Cuatro arquetipos sexuales en la obra de Mario Vargas Llosa. Iván Thays

La Linda

Mi primer contacto con un arquetipo sexual en la obra de Vargas Llosa ocurrió bajo la lluvia. Estaba lloviendo el día en que empecé a leer la novela La ciudad y los perros. En la novela también llovía mientras Alberto, El Poeta, invitaba a salir a Teresita. No le parecía guapa, pero tenía bonita sonrisa. Era linda. Pero era la muchacha que le gustaba a su mejor amigo, apodado El Esclavo, y además era de condición humilde mientras él era un miraflorino. Todo mal. Pero llovía. Hay que decir que, en realidad, en Lima nunca llueve. Aquello que en otras partes del mundo llaman «lluvia»en Lima es, apenas, una garúa ligera, una precipitación de alfileres de agua, aunque aveces, por terca, puede terminar mojando las calles y las ventanas como una auténtica llovizna. La garúa, dice un escritor de la generación de Mario Vargas Llosa, llamado Luis Loayza (a quien Vargas Llosa conoció y frecuentó mucho en su juventud, y a quien le dedica Conversación en La Catedral, junto a otro amigo común, el crítico Abelardo Oquendo) es una metáfora del amor limeño. Un amor mortecino, desesperado.Un amor que no se decide a convertirse en auténticas gotas de agua y que, al final,termina confundiéndose con la humedad limeña, nuestra pecera común. El amor que yo leía en las páginas de Vargas Llosa era un amor mortecino. No había posibilidad de que triunfase -y no sucede-, aunque en ese momento yo no lo sabía y en el fondo esperaba que Alberto y Teresa vencieran las barreras sociales, y las circunstancias poco propiciasen que se conocieron, y se enamorasen de verdad. Digo que lo esperaba pero no sé sieso es cierto. Por aquel entonces, yo era un adolescente y sabía poco o nada -más bien nada- sobre el amor. Pero no necesitaba haber amado a nadie (ni leído la frase de Luis Loayza) para saber que la garúa nos volvía sentimentales.Por aquellos años, en medio de una terapia a la que me vi obligado a asistir por exigencia de mis profesores, me preguntaron cómo quería yo que fuese mi pareja.Nunca había tenido relación con una chica -y pasarían varios años antes de tener una- yeso, aunque no era un problema para mí, al parecer sí para mis padres y tutores. Le contesté a la psicóloga (una mujer de lápices muy afilados, que olían mucho a madera,que de vez en cuando me hacía dibujar o llenas cuestionarios con ellos) que me2imaginaba enamorado de una chica igual a mí: que le gustase leer, ver películas,quedarse callada, no asistir a fiestas ni esperar que yo tuviese un auto (ya desde entonces sabía que jamás aprendería a conducir, y así ha sido). «¿Entonces qué van a hacer? ¿Van a quedarse sentados mirándose el uno al otro?».La pregunta, que podría sonar cruel -de hecho, me asombró un poco-, pero que ella hizo con una sonrisa, es válida. ¿Realmente quería amar a alguien como yo? Ahoras é que no es necesario, que incluso es preferible amar lo distinto, pero en esos años de fobia social a punto de ser diagnosticada me pareció que no estaba mal enamorarse de alguien como uno mismo. «¿Por qué no?».Yo quería que Alberto se enamorase de Teresa porque creía en el amor y además garuaba y las chispas mojaban mis ventanas. Pero la verdad es que sabía que eso no ibaa funcionar. Cuando uno es adolescente, como lo era yo o como lo es Alberto en la novela, solo puede enamorarse de su igual. Y ese fue el destino de Alberto y también de Teresa, que terminó casándose con un antiguo compañero de escuela, de su misma condición social y quien además la amaba sin aquellos «pero» de Alberto. Que aquel niño ingenuo, futuro empleado bancario, del que se nos muestran algunas escenas retrospectivas en la novela sea el violento Jaguar es una coincidencia que debemos aceptar como válida. Tres muchachos, venidos de diversos lugares, con carácter muy distintos, terminan enamorándose de la misma chica en La ciudad y los perros. Parece difícil de aceptar -en términos de verosimilitud, no de realidad, que siempre es inverosímil y sobre todo irónica- pero en la novela es necesario que suceda así para que se convierta en un arquetipo. Teresa es la linda. El arquetipo sexual de una chica que no le hará daño a ningún hombre, que se recogerá en tu pecho o dejará caer su cabeza en tu hombro. Aquella que te escribirá una frase linda, algún día, y decorará tu cuarto conalgún peluche para que no la olvides. Luego, se casará contigo, te pondrá un apodocariñoso que esconde alguna burla como «gordo» o «loco» y será la estupenda madre de tus hijos. Teresa es la mujer que todos quieren tener en algún momento en su vida, pero que nunca es suficiente.

La puta

Mientras Teresita se queda encerrada en su sueño doméstico, sin capacidad de hacerle daño a nadie y sin expectativa de que no se lo hagan, tarde o temprano, a ella,surge un nuevo arquetipo sexual: la puta.3Recuerdo un amigo escritor que solía ir mucho de putas. Me contaba esas incursiones como si fueran safaris, como búsquedas de tesoro, como una travesura de hombre grande. Nunca me habían llamado la atención las putas, o mejor dicho los prostíbulos. Esos locales los imaginaba siempre como aquel bar miserable, lleno de viejos parroquianos dispuestos a burlarse -si no a asaltar y matar de un cuchillazo- delcuento de Alfredo Bryce Echenique «Yo soy el rey». Al fin, mi amigo me convenciópara ir a un prostíbulo que había descubierto por la avenida Brasil. Un lugar discreto,dijo, una casa como cualquier otra, en un tercer piso sin ascensor, donde las prostitutas estaban sentadas esperando a que las escogiesen. Era temprano, antes del mediodía, un horario poco adecuado para un prostíbulo y, por lo tanto, era poco probable que me encontrase con uno de los habituales, borrachos y enfurecidos contra los nuevos clientes. «¿De qué me estás hablado?», dijo mi amigo: «Ahí no hay ningún bar, nadie toma, solo están las putas y tres cuartos con baño». Me sentí mejor. Cuando subimos por la escalera de cemento sin pulir, lo que le dio un toque miserable que yo esta babuscando, entramos, en efecto, a un departamento como cualquier otro, lleno de chucherías y con sillones que parecían recogidos de un basurero, uno de aquellos que yo conocía muy bien porque aunque no frecuentaba prostíbulo sí lugares de lectura de Tarot, cada cual más miserable y pobre. Mi amigo de inmediato capturó a una mujer grande, con cara caballuna, y se internó con ella dejándome solo, a merced de esas chicas que, conversando entre ellas como si fueran alumnas de un instituto esperando la evaluación oral o muchachas esperando que la agencia de empleos la envíe a limpiar una casa o cuidar un anciano. A excepción de la que se llevó mi amigo, ninguna usaba ropa sexy ni se destacaba del resto. Fueron varios minutos de duda, de vacío total,mientras decidía si entraba o no a uno de esos cuartos con baño que, me imaginaba,debían ser sofocantes como la misma sala. Minutos delante de esas mujeres que jugaban con el pelo y me echaban miradas también, de vez en cuando, pero nada insinuantes,más bien miradas lánguidas y aburridas, desinteresadas.En ese momento de tensión, se me pasó por la cabeza que debía haber llevado una navaja. Una navaja pequeña, invisible, o un revólver y una cartuchera, como un detective privado, que solo yo sabría que existía. Algo que me pusiera en una situación de ventaja frente a esas mujeres que apenas si se habían percatado de mi existencia. Esa sensación de horizontalidad -pese a que yo llevaba dinero, el dinero que ellas necesitaban- me había vuelto invisible. Necesitaba la verticalidad, quería el poder.4Las novelas de Mario Vargas Llosa son retratos muy precisos y detallados sobre el poder. El poder en todas sus formas, en sus obviedades y en sus vericuetos. Resulta tan omnipresente el poder en las novelas de Vargas Llosa, tan versátil en sus formas de aparecer, que cualquier otra obra que trate el tema puede entenderse, analizarse ycriticarse en comparación con las novelas de Vargas Llosa. Aunque, como he dicho antes, el poder aparece en todas sus máscaras y ficciones, quizá el más obvio es el poder masculino. Las novelas de Vargas Llosa están enmarcadas dentro de una sociedadmachista, contra la cual no vale la pena rebelarse, solo asumirla. Por eso, no es deextrañar que las novelas de Vargas Llosa estén llenas de prostitutas. No son las prostitutas-cadáveres de las novelas de Juan Carlos Onetti, espectros de mujeres, ni tampoco las voluptuosas y jocosas prostitutas de las novelas de Cabrera Infante. Las prostitutas de las novelas de Vargas Llosa son objetos de intercambio, mercancía,moneda de uso o costumbre en la sociedad de machos y sus cachorros. Quizá la mejor prostituta que ha creado la literatura latinoamericana sea La Chunga, una mujer hecha así misma, dañina y víctima al mismo tiempo, despectiva como las muchachas de ese prostíbulo de la avenida Brasil, quien aprendió en el puterío de la Casa Verde, en las arenas piuranas, que la única forma de dominar en un mundo de machos es convertirse en un objeto de deseo permanente. Los hombres se ufanan a sí mismos de ser«inconquistables» y, sin embargo, terminan compareciendo todas las noches en el mismo lugar, abandonados, extraviados en sus contradicciones. El poder de las prostitutas, quienes aceptan someterse al mundo de hombres para recuperar autoridad,está representado en la célebre Visitadora, la brasileña, la mujer que termina conquistando al cuadriculado militarismo de Pantaleón y su cuadro donde contabilizalas «prestaciones» de sus visitadoras. Si, como queda claro en Los cachorros, el instrumento simbólico de poder es el pene, la única forma de conseguir el poder para quien carece de este -las mujeres, se entienden, no Cuéllar- es apropiarse de ese símbolo con el canto de sirena del sexo. El arquetipo de la mujer sexual, opuesto al de la mujer pura que representa Teresa, está presente en la obra de Vargas Llosa siempre como elobjeto del conflicto (salvo en el caso del Periodista Miope y su amor sexual, casi sálmico, por Jurema en La guerra del fin del mundo). Matar a la brasileña en la novela Pantaleón y las visitadoras es una forma de castigar ese poder excesivo arrebatado a los hombres. Es un castigo divino. Y mencionar a la divinidad, en esta ocasión, es preciso.Mientras que la idealización del arquetipo linda conduce a una vida terrenal, la idealización de la prostituta conduce a la divinidad. El sexo es un acto incomprensible5en todas las novelas de Vargas Llosa, algo que difícilmente encuentra equilibrio ysiempre crea desastres. El sexo es la tragedia griega, la fatalidad. El sexo deja desprotegidos a los hombres, humanos al fin, y le entrega la divinidad a las mujeres,poseedoras de un secreto imposible de alcanzar. Los adolescentes se estrenan con prostitutas, los hombres rondan prostíbulos. Las mujeres-bien, las lindas, en cambio,dosifican el sexo y lo mantienen bajo una discreción (incluso en la juguetona Lucrecia de don Rigoberto, insospechado objeto sexual de capacidad explosiva) como vemos en el retrato idílico de la Tía Julia, una mujer adulta y divorciada que, pese a ello, se abstiene de tener sexo con el joven Varguitas hasta que no se casen. Quizá la prueba más subrayable de cómo el sexo termina divinizando a las mujeres de Vargas Llosa,cuando lo ejercen de manera profesional digamos, es en el personaje de La ciudad y los perros que habita un cubil del jirón Huatica y con la que sueñan, y guardan sus propinas, todos los adolescentes durante semanas. Ella atiende largas colas de leonciopradinos que la han elevado a un altar imposible, inimaginable incluso para las novelas pornográficas con que equilibra sus deficiencias machistas el poeta Alberto, y ella es la verdadera reina del pabellón. Una mujer fea, morena, que atiende con una puerta abierta y los pies desnudos, lo único que pueden ver los jóvenes que atisban antes de ingresar al cubil y que han idealizado hasta llamarla, con un epíteto digno de una divinidad homérica, la Pies Dorados.El castrado/aCuando hablamos de castración el nombre que se nos viene de inmediato a la cabeza es el de Cuéllar. La novela breve Los cachorros es, quizá, una de las más conocidas de Mario Vargas Llosa. Su técnica, donde dos narradores (uno omnisciente yel otro testigo, aunque ese puesto parece ocupado por varios amigos aleatoriamente) se entrelazan si mayores marcas textuales, se ha convertido en un manual de escritura para jóvenes escritores. Sin embargo, además de la novedad narrativa, la historia es absolutamente impecable. Un niño bien, de Miraflores, ingresa a un colegio de curas. Es el cachorro de fiera, el pequeño que se educa para ser un triunfador y detentar el poder como lo hace su padre. Y al principio del relato queda clarísimo que el papel no le quedará corto. Cuando ingresa a estudiar es un pésimo jugador de fútbol, luego de usar sus vacaciones para entrenar duro consigue convertirse en una estrella. Esa perseverancia, unida al dinero e incluso a la belleza física, lo convierten en el proyecto6de un triunfador de la burguesía peruana. Pero ocurre algo, una traición ocasionada por un perro (la importancia de los perros en la obra de Vargas Llosa, he ahí un buen tema para discutir) llamado precisamente Judas, quien aparece en el vestidor luego de un partido y muerde a Cuéllar. Emascular es el nombre que se usa en los textos de colegio,para que los niños no entiendan nada. Castración es lo que sucede, una dolorosa castración.Uno de sus compañeros de clase lo dice de manera oblicua, pero contundente:«pobre, si un pelotazo ahí duele cómo habrá dolido una mordida».El dinero y la gracia de los padres, sintiéndose culpables, logran hacer que Cuéllar, pese a llevar un horrendo sobrenombre («Pichula») que le recuerda lo que carece, siga siendo popular en la escuela. Tiene automóvil, corre olas, es audaz, le encanta el vértigo, no parece tenerle miedo a la muerte. Esa adrenalina es solo la tapada temporal ante el temor de Cuéllar, que es crecer. Porque mientras uno se hace más grande, más obvio se convierte la necesidad de tener un falo para aspirar a ser algo más que un cachorro. Para obtener el poder. Cuéllar, al estar castrado, no puede detentar ese poder y eso se hace más patente mientras sus amigos, menos dotados para el éxito queél, empiezan a hacer una vida de adultos, plena, con enamoradas, profesiones e inclusouna barriguita, mientras Cuéllar, el castrado, vive una eterna adolescencia. Y aquelloque marca la línea final, la frontera, es la presencia de una mujer. Quizá en algún momento todos creyeron que Cuéllar podría lograr algo, pero la presencia de una chica(Teresita Arrarte, una linda) hermosa mueve el piso de Cuéllar y el no poder alcanzarla-no se atreve a declarársele, previendo que en algún momento tendría que confesar lo inconfesable: que no tiene lo que necesita un hombre para satisfacer a una mujer según las reglas de la sociedad machista en que vive- y al perderla frente a otro hombre, se dacuenta de que la castración fisiológica no es tan grave como la castración mental que lesucede.De esa nadie se recupera.Y un ejemplo de ello es una castrada, un personaje tan maravilloso y complejo como Cuéllar, que es Urania en La fiesta del chivo. Ella también es una castrada. Hija de un político, el cerebro detrás del poder del dictador dominicano Trujillo, termina entregada por su propio padre al dictador (quien es un obseso sexual, un animal erótico,un hombre que tiene fama de erección permanente y macho procreador, relacionando ese poderío sexual a su poder político, otro arquetipo sexual vargasllosiano) para que este la desvirgue. Urania tiene quince años. Su padre teme haber perdido la gracia del7dictador y ante el pedido de este de que le entregue a su pequeña hija virgen, ve la posibilidad de congraciarse con él y no duda. Urania es llevada con engaños al palacio del Chivo, quien aparece como una caricatura de sí mismo, un viejo galante, un militar glorioso, un seductor viril antes que del jet set como su hijo. Obviamente, ninguna de esas armas atraen a la púber Urania, sino que la repelen. Entonces, el dictador pasa alacto y deja de bailar e intentar seducirla y la arroja contra una cama e intenta violarla.La escena es desgarradora, descrita con una maestría notable. Lo cierto es que el dictador Trujillo no solo desea a Urania por ser una joven virgen y bella, sino para probarse a sí mismo que aún es un macho cabrío. Pero falla en el intento, pues no logra mantener la erección. Además, sufre de la próstata y teme no poder retener la orina yquedar aún más expuesto. Ante la imposibilidad de tener una erección, pero decidido a humillar a la mujer que le demuestra que su poder está en decadencia, opta por desvirgarla con los dedos. La novela ocurre muchos años después, cuando Urania regresa a República Dominicana para ver a su padre enfermo. Ahora vive en Estados Unidos y es catedrática. El éxito profesional no tiene resonancia con el sentimental. Los hombres le dan asco, nunca ha tenido relaciones sexuales, jamás podrá establecer una relación con nadie. Al igual que Pichula Cuéllar, Urania es una castrada por la violencia del poder, simbolizado por un falo que no existe o que no puede mantenerse erecto.Homosexualidad. El tema de la homosexualidad, dentro del Boom, ha sido tratado siempre de un modo caricaturesco o ridículo, salvo en contados casos, como el de la obra de Manuel Puig. Dictadores y prostitutas tienen poder, pero los homosexuales son los marginales sociales, aquellos que no tienen ninguna oportunidad de sobrevivir en el mundo machista y en la exhibición violenta del poder.En la literatura de Mario Vargas Llosa, el tema de la homosexualidad casi siempre ha sido presentado de modo tangencial, una alusión o, mejor dicho, una especulación. ¿Era homosexual el Esclavo, con sus maneras afeminadas y engreídas,como lo acusaban sus compañeros? ¿Era homosexual Cuéllar, como creen sus amigos cuando lo ven pasear, siendo adulto, con adolescentes en su poderoso Ford? Por otra parte, llamar «maricón» a alguien es un insulto que, aunque no tenga relación directa con la homosexualidad, sí comprueba que en una sociedad machista la cobardía, las8malas artes, el engaño, la deslealtad o el engreimiento son calificativos negativos que se relacionan siempre con la homosexualidad o la «mariconada». Sin embargo, existen dos personajes homosexuales interesantes en la obra deMario Vargas Llosa. Curiosamente, ambos tienen algunos puntos de relación aunquetambién son diametralmente opuestos. Se trata de Mayta, de Historia de Mayta, y Roger Casement, en El sueño del celta. Ambos son revolucionarios, ambos están metidos en políticas, ambos tienen ambiciones de cambiar la sociedad, ambos son soñadores,ambos fracasan en sus sueños. Pero Mayta es un personaje sin heroicidad, mientras que Casement es un héroe épico. Mayta es un iluso, Casement un utópico. Mayta es un hombre degradado, confuso, el producto de una ideología mal asimilada, un revolucionario sin mayores méritos. Roger Casement es un patriota que no duda en traicionar por quienes luchó al inicio, si detrás de eso hay una verdad superior.Casement es un personaje histórico, Mayta es un pobre diablo perdido en la larga e irregular lista de revolucionarios latinoamericanos. Uno es trotskista, el otro un nacionalista. Ambos, finalmente, han planteado una lucha que resume el conflicto por excelencia de Vargas Llosa: el uso de la violencia para vencer la violencia. La dialéctica de una violencia que se justifica, y una que solo explota su naturaleza para mantener el poder.Las ilusiones políticas de Mayta, el revolucionario de izquierda, se desvanecen al tiempo que se desinflan las ideologías. Al final, tiene que aceptar que es un iluso y encajar la decepción. La ilusión política de Casement no desfallece nunca e, incluso,contagia a su carcelero. Muere convencido de la justicia de su causa. Uno, Casement es decapitado. El otro, Mayta, termina de heladero en carretilla.¿Es curioso o una coincidencia que ambos personajes sean homosexuales? No,no lo es. Lo que sí es bastante significativo es que la homosexualidad de ambos es narrada como si fuera un capítulo aparte de su vida, una interpretación, un discurso distanciado del discurso ideológico que defienden. Es decir, en ningún momento -como sí lo hace Puig- Vargas Llosa hace una relación entre la lucha política y la lucha sexual.Ninguno de ellos es un defensor de sus ideales sexuales sino que, al contrario, se avergüenzan de ellos. La historia de Mayta es contada por otros, lo que siempre da pie a que cada uno de los testigos cuente su propia historia, con la distorsión natural de todo relato. Mayta intenta esconder su homosexualidad a través de un matrimonio falso, y nunca la asume completamente. Al final, parece también desencantado de su opción sexual. En realidad, la homosexualidad de Mayta no es militante, solo subraya un9aspecto más de su marginalidad. Es significativo que muchos críticos consideren que la novela de Mayta es una caricatura del guerrillero, originada por la decepción del propio Vargas Llosa de la izquierda política, y que la homosexualidad de su personaje es solo un motivo de burla más contra este, como ponerle una nariz larga o un defecto al caminar. Esa versión descalifica la posibilidad de que un homosexual sea también un revolucionario y demuestra la hipótesis de Vargas Llosa: para la revolución trotskista,para obtener el poder, ser un «macho» es un principio inobjetable. Un guerrillero no puede ser gay, porque atentaría contra la visión machista del revolucionario latinoamericano.En la novela El sueño del celta, Vargas Llosa describe la homosexualidad de Roger Casement casi con fastidio, como un pie de página ante la lucha de este héroe épico casi creado por Victor Hugo. Un capítulo donde se habla de su gusto por los adolescentes peruanos y la mala conciencia de pagar por sexo y prostituir a esos jóvenes, a quienes busca defender contra los abusos de sus explotadores. Casement se siente afectado por esa contradicción pero su lascivia puede más y se entrega a ella con vergüenza.¿Podría Vargas Llosa o alguien del Boom central -Cortázar, Fuentes, GarcíaMárquez, Vargas Llosa- retratar un héroe gay cuya homosexualidad sea un rasgo revolucionario y liberador? No, tal parece que no es posible. La homosexualidad es un rasgo de marginalidad incluso en los revolucionarios más entregados a su causa. Un asunto vergonzante. Una página que no encaja bien en las biografías ni en las decisiones de la sociedad machista, falocéntrica y violenta, que retrata Vargas Llosa con tanta precisión.

Carta a los partidos de oposición: Escojan bien la cancha en la cual quieren jugar. Paolo Luers, 11 de septiembre de 2023

Hay que definir las prioridades y hacer las apuestas donde tienen sentido. No hay que abandonar todo, vale la pena meter en cada una de las nuevas alcaldías uno o dos concejales opositores. Pero esto no puede ser la prioridad. No puede distraer esfuerzos y recursos de la campaña presidencial.

Amigos:

A veces en política -así como en la vida- hay que tomar decisiones que duelen. Al definir prioridades, a veces es indispensable sacrificar otras cosas importantes.

Hace poco un amigo, que es uno de los dirigentes de un  partido opositor, se enojó conmigo cuando le planteé, en esta mi manera tajante y a veces chocante, que se olviden de las alcaldías y las diputaciones y que apuesten los limitados recursos financieros, organizativos y humanos a la carrera presidencial. Le dije: “Tienen que escoger la cancha en la cual quieren jugar y pelear. Si tratan de jugar al mismo tiempo en las tres canchas -la municipal, la legislativa y la presidencial- no van a lograr nada».

Al fin, discutiéndolo bien, nos pusimos de acuerdo. Ahora le toca llevar esta discusión a sus compañeros – y será difícil e incómodo.

Antes de que Bukele mandara a cambiar las reglas del juego con sus reformas electorales a última hora -la reducción de curules a 60; la reducción de los municipios a 44; la decisión de agregar todos los votos digitales de la diáspora a al departamento de San Salvador; y la adopción del sistema d’Hondt, que castiga a los partidos pequeños- la estrategia de la oposición era clara y coherente: La meta principal era cambiar la correlación en la Asamblea y quitar a Nuevas Ideas y sus partidos compinches la mayoría calificada, que les facilitó tomar control de todo el aparato estatal. Se iba a participar en la carrera por la presidencia, pero en función de apoyar las candidaturas legislativas.

Esta estrategia fue tan lógica que también el oficialismo la entendió. Por eso hicieron las reformas, al margen de la ley. Con ellas será imposible para la oposición competir exitosamente en las elecciones de diputados – y de paso también en las elecciones municipales. Le pusieron candado a su mayoría calificada.

Había una remota posibilidad de competir con algún éxito por algunas diputaciones. Para esto los cuatro partidos de oposición (Arena, Frente, Nuestro Tiempo y Vamos) tendrían que haberse coaligados en una solo lista de candidatos a diputados. El sistema d’Hondt de asignación de diputaciones privilegia el partido con más votos, deja vivo al segundo y mata a los demás. Juntos, los 4 partidos de oposición hubieran sido la segunda fuerza y colocado algunos diputados. Pero esto fue pedir demasiado a las dirigencias partidarias. Ni siquiera lo discutieron en serio. Con esto, quedarán condenados, con suerte, a la irrelevancia, con un máximo de 2 diputaciones – o incluso a la muerte, igual que el PCN, PDC, CD y GANA.

Siendo las cosas así, sería irracional aferrarse a la estrategia original, y seguir apostando todo a la tarea de elegir diputados. Este plan ya no tiene validez. Las prioridades tienen que cambiar – y las apuestas también.

Si la cancha legislativa está totalmente desnivelada, igual que la municipal, solo queda la tercera cancha: la presidencial, en la cual van a jugar tres fórmulas opositoras. Uno podría decir: Pero en esta cancha tampoco se puede ganar, ¡vean las encuestas, vean la popularidad del presidente, vean todos los recursos, que el Estado va a invertir en la reelección de Bukele!

Por supuesto que no se puede ganar, mucho menos con recursos tan limitados, con el clima de miedo que apacigua a los movimientos ciudadanos, y con 3 fórmulas en vez de una sola unitaria. Pero no se trata solo de ganar – se trata de pelear, de levantar la cabeza, de mostrar opciones más racionales y éticas, de poner la oposición en el mapa, de consolidarla. Para todos estos fines políticos la cancha adecuada es la nacional, la presidencial, la que genera debate, controversia, posturas.

En esta cancha, también desnivelada, en estas condiciones, no se puede ganar la presidencia – pero sí se puede ganar el debate. Si de todos modos no se va a ganar la presidencia, ya no es tan grave que no se haya logrado una sola candidatura unitaria. Si las tres fórmulas logran que un 25, 30, 35 ó 40 por ciento vote por ellos, o sea por la oposición y contra la reelección de Bukele, sería una victoria política y moral importante que marcará los siguientes años.

Hay que definir las prioridades y hacer las apuestas donde tienen sentido. No hay que abandonar todo, vale la pena meter en cada una de las nuevas alcaldías uno o dos concejales opositores. Pero esto no puede ser la prioridad. No puede distraer esfuerzos y recursos de la campaña presidencial.

Si todas las campañas presidenciales opositoras salen raquíticas, el costo lo van a pagar todos los partidos. Por una vez en la vida, definan bien sus prioridades y pónganse las pilas.

Saludos,

Paolo Luers

Putin’s Real Security Crisis. The Most Important Lesson of the Wagner Rebellion Is the FSB’s Failure. Andrei Soldatov. FA. July  2023

Among the many lingering questions about the Wagner leader Yevgeny Prigozhin’s rebellion is why Russia’s vast security apparatus was so poorly prepared for it.

The FSB, the Kremlin’s main internal security service, has long placed a heavy emphasis on “prevention” and taking aggressive steps to preempt any threats to the state before they occur.

The security agency even had informants within the Wagner organization. Yet it seems to have taken no action to stop the mutiny before it started or to warn the Kremlin about Prigozhin’s plans.

Then, as Wagner forces made their move, both the FSB and Russia’s National Guard, the main body assigned to maintain internal security and suppress unrest in Russia, failed as rapid response forces.

The National Guard made every effort to avoid a direct confrontation with Wagner; for its part, the FSB—which also has several elite special forces groups—did not appear to take any action at all. Instead, the most powerful security agency in the country issued a press release calling on Wagner’s rank and file to stay out of the uprising and to go arrest Prigozhin—on their own.

Equally startling was the reaction of Russia’s military intelligence, GRU, to the Wagner escapade. Consider that moment when Wagner forces marched into Rostov-on-Don, Russia’s main command center for the war in Ukraine.

As Prigozhin sat together with Yunus-Bek Yevkurov, deputy minister of defense, and Vladimir Alekseyev, first deputy head of the GRU, Alekseyev seemed to agree with Prigozhin that there was a problem with Russia’s military leadership.

When Prigozhin said he wanted to get Defense Minister Sergei Shoigu and General Valery Gerasimov, the head of Russian forces in Ukraine, apparently to make them answer for their mistakes, Alekseyev laughed and replied, “You can have them!” Shortly after these comments were aired, a member of Russian special forces told us, “Alekseyev is right.”

In the wake of the Prigozhin crisis, Russian President Vladimir Putin faces a dilemma. It has become clear that the larger threat to his regime may not have been Prigozhin’s mutiny itself but the reaction of the military and the security services to that mutiny.

Now, he needs to find a way to deal with that intelligence and security failure without creating new uncertainty about his grip on power. And unlike in previous crises, he may no longer be able to rely on the security agencies he has long used to ensure political stability.

WHERE SYMPATHIES LIE

The threat posed by Prigozhin’s rebellion had little to do with the relative strength of Wagner forces. When Wagner forces declared victory in Bakhmut in May, Prigozhin touted it as a major triumph in a battle that had lasted for months, and it inflated his ambitions to a dangerous degree.

In reality, however, Bakhmut was little more than a local success, and its value was questionable. In the weeks since the Ukrainian counteroffensive began, that victory has become a distant memory.

Wagner has not had a significant role in deterring the counteroffensive, and Prigozhin’s mercenaries—despite their much-hyped capabilities—seem far less relevant to the war than they were in the spring.

In fact, the rebellion came precisely at a moment when Wagner’s influence was weakening and Russia’s military command was gaining renewed confidence. With the Ukrainian counteroffensive off to a slow start, there was a growing perception that Ukraine’s tanks and other advanced weapons supplied by the West were more vulnerable than anticipated, and Russian officers reported that army morale was growing. No longer were Wagner fighters seen as the only capable forces on the Russian side.

These shifting perceptions should not come as a surprise. Ever since Russia launched its full-scale invasion of Ukraine in February 2022, the Russian army has existed in a state of continual and sudden mood swings. Enthusiasm at the start of the war, for example, was almost immediately followed by deep embarrassment from the abject failure of the initial campaign.

Then, in the summer of 2022, the army gained more confidence again in the east, only to be met with the shock of the first major Ukrainian counteroffensive and the loss of Kherson. Still later, there was renewed confidence as the army regrouped amid expectations of a big Russian offensive in the winter—only to meet with more disillusionment at no progress. This was followed by the drawn-out victory at Bakhmut, and then again, deep anxiety as Russia awaited the big Ukrainian counteroffensive. 

    The rebellion opened the door to criticism from within.

Even before Prigozhin’s mutiny, Russia’s seesawing fortunes in Ukraine had led to a growing mysticism among the army rank and file. Battalions have been named after saints; soldiers have increasingly shared icons and prayers on Telegram; and pro-war priests have gained growing popular followings. But the instability had also eroded trust in the military leadership.

In fact, this has been an age-old problem for the Russian army, which faced terrible morale toward the end of the Crimean War in 1856, in the Russo-Japanese War in 1904–5, in World War I, following Hitler’s invasion of the Soviet Union in 1941, and more recently, in the Afghan and Chechen wars.

The significance of Prigozhin’s rebellion, then, was in opening the door to criticism of Russia’s military leadership. And as Prigozhin did it as head of Wagner, Alekseyev, as deputy head of military intelligence, showed that this criticism could come from within.

In fact, Alekseyev’s comments carry more than a little weight—and they show how complicated the Wagner situation is. Alekseyev is one of the most powerful generals in military intelligence. But he was also one of the founders of Wagner, and he has long experience supervising Russian special forces and is well respected by those units, as our own reporting makes clear.

Alekseyev’s comments were a signal to those in the military who share Prigozhin’s views that there could be room for a serious conversation about the military leadership. Although they were not ready to support Wagner in action, this faction within the military saw an opening to start talking about what was going wrong in the war. In short, Alekseyev had broken the official silence around Russia’s military leadership and made the impossible possible.

It was in this context that Putin addressed the public when the mutiny ended. He appeared to be concerned not so much with Prigozhin but with the military itself. His strongly worded speech was aimed at sending a clear message to the armed forces: in effect, Putin said, I will call Prigozhin a traitor so that you, as the army, have no choice but to distance yourselves from him and his message.

In doing so, Putin didn’t miscalculate—he wanted to cut off Wagner from the military and security services, and for the time being, it seems that he did.

But in the long term, Putin has allowed for a new challenge to his cherished political stability to emerge. He successfully ended the mutiny, but such criticism of the generals at the top will remain and is likely to grow.

The fact that 13 Russian military pilots were shot down by Wagner forces, and that Shoigu and Gerasimov were entirely absent during the crisis, has only given more fuel to dissatisfaction within the infantry. And what will happen when Russia suffers new setbacks in the war and the mood in the military swings back in a negative direction?

INSECURITY STATE

Military morale is only one of the things Putin needs to worry about. His handling of the security services following the crisis could put his hold on power at even greater risk. For the moment, he has simply stood by. Although there has been widespread chatter in Moscow about post-rebellion repressions, these rumors only concern the military; Putin has left the FSB and the National Guard untouched.

Instead of attacking the leaders of the FSB and the National Guard for failing him in the crisis, he seems to have decided either to do nothing or to give these agencies expanded authority. In fact, the national guard hopes to strengthen its position by getting permission to have tanks in its service.

This lack of repercussions for the security services is particularly startling in view of the FSB’s performance in the crisis. When Prigozhin captured the headquarters of the Southern Military District—where he spoke to Yevkurov and Alekseyev—it looked almost like a hostage taking of several of Russia’s top military commanders.

Yet according to sources in the FSB, in response to the arrival of Wagner forces, the FSB agents in Rostov-on-Don simply barricaded themselves in their local headquarters. Also absent during the crisis were several of Putin’s top security officials, including the head of the Security Council, Nikolai Patrushev, and FSB chief Alexander Bortnikov.

While a column of Wagner mercenaries marched toward Moscow, taking down helicopters and shooting into the houses of civilians on the way, these brave generals failed to show up—not at the scene or in front of the public at all.

    The security services were paralyzed at a moment of national crisis.

It appears shocking, but this was not the first time that Russia’s security services have been paralyzed at a moment of national crisis. Take the 1991 coup attempt, in which a group of communist top officials headed by a KGB leader put President Mikhail Gorbachev under house arrest at his summer villa in Crimea.

Although their plan to seize power failed and tens of thousands of people went to the streets to defend their freedom, KGB officers chose not to participate in the events and stayed at home. The officers who were at KGB headquarters on Lubyanka that night barricaded themselves in the building and watched the events from their windows.

In 2004, when terrorists took hostage more than 1,000 children and teachers at a school in Beslan, North Ossetia, Russia’s top generals seemed to respond with fear and helplessness. At the time, Patrushev, who was then FSB director, accompanied then Interior Minister Rashid Nurgaliyev to the city airport, conferred in secret, and then hurried back to Moscow.

The officials got so scared that they left the situation to be sorted out by the local FSB branch, which by all standards was not in a position to tackle a terrorist crisis of this scale. In the end, more than 300 people were killed, including many children. Putin never punished these officials, and all these years later, Patrushev and Nurgaliyev are on Russia’s Security Council.

GETTING AWAY WITH IT?

For the first time during more than 20 years in power, Putin’s KGB background might not serve him well. As an officer of the KGB who also did nothing to protect the political regime he had sworn to protect, he seems willing to let slide the excuses made by today’s FSB generals. Of course, there could still be purges in the time to come, but in past crises, when Putin decided to make a change, it has usually happened swiftly: in 2004, for example, when Chechen militants briefly seized control of Ingushetia, heads rolled at the FSB almost overnight.

For now, it is not just Prigozhin who seems to have gone unpunished but also the security services who supposedly were protecting Putin from precisely such a threat.

For any autocrat, this is a strange way to reassert control. In the short term, Putin may see it as the best way to downplay the crisis and move on. But his security services will be unable to save him from the new reality that has taken shape in which the military itself is open to criticism and even challenges to its rule. If such challenges continue, they may not be limited to the military. They could extend to Putin’s own hold on power.

The Global South Is a Geopolitical Reality. Shada Islam. June,2023

Focused on great power competition, European policymakers once dismissed Asian, African, and Latin American countries as marginal, easily pliable, and largely insignificant. They were viewed as attractive markets, investment destinations, and raw material suppliers. But developing countries’ voices, priorities, and concerns were mostly disregarded in an international order crafted and led by the West.

Times are changing. As illustrated most recently at the Group of Seven (G7) summit in Hiroshima, the Global South is now climbing up the international agenda, with Western leaders seeking to court and coax developing countries to shun relations with Russia and China in favor of closer ties with a united and “revived West.”

Geopolitics is no longer that simple, however. While they were certainly interested in some of the G7 offers, and flattered by the international attention as well as invitations to show up at once-exclusive gatherings, the small group of selected leaders invited to the summit in Hiroshima did not fall obediently in line with Western demands.

As they did in 2022 when asked to publicly vote against and condemn Russia’s aggression against Ukraine—and impose sanctions on Moscow—most countries of the Global South are staying out of the fray, determined not to disengage from Russia or join the West’s geopolitical and geo-economic contest with China.

Instead, for many the focus is on ensuring national economic development amid geopolitical uncertainties. It is also on the impact of rising debt levels on their ability to provide food and healthcare for their citizens, and ensuring climate justice while coping with an energy crisis caused by rising prices for oil and gas.

A Eurocentric World View

These and other concerns do get some international attention—sometimes. Mostly, however, Western policymakers as well as think tankers, academics, and journalists remain anchored in a West-centric and Eurocentric worldview. Little attention is given to Senegalese President Macky Sall when he warns that Africa’s “burden of history” means the continent does not want to become the breeding ground for a new cold war, or when Indian Foreign Minister Subrahmanyam Jaishankar urges Europe to “grow out of the mindset that its problems are the world’s problems, but the world’s problems are not Europe’s problems.”

Resistance to the subtle and often not-so-subtle global transformations is strongest in Washington where US policymakers are fixated on consolidating American dominance as an “indispensable nation,” preserving inter alia the international supremacy of the US dollar, and where China’s rise is seen as an existential threat that must be contained.

Despite the pro-development rhetoric and less confrontational approach toward China, EU institutions in Brussels and national governments appear to be equally at sea as they struggle to understand the scope of the global re-ordering underway, and the many ways in which Europe must adjust and adapt its foreign, trade, and development policies—as well as its public diplomacy outreach—to life in a transformed and increasingly complicated multipolar or post-unipolar world.

The Need for Change

For the European Union, there is much to reflect on—and much to change. With its multiple economic cooperation agreements and millions of euros spent on development projects in poorer nations, the EU has long thought of itself as a champion of multilateralism, a force for global good, and a benign international actor. Yet across EU capitals, developing countries are still largely viewed through a self-centered and mostly transactional and transatlantic lens. Little surprise, then, that many in the Global South see the EU as “hypocritical, self-serving, and postcolonial.”

Many European policymakers privately acknowledge the need to change. But old habits die hard. For all the talk of building “equal partnerships” with developing countries, especially in Africa, access to EU trade and aid benefits goes hand in hand with simplistic “us and them” narratives embedded in Orientalist and postcolonial approaches. EU conversations with developing nations tend to center on stopping illegal migration and fighting corruption; in addition, there are usually stern lectures on human rights. Little time is spent on listening and responding to demands from the Global South for reform of multilateral agencies, quicker implementation of the UN Sustainable Development Goals, or eliminating global inequalities including in accessing COVID-19 vaccines.

Betraying just such a bias, in an October 2022 speech to young European diplomats, the EU’s foreign and security policy chief, Josep Borrell, compared Europe to a garden which is “the best combination of political freedom, economic prosperity, and social cohesion that humankind has been able to build.” In contrast, he underlined: “Most of the world is a jungle and the jungle could invade the garden.” 

Borrell has walked back on the statement, admitting in a more recent blog post that much of the “fence sitting” on Russia’s war against Ukraine by the Global South is the result of “perceived double standards and frustration that other issues do not receive the same sense of urgency and massive resources that have been mobilized for Ukraine.”

German Chancellor Olaf Scholz also recently recognized that developing countries are unhappy with the “unequal application” of international rules, want representation on equal terms, and emphasize the need to end Western double standards because “if countries get the impression that we only approach them because we are interested in raw materials or because we want their support on a UN resolution it should not surprise us that their willingness to cooperate is limited at best.”

Facing Facts

Such self-criticism and recognition of past mistakes are important. But Europeans will need to do much more to upgrade their muddied relationship with an increasingly self-confident, vocal, and influential Global South. Below, based on years of experience covering EU foreign policy, are some partial but hopefully helpful suggestions.

First, it is important to face reality and stop finding comfort in self-soothing narratives. Like it or not, the Global South is now a geopolitical reality, not a Russian invention or a Chinese-led conspiracy against the West. Leaders in developing countries who do not want to isolate either Russia or China are not foolishly naïve or chronically misinformed. Like the West, they are pursuing their domestic and external interests.

Realpolitik has certainly played its part in determining the positions of certain countries on Russia’s war against Ukraine. India has traditionally been dependent on Moscow for military supplies. Southeast Asian countries need Russian and Ukrainian grain and fertilizer, as do many African countries that also have long-standing military links with Moscow. China’s “no limits friendship” with Russia may have more to do with its competition with the US than with any real feelings of warmth toward Moscow, but it makes it impossible for President Xi Jinping to openly criticize President Vladimir Putin.

There are other important reasons at play. Many developing countries see Russia’s war in Ukraine and the West’s rivalry with China as distracting from urgent issues such as debt, climate change, and the ongoing effects of the pandemic. When asked to condemn Russia’s aggression, they point to the US-led wars in Afghanistan and Iraq as proof of Western hypocrisy and double standards. There is also shock at the disconnect between the West’s show of compassion for the victims of war in Ukraine and their indifference to the suffering of those elsewhere.

International charities point out that the UN appeal for humanitarian aid for Ukraine has been 80 to 90 percent funded in contrast to similar UN interventions for people caught in crises in Ethiopia, Syria, and Yemen. African and Asian countries have also drawn attention to Europe’s warm welcome of  Ukrainian refugees and the very strict implementation of “Fortress Europe” policies toward those fleeing other wars.

A Multipolar World

Second, like it or not, accept it or not, it is a multipolar world. German Chancellor Scholz, France’s Emmanuel Macron and the EU’s Borrell have made cautious references to the need to adapt to global changes, with Scholz even highlighting the “multipolar character of the world.” But they remain the exception. For others, accepting multipolarity is difficult because of the false assumption that it implies accepting Russian and Chinese narratives, and is therefore inherently anti-American.

The truth is more complex. Certainly, China and Russia are using the moment to step up their own outreach in Asia, Africa, and Latin America but so are the US, the United Kingdom, and the EU. Beijing may seek to present itself as the champion of Global South interests, but it faces pushback not only from India, but others including Brazil, South Africa, and Indonesia. There is no “leader” of the Global South today and there is unlikely to be one in the future.

Multipolarity, however, is here to stay. The US still has a unique capacity to project military power across the globe, and also has command of most multilateral agencies. American soft power is unmatched and potent. Yet, instead of only looking to the US or the EU, many Global South countries are picking and choosing among an array of partners, including China. Many don’t like to talk about permanent “alliances,” preferring instead to focus on issue-based cooperation.

“Mix and Match” Partnerships

Examples of such “mix and match” partnerships abound. India may be on the West’s side when it comes to bashing China—but it certainly is not embracing US and EU demands to stop buying oil from Russia or sanction Moscow. Japan is trying to keep its relations with China on a stable footing, despite developing closer links with the US, Europe, and NATO. Arch-adversaries Saudi Arabia and Iran have signed on to a Chinese-brokered diplomatic deal even though Riyadh isn’t giving up its long-standing US ties. Israel is close to the US but also increasingly close to China. The US dollar reigns supreme but many states are moving away from the greenback as the international reserve currency.

It is going to get even more complicated. As developing nations continue to struggle with the economic fall-out from Russia’s war against Ukraine, they are likely to become even more persistent in driving home their concerns both through the G20, which is currently led by India, and through bilateral talks with G7 leaders. Expect fireworks also at the meeting of the BRICS group comprising Brazil, Russia, India, China, and South Africa, which will meet in Johannesburg in August, with expansion to include a potential 19 hopeful entrants and the feasibility of introducing a common currency on the agenda.

Adapt and Adjust

Third, despite the challenges and the complexities, the EU is well positioned to adapt and adjust to the global transformations. With the EU as a collection of disparate, diverse, and often squabbling states, European policymakers have experience in dealing with complexity and know a thing or two about the art of compromise and negotiation. If they play their cards right, Europe can actually thrive in a multipolar world.

But there is work to be done. Getting ahead in such an environment will require the EU to move beyond the West-centric transatlantic frame and truly engage with developing countries. It means sharing Europe’s knowledge, experience, and wisdom with partners—but not lecturing and hectoring them. It means listening and learning, not moralizing and finger-wagging.

Governments that violate the UN charter must be taken to task. But pressure to safeguard a “rules-based international order” is pointless unless everyone is held to the same standards. Certainly, the EU must continue to comment on poor governance and human rights violations in the Global South. But it should be careful not to engage in selective outrage or to weaponize human rights in the name of geopolitical competition.

There’s also the awkward question of double standards. Much of Europe’s legitimate concerns about the erosion of human rights, democracy, and the rule of law worldwide are being undermined by its failure to put its own house in order. Rising racism, the increased popularity of Europe’s far-right parties, and the presence of populists in power are making a mockery of Europe’s claims to be a union of values and equality. EU leaders can hardly call out discrimination against minorities abroad if they are ready to accommodate racism, Islamophobia, and antisemitism at home.

Europe’s hopes of upgrading its trade, business, and diplomatic relations with the Global South will depend not on promoting values via referencing “democracy vs. autocracy” arguments, but on respecting differences among nations and prioritizing economic interests. This requires EU policymakers to stop talking about upping the EU’s game in the global “battle of narratives and offers” and start working on real policy reforms. Brussels’ hopes for closer relations with African leaders, for example, will continue to be stymied by immigration policies that are perceived to be embedded in structural racism. Making the EU Global Gateway connectivity project more attractive to the Global South will require listening to their concerns, not imposing EU standards.

As they seek to globalize the EU Green Deal, European diplomats will have to take note of comments such as those by Indonesian President Joko “Jokowi” Widodo who has cautioned the EU about the disconnect between its stated goal of equal ties with nations and its restrictive environmental and trade policies.

Many in the West may still prefer life in a unipolar set-up, but there is really no option: the world is moving on and if the EU is serious about retaining its influence as a global actor, not merely a regional one, it must embrace the future, learn to live with the Global South, and acquire the skills needed to navigate an unpredictable and often fractious multipolar world. To misquote Borrell, abandoning the comfort of a tidy, well-managed European garden will not be easy. But the EU has much to gain and little to lose by venturing out into a vibrant and exciting jungle.

Shada Islam is a Brussels-based specialist on EU affairs running, inter alia, the global strategy and advisory media company, New Horizons Project (NHP).

El colonialismo moderno, el eurocentrismo y la arqueología histórica: algunos pensamientos provocados. Sandra Montón-Subías y Almudena Hernando. 2017

En este artículo, deseamos compartir algunos pensamientos vinculados a los valores y principios implementados por arqueólogos cuando centran su atención en “el otro.” Situamos nuestras reflexiones dentro de la arqueología del colonialismo moderno, y revisitamos algunos aspectos relacionados a uno de los más vibrantes temas en la arqueología histórica: el eurocentrismo.

