Las FPL y la confrontación de líneas políticas en la coyuntura electoral de mayo de 1976. Roberto Pineda

En 1976 las fuerzas políticas aglutinadas en la Unión Nacional Opositora, UNO, integrada por el Partido Demócrata Cristiano, PDC, el socialdemócrata Movimiento Nacional Revolucionario, MNR, y la comunista Unión Democrática Nacionalista, UDN; debido a múltiples actos del régimen militar para ilegalizarles candidaturas,  decidieron retirarse y no participar en las elecciones municipales y legislativas de marzo de ese año.

Frente a este hecho, y en el marco de una intensa lucha ideológica, reacciona el boletín mensual de las Fuerzas Populares de Liberación, FPL, El Rebelde No. 43, de mayo de ese mismo año. Comenta El Rebelde que “dadas las condiciones concretas existentes, NO FUE POSIBLE a los sectores –burgueses y pequeño burgueses de oposición LLEVAR SU PARTICIPACION ELECTORAL HASTA EL FINAL.”

Agrega que “su línea electorera, sus llamamientos al pueblo a votar, no pudieron llevarlos hasta su culminación. De tal manera, su lema de:»Tu voto es decisivo», promovido durante te meses, tuvo que ser cambiado apresuradamente por el de «No votes». El lema de “las elecciones son el único camino del pueblo para propiciar los cambios que el país necesita» (proclamado en discursos y publicaciones) tuvo que ser cambiado al retirarse en vísperas de las mismas, para proclamar que, según ellos, lo que corresponde es «el rescate de la constitucionalidad».

En segundo lugar,  consideran con respecto a  la UNO que “tanto su línea electorera de participación, como la de abstención pasiva final, tenían la misma raíz y por consiguiente estuvieron empapada de legalismo, oportunismo y reformismo burgués, por lo que no ayudaron ni podían ayudar a levantar el ánimo combativo de los sectores del pueblo y, llegado «el momento culminante” sembraron gran confusión, desmoralización y defraudación  sobre aquellos sectores que habían sido ilusionados con el espejismo de que los problemas se pueden resolver por la vía electoral.”

Estima El Rebelde que “es útil señalar  que uno de los evidentes resultados de esa línea electorera y oportunista, al repetirse sistemáticamente, es que han ido hundiendo a ese sector en una cada vez más profunda incapacidad orgánica operativa (si es que alguna vez la tuvo) y de disposición objetiva y práctica para intentar siquiera darle respuestas adecuadas frente a los fraudes e imposiciones. Así, frente a los deseos de algunos sectores obreros en 1972de declarar la huelga general después de las elecciones presidenciales, la posición de las dirigencias electoreras fue de una abierta y vergonzosa disuasión con el lema de: “usaremos la inteligencia en vez de la violencia de las masas.”

Como tercer elemento de análisis señala que “Los mis recalcitrantes electoreros, aquellos que estaban dispuestos a seguir ese camino incluso en las peores condiciones de engaño al pueblo por parte del régimen y que estaban dispuestos a seguir a éste en su farsa aunque sólo fuera por conseguir una alcaldía, un diputado o un alguacil, resultaron ser los estrategas de la corriente oportunista tradicional ( que se conocen como revisionistas de derecha) –el partido comunista salvadoreño- que hasta última hora mostraron su inconformidad con el retiro.”

Otro elemento argumentan,  fue que “en esta ocasión se puso una vez más de manifiesto, con toda fuerza, quién es el que manda dentro de la alianza electorera: el pilotaje y la hegemonía de los sectores burgueses que dirigen al demócrata cristiano y que imponen su hegemonía de clase burguesa sobre cualquier otro sector de dicha alianza y que le imprimen en lo estratégico el sello de sus intereses clasistas burgueses a toda ella en su conjunto. Y no importa que los oportunistas proclamen falsamente que representan los intereses de la clase obrera.”

Se pregunta El Rebelde: “¿cómo fue enjuiciada esta dura realidad por los tradicionales oportunistas?  Y responde: “ciegos por un dogmatismo recalcitrante, dirigen el malestar que les producen sus desaciertos no hacia sus propios errores, sino contra el cliché que cómodamente se han formado: contra lo que ellos llaman el «ultraizquierdismo», aplicando esa denominación a toda una gama de corrientes de diversa naturaleza que en el desarrollo del proceso revolucionario han ido surgiendo en el país.”

Añade que “de poco sirve que se enfilen las baterías dogmáticas y recalcitrantes desde las páginas del periódico que expresa el pensamiento oportunista,  electorero y reformista burgués: “Voz Popular” contra los sectores más avanzados del pueblo.”

Continua diciendo que “negar el desarrollo de la Guerra Prolongada del pueblo conduce a sus redactores a una ceguera y obcecación en la defensa de sus lineamientos erróneos, que les ha vuelto incapaces para enjuiciar los nuevos elementos objetivos que están presentes en la vida nacional y centroamericana.”

“Así, en los artículos publicados recientemente, intitulados: “Apuntes para el balance de la jornada electoral», tratan de presentar la bancarrota de su desprestigiada línea electoral como un triunfo político.”

Indica El Rebelde refiriéndose a la UNO que “poniendo “al mal tiempo buena cara”, adoptan un aire triunfalista y arrogante, señalando como muy positivas consecuencias del retiro de las elecciones: 1) El abandono por parte de las direcciones de los 3 partidos de su indiferencia y su mayor incorporación a las tareas de movilización ( ¿cuáles?). Dicen que el retiro electoral provocó un “brusco incremento del apoyo popular”  a la Uno (con lo que indirectamente están reconociendo la frialdad popular a la línea de participación  electorera).

“Qué es lo que la vida ha demostrado?” se pregunta el analista de El Rebelde y responde ( en mayúsculas en el original): “Que la única línea que se apegó a la realidad,  la única orientación política que muestra ser consecuente para la lucha del pueblo frente a sus enemigos, es la línea basada en la estrategia político-militar de la Guerra Prolongada del pueblo:”

 Añade que “sólo ella ha mostrado que es capaz de extraer de la realidad nacional actual un análisis integral y de concreciones tácticas, equilibrado y práctico para incorporar al pueblo a escalones ascendentes de lucha. En este sentido ¿cuál fue la línea política promovida por las F P L en la reciente coyuntura electoral?¿Fue esta línea confirmada por la vida?·

“La línea político-militar de las F P L planteada en la reciente coyuntura electoral de acuerdo con su estrategia revolucionaria político-militar facilitó la incorporación de crecientes sectores populares a la acción combativa en sus diversas formas contra la tiranía militar fascistoide y sus amos: el imperialismo yanqui y la burguesía criolla.”

He aquí algunos elementos básicos de la línea de las FPL en ese momento:

“Adoptar una actitud combativa en la coyuntura electoral significa NO SOLO REPUDIAR LA PARTICIPACION EN LAS URNAS ELECTORALES, NO SOLO NEGARSE A VOTAR, sino que combatir ese camino, desacreditar ese recurso de los explotadores, cada uno en el nivel y con los medios organizados que tenga a su alcance: la propaganda secreta y abierta, verbal y escrita, la lucha reivindicativa combativa de las masas, y la lucha armada por parte de las unidades armadas revolucionarias del pueblo. No se trata de que todos adopten la misma modalidad y los mismos recursos, sino que el conjunto de los distintos planos y modalidades de acción contra la alternativa reaccionaria burguesa configuran la respuesta de los sectores avanzados del pueblo a la maniobra electoral de la reacción interna y el imperialismo y a todos los que les hacen el juego sumándose al electorerismo burgués y pequeño burgués…” (EL REBELDE, No. 37-Nov. 1975).

Y continua citando a El Rebelde No. 37, de noviembre de 1975: “La táctica revolucionaria del pueblo en la coyuntura electoral, en este período en que la Guerra Revolucionaria se desarrolla, tiene que abarcar toda la gama de modalidades de actividad y lucha del pueblo que pueda ayudarle eficazmente a desarrollar el proceso revolucionario y combinarle estrechamente.”

“Por un lado las acciones de la guerrilla revolucionaria, se esforzaran por mostrar  las masas el camino del combate armado contra los enemigos del pueblo…Los órganos armados revolucionarios en el seno de las masas han de esforzarse por sabotear los intentos de las clases dominantes por engañar a las clases obrera y campesina….Las masas populares deben esforzase por elevar su combatividad y la intensidad de sus luchas reivindicativas económicas y sociales, la lucha contra la represión política, los crímenes y atropellos antidemocráticos del régimen, contra el escalamiento de las medidas de tipo fascista y por el desenmascaramiento y denuncia de la farsa electoral. Y cada ciudadano consciente en la medida de sus capacidades y posibilidades, podrá hacer labor  activa de desenmascaramiento del engaño electoral, del fraude, de la imposición, la mentira y de la servil actitud del electorerismo “opositor.” ( hasta aquí la cita).

Concluye el análisis de El Rebelde asegurando que “las FPL continuarán modesta pero persistentemente en su deber de orientar al proletariado y demás sectores populares hacia su  incorporación a las tareas político-militares de la Guerra  Prolongada del Pueblo!

Dilemas e invenciones del tiempo lineal burgués en Chile, siglos XIX-XXI. Maximiliano Salinas. 2019

Yo me sentía morir;/Inventé unas máquinas,/Construí relojes,/Armas, vehículos,/Yo soy el Individuo./Apenas tenía tiempo para enterrar a mis muertos,/Apenas tenía tiempo para sembrar,/Yo soy el Individuo. (Parra, 1956, pp. 153-154)

Delia [del Carril] más de una vez ha explicado, convencida por Pablo [Neruda], me parece, la manera extraña de ser de los chilenos que tienen un concepto distinto de la vida al de otros pueblos más progresistas. En Chile no se trata de enriquecer sino de vivir a su manera. […]. Nadie tiene interés en acumular dinero sino en gozar de la existencia, practicando sus preferencias. Nadie estaría dispuesto a ceder un momento agradable de su tiempo a fin de juntar fortuna. (Lago, 1999, p. 73)

Una historia no lineal nos permitiría recuperar muchas cosas que hemos dejada olvidadas por el camino de la mitología del progreso: el peso real de los pueblos no europeos, el papel de la mujer, […]. (Fontana, 2002, p. 194)

Introducción

En un hermoso mapa que acompaña la edición italiana de la historia de Chile de Juan Ignacio Molina, impreso en Bologna, en 1776, aparece en el territorio chileno un «indiano araucano», de poncho y pies descalzos. El indígena encarna la presencia del tiempo y el espacio chilenos. De una manera ancestral, brotada de la tierra (Molina, 1776). En esa imagen el tiempo real chileno no es el de la Europa burguesa.

La historia burguesa es la formación social de la apropiación capitalista del tiempo.

Éste, objetivado, hay que ganarlo, utilizarlo, atraparlo. La burguesía italiana lo dijo en el siglo XIV: «Quien no pierde el tiempo puede hacer casi todo; y aquel que sabe emplearlo bien se hará pronto dueño de cualquier situación […]. Para no perder nada de ese precioso bien que es el tiempo, me impongo esta norma: no estar nunca ocioso, rehuir el sueño y no reclinar la cabeza hasta caer rendido de cansancio […]. Prefiero perder el sueño que el tiempo» (Sombart, 2005, pp. 121-122).

El tiempo burgués inició su itinerario de expansión planetaria en la Europa moderna entre los siglos XVI y XVIII. Nació con la pretensión de conquistar el orbe terrestre para el capitalismo. El tiempo pasó a ser una empresa destinada a asaltar el espacio del mundo, entendiendo la historia como una línea recta y secuencial, incesante, el progreso continuo de una codicia (cupiditas) a otra, como definiera el filósofo inglés Tomas Hobbes la felicidad en el siglo XVII.

El tiempo como enfrentamiento del yo con los adversarios: agrediéndose, ultimándose incluso consigo mismo. Como lo hiciera el bombardeo de La Moneda en Santiago de Chile en 1973, haciendo explotar, de modo real e imaginario, la arquitectura borbónica y republicana representada en el edificio de Gioacchino Toesca (1745-1799) (Constable & Valenzuela, 2013).

El tiempo pasa a ser un objeto a disposición del sujeto burgués. Devorada entre el pasado desechado y el futuro por venir, la historia extravía su presente, olvida su presencia. Proyectado hacia el futuro, descarta las huellas y las marcas del pasado. El pasado es el confinamiento de los desafortunados, los incompetentes.

En Chile el tiempo burgués comenzó a definirse con el sistema republicano del siglo XIX. Al borde del bicentenario de dicho régimen afirmó el empresario del retail Isaac Hites Averbuck (1931- ): «Antes Chile era un país pobre, hoy Chile es un país rico, hay muchas oportunidades para la gente […]. Mis hijos viven en casas maravillosas, en verdaderos palacetes»[1].

Tras el bicentenario, durante la primera administración de Sebastián Piñera, otro empresario del retail Horst Paulmann Kemna (1935-) afirmó: «Los empresarios son lo más valioso que existe en el mundo, porque ellos empujan la economía. Si no, no tendríamos autos, ni electricidad; si no hubiéramos tenido gente como el señor Paulmann dedicado a cosas, andaríamos todavía en burro o en caballo y no tendríamos tampoco esa fabulosa torre que se llama Costanera Center que está lindísima, ¿no? Uy que está bonita la torre esa ¿ah? […]. Es una torre bonita, es una torre linda para Chile. En doscientos años más yo no voy a estar, pero la torre estará ahí […] va a estar siempre ahí, dominando el cielo»[2].

Por su parte, los pobres remiten al pasado. Según el empresario José Yuraszeck (1951- ) en 1997: «Todavía hay mucha gente que no se sube al carro del desarrollo»[3]. El futuro es la forma atrevida e ilusoria de controlar el tiempo: la panacea del capitalismo. Sebastián Piñera (1949- ), empresario y presidente de la república, anunció en 2010: «Definitivamente la prioridad en nuestro gobierno es la construcción del futuro […]»[4].

Ricardo Lagos (1938- ), ex presidente de la república, sentencia en 2016: «Lo que pienso es futuro siempre»[5] ¿Dónde se concreta ese futuro esplendor? Los habitantes del futuro son quienes pueden alcanzar las promesas del capitalismo. Lo señaló el ministro de hacienda de Patricio Aylwin Alejandro Foxley (1939-) en 2001: «Los actores centrales del futuro son justamente los llamados grupos medios emergentes: los que van a los malls, los que viajan a Punta Cana y a Cancún; son los supervisores de empresas, los ingenieros de computación, los que están en transnacionales instaladas en Chile […]. Son los que están marcando la pauta de los estilos de vida»[6].

¿A dónde se dirige el tiempo capitalista? ¿Cuál es el alcance de su futuro? En el lenguaje popular chileno del siglo XIX la vida del famoso empresario del ciclo minero Matías Cousiño (1810-1863) fue interrumpida por los propios artificios de su maquinización, por la voluntad suicida de su aspiración moderna. Recordó la memoria popular Antonio Acevedo Hernández (1886- 1962), escritor y conocedor de la cultura popular chilena: «Jué don Matías Cousiño / un jutre muy estrellero / que porque plata tenía / no respetó a Dios del cielo. / Un día se le ocurrió / con un semblante muy terco / qu’el tren debí’e parar / ond’el pusiera su deo; / pero no l’entendió el tren / porque el tren era de acero, / y queó hecho picaíllo / el mentao caballero» (Acevedo Hernández, 1938, pp. 164-165). Al intentar controlar el devenir de la historia, el empresario es atrapado por el tiempo que él mismo inventó, y en el que estimó ser amo absoluto. El burgués hace de su existencia una acción vertiginosa por atrapar el tiempo, por tener y detener ese escaso recurso, conteniendo el flujo natural y espontáneo de la vida. El tiempo de la civilización tecnocrática dejó atrás la escala humana. La industria televisiva, expresión de la maquinización de la información moderna, instaló en miles de monitores la velocidad, la agresividad, en cualquier posibilidad del acontecer. Todo debió ocurrir de manera rápida, exitosa (Huneeus, 1989, p. 55). Igor Saavedra, premio nacional de ciencias en 1981, advirtió en 1983: «Este es un papel que la TV está asumiendo: propagar la violencia norteamericana. Y esto es un crimen contra los chilenos»[7].

A la larga, el tiempo es fuga, carencia. Mario Kreutzberger (1940- ), figura histórica de la televisión chilena y latinoamericana, recibió como regalo de su hijo un frasco vacío con un papel escrito: «Papá, tú tienes todo, no hay nada que te pueda regalar, lo único que te falta es tiempo»[8].

El ritmo del tiempo opera a través de la velocidad de los seres vivos convertidos en objetos y mercancías a altísima aceleración. Es necesario eliminar todas las resistencias a la velocidad que requiere el flujo de producción y consumo. Según el ex presidente de la república Ricardo Lagos en 1994: «Los ostiones deben demorarse 24 y no 36 horas en llegar a París»[9] Arnold Harberger, inspirador de los Chicago Boys, caracterizó a Ricardo Lagos: «[En él] no pude encontrar ni una frase que no hubiera sido pronunciada por un profesor de Chicago en mi tiempo ahí, pura economía, no más»[10].

El reconocimiento del tiempo burgués como deterioro de la vida de la naturaleza y del amor es flagrante: «Nuestra civilización de horarios rinde obcecado culto a la dictadura del reloj, cuyo sagrado mandamiento –“el tiempo es oro”- arbitra nuestra vida entera, envenenando el amor». (Pino & Urquieta, 1992, p. 19).

Al recibir el premio nacional de Humanidades y Ciencias Sociales en 1993 el filósofo chileno Félix Schwartzmann (1913-2014), expresó: «Estamos viviendo de la devastación de nuestra naturaleza viviente. […]. Lo que ahora acontece es lo que he llamado la muerte del discurso amoroso. […]. No existe ninguna fantasía creadora para encontrar nuevas formas de vida, sino burocracia, corrupción y politiquería»[11].

Las pretensiones del siglo XIX

Tenga presente el pueblo que los ricos quieren acabar con la rotería, según lo gritan todos los días. El Ají (1890, 14 de abril), Santiago de Chile

Los inicios del tiempo burgués en Chile se advierten con el arribo al país de miles de inmigrantes provenientes de Inglaterra en el siglo XIX. Entre los industriales y mineros británicos de primera hora sobresalieron los Edwards, Walker, Chadwick, Ross (Villalobos, 2006, p. 49).

Uno de estos inmigrantes, el intelectual venezolano proveniente de Londres, casado con británica, Andrés Bello (1781-1865), fue contratado por el gobierno en 1829. Figura controversial de su tiempo, por su conservadurismo autoritario, Bello procuró que la historia, la sociedad y el espíritu del país se concibieran a partir de los comportamientos de la Europa burguesa (Jaksic, 2010). Su visión de la historia fue sorprendentemente trágica.

El tiempo crecía en la desgracia, la guerra, la muerte violenta. Hablando de la conquista de la Araucanía, épica característicamente moderna, expresó en 1846: «La historia del género humano da lecciones bien tristes. La guerra ha ido siempre a la vanguardia de la civilización y le ha preparado el terreno; y cuando se ha principiado por el comercio, no se ha hecho más que preludiar a la guerra; esparcir semillas de discordias, que brotan al fin en hostilidades sangrientas. Todos los gérmenes de la civilización europea se han regado con sangre» (Bello, 1982, XVIII, pp. 842-843).

¿Habría llegado con la república, como estimó Hegel, rector de la Universidad de Berlín en 1830, «la edad viril de la historia», donde «ya no hay alegría, retozo, sino duda y amarga labor»? (Hegel, 1974, p. 207).

Con ocasión de la decisiva batalla de Yungay que selló la victoria de Chile contra la Confederación Perú-boliviana en 1839, quien fuera el primer arzobispo de Santiago Rafael Valentín Valdivieso (1804-1878) declaró: «Por más que la guerra se mire como azote del género humano, ella es sin embargo el instrumento de que Dios se vale para la ejecución de sus decretos soberanos. […]. [Es forzoso] comprar la paz con la vida de virtuosos y esforzados ciudadanos» (Valdivieso, 1899-1904, I, pp. 720-722).

Los intelectuales formados por Andrés Bello en la Universidad de Chile extremaron una imagen desdichada y violenta del pueblo común y corriente. ¿Estaban fabricando una carne de cañón para las guerras del tiempo burgués?: «Los mestizos de Chile […] eran rudos por carencia de cultura, supersticiosos, imprevisores, generalmente apasionados por el juego y las diversiones borrascosas, y fácilmente inclinados a la embriaguez, al robo y a las riñas, sangrientas de ordinario» (Barros Arana, 1886, VII, p. 474).

Con ocasión de la guerra del Pacífico la burguesía opinó del pueblo en 1880: «[Si] nuestros rotos no fueran asesinos y ladrones no podrían tampoco ser conquistadores, y aquí la conquista no es otra cosa que un gran robo a mano armada» (Máximo Lira a Isabel Errázuriz, 28.2.1880, en Mc Evoy, 2011, p. 229).

Esta fue la concepción agresiva del tiempo que la burguesía difundía en Europa en el siglo XIX. Para Hegel la historia no se avenía con el respeto a la vida, sino con la muerte y la apropiación de la vida del otro. La historia humana no era el lugar de la expresión del amor humano. «Hegel postula una transformación de la conciencia de la muerte como una lucha por apropiarse de la vida de otro ser humano, con el riesgo de la propia vida: la historia como lucha de clases (la dialéctica del Amo y el Esclavo, en la terminología hegeliana) se basa en una extroversión de la muerte. Y del mismo modo la otra categoría fundamental de la historia, en Hegel, el trabajo o labor humanos, es una transformación de lo negativo o de la nada de la muerte en la acción extrovertida de negar o de cambiar la naturaleza» (Brown, 1967, p. 125).

