La participación de afrodescendientes de Atiquizaya en el levantamiento de 1932. Wolfgang Effenberger López. 2015

Introducción: Entre etnografía, historia oral y novela testimonial. Otros enfoques sobre el levantamiento de 1932

Existen diversas explicaciones y discusiones sobre las causas del levantamiento de 1932, las motivaciones e identidades de los actores, consecuencias de la matanza y su respectiva construcción memorial (Lindo Fuentes, 2004: 287-316; Gregorio López, 2007:187-220).

A partir de los acontecimientos mismos dominaba la  suposición  que  atribuía  al  Partido  Comunista  y  otras  organizaciones  marxistas  el  papel  clave  en  la  organización y ejecución del levantamiento (Pérez Brignoli, 2001:19; Lindo-Fuentes et al., 2007:23-24; Tilley, 2005:137-168, Ching et al., 2007: 35-40).

Es a partir de los años noventa que diversos enfoques cuestionan este planteamiento e identifican que en el trasfondo de la insurrección se encuentran más bien razones de características étnicas (Brignoli, 2001; Suter, 1996; Ching, 2007; Tilley, 2005).

Desde  la  perspectiva  de  una  insurrección  indígena,  las  causas  apuntan  hacia  un  conflicto  intenso  sobre  el acceso al poder económico y político local entre indígenas y ladinos, aunadas a cambios sociales que resultaron en la proletarización de los indígenas y la emergencia de un clima represivo y el rechazo político por parte de los indígenas de los españoles y ladinos como invasores y usurpadores.

Así el levantamiento se  inserta  a  la  tradición  insurreccional  indígena  a  lo  largo  del  siglo  19  (Ching,  2007:  91;  Tilley,  2005:131-140).  Al  lado  de  los  indígenas  también  se  rebelaron  ladinos;  sin  embargo  se  visualiza  un  conflicto  cultural  entre estos dos grupos heterogéneos como detonador de la insurrección. Esta configuración abre muchas preguntas en relación a la identidad y motivaciones de los “ladinos” levantados.

Este artículo se aproxima en  reconstruir  la  identidad  de  los  insurgentes  “no-indígenas”  y  vislumbrar  sus  motivaciones  y  contextos  de  vida.  En  específico  para  tal  reconstrucción  es  importante  tomar  en  cuenta  que  desde  la  época  colonial  documentos  de  diversas  instituciones  subsumen  bajo  el  término  identitario  “ladino”  a  grupos  y  sujetos  de  descendencia africana (Gudmundson; Lindo Fuentes, 1995:123; Lauria Santiago, 1999:18).

A pesar de que para  1916,  todavía  en  enciclopedias  guatemaltecas  se  explica  de  una  manera  racista  que  los  ladinos  resultaron  de  un  triple  mestizaje  que  incluía  lo  africano  (Lokken,  2000:  4),  varios  otros  textos  utilizan  a  partir  del  siglo  19  “ladino”  como  sinónimo  de  mestizo  en  su  dimensión  bi-étnica  hispano  e  indígena,  y  hasta  denominación  equivalente  para  blanco  (Gould,  2003:  367). 

El  término  ladino  se  convirtió  así  a  lo  que  la  teórica poscolonial hindú, Gayarti Spivak, llamó “poderosas denominaciones”, que congela, como veremos más adelante, la existencia de heterogéneas subjetividades, múltiples prácticas de diferenciación étnica y situaciones socioeconómicas (Castro Varela; Dhawan, 2003:67).

Lo  homogeneización  de  lo  heterogéneo  está  relacionado  a  la  doble  configuración  de  la  ideología  del  mestizaje como “ideología inclusiva de exclusión” y proyecto de construcción de nación que se manifestó en diversas variantes (Díaz Arias, 2006:59).

Por un lado en forma idealizada intelectuales, políticos, artesanos valorizaban “lo indígena” como símbolo de la nación, por otro lado se ejercen políticas integracionistas de “desindigenización cultural” para la solución del problema indígena (Gould; Lauria Santiago, 2005:291) hasta la legitimización a nivel simbólico y epistemológico del etnocidio de 1932 (Baldovinos, 2006).

A  pesar  de  la  visión  y  práctica  homogeneizadora,  la  valorización  de  lo  autóctono  culmina  también  en  críticas  sociales  sobre  la  situación  del  pueblo  indígena  y  resistencias  culturales  que  facilitan  proyectos  políticos interétnicos.

En cuanto a lo africano dentro del discurso y práctica de mestizaje se percibe a la par de  la  “desindigenizacion”,  la  visión  de  la  “desaparición”  vía  mestizaje  de  poblaciones  afrodescendientes  en  El  Salvador  a  partir  de  la  época  colonial  y  subsiguiente  la  negación  de  población  de  origen  africano  en  El  Salvador  hasta  hoy  en  día

En  la  construcción  oficial  de  la  identidad  nacional,  lo  negro,  lo  africano  al  contrario  de  representaciones  de  “lo  indígena”  nunca  jugó  un  papel  importante.  Sin  embargo  es  justo  la visión homogeneizador de la ideología del mestizaje sin mayores diferencias étnicas y con la ausencia de  población  afrocolonial  que  se  ha  cambiado  por  medio  de  investigaciones  que  desaprobaron  obras  monumentales  y  metanarrativas  de  la  nación  mestiza  indohispana  como  “La  población  de  El  Salvador”  (1942) de Rodolfo Barón Castro (Lokken, 2003 ; Loucel, 2006).

Ese cambio en la comprensión del pasado implica una revisión del presente y los procesos que llegaron a formar la actualidad. En otras palabras lejos de desaparecer, por medio de la historia oral y textos literarios, desde múltiples miradas, se visibilizan pueblos afrodescendientes en El Salvador que han sido excluidos de las narrativas e imaginarios oficiales de la nación.

Así que por medio del análisis textual se aporta a la reconstrucción de las historias de afrosalvadoreñas a principios del siglo 20.

El  punto  de  partida  son  voces  indígenas  que  se  complementan  con  una  variedad  de  relatos  sobre  la  presencia  africana  en  el  departamento  de  Ahuachapán.  La  elaboración  de  una  breve  etnohistoria  local enmarca  el  análisis  de  la  fuente  clave  para  la  reconstrucción  de  afrodescendientes  en  la  insurrección,  la  novela  “Cafetos  en  Flor”  del  escritor  salvadoreño  Miguel  Ángel  Ibarra  publicado  en  1947  en  México

Interpretamos la novela con un doble enfoque por un lado percibimos el texto literario como documento etnográfica y por otro lado como fuente que nos posibilita nuevos enfoques sobre los sucesos de 1932. En cuanto al primer aspecto cabe de mencionar que la preocupación etnográfica o antropológica “para decir el otro” como diría la crítica literaria puertorriqueña Mercedes López-Baralt (2005) se origina por los contextos sociohistórico en el cual surgió la literatura latinoamericana.

La relación en la literatura entre la mismidad y otredad es múltiple. Existen tanto textos literarios que producen violencias epistemológicas en la construcción de la otredad que anticipan y legitiman proyectos coloniales y físicas-militares, como escritos que reconstruyen voces y epistemologías culturales alternativas y diferentes, excluidas en enunciaciones anteriores.

Sí a finales del siglo 19 las artes literarias construyen influenciado por el positivismo imágenes estereotipados y ambivalentes de indígenas como inferiores, retrasados, sin embargo al mismo tiempo componente de “la diferencia cultural nacional, el imperativo de diferencia cultural que, paradójicamente, reclama la lógica homogeneizadora de la modernidad” (Baldovinos, 2012 : 143), es la novela regionalista, impregnado de múltiples evocaciones del mestizaje hispanoamericano, que comienza a  apreciar,  sin  embargo  igual  como  herramienta  cultural  y  política  para  la  búsqueda  de  una  identidad  propia colectiva y a veces con similar grados de distorsión en la representación del otro que los discursos decimonónicos, voces de indígenas y afrodescendientes, los cuales han sido caracterizados como los otros y marginados de muchas naciones latinoamericanas (Wade, 2000: 48).

En  El  Salvador  durante  el  Martinato  1932-1944  se  promueve  el  indigenismo  y  regionalismo  en  la  literatura  y  pintura  para  “formar  un  nacionalismo  que  exalte  al  indígena  y  el  paisaje  “(Lara  Martínez,  2011:118),  construyendo una imagen de indígenas rodeadas de un mundo onírico y espiritual, en el cual se repercuten planteamientos teosóficas, sin protesta política en la vida real (Lara Martínez, 2011: 97,112-115).

Sin embargo al contrario existen también novelas regionalistas de los años 40, que tematizan la “explotación económica, sumisión política y sexualidad” y revelan en lo simbólico que la nacionalidad salvadoreña, como dialogo y proyecto común de nación, era incapaz de erigir alianzas interétnicas y sociales (Lara Martínez, 2009:60-62).

Retomando la vocación antropológica-etnográfica de la literatura latinoamericana y la articulación entre el regionalismo criollo, el realismo crítico y la narrativa social, lo que nos interesa específicamente en la novela

“Cafetos en Flor” son los momentos etnográficos que narran la vida de afrodescendientes en El Salvador, enfoque que corresponde al mismo proyecto literario del escritor Ibarra que apertura la novela en el primer capítulo con una etnografía de un pueblo del occidente de El Salvador, para establecer el marco general de  los  sucesos  al  contar.  Además  de  esa  preocupación  etnográfica  realizamos  una  comparación  entre  la novela y los últimos aportes críticos sobre el levantamiento de 32.

Se indagará “la verdad de la ficción” como lo ha planteado Rafael Lara Martínez al reconstruir la historia intelectual del genocidio, sin embargo no para postular el rescate del “impacto perceptivo (…) que el acontecer histórico imprime en la conciencia de quienes lo viven de cerca (…)” (Lara Martínez, 2009: 20), sino al enfocarnos al texto como una novela testimonial. Sin olvidar los desafíos de las políticas de memoria al tejer un texto (Lindo-Fuentes, Ching, Lara Martínez; et. al. 2007; Lara Martínez, 2007), postulamos cierta “referencialidad “entre texto y hecho, sin caer en la creencia de una función mimética absoluta.

No obstante la relación entre ficción y facticidad de la novela testimonial se puede reconocer al analizar y mirar a otras fuentes y reconstrucciones de la época, así una metodología comparativa es imprescindible. De gran utilidad es la comparación entre Cafetos en Flor y la investigación “1932: Rebelión en la Oscuridad” de Jeffrey L. Gould y Aldo Lauria-Santiago (2008).

En  general,  partimos  de  la  explicación  que  “ladinos”  que  incluye,  según  nuestra  interpretación,  a  afrodescendientes, quienes al lado de los indígenas experimentaron las mismas precariedades, abolición de tierras comunales, privatización y subsiguiente concentración de tierras (Lindo-Fuentes; et al., 2007: 26).

El  escritor  o  el  protagonista  desde  una  mirada  crítica  se  convierten  en  observadores  y  descriptores  de  su  entorno,  para  así  demandar  a  la  sociedad,  y  plantear  la  resolución  de  conflictos  sobre  poderes,  tierras,   ideologías,  por  medio  de  la  transformación  marxista-leninista  y  estalinista  de  la  sociedad.  Sin  embargo  el  marxismo que contempla Miguel Ángel Ibarra reconoce a su manera la diversidad étnica del occidente de El Salvador.

Ciertos  mulatos  en  el  levantamiento  de  1932,  los  Panunes  y  memorias  de  Guinea:  hacia una etnohistoria afro-atiquizayence

Entre  1999  y  2001,  Jeffrey  Gould  y  Santiago  Consalvi  realizaron  entrevistas  con  sobrevivientes  o  hijos  de  sobrevivientes  de  la  matanza  del  32  (Gould;  Lauria  Santiago,  2008:32).  Entre  las  entrevistas  destacan  las  que se realizaron con los indígenas Alberto Shul y Andrés Pérez del pueblo Nahuizalco. Ellos relatan que en el contexto del trabajo organizativo del Socorro Rojo Internacional (SRI) en 1931 aparecieron “mulatos[1]” de Atiquizaya y Turín en el pueblo y que fueron ellos que saquearon el pueblo y quemaron la alcaldía durante la insurrección.

Comenta Andrés Pérez: “Luego, los mulatos se involucraron. Luego un día los mulatos forzaron las puertas e irrumpieron en los almacenes más grandes de Nahuizalco (…) luego los militares dijeron que los comunistas y los indígenas eran culpables del saqueo. Y mataron a los indígenas.” (Gould; Lauria- Santiago, 2005:317).

Para los investigadores, ese fragmento narrativo sobre los sucesos de 1932 contiene dos aspectos importantes:  1)  En  el  relato  se  omite  cualquier  involucramiento  indígena,  son  exclusivamente  los  mulatos  los responsables de haber perpetrado el levantamiento. El olvido de la participación indígena se explican los  investigadores  Jeffrey  Gould  y  Lauria  Santiago  por  medio  de  la  influencia  del  poder  y  discurso  militar  después de la matanza que condicionó la memoria en cuanto a la participación. 2) La ausencia de actores indígenas  dejó  también  en  el  olvido  las  alianzas  interétnicas  entre  los  mismo  indígenas  y  “mulatos”  para  el  levantamiento  (Gould;  Lauria  Santiago,  2008:  XVIII,  313-315).   

Ahora  bien,  el  significado  de  la  palabra   “mulata” es polisémico y existen estudios que evidencian el uso sinonímico de las denominaciones “mestizos”  y “mulatos”. Así el significado solo será comprendido después de una documentación y problematización  de la información primaria (Forbes, 1993).

Según los investigadores, Gould y Lauria Santiago, la palabra “mulato” denomina por un lado “a todos los ladinos, sin importar el fenotipo” (2008:174) y por otro lado describe “gente con características fenotípicamente mulatas”  (Gould,  Lauria  Santiago,  2008:230).  Agregan  que  “desde  la  época  colonial,  los  indígenas  a  lo  largo  de  Centroamérica  han  usado  el  término  mulato  como  epíteto  para  sustituir  el  término  más  neutral  de “ladino”, destacando el color no “blanco” de sus adversarios como su desprecio por la gente de origen  africano” (Gould; Lauria- Santiago, 2005: 316-317)[2]. Para confirmar el origen africano de los “mulatos” Gould y Lauria Santiago citan los comentarios del misionero Paulino Antonio Conte que estuvo en los años 20 en El Salvador y ha conocido una tradición oral según la cual los negros de Atiquizaya huyeron desde Guatemala  a  El  Salvador  y  que  luego  fundaron  el  pueblo  (Gould;  Lauria  Santiago,  2008:176).  Conte  añade  que  las  tradiciones y el fenotipo de los pueblerinos correspondan a esa leyenda de la tradición oral (Gould; Lauria Santiago, 2008:176).

Sin embargo en Atiquizaya en el departamento de Ahuachapán existen otras versiones acerca  de  las  migraciones  de  afrodescendientes  hacia  el  lugar  que  vinculan  la  historia  del  pueblo  a  la  diáspora africana. En la actualidad a los afrodescendientes en Atiquizaya se les llama panunes, palabra que según mi interpretación es un etnónimo, y así uno de los pocos residuos lingüísticos africanos que operan como adscripción identitaria local.

En una entrevista Oscar Rodríguez Vega, Atiquizaya, 20-06-2006, este explicó lo siguiente: “Aquí hubo esclavos que trajeron para el cultivo de caña, añil, maguey y todo volado agrícola, en eso trajeron gentes de la parte de norte de honduras, de Jamaica, de Livingston y toda esa zona, va (…) entonces estos negros quedaban asentado ahí, pero como él, los que llevaba o quien los traía, quien sabe que le paso, empezó armarse la raza, a, a de mezclarse, todavía hay asentamiento de gente que labios gruesos, prietos verdad todos (…) los panunes vinieron casi de la costa norte de Honduras, pero es una flota que dependían tanto de Jamaica, de Livingston, de parte de norte de Honduras  y quién sabe si no descendientes africanos (…) “.

También en la inédita “Monografía de Atiquizaya” del año 2007 la directora de la Casa de la Cultura, Glórida Alma Cristales de  Hernández,  comenta  que  “(…)  el  rasgo  etnográfico  que  más  sobresale  en  Atiquizaya  es  el  mestizaje,  todavía existen descendientes de los panunes, éstas son las personas de color de piel moreno cobrizo, pelo crespo “(2007: 35).

En la historia oral del pueblo, los panunes al parecer están implícitamente relacionados con la diáspora africana, aunque existen otros textos que vinculan a los panunes con etnias indígenas.

Los panunes también se mencionan brevemente en textos de la historia oficial. En la “Historia de El Salvador” de 1914 de Santiago I. Barberena, el investigador explica que en la primera mitad del siglo 17, el hacendado Bartolomé de Molina “trajo de Honduras una colonia de trabajadores, que fueron designados con el nombre panunes” (Barberena, 1914:92). Lardé y Larín añade en otro texto que los panunes fueron “un gran número de colonos sambos (sic)” (Lardé, 1957: 69).

Barberena relaciona la palabra “panune” con el idioma Náhuatl, que se deriva de “panuni“ o “panoni“, “extranjero” , sin embargo, además explica que podría ser también originario de la lengua Sumo en la cual “pannún” significa “árbol” (Barberena, 1914: 92). Así Barberena asocia los panunes con un origen indígena.

Sin embargo, por un lado a la luz de la connotación africana de la palabra “zambo” que p.ej. para el cronista Oviedo significaba “(…) nombre de negro de Guinea “(Oviedo in Lehmann, 1920: 467) y por otro lado que el origen de la información proviene con gran probabilidad de una fuente colonial, por consiguiente tenemos que considerar la arbitrariedad ortográfica que existía en esa época. De tal manera que panunes también se podría referir a banunes, vanunes o bañunes. Al aplicar esa traducción encontramos diversas fuentes que menciona una etnia esclavizada en la región.

El  historiador  Paul  Lokken  en  sus  investigaciones  coloniales  identifica  alrededor  de  1630  a  africanos  esclavizados que trabajaron en una producción de anís e ingenio de azúcar. El documento menciona que  de 66 trabajadores, 5 pertenecían a la etnia “Vañon (Bañon)” (Lokken, 2003a: 3-4). También el padre jesuita Alonso de Sandoval anota en 1627 en su valioso estudio sobre los africanos en Cartagena de las Indias, un puerto importante para el tráfico de esclavos en la región, expone que algunos esclavizados pertenecían a  la  etnia  “banunes”  (Sandoval,  1956:  15;  Pavy,  1967:  36;  46). 

Según  Sandoval  los  banunes  vivieron  a  lo  largo  del  rio  Casamance  y  Gambia.  Ambos  se  encuentran  en  la  región  Senegambia  y  partes  de  actual  Guinea-Bissau (Sandoval, 1956: 15). Estos fragmentos deconstruyen el mito del mestizaje de la desaparición afrodescendiente en El Salvador, más bien se reconocen continuidades de comunidades de origen africano desde la época colonial hasta el siglo 20.

Las miradas de los indígenas sobre el origen étnico-racial de los “mulatos” corresponden a la historia local del pueblo Atiquizaya, además los testimonios de Shul y Pérez al denominar a los “ladinos” como “mulatos”, no reproducen los discursos y políticas de identidad de blanqueamiento que se ejercen en las “ciudades letradas o  espacios  letrados  de  poder”  que  negaban  una  población  de  descendencia  africana  o  cuyos  voces  e  historias no fueron otorgadas una importancia para la construcción de la identidad nacional en el siglo 20 de  El Salvador.

Con este breve ejemplo se reconoce a partir de las diversas miradas la relevancia y diferencia en hablar sobre “ladinos” de Atiquizaya que participaron en levantamiento, como sucede mayoritariamente

en la literatura del 32, o si se habla entre de los grupos insurgentes, de afrodescendientes nombrados en la  época  en  cuestión  por  su  propio  entorno  como  “negros”  o  “mulatos”.

Así  el  reto  de  “desladinizar”  las  fuentes ladinizadas y la comparación de heterogéneas fuentes permite (re)construir otra perspectiva hacia la etnicidad de localidades en el occidente de El Salvador. La memoria de los miembros de la comunidad nahua pipil abrió la posibilidad de recordar la africanidad de un pueblo salvadoreño, al mismo tiempo el recuerdo conlleva el olvido de proyectos comunes de nación y resistencia. No obstante lo que la historia oral omite, al parecer atesoran textos literarios.

Etnografías imaginaria I [3] : Jorge “el negro” y Cafetos en Flor (1947), una novela olvidada en El Salvador

Junto  a  las  voces  y  miradas  de  los  Nahua-Pipil  Alberto  Shul  y  Andrés  Pérez,  al  canon  de  textos  literarios  e  historiografías sobre 1932, se agrega la novela “Cafetos en Flor” (1947) de Miguel Ángel Ibarra. Todavía se sabe poco sobre la vida del escritor. Pero según una entrevista con Marco Antonio Cortés Toledo en Atiquizaya en el año 2007, Miguel Ángel Ibarra era del lugar y fue fundador del Partido Comunista de la localidad, pero después de la matanza se fue a vivir a México.

Estos datos corresponden con el relato, igual como el escritor de la novela, el protagonista después de la revuelta abandona el país y se va a México. Además hay otros breves momentos que muestran cierta confusión entre el nombre del protagonista y del autor (Ibarra 1947: 231). Por ende se deduce que el autor Miguel Ángel Ibarra participó en la organización del levantamiento.

Aparte de la particularidad de ser el primer texto literario de carácter testimonial de un activista, y a la luz de la escasez de fuentes primarias que permiten reconstruir las motivaciones e ideas de los participantes (Brignoli, 2001: 28, 37; Lindo-Fuentes et. al., 2007:198) es sorprendente que en las últimas publicaciones sobre el 32, la novela no fue incluida en el cuerpo analítico, lo que provoca denominarla una “novela olvidada del 32”.

La única referencia que se encontró es un pie de nota en el libro “«El fascismo en un país dependiente: la dictadura del General Maximiliano Hernández Martínez” del dirigente comunista Raúl Padilla Vela (1987:72).

A la par, la novela conlleva otro aspecto excepcional: en vista de la relación novela-historiografía literaria y la creación de imaginarios colectivos, el texto nos abre una vía para (re)imaginar la nación a través de la lectura de un testimonio semificticio del representante de un grupo excluido de los proyectos de la nación.

La  novela  “Cafetos  en  flor”  narra  la  vida  de  un  activista  sindical  afrodescendiente  de  Atiquizaya.  De  este  modo el texto visualiza, al contrario del mestizaje homogéneo, una visión pluriétnica del occidente del país a  principios  del  siglo  XX.  En  18  capítulos,  abarcando  los  años  entre  1902  y  1932,  Ibarra  narra  la  niñez  y  juventud de Jorge Ibañez las que se desarrollan sumergidas en una cultura de violencia y militarista. Después del prólogo, que es un manifiesto comunista salvadoreño, Ibarra antepone una etnografía sobre el pueblo Atiquizaya en el departamento de Ahuachapán, El Salvador.

El  autor  describe  algunas  costumbres  y  elementos  de  la  cosmovisión,  añadiendo  que  esa  “(…)  gente  de  Atiquizaya es la madera de afro-americana que surgió del inhumano comercio que hacían los bandidos traficantes  de  esclavos,  transportando  nativos  de  África  a  nuestro  continente”  (Ibarra,  1947:7).  De  ahí  comprendemos el contexto cultural e histórico en el cual el protagonista de la novela se autoidentifica como Jorge “el negro” (Ibarra, 1947: 33), la historia del artesano Regino de “origen negro” (Ibarra, 1947:167) y la connotación al describir los atiquizayenses como “gente morena, trabajadora y fuerte como el ébano” (Ibarra, 1947: 36).

Así que el primer capítulo de la novela de Ibarra podemos considerar como texto extraordinario de  carácter  etnográfico  que  explícitamente  habla  sobre  la  población  afrodescendiente  de  El  Salvador  a  principios del siglo 20. Al mismo tiempo se descubre como la novela “Cafetos en Flor” coincide en partes con los relatos y testimonios indígenas. Shul y Pérez narraron que “mulatos” de Atiquizaya realizaron su labor propagandística en el pueblo Nahuizalco, ubicado en el occidente de El Salvador. Es más según Alberto Shul  “los mulatos de Turín y Atiquizaya tomaron la alcaldía de Nahuizalco y la saquearon” (Gould; Lauria Santiago, 2005: 317).

Es justo en el capítulo 14 “Trópico de Indígenas” de la novela que Jorge Ibáñez “afroamericano” (“mulato”) de Atiquizaya, relata sobre su estadía justo en Nahuizalco realizando su labor organizativo (Ibarra, 1947: 191).

 “Trópico de Indígenas”, la nueva cultura indiana, miradas interétnicas afro-indígenas

Jorge  Ibáñez  narra  su  estadía  en  Nahuizalco  y  comenta  críticamente  la  ausencia  de  una  política  hacia  los pueblos indígenas en El Salvador (Ibarra, 1947: 191). En Nahuizalco, después de haberse quemado un rancho,  Jorge  Ibáñez  observa  impresionado,  con  cierta  connotación  paternalista,  la  reconstrucción  por  parte  de  los  indígenas  mediante  trabajo  colectivo:  “Aquel  pueblo  unido,  como  un  solo  hombre,  cortó  las  maderas que le indicó un camarada de mayor edad que encabezaba la unión colectiva de aborígenes. Transportaban las maderas adornadas con flores silvestres, con sus canciones criollas, aquella era una fiesta de confraternidad y animación. Al terminar la jornada bajo de la ceiba, se formó el banquete proletario en donde nuestras indias lucían sus trajes típicos de colores chillantes, y sus soguillas y aretes de coral” (Ibarra, 1947: 194).