Es nuestra comprensión que “de-eurocentrar” la disciplina no solo requiere introducir a los desfavorecidos como nuevos agentes, sino también cuestionar las lógicas más profundas en las que las narrativas del pasado han sido escritas.

Nos enfocamos en la idea de la historia como cambio, y en la visión de continuidad social desde un punto de vista feminista. Hemos notado que ciertos relatos de situaciones coloniales, incluso aquellas con la intensión opuesta, pueden proyectar la predominante visión occidental  masculina del ser, mientras tratan de explicar dinámicas sociales y personales del pasado, y por tanto borrando la diversidad ontológica  e involuntariamente reforzando el eurocentrismo que estamos tratando de evitar.

Palabras clave: arqueología histórica, eurocentrismo, arqueología feminista, cambio y continuidad, actividades de cuido

INTRODUCCION

‘Quand on aborde un problème aussi important que l’inventaire des possibilités de compréhension de deux peuples différents, on doit redoubler d’attention.’ (Fanon, 1952: 67)

En su crítica del eurocentrismo, los pensadores decoloniales latinoamericanos sitúan los orígenes del verdadero nuevo Orden Mundial en la conquista y colinizaci+on de las Americas en la modernidad. Cambios profundos de todo tipo siguieron a esto. Y estos  no solo fueron cambios “en un  undo conocido que meramente altero algunas de sus trazas” sino “cambios en el mundo como tal.”( Quijano, 2000:547)

Este nuevo mundo colonial comprendió la emergencia del eurocentrismo como una nueva racionalidad, y eventualmente construyó un discurso histórico eurocéntrico autolegitimador. Siguiendo a autores decoloniales comprendemos que esta nueva racionalidad organizó a todas las gentes del  mundo, pasado y presente, en una única narrativa universal, con Europa representando tanto el centro geográfico  y la cumbre de todos los movimientos del tiempo. 

Esta narrativa fue plenamente desarrollada en el siglo diecinueve, cuando la historia y la arqueología, como disciplinas académicas institucionalizadas, reemplazaron al mito como el discurso para explicar el pasado.

Nuevas comprensiones del espacio, del tiempo y de la agencia humana, y básicamente, la glorificación de la historia como cambio tomó el escenario. La arqueología y la historia por lo tanto compartieron bases conceptuales fundamentales: la suposición de que el cambio consistía en el eje para pensar el mundo, la concepción del tiempo como una trayectoria linear, y la idea del espacio como un parámetro bidimensional que podía ser expandido infinitamente.

Esta particular y situada forma de comprender el mundo, la cual domina el orden social desde el siglo diecinueve, fue considera como universal e inherente  a cualquier lectura humana del mundo.

Pero no era universal, como lo discutiremos en este artículo.

En los años de 1960, los procesos coloniales modernos fueron usados para delimitar la arqueología histórica, una rama d ela disciplina que originalmente surgió en los Restados Unidos y que fue pronto definida como la “arqueología de la difusión de las culturas europeas a través del  mundo desde el siglo quince, y su impacto e interacción  con las culturas de los pueblos indígenas.” (Deets, 1996)

Los arqueólogos históricos pronto expresaron sus preocupaciones sobre el eurocentrismo, y fuertes esfuerzos se han realizado desde entonces para identificar, examinar y demoler al eurocentrismo en nuestra disciplina. Aquí, deseamos profundizar en esta crítica.

Nuestra afirmación es que se necesita que se ponga mayor atención a la lógica que subyace en la escritura de la historia. De otra manera, podríamos terminar fortaleciendo la más profunda racionalidad detrás de las narrativas eurocentricas tradicionales, y por lo tanto reduciendo nuestra habilidad para valorar las diferencias culturales e idiosincrasias en el pasado.

Nos enfocamos en la idea de la historia como cambio y en la noción de continuidad social desde un puto de vista feminista. Más específicamente, enfatizamos que:

1)Que una valoración positiva del cambio esta siempre asociada con la individualidad: 2) que la individualidad se desarrolla paralelamente a la emergencia y crecimiento de la jerarquización social y el desarrollo tecnológico; 3)  que la individualidad es un tipo de personalidad, que en Europa ha caracterizado a la mayoría de hombres desde principios del periodo moderno; 4) que las personas en las sociedades no-jerárquicas valoran la estabilidad y la continuidad más que el cambio; 5) que por lo tanto,  la lógica detrás del discurso arqueológico e histórico es una expresión de la masculinidad individualizada hegemónica moderna; 7) que la percepción del cambio típica de la individualidad masculina occidental ha sido proyectada erróneamente en la interpretación del pasado.  

Consecuentemente, comprendemos que el eurocentrismo fue y es no tanto la imposición de la comprensión europea del mundo, sino de una específica comprensión europea del mundo: la masculina o patriarcal que operaba en Europa al tiempo de la expansión continental mundial.

ALGUNOS PENSAMIENTOS SOBRE EL EUROCENTRISMO Y LA ARQUEOLOGIA HISTORICA

Desde la obra de Wolf (1982) titulada Europa y la Gente sin Historia, y en parte como una reacción a las encendidas críticas del eurocentrismo, muchos arqueólogos históricos han considerado como un objetivo importante el de dar voz a los sin voz, y por lo tanto, rescatar del olvido a todos aquellos olvidados en las narrativas históricas tradicionales.

Casi al mismo tiempo que este objetivo permeaba a la arqueología histórica, Gayatri Chakravorty Spivak (1988), una académica feminista y poscolonial, al examinar el eurocentrismo predominante en el discurso poscolonial, estaba ya cuestionandose sobre la posibilidad para el subalterno de hablar, haciendo referencia  a la mayoría de estructuras de pensamiento internalizadas en la producción de conocimiento.

La colonialidad, un término utilizado posteriormente por autores decoloniales basándose en el legado de Franz Fanon, también se refirieron al colonialismo dentro de la actual producción de conocimiento, y a la imposición de sistemas de conocimiento generados por europeos a través de disciplinas tales como la antropología, historia y arqueología.

El mismo Fanon menciona como un ejemplo notorio como a los escolares en Martinica se les enseña acerca de los galos como sus ancestros, lo cual promueve una identificación inmediata con las subjetividades y visiones del mundo europeas.

El desmontaje del eurocentrismo necesariamente comprende la colonialidad del saber, lo cual implica interrogarse acerca de los valores dominantes detrás de la construcción de las explicaciones arqueológicas  e históricas del pasado. El eurocentrismo (y el androcentrismo) ha encontrado aquí uno de sus más inexpugnables refugios, al punto que frecuentemente pasa desapercibido.

Una anécdota de hace algunos años puede ilustrar este punto, en la sesión “El Colonialismo Entrelazado: cambios en la cultura material y el espacio del Medioevo tardío al periodo Moderno” que tuvo lugar en el año 2012, en la Reunión Anual de la Asociación Europea de Arqueólogos, Richard Ciolek-Torello explicó que algunas estrategias de supervivencia nativo-americanas habían sido profundamente modificadas después de la implantación de las misiones católicas españolas.

De esta manera, él enfatizó, algunas dinámicas sociales que se habían mantenido relativamente estables  habían sido truncadas. En la sesión de preguntas y respuestas que siguió a la exposición, una de las asistentes consideró esta visión como eurocéntrica.

De acuerdo a ella,  al pensar que habían sido los misioneros quienes trajeron el cambio al lugar, se reforzaba la imagen de las poblaciones nativas como atrasadas, negándosele a los pueblos indígenas la misma capacidad y deseo de cambio que los españoles.

Aunque diversos autores han sido críticos sobre el hecho que el cambio ha sido valorado en una forma abiertamente positiva en arqueología, es también verdad que muchos arqueólogos consideran que “dar voz a los sin voz” requiere atribuirles la misma actitud sobre el cambio  y el mismo grado de individualidad que caracteriza los individuos en el presente.

Como resultado de la preocupación acerca del eurocentrismo, afirmaciones acerca de la estabilidad de las sociedades no-europeas han pasado a ser consideradas como eurocéntricas ( y políticamente incorrectas) y es fácil comprender la razón.

La falta de cambio o un ritmo más lento de cambio-interpretado como falta de progreso- fue una de las principales características del pensamiento europeo, en su énfasis para describir a las sociedades no-europeas y considerarlas como inferiores. ( por ejemplo Kant, 1784)

Por lo tanto, uno podría esperar que las reacciones al eurocentrismo incluyan la deconstrucción del supuesto que equiparaba a la falta de cambio con el atraso. No obstante, esto no ha sido el caso, y las reacciones al eurocentrismo muchas veces han compartido la idea que el modelo europeo de cambio es universal.

A par de compartir con otros una actitud crítica frente a esta idea, nos proponemos dar un paso adicional. Para nosotras, la proyección a cualquier grupo humano del modelo de cambio aplaudido por la historia occidental hegemónica, no es solo eurocéntrica sino también androcéntrica. 

Integrado a este modelo están los valores que caracterizan la construcción del yo masculino hegemónico en la cultura europea, en el momento de su expansión a escala mundial moderno colonial. Este yo masculino fue construido a través de un creciente énfasis sobre la individualidad y la razón, una percepción linear del tiempo y una valoración positiva del cambio.  Es precisamente sobre la base de tal universalización -la identificación de la identidad del hombre típico europeo desde la modernidad temprana como el único posible tipo de identidad para todos los seres humanos- que la idea que las gentes del pasado podría haber tenido otro tipo de identidades causaba un choque entre algunos arqueólogos, como la anécdota contada arriba, lo ejemplifica.

Y es precisamente debido al eurocentrismo predominante que la afirmación de la estabilidad ( y otras formas de ser) por las poblaciones nativas puede ser mal juzgada como ofensiva y como eurocéntrica. De hecho, la verdadera posición eurocéntrica es no tener la capacidad para reconocer la posibilidad que otras sociedades puedan preferir la estabilidad al cambio, y su habilidad para constituir formas de ser una persona que-aunque igualmente validas- sean radicalmente diferentes de aquellas existentes en Europa o en el Occidente.

Para poder promover narrativas que sean alternativas y más inclusivas, debemos de cuestionarnos las formas en las que los relatos arqueológicos e históricos han sido creados y como ellos han trasmitido comprensiones eurocéntricas parcializadas del pasado. Es por lo tanto, no solo importante enfocarse en traer a la atención a aquellos quienes han sido ignorados, pero también subrayar los mecanismos y motivos subyacentes a la construcción de tales comprensiones eurocéntricas.

Consideramos que entrar en alianza con el pensamiento feminista es fundamental para cumplir esta tarea. Y aunque no todo el androcentrismo es eurocéntrico, el eurocentrismo es siempre androcéntrico. Es una expresión de la racionalidad y de la identidad de género de aquellos que están al mando del mundo. En su mayoría hombres, tanto en el pasado como en el presente. (Millet, 1972).

Desde un punto de vista feminista, el eurocentrismo sería una construcción autointeresada y parcial acerca de la trayectoria histórica europea. Cambio, individualidad, razón, y con ellos, el poder, autocontrol, la violencia ( ejercida como un medio para obtener , ejercer y retener el poder), el progreso técnico, o el crecimiento económico ha sido considerados los objetivos universales de todos los seres humanos desde la Ilustración, lo que explica porque estos mismos valores han sido usados por los discurso históricos y arqueológicos tradicionales para describir otras sociedades.

Pero, en Europa, tales valores solo fueron generalizados como una manera de construir las identidades de los hombres en el siglo diecisiete. “Si pensamos que el crecimiento y el cambio son más avanzados que la estabilidad o la continuidad” Francesca Brey argumento en 1977 “es debido a como nuestro mundo moderno occidental fue hecho… Pero otros mundos fueron hechos de otras maneras…”

vamos a ir más allá y afirmar que nuestro propio mundo fue hecho en otras formas al integrar componentes tales como lazos humanos, comunidad, continuidad, emociones, o la búsqueda de la protección entre otros.

No obstante esto, solo le primer grupo de esto componentes fue reconocido pro el discurso social y la ciencia oficial.

ARQUEOLOGIA Y LA IDEA DE CAMBIO

La arqueología y la historia están intrínsicamente vinculadas a la idea de cambio así como lo están los discursos acerca de nuestros orígenes que fueron totalmente construidos en el siglo diecinueve para remplazar el mito, que se caracteriza ala vez por la ausencia de tiempo y cambio.

Dado que el mundo occidental ( así como otros) es el resultado de cambios en el tiempo, investigar el cambio en estas disciplinas no es en si mismo problemático. El problema surge cuando estas narrativas del pasado enfatizan la importancia de las dinámicas sociales cuya función fue la de promover la continuidad, estabilidad, seguridad, lazos y pertenencia, en tanto esta dinámicas juegan un papel fundamental en la habilidad de los grupos para generar cambios sin crear sentimientos de ansiedad ontológica o desorientación vital (Giddens, 1991:35-47).

En este respecto, la arqueología y la historia oficial han constituido discursos “parciales” acerca de las dinámicas que explican nuestro pasado, y han reflejado solo un lado de las conductas humanas: aquel reconocido por los hombres que construyeron ese mismo discurso histórico.

Con respecto a la arqueología histórica del contacto cultural y el colonialismo, Kent Lightfoot (2015) ha observado como las categorías que tratan del contacto- desde la desprestigiada aculturación, hasta mas recientes constructos como la hibridez, creolización, o etnogénesis- se han enfocado principalmente en las dinámicas de cambio, aunque él también ha llamado la atención acerca del “creciente interés en la investigación de la persistencia cultural.”

Los trabajos de diferentes autores ( incluyendo a Lightfoot en 1995, y Lightfoot et al., 1998) han considerado ambos tipos de dinámicas, tratando de aumentar la conciencia acerca del hecho que las sociedades no solo están constituidas de cambios sino también de continuidades.

No obstante esto, es la arqueología feminista, con su crítica al androcentrismo, la que lleva más tiempo reflexionando sobre las profundas razones por las cuales las narrativas principales han ignorado la continuidad, explicando porque esto se necesita ser develado y teorizado, y mostrando su valor social. Hemos discutido en otros lugares del porque de la idea de la historia como cambio no puede ser separada de la emergencia  de la subjetividad masculina moderna en Europa, y por lo tanto porque el énfasis en el cambio social, en detrimento de la continuidad social, ha estado en el centro de la arqueología y la historia como disciplinas sociales. Hagamos una corta digresión para clarificar este punto.  

Esta digresión se relaciona con las raíces (pre) históricas de la desigualdad de género occidental, y de la interacción entre individualidad y relacionalidad en la construcción de la  personalidad a través de la historia europea.

Aunque muchos estudios reciente no-feministas han comenzado a reconocer la importancia de la identidad relacional en los análisis del pasado, desde un punto de vista feminista, el énfasis ha estado colocado en las comprensión de las diferentes maneras en las cuales la interacción entre la identidad relacional y la individualizada han afectado diferentemente a los hombres y mujeres a través de la historia.

A diferencia de otros estudios, estas obras enfatizan la interacción entre identidades conscientes  e inconscientes a través del desarrollo de la individualidad masculina auto-masculina en la historia europea, y propone diferentes trayectorias en el desarrollo de las identidades de hombres y mujeres en el mundo occidental. Un punto álgido es que la identidad relacional es indispensable para generar la seguridad ontológica, y por lo tanto, esta siempre presente en todos los tipos de ser, aunque no siempre sea reconocida.

A diferencia de otros enfoques, hemos argumentado que, en nuestro más remoto pasado, tanto hombres y mujeres se han caracterizado por la relacionalidad y no por la individualidad en tanto no se encontraban en posiciones de poder ni de trabajo especializado.

Cuando aspectos de individualidad empiezan a surgir como contraparte del incremento del poder o del control tecnológico mantenido por algunos hombres, lo relacional no desaparece en ellos, pero comienzan a ser “ejecutadas” inconscientemente, en formas no reconocidas ( esencialmente mediante la heterosexualidad normativa y los grupos sociales de pares masculinos).

Las mujeres, cuya individualización fue prevenida hasta la modernidad tardía, para poder garantizar sus propios lazos “relacionales” se convirtieron en el  complemento necesario para ellos. De esta forma, los hombres fueron únicamente conscientes de su identidad individualizada, mientras ejecutaban si identidad relacional mediante mujeres subordinadas (quienes, al no estar individualizadas, no desarrollaron un deseo o habilidad sea para el cambio o el poder). Los hombres y las mujeres siguieron por lo tanto vías diferentes de identidad: aumentando la individualidad (mesclada con la relacionalidad no reconocida) en los hombres y  únicamente la identidad relacional en las mujeres hasta la modernidad tardía.

Las valoraciones positivas del cambio esta indisolublemente vinculadas a la individualidad como una forma de auto-identidad, y al aumento del control tecnológico del mundo y la consiguiente sensación de poder ante este.

La individualidad únicamente aparece cuando posiciones diferenciadas de poder existen dentro de los grupos y cuando las personas comienzan a sentirse diferentes unas de otras, y van  progresivamente tomando la posición de agentes de sus propios destinos.

En este punto, su seguridad ontológica no surge ya de la protección de una instancia sagrada y de lazos con el grupo, sino de su propia habilidad para aumentar (y por lo tanto cambiar) su control sobre el entorno. De esta manera, a mayor nivel de funciones especializadas  y posiciones jerárquicas, mayor será el nivel de individualidad de aquellos en tales posiciones, y su seguridad   dependerá más en su propia habilidad para cambiar.

Existe consenso entre académicos que han estudiado la individualidad que uno de sus aspectos determinantes es la reflexividad, una fuerte conciencia de si  mismos como una entidad diferenciada y un sentido de coherencia como guía auto-transformadora en el curso de su vida.

La individualidad, el cambio, el desarrollo tecnológico, y una comprensión racional del mundo, caracteriza todo el proceso de creciente división de funciones y diferenciación de posiciones de poder en cualquier lugar en que tal proceso tenga lugar, en cualquier momento de la historia. Pero fue en Europa donde alcanzó su cima en la modernidad temprana, y donde fu experimentado principalmente por hombres hasta los tiempos modernos tardíos.

En otras palabras, mientras más individualizados los hombres sean, más importancia le darán al cambio, a la agencia individual, o el desarrollo tecnológico, y lo más “dependientes” se volverán para que las mujeres actúen relacionalmente.

Por todas estas razones, el discurso histórico dominante ha sido mayoritariamente una expresión de la perspectiva masculina de la realidad.

Por lo tanto, la idea de la historia como cambio, tan internalizada en nuestra percepción de la historia, es en si misma androcéntrica e histórica, y esta lejos de ser universal.

EL VALOR SOCIAL DE LA CONTINUIDAD

En su crítica del eurocentrismo, las académicas feministas, incluyendo  a arqueólogas, han llamado la atención sobre el hecho que en los discursos acerca del pasado, se elogia principalmente a los valores, actitudes y capacidades vinculadas a la dominante identidad masculina occidental; un tipo de lógica que esconde y rechaza los valores asociados a la construcción de  le identidad de genero femenina tradicional, tales como relacionalidad, interdependencia y lazos sociales, la emoción, el cuido, la estabilidad, la durabilidad, continuidad y recurrencia.

Se ha demostrado que, aunque el espacio y el tiempo sean estructurales en la construcción del yo, ellos pueden ser experimentados en formas sustancialmente diferentes por diferentes grupos humanos y esta diferencia también es verdadera para los géneros y la gente en diferentes posiciones de poder dentro del mismo grupo.

A menor control tecnológico caracterizando a los grupos humanos, mayor es la búsqueda de la estabilidad y el rechazo al cambio, mayor es la importancia que se confiere a la interdependencia y los lazos emocionales para alcanzar la seguridad ontológica, mayor es su concepto cíclico del tiempo y más grande su apego a su espacio, dado que la estabilidad constituye el objetivo deseado.

Bajo esta misma lógica, se puede argumentar que, dentro de un grupo dado, aquellos que desarrollan tareas más especializadas (que están más estrechamente vinculadas con el cambio) tendrán mayores visiones lineares del tiempo y atribuirán menos importancia a sus vínculos con el espacio y con otros miembros del grupo, que aquellos que no desarrollan estas tares especializadas. En términos generales, las mujeres tiendan a estar entre los últimos en la mayoría de trayectorias históricas.

Por lo tanto, los valores y las actitudes e los colonizadores, viajeros, y exploradores en los periodos estudiados, por la arqueología histórica, reflejan aquellos de los hombres más individualizados de su tiempo, pero no aquellos de muchos otros hombres y mujeres en su propia sociedad, ni de la gente que ellos estaban colonizando, visitando o explorando.

Los estudios feministas se han por lo tanto, enfocado en esferas de prácticas que la arqueología tradicional han descuidado, porque ellos no eran la expresión de cambios en el tiempo o de rápidos avances tecnológicos. Entre estos están las “actividades de cuido”, realizadas principalmente por mujeres en la mayoría de sociedades.

Inicialmente catalizadas por los desafíos feministas para desenmascarar las inclinaciones sexistas en la disciplina arqueológica, y estrechamente vinculada a los desarrollos de la arqueología feminista del género y de la familia, el concepto de actividades de cuido ha sido usado para subrayar la naturaleza básica y estructural de un conjunto de prácticas que son fundamentalmente necesarias para garantizar la estabilidad y continuidad de la vida en cualquier grupo humano.  

Ellas incluyen a grosso modo, todas las actividades relacionadas con la alimentación, procesamiento de alimentos, vestuario y tejido, los cuidados, la crianza y socialización de niños, y el equipamiento y la organización de espacios vinculados a estas actividades.

Estas actividades son fundamentales en regularizar y estabilizar la vida social, y en garantizar la cohesión del grupo a través del fortalecimiento de sus lazos básicos.

Las actividades de cuido aparecen en varias formas y se organizan en diferentes modalidades de una cultura a otra, pero juegan invariablemente un rol estructural en todos ellas. Ellas se desarrollan sobre una base diaria ( aunque ellas no ocupan la vida diaria completamente) y son inseparables del tejido social relacional que generan y dentro del cual se desenvuelven. Al agruparlas bajo una misma denominación se ha resaltado la función colectiva compartida por todas ellas, que de otra manera quedaría oscurecida.

Agrupar estas actividades también sirve el propósito de rastrear el desarrollo de un conjunto común de valores sociales que todas ellas encarnan. Al subrayar el valor de los vínculos y los lazos sociales , de las destrezas emocionales, y de mantener las relaciones y el cuido como pilares fundamentales de la vida social, los investigadores han concientizado acerca de la importancia de la relacionalidad, interdependencia, estabilidad , continuidad y recurrencia en el curso de la historia.

Ya en los 1990, un trabajo sobre la Era del Bronce hizo un llamado para enfocarse “en el rol de estabilidad como una perspectiva histórica alternativa, en vez de enfatizar la dinámica del cambio” (Colomer). El artículo no solo trajo a la palestra la continuidad, sino también criticó la tendencia a considerar la estabilidad social del pasado, como estancada y atrasada, en vez de considerarla como una estrategia resiliente, sustentable y exitosa.

No hace falta decir que las actividades de cuido también han cambiado a lo largo de la historia, y tanto la arqueología como la historia han contribuido muchos ejemplos en diferentes periodos y espacios.

No obstante esto, bajo circunstancias normales, el ritmo en el que han cambiado es incomparablemente más lento que el de otras tareas, dado que su función última es garantizar la reiteración y recurrencia de las actividades de grupo, y o a canalizar cualquier cambio en los últimos, en nuevos patrones de reiteración o recurrencia, en otras palabras, en nuevas formas de la administración de la vida cotidiana.

Consideramos el estudio de las actividades de cuido como crucial para comprender tales situaciones coloniales como aquellas estudiadas por la arqueología histórica. Tal es la perspectiva que estamos aplicando en el marco de un proyecto de investigación vinculado a la incorporación de Guam  y las Islas Marianas en la red colonial del Imperio español en el siglo diecisiete.

Mientras que un mayor recuento detallado de este caso se encuentra más allá del alcance de este artículo, algunas de las conclusiones más generales y preliminares  del proyecto,  ejemplifican bien este punto.  

En Guam, así como en otros lugares donde la colonización fue parte de un proyecto “civilizador” ( sensu Fanon, 1952), la implementación de la misma empresa colonial en el terreno,  arroja transformaciones relevantes en la esfera de las actividades de cuido. Esto, deseamos insistir en ello, es debido a su papel principal en canalizar los cambios en nuevas formas de administrar la vida diaria.

En el caso de Guam, parece claro que, casi desde el primer momento de la colonización permanente en 1688, las actividades de cuido fueron el blanco de las políticas coloniales. De la concentración de la población y la reestructuración de los espacios de vivienda en reducciones, para la socialización d ellos niños en seminarios jesuitas, mediante los sistemas de alimentación, vestido, parentesco, prácticas de sanación, y sexualidad, los misioneros jesuitas se propusieron desmantelar las formas de vida tradicionales de los aborígenes Chamorro, las cuales eran principalmente organizadas mediante las actividades de cuido.

Por lo tanto, mientras para los misioneros jesuitas la colonización de las Islas Marianas fuera una empresa principalmente política y religiosa, para los nativos de las islas se trataba de la estructura profunda del mundo y de los lazos que conectaban a los humanos, los que se encontraban en juego.

Aunque el ejemplo de Guam es solo uno de los muchos ejemplos que comprende la heterogénea matriz colonial de la modernidad temprana, creemos que ilustra claramente la enorme importancia de las actividades de cuido dentro de estas. En situaciones de desestructuración y de cambio forzado, tales como aquellas que caracterizan a muchos procesos coloniales, es particularmente importante estudiar aquellas dinámicas que buscan la continuidad y la estabilidad. Es por lo tanto necesario comprender como las actividades de cuido hacen  posible la continuidad tanto de las poblaciones locales como de aquellos que llegan mediante la historia colonial, así como de la viabilidad ( o no) de los  mismos proyectos coloniales.

Sería de gran interés involucrarse en una lectura comparativa de las actividades de cuido en situaciones coloniales. Felizmente, algunas obras arqueológicas han documentado una o más de estas actividades en tales situaciones.

La lista, que podría iniciar con los trabajos de Deagan en San Agustín (1983), es muy larga para reproducirla aquí.

 No obstante esto, un estudio comparativo todavía no ha sido realizado, y esto sería muy útil para ilustrar mejor la forma mediante la cual las dinámicas de estabilidad, recurrencia y continuidad estuvieron involucradas en este primera globalización mundial. Al hacerlas manifiestas, dinámicas diferente de aquellas de la masculinidad hegemónica son abordadas, y puede construirse una historia mundial mucho más integral.

ALGUNAS REFLEXIONES FINALES

El eurocentrismo constituye una parte integral de la racionalidad occidental y solo podremos desnudar su múltiples capas mediante un constante cuestionamiento e investigación.  Aquí, hemos argumentado que una de estas capas consiste en los supuestos internalizados en el trasfondo de las más intimas estructuras discursivas, que usamos para interpretar el pasado.

Estas suposiciones profundas identifican las dinámicas históricas con la lógica que caracteriza a  la identidad masculina moderna, omitiendo las mucho más complejas dinámicas que estructuran la sociedad.

Como arqueólogas, y particularmente como arqueólogas trabajando con los efectos de la expansión y colonización inicial europea, tenemos una responsabilidad especial. Estamos interpretando las situaciones coloniales que comprenden  el contacto y la dominación sobre pueblos con muy diferentes lógicas culturales internas y por lo tanto, con diferentes e incluso contrastantes comprensiones del ser y visiones de mundo, y con dinámicas históricas guiadas por valores y fuerzas que difieren de aquellas del occidente. Nosotras,. Por lo tanto, tenemos la responsabilidad de tratar de comprender estos “otros” en su “otredad”, y no como parte de los “mismo” (nuestro) (Dussel).

Por esta razón, y parafraseando a Fanon citado al comienzo del artículo, debemos de ser doblemente cuidadosas. De otra forma, podríamos interpretar las dinámicas históricas de “otros pueblos” con los mismos parámetros y valores construidos por la historia occidental. Lejos de ser universal, como lo muestra nuestra discusión, aquellos parámetros y valores están geopolíticamente contextualizados, y orientados a legitimar -permítasenos reiterarlo- únicamente un discurso europeo parcializado.

En nuestra propia proyección eurocéntrica de valores, nosotras no solo reafirmamos a Europa y al presente, sino también al orden patriarcal intrínseco a su discurso social. Debemos enfatizar que no estamos de ninguna manera argumentando que todos los grupos fuera de la modernidad occidental consideran el cambio en una forma negativa.

Por el contrario, esperamos haber dejado claro que en la medida en la cual el cambio es valorado positivamente, depende sobre el grado de jerarquización social y control tecnológico que el grupo tenga sobre sus circunstancias de vida.  Consecuentemente, es muy importante reconocer  que los valores positivos con los que valoramos la idea de cambio descansan en una cierta genealogía histórica, y no en cualquier basamento “moral” ( en otras palabras, que no es ni peor o mejor el tener el cambio).

Es más, la valoración positiva del cambio y su correspondiente percepción del tiempo expuesta pro los arqueólogos en el presente son diferentes, tanto de los grupos colonizados que hemos estudiado y de muchos pueblos de Europa en la actualidad. A este especto, dos puntos adicionales deben ser hechos: a) el hecho que las sociedades europeas presenten altos niveles de control tecnológico y altas diferencias en el poder social causa que el proceso mismo imponga ritmos “acelerados” de cambio y percepciones del tiempo sobre aquellos de los pueblos subyugados; 2) que los colonizadores europeos trajeron con ellos altos niveles de desigualdad de género que había previamente caracterizado a las poblaciones subalternas.

También esperamos haber dejado claro que al reclamar la importancia d la estabilidad y continuidad en la historia de la humanidad, esto no debe confundirse con estar proponiendo el estancamiento o el atraso, que es precisamente la imagen de las sociedades nativas que el eurocentrismo promovió.  

La imaginación eurocéntrica consideraba al “otro” ahistórico debid a que sus formas de ser en el mundo seguían patrones que erna diferentes de aquellos alabados por la historia como una disciplina. No obstante esto, el leer la “ausencia” ( o un ritmo lento) de cambio como una desventaja, o el ignorar las dinámicas de permanencia y continuidad, es también jun producto del eurocentrismo y de sus inclinaciones androcéntricas.

El incorporar al Otro en sus narrativas del pasado no significa atribuirles historicidades occidentales o los parámetros que han sido usados en su construcción,  como muchas veces se ha derivado del temor eurocéntrico. Significa reconocer y admitir otras formas de historicidad e incorporar su valores principales y principios a la escritura de la historia. En nuestra opinión, este es uno d ellos principales potenciales de la arqueología histórica ( y de la arqueología en general).

Agregado a esto, e importantísimo, las obras feministas tales como las aquí presentadas, han intentado concientizar sobre el hecho q        ue el tipo de historicidad privilegiada por el discurso oficial esta lejos de ser universal, incluso dentro del mismo contexto del occidente.

Aquí también, “otros internos” desafían la supremacía de la historia como cambio. Por lo tanto, descolonizar la historia no solo implica traer nuevos agentes y geografías a la historia mundial, sino también nuevas formas de comprendernos, haciendo visibles los aspectos asociados con la racionalidad que la individualidad masculina ha ocultado, y por lo tanto, haciendo posible su reconocimiento en el “otro.”

Dado que esto es una gran responsabilidad, es también una gran oportunidad para recuperar la heterogeneidad ontológica y para comprender las verdaderas y más profundas implicaciones de los contactos coloniales.

Modern Colonialism, Eurocentrism and Historical Archaeology: Some Engendered Thoughts. Sandra Montón-Subías and Almudena Hernando.2017

In this article, we would like to share some thoughts related to the values and principles implemented by archaeologists when bringing ‘the other’ into focus. We situate our reflections within the archaeology of modern colonialism, and revisit some aspects related to one of the most vibrant issues in historical archaeology: Eurocentrism.

It is our understanding that ‘de-Eurocentring’ the discipline not only requires introducing the disenfranchised as new agents, but also questioning the most profound logics by which narratives of the past have been written.

We focus on the idea of history as change, and on the notion of social continuity from a feminist standpoint. We have noticed that certain accounts of colonial situations, even those with the opposite intention, may project the prevailing Western male way of being while trying to explain past social and personal dynamics, thus blurring ontological diversity and unwittingly reinforcing the Eurocentrism we are trying to avoid.

Keywords: historical archaeology, modern colonialism, Eurocentrism, feminist archaeology, change and continuity, maintenance activities

INTRODUCTION

In their critique of Eurocentrism, Latin American decolonial thinkers situate the origins of the first true World Order in the modern conquest and colonization of the Americas (e.g. Wallerstein, 1974; Wolf, 1982; Quijano & Wallerstein,1992; Dussel, 1995, 2000; Lander, 2000; Castro Gómez & Grosfoguel, 2007; Mignolo, 2008; and, for related ideas, Marks, 2002; Parker, 2010; Gruzinski, 2012). Profound changes of all types followed. These were not only changes ‘in a known world that merely altered some of its traits’ but ‘changes in the world as such’ (Quijano, 2000: 547).

This new colonial world encompassed the emergence of Eurocentrism as a new rationale, and eventually constructed a Eurocentric self-legitimating historical discourse. Following decolonial authors (e.g. Lander, 2000: 14; Quijano, 2000), we understand that this new rationale organized all peoples of the world, past and present, into a single universal narrative, with Europe representing both the geographical centre and the summit of all temporal movement.

This narrative was fully developed in the nineteenth century (Amin, 1988; Blaut, 1993, 2000; Wallerstein, 2006; Álvarez-Uría, 2015), when history and archaeology, as institutionalized academic disciplines, replaced myth as the discourse to explain the past (Hernando, 2012b).

New understandings of space, time, and human agency, and, basically, the glorification of history as change took the stage (Quijano, 2000: 547). Archaeology and history thus shared fundamental conceptual foundations: the assumption that change was the axis through which to think the world, the perception of time as a linear trajectory, and the idea of space as a bi-dimensional parameter that could be expanded endlessly.

This particular, and situated, way ofunderstanding the world, which has dominated the social order since the nineteenth century, was considered to be universal and inherent to any human reading of the world.

But it was not universal, as we willdiscuss in this article.

In the 1960s, modern colonial processes were used to demarcate historical archaeology, a subfield of the discipline that originally emerged in the United States and was soon defined as the ‘archaeology of the spread of European cultures throughout the world since the fifteenth century, and their impact on and interaction with the cultures of indigenous peoples’ (Deetz, 1996 [1977]: 5).[1]

Historical archaeologist soon expressed concerns against Eurocentrism, and strong efforts have been made ever since to identify, scrutinize, and demolish Eurocentrism in our discipline (for a discussion, see Orser, 2012). Here, we would like to deepen this critique.

It is our contention that more attention needs to be paid to the logics underlying the writing of history. Otherwise, we may end up strengthening the most profound rationale behind traditional Eurocentric narratives, hence curbing our ability to appreciate cultural difference and idiosyncrasy in the past.

We focus on the idea of history as change and on the notion of social continuity from a feminist standpoint. Most specifically, we stress: 1) that a positive appraisal of change is always associated with individuality; 2) that individuality runs parallel to the emergence and increase of social hierarchization and technological development; 3) that individuality is a type of personhood that, in Europe, has characterized most men since the Early Modern period; 4) that persons in non-hierarchical societies appreciate stability and continuity more tan change; 5) that while human history has been a combination of continuity and the search for change, history as a discourse has mainly emphasized change; 6) that, therefore, the logics behind the historical and archaeological discourse is an expression of the modern hegemonic individualized masculinity (sensu Connell & Messerschmidt, 2005); and 7) that the perception of change typical of Western male individuality has been wrongly projected onto the interpretation of the past.

Consequently, we understand that Eurocentrism was/is not so much the imposition of the European understanding of the world, but of a specific European understanding of the world: the male orpatriarchal one operating in Europe at the time of the continent’s worldwide expansión.[2]

SOME THOUGHTS ON EUROCENTRISM AND HISTORICAL  ARCHAEOLOGY

Since Wolf’s (1982) Europe and the People Without History, and partly as a reaction to burning critiques of Eurocentrism, many historical archaeologists have considered it an important goal to give voice to the voiceless and, thus, rescue from oblivion all those unrecalled in traditional historical narratives (e.g. Funari, 1991; Orser, 1996; Hall, 1999; Kelly, 2003; Leone, 2011; Escribano-Ruiz, 2016).

At about the same time as this goal permeated historical archaeology, Gayatri Chakravorty Spivak (1988), a feminist and postcolonial scholar scrutinizing pervasive Eurocentrism in postcolonial discourse, was already questioning whether it was possible for the subaltern to speak, making reference to the most Western embedded structures of thought in the production of knowledge.

Coloniality, a term used later by decolonial authors drawing on Frantz Fanon’s legacy (e.g. Quijano, 1992; Lander, 2000; contributions in Julia Suárez-Krabbe et al., 2009), also refers to colonialism within today’s production of knowledge, and to the imposition of knowledge systems generated by Europeans through such disciplines as anthropology, history, and archaeology (see also Chakrabarty, 1992).

Fanon himself (1952: 120) mentions as a glaring example how schoolchildren in Martinique were taught about the Gauls being their ancestors, which promoted an immediate identification with European subjectivities and worldviews.

Debunking Eurocentrism necessarily encompasses debunking the coloniality of knowledge, which implies interrogating dominant values behind the construction of historical and archaeological explanations of the past. Eurocentrism (and androcentrism) has found here one ofits most impregnable hideouts, to the point that it often goes unnoticed.

An anecdote from a few years ago will illustrate this point (see Montón-Subías & Abejez, 2015: 25). In the sesión ‘Entangled Colonialism: Changes in Material Culture and Space in the Late Medieval through to the Modern Period that took place at the 2012 European Association of Archaeologists Annual Meeting, Richard Ciolek-Torello explained that some Native American subsistence strategies in southern California had been profoundly modified after the implantation of the Spanish Catholic missions.

In this way, he emphasized, some social dynamics that had remained relatively stable had been truncated. In the Q&A session that followed, one of the attendees considered this vision of Native Americans as Eurocentric.

According to her, in thinking that it had been the missionaries who had first brought change to the area, he was reinforcing an image of native populations as backward, by denying the indigenous people the same capacity and desire for change as the Spaniards.

Although different authors have been critical about the fact that change has been valued in an overly positive way in archaeology (e.g. Panich, 2013; González- Ruibal, 2014; Lightfoot, 2015), it is also true that many archaeologists still consider that ‘giving voice to the voiceless’ requires attributing them the same attitude towards change and the same degree of individuality that characterize individuals in the present (e.g. Sampson, 1988; Ewing, 1990; Cohen, 1994; Knapp & Meskell, 1997; Sökefeld, 1999; Moore, 2000; Knapp & Van Dommelen, 2008; Machin, 2009; but see Thomas, 2004, for a critique).

In the wake of concerns about Eurocentrism, claims about the stability of  non-European societies have come to be considered Eurocentric (and politically incorrect), and it is easy to understand why.

Lack of change or a slower pace of change—interpreted as a lack of progress—was one of the main features Eurocentric thought once emphasized to describe non-European societies and depict them as inferior (e.g. Kant, 1784).

Therefore, one might expect reactions to Eurocentrism to have included deconstructing the belief that equated changelessness with backwardness. Nevertheless, this has not been the case, and reactions to Eurocentrism have very often shared with it the idea that the European pattern of change is universal.

Besides sharing with others (e.g. Thomas, 2004; Olivier, 2013; González-Ruibal, 2014) a critical attitude to this idea, we want to take a step further. To us, projecting the pattern of change applauded by hegemonic Western history onto any human group is not only Eurocentric but also androcentric.

Embedded in this pattern are the values characterizing the construction of the hegemonic male self in European culture at the time of its modern colonial world-wide expansion. This male self was constructed through an increasing emphasis on individuality and reason (Weintraub, 1978; Lloyd, 1984; Morris, 1987; Seidler, 1993), a linear perception of time and a positive appraisal of change (Seidler, 1989; Hernando, 2012a). It is precisely on the basis of such universalization—the identification of the typical European male identity since Early Modernity as the only possible type of identity for all human beings (Hernando, 2012a)—that the idea that past peoples might have had other types of identities causes a shock among some archaeologists, as the anecdote told above exemplifies.

And it is precisely because of current ingrained Eurocentrism that claiming stability (and other ways of being) for native populations can be misjudged as offensive, and as Eurocentric. In fact, the truly Eurocentric stance is not being able to recognize the possibility that other societies might prefer stability to change, and their ability to constitute ways of being a person that—although equallyvalid—are radically different from those existing in Europe or the West.

In order to promote alternative and more inclusive narratives, we must question the way historical and archaeological accounts have been created and how they have conveyed biased Eurocentric understandings of the past. It is, thus, not only important to focus on bringing attention to those who have been ignored, but also to highlight the mechanisms and motives underlying the construction of such Eurocentric understandings.

We consider an alliance with feminist thought to be fundamental to this task. Although not all androcentrism is Eurocentric, Eurocentrism is always andro-centric. It is an expression of the rationale and gender identity of those in command of the world, mostly men, both in the past and in the present (Millet, 1972).

From a feminist standpoint, Eurocentrism would be a self-interested and partisan construct about the European historical trajectory. Change, individuality, reason, and, with them, power, self-control, violence (exercised as a means to obtain, wield, or regain power), technical progress, or economic growth have been considered the universal goals of all human beings ever since the Enlightenment (see Seidler, 1989, 1993; Connell, 1995; Connell &

Messerschmidt, 2005), which explains why these same values have been used by mainstream archaeological and historical discourses to describe other societies (Hernando, 2012b).

4 European Journal of Archaeology 2017 available at https://www.cambridge.org/core/terms. https://doi.org/10.1017/eaa.2017.83

Downloaded from https://www.cambridge.org/core. IP address: 185.143.231.199, on 07 Jan 2018 at 17:32:56, subject to the Cambridge Core terms of use,

But, in Europe, such values only became generalized as a way to construct men’s identities in the seventeenth century. ‘If we think that growth and change are more advanced tan stability or continuity’, Francesca Bray argued in 1997, ‘it is because that is how our modern Western world was made […]

But other worlds were made in other ways’ (Bray, 1997: 12). We would go further and say that even our own world was made in other ways by integrating components such as human bonds, community, continuity, emotions, or the search for protection among others.

However, only the first group of these components was recognized by social discourse and mainstream science (see Seidler, 1993;

Hernando, 2012b; Fowler, 2016).

ARCHAEOLOGY AND THE IDEA OF CHANGE

Archaeology and history are intrinsically linked to the idea of change as they are discourses about our origins that were fully constructed in the nineteenth century to replace myth, which was characterized in turn by the absence of time and change.

Since the Western world (as well as others) is the result of changes over time, researching change in these disciplines is not in itself problematic. The problema arises when these accounts of the past underscore the importance of social dynamics whose function was to promote continuity, stability, security, bonds, and belonging, as these dynamics play a fundamental role in the groups’ ability to generate changes without creating feelings of ontological anxiety or life disorientation (Giddens, 1991: 35–47).

In this respect, mainstream archaeology and history have constituted ‘partial’ discourses about the dynamics that explain our past, and have reflected only one side of human behaviours: those acknowledged by the men who constructed that very historical discourse.

Regarding the historical archaeology of culture contact and colonialism, Kent Lightfoot (2015: 9218) has noticed how categories dealing with contact—from the much-reviled acculturation to more recent constructs such as hybridity, creolization, or ethnogenesis—have focused mainly on the dynamics of change, although he has also drawn attention to the ‘growing interest in the investigation of cultural persistence’ (2015: 9221).

Works by several authors (including Lightfoot’s in 1995, and Lightfoot et al., 1998) have considered both types of dynamics, trying to increase awareness of the fact that societies are not only made of changes but also of continuities (e.g. Silliman, 2005, 2009; Rodríguez-Alegría, 2008, 2014; Ferris 2009; Mitchell & Scheiber, 2010; Hernández, 2012; Stahl, 2012; González-Ruibal, 2013, 2014; Panich, 2013; Wright & Ricardi 2014; Flexner et al., 2015).

However, it is feminist archaeology, with its critique to androcentrism, that has been reflecting the longest on the profound reasons why master narratives have ignored continuity, explaining why it needs to be unveiled and theorized, and showing its social value. We have discussed elsewhere (Hernando, 2008, 2012a) why the idea of history as change cannot be separated from the emergence of the modern male subjectivity in Europe, and thus why emphasis on social change, to the detriment of social continuity, has been at the core of archaeology and history as academic disciplines. Let us make a short digression to clarify this point.

This digression relates to the (pre) historic roots of Western gender inequality and the interplay between individuality and relationality in the construction of personhood throughout European history.

Although very recent non-feminist studies are beginning to acknowledge the importance of relational identity in analyses of the past (e.g. Sedikides & Brewer, 2015; Fowler, 2016), from a feminist standpoint the stress has been placed on understanding the different ways in which the interaction between relational and individualized identity has differentially affected male and female selves throughout history (Hernando, 2012a, 2012b).

Unlike other studies, these works emphasize the interplay between conscious and unconscious identities throughout the development of the masculine self/masculine individuality in European history, and propose different trajectories in the development of men’s and women’s identities in the Western world. One critical point is that relational identity is indispensable to generate ontological security and is, thus, always present in all types of self, although it is not always acknowledged.

Unlike other approaches, we have argued that, in our most remote past, both men and women must have been characterized by relationality and not by individuality as there were neither different positions of power nor work specialization (Hernando, 2012a). When features of individuality began to appear as a counter-part of increasing power and technological control sustained by some men, relational ones did not disappear in them, but began to be ‘performed’ unconsciously, in an unacknowledged way instead (essentially through normative heterosexuality and social groups of male peers).

Women, whose individualization men prevented until Late Modernity in order to guarantee their own ‘relational’ bonds, became the necessary complement for them. In this way, men were only conscious of their individualized identity, while performing their relational one through subordinated women (who, in not being individualized, did not develop a desire or ability for change or power). Men and women then followed different identity pathways: increasing individuality (mixed with unacknowledged relationality) in men, and only relationality in women until Late Modernity (Hernando, 2012a, 2012b; see also Lloyd, 1984; Seidler, 1993).

Positive appraisals of change are inextricably linked to individuality as a mode of self-identity, and to the increase of technological control over the world and the subsequent feeling of power before it.

Individuality only appears when differentiated positions of power exist within groups and when persons begin to feel different from each other, progressively taking on the position of agents of their own destinies.

At this point, their ontological security no longer stems from the protection of a sacred instance and bonds with the group, but from their own ability to increase (and thus change) their control over the environment. In this way, the greater the level of specialized functions and hierarchical positions, the higher the level of individuality of those in such positions will be, and the more their security will rely on their own ability to change.

There is consensus among scholars who have studied individuality that one of its defining features is reflexivity, a strong awareness of oneself as a differentiated entity and a sense of coherence as guiding self-transformation in the course of one’s life (Weintraub, 1978: 95; Veyne, 1987: 7; Giddens, 1991: 20, 52).

Individuality, change, technological development, and a rational understanding of the world all characterize the process of growing division of functions and differentiation of power positions wherever such a process takes place, at any time in history. But it was in Europe that it reached its peak in Early Modernity, and where it was experienced mainly by men until late modern times.

The more individualized men became, the more importance they gave to change, individual agency, or technological development, and the more ‘dependent’ they became on women to act relationality.

In other words, the more importance men gave to change, individual agency, and technological development, the more patriarchal their relation with women became.

For all these reasons, the dominant historical discourse has been mostly an expression of male perspectives on reality.

Therefore, the idea of history as change, so enmeshed in our perception of history, is in itself androcentric and historical, and far from universal.

THE SOCIAL VALUE OF CONTINUITY

In their critique of androcentrism, feminist scholars, including archaeologists, have drawn attention to the fact that discourses about the past have mainly commended values, attitudes, and capacities associated to dominant Western male identity; a type of logic that conceals and rejects values associated to the construction of traditional female gender identity such as relationality, interdependence and social bonding, emotion, care, stability, durability, continuity, and recurrence.

