno”, “síntoma de la profunda crisis histórica y epocal de la modernidad”.

Ibáñez advierte que en la postmodernidad ya no se trata de criticar, rescatar y potenciar, sino que se renuncia a la formulación de un proyecto total de transformación social. Al aspirar tan solo a la aceptación pragmática de la coexistencia conflictiva, las repercusiones políticas pueden llevar al escepticismo y la impotencia. Lo que a juicio de Ibáñez hoy se pone en cuestión, es el Estado-nación moderno, centralista, homogenizador de las aspiraciones humanas, que anula las diferencias y aplasta la creatividad social.

Frente a esa totalidad- Estado, lo postmoderno revaloriza lo fragmentario, lo plural y el derecho a las diferencias.

Un Estado que nace de la diversidad social y étnico cultural. Se pregunta cómo suscitar la cohesión en una pluralidad de combates al interior de un proyecto de articulación que respete las diferencias específicas. En este contexto, una revolución democrática implica la constitución de una pluralidad de espacios en los cuales se desenvuelvan las luchas sociales.

Finalmente el autor afirma, que un proyecto democrático socialista y si se quiere también “postmoderno”, debería plantear por definición la posibilidad de muchos socialismos diferentes, sin “modelos” predeterminados. Debería significar —dice— “la Utopía que busca la realización de todas las utopías”, citando a Agnes Heller.

Jaime Sánchez Susarrey hace una reflexión sobre la política y la modernidad. En su texto titulado “¿Del colapso del socialismo real al fin de la historia?”, comienza con una discusión de la tesis de Francis Fukuyama en torno al fin de la historia y continúa con un análisis de la situación de México en el proceso de modernización.

Finalmente discurre sobre el fenómeno postmoderno y su importancia en la construcción de una sociedad moderna.

Después del largo periodo de competencia entre los sistemas socialista y capitalista, y de la caída del socialismo real; Fukuyama sugería que se había llegado al final en la sucesión de acontecimientos, de una historia entendida como única, evolutiva y coherente; habríamos llegado a una forma de organización social democrática y de economía de mercado, y así estaríamos llegando al fin del proceso evolutivo propuesto por Hegel y Marx.

Sánchez Susarrey sitúa el inicio de la modernidad como lo plantea Habermas, con los pensadores de la Ilustración. Ser moderno, en contraposición a los antiguos, a través de la ciencia moderna; donde el fin de la historia no es el fin de la evolución solamente, sino de una sociedad donde el hombre se ha reconciliado consigo mismo. En este caso a formas más racionales de organización social, en concreto economías de mercado y democracias.

Sánchez Susarrey plantea un cuestionamiento sobre las perspectivas de 1989 ante el fin de la guerra fría; ¿han permitido que las sociedades que abandonaron el socialismo real, hayan podido acceder a formas de organización democráticas y de economías de mercado eficientes y que encontraran formas de convivencia más o menos civilizada? Responde que ha habido un fracaso, por lo menos en algunas regiones, en un proceso mundial eminentemente contradictorio.

Por otra parte, la desintegración de la URSS, ha permitido abatir el peligro de la confrontación nuclear con la desaparición de la especie humana. También ha posibilitado firmas de paz y nuevos entendimientos en América Latina y Medio Oriente.

Pero al mismo tiempo, en Europa han resucitado viejos fantasmas, flagelos del racismo intolerante; nacionalismo beligerante; integrismos y fundamentalismos. Por un lado tolerancia, acuerdos amistosos, por el otro intolerancia. Esto ha creado el desencantamiento de las perspectivas que ofrecía el fin de la bipolaridad en el mundo.

La democracia y la economía de mercado han sido vistas como un triunfo de los esquemas de organización que para Sánchez Susarrey no tienen más discusión.

Después de la conclusión de la guerra fría, el fin de la historia demuestra que la historia no es lineal; que el progreso es incierto.

La noción de progreso está en crisis porque existe una clara conciencia de los desastres ecológicos que no permiten pensar en un mejoramiento de los niveles de vida y bienestar del mundo en su conjunto, es la pérdida de la fe en un mundo ascendente.

Una idea de la historia es que ya no hay certidumbres y por ello es una idea de la postmodernidad. Pero la postmodernidad entendida en los términos de Agnes Heller y Férenc Fehér; no como un período histórico o tendencia cultural o política con características bien definidas, sino como el tiempo y el espacio privado colectivo, dentro del tiempo y el espacio más amplio de la modernidad, delimitada por aquellos que quieren ponerla a prueba. Los que han elegido vivir en la postmodernidad, viven no obstante entre modernos y premodernos.

La postmodernidad no es una negación de la razón, ni una negación de principios como la democracia, el individualismo o la economía de mercado. Se trata de una relativización de los mismos. Es una visión tolerante de la moral y la política, es la imposibilidad de establecer una jerarquía de las culturas en la historia; por lo tanto no plantea a la civilización occidental como la civilización rectora o paradigmática.

No admite soluciones completas y definitivas a los problemas de la justicia social, la ecología, la pobreza. Esto niega la posibilidad de que un partido político encabece la utopía única y asume que hay que mejorar, a sabiendas de que no es posible solucionar todo. Finalmente, la postmodernidad implicaría que se aceptaran las diversidades culturales y por lo tanto la tolerancia.

Llevada a su extremo, la postmodernidad como visión relativista no podría prescindir de los valores racionalistas de la modernidad, lo anterior en razón de que además de la tolerancia, aceptaría los desastres contra los derechos humanos como los de Hitler. La visión de los derechos humanos, requiere de una jerarquización de los valores de Occidente al tiempo que se ponen en cuestión.

La consecuencia política de la visión postmoderna, es el relativismo, el abandono del principio de una sociedad absolutamente libre y feliz; es la relativización del punto de vista propio y la admisión de la necesidad de que existan otros puntos de vista diferentes al propio. En suma, la tolerancia es un principio fundamental de esta visión. Signo de la postmodernidad seríatambién la secularización de las formas de organización políticay religiosa.

Arturo Chavolla, en su artículo “La mejor de las historias posibles”, considera que la humanidad parece haber encontrado en el presente siglo, “un sistema económico y una organización social ideal: el capitalismo moderno”.

Para este sistema y esta organización el fin del siglo significa el fin de las ideologías y el triunfo “definitivo” del liberalismo económico y político, frente al comunismo y al fascismo. Se trata del “triunfo de Occidente”.

No asistimos simplemente al fin de la guerra fría, sino al fin de la historia, al punto final de la evolución ideológica de la humanidad y a la universalización de la democracia liberal occidental.

La historia universal desemboca en el liberalismo y esta es “la mejor de las historias posibles”. Considera que en el mundo actual, existen países que están aún en el proceso histórico y otros que ya viven en un momento posthistórico, estos últimos están caracterizados por tener una democracia liberal, economía de mercado, renunciación a la fuerza para arreglar las diferencias entre los estados, paz interna y orden social.

Por su parte los países situados todavía en la historia, no tienen democracia liberal, carecen de una economía de mercado y consideran que la fuerza soluciona los conflictos entre los estados.

La propuesta de la democracia liberal afirma que todos los conflictos serán arbitrados y deliberados; que la libertad de empresa asegurará el equilibrio de las sociedades y de los consumidores, que razonablemente se pondrán de acuerdo. Que la convivencia entre la ciencia y el mercado relegará finalmente a la ideología y a la guerra.

Sin embargo Chavolla afirma que frente a la pobreza radical, el racismo o la desigualdad entre naciones, poco o nada se podrá hacer. Que pese a todo el triunfalismo de la democracia liberal, nada puede asegurar un capitalismo para la eternidad. Marca dos errores de esta ideología: la exageración sobre la previsibilidad de la historia y la permanencia del momento presente. “Los fuertes seguirán haciendo lo que puedan, y los débiles intentarán hacer lo que deben.”

Chavolla, finalmente, niega que el liberalismo sea el fin de la política, que asistamos al fin de la historia, que el fin de las ideologías implique el fin de la lucha de clases; que la desnacionalización y la privatización del mercado vayan a conducir a la democracia. “Lo que sí es de esperarse es que la historia misma desbaratará esta teoría del ‘fin de la historia'”. “La historia no tiene un fin, antes al contrario, no termina nunca de terminar.”

Juan Carlos Henríquez, en “Postmodernismo y liberalismo. ¿Filialidad o parasitación?”, sugiere no reducir la fenomenología y el análisis del postmodernismo al ámbito “anímico-cultural”, incluso ni siquiera dejarlo en las consideraciones filosóficas o sociológicas de trazo diacrónico. Propone contemplar el corte “sincrónico” y es en este sentido que ubica lo que se ha dado en llamar neoliberalismo.

Su trabajo busca respuestas a las preguntas: ¿es el neoliberalismo una criatura, expresión del postmodernismo, o más bien el neoliberalismo es parásito del postmodernismo?; ¿es el post- modernismo un hijo o un parásito potencial del neolibcralismo?

Para Henríquez, el neoliberalismo explica el fenómeno eco- nómico y el postmodernismo el cultural. El principal indicador de lo moderno y en el que lo postmoderno basa su crítica es “la terquedad de lo uno y el imperativo de lo perfecto”. El motor de lo postmoderno en cambio propone la “pluriversalidad y la modestia”.

Renunciar a la pretensión de lo uno es afirmar la convivencia articulada de lo múltiple. Renunciar a la idea de lo perfecto es descargar al hombre del yugo del deber ser perfecto, del progreso, del futuro, del proyecto. Se trata de la “desprometeización” para que los hombres estén contentos con su condición humana.

Respecto del neoliberalismo, Juan Carlos Henríquez sugiere que éste tiene su propio discurso, el económico; con implicaciones subordinadas en el orden político, ideológico y social. Proyecto unitario, pragmático, de sumisión y subordinación.

“Conformación del concierto de las naciones en torno a un solo bloque hegemónico”, por supuesto, el bloque del capital (Estados Unidos-Japón-Alemania). El subtexto de este macrodiscurso es el del progreso como finalidad de la historia. Un progreso puesto en la acumulación, a diferencia de un progreso puesto en la distribución del proyecto moderno socialista.

Los paradigmas del texto neoliberal para el autor son: un mundo uniforme; el sentido del progreso como acumulación de capital; la monosonoridad en lo ideológico; el imperio conceptual: de la igualdad de oportunidades como igualdad de resultados, que confiere mayor valor al concepto que a la realidad.

La síntesis es: “perfección es igual a progreso, y progreso es igual a capital”. Frente a lo cual Henríquez concluye que “estamos frente a un gran proyecto económico cuyo fin es el de la modernidad y no el del postmodcrnismo”.

La última parte de su trabajo Juan Carlos Henríquez la dedica a un análisis del neoliberalismo en México. En su camino para insertarse en el proyecto de acumulación de capital, México subordina las esferas política y social al terreno de lo económico, puesto que la urgencia es “recuperación y estabilidad”; es pues una estrategia de subordinación.

Identifica esta lógica, con el pragmatismo: “lo verdadero y conducente es lo útil”. Describe el papel de las esferas económica, política y social en el neoliberalismo y propone los rasgos postmodernos como un malestar y un desencanto de lo moderno.

Crisis del sujeto de cambio; vacío teórico en ciencias sociales; renuncia a la aspiración transformista; caída de utopías y proyectos unitarios; dcscredibilidad en la democracia partidista y devaluación de lo numérico; pulverización de la masa y fin de la historia, del sentido como orientación al futuro y al sentido como participio, como experiencia en el presente.

En resumen, propone al postmodernismo como un caso particular de inmunidad contra la gran marcha modernizadora y liberal. Henríquez, ofrece una sutil esperanza de sobrevivencia al postmodernismo frente al fenómeno que contradice y con el que convive, el neoliberalismo.

Luis José Guerrero Anaya, en su trabajo “Religión y cultura en América Latina”, enumera una serie de rasgos predominantes del pensamiento postmoderno en la religión y su relación con la cultura de América Latina: el desencanto de la razón, que ya no puede decirnos qué es la realidad; la aceptación de la pérdida de fundamento, contra el ideal moderno de la fundamentación, para abrirse a una nueva episteme que es indeterminada, discontinua y plural; el rechazo de los grandes relatos, como oposición frontal a los universalismos disciplinadores, para defender los contextos locales con sus particularidades —los relatos se mantendrán, pero desaparecerán los proyectos unitarios— y la entrega a la vivencia de la heterogeneidad en las formas de vida, con consensos locales y temporales.

El fin de la historia, como la emancipación de la multiplicación de los horizontes de sentido; la estetización general de la vida como política, esto es, el gozo y abandono al océano de la vida sin ánimo posesivo.

Para Guerrero Anaya, en la esfera de lo religioso en occidente hay un ambiente de fin del mundo. “Las grandes masas, expulsadas de los sistemas sociales funcionales y concentradas como productos de la desintegración de las sociedades rurales en las desordenadas urbes del Tercer Mundo, han perdido, quizá para siempre, la visión religiosa que los vinculaba indisolublemente a la naturaleza”.

Del otro lado están lo monopolizadores del poder y el capital religioso. “Ellos creen, ante la desbandada apocalíptica y el descrédito de los dogmas, que los tornillos deben ser apretados”, han reforzado los controles de la ortodoxia y tratado con rigidez las expresiones culturales y teológicas. Este control a veces ha llegado a la represión, tanto en la Iglesia católica, como en las demás iglesias, que cada vez se vuelven más integristas.

Por otra parte, la religión y la moral se vuelven cada vez más un asunto completamente privado. “Lo religioso se ha disuelto en otros campos, de tal manera que actualmente ya no se ve con precisión dónde termina el espacio sobre el cual dominan los clérigos y dónde empieza el de los psicólogos, los médicos, los sexólogos, los trabajadores sociales, que se han convertido en nuevos sacerdotes que poseen el monopolio de los bienes de la salvación.”

El secularismo ha avanzado más en las clases altas y también el abandono de las prácticas religiosas. El catolicismo ha respondido con una teología de la afirmación para remachar los dogmas

de siempre, el culto de siempre en su forma más tradicional. Las masas pauperizadas del continente se aferran a las sectas y esoterismos. Pero no porque crean convencidamente en ellas, sino porque es lo único que les queda ante la pérdida de la identidad social e individual más terrible de todos los tiempos.

Luis José Guerrero se pregunta: “¿Quién es un niño de la calle, quién una mujer que habita en una favela, quién un drogadicto de Bogotá al que se puede matar a mansalva y sin consecuencia alguna? tal parece que para las iglesias establecidas tampoco son nadie.”

En el artículo “El mito de la pirámide” Isaac Broid ubica al mito como el alimento de “las historias de la historia”, como cimiento de nuevas eras, nuevos órdenes y esperanzas; como celebraciones del triunfo de las fuerzas creadoras sobre las destructoras. Toma como ejemplo la imagen de la pirámide de Cholula, en nuestro país. La idea de la historia como capas sucesivas tal parece que cambia a raíz de la llamada postmodernidad.

En el contexto del fin de las historias: “somos la conclusión de todas las (historias) anteriores”, y como síntesis, podemos hacer uso de ellas según nuestra conveniencia. Somos la pirámide sobre la pirámide, más aún, “somos la iglesia sobre la pirámide que está sobre la pirámide que está sobre la pirámide que está sobre la pirámide”, explicará Isaac Broid.

Para Broid, el postmodernismo es una fase más de un proceso que surge en el renacimiento. Es decir, el comienzo del fin de los dioses y el surgimiento del dios mayor, el hombre. Y en estos dos límites —el fin de la historia y el fin de lo divino— se mueve el postmodernismo en la arquitectura: “Se representa en el espacio, por un lado, mediante el uso indiscriminado de formas y estilos mal llamados históricos. Por otro lado, creando objetos y espacios donde el juego lúdico, el placer de crear sin ninguna otra condición es lo único que rige la creación…”.

Isaac Broid, se interna en los movimientos de la arquitectura moderna y pondera las críticas de los arquitectos postmodernos.

Se apoya en la propuesta Habermasiana, “una nueva apropiación crítica del proyecto moderno”, para expresar la necesidad de establecer una mediación entre las formas de la civilización moderna occidental y la cultura local, las técnicas universales y los ámbitos regionales. Sin embargo, evita satanizar al postmodernismo como un todo, “caeríamos en el mismo error de algunos historiadores del movimiento moderno”.

Por su parte, Jesús Rábago, en “El doble juego de la post modernidad en la arquitectura”, califica como válidas las preocupaciones de la postmodernidad, pero afirma que sus pro- puestas van más a expresar “caprichos absurdos, que proyectos pertinentes.”

Y es que la postmodernidad se ha contentado con mostrar las insuficiencias de la modernidad, sin ofrecer alternativas. En eso consiste su doble juego. Para Rábago, la referencia común y constante de algunos de estos arquitectos, es el Kitsch,

“objetos con formas banales, bonitas, cursis, dulces, postizas, y sin lugar a dudas exitosas entre una buena parte de la población.”

Con Bruno Zevi habla del pastiche de la arquitectura historicista, con Habermas la llama postmoderna, con Milán Kundera la llama Kitsch y con Charles Jencks, cursi. Rábago advierte que existe una cierta tendencia sumamente grave, a identificar cualquier posición crítica hacia la modernidad como postmoderna.

Desde el punto de vista de los usuarios, la preocupación más importante para los arquitectos postmodernos, es llenar de significación los edificios que proyectan. “Parten del supuesto

de que el movimiento moderno produce lugares vacíos, o en cualquier caso pobres de significado para los usuarios”. El resultado, son fachadas Kitsch, notablemente incongruentes con los espacios interiores y con nuestras propias experiencias de vida cotidiana.

La arquitectura postmoderna hará énfasis en la primacía de la imaginación, la intuición y el deseo, contra la razón moderna, que parece demasiado inhibidora, “ellos quieren ir más allá de la razón, pero en realidad no la desarrollan, sino la contradicen…es una antimodernidad”, asienta el autor.

Finalmente, para los modernos “el proceso para definir la forma de los espacios parte de la función hacia la fantasía”, por lo que los arquitectos modernos muestran las plantas de sus edificios, en cambio la arquitectura postmoderna trata de invertir el proceso y centra su atención en fachadas desbordantes de sentimentalismo.

El artículo termina con una referencia a la técnica de construcción y con la discusión sobre si las formas se desarrollan junto con las características de los materiales y no independientemente de ellas; sobre si se ha de experimentar con los materiales contemporáneos, pese a los riesgos, como lo ha hecho la arquitectura moderna.

Sin embargo, para el autor, “la arquitectura postmoderna trata de no arriesgar en el uso de nuevos materiales y técnicas de construcción, y aprovecha el desarrollo industrial consolidado para manipularlo de acuerdo a sus propios fines”.

En el último artículo, titulado “¿Es posible un humanismo en sentido postmoderno?”, Humberto Orozco Barba plantea desde la filosofía la relación entre el humanismo y el postmodernismo. Aborda el problema del sentido de la historia, la postmodernidad y su inextrincable relación con la modernidad.

Hace hincapié en el papel de la comunicación en la era postmoderna e insiste en las condiciones de posibilidad para la convivencia entre un humanismo—abierto, de tolerancia y de pluralidad heterotópica— con el postmodernismo. Finalmente hace un recuento de las esperanzas y las críticas posibles de un humanismo postmoderno.

Este libro no hubiera sido posible sin el concurso de muchas personas que acompañaron con entusiasmo su largo proceso de gestación. Todo comenzó con la iniciativa de un diálogo universitario que con el tiempo se transformó en un simposio y, poco después, en memoria de papel, en texto escrito.

Como siempre, detrás de estas empresas hay mucha gente.

Primero, en la organización de la discusión académica que aunque tardía, puesto que el debate sobre la postmodernidad se había iniciado ya en los ochenta, era necesaria; segundo, en la conformación del texto y sus contenidos. Encabezando estos ministerios estuvieron Carlos Corona Caraveo, quien impulsó el desarrollo del encuentro desde la dirección de la División de Ciencias del Hombre y del Hábitat del I T E S O , y Cecilia Herrera, responsable de publicaciones del Departamento de Extensión Universitaria de la misma universidad.

En otros planos participaron los coordinadores de las mesas de discusión, los coordinadores y diseñadores de los espacios arquitectónicos, los relatores, moderadores, coordinadores de arte, artistas y todo el equipo humano que trabajó en las transmisiones de televisión que llegaron a todo el país, al sur de los Estados Unidos y Centroamérica. A todos ellos, muchas gracias.

La guerra contra las mujeres. Introducción. Rita Laura Segato. 2016

Tema uno: la centralidad de la cuestión de género

Es en franco estado de asombro que redacto la presentación para el volumen de Traficantes de Sueños que reúne textos y conferencias de la última década (2006-2016).

A pesar de lo que afirmo en ellos, no puede dejar de sorprenderme que las maniobras recientes del poder en las Américas, con su retorno conservador al discurso moral como puntal de sus políticas antidemocráticas —2016: Macri en Argentina, Temer en Brasil, el «No» uribista y corporativo en Colombia, el desmonte del poder ciudadano en México y Trump en los Estados Unidos—, acaben por demostrar de forma irrefutable, por la relevancia de la embestida familista y patriarcal en sus respectivas estrategias, la apuesta interpretativa que recorre y confiere unidad al argumento construido a lo largo de estas páginas.

En efecto, la presión desatada en todo el continente por demonizar y tornar punible lo que acuerdan en representar como «la ideología de género»  y el énfasis en la defensa del ideal de la familia como sujeto de derechos a cualquier costo transforma a los voceros del proyecto histórico del capital en fuentes de prueba de lo que he venido afirmando: que, lejos de ser residual, minoritaria y marginal, la cuestión de género es la piedra angular  y eje de gravedad del edificio de todos los poderes.

Brasil es el país en el que la relevancia del discurso moral de la política de los dueños se vuelve más transparente, ya que la destitución —impeachment— de la presidenta electa se realizó en el Congreso Nacional con una mayoría de votos proclamados públicamente «en nombre de Dios» o «Jesús» y por el «bien de la familia».

Son precisamente nuestros antagonistas en la historia quienes acabaron demostrando la tesis central de estas páginas, al instalar la demonización de la «ideología de género» como punta de lanza de su discurso.

Hablo aquí de un «retorno conservador al discurso moral» porque se verifica un repliegue con relación al discurso burgués del periodo post-guerra fría, caracterizado por un «multiculturalismo anodino» que, como he defendido en otra parte, sustituyó el discurso antisistémico de la era política anterior por el discurso inclusivo de los Derechos Humanos del periodo de la construcción de las «democracias» latinoamericanas post-dictatoriales (Segato 2007 a).

La pregunta que se impone en este momento es: por qué razón y a partir de qué evidencias los think-tanks del Norte geopolítico parecen haber concluido que la fase actual demanda mudar el rumbo de la década anterior, en la que endosaron un multiculturalismo destinado a originar élites minoritarias —de negros, de mujeres, de hispánicos, de LGBTs, etc.— sin modificar los procesos de generación de riqueza, ni los patrones de acumulación / concentración y, por consiguiente, sin alterar el creciente abismo entre pobres y ricos en el mundo.

En otras palabras, si la década benigna de la «democracia multicultural» no afectaba la máquina capitalista, sino que producía nuevas élites y nuevos consumidores, ¿por qué ahora se hace necesario abolirla y decretar un nuevo tiempo de moralismo cristiano familista, sospechosamente afín a los belicismos plantados por los fundamentalismos monoteístas de otras regiones del  mundo?

Probablemente porque si bien el multiculturalismo no erosionó las bases de la acumulación capitalista, sí amenazó con corroer el fundamento de las relaciones de género, y nuestros antagonistas de proyecto histórico descubrieron, inclusive antes que muchos de nosotros, que el pilar, cimiento y pedagogía de todo poder, por la profundidad histórica que lo torna fundacional y por la actualización constante de su estructura, es el patriarcado.

En mi condición de antropóloga, con la escucha etnográfica como mi caja de herramientas, estas páginas componen una etnografía del poder en su forma fundacional y permanente, el patriarcado. Aflora aquí el mandato de masculinidad como primera y permanente pedagogía de expropiación de valor y consiguiente dominación.

Pero ¿cómo etnografiar el poder, con su estrategia clásica del pacto de silencio sellado entre pares, raramente falible en cualquiera de sus escenas —patriarcal, racial, imperial, metropolitana—?

Solo podemos conocerlo por la regularidad de algunos de sus efectos, que no permiten orientarnos hacia el desciframiento de adónde se dirige su proyecto histórico (Segato 2015a).

La violencia patriarcal, es decir, la violencia misógina y homofóbica de esta plena modernidad tardía —nuestra era de los derechos humanos y de la ONU— se revela precisamente como síntoma, al expandirse sin freno a pesar de las grandes victorias obtenidas en el campo de la letra, porque en ella se expresa de manera perfecta, con grafía impecable y claramente legible el arbitrio creciente de un mundo marcado por la «dueñidad», una nueva forma de señorío resultante de la aceleración de la concentración y de la expansión de una esfera de control de la vida que describo sin dudarlo como paraestatal, por las razones que explico especialmente en el segundo ensayo de este volumen.

En esos crímenes, el capital, en su forma contemporánea, expresa la existencia de un orden regido por el arbitrio, exhibiendo el espectáculo de la posibilidad de una existencia sin gramática institucional o, en otras palabras, de falencia institucional inevitable ante niveles de concentración de riqueza sin precedentes.

Al constatar el ritmo en que ocurre en esta fase del capital la concentración de riqueza, sugiero en el tercer ensayo, que se ha vuelto insuficiente hablar de «desigualdad», como lo hacíamos en el discurso militante del período antisistémico de la guerra fría, porque el problema hoy es de «dueñidad» o señorío.

Y no está resultando fácil, después de un periodo de eslóganes multiculturales que parecían potentes, entender por qué al proyecto histórico de los dueños le resulta tan caro y, al parecer, indispensable, predicar y reinstalar en la sociedad un fanatismo patriarcal militante que parecía haberse ausentado para siempre.

En América Latina ha aparecido recientemente la expresión «ideología de género» como categoría de acusación. Inclusive con un proyecto de ley federal en Brasil llamado «Ley de la Escuela Sin Partido» a la espera de votación en el Congreso Nacional, aunque ya en vigencia en algunos estados como ley estadual (en el estado de Alagoas, por ejemplo).

En esa ley, el parágrafo único del primer artículo establece la prohibición en la educación de «la aplicación de los postulados de la teoría o ideología de género» y de «cualquier práctica que pueda comprometer, precipitar o orientar la maduración y el desarrollo en armonía con la respectiva identidad biológica de sexo».

El extraordinario empeño en el campo del «género» por parte de la nueva derecha, representada por las facciones más conservadoras de todas las iglesias, a su vez representantes del empresariado extractivista recalcitrante actuando en el agro-negocio y en las mineras, es, por lo menos, enigmático. ¿Qué se intenta al vigilar de esa forma la obediencia a la moral conservadora de género? ¿Hacia dónde apunta esta estrategia?

Repentinamente, después de un episodio en que vi agredida y amenazada mi propia presencia como conferencista en la Pontificia Universidad Católica de Minas Gerais por un sector de la ultraderecha católica con sede en España,  percibí con susto que el estilo truculento y el espíritu de los argumentos se aproximaba a algo que ya conocía, porque evocaba, con relación a la posición de las mujeres, el patrullismo y la avidez persecutoria del funda- mentalismo islámico, que he considerado, en otra parte, como la versión más occidentalizada del Islam, por su naturaleza reactiva y, por lo tanto, derivativa con respecto a Occidente en su emulación del esencialismo identitario y racializador de la modernidad occidental (Segato 2008).

Pasé a preguntarme entonces si no estaríamos testimoniando el intento de plantar y hacer cundir entre nosotros el embrión de una guerra religiosa semejante a la que viene destruyendo Oriente Medio, justamente en tiempos en que, como sugiero en el segundo ensayo, la decadencia política y económica del imperio le deja la guerra como único terreno de superioridad incontestable.

Tema dos: pedagogía patriarcal, crueldad y la guerra hoy

En el presente volumen, permanecen mis formulaciones iniciales sobre género y violencia (Segato 2003): 1) la expresión «violencia sexual» confunde, pues aunque la agresión se ejecute por medios sexuales, la finalidad de la misma no es del orden de lo sexual sino del orden del poder; 2) no se trata de agresiones originadas en la pulsión libidinal traducida en deseo de satisfacción sexual, sino que la libido se orienta aquí al poder y a un mandato de pares o cofrades masculinos que exige una prueba de pertenencia al grupo; 3) lo que refrenda la pertenencia al grupo es un tributo que, mediante exacción, fluye de la posición femenina a la masculina, construyéndola como resultado de ese proceso; 4) la estructura funcional jerárquicamente dispuesta que el mandato de masculinidad origina es análoga al orden mafioso; 5) mediante este tipo de violencia el poder se expresa, se exhibe y se consolida de forma truculenta ante la mirada pública, por lo tanto representando un tipo de violencia expresiva y no instrumental.

Permanece aquí, también y a pesar de todo el debate reciente sobre este tema, mi convicción de que el patriarcado, o relación de género basada en la desigualdad, es la estructura política más arcaica y permanente de la humanidad.

Esta estructura, que moldea la relación entre posiciones en toda configuración de diferencial de prestigio y de poder, aunque capturada, radicalmente agravada y transmutada en un orden de alta letalidad por el proceso de conquista y colonización, precede sin embargo, como simple jerarquía y en un patriarcado de baja intensidad o bajo impacto, a la era colonial-moderna.

La expresión patriarcal-colonial-modernidad describe adecuadamente la prioridad del patriarcado como apropiador del cuerpo de las mujeres y de éste como primera colonia.

La conquista misma hubiera sido una empresa imposible sin la preexistencia de ese patriarcado de baja intensidad, que torna a los hombres dóciles al mandato de masculinidad y, por lo tanto, vulnerables a la ejemplaridad de la masculinidad victoriosa; los hombres de los pueblos vencidos irán así a funcionar como pieza bisagra entre dos mundos, divididos entre dos lealtades: a su gente, por un lado, y al mandato de masculinidad, por el otro.

El género es, en este análisis, la forma o configuración histórica elemental de todo poder en la especie y, por lo tanto, de toda violencia, ya que todo poder es resultado de una expropiación inevitablemente violenta.

Desmontar esa estructura será, por eso mismo, la condición de posibilidad de todo y cualquier proceso capaz de reorientar la historia en el sentido demandado por una ética de la insatisfacción (Segato 2006).

He descrito en otra parte este cristal arcaico, de tiempo lentísimo, a pesar de plenamente histórico, con la expresión pre-historia patriarcal de la humanidad (Segato 2003).

Sustenta mi afirmación de su precedencia y universalidad la constatación de la existencia de una fórmula mítica de dispersión planetaria que relata un momento, ciertamente histórico —ya que si no fuera histórico no aparecería hoy en la forma de narrativa— en que la mujer es vencida, dominada y disciplinada, es decir, colocada en una posición de subordinación y obediencia.

No solo el relato bíblico del Génesis, sino una cantidad inmensa de mitos origen de distintos pueblos cuentan también la misma y reconocible historia. En el caso de Adán y Eva, el acto de comerse la manzana retira a ambos de su playground edénico de placeres irrestrictos y hermandad incestuosa, y castiga a ambos… conyugalizándolos.

Mitos dispersos en todos los continentes, Xerente, Ona, Baruya, Masai, etc., incluyendo el enunciado lacaniano de un falo que es femenino pero que el hombre «tiene», leído aquí en clave de mito, nos hablan de un evento fundacional, temprano, porque común (Segato ibídem).

Podría tratarse de la transición a la humanidad, en el momento en que ésta emerge todavía una, antes de la dispersión de sus linajes y de la proliferación de sus pueblos, durante la era en que la prominencia muscular de los machos se transformaba en la prominencia política de los hombres, en la larga transición de un programa natural a un programa civilizatorio, es decir, histórico. La hondura temporal ha compactado lo que podría ser un relato histórico en una síntesis mítica.

Eso lleva a pensar que mientras no desmontemos el cimiento patriarcal que funda todas las desigualdades y expropiaciones de valor que construyen el edificio de todos los poderes —económico, político, intelectual, artístico, etc.—, mientras no causemos una grieta definitiva en el cristal duro que ha estabilizado desde el principio de los tiempos la prehistoria patriarcal de la humanidad, ningún cambio relevante en la estructura de la sociedad parece ser posiblejustamente porque no ha sido posible—.

Por eso, la relación de género, su estructura, que no es otra hasta hoy que el orden patriarcal fundado en el principio de la historia, muestra ahora como nunca su drama y su urgencia, a pesar de todos los esfuerzos en el campo jurídico-institucional moderno. Esto nos lleva al tema de la mutación colonial de esta estructura y, hacia el presente, a la cuestión de la colonialidad permanente de los Estados criollo-republicanos en nuestro continente.

Con el proceso de conquista y colonización, un viraje o vuelta de tuerca exacerba el patrón jerárquico originario. Abordo ese proceso especialmente en el cuarto capítulo de este volumen. El hombre con minúscula, de sus tareas y espacio particulares en el mundo tribal, se transforma en el Hombre con mayúscula, sinónimo y paradigma de Humanidad, de la esfera pública colonial-moderna.

Adopto la expresión «moderno», precedido por el término «colonial», para expresar, siguiendo el giro decolonial con que Aníbal Quijano ha inflexionado la conciencia histórica y sociológica, la necesidad del evento «americano» como condición de posibilidad de la modernidad, así como también del capitalismo (Segato 2015 b).

A partir de esa mutación histórica de la estructura de género, al mismo tiempo que el sujeto masculino se torna modelo de lo humano y sujeto de enunciación paradigmático de la esfera pública, es decir, de todo cuanto sea dotado de politicidad, interés general y valor universal, el espacio de las mujeres, todo lo relacionado con la escena doméstica, se vacía de su politicidad y vínculos corporados de que gozaba en la vida comunal y se transforma en margen y resto de la política.

El espacio doméstico adquiere así los predicados de íntimo y privado, que antes no tenía, y es a partir de esa mutación que la vida de las mujeres asume la fragilidad que le conocemos, su vulnerabilidad y letalidad se establecen y pasan a incrementarse hasta el presente.

Visto a través de ese prisma, el Estado muestra su ADN masculino, pues resulta de la transformación de un espacio particular de los hombres y su tarea específica —la política en el ámbito comunitario, intercomunitario y, más tarde, ante el frente colonial y el Estado nacional— en una esfera englobante de toda la realidad y secuestradora de todo lo que se pretende dotado de politicidad.

La genealogía de esa esfera englobante «universal y pública» proviene de aquel espacio particular de los hombres transformado a través del proceso de instalación y expansión de la colonial-modernidad. La matriz dual y reglada por la reciprocidad muta en la matriz binaria moderna, en la cual toda alteridad es una función del Uno y todo Otro tendrá que ser digerido a través de la grilla de un referente universal.

Este proceso de mutación de la relación masculino-femenino de jerárquica a englobante es acompañada por una transformación en el campo y significado de la sexualidad, como he argumentado anteriormente (Segato 2015 c) y como revisito en el tercer capítulo de este volumen. El acceso sexual se ve contaminado por el universo del daño y la crueldad —no solo apropiación de los cuerpos, su anexión qua territorios, sino su damnación—.

Conquista, rapiña y violación como damnificación se asocian y así permanecen como ideas correlativas atravesando el periodo de la instalación de las repúblicas y hasta el presente. La pedagogía masculina y su mandato se transforman en pedagogía de la crueldad, funcional a la codicia expropiadora, porque la repetición de la escena violenta produce un efecto de normalización de un pasaje de crueldad y, con esto, promueve en la gente los bajos umbrales de empatía indispensables para la empresa predadora —como Andy Warhol alguna vez dijo en una de sus célebres citas: the more you look at the same exact thing, the more the meaning goes away, and the better and emptier you feel—.

La crueldad habitual es directamente proporcional al aislamiento de los ciudadanos mediante su desensitización.

Como afirmo en ese mismo capítulo, en la actual fase apocalíptica del capital, la aceleración concentradora hace caer por tierra la ficción institucional, que antes ofrecía una gramática estable para la vida social.

Más que «desigualdad» es la idea de un señorío, en una refeudalización de territorios gigantescos, lo que lanza su garra sobre los últimos espacios comunes del planeta. Y es precisamente la sombra de la sexualidad como daño que ofrecerá su lenguaje para los pactos de lucro escondidos en lo que llamo, en el segundo ensayo del volumen, segunda realidad.

Porque el pacto y el mandato de masculinidad, si no legitima, definitivamente ampara y encubre todas las otras formas de dominación y abuso, que en su caldo se cultivan y de allí proliferan. Lo que dije sobre Ciudad Juárez es también aplicable a la lógica de la trata y la reducción a la esclavitud sexual: en su espacio sombrío y dañino se sellan todos los secretos mafiosos que hoy pavimentan el camino de la acumulación.

La trata con fines de esclavitud sexual de nuestro tiempo —distinta en diversos aspectos, como sostengo en la entrevista incluida como Anexo, de la que asoló los países de inmigración en las primera décadas del siglo XX— ilustra esta idea, pues su rendimiento no reside meramente en la contabilidad del lucro material que de ella se extrae, sino en lo que ella cobija, en términos de los pactos de silencio y complicidad que a su sombra se consolidan.

Economías simbólica y material entreveradas, como argumento en el primer ensayo, en las que el cuerpo de las mujeres hace de puente entre lucro en peculio y capacidad de dominio jurisdiccional expresado en un orden moral en el que el acceso sexual cimienta el mancomunamiento de los dueños al garantizarles la capacidad da dañar impunemente.

Los dos primeros ensayos del volumen sugieren que en la trata y en los feminicidios propios del orden bélico mafioso y de la esfera paraestatal que se expande en el continente no es únicamente la materialidad del cuerpo de la mujer lo que se domina y comercia, sino su funcionalidad en el sostenimiento del pacto del poder. Será por eso, posiblemente, que no se puede abolir ese comercio, material y simbólico, a pesar de todos los esfuerzos.

Sin duda esto tiene su papel en las guerras informales contemporáneas, y en su «feminización» y carácter profanador apuntados como metodología de las nuevas formas de la guerra por diversos autores que cito. He constatado, en el peritaje antropológico de género que realicé para el Caso Sepur Zarco de sometimiento a esclavitud sexual y doméstica de un grupo de mujeres maya q’eqchi’es de Guatemala, cómo ese «método» de destrucción del cuerpo social a través de la profanación del cuerpo femenino tuvo un papel importante en la guerra genocida del Estado autoritario en los años ochenta (Segato 2016).

Una estrategia «de manual de guerra», que nada tuvo que ver con el orden jerárquico de un patriarcado de baja intensidad propio de los hogares campesino-indígenas. La potencia expresiva de la letalidad moral de la guerra sobre el cuerpo de las mujeres y su carácter deliberado, programado por los estrategas en sus laboratorios y ejecutado quirúrgicamente por una secuencia de mandos, fue evidente y revela ese papel de la posición femenina en las guerras mafiosas o represivas, que expanden la esfera de control para-estatal sobre las poblaciones.

Por otro lado, en tiempos de crueldad funcional y pedagógica, es en el cuerpo de la mujer —o del niño— que la crueldad se especializa como mensaje, porque en un imaginario arcaico no representan la posición del antagonista bélico sino del tercero «inocente» de la tareas de guerra. Es por eso que en ellos, como víctimas sacrificiales, se sella el pacto de complicidad en el poder y se espectaculariza su arbitrio exhibicionista. Por el carácter público de este tipo de violencia feminicida, que no puede ser referido a agresiones de fundamento vincular, propongo el término femigenocidio, en el quinto texto del volumen.

Agrego aquí, sin embargo, que por las intersecciones que resultan entre las distintas formas de opresión y discriminación existentes, podríamos combinar la categoría amefricanidade de la gran pensadora negra brasileña prematuramente fallecida, Lélia Gonzalez, y hablar de amefricafemigenocidio; y también la categoría juvenicidio, utilizada por Rossana Reguillo y otros autores mexicanos (Valenzuela 2015; Reguillo 2015), para montar amefricajuvenifemigenocidio, que designa la ejecución cruel y sacrificial no utilitaria sino expresiva de soberanía, acto en que el poder exhibe su discrecionalidad y soberanía jurisdiccional.

En suma, los crímenes del patriarcado expresan las formas contemporáneas del poder, el arbitrio sobre la vida de los dueños, así como una conquistualidad violadora y expropiadora permanente, como prefiero decir en el tercer capítulo por resultar un término más verdadero que colonialidad, especialmente después de concluir, a partir de situaciones como la guerra represiva guatemalteca, la situación de la Costa Pacífica de Colombia o el martirio del pueblo Guaraní Kaiowa en Mato Grosso, entre otros espacios del continente, que es falso pensar que el proceso de la Conquista un día concluyó.

A la pregunta sobre cómo se detiene la guerra, referida al escenario bélico informal contemporáneo que se expande en América Latina, he respondido: desmontando, con la colaboración de los hombres, el mandato de masculinidad, es decir, desmontando el patriarcado, pues es la pedagogía de la masculinidad lo que hace posible la guerra y sin una paz de género no podrá haber ninguna paz verdadera.

Tema tres: lo que enmascara la centralidad del patriarcado como pilar del edificio de todos los poderes

Lo que enmascara la centralidad de las relaciones de género en la historia es precisamente el carácter binario de la estructura que torna la Esfera Pública englobante, totalizante, por encima de su otro residual: el dominio privado, personal; es decir, la relación entre vida política y vida extra-política.

Ese binarismo determina la existencia de un universo cuyas verdades son dotadas de valor universal e interés general y cuya enunciación es imaginada como emanando de la figura masculina, y sus otros, concebidos como dotados de importancia particular, marginal, minoritaria. El hiato inconmensurable entre lo universalizado y central, por un lado, y lo residual minorizado, por el otro, configura una estructura binaria opresiva y, por lo tanto, inherentemente violenta de una forma en que otros órdenes jerárquicos no lo son.

Justamente por esta mecánica de minorización en la estructura binaria de la modernidad, afirmo en el quinto ensayo del volumen, que los crímenes contra las mujeres y la posición femenina en el imaginario patriarcal colonial-moderno no acaban de encontrar su justo lugar en el Derecho, ni alcanzan su pleno carácter público jamás.

En ese sentido, inclusive, podríamos arriesgar la idea, a ser desarrollada en otra parte, de que la quema de brujas en el medioevo europeo no equivale a los feminicidios contemporáneos, pues aquella representaba una pena pública de género, mientras los feminicidios contemporáneos, aunque sean realizados en medio del fragor, espectáculo y ajustes de cuentas de las guerras para-estatales, nunca alcanzan a emerger de su captura privada en el imaginario de los jueces, procuradores, editores de medios y la opinión pública en general.

Por eso podemos afirmar que la modernidad es una gran máquina de producir anomalías de todo tipo, que luego tendrán que ser tamizadas, en el sentido de procesadas por la grilla del referente universal y, en clave multicultural, reducidas, tipificadas y clasificadas en términos de identidades políticas iconizadas, para solamente en ese formato ser reintroducidas como sujetos posibles de la esfera pública (Segato 2007).

Todo lo que no se adapte a ese ejercicio de travestismo adaptativo a la matriz existente —que opera como una gran digestión— permanecerá como anomalía sin lugar y sufrirá la expulsión y el destierro de la política. Es de esa forma que la modernidad, con su Estado oriundo de la genealogía patriarcal, ofrece un remedio para los males que ella misma ha producido, devuelve con una mano y de forma decaída lo que ya ha retirado con la otra y, al mismo tiempo, substrae lo que parece ofrecer.

En ese medio, la diferencia radical, no tipificable ni funcional al pacto colonial-moderno-capitalista, no puede ser negociada, como sí puede y es constantemente negociada en el medio comunitario propio de los pueblos amefricanos del continente.

La modernidad, con su precondición colonial y su esfera pública patriarcal, es una máquina productora de anomalías y ejecutora de expurgos: positiviza la norma, contabiliza la pena, cataloga las dolencias, patrimonializa la cultura, archiva la experiencia, monumentaliza la memoria, fundamentaliza las identidades, cosifica la vida, mercantiliza la tierra, ecualiza las temporalidades (ver un conjunto de críticas afines en el volumen organizado por Frida Gorbach y Mario Rufer, 2016)

El camino, por lo tanto, no es otro que desenmascarar el binarismo de esta matriz colonial-moderna, replicada en múltiplos otros binarismos, de los cuales el más citado es el de género, y hacerlo desmoronar, abdicando de la fe en un Estado del que no se puede esperar que pueda desvencijarse de su constitución destinada a secuestrar la política de su pluralidad de cauces y estilos.

Esto es especialmente verdadero para el medio latinoamericano en el que los estados republicanos fundados por las élites criollas no representaron tanto un quiebre con relación al periodo de la administración colonial, como la narrativa mítico histórica nos ha hecho creer, sino una continuidad en la que el gobierno, ahora situado geográficamente próximo, se estableció para heredar los territorios, bienes y poblaciones antes en poder de la administración ultramarina.

Las así llamadas independencias no fueron otra cosa que el repase de esos bienes de allá para acá, pero un aspecto fundamental permaneció: el carácter o sentimiento siempre exterior de los administradores con relación a lo administrado.

Esta exterioridad inherente a la relación colonial agudiza la exterioridad y distancia de la esfera pública y del Estado con relación a las gentes, y lo gobernado se vuelve inexorablemente marginal y remoto, agravando el hiato del que hablo y la vulnerabilidad de la gestión como un todo.

Nuestros estados fueron arquitectados para que la riqueza repasada pudiera ser apropiada por las élites fundadoras; hasta hoy la vulnerabilidad a la apropiación es la característica de su estructura, de forma que, cuando alguien no perteneciente a esas élites ingresa al ámbito estatal, se transforma en élite como efecto inexorable de formar parte de ese ámbito de gestión siempre exterior y sobrepuesto.

La crisis de la fe cívica se vuelve inevitable. De hecho, el sujeto fundador de las repúblicas de nuestro continente, es decir, el «criollo», no es tal paladín de la democracia y la soberanía como la historia publicita, sino el sujeto de cuatro características que refrendan su exterioridad con relación a la vida: es racista, misógino, homofóbico y especista.

Así como del argumento desarrollado en el cuarto ensayo del volumen surge una inversión para la célebre fórmula inclusiva de los Derechos Humanos «diferentes pero iguales» y, con base en la estructura explícitamente jerárquica de los mundos comunitarios, formula la alternativa: «desiguales pero diferentes».

Aquí sugeriré también un viraje en la comprensión de la consigna feminista de los años setenta «lo privado es político». El camino que propongo en el capítulo tercero no es una traducción de lo doméstico a los términos públicos, su digestión por la gramática pública para alcanzar algún grado de politicidad, sino el camino opuesto: «domesticar la política», desburocratizarla, humanizarla en clave doméstica, de una domesticidad repolitizada.

Los constantes fracasos de la estrategia de tomar el Estado, por fuerza o por elecciones, para reconducir la historia indican que ese podría no ser el camino: jamás se ha conseguido llegar a destino mediante la toma del Estado, pues la arquitectura estatal es la que acaba por imponer sobre sus operadores su razón de ser como sede de una élite administradora que, en nuestro caso es, además, colonial.