El tiempo burgués como historia de la nación comenzó a gravitar profundamente en Chile con la Guerra del Pacífico. Antes de ella, esa forma de vivir la vida era una posibilidad vana e insostenible, exclusiva de una elite militante. Aníbal Pinto, el presidente de la República que inició las acciones bélicas internacionales en 1879, lamentaba en 1868: «Siempre le asistirá a usted, como a todo el que ama a Chile con desinterés, alguna desconfianza, alguna inquietud por el porvenir. Siempre sucederá que vivimos molestados por la convicción de que en Chile el orden y el progreso no son hechos normales, sino un accidente, que una combinación muy posible de circunstancias puede destruir» (Carta de Aníbal Pinto a Miguel Luis Amunátegui, Concepción, 10.5.1868, en Amunátegui, 1942, II, pp. 357-358).

A partir de la Guerra del Pacífico la elite local adoptó el paso firme de la burguesía europea, compendiado en el lema del Fausto de Goethe: «Guerra, comercio y piratería / constituyen un trío inseparable» (Sombart, 2005, p. 89).

La burguesía chilena se congratuló de haberse embarcado en el conflicto bélico.

El político Isidoro Errázuriz Errázuriz (1835-1898) lo aseguró en 1881: «[Esta] guerra en apariencia tan llena de peligros ha sido para Chile una salvación, ha sido un negocio. […]. La guerra lo ha cambiado todo: ha venido a ofrecer un inmenso campo al espíritu emprendedor de nuestros conciudadanos» (Ortega, 2005, pp. 463-464).

Es más exacto hablar de las guerras del salitre, en plural, a partir de la conflagración internacional con Perú y Bolivia en 1879. También lo fue la guerra civil contra el presidente José Manuel Balmaceda en 1891, y también los enfrentamientos militares contra los obreros salitreros, particularmente la matanza de la Escuela Santa María de Iquique en 1907, o la represión armada de la oficina salitrera de San Gregorio en 1925. Los costos de vidas fueron inevitables, en aras del tiempo rectilíneo del progreso.

El historiador Diego Barros Arana afirmó tras la guerra civil de 1891: «Chile vuelve a ser el país de la libertad, del orden y del bienestar» (Carta de Diego Barros Arana a Bartolomé Mitre, 30.8.1891, en Encina, 1952, II, p. 310).

El total de muertos de las guerras del salitre –sumando las bajas de la guerra del Pacífico, de la guerra civil de 1891 y las víctimas fatales de la Escuela Santa María de Iquique en 1907- alcanzó a 27.600 personas (En la guerra civil de 1891 los muertos fueron entre cinco mil a diez mil personas. En la matanza de 1907 las víctimas fatales fueron entre dos mil a tres mil seiscientas personas. En la guerra del Pacífico las bajas «chilenas» fueron alrededor de catorce mil personas. Sobre los muertos chilenos en la guerra del Pacífico, Vicuña Mackenna, 1883).

Entre las guerras del Salitre quizás la guerra civil de 1891 fue la que determinó más claramente la voluntad política de consolidación del tiempo burgués. En el lenguaje de la época, había que procurar el poder del estado para los «ingleses de Sudamérica». La guerra, estimó Alberto Edwards, fue la protesta de los «ingleses de la América del Sur» contra un hombre que no los representaba, Balmaceda, «un hombre del Mediodía» (Edwards, 2001, pp. 170-171). Balmaceda, con sus ideales vernáculos, locales, era un sentimental, un soñador, un andaluz (Encina, 1952).

Enrique Mac Iver, líder de la guerra civil, encarnó la superioridad anglosajona del momento, el tiempo, la hora de Gran Bretaña. «Su liberalismo era el de los antiguos británicos de la Escuela de Manchester»[12]. El propio Mac Iver entendió su lucha política como parte de la historia de Gran Bretaña: «La revolución del 91 fue la crisis de la intervención electoral, […]. Los ingleses hicieron algo parecido en el siglo dieciocho» (Entrevista a Enrique Mac Iver, en Donoso, 1947, pp. 131-132).

El triunfo de Mac Iver, redactor del acta de deposición del presidente Balmaceda, fue la victoria del tiempo burgués por sobre el tiempo antiguo de los ibéricos, del Mediterráneo: «El origen sajón de Mac Iver sobrepone en esos casos a su sensibilidad de latino-español; y lo que hay en su sangre de las razas superiores del norte de Europa, vence en todas las ocasiones a lo que hay en él de las inquietas sensibilidades y neurotismos propios de la sangre latina y especialmente de la española. […]. Mac Iver representa entre nosotros la superioridad sajona en su lucha constante contra el carácter turbulento y poco práctico, destructor y censurador de todo sin construir nada, que hemos heredado de la raza española» (Jorge Huneeus, Prólogo a Mac Iver, 1899, I, p. LVIII).

En 1890 La Libertad Electoral, periódico de batalla de los Matte contra Balmaceda, argumentó que Chile se definía a partir del tiempo burgués: «Nuestro país está constituido políticamente por una oligarquía que funciona con notable orden y regularidad desde nuestra Independencia. Lo que genera la autoridad en Chile, el pueblo, somos nosotros mismos, los propietarios del suelo: más allá, lo que hay hasta ahora en forma de obrero y de trabajador y proletario no pesa por desgracia como opinión pública; es la masa electoral influenciable»[13].

El tiempo burgués se expandió hacia el sur con el despojo de la tierra Mapuche.

La «pacificación» sumó 800.000 hectáreas de cultivo y 600.000 de bosques a la voluntad de dominio de la nación blanca, asegurada con la participación de más de diez mil alemanes, suizos y franceses. La Araucanía fue transformada en su naturaleza y en sus moradores para albergar el tiempo de la modernidad.

Agustín Edwards Mc Clure (1878-1941), historiador y empresario, describió la región en 1928: «Toda aquella flora exuberante va cayendo, por desgracia, segada por el hacha o por el fuego, y en Arauco y Malleco acaso no queda ni la tercera parte de la selva primitiva. En Cautín y Valdivia tal vez se ha destruido casi la mitad. ¡Como la raza araucana, de la cual apenas quedan cien mil vástagos! Es la obra inexorable de la civilización, que avanza sin piedad destruyendo todo aquello que le cierra el paso. […]. La roza a fuego es el revulsivo para curar a la madre tierra de su mal de fecundidad» (Edwards, 1928, pp. 146-148).

¿Cómo asegurar este curso forzoso de la modernidad? En 1900 Valentín Letelier (1852-1919), uno de los destacados intelectuales del Chile antibalmacedista, rector del templo del conocimiento oligárquico que era entonces la Universidad de Chile, en su obra La evolución de la historia, advirtió un peligro inapelable para el tiempo del capitalismo, la Biblia. En ella residía, a su juicio, uno de los enemigos principales de la modernidad.

Desde el Antiguo al Nuevo Testamento, la Biblia introduce la experiencia de un tiempo mesiánico que invita a despojarse de la codicia, de la posesión. Valentín Letelier lo dijo de este modo: «[La] Biblia envuelve una filosofía reaccionaria, casuística, enemiga de la libertad y más bien judaica que humana. [sic]. Su odio a los ricos lleva involucrado el odio al comercio, a la industria y al progreso. […]. Inspirada por el odio a la civilización, considera cada paso que se da hacia adelante como un crimen, […]. El amor al progreso simbolizado en la ambiciosa empresa de Babel, aparece duramente reprimido» (Letelier, 1900, I, pp. 301-302).

Mientras este libro se imprimía en Santiago, en La Serena, en otra perspectiva del tiempo, Gabriela Mistral recibía de su abuela Isabel Villanueva, una iniciación decisiva en el conocimiento de la Biblia (Real Academia Española, Gabriela Mistral en verso y prosa, 2010, pp. 578-587).

¿Qué paz podía traer el espíritu burgués para el siglo XX?

Las discordias del siglo XX

El Diablo en la cristiandad,

el Ángel entra al infierno,

un loco está en el proscenio,

anuncian ya la función.

Se impone la sinrazón,

en este teatro moderno.

(Parra, 1970, p. 76)

Con el tiempo burgués del siglo XX la sociedad chilena se convirtió en un escenario donde se enfrentaron, desde un principio, vencedores y vencidos, amos y esclavos. Luis Orrego Luco (1866-1948), escritor y diplomático, identificó perfectamente este destino de la historia en 1904: «A medida que la riqueza aumenta y se desarrollan y multiplican los capitales, crece de manera forzosa la desigualdad social; los unos se vuelven millonarios en tanto que los otros ruedan al abismo, […]. Las leyes de la lucha por la existencia, enseñadas en la doctrina darwiniana, trascienden a la sociedad y revisten en ella cada día un aspecto más sombrío y más desesperado. La sociedad, según la comparación trágica de Malthus, se asemeja a un plano inclinado, en el cual los más felices tocan a la cima, tienen todas las felicidades y los goces, en tanto que los otros ruedan; se empujan mutuamente por aferrarse o por subir, mientras los más desgraciados se derrumban y caen pisoteados en el hervor de pasiones y de intereses. Desgracias y dolores son éstos imposibles de evitar, ya que según las leyes económicas no podemos limitar ni el capital ni la competencia, base y origen del progreso y de la civilización humana» (Orrego Luco, 1904, p. 167).

La matanza de la oficina salitrera de San Gregorio en 1925, donde murieron niños, mujeres y trabajadores, permitió reconocer las consecuencias del tiempo burgués para el pueblo chileno.

Los industriales del salitre no concebían a sus trabajadores sino como tales, esto es, como instrumentos serviles de acumulación de una riqueza del todo ajena (Caro, 1925, pp. 241-247).

Entre 1920 y 1973 los expertos de la elite influyente de Santiago buscaron inculcar el espíritu competitivo y desigual del orden de la burguesía. No había más historia que la que provenía de la Europa moderna. Entre los indígenas había ciertas particularidades perturbadoras: «[En los changos] imperaba el régimen comunista y las viviendas, las embarcaciones, los ganados y los alimentos, pertenecían a la colectividad» (Edwards, 1930, p. 8). El país entero debía reflejarse en el dinamismo imperturbable de la modernidad. Jorge Millas (1917-1982), filósofo y profesor universitario, sentenció en 1943: «El frenesí es una cualidad dionisíaca; la sobriedad, apolínea. Chile posee, pues, una indiscutible mentalidad apolínea, […]. No es, pues, un accidente que no haya entre nosotros fiesta de carnaval» (Millas, 1943, pp. 19-21).

Era imprescindible adoptar el ascetismo intramundano de los padres fundadores. Bernardo O´Higgins, quien suprimiera el carnaval en Santiago en 1821, fue un ejemplo imperecedero del tiempo lineal moderno: «Su horario de trabajo había llegado a transformarse en una esclavitud abrumadora y desesperante. Estaba en pie a las seis de la mañana y permanecía en su mesa de despacho hasta las once de la noche, sin más intervalos que las horas de comida y la siesta» (Eyzaguirre, 1950, pp. 349-350).

Desde 1920 hasta 1973 la burguesía vivió también presa del miedo a no poder sostenerse sobre sus propios pies. Las historias indígenas y mestizas de la tierra, reservas de un mundo indócil y desconocido, conformaban una amenaza decidida, inminente. Persistía en ellas el tiempo prehistórico. La debilidad interna requirió refuerzos europeos.

Vicente Huidobro (1893-1948), desenfadado escritor de la elite, recomendó en 1925: «Necesitamos dos millones de hombres rubios de los países del Norte de Europa. El peligro para Chile no es extranjero, sino el chileno […] empecemos sin tardanza la gran cruzada pro-inmigración si queremos salvar a Chile» (Subercaseaux, 2011, II, p. 294).

La derrota de la derecha en las elecciones presidenciales de 1938 constituyó una alarma para la burguesía. Gabriela Mistral (1889-1957) comentó al saberla: «[La] victoria del Frente Popular es consecuencia natural de la horrible miseria del pueblo, de la cual tanto hablé y que todavía veo como en una obsesión. […]. Ross hizo un alarde tonto de su desprecio por el roto y el roto votó contra él» (Carta de Gabriela Mistral a Carmela Echenique, La Habana, 9.11.1938, en Mistral 1995, pp. 51-52).

En los inicios del gobierno democratacristiano de Eduardo Frei Montalva (1911-1982), medio discípulo de Gabriela Mistral, los jóvenes de la burguesía católica más conservadora se apresuraron a manifestar el miedo a perder su tiempo ante las reformas constitucionales a la propiedad privada. El grupo integrista Fiducia –que integró Jaime Guzmán Errázuriz, ideólogo del golpe de 1973- emplazó a Eduardo Frei en 1965: «Los católicos no podemos aceptar un orden en que la propiedad no exista. Los Mandamientos consignan la propiedad: no hurtar y no codiciar los bienes ajenos»[14].

¿Qué destino tendrían los asaltantes de la propiedad privada? Describiendo la política de la dominación colonial castellana, los historiadores de la elite elogiaron los «efectos saludables del terrorismo para aplacar con el escarmiento de la mutilación de las manos o de los pies o de la marca infamante de un hierro candente en el carrillo, los entusiasmos y desbordes indígenas» (Edwards, 1930, p. 106).

En el curso de escasas generaciones los inspiradores del tiempo lineal promovieron un estilo de vida ajeno a los sentimientos y los afectos del pueblo chileno, y aun de los pueblos de América del Sur, con aquella forma de ser y de disfrutar de la vida que describió Pablo Neruda en 1946 (Lago, 1999, p. 73).

Según el escritor Jorge Edwards (1931-): «Algunos de mis compañeros de colegio, la gran mayoría, fueron recuperados por el ambiente social, el de la “gente como uno”, y por sus prejuicios, sus ignorancias, sus insolencias, sus portentosas insensibilidades; por sus lenguajes clasistas, racistas, xenófobos, cuya brutalidad no alcanzábamos a captar o no queríamos captar: el de los “rotos de pata rajá”, los “indios brutos”, los “judíos asquerosos”, los “cholos” peruanos o bolivianos, los “macacos” brasileños o ecuatorianos; es decir, todos excepto nosotros, los inteligentes, los blancos, los ingleses o los suizos de América del Sur» (Edwards, 2012, pp. 132-133).

Hacia 1970 el capitalismo convirtió a Chile en un país escasamente sustentable: «La prioridad dada a la industrialización produjo el resultado que Chile, desde 1942, dejó de poder abastecerse en los productos alimenticios de primera necesidad y tuvo que importarles en cantidad considerable, […]. [Con] motivos de la sequía [de 1967-1968] se anunciaba que el país debería importar 600.000 toneladas de trigo, así como enormes cantidades de otros productos alimenticios esenciales» (Elizalde, 1970, p. 71).

El agotamiento cultural y espiritual de la elite lo expresó convincentemente José Donoso (1924-1996) en su novela El obsceno pájaro de la noche de 1970.

Según el político democratacristiano, amigo y corresponsal de Gabriela Mistral, Radomiro Tomic (1914-1992): «Bajo el capitalismo Chile era una economía enferma, expresión de una sociedad enferma, corroída por factores desintegradores internos, y en continuo retroceso en su expresión internacional. Todos los indicadores básicos así lo demuestran. Tanto los de orden económico como los de orden social, político, jurídico, cultural y moral.

[…] El agotamiento objetivo de los valores y estructuras capitalistas hacían de Chile en 1970 una democracia enferma, una sociedad enferma y una economía enferma. […]. Allende tenía razón – como la teníamos la corriente demócrata cristiana que propiciábamos “la Unidad Política del Pueblo”- al sostener que el “camino chileno al socialismo” no era una insensatez en 1970» (Tomic, La Democracia Cristiana y el gobierno de la Unidad Popular, en Gil, 1977, pp. 215-243).

Tomic aseguró en 1970: «Las estructuras sociales de base minoritaria y el sistema capitalista que heredamos del pasado, están literalmente agotadas. No dan más. Están asfixiando a Chile. Ya en 1938 la Falange Nacional denunciaba esta institucionalidad oligárquica y capitalista y sus nefastas consecuencias para la unidad nacional, para la estabilidad social, para la independencia económica de Chile y para su prosperidad interna. Han pasado más de treinta años. Las grietas de entonces han llegado a ser ahora “rajaduras” del edificio visibles hasta para los ciegos, y aterradoras. El gran capitalismo privado se ha transformado en el neocapitalismo, mil veces más dañino y voraz. […]. ¡Ríos de oro que directa o indirectamente salen del bolsillo de todos los chilenos para pasar a los bolsillos de estos neocapitalistas!» (Tomic, 1970, pp. 23-24).

Si en 1970 Chile era un país escasamente saludable como consecuencia de la modernización capitalista, la dictadura uniformada de 1973 a 1990 lo precipitó a un estado terminal. Otra vez apareció en la historia la trilogía inseparable: la guerra, el comercio y la piratería (Goethe: Fausto, Sombart, 2005, p. 89). Ahora no instigada por Inglaterra sino por Estados Unidos, la potencia del momento.

Detonó otra vez el fragor de la Guerra del Pacífico. No eran ahora los adversarios las naciones del Perú y Bolivia. Se trataba esta vez de un más temible y odioso enemigo interno, el propio pueblo de Chile, «ilusionado» en sus pretensiones socialistas o comunistas, el fantasma que temía la burguesía desde un siglo antes. «Los rotos endiosados» por el comunismo, como denunció Benjamín Vicuña Mackenna en 1871[15].

No fue esta vez la guerra del salitre, sino la guerra del cobre, con ocasión de la recuperación histórica de la riqueza básica bajo la conducción política de Salvador Allende (1908-1973). La acción represiva de la dictadura sumó 15.405 asesinatos y 2.206 detenidos desaparecidos (Enciclopedia Espasa, Suplemento 1987-1988). «Chile vivió una tragedia desgarradora […]. Situaciones inverosímiles, sufrimientos soportados por criaturas humanas indefensas, maltratadas, torturadas, destruidas, en sus vidas personales o en las de sus más próximos parientes o amigos. La hondura de estos dolores debe ser conocida». (Chile. Comisión Nacional de Verdad y Reconciliación, Informe de la Comisión Nacional de Verdad y Reconciliación, Santiago, Secretaría General de Gobierno, Secretaría de Comunicación y Cultura, 1991, p. 876).

La asociación entre la guerra del Pacífico y la dictadura fue explícita durante la conmemoración de la batalla de La Concepción en Chacarillas en 1977. El régimen identificó la lucha contra el comunismo con el espíritu belicoso de las tropas chilenas en los Andes peruanos en 1882. Se manifestó entonces el poder una elite que por defender sus intereses estaba dispuesta a renegar de todo, menos de su agresividad. En 1941 Gabriela Mistral advirtió esta voluntad de poder: «[Me] pasma ese matrimonio de chilenos de nota conservadora y de aventureros nazistoides. […]. Yo no sé sino ahora qué inmensidad de gente había allá adentro para la cual la idea de patria, de independencia, de decoro, de tradición republicana, en buenas cuentas, no les importa nada y que están prontos para tirar por la borda ese conjunto de cosas santas» (Carta de Gabriela Mistral a Carmela Echenique y Carlos Errázuriz, Petrópolis, 1941, en Mistral, 1995, pp. 67-68).

Los ricos del país, volvió a denunciar en 1942, estimaban que «todo puede echarse a la pira, cristianismo, decoro, todo, con tal de salvar los reales» (Carta de Gabriela Mistral a Carmela Echenique y Carlos Errázuriz, Petrópolis, diciembre 1942, en Mistral, 1995, pp. 76).

Como ocurrió tras la derrota de Balmaceda en el siglo XIX los artífices del tiempo lineal inventaron un país sin contemplaciones con el rostro indígena y mestizo de Chile. La experiencia de la Unidad Popular fue secuestrada. Se excluyó a Salvador Allende de la lista de presidentes de Chile (Zegers, 1974). Había que reconocerse en el tiempo y el destino manifiesto de Estados Unidos. Al comenzar la década de 1980 el país fue una imitación menor de Estados Unidos. En 1981 observó el artista chileno Nemesio Antúnez (1918-1993): «Santiago ya no es Chile, es una ciudad menor norteamericana, con todos sus valores; lo importante es comprar, vivir al crédito, siempre endeudado, vale más el que tiene más […]. Yo diría que nos están borrando el Chile que era nuestro»[16].

Los intelectuales norteamericanos precisamente imaginaron este nuevo Chile, sincronizado con el horario de Washington: «La población de Chile es en un 97 % europea. Más que esto, ella pertenece predominantemente a la clase media, […]. Chile está mucho más lejos de Centroamérica de lo que lo está Washington. Está, sin embargo, en el mismo huso horario que Washington». (Novak, 1983). La elite chilena acabó por suscribir estos puntos de vista norteamericanos: «Chile se reconoce en forma muy mayoritaria como una gran clase media» (Walker, 1999, pp. 157-158).

En 1985 el almirante José Toribio Merino afirmó, difícil saber si en serio o en broma, que los chilenos eran «blancos, cristianos y occidentales»[17]. Conformada por esta supuesta clase media, blanca y cristiana, extendiendo un ideal cultural norteamericano, la tierra fue despojada de sus riquezas terrestres y marítimas, al ritmo de un tiempo sobreexplotador de la naturaleza. La tala del bosque templado valdiviano, ecosistema único en el mundo, con su riqueza de flora y fauna, se subsidió para la plantación de especies exóticas de rápido crecimiento, pinos y eucaliptos (Huneeus, 1991).

Los favorecidos fueron las minorías privilegiadas santiaguinas: «Detrás del asalto al bosque nativo, o sea de las chiperas, de la depredación del mar –caso del loco-, de las represas del alto Bío Bío, o de las mugrientas plantas de pellets en Huasco, están siempre los exquisitos del barrio alto de Santiago»[18] (sobre la invasión cultural de Estados Unidos durante los gobiernos de la Concertación, Roa, 1997).

La burguesía chilena se sintió al término del siglo pasado más dueña que nunca del tiempo nacional: «La burguesía está en una actitud gloriosa, exaltada. Cree que ha triunfado definitivamente sobre las ideas populistas. […]. La palabra burgués ha sido una palabra fea, una ugly word, una bad word. Creo que ahora el término se está blanqueando un poco»[19].

Los dilemas del siglo XXI

Dios es el dueño de la empresa Tierra y ha delegado su administración en el hombre, nombrándolo gerente general de esta empresa. (Johansen, 1990. Responsabilidad del administrador: henchir la tierra, Gestión, Santiago, XV, 180, p. 22).