It has been shown that, while space and time are structural in the making of selves, they can be experienced in substantially different ways by different human groups (Giddens, 1991: 37), and this difference also holds true for genders and people in different positions of power within the same group (González Marcén & Picazo, 1997; Damm, 2000; Hernando, 2002).[3]

The less technological control characterizes human groups, the more they pursue stability and reject change, the more importance is given to interdependence and emotional bonds to feel ontological security, the more cyclical their concept of time is, and the greater the attachment they feel to their space, as sta-bility will constitute the desired goal (Munn, 1992; Elias, 1993; Gell, 1996).

By the same logic, it can also be argued that, within a given group, those people who carry out more specialized tasks (which are more closely associated with change) will have more linear visions of time and will attribute less importance to their links with space and with other members of the group than those who do not carry out these specialized tasks. In general terms, women tend to be among the latter in most historical trajectories.

So, the values and attitudes of colonizers, travellers, and explorers in the periods studied by historical archaeology reflected those of the most individualized men of their time, but not those of many other men or women in their own society, nor those of the people they were colonizing, visiting, or exploring.

Feminist studies have, therefore, focused on spheres of practice which mainstream archaeology had neglected, as they were not the expression of changes over time or rapid technological advance. Among these are ‘maintenance activities’, mainly carried out by women in most societies.

Initially catalysed by feminist challenges to unveil sexist bias in the archaeological discipline (Bertelsen et al., 1987), and closely linked to developments in feminist gender and feminist household archaeology (Conkey & Gero, 1991; Tringham, 1991; Hendon, 1996), the concept of maintenance activities has been used to underscore the structural and foregrounding nature of a set of practices which are fundamentally necessary to guarantee the stability and continuity of life in any human group (Picazo, 1997; González Marcén et al., 2008).

They include, grosso modo, all activities related to feeding and food processing, basic clothing and weaving, care giving, raising and socializing children, and fitting out and organizing related spaces.

These activities are fundamental in regulating and stabilizing social life, and in guaranteeing the group’s cohesion through the strengthening of its basic bonds .

Maintenance activities appear in varying forms and are organized in different ways from one culture to another, but invariably play a structural role in all of them. They are carried out on a day to day basis (although they do not take up daily life completely) and are inseparable from the relational social tissue they generate and within which they unfold. Grouping them all under the same denomination has highlighted the collective function shared by them all, which would otherwise remain clouded.

Grouping these activities has also served the purpose of tracing the development of a common set of social values they all embody.  By underlining the value of links and social bonding, of emotional skills, and of maintaining relationships and care as fundamental pillars of social life, researchers have raised awareness of the importance of relationality, interdependence, stability, continuity, and recurrence in the course of history.

Already in the 1990s, a work on Bronze Age Iberia called for a focus ‘on the role of stability as an alternative historical perspective, rather than emphasizing the dynamics of change’ (Colomer et al., 1998: 53). The article not only brought continuity to the fore, but also criticized the tendency to regard past social stability as stagnant and backward, instead of considering it a resilient, sustainable, and successful strategy.

Needless to say, maintenance activities have also changed throughout history, and both archaeology and history have contributed many examples in different periods and spaces (e.g. Cowan, 1989; Brumfiel, 1991; Hastorf, 1991; Brumfiel & Robin, 2008; Meyers, 2008; Sánchez Romero & Aranda, 2008; Tarble de Scaramelli & Scaramelli, 2012).

However, under normal circumstances, the pace at which they change is incomparably slower than that of other tasks, since their ultimate function is to guarantee the reiteration and recurrence of the group’s activities, and/or to channel any changes in the latter into new reiteration and recurrence patterns or, in other words, into new ways of everyday life management (for a wider discussion, see González Marcén et al., 2008).

We consider the study of maintenance activities crucial to understand such colonial situations as those studied by historical archaeology. Such is the perspective we are applying in the framework of a research project related to the incorporation of Guam and the Mariana Islands into the colonial network of the Spanish Empire in the seventeenth century (Montón-Subías et al., forthcoming).

While a more detailed account of this case lies beyond the scope of this article, some of the project’s more general and preliminary conclusions exemplify the topic well.

In Guam, as in many other places where colonization was part of a ‘civilizing’ project (sensu Fanon, 1952), the implementation of the very colonial enterprise on the ground brought relevant transformations in the sphere of maintenance activities. This, we would like to insist, was due to their key role in channelling changes in new ways of managing everyday life.

In the case of Guam, it seems clear that, almost since the first moment of permanent colonization in 1668, maintenance activities were the target of colonial policies. From the concentration of the population and the re-structuration of living spaces in reducciones to children’s socialization in Jesuit seminaries, through food systems, dress, kinship, healing practices, and sexuality, Jesuit missionaries aimed to dismantle traditional Chamorro lifeways, which were mainly organized through maintenance activities (Moral, 2016; Montón-Subías et al., forthcoming).

Thus, while for Jesuit missionaries the colonization of the Marianas Islands was a mainly political-and-religious enterprise, for natives on the islands it was the Deep structure of the world and the bonds that connect humans to it that were at stake.

Although the Guam example is but one of the many examples making up the heterogeneous colonial matrix of Early Modernity, we believe that it clearly illustrates the paramount importance of maintenance activities within it. In situations of de-structuration and forcible change, such as those characterizing many colonial processes, it is particularly important to study those dynamics which seek continuity and stability. It is, therefore, necessary to understand how maintenance activities make possible the continuity of both local populations and those arriving throughout the colony’s history, as well as the viability (or not) of the very colonial projects.

It would be of great interest to engage in a comparative reading of maintenance activities in colonial situations. Fortunately, several archaeological works have documented one or more of these activities in such situations.

The list, which could begin with Deagan’s works at St Augustine (1983), is too long to reproduce here (but see Voss, 2008, for a discussion of many of the resulting publications in the Americas, and Fogle et al., 2015, for a recent publication).

However, a comparative study has not yet been carried out, and this would be very helpful to better illustrate the way in which dynamics of stability, recurrence, and continuity were involved in this first world globalization. By making them manifest, dynamics different from those of hegemonic masculinity are addressed, and a more comprehensive world history can be constructed.

SOME FINAL THOUGHTS

Eurocentrism is such an embedded part of the Western rationale that only through constant interrogation and inquiry will we be able to denude its multiple layers (sensu Lander, 2000: 7). Here, we have argued that one of these layers remains in assumptions ingrained in the background that configure the most intimate discursive structure we use to interpret the past.

These deep assumptions identify historical dynamics with the logic characterizing modern male identity, eliding the much more complex dynamics structuring society.

As archaeologists, and particularly as archaeologists dealing with the effects of early European expansion and colonization, we have a special responsibility. We are interpreting colonial situations that encompass contact and domination over people with very different inner cultural logics and, thus, with different, even contrasting, understandings of the self and worldviews, and with historical dynamics guided by values and forces which differed from those of the West. We, therefore, have the responsibility of trying to understand these ‘other’ in their ‘otherness’, and not as part of ‘the same’ (ourselves) (Dussel, 1995: 12).

For this reason, paraphrasing Fanon quoted at the beginning of this article, we must be doubly careful. Otherwise, we may interpret ‘other people’s’ historical dynamics from the same parameters and values constructed by Western history. Far from being universal, as our discussion shows, those parameters and values are historically and geopolitically contextualized, and aimed at legitimizing—let us reiterate—only a biased European discourse.

In our own Eurocentric projection of values, we do not only reaffirm Europe and the present (Olivier, 2013), but the patriarchal order intrinsic to its social discourse. We must stress that we are by no means arguing that all groups outside Western modernity regard change in a negative way.

On the contrary, we hope to have made it clear that the extent to which change is positively appraised depends on the group’s degree of social hierarchization and technological control over their life circumstances. Consequently, it is very important to recognize that the positive values we place on the idea of change rest on a certain historical genealogy, and not on any ‘moral’ grounding (in other words, that it is neither better nor worse to have change).

Furthermore, the positive appraisal of change and the ensuing perception of time espoused by archaeologists in the present are different, for both the colonized groups we study and for the many people in Europe at the time. In this respect, two more points should be made: 1) The fact that European societies generally presented higher levels of technological control and higher differences in social power caused the process itself to impose ‘accelerated’ paces of change and perceptions of time onto those of the subjugated peoples (see Suzman, 2004, for a related example in contemporary Africa); and 2) that European colonizers brought with them higher levels of gender inequality than had previously characterized subaltern populations (e.g. Allen, 1992; Hughes & Hughes, 1997; Oyewumi, 1997; Lugones, 2008; Paredes, 2008; Segato, 2015).

We also hope to have made it clear that claiming the importance of stability and continuity in the history of humankind should not be confused with proposing stagnation or backwardness, precisely the image of native societies that Eurocentrism promoted (see, for instance, Adas, 1989).

The Eurocentric imagination considered the ‘other’ a-historical because their ways of being in the world followed patterns that were different from those extolled by history as a discipline. However, Reading the ‘absence’ (or a slower pace) of change as a disadvantage, or ignoring dynamics of permanence and continuity, is also a product of Eurocentrism and of its androcentric bias.

Incorporating the Other into narratives of the past does not mean ascribing to them Western historicities or the parameters that have been used in their construction, as has often stemmed from Eurocentric fear (e.g. critiques by Ewing, 1990; Cohen, 1994, or Moore, 2000). It means recognizing and acknowledging other forms of historicity and incorporating their background values and principles into the writing of history. In our view, this is one of the main potentials of historical archaeology (and of archaeology in general).

In addition, and importantly, feminist works such as those presented here attempt to raise awareness of the fact that the type of historicity privileged by mainstream discourse is far from universal, even within the very geographical context of the West.

Here too, ‘internal others’ challenge the supremacy of history as change. Therefore, de-colonizing history not only implies bringing new agents and geographies to world history, but also new ways of understanding ourselves, making visible the features associated with relationality that male individuality has concealed and, therefore, making possible its recognition in ‘the other’.

Granted, this is a great responsibility, but it is also a great opportunity to regain ontological heterogeneity and to understand the true and most profound implications of colonial contacts.

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[1] We are well aware that historical archaeology is a controversial term and that there has been an energetic

debate about its narrow versus wide chronological adoption. Here, we use the term to refer to the study of all processes connected to the European expansion, conquest, and colonization that began in the Late Middle Ages, and that have moulded the world to its present shape (Leone & Potter, 1988; Orser, 1996; Little, 2007).

[2] European Journal of Archaeology 2017 available at https://www.cambridge.org/core/terms. https://doi.org/10.1017/eaa.2017.83

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[3] Although, from different perspectives, other scholars have also discussed time as a cultural notion that might have been differently perceived in the past (e.g. Leone, 1978; Fabian, 1983; Bailey, 1987; Shanks & Tilley,1987; Gosden & Lock, 1998; Lucas, 2005; Goody, 2006; Olivier, 2008, 2013; Verdesio, 2013; González- Ruibal, 2014).

La situación de El Salvador: antecedentes, evolución y retos. Héctor Dada Hirezi. Septiembre 2017. Pág. 16

Introducción

Este trabajo[1] forma parte de un proyecto de la Fundación Heinrich Böll titulado Análisis de la situación de El Salvador desde la perspectiva económico-social y política: Lectura de la coyuntura a partir de la historia de las últimas décadas.

No está centrado en la presentación exhaustiva de cifras, sino más bien se trata de una interpretación cualitativa de la realidad coyuntural del país a partir de los cambios registrados en las tres últimas décadas; el énfasis estará en la lectura política de la situación nacional.

Las estadísticas se utilizarán en la medida en que sirven de fundamento a determinadas afirmaciones, o que expresan numéricamente la realidad que se describe.

El responsable del trabajo es un profesional de las ciencias sociales, graduado en ciencias económicas. Como es obligado en este tipo de ciencias, el análisis estará influenciado por la escuela económica a la que me adscribo, lo que aparecerá a todo lo largo del texto.

Se hace esta aclaración, dado que, con mucha frecuencia, no pocos colegas tienen la pretensión de hablar desde una postura supuestamente “técnica”, neutra, y que responde a principios que son indiscutibles, posición que no se compadece con la naturaleza de las ciencias sociales.

Hemos adoptado una aproximación histórica. Los hechos del presente se explican en buena parte a través del análisis de los procesos en los cuales van surgiendo.

Leer sólo los datos de la coyuntura permite una visión muy restrictiva de la realidad, más aún si esa lectura se reduce a relevar frías cifras sin ahondar en su significado y en su origen. De la presentación que se hace pareciera quedar claro que las decisiones económicas se toman en el espacio de la política, que es en el que corresponden, y no en el de la academia o en el de los técnicos.

En el Capítulo 1 se presenta brevemente algunos aspectos de la evolución histórica de El Salvador, que pueden ayudar a explicar la naturaleza de los conflictos que terminaron en una guerra civil larga y sangrienta. La concentración de los beneficios del desarrollo aparecerá como una constante, acompañada de exclusión socioeconómica y política.

En el segundo Capítulo se aborda la dualidad de procesos que abre la negociación final de la paz: la construcción de un sistema político democrático y la imposición de un modelo económico concentrador.

En el siguiente se presentan los avances y las carencias de estos dos procesos, y la dinámica que abrió espacios a la alternancia política. En el cuarto se pasa a analizar los avances que permitió el cambio de grupo político en la conducción del gobierno, así como los estrechos espacios para realizar las reformas indispensables; se pone especial atención en la crisis fiscal que vive el país, en la que se expresan las dificultades políticas y económicas que caracterizan a El Salvador en este momento.

En el Capítulo cinco se intenta dar una reflexión sobre algunas líneas básicas que a mi juicio debe tener el abordaje de los retos centrales que enfrenta el país. La concreción de las respuestas surgirá de las correlaciones que se puedan construir en el proceso de discusión y de las alianzas sociales y políticas que se vayan produciendo.

Al final hemos colocado unas breves palabras en forma de conclusión.

Antecedentes históricos

Tradicionalmente, la sociedad salvadoreña ha padecido de una profunda desigualdad. Heredada de la colonia, la república ha hecho muy pocos esfuerzos decididos para reducirla. En el siglo XIX, la puesta en el mercado de los colorantes sintéticos llevó a la casi total desaparición de la producción de tinturas a partir del índigo o añil, que era la actividad económica principal; en busca de un nuevo producto de exportación, la fuerza del Estado fue utilizada para expropiar las tierras de las comunidades – muchas de ellas indígenas – y de la Iglesia, para entregarlas a propietarios privados con el objetivo de que fueran dedicadas a la producción de café; desde las posiciones de control en el aparato del gobierno se determinó a quienes debían ser parte del nuevo sector cafetero que se convertiría en hegemónico, ejerciendo un patrimonialismo de Estado que ha sido una característica dominante de casi toda nuestra historia.

La producción de café – destinado al mercado internacional – fue el eje de la economía salvadoreña hasta ya bien entrada la segunda mitad del siglo XX, y la principal organizadora de la estructura social y económica del país[2].

La Gran Depresión generó una brusca caída de los precios del café, con la consecuencia de graves problemas para la realización de la producción cafetera, y por ende sobre los ingresos de la oligarquía agraria y las posibilidades de trabajo remunerado para los trabajadores agrícolas, así como para las finanzas públicas y el comportamiento de la economía en general.

Las demandas de la población no se hicieron esperar, y en diciembre de 1931 un golpe de Estado militar derroca al gobierno tímidamente reformista del Presidente Arturo Araujo; el control directo del aparato de Estado en manos de la oligarquía da paso al control indirecto a través de las Fuerzas Armadas, que duraría por casi medio siglo.

En el año 1932 se dio una rebelión campesina – respaldada por el recién creado Partido Comunista Salvadoreño – en buena medida como consecuencia de los efectos de la Gran Depresión de la economía mundial sobre los precios del café; ella fue respondida con una defensa cerrada de la estructura de propiedad e ingresos existente a través de una dictadura sumamente represiva.

En 1948[3], después de un golpe de Estado militar, se da un cambio de orientación, emprendiéndose un proceso de industrialización por sustitución de importaciones.

Las políticas que se establecieron estaban basadas en la visión del Estado con responsabilidad social, reformas que sin embargo no afectaron esencialmente a la estructura básica de desigualdad en la distribución de ingresos y de propiedad; esto debido a la carencia de condiciones económicas y políticas para aliviar el carácter de eje central de la economía y de la estructura de la sociedad que tenía la propiedad de la tierra[4].

Utilizando como base los recursos provenientes de la agro-exportación para financiar al fisco, se estableció una política de apoyo estatal a los empresarios industrializantes, que incluyó carteras de crédito, altas protecciones arancelarias establecidas a nivel centroamericano, estímulos para las “industrias infantes”, y un amplio programa de infraestructura vial y energética.

Para aliviar la pequeñez de los mercados internos de la región – originada en la demografía, y agravada por la desigual distribución de ingresos –en 1960 se aprobó el Tratado General de Integración Económica Centroamericana que permitía la libre circulación de las producciones nacionales de los cinco países[5].

Como resultado de esas políticas, la economía salvadoreña presentó tasas de crecimiento relativamente altas en la sexta (4,7%) y séptima década (5,6%) del siglo XX. Sin embargo, la desigualdad no presentaba tendencia a la reducción.

Aún en 1970, la concentración de la tierra presentaba un valor del coeficiente de Gini de 0,83, de los más altos del mundo[6].

El conflicto bélico entre El Salvador y Honduras fue en parte consecuencia del desigual desarrollo que produjo la sustitución de importaciones a nivel de la región centroamericana, a la vez que fue una de las causas que aceleraron el debilitamiento de ese modelo. Al interior de la sociedad salvadoreña se produjo una situación en la que se combinaban conflictividades políticas con demandas sociales crecientes. Sucesivos gobiernos militares intentaron hacer reformas, que pronto se abandonaban para volver a favorecer los intereses de la elite agraria[7].

La convulsión social – que era contemporánea, y en buena medida relacionada, con sectores que habían elegido la vía armada para realizar la transformación de la sociedad – también estaba presente en otros países centroamericanos; en julio de 1979 la Revolución Sandinista asume el poder en Nicaragua, saliendo al exilio el General Anastasio Somoza Debayle, quien, además de tener el control total del aparato del Estado de su país, era un personaje con mucha influencia en los países centroamericanos que tenían gobiernos militares[8].

En octubre de ese año el ejército salvadoreño da un golpe de Estado para cambiar la cúpula gubernamental, abriendo paso a un proceso de transformaciones en el país; la administración del gobierno es entregada a una Junta Revolucionaria de Gobierno (JRG), integrada por militares, y por civiles que habían trabajado por establecer un régimen democrático con relativa equidad.

La Junta se comprometió a ejecutar un proyecto que ofrecía abrir espacio a la participación de todos los sectores en elecciones libres y equitativas, así como reformas profundas a la estructura de propiedad existente: reforma agraria, estatización de la banca y estricto control estatal del comercio exterior.

Para la JRG el conjunto de reformas era un medio de encontrar caminos para evitar un conflicto armado abierto al eliminar las bases materiales del Estado oligárquico-militar, incorporar a los trabajadores agrarios a los beneficios del desarrollo, y abrir espacios a una economía fundamentada en la industrialización y con características más incluyentes[9].

Bajo presiones de los Estados Unidos, y por desavenencias al interior del gobierno mismo, se dieron importante cambios en la composición de éste. El 6 de marzo de 1980 las mismas tres reformas fueron aprobadas por la renovada administración salvadoreña, pero esta vez como instrumentos de un plan de contrainsurgencia diseñado por autoridades de los Estados Unidos; su preocupación estaba centrada más en las consecuencias de un triunfo rebelde, en el contexto de la Guerra Fría, que en los problemas de la desigualdad[10].

El contexto político-militar en el que se diseñan y se ejecutan las reformas, no debe ser obstáculo para aceptar que generaron una profunda transformación de la estructura social y económica al expropiar[11] buena parte de la propiedad agrícola y las instalaciones industriales dedicadas a la producción exportable, así como la banca comercial (que en su mayoría estaba en manos de grandes terratenientes), al mismo tiempo que asumía el Estado el control del comercio exterior que era la fuente principal de la captación de excedentes de la elite dominante.

La tierra requisada fue entregada casi de inmediato a cooperativas campesinas, en tanto la banca y las instalaciones agroindustriales fueron administradas por el aparato del Estado.

Desde la segunda mitad del siglo XIX no se había dado una transformación de la estructura de propiedad como la que la contrainsurgencia produjo.

Mientras estas transformaciones se daban al interior de la economía salvadoreña, el mercado común centroamericano se vio muy debilitado por las conflictividades políticas regionales, la presencia distorsionante de potencias externas, y los problemas propiamente económicos unidos a las consecuencias económicas de los precedentes.

La economía salvadoreña tuvo un decrecimiento de su producto interno, así como se volvió altamente dependiente de la “ayuda” estadounidense para solventar los compromisos financieros que originaba la guerra civil, y para mantener en funcionamiento la débil maquinaria estatal[12].

Paralelamente, en el terreno político-institucional se realizaron transformaciones importantes. Ya en la década de los años 70 se habían iniciado movimientos insurgentes, que optaban por la vía armada para cambiar la estructura de poder económico y político del país; el golpe de Estado de 1979 no fue considerado por ellos como una forma de realizar las reformas adecuadas, sino más bien como una acción para cambiar sin verdaderamente hacer transformaciones sustanciales, con el objetivo de cerrarles espacios.

Ni la aprobación de las reformas contrainsurgentes el 6 de marzo de 1980 aisló a los insurgentes de sus bases, ni el asesinato de Monseñor Óscar Romero, el 24 de ese mismo mes, produjo la intimidación que buscaban los asesores contrainsurgentes y sus aliados de la derecha salvadoreña; este hecho, por el contrario, se convirtió en un detonante que catapultó la intensidad del conflicto social y de la guerra civil.

En 1982, en pleno desarrollo del conflicto armado, se convocó a elecciones para establecer una asamblea nacional constituyente que restableciera la normalidad institucional. Los constituyentes declararon legal todo lo actuado por la Junta Revolucionaria de gobierno, y procedieron a nombrar un gobierno provisional “de unidad”, que conformaron los partidos políticos con representación en la asamblea.

Al siguiente año se aprobó la nueva Constitución Política, que utilizó como base el texto de la vigente al momento del golpe de Estado de octubre de 1979; las más notorias diferencias son, por una parte, la inclusión en el texto constitucional de los límites de propiedad de la ley de reforma agraria y, por otro lado, la eliminación de la prohibición de toda acción pública de las organizaciones de ideología “contraria a la democracia”[13].

Para algunos de los que analizan ese período, las elecciones constituyentes fueron el inicio del proceso de institucionalización de la democracia en El Salvador; sin llegar a esa conclusión – que para otros puede ser extrema (yo me cuento entre éstos) – no puede negarse que comenzó a haber un respeto mayor a los resultados reales de las votaciones, que los que se habían dado en el tiempo del autoritarismo oligárquico militar; sin embargo, elecciones en situación de guerra, bajo vigilancia militar, y obviamente sin participación de los sectores políticos insurgentes y de los partidos no combatientes que estaban aliados con ellos[14], sirvieron más para legalizar la contrainsurgencia, que para construir democracia.

Lo que se generó fue una convivencia difícil entre instituciones electas de conformidad a un marco constitucional y obligadas a regirse por las normas legales, por un lado, y por el otro el control militar (de parte de las Fuerzas Armadas del país y de sus asesores estadounidenses) de las decisiones sobre la guerra, y de la represión contra los grupos y los ciudadanos que se consideraban enemigos del proceso sin someterse a las restricciones legales[15].

Al asumir la presidencia de la República José Napoleón Duarte en 1984, demócrata cristiano, uno de sus objetivos fue intentar resolver la guerra civil por la vía del diálogo; el nuevo presidente pensó que tenía condiciones de diálogo que le permitirían llegar a un arreglo que acabara con el derramamiento de sangre, dado que fue el verdadero ganador de las elecciones de 1972, en las que contó con el respaldo del Partido Comunista Salvadoreño (PCS)[16] y del Movimiento Nacional Revolucionario, en ese momento integrados a la insurgencia.

Al final de ese mismo año se realizaron las primeras conversaciones en La Palma, Chalatenango, en la que participaron dirigentes guerrilleros y junto a líderes de los partidos políticos que eran sus aliados. Los resultados no fueron coincidentes con las expectativas, y, lejos de resolver la confrontación, lo que se dio fue una intensificación de la guerra.

Ni las condiciones internas, ni mucho menos los condicionantes que derivaban de la intensidad de la Guerra Fría en ese momento, permitían terminar con una guerra en la que los conductores de ambas partes estaban convencidos de que estaban ganando. Sin embargo, varios intentos posteriores fueron en buena medida fruto de la presión de una gran parte de la ciudadanía; ésta se movilizaba a favor de un acuerdo de paz, expresándose con el respaldo, y en cierta forma la conducción, de dirigentes religiosos católicos, protestantes y evangélicos pentecostalistas, entre los que destacaba el Arzobispo católico de San Salvador, Monseñor Arturo Rivera Damas, así como el sacerdote jesuita Ignacio Ellacuría.

En 1989 hubo elecciones presidenciales. Desde un año antes comenzó a negociarse la posibilidad de participación de los partidos miembros del FDR[17]. El Secretario del Movimiento Nacional Revolucionario, y dirigente de la Internacional Socialista, Guillermo Manuel Ungo fue el candidato.

Por la derecha política y económica, representada en el partido Alianza Republicana Nacionalista (ARENA), el postulado fue un empresario, Alfredo Cristiani, luego de una fuerte presión de los estadounidenses para evitar que el candidato fuera el fundador del partido, mayor Roberto D’Aubuisson, ligado estrechamente a los excesos represivos desde los años setenta, primero como oficial de la Guardia Nacional, y en los 80 como líder de grupos irregulares de extrema derecha.

El PDC lanzó al ministro de Relaciones Exteriores, el abogado empresarial Fidel Chávez Mena. La elección fue ganada por ARENA; la izquierda logró un magro resultado, lógico por las condiciones desfavorables en las que participó.

Una derecha neoliberal, que había tenido una posición crítica al programa contrainsurgente de inspiración estadounidense, asumía el gobierno con un programa neoliberal diseñado por el centro de pensamiento de la empresa privada, que contaba con el respaldo político y financiero de los Estados Unidos[18].

 

Si bien el cambio de orientación programática del gobierno es de gran importancia, no lo es menos lo que representa la negociación de la participación electoral de la izquierda dentro del proceso de diálogo para los acuerdos de paz. Se diga lo que se diga al respecto, es difícil dejar de lado que eso significaba, de parte de la insurgencia, la aceptación de la vía electoral como una posibilidad de buscar la conducción del gobierno, con la pluralidad política que una democracia requiere; y también, la implícita aceptación de la Constitución Política de 1983 como base de la organización institucional del Estado, hasta entonces considerada ilegítima por la insurgencia y sus aliados.

Este cambio de actitud de los grupos insurgentes se ve más clara si consideramos que en enero de 1989 “el FMLN sorprendió al proponer la postergación de las elecciones presidenciales con el objeto de crear las condiciones que garantizaran una competencia democrática, comprometiéndose a respetar los resultados” (Turcios, R., en López Bernal, C. G. [2015] p. 117).

Las posibilidades de avanzar hacia el fin del conflicto parecían crecer; lo que se vio confirmado con el discurso de Alfredo Cristiani al comenzar su gestión, en el que ofreció continuar con los diálogos existentes y ser un impulsor de un acuerdo de paz, como señalamos en la siguiente sección.

2.Los acuerdos de paz y la imposición del modelo neoliberal

La derecha al gobierno: diálogo, cambios constitucionales y reformas económicas

Alfredo Cristiani asumió la Presidencia de la República el 1 de junio de 1989.

De su discurso inaugural podemos extraer dos temas que parecen ser los más importantes. Como se dijo arriba, hizo una oferta específica para continuar las negociaciones, respondiendo a las propuestas que antes y después de las elecciones le había presentado la alianza FMLN- FDR al gobierno de Napoleón Duarte; sus palabras contradecían la posición de rechazo que la derecha había asumido frente a las reuniones que se habían llevado a cabo durante el gobierno que terminaba.                                                                               Si la insurgencia hablaba de negociación, el nuevo Presidente mencionaba sólo la palaba diálogo, por la interpretación que la derecha había dado a ese término: negociar es discutir la posibilidad de compartir el poder.                                                           El diálogo, dijo el empresario-presidente, debe ser serio, permanente y reservado, entre “el sector democrático y el FMLN”, concibiendo al primero como los partidos que en ese momento tenían representación parlamentaria. Para su realización, el gobierno establecería una comisión de “personalidades democráticas” para constituir un organismo de trabajo con una contraparte que solicitaba a la insurgencia que constituyera; este organismo sería el encargado de trabajar en la elaboración de propuestas, y se comprometía a que una vez iniciado el diálogo la comisión del gobierno no se levantaría de la mesa “hasta que no se presente a los organismos de la más alta decisión política un planteamiento de solución global al conflicto”.

El proceso, decía el Presidente, debía llevarse a cabo en el exterior, mientras ofrecía mantener “constantes consultas” con los partidos políticos legales.

El segundo tema que se resalta es la visión del desarrollo económico que dijo tendría su gobierno. Coherente con la línea de pensamiento de FUSADES, y de sus asesores de la Escuela de Chicago, limitó al Estado a ser “regulador de las normas indispensables para que la economía funcione, reduciendo el papel del Estado a lo estrictamente necesario”, rechazando toda idea de Estado “dirigista o interventor”, que incursionara en espacios en los que debe actuar el mercado, y que pudiera “distribuir los recursos, y la asignación de prebendas y privilegios discrecionales”.

El Estado “interventor”, que había estado presente desde décadas atrás, y que fue un instrumento para desarrollar el “modelo de industrialización por sustitución de importaciones”[19], había sido reforzado por la aplicación de las reformas contrainsurgentes diseñadas por los funcionarios estadounidenses; ahora se daba una vuelta de timón, pues se consideró que había llegado la hora de aplicar las ideas y propuestas que se habían elaborado en FUSADES[20].

Las condiciones internacionales e internas daban marco al discurso de Cristiani, y a la posibilidad de llevar adelante sus objetivos. La Guerra Fría se vislumbraba en sus últimos días; la Unión Soviética y los Estados Unidos habían iniciado los esfuerzos para lograr una détente. El Consejo de Seguridad de la ONU daba instrucciones al Secretario General para actuar en la búsqueda de la paz en la región.

La ofensiva “hasta el tope”, que realizó el FMLN en noviembre de 1989, fue su mayor demostración de poder militar. Si bien pareció haber alejado las posibilidades de obtener un acuerdo, lo que sucedió fue lo contrario: al mostrarse claramente los costos de buscar un triunfo militar por cualquiera de las partes – inaceptables para la sociedad salvadoreña, lo mismo que para los actores internacionales en una coyuntura mundial signada por la fractura del mundo del “socialismo real” – se generó un fuerte impulso a la demanda del cese del conflicto.

La masacre realizada en la UCA por el ejército en medio de la ofensiva (16 de noviembre), en la que asesinó a seis sacerdotes jesuitas y a dos empleadas, si bien se hizo para afectar las correlaciones en el proceso de negociación, en la práctica fue un detonador de presiones pacificadoras y debilitó a los sectores más duros de la derecha[21].

Las partes asumieron con más intensidad que nunca la tarea de elaborar una propuesta de solución al conflicto, con la mediación de la Organización de Naciones Unidas.

El escenario nacional facilitó la iniciación de la aplicación de las medidas económicas. Con la atención del país puesta en la posibilidad de realización de la esperanza del fin de la guerra civil, el proyecto de cambios comenzó a realizarse rápidamente, aprovechando también que las elecciones legislativas de 1988, y las presidenciales de 1989, le habían dejado a ARENA la posibilidad de controlar todos los órganos del Estado.

El modelo coincidía con las propuestas fundamentales de lo que se llamó “Consenso de Washington”, con su exacerbado individualismo como línea orientadora. En una síntesis apretada, éstas eran sus características[22]:

a) apertura económica, tanto respecto al mercado exterior, como a la eliminación de las restricciones de precios y de los espacios de la libre actividad empresarial; estas medidas permitirían un aumento de la competitividad de los sectores en los que se tenían ventajas comparativas, con las consecuentes mejoras en la productividad, y posibilitarían al país tener a las exportaciones como su principal factor de crecimiento[23];                                          b) aprovechamiento de la ventaja comparativa que representa la relativa abundancia de fuerza de trabajo;                                            c) la privatización de los activos productivos en manos del Estado (bancos, ingenios azucareros, beneficios de café, distribuidoras de electricidad y empresas de telecomunicaciones)[24];                                                                                 d) en la lógica de favorecer la concentración de los excedentes para estimular la inversión, se reducirían las tasas marginales superiores del impuesto a la renta, así como se eliminarían los impuestos a la propiedad y a la herencia[25];                                                                                e) como contrapartida, se convertiría al impuesto al valor agregado (IVA), que pagan los consumidores, como la base principal de recaudación de recursos fiscales;                                                                   f) la regla de subir los salarios para compensar la inflación, debía ser sustituida por la de ajustar los salarios de conformidad a la productividad.

La norma era: al mercado – entiéndase al sector privado – todo lo que sea posible; el Estado no puede ser parte de la solución porque es el problema, para utilizar la frase del Presidente de los Estados Unidos Ronald Reagan.

Las instituciones financieras internacionales, así como el gobierno de los Estados Unidos, apoyaron decididamente las reformas neoliberales; lo que era normal, dado que el llamado Consenso de Washington era la confluencia del pensamiento de base en el FMI, en el Banco Mundial, y en el BID, que a la vez coincidía con la dominación de la Escuela de Chicago en la visión de ese gobierno. Asesores y recomendaciones respaldaban al gobierno salvadoreño. El historiador económico salvadoreño Héctor Lindo lo dice con gran claridad: “Las autoridades salvadoreñas eran particularmente propensas a recibir la asesoría de expertos internacionales debido a la magnitud de los niveles de ayuda que recibió el país durante la guerra y el apoyo que los organismos internacionales estaban dispuestos a prestar en la tarea de reconstrucción de la posguerra. Una de las primeras responsabilidades importantes que adquirió la administración de Cristiani fue un préstamo del Fondo Monetario Internacional que comprometía a ajustes estructurales” (López Bernal, C. G. [2013], p. 257).                                                                                            Yo agregaría que la conversión de las medidas de ajuste en compromisos con el FMI, lejos de ser una imposición del organismo, fue firmada para volverlas responsabilidades contractuales; al fin y al cabo ellas estaban presentes en las propuestas de FUSADES, que habían sido elaboradas a partir de la misma línea de pensamiento, con asesoramiento externo y ayuda financiera de USAID, en momentos en los que Cristiani era directivo de la institución.

En plazo muy corto comenzó el proceso de abrir la economía al mercado exterior, en este caso a través de decisiones de los organismos intergubernamentales centroamericanos. Se estableció un nuevo Código Aduanero Centroamericano que desmontaba la protección al mercado regional, pasando los aranceles de un rango de 290-0 a uno de 20-52[26]. Si el Mercado Común suponía una política de fomento a la exportación de productos industriales a las economías de los países socios, ahora la apuesta era abrirse al mundo para exportar al mercado internacional, y obligar a las empresas internas a competir sin las altas barreras del pasado.

Se derogaron los impuestos a la exportación de bienes agroindustriales, los cuales hasta entonces habían sido la base de ingresos del fisco[27]. Se eliminaron las normas y las instituciones que regulaban los precios, así como los organismos estatales encargados de canalizar las agro-exportaciones.

Se procedió a la imposición del impuesto al valor agregado (IVA), estableciendo una tasa de 11%. Más adelante, ya con posterioridad a los Acuerdos de Paz, se pasó a aplicar las medidas de reducción o eliminación de los impuestos directos mencionados arriba. Más que reducir la inequidad de la política tributaria, las medidas profundizaron su regresividad, absolutamente coherente con su filosofía de concentrar inicialmente para que a través de la inversión y la producción de empleos el bienestar descienda a la mayoría.

En el año 1991 se inició la privatización de los activos productivos del estado, iniciando con los que habían pasado a ser propiedad pública a través de las expropiaciones del reformismo contrainsurgente. Las instituciones del sistema financiero[28] fueron las primeras en pasar a manos privadas en un proceso poco transparente, controlado desde las autoridades del gobierno[29].

Así se conformó desde el aparato del Estado la nueva elite económica que centraría su poder primordialmente en el control de dicho sistema. Después se iba a concretar el traslado a manos privadas de los ingenios azucareros y los beneficios de café, confiscados en 1980, así como de los monopolios estatales en comunicaciones y distribución eléctrica. En estos casos, se afirmaba que se eliminaba el monopolio estatal en el sector, con el objetivo de generar competencia; sin embargo, en los hechos se tiene un mercado monopolístico, con alta concentración. En lo que respecta a la producción de electricidad se dejó en manos del Estado buena parte de la producción[30], esencialmente la que utiliza recursos hidráulicos, con apertura a inversiones privadas. También se privatizaron otras actividades económicas que estaban en manos del Estado, algunas con anterioridad a 1980, como zonas francas, plantas de alcohol, etc.

La reforma agraria no fue revertida. No se estableció legalmente ninguna medida para cambiar el estatuto de propiedad colectiva de las tierras en las empresas cooperativas. La imposibilidad política de tomar esas medidas impedía que se actuara directamente contra una forma de posesión que contrariaba los fundamentos del modelo. Lo que se hizo fue debilitar, hasta la casi desaparición, el compromiso del gobierno con el éxito de las cooperativas[31].

Las excepciones no eliminan la posibilidad de calificar a las privatizaciones realizadas por los gobiernos de ARENA como la segunda reforma fundamental de la propiedad – y por consecuencia de la estructura de la sociedad – en un poco más de dos décadas.

Entre 1991 y 1995 la política aplicada pareció lograr éxitos, pues el PIB creció a una tasa media de 6,5% entre 1991 y 1995. Sin embargo, contra las expectativas de los creadores del modelo, lo que se produjo fue principalmente el efecto de lo que algunos economistas llaman “efecto rebote” (la satisfacción de demandas de consumo e inversión pospuestas durante el conflicto), a la vez que de la utilización de una importante cantidad de recursos fiscales y de ayuda externa para la reconstrucción[32].

Debilitados estos factores, la economía salvadoreña vio descender rápidamente la velocidad del incremento de su actividad, y entró en un período largo de lento crecimiento que se mantiene hasta ahora[33], y al que nos referiremos más adelante.

Los acuerdos de paz.

En tanto, el gobierno del Presidente Cristiani retomaba el control del aparato del Estado para la derecha empresarial y política – es difícil establecer fronteras entre ellas – las negociaciones de paz continuaban avanzando. Hay toda una diversidad de convenios previos al documento final, entre los que, a partir de los objetivos de este trabajo, podemos resaltar el tema relativo a las reformas a la Constitución Política de 1983 que se hicieron en 1991.                                                        Para la insurgencia, había cambios a la ley primaria que eran indispensables para abrir espacio a la consecución del fin del conflicto: eliminar el papel tutelar sobre el sistema democrático que en última instancia se le concedía a la Fuerza Armada – heredado de la época de los gobiernos militares con elecciones que habían dominado nuestra vida política[34] – limitando sus funciones a ser garante de la seguridad nacional, y con posibilidad de recibir atribuciones limitadas y temporales en la seguridad pública; establecimiento de mecanismos de control de los procesos electorales por parte de los partidos políticos contendientes, para buscar mayor garantía en el respeto a los resultados; formas de elección más transparente y electorales por parte de los partidos políticos contendientes, para buscar mayor garantía en el respeto a los resultados; formas de elección más transparente y

participativa de los funcionarios de elección de segundo grado (Corte Suprema de Justicia, Fiscal General de la República, y varios más).

Aprobados los cambios en la Asamblea Legislativa[35], la ruta hacia un acuerdo definitivo se volvió casi imparable, pese a resistencias de los sectores más duros de la derecha. El 31 de diciembre se terminó de definir el texto final de los Acuerdos de Paz, y el 16 de enero de 1992 se procedió a su firma en el castillo de Chapultepec, en México, con la presencia del Secretario General de la ONU, y un número importante de Jefes de Estado y de gobierno.

Para Roberto Turcios, lo que se había dado debía calificarse como “la negociación para un pacto transicional”, dado que “dio un vuelco a la historia política salvadoreña. Sobre la secuela todavía humeante de la guerra emergía la coexistencia pluralista de todos los bloques políticos sociales, incluidos los que se enfrentaron con armas durante una década” (en López Bernal, C. G. [2015], p. 118).

La visión de Turcios ya estaba presente en el discurso de Cristiani en la ceremonia de firma del documento de la paz: “Nos quedaríamos injustamente cortos si viéramos sólo hacia el pasado inmediato para medir la magnitud de lo que ocurre en El Salvador de un tiempo a esta parte. La crisis en que se vio envuelta la nación salvadoreña en el último decenio no surgió de la nada, ni fue producto de voluntades aisladas. Esta crisis tan dolorosa y trágica tiene antiguas y profundas raíces sociales, políticas, económicas y culturales en el pasado. Una de las perniciosas fallas de nuestro esquema de vida nacional fue la inexistencia de los espacios y mecanismos necesarios para permitir el libre juego de las ideas, el desenvolvimiento natural de distintos proyectos políticos derivados de la libertad de pensamiento y acción. En síntesis, la ausencia de un verdadero esquema de vida democrático. La crisis profunda hizo surgir la posibilidad real de la democracia en nuestro país (…)” (Cristiani, A. [1992] p. 1-2]).

El texto del acuerdo firmado incluía disposiciones sobre temas como el asentamiento de los combatientes guerrilleros, la depuración de la Fuerza Armada, la creación de una Comisión de la Verdad que investigara los crímenes cometidos durante la guerra. La supervisión de los acuerdos se delegó en la ONU, que estableció una oficina especial en San Salvador y garantizó que los convenios fueran cumplidos de una manera muy satisfactoria, pese a conflictos menores.

Hay que hacer notar que, durante las negociaciones, el modelo de desarrollo impuesto por el gobierno del Presidente Cristiani no fue puesto en cuestión.

Las referencias a lo económico se reducen a disposiciones para entregar tierras y reparaciones monetarias a los combatientes de ambos bandos; para discutir cuestiones de política económica y social se creó el llamado Foro para la Concertación Económica y Social, que tuvo vida efímera, sin lograr mayores resultados[36].

3. El avance democrático y el agotamiento del modelo económico

La institucionalización de la democracia electoral

Con activa participación de la Misión de la Organización de Naciones Unidas para El Salvador (ONUSAL) se fueron implementando las disposiciones de los Acuerdos de Paz. Pese a problemas en la ejecución, es generalizada la idea de que el proceso fue casi ejemplar. Se respetó escrupulosamente el cese al fuego, los insurgente pudieron volver al país y gozar de sus derechos ciudadanos, y el FMLN fue convertido en partido político a través de un decreto legislativo. Una Comisión de la Verdad, integrada por personalidades extranjeras, realizó la investigación de los crímenes de guerra, y dio su informe a la sociedad[37]. Una Comisión Ad Hoc, integrada por personalidades nacionales, procedió a analizar el comportamiento de los oficiales de las Fuerzas Armadas en materia de respeto a las normas de la guerra, y recomendó la salida de más de un centenar de ellos, lo que fue acatado por el gobierno civil y el alto mando militar. La convivencia pacífica se abría paso dejando atrás los altos niveles de violencia que se vivían.

La situación no sólo requería el abandono de cualquier espíritu de venganza por parte de quienes habían sido afectados por la violencia. También exigió cambios fundamentales en los dos agrupamientos que desde entonces dominarían la vida política nacional. Para el FMLN significaba abandonar la idea de establecer la “dictadura del proletariado” (lo que parecería que ya había hecho con su actitud frente a las elecciones de 1989) y dejar de ser un grupo político armado, convirtiéndose en un partido legal compitiendo en elecciones plurales. Para ARENA (nacido en 1981 con un componente armado a través de los llamados escuadrones de la muerte), la exigencia fue la superación de su visión de exclusión política y eliminación de los “rojos”, y también debía abandonar sus componentes paramilitares.

Las elecciones de 1994 serían la primera gran prueba que tendría la nueva realidad política; en ellas se disputaban la presidencia, la Asamblea Legislativa, y los concejos municipales, es decir la totalidad de los puestos de elección por votación directa de la ciudadanía. Éstas eran las primeras elecciones después de los acuerdos, y las primeras en las que el FMLN competía; fueron llamadas “las elecciones del siglo”. Según Roberto Turcios: “La alusión al siglo era exagerada, aunque tenía cierta razón porque entonces comenzaba el cómputo de otro siglo político y la configuración de otro modo de desarrollo” (López Bernal, C. G. [2015] p. 121).

Las elecciones fueron ganadas ampliamente por ARENA, que además de la presidencia de la República obtuvo control de la Asamblea Legislativa y de la mayoría de los concejos municipales del país. El FMLN, por su parte, logró el segundo lugar, desplazando al tercero al Partido Demócrata Cristiano, y así tuvo la posibilidad de participar en la segunda vuelta de la elección presidencial, y obtener una numerosa bancada de diputados y el gobierno de un número nada despreciable de municipios. La organización política armada se convertía en un partido político dentro de la legalidad institucional, con ejercicio de funciones en diversas instancias del Estado, y en un instrumento para canalizar – ante las instituciones del aparato del Estado – las demandas de los sectores de población que asumía representar. El espacio político-institucional se convertía en el centro de la disputa, dejando definitivamente en el pasado a la vía armada como instrumento de lucha política.

Desde entonces el aspecto electoral de la democracia ha avanzado de forma innegable. Los resultados electorales siguieron siendo respetados en múltiples elecciones posteriores a las “del siglo”: cuatro presidenciales (1999, 2004, 2009, 2014) y siete legislativas y municipales (1997, 2000, 2003, 2006, 2009, 2012). El partido ARENA volvió a ganar el órgano ejecutivo en las elecciones presidenciales de 1999 y 2004, lo que le permitió gobernar por veinte años consecutivos; en esas dos décadas pudo obtener mayorías propias, llegar a arreglos con otros partidos, y en ciertos casos lograr disidencias del FMLN, para tener control del órgano legislativo; así pudo manejar con relativa libertad las elecciones de segundo grado[38]. Su capacidad de controlar los tres órganos del Estado y buena parte de otras instancias del aparato estatal le permitieron imponer sus políticas con muy pocas restricciones[39].

En 1997 el resultado de las elecciones municipales fue más favorable a la izquierda que las de tres años atrás. Entre sus éxitos puede señalarse uno muy simbólico, como es haber obtenido el control del gobierno municipal de la capital gracias a una alianza con algunos partidos, pero en especial con un grupo cívico-político, siendo éste el que mayor número de miembros tuvo en el Concejo Municipal presidido por Héctor Silva, ex-militante del Movimiento Popular Social Cristiano[40].

Si bien este triunfo fue acompañado por otros en ciudades importantes del país, dada la relevancia política del gobierno de San Salvador, y la presencia mediática que tiene, se convirtió en la muestra de la integración del FMLN a la institucionalidad democrática, y abría la percepción de la posibilidad de obtener, en un futuro no muy lejano, el control del órgano ejecutivo.

Visión patrimonial de la función pública

La presencia de empresarios en puestos gubernamentales y en cargos partidarios fue frecuente en los gobiernos de ARENA, así como de ejecutivos o asesores económicos y jurídicos del sector empresarial. No pocas veces alternaban el servicio en cargos públicos, con trabajo partidario, o con cargos directivos o ejecutivos de las gremiales o de empresas privadas, o en su llamado “tanque de pensamiento”, FUSADES.

Citando de nuevo a Turcios, él hace sobre esta realidad la siguiente observación que se refiere a la privatización de la banca: “El hecho de que los bancos funcionaran con eficiencia bajo las nuevas administraciones, en cambio, nunca lograría disipar la sospecha de que la transferencia había sido un mecanismo novedoso de concentración de un reducido número de empresarios, entre ellos titulares del poder público” (en López Bernal, C.G. [2015] p. 122).