Que sea reconocida y reaprovechada la pluralidad de espacios y politicidades de diferente estilo que la vida comunal ofrece, al contemplar la diferencia entre la tarea política de los hombres —en la aldea, entre aldeas y frente al frente colonial—.

Mientras tanto, el camino es anfibio, dentro y fuera del campo estatal, con políticas intra y extra-estatales, de la propia gente organizada, reatando vínculos, reconstruyendo comunidades agredidas y desmembradas por el proceso de la intervención colonial estatal llamado «modernización».

Lo que debemos recuperar, al desmontar el binarismo público-privado, son las tecnologías de sociabilidad y una politicidad que rescate la clave perdida de la política doméstica, de las oiconomías (Segato 2007b), así como los estilos de negociación, representación y gestión desarrollados y acumulados como experiencia de las mujeres a lo largo de su historia, en su condición de grupo diferenciado de la especie, a partir de la división social del trabajo.

Hubo derrotas, sin duda. Pero mayor es la derrota contemporánea de los dueños en el camino hacia la catástrofe a que su enemistad con la vida los condujo. No se trata de esencialismo y sí de una idea de historias en plural, de una pluralidad histórica, en la que sociedades de distinto tipo y estructura han construido sus proyectos, dentro de los cuales también las metas de felicidad y bienestar y formas de acción en clave femenina y masculina se han diferenciado.

Las mujeres podemos recuperar esa politicidad en clave femenina, y los hombres pueden sumarse y aprender a pensar la política de otra forma. Podría ser el principio de una nueva era, la cual, en realidad, ya está dando señales; la puesta en marcha de un nuevo paradigma de la política, quizás el principio del fin de lo que he llamado en otra parte «pre-historia patriarcal de la humanidad» (Segato 2003)

Al final, las feministas nos hemos esforzado a lo largo de la historia de nuestro movimiento por recrear sororidades, en el sentido de blindajes de los espacios nuestros, olvidando o quizás desconociendo que esos blindajes siempre han existido en el mundo comunal, hasta ser desalojados por la captura de toda asociación, representación y tarea de gestión en una esfera que ha totalizado la política y que se encuentra modelada «a imagen y semejanza» de las instituciones del mundo de los hombres.

La historia de los hombres es audible, la historia de las mujeres ha sido cancelada, censurada y perdida en la transición del mundo-aldea a la colonial-modernidad.

La idea de un totalitarismo de la esfera pública, para usar la forma en que lo expreso en el cuarto capítulo, y la crisis de la fe estatal resultante, conduce aquí a una breve mención de un problema vinculado al fatal equívoco de la fe estatal. Me refiero a lo que opto por describir como autoritarismo de la utopía, aun a sabiendas de que toco sensibilidades muy consolidadas a lo largo de la historia del monoteísmo cristiano y de las convicciones socialistas (no olvidemos que «de buenas intenciones está pavimentado el camino al infierno»).

Concepciones de una sociedad futura perfecta, a la que una eficaz apropiación del Estado y control administrativo deberían conducirnos triunfalmente, nunca han dejado de tornarse autoritarias.

La utopía no puede evitar un efecto autoritario, por eso, como ya sugerí anteriormente (Segato 2007), lo mejor es retirar los ojos de la abstracción utópica, evolucionista y eurocéntrica proyectada en un futuro cuya real indeterminación e incerteza se presume pasible de control, para dirigirlos a las experiencias concretas que los pueblos de organización comunitaria y colectiva todavía hoy, y entre nosotros, ponen en práctica para limitar la acumulación descontrolada y cohibir la grieta de desigualdad entre sus miembros.

La única inspiración posible, porque no está basada en una ilusión de futuro diseñada a priori por la neurosis de control característica de la civilización europea, es la experiencia histórica concreta de aquellos que, aun después de 500 años de genocidio constante, deliberaron y enigmáticamente eligieron persistir en su proyecto histórico de continuar siendo pueblos, a pesar de habitar en un continente de desertores como el nuestro —desertores de sus linajes no blancos y de su pertenencia a un paisaje humano e histórico amefricano— (ver Sahlins 1972, sobre sociedades que decidieron no almacenar excedente y no dar lugar a la emergencia de las clases ociosas, y Clastres 1974, sobre las sociedades que decidieron contra la emergencia del Estado como estructura de control).

Aun en medio de las grandes metrópolis latinoamericanas, vemos las lecciones de los que persisten tejiendo comunidad.

Tema cuatro: hacia una política en clave femenina

Buscar inspiración en la experiencia comunitaria, es decir, no repetir el reiterado error estratégico de pensar la historia como un proyecto a ser ejecutado por el Estado, se presenta como la alternativa a todos los experimentos que han venido fracasando a lo largo de la historia. Retejer comunidad a partir de los fragmentos existentes sería entonces la consigna.

Eso significa, también, recuperar un tipo de politicidad cancelada a partir del secuestro de la enunciación política por la esfera pública, y la consecuente minorización y transformación en resto o margen de la política de todos aquellos grupos de interés que no se ajusten a la imagen y semejanza del sujeto de la esfera pública, a cuya genealogía y constitución me referí más arriba y especialmente en el capítulo cuarto.

Ese estilo de hacer política que no forma parte de la historia de la gestación de la burocracia y el racionalismo moderno tiene su punto de partida en la razón doméstica, con sus tecnologías propias de sociabilidad y de gestión.

La experiencia histórica masculina se caracteriza por los trayectos a distancia exigidos por las excursiones de caza, de parlamentación y de guerra entre aldeas, y más tarde con el frente colonial. La historia de las mujeres pone su acento en el arraigo y en relaciones de cercanía.

Lo que debemos recuperar es su estilo de hacer política en ese espacio vincular, de contacto corporal estrecho y menos protocolar, arrinconado y abandonado cuando se impone el imperio de la esfera pública.

Se trata definitivamente de otra manera de hacer política, una política de los vínculos, una gestión vincular, de cercanías, y no de distancias protocolares y de abstracción burocrática.

Necesitamos restaurar no solamente los hilos de memoria a que la apreciación de nuestra corporalidad racializada en el espejo nos remite, deshaciendo mestizajes, como argumenté anteriormente (Segato 2015d), sino también rescatar el valor y reatar la memoria de la proscrita y desvalorizada forma de hacer política de las mujeres, bloqueada por la abrupta pérdida de prestigio y autonomía del espacio doméstico en la transición a la modernidad.

Pero sin caer en el voluntarismo, ya que no todo colectivo de dimensiones pequeñas y relaciones cara a cara es una comunidad. Es ese el error de los ejercicios de economía solidaria y de justicia restaurativa, pues cuando un colectivo se organiza con un fin instrumental como, por ejemplo, suplir carencias en momentos de escasez o resolver conflictos, se disuelve apenas el problema que vino a solucionar se ve resuelto, como se ha visto para el caso de Argentina después de la crisis del 2001.

Una comunidad, para serlo, necesita de dos condiciones: densidad simbólica, que generalmente es provista por un cosmos propio o sistema religioso; y una autopercepción por parte de sus miembros de que vienen de una historia común, no desprovista de conflictos internos sino al contrario, y que se dirigen a un futuro en común.

Es decir, una comunidad es tal porque comparte una historia. En efecto, el referente de una comunidad o un pueblo no es un patrimonio de costumbres enyesadas, sino el proyecto de darle continuidad a la existencia en común como sujeto colectivo (Segato 2015d y 2015e).

El deseo de un estar en conjunción, en interlocución, es lo que hace a una comunidad, además de la permanente obligación de reciprocidad que hace fluir diferentes tipos de recursos entre sus miembros. Es posible pensar que las iglesias neo-pentecostales y evangélicas literalistas, cuyas gerencias controlan la voluntad de números crecientes de poblaciones latinoamericanas, han sabido precisamente hacer la mímesis de las tecnologías comunitarias de sociabilidad y sustituir los antiguos y deshechos conjuntos por otros nuevos y vaciados de su sentido de arraigo e historia (Segato, 2007b).

Retejer comunidad significa alistarse en un proyecto histórico que se dirige a metas divergentes con relación al proyecto histórico del capital. Aquí la religión o lo que he llamado «cosmos propio» juega un papel considerable. Lo comprendí enseñando en un barco-universidad llamado SS Universe administrado por la Universidad de Pittsburgh, en el que universitarios norteamericanos de familias ricas y destinados muchos de ellos a ocupar cargos públicos en el futuro se matriculan para realizar un semester at sea en el que obtienen los créditos de diversas materias mientras dan la vuelta al mundo.

En el año 1991, debido a los peligros de la Guerra del Golfo, el transatlántico fue obligado a cambiar su curso y fui contratada como docente entre los puertos de Caracas y Salvador, Bahía. Mi rol allí fue enseñar a los jóvenes que harían puerto en Salvador justo el primer día de Carnaval sobre lo que había sido el tema de mi tesis doctoral en los años ochenta: las religiones afro-brasileñas (Segato, 1995).

Durante una de mis clases, un señor que se encontraba asistiendo me pidió la palabra. Se la concedí y, dándome la espalda, asumió la autoridad de profesor y, dirigiéndose a los estudiantes, les dijo: «es por este tipo de religiones que yo les digo que estos países no podrán progresar, porque ellas son disfuncionales al desarrollo». Inmensa fue mi conmoción al escucharlo.

Incalculable la lección, que, naturalmente, en mi caso, tomó inmediatamente la dirección contraria a la que el respetable señor se había propuesto. Salí de la clase preguntando por la identidad de esa enigmática persona que tanto había celado por la buena formación de los alumnos ante una peligrosa lección de religión africana en el Brasil.

Supe así que se trataba de un político que había sido tres veces gobernador del Estado de Colorado y ahora dirigía el Instituto de Políticas Públicas de la Universidad de su estado —izquierda al Norte, derecha al Sur—. Para siempre entendí que ciertos «cosmos» y espiritualidades, muy lejos de ser «el opio de los pueblos», constituyen, ciertamente, vallas disfuncionales al capital.

De forma algo esquemática, es posible tipificar lo funcional y lo disfuncional al capital en el mundo hoy en términos de dos proyectos históricos divergentes: el proyecto histórico de las cosas y el proyecto histórico de los vínculos, dirigidos a metas de satisfacción distintas, en tensión y en última instancia incompatibles.

Para tornar más gráfica esta idea usaré como referencia las imágenes documentales y los relatos que circulan en el dominio público sobre la peregrinación de los migrantes latinoamericanos al país del Norte, atravesando México en el tren La Bestia. Llaman intensamente la atención los testimonios, accesibles en ese material documental pero también, en mi caso, oídos en presencia de sus protagonistas a lo largo de por lo menos tres eventos internacionales dedicados al tema.

El relato tiene una estructura recurrente: los migrantes suben al tren, algunos caen y se lastiman, un número de ellos quedan amputados de algún miembro, las mujeres son todas inescapablemente violadas como en el cumplimiento de una cláusula pétrea, numerosos migrantes son capturados, esclavizados y obligados a trabajar en fincas o para la trata, a uno y otro lado de la Gran Frontera, muchas veces durante años.

Al final de esta odisea con sus probaciones extremas, que incluyen también el pago de altas cifras a los coyotes o atravesadores, los migrantes resultan frecuentemente capturados y devueltos a su lugar de origen. Y ¿qué hacen en números considerables? Pues vuelven a empezar la travesía otra vez…

El abordaje habitual es la explicación por la expulsión de sus lugares de origen debido a la carencia material y a las guerras mafiosas. En mi caso, después de ver durante días imágenes de lo que aquí describo, he pensado de otra forma y lo arriesgo como una apuesta para la compresión de este raro y compulsivo fenómeno de nuestro tiempo y de nuestro continente, ya que no me refiero a los pueblos expulsados de sus países de origen por las guerras en Oriente Medio.

Me aventuro a enfatizar el factor de atracción por encima del factor de expulsión, pero no sin revisar las ideas de abundancia, falta e investimento libidinal como construcciones de una época histórica y de una fase apocalíptica del capital con características particulares, ya apuntadas por Deleuze en su crítica spinoziana al freudismo.

Porque es la abundancia que produce la falta, demoliendo lo que anteriormente satisfacía y colmaba la vida. En el lugar de partida se encuentra la intemperie resultante de las relaciones de confianza y reciprocidad en proceso de desgaste, desprestigio y ruptura por el efecto interventor de la modernización y las presiones del mercado supra-regional.

Rotos los vínculos, impuesta una carencia que no es meramente material sino una intemperie social, la pulsión se desvía y es chupada por lo que elijo llamar «el mundo de las cosas», la región «donde las cosas están». Un nuevo tipo de culto de cargo se impone como mística: la mística de un paraíso exuberante de mercancías y su estética.

Es el fetiche del Norte o, mejor dicho, el fetichismo del Norte como reino de las mercancías, que va interviniendo y forzando su entrada en la pluralidad de cosmos del planeta. Lo que captura al continente hacia el Norte es el magnetismo de una fantasía de abundancia, de un fetichismo de la región de la abundancia, aplicado sobre psiquismos que fluctúan en un vacío de ser, en un espacio que se ha tornado desprovisto de su magnetismo propio, antes garantizado por los placeres y obligaciones de la reciprocidad.

Psiquismos chupados por el mundo de las cosas a partir de la falencia múltiple de sus lazos de arraigo. Y para coronar este gráfico, viene a la memoria la fantástica escena de la película Purgatorio: un viaje al corazón de la frontera, dirigida por Rodrigo Reyes, en la que vemos tres migrantes adheridos como por una electricidad a la cerca de barrotes metálicos que divide los dos mundos, y percibimos que los zombis de la filmografía reciente los replican adecuadamente: ellos son también ahora seres desgajados, solos, sin sangre propia, que se alimentan de la vitalidad imaginada de los habitantes del mundo de las cosas.

Este flujo pulsional hacia el mundo de las cosas de sujetos desgajados de territorios en que los vínculos perdieron su oferta y magnetismo exhibe la forma en que el deseo es producido por un exceso que se presenta como fetiche, es decir, mistificado y potente. Es así que el deseo de las cosas produce individuos, mientras el deseo del arraigo relacional produce comunidad.

Este último es disfuncional al proyecto histórico del capital, pues el investimento en los vínculos como forma de felicidad blinda los lazos de reciprocidad y el arraigo comunal y torna a los sujetos menos vulnerables al magnetismo de las cosas.

Solo con sujetos desgajados y vulnerables, el mundo de las cosas se impone: las lecciones de las cosas, la naturaleza cosa, el cuerpo cosa, las personas cosas, y su pedagogía de la crueldad que va imponiendo la estructura psicopática, de pulsión no vincular sino instrumental, como personalidad modal de nuestro tiempo.

Por eso sugiero que el camino de la historia será el de retejer y afirmar la comunidad y su arraigo vincular. Y por eso creo que la política tendrá que ser a partir de ahora femenina.

Tendremos que ir a buscar sus estrategias y estilo remontando el hilo de la memoria y los fragmentos de tecnologías de sociabilidad que están entre nosotros hasta recuperar el tiempo en que el espacio doméstico y sus formas de contacto interpersonal e inter-corporal no habían sido desplazados y clausurados por la emergencia de la esfera pública, de genealogía masculina, que impuso y universalizó su estilo burocrático y gestión distanciada con el advenimiento de la colonial-modernidad.

Este formato de la política y su razón de estado es por naturaleza monopólico e impide el mundo en plural. Impone la coherencia del uno a la política y digiere todo otro mediante la grilla de un referente universal. Mientras tanto, la práctica política femenina no es utópica sino tópica y cotidiana, del proceso y no del producto.

Un mundo en plural es un mundo probablemente no republicano, pero sí más democrático. Necesitamos recuperar lo que restó y existe en nuestros paisajes después del gran naufragio y reconstruir la vida. Al hacerlo, tendremos que ir componiéndole su retórica también, las palabras que nombran este proyecto femenino y comunitario por su historia y por sus tecnologías de sociabilidad, pues solo esa inscripción podrá defendernos de una retórica tan poderosa como es la del valor de los bienes y la cosificación de la vida.

Olinda, Pernambuco, 21 de noviembre de 2016.

Bibliografía

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The Beginning of the End for Putin? Prigozhin’s Rebellion Ended Quickly, but It Spells Trouble for the Kremlin. June 2023

Russia’s war against Ukraine has destroyed the mystique of Russian President Vladimir Putin as an untouchable autocrat.

Before February 24, 2022, Putin may have looked unscrupulous and aggressive, but through his military moves in Syria, Crimea, and beyond, he could seem like a capable strategist.

Then, in one stroke, he showed his ineptitude by invading a country that posed no threat to Russia and by failing again and again in his military enterprise—the latest example of which is the short-lived armed rebellion the mercenary leader Yevgeny Prigozhin carried out this weekend, which has just undermined Putin’s autocrat mystique.

Putin abetted the rise of Prigozhin and ignored the warning signs about Wagner, Prigozhin’s out-of-control private military company. As the Russian military struggled in Ukraine, Prigozhin’s star rose, reaching a high point when Wagner took the city of Bakhmut for Russia in May.

Prigozhin exploited the last remaining uncensored political space in Russia—the social media app Telegram—to address the Russian public. For months, he had been openly plotting a coup: carrying out public spats with the leadership of Russia’s military forces, offering populist critiques of the war effort, and casting doubt on Putin’s official justifications for the war that Putin himself has articulated.

And yet Moscow was nevertheless taken by surprise when Prigozhin asked his soldiers to rise up and join a rebellion against the Russian Ministry of Defense.

Putin’s hubris and indecisiveness have been the story of the war. They are now the story of domestic Russian politics. Whatever Prigozhin’s motives and intentions may be, his rebellion has exposed an acute vulnerability of Putin’s regime: its contempt for the common man.

Putin was too clever to let the war affect Moscow and St. Petersburg or to let it adversely affect the elite populations of these cities. Yet his very cleverness imposed a war of choice on the country’s nonelite populations. They have been dragged into a horrific colonial struggle, and when Moscow has not been reckless with their lives, it has often been callous.

Many soldiers still have no idea what they are fighting and dying for. Prigozhin came to speak for these men. He has no political movement behind him and no discernible ideology.

But by directly contradicting government propaganda, he highlighted the miserable situation at the front and the visible aloofness of an out-of-touch Putin, who enjoys hearing from the Ministry of Defense about Russian military glory.

If Putin’s contempt and the anger of Russian soldiers converge and come to symbolize the country Putin rules, the Kremlin is in real trouble even without a coup in the works. Prigozhin’s mutiny may be the first major challenge to the Putin regime, but it will not be the last.

His rebellion is likely to be followed by heightened repression in Russia. A nervous leader who inelegantly survived a domestic coup is more dangerous than a wartime autocrat who believes himself to be secure at home.

 

For the West, there is little to do apart from letting this political drama—which has some of the trappings of a farce—play out in Russia. The West has no interest in preserving the Putinist status quo, but neither should it seek a sudden toppling of the Putin regime.

For the West, upheaval in Russia may matter mostly for what it signifies in Ukraine, where the potential for instability in Russia may open fresh military options. Apart from exploiting these options in tandem with Kyiv, the West can do little more than start bracing itself for instability within and beyond Russia’s borders.

A HOUSE OF CARDS?

The irony of the Prigozhin insurgency is that it originated in Putin’s efforts to “coup proof” his regime. The foundation for Putin’s power has been a pro-Putin—or at least quiescent—Russian population.

On top of this solid foundation, there have always been rival factions among the elites and security services, which Putin played off against each other.

To keep this structure together, Putin has had to forestall popular discontent and keep the political elite in line. He preferred to work with men he had known from his KGB days in the 1980s and his days in the St. Petersburg government in the 1990s, which served as the launching point for his political career.

These men were loyal because they could enjoy wealth and power only with Putin at the helm. A greater risk to Putin were those who had gained access to the security services and the military yet were not longtime Putin cronies.

They had to be supervised and controlled through machinations so constant that they became routine. Other countries have a stock market that goes up and down. The Kremlin has an internal stock market, in which the political fortunes of the mighty rise and fall.

At first, the war continued this routine. Military leaders were shuffled in and out of positions in part because the war was not going well and in part because Putin had to make sure that no Napoleon could emerge from among the generals and challenge him.

Putin pitted Wagner and the Russian Ministry of Defense against one another, seeing which could achieve better results in Ukraine and seeking to check the power of the army and the minister of defense. Prigozhin counterbalanced the military high command, and he did what he was asked to do—taking the Ukrainian city of Bakhmut, for example, which to date remains Russia’s biggest battlefield success in the last year.

Prigozhin’s efficiency put pressure on the highly inefficient Russian military.

Putin could stand above it all as he had for years, the chess master expertly moving pieces. Or so it seemed, until someone came along and threw over the chessboard.

WATCH THE THRONE, WATCH YOUR BACK

The events of the past three days portend a dark future for Russia. In a few short hours, Prigozhin’s armed rebellion generated enormous chaos. The war has stretched Russian state capacity thin, and the revolt has stretched it still further, presenting Moscow with a new domestic challenge.

For years, the Kremlin has devised ways to head off a liberal, urban revolution. But it turned out the greater threat was an illiberal revolution: a highly militarized populist uprising driven not by cosmopolitan reformers but by Russian nationalists.

The top-down nationalism cultivated in the war could cut against the Putin regime, and Prigozhin may not be the last of his kind.

Prigozhin has proven that the fortress of Putinism can be assaulted. During this very brief rebellion, elites’ expressions of loyalty to Putin were near uniform, but they were remarkably flat. Other, cannier actors might learn from Prigozhin, melding his populism with a political program that has some purchase beyond mutinous mercenaries and that might attract a cadre within the Russian elite.

The elites in question would not be among the intelligentsia or the business world. They would be connected to the security services. Their motivations might be the spoils of power, a perception of Putin’s weakness, or a fear of a coming purge.

If Putin seems destined to be toppled, then there is an incentive to be the one who topples him—or at least to be close to that person. There is a comparable disincentive to wait, especially if Putin is bent on exacting revenge. Were a Night of the Long Knives to play out among Russian elites, it could consolidate powerful figures behind a plan to oust Putin.

 

Prigozhin’s rapid advance on Moscow could inspire other potential warlords or a string of disruptive political entrepreneurs seeking local advantage, none strong enough to unseat the tsar in Moscow but each eager to chip away at the power and prestige of the state.

The consequences could paralyze the government and weaken Russia’s military position in Ukraine. Over time, Prigozhin went from criticism of the war’s execution to criticism of the war’s purpose. What has now been said in the open—that a botched war may be an existential threat to Russia’s pride but not to Russia itself—cannot be unsaid.

PREPARE FOR THE WORST

Putin and his cronies might try to pin Prigozhin’s rebellion on outsiders. But even for a regime that has mastered the art of blaming the West, this would be a stretch. Washington has next to no leverage in domestic Russian politics, and it is not 1991, when President George H. W. Bush traveled to Ukraine and in his famed “chicken Kyiv” speech recommended that the revolution go slow.

Instability within Russia is not something that the United States can turn on or turn off. It can, however, be used to good effect on the battlefields of Ukraine.

What will follow this rebellion is an interlude of distraction, recrimination, and uncertainty, as Putin deals not only with the logistics of getting things back to normal but also with the humiliation he has just been dealt and the revenge he is likely to pursue. None of this will pass quickly.

Although Ukraine launched a long-awaited counteroffensive in recent weeks, it has not had a major military advance since November 2022.

In many places, Russian soldiers are dug in, and the counteroffensive has so far been slow going. Poised to attack Russian positions, Ukraine has high morale, an array of committed backers, and a clear strategic course. Without political instability, Russia’s military position in Ukraine is intrinsically precarious. With political instability, it might collapse.

Putin’s near-death experience amounts to a paradox for the United States and its allies. His regime represents an immense security problem for Europe, and his exit from the international stage, whenever it comes, will not be mourned. Yet a post-Putin Russia, which could come much sooner than had commonly been expected just a week ago, would call for great caution and careful planning.

Instability in Russia is unlikely to stay within Russia.

While hoping for the best, which would be an end to the war in Ukraine and a less authoritarian Russia, it makes sense to plan for the worst: a Russian leader more radical than Putin and more overtly right-wing and reactionary, someone perhaps with more military experience than Putin ever had, someone who has been shaped by the brutality of war.

In February 2022, Putin opted for a criminal war. It would be poetic justice for him to be the political victim of this war, but his successor cannot help but be the child of this war, and wars produce troubled children.

The United States and its allies will have to manage and mitigate the consequences of instability in Russia. In all scenarios, the West will need to seek transparency about the control of Russian nuclear weapons and the potential proliferation of weapons of mass destruction, signaling that it has no intention and no desire to threaten the existence of the Russian state. At the same time, the West must send a strong message of deterrence, focusing on the protection of NATO and its partners. Instability in Russia is unlikely to stay in Russia. It could spread across the region, from Armenia to Belarus.

Prigozhin’s mutiny has already inspired a spate of historical analogies. Perhaps this is Russia in 1905, the small revolution before the big one. Or perhaps it is Russia in February 1917, under political duress because of a war, as Putin himself alluded to.

Maybe it is the Soviet Union in 1991, making Putin into a version of Gorbachev, someone destined to lose an empire.

A better analogy places Prigozhin in the role of Stenka Razin, a rebel against tsarist power who mustered an army of peasants and attempted to march on Moscow from southern Russia in 1670–71.

Razin was eventually apprehended and quartered on Red Square. But he became a fixture of Russian political folklore. He had revealed weakness in the tsarist government of his time, and in the centuries to come, others took inspiration from his story. For Russia’s autocrats, it holds a clear lesson: even an unsuccessful rebellion plants the seed for future attempts.

En El Camino. Jack Kerouac. 1961.

PRIMERA PARTE

Conocí a Dean poco después de que mi mujer y yo nos separásemos. Acababa de pasar una grave enfermedad de la que no me molestaré en hablar, exceptuado que tenía algo que ver con la casi insoportable separación y con mi sensación de que todo había muerto. Con la aparición de Dean Moriarty empezó la parte de mi vida que podría llamarse mi vida en la carretera.

Antes de eso había fantaseado con cierta frecuencia en ir al Oeste para ver el país, siempre planeándolo vagamente y sin llevarlo a cabo nunca. Dean es el tipo perfecto para la carretera porque de hecho había nacido en la carretera, cuando sus padres pasaban por Salt Lake City, en un viejo trasto, camino de Los Angeles. Las primeras noticias suyas me llegaron a través de Chad King, que me enseñó unas cuantas cartas que Dean había escrito desde un reformatorio de Nuevo México. Las cartas me interesaron tremendamente porque en ellas, y de modo ingenuo y simpático, le pedía a Chad que le enseñara todo lo posible sobre Nietzsche y las demás cosas maravillosamente intelectuales que Chad sabía.

En cierta ocasión, Carlo y yo hablamos de las cartas y nos preguntamos si llegaríamos a conocer alguna vez al extraño Dean Moriarty. Todo esto era hace muchísimo, cuando Dean no era del modo en que es hoy, cuando era un joven taleguero nimbado de misterio. Luego, llegaron noticias de que Dean había salido del reformatorio y se dirigía a Nueva York por primera vez; también se decía que se acababa de casar con una chica llamada Marylou.

Un día yo andaba por el campus y Chad y Tim Gray me dijeron que Dean estaba en una habitación de mala muerte del Este de Harlem, el Harlem español. Había llegado la noche antes, era la primera vez que venía a Nueva York, con su guapa y menuda Marylou; se apearon del autobús Greyhound en la calle Cincuenta y doblaron la esquina buscando un sitio donde comer y se encontraron con la cafetería de Héctor, y desde entonces la cafetería de Héctor siempre ha sido para Dean un gran símbolo de Nueva York. Tomaron hermosos pasteles muy azucarados y bollos de crema.

Todo este tiempo Dean le decía a Marylou cosas como éstas:

—Ahora, guapa, estamos en Nueva York y aunque no te he dicho todo lo que estaba pensando cuando cruzamos Missouri y especialmente en el momento en que pasamos junto al reformatorio de Booneville, que me recordó mi asunto de la cárcel, es absolutamente preciso que ahora pospongamos todas aquellas cosas referentes a nuestros asuntos amorosos personales y empecemos a hacer inmediatamente planes específicos de trabajo…

—y así seguía del modo en que era aquellos primeros días.

Fui a su cuchitril con varios amigos, y Dean salió a abrirnos en calzoncillos. Marylou estaba sentada en la cama; Dean había despachado al ocupante del apartamento a la cocina, probablemente a hacer café, mientras él se había dedicado a sus asuntos amorosos, pues el sexo era para él la única cosa sagrada e importante de la vida, aunque tenía que sudar y maldecir para ganarse la vida y todo lo demás. Se notaba eso en el modo en que movía la cabeza, siempre con la mirada baja, asintiendo, como un joven boxeador recibiendo instrucciones, para que uno creyera que escuchaba cada una de las palabras, soltando miles de «Síes» y «De acuerdos.» Mi primera impresión de Dean fue la de un Gene Autry joven —buen tipo, escurrido de caderas, ojos azules, auténtico acento de Oklahoma—, un héroe con grandes patillas del nevado Oeste.

De hecho, había estado trabajando en un rancho, el de Ed Wall, en Colorado, justo antes de casarse con Marylou y venir al Este. Marylou era una rubia bastante guapa con muchos rizos parecidos a un mar de oro; estaba sentada allí, en el borde de la cama con las manos colgando en el regazo y los grandes ojos campesinos azules abiertos de par en par, porque estaba en una maldita habitación gris de Nueva York de aquellas de las que había oído hablar en el Oeste y esperaba como una de las mujeres surrealistas delgadas y alargadas de Modigliani en un sitio muy serio.

Pero, aparte de ser una chica físicamente agradable y menuda, era completamente idiota y capaz de hacer cosas horribles. Esa misma noche todos bebimos cerveza, echamos pulsos y hablamos hasta el amanecer, y por la mañana, mientras seguíamos sentados tontamente fumándonos las colillas de los ceniceros a la luz grisácea de un día sombrío, Dean se levantó nervioso, se paseó pensando, y decidió que lo que había que hacer era que Marylou preparara el desayuno y barriera el suelo.

—En otras palabras, tenemos que ponernos en movimiento, guapa, como te digo, porque si no siempre estaremos fluctuando y careceremos de conocimiento o cristalización de nuestros planes. —Entonces yo me largué.

Durante la semana siguiente, comunicó a Chad King que tenía absoluta necesidad de que le enseñase a escribir; Chad dijo que el escritor era yo y que se dirigiera a mí en busca de consejo.

Entretanto, Dean había conseguido trabajo en un aparcamiento, se había peleado con Marylou en su apartamento de Hoboken —Dios sabe por qué fueron allí—, y ella se puso tan furiosa y se mostró tan profundamente vengativa que denunció a la policía una cosa totalmente falsa, inventada, histérica y loca, y Dean tuvo que largarse de Hoboken. Así que no tenía sitio adónde ir. Fue directamente a Paterson, Nueva Jersey, donde yo vivía con mi tía, y una noche mientras estudiaba llamaron a la puerta y allí estaba Dean, haciendo reverencias, frotando obsequiosamente los pies en la penumbra del vestíbulo, y diciendo:

Hola, tú. ¿Te acuerdas de mí? ¿Dean Moriarty? He venido a que me enseñes a escribir.

—¿Dónde está Marylou? —le pregunté, y Dean dijo que al parecer Marylou había reunido unos cuantos dólares haciendo acera y había regresado a Denver.

—¡La muy puta!

Entonces salimos a tomar unas cervezas porque no podíamos hablar a gusto delante de mi tía, que estaba sentada en la sala de estar leyendo su periódico. Echó una ojeada a Dean y decidió que estaba loco.

En el bar le dije a Dean:

—No digas tonterías, hombre, sé perfectamente que no has venido a verme exclusivamente porque quieras ser escritor, y además lo único que sé de eso es que hay que dedicarse a ello con la energía de un adicto a las anfetas.

Y él dijo:

—Sí, claro, sé perfectamente lo que quieres decir y de hecho me han pasado todas esas cosas, pero el asunto es que quiero comprender los factores en los que uno debe apoyarse en la dicotomía de Schopenhauer para conseguir una realización interior… —y siguió así con cosas de las que yo no entendía nada y él mucho menos. En aquellos días de hecho jamás sabía de lo que estaba hablando; es decir, era un joven taleguero colgado de las maravillosas posibilidades de convertirse en un intelectual de verdad, y le gustaba hablar con el tono y usar las palabras, aunque lo liara todo, que suponía propias de los «intelectuales de verdad».

No se olvide, sin embargo, que no era tan ingenuo para sus otros asuntos y que sólo necesitó unos pocos meses con Carlo Marx para estar completamente in en lo que se refiere a los términos y la jerga. En cualquier caso, nos entendimos mutuamente en otros planos de la locura, y accedí a que se quedara en mi casa hasta que encontrase trabajo, además de acordar que iríamos juntos al Oeste algún día. Esto era en el invierno de 1947.

Una noche que cenaba en mi casa —ya había conseguido trabajo en el aparcamiento de Nueva York— se inclinó por encima de mi hombro mientras yo estaba escribiendo a máquina a toda velocidad y dijo:

—Vamos, hombre, aquellas chicas no pueden esperar, termina en seguida.

—Es sólo un minuto —dije—. Estaré contigo en cuanto termine este capítulo —y es que era uno de los mejores capítulos del libro.

Después me vestí y volamos hacia Nueva York para reunimos con las chicas. Mientras íbamos en el autobús por el extraño vacío fosforescente del túnel Lincoln nos inclinábamos uno sobre el otro moviendo las manos y gritando y hablando excitadamente, y yo estaba empezando a estar picado por el mismo bicho que picaba a Dean. Era simplemente un chaval al que la vida excitaba terriblemente, y aunque era un delincuente, sólo lo era porque quería vivir intensamente y conocer gente que de otro modo no le habría hecho caso. Me estaba exprimiendo a fondo y yo lo sabía (alojamiento y comida y «cómo escribir», etc.) y él sabía que yo lo sabía (ésta ha sido la base de nuestra relación), pero no me importaba y nos entendíamos bien: nada de molestarnos, nada de necesitarnos; andábamos de puntillas uno alrededor del otro como unos nuevos amigos entrañables.

Empecé a aprender de él tanto como él probablemente aprendió de mí. En lo que respecta a mi trabajo decía:

—Sigue, todo lo que haces es bueno.

Miraba por encima del hombro cuando escribía relatos gritando:

—¡Sí! ¡Eso es! ¡Vaya! ¡Fuuu! —y secándose la cara con el pañuelo añadía—: ¡Muy bien, hombre! ¡Hay tantas cosas que hacer, tantas cosas que escribir! Cuánto se necesita, incluso para empezar a dar cuenta de todo sin los frenos distorsionadores y los cuelgues como esas inhibiciones literarias y los miedos gramaticales…

—Eso es, hombre, ahora estás hablando acertadamente —y vi algo así como un resplandor sagrado brillando entre sus visiones y su excitación. Unas visiones que describía de modo tan torrencial que los pasajeros del autobús se volvían para mirar «al histérico aquel».

En el Oeste había pasado una tercera parte de su vida en los billares, otra tercera parte en la cárcel, y la otra tercera en la biblioteca pública. Había sido visto corriendo por la calle en invierno, sin sombrero, llevando libros a los billares, o subiéndose a los árboles para llegar hasta las buhardillas de amigos donde se pasaba los días leyendo o escondiéndose de la policía.

Fuimos a Nueva York —olvidé lo que pasó, excepto que eran dos chicas de color— pero las chicas no estaban; se suponía que íbamos a encontrarnos con ellas para cenar y no aparecieron. Fuimos hasta el aparcamiento donde Dean tenía unas cuantas cosas que hacer —cambiarse de ropa en un cobertizo trasero y peinarse un poco ante un espejo roto, y cosas así— y a continuación nos las piramos. Y ésa fue la noche en que Dean conoció a Carlo Marx. Y cuando Dean conoció a Carlo Marx pasó algo tremendo. Eran dos mentes agudas y se adaptaron el uno al otro como el guante a la mano. Dos ojos penetrantes se miraron en dos ojos penetrantes: el tipo santo de mente resplandeciente, y el tipo melancólico y poético de mente sombría que es Carlo Marx. Desde ese momento vi muy poco a Dean, y me molestó un poco, además. Sus energías se habían encontrado; comparado con ellos yo era un retrasado mental, no conseguía seguirles. Todo el loco torbellino de todo lo que iba a pasar empezó entonces; aquel torbellino que mezclaría a todos mis amigos y a todo lo que me quedaba de familia en una gran nube de polvo sobre la Noche Americana. Carlo le habló del viejo Bull Lee, de Elmer Hassel de Jane: Lee estaba en Texas cultivando yerba, Hassel, en la cárcel de isla de Riker, Jane perdida por Times Square en una alucinación de benzedrina, con su hijita en los brazos y terminando en Bellevue. Y Dean le habló a Carlo de gente desconocida del Oeste como Tommy Snark, el tiburón de pata de palo de los billares, tahúr y maricón sagrado. Le habló de Roy Johnson, del gran Ed Dunkel, de sus troncos de la niñez, sus amigos de la calle, de sus innumerables chicas y de las orgías y las películas pornográficas, de sus héroes, heroínas y aventuras. Corrían calle abajo juntos, entendiéndolo todo del modo en que lo hacían aquellos primeros días, y que más tarde sería más triste y perceptivo y tenue.

Pero entonces bailaban por las calles como peonzas enloquecidas, y yo vacilaba tras ellos como he estado haciendo toda mi vida mientras sigo a la gente que me interesa, porque la única gente que me interesa es la que está loca, la gente que está loca por vivir, loca por hablar, loca por salvarse, con ganas de todo al mismo tiempo, la gente que nunca bosteza ni habla de lugares comunes, sino que arde, arde, arde como fabulosos cohetes amarillos explotando igual que arañas entre las estrellas y entonces se ve estallar una luz azul y todo el mundo suelta un «¡Ahhh!».

¿Cómo se llamaban estos jóvenes en la Alemania de Goethe? Se dedicaban exclusivamente a aprender a escribir, como le pasaba a Carlo, y lo primero que pasó era que Dean le atacaba con su enorme alma rebosando amor como únicamente es capaz de tener un convicto y diciendo:

—Ahora, Carlo, déjame hablar… Te estoy diciendo que… —Y no les vi durante un par de semanas, y en ese tiempo cimentaron su relación y se hicieron amigos y se pasaban noche y día sin parar de hablar.

Entonces llegó la primavera, la gran época para viajar, y todos los miembros del disperso grupo se preparaban para tal viaje o tal otro. Yo estaba muy ocupado trabajando en mi novela y cuando llegué a la mitad, tras un viaje al Sur con mi tía para visitar a mi hermano Rocco, estaba dispuesto a viajar hacia el Oeste por primera vez en mi vida.

Dean ya se había marchado. Carlo y yo le despedímos en la estación de los Greyhound de la calle 34. En la parte de arriba había un sitio donde te hacían fotos por 25 centavos.

Carlo se quitó las gafas y tenía un aspecto siniestro. Dean se hizo una foto de perfil y miró tímidamente a su alrededor. Yo me hice una foto de frente y salí con pinta de italiano de treinta años dispuesto a matar al que se atreviera a decir algo de mi madre. Carlo y Dean cortaron cuidadosamente esta fotografía por la mitad y se guardaron una mitad cada uno en la cartera. Dean llevaba un auténtico traje de hombre de negocios del Oeste para su gran viaje de regreso a Denver; había terminado su primer salto hasta Nueva York.

Digo salto, pero había trabajado como una mula en los aparcamientos. El empleado de aparcamiento más fantástico del mundo; es capaz de ir marcha atrás en un coche a sesenta kilómetros por hora siguiendo un paso muy estrecho y pararse junto a la pared, saltar, correr entre los parachoques, saltar dentro de otro coche, girar a ochenta kilómetros por hora en un espacio muy pequeño, llevarlo marcha atrás hasta dejarlo en un lugar pequeñísimo, ¡plash!, cerrar el coche que vibra todo entero mientras él salta afuera; entonces vuela a la taquilla de los tickets, esprintando como un velocista por su calle, coger otro ticket, saltar dentro de otro coche que acaba de llegar antes de que su propietario se haya apeado del todo, seguir a toda velocidad con la puerta abierta, y lanzarse al sitio libre más cercano, girar, acelerar, entrar, frenar, salir; trabajando así sin pausa ocho horas cada noche, en las horas punta y a la salida de los teatros, con unos grasientos pantalones de borrachuzo y una chaqueta deshilachada y unos viejos zapatos. Ahora lleva un traje nuevo a causa de su regreso; azul con rayas, chaleco y todo —once dólares en la Tercera Avenida—, con reloj de bolsillo y cadena, y una máquina de escribir portátil con la que va a empezar a escribir en una pensión de Denver en cuanto encuentre trabajo. Hubo una comida de despedida con salchichas y judías en un Riker de la Séptima Avenida, y después Dean subió a un autobús que decía Chicago y se perdió en la noche. Allí se iba nuestro amigo pendenciero. Me prometí seguirle en cuanto la primavera floreciese de verdad y abriera el país.

Y así fue como realmente se inició toda mi experiencia en la carretera, y las cosas que pasaron son demasiado fantásticas para no contarlas.

Sí, y no se trataba sólo de que yo fuera escritor y necesitara nuevas experiencias por lo que quería conocer a Dean más a fondo, ni de que mi vida alrededor del campus de la universidad hubiera llegado al final de su ciclo y estaba embotada, sino de que, en cierto modo, y a pesar de la diferencia de nuestros caracteres, me recordaba algo a un hermano perdido hace tiempo; la visión de su anguloso rostro sufriente con las largas patillas y el estirado cuello musculoso me recordaba mi niñez en los descampados y charcas y orillas del río de Paterson y el Passaic. La sucia ropa de trabajo le sentaba tan bien, que uno pensaba que algo así no se podía adquirir en el mejor sastre a medida, sino en el Sastre Natural de la Alegría Natural, como la que Dean tenía en pleno esfuerzo. Y en su animado modo de hablar yo volvía a oír las voces de viejos compañeros y hermanos debajo del puente, entre las motocicletas, junto a la ropa tendida del vecindario y los adormilados porches donde por la tarde los chicos tocaban la guitarra mientras sus hermanos mayores trabajaban en el aserradero. Todos mis demás amigos actuales eran «intelectuales»: Chad, el antropólogo nietzscheano; Carlo Marx y su constante conversación seria en voz baja de surrealista chalado; el viejo Bull Lee y su constante hablar criticándolo todo… o aquellos escurridizos criminales como Elmer Hassel, con su expresión de burla tan hip; Jane Lee, lo mismo, desparramada sobre la colcha oriental de su cama, husmeando en el New Yorker.

Pero la inteligencia de Dean era tan auténtica y brillante y completa, y además carecía del tedioso intelectualismo de la de todos los demás. Y su «criminalidad» no era nada arisca ni despreciativa; era una afirmación salvaje de explosiva alegría Americana; era el Oeste, el viento del Oeste, una oda procedente de las Praderas, algo nuevo, profetizado hace mucho, venido de muy lejos (sólo robaba coches para divertirse paseando). Además, todos mis amigos neoyorquinos estaban en la posición negativa de pesadilla de combatir la sociedad y exponer sus aburridos motivos librescos o políticos o psicoanalíticos, y Dean se limitaba a desplazarse por la sociedad, ávido de pan y de amor; no le importaba que fuera de un modo o de otro:

Mientras pueda ligarme una chica guapa con un agujerito entre las piernas… mientras podamos comer, tío. ¿Me oyes? Tengo hambre. Me muero de hambre, ¡vamos a comer ahora mismo!— y, pasara lo que pasara, había que salir corriendo a comer, como dice en el Eclesiastés, «donde está tu lugar bajo el sol».

Un pariente occidental del sol, ése era Dean. Aunque mi tía me avisó de que podía meterme en líos, escuché una nueva llamada y vi un nuevo horizonte, y en mi juventud lo creí; y aunque tuviera unos pocos problemas e incluso Dean pudiera rechazarme como amigo, dejándome tirado, como haría más tarde, en cunetas y lechos de enfermo, ¿qué importaba eso? Yo era un joven escritor y quería viajar.

Sabía que durante el camino habría chicas, visiones, de todo; sí, en algún lugar del camino me entregarían la perla.

2

El mes de julio de 1947, tras haber ahorrado unos cincuenta dólares de mi pensión de veterano, estaba preparado para irme a la Costa Oeste. Mi amigo Remi Boncoeur me había escrito una carta desde San Francisco diciéndome que fuera y me embarcara con él en un barco que iba a dar la vuelta al mundo. Juraba que me conseguiría un trabajo en la sala de máquinas. Le contesté y le dije que me contentaba con un viejo carguero siempre que me permitiera realizar largos viajes por el Pacífico y regresar con dinero suficiente para mantenerme en casa de mi tía mientras terminaba mi libro. Me dijo que tenía una cabaña en Mili City y que yo tendría todo el tiempo del mundo para escribir mientras preparábamos todo el lío de papeles que necesitábamos para embarcar. Él vivía con una chica que se llamaba Lee Ann; decía que era una cocinera maravillosa y que todo funcionaría. Remi era un viejo amigo del colegio, un francés que se había criado en París y un tipo auténticamente loco… no sabía lo loco que estaba todavía. Esperaba mi llegada en diez días. Mi tía estaba totalmente de acuerdo con mi viaje al Oeste; decía que me sentaría bien; había trabajado intensamente todo el invierno sin salir de casa casi nada; ni siquiera se quejó cuando le dije que tendría que hacer algo de autostop. Lo único que quería era que volviera entero. Así que, dejando la gruesa mitad de mi manuscrito encima de la mesa de trabajo, y plegando por última vez mis cómodas sábanas caseras, una mañana partí con mi saco de lona en el que había metido unas cuantas cosas fundamentales y me dirigí hacia el Océano Pacífico con cincuenta dólares en el bolsillo.

Había estado estudiando mapas de los Estados Unidos en Paterson durante meses, incluso leyendo libros sobre los pioneros y saboreando nombres como Platte y Cimarrón y otros, y en el mapa de carreteras había una línea larga que se llamaba Ruta 6 y llevaba desde la misma punta del Cabo Cod directamente a Ely, Nevada, y allí caía bajando hasta Los Angeles. Sólo tenía que mantenerme en la 6 todo el camino hasta Ely, me dije, y me puse en marcha tranquilamente. Para llegar a la 6 tenía que subir hasta el Monte del Oso.

Lleno de sueños de lo que iba a hacer en Chicago, en Denver, y por fin en San Francisco, cogí el metro en la Séptima Avenida hasta final de línea en la Calle 243, y allí cogí un tranvía hasta Yonkers; en el centro de Yonkers cambié a otro tranvía que se dirigía a las afueras y llegué a los límites de la ciudad en la orilla oriental del Río Hudson. Si tiras una rosa al Río Hudson en sus misteriosas fuentes de los Adirondacks, podemos pensar en todos los sitios por los que pasará en su camino hasta el mar… imagínese ese maravilloso valle del Hudson. Empecé a hacer autostop. En cinco veces dispersas llegué hasta el deseado puente del Monte del Oso, donde la Ruta 6 traza un arco desde Nueva Inglaterra.

