La Promoción Che Guevara

Voy a tratar de revivir los restos de la vívida unión y entrega que mostró el Quinto Curso del Instituto Nacional Genral Francisco Menéndez del año escolar 1971. Estoy seguro que si esa Promoción no fue única, al menos es imposible duplicarla.
Pero entonces, en 1971, era la primera vez que se vio algo así en todo El Salvador.

Una Promoción de secundaria, que por primera vez en la historia de El Salvador, estremeció las principales arterias y calles de San Salvador con protestas y demostraciones públicas. Nunca antes el estudiante de secundaria había protagonizado disturbios en la nación, hasta entonces eso era territorio exclusivo de los universitarios.

Una Promoción que había escogido democráticamente, y desafiantemente, el nombre que simbolizaba Revolución y Socialismo: Ché Guevara.

Una Promoción que decidió, democráticamente, y por primera vez en la historia del Instituto Nacional, presentarse a los actos de graduación en uniforme, y no con el tradicional “traje entero”.

Una Promoción, en fin, que decidió ser la primera en negarse a estrechar la mano a un Ministro de Educación, y al Director del Instituto, don Chalo, durante la entrega de títulos.

Promoción Rebelde, estudiosa, pero más madura políticamente, y con un casi perfecto liderazgo… como ninguna otra… esa fue la Promoción 1971 “Ernesto Ché Guevara” del Instituto Nacional “General Francisco Menéndez”… y que honrosamente soy parte de ella

Quiero hacer un homenaje a esas 500 góndolas del 71…, y a los nuevos bachilleres de mi terruño que este mes, como mi Promoción hace 37 años, terminan sus estudios de secundaria…

¡Felicidades, y mucho ánimo compañeros bachilleres…!

El Despertar: La Huelga de ANDES 21 de Junio

1971 fue un año turbulento, el magisterio nacional sindicalizado en A.N.D.E.S 21 de Junio, había decretado una huelga nacional por mejoras en beneficios y la Ley del Escalafón. Era la segunda huelga de maestros (la primera en 1968) contra el gobierno del Presidente tapón Sánchez Hernández. Pero en esta huelga de 1971 tapón la reprimió y apresó a Mélida Anaya Montes, líder de ANDES… consecuencia de esto vino las manifestaciones, masacres, y aprisionamiento durante el resto del año.

La planilla de docentes en el Instituto Nacional “General Francisco Menéndez” estaba partida, la mayoría apoyaba el paro, pero una minoría, y entre ellos el director Gonzalo de Jesús Hernández, don Chalo, no apoyaban la huelga.

No se podía ser entre camagüe y elote, por lo que don Chalo fue tildado de “pecenista”, y en esos días era suficiente para ser odiado, hostigado y hasta se le echaba bola negra.

Entonces, un día del mes de Julio, en el plantel, la bola se comenzó a regar que había que salir a la calle en manifestación en apoyo de los maestros. Increíblemente nadie se ahuevó y casi todos salimos a las 10 de la mañana a organizarnos para salir en manifestación.

La principal razón de apoyo se pensaría era para irse a la casa, pero fue realmente asombrosa la respuesta al llamado; por supuesto, algunos se fueron para sus casas, pero la mayoría respondió a la convocatoria y fuimos al desfile. Había entre 5-10 líderes salidos de la nada, y que nadie había nombrado, pero que imprimieron disciplina y organización hasta el día de graduación.

Hasta ese día, yo, como estoy seguro eran la mayoría, sólo habíamos estado en desfiles patrios de la independencia, pero nunca en un desfile político. 500 futuros bachilleres liderando a casi dos mil estudiantes del primero al cuarto curso, todos bien uniformados, la mayoría éramos chavos y chavas virguitos, quienes entonando fuerte salimos gritando a todo pulmón por la 25 Avenida Norte “-Gorilas, hijosdeputa, los estudiantes somos vergones… ché, ché, ché, ché…”.

La manifestación llegó al Central de Señoritas por el Hospital de Maternidad, pero la directora y el personal echaron candado a los portones y aunque las chavas querían salir, no pudieron, entonces nos dirigimos al Anexo del Central de Señoritas, a digamos dos kilómetros y situado entonces en el edificio que hoy aloja la Alcaldía Municipal de San Salvador y que antes de llegar a ser Anexo, era el caserón que hospedó al Instituto Nacional por años.

En 1971, el Instituto Nacional aún no era llamado INFRAMEN, sino así: Instituto, o Nacional, a secas; los otros colegios, y la prensa nacional, lo referían como las siglas de cobre en el cuello del uniforme: IN. Para nosotros INFRAMEN era el nombre del periódico mensual que teníamos intramuros.

Al llegar al antiguo caserón del Anexo del Central de Señoritas ¡increíblemente!, las chavas con su uniforme todo color blanco, como candelitas de yeso, ya nos esperaban afuera organizándose en fila india sobre lo que hoy es Avenida Juan Pablo Primero. ¡Qué belleza!, el estrógeno ruge en las cuzcatlecas, crema y nata de la adolescencia femenil salvadoreña, capitalinas de clase media y baja en sus 13,14, y 15 años, todas en el otrora Plan Básico, esperándonos organizadas afuera para ir hacer bulla en apoyo de los maestros salvadoreños.

Muchas de ellas caerían durante la sublevación mestiza contra la Patria del Criollo en los 80s.
El desfile era ya respetable y nos dirigimos al Palacio Nacional haciendo bulla y trabazones por todos lados. En el Palacio Nacional hicimos una sentada y un minuto de silencio en pleno mediodía de ese día de Julio… y eso fue todo, luego nos dispersamos y calabaza, calabaza, cada quién pa su casa… y al llegar a casa pues a gritar a todo pulmón “mamá tengo hambre”.

El gobierno acusó a organizaciones de la Universidad Nacional de haber organizado esa manifestación, yo puedo hoy afirmar que eso fue falso, nosotros decidimos desfilar por voluntad propia, nadie nos dio paja, fue como un inevitable huracán de hormonas haciendo bulla en San Salvador.

Hicimos dos manifestaciones más y la segunda fue porque don Chalo, director del plantel, quiso reprimir las protestas prohibiendo a los líderes entrar a clases y cerró el portón de entrada del plantel a ellos. Ese día todos salimos afuera para apoyarlos e hicimos un pequeño mitin en la entrada, cerrando la calle por supuesto, pero debido más que todo a que se estaba haciendo chapupa eso de las manifestaciones, y segundo el motivo, ¿porqué y para qué?, el desfile que rápidamente se armó fue pequeño, quizás unos 600 compañeros, pero no menos bulliciosos.

Las manifestaciones generalmente se dirigían a la plaza Libertad… pues hacia allí desfilamos esa mañana… y llegamos sin problema dos horas después… “pero al momento llegó un bus gris lleno de cuilios que se paró en el lado sur del parque intimidándonos, con este primer movimiento de la chota la mayoría salió escupida corriendo para sus casas, pero entre 75-100 estudiantes nos quedamos y continuamos oyendo al cuchito Morales que subido en el monumento gritaba contra el imperialismo yanqui y el imperialismo inglés. la cuilia hace amague de salirse del bus pero los compañeros no se achican… la animala se abalanzó sobre nosotros y fue cuando salimos todos en guinda…” (Extracto de un diario personal)

El Viernes 2 de Junio de 1972

Finalmente todo culminó con la sangrienta manifestación del 15 de Septiembre de 1971. Luego llegaron los privados en Diciembre, la fiesta de graduación en Enero/72, el examen de admisión en la Universidad Nacional en Febrero… y finalmente la graduación el dos de Junio.

Ya habíamos decidido desde septiembre que no íbamos a presentarnos en “traje de gala” como se acostumbraba, sino uniformados, y ese mismo día decidimos ponerle nombre a la promoción lo cual cuento desde mi punto de vista en el pasaje de Don Chalo. Sin embargo no se nos permitió poner el nombre de la Promoción en la tarjeta de invitación al acto, solamente se nos permitió escribirlo críptico, difícil de leer “che”, en la escarapela de la Promoción.

Tradicionalmente los nombres de graduaciones de bachilleres en los centros de estudios llevaban nombre de profesores, ex-profesores, ex-estudiantes, o algún notable… nosotros decidimos quebrar esa tradición y votamos en mayoría por llamarnos Promoción Ché Guevara.

El cine o teatro Popular, o “el Pulgoso”, como le llamábamos en mi barrio por el vergo de pulgas, chinches y telepates que se traía de allí, era el cine más barato de San Salvador hasta 1966. Era hecho de madera y lámina, sucio, maloliente, graderío de madera, como en los circos, y letrina de fosa; también se organizaban matinés de lucha libre y boxeo profesional. El edificio era cuadrado y por el dolor de nuca después, era paloma quedar en los lados, pero eran las tablas más baratas, pues las sillas de “ringside” no había butacas aún allí estaba fuera de mi alcance. Hasta mis 10 años, en este cine vi decenas de películas, triples por cinco centavos los domingos a la 1 pm. eran mis favoritos, aunque saliera con un espantoso dolor de cabeza y nuca… y el vergo de pulgas y talepates.

El cine Modelo, México, Capitol, América y el Pulgoso, era la diversión de la currunchunchún de San Salvador en los años 50s y 60s y 70s, pues la televisión era inalcanzable.

El Pulgoso fue demolido en 1966, y en su lugar se construyó el precioso cine Libertad, yo entré por primera vez un inolvidable 28 de diciembre de 1967 a ver la película El Gran Escape cuando una reventazón de cuetes nos sacó espantados del cine. Los puestos de pólvora enfrente del cine habían agarrado fuego, y mi madre tenía puesto allí, cuando salía en carrera del cine vi a mi madre corriendo a mi encuentro, ¡fue el momento más feliz de mi vida!… Pero mi madre, que murió en noviembre un año después, ya no estaría en el cine Libertad para mi graduación de bachiller en 1972.

En la mesa entregando los diplomas estaban la Ministro de Educación licenciada Antonia Portillo de Galindo, el querido profesor Humberto Perla Flores, el subdirector Mario Aguilar, y el director Gonzalo de Jesús Hernández, el popular don Chalo (son los nombres que escribí en mi diario, pero estoy seguro habían otros maestros y ex-maestros). La entrega de diplomas se hizo en orden alfabético, de la A-LL, y M-Z.

El Rechazo

Entonces algo que no habíamos acordado comenzó a suceder, los primeros estudiantes en subir a recoger el diploma entregado por la Ministro Galindo le dejaban la mano tendida, no sólo a ella sino también a don Chalo, sólo estrechaban la mano al burrito Perla y los otros maestros. Aunque no eran todos pues algunos si estrechaban manos con ellos, la mayoría no lo hacía, ignoraba a los dos a propósito. La Ministro y don Chalo se veían totalmente ahuevados y sin saber qué hacer…

Yo tampoco tenía idea que putas iba hacer cuando llegara mi turno de subir al estrado, pues de esto no se había hablado. Le pregunté a mi gran alero a la par, aquél también estaba asombrado y dudoso… había un ronroneo entre la mara, y cuchicheo entre los familiares en las filas de atrás… al terminar la letra LL, don Chalo paró la entrega y dio un receso de 15 minutos.

Fue entonces cuando el “cuche” Morales Ruíz, nuestro máximo líder, prácticamente asaltó el estrado y agarró el micrófono de la mesa, un profesor trata de detenerlo, pero él simplemente lo ignora, don Chalo le dice algo al oído pero él se niega a regresar el micrófono y comienza más o menos así (esta parte la escribí en mi diario): “compañeros, a pesar de la represión de la dictadura y la represión de la dirección del Instituto tratando de detenernos, nada ha podido evitar que hoy nos graduemos, así como nada ni nadie detendrá a nuestro pueblo en su lucha por su libertad…” y siguió hablando por alrededor de cinco minutos echándole verga a la dictadura y chinas a don Chalo…, y dramáticamente terminó diciendo “… ché Guevara, hoy te saludamos, ¡Viva El Salvador libre!”, levantando el puño izquierdo en alto.

Los familiares estaban confusos y muchos totalmente horrorizados.

La Ministro de Educación Portillo de Galindo se levantó con muestras claras de hallarse emputada y se fue del evento.

Yo sentí un gran alivio.

Una semana después el Ministerio de Educación anunciada la prohibición de nombres a las promociones en los planteles nacionales…

Pero yo sí le di la mano a don Chalo…

Aunque no se la hubiera dado a la Ministro…

Era una Ministro fraudulenta.

Que Viva la Resistencia Nacional y sus gloriosas FARN Fuerzas Armadas de la Resistencia Nacional

1o. de Mayo: Es en estas circunstancias que los responsables políticos de lo que ahora constituye la Resistencia Nacional, en consulta total con nuestras bases, realizamos una reunión de emergencia y acordamos la separación orgánica de la camarilla militarista que habiendo irrespetado todo principio leninista de conducción, todo principio revolucionario, carecía de solvencia moral y revolucionaria para continuar en cargos de dirección en el seno de nuestra organización. El documento de separación también es ocultado a las bases y la camarilla asume bajo su personal responsabilidad todos los hechos que se suceden posteriormente.

8 de Mayo: La respuesta ciega e irracional de la camarilla militarista enquistada en el seno del ERP, fue la de asesinar sin ninguna consideración a los miembros de la Resistencia Nacional. En esta fecha, se prepararon tres atentados criminales, todos los cuales a pesar de la zaña* con que son impulsados, resultan fallidos y no les permiten consumar sus criminales planes contra miembros de la Resistencia Nacional.

9 de Mayo: Apresuradamente y para justificar sus acciones criminales del día anterior, elaboran un “comunicado” firmado por el Estado Mayor en el cual condenan a la muerte o al exilio a todos los que consideran responsables políticos de la Resistencia Nacional.
10 de Mayo: Impotentes y rabiosos por la frustración de los asesinatos que pensaban cometer en miembros de la Resistencia Nacional, ceban su furia contra los compañeros capturados y asesinan irresponsablemente a “PANCHO” y ROQUE DALTON.

El compañero PANCHO, fue uno de los más altos exponentes de su clase, obrero industrial, con larga trayectoria combativa, iniciador del proceso de lucha armada en nuestro país, uno de los más valientes y bravos combatientes de la guerrilla salvadoreña, que por su decidida participación en innumerables acciones armadas, había alcanzado en el seno de las filas revolucionarias el grado de sub-oficial, Jefe de Escuadra y Primer Instructor Militar técnico y táctico de nuestras fuerzas armadas.

El compañero ROQUE DALTON GARCIA, se distinguió políticamente desde 1960 en las luchas populares, contra el régimen de Lernus del cual fue uno de los más fuertes adversarios. Siendo miembro del Partido Comunista Salvadoreño (PCS) inició su indetenible trayectoria como poeta e intelectual de izquierda alcanzando renombre internacional. Exiliado por el régimen, vivió en Praga, donde fue miembro de la Pla­na de Redacción de la Revista Internacional Comunista. Posteriormente radicó en Cuba donde trabajó en Casa de las Américas hasta su incorporación a la guerrilla salvadoreña, donde rindió militancia con grado de soldado combatiente y como miembro de una Célula de Vanguardia (del Partido en formación) del ERP, hasta su cobarde asesinato.

16 de Mayo; En un acto de desesperación y de ceguera política que ha recibido el total repudio de la conciencia revolucionaria nacional e internacional y la condena de la historia, se hunden para siempre en el abismo de la ignominia al declarar públicamente ser los autores del asesinato de Roque Dalton, sobre cuya memoria pretenden lanzar el lodo de la calumnia y de la infamia.

Frente a la inminencia de enfrenamientos armados entre R.N. y E.R.P. a causa de las cRIMinales* (*asi en el original) provocaciones de la camarilla militarista empeñada en continuar su baño de sangre revolucionaría, las FUERZAS POPULARES DE LIBERAC1ON (F.P.L.) “FARABUNDO MARTI”, asumen el histórico papel de intermediarios, exigiendo a nombre del proceso revolucionario, el cese de hostilidades y el mutuo respeto a la integridad física y a la vida política independiente de ambas organizaciones.

A partir de ese momento, el proceso se vuelve irreversible, la RESISTENCIA NACIONAL camina para siempre desligada de la camarilla militarista, y el tiempo transcurrido ha venido a demostrar ante el pueblo y la conciencia proletaria, los alcances de la profunda desviación militarista que hegemonizó en el seno del ERP.

http://www.chrs-scc-cm.org/archivo/rn/porlacausaproletaria/index.htm

“Ingrese en Chalchuapa y en |1970 al Partido Comunista…” Entrevista con Mauricio El Sólido

SAN SALVADOR, 14 de abril de 2013 (SIEP) “Ingrese al Partido Comunista de El Salvador en 1970, soy originario de Chalchuapa, lugar donde estudie plan básico, por cierto junto con Dagoberto Gutiérrez, aunque él era mayor y salió antes…” nos comparte Mauricio El Sólido, militante revolucionario salvadoreño.

La influencia de Victoriano

“Ya en bachillerato conocí a Victoriano García, que venía de Santa Ana, de Cutumay Camones, y más específicamente del cantón Primavera. Victoriano me impactó. Fue el primero al que le oí hablar y con pasión, con fuerza de la necesidad de incorporarse a la lucha popular, y de quitarle la tierra a los ricos. Eso golpeó mi pensamiento hasta ese entonces conservador…”

“Al principio lo cuestionaba, haber explícame: ¿Y por qué le vamos a quitar la tierra a sus legítimos dueños? Y él, de origen campesino, sin educación formal, me narraba pacientemente todo el proceso histórico de saqueo que habían sufrido las comunidades indígenas. Y me hablaba de Atonal, de Atlacatl, de Anastacio Aquino…”

“En las discusiones que sostenía con Victoriano, que quizás, quizás…había llegado hasta cuarto grado, debo reconocer que me sorprendía con sus argumentos, me dejaba desarmado…parecía tener respuesta para cualquier pregunta y con mucha seguridad hablaba tanto de economía como de la situación internacional.”

“Parecía haber leído mucho. Realmente me impresionaba, aunque me costaba aceptarlo. Había cierta resistencia porque me consideraba estudiado. Pero me dejaba pensativo con la fuerza de su lógica, meditando en sus respuestas. Y tenía que concluir: tiene razón.”

“Victoriano fue cuñado mío, y vivía en mi casa ya que mi tía le alquilaba una pieza…El fue el que me puso en contacto con el Viejo Hilacha, que se llamaba Hilario y le decían así por un mechón de pelo blanco que tenía en la frente. Hilario era uno de los discípulos de Victoriano. Y Victoriano todavía sigue dando batallas dentro del movimiento campesino y cooperativista. ”

Una vez encontré en unos papeles de mi hermano mayor un folleto de las FAR de Guatemala y me intrigó y empecé a leerlo. Claro, Toyano como le decíamos, se lo había dado. El folleto de las FAR me ayudo a entender muchas cosas, me amplió el horizonte.

Me acuerdo que una vez Toyano como le decíamos, me invitó para acompañarlos en una actividad, se trataba de la visita a Chalchuapa del Dr. Fabio Castillo, candidato presidencial del PAR. Había que ir a recibirlo a la entrada al pueblo. Me invito un sábado y el Doctor Castillo venía el día siguiente. Bueno, temprano en la mañana estaba tocando la puerta de mi casa, ni me había levantado y entonces suavecito le dije a mi mamá: decile que no estoy, que ya salí.

Pero no se lo creyó sino que me espero afuera de la casa. Yo me bañe y salí pensando que ya se había ido, pero para mi sorpresa ahí estaba esperándome parado frente a la casa. Me dijo con seguridad ¿ya nos vamos? Vamos para Casablanca. Un sitio arqueológico a las afueras del pueblo. Me ayudás a llevar esta red de alambre y esta pancarta.

Yo pensé que solo lo íbamos a ver pasar y saludar a la comitiva, pero cuando llegamos al lugar ya había llegado Fabio y había gente a su alrededor. Me dice: extendé la manta. Y entonces veo que decía: ¡Exigimos una Reforma Agraria Profunda! Y veo que Toyano se pone a hablar con ellos. Antes me dice: “extendé la mata y llévala. Conseguite a alguien que te ayude.” Y se va y no vuelve a aparecer.

Y entramos al pueblo en marcha. Y yo voy llevando la manta mencionada. Me di un gran color…El mensaje de Fabio gustaba: cinco soluciones a cinco problemas. Llegó bastante gente al parque a oírlo, era su primer mitin, estamos a finales del 66. Ese día me acuerdo cumplí 18 años y saque mi cedula de identidad. Ya era mayor de edad.

Fíjate que el que fue después el segundo al mando del Batallón Belloso, de nombre José Ernesto Mendoza Rodríguez, estudiaba entonces bachillerato conmigo y el lunes al verme me grita con odio: ¡comunista No era todavía militar pero ya llevaba esa idea.

Un día me llevan el programa del PAR, lo guarde unos días, como para olvidarlo, pero después comencé a leerlo y me lo leí completo, y lo iba analizando, no me despegaba de la lectura, en realidad le encontraba mucho sentido a lo que decía, me convencía…

Abrimos un local del PAR en Chalchuapa

Dago (Gutiérrez) era mayor que yo, él para ese tiempo ya estaba en la U. Estaba también el Viejo Hilacha, el Chino Santiago, Carmen Portillo, con ellos comencé a reunirme aun sin ser militante de partido, abrimos el local del PAR…A mi me afectó fuertemente al saber después que había sido ilegalizado. Tenía que aceptar la necesidad de cambiar de camiseta. Y me preguntaba: ¿y ahora con quien, con qué partido? Estaba un poco confundido, preocupado.

Luego nos explicaron que no se trataba de cambiar camiseta sino de lograr contar con un instrumento que nos permitiera hacer conciencia a través del proceso electoral y formar cuadros. Toyano nos dio una charla al respecto. Estaba bastante claro. Yo me decía oyéndolo: este viejo tanto que dice que sabe…En realidad Toyano era muy activo, le metía al trabajo, siempre andaba jalando nueva gente, estudiando, reclutando, consiguiendo simpatizantes, y nos imprimió esa mística, de siempre jalar gente, de estudiar, de analizar, de saber lo que está pasando en el país y el mundo.

Toyano intentó en el 68 meterme al partido y él que llegó de Santa Ana, del Comité Departamental del PCS, de nombre Mariano, que hacía ladrillos, concluyó luego de hablar conmigo: no está todavía preparado. Costaba entrar. Fue hasta 1970 que ingrese a una célula. Así era entonces. Adopte el pseudónimo de Pablo, por la novela La Madre de Máximo Gorki, que era una obra muy popular en las filas del Partido. Y por amor a mi mamá…

En la célula que era lógicamente clandestina estaba un muchacho de nombre Alirio, que murió combatiendo ya durante la guerra, cayó en Morazán…el Viejo Hilacha (Hilario) que después fue el Comandante Alejandro de las FAL de nombre Julio Cesar Castro Ramos, que murió en 1989. A su esposa, que era también compañera sindicalista, le decían La Pasionaria, porque era aventada, audaz, no le temía a nada, era dirigente del Sindicato del Café, de SICAFE. Su nombre era Vilma Castro. Vive todavía, con un hijo, el otro hijo cayó en la toma de la subestación eléctrica de Nejapa, sí, claro, en las filas de las FAL…

Estaba el Chele Lunita, estaba Herman Padilla, que murió asesinado, lo llegaron a sacar de su casa. Estaba el Chino Santiago. El primer responsable de la célula fue Hilario, luego estuve yo. Hilario era obrero panificador. Estuvo acompañando a Salvador Cayetano Carpio cuando este se declaró en huelga de hambre frente a Catedral en 1967. Mi responsabilidad clandestina era la propaganda. Y en el frente abierto, o sea en el PAR y luego en el PR-9 de Mayo, la organización, y también la educación.

En las reuniones periódicamente realizábamos ejercicios de crítica y autocritica como mecanismos para superar deficiencias y crecer en la militancia revolucionaria. Una vez criticaron a un compañero por haber agarrado mi trabajo de propaganda, pero es que yo se lo había permitido. Nos atendían políticamente de la Departamental de Santa Ana del PCS.

Hacíamos repartos de propaganda por la noche en el pueblo, y la policía nunca nos descubría porque conocíamos sus movimientos, sus horas de entrada y salida y donde vigilaban. Repartíamos hasta en Trapiche, en Galeano. Hubo un momento en que se me destacó a la Juventud Comunista y entonces me tocaba pagar cuota en el Partido, en la Juventud y en el frente abierto.

Y vendíamos el periódico clandestino del partido llamado La Verdad así como un periódico abierto Tribuna Popular que después se convirtió en Voz Popular y ya luego de 1992 en Alternativa. Yo lo pasaba dejando a colaboradores y simpatizantes.

Como PCS contábamos con cuatro locales abiertos el de ANDES, el de ATACES, el de SICAFE y el del PR. SICAFE era de derecha y por medio de nuestro trabajo político logramos tomarlo. Incluso a su dirigente nacional Fidel Palacios una vez le oí decir: que estamos colaborando y yo sé quién está detrás de esto. Me dije para mis adentros ya cayó o ya va caer.

En el local del frente abierto del partido todas las noches había actividad. Dagoberto se ponía una su chaqueta estilo militar, color verde olivo, que tenia y llegaba y nos hablaba de la situación nacional e internacional o nos leía poesía. Le gustaba leernos El Canto General de Neruda o Patria Exacta de Escobar Velado. Incluso había gente que llegaba solo para oírlo a él. Y preguntaba si no lo veía: ¿y el Comandante va venir hoy? La gente así le decía. Lo importante era que le gente iba tomando confianza en llegar. Y en esto Dago con su peculiar estilo jugó un papel destacado. A veces nos visitaba Mario Rivera, que era de Santa Ana y que hoy es concejal en San Marcos. Éramos muy activos.

Hacíamos venta de yuca frita y sancochada. Entre todos nos bolseábamos para comprar la yuca y las ganancias eran para el pago del local del Partido. Quien preparaba la yuca era la esposa de Alfredo Acosta, que luego fue de la CP del partido. Era mi vecino, vivía a la vuelta de mi casa, por eso conozco a su hijo Ernesto.

Hacíamos excursiones. Íbamos al balneario El Salto del Espino. Nos íbamos caminando por la vía férrea, comiendo marañones y fruta que encontrábamos en el camino, en los potreros, discutiendo de política, soñando con la revolución.

Hacíamos bailes. Una vez un grupo de jóvenes se nos acercaron a proponernos realizar un baile en el local y aunque eran reconocidos marihuanos los aceptamos. Y lo hicimos y llegaron muchos jóvenes. Y muchos de ellos nos pidieron luego que les diéramos charlas de marxismo, de teoría política, y dimos unos cursos. Incluso reclutamos a algunos para la JC. Y dejaron la mota. Y se volvieron cuadros revolucionarios. Lo que necesitaban era una oportunidad.

Y ya en la JC crearon el Club Boinas Rojas. Era en respuesta a las Boinas Negras de los Marines gringos en Vietnam. En cada actividad que realizaban, en cada fiesta, rifaban un chaleco o una boina roja entre los asistentes. Y era un honor entre los jóvenes pertenecer a las Boinas Rojas, hacían veladas culturales, participaban en las Fiestas Patronales, que son del 11 al 16 de agosto.

Y las muchachas no se quedaron atrás y crearon el Club Femenino Nataly. Por la canción Nataly de los Hermanos Arriaga. Te acordás. Estaba de moda y va así: la Plaza Roja desierta delante de mi Nataly, tenía un lindo nombre mi guía…Lo coordinaba Vilma Chafoya (+), que hizo el curso político junto con Ramiro. Y fue ahí que José Luis conoció al hoy presidente Lobo, que estaba ahí por el PCH.

En las veladas también se presentaban sociodramas. Me acuerdo de uno que con la música de El Cóndor pasa, describía la lucha por la tierra del campesino andino que al final quedaba muerto. Era un final triste. Presentaron también La Danza Macabra, en la que había un ataúd en el escenario. Los jóvenes habían creado el Grupo Obrero de Teatro. Y la Profesora Aida de Jaime los dirigía.

Una vez fíjate que realizamos una asamblea abierta del Partido con presencia de simpatizantes y amigos. Llegó Nicolás Ruano, de oficio zapatero, viejo militante del partido que por su edad ya no estaba activo, pero cotizaba. Sindicalista de los años 40-50. La hicimos debajo de un palo de amate. Todo el PC y toda la JC.

Llegó René Montufar. Guatemalteco, panificador. Ahí llegaba chiquito a comprar pan Dagoberto para la tienda de su mama y se quedaba escuchando las discusiones sobre política y literatura. Ahí se reunía un círculo de poetas. Y declamaban poemas. Y llegaban personajes que empezaban a hablar de política. Llegó Pedro Molina. Reparador de radios y todo tipo de artefactos electrónicos. El por su militancia política había sufrido exilios, cárceles, vapuleadas. Ya murió. Estuvo también si mal no recuerdo Alfredo Acosta.

Una de esas noches anunciaron que había estallado la huelga de IMACASA en Santa Ana y que no podíamos dejarlos solos. Que había que ir a hacerles la noche mientras ellos reposaban. Fuimos y al llegar nos recibieron con café y pan. Había un espíritu de solidaridad y de confianza en la victoria muy fuerte.

Me acuerdo que acompañamos la huelga de IMACASA en Santa Ana, que fue después de la huelga de Acero en Zacatecoluca. Había un camarada del Partido que era locutor de la radio YSDR y por las noches llegaba a apoyar la huelga. Ahí nos formamos políticamente al calor de la solidaridad proletaria.

No dormíamos nos la pasábamos platicando, discutiendo, haciendo propuestas. Era un intercambio político impresionante. Era una escuela práctica de educación marxista, de economía política. Incluso nos enseñaron el proceso técnico productivo para elaborar un corvo. También llegaba Dago y lo escuchábamos, era del PCS el que más llegaba.

Solidaridad con ANDES 21 de Junio

Para la huelga de ANDES del 71 junto con Alirio hicimos muchas actividades, organizamos una actividad de solidaridad, junto con la célula que había en el Cantón San Juan Chiquito, pusimos una manta de apoyo y llevamos maíz y frijoles cultivado por ellos, a los maestros que en la escuela estaban en huelga. Y organizamos una colecta, la gente daba dinero y galletas, jugos, para demostrar su respaldo. Y esta actividad la realizamos acompañados por orejas y policías que siempre se nos juntaban en las actividades públicas. Alirio se llamaba José Alfredo Vallecillos. Y ya en la guerra anduvo con Schafik en Morazán.

