ACJ de El Salvador llama a la solidaridad frente a desastre

SAN SALVADOR, 4 de octubre de 2005 (SIEP) “Hacemos un llamado a nuestros hermanos y hermanas de la solidaridad internacional para que cooperemos con los miles de damnificados que están en albergues a lo largo del país” dijo la Licda. María Isabel Villegas, Presidenta de la Asociación Cristiana de Jóvenes (ACJ) de El Salvador.

Como resultado de fuertes lluvias en los últimos cuatro días se han producido derrumbes de paredones, inundaciones, que han provocado hasta el momento la muerte de 40 personas y la evacuación de miles de familias que viven en sitios de alto riesgo.

“Hemos estado en contacto-dijo- con nuestros hermanos y hermanas de la Comunidad Monseñor Romero en Suchitoto y nos informan que han perdido sus cosechas y la comunidad se encuentra inundada por la constante lluvia.”

“Asimismo comunidades –agregó-en Nahuizalco donde se encuentra la pastora Sihuat Tutut habían sido afectadas por la ceniza procedente del volcán Ilamatepec y hoy se encuentran también inundadas luego de cuatro días de intensa lluvia. En Guaymango perdió la vida un hermano de las Comunidades de Fe y Vida.”

“Estamos en situación de emergencia –aseguró- y confiamos que como muchas veces en el pasado, la solidaridad internacional sabrá responder a este llamado y contaremos con su respaldo para superar esta situación de desastre nacional.”

Finalmente indicó que “hacemos un llamado a una oración por El Salvador. A que donde quiera que se encuentren inclinen sus rostros al Creador y le pidan por este pueblo salvadoreño sufrido y luchador, que hoy enfrenta esta desgracia pero que estamos seguros saldremos adelante. Gracias.”

Regimen de Saca paralizado por crisis nacional

SAN SALVADOR; 3 de octubre de 2005 (SIEP) “Como Iglesia Luterana Popular nos preocupa fuertemente la parálisis de este gobierno ante la creciente crisis que enfrenta el país, parece como que Saca no esta gobernando” dijo el pastor Rev. Roberto Pineda.

“No desalojó con anticipación a las comunidades del volcán Ilamatepec, y hoy son centenares de damnificados, no presenta un plan concreto para enfrentar la tormenta Stan y ya llevamos tres días de emergencia; no resuelve el problema de la huelga en los centros penitenciarios, no resuelve el problema del aumento a los combustibles. No resuelve nada…” enfatizó el religioso luterano.

“El plan super mano dura es un fracaso y las comunidades enfrentan el flagelo de la delincuencia; no acató en términos reales la resolución de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos sobre las hermanitas Serrano; los consulados no protegen a nuestros compatriotas afectados por la represión del INS, es un total fracaso…” aseguró.

“Hay miles de personas que a lo largo y ancho del país se encuentran sufriendo este temporal, viviendo a las orillas de los ríos y en los barrancos, bajo la amenaza de muerte y no por causas de la Madre naturaleza, los responsables de esta tragedia, de que vivan allí, son aquellos que se benefician de la pobreza de este pueblo…” indicó.

Declaró que “la pobreza que obliga a nuestra gente a sobrevivir en las laderas de los cerros no es castigo de Dios, es el resultado de un sistema capitalista que privilegia la explotación del ser humano para acumular riquezas. Es un sistema de muerte que debemos de combatir.”

Expresó que “ante cada asesinato de este sistema, sea por hambre o porque lo arrastró un río, sea por represión o porque murió soterrado, sea por enfermedad o porque se derrumbó su vivienda, debemos de reaccionar con indignación, ubicar con claridad a los responsables y denunciarlos. Esa es nuestra responsabilidad evangélica como seguidores de Jesús de Nazaret.”

“Nuestro pueblo tiene derecho a una vida digna en una vivienda digna. Nuestro pueblo tiene derecho a presenciar los inviernos como expresiones de vida, de la creación del Dios y no como manifestaciones de dolor y de muerte, es por eso que debemos de vivir y de luchar por una nueva sociedad…”subrayó.

Finalmente hizo “un llamado a la solidaridad internacional a extender su mano solidaria en la ayuda a nuestras comunidades pobres hoy con miles de damnificados y damnificadas, en la denuncia de este sistema injusto que convierte cada invierno en una nueva pesadilla de dolor y de luto, en el acompañamiento con esta lucha para acabar con esta tormenta neoliberal, que golpea tanto a nuestra gente.”

Cada boricua, un Filiberto

Eran aproximadamente las cinco de la tarde cuando el compañero Pablo José Rivera, Presidente Editor de Claridad, me llamó para preguntarme si sabía algo acerca de lo que se estaba reportando ya por la radio sobre el operativo represivo del Buró Federal De Investigaciones (FBI, por sus siglas en inglés) contra el líder máximo de los Macheteros (Ejército Popular Boricua) Filiberto Ojeda Ríos en Hormigueros. El rumor es que han matado a Filiberto, añadió. Me hallaba a la sazón almorzando en un restaurante de Cabo Rojo con mi familia, habiendo regresado apenas una hora antes de Lares donde se conmemoraba otro aniversario más del Grito de Independencia del 23 de septiembre de 1868.

Confieso que la mera posibilidad de que efectivamente hubiesen abatido al compañero me consternó. Por esos vericuetos de la vida, lo conocía desde hace ya tres décadas. Las circunstancias, las obligadas; los motivos, profundamente humanos: darle noticias acerca de su familia en Cuba, esa sensible ausencia que para él era, sin embargo, una de sus más preciadas presencias. Para ese entonces, la década de los setentas, vivía yo en Cuba, siendo el responsable en La Habana de la Misión de Puerto Rico que mantenía allí el Partido Socialista Puertorriqueño. Desde entonces sólo sentí la más entrañable admiración y respeto hacia el compañero.

Rápidamente llamé a un periodista amigo de Mayagüez para ver qué sabía. Resultó que ya él se hallaba en el lugar de los hechos junto a otros miembros de la prensa. Me informó que hasta el momento no se había confirmado la muerte del líder Machetero. Agregó que ya habían acudido al lugar otros compañeros, entre éstos abogados, médicos y militantes independentistas en general. Se había lanzado un llamado para que se diese una movilización solidaria al lugar en el sector Plan Bonito del Barrio Jagüitas de Hormigueros donde aparentemente estaba viviendo clandestinamente Filiberto junto a su esposa, la compañera Elma Beatriz Rosado Barbosa. Debíamos tan siquiera intentar salvar al querido patriota de lo que nadie dudaba eran los propósitos asesinos de los agentes del Imperio. Mientras más testigos presentes, más podría, tal vez, dificultársele consumar sus intenciones criminales.

Al poco rato escucharía una noticia por la radio al efecto de que alegadamente ella había sido herida y estaba en manos del FBI. También se indicó que había sido herido un agente del cuerpo represivo asaltante.

Finalmente llegué al lugar poco antes de las ocho de la noche. Me acompañaban el director de noticias de WPAB radio de Ponce, José Elías Torres y su esposa. José Elías había sido el último periodista que, durante el mes de agosto pasado, había entrevistado al líder Machetero en lo que a mi juicio constituye el más elocuente y magistral testimonio político de quien sin dudas era el más preclaro dirigente independentista en la coyuntura actual de nuestra patria. Ese mismo día había compartido brevemente sobre ello con el compañero Norberto Cintrón Fiallo mientras estaba en la Plaza de la Revolución de Lares. Me lamentaba con el compañero que en vez de sentirse el independentismo todo obligado a evaluar en sus méritos los significativos planteamientos políticos hechos por Filiberto en dicha entrevista los que a todas luces era la más articulada agenda política que se había puesto sobre la mesa por líder alguno del independentismo en este momento histórico, se prefirió ignorarlos y seguir centrado en la paja insustancial llena de recriminaciones y sectarismos que nada aporta a la potenciación del independentismo como alternativa real de cambio en nuestro país. Para Filiberto no había mayor urgencia patriótica que abordar en estos momentos la necesaria vigorización de la capacidad propia del independentismo para influir decisivamente en la actual crisis por la que atraviesa el país. Para ello había que dejar a un lado toda tentación reformista, así como todo ataque irrespetuoso entre compañeros independentistas. Nos invitó a apalabrar la unidad para levantar una poderosa oposición radical que pudiese, cada uno desde su respectiva trinchera política, dar con la clave de nuestra definitiva liberación política y económica. Como el mítico Edipo, Filiberto buscaba, a partir de su sabiduría, desenredar los enigmáticos hilos que mantenía atado y oprimido a su pueblo.