El economista Juan Héctor Vidal, que en un tiempo fue director Ejecutivo de la Asociación Nacional de la Empresa Privada (ANEP), lo dice con la misma claridad:

“Se puede colegir entonces que el origen de las anomalías mencionadas no estuvo tanto en la ley[41], cuanto en la falta de cumplimiento de la misma y el mero hecho de que el presidente del BCR y el mismo presidente de la República, aparecieran eventualmente como los principales accionistas de los bancos más grandes, a través de grupos en los que ya tenían fuertes intereses.” (Vidal, J. H, [2010] p. 214).

La utilización del aparato del Estado de forma patrimonial fue una característica de los cuatro gobiernos del partido de la derecha.

Objetivos y resultados del modelo económico

Los objetivos que inicialmente se planteó la derecha, no pudieron ser logrados, aun cuando contó con veinte años de gobierno continuo, y pese a los estímulos concedidos a la inversión, al manejo empresarial de la función pública, a la pacificación de las relaciones partidarias, al respaldo externo a la implementación del modelo. Se quería pasar a ser un país con una balanza comercial positiva, y sin embargo, rápidamente se registró un déficit comercial creciente (llegó una cifra de alrededor del 20% del PIB en el período 2004-2008); aun con la entrega de activos estatales al sector privado, y con una generosa política de reducción impositiva y de estímulos para la producción – los cuáles sí produjeron la deseada concentración – la inversión privada se mantiene en bajos niveles; la primacía del consumo y de la importación en la determinación del comportamiento económico ha sido la regla desde entonces; etcétera.

En tanto, las oportunidades de ocupación con ingresos dignos no llegaron a cristalizarse[42], lo que ocasionó que para una buena cantidad de salvadoreños se fueran desvaneciendo las esperanzas y las expectativas de mejorar su situación; la emigración – que se había iniciado en menor medida en las décadas anteriores

representó el camino que anualmente toman decenas de miles de salvadoreños buscando las oportunidades que no encuentran en su país. Las remesas que los migrantes envían a sus familias se convirtieron en un importante ingreso de divisas que sirve para paliar los problemas de la balanza de pagos, a la vez que pasaron a tener un importante papel como instrumento para respaldar el consumo, y a través de la circulación dinamizan la economía en su conjunto. En la práctica se pasó, como dice el PNUD, a un “modelo consumista de promoción de importaciones y exportación de mano de obra” (PNUD, [2013) p. 95)[43].

Más importante aún, las remesas familiares[44] se convirtieron en una suerte de política social privada – transferencias de recursos de los salvadoreños residentes en el exterior para subsidiar a sus familiares residentes en el territorio nacional – que enfrenta los problemas de la pobreza y de la desigualdad con más recursos que cualquier acción del Estado en ese campo. Su monto ha alcanzado una media superior al 16% del PIB en el período 2010-2015, equivalente a un alto porcentaje de los ingresos fiscales y del monto de las exportaciones, es varias veces el valor de las inversiones extranjeras directas, y supera ampliamente al gasto social del gobierno.

No puede ignorarse que los que deciden emigrar son muchas veces aquellos que están dispuestos al trabajo y al cambio, cualidades necesarias para un proceso de transformación productiva del país.

El surgimiento de la violencia de las pandillas

Haciendo una digresión para abordar un tema no estrictamente económico, pero muy importante para todas las esferas de la vida nacional. Al llegar el cese del conflicto armado, a partir de la concepción extrema sobre el papel del mercado gran organizador, no se visualizó el necesario papel del Estado en la reconstitución del tejido social que exigía la situación posconflicto; la guerra generó movimientos poblacionales que afectaron las estructuras de convivencia social, ya fuertemente alteradas por los cambios producidos por las reformas a la propiedad realizadas en 1980. Si bien se hicieron políticas de asistencialismo social, no se cumplió con la responsabilidad de asumir tareas en la realidad concreta de los territorios para generar un nuevo tejido social capaz de normalizar las relaciones.

El rápido incremento de la “tugurización” de buena parte de la población, en asentamientos sin propiedad legal, sólo fue respondido con un programa de legalización de tierras que se mostró insuficiente al abordar sólo un aspecto del problema. Las migraciones hicieron que muchas familias tuvieran una estructura extendida geográficamente; sus miembros que permanecían en el país tienden a depender más de los recursos recibidos de sus familiares emigrados que por los que obtienen aquí.

Las dificultades de integración en su lugar de destino, hizo caer a un porcentaje minoritario de jóvenes en el problema estadounidense de las pandillas, llamadas “maras”; al ser deportados algunos de ellos, por sus actividades fuera de la ley, encontraron un caldo de cultivo en la desintegración de comunidades pobres, con alto grado de exclusión, y el fenómeno pandilleril creció exponencialmente[45].  La violencia delincuencial se volvió un fenómeno social grave, que además tiene consecuencias económicas que no son menores.

Nuevas apuestas y avances en la privatización de las actividades estatales

En el segundo gobierno de ARENA, el Presidente Armando Calderón Sol hizo una nueva apuesta: convertir al país en “una sola zona franca”, que en poco tiempo – como expresó uno de sus impulsores – permitiría absorber a los seiscientos mil trabajadores del campo, en un país que suponían que había perdido su vocación agrícola. Esto implicaba una “simplificación impositiva” que dejaría al IVA el papel de casi única fuente fiscal, con la eliminación de muchos de los tributos existentes, así como centrarse en la competencia internacional de los bajos salarios. Se agregaba la sustitución de la moneda nacional, el colón, por el dólar de los Estados Unidos.

Estos esfuerzos no llegaron a ser concretados, pues las reformas planteadas parecieron quedarse truncadas por la falta de respaldo de algunos sectores productivos del país[46]. Sin embargo, sus efectos negativos sobre el agro fueron notorios.

En ese mismo gobierno se tomó una decisión que sigue golpeando a las finanzas públicas: el esquema de privatización del sistema de pensiones. Expertos reconocidos internacionalmente hicieron una fuerte crítica al proyecto, indicando que la forma – no todos rechazaban la privatización como concepto – estaba condenada a generar problemas fiscales casi insuperables; sin embargo, en la Asamblea Legislativa la reforma se aprobó tal cual la proponía el Órgano Ejecutivo, con los votos de su mayoría automática. Las consecuencias que ahora tiene muestra que las críticas de los expertos tenían sólido fundamento[47]. La carga fiscal que esto representa es ahora de más del 2% del PIB, con tendencia a crecer.

Con la intención de trasladar hacia adelante el problema, el cuarto gobierno de ARENA procedió al establecimiento de un fideicomiso; éste, de dudosa legalidad, se encarga de proporcionar los fondos necesarios para el pago de las pensiones del sistema de reparto que aún están pendientes, y los traslados y complementos al sistema privado, a través de certificados que obligatoriamente deben ser comprados por las Administradoras de Fondos de Pensiones con un porcentaje de los fondos ahorrados por los cotizantes del nuevo sistema.

El gobierno del Presidente Francisco Flores, hizo dos apuestas centrales: llevar a la práctica el sueño de dolarizar al país que no pudo realizar su antecesor, el Presidente Armando Calderón, y negociar un tratado de libre comercio con los Estados Unidos.

La primera se volvió ley a finales del año 2000, y el 1 de enero del 2001 comenzó a implementarse; la ley convirtió en unidad de cuenta al dólar estadounidense, y prohibió la emisión de colones (se les dejaba valor legal para poder hacer transacciones, pero los bancos que los reciben están obligados a trasladarlos al BCR, el cual debe guardarlos; para disminuir las críticas, el gobierno presentó la medida como la creadora de una realidad bimonetarista, que en verdad es contraria al espíritu y al texto de la ley). Esto, según sus corifeos, convertiría a El Salvador en un centro financiero internacional competidor con el que desde hace años funciona en Panamá; sostenían que daría estabilidad económica y ventajas crediticias que, a la vez que favorecerían a los consumidores, atraerían la inversión nacional y extranjera.

Los hechos han mostrado que algunas ventajas son innegables, pero a un costo muy alto para el país, y que lejos de haber convertido a El Salvador en un centro financiero, el sector bancario nacional no soportó la competencia internacional en su esfuerzo de regionalizarse; ahora está casi todo en manos de extranjeros, con sucursales que actúan localmente y que no pasan de ser agencias de muy bajo nivel de las grandes instituciones financieras internacionales.

En ese quinquenio, el porcentaje del PIB que representó la inversión fue aún más bajo que en el anterior; el consumo fue el mayor dinamizador de la economía, equiparándose con el ingreso nacional, con la consecuencia de un muy débil ahorro nacional; siguió creciendo el monto de las importaciones y el déficit fiscal.

Es muy relevante el hecho de que la medida arrebató al aparato del Estado una herramienta básica de política económica, que mucha falta hace para enfrentar de mejor manera la tendencia estructural de bajo crecimiento que por dos décadas ha presentado la economía salvadoreña. El año 2000 yo afirmaba que era una camisa de fuerza fácil de vender por las ventajas que eran aparentes de inmediato mientras las desventajas eran difícilmente percibidas por la generalidad de la ciudadanía por ser de mediano plazo, en tanto la vuelta a una moneda nacional es muy difícil política y económicamente por los efectos inmediatos que trae[48] (Dada H., H. [2000]).

El Tratado de Libre Comercio de Centroamérica y República Dominicana con los Estados Unidos de América (CAFTA-DR por sus siglas en inglés) fue presentado como el logro mayor de esta línea de pensamiento. No puede negarse que algunos beneficios ha producido el acuerdo comercial para algunos sectores productivos, pero muy lejos de las apuestas que se hicieron. El Ministerio de Economía ofrecía al país la creación de 400.000 empleos en los dos primeros años de su vigencia, debido a que seríamos un gran atractivo para las inversiones destinadas a satisfacer la demanda del país del norte. Si a eso uníamos los efectos de los tratados de libre comercio que se habían firmado con Chile y con México, la cifra crecía apreciablemente. Los hechos son tozudos, y de nuevo los resultados siguieron siendo muy lejanos de los esperados.

Un dirigente empresarial llegó a expresar hace algunos años: “no perdimos, porque al menos salvaguardamos los empleos de la maquila que el trato que establecía la Iniciativa de la Cuenca del Caribe nos había permitido tener”; la afirmación es ciertamente demasiado negativa, pero expresa la distancia entre sus expectativas y lo que pudo obtener de beneficios.

Más aún, la dispersión de aranceles, producidos por la forma bilateral en la que cada país negoció sus programas de desgravación con Estados Unidos, creó más dificultades a la posibilidad de crear una unión aduanera centroamericana, un viejo objetivo de la integración regional.

Remesas familiares y la disminución de la pobreza

Los logros que se atribuyen al “modelo” aplicado se basan fundamentalmente en la disminución de la pobreza. Se habla de cerca del 20% de la población que entre 1989 y 2004 dejó de ser pobre. No discutimos la cifra, que es muy probable que sea real; lo que como economistas nos llama la atención es que ese porcentaje es similar al que corresponde al volumen de migrantes que se estima que han salido hacia el norte, y que dada esta realidad y el monto de remesas que el país ha recibido (una política social privada de pobres a pobres) es sorprendente que se continúe con cifras de pobreza tan altas, salvo que el funcionamiento de la economía interna tuviera una tendencia a producir pobres que fuera superada por los efectos de la migración y las remesas. Lo que sí es constatable es que el objetivo de concentrar riqueza se logró, incrementando la desigualdad, aunque no se transformó en un coeficiente de inversión más elevado como decía el supuesto neoliberal.

Una nueva transformación en la estructura de propiedad

Mientras todo lo mencionado acaecía, un progresivo cambio de propiedad comenzó a darse en distintas áreas estratégicas de la economía.

Industrias emblemáticas del país fueron adquiridas por empresas transnacionales, siguiendo la tónica del mundo globalizado; la producción de cerveza y la industria cementera, para poner dos ejemplos de ellas, pasaron a manos extranjeras, lo que ponía límites a su capacidad de llevar sus productos a mercados externos. Las administradoras de fondos de pensiones, que en un inicio eran en parte propiedad de nacionales, en repetidos casos ligadas a los bancos privatizados, se trasladaron progresivamente a manos extranjeras y a disminuir en su número hasta quedar solamente dos.

Los bancos, como dijimos arriba, pasaron también a ser vendidos a bancos extranjeros, proceso que se dio vertiginosamente a partir del año 2005. El sector que se había concebido como eje de reconstitución de la elite económica nacional dejaba de estar en sus manos después de un período de expansión en la región que los había llevado a otras dimensiones.

Si bien lograron pingües ganancias en las negociaciones de venta, no es menos cierto que la naturaleza de su actividad económica central se alteró, y por lo tanto se afectaron sus bases de poder: sus principales actividades están centradas en el sector de los no transables. Éste es un fenómeno que ha sido poco analizado en el país, y que requiere un profundo estudio.

Menos tenemos análisis académicos que nos planteen las consecuencias sociales de cambios tan bruscos y tan frecuentes en la estructura de propiedad, sobre la estructura social del país y sobre las condiciones en la que se puede aplicar una política de desarrollo.

La existencia de problemas estructurales no resueltos

El modelo encontraba dificultades para producir resultados satisfactorios. El problema no era nuevo. Desde 1996, cuando era obvio que se había entrado en un momento de desaceleración, hubo analistas que llegaron a la conclusión de que ésta no era tanto una consecuencia de fenómenos coyunturales sino más bien fruto de “la existencia de problemas estructurales no resueltos”[49] (que lamentablemente en veinte años no se han abordado adecuadamente, y que para no pocos ni siquiera existen); también los organismos internacionales reaccionaron pidiendo cambios en las políticas, poniendo atención además en problemas como la tendencia negativa del balance de las finanzas públicas, la urgencia de contar un marco jurídico confiable, la necesidad de un serio combate a la corrupción.

Una constatación de los problemas que tenía el modelo aparece en el documento de FUSADES titulado Estrategia económica y social 2004-2009, que contenía las propuestas de la institución del sector privado para el gobierno que se iniciaría en junio de 2004. En primer lugar, menciona las dificultades que los empresarios salvadoreños habían tenido para encontrar los nichos de exportación que les permitieran aprovechar las aperturas del comercio internacional[50].

En segundo lugar, partía del reconocimiento del manejo responsable que tradicionalmente ha hecho El Salvador de sus políticas monetarias y fiscales, para pasar a decir que “en los últimos cuatro años, a medida que la economía se ha desacelerado, los déficits fiscales han aumentado y algunas campanas de alarma han comenzado a sonar con relación al ritmo del endeudamiento público”. Pasa posteriormente a afirmar “que la estabilidad fiscal no está garantizada por las políticas actuales[51]”, revelando que “el país tiene ya un déficit fiscal significativo” y que de “continuar la tendencia, el país perderá su grado de inversión”.

Al señalar los factores que son causa inmediata de esa situación, señala sin ambages que “el costo fiscal de la transición del régimen de seguridad social es significativo” y que “el costo fiscal de las pensiones oscilaría entre 2 por ciento y 2,7 por ciento”. Previene, además, que “si bien la disciplina fiscal es recomendable bajo cualquier esquema cambiario, lo es todavía más en una economía dolarizada” (FUSADES, [2003] p.29).

De la alternancia a la crisis fiscal

El cuarto gobierno de ARENA: políticas sectoriales y subsidios

En 2004 ARENA ganó la elección presidencial por cuarta vez consecutiva; obtuvo una apreciable mayoría de votos pese a que su partido había dado señales de debilidad en los anteriores comicios legislativos. Su rival principal fue Shafick Handal, líder del Partido Comunista por muchos años y entonces principal dirigente del FMLN.

El candidato presidencial de ARENA, Antonio Saca, era un empresario radial que venía de ser presidente de ANEP; su campaña estuvo centrada en dos ejes: un triunfo del FMLN significaría problemas para los emigrados a Estados Unidos, poniendo en peligro las remesas familiares[52]; mostrarse como representante de “la derecha social”, con sensibilidad a la situación de los ciudadanos menos favorecidos, ofreciendo establecer una política de subsidios, resolver el problema de la seguridad pública, y combatir la corrupción.

El gobierno de Saca estuvo lejos de plantear una apuesta estratégica como las que asumieron sus predecesores. Puede afirmarse que tenía consciencia de la situación que heredaba, y que debía enfrentar algunos retos centrales para corregir el desempeño bastante pobre que la economía había tenido durante una década, para contrarrestar la creciente violencia criminal, para atraer a la porción del electorado que – mostrándose inconforme con los pocos beneficios que recibía de la dinámica económico-social del país – podía poner en riesgo la continuidad de la derecha en el manejo del aparato del Estado.

Por supuesto, un requisito para todo ello era resolver el problema ya presente en las finanzas públicas.

En el gobierno de Cristiani se afirmó que “la mejor política económica sectorial es la que no se tiene[53]”, considerando que la misma existencia de ese tipo de políticas violentaba la dominación de las señales del mercado que darían el rumbo a la economía. En la medida en que algunos sectores económicos comenzaron a percibir limitaciones a sus perspectivas, dada la imposibilidad de establecer una verdadera base exportadora diversificada que había mostrado el modelo básico implementado[54].

El gobierno de Saca decidió emprender algunas políticas sectoriales: se entregó el ministerio de Agricultura y Ganadería a un ejecutivo de una gremial del sector agroexportador, con la misión de revertir la visión de que el campo ya no era un espacio productivo importante[55]; la nueva ministra de Economía inició conversaciones con la Asociación Salvadoreña de Industriales para diseñar una política para el sector; se creó el ministerio de Turismo, se aprobó una ley para dar estímulos fiscales al sector, y se inició un fuerte activismo estatal para promover el turismo interno y externo. Sin embargo, las políticas no tuvieron los necesarios alcances transformadores, pues carecieron del marco de una concepción de renovación del modelo que les diera coherencia.

En lo social se procedió a establecer el programa llamado Red Solidaria que distribuía transferencias a sectores en situación alta de pobreza, condicionadas a la utilización de los servicios de salud y educación del Estado; también se emprendió una política de vivienda que, además de posibilitar la obtención de un lugar adonde habitar a personas de ingresos bajos, pretendía estimular la industria de la construcción.

En la segunda mitad del gobierno, a estas medidas se agregó un fuerte subsidio para las familias que tienen bajo consumo de electricidad, así como medidas fiscales para favorecer a los contribuyentes de menores ingresos y aumento de prestaciones a los empleados formales afiliados al Instituto Salvadoreño del Seguro Social[56].

Poco después de asumir el gobierno, el ministro de Hacienda inició conversaciones con los diputados de la oposición[57] con el objeto de encontrar compromisos para solventar las tendencias estructurales al desequilibrio que presentaban las finanzas públicas. Para respaldar su posición utilizaba la Estrategia Económica y Social 2004-2009 (FUSADES [2003], citada en el acápite 3.7), así como los documentos que habían servido de base para su elaboración.

Intentaba lograr compromisos que le dieran viabilidad política a reformas a las leyes fiscales, a partir de la definición en conjunto de cuáles tenían posibilidad de mejorar la situación. En el diálogo se pusieron sobre la mesa, entre otras medidas a ser discutidas: el incremento de la tasa marginal impositiva a las rentas personales más altas; la aprobación de un impuesto predial, que con características diferentes restituyera el impuesto a la propiedad eliminado una década atrás (véase acápite 2.1); el combate a la evasión y a la apropiación indebida del IVA, así como cerrar los espacios de elusión; la necesidad de tomar medidas para hacer frente a la carga fiscal del sistema previsional reformado.

Si bien las negociaciones parecían avanzar, rápidamente surgieron las críticas, primordialmente desde el seno del sector empresarial. El argumento fue el efecto que cualquier imposición tendría sobre el crecimiento, y que más bien el gobierno debía ajustarse a no gastar más de lo que ya le ingresaba.

El ministro fue destituido poco tiempo después, esfumándose así la oportunidad de realizar una reforma integral de la situación fiscal. Su sucesor dio marcha atrás, dedicándose el gobierno a tomar medidas menores, para resolver problemas de caja, y en varios casos de manera incoherente. Y cuando esta vía no proporcionó las fondos para que el presupuesto corriente cubriera determinados egresos, y ante la reacción negativa del FMLN ante la solicitud de aprobación de nuevos créditos internacionales, se procedió a encontrar formas ingeniosas para tirar para adelante los problemas sin resolverlos, aun cuando éstas fueran de muy dudosa legalidad y, por supuesto, incapaces de ser parte de una respuesta que respondiera al carácter estructural de la tendencia deficitaria: el Fideicomiso para Inversión en Educación, Paz Social y Seguridad Ciudadana y el Fideicomiso de Obligaciones Previsionales[58].

Los intereses de la elite económica, poco dispuesta a hacerse cargo de su obligación de contribuir al Estado de acuerdo a los beneficios que recibe, impidieron una visión de mediano plazo en la construcción de la respuesta a las dificultades.

El camino a la alternancia

En el campo de la competencia político-electoral, los resultados de los comicios siguieron siendo respetados, y aceptados por los partidos políticos participantes.

El FMLN se recuperó de la amplia derrota en la elección presidencial de 2004, manteniendo su presencia en la Asamblea Legislativa y en los gobiernos locales, mientras para ARENA la expectativa de obtener en esos comicios un triunfo similar al de los presidenciales no se concretó; la votación obtenida no se tradujo en un número de diputados que les diera una cómoda mayoría legislativa.

La que pudo ser una prueba difícil fue la elección municipal del año 2006, cuando el FMLN ganó en la ciudad de San Salvador por una diferencia de una cuarentena de votos sobre ARENA; las presiones de grupos de derecha radical para desconocer el resultado fueron respondidos la misma noche de la elección con una masiva manifestación del partido ganador. La decisión de respetar el resultado calmó las posibilidades de incidentes mayores.

Sin embargo, esto no era signo de que las relaciones entre el gobierno de Saca, y su partido ARENA (del que era presidente), con el FMLN fueran cordiales; después de un período inicial de diálogo, las tensiones se mostraron con claridad. Como se dijo antes, el FMLN tomó una actitud negativa ante las peticiones de aprobación de empréstitos – en casos justificadamente, en otros no – sin que se diera un diálogo constructivo para encontrar solución a los entrampamientos; esto se vio agravado cuando se crearon los fideicomisos mencionados, con una mayoría obtenida a través de la adhesión de los pequeños partidos de derecha[59].

La economía inició una breve etapa de mayor crecimiento. Luego de un bajo incremento del PIB en 1,9% en 2004 fue ascendiendo hasta llegar a lograr 3,9% en 2006, y 3,8% en 2007. Sectores como la agricultura y el turismo tuvieron tasas altas de crecimiento, estimuladas en parte por las medidas mencionadas arriba, así como el sector comercio. Para la CEPAL, los factores básicos para hacer crecer la economía a ritmos superiores a su crecimiento potencial fueron el aumento de la inversión pública y privada, el ritmo de incremento del monto de remesas familiares (12 % anual) y el turismo (citado por ICEFI, [2015])[60].

Pero en 2008 ese breve período de expansión terminó, y la actividad económica sólo se incrementó en 1,3%; en 2009 a los factores internos se agregó el efecto de la Gran Recesión de la economía internacional, y el PIB tuvo un decremento de 3,1% en 2009.

Para Vidal la reducción del crecimiento sólo en forma parcial puede ser atribuida a la crisis internacional, además de haberse iniciado antes de que esta pudiera afectar a la economía salvadoreña, dado el desfase con el que los comportamientos de la economía del país del norte se registran en los de nuestras variables económicas. Al opinar sobre la reducción de la tasa de crecimiento del 2008 él expresa: “En la práctica lo que esto significa es que el comportamiento de la economía seguía siendo presa de los bajos niveles de ahorro y de inversión, mientras las presiones sobre el sistema se volcaban hacia el exterior a través de un marcado crecimiento de las importaciones de bienes y servicios. De hecho éstas representaron en 2008 el 49,8% de la oferta global, superando en más de 20 puntos porcentuales, el coeficiente de exportaciones” (Vidal [2010], p. 452).

Entretanto la campaña electoral para las elecciones de 2009 estaba en pleno desarrollo. En éstas, 15 años después de las “elecciones del siglo” de 1994, eran todos los cargos de elección popular los que estaban en juego. Saca desarrollaba todos los esfuerzos para darle continuidad no sólo al control de ARENA sobre el órgano ejecutivo, sino de su propio grupo como conductor del país.

El FMLN, analizando su fracaso de 2004, se decidió por un candidato externo, un periodista que se había hecho popular a través de un programa de entrevistas en el que ponía en cuestión a los dirigentes políticos; su lanzamiento de hizo a través de un movimiento ciudadano, de variada composición, que otorgaba credibilidad a la independencia del candidato. Las encuestas daban un resultado a favor del FMLN, sin distancias holgadas. Los otros partidos políticos tenían poco que hacer en esa disputa, y pese a que algunos tenían sus propios candidatos presidenciales, su esfuerzo estaba más en las competencias legislativas y municipales.

La situación de las finanzas públicas se convirtió en un factor importante que era capaz de afectar la elección, o las posibilidades de gobernar si se ganaba la presidencia. La dinámica deficitaria daba señales de alivio en los primeros años del gobierno de Saca, pero pronto los problemas estructurales comenzaron a mostrarse con claridad, agravados por la política de subsidios que se decidió emprender para mitigar la situación de los más vulnerables, y según algunos para ganar su voluntad política.

Alguna colaboración comenzó a darse entre los dos mayores partidos para enfrentar un problema que se había vuelto común, dado que ambos tenían perspectivas reales de ser partido de gobierno en el siguiente período. Sin embargo, las acciones que se tomaron estuvieron muy alejadas de la necesaria visión estructural requerida, y se redujeron a enfrentar problemas de caja, lo que era indispensable pero totalmente insuficiente.

Los comicios electorales correspondientes al año 2009 incluían la elección de todos los cargos definidos por votación directa de los ciudadanos. El mes de enero fue señalado para seleccionar a los diputados y a los miembros de los concejos municipales, y dos meses después, el 15 de marzo, fue la fecha escogida para definir la presidencia y vicepresidencia de la República.

En los primeros, el FMLN superó en votación a ARENA, obteniendo 35 de los 84 cargos parlamentarios, en tanto el partido de la derecha lograba 32. Es decir, las mayorías calificadas (dos tercios de los diputados electos) no podían conseguirse sin la participación de los dos grandes institutos políticos. Para la elección de marzo, dos partidos de derecha retiraron a sus candidatos presidenciales con el fin de concentrar esfuerzos para que ARENA ganara las elecciones; los dos partidos social-demócratas, que no tenían aspirante a la presidencia, decidieron apoyar a Mauricio Funes, candidato del FMLN, sin formalizar ninguna alianza con el partido que los postulaba. Sólo quedaban dos candidatos.

El resultado fue un gane muy estrecho de la izquierda política, pues Funes obtuvo 51,3%, menos de 70.000 por encima de Rodrigo Ávila (48,7%), en un total de un poco más 2’600.000 votos válidos.

La tensión no se hizo esperar. La misma noche de la elección comenzó a haber expresiones negativas de una derecha acostumbrada a la utilización patrimonial del aparato del Estado. El discurso de aceptación del triunfo de Funes fue un llamado a la tranquilidad y a trabajar unidos para sacar adelante el país, a actuar en el diálogo en busca de los intereses comunes de la nación. El presidente Saca, por su parte, colaboró aceptando los resultados muy poco después de anunciados, reconociendo la derrota de su candidato y ofreciendo colaborar en la transición.

El proceso de conversaciones entre el gobierno entrante y el saliente descubrió que la dimensión del problema fiscal era aún más grave de lo que se había previsto. Las previsiones para 2009 eran claramente negativas, y el efecto de la Gran Recesión sobre la economía salvadoreña determinaba en alguna medida ese comportamiento. Vidal – en su libro publicado en 2010, un año después – afirma:

“Todavía en ese momento, no había salido a luz pública el gran agujero fiscal que dejaría la administración Saca, problema que llevó a fuertes negociaciones entre los dos partidos mayoritarios para superar una situación inédita en el manejo de las finanzas públicas, donde el gobierno saliente dejaba atrasos en el pago de proveedores, incumplimiento en la devolución de la renta, rezagos en las transferencias a las municipalidades a través del FODES y hasta riesgos de no tener con qué pagar los sueldos de sus propios empleados (La Prensa Gráfica, 23 de mayo de 2009)” (Vidal [2010] p. 456).

Más adelante agrega: “(…) como se dijo, el curso negativo de la economía no puede ser revertido mientras el manejo de las finanzas públicas, que ha sido considerado el talón de Aquiles desde la segunda administración de ARENA, deje como secuela para el 2009, un déficit que ronda el 5% del PIB, desajuste que no se registraba desde la década de los ochenta”. (Vidal [2010] p. 458. Ambos resaltados son míos.)[61].

Un gobierno de composición diversa, que incluía militantes reconocidos del FMLN, miembros del grupo Amigos de Mauricio, y algunos dirigentes de Cambio Democrático, asumió la conducción del país. Su reto era enorme: cumplir con las promesas de cambio hechas en las elecciones, lo que significaba eliminar los elementos de aprovechamiento patrimonial de la administración pública y combatir la corrupción, a la vez que realizar los cambios requeridos en un modelo que había ya mostrado su fracaso; eso en una situación económica en la que se preveía que ese año el PIB iba a caer entre 3 y 4%, y que se tendría el mayor déficit fiscal en mucho tiempo. Las autoridades del gobierno saliente, debe reconocerse, ayudaron a tomar las medidas para trasladar en el tiempo compromisos que era imposible cumplir de otra manera; quedaba al gobierno entrante la tarea de impulsar las medidas que requerían visión de más largo plazo.

La práctica de la alternancia

En nuestro país, desde nuestra independencia, hemos asumido las formas de la democracia liberal; las diversas constituciones de nuestra historia han establecido siempre la existencia de tres poderes independientes, aunque responsabilizados de actuar coordinadamente en busca de los intereses superiores de la sociedad.

Sin embargo, la fidelidad a esas normas ha estado ausente en casi toda nuestra vida como nación. A mediados de los años 90 del siglo pasado, en una ponencia presentada a petición de la Corte Suprema de Justicia (que se titulaba “El derecho visto por alguien que no es abogado”), expresaba que hasta entonces mi vida había transcurrido siendo testigo de la falta de independencia de los poderes u órganos del Estado, y que más bien – al menos hasta los acuerdos de paz – una norma de facto, muchas veces alejada de la Constitución Política, había sido aplicada en desmedro de la vivencia democrática establecida en nuestra carta magna.

En última instancia, la ley primaria sólo encontraba vigencia práctica en tanto cuanto no contrariaba esa norma fáctica, bajo la decisión discrecional de la institución verdaderamente responsable de administrar el aparato del Estado: las Fuerzas Armadas.

Con los Acuerdos de Paz firmados ese 16 de enero de 1992, y las previas reformas constitucionales del año anterior, se pretendía establecer las bases para la construcción de una real institucionalidad democrática. La protección de la pluralidad política y la independencia de poderes del Estado, se decía, estarán garantizados por la inclusión de los alzados en armas en el sistema de partidos, por los reforzados requisitos para las elecciones secundarias, por las normas de supeditación de la Fuerza Armada al gobierno civil, etcétera. Si bien ganada por un partido cuyo origen está en los grupos que practicaban la regla fáctica del pasado, ARENA, la elección de 1994 pareció significar un paso en el sentido correcto, y por tres años parecía haber un relativo respeto por la independencia de poderes (sin que eso pueda interpretarse como afirmando que antes, durante y después de los Acuerdos de Paz no se tomaran decisiones que contradecían lo que se firmó).

Pero las realidades sociales, y la intensificación del patrimonialismo del Estado como factor estructural del funcionamiento de grupos económicos y sociales, pronto comenzaron a conspirar contra lo que se había logrado. Con mucha frecuencia, desde la Presidencia de la República se manipulaban decisiones de los tres órganos del Estado, y de las entidades del Ministerio Público, utilizando los elementos mismos de la legalidad recién creada.

Como ya hemos expresado, si bien se pretendía estar en un Estado democrático, sin restricciones para los partidos políticos o las ideologías, constantemente se utilizaban todos los medios al alcance de las instancias políticas y de los poderes fácticos para descalificar a las izquierdas como potenciales partidos de gobierno.

Pese a ello, en la elección del año 2009, la ciudadanía eligió cambiar de partido conductor del Órgano Ejecutivo[62]. La alternancia, un hecho no conocido desde los Acuerdos de Paz, transformaba las reglas de juego, en el sentido que el espíritu de éstos señalaba. ARENA, y los sectores sociales que son sus patrocinadores, perdían el control y la manipulación de los tres órganos del Estado, que mantenían con la cooperación negociada de otros partidos. Para aquellos que asumen la creencia en la democracia se generaba una oportunidad histórica que no debía desaprovecharse. Y para el FMLN significaba la prueba mayor de su incorporación a un Estado con sistema político de democracia liberal, aunque – por las alianzas que le permitieron ganar las elecciones – fuera el partido de gobierno sin controlar directa y totalmente al Órgano Ejecutivo.

Desde el inicio de su período, el gobierno de Funes mostró apertura[63] al diálogo y profundo respeto a las normas constitucionales. Quizá la primera prueba importante para esta actitud era la elección de cinco magistrados propietarios de la Corte Suprema de Justicia y sus respectivos suplentes, la cual debía realizarse unas semanas después de la toma de posesión del nuevo gobierno.

El proceso estaba estancado en la Asamblea Legislativa, pues se requería la participación de los votos de ARENA y el FMLN para obtener la mayoría calificada que la Constitución Política exige. La dificultad mayor surgía del hecho de que cuatro de esos magistrados a elegir debían pasar a ser miembros de la Sala de lo Constitucional[64], posición que ante la realidad de la alternancia adquiría una relevancia superior a la del pasado.

Después de un estancamiento en el proceso, la intervención mediadora de la Presidencia de la República fue un factor de racionalización de la negociación entre los grupos partidarios encargados de realizar la elección de segundo grado. El acuerdo logrado pareció satisfacer en ese momento, con la principal consecuencia en la composición de la Sala de lo Constitucional: con cuatro abogados de diferentes visiones, con prestigio de capacidad profesional y honestidad personal, que se esperaba iban a manejar sus cargos con independencia y buen juicio serían electos.

Aunque, como más adelante veremos, las dificultades generadas por las visiones poco democráticas o por los hábitos del pasado – o ambas situaciones a la vez – volvieron difícil la vivencia de mayor autonomía entre los órganos del Estado; el comportamiento de los distintos actores político-institucionales, incluidos los funcionarios de la Corte Suprema de Justicia, tuvieron en un momento u otro actitudes que causaron conflictos, pese a que al final las sentencias se cumplieron.

Es evidente que la transparencia no es coherente con la acción práctica de un gobierno de corte patrimonialista. Pese a presiones de sectores ciudadanos – y, en ciertos momentos, aun de las embajadas de los Estados Unidos y de otros países cooperantes – un proyecto de ley que buscaba garantizar el derecho del ciudadano a obtener información de las instancias del Estado permanecía en estudio, sin lograr la aprobación de la Asamblea Legislativa.

El gobierno creó una Subsecretaría de Transparencia con el encargo de hacer cumplir a los funcionarios la responsabilidad de informar de sus actuaciones, y también respaldar la aprobación del decreto legislativo; dado que ahora sí, desde la oposición, la derecha tenía interés en la transparencia, se obtuvieron sus votos.

Pese a deficiencias a veces notorias en el cumplimiento de sus disposiciones, el instrumento legal ha significado un vuelco sustancial en la posibilidad de acceso al conocimiento del quehacer del Estado; dicho esto sin ignorar las potencialidades que tienen las innovaciones cibernéticas para facilitar la obtención de esos objetivos.

No cabe la menor duda de que, en el ámbito político-institucional, la alternancia es el hecho más relevante desde los acuerdos de paz. No es sólo que por primera vez quienes habían estado alzados en armas llegaban a tener cargos en el órgano Ejecutivo, lo que en sí mismo mostraba un avance en la apertura de los espacios políticos (pese a las resistencias que se han mencionado). Se trató de un cambio radical para el manejo de los intereses de los distintos grupos sociales, en especial para las elites dominantes que no concebían perder las elecciones, y menos quedarse sin el control del aparato del Estado; para ellas significó orientar el manejo de su poder económico, social y mediático a fin de generar las mejores condiciones de negociación que les fuera posible, ante un gobierno que consideraban contrario a sus intereses.

Pero también generó exigencias de cambios para los movimientos sociales ligados a la izquierda, acostumbrados a hacer demandas a gobiernos a los cuales habían estado abiertamente confrontados.

Los cambios no son fáciles, y menos cuando, lejos de nacer de convicciones de los actores, surgen de imposiciones de las realidades del desarrollo de un proceso que se ha aceptado como única forma de evitar costos mayores.

La más grave muestra de lo dicho se dio el año 2011. La Sala de lo Constitucional había venido aprobando diversas sentencias que dejaban sin efecto decisiones legislativas tomadas durante gobiernos anteriores, algunas de las cuales facilitaban el funcionamiento financiero de Casa Presidencial, otras declaraban inconstitucionales elecciones de segundo grado, etc. Sea cual sea la opinión que se tenga de las sentencias – y quien esto escribe cuestiona varias de ellas – existe la obligación de cumplirlas sin mecanismo de apelación[65].

El clímax del conflicto llegó cuando parecía inminente que dicha Sala sentenciaría sobre una demanda de declaración de inconstitucionalidad de la ley de amnistía sobre los delitos cometidos en la larga guerra civil; dirigentes de ARENA, potencialmente indiciados en el proceso judicial sobre el asesinato de los padres jesuitas en 1989 que se llevaba a cabo en España, buscaron una manera de obstaculizar – si no impedir – las decisiones de ese tribunal, que requería cuatro votos de sus cinco componentes para tomar decisiones.

Teniendo la convicción de que el magistrado electo antes de 2009 era persona que podía defender sus intereses, decidieron impulsar un proyecto de ley exigiendo unanimidad de la Sala de lo Constitucional para sus resoluciones.

En la búsqueda de una vía para lograr su aprobación, procedieron a negociar con el Presidente Funes, que se sentía afectado por otras decisiones de la Sala, y llegaron a un acuerdo. Con los votos de los partidos de derecha (ni el FMLN ni Cambio Democrático apoyaron el proyecto) la Asamblea Legislativa lo convirtió en decreto, que de inmediato recibió la sentencia del presidente para su publicación.

La Sala de lo Constitucional sentenció la inaplicabilidad de la resolución de la Asamblea Legislativa, y los tres órganos del Estado se vieron inmersos en un largo conflicto; en éste, curiosamente, el FMLN fue la parte más vociferante contra los magistrados que componen la instancia judicial. A partir de allí, la discusión entre titulares de los diferentes órganos del Estado ha sido casi constante, y en no pocas ocasiones en términos más ofensivos que deliberativos, siguiendo la tónica de descalificación del otro que lamentablemente suele tener la contraposición de ideas y de hechos en las que participan dirigentes sociales y partidarios.

Pese a todo, al final de cuentas todos se han sometido a las sentencias del tribunal constitucional, aun en los casos en los que se considera que han excedido sus facultades constitucionales.

Un cambio de actitud de otra instancia del Estado que vale la pena resaltar es la de la Fiscalía General de la República. Existía la convicción de que era necesario hacerla pasar de una entidad controlada a partir de los criterios del grupo de poder, a una que cumpliera su función como institución pública al servicio de la justicia; se eligió un nuevo fiscal con esa expectativa, aunque después de tres años de gestión hubo más declaraciones que realidades, y tristemente ha terminado en la cárcel acusado de haber utilizado su cargo para enriquecerse a través de favores a empresarios y a políticos. Un nuevo fiscal elegido en 2016 ha comenzado dando algunas muestras de caminar en el sendero adecuado, pero la experiencia exige que se tenga una opinión con reservas. Su actuación ha permitido convertir al año 2016, como dicen los medios de prensa, en el año del “destape de la corrupción”, en lo que la Sección de Probidad de la Corte Suprema de Justicia tiene importante participación.

En síntesis, el país ha transitado en un camino de institucionalización democrática más intenso, fruto en cierta medida de la dinámica que se abrió al cambiar las armas por la competencia electoral para definir la conducción del país; como se ha dicho, era una institucionalidad que no terminaba – y no termina – de librarse de las viejas realidades de decisiones con control desde la presidencia, estuviera ésta en manos militares o en manos civiles.

La alternancia abrió una amplia vía para nuevos pasos en la consolidación de la democracia, con las características dialécticas que son intrínsecas a un proceso como éste. Y con una oposición que no terminó de aceptar el derecho de la izquierda de gobernar al país, y menos de ser oposición en una estructura democrática; y un partido de gobierno que no ha logrado transformarse adecuadamente para asumir su papel en el desarrollo económico, social y político del país que ahora debe conducir. Y la llamada sociedad civil, en muchos casos insiste en utilizar los espacios adquiridos más para hacer “anti-política” que para hacer avanzar la institucionalidad democrática.

La alternancia y la política económica

En los capítulos anteriores se mencionó cómo no se lograron las apuestas estratégicas fundamentales del modelo aplicado desde 1989. El equipo que acompañaría a Funes en su gobierno tenía la convicción de que habría que hacer cambios fundamentales en las políticas económicas, acrecentando la presencia del Estado en la dinamización de la economía sin alterar el sistema de libre empresa imperante. Si ya el gobierno del Presidente Saca careció de una visión estratégica para reactivar la economía, y se había reducido a cambios de cierta importancia pero absolutamente insuficientes, ahora era necesario impulsar un proyecto más integral que se centrara en la producción y permitiera una más dinámica generación de empleo.

Sin embargo, al terminar el período, no era posible concluir que la tarea se había hecho. No quiere decir que no se hicieron esfuerzos en áreas específicas, en las que cambios de importancia han tenido resultados positivos. La misma naturaleza del gobierno, una alianza de sectores con visiones muchas veces encontradas, dificultaba la tarea. La expectativa de la población sobre rápidas respuestas a sus carencias ahora que la izquierda estaba en el poder creaba presiones sobre el actuar gubernamental. Las serias dificultades fiscales encontradas, aunadas a la larga tendencia al crecimiento lento de la economía, agravada por la Gran Recesión, y las consecuencias de la falta de política monetaria a partir de la dolarización (que genera maneras de comportamiento en las acciones económicas del gobierno de las que no se hicieron cargo los dos gobiernos anteriores) impulsó a centrarse más en temas coyunturales que en las exigencias de entrar a visiones estructurales.

La dependencia de votos de partidos de derecha, habituados a darle “gobernabilidad” a quien sea que gobierne, creaba obstáculos para obtener la aprobación legislativa a proyectos necesarios, dada la cerrada oposición de ARENA a toda iniciativa del Órgano Ejecutivo. La dificultad de encontrar en las gremiales empresariales una contraparte institucional abierta a entrar a fondo en el cambio de modelo, y el carácter de interlocutor privilegiado que se le dio al sector propietario de las actividades no transables – en buena medida por la presión de los Estados Unidos, dadas las contribuciones del Asocio para el Crecimiento – generó espacios poco adecuados para discusiones serias sobre los problemas fundamentales del crecimiento económico.

Es decir, ni los espacios existieron, ni los esfuerzo por crearlos se hicieron en la forma requerida, ni se llegó a tener un plan de gobierno que se convirtiera en el norte y guía del equipo gobernante, pese a tener un documento elaborado con mucha seriedad académica.

La primera tarea que asumió el gobierno fue intentar paliar los efectos que sobre la vida de los ciudadanos más pobres tenía en ese momento la crisis económica de los Estados Unidos: descenso de nuestras exportaciones y de las remesas familiares que causaron una caída del PIB, además de que la reducción de estas últimas afectaba directamente la capacidad de compra de sus receptores. Las políticas de subsidios a los pobres que inició el gobierno anterior se revisaron, y se renovaron, cambiando conceptos y ampliando la naturaleza de las ayudas. En algunos casos el subsidio estaba ligado a la apertura de espacios productivos de la micro y la pequeña empresa, como fue el caso de la entrega de uniformes escolares. Se hizo efectiva la gratuidad de los servicios médicos en los centros públicos de atención, a la vez que se inició una ambiciosa reforma del sistema estatal de salud[66].

Se estableció un programa temporal de ocupación para los jóvenes de comunidades en situación de pobreza extrema. Estas acciones gubernamentales encontraron sus límites en la difícil situación de las finanzas públicas que se señaló en el acápite 4.1, a la vez que cargó con nuevas responsabilidades a un instrumento en situación precaria. Las respuestas que se dieron para obtener recursos fueron reformas puntuales, sin visión estructural, con un criterio – como hemos dicho – que privilegia los problemas de caja sobre una visión con objetivos de mediano plazo, con todo que los primeros no pueden soslayarse.

Un cambio básico en la política económica fue la transformación de la asistencia a las microempresas y a las pequeñas empresas; los gobiernos de ARENA la concebían más como parte de la política social, como un paliativo temporal mientras llegaba el rápido crecimiento con alta generación de empleo por el que habían apostado al inicio. Se tomó en consideración la incapacidad para incrementar empleos en una economía con marcada tendencia al bajo crecimiento, además de los efectos de la decreciente necesidad de mano de obra por cada unidad producida debido a los avances tecnológicos; y, además se buscó aprovechar las potencialidades de incorporarse al tejido productivo del país que algunas actividades de estos sectores podían tener.

La Comisión Nacional para la Micro y la Pequeña Empresa (CONAMYPE) comenzó a actuar con una visión más productiva, y a partir de ella impulsar los efectos sociales deseados. Se contó con la participación de universidades y organismos de la sociedad civil en centros de atención que han producido avances efectos positivos pese a las dificultades económicas. La nueva visión se plasmó en una ley en 2010; sin embargo, no es posible afirmar que se haya incorporado dentro de una visión estructurada de desarrollo económico y social.

Siguiendo la línea de hacer políticas sectoriales, que de alguna manera había comenzado en el gobierno de Saca, se establecieron conversaciones con la Asociación Salvadoreña de Industriales (ASI) para elaborar conjuntamente una política industrial; el documento concertado señalaba producciones con potencialidad de crecimiento, más allá de la manufactura por sub-contrato que es dominante en el sector, y con posibilidades de exportación tanto a Centroamérica como a terceros países.

Terminada la política[67] se procedió a iniciar su ejecución; hay que reconocer que la permanencia de un conjunto de disposiciones legales e institucionales que no se han alterado, además de la falta de definiciones para contrarrestar la tendencia a la prioridad de los no transables y de la maquila, dificultan la obtención de resultados superiores a los logrados, aunque éstos no son deleznables.

A la par de esto, se continuó con la negociación de acuerdos comerciales, en especial el Acuerdo de Asociación de América Central con la Unión Europea. Es lamentable que una vez más se desperdician las ventajas obtenidas, dada las dificultades de la empresa productiva salvadoreña para responder a la demanda de nuevos mercados, más allá de los Estados Unidos y Centroamérica[68].

Como ha sido habitual, quien más ha utilizado la parte comercial del Acuerdo es la agroindustria azucarera. En el área agrícola se descartó totalmente la idea de que el país debía abandonar la agricultura, como había comenzado a hacer el gobierno anterior. Se partió por racionalizar y transparentar la entrega de los subsidios a los pequeños productores de granos básicos, consistentes en la entrega de “paquetes agrícolas” conteniendo semilla mejorada y abono. Distribuido anteriormente a través de partidos de gobierno y sus aliados, se realizó un censo de productores que se incorporó a programas electrónicos, haciendo la entrega bajo estricto control de identificación del cultivador registrado. El sistema garantizó la utilización del subsidio para la producción, lo que hizo que ésta aumentara. Fue acompañado por un programa de agricultura familiar que busca integrar a la producción agrícola a familias en situación de pobreza a manera de satisfacer sus propias necesidades y a tener excedentes cuando existen las condiciones.

