¡El pueblo decidió: Enorme triunfo popular! El Siglo. 17 de mayo de 2021

Un paso histórico de la izquierda y las fuerzas antineoliberales con grandiosos triunfos en la megaelección. Tremenda derrota de la derecha. Logros emblemáticos del Partido Comunista, el Frente Amplio, la Lista del Pueblo, y los sectores transformadores. Se volvió a comprobar que Chile cambió, que un Chile digno es posible. La socialdemocracia y los democratacristianos analizando resultados esquivos.  La derecha no logró la cantidad de convencionales para tener veto en la Convención Constitucional. EL PC y el FA obtuvieron más votos que la ex Concertación.

Igor Mora. Hugo Guzmán. Periodistas. “El Siglo”. Santiago. 16/05/2021. En la megaelección de este fin de semana los resultados evidenciaron un enorme e indesmentible triunfo popular. Las fuerzas antineoliberales y de izquierda lograron amplios y significativos triunfos a lo largo de todo el país.

En tanto, los datos muestran una tremenda derrota de la derecha, que se suma al rechazo de la población al gobierno de Sebastián Piñera.

La socialdemocracia y los democratacristianos estaban en horas de la noche analizando resultados esquivos y valorando algunos resultados positivos.

En octubre de 2019 se produjo la revuelta social protagonizada por el pueblo. Ahora fue el torbellino electoral también liderado por el pueblo chileno.

El Partido Comunista, el Frente Amplio, la Lista del Pueblo, candidaturas de independientes del mundo social y popular y otras fuerzas antineoliberales y de izquierda tuvieron sonados logros en la elección de convencionales, gobernadores, alcaldes y concejales. Este sector se convirtió en una fuerza altamente gravitante en el escenario político, social y electoral.

Apruebo Dignidad, la lista de convencionales de esos sectores, será la principal fuerza política de la centro-izquierda en la Convención Constitucional.

La incertidumbre que los diversos medios y analistas anunciaron días previos a las elecciones generales de este fin de semana terminaron con una certeza rotunda: la nueva Constitución se redactará sin el temido poder de veto de la derecha.

Chile comenzará a escribir sobre las páginas en blanco, con la caída de Vamos por Chile de la derecha y a la ex Concertación con la Lista del Apruebo lejos de sus propios pronósticos.

El nerviosismo de los partidos comenzó cuando a las 18 horas se inició el conteo de los votos a lo largo de todo Chile, en una votación cruzada por la pandemia del COVID-19. Sin embargo, y pese a los temores respecto de una eventual baja participación, se fueron despejando con el paso de las horas. Al cierre de esta nota se llegaba a cerca del 50% de participación electoral.

En ese marco, los resultados entregados por el Servel en forma online desde las 19 horas comenzaron a marcar una verdad irrefutable: una reconfiguración completa del mapa político con la que funcionará la Convención Constitucional. El desplome de los bloques históricos que marcaron la transición (Derecha y Concertación) dieron paso a la fuerte instalación de Apruebo Dignidad como el principal conglomerado.

Hasta el cierre de esta edición, los resultados generales con cerca de 4 millones 313 mil 487 votos válidamente emitidos, equivalentes a más del 50% de las Mesas de Votación, dejaban al pacto de derecha Vamos por Chile con 904.498 votos, equivalente al 20,97%; Apruebo Dignidad (PC, FA, FRVS, AH, PI) con 799.712 votos, equivalentes al 18,54%; la Lista del Pueblo llegó a los 650.550 votos, alcanzando el 14,69%. La Lista del Apruebo, de la ex Concertación, con 633.838 votos, que representan el 14,69% del total. El resto de la votación, cercana al 30% del total, estaba dividida entre las candidaturas pertenecientes a independientes regionales e independientes fuera de pacto.

Según el análisis realizado por Chile Decide, la configuración de los escaños quedaría hasta el momento de la siguiente manera: 38 convencionales para Vamos Por Chile; 27 para Apruebo Dignidad; 25 para la Lista del Apruebo; 22 para la Lista del Pueblo; 11 para la lista Nueva Constitución; y 32 representantes para los independientes fuera de pacto. Esto podrá variar durante la madrugada pero marca tendencia.

Pero la reconfiguración del mapa en la Convención se da en cómo esa votación se refleja en la obtención de escaños dada la corrección por paridad y los doblajes obtenidos en algunos distritos.

De esta nueva configuración se despeja el principal temor que existía hasta antes de comenzar la elección, que era el poder de veto que podría alcanzar la derecha. Para ello tenía que alcanzar al menos 1/3 de los puestos en la convención, equivalentes a 52 cupos. Le faltarían13  para esa posibilidad.

Si bien aún falta por establecer con claridad la real composición de quienes redactarán la nueva Constitución, que se debe corregir con la votación final y la recomposición según la paridad de género y los doblajes por distrito, el aumento de la fuerza de Apruebo Dignidad habla de este cambio en la política tradicional. El desplome de la ex Concertación dejó cifras alarmantes para los “partidos del orden”, donde por ejemplo, la Democracia Cristiana podría lograr tan sólo 2 representantes, el Partido Por la Democracia 3 representantes y el Partido Radical tan solo 1.

El Partido Comunista y Revolución Democrática se configuran como los principales partidos del Apruebo Dignidad, alcanzado un empate técnico que puede variar entre los 7 u 8 representantes. Pero también pueden aumentar durante la madrugada.

Más allá de las variaciones que puedan existir en las próximas horas, lo que es evidente es no solo la reconfiguración del mapa, sino que una decisión consciente del pueblo de hacer radicales cambios a la Constitución, que dejó plasmada durante la crisis del Covid-19, la desigualdad brutal con la que se perpetuó la vieja Constitución.

Así lo sostuvo, por ejemplo, el diputado Daniel Núñez (PC), quien sostuvo en sus redes sociales que “el hecho político más destacado es que el PC+FA le ganan a la ex Concertación. Ahora a proyectar esa fuerza para ganar la presidencia de Chile”.

Mientras que en la ex Concertación ya sintieron el golpe de la elección a convencionales y rápidamente salieron a plantear el diálogo con el PC y el FA. Así lo sostuvo el presidente del Partido Socialista, Álvaro Elizalde, quien dijo que “la lista de la derecha no ha alcanzado los dos tercios de los convencionales, lo que representa una oportunidad para correr la barrera de lo posible e impulsar acuerdos”.

La debacle de la Democracia Cristiana será analizada en una Junta Nacional que se realizará este lunes, donde verán la continuidad de Fuad Chahin como su presidente, y uno de los hasta ahora dos representantes en la Convención.

En la derecha existía una hecatombe, con una baja en su votación, no logrando la mayoría que requería en la Convención por efecto de mala votación en convencionales, perdiendo alcaldías estratégicas y con mal desempeño en la elección de gobernadores.

Los malos rostros en los partidos conservadores eran evidentes y detrás de todo esto se sabe la pésima y mal evaluada gestión del Presidente Sebastián Piñera.

Este lunes el mal saldo electoral sería un punto a tratar en el Consejo General de la Unión Demócrata Independiente (UDI) y habrá una cita extraordinaria de la directiva de Renovación Nacional.

En el gobierno, este resultado simplemente termina de sepultar a Piñera, y habría un análisis en el Comité Político de La Moneda. Uno de los tantos frentes abiertos, es que los partidos del sector pondrán mucha responsabilidad de lo ocurrido en el gobierno, al tiempo que para la administración de Piñera el triunfo de las fuerzas antineoliberales dado por la votación de la ciudadanía, es otro torpedo a sus políticos neoliberales y autoritarias.

Chile: crónica de un fraude anunciado. Foro por la Asamblea Constituyente. 13 de mayo de 2021

La elección de la Asamblea Constitucional, en los términos en que se hará, y a la vista de sus resultados posibles, constituye la más profunda derrota para las izquierdas en Chile en los últimos treinta años. Una derrota solo comparable al gran fraude que significaron el plebiscito de 1988, las negociaciones consiguientes y el paso a una democracia de baja intensidad, que implementó y profundizó el sistema neoliberal en todos los órdenes de nuestras vidas.

Completamente a espaldas de la indignación masiva expresada en las calles desde el 18 de octubre de 2019, se realizarán unas elecciones que conducen a una Convención Constitucional que no es realmente democrática, que no es soberana, que le da poder de veto a la derecha con solo un tercio de los delegados, que tiene prohibido tratar de incidir en los tratados internacionales que amarran al país a la jurisdicción interesada de los órganos que representan al capital trasnacional, que no tiene normas claras de transparencia, ni de financiamiento y que debe someter su autonomía a fallos eventuales de comisiones designadas por la Corte Suprema.

Desde el Foro por la Asamblea Constituyente insistimos desde hace casi ocho años en la necesidad de una verdadera Asamblea Constituyente: soberana, democrática, participativa, transparente, efectivamente autónoma. Nada de esto está expresado ni en la ley que convoca a esta Convención, ni en el sistema electoral que la origina, ni en los desastrosos resultados que se obtendrán.

Como Foro, propusimos procedimientos claros, establecimos definiciones y políticas a seguir definidas, con toda clase de detalles y precautorias, considerando la profunda administración a la que es sometida la democracia por los sectores dominantes, enunciamos los principios y líneas de acción públicamente, mucho antes de que el estallido de la ira popular hiciera evidente a todos los que se habían negado a escuchar la necesidad de un cambio radical en el sistema económico y político que vive el país desde hace más de cuarenta y siete años.

Asumiendo el sentir expresado en la protesta social masiva, alejados de todo vanguardismo y maximalismo, alejados sobre todo de la amplia auto complacencia con que las izquierdas que no previeron, no iniciaron, ni mantuvieron la radicalidad puesta en las calles han pretendido, sin embargo, administrarla y encuadrarla en sus discursos, sostuvimos una línea eminentemente pragmática, buscando en cada momento la vía radical, que pudiera convertir la protesta, de acuerdo a las condiciones dominantes, en una auténtica presión contra el régimen imperante.

Al calor del estallido inicial, propusimos que el movimiento organizado, agrupado en la Mesa de Unidad Social, negociara directamente con el gobierno la convocatoria de una Asamblea Constituyente libre, soberana y democrática. Ninguno de los movimientos y partidos de la izquierda organizada acogió de manera real esta propuesta obvia, que era la consecuencia directa que la reflexión de izquierda debería haber obtenido de la violencia y radicalidad con que se desarrollaba la protesta masiva.

Por supuesto, el poder y la política institucional, profundamente impactados y atemorizados por la violencia en las calles, fueron capaces de muchísimo más pragmatismo y eficacia: después de un mes de violencia imparable lograron el llamado Acuerdo por la Paz Social y la nueva Constitución del 15 de noviembre de 2019.

Ante el espectáculo inverosímil de que todas las posturas de derecha (Concertación, Renovación Nacional, UDI) llegaran a un acuerdo vergonzoso y claudicante con los que hasta solo un mes antes se declaraban de izquierda (Frente Amplio), llamamos a rechazar ese acuerdo, a hacerlo insostenible e inviable manteniendo la protesta popular, e insistimos en la necesidad de una mesa de negociación directa del movimiento social con el gobierno. Ninguno de los movimientos y partidos de la izquierda organizada acogió de manera real este rechazo, ni siquiera aquellos que no firmaron el 15 de noviembre. Lo que ocurrió de hecho es que, de manera pasiva, con retóricas vagas y declaraciones ambiguas, todo el espectro político simplemente asumió como un hecho el pacto firmado, incluso la negociación subsiguiente, que lo agravó, lo consagró y lo convirtió en una milagrosa reforma constitucional a la que se habían negado durante treinta años. Por supuesto, el efecto más inmediato de esta aceptación general fue la notoria baja en la intensidad de la protesta, gracias a la cual se habría podido aspirar a algo mejor y más digno.

Nuevamente llevados a la vez por la radicalidad y el pragmatismo, sin retóricas principistas ni grandilocuencias vanguardistas, sostuvimos que, dado ese escenario, lo que había que hacer, a través de la protesta popular, era luchar por una reforma constitucional adicional, que estableciera normas de transparencia para la Asamblea, que convirtiera la regla de los dos tercios en la obligación de un plebiscito intermedio, vinculante, para dirimir por la vía directa los temas en que la Asamblea no llegare a acuerdo, que permitiera revertir las trabas a su soberanía efectiva.

Todas las izquierdas, sin embargo, concentraron su atención en las normas de paridad y en la participación de los pueblos originarios, dos temas que, siendo un gran avance democrático, no tocaban en absoluto el amarre que implicaba el sistema electoral acordado para elegir a los constituyentes, ni la regla de los dos tercios, ni el carácter sagrado de los tratados internacionales, cuestiones que, en la práctica, permiten anular lo que se pueda obtener en democratización con la paridad de género y la participación de los pueblos originarios.

Lo que se obtuvo es una nueva reforma constitucional, aprobada nuevamente con una mayoría milagrosa conformada por la derecha, el centro y las izquierdas, en que no se dio ninguna oportunidad real a los independientes, en que no se estableció nada sobre la transparencia, en que no se tocó absolutamente nada del núcleo del Acuerdo por la Paz Social.

Entonces, nuevamente, sin la menor oposición real, y a pesar de que a esas alturas las izquierdas ya reivindicaban como propia la gesta iniciada en octubre del 2019, todos los movimientos y partidos de las izquierdas organizadas empezaron a sacar cuentas y a moverse aceptando sin más y de hecho el marco establecido. Convirtiendo, en la práctica, la ira movilizada solo en una vía institucional doblemente administrada por dos reformas constitucionales pensadas de manera ad hoc para dar todas las garantías posibles a la derecha más dura.

No somos partidarios del principismo ni del vanguardismo. Somos enemigos de las desilusiones apresuradas o del retiro testimonial, que salva la propia dignidad mientras el mundo permanece intacto. Creemos que es perfectamente posible formular políticas radicales manteniendo a la vez el ánimo pragmático, el examen realista de cada momento y sus circunstancias. Sabemos, además, que las políticas abstencionistas, en un marco histórico de democracia administrada, solo favorecen a los sectores gobernantes. Pensamos, nuevamente, que lo que había que hacer era preguntarse cuál es la política más avanzada, la que conduce mejor, aunque sea difícilmente, a los objetivos sustantivos que tenemos, dado un escenario que a esas alturas ya era bastante malo.

En ese momento sostuvimos que se debía perseguir dos objetivos inmediatos y una política permanente de mediano plazo. Primero, formar un gran pacto que reuniera a todas las izquierdas, ordenadas en subpactos, para, dadas las características de la ley electoral impuesta, obtener como máximo los dos tercios de la Convención y, como mínimo, un tercio de los delegados de izquierda dura, que pudiera bloquear las mociones constituyentes que confirmaran el modelo neoliberal y, de esa manera, aplazarlas para debatirlas luego, bajo una nueva Constitución, como materia de ley.

Y, en segundo lugar, tratar de obtener una mayoría muy contundente en el plebiscito convocado para, ¡recién entonces!, reconocer legalmente la convocatoria de una instancia que ya no era ni Asamblea, ni Constituyente, pero que dada la inercia de las izquierdas, era lo que más se parecía a lo que la indignación popular había exigido. Pensamos que, obtenida esa mayoría contundente, podríamos tener poder de negociación para algo más progresista.

Por otro lado, como política a mediano plazo, propusimos que había que mantener la lucha por una nueva reforma constitucional que permitiera modificar la regla de los dos tercios, recuperar la soberanía de la Convención, dotarla de transparencia y mecanismos participativos vinculantes. Y buscar la unidad de las izquierdas en torno a un programa constitucional sustantivo, radical, por el cual luchar en la Asamblea. Una lucha, por cierto, que solo se podía dar manteniendo la presencia en las calles, articulando el movimiento territorial que había surgido, buscando las instancias de coordinación de los movimientos de base con los movimientos y partidos organizados formalmente.

Como sabemos, todo esto se vio profundamente alterado por dos hechos esenciales: la desastrosa falta de vocación para la tolerancia y la unidad en torno a objetivos mayores mostrada por todas y cada una de las izquierdas, y los mecanismos de control ciudadano, sanitarios y políticos, que ha hecho posible la pandemia. El primer factor condujo a una desastrosa dispersión de pretensiones electorales que, notoriamente, dado el marco de hierro de una ley electoral pensada para favorecer los pactos grandes y a los partidos políticos institucionales, hace prever un desenlace electoral penoso para las izquierdas y curiosamente lleno de optimismo para la derecha.

El segundo factor, desencadenado por la pandemia, pero azuzado y exigido por la propia izquierda (¡!), en un afán inmediatista y pequeño de socavar la base puramente electoral, solo en las encuestas, del gobierno de turno, ha terminado por desbaratar casi por completo la movilización popular a lo largo de todo un año.

Estamos hoy, a dos días de las elecciones de constituyentes, en el peor de los escenarios posibles. Ninguna de las izquierdas está proponiendo un programa constitucional realmente sustantivo. Tampoco se tiene en la mira, por ningún lado, dar la pelea por democratizar y hacer realmente soberana a una Convención que se nos ofrece sin garantías de transparencia, ni mecanismos participativos, y con trabas sustantivas a las materias que puede discutir, incluso al tratar de formular su reglamento interno.

La perspectiva estrecha e inmediatista de elegir un concejal, un alcalde, un gobernador, de posicionar candidaturas al parlamento y a la presidencia, ha copado de manera completa y absorbente la “agenda” de las izquierdas organizadas en partidos y movimientos. La protesta social vivida y sufrida a costa de miles de víctimas de diverso tipo y de cientos de presos que aún permanecen en los regímenes “preventivos” posibilitados por la represión estatal, se ha diluido casi completamente en esperanzas electorales, o en programas inmediatistas que se mueven enteramente dentro de lo dado, del escenario establecido por un “acuerdo” canallesco, sin recoger en absoluto el contenido esencial de la indignación expresada en las calles: terminar de manera efectiva con la administración neoliberal de nuestras vidas.

Creemos que, en este escenario oscuro, lo que se puede intentar es convertir todo el proceso de la Convención Constitucional en una larga y profunda clase de educación política de la ciudadanía. Cada tema que se discuta en la Convención debe ser discutido en la base social, en los territorios, en los partidos y movimientos formales, o en los colectivos que se han reunido con este propósito y que deberían tener un largo y productivo porvenir. Cada disposición contraria a los intereses populares que se apruebe en la Convención, por muy edulcorada que esté con lenguajes inclusivos o proclamaciones altisonantes de derechos intangibles, debe ser resistida en la calle, frente a cada municipio, en protestas organizadas que capaces de responder a las provocaciones tanto de la policía como del vanguardismo.

Un objetivo pequeño, muy inmediato y pragmático, pero prometedor, es intentar que las numerosas listas de independientes obtengan muchos votos. Esto permitirá mostrar la enorme desproporción entre la votación sumada de los independientes a nivel nacional y el número de delegados constituyentes que efectivamente obtendrán estas candidaturas. Una muestra flagrante del carácter no democrático de esta convocatoria que se puede invocar y reclamar en las calles.

Es necesario repetirlo: no creemos en la desilusión fácil, en la abstención inútil, en el desánimo sistemático, con que suelen revestirse las izquierdas existenciales y meramente testimoniales. Estas batallas forman parte de una guerra que es muy larga, y que debe ser pensada no solo en sus expresiones inmediatas, contingentes, sino en términos de la perspectiva estratégica en que nos situamos. Queremos un mundo más justo, radicalmente diferente del mundo en que vivimos. Estamos dispuestos a luchar de manera permanente y porfiada, pragmática y realista, por lo que creemos que es justo.

El proceso constitucional en marcha, dada sus condiciones y límites, no permitirá revertir en ningún aspecto esencial la administración neoliberal del país. Peor aún, puede perfectamente convertirse en un blanqueo constitucional análogo al arcoíris que nos vendieron en 1989. Mucha alegría y arcoíris en las declaraciones, neoliberalismo duro y profundizado en la realidad. Pero, al mismo tiempo, como lo fueron los gobiernos neoliberales de la Concertación, será fuente de nuevas violencias. La ceguera de las élites politiqueras, la ambición desmedida y depredadora de los capitalistas nacionales y trasnacionales que pillan este país, no les permite una política moderada, no les permite una administración medianamente benefactora. Solo están dispuestos a ganar, a saquearlo todo, sin ningún proyecto u horizonte estratégico que no sea el de la ganancia inmediata y abusiva. Están sembrando y sembrando vientos. Cosecharán tempestades.

FORO POR LA ASAMBLEA CONSTITUYENTE

Santiago de Chile, 13 de mayo de 2021. A dos días de las elecciones para la Convención Constitucional.

Cuento con duende. Claudia Korol.2016

Este cuento que te cuento, tiene muchos principios y no tiene fin. Tiene muchas geografías, y diferentes historias. Es una multitud de cuentos, y sigue siendo uno. Vos lo estás leyendo o escuchando, mientras yo lo sigo escribiendo muy lejos, del otro lado del océano, o atravesando el océano en este mismo momento.

Este cuento que te cuento, es el de los muchos viajes que realizamos los pueblos buscando caminos. Es el cuento de las veces que nos perdemos en esos viajes, y preguntando encontramos cómo seguir. Es el cuento de cómo conocemos, cómo aprendemos, cómo descubrimos el mundo que creíamos descubierto.

Es el cuento de la aventura de saber que no sabemos, y de seguir inventando lo desconocido y deseado.

Escribo este cuento en el País Vasco, un territorio rebelde en un extremo de Europa, entre mujeres y hombres que se sueñan libres, y afrontan prisiones brutales (más de 400 presas y presos políticos), por ejercer su derecho de soñarse independientes y de hablarse en euskera, su lengua. En ese territorio estuvimos varios días hablando de nuestros ensayos de una pedagogía emancipatoria.

En el encuentro había educadorxs populares de Perú, que acompañan las luchas de Cajamarca, del Conga No Va, feministas guatemaltecas que bordan clítoris en tejidos mayas y quichés, pedagogos del movimiento sin tierra de Brasil, activistas vascas y vascos, internacionalistas de Galicia, algunas brujas que nos enseñaron sus secretos para volar, incluso una chica Almodóvar, y hasta un grupo de campesinos andaluces, aceituneros altivos, que sospecho que trajeron junto a los poemas del niño yuntero, una travesura lorquiana enredada en el equipaje.

En algunos momentos vi asomarse a un viejito de barba tupida que se reía de nuestros apasionados diálogos, creo que con complicidad, pero enseguida el viejito se fue para otro lado. Me acordé entonces que semanas atrás en Venezuela, compartiendo con lxs compas sus intentos de revolucionar su revolución, de hacer más feminista su socialismo del siglo XXI, más socialista su feminismo, más internacionalista su patriotismo, más rebelde y liberadora su pedagogía, aquel viejito andaba por ahí, con la misma barba blanca y la misma sonrisa de picardía.

Está bien visto que en los cuentos haya duendes. Este viejito podría ser un duende. Tiene barba y sonrisa de duende. Pero no estoy segura que lo sea. Recuerdo ahora haberlo visto en lugares tan diferentes como Palestina, Chiapas, Bolivia…, y casi siempre por Pompeya. Ahora pienso que el viejito no es un duende, sino el rostro posible de un latido. Creo que el viejito podría llamarse Paulo Freire, pero eso tal vez le quite misterio a nuestro cuento. O tal vez sea mejor llamarlo así, porque no es su rostro ni su nombre el misterio de este cuento, sino el origen de su mirada y de su sonrisa en el cruce de caminos.