El elogio de Ibáñez se contrasta con la miseria en la cual viven los indígenas, provocada por el comportamiento bárbaro  de  los  militares  y  latifundistas  que  actúan  como  nuevos  colonizadores  y  conquistadores:  “Conste  que estos tipos se hicieron de las haciendas expropiando al nativo de su tierra (…) las tierras eran comunales (…)” (Ibarra, 1947: 36). También en otro lugar de la región de los Izalcos encontramos la misma explicación por el líder sindical de la desgracia que enfrentan los pueblos originarios. Las circunstancias de vida precarias son causa de la expropiación de los ejidos y sucesiva explotación de los indígenas: “Pensé, si esto lo hacen sumidos en la más inicua miseria por la explotación de los bárbaros que les han arrebatado sus tierras (…) y como serían de felices cuando fueron dueños de ellas” (Ibarra, 1947: 191).

Esta enunciación arroja una luz sobre varios aspectos interesantes. Por un lado Ibáñez, a partir de la valorización de la cultura indígena, le adscribe a dicha población una posición constituyente en una nueva sociedad. Los atributos con los cuales Ibáñez describe a los indígenas en Nahuizalco – “el banquete proletario”, “como un solo hombre”, “la unión colectiva de aborígenes”, “solidaridad” – recuerdan al indigenismo marxista de corte Mariáteguiano, según el cual el pasado comunal indígena, continuamente presente en la sierra peruana, anticipa la modernidad comunista y se convierte en pilares para un nuevo proyecto de nación (Mariátegui, 1979).

En la siguiente cita, Jorge Ibáñez se refiere a la nueva cultura, sin embargo al mismo tiempo explica como esa  cultura  fue  devorada:  “Pero  los  bárbaros  caníbales  de  mi  país,  militares  perros  fascistas,  que  dan  sus  gritos feroces histéricos de liquidar hasta el último indio. Me recuerda aquellos días de infierno en mí país en donde la banda de fascistas gritaban y asesinaban hasta el último indio, aquí se ve la canalla conservadora, no olvida las enseñanzas de los bárbaros de Castilla de la conquista, que vinieron a destruir el embrión de la nueva cultura indiana que hubiese sido grandiosa por su auténtico criollismo (…)” (Ibarra, 1947:194-195).

Al lado de las descripciones de la matanza que Ibáñez comprende fueron cometidas desde una perspectiva “neocolonial”  y  racista  por  parte  de  los  “ladinos”,  terratenientes  y  militares,  coexiste  como  otro  factor  de  deterioro de la comunidad indígena, germen de la nueva cultura, la expropiación de tierras comunales.

Ahora bien, uno de los argumentos en contra de la influencia de organizaciones comunistas en el 32, es que la orientación política del PC y sus organizaciones adjuntas no elaboraron una estrategia que tomara en cuenta la complejidad étnica y la brecha cultural entre las zonas rurales y urbanas, sino más bien se fijaba en la unidad de conciencia de clase. Es más, en una correspondencia a la oficina internacional socialista caribeña, un representante del PCS explicaba que “aquí en El Salvador no existían ni indígenas ni negros” (Lindo-Fuentes  et  al.,  2007:  49)[4]

Sin  embargo  el  militante  y  simpatizante  del  PCS,  FRTS  y  SRI,  Miguel  Ángel  Ibarra, narra una versión pluriétnica. Esta mirada incluyente corresponde a los lineamientos políticos del SRI que fue la organización clave en el occidente del país y que “(…) sí enfatizaban el apremio de los negros y de los indígenas” (Gould; Lauria Santiago, 2008:148).

Sin  embargo  la  visión  interétnica  también  podría  ser  expresión  de  la  identidad  cultural  del  escritor  Ibarra  quien como nacido en Atiquizaya, reconoce su descendencia africana. Ibarra escribe de tal manera desde la  periferia,  desde  la  localidad,  otra  visión  de  los  aconteceres  históricos  de  la  nación.  Ya  se  ha  señalado  que  a  través  de  la  ideología  del  mestizaje  sectores  medios  valorizaban  los  aportes  de  los  indígenas  a  la  sociedad, historia y cultura, y buscaban una mayor inclusión de indígenas. Es más, la apreciación idealizada del indígena contribuyó a la aproximación solidaria que culminó en el movimiento interétnico (Gould; Lauria Santiago,  2005:309). 

Igualmente,  la  coyuntura  en  la  construcción  de  la  nación  a  principios  del  siglo  20,  giró la mirada hacia lo propio que era definido por medio del indígena y lo rural y que fue expresado en la literatura (López Bernal, 2002: 40-41), pero también en periódicos y revistas culturales en El Salvador.

En Atiquizaya, por ejemplo, se publicó en 1929 la revista “Los Panunes”. En su primera publicación, los editores explican: “Panunes es el nombre de pila de nuestro quincenario; porque los primeros moradores de lo que hoy  es  Atiquizaya,  fueron  los  Panunes,  individuos  traídos  de  Honduras  (…)”  (Avilés  in  Vallecillos,  1964:256). 

Ese  marco  discursivo  no  solamente  comenzaba  a  valorizar  lo  indígena  sino  a  través  de  un  enfoque  local  también  lo  “afroamericano”  como  lo  propio.  Esa  visión  sociocultural  diferente  emanaba  de  intelectuales,  estudiantes  y  artesanos.  Así,  al  contrario  de  la  opinión  y  documentación  que  destaca  la  brecha  entre  el  partido y la población rural y la ausencia de una visión étnica del contexto rural (Ching, 2007: 69), las citas de Ibarra apuntan a lo que ha sido señalado también por Jeffrey Gould y Lauria Santiago. La distancia entre ciudad y campo se disminuye.

Tanto  de  grupos  indígenas  como  no-indígenas,  afrodescendientes  y  mestizos,  emergieron  activistas  que  durante  meses  realizaron  un  trabajo  de  organización  (Gould;  Lauria  Santiago,  2008:28-29,  2005:292).  En  una  reunión  con  campesinos,  Ibarra  confirma  justo  ese  papel  de  los  activistas  indígenas:  “(…)  se  les  dio  una conferencia sobre cultura y socialismo; tanto ha penetrado en el campesinado nuestra orientación y disciplina  que  en  estos  organismos  han  surgido  sus  dirigentes  propios,  ya  con  una  orientación  capaz  (…)”  (Ibarra, 1947:161).

A pesar de la existencia de un discurso homogeneizador al inicio de la campaña del SRI que generalizaba a todos los indígenas bajo el término campesinos, ocultando así “(…) la cada vez más profunda dimensión étnica del movimiento” (Gould; Lauria Santiago, 2008:147) y a la vez reproduciendo el racismo “ladino” en contra de los indígenas (Gould; Lauria Santiago, 2008:130), los investigadores destacan que el vocabulario marxista  facilitó  a  los  ladinos  urbanos  y  rurales  así  como  a  los  indígenas  un  instrumento  para  trascender  antagonismos  culturales  y  de  esta  manera  poder  articular  objetivos  comunes  (Gould;  Lauria-  Santiago,  2005:292;311-316; 2008: 147-149; 168).

Es más, el empleo de la palabra campesino en varios discursos de la izquierda reflejaba también una nueva visión igualitaria del movimiento: “(…) los trabajadores y campesinos eran todos iguales dentro de un movimiento revolucionario que luchaba para alcanzar una sociedad en la cual las diferencias raciales y de clase no tendrían significado.” (Gould; Lauria Santiago, 2008:149) Además el  carácter  festivo  de  las  reuniones  organizativas  en  el  área  rural  generó  un  sentimiento  de  comunitas  anticipando así una sociedad más igualitaria (Gould, Lauria Santiago, 2008: 120).

Estas circunstancias están presentes en varios momentos de la novela “Cafetos en Flor” (Ibarra, 1947: 95, 124,129, 171).

Una asamblea en el cantón Cerro Blanco en Ahuachapán a la cual asistieron el indígena Juan Chachagua, Alfonso  Luna  y  Jorge  “el  negro”  Ibáñez  es  descrita  como  “fiesta  de  confraternidad”  (Ibarra,  1947:165);  participantes de la reunión explican: “estas reuniones para nosotros son hermosas fiestas” (Ibarra, 1947:171).

Durante la asamblea, a Jorge Ibáñez le llama la atención la fisonomía del dirigente local, llamado Reginito, que le parece idéntica al aspecto de un atiquizayense “de origen negro” quien a causa de la condiciones de trabajo y de vida encontró una muerte trágica en su pueblo (Ibarra, 1947:167- 171). Antes de conocer más sobre la vida de Regino, “descendiente de los Panunes”, precisamos que antes del trágico mes de enero de 1932 en los cantones y caseríos de Ahuachapán y Sonsonate se encuentran reunidos indígenas, mestizos y afrodescendientes para elaborar estrategias articuladas y pensar en cambios sociales en la sociedad.

Etnografía Imaginaria II: Dos fragmentos- sobre la situación de afrodescendientes en los años 30 en El Salvador

Recurrimos  a  la  novela  “Cafetos  en  Flor”  por  su  alto  contenido  etnográfico  y  sustrato  etnohistórico.  Para  acercarnos a las motivaciones de los afrodescendientes de Atiquizaya y Turín a participar en la insurrección, volvemos la mirada a la descripción de las situaciones de vida de este pueblo que nos manifiesta tanto el contexto de la etnografía que apertura la novela como diversos momentos al transcurrir la narrativa. En el primer y segundo capítulo encontramos que el campesinado que Ibarra identifica como “afroamericano” experimenta también, como el pueblo indígena, la pérdida de los ejidos o tierras colectivas. Cierta colectividad también está presente en las descripciones de la situación de vida de la población “afroamericana”. En la etnografía  sobre  la  gente  de  Atiquizaya,  el  pasado  de  ese  grupo  es  representado  por  fiestas  colectivas  insertadas en ciclos agrarios a principios del siglo 20 (Ibarra, 1947: 15-18).

“Allá por el año de 1908, estas gentes vivían felices en este país. Se debía a que en esa época había mucha tierra nacional y los trabajadores hacían grandes cultivos pagando una pequeña cuota al Municipio y ellos recolectaban hermosas cosechas que  beneficiaban  a  todo  el  pueblo  (…)  Allá  por  esos  tiempos  estas  gentes  hacían  sus  fiestas  colectivas”  (Ibarra, 1947:15).

Esta época se opone a los tiempos subsiguientes en los cuales predominan explotación e injusticia: “Este pasado hermoso de nuestros pueblos ya no vuelve; hoy todo es miseria, toda la tierra se la usurparon todos los ricos; una mezcla de avaros extranjeros y nacionales han dejado a nuestros campesinos sin tierra donde puedan hacer su cultivo (…)” (Ibarra, 1947:18).

Sin  embargo,  si  bien  se  confirma  que  después  de  la  abolición  de  tierras  comunales,  el  proceso  de  concentración y subsiguiente proletarización se da en los años 20 (Lauria Santiago, 2003:346-353), la cita deja una duda acerca de la transición de tierras comunales a propiedades individuales, ya que habrá la posibilidad, a pesar de que en Atiquizaya todas las tierras ejidales habían sido tituladas antes de 1896 (Lauria Santiago, 2003: 287-288), de cierta forma de organización colectiva alrededor de “tierras nacionales” como lo llama Ibarra, muy probables municipales para el comienzo del siglo 20 (1908).

La pequeña cuota que menciona Ibarra parece ser una forma de la renta al usar las tierras municipales plasmadas en las leyes que regulaban las municipalidades. Lauria Santiago expone en su investigación “Una República Agraria” que (…) las  municipalidades  debían  alquilar  las  tierras  a  los  residentes  locales  que  las  solicitaran  y  cobrar  por  ello  una pequeña renta (Lauria Santiago, 1999: 84). Además el investigador explica que a partir de mediados del siglo 19 se comienza a concretizar la exacción: ” Uno de los aspectos más importantes del uso de las tierras municipales por campesinos y agricultores era el cobro de alquiler.(…) Aunque el pago del canon era obligatorio, poco pueblos lo cobraban regularmente hasta la década de 1860, cuando las mejoras en la organización del estado nacional y la creciente importancia del comercio estimularon la recaudación tanto de los impuestos municipales en general como de los cobros por el alquiler de los ejidos. (Lauria Santiago, 1999: 110).

En  los  relatos  de  Ibarra  sobre  la  vida  de  los  pueblos  indígenas  como  no-indígenas  a  principios  del  siglo  20 muestra que en la memoria del narrador existía en el pasado feliz aunado a una forma de acceso a tierras colectivas, todavía no predominaba la enajenación del campesinado. Así el pensamiento de Ibarra al parecer corresponde a la coyuntura y difusión de una memoria y un mito a partir de los finales de 1920 entre el campesinado e intelectuales de la época sobre un fácil acceso a la tierra promovido por el Estado a finales del siglo XIX (Gould; Lauria- Santiago, 2005:302,338; 2008:63:66-67).

Esa memoria se agudizó con el  aumento  de  la  precariedad  a  causa  de  la  pérdida  de  tierras  y  la  descomposición  del  campesinado  minifundista, así como a partir de las crisis económicas y las cada vez más miserables condiciones de vida y  trabajo  de  los  colonos  indígenas  y  ladinos  (mestizos,  negros,  mulatos,  blancos)  (Gould;  Lauria  Santiago,  2008: 37;56).

Los colonos y semi-proletarios que surgieron a partir de los cambios estructurales de principios del siglo 20 llegaron a ser “el sujeto social más crítico en la movilización en el occidente y el centro de El Salvador” (Gould; Lauria Santiago, 2008: 29). Los colonos que vivieron y trabajaron en las fincas cafetaleras comerciales,  en  condiciones  que  establecían  una  relación  patriarcal-diádica  entre  hacendado  y  colono  que, sin embargo, comienzan a romperse a partir de 1927 a causa del deterioro de los precios del café, constituyeron el 18% de la población rural del occidente de El Salvador (Gould; Lauria Santiago, 2008: 55-56). 

Si  en  el  auge  del  café  en  los  años  20,  los  trabajadores  del  café  ganaban  2  colones  al  día,  ya  para  1929 con la crisis económica el salario fue reducido a 30 centavos al día (Gould; Lauria Santiago, 2008:55).

A propósito de las circunstancias de los trabajadores rurales o más bien de los colonos, Ibarra expone: “A esta pobre gente la obligan a trabajar en los cultivos de la hacienda; para poderle dar un trecho de tierra, recibe inmensas tareas de quince brazadas en cuadro para ganar miserables 50, 30 y 25 centavos. Empieza su  labor  a  las  5  de  la  mañana  y  la  termina  a  las  dos  y  cinco  de  la  tarde.  Le  dan  un  famoso  desayuno  compuesto de dos chengas (tortillas), que llevan encima un puñado de frijoles rellenos de basuras y gorgojos chorreándoles el mugroso caldo por el codo; y para ser merecedor de esta miserable ración tienen que llevar un fuerte tercio de leña maciza al patio de la hacienda, en donde reciben una ficha sucia que se le entrega el mayordomo (…)” (Ibarra, 1947: 9-10).

Según Ibarra, los latifundistas son neo-colonizadores que perciben al trabajador como criatura menospreciada (Ibarra,  1947:  8).  Varios  investigadores  indican  que  la  mirada  hacia  los  campesinos  fue  construida  desde  una visión de raza y marginación (Lara Martínez, 2009: 28-42), y que esa actitud desconfiada impedía a las elites  comunicarse  y  negociar  con  los  sectores  subalternos  (Gould;  Lauria  Santiago,  2008:61,  Suter,  1996:  450- 452).

Esto a su vez, contribuía al surgimiento de una masiva movilización laboral para exigir, al principio incrementos salariales y una reforma agraria que cada vez más se estaba radicalizando, nutrido también por el recuerdo, como más arriba se ha mencionado, de un acceso a tierras promovido por el estado en el pasado. Las reivindicaciones se conyugaban a la vez con una tradición regional de lucha colectiva en defensa de los derechos comunales (Gould; Lauria Santiago, 2008:67).

Conjuntamente a la descripción implícita de los cambios sociales a los que se enfrentaron “afroamericanos” en un contexto rural, la extraordinaria novela Cafetos en Flor nos cuenta sobre trabajadores afrodescendientes en el casco urbano de Atiquizaya. Por medio del micro relato “Regino y su perro acompañante Quindinduy”, Ibarra  aporta,  a  la  par  de  la  biografía  de  Jorge  Ibañez,  al  retrato  de  las  experiencias  de  la  población afrodescendiente en Atiquizaya, cuyas características de marginación tienen todo el potencial para culminar en la apropiación de teorías y prácticas radicales de transformación social.

En  la  reunión  en  el  Cerro  Blanco,  ya  arriba  mencionado,  se  encuentran  indígenas  y  afrodescendientes,  uno  de  ellos  se  llama  Reginito,  cuyo  padre  Regino  fue  amigo  del  activista  Jorge  Ibáñez.  Él  cuenta  a  los  presentes  la  tragedia  que  vivió  el  padre  del  joven  compañero.  Jorge  describe  al  padre  atiquizayense  con  las  siguientes  palabras:  “Regino  murió  solo,  teniendo  como  compañero  un  hermoso  perro  llamado  “Kindinduy”. Era moreno, pelo colocho (chino).Usted me llamó la atención por su fisionomía que me pareció verla alguna vez y era la de su padre, pues son idénticos. (…) Regino era un muchacho popular, alegre, de genio agradable y de origen negro.” (1947: 166-167).

Regino, quien se crio sin padres, era herrero que por descuido y falta de protección en el trabajo perdió su vista. A causa de falta de ingresos tuvo que entregar su casa, dependiendo de la buena voluntad de sus amigos. En la miseria Regino fue sospechado por robos en la comunidad, se enfrentó al hambre, sin casa y sin salud. Desapareció y a los días encontraron los restos del herrero en un barranco descompuestos por zopilotes (Ibarra, 1947: 167-171). Después de escuchar la trágica muerte del padre de su compañero, los indígenas explicaban con entusiasmo que Reginito practicaba el oficio de sastre y que él les enseñaba a leer e instruir (Ibarra, 1947:164-166).

El papel importante en el trabajo organizativo y de concientización de Reginito como uno de los líderes locales en el cantón ahuachapaneco se comienza a evidenciar.

Conclusión:  aproximación  a  las  razones  participar  en  la  insurrección  por  parte  de  sujetos y grupos afrodescendientes

¿Se podría preguntar qué impacto tuvo en la conciencia del líder sindical local del cantón al escuchar la injustica social que se había sufrido y enfrentado su padre? A partir de la respuesta hipotética a la pregunta se encuentra una dimensión personal en el actuar insurgente, una dimensión que ha sido vislumbrada por diversos investigadores a partir de otros contextos, que señalaron que ante la ausencia de una legislación que demanda violaciones y abusos sexuales, las mujeres indígenas violadas por “ladinos”, dueños de las tierras en las cuales se vieron obligadas a trabajar las mujeres, utilizan las reivindicaciones de las organizaciones comunistas para vengarse y recuperar “la honra” (Lara Martínez, 2009: 48,54, 57-58; Gould; Lauria- Santiago, 2005: 321-322).

Se destaca que muchos “(…) activistas y simpatizantes del movimiento eran producto de tales uniones” (Gould; Lauria- Santiago, 2005: 322). La violación social y económica a la cual se enfrenta el padre del líder local marxista, influye en el anhelo a transformar la sociedad. El micro relato sobre Regino, el negro, herrero opera como sinécdoque narrativo de los desamparados y marginalizados. Los artesanos urbanos fuera de la capital viven inmersos en injusticias sociales estructurales, que es la ausencia de cualquier responsabilidad o política estatal o local para proteger o atender a la situación de vida de los trabajadores rurales y urbanos. Es más, a las respuestas desesperadas ante la miseria se les responde con armas y más violencias.

Ahora  bien,  la  decisión  de  describir  a  personas  “de  origen  negro”  es  una  estrategia  de  visibilización  que  entrelaza reivindicaciones de raza y de clase, como ya se ha señalado anteriormente, que corresponde a los planteamientos del SRI, los discursos de mestizaje y la valorización de lo propio del cual surgió la corriente literaria  regionalista.  Así  que  en  cuanto  al  papel  que  jugaron  afrodescendientes  en  el  levantamiento  se  destaca que los afrodescendientes, los mulatos en Nahuizalco, Reginito hijo de Regino “de origen negro” en  Ahuachapán, Jorge, el negro, y su doble Miguel Ángel Ibarra escritor-ebanista en Atiquizaya y sus alrededores,  aparecen  en  las  fuentes  consultadas  como  instructores  y  dirigentes  que  ejecutan u organizan al campesinado.

Los  afrodescendientes  instruyen  las  teorías  marxistas,  alfabetizan  a  los  campesinos  indígenas  y  “ladinos”  y  se  describen  como  actores  manifiestos  que  queman  los  símbolos  locales  de  poder.  Destaca  que  provienen  de  un  grupo  social  que  es  clave  en  la  organización  y  radicalización  del  levantamiento  social  de  los  30:  los  artesanos  (Gould;  Lauria-  Santiago,  2005:  325  326,  332). 

Los  “mulatos”  y  “negros”  en  los  textos son ebanistas, herreros y costureros. Desde 1880 los artesanos junto a los estudiantes e intelectuales, jugaron  un  papel  crítico  en  la  política  local  y  nacional,  exigiendo  reformas  sociales  y  políticas  urbanas.  A  principios  de  siglo  20,  desarrollaron  fuertes  críticas  reformistas,  conyugando  planteamientos  nacionalistas,  unionistas,  antimperialistas  y  anticapitalistas  (Gould;  Lauria-  Santiago,  2005:303). 

A  partir  de  la  valorización  de  lo  local  e  indígena  podemos  añadir  que  la  crítica  de  cierto  modo  se  extendía  a  los  discursos  racistas   de  los  liberales  decimonónicos  (Gould;  Lauria  Santiago,  2005:309;  Lopez  Bernal,  2002:  43).  Miguel  Ángel  Ibarra  como  escritor  y  ebanista,  y  el  protagonista  Jorge,  ebanista,  critican  las  asimetrías  económicas  que   se  configuran  en  la  novela  “Cafetos  en  Flor”  vinculado  a  una  jerarquía  étnicas-racial. 

Estas  jerarquías  se  sustentan  por  medio  de  violencias  políticas  y  estructuras  autoritarias  locales.  En  la  novela  se  codifica  el  eje rico-pobre, que equivale a la oposición entre extranjeros europeos (terratenientes) e indígenas, negros  y  mestizos  pobres  (colonos,  artesanos,  proletarios).  Esta  constelación  se  relaciona  a  la  expropiación  de  las  tierras  comunales,  son  los  extranjeros  que  posean  las  tierras  que  antes  pertenecían  al  campesinado  indígena,  además  como  se  interpreta  a  base  de  las  descripciones  en  la  novela  testimonial-etnográfica  también  existían  tierras  “colectivas”  relacionados  a  afrodescendientes. 

El  desplazamiento  se  configura  desde las tierras comunales en propiedad de colectividades “ladinas”, afrodescendientes e indígenas hacia formas de propiedad privada. Esta transformación de las tierras comunales en propiedad de colectividades “ladinas” y su transición hacia la acumulación privada está documentada para comunidades que todavía a  mediados  del  siglo  19  fueron  asociadas  por  su  ascendencia  negra. 

Lauria  Santiago  señala  como  los  “negros de Sonsonate” o la “comunidad de pardos” de Santa Ana construyen su cohesión social y étnica a  partir  del  acceso  a  tierras  comunales  (Lauria  Santiago,  1999:  18,  25,110-111).  Algunos  miembros  de  la  comunidad de los “ladinos” que vivieron en las aldeas situadas en las laderas del volcán Santa Ana lo largo del siglo 19, estaban involucrados en levantamientos, movilizaciones y derrocamientos de varios presidentes de El Salvador; también participaron en el levantamiento de 1932 (Santiago, 1999:110- 113; Gould; Lauria- Santiago, 2008: 116-117).

Podemos resumir cuidadosamente que el recuerdo de las tierras y la vida colectiva, la situación precaria en las fincas –los lugares de trabajo, la ausencia de condiciones básicas de supervivencia, y la visión de otra  sociedad  articulada  a  través  de  un  lenguaje  marxista  como  proyecto  libertador—impulsaron  a  las  personas,  en  diversos  niveles  conscientes  de  su  descendencia  africana,  y  que  por  otros  son  identificados  o “recordados” como tales, a participar por el lado de los insurrectos en el levantamiento.

De este grupo heterogéneo, como parte de la población de Atiquizaya también surge el conglomerado que, según Ibarra, inicia el levantamiento. Después de que el intento político de responder a la pregunta social y apertura hacia las demandas de los trabajadores y campesinos falló, la sucesiva y creciente política represiva agudiza el movimiento  y  la  participación  decisiva  de  la  población  rural.  Ibáñez  narra  esa  transición  que  culmina  en  varias  huelgas  y  manifestaciones. 

Tras  las  manipulaciones  de  las  elecciones  municipales  a  principios  de  enero 1932, en una manifestación en la Montañita y el Tortuguero, cerca de Atiquizaya y Ahuachapán, los manifestantes  son  aplastados  por  el  ejército,  masacrando  a  centenares  de  participantes.  No  cabe  duda  que entre ellos estaban los campesinos indígenas, afrodescendientes y mestizos. Según Ibáñez “este fue el principio de la revolución” (Ibarra, 1947:179).