Empezó a llover a mares en cuanto me dejaron allí. Era un sitio montañoso. La Ruta 6 cruzaba el río, torcía y trazaba un círculo, y desaparecía en la espesura. Además de no haber tráfico, la lluvia caía a cántaros y no había ningún sitio donde protegerme. Tuve que correr bajo unos pinos para taparme; no sirvió de nada; me puse a gritar y maldecir y golpearme la cabeza por haber sido tan idiota. Estaba a sesenta y cinco kilómetros al norte de Nueva York; todo el camino había estado preocupado por eso: el gran día de estreno sólo me había desplazado hacia el Norte en lugar de hacia el ansiado Oeste. Ahora estaba colgado en mi extremo Norte. Corrí medio kilómetro hasta una estación de servicio de hermoso estilo inglés que estaba abandonada y me metí bajo los aleros que chorreaban.

Allí arriba, sobre mi cabeza, el enorme y peludo Monte del Oso soltaba rayos y truenos que me hacían temer a Dios. Todo lo que veía era árboles a través de la niebla y una lúgubre espesura que se alzaba hasta los cielos.

-¿Qué coño estoy haciendo aquí? —grité y pensé en Chicago—. Ahora estarán allí pasándoselo muy bien haciendo de todo y yo estoy aquí… ¡Quiero llegar ya!

Seguí con cosas así hasta que por fin se detuvo un coche en la vacía estación de servicio; el hombre y las dos mujeres que lo ocupaban querían consultar un mapa. Me puse delante gesticulando bajo la lluvia; hablaron entre sí; yo parecía un maníaco, claro, con el pelo todo mojado, los zapatos empapados. Mis zapatos, soy un maldito idiota, eran huaraches mexicanos, de suela de esparto, lo menos adecuado para una noche lluviosa en América y la dura noche en la carretera. Pero me dejaron entrar y volvimos a Newburgh, cosa que acepté como alternativa preferible a quedar atrapado en la espesura del Monte del Oso toda la noche.

—Además —dijo el hombre—, casi no circula nadie por la 6. Si quiere ir a Chicago lo mejor es que coja el Túnel Holland en Nueva York y se dirija a Pittsburg.

Me di cuenta que tenía razón. Era mi sueño que se jodía, aquella estúpida idea de junto al hogar de que sería maravilloso seguir una gran línea roja que atravesaba América en lugar de probar por distintas carreteras y rutas.

En Newburgh había dejado de llover. Bajé caminando hasta el rio y tuve que volver a Nueva York en un autobús con un grupo de maestros de escuela que regresaban de pasar un fin de semana en las montañas. Bla, bla, bla y yo soltando tacos por todo el tiempo y el dinero que había malgastado, y diciéndome que quería ir al Oeste y aquí estaba tras pasar el día entero y parte de la noche subiendo y bajando, hacia el Norte y hacía el Sur, como si fuera algo que no podía empezar a hacer. Y me prometí estar en Chicago al día siguiente, y para estar seguro de ello cogí un autobús hasta Chicago, gastando gran parte de mi dinero, y no me importó para nada, sólo quería estar en Chicago al día siguiente.

3

Fue un viaje corriente en autobús con niños llorando y el sol ardiente, y campesinos subiendo en cada pueblo de Pennsilvania, hasta que llegamos a la llanura de Ohio y rodamos de verdad, subimos por Ashtabula y cruzamos Indiana de noche. Llegué a Chicago a primera hora de la mañana, cogí una habitación en un albergue juvenil, y me metí en la cama con muy pocos dólares en el bolsillo. Me lancé a las calles de Chicago tras un buen día de sueño.

El viento del lago Michigan, bop en el Loop, largos paseos por Halsted Sur y Clark Norte, y un largo paseo pasada la medianoche por la jungla urbana, donde un coche de la policía me siguió como si fuera un tipo sospechoso. En esta época, 1947, el bop estaba volviendo loca a toda América. Los tipos del Loop soplaban, fuerte pero con aire cansado, porque el bop estaba entre el período de la Ornitología de Charlie Parker y otro período que había empezado con Miles Davis. Y mientras estaba sentado allí oyendo ese sonido de la noche, que era lo que el bop había llegado a representar para todos nosotros, pensaba en todos mis amigos de uno a otro extremo del país y en cómo todos ellos estaban en el mismo círculo enorme haciendo algo tan frenético y corriendo por ahí. Y por primera vez en mi vida, la tarde siguiente, entré en el Oeste. Era un día cálido y hermoso para hacer autostop. Para evitar las desesperantes complicaciones del tráfico de Chicago tomé un autobús hasta Joliet, Illinois, crucé por delante de la prisión de Joliet, y me aparqué en las afueras de la ciudad después de caminar por las destartaladas calles, y señalé con el pulgar la dirección que quería seguir. Todo el camino desde Nueva York a Joliet lo había hecho en autobús, y había gastado más de la mitad de mi dinero.

El primer vehículo que me cogió era un camión cargado de dinamita con una bandera roja. Fueron unos cincuenta kilómetros por la enorme pradera de Illinois; el camionero me señaló el sitio donde la Ruta 6, en la que estábamos, se cruza con la Ruta 66 antes de que ambas se disparen hacia el Oeste a través de distancias increíbles. Hacia las tres de la tarde, después de un pastel de manzana y un helado en un puesto junto a la carretera, una mujer se detuvo por mi en un pequeño cupé. Sentí una violenta alegría mientras corría hacia el coche. Pero era una mujer de edad madura, de hecho madre de hijos de mi misma edad, y necesitaba alguien que la ayudara a conducir hasta Iowa. Estaba totalmente de acuerdo. ¡Iowa! No estaba lejos de Denver, y en cuanto llegara a Denver podría descansar. Ella condujo unas cuantas horas al principio; en un determinado sitio insistió en que visitáramos una vieja iglesia, como si fuéramos turistas, y después yo cogí el volante y, aunque no soy buen conductor, conduje directamente a través del resto de Illinois hasta Davenport, Iowa, vía Rock Island. Y aquí, por primera vez en mi vida, contemplé mi amado río Mississippi, seco en la bruma veraniega, bajo de agua, con su rancio y poderoso olor que huele igual que esa América en carne viva a la que lava. Rock Island: vías férreas, casuchas, pequeño núcleo urbano; y por el puente a Davenport, el mismo tipo de pueblo, todo oliendo a aserrín bajo el cálido sol del Medio Oeste. Aquí la señora tenía que seguir hacia su pueblo de Iowa por otra carretera, y me apeé.

El sol se ponía. Caminé, tras unas cuantas cervezas frías, hasta las afueras del pueblo, y fue un largo paseo. Todos los hombres volvían a casa del trabajo, llevaban gorros de ferroviarios, viseras de béisbol, todo tipo de sombreros, justo como después del trabajo en cualquier pueblo de cualquier sitio. Uno de ellos me llevó en su coche hasta la colina y me dejó en un cruce solitario de la cima de la pradera. Era un sitio muy bonito. Los únicos coches que pasaban eran coches de campesinos; me miraban recelosos, se alejaban haciendo ruido, las vacas volvían al establo. Ni un camión. Unos cuantos coches pasaron zumbando. Pasó un chico con su coche preparado y la bufanda al viento. El sol se puso del todo y me quedé allí de pie en medio de la oscuridad púrpura. Ahora estaba asustado. Ni

siquiera se veían luces hacia la parte de Iowa; dentro de un minuto nadie sería capaz de verme. Felizmente, un hombre que volvía a Davenport me llevó de regreso al centro. Sin embargo, me encontraba justo donde había empezado.

Fui a sentarme a la estación de autobuses y pensé en todo eso. Comí otro pastel de manzana y otro helado; eso es prácticamente todo lo que comí durante mi travesía del país.

Sabía que era nutritivo, y delicioso, claro está; decidí jugarme el todo por el todo. Cogí un autobús en el centro de Davenport, después de pasar media hora mirando a una empleada del café de la estación, y llegué a las afueras del pueblo, pero esta vez cerca de las estaciones de servicio. Por aquí pasaban los grandes camiones, ¡whaam!, y a los dos minutos uno de ellos frenó deteniéndose a recogerme. Corrí hacia él con el alma diciendo ¡yupiii! ¡Y vaya conductor!: un enorme camionero muy bruto de ojos saltones y voz áspera y rasposa que sólo daba portazos y golpes a todo y mantenía su cacharro a toda velocidad y no me hacía ningún caso. Así que pude descansar mi agotada alma un rato, pues una de los mayores molestias del viajar en autostop es tener que hablar con muchísima gente, para que piensen que no han hecho mal en cogerte, hasta incluso entretenerles, todo lo cual es agotador cuando quieres seguir todo el rato y no tienes pensado dormir en hoteles. El tipo gritaba por encima del ruido del motor, y todo lo que yo tenía que hacer era responderle chillando, y ambos descansamos. Y embalado, el tipo se dirigió directamente a Iowa City y me contó gritando las cosas más divertidas acerca de cómo se puede burlar la ley en los sitios donde hay una limitación de velocidad inadecuada, repitiendo una y otra vez:

—Esos hijoputas de la pasma nunca conseguirán que me baje los pantalones delante de ellos.

Justo cuando entrábamos en Iowa City vio otro camión que venía detrás de nosotros, y como tenía que desviarse en Iowa City encendió y apagó las luces traseras haciendo señas al otro tipo que nos seguía, y aminoró la marcha para que pudiera saltar fuera, lo que hice con mi bolsa, y el otro camión, aceptando el cambio, se detuvo a por mí, y una vez más, en un abrir y cerrar de ojos, me encontraba en otra enorme cabina, totalmente dispuesto a hacer cientos de kilómetros durante la noche, ¡me sentía feliz!

Y el nuevo camionero estaba tan loco como el otro y aullaba tanto, y todo lo que tenía que hacer era recostarme y dejarme ir. Ahora casi podía ver Denver allí delante como si fuera la Tierra Prometida, allá lejos entre las estrellas, más allá de la pradera de Iowa y las llanuras de Nebraska, y conseguí tener la más hermosa visión de San Francisco, todavía más allá, como una joya en la noche. Embaló el camión y contó cosas durante un par de horas, después, en un pueblo de Iowa donde años después Dean y yo fuimos detenidos por sospechas relacionadas con lo que parecía un Cadillac robado, durmió unas pocas horas en el asiento.

Yo también dormí, y di un pequeño paseo junto a solitarias paredes de ladrillo iluminadas por una sola luz, con la pradera brotando al final de cada calleja y el olor del maíz como rocío en la noche.

Se despertó sobresaltado al amanecer. En seguida rodábamos, y una hora después el humo de Des Moines apareció allí enfrente por encima de los verdes maizales. El tipo tenía que desayunar y quería tomárselo con calma, así que fui hasta el mismo Des Moines, unos seis kilómetros, en el coche de unos chicos de la Universidad de Iowa al que había hecho autostop; y resultaba extraño estar en aquel coche último modelo y oyéndoles hablar de exámenes mientras nos deslizábamos suavemente hacia el centro de la ciudad. Ahora quería dormir el día entero. Así que fui al albergue juvenil a buscar habitación; no tenían, y por instinto deambulé hasta las vías del ferrocarril —y en Des Moines hay un montón— y encontré una vieja y siniestra pensión cerca del depósito de locomotoras, y pasé todo el día entero durmiendo en una enorme cama limpia, dura y blanca con inscripciones obscenas en la pared junto a la almohada y las persianas amarillas bajadas para no ver el espectáculo humeante de los trenes.

Me desperté cuando el sol se ponía rojo; y aquél fue un momento inequívoco de mi vida, el más extraño momento de todos, en el que no sabía ni quién era yo mismo: estaba lejos de casa, obsesionado, cansado por el viaje, en la habitación de un hotel barato que nunca había visto antes, oyendo los siseos del vapor afuera, y el crujir de la vieja madera del hotel, y pisadas en el piso de arriba, y todos los ruidos tristes posibles, y miraba hacia el techo lleno de grietas y auténticamente no supe quién era yo durante unos quince extraños segundos.

No estaba asustado; simplemente era otra persona, un extraño, y mi vida entera era una vida fantasmal, la vida de un fantasma. Estaba a medio camino atravesando América, en la línea divisoria entre el Este de mi juventud y el Oeste de mi futuro, y quizá por eso sucedía aquello allí y entonces, aquel extraño atardecer rojo.

Pero tenía que seguir y dejar de lamentarme, así que cogí mi bolsa, dije adiós al viejo dueño de la pensión sentado junto a su escupidera, y me fui a comer. Comí tarta de manzana y helado; ambas cosas mejoraban a medida que iba adentrándome en Iowa: la tarta más grande, el helado más rico. Aquella tarde en Des Moines mirara donde mirara veía grupos de chicas muy guapas —volvían a casa del instituto— pero no tenía tiempo de pensar en esas cosas y me prometí ir a un baile en Denver. Carlo Marx ya estaba en Denver; Dean también estaba allí; Chad King y Tim Gray también estaban, eran de allí; Marylou estaba allí; y se hablaba de un potente grupo que incluía a Ray Rawlins y a su guapa hermana, la rubia Babe Rawlins; a dos camareras conocidas de Dean, las hermanas Bettencourt; hasta Roland Major, mi viejo amigo escritor de la universidad, estaba allí. Tenía unas ganas tremendas de encontrarme entre ellos y disfrutaba el momento por anticipado. Así que dejé pasar de largo aquellas chicas tan guapas, y eso que en Des Moines viven las chicas más guapas del mundo.

Un tipo en una especie de caja de herramientas sobre ruedas, un camión lleno de herramientas que conducía puesto de pie como un lechero moderno, me cogió y me llevó colina arriba, allí casi sin detenerme me recogió un granjero que iba con su hijo en dirección a Adel, Iowa. En este lugar, bajo un gran olmo próximo a una estación de servicio, conocí a otro autostopista, un neoyorquino típico, un irlandés que había conducido una camioneta de correos la mayor parte de su vida y que ahora iba a Denver en busca de una chica y una nueva vida. Creo que dejaba Nueva York para escapar de algo, probablemente de la ley. Era un auténtico borracho de treinta años con la nariz colorada y normalmente me habría molestado, pero todos mis sentidos estaban aguzados deseando cualquier tipo de contacto humano. Llevaba una destrozada chaqueta de punto y unos pantalones muy amplios y sólo tenía de equipaje un cepillo de dientes y unos pañuelos. Dijo que teníamos que hacer autostop juntos. Debería haberle dicho que no, pues no parecía demasiado agradable para la carretera. Pero seguimos juntos y nos cogió un hombre taciturno que iba a Stuart, Iowa, un sitio donde nos quedamos colgados de verdad. Estuvimos enfrente de las taquillas de billetes de tren de Stuart mientras esperábamos por vehículos que fueran al Oeste hasta que se puso el sol, unas cinco horas, tratando de matar el tiempo, primero hablando de nosotros mismos, después se puso a contarme chistes verdes, después dimos patadas a las piedras e hicimos ruidos estúpidos de todas clases. Nos aburríamos.

Decidí gastar un dólar en cerveza; fuimos a una vieja taberna de Stuart y tomamos unas cuantas. Allí él se emborrachó como hacía siempre al volver de noche a su casa de la Novena Avenida, y me gritaba ruidosamente al oído todos los sueños sórdidos de su vida. Empezó a gustarme; no porque fuera una buena persona, como después demostró que era, sino porque mostraba entusiasmo hacia las cosas. Volvimos a la carretera en la oscuridad, y claro, no se detuvo nadie ni pasó casi nadie durante mucho tiempo. Seguimos allí hasta las tres de la madrugada. Pasamos algo de tiempo tratando de dormir en el banco del despacho de billetes del tren, pero el telégrafo sonaba toda la noche y no conseguíamos dormir, y el ruido de los grandes trenes de carga llegaba desde fuera.

No sabíamos cómo subir a un convoy del modo adecuado; nunca lo habíamos hecho antes; no sabíamos si iban al Este o al Oeste ni cómo averiguarlo o qué vagón o plataforma o furgón elegir, y así sucesivamente. Conque cuando llegó el autobús de Omaha justo antes de amanecer nos subimos a él uniéndonos a los dormidos pasajeros: pagué su billete y el mío. Se llamaba Eddie. Me recordaba a un primo mío que vivía en el Bronx. Por eso seguí con él. Era como tener a un viejo amigo al lado, un tipo sonriente de buen carácter con el que seguir tirando.

Al amanecer llegamos a Council Bluffs; miré afuera. Todo el invierno había estado leyendo cosas de las grandes partidas de carretas que celebraban consejo allí antes de recorrer las rutas de Oregón y Santa Fe; y, claro, ahora sólo había unas cuantas jodidas casas de campo de diversos tipos y tamaños nimbadas por el difuso gris del amanecer.

Después Omaha y, ¡Dios mío!, vi al primer vaquero. Caminaba junto a las gélidas paredes de los depósitos frigoríficos de carne con un sombrero de ala ancha y unas botas tejanas, semejante en todo a cualquier tipo miserable de un amanecer en las paredes de ladrillo del Este si se exceptuaba su modo de vestir. Nos apeamos del autobús y subimos la colina caminando —la alargada colina formada durante milenios por el poderoso Missouri junto a la que se levanta Omaha— salimos al campo y extendimos nuestros pulgares. Hicimos un breve trecho con un rico ranchero con sombrero de ala ancha que nos dijo que el valle del Platte era tan grande como el valle del Nilo, en Egipto, y cuando decía eso, vi a lo lejos los grandes árboles serpenteando junto al lecho del río y los vastos campos verdes a su alrededor, y casi estuve de acuerdo con él.

Después, cuando nos encontrábamos en otro cruce y el cielo empezaba a nublarse, otro vaquero, éste de más de seis pies de estatura y sombrero más modesto, nos llamó y quiso saber si alguno de nosotros podía conducir.

Desde luego Eddie podía conducir, tenía su carnet y yo no. El vaquero llevaba consigo dos coches y quería volver con ellos a Montana. Su mujer estaba en Grand Island, y necesitaba que condujéramos uno de los coches hasta allí, donde ella se ocuparía de conducirlo. En ese punto se dirigiría al Norte, lo que supondría el límite de nuestro viaje con él. Pero era recorrer unos buenos cientos de kilómetros de Nebraska y, naturalmente, no lo dudamos.

Eddie conducía solo, el vaquero y yo le seguíamos, y en cuanto salimos de la ciudad Eddie puso aquel trasto a ciento cincuenta kilómetros por hora, por pura exuberancia.

—¡Maldita sea! ¿Qué hace ese muchacho? —gritó el vaquero y se lanzó detrás de él.

Aquello empezaba a parecer una carrera. Durante un minuto creí que Eddie intentaba escaparse con el coche (y que yo sepa, eso estaba intentando). Pero el vaquero se pegó a él y luego, poniéndose a su lado, tocó el claxon. Eddie aminoró la marcha. El vaquero a base de bocinazos le mandó que parara.

—Maldita sea, chico, a esa velocidad vas a estrellarte. ¿No puedes conducir un poco más despacio?

—Claro, que me trague la tierra, ¿de verdad iba a ciento cincuenta? —dijo Eddie—.

No me daba cuenta. La carretera es tan buena.

—Tómate las cosas con más calma y llegaremos a Grand Island enteros.

—Así será. —Y reanudamos el viaje. Eddie se había tranquilizado y probablemente iba medio dormido. De ese modo recorrimos ciento cincuenta kilómetros de Nebraska, siguiendo el sinuoso Platte con sus verdes praderas.

—Durante la depresión —me dijo el vaquero—, solía subirme a trenes de carga por lo menos una vez al mes. En aquellos días veías a cientos de hombres viajando en plataformas o furgones, y no sólo eran vagabundos, había hombres de todas clases que no tenían trabajo y que iban de un lado para otro y algunos se movían sólo por moverse. Y era igual en todo el Oeste. En aquella época los guardafrenos nunca te molestaban. No sé lo que pasa hoy día.

Nebraska no sirve para nada. A mediados de los años treinta este lugar sólo era una enorme nube de polvo hasta donde alcanzaba la vista. No se podía respirar. El suelo era negro. Yo andaba por aquí aquellos días. Por mí pueden devolver Nebraska a los indios si quieren. Odio este maldito lugar más que ningún otro sitio del mundo. Ahora vivo en Montana, en Missoula concretamente. Ven por allí alguna vez y verás lo que es la tierra de Dios. —Por la tarde, cuando se cansó de hablar, me dormí. Era un buen conversador.

Nos detuvimos junto a la carretera para comer algo. El vaquero fue a que le pusieran un parche en el neumático de repuesto, y Eddie y yo nos sentamos en una especie de parador. Oí una gran carcajada, la risa más sonora del mundo, y allí venía un amojamado granjero de Nebraska con un puñado de otros muchachos. Entraron en el parador y se oían sus ásperas voces por toda la pradera, a través de todo el mundo grisáceo de aquel día.

Todos los demás reían con él. El mundo no le preocupaba y mostraba una enorme atención hacia todos. Dije para mis adentros: «¡Whamm!, escucha cómo se ríe ese hombre. Es el Oeste, y estoy aquí en el Oeste.» Entró ruidoso en el parador llamando a Maw, y ésta hacía la tarta de ciruelas más dulce de Nebraska, y yo tomé un poco con una gran cucharada de nata encima.

—Maw, échame el pienso antes de que tenga que empezar a comerme a mí mismo o a hacer alguna maldita cosa parecida —dijo, y se dejó caer en una banqueta y siguió ¡jo! ¡jo! ¡jo! ¡jo!— Y ponme judías con lo que sea.

Y el espíritu del Oeste se sentaba a mi lado. Me hubiera gustado conocer toda su vida primitiva y qué coño había estado haciendo todos estos años además de reír y gritar de aquel modo. ¡Puff!, me dije, y el vaquero volvió y nos largamos hacia Grand Island.

Y llegamos allí de un salto. El vaquero fue a buscar a su mujer y ambos se marcharon hacia lo que les deparara el destino, y Eddie y yo volvimos a la carretera. Hicimos un buen trecho con un par de muchachos —pendencieros, adolescentes, campesinos en un trasto remendado— y nos dejaron en un punto del itinerario bajo una fina llovizna. Entonces un viejo que no dijo nada —y que Dios sabe por qué nos recogió— nos llevó hasta Shelton.

Aquí Eddie se quedó en la carretera como desamparado ante un grupo de indios de Omaha, de muy poca estatura, que estaban acurrucados sin tener a donde ir ni nada que hacer. Al otro lado de la carretera estaban las vías del tren y el depósito de agua que decía SHELTON.

—¡La madre que lo parió! —exclamó Eddie asombrado—. Yo estuve aquí antes. Fue hace años, cuando la guerra, de noche, muy de noche y todos dormían. Salí a fumar a la plataforma y me encontré en medio de la nada, en la oscuridad. Alcé la vista y vi el nombre de Shelton escrito en el depósito de agua. íbamos hacia el Pacífico, todo el mundo roncaba, todos aquellos malditos mamones, y sólo estuvimos unos minutos, para cargar carbón o algo así, y en seguida nos fuimos. ¡Maldita sea! ¿Conque esto es Shelton? Odio este sitio desde entonces.

Y en Shelton nos quedamos colgados. Lo mismo que en Davenport, Iowa, casi todos los coches eran de granjeros, y de vez en cuando uno de turistas, lo que es peor, con viejos conduciendo y sus mujeres señalando los carteles o consultando los mapas y mirando a todas partes con aire de desconfianza.

La llovizna aumentó y Eddie cogió frío; llevaba muy poca ropa encima. Saqué una camisa de lana de mi saco de lona y se la puso. Se sintió un poco mejor. Yo también me resfrié. Compré unas gotas para la tos en una destartalada tienda india de algo. Fui a la diminuta oficina de correos y escribí una tarjeta postal a mi tía. Volvimos a la carretera gris. Allí enfrente estaba Shelton, escrito sobre el depósito de agua. Pasó el tren de Rock Island. Vimos las caras de los pasajeros de primera cruzar en una bruma. El tren silbaba a través de las llanuras en la dirección de nuestros deseos. Empezó a llover más fuerte aún.

Un tipo alto, delgado, con un sombrero de ala ancha, detuvo su coche al otro lado de la carretera y vino hacia nosotros; parecía un sheriff o algo así. Preparamos en secreto nuestras historias. Se tomó cierto tiempo para llegar hasta nosotros.

—¿Qué chicos, vais a algún sitio o simplemente vais? —no entendimos la pregunta, y eso que era una pregunta jodidamente buena.

—¿Por qué? —dijimos.

—Bueno, es que tengo una pequeña feria instalada a unos cuantos kilómetros carretera abajo y ando buscando unos cuantos chicos que quieran trabajar y ganarse unos dólares.

Tengo la concesión de una ruleta y unas anillas, ya sabéis, esas anillas que se tiran a unas muñecas para probar suerte. Si queréis trabajar para mí os daré el treinta por ciento de los ingresos.

—¿Comida y techo también?

—Tendréis cama, pero comida no. Podéis comer en el pueblo. Nos moveremos algo — y como vio que lo pensábamos añadió—: es una buena oportunidad —y esperó pacientemente a que tomáramos una decisión. Estábamos confusos y no sabíamos qué decir, y por mi parte no me apetecía nada trabajar en una feria. Tenía una prisa tremenda por reunirme con mis amigos de Denver.

—No estoy seguro —dije—. Viajo lo más rápido que puedo y no creo que tenga tiempo para eso.— Eddie dijo lo mismo, y el viejo dijo adiós con la mano, subió sin prisa a su coche y se alejó. Y eso fue todo.

Nos reímos un rato y especulamos sobre cómo hubiera sido aquello. Entreví una noche oscura y polvorienta en la pradera, y los rostros de las familias de Nebraska paseando entre los puestos, con sus chavales sonrosados mirándolo todo con temor, y supe lo mal que me habría sentido engañándolos con todos aquellos trucos baratos de feria. Y la noria girando en la oscuridad de la llanura, y, ¡Dios todopoderoso!, la música triste del tiovivo y yo esperando llegar a mi destino, y durmiendo en un carromato de colores chillones sobre un colchón de arpillera.

Eddie resultó ser un compañero de carretera muy poco seguro. Se acercó un aparato muy raro conducido por un viejo; era de aluminio o algo parecido, cuadrado como una caja: un remolque, sin duda, pero un remolque de fabricación casera de Nebraska, raro y disparatado. Iba muy despacio y se detuvo. Corrimos; el viejo dijo que sólo podía llevar a uno; sin decir ni una sola palabra, Eddie saltó dentro y desapareció poco a poco de mi vista llevándose mi camisa de lana. Bueno, una verdadera pena; lancé un beso de adiós a la camisa; en cualquier caso sólo tenía un valor sentimental. Esperé en nuestro infierno personal de Shelton durante mucho, muchísimo tiempo, varias horas, y pensando que se hacía de noche; en realidad, era sólo por la tarde, pero estaba oscuro. Denver, Denver, ¿cómo conseguiría llegar a Denver? Estaba a punto de dejar todo aquello e irme a tomar un café cuando se detuvo un coche bastante nuevo conducido por un tipo joven. Corrí hacia él como un loco.

—¿Adónde vas?

—A Denver.

—Bien, puedo acercarte a tu meta unos ciento cincuenta kilómetros.

—Estupendo, maravilloso, acabas de salvarme la vida.

—Yo también solía hacer autostop, por eso recojo siempre a quien me lo pide.

—Yo haría lo mismo si tuviera coche —y hablamos y me contó su vida, que no era muy interesante, y me dormí un poco y desperté en las afueras de Gothenburg, donde me dejó.

4

Iba a comenzar el más grande trayecto de mi vida. Un camión con una plataforma detrás y unos seis o siete tipos desparramados por encima de ella, y los conductores, dos jóvenes granjeros rubios de Minnesota, recogían a todo el que se encontraban en la carretera: la más sonriente y agradable pareja de patanes que se pueda imaginar; ambos llevaban camisas y monos de algodón, sólo eso; ambos tenían poderosas muñecas y eran animados, y sonreían como si dijeran ¿qué tal estás? a todo el que se cruzara en su camino.

Corrí, salté a la caja y dije:

—¿Hay sitio?

—Claro que sí, sube. Hay sitio para todo el mundo —me respondieron.

Todavía no me había instalado del todo en la caja cuando el camión arrancó; vacilé, pero uno de los viajeros me agarró y pude sentarme. Alguien me pasó una botella de aguardiente y bebí el último trago que quedaba. Respiré profundamente el aire salvaje, lírico y húmedo de Nebraska.

—¡UUiii, allá vamos! —gritó un chico con visera de béisbol, y el camión se puso a más de cien kilómetros por hora y adelantaba a todos.

—Venimos en este cacharro hijoputa desde Des Moines. Estos tipos nunca paran. De vez en cuando hay que gritarles que queremos mear, pues si no hay que hacerlo al aire y agarrarse bien, hermano, agarrarse bien.

Observé a los pasajeros. Había dos jóvenes campesinos de Dakota del Norte con viseras de béisbol rojas, que es el modelo habitual de gorro que usan los chicos campesinos de Dakota del Norte. Iban a la recolección; sus viejos les habían dado permiso para andar por la carretera durante el verano. Había dos chicos de ciudad, de Columbus, Ohio, jugadores de fútbol y estudiantes, chicle, guiños, cánticos, y diciendo que hacían autostop por los Estados Unidos durante el verano.

—¡Vamos a Los Angeles! —gritaron.

—¿Y qué vais a hacer allí?

—Joder, no lo sabemos. Además, ¿eso qué importa?

Después estaba un individuo alto y delgado que tenía una mirada atravesada.

—¿De dónde eres? —le pregunté. Estaba tumbado junto a él; se volvió lentamente hacia mí, abrió la boca, y dijo:

—Montana.

Finalmente estaban Mississippi Gene y su compañero. Mississippi Gene era un chico moreno y bajo que recorría el país en trenes de carga, un vagabundo de unos treinta años con aspecto juvenil; tanto que resultaba imposible determinar qué edad tenía exactamente.

Se sentaba con las piernas cruzadas, observando la pradera sin decir nada durante cientos de kilómetros. En una ocasión se volvió hacia mí y dijo:

—¿Tú adónde vas?

Dije que a Denver.

—Tengo una hermana allí pero no la he visto desde hace bastantes años —su hablar era melodioso y pausado. Era tranquilo. Su compañero era un chico de dieciséis años alto y rubio, también con harapos de vagabundo; es decir, llevaban ropa muy vieja que se había puesto negra con el hollín de los trenes y la suciedad de los vagones de carga y el dormir en el suelo. El chico rubio también era muy tranquilo y parecía huir de algo, y supuse que sería de la ley por el modo en que miraba y humedecía los labios con aspecto preocupado.

Montana Slim les hablaba de vez en cuando con sonrisa sardónica e insinuante. Pero ellos no le prestaban atención. Slim era todo insinuación. Me asustaba su mueca y que abriera la boca justo delante de mi cara y la mantuviera semiabierta como un retrasado mental.

—¿Tienes dinero? —me preguntó.

—Coño, claro que no. Quizá para comprar un poco de whisky hasta llegar a Denver.

¿Y tú?

—Sé donde conseguirlo.

—¿Dónde?

—En cualquier sitio. Siempre puedes hacértelo con un tipo en la carretera, ¿no crees?

—Sí, supongo que tú sí puedes.

—Lo haría si realmente necesitara pasta. Me dirijo a Montana a ver a mi padre. Tendré que bajar de este trasto en Cheyenne y tomar otro camino. Ese par de locos va a Los Angeles.

—¿Directamente?

—Sin detenerse. Si quieres ir a LA has subido al vehículo adecuado.

Medité el asunto; la idea de zumbar toda la noche a través de Nebraska, Wyoming y el desierto de Utah por la mañana, y después lo más probable que el desierto de Nevada por la tarde, y llegar a LA en un espacio de tiempo previsible casi me hizo cambiar de planes.

Pero tenía que ir a Denver. También me tenía que apear en Cheyenne, y hacer autostop hacia el sur para recorrer los ciento cincuenta kilómetros hasta Denver.

Me alegré cuando los dos granjeros de Minnesota dueños del camión decidieron detenerse a comer en North Platte; quería echarles una ojeada. Salieron de la cabina y nos sonrieron.

—A mear tocan —dijo uno.

—Parada y fonda —dijo el otro.

Pero eran los únicos del grupo que tenían dinero para comer. Todos nos arrastramos detrás de ellos hasta un restaurante atendido por un grupo de mujeres, y nos sentamos ante unas hamburguesas y unas tazas de café mientras ellos tragaban platos rebosantes como si estuvieran de vuelta en la cocina de su madre. Eran hermanos; transportaban maquinaria agrícola de Los Angeles a Minnesota y hacían su buena pasta. En su viaje de vacío a la costa recogían a cuantos se encontraban en la carretera. Ya lo habían hecho otras cinco veces; les divertía muchísimo. De hecho, todo les gustaba. Nunca dejaban de sonreír.

Intenté hablar con ellos —una especie de estúpido intento de trabar amistad con los capitanes del barco— y sus únicas respuestas fueron dos cordiales sonrisas y unos blancos dientes enormes de comedores de cereales.

Todos nos habíamos unido a ellos en el restaurante excepto los dos vagabundos, Gene y su chico. Cuando volvimos seguían sentados en el camión tristes y desconsolados. Ahora caía la noche. Los conductores fumaban; yo expuse mis deseos de ir a comprar una botella de whisky para mantener el calor durante el frío de la noche.

—Vete, pero apresúrate.

—Tomaréis unos tragos —les ofrecí.

—No, no, nosotros nunca bebemos. Pero vete.

Montana Slim y los dos estudiantes me acompañaron por las calles de North Platte hasta que encontré una tienda de bebidas. Los chicos bebieron un poco, Slim otro poco, y yo compré un litro. Hombres altos y hoscos nos observaban desde edificios con falsas fachadas; la calle principal estaba bordeada de casas cuadradas con forma de caja. Había inmensas perspectivas de las llanuras más allá de cada una de las tristes calles. Noté algo distinto en el aire de North Platte, no sabía qué era. Lo supe cinco minutos después.

Volvimos al camión y reanudamos la marcha. Oscurecía rápidamente. Todos tomamos un trago y de pronto miré y vi que los verdes campos del Platte empezaban a desaparecer y en su lugar, y hasta donde alcanzaba la vista, aparecía una enorme llanura esteparia de arena y artemisa. Estaba atónito.

—¿Qué coño es esto? —le grité a Slim.

—Es el comienzo de los pastizales, muchacho. Pásame otro trago.

—¡Yupiii! —aullaron los estudiantes—, ¡Adiós Columbus! ¿Qué dirían Sparkie y los chicos si estuvieran aquí? ¡Yupiii!

Los conductores habían cambiado de puesto en la cabina; el hermano que estaba descansado forzaba el camión al máximo. La carretera también cambió: abombada por el centro, blanda a los lados y con una zanja de más de un metro de profundidad bordeándola, así que el camión saltaba y oscilaba de un lado de la carretera al otro—milagrosamente sólo cuando no había coches que vinieran en dirección opuesta— y pensé que íbamos a dar un salto mortal. Pero eran unos conductores tremendos. ¡Cómo superó el camión la cresta de Nebraska! (la cresta que se hunde hacia Colorado). Y en seguida me di cuenta que de hecho ya estaba casi en Colorado, aunque no de modo oficial, pero mirando al sudoeste el propio Denver estaba a unos pocos cientos de kilómetros. Grité de alegría. La botella circuló. Salieron estrellas resplandecientes, las colinas de arena estaban cada vez más lejos y se hicieron borrosas. Me sentí igual que una flecha disparada camino del blanco.

Y de pronto, Mississippi Gene se volvió hacia mí saliendo de su letargo y estirando las piernas, y abrió la boca, y se inclinó y dijo:

—Estas llanuras me recuerdan a Texas.

—¿Eres de Texas?

—No, señor, soy de Green-vell, Muss-sippy —y ése fue el modo en que lo dijo.

—¿De dónde es el chico?

—Se metió en líos allá en Mississippi, así que me ofrecí a ayudarle a largarse. Nunca ha estado del todo en sus cabales. Cuido de él lo mejor que puedo, sólo es un niño.

Aunque Gene era blanco tenía algo de viejo negro cansado y sabio, y también mucho de Elmer Hassel, el adicto a las drogas neoyorkino, pero un Hassel de trenes, un Hassel viajero épico, cruzando y volviendo a cruzar el país todos los años, hacia el Sur en invierno y hacia el Norte en verano, y eso sólo porque no podía quedarse en un sitio sin cansarse en seguida de él y porque no había adónde ir excepto a todas partes, y tenía que mantenerse bajo las estrellas, por lo general las estrellas del Oeste.

—He estado en Og-den un par de veces. Si usted quiere ir a Og-den tengo algunos amigos que podrían alojarle.

—Voy a Denver desde Cheyenne.

—¡Coño! Vaya derecho hasta allí, no se hace un viaje como éste todos los días.

Esta también era una oferta tentadora. ¿Qué había en Ogden? Y dije:

—¿Qué es Ogden?

—Es el sitio por el que pasan la mayoría de los muchachos y siempre hay amigos allí; uno puede encontrarse a cualquiera.

Años antes yo había navegado con un tipo alto y huesudo de Louisiana que se llamaba Big Slim Hazard, William Holmes Hazard, que era vagabundo por afición. De niño había visto a un vagabundo pedirle a su madre un poco de pastel, y ella se lo dio, y cuando el vagabundo se había marchado carretera abajo, el niño dijo:

—Mamá, ¿quién era ése?

—Era un vagabundo.

—Mamá, yo también seré vagabundo.

—No digas tonterías niño, eso no es para los Hazards.

Pero él nunca olvidó aquel día, y cuando se hizo mayor, y tras un breve período de jugador de fútbol en la universidad de Louisiana, se hizo vagabundo. Big Slim y yo pasamos muchas noches contándonos historias y escupiendo tabaco de mascar en bolsas de papel. Había algo en Mississippi Gene que me recordaba tanto a Big Slim Hazard, que le pregunté:

—¿No habrás conocido por casualidad a un tipo llamado Big Slim Hazard?

—¿Se refiere usted a un tipo que se ríe mucho? —me dijo.

—Bueno, eso suena un poco a él. Era de Ruston, Louisiana.

—Eso es. Louisiana Slim le llamaban a veces. Sí, señor, he conocido a Big Slim.

—¿Solía trabajar en los yacimientos de petróleo del este de Texas?

—El este de Texas, así es. Y ahora se dedica a marcar ganado.

Y eso era exacto; pero todavía no podía creer que Gene hubiera conocido realmente a Slim, a quien yo había buscado, más o menos, durante años.

—¿Y solía trabajar en los remolcadores de Nueva York?

—Bueno, eso no lo sé.

—Supongo que sólo lo conociste en el Oeste.

—Así parece. Yo nunca he estado en Nueva York.

—Bueno, maldita sea, me asombra que lo conozcas. Este es un país muy grande, Sin embargo sé que debes de haberlo conocido.

—Si, señor, conozco a Big Slim perfectamente. Siempre generoso con su dinero; cuando lo tiene, claro. De mal genio, un tipo duro, también. Le he visto tumbar a un policía en los depósitos de ferrocarril de Cheyenne, y de un solo puñetazo.

Eso sonaba mucho a Big Slim; siempre practicaba golpes de boxeo en el aire; se parecía un poco a Jack Dempsey, pero a un Jack Dempsey joven que bebía bastante.

—¡Maldición! —grité al viento, y tomé otro trago, y me sentía muy bien. Cada trago era bañado por el viento en aquel camión abierto, desaparecían sus malos efectos, y los buenos penetraban en mi estómago—, ¡Cheyenne, allá voy! —canté—. Denver espera a tu chico.

Slim Montana se volvió hacia mí, señaló mis zapatos y comentó:

—Se supone que si pones esas cosas en el suelo crecerá algo, ¿no? —sin soltar ni una sonrisa, claro, y los demás al oírle se echaron a reír.

Y es que eran los zapatos más absurdos de toda América; los llevaba concretamente porque no quería que me sudaran los pies en la ardiente carretera, y excepto cuando la lluvia del Monte del Oso demostraron ser los mejores zapatos posibles para un viaje como el mío. Así que me uní a sus risas. Y los zapatos ya estaban por entonces muy gastados, las tiras de cuero de colores levantadas como rodajas de pina y mis dedos asomando a través de ellas. Bueno, tomé otro trago y me reí. Como en sueños pasamos zumbando por pequeños pueblos y cruces de carreteras que brotaban de la oscuridad y junto a largas hileras de braceros y vaqueros en la noche. Nos veían pasar con un movimiento de cabeza y nosotros les veíamos golpearse los muslos desde la renovada oscuridad del otro lado del pueblo: éramos un grupo extraño de ver.

Había un montón de hombres en el campo durante esta época del año. Los chicos de Dakota estaban inquietos.

—Creo que nos bajaremos en la próxima parada para mear; parece que por aquí hay montones de trabajo —dijo uno de ellos.

—Lo único que tenéis que hacer es dirigiros al Norte cuando se termine por aquí —les aconsejó Montana Slim—, y seguir la cosecha hasta llegar a Canadá. —Los chicos asintieron vagamente; no parecía que les interesara demasiado aquel consejo.

Entretanto, el chico rubio fugitivo seguía sentado igual que siempre; de vez en cuando Gene abandonaba su trance budista sobre las sombrías praderas y decía algo cariñoso al oído del chico. El chico asentía. Gene cuidaba de él, de su estado de ánimo y de sus temores. Yo me preguntaba adónde coño irían y qué coño harían. No tenían pitillos.

Derroché mi paquete con ellos. Me gustaban. Eran agradecidos y amables. Nunca pedían y yo seguía ofreciéndoles. Montana Slim también tenía un paquete pero nunca ofrecía.

Pasamos zumbando por otro pueblo; pasamos junto a otra hilera de hombres altos y flacos con pantalones vaqueros arracimados en la penumbra como mariposas alrededor de la luz, y regresamos a la tremenda oscuridad, y las estrellas se mostraban encima puras y brillantes porque el aire se hacia gradualmente más y más tenue a medida que ascendíamos la empinada pendiente de la meseta occidental, alrededor de veinte centímetros cada kilómetro, o eso decían, y sin árboles en parte alguna que ocultaran las estrellas. Y una vez vi una vaca melancólica de cabeza blanca entre la salvia del borde de la carretera cuando pasábamos a toda prisa. Era como ir en tren, justo con la misma regularidad, justo con idéntica seguridad.

Al rato llegamos a un pueblo, aminoramos la marcha, y Montana Slim dijo:

—Hora de mear —pero los de Minnesota no pararon y siguieron a toda marcha—. ¡Joder! Tengo que hacerlo —gritaba Slim.

—Hazlo por un lado —dijo alguien.

—Bueno, lo haré —respondió él, y lentamente, observado por todos, se fue arrastrando hasta la parte de atrás de la caja agarrándose a lo que podía, hasta que las piernas le quedaron colgando fuera. Alguien golpeó la ventanilla de la cabina para llamar la atención de los hermanos. Se desplegaron sus enormes sonrisas en cuanto se volvieron. Y justo cuando Slim estaba preparado para empezar, en la posición precaria en la que se encontraba, empezaron a hacer zigzags con el camión a más de cien kilómetros por hora.

Se cayó de espaldas y durante un momento vimos un surtidor de ballena en el aire; trabajosamente consiguió sentarse de nuevo. Hicieron oscilar el camión otra vez. ¡Whaam!

Montana Slim cayó de costado y se puso todo perdido. Entre el ruido del motor le oíamos soltar maldiciones como gemidos de un hombre llegando desde lejanas montañas.

—¡Cojones! ¡Me cago en la puta! —y no se daba cuenta de que lo estaban haciendo a posta mientras se esforzaba por superar la prueba, ceñudo como el mismo Job. Cuando terminó estaba empapado, y ahora tuvo que hacer el camino de vuelta, y con expresión compungida nos miraba reír a todos, excepto el melancólico chico rubio, y a los de Minnesota que se desternillaban en la cabina. Le tendí la botella para que se animara un poco.

—Conque lo estaban haciendo a propósito —dijo.

—Claro que sí.

—Bien, maldita sea, no me daba cuenta. Lo único que sabía es que también lo había hecho en Nebraska y no había tenido ni la mitad de problemas.

De repente habíamos llegado a Ogalalla, y aquí los tipos de la cabina gritaron:

—¡A mear tocan! —con gran deleite.

Slim se quedó enfadado en el camión lamentando la oportunidad perdida. Los dos chicos de Dakota nos dijeron adiós a todos y pensaban empezar su trabajo de braceros aquí. Les vimos desaparecer en la noche en dirección a las casuchas del final del pueblo donde había luz encendida y donde, según un vigilante nocturno de pantalones vaqueros les dijo, estaban los que podían darles trabajo. Yo tenía que comprar tabaco. Gene y el chico rubio me acompañaron para estirar un poco las piernas. Llegué al lugar más perdido del mundo, una especie de solitaria discoteca de las llanuras para los quinceañeros locales.

Bailaban, algunos de ellos, a la música de una máquina. Hubo un momento de silencio cuando entramos. Gene y el rubito se quedaron quietos sin mirar a nadie; lo único que querían era tabaco. Había unas cuantas chicas bastantes guapas también. Y una de ellas le puso ojos de carnero degollado al rubio y él no se dio cuenta, y si se hubiera dado cuenta no habría hecho caso; así era de triste y desamparado.

5

Estaba con Montana Slim y empezamos a recorrer los bares. Tenía unos siete dólares, cinco de los cuales derroché estúpidamente aquella misma noche. Primero nos mezclamos con los turistas disfrazados de vaqueros y con los petroleros y los rancheros, en bares, en soportales, en aceras; después tuve que sacudir un rato a Slim que andaba dando tumbos por la calle a causa del whisky y la cerveza: era un bebedor así; se le pusieron los ojos vidriosos, y a cada momento se ponía a hablar de sus cosas con cualquier desconocido. Fui a un puesto de chiles y la camarera era mexicana y guapa. Comí y luego le escribí unas líneas en la parte de atrás de la cuenta. El puesto de chiles estaba desierto; todo el mundo estaba en otros sitios, bebiendo. Dije a la chica que mirara la parte de atrás de la cuenta.

Ella la leyó y se rió. Era un poemita sobre lo mucho que deseaba que me acompañase a disfrutar de la noche.

—Me gustaría, chiquito*, pero tengo una cita con mi novio.

—¿No puedes librarte de él?

—No, no puedo —me dijo tristemente, y me gustó cómo lo había dicho.

—Volveré por aquí otra vez —le dije, y ella respondió:

—Cuando quieras, chico.

Aún seguí allí un rato aunque sólo fuera para contemplarla, y tomé otra taza de café. Su novio apareció y con aire hosco le preguntó cuándo estaría libre. Ella se dio prisa para cerrar el local en seguida. Tuve que largarme. Cuando salía le sonreí. Fuera las cosas seguían tan agitadas como siempre, si se exceptúa el que los gordos vaqueros estaban todavía más borrachos y gritaban más alto. Era divertido.