Este cuento que te cuento se escribe con una sonrisa en la mirada, que nos ayuda a espantar los dolores del mundo, y a ver más allá de nuestro horizonte inmediato. A reconocernos en otras miradas, de diferentes pueblos que sueñan y reinventan la libertad. Ya dije que en esta tierra que hoy piso, más de 400 de esas miradas están prisioneras. También en Palestina, muchas de esas miradas están arrinconadas en territorios ocupados brutalmente, o en regiones destruidas bajo las bombas israelíes.

Sabemos que algunas de esas miradas están amenazadas en Venezuela por un imperio que quiere su petróleo y terminar con su revolución. Pero así y todo, esas miradas y esas sonrisas resisten los encierros. Esto que te cuento lo he visto. Vi sonrisas libres tras los muros. Vi miradas libres en los campos de refugiados palestinos. Vi el juego del duende burlando al imperio en Venezuela.

Este cuento que te cuento, se cuenta como educación popular. Tiene los colores, los ritmos, y los sabores que le pone cada pueblo, y tiene la memoria más larga, que la barba del viejito brasileño. Este cuento que te cuento no tiene final. Es un viaje hasta el corazón de la sonrisa, hasta el origen del latido más intenso.

Paulo Freire nos habló en sus primeros ensayos de la educación como práctica de la libertad. Y su pedagogía de los oprimidos y oprimidas, la pedagogía de la esperanza, de la rabia, de la indignación, de la osadía, de la rebeldía, sigue alfabetizando en gestos, en palabras y en acciones. Paulo creyó en la dialéctica revolucionaria de nacer muchas veces, y de muchas formas.

Como el Che, que en un día como hoy nacía por primera vez… y que se ríe de asomarse en cualquier parte de este cuento, sólo para que le celebremos su cumpleaños, dice. Este cuento desordenado que te cuento es un latido intenso, contagioso, solidario. Es el duende guevariando todos los cuentos. Es la historia embrujada que sigue naciendo después de todas las inquisiciones de allá y de acá. Es la rebeldía que vive, che, en una sonrisa y en una mirada.

Claudia Korol, 14 de junio de 2015.

Antes e depois de Seattle. Emir Sader. Enero 2001

Faz  apenas  um  ano  que  se  realizaram  as manifestações  de  Seattle e no entanto mudou  tanto  o  clima  internacional,  que  é preciso  nos  darmos  conta  exatamente  de onde  estamos,  tanto  para  não  acreditar  que tudo  mudou,  quanto  para  percebermos  em que  altura estamos do caminho de superação do neoliberalismo.

Antes de Seattle

As  transformações  regressivas  ocorridas  no  mundo entre  a  crise  de  1973  e  Seattle  representam  os  pontos  de ascensão  e  consolidação  do  novo  liberalismo  no  mundo.

Aquele  momento  era  a  virada:  do  mais  profundo  ciclo, longo  e  expansivo,  da  história  do  capitalismo,  ao  ciclo recessivo,  do  qual  ainda  não  saiu.  De  alguma  forma  a reaparição e nova hegemonia liberal representa uma reação ao que se cristalizava naquele momento em escala mundial.

Por um lado, uma reação ideológica, que foi o primeiro passo  para  tudo  o  que  aconteceu  depois.  O  diagnóstico  de que  a  crise  que  havia  chegado  era  produto  da  regulação econômica, com todos seus elementos: força dos sindicatos, encarecimento  da  mão-de-obra,  excessiva  capacidade  de articulação de setores da periferia capitalista.

Esse diagnóstico  ensejou  a  ofensiva  ideológica,  que  mudou  de forma  rápida  e  radical  o  panorama  mundial,  a  partir  das fórmulas de desregulação econômica e todos os seusavatares  –privatização,  abertura  econômica  ao  mercado internacional, estreitamento das funções e ações do Estado–com a correspondente projeção do liberalismo, especialmente  financeiro e comercial, e das grandes corporações, como os sujeitos do processo econômico.

Combinando a recessão com a proposta de reacomodação das  condições

de acumulação –“terceirização”, reengenharia, flexibilização laboral, toyotismo–  se  produziu  uma  nova  correlação  de  forças entre as classes sociais, condição essencial do novo panorama  histórico,  que  teve  vigência  nas  duas  últimas décadas  do  século  XX.  O  capitalismo  se  recompôs,  num patamar  claramente  mais  baixo,  como  toda  saída  de  crise.

Mas  principalmente  com  um  novo  projeto  hegemônico, cristalizado  na  ideologia  neoliberal  e  nas  novas  condições de acumulação e de relação entre as classes, assim como do Estado  com  o  mercado  e  das  economias  nacionais  com  o mercado internacional.

O  triunfo  da ideologia liberal, nas condições do capitalismo do fim do século, privilegiou o crescimento dos países que mais rapidamente puderam impor a flexibilização  laboral  e  a  correspondente  superexploração dos  trabalhadores.  Elevaram  substancialmente  as  taxas  de exploração e de lucro, ao mesmo tempo em que acentuaram a fratura entre a alta e a baixa esfera do consumo,concentrando renda de maneira funcional ao proceso concentrador  de  acumulação  de  capital.  Essas  condições ganharam realidade de forma particularmente propícia nos EUA, depois que se recuperaram da crise do fordismo e se recompuseram para aproveitar as inovações da organização do processo  produtivo.

Isto é, mediante uma política econômica  dirigida  a  reconquistar  espaços  no  mercado internacional, através da desvalorização do dólar,aceleração das importações de mercadorias a preços baratos(particularmente da China), e atração de capitais, (particularmente  japoneses) para suprir seu gigantesco déficit comercial. Sua economia interna, enquanto isso, foi se dirigindo seletivamente para ramos de ponta  e, maciçamente, para o setor de serviços, espaço privilegiado da informalidade e do trabalho precário.

A Inglaterra  –com  Thatcher  secundando  a  Reagan–seguiu esses passos, assumindo-se como potência de segunda  categoria  em  termos  produtivos,  vendendo  sua mão-de-obra barateada pela ofensiva neoliberal, desindustrializando-se  (desapareceu  a industria automobilística  inglesa)  e  voltando  esforços  para  a  City londrina,  correlato  da  expansão  da  especulação  financeira internacional.

Os  outros  países  da  Europa,  assim  como  o  Japão, ficaram para trás, por trilhar mais lentamente esse caminho, devido a configurações de classe mais rígidas ou devido a maiores  dificuldades  para construir neoliberalismos de linha dura como o norte-americano e o inglêsespécies de processos de acumulação primitiva da hegemonía neoliberal.

Esses processos tiveram seu período de instalação, que supôs a dureza dos mecanismos de acumulação  primitiva, com ênfase especial em quebrar  a  resistência  do movimento  operário organizado.  As  greves  dos operários  do carvão na Inglaterra,  dos  trabalhadores  da  Fiat  na  Itália  e dos  controladores  aéreos nos EUA, derrotadas cada uma delas, tornaram-se símbolos da  vida  na  luta  de  classes  nesses  países  e  fizeram  soar  o alarme  de  que  a  nova  disposição  de  endurecimento  das classes  dominantes  dava resultados.

Essa  tarefa correspondeu  às  forças  e  governantes  com  visões  mais ortodoxas do liberalismo, em geral provenientes da direita tradicional,  agora  em versões mais “ideologizadas” eradicalizadas, assentadas no fundamentalismo de mercado.

Os  resultados  não  se  fizeram  esperar,  tanto  no  novo ciclo  expansivo  das  economias  dos  EUA e  da  Inglaterra–insuficientes no entanto para superar o ciclo longo recessivo geral do capitalismo– quanto no debilitamento da capacidade  de  luta  do  movimento  operário  organizado. 

A retomada  do  crescimento  econômico  se  deu  em  setores tradicionais, como a indústria automobilística norteamericana,  junto  com  o  desenvolvimento  de  novos  ramos de  ponta  –de  que  a  informática  se  tornou  o  símbolo.  E  a expansão  desmesurada  do  setor  de  serviços,  ao  lado  de aumento  da  disponibilidade  de  mão-de-obra  (seja  pelo desemprego,  resultante  dos  remanejamentos  no  proceso produtivo,  seja  pela  elevação  acentuada  dos  trabalhadores imigrantes), conforme a periferia capitalista entrou abertamente em recessão.

Instalou-se  uma  nova  correlação  de  forças  entre  as classes,  tanto  no  plano  geral  quanto  em  cada  país  em particular,  com  diferenças  de  menor  monta,  conforme  o capitalismo  logrou  estender  os  limites  do  mercado  através da desregulação, que impôs um novo ciclo e internacionalização do capital.

O mercado financiero comandou  essa  internacionalização,  mas  foi  acompanhado pela  intensificação dos intercâmbios entre as grandes corporações multinacionais no plano dos investimentos e da tecnologia,  assim  como  um  mercado  de  mão-de-obra,  nos limites do interesse dessas grandes corporações.

Desemprego  estrutural onde tinha havido pleno emprego;  informalização,  terceirização,  trabalho  precário, ao lado de política dura de enfrentamento com movimentos grevistas – foram os elos mais importantes dessa virada, ao lado da bem sucedida campanha ideológica de reindividualização,  acompanhada  da  extensão  do  consumismo  e  do  boom  editorial  da  reengenharia  e  da “auto-ajuda”. Quebrou-se o  consenso  favorável  às soluções  coletivas  dos problemas  da  sociedade, enquanto se abriam caminhos  seletivos  de  ascensão  nas  novas  formas  de organização da economia–com forte peso da informática  e  da  propaganda  em  torno  “nova  economia”–guiada pela informática e “sem crises”.

Baixa  acentuada do nível de sindicalização, forte diminuição  da  ocorrência  de  greves,  enfraquecimento  da capacidade reivindicativa dos sindicatos, preponderância da defesa  do  emprego  em  detrimento  da  melhoria  salarial  ou da  redução  da  jornada  de  trabalho  –em  suma,  defensiva aberta e ampla por parte do movimento sindical em praticamente todas as regiões do mundo.

A hegemonia do capital financeiro, promovida pela elevação da taxa de juros acima da taxa de lucros e pelos processos de desregulação, por sua vez, impôs novas formas de reprodução social favoráveis à acumulação especulativa, com reflexos negativos diretos sobre o processo produtivo, sobre os níveis de desenvolvimento econômico, sobre o nível de emprego, sobre a “financeirização” dos Estados e  das empresas e sobre a vida econômica e social no seu conjunto.

No  entanto,  as  maiores  transformações  regressivas  se deram  no  plano  ideológico,  de  forma  conexa  com  as modificações no processo de reprodução material da sociedade e de seus agentes sociais. Conforme  o capitalismo estende e completa seu processo de mercantilização  do  mundo  inteiro,  se  desenvolve  e  se arraiga  a ideologia individualista que corresponde às relações de mercado, em que o destino de cada um é obra de  cada  um,  acomodando-se  à  circunstância  que  tudo  se torna mercadoria, inclusive os seres humanos.

Esse processo sem precedentes por sua extensão e profundidade–porque  se  dá  correlatamente  com  o  enfraquecimento  das formas  de  construção  de  sujeitos  coletivos,  seja  no  plano organizativo, político e do próprio  conhecimento–resultando na  sobredeterminção de todas as relações sociais, incluídas a luta política e a ideológica. É como se o mundo  se  reconstituísse  a  partir  dos  indivíduos  como mônadas: o sonho utópico do liberalismo econômico.

Seattle

Seattle  acontece  como  uma  espécie  de  velha  toupeira que, de repente, depois de uma acumulação quase subterrânea  de  forças,  irrompe  à  superfície,  ao  mesmo tempo como resultado previsível de desdobramentos anteriores,  mas  também  como  expressão  surpreendente –pela forma, pelo lugar, pelo momento– dessas tendências.

Não  foi  surpreendente  que  Seattle  acontecesse,  pelo  mal-estar  acumulado  nas  duas  décadas  anteriores  que,  sem espaço  para  se  manifestar,  seja  pelo  debilitamento  das organizações que pudessem expressa-lo, seja pelo deslocamento  ideológico dos debates para temas financeiros ou outros, que conseguiram canalizar a atenção e  as  energias  do  espaço  público  e  discussão,  no  lugar  de outros,  que  subterraneamente  foram  buscando  os  espaços de  menor resistência para fazer-se presentes.

Foi surpreendente que tivesse demorado a fazê-lo e quefinalmente se tivesse dado na forma em que se deu.

Seattle foi uma convergência de múltiplas reivindicações, a ponto de que publicações da grandeimprensa tentaram reduzi-las a um mosaico desconexo de demandas, reunidas pelo descontentamento dos marginalizados pelos avanços da globalização, mas incoerentes entre si. Certamente os exemplos mais utilizados têm a ver com as contradições entre a defesa dos empregos dos trabalhadores norte-americanos pelos sindicatos daquele país –que  explicitamente se contradizem com o deslocamento de capitais para países da periferia capitalista, de que o México, a Índia, a Indonésia e a China são apenasalguns grandes exemplos, para superexplorar mão-de-obra dezenas de vezes mais barata que a dos EUA– e a luta contra o desemprego nesses países.

Dentre  suas maiores conquistas, as manifestações desde  Seattle conseguiram,  por  um  lado,  quebrar  a  apatía política,  um  certo  conformismo  sobre  a  onipotência  da tecnocracia internacional para decidir sobre os destinos da humanidade.

A idéia de que se pode pelo menos questionar e  até  mesmo  bloquear  a  capacidade  de  decisão  dessa tecnocracia  e  de  seus  organismos.  Essas  manifestações serviram igualmente para apontar os adversários centrais da diversidade  de  reivindicações  –a  OMC,  o  FMI,  o  Banco Mundial– como representantes da ordem vigente no mundo atualmente.

Por  outro  lado,  se  conseguiu  deslocar  os  temas  em debate, da alternativa entre maior ou menor liberalização do comércio para as conseqüências sociais do modeloeconômico vigente e para a necessidade da sua substituição.

Essa  mudança  fez  com  que  as  próprias  reuniões  daqueles organismos  tivessem  que  se  debruçar  sobre  essa  nova agenda,  embora superficialmente,  deixando  de  seguir  sua própria agenda.

Ao nível nacional, as manifestações permitem recuperar  dinamismo  e  capacidade  de  atração  em  varios países,  a  começar  pelos  europeus,  onde  a  esquerda  havia chegado ao nível mais baixo de sua história, e nos Estados Unidos.  Elas  permitiram,  ao  mesmo  tempo,  recuperar  a dimensão internacional da luta atual, questionando as versões, como a de Samuel  Huntington, de que oquestionamento da ordem mundial atual se fazia apenas por setores  de  fundamentalismo  nacionalista  e  religioso.  Umnovo  elo  de  solidariedade  começa  a  surgir  e  permitirvislumbrar o potencial de um novo projeto hegemônico.

Essa  mudança  do  clima  internacional  representa  o avanço  mais  significativo  a  partir  de  Seattle.  No  entanto, essa  força  social  e  ideológica  acumulada  ainda  não  se traduziu em força política, que permita começar concretamente  a  frear,  reverter  e  modificar  a  hegemonía real do neoliberalismo, seja nos fluxos económicos mundiais, seja na ideologia cotidiana da grande maioria da população  mundial.  Esta  fraqueza  se  revela,  efetivamente, na  ausência  ainda  de  governos  de  países  de  peso  mundial que  se oponham diretamente ao discurso e à prática neoliberal  e  comecem  a  construir  políticas  nacionais  e  um bloco de forças internacional que comece a pôr em prática uma ordem mundial qualitativamente diferente.

Isto só pode se dar quando se obtiver vitórias ao nível nacional, que é o espaço em que necessariamente se dão as lutas  políticas,  onde  é  possível diretamente  começar  a romper com a cadeia de imposição da hegemonía neoliberal. Nesse sentido se percebe que, embora os setores que se mobilizaram a partir de Seattle sejam muito ativos, são  ainda  minoritários,  agregando  setores  de  partidos  ou partidos  menores que ainda não lograram, porém, se constituir em forças hegemônicas nacionalmente.

Se essas forças têm que conseguir vitórias nacionalmente, ao mesmo tempo a concretização de políticas de ruptura e superação da atual ordem económica só  podem  ser  dar  internacionalmenteDaí  a  necessária articulação  entre  os  dois  planos,  sem  o  que  os  avanços internacionais não conseguirão desembocar em força política ou esta, conseguida no plano interno, ficará bloqueada para pôr em prática políticas concretas de negação e superação dos marcos neoliberais.

Depois de Seattle

Depois  de  Seattle,  o  movimento  de  questionamento  e superação  do  neoliberalismo  se  encontra  em  fase  de,  ao mesmo tempo, ampliação dos setores sociais mobilizados e de formualação de plataformas, políticas e estratégias concretas de ação. O Fórum Social Mundial de Porto Alegre será o primeiro momento de reunião do maior leque possível  das  forças  sociais  mobilizadas  para  buscar  eixos centrais de uma hegemonia alternativa.

Essa  busca  tem  no  questionamento  da  mais  extensa mercantilização  do  mundo,  realizada  pelo  capitalismo  em sua  fase  neoliberal,  seu  eixo  central  de  articulação,  que unifica tanto a sindicalistas, quanto a ecologistas, feministas  e  todo  o  conjunto  de  forças  que  expressam  o mal-estar da virada do século contra o domínio do capital.

A formulação  de  um  projeto  de  sociedade  centrado  no direito ao trabalho, no atendimento às necessidades básicas do conjunto da humanidade, na combinação entre a liberdade individual e a ação coletiva, entre a representação plural do ponto de vista social, político e cultural em todas as formas de exercício de poder, na solidariedade internacional  –pode  apontar  para  a  formulação  de  um projeto de reorganização da vida da humanidade em bases cooperativas, solidárias, humanistas.

Isso  requer,  antes  de  tudo,  um  diagnóstico  claro  a respeito  da  natureza  e  das  relações  de  poder  atualmente existentes  no  mundo,  para  deduzir  as  forças  com  que  se pode  contar  na  luta,  assim  como  para  buscar  as  alianças necessárias e, especialmente, para ter consciência da força do inimigo e dos obstáculos a enfrentar. Qualquer avaliação que subestime o tamanho do retrocesso na relação de forças mundial  e,  em  particular,  o  abismo  introduzido  entre  o destino dos países centrais do capitalismo e os da periferia, pode cair em visões simplistas e idealizadas dos caminosa trilhar para a quebra da hegemonia neoliberal e a construção de uma nova ordem mundial.

Nesse  sentido, os avanços desde Seattle são fundamentais por colocar elos de novas formas não apenas de solidariedade, mas principalmente de  articulação de interesses econômicos, sociais, culturais e políticos concretos que recomponham uma força internacional à altura de se enfrentar ao bloco de forças dominantes hoje no mundo.

Conflicto y crisis en el pensamiento social latinoamericano. Marcos Roitman Rosenmann. 2000

El pensamiento político y social latinoamericano ha sido muy fructífero en la producción de un conocimiento concreto en torno a la naturaleza de las crisis y los conflictos societales. El hecho de haber sido un continente sometido al orden colonial y sus elites políticas haber luchado por la independencia, destaca aún más las concepciones  del  cambio  social  y  el  tipo  de  sociedad  que  se pretende construir. Federalismo versus Unitarismo, Monarquía versus República.

El  proceso  de  independencia  facilitó  la  consolidación de un pensamiento político y social donde las tradiciones liberales  y  conservadoras  se  disputaron,  en  el  marco  de  las doctrinas, la hegemonía teórica.

Revoluciones, reformas, conflictos y crisis fueron analizadas bajo el tamiz del pensamiento ilustrado. La gran revolución del siglo XVIII en Europa encontró su respaldo en la naciente idea de progreso.

Y el pensamiento económico, social  y  político  utilitarista-contractual  movilizó  a  la  naciente burguesía en su lucha por instaurar un orden burgués fundado en  el progreso científico-técnico.

El  pensamiento  social  y  político  de  la  emancipación, está  empapado  de  la  idea  ilustrada  de  orden  y  progreso.

Desde fines del siglo XVIII las concepciones de una sociedad  fundada  en  la  igualdad  y  la  libertad  de  los  individuos abrió  la  crisis  del  orden  colonial

Criollos  y  peninsulares.

Diferenciados  por  status  en  función  de  su  nacimiento  en América  fueron  inhabilitados  para  ejercer  los  cargos  más relevantes  del  orden  colonial.  Por  ello,  los  criollos  defendieron las teorías del contrato social, la voluntad general y la división de poderes desarrolladas por Rosseau y Montesquieu. La influencia de la revolución francesa y la revolución norteamericana jugaron un papel decisivo a la hora de definir las estrategias y delimitar los contenidos ideológico-políticos de los procesos independentistas.

Tras la independencia, el positivismo había empapado todo el debate teórico acerca de la naturaleza de los conflictos y las crisis sociales. Curiosamente la democracia fue el pretexto que sirvió para negarla en su esencia. Considerada no apta para las emergentes sociedades políticas post-independencia se la concebía causante de caos y anarquía. Palabras claves  durante  todo  el  siglo  XIX  y  principios  de  XX. Orden y progreso; la libertad de los modernos.

El llamado a la lucha por la democracia como orden social y político será causante de los primeros enfrentamientos sociales y de la posterior crisis del orden oligárquico.

El nacimiento de los partidos demócratas y socialistas, unido a la influencia de la Comuna de París, al igual que las doctrinas socialistas y comunistas,  transforman el “tranquilo mundo” del orden oligárquico de fines del siglo XIX.

Sin embargo, la fuerza del positivismo y el debate liberal-conservador  siguió  siendo  el  eje  central  de  debate.  La sociedad,  se  dirá,  debe  generar  un  orden  estable  y  permanente, jerárquicamente estratificado y políticamente asentado en el gobierno de los buenos y mejores. 

Los discursos y escritos políticos de los  gobernantes y ensayistas  de  América  Latina  de  mediados  del  siglo  XIX son  exponentes  de  este  pensamiento  político  hegemónico.

José María Mora, Justo Sierra y Benito Juárez en México, Justo Arosema en Panamá, Juan Bautista Alberdi, Domingo F. Sarmiento y José Ingenieros en Argentina, Miguel Lemos en Brasil, José V. Lastarria, Francisco Bilbao, en Chile, Jose Bustillo en Bolivia, Javier Prado en Perú, Enrique Varona  en  Cuba,  Eugenio  María  Hostos  en  Puerto  Rico,  Floro Costa en Uruguay, son nombres que destacan en este entramado de ensayistas y políticos centrados en demostrar cuál era el mejor camino para evitar caer en el caos y la inestabilidad.[1]

La  relación  entre  positivismo  y  orden  social  se  estrecha. La discusión queda acotada por la pregunta: ¿qué tipo de orden social se concibe como apropiado para el desarrollo de la industria y el progreso?

Todas las interpretaciones estuvieron destinadas a dar respuesta a dicho interrogante.