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Tilley, Virginia (2005)

Seeing Indians: a study of race, nation, and power in El Salvador. University of New Mexico Press,

Wade, Peter (2000)  Raza y etnicidad en Latinoamérica. Ed. Abya Yala Quito Ecuador


[1] Los términos “negros”, “mulatos”, “indios” surgieron en un contexto colonial de dominación y deshumanización. Existe una discusión alrededor  del  uso  de  las  denominaciones  coloniales  en  la  diáspora  africana.  Para  la  discusión  véase  entrevista  a  Juan  de  Dios  Mosquera, líder del movimiento Cimarrón, de Colombia: http://www.africafundacion.org/spip.php/pagina/nerea_rubio@yahoo.es/spip.php?article11666, 31.10.12, 10.08am. Igualmente para la discusión recomiendo leer al sociólogo afrocolombiano Dr. Arturo Rodríguez Bobb: Exclusión e integración del sujeto negro en Cartagena de Indias en perspectiva histórica. Vervuert, 2005. Además “The Redness of Blackness: Revisiting Derek Walcott’s Mulatto Aesthetics” Caribbean Quarterly, March 1, 2006, escrito por Omotayo Olorun Toba-Oju.

[2] Los autores Lauria Santiago y Gould no muestran evidencia documentaria para dicha suposición, sin embargo, se entiende que la dicotomía entre indígenas y personas de origen africano se relaciona a la dicotomía y conflictos entre indígenas y “ladinos” a lo largo de la época colonial y siglo 19, cuyo discurso domina en la historiografía. No obstante habría que destacar igualmente desde la colonia las alianzas políticas y culturales interétnicas afroindígenas.

[3] El  concepto  Etnografia  Imaginaria  se  adoptó  del  trabajo  de  Erik  Camayd-Freixas.  Etnografía  imaginaria.  Historia  y  parodia  en  la   literatura hispanoamericana. Guatemala: F&G Editores, abril de 2012, 1a. edición.

[4] Rafael Lara Martínez interpreta en “Balsamera bajo la guerra fría. El Salvador-1932. Historia intelectual de un etnocidio” la novela “El oso ruso” del nicaragüense Gustavo Alemán Bolaños (1944). En un breve fragmento el novelista menciona la incidencia del activista afrodescendiente  Chinto,  quien  es  descrito  estereotípicamente  como  “el  tipo  negroide,  de  labios  gruesos  y  pelo  ensortijado”  (Lara  Martínez, 2009:57). Chinto levanta al pueblo de Juayúa  a la rebelión en un acto teatral de “poesía francamente bolchevique” (Lara Martínez, 2009:57).

El horizonte político salvadoreño: lucha popular hoy o elecciones del 2024.Roberto Pineda.19 de octubre de 2021

Los desafíos de la oposición a Bukele

Una nueva marcha –la cuarta- masiva contra Bukele ha tenido lugar. Se logró llenar la Plaza Cívica  con miles de manifestantes. La marcha del 17 convocada por el Bloque de Resistencia Popular, BRP, debe reconocerse que fue todo  un éxito, muy organizada y colorida,  contribuye significativamente pero no es suficiente  para avanzar en el proceso de lucha contra el régimen del presidente Bukele.

Se necesitan otras condiciones que permitan materializar la llamada ruta. Una es la construcción de una plataforma programática que sintetice los anhelos de una diversidad de fuerzas sociales y populares, una estrategia de lucha clara y consensuada, así como la conformación de un frente único antibukele.  

En la medida que se mantenga  la calle caliente, la gente en la calle,  pero que esto no se convierta en una nueva correlación de fuerzas, la calle se va ir enfriando, vamos ir perdiendo la iniciativa, aunque las situaciones de injusticia y abuso persistan. Los dos años anteriores, nos lo comprueban. 

Es necesario por lo tanto, pasar a una etapa de construcción –elaboración, discusión y consenso- de un programa mínimo. Y aquí la diversidad es expresión de riqueza sectorial pero a la vez fuente de conflictos y disputas. Y aquí no debemos de confundirnos, no estamos hablando de socialismo. Estamos hablando de transformaciones que permitan  regresar a la situación antes del 1 de mayo, y de algunas reformas puntuales.

Un planteamiento maximalista lo único que va lograr es bloquear la posibilidad de una alianza inter clasista  amplia, y en definitiva, fortalecer al presidente  Bukele, con una oposición dividida. La clave está en la unidad y el respeto a cada sector.  Se requiere por lo tanto de mucha madurez política.

Por otra parte, existen condiciones para la construcción de un frente único. La marcha del 17 volvió a aglutinar y movilizar a la izquierda social organizada como principal convocante, que tuvo la capacidad de atraer a otros sectores populares y sociales como la CNTS, la CSMP y la USD, así como  de nuevo lograr la participación de sectores empresariales vinculados a ANEP, así  como a las fuerzas políticas de oposición, que respetaron el carácter “ciudadano” y  marcharon sin banderas.  No obstante que, claramente estamos ya en campaña electoral hacia el 2024.

Cada una de estas fuerzas tiene sus propios intereses de clase y sectoriales, pero a la vez coinciden en el objetivo común de defender las libertades democráticas y de rechazar al régimen de Bukele. Esta es la base del frente único.

La estrategia electoral del régimen Bukele

Las cuatro marchas masivas no deben de hacernos perder la visión que el presidente Bukele sigue contado con el respaldo político de una amplia mayoría de los sectores populares salvadoreños.

Y este respaldo a Nuevas Ideas, manifestado el 2019 y  ratificado este año tiene a la base un profundo repudio a tres décadas de gobiernos que no resolvieron los problemas básicos de los sectores populares, y en el caso del FMLN, no realizaron las transformaciones a las cuales se habían comprometido.

El respaldo mayoritario al presidente Bukele se fundamenta en cuatro ejes: salud, seguridad, nueva institucionalidad y economía. En salud, no obstante las críticas que pueden hacerse-improvisación, corrupción, etc.,- la percepción de la gente es que se ha manejado de forma adecuada la pandemia del covid.

Lo mismo sucede con el problema de seguridad. No obstante las críticas-contubernio con pandillas, corrupción, aumento de las desapariciones- la percepción generalizada  es que  se ha avanzado significativamente.

En lo económico nada más y nada menos que el FMI le da un potente espaldarazo al régimen de Bukele al proyectar el crecimiento del PIB en un 9%.  Y a esto hay que agregarle el crecimiento de remesas y exportaciones. Pero asimismo de la  deuda país.

Con respecto a la nueva Constitución y a la posibilidad que opte por la reelección, esto es más preocupación de la oposición y de la administración Biden, que de las amplias mayorías populares. En el momento adecuado y según el entorno político, Bukele decidirá si se lanza él o algunos de sus allegados más fieles.

En suma, el proyecto político de Nuevas Ideas comprende una combinación de prácticas, discursos y representaciones que apelan y dialogan con  la experiencia política inmediata de los sectores populares que vivieron durante treinta años un sistema político excluyente y elitista.

Y en particular,obedecen al  sentido común  que se trabaja como gobierno para ellos.  Únicamente el proceso de su propia experiencia política les permitirá comprender lo errado de este razonamiento.

La perspectiva: lucha electoral y más lucha electoral

No obstante que estamos en octubre de 2021, y que todavía se escuchan los tambores y consignas de la movilización popular de la reciente marcha del 17 de octubre, múltiples señales indican, que en sintonía con la realidad latinoamericana, lo que viene a futuro  son lucha electoral y más lucha electoral. El horizonte político salvadoreño actual son ya las elecciones del 2024.

Entre estas señales se encuentran las siguientes: tanto las fuerzas políticas del gobierno como de la oposición, así como las fuerzas internacionales de respaldo o de adhesión al régimen, se  inclinan por resolver la crisis institucional mediante una salida electoral.

¿Son los cambios institucionales del régimen Bukele irreversibles? ¿Podemos hablar ya de una dictadura?  ¿Respetara y aceptara el regimen Bukele una derrota electoral? ¿Es viable con lo acumulado una derrota electoral  de Nuevas Ideas? Estas y otras preguntas son los dilemas que acompañaran los esfuerzos electorales de la oposición, que tiene como primer desafío lograr su  unidad. En el caso de la izquierda es axiomático que mientras más dividida este, más débil será.

El predominio de la vía  electoral, determinara las diversas estrategias político-electorales iniciales, que marcaran la pauta para las siguientes etapas de esta carrera que concluirá con las elecciones generales de principios de 2024.

Los dos rostros de la  estrategia política de la oposición

En la estrategia política de la oposición al presidente Bukle subyacen y coexisten dos visiones, una de corto plazo y una de largo plazo, en términos generales, la de las fuerzas sociales y la de las fuerzas políticas.

En el caso de las fuerzas sociales y populares, que han protagonizado las  tres movilizaciones de septiembre-7,15 y 30- y esta del 17 de octubre, el objetivo –a corto plazo- es la deposición del presidente Bukele mediante la lucha popular. El punto de partido es que la movilización popular provocara  una crisis política que acabara con “la dictadura.” Ojala que este planteamiento obedezca a un plan y no sea un acto de fe.

En el caso de las fuerzas políticas, -ARENA, FMLN, NT y Vamos- se apoya la movilización popular pero con una clara visión en el horizonte electoral de 2014.  Pero desde una situación bastante difícil, totalmente desprestigiados y sin  figuras destacadas.

Esto dificulta la construcción de un frente único electoral y de una candidatura presidencial de consenso, que sea un contendiente  de peso frente al presidente Bukele. Pero no duden que la búsqueda por padrinos y madrinas de candidatos, ya ha iniciado.

Conclusiones

La iniciativa en la calle sigue estando al lado de las fuerzas opositoras,  en particular del movimiento popular y social organizado: BRP, CSMP, USD y CNTS, cuenta con el amplio megáfono diario de la derecha mediática (TCS, EDH, LPG, DEM), y con respaldo internacional (USA y Unión Europea).

Pero urgentemente los de este camino de la movilización – a la chilena- deben de pasar de la protesta a la construcción de un programa, definición de una estrategia  así como de  un frente único, que capitalice el accionar de la calle.  En caso de no hacerlo, la tendencia será hacia la consolidación del régimen Bukele. En esta alternativa el timing es clave  y se mide en semanas.

En el caso chileno,  la contundencia de la movilización de hace dos años (18 de octubre de 2019) determinó la derrota política del régimen de Piñera, pero que no fue derrocado sino que se vio obligado a convocar  a unas elecciones para un congreso constituyente, que fueron ganadas por los sectores populares,  que precisamente  inician ya –dos años después- la redacción de una nueva Constitución.

De no lograr avanzar, la calle se irá enfriando y el régimen Bukele, desde el control del  aparato de estado y contando todavía con altos niveles de popularidad,  logrará tanto sortear este momento como la consolidación de su proyecto de transformación del sistema político salvadoreño.

El otro camino, el electoral cuenta con más tiempo, y si bien sus instituciones (FMLN, ARENA, NT y Vamos) tienen mayor experiencia política,  a la vez enfrentan  un profundo desgaste en su credibilidad y una orfandad de liderazgos políticos, lo cual les pasará factura en la contienda electoral del 2024. Necesitan renovarse y pronto, además de una figura presidenciable carismática que aglutine fuerzas, y quizás por el momento, habrá que irla a buscar a Ilobasco.

¿Tenemos que apelar por un paro de la empresa privada para luchar contra Bukele? Juan de la Cruz. BPJ. 6 de octubre de 2021

Desde las marchas del 15 y 7 de septiembre en El Salvador se ha venido discutiendo la cuestión de la unidad del movimiento contra el régimen de Bukele, hay quienes quieren la unidad con todos los grupos políticos que están contra el régimen, no importando qué intereses persiguen y qué ideología defienden, por otro lado, estamos nosotros los marxistas revolucionarios que abogamos por una unidad de los explotados y oprimidos por intereses colectivos para derrocar a Bukele y acabar con las injusticias del régimen capitalista. En el siguiente artículo exponemos nuestros argumentos sobre lo peligroso que es abogar por la unidad con empresarios que actualmente se oponen a Bukele.

Lo primero que hay que dejar claro es que no hay solo un grupo de la empresa privada, realmente hay dos. Uno es al que algunos están apelando como salvadores, porque están en contra de Bukele (Siman, Sola, Poma, Cristiani, Balducci, Salaverria)  y el otro, el que está detrás de Bukele (Kriete, Murray Meza, Dueñas, Callejas, Regalado). El gobierno de Bukele aunque no es un clásico gobierno de derecha, sigue siendo un gobierno capitalista que protege y preserva las ganancias de las grandes empresas.

La llegada de este demagogo al Ejecutivo no solo es la responsabilidad del FMLN por no profundizar el proceso revolucionario cuando estuvo en el gobierno, sino también es el producto de las políticas que desde la ANEP como representante de la burguesía se impulsaron, porque la gran empresa privada siguió gobernando a pesar de la derrota de ARENA en las urnas en 2009. El FMLN se mantuvo sumiso a los dictados del gran empresariado nacional y extranjero, no cambiaron ni una sola condición respecto a la explotación, a excepción de un aumento salarial, que fue un intento por salvarse de su desprestigio al final de sus periodos. Las condiciones para la llegada de Bukele al Ejecutivo y su avance en el control del Estado lo crearon la misma burguesía nacional, el capital extranjero, su partido tradicional ARENA y la traición del FMLN a las ilusiones de la clase trabajadora.

Con toda la histórica opresión y condena a la miseria para las masas trabajadoras a través de instituciones injustas, leyes injustas, jueces injustos, funcionarios, partidos, diputados, alcaldes, concejales y presidentes, fiscales y abogados corruptos no le fue difícil a Bukele acabar con la poca autoridad que alguna vez tuvieron estas instituciones ante las masas. Esta es la razón por la que Bukele pudo hacerse fácilmente de todo el aparato del Estado en poco tiempo.

Los intereses empresariales

Después de dos años de gobierno, es claro que debemos librar una lucha contra el régimen de Bukele cada vez más autoritario, en defensa de las conquistas que nos heredaron las generaciones de luchadores y luchadoras anteriores, pero en este objetivo, ¿qué significaría tener a la ANEP como aliado frente a Bukele? Sería un error ideológico revestido de mucha ingenuidad. Las organizaciones de izquierda debemos tener claridad que si la ANEP se opone a Bukele no es porque esté en contra que Bukele no haga los cambios que prometió en favor de las clases trabajadoras. Si la ANEP ha sido ‘crítica’ en algunas ocasiones es porque:

  1. Empresarios de la Anep han sido desplazados del control del Estado y hoy no están siendo tomados en cuenta en la políticas económicas
  2. La manera de gobernar de Bukele crea caos comercial y financiero y esto va mal para sus ganancias, pero no porque le ponga límite a su derecho de seguir explotando a la clase trabajadora
  3. Necesitan regresar a un régimen que les permita explotar y comerciar tranquilamente a costa del pueblo trabajador; por eso una eventual lucha más decidida de estos empresarios, aunque la disfrazarán con consignas abstractas como libertad y democracia, no será más que una lucha encubierta en defensa de sus propios intereses
  4. Bukele no sólo desestabiliza la economía mientras ajusta las condiciones para posicionar una nueva facción burguesa, sino que también pone en riesgo relaciones comerciales internacionales con las cuales la burguesía tradicional tiene estrechos lazos

Temor a una revolución

Sin embargo, estos 4 puntos no son los fundamentales, al fin y al cabo, la clase dominante es capaz de tolerar a ciertos dictadores siempre y cuando eviten que las masas trabajadoras luchen por su liberación del capital. ¿Qué determina el apoyo o no a un dictador? La relación de fuerzas entre las clases. Si la clase obrera está lo suficiente organizada y es peligrosa para el sistema capitalista, estos grandes empresario estarán dispuestos a permitir que un dictador tome el control del Estado y con ellos el de las fuerzas armadas para acabar con la resistencia del pueblo; pero si las masas están desorganizadas, desconfían o ignoran su fuerza en la sociedad, no hay necesidad de una dictadura abierta.

Por lo tanto, en nuestro caso y desde el punto de vista del sector burgués representado en la ANEP, el peligro más grande es que con la inestabilidad que crea Bukele, las clases dominadas puedan buscar su propio camino a la liberación y no bajo líneas capitalistas, se pueden plantear el derrocamiento del régimen de Bukele, pero también acabar con el sistema capitalista: fuente de todos los males de la sociedad.

Estas son preocupaciones claves para EEUU y la burguesía nacional, por eso intentan ponerle frenos al movimiento en descontento, controlarles y a la vez meter más agentes entre los grupos opositores, sindicatos, organizaciones comunitarias, de mujeres y juveniles. Preservar el sistema de explotación capitalista es más importante que cualquier otra cosa y ahí depositarán todos sus esfuerzos y recursos. Inyectarán primero grandes cantidades de dinero para poner sobre la discusión temas poco importantes para la clase trabajadora en las discusiones de la oposición, cómo salvar la patria, la incipiente democracia, las instituciones, etc., confundiendo al movimiento para controlarlo en un futuro con el fin de guiarlo hacia un camino seguro para su sistema.

Algunos se quejan del por qué en otros países los empresarios jugaron un papel más protagónico en determinados momentos. La respuesta de esto es que en esos países, los empresarios han intervenido abiertamente porque el sistema capitalista estaba en peligro, porque había una amenaza real de procesos revolucionarios que buscaban acabar con el sistema de raíz y no solo derrocar a un gobierno.

Con Bukele si hay un riesgo para el sistema y puede que el sector burgués que le respalda lo está considerando, pero no es un riesgo inminente, si hay un riesgo es porque es un tipo al que no se le puede controlar por su inestabilidad y puede generar caos. Pero Bukele no quiere cambiar el sistema de explotación, no ha hecho ningún cambio a estas relaciones capitalistas y mientras eso sea así la ANEP estará más o menos tranquila.

Eso no excluye que disimuladamente la ANEP esté financiando «luchas» o metiendo ideas en las manifestaciones que se plantean contra Bukele. Tal y como lo está haciendo los Estados Unidos con la USAID y ONGs que dicen luchar por la democracia y la libertad, pero en el fondo lo que están haciendo es guiando al movimiento en descontento a caminos seguros que no afecten al sistema capitalista.

Por lo tanto, como explotados no deberíamos de apelar a un paro empresarial, los intereses nuestros no son los mismos que los de los empresarios. Para garantizar la vida, mejores salarios, empleos, pensiones, proteger el medio ambiente y conquistar derechos de las mujeres, LGTB+, etc., debemos luchar por acabar con las relaciones de explotación perpetradas por el gran empresariado quienes son los que realmente han gobernado y oprimido al país en sus diferentes gobiernos.

Las lecciones de la historia

Sin embargo, algunos en la izquierda incluso están intentando poner de ejemplo la caída de Maximiliano Hernandez Martínez en el 44 para justificar que consideremos alianzas con la derecha y los empresarios. Pero un breve análisis nos puede ayudar a mostrar en qué terminó este proceso y por qué ese proceso confirma nuestra postura sobre los empresarios.

Martínez se ganó la simpatía de la oligarquía por tener el valor de aplastar con un baño de sangre la «amenaza comunista». Después de la masacre del 32 la oligarquía depositó en Martínez todo el poder del Estado. La oligarquía estaba temblando ante la insurrección indigena-campesina, y sin la sangrienta respuesta de Martínez el régimen hubiese estado en jaque, incluso los EEUU estaban preparados para intervenir en el pequeño país centroamericano para “salvarnos del comunismo”.

La clase dominante en ese entonces necesitaba de su “hombre fuerte” para imponer el miedo y acabar con la resistencia, y así fue. Martínez concentró todo el poder en sus manos para proteger el sistema, esto es similar a lo que hacían la clase esclavista cuando suprimían el parlamento y le daban todo el poder al emperador para salvar el imperio, conocido como cesarismo históricamente o como Marx lo llamó posteriormente bonapartismo.

Las clases dominantes pueden tolerar a dictadores siempre y cuando exista una amenaza real de que su sistema y privilegios sean tumbados por las clases dominadas. Por el contrario, las clases dominantes no son adoradoras de los dictadores. Por una razón material: la dictadura supone caos económico y comercial, inestabilidad y descontrol, esto va en contra de la necesidad de comerciar y explotar poniendo en riesgo los negocios de los empresarios, banqueros y terratenientes. Si hacen uso de dictadores, es solo por tiempo limitado, mientras se aplasta a la resistencia.

En un tiempo determinado buscan deshacerse de estos y poner gobiernos que disimulan mejor la opresión, donde la gente crea que vive en democracia, pero la opresión y la explotación siguen como algo natural y divino. Eso se da en los regímenes que la derecha pregona mucho, donde dicen que hay «división de poderes» e “institucionalidad”, no es nada más que la democracia burguesa que sirve como envoltorio perfecto para encubrir la dictadura del capital, donde tienes el derecho a decidir cada tres o cinco años que político burgués te va a oprimir.

A Martínez lo toleraron 13 años porque ayudó a acabar con la «amenaza comunista», cuando el peligro pasó, la burguesía y los EEUU le quitaron el apoyo e intentaron quitarle del poder, pero Martínez no dejó el poder fácilmente sin antes luchar. Durante mucho tiempo la burguesía fue incapaz de acabar con Martínez, hubo intentos fallidos, pero era demasiado cobarde para salir victoriosa.

La huelga general de la clase obrera y los estudiantes, que fue mal llamada de “brazos caídos” como si fuese un acto no violento, realmente significó un verdadero combate contra el régimen opresivo. Está huelga general fue la decisiva para acabar con el régimen de 13 años al mando de Martínez, un artículo de Savedra lo narra así:

“Y se inició la huelga de mayo. Y los estudiantes universitarios… y los colegios particulares… y las escuelas oficiales se fueron a la huelga. Y se fue a la huelga el comercio… luego las fábricas, toda la industria se fue a la huelga, después lo hicieron los empleados bancarios, los hospitales y las generosas mujeres de los mercados… Y se paralizó el servicio de ferrocarriles, el servicio de buses urbanos y luego el interurbano… y se fueron a la huelga todos los empleados públicos del país…”

Finalmente, ha sido la huelga de los estudiantes y la clase trabajadora de todos los sectores lo que puso en jaque al régimen. Sin embargo, el movimiento tenía una debilidad, el Partido Comunista que había sido reducido a la nada después de la masacre y luego pasó por años en la clandestinidad no jugó el papel de dirección que le correspondía, sino que sucumbio a la presión, lejos de profundizar el proceso revolucionario para acabar con el sistema capitalista terminaron conciliando con la burguesía y creando un gobierno de «unidad nacional», así lo analiza el Comandante Marcial unos años después:

“Cuando Martínez se tambaleaba y comenzaron las primeras muestras de violencia del pueblo, entonces estos se asustaron y entraron en tratos con Martínez para la «sucesión» constitucional: Una sucesión legal en el poder, lo que equivalía a romper el espinazo del auge revolucionario del pueblo. La última condición que Martínez puso fue que no se rompiera la constitucionalidad, porque entonces el pueblo iba a «desbordarse». La dirección popular pequeño burguesa [del PCS] aceptó, y en vez del tirano Martínez pusieron como Presidente al Vice-Presidente, al Gral. Ignacio Menéndez, y de esa manera lograron bajar los ánimos del pueblo” (Cuaderno de formación Nº 1 de las FPL, Comandante Marcial).

Si la postura del PCS en ese momento no hubiese sido «unámonos todos sin importar nuestras diferencias ideológicas e intereses» para construir un gobierno de «unidad nacional», y en cambio se hubiese avanzado a construir un régimen democrático y socialista no hubiéramos tenido 50 años de dictaduras militares y una cruenta guerra civil con miles de muertos. Así se perdió una gran oportunidad para un futuro distinto. Y ahora creen algunos, que las acciones del PCS son un ejemplo para derrocar a Bukele, están completamente equivocados.

Lucha de clases contra el régimen y el capitalismo

A diferencia del 44 la clase obrera actual es más numerosa, la burguesía está dividida y tenemos un cúmulo de experiencia que no nos debe permitir fracasar una vez más. La lucha contra Bukele es la lucha contra el capitalismo desde todos los sectores oprimidos y explotados.

Solo las clases oprimidas y explotadas pueden construir una sociedad democrática, justa y diferente, cualquier intento de hacer alianza con sectores explotadores terminará en muerte y en regímenes opresivos conducidos por el capital nacional y extranjero.

En todo el mundo, la lucha por el socialismo tiene aliados y muchos/as llevamos años preparándonos para esto. La lucha revolucionaria vendrá, tarde o temprano la gente despertará e intentará cambiar todo de raíz, las luchas de las décadas pasadas se repetirán, pero esta vez más poderosas que en el pasado.

Vivimos en un mundo convulsivo, a veces hay levantamientos que no conducen a nada y debemos preguntarnos por qué. Nuestra tarea como clases oprimidas y explotadas es aprender y conducir esos procesos a la victoria.

La historia es rica en lecciones, debemos estudiarla y ponerla en práctica. Una alianza con la burguesía desplazada del aparato del Estado, no conduce más que a un baño de sangre para la juventud y la clase obrera en general. Los empresarios y las clases trabajadores y oprimidas tienen distintos intereses, los intereses de las clases oprimidas y explotadas son irreconciliables con sus explotadores. Intentar conciliar estos intereses haciendo que el empresario sea tu aliado, es como querer hacer que un león se haga vegetariano. Cuando intentes darle lechuga, terminarás siendo su almuerzo.

