Israel ya tiene la victoria que buscaba, aunque Netanyahu no vuelva a atacar a Irán. Yahoo! Noticias. 16 de abril de 2024

Los últimos años han sido tensos a nivel geopolítico. Si 2022 estuvo marcado por la invasión de Rusia a Ucrania y el 2023 tuvo como protagonista a la Franja de Gaza, en 2024 la posible guerra entre Israel e Irán marca la actualidad.

Tras varios meses de amenazas, el pasado 1 de abril Israel atacó la embajada iraní en Damasco (Siria) y la respuesta persa se produjo casi dos semanas después. El 13 de abril, Teherán lanzó la que fue su primera ofensiva directa contra Israel en la historia, aunque las defensas judías consiguieron repeler la gran mayoría de misiles y drones, minimizando los daños.

Estos ataques cruzados suponen un paso más para una internacionalización del conflicto en la región que ninguna de las principales potencias quiere ahora mismo. Mientras que los rusos están centrados en Ucrania, los estadounidenses miran con el rabillo del ojo a las elecciones presidenciales de noviembre. En sus planes, no se encuentra ahora mismo verse arrastrados a un conflicto directo entre dos grandes potencias regionales.

Israel amenaza con tomar nuevas represalias contra Irán, pero lo cierto es que el Gobierno de Netanyahu ya ha conseguido los objetivos que se marcó al agitar estas hostilidades. Por un lado, desviar la atención internacional de lo que está pasando en Gaza y recuperar el apoyo incondicional de sus aliados. Por el otro, afianzar su posición en la región tras décadas de rechazo de los países árabes.

De esta manera, la situación israelí es ahora mismo mucho más cómoda de lo que lo era hace apenas dos semanas y puede permitirse destensar, en lugar de seguir una estrategia más arriesgada que le puede llevar a consecuencias imprevisibles.

No cabe duda que ese ataque contra la embajada iraní fue muy peligroso, ya que podría haber derivado en una guerra entre ambos países. Aunque no se puede descartar esta confrontación, lo cierto es que la respuesta de Irán ha sido muy medida, por lo que Netanyahu puede darse por contento con lo obtenido, que no ha sido poco.

La ofensiva sobre Gaza

En los últimos seis meses, Israel ha ido perdido paulatinamente el gran apoyo internacional que tenía debido a su actuación en Gaza. Tanto las organizaciones humanitarias como la ONU han sugerido que en la Franja se podía estar cometiendo un genocidio. Los ataques israelíes han causado la muerte a más de 30.000 personas, la mayoría de ellos mujeres y niños.

Así, el apoyo entusiasta de Occidente ha ido dando paso a manifestaciones de repulsa en ciudades como Nueva York o Londres y un apoyo más tibio por parte de los Gobiernos, que ahora presionan por un alto el fuego permanente.

Consciente de que lo que se estaba transmitiendo al mundo era que Israel masacraba impunemente a civiles, el Gobierno ha cambiado radicalmente de estrategia y el ataque contra la embajada iraní juega un papel clave. En estas dos semanas, han seguido bombardeando Gaza, pero el foco está puesto en el conflicto con Irán, por lo que han conseguido desviar la atención sobre las lamentables condiciones que están viviendo los palestinos.

Además, sus aliados tradicionales (Estados Unidos, Reino Unido o Francia, entre otros), que se habían alejado un poco por las noticias que llegaban desde Gaza, han vuelto a mostrar su apoyo unánime en el conflicto con Irán.

El apoyo de países árabes

Quitar el foco de Gaza y recuperar a sus aliados han sido hechos importantes para Israel, pero afianzar su posición en la región ha sido la mayor victoria para el Gobierno de Netanyahu. Fueron varios los países que ayudaron a repeler el ataque de Irán y algunos de ellos eran árabes. Muy comentado fue que Jordania envió a su fuerza aérea, pero parece que no fueron los únicos.

“Los Estados del Golfo, incluida Arabia Saudita, podrían haber desempeñado también un papel indirecto, ya que albergan sistemas occidentales de defensa aérea y aviones de vigilancia y reabastecimiento que habrían sido vitales para el esfuerzo”, ha señalado The Economist.

Conviene recordar que en 1948, cuando se fundó el estado de Israel, varias naciones árabes se opusieron y le declararon la guerra. En todas estas décadas, el Estado judío no ha sido bienvenido en la región, aunque con el paso de los años las posturas se han ido suavizando e incluso se han llegado a establecer relaciones diplomáticas con algunos de ellos. De hecho, Arabia Saudí e Israel estaban a punto de hacerlo antes de los ataques de Hamás del 7 de octubre.

La participación de varias naciones árabes en defensa de Israel muestra que existe miedo a que se produzca una guerra de grandes dimensiones, pero también que Israel ya no está tan aislado como antaño en la región y que empiezan a darse escenarios de colaboración, lo que supone la mejor de las noticias para la nación judía.

Ahora la pelota está en el tejado de Israel, que puede optar por seguir aumentando la tensión o rebajarla. La única certeza es que su posición ha mejorado sensiblemente en apenas unas semanas y que ha conseguido sacar un gran rédito de su ataque a Irán. Netanyahu puede darse por satisfecho.

No se pueden ignorar las difíciles emociones de la derrota política. Hannah Proctor. Sin permiso. Abril de 2024

La larga historia de derrotas de la izquierda ha producido una historia igualmente larga de emociones difíciles de gestionar. Sin embargo, los pensadores de izquierda a menudo han ignorado la experiencia emocional de la derrota política al servicio de un ideal poco realista del revolucionario desinteresado.

Pensar en las emociones de la derrota política puede ser perturbador y difícil, pero estas experiencias son innegablemente parte integrante de la vida contemporánea de la izquierda. Desde la derrota electoral de Bernie Sanders hasta el aplastamiento por parte del estado de la oposición al oleoducto pasando por las promesas incumplidas de cambio después de los levantamientos de George Floyd de junio de 2020, la historia reciente ha estado salpicada de momentos de gran agitación seguidos de la insoportable sensación de perder terreno.

En su nuevo libro, Burnout: The Emotional Experience of Political Defeat, Hannah Proctor traza una genealogía histórica de la derrota política explorando ocho emociones: melancolía, nostalgia, depresión, agotamiento, agotamiento, amargura, trauma y luto, fundamentales para comprender el paisaje contemporáneo de la izquierda.

Proctor argumenta que los sentimientos negativos son una parte ineludible del proceso de organización y nos ofrece varios métodos que los individuos y los colectivos de toda la izquierda han utilizado históricamente para trabajar con estas emociones.

Para Jacobin, Cal Turner y Sara Van Horn hablaron con Proctor sobre la importancia de abordar las emociones difíciles de trabajar para transformar la sociedad, cómo las ideas de autosacrificio a menudo chocan con la realidad vivida y lo que realmente significa la esperanza.

Sara Van Horn: ¿Por qué es importante prestar atención a los sentimientos negativos como la depresión, el agotamiento, la amargura y el duelo? ¿Qué se pierde cuando ignoramos esos sentimientos?

Hannah Proctor: Tanto en mis experiencias personales como en mi trabajo académico investigando historias revolucionarias, el coste psicológico de la lucha política surgió como un problema una y otra vez, aunque de diferentes maneras, en diferentes momentos históricos y en respuesta a diferentes experiencias de organización. Sin embargo, no había nada que tematizara o teorizara explícitamente esas experiencias, ni había muchos recursos disponibles para que las personas de la izquierda ayudaran a dar sentido a estas emociones a medida que surgían.

Al escribir el libro, pensé mucho en las consecuencias de los grandes movimientos históricos, pero también me interesó el agotamiento que proviene de la organización prolongada y de tratar de mantener el impulso a largo plazo, especialmente frente a las tensiones interpersonales. ¿Cómo pensamos sobre las tensiones interpersonales desde una perspectiva política?

Estoy interesada en la pregunta de si minimizar la importancia de estas experiencias, o tratarlas como problemas individuales en lugar de colectivos, en realidad podría exacerbarlas. Si minimizas tus propias experiencias emocionales, ¿qué implicaciones colectivas tiene eso? ¿Podría haber una manera de reconocer estos sentimientos, en lugar de fingir que puedes deshacerte de ellos? Ese fue mi punto de partida para el libro.

Cal Turner: ¿Qué experiencias personales dieron forma a tu deseo de escribir Burnout?

HP: Cuando empecé a escribir el libro, era muy alérgica a la idea de ser parte de él. Solo soy una académica aburrida, y estaba escribiendo sobre revolucionarios reales, así que me parecía casi ridículo incluirme en el libro. Pero cuanto más escribía, más perverso parecía escribir un libro sobre cómo “lo personal es político” sin hablar de mí misma.

Los movimientos estudiantiles de 2010 y 2011 en el Reino Unido realmente dieron forma a mi interés en este tema. Tuve la peculiar experiencia de incorporarme a ese movimiento, cuando ya estaba en receso. No experimenté sus momentos álgidos, solo las secuelas. Fue una experiencia bastante formativa para mí.

Otra experiencia importante fue estar involucrada en formas continuas de organización, no como parte de un gran movimiento, sino simplemente acudir a las reuniones semanales y tratar de hacer campaña por cambios locales. La sección media del libro trata sobre las formas continuas de lucha y el “trabajo de pala” día a día, un término que proviene de Ella Baker.

Termino el libro hablando de una experiencia que tuve aquí en Glasgow. En mayo de 2021, hubo una redada de inmigrantes en la calle Kenmure a la que resistió la gente de la comunidad local. Sucedió justo cuando la gente empezaba a salir de los confinamientos por COVID. Quería terminar el libro reflexionando sobre la poderosa experiencia emocional de estar en la calle con otras personas, especialmente significativa después de un período de aislamiento total.

Por supuesto, las luchas políticas no tratan solo de sentimientos, sino que ese tipo de experiencias positivas también son subjetivamente muy significativas: cambian a las personas. No quiero dar a entender que la gente solo está formada por lo horrible y deprimente que es todo: las experiencias de solidaridad y victoria también son muy importantes.

SVH: Escribes que “incluso los revolucionarios que menospreciaban las cuestiones y la teoría psicológicas a menudo se describen en la práctica rodeados de personas que se desmoronan, caen, se hunden en la depresión o buscan ayuda psicoterapéutica en respuesta a sus compromisos políticos”. ¿Podrías hablar de la imagen del revolucionario comprometido y de sus tensiones?

HP: Creo que el autosacrificio revolucionario y lo que Huey P. Newton llama “suicidio revolucionario” es una tradición extremadamente importante e inspiradora dentro de la lucha revolucionaria. Recientemente, tuvimos el ejemplo extremo de la autoinmolación de Aaron Bushnell: un caso de autosacrificio por una causa política que ciertamente no me gustaría caracterizar como patológico o como otra cosa que no sea un poderoso acto político.

Sin embargo, la mayoría de las personas involucradas en la lucha política no van a dar literalmente sus vidas a la causa de esa manera, y tendrán que seguir viviendo mientras luchan. En el libro, miro ejemplos históricos de personas que trataron de vivir con compromiso total, y lo que sucedió cuando no pudieron.

Hablo en la introducción sobre el Diario del Congo del Che Guevara, donde se ve esta contradicción con bastante claridad. Por un lado, Guevara dice que el militante ideal debería ser muy fuerte y disciplinado. Pero luego habla de su experiencia de estar realmente allí y encontrarlo muy difícil. Es crítico consigo mismo por tener arrebatos emocionales o querer apartarse del grupo para leer. No es tan fácil en la práctica ser el militante ideal que sacrifica sus intereses individuales por el bien del colectivo.

No tengo ningún problema con las declaraciones retóricas de compromiso político total; la pregunta que me interesa es cómo las cosas pueden desenvolverse en la práctica. En el capítulo sobre la amargura, hablo del Weather Underground en los Estados Unidos, cuyos grupos militantes muy pequeños adoptaron procesos de autocrítica entre ellos. Pasaban horas acusándose unos a otros por las formas en que se desviaban de ser los revolucionarios perfectos.

Según todos los informes, fue una experiencia horrible. No hizo que la gente fuera mejores revolucionarios; solo hizo que se sintieran mal. Había una sensación de pureza política absoluta, donde incluso pasar tiempo leyendo un poema hacía que otros se preguntaran: “¿Por qué te estás entregando a esa actividad burguesa cuando deberías estar repartiendo panfletos a los trabajadores?” Me interesan estos ejemplos en los que la retórica del compromiso absoluto y el autosacrificio entra en conflicto con la realidad de ser solo un ser humano.

CT:¿Por qué es importante historicizar y desnaturalizar las experiencias de agotamiento y “queme” político? ¿Qué ejemplos históricos de agotamiento y “queme” discutes en el libro?

HP: El agotamiento político es algo que la gente ha experimentado en muchos contextos diferentes sin llamarlo “quemarse”, porque ese término no existió hasta cierto momento en la historia, y la gente tenía diferentes formas de entender sus experiencias. Trazo la historia del término porque soy consciente de que se está usando de una manera particular en muchos libros de autoayuda ahora, y no quería usarlo sin pensar en los cambios de su significado.

Hoy en día, la nostalgia no es algo que te puedan diagnosticar, pero en el siglo XIX, era una condición patológica que tenía una definición médica. Después de la derrota de la Comuna de París, por ejemplo, los comuneros supervivientes enviados al exilio a Nueva Caledonia, en el Pacífico Sur, terminaron diagnosticándose a sí mismos con esta enfermedad llamada “nostalgia”.

Me interesaba el hecho de que estos radicales políticos se hubieran diagnosticado a sí mismos con algo que suena tan poco radical, porque el origen de la nostalgia es básicamente una nostalgia patológica. ¿Es un problema para los historiadores de la izquierda ser nostálgicos de las luchas pasadas? ¿La nostalgia, como algo que mira hacia atrás, siempre va a ser bastante conservadora?

SVH: ¿Podrías hablar sobre Terapia Roja y lo que has aprendido al estudiar ese grupo?

HP: Red Therapy (Terapia Roja) fue un grupo de personas que se conocieron a través de su participación en la organización. Eran comunistas y libertarios de izquierda en el Londres de la década de 1970. Muchos habían estado involucrados en los movimientos estudiantiles de finales de la década de 1960. Muchos de ellos vivían como okupas en el este y el sur de Londres, y estuvieron involucrados en las luchas por la vivienda, las luchas de los trabajadores y el movimiento de liberación de las mujeres. Muchos de ellos vivían colectivamente y criaban a los niños colectivamente.

Lo que me llamó la atención cuando leí el folleto de Red Therapy fue que no comenzaron el grupo debido a lo difícil que era existir bajo el capitalismo. Lo empezaron porque les resultaba muy difícil vivir de forma alternativa. Habían experimentado muchas tensiones entre ellos y estaban respondiendo a las dificultades de tratar de organizar la vida de una manera no normativa. Se basaron en una mezcla ecléctica de cosas: antipsiquiatría, freudo-marxismo, terapia de gritos primarios. Y hacían terapia entre ellos.

Este tipo de terapia no es una solución para crisis graves de salud mental, y no creo que Red Therapy tuviera la intención de que lo fuera. Pero lo que me pareció interesante, después de haber conocido o leído sobre bastantes de los ex miembros del grupo, es que muchos de ellos terminaron formándose para convertirse en psiquiatras o psicoterapeutas.

Obviamente, de alguna manera, es una historia de profesionalización y de convertirse en parte del sistema que una vez criticaste. Pero un miembro contó que desarrollo sesiones de terapia gratuitas durante el movimiento Occupy en Londres y, por lo tanto, había mantenido un interés en la relación entre las cuestiones psicológicas y la política. Me interesaba cómo habían continuado comprometiéndose políticamente a través de sus prácticas terapéuticas en lugar de que la terapia fuera vista como una retirada de la política (como algunos de sus camaradas afirmaron en ese momento).

SVH: ¿Cuál es el papel de la esperanza en la lucha política? ¿Puedes hablar sobre si la esperanza es una parte importante de tu proyecto y cómo?

HP: Mientras estudiaba la derrota de la huelga de los mineros en el Reino Unido en la década de 1980, leí algunos relatos de mujeres que participaron en el trabajo de solidaridad, como Women Against Pit Closures. Cuando los leí por primera vez, me centré en las devastadoras secuelas de la huelga, pero cuando estaba terminando mi libro, releí algunos de los mismos relatos y encontré verdaderas fuentes de esperanza en la forma en que la gente describía haber sido absolutamente transformada por sus experiencias de participación y compromiso político. Las cambió para siempre.

Es importante aferrarse a las experiencias positivas en las luchas políticas pasadas. Tienen sentido, y siguen viviendo. El problema es que a pesar de ello perdieron. ¿Qué haces con eso? No lo sé. Es difícil extraer lecciones de esperanza de ello porque por increíbles que fueran esos momentos de solidaridad y por muy significativos que fueran para la gente, si pierdes, pierdes, no puedes evitarlo.

Mike Davis dijo una vez: “Lucha con esperanza, lucha sin esperanza, pero lucha en cualquier caso”. Esto me llamó mucho la atención porque, en cierto modo, tal vez no necesites tener esperanza, pero eso no significa que te rindas. Es algo muy diferente a equiparar desesperanza y rendición. Lo que Davis está diciendo es: “Las cosas están muy, muy mal, y no deberíamos engañarnos, pero tienes que luchar de todos modos”.

Esta idea de que puedes seguir adelante y seguir luchando me pareció muy útil. Es fácil escribir un panfleto de izquierda alentador, y tal vez también sea estratégicamente útil hacerlo a veces, pero me pareció un poco falso dados mis temas.

Me llamó mucho la atención la conclusión del libro de Vincent Bevins If We Burn: The Mass Protest Decade and the Missing Revolution, que trata sobre los enormes movimientos de protesta de la década de 2010 en todo el mundo. Se pregunta por qué muchos de estos movimientos fracasaron. Habló con muchas personas involucradas en todos estos movimientos diferentes, y casi todos con los que habló dijeron lo subjetivamente transformadores que eran estos movimientos. La gente realmente cambió por sus experiencias colectivas eufóricas.

Pero al mismo tiempo, perdieron. Y perder en lugares como Egipto obviamente significó algo mucho más grave que la tristeza de la gente en el Reino Unido después de que Jeremy Corbyn perdiera las elecciones. Bevins dice que algunas personas llegaron a ver esos sentimientos como políticamente sin sentido en retrospectiva, ya que no estaban arraigados en ningún tipo de cambio material duradero, mientras que otras se aferraron a la memoria y a la sensación de que lo que habían sentido en las calles en el apogeo de una lucha proporcionaba una visión real de una sociedad diferente.

Bevins deja la cuestión abierta porque tampoco los activistas con los que habló tenían una respuesta definitiva. A diferencia de mi libro, el suyo no es un libro sobre sentimientos, pero sin embargo termina atrapado entre estas dos realidades: el hecho de la derrota y el recuerdo de ese sentimiento casi mágico. Ese es precisamente el tipo de tensión que me interesa.

Hannah Proctor

Hannah Proctor es investigadora de Wellcome Trust en la Universidad de Strathclyde en Glasgow, interesada en historias y teorías de la psiquiatría radical. Cal Turner es un escritor que vive en Filadelfia. Sara Van Horn es una escritora que vive en Serra Grande, Brasil.

El Xolo, elegido el mejor restaurante de El Salvador. Diario El Mundo. 16 de abril de 2024

(Recibió el premio mayor en la Quinta Gala de la Gastronomía.) En una noche de glamour y exquisiteces, El Xolo se consagró como el mejor restaurante de El Salvador, ya que obtuvo el Tenedor Rojo en la máxima categoría de los premios de la Gala de la Gastronomía, en su quinta edición, organizada por el blog Red Fork. Los otros dos nominados eran Brutto y Cacio e Pepe.

Gracia María Navarro y Alex Herrera, los chefs de El Xolo, subieron dos veces al escenario. Anteriormente, lo habían hecho para recibir el Premio Nacional de Gastronomía. El restaurante, como los mismos dueños indican, “es un homenaje al maíz criollo y al producto local”, al punto que utilizan ingredientes de comunidades indígenas salvadoreñas para sus recetas.

Este reconocimiento a El Xolo no hace más que reafirmarlo como un lugar de vanguardia y originalidad, tanto que recientemente apareció en el puesto 59 en el listado de Latinoamérica por Latin America’s 50 Best Restaurants.

“Quiero agradecer a todo el equipo, no digo los que están atrás porque todos estamos en la misma línea y nadie es más importante que el otro”, dijo la chef Gracia María Navarro al recibir el trofeo.

(Tiradito Balam, uno de los platillos de El Xolo. Tiene pesca, macha ponzu, cilantro y maíz frito.)