La sociedad, pensada como un cuerpo biológico-social y formado de partes indisolubles, conduce a las primeras interpretaciones organicistas de los conflictos y las crisis sociales. Sirvieron de excusa a los gobiernos oligárquicos para reprimir y excluir a la disidencia política en cualquier circunstancia. Si en principio fueron las disidencias liberales y progresistas las más afectadas por dicha concepción, tras las reformas liberales de fines del siglo XIX, los destinatarios de  dichas  visiones  organicistas  fueron  los  demócratas,  socialistas, anarquistas y comunistas. La cuestión social emergía. Los conflictos y las crisis adquirieron otra dimensión y una nueva  interpretación.

El  problema  se  situaba  en  el  interior  de  una  sociedad cuya elite política se sentía amenazada. La lucha por la democracia, las demandas sociales y de participación por parte  de  un  proletariado  urbano,  minero  y  portuario,  produjeron las primeras matanzas y represión generalizada del movimiento obrero y sindical en toda América Latina.

La  sociedad  tomaba  cuerpo  y  también  se  definían  sus contornos, sus actores, los sujetos y los horizontes de futuro. La dirección del cambio social se convierte en objeto de estudio. Con ello se analizan la cuestión social, las movilizaciones  políticas  y  las  alternativas  de  sociedad.  Si  el  primer debate fue definir  la sociedad, ahora se piensa: ¿qué tipo de sociedad se quiere?

Y esta pregunta acaba afectando necesariamente a la propia concepción de sociedad.

El fin del siglo XIX y los comienzos del XX fueron determinantes. Imperios en lucha y un imperialismo en expansión  mostraban  un  mundo  distinto.  La  discusión  se  torna clara. Las clases sociales y sus proyectos transforman lo social y lo político en un campo de fuerzas. La naturaleza de la sociedad dejaba de ser orgánica-biológica para ser social y política. Sin embargo, un nuevo organicismo hizo su aparición.  La  sociología  cobraba  carta  de  ciudadanía.  Durkheim  y  Simmel  aportaron  los  elementos  comprensivos  de un pensamiento global sobre el contenido y alcance de las crisis y los conflictos sociales.

Solidaridad orgánica y solidaridad mecánica. El uso de un  concepto  acuñado  por  Durkheim,  anomia,  se  hace  frecuente para identificar un comportamiento social disfuncional. “Pero puesto que no hay nada en el individuo que pueda fijarle un límite, éste debe venirle necesariamente de alguna fuerza exterior a él. Es preciso que un poder regulador desempeñe  para  las  necesidades  morales  el  mismo  papel que el organismo para las necesidades físicas. Es decir, que este  poder  no  puede  ser  más  que  moral.  La  sociedad  sola, sea directamente y en su conjunto, sea por medio de sus órganos, está en situación de desempeñar este papel moderador; porque ella es el único poder moral superior al individuo, y cuya superioridad acepta éste”.[2]

Una sociedad concebida de manera orgánica funcional y solidaria era el referente para interpretar la dinámica de los conflictos y las crisis sociales y políticas.

Mientras,  otra  corriente  de  pensamiento,  nacida  en  el siglo  XIX  y  vinculada  a  la  concepción  marxiana,  criticó  y mantuvo  una  postura  enfrentada  a  dicha  visión  orgánica funcional. Su lógica fue establecer como paradigma la inherente existencia de conflictos y crisis en cualquier orden social producido por el zoum politokoun. No cabía entender y explicar  el  origen  y  causa  de  los  conflictos  por  comportamientos anómicos o por desviación social. Los conflictos y las  crisis  eran  con-naturales  a  un  orden  social  fundado  en relaciones sociales de explotación.

Los conflictos y las crisis no son concebidos ni analizados catastróficamente; menos aún interpretados como actos disolventes y antisociales. Su fin no consiste en provocar un caos societal. Por el contrario, los conflictos y las crisis societales son espacios articulados, dependientes de intereses concretos  de  clases  y  grupos  sociales  cuyos  proyectos  son antagónicos y complementarios. La crisis y los conflictos se transforman en una contradicción dialéctica y lógica. Sobre este suelo se levantan los estudios de los comportamientos políticos, las demandas y las negociaciones sobre los cuales debía transitar la sociedad. Así, surge en Marx un concepto de crisis definido como un tipo concreto de conflicto no resuelto.

“Estas diversas influencias se hacen sentir, ora de manera  yuxtapuesta  en  el  espacio,  ora  de  manera  yuxtapuesta  en  el  tiempo;  el  conflicto  entre  las  fuerzas  impulsoras  antagónicas  se  desahoga  periódicamente  mediante crisis. Estas siempre son sólo soluciones violentas  momentáneas  de  las  contradicciones  existentes, erupciones violentas que restablecen por el momento el equilibrio perturbado”.[3]

Dos tipos de sociedad, dos concepciones de sus conflictos y las crisis. El pensamiento social latinoamericano está atravesado por este debate. De un lado el pensamiento liberal-conservador asume la visión orgánica-solidaria y funcional. La sociedad es un todo armónico en la cual la solidaridad entre sus partes es necesaria para el normal y buen funcionamiento del sistema. Pensar en el antagonismo y la lucha de clases es pensar en el caos, la anarquía y por ello plantearse la disolución de la sociedad. De otro, el pensamiento socialista y democrático. Para éste, las relaciones so- ciales de explotación son las causas de la injusticia y falta de derechos sociales y políticos de las clases populares y subalternas. Reivindicar por la fuerza sus derechos es producto de una sociedad antagónica, con clases sociales cuyos intereses son contrapuestos y sus cosmovisiones encontradas. Lo natural-social del orden social es el conflicto y la crisis.

Las primeras décadas del siglo XX, en América Latina,estarán marcadas por esta dualidad a la hora de concebir la sociedad y su funcionamiento. En la primera corriente libe- ral-conservadora podemos poner como representantes a Laureano Vallenilla Lanz con su obra  El cesarismo democrático (1919) y al chileno Alberto Edwards con  La fronda aristocrática en Chile  (1928). En la segunda corriente de pensamiento, los peruanos José Carlos Mariátegui y Victor Raúl Haya de la Torre y el brasileño Gilberto Freyre, entre otros.

El siglo XX se inicia con grandes confrontaciones. La revolución mexicana despierta al mundo. El fin del porfiriato  y  la  instauración  de  un  orden  social  revolucionario  en México  provoca  un  gran  terremoto  político  en  la  región.

Los  regímenes  oligárquicos  se  ven  amenazados  por  la  expansión de las demandas sociales de tierra y libertad y sufragio  efectivo  y  no  reelección.  La  democracia  era  al  mismo tiempo un  debate teórico y un proyecto político y social. Su influencia en América Latina afectó a toda una generación de líderes políticos e intelectuales.

La  primera  guerra  mundial,  el  consiguiente  desarrollo del  imperialismo  y  el  triunfo  de  la  revolución  rusa  son acontecimientos que, unidos a la revolución mexicana, dan un  giro  en  los  análisis  del  cambio  social  en  la  región.  La concepción  orgánico-funcional  y  solidaria  de  la  sociedad va  perdiendo  su  fuerza.  Una  sociedad  en  permanente  conflicto va ganando espacio,  introduciéndose en el conjunto de estudios sobre el carácter social de las estructuras de dominio y explotación en América Latina.

Surgen nuevas interpretaciones sobre la realidad  social del continente. Desde la poesía, hasta los ensayos político-filosóficos, todo está imbuido de esta noción de cambio social y de lucha anti-oligárquica. Argentina da el pistoletazo de salida. Los estudiantes de la Universidad de Córdoba en marzo de 1918 se declaran en huelga. Su proclama va dirigida a: “La juventud Argentina de Córdoba a los hombres libres de Sud América”.

“Hombres de una república libre, acabamos de romper la última cadena que, en pleno siglo XX, nos ataba a la antigua  dominación  monárquica  y  monástica.  Hemos resuelto llamar a todas las cosas por el nombre que tienen.  Córdoba  se  redime.  Desde  hoy  contamos  para  el país una vergüenza menos y una libertad más. Los dolores que quedan son las libertades que faltan. Creemos no equivocarnos, las resonancias del corazón nos lo advierten: estamos pisando sobre una revolución, estamos viviendo una hora americana”[4]

Es este llamado a la juventud y hombres libres de Sudamérica lo que sienta las bases para un pensamiento social latinoamericano  de  carácter  anti-imperialista  y  democrático. La nación latinoamericana cobra carta de identidad. Un argentino,  Manuel  Ugarte,  expresa  dicha  dimensión  continental en su ensayo  La nación latinoamericana y un mexicano José Vasconselos propone su  La raza Cósmica. Haya de la Torre, Mariátegui, Julio Antonio Mella, Alfredo Palacios, José Arciniegas o Gabriela Mistral, entre otros, son nombres  asociados  con  la  emergencia  de  un  pensamiento antiimperialista y democrático. La invasión de Estados Unidos a Nicaragua y la lucha de Augusto Sandino son un punto  álgido  en  la  concepción  teórica  y  política  en  el  devenir del pensamiento propio latinoamericano.

Una generación formada en las luchas anti-oligárquicas y reformadoras va copando los espacios políticos. Los regímenes oligárquicos sufren rupturas, cambios y reveses. En ocasiones  logran sobrevivir y con ello los procesos de cambio  se  ven  truncados.  Sin  embargo,  los  ensayos  sobre  los conflictos y las crisis en la sociedad latinoamericana ya no serán los mismos. La idea de ruptura y cambio social es relevante. La necesidad de reconocimiento político y ampliación de la ciudadanía a las clases obreras y los sectores medios arrincona las concepciones orgánico-anómicas.

Los años cuarenta se muestran fructíferos en el desarrollo de pensamiento propio latinoamericano.

Y a partir de los años cincuenta, las ciencias sociales cobran un gran protagonismo.  Sus  concepciones  teóricas  y  sus  propuestas  de análisis terminan por cubrir el espacio del debate y las interpretaciones del cambio social.

Desarrollo y democracia. Modernización y cambio social. Racionalidad política y reformas sociales. Todos estos conceptos copan el espacio teórico y el debate político. Las viejas concepciones organicistas y las visiones más reduccionistas de un marxismo vulgar, ceden paso a interpretaciones más elaboradas de los conflictos y las crisis societales.

Tras la segunda guerra mundial, la recepción del cuadro teórico metódico de la sociología es ya completa. Definida por Max Weber  como una ciencia que pretende comprender interpretando la acción social para de esa manera explicarla  causalmente  en  su  conexión  de  sentido,  se  convierte en el referente para el estudio de las estructuras sociales y de poder en América Latina.

Los conflictos y las crisis pasan a formar parte de los tipos de dominación, de las formas de racionalidad y de los mecanismos  de  legitimidad  del  poder.  Una  sociología  del poder  emerge  con  fuerza.  Las  teorías  de  la  modernización herederas de la tradición weberiana se alzan triunfantes. Gino Germani y José Medina Echevarria serán los exponentes de esta postura. Para Germani, los años cincuenta del siglo XX  están  inmersos  en  un  proceso  de  transición.  Definido como un cambio generalizado de estructuras, altera el tipo de acción social, institucionaliza el cambio y facilita un mayor grado de especialización de las instituciones.[5]

Pensar  la  institucionalización  del  cambio  es  pensar  la dinámica  de  los  conflictos  y  las  crisis. 

Ya  no  son  aspectos negativos, anti-sociales. Su existencia puede ser considerada un factor de modernización de las estructuras oligárquicas  y  tradicionales.  Sin  embargo,  en  América  Latina,  la transición está sometida a vaivenes donde las fuerzas contrarias al cambio social provocan resistencias, generando un fenómeno asincrónico que dificulta la modernización política, económica y social.

El conflicto se adjetiva: institucionalizado o desintegrador. “Si bien es cierto que en ciertas orientaciones el análisis funcional ha olvidado frecuentemente el papel del conflicto, ya sea como parte del funcionamiento normal de la sociedad, ya sea como expresión inevitable o difícilmente evitable del cambio, debe reconocerse que no hay ninguna incompatibilidad intrínseca. Desde nuestro punto de vista debemos reconocer dos tipos de conflictos: a) en primer lugar el conflicto institucionalizado, es decir, el que se halla ‘previsto’ dentro del marco normativo de la sociedad y que a la vez constituye una expresión de su funcionamiento ‘normal’ y esperado… b) en segundo lugar, el conflicto que surge en relación a un proceso de cambio.

En este sentido el conflicto expresa la existencia de un ‘desajuste’: desajuste entre normas y circunstancias reales, entre grupos. En todos estos casos el conflicto expresa la típica asincronía con la que suelen verificarse los cambios de estructura y ya sea que se le consideran como una ‘consecuencia’ del  cambio o como una ‘causa’ del mismo o -más correctamente- como ambas a la vez, el conflicto ‘no institucionalizado’ supone, por definición, la existencia de desintegración”.[6]

Surge un arsenal teórico tendiente a mostrar la necesidad del cambio social y de articular una sociedad en torno a objetivos como la democracia plena y el desarrollo económico y social. Es un período rico en producción de conocimientos sociales acerca de la configuración de las estructuras económicas, políticas, culturales y sociales de América Latina.

La institucionalización del debate producto de la expansión de las ciencias sociales generaliza una concepción no catastrofista de los conflictos y las crisis. Sin embargo, en la esfera de la política contingente, el conflicto internacional post-segunda guerra mundial, entra en ebullición. El triunfo de la revolución cubana y la crisis de los misiles o cohetes a principios de los sesenta agudizan la guerra fría.

Las ciencias sociales se ven afectadas por esta situación. La división entre proposiciones de cambio se concreta en alternativas de sociedad. El mundo no sólo se divide en bloques ideológico-políticos enfrentados. Las ciencias sociales, producto de una realidad histórica se ven inmersas en dicha confrontación.

En relación a nuestro interés, la dimensión del análisis teórico  de  los  conflictos  y  crisis  queda  delimitada  por  la dualidad  socialismo  o  capitalismo.  El  posicionamiento  es total. Las ciencias sociales son un campo de conflicto y de crisis permanente. No podría ser de otro modo, forman parte de una realidad social conflictiva y en constante cambio.

Esta circunstancia hizo que en América Latina, a diferencia de Europa, Africa o Asia, el pensamiento social se encuadrase en dos tendencias teóricas. La sociología de la modernización y la sociología crítica. Ambas crearán escuela. Nombres como Raúl Prebisch, Pablo González Casanova, Celso Furtado, Florestan Fernandes, María da Conceição Tavares, Costa Pinto, Orlando Caputo, Darcy Ribeyro, Leopoldo Zea, Gino Germani, Medina Echavarria, Sergio Bagú, Juan Bosch, Fernando Henrique Cardoso, Francisco Wefort, Agustín Silva Michelena, Ludovico Silva Michelena, Theotonio do Santos, Tomas A. Vasconi. Aníbal  Quijano, Aníbal Pinto, Osvaldo Sunkel, Pedro Paz, Carlos Quijano, Gregorio Selser, Pedro Vuskovic Bravo, Hugo Zemelman, Torcuato di Tella, Edelberto Torres Rivas, Carmen Miro, Daniel Camacho, Octavio Ianni, Antonio García, Orlando Fals Borda, René Zabaleta, Agustín Cueva, Ruy Mauro Marini, Ernest Feder, Aldo Ferrer, Suzy Castor, Bania Vambirra, Jorge Graciarena, José Aricó, Matos M a r, Julio Cotler, Amílcar Herrera o Rodolfo Stavenhagen son algunos de los nombres asociados a dichas tendencias.[7]

Las ciencias sociales viven en los años sesenta una época dorada. La teoría de la dependencia y el imperialismo se despliega en múltiples vertientes: estructural, económica-política o ideológica-cultural.  Sociología de la explotación, estudios de marginalidad social, colonialismo interno, concepción centro-periferia, desarrollo desigual o subimperialismo son propuestas y categorías de análisis emergentes durante este período para explicar el desarrollo histórico de América Latina.

El triunfo de la Unidad Popular en Chile (1970) abre el campo  a  nuevas  concepciones  del  cambio  social;  pero  sobre todo a los análisis de transición política del capitalismo al socialismo. Si hasta ahora la vía armada y la revolución eran los ejemplos históricos presentes, la victoria en las urnas  de  Salvador  Allende  introducía  en  la  discusión  la  vía pacífica de transición al socialismo.

Los estudios sobre el conflicto social y las crisis son ya el resultado de enfrentamientos teóricos entre defensores de una  modernización  capitalista  y  racionalización  política  y quienes  plantean  la  superación  y  la  transformación  de  las estructuras sociales de explotación y dominio capitalista.

El  debate  encontró  dos  corrientes  de  pensamiento  armadas teóricamente y cuya fuerza se hizo sentir en los proyectos  políticos  y  sociales  del  momento.  En  plena  guerra fría, el conflicto político tendió a ser expresión de esa relación directa y antagónica entre clases sociales que pugnan por direccionar el futuro.

El golpe de Estado en Chile, el 11de  septiembre  de  1973  es  la  primera  pieza  de  dominó  que cae. Le siguen  Argentina y Uruguay. El Cono Sur se transforma  en  un  conjunto  de  países  dominados  por  regímenes militares anti-comunistas asentados en la doctrina de la seguridad nacional. Brasil en 1964 inauguró esta etapa, Paraguay con Stroessner era una realidad en 1955. Bolivia con Hugo  Banzer  y  el  proceso  de  involución  peruano  tras  la muerte de  Velazco Alvarado completan el cuadro.

Las concepciones organicistas son revividas para funda- mentar el nuevo orden social. Una sociedad integrada, sin luchas de clases y solidaria se impone como proyecto político de refundación del orden societal. El carácter diluyente de ideologías consideradas subversivas y foráneas al entorno latinoamericano justifican la persecución  y el aniquilamiento de personas. Satanizar el pensamiento crítico y considerarlo causante de violencia es el argumento más sólido de las dictaduras para imponer su nuevo ordenamiento político. En él, el conflicto estaba superado o mejor dicho no estaba permitido.

Un período de impasse en los análisis, motivado por la represión, el cierre de universidades, la muerte y el asesinato caracteriza el fin de los años setenta. El neoliberalismo se impone en estas circunstancias. La lucha por la defensa de los derechos humanos centra la mayoría de los esfuerzos. En esta dinámica, el estudio de los conflictos y las crisis busca comprender cómo fue posible el surgimiento de estos regímenes de excepción de violencia inusitada y con la barbarie como insignia. El debate sobre regímenes burocrático-autoritarios y la caracterización de las dictaduras es el resultado de dicho proceso de reflexión.[8]

Igualmente se profundizan los análisis de clases y sus comportamientos políticos. La obra de Raúl Benítez Zenteno publicada en dos volúmenes por Siglo XXI México Las  Clases sociales en América Latina  y Las crisis políticas en América Latina, después del golpe militar en Chile, es muestra de lo anotado.

A fines  de  los  años  setenta,  una  nueva  generación  de científicos sociales emerge en esta discusión generando una dinámica  de  cambio.  La  revolución  en  Nicaragua  ayuda  a recuperar  cierto  optimismo  perdido.  Los  años  ochenta cuentan  con  nuevos  nombres  propios  en  el  debate  teórico. Los estudios sobre conflicto y crisis se subentienden como parte de una discusión centrada en señalar los condicionantes necesarios para “transitar” de las dictaduras a las democracias.  Nombres  como  los  de  Atilio  Borón,  Luis  Maira, Carlos  Vilas,  Manuel  Antonio  Garretón,  Tomás  Moulián, Norbert Lechner, Carlos Portales, Augusto Varas, Fernando Fanzylber, Fernando Calderón, José Joaquín Brunner, Juan Carlos Portantiero, Alejandro Foxley, Lorenzo Meyer, Nestor  García  Canclini,  Ariel  Dorfman,  Héctor  Díaz  Polanco, Orlando Núñez, Juan Arancibia, Angel Quinteros, Gerónimo de Sierra o Carlos Delgado son algunos de ellos.

Formados  a  la  luz  del  debate  teórico  de  los  años  setenta,  en  los ochenta  ocupan  un  lugar  destacado  en  la  literatura  sobre conflicto, crisis y transición política en América Latina.

El mantenimiento de las dictaduras y la crisis centroamericana obligó a realizar un esfuerzo de comprensión mayor acerca del tipo y las formas de relación entre Estados Unidos y América Latina. El análisis de las relaciones internacionales, sus conflictos y las crisis en que se ven inmersas las relaciones entre los Estados latinoamericanos y Estados Unidos, son motivo de reflexión y estudio. A fines de los años setenta ya hay una producción importante sobre el sentido y forma de los conflictos y crisis en las relaciones Estados Unidos-América Latina. Una publicación destaca sobre todas. Editada por el Centro de Investigación y Docencia Económica C.I.D.E. en México ve la luz  Cuadernos Semestrales. Estados Unidos: perspectiva latinoamericana.

Los años ochenta dejan un balance crítico. En el ámbito  internacional,  la  caída  de  los  regímenes  políticos  en  la Europa del Este, el fin de la guerra fría y la profundización de las reformas afincadas en las doctrinas neoliberales. En América Latina se viven las guerras de baja intensidad, además de una invasión y una Guerra. Estados Unidos en Panamá y Gran Bretaña en las Islas Malvinas. En los `90 entrarán en Haití.

Los análisis teóricos sobre conflictos y crisis adquieren un rango destacado. Sin embargo forman parte de estudios específicos sobre transición y cambio social.

Y aquí está el gran debate de fines de los años ochenta y principio de los años noventa. Resquebrajadas las dictaduras y cuestionados sus regímenes. El cambio político se entiende como la salida del orden dictatorial. Lo que antes era una visión crítica y enfrentada a las formas políticas del capitalismo en cualquiera de sus formas, ahora se reducía a una crítica parcial a las formas dictatoriales de ejercicio del poder. Su máxima expresión teórica se encuentra en la obra colectiva coordinada  por  Guillermo  O.  Donnell,  Philippe  Schmiter  y  Laurence  Whitehead  (compiladores)  cuyo  título  es  significativo:  Transiciones  desde  un  gobierno  autoritario. Editorial Paidos, Buenos Aires, IV volúmenes.

Lo que en los años setenta había constituido un cuerpo más  o  menos  homogéneo  de  discusión,  donde  las  concepciones  teóricas  de  análisis  social  coinciden  con  proyectos de  sociedad  alternativos,  entra  en  crisis.  El  llamado  a  los proyectos anti-capitalistas y democráticos ya no es un referente.  Tampoco lo es mayoritariamente la crítica a las relaciones sociales de explotación.

En los años ochenta y profundizada en los noventa, se produce una diáspora en el pensamiento crítico latinoamericano. La visión organicista y funcional sobre el carácter de los conflictos y las crisis societales es asumida como un referente válido. Nuevamente orden y progreso. Gobernabilidad y paz social. Los llamados a mantener las reformas neoliberales del Estado, los procesos de privatización, así como los programas económicos sobre pactos de exclusión fundamentados en el mito del progreso nos hacen pensar en la refundación del poder. Una refundación totalitaria y neo-oligárquica, en la cual plantear un proyecto alternativo puede ser considerado subversivo y desarticulador del cuerpo social.

La  llamada  a  evitar  el  riesgo  de  ingobernabilidad  y  la incertidumbre,  se  impone  como  expresión  teórica  de  este pensamiento neo-positivista afincado en los mitos del orden y el progreso. Los conflictos y las crisis deben ser reguladores de un sistema solidario y orgánico, cuyas partes cooperan entre sí para un mismo fin común.