El lugar de los hechos se hallaba acordonado por agentes locales del ilegítimo orden. Estaban garantizándole al FBI el control del perímetro en los alrededores de la casa donde vivían pacífica, amorosa y revolucionariamente, Filiberto y Elma Beatriz. Frente a ellos, un contingente de periodistas con caras de desconcierto ante la sinrazón de todo lo que allí acontecía. Olían la canallada federal pero se les impedía documentarla con hechos. Frente a la lacaya fuerza policial especial también se hallaba el dirigente del Movimiento Independentista Nacional Hostosiano (MINH), el compañero Héctor Pesquera, entre otros, que les reclamaba a los agentes, como representante designado de la familia de Filiberto, tener acceso de inmediato al compañero, estuviese muerto o herido. Sobre todo, insistía en que si sólo estaba herido, la más mínima humanidad requería que se le permitiese, como médico, asistirlo. No hubo caso. Oficial tras oficial de la Policía de Puerto Rico a quienes se les hacía el reclamo y se comprometían a consultarlo con los agentes del FBI, retornaban al rato con el rabo entre las patas y una negativa aplastante.

El rumor insistente en el perímetro era que ya Filiberto había sido asesinado por un francotirador federal. Sin embargo, ello fue puesto en duda por un oficial de la policía insular que pasó sigilosamente entre nosotros expresando a media voz que el compañero estaba aún vivo, como finalmente resultó. De ahí que se hiciesen de inmediato las gestiones para que el doctor Pesquera pudiese hablar con el Fiscal General de Puerto Rico, Pedro Gerónimo Goyco, para ver si así se podía romper el cerco federal y entrar a la propiedad donde Filiberto podía, en el mejor de los casos, aunque herido, aún yacer con vida. Sin embargo, Goyco sólo vino a corroborar el total control que los federales mantenían sobre el operativo, ya que ni siquiera a sus fiscales se les había permitido la entrada a esa hora, aproximadamente las once de la noche. Como se conocería al día siguiente, los agentes federales dejaban desangrar al patriota herido y no deseaban interrupción alguna en su trama criminal.

Poco a poco nos fue quedando la más horrible impotencia, junto a una inmensa ira contenida. En las afueras del perímetro donde nos hallábamos, en los alrededores de lo que se conoce como Casablanca, contiguo a la Carretera número dos, una manifestación espontánea apalabraba su descontento y uno de los manifestantes recibió todo el peso de la ley sobre su cuerpo a manos de unos agentes de la Fuerza de Choque apostados en el lugar.

Ya un poco pasada la medianoche, decidimos bajar a Casablanca y unirnos allí un rato a la manifestación. Era como si me negara a permitir que acabase la noche pues si lo hacía sentía que podía despertar con la confirmación de la más terrible de las noticias. Los compañeros decidieron mantener allí una vigilia hasta tanto se supiese finalmente de Filiberto y su compañera.

A eso de las dos de la madrugada decidí finalmente que mi cuerpo ya no aguantaba más, y mi corazón y sentimientos menos. Había sido un día terriblemente trágico. Primeramente, el lastimoso espectáculo tribal dado por el independentismo en Lares. Luego esto, como si las circunstancias y el Imperio quisiesen restregarnos en la cara nuestra total incapacidad política. En ese momento, alguien grita: ¡Filiberto vive! De repente, reflexiono sobre esa gran verdad. Éramos decenas de Filibertos allí reunidos, otros centenares habían estado igualmente protestando frente al Edificio Federal en San Juan. Todos independentistas uniéndose por fin en contra del verdadero enemigo.

Ya lo había vaticinado un compañero estudiante de la Facultad de Derecho Eugenio María de Hostos que me encontré en camino al perímetro: Filiberto será para éste pueblo otro David Sanes que, al igual que ocurrió en Vieques, despertará la ira contenida de los puertorriqueños para poner fin, ya en la Isla Grande, a la gran indignidad de la subordinación colonial que padecemos.
Filiberto, como los héroes míticos de antaño que asumían plenamente su destino trágico, no ha muerto. Sólo se ha hecho inmortal y como tal, ha acrecentado su presencia entre nosotros. Definitivamente les ganó la batalla a sus enemigos pues sólo consiguieron que cada boricua, en su coraje y convicciones libertarias, se sienta hoy un Filiberto.

“País mío no existes”. Apuntes sobre Roque Dalton y la historiografía contemporánea de El Salvador.

A la memoria de don Jorge Arias Gómez1

La historiografía constituye un aspecto medular de la configuración ideológica y política de todo Estado nacional. Siempre controverti­da, hilvanada generación tras generación con retazos alternados de recuerdo y olvido, la historia escrita constituye al mismo tiempo memoria vital y también testimonio de las distintas maneras en que dicha memoria ha sido preservada. Y ese estilo, la forma peculiar en que pueblos y Estados recrean su pasado, dice tanto de sí mismos como las propias narraciones que configuran su Historia. Extrañamente, en El Salvador el quehacer historiográfico ha contado desde siempre con escasos adeptos. Es un hecho que, con excepción de Belice, la tradición historiográfica de dicho país es la más pobre de toda Centroamérica. Apenas suman unos 180 los libros de historia publicados en los últimos treinta años, y han sido escritos en su inmensa mayoría por sociólo­gos, economis­tas, literatos, abogados, periodistas y militares; cabe mencionar también que apenas a principios del año 2002 fue establecida la licenciatura en Historia como una carrera universitaria (Vázquez, 1995; . Silva/ Viegas, 2002).

Algunos atribuyen esta “miseria” historiográfica a la mez­quindad y ceguera política de la oligarquía salvadoreña, a su pobre cultura y escaso sentido de nacionalidad, así como al carácter retrógrado y obtuso de los sucesivos gobiernos de extrema derecha que han regido los destinos del país desde finales del siglo XIX. Pero esta interpretación es demasiado simplista. En países vecinos como Guatemala, Honduras y la Nicaragua de los Somoza, los estudios históricos alcanzaron un desarrollo muy superior en similares o peores circunstancias políticas. Y por si no bastara esta referencia comparativa, puede probarse que los mejores tiempos para la historiografía salvadoreña fueron precisamente los años felices del liberalismo oligárquico de principios del siglo XX así como la dictadura del general Maximiliano Hernández Martínez (1932-1944), y que en la actualidad, bajo el gobierno derechista del partido ARENA, se experimenta un notable renacimiento de la disciplina.

Por otra parte, si bien es cierto que la falta de respaldo gubernamental ha dificultado sobremanera el trabajo de los histo­ria­dores salvadoreños, obligándolos a sortear inumerables obstáculos para poder realizar y difundir sus investigaciones, no es difícil constatar que el menosprecio hacia la historia nunca fue privativo de la extrema derecha; a lo largo del siglo XX sucesivas generaciones de intelectuales de oposición, reformistas y revolucionarios, también manifestaron actitudes semejantes.

Entre los portavoces más destacados de esta “tradición” antihistoricista puede señalarse al famoso pensador vitalista de los años veinte, Alberto Masferrer, quien como alternativa a las alegorías patrióticas de orientación oficial, acuñadas en los tiempos de esplendor de la república oligárquica, en su opinión “fantasmagóricas”, vacuas, y falsamente nacionales, postuló la adopción de un credo inmediatista, muy afín a la peculiar idiosincrasia del pueblo salvadoreño. En su opinión las urgencias del hoy, y no las especulaciones en torno del ayer, debían orientar la regeneración nacional. Como escribió en 1928 en la edición inaugural de su famoso periódico Patria:

En este diario la palabra Patria tendrá perennemente una significación… muy concreta: significará, en primer lugar y ante todo, la vida de los salvadoreños que viven actualmente. El escudo, la bandera, los próceres, los antepasados… Atlacatl, la mitología india y todo lo demás que forma el Ayer, pasará a segundo término, por muy interesante que parezca. Sin duda no negaremos el pasado, ni olvidaremos que es la semilla de que ha nacido el presente. Solo que, urgidos por la necesidad, y dándonos cuenta exacta de que estamos viviendo horas de peligro y de dolor… nos vemos obligados a concentrar todas nuestras fuerzas en torno al momento que se llama hoy (Masferrer, 1960:11).