Los empresarios son una clase parásita que viven del trabajo y explotación de la clase trabajadora. Su liderazgo no puede conducir más que a la extrema explotación de unos cuantos sobre muchos. En cambio el liderazgo de la clase obrera, que tiene intereses colectivos por razones objetivas, sí puede conducir a una sociedad más justa y equitativa. Ya que su trabajo es social, depende de la colectividad, de cadenas de producción donde cada individuo es importante y también viven las mismas condiciones, son asalariados de un burgués y viven en términos generales los mismos problemas de exclusión, explotación, opresión y miseria, por tanto tienen también intereses en común y no individuales.

La clase obrera es poderosa, si analizamos detenidamente, nada en la sociedad se mueve sin su permiso. No se enciende un foco, no gira una rueda, ni suena un teléfono si no es por su amable permiso. Es un gigante dormido que puede transformar el mundo y lo hará cuando se levante.

Si queremos que la sociedad cambie en vez de apelar a los empresarios ricos, responsables de todo nuestro sufrimiento, debemos apelar a la lucha revolucionaria de la clase trabajadora y demás sectores oprimidos del sistema capitalista. Agitar, organizar y luchar. Explicar pacientemente la necesidad de una sociedad distinta. Esa sociedad se llama socialista, únete a nuestra lucha.

Ya ocurrió la primera gran marcha contra Bukele. ¿Y ahora qué? Roberto Valencia. Washington Post. 12 de octubre de 2021

Dos años, tres meses y 15 días disfrutó el presidente de El Salvador, Nayib Bukele, sin que las calles del país acogieran una manifestación en su contra digna de ser adjetivada como masiva. Había habido protestas, por supuesto, pero la primera marcha cuya afluencia se midió inequívocamente en miles —y no en docenas o cientos— ocurrió el 15 de septiembre. Quizá algo esté comenzando a cambiar.

 Autoproclamado como el “dictador más cool del mundo mundial” en su cuenta de Twitter, Bukele aún goza del respaldo mayoritario entre sus gobernados, a niveles casi surrealistas. A inicios de septiembre se publicó la más reciente encuesta de La Prensa Gráfica, un diario crítico con el gobierno, que reveló que 85% de los salvadoreños aprueban la gestión presidencial, en sintonía con su triunfo arrollador del 28 de febrero en las urnas.

Una parte de la comunidad internacional se arranca los cabellos con cada desvarío autoritario del presidente histriónico (militarización de la Asamblea, remoción del fiscal general y de la Sala de lo Constitucional, jubilación forzosa de cientos de jueces…), pero lo cierto es que ninguno de esos episodios ha pasado factura a su popularidad. Tampoco la pandemia ni la crisis económica generada por esta.

 La relevancia de lo ocurrido el 15 de septiembre no está en lo numérico (unas 8,000 personas en un país de 6.3 millones de habitantes), sino en la heterogeneidad. Aquel día marcharon veteranos de guerra, feministas, jueces, sindicalistas, religiosas, antiabortistas, militantes de los partidos que el bukelismo redujo a la intrascendencia y, sobre todo, ciudadanos que motu proprio quisieron explicitar su hartazgo.

 “Es imposible meter a todas esas personas en una sola categoría”, me dijo en entrevista Marcela Galeas, una abogada penalista de 34 años, sin pasado partidario, que está emergiendo como una de las voces más activas y mesuradas contra Bukele. “La marcha fue una expresión de disconformidad con distintas políticas del gobierno”, agregó.

El relativo éxito de la convocatoria se cultivó en Twitter, sobre todo en los Spaces (espacios de discusión en audio) que proliferaron en los días y semanas previas. Marcela Galeas organizó varios de los más multitudinarios, con hasta 2,000 participantes simultáneamente. Tiene su punto de ironía que los opositores estén comenzando a organizarse en Twitter, la red social predilecta de Bukele, su más sonoro altoparlante.

 Si bien minoritaria, la oposición ha sabido dar un primer susto al oficialismo, pero ¿y ahora qué? Habrá más manifestaciones —se está organizando otra para el 17 de octubre, bajo el hashtag #El17Marchamos—, más activismo y más denuncia, me respondió Marcela Galeas. Lo de construir un liderazgo político que permita hacer frente a Bukele es harina de otro costal.

 La gente en El Salvador será convocada a las urnas en los primeros meses de 2024 para elegir al presidente, a los diputados y a los alcaldes. Dos años pueden ser una eternidad, pero no en política, sobre todo si se pretende competir de tú a tú con el bukelismo, que a su refinada maquinaria propagandística que le permitió triunfar en 2019 y 2021 ha sumado el control absoluto del aparato estatal.

 Más allá de generalidades como que el candidato presidencial opositor debería ser de consenso, de preferencia una mujer, y sin pasado partidario, Marcela Galeas no me respondió mayor cosa sobre quién o quiénes harán frente al bukelismo en las urnas. Además, presumiblemente irán contra el propio Nayib Bukele, después de que una reciente resolución judicial de la nueva Sala de lo Constitucional —sumisa al oficialismo desde el 1 de mayo— diera luz verde a la reelección presidencial, algo prohibido en la Constitución.

Hoy, a poco más de dos años de que El Salvador se sumerja de nuevo en una campaña electoral, la oposición continúa huérfana de liderazgos que —siquiera en un plano teórico— puedan convertirse en una alternativa real.

“Yo no creo en la renovación de estos dos partidos; no han dado pasos que te hagan pensar lo contrario y vienen de perder todas las elecciones”, respondió Marcela Galeas cuando le pregunté qué papel deberían desempeñar ARENA (Alianza Republicana Nacionalista) y el FMLN (Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional), los dos pilares del sistema partidario que (mal)gobernó el país desde la guerra civil y que el bukelismo dinamitó.

 Ante este escenario, hay cuatro cosas claras: la primera, que Bukele es un líder autoritario que tiene serios problemas con el Estado de derecho, y que su proyecto político —sea cual sea— no se circunscribe al quinquenio para el que los salvadoreños lo eligieron en 2019.

 La segunda, que el rechazo visceral a los partidos ARENA y el FMLN sigue siendo un elemento de cohesión entre los simpatizantes de Bukele. Cualquier propuesta desde la oposición que huela a esos partidos, siquiera de forma tangencial, podrá ser fácilmente bombardeada por la bien aceitada maquinaria propagandística oficial.

 La tercera, que movilizar a los disconformes con la gestión presidencial —como ocurrió el 15 de septiembre— está bien para cohesionar y entusiasmar a los ya convencidos a la causa, pero que sigue habiendo una sólida mayoría convencida de que Bukele es un buen presidente. Hay cientos de miles que agradecen, por ejemplo, que el gobierno repartiera paquetes alimenticios en los meses más duros de la crisis sanitaria, que agradecen los macarrones y el atún con los que un sector de la oposición trata de ridiculizar a los entusiastas del bukelismo.

 Y cuarta: en cuanto a apoyo electoral, la base social de Bukele está en las comunidades, colonias y cantones de extracción más humilde, donde los Spaces de Twitter son una excentricidad.

Entonces, tras la marcha del 15 de septiembre, Bukele sigue teniendo el sartén por el mango, y algo realmente insospechado tendría que suceder en El Salvador para que el 2 de junio de 2024 la presidencia de El Salvador no la siga ejerciendo el propio Bukele o algún delfín bien domesticado.

El 17 marchamos bajo el grito unánime de ¡Fuera el dictador! BRP

El Bloque de Resistencia y Rebeldía Popular invita al pueblo salvadoreño a participar en la grandiosa marcha del próximo domingo 17 de octubre, a partir de las 8 y 30 de la mañana, en contra del régimen autoritario y corrupto de Nayib Bukele y de su clan familiar y empresarial.

El punto de reunión será el Parque Cuscatlán, en la Plaza de la Resistencia y Rebeldía Popular, y de allí nos dirigiremos en combativa marcha hacia la Plaza Cívica, en el centro histórico de San Salvador, para culminar con una concentración y mitin.

Los preparativos están avanzando, todas las organizaciones integrantes del Bloque están listas para marchar, numerosos sectores se han unido al llamado y cada día se suman más convocatorias.

El objetivo de esta marcha es expresar una vez más el RECHAZO y CONDENA del pueblo al régimen antidemocrático y ladrón de Bukele. La marcha es contra ese personaje que está hundiendo al país en una profunda crisis de consecuencias nefastas para la clase trabajadora, el campesinado,  las capas medias,  las personas trabajadoras por cuenta propia, la pequeña y mediana empresa, la diáspora y otros sectores, y que aun así quiere reelegirse.

El BRP; que aglutina a muchas fuerzas sociales y populares, acompaña el creciente descontento y movilización popular para que se derogue la Ley Bitcoin, contra el alza de precios de los  alimentos y serviciu0os básicos, contra los despidos masivos, por la defensa de los derechos laborales, por una pensión digna para la clase trabajadora y por una Ley del Agua no privatizadora.

Así también, marchamos por la restauración de la democracia y los derechos constitucionales atropellados por este régimen impune y con rasgos fascistas que gobierna el país. Que se restituya a los magistrados y jueces del Órgano Judicial, así como a los miles de despedidos de ministerios y alcaldías gobernadas por el partido de Bukele.

EL 17 MARCHAMOS, el pueblo ya sabe cuál es la ruta: la movilización popular en las calles, hasta el derrocamiento de esta dictadura.

Llamamos a todos los sectores nacionales y a la comunidad internacional, a participar y seguir apoyando esta justa lucha en defensa de nuestros derechos, porque aspiramos a vivir en un El Salvador democrático, con libertad de expresión y justicia social, sin presos políticos ni persecución política, sin femicidios ni desaparecidos.

Pedimos a todas las personas que asistan a la marcha, aplicar las medidas básicas de protección contra el COVID: usar mascarilla de manera estricta, tomar distancia física durante la marcha y a concentración final y usar alcohol gel constantemente. Pedimos contribuir a que todas y todos apliquemos estas medidas y a estar vigilantes de que se cumplan.

¡TODO contra el régimen del clan Bukele!

El 17 el Poder estará en las calles ¡Abajo la dictadura!

San Salvador, 11 de octubre de 2021

#El15Marchamos: La chispa del 15S. Michelle Recinos, Glenda Girón. LPG.15 de Octubre de 2021

El Bloque de Resistencia y Rebeldía Popular (BRRP), hace un año, no existía. Nació en respuesta al Gobierno de Nayib Bukele, y en meses ha logrado unificar bajo una sola causa, las banderas de 36 organizaciones, entre las que destacan sindicatos, asociaciones de jueces, estudiantiles, feministas y campesinas. Desde que fue fundado, el 22 de enero de 2021, sus luchas, según sus miembros, han sido las sociales, como el acceso a educación y salud, pero también las económicas, como el rechazo al bitcóin de Bukele. Su margen de acción es, sobre todo territorial; su ruta, pese a todo lo que la pandemia cambió, están en la protesta de calle. Y fue aquí, en este seno de discursos que hacen constante referencia a la clase obrera, que surgió la primera chispa de lo que se convirtió en la marcha del 15 de septiembre de 2021.

La meta, de hecho, no era que el 15S fuera lo que fue. Difícilmente pudieron haberlo imaginado aquella tarde a finales de julio de 2021, cuando 25 miembros de la organización decidieron armar el calendario de movilizaciones que se harían en septiembre, en torno al Bicentenario de la Independencia. En esa ocasión discutieron cuál era el mejor adjetivo para caracterizar a ese mes y así darle una cohesión a las concentraciones. Las opciones eran ‘negro’ y ‘amargo’. “Amargo es algo que deja un mal sabor de boca”, explicó alguien y gustó. Hubo acuerdo, cuenta un miembro del BRRP.

“El bloque nace ante la pérdida de derechos humanos durante la gestión del gobierno Bukele”, cuenta Sonia Urrutia, sindicalista formada en la zona franca del municipio de San Marcos hace 27 años. Ella cuenta que los unió la indignación por el manejo de la pandemia, la violación a los derechos de los trabajadores y, también, para “hacer frente a todos los sindicatos afines al Gobierno que no van a dar la cara ante los abusos de sus afiliados”.

El BRRP, aseguran, no responde a ningún partido político, pero tiene claro su origen. “Nuestro camino único es la defensa de la clase trabajadora, somos un movimiento de izquierda popular”, dice Urrutia.

Para septiembre, la organización ya tenía un calendario de protestas: el 1, el 7 y el 15. Aquellas no serían las primeras. A finales de mayo, en una de sus primeras apariciones, convocó a poco más de una veintena de personas a la plaza Barrios del Centro Histórico. “No es fácil lograr movilización”, dice Urrutia. A prueba y error, cuatro meses después, subieron la cuota para la marcha del primero de septiembre en la que cuestionaron la Ley Bitcóin. Pidieron su derogación. La del 7 iba a ser una continuación, pero todo cambió cuando a esta se sumaron los “jueces de la Constitución”, decenas de jueces de la República indignados por el decreto 144 que jubiló, de un plumazo, a todos los jueces mayores de 60 años de edad o con más de 30 de experiencia, es decir un tercio de los jueces del país, un golpe sin precedentes al sistema judicial. Esta fue su primera marcha exitosa.

Antonio Durán, entonces juez del Tribunal Tercero de Sentencia de San Salvador, fue quien tomó la vocería de los jueces. Como lo hizo días después del 1 de mayo, cuando la Asamblea destituyó a los magistrados de la Sala de lo Constitucional, Durán otra vez fue de los primeros en dar un paso hacia el pronunciamiento público. Y ese camino lo acercó al BRRP y veteranos de guerra.

Ese martes 7 hubo más gente en la calle y más movimiento de protesta en las redes sociales en comparación con las actividades previas del BRRP. La chispa, para entonces, parecía haberse esparcido. La conjunción de los jueces con organizaciones de “izquierda popular” y de veteranos fue el colofón del ciclo de manifestaciones realizadas en el redondel Constitución entre el 2 de mayo y el 5 de septiembre. Estas, aunque no lograron amplias convocatorias, demostraron la existencia real de un descontento.

Ahí, en seis ocasiones, abogados, academia, feministas, y hasta la derecha más conservadora, ocuparon ese espacio para protestar. En una de las más recientes, y la más comentada, representantes de la colectiva Amorales vestidas como brujas maldijeron “al presidente y a todo su gabinete”. Pero en afluencia, ninguna pasó de colmar el redondel, ninguna detuvo el tráfico.

La actividad del 7 de septiembre, además de mostrar calles llenas, cerró con la difusión de la fotografía de una miembro del BRRP con su mano alzada por encima de la valla de alambre de púas con la que la Policía Nacional Civil pretendió detener el avance de la masa de gente. La administración de la Asamblea Legislativa, con 56 diputados afines a Bukele, avaló un ingreso parcial y solo para hacer entrega de un pliego de demandas: “Éramos 12 representantes de organizaciones. A la Asamblea solo nos permitieron entrar a dos”, relata, por parte del BRRP, Urrutia.

La marcha que juntó a sindicalistas, veteranos y juristas dejó un collage de imágenes que hicieron intuir que algo había cambiado. Ya había voluntad de integración, de juntar gente con inspiraciones diferentes, pero bajo un mismo objetivo. Algo que no terminaron de tener las convocatorias en el redondel Constitución.

A la corona, sin embargo, todavía le faltaba su joya más colorida.

Fuera de red

En Twitter, la red favorita de Bukele para dar a conocer sus órdenes ejecutivas, el BRRP no existe. O, más bien, es como si no existiera. Mientras Nayib y sus cuentas aliadas superan los 3 millones de seguidores, la del BRRP, recién creada en octubre, solo tiene 697. El miembro del Bloque con más seguidores es Samuel Ramírez; un excombatiente que se unió a Twitter en 2011 y ya ronda los 1,700. La fuerza del BRRP está en el plano físico, en el territorio.

El sábado 11 de septiembre, a cuatro días de la marcha, por eso fueron convocados a una reunión en una universidad. A las 10 de la mañana, una pregunta sacó un poco de base a Ramírez: “Mire, y ustedes, como bloque, ¿a dónde están convocando?”. El BRRP ni siquiera tenía presencia en redes sociales. El trabajo que habían hecho en actividades anteriores y de cara a la del 15S era entre sus redes de contactos y ante algunos medios de comunicación. La pregunta no era al azar. Los interlocutores del BRRP en aquella reunión sospechaban que necesitaban llegar a más gente, que solo el BRRP no podría hacer una marcha que realmente marcara una diferencia.

En aquella reunión estuvo representado lo que, después, se convirtió en el núcleo operativo del 15S. Ahí, a solo cuatro días de la marcha, estuvieron representantes de jueces, dos organizaciones estudiantes, una de exestudiantes, veteranos, excombatientes, médicos, dos organizaciones feministas y representantes de tres partidos políticos (Nuestro Tiempo, Vamos y FMLN) invitados a título personal. A estos últimos, la mesa les indicó que su presencia respondía a su representatividad; y que estaba prohibido intentar convertir la marcha en una consigna político partidaria. “Éramos varias personas, pero representamos a un abanico bien amplio”, confirma Ramírez.

Uno de los primeros acuerdos que se tomaron en esa aula universitaria fue sobre los puntos de partida de la marcha. En afán de facilitar la llegada de personas y la coordinación de las organizaciones, optaron por tres: Parque Cuscatlán, Universidad de El Salvador y Centro Judicial Isidro Menéndez.

El BRRP se adjudica la primera, la que salió desde el parque. Pero, tras la reunión, poco a poco fueron apareciendo más convocatorias. Se llegaron a contar hasta 13 solo en Twitter. “Creo que la convocatoria directa, de boca en boca, funcionó”, insiste Ramírez. “Pero lo que vino a hacer el plus, en este caso, fueron las redes sociales”, reconoce este excombatiente de 55 años de edad aún sorprendido por el hito de lo que vio el 15S.

Andy Failer, excandidato a diputado por el partido Nuestro Tiempo, estuvo en aquella reunión, que para él significó una especie de catalizador. “Había una separación bien evidente. A quienes convocaban a manifestarse en el redondel Constitución los unía un malestar en contra del gobierno, pero no terminaban de protestar juntos”, explica.

Las concentraciones en el Constitución calentaron músculo, pero tampoco estaban pensadas, de acuerdo con Keyla Cáceres, de la Colectiva Amorales, para ser masivas. Esas convocatorias estaban hechas para “gente organizada, para gente cuyo día a día es la exigencia de derechos”. Cáceres fue otra de las asistentes a la reunión de coordinación del 15S, aunque matiza que no cree que ahí se haya gestado la magia que atrajo a miles de personas. “Lo que hicimos en esa reunión fue tomar acuerdos básicos entre organizaciones para convocar, pero cada quien con sus propias exigencias”. Así como juntos, pero no revueltos.

Una de las 13 convocatorias a la marcha del 15S fue un afiche de color verde que instó a unirse a la movilización desde el Parque Cuscatlán. “Todos unidos como gremio y sociedad civil”, se leía en la esquina inferior izquierda de esa invitación firmada por el Colegio Médico. Milton Brizuela es el actual presidente de este ente que, en el pasado, organizó la protesta más significativa del nuevo siglo, cuando lideró las ‘marchas blancas’ contra el gobierno de Francisco Flores y la privatización del sistema de salud. Durante la pandemia, el Colegio Médico ha protagonizado las críticas hacia la mala gestión de la pandemia y ha llevado el conteo más institucional del personal sanitario que ha perdido la vida por la covid-19. “El Colegio Médico es un referente en temas de salud. Pero, además de médicos, somos ciudadanos”, recalca Brizuela.

Aquel sábado 11, en el aula universitaria, Brizuela escuchó, propuso y debatió ideas con los demás asistentes. “Me permito decir que, en ese momento, no dimensionamos”, reflexiona durante una entrevista telefónica. “Pensamos que sí iba a llegar bastante gente, pero no la cantidad que llegó”.

El Colegio Médico no asistió, como organización, a ninguna convocatoria anterior. No hubo presencia de los médicos ni en redondel Constitución ni en las primeras dos marchas de septiembre en las que participó el BRRP. A ellos, como médicos y ciudadanos, los movió la falta de independencia judicial, asegura Brizuela. Y agrega: “Yo sé de muchos colegas médicos que, cuando vieron que nosotros convocamos, decidieron llegar. Si no, no hubieran ido”.

Andy Failer, director ejecutivo de Nuestro Tiempo, tiene claro qué fue lo que hizo diferente la convocatoria del 15, tiene claro el catalizador: “La captura de Mario Gómez”.

Gómez, informático y activista, fue detenido el 1 de septiembre mientras se conducía en auto junto a su madre. Hasta ese momento, había jugado un papel muy activo como crítico de la entrada en vigencia de la ley que dio al bitcóin carácter de moneda de circulación nacional. Su plataforma para trasladar conocimientos relativos a esto fue Twitter. Cuando fue detenido por la policía sin una orden de captura y sin informarle nada acerca de la acusación, Gómez recién había empezado a hacer apariciones en espacios de medios televisivos y escritos. “Creo que mucha gente reaccionó y fue a la marcha, porque sintió que le podía pasar lo mismo que le pasó a Mario”, reflexiona Failer.

Un ave al vuelo

Tras la reunión del 11 de septiembre, Fátima Anaya, diseñadora gráfica, fue contactada por alguien a través de un mensaje directo en Twitter. Por seguridad, ella prefiere no revelar su nombre. Sí forma parte, dice, de una organización social. Esa persona le dio una sola instrucción: “Necesitamos algo que mueva a la gente”, decía el mensaje. Y ofrecieron pagarle. Y la ilustradora, que publica parte de sus dibujos en libros infantiles de una editorial inglesa, declinó la oferta: trabajaría en una propuesta, pero no iba a aceptar ningún pago. “Como artista, es necesario involucrarnos por los Derechos Humanos”, dice la dibujante.

Fátima empezó a gestar ideas para el boceto. Decidió, al final, ilustrar al torogoz con el detalle de la bandera de El Salvador en el cuello. “Nunca me imaginé que llegara a tener ese alcance”, reflexiona un mes después de la marcha.

“En esa reunión en la universidad buscamos, también, identificarnos con un símbolo”, explica una persona que participó, pero que prefiere mantenerse anónima. El argumento para pensar, tan en prisas, en un elemento gráfico fue deponer banderas, y para hacerlo, había que contar con un sustituto. “El gobierno maneja la golondrina, pongámosle como contrapeso el torogoz, que es más simbólico”, propuso uno de los asistentes. La idea fue bien recibida y el acuerdo, unánime. Si Bukele convirtió a la golondrinas en un símbolo político partidario, el torogoz, el ave nacional de El Salvador, busca unificar a diferentes corrientes que ahora se unen con un mismo fin: detener la intentona autoritaria de Bukele.

Otro de los acuerdos tomados en la reunión del 11 de septiembre fue el de activar las redes de las organizaciones presentes para difundir una etiqueta creada para aglutinar, en Twitter, los mensajes en torno al hashtag “#El15Marchamos”.

El 11 de septiembre, la primera cuenta en utilizarlo fue @JuandeLaCruzCMI, desde donde a las 6 de la tarde con 50 minutos, publicó: “Me alegra ese sentimiento de la unidad que se está dando en la opinión pública, sepan que los que estamos en las coordinaciones de las acciones del 15S estamos haciendo todo lo posible por procurar la unidad. No es algo sencillo, paciencia. Se vendrán más acciones. #El15marchamos”. Desde ese momento hasta las 11:59 de ese primer día, la etiqueta tuvo 41 interacciones, de acuerdo con los datos de la red social recolectados por Mario Gómez, el experto informático detenido de manera arbitraria.

“El hashtag fue importante, porque la comunicación es importante. Pero lo principal es lo que se siente, lo que se vive: los desaparecidos, las pensiones, las reformas a la Constitución… Hay incertidumbre entre la gente”, dice Juan De La Cruz, el activista revolucionario de 31 años.

En la reunión del 11 de septiembre, el BRRP, que plantó la semilla con una convocatoria con corte de “izquierda popular”, pasó la estafeta. Lo territorial se apartó para dar paso al bloque digital, al de los banners, los logos, las etiquetas; ese que le habla más en confianza a una clase media que, por lo general, prefiere ver todo de lejos o por medio de una pantalla. Esa que se ha visto profundamente golpeada por las acciones de Bukele durante la pandemia. La convocatoria encontró, por esa ruta, otros hitos de popularidad, incluso en páramos huraños a la política.

“Lo que me parece curioso es que toda la articulación ha sido más de izquierdas. Lo más derechoso ahí fue Nuestro Tiempo, no ha habido participación de ARENA como partido político en esto, como quiso hacer ver el oficialismo al decir que se juntaba este partido con el FMLN”, cuenta Failer, excandidato a diputado. “Las organizaciones de derecha se sumaron al ver que la convocatoria estaba siendo exitosa, eso los arrastró al parque Cuscatlán”, agrega.

“Hacía falta que se sintiera multicultural y diverso”, resume desde el anonimato quien participó en las reuniones. Por eso no hubo una bandera, hubo un logo. Por eso no hubo un punto de partida único, hubo tres. Los jueces querían hacer punto de honor en el Centro Judicial “Isidro Menéndez”. Los estudiantes no iban a perder la oportunidad de salir de la UES, sede a la que se plegaron las organizaciones feministas porque les ofrecía, de acuerdo con Cáceres, de las Amorales, más seguridad. Los que quedaron en el Cuscatlán fueron los que eran menos expertos en manifestaciones, los recién iniciados, los ciudadanos que acudieron de manera espontánea, y el BRRP.

Crecimiento exponencial

A las 12:01 de la madrugada del 15 de septiembre de 2021, la etiqueta #El15Marchamos ya tenía 123,868 interacciones. Los tres puntos de reunión y el recorrido convocaron a, según cálculos conservadores, más de 10,000 personas. No hubo policías, agentes metropolitanos y tampoco gestores de tráfico. Entre los incidentes, se reportaron los incendios de una moto y de un cajero de Chivo, la empresa dirigida por miembros de Nuevas Ideas y que maneja dinero público para la introducción del bitcóin. Hechos de los que, un mes después de ocurridos, las autoridades no han brindado mayor información.