La entrada en el siglo XXI representa por ello un desafío en el ámbito de las ciencias sociales a nivel mundial y desde luego regional. En América Latina su desarrollo hace albergar un proceso de reversión de esta tendencia monista en el análisis social de los conflictos y las crisis societales.

Un  nuevo  pensamiento  crítico,  desligado  de  las  viejas polémicas que acompañaron los debates políticos en tiempos de guerra fría, se abre paso. Las nuevas generaciones no sometidas  a  los  dogmatismos  teóricos  y  centradas  en  demostrar cómo funciona y se reproduce la economía mundo en  el  marco  del  actual  proceso  de  internacionalización  del capital, es el aliciente para revertir la situación.

La  incorporación  de  elementos  como  la  destrucción ecológica, el medio ambiente, los problemas de género, étnicos  y  los  derivados  de  las  actuales  condiciones  de  colonialismo  global  y  explotación  global  cambian  completamente el estudio y la forma que asumen los conflictos y las crisis societales.

También altera la configuración de los proyectos  democráticos  y  de  cambio  social  en  la  región.  Por ello, terminaría señalando que la acción de recuperar la democracia  emprendida  por  el  Ejército  Zapatista  de  Liberación  Nacional  en  México  expresa  como  lo  indica  Pablo González Casanova, no la última revolución del siglo XX, sino el camino que han de seguir las revoluciones latinoamericanas en el siglo XXI.

“La contribución del EZLN quiere ser muy modesta y es también muy ambiciosa: defender por las armas, en la Selva Lacandona y en los Montes Azules, la tierra, la libertad y la dignidad que los alzados no pudieron defender de otra manera, e iniciar un cambio de conciencia del pueblo de Chiapas y de México para que con la democracia y la paz se logren objetivos de libertad y justicia no sólo en las nubes, ni sólo en la Selva, ni sólo en Chiapas, sino en el país. El EZLN recuerda la bella imagen de la mariposa que desata una tormenta, y la más exacta de los grandes movimientos que parecen empezar desde cero y que se vuelven universales. Implica una negociación que no sea ‘tranza’ y una revolución que ponga un alto a la violencia contra los pueblos indios, para abrir el paso a una democracia con libertad y justicia, con dignidad y autonomía. El proyecto se formula en dialectos particulares que se universalizan y en lenguajes universales que florecen entre mexicanos, tzeltales, tzotziles, choles, zoques y tojobales. Tal vez se realice. Pero en todo caso, sería una tragedia para la humanidad que no se realizara”.[9]


[1] La mejor síntesis se encuentra en las publicaciones de la Biblioteca Ayacucho,  Caracas, Venezuela. Entre sus títulos destacamos cuatro:  El pensamiento conservador (1815-1898);  El pensamiento positivista ( Volúmenes I y II);  El pensamiento político de la emancipación( Volúmenes I y II) y  Pensamiento de la Ilustración.

[2] DURKHEIM, Emilio.  El suicidio. Editorial AKAL, Madrid 1976, pág. 265.

[3] MARX, Karl.  El Capital. Libro Tercero, Volumen 6. Editorial Siglo XXI, España, 1976, pág. 320.

[4] CUNEO, Dardo.  La reforma universitaria. (1918-1930). Editorial  Ayacucho, Venezuela, 1978, pág. 3.

[5] Consúltese las obras de Gino Germani: Sociología de la Modernización. Editorial  PAIDOS,  Buenos  Aires  1971;  y  Política  y  Sociedad  en  una  época  de transición. Editorial PAIDOS, Buenos Aires, 1979. Igualmente de José Medina Echavarría: Consideraciones sociológicas sobre el desarrollo económico en América Latina. Editorial EDUCA, San José, Costa Rica, 1980.

[6] GERMANI, Gino.  Política y Sociedad en una época de transición. Editorial PAIDOS, Buenos Aires, 1979, p. 59.

[7] Esta selección de nombres desde luego es ilustrativa, no es sistemática y tiene como objetivo mostrar el gran desarrollo de las ciencias sociales, así como de sus escuelas de pensamiento. Existen múltiples antologías de pensamiento social  latinoamericano  donde  se  recoge  de  manera  general  autores  y  debates. Sin embargo para nuestros fines recomiendo la lectura del texto de SOLARI, Aldo, FRANCO, Rolando y JUTKOWITZ, Joel : Teoría, acción social y desarrollo en América Latina. Editorial Siglo XXI, México.

[8] Este debate se puede seguir en los siguientes textos: CAVALLAROJAS, Antonio (Comp). Geopolítica y seguridad nacional en América.UNAM, México,1979. Autores Varios. El control político en el cono sur. Textos de ILDIS. Editorial Siglo XXI, México, 1978. MATTELART, Armand y Michèle ; Comunicación  e  ideologías  de  la  seguridad. Cuadernos  Anagrama,  Barcelona,  1978. También  el  texto  promisorio  de  O’DONNELL,  Guillermo.  Modernización y autoritarismo. Editorial PAIDOS, Buenos Aires, 1972, (existen múltiples trabajos en la década de los años ochenta. Pero se trata de visualizar el sentido histórico de los debates y su línea argumental. Los estudios compilados por Augusto Varas, destacan en los años ochenta).

[9] GONZALEZ CASANOVA, Pablo. Causas de la rebelión en Chiapas. Revista Política y Sociedad No. 16-17, Madrid, 1995, pags. 83-93

La formación política de los movimientos populares latinoamericanos. Claudia Korol. 2007

¿Qué militantes populares, qué movimientos populares,  qué proyectos políticos populares van constituyendo  sus resistencias y alternativas en este tiempo histórico?

¿Qué lugar tiene en sus propuestas la batalla cultural?

¿Cómo avanzar en la formación de militantes y movimientos populares, con capacidad de aprehensión y  transformación de la complejidad de la trama social en  la que se recrean las posibilidades de existencia, no sólo  de un grupo, sino de toda la humanidad y la naturaleza? ¿Dónde afirmar el dinamismo de estos procesos?

Intentaré aproximar algunas reflexiones, que sostienen  nuestra práctica de formación política, que realizamos  junto a diferentes movimientos populares, y que ahora  integramos como programa específico del OSAL[1]

Nuevos desafíos en el siglo XXI

Los movimientos populares latinoamericanos iniciaron el siglo XXI enfrentando nuevos desafíos, que multiplican las tareas ya planteadas y proponen nuevos horizontes. Se amplía la resistencia a las políticas neoliberales y comienzan a ensayarse alternativas populares a las mismas.

Este doble movimiento, de negación y afirmación, de rechazo y de propuesta, requiere de militantes con capacidad para analizar los complejos procesos en los que desarrollan su actividad, y para asumir iniciativas diversas, tanto en la confrontación con la dominación, como en los esfuerzos de creación de experiencias de poder popular.

Sin embargo, por múltiples razones, se han debilitado los procesos de formación de militantes. Entre muchas causas no podemos omitir el impacto de la devastación producida por las dictaduras latinoamericanas, que liquidaron físicamente y destruyeron moralmente a miles de luchadores y luchadoras, introduciendo en la subjetividad del pueblo y en sus organizaciones la desconfianza, el miedo, el derrotismo, la desmoralización, y una cultura de sobrevivencia basada en el “sálvese quien pueda”.

Sobre esta base resultó eficaz la acción desorganizadora del pensamiento de izquierda y popular promovida por la cultura neoliberal.

El desconcierto, la crisis teórica, la vulnerabilidad frente a la pérdida de certezas –muchas veces basadas en dogmas– se reforzaron ante el cambio brusco en las relaciones de fuerzas producido a nivel mundial después de la desarticulación de la Unión Soviética y de las experiencias del Este europeo, del controvertido rumbo de China y de otras revoluciones asiáticas, así como de los procesos de descolonización africanos.

En nuestro continente, la derrota del sandinismo y la frustración de las expectativas sobre una revolución centroamericana[2], así como el cuadro continental post-dictaduras, afirmaron la sensación de triunfo mundial del capital, que se reforzó con la ofensiva ideológica conservadora asociada a los contenidos del Consenso de Washington[3].

Las políticas neoliberales desplegaron una auténtica guerra cultural destinada a ganar las mentes y los corazones de los pueblos.

El desmoronamiento de un socialismo en el que el poder popular había sido enajenado mucho tiempo antes de su caída formal fue presentado como triunfo del capitalismo. El fin de la historia, el fin del trabajo, la desaparición de la clase obrera, la utopía desarmada fueron algunas de las ideas fuerza que horadaron en el imaginario popular las convicciones sobre las posibilidades del cambio social, las revoluciones, el socialismo, el marxismo, dejando el campo abierto a la posmodernidad y a su prédica funcional a la fragmentación del movimiento popular.

Sin embargo, la historia no terminó. Bastaron dos décadas de políticas neoliberales para que los pueblos comenzaran a expresar en América Latina el hartazgo frente a sus consecuencias: la devastación de la naturaleza, la superexplotación de los trabajadores y trabajadoras, la pérdida de derechos sociales, la precarización de todas las formas de trabajo y de vida, la exclusión de amplias franjas de la sociedad, el refuerzo de los fundamentalismos conservadores, las invasiones y guerras, las opresiones culturales, diversas formas de genocidio, la corrupción en distintas esferas de la gestión política y económica, la degradación de una parte de la humanidad, sostenida por debajo de los límites mismos de la sobrevivencia a través de políticas de asistencialismo y de control social, la criminalización de la pobreza y la judicialización de la miseria.

Este hartazgo produjo fuertes crisis de gobernabilidad y acentuó la deslegitimación de las políticas neoliberales y de aquellas fuerzas partidarias que las aplicaron. Como expresión de este cansancio, se multiplicaron levantamientos populares locales y nacionales, se realizaron diversos ensayos de poder popular, se practicaron distintas formas de acción directa, se desplegaron movilizaciones masivas, lucha de calles –que en algunas oportunidades se transformaron en estallidos de rebeldía.

Las organizaciones nacidas o desarrolladas en estos años desplegaron una enorme imaginación en esfuerzos de sobrevivencia, en la recuperación de saberes ancestrales, en la creación de nuevos saberes sobre salud, alimentación, educación, comunicación, y en variadas modalidades de batalla cultural. En levantamientos populares masivos en algunos casos, y utilizando también los espacios de disputas electorales, se derrocaron gobiernos y se destituyeron a los sectores políticos que venían implementando los mandatos políticos y sociales del poder mundial.

En estas intensas jornadas se va recuperando la confianza en las propias fuerzas, se reinventan formas de trabajo comunitario o colectivo, se rompen cercas latifundiarias, se cuestiona la propiedad privada desde las fábricas sin patrones, se realizan intentos de una nueva institucionalidad, se crean nuevas constituciones, se discuten los límites de estas democracias, se ejercitan modalidades de democracia participativa y de democracia directa, se libran batallas en la justicia contra la impunidad, se realizan nuevas maneras de integración política, económica, social y cultural de los pueblos que desafían las imposiciones imperialistas.

En este contexto, el triunfo de Hugo Chávez en Venezuela y su impulso a la revolución bolivariana rompieron el aislamiento internacional en el que la Revolución Cubana venía sosteniendo la defensa del horizonte socialista. Posteriormente, la llegada al gobierno de Evo Morales en Bolivia comenzó a dar oportunidades para la constitución de un eje de integración de gobiernos del continente nucleados en el ALBA (Alternativa Bolivariana para América Latina y el Caribe), que con apoyos tímidos de otros gobiernos permitieron poner freno al proyecto del imperialismo presentado como ALCA (Área de Libre Comercio de las Américas).

Aunque este se haya metamorfoseado en una cantidad de tratados de libre comercio, de programas de militarización, de instalación de bases, de ejercicios conjuntos, de propuestas de canje de deuda por educación, por naturaleza, etc. , de iniciativas como el IIRSA (Integración de la Infraestructura Regional Sudamericana), que son otras formas de continuidad de la política norteamericana de control del continente para imponer su hegemonía en el mundo, también se crearon –gracias a las resistencias populares y a la voluntad política de algunos de estos gobiernos– mejores posibilidades para proponer un modelo de integración de cara a las necesidades de los pueblos, tarea en la que es imprescindible el protagonismo de los movimientos y redes alternativas.

Se presenta, sin embargo, el dilema de que el desgaste de los proyectos neoliberales se precipitó más rápidamente que la recomposición de las propuestas estratégicas y de las fuerzas organizadas alrededor de proyectos políticos populares. Es así como en momentos aún de defensiva para las organizaciones políticas de izquierda y los movimientos populares, se produjeron flujos de ascenso de las luchas –incluso sin conducción política, como el 19 y 20 de diciembre de 2001 en Argentina–, o el acceso al gobierno de fuerzas que provienen de tradiciones de izquierda, con bajos niveles de movilización e iniciativa popular.

De esta manera, se va reconfigurando el mapa de América Latina, con gobiernos democrático- populares, algunos de los cuales plantean perspectivas socialistas, y otros que simplemente ponen cosméticos discursivos “progresistas” a las políticas neoliberales. Estos gobiernos provienen de procesos peculiares y han asumido distintas definiciones, tanto en lo que hace a su rumbo político, económico y social, como a su relación con los intereses de poder, con el imperialismo y también con los movimientos populares.

No es el propósito de este artículo analizar el carácter de clase y los compromisos de cada uno, sino llamar la atención respecto de que, a pesar de que en algunos enfoques se tiende a generalizar una caracterización del proceso político latinoamericano, cargándolo de cierto exitismo en la valoración de la nueva relación de fuerzas, un análisis más detallado podría recomendar no establecer fáciles paralelos y simetrías, y asumir que existe una distancia considerable entre el cansancio social hacia las políticas neoliberales y los procesos reales basados en la fuerza organizada del poder popular.

Esto crea el riesgo de que los avances logrados puedan resultar transitorios, y que en la medida en que no se conjugue el dinamismo popular con proyectos que rompan los límites actuales del programa capitalista, y con la creación de fuerzas organizadas del pueblo que sustenten esos proyectos, los procesos pueden ser rápidamente revertidos, dando lugar al retroceso de lo conquistado y al avance inclusive de las fuerzas de la derecha, que utilizan esta etapa para reorganizarse.

A pesar de los límites señalados, es cierto que como resultado de la acumulación de rebeldías, en las batallas populares producidas en estos comienzos de siglo, se revalorizó la lucha política, no como gerenciamiento empresarial sino como causa colectiva; y se insinuaron distintas maneras de amasar identidad y proyecto, en un esfuerzo solidario que al tiempo que sueña el proyecto, intenta construirlo en las prácticas cotidianas, modificando las relaciones de opresión y dominación.

También en esta etapa se multiplicaron las expresiones de sujetos políticos que se organizan para denunciar y enfrentar formas de subordinación o exclusión que no dependen solamente de variables económicas, a la visibilización como son las demandas ligadas al reconocimiento de la identidad cultural; de diversos campos de las percepciones, pensamientos, sentimientos y experiencias de las mujeres, de sectores de la diversidad y de la disidencia sexual; a la recuperación de las culturas indoamericanas y afrodescendientes, y de aquellas espiritualidades populares que desafían la prédica del pensamiento capitalista y patriarcal, el fundamentalismo religioso y la homogeneización de las subjetividades alrededor de un patrón cultural burgués, machista, racista, homofóbico, xenófobo, colonizador, guerrerista y violento.

Algunos debates en los movimientos populares

Reconocer las dinámicas que conducen a la fragmentación social –uno de los obstáculos fundamentales de este tiempo– es imprescindible tanto para asumir los enfoques de creación de un bloque popular contrahegemónico, como para debatir el carácter y la metodología de las propuestas de formación política.

Los actuales procesos de fragmentación social tienen en su base material la desarticulación de las clases y grupos organizados de acuerdo a intereses comunes colectivos, como resultado de la flexibilización y precarización laboral, la desindustrialización, el despoblamiento del campo –entre otros motivos–, y como causas subjetivas, el retroceso en los niveles de conciencia social producido por la dictadura primero, así como el impacto de la cultura neoliberal en los movimientos populares, e incluso en la militancia.

Las urgencias de la sobrevivencia generan formas de militancia basadas en el pragmatismo y el cortoplacismo, que son parte de la manera efímera de constitución y desarticulación sucesiva de los agrupamientos de hombres y mujeres agredidos, que no alcanzan a volverse sujetos políticos en la vivencia cotidiana de la inmediatez.

En la recomposición de los movimientos populares se plantean nuevos debates, dirigidos tanto a cuestionar sus propias formas organizativas, como lo que estas implican para los procesos de formación política.

Conviven en el pueblo organizaciones tradicionales, como los sindicatos, centrales campesinas, estudiantiles, barriales; movimientos nacidos como respuesta a la exclusión, o a partir de búsquedas de reconocimiento; movimientos que plantean demandas económicas o culturales. Conviven movimientos estructurados de manera fuertemente jerárquica, basados en la separación de dirección y bases; y otros con dinámicas asamblearias, o de horizontalidad, que suelen tener grandes dificultades para crear un auténtico protagonismo de las mayorías, y que tienden a desestructurarse con facilidad.

En los años ochenta y noventa tomaron cuerpo los movimientos organizados alrededor de las políticas de identidad, que expresan formas de resistencia cultural frente a la lógica capitalista del pensamiento único, que al tiempo que homogeneiza ideas, deseos, sentimientos, con la fuerte intervención de los medios masivos de comunicación, agrieta y diluye las identidades clasistas, niega las identidades nacionales, y ha llegado incluso a negar la identidad individual de las personas (como ocurrió a través de la apropiación de niños y niñas durante la dictadura).

Frente a la ofensiva capitalista que vulnerabilizó a los sujetos colectivos, sobre la base de la desestabilización de las personas, de sus grupos familiares, de sus roles, las políticas de reconocimiento actúan como formas de afirmación de los grupos o movimientos que reivindican ser considerados como personas, en su diferencia, desde sus culturas, sus elecciones vitales, sus proyectos y sueños (Fraser, 1999).

Sin embargo, un fuerte límite de algunas prácticas con que se han desarrollado las políticas de identidad ha sido colocar el valor de la diferencia por sobre la necesidad de confluencia del conjunto de los oprimidos y oprimidas por el capitalismo, el patriarcado y el colonialismo. Si bien estos límites pueden leerse como una reacción frente a políticas tradicionales de las izquierdas y de los movimientos clasistas, que niegan o subestiman el valor de la diversidad, no puede actuarse con inocencia frente a un esfuerzo sistemático desarrollado desde usinas ideológicas como el Banco Mundial, o numerosas ONG y fundaciones, que invirtieron recursos importantes en estimular la despolitización de las demandas, sustentando teóricamente la imposibilidad de conocimiento del mundo, negando los aportes del marxismo, la teología de la liberación, el feminismo y las teorías emancipatorias en general.

Ya no quedaría desde esos enfoques otra perspectiva ideológica que aquella que justifica los crímenes del capital y las distintas maneras de opresión.

Por este camino se reforzó la fragmentación del sujeto histórico, y se estimuló una forma de acción política que sustituye las políticas de acumulación de fuerzas de mediano y largo plazo por la acción y reacción frente a las emergencias. En su impacto en la formación política, estas concepciones llevan al desprecio por la teoría, a la acentuación de la ruptura entre teorías y prácticas, a la limitación a procesos acotados de “capacitación” pero no de formación, a la subordinación ideológica y cultural a las diversas “modas”, que se van renovando desde las usinas de la producción cultural hegemónica.

Las batallas por la transformación del mundo y los procesos de formación política de los militantes necesitan del diálogo pedagógico de las experiencias populares, que son la base en la que se fundamentan las diferentes perspectivas teóricas emancipatorias, como el marxismo –considerado fundamentalmente como un método de análisis de la realidad y como una guía para la acción–, los aportes realizados por la teología de la liberación, el feminismo, las cosmovisiones de los pueblos originarios, las miradas holísticas del Universo, y la diversidad de aprendizajes realizados en nuestro continente en más de 500 años de resistencia indígena, negra y popular.

La conquista y colonización de América promovió la hegemonía de una cultura racista, legitimadora del saqueo de nuestros recursos naturales, la devastación de nuestros territorios, el genocidio de nuestros pueblos, y la imposición de una visión del mundo sobre las muchas existentes en estas tierras. La descolonización cultural implica avanzar en la crítica de nuestros sentidos del mundo, de nuestras concepciones de lucha, de nuestra lectura de la historia, de nuestras modalidades de resistencia; en la valorización y el reconocimiento de los saberes ancestrales, de las culturas originarias, de las diferentes cosmovisiones que se crearon en nuestras tierras.

Significa también una actitud concreta frente a la historia del capitalismo en América Latina, construido sobre la base del genocidio de los pueblos, realizado una y otra vez en nombre del “progreso”, la “civilización”, el “desarrollo”.

La descolonización cultural obliga a pensar también, de manera sistemática y profunda, los dilemas que se plantean a los proyectos socialistas latinoamericanos, en términos de crítica a las maneras de destrucción y explotación de la naturaleza y los pueblos realizadas por el capitalismo, y a pensar nuevos proyectos de vida sobre la tierra, que no reproduzcan aquellos modelos, ni el autoritarismo con que se ejercen esas formas de dominación.

Son los movimientos populares los que expresan con más claridad en este tiempo la diversidad de demandas que se han ido creando en las batallas anticapitalistas, antipatriarcales, antiimperialistas, contra las diversas formas de colonización cultural. Siendo estas demandas en muchos casos limitadas, por su carácter sectorial, económico o local, es, sin embargo, en su interacción, articulación y diálogo que pueden volverse develadoras de distintos aspectos de un proyecto político popular, de carácter civilizatorio, mucho más amplio, fecundo y vital que los programas populistas o neodesarrollistas, reproductores de lógicas viciadas de estatismo, que suelen exhibirse como la suma de las transformaciones “posibles” de ser realizadas, en este contexto latinoamericano y mundial.

Aceptando las posibilidades que ofrece el Estado nacional como trinchera de disputa de las políticas de soberanía nacional y popular, es necesario cuestionar las concepciones que niegan la autonomía de los movimientos populares y pretenden manipularlos desde la gestión estatal, atravesada como está por fuertes lógicas de burocracia, clientelismo y corrupción.

La autonomía de los movimientos populares, en esta perspectiva, no significa la reclusión en un lugar testimonial de crítica o de oposición a uno u otro gobierno, sino la capacidad de los mismos para actuar no como correas de transmisión de las esferas del Estado, sino de acuerdo a sus propias demandas y proyectos, como parte de un proyecto político estratégico en construcción.

Si nunca fue posible creer en una “revolución desde arriba”, esto resulta mucho más complejo de pensar después del fracaso de las experiencias realizadas en nombre del socialismo real, en las que incluso aquellos procesos que nacieron de una verdadera fuerza revolucionaria popular, como fue la Revolución Rusa o la Revolución China, fueron progresivamente enajenados por las burocracias estatales, siendo vaciados de su contenido popular y socialista. Cobra fuerza en esta perspectiva la creencia mariateguiana de que el socialismo en América Latina no puede se calco ni copia, sino creación heroica de los pueblos.