Tras la caída del dictador Hernández Martínez, la figura y la obra de Alberto Masferrer fueron reivindicados por los gobiernos militares que se sucedieron en el poder hasta finales de los años setenta. De manera paradójica, su postura con relación al estudio de la historia se asemeja en mucho a la actitud que asumieron intelectuales y dirigentes revolucionarios de El Salvador durante la pasada guerra civil (1980-1992). Cabe recordar que aún durante los momentos más duros del conflicto tanto la Universidad de El Salvador como la Universidad Centroamericana, las dos consideradas “de izquierda”, lograron mantener en funcionamiento facultades y departamentos de tradicional inclinación crítica, como Derecho, Letras, Periodismo o Filosofía. Asimismo, sus respectivas editoriales publicaron libros y revistas de contenido crítico, antigubernamental, e incluso abiertamente de propaganda revolucionaria. En cambio, no dedicaron mayores esfuerzos a fomentar el estudio o la divulgación de la historia patria.

Desde luego, para explicar esta extraña vocación de “desmemoria” ?Y?Nque sin duda constituye un aspecto característico de la cultura salvadoreña?Y?N, se requiere de un estudio a profundidad del desenvolvimiento intelectual del país en el contexto general de la forma­ción del Estado, lo cual trasciende por mucho los propósitos del presente ensayo. Sin embargo es importante mencionarlo desde un principio pues enmarca y justifica nuestro tema de análisis.

¿Por qué concederle importancia al poeta Roque Dalton dentro de un examen de la historiografía contemporánea de El Salvador?

En primer lugar, porque tenemos la certeza de que en dicho país, dada su débil tradición historiográfica, fueron ideólogos, y en particular literatos, quienes estructuraron las narrativas históricas de la nación más perdurables e influyentes. Tal fue el caso de Francisco Gavidia (1864-1955), una de las primeras figuras del modernismo centroamericano y sin duda la figura cimera de la literatura nacional, cuya obra está constituida en gran parte por una florida alegoría literaria, mitológico-patriótica, de cuño liberal y tintes hegelianos, que hacia el final de su vida resumió y postuló como filosofía de la historia en su poema Sooter (Gavidia, 1976; Lara, 1991). El vasto corpus gavidiano constituyó la principal fuente de inspiración de la historia de bronce de corte oficialista que floreció en El Salvador durante las primeras cuatro décadas del siglo XX.

Irónicamente, sin embargo, quien siguió más de cerca los pasos del maestro Gavidia fue quizá su principal detractor, Roque Dalton García (1935-1975), poeta y ensayista de vanguardia, y militante revolucionario, muerto en los albores de la guerra civil.

Actualmente, Dalton es reconocido como uno de los autores más influyentes dentro la historia literaria de El Salvador. A semejanza de Gavidia, dedicó una gran parte de su obra a reflexionar sobre la historia, la cultura y la identidad nacional salvadoreña. Sus reflexiones al respecto estuvieron vinculadas estrechamente a su militancia comunista y al proyecto político del movimiento insurreccional surgido a principios de los años setenta. Por ser uno de los ideólogos más destacados del movimiento insurgente y sin duda el principal hombre de letras de la revolución, y dado el profundo impacto que tuvo el estallido revolucionario en la vida política, social e intelectual de El Salvador durante las últimas tres décadas del siglo XX, su obra y su figura llegaron a cobrar una especial relevancia, no solamente en el campo de las letras sino también en el terreno ideológico, y dentro de éste, ciertamente, en cuanto se refiere a interpretar la historia nacional.

La Historia y las historias de Roque Dalton

Hijo ilegítimo de un empresario estado­unidense radicado en El Salvador, Dalton conoció de niño el ambiente exclusivo de la élite así como la vida rutinaria de la clase media capitalina. Tras una corta estancia en Chile inició la carrera de abogado, que pronto abandonó para dedi­carse a escribir, a beber y a conspirar contra el gobierno de turno. Ya para entonces hacia mediados de los años cincuenta se había revelado como uno de los más promete­dores talentos poéticos del país. De esos años data su ingreso al Partido Comunista de El Salvador (PCS). La notoria actividad política de Dalton, y sobre todo sus viajes a Cuba y Europa socialista repre­sentando al PCS, lo condujeron a prisión en un par de ocasiones, y a vivir un breve exilio en México y La Habana entre 1961 y 1963. En 1965, amenazado de muerte tras escaparse de una cárcel, abandonó El Salvador. El PCS lo envió a Praga, como corresponsal del partido ante la Revista Internacional. En 1967 dejó Checoslovaquia para establecerse en Cuba como parte del equipo de Casa de Las Américas.

A pesar de haber fungido como representante interna­cional del PCS, Dalton nunca ocupó un sitio importante dentro de la jerarquía partidaria. De hecho, su estancia en Praga, donde trabajó en estrecho contacto con la burocracia de la Cominform, influyó de manera determinante en su decisión de abandonar el partido. Pero en un primer momento su posición como funcionario internacional le permitió viajar por el mundo y entrar en contacto con las tendencias más novedosas del movimiento socialista radical de Asia, Europa y América Latina, así como con las vanguardias intelectuales del momento.

Una vez instalado en Cuba, Dalton se convirtió en protagonista imprescindible de la tertulia cultural y política de la izquierda latinoamerica­na que por aquellos años tenía en La Habana una importan­te sede. Hacia finales de los años sesenta, el salvadoreño se vinculaba por igual con afamadas perso­nalidades del mundo literario que con políticos de izquier­da y dirigentes revolucionarios. Julio Cortázar, Pedro Orgambi­de, Enrique Lhin, Silvio Rodríguez y Mario Benedet­ti, entre muchos otros, le prodigaban particular afecto. Una consideración semejante gozaba por parte de personajes políticos como Regis Debray, el comandante Manuel Piñeiro el famoso “Barbarroja” y el propio Fidel Castro, con el que mante­nía una estrecha relación personal y política.

En aquella Habana floreciente la obra de Dalton alcanzó su madurez. Allí cobraron cuerpo sus libros más importantes: Taberna y otros lugares (poesía), ¿Revolución en la Revolu­ción? y la crítica de la derecha, (ensayo político), Miguel Mármol. Los sucesos de 1932 en El Salvador (testimonio), Las historias prohibidas del Pulgarcito (collage histórico) y Pobrecito poeta que era yo, (novela autobiográfica).

En 1970, el traductor de la edición italiana de su libro sobre Debray presentaba a nuestro autor de la siguiente manera: “Políticamente, Dalton pertenece a la corriente crítica surgida en el seno del movimiento comu­nista latinoamericano sobre la base del triunfo de la revolución cubana y de la influencia ejercida por Guevara” (Dalton, 1970: contratapa). En efecto, para entonces el antiguo funcionario “del Partido Comunista más chiquito del mundo”, como alguna vez se había calificado (Dalton, 1969: 132), se había convertido en partidario de la lucha arma­da; tras romper con el PCS preparaba su retorno clandestino a El Salvador convertido en combatiente del Ejército Revolucionario del Pueblo.

En cuanto al tema que nos ocupa, este hecho tuvo una especial relevancia. Para comprenderlo mejor es necesario mencionar antecedentes que, si bien no son desconocidos, tal vez no han sido ponderados debidamente por los estudiosos de su vida y su obra.

Desde muy temprano la producción literaria de Roque Dalton se caracterizó por su interés en las raíces históricas y culturales de El Salvador y su mordaz cuestionamiento del nacionalismo oficialista. Dos personas ejercieron en ello una notable influencia. El escritor y antropólogo Pedro Geoffroy Rivas (1908-1979), quien había residido largo tiempo en México, así como su amigo y mentor político Jorge Arias Gómez (1923-2002), por ese entonces líder estudiantil, más tarde abogado, periodista y profesor universitario, miembro del Comité Central y destacado cuadro intelectual del PCS (Arias, 1999).

Hacia finales de los años cincuenta Arias Gómez asumió la encomienda de orientar ideológicamente a Roque Dalton y otros jóvenes escritores de la llamada “generación comprometida”. Entre otras cosas, buscó transmitirles su propio interés en combatir la versión convencional de la historia salvadoreña, y proponer en cambio una versión alternativa, “comunista”, es decir inspirada en el marxismo pero también nacionalista y sobre todo apegada a los lineamientos partidarios.2 Él mismo había iniciado dicha tarea al emprender el rescate historiográfico de figuras negadas por la mitología gavidiana y el discurso oficial, como el cacique Anastasio Aquino, que encabezara la sublevación de los indios nonualcos en 1833, o el dirigente comunista Farabundo Martí, fusilado tras la revuelta popular de 1932.