Una tarde nos enteramos que un día antes en San Salvador habían reprimido a los maestros en huelga y que incluso la secretaria general de ANDES, Melida Anaya Montes, había sido sacada violentamente de la Asamblea Legislativa. Decidimos como Partido realizar una manifestación el día siguiente de apoyo a los maestros que habían sido reprimidos. Durante todo el día pasamos convocando.

A Alirio lo controlaron y lo detuvieron en tres ocasiones para interrogarlo y saber en qué vueltas andábamos. Y por eso mejor le aconsejamos que mejor se fuera para su casa a dormir porque lo tenían controlado. Alirio obedece y se va. Dago nos acompañó durante la mañana en la convocatoria pero en la tarde se fue para Santa Ana con el compromiso de regresar en la noche para la manifestación y para hablar en el mitin.

Al comenzar la manifestación un policía de apellido Pimentel se quita la chumpa y comienza a disparar y una muchacha de AES llamada Corina Padilla le grita en su cara: chucho, chucho. Y un Guardia se va con el G3 y le deja ir el culatazo en la cadera, el fusil se le cae y ella le pone el pie y se arma el zafarrancho. Hilario jala a la muchacha. El Guardia recupera su fusil.

Y una parte de la manifestación se va a refugiar a la Casa del Maestro, alrededor de 200 personas, entre esos la dirección local de AES, de los sindicatos y del UDN. Todos están adentro. Y mujeres del mercado con sus cantaros de barro con agua. Solo Dago y Alirio están afuera. Vilma Chafoya también está afuera. Perdemos comunicación.

Adentro pensábamos que la gente se había retirado atemorizada por los disparos. Nos habían rodeado y estaban los guardias y policías tirando piedras y quebrando los vidrios del local amenazando con ingresar. Y nos gritaban que saliéramos voluntariamente para evitar derramamiento de sangre. En Santa Ana y en San Salvador no se sabía lo que aquí pasaba.

El que dirigía la operación era el coronel Payes padre. Nos refugiamos como a las 4 de la tarde y eran las 9 de la noche. Pensamientos tristes y derrotistas me atravesaban la mente. Reflexionaba: ¿Cómo es posible que hubiera tanta participación en la marcha y hoy nos dejan aquí? Concluía: no hay respuesta popular, estamos derrotados, el pueblo nos da la espalda, el pueblo no responde, nos abandona…

Lo que no sabíamos era que el cerco de los chuchos sobre nosotros estaba acompañado por un cerco mayor, el de la gente, ellos estaban cercados a la vez por centenares de gente, que los amenazaba, que les gritaba aunque no la oíamos, que nunca nos abandonaron, que siempre estuvieron presentes aunque no los alcanzábamos a ver. Ahí se mantuvieron siempre. Y así como a nosotros nos tiraban piedras los chuchos a ellos también les tiraban. Fue una gran lección de mi vida…que la gente siempre acompaña a los que luchan, que hay que confiar en la gente.

La gente estaba afuera. Y también nuestros compañeros. Incluso alguna gente armada nuestra, con sus pistolitas para lo que fuera necesario. Vilma, Alirio y Dagoberto dirigían desde afuera. Tenían todas las bocacalles cubiertas con gente pendientes que no fueran a sacarnos y capturarnos. En determinado momento, Dagoberto se fue a buscar a los curas de la Iglesia del Calvario para que mediaran y se hicieran presentes.

La Guardia Nacional no podía penetrar al local aunque ya habían roto la puerta de entrada. Al llegar los curas preguntaron a los guardias: ¿que ha pasado aquí? Ellos responden: aquí no ha pasado nada. Pero los autorizan a entrar. Empezamos adentro a cantar el Himno Nacional y el himno de ANDES. Habíamos roto el cerco.

Entran los curas al local y nos explican que la Guardia pone como condición para dejarnos salir que no realicemos la marcha. Les respondemos: hay que preguntarle al pueblo que decide. Y salen y ellos mismos convocan a la gente. La GN retrocede ante la combatividad popular y les permite llegar hacia nosotros. Hacemos ahí una concentración. Estamos de nuevo juntos, la gente y su partido.

Habla Dagoberto y les explica que los curas negociaron y la condición de los militares es que no hagamos la manifestación. Se decide realizar ahí un mitin y la gente se queda, es ya casi medianoche y la gente se queda escuchando las razones de la marcha. Luego se van para sus casas, todos y todas. La gente nos había rescatado…Ese día de lucha fue el resultado de la acumulación histórica del trabajo revolucionario en el que Victoriano de ATACES jugó un papel destacado.

Al llegar a mi casa y cerrar la puerta escucho a mi abuela rezando: Señor, te pido que los protejas, no permitas que les hagan ningún daño, ellos tienen la razón, es de ellos la justicia. Que bien me digo y me prometo no volver a levantar barreras ideológicas y trabajar políticamente con mi abuela. Y lo hice y mi casa se convirtió en un cuartel con mi abuela siempre vigilando, colaborando: mirá no dejes este libro aquí, mira esta propaganda te la voy a guardar, mirá te vino a buscar fulano y te dejo esto… Comprendí que lo del ateísmo mal entendido de muchos comunistas no ayudaba a la revolución. En un hoyo de la casa tenía mi bien aprovisionada biblioteca marxista, que al irme del país se la deje a mi hermano Salvador Solís.

La marcha con antorchas

En una ocasión decidimos salir en marcha por la noche con antorchas. Siempre en solidaridad con la huelga de los maestros. La hicimos y llenamos el parque del pueblo con antorchas. Estábamos en el parque en lo mejor del mitin cuando observamos que apareció una camionada de soldados que apuntando sus fusiles venían en nuestra dirección. No eran del pueblo y seguramente los habían llamado en respuesta a nuestra marcha. Estaban preocupados por nuestra reacción. Empezamos a discutir que hacer.

Unos eran de la opinión que había que huir por los tejados y otros que quedarse. -¡Hay que salir, van a matar a la gente! – ¡Hagámosle huevo! Al final decidimos consultar con la gente que ahí estaba reunida. La respuesta unánime fue: Hay que salir, pero ordenadamente. Y lo hacemos ante la mirada sorprendida de los soldados que se habían apostado a prudente distancia. Nos dirigimos en masa de nuevo hacia la Casa del Maestro.

Por radio bemba se difundió la noticia en el pueblo que estábamos cercados así que toda la gente estaba preocupada y pendiente del desenlace porque más de algún familiar estaba en los manifestantes. En la Casa del Maestro estábamos el grueso del Partido, si del Partido Comunista. O sea la dirigencia de ATACES, SICAFE, AES, lo que quedaba del PR, ANDES, UDN, los camaradas de San Juan Chiquito, e incluso gente del PDC que nos acompañaba en la UNO y se habían sumado a la marcha.

Me acuerdo que estaban Chano, o sea el Viejo Feliciano, Carlos González, Porfirio Barrera, Jesús Agreda que luego fue de la Comisión militar del PCS, Abel, que llego a teniente en las FAL, Oti, el sargento Orlando de las FAL, Melquin, que fue de las Fuerzas especiales, el hermano de Jordán. Gabino, que viene de San Juan Chiquito. Y Javier.

Y estaba la mamá de la Seca Adriana ¿la conoces? que era dirigente sindical de SICAFE y que la llegaron a capturar a su casa a las 3 de la tarde, en pleno día, y la desaparecieron y al llegar mataron, lo cuetearon al papa de la Adriana que se les opuso y a una hermana que tenia se la llevaron también… nunca aparecieron.

Estaba un joven de apellido Sigüenza que era el principal dirigente de AES y le decían Tripa. Vivía y militaba en una célula del barrio Chinquis, que era un sector de gente conservadora, comerciante, vinculada en su mayoría al PCN. Estaba Lachi, Lázaro Arias, hermano de Salvador Arias, el del Trompudo que vive en Canadá y claro no es el economista del mismo nombre. Estaba Carmen Mercedes, la famosa Camenche, que era la esposa de Sigüenza.

No te he contado que el local del Partido estaba a la par de mi casa, solo salía y llegaba. Y presencie sorprendido al principio como solo se quitaba el rotulo del PAR y se ponía uno nuevo, el del PR, y se quitaba este y se ponía el del MNR, el partido de Melitón Barba y de Manuel Ungo, y terminamos con el del UDN. Pero la gente no se equivocaba porque nos conocía y sabía que éramos los mismos, las mismas caras y los mismos ideales de justicia. La misma mica con diferente nombre.

Desde la campaña de Fabio Castillo, desde la primera huelga de ANDES, en cada una de estas coyunturas nos quedaba ganancia, gente nueva que se sumaba a la lucha, a la que había que preparar. Esa era nuestra ganancia, nuestro tesoro, íbamos creciendo con la gente que se incorporaba en cada jornada de lucha, ganábamos en experiencia, en militancia.

Quedaban muchos cuadros nuevos y también hay que decirlo muchos nuevos policías vigilándonos, tratando de amedrentarnos. Chequeando nuestros movimientos, nos conocían y nosotros a ellos. Habíamos perdido el miedo y ellos lo sabían. Aprovechábamos nuestra legalidad para organizar y para educar políticamente al pueblo. Y estábamos pendientes de lo que pasaba en San Salvador…

Rumbo a la URSS

Salí de bachiller en 1970 y en el 72 ingrese a la U. Viajaba para Santa Ana. Pero antes de ingresar a la U aprendí el oficio de mecánico dental para ganarme mis centavos. Estando en la U estudiando Medicina fui seleccionado por el Partido para ir a estudiar a la Unión Soviética. Nos fuimos el 31 de agosto de 1973. Me acuerdo que fue Américo Araujo el que nos hizo el examen psicológico. El recién regresaba de allá.

Me acuerdo que el día que nos fuimos ya en el aeropuerto, era el Aeropuerto antiguo de Ilopango, estaba en el baño cuando me sorprende oír por los megáfonos una voz femenina que decía: se les hace un llamado a los estudiantes del Partido Comunista que van a estudiar a la Unión Soviética a que se presenten a Migración… Y se suponía que éramos e íbamos clandestinos. De la aflicción no me pude ni subir el zipper y así me fui hasta Europa.

El primer trayecto aéreo fue hasta Panamá. Íbamos doce becados. Entre estos Erlinda y Anabel Handal, Luis Díaz Herodier, Yuquita (de Ahuachapán); Jordan, Noisy, Ernesto Lemus Abarca (de Atiquizaya), El Ratón o sea Freddy Orlando Orellana, el hermano de Rolando. Mauricio Castro (Trapito) de Santa Ana, de Metapan, especialista en la imitación de acentos de otros países, etc. Y se me olvidaba, José Luís Gálvez Trejo, Tenguereche, que asumió la coordinación de hecho del grupo. Y lo hizo muy bien.

Cuando estábamos en el aeropuerto de Panamá llego Schafik a despedirnos. Segunda estación fue Venezuela. Ahí el avión se retraso porque alguien había comprado todos los boletos. Tuvimos que quedarnos una semana en Caracas pero la compañía aérea nos pago, todo hotel, comidas. Visitamos la U. A la semana partimos para Roma, Italia.

Nos hospedamos para variar en la pensión Roma y sentíamos la presencia no muy discreta de los carabineros. Fuimos a la embajada Rusa y nos ayudaron porque ya casi no teníamos dinero. Con esa plata me acuerdo que compramos una cámara fotográfica rusa a iniciativa de Trejo. Para que sirviera –dijo- al Partido aquí en El Salvador. El 11 de septiembre de 1973, estábamos aterrizando en Moscú. Ahí los traductores nos informaron del golpe de estado en Chile. Allende había muerto. Nos sentimos muy tristes. En todo este tiempo no habíamos visto noticias.

Nos hospedan en el Hotel Rossía en el centro de Moscú. El primer año consistiría en el aprendizaje del idioma y en particular de los vocablos de las materias seleccionadas. Yo iba a estudiar Medicina. Después me decidí por Técnico en Enfermería para poder regresar más rápido.

Intuía ya desde entonces que la guerra iba a estallar…me decía: se ganaron las elecciones del 72, que camino nos queda más que ese, y ya la gente va entendiendo, es un proceso que inicia con la huelga de Acero en 1967, la huelga magisterial del 68, la creación de la UNO; hay un proceso de acumulación y de aquí no nos van a parar…era lo que pensaba en aquellos inviernos fríos.

Quería regresarme rápido porque estaba seguro que la insurrección venía, en esa época pensábamos en insurrección y no en guerra. A nadie se le hubiera ocurrido que iba a ser una larga guerra de doce años. Y es que no estar aquí en el país era perdérselo todo y si me había metido en todo esto era por algo, por ese momento de definiciones…y por eso preferí la carrera de Técnico en Enfermería y no Medicina. O sea un paramédico, los que trabajan a la par de los médicos.

En 1974 llego el segundo grupo de becarios. Venían Rafael Ramírez, el Niño o sea Carlos Alberto Flores, Julio Clímaco, que estudio Pediatría, Rogelio, Edgardo Grande, Nelson García, conocido como Lenincito por calvo y barbita de chivo.

A Lenincito le gustaba hablar y en las reuniones de partido luego de discutir la situación del país por una hora decía: yo tengo algo que agregar. Y eso significaba escucharlo otra hora. Por eso teníamos roces. ¿Y por qué no hablaste antes? Le decía. Me acuerdo que un domingo había reunión de Partido y luego de AES, Asociación de Estudiantes Salvadoreños, pero ese mismo domingo se presentaba por primera vez Santana en la Plaza de la revolución y todos decidimos ir a ver a Santana y no hubo reunión.

Y Lenincito se moría de la cólera por estas que calificaba como actitudes liberales. Y a mí me acusaba. Te acordas que era el tiempo de los hippies. Nos pasaba preguntando que como veíamos la situación en la URSS para luego acusarnos. Y de indisciplinado paso a acusarme de antisoviético, cuando la mayoría de mis amistades eran rusos del Komsomol.

En realidad pude hacerme una idea tanto de las fortalezas como de las debilidades del socialismo soviético. Y es que como hablaba ruso trabaje en varias fábricas. Me relacione con el proletariado ruso. Estuve en una fábrica de productos eléctricos. Me tocaba meter unos cañitos en unos cables que usan en los tendidos en los postes. Y mis compañeros rusos me invitaban a fumar en horas no autorizadas. Y todo esto me hacia reflexionar.

Me impactaba, porque uno llega con un gran idealismo a la patria del socialismo. Estuve también en un koljoz. Y una vez me dieron la tarea de construir un comedero para vacas. Y yo me puse a poner estacas para medir. Y mi amigo ruso Kostia las fue a quitar. Le pregunte porque y me respondió que no me preocupara. Quedo mal hecho. Aquí son vacas las que van a vivir y comer que no te interese me explico justificando su actitud.

Lo que más me sorprendió es que llego un ingeniero y al ver el trabajo dijo: muy buen trabajo. Kostia se me quedo viendo para asegurarse que comprendía el mensaje. Había un acuerdo tácito de no complicarse la vida. Incluso a veces se robaba y la dirigencia del sindicato lo sabía. Todo esto me daba mucha tristeza y desconsuelo.

Una vez me invitaron a una reunión del Komsomol. No puedo les dije no soy ruso. Sos casi ruso me respondieron. Se trataba de una clase que reciben de Entrenamiento Militar que es exclusiva para rusos y no la reciben los estudiantes extranjeros. Es obligatoria para los estudiantes rusos. Llegue y me senté. El instructor ya mayor se me quedo viendo y me dijo: yo a usted lo he visto, no es usted salvadoreño. Usted no puede estar presente aquí. Usted entiende. Mis amigos se levantaron y alegaron que yo pertenecía al PCS. El profesor se mantuvo firme. Ante esto yo dije: me voy, entiendo. Los del Komsomol, mis amigos, querían que me invitaran a sus reuniones internas.

Existe en la educación soviética lo que se llama el Zachot, que es una especie de prueba previa a un examen. Es como un examen parcial y te lo hacen para todo, y esto te hace estudiar, te crea una disciplina de estudio, y te facilitan bibliotecas y hay instructores permanentes a tu disposición. Y hasta en el Komsomol hay zachot.

Es como una sesión de crítica y autocritica. De evaluación. Revisan a sus miembros, sus valores, firmeza, conducta. Y una vez me invitaron y fui. Estaban evaluando la conducta de una muchacha que era la responsable del trabajo con estudiantes extranjeros. Al enterarme del punto de agenda me sentí un poco como utilizado.

Yo sabía que su trabajo era deficiente. Y en determinado momento, como lo temía, solicitaron mi opinión. Habla vos, salvadoreño. Que decís. Y me pare y exprese: disculpen ella es mi amiga, pero no puedo hablar bien de ella porque como comunista no puedo mentir. No cumple con sus tareas. Ojala mejore su actitud en el futuro. Me preguntaron: ¿la preparación política aquí la adquirió? Respondí: No, la traigo de mi país.

Me gradué con el diploma leninista

Y fíjate que en mis estudios logre el diploma rojo, el llamado diploma leninista. En 3 años. Luego de graduarme estaba feliz de poder regresar.
Pero el Ministerio de Educación soviético consulto con Daniel Castaneda, dirigente del PCS que estaba por esos días en Moscú, y al saber mis notas opinó que era mejor que me quedara y continuara estudiando, que no regresara por el momento. Haciendo de tripas corazones respondí: si el Partido me lo pide es para mí un honor.

Y no regrese a la patria. Y entonces a estudiar Medicina General. Ya tenía una base general, hablaba ruso, conocía de anatomía, conocía latín, esto me daba ventajas. Pero ya a mediados de 1979 empecé a puyar para regresar al país. Que cagada iba a ser no estar allá cuando estallara la insurrección. Y nos decíamos con otros compañeros: si no nos dan el permiso ni el pasaje, trabajemos y nos vamos por nuestra propia cuenta.

Durante todo el 79 realizamos actividades de solidaridad, recogimos plata. Presentamos la obra de Heriberto Montano sobre el 32 llamada La Cantata de Luz y Lucha. Heriberto había llegado antes de nosotros pero vivía en Moscú. Me acuerdo que Rolando, de nombre Saúl, y representante del Partido en la URSS, llegó de Moscú y nos pregunto riéndose delante de él: Y ustedes conocen o han leído al famoso poeta Heriberto Montano. Y respondimos al unísono: no, no lo conocemos.

Y él riéndose dijo: pues este es. Logramos conseguir el principal teatro de la ciudad para la presentación de la obra que era música de Herodier y poesía de Montano. Hicimos un afiche. Incluso como buenos guanacos, decidimos hacer artesanías para vender. Hicimos unas cumas de madera y luego las pintamos, una cumita folklórica, y también un tecomatillo a lo UDN. Y aunque era prohibido los soviéticos nos autorizaron a realizar una rifa.

La actividad fue todo un éxito. Y en la velada también se presentó Alberto Celarie y la versión rusa del Grupo Mahu Cuta que estaba integrado por un boliviano, un israelita, un salvadoreño y hasta tenían arpa. Gustó tanto que los rusos que son muy apagados se levantaron de sus asientos para gritar y aplaudir. A la entrada del teatro se colocó una pancarta en ruso que decía: Solidaridad con El Salvador.

Y hasta recogimos plata fuera del teatro. Algunos amigos se sorprendían y nos decían: son buenos para sacar la plata. Solo nos faltó hacer pupusas y panes con pavo. Y recogimos mucha plata que ahí mismo fue entregada por un viejito ruso veterano de guerra, de la lucha antifascista a un representante del Partido, a Mario Aguiñada, para la lucha en El Salvador.

Al final logramos que en la universidad nos dieran un año de permiso académico así como el permiso político aunque ya no regresamos, nos quedamos peleando durante toda la guerra. Pero la condición para regresar fue la de recibir adiestramiento militar.

Y surgen los primeros 29 que se vienen, que fueron luego llamados Los Esquimales. Te los menciono y ojala no me falle la memoria: Julio Climaco, Schafik Hijo, Deisy Cheines, Mónica, Noisy, Ramón, Edgardo Grande, Rogelio Guerra, Roberto Lorenzana, Benito Lara, Rolando El Menfis que estudiaba en Kiev, Edgardo Mira, El Viga o sea Carlos Castaneda que es de Chalchuapa, capitán Raúl o sea El Oso, que había hecho la platada aquí y esto le favorecía en lo militar, Luis Gálvez de la UES, Nelson García o sea Lenincito, que cayó, Jonathan que fue jefe en Chalatenango. Y Mauricio El Solido. Y también El Chele Gerardo de Atiquizaya y su hermano Toño. Me faltaron nueve. Luego me recuerdo.

En las vísperas de venirnos me encontré con Lenincito y me dijo con su tono agresivo: ya sabes que nos vamos. Y me espetó así como sos de indisciplinado no sé quien aprobó que vos vayas. Le respondí que cuestionara mi ida Y me respondió: Ya está aprobado. Pero me amenazo diciéndome:: allá con un error que hagás yo te mando a fusilar…Y le respondí: mira hijo… si cometo un error te voy a buscar primero y soy yo el que te va meter un tiro en la frente.

Salimos en tren de Moscú a Crimea. Iba platicando tranquilamente con Schafik y pendiente, oyendo la conversación entre el Menfis y Lenincito… El entrenamiento consistía en aprendizaje de uso de armas, bajar y subir colinas, etc. La premisa es que eran colinas similares a las nuestras. La apuesta era estar en el terreno antes de la ofensiva de enero de 1981. Pero nos atrasamos y salimos el mero día 11 de enero de Moscú hacia La Habana. Y de la Habana directo hacia Managua.

Los esquimales llegan a Managua

Cuando llegamos al sitio donde nos íbamos a quedar en Managua fue un célebre e inolvidable acontecimiento. Llevábamos viajando más de veinticuatro horas desde Moscú y estábamos cansados y además nuestro atuendo era muy llamativo en los trópicos: sombrero, corbata, saco y abrigo de invierno moscovita.

Al vernos llegar los que estaban ahí y que era el Grupo que había entrenado en Cuba, alrededor de 400 salvadoreños gritaron en la más clásica jodarria guanaca: ¡viene la burguesía roja! ¡Llegó la tandona! ¡Llegaron Los Esquimales! Y este ultimo apelativo cobró notoriedad para futuro. Nos habían bautizado los que se autollamaban Los Mambises, por el origen caribeño de su entrenamiento.

Estaban ahí 400 hombres y mujeres de las cuatro familias restantes: FPL, ERP, RN y PRTC. Y toda la imagen idílica que había cultivado fuera del país de los combatientes salvadoreños se vino abajo. Había un fuerte sector de lumpen que había sobrevivido el entrenamiento cubano. Imagínate la situación, viviendo juntos luego de diez años de estar políticamente separados.

Imagínate la desconfianza, los rencores, los prejuicios. Y no solo eso, se necesitaba realizar trabajo ideológico intenso porque eran frecuentes el uso de marihuana, de drogas, se robaban la medicina, etc. Mucho lumpen. De esos 400 si he visto un 25 por ciento ya en el frente es mucho. No sé que se hicieron. De los 29 que éramos nosotros, de dos en dos nos fuimos regresando a la patria.

El sitio era la casa de un antiguo coronel somocista. Una gran hacienda en las afueras de Managua. Estábamos armados porque a veces la Contra pasaba disparando. Imagínate teníamos armas todos. Y con tantos fanáticos sueltos suerte fue que las discusiones no terminaran en una balacera con resultados lamentables. Había cinco responsables políticos de la casa.

El nuestro de las FAL era Alberto. De las RN era un medico, Guillermo. Vivimos ahí seis largos e interminables meses, de enero a junio de 1981. Fíjate que cada día era la comida preparada por una fuerza diferente, nos dividíamos las tareas de comida, limpieza, seguridad. Una vez me acuerdo casi botaron nuestra comida y alegaban: ¿qué mierda es esta que han cocinado? ¿Nos quieren envenenar? Y se armó la crisis por la comida. Tuvieron que intervenir los responsables políticos.

Otra vez el lío estalló en la posta. Era nuestro turno y un contingente de las RN decidieron tomarse el puesto por asalto, y venían avanzando camuflajeados cuando los detectamos. Fabricio, que era un camarada venezolano del PCV los detectó y les conminó a retirarse. Les grito: deténganse y si no contestan el santo y seña voy a disparar.

Y siguieron avanzando. Y Fabricio entonces disparó al aire. Y se le abalanzaron y se armó el relajo…la gente de la RN quería desarmarlo y lo acusaban de haber tirado sobre la gente, pedían que lo entregáramos o que iban a venir por él, amenazantes. Llego Alberto, nuestro responsable y otra gente, entre estos Miguel Claros, El Cebolla. Se armó una discusión con Jonathan, Mira y Claros que mantuvieron posición de por ningún motivo entregar al compañero Fabricio.

La crisis inició a las 9 de la noche y eran las 2 de la mañana y no concluía. A esas horas comenzaron a llegar los responsables, el médico Guillermo de las RN y una mujer que era la responsable de las FPL. Incluso llegó Rolando, nuestro responsable en la URSS que se había quedado en Nicaragua. Al final las aguas se apaciguaron y nos fuimos todos a dormir.

Fíjate que a nosotros, a Carlos Castaneda y a mí, nos llamaban frecuentemente la atención la dirección del Partido: ustedes pasan mucho tiempo con otras familias. Y era porque manteníamos relaciones muy cercanas con camaradas de las otras organizaciones. Mira, Lenincito y hasta Lorenzana nos reclamaban por esto. ¿Sigfrido? Llegó un año después, en 1982.

Y es que Carlos hoy Vicecanciller es dicharachero, amable y compartía. Es de esta época que nos bautizan a él como El Viga y a mí como El Sólido por nuestra forma de ser. Es la gente de las otras organizaciones la que nos bautiza. En mi caso no es por la musculatura. En esta casa junto con Clímaco nos encargábamos de los primeros auxilios.

Con el tiempo los roces entre las diferentes fuerzas viviendo juntas fueron desapareciendo. Fíjate que la idea inicial con todo ese marón era la de entrar en desembarco tipo Granma. Entrar de noche por mar. Quizás por Jucuaran. Pero nunca se materializó esta idea.

Rumbo a El Salvador, rumbo a la guerra

Y después de seis meses viaje de Managua a Costa Rica y luego en avión a Guatemala para entrar al país por tierra en parejas, con papeles falsos. Salí de Nicaragua el 1 de mayo. Mi pareja fue Luisito, de pseudónimo Juan José, el hijo del capitán Ulises. Eran dos hermanos, Luisito y José, conocido como Chispa. También tenían una hermana, la Vicky, que cayó combatiendo como sus hermanos. No tuvimos problemas en pasar la frontera, aunque si nos detenían, íbamos a fingir no conocernos. Y nos dirigimos ya en San Salvador a la casa de Luis, en la Zacamil, donde vivían sus papas.

Después se decidió que nos fuéramos a otra casa en Mejicanos. La Niña Esperanza, esposa de Ulises, y que murió hace poco, era la que nos cocinaba a todos los de la casa, que gradualmente se iba llenando. Luego Ulises salió a incorporarse a los Cerros de San Pedro, en San Vicente. Después regrese a la Zacamil de donde salí en ese mes de junio para Chalatenango.

Al llegar al frente en Chalate yo esperaba ver a batallones guerrilleros y me encuentro con un grupo de las FAL entre 15 y 18, mal armado, con antiguas carabinas y armamento artesanal, bombas hechizas llamadas jugos y tamales. El responsable era Moisés. Y luego fue Fernando, que se llamaba Víctor Mejía. Tenía pinta de militar, se manejaba como militar, caminaba como militar y era buen organizador, y muy querido por nuestros combatientes, que le decían con una mescla de cariño y respeto: comandante.

Entre la exigua tropa de las FAL se encontraba Germán Refuerzo, de nombre Eduardo Hernández, que ingresó a la zona en el 81. Llegaba Toño el hermano de Gerardo. Oscar conocido como Pocascachas; habían dos de Chalchuapa: Gabino, originario de San Juan Chiquito y Javier. El Chino Ramón que fue de los primeros jefes de las Fuerzas Especiales, Rolando, que era el explosivista.

Estaba Roberto, lugareño que luego fue seguridad de Schafik. Su hermana Laura que se llamaba Marta, que era jefa de escuadra; Mides que se llamaba Roberto; Mauricio, que cuando cae adopte su nombre como pseudónimo; Lalito, que venía de las FPL y que llego huyendo y vinieron a capturarlo, pero se logró que se quedara con nosotros. Otro lugareño y quizás la razón del emplazamiento en esta zona era El Prautico, miliciano que vivía a dos casas del campamento.

Era hermano de Omar. Estaba también Freddy El Comando; que se formó militarmente en Chalate y que cuando se forma la FES (Fuerzas Especiales) es de los primeros en ingresar. Esta también Macarela, camarada histórico, con altos niveles de combatividad y una alta moral, todo un ejemplo, es de la zona de La Laguna. Otro es Chacón.

Y esta Edwin, hermano de Werner, hijo del profesor Ayala. Estaba Kramer, hijo del dirigente histórico obrero del PCS, Julio Cesar Castro Belloso. Estaba El Gato Baleado, que salió de la zona y se incorporó a Guazapa. Betty, que era hija de Cachito, el más viejo de nuestros milicianos. Romeo, de San Juan Chiquito, fue el novio de la Betty desde Chalate hasta que se casan en Guazapa.

Estaba Silvia La Chalateca. Tania, que era una mulata esbelta, usaba afro, y era hija del famoso portero de la selección nacional, Raúl Araña Magaña. Estudiaba en la URSS y se vino a combatir. Estaba Joaquín, que era un medico chapín, supongo del PGT. Y mirá, el conoció a Byron, deberías de entrevistarlo.

Contaban una anécdota de esos momentos iniciales de creación del campamento, que cuando se enteraron del campamento llegaron de las FPL y se llevaron a todos los de la FAL reclutados. Y al llegar Moisés que era el responsable se fue a hablar con Netón, el responsable de las F del lugar. Y los logró rescatar.