Abandonada la dictadura de 1973 hasta por sus antiguos instigadores norteamericanos los chilenos se enfrentaron a una situación inconmovible. Las instalaciones del modelo económico, político y cultural impuesto desde el golpe de Estado se mantuvieron prácticamente intocadas, más allá de las apariencias.

Los chilenos no lograron reconocerse como una comunidad imaginada: «Al hablar sobre Chile, la gente pareciera experimentar el desconcierto de quien se mira al espejo y se desconoce […] no es fácil articular los diversos grupos de modo de conformar una imagen fuerte de “Nosotros, los chilenos”» (PNUD, Desarrollo humano en Chile. 2002, pp. 65, 283).

Gastón Soublette (1927-), filósofo y estudioso del folklore chileno, confidente de Violeta Parra, afirmó en 1996: «Hoy da lo mismo ser chileno que japonés. La inconciencia y la vulgaridad son el sello del chileno medio que no sabe nada de nada. Se siente en pleno despegue porque cree que el único subdesarrollo es el económico. Así entregamos el Bío Bío a la Endesa y suma y sigue. Por plata. Nuestra televisión se ha convertido en un arma para borrar todo perfil cultural propio»[20].

El tiempo burgués buscó erigirse de modo arbitrario como un régimen hegemónico de historicidad, único, acabado, absoluto. La historia de los pueblos indígenas y mestizos fue leída e interpretada al interior de ese tiempo general, subordinada a una condición singular de etnias o sectores populares (clases subalternas, bajo pueblo, o términos similares de las ciencias sociales dominantes).

La historiografía nacional, particularmente la enseñanza escolar de la «historia de Chile», se sometió a las sobredimensiones y al totalitarismo del tiempo burgués, como reducción de la historia a una objetividad mensurable con criterios eurocéntricos (Salinas, 2012, pp. 42-52).

El chileno medio experimentó una impotencia histórica. «Esta impotencia existencial del individuo se ha visto incrementada en gran medida por su impotencia histórica, presente en todas aquellas sociedades en las que una minoría afianzó su explotación de la mayoría dejándola mucho más impotente de lo que habría sido en el estado de democracia natural, que es el régimen de las formas más primitivas de las sociedades humanas, o de las formas futuras basadas en la solidaridad, no en el antagonismo» (Fromm, 1992, pp. 81-82).

Concluido el gobierno de Ricardo Lagos (2000-2006), la Sociedad Chilena de Salud Mental consideró que atrapada en la competencia y la agresividad la mitad de la población del país sufría de stress[21]. Durante el gobierno de Sebastián Piñera (2010-2014) se comprobó el desproporcionado tiempo laboral de los trabajadores en las faenas de la minería: «Desde hace casi un siglo y hasta mediados de los años noventa, en las faenas mineras sólo se podía trabajar por turnos de 8 horas diarias. Ahora se trabaja en turnos de 12 horas con gran daño para la salud de estos trabajadores, sobre todo los de altura, y esto se puede hacer porque, sin modificación legal, la Concertación lo autorizó a través de la Dirección del Trabajo»[22].

Al término de la administración Piñera Chile alcanzó el record de ser el cuarto país del mundo con más horas de trabajo, con un total de 2.015 horas por trabajador al año, excediendo considerablemente los índices recomendados por Naciones Unidas. El horario de trabajo superaba en un 51 por ciento lo recomendado por Naciones Unidas[23].

Chile llegó al bicentenario republicano como un país desavenido entre ricos y pobres, reedición desapacible del centenario de 1910. El sello flagrante del tiempo burgués lo expresó la contradicción irresoluble entre ricos y pobres. Desde Estados Unidos, el modelo fue elogiado sin reparos. William Joseph Burns (1956- ) del Departamento de Estado, vio a Chile encabezando el futuro del hemisferio, el futuro de la historia: «Vemos un único futuro muy promisorio para el hemisferio, que puede ser modelado por el tipo de agenda positiva que han encabezado Chile y otros países […]. Chile es uno de los socios más importantes y más cercanos de Estados Unidos en este hemisferio»[24].

Lo cierto es que Chile se había transformado para 2010 en una copia nada feliz de Estados Unidos. El tiempo cotidiano reveló las consecuencias inevitables de la adopción del modelo burgués, tanto para el pueblo como para las privilegiadas elites de la capital. El empresario Joaquín Silva Guzmán fue apuñalado por una banda de seis personas en Las Condes.[25]

El representante en Chile del Bank Julius Baer & Co. de Suiza, Alberto Tagle Dartnell, fue asaltado por cinco menores de edad en su residencia de San Damián, Las Condes, quienes sustrajeron joyas avaluadas en más de cuarenta millones de pesos. Uno de los menores dijo: «Yo ya he matado a dos de estos ricachones y no me importa matar a otro».[26]

De modo general, el tiempo burgués confinó a todos, a ricos y pobres, a un empobrecimiento del lenguaje, a un neoanalfabetismo, a un espíritu miserable (Lyotard, 1998, p. 70).

Repleta de «cosas», la burguesía con mayor conciencia de clase no vivió despreocupada ante un pueblo enfrentado a una situación tan desemejante a la suya. Patricia Matte Larraín (1943- ), vicepresidenta de la Academia de Ciencias Sociales del Instituto de Chile, admitió tras la revuelta estudiantil de 2011: «Yo siempre he dicho que me siento incómoda en un país –y lo tengo bien metido adentro, creo que viene por los Matte- que no tiene las mismas cosas que puedo tener»[27].

La familia Matte protagonizó pocos años después un escándalo con ocasión de la estafa de la Empresa Manufacturera de Papeles y Cartones por más de quinientos millones de dólares a los consumidores chilenos. Es penosa la fragilidad ética de la elite chilena desde la dictadura militar hasta comienzos del siglo XXI (Monckeberg, 2015).

Marta Rivas González, una mujer de la burguesía del siglo XX, ahijada del político antibalmacedista Ramón Barros Luco (1835-1919), estimaba que la vida, en definitiva, era asunto del pueblo chileno, una cosa de «rotos». La vida no era para los ricos. No alcanzó al bicentenario: falleció en 2008: «Es una rotería vivir demasiado. No hay rotería peor que la vida, estoy feliz de morirme» (Gumucio, 2013, pp. 145, 180, 201).

El tiempo de la burguesía, recogiendo las palabras de la ahijada del presidente Barros Luco, es un tiempo corto, a lo más mediano, pero en ningún caso de larga duración. Así como se inició en un momento histórico preciso, alcanza asimismo una fatal fecha de vencimiento. Es el fin de la modernidad, su disolución, la pérdida de su novedad. El hecho decisivo es que no se relaciona, como estructuración técnica del tiempo, con la historia intensa y extensa de la vida, con la apertura radical al Ser.

«La larga duración es la historia interminable, no desgastada de las estructuras y grupos de estructuras» (Braudel, 1991, p. 99; Žižek, 2014. Acerca de la «des-historización» como consecuencia de la instalación de la concepción técnica del tiempo, Correa, 2012, pp. 205-206).

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[1] El Mercurio, Santiago. (2009, 12 de diciembre).

[2] El Mercurio, Santiago. (2013, 2 de noviembre).

[3] El Mercurio, Santiago. (1997, 10 de agosto).

[4] El Mercurio, Santiago. (2010, 18 de julio), El

Mercurio, Santiago (2016, 3 de julio).

[5] El Mercurio, Santiago. (2016, 5 de junio).

[6] La Tercera, Santiago. (2001, 25 de marzo).

[7] El Mercurio, Santiago. (1983, 7 de enero).

[8] El Mercurio, Santiago. (2014, 13 de diciembre).

[9] La Época, Santiago. (1994, 16 de enero).

[10] El Mercurio, Santiago. (2010, 19 de diciembre).

[11] La Época. Santiago. (1993, 26 de diciembre).

[12] El Mercurio, Santiago. (1922, 22 de agosto).

[13] La Libertad Electoral. Santiago. (1890, 7 de julio

[14] Ercilla. Santiago. (1965, 26 de mayo).

[15] El Mercurio, Valparaíso. (1871, 7 de junio).

[16] Araucaria de Chile (1982), número 17, p. 150

[17] Hoy, Santiago. (1985, 11 de noviembre).

[18] Hoy, Santiago. (1993, 9 de agosto).

[19] «Sergio Villalobos, conocedor del pueblo chileno, habla de la burguesía». Revista APSI, Santiago (1990). 17 de enero.

[20] Paula, Santiago. (1996), marzo, p. 44.

[21]Ercilla, Santiago. (2006), 14 de agosto, pp. 48-49.

[22] Diario Universidad de Chile. (2013), 18 de marzo.

[23] Diario Concepción. (2012), 23 de agosto; La Segunda. Santiago. (2014), 15 de octubre.

[24] La Tercera, Santiago. (2010), 11 de diciembre

[25] El Mercurio, Santiago. (2010), 13 de noviembre.

[26] El Mercurio, Santiago. (2010), 11 de noviembre.

[27] Capital, Santiago. (2011), 9 de noviembre.

Hegel y Marx: la dialéctica del amo y del esclavo. Arnoldo Mora. 2021

La dialéctica del amo y del esclavo es una de las páginas más célebres de LA FENOMENOLOGÍA DEL ESPÍRITU, una de las obras mayores de Hegel, quien es considerado como uno de los filósofos más influyentes de los últimos doscientos años. La dialéctica del amo y del esclavo constituye uno de los mayores aportes y de mayor trascendencia de la filosofía hegeliana a la filosofía contemporánea; sobre todo, si tenemos en mente la versión que de la misma hizo Marx a la luz de las categorías epistemológicas que sustenta el materialismo histórico; por eso resulta difícil, por no decir imposible, separar una versión de la otra, si bien es indispensable hacer este intento para mejor sopesar y valorar el aporte de una u otra versión.

Para Hegel, la dialéctica del amo y del esclavo caracteriza una de las “figuras de la conciencia” histórica: la antigüedad clásica, que Hegel analiza particularmente a propósito del Imperio Romano. En concreto, para Hegel se trata de comprender la historia como vivencia existencial colectiva, tomando en cuenta una ética de la alteridad, basada en una concepción integral de la sociedad y de la confrontación de los sectores que la componen; todo lo cual da un enfoque político a los procesos históricos, entendiendo por “política” el ámbito social donde se libra la lucha por el poder y su resultante como ejercicio del mismo en el Estado.

Para ello, se requiere asumir un punto de vista epistemológico, a tenor del cual se analizan los hechos no sólo como realidades objetivas como hace el historiador, sino desde la conciencia vivida de los principales protagonistas de la historia; ya que lo importante para nuestro filósofo en la historia, más que los hechos tomados como eventos aislados o, más exactamente, a partir de los hechos fácticamente tomados, aquí se busca explicar la racionalidad que rige, no tanto los hechos individualmente tomados, sino los procesos históricos que los rigen y explican; por lo que se reflejan en las instituciones que en esos períodos históricos se crearon.

En este caso concreto, el aporte más significativo de la Roma clásica a la cultura universal fue la creación del primer Estado propiamente dicho (Maquiavelo) y su justificación racional mediante el derecho. En la historia, tal como la solemos estudiar, se caracteriza a la sociedad y al Estado de la Roma Imperial, organizada como una sociedad “esclavista”. Desde un enfoque epistemológico, la sociedad romana debe verse como un todo socio-cultural, donde amos y esclavos son por igual, aunque con roles diametralmente diferentes, sus artífices; en una sociedad esclavista, unos y otros son indispensables.

Al analizar la conciencia del hombre romano, Hegel señala que uno de sus componentes es el esclavo, tan imprescindible como el señor, si bien con un rol irreconciliablemente antagónico. En consecuencia, si caracterizamos la conciencia del romano, sea amo o sea esclavo, estamos ante una conciencia alienada, dado que una de las partes que la componen, es negada por la otra; estamos ante una conciencia en conflicto, en lucha contra sí misma.

El esclavo es la negación del amo; por su parte, el amo se niega a sí mismo, al negarse a reconocer uno de los elementos constitutivos de su propia conciencia. Ese elemento, que es el esclavo, es la parte material de la conciencia del amo, y el amo es la parte pseudoespiritual o trascendente de la conciencia del esclavo; por lo que éste lleva a su dominador dentro de sí mismo; su conciencia también está enajenada.

El amo sólo sueña en ser conquistador por la violencia, por lo que desprecia al esclavo a quien ha vencido obligándolo a producir lo necesario para satisfacer las necesidades materiales, es decir, la vida mediante el trabajo. Dentro de este contexto político y cultural, el esclavo no es una persona, no es un sujeto de deberes y derechos sino un instrumento o herramienta de trabajo; su vida, a los ojos del señor, no se justifica más que por la producción de bienes materiales; razón por la cual justifica su existencia objetivando su esencia de esclavo mediante el producto de su músculo, aunque no le pertenece sino al amo, es él – el esclavo – el que produce la riqueza; esta es la razón por la que el amo le perdona la vida.

Lo que el amo olvida es que, si bien el esclavo necesita del amo para sobrevivir, el amo también necesita del esclavo, porque sin su trabajo se moriría de hambre. No hay amo sin esclavo; el amo necesita del esclavo para afirmar su libertad y justificar su condición de amo; el esclavo le es imprescindible; por lo que el esclavo se convierte en su destino inexorable; hasta el punto de que el amo termina por depender de la existencia misma del esclavo.

Por eso el esclavo se libera, es decir, produce su propia libertad, al objetivar la conciencia alienada mediante el trabajo material, mientras el amo destruye su propio ser en el goce o disfrute del trabajo ajeno. Más que el esclavo, es el amo quien necesita del esclavo para su propia sobrevivencia.

El amo está más lejos de su liberación que el esclavo; el amo sólo podrá lograr su libertad, es decir, desenajenar su conciencia de esclavista, mediante la reconciliación con el esclavo; lo que equivale a reconocer la condición de persona del esclavo y, con ello, su condición de sujeto de derechos y deberes. Lo cual significa que el amo debe negarse a sí mismo, vivir su propia contradicción intrínseca como su destino inexorable como individuo (Hegel) y el fin de su clase social como destino histórico (Marx).

Finalmente, si vemos este proceso dialéctico a más largo plazo, es decir, desde el punto de vista de una filosofía de la historia de Occidente, como lo hace Hegel en la obra mencionada, el hombre medieval – período que sigue a la época clásica esclavista – se caracteriza por asumir su existencia como “conciencia desdichada” o conciencia desgarrada, que ya en sus escritos de juventud Hegel caracterizaba como lo propio del cristianismo; tal es la conciencia de culpabilidad por considerarse un pecador. Esa concepción teológica llega al paroxismo con los reformadores, de donde proviene el propio Hegel.

Por su parte, el reconocimiento de los derechos y deberes del esclavo, es decir, de las clases sociales subalternas, implica una revolución, no sólo política, sino también cultural. Para Marx, esto sólo se da con un cambio en la clase social dominante, cosa que, históricamente, se logra gracias al advenimiento del modo de producción feudal y la cultura medieval básicamente teológico, “metafísica”, diría Comte.

Con ello la contradicción interna y existencial del hombre medieval se traslada al más allá, con lo que la vida aquí en la tierra se ve tan sólo como un tránsito a la otra vida, la que es considerada como la definitiva y plena; el más allá es la razón de ser del más acá. Las grandes peregrinaciones religiosas son la más evidente expresión de esa cultura, dirá Hegel.

¡El pueblo decidió: Enorme triunfo popular! El Siglo. 17 de mayo de 2021

Un paso histórico de la izquierda y las fuerzas antineoliberales con grandiosos triunfos en la megaelección. Tremenda derrota de la derecha. Logros emblemáticos del Partido Comunista, el Frente Amplio, la Lista del Pueblo, y los sectores transformadores. Se volvió a comprobar que Chile cambió, que un Chile digno es posible. La socialdemocracia y los democratacristianos analizando resultados esquivos.  La derecha no logró la cantidad de convencionales para tener veto en la Convención Constitucional. EL PC y el FA obtuvieron más votos que la ex Concertación.

Igor Mora. Hugo Guzmán. Periodistas. “El Siglo”. Santiago. 16/05/2021. En la megaelección de este fin de semana los resultados evidenciaron un enorme e indesmentible triunfo popular. Las fuerzas antineoliberales y de izquierda lograron amplios y significativos triunfos a lo largo de todo el país.

En tanto, los datos muestran una tremenda derrota de la derecha, que se suma al rechazo de la población al gobierno de Sebastián Piñera.

La socialdemocracia y los democratacristianos estaban en horas de la noche analizando resultados esquivos y valorando algunos resultados positivos.

En octubre de 2019 se produjo la revuelta social protagonizada por el pueblo. Ahora fue el torbellino electoral también liderado por el pueblo chileno.

El Partido Comunista, el Frente Amplio, la Lista del Pueblo, candidaturas de independientes del mundo social y popular y otras fuerzas antineoliberales y de izquierda tuvieron sonados logros en la elección de convencionales, gobernadores, alcaldes y concejales. Este sector se convirtió en una fuerza altamente gravitante en el escenario político, social y electoral.

Apruebo Dignidad, la lista de convencionales de esos sectores, será la principal fuerza política de la centro-izquierda en la Convención Constitucional.

La incertidumbre que los diversos medios y analistas anunciaron días previos a las elecciones generales de este fin de semana terminaron con una certeza rotunda: la nueva Constitución se redactará sin el temido poder de veto de la derecha.

Chile comenzará a escribir sobre las páginas en blanco, con la caída de Vamos por Chile de la derecha y a la ex Concertación con la Lista del Apruebo lejos de sus propios pronósticos.

El nerviosismo de los partidos comenzó cuando a las 18 horas se inició el conteo de los votos a lo largo de todo Chile, en una votación cruzada por la pandemia del COVID-19. Sin embargo, y pese a los temores respecto de una eventual baja participación, se fueron despejando con el paso de las horas. Al cierre de esta nota se llegaba a cerca del 50% de participación electoral.

En ese marco, los resultados entregados por el Servel en forma online desde las 19 horas comenzaron a marcar una verdad irrefutable: una reconfiguración completa del mapa político con la que funcionará la Convención Constitucional. El desplome de los bloques históricos que marcaron la transición (Derecha y Concertación) dieron paso a la fuerte instalación de Apruebo Dignidad como el principal conglomerado.

Hasta el cierre de esta edición, los resultados generales con cerca de 4 millones 313 mil 487 votos válidamente emitidos, equivalentes a más del 50% de las Mesas de Votación, dejaban al pacto de derecha Vamos por Chile con 904.498 votos, equivalente al 20,97%; Apruebo Dignidad (PC, FA, FRVS, AH, PI) con 799.712 votos, equivalentes al 18,54%; la Lista del Pueblo llegó a los 650.550 votos, alcanzando el 14,69%. La Lista del Apruebo, de la ex Concertación, con 633.838 votos, que representan el 14,69% del total. El resto de la votación, cercana al 30% del total, estaba dividida entre las candidaturas pertenecientes a independientes regionales e independientes fuera de pacto.

Según el análisis realizado por Chile Decide, la configuración de los escaños quedaría hasta el momento de la siguiente manera: 38 convencionales para Vamos Por Chile; 27 para Apruebo Dignidad; 25 para la Lista del Apruebo; 22 para la Lista del Pueblo; 11 para la lista Nueva Constitución; y 32 representantes para los independientes fuera de pacto. Esto podrá variar durante la madrugada pero marca tendencia.

Pero la reconfiguración del mapa en la Convención se da en cómo esa votación se refleja en la obtención de escaños dada la corrección por paridad y los doblajes obtenidos en algunos distritos.

De esta nueva configuración se despeja el principal temor que existía hasta antes de comenzar la elección, que era el poder de veto que podría alcanzar la derecha. Para ello tenía que alcanzar al menos 1/3 de los puestos en la convención, equivalentes a 52 cupos. Le faltarían13  para esa posibilidad.

Si bien aún falta por establecer con claridad la real composición de quienes redactarán la nueva Constitución, que se debe corregir con la votación final y la recomposición según la paridad de género y los doblajes por distrito, el aumento de la fuerza de Apruebo Dignidad habla de este cambio en la política tradicional. El desplome de la ex Concertación dejó cifras alarmantes para los “partidos del orden”, donde por ejemplo, la Democracia Cristiana podría lograr tan sólo 2 representantes, el Partido Por la Democracia 3 representantes y el Partido Radical tan solo 1.

El Partido Comunista y Revolución Democrática se configuran como los principales partidos del Apruebo Dignidad, alcanzado un empate técnico que puede variar entre los 7 u 8 representantes. Pero también pueden aumentar durante la madrugada.

Más allá de las variaciones que puedan existir en las próximas horas, lo que es evidente es no solo la reconfiguración del mapa, sino que una decisión consciente del pueblo de hacer radicales cambios a la Constitución, que dejó plasmada durante la crisis del Covid-19, la desigualdad brutal con la que se perpetuó la vieja Constitución.

Así lo sostuvo, por ejemplo, el diputado Daniel Núñez (PC), quien sostuvo en sus redes sociales que “el hecho político más destacado es que el PC+FA le ganan a la ex Concertación. Ahora a proyectar esa fuerza para ganar la presidencia de Chile”.

Mientras que en la ex Concertación ya sintieron el golpe de la elección a convencionales y rápidamente salieron a plantear el diálogo con el PC y el FA. Así lo sostuvo el presidente del Partido Socialista, Álvaro Elizalde, quien dijo que “la lista de la derecha no ha alcanzado los dos tercios de los convencionales, lo que representa una oportunidad para correr la barrera de lo posible e impulsar acuerdos”.

La debacle de la Democracia Cristiana será analizada en una Junta Nacional que se realizará este lunes, donde verán la continuidad de Fuad Chahin como su presidente, y uno de los hasta ahora dos representantes en la Convención.

En la derecha existía una hecatombe, con una baja en su votación, no logrando la mayoría que requería en la Convención por efecto de mala votación en convencionales, perdiendo alcaldías estratégicas y con mal desempeño en la elección de gobernadores.