A la larga, la iniciativa de Arias Gómez fue exitosa en el terreno de la propaganda política. Aún cuando no había sido éste su propósito original, al reivindicar la insurgencia campesina y el historial combativo del PCS contribuyó a reforzar las tendencias radicales dentro del movimiento popular y la oposición de izquierda, incluyendo su propio partido, antecedente inmediato de la aparición de la guerrilla. En cambio, en el ámbito académico las ideas del abogado comunista con respecto a renovar la escritura de la historia no encontraron una recepción igualmente favorable. A diferencia de otras disciplinas sociales y humanísticas (economía, sociología, derecho, filosofía, filología), en las que el marxismo fue rápidamente adoptado, la historia continuó siendo coto de historiadores anticuarios, por lo común de extrema derecha, congregados en la Academia Salvadoreña de la Historia. El mismo Arias Gómez, absorbido por sus compromisos partidarios, relegó a segundo plano su trabajo de investigación.

Hacia principios de los años setenta la historiografía de nuevo cuño producida en El Salvador se reducía a algunos cuantos artículos publicados en la revista de la Universidad, los trabajos de Arias Gómez (Arias, 1963/1972) y otros estudios monográficos como la historia de la prensa y la biografía de Gerardo Barrios escritas por Ítalo López Vallecillos (López Vallecillos, 1964/1967), el pequeño libro de Dagoberto Marroquín acerca de la independencia (Marroquín, 1964) y el manual de historia económica de David Alejandro Luna (Luna, 1971).

Fuera de López Vallecillos, ningún otro miembro de la “generación comprometida” mostró mayor entusiasmo por los estudios históricos. Su interés en este campo se limitó a la publicación de poemas sueltos, en general alegóricos y de escasa trascendencia. La propia producción de Roque Dalton durante la mayor parte de los años sesenta exhibe tal característica, no obstante haber sido el más persistente de aquel grupo en cuanto se refiere a la exploración literaria de temas relativos a la cultura popular, las tradiciones y la historia de El Salvador.

Lejos de su país, sin embargo, la reflexión sobre estos temas llegó a convertirse en una de las preocupaciones fundamentales de Dalton. Tenía el antecedente de una breve pero formativa estancia en México, donde inclusive cursó algunas asignaturas en la Escuela de Antropología. Luego, su estrecho contacto con intelectuales comunistas y revolucionarios de diversos países, pero sobre todo su fecunda estancia en Cuba, parecen haberle revelado la importancia del nacionalismo cultural y político como factor fundamental dentro de la lucha revolucionaria y antiimperialista en el Tercer Mundo.3 Asimismo, sus múltiples lecturas y su relación personal con intelectuales vanguardistas de Europa le abrieron los ojos a perspectivas de interpretación histórica y social que rebasaban por mucho el marxismo de manual.

Intelectuales salvadoreñas de los cuarenta: Negociando lo privado y lo público

La década del cuarenta fue una de las más convulsivas en la historia centroamericana del siglo veinte. El discurso democratizador que surgió tras la segunda guerra mundial hizo que los países del istmo se plantearan su destino político para la segunda mitad del siglo. En El Salvador, por ejemplo, estos fueron años ricos en acciones políticas que tenían por objetivo primeramente derribar la dictadura de trece años (1931-1944) de Maximiliano Hernández Martínez para posteriormente establecer una sociedad democrática. Con este fin se convocó a diversos sectores de la sociedad entre los cuales fue muy visible la participación de las mujeres. Una vez derrocado el regimen martinista se impulsó un nuevo proyecto de construcción de nación en el que ya no se podía seguir negándole al elemento femenino un espacio público. Las mujeres querían inscribirse en el nuevo mapa nacional con los mismos derechos que sus compatriotas masculinos gozaban y para ello emprendieron toda una campaña pro sufragio femenino y abogaron por la participación de la mujer en las diferentes esferas de la sociedad. Esta no fue una tarea fácil pues en el país aún estaban bien arraigadas las ideas tradicionales sobre el papel social de la mujer. Dada esta situación las feministas de la época tuvieron que buscar maneras de mediar entre los dos espacios, el privado y el público, definidos tradicionalmente por categorías genéricas. Las escritoras feministas, por su acceso a la letra, fueron quienes en el foro público y en su escritura misma expusieron con mayor lucidez esta problemática.

¿Quiénes son estas intelectuales?

El feminismo salvadoreño de estos años no contaba con figuras femeninas radicales que desafiaran abiertamente las jerarquías genéricas. Las voces que se alzaban en pro de los derechos femeninos eran de intelectuales que comenzaban a adquirir conciencia de su subordinación en una sociedad patriarcal donde su quehacer artístico había estado excluído del ámbito nacional. Algunas de estas escritoras como María Loucel y Matilde Helena López en realidad no se consideraban feministas aunque sus actitudes desplegadas en su obra literaria y en su militancia política dan cuenta de lo contrario.

Ambas mujeres llegan a la esfera pública, no con una agenda feminista sino como parte del movimiento revolucionario de 1944 que depuso a Martínez. Ante las primeras señales de subversión, se lanzan a través de los medios masivos a convocar a la ciudadanía a la resistencia. Es su participación en esta lucha emancipadora lo que les sirve de elemento catalizador para exigir la igualdad de derechos frente a sus contrapartes masculinos. Al presentarse como portavoces y líderes de la campaña para obtener los derechos de la mujer no abandonan, sin embargo, la socialización de la que eran objeto como mujeres educadas para pensarse primordialmente en su rol de esposas y madres. El discurso público que elaboran depende, de hecho, de estos papeles asignados por el patriarcado, papeles que no obstante transforman de manera que concuerden con sus demandas. Todo esto se traduce en su escritura tanto periodística como creativa en una constante y a veces conflictiva interacción entre aspectos que se consideran típicamente femeninos por pertenecer al espacio de lo privado como el amor y la maternidad y aquellos aspectos que se relacionan con la esfera pública como la participación política. La mayoría de las intelectuales de la época encuentran una solución a este dilema constituyendo la maternidad como una experiencia pública y así crean un discurso que les permite ubicarse en la agenda nacional para exigir los derechos que por siglos se les han negado.

La mujer madre como símbolo de la nación no es una noción nueva. En Latino América tenemos a figuras como Domingo Faustino Sarmiento quien popularizó el concepto de maternidad republicana postulando que la mujer tenía cabida en la nación como dadora y educadora de los futuros ciudadanos pero no como sujeto con derechos políticos propios.Estas ideas tuvieron eco en Centro América en los diferentes momentos en que se propuso el sufragio femenino. Aquellos que estaban en contra del voto de la mujer argumentaban que no se podía poner en juego su moralidad y virtudes permitiéndole intervenir en los “viciados” espacios de la política pero que desde la casa ella podía desempeñar una gran labor nacional (Villars cap. 2). La gran mayoría de las mujeres aceptaron esta función sin cuestionamiento alguno; no vieron en reformulaciones de este tipo que sólo se buscaba perpetuar su confinamiento al espacio doméstico privándola de una voz pública (Villars cap. 3).

En el caso salvadoreño la integración de la mujer a la nación, aunque fuera puramente en su rol de madre, ni siquiera se había discutido en el discurso oficial del estado martinista; se daba por sentado que la identidad femenina, como se evidencia en el código civil desde fin de siglo diecinueve, se definía por su relación al padre o al marido. La invisibilidad de la mujer salvadoreña en el discurso oficial era por lo tanto un hecho, hasta los años de la posdictadura en que las mujeres mismas exigieron ser inscritas en el plan maestro de la nueva nación aunque fuera a partir de su rol reproductor.

María Loucel, la más destacada entre las sufragistas, aunque tenía muestras del patriotismo y civismo femenino, veía en el discurso de la feminidad una estrategia más eficaz para convencer a los hombres de sus argumentos. Al demandar la igualdad de derechos ciudadanos, dejaba claro, por ejemplo, que las mujeres no estaban bajo ninguna circunstancia renunciando a su “feminidad” inherente en el rol de madre ni buscaban abandonar sus hogares para correr tras el poder despojando a los hombres de éste. Para no enajenar a los aliados masculinos ni arriesgarse a que las mujeres fueran catalogadas de feministas “locas” proponía que la construcción de la nación fuera una tarea compartida:

“Tiempo es que ya se conozca sin reticencias que la mujer razona, trabaja, lucha y triunfa con igual visión cívica que el hombre. Que se les deje romper las asperezas y los obstáculos para que así el resultado de su compañerismo sea para El Salvador (masculino) o la patria (femenina) la prosperidad nacional […] (Diario Latino, 12/7/1944).