De aquel día de marcha, pancartas de todos los colores, cánticos y consignas gritadas a todo pulmón, Fátima Anaya, creadora del logo, guarda una anécdota. Entre los carteles destacaba un torogoz: el que ella había creado. Así, cuando recién llegaba al Cuscatlán, se acercó a una persona que regalaba calcomanías de lo que se había convertido en un símbolo tan poderoso como la etiqueta. “¿Me regala uno?”, pidió. Ahí, en el mar de gente, nadie supo que ella había ideado el emblema. “Fue surrealista. Ya había hecho otros dibujos, pero ninguno había llegado a esos niveles. Algo mío nos representaba a todos”, dice.

Morena Herrera, de la Colectiva Feminista, para quien la organización de la marcha “ha sido una serie de coincidencias que se construyeron en el camino”, señala que lo más importante del 15S no fue la cantidad de gente, sino que la variedad de consignas que llevaron esas personas. “Algunas organizaciones que nos hicimos presentes tenemos posturas específicas y contrarias, sin embargo, el mensaje claro que enviamos es que queremos vivir en democracia y no queremos profundizar autoritarismo; queremos otra manera de gobierno”.

En la marcha, el bloque de las organizaciones feministas fue precedido por carteles que mencionaron Chalchuapa, en alusión al hallazgo de 11 fosas con los restos de al menos 30 personas en la casa de un expolicía, en mayo de este año. Caso que ha sido manejado de manera opaca por las autoridades.

“Cada organización y cada persona llevó sus demandas, lo que quería visibilizar. Nosotras fuimos con nuestro pañuelo verde (que simboliza el derecho a decidir) y con un recordatorio de las víctimas de Chalchuapa, porque creemos que es algo que había que recordar”, explica Herrera. Cáceres, desde la Colectiva Amorales sube al siguiente escalón y señala que la unidad de convocatoria y de afluencia es solo un punto de partida. “Falta entrar en la articulación de discurso y de exigencias; nosotras creemos que está bien hablar de decir no al bitcóin, pero a las niñas y a las mujeres las siguen matando y nadie dice nada de eso si no somos las feministas; este no es un problema de gobierno, es un problema de país”.

Este, el de la unidad y la diversidad, es el mensaje que más ha calado tras la muestra de poder del 15S. Es en lo que coinciden la mayoría de voces de los entes coordinadores. La pregunta que ahora les ronda, en la víspera de una nueva convocatoria, es si este es el nacimiento de una oposición estructurada. Failer cree que el tema es prematuro. “Por el momento, el tema electoral no se va a tocar, porque si se toca, esto se desbarata. Las causas de todas estas organizaciones representadas en el 15S son distintas, así como las ideologías. El reto principal es no desarticularnos. Y seguir replicando el mensaje de concertación para que haya más esfuerzos más adelante”.

La chispa, sin embargo, todos concluyen que ha quedado encendida. Y, desde la perspectiva que le da el ser parte de uno de los gremios más golpeados por la pandemia por covid-19, Brizuela también tiene claro que algo cambió: “Ahí andaban personas con las que, en el pasado, hemos pensado diferente. Pero, para ese momento, nos unimos para manifestarnos”. Y, luego, aclara que “esas personas”” son “grupos cercanos al FMLN o con una tendencia de izquierda”. El doctor se dice seguro de que en la marcha del 15S, la incidencia partidaria no figuró. “Nosotros, como Colegio Médico, nos hemos reunido con algunos partidos en otras ocasiones. Pero no recibimos ni directrices de ellos ni tenemos interés de tener contacto con partidos. Eso fue lo que sucedió en la marcha”.

Ese 15 de septiembre por la tarde, fue transmitido en cadena nacional el acto comandado por Nayib Bukele en conmemoración del Bicentenario. Un mensaje pregrabado, un performance estilizado y con rigor militar. En su intervención, atropellada, Nayib dedicó algunas palabras a la marcha. La llamó política y la redujo al vandalismo.

Pero la marcha fue otra cosa. Un catalizador, si al caso. Si Bukele logró capitalizar el descontento hacia la clase política tradicional, sus acciones han logrado capitalizar otro descontento que convocó a miles hacia el centro de la capital. Ahí dónde Bukele y Nuevas Ideas celebraron el triunfo en las presidenciales, en la noche del 3 de febrero de 2019, el 15S llegó una masa a exigir un alto. Samuel Ramírez, el miembro de BRRP con más seguidores en Twitter, explica que decidieron terminar el recorrido en esa misma plaza, después de evaluar otras opciones.

“Me imaginaba que iba a ser como sentirse en el estadio”, dice Ramírez. Hace referencia al efecto de graderíos que da el edificio de parqueos de cuatro niveles que hay frente a la plaza Morazán. Aquel día de la marcha, las personas pudieron ingresar a ese lugar, pero solo hasta el segundo nivel, un vigilante impidió subir a los otros dos porque el edificio “podía colapsar”. “Ahí había gente gritando consignas duras al gobierno, gente con banderas de El Salvador, nada de banderas políticas: solo gente demostrando que está harta de un gobierno que miente y que roba”, cuenta y se emociona. En esa plaza, el colofón de la marcha fue cantar el Himno Nacional con apenas acompañamiento de una pista. La voz de los presentes se impuso. Y, a la redonda, en las cuadras aledañas a la plaza, el centro histórico rebalsaba de gente que buscaba completar el recorrido.

Giovanni Arrighi, la larga duración del capitalismo geohistórico y la crisis actual. Tom Reifer/ Beatriz Martínez. 2009.

La amplitud y el alcance de la obra intelectual de Giovanni Arrighi –especialmente, su capacidad para ofrecer análisis fundamentados en un contexto geohistórico a largo plazo– supone un logro sorprendente, sin olvidar que su generosidad para con sus interlocutores no tenía casi parangón.

Uno de los rasgos más ilustrativos de nuestros días es la escasez de análisis capaces de situar la actual crisis socioeconómica en una perspectiva geohistórica. Desde el punto de vista del capitalismo de larga duración, ningún intelectual ha desarrollado un análisis más imponente de la crisis actual que Giovanni Arrighi.(1)

Arrighi, por supuesto, junto con Immanuel Wallerstein (1974, 1980, 1989) y el difunto Terence Hopkins, fue uno de los creadores y principales defensores del enfoque del sistema-mundo sobre el capitalismo europeo, las desigualdades mundiales de la renta y el “desarrollo” (véase Arrighi, Hopkins y Wallerstein, 1989).(2)

La propia visión del sistema-mundo –que cuestionaba la preponderancia, tras la Segunda Guerra Mundial, de la teoría de la modernización– surgió de los movimientos de los años sesenta e hizo confluir una fructífera síntesis del marxismo, el radicalismo del Tercer Mundo y una serie de corrientes críticas de las ciencias sociales, desde la escuela francesa de los Annales a la escuela histórica alemana (véase Goldfrank, 2000).

El análisis de los sistemas-mundo fue inicialmente desarrollado por Wallerstein y Hopkins, que simpatizaban con los estudiantes que ocuparon la Universidad de Columbia durante las revueltas estudiantiles y la “revolución mundial de 1968” (ambos formaban parte del comité ejecutivo de la comisión universitaria que se creó con tal ocasión).

Hopkins y Wallerstein acabaron trasladándose, en los años setenta, a la Universidad Estatal de Nueva York (SUNY), en Binghamton, que se convirtió durante un tiempo en el centro de los estudios sobre los sistemas-mundo. Así, la visión del sistema-mundo fue consecuencia directa de los movimientos de los años sesenta y uno de sus legados intelectuales más duraderos.

Arrighi llegó a la facultad de Sociología de Binghamton a fines de los años setenta y pasó a ser una pieza clave del programa de licenciatura y del Centro Fernand Braudel para el Estudio de Economías, Sistemas Históricos y Civilizaciones.

Aquí, varios grupos de investigación colectiva reunían a estudiantes y profesores para trabajar sobre proyectos comunes. En uno u otro momento, por la facultad de Binghamton pasaron figuras como Anibal Quijano, Bernard Magubane y Walter Mignolo.

La amplitud y el alcance de la obra intelectual de Giovanni Arrighi –desde el análisis del sur de África a su interpretación del auge del sudeste asiático encabezado por China, así como sobre las perspectivas para el Sur Global y un nuevo Bandung– supone un logro sorprendente. Además, tal como señaló Ravi Sundaram –actual director del Centro para el Estudio de la Sociedades en Desarrollo de Delhi– en una conferencia para conmemorar y discutir todo el trabajo de Arrighi en el contexto de la presente crisis que tuvo lugar en mayo de 2009 en Madrid, Arrighi demostraba una generosidad casi sin parangón para con sus interlocutores.(3)

Este tipo de debates en el marco de la solidaridad mutua, en los que tanto creía Giovanni, es sin duda necesario para renovar las fuerzas progresistas en todo el mundo. Así, la noticia de la muerte de Arrighi, que falleció el 18 de junio de 2009 tras una dura batalla contra el cáncer, fue recibida con gran tristeza por el mundo de la academia y el activismo, y por sus amigos, ex alumnos y colegas.

La conferencia organizada en Madrid, en la que se dieron cita personas de todo el mundo –incluidos muchos ex alumnos y colaboradores de Arrighi desde los años sesenta hasta la actualidad– pretendía ser una especie de punto de reencuentro y una oportunidad para discutir la crisis actual y el trabajo de Giovanni. Por desgracia, a última hora y debido a su enfermedad, Giovanni y Beverly Silver, su mujer y compañera intelectual, no pudieron asistir al encuentro.

Gracias a la tecnología moderna, Giovanni y Beverly pudieron seguir partes de la discusión desde la habitación de un hospital en los Estados Unidos. Sin embargo, no se dio el animado intercambio de visiones con Giovanni y Beverly que todos los participantes esperaban con tanta expectación.

A pesar de esta dolorosa ausencia de la conferencia –que contó con la participación, entre otros, de Lu Aiguo, Samir Amin, Perry Anderson, Amiya Bagchi (2005), Walden Bello, Robert Brenner, Gillian Hart, Hung Ho-fung, Bill Martin, Emir Sadr, Ravi Palat y John Saul–, y tal como comentó Beverly Silver, se trató, sin duda, de un gran éxito.

Durante los cinco días que duraron las jornadas, los debates fueron tremendamente intensos y, a menudo, derivaron en sesiones maratonianas. Nacido en Milán en 1937, la trayectoria política de Giovanni estuvo definitivamente marcada por la actitud antifascista de su familia. El contexto político en que surgieron estas actitudes estaba caracterizado, por supuesto, por la ocupación nazi en algunas zonas de Italia, el aumento de la resistencia local y la llegada de los aliados.

Formado originalmente en economía neoclásica en Italia, tras trabajar un tiempo en algunas empresas, Arrighi acabó emigrando a Zimbabwe (entonces Rhodesia) a principios de los años sesenta. Como apunta William Martin (2005: 381) en un artículo sobre la importancia de académicos como C.L.R. James, W.E.B. Du Bois y Oliver Cox en la perfilación del concepto, “el análisis de los sistemas-mundo, como la economía capitalista mundial, tiene profundas raíces africanas”.(4)

La emigración de Arrighi (2009) a África fue, según sus propias palabras, “un verdadero renacimiento intelectual”, un viaje en que empezó su “larga marcha de la economía neoclásica a la sociología histórica comparativa”.

Aquí, junto con John Saul, Martin Legassick y muchos otros, esta nueva generación de activistas-investigadores desarrolló un análisis político-económico pionero, centrado en las contradicciones generadas por la proletarización y la desposesión del campesinado en el sur de África.

Fue también en Rhodesia donde Giovanni, que en 1966 se hizo miembro de la Unión del Pueblo Africano en Zimbabwe (ZAPU), coincidió con su antiguo alumno –y después amigo y compañero de la ZAPU– Bhasker Vashee, un africano de origen indio con su mismo espíritu internacionalista y que, años después, pasaría a ser director del Transnational Institute, sustituyendo al legendario activista-académico antiimperialista Eqbal Ahmad (2006).(5)

De hecho, Giovanni y Bhasker fueron compañeros de celda al ser detenidos por sus actividades anticolonialistas. Giovanni fue deportado aproximadamente una semana después de su arresto; Basker sólo fue liberado tras un año de prisión incomunicada y tras una larga campaña internacional a favor de su puesta en libertad.

En 1966, Giovanni se trasladó a Dar es Salaam, en un momento en el que Tanzania daba refugio a movimientos de liberación nacional de toda África. Aquí, entre los colegas de Arrighi se contaba una larga lista de académicos radicales, como John Saul, Walter Rodney e Immanuel Wallerstein.

Más tarde, Giovanni volvió a Italia para dedicarse a la enseñanza y participó en movimientos que defendían la autonomía de la clase trabajadora, además de ayudar a fundar el Gruppo Gramsci. A fines de los años setenta, Arrighi finalizó una de sus obras clave, La geometría del imperialismo, reeditada en 1983.

Fue más o menos en torno a esta época cuando Giovanni empezó a reconceptualizar este trabajo como un puente hacia lo que se convertiría en su libro más significativo, El largo siglo XX, seguido después por (2007) Adam Smith en Pekín: orígenes y fundamentos del s. XXI.

La obra de Arrighi es hoy considerada por muchos como el trabajo individual más importante sobre la larga duración y la actual crisis del capitalismo mundial.(6)

Partiendo del trabajo de Smith, Polanyi, Gramsci, Marx y Braudel –y del concepto de éste último del capitalismo como el antimercado–, Arrighi afirma que el capitalismo evolucionó durante una serie de largos siglos, en los que distintas combinaciones de organizaciones gubernamentales y comerciales han dirigido, sucesivamente, unos ciclos sistémicos de acumulación. Estos ciclos se han caracterizado por las expansiones materiales del sistema-mundo capitalista.

Cuando estas expansiones alcanzan su límite, el capital se desplaza al ámbito de las altas finanzas, donde la competencia militarizada entre Estados por el capital móvil ofrece algunas de las mayores oportunidades para las expansiones financieras.

Así, la otra cara de la moneda de estas expansiones financieras ha sido el estímulo recíproco de la industrialización militar y las altas finanzas como parte de la reestructuración general del sistema-mundo que acompaña a los otoños de los ciclos sistémicos de acumulación y las estructuras hegemónicas de los que forman parte.

Las expansiones financieras desembocaron, en un primer momento, en un auge temporal del poder hegemónico en decadencia, en lo que George Soros ha tildado de la “burbuja de la supremacía norteamericana” tras el derrumbe del imperio soviético y la ruptura de la URSS.

En última instancia, sin embargo, estas expansiones financieras militarizadas dieron lugar a un creciente caos sistémico y a nuevas revoluciones organizativas en un emergente bloque hegemónico de organizaciones gubernamentales y comerciales “dotado de unas capacidades organizativas cada vez más amplias y complejas para controlar el entorno político y social de la acumulación de capital a escala mundial”, un proceso que, como señalaba Arrighi (1994: 14, 18), tiene un claro “límite inherente”.

En este sentido, cabe destacar que Arrighi –a diferencia de Wallerstein, pero al igual que Braudel– no sitúa los orígenes del capitalismo mundial en los Estados territoriales de Europa durante el largo siglo XVI, sino más bien en las ciudades-Estado italianas de los siglos XIII y XIV, en lo que fue un precursor regional del sistema-mundo moderno.

Arrighi dibuja después la alianza del capital genovés y el poder español que produjo los grandes descubrimientos, antes de pasar a analizar la cambiante suerte de las hegemonías holandesa, británica y estadounidense, sus respectivos ciclos sistémicos de acumulación y el desafío planteado a los Estados Unidos por el renacimiento económico del sudeste asiático, al que hoy se ha sumado China.(7)

En volúmenes posteriores, que conformaron lo que Arrighi llamaba una ‘trilogía imprevista’Caos y orden en el sistema-mundo moderno (coescrito con Beverly Silver y otros colaboradores, 1999) y Adam Smith en Pekín (2007)–, así como en una serie de artículos y la versión actualizada de El largo siglo XX (próxima publicación), este potente análisis aparece aplicado hasta el presente. Tomemos, por ejemplo, algunas de las propuestas planteadas por Arrighi y Silver hace ya una década (1999: 273-274, 287-288):

    “La expansión financiera mundial de los últimos veinte años, más o menos, no es ni una nueva etapa del capitalismo mundial ni el anuncio de una “futura hegemonía de los mercados globales”. Se trata, más bien, del indicio más evidente de que nos encontramos en medio de una crisis hegemónica. Como tal, cabe esperar que la expansión sea un fenómeno temporal que terminará de forma más o menos catastrófica”; (…) [hoy día], la propia expansión financiera parece basarse en fundamentos cada vez más precarios” [lo cual se deriva en una] “reacción” [que] “anuncia que la masiva redistribución de renta y riqueza sobre la que descansa la expansión ha alcanzado o está a punto de alcanzar sus límites. Y cuando la redistribución ya no se pueda sostener económica, social y políticamente, la expansión financiera está destinada a su fin. El único interrogante que sigue abierto no es si tendrá lugar, sino cuándo y con qué catastróficas consecuencias se derrumbará el actual dominio mundial de los mercados financieros sin regular (…) Pero la ceguera que llevó a los grupos dirigentes de estos Estados a confundir el “otoño” con una nueva “primavera” de su poder hegemónico supuso que el fin llegara antes y de forma más catastrófica de lo que hubiera podido ser de otro modo (…) Hoy se hace evidente una ceguera parecida”. [Y así], “la caída, más o menos inminente, de Occidente de los puestos de mando del sistema capitalista mundial no sólo es posible, sino probable (…) los Estados Unidos tienen incluso una mayor capacidad que Gran Bretaña hace un siglo para convertir su hegemonía en declive en una dominación explotadora. Si el sistema acaba hundiéndose, será fundamentalmente por la resistencia de los Estados Unidos a ajustarse y acomodarse a las nuevas circunstancias. Y viceversa: que los Estados Unidos se ajusten y se acomoden al creciente poder económico del sudeste asiático es una condición esencial para una transición no catastrófica hacia un nuevo orden mundial”.

En Adam Smith en Pekín, Arrighi retomó muchos de estos temas bajo la perspectiva del nuevo auge de un este asiático centrado en China y la despiadada apuesta norteamericana para mantener su dominio hegemónico con la invasión y la ocupación de Iraq, territorio que alberga las segundas mayores reservas de petróleo del mundo.

En lugar de anunciar una nueva etapa de la hegemonía estadounidense, como esperaban sus artífices, Arrighi (2007) hizo hincapié en cómo las ambiciones del Proyecto por un Nuevo Siglo Estadounidense, cuyos miembros ocupaban cargos clave en la Casa Blanca de Bush, ha incrementado la probabilidad a largo plazo de que cada vez hablemos más de los Estados Unidos en el contexto de la “era asiática” del siglo XXI y de lo que los comentaristas ya han empezado a llamar “el Consenso de Beijing” (Ramo, 2002).(8)

Adam Smith en Pekín, al igual que sus predecesores, exige una atenta lectura, teniendo en cuenta lo denso del análisis y lo ambicioso de su alcance. Como señala el propio Arrighi (2007: xi), el objetivo del libro es “ofrecer una interpretación tanto del actual desplazamiento del epicentro de la economía política mundial desde Norteamérica hacia Asia oriental a la luz de la teoría de Adam Smith sobre el desarrollo económico como una interpretación de La riqueza de las naciones a la luz de dicho desplazamiento”.

Al mismo tiempo, el libro aborda otras cuestiones, como los motivos de lo que Kenneth Pomeranz (2000) denomina la “gran divergencia” entre Europa occidental, sus ramas colonas y Asia oriental. En la última parte del libro, Arrighi analiza la creciente divergencia entre el poder militar de los Estados Unidos en todo el mundo y el creciente poder económico de Asia oriental, como lo demuestra la acumulación de miles de millones de dólares de superávit en el este asiático encabezado por China y su inversión en valores del Tesoro estadounidense y otros activos en dólares, incluidas las hipotecas de alto riesgo o ‘basura’.

Estos hechos son considerados anómalos, sin precedentes en ciclos sistémicos de acumulación anteriores ni en ciclos hegemónicos afines. Además, el libro de Arrighi, partiendo de una serie de borradores anteriores publicados en New Left Review (NLR), dibuja un reconocimiento y una crítica –aunque desde una perspectiva histórico-mundial comparativa– del trabajo reciente de Robert Brenner (1998, 2002, 2006), que muchos consideran la teoría más convincente del actual largo ciclo descendente y la crisis del capitalismo mundial.

Brenner es un académico ya famoso por su trabajo sobre los orígenes del capitalismo. En muchos sentidos, esta combinación de reconocimiento y crítica de Brenner no resulta sorprendente e ilustra el método de Arrighi que, como profesor y académico, siempre instaba a sus alumnos y colegas a combatir los puntos más fuertes de un argumento, no los más débiles.

Bob Brenner (1977, 1981) es, sin duda, uno de los principales detractores del análisis del sistema-mundo, que en un principio criticó como una forma de “marxismo neo-smithiano”. Su labor sobre los orígenes del desarrollo capitalista dieron después lugar al llamado “debate Brenner” (Aston y Philpin, 1987).

En muchos sentidos, teniendo en cuenta sus respectivos análisis de los orígenes del desarrollo capitalista, Arrighi y Brenner no podían estar más lejos. La crítica de Brenner a la perspectiva del sistema-mundo de Wallerstein pasaba fundamentalmente por el papel preponderante que Brenner concede a las relaciones entre clases y la lucha de clases en la agricultura, excluyendo prácticamente todo lo demás, situando los orígenes del desarrollo capitalista en el campo inglés.

Wallerstein y Arrighi, en cambio, sitúan dichos orígenes en el contexto de un sistema-mundo en expansión, que funciona con una única división del trabajo, que supera los límites territoriales de los Estados-nación. Aún así, en lo que se refiere a la agricultura capitalista, Wallerstein y Brenner –a pesar de sus grandes diferencias y siguiendo la tradición de la escuela de Annales, muy centrada en la historia rural– tienen más en común entre sí que con el tratamiento de los orígenes del capitalismo que Arrighi elabora en El largo siglo XX (véase también Brenner e Isett, 2002).

En la obra de Arrighi (1994, 1998), el capitalismo agrícola tiene un papel modesto o nulo en los orígenes del desarrollo capitalista a escala mundial. Esto difiere claramente de la visión de Wallerstein en El moderno sistema mundial, cuyo primer volumen, al fin y al cabo, lleva por subtítulo La agricultura capitalista y los orígenes de la economía-mundo europea en el siglo XVI.

En este punto, tal y como apunta Walter Goldfrank en uno de sus artículos (2000:162), la perspectiva de Wallerstein tenía mucho en común con la clásica obra de Barrington Moore Los orígenes sociales de la dictadura y la democracia (1966).

En cambio, la versión de Braudel de la historia capitalista, siguiendo a Oliver Cox (1959), situaba al capitalismo en el máximo nivel del comercio y las altas finanzas mundiales –y sólo en menor medida en la industria–, y ésa es la idea con la que Arrighi coincidía fundamentalmente.

La actual crisis del capitalismo a escala mundial parece un momento especialmente oportuno para volver a plantear estos importantes debates sobre la naturaleza del desarrollo capitalista, sus orígenes, sus trayectorias futuras, su posible desaparición y alternativas realistas.

Una cuestión clave es qué tipo de sistema o sistemas alternativos se acercarían más al orden u órdenes mundiales más democráticos, igualitarios, pacíficos y socialmente justos que busca la humanidad.

En cuanto a la presente crisis, Arrighi y Brenner tienen mucho más en común en lo que se refiere al análisis del largo ciclo ascendente y del consiguiente largo ciclo descendente. Aunque parezca paradójico, Brenner –la persona que arremetió contra el “marxismo neo-smithiano”– ofrece una visión de la crisis que se parece bastante al análisis neo-smithiano que hace Arrighi sobre el fin de todas las expansiones materiales: la creciente competencia reduce los beneficios.

Así, tanto Arrighi como Brenner consideran que la crisis actual no es tanto una crisis financiera propiamente dicha como la muestra de una crisis del capitalismo mucho más profunda, que se remontaría al largo ciclo descendente de los años setenta.