Parecería que hay una carencia notable: una política más agresiva frente a las cooperativas de la reforma agraria, que poseen parte de las mejores tierras en forma comunal, las que habían sufrido una política de eliminación progresiva de parte de los gobiernos de ARENA; sus posibilidades de agro-industrialización no se han explotado debidamente, ni se han hecho los esfuerzos para impulsar una mayor capacidad de administración de las unidades. Hay avances paradigmáticos, muy puntuales, que no responden a una política estructurada en esta dirección.

El turismo recibió también un fuerte impulso. Si en el gobierno anterior el centro de los estímulos fiscales fue la gran empresa turística, ahora lo fue el pequeño empresario a través de respaldo técnico del gobierno, así como de la promoción de los destinos turísticos. Ha habido logros importantes, tanto en la utilización interna de estos servicios, como en la captación de turismo externo, pero aún lejos de la potencialidad que tiene este sector, según el mismo ministro de la cartera respectiva.

En el área de las obras públicas conviene resaltar la labor del ministerio. Si bien está sujeta a discusión la prioridad de ciertas grandes obras para el transporte de vehículos privados, es notoria su actividad en la construcción de protecciones a zonas en peligro por razones geológicas o climáticas, o en el mejoramiento de carreteras principales y secundarias. Y se ha ganado la opinión generalizada de haber combatido con éxito la tradicional corrupción de dicha cartera.

No es ésta una lista exhaustiva, sino ejemplos de lo realizado con la intención de moverse en otra dirección que la que se tenía en el pasado. Se han señalado arriba los obstáculos que a mi juicio han impedido cambiar sustancialmente el modelo.

El conjunto de leyes e instituciones seguían, y siguen, sin cambios fundamentales. Se da estímulos fiscales a los mismos giros productivos que en el pasado, sin hacer un análisis del costo beneficio de ellos. Se sigue conversando primordialmente con quienes tienen sus principales intereses en los no transables, que – como decía Vidal en las citas que hemos hecho antes – ya era un serio problema veinte años atrás. La economía sigue teniendo una tendencia al bajo crecimiento, pese a los esfuerzos realizados, que se han mostrado muy limitados en sus efectos, y poco integrados en una visión estructural.

En 2016 la economía creció un 2,5%, según el Banco Central, el crecimiento más alto en casi una década; los impulsos son el consumo y el crecimiento de las remesas familiares, y los desequilibrios de la balanza comercial continúan siendo muy altos, indicando que se está lejos de superar los problemas centrales. Y, como veremos más adelante, las dificultades fiscales parecen haber llegado a una situación en la que las soluciones de caja, de visión de corto plazo, son más insuficientes que nunca. Todo dentro de las rigideces – difícilmente superables – de una economía dolarizada.

La crisis de seguridad

Al asumir el gobierno del Presidente Mauricio Funes, en el año 2009, la seguridad pública estaba viviendo un período de auge de los delitos de asesinatos y extorsiones. El país se contaba entre los más violentos del mundo, rondando los 60 asesinatos por cien mil habitantes cada año, seis veces lo que la Organización Mundial de la Salud considera una “epidemia”. La política de “mano dura” del Presidente Flores, o la de “súper mano dura” de su sucesor, no habían revertido la criminalidad rampante; según las autoridades de seguridad pública, las pandillas llamadas “maras” tenían la responsabilidad de la mayoría de los hechos delictivos.

Tampoco las acciones de prevención del Consejo de Seguridad Pública, creado por el Presidente Calderón Sol, habían dado resultado. El gobierno del FMLN entregó la conducción del ministerio de Justicia y Seguridad Pública a uno de sus principales dirigentes. Si al inicio pareció continuarse con las políticas del pasado, la falta de resultados fue respondida con la búsqueda de nuevas formas de acción frente al dramático problema del país. Se sustituyó al titular de la cartera por el ministro de Defensa; éste, siendo un coronel del ejército en condición de retiro, había respaldado la candidatura del Presidente Funes, y al nombrarlo en el gabinete había sido regresado al servicio activo, y ascendido a General.

La visión de la nueva conducción fue la búsqueda de una tregua entre las dos principales pandillas del país, para reducir los asesinatos que se cometían en sus rencillas; esto, da la impresión[69], se veía como parte de un escenario en el que se podía pasar a enfrentar los problemas de la extorsión[70], y los asesinatos de personas que se niegan o no pueden pagar las cuotas exigidas por los “mareros”, o que son víctimas por otras causas.

Evidentemente, eso supuso privilegios diversos para los dirigentes de esas organizaciones criminales que guardaban prisión. Los asesinatos descendieron bruscamente, a menos de la mitad, dando un respiro a la población.

Sin embargo, el mal manejo de la información sobre la política que se ejecutaba terminó siendo el peor enemigo de la estrategia, si es que había alguna que fuera coherente. El ministro negaba que hubiera hecho acuerdos con los dirigentes pandilleros prisioneros para permitirles la relación con sus cuadros presentes en los territorios, así como que se les hubiera dado ventajas que no les correspondían de acuerdo a la ley. Alegaba que la tregua era entre pandillas y que el gobierno no había participado. A pesar de ello, se atribuía como éxito de su cartera la reducción de los asesinatos. Al final, teniendo que salir del ministerio por resolución de la Sala de lo Constitucional, lo hizo en pleno cuestionamiento de la estrategia, y con indicios de que las pandillas habían aprovechado la situación para aumentar su presencia en diversos territorios.

El gobierno de Sánchez Cerén entregó el ministerio a otro miembro de la dirección de su partido. El 29 de septiembre de 2014 inició labores el Consejo Nacional de Seguridad Ciudadana y Convivencia, con representación de partidos políticos, de la academia, de los concejos municipales, y de la sociedad civil, entre éstos distinguidos empresarios. Como resultado, se diseñó un plan llamado El Salvador Seguro que combina una alta dosis de acción punitiva frente al accionar de las “maras”, con acciones preventivas a llevarse a cabo en conjunto con autoridades locales y con los ciudadanos de las comunidades escogidas. La “tregua” llegaba a su fin. Un aumento considerable de la violencia se dio de inmediato, así como enfrentamientos armados entre pandilleros y miembros de la policía nacional y elementos del ejército que los respaldan.

La cifra de muertos diarios ascendió más allá de la veintena, llevando al país a la cifra de más de 100 asesinatos por 100.000 habitantes en 2015. Si bien la cifra ha registrado una notable reducción, la visión de los ciudadanos está dominada por una sensación de inseguridad y por la capacidad de los delincuentes para ejercer algún nivel de dominio sobre territorios determinados; para las autoridades de seguridad, la violencia que realizan contra los cuerpos de seguridad es una reacción a las pérdidas de control que están teniendo, dados los avances realizados en la reducción de la actividad criminal.

La complejidad de este problema no ha recibido la atención adecuada de parte de quienes deberían aportar propuestas realizables. Contra una solución de corto plazo complotan la falta de tejido social de gran parte de la población, la marginación – en no pocos casos extrema – de amplios grupos de población, la falta de oportunidades para obtener ingresos pecuniarios en la vida legal, y el carácter mismo de la organización pandilleril; mientras tanto, la población, por razones de pura supervivencia, exige soluciones casi inmediatas. Y, por supuesto, un problema fruto de años de evolución, termina siendo percibido como responsabilidad exclusiva del gobierno de turno, lo que genera reacciones de los dirigentes del Estado a favor de acciones “efectistas”, que no siempre son las más convenientes para encontrar el camino de solución. Y para la oposición es un flanco de ataque al gobierno, dirigido muchas veces por las mismas personas que condujeron las políticas fracasadas anteriores, sin explicar qué se hizo mal, y que se dejó de hacer, para que el problema creciera como lo ha hecho.

El segundo gobierno del FMLN y la crisis fiscal

En las elecciones de 2014 el FMLN ganó de nuevo la presidencia de la República.

En la primera vuelta obtuvo el primer lugar por amplia mayoría, con ARENA como segundo; en el tercer lugar llegó el expresidente Saca, expulsado de este partido en 2009, con mucho menos porcentaje de votación que el que se le auguraba, pero suficiente para obligar a una segunda vuelta. En ésta, un esfuerzo coordinado de la derecha empresarial y el partido ARENA hizo peligrar el triunfo de la llamada izquierda; sólo 6.000 votos separaron a Salvador Sánchez Cerén del candidato de la derecha, Norman Quijano.

Con una personalidad con menos cualidades para presentarse mediáticamente que la que tenían sus dos inmediatos antecesores, también partía de un triunfo muy precario y con la responsabilidad de enfrentar circunstancias más problemáticas que las que Funes había encontrado. Con todo, éste sí iba a ser un gobierno conducido plenamente por el FMLN, aunque en busca de un mayor respaldo a su gestión incorporara algunos altos funcionarios provenientes de otros sectores.

El plan de gobierno que se ofreció a la población presentó como objetivos centrales lograr un país educado, productivo y seguro. Tres ejes que representan temas problemáticos, que tradicionalmente no han encontrado respuesta. En la práctica, la acción del gobierno se enmarcó en una línea básica de continuidad con la del gobierno anterior, con variaciones más marcadas en el área de la seguridad pública.

La economía ha aumentado su tasa de crecimiento, como se mencionó en el acápite anterior. Sin embargo, los problemas estructurales que impiden un aumento más elevado de la actividad económica, con sostenibilidad, no han sido abordados. Pese a ese logro, la precaria situación de las finanzas públicas pareció llegar a límites en los que la inveterada actitud de buscar paliativos en medidas de emergencia no lograba, ni siquiera, tirar hacia adelante el problema.

Además, la discusión sobre el tema fiscal – sus dificultades y sus posibles soluciones – ha mostrado que existe poca disposición para asumirlo con la seriedad y la responsabilidad necesarias, tanto de parte de las dirigencias políticas, como también de los llamados tanques de pensamiento y las gremiales empresariales.

Y las condiciones se volvieron más difíciles a partir de procesos en la Sala de lo Constitucional que primero pospusieron, y luego eliminaron, medidas de emergencia para evitar caer en impago.

Las estimaciones de ingresos fiscales para 2016 fueron superiores a la recaudación obtenida, pese al aumento de la tasa de crecimiento. Mientras tanto los gastos del Estado siguieron al alza. Desde el principio del año se preveía la posibilidad de que el gobierno central no iba a poder cubrir sus compromisos, y que en el último trimestre del año la situación podía volverse muy crítica. La utilización de letras del tesoro del Gobierno de El Salvador (letes)[71] crecía con una tendencia peligrosa.

El año anterior, el gobierno central había encontrado un serio obstáculo para sanear su cartera de letes y obtener recursos para financiar el presupuesto. Con ese objetivo, el 23 de marzo del 2015 la Asamblea había aprobado la emisión de bonos por 900 millones de dólares, a ser vendidos en el mercado internacional; el partido ARENA votó en contra de la iniciativa del gobierno.

La Sala de lo Constitucional de la Corte Suprema de Justicia decidió suspender la emisión por demanda de un ciudadano sobre supuestas violaciones a las regulaciones constitucionales en el proceso de aprobación; la sentencia declarando inconstitucional el decreto llegó hasta el 13 de julio de 2016, después de tensiones entre los órganos del Estado, y ásperas discusiones entre los partidos con representación legislativa.

En febrero de 2016 tres de los países que prestan más cooperación a El Salvador – Alemania, España y Estados Unidos – y el Ministerio de Hacienda, presentaron un informe sobre la situación fiscal del país; éste había sido elaborado por el Instituto Centroamericano de Estudios Fiscales (ICEFI), a petición de la cooperación española, y lleva como título una frase muy sugerente: El Salvador: en la búsqueda de un acuerdo nacional de sostenibilidad fiscal. Se trataba de impulsar la concertación entre los actores políticos, y entre éstos y los dirigentes sociales, para encontrar salidas racionales y concertadas a un problema que estaba siendo tratado de manera muy poco adecuada.

Por supuesto que las instituciones financieras internacionales ya estaban actuando sobre el tema. Tenían clara consciencia de que no se trataba de buscar medidas paliativas, sino de tomar decisiones que, a la vez que tuvieran efectos inmediatos sobre los problemas de liquidez, ayudaran a reducir las tendencias estructurales que ya hemos mencionado. Es evidente que sus propuestas parten de sus particulares puntos de vista.

En el estudio de INCEFI se afirma claramente cual es una de las causas principales – claramente no la única – de las condiciones deficitarias en las que funcionan las finanzas del gobierno: “Es pertinente recordar que la situación fiscal salvadoreña es sui generis, en el sentido de que gran parte del problema fiscal surgió a partir de la decisión de las autoridades públicas de absorber parcialmente el costo de la reforma previsional del pasado, y que a la fecha provoca el problema principal de la ejecución fiscal del país (aun cuando existen algunos gastos vinculados con subsidios que pueden ser optimizados)” (ICEFI [2015], p .19).

Desde algún tiempo atrás, el Ministerio de Hacienda, con la cooperación del Banco Interamericano de Desarrollo, estaba trabajando en un estudio de reforma al sistema de pensiones a fin de aliviar la carga fiscal que éste representa. Las conclusiones recomiendan el tránsito hacia un sistema mixto: una parte de reparto hasta un determinado nivel de ingresos del cotizante, combinada con otra de ahorro privado para la parte que excede este monto, cuando ello ocurre. Eso permitiría al Estado no seguir en el ciclo de endeudamiento a través del Fideicomiso de Obligaciones Previsionales, que además se está acercado al porcentaje máximo sobre los fondos de pensiones que la ley permite.

Si con el empréstito se tuvo el obstáculo de la sentencia judicial, esta posibilidad de reforma se encontró con la resistencia de todos los partidos de la derecha, y con una campaña estridente de las gremiales de la empresa privada que la tildaron de ser “el robo del siglo”.

A lo que debe agregarse la poca habilidad del Órgano Ejecutivo para explicar y defender una reforma que se supone tiene una sólida base técnica, y un sustento de visión político-institucional. El proceso de reforma ha sido olvidado[72], y el manejo de las cargas fiscales del sistema previsional sigue presentándose como ese factor de riesgo para la estabilidad fiscal que muchos hemos señalado por años, y que nos recuerda ICEFI en su estudio.

La segunda mitad del año 2016 ha estado cargada del tema de las finanzas públicas.

En septiembre el Gobierno Central cumplió con la obligación constitucional de presentar su propuesta de presupuesto a la Asamblea Legislativa. Simultáneamente, el ministerio de Hacienda dio muestras clara de no tener los fondos para responder a sus compromisos financieros. Atrasos en los pagos a proveedores, posposición de transferencias señaladas en las leyes, dificultades para redimir certificados de deuda vencidos. Una situación de “emergencia fiscal” fue declarada por el Presidente de la República sin explicar cómo iba a enfrentarla, y sin asidero legal para acciones fuera de los cauces normales señalados por la ley. La reacción de las calificadoras de riesgo fue la degradación de la calificación de El Salvador a un rango que dificulta el acceso a los recursos externos.

El debate público ha sido en una tónica en la que la búsqueda de soluciones no ha sido el norte de los participantes. La oposición partidaria ha mantenido una actitud negativa frente a la situación, sin asumir la responsabilidad que significa que en la Asamblea Legislativa tenga la llave para paralizar o movilizar propuestas de solución. La crisis la atribuye al gasto dispendioso del gobierno y a la presentación de presupuestos mentirosos, elaborados a partir de supuestos que minimizan los gastos y aumentan artificialmente los ingresos; además, pide reducir los gastos del Estado a la vez que exige aumentar prestaciones y responsabilidades, y simultáneamente anuncia que no se aprobarán ni nuevos impuestos ni créditos externos ni votará por reformas que tienden a combatir la evasión fiscal. Y el gobierno, por su parte, con poca claridad en el discurso con el que intenta justificar sus propuestas.

El FMI ha intervenido con mucha intensidad buscando condiciones de diálogo, y ha llegado a elaborar un conjunto de propuestas para enfrentar el problema: reducir en 1,5% del PIB los gastos del gobierno central, y aumentar en 1,5% los ingresos. Lo primero con medidas de austeridad tradicionales; lo segundo con una serie de reformas impositivas: el incremento de 2% al IVA, el aumento de la tasa marginal de tributación para las más altas rentas, la aprobación de un impuesto a la propiedad, la revisión de los estímulos fiscales a determinadas actividades productoras de bienes y servicios[73]. Considerando la regresividad del IVA, recomienda tomar medidas para atender la situación de los más vulnerables.

Todo esto en el marco de un acuerdo entre las distintas instancias partidarias que permitiera la suscripción de un acuerdo fiscal.

El diálogo entre partidos comenzó de una manera muy sui generis. Son los dos partidos mayoritarios los que se reúnen, teóricamente con la colaboración de los otros tres institutos políticos con representación legislativa. El primer fruto fue una Ley de Responsabilidad Fiscal para la Sostenibilidad Social, en la que, entre otras disposiciones, se establece: la obligación de reducir el endeudamiento del Estado en un mínimo del uno por ciento anual hasta llegar a 35% (excluyendo la deuda que origina el sistema de pensiones, dice la ley); se exige un balance primario positivo, o al menos totalmente equilibrado, y se determinan plazos para la ejecución de las medidas para reducir el déficit fiscal; se establece el criterio de elaborar los presupuestos con visión trianual, aunque el correspondiente a cada año requerirá aprobación individual de acuerdo a la Constitución Política; se acuerda un aumento de la carga impositiva hasta el 17% del PIB.

Sin embargo, los instrumentos concretos para lograr esos objetivos no han recibido el espacio de discusión que requieren.

La situación al terminar el 2016 es de suma gravedad. El entrampamiento del diálogo entre los dos grandes partidos no ha permitido aprobar el presupuesto del año 2017. Y de nuevo, la actitud de las dos partes no parece ser la más propicia para avanzar en acuerdos. Paralelamente el Ejecutivo ha tomado decisiones que han caldeado las relaciones con el sector privado, al aprobar aumentos a los salarios mínimos que habían sido rechazados por las gremiales.

La discusión del tema fiscal parece mostrar con meridiana claridad la poca disposición que los actores políticos y sociales tienen para llegar a acuerdos a partir de posiciones diversas. Más que diferir en propuestas lo que se hace es rechazar todo lo que venga del interlocutor, imposibilitando el diálogo. Y no pocas veces contradiciendo las mismas visiones políticas que proclaman defender. Una buena dosis de populismo ha dominado, en consonancia con las tendencias que en este momento se dan en muchos de los países más importantes.

Las exigencias de una realidad transformada

A lo largo de este trabajo se ha mencionado repetidas veces que la toma de medidas para corregir el rumbo del país se han ido posponiendo, buscando tirar hacia adelante los problemas, cuando no se han buscado medidas más mediáticas que efectivas para enfrentarlos. Paliar los síntomas sin combatir la enfermedad no ha sido una manera efectiva para evitar que la situación se agravara.

Las sociedades no son estáticas; y la salvadoreña ha evolucionado a partir de dinámicas positivas y negativas. Ha sufrido transformaciones muy fuertes, a partir de cambios políticos, de alteraciones frecuentes de la estructura de la propiedad, de cambios bruscos en las relaciones familiares y en la estructura demográfica del país, etc. La dialéctica en la que se desarrollan estas transformaciones no ha sido adecuadamente asumida por los actores políticos y sociales, y tampoco ha contado con el debido aporte de la academia. La poca presencia de una visión de proceso para aprehender la génesis de la situación ha llevado a asumir visiones inmediatistas, en las que las cifras del presente son asumidas como “el problema”, sin enfocarse en las causas.

En estas líneas finales se intenta hacer un ejercicio de ubicar las características relevantes de algunos de los aspectos de la vida nacional, y se señalarán los retos que representan.

Lo político-institucional

De los elementos históricos que se han presentado anteriormente se puede concluir que, a juicio de quien esto escribe, la institucionalización de la democracia ha dado pasos innegables en el país. Los resultados electorales han sido respetados, los partidos políticos han actuado sin riesgos de ser perseguidos por sus opiniones, los ciudadanos han gozado de libertad para expresar sus ideas y para manifestarse. Como se ha mencionado, la alternancia acaecida en 2009 significó un momento de ruptura de las trabas que para el avance de ese proceso representaba la presencia de una forma patrimonialista de gobernar; si bien quien gobernaba gozaba del respaldo de la ciudadanía en las urnas, la forma que tomaba el manejo del aparato del Estado no permitía la autonomía que requieren sus órganos para funcionar en democracia.

Las reglas de juego se transformaban a partir de un hecho no conocido desde los Acuerdos de Paz: El control y la manipulación de los tres órganos del Estado por ARENA (y los sectores sociales que son sus patrocinadores), con la cooperación negociada de otros partidos, parecía llegar a su fin; para aquellos que asumen la creencia en la democracia se generaba una oportunidad histórica que no debía desaprovecharse (Dada H. [2015b]).

Como se ha dicho, los cambios requieren un proceso de adaptación de las instituciones, pero sobre todo de las personas encargadas de conducirlas. Los espacios de autonomía requieren responsabilidad en el ejercicio de los cargos, a la vez que aceptación de las inevitables divergencias que se pueden encontrar cuando se respeta la libertad de decisión. Más aún cuando el ambiente en que esto sucede está marcado más por la descalificación del que piensa diferente, en momentos en los que, lo que se necesita es una confrontación de ideas y visiones – aceptando la legitimidad de las diferencias – a partir de la cual se puedan encontrar compromisos.

No es discutible que la recién estrenada autonomía de los órganos estatales tuvo consecuencias positivas en la vivencia del estado de derecho; además de la contribución a la institucionalidad democrática, que en sí misma representa la ruptura con el sometimiento tradicional, varias de sus resoluciones representan avances efectivos.

A su vez, generó, como se vio antes, conflictos entre los órganos del Estado, o con actores institucionales específicos (políticos y sociales) que, como es normal, trascendieron a los espacios públicos; varias sentencias de la Sala de lo Constitucional provocaron reacciones de aquellos que percibían que afectaban a sus intereses o sus atribuciones.

Así mismo, surgieron críticas de quienes consideran que en varios casos carecen del sustento necesario para justificarlas, o que con ellas se han trascendido los límites de la interpretación constitucional al invadir funciones de otras instancias; en ocasiones parecen haber violentado el pacto político expresado en el texto constitucional, sin respetar los canales que la misma Constitución Política señala para su reforma[74].

Si bien las discrepancias han llevado a algunos a utilizar un tono exacerbado para expresarlas, y en más de un caso se han buscado atajos para dejarlas sin efecto, no es aceptable la afirmación de que discrepar con las sentencias de la Sala de lo Constitucional es reflejo del peligro en que está la institucionalidad democrática y el Estado de derecho; con renuencia o por coincidencia con ellas, han sido acatadas, aceptando el carácter de última instancia de dicho tribunal.

Las discrepancias no han obstaculizado el cumplimiento de las sentencias. Este proceso nos muestra claramente las carencias que aún tenemos en la vivencia de la democracia, que surgen tanto de la debilidad institucional todavía existente como de la dificultad de aceptar la legitimidad de las diferencias de opiniones e intereses, olvidando que la existencia de éstas es la que requiere de la democracia como el mejor método para procesarlas.

La democracia demanda deliberación, discusión seria, y realmente política, de lo que es tan debatible como el grado de colaboración a la democratización que las sentencias constitucionales puedan proporcionar; deliberación que debe implicar la expresión de ideas y de conceptos, de análisis fundamentado sobre los alcances de lo aprobado y de la escuela de interpretación utilizada, de las visiones de cómo se construye democracia que tienen las distintas partes, etc.

La apertura de juicios contra la corrupción es también un factor positivo en nuestro tránsito hacia una democracia en la que las autoridades actúen con mayor transparencia y probidad. Sin antecedentes relevantes, las acciones del Órgano Judicial y del Ministerio Público han sacado a luz una realidad de nuestra vida en sociedad. No se trata sólo de funcionarios que aprovechan para su propio beneficio los fondos del Estado, sino que en diversos casos aparece la acusación de recibir fondos privados para favorecer a personas del sector privado, o empresarios que utilizaron su función pública para acrecentar su acumulación de riqueza.

La ley de Información Pública se ha revelado como un instrumento eficaz. La relación entre los distintos órganos del Estado se encuentra en una situación de transitoriedad. El FMLN, durante sus dos gobiernos, no ha obtenido una mayoría absoluta en la Asamblea Legislativa (43 de 84 diputados); la aprobación de sus propuestas ha dependido del respaldo de partidos menores que se proclaman de derecha, que en el pasado jugaban ese mismo papel en apoyo de los gobiernos de ARENA[75].

La propuesta de reforma al sistema de pensiones mostró las primeras señales de debilidad en los compromisos, y poco a poco el gobierno central ha visto reducidas sus posibilidades de hacer avanzar sus proyectos. La situación se ha vuelto precaria si se combina la carencia de mayoría calificada para aprobar créditos por la negativa de ARENA, con la imposibilidad de obtener mayoría absoluta para la aprobación del presupuesto de 2017 por la renuencia de los partidos de derecha antes aliados.

Esta precariedad parece presagiar obstáculos serios a la posibilidad de encontrar una salida a los problemas de liquidez y a la aprobación de una reforma integral de las finanzas públicas, y mucho más para hacer cambios en el modelo económico imperante.

Más allá de lo dicho, los retos que hay que superar son más profundos que los señalados. La consolidación de la institucionalidad democrática requiere que se resuelvan aspectos fundamentales de la concepción y de la práctica de la vida en democracia. Muchos de los problemas y los retos no son exclusivos de la situación salvadoreña, sino que se presentan aun en países con larga tradición democrática. A continuación intento mostrar algunos de ellos.

Desde las elecciones de 1994, la competencia partidaria ha estado centrada en dos grandes partidos que no nacieron para construir democracia. ARENA se creó con la promesa de restituir el autoritarismo militar-oligárquico, aunque proclamara

adhesión a los principios de la democracia; su conversión en la expresión de una derecha empresarial neoliberal no fue acompañada de una transformación de su pensamiento y de su acción en lo que respecta a la institucionalidad democrática. El control de todos los órganos del Estado, y la posibilidad de utilizar patrimonialmente el aparato gubernamental, han dominado su práctica política.

El FMLN surge de una lucha armada para instaurar la dictadura del proletariado.

La realidad les ha impuesto restricciones a sus objetivos de poder; y más allá que eso, parece indicar que sus respectivas ideologías han agotado su pertinencia.

Ninguno de ellos ha dado muestras de hacer una reflexión interna, en la que los ideales superados por la realidad se sustituyan por visiones conductoras, capaces de movilizar a sus estructuras, que vayan más allá de ejercicios de muy limitadas aperturas internas para la selección de sus dirigentes76. La carencia de un discurso renovado contribuye a explicar la prioridad que se da a la descalificación del otro sobre la discusión razonada de ideas divergentes.

Esto en un ambiente en el que la “anti-política” adquiere cada vez más popularidad en sectores de clase media. Comienza por definir la política de una manera restrictiva, enfocada más a la disputa entre partidos para lograr intereses personales que a su función de ser el espacio en el que se definen las maneras de convivir en el Estado. Se pretende que las soluciones a los problemas son exclusivamente técnicas, y que existe una única visión técnica que sea válida, que es la de los grupos dominantes. La misma militancia en partidos políticos es crecientemente considerada un motivo de descalificación acerca de la honestidad  y la capacidad de independencia de las personas77. Se va en una dirección de individualizar la representación política, de diluir el papel de los partidos como canales institucionales de representación que la Constitución Política les señala.

La “sociedad civil”, en la que unos pocos ciudadanos pueden reunirse a nombre de un interés supuestamente colectivo, y pretender representar los intereses de la sociedad en su conjunto, es presentada como el espacio de la pureza y de la capacidad “técnica”; con un criterio más vanguardista que concertador, buscan caminos para sobrepasar el papel representativo que, pese a sus deficiencias, la población le ha dado a funcionarios escogidos en comicios cuyos resultados no están en discusión. Las deficiencias partidarias, y las acciones individuales de algunos de estos funcionarios, colaboran para darle aparente sustento a estas posiciones.

Varias de las resoluciones de la Sala de lo Constitucional están impregnadas de la visión señalada. Para convertirla en normas legales parten de una teoría de la interpretación de la Constitución Política que les permite trascender su tradicional función de “control negativo” del orden señalado en la carta magna, asumiendo en la práctica el papel de reales “legisladores positivos”78. Es de esta manera en la que fue violentado el acuerdo político que reformó en 1991 la Constitución de 1983 (véase acápite 2.1): un sistema político en el que los partidos estaban considerados como canales exclusivos de la representación ciudadana, creando un camino orgánico para la construcción de alternativas a ser consideradas por la población, fue alterado al hacer trascender la individualidad del voto a la individualidad de la representación; de la vigilancia orgánica de los procesos electorales por los partidos políticos se pasó a prohibir que sus militantes ejerzan esa función; se niega a los afiliados a partidos políticos la posibilidad de participar como candidatos en las elecciones de segundo grado.

No es relevante si uno está de acuerdo o no con las medidas impuestas por las sentencias. En ellas, se afirma, se parte “estrictamente de la ciencia jurídica”, dejando de lado que, en democracia, la legislación es siempre un acuerdo político codificado; se toman decisiones a partir de visiones de la estructura democrática – por esencia, políticas – que se cubren con una justificación técnica insuficiente. Y se cae en el riesgo de generar un autoritarismo ilustrado que puede poner en riesgo la misma esencia de la democracia. El vanguardismo suele ser el mayor riesgo para la democracia.

Los retos a enfrentar en este terreno son múltiples. Los partidos deben asumir su responsabilidad de actualizar su pensamiento, y democratizar en serio – no cosméticamente – sus comportamientos internos. La ciudadanía debe asumir el carácter político de esta calidad, comprender que es en el compromiso de la acción política concreta que puede ir más allá de la crítica o de la riesgosa imposición de decisiones por vías que no son las constitucionales. Todos los ciudadanos debemos partir del rechazo de la peligrosa idea “pos-moderna” de que los problemas sociales tienen soluciones técnicas unívocas y no políticas.

La única manera de rescatar la política es devolviéndole su auténtico sentido, dejando de lado la definición peyorativa que se le adjudica.

La salida de la crisis fiscal

En los capítulos anteriores se ha mostrado cómo la tendencia a desequilibrios fiscales ha sido una tendencia estructural de la economía salvadoreña; se ha señalado cómo la frecuente aprobación de pequeñas reformas puntuales a las leyes fiscales ha dado resultados insuficientes, acumulando las condiciones que en los últimos meses han mostrado todo su rigor. Dado el carácter de casi único instrumento de política económica que tienen las finanzas públicas, su debilidad se convierte en un factor que problematiza aún más la perspectiva de encontrar una salida a los entrampamientos que por largo tiempo ha sufrido la política económica. La carencia de moneda nacional, a su vez, genera rigideces a la economía, al mismo tiempo que exige comportamientos fiscales muy severos para coadyuvar a la estabilidad del sistema monetario dolarizado.

Los espacios de acción de la política fiscal son muy escasos. Los gastos están definidos previamente a la elaboración del presupuesto anual en un porcentaje cercano al 80%: transferencias de los ingresos fiscales que por ley deben ser entregadas a diversas instancias del aparato del Estado, pago de las planillas de empleados, servicio de la deuda, etc. Además, debe tenerse presente la carga que para las finanzas públicas creó la manera en que se reformó el sistema de pensiones 20 años atrás. Sin embargo, el ICEFI afirma que “la principal rigidez (…) es la carencia de los recursos tributarios necesarios para enfrentar las necesidades de la población, por lo que en muchas oportunidades, el nivel de gasto que se requiere ejecutar para mejorar el bienestar y apalancar el crecimiento económico, excede los valores que podrían considerarse recomendables y han

llevado a diferentes entes a proponer la implementación de reglas fiscales que limitarían el accionar de la política fiscal” (ICEFI, [2015]). La aprobación de una ley de responsabilidad fiscal a finales del año anterior ha incrementado esa rigidez, al obligar al gobierno central a cumplir metas de déficit primario y de endeudamiento sin existir disponibilidad de apoyar decisiones para analizar la estructura impositiva y los beneficios fiscales que establece la legislación actual. La situación se ha calificado de entrampamiento fiscal, tanto a partir de la imposibilidad de continuar con la situación presente como por la dificultad de llegar a acuerdos que construyan una salida estructural a un problema estructural.

En los capítulos anteriores se ha mostrado cómo la tendencia a desequilibrios fiscales ha sido una tendencia estructural de la economía salvadoreña; se ha señalado cómo la frecuente aprobación de pequeñas reformas puntuales a las leyes fiscales ha dado resultados insuficientes, acumulando las condiciones que en los últimos meses han mostrado todo su rigor.

Dado el carácter de casi único instrumento de política económica que tienen las finanzas públicas, su debilidad se convierte en un factor que problematiza aún más la perspectiva de encontrar una salida a los entrampamientos que por largo tiempo ha sufrido la política económica; la ley de responsabilidad fiscal estrecha aún más el espacio de la política fiscal para impulsar el crecimiento. La carencia de moneda nacional, a su vez, genera rigideces a la economía, al mismo tiempo que exige comportamientos fiscales muy severos para coadyuvar a la estabilidad del sistema monetario dolarizado.

La discusión sobre este tema ha puesto a la luz del día todas las debilidades de las argumentaciones de los distintos sectores políticos, de las gremiales empresariales, y aun de algunos organismos académicos. Se afirma fácilmente que si se crece más y más sostenidamente no habría problema fiscal, pero no se dice una palabra de cómo es posible obtener lo que llaman “una tasa de crecimiento del PIB adecuada”; se exige un presupuesto balanceado, con disminución de gastos, a la vez que se condiciona su aprobación a la inclusión de privilegios sectoriales que significan aumentos de gastos; se rechaza toda reforma al sistema previsional, y simplemente se deja de lado que éste origina más de la mitad del déficit registrado en 2016; se exige balance primario “positivo o al menos equilibrado” con gastos acrecentados, y hay negativa a poner sobre la mesa la forma de percibir nuevos ingresos.

Y el gobierno central continúa aferrado a un razonamiento en el que se presenta que el problema es la falta momentánea de liquidez; se reduce a demandar la aprobación de un presupuesto cuestionado, y a exigir la emisión de deuda pública (que no niego que es estrictamente necesaria), sin ir a los factores esenciales.

En toda esta ruidosa discusión parece haber un tema tabú: el costo fiscal que representan los beneficios impositivos para determinados giros empresariales.

Los sectores más beneficiados son la maquila, determinados servicios, y el gran sector turístico; además de los espacios de elusión que, establecidas en las leyes, aprovechan los grupos empresariales más grandes y las altas rentas personales.

Hay diversos cálculos sobre lo que representan con respecto a los ingresos fiscales percibidos; van de un 2,5 hasta un 3,5% del PIB en tanto los ingresos rondan el 15%. El ICEFI expresa al respecto de este tema: “Los tratamientos tributarios especiales, se estima que producen una erosión tributaria del orden del 3,4% del PIB, sin embargo, a pesar del otorgamiento de ventajas competitivas artificiales a sectores específicas, producir distorsión económica y generar competencia desleal entre sectores, no existe evidencia, por falta de estadísticas y controles, que permita fundamentar el hecho de que dichos tratamientos especiales hubiesen producido un incremento significativo del empleo (ICEFI [2015], Introducción)”.

Curiosamente, este tema no está siendo abordado – salvo contadas excepciones como la que aquí citamos – ni por el gobierno, ni por la oposición, ni por los centros de pensamiento económico; la carencia de ese análisis de costo beneficio que señala el ICEFI impide conocer si los beneficios que se conceden realmente se compensan con los resultados que se obtienen; a lo que habría que agregar que mientras no se determinen las apuestas estratégicas de la política económica no es posible juzgar si se está dando beneficios a sectores no prioritarios en desmedro de otros que sí lo son, o si los subsidios a las empresas están bien orientados.

El entrampamiento fiscal va teniendo serias consecuencias para el país.

Ciertamente se ha dado en el año en el que más ha crecido la producción nacional desde 2007, lo que no evita visualizar sus efectos negativos sobre las perspectivas de la dinamización de la economía; y, más aún, para el combate a la pobreza, para la generación de condiciones de mayor equidad, para garantizar más y mejor educación, para reducir las condiciones de violencia social. Ya las pérdidas en la escala de calificación de riesgo que las calificadoras han hecho a lo largo de 2016 han colocado al país en condiciones muy desfavorables en el mercado financiero internacional, con consecuencias en el costo del dinero tanto para el sector privado como para el público.

La posibilidad de caer en “impago” de los compromisos del Estado es un riesgo que ha estado presente en los últimos meses de 2016; sin embargo, los dirigentes participantes en el diálogo, en el que deben construir respuestas, no parecen asumir la responsabilidad requerida. Si no se incluye la existencia de una economía dolarizada en el análisis de la realidad, ésta es percibida de forma incorrecta, y por lo tanto las soluciones que de allí surgen tienen una discutible pertinencia.

Desde que salió al público la idea de abandonar la moneda nacional, diversos economistas expresamos que esa decisión – además de ser improcedente, e inconstitucional para algunos – generaba la necesidad de manejar las variables económicas de manera de no poner en peligro la sostenibilidad del nuevo sistema monetario. Sin embargo, el tema está notoriamente ausente en la mayoría de los análisis de la economía nacional, y en la presentación de las posiciones de los dirigentes sociales y políticos. Los riesgos de una inestabilidad monetaria no deben ser descartados, si las “soluciones” que se adopten surgen fundamentadas en los simplismos de la discusión presente.

La posibilidad de dar continuidad a las políticas sociales del gobierno también parece cuestionada, dada la manera en la que se está enfrentando el problema.

Un país que ya tiene altos índices de inequidad y de pobreza, exige que cualquier solución no sólo sirva para cubrir las necesidades presupuestarias de los programas sociales, sino que sea un instrumento para corregir las inequidades de las leyes impositivas pensadas para favorecer la concentración de la riqueza, que se consideraba un pre-requisito para el crecimiento económico en el modelo agotado.

Y hay una pregunta que de alguna manera se ha planteado más de una vez en este texto: ¿Con qué instrumentos de política económica va a contar el Estado para poder impulsar el crecimiento económico y la distribución de los beneficios? Sin política monetaria, con una economía con alto grado de apertura al exterior, con un aparato estatal débil y poco funcional, parece que muy poco se puede hacer si no se dan cambios sustanciales en la visión y en el modelo79.

La intervención del FMI ha sido solicitada por la Secretaría Técnica de la Presidencia; la oposición política y la dirigencia gremial empresarial han respaldado su presencia. Relatamos en el acápite 4.6 cuáles han sido las propuestas del organismo. Para la oposición pareciera que lo único rescatable de las propuestas del organismo financiero internacional son las exigencias de reducción de gastos supuestamente superfluos, olvidando las sugerencias de elevación de impuestos al consumo y a las altas rentas personales, el restablecimiento del impuesto a la propiedad, así como la disminución de privilegios especiales en los contratos colectivos de los empleados públicos y en el trato a sectores productivos; y mucho menos acepta una reforma sustantiva al sistema previsional de ahorro privado.

Curiosamente tampoco el gobierno, como se ha dicho, muestra convicción y energía en la defensas de sus propuestas anteriores, y no ha expresado posición sobre las reformas impositivas propuestas por el FMI, salvo que se niega a elevar la tasa del IVA.

El año 2017 es un año preelectoral. En el primer semestre de 2018 se elegirán los diputados y los concejos municipales, para entrar después a una dura disputa de la presidencia de la República que se decidirá en el primer trimestre de 2019.

Para diversos analistas los partidos piensan más en los votos que pueden obtener que en la solución de los problemas. Es legítimo que los partidos cuiden su nicho electoral y que busquen acrecentarlo; pero la visión corta con la que lo hacen obstaculiza las soluciones. Si unimos esta corta visión electoral, con el objetivo de la derecha económica[76] de retornar al gobierno a cualquier costo, encontraremos muchas dificultades para visualizar una concesión de espacios para la acción gubernamental.

Por parte del FMLN se trata de limitar las afectaciones a los sectores cercanos a ellos, sin llegar a tomar decisiones necesarias que requieren conducción y liderazgo para tener acompañamiento de la población. ARENA, con su grupo parlamentario superior a un tercio de los diputados, tiene una situación en la que en la práctica comparte la responsabilidad de gobernar; no basta que rechace las propuestas del gobierno, sino debe poner sobre la mesa una propuesta alternativa. El FMLN, con el ejecutivo en sus manos, tiene la primera responsabilidad en las decisiones de gobierno, la obligación de darle conducción al país, asumiendo las limitaciones que le imponen las condiciones políticas existentes, y su propia realidad interna. Sin embargo, ninguna de las dos partes parece estar dispuesta a asumir su correspondiente papel en el gobierno del país, ni menos en la seria reflexión política de la realidad nacional. El acuerdo fiscal ofrecido difícilmente va a responder a los requerimientos de la realidad.

5-3 ¿Qué hacer con un modelo agotado?

La expresión más notoria de la situación’ económica es el llamado “entrampamiento fiscal”[77]. Haber registrado un aumento del PIB superior a los obtenidos durante casi una década, ha permitido dejar parcialmente al costado del debate las deficiencias estructurales que condenan a esta economía a tener una expectativa de crecimiento muy baja, y a depender de impulsos al consumo como el principal factor de crecimiento de la producción de bienes y servicios.

La manera de hacer frente a las dificultades fiscales no es “neutra”, o absolutamente técnica, como varios economistas y políticos pretenden[78]. Como se dice en la introducción, la economía es una ciencia social, y como tal sus académicos están adscritos a diversas escuelas, con explicaciones muchas veces diferentes sobre los mismos hechos, y con opiniones divergentes sobre la forma de enfrentar los problemas económicos. Por ejemplo, se dice que el IVA es un impuesto técnicamente fácil de cobrar, por lo que no hay que “politizar” el juicio rotundo de la técnica; pese a que es cierto que es fácil de cobrar, el juicio económico diferirá si quien lo hace pertenece a las escuelas económicas que privilegian el enfoque desde la oferta o si está adscrito a quienes se sitúan al lado de la demanda.

Un impuesto elevado a los escalones más altos de las rentas personales puede ser juzgado por unos como un estímulo a la inversión, al encarecer los beneficios distribuidos por las empresas en relación con los mantenidos para ser dedicados a la acumulación; para otros, un factor generador de disminución de las expectativas para los potenciales inversores. Al final, el juicio político, a partir de las visiones diferentes, que tienen los actores, es el que debe dirimir entre propuestas técnicas diversas, respetando los aportes que éstas proporcionan.

Más allá de lo dicho, toda política fiscal debe responder al modelo de acumulación establecido. La decisión de a quién y cómo cobrar, así como la determinación de en qué y cómo gastar o invertir, se supone que es coherente con el modelo[79].

Es decir, para concretar las medidas fiscales hay que tener como base un modelo definido; y, de nuevo, esta definición debe tener sustento técnico, a partir de la realidad que se desea superar. El Plan de Gobierno que presentó el FMLN durante la última campaña presidencial mostraba la voluntad de realizar algunas variaciones a las políticas económicas existentes, consolidando las que se habían iniciado en la administración de Funes.

Pero, como se ha dicho, el conjunto de políticas, acciones y criterios institucionales, que conforman el modelo existente, han permanecido sin variaciones esenciales. Es más, pese a que el agotamiento del modelo heredado fue explícitamente aceptado por el gobierno anterior, ha habido dificultades para concretar las reformas necesarias. La carencia de nuevas apuestas estratégicas[80] – que viene desde el gobierno de Antonio Saca – es una muestra de la debilidad en la definición de un nuevo modelo.

A lo largo de los años se han planteado propuestas diversas, que no se han convertido en políticas definidas. La conversión del país en un centro logístico aprovechando su posición geográfica es la que por veinte años sigue presente sin definirse la manera de llevarla a la práctica. La construcción del puerto de la Integración Centroamericana era una pieza de esa política; sin embargo, las negociaciones y las decisiones políticas indispensables para su funcionamiento no fueron realizadas por los últimos dos gobiernos de ARENA – cuando había mejores condiciones para llevarlas a cabo – ni por los dos gobiernos del FMLN. No parece que las acciones de mejoramiento de algunas estructuras que formarían parte de esa política representen la asunción del “corredor logístico” como apuesta estratégica para el crecimiento económico del país.

La aprobación de un proyecto con la cooperación de la Cuenta del Milenio de los Estados Unidos, ha abierto la posibilidad de desarrollar inversiones en la franja costero-marítima del país. Las empresas a establecerse son sobre todo grandes empresas turísticas internacionales, que se espera puedan dinamizar la presencia de extranjeros en nuestras playas, además de generar mejores condiciones para los habitantes de la zona. Aún se diseñan los detalles del proyecto, que incluye una buena cantidad de obras públicas; a mi juicio debiera incorporar encadenamientos con productores de bienes y prestadores de servicios salvadoreños para poder interiorizar impulsos dinámicos a determinados sectores.

Hay que tener presente que en materia impositiva las empresas que se establezcan gozarán de ventajas fiscales que reducen el impacto potencial sobre los ingresos fiscales de un crecimiento de la actividad turística.

Cualquier política de crecimiento debe considerar la poca capacidad de la economía salvadoreña para generar oferta de empleos formales[81]. El tránsito de la concepción de la asistencia a las “mypes”, realizado en el gobierno de Mauricio Funes (véase acápite 4.4), fue fruto de la convicción de que la gran empresa no tenía las condiciones de generar ocupación digna a una buena proporción de la población económicamente activa. Las mismas tendencias de las técnicas empresariales actuales y de las tecnologías en desarrollo conducen a una decreciente necesidad de mano de obra por unidad producida, y a la terciarización de actividades anteriormente ejecutadas al interior de la misma empresa. Cualquier modelo que se establezca supondrá actividades para estimular la capacidad de producción de pequeños empresarios, para apoyarlos en la búsqueda de demandas a satisfacer, y para contribuir a su asociación y a la generación de tejidos productivos locales. El argumento de que esto no es suficiente para hacer crecer la economía de manera “adecuada” no contradice su pertinencia para cubrir ese objetivo de generar ocupación digna y posibilidades de acumulación a la escala de la empresa, con las consecuencias positivas para el entorno.

Otro elemento central en cualquier decisión sobre políticas económicas debe ser el de las cooperativas surgidas de la reforma agraria realizada en 1980. Poseedoras de buena parte de las mejores tierras del país, han pasado de ser utilizadas en

una política de guerra, a una decisión de deteriorarlas progresivamente, a una asistencia en su producción con características muy tradicionales; se requiere, en primer lugar, tratar a las cooperativas como lo que son: empresas de propiedad social, no movimientos sociales (sí lo es una federación de cooperativas). Su carencia mayor está en la capacidad administrativa. El Estado tiene instancias que podrían aliarse con ellas, o respaldar asociaciones con empresas privadas, para pasar de la producción primaria a una progresiva agro-industrialización, que aumentaría el valor agregado producido y produciría mayor estabilidad en su actividad económica.

La Política de Transformación Productiva es un aporte en el sentido correcto.

Darle los recursos institucionales y financieros es un requisito necesario, aunque no suficiente, para que logre resultados. Los tratados comerciales abren espacios para encontrar nuevos mercados, pero es difícil que los empresarios, por sí mismos, tengan la capacidad de abrir los caminos de la exportación.

En todo caso, para reformar el modelo se requiere identificar las actividades a emprender, y también a los actores que pueden realizarlas. Esto, dado que no se trata de trascender un sistema de propiedad privada, en la que el Estado juega un papel de planificador indicativo e interviene en proporcionar estímulos a las actividades consideradas estratégicas. La construcción de alianzas se vuelve indispensable. Las alianzas privilegiadas deben ser con aquellos sectores empresariales que tienen sus intereses en la producción de bienes transables, dada la necesidad de disminuir el déficit de la balanza de bienes y servicios que desde tiempo atrás presenta la economía nacional.