Si bien aquí se postula la idea del compañerismo en otros argumentos a favor de la participación femenina en la esfera pública aparece la mujer como un ser con superioridad moral y por lo tanto con más capacidad para curar los males nacionales. Debido a su papel de madre protectora se creía que la mujer traería armonía y paz a una sociedad propensa a la violencia. Así Matilde Elena López clamaba que la mujer “por su doble deber de dar vida y de protegerla, es la abanderada de la causa y de la paz” (El Universitario, (4/7/1966). Esta era una estrategia empleada tanto por hombres y mujeres sufragistas en toda Latino América para insistir en que la presencia femenina en el ámbito nacional tendría una función regeneradora y democratizante (Villars 141-5). Dicha propuesta no indicaba que se le abrían todas las puertas en la esfera pública; era más bien un rol simbólico. Las mismas feministas como López con su discurso “maternalista” concebían la participación pública de la mujer restringida a sectores específicos como la salud y la educación que es donde creían podía velar mejor por el bienestar general.

Esta actitud de esencializar lo femenino asociándolo casi exclusivamente con la maternidad ha sido frecuente entre líderes feministas latinoamericanas que creen firmemente en una misión diferente para la mujer debido a su capacidad procreadora (Miller 74). Dicha idea entra en una clara contradicción con la labor que como intelectuales públicas desempeñaron las escritoras latinoamericanas que en la mayoría de los casos no se limitaron únicamente a ser madres y esposas. López, por ejemplo, en su trabajo como organizadora y militante del partido comunista en Guatemala tuvo que luchar constantemente por ser respetada como líder política en un ambiente que muy a pesar de su discurso liberador se mostraba reacio a ver a la mujer como igual.En un reconocimiento que aparece en El Mediodía un supuesto admirador le hace el siguiente halago: “en cuestiones de justicia social, esta chica ¡es todo un hombre¡” (22/8/1945). El comentario revela que sus acciones se consideraban una anomalía en esa sociedad machista tanto así que ni siquiera se le concede estatus de mujer sino se la rebaja al nivel de una chica joven y sin experiencia.

Los argumentos de las intelectuales sufragistas descansaban entonces en las funciones biológicas y sociales que se les atribuían a causa de su sexo y no en ideas como las de la igualdad que podrían acarrear divisiones contraproducentes. Estas posturas aluden a un rasgo distintivo del movimiento sufragista latinoamericano, como ha observado Francesca Miller, que tendía a enfatizar la “maternidad social” más que la cuestión de igualdad (97). La historia de las mujeres latinoamericanas ha mostrado que la maternidad puede ser un arma de doble filo pues por un lado perpetúa modelos de conducta tradicional más por el otro facilita la entrada a la arena oficial que de otra manera sería de difícil acceso. En el caso de El Salvador, el postularse como madres y compañeras les permitió a algunas intelectuales incursionar por primera vez en ciertos espacios públicos y abrir brechas en el camino para una mayor integración femenina en el quehacer político nacional.

A fin de cuentas lo que buscaban las intelectuales salvadoreñas no era transformar por completo los roles genéricos sino crear un diálogo conciliador, vinculando lo privado con lo público en perfecta armonía, para poder proseguir con la tarea de construcción de nación. Su actitud es muestra de lo que Deniz Kandiyoti ha señalado a propósito de la mujer en el patriarcado: “women bargain with patriarchy and paternalism, struggling agaisnt circumstances but also making the best choices possible in existing circumstances” (Citado en McDowell 86). Pero hay que tener en cuenta que la negociación de estas feministas no fue siempre calculada sino que dependía de su propia internalización y aceptación del rol de madre y compañera como lo más noble en la mujer. Dada su educación tradicional dentro de la sociedad patriarcal era lógico que aún siendo feministas cayeran en contradicciones de este tipo. En ningún sitio son sus conflictos entre la femininad y el feminismo, lo privado y lo público más notables que en su escritura misma como veremos a continuación.

Manifestaciones literarias de lo privado y lo público

En su obra poética escritoras feministas de esta época como Matilde Helena López (1923-) y Lydia Valiente (1900-1976) apropian los roles tradicionales femeninos y les dan nuevos contornos de acuerdo con las posibilidades de un mayor desempeño público para la mujer. Para llegar a esta etapa sin embargo, las escritoras mismas tuvieron que reconceptualizar su rol como figuras públicas y al mismo tiempo repensar su literatura y la manera de representar lo femenino. En su poesía ya no estamos más en el universo intimista de la casa o el amor romántico; ya la mujer madre no canta sólamente canciones de cuna a su hijito sino se pregunta por las condiciones socio políticas del país en el que va a vivir su familia. Entonces alza una voz denunciadora ante las injusticias sociales que no permiten que las mujeres, los niños y todo ser marginal avance en la escala social.

Estas nuevas actitudes están en consonancia con las corrientes de literatura comprometida que arrasaban por el país durante estos años. Lydia Valiente que fue de las más audaces voceras de la necesidad de que el quehacer artístico reflejara la realidad política y social de la época concibió el papel del poeta de la siguiente manera:

“el poeta debe extender su horizonte y con la misma voz que salmodea al amor de sus amores, debe fustigar injusticias, estimular a los que luchan, consolar a los que sufren y hacer gozar a los niños; la poesía es pan de vida; debe satisfacer todas las hambres y llegar a todo corazón”. (Prensa Gráfica 29/6/1941)

Al tratarse de la mujer escritora ligó su labor artística a su rol de madre:

[…]. Somos nosotras las mujeres que tenemos el don de escritora las que llevando en la entraña del espíritu la maternidad universal, estamos obligadas por nuestro mismo sentimiento amparador a velar por tales intereses [los de los débiles y los humildes]” (Prensa Gráfica 23/8/1940).

Matilde Elena López por su parte también concibió un nuevo papel para la mujer intelectual donde su obra tuviera impacto en los asuntos nacionales:

Nuestra mujer intelectual ya no sólo se decide a escribir versos o poemas en prosa, sino que también se preocupa por la solución de los más importantes problemas nacionales […]. Síntoma halagador decimos, por cuanto nuestras mujeres han encontrado al campo de la acción bien hechora y cuyo aporte será indiscutiblemente un factor decisivo en el logro de un mayor progreso, de una mayor civilización y de una mayor cultura para El Salvador ( Diario de Hoy 11/1/1941).

Esta claro para ambas escritoras entonces que la mujer intelectual puede y debe poner su obra al servicio de causas sociales. Es por eso que las figuras femeninas que emergen en su obra hablan con una voz que intenta suprimir las experiencias individuales. En su colección de poemas, Raíces amargas (1951), Lydia Valiente, por ejemplo, construye la imagen de la voz poética como una madre en cuyo abrazo caben todas las aflicciones y desgracias de los que sufren: “todo el dolor del mundo se volcó en mi regazo” declara la hablante femenina con un tono hiperbólico. Si la figura poética de estos poemas es la de una madre, el pueblo se constituye como un niño huérfano al que la madre tierna da consuelo y ánimo en la hora del dolor. El poema “Raíz” da cuenta de esto: “Mi pueblo, pueblo mío de sonrisa de niño” y “Mi pueblo, pueblo mío simiente de mi raza/ sencillo y angustiado, mi niño en orfandad” (25-6).

En sus numerosos artículos periodísticos Valiente parece insistir en el modelo de la madre virtuosa al estilo de Gabriela Mistral. Insta a las mujeres a ser madres responsables y buenas educadoras ya que los tiempos exigen de ellas que produzcan hijos de bien para la patria. En este sentido su imagen pública de la mujer se ciñe casi exclusivamente a su papel reproductor; pero, en aparente contradicción al mismo tiempo se queja de que siempre se la relegue a este rol:

“[…] la mujer no se encierra ni se encerrará más en el círculo estrecho del parto y de la lactancia. Llevará más alta la frente y verá más alto el provenir, desligada de ver la vida bajo tres únicos aspectos: como bestia de procreación, como bestia de carga o como bestia de placer […]”. (Diario Latino, 22/9/1943).

Contradicciones aparte, Valiente concibe la maternidad como un acto revolucionario donde la mujer tome consciencia de su poder procreador no sólo en el sentido biológico sino también en el espacio simbólico de la nación. En ella deposita la responsabilidad de fertilizar el terreno en que ha de germinar la nueva patria, libre de tiranías. La mujer entonces, según su visión, viene a cumplir con una misión purificadora y regeneradora.