Brenner, sin embargo, considera que esta crisis se caracteriza en gran medida por la sobreproducción, mientras que Arrighi opina que el ciclo descendente se debe básicamente a la sobreacumulación. Otro aspecto que Arrighi destaca (2007), a diferencia de Brenner, pasa por relacionar más claramente el actual ciclo largo descendente con la crisis de la hegemonía estadounidense –algo parecido, salvando las distancias, a los problemas a los que se enfrentó la hegemonía británica a fines del siglo XIX y principios del XX–, así como a los diversos grados del creciente poder de la clase trabajadora.(9)

Curiosamente, Brenner, que antes había subrayado el protagonismo de la lucha de clases en los orígenes del desarrollo capitalista, prácticamente pasa por alto el papel de la clase obrera y la lucha de clases para explicar el origen del largo ciclo descendente y se centra, de forma casi exclusiva, en la rivalidad intracapitalista entre Japón, Alemania y los Estados Unidos. La atención de Brenner a la producción en Japón, Alemania y los Estados Unidos se diferencia también del acento de Arrighi en el dinero, las finanzas y la financiarización en el contexto de la actual crisis de la hegemonía estadounidense. Arrighi destaca, en concreto, el crecimiento exponencial de los mercados monetarios extranjeros, el desmantelamiento del sistema de cambios fijos de Bretton Woods y el paso a un sistema cambiario flexible en el marco de la guerra de Vietnam y la crisis fiscal general de lo que James O’Conner denomina “el Estado militar del bienestar” de los Estados Unidos. La consiguiente liberalización de los controles sobre el capital en gran parte del mundo que fue de la mano de este paso a los cambios flexibles ha desembocado, como se predijo, en burbujas especulativas y repetidas crisis financieras mundiales. Para Arrighi, un momento especialmente decisivo en este sentido llegó con la expansión financiera militarizada, encabezada por los Estados Unidos, de fines de los años setenta y principios de los ochenta, en la que los Estados Unidos competían por el capital móvil en los mercados de capital mundiales adquiriendo créditos con los medios más regresivos posibles. Esto supuso un giro crucial, ya que fue durante esta época cuando Washington abandonó su anterior tolerancia por formas de desarrollismo a favor de una contrarrevolución en la política del desarrollo asociada con el llamado “Consenso de Washington”, que se sigue desplegando hoy en día en el contexto del desmoronamiento del capitalismo “neoliberal” (véase Serra y Stiglitz, 2008; Eatwell y Taylor, 2000; Arrighi, 1994, 2002). Peter Gowan (1999), con su libro La apuesta por la globalización: la geoeconomía y la geopolítica del imperialismo euro-estadounidense y una serie de artículos relacionados (véase también Davis, 1986; véase también Sassen, 2008), fue uno de los mejores analistas de este proceso de globalización empresarial-estatal capitaneada por los Estados Unidos. Gowan prestaba una especial atención a la ofensiva de lo que Jagdish Bhagwati (2002) denomina “el complejo Wall Street-Tesoro” –repleto de ahorros de inversores asiáticos– para abrir los mercados asiáticos a través de la guerra financiera. La eliminación de los controles sobre el capital, la desregulación de los mercados financieros y el crecimiento del capital financiero especulativo –desde los derivados a los fondos de alto riesgo– en el marco del aumento de las exportaciones chinas condujo directamente a la crisis económica asiática de 1997 y a los consiguientes intentos por mejorar la integración financiera regional.(10) Esta importante obra de Gowan –ex investigador del Transnational Institute y miembro del equipo de redacción de New Left Review durante muchos años, también fallecido el pasado junio– le valió la entrada al selecto club de los más destacados analistas del poder estadounidense, entre los que también sobresale el brillante lingüista y destacado pensador político Noam Chomsky (1982, 1991, 1993, 2007, 2010).(11) Poco antes de su muerte, Arrighi (2009) reflexionaba sobre su propia obra en una entrevista realizada por David Harvey, uno de los más renombrados expertos en capitalismo. Harvey le preguntaba a Arrighi: “La actual crisis del sistema financiero mundial parece la reivindicación más espectacular de las predicciones teóricas que has sostenido desde hace mucho tiempo más allá de lo que nadie podía imaginar. ¿Hay de todas formas aspectos de esta crisis que te hayan sorprendido?”. Arrighi (2009:90) le respondió aludiendo a los distintos elementos que le habían pasado por alto: los detalles de las burbujas especulativas, desde el auge de las punto com y la megaburbuja inmobiliaria a la determinación de la belle époque de la hegemonía estadounidense, que considera que ganó impulso con Clinton, antes de apuntar que: “con la explosión de la burbuja de la vivienda, lo que estamos observando ahora es, con toda claridad, la crisis terminal de la centralidad financiera y de la hegemonía estadounidenses” (véase también Canova, 2008). Entre los principales aspectos de la definición de los períodos del capitalismo mundial según Arrighi (1994: 4-5; 2009: 90-94), se encuentra la convergencia fundamental con el acento que pusieron Braudel y Schumpeter en la flexibilidad del capitalismo, su no especialización y su capacidad para cambiar y adaptarse. También aquí radica el papel privilegiado del capital monetario y el sistema de deudas nacionales para reiniciar el capitalismo, ya que se acumula en centros en declive y busca futuros beneficios invirtiendo en potencias hegemónicas al alza, desde Venecia a los Estados Unidos.(12) Igual de importante es el constante énfasis de Arrighi en la geohistoria; Arrighi demuestra cómo las diversas combinaciones de geografía e historia han hecho y deshecho fortunas capitalistas. Otro de los aspectos más importantes del análisis de Arrighi –al que se suele prestar poca importancia y que es fundamental para entender su uso del concepto de hegemonía de Gramsci en el contexto del capitalismo como un sistema global– es que las repetidas batallas entre las potencias capitalistas y territoriales han sido decisivas para la creación y la recreación del capitalismo mundial. En este sentido, aunque pocas veces se menciona, las potencias capitalistas y territorialistas de Arrighi eran, en gran medida, sinónimo de las repetidas batallas entre las potencias navales y, después, aéreas (Venecia, las Provincias Unidas, Inglaterra, los Estados Unidos) y las potencias continentales territorialistas (España, Francia, Alemania y la URSS). Como Arrighi subraya, las expansiones financieras y la rivalidad por el capital móvil y el creciente caos sistémico que, por norma, caracterizan a las transiciones hegemónicas fueron recreando el mundo sobre unas bases sociales cada vez más estrechas y militarizadas. La trayectoria del poder estadounidense desde fines de los años setenta lo demuestra de forma bastante clara (Gowan, 1999; véase también Reifer, 2007). Sin embargo, en última instancia, estas repetidas expansiones militarizadas terminaron, sin excepción, con la recreación del sistema mundial sobre unas nuevas bases sociales bajo una potencia hegemónica en alza o, al menos, con la caída del rival continental. El último ejemplo de derrumbe de un rival continental fue la dramática caída del imperio soviético en Europa oriental y la ruptura de la propia Unión Soviética, de forma que gran parte de la región ha vuelto ahora a su papel de Tercer Mundo, en una batalla que se libró tanto en los mercados mundiales de capital como en cualquier campo de batalla, como no se cansaba de recalcar Arrighi (véase también Berend, 1996). En este panorama, no sólo se revela el eclecticismo y la flexibilidad del capitalismo, sino también la naturaleza evolutiva y dinámica de este sistema en expansión a medida que crecía hacia un alcance global. Otro aspecto crítico de la obra de Arrighi (1990, 1991, 2002) es el análisis de distintas regiones-mundo y las desigualdades en la renta mundial. En este sentido, Arrighi siempre intentó tener en cuenta: a) la herencia precolonial b) el impacto del colonialismo y c) la trayectoria poscolonial, en el marco de un análisis histórico mundial comparativo. La idea de los últimos trabajos de Arrighi (1991, 2002) era combinar su análisis comparativo de largo plazo del África subsahariana con su trabajo más reciente sobre Asia oriental, así como analizar el desarrollo en otras regiones, desde la experiencia de Europa oriental a lo que él denominaba “el núcleo orgánico de la economía-mundo capitalista”, incluidos Europa occidental, Japón y los Estados Unidos. Otro elemento destacable del trabajo de Arrighi (1998) fue replantear lo que él llamaba “los no debates de los años setenta” (primero entre Theda Skocpol, Robert Brenner y Immanuel Wallerstein y, después, entre Wallerstein y Braudel). Aquí, Arrighi señalaba que por útiles que hubieran resultado estos no debates en el pasado para proteger algunas agendas de investigación contra su desaparición prematura, “finalmente resultaron contraproducentes para la plena realización de sus potencialidades. Opino que el análisis de los sistemas-mundo hace tiempo que llegó a este nivel y que sólo se puede beneficiar de una discusión dinámica de cuestiones que se deberían haber debatido hace mucho tiempo pero que nunca se debatieron”. En este contexto, Perry Anderson (2007: Ch.12), redactor durante años de New Left Review, comparte algunos pasajes especialmente reveladores en su ensayo sobre la importante obra de Brenner.(13) Tras examinar el argumento de Brenner sobre el papel central del capitalismo agrícola en Inglaterra –excluyendo prácticamente todo lo demás, como el papel de las ciudades y del comercio (exterior)– en los orígenes del desarrollo capitalista, Anderson (2007: 251), de forma muy elocuente, admite:

    Más allá de la fuerza de este caso, siempre ha habido dificultades con su contexto general. La idea del capitalismo en un solo país, tomada literalmente, es sólo un poco más plausible que la del socialismo en un solo país (…) Históricamente, tiene más sentido contemplar el surgimiento del capitalismo como un proceso de valor añadido que ganaba en complejidad a medida que se movía a lo largo de una cadena de lugares interrelacionados. En esta historia, el papel de las ciudades fue siempre central (…) Los terratenientes ingleses nunca podrían haber iniciado su conversión hacia la agricultura comercial sin el mercado de la lana en las ciudades flamencas (véase también Jameson, 1998: 136-161).

No me consta que nadie haya apuntado aún a la confluencia entre Brenner y Wallerstein –en marcado contraste con el trabajo de Braudel y de Arrighi– sobre la relevancia del capitalismo agrícola (en Inglaterra para Brenner y en Inglaterra y las periferias emergentes de la economía-mundo en las Américas y en Europa oriental para Wallerstein) en la emergencia del capitalismo. Sin duda, las diferencias son aún mayores que las similitudes: para Brenner, el capitalismo se desarrolla en el campo del Estado-nación inglés y, para Wallerstein, en el contexto del incipiente sistema-mundo. En su obra El moderno sistema mundial, Wallerstein elaboró un esquema brillante de las interrelaciones entre el capitalismo agrícola y el máximo nivel del comercio y las finanzas mundiales de Braudel. Sin embargo, hasta la fecha, nadie ha analizado en profundidad cómo estas formas dinámicas de capitalismo agrícola podrían relacionarse con el crecimiento del capitalismo en el máximo nivel del comercio y las finanzas mundiales que plantea Braudel en su trilogía clásica Civilización y capitalismo, del siglo XV al XVIII y Arrighi en El largo siglo XX. En muchos sentidos, no resulta sorprendente, ya que una de las principales ideas de la obra de Braudel y Arrighi –a diferencia de Annales y Brenner, que conceden una gran importancia a la historia rural– pasa por relativizar la importancia potencial de la agricultura en los orígenes del sistema-mundo del desarrollo capitalista. En este contexto, resulta significativo el retorno de Arrighi a su propio trabajo anterior sobre el papel de la oferta de mano de obra, basándose en la importante obra de Gillian Hart (2002) sobre el tema en el este asiático y el sur de África. Hart llama la atención sobre las contradicciones de la acumulación del capital a través de la desposesión mediante la plena proletarización, como señala Arrighi, de lo que Samir Amin (1976) denomina “las reservas de mano de obra de África” en todo el sur de África, incluido el país del apartheid (véase también Mamdani, 1996). Aquí, la combinación de colonialismo blanco –en el marco de la expansión de la agricultura capitalista, el descubrimiento de extensas reservas de riquezas naturales y una continua falta de mano de obra– condujo a los colonialistas blancos a promover la total desposesión de una gran parte del campesinado africano para proporcionar mano de obra barata a las minas, primero, y a la industria manufacturera, después. Con el tiempo, sin embargo, la plena proletarización de estos grupos terminó incrementando los costes laborales y desembocando en un creciente estancamiento económico. Esta experiencia surafricana de la acumulación a través de la desposesión en el contexto del colonialismo blanco contrasta marcadamente, como subraya Gillian Hart (2002), con las experiencias de “éxito de desarrollo” del este asiático, incluido el reciente auge económico de China. La trayectoria del este asiático ha pasado por la acumulación del capital sin un proceso de desposesión, combinada con un “desarrollo e industrialización rurales” (por ejemplo, mediante iniciativas de empresas en aldeas). “Así como la tradición surafricana, en última instancia, ha reducido los mercados nacionales, aumentado los costes de reproducción y disminuido la calidad de la mano de obra, la tradición del este asiático ha ampliado los mercados nacionales, reducido los costes de reproducción y mejorado la calidad de la mano de obra” (Arrighi, Aschoff y Scully, 2009: 39-40; véase también Hart, 2002: 206-231).(14) La paradoja aquí –resaltada por Arrighi y sus colaboradores– es que la plena proletarización de los productores originales a través de la acumulación mediante desposesión, aunque normalmente se asociaba con los orígenes de un desarrollo capitalista fructífero, se ha convertido en uno de los principales obstáculos a ese tipo de desarrollo en el sur de África, así como quizá en muchas otras regiones del Sur Global. Así pues, se parte de distintas trayectorias de acumulación –con o sin desposesión y políticas de exclusión racial– para analizar la discrepancia radical de las experiencias de desarrollo del este asiático y del sur de África. Para abordar estos desafíos, especialmente la necesidad de redistribuir tierras y mejorar la educación y el bienestar social de la mayoría de los africanos, se presentan varias recomendaciones (Arrighi, Aschoff & Scully, 2009; véase también Sen, 1999).(15) El trabajo de Hart y Arrighi sobre la acumulación con y sin desposesión en las trayectorias contemporáneas de desarrollo en el sur de África y el este asiático también podría arrojar cierta luz sobre la cuestión de los orígenes del desarrollo capitalista en la agricultura analizado por Brenner y Wallerstein. De hecho, y aunque no se ha hecho hasta el momento, es posible imaginar el establecimiento de una serie de vínculos geohistóricos entre la obra de Marx, Wallerstein, Braudel y Arrighi sobre “el máximo nivel del comercio y las altas finanzas” (junto con el trabajo de Barrington Moore, Brenner, Wallerstein y otros sobre el capitalismo agrícola, que relaciona estos acontecimientos en una síntesis original). La idea aquí pasaría por demostrar más claramente –como, por ejemplo, a través del tratamiento clásico que Wallerstein concede a estas cuestiones en El moderno sistema mundial y mediante una relectura del “debate Brenner” y de lo que Giovanni denomina “los no debates de los años setenta”– cómo la agricultura capitalista, la urbanización y lo que Arrighi llama el “sistema capitalista de formación del Estado y libramiento de la guerra”– están estrechamente interrelacionados en los orígenes históricos mundiales del desarrollo capitalista, como Perry Anderson parece sugerir en el pasaje de Spectrum citado anteriormente. Estos debates sobre pasado y presente están, por supuesto, interrelacionados; las digresiones del pasado plantean, en esencia, preguntas sobre el presente y reflejan inquietudes de hoy día. Tal como indicaba la revista New Ledt Review (1977: 1) en una introducción editorial a la crítica de Brenner al llamado ‘marxismo neo-smithiano’ a fines de los años setenta:

    El famoso debate en los años cuarenta entre historiadores marxistas –Dobb, Sweezy, Hilton, Takahashi y otros– sobre los orígenes del capitalismo representa uno de los intercambios internacionales más duraderos sobre una cuestión teórica fundamental que haya tenido jamás lugar en el marco del materialismo histórico. Las implicaciones de sus lecturas encontradas de cómo surgió el capitalismo y por qué lo hizo en determinadas regiones del mundo en lugar de otras revestían un interés que excedía lo meramente histórico. Estas lecturas influyen en la evaluación de la situación de la lucha de clases a escala mundial hoy día, las interpretaciones del Estado burgués y las concepciones de la transición del capitalismo al socialismo. El debate también conllevó una serie de problemas teóricos clave sobre la naturaleza del determinismo histórico, la relación entre economía y política, y la validez del análisis básico de Marx del capitalismo.(16)

Se podría decir algo muy parecido con respecto a los debates actuales sobre estas cuestiones. En los últimos años, Arrighi esperaba elaborar una recopilación de su trabajo más importante desde la óptica de la desigualdad global. Lamentablemente, Arrighi no podrá terminar esta labor, aunque espero que haya otros que reunirán sus trabajos más importantes sobre el tema y les darán la amplia difusión que se merecen. Uno no puede dejar de preguntarse hasta qué punto Arrighi habría basado esta iniciativa en el destacado trabajo sobre la desigualdad desarrollado en las últimas décadas por personas como Jean Dreze, Amartya Sen, Amiya Kumar Bagchi (2005), Charles Tilly (1999), Branko Milanovic (2005) y Roberto Korzeniewicz, entre otros.(17) Por otro lado, no se podría rendir mejor homenaje a Giovanni Arrighi y su búsqueda de un sistema mundial más humano que volviendo a estas cuestiones fundamentales de nuestro tiempo, que forman parte de nuestros esfuerzos colectivos para entender el mundo y transformarlo en un lugar más pacífico, socialmente justo, medioambientalmente sostenible e igualitario en todos los sentidos. Entre las pérdidas más significativas en la vorágine de la vida contemporánea del siglo XXI, dominada por la cultura de lo inmediato y de lo que Noam Chomsky –tomando prestadas las palabras de Isaiah Berlin– llama ‘el clero secular de los intelectuales de elite, se encuentran la práctica desaparición de cualquier intento por analizar el presente desde la perspectiva de la larga duración. La obra de Giovanni Arrighi –y la de sus colaboradores y tantos estudiantes y activistas a los que ha servido de inspiración– representa un esfuerzo pionero precisamente en ese sentido. Como decía mi amigo y compañero Wilbert van der Zeijden, pensando en la pérdida durante el pasado mes de junio de dos de los más grandes intelectuales de nuestro tiempo, Giovanni Arrighi y Peter Gowan, “sólo podemos esperar que nuestra generación sea lo bastante inteligente como para seguir avanzando a partir de sus investigaciones, pensamiento y perspectivas”. Así que, en palabras de los movimientos de liberación africanos, ¡a luta continua! Notas Me gustaría expresar mi agradecimiento a todos los participantes de la conferencia internacional sobre la obra de Giovanni Arrighi y la actual crisis patrocinada por el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía de Madrid por estimular un debate que ha influido mucho en mi propio pensamiento. Gracias también a Tom Doberzeniecki por sus útiles comentarios. Asumo, por supuesto, la responsabilidad por cualquier posible error u omisión. La revista Journal of World-Systems Research publicará próximamente una versión previa de este ensayo. (1) Según su página web en la Universidad Johns Hopkins, donde Arrighi trabajó en su día como director del Instituto de Estudios Globales sobre Cultura, Poder e Historia y como catedrático entre 2003 y 2006, y donde daba clases desde fines de los años noventa, finalmente recibió uno de los mayores honores del centro, la cátedra de Sociología George Armstong Kelly. La página explica también que “Giovanni contará con un acto en su honor en la convención anual de la Asociación de Sociología de los Estados Unidos, con una sesión titulada ‘Desde Rhodesia a Pekín: reflexiones sobre la labor académica de Giovanni Arrighi”, el sábado 8 de agosto en el Hilton San Francisco”. (2) Véase también el importante trabajo de Branko Milanovic (2005), que bebe de las importantes aportaciones de Arrighi sobre las desigualdades de la renta mundial para analizar la actual polarización global de la riqueza. (3) Se prevé que las ponencias de la conferencia, patrocinada por el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía de Madrid, se publiquen próximamente en un único volumen. (4) Véase también la destacada colección en volúmenes editada por Aquino de Braganca e Immanuel Wallerstein, The African Liberation Reader: Documents of the National Liberation Movements, Zed Press, 1982. (5) Los textos de Ahmad (2006) están recopilados en un imponente volumen. Amigos durante años, el difunto Edward Said le dedicó su libro Cultura e imperialismo (Barcelona: Anagrama, 2004). Sobre Basker, véase la breve biografía, una curiosa entrevista con él y los distintos tributos, incluido el del propio Arrighi, en la página web del Transnational Institute, que patrocina una charla anual en memoria de Basker Vashee y que esperaba que Arrighi se hubiera podido encargar de la próxima. (6) Para hacerse una idea de sus logros, véanse las distintas entradas de Ingham y Reifer en The Cambridge Dictionary of Sociology, 2006. Véanse también las brillantes reseñas de Frederic Jameson en The Cultural Turn, capítulos 7-8, New York: Verso, 1998, pp. 136-189. El largo siglo XX, que salió publicado en 1994, no dibuja en detalle, por supuesto, la actual crisis de las últimas décadas, un tema que Arrighi trató en (2007) Adam Smith en Pekín. Sin embargo, como se comenta más adelante, el marco analítico que Arrighi estableció a principios de los años noventa se revela muy profético a la luz de la debacle financiera de 2008 y 2009. Más adelante, examinaremos la opinión de Arrighi (2007) sobre lo que se suele considerar el análisis alternativo más importante e integral de la actual crisis, propuesto por Robert Brenner (2003, 2006). Véase también Arrighi y Silver, 1999, al que también aludiremos más adelante. (7) Nuestra interpretación del papel clave del capitalismo financiero y cosmopolita genovés en la conformación del mundo moderno se está viendo transformada hoy día gracias a la titánica aunque poco conocida labor de uno de los ex alumnos de Fernand Braudel, Giuseppe Felloni, que se ha pasado unos treinta años estudiando y catalogando los archivos –escritos en latín– del legendario Banco di San Giorgi de Génova. Sobre el trabajo de Felloni, véase Vincent Boland, “The World’s First Modern, Public Bank”, Financial Times, 17 de abril de 2009, y las referencias citadas en él. (8) Véase también la Declaración de Beijing. (9) Véase también el interesante artículo de Beverly J. Silver y Giovanni Arrighi, “Workers North & South”, Socialist Register 2001, editado por Leo Panitch y Colin Leys, London: Merlin Press, 2000, pp. 53-76, el artículo de Arrighi (1990) “Marxist Century, American Century: The Making & Remaking of the World Labour Movement”, New Left Review 179, enero/febrero de 2009, pp. 29-64, y Silver, 2003. (10) Un trabajo fundamental sobre el importante papel de los fondos de alto riesgo durante la crisis –que echa por tierra gran parte de la ortodoxia neoliberal preponderante– es Gordon de Brouwer (2001), Hedge Funds in Emerging Markets, Cambridge University Press. Véase también Alfred Steinherr’s Derivatives, John Wiley, 1998, 2000. Para un excelente análisis del crecimiento de la integración financiera de Asia oriental, véase Injoo Sohn (2005, 2007). Finalmente, véase también Eatwell & Taylor, 2000, así como Helleiner (1994), y Panitch y Konings (2008). (11) Véase una muestra del compromiso de Gowan con la perspectiva del sistema-mundo en su importante reseña de Caos y orden en el sistema-mundo, de Arrighi y Silver, en New Left Review 13, enero/febrero de 2002, pp. 136-145 y su “Contemporary Intracore Relations & World-Systems Theory”, en Christopher Chase-Dunn y Salvatore Babones, eds., Global Social Change, Baltimore: Johns Hopkins, 2006, pp. 213-238, en el que Gowan analiza el destacado trabajo de Christopher Chase-Dunn y Thomas Hall (1997) y de Chase-Dunn, 1989. Chase-Dunn es actualmente director del Instituto de Investigación sobre Sistemas-Mundo (IROWS) en la Universidad de California Riverside. (12) Para un interesante artículo sobre el papel clave –y a menudo olvidado– del dinero y la banca en los orígenes y el desarrollo del capitalismo, véase Geoffrey Ingham, “Capitalism, Money & Banking: A Critique of Recent Historical Sociology”, British Journal of Sociology, Volume no. 50, Issue no. 1, marzo de 1999, pp. 76-96. Véase también Ingham 2004, 2008. Para uno de los mejores blogs sobre la actual crisis financiera, véase el sitio web del Transnational Institute y el Institute for Policy Studies: www.casinocrash.org – “pensamiento crítico sobre la crisis financiera y económica”. (13) En este capítulo, Anderson (2007) desarrolla uno de los debates críticos más elaborados sobre el análisis de Brenner del largo ciclo descendente, analizando sus virtudes y las cuestiones teóricas y empíricas que deja sin respuesta. Entre los principales puntos débiles de Brenner, según señala Anderson (2007: 261-262; véase también Arrighi, 2007: 139-142), estarían: a) el presupuesto, y no la argumentación, del papel protagonista de la producción material, concretamente de la fabricación industrial, en la interpretación del largo ciclo descendente y b) la poca atención teórica (tan habitual entre los economistas después de Marx) que se presta al papel del dinero, las divisas y los tipos de cambio, así como a la importancia del dominio del dólar estadounidense en el sistema global (este último punto es, precisamente, uno de los más fuertes del trabajo de Arrighi). El ensayo de Anderson incluye una discusión preliminar sobre las primeras críticas de Arrighi a Brenner, posteriormente revisada e incluida en Adam Smith en Pekín. Otra cuestión clave que aún queda por abordar con mayor detalle es el vínculo entre la profunda estructura del capitalismo Estatal-empresarial militarizado de los Estados Unidos y el poder estadounidense en el conjunto del sistema global. (14) Giovanni Arrighi, Nicole Aschoff y Benjamin Scully, “Accumulation by Dispossession & its Limits: The Southern African Paradigm Revisited”, 17 de febrero de 2009, artículo inédito de próxima publicación. Los autores (2009: 8-10) también citan la sugerencia de Hart (2002: 199-200) de que entendamos este análisis de las diferencias histórico-comparativas entre las trayectorias de desarrollo del sur de África y el este asiático como una forma para “replantear debates de economía política clásicos y revisar la premisa teleológica sobre la ‘acumulación primitiva’ a través de la que la desposesión se ve como un concomitante natural del desarrollo capitalista”. Para una larga revisión histórica sobre las desigualdades en Sudáfrica, véase el destacado trabajo de Terreblanche (2005). (15) Una forma interesante de realizar este análisis comparativo podría pasar por incluir más plenamente la experiencia de América Latina. Para una primera idea de este tipo de análisis, en que se comparan los ejemplos del este asiático, bajo la influencia de Japón, y de América Latina, bajo la influencia de los Estados Unidos, en lo que se refiere a los modelos de desarrollo e industrialización, véase el excelente trabajo del fallecido Fernando Fajnzylber, 1990a, b; véase también Reifer, 2006: 133-135; así como Janvry, 1981. Para un análisis sobre la importancia de las cuestiones medioambientales en el desarrollo sostenible, véase Faber, 1993. Para debates más amplios sobre la creciente relevancia de las cuestiones medioambientales en las luchas por el desarrollo sostenible y la justicia social, véase la revista Capitalism, Nature & Socialism. (16) Véase también las aportaciones al debate reunidas en The Transition from Feudalism to Capitalism, Verso, 1976, con una introducción de Rodney Hilton. (17) Korzeniewicz –otro de los ex alumnos de Arrighi– y sus colegas son autores de lo que será, sin duda alguna, una obra de referencia sobre las desigualdades globales, Unveiling Inequality (próxima publicación, Russell Sage Foundation, 2009). Tom Reifer es profesor adjunto de Sociología de la Universidad de San Diego e investigador adjunto del Transnational Institute. Bibliografía Ahmad, Eqbal, The Selected Writings of Eqbal Ahmad, foreword by Noam Chomsky, edited by Carollee Bengelsoorf, Margaret Cerullo, & Yogesh Chandrani, New York: Columbia University Press, 2006. Amin, Samir, Unequal Development: An Essay on the Social Formations of Peripheral Capitalism, New York: Monthly Review Press, 1976. Anderson, Perry, Spectrum: From Right to Left in the World of Ideas, New York: Verso, 2007. Arrighi, Giovanni and John S. 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12 Tesis sobre una crítica de los Derechos Humanos. Alan Arias Marín. 2013

Introducción. Premisas conceptuales

Las tesis que aquí se presentan se inscriben en el horizonte de una contribución a una teoría crítica de los Derechos Humanos. Es un postulado autocrítico irrenunciable del discurso crítico, el riguroso cuestionamiento de las propias posiciones filosóficas, sociológicas y políticas, así como de las relaciones entre ellas; aquí se sostiene que el proyecto y el discurso de los Derechos Humanos ha de someterse sistemáticamente a tales prácticas auto-correctivas.