Había jefes indios paseando con penachos de plumas y aire solemne entre los congestionados rostros de los borrachos. Vi a Slim tambaleándose por allí y me uní a él.

—Acabo de escribirle una postal a mi viejo, en Montana —dijo—, ¿No podrías buscar un buzón y echármela?

Era una extraña petición; me dio la postal y atravesó tambaleante las puertas batientes de un saloon. Cogí la tarjeta, fui a un buzón y eché una rápida ojeada a lo que había escrito: «Querido Papá, estaré en casa el miércoles. Las cosas me van perfectamente y espero que a ti te suceda otro tanto. Richard.»

Aquello cambió por completo la idea que tenía de él; ¡qué educado y cariñoso se mostraba con su padre! Fui al bar y me reuní con él. Nos ligamos a un par de chicas, una rubia bastante guapa y una morena rellenita. Eran tontas y aburridas, pero seguimos con ellas. Las llevamos a un destartalado club nocturno que estaba a punto de cerrar, y donde me lo gasté todo, menos un par de dólares, en whisky escocés para ellas y cerveza para nosotros. Estaba casi borracho y no me importó; todo me parecía perfecto. Todo mi ser y mi voluntad apuntaban hacia la rubita. La deseaba con todas mis fuerzas, la abracé y quise decírselo. El club cerró y caminamos sin rumbo por las miserables calles polvorientas.

Miré al cielo; las estrellas puras y maravillosas todavía estaban allí. Las chicas querían ir a la estación de autobuses, así que fuimos todos, pero al parecer tenían que reunirse con un marinero que las esperaba allí, primo de la más gorda, y el marinero estaba con varios amigos. Le dije a la rubia:

—¿Qué hacemos ahora?

* Así en el original. (N. del T.)

Y ella me respondió que quería volver a casa, en Colorado, justo al otro lado de la frontera sur de Cheyenne.

—Te llevaré en autobús —le dije.

—No, el autobús para en la autopista y tendría que caminar sola por esa maldita pradera. Me paso todas las tardes mirándola y no tengo ánimos para atravesarla de noche.

—Pero, será un paseo agradable entre flores silvestres.

—Allí no hay flores —dijo—. Quiero irme a Nueva York. Estoy cansada y aburrida de esto. El único sitio al que se puede venir es a Cheyenne y en Cheyenne no hay nada qué hacer.

—Tampoco hay nada qué hacer en Nueva York.

—¡Vaya si no hay! —dijo frunciendo los labios.

La estación de autobuses estaba hasta los topes. Gente de todas clases esperaba los autobuses o simplemente pasaba el rato; había un montón de indios que lo miraban todo con ojos de piedra. La chica se desentendió de mí y se unió al marinero y los demás. Slim se había dormido en un banco. Me senté. El suelo de la estación de autobuses era igual que el de todas las estaciones de autobuses del país, siempre llenos de colillas y esputos y transmitiendo esa tristeza que sólo ellas poseen. Durante unos momentos aquello no era diferente a estar en Newark, si se exceptuaba la inmensidad del exterior que tanto me gustaba. Lamenté el modo en que había estropeado la pureza de todo mi viaje, no había ahorrado nada, y estaba perdiendo el tiempo andando por ahí con aquella chica idiota y gastando todo mi dinero. Me sentía mal. Llevaba mucho sin dormir y estaba demasiado cansado para maldecir o armar lío, así que decidí dormir; me acurruqué en un asiento utilizando el saco de lona como almohada, y dormí hasta la ocho de la mañana entre los soñolientos murmullos y ruidos de la estación y de los cientos de personas que pasaban.

Me desperté con un fuerte dolor de cabeza. Slim se había ido: a Montana, supongo.

Salí. Y allí en el aire azul vi por primera vez, a lo lejos, las nevadas cumbres de las Montañas Rocosas. Respiré profundamente. Tenía que llegar a Denver inmediatamente.

Antes desayuné modestamente: una tostada y café y un huevo. A continuación dejé la ciudad y salí a la autopista. El festival del Oeste Salvaje seguía; había un rodeo, y los gritos y el movimiento estaban a punto de volver a empezar. Todo eso quedó atrás. Quería ver a mis amigos de Denver. Crucé las vías por un paso a nivel y llegué a un grupo de casuchas donde se bifurcaban dos autopistas, ambas en dirección a Denver. Tomé la más próxima a las montañas para poder echarles una ojeada, y señalé con el pulgar mi camino.

Me recogió en seguida un tipo joven de Connecticut que recorría el país pintando en un viejo coche; era hijo del director de un periódico del Este. Hablaba y hablaba; me sentía mal debido a la bebida y a la altura. En un determinado momento casi tuve que sacar la cabeza por la ventanilla. Pero cuando me dejó en Longmont, Colorado, ya me sentía bien otra vez y hasta había empezado a hablarle de mis viajes. Me deseó suerte.

Todo era hermoso en Longmont. Bajo un árbol viejo y enorme había un trozo de césped verde perteneciente a una estación de servicio. Le pregunté al encargado si podría dormir allí, y me dijo que claro; así que extendí una camisa de lana, apoyé mi mejilla en ella, con un codo fuera y un ojo observando las nevadas Rocosas bajo el cálido sol. Dormí durante dos deliciosas horas, sin más molestia que la de alguna hormiga ocasional. ¡Y aquí estoy en Colorado!

Lo pensaba repetidamente muy alegre. ¡Coño! ¡coño! ¡coño! ¡Lo estaba consiguiendo! Y tras aquel sueño reparador lleno de brumosos sueños de mi pasado en el Este, me levanté, me lavé en el servicio de caballeros de la estación de servicio, y me puse en marcha, fresco y afinado como un violín, y en un bar cercano tomé una leche batida riquísima que entonó mi ardiente y atormentado estómago.

Por cierto, la chica de Colorado tan guapa que me preparó la leche era toda sonrisas; estaba encantado y me compensó la noche anterior. Me dije: «¡Uf! ¿Cómo será Denver?», y me lancé de nuevo a la ardiente carretera, y pronto estaba en el coche último modelo de un hombre de negocios de Denver de unos treinta y cinco años. Iba a cien por hora. Yo estaba todo estremecido; contaba los minutos y restaba los kilómetros. Justo delante, por encima de los ondulantes y dorados trigales, y bajo las lejanas nieves de Estes, al fin veía al viejo Denver. Me imaginé en un bar de Denver aquella misma noche, con todos los amigos, y a sus ojos sería un tipo extraño y harapiento, algo así como un profeta que ha atravesado la tierra entera para traer la misteriosa Palabra, y la única Palabra que me salía era: ¡Uff!

El tipo aquél y yo mantuvimos una extensa y cálida conversación acerca de nuestros respectivos esquemas vitales, y antes de que me diera cuenta de ello, estábamos en el mercado de mayoristas de frutas de las afueras de Denver; había chimeneas, humo, vías férreas, edificios de ladrillo rojo, y a lo lejos los edificios de piedra gris del centro de la ciudad, y aquí estaba yo en Denver. Me dejó en la calle Larimer. Caminé dando traspiés con la mueca más traviesa y alegre del mundo entre los vagos y los sucios vaqueros de la calle Larimer.

6

En aquellos días no conocía a Dean tan bien como ahora, y lo primero que quería hacer era reunirme con Chad King, cosa que hice. Llamé por teléfono, hablé con su madre.

—¡Vaya, Sal! ¿Qué estás haciendo en Denver —me dijo.

Chad es un chico rubio y flaco con una extraña cara de brujo que se corresponde con su interés por la antropología y prehistoria de los indios. Su nariz asoma suave y casi blanda bajo el fulgor rubio de su pelo; posee la gracia y belleza de un intelectual del Oeste que ha bailado en las fiestas de los pueblos y ha jugado algo al fútbol. Cuando habla de su boca sale un trémolo nasal.

—Lo que siempre me ha gustado, Sal, de los indios de las praderas era el modo en que siempre se mostraban embarazados al jactarse del número de cabelleras que habían cortado. En La vida del Lejano Oeste, de Ruxton, hay un indio que se pone colorado como un pimiento porque ha cortado demasiadas cabelleras y entonces corre como el demonio hacia las llanuras a celebrar escondido sus hazañas. ¡Joder, eso me emociona!

Aquella bochornosa tarde en Denver, su madre lo localizó trabajando en el museo local en su estudio sobre la cestería india. Le telefoneé allí; vino y me recogió con el viejo Ford cupé que utilizaba para viajar a las montañas y recoger objetos indios. Llegó a la estación de autobuses con pantalones vaqueros y una gran sonrisa.

Yo estaba sentado en mi saco hablando con aquel mismo marinero que había estado conmigo en la estación de autobuses de Cheyenne, y preguntándole qué se había hecho de la rubia. Era tan coñazo que ni me contestó. Chad y yo subimos a su pequeño cupé y lo primero que hicimos fue ir al edificio del gobierno del estado a conseguir unos mapas que él necesitaba. Después tenía que ver a un antiguo profesor suyo, y otras cosas así, y yo lo único que quería era beber cerveza. Y en el fondo de mi mente se agitaba una inquieta pregunta: «¿Dónde está Dean y qué hace ahora?» Chad había decidido dejar de ser amigo de Dean por alguna extraña razón, y ni siquiera sabía dónde estaba viviendo.

—¿Carlo Marx está en la ciudad?

—Sí —pero tampoco se hablaba ya con él.

Y éste fue el comienzo del alejamiento de Chad King de nuestro grupo. Yo echaría una siestecita en su casa aquella tarde. Sabía ya que Tim Gray me tenía preparado un apartamento en la avenida Colfax, y que Roland Major ya estaba viviendo en él y esperaba

reunirse allí conmigo. Noté en el aire una especie de conspiración, y esta conspiración dividía en dos bandos al grupo de amigos: por un lado estaban Chad King y Tim Gray y Roland Major, que junto a los Rawlins convenían en ignorar a Dean Moriarty y Carlo Marx. Yo estaba en medio de esta guerra tan interesante.

Era una guerra con cierto matiz social. Dean era hijo de un borracho miserable, uno de los vagos más tirados de la calle Larimer, y de hecho se había criado en la calle Larimer y sus alrededores. A los seis años solía comparecer ante el juez para pedirle que pusiera en libertad a su padre. Solía mendigar en las callejas que daban a Larimer y entregaba el dinero a su padre que esperaba entre botellas rotas con algún viejo amigacho. Luego, cuando Dean creció, empezó a frecuentar los billares de Glenarm; estableció un nuevo récord de robo de coches en Denver, y fue a parar a un reformatorio. Desde los once a los diecisiete años pasó la mayor parte del tiempo en reformatorios.

Su especialidad era el robo de coches; luego acechaba a las chicas a la salida de los colegios, y se las llevaba a las montañas, se las cepillaba, y volvía a dormir a cualquier cuartucho de un hotel de mala muerte. Su padre, en otro tiempo un respetable y habilidoso fontanero, se había hecho un alcohólico de vinazo, lo que es peor que ser alcohólico de whisky, y se vio reducido a viajar en trenes de carga a Texas durante el invierno y a regresar los veranos a Denver.

Dean tenía hermanos por parte de su difunta madre —había muerto cuando él era pequeño— pero no les gustaba. Los únicos amigos de Dean eran los golfetes de los billares. Dean, que tenía la tremenda energía de una nueva clase de santos americanos, y Carlo eran los monstruos del underground de Denver durante aquella época, junto a los tipos de los billares, y para simbolizar esto mejor, Carlo tenía un apartamento en un sótano de la calle Grant y nos reuníamos allí por la noche hasta que amanecía: Carlo, Dean, yo, Tom Snark, Ed Dunkel y Roy Johnson. Y otros posteriormente.

Mi primera tarde en Denver dormí en la habitación de Chad King mientras su madre hacía las cosas de la casa en el piso de abajo y Chad trabajaba en la biblioteca. Era una cálida tarde de julio en las grandes praderas. No me habría dormido a no ser por el invento del padre de Chad.

Era un hombre afectuoso y educado de setenta y tantos años, flaco, delgado y agotado, y contaba cosas saboreándolas lentamente, muy lentamente; eran buenas historias de su juventud en Dakota del Norte, en cuyas llanuras, a fines del siglo pasado, para entretenerse montaba potros a pelo y cazaba coyotes con un bastón. Después se había hecho maestro rural en una zona de Oklahoma, y por fin hombre de negocios diversos en Denver. Todavía tenía una vieja oficina encima de un garaje calle abajo: el buró estaba aún allí, junto con incontables papeles polvorientos que recordaban la excitación y las ganancias pasadas. Había inventado un sistema especial de aire acondicionado. Puso un ventilador normal y corriente en la persiana de una ventana y con un serpentín hacía circular agua fría por delante de las palas. El resultado era perfecto — hasta una distancia de metro y medio del ventilador— aunque luego, al parecer, el agua se convertía en vapor con el calor del día y en la parte de abajo de la casa hacía tanto calor como de costumbre. Pero yo estaba durmiendo justamente debajo del ventilador instalado sobre la cama de Chad, con un gran busto de Goethe enfrente que me miraba fijamente, y dormí en seguida despertándome veinte minutos después con un frío de muerte. Me eché encima una manta y todavía hacía frío. Finalmente tenía tanto frío que no pude volver a dormirme y bajé al otro piso. El viejo me preguntó qué tal funcionaba su invento, y le dije que condenadamente bien, claro que dentro de ciertos límites. Me gustaba el hombre.

Tenía tendencia a recordar cosas:

—Una vez fabriqué un quitamanchas que después fue copiado por todas las grandes firmas del Este. Llevo varios años tratando de recuperar mis derechos. Si tuviera bastante dinero para contratar a un abogado decente…

Pero ya era demasiado tarde para ocuparse de encontrar un buen abogado; y seguía sentado allí desalentado. Por la noche cenamos maravillosamente. La madre de Chad preparó filetes de un venado que había cazado en las montañas un tío de Chad. ¿Pero dónde estaba Dean?

7

Los diez días siguientes estuvieron, como diría W. C. Fields, «preñados de peligro inminente» y de locura. Me instalé con Roland Major en un apartamento realmente ostentoso que pertenecía a unos familiares de Tim Gray. Cada uno teníamos un dormitorio y había una pequeña cocina con comida en el frigorífico, y una amplia sala de estar donde Major se instalaba con su bata de seda a escribir su último relato breve hemingwayano: es un tipo colérico, de rostro colorado, rechoncho, que odia a todo y a todos, y que a veces sonríe cálida y agradablemente al mundo cuando la vida de verdad le hace frente con dulzura durante la noche. Se sentaba, pues, a su mesa de trabajo, y yo saltaba sobre la gruesa y suave alfombra vestido únicamente con unos pantalones cortos de algodón. Major acababa de escribir un relato sobre un chico que llega a Denver por primera vez. Se llamaba Phil. Su compañero de viaje es un tipo misterioso y tranquilo llamado Sam. Phil sale a conocer Denver y se enrolla con unos falsos artistas. Vuelve a la habitación del hotel. Dice lúgubremente:

—Sam, también los hay aquí —y Sam está mirando sombríamente por la ventana, y dice:

—Sí, ya lo sé.

Y el asunto estaba en que Sam no tenía que salir y verlo, para saberlo. Los pretendidos artistas están por todo América, chupándole la sangre. Major y yo éramos muy amigos; él pensaba que yo era lo menos parecido a uno de esos falsos artistas. A Major le gustaba el buen vino, lo mismo que a Hemingway. Recordaba con frecuencia su reciente viaje a Francia.

¡Ah, Sal! Si te hubieras sentado conmigo en pleno país vasco con una fresca botella de Poignon Dixneuf, sabrías que hay otras cosas aparte de los trenes de carga.

—Ya lo sé. Lo que pasa es que me gustan los trenes de carga y me gusta mucho leer nombres como Missouri Pacific, Great Northern, Rock Island Line. ¡Por Dios, Major!, si te contara todo lo que me pasó haciendo autostop hasta aquí.

Los Rawlins vivían a unas cuantas manzanas de distancia. Eran una familia encantadora: una madre bastante joven, copropietaria de un decrépito hotel fantasmal, y cinco hijos y dos hijas. El hijo más asilvestrado era Ray Rawlins, un amigo de infancia de Tim Gray. Ray vino zumbando a buscarme y nos caímos bien en seguida. Salimos y bebimos en los bares de Colfax. Una de las hermanas de Ray era una rubia muy guapallamada Babe: tenista y aficionada al surf, una muñeca del Oeste. Era la novia de Tim Gray. Y Major, que sólo estaba de paso en Denver y se lo hacía con mucho estilo en el apartamento, estaba saliendo con la otra hermana de Tim Gray, Betty. Yo era el único que no tenía pareja. A todos les preguntaba:

—¿Dónde está Dean? —y ellos me respondían sonriendo que no lo sabían.

Por fin, pasó lo que tenía que pasar. Sonó el teléfono, y era Carlo Marx. Me dio la dirección de su sótano. Le dije:

—¿Qué estás haciendo en Denver? Quiero decir, ¿que estás haciendo realmente? ¿Qué pasa aquí?

—¡Oh! espera un poco y te lo contaré.

Corrí a encontrarme con él. Trabajaba de noche en los grandes almacenes May; el loco de Ray Rawlins le había telefoneado allí desde un bar e hizo que los vigilantes buscaran a Carlo inmediatamente contándoles una historia de que alguien había muerto. Carlo pensó inmediatamente que el muerto era yo. Y Rawlins le dijo por teléfono:

—Sal está aquí, en Denver —y le dio mi dirección y teléfono.

—¿Y dónde está Dean?

—Dean también está en Denver. Deja que te cuente.

Y me contó que Dean estaba haciendo el amor con dos chicas a la vez; una era Marylou, su primera mujer, que lo esperaba en la habitación de un hotel, la otra era Camille, una chica nueva, que lo esperaba en la habitación de otro hotel.

—Entre una y otra acude a mí para el asunto que tenemos entre manos —continuó Carlo.

—¿Y qué asunto es ése?

—Dean y yo estamos embarcados en algo tremendo. Intentamos comunicarnos mutuamente, y con absoluta honradez y de modo total, lo que tenemos en la mente.

Tomamos bencedrina. Nos sentamos en la cama, y cruzamos las piernas uno enfrente del otro. He enseñado a Dean por fin que puede hacer todo lo que quiera, ser alcalde de Denver, casarse con una millonaria, o convertirse en el más grande poeta desde Rimbaud.

Pero sigue interesado en las carreras de coches. Suelo ir con él. Salta y grita excitado. Ya le conoces, Sal, Dean está realmente colgado de cosas así —y luego añadió—: Mmmmm — para sus adentros pensando en todo aquello.

—¿Y cómo planificáis la cosa? —dije. Siempre había planes en la vida de Dean.

—El plan es éste: yo salgo de trabajar dentro de media hora. En estos momentos Dean se está follando a Marylou en el hotel, con lo que tengo tiempo para cambiarme de ropa. A la una en punto deja a Marylou y corre a ver a Camille (naturalmente, ninguna de las dos sabe lo que está pasando), y se la tira, dándome así tiempo de llegar a la una y media.

Después sale conmigo (antes tiene que disculparse con ella, que ya está empezando a tenerme manía), y venimos aquí para hablar hasta las seis de la mañana. Por lo general, nos lleva más tiempo, pues el asunto se está volviendo terriblemente complicado y anda apurado de tiempo. Entonces, a la seis vuelve con Marylou (y mañana va a pasarse el día entero consiguiendo los papeles necesarios para divorciarse de ella). Marylou está totalmente de acuerdo, pero insiste en que se la folle en el ínterin. Dice que está enamorada de él… y lo mismo Camille.

Después me contó cómo había conocido Dean a Camille. Roy Johnson, el de los billares, se la había encontrado en un bar y la llevó a un hotel; el orgullo pudo más que su buen sentido, e invitó a todo el grupo a que subieran a verla. Todos se sentaron alrededor hablando con ella. Dean no hacía más que mirar por la ventana. Entonces, cuando todos se habían ido, Dean miró brevemente a Camille, se señaló la muñeca, hizo la señal de «cuatro» (indicando que volvería a las cuatro), y se largó. A las tres la puerta se cerró para Roy Johnson. A las cuatro se abrió para Dean. Yo quería salir para ver al chiflado. Además había prometido conseguirme a alguien para mí; conoce a todas las chicas de Denver.

Carlo y yo caminamos por las destartaladas calles nocturnas de Denver. El aire era tibio, las estrellas tan hermosas, las promesas de cada siniestro callejón tan grandes, que creí que estaba soñando. Llegamos al hotelucho donde Dean retozaba con Camille. Era un viejo edificio de ladrillo rojo rodeado de garajes de madera y viejos árboles que asomaban por detrás de las tapias. Subimos una escalera enmoquetada. Carlo llamó; luego se pegó a la pared para esconderse; no quería que Camille le viera. Permanecí ante la puerta. Dean la abrió completamente desnudo. Vi a una chica morena sobre la cama y un suave muslo bellísimo cubierto de encaje negro. La chica me miró algo asombrada.

—¡Vaya! ¡Si es Sal! —exclamó Dean—. Bien… veamos… ah… sí… claro, has llegado… eres un hijoputa, sí… por fin cogiste la vieja carretera. Bien, ahora vamos a ver… tenemos que… sí, sí, ahora mismo… es necesario hacerlo, tenemos que hacerlo, claro está…

Mira Camille —y se volvió hacia ella—. Sal está aquí, es un viejo amigo de Nueva York y acaba de llegar a Denver. Es su primera noche aquí, así que es absolutamente necesario que me vaya con él y le ayude a ligarse una chica.

—¿Pero a qué hora volverás?

—Ahora son exactamente —miró su reloj— la una y catorce. Volveré exactamente a las tres y catorce, para nuestra hora de fantasías juntos, para nuestra auténtica hora de fantasías, guapa, y después, ya sabes, te he hablado de ello y estás de acuerdo, ¿no? Tengo que ir a ver a ese abogado cojo para los papeles. Sí, en plena noche, parece raro, ya lo sé, pero ya te lo he explicado todo. —Esto era la pantalla para su cita con Carlo que seguía escondido—. Así que ahora, en este mismo instante, tengo que vestirme, ponerme los pantalones, volver a la vida, es decir, a la vida de ahí fuera, a la calle y todo eso, como acordamos. Son ya la una y quince y hay que correr, correr…

—Bueno, de acuerdo, Dean, pero por favor ten cuidado y estáte de vuelta a las tres.

—Será como te he dicho, guapa, pero recuerda que no es a las tres, sino a las tres y catorce. ¿Estamos de acuerdo en las más profundas y maravillosas profundidades de nuestras almas? —y se acercó a ella y la besó varias veces. En la pared había un dibujo de Dean desnudo, con enormes cojones y todo, hecho por Camille. Yo estaba asombrado. Era todo tan loco.

Nos lanzamos a la noche; Carlo se nos unió en el callejón. Y avanzamos por la calle más estrecha, más extraña y más retorcida de una ciudad que yo hubiera visto nunca, en lo más profundo del corazón del barrio mexicano de Denver. Hablábamos a gritos en la dormida quietud.

—Sal —me dijo Dean—, tengo justamente a una chica esperando por ti en este mismo momento… si está libre —miró su reloj—. Es camarera, Rita Bettencourt, una tía muy guapa, algo colgada de ciertas dificultades sexuales que he intentado enderezar, pero creo que os entenderéis bien, eres un tipo listo. Así que vamos para allá en seguida… deberíamos llevar cerveza. No, ellas tienen ya la que queramos —y golpeándose la palma de la mano con el puño, añadió—: Tengo que hacérmelo con su hermana Mary esta misma noche.

—¿Cómo? —dijo Carlo—. Creí que teníamos que hablar.

—Sí, sí, pero después.

—¡Oh, este aplatanamiento de Denver! —gritó Carlo mirando al cielo.

—¿No es el tipo más listo y amable del mundo? —me dijo Dean hundiendo su puño en mis costillas—. ¡Mírale! ¡Mírale! —y Carlo había iniciado sus andares de mono por las calles de la vida igual que le había visto hacer tantas veces en Nueva York.

—Bien, ¿pero qué coño estamos haciendo en Denver? —fue todo lo que pude decir.

—Mañana, Sal, sé dónde encontrarte un trabajo —dijo Dean recobrando su tono de hombre de negocios—. Te llamaré en cuanto Marylou me deje una hora libre. Iré directamente a tu apartamento, diré hola a Major y te llevaré en el tranvía (hostias, no tengo coche) hasta el mercado de Camargo donde podrás empezar a trabajar inmediatamente y cobrar el próximo viernes. De hecho, todos estamos sin nada de pasta.

Hace semanas que no tengo tiempo para trabajar. El viernes por la noche, eso es seguro, nosotros tres (el viejo trío de Carlo, Dean y Sal), tenemos que ir a las carreras de coches, conseguiré que nos lleve hasta allí un tipo del centro al que conozco… —y así seguimos en la noche.

Llegamos a la casa donde vivían las dos hermanas camareras. La mía todavía estaba trabajando; la que Dean quería para él estaba allí. Nos sentamos en su cama. Había planeado llamar a Ray Rawlins a esta hora. Lo hice. Llegó inmediatamente. Nada más entrar se quitó la camisa y la camiseta y empezó a meter mano a la absolutamente desconocida para él, Mary Bettencourt. Botellas rodaban por el suelo. Dieron las tres. Dean salió como una bala para su hora de fantasías con Camille. Estuvo de regreso a tiempo.

Apareció la otra hermana. Ahora necesitábamos un coche, y estábamos haciendo demasiado ruido. Ray Rawlins llamó a un amigo que tenía coche. Este llegó. Todos nos amontonamos dentro; Carlo trataba de llevar a cabo la conversación planeada con Dean en el asiento trasero, pero había demasiado follón.

—¡Vamos a mi apartamento! —grité.

Así lo hicimos; en el momento en que el coche se detuvo salté y me di un golpe en la cabeza contra la yerba. Todas mis llaves se desparramaron; no las volví a encontrar.

Corrimos, gritamos que nos abrieran. Roland Major nos cerró el paso con su bata de seda puesta.

—¡No puedo permitir esto en el apartamento de Tim Gray!

—¿Qué? —gritamos todos. Era un lío tremendo. Rawlins rodaba por la yerba con una de las camareras. Major no quería dejarnos entrar. Juramos que llamaríamos a Tim Gray y le hablaríamos de la fiesta y le invitaríamos a ella. En lugar de eso, todos volvimos a nuestras guaridas del centro de Denver. De repente, me encontré solo en mitad de la calle sin dinero. Mi último dólar se había esfumado.

Caminé los ocho kilómetros hasta mi confortable cama en el apartamento de Colfax. Major tuvo que dejarme entrar. Me preguntaba si Dean y Carlo estarían estableciendo su comunicación de corazón a corazón. Lo sabría más tarde. Las noches en Denver son frías, y dormí como un tronco.

8

Entonces todos empezaron a planear una importante excursión a las montañas. Esto comenzó por la mañana, al tiempo que una llamada telefónica que complicó más las cosas: era Eddie mi viejo amigo de la carretera que llamaba sin demasiadas esperanzas de encontrarme; recordaba algunos de los nombres que le había mencionado. Ahora tendría ocasión de recuperar mi camisa. Eddie estaba con su novia en una casa cerca de Colfax.

Quería saber si yo sabía dónde encontrar trabajo, y le dije que viniera a verme, figurándome que Dean sabría. Dean llegó a toda prisa, mientras Major y yo desayunábamos a toda velocidad. Dean ni siquiera quiso sentarse.

—Tengo miles de cosas que hacer, en realidad no tengo tiempo de llevarte hasta Camargo, pero vamos, tío.

—Espera por Eddie, mi amigo de la carretera.

Major encontraba muy divertidas nuestras prisas. Había venido a Denver para escribircon calma. Trató a Dean con extrema deferencia. Dean no le prestaba atención. Major le decía cosas así:

—Moriarty, ¿qué hay de eso que he oído de que duermes con tres chicas al mismo tiempo? —y Dean frotándose los pies en la alfombra decía:

—Sí, sí, así están las cosas —y miraba su reloj y Major fruncía la nariz. Me sentía avergonzado de salir con Dean. Major insistía en que era débil mental y ridículo. Por supuesto no lo era, y yo quería demostrárselo a todo el mundo.

Nos reunimos con Eddie. Dean tampoco le hizo caso y cruzamos Denver en tranvía bajo el ardiente sol del mediodía en busca de trabajo. Odiaba pensar en ello. Eddie hablaba y hablaba como siempre. Encontramos a un hombre del mercado que decidió contratarnos a los dos; empezaríamos a trabajar a las cuatro en punto de la madrugada y terminaríamos a las seis de la tarde.

—Me gustan los chicos a los que les gusta trabajar —dijo el hombre.

—He encontrado lo que buscaba —dijo Eddie, pero yo no estaba tan seguro.

—Bueno, no dormiré —decidí. Había demasiadas cosas interesantes que hacer.

Eddie se presentó a la mañana siguiente; yo no. Tenía cama y Major llenaba de comida el frigorífico, y a cambio de esto, yo cocinaba y lavaba los platos. Entretanto, todos nos metíamos en todo. Una noche tuvo lugar una gran fiesta en casa de los Rawlins. La madre

se había ido de viaje. Ray Rawlins llamó a toda la gente que conocía diciendo que trajera whisky; después buscó chicas en su libreta de direcciones. La mayor parte de las conversaciones con ellas las mantuve yo. Apareció un montón de chicas. Telefoneé a Carlo para saber lo que estaba haciendo Dean en aquel momento. Dean iría por casa de Carlo a las tres de la madrugada. Yo fui allí después de la fiesta.

El apartamento del sótano de Carlo estaba en una vieja casa de ladrillo rojo de la calle Grant cerca de una iglesia. Se entraba por un callejón, bajabas unos escalones de piedra, abrías una vieja puerta despintada, y entrabas en una especie de bodega hasta llegar a la puerta del apartamento. Este era igual que la habitación de un santón ruso: una cama, una vela encendida, paredes de piedra que rezumaban humedad, y un improvisado icono que él mismo se había fabricado. Me leyó sus poemas. Uno se titulaba «Desaliento en Denver».

Carlo se despertaba por la mañana y oía las «vulgares palomas» arrullarse en la calle junto a su celda; veía los «tristes ruiseñores» agitándose en la ramas y le recordaba a su madre.

Una mortaja gris caía sobre la ciudad. Las montañas, las magníficas Rocosas que se podían ver al Oeste desde cualquier parte de la ciudad, eran «papier mâché». El universo entero estaba loco y era un disparate y extremadamente raro. Llamaba a Dean «hijo del arco iris» que soportaba su tormento con el agonizante pene. Hablaba de él como de «Edipo Eddie» que tenía que «raspar el chicle de los cristales de las ventanas». Estaba gestando en su sótano un enorme diario en el que registraba todo lo que sucedía diariamente: todo lo que Dean hacía y decía.

Dean llegó a la hora fijada.

—Todo va bien —anunció—. Voy a divorciarme de Marylou y casarme con Camille y me iré a vivir con ella a Frisco. Pero eso será después de que tú y yo, querido Carlo, vayamos a Texas, nos reunamos con el viejo Bull Lee, ese tipo tan ido al que todavía no conozco y del que ambos me habéis contado tantas cosas, y después me iré a San Francisco.

Entonces iniciaron su tarea. Se sentaron en la cama con las piernas cruzadas mirándose directamente uno al otro. Yo me repantigué en una silla cerca de ellos y contemplé todo aquello. Empezaron con un pensamiento abstracto, lo discutieron; se recordaron mutuamente otro punto olvidado en el flujo de acontecimientos; Dean se excusó pero prometió volver a él y desarrollarlo con cuidado y ofrecer ilustraciones.

—Y precisamente cuando cruzábamos Wazee —dijo Carlo—, quería hablarte de tu pasión por las carreras de coches y fue justo entonces, recuérdalo, cuando me señalaste aquel viejo vagabundo con unos pantalones muy grandes y dijiste que se parecía a tu padre.

—Sí, sí, claro que lo recuerdo; y no sólo eso, sino que por mi parte inicié una sucesión de pensamientos, algo que era auténticamente salvaje y que tenía que contarte, lo había olvidado y ahora acabas de recordármelo… —Surgieron así dos nuevos puntos. Los desmenuzaron. Luego Carlo preguntó a Dean si era honrado y concretamente si estaba siendo honrado con él en el fondo de su alma.

—¿Por qué sacas a relucir eso otra vez?

—Hay una última cosa que quiero saber…

—Pero, Sal, el querido Sal, está escuchando, sentado ahí. Se lo preguntaremos a él.

¿Qué piensas tú de eso?

—Esa última cosa —dije— es la que no puedes alcanzar, Carlo. Nadie puede alcanzar esa última cosa. Vivimos con la esperanza de atraparla de una vez por todas.

—No, no, no, tú estás diciendo tonterías, pura mierda de primera calidad, estupideces románticas de Wolfe —dijo Carlo.

—Yo no quería decir nada de eso —dijo Dean—, pero dejemos que Sal piense lo que quiera, y de hecho, ¿no crees tú Carlo que hay cierta dignidad en el modo en que está sentado ahí observándonos? Es un loco que ha atravesado el país… No, Sal no lo dirá, el viejo Sal no lo dirá.

—Es que no hay nada que decir —protesté yo—. No entiendo adónde queréis ir o qué intentáis conseguir. Sé que resulta excesivo para cualquiera.

—Todo lo que dices es negativo.

—Entonces, ¿que estáis intentando conseguir?

—Díselo.

—No, díselo tú.

—No hay nada que decir —añadí y me reí. Cogí el sombrero de Carlo. Me lo eché sobre los ojos—. Quiero dormir —dije.

—Pobre Sal, siempre quiere dormir —no respondí y ellos reanudaron su conversación.

—Cuando me pediste prestada aquella moneda para pagar el pollo…

—No, tío, los chiles. ¿Recuerdas?, era en la Estrella de Texas.

—Me estaba confundiendo con el martes. Cuando me pediste prestada aquella moneda dijiste, y ahora escucha, dijiste: «Carlo ésta es la última vez que te engaño», como si realmente quisieras decir que yo me había puesto de acuerdo contigo en que no habría más

engaños.

—No, no, no, yo no quise decir eso… y ahora piensa atentamente si quieres, amigo mío, en la noche en que Marylou lloraba en la habitación, y cuando me volví hacia ti y te indiqué con una sinceridad extra añadida al tono que los dos sabíamos que ella fingía, pero tenía cierta intención, es decir, por medio de mi interpretación mostré que… pero espera un momento, no era eso.

—¡Claro que no es eso! Porque te olvidas de que… Pero no te acuso. Sí, eso fue lo que dije…

Y así siguieron toda la noche. Al amanecer me desperté y estaban intentando resolver el último de los problemas de la mañana.

—Cuando te dije que tenía que dormir por culpa de Marylou, es decir, porque tenía que verla esta mañana a las diez, no utilicé un tono perentorio con relación a lo que acababas de decir tú sobre lo innecesario que era dormir, sino sólo, sólo, tenlo en cuenta, debido a que de un modo absoluto, simple, elemental y sin condición alguna, necesito dormir ahora, quiero decir, tío, que los ojos se me están cerrando, que los tengo rojos, y que me pican, y que estoy cansado, y que no puedo más…

—¡Pobre chico! —dijo Carlo.

—Tenemos que dormir ahora mismo. Vamos a parar la máquina.

—¡La máquina no se puede parar! —gritó Carlo a viva voz. Cantaban los primeros pájaros.

—En cuanto levante la mano —dijo Dean—, dejaremos de hablar, los dos aceptaremos simplemente y sin discusiones que tenemos que dejar de hablar y nos iremos a dormir.

—No se puede parar la máquina así.

—¡Alto a esa máquina! —dije, y ellos me miraron.

—Has estado despierto todo el tiempo escuchándonos. ¿En qué pensabas, Sal?

Les dije que pensaba que eran unos maniáticos increíbles y que me había pasado la noche entera escuchándoles como si fuera un hombre que observa el mecanismo de un reloj más alto que el Paso de Berthoud y, sin embargo, está hecho con las piezas más pequeñas, como el reloj más delicado del mundo. Sonrieron y señalándoles con el dedo, dije:

—Si seguís así os vais a volver locos, pero entretanto no dejéis de mantenerme informado de lo que pase.

Salí y cogí un tranvía hasta mi apartamento, y las montañas de papier-mâché de Carlo se alzaban rojas mientras salía el enorme sol por la parte este de las llanuras.

9

Al atardecer me vi implicado en aquella excursión a las montañas y no vi a Dean ni a Carlo durante cinco días. Babe Rawlins consiguió que su jefe le dejara un coche para el fin de semana. Cogimos unos trajes y los colgamos de las ventanillas y partimos hacia Central City; Ray Rawlins al volante, Tim Gray dormitando detrás y Babe delante. Era mi primera visita al interior de las Rocosas. Central City es un antiguo pueblo minero que en otro tiempo fue llamado la Milla Cuadrada Más Rica del Mundo, pues los buscadores que recorrían las montañas habían encontrado allí una auténtica veta de plata. Se hicieron ricos de la noche a la mañana y construyeron un pequeño pero hermoso teatro de ópera entre las cabañas escalonadas en la pendiente. Habían actuado en él Lilian Russel, y otras estrellas de la ópera europea. Después, Central City se había convertido en una ciudad fantasma, hasta que unos tipos, enérgicos de la Cámara de Comercio del Nuevo Oeste decidieron hacer revivir el lugar. Arreglaron el teatro de ópera, y todos los veranos actuaban en él las

estrellas del Metropolitan. Eran unos grandes festejos para todos. Venían turistas de todas partes, incluso estrellas de Hollywood. Subimos las pendientes y nos encontramos con las estrechas calles atestadas de turistas finísimos. Recordé al Sam de Major. Major tenía razón. El mismo andaba por allí sonriendoles a todos en plan de hombre de mundo y diciendo «Oh» y «Ah» ante todo lo que veía.

—Sal —gritó, cogiéndome del brazo—, fíjate en esta vieja ciudad. Piensa en lo que era hace cien… ¿qué digo cien?, sólo ochenta o setenta años atrás; ¡y tenían ópera!

—Claro, claro —dije imitando a uno de sus personajes—, pero también están aquí.

—¡Los hijos de puta! —soltó. Pero siguió divirtiéndose con Betty Gray colgada del brazo.

Babe Rawlins era una rubia emprendedora. Conocía una vieja casa de mineros en las afueras del pueblo donde podríamos dormir aquel fin de semana; lo único que teníamos que hacer era limpiarla. También podríamos celebrar allí una gran fiesta. Era una vieja cabaña con el interior cubierto por varios centímetros de polvo; tenía un porche y un pozo en la parte de atrás. Tim Gray y Ray Rawlins se arremangaron la camisa y empezaron a limpiarla; un trabajo duro que les llevó toda la tarde y parte de la noche. Pero tenían un cubo lleno de botellas de cerveza y todo marchó perfectamente.

Por mi parte, iba a ir a la ópera aquella misma tarde con Babe colgada del brazo.

Llevaba un traje de Tim. Hacía unos pocos días que había llegado a Denver como un vagabundo; y ahora iba todo estirado dentro de un traje muy elegante, con una rubia guapísima y bien vestida al lado, saludando con la cabeza a gente importante y charlando en el vestíbulo bajo los candelabros. Me preguntaba lo que diría Mississippi Gene si pudiera verme.

La ópera era Fidelio. «¡Cuanta tiniebla!», gritaba el barítono en el calabozo bajo una imponente losa. Lloré. También veo la vida de ese modo. Estaba tan interesado en la ópera que durante un rato olvidé las circunstancias de mi loca existencia y me perdí entre los tristes sonidos de Beethoven y los matizados tonos de Rembrandt del libreto.

—Bueno, Sal, ¿qué te ha parecido la producción de este año?— me preguntó orgullosamente Denver D. Doll una vez en la calle. Estaba relacionado con la asociación de la ópera.

—¡Cuánta tiniebla! ¡Cuánta tiniebla! —dije—. Es absolutamente maravillosa.

—Lo que tienes que hacer ahora es conocer a los artistas —continuó con un tono oficial, pero felizmente se olvidó en seguida de ello con la precipitación y desapareció.

Babe y yo volvimos a la cabaña minera. Me quité la ropa uniéndome a los otros en la limpieza. Era un trabajo tremendo. Roland Major estaba sentado en mitad de la habitación delantera que ya estaba limpia y se negaba a ayudar. En una mesita que tenía delante había una botella de cerveza y un vaso. Cuando pasábamos a su alrededor con cubos de agua y escobas, rememoraba:

—¡Ah! Si alguna vez vinierais conmigo, beberíamos Cinzano y oiríamos a los músicos de Bandol, eso sí que es vida. Y después, por los veranos, Normandía, los zuecos, el viejo y delicioso Calvados. ¡Vamos, Sam! —dijo a su invisible camarada— Saca el vino del agua y veamos si mientras pescábamos se ha enfriado bastante— y era Hemingway puro.

Llamamos a unas chicas que pasaban por la calle:

—Ayudadnos a limpiar esto. Todo el mundo queda invitado a la fiesta de esta noche —se unieron a nosotros. Contábamos con un gran equipo trabajando. Por fin, los cantantes del coro de la ópera, en su mayoría muy jóvenes, aparecieron y también arrimaron el hombro. El sol se ponía.

Terminada nuestra jornada de trabajo, Tim, Rawlins y yo decidimos prepararnos para la gran noche. Cruzamos el pueblo hasta el hotel donde se alojaban las estrellas de la ópera. Oíamos el comienzo de la función nocturna.

—¡Perfecto! —dijo Rawlins—. Entraremos a coger unas navajas de afeitar y unas toallas y nos arreglaremos un poco.

También cogimos peines, colonia, lociones de afeitar, y entramos en el cuarto de baño. Nos bañamos cantando.

—¿No es increíble? —seguía diciendo Tim Gray—. Estamos usando el cuarto de baño y las toallas y las lociones de afeitar y las máquinas eléctricas de las estrellas de la ópera.

Fue una noche maravillosa. Central City está a más de tres mil metros de altura: al principio uno se emborracha con la altura, luego te cansas y sientes una especie de fiebre en el alma. Nos acercamos a las luces del teatro de la ópera mientras bajábamos por la estrecha calleja; después doblamos a la derecha y visitamos varios antiguos saloons con puertas batientes. La mayoría de los turistas estaban en la ópera. Empezamos con unas cuantas cervezas de tamaño extra. Había un pianista. Más allá de la puerta trasera se veían las montañas a la luz de la luna. Lancé un grito salvaje. La noche había llegado.

Corrimos de regreso a la cabaña minera. Todo continuaba preparándose para la gran fiesta. Las chicas, Babe y Betty, cocinaban judías y salchichas, y después bailamos y empezamos con la cerveza para entonarnos. Rawlins y Tim y yo nos relamíamos. Cogimos a las chicas y bailamos. No había música, sólo baile. El lugar se llenó. La gente empezó a traer botellas. Corríamos a los bares y regresábamos también corriendo. La noche se hacía

más y más frenética. Me habría gustado que Carlo y Dean estuvieran aquí (después comprendí que estarían fuera de lugar e incómodos). Eran como el hombre del calabozo y las tinieblas, el underground, los sórdidos hipsters de América, la nueva generación beat a la que lentamente me iba uniendo.

Aparecieron los chicos del coro. Empezaron a cantar «Dulce Adelina». También cantaban frases como: «Pásame la cerveza» y «¿Qué estás haciendo por ahí con esa cara?», y también daban grandes gritos de barítono de «Fi-de lio».

—¡Ay de mí! ¡Cuánta tiniebla! —canté yo. Las chicas estaban aterradas. Salieron al patio trasero y se nos colgaron del cuello. Había camas en las otras habitaciones, las que no habían sido limpiadas, y yo tenía a una chica sentada en una y hablaba con ella cuando de pronto se produjo una gran invasión de jóvenes acomodadores de la ópera, que sin más agarraron a las chicas y se pusieron a besarlas sin los adecuados preámbulos. Adolescentes, borrachos, desmelenados, excitados… destrozaron la fiesta. A los cinco minutos todas las chicas se habían ido y comenzó una especie de fiesta de estudiantes con mucho sonar de botellas y ruido de vasos.

Ray y Tim y yo decidimos hacer otra visita a los bares. Major se había ido, Babe y Betty se habían ido. Nos tambaleamos en la noche. El público de la ópera abarrotaba los bares. Major gritaba por encima de las cabezas. El inquieto y gafudo Denver D. Doll estrechaba manos sin parar y decía:

—Muy buenas tardes, ¿cómo está usted? —y cuando llegó la medianoche seguía diciendo—. Muy buenas tardes, ¿cómo está usted?

En un determinado momento le vi salir con alguien importante. Después volvió con una mujer de edad madura; al minuto siguiente estaba en la calle hablando con una pareja de acomodadores. Al siguiente momento me estrechaba la mano sin reconocerme, diciendo:

—Feliz año nuevo, amigo.

Y no estaba borracho de alcohol, sólo borracho de lo que le gustaba: montones de gente. Todos le conocían.

—Feliz año nuevo —decía, y a veces—: Feliz Navidad. —Hacía esto siempre. En Navidad diría: —Feliz Día de Todos los Santos.

En el bar había un tenor al que todos respetaban muchísimo; Denver Doll había insistido en presentármelo y yo intentaba evitarlo como fuera; se llamaba D’Annunzio o algo así. Estaba con su mujer. Sentados en una mesa, tenían aspecto huraño. También había en el bar una especie de turista argentino. Rawlins le empujó para hacerse sitio. El tipo se volvió gruñendo. Rawlins me dio sus gafas y de un puñetazo lo dejó fuera de combate sobre la barra. El hombre quedó sin sentido. Hubo gritos. Tim y yo sacamos a Rawlins de allí. La confusión era tal que el sheriff no podía abrirse paso entre la multitud para llegar hasta la víctima. Nadie pudo identificar a Rawlins. Fuimos a otros bares. Major caminaba vacilante por una calle oscura.

—¡Qué coño pasa! ¿Una pelea? No tenéis más que avisarme.

Se alzaron grandes risotadas por todas partes. Me preguntaba lo que estaría pensando el Espíritu de la Montaña, levanté la vista y vi pinos y la luna y fantasmas de viejos mineros, y pensé en todo esto. En toda la oscura vertiente Este de la divisoria, esta noche sólo había silencio y el susurro del viento, si se exceptúa la hondonada donde hacíamos ruido; y al otro lado de la divisoria estaba la gran vertiente occidental, y la gran meseta que iba a Steamboat Springs, y descendía, y te llevaba al desierto oriental de Colorado y al

desierto de Utah; y ahora todo estaba en tinieblas mientras nosotros, unos americanos borrachos y locos en nuestra poderosa tierra, nos agitábamos y hacíamos ruido. Estábamos en el techo de América y lo único que hacíamos era gritar; supongo que no sabíamos hacer otra cosa… en la noche, cara al Este, por encima de las llanuras donde probablemente un anciano de pelo blanco caminaba hacia nosotros con la Palabra, y llegaría en cualquier momento y nos haría callar.