Entre los rescatados estaba Maribel, la hija de Marlene, que era la jefa de cocina y de Otilio, que era miliciano. Esta era parte de la numerosa familia Orellana. Había otra familia también grande. Y aunque había diferencias económicas entre ellas estaban unidas por la guerra. Estaban también Joaquín y Roberto, hermanos de Laura e hijos del Prautico. Un hijo del Prautico adoptó luego el pseudónimo de Byron, en ese entonces estaba muy joven y era correo nuestro.

Gonzalo y Freddy se las ingeniaban para ir a comprar al lado de Honduras de la frontera, llevaban mulas. El primer jefe de este campamento de las FAL en Chalate fue un guatemalteco de pseudónimo Byron.

En esa época, mediados de 1981, las FAL tenía tres campamentos: Cerros de San Pedro, Guazapa (Palo Grande y La Fuente) y el Caserío El Caraguito, cantón El Jícaro, municipio de Las Vueltas, en el departamento de Chalatenango.

Entre los que se vinieron de la URSS a combatir y cayeron estaba Rafael Ramírez, Federico, le faltaba un año para terminar la carrera de medicina, a los dos meses cayó, dejo una esposa rusa y sus dos hijas. Julio Clímaco, de Guadalupe, que había sido dirigente local de AES y fue estudiante en Leningrado, le dieron en las FAL el grado de capitán postmorten, fue jefe en Jucuaran antes de caer. Carlos Alberto Flores, que lo capturan haciendo pantalones verde olivo para los combatientes de las FAL…había sido sastre. Edgardo Grande, Tamerlan, que fue el primer esposo de Norma Guevara y cayó combatiendo en Occidente. (Continuara)

Temas del comunismo mexicano

Barry Carr. Historiador, autor de El movimiento obrero y la política en México 1910-1929 (sep setentas, 1976, 2 vols). Ha publicado en Nexos “Los orígenes del Partido Comunista Mexicano”, núm. 40, abril de 1981. El texto que publicamos es una versión de la ponencia que el autor presentó en la VI Conferencia de Historiadores Mexicanos y Estadunidenses celebrada en Chicago, Ill., septiembre de 1981. Es un texto escrito antes de la fusión del PCM en el actual PSUM, pero sus proposiciones siguen siendo pertinentes o lo son ahora más que nunca.

El comunismo mexicano está hoy en crisis: no en una crisis: de estancamiento, sino en una crisis de crecimiento. Durante años las prácticas internas antidemocráticas y el estrecho estilo vanguardista (acentuado por la sistemática represión estatal sobre sus miembros y actividades) mantuvieron a la organización central de ese movimiento, el Partido Comunista Mexicano, al margen de la vida política del país. La reforma política y un profundo replanteamiento de la estrategia partidaria transformaron sustancialmente la posición del partido hasta desembocar en la fusión que dio vida al Partido Socialista Unificado de México. Signos importantes de estos cambios fueron el renacimiento de la participación electoral del PCM, que condujo a la obtención de 750 mil votos en 1979 y dieciocho curules en la Cámara de Diputados, una mayor apertura en la cuestión del trabajo conjunto con otros partidos de izquierda, un fuerte incremento de la membrecía (a alrededor de quince mil) y una apertura radical del debate interno que, junto con la explosión del marxismo en México durante la última década, hicieron de este país el centro rector de los estudios de inspiración socialista y del debate marxista en el continente latinoamericano. Y sin embargo, se sostiene ampliamente que antes de la fusión, el PCM se encontraba en un estado de crisis, cuyos constituyentes básicos eran su débil inserción en la clase obrera y las masas rurales, su asunción acrítica del parlamentarismo y su incapacidad para transformar los avances democráticos recién ganados en los documentos estatutarios en una rigurosa práctica democrática en la vida diaria del partido.

Valentí Campa en la crujía en Lecumberri.

Sin duda, cualquier intento de hacer del movimiento comunista un elemento central en la lucha por la transformación radical de la sociedad mexicana tiene que vérselas con la historia del PCM; sin embargo, pese a la renovación actual del partido esta tarea apenas ha sido iniciada. Las advertencias de José Revueltas sobre la falta de “conciencia histórica” del Partido todavía suenan justas. (1) De hecho, la literatura sobre la historia del marxismo y el comunismo en México es a la vez escasa y de calidad tremendamente variable. Dejando por el momento de lado las contribuciones de los escritores y activistas comunistas, uno queda con la impresión de que los análisis académicos están más dominados por los temas de la guerra fría o por polémicas en el interior de la izquierda que por la investigación cuidadosa. El único conjunto consistente de literatura sobre la izquierda mexicana es la que se centra en el sexenio de Cárdenas. El estudioso se ve aún más desprovisto por las muy inadecuadas contribuciones hechas por el propio Partido Comunista Mexicano. A pesar de frecuentes acusaciones de que el ex PCM fue más un partido de la intelectualidad que de las masas trabajadoras, los intelectuales del PCM, con pocas excepciones, ignoraron el desafío que representa la recuperación del pasado del partido. La dirigencia comunista limitó tradicionalmente sus investigaciones históricas a celebrar cada año, ritualmente, la fundación del Partido y a ratificar el significado que tuvo para México la revolución de octubre. La prensa del Partido, con una o dos excepciones, no ha publicado mucho sobre la historia del PCM o sobre la izquierda mexicana en su conjunto. No existe una historia oficial del Partido. (ni siquiera una mala historia oficial) pese a los numerosos llamados a escribirla y el indudable entusiasmo por el trabajo histórico de su hasta hace poco, secretario general, Arnoldo Martínez Verdugo. (2). El cínico podría decir que no es gran problema la ausencia de una historia oficial del partido, y es cierto que las historias de partido “oficiales” en otros lugares son frecuentemente autojustificadoras y de estilo apologético. Pero una historia oficial podría servir al menos para asentar las características fundamentales del desarrollo del Partido, usando datos y fuentes inaccesibles para la mayoría de los investigadores que no pertenecen a él. El cínico podría argumentar también que la pobreza de la literatura refleja sencillamente la contribución marginal del Partido Comunista Mexicano y de la tradición marxista revolucionaria a la historia mexicana de nuestro siglo. Y sin embargo, a pesar de sus debilidades y errores numerosos y sustanciales, ningún estudioso de la historia moderna de México puede ignorar el papel de la organización comunista en los movimientos obrero y campesino y entre importantes sectores de la intelectualidad.

El propósito de este artículo es modesto: aislar algunos de los temas que el autor considera fundamentales que cualquier historia del marxismo y del comunismo mexicanos debe considerar y señalar algunas de sus exigencias analíticas. Esos temas fundamentales son:

1) La relación entre el desarrollo del marxismo y la tradición libertaria/anarco-sindicalista en México, que incluiría también la discusión sobre la relativa debilidad del marxismo en México y del socialismo científico en los treinta primeros años del siglo.

2) La estructura internacional dentro de la que ha evolucionado el comunismo mexicano, lo que supone retomar el sobado pero importante debate sobre el origen del PCM (la cuestión familiar de “crecimiento interno o importación exótica”), la naturaleza de las relaciones del PCM con la Internacional Comunista y con el Partido Comunista estadunidense. Un tema afín es la cuestión, a menudo descuidada del importante papel jugado por el PCM en la organización y el desarrollo de otros partidos comunistas, sobre todo en Centro América y el Caribe.

3) La conceptualización de la revolución mexicana realizada por el Partido Comunista y, más generalmente, su relación (o falta de) con la cultura nacional mexicana. Algunas de las cuestiones clave giran alrededor de la actitud del comunismo mexicano frente a los diferentes gobiernos emanados de la revolución (caudillismo revolucionario de los veintes, el giro nacionalista revolucionario con Cárdenas, el desarrollismo de Alemán a finales de los cuarentas, etc.) y la actitud de la izquierda mexicana en su conjunto ante la cada día más dominante “ideología de la revolución mexicana”.

4) La sociología del comunismo mexicano: ¿cuál ha sido la base social de la presencia comunista en el México revolucionario, en qué sectores de la clase obrera, del campesinado y de la intelectualidad encontró apoyo el comunismo?

5) Finalmente, está lo que Perry Anderson llamó la correlación nacional de fuerzas, el análisis de la relación del partido con fuerzas nacionales más amplias (clases, partidos, instituciones), tema particularmente importante si el historiador quiere evitar una visión estrecha del PCM en los términos de su lógica institucional, su ideología y su clientela particular. Esto es crucial en México, pues el comunismo nunca pudo ganarse una base de apoyo duradera entre la población. Habría también que estudiar el movimiento comunista junto al crecimiento de la CTM y del partido oficial, así como a la emergencia de corrientes formalmente no comunistas como el “marxismo legal” de Lombardo Toledano, o, en tiempos más recientes, el nacionalismo revolucionario de Rafael Galván y la Tendencia Democrática de los electricistas.

I. MARXISMO Y TRADICION LIBERTARIA

En Europa occidental y central la mayoría de los partidos comunistas fueron fruto de los efectos radicalizadores de la primera guerra mundial y de la traumática división de los poderosos movimientos social demócratas, insertados en una amplia clase obrera industrial con una larga historia de organización política. En México no existía la tradición social demócrata de la Segunda Internacional, aunque sus repercusiones no fueron tan débiles como se piensa. El “socialismo científico”, tal como lo entendía la Segunda Internacional, fue ajeno al movimiento obrero mexicano, pero no faltaron corrientes de pensamiento libertario, mutualismo y una identificación recurrente de los trabajadores con los objetivos liberales de la Reforma. En ese contexto ideológico se movió la mayor parte de los trabajadores hasta bien entrada la Revolución Mexicana. Cuando estalló la primera guerra mundial, México acababa de salir de más de treinta años de dictadura; esos años no extinguieron del todo la actividad política popular y sindical, como sostiene la leyenda negra, pero sí impidieron que la pequeña clase obrera mexicana desarrollara la rica experiencia civil y organizativa que la libertad política y otras conquistas populares (y concesiones de la clase dominante) aseguraron a los trabajadores de muchos países europeos. Carentes incluso de una historia de pequeños logros en el juego político y con la memoria aún fresca de un Estado altamente represivo, se entiende la influencia del pensamiento anarquista y libertario, fácilmente sobrepuesto a la profusa hostilidad hacia el Estado característica de grandes sectores de la clase obrera mexicana.

¿Cómo medir la presencia del “socialismo científico” en México antes de 1919? Los métodos convencionales incluyen el examen de la difusión alcanzada por los escritos de la Segunda Internacional y la evaluación del impacto del socialismo en la práctica política de la clase trabajadora. Sabemos muy poco sobre la difusión de los escritos marxistas y socialistas en México antes de la revolución de 1910, aparte de unos pocos datos sobre la publicación del Manifiesto comunista y la existencia de un conocimiento generalizado, cuando menos hacia mediados de la década de 1880, de las características fundamentales del crecimiento de la socialdemocracia europea. Aunque México no recibió, como Brasil y Argentina, una importante emigración alemana y francesa, Paul Zierold, refugiándose de la legislación antisocialista de Bismarck, no perdió sus vínculos con la socialdemocracia alemana, era el corresponsal de Die neue Zeit y parece haber establecido algún contacto antes de 1912 con pequeños núcleos de sus compatriotas trabajadores cerveceros en Toluca. Ciertamente, hacia 1914, la literatura socialista europea podía ser comprada en México y tal vez circulaba ya entre círculos limitados, a juzgar por la lista de los libros disponibles en las más importantes librerías de la ciudad de México en esa época.

A pesar de lo anterior, la impresión que domina al estudioso de la época es la de una falta de penetración del socialismo científico. El político y economista carrancista Rafael Nieto, que parece haber sido el mejor informado de los personajes no socialistas, explicó en la introducción a su traducción de un conocido debate entre el líder del Partido Socialista Americano, Morris Hillquitt, y un vocero religioso, John Ryan, que “el verdadero movimiento internacional socialista es casi ignorado entre nosotros… aun entre nuestros intelectuales”. En la Universidad Nacional, las clases sobre Marx se basaban en páginas de Anatole France. Entre los que se describieron como socialistas, con pocas excepciones, el socialismo de la Segunda Internacional tomó un segundo lugar frente a las corrientes socialistas utópicas y la sociología francesa radical, como puede advertirse en el recuento de escritores socialistas publicado por Rafael Pérez Taylor en 1912, cuyo El socialismo en México apenas registra comentarios sobre la tendencia marxista del socialismo: menciona dos veces brevemente a Marx en un pasaje que critica la base filosófica del colectivismo, le reprocha su concepción del trabajo como única medida del valor y también su negación de la relevancia de conceptos tales como escasez y utilidad.

Aun así, el “socialismo” gozó sin duda de un prestigio muy grande entre un amplio sector de intelectuales y de personalidades políticas durante la revolución armada. Los términos “socialismo” y “socialista” eran muy utilizados y, si bien resulta tentador burlarse de las a menudo cómicas “lecturas” de la tradición socialista, es importante preguntarse por qué tanta gente se sintió obligada a identificarse con las corrientes socialistas. Parece claro que los planteamientos socialistas encubrían posiciones esencialmente populistas y estatistas. El uso del término reflejaba muchas veces la visión, cada vez más aceptada, de que el objetivo supremo del Estado revolucionario era el establecimiento de la paz social y del bienestar colectivo por medio de un riguroso equilibrio de clases. Pero para otros, “socialismo” era una palabra en clave que distinguía a los sectores que se identificaban con la revolución y los que se ubicaban en el bando reaccionario. Rafael Nieto describió bien la situación en un artículo publicado en 1926.

En Francia los liberales con fuertes adherencias conservadoras se llaman radicales socialistas y republicanos socialistas. No es pues extraño que en México los conservadores se hayan llamado cooperatistas y que se crean socialistas todos los que no se sientan reaccionarios.

Después de 1917, el impacto de la revolución rusa dio por un momento más prestigio a las ideas socialistas y no sólo entre los obreros y los intelectuales progresistas, a juzgar por los comentarios favorables sobre los eventos en Rusia de hombres como Gómez Morín. La discusión académica sobre el impacto de la revolución rusa en la izquierda mexicana es típicamente formalista y nebulosa, limitada a las afirmaciones generales sobre la naturaleza masiva y “trascendental” de los cambios que trajeron los eventos de 1917. Casi nunca se da un esfuerzo para tratar la cuestión de cómo la revolución rusa afectó a qué sectores de la sociedad mexicana, o de qué manera fue interpretado el nacimiento del estado soviético. Dada la orientación libertaria de los sectores más radicales de la clase obrera y de la intelectualidad mexicanas, era inevitable que la revolución bolchevique y sus innovaciones sociales y políticas fueran vistas a través de los lentes libertarios. Los acontecimientos revolucionarios de Rusia, a menudo filtrados en las páginas de la prensa anarquista española, solían interpretarse de acuerdo con las creencias anarquistas y sindicalistas. Así, los círculos radicales mexicanos ponían especial énfasis en los soviets o consejos obreros como la institución decisiva de la revolución rusa, la cual era, para muchos, un magnífico ejemplo del principio de la acción directa y de las familiares consignas libertarias del antimilitarismo, de la libertad individual y del aplastamiento del estado burgués. Las “lecturas” libertarias de la revolución rusa se vieron también facilitadas por el carácter espontaneísta de muchos de los escritos de Lenin entre 1918 y 1919.

LA HUELLA ANARCA

¿Y que de la práctica política socialista? El primer foco real de actividad política socialista fue el Partido Obrero socialista fundado en 1911 por Paul Zierold. No es tarea fácil descifrar la posición teórica y política del POS ya que su membrecía y su prensa incluían todo el abanico del pensamiento radical del México de entonces. No cabe duda, sin embargo de su oposición al magonismo y a las posiciones antiparlamentaristas y antiestatalistas de principio. El Partido Obrero Socialista, por muy débil que haya sido, se consideraba parte del movimiento socialista internacional. En una comunicación congratulatorial enviada al SPD alemán en enero de 1912, el POS proclamó que “nuestros maestros en filosofía fueron alemanes y la filosofía alemana produjo el socialismo científico”.

Durante las luchas faccionales de 1914 a 1916. el POS simpatizó con Zapata, contrastando fuertemente con las posiciones proconstitucionalistas de algunos grupos de la Casa del Obrero Mundial. Después de muchos años de virtual inactividad. el partido resurgió a finales de 1917 bajo el liderazgo de los licenciados Adolfo Santibáñez y Francisco Cervantes López y se alineó claramente junto al Movimiento socialista europeo y con la revolución rusa. El sentido del aislamiento intelectual del POS, sin embargo, puede apreciarse a partir de algunos comentarios de Cervantes López hechos en abril de 1919. En un artículo de El Socialista señaló que la doctrina socialista era prácticamente desconocida en México, en donde el analfabetismo es un fuerte problema y el anarquismo domina a los obreros. El Partido Comunista de México (adoptó el nombre de Partido Comunista Mexicano en 1943) emergió del POS a finales de 1919. No hubo, propiamente hablando, ninguna escisión dentro del pequeño partido a pesar de los intentos posteriores de escritores por identificar tendencias claramente definidas que se manifestaron en el Congreso Nacional Socialista de finales de agosto que prefiguró la decisión de fundar un partido comunista.

Aunque en su primera fase el Partido obrero Socialista había permanecido totalmente al margen del proletariado, el partido revivido atrajo el apoyo de numerosos sectores de la clase obrera de la ciudad de México, mientras que los elementos más radicales o rojos se alejaron del colaboracionismo de clase y de la posición favorable a la AFL de la recién establecida CROM. Como los panaderos, los trabajadores textiles, operadores de teléfono y otros rojos eran de orientación libertaria, su fusión temporal con los socialistas creó un joven partido comunista con una base ideológica extremadamente heterogénea y con una potencialidad para desacuerdos severos acerca de cómo interpretar la estrategia dictada por la Tercera Internacional. Esta confluencia de tendencias anarquistas y marxistas sobre la cual tanto énfasis ha hecho la literatura sobre el comunismo mexicano no era sin embargo un fenómeno exclusivamente mexicano, y ni siquiera latinoamericano. Entre 1918 y 1922, los primeros movimientos comunistas en varios países europeos como Italia Francia, Holanda, Alemania, Hungría, etc. estaban lejos de ser “clásicamente” marxistas y “bolcheviques”. Allí también las corrientes marxista, sindicalista y comunista de izquierda coexistieron durante muchos años.

La coexistencia de elementos marxistas y libertarios en el joven Partido Comunista de México creó una seria tensión que se manifestó de manera más clara en la inicial oposición del partido al parlamentarismo y a la participación en las elecciones (1921-2), y en la resistencia de algunos sectores a adoptar la estrategia de trabajo sindical dentro de y junto a la “reformista” CROM, como parte de la táctica de frente único de mediados de los años veinte. La enredosa cuestión a la que se tiene que enfrentar el historiador del comunismo mexicano es la de la periodización de esta relación simbiótica entre las creencias marxistas y libertarias. ¿En qué punto podemos distinguir claramente ambos fenómenos? ¿Cuántos comunistas de los años veinte son de hecho simpatizantes de las ideas sindicalistas o anarquistas? Parece claro que el rompimiento ente ambas tradiciones no se puede reducir a la ruptura formal entre el Partido Comunista y la CGT en octubre de 1921. Algunas características de la herencia libertaria son visibles en la práctica del partido a lo largo de los años veinte y treinta, se dan ecos de este pasado hasta en los años sesenta y comienzos de los setenta en la estrategia electoral abstencionista del PCM, y más recientemente en la atracción ejercida sobre muchos trabajadores por las posiciones virulentas anti-PCM de la Unidad Obrera Independiente dirigida por un antiguo miembro del partido, Juan Ortega Arenas. Pero acaso la tarea más urgente y dolorosa, al menos para los marxistas más conservadores, es la de una evaluación objetiva de la contribución del anarquismo y del anarcosindicalismo a la izquierda mexicana. Haríamos bien prestando atención a los comentarios de José Revueltas:

el Partido Comunista, ceñido a moldes esquemáticos, condena en el anarco-sindicalismo la teoría abstracta de los ideólogos clásicos de la anarquía a nombre de Marx, pero sin advertir en cambio lo que el gran movimiento sindical de las masas anarco-sindicalistas representaba de positivo por cuanto a la independencia de la clase obrera dentro del proceso democrático burgués de la lucha.

II. EL REGAZO INTERNACIONAL

Ningún estudio de partidos comunistas puede ignorar la dimensión internacional de lo que era, ante todo, un movimiento que rebasaba las fronteras nacionales. La Comintern, fundada en 1919 (y disuelta en 1943) aporta los elementos fundamentales de este proyecto. Establecida sobre las ruinas de la Segunda Internacional, la Tercera Internacional, una “Internacional de acción”, era, como lo señalaron Claudín Anderson y otros, “un fenómeno sociológicamente único… una organización que exige una lealtad absoluta, una fidelidad disciplinada de sus secciones”. Esto no debe oscurecer el hecho de que durante los cinco primeros años de existencia de la Comintern, el proceso de creación de la famosa estructura disciplinada y centralizada de los años posteriores fue un proceso lento y a menudo contradictorio. Problemas de comunicación y otros complicaron la comprensión y el dominio de la situación europea, de tal manera que resulta aún más difícil aceptar la seriedad de los recuentos que señalan una correspondencia perfecta desde el comienzo entre las acciones del partido mexicano y el Comité Ejecutivo de la Comintern. (3)

Está aún por determinarse hasta qué punto la Comintern determinó a la dirección y el estilo del Partido comunista de México en los diferentes periodos de su historia, así como la naturaleza de la relación del PCM con el Partido Comunista estadunidense, que desde 1920 recibió de la Comintern obligaciones especiales de “supervisión” de sus partidos hermanos de Latinoamérica. Las relaciones con el CPUSA fueron muy estrechas durante los treinta primeros años de vida del PCM, en los cuales dirigentes del CPUSA figuraron de cuando en cuando como miembros de la dirección del PCM, guiaron el sentido de las decisiones en los plenos claves del comité central o actuaron como árbitros finales en las grandes discusiones de la época. El contenido y los límites de esta relación casi tutelar deben revisarse con cuidado porque iluminan la doble dependencia del PCM en la arena internacional.

Conviene no incurrir en explicaciones simples y reduccionistas que presentan la historia del partido como una serie de incidentes en los cuales la organización local responde pasivamente a los agentes de la Comintern y al oro de Moscú. Es necesario reconocer que la política y las directivas del Comintern eran muchas veces bien recibidas y aceptadas con gran entusiasmo por los dirigentes nacionales de los partidos comunistas y las circunstancias que explican este “paralelismo” de intereses deben ser exploradas en cada contexto nacional. En algunos casos las directrices de la Comintern eran anticipadas o prefiguradas por desarrollos mexicanos que se dieron de manera bastante independiente del contexto internacional. Una última advertencia se refiere al peligro de tomar como un hecho la homogeneidad internacional del movimiento comunista Todos los partidos, por muy obedientes y “estalinizados” que estuvieran, asimilaron inevitablemente muchas de las características peculiares de las culturas y tradiciones de sus países.

La estructura internacional debe ser estudiada desde los primeros días del nuevo Partido Comunista de México. Los antecedentes inmediatos y los primeros años del Partido están ocultos en el misterio y el mito. En su serio recuento, Boris Goldenburg engloba este período bajo el subtítulo: Vodevil, sátira, ironía y significado profundo, que añadió a un capítulo de su libro sobre el comunismo latinoamericano. Por su parte, Jean Meyer caracteriza erróneamente al PCM en sus primeros años como “un partido totalmente artificial, inventado desde arriba y dirigido por extranjeros”. Como lo señaló Hobsbawm en un importante artículo sobre los problemas de la historia comunista, todos los partidos comunistas fueron hijos “de una asociación poco afortunada, una izquierda nacional y la revolución de octubre, un matrimonio basado tanto en el amor como en la conveniencia” (4). No hay duda acerca de la importancia del papel desempeñado por M. N. Roy, Mijail Borodin y varios socialistas y pacifistas estadunidenses en el nacimiento del PCM, pero las intervenciones, años después, de Sen Katayama y de Louis Fraina no fructificaron, y solamente Bertram Wolfe, el socialista suizo Edgar Woog y el exiliado cubano Julio Antonio Mella tuvieron alguna influencia sobre la dirección del partido en los años veinte.

El papel jugado por los extranjeros no debe impedirnos ver el hecho central de que el nacimiento del Partido Comunista de México fue, en lo fundamental, una respuesta de los mexicanos a la situación del movimiento obrero local y de la sociedad y la política mexicanas. La derrota de la huelga general en la ciudad de México en 1916 y la disolución de la Casa del Obrero Mundial estimuló un importante replanteamiento de la estrategia obrera que dio lugar durante los siguientes tres años a la formación de dos corrientes en el seno de la clase obrera: el sindicalismo “reformista” de la CROM, fundada en 1918, y la fusión temporal de corrientes anarcosindicalistas y marxistas en el efímero Gran Cuerpo Central de Trabajadores y en el Partido Comunista de México a finales de 1918 y en 1919.

A pesar de que el PCM era un miembro leal de la Comintern en los años veinte, es importante darse cuenta de que los partidos comunistas latinoamericanos gozaron probablemente de un amplio margen de flexibilidad, si no de autonomía, como resultado del descuido del continente por los cuerpos de dirección de la Comintern. El optimismo revolucionario en Europa durante los años rojos, combinado con una tendencia a ver el conflicto entre los mundos imperialistas y coloniales en términos de un eje oeste-este que incluye a los pueblos de Asia y de Medio Oriente (estos últimos hacían frontera con el joven estado soviético en pie de guerra), explican probablemente este serio caso de miopía histórica. La Tercera Internacional sólo dio plena atención a Latinoamérica hasta finales de los años veinte y es sintomático de esta tardanza el que la primera discusión completa de la estrategia revolucionaria en América Latina (incluyendo a México) se diera hasta el sexto congreso de la Comintern. en 1928.

CUATRO CONSEJOS DE LA COMINTERN

¿Cuáles fueron, entonces, las coyunturas en que la Comintern jugó un papel decisivo? En primer lugar el viraje a la izquierda del así llamado tercer período de la Comintern inaugurado en 1928 y cuyas características claves en México fueron asentadas en el famoso pleno del comité central del PCM de julio de 1929. Se concluyó en esa reunión que los regímenes de Calles y de Potes Gil habían capitulado ante el imperialismo angloamericano y que la lucha de las recién radicalizadas masas debía tomar una forma anticapitalista y antimperialista sin compromisos. El resultado fue una condena indiscriminada del bloque revolucionario caudillista y una posición intransigente frente a los sectores meramente “reformistas” de la sociedad mexicana. No se puede dudar del impacto de la posición de la Comintern en esto, pero debe tomarse en cuenta que el giro del PCM también estuvo determinado por consideraciones locales, como los ataques al Partido y la clausura de El Machete después de la rebelión escobarista. Hacia mediados de 1929 el PCM, a diferencia de la mayoría de los partidos europeos, fue forzado a entrar en la clandestinidad, aunque no en un estado de ilegalidad total, como a veces se cree erróneamente. El hecho es que la represión durante el maximato no fue precisamente una ayuda para el desarrollo de finos análisis sobre las contradicciones en el seno de la burguesía.

En segundo lugar, los cambios en la actitud del PCM hacia el gobierno de Cárdenas: la sustitución de la consigna Ni con Calles ni con Cárdenas y de la posición según la cual Cárdenas estaba preparando el camino hacia el fascismo, por la consigna de Unidad a toda costa. A resultas del abandono de las posiciones ultraizquierdistas anunciado en el séptimo congreso de la Comintern de agosto de 1935, la dirección del PCM asumió rápidamente la política de crear un “frente popular antimperialista” junto con sectores del PNR y con grupos campesinos y obreros no comunistas. Diez meses antes, sin embargo, en una reunión de partidos comunistas latinoamericanos en Montevideo, el PCM ya había reconocido la posibilidad de establecer un frente único con sectores del partido oficial. La influencia del PCM en el movimiento sindical aumentó drásticamente entre agosto de 1935 y 1937, y la influencia del partido en la nueva federación obrera, la CTM, podía verse por las tres secretarías en manos de militantes del PCM y por la muy fuerte influencia de los sindicatos industriales (ferrocarrileros, petroleros) en los que intervenía decisivamente. La oposición a la política cada vez más antidemocrática y anticomunista de Lombardo Toledano y de Fidel Velásquez condujo al PCM, sin embargo, a retirar su base sindical durante el célebre cuarto consejo de la CTM. La decisión fue revocada pocos meses después, cuando el pleno de junio del comité central llamó a la reunificación con la CTM y al regreso de los sindicatos que se habían retirado de la central sindical. Pero la reunificación se dio en los términos impuestos por el ala derecha de la CTM, y la influencia del PCM en la más poderosa central sindical mexicana disminuyó de manera desastrosa y prácticamente irrevocable.

La causa inmediata del cambio de la posición del PCM fue la intervención del secretario general del CPUSA, Earl Browder, que asistió a las sesiones del pleno de junio e influyó en la formulación de la consigna Unidad a toda costa. Sin embargo, otra vez la intervención de la Comintern sólo puede ser entendida cabalmente en el contexto de las decisiones anteriores del PCM que prepararon el terreno para el cambio de política. La discusión en el sexto congreso del PCM (1939) con sus presunciones simplistas y acríticas sobre la posible transformación del régimen de Cárdenas en un gobierno nacional revolucionario y en el núcleo de un frente popular, demuestran que la política de la Unidad a toda costa tenía que ver con errores anteriormente cometidos por la dirección del partido.

El tercer episodio de influencia de la Comintern se refiere a la crisis de dirección de 1939-1940 que provocó la expulsión de Hernán Laborde y de Valentín Campa del Partido. Aquí también la dimensión externa se hizo muy evidente con la presencia de tres delegados de la Comintern o representantes de partidos hermanos de Latinoamérica en el pleno de diciembre de 1939 que desencadeno la campaña para expulsar al grupo de Laborde y Campa. Las Memorias de Campa arrojan nueva luz sobre este período crucial cuando señala que el primer motivo de su expulsión fue su oposición y la de Laborde a la presión soviética sobre el PCM para facilitar los preparativos del asesinato de Trotski.