La adopción de un perspectiva modulada por la tradición de la teoría crítica supone asumir dos premisas metodológicas fundamentales respecto del concepto “Derechos Humanos”. Por un lado, los Derechos Humanos son considerados como un movimiento social, político e intelectual, así como (su) teoría propiamente dicha.

Su determinación básica, a lo largo de su historia, consiste en su carácter emancipatorio (resistencia al abuso de poder, reivindicación de libertades, regulación garantista por parte del Estado); su sustrato indeleble es la exigencia y afirmación de reconocimiento.

Son simultáneamente proyecto práctico y discurso teórico (lejos de ser sólo derechos). Su consistencia es la de una multiplicidad de prácticas que se despliegan en múltiples dimensiones y se configuran en variados repertorios estratégicos y tácticos;[1] su intencionalidad o sentido busca la instauración de acontecimiento políticos, es decir, la irrupción de exigencias de reconocimiento que modifican las correlaciones de fuerza y dominio prevalecientes.

De otra parte, los Derechos Humanos son entendidos como un fenómeno histórico. En tanto que conjunto multidimensional de prácticas y su correspondiente saber e ideología, se encuentra especificado históricamente; los factores históricos y las condiciones sociales, políticas y culturales conforman variables indispensables para comprender y explicar su desarrollo previo y su caracterización actual.

El presente ensayo, construido mediante la formulación de “tesis” busca, amén de acentuar su intencionalidad heurística, comulgar con las formas precursoras e iniciales –fragmentos y no sistemas– de montaje o collage típicas de la teoría crítica.[2]

Con estos modos se pretende una reverberación del hecho de que, si bien ha habido importantes intervenciones críticas en el trayecto histórico de los Derechos Humanos, no se ha propuesto una reconsideración de ese proyecto humanístico bajo explícitas premisas críticas y, mucho menos, articulada con presupuestos teóricos de una concepción radicalmente disímil a la tradición de los Derechos Humanos (al menos de 1948 a la fecha).

El debate contemporáneo de los Derechos Humanos

Los Derechos Humanos son controversiales y para nada autoevidentes. Así lo enuncia la teoría crítica en clara contraposición a la afirmación que el discurso dominante juridicista (naturalista y/o liberal) ha planteado, que los Derechos Humanos son universales y obvios, existentes en los individuos por el hecho de ser personas humanas; derivados de la razón, racionales en sentido fuerte y, por tanto, que no son ambiguos, ni objeto de controversia.

Estas pretensiones universalizantes y la generalidad relativamente sin límites de sus contenidos posibles, convierte cualquier indagación o conversación acerca de los Derechos Humanos en un conjunto práctico y discursivo inabarcable; lo que origina, tanto en la experiencia práctica como teórica, una ausencia de acuerdo respecto de lo que los Derechos Humanos son en realidad.

En la producción teórica y académica contemporánea se distinguen cuatro conceptualizaciones principales (Dembour, 2006; Dembour, Cowan, Wilson, 2001) sobre lo que son los Derechos Humanos en realidad, tales “escuelas” típico ideales serían: naturalista (ortodoxia tradicional); deliberativa (nueva ortodoxia); protesta (de resistencia) y discursiva-contestataria (disidente, nihilista).

De manera básica se explica que el modelo y/o tipo ideal de la escuela o tendencia naturalista concibe los Derechos Humanos como “dados o inherentes”; la deliberativa como “acordados o socialmente consensados”; la disidente como “resultado de las luchas sociales y políticas”; en tanto, la contestataria como un “hecho de lenguaje, meros discursos” referidos a los Derechos Humanos.

Conviene, aunque sea indicativamente, señalar algunos de los autores más representativos del mapa de las diferentes tendencias que componen el universo del debate contemporáneo acerca de los Derechos Humanos.

Para la escuela naturalista y su concepción de que los Derechos Humanos están basados en la naturaleza misma o, eventualmente, en términos de un ser sobrenatural, los Derechos Humanos son entendidos definitivamente como universales, en tanto que son parte de la estructura del universo, si bien pueden ser traducidos prácticamente de diversas formas. Entre los autores contemporáneos más representativos de la escuela “naturalista”, estarían Jack Donnelly (1994) (con fuerte acento consensual y “sentimentalista”), Alan Gewirth (1996) y, en nuestro medio, destacaría la obra de Mauricio Beuchot.

Por lo que toca a la escuela “deliberativa”, el basamento de los Derechos Humanos consiste en la construcción de consensos sobre cómo la política de la sociedad debe de ser orientada; consecuentemente, la universalidad de los Derechos Humanos es potencial y depende de la capacidad que se tenga para ampliar el consenso acerca de los mismos. La figura más destacada de esta corriente deliberativa es, sin duda, Jürgen Habermas (1998); en la misma línea destaca como referente John Rawls, así como Michael Ignattieff (2001), Sally Engle Merry (2009) y, en el ambiente doméstico, Fernando Salmerón (1996) y León Olivé (1993).

La escuela de protesta o de resistencia en el debate actual de los Derechos Humanos encuentra en Ettienne Balibar (1991), Costas Douzinas (2000), Upendra Baxi (2008) y Neil Stammers (2009) sus mejores representantes; en el medio local destacan los trabajos de Luis Villoro (2007). Para la escuela de protesta, los Derechos Humanos están arraigados a la tradición histórica de las luchas sociales, si bien mantienen un sentido de apertura hacia valores de carácter trascendental (en contraposición al estricto laicismo de la perspectiva deliberativa liberal).

Por ello consideran universales a los Derechos Humanos en cuanto a su fuente, toda vez que la condición de sufrimiento y la potencial victimización de los sujetos tiene carácter universal.

Por último, la escuela discursiva o disidente sostiene que el fundamento mismo de los Derechos Humanos no es otro que un hecho de lenguaje, la cuestión irrebatible de que en los tiempos contemporáneos se habla constantemente acerca de ellos y que tienen un carácter referencial; por supuesto no le atribuyen ningún carácter de universalidad, de modo que son un elemento táctico sumamente aprovechable, puesto que los contenidos se pueden establecer discrecionalmente en ellos. De esa escuela discursiva destacan Alasdair MacIntyre (2001), Jacques Derrida (2001), Makau Mutua (2002), Wendy Brown (2004), y Shannon Speed (2008); en el ambiente local ha reflexionado en términos análogos, entre otros, Cesáreo Morales (2008).

Bajo ese marco esquemático general, las tesis aquí presentadas buscan inscribirse en el horizonte de una contribución a una teoría crítica de los Derechos Humanos que, en las condiciones contemporáneas, ha de entenderse como un proceso en construcción (work in progress), una pretensión que habría de combinar elementos teóricos propiamente críticos y orientaciones políticas de emancipación en correspondencia con las condiciones socio-económicas, políticas y culturales del momento histórico para “ajustar cuentas” de modo sistemático con la versión juridicista, de corte naturalista y raigambre liberal y cristiana que conforma la perspectiva dominante del discurso contemporáneo de los Derechos Humanos.

TESIS 1. Inadecuación entre teoría y práctica

La exigencia contemporánea de una aproximación crítica a los Derechos Humanos se justifica, en primera instancia, por la no correspondencia entre el desarrollo discursivo y normativo del proyecto de los Derechos Humanos y su situación práctica de crecientes vulneración, irrespeto y manipulación de los mismos.

Así como también, en segunda instancia, en virtud de la percepción y el diagnóstico respecto de su situación de crisis teórica, crisis conceptual y cultural presente en sus dimensiones tanto externa como interna. En lo exterior, expresada en la paradoja de ser –hoy por hoy– un discurso referencial dominante, en términos valorativos y normativos y, al mismo tiempo, ser objeto de instrumentalizaciones políticas, manipulaciones legitimatorias, así como de un uso banal y un abuso vulgarizador del lenguaje de los Derechos Humanos, por un lado y, por otro lado, en su dimensión interior propiamente discursiva, en cuanto a la radical inadecuación de su composición conceptual y sus proposiciones teóricas respecto de las efectivas condiciones sociales, políticas y culturales del momento histórico contemporáneo.

La consecuencia indeseada y/o perversa es la pérdida de sus potencialidades emancipatorias. El discurso actual dominante de los Derechos Humanos –su formulación hegemónica juridicista– no es expresión teórica suficiente de las necesidades prácticas del proyecto-movimiento de los Derechos Humanos en las condiciones actuales, tanto en sus medios e instrumentos como en sus objetivos.

Existe, desde hace décadas, la imposibilidad de vincular directa y adecuadamente la práctica y la teoría de los Derechos Humanos a la forma original renovada correspondiente a su refundación contemporánea. La figura histórica de los Derechos Humanos, en su fase de reformulación y desarrollo, surgió reactivamente luego del final de la Segunda Guerra Mundial.

Ese discurso, matriz normativa y teórica de toda la evolución posterior –su forma “clásica”– no fue expresión adecuada respecto de las nuevas condiciones emergentes, ni contó con un diagnóstico, acorde a sus propias finalidades, de las tensiones de la llamada Guerra Fría, que caracterizaron a la segunda mitad del siglo XX, prácticamente hasta los años 90. Mucho menos ha sido capaz de captar y representar de modo teóricamente pertinente y prácticamente viable el desarrollo posterior al colapso del socialismo real, así como las de-terminaciones del proceso de globalización con una interpretación de la matriz teórico-conceptual derivada de ella.

Resultado de esos déficits conceptuales y culturales, el discurso y el movimiento de los Derechos Humanos vive una crisis práctica y teórica que reclama un replanteamiento crítico y, consecuentemente, un argumento re-legitimador. En rigor, los Derechos Humanos en su formulación actual dominante, no son sino el resultado sintético de la situación dramática precedente, con la emergencia de la barbarie absoluta en los campos de exterminio, aludida con el concepto “Auschwitz”; se trató de una reacción ilustrada, de rescate de valores y principios éticos de matriz liberal-cristiana.

Sin embargo, el optimismo respecto de un posible regreso a valores de convivencia civilizada, normada por el derecho, sobre la base de la dignidad humana, no apreciaba en toda su radicalidad el golpe devastador infligido a toda pretensión teórica y política del proyecto mismo de la Ilustración.

Lo anterior ayuda a entender, si bien parcialmente, porqué las propuestas teóricas de los Derechos Humanos y sus traducciones jurídicas positivas resultan asequibles y útiles (aún si en un plano de mera denuncia) en condiciones particulares de crisis humanitarias y durante periodos delimitados, en ambientes represivos nugatorios de los derechos civiles y políticos, propios de dictaduras y/o Estados autoritarios; pero resultan inaplicables, inviables, en términos generales y en las condiciones mayoritariamente predominantes en Estados con regímenes razonablemente democráticos.

Las potencialidades de un desarrollo vivo, creativo, del proyecto y el discurso de los Derechos Humanos resultó obstaculizado por las modificadas condiciones históricas de las sociedades y los Estados a través de la segunda mitad del siglo XX y lo que va del presente. Por ello es pertinente y adecuado un replanteamiento crítico que tome en consideración los factores históricos y asuma con radicalidad las condiciones sociales, políticas y culturales actuales para ensayar una reformulación (una re-legitimación) contemporánea de los Derechos Humanos.

TESIS 2. De la globalización y su matriz teórica básica

La complejidad inherente al debate contemporáneo de los Derechos Humanos encuentra ciertas claves de comprensión si se le relaciona con las condiciones de su especificación histórica. Los grandes cambios sociales, políticos y económicos del siglo XX están determinados por el proceso de globalización, la especificidad contemporánea encuentra su configuración principal en la globalización. No obstante, la conexión entre el discurso de los Derechos Humanos y el proceso globalizador aparece mediado por una matriz teórica básica; dotada de principios constructivos y operacionales práctico-materiales y también conceptuales-culturales, generados por las condiciones inherentes de la globalización, sus tendencias determinantes y sus tensiones polarizantes.

Las condiciones actuales de la sociedad globalizada muestran, por un lado, una fuerte tendencia hacia la homogeneización, posibilitada por pautas económicas y culturalesestándares, hábitos y modas a partir del consumo– extendidas por todo el mundo; y, no obstante, por el otro lado, el reforzamiento de una heterogeneidad cultural a partir de la reivindicación de identidades étnicas, religiosas, culturales y hasta de modos de vida de diverso tipo, que determinan que –en dichas condiciones sociales y culturales– unas y otras cohabiten en el seno de una tensa paradoja.

Un discurso renovado de los Derechos Humanos podría afirmarse como un territorio discursivo de mediación –y no sólo referencial normativo– entre la afirmación de los universales, con su cuota correspondiente de violencia (universales impuros), de matriz occidental y el cuestionamiento radical de los relativismos culturales y los particularismos nacionales, étnicos, religiosos y lingüísticos (el desafío multicultural a Occidente).

Paradoja de bipolaridad persistente, que no tiende a resolverse a favor de uno de los polos en tensión –homogeneización o heterogeneidad– sino que, más bien, genera un campo de fuerzas de complejas tensiones, pues a medida que las relaciones sociales se amplían, se produce también una intensificación de las diferencias, lo que indica  que los procesos globalizadores carecen de esa unidad de efectos que generalmente se da por sentada al hablar de globalización.

Así, el término “globalización” se suele relacionar con la aprehensión de su carácter irresuelto, sus tensiones contradictorias y sus efectos indeseados: de la “sociedad de riesgo” (Beck, 2008) o “sociedad líquida” (Bauman, 2007), con espacios que fluyen (Castells, 2002), (en) un “mundo turbulento” (Rousenau, 2002) y “desbocado” (Giddens, 1999), susceptible al “choque de civilizaciones” (Huntington) fundamentado a partir del surgimiento de un “sistema mundial capitalista” (Wallerstein, 1998) y que produce, como efecto de su carácter paradojal, procesos de “individualización” (Beck y Gernsheim, 2003), “retribalización” (Maffesoli, 2004), “transculturalización” y “reterritorialización” (García Canclini, 1999).

Así, escuetamente entendido, podemos señalar que la globalización es un fenómeno social emergente, un proceso en construcción, una dialéctica dotada con sentidos contrapuestos, opciones de valor ineludibles, con carga ideológico-política y de matriz económico-tecnológica. La globalización, bajo la determinación de su fuerte variable económica, forma parte del viejo proceso –siempre creciente– de mundialización del sistema capitalista, teorizado de modo canónico por Marx (1977: v.I, pp.179-214).

Se trata de una fase de peculiar intensidad del sentido expansivo de la valorización del capital, desdibujando las distinciones clásicas entre mercado local y mundial, ciudad y campo y entre trabajo manual e intelectual (trabajo productivo e improductivo). Esta fase está cargada de implicaciones sociales y culturales condicionadas desde una novedosa y revolucionaria base informática y cibernética, características de la época contemporánea, que problematizan los códigos de la producción de verdades y que realizan rotundamente la tendencia de que las fuerzas productivas principales, las que más y mejor valorizan valor, sean la ciencia y la técnica.

TESIS 3. Imperativo multicultural

La globalización también ha alterado el significado contemporáneo de la soberanía política y jurídica y, con ello, se ha agudizado un debilitamiento de las estructuras estatales frente al escenario global. El desplazamiento de la centralidad del Estado (y su soberanía) se contraponen y colisionan, determinando espacios y tiempos de incertidumbre, agravados por nuevos tipos de violencia (algunos extremos como la violencia del terrorismo y el narcotráfico en algunos países) donde, con la participación del Estado, los Derechos Humanos quedan situados en una tensa ambigüedad crítica.

Con el fin del bipolarismo global, un conjunto de fuerzas, reacciones, viejas reivindicaciones y aspiraciones encontraron en la afirmación de la heterogeneidad un punto focal; se constituyó, así, en el motor del principio de autonomía y en el potencial constructo de las identidades individuales y colectivas. El poderoso imperativo multicultural –especie de gran paraguas teórico y cultural de las diferencias– se convierte en un desafío e impele a un diálogo con las culturas periféricas, pero también en el seno mismo de las sociedades democráticas de Occidente, respecto a las reivindicaciones valorativas de diferencia y reconocimiento culturales.

Esta irrupción del pluralismo y la heterogeneidad en disputa con el universalismo y la homogeneidad, todavía dominantes –aunque erosionados–, se encuentra indisolublemente asociada a la figura del Estado. La tensión entre Derechos Humanos (cuyo horizonte intelectual y derechos positivizados se ubican tradicionalmente en un plano de adscripción universal y bajo un principio de igualdad general) y el multiculturalismo (como reconocimiento a las diferencias de pertenencia cultural e identidad particulares), surge cuando las demandas de grupos culturalmente diferenciados (reticentes a la aceptación del significado universalmente válido de los valores y las finalidades paradigmáticamente expresados en la forma democrática y en los Derechos Humanos), resultan imposibles de reivindicar –in-asimilables– sin desprenderse de su interrelación con el Estado, ese espacio político –de supuesta igualdad universal– integrado a partir de conceptos universales y presuntas condiciones de homogeneidad.

No obstante, lo que prevalece es la confrontación práctica e intelectual y el carácter inescapable del conflicto de valores implícito en el impulso históricamente dominante de la perspectiva Occidental y sus formas político culturales (Derechos Humanos incluidos). Así, las contradicciones se precipitan al territorio dirimente de la política y la lucha por el reconocimiento como condición básica de la construcción y entendimiento de los Derechos Humanos.

En esa discusión, la temática de los Derechos Humanos ha ocupado un lugar central, tanto como objeto de crítica valorativa, toda vez que su construcción y fundamentación se han realizado en clave monocultural (occidental), así como por el desarrollo de un debate de revaloración, redefinición y relegitimación del discurso y la teoría de los Derechos Humanos de cara a las modificadas condiciones de nuestras sociedades globales.

TESIS 4. Imperativo multidisciplinario

Derivada de la matriz teórica básica generada por la globalización, sus consecuencias y determinaciones, en particular, el debilitamiento crítico del Estado nacional y de la noción dura de soberanía operan condicionantemente en el plano del movimiento y la teoría de los Derechos Humanos, se ha inducido una mutación en el discurso juiridicista dominante.

Un desajuste crítico que tiende a desplazar al derecho del centro dominante en el discurso de los Derechos Humanos y que propicia la irrupción del conjunto de las ciencias sociales y la filosofía en su interior. El impacto de este desarrollo crítico de la teoría de los Derechos Humanos no ha sido referencia exclusiva del ámbito jurídico, sino que se ha extendido al de las ciencias sociales en su conjunto; ha inducido una relativización de sus respectivos campos de conocimiento y a una interrelación más intensa entre las distintas disciplinas; asimismo, en ciertos territorios, como la filosofía del derecho y la filosofía política, a un radical y complementario intercambio conceptual.

De lo que se ha desprendido un imperativo multidisciplinario al discurso de los Derechos Humanos; exigencia que interpela toda pretensión crítica y de adecuación a las circunstancias reales de una teoría actualizada de los Derechos Humanos. La complejización, extensión y debilitamiento del derecho como la modalidad hegemónica en la descripción, constitución y legitimación teorética de los Derechos Humanos ha conducido a la necesidad de una aproximación multi-disciplinaria.

El movimiento y el discurso de los Derechos Humanos son tema relevante y esencial, referente obligado tanto política como jurídica y socialmente, en el debate contemporáneo. La complejidad y riqueza que engloba el concepto Derechos Humanos nos impele a trasladar su estudio –migración cultural– hacia una perspectiva más amplia que la generada por la especialización actual de las disciplinas del conocimiento humano.

Si bien es cierto que el estudio del tema nos ha remitido, tradicionalmente, al terreno jurídico, también es cierto que el debate y la investigación están lejos de agotarse en ese ámbito. El otrora discurso dominante del derecho se ha visto impelido a un replanteamiento radical respecto de los Derechos Humanos y a enfrentar inéditos problemas conceptuales, así como numerosos desafíos teóricos y metodológicos en ese ámbito.

TESIS 5. Imperativo de género

El feminismo y los estudios de género tuvieron un desenvolvimiento intelectual y un arraigo material inusitado y exitoso a lo largo del siglo pasado. Si alguna revolución cultural contemporánea se mantiene invicta ésa es la del feminismo contemporáneo (con todo y sus contradicciones, divisiones y diásporas). Al igual que otros movimientos sociales radicales que reivindican reconocimiento, insertan la cuestión propia de las diferencias dentro del lenguaje universalista de los Derechos Humanos.

Propiamente, el discurso feminista es uno que emplaza el debate sobre los Derechos Humanos a partir de la subversión de la distinción entre universalidad y diferencia. La coincidencia epocal en el surgimiento tanto del pensamiento político liberal de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano como del pensamiento feminista emergente, ambos a finales del siglo XVIII, ha inducido a disociar, al menos, dos principios definitorios de la disociación entre feminismo y Derechos Humanos; por un lado, el universalismo de las Declaraciones canónicas y, por otro lado, los presupuestos implícitos en la perspectiva del concepto de género, la noción de diferencia y de los recursos conceptuales y políticos, presentes en la tradición feminista.

“Género” es un (relativamente) nuevo concepto, que además de su inherente ánimo crítico, contiene pretensiones políticas reivindicativas radicales. Con esto, no se trata sólo de situar la noción de género en la perspectiva interpretativa que lo tiene como matriz, esto es, con los movimientos feministas, sino la de enfatizar un carácter esencialmente político.

El concepto de género es simbolización de la diferencia sexual; aquí lo propiamente simbólico consiste en la institución de códigos culturales que, mediante prescripciones fundamentales –como es el caso de las de género– reglamentan el conjunto de la existencia humana en sociedades y periodos históricos específicos (Lamas, 1996).

Esta simbolización cultural de la diferencia anatómica-sexual toma forma en un conglomerado de prácticas, ideas, discursos y representaciones sociales que influyen y condicionan la conducta objetiva y subjetiva de las personas en función de su sexo. La noción de género ofrece la posibilidad de pensar el carácter de constructo cultural de las diferencias sexuales, el género es una producción social y cultural históricamente especificada, más allá de la propia estructuración biológica de los sexos, de las identidades de género, de su función y relevancia en las organizaciones sociales.

Desde luego, es relevante el papel innegable y paradigmático que opera en la estructuración de la igualdad y la desigualdad. Asimismo, detrás de los movimientos reivindicatorios, y en particular del movimiento feminista, existe una “semiotización de lo social” (Gutiérrez, 1997: p.57); esto es, que la fuerza inventiva del movimiento feminista, su contribución, no sólo pasa por las posibilidades heurísticas del concepto y la perspectiva de género sino también por todo lo que deriva de su potencial crítico y de-constructor de ciertos paradigmas teóricos, pero también prácticos (Gutiérrez, 1997: pp.60ss).

Con ello, tal semiotización de lo social debe entenderse como el sello del horizonte epistemológico contemporáneo y como resultado de las estrategias teóricas más diversas, desde la recuperación de la dimensión del sentido de historicistas y hermeneutas, hasta el giro lingüístico de estructuralistas, post-estructuralistas y filósofos del lenguaje, lo que explica el arribo conclusivo a tesis establecidas como la de que “toda relación social se estructura simbólicamente y todo orden simbólico se estructura discursivamente”.

Los afanes teóricos del feminismo no son fácilmente deslindables de la política. Con su práctica política, las feministas contribuyeron a cimbrar ciertos paradigmas de la derecha y de la izquierda acerca de cómo pensar y hacer política. La posición teórica feminista emplazó, a través de la idea de género, la desarticulación de ciertos paradigmas de la Modernidad y de la lógica esencialista en que se sustentan.