Rawlins insistía en volver al bar donde se había peleado. Tim y yo no queríamos pero nos pegamos a él. Se dirigió a D’Annunzio, el tenor, y le tiró un whisky a la cara. Lo arrastramos fuera. Un barítono del coro se nos unió y fuimos a un bar normal y corriente de Central City. Aquí Ray llamó puta a la camarera. Un grupo de hombres hoscos estaban pegados a la barra; odiaban a los turistas. Uno de ellos dijo:

—Chicos, lo mejor que podéis hacer es largaros de aquí antes de que termine de contar diez— obedecimos. Regresamos dando tumbos a la cabaña y nos fuimos a dormir.

Por la mañana me desperté y me di vuelta en la cama; se levantó una gran nube de polvo. Tiré de la ventana; estaba clavada. Tim Gray estaba en la misma cama. Tosimos y estornudamos. Desayunamos los restos de la cerveza. Babe volvió de su hotel y recogimos nuestras cosas para irnos.

Todo parecía derrumbarse a mi alrededor. Cuando íbamos hacia el coche. Babe resbaló y se cayó de morros. La pobre chica estaba agotada. Su hermano, Tim y yo la ayudamos a levantarse. Subimos al coche; Major y Betty se nos unieron. Se inició el triste regreso a Denver.

De pronto, íbamos montaña abajo y dominábamos la gran llanura marina de Denver; el calor subía como de un horno. Empezamos a cantar. Yo estaba inquieto por verme ya en Frisco.

10

Aquella noche me encontré con Carlo y para mi asombro me contó que había estado en Central City con Dean.

—¿Y qué hicisteis allí?

—Bueno, anduvimos por los bares y después Dean robó un coche y bajamos por las curvas de la montaña a ciento cincuenta por hora.

—No os vi.

—No sabíamos que estabas por allí.

—Bueno, tío, me voy a Frisco.

—Dean te ha citado con Rita para esta noche.

—Bueno, entonces de momento retrasaré el viaje.

No tenía dinero. Le había mandado una carta urgente a mi tía pidiéndole cincuenta dólares y diciéndole que sería el último dinero que le pediría; después, en cuanto me embarcara, se lo devolvería.

Luego fui a reunirme con Rita Bettencourt y la llevé al apartamento. Nos metimos en el dormitorio tras una larga conversación en la oscuridad de la sala de estar. Era una chica agradable, sencilla y sincera, y con un miedo tremendo al sexo. Le dije que era algo hermoso. Quería demostrárselo. Me dejó que lo intentara, pero yo estaba demasiado impaciente y no le demostré nada. Ella sollozaba en la oscuridad.

—¿Qué le pides a la vida? —le pregunté, y solía preguntárselo a todas las chicas.

—No lo sé —respondió—. Sólo atender a las mesas e ir tirando.

Bostezó. Le puse mi mano en la boca y le dije que no bostezara. Intenté hablarle de lo excitado que me sentía de estar vivo y de la cantidad de cosas que podríamos hacer juntos; le decía esto y pensaba marcharme de Denver dentro de un par de días. Se apartó molesta.

Quedamos tumbados de espaldas mirando al techo y preguntándonos qué se habría propuesto Dios al hacer un mundo tan triste. Hicimos vagos proyectos de reunimos en Frisco.

Mis días en Denver estaban llegando a su fin; lo sentía cuando la acompañaba caminando hacia su casa. Al regresar me tumbé en el césped de una vieja iglesia entre un grupo de vagabundos y su conversación me hizo desear el regreso a la carretera. De vez en cuando uno de ellos se levantaba y pedía limosna a cualquiera que pasase. Hablaban de irse al Norte para la cosecha. El ambiente era cordial y cálido. Quería volver a casa de Rita y contarle muchas más cosas, hacer el amor con ella de verdad y quitarle el miedo que sentía hacia los hombres. Los chicos y las chicas americanos suelen ponerse tristes cuando están juntos; lo sofisticado es dedicarse de inmediato al sexo sin la adecuada conversación preliminar. Nada de cortejo, nada de una verdadera conversación de corazón a corazón, aunque la vida sea sagrada y cada momento sea precioso. Oía la locomotora de Denver y Río Grande silbar en dirección a las montañas. Quería continuar en pos de mi estrella.

A medianoche Major y yo nos sentamos charlando melancólicamente.

—¿Has leído Las verdes colinas de África! Es lo mejor de Hemingway.

Nos deseamos mutuamente suerte. Nos reuniríamos en Frisco. Vi a Rawlins bajo un oscuro árbol de la calle.

—Adiós, Ray. ¿Cuándo nos volveremos a ver?

Busqué a Carlo y Dean… no los encontré por ninguna parte. Tim Gray levantó la mano y dijo:

—Así que te vas, Yo —nos llamábamos Yo el uno al otro.

—Sí —le respondí.

Durante los días siguientes vagué por Denver. Me parecía que cada vagabundo de la calle Larimer podía ser el padre de Dean Moriarty; le llamaban el viejo Dean Moriarty, el fontanero. Fui al Hotel Windsor donde habían vivido padre e hijo y donde una noche Dean se despertó asustado por el ruido que hacía el tipo sin piernas que se arrastraba en un carrito y compartía la habitación con ellos; el hombre había atravesado la habitación haciendo un ruido tremendo con las ruedas: quería tocar al muchacho. Vi a la enana que vendía periódicos en la esquina de Curtis con la 15. Me paseé junto a las tristes casas de putas de la calle Curtis; jóvenes con pantalones vaqueros y camisa roja; cascaras de cacahuetes, cines, billares. Después del resplandor de la calle estaba la oscuridad, y después de la oscuridad el Oeste. Tenía que irme.

Al amanecer me encontré con Carlo. Leí un poco de su enorme diario, dormí allí, y por la mañana, lluviosa y gris, el corpulento Ed Dunkel apareció con Roy Johnson, un chico bastante guapo, y Tom Shark, el de la pata de palo de los billares. Se sentaron y escucharon con sonrisas tímidas la lectura que Carlo Marx hizo de sus apocalípticos poemas enloquecidos. Yo me quedé hundido en la silla, agotado.

—¡Oh, vosotros, pájaros de Denver! —gritó Carlo. Salimos y fuimos por una típica calleja de Denver llena de incineradores que humeaban lentamente.

—Solía jugar al aro en esta calleja —me había dicho Chad King. Quería verlo haciéndolo; quería ver Denver diez años atrás cuando todos ellos eran niños, cuando en las soleadas mañanas de primavera cerca de los cerezos en flor de las Rocosas jugaban alegres al aro en las callejas llenas de promesas… todos ellos. Y Dean, harapiento y sucio, callejeando solitario sumido en su preocupado frenesí.

Roy Johnson y yo paseamos bajo la llovizna; fui a casa de la novia de Eddie a recuperar mi camisa de lana, la camisa de cuadros de Shelton, Nevada. Estaba allí, toda arrugada, con toda la enorme tristeza de una camisa. Roy Johnson dijo que nos encontraríamos en Frisco. Todo el mundo iría a Frisco. Me despedí y encontré que me había llegado el dinero. El sol se ponía, y Tim Gray me acompañó en un tranvía hasta la estación de autobuses. Saqué un billete para San Francisco gastando la mitad de mis cincuenta dólares, y subí al vehículo a las dos de la tarde. Tim Gray me dijo adiós. El autobús rodó por las animadas calles de tantos pisos de Denver.

—¡Dios mío! Tengo que volver y ver qué más cosas pasan —prometí.

Una llamada de Dean en el último minuto me anunció que él y Carlo se unirían conmigo en la Costa; pensé en esto, y me di cuenta que en todo aquel tiempo no había hablado con Dean más de cinco minutos.

11

Iba a reunirme con Remi Boncoeur con dos semanas de retraso. El viaje de Denver a Frisco fue tranquilo salvo que mi corazón se agitaba más y más a medida que nos acercábamos. Cheyenne de nuevo, esta vez por la tarde, y luego el Oeste pasada la cordillera; cruzamos la divisoria a medianoche, por Crestón, llegando a Salt Lake City al amanecer (una ciudad de agua bendita, el lugar menos apropiado para que naciera Dean); después llegamos a Nevada bajo un sol ardiente, Reno al caer la noche, y sus sinuosas calles chinas; después Sierra Nevada arriba, pinos, estrellas, albergues de montaña anunciándome aventuras amorosas en Frisco; una niña en el asiento de atrás gritándole a su madre:

—Mamá, ¿cuándo llegaremos a nuestra casa de Truckee?

Y en seguida el propio Truckee, el acogedor Truckee, y después colina abajo hasta las llanuras de Sacramento. De pronto, me di cuenta que ya estaba en California. Aire cálido, espléndido —un aire que se puede besar— y palmeras. A lo largo del historiado río Sacramento por una superautopista; en las montañas otra vez; arriba, abajo; y de repente la vasta extensión de la bahía (esto era justo antes del alba) con las dormidas luces de Frisco como una guirnalda. En el puente de la bahía de Oakland me dormí profundamente por primera vez desde Denver; así que me desperté bruscamente en la estación de autobuses de Market y Cuarta recordando entonces que estaba a más de cinco mil kilómetros de la casa de mi tía en Paterson, Nueva Jersey. Me bajé como un macilento fantasma, y allí estaba Frisco: largas y desiertas calles con los cables de los tranvías envueltos en niebla y blancura. Caminé tambaleándome unas cuantas manzanas. Unos vagabundos muy extraños (en Mission y Tercera) me pidieron unas monedas al amanecer. Oía música en algún sitio.

—Chico, ¡tengo que explorar todo esto después! Ahora debo encontrar a Remi Boncoeur.

Mili City, donde vivía Remi, era un conjunto de casas en un valle, unas casas proyectadas para los obreros de los astilleros navales construidas durante la guerra; estaban en un desfiladero bastante profundo con las laderas llenas de árboles. Había tiendas y barberías y sastrerías para la gente de las casas. Era, o eso decían ellos, la única comunidad de América donde negros y blancos vivían voluntariamente juntos; y así era, en efecto, y además era el lugar más agreste y alegre que nunca había visto. A la puerta de la casa de Remi había una nota clavada que llevaba allí tres semanas.

¡Sal Paradise! (en grandes letras de imprenta). Si no hay nadie en casa entra por la ventana.

Firmado, Remi Boncoeur

La nota tenía la tinta corrida y estaba amarillenta.

Entré por la ventana y allí estaba durmiendo con su novia, Lee Ann: dormían en una cama que él había robado en un barco mercante, según me dijo después; imagínese al mecánico de cubierta de un mercante deslizándose por encima de la borda en medio de la noche con una cama, y dirigiéndose después a base de remos hasta la costa. Esto explica unpoco cómo era Remi Boncoeur.

El motivo por el que voy a ocuparme de todo lo que sucedió en Frisco es porque enlaza con todas las demás cosas de la carretera. Remi Boncoeur y yo nos habíamos conocido en la universidad años atrás; pero lo que realmente nos unió fue mi antigua mujer. Remi la conoció primero. Vino a mi dormitorio una noche y dijo:

—Paradise, levántate, ha venido a verte el viejo profesor.

Me levanté y cuando me puse los pantalones cayeron al suelo unas cuantas monedas.

Eran las cuatro de la tarde; en la universidad solía pasarme el día entero durmiendo.

—De acuerdo, de acuerdo, pero no tires el dinero. He encontrado a la mejor chica del mundo y esta noche voy a ir con ella a la Guarida del León.

Y me arrastró fuera de allí para llevarme a conocerla. Una semana después la chica estaba saliendo conmigo. Remi era un francés alto y moreno (parecía un estraperlista marsellés); como era francés hablaba un americano burlesco; su inglés era perfecto, su francés era perfecto. Le gustaba vestir bien, un poco como un estudiante, y salía con rubias llamativas y gastaba un montón de dinero. Nunca me reprochó que le hubiera quitado a la chica; al contrario, eso siempre nos había unido aún más; era un amigo leal y me quería de verdad, Dios sabe por qué.

Cuando me lo encontré aquella mañana en Mili City estaba pasando esos días malos y deprimentes que tienen los jóvenes hacia los veinticinco años. Andaba a la espera de un barco, y para ganarse la vida trabajaba de vigilante en los barracones del otro lado del desfiladero. Su novia Lee Ann tenía una lengua muy larga y no había día en que no le llamara al orden. Se pasaban la semana entera ahorrando para salir los sábados a gastarse cincuenta dólares en sólo tres horas. Remi andaba por la casa en pantalones cortos y con un disparatado gorro militar en la cabeza. Lee Ann llevaba la cabeza llena de rulos. Vestidos así, se pasaban toda la semana riñendo. Nunca había oído tal cantidad de insultos en toda mi vida. Pero el sábado por la noche, sonriéndose amablemente uno al otro, salían como un par de personajes importantes de Hollywood y bajaban a la ciudad.

Remi se despertó y me vio entrar por la ventana. Su potente risa, una de las risas más potentes del mundo, resonó en mis oídos.

—¡Aaaaah Paradise! Entra por la ventana siguiendo las instrucciones al pie de la letra. ¿Dónde has estado? Llegas con dos semanas de retraso. —Me dio palmadas en la espalda, le pegó un codazo a Lee Ann en las costillas, se apoyó en la pared y rió y gritó; dio puñetazos en la mesa para que todo Mili City se enterara de mi llegada—. ¡Aaaah! — resonaba por el desfiladero—. ¡Paradise! ¡El único y genuino Paradise! —gritaba.

Yo acababa de pasar por el pequeño pueblo pesquero de Sausalito y lo primero que dije fue:

—Debe haber un montón de italianos en Sausalito.

—¡Debe haber un montón de italianos en Sausalito! —gritó con toda la fuerza de sus pulmones—. ¡Aaaaah! —se golpeó el pecho, cayó de la cama, casi rodó por el suelo—.

¿Has oído lo que ha dicho Paradise? ¿Que hay un montón de italianos en Sausalito?

¡Aaaah! ¡Venga! ¡Yupiiii! —se puso colorado como un pimiento de tanto reírse—. Me vas a matar, Paradise, eres el tipo más divertido del mundo, y ahora estás aquí, por fin has llegado, entró por la ventana, tú lo has visto, Lee Ann, siguió las instrucciones y entró por la ventana. ¡Aaaah! ¡Jo! ¡Jo! ¡Jo!

Lo más raro era que en la puerta de al lado de Remi vivía un negro llamado señor Nieve, cuya risa, lo juro con la Biblia en la mano, era indudable y definitivamente la risa más potente de todo este mundo. Este señor Nieve empezaba a reírse cuando se sentaba a cenar y su mujer, una vieja también, decía algo sin importancia; entonces se levantaba, aparentemente sufriendo un ataque, se apoyaba en la pared, miraba al cielo, y empezaba; salía dando traspiés por la puerta, se apoyaba en las paredes de las casas de sus vecinos y parecía borracho de risa; se tambaleaba por las sombras de Mili City lanzando un alarido triunfante como si llamase al mismo demonio que debía inducirle a obrar así. No sé si alguna vez consiguió terminar de cenar. Existe la posibilidad de que Remi, aún sin advertirlo, se hubiera contagiado de la risa de este señor Nieve. Y aunque Remi tenía problemas en su trabajo y una vida amorosa difícil con una mujer de lengua muy afilada, por lo menos había aprendido a reírse mejor que casi ninguna otra persona del mundo, y en seguida comprendí que nos íbamos a divertir mucho en Frisco.

La situación era ésta: Remi dormía con Lee Ann en la cama, y yo dormía en la hamaca junto a la ventana. Yo no debía tocar a Lee Ann. En una ocasión Remi soltó un discurso acerca de esto.

No quiero encontraros jugando cuando creáis que no os estoy mirando. No se puede enseñar una nueva canción al viejo profesor. Es un refrán original mío.

Miré a Lee Ann. Era una chica tremendamente atractiva, una criatura color de miel, pero sus ojos reflejaban odio hacia nosotros. Ambicionaba casarse con un hombre rico.

Procedía de un pueblecito de Oregón. Maldecía el día en que había conocido a Remi. En uno de sus espectaculares fines de semana, él había gastado cien dólares con ella, y pensó que había dado con un rico heredero. En vez de eso, estaba colgada en esta casa, y a falta de otra cosa seguía allí. Tenía un empleo en Frisco; tenía que coger diariamente el autobús Greyhound en el cruce. Nunca se lo perdonaría a Remi.

Yo me quedaría en casa y escribiría un brillante relato original para un estudio de Hollywood. Remi volaría en un avión estratosférico con el guión bajo el brazo y nos haríamos ricos; Lee Ann iría con él; se la presentaría al padre de un amigo suyo, que era un director famoso íntimo de W. C. Fields. Así que la primera semana permanecí en la casa de Mili City escribiendo furiosamente un siniestro relato sobre Nueva York que creía podría gustarle a un director de Hollywood, pero el problema era que resultó demasiado triste.

Remi casi ni pudo leerlo y se limitó a llevarlo a Hollywood unas cuantas semanas después.

Lee Ann estaba harta de nosotros y nos odiaba demasiado como para molestarse en leerlo.

Pasé muchísimas horas lluviosas bebiendo café y haciendo garabatos. Por fin, le dije a Remi que no podía seguir así; quería un trabajo; dependía de ellos hasta para el tabaco.

Una sombra cruzó el rostro de Remi: siempre le entristecían las cosas más divertidas.

Tenía un corazón de oro.

Se las arregló para conseguirme el mismo trabajo que él: vigilante de los barracones.

Pasé por los trámites necesarios, y ante mi sorpresa los hijoputas me contrataron. El jefe de la policía local me tomó juramento, y me dieron una insignia, una porra, y ya era una especie de guarda jurado. Me pregunté lo que dirían Dean y Carlo y el viejo Bull Lee si me vieran así. Tenía que llevar unos pantalones azul marino a juego con mi chaqueta negra y un gorro de policía; durante las dos primeras semanas tuve que ponerme unos pantalones de Remi. Como Remi era tan alto, y tenía tripa debido a las voraces comidas que se atizaba para matar el aburrimiento, mi primera noche de trabajo parecía Charlie Chaplin. Remi me dio su linterna y su 32 automática.

—¿Dónde conseguiste esta pistola? —le pregunté.

—Cuando venía hacia la costa el verano pasado bajé del tren en North Platte, Nebraska, para estirar las piernas, y la vi en un escaparate, y como es un modelo raro la compré en seguida y volví al tren con el tiempo justo.

Y yo traté de contarle lo que significaba para mí North Platte, y cómo compré whisky con mis compañeros, pero él me dio unas palmadas en la espalda y dijo que era el hombre más divertido del mundo.

Con la linterna para iluminarme el camino, trepé la escarpada ladera sur del desfiladero, llegué a la autopista llena de coches en dirección a Frisco, bajé por el otro lado, casi cayéndome, y llegué al fondo de otra hondonada donde había una pequeña granja junto a un arroyo y donde todas las benditas noches me ladraría el mismo perro. Después había un largo paseo por una carretera plateada y polvorienta entre árboles de California negros como la tinta (una carretera como en La marca del Zorro, una carretera como todas las carreteras que se ven en las películas del Oeste de serie B). Solía sacar mi arma y jugar a indios y vaqueros en la oscuridad. Después subía otra colina y allí estaban los barracones.

Estos barracones eran el alojamiento temporal de los obreros de la construcción que iban a ultramar. Los hombres que estaban allí esperaban un barco. El destino de la mayoría era Okinawa. Muchos huían de algo, por lo general de la ley. Había rudos hombres de Alabama, tipos escurridizos de Nueva York, toda clase de hombres de todas partes. Y como sabían muy bien lo horrible que sería trabajar un año entero en Okinawa, bebían. La tarea del vigilante era procurar que no destrozaran los barracones. Nuestro puesto de mando estaba en el edificio principal. Allí nos sentábamos alrededor de un escritorio, sacando nuestras pistolas de sus fundas y bostezando, y los policías veteranos contaban cosas.

Eran unos hombres horribles, hombres con espíritu de policía, exceptuados Remi y yo.

Remi sólo trataba de ganarse la vida, y yo igual, pero ellos querían detener a gente y ser felicitados por el jefe de policía local. Incluso decían que si no se detenía por lo menos una persona al mes, nos despedirían. Me atraganté ante la perspectiva de hacer un arresto. Lo que en realidad sucedió fue que yo estaba tan borracho como todos los demás la noche que se armó el follón aquel.

Era una noche en la que el servicio estaba tan bien organizado que sólo tenía que estar allí seis horas (era el único vigilante del lugar); y aquella noche en los barracones parecía que todos se habían emborrachado. Esto se debía a que el barco zarparía por la mañana.

Habían bebido como marineros la noche anterior a levar anclas. Estaba sentado en la oficina con los pies encima de la mesa leyendo un libro de aventuras sobre Oregón y el norte del país, cuando de repente me di cuenta que había un gran rumor de febril actividad en la noche normalmente tranquila. Salí. Las luces estaban encendidas en prácticamente todos los malditos barracones del recinto. Los hombres gritaban, se rompían botellas.

Tenía que hacer algo o morir. Cogí mi linterna y me dirigí a la puerta más ruidosa y llamé.

Alguien abrió unos cuantos centímetros.

—¿Qué coño quieres?

—Soy el vigilante de los barracones —dije— y mi obligación es hacer que os mantengáis lo más tranquilos posible.

Me dieron con la puerta en las narices. Era como una película del Oeste; había llegado el momento de demostrar quien era yo. Llamé de nuevo. Abrieron del todo esta vez.

—Escúchame —dije—. No quiero molestaros pero me quedaré sin trabajo si hacéis tanto ruido.

—¿Y quién eres tú?

—Soy el vigilante de todo esto.

—Nunca te había visto antes.

—Bueno, pero aquí está mi insignia.

—¿Que estás haciendo con esa pistola de juguete?

—No es mía —me disculpé—. Me la prestaron.

—Toma un trago, y discúlpanos —no me preocupó hacerlo. Tomé dos.

—¿De acuerdo, muchachos? —dije—. ¿Os quedaréis tranquilos? Me meteréis en un lío, ya sabéis.

—No te preocupes, chico —dijeron—. Sigue haciendo la ronda. Y vuelve a por otrotrago cuando quieras.

Y fui así de puerta en puerta y en seguida estaba tan borracho como todos los demás.

Llegó el amanecer; tenía la obligación de izar una bandera en un mástil de veinte metros, y esa mañana la puse cabeza abajo y me fui a casa a dormir. Cuando volví por la noche los policías profesionales estaban sentados en la oficina con expresiones terribles.

—Oye, chico, ¿qué fue el alboroto de la noche anterior? Hemos recibido quejas de la gente que vive en las casas del otro lado del desfiladero.

—No lo sé —dije—. Ahora todo parece muy tranquilo.

—Es que todos los obreros se han largado. Se suponía que ayer por la noche debías mantener el orden. El jefe está furioso contigo. Y otra cosa, ¿sabes que puedes ir a la cárcel por izar la bandera americana al revés en un mástil del Gobierno?

—¿Al revés? —estaba horrorizado; naturalmente, no me había dado cuenta. Lo hacía mecánicamente cada mañana.

—Así es —dijo un policía gordo que había sido vigilante en Alcatraz durante veintidós años—. Puedes ir a la cárcel por hacer una cosa así. —Los demás asintieron sombríamente.

Siempre tenían el culo bien asegurado; estaban orgullosos de su trabajo. Jugueteaban con sus pistolas y hablaban entre ellos. Estaban inquietos por disparar contra alguien. Contra Remi o contra mí.

El policía que había sido vigilante en Alcatraz era un tipo barrigudo de unos sesenta años, jubilado pero incapaz de apartarse del ambiente en el que había pasado toda la vida.

Todas las noches venía a trabajar en un Ford del año 35, fichaba puntualmente, y se sentaba en el escritorio. Llenaba trabajosamente el sencillo formulario que todos teníamos que rellenar cada noche; rondas, horas, y cosas así. Después se echaba hacia atrás y contaba cosas:

—Teníais que haber estado aquí hace un par de meses cuando yo y Sledge —que era otro policía, un joven que quiso ser Ránger de Texas y tuvo que contentarse con su empleo actual— detuvimos a un borracho en el barracón G. Chicos, deberíais haber visto cómo corría la sangre. Os llevaré esta noche por allí para que veáis las manchas en la pared. Lo tirábamos de una pared a otra. Primero Sledge le daba un puñetazo, y después yo, y después se fue calmando hasta quedarse muy quieto. Juró matarnos en cuanto saliera de lacárcel; le cayeron encima treinta días. Bueno, ya han pasado sesenta y no ha hecho acto de presencia —y esto era lo más importante del relato. Le habían metido tal miedo en el cuerpo que era demasiado cobarde para volver e intentar cargárselos.

El viejo policía seguía recordando con delectación los horrores de Alcatraz:

—Solíamos hacerlos marchar como en el ejército para llevarlos a desayunar. Ni uno perdía el paso. Todo iba como un reloj. Tendríais que haberlo visto. Fui guardián allí durante veintidós años. Nunca tuve ningún problema. Aquellos tipos sabían cómo nos las gastábamos. Muchos son poco duros con los prisioneros, y por lo general son los que se meten en líos. Ahora escúchame, te he estado observando y me pareces un poco indolente —(seguramente, quería decir indulgente)— con los hombres —levantó su pipa y me miró

con dureza—. Se aprovechan de eso, ya sabes.

Lo sabía. Le dije que no tenía madera de policía.

—Sí, pero éste es el trabajo que has solicitado. Tienes que elegir uno u otro camino si quieres llegar a alguna parte. Es tu obligación. Lo has jurado. No se puede jugar con cosas así. Hay que mantener la ley y el orden.

No sabía qué decir; tenía razón, pero yo lo único que quería era escurrirme y desaparecer en la noche y ver lo que andaba haciendo la gente por todo el país.

El otro policía, Sledge, era alto, musculoso, con el pelo negro cortado al cepillo y un tic nervioso en el cuello; como un boxeador que siempre anda golpeándose la palma de la mano con el puño. Iba disfrazado como un antiguo Ránger de Texas. Llevaba el revólver muy bajo con una canana llena de municiones, y también llevaba una pequeña fusta, y tiras de cuero colgando por todas partes, como si fuera una cámara de tortura ambulante: zapatos relucientes, chaqueta muy grande, sombrero llamativo, en fin, todo menos las botas. Siempre me estaba enseñando llaves: me cogía por la entrepierna y me levantaba con toda facilidad. En lo que se refiere a fuerza yo también hubiera podido lanzarle contra el techo con idéntica facilidad, y lo sabía perfectamente; pero nunca quise que lo supiera por temor a que me desafiara a una pelea. Estoy seguro de que era mejor tirador; yo nunca he tenido pistola. Me asustaba hasta cargarla. Él tenía unos deseos desesperados de detener a alguien. Una noche en que estábamos los dos de servicio apareció con la cara congestionada y enloquecida.

—Les he dicho a unos cuantos que se estuvieran tranquilos y siguen haciendo ruido. Se lo he dicho dos veces. Siempre les doy un par de oportunidades. Pero nunca tres. Ven conmigo y los arrestaremos.

—Bueno, déjame que les dé una tercera oportunidad —le dije—. Hablaré con ellos.

—Nada de eso, jamás doy a un hombre más de dos oportunidades.

Suspiré. Allí fuimos los dos. Llegamos al barracón del lío. Sledge abrió la puerta y ordenó que salieran todos en fila. Yo estaba confuso. Todos nos pusimos colorados. Así son las cosas en América. Todo el mundo hace lo que se supone que debe de hacer. ¿Qué importaba que unos cuantos hombres hablaran en voz alta y bebieran de noche? Pero Sledge quería demostrar algo. Se aseguró de mi presencia por si acaso los otros se le echaban encima. Podrían haberlo hecho. Eran todos hermanos, todos de Alabama.

Regresamos con ellos al puesto de mando. Sledge iba delante y yo detrás.

—Dígale a ese animal que no lleve las cosas tan lejos. Podrían echarnos y nunca llegaríamos a Okinawa —me dijo uno de los chicos.

—Hablaré con él.

En el puesto de mando le dije a Sledge que lo olvidara. Él me respondió en voz alta para que todos pudieran oírlo:

—Nunca doy a nadie más de dos oportunidades.

—¿Y qué importa? —dijo el de Alabama—. ¿Qué más da dos que tres o las que sean?

Perderemos nuestro empleo.

Sledge no respondió nada y llenó los formularios de denuncia. Sólo detuvo a uno; llamó al coche patrulla. Este llegó y se llevaron al chico. Los demás hermanos se retiraron con expresiones hoscas.

—¿Qué dirá nuestra madre? —dijeron.

Uno de ellos se me acercó.

—Dígale a ese hijoputa texano que si mi hermano no ha salido de la cárcel mañana por la noche, se las tendrá que ver conmigo.

Se lo dije a Sledge en términos más suaves, y éste no respondió nada. El hermano fue puesto en libertad inmediatamente y no pasó nada. El grupo embarcó; llegó otro grupo. Si no hubiera sido por Remi Boncoeur no hubiera permanecido en el puesto ni un par de horas.

Pero muchas noches Remi y yo estábamos de servicio solos, y era entonces cuando todo andaba liado. Hacíamos nuestra primera ronda a primera hora de un modo despreocupado. Remi tocaba todas las puertas para ver si estaban cerradas y con la esperanza de que alguna no lo estuviera. Me decía:

—Hace años que tengo la idea de educar a un perro para que sea un superladrón que entre en las casas de la gente y les saque los dólares de los bolsillos. Le enseñaría que sólo debía coger los billetes verdes; haría que los estuviera oliendo el día entero. Si fuera humanamente posible, le enseñaría a coger únicamente los de veinte dólares.

Remi estaba lleno de este tipo de proyectos; habló del perro durante semanas. Sólo encontró una puerta sin cerrar en una sola ocasión. No me gustaba la idea, así que me alejé por el vestíbulo. Remi abrió la puerta con cuidado. Se dio de bruces con el jefe de los barracones. Remi odiaba la cara de aquel hombre. Me había preguntado:

—¿Cómo se llamaba aquel escritor ruso del que siempre estás hablando; aquel que se metía periódicos en los zapatos y andaba por ahí con un sombrero hecho con un tubo de chimenea que había encontrado en un cubo de basura?

Era una exageración que yo le había contado de Dostoiewski.

—Si, eso es —seguía Remi—, eso es, Dostioffski. Un hombre con una cara como la de ese supervisor sólo puede tener un nombre: Dostioffski.

Bien, pues la única puerta que no estaba cerrada era la de Dostioffski. Estaba dormido cuando oyó que alguien trataba de abrir su puerta. Se levantó en pijama. Se acercó a la puerta con una cara dos veces más fea de lo habitual.

Cuando Remi abrió, se encontró con una cara de fiera que supuraba odio y reconcentrada furia.

—¿Qué significa esto?

—Estaba intentando abrir esta puerta. Creía que era el… hmm… cuarto de limpieza. Buscaba una balleta.

—¿Qué quiere decir con que buscaba una balleta?

—Bueno… verá…

Yo me acerqué y dije:

—Uno de los hombres ha vomitado en el vestíbulo de arriba. Tenemos que limpiarlo.

—Este no es el cuarto de la limpieza. Este es mi cuarto. Otro incidente como éste y haré que abran una investigación y los despidan. ¿Me han entendido bien?

—Un tipo vomitó arriba —repetí.

—El cuarto de la limpieza está ahí al fondo —y lo señaló, y esperó que fuéramos, cogiéramos una balleta, cosa que hicimos, y estúpidamente nos fuimos para arriba.

—Cagoendiós, Remi, siempre nos estás metiendo en líos. ¿Por qué no te quedas tranquilo? ¿Por qué quieres estar robando todo el tiempo?

—El mundo me debe unas cuantas cosas, eso es todo. No puedes enseñar al viejo profesor una nueva canción. Tú sigue hablándome así y empezaré a llamarte Dostioffski.

Remi era igual que un niño. En algún momento de su pasado, durante sus solitariosdías en algún colegio de Francia, se lo habían quitado todo; sus padrastros se limitaban a meterlo interno en un colegio y lo dejaban allí; fue expulsado de un colegio tras otro; anduvo de noche por las carreteras de Francia inventando palabrotas a partir de su inocente repertorio de palabras. Estaba decidido a recuperar todo lo que había perdido; era una pérdida sin límites; algo que arrastraría para siempre.

La cantina de los barracones era nuestro principal campo de acción. Mirábamos alrededor para cercionarnos de que nadie nos vigilaba, y de modo especial para comprobar si alguno de nuestros compañeros nos estaba acechando; entonces yo me agachaba y Remi se me ponía de pie encima de los hombros y subía. Abría la ventana, que por la noche nunca tenía el pestillo echado, según habíamos comprobado, pasaba a través de ella, y descendía encima de una mesa. Yo, que era un poco más ágil, daba un salto y me colaba dentro a continuación. Entonces íbamos a la heladería. Allí, haciendo realidad un sueño de la infancia, cogía el helado de chocolate y hundía la mano en él y cogía un montón y lo saboreaba. Después cogíamos cajas de helado y nos las zampábamos añadiendo jarabe de chocolate por encima, y a veces también de fresa. Después nos dirigíamos a la cocina, abríamos los frigoríficos para ver lo que podíamos llevarnos a casa en el bolsillo. A veces, yo cortaba un trozo de carne y lo envolvía en una servilleta.

—Ya sabes lo que dijo el presidente Truman —solía comentar Remi—. Hay que reducir el coste de vida.

Una noche tuve que esperar mucho tiempo a que Remi llenara de comida una caja enorme. Luego, no podíamos sacarla por la ventana. Remi tuvo que desempaquetarlo todo y devolverlo a su sitio. Aquella misma noche, más tarde, cuando él había terminado su servicio y yo estaba solo, sucedió algo raro. Estaba dando una vuelta por el camino del viejo barranco, con la esperanza de encontrar un venado (Remi había visto venados por allí, pues aquella zona seguía siendo salvaje incluso en 1947), cuando oí un ruido aterrador en la oscuridad. Eran rugidos y jadeos. Creí que se trataba de un rinoceronte que se me echaba encima. Cogí la pistola. En las tinieblas del desfiladero apareció una figura alta con una cabeza enorme. De pronto, me di cuenta que era Remi con la enorme caja de víveres a la espalda. Jadeaba y gemía debido a su enorme peso. Había encontrado la llave de la cantina en algún sitio y sacó los víveres por la puerta principal. Le dije:

—Remi, creí que ya estabas en casa; ¿qué coño estás haciendo?

—Paradise —me respondió jadeando—, ya te he dicho muchas veces que el presidente Truman ha dicho que debemos reducir el coste de vida —y le oí alejarse gruñendo y resoplando en la oscuridad. Ya he descrito lo malo que era el sendero que llevaba a nuestra casa, cuesta arriba y cuesta abajo. Remi escondió los alimentos entre la alta yerba y regresó—. Sal, no puedo llevarlo todo yo solo. Voy a dividir la comida en dos cajas y me ayudarás.

—¡Pero estoy de servicio!

—Yo vigilaré mientras no estás. Las cosas se están poniendo feas. Tenemos con acabar con esto del mejor modo posible, y no hay vuelta de hoja. —Se secó la cara—. ¡Puf! Te lo he repetido muchas veces, Sal, somos amigos y estamos metidos juntos en esto. No hay otro modo de hacerlo. Los Dostioffkis, la bofia, las Lee Anns, todos los canallas del mundo andan detrás de nosotros. Tenemos la obligación de evitar que nos impongan su modo de vida. Tienen un montón de modos para cazarnos aparte de sus asquerosas manos.

Recuérdalo. No se puede enseñar al viejo profesor una nueva canción. Gingiol

—¿Qué vamos a hacer con el asunto de nuestro embarque? —le pregunté finalmente.

Llevábamos dos meses y medio haciendo estas cosas. Yo ganaba cincuenta y cinco dólares a la semana y le mandaba a mi tía una media de cuarenta. Sólo había pasado una noche en San Francisco durante todo este tiempo. Mi vida se limitaba a la casa, a las peleas de Remi y Lee Ann, y a las noches en los barracones.

Remi había desaparecido en la oscuridad en busca de la otra caja. Hice esfuerzos con él por aquella vieja carretera del Zorro. Apilamos los víveres, que llegaban hasta el techo, en la mesa de la cocina de Lee Ann. Ella se despertó y se frotó los ojos.

—¿Sabes lo que el presidente Truman ha dicho?

Lee Ann estaba encantada. De repente empecé a darme cuenta de que en América todos somos unos ladrones natos. Yo mismo me estaba contagiando. Hasta empecé a inspeccionar las puertas para ver si estaban cerradas. Los otros policías empezaban a sospechar de nosotros; veían que no podían fiarse; su instinto infalible les decía lo que pasaba por nuestras mentes. Años de experiencia les habían enseñado a conocer a tipos como Remi y yo.

Durante el día, Remi y yo cogíamos la pistola e intentábamos cazar codornices en las colinas. Una vez Remi se arrastró hasta un metro de las cloqueantes aves y disparó su 32.

Falló. Su potente risa resonó por los bosques de California y por América entera.

—Ha llegado el momento de que tú y yo vayamos a ver al Rey de las Bananas.

Era sábado; nos arreglamos y bajamos hasta la estación de autobuses del cruce.

Llegamos a Frisco y callejeamos. Las risotadas de Remi resonaban en todos los sitios a los que íbamos.

—Tienes que escribir un relato sobre el Rey de las Bananas —me advirtió—. No engañes al viejo profesor poniéndote a escribir sobre otra cosa. El Rey de las Bananas es el tema obligatorio. Ahí tenemos al Rey de las Bananas.

El Rey de las Bananas era un viejo que vendía plátanos en la esquina. Yo me aburría, pero Remi me dio un codazo en las costillas y hasta me agarró por el cuello de la camisa.

—Cuando escribas sobre el Rey de las Bananas escribirás realmente sobre cosas de interés humano.

Le dije que me la sudaba el Rey de las Bananas.

—Hasta que no comprendas la importancia del Rey de las Bananas no sabrás de nada acerca de las cosas de interés humano que hay en el mundo —dijo Remi enfáticamente.

Había un viejo carguero oxidado en la bahía que servía de baliza. Remi estaba empeñado en ir remando hasta él, así que una tarde Lee Ann preparó la merienda y alquilamos un bote y fuimos hasta él. Remi llevó algunas herramientas. Lee Ann se desnudó y se tumbó a tomar el sol en el puente. Yo la observaba desde la toldilla. Remi bajó a la sala de máquinas y daba martillazos buscando unos revestimientos de cobre inexistentes. Me senté en la cámara de oficiales que estaba hecha una pena. Era un barco muy viejo y había sido construido con cariño, tenía hermosas tallas de madera y arquetas empotradas. Era el fantasma del San Francisco de Jack London. Soñé en aquella soleada cámara. Ratas corrían por la despensa. Una vez, hacía tiempo, aquí había comido un

capitán de ojos azules.

Bajé a reunirme con Remi en las entrañas del barco. Él tiraba de todo lo que le parecía medio suelto.

—No hay nada —me dijo—. Creí que habría cobre, pensaba que por lo menos quedaría alguna vieja tuerca. Este barco ha sido saqueado por una banda de ladrones.

El barco llevaba años en la bahía. El cobre había sido robado por una mano que ya ni era mano.

—Me gustaría —le dije a Remi—, dormir en este viejo barco alguna de estas noches, cuando haya niebla y todo cruja y se oiga el chapoteo de las boyas.

Remi estaba asombrado; su admiración hacia mí se duplicó.

—Sal —me dijo—, te daré cinco dólares si tienes el valor de hacer eso. ¿No te das cuenta que esto puede estar habitado por los espíritus de sus antiguos capitanes? No sólo te daré cinco dólares. Además te traeré remando hasta aquí, te prepararé la comida y te proporcionaré mantas y una vela.

—De acuerdo —le respondí.

Remi corrió a decírselo a Lee Ann. Me apetecía mucho subir hasta un mástil y dejarme caer encima de ella, pero mantuve la promesa hecha a Remi. Aparté la vista.

Entretanto comencé a ir a Frisco más a menudo; probé todo lo que dicen los libros que hay que hacer para ligar a una chavala. Hasta pasé una noche entera con una en el banco de un parque sin éxito. Era una rubia de Minnesota. Había muchísimos maricas. Fui varias veces a Frisco con la pistola y cuando en el retrete de un bar se me acercaba un marica sacaba la pistola y decía:

-¿Cómo? ¿Qué estás diciendo? —y el tipo salía disparado.

Nunca entendí por qué hacía eso; conozco a maricas de todo el país. Debía tratarse de la soledad de San Francisco y del hecho de que tenía una pistola. Tenía que enseñársela a alguien. Pasaba junto a una joyería y tuve el súbito impulso de romper el cristal del escaparate, apoderarme de los anillos y pulseras más caros, y correr a regalárselos a Lee Ann. Después nos largaríamos juntos a Nevada. Había llegado el momento de marcharme de Frisco o me volvería loco.

Escribí largas cartas a Dean y Carlo, que ahora estaban en casa del viejo Bull en un delta de Texas. Decían que estaban dispuestos a venir a reunirse conmigo a Frisco en cuanto esto y lo otro estuviera listo. Entretanto todo comenzó a desplomarse entre Remi y Lee Ann y yo. Llegaron las lluvias de setiembre y con ellas arreciaron los líos. Remi había volado a Hollywood con Lee Ann, llevando mi triste y estúpido guion de cine y no pasó nada. El famoso director estaba borracho y no les hizo ningún caso; anduvieron por la playa de Malibú rondando la mansión del tipo; riñeron delante de otros invitados; volvieron en avión.

Lo que terminó por colmar el vaso fueron las carreras de caballos. Remi reunió todos sus ahorros, unos cien dólares, me prestó uno de sus trajes, cogió a Lee Ann del brazo, y nos llevó al hipódromo del Golden Gate, cerca de Richmond, al otro lado de la bahía. Para demostrar el buen corazón que tenía, cogió la mitad de los víveres robados, los metió en una enorme bolsa de papel marrón y se los llevó a una pobre viuda que conocía en Richmond y que vivía en un grupo de casas muy parecido al nuestro con mucha ropa tendida al sol de California. Fuimos con él. Había muchos niños tristes y harapientos. La mujer le dio las gracias. Era la hermana de un marino al que Remi conocía vagamente.

—No es nada, señora Carter —dijo Remi con su tono más elegante y educado—. Hay de sobra en el sitio de donde viene.

Proseguimos hasta el hipódromo. Hizo increíbles apuestas de veinte dólares a ganador, y antes de la séptima carrera lo había perdido todo. Con los dos últimos dólares que nos quedaban para comer algo hizo una nueva apuesta y también perdió. Tuvimos que volver a Frisco haciendo autostop. Me encontraba otra vez en la carretera. Un señor nos cogió en su rutilante coche. Yo me senté delante con él. Remi intentaba contarle no sé qué historia de que había perdido la cartera en la tribuna principal del hipódromo.

—Lo cierto es —dije yo—, que perdimos todo nuestro dinero en las carreras, y que en adelante, en vez de dejarnos llevar por corazonadas, acudiremos a un corredor de apuestas, ¿verdad Remi?

Remi se puso todo colorado. El hombre finalmente admitió que era un alto empleado del hipódromo del Golden Gate. Nos dejó delante del elegantísimo Hotel Palace; le vimos desaparecer entre los candelabros, con los bolsillos llenos de dinero y la cabeza muy alta.

—¡Cojonudo! ¡Hay qué ver! —chillaba Remi en las calles nocturnas de Frisco—.

Paradise viaja con el hombre que dirige el hipódromo y jura que en adelante irá a los corredores de apuestas. ¡Lee Ann, Lee Ann! —zarandeó a la chica—. ¡Es sin duda el tipo más divertido del mundo! ¡Tiene que haber muchos italianos en Sausalito! ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja! — se agarró a un poste para reírse mejor.

Aquella noche empezó a llover y Lee Ann nos miraba con asco. En casa no había quedado ni un centavo. La lluvia sonaba en el techo.

—Por lo menos va a durar una semana —dijo Remi.

Se había quitado su elegante traje; llevaba de nuevo los miserables pantalones cortos y el gorro militar y una camiseta. Sus grandes ojos castaños contemplaban las planchas de madera del suelo con expresión triste. La pistola estaba encima de la mesa. Oíamos al

señor Nieve desternillándose de risa en algún lugar de la noche lluviosa.

—Estoy hasta los ovarios de ese hijoputa —soltó Lee Ann. Estaba dispuesta a iniciar una pelea. Comenzó a chinchar a Remi.

Este estaba ocupado buscando su cuaderno de notas negro; en él estaban apuntados los nombres de las personas, normalmente marinos, que le debían dinero. Junto a los nombres había escrito tacos en tinta roja. Temía el día en que mi nombre figurara en aquel cuaderno.

Últimamente había estado mandando tanto dinero a mi tía que sólo gastaba unos cuatro o cinco dólares a la semana en comida. De acuerdo con lo que había dicho el presidente Truman, añadía muy pocos dólares al gasto público. Pero Remi consideraba que no contribuía bastante; solía dejar las cuentas de la tienda por todas partes, colgando con sus precios detallados, generalmente en el cuarto de baño o donde yo pudiera verlos y enterarme de mi tacañería. Lee Ann estaba segura de que Remi escondía parte de su dinero y de que yo hacía otro tanto. Amenazó con abandonarle. Remi frunció los labios.

—¿Y adónde piensas ir? —dijo.

—Con Jimmy.

—¿Jimmy? ¿Ese cajero del hipódromo? ¿Oyes eso, Sal? Lee Ann se va a ir a echar el lazo a un cajero del hipódromo. Ten cuidado, querida, y lleva tu escoba, los caballos van a comer esta semana montones de avena con mis cien dólares.

Las cosas empeoraron; la lluvia arreciaba. Lee Ann era la ocupante original de la casa, así que le dijo a Remi que cogiera sus cosas y se largara. Empezó a recogerlas. Me imagiré a mí mismo a solas en la casa con aquella arpía salvaje. Traté de mediar. Remi empujó a Lee Ann. Ella saltó hacia la pistola. Remi me dio el arma y dijo que la escondiera; tenía un cargador con ocho cartuchos. Lee Ann empezó a chillar, y finalmente se puso el impermeable y salió a buscar a un policía, ¡y vaya policía que iba a buscar! Nada menos que a nuestro viejo amigo de Alcatraz. Por suerte no estaba en casa. Volvió toda mojada.

Me escondí en mi rincón con la cabeza entre las piernas. ¡Dios mío! ¿Qué estaba haciendo a cinco mil kilómetros de casa? ¿Por qué había venido hasta aquí? ¿Dónde estaba el mercante que iba a China?

—Y otra cosa, bicho asqueroso —aulló Lee Ann—. Esta noche será la última que te prepare tus sucios sesos y tus huevos, y tu sucio cordero al curry, así que ya puedes ir llenando tu sucia panza y ponerte gordo y desaparecer de mi vista.