Los malos rostros en los partidos conservadores eran evidentes y detrás de todo esto se sabe la pésima y mal evaluada gestión del Presidente Sebastián Piñera.

Este lunes el mal saldo electoral sería un punto a tratar en el Consejo General de la Unión Demócrata Independiente (UDI) y habrá una cita extraordinaria de la directiva de Renovación Nacional.

En el gobierno, este resultado simplemente termina de sepultar a Piñera, y habría un análisis en el Comité Político de La Moneda. Uno de los tantos frentes abiertos, es que los partidos del sector pondrán mucha responsabilidad de lo ocurrido en el gobierno, al tiempo que para la administración de Piñera el triunfo de las fuerzas antineoliberales dado por la votación de la ciudadanía, es otro torpedo a sus políticos neoliberales y autoritarias.

Chile: crónica de un fraude anunciado. Foro por la Asamblea Constituyente. 13 de mayo de 2021

La elección de la Asamblea Constitucional, en los términos en que se hará, y a la vista de sus resultados posibles, constituye la más profunda derrota para las izquierdas en Chile en los últimos treinta años. Una derrota solo comparable al gran fraude que significaron el plebiscito de 1988, las negociaciones consiguientes y el paso a una democracia de baja intensidad, que implementó y profundizó el sistema neoliberal en todos los órdenes de nuestras vidas.

Completamente a espaldas de la indignación masiva expresada en las calles desde el 18 de octubre de 2019, se realizarán unas elecciones que conducen a una Convención Constitucional que no es realmente democrática, que no es soberana, que le da poder de veto a la derecha con solo un tercio de los delegados, que tiene prohibido tratar de incidir en los tratados internacionales que amarran al país a la jurisdicción interesada de los órganos que representan al capital trasnacional, que no tiene normas claras de transparencia, ni de financiamiento y que debe someter su autonomía a fallos eventuales de comisiones designadas por la Corte Suprema.

Desde el Foro por la Asamblea Constituyente insistimos desde hace casi ocho años en la necesidad de una verdadera Asamblea Constituyente: soberana, democrática, participativa, transparente, efectivamente autónoma. Nada de esto está expresado ni en la ley que convoca a esta Convención, ni en el sistema electoral que la origina, ni en los desastrosos resultados que se obtendrán.

Como Foro, propusimos procedimientos claros, establecimos definiciones y políticas a seguir definidas, con toda clase de detalles y precautorias, considerando la profunda administración a la que es sometida la democracia por los sectores dominantes, enunciamos los principios y líneas de acción públicamente, mucho antes de que el estallido de la ira popular hiciera evidente a todos los que se habían negado a escuchar la necesidad de un cambio radical en el sistema económico y político que vive el país desde hace más de cuarenta y siete años.

Asumiendo el sentir expresado en la protesta social masiva, alejados de todo vanguardismo y maximalismo, alejados sobre todo de la amplia auto complacencia con que las izquierdas que no previeron, no iniciaron, ni mantuvieron la radicalidad puesta en las calles han pretendido, sin embargo, administrarla y encuadrarla en sus discursos, sostuvimos una línea eminentemente pragmática, buscando en cada momento la vía radical, que pudiera convertir la protesta, de acuerdo a las condiciones dominantes, en una auténtica presión contra el régimen imperante.

Al calor del estallido inicial, propusimos que el movimiento organizado, agrupado en la Mesa de Unidad Social, negociara directamente con el gobierno la convocatoria de una Asamblea Constituyente libre, soberana y democrática. Ninguno de los movimientos y partidos de la izquierda organizada acogió de manera real esta propuesta obvia, que era la consecuencia directa que la reflexión de izquierda debería haber obtenido de la violencia y radicalidad con que se desarrollaba la protesta masiva.

Por supuesto, el poder y la política institucional, profundamente impactados y atemorizados por la violencia en las calles, fueron capaces de muchísimo más pragmatismo y eficacia: después de un mes de violencia imparable lograron el llamado Acuerdo por la Paz Social y la nueva Constitución del 15 de noviembre de 2019.

Ante el espectáculo inverosímil de que todas las posturas de derecha (Concertación, Renovación Nacional, UDI) llegaran a un acuerdo vergonzoso y claudicante con los que hasta solo un mes antes se declaraban de izquierda (Frente Amplio), llamamos a rechazar ese acuerdo, a hacerlo insostenible e inviable manteniendo la protesta popular, e insistimos en la necesidad de una mesa de negociación directa del movimiento social con el gobierno. Ninguno de los movimientos y partidos de la izquierda organizada acogió de manera real este rechazo, ni siquiera aquellos que no firmaron el 15 de noviembre. Lo que ocurrió de hecho es que, de manera pasiva, con retóricas vagas y declaraciones ambiguas, todo el espectro político simplemente asumió como un hecho el pacto firmado, incluso la negociación subsiguiente, que lo agravó, lo consagró y lo convirtió en una milagrosa reforma constitucional a la que se habían negado durante treinta años. Por supuesto, el efecto más inmediato de esta aceptación general fue la notoria baja en la intensidad de la protesta, gracias a la cual se habría podido aspirar a algo mejor y más digno.

Nuevamente llevados a la vez por la radicalidad y el pragmatismo, sin retóricas principistas ni grandilocuencias vanguardistas, sostuvimos que, dado ese escenario, lo que había que hacer, a través de la protesta popular, era luchar por una reforma constitucional adicional, que estableciera normas de transparencia para la Asamblea, que convirtiera la regla de los dos tercios en la obligación de un plebiscito intermedio, vinculante, para dirimir por la vía directa los temas en que la Asamblea no llegare a acuerdo, que permitiera revertir las trabas a su soberanía efectiva.

Todas las izquierdas, sin embargo, concentraron su atención en las normas de paridad y en la participación de los pueblos originarios, dos temas que, siendo un gran avance democrático, no tocaban en absoluto el amarre que implicaba el sistema electoral acordado para elegir a los constituyentes, ni la regla de los dos tercios, ni el carácter sagrado de los tratados internacionales, cuestiones que, en la práctica, permiten anular lo que se pueda obtener en democratización con la paridad de género y la participación de los pueblos originarios.

Lo que se obtuvo es una nueva reforma constitucional, aprobada nuevamente con una mayoría milagrosa conformada por la derecha, el centro y las izquierdas, en que no se dio ninguna oportunidad real a los independientes, en que no se estableció nada sobre la transparencia, en que no se tocó absolutamente nada del núcleo del Acuerdo por la Paz Social.

Entonces, nuevamente, sin la menor oposición real, y a pesar de que a esas alturas las izquierdas ya reivindicaban como propia la gesta iniciada en octubre del 2019, todos los movimientos y partidos de las izquierdas organizadas empezaron a sacar cuentas y a moverse aceptando sin más y de hecho el marco establecido. Convirtiendo, en la práctica, la ira movilizada solo en una vía institucional doblemente administrada por dos reformas constitucionales pensadas de manera ad hoc para dar todas las garantías posibles a la derecha más dura.

No somos partidarios del principismo ni del vanguardismo. Somos enemigos de las desilusiones apresuradas o del retiro testimonial, que salva la propia dignidad mientras el mundo permanece intacto. Creemos que es perfectamente posible formular políticas radicales manteniendo a la vez el ánimo pragmático, el examen realista de cada momento y sus circunstancias. Sabemos, además, que las políticas abstencionistas, en un marco histórico de democracia administrada, solo favorecen a los sectores gobernantes. Pensamos, nuevamente, que lo que había que hacer era preguntarse cuál es la política más avanzada, la que conduce mejor, aunque sea difícilmente, a los objetivos sustantivos que tenemos, dado un escenario que a esas alturas ya era bastante malo.

En ese momento sostuvimos que se debía perseguir dos objetivos inmediatos y una política permanente de mediano plazo. Primero, formar un gran pacto que reuniera a todas las izquierdas, ordenadas en subpactos, para, dadas las características de la ley electoral impuesta, obtener como máximo los dos tercios de la Convención y, como mínimo, un tercio de los delegados de izquierda dura, que pudiera bloquear las mociones constituyentes que confirmaran el modelo neoliberal y, de esa manera, aplazarlas para debatirlas luego, bajo una nueva Constitución, como materia de ley.

Y, en segundo lugar, tratar de obtener una mayoría muy contundente en el plebiscito convocado para, ¡recién entonces!, reconocer legalmente la convocatoria de una instancia que ya no era ni Asamblea, ni Constituyente, pero que dada la inercia de las izquierdas, era lo que más se parecía a lo que la indignación popular había exigido. Pensamos que, obtenida esa mayoría contundente, podríamos tener poder de negociación para algo más progresista.

Por otro lado, como política a mediano plazo, propusimos que había que mantener la lucha por una nueva reforma constitucional que permitiera modificar la regla de los dos tercios, recuperar la soberanía de la Convención, dotarla de transparencia y mecanismos participativos vinculantes. Y buscar la unidad de las izquierdas en torno a un programa constitucional sustantivo, radical, por el cual luchar en la Asamblea. Una lucha, por cierto, que solo se podía dar manteniendo la presencia en las calles, articulando el movimiento territorial que había surgido, buscando las instancias de coordinación de los movimientos de base con los movimientos y partidos organizados formalmente.

Como sabemos, todo esto se vio profundamente alterado por dos hechos esenciales: la desastrosa falta de vocación para la tolerancia y la unidad en torno a objetivos mayores mostrada por todas y cada una de las izquierdas, y los mecanismos de control ciudadano, sanitarios y políticos, que ha hecho posible la pandemia. El primer factor condujo a una desastrosa dispersión de pretensiones electorales que, notoriamente, dado el marco de hierro de una ley electoral pensada para favorecer los pactos grandes y a los partidos políticos institucionales, hace prever un desenlace electoral penoso para las izquierdas y curiosamente lleno de optimismo para la derecha.

El segundo factor, desencadenado por la pandemia, pero azuzado y exigido por la propia izquierda (¡!), en un afán inmediatista y pequeño de socavar la base puramente electoral, solo en las encuestas, del gobierno de turno, ha terminado por desbaratar casi por completo la movilización popular a lo largo de todo un año.

Estamos hoy, a dos días de las elecciones de constituyentes, en el peor de los escenarios posibles. Ninguna de las izquierdas está proponiendo un programa constitucional realmente sustantivo. Tampoco se tiene en la mira, por ningún lado, dar la pelea por democratizar y hacer realmente soberana a una Convención que se nos ofrece sin garantías de transparencia, ni mecanismos participativos, y con trabas sustantivas a las materias que puede discutir, incluso al tratar de formular su reglamento interno.

La perspectiva estrecha e inmediatista de elegir un concejal, un alcalde, un gobernador, de posicionar candidaturas al parlamento y a la presidencia, ha copado de manera completa y absorbente la “agenda” de las izquierdas organizadas en partidos y movimientos. La protesta social vivida y sufrida a costa de miles de víctimas de diverso tipo y de cientos de presos que aún permanecen en los regímenes “preventivos” posibilitados por la represión estatal, se ha diluido casi completamente en esperanzas electorales, o en programas inmediatistas que se mueven enteramente dentro de lo dado, del escenario establecido por un “acuerdo” canallesco, sin recoger en absoluto el contenido esencial de la indignación expresada en las calles: terminar de manera efectiva con la administración neoliberal de nuestras vidas.

Creemos que, en este escenario oscuro, lo que se puede intentar es convertir todo el proceso de la Convención Constitucional en una larga y profunda clase de educación política de la ciudadanía. Cada tema que se discuta en la Convención debe ser discutido en la base social, en los territorios, en los partidos y movimientos formales, o en los colectivos que se han reunido con este propósito y que deberían tener un largo y productivo porvenir. Cada disposición contraria a los intereses populares que se apruebe en la Convención, por muy edulcorada que esté con lenguajes inclusivos o proclamaciones altisonantes de derechos intangibles, debe ser resistida en la calle, frente a cada municipio, en protestas organizadas que capaces de responder a las provocaciones tanto de la policía como del vanguardismo.

Un objetivo pequeño, muy inmediato y pragmático, pero prometedor, es intentar que las numerosas listas de independientes obtengan muchos votos. Esto permitirá mostrar la enorme desproporción entre la votación sumada de los independientes a nivel nacional y el número de delegados constituyentes que efectivamente obtendrán estas candidaturas. Una muestra flagrante del carácter no democrático de esta convocatoria que se puede invocar y reclamar en las calles.

Es necesario repetirlo: no creemos en la desilusión fácil, en la abstención inútil, en el desánimo sistemático, con que suelen revestirse las izquierdas existenciales y meramente testimoniales. Estas batallas forman parte de una guerra que es muy larga, y que debe ser pensada no solo en sus expresiones inmediatas, contingentes, sino en términos de la perspectiva estratégica en que nos situamos. Queremos un mundo más justo, radicalmente diferente del mundo en que vivimos. Estamos dispuestos a luchar de manera permanente y porfiada, pragmática y realista, por lo que creemos que es justo.

El proceso constitucional en marcha, dada sus condiciones y límites, no permitirá revertir en ningún aspecto esencial la administración neoliberal del país. Peor aún, puede perfectamente convertirse en un blanqueo constitucional análogo al arcoíris que nos vendieron en 1989. Mucha alegría y arcoíris en las declaraciones, neoliberalismo duro y profundizado en la realidad. Pero, al mismo tiempo, como lo fueron los gobiernos neoliberales de la Concertación, será fuente de nuevas violencias. La ceguera de las élites politiqueras, la ambición desmedida y depredadora de los capitalistas nacionales y trasnacionales que pillan este país, no les permite una política moderada, no les permite una administración medianamente benefactora. Solo están dispuestos a ganar, a saquearlo todo, sin ningún proyecto u horizonte estratégico que no sea el de la ganancia inmediata y abusiva. Están sembrando y sembrando vientos. Cosecharán tempestades.

FORO POR LA ASAMBLEA CONSTITUYENTE

Santiago de Chile, 13 de mayo de 2021. A dos días de las elecciones para la Convención Constitucional.

Cuento con duende. Claudia Korol.2016

Este cuento que te cuento, tiene muchos principios y no tiene fin. Tiene muchas geografías, y diferentes historias. Es una multitud de cuentos, y sigue siendo uno. Vos lo estás leyendo o escuchando, mientras yo lo sigo escribiendo muy lejos, del otro lado del océano, o atravesando el océano en este mismo momento.

Este cuento que te cuento, es el de los muchos viajes que realizamos los pueblos buscando caminos. Es el cuento de las veces que nos perdemos en esos viajes, y preguntando encontramos cómo seguir. Es el cuento de cómo conocemos, cómo aprendemos, cómo descubrimos el mundo que creíamos descubierto.

Es el cuento de la aventura de saber que no sabemos, y de seguir inventando lo desconocido y deseado.

Escribo este cuento en el País Vasco, un territorio rebelde en un extremo de Europa, entre mujeres y hombres que se sueñan libres, y afrontan prisiones brutales (más de 400 presas y presos políticos), por ejercer su derecho de soñarse independientes y de hablarse en euskera, su lengua. En ese territorio estuvimos varios días hablando de nuestros ensayos de una pedagogía emancipatoria.

En el encuentro había educadorxs populares de Perú, que acompañan las luchas de Cajamarca, del Conga No Va, feministas guatemaltecas que bordan clítoris en tejidos mayas y quichés, pedagogos del movimiento sin tierra de Brasil, activistas vascas y vascos, internacionalistas de Galicia, algunas brujas que nos enseñaron sus secretos para volar, incluso una chica Almodóvar, y hasta un grupo de campesinos andaluces, aceituneros altivos, que sospecho que trajeron junto a los poemas del niño yuntero, una travesura lorquiana enredada en el equipaje.

En algunos momentos vi asomarse a un viejito de barba tupida que se reía de nuestros apasionados diálogos, creo que con complicidad, pero enseguida el viejito se fue para otro lado. Me acordé entonces que semanas atrás en Venezuela, compartiendo con lxs compas sus intentos de revolucionar su revolución, de hacer más feminista su socialismo del siglo XXI, más socialista su feminismo, más internacionalista su patriotismo, más rebelde y liberadora su pedagogía, aquel viejito andaba por ahí, con la misma barba blanca y la misma sonrisa de picardía.

Está bien visto que en los cuentos haya duendes. Este viejito podría ser un duende. Tiene barba y sonrisa de duende. Pero no estoy segura que lo sea. Recuerdo ahora haberlo visto en lugares tan diferentes como Palestina, Chiapas, Bolivia…, y casi siempre por Pompeya. Ahora pienso que el viejito no es un duende, sino el rostro posible de un latido. Creo que el viejito podría llamarse Paulo Freire, pero eso tal vez le quite misterio a nuestro cuento. O tal vez sea mejor llamarlo así, porque no es su rostro ni su nombre el misterio de este cuento, sino el origen de su mirada y de su sonrisa en el cruce de caminos.

Este cuento que te cuento se escribe con una sonrisa en la mirada, que nos ayuda a espantar los dolores del mundo, y a ver más allá de nuestro horizonte inmediato. A reconocernos en otras miradas, de diferentes pueblos que sueñan y reinventan la libertad. Ya dije que en esta tierra que hoy piso, más de 400 de esas miradas están prisioneras. También en Palestina, muchas de esas miradas están arrinconadas en territorios ocupados brutalmente, o en regiones destruidas bajo las bombas israelíes.

Sabemos que algunas de esas miradas están amenazadas en Venezuela por un imperio que quiere su petróleo y terminar con su revolución. Pero así y todo, esas miradas y esas sonrisas resisten los encierros. Esto que te cuento lo he visto. Vi sonrisas libres tras los muros. Vi miradas libres en los campos de refugiados palestinos. Vi el juego del duende burlando al imperio en Venezuela.

Este cuento que te cuento, se cuenta como educación popular. Tiene los colores, los ritmos, y los sabores que le pone cada pueblo, y tiene la memoria más larga, que la barba del viejito brasileño. Este cuento que te cuento no tiene final. Es un viaje hasta el corazón de la sonrisa, hasta el origen del latido más intenso.

Paulo Freire nos habló en sus primeros ensayos de la educación como práctica de la libertad. Y su pedagogía de los oprimidos y oprimidas, la pedagogía de la esperanza, de la rabia, de la indignación, de la osadía, de la rebeldía, sigue alfabetizando en gestos, en palabras y en acciones. Paulo creyó en la dialéctica revolucionaria de nacer muchas veces, y de muchas formas.

Como el Che, que en un día como hoy nacía por primera vez… y que se ríe de asomarse en cualquier parte de este cuento, sólo para que le celebremos su cumpleaños, dice. Este cuento desordenado que te cuento es un latido intenso, contagioso, solidario. Es el duende guevariando todos los cuentos. Es la historia embrujada que sigue naciendo después de todas las inquisiciones de allá y de acá. Es la rebeldía que vive, che, en una sonrisa y en una mirada.

Claudia Korol, 14 de junio de 2015.

Antes e depois de Seattle. Emir Sader. Enero 2001

Faz  apenas  um  ano  que  se  realizaram  as manifestações  de  Seattle e no entanto mudou  tanto  o  clima  internacional,  que  é preciso  nos  darmos  conta  exatamente  de onde  estamos,  tanto  para  não  acreditar  que tudo  mudou,  quanto  para  percebermos  em que  altura estamos do caminho de superação do neoliberalismo.

Antes de Seattle

As  transformações  regressivas  ocorridas  no  mundo entre  a  crise  de  1973  e  Seattle  representam  os  pontos  de ascensão  e  consolidação  do  novo  liberalismo  no  mundo.

Aquele  momento  era  a  virada:  do  mais  profundo  ciclo, longo  e  expansivo,  da  história  do  capitalismo,  ao  ciclo recessivo,  do  qual  ainda  não  saiu.  De  alguma  forma  a reaparição e nova hegemonia liberal representa uma reação ao que se cristalizava naquele momento em escala mundial.

Por um lado, uma reação ideológica, que foi o primeiro passo  para  tudo  o  que  aconteceu  depois.  O  diagnóstico  de que  a  crise  que  havia  chegado  era  produto  da  regulação econômica, com todos seus elementos: força dos sindicatos, encarecimento  da  mão-de-obra,  excessiva  capacidade  de articulação de setores da periferia capitalista.

Esse diagnóstico  ensejou  a  ofensiva  ideológica,  que  mudou  de forma  rápida  e  radical  o  panorama  mundial,  a  partir  das fórmulas de desregulação econômica e todos os seusavatares  –privatização,  abertura  econômica  ao  mercado internacional, estreitamento das funções e ações do Estado–com a correspondente projeção do liberalismo, especialmente  financeiro e comercial, e das grandes corporações, como os sujeitos do processo econômico.

Combinando a recessão com a proposta de reacomodação das  condições

de acumulação –“terceirização”, reengenharia, flexibilização laboral, toyotismo–  se  produziu  uma  nova  correlação  de  forças entre as classes sociais, condição essencial do novo panorama  histórico,  que  teve  vigência  nas  duas  últimas décadas  do  século  XX.  O  capitalismo  se  recompôs,  num patamar  claramente  mais  baixo,  como  toda  saída  de  crise.

Mas  principalmente  com  um  novo  projeto  hegemônico, cristalizado  na  ideologia  neoliberal  e  nas  novas  condições de acumulação e de relação entre as classes, assim como do Estado  com  o  mercado  e  das  economias  nacionais  com  o mercado internacional.

O  triunfo  da ideologia liberal, nas condições do capitalismo do fim do século, privilegiou o crescimento dos países que mais rapidamente puderam impor a flexibilização  laboral  e  a  correspondente  superexploração dos  trabalhadores.  Elevaram  substancialmente  as  taxas  de exploração e de lucro, ao mesmo tempo em que acentuaram a fratura entre a alta e a baixa esfera do consumo,concentrando renda de maneira funcional ao proceso concentrador  de  acumulação  de  capital.  Essas  condições ganharam realidade de forma particularmente propícia nos EUA, depois que se recuperaram da crise do fordismo e se recompuseram para aproveitar as inovações da organização do processo  produtivo.