Dos de los principales dispositivos teóricos criticados, en su momento, por la teoría feminista, el cuestionamiento del paradigma liberal y sus ejes fundamentales: el racionalismo y el humanismo, inciden directamente en el corpus conceptual de la configuración clásica dominante del discurso de los Derechos Humanos.

La hostilidad histórico-emblemática (…la condena a la guillotina de la “girondina” Olympe de Gouges, opuesta a la ejecución del rey y autora de la malhadada Declaración de los derechos de la mujer y de la ciudadana…) del feminismo respecto de las teorías embrionarias de Derechos Humanos, encontró respaldo teórico y conceptual sólido (aunque tardío), mediante la problematización con perspectiva de género, a la desigualdad y discriminación de las mujeres en las concepciones, textos y prácticas originarios del movimiento y el discurso de los Derechos Humanos.

El arraigo de las teorías feministas en los modos culturales y de pensamiento contemporáneos, su distancia crítica respecto al proyecto y discurso de los Derechos Humanos, ha mostrado deconstructivamente las inconsistencias de su matriz universalista; asimismo, ha cuestionado el prejuicio radical de la izquierda, especialmente la de corte marxista, que no permitía incorporar y reconocer un sus organizaciones y en su discurso la especificidad de la problemática de género, de su origen y carácter propiamente cultural y que –con ello– negaba e invisibilizaba la marginación, el menosprecio y la subordinación de las mujeres en el universo político cultural de la izquierda.

TESIS 6. Del sufrimiento y la noción de víctima

Una de las cuestiones trascendentes que el discurso crítico de los Derechos Humanos no puede soslayar es la pregunta sobre si la teoría social y filosófica del siglo XXI será capaz de encontrar significado al sufrimiento humano socialmente generado. La validez y autenticidad del empeño crítico del discurso de los Derechos Humanos ante el sufrimiento de las víctimas, sólo podrá ser reivindicado y sustentado si mantiene la consciencia alertada respecto del reconocimiento de la fragilidad de las pretensiones de la teoría crítica, así como de la condición malamente existente de los Derechos Humanos en la actualidad.

El discurso crítico de los Derechos Humanos, en tanto que saber práctico alimentado de prácticas de resistencia, tiene que ser parte activa en esta deconstrucción de los relatos de integración y consuelo del sufrimiento. Su militancia al lado de las víctimas y el compromiso de su teoría con el desentrañamiento crítico de lo que provoca el sufrimiento, la violencia y la vulneración de la dignidad de las personas, impone nuevas tareas a la agenda de los Derechos Humanos.

La meditación acerca del sufrimiento resulta inexcusable, en tanto que aparece como la vía material que comunica tanto con la noción de víctima como con el concepto de dignidad. Para la teoría contemporánea de los Derechos Humanos, la relación entre violencia y dignidad vulnerada no es directa. Está mediada por la (noción) de víctima. Tanto la violencia como la dignidad humana (vulnerada) son perceptibles a partir de la vida dañada en las víctimas, cuyo registro radica en las narrativas del sufrimiento.

Una perspectiva crítica de la idea de víctima propicia la apertura a una doble dimensión epistemológica, tanto propiamente cognoscitiva como en su función heurística: a) la víctima es punto de partida metodológico, plausible para una investigación crítica del núcleo básico ético de una teoría de los Derechos Humanos, a partir del estudio de la violencia; b) la víctima es la mediación necesaria con la dignidad dañada o vulnerada que se implica en ella, toda vez que la aproximación o el asedio conceptual a la idea de dignidad humana sólo ocurre idóneamente por vía negativa, esto es, a través de las múltiples formas de daño y de vulneración de la dignidad de las personas.

La revisión crítica de la noción de víctima, de alta complejidad y riqueza de determinaciones supone asumirla como la mediación plausible entre las nuevas determinaciones y modalidades de la violencia estatal y societal contemporánea y la dimensión de la dignidad humana.

Apelar a las violaciones de la dignidad humana en el siglo XX, con el involucramiento del discurso de los Derechos Humanos en ello, posibilitó el descubrimiento de la función heurística de la noción de víctima y, con ello, el concepto de dignidad humana pudo cumplimentar con su tarea como fuente de ampliación de nuevos derechos. Asimismo, resulta pertinente deconstruir críticamente la noción de la dignidad humana, asumida como vacío de contenidos conceptuales y/o como derivada de alguna fundamentación axiomática particular (de imposibles consensos); apelar a un uso del concepto de dignidad como postulado de la razón práctica contemporánea, como referente de potencialidad normativa para la convivencia social.

La dignidad humana vulnerada por la violencia tiende a convertirse, entonces, en la vía que constata y confirma, en clave de Derechos Humanos, la condición de víctimas, en el criterio que pondera y reconoce su sufrimiento y el horizonte proyectivo de su emancipación.

La revisión crítica de la noción de víctima, con la mira en la pretensión de contribuir a una fundamentación ética de los Derechos Humanos, supone asumirla como la mediación plausible entre las nuevas determinaciones y modalidades de la violencia estatal y societal contemporáneas y la dimensión de la dignidad humana (Arias, 2012). Su estudio resulta un asunto crucial para el discurso social, filosófico y jurídico de los Derechos Humanos, así como resulta clave para el análisis y reinterpretación de la ecuación discursiva señera de ellos, el clásico nudo fundamental –históricamente siempre repensado– de la relación violencia-víctima-dignidad.

Como se sabe, la relación entre violencia y dignidad vulnerada no es directa, se encuentra mediada por la noción de víctima, de ahí su importancia teórica y metodológica. Así, la problemática generada por el tratamiento crítico de esos temas constituye actualmente –como desde su origen– la columna vertebral de los Derechos Humanos (Arias, 2012: pp.16ss.).

TESIS 7. De la construcción de una noción crítica de víctima

La perspectiva crítica de la idea de víctima –como vimos en las tesis anterior– propicia la apertura a una doble dimensión epistemológica, tanto propiamente cognoscitiva como en su función heurística: a) la víctima es punto de partida metodológico, plausible para una investigación crítica del núcleo básico ético de una teoría de los Derechos Humanos, a partir del estudio de la violencia; b) la víctima es la mediación necesaria con la dignidad dañada o vulnerada que se implica en ella, toda vez que la aproximación o el asedio conceptual a la idea de dignidad humana sólo ocurre idóneamente por vía negativa, esto es, a través de las múltiples formas de daño y de vulneración de la dignidad de las personas, expresadas en las narrativas del sufrimiento.

Ahora bien, la noción de víctima, en la evolución y cristalizaciones de sus contenidos semánticos, es una noción vaga, cargada de polivalencia semántica y de polisemia cultural, donde los significados sacrificiales resultan dominantes. De entrada, estimula aproximaciones intuitivas y favorece los prejuicios, fuentes principales de los obstáculos epistemológicos al conocimiento.

El modo de trabajo o procesamiento racional sobre el concepto de víctima ha tenido tradicionalmente la deriva dominante del derecho, de manera que la noción de víctima con mayor y mejor carga intelectual resulta ser predominante y unidimensionalmente jurídica. La parafernalia técnico-administrativa relativa al interés pragmático, propio del saber jurídico, ha resultado ser velo y complemento de los significados de sacrificio y resignación inherentes a la idea de víctima, contenidos arcaizantes y de corte teológico.

La crítica reflexiva y práctica respecto al concepto de víctima lleva a un replanteamiento respecto de ideas y prácticas asociadas con ella. Indefensión, sometimiento, debilidad, reconocimiento negativo como meras víctimas, al final, predominio de variadas formas de menosprecio, redundan en un bajo potencial de protesta, una restricción de sus alcances organizativos, convocatorias de solidaridad compasiva, manipulaciones políticas y facilidades al chantaje de las víctimas indirectas: la noción convencional de víctima se limita al umbral de la queja victimante y no alcanza la proclama de la protesta, ni logra acceder a la conformación de un discurso teórico y práctico crítico y transformador de su condición yaciente, adolorida y subordinada.

Amén de todos esos elementos, que son intrínsecos, inmanentes, al concepto de víctima, hay que considerar los factores extrínsecos, trascendentes, tales como: el exceso de violencia y su correlativo plus de sufrimiento socialmente producido, así como la consecuencia de una multiplicación de potenciales víctimas en las actuales circunstancias sociedades de riesgo contemporáneas. Estos factores extrínsecos, que configuran el entorno o contexto que induce (potencia o estimula) un exceso de sufrimiento social inasimilable, inducen perentoriamente la necesidad de procurar un concepto de víctima complejo, amplio, dinámico y funcional para lidiar mejor (procesar adecuadamente) esa sobrecarga de violencia sobre la sociedad.

TESIS 8. De los Derechos Humanos y la lucha por el reconocimiento

Es cierto que se hace y se puede hacer política con los Derechos Humanos, se les puede instrumentalizar y utilizar para objetivos ajenos, políticamente aceptables o condenables, al servicio de los de arriba o los de abajo, por la perpetuación del statu quo o su alteración, justicieros (igualitarios) o injustos (para agudizar las desigualdades). No obstante, esas instrumentalizaciones políticas no eliminan el sustrato político inmanente propio de los Derechos Humanos.

Ese sustrato, lo intrísecamente político del proyecto y el discurso de los Derechos Humanos, radica en que lo específico y común de esas múltiples prácticas de resistencia, reclamo, imposición y emplazamiento de actos, hechos o acontecimientos de tensión de la correlación de fuerzas conlleva e implica exigencias de reconocimiento.

Es el carácter de emplazar relaciones de poder en términos de reconocimiento, de lucha por el reconocimiento, instaurar acontecimientos políticos, lo que define lo esencialmente político de los Derechos Humanos.

Al decir: “¡no!, ¡basta!, ¡así no!, ¡no más!” Los individuos y grupos se oponen, resisten al abuso de poder, pero también reivindican, emplazan, estatuyen una exigencia de reconocimiento respecto del otro; el que violenta, abusa, explota…

¿Reconocimiento de qué? “De la dignidad”, responde el discurso de los Derechos Humanos, de la alteridad en pie de igualdad en virtud de ser sujetos libres. Reivindican emancipación, libertades –derechos–, regulaciones, garantías (de cara al Estado); se plantan libremente, en pie de igualdad; con dignidad, se dice.

Dignidad que sólo es discernible, constatable y afirmable sólo por vía negativa: ante su denegación, el abuso y las violencias que vulneran la dignidad; esto es, ante la negación de las libertades y la desigualación de los iguales (la materialización de los procesos de exclusión, estudiados ejemplarmente por Foucault y el proceso de la desigualdad, modélicamente analizado por Marx) (Arias, 2008).

Desde esa radicalidad, relativa al carácter político intrínseco de los Derechos Humanos, resulta adecuado suponer que estarían en condiciones de posibilidad de sobreponerse al politicismo inherente en la calificación de la autodesignación de las víctimas y –asimismo– coadyuvar al diseño e instrumentación de una política, entendida como disciplina ante las consecuencias del acontecimiento victimo-lógico en clave de Derechos Humanos.

La noción crítica de víctima, en tanto que elemento apto para coadyuvar a una fundamentación ética de los Derechos Humanos, asume un papel trascendente en la lucha de sujetos que reivindican aspectos no reconocidos de su identidad –por la vía de la conciencia de haber sufrido una injusticia. Es a partir de este momento que la víctima, al igual que los maltratados, excluidos o despreciados, diversos grupos victimizados que han experimentado formas de negación del reconocimiento, no sólo sufren a partir del menosprecio de su condición, sino que pueden descubrir que el menosprecio en sí mismo puede generar sentimientos, emociones y el impulso moral que motivan e impelen comportamientos y acciones (prácticas) para devenir en sujetos activos de luchas por reconocimiento.

Situar el concepto de reconocimiento, con su potencial carácter crítico, en la construcción de un concepto crítico de víctima (complejo, abierto, dinámico, funcional), significa asumir la centralidad del conflicto bajo una función positiva (creativa) de integración social, a condición de que se le deje de ver de un modo limitado y negativo, como ha sido el caso desde la perspectiva teórica dominante.

Las luchas de reconocimiento, históricamente, han generado la institucionalización de ciertas prácticas sociales que evidencian el pasaje de un estadio moral a otro más avanzado; un aumento de la sensibilidad moral, señala Honneth (2010: p.37).

La lucha de los grupos sociales por alcanzar formas cada vez más amplias de reconocimiento social se convierte, muta, en una fuerza estructurante del desarrollo moral de la sociedad. Esa ha sido el sentido humanista del movimiento y la teoría de los Derechos Humanos; toca a su reformulación crítica insistir en la articulación de la noción –yaciente– de víctima con un proyecto –enhiesto– de resistencia y emancipación.

Así, en dicha perspectiva, la lucha social no puede explicarse sólo como resultado de una lucha entre intereses materiales en oposición sino también como consecuencia de los sentimientos morales de injusticia; una gramática moral de los conflictos sociales (Honnet, 1995). La víctima, cuya visibilidad es a través del sufrimiento, se constituye primordialmente en esa imagen inicial de injusticia; no debiera permanecer en la queja sino levantarse para la proclama.

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[1] Esos serían hipotéticamente los contenidos o notas de los Derechos Humanos entendidos experimentalmente en tanto que concepto.

[2] La denominada primera generación de la Escuela de Frankfurt, Max Horkheimer, Theodor W. Adorno, Herbert Marcuse, Erich Fromm y, un tanto excéntricamente, Walter Benjamin.

MANIFIESTO DEL BICENTENARIO. Escuela Politica para un Nuevo Proyecto. 15 de septiembre de 2021

anduvimos errantes/años/ años/ años/anduvimos errantes/las grandes bestias devoradoras/nada pudo detener nuestros pasos/cruzamos ríos/montes/abismos de terror
(…)
heridos por la sed
sin luna tropezando
duros de frío
caminando
de grito en grito estableciendo el rumbo
caminando
(…)
pero aún estamos aquí
y otra vez ganaremos la tierra
para los nietos del jaguar
Pedro Geoffroy Rivas

Los nietos del jaguar(gragmentos)

A doscientos años de la independencia y a treinta años de los Acuerdos de Paz,  la sociedad salvadoreña sufre una regresión  acelerada hacia el autoritarismo, que se expresa  principalmente en la militarización, el desmontaje  de las instituciones democráticas, la toma de los tres poderes del Estado por parte  del grupo gobernante y el predominio  de la cultura machista, violenta y represiva.

Al mismo tiempo, en el plano económico-social, presenciamos el despliegue de medidas hipercapitalistas que continúan fortaleciendo
la concentración de capital en pocas manos, bajo nuevos modos de acumulación que debilitan lo público, reavivan  las privatizaciones, incrementan la deuda  y destruyen el entorno natural, anulando la
posibilidad de vida digna a las grandes mayorías.

Ante esta realidad atroz, emitimos el siguiente manifiesto del bicentenario de la independencia:

Durante dos siglos, el pueblo salvadoreño ha luchado por  su emancipación: desde los movimientos populares de 1811 contra el poder colonial, la gesta de los nonualcos en 1833 y los levantamientos indígenas del siglo XIX contra las élites criollas, hasta la insurrección popular, campesina e indígena de 1932 y el proceso de guerra de 1970 a 1992 contra la dictadura, el poder oligárquico neoliberal y la intromisión  del imperialismo norteamericano.

En 1821, la firma del acta de independencia simbolizó la posibilidad de construir una república centroamericana unida y fuerte, en paz y con riqueza suficiente para llevar bienestar a las mayorías, sin discriminación y sin exclusiones. Sin embargo, la historia demuestra que esa posibilidad fue truncada por la mezquindad y la incapacidad de las élites criollas de ver más allá de sus propios intereses provincianos.

Los sectores populares se movilizaron desde 1811 con el propósito de romper la profunda injusticia que los margina. Pero se impusieron el terror, la violencia, la represión y las guerras civiles. El Salvador se fundó como república independiente en 1841 sobre la violencia y la guerra, sobre las ruinas del sueño de la unión centroamericana.

Al comenzar el tercer siglo de vida republicana, el país continúa subyugado. La economía sigue dependiendo abrumadoramente de las plazas centrales del capitalismo global bajo la hegemonía de la economía virtual, profundizándose las lógicas de la colonialidad en todos los ámbitos de la vida.

El Salvador ha pasado de la independencia de la Corona Española al yugo de un capitalismo exhacerbado, sin fronteras nacionales y sin límite de acumulación.

El mayor logro de la democracia neoliberal impuesta en El Salvador desde mediados de los ochenta del siglo XX es la legitimación con el voto en el año 2019 de un ejercicio del poder gubernamental antidemocrático, autoritario y militarista, con un aparato mediático que aplasta las voces disidentes y manipula a la población, con tendencia a incrementar
la violencia represiva mediante los cuerpos de seguridad del Estado. La década pasada y la realidad presente reafirman que los cambios urgentes y necesarios para las mayorías populares son mucho más profundos y estructurales, no se logran con la alternancia en la silla presidencial.
Esta legitimación además ha permitido al grupo gobernante la consolidación de una nueva hegemonía de derecha hipercapitalista, ante una izquierda y unos sectores progresistas debilitados, dispersos, sin proyecto político con alternativa ideológica definida, que se oponga a las arbitrariedades,
los abusos de poder, los actos de corrupción y de manera
esencial a las estructuras del capitalismo. La conformación de frentes amplios sin ideología y sin proyecto revolucionario tampoco se presentan como una solución consistente para los intereses de la población más pobre.

En este escenario, como Escuela Política para un Nuevo Proyecto MANIFESTAMOS:
– Nuestra reivindicación de la lucha histórica del pueblo salvadoreño por su emancipación, la cual asumimos como nuestro punto de partida; rendimos honor a todas las vidas entregadas en ese proceso.
– Nuestra solidaridad con los colectivos y las personas que han sido objeto de censura, represión y persecución de parte del actual Gobierno.
– El profundo rechazo y oposición tajante a la instalación del régimen autoritario, represor y militarista.
– El apoyo a la movilización de los sectores progresistas, democráticos y de izquierda en las calles.
– La apremiante necesidad de articular la lucha popular, política y reivindicativa en dirección antisistema.
– La convicción de que, en el momento actual, la tarea más relevante de la izquierda radica en la formación de un proyecto revolucionario y democrático, que contribuya a la estimulación de un nuevo movimiento popular.

Con espíritu de lucha y unidad, CONVOCAMOS a la construcción de un proyecto político de cambio radical, revolucionario y democrático, de largo plazo, con raíz, base y crecimiento en las mayorías populares vulneradas y empobrecidas, pero aguerridas y dignas, con el fin de confrontar el régimen autoritario y avanzar con paso firme en
nuestra lucha anticapitalista, antipatriarcal, anticolonial
y antiimperialista.

Tres lecciones del Che para la izquierda salvadoreña. Ricardo Ayala. 8 de octubre de 2021

Sin duda alguna, en la larga tradición de lucha popular la figura de Ernesto Che Guevara está asociada al paradigma del militante revolucionario que aspiramos ser, como exclamó Fidel en una noche de octubre de 1967 en tributo al guerrillero heroico. Sin duda, su ejemplo formó a miles de militantes revolucionarias y revolucionarios en este medio siglo anterior, que siguiendo sus pasos entregaron su vida sin esperar nada a cambio más que la satisfacción de cumplir con el más sagrado de los deberes: luchar contra el imperialismo donde quiera que esté.

Hoy conmemoramos 54 años de su paso a la eternidad y aunque su trascendencia histórica ocupa un lugar cimerio en la lucha de los pueblos, es preciso siempre tenerlo presente, y cuanto más, en la práctica de las organizaciones populares llamadas a dar continuidad a su obra libertaria y socialista. Para las nuevas generaciones su impacto sigue siendo el del revolucionario dispuesto a luchar contra cualquier injusticia y una férrea fidelidad a sus principios.

En nuestro caso, el ejemplo de Che formó a muchas generaciones que luchadores y luchadoras, y es preciso traer a cuenta algunas lecciones de este emblemático combatiente para la actualidad, con el ánimo de evitar reducirlo a una consigna o panfleto utilizado únicamente para solapar prácticas alejadas de la obra del revolucionario argentino-cubano.

Una primera lección podemos extraer de su intervención en una reunión del Ministerio de Industrias de Cuba, Che llamaba la atención sobre la tendencia a rechazar el estudio del pensamiento revolucionario: “[..] hay una cuestión que tenemos que entender, nosotros no podemos ser hijos de la práctica absoluta, hay una teoría; que nosotros tengamos algunas fallas, algunos motivos de discusión de algunos aspectos de la teoría, bueno, pues perfecto. Para poder hacer eso, hay que conocer, aunque sea un poquito de teoría.”

Para Che el estudio y construcción del pensamiento crítico que requiere una revolución socialista es trascendental y permanente. Una parte de la izquierda salvadoreña reniega del papel de la ideología y del pensamiento revolucionario de orientación marxista y leninista para la lucha política del actual momento, reduciendo su práctica a un activismo sin rumbo exclusivamente orientado a la desviación electorera. El abandono del pensamiento crítico revolucionario por este sector es de una de las razones que se hallan a la base de la crisis desencadenada por la derrota política del 3 de febrero de 2019.Ligado a la construcción del pensamiento crítico de la revolución se halla la relación con el pueblo, cómo se inserta este en la estrategia de la izquierda para alcanzar los objetivos.

Por eso Guevara insistía que debía tenerse claro cómo nos relacionamos con el sujeto de la revolución. Acá una segunda lección de Che para nosotros:No debemos acercarnos al pueblo a decir: “Aquí estamos. Venimos a darte la caridad de nuestra presencia, a enseñarte con nuestra presencia, a enseñarte con nuestra ciencia, a demostrarte tus errores, tu incultura, tu falta de conocimientos elementales”. Debemos ir con afán investigativo, y con espíritu humilde, a aprender en la gran fuente de sabiduría que es el pueblo”.¡Cuánta razón del guerrillero heroico!

No pocas veces una buena parte de nuestros exdirigentes y exfuncionarios de gobierno hicieron gala de una prepotencia tal de creerse el epicentro del proceso, subvalorando al pueblo, a esta masa irredenta que históricamente ha sido excluida pero muy exigente por ver cumplidos sus sueños. El principal basamento de un partido que aspira a liderar la transformación del sistema es la confianza y respaldo de su base social, sin la cual es imposible lograrlo. Ahí en el pueblo se hallan muchas respuestas para nuestros retos que enfrentamos actualmente, debemos volver al pueblo, volver a enraizarnos en su mente y corazón, para conjuntamente emprender los objetivos de nuestro proceso.

Y una tercera lección del Che es “¡Que no se puede confiar en el imperialismo, ni un tantico así, nada!”Esta lección resulta muy precisa para este momento de la izquierda salvadoreña, porque nos ayuda a tener claridad que enfrentamos a un segmento de la burguesía que dirige a un gobierno autoritario, demagógico, incompetente y corrupto, pero a la vez, enfrentamos a un imperialismo en crisis que busca a toda costa recuperar su hegemonía sobre su “patio trasero” ante el avance de China.

Aunque aparentemente gobierno burgués e imperialismo se ven en confrontación total, lo que hay es disputa por la supeditación del primero al segundo y para nada es una pugna irreconciliable, es decir, son pugnas de intereses en el marco del capital y tarde o temprano se pondrán de acuerdo en cómo seguir explotando al pobre. El primero pretende ejercer el poder para enquistarse en el Estado, el segundo aspira a mantener su hegemonía sobre los países explotados, para lo cual, necesita someter al actual gobierno a su dominio total o imponer a la vieja y rancia oligarquía, desplazada de la presidencia en 2009 por el FMLN y el pueblo organizado.

Son pugnas de poder entre la burguesía emergente y el imperialismo gringo y oligarquía rancia a fin de repartirse el país entre ellos, y no escatiman esfuerzos por utilizar cualquier recurso, ni organizaciones sociales para lograr sus fines. En este caso, la izquierda popular y política, incluyendo al FMLN, debe enarbolar su propio proyecto político junto al pueblo y las organizaciones populares, no ponerse como carne de cañón para los intereses de estos.Sin embargo, una parte del FMLN cree (ingenuamente) que puede participar del repartimiento que haga el imperio al someter al gobierno de Bukele, recibiendo algún guiño de ojos en un falso gobierno de unidad nacional (léase, de conciliación de clases entre oligarquía, imperio y un pedazo de la aún izquierda, light) … Ingenuidad total.

Para disimular sus pactos y posicionamientos, justifican su proceder y atacan a quienes les señalan aduciendo que en la historia ha sido común que, ante un enemigo acérrimo, no importan los intereses ni identidad de clases para entablar grandes alianzas que provoquen la caída de estos; y nos ponen de ejemplo a los Aliados contra Hitler durante la Segunda Guerra Mundial, integrados por la URSS, EEUU y Gran Bretaña, olvidando que los gringos e ingleses intervinieron hasta el último momento ya cuando la URSS había ofrendado la vida de millones de personas para detener el avance del nazismo. Y así como ésta, nos ponen otros tantos ejemplos de la historia nacional en el que el pueblo pone la vida y las clases pudientes definen a los gobernantes, como pasó en el 1944.

No dudamos que exista dosis de ingenuidad al pretender buscar un nefasto aliado por parte algunos exdirigentes del FMLN, aun recordando que el imperialismo financió y planificó miles de masacres durante la cruenta guerra civil de 12 años, pero también no dudamos que el desmontaje ideológico emprendido por el imperio a través de cursos, becas, conferencias, publicaciones, etc., haya calado hondo en algunos de los otrora líderes históricos.A nuestro juicio, estas son tres de las muchas elecciones que nos brinda Che Guevara a un año más de su paso a la inmortalidad, ojalá podamos rendirle honor manteniendo la coherencia ética y política, sin ambigüedades ni flirteos a las fuerzas imperiales.