—De acuerdo —dijo Remi tranquilamente—. Todo eso está muy bien. Cuando empecé contigo no esperaba rosas y la luz de la luna, así que todo esto no me sorprende. Hice por ti todo lo que pude, hice las cosas lo mejor que pude para ambos. Y ahora los dos me habéis dejado en la estacada. Me habéis decepcionado totalmente —y continuó con toda sinceridad—. Creí que saldría algo agradable y duradero de la mutua compañía. Lo intenté todo. Fui a Hollywood, le conseguí un trabajo a Sal, te compré ropa. Intenté presentarte a la gente más elegante de San Francisco. Te negaste, ambos os negasteis a realizar mis más mínimos deseos. No os pedía nada a cambio. Ahora os pido un último favor y después no os pediré nada más. Mi padrastro llega a San Francisco el sábado por la noche. Todo lo que os pido es que me acompañéis e intentéis aparentar que las cosas siguen igual que cuando le escribí. En otras palabras, tú, Lee Ann, serás mi novia, y tú, Sal, serás mi amigo. Tengo arregladas las cosas para que el sábado me presten cien dolares. Quiero que mi padre se divierta y se marche sin tener ningún motivo de preocupación con respecto a mí.

Todo esto me sorprendió. El padrastro de Remi era un médico muy conocido que había trabajado en Viena, París y Londres.

—¿Quieres decir que te vas a gastar cien dólares con tu padrastro? —le dije—. ¡Tiene más dinero del que tendrás tú jamás! ¡Te vas a endeudar hasta las patas!

—Así es —dijo Remí tranquilamente y con tono de derrota en la voz—. Es lo último que os pido. Que por lo menos intentéis que las cosas parezcan que marchan bien, que intentéis causarle una buena impresión. Quiero a mi padrastro y le respeto. Va a venir con su nueva esposa. Debemos ser atentos con ellos.

Había veces que Remi era el más educado caballero del mundo. Lee Ann estaba impresionada, deseaba conocer al padrastro; si su hijo no era una buena presa, él sí podía serlo.

Llegó el sábado por la noche. Yo había dejado mi trabajo con los policías antes de que me despidieran por no hacer los suficientes arrestos, y sería mi última noche de sábado en Frisco. Remi y Lee Ann subieron a reunirse con el padrastro a la habitación de su hotel; yo tenía dinero preparado para el viaje y bebí un poco más de la cuenta en el bar del piso de abajo. Después subí a reunirme con todos, aunque con mucho retraso. El padre abrió la puerta. Era un hombre con gafas alto y distinguido.

-¡Ah! -le dije al verle—. ¿Cómo está usted, señor Boncoeur? Je suis haut —añadí, con lo que intentaba traducir al francés nuestra expresión: «Estoy alto, he bebido un poco»; pero en francés no significa absolutamente nada. El médico se quedó perplejo. Comenzaba a joderle el asunto a Remi. Me miró sonrojado.

Fuimos a cenar a un restaurante muy elegante: el Alfred’s, en North Beach. Allí el pobre Remi se gastó sus buenos cincuenta dólares con nosotros cinco, bebidas incluidas. Y ahora vino lo peor. ¿Quién podía pensar que allí sentado en el bar del Alfred’s estaba mi viejo amigo Roland Major? Acababa de llegar de Denver y había conseguido trabajo en un periódico de San Francisco. Estaba algo borracho. Ni siquiera se había afeitado. Corrió hacia mí y me dio una fuerte palmada en la espalda justo cuando me llevaba la copa a los labios. Se instaló junto al doctor Boncoeur y se echaba encima de la sopa del buen señor para hablar conmigo. Remi estaba colorado como un tomate.

—¿No vas a presentarnos a tu amigo, Sal? —dijo con una débil sonrisa.

—Cómo no. Es Roland Major, del diario Argus, de San Francisco —intenté decir con aspecto muy serio. Lee Ann estaba furiosa conmigo.

Major empezó a hablar al oído del monsieur.

—¿Le gusta enseñar francés en el colegio? —aulló.

—Perdóneme, pero yo no enseño francés en ningún colegio.

—¡Oh! Yo creía que enseñaba francés en un colegio —estaba siendo deliberadamente brusco. Recordé la noche que no nos dejó celebrar nuestra fiesta en Denver; pero se lo perdoné.

Se lo perdoné todo a todos, me dejé ir, me emborraché. Me puse a hablar de la luna y de las flores con la joven esposa del médico. Había bebido tanto que tenía que ir al retrete cada dos minutos, y para hacerlo tenía que saltar por encima de las piernas del doctor Boncoeur. Todo se estaba yendo a la mierda. Mi estancia en Frisco se terminaba. Remi nunca me volvería a hablar. Eso era terrible porque yo le quería de verdad y era una de las pocas personas del mundo que sabía lo auténtico y buen amigo que era. Tardaría muchos años en olvidar todo esto. ¡Qué desastrosas resultaban las cosas comparándolas con lo que yo le había escrito desde Paterson planeando mi viaje por la roja línea de la Ruta 6 a través de América!

Aquí estaba en el extremo oeste de América, en el culo del mundo, y no podía ir más allá, tenía que regresar. Decidí que por lo menos mi viaje fuera circular; entonces decidí que iría a Hollywood y volvería por Texas para ver a mis amigos del delta. El resto podía irse al carajo.

Echaron a Major del Alfred’s. Como de todos modos la cena se había terminado, me uní a él; es decir, Remi lo sugirió; salí, pues, y nos fuimos a beber. Estábamos sentados en una mesa del Iron Pot y Major me dijo:

—Sam, no me gusta ese mariquita del bar.

—¿Quién, Jake?

—Sam —repitió-, creo que voy a tener que levantarme y partirle la cara.

—No, Jake —le dije siguiendo con la imitación de Hemingway—. Apunta desde aquí y veremos lo que pasa —y acabamos dando tumbos en una esquina.

Por la mañana, mientras Remi y Lee Ann dormían, y mientras contemplaba con una tristeza enorme la gran pila de ropa que Remi y yo planeábamos lavar en la máquina Bendix del cobertizo de atrás (lo que siempre había sido una operación divertida, entre negras, al sol, y con el señor Nieve riendo sin parar), decidí marcharme. Salí al porche.

—No, coño —me dije—. He prometido no marcharme sin subir antes a esa montaña —es decir, a la parte más alta del desfiladero que llevaba misteriosamente al océano Pacífico.

Así que me quedé otro día. Era domingo. Había una gran ola de calor; era un día maravilloso, el sol se puso rojo a las tres. Inicié la ascensión y llegué a la cima a las cuatro.

Por todos lados había esos hermosos álamos y eucaliptos de California. Cerca de la cima dejaba de haber árboles; sólo rocas y yerba. Hacia la costa había ganado pastando. Allí estaba el Pacífico, a unas cuantas colinas de distancia, azul y enorme y con una gran pared blanca avanzando desde el legendario terreno de patatas donde nacen las nieblas de Frisco.

Dentro de una hora la niebla llegaría al Golden Gate y envolvería de blanco la romántica ciudad, y un muchacho llevando a una chica de la mano subiría lentamente por una de sus largas y blancas aceras con una botella de Tokay en el bolsillo. Eso era Frisco; y mujeres muy bellas a la puerta de blancos portales esperando a sus hombres; y la Torre Coit, y el embarcadero y la calle del mercado, y las once prolíficas colinas.

Vagué por allí hasta que me sentí aturdido; pensaba que iba a caerme como en un sueño, directamente al precipicio y sin tener a qué agarrarme. ¿Dónde está la chica de mis amores? Y miraba a todas partes como antes había mirado al pequeño mundo de allá abajo.

Y ante mí estaba la ruda y enorme y abultada comba de mi continente americano; y en algún sitio muy lejano y sombrío, el frenético Nueva York lanzaba hacia arriba su nube de polvo y de pardo vapor. Hay algo pardo y sagrado en el Este; California es blanca como frívola ropa puesta a secar… o al menos eso pensaba entonces.

12

Por la mañana Remi y Lee Ann dormían cuando silencioso empaqueté mis cosas y salí por la ventana del mismo modo en que había entrado, y me alejé de Mili City con mi saco de lona. Y nunca pasé una noche en el viejo barco fantasma —se llamaba Almirante Freebee— y Remi y yo nos perdimos el uno para el otro.

En Oakland tomé una cerveza entre los vagabundos de un saloon que tenía una rueda de carreta en la puerta, y estaba una vez más en la carretera. Dejé atrás Oakland para llegar a la carretera de Fresno. De dos saltos llegué a Bakersfield, unos seiscientos kilómetros al Sur. El primero que me recogió estaba loco; era un chaval rubio que iba en un trasto lleno de remiendos.

—¿Ves este dedo? —me dijo mientras lanzaba el trasto aquel a ciento y pico por hora adelantando a todo el mundo—. Míralo —estaba cubierto de vendas—. Me lo acaban de amputar esta misma mañana. Los hijoputas querían que me quedara en el hospital. Cogí mi bolsa y me largué. ¿Qué es un dedo?

Sí, en efecto, dije para mis adentros, un dedo es muy poco. Pero hay que estar atento a la carretera y agarrarse fuerte. Nunca había visto a un conductor tan loco. Llegamos a Tracy en seguida. Tracy es un nudo ferroviario; los guardafrenos comen en restaurantes baratos cerca de las vías. Trenes pitan alejándose por el valle. El sol se pone lentamente muy rojo. Se despliegan todos los mágicos nombres del valle: Manteca, Madera y todos los demás. Llegó en seguida el crepúsculo, un crepúsculo púrpura sobre viñas, naranjos y campos de melones; el sol de color de uva pisada, cortado con rojo borgoña, los campos color amor y misterios españoles. Saqué la cabeza por la ventanilla y respiré profundamente la fragancia del aire. Fue el más hermoso de todos los momentos. El loco era un guardafrenos de la Southern Pacific y vivía en Fresno. Perdió su dedo en un cambio de vías de Oakland, no entendí muy bien cómo. Me llevó hasta el ruidoso Fresno y me dejó en la parte sur de la ciudad, fui a tomar una coca-cola rápido en un pequeño bar cercano a las vías, y allí junto a los furgones me encontré con un joven y melancólico armenio, y justo en ese momento pitó una locomotora y me dije:

—Sí, sí, el pueblo de Saroyan.

Tenía que ir al Sur; cogí la carretera. Me recogió un hombre en un camión último modelo con remolque. Era de Lubbock, Texas y estaba en el negocio de los remolques.

—¿No quieres comprar un remolque? —me preguntó—. Cuando quieras ven a verme.

Me contó historias de su padre en Lubbock.

—Una noche mi viejo dejó la recaudación del día olvidada encima de la caja fuerte. Y pasó que por la noche entró un ladrón con un soplete y, toda la pesca, forzó la caja, revolvió todos los papeles, tiró unas cuantas sillas y se largó. Y aquellos mil dólares quedaron allí encima de la caja. ¿Qué me dices a eso?

Me dejó al sur de Bakersfield y entonces empezó mi aventura. Hacía frío. Me puse el delgado impermeable del ejército que había comprado en Oakland por tres dólares y me quedé temblando en la carretera. Estaba frente a un elegante hotel de estilo español iluminado como una joya. Pasaban coches, en dirección a Los Angeles. Hacía gestos frenéticos. El frío era cada vez mayor. Estuve allí hasta medianoche, dos horas enteras, y maldiciendo sin parar. Era como en Sturat, Iowa, otra vez. No podía hacer más que gastarme los dos dólares y pico que costaba un autobús que me llevara los kilómetros que faltaban hasta LA. Anduve de regreso por la autopista hasta Bakersfield y, ya en la estación, me senté en un banco.

Había sacado mi billete y estaba esperando por el autobús de LA cuando de repente vi a la mexicanita más graciosa que quepa imaginar. Llevaba pantalones y estaba en uno de los autobuses que acababan de detenerse con gran ruido de frenos; los viajeros se apeaban a descansar. Los pechos de la chica eran firmes y auténticos; sus pequeñas caderas parecían deliciosas; tenía el pelo largo y de un negro lustroso; y sus ojos eran grandes y azules con cierta timidez en el fondo. Deseé estar en el mismo autobús que ella. Sentí una punzada en el corazón como me sucede siempre que veo a una chica que me gusta y que va en dirección opuesta a la mía por este enorme mundo. Los altavoces anunciaron la salida del autobús para LA. Cogí mi saco y subí y ¿quién se dirían que estaba allí? Nada menos que la chica mexicana. Me instalé en el asiento opuesto al suyo y empecé a hacer planes.

Estaba tan solo, tan triste, tan cansado, tan tembloroso y tan hundido, que tuve que reunir todo mi valor para abordar a la desconocida y actuar. Pero pasé cinco minutos golpeándome los muslos en la oscuridad antes de atreverme mientras el autobús rodaba carretera adelante.

¡Tienes que hacerlo! ¡Tienes que hacerlo o te morirás! ¡Venga, maldito idiota, habla con ella! ¿Qué coño te pasa? ¿Es que todavía no estás lo suficientemente cansado de andar por ahí solo? Y antes de darme cuenta de lo que hacía, me incliné a través del pasillo hacia ella (estaba intentando dormir en su asiento) y le dije:

—Señorita, ¿no querría usar mi impermeable de almohada?

Me miró sonriendo y dijo:

—No, muchísimas gracias.

Me eché hacia atrás temblando; encendí una colilla. Esperé hasta que me miró con unadeliciosa mirada de reojo triste y amable, y me enderecé inclinándome luego hacia ella.

—¿Podría sentarme a su lado, señorita?

—Si usted quiere.

Lo hice en seguida.

—¿Adónde va?

—A LA —me gustó el modo en que lo dijo; me gusta el modo en que todos los de la Costa dicen «LA»; es su única y dorada ciudad.

—Yo también voy allí —casi grité—. Me alegra mucho que me dejara sentarme a su lado, me sentía muy solo y llevo viajando la tira de tiempo.

Y nos pusimos a contarnos nuestras vidas. Su vida era ésta: tenía un marido y un hijo.

El marido le pegaba, así que lo dejó allá en Sabinal, al sur de Fresno, y de momento iba a Los Angeles a vivir con su hermana. Había dejado a su hijito con su familia, que eran vendimiadores y vivían en una chabola en los viñedos. No tenía otra cosa que hacer que pensar y desesperarse. Tuve ganas de pasarle el brazo por encima de los hombros.

Hablamos y hablamos. Dijo que le gustaba hablar conmigo. En seguida estaba diciendo que le gustaría ir a Nueva York.

—Tal vez podamos ir juntos —dije riendo.

El autobús subía el Paso de la Parra y luego bajábamos hacia grandes extensiones luminosas. Sin ponernos previamente de acuerdo nos cogimos de la mano y en ese momento decidí de modo silencioso y bello y puro que cuando llegara a la habitación de un hotel de Los Angeles ella estaría a mi lado. La deseé totalmente; recliné la cabeza sobre su hermoso cabello. Sus pequeños hombros me enloquecían; la abrazaba y la abrazaba. Y a ella le gustaba.

—Amo el amor —dijo cerrando los ojos. Le prometí un bello amor. La deseaba sin freno. Terminadas nuestras historias, quedamos en silencio entregados a pensamientos de goce anticipado. Todo era tan sencillo como eso. Que los demás se quedaran con sus Peaches y Bettys y Marylous y Ritas y Camilles e Ineses de este mundo; ésta era la chica que me gustaba y se lo dije. Confesó que me había visto observándola en la estación de autobuses.

—Creí que eras estudiante.

—¡Soy estudiante! —le aseguré.

El autobús llegó a Hollywood. En el amanecer gris y sucio, un amanecer como aquel cuando Joel McCrea encuentra a Verónica Lake en un coche restaurante, en la película Los viajes de Sullivan, se durmió sobre mi pecho. Yo miraba ansiosamente por la ventana: casas blancas y palmeras y cines para coches, toda aquella locura, la dura tierra prometida, el extremo fantástico de América. Bajamos del autobús en Main Street que no es diferente de los sitios donde te bajas del autobús en Kansas City o Chicago o Boston: ladrillos rojos, suciedad, tipos que pasan, tranvías rechinando en el desamparado amanecer, el olor a puta de una gran ciudad.

Y aquí perdí la cabeza, no sé muy bien por qué, y empecé a tener la estúpida idea paranoica de que Teresa o Terry —así se llamaba— no era más que una puta vulgar que trabajaba en los autobuses a la caza de dólares de tipos como yo a los que citaba en LA, y primero los llevaba a desayunar a un sitio donde esperaba su chulo, y después llevaba al mamón a determinado hotel al que su macarra tenía acceso con una pistola o lo que fuera.

Nunca llegué a confesárselo. Desayunamos y un chulo nos observaba; me imaginé que Terry le hacía señales con la vista. Estaba cansado y me sentía raro y perdido en un sitio tan lejano y desagradable. El terror me invadió e hizo que actuara de un modo despreciable y ruin.

—¿Conoces a ese tipo? —le dije.

—¿A qué tipo te refieres, amor?

Abandoné el asunto. Ella lo hacía todo muy despacio; le llevó mucho tiempo comer; masticaba lentamente y miraba al vacío, y fumó un pitillo, y seguía hablando, y yo era como un macilento fantasma sospechando de cada movimiento que hacía, pensando que

trataba de ganar tiempo. Era como una enfermedad. Cuando salimos a la calle cogidos de la mano sudaba. En el primer hotel con el que tropezamos había habitación, y antes de que me diera cuenta de nada, estaba cerrando la puerta y ella, sentada en la cama, se descalzaba. La besé suavemente. Mejor que nunca se enterara de nada. Para relajarnos necesitábamos whisky, especialmente yo. Salí y recorrí doce manzanas a toda prisa hasta que encontré un sitio donde me vendieron una botella. Volví lleno de energía. Terry estaba en el cuarto de baño arreglándose la cara. Llené un vaso de whisky y bebimos grandes tragos. ¡Oh, aquello era dulce y delicioso! ¡Todo mi lúgubre viaje había merecido la pena!

Me puse detrás de ella ante el espejo, y bailamos así por el cuarto de baño. Empecé a hablarle de mis amigos del Este.

—Deberías conocer a una chica amiga mía que se llama Dorie —le dije—. Es una pelirroja altísima, si vienes a Nueva York te ayudará a encontrar trabajo.

—¿Y quién es esa pelirroja tan alta? —preguntó recelosa— ¿Por qué me hablas de ella? —su espíritu sencillo no podía seguir mi alegre y nerviosa conversación. Me callé.

Ella en el cuarto de baño empezó a encontrarse borracha.

—Vamos a la cama —le repetía.

—¡Conque una pelirroja muy alta, eh! Y yo que creía que eras un buen chico, un estudiante, cuando te vi con la chaqueta de punto y me dije: ¿Verdad que es guapo? ¡No!

¡No! ¡Y no! ¡No eres más que un chulo como todos los demás!

—¿De qué coño estás hablando?

—No vayas a decirme ahora que esa pelirroja tan alta no es una madame, porque yo conozco a las madames en cuanto oigo hablar de ellas, y tú no eres más que un chulo, igual que todos los que he conocido. Todos sois unos chulos.

—Escúchame,Terry, no soy un chulo. Te juro sobre la Biblia que no soy un chulo.

¿Por qué iba a ser un chulo? Sólo me interesas tú.

—Todo este tiempo creía que por fin había encontrado a un buen chico. Estaba tan contenta… me felicité y me dije: «Bien, está vez es un buen chico y no un chulo.»

-¡Terry! —le supliqué con toda mi alma—. Por favor, escúchame y trata de entender que no soy un chulo. —Una hora antes yo había pensado que la puta era ella. ¡Qué triste era todo! Nuestras mentes, cada cual con su locura, habían seguido caminos divergentes.

¡Qué vida tan horrible! Cuánto gemí y supliqué hasta que me volví loco y me di cuenta que estaba riñendo con una chiquilla mexicana tonta e ignorante, y se lo dije; y antes de que supiera lo que estaba haciendo, cogí sus zapatos rojos y los tiré contra la puerta del cuarto de baño diciéndole:

—¡Venga! ¡Ya te estás largando!

Me dormiría y lo olvidaría todo; tenía mi propia vida, mi propia y triste y miserable vida de siempre. En el cuarto de baño había un silencio de muerte. Me desnudé y me metí en la cama.

Terry salió con los ojos llenos de lágrimas. En su sencilla y curiosa cabecita se había dicho que un chulo jamás tira los zapatos de una mujer contra la puerta ni le dice que se vaya. Se desnudó con un dulce y reverente silencio y deslizó su menudo cuerpo entre las sábanas junto al mío. Era morena como las uvas. Vi la cicatriz de una cesárea en su pobre vientre; sus caderas eran tan estrechas que no pudo tener a su hijo sin que la abrieran. Sus piernas eran como palitos. Sólo medía un metro cuarenta y cinco centímetros. Hicimos el amor en la dulzura de la perezosa mañana. Después, como dos ángeles cansados, colgados y olvidados en un rincón de LA, habiendo encontrado juntos la cosa más íntima y deliciosa de la vida, nos quedamos dormidos hasta la caída de la tarde.

El mundo en 2023: diez temas que marcarán la agenda internacional. CIDOB. Diciembre de 2022

2023 es el año que pondrá a prueba los límites individuales y colectivos: inflación, seguridad alimentaria, crisis energética, más presiones en la cadena de suministro y en la competición geopolítica global, la descomposición de los sistemas de seguridad y gobernanza internacional, y la capacidad colectiva para responder a todo ello.

Los impactos de esta permacrisis inciden directamente en el empeoramiento de las condiciones de vida de los hogares, y eso se traduce en un aumento del malestar social y las protestas ciudadanas, que irán a más. Se aceleran y profundizan las fracturas: geopolíticas, sociales y de acceso a los bienes básicos.

La guerra de Ucrania ha dejado al descubierto que, cuanto mayores son los riesgos que acompañan la confrontación geoestratégica, más obsoletos parecen los marcos de seguridad colectiva edificados para hacerles frente. Se agrava el desajuste entre medios, desafíos e instrumentos disuasorios.

Si la invasión rusa de Ucrania fue el escenario inesperado en 2022, que acabó determinando la aceleración del proceso de erosión del orden post-1945, es a partir de ahora que el mundo empezará a notar el verdadero alcance y profundidad del impacto global de la guerra.

No estamos solo ante una crisis de dimensiones ingentes, sino ante un nuevo proceso de cambio estructural que no sabemos aún dónde termina.

Como en una mesa de billar americano, la guerra en Ucrania es la bola blanca que ha impactado sobre las distintas transformaciones y crisis en curso que, proyectadas por la fuerza centrífuga que supone el nuevo escenario bélico, se mueven sobre el tablero, colisionando las unas con las otras, aumentado así la sensación de desorden y aceleración global, de incertidumbre geopolítica y de agitación social.

¿En qué momento se detendrá cada una de estas bolas que ahora están bajo el impacto de la confrontación armada en Ucrania? ¿Qué grado de desorden imperará en ese preciso momento? ¿Cuál podría ser­­, entre tanta crisis­, la bola negra que, si cae por la tronera antes de tiempo, derive en una nueva amenaza existencial?

Y, sobre todo, en este escenario continuado de vulnerabilidad e incertidumbre que se configura como la nueva normalidad, ¿qué respuestas colectivas están en construcción?

Como en un diagrama de Venn, todos estos cambios acelerados por la guerra en Ucrania se superponen o entrelazan, a veces forzados por la necesidad; otras, fruto de nuevas lógicas geopolíticas. Estamos ante conflictos que se entrecruzan y transiciones que parecían ir de la mano hacia la construcción de un mundo más sostenible y que ahora entran, momentáneamente, en colisión.

Es por eso que, en 2023, la permacrisis –elegida palabra del año 2022– abarca desde la desorientación estratégica de las potencias occidentales hasta la vulnerabilidad que siente buena parte de la población del planeta por el encarecimiento de los productos básicos y la incapacidad de proteger bienes comunes como los alimentos, la energía o el clima. La fragilidad impregna desde la seguridad colectiva a la supervivencia individual.

Todavía está por ver si 2023 será el año de la escalada –ya sea intencionada o accidental– o el momento de cimentar pequeñas desescaladas que rebajen la tensión geopolítica y su impacto económico. Pero el espejo de 2022 nos ha mostrado que cuanto mayores son los riesgos, más obsoletos están los marcos reguladores y los sistemas de protección que deben resguardarnos de tanta volatilidad.

1.    Aceleración de la competición estratégica

La guerra de Ucrania ha acelerado el cisma y la confrontación entre los grandes poderes globales. La tensión armamentística se ha añadido a la competencia comercial, tecnológica, económica y geoestratégica que ya definía las relaciones entre Estados Unidos y China y que se intensificará en 2023.

A pesar de ello, no estamos ante un mundo dividido en dos bloques estancos, sino en plena reconfiguración de alianzas, que obliga al resto de actores a resituarse ante las nuevas dinámicas de competición estratégica y a buscar espacios propios en una transformación que es global, pero que en 2023 seguirá teniendo su epicentro en Europa.

El concepto de rivalidad ha dejado de ser un tabú. Se asume como el nuevo estado de relación entre las grandes potencias. Sin embargo, ante esta bipolaridad entre China y Estados Unidos, muchos gobiernos preferirían no tener que elegir bandos y poder mantener relaciones fluidas en diferentes elementos o dimensiones del orden internacional liberal para aprovechar las oportunidades que emerjan de dicha competición en función de sus intereses nacionales.

Por eso, 2023 será también el año de los otros; el año en el que veremos con más claridad una aceleración en la competición estratégica de otras potencias que aspiran a ganar protagonismo manteniendo espacios de cooperación abiertos, tanto con Estados Unidos como con China o Rusia.

Será un año para seguir de cerca las estrategias de India o Turquía, la evolución de Arabia Saudí, o los cambios que puedan venir desde el Brasil de Lula da Silva y del último ciclo electoral en América Latina, un continente donde China ha ganado con creces la puja internacional por afianzar su peso e influencia.

En 2023 India presidirá el G-20 y la Organización de Cooperación de Shanghái. Narendra Modi estará a la cabeza de dos espacios de alianzas con objetivos divergentes, con una política exterior asertiva y en un año preelectoral, ya que en 2024 buscará revalidar su tercer mandato en las elecciones generales.

Las sanciones internacionales contra Rusia por la guerra en Ucrania han servido a Modi para convertirse en un agradecido importador del petróleo ruso. Y, a pesar de ello, el primer ministro indio no ha dudado en reprender a Vladimir Putin durante la cumbre de Samarkanda por la invasión de su país vecino, mientras se dejaba cortejar por algunas potencias occidentales en búsqueda de nuevos espacios de influencia en el Indopacífico.

La Turquía de Recep Tayyip Erdogan, que entrará en un complicado año electoral en 2023, es el ejemplo más claro de potencia regional ­que, siendo miembro de la OTAN, mantiene a la vez una proximidad con Rusia, con la que aspira a jugar un papel de mediador en el conflicto ucraniano.

Por su parte, Arabia Saudí ha empezado hace tiempo un replanteamiento profundo de su política exterior que, en 2023, conducirá a dos caminos distintos: por un lado, se especula con la posibilidad de que, tras la normalización de relaciones entre Riad y Tel Aviv, el país del Golfo pudiera plantearse, como siguiente paso, su adscripción a los acuerdos de Abraham; por el otro, el acercamiento de Arabia Saudí a los BRICS (Brasil, India, Rusia, China y Sudáfrica), que en su próxima cumbre en Sudáfrica prevén abordar una posible ampliación del grupo a nuevos miembros, daría al reino saudí una presencia reforzada en el Sur Global.

De momento, Irán, Argentina o Argelia son algunos de los aspirantes a esta adhesión a los BRICS y cuentan con el apoyo de Rusia. El régimen iraní también solicitó, el año pasado, su membresía a la Organización de Cooperación de Shanghái, que debería formalizarse en abril de 2023.

En este escenario de agitación geoestratégica de los otros, uno de los dilemas que pesará sobre la Unión Europea (UE) es si estará dispuesta a ocupar el vacío que deje una posible reducción del apoyo estadounidense a Ucrania. En los próximos meses, China y Estados Unidos empezarán a interrogarse por los costes, la duración y el grado de apoyo que están dispuestos a mantener en esta guerra.

La administración Biden es consciente de que la nueva mayoría republicana en la Cámara de Representantes, pero también un cierto cansancio en la opinión pública norteamericana, empiezan a sembrar dudas sobre la continuidad del nivel de ayuda que Estados Unidos ha ofrecido hasta ahora al gobierno de Kíev.

Por su parte, la capacidad de China para actuar en el exterior dependerá también de su capacidad para mantener la estabilidad en casa, alterada a finales de 2022 por las protestas contra la política de covid cero de Xi Jinping. A pesar de la «amistad sin límites» que Beijing y Moscú se declararon al empezar 2022 y el «apoyo mutuo para la protección de sus intereses fundamentales, la soberanía estatal y la integridad territorial», los cimientos de la alianza entre China y Rusia vendrán definidos, sobre todo, por los intereses estratégicos del gigante asiático.

Más allá de las nuevas alianzas, las urgencias energéticas también están acelerando cambios geopolíticos. La posición de la comunidad internacional frente a Irán y Venezuela, ambos productores de petróleo y gas, podría cambiar. Turquía, Francia y la propia Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) han expresado la necesidad de revisar las sanciones a ambos regímenes para aliviar la crisis del mercado energético.

A finales de noviembre de 2022, Estados Unidos levantó parte de las sanciones en el sector energético a Venezuela, en teoría, como respuesta al gesto de Nicolás Maduro de reanudar el diálogo con la oposición, pero también con la intención de añadir un jugador más al mercado energético. Irán, en cambio, va en sentido inverso. De la voluntad de cerrar, de nuevo, un acuerdo nuclear se ha pasado a la confrontación y la congelación de la vía diplomática, después de la represión de las protestas ciudadanas por parte del régimen y, sobre todo, por la venta de drones a Rusia.

Además, esta aceleración de la competición estratégica ha llegado también a nuevos espacios y fronteras, de los cuales solo ahora empezamos a ser conscientes, a través de la lucha por dimensiones físicamente inexistentes, como el mundo digital, o inalcanzables, como el espacio exterior y su satelización.

La salida de Rusia de la estación internacional espacial, prevista para 2024, refleja el fin de unas relaciones cooperativas en el espacio. Además, la construcción paralela de una estación espacial rusa supone la fragmentación del orden global, también en el espacio. No se trata de un escenario nuevo ni aislado, sino de la aceleración de unos movimientos discretos iniciados hace años, que habían llevado a Moscú a abrir nuevas vías de colaboración espacial, por ejemplo, en América Latina.

En 2021, Rusia concluyó un acuerdo en materia espacial con México, que se sumaba así al Sistema Global de Navegación por Satélite (Glonass, acrónimo en ruso de esta versión propia del GPS estadounidense o el Galileo europeo) y que ya estaba instalado en Nicaragua desde 2017. China, por su parte, también lleva casi una década en Argentina construyendo su «Estación del Espacio Lejano», que levantó recelos en Estados Unidos por el uso dual de la instalación con fines civiles y militares.

2.    Inoperatividad de los marcos globales de seguridad colectiva

La guerra de Ucrania ha dejado al descubierto que, cuanto mayores son los riesgos que genera la confrontación geoestratégica, más obsoletos parecen los marcos de seguridad colectiva. Desde el 24 de febrero de 2022, los paradigmas de la arquitectura de seguridad, tanto global como europea, han cambiado drásticamente.

Por un lado, hemos asistido a una revitalización del papel de la OTAN; mientras que, por el otro, las imágenes de la invasión militar rusa aceleraban la percepción de descomposición del sistema de seguridad internacional, aumentando la sensación de vulnerabilidad y desorientación estratégica que acompaña los cambios estructurales actuales.

Asistimos a una involución en el camino del desarme nuclear. Los miembros permanentes del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas con armamento nuclear —China, Francia, Rusia, Reino Unido y Estados Unidos— siguen ampliando o modernizando sus arsenales nucleares y parecen estar elevando la importancia de estas armas en sus estrategias militares. Al mismo tiempo, los avances tecnológicos, que se han convertido en un factor y un espacio de confrontación determinante, siguen sin un marco internacional que regule las relaciones geopolíticas en el ciberespacio. 

Asimismo, la invasión rusa de Ucrania ha traído un nuevo desacomplejamiento en el recurso a la amenaza nuclear, aunque por ahora sea a modo retórico y, con ello, también un nuevo debate sobre el concepto de disuasión. La reducción de los arsenales nucleares que ha caracterizado la posguerra fría se ha visto interrumpida de golpe y entramos en una nueva década de rearme.

China se encuentra en medio de una importante expansión nuclear que incluiría, según el Anuario del SIPRI, la construcción de más de 300 nuevos silos de misiles. El instituto de investigación sueco calcula también que Corea del Norte ha ensamblado hasta 20 ojivas, pero que probablemente posea suficiente material fisionable como para disponer de entre 45 y 55 artefactos nucleares. Por su parte, la Agencia Internacional de Energía Atómica (OIEA) asegura que Irán está planeando una expansión masiva de su capacidad de enriquecimiento de uranio.

Se agrava, de este modo, el desajuste entre medios, desafíos e instrumentos disuasorios. Occidente se ha refugiado en sus viejos marcos de seguridad. La invasión rusa de Ucrania ha conseguido revitalizar el vínculo transatlántico.

El retorno de una guerra clásica en los límites del flanco este de la OTAN y la materialización, de nuevo, de Rusia como amenaza securitaria han actuado como acelerantes del fortalecimiento del músculo militar aliado –con más inversión armamentística y mayor despliegue sobre el terreno– y de su músculo político –con la adhesión de Suecia y Finlandia, pendiente de la posición de Hungría y Turquía en 2023–. Sin embargo, con los equilibrios geoestratégicos globales en plena mutación, las contradicciones internas de la OTAN seguirán expuestas a la desorientación estratégica.

Más allá del marco transatlántico, hay un impacto regional directo de esta inoperatividad de los instrumentos de seguridad colectiva, con resultados distintos según los conflictos: desde nuevos vacíos de poder o la profundización de la inestabilidad y la violencia, hasta el fortalecimiento de un minilateralismo que busca tejer espacios alternativos de seguridad compartida ante desafíos geoestratégicos.

La inestabilidad política y la violencia que azota el Sahel, por ejemplo, ilustra este fracaso de los marcos de seguridad regional y del cambio de hegemonías en el Sur Global. En los últimos tiempos, la región ha vivido sucesivos golpes de estado en países como Mali o Burkina Faso y la expansión del yihadismo hacia el Golfo de Guinea, todo ello sumado a los efectos humanitarios y securitarios de una profunda crisis climática.

Coincidiendo con el final del despliegue francés a través de la Operación Barkhane, en noviembre de 2022, y la consolidación sobre el terreno de la presencia del grupo Wagner –la compañía de seguridad privada rusa con estrechos lazos con el Kremlin–, la región se enfrenta a un cambio profundo en el despliegue de fuerzas internacionales: por un lado, la Misión Multidimensional Integrada de Estabilización de las Naciones Unidas en Mali (MINUSMA) se replantea su futuro tras el anuncio de retirada de tropas por parte de Reino Unido, Alemania, Costa de Marfil (en 2022), y de Benín y Suecia (prevista para antes de finales de 2023); por el otro, la cumbre Rusia-África, prevista para febrero, podría implicar el incremento de convenios de colaboración con Moscú, que se ofrece como aliado securitario y como suministrador de grano en plena crisis alimentaria.

Este grado de inestabilidad en el Sahel es un fracaso colectivo, tanto de Francia y de potencias regionales como Nigeria, como de los instrumentos multilaterales de pacificación, en especial de Naciones Unidas.

Como en el Sahel, múltiples actores esperan explotar los vacíos en los liderazgos regionales y aprovechar las oportunidades existentes para avanzar en sus intereses nacionales en otros escenarios de crisis. Los distintos conflictos congelados –en los que rara vez hay un acuerdo de paz, sino que el cese de las hostilidades se construye en base a un statu quo de facto– pueden reactivarse a conveniencia, por lo que se pueden crear nuevos focos en 2023, en particular en el vecindario ruso y otras zonas donde llega la influencia del Kremlin. Algunas chispas han empezado a prender ya en 2022. El pasado verano, las hostilidades entre Armenia y Azerbaiyán volvieron a resurgir, a la vez que viejos actores con intereses renovados en la región, como la UE – en busca del gas natural de Azerbaiyán– han aprovechado el vacío ruso para abrir nuevos espacios de cooperación.

En septiembre, un enfrentamiento entre guardias kirguís y tayikos durante varios días dejó un centenar de muertos, y las tensiones continúan aumentando, con ambos países acusándose de acopio de fuerzas en la frontera.

Igualmente, en la región del Indopacífico, donde la competición sistémica entre China y Estados Unidos es más acentuada, han emergido acuerdos minilaterales centrados en intereses de seguridad compartidos, más allá de la dimensión geográfica que había caracterizado a este tipo de agrupaciones.

En algunos casos, el minilateralismo se ve como la posible respuesta a la inefectividad de las plataformas multilaterales actuales, rehenes de la competición geoestratégica entre grandes potencias.

En 2022, se ha acelerado la cooperación en el Diálogo de Seguridad Cuadrilateral (conocido como el Quad) –el acuerdo de seguridad entre Estados Unidos, Japón, la India y Australia–, mientras que el primer año del Aukus (acrónimo con el que se designa el pacto establecido entre Australia, Reino Unido y Estados Unidos) ha dejado unos progresos muy limitados.

En 2023, veremos si esta tendencia se consolida con la expansión de estas iniciativas minilaterales, como mostraría la inclusión de Corea del Sur en el «Quad-plus», y hasta qué punto la aparición de otras propuestas profundiza la erosión de los pilares multilaterales y regionales de cooperación existentes.  

Además, el desgaste del multilateralismo y de los espacios de gobernanza de los desafíos globales, no solo afecta a los marcos de seguridad colectiva, sino también a los mecanismos para propiciar y garantizar la paz: desde la flagrante ausencia de Naciones Unidas en la guerra de Ucrania a la inoperatividad de la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE).

Repensar la seguridad global significa también dotarse de instrumentos de paz, y la agresión rusa en Ucrania ha profundizado este fracaso. 2023 será el momento de plantear cómo acaba esta guerra, aunque la situación militar en el frente de Ucrania y la situación política en Rusia no propicien, todavía, un escenario de negociación.

Cuanto más tiempo pase, peor será para Vladimir Putin, dada la redistribución del poder político en marcha dentro del Kremlin, muy difícil de dilucidar desde el exterior. Pero la base del putinismo se está agrietando.

Una negociación sobre Ucrania necesitará un marco o instrumento que funcione y, por ahora, los espacios existentes –los acuerdos de Minsk y la intermediación de la OSCE– han fracasado. En este contexto, en 2023 la división europea sobre el futuro de la relación de la UE con Rusia resurgirá con más fuerza; y no es descartable –como reconoce el alto representante de la Unión para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, Josep Borrell– que se instaure el escenario de un conflicto congelado, cronificado, en el este de Ucrania.

Así, aunque 2023 no sea el año en que vayamos a ver nacer nuevas estructuras de paz, sí que ha llegado el momento de empezar a pensar en cómo crearlas.

3.    Transiciones en colisión

Las transiciones verde y digital, que parecían ir de la mano hacia la construcción de un mundo más sostenible, han entrado en colisión. La guerra en Ucrania y el impacto de las sanciones a Rusia han alterado mercados, dependencias, compromisos climáticos e incluso los tiempos previstos para afianzar la apuesta por energías alternativas. ¿Ha sido esta crisis un acelerador o un sabotaje para la transición energética?

En octubre de 2022, la Agencia Internacional de Energía declaró que la guerra de Ucrania había supuesto un punto de inflexión para un cambio de políticas y de los mercados energéticos «no sólo por el momento, sino para las próximas décadas».

Sin embargo, a corto plazo, el miedo a una falta de suministros durante el invierno ha impulsado la demanda de carbón. Según las tendencias económicas y del mercado actuales, se prevé que el consumo mundial de carbón haya aumentado un 0,7% en 2022 y lo haga más en 2023, hasta alcanzar así un nuevo máximo histórico.

La construcción de nuevas infraestructuras de combustibles fósiles –tanto en Europa como en China–, el retraso en los planes para cerrar las centrales de energía que utilizan el carbón, la reapertura de plantas ya cerradas, o el aumento de los límites de sus horas de funcionamiento pueden llegar a erosionar las ambiciones climáticas necesarias para revertir un escenario que, a pesar de los indicios de cambio, sigue encaminado hacia un aumento de las temperaturas de 2,5ºC para 2100, según la Convención Marco  de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (UNFCCC, por sus siglas en inglés).

Además, la energía nuclear también se refuerza – con nuevas construcciones de centrales nucleares en Francia y Reino Unido o el aplazamiento del cierre de reactores en Alemania y Bélgica hasta 2023 y 2032, respectivamente. En 2023 entrará en vigor la polémica introducción del gas y la energía nuclear como energías verdes dentro de la taxonomía de la Unión Europea.

Y, sin embargo, el miedo a un invierno de escasez de suministros y crisis energética en la industria y los hogares ha acelerado una profundización en el mercado único de la energía en la UE. Europa ha consensuado un aumento de la compra de gas natural licuado –un incremento del 70% según Bruegel–, la reducción de la demanda de gas natural, así como nuevos acuerdos de compra de gas con otros actores como Noruega, Azerbaiyán o Argelia.

2023 será un año que requerirá esfuerzos más robustos frente a la incertidumbre de un futuro sin importaciones de gas ruso (que suponían el 17,2% de las importaciones de gas natural de la UE en septiembre de 2022 y han permitido garantizar las reservas de grandes consumidores como Alemania); así como la posible reactivación de la demanda china de importación de gas natural licuado y otras fuentes de energía resultante del fin su política de covid cero.

Tras el invierno, el mundo deberá buscar nuevos proveedores de energía más allá de Rusia, lo que abrirá una nueva competición global que mantendrá los precios al alza. Según la Agencia Internacional de la Energía (IEA, por sus siglas en ingles), Europa puede enfrentarse a una falta de 30 bcm (miles de millones de metros cúbicos) de gas para rellenar sus reservas gasísticas en verano de 2023.

África se presenta como la región codiciada por múltiples actores interesados en invertir en su sector energético, especialmente en países productores como Argelia, Nigeria o Tanzania, y ello podría hacer descarrilar el interés para desarrollar alternativas más limpias en el continente. Será importante evaluar la voluntad de la UE de mantener sus ambiciones de una transición justa con África durante 2023, con el inicio de la implementación del «Paquete de Inversión África-Europa del Global Gateway» presentado a principios de 2022.

La otra gran apuesta en la carrera por la diversificación energética ha sido el incremento del uso de energías renovables –con la energía solar como alternativa principal debido a su precio y a su construcción e instalación relativamente rápidos–.

En Estados Unidos, el resultado de las midterm salva, de momento, la Inflation Reduction Act, que prevé la inversión de 369.000 millones de dólares en seguridad energética y lucha contra el cambio climático en la próxima década.

También las grandes economías de Asia buscan aumentar sus objetivos en energías limpias (China, India y Corea del Sur) y completar rápidamente una transición verde (como Japón con el programa Green Transformation).

Y, en Europa, la adopción del plan REPowerEUo la «Estrategia de energía solar de la UE» tienen como objetivo incrementar hasta 320 gigavatios la energía solar para el año 2025. Sin embargo, para conseguir dichos objetivos, Europa mira crecientemente hacia China: desde el inicio de 2022, se ha incrementado un 121% la importación de placas solares producidas en China, según la consultoría taiwanesa especializada en renovables InfoLink.

En esta transición, la competición por las tierras raras ganará centralidad y, en 2023, veremos a la UE presentar su Ley Europea de Materias Primas Fundamentales, con el objetivo de evitar una nueva dependencia hacia China, que representa el 60% de la producción global de estos minerales y componentes necesarios para producir placas solares, pero también baterías eléctricas o componentes tecnológicos necesarios para las «transiciones gemelas»: climática y tecnológica.

Algunos estudios alertan de que un número muy concreto de elementos indispensables para la revolución verde y digital –mucho más escasos en pureza concentrada que los conocidos litio, cobalto, silicio o tungsteno– podrían empezar a escasear ya en 2025.

Aunque las energías renovables siguen siendo más asequibles que las energías fósiles, las tensiones del mercado por la inflación, las disrupciones en las cadenas de suministros y el incremento de precios de metales y tierras raras han llevado, durante el 2022, a un aumento del 7% del coste de construcción de granjas eólicas, a doblar el precio de los paneles solares o a un incremento del 8% en el de las baterías para el almacenamiento de la energía, y podrían seguir subiendo el próximo año a nivel global.

Es en este capítulo, precisamente, donde se acelera la colisión entre las dos transiciones. La digitalización es vista como una condición indispensable para avanzar en la descarbonización o en el desarrollo de nuevos modelos de economía circular. Sus beneficios son claros: según el Foro Económico Mundial, las tecnologías digitales podrían reducir hasta un 15% los gases de efecto invernadero.

Las nuevas tecnologías –como el 5G, el Internet de las cosas, o la inteligencia artificial– han sido presentadas como herramientas para mejorar la eficiencia energética y material, reducir el consumo energético o predecir y monitorear el clima para elaborar unas políticas más adecuadas para hacer frente a la emergencia climática.

Y, sin embargo, a medida que la digitalización –con la transformación tecnológica que implica– se acelera y se extiende, también lo hace su impacto en el medio ambiente y el cambio climático.

Internet es responsable de un 3,8% de las emisiones globales de CO2 y representa un 7% del consumo global de electricidad. La cifra real es mucho mayor porque este porcentaje no incluye la extracción de metales y tierras raras necesarias para su hardware, el transporte de dichos materiales, así como el impacto de los desechos electrónicos.

La tendencia hacia nuevas tecnologías como las criptomonedas, el uso de la nube, la inteligencia artificial, el metaverso o el Internet de las cosas, implicará que la demanda energética continue creciendo.

Paralelamente, la producción de las infraestructuras físicas de lo digital conlleva procesos de extracción altamente contaminantes. La corta vida útil de algunos de estos productos y la necesidad de renovar y actualizar los equipos para las innovaciones tecnológicas también representa un aumento en los desechos electrónicos, de los cuales sólo se recicla el 17,3%.

Ello implica que más del 80% acabe en vertederos o en la naturaleza, contaminando las tierras y las aguas subterráneas y afectando a los sistemas alimentarios y acuíferos, especialmente en países en desarrollo.

Son justamente los países del Sur Global los que se encuentran en una situación de desventaja debido a la brecha digital, así como a la falta de inversión y de acceso a tecnologías verdes. El último informe del Panel Intergubernamental sobre el cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés) publicado en abril de 2022 señalaba explícitamente esta tensión: «las tecnologías digitales tienen un gran potencial para contribuir a la descarbonización (…) Pero, si se deja sin gestionar, la transformación digital probablemente llevará a un aumento de la demanda energética, incrementará las desigualdades y la concentración de poder, dejando atrás a las economías emergentes con un menor acceso a las tecnologías digitales». África presenta una brecha de 2,8 billones de dólares en financiación climática y el sureste asiático, según el Asian Development Bank, de 3,1 billones.

4.    ¿Recesión económica global?

Las consecuencias de la guerra de Ucrania en la energía, las persistentes disrupciones en la cadena mundial de suministros, así como las políticas monetarias adoptadas frente a una inflación creciente han llevado al pesimismo para el futuro económico de 2023.