También hubo espacio para un sentido aplauso para el recién fallecido Chef Maney, para las palabras de la ministra de Turismo, Morena Valdez, elogiando la calidad de la gastronomía salvadoreña; y para reconocer a un lugar histórico como El Rosal con un galardón especial.

Además, el Tenedor Rojo a chef del año se lo llevó Kurt Nottebohm, de La esquina de Kurt. Chef revelación fue para Ernesto Zablah, del restaurante Yuzu. También hubo premios para restaurante casual (Roots Bistro), restaurante destino (Capt. Cook) y restaurante urbano (Nomad Pizza).

Otros premiados fueron en las categorías Coffe Shop del año (Sprezzatura), Ghost Kitchen (Bendita Burger), Chef Pastelero (Paola Amaya, Cocoa Bakery) y mixólogo (Danny Alighieri, Il Bon Gustaio).

Entrevista a David McNally: Economía mundial, guerras y perspectivas para el socialismo. Tempest. Abril de 2024

Tempest: Nos gustaría que nos explicaras cómo ves la situación actual de la economía mundial, en particular el ciclo económico, la respuesta a la crisis de 2007-2009, el periodo poscovid y los costes del periodo del dinero fácil. ¿Estamos a las puertas de una recesión mundial?

David McNally: Se ha demostrado que quienes captamos que la crisis global de 2007-2009 fue un punto de inflexión en la evolución de la economía mundial teníamos razón. Sin embargo, creo que casi todos y todas (y sin duda yo mismo) subestimamos la intensidad con que las clases dominantes operarían un giro increíblemente brusco aplicando un estímulo de tipo keynesiano y que todas esas panaceas neoliberales suyas, contrarias al déficit presupuestario, saldrían volando por la ventana cuando se percataron de la posibilidad de un colapso del sistema financiero global.

Siempre vale la pena recordar que los siete principales bancos de Wall Street estuvieron a punto de quebrar y que las esferas de la clase dominante se sintieron realmente traumatizadas al calibrar las posibilidades de conseguir un rescate inmediato. Una vez acaecido esto, pienso que los mejores comentaristas entendieron que el neoliberalismo consiste en realidad, sobre todo, en un realineamiento del poder de clase y mucho menos en un duro compromiso ideológico con el rechazo de los déficit y del endeudamiento.

En otras palabras, lo que caracteriza el neoliberalismo es la voluntad de preservar la configuración existente del poder de clase (basado en el debilitamiento del sindicalismo, el desgaste de los movimientos sociales y el restablecimiento de la rentabilidad), y por eso inyectaron cantidades nunca vistas de estímulos en el sistema e incurrieron en enormes déficit para que esto ocurriera.

Al tiempo que estabilizan el sistema, las políticas de estímulo alteran básicamente los mecanismos de restauración propios del capitalismo. Clásicamente, el sistema ha aprovechado las recesiones profundas para purgar los capitales menos eficientes de la economía y de este modo abrir la puerta a una nueva ola de restructuración, innovación tecnológica, reorganización de las estructuras de gestión empresarial y concentraciones de capital mucho más amplias, que permiten un nuevo auge.

No hemos visto ningún nuevo auge. Lo que sí hemos visto, en cambio, ha sido un esfuerzo concertado de los bancos centrales del mundo por bloquear el descenso a una depresión plena que  amenazaba. Esto hay que reconocerlo, pero una de las cuestiones que surgen entonces es la contradicción entre haber parado una recesión (muy profunda, eso sí) y bloqueado los mecanismos de restructuración del capitalismo. No han depurado los capitales menos eficientes del sistema.

La mayoría de comentaristas coinciden en que un número significativo de grandes empresas del Norte global son empresas zombis, es decir, que de hecho no son rentables. Sin embargo, cuando el dinero quedó efectivamente liberado de los bancos centrales, pudieron tomar dinero prestado para mantenerse a flote. Pudieron contratar préstamos al 1,5 % de interés y prestarlos a su vez al 3,5 %, haciendo gala de este modo de un beneficio financiero sin que sus negocios principales rindieran alguna ganancia.

Así, no hemos pasado por la profunda y prolongada restructuración que conoció EE UU a comienzos de la década de 1980, cuando quebraron numerosas plantas siderúrgicas, fábricas de automóviles, de material eléctrico y de caucho, así como fábricas de componentes. En aquel entonces se produjo una restructuración tecnológica significativa, que después permitió la expansión neoliberal durante los siguientes 20 a 25 años.

No vimos esta clase de restructuración tras la crisis de 2008-2009. En vez de ello, lo que tenemos ahora es un capitalismo que ha esquivado un misil, pero al coste de sacrificar su propio dinamismo. Ahora, los bancos centrales han incrementado los tipos de interés para reducir la inflación, como hemos visto en los últimos 18 a 24 meses. Hecho esto, hemos de preguntarnos cuál ha sido el resultado. Incrementaron los tipos de interés porque lo que más temían no era la inflación en abstracto, sino que lo que temían era la inflación salarial. Temían que hubiera una ola de huelgas y afiliación sindical con ánimo de recuperar lo que había perdido la clase trabajadora a causa de la inflación de precios.

Si la inflación es del 6, 8 y 10 % anual (particularmente con respecto a los alimentos, los precios del gas y los alquileres), y si la gente trabajadora siente que tiene un mayor poder de negociación, empujará para reducir distancias. Esta fue la pauta especialmente de finales de la década de 1960 y de la primera mitad de la de 1970, cuando hubo una ola de huelgas cada vez más amplia, especialmente en los países occidentales de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) y el Norte global, aunque también en partes importantes del Sur global.

La llamada guerra contra la inflación fue un asalto preventivo contra la explosión salarial que habría sido impulsada por la sindicación y una ola de huelgas mucho más amplia que la que vimos. Las clases dominantes estaban preocupadas por las bajas cifras del llamado desempleo y el problema de la tasa de renuncia, en que los y las trabajadoras se sienten suficientemente confiadas para renunciar a un empleo mal pagado y buscarse otro mejor.

Estaban preocupadas por la posibilidad de que esto diera pie a que la clase trabajadora, incluso en EE UU, sintiera que podía negociar individualmente con su empresa, renunciando a un empleo mal pagado por otro un poco mejor. Pero lo que más les quitaba el sueño era que el personal pudiera negociar, y actuar, colectivamente. Vieron que había una nueva ola de afiliación sindical en Apple, Amazon, Starbucks y otras empresas, particularmente entre la gente joven. También estaban al tanto de que podían enfrentarse a una huelga del United Auto Workers (UAW) en el propio EE UU, como de hecho ocurrió.

El Consejo de la Reserva Federal se posicionaba a favor. Sus informes eran increíblemente sinceros al afirmar que lo que más les inquietaba era la tasa de empleo rígida. Querían reducir la tasa de empleo, o sea, incrementar el paro para inyectar una sensación de inseguridad y evitar sobre todo la ola de iniciativas sindicales y huelgas que sin duda iban a producirse, aunque de hecho hubo una ola no despreciable en el Reino Unido, Francia, India, Argentina, EE UU, etc.

Pero cuando subieron los tipos de interés, crearon un dilema, que es el hecho de que cada vez más empresas zombis están sumidas ahora en un profundo estado precario. El porcentaje de quiebras de empresas ha comenzado a aumentar, aunque todavía no hemos visto una gran purga del sistema porque han evitado una recesión profunda. Si cae la demanda, las empresas más vulnerables tendrán enormes dificultades. El sistema financiero conocerá fuertes turbulencias a causa de los créditos morosos.

Más allá de esto, la subida de los tipos de interés ha desplazado la crisis al Sur global. Nos hallamos de nuevo en una situación en que probablemente hay unos 50 países del Sur global en riesgo de impago de sus deudas, debido simplemente a su incapacidad para pagar al haber tenido que renovar los préstamos al 2 % que les costaban inicialmente por nuevos préstamos al 5 y 6 %. La única opción, aparte del repudio de la deuda, es un nuevo paso en la vía de los recortes catastróficos de la sanidad, la educación, los subsidios al combustible, etc.

Es posible que el año que viene veamos diversas revueltas en partes del Sur global, desde países como Nigeria hasta Pakistán, en los que las cargas de la deuda resultan tan insostenibles que cualquier respuesta a los drásticos programas de austeridad dará pie a convulsiones sociales, o países que básicamente tendrán que declararse insolventes y muy probablemente habrán de negociar acuerdos draconianos con el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y otros prestamistas globales.

Asistimos a una guerra de clases desde arriba, capitaneada por los bancos centrales, disfrazada de guerra contra la inflación. Ha colocado a las secciones más vulnerables de la economía mundial bajo la espada de Damocles del impago de la deuda. Este guion se desarrollará durante los próximos doce meses de manera muy dramática.

Por supuesto, todo esto también significa entonces que las potencias imperiales dominantes intensificarán su batalla por la supremacía. A menudo se olvida que una parte del papel de imperialismo consiste en desviar los efectos de la crisis global de un bloque a otro. Buena parte de la estrategia de EE UU pretende precisamente desviar la crisis hacia China, Rusia y los países de su órbita.

Actualmente se intensifica el conflicto interimperialista. La larga guerra de desgaste en Ucrania es una manifestación de esto. Aunque se basa en la resistencia legítima del pueblo ucraniano a la ocupación extranjera, la guerra también tiene que ver con un conflicto interimperialista. Entre marxistas se entiende desde siempre que puedes tener una guerra polifacética, en la que coexisten  diferentes antagonismos. Lo que vemos en Ucrania es una rivalidad interimperialista que se superpone sobre una guerra de tipo colonial de Rusia contra el pueblo ucraniano.

Esto refleja el aumento de las fracturas dentro del sistema mundial. Es fácil olvidar que el plan de juego neoliberal preveía la integración de China en el orden capitalista mundial. Las clases dominantes occidentales siguieron este plan con bastante vigor durante un cuarto de siglo. Esto ahora ha perdido fuelle debido a los efectos de la crisis de 2007-2009. Hemos pasado de la integración a la desintegración. Hemos pasado de la cooperación a la rivalidad.

Tempest: ¿Piensas que la clase dominante estadounidense, representada en el Banco Central, se ha salido con la suya si consideramos que lo que le movía principalmente era la cuestión de la inflación salarial y del mercado de trabajo? Seguimos teniendo un mercado laboral sobrecalentado. No está claro que hayan logrado contener los salarios. Las semillas de la combatividad obrera siguen floreciendo. Y con respecto a la cuestión de la rivalidad interimperialista en general, la crisis en China ha comportado una retirada de la iniciativa de la Nueva Ruta de la Seda, una disminución de sus esfuerzos por extender la oferta de préstamos alternativos. Esto puede agravar la dinámica de la deuda, como hemos visto en Sri Lanka.

David McNally: En cuanto a EE UU, creo que lo que resulta interesante es que han rebajado las principales cifras de la inflación. No obstante, no creo que hayan hecho mella significativamente en el espíritu combativo de la clase trabajadora, particularmente entre la juventud obrera en los grandes núcleos urbanos multirraciales.

Una de las ironías del momento es que la proliferación de conflictos políticos, particularmente en Palestina, repercutirá efectivamente en los lugares de trabajo, sobre todo en la gente trabajadora joven. Hace poco estuve hablando con Kim Moody de cómo activistas y sindicalistas jóvenes introdujeron la cuestión de Vietnam en los centros de trabajo en las décadas de 1960 y 1970. El espíritu de desafío a la clase dominante en torno a la guerra de Vietnam formó parte de la radicalización de un sector joven de la clase obrera en los centros de trabajo.

Creo que el movimiento por la justicia global para Palestina acabará haciendo lo mismo. Millones de trabajadores y trabajadoras jóvenes discrepan completamente de la clase dominante en la cuestión palestina. Esto les infunde un espíritu de oposición y genera una pauta de conducta similar a la que describió Rosa Luxemburg sobre la interacción de las dinámicas política y económica.

En estas condiciones, incluso si un nivel de lucha comienza a apaciguarse un poco, la otra dimensión (en este caso, la política) repercutirá en el primero y alimentará nuevos tipos de disputas económicas, confrontaciones, campañas de sindicación, etc. No nos hallamos en una ola de huelgas masivas, por supuesto, pero se ha reforzado la combatividad.

Creo que en especial no han conseguido aplacar el espíritu de oposición entre la juventud trabajadora, en particular en los centros de trabajo. Aunque insisto en la juventud trabajadora, porque muestra una actitud desafiante, los conflictos laborales pueden cundir rápidamente en una capa de más edad, como vimos en el huelga del automóvil, a pesar de todas sus disparidades.

Actualmente vivo y trabajo en Texas. En este Estado hubo fábricas de General Motors y de la industria auxiliar que se declararon en huelga y organizaron piquetes muy robustos. Esto es ilustrativo. El desafío laboral continúa incluso fuera de los centros de activismo sindical joven de que he hablado. Así que no pienso que la clase dominante haya logrado apaciguar las actitudes de oposición en la clase trabajadora.

En cuanto a China, asistimos a lo que podría llamarse una nueva consolidación de una estrategia de bloque imperial. Además de las iniciativas encaminadas a reforzar la protección tanto de EE UU como del Estado chino, también se han reducido los esfuerzos por incorporar a otros Estados. Cuando las tasas de crecimiento estaban por las nubes, cuando China estaba a la cabeza del mundo en materia de inversiones y crecimiento de la producción, sus gobernantes podían permitirse experimentar con una serie de iniciativas para comprobar qué funciona y que no.

Ahora, cuando sus tasas de crecimiento se tambalean, no está claro que China consiga evitar la crisis de su sector inmobiliario. Se ha producido una enorme sobreacumulación de este sector en China, que todavía no ha sacudido el mercado, y no está claro que logren contenerla. Esto no significa que la clase dominante china vaya a retirarse a una especie de aislacionismo autárquico, pero ahora está consolidando, recortando y reorientando sus políticas de inversión fuera de China. No es una cuestión puramente económica, sino que también decide qué inversiones geopolíticas y militares valen la pena y qué otras deberán quedarse en el cajón.

La Nueva Ruta de la Seda, por ejemplo, está perdiendo fuelle a ojos vistas. Una manera de ver a la clase dominante china consiste en pensar sobre el conflicto que se libra en gran medida entre los Demócratas de Biden, por un lado, y los Republicanos, por otro, en torno a la cuantía del gasto global militar, diplomático y de política exterior que conviene.

Biden sigue insistiendo en incrementar el gasto de EE UU con miras a asegurar la hegemonía mundial, pero todo un sector de los Republicanos, influidos por el semiaislacionismo al estilo de Trump, desea reducirlo.

Esto se dirime en gran medida entre dos partidos en el Congreso de EE UU, mientras que en China todo se desarrolla dentro del partido único que gobierna. En otras palabras, se han formado diferentes corrientes y facciones, que en estos momentos tratan de resolver sus diferencias. Creo que optan por reducir, pero no van a hacerlo con el gasto militar incrementado. Tampoco creo que renegarán de su apoyo tácito a Putin en Ucrania ni que vayan a reducir su presión sobre Taiwán.

En todo caso, dentro de su propio círculo gobernante están replanteándose qué considerar como iniciativas exteriores extravagantes. Esto coincide también con el planteamiento general de EE UU. Cuando hay un único partido gobernante, como en China, los cambios se producen sin mucho debate abierto como el que vemos en el seno de la clase dominante estadounidense. Creo que el eje de la rivalidad entre EE UU y China no solo se mantendrá durante todo este periodo, sino que seguirá siendo muy agudo. Vimos el inicio del tránsito de la integración a la rivalidad después de la crisis de 2007-2009, pero se agudizó realmente a partir de 2016.

Tempest: ¿Hasta qué punto crees que los bloques imperiales están atrincherados? ¿Piensas que Rusia está más decidida, tal vez por necesidad, a abrazar el modelo autárquico debido a tanta presión? ¿En qué medida es Rusia un actor independiente a la luz de su intento de afirmar su poder regional a través de Ucrania, sus amenazas a Finlandia, etc.? ¿Hasta qué punto consideras que Rusia es responsable ante los chinos?

David McNally: Creo que hace falta un análisis mucho más profundo de la dinámica interna de los bloques imperiales. Tendemos a pensar que un Estado manda, pero me parece que la cosa es mucho más compleja que esto. Los socios menores dentro de un bloque imperial pueden ejercer en algún momento un grado de autonomía más significativo que lo que solemos imaginar a menudo. No escriben el guion, el poder global no funciona así, pero la potencia dominante dentro del bloque tiene que acomodar otras potencias.

Un bloque imperial abarca potencias regionales que tienen sus propias aspiraciones. La potencia dominante necesita su influencia regional y a menudo tiene que aceptar actos que no encajan plenamente con sus propios intereses. Por ejemplo, China no desplazará tropas a Europa Oriental ni EE UU enviará a 100.000 soldados a Gaza y la Palestina ocupada. Pero permiten que potencias subimperiales lo hagan.

Las potencias regionales que necesitan el escudo de la potencia imperialista mayor disponen a su vez de mucha autonomía, particularmente en este momento. Ahora mismo, Putin no puede permitirse dar un paso atrás en Ucrania. Esa es la pura realidad. Una derrota en Ucrania sería el final de Putin y de su sector de la clase dominante. No han olvidado lo que ocurrió cuando Rusia perdió una guerra contra Japón en 1905 y cómo aquello abrió una brecha en el zarismo por la que entró la marea de la revolución de 1905. Recuerdan las lecciones de la Primera Guerra Mundial: todos los países beligerantes que fueron derrotados conocieron revueltas obreras que implicaron también a soldados y marineros a escala muy amplia.

Putin necesita persistir en Ucrania. China necesita la alianza con la Rusia de Putin porque Putin es la estrategia de contención frente a la OTAN. Sin Putin, los gobernantes chinos temen que la OTAN se extienda por toda Europa Oriental. Así, Putin tiene mucha manga ancha por parte del Estado chino para proseguir una guerra con Ucrania que en sí misma no tiene mucho que ofrecer a China.

Me parece que hay elementos de esta dinámica en juego en Oriente Medio. No cabe duda de que Israel se apoya hasta del extremo en el apoyo diplomático y especialmente militar de EE UU. Necesita la autoridad global de EE UU ante Egipto, Arabia Saudí  y otros países del Golfo para sus planes a largo plazo. Por tanto, se apoya en el gobierno de EE UU. Y EE UU quiere ganar influencia territorial y prevenir revueltas antiimperialistas en la región. Al mismo tiempo, prefiere limitar sus propias intervenciones directas.

Es mejor que las delegaciones regionales realicen el trabajo sucio. Así, países como Arabia Saudí  e Israel ‒especialmente Israel‒ cuentan con mucho margen para hacer lo que consideren necesario. EE UU puede tratar de condicionar a sus países aliados en la región, influir en ellos y presionarles, pero dado que necesita a estas potencias como fuerzas de policía regionales al servicio del imperio, gozan de un amplio margen de maniobra. Esta es la Doctrina Kissinger que se aplica desde la derrota estadounidense en Vietnam.

Hemos de reconocer que los bloques imperiales son dinámicos y que los socios menores dentro de un bloque pueden ejercer una autonomía regional muy significativa y avanzar estrategias que a menudo no son idénticas con las del jefe de filas que domina el bloque. Creo que hubo un tiempo en que China esperaba que hubiera un acuerdo negociado en Ucrania.

Pensaba que esto redundaba en su interés de ser vista como potencia que podía propiciar realmente un acuerdo. Cuando vieron que no podían, decidieron aceptar los hechos. Creo que EE UU desea realmente una pulverización menos destructiva de la población de Gaza. No creo que lo consiga. Es probable que ya se hayan dado cuenta y se disponen a aceptar los hechos. Estas tensiones continuarán.

El aspecto interesante es que no existen potencias hegemónicas que tengan el tipo de influencia en sus respectivos bloques similar al que tenían Rusia y EE UU en 1948. No dominan de la misma manera, así que vamos a ver tensiones que a veces serán mucho más manifiestas dentro de los bloques, aunque esto no significa que los bloques vayan a disolverse.

Tempest: Con respecto a Oriente Medio, está claro que se perciben las tensiones de que hablas en el caso de Irán y Arabia Saudí. Hay afirmaciones de poder independientes por parte de los países del Golfo. Los últimos gobiernos de EE UU, y tal vez también los siguientes, tienen contraído el compromiso de reforzar la estabilidad regional y normalizar las relaciones con Israel, especialmente con Arabia Saudí. Esto parece que fue uno de los motivos de los ataques del 7 de octubre y que ha afectado al proceso, al menos de momento. ¿Qué piensas que significó el 7 de octubre para esta dinámica, o crees que es demasiado pronto para valorarlo?