Pedagogía de la resistencia y de las emancipaciones: diálogo de saberes

En estos momentos, se han dado algunos pasos para que puedan interactuar las distintas experiencias, y, como resultado de las luchas comunes, de la participación en redes de acción local o continental y de los diálogos pedagógicos realizados en el marco de estas batallas compartidas, los movimientos diversifican sus miradas del mundo, son atravesados por otras demandas, se “contaminan” mutuamente con sus sueños libertarios, lo que comienza a traducirse en nuevas formas de articulación, y en la ampliación de la perspectiva emancipatoria de los movimientos existentes.

Los cambios en las prácticas abren nuevos horizontes teóricos que permiten cuestionar las utopías disecadas en propuestas dogmáticas, cuestionando tanto las políticas de homogeneización cultural neocoloniales, como las simplificaciones de aquellos proyectos políticos que miran la realidad con una lógica jerárquica, que subordina y reduce el conjunto de las demandas a la resolución de una principal.

Es importante entonces, a la hora de pensar los horizontes actuales de la formación política, someter a crítica no sólo la cultura capitalista, sino también aquellos modelos que en nombre del socialismo cimentaron diferentes formas de dogmatismo, una de cuyas características comunes es la negación de la dialéctica. Los enfoques dogmáticos resultan de un pensamiento simplificador de la realidad en unas pocas contradicciones antagónicas–retrato en blanco y negro–, y reaccionan ante los procesos de despolitización y desideologización, regresando a los enfoques tradicionales de homogeneización política.

Estas modalidades de formación, que pueden considerarse también como parte de la educación tradicional o “bancaria” –como la denominara Paulo Freire(1970)–, más que dialogar con las experiencias de los movimientos, pretenden interpretarlas, nombrarlas, reforzando de este modo las distancias entre el lugar del saber y el lugar del hacer.

En ellas, los supuestos poseedores del saber “transfieren” o “depositan” su conocimiento en los militantes populares, sin buscar los núcleos de la experiencia de estos militantes y de sus movimientos, que permitan integrar las diversas temáticas que es necesario trabajar pedagógicamente. De esta manera, el saber resulta ajeno a los militantes, y se refuerza la distancia entre teoría y práctica, entre intelectuales y luchadores “prácticos”.

También se reproduce en estos modelos la jerarquía del saber académico, o de un conjunto de visiones elevadas al rango de ideología científica, por sobre los saberes nacidos y creados en la lucha. En definitiva, se reproducen modelos de enajenación de los sujetos, al reforzar la vivencia de un saber que desvaloriza el conocimiento construido por los colectivos populares.

El diálogo de saberes, de miradas del mundo, de prácticas de resistencia y de poder popular, no puede ser compactado en una compilación de textos sustitutiva de los antiguos manuales de adoctrinamiento.

Es imprescindible avanzar en la creación de una nueva experiencia subversiva frente a las propuestas domesticadoras, disciplinadoras o simplemente testimoniantes de la negatividad del orden social que impone la dominación capitalista y patriarcal. Estas respuestas se amplían y profundizan, en la medida en que se integran o se entrelazan con el conjunto de la cultura de rebeldía acumulada en las últimas décadas.

La dialéctica entre las tendencias conservadoras y las revolucionarias atraviesa también el campo de las izquierdas. Pasado ya el tiempo en que esta contradicción se reflejaba entre la llamada izquierda tradicional y la nueva izquierda (que en los sesenta y setenta se identificaba con la lucha armada), y superada teóricamente y en menor medida en las prácticas la disyuntiva entre lo social y lo político planteada en las décadas del ochenta y noventa, hoy es imprescindible identificar, en el pensamiento y la acción de los movimientos populares, lo que convive de conservador y de revolucionario en cada una de nuestras acciones y postulados.

Es necesario reconocer que los muros que se levantaron para proteger las débiles acumulaciones creadas por los movimientos populares en los años de contrarrevolución conservadora se han vuelto en algunos casos fortalezas en las que se enquistaron dogmatismos, anacronismos e incluso vulgares prejuicios provenientes de la asunción de aspectos esenciales de la cultura dominante.

Renovar la cultura política implica producir rupturas, derribar muros, sin perder los cimientos. Es necesario, en esta perspectiva, pensar en términos de nuevas posibilidades epistemológicas, y nuevas maneras de conocer al mundo y de revolucionarlo. Abandonar el ejercicio infecundo de superponer monólogos en nuestros procesos de reflexión, para abrirnos al diálogo real, en el que escuchamos la palabra que nombra experiencia, desde nuestros cuerpos preparados no sólo para decodificar lenguajes, o categorías, sino fundamentalmente para comprender las acciones, sentimientos, pensamientos e ideas que estos nombran.

La necesidad de colocar en el centro de la acción política la tarea de formar un bloque político social contrahegemónico no puede resolverse pretendiendo instalar una lógica disciplinadora de las diferencias.

La posibilidad de desafiar al imperialismo y al capitalismo realmente existente en América Latina está en relación directa con la capacidad que tengamos para constituir al movimiento popular como sujeto histórico de los cambios.

La complejidad con que los pueblos van entretejiendo las tramas de sus resistencias y la creación de alternativas populares nos plantea la necesidad de cuestionar una y otra vez los conceptos, metodologías y prácticas con que venimos desarrollando estas experiencias.

La pedagogía política liberadora hoy se encuentra desafiada a revisar sus propuestas, simplificando las maneras de educar, sin perder profundidad en el proyecto. Simplificar para multiplicar, pero profundizar para enfrentar a un poder mundial que desarrolla modalidades de dominación cada vez más sofisticadas, que tienen un aspecto central en la búsqueda de golpear la voluntad de combate, integrando o domesticando al activismo social formado en las últimas décadas.

Se vuelve un desafío urgente desarrollar en los militantes populares un pensamiento complejo que acompañe, problematice y sugiera prácticas cada vez más audaces, y que adquiera y desarrolle herramientas político pedagógicas y metodológicas capaces de ampliar las posibilidades de los y las militantes, para comprender y transformar el mundo.

Para derrotar al capitalismo necesitamos horadar su cultura y su ideología, sus valores introyectados en nuestras propias prácticas y en nuestras ideas del mundo. Esta batalla no sólo es una batalla de ideas –siendo esta fundamental– sino también de valores, creencias, sentidos, muchos de los cuales se forjan en la vida cotidiana.

Por ello, en esta etapa, los movimientos populares comienzan a realizar procesos de formación política, con una concepción que abarca simultáneamente los momentos educativos tradicionales –seminarios, talleres, escuelas– y los procesos pedagógicos que se viven cotidianamente en la lucha, en la organización del movimiento y en la vida cotidiana. Se trata del desafío de movimientos populares que, trabajando en el campo inmediato de la lucha por la sobrevivencia, puedan al mismo tiempo trabajar dimensiones estratégicas que les permitan ir constituyéndose como sujetos políticos, como intelectuales colectivos, formando en el mismo proceso a sus propios intelectuales orgánicos.

Desde esta perspectiva, la relación práctica-teoría-práctica, comprendida en el concepto de praxis, es aquella en la que las experiencias históricas de los pueblos es fuente de conocimiento; en la que la teoría se construye colectivamente en los esfuerzos por leer y reescribir el mundo que cambiamos con nuestras luchas, y en la que el sentido de los procesos de conocimiento no se agota en las búsquedas académicas o en las investigaciones realizadas de acuerdo con las imposiciones de los centros que financian y condicionan mundialmente la producción de saberes, sino que, en diálogo con los saberes académicos y con diversos saberes populares, conforma su consistencia teórica en la experiencia de transformación del mundo que intentan y hacen los movimientos populares y revolucionarios.

Es un diálogo que apunta a crear colectivamente los conocimientos que permitan conocer la realidad que se pretende cambiar y apuntar caminos para experimentar esa transformación. Este diálogo tiene como premisa la democratización de los procesos de conocimiento, desandando lo que en siglos se ha formado como jerarquización de unos saberes sobre otros, de unas reflexiones sobre otras, de unos poderes sobre otros.

Es un diálogo que se plantea la descolonización cultural, y también la crítica de la creación de teoría social desde los intereses de la burguesía, del imperio, y desde una visión androcéntrica del mundo.

La formación política, en esta perspectiva, no es sólo ni principalmente transmisión de saberes, sino reflexión crítica sobre los saberes que la humanidad construyó históricamente como verdaderos. Implica un análisis teórico y práctico sobre cómo se ha ejercido la dominación, cuáles son sus instrumentos, cuáles las ideas, los sentidos, las visiones del mundo que la sostienen y reproducen, y cuáles las ideas, los posibles sentidos y visiones del mundo eficaces para combatirla.

Es estudio de la realidad y reflexión crítica de las experiencias e intentos de su transformación. Es crear un espacio de libertad para imaginar los posibles cambios de la misma, y los caminos para realizarlos. Es diálogo entre los saberes creados en la academia, en los centros de investigación, y los saberes forjados en la confrontación y creación popular, en una relación en la que se suprima toda jerarquía pre-establecida para una forma del saber sobre otra.

Este enfoque de formación política presupone también un debate sobre el rol de los intelectuales y su aporte como sujetos de la transformación histórica junto a los movimientos populares, y el reconocimiento de los múltiples lugares donde el saber se crea y se recrea, y donde se va forjando una nueva intelectualidad, orgánica, que es parte del quehacer fértil de los movimientos populares, que al crear a sus intelectuales, se crean a sí mismos como intelectuales orgánicos.

Diálogo y formación política se vuelven así una forma de encuentro, que permite no sólo reconocer al otro o a la otra, sino crear un nosotros y un nosotras en el que se respeten y valoren las múltiples expresiones, maneras de decir y de actuar, y se creen vínculos de solidaridad, de mutuo aprendizaje, que no cancelen ni posterguen sueños, sino que permitan que los mismos nutran las raíces de los procesos de formación/transformación, que ya no serán por lo tanto dos términos separados en tiempo y lugar, sino dos dimensiones del mismo espacio de revoluciones.

Diálogo de saberes, creación colectiva de conocimientos, relación práctica-teoría-práctica, pensamiento crítico, pedagogía del ejemplo, historicidad de los procesos sociales, cultura de rebeldía, educación como un momento organizativo de constitución de los sujetos son algunas claves que estamos buscando.

El cuerpo que lucha tiene que aprender a involucrarse con todos los sentidos y, por lo tanto, la formación política no puede reducirse a una esgrima de palabras, sino que requiere pensar desde los pies que duelen, desde las manos que trabajan, desde el corazón que no se cansa de bombear sangre para que la lucha continúe. Por ello, la formación política incorpora momentos de mística, de creatividad, de ejercicio de sentidos, de reencuentro de pensamientos, cuerpos y sentimientos.

La concepción de educación popular, que intenta desafiar las ideas y formatos de educación alienantes, recupera de Paulo Freire su esencia radical: concebir la pedagogía de los oprimidos (y no para los oprimidos) y oprimidas como una práctica de la libertad; como pedagogía de la rabia, de la indignación, de la esperanza y de la autonomía.

Estas dimensiones, rabia, indignación, esperanza, autonomía, son también constituyentes de las políticas de los movimientos populares, que no pueden determinarse exclusivamente por razones de orden estrictamente superestructural o por las geopolíticas de los estados, sino que tienen que nutrirse de la necesidad y los deseos de los hombres y mujeres, que van encontrando los modos de rebelarse frente a las múltiples formas de opresión.

Bibliografía

Fraser, Nancy 1999 Iustitia interrupta (Bogotá: Universidad de los Andes/Siglo del Hombre).

Freire, Paulo 1970 Pedagogía del oprimido (Montevideo: Tierra Nueva).

Williamson, John 1990 Latin American adjustment. How much has happened? (Washington DC: Institute for International Economics).


[1] OSAL 227 [Año VIII Nº 22 – Septiembre de 2007] La formación política  de los movimientos

populares  latinoamericanos Claudia Korol* * Coordinadora del Área de Formación  Cogestionada con los Movimientos Sociales  del OSAL y del Equipo de Educación Popular  “Pañuelos en Rebeldía”, investigadora del Centro  de Investigación y Formación Política de los  Movimientos Sociales Latinoamericanos. Área de Formación Cogestionada con los Movimientos Sociales del OSAL, creada en el año 2007.

[2] “Si Nicaragua venció/ El Salvador vencerá/ y Guatemala lo seguirá” era la consigna que sintetizaba esas esperanzas en América Latina.

[3] En noviembre de 1989, el Institute for International Economics realizó en Washington DC un seminario en el que se sistematizó el “catecismo” neoliberal, alrededor de un conjunto de medidas como el ajuste económico, el achicamiento del Estado, la política antiinflacionaria basada en la recesión, la desindustrialización, la flexibilización laboral, la disciplina fiscal, las tasas de cambio “competitivas”, la liberalización del comercio, las inversiones extranjeras, las privatizaciones y la desregulación. El debate fue publicado en el libro de Williamson (1990).

Las FPL y el contenido y carácter de la revolución salvadoreña según El Rebelde de enero de 1976.Roberto Pineda.

El número de enero de 1976 (No.39) del boletín mensual El Rebelde, de las Fuerzas Populares de Liberación, FPL “Farabundo Martí” está dedicado a profundizar sobre el contenido y el carácter de la revolución, en el marco entonces de una intensa polémica ideológica con otras organizaciones revolucionarias.

Repasar estas ideas a esta altura del proceso  y en el marco de una aplastante derrota, no es solo un ejercicio de historia, sino que contribuye viendo hacia el pasado, a orientarnos en las complejidades de la actual situación y sus desafíos con respecto al problema del poder y de la unidad de la izquierda.

Las tareas históricas y su cumplimiento

Establece de entrada que “el contenido y el carácter de toda revolución lo determinan las tareas históricas revolucionarías· que está llamada a rea­lizar y las fuerzas sociales revolucionarias que la llevarán consecuentemente hasta su total realización.”

Cuáles son estas tareas históricas se pregunta el articulista y responde que para su cumplimiento “es preciso que las fuerzas sociales que impulsan las transformaciones revolucionarias destruyan el poderío militar de las fuerzas reaccionarias, arrebaten el poder político y económico de manos de estas, le den un nuevo carácter de clase al Estado, y lleven a cabo consecuentemente los cambios revolucionarios radicales necesarios en la base económica y en la superestructura política ( ejecutiva, legislativa, judicial, administrativa, fiscal, jurídica, educacional, etc., etc.)”

Seguidamente se pregunta sobre los rasgos concretos del país y el articulista responde con ocho características de El Salvador en ese momento: en primer lugar es de “desarrollo capitalista”, asimismo es “dependiente del imperialismo yanqui”, también es “con gran atraso en todas las ramas económico-sociales”, y  a la vez “con relativo desarrollo de la población proletaria urbana y rural que junto con el campesinado pobre, forman la mayoría de la población”. Por otra parte, “con extremada polarización de clases”  así como con una “tiranía militar que se encamina hacia una tiranía militar fascistoide”. Y finalmente que “los sectores más avanzado han iniciado la Guerra Prolongada del pueblo.”

Tres tareas históricas fundamentales

Menciona el documento de las FPL tres tareas históricas fundamentales. La primera es la de “poner fin definitivamente a la dependencia (política, militar, económica-social) del país respecto del imperialismo yanqui”; en segundo lugar, “liquidar definitivamente el Poder político, económico, social de la oligarquía burgués-terrateniente, aliada al imperialismo.” Y tres, “sentar las bases económicas, políticas, culturales, técnicas y sociales para pasar a  la construcción del Socialismo.”

¿Cuáles son las clases y sectores que realizaran estas tareas? se pregunta y responde que son tres, en primer lugar “la clase obrera industrial y agrícola, por ser la clase más avanzada históricamente”. Luego “el campesinado pobre y medio, y fundamentalmente el campesinado pobre”. Así como “los sectores avanzados de la pequeña burguesía” y entre estos las capas medias (estudiantes, maestros, intelectuales y profesionales) y pequeños y medianos productores y comerciantes.

Por lo que se necesita “crear una amplia y sólida Alianza Popular Revolucionaria, que está bajo la firme hegemonía de la clase obrera, y cuya base y núcleo fundamental lo constituye una firme alianza obrero-campesina.”

Advierte el documento que “la burguesía,  a través de todos los medios a su alcance, tratará de influir y tomar la hegemonía, para detener el proceso hacia el Socialismo y para prolongar y profundizar la explotación capitalista.”

Pero también “los sectores de la pequeña burguesía radicalizada, dadas sus características e intereses de clase, tratarán de influir e incluso hegemonizar el curso revolucionario para entrar en entendimiento con sectores de la burguesía y frenar el proceso revolucionario hacia el Socialismo.”

Concluye que las tareas históricas de la Revolución Popular “solo puede llevarlas consecuentemente a su realización  un Gobierno Popular Revolucionario bajo la Hegemonía de la Clase Obrera en firme Alianza con el Campesinado Pobre, dentro de una sólida Alianza Popular Revolucionaria.”

El documento aclara que “por las transformaciones revolucionarias que le corresponde realizar, la Revolución Popular no es todavía la Revolución Socialista, pero es su etapa previa y necesaria.”

Se pregunta el documento: ¿Cuáles son las tareas específicas de la Revolución Popular y del Gobierno Popular Revolucionario? Y responde: para terminar con la dependencia  las siguientes: expropiación y nacionalización de todas las empresas imperialistas o de capital mixto, cesación de todas las obligaciones financieras con instituciones estales o particulares imperialistas, expulsión de todas las misiones e instituciones que obedecen a la política de penetración y dominación del imperialismo, aplicación de una política exterior independiente, movilización combativa anti-imperialista de todo el pueblo.”

Con relación a romper con la dominación política se plantea: liquidar el monopolio burgués-terrateniente sobre la tierra y poner esta en manos del Estado Popular y del Campesinado pobre y medio, la expropiación y nacionalización de todos los bienes de la oligarquía burgués-terrateniente aliada del imperialismo, en la industria en la agricultura y ganadería, en el comercio, en la banca, etc.,  y liquidar todas las organizaciones e instituciones creadas por la oligarquía burgués-terrateniente.

Considera que con estas medidas, el Estado Popular Revolucionario: concentrará  en manos del pueblo los medios fundamentales de producción, elevara el nivel de vida de la población trabajadora, impulsara la organización masiva del pueblo  en todos los niveles y propiciará la intensa educación ideológica y elevación del nivel de conciencia política de las masas.

Aclara el documento que “el imperialismo y sus aliados se aferraran al Poder con todas sus fuerzas y poderío y no están dispuestos a entregarlo ni por la “vía del voto”, ni por la vía de reformas parlamentarias, ni por la vía “legal” o constitucional. Solo a través de una dura y prolongada lucha político-militar, a través de la estrategia de Guerra Prolongada del Pueblo podrán el proletariado y sus aliados derrumbar definitivamente el poderío de las clases burgués-terrateniente aliadas al imperialismo yanqui.”

Define el documento que “tal es la estrategia de las FPL sobre el carácter y contenido de la presente etapa de la Revolución; la etapa de la Revolución Popular hacia el Socialismo.”

Otras visiones y su caracterización

Reconoce el documento que existen otras visiones y pasa a caracterizarlas, describiendo el abanico político de la izquierda en ese momento.  

En primer lugar esta “la aspiración de un sector de la burguesía industrial-financiera hegemonizante en el PDC y la UNO, de atajar el proceso revolucionario con un reemplazo burgués (“progresista”) de los actuales equipos de la tiranía militar, por otro equipo burgués que prolongue la dictadura burguesa bajo un barniz “democrático” o “populista” que permita confundir al pueblo, mientras las fuerzas militares reaccionarias descargan sus golpes sobre las fuerzas político-militares avanzadas.”

Agrega que “esta corriente burguesa se aferra a abrirse paso hacia el Poder por medio de las elecciones, el parlamentarismo, la “constitucionalidad” y en última instancia, el golpe militar solo o acompañado de insurrección popular dirigida por la burguesía. Trata de atraerse el beneplácito del imperialismo yanqui, especialmente del Partido Demócrata norteamericano, lo que motiva los repetidos viajes de Duarte y de otros personeros del PDC a la metrópoli yanqui.

En segundo lugar, condena “la corriente del oportunismo-revisionista de derecha, que encabeza el PCS y que se ha convertido en puente de los intereses de esos sectores de la burguesía en el seno de algunas masas populares.”

Añade que “esta corriente, al hablar del carácter anti-oligárquico y anti-imperialista de la revolución, le da el contenido de clase democrático-burgués, es decir que este proceso debe ser hegemonizado y encabezado por sectores de la burguesía. Concibe una alianza popular dirigida por la burguesía y en la cual la clase obrera, el campesinado y la pequeña burguesía tienen que ayudar a esos sectores burgueses a tomar mayores posiciones de poder político y económico para prolongar la dominación capitalista.”

Continua diciendo que “bajo esa concepción está concebida la alianza electorera UNO, y los esfuerzos por crear un “amplio frente antifascista y popular” que una  a la UNO con sindicatos y con otras organizaciones de masas bajo la batuta de los sectores burgueses que respiran a través del PDC.”

Y menciona el documento de las FPL también  a un tercer sector: “similares características y contenido, no obstante sus aparentes diferencias de forma y presentación, tiene la concepción sobre un Gobierno Popular Democrático, enunciado por la corriente socialista de derecha de la recién formada organización Liga para la Liberación. Cada vez los planteamientos estratégicos y la actividad práctica se hermanan más con los planteamientos de los oportunistas y revisionistas de derecha.”

Y un cuarto sector se refiere a “la concepción de turno del “Ejército Revolucionario del Pueblo” ERP sobre el llamado Gobierno Provisional Revolucionario. Aunque es puesto en un estilo intencionadamente radical, representa una vergonzosa concesión a la oligarquía burgués terrateniente y el imperialismo yanqui.”

“El programa de “realizaciones revolucionarias” se queda aun más pálido y corto que el programa democrático-burgués de los oportunistas de derecha, e incluso atrás de los lineamientos que el  PCS trazaba a finales de la década del 40 respecto a un posible gobierno democrático burgués (denominado también “Gobierno Provisional Revolucionario)…Es el precio del inmediatismo, del aventurerismo y del abandono del carácter prolongado de la Guerra del Pueblo.”

Y finalmente el documento rompe lanzas contra un quinto sector, la Resistencia Nacional y su “confuso planteamiento”.  El cual “en determinado momento se refieren a un Gobierno Democrático Popular, -basado  en una amplia alianza popular democrática- con muchas similitudes al planteamiento del PCS:”

“Y en otras formulaciones le denominan como el Gobierno Revolucionario de Obreros y Campesinos. Sin embargo, es de desear que se clarifiquen los lineamientos estratégicos y que terminen las vacilaciones ideológicas en esa organización.”

Y finalmente el documento de las FPL-Farabundo Martí  de enero de 1976 concluye con una exposición de los puntos principales de su línea política: impulsar más enérgicamente la guerrilla popular, construir los organismos armados revolucionarios en el seno de las masas, impulsar la organización y la lucha combativa  de las masas populares por sus reivindicaciones inmediatas político-económico-sociales como medio para su incorporación  múltiples a la lucha revolucionaria, crear la firme alianza obrero-campesina y sobre esa base, los primeros escalones de la Alianza Popular Revolucionaria; impulsar firmemente la lucha ideológica contra todas las desviaciones que entorpecen la marcha del pueblo hacia su incorporación revolucionaria; fortalecer la vanguardia revolucionaria del proletariado, la organización político-militar marxista-leninista, para convertirla en la fuerza capaz de dirigir a la clase obrera y sus aliados hacia el triunfo de la Revolución Popular hacia el Socialismo.