Isto é, mediante uma política econômica  dirigida  a  reconquistar  espaços  no  mercado internacional, através da desvalorização do dólar,aceleração das importações de mercadorias a preços baratos(particularmente da China), e atração de capitais, (particularmente  japoneses) para suprir seu gigantesco déficit comercial. Sua economia interna, enquanto isso, foi se dirigindo seletivamente para ramos de ponta  e, maciçamente, para o setor de serviços, espaço privilegiado da informalidade e do trabalho precário.

A Inglaterra  –com  Thatcher  secundando  a  Reagan–seguiu esses passos, assumindo-se como potência de segunda  categoria  em  termos  produtivos,  vendendo  sua mão-de-obra barateada pela ofensiva neoliberal, desindustrializando-se  (desapareceu  a industria automobilística  inglesa)  e  voltando  esforços  para  a  City londrina,  correlato  da  expansão  da  especulação  financeira internacional.

Os  outros  países  da  Europa,  assim  como  o  Japão, ficaram para trás, por trilhar mais lentamente esse caminho, devido a configurações de classe mais rígidas ou devido a maiores  dificuldades  para construir neoliberalismos de linha dura como o norte-americano e o inglêsespécies de processos de acumulação primitiva da hegemonía neoliberal.

Esses processos tiveram seu período de instalação, que supôs a dureza dos mecanismos de acumulação  primitiva, com ênfase especial em quebrar  a  resistência  do movimento  operário organizado.  As  greves  dos operários  do carvão na Inglaterra,  dos  trabalhadores  da  Fiat  na  Itália  e dos  controladores  aéreos nos EUA, derrotadas cada uma delas, tornaram-se símbolos da  vida  na  luta  de  classes  nesses  países  e  fizeram  soar  o alarme  de  que  a  nova  disposição  de  endurecimento  das classes  dominantes  dava resultados.

Essa  tarefa correspondeu  às  forças  e  governantes  com  visões  mais ortodoxas do liberalismo, em geral provenientes da direita tradicional,  agora  em versões mais “ideologizadas” eradicalizadas, assentadas no fundamentalismo de mercado.

Os  resultados  não  se  fizeram  esperar,  tanto  no  novo ciclo  expansivo  das  economias  dos  EUA e  da  Inglaterra–insuficientes no entanto para superar o ciclo longo recessivo geral do capitalismo– quanto no debilitamento da capacidade  de  luta  do  movimento  operário  organizado. 

A retomada  do  crescimento  econômico  se  deu  em  setores tradicionais, como a indústria automobilística norteamericana,  junto  com  o  desenvolvimento  de  novos  ramos de  ponta  –de  que  a  informática  se  tornou  o  símbolo.  E  a expansão  desmesurada  do  setor  de  serviços,  ao  lado  de aumento  da  disponibilidade  de  mão-de-obra  (seja  pelo desemprego,  resultante  dos  remanejamentos  no  proceso produtivo,  seja  pela  elevação  acentuada  dos  trabalhadores imigrantes), conforme a periferia capitalista entrou abertamente em recessão.

Instalou-se  uma  nova  correlação  de  forças  entre  as classes,  tanto  no  plano  geral  quanto  em  cada  país  em particular,  com  diferenças  de  menor  monta,  conforme  o capitalismo  logrou  estender  os  limites  do  mercado  através da desregulação, que impôs um novo ciclo e internacionalização do capital.

O mercado financiero comandou  essa  internacionalização,  mas  foi  acompanhado pela  intensificação dos intercâmbios entre as grandes corporações multinacionais no plano dos investimentos e da tecnologia,  assim  como  um  mercado  de  mão-de-obra,  nos limites do interesse dessas grandes corporações.

Desemprego  estrutural onde tinha havido pleno emprego;  informalização,  terceirização,  trabalho  precário, ao lado de política dura de enfrentamento com movimentos grevistas – foram os elos mais importantes dessa virada, ao lado da bem sucedida campanha ideológica de reindividualização,  acompanhada  da  extensão  do  consumismo  e  do  boom  editorial  da  reengenharia  e  da “auto-ajuda”. Quebrou-se o  consenso  favorável  às soluções  coletivas  dos problemas  da  sociedade, enquanto se abriam caminhos  seletivos  de  ascensão  nas  novas  formas  de organização da economia–com forte peso da informática  e  da  propaganda  em  torno  “nova  economia”–guiada pela informática e “sem crises”.

Baixa  acentuada do nível de sindicalização, forte diminuição  da  ocorrência  de  greves,  enfraquecimento  da capacidade reivindicativa dos sindicatos, preponderância da defesa  do  emprego  em  detrimento  da  melhoria  salarial  ou da  redução  da  jornada  de  trabalho  –em  suma,  defensiva aberta e ampla por parte do movimento sindical em praticamente todas as regiões do mundo.

A hegemonia do capital financeiro, promovida pela elevação da taxa de juros acima da taxa de lucros e pelos processos de desregulação, por sua vez, impôs novas formas de reprodução social favoráveis à acumulação especulativa, com reflexos negativos diretos sobre o processo produtivo, sobre os níveis de desenvolvimento econômico, sobre o nível de emprego, sobre a “financeirização” dos Estados e  das empresas e sobre a vida econômica e social no seu conjunto.

No  entanto,  as  maiores  transformações  regressivas  se deram  no  plano  ideológico,  de  forma  conexa  com  as modificações no processo de reprodução material da sociedade e de seus agentes sociais. Conforme  o capitalismo estende e completa seu processo de mercantilização  do  mundo  inteiro,  se  desenvolve  e  se arraiga  a ideologia individualista que corresponde às relações de mercado, em que o destino de cada um é obra de  cada  um,  acomodando-se  à  circunstância  que  tudo  se torna mercadoria, inclusive os seres humanos.

Esse processo sem precedentes por sua extensão e profundidade–porque  se  dá  correlatamente  com  o  enfraquecimento  das formas  de  construção  de  sujeitos  coletivos,  seja  no  plano organizativo, político e do próprio  conhecimento–resultando na  sobredeterminção de todas as relações sociais, incluídas a luta política e a ideológica. É como se o mundo  se  reconstituísse  a  partir  dos  indivíduos  como mônadas: o sonho utópico do liberalismo econômico.

Seattle

Seattle  acontece  como  uma  espécie  de  velha  toupeira que, de repente, depois de uma acumulação quase subterrânea  de  forças,  irrompe  à  superfície,  ao  mesmo tempo como resultado previsível de desdobramentos anteriores,  mas  também  como  expressão  surpreendente –pela forma, pelo lugar, pelo momento– dessas tendências.

Não  foi  surpreendente  que  Seattle  acontecesse,  pelo  mal-estar  acumulado  nas  duas  décadas  anteriores  que,  sem espaço  para  se  manifestar,  seja  pelo  debilitamento  das organizações que pudessem expressa-lo, seja pelo deslocamento  ideológico dos debates para temas financeiros ou outros, que conseguiram canalizar a atenção e  as  energias  do  espaço  público  e  discussão,  no  lugar  de outros,  que  subterraneamente  foram  buscando  os  espaços de  menor resistência para fazer-se presentes.

Foi surpreendente que tivesse demorado a fazê-lo e quefinalmente se tivesse dado na forma em que se deu.

Seattle foi uma convergência de múltiplas reivindicações, a ponto de que publicações da grandeimprensa tentaram reduzi-las a um mosaico desconexo de demandas, reunidas pelo descontentamento dos marginalizados pelos avanços da globalização, mas incoerentes entre si. Certamente os exemplos mais utilizados têm a ver com as contradições entre a defesa dos empregos dos trabalhadores norte-americanos pelos sindicatos daquele país –que  explicitamente se contradizem com o deslocamento de capitais para países da periferia capitalista, de que o México, a Índia, a Indonésia e a China são apenasalguns grandes exemplos, para superexplorar mão-de-obra dezenas de vezes mais barata que a dos EUA– e a luta contra o desemprego nesses países.

Dentre  suas maiores conquistas, as manifestações desde  Seattle conseguiram,  por  um  lado,  quebrar  a  apatía política,  um  certo  conformismo  sobre  a  onipotência  da tecnocracia internacional para decidir sobre os destinos da humanidade.

A idéia de que se pode pelo menos questionar e  até  mesmo  bloquear  a  capacidade  de  decisão  dessa tecnocracia  e  de  seus  organismos.  Essas  manifestações serviram igualmente para apontar os adversários centrais da diversidade  de  reivindicações  –a  OMC,  o  FMI,  o  Banco Mundial– como representantes da ordem vigente no mundo atualmente.

Por  outro  lado,  se  conseguiu  deslocar  os  temas  em debate, da alternativa entre maior ou menor liberalização do comércio para as conseqüências sociais do modeloeconômico vigente e para a necessidade da sua substituição.

Essa  mudança  fez  com  que  as  próprias  reuniões  daqueles organismos  tivessem  que  se  debruçar  sobre  essa  nova agenda,  embora superficialmente,  deixando  de  seguir  sua própria agenda.

Ao nível nacional, as manifestações permitem recuperar  dinamismo  e  capacidade  de  atração  em  varios países,  a  começar  pelos  europeus,  onde  a  esquerda  havia chegado ao nível mais baixo de sua história, e nos Estados Unidos.  Elas  permitiram,  ao  mesmo  tempo,  recuperar  a dimensão internacional da luta atual, questionando as versões, como a de Samuel  Huntington, de que oquestionamento da ordem mundial atual se fazia apenas por setores  de  fundamentalismo  nacionalista  e  religioso.  Umnovo  elo  de  solidariedade  começa  a  surgir  e  permitirvislumbrar o potencial de um novo projeto hegemônico.

Essa  mudança  do  clima  internacional  representa  o avanço  mais  significativo  a  partir  de  Seattle.  No  entanto, essa  força  social  e  ideológica  acumulada  ainda  não  se traduziu em força política, que permita começar concretamente  a  frear,  reverter  e  modificar  a  hegemonía real do neoliberalismo, seja nos fluxos económicos mundiais, seja na ideologia cotidiana da grande maioria da população  mundial.  Esta  fraqueza  se  revela,  efetivamente, na  ausência  ainda  de  governos  de  países  de  peso  mundial que  se oponham diretamente ao discurso e à prática neoliberal  e  comecem  a  construir  políticas  nacionais  e  um bloco de forças internacional que comece a pôr em prática uma ordem mundial qualitativamente diferente.

Isto só pode se dar quando se obtiver vitórias ao nível nacional, que é o espaço em que necessariamente se dão as lutas  políticas,  onde  é  possível diretamente  começar  a romper com a cadeia de imposição da hegemonía neoliberal. Nesse sentido se percebe que, embora os setores que se mobilizaram a partir de Seattle sejam muito ativos, são  ainda  minoritários,  agregando  setores  de  partidos  ou partidos  menores que ainda não lograram, porém, se constituir em forças hegemônicas nacionalmente.

Se essas forças têm que conseguir vitórias nacionalmente, ao mesmo tempo a concretização de políticas de ruptura e superação da atual ordem económica só  podem  ser  dar  internacionalmenteDaí  a  necessária articulação  entre  os  dois  planos,  sem  o  que  os  avanços internacionais não conseguirão desembocar em força política ou esta, conseguida no plano interno, ficará bloqueada para pôr em prática políticas concretas de negação e superação dos marcos neoliberais.

Depois de Seattle

Depois  de  Seattle,  o  movimento  de  questionamento  e superação  do  neoliberalismo  se  encontra  em  fase  de,  ao mesmo tempo, ampliação dos setores sociais mobilizados e de formualação de plataformas, políticas e estratégias concretas de ação. O Fórum Social Mundial de Porto Alegre será o primeiro momento de reunião do maior leque possível  das  forças  sociais  mobilizadas  para  buscar  eixos centrais de uma hegemonia alternativa.

Essa  busca  tem  no  questionamento  da  mais  extensa mercantilização  do  mundo,  realizada  pelo  capitalismo  em sua  fase  neoliberal,  seu  eixo  central  de  articulação,  que unifica tanto a sindicalistas, quanto a ecologistas, feministas  e  todo  o  conjunto  de  forças  que  expressam  o mal-estar da virada do século contra o domínio do capital.

A formulação  de  um  projeto  de  sociedade  centrado  no direito ao trabalho, no atendimento às necessidades básicas do conjunto da humanidade, na combinação entre a liberdade individual e a ação coletiva, entre a representação plural do ponto de vista social, político e cultural em todas as formas de exercício de poder, na solidariedade internacional  –pode  apontar  para  a  formulação  de  um projeto de reorganização da vida da humanidade em bases cooperativas, solidárias, humanistas.

Isso  requer,  antes  de  tudo,  um  diagnóstico  claro  a respeito  da  natureza  e  das  relações  de  poder  atualmente existentes  no  mundo,  para  deduzir  as  forças  com  que  se pode  contar  na  luta,  assim  como  para  buscar  as  alianças necessárias e, especialmente, para ter consciência da força do inimigo e dos obstáculos a enfrentar. Qualquer avaliação que subestime o tamanho do retrocesso na relação de forças mundial  e,  em  particular,  o  abismo  introduzido  entre  o destino dos países centrais do capitalismo e os da periferia, pode cair em visões simplistas e idealizadas dos caminosa trilhar para a quebra da hegemonia neoliberal e a construção de uma nova ordem mundial.

Nesse  sentido, os avanços desde Seattle são fundamentais por colocar elos de novas formas não apenas de solidariedade, mas principalmente de  articulação de interesses econômicos, sociais, culturais e políticos concretos que recomponham uma força internacional à altura de se enfrentar ao bloco de forças dominantes hoje no mundo.

Conflicto y crisis en el pensamiento social latinoamericano. Marcos Roitman Rosenmann. 2000

El pensamiento político y social latinoamericano ha sido muy fructífero en la producción de un conocimiento concreto en torno a la naturaleza de las crisis y los conflictos societales. El hecho de haber sido un continente sometido al orden colonial y sus elites políticas haber luchado por la independencia, destaca aún más las concepciones  del  cambio  social  y  el  tipo  de  sociedad  que  se pretende construir. Federalismo versus Unitarismo, Monarquía versus República.

El  proceso  de  independencia  facilitó  la  consolidación de un pensamiento político y social donde las tradiciones liberales  y  conservadoras  se  disputaron,  en  el  marco  de  las doctrinas, la hegemonía teórica.

Revoluciones, reformas, conflictos y crisis fueron analizadas bajo el tamiz del pensamiento ilustrado. La gran revolución del siglo XVIII en Europa encontró su respaldo en la naciente idea de progreso.

Y el pensamiento económico, social  y  político  utilitarista-contractual  movilizó  a  la  naciente burguesía en su lucha por instaurar un orden burgués fundado en  el progreso científico-técnico.

El  pensamiento  social  y  político  de  la  emancipación, está  empapado  de  la  idea  ilustrada  de  orden  y  progreso.

Desde fines del siglo XVIII las concepciones de una sociedad  fundada  en  la  igualdad  y  la  libertad  de  los  individuos abrió  la  crisis  del  orden  colonial

Criollos  y  peninsulares.

Diferenciados  por  status  en  función  de  su  nacimiento  en América  fueron  inhabilitados  para  ejercer  los  cargos  más relevantes  del  orden  colonial.  Por  ello,  los  criollos  defendieron las teorías del contrato social, la voluntad general y la división de poderes desarrolladas por Rosseau y Montesquieu. La influencia de la revolución francesa y la revolución norteamericana jugaron un papel decisivo a la hora de definir las estrategias y delimitar los contenidos ideológico-políticos de los procesos independentistas.

Tras la independencia, el positivismo había empapado todo el debate teórico acerca de la naturaleza de los conflictos y las crisis sociales. Curiosamente la democracia fue el pretexto que sirvió para negarla en su esencia. Considerada no apta para las emergentes sociedades políticas post-independencia se la concebía causante de caos y anarquía. Palabras claves  durante  todo  el  siglo  XIX  y  principios  de  XX. Orden y progreso; la libertad de los modernos.

El llamado a la lucha por la democracia como orden social y político será causante de los primeros enfrentamientos sociales y de la posterior crisis del orden oligárquico.

El nacimiento de los partidos demócratas y socialistas, unido a la influencia de la Comuna de París, al igual que las doctrinas socialistas y comunistas,  transforman el “tranquilo mundo” del orden oligárquico de fines del siglo XIX.

Sin embargo, la fuerza del positivismo y el debate liberal-conservador  siguió  siendo  el  eje  central  de  debate.  La sociedad,  se  dirá,  debe  generar  un  orden  estable  y  permanente, jerárquicamente estratificado y políticamente asentado en el gobierno de los buenos y mejores. 

Los discursos y escritos políticos de los  gobernantes y ensayistas  de  América  Latina  de  mediados  del  siglo  XIX son  exponentes  de  este  pensamiento  político  hegemónico.

José María Mora, Justo Sierra y Benito Juárez en México, Justo Arosema en Panamá, Juan Bautista Alberdi, Domingo F. Sarmiento y José Ingenieros en Argentina, Miguel Lemos en Brasil, José V. Lastarria, Francisco Bilbao, en Chile, Jose Bustillo en Bolivia, Javier Prado en Perú, Enrique Varona  en  Cuba,  Eugenio  María  Hostos  en  Puerto  Rico,  Floro Costa en Uruguay, son nombres que destacan en este entramado de ensayistas y políticos centrados en demostrar cuál era el mejor camino para evitar caer en el caos y la inestabilidad.[1]

La  relación  entre  positivismo  y  orden  social  se  estrecha. La discusión queda acotada por la pregunta: ¿qué tipo de orden social se concibe como apropiado para el desarrollo de la industria y el progreso?

Todas las interpretaciones estuvieron destinadas a dar respuesta a dicho interrogante.

La sociedad, pensada como un cuerpo biológico-social y formado de partes indisolubles, conduce a las primeras interpretaciones organicistas de los conflictos y las crisis sociales. Sirvieron de excusa a los gobiernos oligárquicos para reprimir y excluir a la disidencia política en cualquier circunstancia. Si en principio fueron las disidencias liberales y progresistas las más afectadas por dicha concepción, tras las reformas liberales de fines del siglo XIX, los destinatarios de  dichas  visiones  organicistas  fueron  los  demócratas,  socialistas, anarquistas y comunistas. La cuestión social emergía. Los conflictos y las crisis adquirieron otra dimensión y una nueva  interpretación.

El  problema  se  situaba  en  el  interior  de  una  sociedad cuya elite política se sentía amenazada. La lucha por la democracia, las demandas sociales y de participación por parte  de  un  proletariado  urbano,  minero  y  portuario,  produjeron las primeras matanzas y represión generalizada del movimiento obrero y sindical en toda América Latina.

La  sociedad  tomaba  cuerpo  y  también  se  definían  sus contornos, sus actores, los sujetos y los horizontes de futuro. La dirección del cambio social se convierte en objeto de estudio. Con ello se analizan la cuestión social, las movilizaciones  políticas  y  las  alternativas  de  sociedad.  Si  el  primer debate fue definir  la sociedad, ahora se piensa: ¿qué tipo de sociedad se quiere?

Y esta pregunta acaba afectando necesariamente a la propia concepción de sociedad.

El fin del siglo XIX y los comienzos del XX fueron determinantes. Imperios en lucha y un imperialismo en expansión  mostraban  un  mundo  distinto.  La  discusión  se  torna clara. Las clases sociales y sus proyectos transforman lo social y lo político en un campo de fuerzas. La naturaleza de la sociedad dejaba de ser orgánica-biológica para ser social y política. Sin embargo, un nuevo organicismo hizo su aparición.  La  sociología  cobraba  carta  de  ciudadanía.  Durkheim  y  Simmel  aportaron  los  elementos  comprensivos  de un pensamiento global sobre el contenido y alcance de las crisis y los conflictos sociales.

Solidaridad orgánica y solidaridad mecánica. El uso de un  concepto  acuñado  por  Durkheim,  anomia,  se  hace  frecuente para identificar un comportamiento social disfuncional. “Pero puesto que no hay nada en el individuo que pueda fijarle un límite, éste debe venirle necesariamente de alguna fuerza exterior a él. Es preciso que un poder regulador desempeñe  para  las  necesidades  morales  el  mismo  papel que el organismo para las necesidades físicas. Es decir, que este  poder  no  puede  ser  más  que  moral.  La  sociedad  sola, sea directamente y en su conjunto, sea por medio de sus órganos, está en situación de desempeñar este papel moderador; porque ella es el único poder moral superior al individuo, y cuya superioridad acepta éste”.[2]

Una sociedad concebida de manera orgánica funcional y solidaria era el referente para interpretar la dinámica de los conflictos y las crisis sociales y políticas.

Mientras,  otra  corriente  de  pensamiento,  nacida  en  el siglo  XIX  y  vinculada  a  la  concepción  marxiana,  criticó  y mantuvo  una  postura  enfrentada  a  dicha  visión  orgánica funcional. Su lógica fue establecer como paradigma la inherente existencia de conflictos y crisis en cualquier orden social producido por el zoum politokoun. No cabía entender y explicar  el  origen  y  causa  de  los  conflictos  por  comportamientos anómicos o por desviación social. Los conflictos y las  crisis  eran  con-naturales  a  un  orden  social  fundado  en relaciones sociales de explotación.

Los conflictos y las crisis no son concebidos ni analizados catastróficamente; menos aún interpretados como actos disolventes y antisociales. Su fin no consiste en provocar un caos societal. Por el contrario, los conflictos y las crisis societales son espacios articulados, dependientes de intereses concretos  de  clases  y  grupos  sociales  cuyos  proyectos  son antagónicos y complementarios. La crisis y los conflictos se transforman en una contradicción dialéctica y lógica. Sobre este suelo se levantan los estudios de los comportamientos políticos, las demandas y las negociaciones sobre los cuales debía transitar la sociedad. Así, surge en Marx un concepto de crisis definido como un tipo concreto de conflicto no resuelto.