David McNally: Es demasiado pronto. Estamos en pleno proceso. Todavía hay un montón de factores que podrían entrar en juego. No debemos subestimar lo que implicaría la aparición de un movimiento masivo de solidaridad con Palestina a escala mundial, capaz de impulsar el tipo y el nivel de movilización que protagonizó el movimiento contra la guerra de Vietnam durante años. Todavía no estamos ahí, pero si se produce, se convertirá en un factor independiente a la hora de hacer una especie de balance. Un movimiento de masas así podría convertirse en un factor muy importante.

No creo que todo lo ocurrido en torno al 7 de octubre viniera determinado por la dinámica regional y mundial. Esta fue un factor, sin duda significativo, pero debemos comprender de qué modo Hamás se enfrentó a un dilema que ya había conocido anteriormente la Organización para la Liberación de Palestina (OLP).

Mucha gente ha leído recientemente el interesante libro de Tareq Baconi sobre Hamás, pero recordemos el título: Hamas Contained. Baconi dibuja un escenario en que Hamás corría el riesgo de convertirse en un poder administrativo precario en Gaza, contenido por la ocupación y administrando fundamentalmente la austeridad local. Todavía no se encontraba en la situación en que se hallaba Yaser Arafat, de la OLP, literalmente encerrado en un recinto y rodeado por las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI). Pero Hamás percibió este riesgo. Si no puedes aparecer como una fuerza de resistencia a la ocupación de las tierras palestinas, con el tiempo te conviertes en administrador de la ocupación. Pienso que esto explica en buena parte lo que ocurrió el 7 de octubre, un intento de recuperar la idea de la resistencia.

Ahora bien, se sobreentiende que Hamás no representa la política de liberación de Palestina a la que aspiramos. La política de Hamás, sus estrategias y su formación ideológica son ajenas a la izquierda socialista revolucionaria. No representa una verdadera resistencia, pero es una fuerza genuina y tenía que hacer algo.

Sin embargo, en última instancia hemos de comprender que el Estado israelí ha demostrado que no tiene interés alguno en negociar con ningún representante del pueblo palestino. Recientemente, Netanyahu ha declarado sin rodeos que se opone absolutamente a cualquier tipo de Estado palestino parcelizado y fraccionado. Pensar que los objetivos del proceso de paz de Oslo representan algún riesgo enorme para el proyecto sionista es algo rayano en la locura. Los Acuerdos de Oslo fueron una victoria de EE UU e Israel. No obstante, la ideología dominante de la derecha israelí ve en ellos concesiones excesivas a la población palestina.

Con respecto al contexto regional, Arabia Saudí, en particular, estaba en proceso de reconciliarse con el statu quo. Se acercaba a un acomodo con Israel, auspiciado por EE UU, a causa de Irán. Los saudíes temen a Irán como fuerza desestabilizadora hostil al poder de los países del Golfo en la región. Por mucho que la dinámica regional influya en el origen de los hechos del 7 de octubre, no debemos perder de vista el hecho de que mientras no exista un avance hacia alguna especie de soberanía palestina mínimamente razonable habrá resistencia. Lamentablemente, esta resistencia no siempre se manifestará por vías que gustaran a la izquierda socialista, pero tendrá lugar de una u otra manera.

Tempest: ¿Qué prevés con respecto a la resistencia y al movimiento a escala internacional? Ha sido maravilloso ver cómo el movimiento por Palestina ha vuelto a surgir en EE UU en este momento. Cuando viajamos por otros países, tenemos la sensación de que la gente se fija en el movimiento que se produce en EE UU y percibe su importancia, especialmente a causa del papel del gobierno de EE UU con respecto a Israel. Desde el comienzo de la iniciativa de Boicot, Desinversión y Sanciones (BDS) en 2005, el movimiento por Palestina ha chocado siempre con una hostilidad manifiesta. Ahora se enfrenta a la represión y a una forma más extrema de macartismo que la que hemos visto en este país durante décadas. ¿Cómo valoras la evolución del movimiento por Palestina, sus contornos políticos y los desafíos a que se enfrenta?

David McNally: La ola de macartismo que ataca en los campus, en Hollywood y otros espacios es ominosa, pero no se sostendrá. Esto no significa que no sea peligrosa, pero creo que la represión pone de manifiesto la debilidad ideológica. Israel y EE UU tienen un problema de legitimidad en la cuestión palestina. Existen ahora ingredientes de un momento Vietnam, una serie de elementos que podrán generar una enorme fractura social en EE UU y más allá. Sintomáticamente los vemos de una manera muy clara, empezando por la amplitud de la movilización. He ido a manifestaciones durante más de 50 años. En noviembre del año pasado asistí a la más grande de mi vida. Caminé junto con 600.000 personas como mínimo por Londres en la marcha de solidaridad con Palestina. Quienes la organizaron dicen que fuimos 800.000. Nunca antes en mi vida había marchado yo con 600.000 personas. Esto de por sí ya nos dice algo.

Grupos enteros del personal de la Casa Blanca se manifestaron en Washington llevando máscaras para protestar por el apoyo de EE UU a la guerra contra Gaza. Empleados y empleadas del Programa Mundial de Alimentos han escrito a su jefe, un político corrupto nombrado a dedo, protestando contra la guerra. Periodistas de la BBC han escrito una carta abierta denunciando a su propia emisora radiofónica por su posición sesgada en contra de la población Palestina.

Solo llevamos dos meses de guerra. Hay importantes sindicatos, como el del automóvil y el del servicio de correos en EE UU, que reclaman un alto el fuego. En el caso de Vietnam pasaron cinco o seis años hasta que un sindicato importante protestara contra la guerra. Todo esto revela la existencia de una enorme fractura en la hegemonía del sionismo. Esta es una de las razones por las que las fuerzas proisraelíes están tan furiosas en estos momentos. Entre otras cosas, saben que están perdiendo al apoyo de la juventud judía. Y el papel de organizaciones como la Voz Judía por la Paz ha sido enorme en este sentido. Estamos asistiendo a una fractura generacional del tipo que vimos con respecto a Vietnam.

Hay literalmente millones de jóvenes que se oponen por completo a la posición de su gobierno. Como he señalado antes, esta fractura se refleja incluso en niveles institucionales muy altos: la Casa Blanca con el personal al servicio de Biden, el Departamento de Estado y el Programa Mundial de Alimentos. Son fracturas importantes y se producen mucho antes de que lo hicieron con Vietnam. En parte, esto es fruto de las campañas de solidaridad con Palestina que han llevado a cabo durante años activistas a favor de la iniciativa BDS, organizaciones estudiantiles por la justicia en Palestina y otras.

Hemos visto una especie de cambio creciente que ahora se acelera en el contexto de un genocidio. Esto es un gran problema para la clase dominante. Biden utiliza ahora una palabra que el New York Times trató de vetar hace 30 años, cuando Thomas Friedman (que se quedó solo) escribió la palabra indiscriminado en un reportaje para el periódico sobre el bombardeo israelí de Líbano. Los editores tacharon la palabra indiscriminado, no querían que apareciera en el periódico. Ahora Biden la utiliza.

Esto se debe a que leen las encuestas y saben que están perdiendo a la gente joven y en particular a la de ascendencia árabe. Creo que si hay algo que le costará a Biden la reelección, será Palestina. La pérdida de la juventud y de la población de ascendencia árabe será realmente para ellos un golpe muy duro.

Recordemos que las manifestaciones de 1968 en Chicago tuvieron lugar en el lugar en que se celebraba la Convención Nacional Demócrata. Los movimiento sociales se movilizaron en contra de un presidente del Partido Demócrata que estaba librando una guerra imperialista en Vietnam.

Al menos de un modo incipiente y sin saberlo, los Demócratas de Biden han reactivado esta dinámica con su apoyo al genocidio en Gaza. Y ahora comienzan a percibir algunos indicios de lo que han desencadenado. El problema a que se enfrentan es que cuando los dos partidos políticos mayores  dejan de sintonizar por completo con la posición de millones de jóvenes sobre la guerra, se crea un gigantesco vacío político y social. En la década de 1960 y a comienzos de la de 1970, este vacío lo llenaron fundamentalmente los movimientos sociales.

Sin embargo, los movimientos sociales existentes en estos momentos todavía no están a la altura de la tarea. Necesitaremos muchas más formaciones capaces de organizar a las masas. Y si este movimiento continúa ‒no sabemos si lo hará‒, creo que es posible que asistamos a muchos años de movilización social en torno a Palestina. Documentos internos revelan que el gabinete de guerra israelí desea un año más de intervención en Gaza.

Es posible que no lo consigan, pero hablan abiertamente de la expulsión de dos millones y cuarto de personas a la península del Sinaí o incluso al sur de Líbano. Sea como fuere, se prevé una ola de epidemias que golpearán a Gaza en los próximos meses. Si destruyes el sistema de abastecimiento de agua y la infraestructura sanitaria, esto es lo que ocurrirá.

Por lo tanto, podríamos estar ante un período mucho más largo de movilización mundial en solidaridad con Palestina. Si eso es cierto, entonces tenemos que pensar en cómo se organizaron los movimientos sociales durante un período de años, como ocurrió con el Movimiento por los Derechos Civiles, por ejemplo. Si bien es cierto que el Martin Luther King seguía ocupando una posición muy importante en el escenario nacional en la Southern Christian Leadership Conference (SCLC), King y la SCLC no lideraban sobre el terreno a mediados de la década de 1960. Fue el Comité Coordinador Estudiantil No Violento el que empezó a impulsar el activismo juvenil, el Verano de la Libertad, las campañas de inscripción de votantes, etc. Estudiantes por una Sociedad Democrática (SDS) creció vertiginosamente.

Ambos fueron los puntos de apoyo de la organización de la lucha por los derechos civiles y contra la guerra de Vietnam. Después, la iniciativa pasó durante un tiempo al Congreso por la Igualdad Racial, que se convirtió en el centro absoluto del proceso de organización.

En otras palabras, el movimiento debe reinventar las formas organizativas a medida que avanza. No debemos dar por sentado que las estructuras organizativas actuales sean inamovibles. En algún momento, si este movimiento crece, será posible ‒y necesario‒ algún tipo de marco amplio que reúna a sindicatos, organizaciones religiosas, grupos estudiantiles, académicos disidentes y activistas de movimientos sociales bajo nuevas siglas organizativas.

Ya lo he observado en Toronto. Al principio, gran parte de la organización del trabajo de solidaridad con Palestina estaba impulsada esencialmente por una organización juvenil de Toronto. Pero rápidamente surgió una coalición formada por sindicatos, organizaciones de defensa de los derechos de los inmigrantes, grupos universitarios, organizaciones religiosas y asociaciones de artistas. El resultado fue que las manifestaciones de Toronto pasaron de 5.000 a 50.000 personas gracias a este nuevo marco organizativo. Ahora bien, hay problemas, sobre todo porque a las direcciones sindicales a menudo les gusta controlar las cosas desde la trastienda.

Ese va a ser el reto. ¿Podemos empezar a prever en los próximos meses, a elaborar estrategias y a contribuir a nuevas estructuras de lucha y marcos organizativos más amplios? Si lo logramos, podremos construir un movimiento de millones de personas en un país como Estados Unidos. Los ingredientes clave ya están presentes en un país como Gran Bretaña. Como he dicho, me manifesté con 600.000 o más personas en Londres. En Manchester, Glasgow y otros lugares del país se celebraron enormes marchas el mismo día. Hemos recuperado, potencialmente, ese nivel de organización contra la guerra.

Aunque creo que hay enormes desafíos debido a lo agotadas que están nuestras infraestructuras de disidencia tras décadas de neoliberalismo, también hemos de recordar que los movimientos que reconstruyeron una izquierda en los años sesenta en Estados Unidos salían del macartismo. Venían del aplastamiento de una izquierda anterior. Así que es posible reconstruir y reinventar, pero este va a ser el reto.

No quiero que parezca que minimizo las dificultades. Son reales. Pero tampoco quiero que la gente subestime las oportunidades del momento para una organización a escala masiva como la que vimos en el momento de Black Lives Matter (BLM), de la revuelta tras la muerte de George Floyd. Por supuesto, duró demasiado poco para que se desarrollaran nuevas organizaciones de masas a gran escala.

Es posible que la lucha en Palestina no se desvíe como lo hizo la revuelta de BLM, en parte porque en este último caso el Partido Demócrata cerró la espita: Barack Obama habló con LeBron James y animó a los jugadores de baloncesto a poner fin a la huelga de atletas. No querían más paros en los centros de trabajo por miedo a que perjudicaran la campaña presidencial de Biden. Consiguieron el fin de las huelgas a cambio de prometer que los estadios de baloncesto se utilizarían como lugares de registro de votantes.

Ahora los Demócratas no pueden hacer esto con la cuestión palestina. No pueden enviar a Obama ni a Biden ni a ningún representante suyo para tratar de parar el movimiento en este momento. Lo que está en juego durante un genocidio es demasiado grave. Uno de los debates estratégicos que vamos a necesitar en los próximos meses en la izquierda de Estados Unidos es cómo podemos empezar a crear marcos más amplios para la solidaridad con Palestina y la movilización. Las oportunidades están ahí.

Tempest: El peligro de descrédito del Partido Demócrata coincide en el tiempo con el resurgimiento de la extrema derecha a escala nacional e internacional. El descrédito y el descenso del apoyo a Biden comenzó en realidad antes del 7 de octubre y del apoyo descarado de los Demócratas al genocidio. Sin embargo, la extrema derecha ha logrado de alguna manera presentarse como un poder contrahegemónico para responder a los problemas del establishment, “la ciénaga”. No se trata solo de Trump, sino que también está Javier Milei en Argentina. La extrema derecha se presenta de esta manera en todas partes, y la izquierda, en muchos sentidos, no.

David McNally: Tienes toda la razón al subrayar esto. La iniciativa política, sobre todo en el terreno electoral, ha correspondido a la derecha y, en algunos casos, de forma aterradora, a la extrema derecha. Para cualquiera de nosotros, en la izquierda socialista, subestimar esto sería desastroso. Porque lo que están tratando de hacer, y en algunos casos están teniendo un grado razonable de éxito, es desplazar la ira de la clase trabajadora de la clase empresarial hacia las capas socialmente oprimidas de la clase trabajadora.

Esta es una dinámica con la que estamos familiarizados. Podemos remontarnos a grandes escritos de la década de 1970 como Policing the Crisis, de Stuart Hall y una serie de coautores, que esencialmente nos decía: “Escuchad, están disfrazando la crisis económica del capitalismo como una crisis de seguridad personal y policial. Están apuntando a la gente de color como la causa de la crisis social. Y si no respondemos a eso, tendremos problemas.”

Parte del problema era que las antiguas formas de solidaridad de clase se estaban erosionando. En algunos casos, estaban siendo aplastadas institucionalmente. Y siempre hemos de recordar que el neoliberalismo depende de la capacidad del capitalismo para infligir una serie de derrotas a las organizaciones de la clase trabajadora. Margaret Thatcher, en Gran Bretaña, sabía que el Sindicato Nacional de Trabajadores Mineros tenía que ser derrotado en interés del neoliberalismo. Si se quería quebrar una política de solidaridad de la clase obrera, había que aplastar a los mineros. En Bolivia, los neoliberales sabían que se trataba de los mineros del estaño, quizá el sindicato más combativo de Sudamérica. En 1985, miles de ellos que participaban en una marcha fueron recibidos por el ejército y apaleados.

A escala menos dramática, pero igualmente significativa desde el punto de vista social, fue la ruptura de la huelga de controladores aéreos por Ronald Reagan en Estados Unidos. Una vez que las organizaciones y los sindicatos que proporcionan la base institucional de la solidaridad de la clase trabajadora son destruidos o agotados masivamente, la gente tenderá a recurrir a estrategias individuales de supervivencia, a menos que otra forma de organización de la izquierda logre llenar el vacío. Y eso induce a la competencia y la rivalidad, en lugar de la cooperación y la solidaridad.

La extrema derecha sigue sacando provecho de este hecho. Su mensaje es: si quieres una estrategia de supervivencia individual, entonces vamos a elevarte por encima de esos tipos inferiores que han estado recibiendo limosnas de las élites liberales en forma de discriminación positiva, diversidad, equidad e inclusión, programas de bienestar social, benevolencia con el crimen, etcétera. Este problema va a persistir hasta que la reconstrucción de las organizaciones de la clase trabajadora a una escala significativa arrastre a un gran número de personas de vuelta a proyectos colectivos y formas organizativas colectivas.

La lucha solidaria con Palestina puede influir en los centros de trabajo, como ya he dicho. Los grandes movimientos sociales pueden desempeñar un papel extremadamente importante. Aunque no tengan la resistencia basada en el lugar de trabajo que tienen los sindicatos, crean nuevas solidaridades colectivas. Se convierten en el caldo de cultivo de nuevas identidades políticas. La idea de que la acción de masas puede obtener resultados alimenta otras formas de organización, como la organización comunitaria y en el lugar de trabajo.

Como socialistas, tenemos que intentar trabajar con todos esos pequeños brotes verdes que han surgido en términos de organización sindical y en el lugar de trabajo. Es increíblemente importante cultivarlos, pero también hemos de ser muy conscientes de las posibilidades de movilizaciones sociales a mayor escala, porque estas atraerán a los trabajadores y trabajadoras jóvenes y a las de color en particular.

Si logramos construir ahora un movimiento de solidaridad con Palestina y contra la guerra en Gaza que tenga realmente una base de masas, seguro que calará. Esto no significa que la derecha vaya a desaparecer electoralmente, pero una de las claves que hemos percibido en el plano estratégico es que la arena electoral es menos propicia para la izquierda que para la derecha.

La arena electoral favorece a la derecha porque esta no trata de trata de quebrar las instituciones del poder capitalista. A nosotras y nosotros no nos favorece tanto porque la mayoría de la izquierda se ve forzada a acomodarse cuando logra penetrar en la maquinaria del Estado, incluidas sus estructuras electas.

Claro que se pueden crear grandes contrapesos si contamos con movimientos sociales masivos, y por eso no digo que no haya que retar nunca al poder en la arena electoral. Una de las cosas que hemos visto es que a menos que las y los representantes de la izquierda militen en movimientos sociales, que ejercen una fuerza centrífuga sobre el electoralismo, se acomodan, y eso es terrible para la izquierda.

En estos momentos es preciso enfrentarse a los avances electorales de la derecha de todas las maneras posible, pero si queremos detener el ataque contra los derechos reproductivos en EE UU, por ejemplo, no deberíamos centrarnos en asegurar que salgan elegidas las candidaturas Demócratas, sino reconstruir un movimiento masivo por el derecho a decidir en el terreno reproductivo. Esto es lo que hemos visto en otras partes, y esto es lo que pasará en EE UU, como ya ocurrió en la década de 1970, cuando cantamos victoria en este terreno.

Los movimientos sociales de masas crean un tipo diferente de política. Enseñan a la gente que la política no tiene por qué someterse a los Clinton de este mundo. Nunca nos ganaremos la confianza de la gente trabajadora si es esto lo que le ofrecemos como alternativa: que una caterva de elites tecnocráticas como Biden y compañía, que durante toda su vida han sido políticos corruptos dentro del aparato del Partido Demócrata, representan tu futuro. Así no vamos a ninguna parte y acabaremos perdiendo políticamente. Nuestro problema real es crear un contrapeso de masas y una vida política que prefigure un tipo de política diferente, un tipo de organización diferente y un tipo de lucha diferente.

Esto generará inevitablemente nuevas ofertas electorales. Por ejemplo, pensemos en el Partido Demócrata por la Libertad de Misisipi o el Partido por la Paz y la Libertad asociado con el Partido Panteras Negras en California. Habrá ofertas electorales, pero ahora la gran prioridad absoluta es crear una fuerza de izquierda en la política que contrarreste a la derecha. Para esto necesitamos movimientos de masas de izquierdas. La clave está en volver a la movilización en la calle, el barrio y el centro de trabajo. Ahora se ha abierto una oportunidad en torno a la reivindicación de justicia para Palestina. Espero que no la desperdiciemos.

Multipolaridad imperialista, bloques militares y autoritarismo, campismo.Bernard Dréano. Viento Sur. Noviembre de 2023 

Cuando se intenta una descripción geopolítica del mundo, a menudo se tiende a comparar la situación actual con la de configuraciones anteriores. De hecho, mucha gente relaciona las tensiones entre las principales potencias actuales con las rivalidades interimperialistas que precedieron a la Primera Guerra Mundial (y que la provocaron). Otros imaginan un regreso a la Guerra Fría (1945-1991), al mundo tripolar, cuando, además de la división Este-Oeste, surgió un Tercer Mundo más o menos anticolonial y más o menos no alineado. ¿No se habla hoy del Sur global?