Por ejemplo, los empresarios con larga tradición de exportar a Centroamérica tienen una experiencia que debe servir de base para que se aventuren a nuevos mercados, como algunos ya lo hacen con mucho éxito.

La elite económica del país está encabezada por un pequeño grupo que tiene sus intereses fundamentales en actividades comerciales y de bienes raíces. Son a su vez los principales interlocutores del gobierno central, primordialmente en el seno del Consejo para el Crecimiento creado por un acuerdo con los Estados Unidos. El reto del gobierno de la República es ampliar los espacios de diálogo. Ni ellos ni las gremiales empresariales pueden pretender tener la representación de los intereses de muchos de los empresarios que se dedican a la producción. No se trata de descalificar a las gremiales, sino tener una idea realista de los límites de su capacidad de canalizar los requerimientos de inversores específicos.

Una deficiencia del FMLN es la debilidad de sus relaciones actuales con los sectores sociales. No se podrá salir de la presente situación sin exigir contribuciones de quienes son actualmente los privilegiados del funcionamiento de la economía y del Estado. La fuerza del gobierno la da en parte la institucionalidad del Estado que tiene en sus manos, pero se requiere de alianzas sociales que le den legitimidad a su acción. La derecha política, más que aliada de los más grandes poderes económicos es canalizadora de sus intereses; de allí extrae su mayor fuerza.

La izquierda en el gobierno, si es verdaderamente una izquierda democrática con visión productiva y equitativa, requiere de sólidas alianzas que respalden un proyecto transformador. La necesaria renovación de los partidos políticos se vuelve aquí mucho más acuciante. Para una alianza en democracia con sectores sociales se necesita claridad de rumbo y capacidad de conducción.

Un acuerdo nacional para el crecimiento de la producción y el empleo es indispensable; su contenido dependerá de la capacidad de balancear los intereses divergentes de los distintos grupos ciudadanos, generando condiciones favorables a la producción, y generadoras de una distribución de beneficios más equitativa. Los profesionales de ciencias económicas debemos aportar nuestros conocimientos, sabiendo que la decisión final dependerá de los acuerdos políticos que los balances de las distintas fuerzas permitan, de las posibilidades reales de realización de los proyectos que se establezcan, y, por supuesto, de la calidad de los aportes y la claridad de visión de quienes lo conduzcan.

Una breve conclusión

Este trabajo se finaliza a unos días de la celebración de los 25 años de los Acuerdos de Paz que se firmaron en el Castillo de Chapultepec. Una larga guerra civil había concluido. Las reformas político-institucionales que surgieron de las negociaciones han tenido un proceso de desarrollo que nos permite concluir que hemos avanzado.

Los espacios para debatir los problemas nacionales están abiertos, la competencia por la conducción del gobierno no tiene restricciones ideológicas. Mucho camino queda aún por recorrer para generar condiciones equitativas para los partidos contendientes, lo que debe realizarse a partir de los avances alcanzados. Lo que puede constatarse es que pese a estos logros, los actores políticos y sociales aún tienen que interiorizar las exigencias de una sociedad democrática, y acomodar su pensamiento y sus acciones a las condiciones de la realidad actual.

Junto a esos avances, nos encontramos con un estancamiento económico de mediano plazo, que dificulta la respuesta a las demandas de empleo digno y de asistencia a las carencias de los sectores más desvalidos de la población. El reto principal es un acuerdo nacional para realizar las reformas necesarias a un modelo que se agotó antes de lograr resultados, y que en esencia continúa vigente. En este terreno, la deuda con la sociedad que tienen los dirigentes políticos y sociales es aún mayor que la mencionada anteriormente, de la misma dimensión que la que tiene una academia que no termina de cumplir su responsabilidad de dar análisis y propuestas para la consideración de los que constitucionalmente deben tomar las decisiones en el Estado.

La ciudadanía – al menos un sector de ella – utiliza ahora los instrumentos de información que antes fueron inexistentes; en este sector hay una creciente preocupación por la probidad y por el cumplimiento de las reglas de un Estado de derecho. Es notable que ahora participen de esta preocupación quienes se sentían muy cómodos en momentos en los que la autonomía de los órganos del Estado era prácticamente inexistente, y el ejercicio de la función pública se realizaba con mucha opacidad. Lamentablemente, esas energías se utilizan más en la necesaria crítica, y no se acompañan con la asunción de compromisos concretos en los espacios en los que la transformación del país se hace posible: la política, la verdadera política.

En este momento se habla de un acuerdo de segunda generación para enfrentar los problemas de ahora, que los acuerdos de Chapultepec no podían prever. Esto requerirá del esfuerzo de la ciudadanía, y en especial el de las dirigencias políticas y sociales, con la participación de los sectores académicos. Un reto fundamental a superar es la tergiversación de los conceptos, como se ha señalado en el texto.

Más aún, cierta supeditación a las corrientes dominantes, que obstaculizan la expresión abierta del pensamiento de los ciudadanos; una cierta dosis de auto-censura a falta de la tradicional censura represiva. El reconocido periodista estadounidense George Packer, al referirse a una situación similar que vive su país, expresa: “(…) de esta manera es que antes de hablar uno debe preguntarse: ¿Mi identidad me da el derecho de decir esto? (…) Esta atmósfera hace muy difícil tener conversaciones honestas, y da a un demagogo como Trump el aura de ser sincero. La ‘autenticidad´ que sus seguidores tanto admiran es realmente errónea y moralmente repulsiva. Pero cuando la gente de buena voluntad tiene temor de expresar argumentos legítimos los ilegítimos ganan fuerza” (Packer, [2016], p. 56)86. Estamos a tiempo para evitar llegar a tales extremos.

San Salvador, 9 de enero de 2017

Bibliografía

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Turcios, R, [1993] Autoritarismo y modernización, CONCULTURA, San Salvador.


[1] Este documento ha sido elaborado para la Fundación Heinrich Böll. La responsabilidad del texto

es exclusivamente del autor.

[2] El Informe de Desarrollo Humano El Salvador 2013 del PNUD hace una síntesis de la historia

económica de El Salvador, y se presenta una extensa bibliografía.

[3] Al inicio de la Guerra Fría los Estados Unidos de América presionaron por una “modernización”

de los países centroamericanos, manteniendo el control militar del gobierno aunque realizando

elecciones con resultados que en la mayoría de los casos estaban previamente garantizados. Como

los mismos militares decían, no se podía permitir que la oposición democrática tuviera más espacios

que los que la estabilidad del sistema toleraba.

[4] El gobierno del General Maximiliano Hernández Martínez creó el Banco Central de Reserva, el Banco Hipotecario de El Salvador, el Mejoramiento Social, que le dieron nuevos instrumentos de acción al Estado, utilizada para estabilizar dentro de la crisis la estructura económico-social del país. A partir de 1948 se estableció el seguro social para los trabajadores urbanos, una tímida política de distribución de tierras sin expropiación llamada colonización rural, mecanismos para utilizar parte del excedente de la agro-exportación para financiar al Estado y para proveer recursos para estimular la producción industrial, se creó el Instituto Regulador de Abastecimientos (IRA) para mitigar los vaivenes en los costos de reproducción de la fuerza de trabajo, se inició un intenso programa de obras públicas, etc. (Véase Dada Hirezi, H. [1978], y Turcios, R, [1993]).

[5] Véase Dada Hirezi, H. (1978).

[6] El dato aparece en Gordon, S., Crisis política y guerra en El Salvador, México, UNAM/Siglo XXI, 1989, citado por Acevedo, C. (2003).

[7] Los intentos reformistas coincidieron frecuentemente con situaciones externas que hacían que los Estados Unidos de América consideraran necesario apoyar cambios. Desaparecida la coyuntura internacional que lo explicaba, el respaldo desaparecía y los gobiernos militares debilitaban su posibilidad de sacudirse el control oligárquico.

[8] El único país de Centroamérica que tenía gobierno conducido por civiles era Costa Rica (Ver Torres Rivas, E. 2007)

[9] La discusión central en ese momento no estaba centrada en la indispensabilidad de hacer reformas, sino en el tipo de reformas y en sus objetivos. Obviamente continuaba habiendo grupos reacios a aceptar una salida reformista a la crisis, que consideraban que podía evitarse los cambios si se priorizaba la acción represiva sobre los insurgentes; consideraban a éstos como una fuerza controlada desde el exterior que no surgía de las realidades internas del país. La voz del Arzobispo de San Salvador Óscar Arnulfo Romero fue un respaldo importante para impulsar la idea del combate a la desigualdad: “Y si de justicia se trata y de encontrar las causas de nuestros males yo creo que el nuevo gobierno no debe parar hasta encontrar la última causa que está en la injusticia social” (Homilía del 25/11/1979). En definitiva, no es este el espacio para hacer un relato comprensivo sobre lo acaecido entonces. Hacemos una referencia muy sintética con el único propósito de darle marco a los temas que tienen relación con el objeto de este artículo.

[10] Las reformas buscaban arrebatar a la oligarquía agrario-exportadora sus bases económicas de poder, a la vez que aislar a los trabajadores agrícolas de la influencia insurgente, con la visión de generar un “capitalismo moderno” después de la derrota de los alzados en armas. Hay que tener presente que en los estrategas estadounidenses dominaba la teoría del dominó – que coincidía con la visión que las autoridades cubanas tenían de la situación – que veía como posibilidad la caída progresiva de los países centroamericanos en manos de grupos de izquierda potencialmente aliados con la Unión Soviética a través de Cuba, en momentos muy álgidos de la guerra fría. Pese a la oposición de los sectores afectados, al aprobar una nueva constitución política en 1983 las restricciones a la posesión de la tierra fueron incluidas en su articulado con el voto unánime de todos los partidos legalizados, entre ellos el instituto político representante de los grupos empresariales ubicados más a la derecha (ARENA).

[11] Las instalaciones agrícolas y financieras fueron tomadas en una operación militar, y las cooperativas agrarias que surgieron fueron puestas bajo supervisión político-militar por las autoridades del gobierno de facto.

[12] Que hubiera una alta dependencia política y financiera de los Estados Unidos de América no evitó diferentes discrepancias entre el gobierno demócrata-cristiano y las autoridades de ese país. Por ejemplo, éstas rechazaban los controles en el mercado de divisas que había definido El Salvador, así como sobre la amplia gama de productos cuyos precios eran regulados directa o indirectamente (ver Lindo F., H. en López Bernal, C. G. [2015]).

[13] El primer decreto de la Asamblea Constituyente fue la aceptación de la legalidad de los decretos de la Junta Revolucionaria de Gobierno, entre ellos los que afectaron la estructura de propiedad; además, se incluyó en el texto constitucional de 1983 la restricción a las extensiones de propiedad agraria en manos de privados que estableció la ley de la reforma agraria de 1980 (Art. 105). En el caso de las restricciones a la participación política, se eliminó el texto constitucional que la establecía, en buena medida como forma de invalidar el argumento de la insurgencia, que explicaba la opción de la vía armada a partir de las restricciones de participación en la política legal. En la práctica, más que la disposición constitucional, lo que estimuló la toma de esa opción fue el cierre de los espacios institucionales para acceder a la conducción del Órgano Ejecutivo por la negativa del régimen oligárquico-militar a reconocer los triunfos de la oposición política, así fuera democrática y de centro como el Partido Demócrata Cristiano (en Jerez, C. y Hernández Pico, J. [1973] se hace una descripción analítica del fraude electoral de 1972); en su discurso al firmar los acuerdos de paz en México, el Presidente Alfredo Cristiani reconoció que la inexistencia de espacios políticos fue una de las causas de la guerra (Véase Dada Hirezi, H. [2016]).

[14] Nos referimos al Movimiento Nacional Revolucionario (MNR), miembro de la internacional social demócrata, a la Unión Democrática Nacionalista, cercano al Partido Comunista Salvadoreño (PCS, y al Movimiento Popular Social Cristiano (MPSC), una disidencia del Partido Demócrata Cristiano que no aceptó el plan contrainsurgente de diseño estadounidense.

[15] El acto más conocido es el asesinato de Monseñor Óscar Arnulfo Romero en marzo de 1980, antes de la constitucionalización del proceso en 1983. Posteriormente, acciones no menos crueles se cometieron con diferentes ciudadanos, así como masacres de poblaciones civiles. Otra acción impactante, violatoria de toda norma legal – y por supuesto de todo respeto a la ética más elemental – fue el frío asesinato de los sacerdotes jesuitas y sus empleadas en 1989, al que se hará referencia más adelante.

[16] El Partido Comunista Salvadoreño estaba en la ilegalidad; había penetrado a un partido legal llamado Unión Democrática Nacionalista (UDN), en que llegó a ejercer control. La UDN y el MNR formaron una coalición con el Partido Demócrata Cristiano para respaldar la candidatura de Duarte en 1972. Un claro fraude electoral les arrebató el triunfo que habían obtenido en las urnas.

[17] En esta decisión tuvo influencia el resultado de la reunión de presidentes centroamericanos llamada Esquipulas II, y que tuvo por objetivo establecer bases para la pacificación de la zona. Europa dio pleno respaldo a la iniciativa regional, que no era necesariamente coincidente con la visión del gobierno estadounidense. Eran momentos difíciles en la Unión Soviética, y los efectos de la acción de la “contra” en Nicaragua – conducida por los Estados Unidos – se sentían muy intensamente. No es éste el espacio para abundar sobre este tema.

[18] En 1983, con pleno respaldo político de la Embajada de los Estados Unidos de América, y con financiamiento de la USAID, se creó la Fundación para el Desarrollo Económico y Social, (FUSADES), que contaba entre sus miembros a importantes empresarios y entre sus profesionales y técnicos a personas ligadas al sector empresarial. Se incorporaron en un inicio asesores chilenos, asesorados por el economista estadounidense de la escuela de Chicago, Arnold Harberger, que había estado involucrado con el programa económico de gobierno de Augusto Pinochet. Su objetivo era la promoción de las ideas de libre mercado, así como la elaboración de propuestas que pudieran orientar una transformación económica neoliberal al concluir el conflicto. Es obvio que el gobierno de Ronald Reagan, y su sucesor George Bush, respaldaron el reformismo contrainsurgente por razones de estrategia de guerra, dado que el Estado interventor que implicaba era contrario a su tesis de Estado mínimo; simultáneamente preparaban las condiciones para que en El Salvador se impusiera, llegada la ocasión, una visión de desarrollo más acorde con el pensamiento dominante en los Estados Unidos.

[19] La Constitución Política de 1950 daba al Estado funciones en el área económica, de conformidad a las visiones de la época. Las constituciones de 1962 y 1983 mantuvieron estas funciones, acrecentadas en esta última con las restricciones a la propiedad que se menciona adelante.

[20] Ver nota anterior. Las propuestas mencionadas aparecen en FUSADES (1989).

[21] En Villiers Negroponte, D. (2012) puede encontrarse una descripción de las conversaciones entre soviéticos y estadounidenses, y de cómo veían desde Washington la situación de Centroamérica y en específico de El Salvador.

[22] Reiteramos que no es nuestro objetivo hacer un análisis completo de las medidas tomadas, sino sólo dar un marco para desarrollar el objeto de este trabajo. Hay diversos trabajos que describen este período. Véase, por ejemplo: Rivera Campos, R., (2002); PNUD (2013) sección 3; Dada H., H. (2015b, 2013); Acevedo, C. (2003).

[23] En el modelo de sustitución de importaciones el espacio privilegiado de expansión de las exportaciones era el Mercado Común Centroamericano; en este modelo, es el mercado mundial. Para algunos asesores externos la integración centroamericana había muerto.

[24] Más adelante se pasó de un sistema de reparto a uno de ahorro individual para la prestación social de las pensiones de jubilación y se intentó privatizar la parte de salud del Instituto Salvadoreño del Seguro Social (ISSS).

[25] Desde entonces la empresa privada argumenta que todo impuesto que deba pagar la empresa o que tase las rentas de sus propietarios desestimula la inversión, y por ende el crecimiento y la generación de empleo.

[26] A partir de la firma en 1993 del Protocolo de Guatemala, que reformó al Tratado General de Integración Económica Centroamericana. Así se concluía la adaptación del acuerdo de libre comercio regional a la nueva visión aperturista, eliminando completamente el modelo de sustitución de importaciones con el que había sido concebido. Las dos cifras menores de los rangos de aranceles corresponden a bienes de capital y a insumos para la producción.

[27] Estos aranceles no estaban regulados por los acuerdos de la integración regional, sino por la legislación interna.

[28] En 1990 la Asamblea Legislativa aprobó la Ley de Privatización de los Bancos Comerciales y de las Asociaciones de Ahorro y Préstamo. Se procedió a limpiar las carteras financieras de los bancos, previamente al traslado de la propiedad a manos privadas, que se inició el 1991.

[29] Juan Héctor Vidal describe las disposiciones legales que debían normar el proceso de privatización del sector financiero, así como la forma en que se hizo, en su libro De la ilusión al desencanto (Vidal, J. H. [2010], p. 207 y s.)

[30] Más adelante pareció que se tenía la intención de proceder a la privatización de todo el sector de producción de electricidad, pero no se dieron pasos claros en esa dirección.

[31] Las cooperativas fueron asistidas durante la guerra con recursos de USAID primordialmente, pero en ningún momento – por razones de la lógica de control de la insurgencia – se estimuló adecuadamente su capacidad de producción y organización empresarial para que lograran independencia económica. Más bien se veía como una medida social el respaldo que se les daba, y a las cooperativas de la reforma agraria se les consideraba – y en buena medida se sigue haciendo – como movimientos sociales, y no como empresas de propiedad social.

[32] Según Juan Héctor Vidal, en ese momento Director Ejecutivo de ANEP, “lo que realmente preocupaba a los empresarios era que no se estaba logrando el objetivo central de hacer de las exportaciones el eje de crecimiento, como postulaba el modelo” (Vidal, J. H. [2010], p. 380, nota 304)

[33] En diversas ocasiones y documentos, instituciones financieras internacionales han expresado que la tasa de crecimiento esperado de El Salvador es alrededor del 2%. Las tasas corresponden al crecimiento a precios constantes.

[34] En la lógica de lo que los teóricos de la “seguridad nacional” llamaban democracias limitadas, y que fueron apoyadas por los Estados unidos en el marco de la Guerra Fría, como se expresó en el acápite anterior.

[35] Los partidos políticos miembros del FDR habían participado en las elecciones legislativas de ese año en una coalición llamada Convergencia Democrática, en la que lograron una bancada minoritaria. Participaron activamente en el impulso a la segunda aprobación del proyecto de reformas constitucionales, luego que la asamblea saliente les había dado su primera aprobación el último día de sus funciones.

[36] Diversos estudiosos del proceso de paz afirman que aprovechando el ambiente electoral previo a las elecciones, el gobierno, de acuerdo con la empresa privada, argumentó que debían suspenderse las reuniones para que no se contaminaran de la disputa partidaria, para reiniciarlas después; esto no se hizo. Vidal da una versión matizada de los sucedido: “Ciertamente, esta instancia no rindió los frutos esperados, en parte por la renuencia del gobierno de turno – más allá de las declaraciones públicas – de abrir efectivamente los espacios para el diálogo alrededor de los temas económicos y sociales, acaso bajo la presión de los poderes fácticos que siempre han actuado al margen de las organizaciones formales de la empresa privada” (Vidal, J. H. [2010], p. 410). No es el único caso en el que puede observarse, o al menos sospecharse, que hay indicios para creer que los miembros de la elite económica con mayor poder actúan al margen o en contra de lo que las gremiales deciden.

[37] La respuesta del gobierno fue hacer aprobar por la Asamblea Legislativa una ley de amnistía total por los crímenes de guerra, que eliminó la posibilidad de establecer sanciones penales o restricciones de los derechos políticos como recomendaba la Comisión de la Verdad para algunos casos. La Corte Suprema de Justicia declaró inconstitucional esa ley hace unos meses.

[38] Los más importantes son: los magistrados de la Corte Suprema de Justicia y de la Corte de Cuentas, el Fiscal General de la República; el Consejo Nacional de la Judicatura.

[39] El los dos últimos períodos hubo algunos lapsos en este control, pero sin consecuencias mayores en su relativa libertad para poner en marcha proyectos de ley para hacer avanzar sus apuestas. En los casos más notorios, los obstáculos vinieron más de las organizaciones sociales y de la movilización de la ciudadanía. El más importante se dio durante el tercer gobierno de ARENA, presidido por Francisco Flores, cuando se intentó privatizar los servicios de salud del Instituto Salvadoreño del Seguro Social.

[40] El Movimiento Popular Social Cristiano, como dijimos antes, fue una disidencia del Partido Demócrata Cristiano, surgido en 1980, y posteriormente integrado al Frente Democrático Revolucionario.

[41] La ley establecía que las acciones se venderían preferencialmente a los empleados de los bancos y el porcentaje de acciones correspondientes a cada comprador era muy limitada. Vidal afirma que parecido comportamiento se tuvo al privatizar los demás activos del Estado y al establecer el sistema previsional de ahorro privado. Para él, como está expuesto a todo lo largo de su texto, los problemas del modelo fue que en vez de estar orientado al mercado se orientó a la empresa.

[42] Menos de la mitad de la población tiene empleo en el sector formal, y sólo una cuarta parte tiene seguridad social.

[43] El crédito al consumo ha tenido un papel coadyuvante en el impulso al modelo señalado por el PNUD.

[44] La Secretaría de la Integración Social Centroamericana publicó en un libro las ponencias presentadas en el seminario que patrocinó en 2013, bajo el título Migraciones y mercados laborales en Centroamérica (San Salvador, SISCA-OCADES, 2013); en él está incluido nuestro trabajo “Migración intrarregional y mercados laborales en Centroamérica: desafíos para la integración”.

[45] Este es un fenómeno muy complejo; su análisis no se agota en estas breves líneas.

[46] De nuevo citamos a Vidal dado que su posición en ANEP le permitía acceso privilegiado a ciertas realidades: “Me consta que en ANEP no se procesaba este tipo de decisiones. (…) no había contemplado cambios drásticos en la política económica. A la membresía de la cúpula empresarial no sólo le preocupaba el impacto que eventualmente podían tener las medidas, sino también la forma inconsulta´ con que aparentemente se iban a tomar las mismas”. (Vidal, J. H. [2010] p. 391)

[47] La Fundación Guillermo Manuel Ungo (FUNDAUNGO) tiene numerosas publicaciones sobre este tema. En la página web del ministerio de Hacienda pueden encontrarse análisis de la carga fiscal actual que representa la forma en que se pasó al sistema previsional de ahorro privado, y las disposiciones posteriores para paliar sus deficiencias, que trasladaron más responsabilidades al fisco.

[48] Poco antes de la conversión del dólar en la moneda del país, Ecuador había tomado una situación similar. Las condiciones económicas que explicaban la decisión del gobierno ecuatoriano no existían en El Salvador: desenfrenada inflación, pérdidas importantes y cotidianas en el valor de la moneda, inestabilidad política; por el contrario, nuestro país tenía baja inflación y un tipo de cambio estable, y la situación política y social era muy estable. Sin embargo, se puso ese ejemplo para reforzar los argumentos justificativos. Los dos terremotos que tuvo El Salvador en los dos primeros meses de 2001 hicieron pasar a segundo plano las discusiones sobre el tema. Por otra parte, algunos constitucionalistas han afirmado que la eliminación de la moneda nacional es inconstitucional.

[49] Ver Vidal, J. H. [2010] p. 385.

[50] Para la elaboración de esta Estrategia, FUSADES contó con un equipo de expertos de la Universidad de Harvard. Las palabras exactas son las siguientes: “Más grave aún es que el país sufre de una escasez de ideas productivas que puedan crear oportunidades alternativas de crecimiento. (…) Un indicador es el hecho de que la canasta de exportación a Estados Unidos es maquila en un 88%”. Señala que este sector cuenta con estímulos fiscales en El Salvador y no tiene aranceles en el ingreso de los productos a ese país. (FUSADES [2003], p. 8 y 9)

[51] El resaltado es mío.

[52] Diversos dirigentes de la derecha estadounidense dieron repetidas declaraciones para dar credibilidad a la amenaza.

[53] Miembros del gabinete de Alfedo Cristiani repetían frecuentemente esta frase, que estaba al centro de la visión radical de dejar toda decisión económica al mercado, aunque como ya

hemos señalado no se abandonara el uso patrimonial del Estado para favorecer los intereses de los empresarios-funcionarios y sus allegados.

[54] Al cual, como se ha expresado se le fueron agregando nuevos objetivos que tampoco fueron alcanzados.

[55] La afirmación más tajante en este sentido se hizo durante el gobierno de Francisco Flores, cuando se afirmó que era más conveniente importar los alimentos que producirlos, confiando, como antes se ha dicho, en que los trabajadores agrícolas podían ser absorbidos por el “boom” industrial que anhelaban.

[56] No es el espacio para una descripción de las medidas tomadas.

[57] Quien esto escribe era en ese momento diputado a la Asamblea Legislativa, y participó en el diálogo.

[58] Ambos fideicomisos contaban con su propia estructura, y sus leyes comisionaban al Banco Multisectorial de Inversiones (BMI, ahora BANDESAL) para administrarlos. Inicialmente contaban con un capital muy limitado, y su objetivo era más bien soslayar de manera poco legal – o totalmente ilegal, si se quiere – el requerimiento constitucional de una votación de al menos dos tercios de los diputados electos para poder contratar deuda pública; los decretos de creación les daban a los fideicomisos la capacidad de emitir certificados de deuda para cumplir sus obligaciones respectivas: en el primero, financiar primordialmente actividades de seguridad pública; en el segundo, hacerse cargo de las responsabilidades fiscales excesivas que creó la reforma al sistema de pensiones. En este caso, las Administradoras de Fondos de Pensiones tienen la obligación de comprar los certificados de obligaciones previsionales que el fideicomiso emita hasta un 45% de los fondos de las cuentas de ahorro de los cotizantes. Las leyes no tienen una disposición expresa que obligue al Estado a hacerse responsable de proporcionar los fondos para cancelar la deuda al vencimiento de los certificados ni para pagar intereses, pero en la práctica lo ha hecho.

[59] El grupo parlamentario del partido Cambio Democrático, al que yo pertenecía, rechazó categóricamente la constitucionalidad de los fideicomisos y también tuvo una actitud crítica frente a diversos proyectos de crédito estatal poco explicados, y sin mecanismos de control adecuados. En otros casos consideramos una oposición más cerrada que lo adecuado de parte de los colegas del FMLN. No era fácil tener un diálogo constructivo con una fracción que sabía que podía aprobar decretos inconstitucionales con posibilidades prácticamente nulas de que la sala de lo Constitucional tomara decisiones que contrariaran las intenciones del Órgano Ejecutivo.

[60] Hay que relevar que la industria de la maquila, pese a un período de expansión de la economía de los Estados Unidos, tuvo tasas negativas de crecimiento, y que buena parte de la inversión extranjera que ingresó al país estuvo dirigida a la compra de empresas existentes.

[61] Yo participé en la transición entre los dos gobiernos en mi carácter de Secretario General del partido Cambio Democrático; al final del proceso, una semana antes de su toma de posesión, el presidente Funes ofreció al partido que yo presidiera la cartera de Economía, lo que se aceptó. Fui testigo y actor de estos hechos; sin embargo, he preferido el testimonio de una persona cuyas visiones no coinciden con las de la izquierda y expresa con honestidad sus puntos de vista. En definitiva, el déficit del año 2009 fue calculado en 5,7% por el Banco Central de Reserva, un nivel de mucho riesgo para una economía dolarizada.

[62] El único cambio de gobierno que hasta entonces podía calificarse como “alternancia entre partidos con visiones contrapuestas” fue en 1931, cuando el Partido Agrario Laborista – fundado y presidido por un miembro de la elite del país, convertido en social demócrata en Gran Bretaña, y apoyado por sectores intelectuales progresistas y por asociaciones de trabajadores y artesanos – asumió la presidencia en medio de una grave crisis social y económica provocada por la Gran Depresión que vivía el mundo. A los nueve meses fue derrocado por su vicepresidente, un general del Ejército, instaurando la serie de gobiernos militares que el país tuvo por medio siglo.

[63] El gobierno de Mauricio Funes tuvo dos etapas muy marcadas. En los dos primeros años no sólo se mostró dispuesto al diálogo, sino – como se ejemplificará más adelante – ayudó a resolver entrampamientos en otras instancias del aparato del Estado. En la segunda mitad de su administración fue tomando una creciente actitud de confrontación, en no poca medida provocado y/ ayudado (no señalo causa o efecto) por una nueva dirección de la empresa privada que cambió la actitud de negociación fuerte pero respetuosa de su antecesora, por un discurso público cargado de ofensas.

[64] La Sala de lo Constitucional es una de las cuatro salas de la Corte Suprema de Justicia; ésta tiene quince miembros electos por tercios cada tres años. Las decisiones de la Sala de lo Constitucional requieren al menos cuatro votos. El magistrado que permanecía en ella era visto como cercano por la derecha empresarial y política, y por ello la elección se volvía decisiva para la posibilidad de una acción autónoma de tan decisiva instancia. Por varias semanas el acuerdo entre los partidos no llegó a concretarse y la mencionada Sala había quedado acéfala, y la Corte no tenía presidente.

[65] No podemos entrar en detalles, pues sería prolongar demasiado este texto. Nos hemos detenido un poco en este caso porque ejemplifica la naturaleza de los conflictos. Valga decir que lo que intentamos expresar es que hay mucha dificultad de acomodarse a la autonomía de los órganos del Estado, y que algunos preferirían el viejo control desde el Ejecutivo, y para otros la tentación es la supeditación de los otros órganos a decisiones de la Sala de lo Constitucional. Aprender a caminar en democracia requiere convicciones democráticas, además de exigir práctica para acomodarla a la vida cotidiana. Este es el momento que se vive en el país.

[66] La reforma ha recibido reconocimientos de las instituciones internacionales del sector. Con realismo se debe reconocer que ha disminuido las carencias que existían al asumir el gobierno en 2009, sin haber logrado eliminarlas. Esto ha sido utilizado por la oposición de derecha y por los sindicatos del sector de salud para hacer críticas acerbas a la reforma.

[67] El gobierno del Presidente Sánchez Cerén la revisó, y le dio más amplitud, convirtiéndola en Política de Transformación Productiva

[68] Esto ya lo señalaba FUSADES al elaborar la propuesta de estrategia de desarrollo para el período del Presidente Saca (FUSADES [2003].

[69] La “tregua” se inició en el primer trimestre de 2012, poco antes de mi retiro del gobierno. Debo decir que en ningún momento se nos trasladó que era una política del gobierno, sino más bien una acción de las pandillas que el gobierno había “facilitado”. Sin embargo, todo parece indicar que fue una iniciativa surgida del entorno personal del ministro, respaldada por el Presidente Funes.

[70] La extorsión, llamada “renta” en la jerga pandilleril, es una fuente primordial de ingresos para las pandillas. Toma diversas formas. Para forzar el pago, el recurso es la amenaza de la violencia, que en muchos casos se realiza. El asesinato es también una forma de eliminar a quienes se resisten a su presencia en las comunidades, y en no pocos casos a aquellos que no están dispuestos a incorporarse.

[71] Según la norma constitucional el endeudamiento soberano del Estado requiere de una votación de al menos los dos tercios de los diputados electos (64) para ser aprobados en la Asamblea Legislativa. Sin embargo, la misma norma primaria permite que el Órgano Ejecutivo adquiera deuda de corto plazo para suplir desequilibrios temporales de caja, a través de certificados – letras del tesoro del gobierno de El Salvador, llamadas letes – con plazos de redención no mayores de un año, y hasta un límite que señala la ley del presupuesto (en este momento es el 40% de los ingresos estimados). Ha sido un hábito que al acercarse al techo de endeudamiento, las letes sean canceladas a través de endeudamiento de largo plazo; esto a pesar de que parecería que contradice el carácter transitorio del desequilibrio, señalado por la Constitución como condición para su emisión.

[72] Si no se reforma el sistema de pensiones, el porcentaje de endeudamiento del Fideicomiso de Obligaciones Previsionales con respecto al monto de los fondos de los cotizantes en posesión de las AFP superará el 45% a mediados de año, por lo cual esta forma de pago de las pensiones se habrá agotado.

[73] Algunas de la propuesta coinciden con las que se estaban discutiendo entre la oposición y el Ministro de Hacienda del presidente Saca al inicio de su período. El aumento del IVA no se había contemplado entonces. Véase acápite 4.1.

[74] En diversas ocasiones he abordado este aspecto de nuestra realidad, tanto en exposiciones orales como en algunos escritos. Una síntesis de mi pensamiento está en un artículo publicado en dos partes por el periódico digital elfaro.net (Dada H. [2015b]).

[75] Estos partidos justifican su comportamiento en lo que llaman “la necesidad de garantizar gobernabilidad”.

[76] No es necesario reiterar que no es factible concebir una frontera entre la acción gremial empresarial y la acción política del partido de derecha.

[77] El 25 de noviembre de 2016, en un foro organizado por el Colegio de Profesionales en Ciencias Económicas (COLPROCE), hice una exposición titulada Las dificultades fiscales como problema estructural, en la que abordé este tema. El texto no ha sido publicado aún.

[78] Hace algunas décadas esta visión de las ciencias sociales estaba presente en la mayoría de los diálogos entre profesionales de la ciencia económica. Ya Federico Engels había dicho que el marxismo es la única visión científica sobre los problemas de la sociedad, descalificando las visiones diferentes.

Los neoliberales descartan la validez de otras escuelas económicas a nombre de una técnica unívoca, que supone que las “ideologías han muerto”. No es cómodo sentirse obligado a rescatar lo que debiera estar implícito en los diálogos académicos; lo mismo sucede con la concepción de lo político, que para muchos se ha vuelto totalmente peyorativo. Es obvio que estas posturas, que coexisten en los mismos grupos, no son neutras, y tienden a fundamentar una tecnocracia que debe decidir a nombre de la sociedad en su conjunto a partir de un pensamiento dominante, y por supuesto de intereses muy concretos.

[79] La política fiscal establecida por el gobierno de Alfredo Cristiani era coherente con un modelo que concebía la concentración como prerrequisito del crecimiento, y al “derrame” de los beneficios como la forma de resolver las inequidades iniciales.

[80] Recordemos que los anteriores gobiernos hicieron apuestas que no se ganaron.

[81] Es frecuente que se consideren equivalentes las categorías de empleado formal con la de contribuyente a la seguridad social. Si todos los empleados inscritos en el sistema de seguridad social son formales, no todos los empleados formales pueden gozar de esta prestación. La ley no incluye a los trabajadores estrictamente agrícolas como potenciales inscritos en la seguridad social, ni tampoco a los que están en situación de prestadores de servicios por contrato, sin patrono ni empresa formal que les dé cobertura, pero que tienen formalidad jurídica en la realización de su trabajo.

Silenciando el pasado. I El poder en la historia. Michel-Rolph Truillot

Esta es una historia dentro de una historia -tan resbaladiza en sus límites que uno se pregunta cuándo y dónde comenzó y en qué momento terminará. Hacia mediados de febrero de 1,836, el general Antonio López de Santa Anna había alcanzado los derruidos muros de la vieja misión de San Antonio de Valero en la provincia mexicana de Tejas.

Pocos de los restos que habían construido los clérigos franciscanos de la misión hace más de un siglo habían sobrevivido a los asaltos del tiempo y de algunos habitantes menos religiosos del lugar. En diversas ocupaciones intermitentes, los soldados españoles y mexicanos habían convertido el lugar en una especie de fuerte llamado «El Álamo», nombre que tenía su origen en una unidad de caballería española que acometió una de las muchas transformaciones a las que se vio sometido el emplazamiento original.

Ahora, tres años después de que Santa Anna se hiciese por primera vez con el poder en el México independiente, un pequeño grupo de angloparlantes lo ocuparon, renunciando a rendirse. Afortunadamente para Santa Anna, los ocupantes estaban en minoría –como máximo eran 189 combatientes- y la estructura del fuerte era débil. La conquista sería fácil, o eso pensó Santa Anna.

La conquista no fue fácil: el sitio del lugar persistió durante doce días de bombardeo.

El 6 de marzo, Santa Anna hizo sonar los cuernos que los mexicanos tradicionalmente empleaban para anunciar un ataque a muerte. Más tarde, ese mismo día, finalmente sus fuerzas lograron entrar en el fuerte, acabando con la mayoría de los defensores. Pero algunas semanas después, el 21 de abril, en San Jacinto, Santa Anna fue hecho prisionero por Sam Houston, el recién proclamado líder de la república secesionista de Texas.

Santa Anna se recuperó de este contratiempo; sería cuatro veces más el líder de un México más reducido. Pero en gran parte, fue doblemente derrotado en San Jacinto.

Aquel día perdió la batalla, pero también perdió la batalla que había ganado en El Álamo.

Los hombres de Houston se habían lanzado sobre el ejército mexicano repitiendo los gritos de «¡Recordad El Álamo! ¡Recordad El Álamo!». Haciendo referencia a la vieja misión, hicieron Historia por partida doble. Como actores, capturaron a Santa Anna y neutralizaron sus ejércitos.

Como narradores, dieron a la historia de El Álamo un nuevo significado. La derrota militar de marzo no era ya el punto final de la narración sino el punto clave de la trama, el juicio a los héroes que, en cambio, hicieron de la victoria final algo inevitable y grandioso. Con el grito de guerra de San Jacinto, los hombres de Houston revirtieron durante más de un siglo la victoria que Santa Anna pensaba haber alcanzado en San Antonio.

Los seres humanos participan en la Historia como actores y como narradores. La ambivalencia inherente de la palabra «Historia» en muchas lenguas modernas, incluyendo el inglés, sugiere esta doble participación. En uso coloquial, Historia significa tanto los hechos en cuestión como la narración de esos hechos, tanto «lo que pasó» como «lo que se dice que pasó».

El primer significado pone el énfasis en el proceso sociohistórico, mientras que el segundo lo hace en nuestro conocimiento sobre ese proceso o en la historia sobre ese proceso.

Si escribimos «La Historia de los Estados Unidos comienza con el Mayflower», una afirmación que muchos lectores puede que consideren simplista y controvertida, habrá pocas dudas que se está sugiriendo que el primer acontecimiento relevante en el proceso, que hizo posible lo que ahora llamamos los Estados Unidos, es el desembarco del Mayflower. Pensemos ahora en una frase gramaticalmente idéntica a la precedente pero quizá también tan controvertida: «La Historia de Francia comienza con Michelet».

El significado de la palabra «Historia» se ha desplazado inequívocamente del proceso sociohistórico a nuestro conocimiento de tal proceso. La frase sostiene que la primera narración importante sobre Francia fue la escrita por Jules Michelet.

Pero la distinción entre lo que sucedió y lo que se dice que sucedió no siempre es clara. Consideremos una tercera frase: «La Historia de los Estados Unidos es una Historia de migración». El lector puede optar por entender ambos usos de la palabra Historia enfatizando el proceso sociohistórico. Entonces, la frase parece sugerir que el hecho de la migración es un elemento central en la evolución de los Estados Unidos.

Pero una interpretación igualmente válida de la frase es que la mejor narración sobre los Estados Unidos es una historia de migraciones. Dicha interpretación se privilegia si añadimos unos pocos adjetivos: «La verdadera Historia de los Estados Unidos es una Historia de migraciones. Esa Historia está por escribir».

Pero una tercera interpretación puede poner el énfasis en el proceso sociohistórico para el primer uso de la palabra «Historia» y, también, en el conocimiento y en la narración para el segundo uso de la palabra en la misma frase, sugiriendo por tanto que la mejor narración sobre los Estados Unidos es aquella en la que la migración es el tema principal. Esta tercera interpretación es posible sólo porque reconocemos implícitamente una superposición entre el proceso sociohistórico y nuestro conocimiento de él, una superposición suficientemente relevante para hacemos sugerir, con un propósito metafórico, que la Historia de los Estados Unidos es una historia de migraciones.

La Historia no sólo puede significar el proceso sociohistórico o nuestro conocimiento de ese proceso, sino también que a menudo la frontera entre ambos significados es muy líquida.

El uso coloquial de la palabra Historia nos ofrece por tanto una ambigüedad semántica: una distinción irreducible, pero también una superposición igualmente irreducible entre lo que sucedió y lo que se dice que sucedió. También sugiere la importancia del contexto: la superposición y la distancia entre las dos caras de la historicidad no puede reducirse a una fórmula general. La forma en la que lo sucedido y lo que se dice que sucedió sean y no sean lo mismo puede también ser algo histórico en sí mismo.

Las palabras no son conceptos y los conceptos no son palabras: entre los dos se encuentran las capas de la teoría acumuladas a lo largo de los tiempos. Pero las teorías son construidas sobre palabras y con palabras. Por tanto, no es sorprendente que la ambigüedad ofrecida por el uso coloquial de la palabra Historia haya captado la atención de muchos pensadores desde, por lo menos, la Antigüedad. Lo que es sorprendente es la reticencia con la que las teorías de la Historia han abordado esta ambigüedad fundamental. De hecho, desde que la Historia se convirtió en una profesión reconocible, los teóricos han seguido dos tendencias incompatibles.

Algunos, influenciados por el positivismo, han enfatizado la diferencia entre el mundo histórico y lo que decimos o

escribimos sobre él. Otros, quienes adoptan un punto de vista «constructivista», han subrayado la superposición existente entre el proceso histórico y las narrativas sobre ese proceso. La mayoría han abordado este solapamiento, la clave de esta ambigüedad, como si se tratase de un mero accidente del lenguaje común que debe ser corregido por la teoría. Lo que espero hacer es mostrar cuánto espacio existe para mirar a la producción de la Historia más allá de las dicotomías que estas posiciones sugieren y reproducen.

HISTORICIDAD UNILATERAL

Las síntesis sobre las diversas tendencias historiográficas o sobre variadas disciplinas siempre tienden a falsear a los numerosos autores que, de alguna forma, agrupan de forma compulsiva. Trataré de no hacer lo mismo. Espero que el esbozo siguiente sea suficiente para mostrar las limitaciones que pretendo cuestionar.[1]

Hoy día el positivismo no goza de buen nombre, pero es cierto que en gran parte de forma merecida. Cuando la Historia se constituyó como profesión en el siglo XIX los investigadores, muy influenciados por las perspectivas positivistas, trataron de teorizar la distinción entre el proceso histórico y el conocimiento histórico. De hecho, la profesionalización de la disciplina en parte está fundamentada en esa distinción: cuanto más alejado está el proceso sociohistórico de su conocimiento, más fácil es reivindicar un profesionalismo «científico».

Por tanto, los historiadores y, más especialmente, los filósofos de la Historia, se sintieron orgullosos de descubrir o repetir ejemplos donde la distinción supuestamente era indiscutible porque no sólo estaba marcada por el contexto semántico, sino también por la morfología o por el propio vocabulario.

La distinción latina entre res gesta e (historia) rerum gestarum, o la distinción alemana entre Geschichte y Geschichtschreibung, ayudó a señalar una diferencia esencial, a veces ontológica, a veces epistemológica, entre lo que sucedió y lo que se dice que sucedió.

Estos límites filosóficos, a su vez, reforzaron la frontera cronológica entre el pasado y el presente heredado de la antigüedad.

La perspectiva positivista dominó lo suficiente en la academia occidental como para influenciar la visión que tenían de la Historia historiadores y filósofos que no necesariamente se consideraban a sí mismos positivistas. Los principios de estas perspectivas todavía conforman el sentido que tienen de la Historia la mayoría de las personas de Europa y Norteamérica: el papel del historiador consiste en revelar el pasado, descubrirlo o, por lo menos, aproximarse a la verdad.

Dentro de este punto de vista, el poder no es problemático y es irrelevante para la construcción de la narrativa como tal.

En el mejor de los casos, la Historia es una historia sobre el poder, una historia sobre aquellos que vencen.

El principio de que la Historia es otra forma de ficción es casi tan vieja como la Historia misma, aunque los argumentos empleados para defenderlo han cambiado profundamente. Como sugiere Tzvetan Todorov, no hay casi nada nuevo incluso en la afirmación de que todo es una interpretación, excepto la euforia que ahora rodea dicha aseveración.[2]

Lo que denomino la perspectiva constructivista de la Historia es una versión determinada de estos dos principios, que ha ganado visibilidad en el mundo académico desde los años 70. Se construye a base de recientes avances en la teoría crítica, en la teoría del discurso y la filosofía analítica.

En su versión dominante, sostiene que la narración histórica omite la cuestión de la verdad en virtud de su forma. Las narrativas son utilizadas inevitablemente de una manera subjetiva. Por lo que necesariamente distorsionan la realidad independientemente de si los hechos en los que están basadas son ciertos o no.

Según este punto de vista, la Historia se convierte en una más entre los múltiples tipos de narrativas, sin diferenciarse especialmente salvo en su pretensión de verdad.[3]

Mientras que la postura positivista esconde los tropos del poder tras una epistemología ingenua, la constructivista niega la autonomía del proceso sociohistórico.

Llevada a su lógica más extrema, el constructivismo considera la narración histórica como una ficción más.

¿Pero qué convierte a algunas narrativas y no a otras en suficientemente poderosas como para pasar como Historia aceptada si no la propia historicidad? Si la Historia es sólo la historia contada por aquellos que vencieron, ¿cómo vencieron en primer lugar? ¿Y por qué no todos los vencedores cuentan la misma historia?

ENTRE LA VERDAD Y LA FICCIÓN

Cada narrativa histórica renueva una afirmación de verdad.[4] Si escribo una historia describiendo cómo la entrada de las tropas de Estados Unidos en una prisión alemana al final de la II Guerra Mundial aniquiló a quinientos gitanos; si afirmo que esta historia está basada en documentos localizados recientemente en archivos soviéticos y corroborados por las fuentes alemanas, y si invento tales fuentes y publico mi historia como tal, no he escrito una ficción, sino que he elaborado una falsificación.

He violado las reglas que rigen las afirmaciones de la verdad histórica.[5] Que tales reglas no son las mismas en todos los tiempos y lugares ha llevado a muchos investigadores a sugerir que algunas sociedades (no Occidentales, por supuesto) no diferencian entre ficción e Historia.

Esa aseveración nos recuerda a debates pasados entre observadores occidentales sobre las lenguas de los pueblos que colonizaban. Dado que estos analistas no encontraron libros de gramática o diccionarios entre aquellos que llamaban salvajes, debido a que no podían entender ni aplicar las reglas gramaticales que regían estas lenguas, rápidamente concluyeron que tales reglas no existían.

Como corresponde a las comparaciones establecidas entre Occidente y la multitud de los otros subalternos creados por él mismo, el campo fue desigual desde el principio; los objetos contrastados eran del todo incomparables. La comparación yuxtaponía injustamente un discurso sobre el lenguaje y la práctica lingüística: el metalenguaje de los gramáticos demostraba la existencia de una gramática en las lenguas Europeas; el lenguaje espontáneo mostraba su ausencia en cualquier otro lugar.

Algunos europeos y sus estudiantes colonizados veían en esta supuesta ausencia de reglas la libertad infantil que asociarían con el salvajismo, mientras que otros vieron en ella una prueba más de la inferioridad de los no-blancos.

Ahora sabemos que ambas visiones eran erróneas; la gramática funciona en todas las lenguas. ¿Se puede decir lo mismo sobre la Historia, o es la Historia tan infinitamente maleable en algunas sociedades que pierde su reivindicación diferencial de la verdad?

La clasificación de todos los no-Occidentales como esencialmente no históricos está vinculada también con la asunción de que la Historia requiere un sentido lineal y acumulativo del tiempo que permite al observador aislar el pasado como una entidad diferenciada.

Ya lbn Jaldún aplicó fructíferamente una visión cíclica del tiempo para estudiar la Historia. Es más, tanto la exclusiva sujeción al tiempo lineal de los historiadores occidentales como el consiguiente rechazo de los pueblos considerados como «sin Historia» datan del siglo XIX[6] ¿Tuvo Occidente una Historia antes de 1,800?