La cuarta y última coyuntura se refiere al impacto del browderismo sobre el PCM. La peculiar concepción de Browder del papel del CPUSA en la era posterior a los tratados de Teherán condujo a la liquidación parcial del partido estadunidense y tuvo un impacto profundo, si bien breve, sobre varios partidos latinoamericanos en 1944 y 1945. Aunque el PCM nunca fue tan lejos como sus partidos hermanos (el partido cubano, por ejemplo), sí asimiló de manera acrítica el experimento browderista de marxismo creativo: disolvió sus células de fábricas y fundó la Liga Socialista Mexicana inspirada en la experiencia de la Communist Political Association de los Estados Unidos. La publicación de la famosa carta de Duclos en la revista comunista francesa Cahiers du Communisme en abril de 1945 acabó abruptamente con esta fase del comunismo en América. Otra vez, si bien la carta de Duclos fue la ocasión para replantear y rechazar la estrategia semiliquidacionista llevada a cabo por el PCM en el último período de la segunda guerra mundial, no explica por sí sola el cambio. La línea del PCM aplicada bajo el impacto del browderismo había provocado gran descontento en las filas del Partido, y había habido una resistencia generalizada a la decisión, por ejemplo, de disolver las células de fábrica. El cambio de línea aparece una vez más como un fenómeno complejo que no puede reducirse a la operación de una sola variable.

III. DESCIFRANDO LA REVOLUCION MEXICANA

Uno de los aspectos más intrigantes de la historia del comunismo mexicano es su cambiante respuesta como partido revolucionario frente a una revolución no socialista que monopolizó rápidamente la retórica de la lucha revolucionaria. Puesto que durante mucho tiempo el PCM fue presa voluntaria de lo que llegó a conocerse como “la ideología de la revolución mexicana”, necesitamos referirnos al señalamiento de José Revueltas de que en México la ideología democrático-burguesa

asume para sí misma la conciencia socialista, la hace suya, y reduce a la ideología proletaria a convertirse cuando mucho en su extremo más radical, en su ala izquierda.

Esta subordinación del PCM a la “ideología democrático-burguesa” no empezó con la existencia del Partido. El Partido Comunista de México empezó su vida con un florecimiento de radicalismo, de oposición principista al Estado y a su parafernalia de elecciones y de cámara de diputados. El planteamiento más elocuente de esta posición es la advertencia de José Valadés en el primer congreso del Partido sobre la necesidad de que los obreros no se mezclaran en luchas políticas de caudillos rivales, a las que llamó “motines políticos”. El congreso condenó enfáticamente la participación comunista en las elecciones. Las posiciones intransigentes del período 1920-1923 y las caracterizaciones simples del régimen de Obregón como “burgués” reflejan el peso tremendo de las influencias libertarias y anarquistas en el Partido en esa época.

De 1923 a 1928 el PCM comienza a esbozar una posición más matizada sobre la naturaleza de los regímenes postrevolucionarios. Se conserva la retórica militante, pero los regímenes de Obregón y Calles son definidos como pequeño burgueses, frágiles, atrapados entre el imperialismo anglo-americano y la todavía muy poderosa élite agraria (neofeudal). En respuesta a lo que se vio como un ataque del imperialismo y sus aliados mexicanos (la revuelta de De la Huerta), el Partido organizó milicias campesinas en defensa del régimen de Obregón a finales de 1923 y principios de 1924. En esa época la estrategia de frente unido de la Comintern se instrumentó con escaso éxito a nivel sindical, el Partido trabajo con algunos sectores de la CROM y de la CGT, pese el fuerte anticomunismo de la dirección de la primera.

El tercer período de la Comintern produjo una alteración sustancial en el rumbo del Partido, que dio a conocer una condena en bloque de los regímenes del maximato y de su capitulación frente al imperialismo angloamericano, junto a una típica denuncia de los peligros del socialfascismo. El viraje hacia la izquierda vio la emergencia de la primera central sindical nacional comunista, la CSUM, en 1928. La inauguración del sexenio de Cárdenas y su política nacionalista revolucionaria coincidió con el abandono internacional del Ultraizquierdismo y su reemplazo por la estrategia de frente popular. Exceptuando una “aberración” de pocos meses, el PCM asumió la nueva línea con entusiasmo creciente, y la noción de frente popular comenzó a identificarse con el mismo PNR/PRM. La consigna de Unidad a toda costa inauguró un largo período, de más de veinte años, en el que el PCM siguió la estrategia de “empujar la revolución mexicana hacia la izquierda”. La estrategia incluía muchas técnicas cuestionables, incluida una aceptación acrítica de la necesidad de la “unidad obrera” que significaba, en la práctica, el apoyo a la dirección antidemocrática que la CTM siguió en los años cuarenta; un intento infinito y estéril por ingresar al partido oficial y el ingreso al PCM de varios personajes que querían utilizar al partido como trampolín en su búsqueda de puestos en el gobierno y en la burocracia sindical.

Pese a la condena formal, en 1940, de la interpretación oportunista dada a esta estrategia por la dirección de Laborde, el Partido no cambió sustancialmente de política durante los años cuarenta. Avaló una línea de “paz de clases” durante la segunda guerra mundial y brindó su apoyo a la administración de Miguel Alemán durante sus primeros dos años, como parte del entusiasmo productivista por la tarea de industrializar a México. (5)

El decimotercer congreso del PCM, en 1960 marcó un cambio masivo de línea, la primera gran renovación del Partido, un proceso lento y contradictorio. Entrañaba un repudio de la adulación a Lombardo Toledano y al lombardismo, y los primeros intentos reales para enfrentar la naturaleza específica del capitalismo mexicano. Esta última tarea obligaba a abandonar la noción (inspirada en la Comintern) de México como una sociedad semicolonial y a reconocer los cambios tremendos en la estructura de clases del país que trajo el rápido crecimiento del capitalismo de la postguerra en las ciudades y en la agricultura mexicana. El cambio más decisivo en el bagaje teórico del PCM fue el rechazo de la “ideología de la revolución mexicana” y la convicción de que el ciclo de las revoluciones burguesas en México se había completado definitivamente. La vía estaba ahora abierta para abandonar las versiones de dos fases de la transición revolucionaria y para anotar claramente en la agenda el establecimiento de un México socialista. (6)

IV. QUE PLANTEAN, CUANTOS SON Y QUIEN LOS PATROCINA

La mayor parte de lo que se ha escrito sobre el PCM se refiere a la estrategia, las luchas interna y la ideología, no a la base social del Partido y las relaciones cambiantes con los movimientos de masas, con la intelectualidad, etc. La investigación, por consiguiente, debiera orientarse hacia dos áreas claves: 1) El repaso de las estadísticas históricas sobre la membrecía del PCM, incluyendo datos sobre el número de militantes a lo largo del tiempo, edad, sexo y distribución geográfica, y una desagregación de los datos por clases y ocupación. 2) El examen del impacto del PCM en los centros de trabajo, particularmente sobre los trabajadores agrícolas, manufactureros, del transporte y de la educación. Las tendencias generales de la membrecía del PCM desde los años veinte son bastante claras. El Partido permaneció minúsculo a lo largo de los años veinte debido a su grave debilidad organizativa, a los cambios abruptos en la dirección y a la resistencia continua de los militantes comunistas a las estrategias de frente unido de trabajo en el interior de la CROM y de los sindicatos independientes. La violencia intercaudillista de esa época también hizo lo suyo. La rebelión de De la Huerta, por ejemplo, destruyó los vínculos entre el cuerpo central del Partido y sus ramas locales, la mayoría de las cuales fueron destruidas por los rebeldes (Veracruz, Yucatán, Michoacán, etc.). Hacia finales de 1928, la organización del Partido se había recuperado hasta tal punto que funcionaban treinta locales a lo largo y ancho del país con 1,500 miembros. (El Machete, 17 de marzo, y 4 de agosto de 1928). La recuperación fue deshecha rápidamente, sin embargo, por la represión desencadenada durante el maximato y por el sectarismo del PCM durante su época ultraizquierdista, de tal manera que hacia los comienzos del sexenio de Cárdenas el partido no tenía más miembros que diez años antes.

La edad de oro del PCM fue sin duda la segunda mitad de los años treinta, cuando su membrecía aumentó a saltos en concordancia con la estrategia económica y política cardenista, con el nacimiento de los grandes sindicatos industriales y la consolidación del poderoso movimiento magisterial. La crisis de dirección de 1940 y un viraje hacia la derecha de la política gubernamental, que hizo de la membrecía del partido un trampolín mucho menos útil para tener influencia en los sindicatos y en la política, afectaron dramáticamente su crecimiento. Las expulsiones masivas de 1943 y de 1947 redujeron aún más el número de miembros del PCM. La formación del Partido Obrero Campesino en 1950 y las deserciones que favorecieron al Partido Popular de Lombardo Toledano (al que, irónicamente, el PCM había prestado algunos de sus cuadros), profundizaron la decadencia del partido. La cifra de 1,900 miembros en 1960 es probablemente una exageración ya que, dejando de lado la significativa base campesina en La Laguna, el PCM parecía a punto de desaparecer en vísperas de su decimotercer congreso. Necesitamos cuidarnos del peligro de sacar conclusiones simplistas sobre la influencia del PCM basadas únicamente en esos datos. El modesto número de miembros del partido en los años veinte, por ejemplo, subestima el impacto de su papel en la organización campesina y en el trabajo antimperialista en esa época.

Cuadro 1

Número de miembros del PCM

Noviembre de 1922

1.500

Enero de 1939

25,000

Abril de 1925

191

Enero de 1939

30,125

1927

600

1944

5,331

Julio de 1929

1,500

Marzo de 1945

10,000

Diciembre de 1934

600

Noviembre de 1947

15,559

Junio de 1936

5.000

1960

1,900

Enero de 1937

10.000

1974

1.500(800)

Junio de 1938

17.756

1981

15,000

Dada la patética insuficiencia de la información disponible para el estudio de la distribución geográfica y la composición de clase de la membrecía del PCM en los años veinte, treinta y cuarenta, cualquier tipo de conclusión derivada de estos cuadros necesita ser considerada como la más tosca de las indicaciones sobre tendencias. La imagen de la composición de clase a finales de los años treinta y de los años cuarenta que da el Cuadro 2 es la de un partido con un carácter cada vez más obrero y campesino que contrasta con el partido cada vez más de clase media de los años setenta y comienzos de los ochenta. Las cifras sugieren también un incremento del peso del campesinado en el período 1938-1947. Esto parecería confirmar otros datos que señalan considerable pérdida del apoyo obrero sufrida por el partido durante la baja de membrecía de los años cuarenta; el apoyo campesino al PCM parece haber sido más estable. Queda por ver hasta qué punto la escisión en el movimiento comunista que resultó de la formación del POC en 1950 afecto la estructura de clase del PCM.

A falta de datos sobre la distribución geográfica de la membrecía del Partido Comunista en los años veinte, se incluyó en el Cuadro 3 un desglose de la distribución de El Machete. Aunque la circulación de los periódicos del PCM fue siempre mucho más alta que el total de sus miembros activos, la obligación de los militantes de vender la prensa del Partido hace de estos datos un indicador aproximado de las zonas de influencia del PCM. (10) Los datos de la circulación de El Machete en 1928 muestran un alto grado de concentración (los cinco estados de mayor circulación se llevan el 60% del total de las ventas), mientras que en 1939 los miembros del Partido están mejor distribuidos en el país (los cinco estados con mayor número de militantes suman el 39% del total). Se da cierta continuidad en la presencia del PCM en Veracruz, Coahuila y el Distrito Federal (tres zonas importantes en ambos períodos), pero llama la atención su declinación en algunas regiones y su progreso en otras. Mientras que en 1928 una gran parte de la influencia del Partido se concentraba en Jalisco (minería), en Tamaulipas (sobre todo alrededor de la región petrolera de Tampico) y en Puebla (ferrocarrileros, trabajadores textiles y campesinos), para 1939 estas zonas habían perdido su importancia relativa y aparecieron nuevas zonas fuertes, sobre todo Sinaloa (ejidatarios azucareros), Chiapas (cafetaleros) y Nuevo León (ferrocarrileros, trabajadores metalúrgicos).

LA BASE AGRARIA DEL PCM

Dada la estructura predominantemente agraria de la economía mexicana durante la mayor parte del siglo, no sorprende que la mayor y más estable fuerza del PCM se ubique en el campo De hecho, el mexicano se cuenta entre los primeros partidos comunistas en el mundo que consiguió establecer y mantener un bloque obrero-campesino. Esto resulta sorprendente dada la desastrosa posición inicial del partido en lo que se refiere a la reforma agraria. En su primer congreso (en diciembre de 1921), el concepto de “parcelización” fue atacado vigorosamente siguiendo a las caracterizaciones soviéticas y de la Comintern del ejido como una variante mexicana del mir ruso. Los comunistas mexicanos, sin embargo, jugaron un papel dirigente en la organización de las ligas de comunidades agrarias en los años veinte en Puebla, Veracruz, Michoacán, Durango y otros estados, y la organización nacional de las ligas, la Liga Nacional Campesina, estaba vinculada orgánicamente al PCM y estaba afiliada a la Krestintern.

La “deserción” de Ursulo Galván en 1929 debilitó gravemente la influencia del PCM en la organización campesina más radical de México, pero el amplio ataque al poder económico y político del latifundio durante el sexenio de Cárdenas permitió al PCM convertirse en una fuerza dirigente en la reorganización económica y política de la producción agrícola en varias zonas claves sobre todo en la región de La Laguna, en el norte de Sinaloa, en Chiapas y en los plantíos de arroz y de lima de Michoacán (Lombardía y Nueva Italia). En muchas de estas zonas (como en Michoacán), los militantes comunistas ayudaron a organizar y a dirigir las huelgas de los trabajadores agrícolas que jugaron un importante papel en la expropiación de las grandes propiedades. Las principales zonas de influencia del PCM fueron también en un comienzo los centros principales de agricultura colectivizada, en contraste con la orientación hacia la parcela familiar de la mayoría de los ejidos creados en los años treinta; por supuesto, el tono colectivista de la agricultura posterior a la expropiación concordaba mejor con la filosofía agraria del partido.

Solamente en la región de La Laguna y Durango, y en menor medida en Sonora y en partes de Guerrero y Puebla, el PCM pudo mantener una base de apoyo sólida en las décadas siguientes, pero aún carecemos de información para saber el por qué esto fue así. Debemos ser precavidos con las generalizaciones relativas a la falta “de una auténtica preocupación por el objetivo de los campesinos de poseer sus tierras”, y debemos tener en mente cómo la fortuna cambiante de las relaciones del partido con los detentadores del poder local (gobernadores, por ejemplo) influyó en las responsabilidades de mantener una presencia comunista importante (el caso de las relaciones del PCM con el tejedismo en Veracruz es un ejemplo obvio). En la región azucarera de Los Mochis, Sinaloa en donde el brazo local del PCM (cuya membrecía llegó a los 1,200 militantes) consiguió establecer una virtual sociedad paralela, una “pequeña Rusia”, entre 1937 y 1942, la subordinación del Partido al PRM, que formaba parte de la estrategia de Unidad a toda costa, promovió “la incorporación a la política oficial corrupta de antiguos cuadros progresistas o bien su aislamiento dentro del aparato burocrático charro”.

Las debilidades en la práctica teórica del Partido Comunista Mexicano también contribuyeron a la imposibilidad de consolidar sus éxitos iniciales en el campo. La posición cómodamente atrincherada en el partido de los ejidatarios de La Laguna y los fuertes vínculos históricos que ataban a Dionisio Encina a esta comarca obstruyeron los intentos de analizar el significado de los importantes cambios de la economía mexicana en el período de postguerra. Durante más de veinte años la dirección del partido ignoró el crecimiento tremendo de las relaciones sociales capitalistas en la agricultura y la emergencia consecuente de un proletariado rural cualitativamente nuevo, y frustró abiertamente los intentos por reorientar su estrategia hacia la organización de las nuevas generaciones de campesinos sin tierra. (10)

Extracción social de miembros del PCM8

Junio de 1938

28 de enero de 1939

17,756 miembros

30,125 miembros

5,592 obreros (35%)

33% obreros

3,972 campesinos (11%)

37.4% campesinos

7,792 otros

sectores (54%)

29.6% otros sectores

1947

15 de enero de 1939

15,559 miembros

25,000 miembros

4,749 obreros (30.5%)

34% obreros

7,595 campesinos (48.8%)

24% campesinos

877 maestros (5.6%)

41% otros sectores

2,339 otros sectores (15%)

Cuadro 3

Distribución geográfica de la influencia y de la membrecía(9)

Marzo de 1928

Diciembre de 1939

(circulación de El Machete)

(membrecía)

Nuevo León

13.0%

Chihuahua

7.0%

Veracruz

17.3%

Veracruz (Jalapa

Puebla

11.9%

y Cerro Azul)

6.9%

Tamaulipas

11.8%

Sinaloa

6.1%

D.F.

9.4%

Coahuila

6.0%

Jalisco

9 4%

Chiapas

5.9%

Coahuila

5.9%

D.F.

5.7%

Durango

3.6%

Durango

4.7%

Nuevo León

2.9%

Hidalgo

Oaxaca

2.8%

(Pachuca)

3.4%

San Luis Potosí

2.6%

Yucatán

3.1%

Sonora

Guanajuato

Michoacán

Campeche

Hidalgo

México

Chihuahua

Tamaulipas

2.6%

México

Nayarit

Guanajuato

Guerrero

(Traducción de Rodrigo Martínez)

NOTAS

(1) José Revueltas: Ensayo sobre un proletariado sin cabeza. (México, Era, 1980)

(2) Las excepciones más notables son los ensayos sobre el impacto de la revolución rusa de Mario Gill, una colección de los escritos de Julio Antonio Mella en El Machete durante los años veinte, las memorias de Valentín Campa, un relato de las huelgas ferrocarrileras de 1926-27 del veterano comunista sindicalista Elías Barrios y una reciente cronología de la historia del partido. La única historia sinóptica del partido es un breve pero importante ensayo de Arnoldo Martínez Verdugo: PCM trayectoria y perspectivas. México, 1971. Las otras obras son: Mario Gill: México y la Revolución de Octubre. 1975; Raquel Tibol ed.: Julio Antonio Mella en “El Machete” (México, 68); Valentín Campa: Mi testimonio: Memorias de un comunista mexicano (México, 1978); Elías Barrios: El escuadrón de hierro (México 1980); Marcela de Neymet: Cronología del Partido Comunista Mexicano. Primera Parte, 1919-1939 (México, 1981). El único esfuerzo sustancial para recobrar la historia del PCM fue el informe sobre las luchas internas de los años cuarenta publicado en 1957 como parte de la lucha por la renovación de la moribunda organización del partido y por la reunificación del PCM y el POC: La lucha interna en el partido durante los años de 1939-1948 (México, 1957).

(3) Conviene recordar los problemas de idioma que enfrentaba el PCM en sus primeros años. Era muy dependiente de sus pocos miembros (Manuel Díaz Ramírez, José C. Valadés) que podían leer inglés y francés. Había también problemas para obtener los documentos básicos de la Comintern. Según Rafael Carrillo, entonces dirigente de la juventud comunista, sólo hasta que viajó a Moscú en 1923 pudo tener acceso a las importantes Tesis sobre la cuestión colonial difundidas en el Segundo Congreso de la Tercera Internacional en 1920.

(4) Boris Goldenberg: Kommunismus in Lateinamerika (Berlín, 1971, p. 68); Jean Meyer: Historia de la Revolución Mexicana. Período 1924, vol; Estado y sociedad con Calles (México, 1977, p. 45); E.J. Hobsbawn: Revolutionaries (Londres, 1973. p. 3).

(5) La política del PCM durante la guerra y el éxodo masivo de sus miembros en 1943 y 1948 debilitaron enormente su fuerza. La situación contrasta notablemente con lo sucedido en la mayor parte de los países europeos occidentales donde el movimiento comunista emergió de la guerra con una membrecía incrementada y considerable prestigio.

(6) Gerardo Unzueta: “Requiem para un sarcófago. Notas sobre la ideología burguesa de la Revolución Mexicana”, Nueva época, año VII, no. 2, febrero de 1969. Un decisivo rechazo a la noción de un México semicolonial, puede hallarse en Nuevo programa para la nueva revolución (México, 1973) probablemente el documento más revelador del “giro a la izquierda” del XVI Congreso el PCM.

(7) Las fuentes sobre la membrecía son como sigue: Para 1922: U.S. State Departament. Records on the Internal Affaires of México, 812. 00B/195. Informe sobre credenciales del Cuarto Congreso de la Comintern, abril de 1925. Y M. Terrazas y F. Cortés: A todos los miembros, a todos los comunistas marginados o no y a todos los organismos del PC en el país (México, 1973, p. 17). Para 1927 y julio de 1929; Ibid.; para 1934 y 1936. El Machete, 26 de junio de 1936; para 1937, Marcela de Neymet, Cronología, op. cit., p. 135; para 1838; El Machete, 10 de junio de 1938; para el 15 de enero de 1939, La voz de México de esa fecha; para el 28 de enero de 1939, La voz de México del 6 de marzo de 1939; para 1944, La voz de México del 18 de marzo de 1945, Sección Especial de XXI Aniversario. Discurso de Blas Manrique. Para 1945, Ibid.; para 1947: X Congreso del Partido Comunista. Por un partido de 50,000; para 1960, Schmitt: Communism in México. A Study in Frustration (Austin, 1965), p. 37; para 1974: Arturo Martínez Nateras, Punto y seguido. ¿Crisis en el PCM? (México, 1980); para 1981, Informe de Arnoldo Martínez Verdugo XIX Congreso.

(8) La caída de la membrecía del partido está tomada de las siguientes fuentes. Los datos para las cifras de junio de 1938 y 15 de enero de 1939, de Márquez Fuentes y Rodríguez Araujo: El Partido Comunista Mexicano, (México, 1973), p. 296. Para el 28 de enero de 1939, La voz de México, 6 de marzo de 1939; para 1947, X Congreso, op. cit.

(9) Las cifras de circulación de El Machete fueron publicadas por El Machete el 17 de marzo de 1928. Las cifras de membrecía para diciembre de 1939 aparecieron en La voz de México del 17 de diciembre de ese año.

(10) El Machete imprimía unos doce mil ejemplares por número hacia mediados de 1928, cifra más de diez veces mayor que la membrecía total del partido. La prensa del partido fue con frecuencia el mejor agente reclutador de la organización. Una versión detallada del impacto que hacía la lectura de El Machete y La voz de México entre futuros militantes, en los relatos de Graciano Benítez y Valentín Cuayahuil: Oposición, 20 de septiembre de 1975 y La voz de México, 27 de noviembre de 1966.

La transición socialista

Julio 1979. Guerreros, sacerdotes y burócratas A propósito de la cuestión del período de transición al socialismo, Rudolf Bahro sostiene en su libro Die Alternative que entre la sociedad sin clases y la sociedad de clases hay todo un periodo histórico, que en la antigüedad se cumplió “hacia adelante” y hoy se realiza en sentido inverso, caracterizado en ambos casos por una función específica del Estado: la de ser una emanación directa de la división del trabajo y de la cooperación en el seno de la sociedad.

En la primera transición, la propiedad se va formando a partir de los privilegios de función de las castas sacerdotales y guerreras del modo de producción “asiático”. En la última transición completamente distinta, incluso antagónica de aquélla. comparable sólo por analogía la propiedad se “disuelve”, se “extingue”, junto con el Estado y la división del trabajo, pasando nuevamente por el dominio de una casta burocrática con privilegios de función basados en la persistencia de esa división que no se puede abolir por decreto. En lo esencial, la tesis no sólo me parece justa sino que significa, como otras partes de la notable obra de Bahro, un esfuerzo coherente para retomar, en el análisis de la transición, las categorías y el método del marxismo, después de la catástrofe dogmática y estatal del stalinismo y sus secuelas.

Creo que sin la noción de transición que algunos aquí han pretendido también “abolir” no puede haber comprensión del paso de un modo de producción a otro. Es un sofisma responder que el mundo siempre está en transición: tanto vale negar el movimiento. Hay épocas enteras en que las relaciones sociales de producción son estables y se reproducen casi automáticamente, acumulando con lentitud pequeños cambios a través del crecimiento de la productividad del trabajo. Hay otras épocas, por el contrario, en que las viejas relaciones de producción entran en crisis, no alcanzan a asegurar su propia reproducción, y las nuevas todavía no se han afirmado como hegemónicas en el conjunto del cuerpo social. Son períodos en los cuales se establecen relaciones sociales híbridas, propias de la transición entre un modo de producción y otro, relaciones cuyo rasgo común es la inestabilidad (medida según el tiempo de la historia, no el de la vida humana) y la mutación. Son por fuerza épocas violentas, confusas, donde la crisis parece ser la norma, y la catástrofe y la utopía los soles gemelos en el horizonte de cada mañana.

Las transiciones son largas y dolorosas. Esto no es ninguna novedad. En el actual territorio mexicano, la transición del modo de producción despótico-tributario (o “asiático”) de los antiguos imperios mesoamericanos al capitalismo embrionario que, envuelto en instituciones feudales, trajeron los españoles a partir de 1520, duró cerca de un siglo, se caracterizó por una institución híbrida (“asiático” feudal capitalista) como la encomienda y provocó hasta 1605 la muerte del 90 por ciento, aproximadamente, de una población que, según las estimaciones, oscilaba alrededor de los 20 millones de habitantes. Ni Pol Pot ni su padre Stalin inventaron las masacres de la transición, ni el tener tales antecedentes históricos debería enorgullecer demasiado a sus partidarios.

Quiero fijar en seis puntos, necesariamente esquemáticos, algunas observaciones sobre el tema de la transición.

1.) Creo que se tiende a dar por liquidada demasiado rápidamente la polémica de los años veinte. Sin dominarla a fondo no se puede avanzar en la discusión de las sociedades de transición. En ella están ya contenidas muchas de las tesis que hoy se redescubren como novedades; entre otras, la tesis sobre la existencia de un capitalismo de Estado en la Unión Soviética.

Esa polémica estuvo lejos de ser académica. Fue anticipada por algunos atisbos geniales de Rosa Luxemburgo. Se abrió en los hechos con la NEP (si no la presagió la tragedia de Kronstadt). La encaminó Lenin con sus últimos escritos, aquellos que forman el núcleo teórico de lo que Moshe Lewin llamó El último combate de Lenin. La discusión se polarizó, como todos sabemos, en dos posiciones dentro de la III Internacional: la teoría del socialismo en un solo país y la teoría de la revolución permanente. El VI Congreso (1928) la resolvió expeditivamente: expulsión de los opositores a la linea oficial (manifiestamente errónea, como lo demostrarían los años inmediatos). A partir de entonces, la polémica empezó a quedar jalonada por los cadáveres de miles de comunistas de las diversas oposiciones, muertos por defender sus ideas sobre la transición y por resistir el revisionismo contenido en la teoría del socialismo nacional y oponerse a sus trágicas consecuencias para la URSS y para el movimiento comunista mundial. Podemos no estar de acuerdo con unos o con otros. No podemos ignorar el carácter y la profundidad de la polémica, hoy que todos sus temas retornan cuando se hunden las certidumbres del “socialismo real”.

Trotsky señaló, en 1930, que la teoría del socialismo en un solo país entrañaba una ruptura con el marxismo tan profunda como la realizada por la socialdemocracia alemana en la cuestión de la guerra y el patriotismo en el otoño de 1914. Ambas tenían un denominador común: el “socialismo nacional”. En 1936 aquella teoría recibió su consagración oficial en la Constitución soviética, que declaró ya establecida la sociedad socialista en la URSS. En el mismo año apareció La revolución traicionada, que sostiene y desarrolla la teoría de la sociedad de transición al socialismo. Son, a mi entender, los puntos de llegada extremos de la polémica. En los cuatro años siguientes, ella se cerraría con el asesinato de todos sus protagonistas de primera línea, salvo aquel que tenía el poder del Estado, el dueño del “monopolio de la violencia legitima” en la discusión teórica entre comunistas: Stalin. Hago notar que, como puede comprobarse en las publicaciones de la época, por aquellos años también estaba de moda en los medios de la izquierda literaria no comunista, hablar sobre la “crisis del marxismo”.

2.) Ni la historia ni la teoría se detuvieron, por supuesto, en esos años.

Cuatro decenios han confirmado y desconfirmado muchas hipótesis. Ante todo, han dicho una cosa: la transición es larga y violenta. Hay quien sostiene que durará siglos y no hay pruebas de que no será así ni tampoco hay garantías en cuanto a su término. Las pruebas, en favor o en contra, sólo puede darlas la revolución socialista en los países avanzados. Y no las tenemos aún.

íPero es que las transiciones han durado siglos y han sido terribles! De la antigüedad al feudalismo, podemos contar desde el siglo IV hasta el VII o el VIII; del feudalismo al capitalismo, podemos hacerlo desde el siglo XIV hasta el XVIII, et encore… Formas híbridas, imperfectas, inmaduras de relaciones sociales han cubierto esos períodos, según las regiones, y perduran en otras todavía después de que el capitalismo en el siglo XIX unificó al mundo a través del mercado mundial.

La revolución socialista, acto político que se realiza al nivel del Estado. sólo puede ser nacional. Pero el socialismo, que debe partir necesariamente de un desarrollo de las fuerzas productivas superior al alcanzado por el capitalismo, sólo puede realizarse como un sistema mundial en tanto que parte de las fuerzas productivas que se expresan en el mercado mundial, creación específica del modo de producción capitalista, y no del mercado nacional. Imaginar al socialismo mundial como la suma de los socialismos nacionales me parece aún más absurdo que concebir al mercado capitalista mundial como la suma de los mercados capitalistas nacionales.

Lo que en cada país se establece al triunfo de la revolución, es una sociedad de transición con sus especificidades nacionales, en la cual el poder estatal desempeña un papel determinante como en todas las transiciones, pero en esta mas todavía. la lógica de la evolución de esa formación económico-social se caracteriza por la lucha entre sus elementos capitalista todavía subsistentes y sus elementos socialista sen desarrollo, tanto al nivel del estado como al nivel de la economía y del conjunto de las relaciones sociales. Esa lucha es terrible: nadie, salvo los reformistas en ruptura con el marxismo, prometió que seria pacifica y armoniosa. Pol Pot esta lejos de ser el primero o el ultimo de una estirpe burocrática híbrida y sangrienta que se nutre justamente en la hibridez, la violencia y la turbulencia de este verdadero “fin de época”. esa lucha, por lo demás, tiene lugar a escala nacional y a escala mundial, no solo por la aparición de diversas sociedades de transición sino también porque estas deben confrontarse constantemente con el mercado mundial, del cual no pueden sustraerse (aunque se protejan de sus contragolpes inmediatos con el monopolio del comercio exterior), y deben también confrontarse entre ellas mismas.