El planeta ha experimentado varios tipos de globalización, al menos desde el siglo XVIII. La actual globalización capitalista neoliberal vigente desde finales de los años 1970 es mucho más penetrante y general que las anteriores. Está bien descrita por lo que Immanuel Wallerstein llamó el sistema mundo, en el que todo el mundo está inmerso y al que todo el mundo contribuye, independientemente de las diferencias en los sistemas políticos y la competencia entre entidades económicas transnacionales.

Conceptos del pasado

Por supuesto se puede encontrar en la configuración actual algunas características que recuerdan a configuraciones pasadas: un imperialismo dominante (estadounidense, con sus aliados occidentales más o menos vasallos) pero en declive, una China en ascenso, potencias capitalistas que pasan de la competencia a la confrontación. El vocabulario de la época de la Guerra Fría está abundantemente actualizado: choque entre democracias (ayer el mundo libre) y totalitarismos, aspiración al no alineamiento y hoy se dice a la multipolaridad, confrontación de un Sur global (¿anticolonial?) con un Occidente global (¿neocolonial?), etc.

Estos conceptos, más o menos sacados de sus contextos históricos, son aprovechados hoy por diversos operadores en sus discursos y propaganda. ¿De qué valores democráticos están hablando estos gobiernos occidentales, fanáticos de la indignación de geometría variable y de la connivencia con los dictadores? ¿De qué multipolaridad están hablando las potencias autoritarias e imperialistas en ascenso, porque, si es legítimo cuestionar la gestión inequívoca del mundo, la multipolaridad tal como la reivindican estas potencias es sobre todo un mantra del autoritarismo, como bien ha analizado la feminista marxista india Kavina Krisna.

Una situación global sin precedentes

Estamos viviendo una revolución tecnológica fundamental (informática, biológica, etc.), lo que modifica muchas cosas, incluso en los mecanismos de reproducción de la hegemonía capitalista, pero tales mutaciones no son nuevas, estamos en la tercera revolución industrial (después de la de la máquina de vapor y la de la electricidad) gracias a las cuales se fortaleció el capitalismo…

Estamos viviendo también una crisis del capitalismo financiero, que las autoridades reguladoras del capitalismo intentan dominar, pero que sin duda provocará nuevas fiebres, después del espasmo de 2008. Esto tampoco es nuevo, pero a nadie le preocupan, con razón, los fenómenos de crisis políticas que provoca, incluido el ascenso bastante generalizado de la extrema derecha, que recuerda a los años treinta.

Pero varios elementos no tienen precedentes.

El movimiento moderno por la emancipación de la mujer y la igualdad de género (y la concomitante libertad de orientación sexual) nació hace más de un siglo, pero durante una generación ha estado resonando en todo el mundo. Pero el feminismo provoca una verdadera revolución antropológica que sacude a todas las sociedades.

La crisis ecológica, es decir la combinación del cambio climático, el colapso de la biodiversidad y los envenenamientos por las contaminaciones, está alcanzando un nivel gravísimo y pone en duda los paradigmas del progreso.

En principio, el capitalismo es capaz de adaptarse a él; en la práctica, en igualdad de condiciones, no tendrá tiempo dado el crecimiento exponencial de los destrozos: catástrofes naturales como el aumento del nivel del mar, hambrunas, migraciones forzadas, que provocarán, provocan ya, conflictos y tensiones más o menos violentos (el Departamento de Defensa estadounidense considera desde 2007 que este es el mayor riesgo de inseguridad para Estados Unidos).

Todo lo anterior, sumado a las crisis económicas y políticas tradicionales y a las cuestiones existenciales de género por un lado, y la supervivencia del planeta por el otro, explica que hayamos entrado en una era de la angustia, donde el miedo se convierte, o se convertirá, en un factor político importante. Un miedo que impacta en los proyectos sociales optimistas, el de los socialistas progresistas y defensores de los comunes, el de los capitalistas liberales y los promotores del liberalismo económico.

Esto promueve, en todo el mundo, lo que Jean-François Bayard y otros llaman la Revolución Conservadora, de diferentes maneras según las latitudes y los climas, de Trump a Putin, Zemmour, Bolsonaro o Modi, con sus formas religiosas radicales (no sólo musulmanas), sus demagogias populistas, sus constantes racistas y xenófobas, y la mayoría de las veces antifeministas, anti-LGBT y antiecologistas.

Para quienes reivindican aspiraciones socialistas de una forma u otra, los principios del internacionalismo permanecen, su implementación se realiza en el contexto actual que no es ni el de los años 1913-14 (que por otra parte fueron el de su derrota) ni el de los años 1960-1970.

Ni en un derrotismo revolucionario antiimperialista abstracto, ni en un campismo consistente en oponerse a un único enemigo principal o encontrar virtudes en los imperialismos menores porque se oponen a este villano principal (y americano).

Para las personas que ven la paz como un objetivo, los principios de la paz no se limitan a la no guerra entre Estados. La definición de seguridad humana dada en 1994 en el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) implica que la verdadera paz significa la seguridad de las personas (física, social, política, cultural, de salud, etc.).

La dificultad es dar vida a estos principios, definir objetivos políticos y sociales para hacerlos concretos en la realidad local o general. Por ejemplo en Europa, en nuestra situación, la de la guerra en Ucrania, la tendencia generalizada hacia la remilitarización, las diversas inseguridades y en el contexto global brevemente descrito anteriormente.

Y por ejemplo sobre las instituciones responsables de la seguridad.

La OTAN, mitos y realidades

Después de la Segunda Guerra Mundial, en Europa y en todo el mundo, se preveía crear instituciones que supuestamente garantizarían la paz y la seguridad, empezando por supuesto por la ONU. La guerra fría agarrotó o desvió estas instituciones, por ejemplo, en el caso europeo, el Consejo de Europa que fue durante todo el período una asamblea cuya función era oponerse al bloque soviético, pero que al mismo tiempo fue garante de la Convención Europea de Derechos Humanos (un texto hoy cuestionado por la extrema derecha y parte de la derecha).

Tras el fin de la Guerra Fría, el Consejo de Europa se amplió gradualmente para incluir a Rusia y Azerbaiyán, pero sirvió de poco, y la nueva Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE), responsable como su nombre indica de gestionar los conflictos, ha estado en gran medida paralizada y privada de recursos.

Por otra parte, la OTAN ha prosperado.

Recordemos que la OTAN (Organización del Tratado del Atlántico Norte) es la rama operativa de la Alianza Atlántica, organización político-militar creada en 1949, competente en la zona del Atlántico Norte (concretamente inicialmente incluía la Argelia francesa y el Mediterráneo hasta Turquía), implícitamente constituída contra el bloque soviético.

El Pacto de Varsovia fue constituído por la URSS y las democracias populares de Europa Central en 1956, después de que Alemania Occidental se uniera a la OTAN. En 1965, De Gaulle no abandonó la OTAN, ya que no abandonó la Alianza Atlántica, abandonó su Mando Integrado (instalado en París y Versalles, tuvo que trasladarse a Bruselas) y expulsó a las decenas de miles de soldados estadounidenses y canadienses estacionados en Francia.

Después de la caída del bloque soviético, los gobiernos de los estados miembros del Pacto de Varsovia (incluida Rusia) decidieron disolver el Pacto, y luego todos (incluida Rusia) decidieron entrar en Partenariados para la Paz con la OTAN.

En su mayor parte, estas asociaciones servirán como antecámaras para la adhesión a la OTAN, aunque se negó la adhesión a Ucrania y Georgia (por Alemania y Francia en 2008), una vez considerada para Rusia, idea rápidamente abandonada tanto por el lado estadounidense como por el ruso. La única promesa explícita que los principales Estados miembros de la OTAN hicieron a Gorbachov fue que no habría ningún despliegue de tropas de la OTAN en Alemania Oriental (aunque una Alemania reunificada estaría bien en la OTAN).

En ese momento, los estadounidenses se preguntaban sobre el futuro de la OTAN; de ahí las conversaciones con los soviéticos sobre su posible no ampliación, ¡mientras que los europeos, especialmente Margaret Thatcher, estaban ferozmente a favor de la persistencia de la OTAN para mantener a Alemania bajo control!

Durante todo el período de la Guerra Fría, la OTAN se contentó con realizar los war games [juegos de guerra] (la guerra imaginaria, diría la británica Mary Kaldor), de los que los franceses se retiraron cuando el juego implicaba el uso de la energía nuclear… La OTAN nunca intervino a pesar de que hubo guerras en casi todas partes en las que participaron países de la OTAN.

Fue la guerra en Bosnia-Herzegovina la que legitimó a la nueva OTAN, ya que allí tuvo lugar la primera operación armada de toda su historia en el verano de 1995. Luego, la OTAN intervino masivamente como tal en la guerra de Kosovo (1999), no sin problemas ya que entonces aparecieron grandes diferencias tácticas en su interior…

Y entonces, ¿qué es hoy la OTAN?

¿Una alianza? Sí, pero totalmente asimétrica. Los estadounidenses vieron interés en el uso de la OTAN en la ex Yugoslavia porque era una manifestación simbólica y concreta de su preeminencia sobre los europeos. Son los estadounidenses quienes deciden si utilizar o no la OTAN y cómo.

Todos los puestos militares clave están reservados para los estadounidenses, y el puesto civil de secretario general se deja a una personalidad florero, generalmente de un país pequeño. Durante la reintegración de Francia en 2009, el Mando Integrado se dividió en dos, un ACO (Mando Operativo) todavía dirigido por un estadounidense y que manda, y un ACT (Mando de Transformación), implícitamente reservado a un francés y que transforma… realmente no se sabe qué.

Los estadounidenses consultan a menudo con los británicos, a veces con los canadienses, a veces escuchan las quejas de los franceses o los alemanes y deciden. Durante la operación militar más larga jamás organizada por la Alianza –que decidió que el Atlántico Norte se expandiese, ya que estuvo en Afganistán de 2001 a 2021– las decisiones las tomaron solo los estadounidenses (Operación Libertad Duradera), quedando subordinada la OTAN; los franceses, en desacuerdo con la línea estadounidense, se retiraron discretamente en 2014, sin debate, y además nunca hubo un debate serio (al menos público) sobre esta campaña durante veinte años en los órganos de la OTAN, el Consejo del Atlántico Norte, la reunión de los ministros y ministras de asuntos exteriores y Asamblea Parlamentaria de la OTAN, estos organismos se felicitan por el gran éxito de la interoperabilidad de las fuerzas comprometidas, ¡a pesar de la inmensa derrota sufrida contra los talibanes!

Durante la primera fase de la Guerra Fría, Estados Unidos inició un sistema de alianzas similar a la OTAN, el CENTO en Oriente Medio, el SEATO en Asia-Pacífico complementado por tratados bilaterales con Japón (AMPO) y Corea del Sur. Las organizaciones colectivas han desaparecido, se impone el modelo de acuerdos bilaterales y la OTAN desempeña un papel de agencia.

La OTAN es de hecho una agencia. Por un lado, la OTAN crea estándares en términos de armas y procedimientos. Estas normas se imponen a los ejércitos de los países miembros, pero también a muchos otros ejércitos considerados amigos oficiales o no, como Suecia y Finlandia (mucho antes de que expresaran su deseo de unirse a la organización), Suiza, Austria, Israel, Marruecos, Egipto, las petromonarquías árabes, Pakistán, Australia, Nueva Zelanda, Taiwán, Corea del Sur, Japón…

Por otra parte, esta agencia tiene la enorme ventaja de favorecer la compra de armas estadounidenses, aunque sea en detrimento de las francesas o eventualmente alemanas, españolas, coreanas… La agencia de la OTAN puede intervenir como proveedora de servicios en operaciones cívico-militares como la seguridad en Kosovo, la represión de la piratería en el Océano Índico y proporcionar numerosos informes acordes con los tiempos, como por ejemplo sobre la lucha contra el calentamiento global e incluso la ecologización de los ejércitos (al menos en teoría…).

En relación con Ucrania, por ejemplo, la Alianza Atlántica nunca ha decidido nada, pero la agencia de la OTAN facilita la logística para la aplicación de las decisiones tomadas por los Estados.

Por último, muchos Estados miembros y, a menudo, también la mayoría de la opinión pública de estos países ven a la OTAN como una póliza de seguro. Con razón o sin ella, lo ven como una protección contra un ataque a gran escala –una amenaza que se percibe como proveniente de Rusia en Europa central o Escandinavia, gracias al supuesto –y muy aleatorio– paraguas nuclear estadounidense y/o al artículo 5 de la Carta del Atlántico que establece que un ataque a un miembro se considerará un ataque a todos los demás.

Esta OTAN bajo control estadounidense también es vista como una forma, para muchos países miembros, de no depender demasiado de los grandes nombres europeos -franceses, británicos, alemanes- que no han dejado sólo buenos recuerdos, ni de estar protegidos contra sus vecinos (por ejemplo para Montenegro, los serbios, etc.), aunque en las disputas entre Estados miembros la OTAN no es necesariamente considerada como árbitro (los griegos critican a la OTAN por favorecer a Turquía). Finalmente, este seguro de la OTAN ha permitido a muchos países reducir sus presupuestos militares hasta 2022, muy por debajo de la recomendación de la OTAN del 2% del presupuesto de cada país.

¿Qué seguridad, qué debates?

En el mundo actual, ante los desafíos clásicos y nuevos que hemos descrito, algunos Estados intentan transformar las alianzas más o menos bilaterales y cíclicas en bloques, pero la realidad del sistema mundial es mucho más fluida que la del siglo XX.

Los BRICS por ejemplo (Brasil, Rusia, India, China, Sudáfrica – ampliados en 2023 a Irán, Arabia Saudita, los Emiratos, Argentina, Egipto, Etiopía), querían ser anti-hegemónicos y planeaban desafiar la hegemonía del dólar en las transacciones internacionales, pero no constituyen una alianza y mucho menos un bloque.

La organización euroasiática del Tratado de Shanghai (OTS) busca crear una cooperación económica –de facto bajo dominio chino– pero está lejos de ser un espacio integrado. La pequeña alianza militar OTSC, imaginada por los rusos como contraparte de la OTAN, está desacreditada por el resultado de la guerra de Karabaj, ya que es incapaz de defender a Armenia, un país miembro… El campo liberal occidental parece más unificado y sólido en apariencia, pero también se ve amenazado por sus contradicciones, y en particular por los antiliberales de extrema derecha europeos y estadounidenses. Cada vez más, cada actor desempeña su propio papel en este mundo incierto y dislocado…

La OTAN, resultante del período anterior, construida y todavía funcionando según los deseos y doctrinas estadounidenses, no es un instrumento de seguridad colectiva. Sin embargo, los lemas anti-OTAN actualmente no son populares y generalmente sirven como tapadera para quienes los esgrimen.

Al incriminar a la OTAN, incluso en relación con áreas de operaciones en las que la OTAN como tal nunca ha intervenido (Siria-Irak, África, etc.), se exonera a los Estados y, en general, se prescinde del debate sobre lo que hacen, ya sea con la bandera de la OTAN (Afganistán, Libia…) o sin ella (Sahel, Siria, Irak, Yemen…). ¿Quién ha exigido responsabilidades en cada uno de los países afectados por la acción de los franceses, los británicos, los alemanes, los polacos, los holandeses, los ucranianos, etc.? ¿Quién, cuando está involucrada la OTAN, ha desafiado a sus representantes en la Asamblea Parlamentaria de la OTAN? Durante décadas hemos invocado (en Francia) la necesidad de una defensa europea autónoma, o de un pilar europeo de la OTAN… sin que esto tenga consecuencias. Mientras tanto, efectivamente se está produciendo una militarización de la Unión Europea –con la OTAN–, algo que apenas se debate.

Las izquierdas en Europa, y particularmente en Francia, rechazan el obstáculo, no logran discutir seriamente las cuestiones de seguridad y sus dimensiones militares y permanecen demasiado confinadas a eslóganes que se refieren a situaciones del pasado. Mientras las guerras arden, y con la intensidad que conocemos en Ucrania, y que sin duda van a multiplicarse, es urgente ir más allá de las consignas, informarse, discutir y proponer soluciones para Francia, Europa, el mundo.

Bernard Dreano es miembro del CEDETIM (Centro de Estudios e Iniciativas de Solidaridad Internacional) y de la AEC (Asamblea europea de los ciudadanos y ciudadanas HCA-Francia).

La búsqueda del tesoro de los derechos humanos. Roberto Pineda. Abril de 2024

SENSUNTEPEQUE, 12 de abril de 2024 (SIEP)  –Ya lo encontré!  Ya encontré el tesoro! gritó emocionada Anita, una niña de siete años que cursa primer grado en el Complejo Educativo Sotero Laínez, de esta calurosa ciudad del departamento de  Cabañas, que en náhuat significa Cerro Grande.  

Lo que Anita había encontrado era una ilustración en un libro, de un barco en una playa, y al preguntarle porque lo consideraba un tesoro, explicó que le recordaba una vez que fueron con su familia a una visita al mar.

La búsqueda del tesoro en un libro forma parte de un taller impartido por Blanca Ramírez, directora de la Biblioteca de la Procuraduría para la Defensa de los Derechos Humanos, PDDH, con el propósito de que niños y niñas aprendan la importancia de los libros y de la lectura, así como sus derechos humanos.  

A continuación hacemos una síntesis de esta actividad.

La actividad inició  a las 9 de la mañana en un aula de primer grado de este centro escolar. Participaron tres personas de la PDDH  en San Salvador: Blanca Ramírez, Roberto Pineda y Enrique Linares, junto con Jennifer Flores y dos voluntarias de la Unidad Juvenil de la PDDH en Cabañas.

Llegamos  y readecuamos las mesas de estudio en forma de U, así como colocamos los materiales a utilizar al frente del aula. Hay 12 niños y 10 niñas. Blanqui inicia la actividad:

-Hola! Cómo están?

Los niños y niñas gritan: Bieeen!

Una visita para presentarles un amigo

-Los estamos visitando de la Procuraduría para la Defensa de los Derechos Humanos, PDDH.  Gracias por recibirnos!  Mi nombre es Blanqui… estamos aquí para compartir con Ustedes, para que conozcan sobre derechos humanos y principalmente para que conozcan a un amigo que nos va a enseñar a viajar y a descubrir muchas cosas bonitas!

-Pero antes, quiero saber quien es su mejor amigo, su mejor amiga?  Veamos que nos dice la maestra:

-Mi mejor amiga es mi mamá.

Y entonces Blanqui va preguntando a cada niño y niña: quién es tu mejor amigo? Quien es tu mejor amiga? Y cada uno y una va respondiendo: Josué, Alejandro, Jessica, María…Y cuando un niño dice: él, o una niña dice: ella, Blanqui le responde: él no es nombre de tu amigo, ella no es nombre de tu amiga, cómo se llama tu amigo? Cómo se llama tu amiga?

-Todos tenemos un nombre, todos tenemos derecho a un nombre. Todos tenemos derecho a una identidad.

Ahora les voy a presentar a un amigode todos y de todas? Y como lo tratamos? Cómo lo tratamos?

-Le manchamos el cuaderno? Noooo!

-Lo empujamos? Noooo!

-Lo golpeamos? Nooooo!

Y entonces, qué hacemos?

Los niños responden: jugamos, compartimos, lo cuidamos, aprendemos, reímos, lo abrazamos, lo cuidamos…

Pues bueno, hoy hemos traído un amigo para que lo conozcan.

-Alguna vez han ido a una biblioteca? -Síiii!

Cómo se comporta uno en una biblioteca?

Noé responde: uno esta sentadito, calladito…

-Aplausos para Noé!

Julita responde: hay que estar leyendo, estar sentadita!

-Aplausos para Julita!

-Hoy vamos a visitar la biblioteca, esta biblioteca que tenemos aquí, que hemos traído de libros infantiles, pero tenemos que hacerlo en orden.  Vamos  a hacer dos filas, cada uno va pasar y va ver los libros y va tomar uno, el que más le guste, y luego se regresa  a su asiento.

Al terminar, los niños hacen comentarios sobre los libros que han seleccionado.

-Todos tienen libro? Síiiiii!

-Quienes pueden leer? 6 niños levantan la mano.

-Qué libro seleccionaste?

-Este es el libro que me tocó a mí: los juegos que jugamos…

 En cada libro hay un tesoro

-En cada libro hay un tesoro y queremos que ustedes lo descubran y quiero ver quién lo encuentra. Así que al descubrirlo me avisan…

-Veamos quién encontró el tesoro?

-Yo ya encontré el mío -dice Josué- porque aquí hay un ser humano.

-Felicitaciones Josué, y es correcto, todos los seres humanos, las personas somos importantes, somos únicas, somos un tesoro…aplausos para Josué.