“Estas diversas influencias se hacen sentir, ora de manera  yuxtapuesta  en  el  espacio,  ora  de  manera  yuxtapuesta  en  el  tiempo;  el  conflicto  entre  las  fuerzas  impulsoras  antagónicas  se  desahoga  periódicamente  mediante crisis. Estas siempre son sólo soluciones violentas  momentáneas  de  las  contradicciones  existentes, erupciones violentas que restablecen por el momento el equilibrio perturbado”.[3]

Dos tipos de sociedad, dos concepciones de sus conflictos y las crisis. El pensamiento social latinoamericano está atravesado por este debate. De un lado el pensamiento liberal-conservador asume la visión orgánica-solidaria y funcional. La sociedad es un todo armónico en la cual la solidaridad entre sus partes es necesaria para el normal y buen funcionamiento del sistema. Pensar en el antagonismo y la lucha de clases es pensar en el caos, la anarquía y por ello plantearse la disolución de la sociedad. De otro, el pensamiento socialista y democrático. Para éste, las relaciones so- ciales de explotación son las causas de la injusticia y falta de derechos sociales y políticos de las clases populares y subalternas. Reivindicar por la fuerza sus derechos es producto de una sociedad antagónica, con clases sociales cuyos intereses son contrapuestos y sus cosmovisiones encontradas. Lo natural-social del orden social es el conflicto y la crisis.

Las primeras décadas del siglo XX, en América Latina,estarán marcadas por esta dualidad a la hora de concebir la sociedad y su funcionamiento. En la primera corriente libe- ral-conservadora podemos poner como representantes a Laureano Vallenilla Lanz con su obra  El cesarismo democrático (1919) y al chileno Alberto Edwards con  La fronda aristocrática en Chile  (1928). En la segunda corriente de pensamiento, los peruanos José Carlos Mariátegui y Victor Raúl Haya de la Torre y el brasileño Gilberto Freyre, entre otros.

El siglo XX se inicia con grandes confrontaciones. La revolución mexicana despierta al mundo. El fin del porfiriato  y  la  instauración  de  un  orden  social  revolucionario  en México  provoca  un  gran  terremoto  político  en  la  región.

Los  regímenes  oligárquicos  se  ven  amenazados  por  la  expansión de las demandas sociales de tierra y libertad y sufragio  efectivo  y  no  reelección.  La  democracia  era  al  mismo tiempo un  debate teórico y un proyecto político y social. Su influencia en América Latina afectó a toda una generación de líderes políticos e intelectuales.

La  primera  guerra  mundial,  el  consiguiente  desarrollo del  imperialismo  y  el  triunfo  de  la  revolución  rusa  son acontecimientos que, unidos a la revolución mexicana, dan un  giro  en  los  análisis  del  cambio  social  en  la  región.  La concepción  orgánico-funcional  y  solidaria  de  la  sociedad va  perdiendo  su  fuerza.  Una  sociedad  en  permanente  conflicto va ganando espacio,  introduciéndose en el conjunto de estudios sobre el carácter social de las estructuras de dominio y explotación en América Latina.

Surgen nuevas interpretaciones sobre la realidad  social del continente. Desde la poesía, hasta los ensayos político-filosóficos, todo está imbuido de esta noción de cambio social y de lucha anti-oligárquica. Argentina da el pistoletazo de salida. Los estudiantes de la Universidad de Córdoba en marzo de 1918 se declaran en huelga. Su proclama va dirigida a: “La juventud Argentina de Córdoba a los hombres libres de Sud América”.

“Hombres de una república libre, acabamos de romper la última cadena que, en pleno siglo XX, nos ataba a la antigua  dominación  monárquica  y  monástica.  Hemos resuelto llamar a todas las cosas por el nombre que tienen.  Córdoba  se  redime.  Desde  hoy  contamos  para  el país una vergüenza menos y una libertad más. Los dolores que quedan son las libertades que faltan. Creemos no equivocarnos, las resonancias del corazón nos lo advierten: estamos pisando sobre una revolución, estamos viviendo una hora americana”[4]

Es este llamado a la juventud y hombres libres de Sudamérica lo que sienta las bases para un pensamiento social latinoamericano  de  carácter  anti-imperialista  y  democrático. La nación latinoamericana cobra carta de identidad. Un argentino,  Manuel  Ugarte,  expresa  dicha  dimensión  continental en su ensayo  La nación latinoamericana y un mexicano José Vasconselos propone su  La raza Cósmica. Haya de la Torre, Mariátegui, Julio Antonio Mella, Alfredo Palacios, José Arciniegas o Gabriela Mistral, entre otros, son nombres  asociados  con  la  emergencia  de  un  pensamiento antiimperialista y democrático. La invasión de Estados Unidos a Nicaragua y la lucha de Augusto Sandino son un punto  álgido  en  la  concepción  teórica  y  política  en  el  devenir del pensamiento propio latinoamericano.

Una generación formada en las luchas anti-oligárquicas y reformadoras va copando los espacios políticos. Los regímenes oligárquicos sufren rupturas, cambios y reveses. En ocasiones  logran sobrevivir y con ello los procesos de cambio  se  ven  truncados.  Sin  embargo,  los  ensayos  sobre  los conflictos y las crisis en la sociedad latinoamericana ya no serán los mismos. La idea de ruptura y cambio social es relevante. La necesidad de reconocimiento político y ampliación de la ciudadanía a las clases obreras y los sectores medios arrincona las concepciones orgánico-anómicas.

Los años cuarenta se muestran fructíferos en el desarrollo de pensamiento propio latinoamericano.

Y a partir de los años cincuenta, las ciencias sociales cobran un gran protagonismo.  Sus  concepciones  teóricas  y  sus  propuestas  de análisis terminan por cubrir el espacio del debate y las interpretaciones del cambio social.

Desarrollo y democracia. Modernización y cambio social. Racionalidad política y reformas sociales. Todos estos conceptos copan el espacio teórico y el debate político. Las viejas concepciones organicistas y las visiones más reduccionistas de un marxismo vulgar, ceden paso a interpretaciones más elaboradas de los conflictos y las crisis societales.

Tras la segunda guerra mundial, la recepción del cuadro teórico metódico de la sociología es ya completa. Definida por Max Weber  como una ciencia que pretende comprender interpretando la acción social para de esa manera explicarla  causalmente  en  su  conexión  de  sentido,  se  convierte en el referente para el estudio de las estructuras sociales y de poder en América Latina.

Los conflictos y las crisis pasan a formar parte de los tipos de dominación, de las formas de racionalidad y de los mecanismos  de  legitimidad  del  poder.  Una  sociología  del poder  emerge  con  fuerza.  Las  teorías  de  la  modernización herederas de la tradición weberiana se alzan triunfantes. Gino Germani y José Medina Echevarria serán los exponentes de esta postura. Para Germani, los años cincuenta del siglo XX  están  inmersos  en  un  proceso  de  transición.  Definido como un cambio generalizado de estructuras, altera el tipo de acción social, institucionaliza el cambio y facilita un mayor grado de especialización de las instituciones.[5]

Pensar  la  institucionalización  del  cambio  es  pensar  la dinámica  de  los  conflictos  y  las  crisis. 

Ya  no  son  aspectos negativos, anti-sociales. Su existencia puede ser considerada un factor de modernización de las estructuras oligárquicas  y  tradicionales.  Sin  embargo,  en  América  Latina,  la transición está sometida a vaivenes donde las fuerzas contrarias al cambio social provocan resistencias, generando un fenómeno asincrónico que dificulta la modernización política, económica y social.

El conflicto se adjetiva: institucionalizado o desintegrador. “Si bien es cierto que en ciertas orientaciones el análisis funcional ha olvidado frecuentemente el papel del conflicto, ya sea como parte del funcionamiento normal de la sociedad, ya sea como expresión inevitable o difícilmente evitable del cambio, debe reconocerse que no hay ninguna incompatibilidad intrínseca. Desde nuestro punto de vista debemos reconocer dos tipos de conflictos: a) en primer lugar el conflicto institucionalizado, es decir, el que se halla ‘previsto’ dentro del marco normativo de la sociedad y que a la vez constituye una expresión de su funcionamiento ‘normal’ y esperado… b) en segundo lugar, el conflicto que surge en relación a un proceso de cambio.

En este sentido el conflicto expresa la existencia de un ‘desajuste’: desajuste entre normas y circunstancias reales, entre grupos. En todos estos casos el conflicto expresa la típica asincronía con la que suelen verificarse los cambios de estructura y ya sea que se le consideran como una ‘consecuencia’ del  cambio o como una ‘causa’ del mismo o -más correctamente- como ambas a la vez, el conflicto ‘no institucionalizado’ supone, por definición, la existencia de desintegración”.[6]

Surge un arsenal teórico tendiente a mostrar la necesidad del cambio social y de articular una sociedad en torno a objetivos como la democracia plena y el desarrollo económico y social. Es un período rico en producción de conocimientos sociales acerca de la configuración de las estructuras económicas, políticas, culturales y sociales de América Latina.

La institucionalización del debate producto de la expansión de las ciencias sociales generaliza una concepción no catastrofista de los conflictos y las crisis. Sin embargo, en la esfera de la política contingente, el conflicto internacional post-segunda guerra mundial, entra en ebullición. El triunfo de la revolución cubana y la crisis de los misiles o cohetes a principios de los sesenta agudizan la guerra fría.

Las ciencias sociales se ven afectadas por esta situación. La división entre proposiciones de cambio se concreta en alternativas de sociedad. El mundo no sólo se divide en bloques ideológico-políticos enfrentados. Las ciencias sociales, producto de una realidad histórica se ven inmersas en dicha confrontación.

En relación a nuestro interés, la dimensión del análisis teórico  de  los  conflictos  y  crisis  queda  delimitada  por  la dualidad  socialismo  o  capitalismo.  El  posicionamiento  es total. Las ciencias sociales son un campo de conflicto y de crisis permanente. No podría ser de otro modo, forman parte de una realidad social conflictiva y en constante cambio.

Esta circunstancia hizo que en América Latina, a diferencia de Europa, Africa o Asia, el pensamiento social se encuadrase en dos tendencias teóricas. La sociología de la modernización y la sociología crítica. Ambas crearán escuela. Nombres como Raúl Prebisch, Pablo González Casanova, Celso Furtado, Florestan Fernandes, María da Conceição Tavares, Costa Pinto, Orlando Caputo, Darcy Ribeyro, Leopoldo Zea, Gino Germani, Medina Echavarria, Sergio Bagú, Juan Bosch, Fernando Henrique Cardoso, Francisco Wefort, Agustín Silva Michelena, Ludovico Silva Michelena, Theotonio do Santos, Tomas A. Vasconi. Aníbal  Quijano, Aníbal Pinto, Osvaldo Sunkel, Pedro Paz, Carlos Quijano, Gregorio Selser, Pedro Vuskovic Bravo, Hugo Zemelman, Torcuato di Tella, Edelberto Torres Rivas, Carmen Miro, Daniel Camacho, Octavio Ianni, Antonio García, Orlando Fals Borda, René Zabaleta, Agustín Cueva, Ruy Mauro Marini, Ernest Feder, Aldo Ferrer, Suzy Castor, Bania Vambirra, Jorge Graciarena, José Aricó, Matos M a r, Julio Cotler, Amílcar Herrera o Rodolfo Stavenhagen son algunos de los nombres asociados a dichas tendencias.[7]

Las ciencias sociales viven en los años sesenta una época dorada. La teoría de la dependencia y el imperialismo se despliega en múltiples vertientes: estructural, económica-política o ideológica-cultural.  Sociología de la explotación, estudios de marginalidad social, colonialismo interno, concepción centro-periferia, desarrollo desigual o subimperialismo son propuestas y categorías de análisis emergentes durante este período para explicar el desarrollo histórico de América Latina.

El triunfo de la Unidad Popular en Chile (1970) abre el campo  a  nuevas  concepciones  del  cambio  social;  pero  sobre todo a los análisis de transición política del capitalismo al socialismo. Si hasta ahora la vía armada y la revolución eran los ejemplos históricos presentes, la victoria en las urnas  de  Salvador  Allende  introducía  en  la  discusión  la  vía pacífica de transición al socialismo.

Los estudios sobre el conflicto social y las crisis son ya el resultado de enfrentamientos teóricos entre defensores de una  modernización  capitalista  y  racionalización  política  y quienes  plantean  la  superación  y  la  transformación  de  las estructuras sociales de explotación y dominio capitalista.

El  debate  encontró  dos  corrientes  de  pensamiento  armadas teóricamente y cuya fuerza se hizo sentir en los proyectos  políticos  y  sociales  del  momento.  En  plena  guerra fría, el conflicto político tendió a ser expresión de esa relación directa y antagónica entre clases sociales que pugnan por direccionar el futuro.

El golpe de Estado en Chile, el 11de  septiembre  de  1973  es  la  primera  pieza  de  dominó  que cae. Le siguen  Argentina y Uruguay. El Cono Sur se transforma  en  un  conjunto  de  países  dominados  por  regímenes militares anti-comunistas asentados en la doctrina de la seguridad nacional. Brasil en 1964 inauguró esta etapa, Paraguay con Stroessner era una realidad en 1955. Bolivia con Hugo  Banzer  y  el  proceso  de  involución  peruano  tras  la muerte de  Velazco Alvarado completan el cuadro.

Las concepciones organicistas son revividas para funda- mentar el nuevo orden social. Una sociedad integrada, sin luchas de clases y solidaria se impone como proyecto político de refundación del orden societal. El carácter diluyente de ideologías consideradas subversivas y foráneas al entorno latinoamericano justifican la persecución  y el aniquilamiento de personas. Satanizar el pensamiento crítico y considerarlo causante de violencia es el argumento más sólido de las dictaduras para imponer su nuevo ordenamiento político. En él, el conflicto estaba superado o mejor dicho no estaba permitido.

Un período de impasse en los análisis, motivado por la represión, el cierre de universidades, la muerte y el asesinato caracteriza el fin de los años setenta. El neoliberalismo se impone en estas circunstancias. La lucha por la defensa de los derechos humanos centra la mayoría de los esfuerzos. En esta dinámica, el estudio de los conflictos y las crisis busca comprender cómo fue posible el surgimiento de estos regímenes de excepción de violencia inusitada y con la barbarie como insignia. El debate sobre regímenes burocrático-autoritarios y la caracterización de las dictaduras es el resultado de dicho proceso de reflexión.[8]

Igualmente se profundizan los análisis de clases y sus comportamientos políticos. La obra de Raúl Benítez Zenteno publicada en dos volúmenes por Siglo XXI México Las  Clases sociales en América Latina  y Las crisis políticas en América Latina, después del golpe militar en Chile, es muestra de lo anotado.

A fines  de  los  años  setenta,  una  nueva  generación  de científicos sociales emerge en esta discusión generando una dinámica  de  cambio.  La  revolución  en  Nicaragua  ayuda  a recuperar  cierto  optimismo  perdido.  Los  años  ochenta cuentan  con  nuevos  nombres  propios  en  el  debate  teórico. Los estudios sobre conflicto y crisis se subentienden como parte de una discusión centrada en señalar los condicionantes necesarios para “transitar” de las dictaduras a las democracias.  Nombres  como  los  de  Atilio  Borón,  Luis  Maira, Carlos  Vilas,  Manuel  Antonio  Garretón,  Tomás  Moulián, Norbert Lechner, Carlos Portales, Augusto Varas, Fernando Fanzylber, Fernando Calderón, José Joaquín Brunner, Juan Carlos Portantiero, Alejandro Foxley, Lorenzo Meyer, Nestor  García  Canclini,  Ariel  Dorfman,  Héctor  Díaz  Polanco, Orlando Núñez, Juan Arancibia, Angel Quinteros, Gerónimo de Sierra o Carlos Delgado son algunos de ellos.

Formados  a  la  luz  del  debate  teórico  de  los  años  setenta,  en  los ochenta  ocupan  un  lugar  destacado  en  la  literatura  sobre conflicto, crisis y transición política en América Latina.

El mantenimiento de las dictaduras y la crisis centroamericana obligó a realizar un esfuerzo de comprensión mayor acerca del tipo y las formas de relación entre Estados Unidos y América Latina. El análisis de las relaciones internacionales, sus conflictos y las crisis en que se ven inmersas las relaciones entre los Estados latinoamericanos y Estados Unidos, son motivo de reflexión y estudio. A fines de los años setenta ya hay una producción importante sobre el sentido y forma de los conflictos y crisis en las relaciones Estados Unidos-América Latina. Una publicación destaca sobre todas. Editada por el Centro de Investigación y Docencia Económica C.I.D.E. en México ve la luz  Cuadernos Semestrales. Estados Unidos: perspectiva latinoamericana.

Los años ochenta dejan un balance crítico. En el ámbito  internacional,  la  caída  de  los  regímenes  políticos  en  la Europa del Este, el fin de la guerra fría y la profundización de las reformas afincadas en las doctrinas neoliberales. En América Latina se viven las guerras de baja intensidad, además de una invasión y una Guerra. Estados Unidos en Panamá y Gran Bretaña en las Islas Malvinas. En los `90 entrarán en Haití.

Los análisis teóricos sobre conflictos y crisis adquieren un rango destacado. Sin embargo forman parte de estudios específicos sobre transición y cambio social.

Y aquí está el gran debate de fines de los años ochenta y principio de los años noventa. Resquebrajadas las dictaduras y cuestionados sus regímenes. El cambio político se entiende como la salida del orden dictatorial. Lo que antes era una visión crítica y enfrentada a las formas políticas del capitalismo en cualquiera de sus formas, ahora se reducía a una crítica parcial a las formas dictatoriales de ejercicio del poder. Su máxima expresión teórica se encuentra en la obra colectiva coordinada  por  Guillermo  O.  Donnell,  Philippe  Schmiter  y  Laurence  Whitehead  (compiladores)  cuyo  título  es  significativo:  Transiciones  desde  un  gobierno  autoritario. Editorial Paidos, Buenos Aires, IV volúmenes.

Lo que en los años setenta había constituido un cuerpo más  o  menos  homogéneo  de  discusión,  donde  las  concepciones  teóricas  de  análisis  social  coinciden  con  proyectos de  sociedad  alternativos,  entra  en  crisis.  El  llamado  a  los proyectos anti-capitalistas y democráticos ya no es un referente.  Tampoco lo es mayoritariamente la crítica a las relaciones sociales de explotación.

En los años ochenta y profundizada en los noventa, se produce una diáspora en el pensamiento crítico latinoamericano. La visión organicista y funcional sobre el carácter de los conflictos y las crisis societales es asumida como un referente válido. Nuevamente orden y progreso. Gobernabilidad y paz social. Los llamados a mantener las reformas neoliberales del Estado, los procesos de privatización, así como los programas económicos sobre pactos de exclusión fundamentados en el mito del progreso nos hacen pensar en la refundación del poder. Una refundación totalitaria y neo-oligárquica, en la cual plantear un proyecto alternativo puede ser considerado subversivo y desarticulador del cuerpo social.

La  llamada  a  evitar  el  riesgo  de  ingobernabilidad  y  la incertidumbre,  se  impone  como  expresión  teórica  de  este pensamiento neo-positivista afincado en los mitos del orden y el progreso. Los conflictos y las crisis deben ser reguladores de un sistema solidario y orgánico, cuyas partes cooperan entre sí para un mismo fin común.

La entrada en el siglo XXI representa por ello un desafío en el ámbito de las ciencias sociales a nivel mundial y desde luego regional. En América Latina su desarrollo hace albergar un proceso de reversión de esta tendencia monista en el análisis social de los conflictos y las crisis societales.

Un  nuevo  pensamiento  crítico,  desligado  de  las  viejas polémicas que acompañaron los debates políticos en tiempos de guerra fría, se abre paso. Las nuevas generaciones no sometidas  a  los  dogmatismos  teóricos  y  centradas  en  demostrar cómo funciona y se reproduce la economía mundo en  el  marco  del  actual  proceso  de  internacionalización  del capital, es el aliciente para revertir la situación.

La  incorporación  de  elementos  como  la  destrucción ecológica, el medio ambiente, los problemas de género, étnicos  y  los  derivados  de  las  actuales  condiciones  de  colonialismo  global  y  explotación  global  cambian  completamente el estudio y la forma que asumen los conflictos y las crisis societales.

También altera la configuración de los proyectos  democráticos  y  de  cambio  social  en  la  región.  Por ello, terminaría señalando que la acción de recuperar la democracia  emprendida  por  el  Ejército  Zapatista  de  Liberación  Nacional  en  México  expresa  como  lo  indica  Pablo González Casanova, no la última revolución del siglo XX, sino el camino que han de seguir las revoluciones latinoamericanas en el siglo XXI.

“La contribución del EZLN quiere ser muy modesta y es también muy ambiciosa: defender por las armas, en la Selva Lacandona y en los Montes Azules, la tierra, la libertad y la dignidad que los alzados no pudieron defender de otra manera, e iniciar un cambio de conciencia del pueblo de Chiapas y de México para que con la democracia y la paz se logren objetivos de libertad y justicia no sólo en las nubes, ni sólo en la Selva, ni sólo en Chiapas, sino en el país. El EZLN recuerda la bella imagen de la mariposa que desata una tormenta, y la más exacta de los grandes movimientos que parecen empezar desde cero y que se vuelven universales. Implica una negociación que no sea ‘tranza’ y una revolución que ponga un alto a la violencia contra los pueblos indios, para abrir el paso a una democracia con libertad y justicia, con dignidad y autonomía. El proyecto se formula en dialectos particulares que se universalizan y en lenguajes universales que florecen entre mexicanos, tzeltales, tzotziles, choles, zoques y tojobales. Tal vez se realice. Pero en todo caso, sería una tragedia para la humanidad que no se realizara”.[9]


[1] La mejor síntesis se encuentra en las publicaciones de la Biblioteca Ayacucho,  Caracas, Venezuela. Entre sus títulos destacamos cuatro:  El pensamiento conservador (1815-1898);  El pensamiento positivista ( Volúmenes I y II);  El pensamiento político de la emancipación( Volúmenes I y II) y  Pensamiento de la Ilustración.