El que hoy esta última confrontación se haga en términos nacionales burgueses, a través del juego de la ley de valor y del intercambio desigual y no a través de la planificación internacional de las economías de transición, hay que cargarlo a la cuenta de los intereses privados de las burocracias dirigentes, cada una identificada con su estado, y de la teoría que de esos intereses surge: el “socialismo nacional”. esos intereses contribuyen a prolongar la existencia del “estado burgués sin burguesía” de que hablaba Lenin ya en 1920, y la persistencia del “derecho desigual”. De este modo. el derecho concebido como expresión abstracta del valor de cambio impera con toda su barbarie en las relaciones entre los países llamados “socialistas”, que si hoy se hacen la guerra es porque antes comerciaron entre si.

Hace mas de seis decenios que, en octubre de 1917, se abrió en el antiguo imperio de los zares la época de la transición mundial al socialismo. me parece un juicio ahistórico, pasado un periodo tan breve, pedirle cuentas al marxismo por promesas que nunca hizo y negarse a utilizarlo en aquello que, a mi entender, es su verdadero banco de prueba: no tanto la teoría del desarrollo capitalista, cuanto la teoría de la transición al socialismo.

3.) No encuentro fundada ni probada la teoría del capitalismo de estado aplicada a estas sociedades. creo que en su origen esta una disyuntiva falsa, corolario de la teoría del socialismo en un solo país: o son socialistas, o son capitalistas. la idea de transición desaparece. El que describe Bettelheim es un extraño capitalismo, sin la competencia entre muchos capitales (una de sus relaciones sociales de producción fundamentales), sin baja tendencial de la tasa de ganancia, sin ejercito industrial de reserva, sin flujo y reflujo de recursos económicos entre una y otra rama de la producción determinados por el juego de la ley del valor.

La existencia de intercambios mercantiles de salario y de moneda, la persistencia del despotismo fabril que la burocracia hereda y toma del capitalismo, no bastan para indicar la supervivencia del capitalismo; ni la moneda, ni el trabajo asalariado, ni la familia, ni el estado pueden “abolirse” por la toma del poder. Perduran, modificandose, en la transición. el salario y la división del trabajo se “extinguen”, como el estado, a lo largo de todo el periodo de transición la larga transición y por las mismas razones por las que el estado se “extingue” y no se “suprime” de un día para otro, como quería el viejo pensamiento mecanicista del anarquismo.

Por otro lado, para probar su teoría Bettelheim se ve obligado a forzar los hechos y negar prácticamente la función del plan, invocando para ello las evidentes irregularidades de su cumplimiento.

4.) El principio del plan se presenta sin embargo como un rasgo determinante de la transición. su ejecución esta mediada y controlada por el mercado, porque de transición se trata. el mercado es uno de los reveladores por demás imperfecto de los errores y las desproporciones del plan. sin mercado y sin democracia socialista no hay control social del plan. el progreso de la transición se puede medir por la forma en que el elemento fundamental del control va pasando del mercado como en la NEP inicial a la democracia de los productores. ese progreso, bien lo vemos, esta congelado en la estructura actual de los estados de transición, o da pasos atrás como en China.

El otro revelador es el mercado mundial, a cuyo control no puede escapar ninguna economía nacional pues es en el donde en definitiva debe cotejar su indicador económico decisivo: la productividad del trabajo.

La transición va de la generalización de las relaciones mercantiles característica del capitalismo en la superación (no la supresión) de las relaciones mercantiles propia del socialismo. El plan no suprime las relaciones mercantiles, sino que los sucesivos planes cubren la mediación entre un extremo y otro de ese proceso histórico mientras esas relaciones se extinguen, sustituidas por la cooperación de los productores asociados.

El principio del socialismo no es el plan, sino la cooperación. los polos antagónicos que luchan entre si no son el mercado y el plan, sino el mercado y la cooperación: la lógica de la sociedad de los propietarios iguales de mercancías y la lógica de la sociedad de los productores libremente asociados. el plan media entre ambas, cubre y simboliza en si mismo la transición, pero es todavía una sede de la división del trabajo. Si su elaboración y su sentido apuntan hacia el socialismo, el contenido del plan debe tender a desarrollar los elementos de la cooperación y a ir absorbiendo los elementos de la división del trabajo heredada de la sociedad de clases.

Si se me permite una cita: “la producción capitalista genera, con la necesidad de un proceso natural, su propia negación. Es la negación de la negación. esta no restaura la propiedad privada, sino la propiedad individual pero sobre la base de la conquista alcanzada por la era capitalista: la cooperación y la propiedad común de la tierra y de los medios de producción producidos por el trabajo mismo”, dice Marx casi al final del capitulo XXIV de el capital.

El plan requiere la propiedad estatal de esos medios de producción. Pero no es esa la condición esencial del socialismo, oculta ya en las relaciones de producción capitalistas. Esa condición es ante todo la cooperación entre productores libres de todo lazo de dependencia personal, característica de la gran industria, que el capitalista pone en marcha al adquirir la fuerza de trabajo y usarla en un trabajo que se efectúa precisamente en cooperación.

La transición significa el crecimiento de la cooperación como relación social de producción dominante, lo cual solo puede ser un proceso y no una conquista instantánea. En el curso de ese proceso, el plan es el instrumento para el desarrollo de las fuerzas productivas que media la utilización de la propiedad común de los medios de producción. El plan tampoco puede ignorar ni “abolir” la ley del valor, pero no esta atado a ella para sus decisiones: puede violarla constantemente al determinar las proporciones entre las distintas ramas de la economía, así como las proporciones entre 1) fondo de acumulación y fondo de consumo; 2) fondo de acumulación productivo y fondo de acumulación improductivo; 3) fondo de consumo social y fondo de consumo individual.

En esa transición persisten el mercado y el carácter mercantil de los medios de consumo. Los medios de producción pierden su carácter mercantil directo en el interior del plan. Pero lo conservan indirectamente no solo en cuanto se presenta como mercancías en el mercado mundial (aun entre estados de transición), sino también porque deben cotejar permanentemente sus costos de producción con los del mercado mundial, son, por así decirlo, mercancías imperfectas”.

Del mismo modo, la fuerza de trabajo conserva un carácter mercantil imperfecto. no existe desocupación y ejercito industrial de reservas. pero existe la posibilidad de cambiar de trabajo. El plan, al fijar el fondo de consumo, fija el monto global de los salarios y su división en fondo de consumo social e individual. Pero luego el reparto del fondo de consumo individual (y en parte del social) se opera en el mercado, entre fuerzas de trabajo mas o menos calificadas que compiten entre si por el salario. Por lo demás, la remuneración según el rendimiento y el trabajo a destajo, son testimonios vividos de la persistencia del carácter de mercancías de la fuerza de trabajo pese a las asignaciones centrales del plan en cuanto al fondo global de salarios, y de la competencia entre trabajador y trabajador. ese carácter no puede ser abolido, debe extinguirse.

El estado, que posee los medios de producción, asume (como decía Trostsky en la revolución traicionada) el papel de “comerciante, banquero e industrial universal” en relación con la fuerza de trabajo, una función ligada con la explotación, con la extracción del plustrabajo. El estado, por lo demás, se apropia también de la renta absoluta de la tierra nacionalizada. La cuestión entonces es quien controla el estado, problema clave de la transición.

5.) Aquí también la cuestión se juega entre quien posee (o controla) los medios de producción y los productores directos. quien controla el trabajo muerto, controla el trabajo vivo. el sentido ultimo de la transición consiste precisamente en que el trabajo vivo, por primera vez en la historia desde la afirmación de la división social del trabajo y la estabilización de un plusproducto y con ellos del estado, controle al trabajo muerto, controle entonces su producto y su plusproducto y establezca relaciones socialistas de producción.

La clase obrera, los trabajadores manuales, con toda evidencia no controlan el estado en las actuales sociedades de transición. lo hace en su nombre una capa de funcionarios: trabajadores intelectuales para quienes la condena mas grande es volver al purgatorio del trabajo manual cuando caen en desgracia.

Esa capa no es otra clase. es una capa superior surgida de la clase obrera, contenida ya en esta bajo el capitalismo.

El proletariado tiene en la sociedad capitalista un doble carácter: es vendedor de mercancías (su fuerza de trabajo) y es productor colectivo en el proceso cooperativo de producción en la fabrica de la gran industria. Ambos caracteres no hacen sino uno: son, por tanto, inseparables. Esquemáticamente: del primero sale el sindicato, del segundo el consejo obrero; del primero, el “alma reformista”; del segundo, el “alma revolucionaria”. separar todo esto es pura utopía ultraizquierdista (o reformista). Porque la clase obrera es una, no dos, del mismo modo que en la mercancía no se puede separar el valor de cambio del valor de uso. Comprender a la clase es comprender su doble carácter.

Al tomar el poder y destruir. con la expropiación. A las viejas clases dominantes, la clase obrera a su vez se escinde. La linea divisoria pasa, grosso modo, por la linea de la división del trabajo en manual e intelectual, en el seno de la clase se reproducen una “comunidad superior” y una “comunidad inferior”, mediadas por la “comunidad ilusoria” del estado bajo el control de la primera.

Esto no es producto de la arbitrariedad de los intelectuales o capa superior. tiene su raíz en aquel doble carácter sobre el cual obra la herencia de la división del trabajo. El estado obrero o estado de transición suprime la propiedad privada de los medios de producción. Pero no suprime, ni puede hacerlo mientras deba subsistir el mercado, la propiedad privada de la calificación profesional. El trabajo calificado, el trabajo intelectual, tiene la propiedad de sus conocimientos. Tiene trabajo objetivado, trabajo muerto, incorporado a si mismo. En el mercado es fuerza de trabajo valorizada; por tanto, mejor pagada.

Esos conocimientos son ademas necesarios para el plan, para el estado, para el funcionamiento de la economía, para el comercio y para la guerra.

Los que saben como los brujos, y los sacerdotes y los guerreros de la antigüedad comenzaron a hacerlo todavía después de la estatización de la propiedad controlan los medios de producción como antes controlaban la astronomía, las siembras, los canales, la religión, los templos, las pirámides y el arte de la guerra. Ejercen el privilegio de una función insustituible mientras el conocimiento no este socializado. Aquí hay una diferencia radical en el sentido de la marcha. Invertido por el milenario desarrollo intermedio de las fuerzas productivas: aquel conocimiento iba hacia la propiedad y era iniciático; este conocimiento se aleja de la propiedad y es difusivo. Pero su socialización es un proceso difícil y sembrado de luchas y resistencias. No un acto instantáneo.

Entretanto, a través del trabajo objetivado en el conocimiento de los que saben (saber real o ficticio), el trabajo muerto prolonga todavía su dominación sobre el trabajo vivo.

El trabajo valorizado, mejor pagado en el mercado, se asegura un consumo superior (incluso de conocimientos). detrás viene todo lo demás. por eso el carácter mercantil “imperfecto” de la fuerza de trabajo esta lejos de ser una característica secundaria de la transición.

En el mercado y en el plan, y por lo tanto en el estado, la fuerza de trabajo calificada, los trabajadores intelectuales, tienen preeminencia sobre la fuerza de trabajo menos calificada o no calificada, los trabajadores manuales. (Y correlativamente: los viejos sobre los jóvenes, la ciudad sobre el campo, los países avanzados sobre los países atrasados, los hombres sobre las mujeres según la escala barbara e inicua de la sociedad de clases).

Esa es la base sobre la cual los trabajadores intelectuales (y sus correlatos) se aseguran el control del plan. Pero no tienen propiedad, tienen un simple privilegio de función, como todas las burocracias que en el mundo han sido. Este privilegio no es un “abuso” o una “excrecencia”. Tiene raíces económicas. Reconocerlo no quiere decir aceptarlo o declararlo eterno, del mismo modo como comprender el capitalismo no quiere decir aceptarlo. Pero sin comprenderlo no se puede luchar contra el sino con exhortaciones morales o propuestas políticas abstractas, cuando la cuestión tiene su raíz en la economía y en las relaciones sociales de producción híbridas propias de la transición.

El hecho de que la burocracia no sea otra clase, sino un sector superior surgido de la propia clase que se separa y controla el estado, dificulta terriblemente la autodeterminación de la clase obrera frente a ese estado en el cual no reconoce al capitalismo, y frente a la capa burocrática que lo controla; una dificultad similar a la que padece el sindicato frente a la dirección burocrática. Permite a esa capa, ademas, mantener una cierta movilidad social con la cual “descrema” a la clase obrera industrial abriendo las puertas inferiores de la carrera burocrática, desde el sindicato y la empresa, a sus elementos mas dotados, que al ascender no se sienten “traicionando” a su clase.

El privilegio de función que detentan los burócratas encuentra la oposición de las tendencias democráticas procapitalistas, que quieren volver a la propiedad privada, y de las tendencias democráticas proletarias, que quieren avanzar hacia el socialismo. Estas dos tendencias no pueden tener un programa en común. Una quiere la democracia del mercado, la otra la democracia de la cooperación: son programas antagónicos. La burocracia en realidad aprovecha de su situación intermedia entre ambas para sostener su predominio; media, se presenta ante los unos como garantía contra los otros, y viceversa: hace un juego “bonapartista” de nuevo tipo. Usufructúa y estimula ademas la persistencia del sentimiento nacional para darse una legitimidad de la cual carece como clase.

Ella se presenta ante la clase obrera como la encarnación de la nación y del plan, como la reguladora de la marcha al socialismo. En realidad, representa la congelación de esa transición, porque reproduce constantemente la división del trabajo, el predominio del trabajo intelectual sobre el trabajo manual y todas las formas de subordinación correlativas.

6.) El dominio del trabajo muerto sobre el trabajo vivo empezo con el paso de la sociedad sin clases a la sociedad de clase a través del privilegio de función de los iniciados, de los que saben, de los grandes sacerdotes, de los intelectuales; llegar a la situación inversa, al dominio del trabajo vivo sobre el trabajo muerto, es el contenido del proceso de la superación de la división del trabajo.

Si esto es así, la cuestión esencial de la clase obrera en las sociedades de transición es determinarse con respecto a su propio estado, a su capa superior. Determinarse significa elaborar su propio programa para la transición. Y formular su programa implica organizar su partido, que no puede ser el partido de la burocracia que hoy controla el estado: la pluralidad de partidos es una reivindicación fundamental del proletariado.

El núcleo de ese programa no es la democracia del mercado, según propone la oposición democrática. No es tampoco el plan como sustituto del mercado, según sostienen las tendencias estatales aliadas con un ala de la burocracia. No es, mucho menos, la reivindicación ultraizquierdista y voluntaria de la abolición del trabajo asalariado, de la división del trabajo y del mercado, demandas que no pueden pasar del papel en cuanto no se fundamenten en el desarrollo de las fuerzas productivas: no se suprime el mercado distribuyendo bonos en vez de dinero ni se elimina la división del trabajo enviando a los intelectuales a trabajar la tierra.

El núcleo de ese programa, entiendo, esta en la cooperación, relación social exclusiva de la clase obrera, relación especifica en torno a la cual se organiza su identidad histórica como clase en el capitalismo y su extinción como clase en la transición al socialismo, hasta disolverse (con el estado, la moneda, el mercado y otras herencias del primitivo pasado) en la comunidad de los productores asociados.

Esto, empero, es un proceso de larga duración. Apenas estamos en sus confusos inicios. son comienzos muy difíciles. La clase obrera mundial no solo la de las sociedades postcapitalistas esta ante un nuevo problema histórico: no solamente establecer su identidad o sea, su programa ante su polo de clase antagónico, la burguesía; sino ademas establecerla ante su propia capa superior, la burocracia, los trabajadores intelectuales, los funcionarios que de ella se separan en la transición (y cuyo precedente esta ya en los funcionarios de los partidos obreros y de los sindicatos en la sociedad capitalista).

En lo político, ese programa se asienta en la democracia obrera, cuyo organismo experimentado por la historia son los consejos; en lo económico, en la planificación intencional de las economías de transición; en lo social, en la lucha por la igualdad y la eliminación de los privilegios del trabajo intelectual sobre el manual, de los viejos sobre los jóvenes, de los hombres sobre las mujeres, de la ciudad sobre el campo y de los países avanzados sobre los atrasados. El principio rector que unifica esos tres puntos es el principio de la cooperación.

Lo que algunos llaman “crisis del marxismo” es, a nuestro entender, simplemente el hecho evidente y contundente de que la lucha mundial del proletariado, clase que “existe en el plano de la historia universal”, ha llegado a un punto en que su programa histórico no puede avanzar un solo paso más su ka teoría no da respuesta a este problema capital, interior a la propia clase: la sociedad de transición. Su explicación, la formulación del programa del proletariado para esa sociedad y su organización política independiente en partido en el período de transición para avanzar hacia el socialismo, aparece así como la cuestión más importante del marxismo contemporáneo.

Adolfo Gilly: autor de La revolución interrumpida (El Caballito, 1973). El presente texto fue leido en la Conferencia sobre “Las sociedades postrevolucionarias”, organizada por el periódico El Manifiesto, en Milán, Italia, del 4 al 17 de enero de 1979.

El mundo en el 2030

El mundo en el 2030

Ignacio Ramonet

Cada cuatro años, con el inicio del nuevo mandato presidencial en
Estados Unidos, el National Intelligence Council (NIC), la oficina de
análisis y de anticipación geopolítica y económica de la Central
Intelligence Agency (CIA), publica un informe que se convierte
automáticamente en una referencia para todas las cancillerías del
mundo. Aunque obviamente se trata de una visión muy parcial (la de
Washington), elaborada por una agencia, la CIA, cuya principal misión
es defender los intereses de Estados Unidos, el informe estratégico del
NIC presenta una indiscutible utilidad porque resulta de una puesta en
común —revisada por todas las agencias de inteligencia de EE.UU.— de
estudios elaborados por expertos independientes de varias universidades
y de muchos otros países (Europa, China, la India, África, América
Latina, mundo árabe-musulmán, etc.).

El documento confidencial que el presidente Barack Obama encontró sobre
la mesa de su despacho en la Casa Blanca el pasado 21 de enero al tomar
posesión de su segundo mandato, se acaba de publicar con el título:
Global Trends 2030. Alternative Worlds (Tendencias mundiales 2030:
nuevos mundos posibles) ^(1). ¿Qué nos dice?

La principal constatación es el declive de Occidente. Por vez primera
desde el siglo XV, los países occidentales están perdiendo poderío
frente a la subida de las nuevas potencias emergentes ^(2). Empieza la
fase final de un ciclo de cinco siglos de dominación occidental del
mundo. Aunque Estados Unidos seguirá siendo una de las principales
potencias planetarias, perderá su hegemonía económica en favor de
China, y ya no ejercerá su “hegemonía militar solitaria” como lo hizo
desde el fin de la Guerra Fría (1989). Vamos hacia un mundo multipolar
en el que nuevos actores (China, la India, Brasil, Rusia, Sudáfrica)
tienen vocación de constituir sólidos polos continentales y de
disputarles la supremacía internacional a Washington y a sus aliados
históricos (Japón, Alemania, Reino Unido, Francia).

Para tener una idea de la importancia y de la rapidez del
desclasamiento occidental que se avecina, baste con señalar estas
cifras: la parte de los países occidentales en la economía mundial va a
pasar del 56 % hoy, a un 25 % en el 2030… O sea que, en menos de 20
años, Occidente perderá más de la mitad de su preponderancia
económica… Una de las principales consecuencias de esto es que EE.UU.
y sus aliados ya no tendrán probablemente los medios financieros para
asumir el rol de gendarmes del mundo. De tal modo que este cambio
estructural (añadido a la profunda crisis económico-financiera actual)
podría lograr lo que ni la Unión Soviética ni Al Qaeda consiguieron:
debilitar durante mucho tiempo a Occidente.

Según este informe, en Europa la crisis durará al menos un decenio, es
decir hasta el 2023. Y, siempre según este documento de la CIA, no es
seguro que la Unión Europea logre mantener su cohesión. Entretanto, se
confirma la emergencia de China como segunda economía mundial y con
vocación de convertirse en la primera. Al mismo tiempo, los demás
países del grupo llamado BRICS (Brasil, Rusia, la India y Sudáfrica) se
instalan en segunda línea compitiendo directamente con los antiguos
imperios dominantes del grupo JAFRU (Japón, Alemania, Francia, Reino
Unido).

En tercera línea aparecen ahora una serie de potencias intermediarias,
con demografías en alza y fuertes tasas de crecimiento económico,
llamadas a convertirse también en polos hegemónicos regionales y con
tendencia a transformarse en grupo de influencia mundial, el CINETV
(Colombia, Indonesia, Nigeria, Etiopía, Turquía, Vietnam).

Pero de aquí al 2030, en el Nuevo Sistema Internacional, algunas de las
mayores colectividades del mundo ya no serán países sino comunidades
congregadas y vinculadas entre sí por Internet y las redes sociales.
Por ejemplo, ‘Facebooklandia’: más de mil milllones de usuarios, o
‘Twitterlandia’, más de 800 millones cuya influencia, en el “juego de
tronos” de la geopolítica mundial, podrá revelarse decisivo. Las
estructuras de poder se difuminarán gracias al acceso universal a la
Red y el uso de nuevas herramientas digitales.

A este respecto, el informe de la CIA anuncia la aparición de tensiones
entre los ciudadanos y algunos gobiernos en unas dinámicas que varios
sociólogos califican de ‘post-políticas’ o ‘post-democráticas’. Por un
lado, la generalización del acceso a la Red y la universalización del
uso de las nuevas tecnologías permitirán a la ciudadanía alcanzar altas
cuotas de libertad y desafiar a sus representantes políticos (como
durante las primaveras árabes o la crisis de los “indignados”). Pero, a
la vez, según los autores del informe, estas mismas herramientas
electrónicas proporcionarán a los gobiernos “una capacidad sin
precedentes para vigilar a sus ciudadanos” ^(3).

“La tecnología —añaden los analistas de Global Trends 2030— continuará
siendo el gran nivelador, y los futuros magnates de Internet, como
podría ser el caso de los de Google y Facebook, poseen montañas enteras
de bases de datos y manejan en tiempo real mucha más información que
cualquier Gobierno”. Por eso, la CIA recomienda a la Administración de
EE.UU. que haga frente a esa amenaza eventual de las grandes
corporaciones de Internet activando el Special Collection Service ^(4),
un servicio de inteligencia ultrasecreto —administrado conjuntamente
por la NSA (National Security Service) y el SCE (Service Cryptologic
Elements) de las Fuerzas Armadas— especializado en la captación
clandestina de informaciones de origen electromagnético. El peligro de
que un grupo de empresas privadas controle toda esa masa de datos
reside, principalmente, en que podría condicionar el comportamiento a
gran escala de la población mundial e incluso de las entidades
gubernamentales. También se teme que el terrorismo yihadista sea
reemplazado por un ciberterrorismo aún más sobrecogedor.

La CIA toma tan en serio este nuevo tipo de amenazas que, finalmente,
el declive de Estados Unidos no habrá sido provocado por una causa
exterior sino por una crisis interior: la quiebra económica acaecida a
partir del 2008. El informe insiste en que la geopolítica de hoy debe
interesarse por nuevos fenómenos que no poseen forzosamente un carácter
militar. Pues, aunque las amenazas militares no han desaparecido (véase
las intimidaciones armadas contra Siria o la reciente actitud de Corea
del Norte y su anuncio de un uso posible del arma nuclear), los
peligros principales que corren hoy nuestras sociedades son de orden
no-militar: cambio climático, conflictos económicos, crimen organizado,
guerras electrónicas, agotamiento de los recursos naturales…

Sobre este último aspecto, el informe indica que uno de los recursos
que más aceleradamente se está agotando es el agua dulce. En el 2030,
el 60 % de la población mundial tendrá problemas de abastecimiento de
agua, dando lugar a la aparición de “conflictos hídricos”. En cuanto al
fin de los hidrocarburos en cambio, la CIA se muestra mucho más
optimista que los ecologistas. Gracias a las nuevas técnicas de
fracturación hidráulica, la explotación del petróleo y del gas de
esquisto está alcanzando niveles excepcionales. Ya Estados Unidos es
autosuficiente en gas, y en el 2030 lo será en petróleo, lo cual
abarata sus costos de producción manufacturera y exhorta a la
relocalización de sus industrias. Pero si EE.UU. —principal importador
actual de hidrocarburos— deja de importar petróleo, es de prever que
los precios se derrumbarán. ¿Cuáles serán entonces las consecuencias
para los actuales países exportadores?

En el mundo hacia el que vamos, el 60 % de las personas vivirá, por
primera vez en la historia de la humanidad, en las ciudades. Y, como
consecuencia de la reducción acelerada de la pobreza, las clases medias
serán dominantes y se triplicarán, pasando de los mil a los tres mil
millones de personas. Esto, que en sí es una revolución colosal,
acarreará como secuela, entre otros efectos, un cambio general en los
hábitos culinarios y, en particular, un aumento del consumo de carne a
escala planetaria, lo cual agravará la crisis medioambiental porque se
multiplicará la cría de ganado, de cerdos y de aves; y eso supone un
derroche de agua (para producir piensos), de pastos, de fertilizantes y
de energía. Con derivaciones negativas en términos de efecto
invernadero y calentamento global.

El informe de la CIA anuncia también que, en el 2030, los habitantes
del planeta seremos 8 400 millones pero el aumento demográfico cesará
en todos los continentes menos en África, con el consiguiente
envejecimiento general de la población mundial. En cambio, el vínculo
entre el ser humano y las tecnologías protésicas acelerará la puesta a
punto de nuevas generaciones de robots y la aparición de “superhombres”
capaces de proezas físicas e intelectuales inéditas.

El futuro es pocas veces predecible. No por ello hay que dejar de
imaginarlo en términos de prospectiva. Preparándonos para actuar ante
diversas circunstancias posibles, de las cuales una sola se producirá.
Aunque ya advertimos que la CIA tiene su propio punto de vista
subjetivo sobre la marcha del mundo, condicionado por el prisma de la
defensa de los intereses estadounidenses, su informe tetranual no deja
de constituir una herramienta extremadamente útil. Su lectura nos ayuda
a tomar conciencia de las rápidas evoluciones en curso y a reflexionar
sobre la posibilidad de cada uno de nosotros a intervenir y a fijar el
rumbo. Para construir un futuro más justo. (Le Monde Diplomatique)

Notas:

^(1)
http://www.dni.gov/index.php/about/organization/national-intelligence-c
ouncil-global-trends. Existe edición en francés: Le Monde en el 2030 vu
par la CIA, Editions des Equateurs, Paris, 2013.

^(2) Léase el Atlas, Nuevas potencias emergentes, editado por Le Monde
diplomatique en español, Valencia, 2012.

^(3) En esa misma línea de alerta, léase Julian Assange (con Jacob
Appelbaum, Aandy Mûller-Maghun y Jérémie Zimmermann), Cypherpunks. La
libertad y el futuro de internet, Deusto, Bilbao, 2013.

^(4)http://en.wikipedia.org/wiki/Central_Security_Service; consúltese
también:
http://www.elconfidencial.com/alma-corazon-vida/2012/04/19/el-f6-el-ser
vicio-de-espionaje-supersecreto-a-escala-mundial-96404/

Régis Debray: La guerrilla de las galaxias

Octubre 1978. EL FANTASMA DELTODO Una generación entera de revolucionarios latinoamericanos provenientes de la pequeña burguesía radicalizada, tomó en los años sesenta el camino de la guerrilla, como en los años ochenta del siglo anterior toda una generación de revolucionarios rusos había tomado el del terrorismo. Al igual que entre éstos, entre aquéllos estaban algunos de los mejores, de los mas tenaces y dotados. Algunos han muerto, demasiados; otros están hoy entre sus treinta y sus cuarenta años, en plena fase de su madurez vital. Se han replegado, no se han retirado. Discuten, o intentan nuevos caminos. Buscan, junto con las vías actuales de la revolución en América Latina, una explicación de los errores y de las fallas reales que llevaron al fracaso de una empresa guerrillera en la cual participaron no empujados por un mero espíritu de aventura sino por un sentimiento de doble sublevación: contra la explotación capitalista y su opresión política y social, y contra las direcciones reformistas que luchan por mitigarla, pero no por abolirla.

Ellos rechazan, con indignada razón, las críticas de los reformistas a las guerrillas (no digamos ya las del enemigo de clase); las de aquellos que nunca se ensuciaron las manos o se quemaron los dedos en la acción y, desde lo alto de las poltronas parlamentarias o las oficinas burocráticas reales o imaginarias, poco importa que en espíritu jamás abandonaron, vuelven hoy a la mitad del foro y dicen: “Ya ven, teníamos razón: no había que hacerlo.”

No es el caso de Régis Debray, que por un periodo al menos intentó llevar a los hechos lo que sostenía con las palabras. En ese sentido los dos tomos de La crítica de las armas (La crítica de las armas, I, y Las pruebas del fuego, II, Siglo XXI Editores México, 1975) se presentan con ciertos títulos como un intento de respuesta global a esa búsqueda, en el amplio debate que la experiencia de las guerrillas ha suscitado en la izquierda latinoamericana. La neige brule, del mismo autor, premiada no hace mucho con el Premio Femina, puede decirse que completa aquel intento y lo ilumina con la luz particular del autoanálisis psicológico, pues constituye, ni más ni menos la versión novelada del balance de las guerrillas que Debray extrae en aquella obra.

Se dirá que no tiene mucha importancia, a esta altura, ocuparse de la obra “latinoamericana” de Régis Debray. La trayectoria misma del autor se ha encargado de liquidar su pasajera autoridad ante una parte de la vanguardia revolucionaria de América Latina. Pero detrás de la fama latinoamericana de Debray no están los fuegos de artificio de su estilo literario, sino el apoyo de la dirección cubana, en su momento, a la política y los métodos que Debray defendía. Se puede ahora dejar caer a Debray así como antes se estimuló la difusión de las incontables ediciones de sus escritos. Lo que no se puede o, mejor, lo que no se debe, es echar sobre un hombre la responsabilidad de una política que él se limitó a codificar en sus ensayos políticos.