Se levanta Noé y dice que también lo encontró  y enseña una fotografía de pescadores: Esta foto me recuerda cuando mis abuelos me llevaban a pasear.

-Un aplauso para Noé, y todos tenemos derecho a  recrearnos, el derecho a la recreación…es un tesoro.

Se levanta Jason y enseña un dibujo de una familia, papá , mamá e hijos…

-Un aplauso para Jason! Y tiene razón, la familia es un tesoro, cada niño tiene derecho a la protección de una familia.

Se levanta Ariana y muestra como su tesoro la foto de dos niños pintando.

-Excelente Ariana, un aplauso para Ariana. Todos tienen el derecho a expresarse, a colorear, a pintar, esto es un tesoro. Quienes aquí pueden dibujar?

Todos levantan la mano.

-Quienes aquí usan celular?  9 levantan la mano.

Y para qué usan el celular?

-Para jugar, para estudiar, para ver videos, hacer las tareas…

-Los teléfonos son importantes, pero no podemos pasar todo el día viendo el celular.  Ahora regresemos a los libros…

-Queremos que este libro se convierta en nuestro amigo, para que podamos con el reír, soñar, jugar…Síiiiiii!

-Entonces cierren sus libros y sosténgalos, pasen su mano por el libro, y mírenlo, ahora acarícienlo, abrácenlo, y vamos a ver que nos dice el libro, porque los libros pueden hablar, nos pueden contar una historia…

-Hoy hojeen el libro, perciban su olor, el aroma del libro…cuando lo abran conocerán el aroma de nuestros amigos…queremos que cuando lleguen a sus casas, les cuenten a sus papas, a sus mamas, que hoy conocieron a nuevos amigos…

-Cómo se llaman sus nuevos amigos, quienes quieren leer como se llaman?

Adriana: el mío, mi amigo se llama Libro preescolar.

Y cómo hay que tratarlo?

-Bieeeen!

-Qué significa bien?

-Hay que cuidarlo, abrasarlo, guardarlo…

-Qué no lo puedo romper o arrancarle páginas…

-Quién tiene un libro dañado?

-Steven: el mío esta roto.

-Lo vas a cuidar y ayudar a que no este roto?  Síiii!

-Y quién dañó este libro?

-Cuando pasamos la página si lo hacemos incorrectamente, se daña, por lo que tenemos que hacerlo con mucho cuidado.

-Cómo se llama tu libro?

-Preescolar.

-Ahora identifiquen el dibujo que más les gustó?

Mateo: a mi este de un elefante que va en un globo.

-A mi este de niños jugando…

-Ahora dejen sus libros en las mesas y se preparan porque vamos ir a un hospital.

Se recogen los libros de las mesas. Blanqui se pone una gabacha de doctora y a los niños se les coloca cintas blancas en sus cabezas.

Y Blanqui toma una ambulancia de juguete…Cómo le hace la ambulancia?

Los niños responden: iiiiiiiiiiiiiiiiih!

-Vamos a ir al hospital de libros…Y enseña la imagen de un libro que se esta mojando con la lluvia. Y pregunta: cómo llegó la lluvia al libro? Y responden: porque esta lloviendo. Y ella dice: no, y vuelve a repetir la pregunta. Y ella explica que los libros no se mueven por si solos, no caminan, sino que alguien lo dejo en un lugar donde podían mojarse.

Y entonces responde una niña: cuando tomamos agua hay el peligro que se moje…

-Exacto, debemos ser entonces muy cuidadosos para que no se mojen, o para que no se rompan…

Blanqui enseña la imagen de un libro deteriorado y pregunta: cómo se golpeo la cabeza este libro? Por qué se daño? Porque alguien se descuido, porque los libros no se golpean solos. Son los seres humanos los que los cortan, los golpean, y nosotros debemos proteger a nuestros amigos…

Luego enseña la imagen de un libro sucio y pregunta: cómo se ensució? Y explica que los libros no se ensucian solos, sino debido a que  no los hemos cuidado. Muchas veces comemos encima de ellos y así podemos trasmitirle virus, como el del covid, se acuerdan del covid?  Y cuando están ya enfermos . cuando están contagiados, tenemos que separarlos…

-Y este otro libro se golpeo el pie? Cómo se golpeó? Quién lo golpeó?  Los seres humanos. Y es por esto que vamos a visitar el hospital de libros.

El hospital de libros

En el hospital de libros hay cuatro botiquines de colores diferentes: rojo, naranja, azul y blanco.

-Qué color es este? Rojoooo! Y que significa el color rojo?

-Los niños responden: Cruz roja, sangre, carro rojo, paciente, ambulancia, ropa roja…

-Rojo significa emergencia. Este amigo nuestro, este libro se puede morir y tenemos que salvarlo…vamos a colocar en esta caja roja a este nuestro amigo, a este  libro dañado, mutilado, alguien lo rompió, lo manchó, lo marcó…(pobrecito…nuestro amigo está muy grave!)

-Qué color es este? Naranjaaaa! Y que significa el color naranja?

-Los niños responden: papel, camisas, globos, vestidos, fruta.

-El naranja significa solidaridad, nuestro amigo está siendo evaluado en el hospital, lo están observando…

-Qué color es este? Amarillooooo! Y que significa el color amarillo?

-Los niños responden:  guineos, flores, el sol, gatitos, patitos, luz, calor del sol…

-Es que el libro necesita CALOR, necesita que lo abracen, que lo apapachen…porque ya se está recuperando…

-Qué color es este? Blancooooo! Y que significa el color blanco?

-Los niños responden:  ropa, camisa, limpio, arroz.

Significa que ya esta curado, quedo como nuevo. Y entonces va regresar a los estantes de la biblioteca.

Actividad práctica

Hoy vamos a construir una cubierta de libro para que nos quede como recuerdo. Se reparte a cada niño una cubierta, cartón, papel, paletas y cepillos.  Y se les da instrucciones para       que elaboren y lleven a sus casas un recuerdo de este taller.

-Los felicito a todos por su participación. Otro día vamos a venir a preguntar como han estado cuidando a sus libros, a sus nuevos  amiguitos, adiós!  Y se va la ambulancia…y así termina este taller.

Contre l’impérialisme multipolaire, une réponse internationaliste. February 2024. Europe Solidaire Sans Frontieres

La « multipolarité » est devenue la boussole d’une partie de la gauche, l’expression d’une démocratisation anti-impérialiste des relations internationales. Mais elle fait aussi office de leitmotiv des nouvelles puissances autoritaires, servant à déguiser leurs propres pratiques capitalistes et impérialistes en alternative à l’hégémonie occidentale. Il revient à la gauche internationaliste d’être du côté des victimes de tous les impérialismes.

Conversation entre E.J. Ayoub, Kavita Krishnan, Promise Li et Romeo Kokriatski sur les raisons pour lesquelles l’idée de multipolarité doit être comprise et critiquée, et pourquoi la gauche ne peut pas abandonner l’anti-autoritarisme et l’internationalisme.

E.J. Ayoub est chercheur libano-palestinien à l’Université de Zurich, rédacteur en chef de Shado Mag et animateur du podcast The Fire These Times. Romeo Kokriatski est rédacteur en chef de New Voice of Ukraine et animateur du podcast Ukraine Without Hype . Kavita Krishnan est militante féministe marxiste, ancienne membre du Parti communiste indien, responsable de la All India Progressive Women’s Association. Promise Li est un militant socialiste anti-impérialiste hongkongais engagé dans des luttes de solidarité internationale, il fait partie du collectif de la diaspora de gauche Lausan.

• • •

E.J. Ayoub (JA). Qu’est-ce que la « multipolarité » et pourquoi ce concept est-il encore défendu par une partie de la gauche ? Pourquoi le remettons-nous en question  ?

Romeo Kokriatski (RK). La multipolarité est une évolution du monde bipolaire où les États-Unis et l’Union soviétique étaient initialement les deux hégémons mondiaux. Après la chute de l’Union soviétique, les États-Unis ont dominé un monde « unipolaire ». Mais en raison à la fois de la marche inexorable de l’histoire et de certaines erreurs commises par le gouvernement américain, les États-Unis ont perdu une partie de leur statut, notamment suite à la désastreuse et immorale « guerre contre le terrorisme ». En conséquence, d’autres puissances – comme la Chine et la Russie – ont gagné une part de l’importance que les États-Unis détenaient autrefois seuls. C’est ce que nous appelons la « multipolarité  » : un monde défini par plusieurs noyaux impériaux au lieu d’un seul.

« Noyaux impériaux », car il est toujours question de pays qui aspirent à devenir des empires ou qui le sont déjà, en exerçant une influence sur leurs voisins, sur leur environnement et sur l’ensemble de la planète. Lorsque cette domination hégémonique est répartie entre plusieurs entités différentes, il devient encore plus difficile de s’attaquer au problème, car ces différents pôles cooptent la résistance. C’est ce que nous voyons, en particulier auprès des gens de gauche qui défendent la multipolarité : des noyaux impériaux séparés cooptent la résistance à l’impérialisme américain et promeuvent un autre impérialisme, différent de ce dernier.

Promise Li (PL.) Nombreux sont ceux qui pensent que l’impérialisme est principalement le fait des États-Unis et de l’Occident. Des États-nations comme les BRICS – Brésil, Russie, Inde, Chine, Afrique du Sud – sont considérés comme des « non-alignés » et comme des puissances politiques alternatives à l’Occident. C’est totalement faux. Si ces États sont perçus par d’aucuns comme victimes de l’ordre mondial du FMI, leurs élites dirigeantes, en particulier dans le Sud, travaillent main dans la main avec la classe dirigeante capitaliste occidentale pour exploiter la classe ouvrière et d’autres populations marginalisées du Sud.

Notre tâche en tant que progressistes est d’identifier ces interconnexions entre les États et les classes dirigeantes capitalistes, afin de révéler comment cela conduit à de nouveaux moyens d’exploiter les travailleurs. Faire confiance à la multipolarité telle qu’elle existe aujourd’hui, c’est en réalité faire confiance à une nouvelle reconfiguration du capitalisme mondial.

Kavita Krishnan (KK). Depuis un certain temps, Vladimir Poutine, Xi Jinping et Narendra Modi et d’autres forces autoritaires et d’extrême droite déclarent vouloir un monde multipolaire. Ils affirment que les normes universelles en matière de démocratie et de droits humains sont imposées par l’Occident, par le biais de l’impérialisme unipolaire. La lutte pour la souveraineté et l’anti-impérialisme impliquent donc le rejet de ces normes universelles. Cela m’inquiète que la gauche soit sourde aux significations dangereuses de ce récit.

RK. Ces États entendent faire ce qu’ils veulent et ne supportent pas la critique. Cette posture repose sur le rejet de l’influence occidentale ou des valeurs libérales et capitalistes des États-Unis. Cela détruit l’universalité des valeurs que nous défendons et autour desquelles nous essayons de construire un monde. Des personnes affirment que les droits humains ne sont pas de gauche ou qu’il s’agit d’un concept occidental. C’est ridicule. Les droits humains s’appliquent aux êtres humains et non à une nationalité ou à un groupe ethnique particulier. Mais, à cause de cette confusion et en raison de son utilisation par des fascistes connus comme Aleksandr Dugin en Russie, c’est devenu l’une des tendances les plus effrayantes de la gauche au cours des dix dernières années. Le discours sur la multipolarité nous empêche de comprendre comment lutter contre les forces autoritaires capitalistes.

JA. Beaucoup de gens qui se disent progressistes défendront « chez eux » – aux États-Unis, en Inde, en Europe ou ailleurs – les droits reproductifs, les droits LGBTQ ou l’ouverture des frontières par exemple, mais dès que l’on se situe dans des parties du monde filtrées par un campisme binaire, ces mêmes personnes adoptent des positions conservatrices, voire d’extrême droite. Cela peut sembler très contradictoire. Pourquoi pensez-vous qu’il en soit ainsi ?

PL. Aux États-Unis, il existe un sentiment de culpabilité qui tient au fait de se situer dans un noyau impérial, d’être blanc et Américain. Les analyses internationales finissent donc par être éclipsées par cette politique de la culpabilité. Les voix qui émanent d’autres pays ne sont pas entendues et aucune évaluation claire de l’économie politique ou de la manière dont le pouvoir fonctionne ailleurs n’est faite. Il y a une volonté de mettre l’accent sur le fait que les populations du Sud peuvent se gouverner elles-mêmes, mais, d’une certaine manière, cela aboutit à une allégeance non critique à des gouvernements autoritaires et à l’identification de ceux-ci aux populations.

Un autre discours entendu ces dernières années consiste à dire que nous ne pouvons pas qualifier les États du Sud d’autoritaires, même lorsqu’ils le sont, parce que c’est un mot codé raciste. Les gens de gauche, en particulier en Occident, refusent de voir et de comprendre les minorités critiques, en particulier leurs homologues de gauche dans ces pays, qui dénoncent ces régimes et les qualifient pour ce qu’ils sont. Ils placent ce qu’ils considèrent comme du racisme et comme une imposition de la part de l’Occident au-dessus des voix de gauche sur le terrain.

Certes, les États-Unis instrumentalisent le discours de l’autoritarisme, en « orientalisant » des États comme la Chine et d’autres pays du Sud, et en idéalisant les États-Unis comme une démocratie libérale supérieure aux valeurs de ces autoritarismes grossiers. C’est évidemment faux. Mais il ne s’agit pas de prendre le contrepied de cette vision binaire et de se ranger du côté opposé de l’échiquier. Il est important d’examiner la montée des autoritarismes et de les aborder dans toute leur diversité, en particulier tels qu’ils se sont manifestés au cours des deux dernières années.

Beaucoup en Occident ne veulent pas comprendre qu’il est quasi impossible de créer des organisations indépendantes, de lutter publiquement au sein de la société civile dans des pays comme la Chine, la Russie, l’Égypte, etc. L’arène des luttes n’est pas la même qu’aux États-Unis et en Europe de l’Ouest. Il ne s’agit pas de dire que certains pays occidentaux sont « meilleurs », mais de reconnaître que le phénomène actuel de l’autoritarisme est diversifié et inégal. Il produit différents mouvements et régimes d’extrême droite qui requièrent différents types de mouvements pour les combattre. Cela devrait être le point de départ de la conversation, mais une grande partie de la gauche, en particulier en Occident, n’en est pas là.

JA. Dans les pays du SWANA (Southwest Asia and North African) ou dans le monde arabe, il existe des tendances similaires, mais elles proviennent d’une position différente. Les conclusions sont parfois identiques, bien qu’elles s’orientent souvent vers l’impuissance, le désespoir, le cynisme, voire l’apathie. Donc elles n’approuvent pas totalement la Russie, mais disent aussi : « Nous n’avons rien à faire dans ce combat ». Ce type d’arguments résulte d’une position spécifique, parce que la majeure partie du monde arabe n’est pas démocratique. D’après votre expérience, Kavita, quelles sont les similitudes et les différences entre les différentes gauches ? Entre la gauche indienne et américaine ? Entre la gauche hongkongaise et chinoise ? Et peut-être entre la gauche ukrainienne et russe  ?

KK. Promise a expliqué comme le sentiment de culpabilité fait qu’aux États-Unis on en vient à considérer qu’on ne doit pas tenir le même discours que le gouvernement. Il y a une autre façon de voir le problème, c’est-à-dire comme étant celui de la gauche mondiale. Beaucoup parlent de l’Occident qui ramène tout à lui, de la gauche américaine qui fait des États-Unis, la source du mal. Bien sûr, cela vient de la culpabilité, mais cela n’explique pas pourquoi la situation est parfois pire dans le Sud.

En Inde, la gauche n’est pas un segment minuscule, elle a une audience large comparée à celle de la plupart des pays occidentaux, d’où la gravité du préjudice causé par cette attitude. Lorsque les quelques rares voix démocratiques qui se font entendre dans le pays légitiment l’idée des « moindres maux » de Poutine et de Xi et disent que nous devons nous en tenir là, c’est la meilleure partie de la gauche que je décris ! Il y a aussi l’autre partie qui dit ouvertement que la montée en puissance de la Chine et de la Russie est excellente, et qui encourage ces pays.

La gauche semble perdre ses repères. L’idée devrait pourtant être simple : soutenir les luttes contre les classes dirigeantes et les oppresseurs partout et en tout lieu. Pourquoi est-ce difficile ? Pourquoi mesurer le degré de solidarité à offrir et réduire celle-ci dans certains cas ? Pourquoi investir, même à petite échelle, dans la survie de régimes oppressifs ou dans des impérialismes envahissants où que ce soit ? Cela tient presque de la formule de George Bush : « Avec nous ou contre nous ». Les acteurs de mauvaise foi de la gauche indienne taxent d’ailleurs d’« agents de la CIA » ceux qui s’opposent à cette logique.

Et si vous critiquez l’autoritarisme en Chine, où il n’y a pas de place pour les luttes ou pour les mouvements citoyens, ces gens pensent qu’au fond, vous êtes pour la démocratie libérale. Et si vous êtes pour la démocratie libérale, alors vous ne pouvez pas être de gauche. Vous n’êtes pas socialistes. Dire cela revient à s’écarter des principes de gauche. C’est une attitude réactionnaire que de considérer qu’il existe des « civilisations » cloisonnées et fondamentalement différentes. C’est une idée fasciste. Et la reprendre pour la présenter comme une sorte d’idéologie progressiste est obscène.

Dans tous nos pays, nous luttons pour obtenir des « droits », appelés comme tels par les démocraties libérales. Tous ces droits sont obtenus grâce à des combats sociaux, notamment en Inde. Ils n’ont pas été accordés par un quelconque régime libéral. Les libertés civiles sont une chose pour laquelle la gauche s’est battue. L’idée d’une démocratie socialiste est très simple : tout ce pour quoi vous luttez doit être meilleur, plus démocratique. On ne peut admettre que vous détruisiez des acquis pour ensuite reconstruire le socialisme à partir de zéro.

Et c’est là que le bât blesse : l’idée selon laquelle, quels que soient les droits démocratiques acquis, quelles que soient les institutions en place, dès que se réalise une révolution socialiste quelque part (et nous en sommes très loin en ce moment), tous les droits démocratiques disparaissent, ils ne comptent pas. Car avoir des droits, ce serait « bourgeois » et ainsi de suite… Par exemple, le débat selon lequel le féminisme est bourgeois a longtemps prévalu en Inde. Et prévaut toujours à gauche, où il est affirmé que nous sommes marxistes et que cela suffit.

RK. L’un des exemples les plus frappants de cet étrange état d’esprit est le soutien apporté à des régimes autoritaires par des personnes LGBTQ, trans ou homosexuelles : « La Chine a mieux fait face que les États-Unis au covid, au sans-abrisme, etc. » C’est absurde parce que ces personnes n’ont aucun droit dans la plupart de ces pays qu’ils vantent. S’ils y entrent, il y a de fortes chances qu’ils soient arrêtés s’ils agissent publiquement comme ils le font en Occident.

JA. Ce même problème se pose dans l’ensemble du monde à majorité arabe. Les féministes palestiniennes sont confrontées à cet enjeu. Elles disent qu’on s’occupera des droits des femmes après la libération de l’occupation israélienne. Même chose pour les droits des homosexuels. Ces arguments ont toujours fini par servir la classe dirigeante, l’État, l’oppresseur. Sur Twitter, un journaliste américain affirmait que la Corée du Nord était l’un des rares pays du monde à se montrer véritablement favorable aux transgenres. Au Qatar aussi, j’ai été déconcerté, pendant la Coupe du monde de football, d’entendre dire que nous ne pouvions pas exiger du pays hôte qu’il respecte les droits des travailleurs migrants ou des LGBTQ, etc. Cette manière de parler colle aux discours homophobes, transphobes et racistes des partisans du régime qatari.

RK. Un porte-parole qatari qui s’exprimait au sujet des critiques formulées à l’encontre de son gouvernement en matière de droits humains, a dit littéralement qu’on ne pouvait pas juger le pays selon des normes occidentales, puisqu’elles relèvent d’une civilisation différente. Cette déclaration est aux antipodes des principes de gauche.

JA. En Égypte, Sissi lui-même a tenu de tels propos, et ces déclarations ont affaibli la campagne de soutien aux prisonniers politiques égyptiens. Cet argument est devenu presque hégémonique. L’universalisme des droits humains d’«  avant », avec tous ses défauts, a reculé. Je ne peux m’empêcher de penser que c’est aussi une façon dont le néolibéralisme – la pensée néolibérale, l’atomisation – a été intériorisé et réifié dans «  nos » espaces.