La creencia perniciosa de que la validez epistémica importa sólo a las educadas poblaciones occidentales, tanto porque las demás carecen de un verdadero sentido del tiempo o un adecuado sentido de la evidencia, se ha pretendido demostrar a través de una serie de pruebas encontradas en algunas lenguas no europeas.[7]

Por ejemplo, una aproximación inglesa consistiría en forzar a los historiadores a distinguir gramaticalmente entre «oí que sucedió», «Vi que sucedió» o «tengo pruebas de que pasó» cada vez que empleasen el verbo «suceder».

El inglés, por supuesto, no tiene tal regla gramatical para enjuiciar la evidencia. ¿El hecho de que los Tucuya tengan un elaborado sistema de evidencias predispone a los hablantes amazónicos para ser mejores historiadores que la mayoría de los ingleses?

Arjun Appadurai sostiene con acierto que las reglas sobre lo que llama «la debatibilidad del pasado» funcionan en todas las sociedades.[8] Aunque estas reglas tienen sustanciales diferencias en el tiempo y en el espacio, todas persiguen garantizar una mínima credibilidad en la Historia. Appadurai sugiere una serie de limitaciones formales que universalmente imponen esa credibilidad y limitan la naturaleza de los debates históricos: la autoridad, la continuidad, la profundidad y la interdependencia. En ningún lugar la Historia es susceptible infinitamente de inventarse.

La necesidad de un tipo diferente de credibilidad aleja a la narrativa histórica de la ficción. Esta necesidad es tanto contingente como necesaria. Es contingente en tanto en cuanto algunas narrativas van hacia atrás y delante de la línea entre ficción e Historia, mientras que otras ocupan una posición indefinida que parece negar la propia existencia de esa línea.

Es necesaria en tanto en cuanto que, en algún momento, grupos históricamente determinados de seres humanos deben decidir si una particular narrativa pertenece a la Historia o a la ficción. En otras palabras, la ruptura epistemológica entre la Historia y la ficción siempre se manifiesta al evaluarse las diversas narrativas a partir de un contexto histórico determinado.

¿Es el canibalismo isleño un hecho o una ficción? Desde hace tiempo los investigadores han tratado de confirmar o desacreditar los argumentos de los primeros colonizadores españoles de que los americanos nativos de las Antillas practicaban el canibalismo.[9]

¿La asociación semántica entre caribeños, caníbales y Calibán está basada en algo más que en fantasmas europeos? Algunos especialistas afirman que la fantasía ha alcanzado tal importancia para Occidente que importa poco si estaba basada o no en hechos.    ¿ Significa esto que la línea entre Historia y ficción es inútil?

Mientras que la conversación implique a europeos hablando sobre indios muertos, el debate es meramente académico.

Pero incluso los indios muertos pueden regresar y perseguir a los historiadores profesionales y aficionados. El Consejo Intertribal de Indios Americanos afirma que los restos de más de un millar de individuos, la mayoría americanos nativos católicos, están enterrados en terrenos adyacentes a El Álamo, en un viejo cementerio una vez vinculado a la misión franciscana, cuyos restos más visibles han desaparecido. Los esfuerzos del Consejo para que el Estado de Texas y la ciudad de San Antonio reconozcan el carácter sagrado de los terrenos tan sólo han tenido un éxito parcial. Sin embargo, han tenido la suficiente fuerza como para amenazar el control que las Hermanas de la República de Texas, la organización que custodia El Álamo, tiene sobre el lugar histórico que el Estado les encomendó en 1,905 .

El debate sobre el terreno se enmarca en una guerra de mayores dimensiones que algunos han denominado «la segunda batalla de El Álamo». Esta gran disputa versa sobre el sitio de 1 836 y la composición de las fuerzas de Santa Anna. ¿Es aquella batalla un momento de gloria durante el que los «anglos» amantes de la libertad, superados en número pero sin dejarse intimidar, escogieron espontáneamente luchar hasta la muerte antes que rendirse al corrupto dictador mexicano?

¿O es el ejemplo brutal del expansionismo de Estados Unidos, la historia de unos pocos blancos depredadores apoderándose de un territorio sagrado y que en parte ofrecieron gustosos con su muerte la coartada para una anexión bien planeada?

Formular así el debate recuerda cuestiones que han dividido a algunos historiadores y a habitantes de Texas durante los últimos veinte años. Pero con la población de San Antonio ahora compuesta en un 56 por 1 00 por hispanos, algunos de los cuales también reconocen tener algún ancestro nativo americano, «la segunda batalla de El Álamo» ha llegado literalmente a las calles.

Manifestaciones, desfiles, editoriales de periódico y diversas peticiones de actuaciones municipales o judiciales -incluyendo una que dispone el cierre de las calles que ahora conducen a El Álamo– salpican el debate entre unas partes cada vez más enfrentadas.

En el contexto acalorado de este debate, los partidarios de ambos bandos están cuestionando afirmaciones factuales, cuya exactitud importaba a pocos hace medio siglo. «Los hechos», tanto triviales como relevantes, son cuestionados o proclamados por ambos bandos.

* * *

Desde hace tiempo los historiadores han cuestionado la veracidad de algunos de los sucesos que aparecen en las narrativas de El Álamo, especialmente la historia sobre la línea trazada en el suelo. De acuerdo con esa historia, cuando se hizo patente que el destino de los 1 89 ocupantes de El Álamo estaba entre escapar y morir a manos mexicanas, el comandante William Barret Travis dibujó una línea en el suelo. Preguntó entonces a todos los que quisieran luchar hasta la muerte que la cruzasen. Supuestamente, todos la cruzaron -excepto, claro, el hombre que convenientemente escapó para contar la historia.

Los historiadores tejanos, y especialmente los autores de los libros de texto y de historia popular que residían en Texas, desde hace tiempo admitían que esta narración concreta era solo «una buena historia» y que «no importa realmente si fue verdad o no».[10]

Tales afirmaciones fueron realizadas antes de la presente ola constructivista por personas que, por el contrario, creían que los hechos son hechos y nada más que hechos.

Pero en un contexto donde el coraje de los hombres que permanecieron en El Álamo se cuestiona abiertamente, de repente la línea trazada en el suelo se encuentra entre la multitud de «hechos» que ahora con sometidos a un test de credibilidad.

La lista es interminable.[11] ¿Dónde se encontraba exactamente el cementerio? ¿ Todavía están allí los restos? ¿Los turistas que visitan El Álamo están violando el derecho religioso de los fallecidos y el Estado de Texas debería intervenir? ¿El Estado pagó alguna vez a la Iglesia Católica algún precio por la capilla de El Álamo y, si no fue así, no son los que la custodian usurpadores de un monumento histórico? ¿Enterró James Bowie, uno de los líderes blancos americanos, un tesoro robado en el lugar? Si fue así, ¿es esa la verdadera razón por la que los ocupantes escogieron luchar o, por el contrario, Bowie trató de negociar para salvar tanto su vida como el tesoro?

En suma, ¿cuánto hubo de avaricia, más que de patriotismo, en la batalla de El Álamo? ¿Pensaban erróneamente los sitiados que los refuerzos estaban en camino y, si fue así, hasta qué punto podemos creer su coraje? ¿Murió Davy Crockett durante la batalla o tras ella? ¿Trató de rendirse? ¿De verdad vestía un gorro con piel de mapache?

La última pregunta puede parecer la más trivial o más bien la más extraña de la lista; pero resulta la menos nimia y para nada estrambótica cuando percibimos que el santuario de El Álamo es la mayor atracción turística de Texas, al atraer a unos tres

millones de visitantes al año. Ahora que las voces locales suenan lo suficientemente altas como para cuestionar la inocencia del pequeño gringo que viste el gorro de Davy, el padre y la madre pueden pensárselo dos veces antes de comprar uno, y los custodios de la Historia tiemblan, temerosos de que el pasado se esté poniendo al día demasiado rápido con el presente. En el contexto de esta polémica, de repente importa cómo de real era Davy.

La lección que se deduce de este debate es evidente. En cualquier momento en el futuro, por motivos que son en sí mismos históricos, a menudo estimulados por la controversia, las colectividades experimentan la necesidad de imponer un test de credibilidad sobre ciertos acontecimientos y narrativas porque para ellos importa si esos hechos son verdaderos o falsos, independientemente de si estas historias son realidad o ficción.

Que les importe no quiere decir necesariamente que nos importe a nosotros. ¿Pero hasta qué punto podemos llevar nuestro aislacionismo? ¿De verdad no importa si la narrativa dominante del Holocausto judío es verdadera o falsa? ¿De verdad no marca la diferencia si los líderes de la Alemania nazi planearon y supervisaron la muerte de seis millones de judíos?

Los socios del Institute for Historical Review (Instituto para la Revisión Histórica) mantienen que la narrativa del Holocausto importa, pero también sostienen que es falsa.

Generalmente admiten que los judíos fueron castigados durante la II Guerra Mundial, e incluso algunos aceptan que el Holocausto fue una tragedia. Sin embargo, la mayoría quieren poner las cosas en su sitio respecto a tres temas: los números ofrecidos sobre el asesinato de seis millones de judíos asesinados por los nazis; el plan sistemático nazi para el exterminio de los judíos; la existencia de «cámaras de gas» para llevar a cabo las masacres.[12]

Los revisionistas afirman que no hay evidencias irrefutables que permitan sostener cualquiera de estos «hechos» centrales en la narrativa dominante del Holocausto, que tan sólo sirve para perpetuar determinadas políticas en los Estados Unidos, Europa e Israel.

Las tesis revisionistas sobre el Holocausto han sido refutadas por varios autores. El historiador Pierre Vidal-Naquet, cuya propia madre murió en Auschwitz, ha empleado sus constantes refutaciones de las tesis revisionistas para plantear cuestiones relevantes sobre la relación entre la investigación y la responsabilidad política. Jean-Claude Pressac, un antiguo revisionista, documenta mejor que ningún otro historiador la maquinaria de muerte alemana. El libro más reciente de Deborah Lipstadt en la materia estudia las motivaciones políticas de los revisionistas para así lanzar una crítica ideológica del revisionismo. A este último tipo de crítica, los revisionistas contestan que son historiadores: ¿Por qué deberían importar sus motivos ideológicos si siguen «los habituales métodos de la crítica histórica»? No podemos desechar la teoría heliocéntrica sólo porque aparentemente Copérnico odiaba a la Iglesia Católica.[13]

La afirmación que hacen los revisionistas de recurrir a procedimientos empiristas ofrece un ejemplo perfecto para poner a prueba los límites del construccionismo histórico.[14] Los riesgos políticos y morales inmediatos de las narrativas del Holocausto para una serie de grupos en todo el mundo, y la fuerza y la intensidad de estos grupos en los Estados Unidos y en Europa dejan a los constructivistas tanto política como teóricamente desnudos.

Porque la única posición lógica constructivista sobre el Holocausto es negar que haya algo que debatir. Los constructivistas deben afirmar que no importa realmente si hubo o no cámaras de gas, si el número de víctimas fue de uno o seis millones, o si el genocidio fue planeado. Y de hecho, el constructivista Hayden White llegó a sugerir peligrosamente que la mayor relevancia de la narrativa dominante del Holocausto es que ayuda a legitimar las políticas del estado de lsrael.[15]

Posteriormente White matizó su extrema postura constructivista, propugnando ahora un relativismo mucho más modesto.[16]

¿Pero cuánto podemos reducir lo que sucedió a lo que se dice que sucedió? Si seis millones de personas realmente no importan, ¿serán dos millones suficientes, o nos conformaremos algunos con trescientos mil? Si el significado está completamente separado de un referente «en el mundo que nos rodea», si no existe un fin cognitivo, nada que ser probado o desmentido, ¿cuál es entonces el fin de la Historia? La respuesta de White es clara: establecer la autoridad moral. ¿Pero por qué preocuparse con el Holocausto o con la esclavitud de las plantaciones, Pol Pot, o la Revolución Francesa, cuando ya tenemos a Caperucita Roja?

El dilema del constructivismo es que mientras que es capaz de resaltar cientos de historias que ilustran su afirmación general de que las narrativas son elaboradas, no logra dar cuenta completa de la producción de ningún tipo de narrativa. Porque tanto las mismas historias de legitimación que todos compartimos como los motivos por los que una historia concreta importa a un público determinado son históricos en sí mismos.

Decir que una narrativa concreta legitima determinadas políticas es aludir implícitamente a un «verdadero» relato de estas políticas a lo largo del tiempo, un relato que en sí mismo puede tomar la forma de otra narrativa. Pero admitir la posibilidad de esta segunda narrativa es, en cambio, admitir que el proceso histórico tiene cierta autonomía respecto a la narrativa. Supone admitir que, aunque sea ambiguo y contingente, el límite entre lo que sucedió y lo que se dice que sucedió es necesario.

No es que algunas sociedades distingan entre ficción e Historia y otras no lo hagan. Más bien, la diferencia es la gama de narrativas que colectividades concretas deben someter a sus propias pruebas de credibilidad histórica por los riesgos implícitos de esas narrativas .

HISTORICIDAD DE UN SOLO LUGAR

Nos equivocaríamos si pensásemos que tales riesgos proceden de la importancia de los hechos históricos originales. La visión predominante de la Historia como una evocación de las experiencias importantes del pasado es errónea. El modelo en sí es bien conocido: la Historia es para una colectividad como el recuerdo es para un individuo, la más o menos recuperación consciente de experiencias pasadas almacenadas en la memoria. Con todas sus variaciones, podemos llamarla, simplificando, el modelo de almacenamiento de la memoria-Historia.

El primer problema con el modelo de almacenamiento es su edad, la anticuada ciencia sobre la que descansa. El modelo asume la visión del conocimiento como un recuerdo, que se remonta a Platón, una visión ahora cuestionada por los filósofos y por los científicos cognitivos . Es más, la visión de la memoria individual de la que parte ha sido duramente cuestionada por investigadores de diversas tendencias por lo menos desde finales del siglo xIx. Según esa visión, las memorias son representaciones diferenciadas almacenadas en un armario, contenidos fieles y accesibles a los que accedemos libremente. La investigación reciente ha cuestionado todas estas suposiciones. Recordar no es siempre un proceso de representaciones de lo que sucedió. Atar un zapato implica memoria, pero pocos de nosotros realizamos un recuerdo explícito de imágenes cada vez que nos atamos los zapatos .

Independientemente de si la diferencia entre la memoria implícita y explícita implica diferentes sistemas de memoria, el hecho de que tales sistemas estén en la práctica inextricablemente vinculados puede ser una razón más por la que las memorias explícitas cambian. En todo caso, hay pruebas de que los contenidos de nuestro armario ni son fijos ni son accesibles libremente.[17]

Además, aunque esos contenidos fuesen completos, no formarían una Historia.

Pensemos en un monólogo que describa secuencialmente todos los recuerdos de un individuo. Sonaría como una cacofonía sin sentido incluso para el narrador. Además, es posible que acontecimientos importantes para la trayectoria vital no sean conocidos por el individuo cuando sucedieron y no puedan ser contados como experiencias recordadas. El individuo sólo puede recordar lo que descubre, no el hecho en sí mismo.

Puedo recordar que fui a Japón sin recordar cómo me sentí al estar en Japón. Puedo recordar que me dijesen que mis padres me llevaron a Japón cuando tenía seis meses de edad. Pero entonces, ¿es sólo el descubrimiento lo que pertenece a mi Historia vital ? ¿Podemos excluir de la Historia de uno todos los acontecimientos no experimentados y no revelados todavía, incluyendo, por ejemplo, una adopción en el momento del nacimiento? Una adopción puede ofrecer una perspectiva crucial sobre episodios que de hecho ocurrieron antes de su revelación. La revelación en sí misma puede afectar a la memoria de los acontecimientos futuros del narrador que pasaron antes .

Si las memorias son construidas como Historia individual, incluso en este mínimo sentido, ¿cómo puede determinarse el pasado que recuperan? El modelo de almacenamiento no tiene respuesta a este problema. Tanto las versiones populares como académicas asumen la existencia independiente de un pasado concreto y de una memoria postulada como medio para recuperar ese contenido. Pero el pasado no existe independientemente del presente. De hecho, el pasado es sólo pasado porque hay un presente, de igual modo que puedo señalar algo allí sólo porque estoy aquí. Pero nada está consustancialmente allí o aquí. En ese sentido, el pasado no tiene contenido. El pasado -o más correctamente, lo pasado- es una posición. Por tanto, de ninguna forma podemos identificar el pasado como pasado . Dejando de lado por ahora el hecho de que mi conocimiento de que una vez fui a Japón, ahora recuperado, puede no ser de la misma naturaleza que recuperar cómo fue el estar en Japón, el modelo asume que ambos tipos de información existen como pasado antes de mi recuperación. ¿Pero cómo los recupero como pasado sin un conocimiento previo o una memoria de lo que constituye lo pasado?

 

Los problemas para determinar qué pertenece al pasado se multiplican cuando se afirma que el pasado es colectivo. De hecho, cuando la ecuación memoria-Historia se transfiere a una colectividad, el individualismo metodológico potencia las dificultades inherentes del modelo de almacenamiento. Con fines descriptivos podemos asumir que la Historia vital de un individuo comienza con el nacimiento. ¿Pero cuándo comienza la vida de una colectividad? ¿En qué punto situamos el comienzo del pasado que debe ser recuperado? ¿Cómo decidimos -y cómo la colectividad decide- qué hechos incluimos y cuáles excluimos? El modelo de almacenamiento asume no sólo el pasado a ser recordado sino también el sujeto colectivo que realiza el recuerdo. El problema de esta asunción dual es que el propio pasado construido es constitutivo de la colectividad.

¿Recuerdan los europeos o los blancos americanos el descubrimiento del Nuevo Mundo? Ni Europa tal como la conocemos hoy, ni los blancos tal y como los consideramos hoy, existían como tales en 1,492. Ambos son constitutivos de esta entidad retrospectiva de lo que ahora llamamos Occidente, sin la cual el «descubrimiento» es impensable en su forma actual. ¿Pueden los ciudadanos de Quebec, cuyas placas de matrícula afirman con orgullo «Yo recuerdo», recuperar hoy memorias del estado colonial francés? ¿Pueden los macedonios, quienes quieran que sean, recordar los primeros conflictos y las promesas de pan-helenismo? ¿Puede alguien en cualquier lugar recordar las primeras conversiones masivas de serbios al cristianismo?

En estos casos, como en muchos otros, los sujetos colectivos que supuestamente recuerdan no existían como tales en el momento de los hechos que afirman recordar. Más bien, su constitución como sujetos va de la mano con la continua creación del pasado. Como tales, no reemplazan ese pasado: son sus contemporáneos .

Incluso cuando las continuidades históricas son incuestionables, no puede asumirse, de ningún modo, la simple correlación entre la magnitud de los acontecimientos tal y como sucedieron y su relevancia para las generaciones que los heredan a través de la Historia. El estudio comparativo de la esclavitud en las Américas ofrece un ejemplo interesante de que lo que a menudo llamamos «el legado del pasado» puede no ser algo legado por el pasado mismo.

A primera vista, parecería obvio que la relevancia histórica de la esclavitud en los Estados Unidos provenga de los horrores del pasado. El pasado se evoca constantemente como un punto de partida de un traumatismo continuo y como una explicación necesaria a las desigualdades actuales sufridas por los negros.

Seré el último en negar que la esclavitud de las plantaciones fue una experiencia traumática que dejó fuertes cicatrices por todas las Américas . Pero la experiencia de los afro-americanos fuera de los Estados Unidos cuestiona la correlación directa entre los traumas pasados y su relevancia histórica.

En el contexto del hemisferio, los Estados Unidos importaron un número relativamente pequeño de africanos esclavizados tanto antes como después de su independencia.

Durante cuatro siglos, el comercio de esclavos llevó al menos a diez millones de esclavos al Nuevo Mundo. En el Caribe trabajaron y murieron africanos esclavizados un siglo antes del asentamiento de Jamestown, Virginia.* (Primer asentamiento permanente inglés en el territorio de lo que hoy es Estados Unidos, fundado en 1,607 (N. del T.)

Brasil, el territorio donde la esclavitud duró más, recibió la mayor proporción de esclavos africanos, cerca de cuatro millones.

La región caribeña en su conjunto importó incluso más esclavos que Brasil, extendidos entre las colonias de varias potencias europeas. Incluso las importaciones de esclavos fueron altas en algunos lugares caribeños, especialmente las islas del azúcar. Así, la isla

caribeña francesa de Martinica, un minúsculo territorio de menos de un cuarto del tamaño de Long Island, importó más esclavos que todos Estados Unidos juntos.[18]

Sin duda, a comienzos del siglo XIX, Estados Unidos tenía más esclavos criollos que cualquier otro país americano, pero su número era debido al crecimiento natural. Aún así, tanto en términos de duración como en términos del número de individuos implicados, de ninguna forma podemos decir que la magnitud de la esclavitud de Estados Unidos superó la de Brasil o la del Caribe.

En segundo lugar, la esclavitud era al menos tan importante en la vida cotidiana de las sociedades de Brasil y el Caribe como lo era para toda la sociedad de Estados Unidos. En particular las islas azucareras británicas y francesas, Barbados y Jamaica desde el siglo xvi y Santo Domingo y Martinica hasta el siglo XVIII, no eran sociedades que simplemente tuviesen esclavos : eran sociedades esclavas.

La esclavitud definía su organización económica, social y cultural : era su razón de ser. La gente que vivía allí, libre o no, vivía allí porque había esclavos. El equivalente del norte sería como si todos los Estados Unidos continentales fuesen como el estado de Alabama en el culmen del cultivo del algodón .

En tercer lugar, no necesitarnos medir el sufrimiento humano para afirmar que las condiciones materiales de los esclavos no eran mejores fuera de Estados Unidos que dentro de sus fronteras. A pesar de las alegaciones de paternalismo, sabemos que los patronos de Estados Unidos no eran más humanos que sus homólogos brasileños o caribeños. Pero también sabemos que el peaje humano de la esclavitud, tanto físico como cultural, estaba estrechamente vinculado a las exigencias de producción, especialmente el régimen de trabajo. Generalmente las condiciones de trabajo provocaron menores esperanzas de vida, mayores índices de mortalidad y tasas de natalidad mucho menores entre los esclavos caribeños y brasileños que entre los de Estados Unidos.[19] Desde ese punto de vista, la caña de azúcar fue el peor verdugo de los esclavos.

En resumen, existe una evidencia suficientemente grande como para sostener una modesta afirmación empírica: el impacto de la esclavitud como lo que de hecho sucedió no puede haber sido en ningún sentido mayor en Estados Unidos que en Brasil y en el Caribe. Pero entonces, ¿por qué tanto la relevancia simbólica de la esclavitud como trauma y la relevancia analítica de la esclavitud como explicación sociohistórica es mucho más prevalente hoy en Estados Unidos que en Brasil o en el Caribe?

Parte de la respuesta puede hallarse en la forma en que terminó la esclavitud en Estados Unidos: una guerra civil por la cual más blancos parecen culpar a los esclavos que a Abraham Lincoln –cuyos propios motivos para emprender esta empresa siguen siendo por lo demás discutidos. Parte de la respuesta puede también encontrarse en el destino de los descendientes de los esclavos, pero ello no es una cuestión de «el pasado».

La perpetuación del racismo en Estados Unidos es menos un legado de la esclavitud que un fenómeno moderno, renovado durante generaciones de inmigrantes blancos cuyos propios ancestros probablemente fueron sometidos a trabajo forzado, en algún momento u otro, en las zonas rurales de Europa.

De hecho, no todos los negros que presenciaron la esclavitud creyeron que era un legado que tanto ellos como sus hijos llevarían siempre como una carga.[20] Medio siglo después de la Emancipación, la esclavitud tampoco era un tema principal entre los historiadores blancos, aunque por diversas razones.* (Se refiere a la Proclamación de Emancipación, realizada por el presidente de Estados Unidos Abraham Lincoln en 1,863. Supuso la liberación de la población esclavizada del sur del país, en el contexto de la guerra civil americana (N. del T.)

 La historiografía estadounidense, por motivos quizá no demasiado diferentes de su homóloga brasileña, produjo sus propios silencios sobre la esclavitud afro-americana. A comienzos de este siglo, existieron blancos y negros en Norteamérica que sostuvieron la relevancia simbólica y analítica de la esclavitud para el presente que estaban viviendo.[21]

Tales debates sugieren que la relevancia histórica no procede directamente del impacto original de un acontecimiento, o del modo en que es registrado, o incluso de la continuidad de ese registro.

 

 

Los debates sobre El Álamo, el Holocausto, o el significado de la esclavitud de Estados Unidos no sólo implican a historiadores profesionales, sino también a líderes étnicos y religiosos, representantes políticos, periodistas, y a varias asociaciones dentro de la sociedad civil, así como a ciudadanos individuales, no todos activistas. Esta variedad de sujetos narradores es una más de las numerosas evidencias de que las teorías de la Historia tienen un alcance limitado en el campo de la producción histórica. Estas teorías minusvaloran totalmente el tamaño, la relevancia y la complejidad de los lugares superpuestos en los que se produce la Historia, especialmente fuera de la academia.[22]

La fuerza del gremio histórico varía entre una y otra sociedad. Incluso en sociedades altamente complejas donde el peso del gremio es relevante, tampoco la producción de los historiadores es un corpus cerrado. Más bien, la producción interactúa no sólo con el trabajo de otros académicos, sino también especialmente con la Historia producida fuera de las universidades. Por tanto, la conciencia de la Historia no es sólo activada por los académicos. Todos somos historiadores aficionados con varios grados de conciencia sobre nuestra producción. También aprendemos Historia de otros aficionados como nosotros. Las universidades y las editoriales universitarias no son el único lugar de producción de la narrativa histórica. Los libros se venden incluso mejor que los gorros de piel de mapache en la tienda de El Álamo, de los cuales media docena de títulos de historiadores aficionados venden más de 400.000 dólares al año. Como sostiene Marc Ferro, la Historia tiene muchas chimeneas y los académicos no son los únicos profesores de Historia sobre la tierra.[23]

La mayoría de los europeos y de los norteamericanos aprenden sus primeras nociones de Historia mediante medios que no han sido sometidos a las normas de evaluación de expertos, de editoriales universitarias o de tribunales de tesis . Mucho antes de que los ciudadanos medios lean a los historiadores que fijan la norma para colegas y estudiantes, acceden a la Historia mediante celebraciones, visitas a lugares históricos y museos, películas, festividades nacionales y libros de texto de la escuela primaria.

Seguramente, muchas de las posturas que aprenden son, por otro lado, sostenidas, modificadas o cuestionadas por investigadores involucrados en investigaciones primarias. A medida que la Historia sigue consolidándose profesionalmente, conforme los historiadores modifican cada vez con más rapidez sus objetivos y redefinen sus instrumentos de investigación, el impacto de la Historia académica se incrementa, incluso indirectamente.

Pero no olvidemos cuán frágil, cuán limitada, y cuán reciente parece ser esa hegemonía aparente. No olvidemos que, muy recientemente, en muchos lugares de Estados Unidos la Historia nacional y universal ha prolongando una narrativa providencial con fuertes connotaciones religiosas.

Según esa visión, la Historia del mundo comenzó con la Creación, para la cual supuestamente la fecha era bien conocida, y prosiguió con el Destino Manifiesto, como correspondía a un país privilegiado por la Divina Providencia.

Así, la ciencia social americana todavía debe rechazar la creencia en un excepcionalismo de Estados Unidos que habría condicionado su nacimiento y evolución.[24] Igualmente, los profesionales académicos no han logrado silenciar aún la Historia creacionista, que todavía permanece viva en algunos lugares del sistema educativo.

Ese sistema educativo puede no tener la última palabra sobre ningún asunto, pero su limitada eficacia también se manifiesta en otro aspecto. Desde mediados de la década de los 40 a finales de los años 60, los americanos aprendieron más sobre la historia colonial de América y sobre el Oeste americano de las películas y de la televisión que de los libros científicos. ¿Recuerdas El Álamo? Esa fue una clase de Historia impartida por John Wayne en la pantalla.

Davy Crockett fue más un personaje televisivo que se convirtió en una importante figura histórica que lo contrario.[25] Antes y después del largo compromiso de Hollywood con la Historia de los cowboys y de los colonos, más los comic que los libros de texto, más las canciones country que las tablas cronológicas, llenaron las lagunas dejadas por los western. Entonces y ahora, los niños americanos y bastantes hombres jóvenes de cualquier lugar aprendieron a tematizar partes de esa Historia jugando a indios y vaqueros.

Finalmente, como es lógico el gremio de los historiadores también refleja las divisiones sociales y políticas de la sociedad americana.

Sin embargo, en virtud de sus afirmaciones profesionales, el gremio no puede expresar opiniones políticas como tales -más bien lo contrario, por supuesto, a lo que hacen activistas y lobistas . Por tanto, irónicamente, cuando más importante es un tema para determinados segmentos de la sociedad civil, más subyugadas están las interpretaciones que de los hechos hacen la mayoría de los historiadores profesionales.

Para la mayoría de las personas implicadas en las polémicas relativas al quinto centenario colombino, la exposición del «Último hecho» del museo Smithsonian sobre el Enola Gay e Hiroshima, la excavación de cementerios de esclavos, o la construcción del monumento a los veteranos de Vietnam, las afirmaciones de la mayor parte de los historiadores a menudo parecen anodinas o irrelevantes .

En estos casos, como en muchos otros, aquellos para los que la Historia importa más buscan interpretaciones históricas en los márgenes de la academia si no completamente fuera de ella.

Sin embargo, el hecho de que la Historia también se produce fuera de la academia ha sido algo ampliamente ignorado por las teorías de la Historia. Más allá de un acuerdo amplio -y relativamente reciente- sobre el contexto del historiador profesional, existen pocos análisis sobre lo que sucede en cada lugar y que afecta significativamente a lo que se estudia. Sin duda, ese impacto no se presta fácilmente a fórmulas generales, algo que normalmente se reprocha a la mayoría de los teóricos.

He detectado que mientras la mayoría de los teóricos admiten el principio de que la Historia implica tanto al proceso social como a las narraciones sobre dicho proceso, en realidad las teorías de la Historia privilegian a una como si la otra no tuviese importancia.

Esa parcialidad es posible porque raramente las teorías de la Historia analizan en detalle las circunstancias concretas donde se producen las narrativas históricas. A veces las narrativas se evocan como ejemplos o, en el mejor de los casos, son decodificadas textualmente, pero raramente es objeto de estudio su proceso de producción.[26]

Igualmente, la mayoría de los investigadores admitirían sin reparos que la producción histórica sucede en muchos lugares. Pero el peso relativo de estos lugares varía con el contexto, y estas variaciones imponen en los teóricos el peso de lo específico. Por tanto, un análisis de los palacios franceses como lugares de producción histórica puede proporcionar lecciones ilustrativas para una comprensión del papel de Hollywood en la conciencia histórica de los Estados Unidos, pero ninguna teoría abstracta puede fijar, a priori, las reglas que rigen el impacto de los castillos franceses y de las películas de Estados Unidos en la Historia académica producida en estos dos países .

Cuanto más pesada sea la carga de lo específico, mayor es la posibilidad de que sea obviado por la teoría. Por tanto, incluso los mejores enfoques de la Historia académica actúan como si lo que sucedió en otros lugares fuese en gran parte intranscendente. ¿Y de verdad es intranscendente que la historia de América se esté escribiendo en el mismo lugar donde pocos niños quieren ser indios?

TEORIZAR LA AMBIGÜEDAD Y RASTREAR EL PODER

La Historia siempre se produce en un contexto histórico determinado. Los actores históricos también son narradores, y viceversa.

La afirmación de que las narraciones siempre son producidas en la Historia me lleva a proponer dos alternativas . Primero, sostengo que una teoría de la narrativa histórica debe admitir tanto la distinción como la superposición entre el proceso y la narración.

Así, aunque este libro versa principalmente sobre la Historia como conocimiento y como narración, [27] asume plenamente la ambigüedad inherente en los dos lados de la historicidad.

La Historia, como proceso social, involucra a los pueblos en tres funciones diferentes : 1 ) como agentes, u ocupantes de lugares estructurales ; 2) como actores en constante interrelación con el contexto; y 3) como sujetos, eso es, como voces conscientes de ella.

Ejemplos clásicos de lo que llamo agentes son los estratos y los grupos a los que la gente pertenece, tales como la clase y el estatus, o los roles asociados con éstos . Son agentes los obreros, los esclavos o las madres.[28]

Un análisis de la esclavitud puede estudiar las estructuras socioculturales, políticas, económicas e ideológicas que definen tales situaciones como esclavos o amos.

Por actores, me refiero al conjunto de capacidades propias de un tiempo y un espacio de forma que tanto su existencia como su comprensión descansa fundamentalmente en datos históricos. Una comparación de la esclavitud afro-americana en Brasil y en Estados Unidos que vaya más allá de una tabla estadística debe lidiar con los datos históricos que definan las situaciones que son comparadas. Las narraciones históricas abordan situaciones concretas y, en ese sentido, deben ocuparse de los seres humanos como actores.[29]

Pero los pueblos también son sujetos de la Historia del mismo modo en que los obreros son sujetos de una huelga: definen el modo en que pueden ser descritas algunas situaciones. Consideremos una huelga como un acontecimiento histórico desde un punto de vista estrictamente narrativo, esto es, sin la intervenciones que normalmente etiquetamos como interpretaciones o explicaciones . No hay forma en que podamos describir una huelga sin que las capacidades subjetivas de los obreros sean parte central de lo que narramos.[30] Desde luego, señalar su ausencia del lugar de trabajo no es suficiente.

Debemos sostener que colectivamente han decidido quedarse en casa en lo que supuestamente era un día normal de trabajo. Necesitamos añadir que colectivamente actuaron conforme a esa decisión. Pero incluso esa descripción, que toma en cuenta la actitud de los obreros como actores, no es una descripción ajustada de una huelga. De hecho, hay una serie de cuestiones que podrían añadir información relevante. Los obreros pudieron haber decidido: si esta noche la nieve sobrepasa las diez pulgadas, ninguno de nosotros vendrá mañana a trabajar. Si aceptamos contextos de manipulación o errores de interpretación entre los actores, las posibilidades son ilimitadas. Así, además de tratar a los obreros como actores, una buena narración de una huelga requiere incluir a los obreros como sujetos decididos conscientes de sus propias voces. Necesita su voz (o sus voces) en primera persona o, al menos, necesita parafrasear esa primera persona. La narración debe darnos pistas tanto de los motivos por los que los obreros se niegan a trabajar y del objetivo que piensan que están persiguiendo -incluso si ese objetivo se limita en la protesta que se expresa. Para decirlo de forma más simple : una huelga es una huelga sólo si los trabajadores piensan que están en huelga. Su subjetividad es parte integral del acontecimiento en cualquier descripción satisfactoria de dicho acontecimiento.

Los obreros trabajan mucho más a menudo de lo que están en huelga, pero la capacidad para estar en huelga nunca puede ser eliminada de la condición de obreros. En otras palabras, los pueblos no son siempre sujetos constantemente enfrentados a la Historia como algunos académicos desearían, pero las capacidades por las que se convierten en sujetos deben ser siempre parte de su condición. Estas capacidades subjetivas garantizan la confusión porque hacen a los seres humanos doblemente históricos, o mejor dicho, completamente históricos . Los involucra simultáneamente en el proceso sociohistórico y en las construcciones narrativas sobre ese proceso. Aceptar esta ambigüedad, que es inherente de lo que llamamos las dos caras de la historicidad, es la primera elección de este libro.

La segunda elección de este libro es un enfoque determinado del proceso de producción histórica más que una preocupación abstracta por la naturaleza de la Historia.

La búsqueda de la naturaleza de la Historia nos ha llevado a negar la ambigüedad y a delimitar en todo momento la línea divisoria entre el proceso histórico y el conocimiento histórico, o a mezclar el proceso histórico y la narración histórica. Así, entre los extremos mecánicamente «realistas» y los ingenuamente «constructivistas», la tarea más importante no es dirimir lo que la Historia es -un fin inútil expresado en términos esencialistas- sino cómo funciona la Historia. Porque lo que es la Historia cambia con el tiempo y el lugar o, mejor dicho, la Historia se revela a sí misma sólo mediante la producción de narraciones específicas. Lo que más importa es el proceso y las condiciones de la producción de tales narraciones. Sólo un enfoque que preste atención a ese proceso puede descubrir los modos en que las dos caras de la historicidad se entrelazan en un contexto determinado. Sólo mediante esa superposición podemos descubrir el ejercicio diferencial del poder que hace posibles algunas narraciones y silencia otras.

Rastrear el poder requiere de una visión más rica de la producción histórica de la que la mayoría de los teóricos tienen. En principio no podemos excluir a ninguno de los actores que participan en la producción de la Historia o ninguno de los lugares en los que esa producción puede suceder.

Junto a los historiadores profesionales descubrimos a artesanos de diferentes tipos, trabajadores no remunerados o no reconocidos que amplían, eluden o reorganizan el trabajo de los profesionales, tales como políticos, estudiantes, escritores de ficción, cineastas y miembros participativos del público.

Al hacer esto, obtenemos una visión más compleja de la propia Historia académica, al no considerar sólo a los historiadores profesionales como los únicos participantes en su producción.

Esta visión más comprensiva amplía las fronteras cronológicas del proceso de producción. El proceso comienza antes y continua más allá de lo que la mayoría de los teóricos admiten. El proceso de producción histórica no se detiene con la última frase del historiador profesional, dado que es bastante probable que el público contribuya a la Historia añadiendo sus propias lecturas a la producción académica -y a partir de ésta.

Quizá más importante, dado que el solapamiento entre la Historia como proceso social y la Historia como conocimiento es fluido, los participantes en cualquier acontecimiento pueden participar en la producción de una narración sobre ese hecho incluso antes de que el historiador llegue al lugar.

De hecho, la narración histórica que contiene un hecho concreto puede preceder a ese mismo hecho, al menos en teoría, pero puede que también en la práctica. Marshall Sahlins sugiere que los hawaianos entienden su encuentro con el capitán Cook como la crónica de una muerte anunciada. Pero tales usos no se limitan a los pueblos sin historiadores. ¿Hasta qué punto las narrativas del final de la Guerra Fría se amoldan a la Historia prefabricada del capitalismo?

William Lewis sugiere que una de las fortalezas políticas de Ronald Reagan era su capacidad para inscribir su presidencia en una narración prefabricada sobre Estados Unidos. Y un bosquejo general de la producción histórica mundial a lo largo del tiempo sugiere que no son sólo los historiadores profesionales los que fijan el marco narrativo en el que sus historias se insertan. Con frecuencia, alguien ya ha entrado antes en el lugar y ha fijado el ciclo de silencios.[31]

¿Permite esta perspectiva más compleja realizar todavía generalizaciones relevantes sobre la producción de la narración histórica? La respuesta a esta pregunta es un sí rotundo, si estamos de acuerdo en que tales generalizaciones mejoran nuestra comprensión sobre prácticas concretas pero no ofrecen modelos que supuestamente serán seguidos y demostrados por esas prácticas.

Los silencios entran en el proceso de producción histórica en cuatro momentos cruciales : el momento de la creación del hecho (la elaboración de las fuentes); el momento del ensamblaje de los hechos (la construcción de los archivos); el momento de la recuperación del hecho (la construcción de narraciones); y el momento de la importancia retrospectiva (la composición de la Historia en última instancia).

Estos momentos son herramientas conceptuales, abstracciones de segundo nivel de los procesos que se alimentan los unos a los otros. Como tales, no están diseñados para ofrecer una descripción realista de la elaboración de ninguna narración individual. Más bien, nos ayudan a comprender por qué no todos los silencios son iguales y por qué no pueden ser examinados –0 re-examinados- de la misma manera. Para expresarlo de otra forma, cualquier narración histórica es un montón de silencios, el resultado de un proceso singular, y en consecuencia la tarea necesaria para deconstruir estos silencios variará.

Las estrategias utilizadas en este libro reflejan estos cambios. Cada una de las narraciones abordadas en los siguientes tres capítulos combinan diversos tipos de silencios.

En cada caso, estos silencios se entrecruzan o se acumulan a lo largo del tiempo para producir una mezcla singular. En cada caso empleo una metodología diferente para poner de manifiesto las convenciones y tensiones que existen dentro de esa mezcla.

En el capítulo 2, esbozo la imagen de un antiguo esclavo que se convirtió en coronel, y que ahora es una figura olvidada en la Revolución haitiana. La evidencia necesaria para contar esta historia estaba disponible en el corpus que estudié, a pesar de la pobreza de las fuentes. Tan sólo cambio de orientación esa evidencia con el fin de generar una nueva narrativa. El desarrollo de mi narrativa alternativa revela los silencios que enterraron, hasta hoy, la historia de ese coronel.

El silenciamiento generalizado de la Revolución haitiana por la historiografía occidental es objeto del capítulo 3 . Ese silenciamiento también es debido al poder desigual en la producción de las fuentes, los archivos y las narrativas . Pero si estoy en lo cierto y esta revolución era impensable tal y como sucedió, la insignificancia de la historia está ya inscrita en las fuentes, independientemente de lo que revelen. Aquí no hay nuevos hechos; ni siquiera hechos ignorados . Aquí debo hacer que los silencios hablen por sí mismos. Y lo hago yuxtaponiendo el clima de los tiempos, los escritos de los historiadores sobre la revolución misma, y las narrativas de la historia del mundo donde la efectividad del silencio original se hace plenamente apreciable.

El descubrimiento de América, el tema del capítulo 4, me proporcionó además otra combinación, obligándome a adoptar una tercera estrategia. En este caso existía una abundancia tanto de fuentes como de narrativas . Hasta 1 992 había incluso un cierto acuerdo global -aunque fuese falsificado y reciente- sobre el significado del primer viaje de Colón. Los dogmas principales de los escritos históricos fueron moldeados y reformados mediante las celebraciones públicas que parecían reforzar este significado.

Dentro de este corpus abierto, los silencios se producen no tanto por la ausencia de hechos o interpretaciones sino mediante apropiaciones conflictivas del personaje de Colón. Aquí no sugiero una nueva lectura de la misma historia, como hago en el capítulo 2, o incluso una interpretación alternativa, como en el capítulo 3. Más bien, muestro cómo el presunto acuerdo sobre Colón en realidad enmascara una Historia de conflictos.

El ejercicio metodológico culmina en una narrativa sobre las conflictivas apropiaciones del descubrimiento. Los silencios aparecen en los intersticios de los conflictos entre los intérpretes anteriores.

La producción de una narrativa histórica no puede ser estudiada, por tanto, mediante una mera cronología de sus silencios. Los momentos que identifico se solapan en el tiempo real . Como procedimientos heurísticos, evidencian aspectos de la producción histórica que sólo son sacados a la luz cuando y donde el poder entra en la historia.

Pero incluso esta expresión es engañosa si se sugiere que el poder existe fuera de la historia y que por tanto puede ser bloqueado o eliminado. El poder es constitutivo de la historia. Rastrear el poder mediante diversos «momentos» simplemente ayuda a enfatizar el carácter fundamentalmente procesal de la producción histórica, a insistir en que lo que es la Historia importa menos que cómo la Historia funciona; que el poder mismo funciona junto a la Historia; y que las declaradas preferencias políticas de los historiadores tienen poca influencia en la mayoría de las propias prácticas de poder. Es útil la advertencia de Foucault: «No creo que la pregunta de ‘¿quién ejerce el poder?’ pueda ser resuelta salvo si la pregunta ‘¿cómo sucede?’ es resuelta al mismo tiempo».[32]

El poder no entra en la historia de una vez, sino en diferentes momentos y desde diferentes ángulos. Precede a la propia narración, contribuye a su creación y a su interpretación. Así, sigue siendo relevante incluso si pudiésemos imaginar una Historia totalmente científica, incluso si relegásemos las preferencias y los intereses de los historiadores a una fase aparte y post-descriptiva. En la Historia, el poder comienza con la fuente.

El juego del poder en la producción de narrativas alternativas comienza con la creación conjunta de hechos y fuentes por al menos dos razones . Primero, los hechos nunca carecen de significado: de hecho, se convierten en hechos sólo porque importan en algún sentido, aunque sea mínimamente. Segundo, los hechos no son creados iguales: la producción de huellas es también siempre la creación de silencios. Algunos acontecimientos son mencionados desde el principio; otros no. Algunos son grabados en los cuerpos individuales o colectivos; otros no. Algunos dejan marcas físicas; otros no. Lo que sucede deja huellas, algunas de las cuales son muy patentes –edificios, cadáveres, censos, monumentos, diarios, fronteras políticas-, limitando el grado y el significado de cualquier narrativa histórica. Esta es una de las muchas razones por las que cualquier ficción no puede pasar por Historia: la materialidad del proceso socio-histórico (historicidad 1 ) sienta las bases para las futuras narrativas históricas (historicidad 2).

La materialidad de este primer momento es tan obvia que algunos la damos por descontada. No implica que los hechos sean objetos irrelevantes que esperan ser descubiertos sino más bien, más modestamente, que la Historia comienza con los cuerpos y con los objetos : cerebros, fósiles, textos, edificios.[33]

Cuanto más abundante sea la masa de material, más fácilmente nos atrapa: las fosas comunes y las pirámides nos acercan la Historia, mientras que nos hacen sentir pequeños.

Un castillo, un fuerte, un campo de batalla, una iglesia, todas estas cosas más grandes que nosotros que colmamos con la realidad de nuestras vidas pasadas, parecen hablar de una inmensidad de la que sabemos poco excepto que somos parte de ella. Demasiado sólidas para no dejar rastro, demasiado perceptibles para ser transparentes, encarnan las ambigüedades de la Historia. Nos permiten tocarlas, pero no cogerlas firmemente en nuestras manos —de ahí el misterio de sus muros derruidos. Sospechamos que su concreción esconde secretos tan profundos que ninguna revelación puede disipar sus silencios completamente. Imaginamos las vidas bajo el mortero, ¿pero cómo podemos identificar el final del silencio más profundo?

 


[1] Las teorías de la Historia que han generado multitud de debates, modelos y escuelas de pensamiento desde por lo menos el comienzo del siglo XIX han sido objeto de numerosos estudios, antologías y síntesis. Ver MAROU, Henri-Irénée, De la Connaissance historique (París: Seuil, 1 975 [ 1 975)); GARDINER, Patrick (ed.), The Philosophy of History (Oxford: Oxford University Press, 1 974); DRAY, William, On History and Philosophers ofHistory (Leiden, New York: Brill, 1 989); Nov1cK, Robert, That Noble Dream: The «Objectivitity Question» and the American Historical Profession (Cambridge: Cambridge University Press, 1 988). Creo que demasiadas conceptualizaciones de la Historia tienden a privilegiar una cara de la historicidad por encima de la otra; que la mayoría de los debates sobre la naturaleza de la Historia, a su vez, pasan de una a otra de las caras unilaterales de la historicidad; y que este carácter unilateral en sí mismo es posible porque la mayoría de las teorías de la Historia son construidas sin prestar demasiada atención al proceso de producción de las narrativas históricas.

Muchos han tratado de trazar un curso entre los dos polos descritos. Algunas ideas del 18 de Brumario de Marx, pero también de los trabajos de Jean Chesnaux, Marc Ferro, Michel de Certeau, David W. Cohen, Ranajit Guha, Krzysztof Pomian, Adam Schaff y Tzvetan Todorov cruzan este libro, no siempre mediante citas explícitas. Ver CHESNEAUX, Jean, Du Passéfaisons table rase (París: F. Maspero, 1 976); CoHEN, David W, The Combing of History (Chicago: University of Chicago Press, 1 994 ); DE CERTEAU, Michel, L’ Écriture de l ‘histoire (París: Gallimard, 1 975); FERRO, Marc, L ‘Histoire sous surveillance (París: Calmann-Lévy, 1 985); GuHA, Ranajit, «The Prose of Counter Insurgency», Subaltem Studies, vol. 2, 1 983; MARX, Karl, The Eighteenth Brumaire of Louis Bonaparte (Londres: G. Allen & Unwin, 1 926); PoMIAN, Krzysztof, L’Ordre du temps (París: Gallimard, 1 984); ScHAFF, Adam, History and Truth (Oxford: Pergamon Press, 1976); Teodorov, Tzvetan, Les Morales de l ‘histoire (París: Bernard Grasset, 1 99 1 ).