Si me ocupo ahora, pues, del libro de Debray, es porque mientras aquella vanguardia que vivió en primera persona la experiencia guerrillera discute una explicación real que le permita recuperar lo válido y superar lo erróneo de esos años intensos de su vida, este libro me parece precisamente un ejemplo cumplido del método que no se debe seguir para hacer el balance de las guerrillas. Quiero hacer algunas reflexiones sobre este método, porque su aplicación tiene raíces sociales, no individuales, e indefectiblemente reaparece una y otra vez en éste u otros escritores políticos de la misma escuela.

AUTOCRÍTICA DEL ERROR, AUTODEFENSA DELTODO

La crítica de las armas, en sus dos tomos, se presenta como un balance crítico de las guerrillas y, en cierto modo, como una autocrítica (parcial) de las tesis defendidas por Debray en Revolución en la revolución. Su publicación sigue (no precede al viraje político de la dirección cubana -perceptible desde 1966-1967, notorio después de 1970- con relación a la guerra de guerrillas en América Latina. No pretendo hacer aquí un análisis de las razones y de la corrección de este cambio político. Me basta registrar que una vez más, como en Revolución en la revolución, Debray no precede y anuncia una política, se limita a ilustrarla, explicarla y justificarla. No es un reproche. Es una constatación, para marcar la distancia entre lo que es un teórico (equivocado o no, pero que toma el riesgo intelectual de sus propias ideas) y un propagandista (también equivocado o no, pero que no pasa de dar formulación “teórica” a las ideas que otros, pragmáticamente, ya están aplicando en la realidad).

En aquel mismo artículo de Marx del año 1883 de donde sale el título del libro, está ya enunciada la condición primera de lo que sería el método marxista: la crítica radical. Esta significa ir a la raíz. Y la raíz de un error no está en sus resultados, en sus consecuencias ni en sus antecedentes inmediatos: está en el método que a él condujo. El libro de Debray expone diversos errores de las guerrillas. No llega jamás a su raíz, al método de pensamiento que está en su origen.

En ese sentido La crítica de las armas no sólo adopta el mismo método de análisis que llevó a las enormidades teóricas, las superficialidades políticas y las falsedades de hecho que caracterizan a Revolución en la revolución, sino que constituye, en el fondo, una larga perífrasis para defender y salvar ese método frente al fracaso evidente que sufrió en su versión anterior. Las conclusiones, pues, son lo que estaba mal, no la línea de análisis y de pensamiento que condujo a ellas: esta es la esencia de la autocrítica que se convierte así, en un segundo nivel más profundo, en autodefensa.

La esencia del método de Régis Debray, tanto en Revolución en la revolución como en La crítica de las armas es la sustitución de las masas por sus comandantes, la sustitución de la realidad social por los organigramas y los esquemas operativos, la ignorancia del papel de la clase obrera y, por lo tanto, del programa socialista en la revolución; la exaltación del aparato (militar, político, estatal), de sus hombres y de sus métodos operativos como el Deus ex machina de la revolución. Es lo que Debray aprendió en la escuela de pensamiento stalinista independientemente de cuál pueda ser su honestidad personal, vio confirmado en sus estudios universitarios y resumió en sus obras y en su actividad política, siempre portavoz “independiente” de las necesidades ideológicas, no de una revolución, sino de un aparato, estatal u otro.

LUCHA DE CLASES Y REVOLUCIÓN

Lo primero que salta a la vista del lector marxista en la obra de Debray, es la ausencia de la lucha de clases, la ausencia directamente de las clases. Un libro que pretende ocuparse de episodios y épocas cruciales de la revolución en Venezuela, Uruguay, Guatemala, cuenta hechos aparentemente documentados; cuenta discusiones, es decir enfrentamiento de posiciones sobre hechos y toma partido en ellas. Pero jamás confronta los hechos de los revolucionarios, que relata, y sus posiciones políticas, que describe, con la vida social de los países en los que esos hechos y esas posiciones acontecen. En su inmensa mayoría, los hechos no se refieren a luchas sociales, a movimientos de las masas obreras, campesinas o estudiantiles, sino a acciones de los pequeños núcleos guerrilleros. Consecuentemente, tampoco las discusiones y las posiciones se articulan sobre los problemas de la vida social del país donde tienen lugar, sino sobre las acciones prácticas de los revolucionarios: ir al norte o al sur, subir a la montaña y bajar a la ciudad, hacer una ofensiva o replegarse.

Esas acciones y esas discusiones no ocurren, sin embargo, en el vacío, porque el libro tiene su lógica. Pero su punto de referencia no son las masas, sus necesidades, su estado de ánimo, su comprensión, su nivel de organización concreto. El término de referencia para las decisiones es el enemigo: el aparato estatal, militar y policial, la represión.

Entonces la impresión que el lector recibe, tanto de la parte metodológica como de la parte concreta de la obra, es que la guerra de guerrillas ocurre en una especie de vacío social, entre dos aparatos que se enfrentan en un duelo a muerte, sin otras determinaciones que su respectiva potencia de fuego. Es lo que Carlos Marighela llevó trágica y absurdamente hasta el extremo en su manual guerrillero y en su muerte en combate solitario y desigual.

Desaparece lo concreto como “síntesis de múltiples determinaciones” y lo que queda ante la imaginación del lector es una especie de “guerra de las galaxias” que puede ocurrir en todas las partes y en ninguna. Como cualquier otro país, Venezuela, Uruguay, Guatemala, presentan en los años que abarca el trabajo de Debray una constante riqueza y variedad de movimientos, de organizaciones sindicales y campesinas, de discusiones y movilizaciones estudiantiles, de derrotas grandes y pequeñas, de triunfos y retrocesos parciales, de cuyo complejo tejido está hecha la realidad social que las masas viven y en la cual se forma su conciencia y se organizan sus decisiones colectivas. Nada de eso aparece en este libro.

Daré un solo ejemplo, que puede multiplicarse a gusto del lector. Uruguay es uno de los países de América Latina más ricos en tradiciones de lucha proletaria, desde los anarquistas de principios de siglo cuya tradición figura, sin duda, entre las fuentes ocultas del socialismo revolucionario de Raúl Sendic y de su capacidad para organizar a los cañeros. En ese país, cuyo proletariado llenó de hazañas la lucha de clases en los años que aborda el libro, Debray sólo encuentra espacio para describir las operaciones, las medidas organizativas, las discusiones pragmáticas de los Tupamaros y llega a atribuir reveses que deciden la suerte de la organización, no a la incorrección de su programa y su política de los cuales no se ocupa sino a la falta de oportunidad y tempestividad con que se llevó a cabo una acción armada o con que se alteraron los esquemas organizativos.

Este pensamiento de aparato, completamente alejado de la vida real del pueblo uruguayo, tiene su culminación en una pequeña frase donde, entre el análisis de una larga serie de cuestiones organizativas, Debray encuentra el momento para informar al lector que, a mediados de 1973, el proletariado uruguayo realizó su novena huelga general en tres meses. Para cualquier marxista, para cualquier obrero, socialista o anarquista o sencillamente sindicalista, la hazaña de nueve huelgas generales en tres meses sería el centro de todo el análisis revolucionario, el metro sobre el cual medir la actividad de cualquier organización, la cuestión fundamental a explicar para comprender el por qué del triunfo o del retroceso de la lucha revolucionaria. Para Debray es una frase de una o dos líneas, perdida entre los extensos análisis de las discusiones tácticas frente a la represión del enemigo o las minuciosas descripciones de las “tatuceras”, los refugios de seguridad donde se ocultaban los militantes tupamaros para escapar a la persecución.

No se puede escribir sobre la lucha de los revolucionarios uruguayos para explicar a estos las razones de sus reveses e ignorar completamente la lucha de clases en Uruguay o más simple aún, la vida real, cotidiana, elemental de las masas uruguayas.

OPERATIVO, GUERRILLA Y PARTIDO

Desde el Manifiesto Comunista de Marx y Engels y La Lucha de clases en Francia de Marx, ambos de 1848, hasta El desarrollo del capitalismo en Rusia y el Qué hacer de Lenin, de fines y principios de siglo respectivamente, todo proyecto marxista de organización de la lucha revolucionaria ha comenzado por discutir la realidad social, el estado de la lucha de clases y, en consecuencia, el programa de la clase obrera.

No fue un capricho de Marx en la Primera Internacional, ni de Lenin en la Tercera, empezar por este extremo cuando aún ninguna organización existía. No formular el programa, sustituirlo por dos o tres consignas generales e imprecisas, por algunos llamados generales y por el nombre de los jefes, es la manera de impedir que la clase obrera intervenga y se pronuncie; es sustituir su pensamiento colectivo por el de los jefes o el del aparato.

Entre los objetivos principales de Revolución en la revolución, estaba impedir que una parte de la vanguardia guerrillera orientara su ruptura política con las viejas direcciones reformistas hacia el programa de la revolución socialista y hacia la comprensión central de la organización del proletariado, con sus sindicatos y su partido, en la revolución latinoamericana. Esta ruptura con el programa democrático burgués de los partidos comunistas (que Debray quería reducir a una simple disputa táctica sobre la lucha armada) había comenzado ya con la guerrilla guatemalteca del Movimiento Revolucionario 13 de septiembre, que a partir de 1963-64 proclamaba el carácter socialista de la Revolución, y se discutía ya en otros países(1). Aquel folleto de Debray fue uno de los instrumentos para desviar y ahogar esa discusión política.

Debray se oponía al programa de la transformación de la revolución nacionalista, agraria y antimperialista en revolución socialista a través de la organización independiente de la clase obrera y su alianza con el campesinado (y sus demandas de tierra) y con los estudiantes (y sus demandas democráticas). Pero no discutía ese programa, ni proponía otro. Sustituía la discusión por las calumnias contra el trotskismo y el programa socialista por las recetas militares. Pero la ausencia de un programa es también un programa. En realidad, Debray proponía un programa democrático burgués de revolución por etapas para “no asustar a los aliados burgueses”. Es la misma idea que, más matizadamente, sostiene en La crítica de las armas con su teoría de la “máxima unidad de fuerzas”. No se diferenciaba entonces, como lo hace ahora, de la vieja concepción democrática burguesa de los reformistas. Tampoco sus últimos libros discuten cuestiones de programa. No se pronuncia sobre la cuestión fundamental de toda discusión estratégica y táctica entre marxistas: ¿cuál es el carácter de la revolución? ¿cuál es su dinámica? ¿cómo se organiza el paso de una fase a otra? ¿cuáles son las formas organizativas y las consignas para hacer avanzar la conciencia de las masas y organizar su transición hacia el programa socialista? Al parecer, no le interesa. En realidad, sigue defendiendo la vieja perspectiva de la alianza con la supuesta “burguesía democrática” y de subordinación de la clase obrera a la política de ésta, mientras deja la cuestión de las tareas socialistas para un futuro lejano e indefinido. Debray es coherente: eso es lo mismo que hace en Francia el Partido Socialista de Francois Mitterand, al cual ha dado su apoyo en los últimos tiempos. Por eso no habla jamás de programa.

Los ejércitos, indudablemente, no discuten un programa. Pero lo tienen. Consiste en defender los intereses del Estado al cual representan, cualquiera sea la política de éste. Esto no significa que la guerra no tenga programa. Significa que la organización estatal burguesa no puede poner a discusión su programa y los intereses que defiende por los soldados que van a morir en su nombre. Debe mistificarlos. De ahí nace la disciplina militar burguesa.

Régis Debray, supongo, está de acuerdo con esto. Pero el hecho es que a lo largo de su libro, que sin embargo aspira a ser un balance político de las guerrillas, tampoco discute programas. Sigue exactamente el método de Revolución en la revolución, esa colección de consejos operativos dirigidos expresamente a minimizar la necesidad de programa según la norma de que “la acción une, las palabras dividen”. Debray critica ahora esta consigna, pero no va más lejos: en sus análisis, critica o aprueba las acciones, no las ideas que llevaron a esas acciones. Sin embargo, las guerrillas latinoamericanas no han sido simplemente una sucesión de acciones y de planes operativos, exitosos o fracasados. Han sido sobre todo, aún bajo su forma elemental de lucha armada, una larga discusión programática de toda una vanguardia revolucionaria contra el viejo reformismo de las direcciones comunistas, socialistas y sindicales. Junto a una enorme dosis de improvisación y de impaciencia, han significado un derroche de tenacidad, de espíritu de sacrificio, de dedicación a los intereses de las masas por encima de las incomprensiones y errores inevitables en toda lucha revolucionaria. Han sido un intento fallido de sustituir la ausencia de partido revolucionario, y aún la necesidad misma de partido obrero, por la acción resuelta de una pequeña vanguardia armada. Los guerrilleros, al pretender sustituir al partido, querían sustituir a los burócratas reformistas. En realidad, llegaron a descubrir, los mejores de ellos, que lo que estaban sustituyendo era a las masas, única garantía real (si las hay) contra los burócratas, y abriendo paso a una nueva especie de burócratas, supuestamente más “puros” que los otros, pero no mejores. A esta especie dogmática y despiadada pertenecen los que asesinaron a Roque Dalton luego de una acusación infame y una farsa de juicio.

Esos “veteranos” de la lucha guerrillera han comprobado en la crisis de su práctica lo que la teoría preveía: una pequeña vanguardia, por aguerrida que sea, no derriba el poder del Estado. Habían ignorado como en el fondo sigue haciéndolo el libro de Debray el carácter profundamente político del Partido Comunista Chino, o del vietnamita, o del Movimiento 26 de Julio, dejándose encandilar sólo por el brillo de sus acciones armadas.

OBJETIVIDAD Y PROGRAMA

La ignorancia de estas verdades elementales lleva a Debray a moverse constantemente en la superficialidad de las anécdotas guerrilleras.

El libro pasa de la anécdota a la anécdota y los revolucionarios se mueven en el vacío de sus aforismos, supuestamente dialécticos, tan terriblemente formales que llegan a parecer ejercicios escolares. Debray relaciona los hechos en la superficie, como un periodista, no en su trabazón interna, como un teórico. Esta superficialidad es particularmente notoria en la parte inicial, donde en sustitución de un mínimo análisis de la economía de estos países da unas cuantas cifras en el estilo de un corresponsal extranjero, en sustitución de la historia hace algunas afirmaciones, y en sustitución del proletariado real y del Estado real, igualmente ausentes, no da nada. Como en un tablero de luces, su razonamiento oscila entre lo abstracto- general y lo anecdótico-particular, y en la cuidadosa construcción de sus frases, confunde permanentemente la dialéctica con la paradoja. También aquí, el estilo es el hombre.

Esta superficialidad alcanza puntos extremos cuando debe abordar problemas históricos: por ejemplo, cuando en pocos juicios sumarios resuelve el problema del papel de la Tercera Internacional en América Latina y las polémicas internas del movimiento comunista en ese entonces. Con la misma falta de responsabilidad porque aquí, la ignorancia no es excusa discute más adelante el problema crucial de la relación entre guerrilla y partido, o asigna luego un papel histórico absoluto más allá de todo análisis crítico a la figura de Fidel Castro.

Desaparece así toda objetividad, consecuencia inevitable de la desaparición de programa, y tiene campo libre la fantasía. Pero esa fantasía es utilitaria o, para decir mejor, es pragmática. El momento culminante de este “pragmatismo fantástico” es tal vez la afirmación de que la coherencia interna de la línea expuesta en Revolución en la revolución se basaba en el proyecto de un hombre, el Che, en su vida y en su acción. Más aún: todo el proyecto de la Tricontinental habría sido la cobertura a los planes de ese hombre (pero no se podía decir, por motivos conspirativos…), desaparecido el cual tanto el proyecto político como el libro teórico habrían quedado sin sustento: mala suerte. El solo hecho de que le venga a la cabeza semejante explicación basta para ilustrar a fondo el método de Debray. En cuanto a la Tricontinental, lo que afirma Debray o es mentira, y en consecuencia es una farsa a posteriori para justificar una derrota sin analizar sus causas, o es verdad, y entonces invalida el proyecto mismo de la conferencia y de la organización.

La falta de objetividad hacia el presente va siempre unida a la falta de responsabilidad hacia el pasado. En la obra de Debray está ausente la historia nacional de estos países, sus determinaciones, su trabazón interna, todo aquello que ha forjado el carácter de sus pueblos, que son los verdaderos protagonistas no las vanguardias autoproclamadas de las revoluciones verdaderas.

Pero sin comprender esa historia es imposible comprender por qué las masas se mueven todavía, en sus luchas, dentro de los límites de la ideología nacionalista que las mantiene unidas a las direcciones burguesas, por qué el reformismo se nutre de esos límites y no de la maldad de los dirigentes reformistas, que son un producto y no una causa de esa situación, aunque luego contribuyan a prolongarla y por qué el antimperialismo tiene un contenido revolucionario a condición de que sea un momento necesario de pasaje en la conciencia hacia el proyecto socialista que lo engloba, y no un punto de llegada para mantener la ilusión en la posibilidad de un desarrollo capitalista autónomo de estos países.

Al desinteresarse de esas especificidades y esas determinaciones, Régis Debray no puede comprender las vías concretas del proceso revolucionario. “El carácter específico de un país condiciona su evolución con la fuerza de un destino ineluctable, y esto es tanto más evidente cuanto más atrasadas son las condiciones de vida allí existentes. No es la voluntad de la vanguardia revolucionaria la que puede decidir cuánto debe eliminarse y cuánto en cambio debe conservarse o llevarse a un estadio superior de desarrollo”, dice el comunista alemán Rudolf Bahro en su libro La alternativa, retomando una antigua idea del marxismo.

La crítica de las armas ignora también estas verdades y se condena así no sólo a no entender estos países, sino a no entender siquiera las polémicas guerrilleras que relata, quedando preso de su forma pragmática y operativa y sin alcanzar a comprender su fondo político. Es cierto que ese fondo era también, en buena parte, invisible para sus protagonistas. Pero el investigador, el historiador, el estudioso, no puede permitirse jamás tomar por buenas las apariencias con que los procesos se presentan, sino que debe tratar de comprender su esencia y explicar entonces su relación con esa apariencia. Hacer lo contrario equivale al viejo método de explicar, digamos, la ruptura entre Carranza y Villa por el carácter irascible de ambos ívaya si era real! o por sus ambiciones personales de poder, y no por las cambiantes relaciones de fuerzas en los enfrentamientos de intereses entre las clases y fracciones de clases en que cada uno se apoyaba. Se puede, ciertamente, rechazar este método y adoptar aquél. Pero entonces no es posible considerarse marxista, del mismo modo como no es posible decirse darwiniano y sostener que Eva nació de la costilla de Adán.

LA NIEVE ARDE (¿O QUEMA?)(2)

Muchos han señalado parentesco de Debray con André Malraux. Es cierto, sobre todo en la terrible superficialidad con que ambos tratan a los países coloniales o semicoloniales adonde los llevan la aventura y el arraigadísimo nacionalismo francés más aún, el francocentrismo del que aquella superficialidad se alimenta. Esta extraordinaria limitación del horizonte mental se expresa también en una actitud moral moral, porque afecta a la conducta que subyace, invisible, en el estilo distante y brillante, falsamente apasionado -falsedad no subjetiva sino objetiva: Debray cree apasionarse pero en verdad es escéptico y aristocrático. Esa actitud es, tal vez malgré lui, una actitud de espectador, encubierta por una forma de participación en la cual siempre tiene una puerta de escape a retaguardia, hacia su país, hacia su clase, hacia sus libros, hacia París, quoi. Debray no es de la raza de los que queman las naves o destruyen los puentes a sus espaldas. No es una novedad esto que digo: se lo han dicho a él y a muchos otros, como lo registran los diálogos estos sí bastante veraces de su novela La neige brule. Tiene la honestidad de registrarlo, sin buscar, esta vez, demasiadas excusas.

Lo que no registra, en cambio, es que los personajes de sus novelas se mueven como pequeños grupos de alucinados, sin ningún trasfondo social, sin que aparezca jamás el país real, Bolivia, donde la acción se centra (salvo en casuales nombres geográficos), alucinados que desahogan sus querellas tácticas y operativas sin hacer jamás alusión al fondo social real contra el cual o sobre el cual ellas tienen lugar. Todas las discusiones, incluída la discusión con un personaje real, el presidente Allende, son discusiones en las cumbres, entre aparatos y con razones de aparato. Nunca la gente pobre, nunca los mineros, las cholas, los fabriles, siquiera los estudiantes de Bolivia. La neige brule ilustra, mejor que cualquier comentario, el método de Revolución en la revolución y de su falsa antítesis y real continuación: La crítica de las armas.

En el marxismo clásico, las masas, los seres humanos reales y oprimidos, son los protagonistas de la historia. En su versión burocrática (socialdemócrata o stalinista) los protagonistas son los aparatos, los “cuadros”, así como en la versión académica ese lugar es ocupado por la cátedra, es decir, por los intelectuales. Estas dos versiones son, por lo demás, perfectamente compatibles, siendo los cuadros una variedad específica de los intelectuales. Esta es la explicación de la sorprendente similitud del mecanismo interior que mueve a los personajes de obras tan distantes como La noche quedó atrás, de Jan Valtin, Autobiografía de Federico Sánchez, de Jorge Semprún, y La neige brule, de Régis Debray.

Valtin, cuadro del aparato de la Internacional Comunista de la época de Stalin, presenta en su novela autobiográfica una gigantesca lucha entre dos aparatos, el del nazismo y el del stalinismo, en el cual ambos terminan por asemejarse y los papeles parecen perfectamente intercambiables: casi es lo mismo un “cuadro” de uno que un “cuadro” del otro. El proletariado alemán, salvo en alguna página fugaz, está ausente de la escena. No es la imagen del mundo de un comunista, sino la de un hombre de aparato. Semprún, mezcla de intelectual y de cuadro del aparato del Partido Comunista español, presenta en su autobiografía novelada una versión más matizada, pero en el fondo notablemente similar a la de Valtin: es el aparato comunista en lucha contra el aparato franquista, los pasaportes falsos, la organización, el gusto de la aventura que el mismo Semprún confiesa como uno de los móviles de su relativamente larga militancia. Pero Semprún, menos austero que Valtin (los años 30 quedaron atrás, también para los comunistas), tan “señorito” como Debray, se permite atravesar la militancia conservando sus refinamientos de clase y dejando siempre, allá en el fondo, entreabierta la puerta de retorno al ambiente burgués del cual salió. Por eso su mordaz ironía sobre la tosquedad de los burócratas comunistas de origen obrero, que pavonean su origen mientras imitan las maneras de mesa de la burguesía, da en el blanco pero deja el sabor de las burlas de los aristócratas franceses a los revolucionarios burgueses que habían comenzado a imitar sus gustos y costumbres. Debray no es un hombre de aparato: es un intelectual que admira al aparato y a su “eficiencia”. No tiene nada de Valtin y está más cerca de Semprún, por origen de clase, por educación, por gustos, por formación política; pero no comparte con éste los años de militancia de partido, el sentido de la necesaria disciplina, el pasado de hombre de organización. En su novela, entonces, nada de eso aparece. Queda sólo el intelectual, escéptico sobre los demás y sobre sí mismo, en cuya obra los guerrilleros (los cuadros) son los héroes y las masas ni aún el coro de la tragedia.

En La neige brule, Imilla, el personaje central, muchacha de origen austríaco incorporada a la guerrilla boliviana por los largos caminos de La Habana y Santiago de Chile, Carlos, el dirigente de la guerrilla y compañero de Imilla, y Boris, el intelectual francés amigo de ambos que finalmente, presa de la duda, se echa atrás en la aventura y regresa a su país, se mueven en un espacio vacío, donde aparecen otros personajes menos probables todavía. Todos ellos protagonizan un intento de guerrilla urbana en Bolivia que termina en el desastre. Pero las razones del desastre no son jamás políticas, porque la novela no se ocupa de política (en realidad, no ocurre en Bolivia, sino en un imaginario país “tropical” al cual el autor llama Bolivia). Son puramente organizativas: enredos amorosos, citas mal hechas, accidentes fortuitos o no previstos. Ciertamente, todos esos incidentes ocurren en la vida real y pesan más cuanto más débiles son el programa y la política de la organización y su radicación en las masas. Pero jamás pueden tomarse como la explicación del fracaso de una empresa sino que ellos, a su vez, deben ser explicados a través de la política. La novela es ajena a esto, revelando así, con la transparencia de un experimento de laboratorio, cuál es el método de La crítica de las armas.

Pero algo más dice la novela sobre este libro: dice con qué ojos ha visto el autor a América Latina, pese a sus largas estadías incluso en años de cárcel en estos países. Los únicos personajes con cierto espesor psicológico son los dos europeos, Imilla y Boris: aparecen sus discusiones, sus motivaciones, sus sentimientos, como en un diálogo entre dos almas del mismo autor. No aparece jamás íDios nos proteja! el programa que se proponen llevar a la práctica. Carlos, el compañero de Imilla, jefe de la guerrilla, no tiene psicología: es un muñeco que atraviesa la escena como punto de apoyo de los dos protagonistas. Los guerrilleros bolivianos son presentados como lejanos bocetos sin rostro y sin contornos. personajes completamente enigmáticos para el autor que se ocupa de ellos tanto como el expedicionario blanco de los cargadores que llevan sus bultos en el safari. íY este escritor, en cuya novela aparecen, con todo el espesor de la realidad que su buen oficio literario es capaz de darles, las comidas y los lugares de París, mientras de Bolivia hay sólo la mención de una sajta de pollo, es quien ha escrito en dos gruesos volúmenes el balance “definitivo” de la guerrilla latinoamericana!

La acción ocurre, dice el libro, en La Paz. Pero la ciudad y sus habitantes no aparecen: la avenida Buenos Aires con su mercado, la calle Comercio con sus tiendas supuestamente “ricas” de país pobrísimo, Miraflores, Sopocachi, el barrio obrero y popular de Villa Victoria, protagonista de rebeliones, resistencias y masacres, nada, ni siquiera el Paseo del Prado, la calle del correo o la Plaza Murillo. La acción de la guerrilla, que no se ve, ocurre en Ninguna Parte. Los guerrilleros, que según dice el autor han montado una organización casi perfecta, se entrenan en karate, en conspiración, en tiro, en toda la variedad de artes marciales, menos en política: no discuten qué pasa en el país, qué ocurre en las minas, qué dicen los textiles de la Said y la Soligno, los ferroviarios de la Estación Central, ni aun los estudiantes de la Universidad Mayor de San Andrés. Nada: la indigencia, el vacío, el desprecio hacia el país y su gente, esa gente tan pobre y tan lejana de sus libertadores Imilla, Carlos, Boris cuya lucha y cuyo heroísmo cotidiano (porque nomás para vivir, el pueblo pobre de Bolivia tiene que ser héroe todos los días) es lo que sostuvo e impulsó al gobierno de Torres para que pusiera en libertad al joven intelectual revolucionario Régis Debray, metido en la ratonera de Camiri. Los bolivianos de La neige brule son tan lejanos, improbables y ausentes como los chinos de La condición humana, sin que el estilo de Debray pueda por eso, ciertamente, sostener la comparación con el de Malraux. Esa, precisamente esa, es la raíz de los desastres, intelectuales o materiales, que prepara el método de Debray para quien lo tome en serio.

Mucho tenemos que aprender en América Latina del proletariado de Europa, de su pensamiento, su organización y sus luchas, y también de sus intelectuales revolucionarios, que han unido su suerte a la de ese proletariado y han jugado su destino y sus vidas, más de una vez, en el apoyo a las revoluciones de los pueblos colonizados: Argelia, Indochina, también América Latina. Sus escritos y sus acciones han contribuido a elaborar nuestros programas y a fortalecer nuestras organizaciones y nuestras luchas. En esa escuela de teoría y de conducta debió estudiar Régis Debray antes de impartir sus lecciones: también en la lucha de clases hay que saber ser alumno, sin pretender ser maestro. No hay otro camino para comprender a las masas. Sólo si asimila esta lección metodológica, podrá la capacidad intelectual de nuestro autor ser útil a la revolución latinoamericana.

Notas:

1. He analizado este proceso en el artículo “Guerrilla, programa y partido en Guatemala (Crítica retrospectiva de una derrota)” Revista Coyoacán, núm. 3. México D. F, 1978.

2. El título La neige brule puede traducirse en español con dos sentidos diferentes de la palabra brule: arde o quema. No sé cuál respuesta dará el autor: ¿arde? ¿quema? ¿o las dos cosas a la vez?

Los años del gran desorden

Los años del gran desorden

“La eternidad está enamorada de las obras del tiempo”. William Blake- Proverbios del infierno

Las décadas, como todos sabemos,son divisiones producto de una convención el sistema decimal y no de un ciclo de la naturaleza en cuyas mutaciones reconocemos las huellas visibles de lo que llamamos tiempo. La historia, obra del tiempo, no respeta convenciones ni décadas. Si queremos hacerla coincidir con éstas, tendremos que decir que los años 20 comenzaron en 1917/1918 (revolución rusa, fin de la primera guerra mundial); los años 30, en 1929 (la gran crisis); los años 40, en 1939 (inicio de la segunda guerra mundial); los años 50, entre 1948 y 1950 (comienzo de la “guerra fría”, guerra de Corea); y los años 60 en 1959 (triunfo de la revolución cubana). Todos esos acontecimientos marcaron profundamente los años sucesivos y, en cierta medida los tiñeron con su color.

Si esto es verdad, la década de los 70 se inició en 1968, ese año de viraje para el mundo y para México, en el cual se acumularon, entre otros acontecimientos fuera de lo común, la ofensiva del Tet en Vietnam, el mayo francés y la “primavera de Praga”.

También por aquel entonces, a finales de los años 60, se inicia un giro en la economía mundial, marcado por el fin de la fase de expansión inaugurada en torno a la segunda guerra mundial, y el comienzo de una fase prolongada de tonalidad recesiva. En 1971 el dólar se separa de su paridad oficial con el oro e inicia su larga deriva, agregando otro factor de desorden a la economía mundial. En 1973 comienzan las manifestaciones de la llamada “crisis del petróleo”. En 1974- 75 se produce la recesión generalizada en las economías capitalistas, y desde fines de 1978 se anuncia, para 1980, la posibilidad de una nueva recesión.