PL. Je voudrais revenir sur cette relation entre la gauche et d’autres mouvements progressistes fondés sur des identités marginalisées – les mouvements LGBTQ, féministes, étudiants, etc. Et aussi sur la notion de démocratie socialiste. Non pas la démocratie sociale, mais la démocratie socialiste révolutionnaire. Qu’est-ce que cela signifie d’imaginer le socialisme comme système politique ? Il ne s’agit pas d’un système à parti unique ni d’une avant-garde éclairée qui imposerait ses idéaux à d’autres, mais plutôt d’une organisation socialiste qui respectent l’autonomie des différentes luttes marginalisées. Comme le suggérait Kavita, notre objectif ne devrait donc pas être d’abandonner certaines avancées importantes de la démocratie bourgeoise, mais de les étendre et de les maximiser. En réalité, la démocratie bourgeoise ne garantit pas ces libertés. Nous avons besoin d’une démocratie socialiste pour les assurer.

Quant à la multipolarité, il est intéressant d’établir un contraste avec le fait que ses adeptes à gauche nous accusent d’être des libéraux bourgeois, alors qu’en réalité, leur propre positionnement mise sur le capitalisme. Regardons les choses en face : la multipolarité n’est que du capitalisme. C’est une concurrence capitaliste entre différents États. Pour eux, ces capitalismes nationaux sont le « bon côté » de la démocratie bourgeoise et, pour cela, nous devrions les défendre. Mais c’est un retour en arrière. C’est défendre les vestiges du féodalisme et du fascisme, de la perversité qui survient surtout quand on intègre le capitalisme tardif.

Le plus regrettable, c’est l’incapacité de la gauche occidentale à voir et à reconnaître l’autonomie des luttes marginalisées. Pour elle, l’action des peuples du Sud n’est incarnée de fait que sous la forme d’États-nations à gouvernance capitaliste. Alors qu’en réalité, il y a toute sorte de luttes différentes qu’elle devrait apprendre à mieux connaître.

Les mouvements étudiants et féministes par exemple remettent en question le pouvoir de ces États autoritaires. Pourquoi cette gauche occidentale ne les considère-t-elle pas et réserve ses attentions aux seules classes dirigeantes de ces États-nations qui, en réalité, devraient être la cible de nos luttes, et contre lesquelles les mouvements se battent ? Derrière la question de la multipolarité, ces éléments ne sont pas abordés ni les luttes menées sur le terrain. Si on soutient les victimes de l’impérialisme, on doit soutenir les victimes de tous les impérialismes.

L’Ukraine est une victime coloniale de longue date de l’impérialisme de la Grande Russie, et elle continue de l’être aujourd’hui.

KK. Penser que nous ne pouvons pas imposer les mêmes normes aux pays du Sud ou à d’autres nations, en quoi est-ce de l’antiracisme ? Demandez aux militants et militantes en lutte dans les pays du Sud. C’est en réalité faire preuve de racisme que de ne pas nous prendre au sérieux, nous, les gens de ces pays qui voulons la démocratie, qui luttons pour des droits et contre les autoritarismes. L’exemple suivant m’a beaucoup agacée ces dernières années. Un ancien ambassadeur d’Allemagne en Inde se trouvait à Delhi et décida de rendre visite, à Napur, à la principale organisation fasciste du pays, le RSS.

Les lettres SS ne sont pas une coïncidence. Il s’agit d’une organisation créée dans les années 1920, directement inspirée du fascisme européen, qui pense que nous devons faire avec les musulmans en Inde ce que l’Allemagne nazie a fait avec les juifs. Le diplomate allemand a été photographié en train de se prosterner et d’offrir des fleurs à une statue de l’un des fondateurs. Consternant.

Interviewé, il a déclaré que le RSS faisait « partie de la mosaïque indienne » et qu’il y était allé pour comprendre. Qu’est-ce que cela veut dire ? Allez-vous dire que le KKK fait partie de la mosaïque des États-Unis ? Iriez-vous rendre visite à une organisation néonazie en Allemagne, lui offrir des fleurs et dire qu’elle fait partie de la mosaïque allemande ? Vous êtes prêt à dire cela en Inde parce que vous considérez ce pays comme différent, comme un espace culturel ou civilisationnel au-delà de la politique. C’est du racisme, pas de l’antiracisme.

La gauche en finit par penser comme l’ambassadeur d’Allemagne. Elle en vient à considérer les États plutôt que les personnes. Elle dit presque que l’État est égal au peuple et ne fait pas de distinction entre l’État et ce pour quoi ses citoyens luttent. C’est en Ukraine que c’est le plus évident. À gauche, si vous parlez de l’Ukraine, ils diront que Zelensky a mené des politiques néolibérales, etc. Certes, ce que Zelensky, dirigeant élu, fait en matière économique, c’est ce que font la plupart des gouvernements. Il y a des critiques à faire à ce sujet. Les travailleurs ukrainiens sont sans doute confrontés à des législations sociales injustes, mais ce sont eux qui se battent dans l’armée ukrainienne contre une invasion. Si le pays survit, il y aura de la place pour ces autres luttes. C’est au peuple ukrainien de décider des luttes qu’il privilégie et à quel moment.

RK. C’est vrai, c’est insulter l’expérience de la gauche ukrainienne que de dire que nous sommes « d’accord » avec l’alignement de notre pays sur le modèle libéral-démocrate et bourgeois de l’Union européenne, que tout le monde veut la même chose. C’est faux. Nous sommes en Ukraine des chamailleurs. Surtout lorsqu’il s’agit de la politique économique de Zelensky. La seule raison pour laquelle on ne constate pas davantage de résistance est que nous sommes en guerre. Mes camarades se battent sur le front, à Bakhmut, à Soledar… et s’ils le font au lieu de protester contre la législation du travail, c’est parce que, si le pays n’existait plus, tous ces arguments ne serviraient à rien. La Russie veut nous tuer. Les morts ne peuvent pas défendre leurs droits, comme le savent bien les régimes autoritaires. Substituer un État-nation aux gens est simpliste et incompréhensible. La plupart des progrès que la gauche a réalisés sont le fruit d’une résistance non étatique aux politiques officielles. Oublier cette idée, c’est considérer des pans entiers de la population comme étant indignes des droits dont vous bénéficiez.

JA. Quand on parle de fétichisation de l’État, cela divise le monde en « sphères d’influence ». Certains représentants de la gauche britannique, par exemple, ont littéralement dit que, dans le « conflit » entre les États-Unis et la Russie en Ukraine, nous devons être sensibles à la « sphère d’influence » de la Russie. Il s’agit d’une vision du monde très conservatrice, voire isolationniste. De la realpolitik.

La démocratie pour moi et le fascisme pour vous. C’est bizarre, mais c’est une tendance courante qui remonte à quelques décennies. Est-ce un soubresaut de la guerre froide ? Est-ce juste une réification, un recyclage de cette vision binaire ? Ou s’agit-il d’autre chose ? Permettez-moi de le formuler ainsi : y a-t-il une analyse de classe dans ce type de positionnement ?

PL. Je voudrais citer ici l’un ou l’autre arguments de « bonne foi », avancés par les défenseurs de la multipolarité : non, ce n’est pas que le socialisme se soit cristallisé d’une certaine manière dans ces États-nations ; c’est que le fait d’avoir plus d’États-nations alliés les uns aux autres, et pas seulement les États-Unis comme puissance dominante unique, ouvre davantage les conditions pour mener une lutte révolutionnaire. Tous ces différents impérialistes concurrents auront moins de pouvoir, ce qui laissera plus de place aux mouvements progressistes.

Un autre argument entendu consiste à justifier la logique en rappelant que la Seconde Guerre mondiale, en raison de tous ces impérialistes qui s’y affrontèrent, a ouvert la voie à la décolonisation et à l’émergence de mouvements anticoloniaux. Mais ont-ils oublié la Seconde Guerre mondiale et ce qu’il s’y est passé ? ! Il est ridicule d’appeler à un retour à ces conditions de guerre mondiale afin de débloquer le potentiel de décolonisation. En tant que militants de gauche, nous soutenons la décolonisation et les mouvements anticoloniaux – nous n’appelons pas à un conflit multipolaire pour débloquer ces luttes !

Quand nous parlons de multipolarité, nous ne pouvons pas simplement nous focaliser sur le Brésil de Lula et ignorer les mouvements contestataires chinois, iraniens, russes, ukrainiens, etc. Ce serait juste une analyse de mauvaise foi. Comme socialistes et marxistes, nous avons besoin d’un bilan honnête. Nous ne pouvons pas simplement miser sur les victoires et ignorer les autres situations. C’est pourtant leur façon de faire : ils disent que la multipolarité renforce d’une manière ou d’une autre les mouvements à travers le monde, mais pratiquement, ce n’est pas vrai.

KK. Il est étrange que la gauche présente ses positionnements internationaux, comme le résultat d’un choix entre multipolarité ou unipolarité. Chaque fois que les États-Unis agissent en impérialistes, nous soutenons les acteurs qui luttent contre eux. Or, à moins que vous ne pensiez que les régimes russe ou chinois ne seraient pas eux aussi impérialistes, pourquoi diable investiriez-vous dans leur survie ? Il en va de même de l’Iran. En Inde, certaines sections de la gauche restent silencieuses sur les soulèvements en Iran. Si vous êtes aux côtés des victimes de l’impérialisme, vous devez être aux côtés des victimes de tous les impérialismes.

L’Ukraine est une victime coloniale de longue date du grand impérialisme russe, et continue de l’être aujourd’hui. C’est contre cela que les Ukrainiens se battent. Pourquoi, dans certaines situations, la gauche se décharge-t-elle de la responsabilité d’être solidaire avec ceux qui luttent ? À quoi ressemblerait une solidarité significative ? Elle pourrait ressembler à ce que nous faisons avec la Palestine, par exemple. Nous menons une campagne pour informer les gens sur ce qui s’y passe, et nous faisons activement campagne contre la désinformation, contre la propagande israélienne. Pourquoi ne ferions-nous pas cela à propos de l’Ukraine ?

En outre, il ne s’agit pas d’une question réservée à la gauche. En Inde, la sphère publique est saturée de propagande russe. Pas seulement à l’extrême droite et à gauche. Même les victimes de l’extrême droite en Inde, par exemple la communauté musulmane, croient que les États-Unis sont le premier ennemi des musulmans. Ils ne savent pas combien de musulmans Poutine a tués ou déplacés. Ils n’en ont absolument aucune idée. La gauche indienne a un véritable rôle à jouer ici, pour contrer la désinformation en s’engageant dans une guerre de l’information en faveur de l’Ukraine.

Ce que nous disions plus tôt sur le fait qu’on ne peut pas imposer les mêmes normes au Qatar, à l’Inde ou à d’autres pays, c’est exactement ce que les adeptes de la multipolarité disent en ce moment même : l’unipolarité est synonyme de valeurs universelles. Et la multipolarité signifie que vous ne pouvez pas nous imposer vos idées d’égalité ! Quand la gauche pense en ces termes, elle ne se rend pas compte qu’elle tient exactement le discours que l’extrême droite du Qatar, mais aussi que l’extrême droite dans le monde entier.

RK. En Inde, l’une des grandes initiatives du RSS a été de promouvoir l’idée selon laquelle le système des castes est un élément fondamental de la société indienne. Jamais une personne de gauche ne dira que les castes sont une bonne chose. La signification pratique de soutenir le concept de monde multipolaire est que vous soutenez tout simplement le fascisme. De ce point de vue, il devient évidemment absurde d’imaginer qu’il puisse s’agir d’une idée progressiste ou qu’elle puisse créer un espace pour les mouvements anticoloniaux et socialistes. La promotion d’une politique fasciste n’ouvre pas d’espace au marxisme.

Lorsque la guerre en Ukraine a éclaté, les journalistes ukrainiens ont été submergés de demandes de la part de médias indiens. Au début, nous étions heureux d’y répondre. Nous devions veiller à ce que le récit ukrainien ait sa place, à ce que l’information ne soit pas dominée par la propagande russe. Mais nous avons très vite réalisé qu’ils n’étaient pas intéressés d’interroger les causes du conflit ou les agressions impérialistes dont l’Ukraine a été victime ces derniers siècles. Les médias indiens se limitaient à répéter les affirmations russes, sans aucune analyse. Ou alors à présenter la guerre comme tombée du ciel, de nulle part, tel un orage s’abattant sur le territoire ukrainien. Non, la guerre n’est pas un phénomène météorologique. C’est une agression menée par des humains contre d’autres humains.

KK. De fait, nous sommes plusieurs à avoir arrêté de participer à la télévision indienne mainstream depuis 2015, parce que c’est exactement ce que vous décrivez. Ensuite, à propos des castes en Inde, lorsque j’ai commencé à lire Dougine, j’ai découvert qu’il répétait que l’idéologie anti-hiérarchie devait être contrée, pour préserver le « système indien des castes ». Selon lui et d’autres fascistes comme Julius Evola, le monde se trouve aujourd’hui dans ce qu’on appelle le Kali Yuga. Cette expression hindoue désigne un renversement du bon ordre de la société, qui permet aux castes opprimées ou aux femmes de dominer. Une catastrophe.

JA. L’expression « changement de régime » a été mentionnée plus haut. Les révolutions haïtienne et française étaient des changements de régime, de même que la révolution russe de 1917. Le principal slogan du printemps arabe était « Le peuple veut la chute du régime » (Ash-shab yureed isqat an-nizam). Lorsque les gens sont descendus dans la rue en Égypte, en Tunisie, au Bahreïn, en Syrie, en Irak, ils disaient : « Nous voulons la chute du régime » et ce n’était pas métaphorique. En Iran, ils disent littéralement « Mort au dictateur » ou « Dégage » en parlant du régime. Lorsque les Ukrainiens disent à leur tour que Poutine doit partir, qu’il ne peut pas rester, il y a des silences. L’hésitation est palpable. C’est dangereux.

Je voudrais aborder un dernier point. Quel est, selon vous, le rôle des diasporas dans tout cela ? Nous avons vu que la diaspora palestinienne est très réactive. Lorsqu’Israël lance des campagnes de bombardement ou assassine des journalistes, elle descend dans la rue pour protester. La diaspora indienne que j’ai appris à connaître au Royaume-Uni et aux États-Unis est, quant à elle, tournée vers la droite et l’extrême droite. Beaucoup de ses membres sont des nationalistes du BJP. Nous l’avons vu dans l’association de Trump avec le BJP et la diaspora indienne aux États-Unis. Comment voyez-vous dès lors le rôle de la diaspora ?

PL. Une raison très claire de l’importance des diasporas hongkongaise, chinoise, tibétaine et ouïghoure (et d’autres diasporas de la région du Xinjiang), c’est que les populations de ces régions ne peuvent pas agir et s’organiser ouvertement et publiquement, de manière autonome. Nous entrons dans une nouvelle phase où toute protestation ou dissidence mineure exprimée en ligne (et non plus dans la rue) peut entraîner l’application des lois sur la sécurité nationale. Cela signifie que la diaspora est un espace très important pour l’organisation et la reconstruction d’un mouvement d’opposition.

En ce qui concerne la gauche, le gouvernement chinois a une expérience unique pour ce qui est de réduire au silence des mouvements indépendants. Il s’est trouvé confronté à un puissant mouvement anticolonial et ouvrier, et il sait exactement ce que cela signifie que d’étouffer un tel mouvement. Depuis Tienanmen, les autorités chinoises sont devenues très habiles à le faire avec un minimum d’effusion de sang. Elles s’en prennent stratégiquement aux organisateurs et aux luttes ouvrières. Elles réduisent au silence et font disparaître quelques personnes. Il n’est pas nécessaire de procéder à des massacres comme en Iran ou en Russie. Il suffit d’en faire juste assez, pour qu’il n’y ait plus de mouvement. Je ne pense pas que les gens comprennent à quel point cela a été efficace.

L’idée d’une gauche indépendante dans l’optique d’un mouvement s’est réellement éteinte depuis des générations. Elle se limite à de très petites minorités. Les gens ne savent même pas ce que signifie être de gauche dans ce sens. Lorsque vous dites « gauche » à Hong Kong, les gens pensent généralement que vous voulez parler du gouvernement. D’un point de vue discursif, il y a beaucoup de choses à creuser. Pour la population, il n’y a que le libéralisme et le communisme (qui est un autoritarisme). La diaspora est un espace important où les gens, en particulier les Chinois et les Hongkongais, sont exposés à différentes luttes. La participation des étudiants chinois internationaux aux récentes grèves des travailleurs de l’Université de Californie, la plus importante de l’histoire des États-Unis dans le secteur de l’enseignement supérieur, en est un exemple.

Que signifie pour ces étudiants d’être exposés à de nouveaux types de mouvements, à de nouvelles communautés de lutte ? Comment cela remodèle-t-il leur propre conscience politique, et quelles leçons peuvent-ils en tirer ? Cela permet aux diasporas de commencer à réfléchir au comment agir concrètement, notamment sur des questions qui portent sur les intersections du capital international. Où se croisent les capitaux américains et chinois ? Un exemple est celui des projets de développement de logements « super-gentrifiants » à New York, qui sont financés par des prêts de l’État chinois. Il s’agit d’un espace d’intervention concret, où les capitaux chinois et américains, les promoteurs et les banques chinoises sont en relation. Construire un mouvement ici reviendrait à mobiliser les communautés de la diaspora et à faire le lien avec les luttes de gauche, les luttes contre la gentrification.

Un autre exemple est celui de la grève internationale des étudiants chinois. Pour combattre le capitalisme dans son ensemble, nous devons relier les luttes entre elles, de sorte que le slogan « ni Washington ni Pékin » ne soit pas seulement idéaliste, mais constitue la manière la plus pratique de combattre l’impérialisme multipolaire et le capitalisme. La diaspora a un rôle essentiel à jouer pour créer du lien, pour proposer de nouvelles traditions politiques, pour redynamiser les choses, mais aussi pour poursuivre la lutte à l’étranger.

Avec la mondialisation, le pouvoir de l’État chinois ne se limite plus à la Chine continentale. Il tire aussi du pouvoir de ses investissements à l’étranger. Ces reconfigurations sont l’occasion de faire dialoguer la diaspora chinoise avec les populations autochtones qui luttent contre les entreprises agroalimentaires financées par la Chine au Brésil et en Amazonie. Dans ces cas de figure, la diaspora joue un rôle moteur et permet d’établir des liens. Comment ne pas considérer cela en termes géopolitiques ?

RK. J’ai grandi à la fois dans la communauté sud-asiatique aux États-Unis et parmi la diaspora post-soviétique ukrainienne. J’ai vu beaucoup de ces tendances se développer tout au long de ma vie. Comme vous l’avez mentionné, Joey, une grande partie de la diaspora indienne est conservatrice, pour le dire poliment. À tout le moins, elle appuie des candidats soutenus par le BJP ; elle fréquente très souvent des temples financés par le BJP ou le RSS. Historiquement, les communautés de migrants ont tendance à devenir plus conservatrices et à se rigidifier au fur et à mesure que leur statut se renforce dans leur nouveau pays et qu’elles gagnent en acceptation sociale.

JA. On entend l’argument suivant à gauche : « nous pourrons traiter cette critique plus tard ». Qu’en pensez-vous  ?

PL. Ma réaction n’est pas très originale. Si la gauche ne prend pas l’initiative de réfléchir de manière critique à sa propre histoire, à ses erreurs passées et présentes, elle répétera les mêmes erreurs à l’avenir. Si nous voulons transformer la société et construire un monde meilleur, nous devons assumer nos fautes et les expliquer. Si nous ne le faisons pas, la droite le fera. Et ce sera le socialisme ou la barbarie. Il faut savoir tracer une ligne et être critique lorsque certains mouvements ou régimes la franchissent. Dire que « ce n’est pas le moment de critiquer » signifie que ce n’est jamais le bon moment pour critiquer.

Cette rhétorique a historiquement ouvert la voie au désastre au sein de la gauche. Il s’agit d’une tactique stalinienne classique, qui consiste à dire : « C’est le capitalisme occidental, nous ne pouvons pas parler de nos erreurs internes ». La conclusion logique de cette attitude est que ceux qui dénoncent des erreurs internes seront considérés comme des ennemis, exclus et tués, et nous répéterons alors les mêmes erreurs que celles commises au 20e siècle. La gauche a besoin de dresser un bilan de ses échecs passés et de ses réussites. De choisir avec soin ce qu’elle continue à amplifier et à étendre, et ce qu’elle laisse tomber et abandonne dans les poubelles de l’histoire.

KK. En Inde, j’en suis toujours à essayer de comprendre pourquoi il y a eu tant d’hostilité, même de la part de la meilleure partie de la gauche indienne, à adopter ce qui aurait dû être une position normale et intuitive de solidarité avec la Syrie, l’Ukraine – avec les mouvements populaires – sans «  si » et sans « mais ». L’un des obstacles est que la gauche n’est vraiment pas à l’aise pour affronter l’histoire de l’Ukraine. Cela implique d’affronter, dans les détails, l’héritage du stalinisme. Chez une partie de la gauche, il n’y avait aucune volonté de revenir sur des erreurs passées ou actuelles.