[2] TODOROV, Les Morales, pp. 1 29- 1 30.

[3] WHITE, Hayden, Metahistory: The Historical lmagination in Nineteenth-Century Europe (Baltimore: The Johns Hopkins University Press, 1 973); Tropics of Discourse: Essays in Cultural Criticism (Baltimore: The Johns Hopkins University Press, 1 978); The Content of Form: Narrative Discourse and Historie Representation (Baltimore: The Johns Hopkins University Press, 1 987).

[4] De hecho, cada narrativa debe renovar esta afirmación en dos ocasiones. Desde el punto de vista de su productor(es) inmediato(s), la narrativa reclama el conocimiento: lo que se dice que sucedió es en realidad lo que se dice que se conoce que sucedió. Cada historiador ofrece una narrativa con un certificado de autenticidad, independientemente de su calidad. Desde el punto de vista de su público, la narrativa histórica debe superar un test de aceptación, lo que refuerza la afirmación de conocimiento: aquella que se dice que sucedió se cree que sucedió.

[5] Ver Teodorov, Les Morales, pp. 1 30- 1 69, para una reflexión sobre las diferencias entre ficción, lo falso y la escritura histórica y sobre los diversos tipos de afirmaciones de verdad. Ver también el capítulo 5 de esta obra, dedicado a la autenticidad.

[6] PoMIAN, L’Ordre du temps, pp. 1 09- 1 1 l .

[7] Las pruebas son construcciones gramaticalizadas a través de las que los emisores expresan su compromiso con una propuesta ante la evidencia disponible. Ver CRYSTAL, David, A Dictionary of Linguistics and Phonetics, 3 .ª ed. (Oxford: Basil B lackwell, 1 991), p. 1 27. Por ejemplo, la diferencia en la modalidad epistémica entre un testigo y alguien que no lo es puede ser un requisito gramaticalizado.

[8] APPADURAI, Arjun, «The Past as a Scarce Resource», Man, 1 6 ( 1 982), pp. 20 1 -2 1 9

[9] Una discusión sobre ese debate, ver BROWN, Paula y Tuz1N, Donald F. (eds.), The Ethnography of Cannibalism (Washington DC: Society for Psychological Anthropology, 1 983); HULME, Peter, Colonial Encounters (Londres y Nueva York: Methuen, 1 986); y BoucHER, Philip P., Cannibal Encounters (Baltimore: The Johns Hopkins University Press, 1 992).

[10] STEEN, Ralph W., Texas: A Story of Progress (Austin: Steck, 1 942), p. 1 82; ANDERSON, Adrian N.

y WoosTER, Ralph, Texas anti Texans (Austin: Steck-Vaughn, 1 978), p. 1 7 1

[11] Esta lista parcial de «hechos» en disputa y mi entendimiento de la polémica de El Álamo se basan en fuentes orales y escritas. La asistente de investigación Rebecca Bennette llevó a cabo entrevistas telefónicas con Gail Loving Bames de las Hermanas de la República de Texas y Gary J. (Gabe) Gabehart del Consejo Inter-Tribal. Mi agradecimiento a ambos, así como a Carlos Guerra, por su cooperación. Las fuentes escritas consultadas incluyen artículos en periódicos locales (especialmente el San Antonio Express News, el cual publica la columna de Guerra): GUERRA, Carlos, «Is Booty Hidden Near the Alamo?», San Antonio Light, 22-8- 1 992; GUERRA, Carlos, « You ‘d Think Ali Alamo Saviors Look Alike», San Antonio Express News, 1 4-2- 1 994; y RIVARD, Robert, «The Growing Debate Over the Shrine of Texas Liberty», San Antonio Express News, 1 7-3- 1 994. También incluyen revistas académicas: LINENTHAL, Edward Tabor, «A Reservoir of Spiritual Power: Patriotic Faith at the Alamo in the Twentieth Century», Southwestem Historical Quarterly, 91 (4) ( 1 988), pp. 509-53 1 ; HARDIN, Stephen L., «The Félix Núñez Account and the Siege of the Alamo: A Critica! Appraisal», Southwestem Historical Quarterly, 94 ( 1 990), pp. 65-84; así como un libro controvertido: LONG, Jeff, Duel of Eagles: The Mexican and the U.S. Fight for the A /amo (Nueva York: William Morrow, 1 990) .

[12] BuTZ, Arthur A., «The Intemational «Holocaust» Controversy», The Joumal of Historical Review (s.f.), pp. 5-20; FAURISSON, Robert, «The Problem of The Gas Chambers», The Journal of Historical Review ( 1 980).

[13] VIDAL-NAQUET, Pierre, Les Assassin de la mémoire: « Un Eichmann de papier» et Autres essais sur le révisionnisme (París: La Découverte, 1 987); PRESSAC, Jean-Claude, Les Crématoires d ‘Auschwitz: La

machinerie de meurtre de masse (París: CNRS , 1 993); LIPSTADT, Deborah E., Denying the Holocaust: The Growing Assault on Truth and Memory (Nueva York: The Free Press, 1 993); FAURISSON, «The Problem of the Gas Chambers» ; WEBER, Mark, «A Prominent Historian Wrestles with a Rising Revisionism», Journal of Historical Review, 1 1 (3), ( 1 993), pp. 353-359.

[14] Como se ha referido, existe mucha heterogeneidad en las perspectivas de los revisionistas, pero

en los últimos quince años hemos asistido a un desplazamiento hacia posturas más académicas, a las que

volveré más adelante.

[15] WHITE, The Content of Form.

[16] Ver WHITE, Hayden, «Historical Emplotment and the Problem of Truth», en Saul Friedlander (ed.),

Probing the Limits of Representation (Berkeley: University of California Press, 1 992), pp. 37-53.

[17] EBBINGHAUS, Hermann, Memory: A Contribution to Experimental Psychology (New York: Dover, 1 964 [ 1 885 ] ) ; CASCARDI, A. J., «Remembering», Review of Metaphysics, 38 ( 1 984), pp. 275-302; ROEDlGER, Henry L., «lmplicit Memory : Retention Without Remembering», American Psychologist, 45 ( 1 990), pp. 1 043- 1 056; GREEN, Robin y SHANKS, David, «Ün the Existence of lndependent Explicit and Implicit Learning Systems: An Examination of Sorne Evidence», Memory and Cognition, 2 1 ( 1 993), pp. 304-3 1 7 ; BROADBENT, D., «lmplicit and Explicit Knowledge in the Control of Complex Systems», British Journal of Psychology, 77 ( 1 986), pp. 33-50; SCHACKTER, Daniel L . , «Understanding Memory : A Cognitive Neuroscience Approach», American Psychologist, 47 ( l 992), pp. 559-569; Lorrus, Elizabeth, «The Reality of Repressed Memories», American Psychologist, 48 ( 1 993), pp. 5 1 8-537.

[18] Las cifras de Estados Unidos no incluyen la colonia de Luisiana. El relato y las fuentes de estas estimaciones, en CuRTIN, Philip, The Atlantic Slave Trade: A Census (Madison: University of Wisconsin Press, 1 969). Las posibles actualizaciones de las cifras de Curtin sobre la exportación de esclavos desde África no invalidan la imagen general que ofrece para las importaciones en todas las Américas.

[19] FOGEL, Robert William y ENGERMAN, Stanley L, Time of the Corsso: The Economics o/American Negro Slavery (Boston: Little, Brown, 1 974); HlGHMAN, B. W. , Slave Population o/ the British Caribbean, 1807-1834 (Baltimore: The Johns Hopkins University Press, 1 984); BERLIN, Ira y MORGAN, Philip D. (eds.), Cultivation and Culture: Labor and the Shaping of Life in the Americas (Charlottesville: The Uni

versity Press of Virginia, 1 993); FOGEL, Robert William, Without Consent or Contraer: The Rise and Fall

of American Slavery (Nueva York: W. W. Norton, 1 989).

[20] Du Bois, W. E. B., Sorne Efforts ofAmerican Negroes for Their Own Social Betterment (Atlanta: The Atlanta University Press, 1,898); Black Reconstruction in America: An Essay Toward a History of the Part Which Black Folk Played in the Attempt to Reconstruct Democracy in America, 1860-1880 (Nueva York: Russell and Russell, 1 962); FoNER, Eric, Reconstruction: America ‘s Unfinished Revolution, 1863-1877 (Nueva York: Harper & Row, 1 988).

[21] Por ejemplo, Du Bois, Black Reconstruction; FRAZIER, Edward Franklin, Black Bourgeoisie (Glencoe: Free Press, 1 957); HERSKOVITS, Melville J., The Myth of the Negro Past (Boston: Beacon Press, 1 990 [ 1 94 1 ]); MYRDAL, Gunnar, An American Dilemma: The Negro Problem and Modem Democracy (Nueva York, Londres: Harper & Bros. , 1 944).

[22] Paul Ricoeur señala con acierto que tanto los positivistas lógicos como sus adversarios lanzaron y sostuvieron su extenso debate sobre la naturaleza del conocimiento histórico prestando poca atención a las prácticas de los historiadores. RICOEUR, Paul, Time and Narrative, vol. l (Chicago: University of Chicago Press, 1 984 ), p. 95. El propio Ricoeur usa de forma abundante el trabajo de historiadores académicos de Europa y de Estados Unidos. Más recientemente otros autores también emplean trabajos históricos anteriores y actuales, con distintos énfasis en escuelas y países determinados, y con diversas disgresiones sobre la relación entre el desarrollo de la Historia y las otras formas institucionalizadas de conocimiento. Ver DE CERTEAU, L ‘Écriture; FURET, Frani;ois, L ‘Atelier de l ‘histoire (París: Flammarion, 1 982); APPLEBY, Joyce,

HUNT, Lynn y JACOB, Margaret, Telling the Truth about History (Nueva York: W. W. Norton, 1 994). Estas obras acercan la teoría a la observación de la práctica de la Historia, ¿pero está la producción histórica limitada únicamente a las prácticas de los historiadores profesionales? Primero, desde el punto de vista de los fenomenólogos, uno podría sostener que todos los seres humanos tienen una comprensión pretemática de la Historia que funciona como trasfondo en su experimentación del proceso social. Ver CARR, David, Time, Narrative, and History (Bloomington: Indiana University Press, 1 986), p. 3. Segundo, y algo más importante para lo que nos proponemos, la propia narrativa histórica no sólo se produce por los historiadores profesionales. Ver Cohen, The Combing of History; Ferro, L’ Histoire sous surveillance; THOMPSON, Paul, The Myths We Live By (Londres y Nueva York: Routledge, 1,990).

[23] FERRO, L ‘Histoire sous surveillance.

[24] Ross, Dorothy, The Origins of American Social Science (Cambridge y Nueva York: Cambridge University Press, 1 994).

[25] El propio Crockett contribuyó a su percepción como héroe al escribir su autobiografía. Pero su relevancia histórica fue limitada hasta que la aparición de la serie de televisión y la película de John Wayne de 1 960, El Álamo, lo convirtieron en una figura nacional

[26] Marcadas excepciones, cada una a su modo: CoHEN, The Combing, FERRO, L ‘Histoire sous surveillance y DE CERTEAU, L ‘Écriture de l ‘histoire.

[27] De hecho, en la mayoría de las ocasiones en las que será utilizada la palabra «Historia» en adelante, se empleará esencialmente teniendo presente ese significado. Reservo el concepto de proceso sociohistórico para otro lugar de la reflexión.

[28] Califico de agentes a los ocupantes de tales y de otras posiciones estructurales para indicar al comienzo un rechazo de la dicotomía entre estructura y agencia. Las posturas estructurales son tanto posibilitadoras como limitadoras.

[29] Ver TOURAINE, Alain, Le Retour de l ‘acteur (París: Gallimard, 1 984), pp. 1 4- 1 5 .

[30] Amplío aquí lo señalado en RUNCIMAN, W. G., A Treatise on Social Theory, vol. l : The Methodology of Social Theory (Cambridge: Cambridge Universisty Press, 1 983), pp. 3 1 -34.

[31] FERRO, L ‘Histoire sous surveillance; SAHLINS, Marshall, Historical Metaphors and Mythical Realities: Structure in Early History of the Sandwich /stands Kingdom (Ann Arbor: University of Michigan Press, 1 98 1 ); Carrere d’ Encausse, Hélene, La Gloire des nations, ou, la .fin de l ‘empire soviétique (París: Fayard, 1 990); FuKUYAMA, Francis, The End of History and the Last Man (Nueva York: Free Press, 1 992); LEWIS, William F. , «Telling America’s Story: Narrative Form and the Reagan Presidency», Quarterly Joumal of Speech, 73 ( 1 987), pp. 280-302.

[32] Foucault, Michel, «Ün Power», (entrevista con Pierre Boncenne, 1 978), en Foucault, Michel, Politics, Philosophy, Culture. lnterviews and Other Writings, editado por Lawrence D. Kritzman (Nueva York y Londres: Routledge, 1 988), p. 1 03 .

[33] La historia oral no escapa a esta norma, pues salvo en el caso de la transmisión oral, el momento de creación del hecho constantemente es transportado en los cuerpos de los hombres que participan en esa transmisión. Lafuente está viva

BRICS meeting to focus on South African energy and sanctions-avoiding Russian trade. August, 2023

South Africa is hosting the annual BRICS (Brazil, Russia, India, China and South Africa) Heads of State Summit in Johannesburg in August 2023, at which the group of nations is likely to ratify the memberships of several new countries.

We explore what is likely to be on the agenda for each BRICS member country and for candidates for membership:

South Africa

South Africa is likely to prioritize obtaining agreements, particularly with Russia, to mitigate its severe electricity shortages. South Africa is likely to seek to limit discussion of security issues at the summit, to avoid US perception that the country is backing Russia in its ongoing conflict with Ukraine.

Russia

The importance of BRICS has become greater for Russia since 2022. US and European sanctions have sharply curtailed trade between Russia and Western countries. Sanctions force Russia to seek new export markets and suppliers of critical technology and investors.

BRICS represents an important channel to achieve these goals, especially now that the body is looking to expand. Given the clear risk that Western sanctions will prove long lasting, Russia is likely to welcome the future accession of new countries to the BRICS group, especially if the additional members are aligned with it politically and/or distance themselves from the Group of Seven (G7) and other Western-led multilateral organizations.

 

Mainland China and India

Mainland China and India will probably use the BRICS summit as a platform for their similar but inherently competitive geopolitical strategies of promoting multilateral forums that focus more on emerging economies.

Both countries see their role as serving as a potential bridge between advanced and emerging economies, especially from the ‘Global South.’ Accordingly, they will probably encourage BRICS to make tangible progress in expanding links with emerging-market countries.

The two countries support the expansion of BRICS and see potential for the forum to provide a platform for cross-national security coordination and development financing, in parallel with existing Western-dominated institutions such as the G7 and the International Monetary Fund (IMF).

Neither mainland China nor India politically or militarily supports the Russia-Ukraine war, yet both governments are keen to develop a wider global consensus against Western-imposed multilateral sanctions — especially where these are perceived to damage their own development interests.

Brazil

President Luiz Inácio Lula da Silva is pursuing a proactive foreign policy geared to enhance Brazil’s global role and standing, focused on climate change, including combating deforestation and encouraging energy transition, and developing expanded multilateralism.

Since Lula took office in January 2023, Brazil has increased its emphasis on engagement with the BRICS group of countries. The bloc provides a vehicle for deepening economic relations with mainland China, and serves to encourage multilateralism, a priority objective for Lula.

Brazil is likely to attempt to position itself as the leading representative of emerging market countries from the South. Brazil is still to specify its main goals for the BRICS summit. Based on discussions so far, these are likely to include the creation of a common currency and the facilitation of trade to reduce reliance on the US dollar, as well as strengthening the BRICS development bank, currently headed by former Brazilian president Dilma Rousseff.

Potential new members

Several states of the Middle East and North Africa (MENA) region are intent on securing BRICS membership. Algeria, Bahrain, Egypt, Iran, Saudi Arabia and the United Arab Emirates (UAE) have all submitted requests for membership of the body, and the Turkish government has expressed an interest in joining the group.

Although there are significant economic differences between them, there are overlapping interests in these countries’ motivations to be included within BRICS. All would welcome opportunities for increasing bilateral trade in local currencies and reducing wider dependence on the US dollar.

This is likely to be a much higher priority for import-dependent economies such as Egypt and Turkey and sanctioned economies such as Iran than for major hydrocarbon exporters Algeria, Saudi Arabia and the UAE. With hydrocarbon exporters continuing to price their oil exports in US dollars, even if they are willing to accept payment in alternative currencies, this makes it less likely that attempts at establishing a directly competitive BRICS currency will be effective.

For the Egyptian and Turkish governments, both experiencing significant economic and solvency issues, access to the BRICS group’s New Development Bank (NDB) is likely to be a driver of seeking BRICS entry. They are likely to view NDB as a potentially viable alternative to engagement with the IMF and the prospect of the IMF requiring politically undesirable structural reforms as a condition for disbursement of funds.

Following Russia’s invasion of Ukraine, multiple MENA governments, particularly in the Gulf, have intensified efforts to establish more-independent foreign policy positions, geopolitically less directly aligned with those of the US.

BRICS membership would facilitate such policy orientation, as well as provide additional avenues to expand trade and commercial relationships and develop new business opportunities with Brazil, mainland China and Russia, while supporting initiatives within the Gulf Cooperation Council, notably in the UAE, to serve as a major international logistics hub.

L’allargamento dei Brics, l’alba di un mondo nuovo? Alessandro Visalli. August 2023

Quello che si è manifestato a Johannesburg appare essere un punto di svolta simile a quello degli anni Settanta[1]. Con l’ingresso nei Brics da gennaio 2024 si completa il passaggio dell’Arabia Saudita in nuove alleanze, preludio per l’annunciata chiusura delle basi americane (a giugno annunciata da Bin Salman[[2]]) e del consolidamento delle transazioni in altra valuta del petrolio.

Insieme al gigante arabo entrano anche altri attori di primo piano come l’Egitto, gli Emirati Arabi e l’Iran, in Sud America l’Argentina. Infine, l’importante, sotto il piano simbolico, Etiopia[[3]].

Impossibile sottovalutare l’evento, se pure atteso (e che spiega lo sforzo per escludervi Putin incriminandolo[[4]]): tra le cose più importanti c’è che l’Occidente collettivo (ed in particolare l’Europa) perde ogni residua influenza sull’Opec+[[5]] e quindi sulla geopolitica dell’energia, aspettiamoci benzina a parecchi euro ed energia a valori stabilmente alti (con buona pace di coloro che si attardano contro il cambiamento climatico ‘inventato’, senza capire che è questione letteralmente di sopravvivenza e non solo del pianeta [6]); in Africa a questo punto abbiamo, da Nord a Sud, tutte le principali potenze schierate contro l’Occidente imperiale[[7]], o almeno capaci di rivendicare maggiore indipendenza da questo, nessuno può immaginare anche militarmente di andare in Africa contro Egitto, Algeria e Sud Africa insieme, o in Medio Oriente contro Arabia Saudita, Iran, Emirati, e i relativi alleati (senza considerare che ha fatto domanda anche la Turchia); si saldano due colossi d’ordine come Arabia Saudita e Iran (capolavoro della diplomazia cinese) e con Egitto e Emirati diventano il polo inaggirabile della regione; nel cortile di casa degli Usa si saldano Brasile e Argentina, in pratica il centro del subcontinente ha cambiato collocazione.

Il Messico, con Bolivia, Honduras, Venezuela hanno fatto domanda. In estremo oriente ai due colossi della Cina e dell’India, membri storici, hanno fatto domanda il Bangladesh, l’Indonesia, il Kazakistan, la Tailandia, il Vietnam. Seguiranno altri come il Pakistan.

Il primo impatto si avrà sulla dinamica delle materie prime (non a caso nel vertice è stato dichiarato che i paesi africani vogliono usarle per svilupparsi) e quindi sulle ragioni di scambio (il prezzo relativo tra materie prime e prodotti intermedi o finali in uno scambio) che fino ad ora hanno arricchito l’Occidente. In termini medi avremo conseguenze sulla centralità del dollaro (che perde definitivamente l’ancoraggio saudita).

Se consideriamo che la sfida cinese (ma a questo punto in prospettiva anche indiana) e russa non si spendono solo in termini di controllo delle materie prime, ma anche di tecnologie, siamo ad una svolta epocale.

Ma conviene andare più ordinatamente, ed evitare di sovrainterpretare gli eventi. I Brics, (originariamente Bric, quando Jim O’Neil propose nel 2001 di nominare in tale modo i quattro paesi emergenti Brasile, Russia, India, Cina) solo nel 2006, quindici anni fa, a margine di un’assemblea dell’ONU decisero di organizzarsi in un coordinamento diplomatico informale e nel 2009 lo trasformarono in una sorta di club permanente (come il G7) nel Summit di Ekaterinburg.

Sin dalla dichiarazione del 2009 lo scopo dell’associazione è di instaurare un più equo ordine mondiale multipolare, nel quale, cioè, sia assente un egemone centrale. Nel 2010 venne ammesso il Sudafrica e progressivamente aumentarono le ambizioni. Mentre in una prima fase si trattava sostanzialmente di coordinare la propria azione nelle organizzazioni multipolari a guida occidentale (Onu, FMI, BM, Wto) progressivamente emerse lo scopo di modificarne gli assetti e/o organizzare autonomi organismi di sostegno allo sviluppo.

Passa necessariamente per questa nuova agenda la riduzione del ruolo dominante del dollaro (e quello subordinato dell’euro), la capacità di resistere ai ditkat del Fmi e BM e di resistere al rischio di subitanee fughe di capitali e crisi di liquidità, e alle sanzioni unilaterali. Insomma, resistere alle armi di distruzione finanziaria che l’Occidente spesso usa per disciplinare e minacciare il mondo.

 

Nel 2014, a questo scopo, i Brics decisero a Fortaleza di creare una propria Banca di Sviluppo che avesse il compito di finanziare le iniziative infrastrutturali comuni. Una Banca, si deve notare, aperta a chiunque e dotata di 50 miliardi per investimenti e 100 di riserva. La Banca è inoltre dotata di uno specifico accordo Swap e della piattaforma “Brics Pay”, per usare la moneta dei cinque paesi membri, anziché il dollaro americano.

Fanno parte dei Brics paesi piuttosto eterogenei, classificabili come del ‘secondo’ o ‘terzo’ mondo secondo la vecchia dizione, con una popolazione molto estesa (il primo e secondo, il settimo, nono, e ventiquattresimo, complessivamente circa tre miliardi e trecento milioni di abitanti su otto), una superficie territoriale che vede il primo, terzo, quadro e sesto paese più grande al mondo, un Pil nominale che vede il secondo, quinto decimo ed undicesimo paese (per complessivi circa 24.000 miliardi su 90.000) e un Pil PPA molto più grande con il primo, terzo, sesto, ottavo paese al mondo (per complessivi 49.000 miliardi su 141.000), enorme dotazione di materie prime.

Ma anche paesi classificabili come ‘democrazie’ di stampo occidentale (l’India, il Sudafrica, il Brasile) e ‘democrazie autoritarie’ (la Russia) o ‘democrazie popolari’ a partito unico (la Cina).

Paesi, infine, con diversi livelli di accordo con l’Occidente e gli Usa (come l’India, capace di stare in relazione contemporaneamente con la Cina, gli Usa e la Russia) o il Sudafrica e lo stesso Brasile, insieme a paesi in rotta di collisione frontale, come la Russia, o latente, come la Cina.

Cosa, dunque, li tiene insieme? In sostanza la storia del colonialismo e l’esperienza del Novecento. Il percorso di avvicinamento tra i paesi è stato infatti prudente e progressivo fino alla vera e propria esplosione di richiesta di adesione di questi ultimi mesi, con sei nuovi paesi accolti come ‘soci fondatori’ a pieno titolo dal gennaio 2024 (Argentina, Egitto, Etiopia, Iran, Arabia Saudita, Emirati Arabi Uniti) ed tanti altri in coda (Afganistan, Algeria, Bahrain, Bangladesh, Bielorussia, Bolivia, Cuba, Indonesia, Kazakistan, Kuwait, Palestina, Messico, Nicaragua, Nigeria, Pakistan, Senegal, Sudan, Siria, Thailandia, Tunisia, Turchia, Uruguay, Venezuela, Vietnam, Angola, Congo, Guinea e Zimbabwe).

Si parla di paesi che sono dei giganti economici e geopolitici, con dotazioni energetiche e di materie prime di primissimo livello e una popolazione cumulata di oltre un miliardo e seicento milioni di abitanti (cosa che fa superare la metà dell’umanità). Si tratta di un’impressionante accelerazione che è figlia dell’indebolimento relativo dell’Occidente sul piano materiale e, tanto più, su quello dell’autorità morale e della capacità di minaccia.

Quello dei Brics, tuttavia, in particolare se viene ulteriormente allargato (anche se magari non proprio a tutti), non è un controblocco egemonico che possa avere l’ambizione di governare il mondo come un nuovo G50 a trazione cinese. Se lo fosse il ‘Club’ dovrebbe essere più piccolo e non contenere troppi potenziali rivali di potenza simile.

Qui starebbero insieme letteralmente i nemici storici: l’India ed il Pakistan, l’Iran e l’Arabia Saudita, Siria e Turchia, o comunque a volte rivali, come Argentina e Brasile, o Messico. L’effetto sarebbe una paralisi geopolitica simile a quella che, sia pure in condizioni diverse, affligge l’Europa.

Ma se non è, e neppure può essere, il nucleo di un blocco egemonico nel senso della logica Occidentale, ovvero di quello che Arrighi chiamava sistema di egemonia, cosa ci mostra (in controluce, se vogliamo) questa improvvisa rottura degli argini ed allargamento? Due cose a mio parere:

    che si tratta essenzialmente di un esercizio di autodifesa, resasi necessaria dalla postura aggressiva dell’egemone anglosassone;

    e che recepisce le tre lezioni che negli ultimi anni esso ha impartito.

In altre parole, l’allargamento dei Brics segna, da una parte, la diluizione della potenza relativa cinese nella compagine, dato che crea le premesse di un nuovo e potente polo Medio Orientale, e rafforza quello africano[[8]].

Infine, fa da contrappeso alla centralità russo-cinese anche l’ingresso di un paese di lingua spagnola in Sudamerica della grande rilevanza come l’Argentina, preludio forse ad altri allargamenti decisivi nel “cortile di casa” degli Usa[[9]].

Dall’altra, al contempo, il sistema Brics crea un’area di potenziale scambio commerciale e condivisione finanziaria sempre più ampia ed in grado, con il successivo allargamento a questo punto probabile, di raggiungere o superare la rilevanza dei mercati Occidentali.

E, infine, crea un drammatico rafforzamento della capacità di governare i flussi di materie prime energetiche grazie all’ingresso simultaneo del paese con 300 miliardi di barili di riserve (mentre il primo, il Venezuela che è un paese ‘amico’ ne ha 304) e del terzo, l’Iran (156), senza dimenticare gli Emirati Arabi Uniti ed il Kuwait (145) che ha fatto domanda.

In sostanza, tra i paesi con maggiori riserve, restano fuori solo il Canada (170), l’Iraq (145), gli USA (69) la Libia (48), il secondo e terzo perché sostanzialmente sotto occupazione. Anche guardando la produzione attuale, ovvero l’impatto immediato, su 80 milioni di barili al giorno, i paesi dei Brics ne controllano ora direttamente 38 milioni, ma con i paesi che hanno fatto domanda salirebbero a 50 circa. Considerando invece i consumi gli Stati Uniti sono in deficit di 8 milioni tra produzione e consumo (11/19 milioni) l’Europa, il Giappone sono in deficit e i paesi del Bric hanno un consumo di ca 30 milioni. In sostanza ora sono in grado di controllare il mercato e di fare il prezzo.

Dunque non è un blocco egemonico coeso ed alternativo all’Occidente a guida Usa. Non è il ‘club’ della Cina. Si tratta di un sistema di autodifesa tendenzialmente orizzontale, fondato sul principio che non si vuole più essere dominati da una potenza egoista (e fintamente universalista). Questo lo rende in questa congiuntura del tutto determinante.

È, del resto, una delle più potenti molle interne dello stesso sviluppo cinese e del ‘mandato del cielo’ del Partito Comunista, ma anche della rinascita russa: la memoria delle umiliazioni (più remote nel primo caso, più recenti nel secondo), che l’Occidente ha fatto subire ai paesi che si sono mostrati deboli. Il ricordo di colonialismo e imperialismo e delle sue meccaniche di estrazione del valore tipiche.

Ricordo che si unisce alle “tre lezioni” che la crisi ucraina sta impartendo proprio ora al mondo:

    la prima, che gli Usa possono ‘rubare’ le riserve ed espropriare in modo del tutto illegale i privati cittadini dei paesi che gli si oppongono;

    la seconda, che, al contempo, le temutissime sanzioni non possono piegare un paese dotato di materie prime, clienti e capacità industriale adeguata;

    infine, la terza, che la grande potenza tecnologica militare dell’Occidente non riesce a fare la differenza mentre la sua industria bellica non è più all’altezza di una guerra ad alto attrito.

Insomma, il re è nudo (ma, contemporaneamente, è più cattivo che mai).

Non è un nuovo polo geopolitico compatto, ma bastano queste tre lezioni, unite alla memoria, per lanciare la sfida: non si vuole più essere dominati e si preferisce tentare una strada di autogestione e governo condiviso, per porre fine finalmente alla ‘grande divergenza’ che sussiste da cinquecento anni.

La sfida consiste quindi nel dare vita ad una sorta di nuovo G11 (e poi G30-50), nel quale compensare i propri commerci e creare le proprie riserve strategiche e investimenti per lo sviluppo, un organismo di coordinamento e cooperazione che faccia leva sul controllo dei mercati dell’energia, della finanza (almeno per sé, anche tramite nuove piattaforme di pagamento[[10]]), protegga e sviluppi le proprie tecnologie, migliori le ragioni di scambio delle merci in modo da far cessare il neoimperialismo Occidentale sul ‘Sud Globale’.

Lo slogan cinese di una “comunità con un futuro condiviso per l’umanità”[[11]], ispira un approccio cooperativo e pragmatico, particolarmente concentrato sulle esigenze di base di paesi a reddito pro capite ancora basso o medio, alle infrastrutture essenziali, a schemi di reciproco vantaggio.

La Dichiarazione di Johannesburg[[12]], con la quale chiudiamo, si avvia con la dichiarazione di tre principi ed obiettivi: il partenariato per una crescita reciprocamente accelerata; lo sviluppo sostenibile; il multilateralismo inclusivo. Uno spirito di rispetto, eguaglianza sovrana, democrazia apertura ed inclusività nel quadro di un ordine internazionale più rappresentativo e giusto.

Nel quadro di una riaffermazione della centralità dell’Onu (sostanzialmente messa da parte dalle potenze egemoni, tra cui gli Usa ma anche la Russia), la Dichiarazione esprime “preoccupazione per l’uso di misure coercitive unilaterali, che sono incompatibili con i principi della Carta delle Nazioni Unite e producono effetti negativi soprattutto nei paesi in via di sviluppo. Ribadiamo il nostro impegno a potenziare e migliorare la governance globale promuovendo un sistema internazionale e multilaterale più agile, efficace, efficiente, rappresentativo, democratico e responsabile”.

Ovviamente tale richiesta passa per la maggiore rappresentanza dei mercati emergenti e dei paesi in via di sviluppo. Inoltre, la difesa dei diritti umani, ma includendovi anche il Diritto allo Sviluppo (introdotto nella Dichiarazione del 1948 dall’allora Urss[[13]]) e, soprattutto, “in un contesto non selettivo e non politicizzato”, oltre che “in modo costruttivo e senza doppi standard”.

Quindi, e questo è certamente uno dei centri della rivendicazione: “Sosteniamo una riforma globale delle Nazioni Unite, compreso il Consiglio di Sicurezza, con l’obiettivo di renderlo più democratico, rappresentativo, efficace ed efficiente, e di aumentare la rappresentanza dei paesi in via di sviluppo tra i membri del Consiglio in modo che possa rispondere adeguatamente alle sfide globali prevalenti e sostenere le le legittime aspirazioni dei paesi emergenti e in via di sviluppo dell’Africa, dell’Asia e dell’America Latina, tra cui Brasile, India e Sud Africa, a svolgere un ruolo maggiore negli affari internazionali, in particolare nelle Nazioni Unite, compreso il Consiglio di Sicurezza”.

Quindi il sostegno ad un sistema commerciale multilaterale, aperto, trasparente, giusto, prevedibile ed inclusivo, non discriminatorio, fondato sulla OMC e il diritto ad un Trattamento speciale e differenziale (S&DT) per i paesi in sviluppo, e la riforma del sistema commerciale con eliminazione delle sanzioni unilaterali ed illegali (come quelle praticate largamente dagli Usa contro i loro nemici pro tempore).

Viene richiesta al punto 10 una riforma generale delle istituzioni di Bretton Woods (FMI e BM), per garantire un ruolo maggiore ai mercati emergenti e la ridefinizione delle quote di partecipazione al FMI (che ora vedono gli Usa altamente sovrarappresentati).

Oltre a fare cenno alle situazioni in Niger, Libia, Sudan e Yemen, la Dichiarazione si spende per la questione palestinese, auspicando una “soluzione a due Stati, che porti alla creazione di uno Stato di Palestina sovrano, indipendente e vitale”.

Per quanto attiene la guerra in Ucraina[[14]] la Dichiarazione, firmata anche dalla Russia, è necessariamente prudente: “Ricordiamo le nostre posizioni nazionali riguardo al conflitto in Ucraina e nei dintorni, espresse nelle sedi appropriate, tra cui il Consiglio di sicurezza delle Nazioni Unite e l’Assemblea generale delle Nazioni Unite. Notiamo con apprezzamento le pertinenti proposte di mediazione e di buoni uffici volti alla risoluzione pacifica del conflitto attraverso il dialogo e la diplomazia, compresa la Missione di pace dei leader africani e il percorso proposto per la pace”.

La sfida è quindi lanciata, per un mondo più grande e più giusto, nel quale finalmente abbia termine l’eredità dell’accumulazione originaria a scala mondiale tramite i genocidi e le stragi del Cinquecento, il commercio di rapina del Seicento e Settecento, con l’estensione progressiva dell’economia schiavista, il colonialismo ottocentesco e l’imperialismo primo novecentesco, seguito dal neocolonialismo e perdurante imperialismo trasformatosi nella decolonizzazione.

È questa la memoria che tiene insieme i Brics e questa è la missione che si danno. Nulla di più, nulla di meno.

 

Franco Trondoli, Tuesday, Aug 29 2023 10:47:39pm

Più che un Mondo nuovo non le pare che possa essere un Mondo diversamente dominato ?. Saluti

 


[1]  Ovvero l’interruzione unilaterale della convertibilità del dollaro in oro definita a Bretton Woods e quindi, dal 1971, la possibilità di espandere i crediti ed emettere potere di acquisto in modo in via di principio illimitata. Una pratica che è stata da allora praticata dalle Banche Centrali del network Occidentale, sotto la ferrea guida della FED. Chiaramente perché da un sistema d’ordine che non reggeva più si potesse passare ad un altro equilibrio in quella transizione sono stati necessari da dieci a quindici anni. Anche questa è in corso dal 2008 (che ne rappresenta la ‘crisi spia’), ha rotto gli argini nel 2020, di cui il 2022 è una conseguenza, ma proseguirà, accelerando, ben oltre questo decennio durante il quale si comincerà presumibilmente a vedere la forma dello schema alternativo.

[2] Bin Salman è l’erede al trono Saudita e Ministro degli Esteri che sta portando l’Emirato in direzione della rottura delle sue tradizionali alleanze e in direzione di una molto più ampia libertà strategica. Ne sono caposaldi l’avvicinamento alla Cina, il rifiuto di condannare la Russia, l’apertura di relazioni con l’Iran, la rottura dello schema dei ‘petrodollari’, negoziato segretamente con gli Usa negli anni Settanta.

[3] L’Etiopia ha 116 milioni di persone, ma soprattutto: ha un ruolo chiave nell’Unione Africana che ha sede ad Adis Abeba; non è mai stata una colonia europea avendo battuto sia gli italiani che gli inglesi nel 1897 -Accordo di Rodda-; è tra i siti di più antica ominazione -circa tre milioni di anni- e sede di una civiltà autonoma statuale che in alcune fasi si è estesa anche alla penisola arabica, scontrandosi con l’impero sasanide persiano e confinando con quello romano.

[4]  Incriminazione della Corte di Giustizia Internazionale dell’Aia per l’accusa di aver deportato bambini dall’Ucraina, Corte non riconosciuta dagli Usa, Russia e Cina, ma dal Sudafrica.

[5] L’Opec+ è l’estensione dell’organizzazione (Opec) creata negli anni Sessanta tra i principali paesi esportatori di petrolio del mondo al cui centro è l’Arabia Saudita (a sua volta membro della Oapec). I paesi membri controllano il 79% dele riserve di petrolio e il 35% di quelle di gas. I membri dell’Opec sono 14 (di cui 6 sono membri o aspiranti tali dei Bric), i membri dell’Opec+ sono 23 e aggiungono la Russia, il Messico, il Kazakistan, l’Azerbaijan, il Bahrain, il Brunei, la Malesia, l’Oman, il Sudan, e Sudan del Sud. Di questi non fanno parte del Bric, o non hanno ancora fatto domanda di adesione in qualche forma solo il Brunei, Malesia, Oman (nessuno di questi tra i principali produttori mondiali).

[6] La vera molla che spinge a rompere gli indugi e forzare le resistenze interessate (dei grandi produttori di fossili o della industria tradizionale) alla transizione energetica non è il cambiamento climatico, pur esistente, quanto l’assoluta necessità di rendersi meno dipendente dagli approvvigionamenti di energia dell’Opec+ e dello stesso ‘amico’ americano. E’, per l’Europa, letteralmente una questione di sopravvivenza. Chi teme di essere costretto a cambiare l’auto o la caldaia si chieda piuttosto che farsene con il gasolio a 5,00 € e il gas a 150,00 €/mc. O si chieda quale industria europea resterà in tali condizioni.

[7] Ovvero non tanto contro l’Occidente in quanto tale, quanto indisponibili a farsi governare da questo.

[8] Non solo per l’entrata a Nord di una potenza d’ordine di grandissimo prestigio come l’Egitto, quanto anche per la simbolica presenza dell’Etiopia.

[9] In particolare se, ai due grandi paesi del Sud, Brasile ed Argentina, si aggiunge una grande potenza d’area ma intrecciata in modo complesso, se pure storicamente conflittuale, con gli Usa come il Messico.

[10] Come, ad esempio, Brics Pay (https://www.brics-pay.com/)

[11] Si veda, “Dal Grande Gioco triangolare alla polarizzazione. Circa la posizione diplomatica e strategica cinese”

[12] https://press.russianews.it/press/xv-vertice-dei-brics-tutti-i-punti-della-dichiarazione-finale/

[13] La Dichiarazione dei Diritti Umani del 1948 è, ovviamente, una pietra miliare del processo di formalizzazione del concetto. I suoi antecedenti sono la Dichiarazione di indipendenza americana del 1776, dall’altra alla Dichiarazione dei diritti dell’uomo del cittadino francese del 1789. C’è, però, una importante differenza tra i due antecedenti. La Dichiarazione americana non è una carta dei diritti e il testo è dedicato prevalentemente a motivare le ragioni dell’indipendenza dalla corona britannica, e gli argomenti sui diritti dell’uomo sono inseriti solo come cappello retorico introduttivo e chiave di una legittimazione che si pretende estranea alla fedeltà al re. Si può dire che il famoso preambolo per il quale tutti gli uomini sono creati uguali, cioè dotati di inalienabili diritti, tra cui la vita, la libertà e il perseguimento della felicità, serve, in tutte le Dichiarazioni di questo periodo ad affermare che i governi sono istituiti per garantire questi diritti, e quindi sia diretta ad affermare che il fondamento della vita sociale non deriva dal re, non deriva dalla tradizione, ma deriva da Dio per come viene interpretato nel testo. Compiendo questo rovesciamento del canone fondativo si esprime con la massima chiarezza, e si pone al centro della scena, una mossa emancipativa di primario valore. Ma i contenuti e fondamenti dei diritti inalienabili, su cui si basa quella mossa, sono ridotti al contempo ai minimi termini; non è il caso di ricordare che in tutti gli uomini non erano incluse né le donne né, tantomeno, gli schiavi. Del resto, quando dieci anni dopo viene approvata la Costituzione americana non ci sono in essa Dichiarazioni dei diritti. Queste vengono aggiunte ancora dopo nel 1789 e nel ‘91, anche sulla scorta della Rivoluzione francese, in forma di emendamenti alla Costituzione, e in esse si parla di diritti civili interni alla nazione americana. Invece la Dichiarazione dei diritti dell’uomo e del cittadino del 1789 francese ha una caratterizzazione dei diritti dell’uomo molto particolare. Ci si appella qui a diritti naturali inalienabili e sacri dell’uomo, cioè ad una dimensione universalistica astorica; però, già dal terzo articolo, la Dichiarazione prende una piega storicamente determinata, eminentemente politica, e la libertà individuale viene limitata dalle leggi “espressione della volontà generale”, quindi giustificate dal bene della società verso le quali la resistenza del cittadino è giudicata inammissibile. Dunque, il protagonista della Dichiarazione del 1789 è la legge civile, definita dalla Nazione, all’interno della quale il cittadino trova il suo spazio di libertà. L’intera Dichiarazione si rivolge al cittadino.

 

Centocinquanta anni dopo, la Dichiarazione del 1948 è diversa. Per la prima volta l’idea di un “Diritto naturale” che appartiene individualmente a ciascun membro della specie umana è effettivamente articolato. Ci si trova di fronte a un tentativo di creare un corpus di diritti nel senso comune del diritto legale che però, diversamente dai codici delle leggi finora conosciute, non dipende da alcun organismo politico. È chiaro che una delle spinte decisive per scrivere questo documento consisteva nel desiderio di trovare un modo per condannare i criminali nazisti che non facesse riferimento alla legge tedesca. Peraltro, atrocità come l’olocausto non sarebbero risultate legali neppure secondo la legislazione razzista del Terzo Reich, ma di fronte a ciò che si presentava come male assoluto e avendo vinto la guerra emergeva con potenza, da entrambe le parti vincitrici, la necessità di trovare un punto di vista superiore astorico che non concedesse alcun terreno di legittimità la legislazione nazista. In questa ottica, storicamente data, l’idea di diritto umano con i suoi antecedenti storici si sposava perfettamente a questa funzione. Naturalmente a questa esigenza storica si univa la tendenza e la cultura individualista e antitradizionalista americana. Ma nelle fasi preparatorie emersero subito notevoli difficoltà. Nell’inquadrare dal punto di vista etico e filosofico il testo, ad esempio, l’Associazione Antropologica Americana mosse critiche molto severe alla possibilità stessa di concepire qualcosa come una ‘dottrina universale dei diritti umani’. Gli antropologi osservarono come fosse impensabile considerare come base di partenza dell’analisi un individuo desocializzato. Ciascun individuo si determina sempre ed inevitabilmente come parte di un gruppo sociale, con una forma di vita sanzionata nei modelli il comportamento. In questa prospettiva una Dichiarazione che pretendesse di applicarsi a tutti i singoli esseri umani, prescindendo dalle appartenenze culturali (e quindi in effetti prescindendo dalle particolarità dello sviluppo della cultura nazista in Germania) rischiava di essere implicitamente imperialista. Come sostenne l’Associazione “e rischia di diventare un’affermazione di diritti concepiti solo nei termini dei valori prevalenti nei paesi dell’Europa occidentale e dell’America”. In sostanza si rischiava di ripetere la mossa del “fardello dell’uomo bianco” che aveva alimentato il colonialismo. Queste ragionevoli considerazioni vennero semplicemente ignorate.

In effetti il progetto non era affatto descrittivo, nessuno pensava che i “diritti umani” fossero una sostanza data, ma espressamente normativo, tutti la ritenevano un’opportuna norma da porre. Secondo le parole di René Casin “poggiava su un atto di fede in un domani migliore”. È ovvio che sul piano logico l’idea che potesse esistere qualcosa come un “diritto di natura” è un esempio sfacciato di fallacia naturalistica che trasforma una presunta naturalità in norma. In natura noi possiamo trovare fatti, ma i valori implicano delle norme. Non le implicano ‘naturalmente’ e senza il passaggio della scelta politica e, quindi, della contingenza storica.

Nell’articolo tre della Dichiarazione troviamo scritto che “ogni individuo ha diritto alla vita, alla libertà e alla sicurezza della propria persona”. Tutti possiamo leggerla come una considerazione condivisibile: chi potrebbe mai desiderare che gli sia tolta la vita o la libertà. Chi potrebbe mai desiderare di vivere nell’insicurezza. Ma da questi valori ragionevoli non scaturisce alcuna norma. Il fatto che un individuo abbia diritto alla libertà significherebbe che la sua libertà non può mai essere vincolata. Ma evidentemente esistono leggi, carceri, punizioni per i casi nei quali la libertà distrugge il vivere comune e civile. La questione è, piuttosto, sempre quanta libertà e sotto quali condizioni. La questione è quella posta dalla Costituzione francese. Ma se ammettiamo che la libertà di cui si tratta è quella consentita dal diritto positivo dei vari Stati, allora la Dichiarazione è totalmente vuota. Se, viceversa, non facciamo riferimento a nessuna registrazione reale non si sa di che cosa si sta parlando. Peraltro, nella stessa frase è dichiarato, oltre al diritto alla libertà, anche quello alla sicurezza. Dunque, si pone il problema di quanta sicurezza e del conflitto tra la sicurezza di uno e la libertà dell’altro (ad esempio, di costringerlo a lavorare, di rendere insicura la sua vita, per es. aumentando la “flessibilità” e “precarietà”, per ridurne la forza negoziale).

Il tema è sempre, in altre parole, come limitare la libertà o quanta libertà può limitare la sicurezza. Norberto Bobbio osservava che i “diritti naturali” non sono “diritti”, ma al massimo “esigenze” che poi devono essere fatte valere negli ordinamenti normativi positivi. La cosa è particolarmente evidente appena ci si accosta al gruppo dei “Diritti umani” di contenuto sociale (articoli da 22 a 27), qui la situazione è davvero paradossale. Si tratta infatti di “diritti” inseriti inizialmente sotto la pressione dell’Unione Sovietica (la quale comunque si astenne dalla votazione finale). Di norma quando si levano gli scudi per denunciare le violazioni dei “Diritti umani” questi sono sistematicamente ignorati, perché sono ininterrottamente violati ovunque dal ‘48 a oggi. Il fatto è che per essi ogni individuo ha il “diritto umano” al lavoro, o alla “protezione contro la disoccupazione”, o, ancora, ad “una rimunerazione equa e soddisfacente che assicuri a lui stesso e alla sua famiglia un’esistenza conforme alla dignità umana” (art. 23). Oppure ha diritto a “ferie periodiche retribuite” (art. 24). Si tratta evidentemente di un libro dei sogni che conta violazioni innumerevoli anche nei paesi più benestanti. Anzi che è sistematicamente violato, disapplicato e distrutto tanto più quanto più il liberalismo e la sua forma pura neoliberale si afferma.

[14] Per la quale rinvio a “La guerra necessaria. Logiche della dipendenza”.