Todo esto no obsta más bien, a su manera, contribuye a que la década sea testigo de un continuado crecimiento de las fuerzas productivas a través de la extensión de las conquistas y las aplicaciones de la tercera revolución tecnológica (electrónica, informática, energía nuclear), tanto en los países avanzados como en los países en proceso de industrialización o relativamente industrializados. La clase obrera industrial y, más en general, la clase de los asalariados, crece en números absolutos y relativos a lo largo y a lo ancho de toda la economía mundial, mientras crecen en el otro polo los procesos de internacionalización, concentración y centralización del capital.

El dinamismo de la década, visto retrospectivamente, es asombroso. En ella se combinan y se entrecruzan mundialmente procesos económicos, políticos y sociales que podemos resumir, a grandes rasgos, en los siguientes puntos:

1) Declinación de la hegemonía del imperialismo estadunidense, sin que sea sustituido por ningún otro imperialismo en su función de eje del sistema capitalista mundial y sin que se debilite su capacidad de respuesta militar global frente a la Unión Soviética.

2) Aumento del peso específico de los imperialismos europeos y japonés, sin lograr reemplazar a Estados Unidos en su papel de centro económico, político y militar: ninguna moneda sustituye al declinante dólar ni propone su candidatura para semejante abrumadora responsabilidad.

3) Aumento del peso numérico global y del peso social del proletariado mundial y de sus aliados más cercanos, el conjunto de los asalariados del campo y de la ciudad. Este crecimiento va acompañado por un crecimiento de su conciencia como clase, que puede medirse empíricamente no sólo en sus acciones sino también, indirectamente, en el crecimiento global de sus organizaciones de todo tipo.

4) Crisis paulatina, progresiva y prolongada de la dominación burocrática en los países no capitalistas y en las grandes organizaciones de masas, sin que esta crisis llegue a traducirse en ninguna parte en una superación de esa dominación y una eliminación de las burocracias, sus privilegios, sus métodos y sus sistemas de control y dirección y en su reemplazo por formas estables de democracia obrera o democracia socialista. Hay evidentemente una relación entre esta persistencia y la persistencia de la dominación de clase del imperialismo y la burguesía en el resto del mundo, así como hay también una relación entre las crisis de ambos sistemas de dominación.

5) Multiplicación de las crisis políticas interburguesas en cada país y reaparición de las crisis interimperialistas en proporciones desconocidas en las dos décadas precedentes.

6) Crisis generalizada del sistema de dominación imperialista, que desde Vietnam hasta Irán y Nicaragua ha sufrido en estos diez años derrotas sin precedentes, por su profundidad y significación, desde el tiempo de la victoria de la revolución china en 1949. Esta década dinámica y revolucionaria ha sido también una década terrible. Si la mitad de los años 60 estuvo marcada, para las masas del mundo, por la espantosa catástrofe de Indonesia, en los años 70 los días luminosos de las victorias han estado atravesados por los relámpagos oscuros de las derrotas, desde Chile, Argentina y Uruguay hasta los monstruos gemelos de la invasión soviética de Checoslovaquia y de la dictadura enloquecida de Pol Pot en Camboya.

Pero derrotas, reveses, interrupciones y contramarchas no han alterado, creemos, el sentido general de la marcha de la década: la irrupción creciente, multitudinaria y contradictoria, de los dominados en el primer plano de la historia; y la crisis creciente, con recomposiciones y nuevos estallidos, de los dominadores que de ese primer plano, todavía sin prisa pero ya sin pausa, van siendo desplazados.

I. LA DECADA OBRERA

EL LIMO DE MAYO

En las luchas obreras, la década se abrió violenta e inconfundiblemente en 1968. Cuando desde todos los horizontes de la ideología dominante incluidas diversas versiones del marxismo afiliadas a ella se daba por concluido el papel revolucionario de la clase obrera en la crisis del capitalismo y se exaltaba, sea su supuesto “aburguesamiento” y su adaptación al “consumismo” en los países avanzados, sea su sustitución por los marginales del llamado “tercer mundo” o por los campesinos como protagonistas de la revolución (“El campo rodea a las ciudades” y otras parecidas generalizaciones improvisadas), el proletariado francés irrumpió en tumulto, ocupó en el mes de mayo le joli mois de mai de 1968 todas las fábricas y empresas, enarboló en ellas la bandera roja y realizó lo que tal vez sea todavía la mayor huelga general de la historia: diez a doce millones de asalariados, en un solo país.

Instantáneamente, la cuestión del poder quedó planteada. Lo comprendió De Gaulle, que en esos días no acudió a sus apoyos políticos sino que se replegó sobre el ejército, dispuesto a enfrentar la amenaza con la ultima ratio de las armas. Pero el proletariado francés no tenía dirección revolucionaria para resolver la misma cuestión que en los hechos su movilización había planteado (pocas dudas caben hoy sobre la parálisis, la sorpresa y la resistencia demostrada ante la crisis revolucionaria de mayo por el Partido Comunista Francés) y el poder establecido pudo hacer volver las aguas a su cauce.

Esas aguas en crecida, sin embargo, arrasaron muchos prejuicios, mitos, ideas recibidas del pasado y diversos personajes y organizaciones de la política de izquierda y de derecha que pasaron entonces a convertirse de fantoches en fantasmas; el reflujo de esa creciente dejó uno de los limos más fértiles del siglo, tanto como el que depositaron la revolución rusa o la revolución china. De ese limo brotaron (brotan aún) nuevas ideas, teorías, organizaciones, una riqueza de la imaginación revolucionaria que parecía haber desaparecido con el repliegue y la burocratización de la revolución rusa.

El mayo francés, más que ningún otro movimiento, marcó la década siguiente. Volvió a poner los problemas de la vida cotidiana en el centro de las preocupaciones de la revolución. Golpeó y se ensañó con alegría feroz sobre los dogmáticos, los burócratas, los puritanos y los hipócritas que vivían- viven todavía- de la codificación y la osificación del marxismo como una doctrina del poder y no como una teoría de la explotación, la alienación y la liberación. Mayo de 1968 fue un vasto movimiento de subversión de todos los valores establecidos y aceptados por los poderosos, que abrió las compuertas a cuantas rebeliones recorrieron la década, y particularmente a una de las más profundas y más perdurables en el tiempo venidero: la rebelión feminista, la sublevación contra las diversas, cambiantes e inmutables formas de la dominación patriarcal.

Mayo pasó, muchos de sus participantes y protagonistas se desvanecieron, se aplacaron o se desilusionaron. Pero desde entonces, nuestro mundo es diferente y nunca más volverá a ser el de antes: bien lo sabe México, que entre julio y octubre de ese año vivió, así sea en escala reducida pese a su magnitud inolvidable, su propio 1968 y fue sacudido por una corriente de cambios irreversibles.

EL OTOÑO CALIENTE DE ITALIA

El mayo francés fue seguido por un movimiento tal vez menos universal en sus repercusiones, pero no menos importante en su contenido: el “otoño caliente” de 1969 en Italia. En una ola de movilizaciones, huelgas, huelgas generales y ocupaciones de fábrica, la clase obrera italiana puso en cuestión el poder despótico del capital en la producción, la dominación del patrón en la fábrica, el autoritarismo de los burócratas en el sindicato, la división del movimiento sindical por intereses corporativos de burocracias obreras políticas o sindicales, y dio origen a una nueva forma de organización unitaria heredada de sus más valiosas tradiciones de lucha: los consejos de fábrica. A través del movimiento de los consejos, el proletariado italiano revolucionó la relación interior entre base y dirección en los sindicatos, obtuvo conquistas sin precedentes (escala móvil de salarios, extensión de la seguridad social, sindicalización masiva, reconocimiento de los derechos del sindicato en la fábrica, democracia sindical, etc.), y sobre todo puso en cuestión la organización capitalista de la producción, afirmando el derecho de los trabajadores a controlar, mediante sus delegados y sus consejos, todos los aspectos del proceso de trabajo.

Lo que vivió entonces el movimiento obrero italiano fue una real revolución, tal vez menos espectacular pero, en ciertos aspectos, más profunda y duradera que el mayo francés; particularmente en lo que se refiere a las relaciones y las libertades en el interior de las empresas, es decir, en el corazón mismo de la dictadura patronal. Toda la década ha estado atravesada tanto por las repercusiones de estas conquistas como por las reiteradas tentativas del capital de desnaturalizarlas y arrebatarlas.

LATINOAMÉRICA: SOL Y SOMBRA

También la clase obrera latinoamericana cubrió con sus iniciativas los primeros años de la década. Los trabajadores argentinos la inauguraron con el “cordobazo”, la huelga general de 1969 cuyo epicentro estuvo en la gran industria de la ciudad de Córdoba. A punta de movilizaciones arrastraron y obtuvieron el apoyo de la pequeñoburguesía urbana e impusieron la victoria electoral de Cámpora en marzo de 1973 y el retorno de Perón ese mismo año, luego de 18 años de exilio. (El momento de esa victoria fue el principio del retroceso y de la posterior derrota, con la sustitución de Cámpora por Perón, la de Perón por Isabel Perón y López Rega, y la de este dúo siniestro dejado por Perón en el gobierno, por la dictadura militar abierta).

El proletariado y las masas chilenas llevaron al poder, en 1970, a Salvador Allende y a su gobierno de socialistas y comunistas. Los obreros y campesinos bolivianos creyeron ver en el gobierno de Torres, en ese mismo año, la posibilidad de volver a impulsar el proceso interrumpido de su revolución; crearon la Asamblea Popular, reorganizaron la Central Obrera Boliviana y la dotaron, en un Congreso Nacional, de uno de los más avanzados programas socialistas adoptados por los sindicatos latinoamericanos. Los trabajadores uruguayos fortalecieron sus sindicatos y su central sindical en un proceso de luchas que culminó en las grandes huelgas generales de 1973. Los electricistas mexicanos iniciaron, también a comienzos de la década, lo que fue la más importante movilización nacional por la democracia sindical desde entonces hasta el presente en México.

La década de los 70 vio otras irrupciones de masas cuyo motor más o menos visible fue la clase obrera. Entre ellas, las más importantes tal vez sean las que acabaron, por vías diferentes, con las tres dictaduras del sur de Europa que al iniciarse esos años todavía estaban en el poder. La “revolución de los claveles” que en abril de 1974 tumbó en Portugal a la más antigua dictadura de Europa tuvo como protagonista de primera fila a los militares. Pero las fuerzas sociales que la nutrieron fueron, por un lado, la revolución de las colonias portuguesas y, por el otro, la movilización de la clase obrera que en pocos meses, con sus sindicatos, sus consejos y sus partidos, ocupó el centro de la escena. La desaparición de Franco estuvo precedida y seguida por un proceso de organización de los trabajadores españoles, primero a través de las Comisiones Obreras todavía bajo el franquismo, luego a través de la reorganización de sindicatos, centrales obreras y partidos y las movilizaciones que impidieron una continuación disfrazada o mitigada del régimen franquista con otros personajes. La dictadura de los coroneles griegos, cuya crisis final se abrió con el movimiento de los estudiantes del Politécnico de Atenas, fue también rematada por las movilizaciones del proletariado.

LA CONTRAOFENSIVA DEL CAPITAL

Pero la década marcada por grandes luchas de la clase obrera en distintos países, ha visto también la reorganización del capital y la recuperación de su iniciativa en diversos terrenos y países. La crisis, la necesidad de reestructurar el proceso de acumulación en las condiciones de esa crisis y de las nuevas conquistas obreras, la necesidad entonces de recuperar esas conquistas y el terreno perdido, disminuyendo los salarios reales y los gastos sociales del Estado, dieron forma a la contraofensiva del capital que se ha entrecruzado con las luchas proletarias en todos los años de esta década.

Desde muy temprano, con el derribamiento de Juan José Torres y el establecimiento de la dictadura de Banzer en agosto de 1971, comienza en América Latina esa contraofensiva. En septiembre de 1973 se produce la contrarrevolución chilena y el derrocamiento del gobierno de Allende. Ese mismo año, luego de una onda de grandes huelgas generales infructuosas porque el proletariado no podía darles una salida política propia, los militares uruguayos inician una de las más sanguinarias dictaduras de estos años. En marzo de 1976 se instaura la dictadura antiobrera en Argentina, preparada por el desastre de los gobiernos de Perón e Isabel Perón y la descomposición de la dirección burguesa peronista que llevó al proletariado argentino a la peor derrota de su historia. La gravedad de estas derrotas se mide por el hecho de que la década se cierra con las tres dictaduras militares Chile, Uruguay, Argentina todavía en el poder, cuando ya es obvio -Brasil, Bolivia, Colombia, Ecuador, íNicaragua! -que el sentido de la corriente ha cambiado.

En torno a 1975 y 1976 toma formas más orgánicas la contraofensiva del capital en los países industrializados. El gobierno de Valery Giscard d’Estaing da un aspecto moderno y dinámico en Francia al proceso de reestructuración industrial cierres de fábricas, despidos (sobre todo de trabajadores inmigrantes), contención o disminución de salarios reales y de concentración del capital, mientras el fracaso de la Unión de la Izquierda establecida en 1972 entre comunistas y socialistas deja el paso a una aguda y para muchos estéril polémica entre los estados mayores de ambos partidos. En 1976 el Partido Comunista Italiano y los partidos de izquierda en general obtienen la mayor votación de la historia del país, pero esa victoria electoral, subordinada luego a la estrategia del “compromiso histórico” con la democracia cristiana, no se refleja en los avances esperados en conquistas y posiciones de las masas italianas. La decepción de éstas abre paso a un comienzo de reflujo, en el cual el proletariado italiano mantiene sus conquistas y sus posiciones a costa de duras luchas defensivas, pero se ve progresivamente aislado del sostén de otros sectores sociales, desilusionados por la política de los grandes partidos obreros. La ofensiva del capital contra las conquistas obreras en Italia, acentuada a partir de 1976, se combina con la misma ofensiva en Gran Bretaña, Alemania occidental, España, Portugal, Bélgica, el conjunto de Europa capitalista. Debe decirse que ella, en pleno desenvolvimiento en este fin de década, no ha logrado en ninguna parte una victoria decisiva sobre la clase obrera, y que en las batallas defensivas que ésta libra en toda Europa maduran también nuevas demandas- como las 35 horas semanales de trabajo en respuesta a los despidos y la desocupación- que pueden contener en germen los elementos de futuros progresos y conquistas.

La crisis, que marca con su signo el ritmo de la lucha de clases en todo el mundo capitalista, no iguala sin embargo todas las situaciones ni les da un sentido único: también aquí el desarrollo es una combinación de procesos desiguales. El año 1979 ha visto la afirmación de las luchas y la organización del proletariado brasileño, que había sufrido derrotas graves antes que otros en 1964 y en 1968 y que desde entonces se ha multiplicado en número y en peso social y político, según la lógica dictada por la impetuosa industrialización del país más grande de América Latina. Tanto el surgimiento de las oposiciones sindicales y de los comités de empresa, como la aparición de nuevos dirigentes, la reconquista de los derechos democráticos, la obtención de importantes reivindicaciones salariales y laborales a través de movimientos masivos de huelga y el comienzo de organización de un partido obrero surgido del movimiento sindical, indican el resurgimiento y la maduración del movimiento obrero brasileño y, de hecho, más que cerrar la década de los 70 están ya abriendo y, tal vez, dando la tonalidad inicial de la década obrera de los 80 en América Latina.

En uno de los países claves del mundo contemporáneo, donde se combinan todos los niveles y grados del desarrollo económico y social, esta entrada del proletariado brasileño al primer plano de la escena resume, a su modo, el proceso más general de proletarización o de asimilación al proletariado por la generalización del trabajo asalariado y su predominio absoluto sobre cualquier otra forma de trabajo dependiente como el rasgo dominante de la década que termina en el plano de las relaciones sociales y de la lucha de clases. Ese rasgo dominará también, según toda probabilidad, la década que comienza, pero es posible que entonces lo haga marcando mucho más con su sello las relaciones de fuerzas políticas.

II. LA DECADA ANTIMPERIALISTA

VIETNAM

Un acontecimiento precedió al mayo francés, y aun cuando sería aventurado establecer relaciones casuales entre uno y otro, revelaría también estrechez de juicio negar cualquier tipo de influencia: se trata de la ofensiva del Tet, a inicios de 1968, cuando las fuerzas vietnamitas se apoderaron de Hue, conquistaron una parte de Saigón, tomaron la embajada estadunidense y durante varias semanas colocaron a la defensiva al ejército de Estados Unidos y sus títeres del sur, empezando a desmontar el mito de su invencibilidad, que se derrumbaría entre 1973 y 1975.

Es también en Vietnam donde la cuna de la década alcanza su meridiano y su cenit, cuando en abril de 1975 una ofensiva final de 55 días derrota y destruye al ejército de Vietnam del Sur y obliga a retirarse a las tropas imperialistas en la precipitación del desastre militar. El mundo entero ve por televisión, como seis años antes había visto la llegada del primer astronauta a la Luna, al embajador norteamericano arriando su bandera y emprendiendo la fuga en helicóptero.

Todos podemos recordar cuál sentimiento de triunfo, cuál alegría, cuál gusto de desquite (que no de venganza) por tantas humillaciones y derrotas recorrió a los pobres del mundo cuando supieron el fin victorioso de la larga epopeya vietnamita. Junto con Vietnam, toda la península indochina había sido liberada de la presencia imperialista y, como era abril, había de verdad aire de primavera en los setentas.

Vista desde el otro lado, la derrota estadunidense en Vietnam, que se llevó entre las patas a la estabilidad del dólar, a Nixon y a varias otras cosas, abrió definitivamente una crisis interior en la confianza del país en sus fuerzas y en la legitimidad de su política mundial y provocó un desgarramiento de su conciencia que, pese a todos los esfuerzos de la ideología dominante organizada, todavía no ha podido cerrarse. Sería erróneo subestimar la importancia de este desgarramiento como un factor potencial o real de desequilibrio y exasperación en momentos en que el imperialismo deba enfrentar las nuevas pruebas a que su función mundial lo someta.

LA MARCHA AFRICANA

Si algo ha progresado en estos últimos diez años, entre los avances y retrocesos naturales de todo proceso empírico, es precisamente la revolución antimperialista: de la derrota de Indonesia en 1965 a la victoria de Vietnam en 1975, parece haber transcurrido una época y sólo han pasado diez años. En 1974, la liberación de Mozambique, Angola y Guinea-Bissau luego de años de guerra colonial combinó la revolución en las colonias con la revolución en la metrópoli, Portugal, y aceleró el retroceso de las posiciones imperialistas en el continente africano. Sería injusto no mencionar aquí la audacia con que Cuba acudió en ayuda de la revolución angolesa y lanzó su peso militar en la balanza para desertar la invasión sudafricana y salvar la independencia del país.

Evidentemente, el atraso conservado en muchos de esos países por los “civilizadores” europeos durante tantos años, se paga después con la aparición de dictaduras de las capas privilegiadas locales encabezadas por figuras que no son sino la exageración caricaturesca de los rasgos esenciales de sus modelos imperiales: el espejo deformante de Idi Amin Dada, Bokassa y Macías no hace más que devolver las figuras irreprochablemente aristocráticas de Elizabeth, Philip, Charles, Juan Carlos, Sofía o su primo de rango, Valery. Pero en Etiopía, unos militares jacobinos terminan con la dinastía más antigua y con su régimen sanguinario y feudal, mientras a la izquierda de ellos los guerrilleros eritreos radicalizan su propia lucha por la independencia nacional. Y en Rhodesia, las guerrillas de los movimientos de liberación nacional obligan a retroceder y a negociar tanto a los colonos blancos como a la metrópoli británica. (Lejos, en la frontera oeste de la misma Europa, los revolucionaris irlandeses hostigaron durante toda la década al mismo antiguo y terco imperialismo).

LA REVOLUCIÓN ÁRABE

En Medio Oriente y el norte de Africa la revolución árabe atraviesa los setentas en medio de una crisis generalizada, producto sobre todo de la impotencia o de la traición abierta, como en el caso de Sadat, de sus direcciones burguesas. Esa crisis no significa, en cambio, un retorno o una recuperación de posiciones en la región por parte de las potencias imperialistas. En realidad, es la declinación final de la dominación de éstas junto con el fracaso de las direcciones burguesas y la incapacidad de las fuerzas obreras, campesinas y plebeyas para dar una dirección alternativa y una salida revolucionaria, lo que da a esta crisis su aspecto circular, repetitivo y convulso, en el cual se mezclan tanto los intereses de las grandes naciones imperiales como la desastrosa política de gran potencia de la burocracia soviética en la región, guiada ante todo por sus intereses geopolíticos y diplomáticos y no por las necesidades de los obreros, los campesinos y las nacionalidades oprimidas de Medio Oriente.

Los ejemplos más notorios de esta crisis son, entre otros, las masacres del “septiembre negro” en 1970 contra la resistencia palestina en Jordania; el combate incansable y heroico, que cubre toda la década,del pueblo palestino; la guerra del kippur en 1973 entre Israel por un lado y Egipto y Siria, con el apoyo de los países árabes, por el otro; la guerra civil intermitente del Líbano, combinada con las permanentes agresiones de Israel; la radicalización de Yemen del Sur; el ascenso y la derrota de las guerrillas del Dhofar debido a la intervención combinada de fuerzas del Cha y de Arabia Saudita; las reiteradas convulsiones políticas en Irak y en su partido gobernante, el Baas. Todo esto marcado por la llamada “guerra del petróleo” a partir de 1973, el aumento constante de los precios petroleros que da nuevos recursos a las clases dominantes locales y las entrelaza con los centros financieros mundiales, pero introduce un elemento de agudización de la crisis económica en Occidente y determina el desarrollo paulatino de un nuevo proletariado, en torno a la explotación petrolera, en varios de estos países.

Todas estas contradicciones terminan por hacer explosión, al filo del cierre de la década, en el país cuyo Estado es el gendarme de la región, el pilar militar y político de la dominación imperialista, el modelo y la vitrina de la “modernización” que el capitalismo occidental quiere imponer a los pueblos atrasados: Irán, el imperio del Cha Rehza Pahlevi, esa feroz dictadura establecida sobre 33 millones de habitantes y varias nacionalidades oprimidas.

En febrero de 1979, cae el tirano iraní bajo los golpes irresistibles de una de las grandes revoluciones de este siglo, sin duda, la más trascendente de la década junto con la vietnamita. Es la revolución que encabeza un viejo de 80 años, con mentalidad y terquedad precapitalistas, el ayatollah Jomeini, llevado al poder sin disponer de armas ni de ejércitos, literalmente “a furor di popolo”. El dispositivo político y militar del imperialismo en la región ha recibido un golpe del cual difícilmente se repondrá. La onda de choque de la revolución iraní amenaza hacer estallar otros conflictos latentes en Medio Oriente y aún más allá.

NICARAGUA

El último año de la década, finalmente, también trajo consigo una derrota más del sistema de dominación imperialista, esta vez en América Latina. El 19 de julio, bajo el efecto combinado de la ofensiva guerrillera, la huelga general y la insurrección popular, cae en Nicaragua la dictadura de Somoza y se establece un gobierno revolucionario que abre un ciclo de profundas transformaciones económicas y sociales en el país. Un nuevo ascenso de las movilizaciones populares en El Salvador y en Panamá señala el efecto más directo de la revolución nicaragüense: otros, sin duda, seguirán.

Quien quiera nombrar con una sola expresión del lenguaje de la lucha de clases a la década de Vietnam, Irán y Nicaragua, deberá llamarla “los años de la revolución antimperialista”. Pero quien quiera indagar más detenidamente en los elementos determinantes de las victorias de esa revolución, no podrá ignorar que en el centro de ellos está también la lucha, la organización y la resistencia infatigables de la clase obrera de los países imperialistas, que ha debilitado, maniatado incluso, la capacidad de respuesta social, política y militar de los Estados opresores contra las rebeliones y las guerras de liberación de los países oprimidos.

III. LA DECADA ANTIBUROCRATICA

LA PRIMAVERA DE PRAGA

En los países que unos denominan, eufemísticamente, del “socialismo real”; otros llamamos Estados obreros burocráticamente deformados, y muchos podemos coincidir en llamar, sin mayores precisiones, Estados de transición o sociedades postcapitalistas, la década de los setenta tuvo comienzo, también, en el año augural de 1968. Pocos negarán el papel iniciador de los acontecimientos de entonces en Checoslovaquia, lo que se ha dado en calificar como “la primavera de Praga”.

El movimiento antiburocrático checoslovaco representaba, en ese año, la maduración de muchos impulsos provenientes del interior y del exterior. Comenzó como una serie de cambios desde arriba, en el interior del aparato gobernante, destinados a reformar los aspectos más repudiados de la dictadura burocrática. No tardó en extenderse como una movilización cada vez más amplia desde abajo, primero de las capas intelectuales, luego de sectores obreros, finalmente de la clase obrera y las masas checoslovacas, por la democracia socialista, contra los privilegios del poder, contra la dictadura de los funcionarios del Estado y del partido.

El movimiento fue iniciado por comunistas y desde el principio hasta el fin estuvo dirigido por comunistas. En ningún momento se propuso, al menos en sus sectores ampliamente mayoritarios tanto en la dirección como en la base, retornar al capitalismo y a la propiedad privada de los medios de producción, un pasado que en Checoslovaquia y en todas las sociedades postcapitalistas está muerto y enterrado por una nueva conciencia social colectiva. Tampoco fue un movimiento revolucionario sino un movimiento reformista, en el mejor sentido de la palabra: quería introducir reformas socialistas y establecer normas de democracia obrera en los terrenos de la planificación, la distribución, la discusión de los problemas del país y la organización del Estado y de la sociedad.

Precisamente por eso, su desenvolvimiento entrañaba una amenaza mortal no sólo para la capa burocrática checoslovaca, sino para todas las burocracias privilegiadas que dirigen el Estado, el plan, la economía, la vida política y social y las fuerzas de represión en las sociedades postcapitalistas (pese a las notables y aun profundas diferencias entre unas y otras). Pocos meses bastaron a la burocracia soviética, la más antigua, sólida y experimentada, para comprender el peligro y convencer a las fuerzas del Pacto de Varsovia sobre el interés común de todas ellas en intervenir militarmente para cortar de raíz el proceso checoslovaco. Con esas fuerzas se alineó una parte de los dirigentes checoslovacos, mientras la tendencia que encabezaba las reformas quedó paralizada por su formación política anterior, que la hacía incapaz de resistir a la Unión Soviética y de llamar a los comunistas, a la clase obrera y al pueblo checoslovaco a convertir las reformas en una revolución antiburocrática y a oponerse al compromiso y al cedimiento.

Breznev creyó, sin embargo, y así lo dijo, que con sus tanques el orden no tardaría en reinar en Praga y en el movimiento comunista y que la invasión de agosto de 1968 sería olvidada de allí a poco. Más de diez años después, nadie puede dejar de ver que la contrarrevolución burocrática, impuesta desde afuera a los comunistas y al pueblo checoslovacos, inauguró una crisis interior del movimiento de los Partidos Comunistas que, lejos de cerrarse, continúa acumulando elementos de oposición y de resistencia a esos métodos de imposición y de comando.

En este sentido, la laceración abierta fue tan profunda como la que causó la contrarrevolución burocrática cuando aplastó, con los tanques soviéticos, la Comuna húngara de Budapest en octubre-noviembre de 1956. Pero al contrario de lo ocurrido entonces, esta vez no ha provocado sobre todo desprendimiento de tendencias, sino que es una crisis volcada antes que nada al interior de los partidos comunistas, el inicio de un cuestionamiento permanente y paulatinamente más coherente de los métodos, los motivos y el programa de la dominación y la dictadura de la burocracia en los partidos y en los Estados obreros.

El segundo gran movimiento antiburocrático fue la huelga de los obreros de Stettin y Danzig, a fines de 1970, que determinó la caída del gobierno de Gomulka en Polonia y arrancó, pese a la represión que sufrieron después sus dirigentes y cuadros, diversas concesiones al poder burocrático, imponiéndole además la conciencia de límites que no puede pasar en el país sin tener que enfrentarse con una reacción de masas.

CHINA-VIETNAM-KAMPUCHEA

Pero, en general, las formas políticas de la dominación burocrática conocieron durante la década un período de relativo asentamiento, en el cual pesaron tanto la derrota de los reformistas checoslovacos por la invasión soviética como la declinación final y el cierre de la revolución cultural en China a fines de los sesenta, seguida por la muerte de Mao y la lucha entre sus sucesores que terminó con la eliminación de la llamada “banda de los cuatro”. El maoísmo original, es decir, el maoísmo de Mao, fue prácticamente desmantelado, y los setenta se concluyen con el auge del viraje a la derecha encabezado por Deng Xiaoping bajo el nombre genérico de “las cuatro modernizaciones”.

En esta década llegaron también a un punto de ruptura algunas de las contradicciones más agudas de los regímenes burocráticos. El imperialismo estadunidense, e incluso los imperialismos europeos, pudieron sacar amplio provecho del conflicto chino-soviético, obtener concesiones de ambas partes y enviar incluso al presidente Nixon a Pekín mientras las bombas norteamericanas llovían sobre Vietnam.

Pero los dos momentos más terribles para el movimiento revolucionario mundial y para los comunistas de todas las tendencias fueron, sin duda, el ascenso de Pol Pot (ese hijo directo de Stalin), y de su camarilla de burócratas criminales: durante cuatro años en el poder quintearon (la expresión es suave) al pueblo de Kampuchea y asesinaron o provocaron la muerte de millones; y el estallido de la guerra entre China y Vietnam en febrero de 1979, donde la clase obrera mundial contempló atónita y desconcertada, en las imágenes de la televisión, cómo los obreros y campesinos comunistas de un país eran enviados a matar a los obreros y campesinos comunistas de otro país por dirigentes que decían obrar en nombre de los ideales del marxismo y del internacionalismo proletario.