Y concluye afirmando que “las FPL intensificaran su propio fortalecimiento interno, su capacidad combativa múltiple, y su más estrecha ligazón con los más amplios sectores del pueblo. ¡Revolución o Muerte! ¡El pueblo armado vencerá!”

América Latina vive un periodo de revolución. Schafik Handal. La Habana. Junio de 1975

(Intervención de Schafik Jorge Handal, secretario general del Partido Comunista de El Salvador,en la Conferencia de Partidos Comunistas de América Latina, reunida en La Habana, Cuba, en la primera quincena de junio de 1975.)

Queridos compañeros:

Saludo a todos en nombre del Comité Central del Partido Comunista de El Salvador. Quiero expresar la alegría de los comunistas salvadoreños por la realización de esta Conferencia, nuestra satisfacción porque en ella participan todos los partidos hermanos, sin ninguna exclusión, y tener por sede a La Habana, capital de la gloriosa Cuba Socialista.

Apreciamos y saludamos la presencia de las delegaciones de los hermanos partidos comunistas de los Estados Unidos y Canadá.

El solo hecho que esta Conferencia se haya reunido, es un decisivo paso hacia la cohesión del movimiento comunista latinoamericano y una nueva contribución de nuestros partidos a la unidad del movimiento comunista internacional.

En este espíritu, el Comité Central de nuestro Partido, dio expresas instrucciones a nuestra delegación para apoyar aquí la idea de promover la pronta celebración de una nueva Conferencia Mundial de los partidos comunistas y obreros.

La cohesión del Movimiento Comunista Latinoamericano

La cohesión del movimiento comunista latinoamericano tiene una gran significación revolucionaria; es una de las premisas más importantes para impulsar la elevación del papel de la clase obrera en el proceso revolucionario, lo mismo que la unidad y la solidaridad de todas las fuerzas anti-imperialistas y democráticas en cada país y a escala continental es una condición necesaria para hacer una justa valoración colectiva y dar adecuado apoyo, estímulo y profundización a todos los variados procesos progresistas que tienen lugar ahora en nuestro Continente, algunos de los cuales transcurren bajo formas y liderazgos imprevistos.

El documento que está sometido a la aprobación de esta última fase de la Conferencia es fruto de intensas y minuciosas jornadas preparatorias y contiene el consenso de nuestros partidos.

Yo creo que es justo expresar nuestro reconocimiento a los compañeros integrantes del Comité de Redacción por el fecundo y esforzado trabajo que realizaron. Durante los muchos días que laboraron juntos, surgieron nuevos lazos de camaradería entre nuestros cuadros y eso, que es un fruto no escrito de este encuentro, hará un aporte perdurable a nuestra mutua comprensión y al constante robustecimiento de la unidad y solidaridad de nuestro movimiento.

Comprendemos que hay formulaciones que podrían ser mejoradas y áreas no suficientemente exploradas y analizadas, sobre las que seguirán pendientes las  interrogantes y continuaran procesándose las reflexiones. Sin embargo, este documento posee atributos sobresalientes para ser aprobado como la plataforma común del movimiento comunista latinoamericano. Nos unimos al entusiasmo que otros camaradas mostraron y compartimos sus elogios de este documento. El partido Comunista de El Salvador los suscribirá sin reservas y apoya las modificaciones que presentó el compañero Fideo castro en su diáfana, profunda e impresionante intervención.

Creemos que la elaboración de esta plataforma común del movimiento comunista latinoamericano, ha puesto punto final a la viva polémica  suscitad a afines de los años sesenta, entre la “continentalización” y la “particularización” de la estrategia de la revolución en la América Latina.

La vida vino a enseñarnos que, en fin de cuentas, si hay un fondo común de problemas, un fondo continental, al que se enfrenta el proceso revolucionario y si existe la posibilidad y, en definitiva, la necesidad de elaborar una orientación general y común.

Al mismo tiempo la vida nos demostró que existen, reales e insoslayables, las particularidades del proceso concreto de cada país, la enorme riqueza –aún no totalmente descubierta ni desenvuelta- de las peculiaridades nacionales, la variedad de las vías  de desarrollo de la revolución y de su acceso al poder, los perfiles diversos de los sujetos vivos que encabezan el proceso revolucionario.

No se trata ne modo alguno de una solución ecléctica o de compromiso para aquella polémica, sino d que nuestro movimiento ha arribado a grados de madurez que le permiten comprender mejor la marcha de la vida en nuestro continente. Dicho de otro modo, se trata de que los comunistas fuimos colocados ante la perentoria obligación de aprender en la escuela de los hechos consumados, la sabia lección marxista-leninista de la dialéctica de lo general y lo particular, de lo nacional e internacional en la revolución.

Habla muy alto de la capacidad de los comunistas, el que hayamos podido descubrir lo que hay de común, de universal, en el proceso latinoamericano, precisamente cuando este multiplicó  las vías de su avance. Esta es una conquista que aumentará nuestra iniciativa revolucionaria y elevará aún más nuestra solidaridad; constituye un enriquecimiento general de los recursos subjetivos para la lucha contra el imperialismo, por la democracia y el socialismo en el Continente.

América Latina en periodo histórico de revolución

Desde el triunfo de la Revolución Cubana en 1959, quedo abierto el periodo histórico de revolución en que se encuentra la América Latina. Los anteriores logros revolucionarios fueron importantes; sin embargo eran solo las alboradas precursoras de este, que es un proceso de largo alcance, definitivo e irreversible.

La marcha de la revolución ha estado sujeta a fases de auge victorioso y a fases de reveses que la han estancado temporalmente, pero no ha podido ser atajada ni por el reformismo, ni por la contra-revolución fascista.

Los logros cristalizados por más de tres lustros de proceso revolucionario latinoamericano son muy visibles: se ha producido un extraordinario ensanche de las fuerzas antiimperialistas militantes y han surgido no solo amplios movimientos y  organizaciones, sino también Estados  y Gobiernos en diversos grado opuestos al imperialismo, a la cabeza de los cuales se encuentra Cuba Socialista. 

Al conjugar las fuerzas anti-imperialistas en América Latina de nuestros días, tenemos que prestar una atención especial al papel de esos Estados y Gobiernos, los cuales pueden llevar la lucha al plano diplomático y económico, intervenir en el encauzamiento de las nuevas tendencias del desarrollo internacional de las fuerzas productivas y de su complementación, en la defensa de los recursos naturales, y en la búsqueda de un común camino independiente y soberano de desarrollo económico, social y político.

Celebramos que Cuba este asumiendo como Estado, cada vez más, esta clase de tareas revolucionarias antiimperialistas, en el terreno diplomático y en las nuevas modalidades de la integración económica regional. Estamos seguros de que ellos está contribuyendo a reagrupar a otros Estados y Gobiernos alrededor de una orientación independiente y en definitiva opuesta al imperialismo.

No hablamos de exportar la revolución: hablamos de las nuevas dimensiones del frente antiimperialista, del acceso de las fuerzas motrices de la revolución latinoamericana  a la posibilidad de presentar combate a sus enemigos con instrumentos y en arenas que les estaban vedados mientras no alcanzaron el poder, o siquiera los Gobiernos; hablamos de las enormes posibilidades que se abren para una solidaridad más sustancial y eficiente con la lucha de nuestros pueblos.  Al hacerlo así, los Gobiernos y estados anti-imperialistas latinoamericanos se encuentran, también en este campo, con el poderoso e invaluable apoyo de la Unión Soviética y demás países socialistas,  lo mismo que coinciden con otros Estados y gobiernos creados por la lucha liberadora de los pueblos de Asia y África.

Nos limitamos en este punto a llamar la atención sobre la presencia de este nuevo recurso de la lucha antiimperialista latinoamericana que reclama un puesto en nuestros análisis y cálculos. No se trata de un llamamiento al manejo irresponsable de estos nuevos recursos, sino de señalar en generla sus posibilidades, pero también nuestros deberes nuevos, nuestra obligación de defender y de cuidar estas conquistas.

No escapa a nuestra comprensión la complejidad y delicadeza que ello entraña, especialmente cuando en algunos momentos surgen contradicciones entre los Estados Socialistas que procuran atraer a ciertos gobiernos para realizar acciones o mantener conductas con sentido antiimperialista y los intereses o las orientaciones del movimiento revolucionario interno frente a estos últimos; o cuando ocurre el caso inverso. La historia contemporánea está llena de casos en los que las fuerzas revolucionarias de cada país, siguiendo una línea de principios, una línea clasista e internacionalista consecuente, ponen los intereses del movimiento revolucionario en su conjunto por encima de tales o cuales intereses específicos no coincidentes.

No obstante y para ser fieles a la verdad, es necesario decir que en este asunto hay buenos y malos ejemplos.

Ahora que se han incorporado nuevas fuerzas a la lucha activa contra el imperialismo, es necesario insistir en que el periodo de revolución que vive América Latina y su persistente vigor, tiene sus causas profundas no solo en la crisis estructural de nuestros países , ni se ve promovido únicamente por la lucha de nuestros pueblos, aunque ello es decisivo, sino que también tiene sus raíces –y esto es determinante- en la crisis general del capitalismo, en los radicales cambios ocurrido en la correlación mundial de fuerzas a favor del socialismo, por el extraordinario desarrollo de la Unión Soviética como gran potencia proletaria internacionalista, por los grandes avances logrados en la aplicación de su política de coexistencia pacífica y distensión, por el impetuoso desarrollo de todo el campo de países socialista y por las sucesivas victorias de los pueblos en todos los continentes, entre las cuales se destacan en los últimos tiempos la Revolución Portuguesa, la liberación con el apoyo de esta de las colonias de ese país en África y, sobre todo, la victoria de los pueblos de Indochina, en especial la del heroico y ejemplar pueblo vietnamita, que será recordado por siempre y pasará a la historia de la Humanidad como el símbolo de la decadencia mortal del imperialismo yanqui.

Educar a nuestros partidos y a nuestros pueblos en los principios del internacionalismo proletario, hacerlos tomar conciencia clara del determinante aporte que hace la Unión Soviética a la marcha de la revolución mundial , a la causa de la liberación de todos los pueblos , es una tarea insoslayable de nuestros partidos que se recoge en el documento de diversas maneras, entre ellas al hacer el planteamiento definitorio que no es concebible una izquierda anti-comunista o antisoviética.

Las actuaciones vergonzosas de los actuales dirigentes de la República Popular China, intercambiando conceptuosos saludos con Pinochet, dando la espalda  a la solidaridad con el pueblo de Chile, con la clase obrera chilena y su Partido, con los miles de patriotas y revolucionarios presos, torturados o asesinados; o aconsejando a los imperialistas no disolver la OTAN, o no retirar sus flotas del Pacífico, y el Mediterráneo porque es necesario oponerlas a lo que mañosamente llaman “social-imperialismo” y “expansionismo soviético”; o agitando esa misma intriga en África, en Asia y América Latina al oído de los gobiernos antiimperialistas, para hacer la promoción del nacionalismo burgués y oponerlo no solo a la Unión Soviética, sino también a nuestros partidos, al movimiento obrero de nuestros países y,  por tanto, a la perspectiva de avance hacia el socialismo, son algunas de las muestras del pantano al que se puede rodar por la pendiente del anti-sovietismo.

Nosotros estamos seguros de que semejantes aberraciones serán condenadas y corregidas un día por el Partido Comunista de China, por el proletariado y pueblo chinos. El desenmascaramiento y aislamiento de tales patrañas seudo-revolucionarias son una necesidad para defender la unidad del movimiento anti-imperialista y democrático, la unidad del movimiento obrero y de nuestros partidos a escala nacional e internacional,  y al mismo tiempo constituyen un aporte  a la tarea que los comunistas chinos y su pueblo tendrán que consumar en rescate de su revolución y del lugar que le corresponde en el movimiento comunista y antiimperialista mundial.

Los pueblos están a la ofensiva

Pasando a otras consideraciones, queremos decir que los comunistas salvadoreños concordamos plenamente con quienes caracterizan el actual momento latinoamericano como momento de ofensiva de los pueblos. Son los pueblos y no el imperialismo quienes se encuentran a la ofensiva, a pesar de la dolorosa derrota temporal que logró infligirnos en Chile, la herida en Bolivia y Uruguay, y mucho antes en la República Dominicana y en Brasil. La Junta fascista no ha podido ser convertida, ni mucho menos, en el puntal d la ofensiva contra-revolucionaria a escala continental, en lo cual puso sus esperanzas en la CIA. No vamos a repetir la enumeración que se hace en el documento, o en las intervenciones de varios camaradas, de los nuevos avances del proceso revolucionario en nuestro continente después del derrocamiento del gobierno de la Unidad Popular, hechos que vienen a respaldar esta caracterización del actual momento latinoamericano como ofensiva de los pueblos contra el imperialismo.

Sin embargo, debemos procurar no incurrir en triunfalismo unilateral al apreciar la situación, porque ellos nos podría llevar a subestimar la gravedad del peligro de nuevos reveses para el movimiento popular, al menospreciar al fascismo como una amenaza real en varios países, incluido El Salvador,  y los virajes negativos a que podría conducir su eventual zarpazo en Argentina , no solo para ese país, sino también para Perú y otros.

Continúan en rezago la clase obrera y los P.C.

Queremos expresar abiertamente nuestra preocupación por el hecho de que, haciendo una apreciación de conjunto, continúen en rezago la clase obrera y nuestros Partidos para ocupar en la práctica la cabecera del proceso revolucionario en el continente. El gobierno de la Unidad Popular fue la conquista más sobresaliente y meta de clase obrera revolucionaria latinoamericana y el acontecimiento más trascendental después de la Revolución Cubana.

No dudamos de la enorme contribución que la clase obrera y nuestros partidos están aportando a todos los procesos antiimperialistas y en general progresistas de los días actuales en nuestro Continente; nos han alegrado extraordinariamente las noticias acerca del despliegue de las luchas de los trabajadores y los avances de su pensamiento político que nos han traído en sus intervenciones diversos camaradas; pero es un hecho aún cierto que en ninguno de eso proceso estamos desempeñando un papel, no digamos hegemónico, sino al menos paritario.

No vaya a interpretársenos como lanzadores de agua fría, como portadores del escepticismo. Todo lo contrario: nosotros estamos contentos – a veces eufóricos- por el extraordinario ensanche de la base social que el movimiento antiimperialista y revolucionario ha experimentado. En nuestro propio país hemos hecho y continuamos haciendo todo lo que este  a nuestro alcance para conseguir tal ensanche.

Dicho en otras palabras, nosotros no sostenemos como guía de nuestra conducta, ni mucho menos pretendemos aconsejar a nadie, la tesis de que mientras no sea la clase obrera y su partido la fuerza más desarrollada y no este, por tanto, en condiciones de hegemonizar el proceso no deban entrar en apoyo, ni en compromisos, ni en alianzas, con los sectores pequeño-burgueses y burgueses, que impulsan actitudes democráticas o anti-imperialistas.

Pensamos que la clase obrera y su Partido pueden llegar a encabezar el proceso revolucionario en nuestros países únicamente a condición de que impulsen resueltamente la lucha por la democracia, la independencia, y las hondas transformaciones económico—sociales, propias de esta etapa de revolución, más avanzada en unos países que en otros, siguiendo las certeras orientaciones de Lenin, según las cuales, cito: “desde el punto de vista de las ideas fundamentales dl marxismo , los intereses del desarrollo social están por encima de los intereses del proletariado…”

Nosotros, pues, estamos resueltamente a favor de una participación audaz de los comunistas y la clase obrera en el apoyo y la profundización de todos los procesos de variado matiz que hoy surgen en nuestro continente y avanzan en dirección opuesta  a la dominación del imperialismo y las oligarquías. Creemos que fuera de este contexto no podrían fortalecerse nuestros partidos, ni elevarse el papel de la clase obrera.

Lo que nosotros hemos querido mostrar es nuestra preocupación por el hecho, bien evidente, de que a 16 años del triunfo de la Revolución Cubana y de la irrupción de socialismo en nuestro hemisferio, no estemos en la cabecera de la revolución democrática antiimperialista en escala general, tomando –desde luego- la realidad de conjunto, con la excepciones de aquellos que ya lo están o están muy cerca de conseguirlo.

A nuestro entender, en la elevación de la clase obrera y su partido al rol dirigente de la revolución democrática antiimperialista , está la clave para garantizar, cualquiera que sean los sujetos que se adelanten a iniciar los proceso democráticos o los anti-imperialistas , que ellos se profundicen y marchen en fin de cuentas hacia el socialismo.

 Tenemos al impresión de que en ciertos casos no desempeñamos un rol más destacado por timidez y excesiva cautela, por inhibiciones originadas en la idea de que si es pequeño burgués o burgués nacional el proceso de democratización y reformas puesto en marcha en un país, corresponde asumir el papel principal a la burguesía o ala pequeña burguesía reformista y no al proletariado, al cual llegara su turno cuando madure la revolución anti-imperialista radical o el paso al socialismo.

Lenin nos enseñó en “Dos tácticas…” que es otro el papel del proletariado y su partido ante las tareas democrático-burguesas o pequeño-burguesas de la revolución. Exigió la acción más resuelta del partido de la clase obrera, con el  fin de resolver esas tareas, preferiblemente por la vía revolucionaria en vez de la vía reformista, evolutiva, porque ese es el camino que acerca más y más pronto al socialismo.

La Revolución Cubana es una escuela viva de confirmación de esta tesis leninista.

En todo caso, Lenin llamó al proletariado y su partido a realizar una activa participación en la revolución democrática aunque no pudiera ganar desde el comienzo la delantera e imprimir su sello revolucionario  a los  acontecimientos en su inicio.

La tarea de elevar al proletariado a un papel cada vez más delantero corresponde ante todo a su Partido; como ya lo dijeron otros camaradas, esa tarea exige la lucha por la unidad de la clase obrera, la cual tiene una de sus expresiones más importantes en la unidad del movimiento sindical. Pensamos que la forma principal de la unidad del movimiento obrero y en general del proletariado, es aquella que se logra alrededor de la línea política de su partido.

La lucha por la unidad sindical, por tanto, debe subordinarse  a la lucha por esta otra unidad, más profunda, concebirse como un medio –uno entre varios por cierto- para alcanzarla y no como un fin en sí mismo, de esta tarea, clave de la revolución.  

No estamos abogando por una línea sectaria en el movimiento sindical, sino por un trabajo más complejo y profundo en el que no debe faltar la combinación de la lucha reivindicativa con la lucha por objetivos políticos inmediatos y mediatos de la etapa de la revolución y con una sistemática lucha ideológica contra le economismo, por ganar a las masas proletarias para el socialismo, por ganarlas  a la idea de que su misión revolucionaria clasista, y su actuación independiente, no consiste en actuar aislada , únicamente en el marco estrecho de las relaciones obrero-patronales, sino en adelantarse a la lucha política y encabezar el proceso general de la lucha de clases, el movimiento histórico de todas las clases y sectores populares para conducirlo hasta el socialismo, a través de todas las inevitables etapas previas que vienen planteadas por el desarrollo social objetivo y concreto.

Nuestro Partido ha comprobado en la práctica que se puede alcanzar una unidad mucho más amplia y combativa de las filas proletarias en el movimiento político que en el movimiento sindical, aunque luchamos contra la tendencia a contraponer uno al otro. Nos ha guiado en esto el ejemplo de la Revolución Bolchevique, el  de la Revolución Cubana y de todas las grandes revoluciones del siglo actual, incluidas la revolución Vietnamita y Portuguesa.

Los sindicatos no deben ser en modo alguno menospreciados como instrumentos poderosos de movilización y combate, como escuela de la lucha de clases del proletariado. Pero tampoco deben ser absolutizados, como los instrumentos “naturales” o “únicos” , porque en una concepción así vienen implícitas, a nuestro entender, las concesiones a ciertos aspectos del economismo. 

Los camaradas chilenos saben bien que la CUT dio un aporte decisivo a favor del proceso revolucionario de su país, en la medida en que se guiaba por la justa línea política del Partido Comunista, y saben también como el economismo trabajó en contra del gobierno de la Unidad Popular.

Por todo esto, nuestros partidos tienen que prestar una esmerada atención a sus tareas en el movimiento sindical y, más ampliamente, deben poner todo su empeño en forjar un movimiento obrero revolucionario.

Luchar contra el oportunismo de derecha y de izquierda

Al mismo tiempo que luchamos contra el economismo, la enfermedad a nuestro juicio más hondamente arraigada en el movimiento sindical latinoamericano, nuestros partidos, tienen que realizar una sistemática y permanente lucha ideológica contra los variados matices del ultra-izquierdismo, no solo para ganar a sectores connotados de las capas medias y preservar al movimiento obrero de su influencia, sino también para defender el avance del proceso revolucionario, impedir el aislamiento de sus fuerzas más avanzadas y no permitir al enemigo frustrar ese avance aprovechándose de los pretextos que el ofrece el aventurerismo de los ultraizquierdistas.

Conocemos las perniciosas consecuencias que ha debido soportar el proceso revolucionario en muchos países de este continente por no haber realizado a tiempo el partido comunista una sistemática lucha de ideas contra las tendencias ultra-izquierdistas. En nuestro mismo caso, hubimos de corregir la idea equivocada de que era mejor no entrar en polémica con los ultra-izquierdistas, supuestamente en aras de no distraer o confundir a las masas y de facilitar la concertación de la unidad con esos grupos.

Después de más de dos años, de una intensa propaganda difamatoria de los ultra-izquierdistas contra nuestro Partido, alentada en cierto modo por nuestro silencio, comprobamos que esto es lo que confunde a las masas, y en primer lugar, a los sectores políticamente activos y más avanzados de las mismas; comprobamos que estaban aislándonos de ellas, mientras se esfumaban nuestras esperanzas de dialogar con esos grupos para concertar la unidad.

Decidimos entonces iniciar y sostener una campaña ideológica sistemática, cuidándonos de combinar al profundidad con un análisis limpio de adjetivos hirientes y la lucha de principios con los constantes llamamientos a la unidad en torno a la línea orientada a construir un amplio frente de fuerzas democráticas, anti-imperialistas y anti-oligárquicas, para conquistar el poder  e instaurar un gobierno representativo de las mismas.

Paralelamente decidimos iniciar una campaña de lucha ideológica, también sistemática, contra el economismo, buscando unir al movimiento obrero en derredor de aquella misma línea y abrir en el pensamiento proletario y de las capas medias la perspectiva socialista.

Esta corrección en cuanto a la lucha ideológica  dio prontamente sus frutos a favor del prestigio y la autoridad de nuestro Partido, promoviendo su crecimiento y, asimismo, el de la Juventud Comunista; imprimiendo combatividad y mayor amplitud a la movilización en las filas sindicales,  promoviendo su marcha más firme y acelerada  hacia las metas unitarias que habían sido trazadas hace largo tiempo, pero que permanecían aún distantes.

Igual que otros camaradas que han hecho uso de la palabra sostenemos que la tarea principal y decisiva para elevar el papel del proletariado en el proceso revolucionario es la construcción de su Partido; el desarrollo de este en cantidad y calidad. Todos los partidos comunistas latinoamericanos están empeñados en las tareas de su propia construcción y desarrollo; todos aspiramos a que nuestros partidos hundan potentes raíces en la clase obrera, en el proletariado en general y, en segundo término, en las masas campesinas y las capas medias.