Para esta tarea apela a su sentido de sacrificio. En sus poemas, por ejemplo, llega al punto de perfilar a la hablante lírica como una madre que renuncia a todo para realizar esta noble tarea. Este espíritu de auto inmolación que se espera de la mujer, sin embargo, entra en conflicto con los deseos y aspiraciones individuales (lo privado) del sujeto femenino de su poesía. La hablante femenina desea entregarse de lleno al amor romántico pero este acto se lo impide la responsabilidad de amar a más de un sólo ser que como mujer, madre y poeta se ha impuesto. Es así que se ve obligada a postergar su propia realización en el amor:

Amor tiene dos alas.

………………………………..

Amor tan sin medida y

amor tan sin orillas

por estos dos amores me olvidé ya de mi

y a mi amado le grito que no debe de amarme

y en la cruz de este grito enclavada me vi.

(El Diario de Hoy, 12/10/1938)

Es evidente que en el papel de la madre dadivosa y protectora plasmado en este poema, el sujeto femenino se siente dividido entre el deseo y el deber, entre sus anhelos particulares y los de interés público. El verso, “Partida en dos pedazos voy zurciendo mi historia” revela precisamente este dilema que decide resolver renunciando al amor de su amado para servir a su pueblo. No obstante le queda un vacío pues por más que la voz poética asegure que el amor de los demás la inunda, se percibe claramente un sentimiento de insatisfacción.

Matilde Elena López por su parte también tiene que librar una lucha en su poesía para tratar de encontrar un balance entre lo privado y público. En su poesía la imagen femenina más frecuente es la de la compañera que trabaja al lado del hombre en la tarea de la nueva nación. Esta nueva mujer está representada por el arquetipo de la Ruth bíblica, símbolo de laboriosidad y virtud. La nueva Ruth de López debe luchar por la emancipación femenina pero sin olvidar que le corresponde el papel de compañera del hombre a cuyo lado puede ayudar a construir un mejor porvenir. En el poema “Camarada” expresa su relación con el amado de la siguiente manera: “Que en nuestro pacto esté presente el hombre/y la fuerza de sus puños apretados/que impulsan el torrente de la historia” (El Mediodía 3/7/1946). El amor de la pareja según este poema además de ser mutuo debe extenderse a toda la humanidad. He allí de nuevo la noción del amor femenino esparcido por todo el mundo sacrificando a su vez cualquier impulso que pueda parecer individualista.

Este pensamiento fraternalista se inscribe claramente en la línea del discurso socialista de la época en el que se tendía a borrar las diferencias genéricas para hablar de una lucha de clases. Las escritoras como López y Valiente, así como las que vendrían en la próxima década, no lograron ver como sus demandas en pro de las mujeres estaban postergándose para dar paso a un socialismo que no veía como problema apremiante la falta de derechos femeninos y la opresión de la mujer. Entonces, aunque ambas escritoras propusieron imágenes femeninas poderosas, es evidente que seguían actuando en la esfera pública según patrones tradicionales y bajo un concepto esencialista de lo femenino. Asímismo en su escritura sintieron el impulso de suprimir toda manifestación de deseo personal para formar parte de la colectividad de pensamiento que se les exigía como escritoras revolucionarias.

Conclusión

Las intelectuales salvadoreñas de la década del cuarenta emplearon un discurso conciliatorio en sus artículos periodísticos y en su obra literaria para presentar sus demandas en pro de los derechos femeninos dentro de la sociedad patriarcal de la época. Para tener éxito en su campaña tuvieron cuidado de no alienar a sus compañeros masculinos proponiendo imágenes femeninas fuera de lo establecido por la sociedad. He ahí una aparente paradoja ya que si bien insistían en el rol de madre como la misión primordial en la mujer ellas mismas con sus acciones políticas dieron muestra de la capacidad femenina para desempeñar con éxito los más exigentes deberes ciudadanos. Con su ejemplo querían forjar un molde de la nueva mujer al día con las exigencias de los tiempos: una mujer que sin descuidar su función materna fuera capaz al mismo tiempo de luchar en la creación de una patria democrática. Sus actitudes hacia lo femenino que en ciertos casos socavan sus propuestas feministas son producto de su propia socialización en una sociedad que insistía y sigue insistiendo en el papel de madre como lo más adecuado para la mujer. Aunque a fin de cuentas lograron importantes conquistas como el derecho al voto, no consiguieron que se dejara de relegar a la mujer al espacio doméstico ni que se le diera cabida en la tarea de reconstrucción nacional. La participación femenina en los momentos de mayor urgencia nacional, había, sin embargo, de perdurar como símbolo de la capacidad de las salvadoreñas para desenvolverse en la esfera pública.

Bolivia: un país mejor es posible

Octubre 1, 2005

Desde que, hace dos meses, se lanzó la convocatoria a elecciones generales y de prefectos, los previsibles candidatos del neoliberalismo, Jorge Quiroga Ramírez y Samuel Doria Medina, se lanzaron a una campaña de ataque abierto hacia la representación popular que encabeza Evo Morales. Salvo alguna circunstancia, todo su discurso se hilvana alrededor de lo que hará, lo que anuncia, lo que hace y lo que no hace el MAS y su candidato.

En ese mismo tiempo, por sus escasos recursos económicos, los candidatos del MAS se han preocupado en la elaboración de un programa de gobierno distinto a las ofertas de los partidos tradicionales.

Diez puntos esenciales

Es bueno anotar las bases de ese programa que se resumen así: instalación de la Asamblea Constituyente, para refundar el país; nacionalización de los hidrocarburos y todos los recursos naturales, entendiendo por tal reasumir el dominio de su explotación y uso; ley Andrés Ibáñez para las autonomías, basándonos en la diversidad cultural y regional; plan de desarrollo productivo, con una matriz integrada por hidrocarburos, minería, agropecuaria, agroindustria, industria manufacturera, turismo y forestal; ley Marcelo Quiroga contra la corrupción y la impunidad.

Los cinco puntos siguientes son estos: ley de austeridad estatal, para eliminar los gastos excesivos; ley de tierra y territorio, para acabar con el latifundio reaparecido y la especulación de la tierra; plan eficaz de seguridad ciudadana, en base a la inclusión social, la inversión pública y la coordinación con las instituciones del orden; soberanía social, para estructurar un nuevo sistema de seguridad social; ley Elizardo Pérez para la transformación de la educación.

Sería injusto decir que, el programa del MAS, se reduce a estos señalamientos. Se trata, más bien, de los puntos salientes de un programa que privilegia la recuperación de la soberanía, se afirma en la capacidad de manejo propio de los recursos naturales y promueve la generación de empleo para darle dignidad a cada boliviano y boliviana.

El país que queremos

La refundación del país, como propone el MAS, tiene dos niveles: de una parte, restablecer la soberanía que fue entregada a niveles intolerables en los últimos veinte años, por la aplicación del modelo neoliberal. En un segundo plano, se trata de instalar, por primera vez después de 180 años de vida republicana, el papel protagónico de los sectores desplazados de esta sociedad, principalmente los pueblos originarios.

Pero no se trata de hacer proclamas o inscribir declaraciones en documentos oficiales. La soberanía debe ejercerse readquiriendo el derecho a disponer de nuestros recursos, a diseñar las políticas nacionales, a estructurar la economía nacional y a construir un país que responda a las necesidades de toda la población.

Tampoco es cuestión de reconocer que los pueblos originarios fueron humillados, mantenidos en la servidumbre, desconociendo sus derechos. En ellos se halla la fuerza de la nación, su integridad, su propia visión de la realidad. Si queremos alcanzar niveles de desarrollo que permitan vivir bien a todos y cada uno de nosotros, debemos incorporar lo mejor de sus usos y costumbres a la realidad cotidiana de toda la sociedad.

A la vez, tenemos que reconocernos parte de un todo mayor. El proceso de integración que ha comenzado en esta Sudamérica, que a su vez es una parte de América Latina, es condición esencial del desarrollo de los pueblos de esta amplia región. Pero, para integrarnos, para ser uno igual entre iguales, debemos tener dominio sobre nuestra tierra y nuestro cielo, sobre nuestras riquezas y nuestros anhelos. No podemos ser parte de esa sociedad mayor, si carecemos de identidad propia y, por supuesto, de nuestra integridad. No estaremos completos, mientras se nos impida acceder a soberanamente a las rutas del mar que unen a todos los pueblos del mundo.

Este es el país que queremos. Esta es la patria que debemos construir, pasando por encima de los intereses mezquinos, sorteando los obstáculos que intentan detenernos.