Este crimen inaudito no sólo contra el pueblo vietnamita (y el chino) sino también contra la conciencia comunista, desciende directamente de los crímenes de Stalin, de los asesinatos en masa en la Unión Soviética de los años 30, de los procesos de Moscú, del aplastamiento de la revolución húngara en 1956 por los tanques soviéticos de Jruschov, del aplastamiento del movimiento reformista checoslovaco de 1968 por los tanques soviéticos de Breznev, de todas las manifestaciones del poder y la prepotencia burocráticas en que las discusiones y diferencias entre tendencias comunistas son resueltas por el empleo de la violencia estatal contra un hombre, una tendencia o un pueblo entero. Quienes dicen que ya no vale la pena perder el tiempo discutiendo a Stalin y analizando las razones de sus crímenes, se parecen a quienes sostienen que ya no tiene importancia leer El capital porque el capitalismo ha cambiado de fundamentos y de métodos: esos ingenuos reales o fingidos harían bien en mirarse en el espejo sangriento de Pol Pot y en la tragedia del pueblo camboyano.

DISIDENCIA Y EUROCOMUNISMO

Corrientes subterráneas de aposición o de protesta, sin embargo, atraviesan la estructura social de los Estados obreros donde mayores son la tradición y el peso específico del proletariado. De ellas se alimenta la vivacidad de la oposición checoslovaca, algunos de cuyos representantes – Vaclav Havel, Peter Uhl y otros- acaban de ser nuevamente condenados a años de prisión por pensar en forma diferente del gobierno. De ellas viene también el pensamiento que se expresa en la obra de Rudolf Bahro, quien reconoce que su extraordinario libro La alternativa la crítica más lúcida del sistema burocrático desde La revolución traicionada de Trotsky, publicado cuarenta años antes, aparecido en 1978, tuvo su origen en la conmoción que provocó en su conciencia y en la de muchos de sus compañeros comunistas la noticia de la invasión soviética a Checoslovaquia. Es lícito suponer que esta obra teórica que eclosiona sobre el fin de los setentas influirá notablemente sobre la elaboración y el pensamiento marxistas en la década de los ochenta.

Los setentas vieron, finalmente, el nacimiento del “eurocomunismo”, ese no muy bien definido movimiento de ideas que combina una revitalización del reformismo clásico y una adaptación de los partidos comunistas a sus Estados nacionales (no muy diferentes, en esto, del stalinismo de los Frentes Populares en los últimos años 30), con una resistencia a la imposición de las normas y las orientaciones de la burocracia del Kremlin sobre los partidos comunistas de otros países. Es sobre todo a través de este segundo aspecto (pero no sólo de él), es decir, del distanciamiento con respecto a la burocracia soviética y el aumento del espíritu crítico hacia sus métodos y su política interior, como el “eurocomunismo” ha obtenido apoyo en sectores de la clase obrera comunista de Europa occidental, a quienes es ya imposible ofrecer el llamado “modelo soviético” como una imagen verídica de los ideales del comunismo.

Si tuviéramos que hacer el balance de la década en el terreno de las relaciones entre las burocracias dirigentes y las masas en los Estados postcapitalistas, deberíamos decir que al asentamiento relativo del poder material de las cumbres burocráticas correspondió en cambio una declinación segura de su hegemonía sobre la conciencia de las masas y de su consenso en las filas de los militantes comunistas. En unas y otros, los setentas han sido años de crecimiento intenso del espíritu crítico y de caída y quiebra de los dogmas del poder. Algunos denominan a este fenómeno “crisis del marxismo”, cuando sería mucho más preciso llamarlo declinación del “dogma del marxismo” y resurgimiento del “marxismo de la crisis”, de aquella escuela del pensamiento, la de Marx y Engels, cuya tarea fue siempre preparar el porvenir en la crítica revolucionaria de todo lo existente.

IV. EL DESORDEN Y LA LOGICA

En ese eje en torno al cual gira el movimiento de la historia: la lucha de clases, entramos a los ochenta bajo un signo determinante: el aumento global del peso numérico de la clase obrera en el mundo; del número y peso social de sus aliados; los trabajadores asalariados de todas las categorías; y de la conciencia de esa clase con respecto a sí misma y a sus intereses históricos, sea en relación con el capitalismo, sea respecto de sus propias burocracias dirigentes.

Crecimiento de la conciencia no significa, sin embargo, conciencia nítida, sino sólo menos enajenada que en el pasado. Si el dogma stalinista ha declinado, no podría asegurarse lo mismo de las ilusiones reformistas en amplios sectores de trabajadores, sobre todo en los países avanzados. Pero poca duda cabe, en cambio, de que frente a las convulsiones y transformaciones de la última década no pueden persistir intactas muchas creencias, antes sólidamente arraigadas, en la estabilidad y la inmutabilidad de los poderes y la solidez de la dominación de clase o de casta. Esto revoluciona el espíritu de los seres humanos y los predispone a aceptar y a incorporarse a la revolución de sus relaciones sociales. Esta ha sido, por encima de todo, la década de la victoria de Vietnam.

En medio de la crisis, la burguesía de los países centrales del capitalismo mundial ha tratado de cerrar filas frente al proletariado y los Estados de transición al socialismo. Los ochenta se inician en plena ofensiva burguesa en Europa, Estados Unidos y Japón contra las conquistas obreras de la década anterior. La clase obrera resiste sin haber cedido ninguna de sus posiciones esenciales, sindicales, políticas o sociales. Todo indica, sin embargo, que será en el curso de los ochenta cuando esa prueba de fuerza llegará a su fase culminante. De su resultado dependerá en gran medida el curso sucesivo de la historia.

No es sólo el equilibrio de armamento nuclear y convencional y el riesgo cierto de perecer en la empresa junto con su enemigo lo que disuade al imperialismo de lanzarse en una aventura bélica mundial para resolver su contradicción histórica con los Estados obreros. Es también que dicha aventura es socialmente impensable mientras no haya logrado doblegar y quebrar a la clase obrera occidental, en tanto no haya podido infligirle una derrota decisiva como fueron el fascismo y el nazismo.

Y si el proletariado occidental ha sido un escudo que protegió durante los años setenta el curso de la revolución antimperialista en Vietnam, en Africa, en Irán o en Nicaragua, es cierto también que los golpes que este proceso da al imperialismo contribuyen a su vez a resguardar y defender las posiciones conquistadas por la clase obrera en los países capitalistas avanzados.

Por otro lado, el enfrentamiento político-militar entre Estados Unidos y la Unión Soviética impide a Estados Unidos tener las manos libres para intervenir militarmente en otros países como podía hacerlo en el pasado. Pero ese enfrentamiento ejerce al mismo tiempo una función relativamente conservadora sobre los obreros y las masas soviéticas en su oposición a la dominación burocrática, ya que los incita a obrar con cautela en sus protestas y permite a sus dirigentes estimular la ideología nacionalista que mancomuna a dominadores y dominados frente a la amenaza real o ilusoria de un poder extranjero, mucho más si ese poder es nada menos que el del imperialismo de Estados Unidos.

Por debajo de los equilibrios y los desequilibrios con que se cierra la década y de la inmensa acumulación de armamentos y de poder en que parece polarizarse el porvenir del mundo, creemos distinguir un aumento seguro y constante del peso de lo social en la determinación del curso y la salida de los conflictos; dentro de lo social, del peso de los asalariados que crecen sin cesar en todas partes; y dentro de ellos, de la función de la clase obrera industrial, ubicada en el núcleo central de las fuerzas económicas que mueven el planeta, en el laboratorio de la producción, en las grandes y modernas fábricas de la época de la electrónica y la energía nuclear. Esa función se ejerce empírica y objetivamente, sin contar con una representación política adecuada, pero se ejerce también en un mundo cruzado por la crisis de todas las clases dominantes y atravesado por movimientos multitudinarios, incontrolables e imprevisibles, de rebelión contra todos los viejos poderes. Ella no puede aspirar a poner orden en esa rebelión, porque la rebelión es el desorden. Pero puede aspirar a darle su propia lógica, a unificar la lucha contra la dominación imperial en una lucha contra el capital, a convertir a ésta en una lucha por el socialismo y a concebir y organizar la transición al socialismo como el autogobierno democrático e igualitario de los trabajadores de la ciudad y del campo a través de sus órganos de poder libremente elegidos en la confrontación irrestricta de todas las tendencias y de todas las ideas.

Sería completamente ilusorio esperar que nadie, clase social o Estado contemporáneo, pueda imponer su lógica histórica en los próximos diez años sobre el nudo de conflictos entrecruzados con que entran en el pasado los setentas. Es posible, no obstante, vislumbrar cuál razón objetiva se abre paso en medio del desorden universal en que se está destruyendo, por la lucha de clases, la lógica del capital. Ella es, si Vietnam es realmente el signo de la década, la lógica secular del socialismo.

“Reina un gran desorden en los cielos y en la tierra: la situación es excelente”, decía Mao en uno de sus momentos inspirados. Tal vez dentro de diez años alguien diga que el desorden revolucionario con que Irán y Nicaragua pusieron su sello de fuego sobre el año que concluye, no fue el cierre de una década sino la apertura de otra. Y que los ochenta comenzaron, en realidad, en los acontecimientos augurales de Managua, San Pablo y Teherán en el curso de este año de 1979.

Algunos recuerdos sobre el compañero Roque Dalton

Resulta una labor bastante compleja elaborar recuerdos sobre nuestro inolvidable compañero Roque Dalton García, dado lo multifacético de sus actividades y de sus cualidades y la forma propia, rica, expansiva, en que el compañero Roque Dalton sabía exponer al mundo las ideas progresistas y revolucionarias que había en su cerebro, y que fueron el motor de su práctica revolucionaria.

Corrían los primeros años posteriores al triunfo de la Revolución Cubana. Las juventudes progresistas se habían radicalizado bajo el influjo de aquella tormenta revolucionaria que recorría toda Latinoamérica, inspirada en la gloriosa gesta del pueblo cubano; al mismo tiempo, en El Salvador, dentro de las condiciones creadas por una tiranía militar que ya llevaba más de 30 años, bullía la juventud en deseos de participar, con nuevas formas de lucha, en la liberación, junto con los demás sectores del pueblo. En ese hervor revolucionario, conocí a Roque.

En esos días, Roque Dalton y otros jóvenes entregados a la causa de su pueblo, estaban organizando una organización que se llamó “Juventud 5 de Noviembre”, que era podríamos decir la pionera de las organizaciones juveniles que posteriormente fueron desarrollándose en los siguientes años. Eran los primeros meses de la administración del gobierno cívico-militar encabezado por Julio Adalberto Rivera, que había derrocado mediante un golpe de estado a la Junta Democrática que tuvo presencia en el país nada más durante unos tres meses: de octubre de 1960 a enero de 1961.

Roque trabaja asiduamente desde posiciones clandestinas, tratando de organizar a los jóvenes en la lucha contra la tiranía. Su juventud, su vivacidad, su alegría, contagiaban. Naturalmente que en esos tiempos todavía no existía una práctica colectiva muy depurada; así y todo la organización tuvo expresiones bastante influyentes entre la juventud estudiantil, principalmente en acciones de calle, con publicaciones, con agitación, pero dentro de aquella característica juvenil, un poco liberal, con ideas de convertirse en una organización abierta de masas y a veces, con pocas medidas de precaución, dado el ambiente en que se movía, lo que daba bastante flanco para que el enemigo pudiera golpear.

Sin embargo, ese espíritu de cierto liberalismo juvenil, propio de aquella tanda juvenil, en la que había varios poetas, escritores, que le daban cierto sabor al trabajo organizativo, no impedía que ese esfuerzo significara, por un lado, un riesgo consciente, un compromiso consciente, de Roque y de otros compañeros, hacia los intereses fundamentales de su pueblo; un riesgo de sus vidas y de su seguridad en la lucha por organizar a la juventud. Significaba al mismo tiempo internarse cada vez más en la problemática política, en la lucha política cada vez más a fondo contra la tiranía militar, y por la liberación definitiva del pueblo salvadoreño.

La organización no duró mucho tiempo y fue sustituida después por otras organizaciones juveniles; pero el sello de audacia, de entrega, de apasionamiento en la lucha por la libertades públicas, por los presos políticos, por los derechos de la juventud salvadoreña, quedaron impresos en esos primeros años; y significaron la continuación hacia los escalones superiores de la incorporación de las grandes masas de la juventud avanzada a la posterior integralidad de la lucha político-militar.

El recuerdo que dejaba Roque en cada persona que lo conocía, en sus mismos compañeros de trabajo revolucionario, era realmente inolvidable, porque su personalidad pegaba –por decirlo de alguna manera-, influía, impactaba en su ambiente. Alrededor de él había mucha risa, mucho chiste, mucho entusiasmo juvenil, dentro de un intenso trabajo, de un dinámico trabajo democrático y revolucionario. Es decir, que Roque se venía a convertir en centro y dinamo del medio que le correspondía motivar y no lo hacía con los métodos del que viene de otro medio, sino con la propia naturalidad del medio juvenil, estudiantil; que a su vez generaba mayor y mejor ambiente para el trabajo en las condiciones tan difíciles, cuando a cada paso que daba era celosamente vigilado por la policía y cuando cada cuadra que caminaba estaba erizada de peligros de ser capturado, de ser torturado y de ser asesinado por el régimen opresivo.

En esas condiciones, hacer el trabajo con aquella alegría resultaba un ejemplo, resultaba prodigioso, ya que los revolucionarios, sobre todo entre la clase obrera, hacíamos ese trabajo riesgoso también, luchando por el ascenso combativo de los trabajadores, pero con un sello distinto, propiamente con mucha circunspección, con optimismo y entusiasmo también, con alegría, dentro de nuestros colectivos, pero con mucha gravedad –incluso en el rostro- cuando nos manejábamos frente a los peligros.

Roque era distinto. Saltaba de un peligro a otro como se salta una charca, de una piedra a otra pero con naturalidad, como si no sintiera que había peligro, y ahí era precisamente donde nosotros sentíamos cierta opresión en el trabajo. Yo personalmente recuerdo haberlo aconsejado varias veces, que era necesario seguir las normas de clandestinidad más seriamente, mostrar incluso mayor reflexión en la planificación del trabajo para poder burlar mejor al enemigo. El compañero Roque, autocríticamente, reconocía que algunas normas de clandestinidad no las seguía todo lo estrictamente que se debía; sin embargó, el fluir natural de su trabajo lo conducía siempre a saltear y sortear esos peligrosos con su propia modalidad.

Durante varios años Roque fue en la Universidad, digamos, el alma de la lucha combativa de los estudiantes, pero con un sello especial: era reconocido por la elaboración de las publicaciones picantes en contra del régimen, buscaba las formas de ridiculizar a fondo, de desenmascararlo, desacreditarlo, denunciar sus crímenes y sus intenciones políticas, su entrega desvergonzada al imperialismo norteamericano. Y lo hacía en escritos serios y profundos, pero al mismo tiempo, para él era una cosa natural criticarlo con la sátira, con la frase mordaz, con la frase hiriente, con la burla. Jamás a Roque el régimen títere le perdonó el ridículo en que lo ponía ante el pueblo.

Todo el pueblo esperaba el periódico “La Jodarria”, del que Roque, durante varios años fue el natural director. En “La Jodarria” se exhibía toda la podredumbre y la maldad del régimen, en un lenguaje saturado –podríamos- del desahogo popular, pero del desahogo más ‘mal educado’, con las palabras más picantes, más duras que tiene el vocabulario salvadoreño, el vocabulario guanaco.

Con esa sátira hiriente que hacía desternillarse de risa a los millones de gente humilde de mi pueblo, cuando ella ridiculizaba a los endiosados y poderosos, a los sanguinarios gobernantes como Osorio, como Lemus, como Adalberto Rivera y los siguientes, “La Jodarria” y el Desfile Bufo eran, precisamente, donde se mostraba toda la agudeza poética pero mordaz, de Roque.

Después de Roque, este estilo original, lacerante para los explotadores, hiriente pero con gracia, como un fino estilete que no caía en lo chocarrero, no volvió a aparecer “La Jodarria” con esa genialidad. Pero esto era coyuntural. El trabajo de Roque era más serio. En 1964 fue capturado, después se fugó de una cárcel de Cojutepeque, un calabozo inmundo en donde a mí me tocó estar algunos años antes. Roque logró fugarse de ese antro y después tuvo que salir fuera del país por medidas de precaución.

Durante esos años de permanencia del compañero en el país, ya había yo conocido a su compañera y a los niños. Recuerdo que éstos jugueteaban casi siempre cuando teníamos alguna reunión y no nos dejaban quietos durante un rato, mientras los tolerábamos dentro del local de reuniones. Todos decíamos que se parecían tanto a Roque que eran como retratos chiquitos de él; muchachos traviesos, juguetones y ya entonces los veíamos nosotros como otros Roques con su carácter vivaz, despidiendo alegría por todos los poros.

Roque hacía trabajos muy célebres en el terreno político y sabía hacer ese trabajo con la sonrisa en los labios, con el entusiasmo y el fuego, dentro de la juventud. Tenía fama de que cuando se le criticaba en las reuniones del partido, por su poco apego a las normas de clandestinidad, era muy profundo en la autocrítica, muy fácil para autocriticarse, pero muy difícil de cambiar en cuanto a esas cosas. Fue esta –repito- una de sus características durante ese tiempo dentro de la clandestinidad; porque su espíritu, su estilo, era tan expansivo que se sentía aprisionado en normas y reglas que encogían y limitaban su personalidad.

Hay que tomar en cuenta su desbordante producción literaria en todos esos años. A saber cómo tendría tiempo para elaborar, también con la misma forma natural y fluida, tánta producción. Como poeta, en esos años, se destacaba por la cualidad de que hacía versos como quien respira el aire, con la forma natural de su propia vitalidad: hacía versos como quien platica, y fluía a torrentes en la mente, la vena literaria. En ese sentido, Roque no era un poeta forzado ni mucho menos Roque era la poesía. No es que sintiera la poesía en su pecho, sino que él mismo era poesía. Tomaba el lápiz y el poema le salía como quien se toma un vaso de agua. Se sentaba un rato y ya estaba otro poema y así, su vida era entre poemas, sin que por eso su trabajo fuera menos dinámico, sin que por eso disminuyera su entusiasmo revolucionario. Por eso es tan natural la poesía de Roque, aunque en los primeros años en que yo lo conocí, su poesía era un poco difícil de entender para los obreros. Sin embargo, su estilo fluido, su sátira, su mordacidad, su belleza de expresión, su espontaneidad, prendían y cada vez prendieron más en las masas del pueblo.

Después dejé de ver a Roque varios años, hasta encontrarlo en Checoslovaquia, cuando estaba como representante del Partido Comunista en la revista Internacional. En Praga tuvimos largas conversaciones; fue en el año 1965 y se notaba que su pensamiento se iba ampliando, sus inquietudes iban creciendo en torno a una nueva problemática, se iban concentrando en lo que a él le parecía una limitación, y era que ya sentía las trabas en las líneas del partido comunista, ya que a esas alturas, comenzaba a confrontar experiencias, porque estaba en un medio en el cual le era muy fácil percibir los aires de todas las revoluciones de liberación nacional que se estaban dando en el orbe, de todos los fenómenos, de las debilidades de los movimientos, de la pasividad de muchos movimientos latinoamericanos, de las profundas debilidades en algunos países socialistas en cuanto a las deformaciones de los métodos de dirección, que daban como resultado deformaciones también en la construcción del socialismo y que daban como resultado fenómenos no deseables como los de la misma Checoslovaquia, o como los de Hungría. Podía percibir también la polémica internacional promovida por el extremismo izquierdista –el grupo de Mao Tse Tung-, las tempestades en Europa. Al ver a América Latina, se sentía insatisfecho de determinado tipo de línea no integral que impulsaban algunos partidos comunistas de Sudamérica y Centroamérica, porque daba la sensación de “vejez” de la línea, de cierto dogmatismo, de cierto entrabamiento, que ya comenzaba él a sentir que era necesario superar, romper, para poder dar a las masas causes que hicieran posible generar su propia actitud creadora hacia su liberación, dirigidos por una vanguardia marxista-leninista que tuviera una orientación integral en cuanto a la combinación de los medios de lucha.

Al hablar con él, yo sentía su sufrimiento interno en ese sentido, aún cuando todavía no encontraba fórmulas exactas de expresarlo; pero él franco conmigo –hay que tomar en cuenta que yo ya tenía algunos años de ser secretario general del PCS- y entonces él, con toda franqueza me expresaba esa misma inquietud, que a mí también, desde hacía varios años, me hacía tener una lucha ideológica interna, por hacer que nuestra línea saliera de los moldes dogmáticos y se convirtiera en una línea creadora. Sin embargo, como guardando el respeto hacia las responsabilidades que me incumbían, me mostraba sus trabajos, sus esbozos políticos, pero con mucho respeto, pensando él que tal vez podría no ser de mi agrado su audacia, su visión en ese sentido.

Roque ya en esos años de 1965-1967 tenía casi la certeza de que era posible y necesario implementar medios de lucha armada, junto a los otros medios de lucha que tiene la clase obrera y el pueblo. Sin embargo, ciñéndose a cierta disciplina, continuaba ocultando, hasta cierto punto, la ebullición de sus ideas sobre la línea político-militar, hacia una concepción integral.

Eso fue evidente cuando en el año 69 conversamos en La Habana. Ya él prácticamente se había divorciado de la línea del partido, para romper con un esquema que él consideraba unilateral de lucha, y se estaba preparando mental y físicamente para jornadas de lucha revolucionaria más integrales en nuestro país. Ya entonces sí había dado un salto en su práctica y en su pensamiento. Bullían sus ideas por los caminos –a veces- de la fantasía revolucionaria de Debray, pero al mismo tiempo trataba de ser crítico de algunas ideas que le parecían demasiado exageradas, desviadas –podríamos decir- de Debray, sobre el foco guerrillero.

Esa escuela de experiencias revolucionarias, no bien digeridas pero expuestas con brillantez por Debray y por muchos otros, sentí que le atraía enormemente. Encontré un Roque no ya tan pensativo, tan angustiado en la búsqueda de caminos, como lo había visto en Checoslovaquia, donde su eterna sonrisa casi se había opacado frente a esos problemas. Se podía decir –si eso fuera posible- que lo veía rejuvenecido. Nuevamente había encontrado el camino, ahora sí él creía que la lucha armada era la forma que, combinada con las demás formas de lucha, iba a impulsar la revolución en nuestro país.

En esa época cuando él conversaba conmigo sobre esto, estaba conversando también con otra persona: yo ya estaba convencido, y en el trajín de la lucha armada había ido encontrando mayor afinación teórica que antes, en cuanto a la combinación de los medios de lucha. Había pasado ya meses de intensos fuegos de la lucha de masas, de las huelgas obreras, de la huelga de hambre de 1967, de las huelgas de ANDES, de la autodefensa de las masas por defender sus huelgas y sus manifestaciones. Entonces yo estaba claro también para muchos salvadoreños que no había más salida para nuestro pueblo que la combinación justa de los medios de lucha, tomando la lucha armada como la fundamental para hacer avanzar el proceso revolucionario de la guerra popular prolongada hasta las etapas superiores de la guerra popular.

Roque a esas alturas era también un convencido de eso, y hablábamos en un lenguaje parecido, aunque no el mismo, ya que también a esas alturas en mi caso, estaba claro que las tesis de Debray, que habían comenzado a sufrir reveses serios en distintas partes de Latinoamérica, eran una no correcta exposición de las experiencias de la revolución en Latinoamérica.

Después de esas últimas entrevistas con el compañero, comprendía que Roque estaba ya plenamente hermanado con la necesidad de la lucha armada revolucionaria de nuestro país, e incluso estaba dispuesto a iniciarla –en caso de que no se llevara a cabo en el país- dando su esfuerzo y su sangre para la revolución en Guatemala.

Después de eso, quedaba claro para mí la imagen de un Roque nuevo: un Roque superado en cuanto a sus puntos de vista, en el sentido en que, a través de varios años de búsqueda, había logrado encontrar, por fin, las proporciones y el camino justo de la liberación de nuestros pueblos.

Tuve, en los primeros años de la formación de las FPL, aproximadamente en el año 1972, la noticia de que él deseaba regresar a El Salvador clandestinamente para ingresar al movimiento revolucionario político-militar. Sin embargo, no fue por el lado de nuestra organización por donde se canalizaron más ágilmente esas inquietudes.

A principios de 1975 tuve el conocimiento y la oportunidad de volver a darle un fraternal abrazo, en una reunión bilateral que tuvimos los dirigentes de las FPL con los dirigentes del ERP. Nos presentaron a Roque para que expusiera la parte política del informe que el ERP nos exponía en ese intercambio. Roque era, podríamos decir, como un cuadro de apoyo de la dirección del ERP para los aspectos políticos.

Recuerdo que, con muy poca prudencia de su parte, cuando me vio, en su gran sorpresa, cuando se lanzó a mis brazos en un abrazo fraternal, me dijo frente a los compañeros de su dirección: “¡Qué lástima, compañero, que no pude encontrar los canales ágiles para estar con usted, porque yo quería estar a la par suya, en las FPL!” Así era Roque. Yo consideraba aquello como poco reflexivo, porque, desde luego, lo estaban presentando como miembro de otra organización. Sin embargo, él era tan franco, tan expansivo, que no pudo dejar de exhalar esa frase.

Pocos meses después, cuando se precipitaron los acontecimientos dentro de esa organización, el compañero Roque murió en condiciones que todo el mundo ha sentido profundamente.

Para mí, el recuerdo del compañero Roque ha quedado como el de un revolucionario que nació a la vida revolucionaria en sus tiernos años, dentro de sus inquietudes de un intelectual que se iba forjando junto a su pueblo, de un hijo de su pueblo, cristalino, natural, que dio mucho a su pueblo y a las letras y que estaba en el camino de la lucha, sinceramente entregado a hacer avanzar la lucha revolucionaria político militar donde él consideraba que era conveniente.

Lo recuerdo, digo, como ese revolucionario que se va forjando hasta convertirse en un revolucionario maduro. Su recuerdo, su trabajo, su optimismo, sus gestos, su espíritu fraternal, son algo que no se pueden borrar en toda la vida.

La izquierda y la antiglobalización (Noviembre, 2001)

A la hora de formarnos una opinión sobre un fenómeno nuevo tendemos a interpretarlo en función de otro anterior que nos dejó un vivo recuerdo. Por ello es muy grande la tentación de pensar que el movimiento antiglobalización va a producir en la cultura de izquierda una ruptura similar a la que supuso la generación de 1968. El primer motivo para suponerlo es que ahora existe una distancia tan grande como la de entonces entre el discurso dominante y la realidad social que perciben los jóvenes. Alguien que tenga entre 18 y 22 años tiene grandes posibilidades de llevar oyendo toda su vida que el mercado y la globalización van a traer la modernización y la prosperidad a todas las sociedades, o cuando más, en la versión de la izquierda, que si bien la globalización abre tremendos retos y problemas, también ofrece grandes oportunidades. Pero desde 1995 estas oportunidades se han ido revelando cada vez más como inciertas o efímeras, y tras la crisis de la economía norteamericana y sus graves consecuencias globales ese discurso puede sonar muy falso.

La izquierda, incluso para cambiar el curso actual de la globalización, necesita ser creíble como alternativa o como realidad de gobierno, y eso es incompatible con una oposición frontal a las actuales reglas de juego de la economía mundial. Además, dentro de quienes se oponen al sistema se encuentran a su aire grupos violentos que se han enfrentado con la izquierda —y en España han asesinado a algunos de sus militantes y dirigentes—. y corrientes de pensamiento reaccionarias, aunque en algunos casos con un discurso radical, que para la izquierda representan el pasado y no un futuro de progreso.

El desencuentro, según este razonamiento, es inevitable. Sin embargo, si la evolución de la economía mundial no ofrece señales de mejora, cabe sospechar que la fuerza del movimiento antiglobalización sea cada vez mayor, y que se convierta en punto de referencia para todos los descontentos sobre el actual estado de cosas. La violencia de los choques en Gotemburgo y la muerte del manifestante de Génova significan que los medios van a dar seguimiento sin falta a futuras movilizaciones, y por tanto el peso simbólico del movimiento va a ser cada vez mayor.

De los actuales gobiernos de izquierda sólo el francés ha intentado de momento asumir parte de la racionalidad de la protesta, con la propuesta de Jospin de introducir el impuesto Tobin sobre los movimientos de capital. La lamentable respuesta inicial de Blair a los hechos de Génova —en la línea de la tolerancia cero—, en cambio, no sólo revela que hablaba sin estar informado sobre la escandalosa brutalidad policial, sino un reflejo de ley y orden que puede afectar a otros gobernantes socialdemócratas, incapaces de aceptar no sólo la violencia sino lo que ven como una descalificación irracional de sus muy sensatas propuestas para reformar la situación actual.

Esta incomunicación se apoya en una diferente percepción de la realidad. Los manifestantes contra la globalización parten de que las actuales reglas de juego son intolerables, mientras que la izquierda, aceptando que no le son favorables, considera que es imposible cambiarlas de forma radical e inmediata. La izquierda actual tiene mucha más información y es mucho más realista que los jóvenes manifestantes, por no mencionar a algunos de sus compañeros de viaje más añosos. Pero, paradójicamente, eso no significa que la izquierda tenga toda la razón. Si la situación económica se sigue deteriorando, y el malestar social sigue creciendo, podría suceder que la propia fuerza de las protestas abriera posibilidades de reforma que hoy no se vislumbran.

Dentro del movimiento hay quienes, en un exceso de ambición, quieren acabar con el orden existente, y quienes, más modestamente, querrían otra globalización. Los primeros cuentan con mayor energía e impacto en los medios, pero eso no significa necesariamente que vayan a imponer sus improbables objetivos. En cambio, es posible que su capacidad para impactar en la opinión pública favorezca a las propuestas reformistas. Por ello no sería raro que dentro de un par de décadas el movimiento fuera recordado por haber introducido una fuerte ruptura en la cultura de la izquierda, y también por ser el punto de arranque de una nueva generación de socialdemócratas.

Se habla mucho ahora de la confusión e incoherencia de! movimiento contra la globalización, y casi nadie recuerda la ausencia de objetivos globales y el enorme componente de revuelta espontánea contra un orden ajeno que caracterizaron a los movimientos de los años sesenta, de Berkeley a México, DF, pasando por París. Aquella generación que buscaba la playa debajo del pavimento descubrió después que bajo las calles están los drenajes, los conductos del gas y el agua, los cables de la electricidad y el teléfono. Y aprendió a gestionarlos y a mejorarlos, al menos en algunos lugares.