Si logramos realizar bien la tareas por la unidad del proletariado, por la construcción y desarrollo de nuestros partidos y las tareas de la lucha ideológica y política,  estaremos cada vez en mejores condiciones para fortalecer el frente único de las fuerzas democráticas anti-imperialistas y anti-oligárquicas, y construir el frente anti-fascista, aún más amplio, si lo situación lo demandara en cada uno de nuestros países.

Solo así podremos conseguir que el proletariados se adelante a la cabecera de todo el movimiento histórico hacia la independencia plena, la democracia uy le bienestar popular, la paz y el socialismo.

De ello depende que otras fuerzas actuantes en el proceso revolucionario contemporáneo de nuestro continente no lo pongan en peligro con sus vacilaciones, ni inconsecuencias, con su falta de firmeza o sus traiciones.

En el periodo histórico que está abierto en América Latina desde enero de 1959, es posible la revolución y es, por tanto, muy grande y decisivo lo que pueda hacer la iniciativa revolucionaria.  De ella depende mucho el lugar que ocupa el proletariado y su partido en la historia de nuestros países en el último cuarto de siglo XX.

Nosotros valoramos el esfuerzo complejo y serio del Partido Comunista de Cuba, y en particular el compañero Fidel Castro, por desarrollar el Partido y elevar su papel y el de la clase obrera en la conducción del país por la ruta de la construcción del socialismo. El Primer Congreso del Partido Comunista de Cuba está llamado a consolidar los robustos cimientos de esa obra político-ideológica y a trazar las orientaciones que permitirán llevarla  a su plena y feliz realización.

Todo lo que encuba se está haciendo por elevar el papel del proletariado y su partido, nos ayuda y nos ayudará poderosamente a conquistar esa meta decisiva en cada uno de nuestros países.

El Partido Comunista de El Salvador felicita y saluda al Partido Comunista de Cuba, a su Comité Central, al compañero Fidel, por su laboriosa y fecunda preparación del Primer Congreso.

Un panorama rico y desafiante

La temática que el panorama latinoamericano y caribeño arroja sobre la mesa de análisis es muy rica y desafiante.

¿Qué hay en el fondo del fenómeno configurado por los gobiernos der Carlos Andrés Pérez  de Venezuela y Luis Echeverría de México, Oduber de Costa Rica y Balaguer de la  República Dominicana? Se trata o no del surgimiento de la burguesía o d algunos de sus sectores, al primer plano del reformismo, al nacionalismo y/o al antiimperialismo?

Si fuera afirmativa la respuesta ¿Cuál o cuáles son esos sectores de la  burguesía y cuales las causas que los promueven a jugar ese rol?  Definitivamente no compartimos las respuestas simplistas.

Algunos camaradas han adelantado esquemas de análisis para estos fenómenos.  Son opiniones verdaderamente interesantes que obligan a reflexionar, y sobre todo, nos indican la necesidad de que nuestros partidos profundicen el conocimiento del complejo y sorprendente acontecer latinoamericano de lso días actuales.

Concordamos en principio en algunos puntos que permitan formular ciertas hipótesis:

  1. Son fenómenos únicamente posibles dentro del marco mundial de agravamiento de la crisis general de capitalismo, de honda crisis económica coyuntural del mundo capitalista, de cambios radicales  en la correlación de fuerzas a favor del socialismo y de los pueblos que luchan por su liberación nacional y social; de avances sucesivos en el camino de la distensión, de franco quebrantamiento de la estrategia global, pérdida de prestigio y de autoridad del imperialismo yanqui.
  2. Son fenómenos relacionados con el creciente peso específico de los Estados latinoamericanos en el conjunto de la actividad económica y la relativa autonomía de los mismos, que de ese fenómeno se deriva;
  3. Con la consiguiente formación de una sector burocrático, en el que se mezclan tecnócratas procedentes de las capas medias y de grupos burgueses que aspiran a crear condiciones propias para la expansión de sus negocios, hasta ahora limitados por una política exterior sectaria y estrecha y por las supervivencias pre-capitalistas, la pobreza del mercado interno y el ahogamiento de los monopolios. 
  4. Todo ello fomenta la tendencia estatal a intervenir en la actividad económica, lesionando el principio “sagrado” de la “libre empresa” y da origen a peculiares y a veces curiosos conflictos intestinos en los gobiernos, en las clases dominantes en general; a contradicciones con tales o cuales aspectos de la política del imperialismo y/o con los intereses de las compañías transnacionales.  

Nosotros pensamos que será necesario organizar con cierta frecuencia simposios o seminarios de los comunistas, para analizar de manera especializada estos y otros temas específicos, como el de la integración económica regional y la posición o la conducta a asumir frente a ese movimiento , en el que también cada vez se expresan más las contradicciones entre nuestros pueblos y el imperialismo, entre las posibilidades y las necesidades del desarrollo, por un lado, y la dependencia por el otro, etc.

Nexo entre la lucha por la democracia, la lucha antiimperialista y la lucha por el socialismo

Uno de los méritos sobresalientes del documento consiste en que muestra los nexos que hay entre la lucha por la democracia, la lucha anti-imperialista y la lucha por el socialismo en la América Latina de nuestros días. Se recoge así, bajo el enfoque del análisis leninista de este problema, una larga y rica experiencia latinoamericana.

La incidencia de un marco internacional cada vez más favorable al socialismo, particularmente después de la segunda guerra mundial, y la creciente participación de la clase obrera y sus partidos en la escena histórica de nuestro continente, ha llevado estas tres facetas de la lucha de los pueblos a un entrelazamiento casi indisoluble. 

La Revolución Cubana reveló por primera vez en toda su magnitud y sus alcances trascendentales esta nueva y más profunda dialéctica de los nexos entre las tareas democráticas, anti-imperialistas y socialistas.

El gobierno de Jacobo Arbenz en Guatemala y la Revolución Boliviana de 1952, el gobierno del Frente Popular de Chile, con Pedro Aguirre Cerda como presidente, el desempeño del gobierno del general Lázaro Cárdenas en México e incluso la primera irrupción del peronismo, habían comenzado a revelar que estas tres tareas marchaban hacia un encuentro y un entrelazamiento muy profundo y prometedor.

Cada vez más ha quedado al descubierto que el enemigo principal que se alza en el camino del avance trasformador de esta dialéctica es el imperialismo yanqui, y señalarlo así es otro de los méritos de este documento.

Nosotros queremos hacer presentes algunas reflexiones sobre este tema:

La primera reflexión consiste en subrayar, a la luz de la experiencia latinoamericana, el amplio poder movilizador que en nuestros países ha revelado poseer la causa de la lucha por la democracia. Fue precisamente en la arena de la lucha por la democracia donde primero se registraron las mancomunaciones del movimiento popular con la acción de sectores militares.

La lucha por la democracia ha tenido amplia resonancia en las capas medias en general, incluso en estratos de la burguesía. No es casual que las Universidades fueran durante década las abanderadas de esta lucha en numerosos países nuestros.

Toda la experiencia de los últimos años demuestra que la causa de la democracia no ha perdido en absoluto este amplio poder movilizador, sino todo lo contrario; y también demuestra que tampoco ha perdido la capacidad de convertirse en el punto de encuentro de la lucha popular con los pronunciamientos militares, sino todo lo contrario.

La segunda reflexión consiste en recordar que, después del triunfo de la  Revolución Cubana, el imperialismo yanqui intentó romper esta trenza de lo democrático, lo anti-imperialista y lo socialista, en el proceso latinoamericano, por medio de “Alianza para el Progreso.”

La ALPRO no so fue un plan demagógico, fue principalmente una plataforma para sellar la alianza del imperialismo con los sectores reformistas y demócratas pequeño-burgueses y burgueses, alianza de la que el imperialismo esperaba obtener el pleno aseguramiento de la fidelidad de los militares.

No es casual que en el centro de la plataforma política de la ALPRO se situara la bandera de la llamada “democracia representativa” y seríamos miopes incorregibles si acaso no fuéramos capaces de ver que efectivamente logró el imperialismo concertar alrededor suyo, aunque muy transitoriamente, aquel bloque de fuerzas que se propuso.

Sabemos muy bien que la ALPRO desató contradicciones tales en el seno de las clases dominantes latinoamericanas, en particular una resistencia enconada de la oligarquía y conocemos las demás causas que llevaron este plan, el más audaz de todos los concebidos por el imperialismo para la América Latina, el más rotundo fracaso. Entre otras cosas sabemos también que con el asesinato de Kennedy, inspirador de la ALPRO, retomaron la hegemonía en los EE.UU. los sectores de la gran burguesía imperialista más rabiosos, más vinculados al fantástico negocio industrial militar y abanderados de la política de la guerra fría y del chantaje nuclear.

A nosotros no nos parece extraño que ahora, en una fase más profunda de la crisis general del capitalismo y en particular, de la crisis del imperialismo yanqui, del poderío cada vez más preeminente de la Unión Soviética y del mundo socialista en general, de alzamiento de los pueblos, en todos los continentes y de radicalización del proceso revolucionario latinoamericano, hayan reaparecido como aliados reales o potenciales de la causa popular, aquellos mismos sectores de la burguesía y la pequeño burguesía reformistas que sellaron aquel pacto frustrado con el imperialismo dentro de la ALPRO en los primeros años sesenta.

La tercera reflexión consiste en subrayar que el imperialismo ya no puede levantar la bandera de la democracia contra el proceso revolucionario en América Latina, ni en ninguna otra aparte. Su respuesta es hoy el fascismo, el terrorismo contra-revolucionario organizado por la CIA, la llamada “desestabilización” de gobiernos que se niegan a ser incondicionales o emprenden las transformaciones nacional-liberadoras. El imperialismo ya no puede tampoco pactar sobre la base de la no “intervención” , por eso han fracasado los cantos de sirena del pretendido “nuevo diálogo” manipulado por Kissinger y de ello  surge, a nuestro juicio, la también la inusitada sensibilidad de tantos gobiernos burgueses contra el golpe fascista y la Junta de Pinochet. No nos extraña tampoco su viraje hacia la amistad con Cuba. 

Pesamos que no basta, ni mucho menos, para explicar este fenómeno, el interés que pueden tener sectores de las burguesías en sacar provecho comercial de su acercamiento a la Isla del Socialismo; pensamos que hay en esto también resistencia a la actual política del imperialismo.

Los únicos casos en los que el imperialismo  levanta hoy la bandera de la llamada “democracia representativa” son aquellos en que han surgido gobiernos militares nacionalistas o revolucionarios opuestos en diversa medida a su política y, son los sectores más derechistas de las clases dominantes latinoamericanas y sus partidos quienes reclaman hoy a esos gobiernos “el retorno a la constitucionalidad” “la convocatoria a elecciones” y otras consignas del arsenal de esa monserga hipócrita.

Dicho sea de paso, nosotros pensamos que en este sentido hay un aspecto débil en el documento en lo relativo a esta cuestión de la lucha por la democracia: no desenmascara al mismo tiempo esa maniobra contra-revolucionaria a que hemos aludido  atrás.

La cuarta reflexión consiste más bien en una proclama: el proletariado y su partido, junto  las demás fuerzas de izquierda que se destacan entre las capas medias, entre el clero y los militares, junto con el poderoso y vital aliado campesino, no tienen por qué renunciar a todo este rico legado del proceso histórico latinoamericano:; si quieren realmente desempeñar su misión de vanguardia deben recoger estas banderas y empuñarlas con la mayor resolución y firmeza; porque en ello viene implícita la posibilidad  real de construir el amplio y poderoso frente anti-imperialista y la luminosa perspectiva del socialismo.

Si estas banderas de la democracia y la independencia, del latinoamericanismo, las levantan ante todo la clase obrera y su partido y saben llevarla  a la victoria, nada hay que pueda hacernos temer por el destino de la causa socialista. Nosotros suscribimos totalmente esta tesis que ha sido planteada ante nuestra Conferencia.

Si nos mostramos tímidos o vacilantes para empuñar estas banderas,  o peor todavía, si renunciamos a ellas en nombre de un pretendido radicalismo o vanguardismo,  las empuñaran los sectores nacionalistas de otras clases o capas y seguiremos obligado a un papel de fuerza de apoyo, o seremos aislados y duramente golpeados por la reacción más rabiosa, allí donde ella tiene el control del poder: la causa del socialismo sufrirá así aplazamiento o seguirá una ruta tortuosa.

Deliberadamente hemos omitido las consideraciones de orden económico al presentar estas reflexiones. Nosotros pensamos que, en cierto modo los comunistas, me refiero a algunos de nosotros, hemos estado incurriendo en un mecanicismo estrecho que consiste en pretender derivar todas nuestras conclusiones políticas de un modo directo y absoluto del análisis económico. Así, n entra en nuestro enfoque la relativa autonomía con que se mueve la política respecto de la economía, sin dejar de depender en último término de ella.

Nosotros creemos que  es en este terreno donde se encuentra las raíces de que hemos venido dando muestras los comunista para prever, si se quiere para adivinar, lo que traen bajo el brazo ciertos políticos y sectores pequeño-burgueses o burgueses y no pocas veces nos hemos visto en la necesidad de hacer reajustes apresurados de nuestras caracterizaciones y enfoques acerca de ellos; una vez que se han convertido en gobierno. Damos la impresión algunas veces de que para nosotros únicamente puede explicarse o justificarse tales o cuales actitudes políticas de esos personajes y sectores, si comprobamos que con ello se echan a la bolsa tal o cual cantidad de millones.

No estamos abogando por el menosprecio de los análisis económicos. Al contrario, creemos que una de nuestras debilidades consiste precisamente en nuestras limitaciones en esta área, haciendo desde luego las excepciones de algunos de nuestros partidos, que han alcanzado un extraordinario desarrollo de sus capacidades en este como tantas otras facetas de su actividad.

El mecanismo a que hemos aludido constituye un real freno inhibitorio que impide desplegar una acción más intrépida, una iniciativa revolucionaria a tono con las posibilidades que están madurando en la vida. Tales inhibiciones no solo abarcan el estrechamiento de nuestra política de alianzas con otras fuerzas sino también nuestra actividad en el seno de la clase obrera.

En el caso de nuestro partido, llegó un momento en que nos vimos compelidos a reaccionar ante una larga rutina que había llegado poco a poco, inconscientemente, a sentar en la base de nuestra orientación para el trabajo sindical, la tesis de que los trabajadores únicamente pueden movilizarse a partir de sus intereses económicos inmediatos y nos son capaces de comprender rápidamente las orientaciones y objetivos políticos, los cuales supuestamente llegan o “ascienden” por el canal único de la lucha económica.

Nadie defendía teóricamente estas formulaciones, cuyo contenido economista es evidente y fue hace tanto tiempo desenmascarado por Lenin, pero estaban presentes de modo invariable cada vez que se hacían planes para la acción, cada vez que se programaban nuestras actividades encaminadas a la conquista de la unidad sindical, etc.

Hemos escuchado aquí una exposición sumamente ilustrativa de las poderosas tendencias unitarias que hoy se abren paso, incluso dentro de las organizaciones patrocinadas tradicionalmente por las agencias sindicales del imperialismo. El camarada que hizo esta exposición subrayó que es sorprendente como estas tendencias vienen ligadas a un planteamiento político revolucionario más que a un programa de reivindicaciones económicas y prestaciones sociales. Nosotros queremos expresar nuestro agradecimiento a este brillante y experimentando dirigente sindical comunista latinoamericano, sentimos que en sus palabras venía un apremiante llamamiento, un llamamiento dramático a que comprendamos esa realidad, a que veamos esas extraordinarias posibilidades que maduran en las filas del proletariado organizado de nuestro continente.

Compañeros:

Yo quiero pedir disculpas por el exceso en el uso del tiempo. Es que nosotros veníamos a esta Conferencia muy cargados d preocupaciones. No pretendemos la última ni la mejor palabra; hemos querido solamente tirar sobre esta mesa de los comunistas latinoamericanos nuestras propias reflexiones y preocupaciones, porque estamos convencidos de que esta Conferencia, si por un lado es ya una gran victoria de la consolidación de la unidad del movimiento comunista de nuestro continente, es sobre todo histórica por lo que abrirá para el futuro, y por lo que hará a favor del intercambio de opiniones, abierto y franco, de reflexiones entre los comunistas, para ayudarnos unos a otros en esta hora decisiva de América y el Mundo.  

Yo termino haciendo un llamamiento a la solidaridad, especialmente en algunos casos. Ante todo, a la solidaridad con Guatemala, con el pueblo guatemalteco, con el Partido Guatemalteco del Trabajo. Nosotros vivimos esa tragedia, allí estamos junto a ellos, nos enteramos de esa tragedia momento a momento. Nosotros creemos que ha llegado la hora de hacer un esfuerzo realmente sustancial para detener la matanza en Guatemala. ¡Los comunistas podemos hacerlo! No solo desde la plaza pública, ni  la trinchera de nuestros periódicos; podemos llevarlo ya a los organismos internacionales. Lo que se ha hecho en el caso de la solidaridad con Chile muestras las enormes fuerzas y las reservas que tenemos los comunistas del mundo ahora, porque si algo hay que resaltar es que el corazón y el motor de ese impresionante movimiento de solidaridad con Chile somos los comunistas, y en primer lugar, los países socialistas, encabezados por la Unión Soviética. Nosotros pretendemos un respaldo tal también para los compañeros guatemaltecos.

Hacemos un llamamiento a poner en el centro de nuestra solidaridad, asimismo, la lucha del pueblo de Nicaragua contra la tiranía de Somoza. Por primera vez, a nuestro entender,  se ha puesto en pie en Nicaragua, un movimiento anti-somocista verdaderamente amplio, y verdaderamente serio. Ya  en la intervención del Partido Socialista Nicaragüense, se destacaba por ejemplo la formación de  UDEL, con su amplia composición.

Nosotros queremos también hacer un llamamiento a la solidaridad con otros procesos que se encuentran en otra fase: con los procesos peruano, panameño y hondureño. Hacer la solidaridad ya, no después de que nos inflinjan allí reveses. Pongamos énfasis no solo en la solidaridad defensiva. ¡Pongámosla también en la solidaridad ofensiva!

Resaltemos en nuestra solidaridad igualmente el caso de Ecuador, ayudemos  los camaradas a desarrollar todas las posibilidades que están implícitas en su proceso y que nos explicara Pedro Saad.

Quiero utilizar mis últimas palabras para reafirmar nuestra plena solidaridad con el Partido Comunista, con el pueblo de Chile, con todos los patriotas; nuestro reclamo por la libertad del camarada Luis Corvalán. Nuestra solidaridad con los compañeros del  Brasil, de Haití, de Paraguay. Nuestra disposición a contribuir con todo lo que este a nuestro alcance en la lucha por liberar a sus presos.

¡Viva la unidad del movimiento comunista de América Latina!

¡Viva la unidad del movimiento comunista internacional!

¡Viva el internacionalismo proletario y el marxismo-leninismo!

¡Viva esta histórica Conferencia de los Partidos Comunistas de nuestro Continente!

La Habana, 12 de junio de 1975

CEM publica discurso de Schafik Handal en Conferencia Latinoamericana de Partidos Comunistas, Cuba 1975

SAN SALVADOR, 7 de mayo de 2021 (SIEP). “En 1975 se realiza en La Habana, Cuba un importante encuentro de partidos comunistas latinoamericanos en el que afinan su estrategia y táctica continental. Por El Salvador, participa el dirigente comunista Schafik Handal, a nombre del PCS…” reseña Roberto Pineda, coordinador del Centro de Estudios Marxistas “Sarbelio Navarrete.”

Indicó Schafik en su discurso que “la cohesión del movimiento comunista latinoamericano tiene una gran significación revolucionaria; es una de las premisas más importantes para impulsar la elevación del papel de la clase obrera en el proceso revolucionario, lo mismo que la unidad y la solidaridad de todas las fuerzas anti-imperialistas y democráticas en cada país y a escala continental.”

Afirmó que “desde el triunfo de la Revolución Cubana en 1959, quedo abierto el periodo histórico de revolución en que se encuentra la América Latina. Los anteriores logros revolucionarios fueron importantes; sin embargo eran solo las alboradas precursoras de este, que es un proceso de largo alcance, definitivo e irreversible.”

Aseguró que “los comunistas salvadoreños concordamos plenamente con quienes caracterizan el actual momento latinoamericano como momento de ofensiva de los pueblos. Son los pueblos y no el imperialismo quienes se encuentran a la ofensiva, a pesar de la dolorosa derrota temporal que logró infligirnos en Chile, la herida en Bolivia y Uruguay, y mucho antes en la República Dominicana y en Brasil.”

Explicó que “pensamos que la clase obrera y su Partido pueden llegar a encabezar el proceso revolucionario en nuestros países únicamente a condición de que impulsen resueltamente la lucha por la democracia, la independencia, y las hondas transformaciones económico—sociales, propias de esta etapa de revolución.”

Finalmente hizo un llamado a “a la solidaridad con Guatemala, con el pueblo guatemalteco, con el Partido Guatemalteco del Trabajo. Nosotros vivimos esa tragedia, allí estamos junto a ellos, nos enteramos de esa tragedia momento a momento. Nosotros creemos que ha llegado la hora de hacer un esfuerzo realmente sustancial para detener la matanza en Guatemala. ¡Los comunistas podemos hacerlo!”

Extraigamos las mejores enseñanzas del Diario del Che en Bolivia! Epílogo del PCS. Agosto de 1968

El Diario de Campaña del Che Guevara en Bolivia es un documento de un gran valor histórico y revolucionario. De cada una de sus páginas surge un noble aporte para la revolución latinoamericana; un altísimo ejemplo de moral revolucionaria y un caudal de datos para el análisis estratégico.

Quién lee el Diario comprende con facilidad por qué el Che se ha convertido en el héroe de las juventudes de todo el mundo. No son únicamente los jóvenes latinoamericanos, sino también los europeos, norteamericanos, africanos y asiáticos los que veneran su nombre y levantan su retrato como estandarte de rebeldía y de combate.

Es que el Che reúne la valentía ilimitada con la voluntad férrea de alcanzar el ideal aun a costa de sacrificar todo lo concerniente a uno mismo –incluso la vida- ; reúne la más ardiente rebeldía contra todo lo que es injusto y contra todo lo que pretende perdurar bajo el manto de la santificación dogmática, con la más alta y humanista militancia del internacionalismo revolucionario que le hizo combatiente de todos los pueblos: argentino que combatió con las armas por la Revolución Cubana y que no encontró dentro de sí fronteras chovinistas tampoco para combatir por la revolución boliviana y entregar su vida en aras de ella, como la habría entregado sin duda por la revolución salvadoreña o de cualquiera otro país de América Latina y el mundo.

Las páginas del Diario dan testimonio también de que junto al Che lucharon con igual arrojo y determinación, con similares cualidades, un puñado de compañeros cubanos forjados  en la Sierra Maestra. Ninguno de estos cubanos se doblegó, ninguno desertó y su sangre regó generosamente el suelo boliviano para hacerlo más fecundo a la revolución. Los cubanos caídos luchando junto al Che dan prueba del internacionalismo militante de la Revolución Cubana,  de la que son ellos hijos y altivos exponentes. Y que la semilla del internacionalismo revolucionario germina en América Latina, lo demuestra también la sangre peruana y boliviana derramada en esta experiencia guerrillera encabezada por el Che.