EL TROTSKISMO HARTIANO

Gran novedad fuera de Cuba es la conversión de Celia Hart al trotskismo. Una vedette que escribe irresponsablemente y que goza del consentimiento oficial, ya es estrella favorita de entrevistadores internacionales y de plumíferos contrarrevolucionarios. Quien mejor ha saludado este hecho es nada menos que el enemigo de Fidel, Carlos Alberto Montaner: “…me parece interesante que en Cuba haya una vertiente trotskista dentro de la aburrida ortodoxia ideológica del régimen. Precisamente, los primeros marxistas que se opusieron a Castro fueron los trotskistas…”.

Para quienes apoyamos el socialismo cubano frente a las embestidas del capitalismo (bloqueo externo) y del burocratismo (bloqueo interno), esta penetración trotskista no significa “democracia” ni “pluralismo”, sino descomposición ideológica. El recetario trotskista poco tiene que aportar en un país donde hace tiempo se pasó a la socialización de los medios de producción y a la economía socialista. El discurso de la revolución permanente, eufemismo retórico que se entiende como el tránsito ininterrumpido al socialismo, no tiene lugar allí donde ya se consiguió. Quieren predicar el carácter internacional de la revolución a quienes siempre lo practicaron. ¿Alguien pretende demostrar que la Revolución Cubana alguna vez renunció al internacionalismo proletario para consagrarse al socialismo en un solo país? Como dice bien Harry Villegas: “No hay como describir la heroicidad y la grandeza de todos los internacionalistas cubanos con un espíritu de sacrificio y desinterés absoluto”.

Otros elementos del trotskismo clásico pueden poner en riesgo la unidad del partido y la unidad del pueblo. Pero esta doctrina llega tarde allí donde menos se la necesita. No en vano vimos en la Feria Internacional del Libro (La Habana, febrero del 2005) tres stands de libros trotskistas a los cuales el público cubano no le prestaba la menor atención. Tres editoriales que no vendieron lo que esperaban vender, porque el pueblo es sabio. Simultáneamente en la revista Casa de las Américas menudearon artículos filo-trotskistas, para sorpresa de sus lectores habituales. De forma paralela, Hugo Chávez se pronunciaba favorablemente sobre Trotski, cuyas obras demás está decirlo no conoce.

Mientras el marxismo-leninismo se sigue demostrando como el mínimo común múltiplo de todos los partidos revolucionarios, el trotskismo sigue siendo el máximo común divisor. El centralismo democrático y la fórmula unidad-crítica-unidad no son compatibles con la libertad de fracción dentro del partido que predican los trotskistas. De otro modo no pueden explicarse las constantes divisiones del mismo movimiento trotskista, la diáspora fragmentada en micro organelas y su atomización. ¿Eso se pretende para Cuba?

¿A qué trotskismo se remite Celia Hart?… ¿A la línea de Moreno, Pablo, Lora, Posadas, Mandel? ¿Al Secretariado Unificado, la Liga Comunista, la reconstrucción de la Cuarta Internacional? Le podemos agregar los nombres de otros taumaturgos de última hora que polemizan entre sí por la revolución que nunca hicieron. Y nunca harán. El trotskismo combate en múltiples frentes, de los cuales destacan tres: contra el capitalismo (del cual dependen), contra el estalinismo y contra otros trotskistas.

Vale la pena que recorran las páginas web en donde critican a la Revolución Cubana endilgándole todos los defectos del estalinismo. El trotskismo nunca fue prosélito de Fidel Castro, sino todo lo contrario. Lo acusaron de burocratismo, autoritarismo, militarismo, guerrillerismo, etc. Por eso es que los lacayos del imperialismo están tan contentos con las desviaciones de Celia Hart.

No es casual que el trotskismo en América Latina y Europa sea el opio de los intelectuales burgueses, de los estudiantes rebeldes por tiempo breve y de castas privilegiadas. Tampoco es casual que los hijos de la casta dirigente se enamoren de la figura egregia de Lev Davidovich Bronstein, el líder incomprendido y sacrificado, el profeta que anunciaba el fin del socialismo real. Desde Cubanacán o desde otros barrios residenciales de La Habana, bien puede pensarse en trotskismo. Consulte el zahorí lector la guía telefónica de La Habana y sabrá a qué me refiero. Pronto aparecerán anarquistas, anarco-sindicalistas y otros especimenes bajo el manto de un gran apellido. Ya hay hijos de dirigentes que son impulsores del Proyecto Varela y todos saben en Cuba que nunca pasaron las necesidades que padece el pueblo llano.

EL TROTSKISTA EMBOSCADO

Hay quienes se asombran de esta conversión tardía y más si leen pasmados que su padre, Armando Hart, le suministró a Celia los primeros libros de Isaac Deutschter. Por eso ahora nos podemos explicar el prólogo de Mr. Hart en el libro de Deutschter sobre Stalin. Para compensar cualquier asombro recordemos que Armando siempre fue admirador de Trotski, tal como lo testimonia el Che en una de sus cartas. Veamos la carta que el Che le escribe a Armando Hart [recién pubicada en Cuba en septiembre/1997 en Contracorriente, año 3, N° 9], cuando había salido con el contingente cubano de la guerrilla del Congo y se encontraba en Tanzania, antes de volver a Cuba y de allí marchar a Bolivia.

Primero dice en el punto V°:

“Aquí sería necesario publicar las obras completas de Marx y Engels, Lenin, Stalin [subrayado por el Che en el original] y otros grandes marxistas. Nadie ha leído nada de Rosa Luxemburgo, por ejemplo, quien tiene errores en su crítica de Marx (tomo III) pero murió asesinada, y el instinto del imperialismo es superior al nuestro en estos aspectos”.

Luego dice en el punto VI°:

“Aquí vendrían los grandes revisionistas (si quieren pueden poner a Jruschov), bien analizados, más profundamente que ninguno, y debía estar tu amigo Trotsky, que existió y escribió, según parece”.

¿No se entiende todavía?… Expliquemos lo evidente. El Che subraya el nombre de Stalin en plena era de desestalinización de la URSS por Jruschov, y a éste último lo incluye en la lista de “grandes revisionistas” junto a Trotski “tu amigo que existió y escribió según parece”. El Che demuestra una vez más su filiación marxista-leninista, anti-revisionista, anti-jruschoviana, como también confiesa su ajenidad al trotskismo. También deja en evidencia el trotskismo de Hart: “tu amigo”.

En artículos que circulan por el espacio cibernético, esta carta se reduce a una sola frase para ocultar la admiración del Che por Stalin. Citar a Stalin en reiteradas ocasiones también fue hábito del Che, no precisamente para criticar el estalinismo, en sus artículos de 1964. Véase “Sobre el sistema presupuestario de financiamiento” y “La banca, el crédito y el socialismo”, por citar sólo dos. En síntesis cuando hacen gala de la carta a Hart, no citan el punto V° y recortan el punto VI° a un párrafo. Grueso contrabando, carnada confusionista para sorprender a iletrados.

Hay otro contrabando con el que se intenta abusar de nuestra ingenuidad: El Che era en realidad trotskista aunque fue el último en enterarse. ¡Por favor! ¡A otro perro con ese hueso!

Igualmente hay que aclarar que cuando el Che dice: “revolución socialista o caricatura de revolución”, no estaba invocando a la revolución permanente de Trotski. Ya la Revolución Cubana había culminado etapas y se dirigía en tránsito ininterrumpido hacia el socialismo.

VOLVER AL MARXISMO-LENINISMO

En momentos críticos de la Revolución Cubana, no se le hace ningún favor a ésta con desviaciones ideológicas. El pueblo cubano reclama unidad de criterio a su dirigencia. Reclama asimismo veracidad y consecuencia. Cuando los parientes de Miami tienen licencia de retornar a sus hogares cargados de regalos, cuando el capitalismo se inserta de manera no tan subrepticia en la economía de la isla, cuando se despotrica de la Revolución en cada esquina, no es posible confundir a la gente con otros lineamientos ajenos al partido. El trotskismo siempre será tema de bohemia ilustrada, ludibrio de exquisitos, galimatías de bibliómanos. El pueblo no pierde el tiempo en polémicas bizantinas, tiene que sobrevivir a las carencias que le impone un bloqueo infame y no pocos burócratas inoperantes. La solución a ambos males está en el retorno a las tesis originales de Marx y de Lenin, en el combate intransigente contra el revisionismo que les dejó como herencia Jruschov y sus continuadores. Releer al Che es redescubrir su anti jruschovismo y sus predicciones sobre la caída de Europa del Este si seguía en el camino burocrático. Allí está su férrea oposición a la convivencia pacífica y al tránsito pacífico al socialismo, prédicas favoritas de Jruschov y la desestalinización. Caricaturizar al Che, como trotskista inconfeso, es traicionar los ideales fundamentales de la Revolución Cubana. Y si esto sucede ante la vista y paciencia del Comandante en Jefe, vale preguntarnos: ¿cuál es el juego?…. ¿Glasnot?… ¿Solidarnosc?… A todo eso apostaron los trotskistas, por si no lo sabe.