Según el Fondo Monetario Internacional (FMI), 2022 cerrará con un crecimiento económico mundial alrededor del 3,2%; no obstante, en sus previsiones para el año próximo, esta cifra caería hasta el 2,7% –la más baja desde 2001 con la excepción de 2020 por el impacto de la pandemia–. El Banco Central Europeo (BCE) alerta de que la eurozona podría entrar pronto en una leve recesión técnica o estancamiento. Un escenario sombrío para un mundo que aún trata de revertir los estragos sociales y económicos de la pandemia y, de nuevo, se ve abocado a la volatilidad.

La inflación, que ya señalábamos el año pasado como uno de los elementos principales de desestabilización, ha seguido al alza, aunque se ha contenido a finales de 2022. Las causas son múltiples: estrangulamientos en la oferta, aumento del coste de la energía, estímulos fiscales, etc. El FMI estima que en 2022 se alcanzará el pico de la inflación, con una media global anual del 8,8% y que descenderá al 6,5% en 2023, y al 4,1% en 2024.

No obstante, mientras el Banco Mundial alerta de que las políticas actuales podrían no ser suficientes para reducir la inflación, algunos expertos advierten del peligro de sobrerreacción que podría llevar a agravar los efectos de esta alza de precios. Las medidas monetarias del BCE para frenar la inflación se mantendrán en los próximos meses y se espera que la Reserva Federal estadounidense, por su parte, continuará aumentando las tasas de interés durante 2023.

En algunas regiones del planeta, el riesgo económico, monetario y social dibujará un 2023 altamente inflamable. En Oriente Medio y el Mediterráneo oriental, la inflación ha llegado a máximos históricos, con el Líbano, Turquía e Irán registrando unos incrementos de precios del 162%, el 85% (el dato más alto desde junio de 1998) y el 41%, respectivamente, que dificultan aún más el acceso a los alimentos para una parte significativa de la población.

Siria y Yemen también han visto un aumento del precio de la cesta básica alrededor del 97% y el 81% respectivamente. En Turquía, con unas elecciones presidenciales previstas para junio de 2023, Recep Tayyip Erdogan se encuentra en el punto de mira por unas políticas que han perjudicado la lira turca, fomentando una crisis monetaria en el país.

La caída de la lira en un 44% en 2021 y en un 29% este 2022 ha sido la principal razón del aumento de la inflación, además del incremento de los precios de la energía. Asimismo, el peso argentino ha perdido el 41% de su valor frente al dólar en los mercados informales y financiero, lo que hará que Argentina acabe 2022 con una subida de precios alrededor del 97% y las previsiones para 2023 apuntan a una del 95,9% (frente al 60% proyectado por el Gobierno en el presupuesto nacional).

La tercera economía más grande de América Latina sufre, desde hace años, una elevada inflación, agravada desde marzo por los efectos de la guerra en Ucrania. Argentina se comprometió ante el FMI a alcanzar el equilibrio fiscal en 2024, una meta que parece cada vez más lejana. La elevada deuda pública argentina pesa como una losa sobre la economía del país y las próximas elecciones presidenciales, previstas para octubre de 2023

El riesgo de que una crisis de deuda se amplíe en las economías emergentes durante 2023 está aumentando. Sri Lanka ha sido la primera alarma. En mayo de 2022, el país se declaraba incapaz de pagar los intereses de su deuda internacional por primera vez, y anunciaba que no tenía dólares para importar productos básicos.

También habrá que seguir la evolución de El Salvador. Durante 2022, el Gobierno ha implementado una política monetaria incoherente, marcada por un déficit comercial, pocas reservas y la vinculación de su moneda al bitcoin, afectada por el desplome de la criptomoneda en noviembre. A principios de 2023, el país centroamericano deberá hacer frente a un pago de 800 millones de dólares, pero, de momento, el presidente salvadoreño Nayib Bukele ha optado por recomprar su propia deuda antes de su vencimiento.

Según The Economist, 53 países emergentes están al borde de no poder hacer frente a los pagos de sus deudas debido al aumento de precios, a la desaceleración de la economía mundial. Algunos de los países que en 2023 presentarán una situación más delicada son Pakistán, Egipto o el Líbano, ya que difícilmente podrán hacer frente a los pagos de su deuda externa.

También será relevante observar las políticas económicas de los nuevos gobiernos de la izquierda latinoamericana, que se verán obligados a respetar una política austera que ponga en riesgo sus promesas de mejora social o, por el contrario, a incrementar el gasto público.

Por su parte, la Unión Europea debe empezar a negociar en 2023 los ajustes necesarios al pacto de estabilidad y crecimiento. La Comisión Europea presentó, a principios de noviembre, una propuesta de reforma que suaviza la rigidez fiscal para cumplir con el corsé de la deuda (60% del PIB) y el déficit (3% del PIB), suspendido desde el inicio de la pandemia.

En este sentido, la Comisión ofrece caminos de ajuste específicos para cada país, en lugar de un traje único para todos; a cambio, los países deberán aceptar sanciones si no cumplen con las reglas establecidas. La reforma del marco de gobernanza económica requerirá la aprobación de los 27 y está por ver cómo reaccionarán los países tradicionalmente defensores de la disciplina fiscal, como Alemania, los Países Bajos, Austria, Dinamarca o Finlandia. Los debates definitivos podrían llegar en el segundo semestre de 2023, durante la presidencia española de la UE.

El escenario de turbulencias económicas también ha llegado a las grandes corporaciones tecnológicas globales. En noviembre de 2022, Meta, Twitter y la plataforma de gestión de clientes Salesforce despidieron a 24.000 personas solo en Estados Unidos, y Amazon puso en marcha el recorte de plantilla de más envergadura en números absolutos de la historia de la compañía, que afecta a unos 10.000 trabajadores.

En China, algunos de los gigantes tecnológicos como Baidu, Didi y Alibaba han despedido alrededor del 20% de sus plantillas según el sector y, en noviembre, Tencent, también anunció que prescindiría de 7.000 trabajadores. Fortalecidos por la aceleración digital vivida durante la pandemia y unas posiciones dominantes de mercado, los gigantes tecnológicos han acabado expuestos a un doble test de estrés que les obliga a evaluar la sostenibilidad de su modelo de negocio.

Si bien, por un lado, las grandes corporaciones digitales deben lidiar con altos tipos de interés y con los cambios en los patrones de consumo provocados por el encarecimiento del coste de la vida; por el otro, también se abre el interrogante sobre el futuro del sector por la dependencia de la tecnología en unas tierras raras que son ya objeto de confrontación por los recursos.

Si a esto le añadimos el abrupto aterrizaje de Elon Musk en Twitter y su primer encontronazo con la Unión Europea y los planes de Bruselas para limitar el poder monopolístico de estas grandes plataformas y reforzar la política de moderación de contenidos, el poder transnacional de estos gigantes ha topado con una nueva voluntad de regulación.

El paquete legislativo aprobado en 2022 por la UE en materia de servicios y mercados digitales (la DSA y la DMA, por sus siglas en inglés) que debe aplicarse en toda la Unión, como muy tarde, el 1 de enero de 2024.

5.    Crisis de acceso y garantías a los bienes básicos

La guerra en Ucrania ha agravado las dificultades de acceso a la energía, a los alimentos y al agua potable. La provisión de bienes públicos globales, que es un requisito previo para el desarrollo y es vital para la reducción de la pobreza y la desigualdad entre países, sufre hoy los estragos de la rivalidad geopolítica, de una nueva confrontación por los recursos naturales, así como de los efectos de un debilitamiento de la gobernanza global y de la cooperación internacional.

El impacto de la invasión rusa de Ucrania en las exportaciones mundiales de productos agrícolas, semillas y fertilizantes ha agravado la crisis alimentaria mundial ya existente por la convergencia de los shocks climáticos, los conflictos y las presiones económicas. Causas interconectadas que, después de años de progreso, han llevado al número de personas que padecen hambre extrema a batir los peores récords. El mundo se enfrenta a una crisis alimentaria sin precedentes y sin final aparente. Según Naciones Unidas, en 2022, hay unos 345 millones de personas de 82 países en situación de inseguridad alimentaria aguda o de alto riesgo, unos 200 millones más que antes de la pandemia.

En Oriente Próximo y el Norte de África, dos regiones ya golpeadas por la inflación y que importan más del 50% del trigo que consumen desde Rusia y Ucrania, el aumento del costo de vida y la falta de disponibilidad de bienes básicos han desencadenado protestas masivas. El Programa Mundial de Alimentos (PMA) advierte que 2023 podría ser aún peor.

Si la crisis alimentaria de este año se debe principalmente a una interrupción logística por el bloqueo de las exportaciones –tanto de cereales como de fertilizantes–, en 2023 el suministro de alimentos podría estar en peligro por el efecto de estas disrupciones sobre los cultivos, así como por la posibilidad de episodios climáticos extremos. La escasez de alimentos afecta incluso a las organizaciones internacionales de ayuda humanitaria, que ven menguados también sus recursos para hacer frente a unas cifras de hambruna en alza.

En Ucrania, al menos 15,7 millones de personas necesitan ayuda humanitaria urgente y seis millones carecen de suministro de agua. En Afganistán, ocho millones de personas están en riesgo de sufrir hambruna y, en el sur de Etiopía, una sequía muy fuerte sumada a la crisis política con enfrentamientos armados entre el Gobierno central y el Frente de Liberación del Pueblo de Tigray han provocado ya cuatro millones de desplazados, y dos millones de personas están en peligro de padecer hambruna. Las situaciones de emergencia se repiten en Sudán del Sur y en Yemen.

La violación de un derecho básico como el del acceso a la alimentación incide, además, de manera directa sobre otros derechos humanos, como la salud, el agua y un nivel de vida adecuado y libre de violencia. Además, estas crisis interrelacionadas, instigadas y agravadas por las guerras, tienen un impacto devastador sobre mujeres y niñas en todo el mundo. Naciones Unidas ha denunciado los aumentos alarmantes de la violencia de género y del sexo transaccional para la alimentación y la supervivencia, que ponen aún más en peligro la salud física y mental de las mujeres.

También los altos precios de la energía influirán en el retroceso de los índices globales de desarrollo. Es probable que unos 75 millones de personas que recientemente obtuvieron acceso a la electricidad pierdan la capacidad de pagarla, lo que significa que, por primera vez desde que la IEA aporta datos, el número total de personas en el mundo sin acceso a la electricidad vuelva a crecer, y casi 100 millones de personas vuelvan a depender de la leña para cocinar, en lugar de optar por soluciones más limpias y saludables.

Países en desarrollo están siendo víctimas de apagones y protestas debido a la crisis energética y a la imposibilidad de obtener energía a precios asequibles. Durante 2022, en Indonesia ha habido más de 400 manifestaciones por el precio de la gasolina, y en Ecuador se contabilizaron más de 1.000 protestas, solo en el mes de junio, por el precio del combustible. Mientras, los países productores de petróleo y gas, como Qatar, se están enriqueciendo aún más.

A nivel europeo, el invierno de 2023 será un momento de poner a prueba los límites de la solidaridad entre los países de la UE. Si bien se han negociado múltiples medidas conjuntas para aliviar las presiones económicas en los mercados y los hogares (desde las compras conjuntas de gas hasta la revisión a largo plazo del mercado europeo de la electricidad a favor de las energías renovables en la producción energética de la Unión, incluyendo la reducción voluntaria del 10% del consumo bruto de la electricidad), dichas medidas chocan con las respuestas fiscales nacionales de ciertos estados miembros, lo que ha causado fricciones internas entre gobiernos que evidencian, una vez más, la capacidad desigual entre los países europeos.

Alemania, por ejemplo, ha asignado fondos cercanos al 8% de su PIB, valorados en 264.000 millones de euros desde 2021 –casi más del doble que las medidas fiscales acumuladas introducidas por los siguientes dos estados que más han gastado en valores absolutos: Francia (71.600 millones de euros) e Italia (62.200 millones de euros)–.

Por otro lado, en 2023 se conmemorará el 75 aniversario de la Declaración Universal de los Derechos Humanos y los 30 años de la adopción de la Declaración y Programa de Acción de Viena sobre derechos humanos.

En este contexto, Naciones Unidas sigue insistiendo en la necesidad de un nuevo consenso sobre los bienes públicos globales, entre ellos la vacunación universal, el ejemplo más contundente de la desigualdad que rige el acceso a los bienes básicos. Según Oxfam Intermón, unos 5,6 millones de personas mueren cada año por falta de acceso a servicios de salud en las regiones con menos recursos. 

La desigualdad que se evidenció con los procesos de vacunación contra la pandemia de la COVID-19, particularmente en las regiones de África y el Mediterráneo oriental, continuará siendo problemática en 2023, especialmente en los países más endeudados, tanto del Norte como del Sur Global. El objetivo de la Organización Mundial de la Salud (OMS) de llegar para 2022 al 70% de la población mundial vacunada, quedará por debajo de ese umbral en gran parte del continente africano, pero también en algunos países de Europa, América Latina y Oceanía.

Por su parte, el Gobierno de Estados Unidos ha admitido que, a inicios del 2023, se quedará sin fondos para comprar y distribuir vacunas y tratamientos contra la COVID-19, por lo que dejaran de estar subvencionadas por la administración. Las proyecciones marcan, además, que las reservas de dosis de refuerzo que se han comprado hasta ahora se agotarán a principios de año. Esto implica que la lucha contra la pandemia pasará a manos del mercado privado en un país donde el 41% de los adultos afirma tener problemas para pagar las facturas médicas y que debe endeudarse.

6.    Inestabilidad y descontento social

Los impactos de la permacrisis tienen una incidencia directa en el empeoramiento de las condiciones de vida de los hogares, lo que se traduce en un aumento del malestar social y las protestas ciudadanas como expresión del descontento. En 2022, más de 90 países han registrado movilizaciones por la falta del acceso a los bienes públicos.

En América Latina, los altos precios de los combustibles han generado protestas en Perú, Ecuador y Panamá a lo largo del año, así como en Argentina, donde los manifestantes han extendido las demandas para reclamar más empleos y ayudas frente a las altas tasas de inflación. Un malestar social que impactará de lleno en el camino a las urnas para Ecuador y Argentina, que tienen elecciones previstas, respectivamente, para febrero y octubre de 2023.

El invierno del descontento en Europa –que ya ha visto movilizaciones de miles de personas en Grecia, Reino Unido, Austria, Alemania, o la República Checa– podría intensificarse en 2023, cuando las consecuencias de la crisis energética sean más visibles. La encuesta de eupinions revela que un 49% de la población de la UE señala el aumento del coste de vida como su principal preocupación.

Y los sacrificios a nivel económico frente a la crisis energética han reducido levemente el apoyo hacia una independencia energética de la Unión cueste lo que cueste: si en marzo el apoyo era de un 74%, en septiembre –antes de la llegada del frío– era del 67%. Teniendo en cuenta que los precios seguirán altos, las protestas no desaparecerán, sino que pueden ir a más en 2023.

Por su parte, Oriente Medio y el norte de África podrían ser, de nuevo, el epicentro de una nueva ola de protestas masivas tras el fin de los progresos democráticos, iniciados hace una década, y la vuelta de Túnez al autoritarismo. Con la inflación cada vez más cercana a los niveles de 2011, cuando el descontento social y la frustración desencadenaron el inicio de las «primaveras árabes», Líbano, Túnez, Egipto y Argelia podrían ser de nuevo escenario de protestas en contra de los regímenes actuales. Irán será también otro de los países a seguir.

La represión de las protestas iniciadas tras la muerte de la joven kurda Mahsa Amini ha dejado hasta ahora 488 víctimas mortales, algunas menores de edad, según Amnistía Internacional, y miles de detenidos. La capacidad de resiliencia mostrada, sobre todo por los jóvenes que se movilizaron a lo largo y ancho del país, mantendrá viva la protesta en 2023, con la posibilidad de una mayor movilización si otros agravios confluyen, como la delicada situación económica del país y las tensiones internacionales y regionales, con los ataques de Irán a la región kurda de Irak.

En China, las espontáneas e inauditas protestas contra la política de la covid cero de finales de 2022, con expresiones de disidencia frente al Gobierno tras el incendio en Urumqi –la capital de la región del Xinjiang–, emergieron como una mirilla a la frustración de amplias capas de la población y pueden reemerger en cualquier momento. En Tailandia, el resultado de las elecciones previstas para 2023, en las que el primer ministro Prayuth Chan-o-cha busca la reelección después de llegar al poder con un golpe de estado en 2014 y haber cumplido el límite de ocho años en el poder, podría volver a levantar protestas multitudinarias a favor de la democracia.

Las movilizaciones por la justicia – social, climática y de género – también volverán a la calle, con la pandemia casi olvidada. El anuncio de la celebración de la próxima COP28 en los Emiratos Árabes Unidos ha sido como un jarro de agua fría para los activistas climáticos –ya descontentos por el esquivo phase out de los combustibles fósiles y el carbón consensuado en las últimas dos ediciones–.

La celebración de una cumbre tan importante en un país productor de petróleo y gas parece confinar la esperanza por el clima hasta la COP29, que podría celebrarse en Australia, junto a las Islas del Pacífico. Sin embargo, la movilización por el clima volverá a la calle en 2023. Extinction Rebellion ha llamado ya a más de 100.000 activistas a rodear el parlamento británico a principios de abril de 2023, ante las dificultades que se prevén para la movilización de la sociedad civil durante la próxima COP en el país árabe.

También estará presente en la calle la movilización por los derechos sexuales y reproductivos, como demostraron las midterm en Estados Unidos, donde el derecho al aborto fue uno de los factores de peso para promover la participación electoral. La anulación el pasado junio de la sentencia «Roe contra Wade», que garantizaba el derecho al aborto de las mujeres en el país, llevará a más de la mitad de los estados a prohibir o limitar los supuestos para abortar.

A medida que estas medidas sean adoptadas en 2023, las activistas a favor de los derechos sexuales y reproductivos tomaran las calles en signo de oposición –además de lanzar acciones para paralizar parte de las restricciones o mejorar el acceso a los anticonceptivos a nivel estatal–.

Ahora bien, ¿serán escuchadas todas estas protestas? Según el Mass Mobilization Project de Harvard, las protestas no violentas han aumentado en los últimos años alrededor del mundo, pero la mayoría no han conseguido la efectividad suficiente para lograr cambios. Según este estudio, si en la década pasada solo el 42,4% de las protestas tuvieron éxito en sus reivindicaciones, en 2020 y 2021 solo lo han conseguido un 8%. Mientras que las movilizaciones esporádicas nacen en muchos casos gracias a las redes sociales, la horizontalidad parece haber desbancado la organización activista y estratégica que había ayudado al éxito de las protestas en décadas anteriores. 

El incremento de la protesta pacífica ha coincidido también con la normalización de la violencia como herramienta política, tanto por parte de los aparatos de represión de los estados como entre sectores de la sociedad especialmente reaccionarios, como se mostró en la extendida violencia en Brasil durante la campaña electoral y tras la victoria de Lula da Silva; o en las estrategias de algunos grupos de extrema derecha en Europa.

En 2022, el relator especial de Naciones Unidas para el derecho de asamblea y asociación pacífica, Clément N. Voule, ha denunciado la tendencia global hacia un enfoque militarista de la gestión de la protesta pacífica, a través de la militarización de la respuesta y la persecución de los manifestantes. Según la base de datos ACLED, que estudia las protestas y la violencia política alrededor del mundo, en 2022 ha habido más casos de violencia contra civiles que el año anterior, aunque menos letales. Estas cifras confirman una tendencia creciente de la violencia política desde 2016, con alrededor de 28.000 casos de violencia política en el mundo, 12.000 de ellos en América Latina.

En África, el calendario electoral de 2023 presenta fechas importantes alrededor de las cuales se esperan movilizaciones contra los actuales líderes, como en Zimbabwe o Sierra Leona, y de un incremento de la violencia política, como el caso de Nigeria que cierra 2022 con miles de víctimas por actos violentos que amenazan la campaña electoral para las presidenciales de finales de febrero de 2023.

Sin embargo, el caso más paradigmático es el de Estados Unidos, donde una parte creciente de la población acepta, desde los últimos años, el uso de la violencia política. Según un informe de UC Davis  publicado el verano de 2022, un 20,5% de los estadounidenses consideran que la violencia política es justificable en general, y un 2% –alrededor de cinco millones de estadounidenses– estarían dispuestos a matar a alguien por un objetivo político.

En este contexto altamente polarizado, ha habido un incremento de actos violentos y tiroteos masivos bajo discursos incendiarios, por ejemplo, en torno a cuestiones como el racismo o los derechos de la población LGBTI+. Esta tendencia, junto a la dificultad de adoptar una legislación de control de armas, alimenta la posibilidad de un estallido de violencia que desestabilice al país en el camino hacia las presidenciales de 2024.

7.    Fracturas y atomización de los movimientos y sus reivindicaciones

Emmanuel Macron lo describió como «el fin de la abundancia», y algunos economistas teorizan sobre el «fin de lo barato» (sea el dinero o los costes de producción). Vivimos con una sensación de agotamiento: se acaba el tiempo para revertir el cambio climático; escasea la solidaridad; perdemos capacidad adquisitiva para hacer frente a nuestras necesidades más básicas; el estrés hídrico gana terreno y nos sobra, sobre todo, sensación de fragilidad.

La permacrisis retrata, según el diccionario Collins, un «período prolongado de inestabilidad e inseguridad» provocado por una concatenación de sucesos que han ido impactando sobre nuestra realidad. Llevamos años de desigualdades crecientes, pero ahora el modelo parece haber quebrado y, ante un cambio estructural tan profundo, los miedos y ansiedad se acumulan.

La protesta gana terreno –tanto en democracias como en dictaduras– pero, cada vez más, lo hace en sociedades fracturadas, polarizadas. La «erosión de la cohesión social» es el riesgo que más ha empeorado a nivel mundial desde el inicio de la crisis de la COVID-19, según el Global Risk Report 2022, y ello se percibe como una amenaza crítica para el mundo, tanto a corto como a medio y largo plazo.

En un informe publicado por el Pew Research Center en noviembre de 2022, Corea del Sur (90%), Estados Unidos (88%), Israel (83%), Francia (74%) y Hungría (71%) son los cinco países analizados con un mayor porcentaje de población que cree que existe una división y una tensión política relevante en su país. La polarización está al alza. En 2022, Países Bajos (61%), Canadá (66%), Reino Unido (68%), Alemania (68%) y España (68%) han registrado un aumento de más de 10 puntos de percepción ciudadana sobre la existencia de conflicto político entre simpatizantes de diferentes partidos, respecto al año anterior.

Es en este contexto que la megatendencia a la fragmentación global ha llegado incluso a los movimientos de protesta y a sus reivindicaciones. La polarización y la ruptura presente en las sociedades del Norte y el Sur Global se reproduce también en los movimientos sociales, incluso entre aquellas corrientes emancipadoras que buscan avanzar en el reconocimiento de los derechos de gran parte de la población.

En los últimos años, el movimiento feminista, por ejemplo, se ha visto sumido en una fractura en torno a grandes debates sobre temas como el trabajo sexual, la definición del sujeto del feminismo, la misma conceptualización del género o la inclusión de las personas trans.

Las distintas posiciones han llegado a provocar tensión y polémica entre sectores del movimiento con opiniones opuestas, a fomentar la desinformación y a reabrir debates en el seno del colectivo que se creían superados desde hacía décadas. En estos espacios, la duda y la fractura han llegado a congelar o aguar avances progresistas debido a las contradicciones en las prioridades de las diferentes facciones.

A su vez, la fractura ha abierto espacios para que algunos sectores sociales, políticos y religiosos conservadores hayan podido articular una movilización a la contra de lo que consideran una «ideología de género» bajo posiciones falsamente definidas como feministas. Esta involución no hace más que amenazar derechos y libertades básicas, así como alimentar discursos violentos contra las mujeres y otros colectivos como el LGBTI+, o grupos migrantes.

La fractura también se ha producido al interior de la movilización ecologista y contra la crisis climática, con protestas que han ido evolucionando en los últimos años hacia estrategias distintas. A finales de 2022, han irrumpido nuevas formas de denuncia: acciones sensacionalistas –como pegarse a un cuadro o rociarlo de sopa de tomate– han acaparado la atención mediática para devolver la acción climática al debate público. ¿Su objetivo?

Tratar de romper la ilusión de que «todo está bien» mediante acciones que afecten y saboteen el día a día, ya sean en el trayecto al trabajo, durante un partido de futbol o en una visita a un museo. Sin embargo, algunos de estos actos vandálicos no solo han acabado desviando la atención sobre la emergencia climática, sino que pueden producir un rechazo social que puede llegar a ser contraproducente para los objetivos que se persiguen. La cultura también es un bien común.

En general, todos estos cambios reflejan el desencanto de muchos de estos movimientos – especialmente entre los jóvenes– frente a la inacción y continuismo de los gobiernos a las crisis que nos acechan. En 2023, este activismo disruptivo estará aún más presente, con llamamientos específicos a la desobediencia civil.

8.    Autoritarismo bajo presión

El 70% de la población mundial –más de 5.000 millones de personas– vive bajo dictaduras. La involución democrática gana terreno. El informe sobre el estado de la democracia en el mundo del instituto V-Dem advierte que el nivel de democracia del que ha gozado la ciudadanía global en 2022 «ha bajado a los niveles de 1989».

Los últimos 30 años de avances democráticos han quedado borrados del mapa. Sin embargo, no solo la democracia está bajo presión, sino que las autocracias electorales también tienen un año con muchos interrogantes por delante. En 2023 veremos como algunos de estos liderazgos autoritarios están cada vez más cuestionados, ya sea por divisiones internas dentro del propio sistema o por la fuerza de movimientos opositores.

El reciente anuncio del régimen iraní de disolver la llamada policía de la moral, después de más de dos meses de protestas por la muerte de la joven Mahsa Amini, durante su arresto por presuntamente no observar el código de vestimenta islámico, demuestra la presión interna que divide a las élites del poder en Irán.

La tensión entre el aparato de seguridad y el religioso, así como con los líderes del sector más reformista en arresto domiciliario o en el exilio, augura un 2023 complicado para el régimen de Teherán.

Lo mismo ocurre con el principal socio comercial de Irán, China. A finales de octubre, Xi Jinping se aseguró un tercer mandato como el líder más poderoso de China en décadas, pero solo un mes más tarde debía hacer frente a las protestas más significativas desde Tiananmén en 1989.

Es la suma del malestar por tres años de confinamientos forzosos interminables a causa de la COVID-19, de la cólera por la gestión injusta de la política covid cero de algunos gobiernos locales, pero también de las protestas laborales, como la que ha estallado en la fábrica de iPhones de Zhengzhou.

Quizás, por separado, podrían ser sólo episodios de contestación local, que periódicamente emergen en un país enorme, pero juntos reflejan el malestar social de los jóvenes universitarios, de los trabajadores migrantes y de una clase media que es quien más nota el cambio de vida impuesto por el cierre de fronteras y la ralentización económica.

También Vladimir Putin tiene un altísimo grado de presión, prácticamente en todos los frentes. El descontento social interno en Rusia, aunque ausente y censurado –hasta ahora– en los espacios públicos, busca otras vías de protesta, sobre todo a través de las redes sociales. El apoyo popular a la invasión rusa de Ucrania ha caído drásticamente en los últimos meses y cuanto más se alargue la guerra más evidente se hará.

La otra presión la ejercen las divisiones en la cúspide del putinismo, difíciles de identificar en la sombra de la personalización del poder que ejerce el presidente ruso. Sin embargo, los pilares del régimen, como los siloviki (el círculo de confianza del presidente), el Servicio Federal de Seguridad (FSB), los oligarcas –con figuras que han ganado visibilidad y poder en el Kremlin, como el jefe de Wagner, Yevgeny Prigozhin–, el partido Rusia Unida o la Guardia Nacional, también están bajo la presión de lo que ocurra en el frente militar. Las especulaciones sobre el futuro político de Vladimir Putin o de una Rusia sin él ganarán fuerza en los próximos meses.

Los «hombres fuertes» parecen haber entrado en crisis. Jair Bolsonaro ha perdido las elecciones en Brasil, y las midterm en Estados Unidos acotaron la ola trumpista. Al expresidente estadounidense le ha salido un rival conservador –Ron DeSantis, figura ascendente del Partido Republicano– con quien medir fuerzas de cara a las presidenciales de 2024. Un aviso claro para navegantes, como para el presidente turco Recep Tayyip Erdogan y sus aspiraciones de reelección ante una oposición que se presenta más unida y más fuerte que nunca.

Asimismo, es importante observar qué pasará en Venezuela con Nicolás Maduro. La crisis energética ha propiciado nuevos espacios de apertura, justo en la antesala de unas elecciones presidenciales, previstas para 2024, que podrían presentarse como una oportunidad. De momento, la oposición venezolana quiere organizar unas primarias en 2023 para elegir el candidato que se enfrente al oficialismo.

9.    Fragmentación regulatoria, desglobalización sectorial

No estamos ante un mundo de dos –marcado por la confrontación bipolar entre Estados Unidos y China–, sino ante dos mundos que se van configurando en paralelo, pero con espacios de interrelación.

La aceleración de la competición estratégica ha ido de la mano de una amplificación de las vulnerabilidades inherentes a la hiperconectividad. Y China está en el centro de los dos procesos. La política de covid cero, que hasta finales de 2022 ha seguido bloqueando grandes puertos internacionales chinos e impactando en las cadenas de suministros globales, ha precipitado la transformación del modelo de globalización, aún en proceso de redefinición.

Cada nueva crisis aumenta la presión de los gobiernos por limitar riesgos. El impacto global de la pandemia y de la guerra de Ucrania sobre la cadena de suministros y el acceso a bienes globales parece haber propiciado un retorno a la regionalización geoestratégica, incluso en la propia China.

Oficialmente, el Gobierno de Beijing habla de la «era de la doble circulación», un período en el que el dominio de unas cadenas de valor monocéntricas en torno a la potencia exportadora de China convivirá con la política de localización de sus propias cadenas de suministro y manufactura. Los vehículos de fabricación china ya dominan el mercado mexicano, por ejemplo, y seguirán haciéndolo en 2023. Tesla fabrica la mitad de sus automóviles en Shanghái, y SEAT ha anunciado que el primer SUV 100% eléctrico de la compañía saldrá, a finales de 2023, de la nueva fábrica del Grupo Volkswagen en Hefei (China).

Por su parte, Estados Unidos ha impulsado su industria verde a través de la Ley de Reducción de la Inflación, aunque ésta contenga elementos discriminatorios que pueden perjudicar a la Unión Europea. Ante las limitaciones del Consejo de Comercio y Tecnología establecido entre Estados Unidos y la UE, y de la Organización Mundial de Comercio, cuyo Órgano de Apelación permanece bloqueado, la UE debatirá en 2023 sobre el uso de la política de la competencia, el marco de ayudas de estado y su política comercial para evitar estar en desventaja competitiva ante otros actores globales.

Las dificultades en Europa para canalizar las inversiones, ejemplificado en el lento despliegue de los fondos Next Generation EU, y la pérdida de competitividad europea por el incremento de los costes energéticos han avivado la necesidad este debate.

Por tanto, estamos ante una reglobalización o regionalización de geometría variable; ante un desacoplamiento selectivo, de doble circulación. La integración seguirá, especialmente en aquellos sectores donde la conectividad o la necesidad mutua es vital para el desarrollo de los actores, y el desacoplamiento sucederá en sectores estratégicos de la confrontación geopolítica, como la tecnología, la seguridad y la defensa. Este reset acelerado de la globalización, provocado tanto por la pandemia como por la guerra de Ucrania, no afecta solo a los centros de producción y a las cadenas de distribución. Estamos ante un replanteamiento –incluso ante un cuestionamiento, por parte de algunos actores– de las estructuras de gobernanza internacional y del entramado institucional de Bretton Woods.

El poder comercial de China ha sido su principal instrumento de influencia global, y su peso económico, el acicate para reclamar más poder dentro de las instituciones financieras internacionales (FMI y Banco Mundial). Pero, con el debate sobre la reglobalización ganando adeptos, China también ha acelerado su propio entramado de organizaciones y mecanismos de influencia geopolítica. En enero de 2022, Beijing lanzó la Asociación Económica Integral Regional (RCEP, por sus siglas en inglés), una nueva y amplia área de libre comercio en Asia-Pacífico que incluye a China y varios aliados estratégicos de Estados Unidos, como Japón y Australia.

La Organización de Cooperación de Shanghái (OCS) o la constitución del Banco Asiático de Inversión de Infraestructuras (BAII) son también instrumentos clave que, ya en los últimos meses y durante 2023, se configurarán como espacios importantes de esta transformación geopolítica. Además, un posible fortalecimiento de los BRICS en 2023 también puede reforzar el papel del Nuevo Banco de Desarrollo (NBD).

Asimismo, el próximo año se debería celebrar el tercer Foro de la Franja y la Ruta para la Cooperación Internacional (Belt and Road Forum), tratando de dar un nuevo empuje a la iniciativa insignia de la política exterior china bajo Xi Jinping, con el objetivo de promover la conectividad de infraestructuras en una nueva fase de la globalización.

No obstante, la imagen del proyecto ha sido contestada en los últimos años debido a la pausa en la generación de propuestas por falta de financiación e, incluso, por la bancarrota de Sri Lanka.

La respuesta de Beijing ha sido la adopción de nuevos proyectos, como la Iniciativa Global de Seguridad de Datos (2020), la Iniciativa Global de Desarrollo (2021) o la Iniciativa Global de Seguridad (2022) que, buscando solventar algunas de las debilidades de la Franja y la Ruta, cogerán fuerza en 2023 como nuevo marco para la política exterior china, que pivotará sus prioridades hacia el Sur Global y consolidará la influencia de Beijing en los países en desarrollo. 

Ante esta nueva realidad, los otros actores del juego geopolítico también han desplegado sus propias estrategias. Washington ha endurecido las restricciones sobre los intercambios tecnológicos con Beijing y ha incrementado sus muestras de apoyo a Taiwán; mientras, la UE ha reforzado su músculo económico con mecanismos como el instrumento contra la coerción –todavía en fase de negociación–, que plantea un paquete armonizado de contramedidas frente a posibles amenazas comerciales por parte de terceros países y que se sumará al ya existente reglamento para el control de las inversiones extranjeras directas (Reglamento (UE) 2019/452), que limita las inversiones que potencialmente puedan afectar a la seguridad o el orden público de la UE.

Pero, además, en los últimos tiempos se han presentado el Global Investment and Infrastructure Partnership del G-7 (2022), el Build Back Better World de Joe Biden (2021), o el Global Gateway de la Unión Europea (2021), para competir por estos espacios de influencia y desarrollo a nivel global.

Ante esta proliferación de instrumentos distintos, que giran en torno a dos núcleos de poder confrontados, el FMI advierte del riesgo de «fragmentación geoeconómica». Una fragmentación del mundo en «distintos bloques económicos con distintas ideologías, sistemas políticos, estándares tecnológicos, sistemas comerciales y de pago transfronterizos, y monedas de reserva» que aumentaría también los riesgos de desprotección y los problemas de acceso a los bienes públicos globales.

Este choque de modelos no viene solo definido por la confrontación entre Washington y Beijing. China y Rusia también tienen estrategias distintas, dentro de una visión global compartida de cuestionamiento del orden internacional liberal.

Mientras que Vladimir Putin usa la fuerza militar para tratar de cambiar el equilibrio de poder en Europa, en Beijing, por el contrario, existe un fuerte sentimiento de que el tiempo y la historia están de su lado. Rusia es hoy un país bajo los efectos de las restricciones jurídicas, comerciales, financieras y tecnológicas impuestas en 2022 por 38 gobiernos de América del Norte, Europa y Asia, como respuesta a la invasión de Ucrania. En cambio, su principal aliado estratégico, Beijing, expande su modelo alternativo desde una posición bien integrada en el sistema. Por ejemplo, el bloqueo bancario a Rusia para utilizar el sistema internacional de pagos SWIFT, ha reforzado en 2022 la internacionalización del yuan chino en los mercados como moneda refugio y de transacciones comerciales.

10. Testando límites

Si 2023 es el año que pondrá a prueba los límites individuales y colectivos, la bola negra de nuestra mesa de billar es todo aquello –acontecimiento o efecto inesperado– que, como los últimos años han demostrado, es capaz de hacer saltar por los aires las previsiones, los tiempos y las estrategias de la política internacional. En la lista de amenazas que pudieran propiciar una escalada en los riesgos existentes, el peligro de un ataque o accidente nuclear ha subido enteros después de la subida de tono de la retórica rusa de los últimos meses y los bombardeos en las inmediaciones de centrales como la de Zaporiyia en el sureste de Ucrania.

De las 12.705 armas nucleares que hay en el mundo, unas 2.000 –prácticamente todas pertenecientes a Rusia o Estados Unidos– están en estado de alerta operativa alta. Además, en 2022, Corea del Norte ha lanzado ocho misiles intercontinentales y ha llevado a cabo pruebas de más de 60 misiles, con más de 23 misiles lanzados en un solo día. Desde Corea del Sur advierten que la cuestión no es si habrá un nuevo test nuclear, sino cuándo será. Paralelamente, la modificación de la doctrina militar nuclear norcoreana por parte de Kim Jong-un ha llevado a Seúl y Washington a anunciar nuevas sanciones.

No cabe duda de que en 2023 también habrá que seguir de cerca los límites de la onda expansiva de la invasión rusa de Ucrania. La entrada de los tanques rusos en su país vecino llevó a muchos a especular si Taiwán podría ser el próximo escenario de confrontación global, especialmente con el auge de las tensiones el pasado verano tras la visita de Nancy Pelosi a la isla y la respuesta militar desde Beijing.

Aunque ambos casos son extremadamente diferentes, un conflicto en el estrecho no puede ser descartado por completo. No obstante, la invasión y reunificación por la fuerza de la isla sería un choque sin precedentes para la economía mundial y acarrearía unas consecuencias geopolíticas imprevisibles y unos altos costes económicos, políticos y diplomáticos para China.

El comercio marítimo y el espacio aéreo del Mar Meridional de China, por donde pasa alrededor de un tercio del comercio global, quedaría interrumpido de forma indefinida, afectando a gran parte de las cadenas globales de valor. Según RAND, un año de conflicto en la zona reduciría entre el 25% y el 35% del PIB de China y entre un 5% y un 10% el de Estados Unidos. La economía taiwanesa quedaría totalmente destruida y aislada del comercio internacional, con lo que ello implicaría para las cadenas de suministros de semiconductores y para la infraestructura de la empresa TSCM, que produce cerca del 54% del total de los semiconductores más avanzados a nivel mundial y de los cuales dependen grandes firmas como Apple o Nvidia.

Otro foco de posible desestabilización se localiza en el vecindario de Rusia. Tras la invasión de Ucrania, la imagen de Vladimir Putin no solo se ha debilitado internamente, sino también como actor estabilizador y de seguridad en el antiguo espacio postsoviético.

Los combates registrados recientemente entre Armenia y Azerbaiyán, así como los más recientes enfrentamientos en la frontera entre Kirguistán y Tayikistán son un síntoma de esta marea geopolítica de fondo. Desde la Unión Europea, además, se sigue muy de cerca la situación en Moldova, ante el temor de que pueda ser la próxima pieza del dominó: con una parte de su territorio –Transnistria– controlada por tropas rusas desde hace décadas, y dependiente al 100% del gas ruso, su vulnerabilidad es extrema.

Asimismo, no hay que olvidar la creciente agresividad de los fenómenos meteorológicos que, en 2023, también podrían poner a prueba las insuficientes respuestas globales frente la urgencia de la crisis climática, especialmente ante la aparición de nuevos riesgos vinculados como los llamados Natech, los accidentes tecnológicos desencadenados por eventos de origen natural.

El último informe del IPCC concluye que los efectos del cambio climático han causado ya daños irreversibles al medio ambiente y al bienestar de las personas. Las inundaciones de 2022 en Pakistán o en Nigeria, las olas de calor en la India o la persistente sequía en el Cuerno de África son ejemplos claros de la imprevisibilidad e impacto de estos eventos, que llevan a un aumento de los desplazados forzosos como resultado de la destrucción del medio ambiente y perjudican los medios de subsistencia para millones de personas alrededor del mundo.

Las temperaturas en África y, en concreto, en el Sahel están aumentando 1,5 veces más rápido que la media mundial. Sin embargo, los riesgos climáticos no son la única crisis que podría afectar al continente. El aumento de las tensiones, la cronificación de los conflictos regionales, la contestación electoral y la inestabilidad vinculada a los movimientos yihadistas en el Sahel, así como su posible expansión hacia el golfo de Guinea, podrían empeorar la situación de seguridad en la región.

A ello se añade la inconclusa recuperación pospandemia y los efectos de múltiples crisis energéticas, de bienes públicos y de deuda, los cuales, junto con el actual descontento social, podrían desembocar en una crisis en cascada en todo el continente durante 2023. Sus consecuencias, nefastas para el desarrollo de la región y el bienestar de su población, tendrían también un impacto importante para los actores involucrados en la estabilidad regional, lo que añadiría una nueva crisis mundial a la larga lista actual.

Sin embargo, la amenaza de esta hipotética bola negra –por el momento, indefinida– unida a la continua inestabilidad de la permacrisis no deben interrumpir la necesidad de actuar, ni de repensar los nuevos marcos efectivos de cooperación para hacer frente a las crisis globales y a la incertidumbre permanente.

Calendario CIDOB 2023: 75 fechas para marcar en el calendario

1 de enero – Renovación del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Ecuador, Japón, Malta, Mozambique y Suiza entrarán a formar parte del Consejo de Seguridad de la ONU como miembros no permanentes en sustitución de India, Irlanda, Kenia, México y Noruega, que finalizan membresía.

9 – 10 de enero – Cumbre de Líderes de América del Norte. México será el país anfitrión de la cumbre conocida como la de los Three Amigos (México, Canadá y Estados Unidos), donde se abordarán temas como la pobreza extrema, las migraciones, la seguridad, la energía, la gobernanza regional o el comercio.

16 – 20 de enero – Foro de Davos. Cita anual que reúne a los principales líderes políticos, altos ejecutivos de las compañías más importantes del mundo, líderes de organizaciones internacionales y ONGs, así como personalidades culturales y sociales destacadas. En esta edición, que tiene como lema «Cooperación en un mundo fragmentado», se abordarán algunos de los principales desafíos globales compartidos y la necesidad de resolverlos conjuntamente en un momento geopolítico cada vez más complejo. La guerra en Ucrania ocupará un papel central en la discusión.

27 de enero – 50 aniversario de los Acuerdos de Paz de París. La firma de estos acuerdos por la República Democrática de Vietnam, el Gobierno de Vietnam del Sur, Estados Unidos y el Frente Nacional de Liberación de Vietnam marcó el principio del fin de la guerra de Vietnam. El 2 de julio de 1976, tres años más tarde, Vietnam sería reunificado bajo el nombre de República Socialista de Vietnam.

31 de enero – 5 de febrero – Visita del Papa Francisco a la República Democrática del Congo y Sudán del Sur. Es la primera visita del pontífice al extranjero prevista para 2023. Se prevé que trate algunas de las problemáticas comunes en ambos países, relacionadas con cuestiones humanitarias, las tensiones sociales y la pobreza.

Febrero – Cumbre de la Unión Africana. Senegal, quien ostenta la presidencia de la UA, será la organizadora de la cumbre. Se examinarán algunos de los numerosos frentes abiertos en el continente como, el impacto de la inseguridad alimentaria mundial agravada por la guerra en Ucrania y los desastres naturales en África; los abusos de gobernabilidad y el retroceso democrático en el continente –con cuatro países miembros (Burkina Faso, Guinea Conakry, Mali y Sudán) suspendidos en la cumbre–; el aumento del extremismo violento en el Sahel o en Mozambique; las tensiones entre Argelia y Marruecos; o los marcos de relación de la UA con China, Estados Unidos, la Unión Europea y Rusia.

5 de febrero – Elecciones regionales y locales en Ecuador. La actual crisis de seguridad que ha comportado periódicas declaraciones de estado de excepción y de emergencia, elevando la tensión social y política en el país, marcará estas elecciones, en las que se elegirán a los principales cargos intermedios del país.

5 de febrero – Elecciones presidenciales en Chipre. El aumento de las tensiones con Turquía en el norte de Chipre marcará las elecciones en un año en el que se celebran comicios clave en los principales países enzarzados en el conflicto. Con un número récord de candidatos, en caso de que ninguno consiga la mayoría en la primera ronda, las elecciones se decidirán en una segunda vuelta el 12 de febrero.

17 – 19 de febrero – 59ª Conferencia de Seguridad de Múnich. Con carácter anual, es el mayor foro independiente sobre políticas de seguridad internacional que reúne a figuras de alto nivel de más de setenta países. La guerra en Ucrania, las relaciones de seguridad transatlánticas, la guerra tecnológica entre China y Estados Unidos, y la inclusión de perspectivas sobre seguridad desde el Sur Global, serán los principales focos de debate y discusión.

25 de febrero – Elecciones generales en Nigeria. Dos candidatos, Asiwaju Bola Tinubu, del partido gobernante Congreso de Todos los Progresistas (APC), y el exvicepresidente Atiku Abubakar, líder del opositor Partido Democrático de los Pueblos (PDP), se disputarán la victoria electoral, sustituyendo así a Muhammadu Buhari, quien dejará el cargo después de dos mandatos. A los retos habituales de reducción de la pobreza, problemas de inseguridad o el liderazgo de Nigeria en la región, se sumará la creciente tensión social interna, que amenaza con generar mayor inestabilidad y presión sobre la democracia nigeriana.

26 de febrero – 20 aniversario de la guerra del Darfur. En 2003, el gobierno del entonces presidente Omar al Bashir inició un operativo militar contra grupos insurgentes rebeldes en la región de Darfur, provocando una de las mayores crisis humanitarias de África Septentrional, causando millones de desplazados forzados y la muerte de más de 300.000 personas. Sobre Al Bashir, caído en 2019 tras un golpe de estado, pesan dos órdenes de arresto del Tribunal Penal Internacional (TPI) por genocidio, crímenes contra la humanidad y crímenes de guerra relacionados con el Darfur.

27 de febrero – 2 de marzo – Mobile World Congress. Barcelona acoge el mayor evento móvil del mundo, que reúne a las principales empresas tecnológicas y de comunicación internacionales. Esta edición estará dedicada a la velocidad (Velocity) y girará en torno a la tecnología 5G, con cinco temas principales: la aceleración 5G; las tecnologías inmersivas y la movilidad de próxima generación; la aceleración de la banca móvil; la evolución de las monedas digitales y su papel en las transacciones en la economía digital a nivel mundial; y la expansión de las tecnologías digitales.

28 de febrero – 25 aniversario del inicio de la guerra en Kosovo. El último conflicto armado en la antigua Yugoslavia se produjo entre el separatista Ejército de Liberación de Kosovo y las fuerzas armadas de la República Federal de Yugoslavia, entonces conformada por Serbia y Montenegro. Acabó con la intervención militar de la OTAN y la firma del Tratado de Kumanovo. En 2008 Kosovo proclamó su independencia de Serbia, siendo reconocida hasta la fecha por más de 110 países.