[2] DURKHEIM, Emilio.  El suicidio. Editorial AKAL, Madrid 1976, pág. 265.

[3] MARX, Karl.  El Capital. Libro Tercero, Volumen 6. Editorial Siglo XXI, España, 1976, pág. 320.

[4] CUNEO, Dardo.  La reforma universitaria. (1918-1930). Editorial  Ayacucho, Venezuela, 1978, pág. 3.

[5] Consúltese las obras de Gino Germani: Sociología de la Modernización. Editorial  PAIDOS,  Buenos  Aires  1971;  y  Política  y  Sociedad  en  una  época  de transición. Editorial PAIDOS, Buenos Aires, 1979. Igualmente de José Medina Echavarría: Consideraciones sociológicas sobre el desarrollo económico en América Latina. Editorial EDUCA, San José, Costa Rica, 1980.

[6] GERMANI, Gino.  Política y Sociedad en una época de transición. Editorial PAIDOS, Buenos Aires, 1979, p. 59.

[7] Esta selección de nombres desde luego es ilustrativa, no es sistemática y tiene como objetivo mostrar el gran desarrollo de las ciencias sociales, así como de sus escuelas de pensamiento. Existen múltiples antologías de pensamiento social  latinoamericano  donde  se  recoge  de  manera  general  autores  y  debates. Sin embargo para nuestros fines recomiendo la lectura del texto de SOLARI, Aldo, FRANCO, Rolando y JUTKOWITZ, Joel : Teoría, acción social y desarrollo en América Latina. Editorial Siglo XXI, México.

[8] Este debate se puede seguir en los siguientes textos: CAVALLAROJAS, Antonio (Comp). Geopolítica y seguridad nacional en América.UNAM, México,1979. Autores Varios. El control político en el cono sur. Textos de ILDIS. Editorial Siglo XXI, México, 1978. MATTELART, Armand y Michèle ; Comunicación  e  ideologías  de  la  seguridad. Cuadernos  Anagrama,  Barcelona,  1978. También  el  texto  promisorio  de  O’DONNELL,  Guillermo.  Modernización y autoritarismo. Editorial PAIDOS, Buenos Aires, 1972, (existen múltiples trabajos en la década de los años ochenta. Pero se trata de visualizar el sentido histórico de los debates y su línea argumental. Los estudios compilados por Augusto Varas, destacan en los años ochenta).

[9] GONZALEZ CASANOVA, Pablo. Causas de la rebelión en Chiapas. Revista Política y Sociedad No. 16-17, Madrid, 1995, pags. 83-93

La formación política de los movimientos populares latinoamericanos. Claudia Korol. 2007

¿Qué militantes populares, qué movimientos populares,  qué proyectos políticos populares van constituyendo  sus resistencias y alternativas en este tiempo histórico?

¿Qué lugar tiene en sus propuestas la batalla cultural?

¿Cómo avanzar en la formación de militantes y movimientos populares, con capacidad de aprehensión y  transformación de la complejidad de la trama social en  la que se recrean las posibilidades de existencia, no sólo  de un grupo, sino de toda la humanidad y la naturaleza? ¿Dónde afirmar el dinamismo de estos procesos?

Intentaré aproximar algunas reflexiones, que sostienen  nuestra práctica de formación política, que realizamos  junto a diferentes movimientos populares, y que ahora  integramos como programa específico del OSAL[1]

Nuevos desafíos en el siglo XXI

Los movimientos populares latinoamericanos iniciaron el siglo XXI enfrentando nuevos desafíos, que multiplican las tareas ya planteadas y proponen nuevos horizontes. Se amplía la resistencia a las políticas neoliberales y comienzan a ensayarse alternativas populares a las mismas.

Este doble movimiento, de negación y afirmación, de rechazo y de propuesta, requiere de militantes con capacidad para analizar los complejos procesos en los que desarrollan su actividad, y para asumir iniciativas diversas, tanto en la confrontación con la dominación, como en los esfuerzos de creación de experiencias de poder popular.

Sin embargo, por múltiples razones, se han debilitado los procesos de formación de militantes. Entre muchas causas no podemos omitir el impacto de la devastación producida por las dictaduras latinoamericanas, que liquidaron físicamente y destruyeron moralmente a miles de luchadores y luchadoras, introduciendo en la subjetividad del pueblo y en sus organizaciones la desconfianza, el miedo, el derrotismo, la desmoralización, y una cultura de sobrevivencia basada en el “sálvese quien pueda”.

Sobre esta base resultó eficaz la acción desorganizadora del pensamiento de izquierda y popular promovida por la cultura neoliberal.

El desconcierto, la crisis teórica, la vulnerabilidad frente a la pérdida de certezas –muchas veces basadas en dogmas– se reforzaron ante el cambio brusco en las relaciones de fuerzas producido a nivel mundial después de la desarticulación de la Unión Soviética y de las experiencias del Este europeo, del controvertido rumbo de China y de otras revoluciones asiáticas, así como de los procesos de descolonización africanos.

En nuestro continente, la derrota del sandinismo y la frustración de las expectativas sobre una revolución centroamericana[2], así como el cuadro continental post-dictaduras, afirmaron la sensación de triunfo mundial del capital, que se reforzó con la ofensiva ideológica conservadora asociada a los contenidos del Consenso de Washington[3].

Las políticas neoliberales desplegaron una auténtica guerra cultural destinada a ganar las mentes y los corazones de los pueblos.

El desmoronamiento de un socialismo en el que el poder popular había sido enajenado mucho tiempo antes de su caída formal fue presentado como triunfo del capitalismo. El fin de la historia, el fin del trabajo, la desaparición de la clase obrera, la utopía desarmada fueron algunas de las ideas fuerza que horadaron en el imaginario popular las convicciones sobre las posibilidades del cambio social, las revoluciones, el socialismo, el marxismo, dejando el campo abierto a la posmodernidad y a su prédica funcional a la fragmentación del movimiento popular.

Sin embargo, la historia no terminó. Bastaron dos décadas de políticas neoliberales para que los pueblos comenzaran a expresar en América Latina el hartazgo frente a sus consecuencias: la devastación de la naturaleza, la superexplotación de los trabajadores y trabajadoras, la pérdida de derechos sociales, la precarización de todas las formas de trabajo y de vida, la exclusión de amplias franjas de la sociedad, el refuerzo de los fundamentalismos conservadores, las invasiones y guerras, las opresiones culturales, diversas formas de genocidio, la corrupción en distintas esferas de la gestión política y económica, la degradación de una parte de la humanidad, sostenida por debajo de los límites mismos de la sobrevivencia a través de políticas de asistencialismo y de control social, la criminalización de la pobreza y la judicialización de la miseria.

Este hartazgo produjo fuertes crisis de gobernabilidad y acentuó la deslegitimación de las políticas neoliberales y de aquellas fuerzas partidarias que las aplicaron. Como expresión de este cansancio, se multiplicaron levantamientos populares locales y nacionales, se realizaron diversos ensayos de poder popular, se practicaron distintas formas de acción directa, se desplegaron movilizaciones masivas, lucha de calles –que en algunas oportunidades se transformaron en estallidos de rebeldía.

Las organizaciones nacidas o desarrolladas en estos años desplegaron una enorme imaginación en esfuerzos de sobrevivencia, en la recuperación de saberes ancestrales, en la creación de nuevos saberes sobre salud, alimentación, educación, comunicación, y en variadas modalidades de batalla cultural. En levantamientos populares masivos en algunos casos, y utilizando también los espacios de disputas electorales, se derrocaron gobiernos y se destituyeron a los sectores políticos que venían implementando los mandatos políticos y sociales del poder mundial.

En estas intensas jornadas se va recuperando la confianza en las propias fuerzas, se reinventan formas de trabajo comunitario o colectivo, se rompen cercas latifundiarias, se cuestiona la propiedad privada desde las fábricas sin patrones, se realizan intentos de una nueva institucionalidad, se crean nuevas constituciones, se discuten los límites de estas democracias, se ejercitan modalidades de democracia participativa y de democracia directa, se libran batallas en la justicia contra la impunidad, se realizan nuevas maneras de integración política, económica, social y cultural de los pueblos que desafían las imposiciones imperialistas.

En este contexto, el triunfo de Hugo Chávez en Venezuela y su impulso a la revolución bolivariana rompieron el aislamiento internacional en el que la Revolución Cubana venía sosteniendo la defensa del horizonte socialista. Posteriormente, la llegada al gobierno de Evo Morales en Bolivia comenzó a dar oportunidades para la constitución de un eje de integración de gobiernos del continente nucleados en el ALBA (Alternativa Bolivariana para América Latina y el Caribe), que con apoyos tímidos de otros gobiernos permitieron poner freno al proyecto del imperialismo presentado como ALCA (Área de Libre Comercio de las Américas).

Aunque este se haya metamorfoseado en una cantidad de tratados de libre comercio, de programas de militarización, de instalación de bases, de ejercicios conjuntos, de propuestas de canje de deuda por educación, por naturaleza, etc. , de iniciativas como el IIRSA (Integración de la Infraestructura Regional Sudamericana), que son otras formas de continuidad de la política norteamericana de control del continente para imponer su hegemonía en el mundo, también se crearon –gracias a las resistencias populares y a la voluntad política de algunos de estos gobiernos– mejores posibilidades para proponer un modelo de integración de cara a las necesidades de los pueblos, tarea en la que es imprescindible el protagonismo de los movimientos y redes alternativas.

Se presenta, sin embargo, el dilema de que el desgaste de los proyectos neoliberales se precipitó más rápidamente que la recomposición de las propuestas estratégicas y de las fuerzas organizadas alrededor de proyectos políticos populares. Es así como en momentos aún de defensiva para las organizaciones políticas de izquierda y los movimientos populares, se produjeron flujos de ascenso de las luchas –incluso sin conducción política, como el 19 y 20 de diciembre de 2001 en Argentina–, o el acceso al gobierno de fuerzas que provienen de tradiciones de izquierda, con bajos niveles de movilización e iniciativa popular.

De esta manera, se va reconfigurando el mapa de América Latina, con gobiernos democrático- populares, algunos de los cuales plantean perspectivas socialistas, y otros que simplemente ponen cosméticos discursivos “progresistas” a las políticas neoliberales. Estos gobiernos provienen de procesos peculiares y han asumido distintas definiciones, tanto en lo que hace a su rumbo político, económico y social, como a su relación con los intereses de poder, con el imperialismo y también con los movimientos populares.

No es el propósito de este artículo analizar el carácter de clase y los compromisos de cada uno, sino llamar la atención respecto de que, a pesar de que en algunos enfoques se tiende a generalizar una caracterización del proceso político latinoamericano, cargándolo de cierto exitismo en la valoración de la nueva relación de fuerzas, un análisis más detallado podría recomendar no establecer fáciles paralelos y simetrías, y asumir que existe una distancia considerable entre el cansancio social hacia las políticas neoliberales y los procesos reales basados en la fuerza organizada del poder popular.

Esto crea el riesgo de que los avances logrados puedan resultar transitorios, y que en la medida en que no se conjugue el dinamismo popular con proyectos que rompan los límites actuales del programa capitalista, y con la creación de fuerzas organizadas del pueblo que sustenten esos proyectos, los procesos pueden ser rápidamente revertidos, dando lugar al retroceso de lo conquistado y al avance inclusive de las fuerzas de la derecha, que utilizan esta etapa para reorganizarse.

A pesar de los límites señalados, es cierto que como resultado de la acumulación de rebeldías, en las batallas populares producidas en estos comienzos de siglo, se revalorizó la lucha política, no como gerenciamiento empresarial sino como causa colectiva; y se insinuaron distintas maneras de amasar identidad y proyecto, en un esfuerzo solidario que al tiempo que sueña el proyecto, intenta construirlo en las prácticas cotidianas, modificando las relaciones de opresión y dominación.

También en esta etapa se multiplicaron las expresiones de sujetos políticos que se organizan para denunciar y enfrentar formas de subordinación o exclusión que no dependen solamente de variables económicas, a la visibilización como son las demandas ligadas al reconocimiento de la identidad cultural; de diversos campos de las percepciones, pensamientos, sentimientos y experiencias de las mujeres, de sectores de la diversidad y de la disidencia sexual; a la recuperación de las culturas indoamericanas y afrodescendientes, y de aquellas espiritualidades populares que desafían la prédica del pensamiento capitalista y patriarcal, el fundamentalismo religioso y la homogeneización de las subjetividades alrededor de un patrón cultural burgués, machista, racista, homofóbico, xenófobo, colonizador, guerrerista y violento.

Algunos debates en los movimientos populares

Reconocer las dinámicas que conducen a la fragmentación social –uno de los obstáculos fundamentales de este tiempo– es imprescindible tanto para asumir los enfoques de creación de un bloque popular contrahegemónico, como para debatir el carácter y la metodología de las propuestas de formación política.

Los actuales procesos de fragmentación social tienen en su base material la desarticulación de las clases y grupos organizados de acuerdo a intereses comunes colectivos, como resultado de la flexibilización y precarización laboral, la desindustrialización, el despoblamiento del campo –entre otros motivos–, y como causas subjetivas, el retroceso en los niveles de conciencia social producido por la dictadura primero, así como el impacto de la cultura neoliberal en los movimientos populares, e incluso en la militancia.

Las urgencias de la sobrevivencia generan formas de militancia basadas en el pragmatismo y el cortoplacismo, que son parte de la manera efímera de constitución y desarticulación sucesiva de los agrupamientos de hombres y mujeres agredidos, que no alcanzan a volverse sujetos políticos en la vivencia cotidiana de la inmediatez.

En la recomposición de los movimientos populares se plantean nuevos debates, dirigidos tanto a cuestionar sus propias formas organizativas, como lo que estas implican para los procesos de formación política.

Conviven en el pueblo organizaciones tradicionales, como los sindicatos, centrales campesinas, estudiantiles, barriales; movimientos nacidos como respuesta a la exclusión, o a partir de búsquedas de reconocimiento; movimientos que plantean demandas económicas o culturales. Conviven movimientos estructurados de manera fuertemente jerárquica, basados en la separación de dirección y bases; y otros con dinámicas asamblearias, o de horizontalidad, que suelen tener grandes dificultades para crear un auténtico protagonismo de las mayorías, y que tienden a desestructurarse con facilidad.

En los años ochenta y noventa tomaron cuerpo los movimientos organizados alrededor de las políticas de identidad, que expresan formas de resistencia cultural frente a la lógica capitalista del pensamiento único, que al tiempo que homogeneiza ideas, deseos, sentimientos, con la fuerte intervención de los medios masivos de comunicación, agrieta y diluye las identidades clasistas, niega las identidades nacionales, y ha llegado incluso a negar la identidad individual de las personas (como ocurrió a través de la apropiación de niños y niñas durante la dictadura).

Frente a la ofensiva capitalista que vulnerabilizó a los sujetos colectivos, sobre la base de la desestabilización de las personas, de sus grupos familiares, de sus roles, las políticas de reconocimiento actúan como formas de afirmación de los grupos o movimientos que reivindican ser considerados como personas, en su diferencia, desde sus culturas, sus elecciones vitales, sus proyectos y sueños (Fraser, 1999).

Sin embargo, un fuerte límite de algunas prácticas con que se han desarrollado las políticas de identidad ha sido colocar el valor de la diferencia por sobre la necesidad de confluencia del conjunto de los oprimidos y oprimidas por el capitalismo, el patriarcado y el colonialismo. Si bien estos límites pueden leerse como una reacción frente a políticas tradicionales de las izquierdas y de los movimientos clasistas, que niegan o subestiman el valor de la diversidad, no puede actuarse con inocencia frente a un esfuerzo sistemático desarrollado desde usinas ideológicas como el Banco Mundial, o numerosas ONG y fundaciones, que invirtieron recursos importantes en estimular la despolitización de las demandas, sustentando teóricamente la imposibilidad de conocimiento del mundo, negando los aportes del marxismo, la teología de la liberación, el feminismo y las teorías emancipatorias en general.

Ya no quedaría desde esos enfoques otra perspectiva ideológica que aquella que justifica los crímenes del capital y las distintas maneras de opresión.

Por este camino se reforzó la fragmentación del sujeto histórico, y se estimuló una forma de acción política que sustituye las políticas de acumulación de fuerzas de mediano y largo plazo por la acción y reacción frente a las emergencias. En su impacto en la formación política, estas concepciones llevan al desprecio por la teoría, a la acentuación de la ruptura entre teorías y prácticas, a la limitación a procesos acotados de “capacitación” pero no de formación, a la subordinación ideológica y cultural a las diversas “modas”, que se van renovando desde las usinas de la producción cultural hegemónica.

Las batallas por la transformación del mundo y los procesos de formación política de los militantes necesitan del diálogo pedagógico de las experiencias populares, que son la base en la que se fundamentan las diferentes perspectivas teóricas emancipatorias, como el marxismo –considerado fundamentalmente como un método de análisis de la realidad y como una guía para la acción–, los aportes realizados por la teología de la liberación, el feminismo, las cosmovisiones de los pueblos originarios, las miradas holísticas del Universo, y la diversidad de aprendizajes realizados en nuestro continente en más de 500 años de resistencia indígena, negra y popular.

La conquista y colonización de América promovió la hegemonía de una cultura racista, legitimadora del saqueo de nuestros recursos naturales, la devastación de nuestros territorios, el genocidio de nuestros pueblos, y la imposición de una visión del mundo sobre las muchas existentes en estas tierras. La descolonización cultural implica avanzar en la crítica de nuestros sentidos del mundo, de nuestras concepciones de lucha, de nuestra lectura de la historia, de nuestras modalidades de resistencia; en la valorización y el reconocimiento de los saberes ancestrales, de las culturas originarias, de las diferentes cosmovisiones que se crearon en nuestras tierras.

Significa también una actitud concreta frente a la historia del capitalismo en América Latina, construido sobre la base del genocidio de los pueblos, realizado una y otra vez en nombre del “progreso”, la “civilización”, el “desarrollo”.

La descolonización cultural obliga a pensar también, de manera sistemática y profunda, los dilemas que se plantean a los proyectos socialistas latinoamericanos, en términos de crítica a las maneras de destrucción y explotación de la naturaleza y los pueblos realizadas por el capitalismo, y a pensar nuevos proyectos de vida sobre la tierra, que no reproduzcan aquellos modelos, ni el autoritarismo con que se ejercen esas formas de dominación.

Son los movimientos populares los que expresan con más claridad en este tiempo la diversidad de demandas que se han ido creando en las batallas anticapitalistas, antipatriarcales, antiimperialistas, contra las diversas formas de colonización cultural. Siendo estas demandas en muchos casos limitadas, por su carácter sectorial, económico o local, es, sin embargo, en su interacción, articulación y diálogo que pueden volverse develadoras de distintos aspectos de un proyecto político popular, de carácter civilizatorio, mucho más amplio, fecundo y vital que los programas populistas o neodesarrollistas, reproductores de lógicas viciadas de estatismo, que suelen exhibirse como la suma de las transformaciones “posibles” de ser realizadas, en este contexto latinoamericano y mundial.

Aceptando las posibilidades que ofrece el Estado nacional como trinchera de disputa de las políticas de soberanía nacional y popular, es necesario cuestionar las concepciones que niegan la autonomía de los movimientos populares y pretenden manipularlos desde la gestión estatal, atravesada como está por fuertes lógicas de burocracia, clientelismo y corrupción.

La autonomía de los movimientos populares, en esta perspectiva, no significa la reclusión en un lugar testimonial de crítica o de oposición a uno u otro gobierno, sino la capacidad de los mismos para actuar no como correas de transmisión de las esferas del Estado, sino de acuerdo a sus propias demandas y proyectos, como parte de un proyecto político estratégico en construcción.

Si nunca fue posible creer en una “revolución desde arriba”, esto resulta mucho más complejo de pensar después del fracaso de las experiencias realizadas en nombre del socialismo real, en las que incluso aquellos procesos que nacieron de una verdadera fuerza revolucionaria popular, como fue la Revolución Rusa o la Revolución China, fueron progresivamente enajenados por las burocracias estatales, siendo vaciados de su contenido popular y socialista. Cobra fuerza en esta perspectiva la creencia mariateguiana de que el socialismo en América Latina no puede se calco ni copia, sino creación heroica de los pueblos.

Pedagogía de la resistencia y de las emancipaciones: diálogo de saberes

En estos momentos, se han dado algunos pasos para que puedan interactuar las distintas experiencias, y, como resultado de las luchas comunes, de la participación en redes de acción local o continental y de los diálogos pedagógicos realizados en el marco de estas batallas compartidas, los movimientos diversifican sus miradas del mundo, son atravesados por otras demandas, se “contaminan” mutuamente con sus sueños libertarios, lo que comienza a traducirse en nuevas formas de articulación, y en la ampliación de la perspectiva emancipatoria de los movimientos existentes.

Los cambios en las prácticas abren nuevos horizontes teóricos que permiten cuestionar las utopías disecadas en propuestas dogmáticas, cuestionando tanto las políticas de homogeneización cultural neocoloniales, como las simplificaciones de aquellos proyectos políticos que miran la realidad con una lógica jerárquica, que subordina y reduce el conjunto de las demandas a la resolución de una principal.

Es importante entonces, a la hora de pensar los horizontes actuales de la formación política, someter a crítica no sólo la cultura capitalista, sino también aquellos modelos que en nombre del socialismo cimentaron diferentes formas de dogmatismo, una de cuyas características comunes es la negación de la dialéctica. Los enfoques dogmáticos resultan de un pensamiento simplificador de la realidad en unas pocas contradicciones antagónicas–retrato en blanco y negro–, y reaccionan ante los procesos de despolitización y desideologización, regresando a los enfoques tradicionales de homogeneización política.

Estas modalidades de formación, que pueden considerarse también como parte de la educación tradicional o “bancaria” –como la denominara Paulo Freire(1970)–, más que dialogar con las experiencias de los movimientos, pretenden interpretarlas, nombrarlas, reforzando de este modo las distancias entre el lugar del saber y el lugar del hacer.