El Diario es fuente de inspiración revolucionaria y constituye un documento en extremo útil para la formación de la joven generación combatiente, lo mismo que para remecer los estados de ánimo blandengues de algunos revolucionarios cansados, de la vieja generación. Quien no sea sensible a este aspecto del Diario de Campaña del Che en Bolivia, quién no se sienta hermano del Che y de sus compañeros al leer el documento, quién no se duela de su muerte, está quizás perdido para la revolución latinoamericana.

El Diario de Campaña del Che en Bolivia es, al mismo tiempo que un testimonio de la más elevada moral revolucionaria, un documento de inestimable valor para el análisis estratégico, frío, racional ¿Cómo sale de la prueba la concepción estratégica del “foco guerrillero” como punto de partida de la revolución y como vía de la revolución? Esta es la interrogante inevitable, ineludible, que encierra a su vez muchas otras interrogantes y que debe ser respondida teniendo a la vista el Diario del Che porque, en realidad, durante los últimos ocho años se han realizado en nuestro continente varias decenas de fallidos intentos por crear y desarrollar victoriosamente focos guerrilleros en no menos de diez países, guiándose precisamente por esta misma concepción. Ninguno de esos otros intentos, sin embargo, dejó un testimonio tan fiel como este de Bolivia y ningún guerrillero latinoamericano habría sido más autorizado que el Comandante Ernesto Che Guevara para escribirlo.

Quienes de verdad se interesen por la suerte de la revolución latinoamericana y quieren llevarla  a coronación victoriosa, no pueden menos que plantearse la tarea de realizar al análisis de la estrategia del foco guerrillero a la luz del Diario de Campaña del Che en Bolivia, porque es indispensable que cuanto antes el movimiento revolucionario de nuestro continente evalúe ese método y todos los otros métodos puestos en práctica a lo largo de los años transcurridos luego del triunfo de la Revolución Cubana y haga esfuerzo supremos por encontrar un camino eficaz, para derrotar a un enemigo que se ha redoblado y que no puede ya ser tomado por sorpresa. De lo contrario, tendríamos que conformarnos con contemplar  como el oleaje revolucionario se rompe contra los muros de contención que ha aprendido a levantar el imperialismo y tendríamos que resignarnos a muchos años más de postergación y frustraciones.

Renunciar al análisis frío y crítico de la experiencia reflejada en el Diario del Che, sería convertir este documento únicamente en un modelo de cómo debe morir un revolucionario honrosamente, heroicamente; pero no le extraeríamos las enseñanzas que arroja para resolver el problema de cómo hacer la revolución.

Teniendo en cuenta estas necesidades apremiantes de la revolución latinoamericana, nosotros nos permitimos discordar con la opinión que vierte el compañero Fidel Castro en su prólogo al Diario del Che, condenando a todos aquellos que lleguen a la conclusión de que este se equivocó. Respetamos y admiramos a Fidel, sentimos hacia él un gran cariño fraterno, pero esos sentimientos no pueden llevarnos a creer que nunca se equivoca, que siempre tiene la razón. Fidel  trata de demostrar en este prólogo suyo que en Bolivia salió airosa la teoría del foco guerrillero (hablamos del foco y no de la lucha armada en general) ; explica la derrota del Che y sus compañeros principalmente por dos causas: según puede deducirse de todo el texto, en primer lugar, por la actitud retranca  del dirigente del Partido Comunista de Bolivia, Mario Monge, quién –según se afirma- trató primero de disputar la dirección político-militar al Che, y estuvo interrogando después a compañeros adiestrados para la guerrilla, de modo que no se incorporaran a ella; en segundo lugar, explica la derrota por la conjugación de factores adversos deparados por el azar.

Nosotros no ponemos en duda lo que el Che dice en su Diario acerca de Mario Monge, ni hacemos al defensa de éste. Si esa fue su actuación, merecida se tiene la crítica  que se le hace. Por lo menos esa es nuestra opinión, tomada sin conocer el alegato de Mario Monge en su descargo, ni las opiniones de su Partido en torno a esta cuestión. Pero al mismo tiempo, no aceptamos el razonamiento de que la actuación de Mario Monge y la consiguiente actitud poco cooperativa a una convergencia que se achaca al Partido Comunista de Bolivia, sean una causa determinante de la derrota del Che.

En Cuba y en Argelia se desarrollaron dos guerras revolucionarias que no contaron inicialmente con la aprobación de los respectivos Partidos Comunistas y fue el desarrollo ascendente de esas guerras, impulsado por las favorables condiciones existentes y por el correcto aprovechamiento de las mismas por parte de la dirección político-militar en ambos casos lo que obligó más tarde a los Partidos Comunistas de Argelia y Cuba, a cambiar su línea y a dar apoyo activo a la lucha armada, participando directamente en ella.

Entre la actitud del Partido Comunista de Argelia y el Partido Socialista Popular de Cuba (nombre que tenía ahí el Partido Comunista de Cuba) existen, diferencias en cuanto al grado de su aproximación a la lucha armada, con ventaja para los comunistas cubanos, que no estando de acuerdo con ella, hicieron desde un principio, sin embargo la defensa de Fidel y de su lucha. Estas dos experiencias dan prueba histórica de que lo determinante para el desarrollo de la guerra revolucionaria no es la actitud que asuma el Partido Comunista, o cualquiera otro partido, sino la existencia de ciertas otras condiciones políticas, que hagan posible que las masas pasen a esta forma superior de la lucha  de clases que es la lucha armada.

Desde luego, que existiendo estas condiciones, la resuelta participación del Partido, su línea correcta sobre la necesidad de impulsar el desarrollo de la guerra del pueblo, se convierten en un factor de un gran poder movilizador, orientador y organizador que acelera el proceso de la lucha armada y afianza sus resultados victoriosos como ha quedado demostrado plenamente por la guerra revolucionaria en China y en Viet Nam, donde los partidos comunistas jugaron y juegan el papel principal en todos los aspectos de la conducción y realización de la lucha armada.

Fidel, ciertamente no dice de modo expreso que  la actitud de Mario Monge y de su partido fueron determinantes para la derrota, pero esa afirmación se encuentra implícita en gran parte de la argumentación que presenta en su prólogo.

Tampoco aceptamos nosotros como válida la explicación  de la derrota como resultado de factores adversos del azar. Quién haya leído los “Pasaje de la Guerra Revolucionaria” escritos por el Che sobre la base de sus anotaciones en su Diario de Campaña en Cuba, verá que en contra de los expedicionarios del “Granma”, encabezados por Fidel, se conjugó en un principio una carga mucho mayor  de factores adversos y que, no obstante, pudo vencerlos el pequeño grupo de doce combatientes que se mantuvo en pie después de la abrumadora derrota en la batalla de Alegría de Pío, gracias al apoyo  práctico y no solo moral  que inmediatamente comenzó a recibir de parte de los campesinos. Eso fue lo que permitió al disperso grupo de doce volverse a juntar y emprender, gracias también a su indomable tenacidad, una guerra en la que seis meses más tarde se había ya doblado el número de los que desembarcaron del “Granma”.

Por otra parte, la experiencia del Che en Bolivia no es un hecho aislado en la historia contemporánea del continente, sino que forma parte de un nutrido conjunto de esfuerzos similares en diversos países latinoamericanos. Desatender el examen más profundo de estas experiencias teniendo a la vista el Diario del Che, para conformarse con establecer una superficial relación entre azar y derrota, no parece ser lo que está demandando la causa de la revolución latinoamericana.

Regis Debray, por su parte, en su defensa ante el tribunal de Camiri, atribuye la derrota del Che a lo prematuro del inicio de las operaciones, cuando hacía falta a la guerrilla dominar el terreno y consolidarse como grupo de combate adaptado al medio y poseedor de un adiestramiento militar mayor. Tampoco aceptamos nosotros como válida esta explicación, porque tenemos a la vista el ejemplo cubano y éste habla enérgicamente en contra del enfoque que hace Debray.

Hagamos aquí algunas comparaciones, el grupo que desembarcó con Fidel en diciembre de 1956, como ya dijimos, fue drásticamente diezmado, hasta quedar reducido a menos de su sexta parte en el primer combate,  combate prematurísimo. En Bolivia, y como veremos no es casualidad, la guerrilla del Che ganó todos los combates al ejército de Barrientos, con la sola excepción del combate de Higueras, donde cayó Coco Peredo y del combate donde días más tarde fue apresado el propio Che. Cuando se produce el primer encuentro en Ñancahuazu el 23 de marzo de 1967, el Che estaba regresando de una larga caminata de reconocimiento del terreno y de adiestramiento de sus compañeros para adaptarse al medio, mientras que el primer combate que libró la guerrilla de Fidel ocurrió sin que conociera el terreno, apenas dos días después del desembarco.

En Bolivia la guerrilla estaba al mando de un experimentado Jefe, que había hecho la guerra de la Sierra Maestra, el Comandante Ernesto Che Guevara y su columna se componía por un grupo de experimentados combatientes que lucharon junto a él en Cuba y de otros que recibieron un adiestramiento especial antes de incorporarse. La columna que desembarcó con Fidel en Playa de las Coloradas, el 2 de diciembre de 1956, no tenía ni la décima parte de la capacidad técnica de los guerrilleros comandados por el Che en Bolivia, empezando por el propio Fidel.

Ciertamente que fue prematuro el inicio de los combates en Bolivia, pero no en relación con la capacidad militar del grupo (incluido el dominio del terreno) como argumenta Debray, sino en relación con el escaso, prácticamente nulo, desarrollo de la lucha de clases y de la conciencia política de las masas de la región. Precisamente por esto es que, según lo revela Fidel en su prólogo, la guerrilla del Che se estaba desplazando hacia otra zona campesina de mayor desarrollo político.

Lo que salta a la vista al leer el Diario de Campaña en Bolivia, y lo subraya así el propio Comandante Guevara  en sus resúmenes de mes, es la falta de apoyo campesino, y más aún, la colaboración que los campesinos dieron al ejército de Barrientos para mantenerlo bien informado sobre los movimientos de la guerrilla. Si se compara esta situación con la que describe el mismo Che en sus “Pasajes de la Guerra Revolucionaria” de Cuba, que se caracterizó desde un comienzo por el apoyo campesino, se puede comprender que es allí donde se encuentra la causa determinante de la derrota y no en los otros factores que se han alegado.

Si la guerrilla se desplazaba hacia una zona campesina de mayor desarrollo político, uno se pregunta por qué no se instaló aquella, desde un comienzo, en una zona de este tipo y la respuesta se encuentra en el desprecio que la estrategia del “foco guerrillero” encierra hacia la lucha política y en el papel que asigna al núcleo inicial como  creador de la conciencia política entre las masas. La estrategia del “foco” no considera indispensable la existencia de un desarrollo determinado del factor de la  conciencia política entre las masas para el arranque de la lucha armada, porque según se desprende de la exposición que de esta estrategia hace Debray en su obra “¿Revolución en la Revolución?”, en América Latina se encuentra invertido el esquema del estratega alemán Carlos Clausewitz, de que “la guerra es la continuación de la lucha política por otros medios” y hoy aquí se presenta,  aunque no se sabe por qué, formulado así: la lucha política es la continuación de la guerra.

Debray lo expresa con sus propias palabras en su “¿Revolución en la Revolución?”: “De lo que se trata es de una nueva dialéctica de las tareas. Para expresarlo esquemáticamente,  digamos que se va de un foco militar al movimiento político –prolongación natural de una lucha armada de esencia política-pero no se va, salvo excepciones, de un movimiento político puro al foco militar”.

Vistos los hechos fría y racionalmente, como debe procederse en todo análisis revolucionario, la guerrilla del Che en Bolivia no fue parte de la lucha de clases interior en ese país, no surgió de esa lucha de clases como su forma superior, ni se desarrolló en combinación con las demás formas de esa lucha. La vieja tesis marxista-leninista de que la lucha de clases es el motor de la historia en las sociedades divididas en clases, de que la revolución es un fruto de la lucha de clases, de que no puede por lo tanto exportarse ni importarse y que los revolucionarios solo pueden, como parteros, ayudarla a surgir del proceso interior de esa lucha de clases, ha demostrado una vez más ser una tesis rigurosamente válida a la luz de esta prueba de Bolivia, que es punto culminante de ocho años de pruebas parecidas en América Latina.

Y esta tesis leninista no está reñida con el internacionalismo revolucionario en sus formas más elevadas, como la participación de combatientes de un país en la lucha armada que libra el pueblo de otro país, ni tiene nada por tanto de chovinista o mezquina.

No pretendemos dar lecciones a Fidel y menos demostrar que el Che fue un iluso. Es el mismo Fidel, en su documento “La historia me absolverá”  y en algunos de sus discursos, quien nos ha ayudado a nosotros y continuará ayudando a las nuevas generaciones de revolucionarios, a comprender el nexo que hay entre la lucha política y la lucha armada, la dependencia histórica de la segunda respecto de la primera.

Y ha sido el propio Che quien nos ha enseñado en su “Guerra de Guerrillas” que la lucha armada solamente puede surgir y desarrollarse allí donde se ha agotado la lucha política como medio para alcanzar el poder. Escribió así el Che:

“Naturalmente,  cuando se habla de las condiciones para la revolución no se puede pensar que todas ellas se vayan a crear por el impulso dado a las mismas por el foco guerrillero. Hay que considerar que existe un mínimo siempre de necesidades que hagan factible el establecimiento y consolidación del primer foco. Es decir, es necesario demostrar claramente ante el pueblo (ante el pueblo, y no ante nosotros los revolucionarios; ese subrayado y esta nota son nuestros) la imposibilidad de mantener la lucha por las reivindicaciones socialesdentro del plano de la contienda cívica. Precisamente la paz es rota por las fuerzas opresoras que se mantienen en el poder contra el derecho establecido.

“En estas condiciones, el descontento popular va tomando forma y proyecciones cada vez más afirmativas y un estado de resistencia que cristaliza en un momento dado en el brote de lucha provocado inicialmente por la actitud de las autoridades.

“Donde un gobierno haya subido al poder por alguna forma de consulta popular, fraudulenta o no, y se mantenga al menos una apariencia de legalidad constitucional, el brote guerrillero es imposible de producir por no haberse agotado las posibilidades de la lucha cívica.”

Si después el Che Guevara y Fidel Castro sufrieron cambios en tales concepciones sobre la guerra de guerrillas, dando origen a la teoría del foco de lucha armada como fuente del proceso revolucionario, ya sea del foco surgido dentro de un país o del foco implantado desde afuera, ese es un fenómeno que debe tener su explicación  en complejas causas que arrancan de la composición social de la vanguardia revolucionaria cubana y en el desarrollo de la propia Revolución Cubana después de la toma del poder, pero este problema no viene al caso analizarlo aquí y por lo demás no es nuevo en la experiencia revolucionaria mundial.

Nosotros, por todo lo dicho, recomendamos la atenta lectura del Diario de Campaña del Che en Bolivia, con el ánimo de extraer de él todas las valiosas enseñanzas que encierra. Estamos en contra de quienes quieren que el Diario se lea únicamente desde un ángulo crítico y frío, porque por ese camino quedaría sepultada la escuela de internacionalismo revolucionario, el ejemplo de sacrificio total en aras de la revolución, la lección de heroísmo y tenacidad indomable que hay en la impresionante hazaña del Che y de sus compañeros.

La revolución latinoamericana necesita de este temple, de esta indomable tenacidad, de este heroísmo y sobre todo de este internacionalismo,  necesita hombres como el Che y como sus compañeros de guerrilla en Bolivia, para vencer los grandes obstáculos que hoy se alzan en su camino.

Pero, al mismo tiempo, estamos también en contra de quienes pretenden que se busque en el Diario únicamente ese ejemplo de moral revolucionaria y lanzan anatemas en nombre del heroísmo y la entrega sin límites del Che y su guerrilla a la causa de la Revolución Latinoamericana, contra todos aquellos revolucionarios que quieren hacer el análisis crítico de esta experiencia con el fin de formular conclusiones  constructivas para la estrategia y la táctica en nuestro continente.

La revolución latinoamericana necesita de combatientes como el Che y necesita también de una estrategia y una táctica eficaces, concordes con las condiciones en que se desarrolla esta lucha y capaces de oponer al imperialismo no ya las sorpresas, sino las fuerzas gigantescas originadas en las masas, que son necesarias para derrotarlo.

Como todos los revolucionarios, deseamos el menor sufrimiento para nuestro pueblo y nos aferraríamos con todas nuestras fuerzas a la posibilidad de un triunfo pacífico de la revolución, si llegara a presentarse  tal oportunidad en la práctica; pero, como revolucionarios, somos también realistas y creemos que tal realidad no está abierta para los pueblos latinoamericanos en general y que solo por excepción podrá vivirse esa experiencia en nuestro continente.

Al mostrar nuestro desacuerdo con la estrategia del “foco guerrillero” no estamos por lo tanto, pronunciándonos en contra de la necesidad de la lucha armada para la toma del poder no siquiera estamos cuestionando todas las formas de la guerra de guerrillas, solo una sola, la del “foco guerrillero.”

¿Cuál será la forma que revista la lucha armada en nuestro país y en otros países latinoamericanos? Pensamos que no tiene necesariamente que ser única e idéntica en todos los casos y que corresponde a los revolucionarios de cada pueblo determinar, en base de las condiciones concretas en que se desarrolla la lucha de clases interior, lo mismo que tomando en cuenta los factores exteriores de la lucha de clases, cuando y como llevarían a las masas al combate armado. Nuestro Partido tiene en este punto sus propias concepciones en cuanto a la lucha armada en nuestro país, pero no es esta la oportunidad para exponerla.

Nos hacemos cargo de que en nuestro continente se ha encendido la polémica en el seno del movimiento revolucionario, que ella le ha causado ya fraccionamiento, y que puede atascarlo e imponerle retrocesos parciales. Pero creemos que, pese a todo, no hay otro camino que el de la discusión, sobre la base del análisis crítico de la práctica revolucionaria continental –por lo menos de la práctica desde el triunfo de la Revolución Cubana, comenzando por el estudio de esta misma Revolución- para alcanzar las nuevas concepciones estratégicas y tácticas, apropiadas para llevar nuestras revoluciones a la victoria.

Los revolucionarios podemos, no obstante la carga de tensión que se ha acumulado ya, contribuir decisivamente a que esta polémica resulte constructiva a corto plazo, haciendo que ella se desarrolle dentro de un nuevo nivel, cuya norma básica sea el análisis concreto de las experiencias concretas, rehuyendo el uso de adjetivos y epítetos, que no aportan ninguna claridad pero que sí enconan y dividen.

Los problemas estratégicos y tácticos que confronta la revolución latinoamericana son complejos y muchos de ellos son nuevos. No estamos de acuerdo con los que sostienen que la tarea consiste en dilucidar si a vía de la revolución en nuestro continente es la “vía pacífica” o la “vía armada.” Sí así estuvieran planteadas las cosas sería muy simple el desenlace del nudo, porque en realidad la llamada “vía pacífica”, que ha aparecido en el mundo de hoy como una posibilidad excepcional creada por la nueva correlación de fuerzas entre socialismo y capitalismo, ha sido ya ensayada sin éxito en América Latina.

No creemos por eso que la tarea consiste en tomar bando al lado de la “vía pacífica” o de la “vía armada”, sino en concebir una estrategia y una táctica que dé respuestas eficaces a los problemas planteados por la derrota de unas formas de hacer la lucha armada y de hacer la “lucha pacífica” y de unas determinadas maneras de combinar estas formas de lucha –o mejor dicho de no combinarlas- que se han venido experimentando por el movimiento revolucionario continental. Se trata también de evaluar, a la luz de la experiencia, otras tesis estratégicas de la revolución en América Latina como las relacionadas con el papel de la burguesía  y el carácter de nuestra revolución.

¿Por qué ha de realizarse esta polémica en un ambiente de ataques y hasta de insultos que enturbian el fondo y nublan la perspectiva? Definitiva y determinadamente creemos que la discusión es necesaria pero que debe reorientarse dentro de un nuevo nivel polémico, que asegure sus frutos más constructivos.

La situación por la que atraviesa la revolución latinoamericana pareciera haberla tenido a la vista Carlos Marx cuando escribió para la situación de la Francia de 1848-49, los siguientes párrafos en sus obras “La lucha de clases en Francia” y el “18 Brumario de Luis Bonaparte”:

“Las revoluciones proletarias,  como las del siglo XIX, se critican constantemente  a sí mismas, se interrumpen continuamente en su propia marcha, vuelven sobre lo que parecía terminado, para comenzarlo de nuevo desde el principio, se burlan concienzuda y cruelmente de las indecisiones, de los lados flojos y de la mezquindad de sus primeros intentos, parece que solo derriban a su adversario para que este saque de la tierra nuevas fuerzas y vuelva a levantarse más gigantesco frente a ellas…” (Del “18 Brumario de Luis Bonaparte.”)

“A excepción de algunos capítulos, cada sección importante de los anales de la revolución de 1848 a 1849, lleva como título: “Derrota de la revolución.”

“Pero en estas derrotas no fue la revolución quien sucumbió. Fueron los tradicionales apéndices pre-revolucionarios, resultados de las relaciones sociales que aún no estaban agudizadas hasta convertirse en violentas contradicciones de clase: personas, ilusiones, ideas, proyectos de los que el partido revolucionario no estaba libre antes de la revolución de febrero y de los cuales no podía desprenderse mediante la victoria de febrero, sino únicamente por una serie de derrotas.

“En una palabra, el proceso revolucionario no se abrió camino por medio de sus conquista tragicómicas directas; al contrario, solo haciendo surgir una contrarrevolución compacta, poderosa, creándose un adversario y combatiéndolo, el partido de la subversión pudo, en fin, hacerse un partido verdaderamente revolucionario.”  (De “La luchas de clases en Francia.” El subrayado es nuestro).

Estos párrafos de Marx nos indican claramente que las dificultades que hoy se presentan a los pueblos y revolucionarios de la América Latina para hacer la revolución, no son absolutamente nuevas sino que, de naturaleza parecida, las enfrentaron ya otros pueblos en el pasado. Parafraseando al fundador del socialismo científico, podemos decir que la revolución latinoamericana, en este momento, se crítica constantemente a sí misma, se interrumpe continuamente en su propia marcha, vuelve sobre lo que parecía terminado, para comenzarlo de nuevo desde el principio.

Para obtener el mejor éxito en esta tarea, nosotros señalamos que tiene una gran importancia  la actitud con que sepamos enfrentar todos el trascendental debate al que la historia nos ha convocado. El deber de los revolucionarios de hacer la revolución es común, y en común debemos trabajar para encontrar los caminos que nos conduzcan al triunfo de los pueblos. Inspirándonos en el mismo Marx podemos asegurar, en esta hora de la América Latina, que la revolución no ha sucumbido ni sucumbirá, y que el camino que sigamos, capaz de asegurar que el movimiento de la subversión se convierta en un movimiento verdaderamente revolucionario, dependerá la derrota definitiva del imperialismo  y la reacción en nuestro continente.

San Salvador, agosto de 1968

La Comisión Política del

PARTIDO COMUNISTA DE EL SALVADOR