Concernant la Chine, l’ancien parti auquel j’appartenais a publié une critique du dernier document du congrès du Parti communiste chinois. Il y est question de violations des droits humains et d’autres choses. Mais quelle est la conclusion ? « La Chine s’éloigne du socialisme et s’oriente vers un capitalisme avec des caractéristiques chinoises ». Qu’est-ce que cela signifie ? La question n’est pas de savoir si la Chine est socialiste ou non. L’important est de savoir ce qui arrive aux personnes affectées par ce régime. Où en est votre évaluation du mal qui est commis ? Que pouvez-vous faire pour soutenir les personnes lésées par ce régime ?

Et cela ne vaut pas seulement pour l’intérieur du pays. La Chine finance et soutient l’armée du Myanmar. En Inde, l’islamophobie est aggravée par le fait qu’elle sévit au Myanmar et en Chine. Ceux qui parlent de géopolitique – comment ne pas voir cela en termes de géopolitique ? Est-ce une coïncidence si tant de régimes dans ce voisinage sont activement islamophobes ? N’y a-t-il aucun lien entre eux ? Ne pouvez-vous pas trouver un moyen de réfléchir à cette question au-delà de votre situation nationale spécifique ? Ce sont des questions que nous devons nous poser.

………………………………………………………………….

La guerre en Ukraine a remis au jour le débat sur l’(anti)impérialisme. Dans le même temps, s’affirme et se développe le « décolonial ». Trop souvent, ces notions relèvent de mots fourre-tout, agités comme des épouvantails, alimentant davantage la confusion et la polémique que l’analyse critique.

Alors que l’anti-impérialisme est régulièrement réduit à une stratégie reproduisant les postulats sinon les réflexes de la Guerre froide, le décolonial tend à se concentrer sur les enjeux réflexifs, culturels, académiques. L’anticolonialisme – son histoire et sa permanence – demeure hors-champ.

Les luttes anticoloniales relèvent-elles d’un passé révolu, dilué dans la géopolitique du 21e siècle ou définitivement dépassé par la « radicalité » décoloniale ? Le prétendre reviendrait à passer à côté de leur actualité et à se priver de leur charge historique qui offre un autre éclairage sur la question du ou des impérialisme(s).

Faut-il en parler au singulier ou au pluriel ? Et dans ce dernier cas, faut-il les hiérarchiser ? Comment, surtout, ne pas valider l’usage opportuniste de la rhétorique anti-impérialiste par des régimes autoritaires ni disqualifier des soulèvements populaires en prise avec ces mêmes régimes ou avec un pouvoir impérial autre qu’occidental ?

L’anticolonialisme permet de se dégager quelque peu d’une double fixation sur les États et sur l’épistémologie, pour interroger à nouveaux frais les résistances aux processus de domination néocoloniale, ancrées dans le temps long des mobilisations sociales dans le Sud.

………………

Lutter contre l’impérialisme multipolaire

Loin de favoriser les luttes populaires, le déclin de la puissance états-unienne et l’essor de multiples pôles sur la scène mondiale ne font que rebattre les cartes. Cette reconfiguration impériale s’accompagne d’un renforcement du rôle coercitif des États, au service de l’accumulation capitaliste. Les luttes anti-impérialistes doivent avoir un caractère pluraliste et anti-autoritaire.

Contre l’impérialisme multipolaire

Joey Ayoub, Kavita Krishnan, Promise Li, Romeo Kokriatski

La « multipolarité » est devenue la boussole d’une partie de la gauche, l’expression d’une démocratisation anti-impérialiste des relations internationales. Mais elle fait aussi office de leitmotiv des nouvelles puissances autoritaires, servant à déguiser leurs propres pratiques capitalistes et impérialistes en alternative à l’hégémonie occidentale. Il revient à la gauche internationaliste d’être du côté des victimes de tous les impérialismes.

Multipolarité », le mantra de l’autoritarisme Le plaidoyer de certaines gauches en faveur d’une « multipolarité » sans valeurs les a conduites à absoudre des régimes autoritaires, ultraconservateurs, voire fascistes, pourvu qu’ils soient ennemis des États-Unis et anti-occidentaux. Lors de l’invasion de l’Ukraine par la Russie, le président Poutine a eu recours à cette rhétorique. Une partie de la gauche mondiale s’est alors révélée frileuse à l’idée de condamner l’agression russe.

Is India Really the Next China?. Josh Felman. Foreign Affairs. Spring 2024

Will India be the next China? As China’s economy spirals downward and optimism about India’s growth reverberates around the world, that question can no longer be dismissed as the fevered fantasy of nationalists. It needs to be taken seriously—not least because the world is already behaving as if India is a major power.

Consider this: In 2023, suspicion swirled that the Indian government was connected to the killing of a Canadian citizen on Canadian soil and a plot to kill a U.S. citizen on U.S. soil—a remarkable set of allegations. Yet even more remarkable than the allegations were the reactions.

The U.S. government opted to douse the potentially incendiary fallout, saying little, merely allowing the case to wend its way through the courts. In other words, Indian hubris was accommodated, not chastised. It was a testament to India’s newfound political standing.

As for the economy, it is true that the Chinese experience of the last 40 years was a very specific type of miracle that is unlikely to be replicated. Even so, there is a case for India because it is no longer the economically constrained giant that it once was.

For the past quarter century, India’s development was hobbled by its infrastructure, inadequate to the nation’s own manufacturing needs and patently insufficient for foreign firms considering India as an export base. Over the last decade, however, its infrastructure has been transformed. The government of Prime Minister Narendra Modi has built roads, ports, airports, railways, power, and telecommunications, in such quantities that it has rendered the country almost unrecognizable from what it was just a few years ago. To give just one example, around 34,000 miles of national highways have been built since the current government came to power in 2014.

The nation’s digital infrastructure has also been transformed. Once creaky and technologically backward, it is now cutting-edge, with ordinary Indians using smartphones to pay for even the most routine shopping transactions. Even more crucially, the digital network now serves all Indians, allowing the government to introduce programs such as direct cash transfers to those in need, while the private sector has used it as a platform for entrepreneurship and innovation.

At the same time, the Modi government’s “New Welfarism” has enhanced Indians’ quality of life. This distinctive approach prioritizes the public delivery of essentially private goods and services, providing voters with clean fuel, sanitation, power, housing, water, and bank accounts while making clear to them that the benefactor is the prime minister. As a result of these programs, the state is now able to cushion the vulnerable with employment and free food during times of hardship like the COVID-19 pandemic. The capacity of the Indian state to build and deliver better—and at scale—has been remarkable.

These are major policy achievements, the fruit of cumulative and national efforts. Many of these initiatives were, in fact, started by previous central and state governments, though the Modi government deserves important credit for their accelerating progress. And there are signs that they are producing results.

To begin with, India has received a major new impetus to its skill-based service exports. India’s services first boomed in the early 2000s but plateaued after the 2008-09 global financial crisis. Now, they have seen a rebirth. In 2022, India’s global market share increased by 1.1 percentage point (about $40 billion), reflecting an important jump up the skills ladder. (In 2023, India likely gained further global market share but at a less torrid pace.)

Indians who used to write cheap code and man call centers are now running global capability centers, with high-skilled personnel performing analytical tasks for top global companies. JPMorgan Chase alone has more than 50,000 workers in India; Goldman Sachs’s largest office outside New York is in Bengaluru. Accenture and Amazon, among many others, also have large presences.

This boom, in turn, has ignited the construction of high-rise apartments, which along with cranes are now dotting the skylines of the tech cities of Ahmedabad, Bengaluru, Hyderabad, Mumbai, and Pune. Sales of SUVs are soaring, and luxury malls and high-end restaurants are sprouting—all helped along by a boom in personal credit.

Next, there are signs that Uttar Pradesh, India’s most populous state and one of its least developed, is witnessing a revival. The state is refurbishing its decrepit infrastructure (not to mention its many temples), getting its finances under control, and reducing corruption and violence under its charismatic, sectarian leader, a vigilante Hindu monk-turned-politician. If the state can finally become an attractive investment destination, it has the potential to change the trajectory of the entire nation by dint of its sheer demographic heft. Its transformation would send the signal that India’s Hindi heartland—until recently pejoratively referred to as a bimaru, or diseased region—is not condemned to perpetual underdevelopment.

Finally, the downward spiral of the Chinese economy under President Xi Jinping has accelerated. As a result, capital is exiting that country at an alarming pace, with a net $69 billion in corporate and household funds leaving in 2023, according to official figures.

There are indications that a small share of this capital is finding its way to India. Most prominently, Apple has set up plants in a number of Indian states so that it can more readily supply the domestic market and diversify its export base, especially now that economic tensions between the United States and China are rising.

And this, in turn, is helping to build a chain of domestic electronics suppliers, some of which are planning to set up large factories, especially in India’s south, employing more than 20,000 workers. This is an astonishing phenomenon in a country that has always been characterized by subscale, inefficient manufacturing firms.

If these large-scale plants prove viable, then they could spark a surge in goods exports, which would truly change prospects—not just for India’s long-beleaguered manufacturing sector but also for low-skilled workers who have not been able to enjoy the high-skill export service boom.

The math is worth reflecting on. India’s low-skill exports will never reach Chinese levels of competitiveness, reflected in global market shares in excess of 40 percent. That’s because the unique set of political and economic circumstances that encouraged the advanced world to shift much of its industrial base to just one country no longer exists.

But over the coming decade, it is perfectly feasible for India to increase its current share of around 3 percent by 5-10 percentage points, which would represent hundreds of billions of dollars of additional exports.

Despite the favorable portents, any declaration of India displacing China is premature. That’s because the encouraging signs are not yet convincingly reflected in the economic data, while government policies remain inadequate to realizing the new opportunities.

Consider the economic data. For some time, we have been skeptical of claims that India has really been able to put aside the lost decade of the 2010s, a period that saw modest growth, little structural transformation, and weak job creation. True, the economy has recovered post-COVID but in an unequal manner, favoring capital over labor, big firms over small, and the salaried middle class and the rich over the millions of people employed in the informal economy.

Part of the problem has been that India has so far managed to capitalize on only a small portion of the new opportunities created by the relative economic decline of China. Despite the government’s determined campaign to “Make in India,” it has not so far succeeded in convincing many firms to expand their Indian operations. In fact, inflows of foreign direct investment (FDI) have actually been declining. India also accounts for a smaller share of FDI flows to emerging markets excluding China.

This is not just a case of skittish foreigners. Even domestic firms have been reluctant to invest, notwithstanding the improved infrastructure that the government has created, the subsidies that it has offered, and, in some cases, the protectionism that it has lavished on the manufacturing sector. Private investment in plants and machinery has still not rebounded from the depressed levels of the last decade. And there are no convincing signs that this situation is about to turn around. In fact, new project announcements actually fell in nominal terms in 2023 compared with the previous year’s level.

Consequently, India’s manufacturing exports—the source of job creation for its vast pools of unskilled labor—remain weak. In fact, India’s global market share in key sectors such as apparel has declined since the global financial crisis. All this has been a major concern for Modi’s government and even the central bank, which recently issued a report urging the private sector to “get its act together” and relieve the government of the burden of investment.

Why have firms been so reluctant to seize the opportunities that lie so manifestly in front of them? Essentially, because they perceive that the risks of doing so are too high.

Firms’ concerns lie in three main areas. First, they are worried that the “software” of policymaking remains weak. The playing field is not level, as a few large domestic conglomerates and some large foreign companies are seen as favored firms, to the detriment of the broader investment climate. After all, for every favored firm that undertakes investments because its risks have been reduced, there are many competitors that have reduced their spending because their risks have increased. For them, the risks of being victims of arbitrary state action remain substantial.

Second, even as the government recognizes the need to boost exports, it remains viscerally attached to inwardness—that is to say, import barriers. This protectionism has a new allure because many people believe that India’s domestic market is now so large and its domestic firms so advanced that they can easily replace foreign firms, as long as they are given a boost from the government. Unsurprisingly so—economic nationalism inevitably accompanies political nationalism.

But the reality is that India’s domestic market is not particularly large, at least for the middle-class goods that global firms are trying to sell. And frequent announcements of protectionist measures actually undercut domestic investment, as firms become risk-averse, anticipating that they might sooner or later be cut off from critical foreign supplies.

For example, the announcement last August that imports of laptops would be restricted sparked panic among firms in the important IT sector. In the end, the restrictions were watered down, but the fears still linger, especially as similar measures have been implemented in other sectors.

Above all looms the question of the wedge between politics and economics. Investment and growth can survive, even thrive, in the face of institutional decay as long as the political regime remains stable. And Modi’s popularity seems to portend stability.

But rising disaffection and restiveness among minority communities, the southern states, the political opposition, and the farmers of northern India increase the likelihood of accidents. As the economist John Maynard Keynes famously remarked, the inevitable never happens. It is the unexpected, always.

We can glimpse hope in India’s present yet remain anxious about the future.

My FP: Follow topics and authors to get straight to what you like. Exclusively for FP subscribers. Subscribe Now | Log In

Josh Felman is the principal at JH Consulting and a former head of the International Monetary Fund’s India office.

Arvind Subramanian is a senior fellow at the Peterson Institute for International Economics and former chief economic advisor to the Modi government.

Poma, Suster, Dueñas, Regalado y Simán: Los patrones de ARENA. Diario 1. Julio de 2016

No es un secreto que los máximos donantes de Alianza Republicana Nacionalista (ARENA), el principal partido de oposición y que gobernó consecutivamente desde 1989 a 2009, son prominentes empresarios quienes por años han sido los patrones, amos y señores de ese instituto político.

Luego de años de no revelar los nombres de sus financistas, ARENA accedió a hacer público la totalidad de sus donantes en el período de febrero de 2015 a junio de 2016, esto como consecuencia de las acciones legales emprendidas por la organización civilista Acción Ciudadana.

Dicho documento, publicado a principios de semana por el periódico digital El Faro, revela que el partido fue financiado en el mencionado período por 470 donadores privados, de los cuales sobresalen especialmente las aportaciones ligadas a cinco prominentes familias del gran empresariado del país.

De los $2,922,000 percibidos por actual principal partido de oposición, las cinco principales familias donantes aportaron $1,051,753.86, alrededor del 30 por ciento.

El listado lo encabeza la familia Poma, cuyas empresas aportaron en conjunto $450,000 a la causa arenera; después le sigue la familia Suster, que donó $156,153.86 a través de su empresa Omnisport; en tercer lugar se encuentra la familia Dueñas, que a través de sus empresas inmobiliarias Roberto Dueñas Limitada y Dueñas Hermanos Limitada, donaron $151,000 en conjunto al partido tricolor; luego siguen los Simán, quienes aportaron $146,774 a las arcas de ARENA, y finalmente la familia Regalado, con aportaciones de $146,326. Esto se muestra en el siguiente gráfico:

Gráfico patronos

Poma-Patrón

La preponderancia de la familia Poma en el interior de ARENA es incuestionable. Una de las familias más acaudaladas de la región centroamericana, tiene como principal figura a Ricardo Poma, cuyo abuelo, Bartolomé Poma, fundó lo que en la actualidad se conoce como Excel Automotriz, una concesionaria de vehículos con amplia participación en El Salvador y la mayoría de países de Centroamérica, a través de las marcas Toyota, Mitsubishi, KIA, Hino, BMW, entre otras.

Dicha familia también tiene fuertes inversiones en el mercado inmobiliario por medio del Grupo Roble, que es la desarrolladora detrás de los centros comerciales Metrocentro (San Salvador, Santa Ana y San Miguel), Unicentro (Soyapango, Altavista y Lourdes) y Multiplaza; además de manejar la cadena Real Hotels and Resorts, a la cual pertenece el Hotel Real Intercontinental, uno de los más grandes y lujosos de la capital salvadoreña.

Poma patrón

El poder que tiene este grupo empresarial sobre el ahora principal partido de oposición es tal que, después de la derrota en las elecciones legislativas y municipales de 2003, Ricardo Poma pasó a integrar el Consejo Ejecutivo Nacional (COENA) como director de Asuntos Económicos y Sociales, cuando todavía ARENA era partido en el gobierno. En esa época, un destacado político arenero dijo: “Los dueños de ARENA llegaron a tomar las riendas del partido”.

La influencia de los Poma en ARENA no llega hasta ahí. Jorge Velado, presidente del partido desde febrero de 2013, es un hombre de confianza del grupo Poma y un ejecutivo que desde 1989 entró a Excel Automotriz para escalar posiciones y convertirse desde el año 2000 en gerente general de la empresa.

Suster-Patrón

El segundo principal financista de ARENA es un personaje ligado a este partido desde sus inicios y uno de los hombres fuertes de las dos primeras administraciones areneras en el gobierno: Saúl Suster.

Suster es el dueño de Omnisport, una de las cadenas de tiendas de electrodomésticos más grandes del país. Además fue presidente de la Administración Nacional de Telecomunicaciones (ANTEL) en el primer gobierno de ARENA, de 1989 a 1994.

Suster patrón

Luego de ese período, Saúl Suster fue uno de los hombres con más peso dentro de ARENA y tenía poder para influenciar la toma de decisiones trascendentales del partido.

Dueñas-Patrón

En el caso de los Dueñas, son la familia de más abolengo dentro de los financistas de ARENA, la cual ha estado ligada desde sus orígenes a la compra masiva de propiedades agrícolas. Casi 200 años después, siguen siendo una de las familias más terratenientes del país.

Con el paso del tiempo, los negocios de esta familia se han diversificado y uno de sus actuales nichos es el desarrollo inmobiliario a través de Urbánica Desarrollos Inmobiliarios, dirigida por Alejandro Dueñas. La referida empresa está detrás de urbanizaciones lujosas como Portal del Casco, Puerta La Castellana, Puerta Los Faros y el centro Comercial La Gran Vía.

Dueñas patrón

Muchos de los proyectos antes mencionados están erigidos en la zona de la Finca El Espino. Una buena parte de esta gran extensión boscosa se le fue expropiada a la familia con la reforma agraria de principios de los años 80.

Asimismo, la familia Dueñas fue una de las principales accionistas en emblemáticas empresas como Molinos de El Salvador S.A., Cementos de El Salvador (CESSA), Banco de Comercio (hoy Scotiabank) y Canal 6 en sus inicios.

Simán-Patrón

Por su parte, la familia Simán posee una exitosa red empresarial que comprende 12 tiendas en cuatro países, que lo convierten en la principal cadena de almacenes por departamento de la región.

Entre otros negocios del Grupo Simán está Inversiones Simco, dedicada al arrendamiento de inmuebles y al desarrollo de proyectos inmobiliarios. Uno de sus principales desarrollos inmobiliarios es el centro comercial Galerías, uno de los más visitados de la capital salvadoreña; igualmente son los encargados de la conducción para Centroamérica del grupo Inditex, que engloba reconocidas marcas de ropa.

Simán patrón

Otros negocios de los que son accionistas son UNICOMER (propietaria de La Curacao y Radio Shack), las tiendas de ropa Prisma Moda y Tropigas, además de tener una cadena de electrodomésticos que se distribuyen en partes de Sudamérica.

La familia Simán es, además, una de las más influyentes en el pensamiento de derecha en el país. Ricardo Simán fue de 1997 a 2001 el presidente de la Asociación Nacional de la Empresa Privada (ANEP); Javier Simán, primo-hermano de Ricardo, es el actual presidente de la Asociación Salvadoreña de Industriales (ASI), cargo que ha ejercido en varios períodos; y Miguel Simán (también primo-hermano de Ricardo) es desde mayo de 2015 el presidente de la Fundación Salvadoreña para el Desarrollo Económico y Social (FUSADES).

Los Simán

Regalado-Patrón

Finalmente, la familia Regalado es el principal grupo productor de azúcar en el país. La joya de la corona es el ingenio Central Izalco, el más grande del país.
Este grupo económico encabezado por Tomás Regalado Dueñas, también tiene intereses en el rubro de la exportación e importación, por lo que además manejan la Almacenadora Del Pacífico.

Tomás Regalado

Pese a que la participación de estas cinco familias en las finanzas de ARENA no parece relevante (apenas más del 30 por ciento entre los cinco), su influencia en las decisiones partidarias es desproporcionada, como en el caso de la candidatura presidencial de Norman Quijano, quien en un principio no gozó del beneplácito de estas familias, pero contó con la intercesión del expresidente Francisco Flores, quien era hombre de confianza de estas familias y quien llegó a convertirse en el principal asesor de su campaña.