En ellas, los supuestos poseedores del saber “transfieren” o “depositan” su conocimiento en los militantes populares, sin buscar los núcleos de la experiencia de estos militantes y de sus movimientos, que permitan integrar las diversas temáticas que es necesario trabajar pedagógicamente. De esta manera, el saber resulta ajeno a los militantes, y se refuerza la distancia entre teoría y práctica, entre intelectuales y luchadores “prácticos”.

También se reproduce en estos modelos la jerarquía del saber académico, o de un conjunto de visiones elevadas al rango de ideología científica, por sobre los saberes nacidos y creados en la lucha. En definitiva, se reproducen modelos de enajenación de los sujetos, al reforzar la vivencia de un saber que desvaloriza el conocimiento construido por los colectivos populares.

El diálogo de saberes, de miradas del mundo, de prácticas de resistencia y de poder popular, no puede ser compactado en una compilación de textos sustitutiva de los antiguos manuales de adoctrinamiento.

Es imprescindible avanzar en la creación de una nueva experiencia subversiva frente a las propuestas domesticadoras, disciplinadoras o simplemente testimoniantes de la negatividad del orden social que impone la dominación capitalista y patriarcal. Estas respuestas se amplían y profundizan, en la medida en que se integran o se entrelazan con el conjunto de la cultura de rebeldía acumulada en las últimas décadas.

La dialéctica entre las tendencias conservadoras y las revolucionarias atraviesa también el campo de las izquierdas. Pasado ya el tiempo en que esta contradicción se reflejaba entre la llamada izquierda tradicional y la nueva izquierda (que en los sesenta y setenta se identificaba con la lucha armada), y superada teóricamente y en menor medida en las prácticas la disyuntiva entre lo social y lo político planteada en las décadas del ochenta y noventa, hoy es imprescindible identificar, en el pensamiento y la acción de los movimientos populares, lo que convive de conservador y de revolucionario en cada una de nuestras acciones y postulados.

Es necesario reconocer que los muros que se levantaron para proteger las débiles acumulaciones creadas por los movimientos populares en los años de contrarrevolución conservadora se han vuelto en algunos casos fortalezas en las que se enquistaron dogmatismos, anacronismos e incluso vulgares prejuicios provenientes de la asunción de aspectos esenciales de la cultura dominante.

Renovar la cultura política implica producir rupturas, derribar muros, sin perder los cimientos. Es necesario, en esta perspectiva, pensar en términos de nuevas posibilidades epistemológicas, y nuevas maneras de conocer al mundo y de revolucionarlo. Abandonar el ejercicio infecundo de superponer monólogos en nuestros procesos de reflexión, para abrirnos al diálogo real, en el que escuchamos la palabra que nombra experiencia, desde nuestros cuerpos preparados no sólo para decodificar lenguajes, o categorías, sino fundamentalmente para comprender las acciones, sentimientos, pensamientos e ideas que estos nombran.

La necesidad de colocar en el centro de la acción política la tarea de formar un bloque político social contrahegemónico no puede resolverse pretendiendo instalar una lógica disciplinadora de las diferencias.

La posibilidad de desafiar al imperialismo y al capitalismo realmente existente en América Latina está en relación directa con la capacidad que tengamos para constituir al movimiento popular como sujeto histórico de los cambios.

La complejidad con que los pueblos van entretejiendo las tramas de sus resistencias y la creación de alternativas populares nos plantea la necesidad de cuestionar una y otra vez los conceptos, metodologías y prácticas con que venimos desarrollando estas experiencias.

La pedagogía política liberadora hoy se encuentra desafiada a revisar sus propuestas, simplificando las maneras de educar, sin perder profundidad en el proyecto. Simplificar para multiplicar, pero profundizar para enfrentar a un poder mundial que desarrolla modalidades de dominación cada vez más sofisticadas, que tienen un aspecto central en la búsqueda de golpear la voluntad de combate, integrando o domesticando al activismo social formado en las últimas décadas.

Se vuelve un desafío urgente desarrollar en los militantes populares un pensamiento complejo que acompañe, problematice y sugiera prácticas cada vez más audaces, y que adquiera y desarrolle herramientas político pedagógicas y metodológicas capaces de ampliar las posibilidades de los y las militantes, para comprender y transformar el mundo.

Para derrotar al capitalismo necesitamos horadar su cultura y su ideología, sus valores introyectados en nuestras propias prácticas y en nuestras ideas del mundo. Esta batalla no sólo es una batalla de ideas –siendo esta fundamental– sino también de valores, creencias, sentidos, muchos de los cuales se forjan en la vida cotidiana.

Por ello, en esta etapa, los movimientos populares comienzan a realizar procesos de formación política, con una concepción que abarca simultáneamente los momentos educativos tradicionales –seminarios, talleres, escuelas– y los procesos pedagógicos que se viven cotidianamente en la lucha, en la organización del movimiento y en la vida cotidiana. Se trata del desafío de movimientos populares que, trabajando en el campo inmediato de la lucha por la sobrevivencia, puedan al mismo tiempo trabajar dimensiones estratégicas que les permitan ir constituyéndose como sujetos políticos, como intelectuales colectivos, formando en el mismo proceso a sus propios intelectuales orgánicos.

Desde esta perspectiva, la relación práctica-teoría-práctica, comprendida en el concepto de praxis, es aquella en la que las experiencias históricas de los pueblos es fuente de conocimiento; en la que la teoría se construye colectivamente en los esfuerzos por leer y reescribir el mundo que cambiamos con nuestras luchas, y en la que el sentido de los procesos de conocimiento no se agota en las búsquedas académicas o en las investigaciones realizadas de acuerdo con las imposiciones de los centros que financian y condicionan mundialmente la producción de saberes, sino que, en diálogo con los saberes académicos y con diversos saberes populares, conforma su consistencia teórica en la experiencia de transformación del mundo que intentan y hacen los movimientos populares y revolucionarios.

Es un diálogo que apunta a crear colectivamente los conocimientos que permitan conocer la realidad que se pretende cambiar y apuntar caminos para experimentar esa transformación. Este diálogo tiene como premisa la democratización de los procesos de conocimiento, desandando lo que en siglos se ha formado como jerarquización de unos saberes sobre otros, de unas reflexiones sobre otras, de unos poderes sobre otros.

Es un diálogo que se plantea la descolonización cultural, y también la crítica de la creación de teoría social desde los intereses de la burguesía, del imperio, y desde una visión androcéntrica del mundo.

La formación política, en esta perspectiva, no es sólo ni principalmente transmisión de saberes, sino reflexión crítica sobre los saberes que la humanidad construyó históricamente como verdaderos. Implica un análisis teórico y práctico sobre cómo se ha ejercido la dominación, cuáles son sus instrumentos, cuáles las ideas, los sentidos, las visiones del mundo que la sostienen y reproducen, y cuáles las ideas, los posibles sentidos y visiones del mundo eficaces para combatirla.

Es estudio de la realidad y reflexión crítica de las experiencias e intentos de su transformación. Es crear un espacio de libertad para imaginar los posibles cambios de la misma, y los caminos para realizarlos. Es diálogo entre los saberes creados en la academia, en los centros de investigación, y los saberes forjados en la confrontación y creación popular, en una relación en la que se suprima toda jerarquía pre-establecida para una forma del saber sobre otra.

Este enfoque de formación política presupone también un debate sobre el rol de los intelectuales y su aporte como sujetos de la transformación histórica junto a los movimientos populares, y el reconocimiento de los múltiples lugares donde el saber se crea y se recrea, y donde se va forjando una nueva intelectualidad, orgánica, que es parte del quehacer fértil de los movimientos populares, que al crear a sus intelectuales, se crean a sí mismos como intelectuales orgánicos.

Diálogo y formación política se vuelven así una forma de encuentro, que permite no sólo reconocer al otro o a la otra, sino crear un nosotros y un nosotras en el que se respeten y valoren las múltiples expresiones, maneras de decir y de actuar, y se creen vínculos de solidaridad, de mutuo aprendizaje, que no cancelen ni posterguen sueños, sino que permitan que los mismos nutran las raíces de los procesos de formación/transformación, que ya no serán por lo tanto dos términos separados en tiempo y lugar, sino dos dimensiones del mismo espacio de revoluciones.

Diálogo de saberes, creación colectiva de conocimientos, relación práctica-teoría-práctica, pensamiento crítico, pedagogía del ejemplo, historicidad de los procesos sociales, cultura de rebeldía, educación como un momento organizativo de constitución de los sujetos son algunas claves que estamos buscando.

El cuerpo que lucha tiene que aprender a involucrarse con todos los sentidos y, por lo tanto, la formación política no puede reducirse a una esgrima de palabras, sino que requiere pensar desde los pies que duelen, desde las manos que trabajan, desde el corazón que no se cansa de bombear sangre para que la lucha continúe. Por ello, la formación política incorpora momentos de mística, de creatividad, de ejercicio de sentidos, de reencuentro de pensamientos, cuerpos y sentimientos.

La concepción de educación popular, que intenta desafiar las ideas y formatos de educación alienantes, recupera de Paulo Freire su esencia radical: concebir la pedagogía de los oprimidos (y no para los oprimidos) y oprimidas como una práctica de la libertad; como pedagogía de la rabia, de la indignación, de la esperanza y de la autonomía.

Estas dimensiones, rabia, indignación, esperanza, autonomía, son también constituyentes de las políticas de los movimientos populares, que no pueden determinarse exclusivamente por razones de orden estrictamente superestructural o por las geopolíticas de los estados, sino que tienen que nutrirse de la necesidad y los deseos de los hombres y mujeres, que van encontrando los modos de rebelarse frente a las múltiples formas de opresión.

Bibliografía

Fraser, Nancy 1999 Iustitia interrupta (Bogotá: Universidad de los Andes/Siglo del Hombre).

Freire, Paulo 1970 Pedagogía del oprimido (Montevideo: Tierra Nueva).

Williamson, John 1990 Latin American adjustment. How much has happened? (Washington DC: Institute for International Economics).


[1] OSAL 227 [Año VIII Nº 22 – Septiembre de 2007] La formación política  de los movimientos

populares  latinoamericanos Claudia Korol* * Coordinadora del Área de Formación  Cogestionada con los Movimientos Sociales  del OSAL y del Equipo de Educación Popular  “Pañuelos en Rebeldía”, investigadora del Centro  de Investigación y Formación Política de los  Movimientos Sociales Latinoamericanos. Área de Formación Cogestionada con los Movimientos Sociales del OSAL, creada en el año 2007.

[2] “Si Nicaragua venció/ El Salvador vencerá/ y Guatemala lo seguirá” era la consigna que sintetizaba esas esperanzas en América Latina.

[3] En noviembre de 1989, el Institute for International Economics realizó en Washington DC un seminario en el que se sistematizó el “catecismo” neoliberal, alrededor de un conjunto de medidas como el ajuste económico, el achicamiento del Estado, la política antiinflacionaria basada en la recesión, la desindustrialización, la flexibilización laboral, la disciplina fiscal, las tasas de cambio “competitivas”, la liberalización del comercio, las inversiones extranjeras, las privatizaciones y la desregulación. El debate fue publicado en el libro de Williamson (1990).

Las FPL y el contenido y carácter de la revolución salvadoreña según El Rebelde de enero de 1976.Roberto Pineda.

El número de enero de 1976 (No.39) del boletín mensual El Rebelde, de las Fuerzas Populares de Liberación, FPL “Farabundo Martí” está dedicado a profundizar sobre el contenido y el carácter de la revolución, en el marco entonces de una intensa polémica ideológica con otras organizaciones revolucionarias.

Repasar estas ideas a esta altura del proceso  y en el marco de una aplastante derrota, no es solo un ejercicio de historia, sino que contribuye viendo hacia el pasado, a orientarnos en las complejidades de la actual situación y sus desafíos con respecto al problema del poder y de la unidad de la izquierda.

Las tareas históricas y su cumplimiento

Establece de entrada que “el contenido y el carácter de toda revolución lo determinan las tareas históricas revolucionarías· que está llamada a rea­lizar y las fuerzas sociales revolucionarias que la llevarán consecuentemente hasta su total realización.”

Cuáles son estas tareas históricas se pregunta el articulista y responde que para su cumplimiento “es preciso que las fuerzas sociales que impulsan las transformaciones revolucionarias destruyan el poderío militar de las fuerzas reaccionarias, arrebaten el poder político y económico de manos de estas, le den un nuevo carácter de clase al Estado, y lleven a cabo consecuentemente los cambios revolucionarios radicales necesarios en la base económica y en la superestructura política ( ejecutiva, legislativa, judicial, administrativa, fiscal, jurídica, educacional, etc., etc.)”

Seguidamente se pregunta sobre los rasgos concretos del país y el articulista responde con ocho características de El Salvador en ese momento: en primer lugar es de “desarrollo capitalista”, asimismo es “dependiente del imperialismo yanqui”, también es “con gran atraso en todas las ramas económico-sociales”, y  a la vez “con relativo desarrollo de la población proletaria urbana y rural que junto con el campesinado pobre, forman la mayoría de la población”. Por otra parte, “con extremada polarización de clases”  así como con una “tiranía militar que se encamina hacia una tiranía militar fascistoide”. Y finalmente que “los sectores más avanzado han iniciado la Guerra Prolongada del pueblo.”

Tres tareas históricas fundamentales

Menciona el documento de las FPL tres tareas históricas fundamentales. La primera es la de “poner fin definitivamente a la dependencia (política, militar, económica-social) del país respecto del imperialismo yanqui”; en segundo lugar, “liquidar definitivamente el Poder político, económico, social de la oligarquía burgués-terrateniente, aliada al imperialismo.” Y tres, “sentar las bases económicas, políticas, culturales, técnicas y sociales para pasar a  la construcción del Socialismo.”

¿Cuáles son las clases y sectores que realizaran estas tareas? se pregunta y responde que son tres, en primer lugar “la clase obrera industrial y agrícola, por ser la clase más avanzada históricamente”. Luego “el campesinado pobre y medio, y fundamentalmente el campesinado pobre”. Así como “los sectores avanzados de la pequeña burguesía” y entre estos las capas medias (estudiantes, maestros, intelectuales y profesionales) y pequeños y medianos productores y comerciantes.

Por lo que se necesita “crear una amplia y sólida Alianza Popular Revolucionaria, que está bajo la firme hegemonía de la clase obrera, y cuya base y núcleo fundamental lo constituye una firme alianza obrero-campesina.”

Advierte el documento que “la burguesía,  a través de todos los medios a su alcance, tratará de influir y tomar la hegemonía, para detener el proceso hacia el Socialismo y para prolongar y profundizar la explotación capitalista.”

Pero también “los sectores de la pequeña burguesía radicalizada, dadas sus características e intereses de clase, tratarán de influir e incluso hegemonizar el curso revolucionario para entrar en entendimiento con sectores de la burguesía y frenar el proceso revolucionario hacia el Socialismo.”

Concluye que las tareas históricas de la Revolución Popular “solo puede llevarlas consecuentemente a su realización  un Gobierno Popular Revolucionario bajo la Hegemonía de la Clase Obrera en firme Alianza con el Campesinado Pobre, dentro de una sólida Alianza Popular Revolucionaria.”

El documento aclara que “por las transformaciones revolucionarias que le corresponde realizar, la Revolución Popular no es todavía la Revolución Socialista, pero es su etapa previa y necesaria.”

Se pregunta el documento: ¿Cuáles son las tareas específicas de la Revolución Popular y del Gobierno Popular Revolucionario? Y responde: para terminar con la dependencia  las siguientes: expropiación y nacionalización de todas las empresas imperialistas o de capital mixto, cesación de todas las obligaciones financieras con instituciones estales o particulares imperialistas, expulsión de todas las misiones e instituciones que obedecen a la política de penetración y dominación del imperialismo, aplicación de una política exterior independiente, movilización combativa anti-imperialista de todo el pueblo.”

Con relación a romper con la dominación política se plantea: liquidar el monopolio burgués-terrateniente sobre la tierra y poner esta en manos del Estado Popular y del Campesinado pobre y medio, la expropiación y nacionalización de todos los bienes de la oligarquía burgués-terrateniente aliada del imperialismo, en la industria en la agricultura y ganadería, en el comercio, en la banca, etc.,  y liquidar todas las organizaciones e instituciones creadas por la oligarquía burgués-terrateniente.

Considera que con estas medidas, el Estado Popular Revolucionario: concentrará  en manos del pueblo los medios fundamentales de producción, elevara el nivel de vida de la población trabajadora, impulsara la organización masiva del pueblo  en todos los niveles y propiciará la intensa educación ideológica y elevación del nivel de conciencia política de las masas.

Aclara el documento que “el imperialismo y sus aliados se aferraran al Poder con todas sus fuerzas y poderío y no están dispuestos a entregarlo ni por la “vía del voto”, ni por la vía de reformas parlamentarias, ni por la vía “legal” o constitucional. Solo a través de una dura y prolongada lucha político-militar, a través de la estrategia de Guerra Prolongada del Pueblo podrán el proletariado y sus aliados derrumbar definitivamente el poderío de las clases burgués-terrateniente aliadas al imperialismo yanqui.”

Define el documento que “tal es la estrategia de las FPL sobre el carácter y contenido de la presente etapa de la Revolución; la etapa de la Revolución Popular hacia el Socialismo.”

Otras visiones y su caracterización

Reconoce el documento que existen otras visiones y pasa a caracterizarlas, describiendo el abanico político de la izquierda en ese momento.  

En primer lugar esta “la aspiración de un sector de la burguesía industrial-financiera hegemonizante en el PDC y la UNO, de atajar el proceso revolucionario con un reemplazo burgués (“progresista”) de los actuales equipos de la tiranía militar, por otro equipo burgués que prolongue la dictadura burguesa bajo un barniz “democrático” o “populista” que permita confundir al pueblo, mientras las fuerzas militares reaccionarias descargan sus golpes sobre las fuerzas político-militares avanzadas.”

Agrega que “esta corriente burguesa se aferra a abrirse paso hacia el Poder por medio de las elecciones, el parlamentarismo, la “constitucionalidad” y en última instancia, el golpe militar solo o acompañado de insurrección popular dirigida por la burguesía. Trata de atraerse el beneplácito del imperialismo yanqui, especialmente del Partido Demócrata norteamericano, lo que motiva los repetidos viajes de Duarte y de otros personeros del PDC a la metrópoli yanqui.

En segundo lugar, condena “la corriente del oportunismo-revisionista de derecha, que encabeza el PCS y que se ha convertido en puente de los intereses de esos sectores de la burguesía en el seno de algunas masas populares.”

Añade que “esta corriente, al hablar del carácter anti-oligárquico y anti-imperialista de la revolución, le da el contenido de clase democrático-burgués, es decir que este proceso debe ser hegemonizado y encabezado por sectores de la burguesía. Concibe una alianza popular dirigida por la burguesía y en la cual la clase obrera, el campesinado y la pequeña burguesía tienen que ayudar a esos sectores burgueses a tomar mayores posiciones de poder político y económico para prolongar la dominación capitalista.”

Continua diciendo que “bajo esa concepción está concebida la alianza electorera UNO, y los esfuerzos por crear un “amplio frente antifascista y popular” que una  a la UNO con sindicatos y con otras organizaciones de masas bajo la batuta de los sectores burgueses que respiran a través del PDC.”

Y menciona el documento de las FPL también  a un tercer sector: “similares características y contenido, no obstante sus aparentes diferencias de forma y presentación, tiene la concepción sobre un Gobierno Popular Democrático, enunciado por la corriente socialista de derecha de la recién formada organización Liga para la Liberación. Cada vez los planteamientos estratégicos y la actividad práctica se hermanan más con los planteamientos de los oportunistas y revisionistas de derecha.”

Y un cuarto sector se refiere a “la concepción de turno del “Ejército Revolucionario del Pueblo” ERP sobre el llamado Gobierno Provisional Revolucionario. Aunque es puesto en un estilo intencionadamente radical, representa una vergonzosa concesión a la oligarquía burgués terrateniente y el imperialismo yanqui.”

“El programa de “realizaciones revolucionarias” se queda aun más pálido y corto que el programa democrático-burgués de los oportunistas de derecha, e incluso atrás de los lineamientos que el  PCS trazaba a finales de la década del 40 respecto a un posible gobierno democrático burgués (denominado también “Gobierno Provisional Revolucionario)…Es el precio del inmediatismo, del aventurerismo y del abandono del carácter prolongado de la Guerra del Pueblo.”

Y finalmente el documento rompe lanzas contra un quinto sector, la Resistencia Nacional y su “confuso planteamiento”.  El cual “en determinado momento se refieren a un Gobierno Democrático Popular, -basado  en una amplia alianza popular democrática- con muchas similitudes al planteamiento del PCS:”

“Y en otras formulaciones le denominan como el Gobierno Revolucionario de Obreros y Campesinos. Sin embargo, es de desear que se clarifiquen los lineamientos estratégicos y que terminen las vacilaciones ideológicas en esa organización.”

Y finalmente el documento de las FPL-Farabundo Martí  de enero de 1976 concluye con una exposición de los puntos principales de su línea política: impulsar más enérgicamente la guerrilla popular, construir los organismos armados revolucionarios en el seno de las masas, impulsar la organización y la lucha combativa  de las masas populares por sus reivindicaciones inmediatas político-económico-sociales como medio para su incorporación  múltiples a la lucha revolucionaria, crear la firme alianza obrero-campesina y sobre esa base, los primeros escalones de la Alianza Popular Revolucionaria; impulsar firmemente la lucha ideológica contra todas las desviaciones que entorpecen la marcha del pueblo hacia su incorporación revolucionaria; fortalecer la vanguardia revolucionaria del proletariado, la organización político-militar marxista-leninista, para convertirla en la fuerza capaz de dirigir a la clase obrera y sus aliados hacia el triunfo de la Revolución Popular hacia el Socialismo.

Y concluye afirmando que “las FPL intensificaran su propio fortalecimiento interno, su capacidad combativa múltiple, y su más estrecha ligazón con los más amplios sectores del pueblo. ¡Revolución o Muerte! ¡El pueblo armado vencerá!”