8 de marzo – Día internacional de la mujer.  Se ha convertido en una fecha clave en la agenda política y social de muchos países con movilizaciones masivas, que han tomado impulso en los últimos años especialmente en América Latina, Estados Unidos y Europa con un objetivo en común: la lucha por los derechos de la mujer y la igualdad de género en todo el mundo.

20 de marzo – 20 aniversario de la invasión de Iraq. Supuso la caída del gobierno de Saddam Husein, tras una intervención militar ilegal liderada por Estados Unidos y Reino Unido, con el apoyo de otros países como Portugal o España, bajo el pretexto de que el gobierno iraquí tenía acceso a armas de destrucción masiva. El gobierno iraquí fue sustituido por la Autoridad Provisional de la Coalición durante poco más de un año hasta la configuración de un gobierno iraquí interino.

20 – 21 de marzo – Segundo Foro Humanitario Europeo. Este foro impulsado por la Unión Europea, uno de los principales donantes humanitarios del mundo, reunirá a responsables políticos, organizaciones humanitarias y otros socios, en un momento de especial relevancia internacional en materia de seguridad humana, marcado por el impacto de la guerra en Ucrania, el aumento global de los precios de los alimentos y los desastres naturales en entornos frágiles.

22 – 24 de marzo – Conferencia del Agua de Naciones Unidas. Nueva York acogerá una de las citas medioambientales clave en este año. Reunirá a gobiernos, participantes del sector privado y de la sociedad civil para avanzar en la consecución del ODS 6 ‘Agua y Saneamiento’ de la Agenda 2030, en un momento de fuerte tensión hídrica en grandes extensiones del mundo. Esta edición versará sobre cinco grandes ejes: agua para la salud; agua para el desarrollo; agua para el clima, la resiliencia y el medio ambiente; agua para la cooperación; y acción para el agua.

Primer Trimestre – Cumbre de defensa entre Francia y Reino Unido. Macron anunció la celebración de esta cumbre con el objetivo de establecer prioridades estratégicas para ambos países, en respuesta a las tensiones geopolíticas mundiales y en pleno debate sobre la necesidad de aumentar la autonomía estratégica militar europea. Tendrán especial relevancia la invasión de Ucrania, las tensiones crecientes con China, y la inseguridad en el Sahel.

2 de abril – Elecciones generales en Finlandia. Sanna Marin, la actual primera ministra, buscará la reelección en unas elecciones que se enmarcan en un contexto geopolítico convulso para Finlandia tras el inicio de la guerra en Ucrania. Marin ha liderado un giro histórico en política exterior y defensa con la solicitud de entrada de Finlandia en la OTAN, todavía inconclusa por las reticencias de dos países miembros de la Alianza, Hungría y Turquía.

2 de abril – Décimo aniversario del Tratado sobre el Comercio de Armas (TCA). Se celebra el décimo aniversario del mayor tratado multilateral que regula el comercio internacional de armas convencionales. Más de 110 países, entre ellos 6 de los 10 principales productores de armas del mundo (China, Reino Unido, Italia, España, Francia y Alemania), han ratificado o se han adherido al TCA.

10 de abril – 25 aniversario del Acuerdo de Viernes Santo. Sentó las bases para poner fin a tres décadas de conflicto entre católicos y protestantes en Irlanda del Norte. Su aprobación significó el fin de la violencia y la reinstauración del autogobierno de Irlanda del Norte.

23 de abril – Elecciones legislativas en Guinea Bissau. Estas elecciones vienen marcadas por el intento de golpe de estado en febrero de 2022; la disolución del Parlamento en el mes de mayo, por parte del presidente Umaro Sissoco Embaló; y el retraso en la convocatoria de estos comicios, que ha elevado la tensión política y social en el país.

26 – 28 de abril – Primera Cumbre de Ciudades de las Américas. Denver acogerá esta primera edición, que tiene como objetivo impulsar la cooperación regional entre las principales ciudades del continente americano, en ámbitos de salud pública, medio ambiente, tecnología digital y seguridad. Se trata de una iniciativa surgida tras la Cumbre de las Américas celebrada en junio de 2022.

30 de abril – Elecciones generales en Paraguay. Los paraguayos elegirán en estos comicios al presidente y vicepresidente, la totalidad de representantes del Senado y el Congreso, 17 gobernadores y juntas departamentales, así como los miembros del Parlamento del Mercosur. Los actuales presidentes y vicepresidentes no pueden optar a la reelección. La convocatoria se produce en un ambiente político y social enrarecido, con acusaciones de corrupción, narcogobierno y un aumento de la presencia del crimen organizado transnacional en el país.

4 de mayo – Elecciones locales en Reino Unido. Primer termómetro electoral para medir los apoyos de los principales partidos políticos del país tras las crisis políticas generadas por las dimisiones de los primeros ministros conservadores Boris Johnson y Liz Truss, y el ascenso de Rishi Sunak como nuevo inquilino de Downing Street.

6 de mayo – Coronación del rey Carlos III y la reina Consorte Camila. La Abadía de Westminster acogerá la ceremonia de coronación del rey Carlos III y la reina consorte Camila, tras el fallecimiento de la reina Isabel II el pasado 8 de septiembre, después de más de 70 años de reinado.

7 de mayo – Elecciones generales en Tailandia. El actual primer ministro Prayut Chan-o-cha optará a la reelección en unos comicios donde la oposición espera alzarse con la victoria tras varios años de sucesivas crisis políticas y sociales: desde el golpe de estado de 2014, que aupó a Prayut en el poder, con el establecimiento de una dictadura militar, hasta las irregularidades electorales en 2019 y las múltiples protestas populares desde 2020 contra el gobierno.

19 – 21 de mayo – 48ª Cumbre G7 en Japón. Hiroshima acogerá una nueva edición del G7 con el impacto de la crisis ucraniana en la geopolítica y la economía internacional como prioridad en la agenda.

25 de mayo – 50 años de la fundación de la Organización para la Unidad Africana. La OUA fue la organización predecesora de la actual Unión Africana, creada en 2002. Su fundación impulsó una mirada panafricanista del continente y de las relaciones internacionales, gracias al activismo político de líderes africanos como Haile Selassie I, Kwame Nkrumah, Gamal Abdel Nasser o Julius Nyerere.

28 de mayo – Elecciones regionales y locales en España. El país abre un nuevo ciclo electoral con la elección de los gobiernos locales y una parte importante de los gobiernos regionales, a pocos meses de la celebración también de elecciones generales. Un ambiente de creciente tensión política y social, con el impacto de la pandemia todavía presente, el reparto de los fondos europeos Next Generation y la guerra en Ucrania.

5 de junio – Décimo aniversario del caso Snowden. Se cumplen 10 años de la filtración de cientos de documentos clasificados a varios medios de comunicación, que comprometían a los servicios de inteligencia de Estados Unidos, y cuestionaban el papel de las principales compañías tecnológicas mundiales.

18 de junio – Elecciones generales en Turquía. El actual presidente del país, Recep Tayyp Erdogan, se volverá a presentar a la reelección, en unas elecciones donde la oposición aspira a alzarse con la victoria. Para ello, seis formaciones opositoras han creado una alianza política, esperando capitalizar el descontento generalizado de la población por la crítica situación económica del país.

20 de junio – Día Mundial del Refugiado. El número de personas desplazadas forzadas en 2023 alcanzará de nuevo cifras récord –tanto de desplazados internos como de refugiados–, alimentada este último año por la guerra en Ucrania y la agresividad de fenómenos meteorológicos en África y Asia Meridional. Durante esa semana de junio se dará a conocer el informe anual de ACNUR de tendencias de desplazamientos forzados en todo el mundo.

24 de junio – Elecciones presidenciales, parlamentarias y locales en Sierra Leona. El actual presidente, Julius Maada Bio, optará a la reelección en medio de una fuerte crisis económica y energética, que ha incrementado los precios de alimentos, luz y combustibles. La elevada tensión social ha llevado a importantes manifestaciones y protestas en las principales ciudades del país.

25 de junio – Elecciones generales en Guatemala.  Guatemala afronta unas elecciones en las que se elegirá presidencia y vicepresidencia del país, todos los diputados del Congreso, más de 300 alcaldes y los diputados del Parlamento Centroamericano. La seguridad, la corrupción, las políticas migratorias, el impacto de la pandemia y la guerra de Ucrania en la economía del país, y los efectos del cambio climático –con énfasis en el sector agropecuario– serán los principales ejes de la campaña electoral.

Julio – Elecciones generales en Grecia. A la espera de un posible avance electoral, el partido actualmente en el poder, Nueva Democracia, y el principal partido opositor, Syriza, junto a las alianzas que puedan generarse con terceros partidos, se disputarán la victoria en unos comicios marcados por la economía y por el impacto de la guerra en Ucrania. Tanto el actual primer ministro, Kyriakos Mitsotakis, como el anterior, Alexis Tsipras, han anunciado su intención de liderar las candidaturas de sus respectivos partidos.

Julio – Elecciones generales en Zimbabue. El actual presidente del país, Emmerson Mnangagwa, optará a la reelección liderando la candidatura del Zanu-PF. Enfrente tendrá a la principal candidatura opositora, encabezada por Nelson Chamisa, de la Alianza del Movimiento por el Cambio Democrático. Además de la presidencia, se elige también a los miembros del parlamento y gobiernos locales. Emmerson Mnangagwa llegó al poder en 2017 después de derrocar al dictador Robert Mugabe en un golpe de estado que fue respaldado por el ejército.

Julio – Cumbre Rusia-África. San Petersburgo acogerá la segunda edición de este formato que reunirá a Vladimir Putin con los principales líderes africanos. El interés de Rusia por el continente africano ha sido creciente en los últimos años, con varios acuerdos firmados en materia de seguridad, defensa, recursos naturales, industria o comercio.

Julio – Elecciones generales en Sudán del Sur. A pesar del acuerdo de paz alcanzado en 2018, y de los compromisos a los que se llegó en 2020 entre el presidente Salva Kiir y su adjunto Riek Machar para la celebración elecciones generales en 2023, la inestabilidad política que arrastra el país desde hace años sigue dificultando que se pongan las bases para la convocatoria electoral con las suficientes garantías.

1 de julio – Inicio presidencia española de la UE. España asumirá la presidencia semestral de la UE, sustituyendo a Suecia. Esta presidencia pondrá el foco no sólo en los impactos de la guerra en Ucrania en materia energética, geopolítica, alimentaria y migratoria, sino también en el impulso de las políticas europeas en materia de transición ecológica, transformación digital y agenda social.

3 de julio – Décimo aniversario golpe de estado en Egipto. Se cumplen 10 años del golpe de estado del entonces jefe del ejército egipcio y actual presidente, el general Abdel Fattah al-Sisi, que destituyó el gobierno democrático de Mohamed Morsi, dejando en suspenso la constitución aprobada en 2012.

10 – 19 de julio – Foro Político de Alto Nivel sobre Desarrollo Sostenible. Se celebrará en Nueva York con el lema «Acelerar la recuperación de la enfermedad por coronavirus (COVID-19) y la plena implementación de la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible en todos los niveles».

11 – 12 de julio – Cumbre de la OTAN. Lituania acogerá una nueva cumbre de la mayor organización militar del mundo. Buen momento para analizar los primeros meses de la adopción del Concepto Estratégico de la OTAN aprobado en la Cumbre de Madrid, y las solicitudes de adhesión de Suecia y Finlandia.

17 de julio – 25 aniversario del Estatuto de Roma, texto fundacional de la Corte Penal Internacional (CPI). Nacida bajo el paraguas de Naciones Unidas, permite enjuiciar a personas por genocidio, crímenes de lesa humanidad, crímenes de guerra y crimen de agresión. No ha contado con el aval de Estados Unidos, Rusia, China, India e Israel; tampoco de muchos gobiernos africanos, que han denunciado un sesgo excesivo hacia delitos cometidos en África.

23 de julio – Elecciones generales en Camboya. Hun Sen, en el poder desde 1985, primero como presidente de la República Popular de Kampuchea y, posteriormente, como primer ministro de la República de Camboya, aspira a revalidar mandato. La oposición ha sido incapaz de presentar una candidatura unitaria que pudiera tener opciones a alzarse con la victoria. La disolución del principal partido opositor en 2017 llevó al gobernante Partido Popular de Camboya a obtener todos los escaños de la Asamblea General en las elecciones de 2018, convirtiendo al país en un estado de partido único.

Septiembre – Elecciones parlamentarias en Polonia. El partido Ley y Justicia (PiS), que gobierna Polonia desde el otoño de 2015, aspira a revalidar la victoria, con la incógnita de si el actual primer ministro, Mateusz Morawiecki, se presentará a la reelección. La oposición dividida aspira a desbancar el PiS. El principal candidato opositor es el antiguo primer ministro polaco y expresidente del Consejo de la Unión Europa, Donald Tusk, líder de Plataforma Cívica. La larga campaña electoral estará centrada en la crisis económica y energética que azota el país, la guerra en Ucrania y las tensiones con la UE.

Septiembre – Cumbre de la Organización para la Cooperación de Shanghai. India, quien ostenta la presidencia anual de esta organización acogerá una nueva edición del principal foro regional de Asia Central en materia de seguridad, economía y política compuesto por China, India, Kazajstán, Kirguistán, Pakistán, Rusia, Tayikistán, Uzbekistán y la posible adhesión de Irán. Los 6 ejes de la presidencia india estarán enfocados a cuestiones de seguridad, desarrollo económico, conectividad y desarrollo digital, protección del medio ambiente, unidad regional y defensa de la soberanía.

Septiembre – Cumbre de ministros de economía de la UE – América Latina. Santiago de Compostela (España) acogerá la primera reunión de ministros de la UE y América Latina, bajo el paraguas de la CELAC, que tiene como objetivo avanzar en una estrategia de relaciones comerciales y de agenda de desarrollo comunes.

9-10 de septiembre – 18ª Cumbre del G20. «Una tierra, una familia, un futuro» será el lema de la decimoctava cumbre de los líderes del G20 que se celebrará en la India. La presidencia india espera avanzar en asuntos internacionales clave como la lucha contra el terrorismo y la unidad para enfrentar los desafíos globales, la desaceleración económica, la crisis climática y la brecha digital.

11 de septiembre – 50 aniversario del golpe de estado en Chile. Se cumplen 50 años del golpe de estado que supuso la caída del gobierno de Salvador Allende y el inicio de la dictadura militar de Augusto Pinochet, que duró hasta 1990.

25 – 30 de septiembre – 78ª Sesión de la Asamblea General de Naciones Unidas. Una cita anual que reúne a todos los líderes mundiales para evaluar el actual estado de sus políticas nacionales y su visión del mundo.

Octubre – Elecciones generales en Pakistán. La crisis política que vive el país tras la destitución del primer ministro, Imran Khan, en el mes de abril, y la elección de Shehbaz Sharif como primer ministro, ha elevado la tensión a pocos meses de unas elecciones en las que el ejército puede jugar un papel relevante. El partido Pakistan Tehreek-e-Insaf (PTI) de Khan lleva meses tensionando las calles con frecuentes protestas y manifestaciones.

Octubre – Elecciones parlamentarias en Ucrania. Previstas para el mes de octubre, renovaría los escaños de la Rada Suprema. La guerra podría aplazar estos comicios hasta 2024, para celebrar elecciones conjuntas con las presidenciales, previstas para ese año.

Octubre – Elecciones regionales en Alemania. Se celebran elecciones regionales en los Estados de Baviera y Hesse. Servirán como termómetro de los apoyos que tienen los partidos políticos que sustentan actualmente el gobierno federal –SPD, Liberales y Verdes–, así como para medir el grado de apoyo al partido de ultraderecha, Alternativa por Alemania (AfD).

10 de octubre – Elecciones generales en Liberia. Se elige al presidente y a los diputados de la Cámara de Representantes. El actual titular, George Weah, ha anunciado su intención de optar a la reelección. Su figura ha sido cuestionada por Estados Unidos, con acusaciones de corrupción, secundadas por la oposición y por grupos de derechos humanos, lo que puede comprometer su candidatura y los apoyos internos que reciba.

21 de octubre – 30 aniversario de la guerra civil en Burundi. Las primeras elecciones multipartidistas celebradas en 1993 dieron la victoria a Melchior Ndadaye, convirtiéndose en el primer hutu en ser presidente del país. Un golpe de estado, pocos meses más tarde, acabó con la vida de Ndadaye y dio inicio a un conflicto civil que duró hasta 2005 y que provocó, como mínimo, la muerte de 300.000 personas.

29 de octubre – Elecciones presidenciales y legislativas en Argentina. El malestar social por el encarecimiento de los precios y la elevada deuda pública argentina, que lastra la economía del país, pueden pasar factura al oficialista Frente de Todos, que por ahora se hunde en las encuestas. Aunque los principales partidos aún no han definido candidato, la polarización social que se vive entorno a Cristina Kirchner marca ya la precampaña.

29 de octubre – Centenario de la República de Turquía. Se cumplen 100 años de la proclamación de la República de Turquía por parte de Mustafá Kemal Ataturk, según se estableció en el Tratado de Lausana tras el fin de la Primera Guerra Mundial, definiendo las fronteras de la Turquía Moderna, así como de Grecia y Bulgaria.

29 de octubre – Elecciones regionales y locales en Colombia. Se elige a los gobernadores de los 32 departamentos colombianos, diputados de las Asambleas Departamentales, alcaldes y concejales municipales y ediles de las Juntas Administradoras Locales. Primera prueba de fuego para medir el apoyo popular al gobierno nacional de Gustavo Petro tras su victoria en 2022.

Noviembre – Cumbre de la APEC. Estados Unidos acogerá una nueva edición del principal foro económico y geoestratégico de la región Asia-Pacífico, que reúne a 21 países y que se celebrará bajo el lema «Crear un futuro resistente y sostenible para todos». 

30 de noviembre – 12 de diciembre – Cumbre del Cambio Climático COP28. Dubái acogerá una nueva edición de la mayor cumbre mundial sobre cambio climático, que recogerá el testigo de la COP27 celebrada en Egipto, cuyo mayor logro ha sido la aprobación de un fondo especial para cubrir los daños en países vulnerables al cambio climático.

21 de noviembre – Décimo aniversario del Euromaidan. La decisión del gobierno ucraniano de no firmar el Acuerdo de Asociación UE-Ucrania aprobado por el Parlamento ucraniano desató una serie de manifestaciones y disturbios por todo el país que provocó la renuncia del presidente Víktor Yanukovich y del gobierno de Mikola Azárov.

Diciembre – Elecciones generales España. El actual presidente, el socialista, Pedro Sánchez aspira a revalidar gobierno en unas elecciones marcadas por la polarización política y social, y por el impacto de la pandemia y la guerra en Ucrania en la economía del país. El principal partido opositor, el Partido Popular, aspira a alzarse con la victoria con la incógnita de los apoyos externos que pudiera necesitar, principalmente del partido de extrema derecha VOX.

Diciembre – Elecciones presidenciales en Madagascar. El actual presidente Andry Rajoelina, quien acumula dos mandatos presidenciales, aspira a la reelección. En la oposición, el mejor posicionado es el expresidente Marc Ravalomanana. El país ha afrontado en los últimos meses fuertes tensiones sociales, causadas por una crisis alimentaria y climática en el sur de la isla.

Diciembre – Elecciones generales en Bangladesh. El gobierno de la Liga Awami, dirigido por la primera ministra Sheikh Hasina, aspira a revalidar el poder tras tres mandatos consecutivos. El principal partido opositor, el Partido Nacionalista de Bangladesh (BNP) liderado por Amanullah Aman, tiene opciones de conseguir una victoria en unas elecciones que se prevén conflictivas, tal y como han anunciado organismos internacionales de derechos humanos, preocupados por el aumento de la represión política por parte del gobierno de Hasina.

Diciembre – Elecciones presidenciales, parlamentarias y locales en Gabón. Desde 1967, la familia Bongo ha ocupado la presidencia del país, primero con el presidente Omar Bango hasta su fallecimiento en 2009 y con su hijo Ali Bongo al mando del Gabón hasta la fecha. La oposición afronta dividida estas elecciones, aunque está en negociaciones abiertas para concurrir conjuntamente y poder ser una alternativa creíble para desbancar a la candidatura de Bongo.

Pendiente – Cumbre bilateral de la ASEAN y Japón. Tokio será la sede de una cumbre política que agrupará al principal organismo regional del sudeste asiático con una de las principales potencias regionales, en conmemoración del 50 aniversario de su relación. Se producirá además en un momento de gran complejidad en la región por la agresiva diplomacia del otro gran actor regional, China, en materia comercial, tecnológica, y de seguridad y defensa.

Pendiente – Elecciones generales en Birmania. Existen muchas dudas de que el anuncio de elecciones para 2023 por parte del general Min Aung Hlaing pueda materializarse, dada la profunda crisis política y social que hay en el país. Una junta militar gobierna Myanmar desde el golpe de estado que perpetró el Ejército en febrero de 2021 contra el gobierno democrático liderado por Aung San Suu Kyi.

Pendiente – Elecciones regionales en Iraq. El parlamento de la región autónoma del Kurdistán del norte de Irak, quien extendió un año más su mandato, votará su renovación en un contexto de fuerte tensión política y militar en la región, y de parálisis política, especialmente en el gobierno y parlamento iraquí.

Pendiente – Foro Líderes de las Islas del Pacífico. Es el principal foro de discusión panregional de Oceanía que agrupa los intereses de 18 estados y territorios en materia de cambio climático, uso sostenible de los recursos marítimos, seguridad y cooperación regional. Un espacio geográfico de creciente interés por parte de China y Estados Unidos, que han iniciado una carrera diplomática para atraer a sus esferas de influencia a algunos de estos países y territorios.

Pendiente – Cumbre de la ASEAN. Indonesia acogerá una nueva edición de este organismo regional que agrupa a 10 países del sudeste asiático, bajo el lema «Asuntos de la ASEAN: epicentro del crecimiento».

Pendiente – Cumbre UE-CELAC. La última cumbre de alto nivel entre la Unión Europea y la Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe (CELAC) tuvo lugar en 2015. El Alto Representante de Política Exterior de la UE, Josep Borrell, ha anunciado su intención de celebrar un nuevo encuentro, bajo el paraguas de la presidencia española del Consejo de la UE. Se busca relanzar y estrechar las relaciones comerciales, económicas, energéticas, alimentarias, de transición digital, y en materia de medio ambiente entre ambos bloques.

Pendiente – XV Cumbre de los BRICS. Sudáfrica acogerá una nueva edición de los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) con la salida a la crisis económica provocada por la pandemia y los impactos de la guerra en Ucrania como ejes centrales de la cumbre. Se prevé abordar la ampliación formal de este grupo a terceros países que han anunciado su intención de iniciar el proceso de adhesión.

Pendiente – XXXII Cumbre de la Liga Árabe. Arabia Saudita acogerá una nueva edición de la principal organización política que agrupa países de Oriente Medio y el Norte de África. Las crecientes tensiones entre algunos de sus miembros, el conflicto palestino-israelí, cuestiones de seguridad alimentaria y energética, y los impactos regionales por la guerra en Ucrania, serán algunos de los temas principales de discusión y debate entre los líderes de sus 22 países miembros.

Pendiente – III Foro de la Franja y la Ruta para la Cooperación Internacional. China ha propuesto la celebración de la tercera cumbre de su proyecto Belt and Road, tras cuatro años de parón debido a la COVID-19. Este evento conmemorará la primera década de la Iniciativa de la Franja y la Ruta, y tiene como objetivo dar un mayor ímpetu al desarrollo de la región de Asia Pacífico tras la pandemia. En ediciones previas, el evento llegó a reunir delegaciones y representantes de más de 200 países.

La posmodernidad como “estado de la cultura” en América latina. Santiago Castro-Gómez. 1996

Quizá la mejor forma de comenzar a responder estas críticas sea mostrando que lo que se ha dado en llamar “posmodernidad” no es un fenómeno puramente ideológico, es decir, que no se trata de un juego conceptual elaborado por intelectuales deprimidos y nihilistas del “primer mundo”, sino, ante todo, de un cambio de sensibilidad al nivel del mundo de la vida que se produce no sólo en las regiones “centrales” de Occidente, sino también en las periféricas durante las últimas décadas del siglo XX.

Las elaboraciones puramente conceptuales a nivel de la sociología, la arquitectura, la filosofía y la teoría literaria serían, entonces, momentos “reflexivos” que se asientan sobre este cambio de sensibilidad.

Me propongo mostrar, entonces, que la posmodernidad, no es una simple “trampa” en la que caen ciertos intelectuales que se empeñan en mirar nuestra realidad con los modelos ideológicos de una realidad ajena, sino que es un estado generalizado de la cultura presente también en América Latina.[1]

Para llevar adelante este propósito me apoyaré en algunos de los más recientes estudios realizados por diferentes ensayistas y científicos sociales latinoamericanos, entre cuyos nombres podría mencionar a José Joaquín Brunner, Néstor García Canclini, Jesús Martín-Barbero, Roberto Follari, Norbert Lechner, Nelly Richard, Beatriz Sarlo y Daniel García Delgado, entre otros muchos.

Estos nuevos enfoques superan lo que podríamos llamar el “síndrome de las venas abiertas”, en tanto que el escrito ya no se coloca en investigar las causas estructurales del subdesarrollo a nivel de las relaciones económicas internacionales, es decir privilegiando los factores exógenos, sino que la atención se dirige hacia la forma como los procesos de modernización han sido asimilados y transformados en los “patios interiores” de la cultura[2].

Quisiera comenzar respondiendo a la pregunta por la necesidad y la pertinencia de una discusión sobre la posmodernidad en América Latina.

Casi todos los autores discutidos anteriormente coinciden en señalar  que un debate latinoamericano sobre la posmodernidad, u obedece a un interés extranjerizante por parte de élites alienadas que buscan estar “a la moda” de la discusión internacional, o es la expresión ideológica del “capitalismo tardío” en su actual fase de expansión planetaria.

En los dos casos, la crítica se basa en una misma presuposición: el desnivel económico-social entre las sociedades donde reina el hiperconsumo de bienes, y las sociedades latinoamericanas, marcadas por la pobreza, el analfabetismo y la violencia, haría imposible o sospechosa una transferencia de los contenidos teórico-críticos de la discusión[3].

La filósofa chilena Nelly Richard ha señalado, sin embargo, que este argumento se mantiene dentro de un esquema ilustrado que subordina los procesos culturales a los desarrollos económico-sociales. Si partimos, en cambio, de un esquema de análisis en el que los ámbitos de la cultura y la sociedad se relacionan asimétricamente, en una dialéctica no resuelta de contradicción y desfase, tendremos entonces que el cumplimiento estructural de las sociedades primer -mundistas no tendría que reproducirse en América Latina para que en ella aparezcan los registros culturales de la posmodernidad.

Estos habrían entrado en la escena latinoamericana por razones y circunstancias muy diferentes a las observadas en los países del “centro”, pues se remiten a una experiencia periférica de la modernidad.[4]

Por ello, tomar el modelo de desarrollo económico-social del primer mundo como garante referencial a partir del cual tendría o no sentido una discusión sobre la posmodernidad en América Latina, significa continuar atrapados en el eurocentrismo conceptual del cual pretenden librarse muchos de los autores arriba mencionados.

Pues de lo que se trata no es de imitar o transcribir un debate sobre la crisis de la modernidad en las sociedades europeas, sino de reflexionar sobre la manera como América Latina se ha apropiado de esa modernidad (y de esa crisis), viviéndolas de una manera diferente[5].

Nelly Richard resalta dos factores que, a su juicio. explicarían la reticencia de una parte de la intelectualidad latinoamericana al debate posmoderno. El primero es el trauma de la marca colonizadora, que hace que muchos intelectuales miren con desconfianza todo lo que viene de “afuera”, estableciendo una línea divisoria entre lo importado y lo “propio”, entre lo extranjero y lo nacional. El segundo factor tiene que ver con la crítica implícita del discurso posmoderno a los ideales heroicos de aquella generación que proclamó su fe latinoamericanista en la revolución y en el “hombre nuevo”[6].

No es extraño, entonces, que en lugar de sacar provecho de la crítica posmoderna al sistema dominante de la modernidad centrada, reintensionalizando  su significado desde una perspectiva  latinoamericana, buena parte de nuestros intelectuales hayan optado por mirar esta crítica como una nueva “ideología imperialista”.

Por fortuna, no son pocos los autores que han argumentado a favor de un interés latinoamericano en el debate posmoderno, a sabiendas de que allí se están tratando problemas de gran interés para un diagnóstico de la ambigüedad con que América Latina vivió siempre la modernidad.

Examinemos primero el diagnóstico del politólogo argentino Daniel García Delgado , para quien América Latina experimenta un tránsito de la “cultura holista” -vigente entre los años 40 y los 80- hacia la “cultura individualista” de los años 90[7].

La cultura holista era aquella que  definía “identidades amplias” basadas en la pertenencia a colectivos y solidaridades de “clase”, en el seno de una comunidad política en donde se destacaba la función integradora de la nación, el papel revolucionario de la cultura popular y la clase trabajadora, así como el papel de la justicia distributiva asegurada por el Estado.

La cultura neoindividualista, por el contrario, se caracteriza por una tendencia global a la formación de “identidades restringidas”, en donde se valora lo micro-grupal y lo privado. La identificación con lo “nacional”, que antes actuaba como elemento aglutinador y de reconocimiento, se disuelve frente al impulso de una cultura transnacional jalonada por los medios de comunicación. Esta pérdida de las certezas tradicionales obliga al individuo a replegarse en lo pequeño, en el ámbito donde puede controlar la formación de su propia identidad.

García Delgado nos dice que esta pérdida de las certezas tradicionales no se produce solamente debido a la quiebra del Estado nacional frente al “imperialismo económico” de los poderes transnacionales, sino que obedece, entre otras cosas, a la disolución de los antagonismos ideológicos vigentes durante todo el siglo XIX y parte del XX a raíz de las guerras civiles, y que fueron reforzados posteriormente con la guerra fría.

Si los anteriores procesos de integración posicionaban a los individuos y colectivos frente a “enemigos” tales como los conservadores, los liberales, la oligarquía, el imperialismo o el comunismo, que aglutinaban y daban sentido a la política de masas, esta modalidad pierde fuerza en la medida en que, desaparecidos los bloques ideológicos, la lógica del poder se vuelve cada vez más compleja y difusa.

Las “ideologías pesadas” dejan ya de funcionar como elementos de integración, abriendo paso a una cultura escéptica frente a los “grandes relatos”. La integración social se desplaza al  ámbito de las “ideologías livianas”, que ofrecen al individuo la oportunidad de ejercer protagonismo sobre su propia vida.

El culto del cuerpo mediante la práctica del deporte, el disfrute intenso de momentos y sensaciones a través de la música “Rock” o del consumo de, drogas, la cultura ecológica, la religiosidad privada de las sectas evangélicas, serían algunas de estas micro-prácticas.

Buscando las causas de este cambio de sensibilidad en América Latina, el sociólogo argentino Roberto Follari señala dos factores principales: en primer lugar, la brutalidad inusitada con que las dictaduras en el cono sur eliminaron las organizaciones políticas o las debilitaron, sembrando una huella inevitable de temor[8].

Esto ha hecho que se propague una fuerte descreencia en las posibilidades de un cambio estructural de la sociedad, pues de antemano se conoce el altísimo coste social que implicaría la intentona. El “ablandamiento” de las opiniones políticas resulta inevitable desde esta perspectiva, lo mismo que la adherencia a cualquier proyecto de “liberación integral”. El segundo factor mencionado por Follari es la falta de alternativas sociales[9].

La miseria de amplias capas de la población, la creciente restricción de los ingresos en los sectores medios, la corrupción de la clase política, todos estos factores desembocan en una cultura de la inmediatez en donde lo importante es aprender a sobrevivir hoy, que mañana ya veremos lo que ocurre.

Amplios sectores de la población se han visto obligados en los últimos años a sobrevivir mediante la economía informal, quedando de este modo sin protección ni representación social, librados enteramente a su suerte. El presente se convierte así en el horizonte único de significación, por falta de un proyecto futuro.

En estas condiciones no resulta extraño que se haya propagado en América Latina una sensibilidad pesimista que, a diferencia de lo que piensan algunos, no nos viene desde “afuera”, a la manera de un producto importado por las élites intelectuales, sino que surge desde adentro como resultado de una larga decantación histórica: la experiencia de haber convivido durante 500 años con el retraso socio-económico, con el autoritarismo y con la desigualdad en todos los niveles de la vida cotidiana, sin que ningún proyecto político haya sido hasta el momento capaz de evitarlo.

Las promesas de reforma económica y de justicia social, que desde los días de la independencia han enarbolado todos los partidos políticos, han fracasado rotundamente en América Latina; y este fracaso hace parte ya de la memoria colectiva, de tal manera que a la gran mayoría de la población le es indiferente cualquier oferta política de hacer realidad el orden prometido.

Vivimos, entonces, una creciente pérdida de confianza en las instituciones políticas y en la efectividad de la participación en el espacio público, lo cual, como dijimos, conduce a la búsqueda de la realización personal en el ámbito de lo privado.

Un ejemplo de este desencanto es la fuerte oposición al mesianismo de los movimientos revolucionarios en las décadas anteriores. Si la izquierda revolucionaria se orientaba a identificar la utopía de la igualdad con elfuturo posible, la tendencia en este momento, como bien lo muestra el sociólogo chileno Norbert Lechner, es “descargar” la política de todo elemento redencionista, despojándola de cualquier motivación ético-religiosa[10].

Es decir, frente a una visión heroica de la política y un enfoque mesiánico del futuro, se replantea ahora la política como “arte de lo posible”. El resultado es, entonces, un desencanto político, en el sentido de que se reacciona contra una serie de ilusiones creadas por la llamada “inflación ideológica” de los años sesenta. Lo importante ahora no es “romper con el sistema” sino reformarlo desde adentro, y ello mediante el restablecimiento de la política como espacio de negociación.

Esta des-heroización implica también que la política ya no se entiende más como una actividad orientada por ideales racionales, sino que se ha convertido en un espectáculo montado por los mass media. El factor  decisivo para que un candidato o un partido accedan al poder ya no es la racionalidad de sus ideales políticos, sino la habilidad para crear una realidad ficticia, haciéndola pasar por verdadera.

El estilo, la gesticulación, el tono de la voz, en una palabra: el “carisma” de un candidato presidencial, es “producido” según criterios estético-publicitarios, de tal manera que pueda ser “vendido” con éxito en el mercado de imágenes. La argentina Beatriz Sarlo menciona el caso de las elecciones presidenciales en el Perú, en donde tanto Fujimori como Vargas Llosa se presentaron ante el público utilizando imágenes cuidadosamente diseñadas[11].

Fujimori aparece vestido de karateca, con un kimono blanco ajustado a la cintura, en el acto de partir un ladrillo con el canto de su mano derecha. Vargas Llosa aparece visitando una villa miseria, saludando conmovido a personas aindiadas y mal vestidas. En ambos casos se produce una sustitución del discurso político por una escenografía construida para la contemplación de los mass-media, en la que los candidatos buscan parecer lo que no son. Fujimori no quiere ser asociado con clase política peruana, y para no parecerse a un político se disfraza de karateca.

Vargas Llosa, por su parte, quiere parecerse a un intelectual cuyos principios morales lo impulsan a identificarse con el sufrimiento de los más pobres. El manifiesto político queda integrado, de este modo, en una hiperrealidad simbólica en la que la imagen ya no hace referencia a realidad alguna, sino que es un producto comercializable de carácter autorreferencial.

La política deviene en simulacro, en imagen de imágenes cuya única realidad es la de un mundo ocupado por la retórica de los medios electrónicos.

Esta influencia ejercida en el imaginario social latinoamericano por los medios de comunicación ha sido uno de los temas abordados con más frecuencia por las ciencias sociales en los últimos años.

Ciertamente no se trata de un interés gratuito: si hasta los años cincuenta las identidades personales y colectivas en América Latina se formaban todavía según modelos tradicionales de socialización, con la popularización de los mass media esta situación ha cambiado radicalmente.

La televisión, el cine, la radio y el video conllevan el descubrimiento de otras realidades sociales, de numerosos juegos de lenguaje y, con ello, la relativización de la propia cultura.

El sociólogo chileno José Joaquín Brunner opina que los mass media han conformado en América Latina una hiperrealidad simbólica, en donde los significantes ya no remiten a significados sino a significantes desterritorializados[12].

Esto implica que la socialización del individuo se remite en gran parte a criterios y pautas transnacionales de comportamiento, todo ello a costa de un distanciamiento crítico frente a la propia tradición cultural.

La cultura de masas promueve la disolución de certezas tradicionales que antes funcionaban como garantes de la integración social, conformando así una escena compleja en donde conviven lo nacional y lo transnacional.

Profundizando sobre este fenómeno del desencanto de la tradición, Brunner señala una consecuencia de la modernización que no fue siquiera pensada por los teóricos de la dependencia: la escolarización masiva en América Latina.

A partir de la modernización del sistema escolar, los sectores subalternos quedan sometidos a una nueva dinámica: son desarraigados del medio cultural tradicional y sometidos a una socialización intensiva y sistemática a través de la escuela. El ámbito primario de socialización se traslada de la familia a la institución escolar, encargada ahora de introyectar una disciplina corporal y mental que capacite al individuo para asumir un papel específico en la sociedad.

La escuela transmite una concepción moderna del mundo, cuya base descansa en las tradiciones humanistas de Occidente y en el modelo científico de concebir los procesos naturales. Todo esto implica, nos dice Brunner, que la distinción entre cultura “alta” y cultura “popular” tiende a desaparecer en Latinoamérica.

La cultura popular, entendida como universo simbólico que transmite el acervo religioso, moral y cognitivo del pueblo, ya no puede resistir más el avance de la escolarización, de la industria cultural y de los medios de comunicación. Las formas de cultura popular que resistan lo harán cada vez más bajo la modalidad del “folclor”, que ya no permanece impoluto sino que es modificado por el mercado internacional de imágenes y símbolos.

A esto se suma el hecho de que la llamada “educación formal” es considerada como una fuente de prestigio social, de tal manera que aprender la lengua y el saber oficial de la escuela incrementa la seguridad del indígena y el campesino, aumentando sus horizontes de posibilidad.[13]

Llegados a este punto se hace preciso aclarar que diagnosticar un “desencanto” político y cultural en América Latina no significa estimular el abandono de la lucha política en aras de asumir formas de vida nihilistas, como pretenden los detractores de la posmodernidad.

No olvidemos que no es el hartazgo del consumo ni la deshumanización resultante del desarrollo científico-técnico lo que entre nosotros ha desembocado en el escepticismo del que venimos hablando, sino el fracaso de todos los proyectos de transformación social afiliados a una concepción iluminista del mundo.

No se trata, por ello, de un desencanto “ontológico”, sino que está definido por relación a una cierta forma de entender la política y el ejercicio del poder. De ahí la conformación de nuevas formas organizadas de lucha que procuran redefinir su participación en el espacio público.

El sociólogo colombiano Orlando Fals Borda es uno de los teóricos latinoamericanos que mejor ha venido trabajando el tema de los Nuevos Movimientos Sociales (NMS)[14]. Se trata de organizaciones ciudadanas en busca de un poder alterno que les permita decidir autónomamente sobre  formas de vida y de trabajo que respondan a sus necesidades más personales. 

En ellos,  nos dice Fals Borda,  se observa una desconfianza casi  total en lo político-formal. Miran con recelo a las instituciones definidas  según los modelos expuestos por los filósofos ilustrados del siglo XVIII:  el Estado-nación, los partidos políticos, la democracia representativa, el  sistema  económico  internacional,  la  legalidad  del  poder  público,  etc.

Procuran, por ello, la construcción de un espacio público en donde se puedan ensayar formas autogestionarias de economía, expresiones de federalismo libertario y democracia directa, salida de la mujer a la escena pública,  eliminación  de  la  división  sexual  del  trabajo  y  otras  formas  alternativas de participación política[15]

Al orden del día se encuentra la  tarea de sustituir las redes  verticales  del poder político -que se mueven jerárquicamente de arriba hacia abajo- por redes transversales orientadas según valores pluralistas y policlasistas.

En una palabra, los NMS representan una  descentralización del poder político, en el sentido de que las  soluciones a problemas concretos no son dictadas desde algún tipo de instancia “central”, sino que se apoyan en decisiones tomadas al interior de pequeñas agrupaciones ciudadanas.

Este rápido sondeo de las más recientes propuestas teóricas del sub- continente nos permite alcanzar por lo menos dos conclusiones:  una, que  la postmodernidad  es  un  “estado  de ánimo” profundamente  arraigado  entre nosotros, si bien por causas  diferentes a la manera como este  mismo fenómeno  se presenta en los países centro-occidentales.

Esto bastaría ya  para hacernos cargo (al menos en parte) de la opinión simplista según la  cual, la postmodernidad sería una “ideología del capitalismo avanzado”  adoptada en América Latina por intelectuales alienados de su propia realidad cultural.

Esto significa, en segundo lugar, que la posmodernidad no  viene de la mano con el neoliberalismo, pues una cosa es el desencanto  que se da en el  nivel del mundo de la vida, y otra muy distinta es la tendencia  homogenizadora  de  una  racionalidad  sistémica  y  tecnocrática,  como la que representada el neoliberalismo.

La posmodemidad no puede ser  equiparada  sin  más  con  el  despliegue  de  la  “razón  instrumental”,  como pretende Hinkelammert, ya que ella expresa precisamente una actitud de profunda desconfianza frente a los proyectos de modernización  burocrática.

Como bien lo ha mostrado Martín Hopenhayn, el desencanto posmoderno no es el correlativo ideológico de una ofensiva transnacional  neoliberal  (bajo el lema del “anything goes”), sino la expresión de una apertura cultural en donde los sujetos sociales constituyen identidades que ya no son determinadas por la hipertrofia estatal y el gigantismo del  sector público[16].


[1] Cuando hablo de la posmodernidad como “estado de la cultura” me refiero a la manera no ilustrada como viene siendo experimentada la modernidad en América Latina a partir de los años sesenta.

[2] Para un estudio sobre el desarrollo de los estudios culturales en América Latina, cf. C. Rincón,

“Die neue Kulturtheorien: Vor-Geschichten und Bestandsaufnahme”. en: B. Scharlau (ed.),

Lateinamerika denken. Kulturtheoretisct~eGrenzgarrge zwisr-tien Moderrze urrd Postmoderne,

Tübingen, Gunier Narr Verlag, 1994, pp. 1-35. Véase también W. Rowe / V. Schelling,

Memory and Modern Popular culture in Latin America, London. Verso. 1991

[3] La teórica puertoriqueña Iris M. Zavala sintetiza muy bien este argumento, al asociar directamente la posmodernidad con el mundo hipertecnologizado y consumista de las “sociedades post-industriales”, recurriendo al análisis de Daniel Bell. A partir de estas premisas, la conclusión lógica es que el concepto de posmodernidad no es transferible al contexto cultural latinoamericano, en donde el capitalismo se encuentra todavía en una “etapa inferior de desarrollo”. Para Zavala, como para Habermas, la modernidad sigue siendo un proyecto “inacabado” en América Latina. cf. I.M. Zavala, “On the (Mis-)uses of the Post-modern: Hispanic Modernism Revisited”, en T. DHaen / H. Bertend (eds.), Postmodern Ficrion in Eurupe nnd

the Amerir-us, Amsterdam. Rodopi, 1899, pp. .83- 133

[4] N. Richard, “Latinoamérica y la postmodernidad”, en H. Herlinghaus 1 M. Walter (eds.), Postmodernidad en la periferia. Enfoques latinoamericanos de la nueva teoría cultural, Berlín. Langer Verlag, 1994, pp. 210-222.

[5] Como bien lo muestra el teórico colombiano Carlos Rincón, esta diferencia radica en que la modernidad se ha vivido en Latinoamérica como una interacción simultánea de lo no simultáneo, y no como la experiencia gradual de un desarrollo económico-social. cf. C. Rincón, La no simultaneidad de lo simultaneo.  Posmodernidad, globalización y culturas en América Latina, Bogotá, EUN. 1995. Para un comentario al libro de Rincón. véase E von der Walde. “La alegría de leer: Ficciones latinoamericanas y el debate posmoderno”, en dissens 2 (1995), pp. 103-110.

[6] N. Richard. op.cit., p. 212.

[7] Ibid., pp.  126-129.

[8] R. Follari, Modernidad y posmodernidad: una crítica desde América Latina, Buenos Aires, Rei, 1991, p. 146.

[9] Ibid., p. 115. c

[10] N. Lechner, “La democratización en el contexto de una cultura posmoderna”, en: id., Los patios

interiores de la democracia, Santiago, F.C.E., 1990, pp. 103-118.

[11] B. Sarlo, “Basuras culturales, simulacros políticos”, en: H. Herlinghaus / M. Walter (eds.),

Postmodernidad en la perlferia, pp. 223-232. Véase también B. Sarlo, Escenas de la vida

posmoderna. Intelectuales, arte y videoculrura en Argentina, Buenos Aires, Ariel, 1994, pp.

89-93

[12] J . J . Brunner, “Un espejo trizado”, en: id., América Latina: Cultura y modernidad, México, Editorial Grijalbo, 1992, pp. 15-72

[13] Id., “Cultura popular, industria cultural y modernidad, en op.cit., pp. 135.161

[14] 0. Fals Borda, “El nuevo despertar de los Movimientos Sociales”, en id., Ciencia propia y colonialismo intelectual. Los nuevos rumbos, Bogotá, Carlos Valencia Editores, 1987, pp. 13 1-152 (tercera edición revisada). Para un estudio general sobre los NMS en Latinoamérica, véase 1. Scherer-Warren / P.J. Krinschke (eds.), U m a revolucoo no cotidiano? Os riorso.\ muvimentos iociais n a America do Sul, Sao Paulo, Editora Brasiliense, 1987.

[15] Sobre  la  desprivatización  del  sujeto femenino  en  Latinoamérica  a  través  de  los  Nuevos

Movimientos Sociales, véase: J. Franco,  “Going Public: Reinhabiting the prívate”, en G.  Yúdicc / i. Franco / J. Florez,  On Edge: The crisis of contemporary Latín American culture,  Minncapolis, University of Minessota Press, 1992, pp. 65-83. Véase también J.S. Jaqucttc  (ed.),  The  Women’s  Movements  in  Latín  America:  Feminism  and  the  Transition  to Democracy , Boston, Unwin Hyman, 1989.

[16] M.  Hopenhayn,  “Postmodernism und  Neoliberalism in Latin America*’, en J.  Beverly / J.  Oviedo / M. Aronna (eds.),  The Postmodernism Debate tn Latin America, Durham  I  London.  Duke University Press,  1995, pp. 93-109. Véase también M. Hopenhayn,  Ni apocalípticos ni integrados. Aventuras de la modernidad en América Latina,  Santiago, F.C.E.,  1994. )