La muerte de Francisco Flores en enero de este año, quien estaba siendo investigado por el desvío de millonarias donaciones otorgadas por el gobierno de Taiwán entre 2002 y 2004, impidió que se llegara al fondo de los vínculos que estas familias tuvieron con el gobierno durante la administración de Flores.

La decolonialidad ha muerto: ¡que viva la decolonialidad! Lautaro Rivera. 2022

Fue en su último paso por Buenos Aires, invitado a la Feria Internacional del Libro, que nos encontramos con Ramón Grosfoguel. Conversamos allí sobre una serie de temas que le desvelan tanto como a nosotros: el antiimperialismo, la actualidad del pensamiento crítico, la caracterización del gigante asiático, el sombrío panorama social de los Estados Unidos y las complejas perspectivas de futuro para nuestra región, que aún no tiene garantizado un pedazo de sol bajo el cielo del nuevo orden mundial que comienza a emerger.

Varias cosas fueron singulares en ese encuentro: desde la duración inusitada de una entrevista que discurrió por diversos temas a lo largo de casi 3 horas de duración, hasta la beligerancia del polemista que encarna Grosfoguel, tan a contramano de los usos y costumbres que uno podría imaginar en un académico de la Universidad de California en Berkeley.

Grosfoguel fue uno de los fundadores y principales animadores del llamado Grupo Modernidad/Colonialidad, que pasó a mejor vida sacudido por los recurrentes cismas que la política latinoamericana y caribeña impone de forma recurrente a sus intelectuales, o al menos a los que aún se preocupan de participar, de vez en cuando, de lo que hacen los mortales afuera de la torre de cristal. Como él mismo se encargará de explicar, la fractura se produjo por una auténtica «guerra de solicitadas» en torno a la candente cuestión venezolana. 

Grosfoguel es autor de numerosos libros y artículos sobre descolonización, racismo, interculturalidad, economía política, migraciones y tantos otros tópicos. Su último libro, “De la sociología de la descolonización al nuevo antiimperialismo decolonial” (Akal, 2022), aborda muchos de los temas de la primera parte en que decidimos dividir la siguiente entrevista, exclusiva para ALAI.

***

Gonzalo Armúa y Lautaro Rivara: En varias ocasiones planteaste una crítica a una corriente de intelectuales y académicos que llamás los “decoloniales coloniales”. ¿Cuál crees que es o debería ser el vínculo entre decolonialidad y antiimperialsimo? ¿Por qué se produjo esa ruptura entre un sector de la academia crítica y diferentes procesos populares del continente como los de Venezuela o Cuba?

Ramón Grosfoguel: Siempre he asumido, quizás ingenuamente, que cuando uno dice decolonial presupone allí el antiimperialismo. Porque, ¿de qué te estás descolonizando si no eres antiimperialista? Yo fui en gran medida responsable de la organización de la Red Modernidad/Colonialidad. Pero esa red murió en Venezuela. Hubo allí una división insalvable, porque un sector de la red, encabezada por [Edgardo] Lander, tomó partido por una posición inadmisible, firmando un documento escrito en medio de una agresión imperialista contra Venezuela, durante las llamadas guarimbas. Las guarimbas eran grupos paramilitares que estaban por ese entonces matando gente en las calles, como lo pude ver en el verano de 2019 con mis propios ojos. Esto no solo lo han hecho en Venezuela: lo hicieron en Siria, en Ucrania en el 2014 durante el golpe de estado, en muchos otros lugares. Fue en ese marco que apareció un documento repitiendo las mismas tesis del imperio. Lo mismo volvió a suceder en enero de 2019, cuando el intento de golpe de [Juan] Guaidó. Incluso este grupo se reunió con él, afirmando a la prensa que Guaidó era democráticamente más legítimo que Nicolás Maduro.

Pero hubo mucha otra gente de la izquierda o seudo-izquierda latinoamericana que firmó los documentos también. Pude ver a Lander en Democracy Now, un programa de la izquierda estadounidense, afirmando que lo que Trump decía del gobierno de Venezuela, que era autoritario, que era una dictadura, pues era cierto. Estaba minando el apoyo de la izquierda, el único que queda a Venezuela. Esta gente se dedica a socavar estos apoyos, a desmovilizar a la izquierda.

Once meses después, en noviembre de 2019, fue el golpe de Estado a Evo [Morales]. Otra vez aparecieron los mismos documentos contando la misma historia: aduciendo muchos de ellos que no era un golpe de Estado, que era una rebelión popular, blanqueando en suma el golpe de estado imperialista. Incluso hubo tesis risibles que decían que Evo era un machista y que el golpe de estado se produjo porque era un machista. En medio de un golpe, no estaban denunciándolo, no estaban saliendo a la calle a defender al presidente democráticamente electo. Estaban tirándole fuego a la víctima. Entonces, ¿de qué decolonialidad estamos hablando?

Todo esto me llevó a pensar que ya no puedo decir que soy decolonial a secas, habiendo una serie de intelectuales «decoloniales coloniales». Por eso afirmo que soy «decolonial antiimperialista». Para mí aquí hay un antes y un después. ¿Por qué? Aquí estuvimos un grupo de personas, entre ellos la Escuela Descolonial de Caracas, en aquel momento con Juan José Bautista, con Karina Ochoa, Enrique Dussel, que tomamos partido por Venezuela y su gente. Yo siento la responsabilidad de llamar la atención sobre este monstruo de siete cabezas que se llama Modernidad/Colonialidad. Por eso decidimos trazar una línea roja. Por eso digo que la red murió en Venezuela. Ya no podemos trabajar juntos.

G.A y L.R: ¿Por qué crees que esos intelectuales llegaron a esos posicionamientos? ¿Cuál es la razón de fondo?

R.G: Intenté dar respuesta a eso en una serie de videos que llevan por título «La bancarrota de la izquierda». Lo que intento allí es tratar de no caer en el reduccionismo de «esta gente se vendió», de complejizar el asunto y entender que les llevó a esas posiciones. ¿Cómo es que esas personas que en cierto momento de sus trayectorias estuvieron de este lado, cruzaron la avenida y ahora están disparando desde la otra trinchera? Esa gente ya no es parte de la decolonialidad. Hay que dejar de referirse a ellos de esa manera: Dussel me llamó la atención sobre eso. Entonces, ¿qué los llevó allí?

Pensando en el marco categorial, podemos señalar varias cosas. El primero es el abandono de la comprensión de lo que es el imperialismo. Ellos abandonaron esa categoría, o ven al imperialismo como una cosa puramente exterior, abstracta. Algo parecido a lo que hacían [Fernando Henrique] Cardoso y [Enzo] Faletto en su ensayo «Teoría de la dependencia». La teoría de la dependencia tenía dos vertientes: la de Cardoso daba mucho énfasis a las situaciones internas de cada país, debilitando el análisis internacional del imperialismo, priorizando las relaciones de fuerza dentro de los propios estados. Pero tú no puedes desvincular lo que sucede dentro del Estado de las estrategias globales del imperialismo. La otra vertiente provenía de la escuela brasilera: Theotônio dos Santos, Ruy Mauro Marini, Vânia Bambirra y el mismo André Gunder Frank: ellos nunca perdieron de vista la relación centro-periferia, la propia dialéctica de la dependencia, el hecho de que la acumulación de capital a escala global está mediada por el sistema imperialista de super-explotación de las periferias. Yo me identifico, por supuesto, con esta segunda corriente. Entonces, el primer problema de esta línea decolonial-colonial es que carece de una teoría del imperialismo. O a lo sumo ésta aparece de forma laxa.

El segundo problema es una tendencia de tipo culturalista, donde todo aparece reducido a la epistemología y se pierde de vista la economía política. Aclaro que soy de los que han llamado la atención sobre la necesidad de descolonizar los paradigmas de la economía política, de hacer una cartografía crítica del legado de diferentes corrientes marxistas. Pero no se trata de tirar a la basura la economía política. Este culturalismo, al estilo del de [Walter] Mignolo, termina en una concepción muy identitaria -en su sentido más colonial- en donde las relaciones de dominación de la economía política no aparecen, o lo hacen de modo muy tangencial.

En tercer lugar, hay un problema con el Estado: son fundamentalmente antiestatistas. El propio [Aníbal] Quijano, que tuvo una enorme influencia en esta red, era antiestatista, anarquizante. Entonces, cualquier cosa que tú hagas dentro del Estado o con el Estado invalida desde ya cualquier proyecto, y se supone que tú no lo puedas apoyar, porque se trataría de un “proyecto de poder”. Pero la cuestión es mucho más compleja, más cuando hablamos de procesos antiimperialistas en nuestra región. El propio Lander hablaba -hace ya casi 20 años- de un apoyo crítico a Hugo Chávez y la revolución bolivariana. Pero había mucha más crítica que apoyo.

Una vez invité a Lander a debatir con un opositor al chavismo, un alemán radicado en Venezuela, en la Universidad de Berkeley. No hubo ningún debate, porque Lander terminó diciendo casi lo mismo que el alemán. Fue realmente muy decepcionante. De hecho, la manera como hablaba Lander de Chávez era, como dicen los venezolanos, bien sifrina. Me refiero a la manera despectiva con la que hablaría un blanco rico de un sujeto popular que no tenía las formas sociales propias de las élites. El decía que prefería que a veces Chávez cerrara la boca, que le daba vergüenza su manera de hablar. Lo mismo que tiempo después le diría el mismo Rey de España, cuando le exigió que se callase. Yo me quedé sorprendido de escuchar a quien se asumía como un decolonial, diciendo cosas tan racistas, elitistas, clasistas y coloniales como aquella. Si algo ha sostenido al pueblo venezolano hasta el día de hoy es la educación antiimperialista que proporcionó a su pueblo la palabra de Hugo Chávez, en programas como Aló Presidente, del que tanta gente se burlaba. En síntesis, aquel antiestatismo anarquizante impregnó todas las concepciones de aquel grupo.

Otro tema es el liberalismo: tienen en el fondo una visión liberal, individualista. Parten de un concepto demoliberal que les impide comprender la política imperialista. No pueden ni quieren ver otras formas de democracia, de democracia popular: creen que el eje principal es autoritarismo-democracia (liberal), y desde allí se terminan posicionando con el imperialismo.

Hay también un anti-extractivisto extremo y ahistórico, como si los gobiernos progresistas y de izquierda de América Latina y el Caribe hubieran creado el extractivismo, cuando es una herencia de la división colonial e imperialista del trabajo. El extractivismo no fue un invento de Chávez, [Rafael] Correa ni Morales. Puede llevar 30, 40 o más años superar este fenómeno. Veamos sino a Corea del Sur: le tomó 40 años abandonar una economía agrícola y reemplazarla por una economía industrial altamente tecnologizada. ¡40 años! Y con el apoyo político y los subsidios de Occidente, que no hemos tenido en nuestros países. Imagínate el esfuerzo y el tiempo que llevaría abandonar una economía monoexportadora con la embestida del imperialismo, en un contexto de bloqueo y una guerra permanente de sanciones. Esto va a llevar tiempo. No puedes simplemente eliminar la materialidad de la economía política con un decreto presidencial o una ley en el parlamento. Si no lo haces, pasas a ser considerado cómplice de la destrucción planetaria y enemigo de la humanidad, y al mismo nivel que cualquier multinacional o gobierno imperialista.

No es que estemos ciegos a los problemas de los gobiernos progresistas. Soy muy consciente de las críticas que es necesario hacer. De hecho pueden ver esas mismas críticas en las clases de la Escuela Descolonial de Caracas. Pero las críticas tienen que ser dentro de la revolución, no contra la revolución. Las críticas son para mejorar los procesos, no para destruirlos. Tenemos que trazar una línea roja con estas posturas destructivas.

G.A y L.R: Incluso se coloca mucho más énfasis en la crítica a los gobiernos populares que en aquellos alineados con la geopolítica de los Estados Unidos y comprometidos con las políticas económicas ultraneoliberales…

R.G: Exacto. Si te fijas, nunca dedicaron atención ni solicitadas contra el gobierno de [Sebastián] Piñera en Chile, ni contra el gobierno narco-paramilitar de [Álvaro] Uribe en Colombia. No: el foco está siempre puesto en la denuncia de Venezuela, Ecuador y Bolivia. Veamos sino lo que pasó en Ecuador: no quisieron apoyar a Correa porque era extractivista, y terminaron apoyando la política pro-imperial y oenegeista de Yaku Pérez, un tipo apoyado por los Estados Unidos para dividir los votos de la izquierda. Cuando se produjo la segunda vuelta, esta vez entre el candidato de Correa y Guillermo Lasso, ni siquiera llamaron a votar en contra del banquero. Lo mismo sucedió con la instrumentalización de la crítica al patriarcado por parte de cierto feminismo imperialista, cuando se retiró el apoyo a Evo Morales por “machista” en medio de un golpe de Estado, como lo hizo Rita Segato. ¿Qué decolonialidad es esa? ¿Cuál es la descolonización posible si no tienes en claro la cartografía del poder en la región y el rol que juega en ella el imperialismo estadounidense?

Por eso hay que preguntarse por los intereses detrás de estos personajes que desmovilizan a las izquierdas en América Latina. Por eso siempre me pregunto quién es el que paga. Si buscamos y trazamos la ruta del dinero y los apoyos vamos a encontrar varias fundaciones alemanas. En Asia por ejemplo éstas tienen ya un historial de más de 50 años de actuación. Estas fundaciones socialdemócratas canalizan el dinero que el imperialismo norteamericano no puede entregar directamente. La Fundación Willy Brandt, por ejemplo, cumplió ese papel en los años 50, 60 y 70, dado que a la CIA le interesaba y le interesa producir una seudo-izquierda: su rol no es sólo el de apoyar a las derechas y los golpes de Estado.

Yo sabía por ejemplo que se venía un golpe de Estado en Bolivia dos meses antes. ¿Por qué? Porque empecé a constatar las movilizaciones que en toda Europa comenzaban a instalar que Evo Morales había quemado el Amazonas. No Bolsonaro, sino Evo Morales. Circuló toda una campaña internacional en Europa y los Estados Unidos asociada a estas mismas fundaciones alemanas. Esto es un hecho, más allá de que esta gente sea o consciente o no de quien pone ese dinero. Obviamente es gente que ha escrito cosas importantes, interesantes, que pueden ser útiles. Pero, ¿para qué me sirve un intelectual que a la hora de la verdad se posiciona en la otra trinchera? ¿Para qué sirven sus teorías?

G.A y L.R: ¿Y qué hay de las condiciones materiales que impone el propio ámbito académico, incluso más allá del sostén económico? ¿No hay una colonialidad específicamente universitaria? ¿Por qué se da este alejamiento de la praxis por parte de una intelectualidad latinoamericana y caribeña que en otras épocas formaba políticamente a los sindicatos, hacía parte orgánica de los movimientos populares y hasta ejercía roles de conducción y liderazgo?

R.G: Definitivamente. Todo el sistema académico está organizado para la cooptación de pensadores radicales. Es un sistema que ofrece buenos salarios, otorga privilegios y lleva compulsivamente a publicar en revistas indexadas del Norte Global. Para cuando el intelectual abrió los ojos, ya dejó de ser radical: de pronto escribe lo que hay que escribir para ser publicado, promocionado y premiado. Esta decolonialidad descafeinada es el precio a pagar para tener una carrera académica exitosa. La idea es preservar cierta distancia y pureza que otorga prestigio, permanecer en un limbo y no tomar posición de forma decidida ni por esto ni por aquello. Pero yo no lo veo solo como un solapamiento entre conveniencia y convicción. Yo lo veo como un problema profundamente ideológico, ligado al marco categorial equivocado que ya mencioné.

Yo me relaciono con la decolonialidad de una manera política. Siempre fui un activista antiimperialista en Puerto Rico, durante toda mi vida. Para mi la decolonialidad es un proyecto político de transformación del mundo, no una moda académica.

G.A y L.R: Hecho el diagnóstico, ¿cómo crees que esta corriente, esta agenda decolonial y antiimperialista se puede masificar? ¿Cómo puede arraigar en movimientos de masas, como lo hizo el marxismo, el nacionalismo popular, el indianismo y otras tradiciones revolucionarias? ¿Cómo llegar a una educación recíproca entre intelectuales y organizaciones populares?

R.G: Hay numerosos movimientos decoloniales que existen y operan actualmente en el mundo. Por ejemplo los movimientos indígenas en Bolivia, que no necesitan de intelectuales decoloniales para ser decoloniales. Los hay indígenas, los hay afrodescendientes, de todo tipo: por ejemplo el del pueblo nasa en Colombia, el de pobladores en Venezuela o Chile, etcétera. Independientemente de que hayamos incidido o no en su formación y debates, como lo hizo Juan José Bautista en Bolivia, lo decolonial nos precede, por supuesto. Debemos tomarnos muy en serio el pensamiento crítico que se produce desde esos movimientos para hacer jirones el pensamiento hegemónico colonial y eurocéntrico. Metodológicamente debemos pensar junto con los movimientos y no sobre ellos: no son algo objetivable.

En Sudáfrica, por ejemplo, construimos una Escuela Decolonial que tuvo un impacto enorme sobre el movimiento social sudafricano: allí lo decolonial ya es sentido común en diferentes sectores de la sociedad. Ha habido huelgas estudiantiles llamando a descolonizar las universidades sudafricanas. En Venezuela también hemos sido una influencia a partir de las Escuelas Decoloniales, contando ahora con un Instituto Nacional para la Descolonización dentro del Ministerio de Cultura, incidiendo en el sistema escolar, en las universidades. Incluso el Plan de la Patria incluyó como uno de sus ejes la descolonización.

Siempre estamos buscando cómo hacer ese vínculo entre la producción intelectual y la producción de luchas políticas y sociales. Yo lo considero un mandato de la huelga que creó mi departamento en la Universidad de Berkeley: nosotros estamos ahí como un caballo de Troya para potenciar los movimientos antiimperialistas en el mundo. Nosotros utilizamos esa brecha en la universidad blanca imperialista, una de las mejor posicionadas en el mundo, y la usamos como plataforma para tener un impacto. Quienes protagonizaron esa huelga en el año 69 eran del Frente de Liberación para el Tercer Mundo: eran estudiantes negros, latinos, asiáticos e indígenas estadounidenses. Nosotros nos consideramos como el Tercer Mundo dentro del Primero.

G.A y L.R: Si tuvieras que sintetizar la agenda decolonial antiimperialista, ¿cuáles serían sus puntos esenciales?

La agenda decolonial tiene diferentes registros. En primer lugar, tiene que ser necesariamente antiimperialista. Ese es el horizonte. Tenemos que ir contra la civilización de muerte que reproduce el mundo que vivimos. Esa civilización a combatir tiene nombre y apellido: es el sistema imperialista mundial. Cuando estos decoloniales de los que hablamos antes hablan de lo civilizatorio nunca lo vinculan a este sistema concreto: la civilización no es una cosa abstracta. El horizonte tiene que ser trans-moderno, debe superar la civilización moderna, capitalista y occidental. Este sistema tiene por supuesto varios ejes de dominación: patriarcales, racistas, pedagógicos, cartesianos, etcétera. Yo identifico 16 jerarquías de dominación distintas. Lo que intento es descolonizar paradigmas como los de la economía política: lo que antes se identificaba como superestructuras son en realidad jerarquías de dominación, principios organizadores de la acumulación de capital. El carácter genocida, racista, feminicida, ecologicida, epistemicida, anticomunitarista, es consustancial al proceso de acumulación y al proyecto civilizatorio occidental. En otras palabras: el capitalismo es el sistema económico de una civilización.

El problema con el paradigma del socialismo del siglo XX es que siempre concibió la relación entre el capitalismo y otras formas de dominación como infraestructura-superestructura. Por eso no sólo no se superaron diversas formas de dominación, sino que ni siquiera se pudo resolver lo que se planteaba: la transformación radical del sistema económico. Esto, de nuevo, porque no estamos haciendo frente sólo a un sistema económico, sino a una civilización. Por eso es que jamás vas a lograr destruir el capitalismo histórico reproduciendo sus mismas lógicas sexistas, egocéntricas, dualistas, etcétera. Es por esto que la decolonialidad no es una discusión académica, teórica, es una discusión política que nos plantea una nueva cartografía del poder. Es ahí en dónde Chávez estaba clarísimo. Él decía que había que aprender de los problemas y errores del socialismo del siglo XX para pensar el socialismo del siglo XXI. Eso es lo que Dussel llama la transmodernidad: aún no podemos darle nombre, porque estamos en un proceso de transición. ¿Cuál será finalmente la civilización emergente? Lo veremos en el proceso.

*Entrevista realizada junto a Gonzalo Armúa y publicada en ALAI