RELIGIOSOS PARTICIPAN EN XXI CONVENCION DEL FMLN

SAN SALVADOR, 2 de octubre de 2005 (SIEP) Lideres religiosos de las iglesias luterana popular y bautista, participaron esta mañana en la XXI Convención del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional que se realizó en el anfiteatro de la Feria Internacional.

Miles de farabundistas desafiaron la fuerte lluvia y se dieron cita para escuchar el informe del Coordinador General del FMLN, Medardo Gonzalez así como aclamar a los candidatos para diputados y alcaldes de las elecciones del próximo año.

Asimismo el pastor bautista Rev. Alex Orantes, procedente de Santa Ana, indicó que junto con militantes del FMLN han realizado diversas labores de rescate de residentes de áreas cercanas al volcán Ilamatepec, que ayer entró en erupción.

“Es importante señalar que esto no es ningún castigo de Dios, sino obra de la naturaleza pero que dada la pobreza existente se convierte en tragedia social, golpea fuertemente a los sectores más desprotegidos, hay ya dos víctimas fatales”enfatizó.

Opinó que “nuestra presencia en esta convención del FMLN obedece a que reconocemos a este partido, el FMLN, como el único que se preocupa realmente por las necesidades de la población, el único que acompaña al pueblo en sus justas luchas por el pan y la vida.”

Por su parte, la pastora luterana Sihuat Tutut informó que “nuestras comunidades indígenas en Nahuizalco han sido dañadas en sus viviendas por la lluvia de ceniza desprendida pro el volcán Ilamatepec, es una situación de emergencia la que estamos viviendo.”

“Necesitamos que la solidaridad internacional se haga presente a nuestras comunidades de Sonsonate, que han sido afectadas fuertemente por esta erupción del volcán. Hay mucho sufrimiento, mucho dolor, es urgente la ayuda en alimentos, medicinas, ropa” expresó.

Finalmente el pastor luterano Rev. Ricardo Cornejo hizo un llamado a “que abramos nuestro corazones a la oración y la solidaridad y escuchemos el clamor de angustia que brota de miles de familias que han quedado damnificadas en Santa Ana y Sonsonate por la erupción del volcán, así como por las inundaciones provocadas por estas últimas tormentas en San Salvador.”

El Ministerio de Educación ha suspendido las clases en todo el país para el día de mañana debido a la prolongación de las lluvias que están ocasionando deslaves, derrumbes e inundaciones en diversas comunidades rurales y urbanas.

ILPES PARTICIPA EN CARAVANA DE APOYO A DRA. VIOLETA MENJIVAR

SAN SALVADOR; 1 de octubre de 2005 (SIEP) Bajo una torrencial lluvia que de nuevo azotaba esta ciudad, decenas de vehículos se desplazaron esta tarde por los principales barrios, en apoyo a la candidatura para Alcaldesa de la Dra. Violeta Menjivar.

Una delegación de pastores y feligresía de la Iglesia Luterana Popular se hicieron presentes para acompañar la caravana y manifestar el respaldo a esta candidatura que permitirá la continuidad de la conducción del FMLN en la ciudad capital.

La actividad inicio en Metrocentro con un acto en el que participaron destacados dirigentes del FMLN, entre ellos Schafik Jorge Handal, Salvador Sánchez Ceren, Nidia Díaz, Lorena Peña, y la candidata Violeta Menjivar.

El Rev. Ricardo Cornejo de ILPES manifestó que “estamos aquí para expresar nuestro respaldo a la candidatura de la Dra. Violeta Menjivar, a quine consideramos una persona integra y de mucha capacidad para conducir los destinos de esta ciudad.”

“Como Iglesia Luterana Popular nos hemos pronunciado por una ciudad segura y solidaria, que logre un gran pacto social que permita resolver los graves problemas que enfrenta esta ciudad capital, como el de la basura y de las ventas informales” agregó.

Por su parte, la Dra. Violeta Menjivar informó que “en Santa Ana ante la irrupción del volcán Lamatepec, nuestros compañeros del FMLN están evacuando a la población y por eso queremos que esta actividad sea a favor de estas personas que han quedado damnificadas.”

“De la misma forma que nos solidaricemos con las personas que en el Barrio La Vega, el Modelo, la zona sur de San Salvador han sufrido los embates de las últimas tormentas, han perdido sus viviendas y se encuentran damnificadas” dijo.

Schafik Handal, expresó que “con esta concentración estamos seguros ya de nuestra victoria, vamos a conservar la capital, y vamos a ganar más alcaldías en todo el país. La gente rechaza este sistema que la condena a la miseria y al desempleo.”

A treinta años del asesinato del “Chele” Aguiñada

Este 26 de septiembre se cumplen 30 años del asesinato de Rafael Aguiñada Carranza, quien al momento de su muerte era Secretario General de la Federación Unitaria Sindical (FUSS), hecho ocurrido en el centro de San Salvador, a pocas cuadras del antiguo edificio de la Policía Nacional.
Aguiñada Carranza, quien a la vez era diputado a la Asamblea Legislativa por el partido Unión Democrática Nacionalista (UDN), se distinguió por sus ideas y práctica revolucionarias a favor de la unidad de la clase obrera y por la defensa de los intereses de los desposeídos en El Salvador.
En el año 1975 se vivía en nuestro país una escalada represiva de corte fascista, en contra de las organizaciones populares y sus dirigentes, a través de los llamados cuerpos de seguridad y los grupos paramilitares auspiciados por el régimen que se ocultaban en el anonimato y la impunidad.
En fechas recientes ya habían ocurrido asesinatos deleznables como el del sindicalista Alberto Morán Cornejo en Apopa y masacres como las del cantón La Cayetana en Tecoluca y San Agustín 3 Calles contra sectores campesinos, y la perpetrada contra indefensos estudiantes que se manifestaban pacíficamente por las calles de San Salvador, el 30 de julio de ese mismo año.
Los restos de Aguiñada fueron sepultados el 29 de septiembre de 1975 en el Cementerio Central y fueron acompañados por miles de trabajadores, estudiantes y representantes de sectores populares. La crónica del sepelio publicada en el semanario “Voz Popular”, narraba que ante sus restos hicieron uso de la palabra dirigentes sindicales y de organiza-ciones populares, así como de partidos políticos, entre ellos el Diputado Mario Zamora Rivas, quien el 4 de marzo de 1980 también sería masacrado por esbirros al servicio del régimen, siendo Procurador General de la República y alto dirigente del Partido Demócrata Cristiano.
El “Chele” Aguiñada como cariñosamente se le conocía, perteneció a una familia de revolucionarios que fue víctima como pocas, de la barbarie asesina y contra insurgente registrada en El Salvador en las pasadas décadas.
En febrero de 1968 fue asesinado por integrantes de la Guardia Nacional su hermano Oscar Gilberto Martínez Carranza junto a Saúl Santiago Contreras, obreros de la construcción, después de ser capturados por solidarizarse con la huelga reivindicativa que en ese entonces efectuaban maestros pertenecientes a ANDES 21 de Junio. El 11 de abril de 1981 fue asesinado su hijo Rafael Aguiñada Deras, “Lito” como le llamaban sus compañeros, cuando se disponían a capturarlo miembros de un Escuadrón de la Muerte en San Salvador. En diciembre de 1989 fue muerta en combate en la zona guerrillera de Guazapa su hija menor, Margarita. Años antes fue herido en combate, capturado vivo y desaparecido, su sobrino Alex.
En honor a este insigne luchador comunista, las Fuerzas Armadas de Liberación del Partido Comunista de El Salvador, bautizaron con su nombre, Rafael Aguiñada Carranza, al batallón creado por esa organización durante el recién pasado conflicto armado, el cual posteriormente fue disuelto para impulsar la lucha guerrillera en pequeñas unidades.
A 30 años el crimen sigue impune, como lo están los de miles de salvadoreños que lucharon por librar a este pueblo del yugo y la opresión. Honremos su memoria, su firmeza, entrega y valentía, redoblando esfuerzos y luchando por las causas por las que Rafael ofrendó su vida, que aún siguen vigentes.